Diversidad Cultural

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¿Qué entendemos por cultura?

Tradicionalmente han existido dos formas de entender de qué hablamos cuando nos referimos a
“la cultura”: por un lado existe la concepción “estética” de la misma y por el otro se encuentra la
definición proveniente de las ciencias sociales, específicamente de la antropología y que es la que
se desarrollará a lo largo de esta unidad. En la primera acepción se entiende por cultura al conjunto
de expresiones artísticas e intelectuales de los ámbitos llamados académicos o “cultos”. Cultura en
este caso se aplicaría a un conjunto de saberes y expresiones delimitadas por ciertas
características comunes y restringidas a algunos sectores de la sociedad capaces de producirlos
(artes plásticas, filosofía, literatura, cine, etc.). La persona con cultura o “culta” sería entonces la
que es capaz de producir dichos bienes culturales, la que tiene un vasto conocimiento en algún
área humanista o artística, en contraposición a una persona “inculta”, con escasos conocimientos
o nivel educativo.
En esta concepción se supone que el conocimiento humano va en constante evolución hacia un
progreso constante, donde las tradiciones “civilizadas” se contraponen a las “incivilizadas” y donde
los poseedores de dicha capacidad son aquellos sujetos que pueden producir algún tipo de
conocimiento científico, humanista o artístico, que cumple con las características o normas
específicas de estas áreas, acotando así el espectro de conocimientos válidos para el desarrollo
social a los que se ciñen esta forma.
Ahora bien, esta visión se encuentra ampliamente difundida e incluso es común que se utilice
indistintamente junto a la definición antropológica de cultura. En esta visión, se plantea una
concepción de cultura más amplia, en donde ésta se concibe como todo el complejo de rasgos
distintivos espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a una
sociedad o grupo social.
Esto incluiría, además de todas las expresiones creativas que la concepción estética de cultura
define (v.gr.; historia oral, idioma, literatura, artes escénicas, bellas artes, y artesanías), a las
llamadas prácticas comunitarias (v.gr.; métodos tradicionales curativos, administración tradicional
de los recursos naturales, celebraciones y patrones de interacción social que contribuyen al
bienestar e identidad de grupos e individuos) y los bienes muebles e inmuebles, tales como sitios,
edificios, centros históricos de las ciudades, paisajes y obras de arte. La cultura es entonces, desde
esta perspectiva, todo el conjunto de expresiones particulares de un período o de un grupo humano
que de alguna forma u otra se encargan de otorgarle un sentido a la existencia de cada persona
que hace parte de un grupo, y la forma como se defina la cultura de tal o cual grupo va a depender
de la perspectiva con la que se miren los distintos elementos distintivos de cada uno. Se puede
hablar entonces de “cultura mapuche”, “cultura aymara” o “cultura yanomami” cuando queremos
distinguir un grupo indígena de otro, pero por ejemplo, un aymara puede ser, además de indígena,
campesino (en contraposición a un pescador, un banquero o un electricista, cuando nos guiamos
por su oficio o profesión) o boliviano (y no mexicano, guatemalteco o inglés si queremos definir la
nacionalidad en cuestión), por lo cual comparte elementos culturales de cada uno de los grupos a
los que pertenece y que le dan sentido a los distintos elementos que integran la totalidad de su
persona.
Por otro lado, la cultura y las culturas no son algo estático, no se definen de una vez y para siempre,
con fronteras inmutables entre lo que se es y lo que no se es y no existe como algo independiente
de los individuos que componen un grupo humano. Los límites entre una cultura y otra no se
encuentran claramente definidos, y, ya que lo que otorga sentido a la vida de una persona cambia
y se transforma, las culturas también cambian y se transforman.
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Se puede ver entonces lo que señala la concepción antropológica de cultura cuando plantea que
ésta es el conjunto de procesos, categorías y conocimientos a través de los cuales cada
persona organiza la heterogeneidad del mundo en el que habita, dándole sentido a su
existencia. Esta definición, que complementa a la anterior plantea que no se puede concebir a la
cultura como un algo estático, sino que más bien es algo difuso, en constante cambio y movimiento,
en un mundo donde el pluralismo es la regla y no la excepción ya que lo que otorga sentido en un
primer momento puede que posteriormente ya no lo dé, por lo tanto las culturas cambian conforme
los seres que las componen van cambiando, mutando, transformándose, diferenciándose...
Es gracias a esta capacidad de cambio, de adaptación y de diferenciación que hoy en día se ve la
variedad de manifestaciones humanas existentes a lo largo del globo. Si una cultura permanece
inmutable puede no sobrevivir a los individuos que la componen, en cambio, si ésta cambia se tiene
como resultado diversidad y pluralismo. En otras palabras: todos los seres humanos, vivan donde
vivan, habitan en un mundo multicultural y por lo tanto todos los individuos de un grupo desarrollan
competencias en varias culturas ya que cada cual tiene acceso a más de una cultura, entendiendo
por ella un conjunto de conocimientos y patrones de percepción, pensamiento y acción. Al mismo
tiempo, cuando una persona adquiere estas diversas competencias culturales nunca lo hace
completamente: “cada individuo sólo adquiere una parte de cada una de las culturas a las que tiene
acceso en su experiencia. Su versión personal de la cultura o, con el término que acuñó
Goodenough, su propiospecto, es la totalidad de esas ´parcialidadesª que conforman una visión
privada, subjetiva del mundo y sus contenidos, desarrollada a lo largo de su historia experiencial”

Las funciones de la cultura


La cultura es ante todo el prisma a través del cual un hombre lee el mundo, da un sentido a la vida
en sociedad, una orientación a la organización de sus relaciones con los otros y a la coexistencia
de las sociedades entre sí. La cultura comporta una parte de organización material de la vida social
del mismo modo que sintetiza para cada miembro del grupo que se reconoce en ella los valores
fundadores de su ser en el mundo y su ser con los otros. Tanto, si no más, como los valores
seculares, toda cultura vehicula las dimensiones de la trascendencia. Cuando un grupo humano se
encuentra movilizado por una causa importante o se siente amenazado, estos valores pueden
volverse un refugio que puede transformarse en bastión y una defensa que puede convertirse en
violencia. Nosotros, que vivimos hoy un encuentro inédito de las culturas, algunas de las cuales
atraviesan un momento de resurgencia de lo religioso, deberíamos estar más atentos aún a este
cruce particular de los valores del cielo y de la tierra.
La cultura es, en segundo lugar, un vector de identidad. Es un signo de pertenencia porque ha sido
antes que nada un medio de socialización, educación y formación de la parte colectiva de nuestra
identidad. En este sentido, es tradición y transmisión. La tradición es lo que es dado como un marco
histórico de referencia, de enraizamiento e identificación. Transmitir es mantener el vínculo que une
a las generaciones y proponer a cada individuo las condiciones de su inserción en el conjunto al
que pertenece. Preservar los lugares simbólicos de pertenencia y perennizar los canales de la
transmisión es trabajar por la salvaguarda de las culturas y obrar con vistas a la diversidad cultural.
Finalmente, la cultura es lo que reúne a los seres humanos en la común humanidad. La cultura es,
pues, también una manera de ver a los otros, de pensarse con ellos, de tomar conciencia de que
la pertenencia a un grupo comanda al mismo tiempo ciertas reglas de relación con los otros. Lo
cultural es de entrada también lo intercultural. En efecto, ¿de qué valdría una cultura que no sirviera
más que a la definición de sus miembros en un mundo enel que ninguna cultura está sola ni es
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solitaria? Formular la pregunta de este modo implica admitir que toda cultura está orientada hacia
los otros y que esta orientación define múltiples
estrategias. Estas estrategias pueden favorecer actitudes de apertura como pueden generar
bloqueos, desconfianzas y conductas de cierre. “Nosotros y los Otros”: la dialéctica de las
relaciones interculturales permanece abierta. Por tanto es una puerta hacia la alteridad y el soporte
de una cultura de paz y cooperación entre conjuntos diversos y plurales. “Nosotros contra los Otros”:
la defensa identitaria se convierte en el único objeto de la política cultural. Contribuye a la creación
de barreras culturales y se torna hostilidad y desconfianza. Del devenir de las relaciones entre las
culturas plurales depende no sólo el futuro de la diversidad, sino también el refuerzo de nuestras
defensas culturales contra el choque de los imaginarios y la exacerbación de las pasiones
identitarias.

¿Qué es la identidad?

Complementando el concepto de cultura se debe definir el de identidad. Ésta parte como idea
cuando se plantea qué diferencia y qué asemeja un individuo a otro y que diferencia y que asemeja
a un grupo frente a otros, cuáles son las piezas del puzzle social que componen a cada uno y en
que parte de ese puzzle se encuentra cada cual. De donde vengo, a donde voy, donde estoy ahora.
Plantear el tema de la identidad no es hacer referencia ni preguntar acerca de la esencia individual
o sobre la esencia de la cultura a la que se pertenece, ya que, como se ha señalado, la cultura es
un proceso de construcción constante que no se fija de una vez y para siempre y por lo tanto la
identidad que se construye al interior de ella cambia al tiempo que la estructura de sentido también
cambia y se transforma.
Así como existen diferentes universos culturales a los cuales se puede pertenecer, existen diversas
identidades al interior de cada persona y de cada comunidad humana, todas ellas coexistiendo
simultáneamente, algunas veces complementándose y algunas veces chocando entre sí. Por
ejemplo, un indígena mapuche puede tener, además de identidad hacia su grupo étnico, una
identidad campesina, ya que esa es su forma de ganarse la vida, identidad nacional argentina, por
ser el país en el que vive, e identidad evangélica, por ser esa su religión. En algunos casos las
diferentes identidades chocan entre sí, como cuando la identidad étnica no tiene relación con la
identidad nacional, como sucede muchas veces en grupos étnicos que viven en la frontera entre
países y a quienes se les intenta imponer una nacionalidad cuando ésta en realidad no existe o es
imposible de definir. Sucede también que cuando un grupo ve debilitada su identidad, su conciencia
de pertenencia, los integrantes se quedan sin el piso psicológico, simbólico o material que antes
los sustentaban intentando recuperar el sentido de pertenencia en otras comunidades o a través
de otras prácticas o símbolos, no necesariamente útiles en la tarea de otorgar nuevamente el
sentido que se ha perdido.
La identidad se crea en dos niveles distintos. Por un lado se encuentra la Identidad Individual,
que tradicionalmente se ha definido como el conjunto de atributos y características que permiten
individualizar a las personas, es decir, como todo aquello que hace que cada individuo sea uno
mismo y no otro. Este proceso se lleva a cabo en una dialéctica constante, donde la persona
identifica lo que la asemeja y lo que la diferencia de los otros, fundamentándome en el pasado, en
lo que constituyen las raíces de cada persona y transformándose a lo largo de toda su existencia.
Para el psicólogo Erick Erickson, la identidad es una afirmación, “un sentirse vivo y activo, ser uno
mismo, la tensión activa y confiada y vigorizante de sostener lo que me es propio; es una afirmación
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que manifiesta una unidad de identidad personal y cultural” 3. Esta identidad se daría como
resultado de la unión de los procesos biológicos, psicológicos y sociales que constantemente están
interactuando para que cada individuo encuentre la mejor forma de representar la diversidad que
el mundo le presenta. Estos cambios en lo que identifica y compone la Identidad Individual suceden
en constante referencia a lo que cada cual vive en su medio ambiente o en lo que constituye su
identidad social o cultural. Ésta se refiere a lo que tiene de específico cada grupo humano, lo que
une a los que lo componen y diferenciándolo de otros: “Es por eso que la identidad contiene la
historia de la relación entre el individuo y su sociedad y de la forma particular de solución encontrada
frente a sus problemas” 4. Se puede decir entonces que se trata de una relación donde ambos
niveles se construyen y transforman constantemente en un proceso de continuo desarrollo. García
Castaño señala que la: “La identidad representa muchas veces los puntos de encuentro entre los
miembros del grupo, la versión y visión que mejor describe de manera homogeneizadora a tal
grupo, pero los análisis de la práctica cultural nos muestran que tal identidad se forja, se mantiene
y se transforma en un sinfín de enfrentamientos y tensiones, y que se construye
principalmente frente a algún otro” 5. Es decir que sin diversidad, no se puede construir la
identidad ya que ésta es un proceso de identificación constante con los distintos elementos de la
heterogeneidad cultural en la que habitamos y que esta identificación sólo se puede realizar cuando
se toma conciencia de que existe otro distinto a uno: “La adquisición gradual de la identidad se
realiza mediante la construcción de la conciencia de la existencia de sí mismo como sujeto
independiente de los otros, y mediante el descubrimiento de las características y atributos que le
sirven para
definirse como persona con entidad y características propias, diferenciada de los demás” La
identidad individual parte de un proceso de definición del individuo frente a la heterogeneidad del
mundo y ésta puede construirse al interior de una cultura determinada o en referencia a diversos
mundos culturales, a los cuales todos tienen acceso y de los cuales se puede “entrar o salir” en la
medida que se decid hacer parte de un grupo determinado –por ejemplo ser bombero o de una
barra de fútbol– o dejar de hacer parte de él. Existe además un grado de afirmación conciente en
la construcción de la identidad, en la medida que cada individuo está facultado para elegir los puntos
de referencia en torno a los cuales construirá la red de significados de su existencia. Lo mismo
sucede a nivel grupal, cuando un conjunto de personas constituyen una comunidad específica, sus
campos de acción, sus símbolos y lenguajes propios. Este ha sido el proceso a través del cual se
han forjado las identidades nacionales a partir de la creación de los estados nación europeos. Cada
uno comparte una bandera y un himno (símbolos nacionales), una identidad geográfica, una lengua
determinada y pueden o no estar asociados a otros elementos, como la religión, el modelo
económico imperante, y cierto carácter o tendencias sociales comunes.
La identidad es entonces el proceso a través del cual cada persona se construye en la cultura o las
culturas de las que hace parte, cómo se identifica en ellas o hacia ellas, cómo las significa, optando
por elementos determinados y cargándolos de emotividad y sentido. Desde esta perspectiva, no
existe una sola identidad, sino que existen diversas identidades que componen la experiencia de
cada individuo, construidas subjetivamente a nivel individual e intersubjetivamente a nivel grupal.
Éstas serán, finalmente, el eje que otorgará sentido y que guiará las acciones de cada persona y
de cada grupo humano a lo largo de su existencia.
La libertad cultural en el mundo diverso de hoy
La libertad cultural constituye una parte fundamental del desarrollo humano puesto que, para vivir
una vida plena, es importante poder elegir la identidad propia –lo que uno es– sin perder el respeto
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por los demás o verse excluido de otras alternativas. Es necesario que la gente cuente con la
libertad para practicar su religión en forma abierta, para hablar su lengua, para honrar su legado
étnico o religioso sin temor al ridículo, al castigo o a la restricción de oportunidades. Es necesario
que la gente cuente con la libertad de participar
en la sociedad sin tener que desprenderse de los vínculos culturales que ha escogido. Se trata de
una idea simple pero profundamente desconcertante. Responder a estas demandas es un desafío
urgente para los estados, pues de manejarse bien, el mayor reconocimiento de las identidades
traerá consigo una mayor diversidad cultural en la sociedad, lo que enriquecerá la vida de la gente.
Así también un gran riesgo.
De no abordar las luchas por la identidad cultural o abordarlas en forma inadecuada, podrían
transformarse rápidamente en una de las fuentes más importantes de inestabilidad al interior de los
estados y entre ellos, lo que podría, a su vez, desencadenar un conflicto cuya consecuencia sea el
retroceso del desarrollo. La política de la identidad que polariza a los pueblos y los grupos está
marcando una fuerte división entre “nosotros” y “ellos”. La creciente desconfianza y el odio
amenazan la paz, el desarrollo y la libertad de las personas. A continuación, sólo algunos ejemplos
del año pasado: la violencia étnica que destruyó cientos de hogares y mezquitas en Kosovo y
Serbia; la bomba activada por terroristas en un tren de España que cobró la vida de casi 200
personas; el asesinato de miles de musulmanes y la expulsión de otros tantos debido a la violencia
sectaria en Gujarat y en otras regiones de la India, un país que se caracteriza por dar cabida a
distintas expresiones culturales; y la ola de crímenes motivados por el odio contra inmigrantes de
Noruega que hizo añicos la confianza que los habitantes de este país tenían en su compromiso
inquebrantable con la tolerancia. Los conflictos relacionados con la identidad también pueden
originar políticas represivas y xenófobas que retardan el desarrollo humano y pueden fomentar un
regreso al conservatismo y un rechazo al cambio, impidiendo con ello la afluencia de ideas y
personas que traen valores cosmopolitas así como los conocimientos y las aptitudes que posibilitan
el desarrollo. El desafío de hacerse cargo de la diversidad y respetar las identidades culturales no
es sólo de algunos “estados multiétnicos” pues casi ningún país es completamente homogéneo.
Los aproximadamente 200 países que hay en el mundo son hoy el hogar de 5.000 grupos étnicos
y dos tercios de estos países cuentan con al menos una minoría significativa: un grupo étnico o
religioso que constituye al menos el 10% de la población. Al mismo tiempo, el ritmo de la migración
internacional se ha acelerado, lo que, en algunos países y ciudades, ha causado efectos
sorprendentes. Por ejemplo, casi la mitad de los habitantes de Toronto nacieron fuera de Canadá.
Además, en comparación con los inmigrantes del siglo pasado, hoy son muchas más las personas
nacidas en el extranjero que mantienen estrechos vínculos con sus países de origen. De una u otra
forma, hoy todos los países son sociedades multiculturales compuestas por grupos que se
identifican según su etnia, religión o lengua unidas por lazos con su propia historia cultural, valores
y modo de vida.
La diversidad cultural ha llegado para quedarse, y crecer. Los estados deben encontrar formas de
forjar la unidad nacional en medio de esta diversidad. El mundo, nunca antes tan interdependiente
en el aspecto económico, no podrá funcionar si la gente no respeta la diversidad ni establece la
unidad por medio de los lazos que comparten como seres humanos. En esta era de globalización,
ni la comunidad internacional ni ningún Estado puede ignorar las demandas que se hacen en pos
del reconocimiento cultural. Por otra parte, es probable que las confrontaciones con respecto a la
cultura y la identidad vayan en aumento; la facilidad para comunicarse y los viajes han achicado el
mundo y cambiado el panorama de la diversidad cultural; asimismo, la diseminación de la
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democracia, los derechos humanos y las nuevas redes globales han proporcionado mayores
medios para movilizarse en torno a una causa, insistir en una respuesta y obtenerla.

¿Qué es la diversidad cultural?

Se ha señalado que las culturas cambian y se transforman cuando los individuos que las componen
cambian y se transforman. Gracias a esto, hoy en día el mundo cuenta con aproximadamente 6000
pueblos diferentes y un número similar de lenguas. Estas diferencias dan lugar a diversas visiones,
valores, creencias, prácticas y expresiones todas las cuales merecen igual respeto y valoración.
Para algunos, la expresión “diversidad cultural”, derivada de la noción de biodiversidad, se refiere
a la totalidad de comunidades culturales existentes en el mundo, tomadas estas últimas como
reagrupamientos que poseen identidad y personalidad propias según los elementos particulares
que las definen (idioma, religión, etnia, historia, etc.). Esto implica una diversidad de
manifestaciones culturales, puesto que la vitalidad de las comunidades culturales se hace evidente
a través de su expresión cultural: condenadas al silencio, sólo pueden marchitarse y desaparecer.
Pero la diversidad cultural también es definida en un sentido más amplio, englobando no sólo la
totalidad de las comunidades culturales existentes y sus expresiones propias, sino también un
pluralismo cultural en el sentido de un pluralismo de puntos de vista y el pluralismo de ideas, en
donde cada uno se relaciona e interactúa entre sí La diversidad cultural implica por una parte
la preservación y la promoción de las
culturas existentes y, por otra, la apertura a otras culturas. En este sentido, la diversidad
cultural es uno de los pilares del desarrollo sostenible, está relacionada con la identidad de las
personas y las sociedades, con la democracia como expresión de la libertad y con el acceso de los
ciudadanos a las obras de creación, especialmente a las que se producen en su región. Crea las
condiciones necesarias para un diálogo entre diferentes culturas y permite así el enriquecimiento
mutuo de las culturas. El respeto de la diversidad cultural y de las civilizaciones contribuye
igualmente a la promoción de una cultura de paz La diversidad cultural no es un fenómeno o un
hecho novedoso en la historia de la especie humana. Ésta es y ha sido un hecho evidente a lo largo
de la historia cada vez que el contacto entre pueblos y personas de distintas culturas ha sido
posible. Sin embargo, hoy en día se habla de diversidad cultural a partir del nuevo escenario que
se ha gestado con la globalización y con el consecuente desarrollo de los medios de comunicación
y de transporte en el último siglo. Con ella se ha facilitado que los contactos, que una vez fueron
esporádicos o limitados a quienes eran vecinos geográficos, en la actualidad sean constantes y
tengan lugar entre personas de lugares distantes y culturas disímiles, poniendo en evidencia así
una aún más grande multiplicidad de visiones y expresiones culturales humanas.

Existen dos posibles situaciones para enfrentar el reconocimiento de la diversidad en el encuentro


entre culturas diferentes:
a) Por un lado, se puede establecer una jerarquía de las diferencias que implica, en muchos casos,
discriminación y dominación. Las jerarquías conducen a prácticas discriminatorias que se justifican
por la ideología. Así se argumenta que una religión o una clase social o una etnia, es superior a
otra. En esta situación, las relaciones entre culturas se vuelven hostiles y destructivas, y se puede
llegar a un “fundamentalismo cultural” que no le reconoce legitimidad a las otras culturas. Esto
ocurre cuando se niega a ciertas personas las oportunidades de acceso a los recursos básicos
basándose en sus características culturales; cuando se les discrimina por su origen étnico, o por
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su lengua, o por otros aspectos de su cultura que lo hacen diferente. La UNESCO ha acuñado el
término de “injusticia cultural” para referirse a esta realidad. Hay injusticia cultural allí donde hay
dominación cultural. La dominación y la injusticia, y no las diferencias étnicas, son las que
convierten a las culturas diferentes en antagonistas.

b) Por otro lado, frente a la diversidad puede darse también la aceptación, el respeto y un proceso
de creatividad y mutuo enriquecimiento. Para ello, lo primero que debe darse es la capacidad de
representar las diferencias para luego entrar en un proceso de aceptación del otro. Se trata de
reconocer que el otro tiene el mismo derecho que cualquier ser humano a construir su identidad y
su conciencia.
La diversidad cultural es, entonces, un hecho social, un dato de la realidad frente a la cual caben
dos posturas. O la diversidad se convierte en fuente de tensiones, de prejuicios, de discriminación
y exclusión social; o se constituye en fuente potencial de creatividad y de innovación y, por tanto,
en una oportunidad de crecimiento y desarrollo humano. Ambas reacciones pueden observarse
tanto a nivel individual como social. A nivel macro, la forma como se decida enfrentarla determinará
las políticas nacionales, las condiciones económicas de los grupos involucrados o la organización
geográfica y social. A nivel micro, ya que la identidad personal está constituida por distintas “capas”
culturales, diferentes culturas conforman cada uno de los espacios de los que se hace parte y cada
persona podrá o no reconocer el origen diverso de
su identidad, su ser multicultural, producto de distintas tradiciones, unión de múltiples visiones de
mundo y con competencias para desarrollarse en distintos ámbitos sociales.
Para el caso de América latina, esta diversidad siempre fue evidente, desde los primeros contactos
entre los grupos de los pobladores originarios del continente y luego con el proceso de Conquista
española. Durante este período la diversidad se manifestó por ejemplo a través de los llamados
sincretismos religiosos entre la religión católica y las religiones indígenas y las que llegaron desde
África con la esclavitud, en donde los santos cristianos eran al mismo tiempo representaciones de
divinidades africanas e indígenas, ambas superpuestas y complementarias.
Hoy en día la diversidad cultural de América latina abarca además a nuevas culturas con las cuales
no se mantuvo contacto tradicionalmente pero que han permeado ciertos aspectos de cada culturas
como la estética, la comida o la religión. Tal es el caso de la influencia del mundo oriental o de la
cultura norteamericana en la vida diaria, influencia que muchas veces tiene un impacto mucho
mayor de lo que parece evidente a primera vista.
Las distintas culturas que están presentes en diferentes espacios de la vida cotidiana, como el
barrio, la escuela, la ciudad, la región, el país, etc. se encuentran en permanente contacto e
interacción entre sí, transformándose mutuamente y generando además nuevas culturas a lo largo
del tiempo y del espacio. Desde este punto de vista los “bordes” entre las distintas culturas no son
fácilmente identificables, y mucho menos, estáticos 12, ya que las culturas, al igual que las
identidades, cambian.
Estas transformaciones constituyen la manifestación más evidente de la diversidad cultural y el
desafío que ella plantea es el de poder entender el sentido que cada práctica, símbolo u objeto
tiene para una persona de una cultura distinta a la propia. Al desarrollar esta capacidad de empatía
podemos enriquecer la visión propia del mundo y generar nuevos espacios de diálogo e
intercambio. Una mirada capaz de ponerse en el lugar del otro es fundamental para el desarrollo
de los espacios de diversidad humana.
Por otro lado, el hecho de que cada persona y grupo humano sea diferente entre sí es el punto de
unión que encontramos en medio de la diversidad. Lo que realmente une a todos los seres humanos
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es su capacidad de distinguirse de los demás, de establecer sus propias visiones de mundo, y es


esta capacidad la que tienen en común todos los grupos y todas las personas.
Cada persona es diferente a otra en algunos aspectos y al mismo tiempo es semejante en otros y
el lograr establecer donde están los puntos de unión y donde se encuentran las diferencias es
fundamental para poder establecer diálogos fructíferos: “Por un lado, lo que nos identifica nos
permite establecer un entendimiento mínimo común a partir del cual podemos ser capaces de ir
más allá y aceptar un intercambio de diferencias. Por el otro, las diferencias son muy valiosas
porque desafían lo que somos y lo que pensamos y nos producen una cierta curiosidad para
movernos hacia la postura de la otra persona, incluso si no estamos de acuerdo con ella o quizá
precisamente por eso”.

El reconocimiento de la diversidad cultural implica establecer espacios de comunicación en medio


de las diferencias, el descubrimiento de lo que cada persona o grupo tiene en común con otros y el
lograr establecer puentes de diálogo para negociar expectativas comunes, normas y valores para
organizar la convivencia en la diferencia.
Desde el punto de vista de la educación, la diversidad debe partir por reconocer que el proceso de
aprendizaje es una tarea común: Cuando se forma un grupo para aprender junto (por ejemplo, los
profesores, los alumnos y sus respectivas comunidades), si se quiere actuar desde la perspectiva
de la diversidad, es necesario establecer dos puntos de partida:
• Descubrir de manera explícita lo que tenemos en común con los demás y lo que nos distingue de
ellos (considerando que siempre seremos parecidos y diferentes a la vez de los demás y tratando
de no identificar estas diferencias con carencias o deficiencias). Pero es necesario ser realmente
consciente de todo esto y no asumirlo de manera implícita, como estamos acostumbrados a hacer.
• Negociar objetivos comunes, intereses comunes y las normas de comportamiento que nos van a
permitir conseguir esos objetivos e intereses juntos, como grupo, sin dejar de prestar atención y
respeto a las diferencias (algunos de nuestros objetivos en clase son impuestos desde fuera, pero
incluso así es posible hacerlos explícitos para todos y negociar la forma en la que se van a tratar
de alcanzar) Pero el lograr entender e integrar la diversidad implica también el ser conciente de que
continuamente se está intentando comprender al otro otorgándole un sentido a sus acciones a partir
de los sesgos inherentes de cada uno. Cada una de nuestras percepciones está determinada por
las expectativas, valores y visiones que se van adquiriendo con la experiencia, por lo tanto, lo que
se percibe de los demás siempre estará filtrado por la propia subjetividad. La diversidad cultural
implica entonces aceptar y reconocer nuestros propios sesgos, el origen diverso de lo que
constituye nuestra forma de percibir el mundo y el ser capaz de ver este mismo proceso en los
demás. A partir de este reconocimiento se deben establecer espacios de diálogo donde se
incluya lo que nos diferencia y lo que nos une, para poder generar objetivos comunes que beneficien
a todos e integren las diferentes formas de entender el entorno y vivir la vida.

La riqueza cultural del mundo reside en su diversidad dialogante


La Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural se aprobó por unanimidad en
una coyuntura muy singular: acababan de producirse los acontecimientos del de septiembre de
2001 y la 31ª reunión de la Conferencia General de la UNESCO constituía el primer gran encuentro
de nivel ministerial después de aquel día aciago.
Ello brindó a los Estados la ocasión de reafirmar su convicción de que el diálogo intercultural es el
mejor garante de la paz, y de rechazar categóricamente la tesis que auguraba un choque ineluctable
entre las culturas y civilizaciones. Un instrumento de esta envergadura es algo novedoso para la
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comunidad internacional. En él se eleva la diversidad cultural a la categoría de “patrimonio común


de la humanidad”, “tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los
organismos vivos”, y se erige su defensa en imperativo ético indisociable del respeto de la dignidad
de la persona.La Declaración aspira a preservar ese tesoro vivo, y por lo tanto renovable, que es la
diversidad cultural, diversidad que no cabe entender como patrimonio estático sino como proceso
que garantiza la supervivencia de la humanidad; aspira también a evitar toda tentación
segregacionista y fundamentalista que, en nombre de las diferencias culturales, sacralice esas
mismas diferencias y desvirtúe así el mensaje de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La Declaración insiste en el hecho de que cada individuo debe reconocer no sólo la alteridad en
todas sus formas sino también el carácter plural de su propia identidad dentro de sociedades
igualmente plurales. Sólo así es posible conservar la diversidad cultural en su doble dimensión de
proceso evolutivo y fuente de expresión, creación e innovación. De esta manera queda superado
el debate entre los países que desean defender los bienes y servicios culturales “que, por ser
portadores de identidad, valores y sentido, no deben ser considerados mercancías o bienes de
consumo como los demás”, y los que esperaban fomentar los derechos culturales, pues la
Declaración conjuga esas dos aspiraciones complementarias poniendo de relieve el nexo causal
que las une: no puede existir la una sin la otra.
La Declaración, que se acompaña de las grandes líneas de un plan de acción, puede convertirse
en una formidable herramienta de desarrollo, capaz de humanizar la mundialización. Desde luego,
en ella no se prescriben acciones concretas sino que se formulan más bien orientaciones generales
que los Estados Miembros, en colaboración con el sector privado y la sociedad civil, deberían
traducir en políticas innovadoras en su contexto particular.
Esta Declaración, que a la cerrazón fundamentalista opone la perspectiva de un mundo más
abierto, creativo y democrático, se cuenta desde ahora entre los textos fundadores de una nueva
ética que la UNESCO promueva en los albores del siglo XXI. Mi deseo es que algún día adquiera
tanta fuerza como la Declaración Universal de Derechos Humanos.

¿Cómo se manifiesta la diversidad cultural?

A nivel macro, la diversidad cultural se manifiesta de distintas formas, ya sea a través de la


diversidad lingüística, de creencias religiosas, en las diferentes prácticas en el manejo de la tierra,
en el arte, en la música, en las estructuras sociales, en la selección de los cultivos, en la dieta y en
todo número concebible de otros atributos de la sociedad humana y que engloban lo que se ha
definido como cultura.
En el escenario actual, como respuesta a la llamada globalización y sobre el impacto que ésta tiene
sobre las distintas sociedades, se han presentado dos fenómenos distintos, donde por un lado “se
observa una tendencia a hacer absolutas las culturas locales, regionales y nacionales con objetivos
políticos, nacionalistas e independentistas, o simplemente con finalidades de reforzamiento de la
propia identidad, en un marco de luchas políticas y de redistribución del poder. Al mismo tiempo,
se aprecia una tendencia contraria que se manifiesta en procesos de homogeneización y
estandarización de la cultura bajo la influencia, las directrices y los intereses de las multinacionales
de la información y de la comunicación y de sus industrias culturales transnacionales. Ambos
fenómenos se presentan como dos características, no las únicas, de las sociedades actuales, quizá
contradictorias y quizá complementarias”. Ambos fenómenos están presentes en distintos lugares
y sectores de los países latinoamericanos. Por ejemplo, para el primer caso existen muchos
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movimientos de reivindicaciones indígenas o regionales, los cuales han llevado a cabo importantes
procesos de reforzamiento de “minorías” étnicas o culturales (ej: movimiento Zapatista en Chiapas
–México, reivindicaciones de minorías sexuales en muchos países, etc.). Pero estos procesos de
reforzamiento pueden tener además una manifestación de carácter negativo cuando se plantean
en términos absolutistas o chovinistas para lograr sus objetivos de “reivindicación” cultural (ej: el
grupo ETA del País Vasco en España, movimiento Talibán, etc.).
Para el caso las tendencias homogeneizadoras y estandarizadotas de la cultura, existen fenómenos
de carácter más difuso y que no se manifiestan a través de movimientos sociales organizados, pero
que se pueden percibir en la vida cotidiana como una “disolución” de tradiciones o rasgos culturales
que en algún momento se pensaron inmutables. Esto es lo que sucede actualmente con la pérdida
de muchas lenguas indígenas, la adquisición de formas de socializar propias de culturas como las
europeas o estadounidenses, la pérdida de saberes tradicionales medicinales o etnobotánicos, la
influencia estética en el mundo occidental de lugares tan distantes como Japón o China, y
viceversa, etc. Si bien estos fenómenos no pueden ser caracterizados en sí mismos como “buenos
o malos” está claro que muchas veces existe una tendencia la
homogeneización cultural que no se condice con la diversidad propia de la especie humana.

Muchas veces se piensa que la diversidad cultural es una fuente de conflictos cuando a partir de
ella se generan guerras étnicas o religiosas o cuando ésta se concibe como un obstáculo para
alcanzar el desarrollo económico. Otras veces se piensa que el contacto entre un grupo cultural
minoritario y la sociedad mayor es catastrófico para el primero, ya que pierde su cultura sin lograr
insertarse plenamente en el mundo “desarrollado”. Se plantean entonces estrategias encaminadas
a “educar” a las personas para poder acceder al proceso de desarrollo y para evitar conflictos
culturales o se busca, en el otro extremo, proteger a quienes se encuentran fuera de la globalización
de los daños que produce el mundo occidental. La pregunta que se plantea en este punto es cómo
concebir la diversidad cultural sin que las diferencias entre cada grupo impliquen desigualdad e
inequidad. En muchos casos se piensa que el sólo hecho de plantear esta diferencia indica asumir
el carácter desigual de unos respecto a otros, y por lo tanto se intenta tratar a todos por igual sin
atender a las especificidades culturales de cada persona. En otros casos, se justifican las
situaciones de injusticia e inequidad debido a diferencias culturales: “Enfatizar la diferencia y
matizar, que no es lo mismo que desigualdad, no es tarea fácil, ni es algo que se desprenda de la
lógica. En los contextos occidentales
actuales, en los que las desigualdades justificadas culturalmente son habituales, enfatizar las
diferencias es arriesgarse a convertirlas en desigualdades” 16. Se debe ser muy cuidadoso
entonces para no caer en los extremos de negar la diversidad cultural o en el de justificar la
desigualdad debido precisamente a esa diferencia. Al mismo tiempo, se deben buscar estrategias
que no busquen la educación para el desarrollo
a costa de la propia cultura, la cual es fuente de sentido y refuerza la identidad de grupos que de
otra forma se encuentran vulnerables ante las consecuencias más negativas del desarrollo.
Tampoco se debe caer en el otro extremo de evitar los contactos entre grupos diversos ya que las
culturas no pueden permanecer estáticas en el tiempo, sin cambiar y transformarse, aislándose del
resto del mundo. La bienintencionada acción de proteger a estos grupos puede, en última instancia
ser la causa de su fracaso, ya que el aislamiento genera finalmente desprotección y estancamiento.
11

Diversidad cultural y pluralidad de individuos


SE DICE JUSTAMENTE LA CULTURA, SE DICE JUSTAMENTE LAS CULTURAS La cultura esta
constituida por el conjunto de los saberes, saber-hacer, reglas, normas, interdicciones, estrategias,
creencias, ideas, valores, mitos que se transmite de generación en generación, se reproduce en
cada individuo, controla la existencia de la sociedad y mantiene la complejidad sicológica y social.
No hay sociedad humana, arcaica o moderna que no tenga cultura, pero cada cultura es singular.
Así, siempre hay la cultura en las culturas, pero la cultura no existe sino a través de las culturas.
Las técnicas pueden migrar de una cultura a otra, como fue el caso de la rueda, de la yunta, la
brújula, la imprenta; o también el de ciertas creencias religiosas, luego ideas laicas que habiendo
nacido en une cultura singular pudieron universalizarse. Pero hay en cada cultura un capital
específico de creencias, ideas, valores, mitos y particularmente los que ligan una comunidad
singular a sus ancestros, sus tradiciones, sus muertos.
Aquellos que ven la diversidad de las culturas tienden a minimizar u ocultar la unidad humana;
aquellos que ven la unidad humana tienden a considerar como secundaria la diversidad de las
culturas. Es pertinente, en cambio, concebir una unidad que asegure y favorice la diversidad, una
diversidad que se inscriba en una unidad.
El doble fenómeno de la unidad y de la diversidad de las culturas es crucial. La cultura mantiene la
identidad humana en lo que tiene de específico; las culturas mantienen las identidades sociales en
lo que ellas tienen de específico. Las culturas están aparentemente encerradas en sí mismas para
salvaguardar su identidad singular. Pero, en realidad, también son abiertas: integran en ellas no
solamente saberes y técnicas sino también ideas, costumbres, alimentos, individuos provenientes
de otras partes. Las asimilaciones de una cultura a otra son enriquecedoras. También hay grandes
logros creados en mestizajes culturales como los que produjeron el flamenco, las músicas de
América Latina, el raï (género musical de origen magrebino). En cambio, la desintegración de una
cultura bajo el efecto destructor de una dominación técnico-civilizacional es una pérdida para toda
la humanidad en donde la diversidad de las culturas constituye uno de sus más preciados tesoros.
El ser humano es él mismo singular y múltiple a la vez. Hemos dicho que todo ser humano, tal como
el punto de un holograma, lleva el cosmos en sí. Debemos ver también que todo ser, incluso el más
encerrado en la más banal de las vidas, constituye en sí mismo un cosmos. Lleva en sí sus
multiplicidades interiores, sus personalidades virtuales, una infinidad de personajes quiméricos, una
poli existencia en lo real y lo imaginario, el sueño y la vigilia, la obediencia y la transgresión, lo
ostentoso y lo secreto, hormigueos larvarios en sus cavernas y precipicios insondables. Cada uno
contiene en sí galaxias de sueños y de fantasmas, impulsos insatisfechos de deseos y de amores,
abismos de desgracia, inmensidades de indiferencia congelada, abrazos de astro en fuego,
desencadenamientos de odio, extravíos débiles, destellos de lucidez, tormentas dementes...

Raza y etnia

Existen otros dos conceptos claves que se deben identificar para poder entender las
manifestaciones de la diversidad cultural y son los de etnia y raza. Su importancia reside en la
implicancia política que dichos conceptos han tenido en la historia de América latina, desde el
proceso de conquista y la trata de esclavos hasta los movimientos de reivindicación que se llevan
a cabo en la actualidad.
Según el Informe de Desarrollo Humano 2004 del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) “La libertad cultural en el mundo diverso de hoy”, los movimientos que pretenden
la dominación cultural comparten algunos factores determinantes: se identifican a sí mismos por su
12

identidad cultural (sea ésta étnica, racial o religiosa) e intentan imponer su ideología a través de
métodos coercitivos que llegan incluso al extermino. Entre otras cosas:
• Creen en la superioridad de su cultura y rechazan todas las demás.
• Actúan sobre la base de esta idea para imponer su ideología a los demás y crear una sociedad
“pura”.
• A menudo, si bien no siempre, recurren a la violencia para conseguir sus objetivos.
Los movimientos que preconizan la dominación cultural buscan la supremacía y suelen ser
abusivos. Para justificar la creación de una patria “pura”, sagrada y homogénea, abrazan una
ideología que demoniza a otras identidades y consideran inferior, indeseable y no digno de respeto
a todo aquel que no pertenezca a su núcleo. Bajo esta ideología subyace, claro está, una
concepción estática de la identidad y la cultura, donde se determinan de antemano los valores a
defender y las diferencias son concebidas como un ataque directo al statu quo.
Los movimientos que buscan la dominación cultural son excluyentes, pretenden imponer su
ideología a los demás y forman su base de apoyo suscitando una sensación de temor ante la
supuesta amenaza a que estarían expuestos los propios valores e identidad. Un estudio de los
partidos de extrema derecha europeos indicó que todos ellos fomentan la xenofobia, lo que genera
demandas para crear sociedades monoculturales, excluir a los forasteros” de las políticas de
bienestar y dar paso a un Estado poderoso que pueda proteger a la nación de las “fuerzas del mal”.
Además, este tipo de movimientos también puede apuntar sus dardos en contra de los miembros
de su propia comunidad a través de la denigración y anulación de las opiniones disidentes y el
cuestionamiento de la integridad y la lealtad de quienes las emiten (en el
nombre de la pureza de la fe o el patriotismo).
Muchos de estos movimientos se basan en torno a ideas nacionalistas que se construyen en torno
a la idea de un Estado-nación, concepto que a su vez se encuentra estrechamente ligado a la etnia
o identidad étnica y éste a su vez en algunas ocasiones se encuentra asociado en torno a concepto
de raza.
También pueden existir otras motivaciones disfrazadas como discursos de identidad étnica,
nacional o racial. En efecto, numerosos conflictos étnicos tienen que ver con el poder económico o
político y la identidad étnica es una forma de movilizar apoyo. Por ejemplo, el genocidio de Rwanda
fue una manifestación de la lucha por el poder económico y político entre los tutsi, excluidos bajo
el gobierno dominado por los hutu y éstos últimos, excluidos durante el régimen colonial. Lo que
diferencia a estos movimientos es que su búsqueda de la dominación cultural se hace en nombre
de la identidad, cualquiera sea la base de ésta (religiosa, racial, nacional, política, etc.). En efecto,
los militantes hutu alentaron una ideología de odio contra los tutsi y redefinieron su propia identidad
en términos raciales sosteniendo que eran los habitantes originarios y mofándose de los tutsi como
“extranjeros” 18, cuando ambos grupos cohabitaron pacíficamente hasta la llegada de los ingleses.
Este ejemplo sirve para establecer las implicancias que pueden llegar a tener el uso de
determinados conceptos, los cuales son fruto de discursos políticos construidos para justificar
acciones o circunstancias determinadas sin un referente real que los sostenga, pero que pueden
ser usados para mejorar las circunstancias de determinados grupos humanos, o bien para
destruirlos.

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE RAZA?


El concepto de raza, importado desde la biología, se acuñó para hablar de la especie humana en
el siglo XIX por la Antropología Física y éste en un primer momento se sugirió para estudiar las
diferencias fenotípicas. Los primeros clasificadores identificaron cuatro grandes razas: la blanca
13

(europea), la negra (africana), la roja (americana) y la amarilla (asiática). Posteriormente varios


antropólogos y estudiosos propusieron distintas clasificaciones basadas en combinaciones de
caracteres llegando a encontrar veintinueve razas. Algunos autores señalan tres grandes grupos
humanos: caucasoides, mongoloides y negroides que se descompondrían en múltiples razas y
subrazas Sin embargo, hoy en día no existe consenso y el concepto se encuentra prácticamente
obsoleto. Las implicancias simbólicas que dicho concepto tuvo lo trascendieron con creces, y si
bien hace ya medio siglo que el término se ha puesto en cuestión, ha prevalecido en el imaginario
de muchas personas el estereotipo que deriva en última instancia en las prácticas racistas.
En la actualidad, una cosa es clara en torno al término raza: su aceptación muestra una clara
declinación en los diversos ámbitos del conocimiento, sobre todo desde que los biólogos han
completado la secuencia del genoma humano. Craig Venter, uno de los principales científicos que
ha estado a cargo del estudio del genoma humano, señala que: “el concepto de raza es social,
pero no científico... Hay una sola raza, la humana”. Añade que: “las diferencias externas
observables corresponden a rasgos relacionados con la adaptación al medio ambiente controlados
por un número pequeñísimo de genes. Todos evolucionamos en los últimos 100.000 años a partir
del mismo grupo reducido de tribus que emigraron desde África y colonizaron el mundo” 20. Otro
científico, Harold Freeman, que ha estudiado la cuestión de la biología y la raza, dice: “Si se
pregunta qué porcentaje de genes está reflejado en la apariencia externa, sobre la que nos
basamos para establecer la raza, la respuesta es aproximadamente del 0,01%”... “Este es un reflejo
mínimo de nuestra composición genética”. Compartimos el 99’9% del genoma, nos diferenciamos
en un 0’01% y sólo el 10% de eso, es decir, sólo el 0’01% del genoma tiene que ver con esos
caracteres visibles en los que nos apoyamos para dividir a la humanidad en razas” 21.
Precisamente los genes más variables, los relacionados con la inmunidad, no se correlacionan con
ninguna de las razas.
Finalmente, el genetista Douglas Wallace 22, afirma que damos tanta importancia al aspecto
externo porque, de alguna manera, nuestro cerebro está entrenado para distinguir a unos miembros
de la población de otros, por eso nos fijamos en los detalles más aparentes.
Se cuenta una anécdota referida a Marlon Brando en la que este actor, viéndose en uno de sus
viajes en la obligación de rellenar un formulario de inmigración, rellenó el espacio referente a “raza”
con la palabra “humana”. Pues bien, los antropólogos evolucionistas y los genetistas modernos
parecen dar la razón a Marlon Brando. El concepto de raza, según ellos, es un constructo social y
no tiene ninguna base ni fundamento biológico.
Mirando al ADN no se puede separar a las personas por razas y puede haber más diferencias entre
dos personas de “la misma raza” que entre dos personas “de raza diferente”. De hecho, según los
genetistas, la raza humana es una raza joven y genéticamente uniforme; como ha pasado tan poco
tiempo desde su origen, los humanos somos gemelos virtualmente idénticos. La cantidad de
variación genética de la raza humana es muy pequeña, mucho menor de la que cabría esperar de
una población de 6.000 millones de individuos. Los humanos somos una población que creció
rápidamente a partir de unos 10.000 fundadores en África hace 3000 generaciones. La variación
que existe hoy en día es prácticamente la misma que existía cuando el hombre salió de África (dicho
sea de paso, con los datos disponibles actualmente queda claro que todos somos emigrantes
aunque unos hayan llegado antes que otros).
Resumiendo, Pedro Gómez García señala:
• Todos los seres humanos pertenecemos a una sola y única especie, procedente de África,
expandida por el Viejo Mundo hace 70.000 años, y en el Nuevo hace 40.000.
14

• Todas las diferencias genéticas poblacionales son relativamente recientes, resultado de


adaptaciones a las condiciones ecosistémicas y climáticas; de la deriva genética espontánea y la
recombinación; y del mestizaje entre poblaciones. Nunca ha habido “razas puras”. (Las poblaciones
llamadas “blancas” resultaron de mezclas entre poblaciones asiáticas y africanas –cfr. Cavalli-
Sforza–).
• No es posible trazar fronteras genéticas netas entre unas poblaciones humanas y otras.
• Las características genéticas dominantes en una población no se transmiten como un todo
compacto, sino como rasgos sueltos, recombinables, que pueden pasar de una población a otra.
(No hay ningún conjunto estable ni cerrado de rasgos raciales: no hay “razas” como prototipos
permanentes).
• Toda la variabilidad genética de los individuos humanos pertenece a la riqueza del genoma
humano, propio de la especie. Un individuo de una población puede compartir más rasgos
genéticos con individuos de otras poblaciones que con otros individuos de la suya propia. La
variabilidad génica intrapoblacional alcanza el 85% de los rasgos; mientras que la variabilidad entre
una población y otra sólo alcanza el 15% 25.

EL RACISMO
Muchos autores señalan que, si bien el término raza se encuentra hoy en día obsoleto, si se ha
mantenido en el tiempo en cambio el de racismo, como una ideología que fomenta prácticas de
discriminación y segregación. Giddens lo define como “atribuir con falsedad características
heredadas de personalidad o de conducta a los individuos de una apariencia física particular”. De
manera que, en último término, el racismo es “una construcción cultural” 26 en la cual se intenta
justificar con afirmaciones de tipo “científicas” las diferencias en forma y fondo entre personas que
comparte características físicas distintas. En el racismo “se afirma la causalidad entre lo biológico
y lo cultural y se atribuye al grupo juzgado un carácter de peligro inminente para la supervivencia
de la “civilización superior”. El paso siguiente es justificar la transformación de la xenofobia en
racismo y en prácticas violentas, con consignas como la de “solución final” de los nazis para el
“problema judío” o de “limpieza étnica” en los Balcanes de nuestros días”.
El racismo es una ideología que se fundamentó en una primera instancia en un discurso cientificista
a través del cual los grupos dominantes de la época intentaron mantenerse en el poder cuando sus
privilegios y tradiciones se vieron en peligro. A través de él se legitima la subordinación, explotación
y rechazo de ciertos sectores, mediante el argumento de que el grupo despreciado es biológica,
genética y culturalmente inferior, con una menor capacidad intelectual –o de otra índole– sobre la
base de una herencia genética que comparten todas las personas con ciertas características físicas
específicas 28. Es a partir de este razonamiento a través del cual se establece posteriormente una
“jerarquía entre las razas en base a la “calidad” del patrimonio genético, autorizando “naturalmente”
a subordinar a sus intereses e ideas a las menos favorecidas”.
Actualmente siguen existiendo grupos que justifican su accionar sobre la base de esta concepción,
llevando a cabo políticas de exterminio masivo (como la ya mencionada limpieza étnica de los
Balcanes durante los noventa) y además se pueden resabios racistas constantes en el día a día,
en pequeñas acciones cotidianas, como cuando se cuentan chistes de contenido racista o cuando
se insulta a otra persona por su color de piel u origen étnico, o en acciones de carácter más global,
como cuando se organizan grupos neonazis o de “limpieza étnica” que llevan a cabo acciones en
contra de personas negras u homosexuales.
Por otro lado, otros autores señalan las diferencias entre el racismo individual y el institucionalizado
15

en donde el primero suele ser la consecuencia de políticas institucionales de carácter racista más
que el reflejo de la ideología dominante en determinada sociedad: “Las investigaciones de
numerosos investigadores han mostrado cómo las circunstancias institucionales generan el
racismo. Un ejemplo muy fuerte del surgimiento del racismo puede ser encontrado en los informes
de los comerciantes europeos que visitaron las costas de África desde el siglo XVI al XIX. Los
viajeros originales no estaban universalmente prejuiciados en contra de los africanos. En efecto,
muchos estaban impresionados por el alto nivel de la cultura africana. Sin embargo, con la creación
de plantaciones basadas en mano de obra esclava en el Nuevo Mundo, se transformó el comercio
de bienes africanos en tráfico de seres humanos y las actitudes de los europeos sufrió un agudo
cambio. Fue entonces cuando la imagen del salvaje africano, casi animal, se convirtió en
dominante, porque le permitió a los europeos racionalizar el tráfico de esclavos”

De esta forma, cuando se han suprimido las prácticas de racismo institucional, se ha logrado revertir
fuertemente el racismo individual, como lo sucedido en Sudáfrica luego de la caída del apartheid.
Sin embargo, las prácticas de discriminación muchas veces van a encontrar una forma de
justificarse a sí mismas, y hoy en día el discurso científico es un arma de validación clave a nivel
político y cultural y si bien la biología y las ciencias sociales han desechado completamente la idea
de raza, se siguen observando prácticas discriminatorias basadas a en una distinción fenotípica
cuando por ejemplo que no existen las mismas oportunidades de trabajo para blancos, negros o
indígenas. La misma concepción de la belleza humana durante siglos ha estado perneada por una
idea racista que poco a poco se ha ido desmoronando, pero que sin embargo aún prevalece. Las
clases más pudientes de la gran mayoría de países latinoamericanos siguen compartiendo rasgos
europeos, aunque la gran mayoría de habitantes sean mestizos, indígenas, negros o mulatos. En
Estados Unidos y Europa, debido al aumento de las tasas de inmigración europea, asiática y
africana, se ha visto un realce de las actitudes segregacionistas, las cuales tienen componentes
xenófobos y racistas indistintamente...
Se ve entonces que las acciones encaminadas a destruir los prejuicios existentes en torno a la idea
de raza siguen siendo necesarias sin embargo, mientras existan sistemas basados en la exclusión
de un gran número de personas de los beneficios de progreso económico y social van a seguir
existiendo expresiones de algún modo racistas, xenófobas e intolerantes. Hoy en día, a partir de lo
demostrado a través de diversos estudios, provenientes tanto de las ciencias sociales como de las
naturales, dirigidos a subrayar el hecho palpable de la inexistencia de las razas, se ha ido
transformando poco a poco el escenario, y las prácticas de discriminación son cada vez menos
abiertamente racistas.
Por otro lado, la necesidad de establecer diferencias claras entre las personas requiere sin embargo
de alguna estrategia de distinción. Por esta razón hoy en día se ha empezado a utilizar en cambio
el concepto de etnia, el cual se encuentra más ligado a lo cultural y al concepto de estado nación.

Actores del Racismo


Sin duda, uno de los principales actores del racismo es el Estado. En cualquier estrategia que se
adopte frente al racismo, el Estado tiene un papel central. Como ejemplo tenemos los peores casos
de racismo genocida e institucional del siglo XX: el nazismo en Alemania, el apartheid de Sudáfrica,
el conflicto de Ruanda en 1994. En todos ellos los gobiernos tuvieron un papel preponderante tanto
en la promulgación de leyes discriminatorias como en la promoción de valores racistas. No hay que
perder de vista que el Estado tiene en sus facultades responsabilidades fundamentales como la
16

educación, la promulgación de leyes justas, la administración imparcial de justicia, y el


mantenimiento de normas y valores de equidad en la sociedad.
Además, los Estados tienen el deber de proteger los derechos de los ciudadanos de otros países
que vivan dentro de su territorio. El Estado tiene la obligación de:
• Promulgar leyes que prohíban la discriminación racial.
• Establecer los mecanismos propicios que estimulen la vigilancia sobre la incidencia del racismo y
la discriminación racial dentro de instituciones y sociedades.
• Condenar públicamente a las instituciones que incurran en dicho delito.
• Asegurar que se sancionen a las instituciones públicas y a los funcionarios de Estado que niegan
por motivos raciales la impartición de justicia.
El conflicto intra e interestatal está estrechamente asociado con la manipulación política de ideas
raciales y con la polarización social. La movilización política unida a diferencias tanto reales como
imaginadas entre grupos se produce con frecuencia cuando el Estado distribuye los recursos
aplicando criterios étnicos. Los casos de Yugoslavia y Ruanda son representativos. También lo es
la situación de los palestinos en Israel, país en el que el Estado continúa negando un acceso igual
a los recursos y les impide participar abiertamente
en el sistema político.
El racismo puede desatar conflictos que afectan de varias formas la identidad nacional: se afectan
a otras naciones o grupos; aceleran la separación tanto física como social de comunidades; y hace
imposible la identificación con metas trans-sociales e identidades alternativas. En Ruanda y en
Kosovo, por ejemplo, los extremistas se valieron de los temores y frustraciones de la población. El
discurso racista se utilizó para profundizar la desconfianza y el “odio de grupo”, lo que con el tiempo
llevó a una violencia extrema. En Ruanda, las milicias hutus masacraron a los tutsis, y en Kosovo
se expulsaron a los albaneses. En ambos casos se encarceló a hombres, mujeres y niños y se
cometieron violaciones, torturas y asesinatos. Estos crímenes fueron esencialmente actos políticos
de ideología racista.
El lenguaje del odio tiene más posibilidad de provocar conflicto violento cuando las instituciones del
gobierno monopolizan la fuente de información y cuando existen pocos foros públicos que
promuevan el libre intercambio de ideas. El discurso racista, a menudo a través de una mitología
histórica, crea una cultura victimal. Una persona que se siente víctima se convierte en agresor con
mayor facilidad. Son muchos los tipos de difusión del odio que permiten crear una cultura victimal,
pero el discurso racista es particularmente efectivo.

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE ETNIA?


El concepto de etnia es posiblemente uno de los términos más complejos y debatidos en la
actualidad. Algunos autores señalan que la identidad étnica es la versión no biológica de la
identidad racial en donde se establece una actitud personal positiva de integración con un grupo
con el cual se comparten características socioculturales y lingüísticas, otros señalan que ésta se
construye principalmente en torno a la idea de un estado-nación, en tanto que otros señalan que
ésta se utiliza simplemente para distinguir dos comunidades culturalmente diferenciadas que
cohabitan y coexisten con conciencia y necesidad constante de establecer parámetros
diferenciadores. Por último, se señala también que es un concepto heredero del racismo (se habla
incluso de etnicismo) que se ha utilizado con fines políticos, demarcando diferencias culturales con
criterios arbitrarios y posibilitando que en su nombre se comentan genocidios, atentados o cualquier
clase de injusticia discriminatoria.
17

Ahora bien, todas estas perspectivas tienen algo de razón. El concepto de etnia ha venido a sustituir
al de raza en un intento, o más bien necesidad humana de establecer límites y demarcar fronteras:
donde comienza uno y donde están los otros y en este sentido etnia de alguna manera también
hace referencia a aspectos visibles que diferencian a un grupo humano de otro, tales como lengua,
costumbres, rasgos físicos, etc., aunque tiene un grado mayor de complejidad al establecer en su
interior distinciones culturales y por lo tanto mucho más específicas que otras formas de
clasificación.
En una visión clásica del concepto (palabra proveniente del griego ethnos: pueblo) se sostiene
que ésta es una agrupación natural de individuos de igual idioma y cultura. En algunos casos se
señala que etnia viene a ser también el sustituto del término tribu, sin embargo, la primera expresa
en la concepción más antropológica una unidad tradicional de conciencia de especie, en sentido de
encuentro de lo biológico de lo social y de lo cultural: comunidad lingüística y religiosa, relativa
unidad territorial, tradición mítico-histórica (descendencia bilateral a través de un antepasado real
o imaginario) y tipo común de ocupación del espacio. Un grupo cuyos miembros proclaman su
unidad sobre la base de la concepción que ellos hacen de su cultura común especifica. La noción
de etnia en este caso es difícil de precisar porque la realidad sociocultural que ella expresa no es
estática (se hace o se deshace); pero en un momento dado de la historia ofrece rasgos más o
menos coherentes.
Este término además se ha visto cargado de contenido político, ya que sirve como referente
discursivo en los procesos reivindicativos emprendidos por “minorías culturales” que cohabitan
dentro de cada país, y también se ha filtrado en los discursos propios de los estados-nación
actuales que buscan a través de éste consolidar la unidad de dichas comunidades imaginadas, sin
que se pueda decir a ciencia cierta que efectivamente este intento haya tenido éxito (¿quién puede
decir efectivamente que pertenece a la etnia argentina o brasileña o japonesa?). Sí ha servido en
cambio, para distinguir a los pueblos originarios u otro tipo de comunidad, grupo o minoría que
necesitan diferenciarse del resto del país o comunidad con la que cohabita. Por otro lado, Moulines
atribuye ciertas características de los grupos étnicos, partiendo de la base en que sobre esta se
estructuran la idea del estado-nación. Para él “una nación es una etnia que ha tomado
conciencia política de sí misma. La cuestión nacional puede caracterizarse entonces como una
cuestión étnica planteada en términos políticos. Y las relaciones internacionales, en sentido propio,
deberían entenderse como relaciones entre etnias, cada una de las cuales dispone de su propio
programa político de preservación o desarrollo de sí misma”.
La relación entre nacionalismo y etnicismo es fuerte. El nacionalismo es una ideología política
según la cual las fronteras del estado deberían coincidir con las fronteras culturales (Una nación -
un pueblo!). En este sentido el nacionalismo puede ser inclusivo y exclusivo. El nacionalismo
genera participación allí donde no hubiera existido antes esta participación ya que las fronteras de
los estados están definidas arbitrariamente y el hecho de que la gente que cohabita en una nación
se sienta miembro de una comunidad ha sido el resultado de un proceso relativamente nuevo. En
los primeros tiempos de los nacionalismos, pocos pensaban que eran españoles, franceses o
noruegos. Pertenecían principalmente a la familia, a su comunidad local y al estado.
El concepto de etnia ha venido a complementar al de nación. La etnicidad se ha convertido en una
forma de establecer los límites de una nación y de estrechar los lazos de los miembros que la
componen. En muchas ocasiones se superponen sus significados y se usan indistintamente. Por
otro lado, las posiciones más críticas señalan que este la etnia va ligada a la reivindicación territorial,
a prestigio y poder, o, por el contrario, a inmigración, marginalidad, discriminación y pobreza, y que
18

en éste en su versión negativa o etnicista es un una corriente ligada a los procesos donde los
grupos que se encuentran en el poder intentan mantenerse en él apelando a divisiones imaginarias.
En este caso “las ideas de etnia, raza, religión y folklore, expresadas por políticos embusteros,
falsos etnógrafos y antropólogos ignorantes, son la antesala de la violencia.
Siempre se han mostrado como fuerzas inductoras de la discriminación, la imposición, la deificación
o la anatematización. El concepto de etnia es un invento sociológico. Nadie se comporta de una
manera o de otra en función de su pertenencia a tal o cual grupo bioantropológico. Un tiburón actúa
como tiburón porque es tiburón. Pero ser catalán, vasco, valenciano o gallego no son atributos de
especie; ni tampoco un zamorano obra de una manera concreta por serlo”.
Se han visto entonces algunas formas de plantear el concepto de etnia, posturas disímiles y en
algunas ocasiones contrapuestas. Sin embargo se debe aclarar algunos puntos en los cuales
convergen casi todas estas posturas:
• Un grupo étnico es una comunidad que se identifica a sí mismo como tal, es decir, que es
consciente de las características sociales, físicas o culturales que lo diferencian de otro. Este grupo
comparte un sentimiento de identidad o pertenencia, establece lazos de solidaridad, y puede
compartir características tales como la lengua, la religión, rasgos físicos u otros.
• Las etnias en general, pero no exclusivamente, se refieren a grupos que se encuentran en una
posición de minoría o desventaja frente a una sociedad mayor.
• Una etnia es un grupo que tiene conciencia política, es decir, que establece mecanismos y
acciones dirigidas a regular la vida social y el devenir cultural o económico del grupo en cuestión.
• En algunas ocasiones para llevar a cabo dichos objetivos políticos se pueden establecer divisiones
en base a elementos arbitrarios que no se condicen con la realidad cultural de los miembros de una
comunidad. Esta misma naturaleza abstracta de lo que constituye una etnia ha llevado a establecer
en algunos casos la similitud entre etnia y nación, en donde ésta se constituiría como grupo étnico
por compartir una historia común, lengua, religión, costumbres y además por poseer un plan político
común.
Es posible que haya razones para criticar algunos de los usos que se le dan al término hoy en día,
pero es un concepto que ayuda a esclarecer diferencias culturales que son palpables en América
latina actualmente y que ha servido como referencia en los procesos reivindicativos de los grupos
indígenas que necesitan establecerse como un grupo con una identidad definida y con conciencia
política ante la sociedad mayor.
Multietnicidad versus minorías étnicas.
Muchas sociedades en el mundo actual, tanto en el industrializado como en tercer mundo, son
sociedades plurales, es decir, habitadas por múltiples étnias que, originales o no, son
significativamente grandes o importantes para sus países. Según Kottak, “En medio de la
globalización, gran parte del mundo, incluido todo el “Occidente democrático”, está experimentando
un “resurgimiento étnico”. La nueva reafirmación de los grupos étnicos tradicionales se extiende a
vascos y catalanes en España, bretones y corsos en Francia,
galeses y escoceses en el Reino Unido, por citar sólo unos mínimos ejemplos Estados unidos y
Canadá se están volviendo cada vez más multiculturales, centrándose en su diversidad étnica”
(Kottak, 1997:42).
Las distinciones étnicas son raramente “neutrales”. Estas son asociadas frecuentemente con
acusadas desigualdades de riqueza y poder, así como con antagonismos entre los grupos, donde
se destacan las llamadas minorías étnicas o grupos minoritarios.
Normalmente las minorías étnicas se reconocen a si mismos como una minoría dentro de una
sociedad mayor, pero a ese reconocimiento ayudan las conductas estereotipadas por parte de la
19

población mayor y el sentimiento de ser discriminados por parte de la población minoritaria y donde
el concepto de razas en contacto juega un papel muy importante para justificar las diferencias
imaginadas o reales, de manera tal que la minorías étnicas concentran su atención en su situación
si:
1. Sus miembros son perjudicados como resultado de la discriminación, abierta o encubierta contra
ellos;
2. Los miembros de la minoría desarrollan algún sentido de solidaridad de grupo o de pertenencia
común, y
3. Los grupos minoritarios están en general física y socialmente aislados de la comunidad más
amplia. (Ver Giddens, 1993: 290).
A su vez, la etnicidad, tomada como minoría, especialmente en Iberoamérica, toma la connotación
de valor de clasificación social, al identificar al indio como perteneciente a una clase social inferior,
sólo por su condición étnica; es más, esta clasificación parece servir a toda la sociedad no indígena,
incluso para los más pobres de ella, que ven al indio bajo el estereotipo de inferior social, económico
y culturalmente. Esta diferencia de clase es tomada a menudo como referencia cultural de los más
pobres con aspiraciones de ascenso social, que miran con desprecio que algún pariente llegue
incluso a casarse con un “indio”.
A partir de la percepción de minoría étnica inferior existente tanto en la población mayoritaria como
en la población étnica, autores como Esteva-Fabregat ven surgir el “sentimiento de extranjería en
términos de identidad”. “En su origen los nacionales contemporáneos, y con éstos los que dirigen
las funciones políticas, económicas y culturales del país, todos fueron primero europeos y
extranjeros –dice Esteva-Fabregat refiriéndose al caso norteamericano– empero, fueron también
éstos los que construyeron y desarrollaron las instituciones actuales, con lo cual resulta que los
indios fueron, primero, políticamente rebasados, y después culturalmente extrañados” (Esteva-
Fabrega:105-6).

Lengua y cultura

Las lenguas son seguramente la más alta creación del ingenio humano, y cada lengua es un
testimonio único de la facultad creativa del ser humano. Constituyen la expresión de una cultura y
un medio de comunicación. Moldean la cultura y son reflejo de ella. El idioma es un instrumento al
servicio de la comunidad que lo utiliza; siempre en evolución, las lenguas cambian a la par que las
culturas. La importancia de un idioma está en relación no tanto a sus cualidades intrínsecas, sino
al papel que juega en el pueblo que lo utiliza, ya sea en el plano político, económico, religioso o
cultural.
Las lenguas no sólo son instrumentos sumamente propicios a la comunicación, sino que reflejan
también una determinada percepción del mundo: son el vehículo de sistemas de valores y
expresiones culturales, y constituyen un factor determinante de la identidad de grupos e
individuos. Las lenguas representan una parte esencial del patrimonio vivo de la humanidad.
La lengua es un elemento decisivo de la sociedad humana, que resulta fundamental para configurar
y expresar la identidad de la persona y la del grupo. Es asimismo un instrumento de importancia
primordial para la comunicación entre unos y otros. No cabe duda de que, tratándose de los medios
para mejorar el “aprender a vivir juntos”, se debe considerar la función que desempeñan la lengua
y la comunicación lingüística en la interacción de los seres humanos. La humanidad ha creado
miles de lenguas, recíprocamente incomprensibles en su mayoría. La mayor parte de las personas
20

vienen al mundo en familias donde se habla un solo idioma, con el que se crían. Ahora bien, las
lenguas de muchas personas tienen muy poca o ninguna cabida en la enseñanza; muchas naciones
y comunidades son plurilingües y tropiezan, por consiguiente, con graves problemas de
comunicación interna.
Un panorama general del estado actual de las lenguas en el mundo muestra que:
• Más del 50% de las 6.000 lenguas del mundo corren peligro de desaparecer.
• 96% de las 6.000 lenguas que hay en el mundo son habladas por 4% de la población mundial.
• 90% de las lenguas del mundo no están representadas en Internet.
• Una lengua por término medio desaparece cada dos semanas.
• 80 % de las lenguas africanas carecen de trascripción escrita.
• En tan sólo 8 países se concentran la mitad de todas las lenguas del mundo: Papua-Nueva Guinea
(832), Indonesia (731), Nigeria (515), India (400), México (295), Camerún (286), Australia (268) y
Brasil (234).
• Las investigaciones demuestran que la enseñanza combinada de la lengua materna y la lengua
dominante permite a los niños obtener mejores resultados en la escuela, a la vez que estimula su
desarrollo cognitivo y su capacidad para el estudio.
• Niños y adultos pueden aprender otra lengua sin que se altere por ello el dominio de la suya
propia.
Las lenguas de la mayoría de las naciones y de sus habitantes no se reconocen en el plano
internacional. Aunque la lengua propia constituye para cada individuo un bien único e inestimable
–entre otras cosas, y no la menos importante de ellas, por la estrecha relación del idioma y la
cultura– y aunque la diversidad de las lenguas y culturas pueda ser también muy valiosa, es
precisamente esta diversidad la que al mismo tiempo causa problemas graves a los individuos y a
las sociedades. Existen problemas de comunicación lingüística en múltiples planos y en ámbitos
muy diversos.
El “aprender a convivir mejor” plantea problemas apremiantes, desde el punto de vista de las
políticas públicas, especialmente, en el ámbito de la educación. Algunos de estos problemas son:
1. La diferente ’condición’ de los idiomas en el plano nacional e internacional;
2. La importancia del(los) idiomas(s) en que se imparte la enseñanza;
3. La enseñanza de uno o de varios idiomas extranjeros;
4. Las estrategias de enseñanza y de aprendizaje de idiomas.
Diversidad lingüística: conflictos y lecciones.
Muy pocos países son verdaderamente unilingües, algunos “fingen” serlo por lo general haciendo
caso omiso de la existencia de lenguas minoritarias o restándole importancia.
Los países plurilingües difieren mucho por la forma en que escogen el o los idiomas de los
intercambios en el territorio nacional. A menudo se opta por un idioma, y a veces por dos o tres. El
idioma escogido es el que habitualmente habla la mayoría de la población, pero a veces se elige
una de las pocas lenguas “internacionales” –el inglés, en muchos casos– o una lengua franca más
neutral. Sea cual sea la lengua que se escoja, el objetivo principal suele ser mejorar el proceso de
comunicación en el ámbito nacional reduciendo y simplificando la diversidad lingüística. A veces,
un objetivo conexo, si bien no siempre enunciado claramente, es construir una nación más
homogénea y fomentar la identidad nacional, lo
cual con frecuencia da por resultado un menoscabo de la diversidad cultural.
La promoción de una lengua –ya sea en el plano nacional o internacional– está muy relacionada
con el ejercicio del poder económico y social. Aunque es común propugnar que no se debería
21

menospreciar a nadie a causa del carácter (minoritario) de su idioma, el hecho es que, en un


contexto de comunicación plurilingüe, los hablantes que tienen el idioma preferido por lengua nativa
poseen una ventaja sobre los demás. Ahora bien, la supremacía nacional o internacional de una
lengua no suele ser la causa de la potencia económica y política sino más bien su resultado. Aunque
se suela aceptar como una necesidad, está generalmente admitido que la “simplificación” de los
contextos multilingües a escala nacional o internacional entraña una amenaza de uniformidad
lingüística y cultural. Además, oponerse a la pérdida de diversidad haciendo hincapié en la
necesidad de ésta o exagerándola, puede conducir a la intolerancia y al rechazo de otras culturas.
Por añadidura, las declaraciones sobre la impresionante disminución de la diversidad lingüística y
cultural no siempre están desprovistas de exageración retórica.
Por estrecha que sea la vinculación de la lengua y la cultura, la pérdida parcial o –de hecho– total
de una lengua no supone necesariamente la desaparición concomitante de la cultura
correspondiente o de parte de ella. En la medida en que todas y cada una de las lenguas poseen
la capacidad de expresar diversas culturas o subculturas, toda cultura o subcultura puede ser
expresada a su vez en diferentes lenguas. De manera análoga, se puede sobreestimar la posición
de monopolio que se haya conferido a una lengua en la comunicación entre países o a escala
mundial. Los idiomas “mundiales” se suelen utilizar sólo para determinados objetivos y en un
número limitado de situaciones. Por otra parte, cuanto más hablen esos idiomas personas de
orígenes lingüísticos más y más diversos, más posibilidades habrá de que las personas para las
que no es la lengua nativa se vayan “apoderando” de la vertiente particular, vale decir, del “modelo”
mundial del idioma en cuestión. Como consecuencia, quienes sí lo tienen por lengua nativa se
sentirán “desposeídos” y acabarán teniendo la impresión de que ese nuevo modelo de su propio
idioma –cada vez más “neutro” desde el punto de vista cultural– les parecerá tan ajeno como su
lengua a los extranjeros que la utilizan. La consideración anterior es, según parece, de especial
actualidad para la política de comunicación interna de las organizaciones internacionales, como la
Unión Europea, donde convergen muchos idiomas. Si por razones prácticas se necesitara reducir
drásticamente el número de idiomas de trabajo, pasar de tantos a sólo uno supondría una
preferencia menos excesiva de lo que a menudo se cree para los hablantes nativos de ese idioma.

Diversidad lingüística
Contrariamente a la ideología subyacente a los nacionalismos de los Estados-Nación, la
heterogeneidad lingüística de las poblaciones que los componen es más la regla que la excepción.
Baste pensar que se hablan entre cinco y seis mil lenguas en el mundo, repartidas entre los
aproximadamente doscientos Estados-Nación actuales. Iberoamérica no es la excepción. Según
estimaciones del Instituto Lingüístico de Verano, en el continente americano se hablan
aproximadamente mil lenguas distintas. Una de las regiones con menor diversidad lingüística es
Europa (aunque también con menor extensión territorial), pero aun ahí, la pluralidad lingüística de
los Estados nacionales es lo común y cada vez más. Si las lenguas europeas se exportaron al
mundo entero durante la gran expansión de Europa entre los siglos XVI y XIX, en el XX las grandes
migraciones causadas por las guerras, la represión política y el subdesarrollo económico, están
trasladando las lenguas de las excolonias europeas a los países metropolitanos. De modo que a la
ya de por sí considerable diversidad idiomática nativa, debe agregarse ahora la proveniente del
traslado de lenguas resultante de las grandes migraciones del siglo XX. La diversidad lingüística
nativa en Latinoamérica es de naturaleza distinta a la existente en la Península Ibérica. En tanto en
ella el número de lenguas distintas es más bien reducido (catalán, vasco, aranés, castellano,
gallego y portugués, más algunas variantes de estas lenguas), están cercanamente emparentadas
22

(todas descienden del latín) con excepción del vasco, el número de hablantes de la mayoría de
ellas se cuenta en millones (excepto el aranés) y son poblaciones mayoritariamente urbanas, con
índices elevados de alfabetización y bilingüismo. En cambio, en Latinoamérica las lenguas nativas
se cuentan por cientos, repartidas en numerosos troncos y familias lingüísticas sin relación genética
entre sí o con un parentesco muy lejano, la mayoría de las comunidades de lenguas amerindias
son usualmente pequeñas (entre 500 y 50.000 hablantes), muy pocas lenguas rebasan el millón de
hablantes (maya, náhuatl, quiché, quechua, aimara), y se asientan mayoritariamente en
poblaciones rurales dispersas, con índices de bilingüismo muy variables y muy bajos índices de
alfabetización
Ciertamente los diferentes grados de bilingüismo en las comunidades amerindias representan un
factor adicional de complejidad para el diseño de programas educativos. Tenemos desde
comunidades donde la proficiencia en la lengua ancestral es muy reducida, con el español casi
como lengua nativa, hasta comunidades monolingües en el idioma aborigen.
Sin embargo, si los programas son realmente bilingües, esto no debería ser un problema de política
educativa, sino de metodología bilingüe, para lograr que los egresados desarrollaran las habilidades
lingüísticas básicas (comprensión y producción oral, lectura y escritura) en ambos idiomas,
independientemente de su proficiencia inicial.

Como consecuencia de las condiciones anteriores, el diseño e instrumentación de una educación


lingüísticamente adecuada para la población nativa en Latinoamérica aparece como un reto
formidable, ya que se trata de trabajar con muchas lenguas distintas (formación de maestros,
materiales didácticos, libros de texto, desarrollo y difusión de normas escritas, etc.) relativamente
para pocos hablantes, lo que eleva mucho el costo de la educación por individuo si realmente se
desea ofrecer una educación de calidad. Un factor importante en países con limitados recursos
como los latinoamericanos.
Por otra parte y contrariamente a las creencias populares, no existen criterios lingüísticos para
separar una lengua de otra. En realidad, las conceptualizaciones lingüísticas de la noción de
LENGUA son bastante abstractas y relativas. Ciertamente lo que encontramos es una gran
variedad de hablas que se agrupan de manera distinta según el criterio de análisis que se utilice.
Lo que esto quiere decir es que la noción de LENGUA es una abstracción analítica, cuyo referente
objetivo depende del nivel de análisis que se adopte. El español hablado en México, Perú, Argentina
o España puede ser tratado como ´dialecto´ de la lengua castellana, o bien como ´lengua´ en sí
misma con sus respectivos dialectos regionales, los que también pueden considerarse como
lenguas (en tanto unidades analíticas) con sus respectivos dialectos locales, y así sucesivamente.
Es decir, desde un punto de vista de la lingüística del sistema, de la gramática de las lenguas, las
nociones de LENGUA y DIALECTO no tienen un referente absoluto, sino que son categorías
analíticas relativas. Por otro lado, desde un punto de vista sociolingüístico y más cercano al sentido
no técnico de la noción de LENGUA y DIALECTO, por “lengua” se entiende la variedad lingüística
“culta” o estandarizada que se utiliza como lengua oficial en los medios de comunicación, en la
educación y, en general, en las funciones comunicativas públicas e institucionales. Un “dialecto”
sería lo opuesto a lo anterior: una variedad de uso local e informal en actividades privadas. Justo
la situación de los idiomas amerindios. Lo anterior no significa que éstos últimos no sean “lenguas”
o “idiomas” o que sean inherentemente inferiores en algún sentido a las lenguas nacionales.
Significa sólo que las lenguas indígenas han sido excluidas de las funciones comunicativas
públicas, y que para recuperar su funcionalidad es necesario adaptarlas mediante la creación de
23

una norma más o menos estandarizada que permita su uso público y masivo en lugar del uso
esencialmente local al que han sido relegadas hasta ahora.
La variedad de acepciones de LENGUA hace difícil incluso algo tan aparentemente elemental como
es saber cuántas y cuáles lenguas deben atender los servicios educativos. En primer lugar, porque
los agrupamientos lingüísticos no son entidades claramente delimitables y, por tanto, innumerables.
Así por ejemplo, las lenguas escandinavas (danés, sueco y noruego, con excepción del islandés)
son variedades muy cercanas e inteligibles entre sí; sin embargo, se les reconoce el estatuto de
“lenguas” distintas por razones políticas.
Lo mismo ocurre con las lenguas romances, cuyos límites corresponden a fronteras políticas, no
lingüísticas (Italia, Francia, España, Cataluña, etc.). Por otra parte, los “dialectos” del alemán o del
chino son variedades de difícil inteligibilidad entre sí; no obstante, se les considera una sola lengua.
Lo mismo ocurre con las lenguas amerindias, aunque por otras razones. Por ejemplo, el zapoteco,
el mixteco o el chinanteco hablados en el sur de México son en realidad complejos lingüísticos muy
diferenciados, es decir, grupos de “lenguas” distintas; sin embargo, se les considera como una sola
“lengua”, con las consiguientes dificultades para la acción educativa. Es como tratar de establecer
un programa bilingüe inglés-“romance”.

El derrumbe de cinco mitos en torno a la diversidad

El Informe de Desarrollo Humano 2004 señala que: “Las políticas que reconocen las identidades
culturales y favorecen la diversidad no originan fragmentación, conflictos, prácticas autoritarias ni
reducen el ritmo del desarrollo. Tales políticas son viables y necesarias, puesto que lo que suele
provocar tensiones es la eliminación de los grupos que se identifican culturalmente”. Luego, frente
a la pregunta ¿Por qué se han eliminado o ignorado por tanto tiempo muchas de las identidades
culturales del mundo? explica que un motivo es que muchos consideran que permitir el desarrollo
de la diversidad puede ser beneficioso en teoría, pero en la práctica podría debilitar el Estado,
causar conflictos y retardar el desarrollo. Según esta perspectiva, la mejor manera de aproximarse
a la diversidad es a través de la asimilación en torno a un estándar nacional único que pueda
conducir a la eliminación de las identidades culturales.
Sin embargo, el Informe de Desarrollo Humano sostiene que éstas no son premisas, sino mitos y
que adoptar un enfoque multicultural no sólo es conveniente, sino también viable y necesario. Sin
tal enfoque, los problemas que el imaginario le adscribe a la diversidad pueden transformarse en
profecías auto cumplidas. Estos mitos son los siguientes:

MITO 1
Las identidades étnicas de una persona compiten con su compromiso con el Estado, de modo que
existe una disyuntiva entre el reconocimiento de la diversidad y la unificación del Estado.
No es así. Las personas pueden y de hecho tienen múltiples identidades complementarias: etnia,
lengua, religión y raza, al igual que ciudadanía. La identidad tampoco es una dinámica excluyente,
pues no es necesario elegir entre la unidad del Estado y el reconocimiento de las diferencias
culturales.
Para los individuos es importante tener sentido de identidad y pertenencia a un grupo en que se
compartan valores y otros vínculos culturales. Pero cada individuo se puede identificar con varios
grupos distintos. Las personas poseen una identidad de ciudadanía (por ejemplo, ser francés),
género (ser mujer), raza (ser originario de África Occidental), lengua (hablar con fluidez tailandés,
chino e inglés), política (tener tendencias de izquierda) y religión (ser budista).
24

La identidad también tiene una dimensión opcional: dentro de estas agrupaciones, los individuos
pueden elegir qué prioridad asignarle a una con respecto a otra dependiendo de los cambios en las
circunstancias. Por ejemplo, es posible que los estadounidenses de origen mexicano alienten al
equipo de fútbol mexicano, pero presten servicio en el Ejército de Estados Unidos; asimismo
muchos sudafricanos blancos decidieron luchar contra el apartheid. Según los sociólogos, los
límites de la identidad de las personas separan el “nosotros” del “ellos”, pero estos límites son
móviles y pueden desaparecer para incorporar a grupos más amplios de personas.
La “formación de la nación” ha sido un objetivo crucial del siglo XX, y la mayor parte de los estados
han intentado crear naciones culturalmente homogéneas con identidades singulares. A veces lo
han logrado, aunque a costa de la represión y la persecución. Si algo demostró la historia del siglo
XX es que el intento de exterminar a los grupos culturales o el deseo de eliminarlos provoca una
pertinaz resistencia. En cambio, reconocer que existen diferentes identidades culturales ha resuelto
tensiones que parecían interminables. En consecuencia, por motivos prácticos y morales, es mucho
mejor dar cabida a los grupos culturales que tratar de eliminarlos o pretender que no existen.
Los países no están obligados a elegir entre unidad nacional y diversidad cultural. Los estudios
indican que ambas pueden coexistir y, de hecho, con frecuencia así lo hacen. En una encuesta
aplicada a los ciudadanos belgas, éstos respondieron en forma abrumadora que se sentían tanto
belgas como flamencos o valones; de la misma manera, los ciudadanos de España respondieron
que se sentían tanto españoles como catalanes o vascos.
Estos países y otros se han esforzado por acoger diversas culturas. También se han esforzado por
crear la unidad, fomentando el respeto por las identidades y la confianza en las instituciones del
Estado. Los estados se han mantenido unidos. Los inmigrantes no necesitan abandonar el
compromiso con sus respectivas familias en sus países de origen cuando establecen lealtades con
sus nuevos países. Los temores de que al no “asimilarse” al país de acogida, los inmigrantes
podrían fragmentar el país no tienen fundamento. La asimilación sin acceso otras alternativas ya
no es un modelo de integración viable ni tampoco necesario. Diversidad y unidad del Estado no
constituyen una disyuntiva. Una forma de crear estados diversos y unificados es a través de las
políticas multiculturales.

MITO 2
Los grupos étnicos tienden a entrar en conflictos violentos entre sí por choques de valores, de modo
que se produce una disyuntiva entre respetar la diversidad y mantener la paz. No es así. Existe
escasa información empírica que indique que las diferencias culturales y los choques en torno a
valores constituyan en sí una causa de conflictos violentos. Si bien es cierto que los conflictos
violentos que han estallado, particularmente desde el final de la Guerra Fría, no han sido tanto entre
estados sino entre los grupos étnicos que viven en ellos, las recientes investigaciones de los
estudiosos sobre las causas de este fenómeno coinciden ampliamente en que las diferencias
culturales en sí no constituyen el factor principal. Algunos incluso sostienen que la diversidad
cultural reduce el riesgo de conflicto en la medida en que dificulta la movilización de los grupos
afectados.
Los estudios proporcionan varias explicaciones para estas guerras: desigualdades económicas
entre los grupos, así como las luchas por el poder político, la tierra y otros activos económicos. Por
ejemplo, en Fiji los indígenas fijianos iniciaron un golpe de estado contra el gobierno controlado por
la India porque temían confiscaciones de tierras y en Sri Lanka, la mayoría cingalesa obtuvo el
poder político, pero la minoría tamil tenía acceso a más recursos económicos, lo que desencadenó
décadas de conflicto civil. Por otra parte, en Burundi y Rwanda, en diferentes momentos, los tutsi y
25

los hutu fueron víctimas de exclusión en términos de oportunidades económicas y participación


política.
La identidad cultural efectivamente desempeña un papel en estos conflictos, pero no en cuanto
causa, sino como elemento impulsor de la movilización política. Los dirigentes invocan una
identidad única, sus símbolos y su historia de resentimientos para “reunir a las tropas”. Ahora, la
falta de reconocimiento cultural también puede desencadenar movilizaciones violentas, como en el
caso de Sudáfrica, donde si bien es cierto la causa de fondo de los disturbios de Soweto en 1976
fue la desigualdad, su desencadenamiento se debió a los intentos por imponer el afrikaans en las
escuelas negras.
Aunque la coexistencia de grupos culturalmente distintos no constituye en sí una causa del estallido
de conflictos violentos, resulta peligroso permitir que entre ellos se profundicen las desigualdades
económicas y políticas o que se eliminen las diferencias culturales, porque es muy fácil movilizar a
los grupos culturales para protestar contra estas disparidades arguyendo su injusticia.
No existe una disyuntiva entre la paz y el respeto de la diversidad, pero se debe manejar la política
de la identidad para impedir que ésta conduzca a la violencia.

MITO 3
La libertad cultural exige defender las prácticas tradicionales, de modo que podría haber una
disyuntiva entre reconocer la diversidad cultural y otras prioridades del desarrollo humano, como el
progreso en el desarrollo, la democracia y los derechos humanos. No es así. La libertad cultural
consiste en ampliar las opciones individuales y no en preservar valores ni prácticas como un fin en
sí con una lealtad ciega hacia las tradiciones. La cultura no es un conjunto estático de valores y
prácticas. Se recrea constantemente en la medida en que las personas cuestionan, adaptan y
redefinen sus valores y prácticas ante el cambio de la realidad y el intercambio de ideas. Algunos
sostienen que el multiculturalismo como política apunta a conservar culturas, e incluso prácticas,
que violan los derechos humanos y que la gestión de los movimientos
que propician el reconocimiento cultural no es democrática. Pero no se debe confundir la libertad
cultural ni el respeto por la diversidad con la defensa de la tradición. La libertad cultural es que la
gente pueda vivir y ser aquello que escoge y contar además con la posibilidad adecuada de optar
también por otras alternativas.
“Cultura”, “tradición” y “autenticidad” no son sinónimos de “libertad cultural”. No existen razones
aceptables que permitan prácticas que nieguen a los individuos la igualdad de oportunidades y
violen sus derechos humanos, como negar a las mujeres el mismo derecho a la educación.
Es posible que los grupos de intereses dirigidos por personas que se erigen como líderes no
representen las posiciones de los miembros en general. En efecto, es frecuente que los grupos
estén dominados por personas con cierto interés en mantener el status quo sobre la base del
argumento de la “tradición”, quienes pueden terminar actuando como guardianes del
tradicionalismo para inmovilizar sus culturas. Aquellos que plantean demandas de acogida cultural
también deberían guiarse por los principios democráticos y los objetivos de libertad personal y
derechos humanos. Un buen modelo lo constituye el pueblo sami de Finlandia, el cual, organizado
en un parlamento con estructuras y procedimientos democráticos, disfruta de autonomía aunque
forma parte del estado finlandés.
No existe una disyuntiva ineludible entre el respeto por la diferencia cultural y los derechos humanos
y el desarrollo. Pero el proceso de desarrollo debe incluir la participación activa del pueblo en la
lucha por los derechos humanos así como cambios en los valores.
26

MITO 4
Los países étnicamente diversos son menos capaces de desarrollarse, de modo que existe una
disyuntiva entre el respeto de la diversidad y la promoción del desarrollo. No es así. No existen
indicios de una relación clara, positiva o negativa, entre la diversidad cultural y el desarrollo. Pese
a ello, algunos sostienen que la diversidad ha representado un obstáculo para el desarrollo. Pero,
aunque no se puede negar que muchas sociedades diversas exhiben bajos niveles de ingreso y de
desarrollo humano, no existen pruebas de que esto se relacione con la diversidad cultural. Un
estudio sostiene que la diversidad sería responsable en parte de los deficientes resultados
económicos de África, pero en realidad estos resultados se deben a decisiones políticas que
favorecen más ciertos intereses étnicos en desmedro de los nacionales y no a la diversidad en sí.
Así como algunos países multiétnicos se han estancado, otros realmente han prosperado. Por
ejemplo Malasia, donde el 62% de la población es malaya o de otro origen indígena, el 30% chino
y el 8% indio, ocupó el décimo lugar en términos de crecimiento económico mundial entre los años
1970 y 1990, período durante el cual también implementó políticas de discriminación positiva; luego
está también Mauricio, un país con una población diversa de origen africano, indio, chino y europeo
y donde el 50% es hindú, el 30% cristiano y el 17% musulmán, que ocupa el lugar 64 del Índice de
Desarrollo Humano, el más alto de los países de África Subsahariana.

MITO 5
Algunas culturas tienen más posibilidades de avanzar en materia de desarrollo que otras y algunas
culturas tienen valores democráticos inherentes, mientras que otras no, de modo que existe una
disyuntiva entre acoger ciertas culturas y promover el desarrollo y la democracia Nuevamente una
falacia. No existen pruebas provenientes de análisis estadísticos o estudios históricos que indiquen
una relación causal entre cultura y progreso económico o democracia. El determinismo cultural –la
idea de que la cultura de un grupo explica los resultados económicos y el avance de la democracia
como obstáculo o facilitador resulta sumamente atractivo desde la perspectiva del lego. Pero ni el
análisis econométrico ni la historia respaldan estas teorías.
Se han propuesto muchas teorías de determinismo cultural, comenzando por la interpretación que
realizó Max Weber de la ética protestante como factor clave tras el crecimiento exitoso de las
economías capitalistas. Bastante convincentes en su explicación del pasado, estas teorías han
errado una y otra vez en su predicción del futuro. Cuando se promovía la teoría de Weber en cuanto
a la ética protestante, los países católicos (Francia e Italia) crecían más rápido que las protestantes
Gran Bretaña y Alemania, de modo que la teoría se amplió más allá de los límites del protestantismo
bajo el epíteto de cristiano u occidental. Cuando Japón, la República de Corea, Tailandia y otros
países de Asia Oriental alcanzaron tasas de crecimiento récord, se tuvo que desechar la noción de
que los valores confucianos retardaban el crecimiento.
Comprender las tradiciones culturales puede arrojar luz sobre el comportamiento humano y la
dinámica social que influyen en los resultados del desarrollo. Pero estos conocimientos no ofrecen
una teoría global de la cultura y el desarrollo. Por ejemplo, al explicar las tasas de crecimiento
económico, se concluye que la política económica, la geografía y la carga de enfermedades
constituyen importantes elementos de juicio. Sin embargo, se observa que la cultura, es decir, si
una sociedad es hindú o musulmana, es insignificante.
Lo mismo es válido con respecto a la democracia. Una nueva ola de determinismo cultural está
comenzando a predominar en algunos debates sobre políticas públicas, el cual atribuye los fracasos
de la democratización en el mundo no occidental a rasgos culturales inherentes como la intolerancia
y los “valores autoritarios”. A nivel global, algunos teóricos han sostenido que durante el siglo XXI
27

se presenciará un “choque de civilizaciones” y que el futuro de los estados occidentales


democráticos y tolerantes se ve amenazado por los estados no occidentales con valores más
autoritarios. Existen motivos para mantenerse escéptico al respecto. Por una parte, la teoría
exagera las diferencias entre lo que se considera una y otra “civilización”, a la vez que ignora las
similitudes entre ellas.
Por otra parte, Occidente no detenta el monopolio de la democracia o la tolerancia y no existe una
línea divisoria histórica única entre un Occidente tolerante y democrático y un Oriente despótico. El
pensamiento de Platón y de Agustín no fue menos autoritario que el de Confucio y el de Kautilya.
No sólo en Europa hubo defensores de la democracia sino también en otras partes del mundo. Por
ejemplo, Akbar, que predicó la tolerancia religiosa en la India del siglo XVI, o el Príncipe Shotoku,
quien en el Japón del siglo VII implantó la constitución (kempo) que insistía en que “las decisiones
sobre materias importantes no deben ser tomadas por una sola persona, sino tratadas por varias”.
En África y otras regiones, las nociones de toma de decisiones participativa sobre temas públicos
importantes han formado parte fundamental de muchas tradiciones. Y las conclusiones más
recientes del Estudio Mundial de Valores indican que las personas de los países musulmanes
apoyan los valores democráticos tanto como aquellas de los países no musulmanes. Un problema
básico de estas teorías es el supuesto implícito de que la cultura es en gran medida fija e invariable,
lo que permite que el mundo se divida perfectamente en “civilizaciones” o “culturas”. Esto ignora el
hecho de que aunque existe una gran continuidad en los valores y tradiciones de las sociedades,
las culturas también cambian y rara vez son homogéneas. Casi todas las sociedades han sufrido
cambios en los valores: por ejemplo, cambios en los valores con respecto al papel de la mujer y la
igualdad de género durante el siglo pasado. Además, en todas partes se han producido cambios
radicales en las prácticas sociales, tanto entre los católicos de Chile como entre los musulmanes
de Bangladesh y los budistas de Tailandia.
Tales cambios y tensiones dentro de las sociedades impulsan el cambio político e histórico, de
modo que la forma en que las relaciones de poder afectan esa dinámica es hoy materia primordial
de la investigación antropológica. Paradójicamente, justo en el momento en que los antropólogos
descartan el concepto de cultura como fenómeno social claramente delimitado y fijo, surge un
creciente interés desde la política convencional por descubrir los valores y rasgos esenciales de un
“pueblo y su cultura”. Las teorías del determinismo cultural merecen una evaluación crítica, puesto
que sus implicancias en materia de políticas son peligrosas. Pueden incitar apoyo a políticas
nacionalistas que denigran u oprimen a culturas consideradas “inferiores” y un obstáculo para la
unidad nacional, la democracia y el desarrollo. Tales ataques a los valores culturales luego podrían
fomentar reacciones violentas que, a su vez, podrían alimentar tensiones tanto dentro como entre
las naciones.

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