El Niño Que Quería Volar

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EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN PÁJARO


Eva María Rodríguez

Encajaba perfectamente, pero no le gustaba nada cómo quedaba. A Marco no le hacía


ni pizca de gracia que sus padres le cambiaran la decoración de su cuarto. A él le
gustaba como estaba, con su cama de siempre, sus juguetes de siempre y el armario
que estaba con él desde que era un bebé. Pero Marco había crecido, había empezado la
escuela primaria y necesitaba tener una mesa donde hacer sus tareas del colegio.

La mesa de estudio quedaba perfecta entre el nuevo armario y la cama de Marco,


aunque había sido necesario sacar algunos juguetes de la habitación y cambiar todo de
sitio. Ahora Marco podía tener su propio espacio para pintar, leer, escribir y hacer todas
esas cosas divertidas que enseñan a hacer en la escuela.

Pero a Marco no le apetecía nada. Él quería sus juguetes, sus coches, sus bloques de
construcción, sus muñecos, sus pelotas. No entendía por qué sus padres se las sacaban
de la habitación y le metían aquella mesa horrible llena cajones y estanterías.

Todo enfadado, Marco se puso a mirar por la ventana, porque no quería ver a nadie. En
el árbol que había justo delante de su ventana había un nido con dos pajaritos que se
asustaron al verle y salieron volando.

-¡Cuánto me gustaría poder volar y viajar por todo el mundo, sin nadie que me dijera lo
que tengo que hacer! -pensó Marco con tristeza.

En ese momento, los pajaritos volvieron y se posaron en la ventana. Miraron a Marco


fijamente. El niño estaba intrigado. ¿Por qué le mirarían así aquellos pajarillos?

-Hemos oído tus pensamientos -empezaron a decir-. Somos los pájaros de la suerte, y
como te vemos tan triste vamos a concederte un deseo.

-¿De verdad? -dijo Marco, sorprendido-. ¿Puedo pedir lo que quiera?

-Claro- dijeron los pajaritos-. ¿Qué te gustaría?

-Me gustaría saber lo que se siente volar libremente y hacer lo que yo quiera -contestó
el niño.

-De acuerdo, pero recuerda -insistieron los pájaros -, tu deseo se hará realidad sólo
durante una hora. Después, todo volverá a ser como siempre.
Entonces, Marco se convirtió en pájaro y salió volando por la ventana. Nada más salir,
un pajarraco enorme fue a por él. ¡Quería devorarlo! Marco consiguió esquivarlo por los
pelos. Decidió volar más bajo, pero entonces salió un enorme gato que le quiso dar un
zarpazo. Marco consiguió huir, pero estaba muy asustado. Los demás pájaros
intentaron avisarle y ayudarle, pero no entendía lo que decían.

De repente se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. Leyendo los carteles recordó
la clase del último día, en la que la maestra les explicó las calles de la ciudad. Con
mucho cuidado consiguió volver a casa. Solo había pasado media hora, pero Marco
estaba tan cansado y aterrorizado que se escondió debajo de la cama deseando que el
hechizo se esfumara.

La mamá de Marco entró en la habitación, llamándole.

-¿Dónde te has escondido, hijo? Ven, vamos a hablar de esto.

El pobre Marco estaba deseando hablar con su madre, pero no podía mientras siguiera
siendo un pájaro.

Los minutos se le hicieron eternos. Por fin, el hechizo


se deshizo y Marco volvió a ser un niño como los
demás. Entonces salió corriendo a buscar a su madre.
-Mami -le dijo el niño -, he pensado que tal vez no sea
tan mala idea tener una mesa para poder hacer las
tareas del cole y aprender más cosas.

-¿Sabes? -le contestó su madre -. Yo también he


pensado en eso. Creo que buscaremos la manera de
colocar tus juguetes en la habitación para que puedas seguir jugando con ellos.

-¡Genial, mami! -gritó Marco lleno de alegría.

Cuando volvió a su habitación, los pájaros de los deseos estaban de nuevo en la


ventana. Marco se acercó y les dijo:

-Gracias, amigos, por dejarme comprobar que para volar libre tengo que aprender
todavía muchas cosas y que yo solo corro muchos peligros.

Desde ese día, Marco mira todas las tardes por la ventana antes de hacer sus tareas y,
cuando termina los deberes, juega a ser un águila real que sobrevuela un mundo que él
mismo construye con todos sus juguetes.

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