El Niño Que Quería Volar
El Niño Que Quería Volar
El Niño Que Quería Volar
Pero a Marco no le apetecía nada. Él quería sus juguetes, sus coches, sus bloques de
construcción, sus muñecos, sus pelotas. No entendía por qué sus padres se las sacaban
de la habitación y le metían aquella mesa horrible llena cajones y estanterías.
Todo enfadado, Marco se puso a mirar por la ventana, porque no quería ver a nadie. En
el árbol que había justo delante de su ventana había un nido con dos pajaritos que se
asustaron al verle y salieron volando.
-¡Cuánto me gustaría poder volar y viajar por todo el mundo, sin nadie que me dijera lo
que tengo que hacer! -pensó Marco con tristeza.
-Hemos oído tus pensamientos -empezaron a decir-. Somos los pájaros de la suerte, y
como te vemos tan triste vamos a concederte un deseo.
-Me gustaría saber lo que se siente volar libremente y hacer lo que yo quiera -contestó
el niño.
-De acuerdo, pero recuerda -insistieron los pájaros -, tu deseo se hará realidad sólo
durante una hora. Después, todo volverá a ser como siempre.
Entonces, Marco se convirtió en pájaro y salió volando por la ventana. Nada más salir,
un pajarraco enorme fue a por él. ¡Quería devorarlo! Marco consiguió esquivarlo por los
pelos. Decidió volar más bajo, pero entonces salió un enorme gato que le quiso dar un
zarpazo. Marco consiguió huir, pero estaba muy asustado. Los demás pájaros
intentaron avisarle y ayudarle, pero no entendía lo que decían.
De repente se dio cuenta de que no sabía dónde estaba. Leyendo los carteles recordó
la clase del último día, en la que la maestra les explicó las calles de la ciudad. Con
mucho cuidado consiguió volver a casa. Solo había pasado media hora, pero Marco
estaba tan cansado y aterrorizado que se escondió debajo de la cama deseando que el
hechizo se esfumara.
El pobre Marco estaba deseando hablar con su madre, pero no podía mientras siguiera
siendo un pájaro.
-Gracias, amigos, por dejarme comprobar que para volar libre tengo que aprender
todavía muchas cosas y que yo solo corro muchos peligros.
Desde ese día, Marco mira todas las tardes por la ventana antes de hacer sus tareas y,
cuando termina los deberes, juega a ser un águila real que sobrevuela un mundo que él
mismo construye con todos sus juguetes.