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Revista de Psicoterapia, julio, 2020, Vol. 31, Nº 116, págs.

91-103 91

El psicoterapeuta en el proceso
terapéutico
The psychotherapist in the therapeutic
process
Sergi Corbella
FPCEE Blanquerna-Universitat Ramon Llull. Barcelona, España
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1858-2988

Cómo referenciar este artículo/How to reference this article:


Corbella, S. (2020). El psicoterapeuta en el proceso terapéutico. Revista de Psicoterapia, 31(116), 91-
103. https://doi.org/10.33898/rdp.v31i116.409

Resumen Abstract
El psicoterapeuta es uno de los protagonistas del pro- The psychotherapist is one of the protagonists in the
ceso terapéutico. Son muchos los esfuerzos dirigidos a therapeutic process. There are many efforts aimed at
estudiar los factores que influyen en el establecimiento studying the factors that influence the establishment
de una buena relación entre psicoterapeuta y paciente of a good therapeutic Alliance between therapist and
que permita lograr un buen resultado psicoterapéutico. patient that allows achieving a good psychotherapeutic
En el artículo se profundiza en las características, ha- outcome. This paper delves into the characteristics,
bilidades y acciones del psicoterapeuta en el contexto abilities and actions of the psychotherapist in the context
de la relación de ayuda del proceso psicoterapéutico. of the of the psychotherapeutic process. Some principles
Se plantean algunos principios y retos para contribuir and challenges are proposed to contribute and promote
y promover la mejora continua en nuestra práctica continuous improvement in our professional practice
profesional como psicoterapeutas. as psychotherapists.
Palabras clave: Psicoterapeuta, proceso terapéuti- Keywords: Psychotherapist, Therapeutic Process,
co, alianza terapéutica, estilo personal del terapeuta. Therapeutic Alliance, Therapist’s Personal Style.
ISSN: 1130-5142 (Print) –2339-7950 (Online)

Fecha de recepción: 10 de mayo de 2020. Fecha de aceptación: 1 de junio de 2020.


Correspondencia sobre este artículo:
E-mail: [email protected]
Dirección postal: FPCEE Blanquerna. C. Císter 34. 08022 Barcelona. España
© 2020 Revista de Psicoterapia
92 El psicoterapeuta en el proceso terapéutico

Introducción
El presente artículo se basa en la presentación que se realizó en las I Jornadas
Nacionales de la Asociación Española de Psicoterapias Cognitivas el 1 de febrero
de 2019. De modo que este artículo es una adaptación en texto de buena parte de
la exposición oral que se presentó en dichas Jornadas sobre las competencias del
psicoterapeuta.
Son bastantes los autores que han propuesto distintos planteamientos teórico-
prácticos respecto a las competencias de los psicoterapeutas (Corbella y Fernández-
Álvarez, 2006). No cabe decir que con la aparición de los psicólogos generales
sanitarios se reabrió la reflexión acerca de las competencias de los psicólogos en
general y la de los psicólogos con distintos niveles de formación y especialización
(PGS, especialistas en psicología Clínica, psicoterapeutas). Las regulaciones y
acreditaciones de las diferentes profesiones sanitarias vinculadas a la psicología
clínica y a la psicoterapia han generado tensiones entre los colectivos en defensa
de sus intereses. En la actualidad hay múltiples profesiones vinculadas al mundo
de la psicoterapia (psicólogos, psiquiatras, psicólogos especialistas en psicología
clínica, psicólogos generales sanitarios, etc.) y prefiero evitar las disputas inter-
nas (sin desmerecer su legítima importancia) para destacar aquello que une a los
distintos profesionales. Lejos de pretender contribuir a clarificar los límites de las
competencias entre los distintos colectivos de profesionales implicados en la ayuda
psicológica de los demás, me centraré exclusivamente en discernir sobre aquellas
competencias, acciones y/o habilidades del profesional (psicoterapeuta, etc.) que
sabemos que contribuyen de forma significativa en el desempeño del proceso
terapéutico de ayuda.

Proceso Terapéutico
La práctica profesional de la psicoterapia no consiste en la mera aplicación
de unas técnicas surgidas de un conocimiento teórico, sino que supone entre otras
cosas el encuentro entre dos (o más) personas con sus características idiosincrási-
cas. Son muchos los esfuerzos dirigidos a estudiar los factores que influyen en el
establecimiento de una buena relación entre psicoterapeuta y paciente que permita
lograr un buen resultado psicoterapéutico (Corbella, 2019). En las últimas décadas
se han llevado a cabo muchas investigaciones con el objetivo de estudiar los factores
que puedan explicar la mejora de los pacientes en un proceso terapéutico. Uno de
los factores que ha resultado ser determinante para la eficacia de la terapia es la
calidad de la relación terapéutica (Corbella y Botella, 2003; Norcross y Lambert,
2018). Gelso y Carter (1985, 1994) definieron la relación terapéutica como “los
sentimientos y actitudes que cada uno de los participantes tiene hacia el otro y la
manera en que éstos son expresados” (Gelso y Carter, 1985, p. 159). Dentro del
marco de la relación entre terapeuta y paciente se ha prestado especial atención al
concepto de alianza terapéutica usado por primera vez por Greenson (1967).
Podemos entender la psicoterapia como un diálogo colaborativo entre el
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paciente y el terapeuta destinado a facilitar y promover el proceso de cambio.


De modo que la psicoterapia consiste en la coconstrucción del diálogo fruto del
encuentro entre el paciente y el terapeuta. Las posiciones subjetivas del paciente
y las del terapeuta configuran las características de la relación terapéutica que se
articula en las conversaciones durante la psicoterapia. Por lo tanto, la interacción
entre la posición subjetiva del paciente y la del terapeuta influye fuertemente en el
proceso de la terapia. Las características del terapeuta que configuran su identidad y
su estilo personal, y los posicionamientos del paciente son los principales ingredientes
influyentes en el desarrollo de la relación terapéutica y del trabajo terapéutico.
Se considera que la alianza terapéutica es una construcción conjunta entre
paciente y terapeuta, de modo que las expectativas, las opiniones, las construc-
ciones que ambos van desarrollando respecto al trabajo que están realizando, la
relación establecida y la visión del otro resultan relevantes para el establecimiento
de la alianza terapéutica, así como la alianza modula la relación (Corbella, 2019).
Las investigaciones con el objetivo de estudiar la relación entre la alianza
terapéutica y la eficacia de la psicoterapia conforman un cuerpo considerable de
publicaciones (véase por ejemplo, Barnicot, Katsakou, Bhatti, Savill, Fearns, y
Priebe, 2012; Horvath, Del Re, Flückiger y Symonds, 2011; Weck, Grikscheit,
Jakob, Höfling y Stangier, 2015). La mayoría de los estudios encuentran una rela-
ción significativa entre la alianza y el resultado final de la psicoterapia (Horvath y
Symond, 1991; Horvath, 2001; Luborsky, 2000; Corbella y Botella, 2003; Horvath
et al., 2011, Corbella, 2019).
En las últimas dos décadas han sido muchas las investigaciones centradas en
la alianza terapéutica con el propósito de avanzar en su conocimiento y analizar las
relaciones de la alianza con distintos elementos del proceso terapéutico así como
de los resultados. Norcross y Wampold (2011) realizaron una serie de metanálisis
sobre la efectividad de diferentes aspectos de la relación terapéutica aportando
recomendaciones sobre las relaciones de terapia basadas en la evidencia. Encon-
traron que varios elementos de relación habían demostrado ser efectivos como la
alianza en psicoterapia individual, la alianza en psicoterapia juvenil, la alianza en
terapia familiar, la cohesión en terapia de grupo, la empatía, la recopilación de
comentarios de clientes (Norcross y Wampold, 2011). También destacaban como
elementos probablemente efectivos el consenso de objetivos, la colaboración y la
consideración positiva.
Buena muestra de los desarrollos en el campo del estudio de la relación te-
rapéutica la encontramos en que unos años más tarde Norcross y Lambert (2018)
concluyeron que décadas de evidencia de investigación y experiencia clínica con-
vergen y permiten afirmar que la relación de la psicoterapia hace contribuciones
sustanciales y consistentes al resultado independientemente del tipo de tratamiento
(Corbella, 2019). Norcross y Lambert (2018) describen los elementos de la relación
que son demostrablemente efectivos, los probablemente efectivos y los promete-
dores, pero con investigación insuficiente para afirmarlo.
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Eficacia demostrada: La alianza en terapia individual, alianza en psicoterapia


con jóvenes, alianza en terapia familiar, la cohesión en terapia de grupo, la empa-
tía, la recopilación y receptividad a los comentarios del cliente, la colaboración,
consenso de objetivos, afirmación y respeto positivo.
Aspectos probablemente eficaces: La congruencia y autenticidad, la repara-
ción de rupturas de la alianza, y la gestión de la contratransferencia, relación real,
expresión emocional, promover expectativas positivas, promover la credibilidad
del tratamiento.
Prometedores, pero no hay pruebas suficientes para concluir que son eficaces:
Autorrevelación e inmediatez.
Se ha cifrado entre un 6% y un 18% la variancia de la mejora del paciente
que es explicada por variables del terapeuta (e.g., Lutz, Leon, Martinovich, Lyons
y Stiles, 2007) por lo que cada vez son más los esfuerzos destinados a estudiar las
características de los terapeutas que facilitan el desarrollo de la alianza y la obten-
ción de resultados positivos en psicoterapia (Corbella, 2019).

El psicoterapeuta como variable relevante e influyente en el proceso


Las actitudes terapéuticas propuestas por Rogers (1957) despertaron gran inte-
rés en investigaciones posteriores, que buscaron las características y las conductas
del terapeuta beneficiosas para el resultado terapéutico (Orlinsky y Howard, 1986;
Patterson y Forgatch, 1985). La empatía y la calidez del terapeuta son dos de las
cualidades que la mayoría de los investigadores coinciden en considerar relevantes
(pero no suficientes) para establecer una buena alianza terapéutica (Bachelor y
Horvath, 1999; Ackerman y Hilsenroth, 2003). Henry y Strupp (1994) encontraron
que comportamientos de exploración y valoración por parte del terapeuta facilitaban
la alianza con el paciente, mientras que la baja valoración perjudicaba a la alianza.
Ackerman y Hilsenroth (2003) encontraron un conjunto de actitudes y valores
(curiosidad, flexibilidad, respeto, honestidad, sinceridad y cordialidad) que influyen
positivamente en el establecimiento de la alianza terapéutica. Nienhuis et al. (2018)
encontraron el papel relevante de la empatía y la autenticidad del terapeuta en la
construcción de la alianza terapéutica con el paciente.
Algunos estudios constatan que la relación entre la experiencia del terapeuta
y la alianza presenta no es significativa (Dunkle y Friedlander, 1996; Hersoug,
Hoglend, Monsen y Havik, 2001; Kivlighan, Patton y Foote, 1998) a pesar de que
otros estudios han encontrado relaciones entre la experiencia del terapeuta y la
calidad de la alianza terapéutica, especialmente en el componente de acuerdo en
los objetivos (MallincKrodt y Nelson, 1991). Tschuschke et al. (2014) encontraron,
entre otros resultados, una relación positiva entre la experiencia del terapeuta y la
alianza terapéutica.
La relación entre la formación del psicoterapeuta y la alianza y/o resultado
terapéutico ha sido un interrogante “histórico” en el campo de la investigación en
psicoterapia. MallincKrodt y Nelson (1991) vieron que la formación de los tera-
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peutas influía positivamente en el establecimiento de la alianza terapéutica. Por


otro lado, Hersoug et al. (2001) identificaron que el entrenamiento y la formación
de los terapeutas eran variables que estaban relacionadas positivamente con la
alianza terapéutica cuando esta era evaluada por los terapeutas, pero no cuando la
alianza era evaluaba por el paciente. Horvath (2001) encontró que la relación entre
el nivel de formación del terapeuta y la calidad de la alianza es inconsistente. Re-
sulta evidente que los programas formativos que tienen como objetivo el trabajo de
acciones/habilidades y la adquisición de competencias directamente vinculadas a la
alianza, la cohesión en grupos, empatía, consenso de objetivos, entre otros (Norcross
y Lambert, 2018) son facilitadoras y promotoras de la mejora competencial de los
psicoterapeutas y previsiblemente de sus resultados (Consoli, Fernández-Álvarez
y Corbella, 2017).
Safran, Muran y Samstag (1994) encontraron que se favorecía a la alianza
terapéutica cuando el terapeuta tenía la capacidad de aceptar parte de la respon-
sabilidad por sus rupturas relacionales en terapia y cuando se metacomunicaba
con el paciente en relación a posibles malentendidos. También se han estudiado
algunas de las actividades técnicas y las acciones del terapeuta durante las sesiones
relacionándolas con el desarrollo de la alianza. Se localizó que cuando el terapeuta
centra su actividad en el aquí y ahora y la orienta temáticamente se favorece la
alianza (Kivlighan y Schmitz, 1992). Por otro lado, Crowley (2001) encontró que
la mentalidad psicológica del terapeuta y sus habilidades sociales correlacionaban
positivamente con la alianza terapéutica.
Algunas investigaciones han destacado el papel de las habilidades interperso-
nales facilitadoras de los terapeutas en el establecimiento de la alianza terapéutica
con los pacientes y en los resultados positivos alcanzados en psicoterapia (Anderson,
Crowley, Himawan, Holmberg y Uhlin, 2016; Anderson, McClintock, Himawan,
Song y Patterson, 2016; Anderson, Ogles, Patterson, Lambert y Vermeersch, 2009;
Schöttke, Flückiger, Goldberg, Eversmann, y Lange, 2017).
En el estudio de Anderson et al. (2009), los terapeutas completaron un cues-
tionario de habilidades sociales y luego vieron varios videos de clientes desafiantes,
después de lo cual registraron su respuesta terapéutica. Sus respuestas fueron co-
dificadas según lo que Anderson y sus colegas denominaron Habilidades Interper-
sonales Facilitadoras (HIF), que incluían la fluidez verbal, expresión emocional,
persuasión, esperanza, calidez, empatía, alianza y enfoque del problema. Resultó que
las calificaciones de HIF predecían los resultados de los terapeutas: los clientes de
los terapeutas que obtuvieron puntuaciones FIS más altas en esta prueba de desafío
se beneficiaron más de la terapia que los clientes de terapeutas con puntuaciones
HIF más bajas.
Los terapeutas efectivos tienen un conjunto de habilidades terapéuticas que
utilizan con los pacientes, especialmente los pacientes desafiantes. También se ha
encontrado que los terapeutas efectivos cuestionan su nivel de habilidad (como
auto-duda profesional) y dedican esfuerzos fuera de la consulta tratando de mejorar
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su práctica profesional (Wampold, Baldwin, Holtforth e Imel, 2017). También hay


características y acciones de los terapeutas que no parecen estar relacionadas con
su efectividad, incluida la edad, el sexo, la profesión, orientación teórica, grado de
adhesión a un manual de tratamiento, o la competencia calificada que brinda un
tratamiento en particular con un cliente en particular (Corbella, 2019).
Las características y las habilidades/acciones de los psicoterapeutas efectivos
serían las siguientes (Wampold et al., 2017; Anderson et al., 2009): a) Formación
de alianzas en un rango amplio de pacientes y la capacidad de reparar rupturas
de alianzas, b) Fluidez verbal, c) Calidez y empatía, d) Expresión emocional, e)
Persuasión, f) Optimismo, g) Enfoque del problema, h) Entrega de un tratamiento
convincente, i) Duda profesional y tiempo dedicado a mejorar.
La relevancia de estudiar la relación entre las intervenciones del terapeuta y
las variables del cliente es lo que impulsó la Selección Sistemática de Tratamien-
tos (SST) propuesta por Beutler (Beutler, Clarkin y Bongar, 2000; Beutler, et al.,
2016). Dos de las dimensiones que configuran la SST son: (a) la directividad del
terapeuta relacionada con la resistencia del paciente y (b) la tendencia del terapeuta
a dirigir la atención a la acción o al insight del paciente relacionada con el estilo de
afrontamiento del paciente. Así, Beutler considera que, por ejemplo, un paciente
resistente y con un estilo de afrontamiento internalizador se beneficiaría más de un
terapeuta poco directivo y dirigido al insight (Corbella, 2019).
Rubino, Barker, Roth y Fearon (2000) estudiaron la relación entre los estilos
de apego y la decisión del terapeuta de romper la alianza, encontrando que los
terapeutas más ansiosos tienden a responder con menor empatía, particularmente
con los pacientes ansiosos y seguros. Diferentes investigaciones han encontrado
que el apego inseguro del terapeuta puede afectar negativamente la alianza tera-
péutica en clientes y destacan la importancia de considerar la interacción entre el
apego del cliente y el terapeuta así cómo estas interacciones influyen en la alianza
terapèutica (Bucci, Seymour‐Hyde, Harris y Berry, 2016; Degnan, Seymour, Harris
y Berry, 2016).
Beutler et al. (2000, 2016), entre otros, han constatado la necesidad de estudiar
las variables del paciente en relación con las del tratamiento. También las variables
del terapeuta deben ser estudiadas en relación con las del cliente (Hill, 2006; Cor-
bella y Botella, 2004). De aquí surgieron iniciativas de estudios sobre la interacción
entre terapeuta y paciente. Si bien la fuerza de la alianza entre terapeuta y paciente
es el mejor predictor del éxito de la terapia, no hay una única variable del terapeuta
o del paciente que por sí misma, y con independencia de las otras, sea decisiva en
cuanto a la determinación de la fuerza de dicha alianza (véase Corbella y Botella,
2004). Uno de los estudios sobre la interacción Terapeuta-Paciente es el Proyecto
Barcelona Buenos Aires que se llevó a cabo conjuntamente entre la Fundación
Aiglé de Buenos Aires y la Facultat de Psicologia, Ciències de l’Educació i de
l’Esport Blanquerna de la Universitat Ramon Llull de Barcelona. De este estudio
se extrajeron algunos principios útiles para el trabajo psicoterapéutico (Corbella
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2003; Corbella et al., 2009). Los principios fundamentales surgidos del Proyecto
Barcelona-BsAs fueron los siguientes (Corbella y Botella, 2004):
1. La derivación o asignación de un paciente a un terapeuta u otro es muy
importante para el proceso y resultado de la psicoterapia.
2. En la asignación del paciente a un terapeuta se debe tener en cuenta la
resistencia del paciente y el estilo del terapeuta. De modo que es reco-
mendable que aquellos pacientes más resistentes se asignen a terapeutas
con un estilo poco pautado y poco directivo.
3. La resistencia del paciente se debe tener en cuenta en el proceso de
evaluación inicial y el terapeuta debe trabajar con ella para beneficiar al
paciente. La resistencia no es una dificultad del paciente sino que es un
reto para el trabajo conjunto entre paciente y terapeuta.
4. El terapeuta debe conocer su propio estilo personal como terapeuta para
facilitar la optimización de sus recursos y habilidades personales, así como
para mejorar aquellos aspectos que le suponen alguna dificultad.
5. El terapeuta debe adaptar su modo de comunicación, su estilo terapéuti-
co, a las características del paciente (especialmente la resistencia) en la
medida que le sea posible. De modo que, si el paciente es resistente, el
terapeuta debe intentar adaptar su estilo para resultar ser poco pautado y
poco directivo.
6. El esfuerzo del terapeuta en adaptar su estilo a las características del
paciente se debe reducir si supone una incomodidad por la pérdida de
coherencia teórica del terapeuta al emplear los diferentes procedimientos
o estrategias comunicativas. Aun así, debe ser consciente de qué tipo de
estilo terapéutico puede ser más conveniente para cada tipo de paciente.
7. La formación de psicoterapeutas debe profundizar en el estilo personal
del terapeuta, fomentar la autoreflexión y el estilo flexible en terapia.
8. Durante el proceso psicoterapéutico y especialmente en las primeras ocho
sesiones, el terapeuta debe prestar atención a trabajar hacia el estableci-
miento de una buena alianza terapéutica con el paciente.
En Corbella (2019) se profundiza sobre la relación entre el Estilo Personal
del Terapeuta y el desarrollo de la alianza terapéutica.
Se ha puesto de manifiesto la importancia de la interacción entre el terapeuta
y el paciente, pero todavía quedan muchas preguntas interesantes esperando ser
abordadas con planteamientos sugerentes. Algunas de estas preguntas guardan
relación acerca de los factores o las habilidades del terapeuta que explican que se
establezca una buena relación terapéutica con el paciente y que faciliten un proceso
psicoterapéutico exitoso. La base teórica de la Teoría de la Mente nos propone ele-
mentos de reflexión para plantear respuestas a algunas de las preguntas planteadas
(ver Corbella et al., 2009).
El terapeuta como persona y miembro de su familia ha experimentado distintas
relaciones y suma diferentes vivencias que van configurando sus posicionamientos
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relacionales y sus características particulares que le dan identidad y que influyen


en la concepción y desarrollo de su actividad profesional (Corbella y Fernández-
Álvarez, 2006). La interacción que se da desde un principio entre la persona del
terapeuta y su entorno relacional (como el contexto familiar) influye fuertemente en
el desarrollo de distintos niveles de la teoría de la mente que resultan especialmente
importantes para los psicoterapeutas.
Se puede plantear que la teoría de la mente o las distintas habilidades menta-
listas son los fundamentos de la empatía (en el contexto terapéutico) así como los
precursores de actitudes terapéuticas y de distintos recursos que facilitan no única-
mente el establecimiento de la relación terapéutica sino también la intervención más
conveniente adaptada al paciente.
Resulta evidente la relevancia que tiene para el terapeuta el proceso cognitivo
que permite a las personas ser capaces de predecir estados mentales de uno mismo y
de los demás, lo que facilita anticipar y modificar comportamientos propios y ajenos.
La habilidad de inferir estados mentales (como pensamientos, deseos, intenciones,
etc.) en otra persona, posibilita utilizar la información para interpretar (a) ¿qué di-
cen?; (b) ¿por qué lo dicen?; y (c) predecir qué puede pasar a continuación. Parece
difícil imaginar que un psicoterapeuta pudiera trabajar como tal sin disponer de
unas mínimas habilidades propias de la teoría de la mente (Corbella et al, 2009).
Un trabajo de formación de psicoterapeutas basado no solo en la adquisición
de competencias vinculadas a los conocimientos psicopatológicos y de técnicas
de intervención sino también basados fundamentalmente en el trabajo del estilo
personal del terapeuta y la optimización de las habilidades de la terapia de la mente
sirve para mejorar nuestra práctica terapéutica.
La adquisición de las habilidades de la teoría de la mente y la complejidad
de su uso se va configurando a lo largo de nuestro desarrollo y va proporcionando
unas características singulares a nuestra identidad y nuestras interacciones con las
demás personas. En el ámbito de la psicoterapia planteamos la influencia consistente
que ejerce la teoría de la mente del terapeuta sobre el desarrollo del estilo personal
del terapeuta. Uno de los aspectos del estilo terapéutico más significativamente
influido por las habilidades de la teoría de la mente es la flexibilidad versus rigidez
del terapeuta (Corbella et al., 2009). La función instruccional tiene un papel mode-
rador sobre las otras funciones del estilo del terapeuta, de modo que un terapeuta
más flexible tendrá más facilidad para adaptar su estilo a las necesidades de cada
paciente (Corbella, 2003).
El desarrollo óptimo de la teoría de la mente del terapeuta permite (facilita) la
habilidad terapéutica de entender como el paciente procesa la información, piensa,
siente y actúa así como la habilidad de anticipar la conducta del paciente y sus
posibles reacciones ante ciertas situaciones. Estas habilidades desempeñan una
función esencial no únicamente para poner en acción la empatía terapéutica sino
para autorregular la interacción del terapeuta con su paciente (Corbella et al., 2009).
Todas las habilidades propias de la teoría de la mente influyen sobre el estilo
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personal del terapeuta y facilitan que el terapeuta adapte su estilo y sus interven-
ciones a las características del paciente. De modo que estas habilidades resultan
esenciales para desarrollo de una adecuada alianza terapéutica con el paciente y
para encontrar las estrategias más apropiadas para ayudar al paciente.
Podemos plantear un conjunto de recomendaciones, retos y aspiraciones para
terapeutas basadas, en gran parte, en las características, competencias y acciones
habituales de los psicoterapeutas eficaces (basado en: Anderson et al., 2009, 2016;
Corbella et al., 2009; Schöttke et al., 2017; Wampold et al., 2017; citados en Cor-
bella, 2019).
• Mantener una práctica reflexiva como camino para la mejora constante
(autocuestionamiento).
Hacer esfuerzos en cultivar cierta introspección para facilitar un posicionamiento
de la experiencia más analítico permite que el ejercicio profesional no consista en
la mera acumulación pasiva de experiencias.
• Ser competente en leer el estado afectivo y mental del paciente. Habili-
dades en teoría de la mente, metacognición.
Disponer de las habilidades en la teoría de la mente facilita cualquier in-
teracción personal y como psicoterapeutas nos ayuda de forma determinante en
la comprensión del paciente y en el establecimiento (y desarrollo) de la alianza
terapéutica del proceso de ayuda.
• Mantener un Estilo Personal flexible que facilite la adaptación del tera-
peuta a las necesidades del paciente en función de sus características y
circunstancias a lo largo del proceso terapéutico.
Incrementar los grados de flexibilidad del estilo personal del terapeuta permite
ajustar con mayor facilidad el estilo de la intervención terapéutica a las caracterís-
ticas del paciente. La flexibilidad del terapeuta facilita la modulación y el cambio
del propio estilo personal.
• Dominar las habilidades interpersonales.
Entendiendo el proceso terapéutico como la interacción de ayuda entre el
paciente y el psicoterapeuta se hace evidente que las habilidades relacionales del
profesional juegan un papel determinante.
• Ser capaz de establecer una alianza de trabajo fuerte y colaborativa con
un amplio abanico de pacientes.
Adaptarse a las características y necesidades del paciente resulta imprescindi-
ble para establecer una buena relación terapéutica. Disponer de las habilidades que
permiten fortalecer el vínculo emocional positivo y la alianza terapéutica con el
paciente es uno de los aspectos característicos de los psicoterapeutas más eficaces.
• Tener fluidez verbal, riqueza léxica y precisión en el uso del lenguaje para
expresar lo que se pretende.
La comunicación del terapeuta es un elemento esencial en el proceso tera-
péutico y disponer de recursos de expresión verbal y no verbal que permitan dotar
a la comunicación de los detalles y precisión necesaria facilita la funcionalidad y
100 El psicoterapeuta en el proceso terapéutico

el objetivo de toda acción comunicativa del psicoterapeuta.


• Saber modular tus propias reacciones afectivas.
La autorregulación afectiva del psicoterapeuta es un aspecto facilitador en la
interacción con el paciente al incrementar la toma de consciencia de las propias
emociones por parte del terapeuta y así gestionarlas sin que estas influyan o sesguen
negativamente el proceso psicoterapéutico que debe pivotar sobre el paciente.
• Ser competente en activar/implicar a los pacientes.
La implicación y la motivación de cualquier persona tiene una gran relevancia
en un proceso de cambio. Movilizar el afecto del interlocutor activando su impli-
cación en la consecución de los objetivos propuestos tiene un peso específico en
el proceso terapéutico.
• Ser competente en transmitir cordialidad, empatía y comprensión.
Algunos de los puntos comentados anteriormente podrían englobar éste. Sin
embargo, no sobra enfatizar la necesaria contención empática y la comprensión de
como el paciente vive su problemática para facilitar el adecuado proceso de ayuda.
• Ser competente en centrarse en el paciente y no en uno mismo.
Evitar la primacía de la visión centrada en las hipótesis, expectativas y expe-
riencias personales del psicoterapeuta permite centrar la atención en la experiencia
ideográfica del paciente como elemento facilitador del proceso terapéutico.
• Ser competente en atribuir las mejoras al trabajo del paciente.
Del punto anterior se desprende éste que no deja de centrar la mirada, el pro-
tagonismo y la responsabilidad del éxito terapéutico a las acciones y esfuerzos del
paciente. Ceder todo el protagonismo al paciente en la atribución de responsabili-
dades de cambio cuando se ha logrado alcanzar los objetivos facilita los beneficios
de un buen resultado al finalizar el proceso terapéutico.
• Ser permeables y abiertos a recibir feedback del progreso de los pacientes
para plantear cambios si no mejora (monitorear resultados).
Huir de un hermetismo estanco del terapeuta en la valoración de la evolución
de cada proceso terapéutico y ser receptivos a las distintas fuentes que pueden pro-
porcionar información relevante para mejorar nuestra comprensión e intervención
psicoterapéutica. Conviene una mente abierta que se enriquezca de la información
disponible, de los cuestionarios/tests u otros instrumentos que contribuyen sin
duda a incrementar la información acerca del paciente y del desarrollo del proceso
terapéutica.
• Saber aplicar los principios de la STS (Beutler et al., 2000, 2016) y la
adaptación de las intervenciones y el propio Estilo Personal del Terapeuta
a las características del paciente en función de las dimensiones de la STS.
La STS consiste en la aplicación de unos principios en las que se ajustan las
intervenciones a las características del paciente según unas variables específicas
(Beutler et al., 2016): a) Modular y adaptar la intensidad del tratamiento/interven-
ción al nivel de deterioro funcional del paciente; b) Dirigir, preferentemente, la
intervención a la acción o al insight según el estilo de afrontamiento del paciente;
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c) Adaptar el nivel de directividad de la intervención al nivel de resistencia del


paciente; d) Ajustar la activación o reducción del afecto según el nivel de malestar
Subjetivo del paciente; e) Adaptar, regular y prever la duración del proceso tera-
péutico a partir de información acerca del apoyo social del paciente.
• Ser convincente al proporcionar el tratamiento al paciente.
La manera en la que los psicoterapeutas desempeñan su función está fuer-
temente vinculada con el estilo terapéutico. La implicación y el convencimiento
del terapeuta en su propia intervención resultan relevante para potenciar su efecto.
• Gestionar el conocimiento adquirido manteniendo la humildad para seguir
mejorando y potenciando el aprendizaje en distintas áreas.
Una actitud humilde y constructiva facilita la apertura a nuevos aprendizajes
que contribuyen a la mejora de nuestra práctica. Mantener la mente abierta a los
muchos cambios que se están produciendo y a los nuevos conocimientos que van
apareciendo facilita la adaptación de la práctica profesional del psicoterapeuta a
las nuevas circunstancias que como sociedad nos vamos encontrando.
Plantear los puntos anteriores como retos y objetivos para marcarnos el rum-
bo de la mejora personal como psicoterapeutas siempre será más constructivo y
saludable que formularlo como requisitos indispensables para la correcta acción
terapéutica ya que nos supondría una fuente de ansiedad añadida.
Las competencias y acciones expuestas anteriormente no pretenden configurar
una lista exhaustiva y limitada, sino que más bien tiene la intención de abrir foco y
señalar solo algunas de las muchas que están por incorporar y que incluso pueden
tener matices diferenciados según el estilo personal de cada terapeuta. Lo planteado
en el artículo no pretende ser nada más que una reflexión sobre las competencias
y habilidades del terapeuta en el contexto del proceso terapéutico tal y como se
expuso en la presentación en las I Jornadas Nacionales de la Asociación Española
de Psicoterapias Cognitivas el 1 de febrero de 2019.

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