Los 12 Frutos Del Espíritu Santo

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¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO

1. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad.


2. es el amor del padre y del hijo, y procede de ambos.
3. Recibe, con el Padre y el Hijo, la misma a adoración y gloria.
4. Tiene la misión divina de santificar y conducir a la iglesia.
5. Asesora de manera especial al papa, sucesor de san Pedro.
6. Lo recibimos en nuestro bautismo, y habita en nosotros.
7. También en la confirmación, para ser testigos y apóstoles de Cristo.

TEMA: LOS 12 FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO.

LOS 12 FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO ¿SABES CUÁLES SON?

Los frutos del Espíritu Santo en realidad son incontables, aunque la Iglesia nos
muestra 12 a manera de ejemplo, siguiendo la enseñanza de San Pablo.

Los Frutos del Espíritu Santo.


La tradición de la Iglesia, siguiendo la Carta de San Pablo a los Gálatas (Ga 5,22-
23), enumera 12 Frutos del Espíritu Santo: “caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia,
continencia, castidad”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que los Frutos del Espíritu son
perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la
gloria eterna.

1º AMOR Es el primero de los frutos del Espíritu Santo, fundamento y raíz de todos
los demás. Siendo El, la infinita caridad, o sea, el Amor Infinito, es lógico que
comunique al alma su llama, haciéndole amar a Dios con todo el corazón, con todas
las fuerzas y con toda la mente y al prójimo por amor a Dios. Donde falta este amor
no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida
eterna, ninguna verdadera y completa felicidad. Es lógico, también, que la caridad
sea un dulcísimo fruto, porque el amor de Dios, es alcanzar el propio fin en la tierra
y es el principio de esta unión en la eternidad. CARIDAD
Es el primer y principal fruto del Espíritu Santo. El amor, la caridad, es la primera
manifestación de nuestra unión con Cristo. La caridad delicada y operativa con
quienes conviven o trabajan en nuestros mismos quehaceres es la primera
manifestación de la acción del Espíritu Santo en el alma.

2. GOZO

La alegría es consecuencia del amor, por eso al cristiano se le distingue por su


alegría, que permanece por encima del dolor y del fracaso.

3. Paz

La paz, fruto del Espíritu Santo, es ausencia de agitación y el descanso de la


voluntad en la posesión estable del bien. Esta paz supone la lucha constante contra
las tendencias desordenadas de las propias pasiones.

4. Paciencia

Las almas que se dejan guiar por el Paráclito producen el fruto de la paciencia, que
lleva a soportar con igualdad de ánimo, sin quejas ni lamentos estériles, los
sufrimientos físicos y morales que toda vida lleva consigo.

5. Longanimidad

Este fruto del Espíritu Santo da al alma la certeza de que –si pone los medios, si
hay lucha ascética, si recomienza siempre- se realizarán esos propósitos, a pesar
de los obstáculos objetivos que se pueden encontrar, a pesar de las flaquezas y de
los errores y pecados, si los hubiera.

6. Benignidad
Es esa predisposición del corazón que nos inclina a hacer el bien a los demás. Este
fruto se manifiesta en multitud de obras de misericordia, corporales y espirituales,
que los cristianos realizan en el mundo entero sin acepción de personas.

7. Bondad

Es una disposición estable de la voluntad que nos inclina querer toda clase de
bienes para otros, sin distinción alguna: amigos o enemigos, parientes o
desconocidos, vecinos o lejanos.

8. Mansedumbre

El alma que posee este fruto del Espíritu Santo no se impacienta, ni alberga
sentimientos de rencor ante las ofensas o injurias que recibe de otras personas,
aunque sienta –y a veces muy vivamente por la mayor finura que adquiera en el
trato con Dios- las asperezas de los demás, los desaires, las humillaciones.

9. Fidelidad

Una persona fiel es la que cumple sus deberes, aún los más pequeños, y en quien
los demás pueden depositar su confianza. Nada hay comparable a un amigo fiel –
dice la Sagrada Escritura-; su precio es incalculable. Ser fieles es una forma de vivir
la justicia y la caridad.

10. Modestia. Una persona modesta es aquella que sabe comportarse de modo
equilibrado y justo en cada situación, y aprecia los talentos que posee, sin
exagerarlos ni empequeñecerlos, porque sabe que son un regalo de Dios para
ponerlos al servicio de los demás. Este fruto del Espíritu Santo se refleja en el porte
exterior de la persona, en su modo de hablar y de vestir, de tratar a la gente y de
comportarse socialmente. La modestia es atrayente porque refleja la sencillez y el
orden exterior.

11º CONTINENCIA La continencia mantiene el orden en el interior del hombre, y


como indica su nombre, contiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo en
lo que atañe a los placeres sensuales, sino también en lo que concierne al comer,
al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres de la vida material. La
satisfacción de todos estos instintos que asemejan al hombre a los animales, es
ordenada por la continencia que tiene como fin energía, el amor a Dios.

12º CASTIDAD La castidad es la victoria conseguida sobre la carne y que hace del
cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada
[porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del
matrimonio] reina sobre su cuerpo, en gran paz y siente en ella, la inefable alegría
de la íntima amistad de Dios, habiendo dicho Jesús: Felices los limpios de corazón,
porque verán a Dios. Con la gracia de Dios.

(Continencia y Castidad. estos frutos relacionados con la pureza del alma, el alma
está extremadamente vigilante para para evitar lo que pueda dañar la pureza interior
y exterior, tan grata al Señor. Estos frutos, que embellecen la vida cristiana y
disponen al alma para entender lo que a Dios se refiere, pueden recogerse aún en
grandes tentaciones, si se quita la ocasión y se lucha con decisión, sabiendo que
nunca fallará la gracia del señor.)

NOTA: Los doce frutos del Espíritu Santo en Pentecostés


Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer
que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo
para poder actuar con ellos.
CATESISMO DE LA IGLESIA CATOLICA.TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO. PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU. CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA. ARTÍCULO 7

III. Dones y frutos del Espíritu Santo

1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu
Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para
seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de
David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes
los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las
inspiraciones divinas.
«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8,
14.17)
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu
Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
“caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre,
fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.)

Resumen. 1833 La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.
1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la
voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra
conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes
cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
1835 La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia,
nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.
1836 La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido.
1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la
práctica del bien.

1838 La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura la


moderación en el uso de los bienes creados.
1839 Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos
deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las
eleva.
1840 Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la
Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la
fe, esperado y amado por Él mismo.
1841 Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13,
13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.
1842 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que Él nos ha revelado y que la
Santa Iglesia nos propone como objeto de fe.
1843 Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la
vida eterna y las gracias para merecerla.
1844 Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el “vínculo de la perfección” (Col 3,
14) y la forma de todas las virtudes.
1845 Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son: sabiduría,
entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
TEMA: EL ESPIRITU SANTO. (OPCION).

¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO


8. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad.
9. es el amor del padre y del hijo, y procede de ambos.
10. Recibe, con el Padre y el Hijo, la misma a adoración y gloria.
11. Tiene la misión divina de santificar y conducir a la iglesia.
12. Asesora de manera especial al papa, sucesor de san Pedro.
13. Lo recibimos en nuestro bautismo, y habita en nosotros.
14. También en la confirmación, para ser testigos y apóstoles de Cristo.

PRIMERA PARTE, LA PROFESIÓN DE LA FE


SEGUNDA SECCIÓN: LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO CREO EN EL ESPÍRITU SANTO ARTÍCULO 8
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”
687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues
bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra
viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: DS 150) nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él
no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo
y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a
Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto,
propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve
ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en
ellos (Jn 14, 17).
688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los Apóstoles que ella transmite, es el
lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que Él ha inspirado;
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el
Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;
– en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la
obra de la salvación.
I. La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo
(cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es
inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de
amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante,
consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las
Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión
conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin
ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero
es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que
sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por
fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el
Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el
Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta se desplegará
desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la
misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él:
«La noción de la unción sugiere [...] que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el
Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la
unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es
inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu, de tal modo que quien va a tener
contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el
óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso
es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por
aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que
se acercan por la fe» (San Gregorio de Nisa, Adversus Macedonianos de Spirirtu
Sancto, 16).
II. Nombre, apelativos y símbolos del Espíritu Santo
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y
glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y
lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción
significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del
viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es
personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte,
Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero,
uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la
persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos
de los términos "espíritu" y "santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el
"Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a uno", advocatus (Jn 14, 16.
26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo
Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo
"Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los
Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los
siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de
adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor
(2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y en San
Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo
en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo
que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua
bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en
el Espíritu Santo. Pero "bautizados [...] en un solo Espíritu", también "hemos
bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también
personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5,
8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7,
38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del
Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn
2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la
Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero
para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera
realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa
"Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf.
Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el
Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está
totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el
Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del
Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento
(cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2,
26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en
sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien
resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido
plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36),
Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos"
constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto
[...] que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión
de San Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la
vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los
actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió [...] como el fuego y cuya
palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del
cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego del
Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor
con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que
"bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá:
"He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese
encendido!" (Lc 12, 49). En forma de lenguas "como de fuego" se posó el Espíritu
Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4).
La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más
expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor
viva). "No extingáis el Espíritu"(1 Ts 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones
del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas
veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo
sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex
24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el
desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo
(cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu
Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra"
para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la
Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a
Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que
decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"» (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la
misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la
Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el
Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien
"Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con
su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello [sphragis] indica el
carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del
Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas
tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos
tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.
699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf. Mc 6, 5; 8, 23)
y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo
(cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los
Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta
a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos
fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión
todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis
sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si
la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31,
18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino
con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del
corazón" (2 Co 3, 3). El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dextrae
Dei Tu digitus ("dedo de la diestra del Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la
paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de
que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua
de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf.
Mt 3, 16 paralelos). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los
bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva eucarística se conserva en un
receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por
encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es
tradicional en la iconografía cristiana.
III. El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas
702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión
conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El
Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar
todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y
aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo
Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que
habló por los profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), quiere
decirnos acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que fueron inspirados
por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos,
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley
[los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los
libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular
los Salmos] (cf. Lc 24, 44).
En la Creación
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda
creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
«Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es
Dios consubstancial al Padre y al Hijo [...] A Él se le da el poder sobre la vida,
porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo» (Oficio Bizantino de
las Horas. Maitines del Domingo según el modo segundo. Antífonas 1 y 2).
704 "En cuanto al hombre, Dios lo formó con sus propias manos [es decir, el Hijo y
el Espíritu Santo] Y Él dibujó trazó sobre la carne moldeada su propia forma, de
modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina» (San Ireneo de
Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 11: SC 62, 48-49).
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a
imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23),
privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía
de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14;
Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria,
el Espíritu "que da la Vida".
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia,
como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-
55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la
tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la
efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn
11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don
de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo
de la Promesa, que es prenda ... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1,
13-14; cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa,
desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la
misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que,
en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y
"cubierto" por la nube del Espíritu Santo.
708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-
20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al Pueblo
hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la
"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3,
20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y
las instituciones del pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi
voz y guardáis mi alianza [...], seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación
santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la
tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el
Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será
obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio,
aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios
Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era
necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio
lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que
vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar,
una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las
dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que
aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén"
(cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a Él se refieren. A
continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la relación del
Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro
del Emmanuel (cf. Is 6, 12) (cuando "Isaías vio [...] la gloria" de Cristo Jn 12, 41),
especialmente en Is 11, 1-2:
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor».
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is
42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y también Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y
por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la
Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la
multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos"
(Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio
Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este
pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo
son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la
Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez 11, 19; 36, 25-28; 37,
1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la
mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los "últimos
tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en
ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos;
transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la
paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.),
los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de
Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es,
finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el
tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de
corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los
Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien
dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
IV El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue
"lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del
mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La
"Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1,
68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y
le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el
Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el
"hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías
(cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz"
del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de
Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf. Jn 15, 26; 5,
33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas"
y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo
he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de
Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que
realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El
bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un
nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de
la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera
vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre
encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los
hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la
Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si
24): María es cantada y representada en la Liturgia como el "Trono de la
Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a
realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese "llena
de gracia" la Madre de Aquel en quien "reside toda la plenitud de la divinidad
corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la
más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del
Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión":
"Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir
hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de
todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La
Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad
se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc
1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la
Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo,
presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf.
Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión
con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14), y los
humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y
Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva
Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es
como ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un
mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el
Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la
Iglesia.
Cristo Jesús
727 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se
resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es
Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda
la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se
mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por
Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido
glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco,
incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será
alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a
Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que
participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les
habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio
que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).
729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús
promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el
cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16,
7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en
virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús;
Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo
vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá
con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha
dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a
Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de
juicio.
730 Por fin llega la hora de Jesús (cf. Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en
las manos del Padre (cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su
Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la
gloria del Padre" (Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo
exhalando sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de
Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me
envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
V El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua
de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y
comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36),
derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el
Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la
humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima
Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en
los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía
no consumado:
«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos
encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha
salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de Pentecostés,
Tropario 4)
El Espíritu Santo, el don de Dios
733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos
los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el
primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión
con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los
bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 Él nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8,
23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos
ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13)
es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido
una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El
que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que
es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a
nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga
5, 25):
«Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la
posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da
la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo,
el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno,
Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de
Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los
fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu
Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia
Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su
mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio
de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la
comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino
que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada
para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
«Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu
Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que
nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del
Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva
por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos
aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma manera que el poder de la
santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra
formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de
Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad
espiritual» (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74,
561).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del
Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos,
organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio,
asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio
de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador,
a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la Segunda parte del
Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la
Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto
será el objeto de la Tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos
pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el
Maestro de la oración (esto será el objeto de la Cuarta parte del Catecismo).
Resumen. 742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre" (Ga 4, 6).
743 Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios
envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e
inseparable.
744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las
preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del
Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con nosotros" (Mt
1, 23).
745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu
Santo en su Encarnación (cf. Sal 2, 6-7).
746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la
gloria (Hch 2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
la Iglesia.
747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros,
construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de
la Santísima Trinidad con los hombres.
5. CONSEJOS PARA SER MÁS DOCILES AL ESPIRITU SANTO.
(a) recuerda que “NO estas solo” el espíritu santo te acompaña.
(b) Invócalo antes de cada acción o proyecto que realices.
(c) Déjate sostener y consolar por el en las dificultades.
(d) Pídele ayuda para poner en práctica el evangelio.
(e) es fuerte por llevar una vida de oración constante.

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