La Inteligencia Emocional y Los Estilos de Aprendizaje
La Inteligencia Emocional y Los Estilos de Aprendizaje
La Inteligencia Emocional y Los Estilos de Aprendizaje
En tal sentido podemos convenir que la educación emocional es una forma de prevención
primaria inespecífica la cual apunta al desarrollo de actitudes y el mejoramiento global de
las condiciones de vida (Educación para la Salud). Tiene como objetivo favorecer y
potenciar desde los ámbitos sanitarios el desarrollo de una calidad de vida que garantice un
equilibrio físico, psíquico sociocultural de las personas a través de su prevención autónoma,
responsable y solidaria, tanto consigo mismo como con los demás. Su objetivo principal es
promover conductas, actitudes y valores que contribuyan a la construcción de estilos de
vida positivos a partir del conocimiento, capacitación, reflexión e intercambio (¿Qué es
prevención?, s.f.).
Sin embargo, como afirma Tapia (1998: citado por Vivas García, 2003), el desarrollo
emocional de los niños es ampliamente ignorado por el currículum escolar. Quizás los
problemas de las pandillas juveniles, el aumento de las tasas del suicidio juvenil, la
depresión infantil y el comportamiento escandaloso de los estudiantes, son evidencias de
esta negligencia (Vivas García, 2003). Por tales razones, es necesario motivar el desarrollo
de competencias emocionales que puedan incentivar la comunicación efectiva y afectiva, la
resolución de conflictos y la prevención inespecífica (consumo de drogas, enfermedades de
transmisión sexual, violencia, trastornos alimenticios, comportamientos suicidas, etcétera).
1. Conciencia emocional. Definida como la capacidad para tomar conciencia de las propias
emociones incluyendo la habilidad para captar el clima emocional de un contexto
determinado. Se integra de cuatro microcompetencias: adquirir conciencia de las propias
emociones, dar nombre a las emociones, comprender las emociones de los demás y tomar
conciencia de la interacción entre emoción-cognición y comportamiento.
2. Regulación emocional. Esta competencia se emplea para utilizar las emociones de forma
adecuada, lo que supone tomar conciencia de la relación entre emoción, cognición y
comportamiento, tener buenas estrategias de afrontamiento y capacidad para autogenerar
emociones positivas. Se conforma de cuatro microcompetencias: expresión emocional
apropiada, regulación de emociones y conflicto, desarrollo de habilidades de afrontamiento
y competencia para autogenerar emociones positivas.
4. Competencia social. Se refiere a la capacidad para mantener buenas relaciones con otras
personas. Esto implica dominar las habilidades sociales básicas, comunicación afectiva,
respeto, actitudes pro-sociales, asertividad, etcétera. Se compone de nueve
microcompetencias: dominar habilidades sociales básicas, respeto a los demás, practicar la
comunicación receptiva, practicar la comunicación expresiva, compartir emociones,
mantener un comportamiento pro-social, cooperación, asertividad, prevención y solución de
conflictos, y capacidad para gestionar situaciones emocionales.
Estilos de aprendizaje
Se espera del docente un perfil profesional que favorezca, entre otros, el desarrollo de las
competencias emocionales en el alumnado y que, a su vez, sea modelo que encarne estas
competencias. Pero puede que este aspecto no se contemple debidamente en la formación
inicial del profesorado, siendo necesario conocer los objetivos respecto a qué contenidos y
competencias básicas han de desarrollar los futuros docentes (Palomera et al., 2008: citado
por De Moya, Hernández, Hernández, Cachinero y Bravo, 2010). Es preciso mejorar la
formación del profesorado en esta nueva faceta emocional, que no puede ser abordada
desde la teoría, sino que debe llevarse a la práctica desde la más absoluta normalidad, día a
día en el aula (De Moya, Hernández, Hernández, Cachinero y Bravo, 2010).
Sin embargo, esta nueva situación no sólo requiere una formación específica, sino que
también precisa de una sensibilización y asimilación por parte del profesorado ya que se
necesitan personas emocionalmente equilibradas. El profesor debe conocer las capacidades
mentales, físicas, emocionales y sociales de sus alumnos. A sus múltiples funciones
(explicar conceptos, encargar tareas, evaluar el rendimiento, desarrollar experiencias de
aprendizaje, orientar a los estudiantes…) habría que añadir otras como motivador,
organizador, experto en instrucción, líder, orientador, “arquitecto” de espacios y modelo a
seguir por sus alumnos (Woolfolk, 1989: citado por De Moya, Hernández, Hernández,
Cachinero y Bravo, 2010).
Keefe, (1988: citado por Terrádez Gudea, 2007) propone asumir los estilos de aprendizaje
en términos de “aquellos rasgos cognitivos, afectivos y fisiológicos, que sirven como
indicadores relativamente estables de cómo los discentes perciben, interaccionan y
responden a sus ambientes de aprendizaje”. Honey y Mumford (1986: citado por De Moya,
Hernández, Hernández, Cachinero y Bravo, 2010) distinguen cuatro estilos de aprendizaje
dependiendo de la fase en la que se trabaja y de las características predominantes en la
psicología personal. Alonso, Gallego y Honey (1994: citado por De Moya, Hernández,
Hernández, Cachinero y Bravo, 2010) los relacionan con el proceso de enseñanza-
aprendizaje, definiéndolos de la siguiente manera:
Estilo Reflexivo: los profesores y alumnos de este estilo consideran y analizan las
experiencias desde diferentes perspectivas. Recogen todos los datos posibles, y, tras un
minucioso análisis, toman una decisión. Observadores, no participan ni intervienen
mientras no controlan la situación. Prefieren estudiar las facetas de una cuestión y
considerar las posibles implicaciones derivadas antes de gestionarla. No intervienen
activamente en las reuniones, manteniéndose a la expectativa observando y analizando
conductas y expresiones de los demás. Características principales: discretos, ponderados,
concienzudos, receptivos, analíticos y exhaustivos.
Estilo Teórico: aquellos en los que domina este estilo abordan los problemas de manera
vertical y por fases lógicas, sin quedar satisfechos hasta que estiman que han llegado a la
perfección. Identifican lo lógico con lo bueno y rehúyen la desorganización, la subjetividad
y lo ambiguo. Ofrecen resistencia a trabajar en grupo a no ser que consideren que los
componentes son de su mismo nivel intelectual. Les interesan los modelos teóricos,
principios generales y mapas conceptuales. Sus características principales son
perfeccionistas, metódicos, lógicos, objetivos, críticos y estructurados.
Estilo Pragmático: les gusta actuar y manipular rápidamente con proyectos o actividades
que les atraen. Se inquietan ante discursos teóricos y exposiciones magistrales que no van
acompañados de demostraciones o aplicaciones. Buscan nuevas ideas para aplicar y
seleccionan aspectos que pueden ser llevados a la práctica. Sus características son:
experimentadores, prácticos, directos, eficaces y realistas.
El trabajo de las competencias emocionales está considerado como algo básico para
participar en la sociedad del conocimiento, garantizando el desarrollo de un sólido
autoconcepto que favorezca la colaboración, la intercomunicación y la creatividad (De
Moya, Hernández, Hernández, Cachinero y Bravo, 2010). El profesor debe ser consciente
de la gran diversidad que existe entre su alumnado, sobre todo a la hora de planificar sus
clases, así como las actividades que va a realizar en el aula. Sólo así conseguirá un grupo
motivado y que la práctica totalidad de su alumnado lleve a cabo un aprendizaje
significativo y completo (Terrádez Gurrea, 2007).
Bibliografía
De Moya Martinez, M., Hernández Bravo, J. A., Hernández Bravo, J. R., Cachinero
Zagalaz, J., & Bravo Marín, R., (2010). Estilos de aprendizaje e inteligencia emocional.
Una nueva perspectiva en la docencia universitaria desde la didáctica en la expresión
musical.
Terrádez Gurrea, M. (2007). Los estilos de aprendizaje aplicados a la enseñanza del español
como lengua extranjera. Foro de profesores de E/LE, págs. 227-230.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4904031
De Moya Martínez, M., Cózar Gutiérrez, R., Bravo Marín, R., (2011). Estilos de
aprendizaje e inteligencia emocional, ¿una convergencia formativa o una divergencia
educativa?. Desarrollo profesional y práctica educativa del profesorado, págs. 151-170.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5997104