Origenes Taxonomia Flamenco
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Orígenes
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ciento cincuenta hombres /nos llevan a la Carraca / y allí nos dan por castigo /
de llevar pieras p´al agua»). El terremoto de Lisboa de 1755 dejará también
huella en coplas de la época. José Cadalso (†1782) refiere en la VII de las
Cartas Marruecas (1768-74), publicadas en 1793, la primera reunión flamenca
de la que se tiene noticia, de 1760. Cuenta que viajando a caballo a Cádiz de
noche se perdió en la Sierra de San Cristóbal, en El Puerto de Santa María, y
buscando refugio en un cortijo se encontró con dicha reunión. En la segunda
mitad del XVIII se crea en Cádiz una escuela de grandes luthiers de guitarras
(los Benedid, los Guerra, los Bonichi, los Recio, los Castro, los Benítez, los
Costa, los Perfumo o los Pagés), de la que surge otra de grandes guitarristas
(el gaditano Juan de Vargas y Guzmán publicará en 1773 su tratado Explicación
de la guitarra de rasgueado). En el siglo XVIII son ya numerosas las menciones
expresas a los fandangos, seguidillas, coplas, etc., aunque probablemente se
trataba de las fuentes con las que más tarde de construyó el flamenco. Por
ejemplo, Giacomo Casanova visita Madrid en 1767, y escribe en sus memorias:
«Lo que me entusiasmó de aquel espectáculo fue que, hacia la media noche, al
son de la orquesta acompañada por palmas, empezaron las parejas el baile más
loco que imaginar pueda. Era el famoso fandango del que creía tener una idea
acertada pero que, en verdad, estaba a mil leguas de la realidad. No lo había
visto bailar más que en Italia y en Francia, en escena, pero los bailarines se
guardaban mucho de hacer los gestos que hacen de esta danza la más
seductora y la más sensual que existe. Es indescriptible. Cada pareja, hombre y
mujer, no hace más que tres pasos y tocando las castañuelas al son de la
orquesta, adopta mil actitudes, hace mil gestos de una lascivia que no admite
comparación. En ellas se expresa el amor, desde que nace hasta su fin. Desde
el suspiro del deseo hasta el éxtasis del goce». José de Cadalso y Vázquez
describe una fiesta flamenca, sin nombrarla así, en sus Cartas marruecas
(1768-74). El inglés Henry Swinburne viaja por España en 1775 y 1776 y
escribe: «En Cádiz las gentes humildes se dedicaban al fandango y los gitanos
a bailar un baile indecente que se llamaba Manguindoy». La Colección de las
mejores coplas de seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para
cantar a la guitarra, de Juan Antonio de Zamácola, de 1779, es un primer
cancionero flamenco. Ignacio González del Castillo escribe multitud de sainetes
en torno a 1785 en los que aparecen mencionados playeras, jaleos, zorongos,
el olé, el fandango, siguiriyas y el minué de la Viña. El Tío Luis el de la Juliana
(†1830) -no se conoce su verdadero nombre, aunque pudo ser Luis Montoya
Garcés- fue el primer cantaor del que se tiene noticia y que vivió en la segunda
mitad del siglo XVIII.
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flamenco, que puede recordar a los del baile gitano o a las maneras y portes de
los cantaores (Rodríguez Marín), descartado como pura tontería; 3, los
cantantes naturales de Flandes, que cantaban en la corte española,
asociándose ambas ideas, la creencia de que los gitanos llegaron a España a
través de Flandes (George Borrow) o bien el uso irónico del gentilicio, aplicado
en Andalucía a los gitanos por ser morenos de piel (Demófilo), por andar
asociados a actividades delictivas, lo que contrastaba con la severidad de los
funcionarios que Carlos V se trajo de Flandes (Fernández de Castillejo) o por su
natural pendenciero, similar al de la soldadesca que luchó en Flandes (Salillas).
Pero Manuel García Martos señala con razón que antes del siglo XIX no aparece
el término «flamenco» asociado a los gitanos o sus cantes, y que se usaba sólo
«egipciano» o su derivado «gitano», lo que descarta que el origen del término
esté en Flandes o en alguna palabra árabe. El término aparece por primera vez
asociado a ellos en el libro Los zincali (los gitanos de España) (1841) de George
Borrow, un libro de viajes que tuvieron lugar entre 1836 y 1841. Allí se indica
que «Gitanos o egipcios es el nombre con que, por lo común, se ha conocido
en España, así en épocas pasadas como en la presente, a los que en inglés
llamamos gipsies, pero también se les ha dado otros varios nombres; por
ejemplo, castellanos nuevos, germanos y flamencos… El apelativo flamencos
con que al presente se les conoce en varias partes de España…». García
Martos asegura que el origen del término «flamenco» proviene de la jerga
propia del hampa española, aplicada a los gitanos una vez estos abandonan la
trashumancia y se asientan en las ciudades tras las ordenanzas protectoras de
Carlos III, y que viene de «flamancia», que significa «llama», y por tanto
flamenco querría decir «llameante», aplicado al cante por su asociación con los
gitanos, a los que se asociaba desde finales del XVIII o principios del XIX ese
mismo término en el ámbito del hampa (García Martos). Aunque la explicación
hampona tiene muchos visos de ser la correcta, la asociación a la «llama» está
hoy descartada. Luis Suárez Ávila asocia la metonimia «flamenco» a unos
cuchillos y dagas que se hacían en la ciudad de Malinas, y que se conocían
como «cuchillos flamencos», por ser de uso frecuente entre los gitanos.
Aunque hay muchísimas referencias históricas a estas armas, documentales y
literarias, el Diccionario de la Real Academia no recogerá esta acepción del
término «flamenco» hasta 1925. En la línea de lo apuntado por García Matos,
Steingress señala en su Sociología del cante flamenco (1993): «La palabra
estaba en uso en el ambiente y la jerga de los personajes ‘flamencos’, los de la
afición, como sinónimo de chulo, arrogante, altanero, y de ahí pasó a las
músicas que estos artistas bohemios venían cultivando bajo el nombre de
‘género andaluz’, mutando luego por flamenco». Serafín Estébanez Calderón El
Solitario (†1867), cuñado del marqués de Salamanca y tío de Cánovas del
Castillo, describe en Escenas andaluzas (1847) una fiesta flamenca en Triana
(Un baile en Triana, de 1838) con todo lujo de detalles, apareciendo dos
cantaores legendarios, Antonio Monge Rivero El Planeta (†1856) y Francisco
Ortega Vargas El Fillo (†1878), pero sin asociarles aún el término «flamenco».
Sólo se sabe con relativa seguridad que El Planeta cantó algunos romances
cantados y bailados, extraídas sin duda de los ritos gitanos relativos a las
bodas. Poco más se puede asegurar de su repertorio público, comercial. Pero
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si, como es probable, este existió el cantaor debió crearlo tomando canciones
del folclore andaluz y aflamencándolas mediante la expresión abierta de
sentimientos, añadiéndoles notas a las sílabas y alargando al máximo los jipíos,
el aliento que las sostenía. Hubo incluso «seguiriyas de un jipío», cantados los
tres versos de la copla tomando aire sólo una vez. Esta novedad había sido
anotada ya por Serafín Estébanez, y era la característica esencial del cante
flamenco, que no fue más que una forma nueva de hacer profesionalmente el
repertorio popular y folclórico. Sin embargo, Liszt visitó nuestro país en 1844,
y quedó decepcionado: «En España hemos sido mal servidos por la fortuna,
hasta el punto de no haber podido recoger entre ellos (los gitanos) impresiones
precisas. Si éstos cultivan la música, será poco y mal, a juzgar por las migajas
que nos fueron presentadas en calidad de perlas en su estuche. No poseen
más que algunos fragmentos deshilvanados de canciones más andaluzas que
gitanas, que se acompañan con una mala guitarra, sin ninguna originalidad».
Sea lo que fuere que le mostraron al gran pianista y compositor este no quedó
muy impresionado, como se ve. El 6 de junio de 1847, en el diario progresista
madrileño El Espectador, aparece por primera vez la música (y baile) que hoy
conocemos como «flamenco» asociados a su nombre. Se anuncia la llegada a
Madrid de Lázaro Quintana como «cantante del género gitano» y lo que
cantaba como «canciones flamencas». Es importante reseñar que en este
momento la música era conocida como gitana o flamenca, y que por tanto
ambos términos -cante flamenco y cante gitano- equivalen, sin implicar a partir
de este momento que el músico fuera necesariamente de raza gitana: un payo
que canta flamenco está cantando en este «género gitano». Por otro lado, la
génesis de ese «género» sí se vincula claramente a dicha etnia con el uso de
cualquiera de los dos términos. El término flamenco acaba sustituyendo a
gitano porque este segundo tenía connotaciones marcadamente peyorativas
(«gitano» era un insulto, al menos desde la Pragmática de 1783). El contenido
de ese repertorio podía contener, como hemos visto, cantes rituales gitanos y,
más probablemente, cantes folclóricos aflamencados. En 1852 François-
Auguste Gevaert publica un «informe» a partir de un viaje a España realizado
en 1850 (no bajó más allá de Toledo) en el que hace la distinción entre cantos
propiamente dichos, como «cañas o playeras», y aires de danza, como
«fandangos, malagueñas o rondeñas». El 18 de febrero de 1853 dos periódicos
de Madrid, La España y La Nación, publican sendas reseñas de un mismo
evento, titulándolas respectivamente «Música flamenca» y «Concierto
gitanesco». Aquí aparece una modificación sutil del significado del término
flamenco, que pasa a designar un estilo o un género, y cuyos autores o
intérpretes no tienen por qué ser ya gitanos. El flamenco ya no es «lo que
hacen los gitanos» sino algo «como lo que hacen los gitanos». Este es el
principio de una bifurcación que irá a más con los años. Los gitanos protestarán
(en el jaleo de una grabación de Pastora y Tomás Pavón de 1928 se escuchará
«¡Canta gitano!» «¡Toca gitano!»).
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En general todo apunta a que la mayoría de los estilos hoy conocidos fueron
anotados (escritura musical), grabados (en cilindros de cera y discos de
pizarra) o transmitidos oralmente al poco tiempo de su creación, hacia finales
del XIX o principios del XX, por parte de cantaores como Silverio Franconetti,
Juan Breva, Enrique Jiménez Fernández Enrique el Mellizo (†1906) (cuyos
cantes llevó Manuel Torre a Sevilla), Antonio Chacón, Tomás de Vargas Suárez
El Nitri (†?) o Mercedes Fernández Vargas La Serneta (†1912). La era del
fonógrafo acabó con las improvisaciones y la transmisión oral, abriéndose la
posibilidad de fijar, analizar y clasificar los cantes, cuyos estilos pudieron
entonces incluirse en un canon. Pero también transformó la percepción del
propio cante, que pasó a escucharse en casa y no en reuniones o fiestas, a
partir de una interpretación grabada en un estudio vacío y aséptico y no de un
arranque espontáneo del artista ante un público entendido y participativo. Los
cilindros de cera que se usan en España desde 1890, permitían grabar cantes
de hasta 3 minutos, favoreciendo los registros agudos. No permitían la copia,
por lo que cada cilindro era único y en ocasiones se grababan varios a la vez
rodeando al cantante de fonógrafos. Las primeras grabaciones comerciales
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Si el flamenco hunde sus raíces en el siglo XVIII pero se crea en el XIX, será en
el siglo XX cuando se estudie y se registre sistemáticamente. La familia
Machado tiene una relación íntima con el arte flamenco, empezando por el
padre de los poetas, Antonio Machado Álvarez, Demófilo, que fue el primero en
dedicar un libro al tema, Colección de cantes flamencos recogidos y anotados,
de 1881. Toda la flamencología moderna parte de esa obra. Escribió otras (Las
saetas, Soledades, Primeros escritos flamencos) y dirigió la revista El Folclore
Andaluz (1881-82). Antonio Machado (1875-1939) y Manuel Machado
(1874-1947) heredaron esta afición. Manuel dedicó Cante hondo (1916) al
flamenco. Federico García Lorca (1898-1936) recopiló muchos de los poemas
del cante gitano, y como músico grabó a la cantaora La Argentinita
acompañándolos al piano en discos de pizarra, en 1931. En muchas de sus
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través de sus discípulos a Diego Amaya Flores Diego del Gastor. Por último,
Miguel Borrull, que fallece en 1926, tenía la formación musical más sólida de
todos los guitarristas decimonónicos citados, y fue acompañante profesional
de los mejores (Silverio, El Nitri, Cojo de Málaga, Chacón) con una técnica de
toque flamenco sencilla, reservando su pericia para el ámbito privado. Borrull
era a principios de siglo, establecido primero en Madrid y después en
Barcelona, el guitarrista de acompañamiento de referencia, seguido por su hijo
Miguelito Borrull, que dejó registrado un toque más moderno y fue maestro de
Paco Aguilera. Los espectáculos de los cafés-cantante tuvieron también su
efecto en el diseño de las guitarras, pues se requirió de ellas más volumen
sonoro, alcanzándose así el diseño definitivo a partir del modelo establecido
por Antonio Torres Jurado para la guitarra española. Los hermanos José y
Manuel Ramírez de Galarreta y Planell, en Madrid, perfeccionaron la guitarra
flamenca a partir de la española hacia finales del XIX (tamaño, madera de
ciprés, abeto alemán y ébano, cuerdas más bajas, golpeadores en la tapa
armónica, más ligera que la clásica de concierto). Una particularidad de la
época de los cafés-cantante, que ocupa el último tercio del XIX y primer cuarto
del XX, es que corrió paralela a un movimiento intelectual de rechazo al
flamenco, que incluyó a muchos de la generación del 98 y del 14 (Joaquín
Costa, Unamuno, Baroja, Clarín, Núñez de Arce, Pardo Bazán, Eugenio Noel…).
A este movimiento se contrapuso otro, de interés creciente por el flamenco y
de esfuerzo por conocerlo, empezando por el padre de los Machado, Demófilo,
y su Colección de cantes de 1881, donde ya queda establecida la leyenda
según la cual el flamenco estaba en decadencia por culpa de los cafés-
cantante. El interés por el flamenco y el deseo de rescatarlo de la perdición
animará el célebre Concurso de 1922.
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Flamenco (1986, 10 LPs, Ariola, 100 cantes), organizada por Caballero Bonald,
que amplía su antología previa con grabaciones descartadas en 1968; El Cante
Flamenco. Antología Histórica (1987, 6 LPs, Philips), encargada una vez más a
José Blas Vega, que la organiza por períodos históricos (cantes básicos, cafés-
cantantes, ópera flamenca, etc.); los CDs que acompañaron la Historia del
Flamenco de editorial Tartessos (1995), editada por José Luis Navarro García y
Miguel Ropero Nuñez, que incluían los 10 de la Antología de la época dorada
del flamenco y los 40 de Testimonios Flamencos, con muchas grabaciones
privadas, compiladas por Luis y Ramón Soler; y por último Carmen Linares en
Antología: la Mujer en el Cante (1996, 2 CDs, Polygram), con Carmen Linares
como única cantaora. De todas estas antologías, que para llamarse así deben
tener una selección didáctica a partir de algún criterio, la más adecuada para
introducirse en el mundo del flamenco es quizás la de 1982, organizada por
Blas Vega con un cuidadoso ensayo de acompañamiento. Pero la mayor parte
de esas grabaciones vienen del catálogo de Hispavox, por lo que tienen más
interés discográfico las antologías de 1954, de Perico el del Lunar, y de 1968,
revisada y ampliada en 1986, de Caballero Bonald. El impacto en la
consideración del flamenco en círculos intelectuales de esas colecciones
musicológicas fue enorme.
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Las peñas hicieron sin embargo una labor de selección, no siempre con
criterios amplios, lo que excluyó a artistas que no se ajustaban al canon. Hay
quien relaciona el papel de estas peñas con el de los “señoritos” y sus fiestas
privadas de antaño. En suma, un nuevo circuito de festivales, tablaos y peñas,
con la ayuda de las grabaciones fonográficas, sustituyen los espectáculos en
grandes espacios (teatros, plazas de toros) de la ópera flamenca, que entra en
una rápida decadencia.
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1958 ya citado, recoge tal cual lo dicho por Demófilo, señalando que con los
cafés-cantante «las filas de cantaores y bailaores comenzaron a engrosar en
forma hasta entonces desconocida. Raro era el mes en que no surgía algún
nuevo excepcional intérprete, y ahora ya también de raza no gitana, fuese
hombre o mujer. Consolidóse el profesionalismo del flamenco arte». Los cafés-
cantantes, de pequeños aforos y gobernados por el gusto de los entendidos
(los «inteligentes») entran en decadencia, según García Martos, a principios
del siglo XX, siendo sustituidos por los tablaos teatrales, que atraían la
atención de los nuevos cantaores «no tanto por ensanchar el campo escénico
de exhibición en que hasta entonces el arte flamenco se desenvolviera y
medrara cuanto por las mejores y más fáciles ganancias que presintieron
obtendrían actuando en tales medios y ante públicos que no a mucho iban a
obligar, ya que en ellos contarían poco o nada los «entendidos» o
«inteligentes», los cuales, por otra parte, habían comenzado a hacerse raros y
escasos. Ascendió a dichos tablaos el cante, y, como puede suponerse, para
caer aún más. Se soslayaron los cantes «grandes», dándose ahora
preeminencia a los de menor «responsabilidad», como el fandango y sus
afines: la malagueña, la granaína, la taranta, la cartagenera y la murciana,
acompañados de algunas facilitas o facilitadas siguiriyas y soleares. Cantes
que siempre sirvieron para el baile (cantes de p'atrás) se emplearon para sólo
hacerlos oír, como el mirabrás, las alegrías y las bulerías. Introdujéronse nuevas
formas, que se decían de origen o influjo americano, como la guajira, la milonga
y la colombiana, formas que, sin carecer de exterior «vistosidad», resultaron de
muy endeble o trivial contenido ... Relativo únicamente fuera el mal si las cosas
hubieran parado ahí. Agudísima fiebre de virtuosismo hizo presa en los
cantaores de teatro. Desatentamente recubrieron el cante, bastardeándolo, de
barrocas florituras y atiplados gorjeos -rayanos en lo cómico e hilarantes en
multitud de casos-, que le convirtieron en un arte preciosista despojado de
toda emoción e idealidad. A la vez, y como todavía hoy sigue sucediendo,
integrósele en farsas o comedias musicales de bajo porte, haciéndole alternar
con tonadillas y couplets, de ordinario mediocres o vulgares, y con recitados de
intermedio y coletilla, que los mismos cantaores, metidos a actores ya,
declamaron y declaman afectadamente y con la menor gracia posible». Para
García Martos, sólo en algunos cantaores de entonces (1958), «los pocos que
aún restan dedicados solamente a actuar en las “reuniones” de colamos y
“reservados” de cafés, hállanse [los] más fieles y ciertos depositarios del cante
flamenco en su realidad pura y fascinante».
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dotadas de una gran belleza, y el cante gitano, basado en las mismas reglas
estéticas, pero regidas por el corazón, la intuición y la emoción, lo que le
proporciona una mayor transcendencia». Para Mairena hubo un período
hermético que dura hasta la década de 1860, momento en que Silverio
Franconetti vuelve de su viaje americano y establece su café-cantante en
Sevilla. A partir de este momento se va creando el cante flamenco, con el cante
gitano-andaluz como fuente e ingrediente fundamental. El cante gitano es por
tanto previo, una creación de los gitanos de la Baja Andalucía (Mairena señala
específicamente a Triana como lugar de origen), a partir de «elementos de la
tradición cultural andaluza y castellana». Sus formas básicas serían tangos,
tonás, soleares y seguiriyas, que Mairena califica de «cantes básicos». El
flamenco sería un arte posterior y derivado, una evolución adaptada al público
del cante de los gitanos, desarrollado a partir del fandango con elementos del
folclore musical andaluz, de gran belleza en sus formas más inspiradas pero
alejadas de la expresión honda y genuinamente gitana. Aunque las influencias
fueron mutuas, el cante gitano «perdió pureza» como consecuencia de su
exposición al flamenco, más popular. Según Mairena, el gran creador del arte
flamenco, quien le da su forma más perfecta y acabada, fue Antonio Chacón, a
quien llama La campana gorda. Pero el propio flamenco, que nace con
Franconetti y culmina con Chacón, quien había llegado a actuar en el café-
cantante de aquel, experimenta un rápido proceso de degradación y
vulgarización que el propio Chacón llega a conocer, quedando desplazado por
los grandes divos de una evolución del cante flamenco que se conocería como
ópera flamenca, basada en los fandangos y otros cantes populares y
caracterizada por voces que cantaban en falsete o que realizaban acrobacias
vocales en el marco de espectáculos teatrales. Para Mairena, que no hace más
que recoger una idea extendida, se contraponen así dos grandes escuelas de
cante, una propiamente gitana y pura y otra paya y popular, con elementos
folclóricos y adaptaciones al gusto de un público más amplio, creadas en
origen por El Nitri y Silverio, ambas a partir de una fuente gitana previa,
transmitida por los cantaores calés El Planeta y El Fillo. Así, Manuel Torre sería
de la escuela de El Nitri y Antonio Chacón sería de la escuela de Silverio,
continuando la genealogía con Manolo Caracol y Pepe Marchena, Tomás Pavón
y Manuel Vallejo, Antonio Mairena y Juan Valderrama, la Niña de los Peines y la
Niña de la Puebla o Camarón y Morente. Para Mairena el cante gitano-andaluz
era cultura, medio de expresión artístico e historia oral de los gitanos que vivían
en los pueblos que hay entre Sevilla y Cádiz. Ni todos los gitanos conocían y
entendían ese cante, ni todos los andaluces, lo que explica el término gitano-
andaluz, que alude a una intersección de conjuntos muy restrictiva. El cante
flamenco era para Mairena una envolvente externa del núcleo gitano-andaluz, y
que no tenía por qué ser gitano ni andaluz (en algunos casos una cosa, en otros
la otra, o incluso ninguna de las dos). Mairena tenía una visión trascendente del
cante gitano-andaluz, que para él se materializaba en lo que llamaba la «razón
incorpórea», expresión que viene de Séneca, quien la usa en su Consolación a
Helvia, y que el cantaor debió conocer a través de Ricardo Molina, que era
profesor de latín. Con ella Mairena aludía a un sentimiento o convicción íntima
que le consagraba a la sagrada misión de conservación y transmisión de una
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Antonio Mairena recuperó cantes, los ordenó y catalogó, fijando por primera
vez un canon cerrado y jerarquizado para una rica tradición hasta entonces
transmitida de forma oral o grabada de forma dispersa. Artista y musicólogo,
grabó sistemáticamente y asesoró en la grabación de diversas antologías,
dejando para la posteridad un legado fonográfico fundamental. Mairena es,
como cantaor, y junto a Antonio Chacón, Manuel Torre, Pastora Pavón La
Niña de los Peines, Tomás Pavón (hermano menor de La Niña de los Peines) o
Manuel Vallejo el culmen del arte flamenco clásico. En disco, Mairena fue de
los más grandes en los palos más difíciles (los cantes básicos, tonás, siguiriyas,
soleares, y también en los cantes festeros), pero había otros que, aunque
conocía y cantaba, estaban más lejos de su interés por diversos motivos
(malagueñas, granaínas, fandangos, cantes de Levante y los de ida y vuelta).
Cantó mucho más de lo que grabó y publicó oficialmente, aunque hay muchas
grabaciones privadas no comerciales que muestran un repertorio aún mayor. La
integral de sus grabaciones «oficiales», que comprende los años que van de
1941 a 1983, incluye 197 cantes en 16 CDs. En 1958 graba su primer disco de
larga duración en España, Cantes de Antonio Mairena. Este nuevo soporte
fonográfico le permitió alargar mucho los cantes, como puede comprobarse en
sus siguientes grabaciones, lo que unido a la exactitud rítmica de su cante y a
la emisión natural de su voz hicieron de su cante toda una novedad y un
revulsivo en su momento. Durante la época de oro de los espectáculos de
ópera flamenca, dominados por grandes figuras como Pepe Marchena, Manolo
Caracol o Juan Valderrama, Mairena cantó para Carmen Amaya (poco tiempo) y
diez años para Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín, quien le consideraba «el
mejor cantaor del mundo» y recordaba «que nadie le cantó como él». Edgar
Neville, que había sido cronista del Concurso de Cante Jondo de Granada y que
incluye a Antonio Mairena en su hoy célebre película de 1952, dedicará al
cantaor un artículo publicado en el ABC del 16 de marzo de 1958, donde
afirma: «Cuando el cante se va a morir, cuando a los más aficionados comienza
a aburrirnos en ese momento en que encontramos monótonos los mismos
tientos que estamos oyendo desde Chacón y las alegrías de las acostumbradas
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la Tercera Llave de Oro del Cante en 1962, en el III Concurso Nacional de Cante
Flamenco de Córdoba, al que acudieron muchos excelentes cantaores
(Fosforito, Juan Varea, Antonio El Chocolate y Platerito de Alcalá), pero el
promotor de aquello, el poeta Ricardo Molina, mentor de Mairena, tenía tomada
la decisión de concedérsela a su protegido, que no era entonces famoso, como
sí lo eran Caracol, Marchena o Valderrama, aunque estos entrando ya en la
decadencia de su inmensa popularidad. Molina pensaba que la primera Llave
del Cante se concedió en 1862, fecha errónea, y pensó en celebrar el
centenario concediéndola de nuevo a un cantaor. Debe tenerse en cuenta que
en este momento la Llave de Oro no era un galardón que tuviera una especial
significación, como sí tendría después. Se había concedido sólo dos veces, de
manera informal, y Manuel Vallejo, que tuvo la segunda, había muerto poco
antes, en 1960, prácticamente en el olvido. En todo caso el año anterior se dio
un gran homenaje a Pastora Pavón en Córdoba, lo que despejaba el camino
para que Mairena recibiera el premio sin oposición de la única gran figura que
podría haber mostrado interés en disputarlo. Los días 19 y 20 de mayo de 1962
Mairena desplegó un apabullante abanico de cantes: cantiñas de Luisa Butrón,
cantiñas entrecruzadas con romeras en las dos variantes de Pinini y con el
cierre de Paco el Gandul, tientos y tangos de Cádiz, Los Puertos, Jerez y Triana
(de El Mellizo, Manuel Torre, Manuel el Sevillano, Frijones y Pastora Pavón),
soleares de Alcalá, Juaniquí, Utrera y Triana, siguiriyas de El Nitri, El Fillo y El
Loco Mateo, y tonás, de Juan el Pelao, de Los Puertos y la toná grande, por
primera vez cantada en público. En el jurado estaban Juan Talega y Ricardo
Molina, mentores de Mairena, Anselmo González Climent y Aurelio Sellé entre
otros. El concurso fue una mera exhibición publicitaria que, eso sí, sirvió para
evidenciar que nadie como Mairena, con una mezcla de dilatada experiencia y
determinación, podría encarnar y liderar el cambio que se venía fraguando en el
mundo del flamenco por lo que, aunque la concesión del galardón estaba
decidida de antemano, en aquel momento no había entre los que acudieron al
concurso ningún cantaor con la dimensión, largura y proyección de futuro de
Mairena, como se pudo comprobar después. Mairena usó la Llave, por primera
vez, para abrir y cerrar puertas a unos y otros durante dos décadas. La Cuarta
Llave se concedió a Camarón en 2000, a título póstumo, y la Quinta a Fosforito,
en 2005.
Un año más tarde, en 1963, se publica Mundo y formas del cante flamenco,
que desarrolla y articula las ideas de Mairena con ayuda de la pluma de Ricardo
Molina. Esta obra incluye una completa clasificación de los distintos cantes
flamencos, algunos de ellos recuperados por el propio cantaor del olvido. Las
clasificaciones cronológicas o genealógicas son algo peligrosas porque no
se sabe cuándo surgieron exactamente los distintos cantes ni la relación exacta
entre ellos en muchos casos, además de que con el tiempo y los estudios
musicológicos este tipo de clasificaciones han ido variando. Falla distinguía
entre cante flamenco y cante jondo en el texto que preparó para el I Concurso
Nacional de Granada de 1922. Después, y durante mucho tiempo, se habló de
cantes grandes (soleares, siguiriyas o tonás) y cantes chicos (alegrías, bulerías,
tango), diferenciados según José Carlos de Luna por la profundidad expresiva
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(De cante grande y cante chico, 1926). La confusión es notable porque no sólo
han ido cambiando los términos en el tiempo, sino que también estos han ido
cambiado su significado. El término flamenco empezó siendo equivalente de
gitano, que no se usaba porque era peyorativo, después pasó a significar
gitanesco, un particular estilo (de raíz gitana). El término jondo alude a una
forma de interpretar, pero también a un repertorio que exige esa forma de
interpretar y que más o menos coincide con lo gitano. Más adelante se rechazó
el término por subjetivo e impreciso, pero no para sustituirse por uno más claro,
sino por la aplicación del término flamenco, ya desposeído de cualquier
significación gitana, a todo. En este contexto Mairena reintroduce una
distinción clarificadora, entre cante gitano-andaluz y cante flamenco, siendo
los segundos en todos los casos los interpretados o creados fuera del marco
cultural estrictamente gitano, en contacto con un público amplio. Más adelante,
el mairenista Pierre Lefranc habló de cantes para sí de los gitanos, o para
cantar espontáneamente entre ellos, en general sin acompañamiento. En esta
década Mairena se incorpora a la Tertulia flamenca de Radio Sevilla, que tuvo
gran influencia y desde donde el maestro hizo apología de su visión del
flamenco, el mairenismo. Esta la resume el propio Mairena así: «Para mí en el
cante auténtico, desde los tiempos de Manuel Torre, Chacón o Pastora, y
anteriormente a ellos, por lo que me han comunicado por tradición oral, había
los cuatro cantes básicos: el cante por seguiriyas, por tangos, por soleá y por
tonás; lo que se entiende por el matiz de cante-gitano-andaluz. Luego hay
otros cantes que pertenecen al matiz que genéricamente se le llama flamenco
que es el derivado de todos los fandangos, como pasa con la malagueña, la
taranta, la cartagenera, todos los cantes de Levante. Y hay infinidad de cantes,
como pasa con la petenera, que también tienen sus calidades, naturalmente
que las tienen.... pero es otro matiz distinto al cante gitano-andaluz. La tierra
donde se da mejor el cante es en Triana, en Jerez, en treinta o cuarenta
kilómetros alrededor de Sevilla; en lo que baña el Guadalquivir que va de Sevilla
a Cádiz. Luego vienen Los Puertos y Cádiz. Y el rincón de la parte de Algeciras.
Luego hay otros sitios, como pasa en Málaga, que ya es otro género, que nace
del folclore andaluz y se ha introducido en el mundo del flamenco como cantes
de verdadero valor. Y como sucede en Málaga, ocurre en la provincia de
Huelva, y en Córdoba, Jaén y Granada. En fin, esto llega hasta Almería y se
introduce hasta Levante. Pero lo que es el cante de alta pureza gitano-andaluz,
eso es en la geografía concretísima de Sevilla a Cádiz». Pierre Lefranc, sobre el
mairenismo: «dicho término me parece poco oportuno porque evoca bien una
doctrina, bien una norma y una ortodoxia, bien una actitud ejemplar, en una
esfera donde el acatamiento de la tradición exige también, e incluso ante todo,
que frente a ella se guarde cierta libertad. Fue una voz magistral entre otras
cosas en una diáspora de voces magistrales, realizó una labor considerable y
utilísima de salvamento, pero esa cultura no requiere ni tolera una autoridad
infalible, ni el apremio de un dogma, ni tampoco el ipse dixit de los
Escolásticos».
Hasta 1968, fecha en que muere Ricardo Molina, Mairena se dedicó a aprender,
restaurar, poner orden, catalogar y grabar sistemáticamente cantes antiguos,
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pero a partir de esa fecha crea formas nuevas, aunque las justificase aludiendo
siempre a la tradición. Pierre Lefranc (El Cante Jondo, 2000) y Ramón y Luis
Soler (Antonio Mairena en el mundo de la siguiriya y la soleá, 1992)
sistematizan y actualizan ese catálogo, revisando y complementando la
investigación de Mairena. En palabras del propio Mairena en una entrevista de
1981: «Yo no soy un conservador, porque si se mira cómo estaba el cante
cuando yo me lo encontré y cómo está ahora, se ve que soy más bien un
revolucionario». Como señala Luis Suárez Ávila, «Antonio Mairena fue el
cantaor, en toda la historia, con más intuición y más cultura de los esquemas
flamencos. Siempre se procuró la compañía y las enseñanzas de la gente
mayor, cargada de saberes, y siempre estuvo receptivo a cualquier
conocimiento. Fue, también, un creador de modos y formas, a las cuales quiso
dotar de cierta perspectiva histórica, en detrimento de la verdad». Mairena
tenía algo de la veneración japonesa por las tradiciones y por la herencia
recibida. El kintsugi consiste en reparar con resina y polvo de metales
preciosos las cerámicas rotas, pues esas cicatrices pasarán a formar parte del
objeto y su historia, confiriéndole belleza y valor. De una forma similar Mairena
trabajaba con los materiales de la tradición flamenca, a menudo meros
fragmentos, y con ellos reconstruye y sutura, produciendo objetos que son en
parte antiguos y en parte nuevos. Sus referencias declaradas fueron Manuel
Torre, Pastora y Tomás Pavón (a los tres los trató en la Alameda de Sevilla,
sobre todo a Pastora), Joaquín el de la Paula, y secundariamente, El Gloria
(para las saetas) y Juan Fernández Vargas Talega. Junto a Mairena, Pastora
Pavón y Manuel Vallejo fueron quizás los cantaores más largos de los que se
tiene noticia en disco, los que demuestran un conocimiento y dominio más
extenso de estilos diversos.
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demoliendo todo, y [a] artistas de una tierra hacerles perder el aire personal,
hacerles un lavao y ser una especie de artistas "standard". Este señor no ha
hecho más que a los jóvenes, desde Utrera pa Cádiz, hacerles un lavao de
cerebro y que se olviden de todos los valores, de todo el manantial, que tiene
una riqueza indiscutible, por lo menos para mí, y convertir a toda la juventud en
voces que todas suenan igual». Caracol concede otra entrevista, publicada
también en Triunfo, el 8 de agosto de 1970, en la que decía que de los
cantaores «antiguos, de los que quedan, me gusta Marchena, un creador en su
estilo. Valderrama es un artista extraordinario. No es que me llegue a mí, pero
es un gran artista y me gusta oírlo aunque no me llega». Pero también,
refiriéndose indirectamente a Mairena y su escuela, señala que «hay muchos
"cantaores" de esta época que cantan de cabeza cantes que no han existido
nunca y que no han conocido, y los llaman cantes de Alcalá, cantes del
"patatero" y de Juan Perico. ¡Eso no vale nada! Eso ha sido como si dijéramos
un aperitivo del cante flamenco. Se llama cantar, cantar y crear, que se llama
torear y mandar, improvisando. ¡Eso es cantar!». Pierre Lefranc apunta que
Juan Talega y «otros más estaban resentidos con Manolo Caracol, culpable a
sus ojos de haber pervertido la tradición, el repertorio, su talento y su voz
apoyándose en orquestas, la eterna españolada y la popularidad de Lola Flores
(…) Hoy en día, depuradas ya todas las pasiones, resulta posible ver las cosas
con perspectiva. Caracol fue periódicamente un cantaor de primera magnitud,
de temperamento a menudo barroco, pero muy jondo y buen conocedor de los
cantes; el resto del tiempo daba al público lo que éste esperaba, por
desgracia». Pastora Pavón tampoco estaba de acuerdo con la arqueología de
Mairena. El pintor Capuletti habló con Pastora a instancias de Georges Hilaire,
preguntándole por el tema de los estilos gitanos y flamencos. Hilaire cuenta en
1966 a Pierre Lefranc que Capuletti lle informó de las respuestas de La Niña de
los Peines. Esta «se negaba en adelante a que llamasen tangos de la Gabriela o
soleá de la Sarneta, etc., los cantes que las casas editoras se esfuerzan en
llamar así; que ni la Sarneta, ni sus propios hermanos Tomás y Arturo, el El Nitri,
ni Agustino Talega, cantaron nunca la misma cosa; que lo que es llamado
“estilo” se reduce a dos, tres o cuatro “fórmulas-ejes” más o menos fielmente
repetidas por los imitadores; que entre tales fórmulas todo cantaor que se
respeta debe improvisar, crear por cuenta propia y que siempre fue así; que la
personalidad del cantaor era “la voz”, y el “son” “y la rapidez”». Sobre la
transmisión de los cantes Pastora aseguró «con vehemencia» que «la Sarneta
cantó letras de la Andonda pero su cante nunca: que ella misma, cantando las
coplas de la Sarneta o de la Trini, hizo lo mismo; y que aquellos cantes eran en
fin de cuentas los de la Sarneta, y…. de la Niña de los Peines». Más
concretamente, en relación a las resurrecciones de estilos perdidos que por
esas fechas grababa y publicaba Antonio Mairena (y Pepe Torre), Pastora
opinaba que valían «para los intelectuales», pero «que no engañaban a ningún
aficionado legítimo». Pastora Pavón consideraba por tanto que las
reconstrucciones de cantes antiguos se llevaban demasiado lejos, al
considerarlos formas cerradas que se podían recuperar y atribuirlos a personas
concretas. Ella pensaba más bien que había modelos de referencia sobre los
que los cantaores elaboraban improvisando. Estaba previsto que Pastora Pavón
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y Pepe Pinto participaran en la Gran Historia del Cante Gitano Andaluz (1966)
de Antonio Mairena, con dos y un disco respectivamente, pero al final no lo
hicieron. Las razones pudieron estar en las discrepancias entre Pastora Pavón y
Mairena, aunque hubiera otros motivos. Pastora ya estaba retirada, pero las
protestas de Marchena, Caracol y Valderrama, que estaban activos, no les
sirvieron de mucho en la última etapa de sus carreras. Sin embargo, una nueva
tendencia se incubaba ya en el flamenco y acabaría por darles la razón, aunque
los dos primeros no vivieran para verlo. En los años 70 empezaba a abrirse una
época de desarrollo del flamenco fuera del canon mairenista, mucho más
abierta y libre.
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Pavón La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Vallejo o Antonio Mairena
hay que conocer también a otros muchos grandes cantaores: Manuel
Escacena, José López-Cepero, Josefa Moreno La Antequerana (competidora de
La Niña de los Peines), a Manuel Vega García El Carbonerillo (gran cantaor de
fandangos, aunque no sólo, que murió muy joven), Antonio Pérez Guerrero El
Sevillano (el otro gran cantaor de fandangos), Joaquín José Vargas Soto El Cojo
de Málaga, Antonio Nuñez Chocolate (al menos hasta sus últimas grabaciones
para Columbia, en 1967), Tío Borrico (puro Jerez), Francisca Méndez Garrido
La Paquera de Jerez y Dolores Jiménez Alcántara La Niña de la Puebla (las dos
más grandes cantaoras de la historia grabada, junto a Pastora Pavón, La Niña
de los Peines), los 36 cantes que grabaron en 1952 Alfonso Gaviño El Fleta y
Anastasio Ruiz, las escasas grabaciones de Juan Talega (uno de los “gitanos
viejos” que fueron maestros de Mairena, pero que influyó en muchos otros) o
de Perrate de Utrera (el mejor cantaor de la muy flamenca Utrera, que se casó
con una hija de Manuel Torre), sus paisanas las hermanas Bernarda y Fernanda
de Utrera, y también Gaspar de Utrera, Juan Varea (cantante de sentimiento,
con una tristeza y nostalgia romántica cautivadora), la voz tremenda de
Terremoto de Jerez, Tía Anica la Piriñaca (decía «cuando canto a gusto la boca
me sabe a sangre»), Bernardo el de los Lobitos, Agujetas El Viejo (un disco de
grabaciones caseras), su hijo Manuel Agujetas y la nieta Dolores, Perla de
Cádiz (cantante favorita de Camarón, y una de las realmente grandes cantaoras
de la historia del flamenco), María Vargas (que dejó el cante profesional
durante muchos años, tras casarse), Manuel Soto Sordera (maestro de los
cantes jerezanos, como demuestra en cuatro discos memorables en los que
colabora como letrista Caballero Bonald), Paco Toronjo (sin igual para los
fandangos de Huelva), Joaquín Jiménez Domínguez Salmonete y Casto García
Cortés Carrete (dos cantaores puros al margen de los circuitos comerciales),
Antonio Fernández Fosforito (uno de los pocos sucesores en largura del gran
Mairena, y que tuvo después de él la Llave de Oro del Cante), José Menese
(cantaor ortodoxo, discípulo de Mairena, puso voz a muchas letras nuevas del
pintor y poeta Moreno Galván), Miguel Vargas (que cantó también letras de
Moreno Galván), Carmen Linares (una cantaora larga, enciclopédica), Antonio
El Chaqueta (gran cantaor de soleares), Calixto Sánchez (otro protegido de
Antonio Mairena, y de su mismo pueblo, ganador del exigente y disputado
Giraldillo del Cante de 1980), José el de la Tomasa, Diego Clavel, Santiago
Donday (gaditano, sin ambición alguna por carrera comercial de ningún tipo,
convencido por Paco Cepero para grabar una vez antes de morir), el heredero
de Pericón de Cádiz Chano Lobato (maravilloso en los cantes de Cádiz), El Pele
de Córdoba (quizás el mejor cantaor gitano en activo), Manuel Cástulo (que
mantiene hoy viva la llama de Mairena y Alcalá), además de las grandes figuras
modernas renovadoras del flamenco, todos ya desaparecidos, Camarón de la
Isla, Enrique Morente o El Lebrijano, al menos en sus discos que tienen un pie
en la tradición flamenca. También deben conocerse los cantes de las grandes
(grandísimas) figuras de ópera flamenca, Pepe Marchena, Manolo Caracol y
Juan Valderrama, que fueron enormes cantaores por derecho propio, y muy
largos, aunque hicieran también otro tipo de música aflamencada para públicos
amplios.
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El relato de Mairena y Molina sobre los orígenes del flamenco por un lado y la
de Rossy por otro representaron los dos primeros paradigmas, pero en los 60, y
durante más de veinte años, la mayoritariamente aceptada fue la línea
tradicional de Mairena y Molina, que era una reelaboración de una larga
tradición, y esto condenó la de Rossy a la marginalidad, y en su momento
apenas fue considerada. Pero con el tiempo los planteamientos de Mairena y
Molina fueron poco a poco orillados, debido a los avances de la investigación
musicológica, histórica y antropológica modernas, basadas en el método
científico, que se construye a partir de la evidencia contrastable (documental
en este caso). Una referencia fundamental de esta corriente es ¿Se sabe algo?
(1990) de José Luis Ortiz Nuevo, que plantea la necesidad de resetear y
empezar de cero, cuestionando todo lo que se creía que se sabía. Forman parte
de esta nueva flamencología, entre otros, Faustino Núñez, Antonio Barberán,
Pierre Lefranc, Luis y Ramón Soler, José Blas Vega, Manuel Bohórquez,
Gerhard Steingress, los hermanos Hurtado Torres, José Manuel Gamboa,
Gregorio Valderrama, Suárez Ávila, Alberto Rodríguez o el propio José Luis
Ortiz Nuevo, entre otros. En ella hay dos grandes corrientes interpretativas, una
que da un papel fundamental a Andalucía y secundariamente a la etnia gitana,
pero matizando mucho los planteamientos de Mairena y Molina, y otra corriente
desmitificadora más radical que incluso niega que el flamenco sea una creación
andaluza y mucho menos gitana, y explican su origen y desarrollo por una
evolución endógena de formas musicales folclóricas españolas previamente
existentes o por un «salto» cualitativo provocado en la evolución de esas
formas populares por factores exógenos hacia principios del XIX, como pueda
ser el espíritu del romanticismo, que habría animado el desarrollo de una forma
de expresión musical genuinamente española que se contrapusiera a la
influencia cultural italiana y francesa, como señala Luis Lavaur (Teoría
romántica del cante flamenco, 1976).
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vinculadas al baile son la base del flamenco, pero que sería el resultado de una
evolución endógena en este caso. En Cantos populares españoles (1882)
Rodríguez Marín había equiparado lo flamenco a aquello que se vende a los
extranjeros en los cafés cantante, Faustino Núñez lleva esa idea al origen
mismo del flamenco en América en el flamenco (2021). Según él, algunos
espabilaos de Sevilla y Cádiz -él apunta que unos jóvenes viñeros familia de El
Planeta- habrían recreado y escenificado ex profeso para un creciente número
de visitantes (desde la década de 1840, viajeros franceses, ingleses y
españoles) ávidos de exotismo orientalista unas nuevas formas musicales
tirando de material folclórico (en parte americano, como el fandango o el
tango) y no poco de inventiva. El exotismo del flamenco se sustanció en un
cante melismático y microtonal, en polirritmos, y en modos poco comunes
(frigio) y disonancias en la guitarra (debido al uso de un criterio de comodidad
para formar acordes). Parte de esas características venían del material musical
folclórico o popular que se tomó como base y otras son prácticas pero, como
en un proceso de selección natural, se favorecieron probablemente aquellos
elementos que resultaban en unas formas que atraían a un público dispuesto a
pagar. Las zambras son precisamente otro ejemplo de espectáculo creado para
“turistas” atraídos a Granada por los cuentos de Washington Irving (Ramón
Soler apunta que Antonio Torcuato Martín El Cujón organizó la primera fiesta de
gitanos o zambra, actuando para Washington Irving, Hans Christian Andersen y
la reina Isabel II, idea que copiaron los hermanos Amaya después). También lo
son, en tiempos más recientes, la creación de otros estilos perdurables que
fueron recibidos con éxito por el público. Y lo mismo se ha seguido haciendo
mucho después (sobre todo los guitarristas, que han enriquecido su repertorio
añadiendo aires morunos, siendo ejemplos de ello Sabicas o Paco de Lucía).
Este exotismo intencionado y no heredado es la posición actualmente más
aceptada, como así lo apunta el profesor Miguel Ángel Berlanga: «Es probable
que alguna vez al oír un cante flamenco nos hayamos preguntado si su
originalidad se debe a influencias orientales. Esta pregunta es bastante común.
Las vías de influencias históricas por las que más se ha indagado –las
anteriores a la llegada de los gitanos– son en primer lugar las influencias
árabes, y en menor medida, las judías (…) Pero desde nuestro punto de vista no
existe ningún estudio de conjunto y convincente sobre el “orientalismo” o
integración de las influencias orientales en las músicas populares en
Andalucía» (El flamenco, un arte musical y de la danza. Precedentes históricos
y culturales, 2017). La influencia americana es fácilmente rastreable, a partir de
formas musicales renacentistas y barrocas que pudieron tener su origen en
España y que volvieron transformadas, pero la árabe es mucho más
problemática, siendo generosos, como apunta Ramón Soler Díaz. El interés por
Al-Andalus tiene su origen en el siglo XIX, animado por el espíritu romántico (y
la moda del andalucismo gitanista que impregnó todas las manifestaciones
artísticas durante el reinado de Isabel II) y el colonialismo africano, que en el
caso español, único en Europa, se justificó por nuestras similaridades con los
«hermanos» marroquíes del sur (véase el Diario de un testigo de la guerra de
África, de Pedro Antonio de Alarcón, de 1860, que tanto influyó en Blas
Infante). El colonialismo español en el norte de África (1854-1956) coincide con
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La raíz del flamenco en el siglo XVIII está en el folclore ligado a la danza y a las
fiestas populares (los bailes de candil), con un papel musical preponderante del
fandango, que pasan a convertirse ya en el siglo XIX en fiestas flamencas de
candil, con guitarra, cantaores y bailaores destacados y un público que los
observa y anima, todo ello con un repertorio que empieza a cambiar. Lo que
distingue al flamenco como forma de arte es la individualidad creativa, con
formas musicales de autor, autores que eran en general profesionales; además,
complementariamente, el cante gana protagonismo sobre la danza, y no canta
cualquiera, sino el conocedor capaz de ello, existiendo una autoridad artística a
la que todos se someten; y ocurriendo todo lo dicho en un medio urbano, no
rural. El fandango aflamencado y sus variantes bailables continúan existiendo y
evolucionando, pero surgen nuevos estilos (polo, romances, caña, seguiriya).
Los cantes folclóricos aflamencados más antiguos que se conocen vienen de
Málaga, fandangos abandolaos que pasan a Cádiz donde ganan hondura y
después van a Triana, pasando por Jerez, donde se refinan y multiplican. En la
propia Cádiz se gestan otros estilos, a partir de material musical “de ida y
vuelta”, como los tangos y sus variantes. Los artistas pueden ser payos o
gitanos, y el público suele incluir a turistas extranjeros, para los que se
organiza expresamente la fiesta flamenca y que pagaban por asistir. Sin
embargo, en los pueblos situados entre Sevilla y Cádiz, en el seno de las
familias gitanas se cultivan y desarrollan cantes en innumerables variantes
dentro de unos pocos estilos autóctonos jondos (tonás, seguiriyas y soleares),
como vehículos de expresión honda de vivencias y sentimientos o como
acompañamientos a ritos vinculados a la vida familiar. Los inventarios recientes
apuntan a que la mayoría de las variantes de aquellos estilos tienen origen
gitano (todas las tonás, y casi todas las seguiriyas y soleares). El mapa de
estilos de Faustino Núñez presenta una asimetría de densidad entre la parte
occidental y la oriental que requiere una explicación. Este extraordinario acervo
gitano-andaluz, que tuvo como mucho un circuito profesional tabernario,
empieza a conocerse sistemáticamente, a grabarse y catalogarse a partir del
impulso de Antonio Mairena en los años 50, quien ofrece además una
explicación a dicha singularidad. Otra cosa es su hipótesis sobre el origen del
flamenco, con una época de fermentación totalmente hermética y gitana
localizada en esa zona, que está hoy día descartada, pues incluso los romances
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Taxonomía
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En Mundo y formas del cante flamenco Mairena cataloga como gitanos todos
los palos o estilos que pudo, cada uno caracterizado por su compás, modo
armónico y tempo, y después los hizo descender genealógicamente unos de
otros, dejando aparte aquellos cuya esencia puramente gitana era imposible
defender. Su clasificación se articula en cuatro grandes grupos: 1, «Cantes
básicos», que son aquellos que «coinciden en ser pura e integralmente
"gitanas" (bajoandaluzas, se entiende)», y que incluyen siguiriya, soleá, toná y
tango; 2, Cantes flamencos emparentados con los básicos o influidos por ellos,
también «gitano-andaluces», el grupo más numeroso, que «no son
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Hoy se discute que los cantes básicos sean los más antiguos, aunque se
acepta sin duda para los romances, la canción española más vieja que ha
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sobrevivido transmitida por tradición oral. Los gitanos, que los han llamado
siempre corridos, corridas o carrerillas, debieron aprenderlos y asimilarlos, y
son el único cante cuya letra tiene continuidad argumental y cuenta una historia
(aparte de algunos martinetes) -de ahí el nombre- y se cantan sin
acompañamiento. Su origen remoto está en el privilegio real concedido a los
invidentes en el siglo XV para poder imprimir y vender coplas, los famosos
pliegos de cordel. Además de los ciegos los gitanos también se ganaron la vida
con estos romances castellanos, que se popularizaron mucho en Andalucía,
donde se conservaron mejor que en otras partes del país. En La Gitanilla, una
de las Novelas ejemplares de Cervantes, escrita en 1608, se muestra a los
gitanos dedicados al cante de romances, que se acompañaban de música
(tamboril, castañetas, sonajas), y bailes. Esta tradición llega al siglo XIX.
Washington Irving describía estos romances en 1829. El testimonio de
Estébanez Calderón describe la forma en que se cantaban, apuntando a aires
moriscos preservados en la zona de la sierra de Ronda, Jerez y Medina Sidonia.
Se hacían con voz sola, o con guitarra, o incluso con pequeña orquesta (una
vihuela, dos bandolines), con intermedios bailados. Hasta 1958 no se registra
un romance flamenco, y lo hace Antonio Mairena en su disco Cantes de Antonio
Mairena, con aires de bulerías al golpe o bulerías por soleá y acompañamiento
de guitarra (se trata del Romance de Bernardo el Carpio). Mairena atribuye a
este cante una pureza y origen hermético, gitano y casi sagrado. De Cádiz son
las gilianas, que son un romance cuyo nombre viene de la historia de la hija del
emir de Toledo, tema de una de estas historias, de la que hay referencias de
1847, asociado musicalmente al jaleo y a las alegrías. Este estilo fue grabado
por primera vez también por Antonio Mairena, en 1970, en el disco La fragua de
los Mairena (Las cautivaron), pero con aires de bulería y acompañamiento de
guitarra. Mairena lo había aprendido del sevillano Miguel Niño El Bengala
(†1974), que a su vez lo había aprendido de su tío abuelo, natural de El Puerto
de Santa María, Juan José Niño, que sabía muchos de memoria. Al parecer
estos textos y su música eran una especialidad de unas pocas familias de Cádiz
y Sevilla. El investigador Luis Suárez Ávila siguió la pista y encontró en El
Puerto de Santa María una mina de ellos, de la mano de cantaores como José
de los Reyes Santos El Negro (†1995), que los cantaba (y grabó) de forma muy
libre, sin métrica determinada, sin acompañamiento y con aires de nana, y su
familia. Suárez Ávila publicará en 1971 “Corridos, corridas o carrerillas,
verdadero origen del cante flamenco”, que puede ser la tradición hermética
origen del flamenco gitano a la que aludía Mairena, o al menos lo que más se
acerca a ella. Entre 1971 y 1974 Suárez Ávila sacará a la luz en la Fiesta del
Cante de Los Puertos muchos de estos romances. Las tonás son el segundo
palo en antigüedad, y también se cantan sin acompañamiento. De hecho se
cree que las tonadas flamencas, las tonás, proceden precisamente de
romances, siendo fragmentos que se han recordado sueltos. Muchos de estos
fragmentos hablan de los padecimientos derivados de la conversión forzada y
después expulsión de judíos y musulmanes. Más que un estilo es una colección
de cantes sin unas características comunes bien definidas que los englobe,
conocidos por el nombre del divulgador o por una palabra clave del texto (toná
de Alonso Pantoja, toná de los pajaritos, etc.). Es probable que las tonás
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rituales de boda gitanos, apareciendo las tonás de alboreá. Pero hay distintas
variantes geográficas, en general con el baile como protagonista y con guitarra
y palmas. En otro sentido son muy variadas, y se hacen con distintos compases
y con coplas de distinta estructura. Empezaron a grabarse muy tarde,
empezando por Rafel Romero El Gallina (†1991), que grabó la toná y la alboreá
para la Antología de Hispavox en 1954, o Pericón de Cádiz (†1980). Sabemos
de unos cuantos grandes maestros de otro tiempo que pasaron a la historia por
su dominio de las tonás. Tales Planeta, Fillo, Juan “Pelao” y la “casa” de los
Cagancho en Triana; Félix de Sanlúcar y “Perico” Frascola en Sanlúcar; “El Puli”
en Jerez; José Cantoral en Cádiz». Son variaciones de las tonás, todas a palo
seco: los martinetes, que proceden de los herreros que trabajaban en forjas,
de los que Mairena y Molina dicen: «cante sin compás, libérrimo y desolado,
como lamento nocturno de una tribu errante bajo la luna por tierras
desconocidas, el martinete empieza a desarrollar su plañidera melodía
trabajosamente y como arrastrándola con esfuerzo de penado que tira de
pesadas cadenas, pero luego se remonta a regiones de libertad y allí despliega
su vuelo con majestad aquilina para expirar en un gemido angustioso»; las
carceleras, que hablan de la vida en las cárceles, pero por lo demás muy
parecidas a los martinetes; y las deblas, en las que brilló Juan Talegas, de
temas religiosos, tonos agudos, sin compás y profusa ornamentación
melismática, de las que Mairena y Molina decían: «La palabra "debla" es de
origen sánscrito y procede de la raíz indoeuropea "dei", que significa el cielo
brillante. Su parentesco con "debel" o "undebel" es manifiesto. Su
aproximación a la forma "dévah", sánscrita, parece indudable. [...]
Seguramente la debla fue una toná de carácter religioso en sus orígenes». Las
siguiriyas o playeras (de plañideras), de intenso dramatismo, son uno de los
palos más importantes del flamenco, junto a las soleares, y el centro de los
cantes básicos. Manuel García Matos fija su origen en la endecha, un cante
muy similar a las seguiriyas que las plañideras cantaban durante los duelos,
con la muerte como tema. Muchas de las endecheras eran gitanas, por lo que
el paso a la seguidilla gitana debió ser natural. De estas hay ya registros en el
siglo XVIII, pero aún distaban de las seguiriyas flamencas, por lo que estas
últimas no aparecerán hasta el siglo XIX. La playera más antigua de que se
tiene constancia es de 1830, y de 1880 el ejemplo más antiguo que se conoce
de una partitura de siguiriya, un arreglo publicado en París por Ramón Sezac.
Las seguiriyas, y el cante jondo en general, es un cante de lloro, melismático y
muy dramático. Carlos Cano decía del flamenco en general: «la única música
que se enfrenta con Dios, que da puñetazos al cielo es el Flamenco». Las
seguiriyas en particular se caracterizan por la melodía melismática, salpicada
de quejíos y sucesivos ‘ayes’. La seguiriya invierte el orden de la amalgama de
compases que observamos en la soleá, alternando un compás de 3/4 con uno
de 6/8. La tonalidad es el modo frigio o flamenco. A finales del XIX ya había una
amplia colección de seguiriyas (Demófilo cuenta 177 coplas para ser cantadas
en este estilo, y atribuye 77 de ellas a Silverio, siendo anterior la que se
atribuye a El Planeta). En fechas recientes Pierre Lefranc (El Cante Jondo,
2000) y Luis y Ramón Soler (Antonio Mairena en el Mundo de la Siguiriya y la
Soleá, 1992) han catalogado, con criterios algo distintos, un gran número de
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versiones locales y personales (el esquema que sigue, de Faustino Núñez, está
basado en la clasificación de los Soler). En el origen de este estilo, que debió
quedar configurado a mediados del XIX, hay tres creadores que se conocían
entre ellos: Francisco Colorado Pérez, Frasco el Colorao (†1888), establecido
en Triana, Francisco Fernández Bohiga, Curro Dulce (†1898), de Cádiz, y
Manuel Ortega Vargas, Manuel Molina (†1879), de Jerez. Las serranas y livianas
son variantes de las seguiriyas, con el mismo compás. Las cabales, en cambio,
son seguiriyas en modo mayor. Mairena decía de ellas: «La siguiriya es grito de
hombre herido mortalmente por el destino. Sólo puede expresar sentimientos
profundos, tragedia radical, la tragedia de ser hombre. Pero hombre concreto
de carne y hueso. Ese hombre apasionado y sincero, que se queja como un
animal malherido y se vuelca todo en el grito de la siguiriya, es el gitano de la
Baja Andalucía. Las letras son confesiones del alma gitana: Qué desgracia yo
tengo /mare en el andar /cómo los pasos que p'alante daba / se me van atrás.
En estas coplas refléjase la existencia de los gitanos bajoandaluces en el siglo
XIX. Las hay inconfundibles como aquella en la que se expresa el colmo del
dolor diciendo el afligido siguiriyero que ni siquiera tomaría tacitas de caldo que
le dieran: Cuando a ti te apartaron /de la vera mía, /a mí me daban tacitas de
caldo /y no las quería. Sólo un gitano expondría su angustia a través del
desprecio al puchero. En otras se jura, se echan maldiciones, se interpela a la
luna y a las estrellas, con acento religioso de primitivo que todavía ve en los
astros potencias sagradas». Molina y Mairena señalan al trianero Manuel
Cagancho como uno de los creadores de este cante: «Los dos que conocemos
del Sr. Manuel son de factura arcaica y de grandeza sobrecogedora. Una
absoluta ausencia de adorno, un dificilísimo ligado, una sutileza melismática
extraordinaria, una sobriedad primitiva y una seriedad impresionante: tales son
las características más salientes». Sin embargo, las dos grabaciones de este
cante que se conservan de él son decepcionantes, a decir de José Blas Vega.
Con testimonios grabados, han sido grandes seguiriyeros Manuel Torre, Tomás
Pavón, Pepe de la Matrona, Juan Talega, El Gloria, Manuel Vallejo, Antonio
Mairena, El Carbonerillo, José Cepero, Aurelio Sellés, Juanito Mojama, Manolo
Caracol, El Chocolate, Terremoto de Jerez y Enrique Morente. Hay referencias
de 1828 a unas seguidillas serranas, y más adelante, ya en 1848, a las serranas.
Serafín Estébanez señalaba que las serranas eran el eslabón intermedio que
conectaba la caña y el polo con las seguiriyas. Es muy posible que este cante
campero tuviera su origen en Ronda. Sí sabemos que Silverio Franconetti
cantaba unas serranas flamencas, y fue él quien creó un cante unificado con
estructura de liviana, serrana y macho. El texto y compás de la serrana y la
seguiriya son iguales, pero en tonalidad de Mi en vez de La, y más lenta y con
la melodía de la caña y el polo. Paco el de Montilla, un seguidor de Silverio, fue
el primero en grabarla en 1898, al que siguieron otros, pero Pepe el de la
Matrona fue el primero en grabar la serrana de Silverio privadamente en 1947
(liviana, serrana y cambio de María Borrico) y otra vez comercialmente en 1954
para la Antología de Hispavox. Antonio Mairena grabará su cuidada y
ensanchada versión después. La saeta se canta sólo en la Semana Santa,
durante el paso de las cofradías, normalmente sin acompañamiento. Las
llamadas saetas antiguas pueden tener ingredientes sefardíes, mozárabes y
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A las soleares se las conoce como una de las madres del cante, aunque surgen
en realidad relativamente tarde, cuando ya había otros muchos estilos en
circulación. Por ello se puede considerar a la soleá como un estilo flamenco
puro, y no una adaptación aflamencada de un material musical previo. Esto no
quiere decir que la soleá no recoja influencias: el fandango y el bolero
desembocan en el jaleo, baile festivo desde finales del XVIII, que a su vez vierte
sus aguas en la soleá en la década de 1850 a través de una de sus variantes,
probablemente unas gilianas o jaleos de la Gariana bailables que hacía Paquirri
el Guanté (el origen de la alboreá, cante de boda gitano, es exactamente el
mismo). En nombre soledad viene de la forma de los versos que se cantaban,
estrofas de tres versos octosílabos de rima asonante a-b-a. Si la referencia
más antigua a la soledad es de 1853, y se anuncia ya como cante, en el cambio
de siglo aún se llamaban a veces jaleos a las soleares. La soleá nace
probablemente en Cádiz, pasa a Jerez y de ahí a Triana, donde se desarrolla
ralentizándose y complicándose en las décadas de 1860-70 (por calés y
gachós), y no al revés como se ha asegurado durante mucho tiempo. Las
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soleares de Triana conservan aires del polo, por lo que se llaman también
soleares apolás. En realidad, no se puede decir que sean de Triana, porque
tienen autores conocidos: Paquirri el Guanté, en Cádiz, Antonio Vargas Frijones,
en Jerez, Silverio Franconetti, en Sevilla, quien creó las soleares-peteneras
como remate de la caña, y Ramón Rodríguez Vargas, Ramón el Ollero (†1905),
de la zona de Triana conocida como El Zurraque (calles Castilla y Alfarería).
Estos cantes de El Zurraque han sido registrados después por Antonio
González Garzón El Arenero, Naranjito de Triana o por Francisco Álvarez Martín
Paco Taranto. Entre Paquirri el Guanté y Silverio Franconetti se sitúan María
Amaya Heredia, La Andonda (†1891), en Triana, y Mercedes Fernández Vargas,
La Serneta (†1912), en Utrera. Se dice que las soleares, a diferencia de las
seguiriyas, ha sido y es u cante femenino, con gran protagonismo de las
mujeres en su creación e interpretación. Más tarde Tomás Pavón perfeccionará
aún más el estilo dándoles grandeza en una vuelta de tuerca final. Hay
variantes de Lebrija, por Juan Moreno Jiménez Juaquiní (†1946), y de Alcalá de
Guadaira, por Joaquín Fernández Franco, Joaquín el de la Paula (†1933), y Juan
Fernández Vargas, Juan Talega (†1971), muy difundidas por Antonio Mairena.
Sus marcadas características flamencas hacen parecer que la soleá es origen
de otros muchos estilos, cuando probablemente fue al revés: al ser tardío nació
ya depurado, recogiendo la experiencia flamenca de estilos previos. La
temática de sus letras es variada, pero siempre sobre las grandes cuestiones
de la vida (amor, muerte, felicidad), y suelen terminarse por bulerías, es decir, a
un ritmo mucho más vivo. Mairena, que fue un gran cantaor de soleares,
explicaba la complejidad de estas y las siguiriyas así: «Tanto en la siguiriya
como en la soleá y, por consiguiente, en la bulería, se superponen dos ritmos
formando contrapunto. Uno de estos ritmos es el básico, llevado por la guitarra
acompañante; el otro es llevado por el cantaor y, a veces, por las palmas,
sirviendo de fundamento estructural y rítmico al cante, por lo que se puede
llamar ‘ritmo interno’. El ritmo interno presenta, así como el cante, un carácter
muy neto de lo que los músicos llaman “tempo rubato”. Por consiguiente, las
coincidencias de los dos ritmos sólo se manifiesta en algunos puntos del
desarrollo. Para la siguiriya, el esquema rítmico es el siguiente: cantaor: ritmo
estructural o interno = ⅞ = ⅝ + ¼ en “tempo rubato” toque de guitarra: ritmo
básico o externo». Como en el caso de las seguiriyas y las tonás, Pierre Lefranc
y Luis y Ramón Soler han realizado una encomiable labor de catalogación de
versiones (el esquema que sigue, de Faustino Núñez, está basado en la
clasificación de los Soler). Las cantiñas y sus variantes (mirabrás, romeras,
caracoles, rosas, alegrías…) están íntimamente asociadas a las soleares (la
única diferencia está en la armonía, el modo mayor frente al modo andaluz),
que se desarrollan alrededor de la bahía de Cádiz en la segunda mitad del XIX.
La cantiña propiamente dicha es un cante alegre, con el compás de soleares.
La palabra cantiña viene de cantiñear, es decir, improvisar cantando, lo que
explica la libertad extrema de este palo. Se cree que el origen de la cantiña es
una jota aragonesa que pasó a convertirse en jotilla gaditana (primera mitad del
XIX) y después se aflamencó. La jota aragonesa debió llegar a Cádiz durante la
resistencia a la invasión napoleónica, lo que explica las alusiones a esa guerra
en muchas de las letras, si bien en otras se habla de la vida en la mar. Las
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América, pero se sabe que algunos de ellos, como los compuestos por el tenor
Manuel García (†1832) para sus operetas o tonadillas, y de los que hay
partituras, no eran nada flamencos. El más antiguo grabado es de El Mochuelo,
mientras que Pepe el de la Matrona graba privadamente las dos variantes en
1947, y ya comercialmente el polo natural por Jacinto Almadén (para la
Antología de Hispavox de 1964) y el de Tobalo por Pepe Marchena (para sus
Memorias Antológicas de 1963). La petenera pertenece también a la familia de
las soleares y comparte con ellas el contenido sentimental y melancólico, y
durante un tiempo se conocía este palo como soleá petenera, probablemente
un cante de ida y vuelta rematado por Silverio Franconetti a su vuelta de
América. Después la graba Pepe Marchena en su antología de 1963, y Naranjito
de Triana la descubre y, sin desvelar su origen, la rescata para un programa de
televisión, Ayer y hoy del flamenco (1980-81), del mairenista Fernando
Quiñones. Por otro lado, Pastora Pavón desarrolló este cante hasta lo que se
conoce como petenera grande o larga, dotándolo de gran complejidad y
belleza. Los gitanos no lo interpretan mucho porque le atribuyen mal fario,
aunque muchos lo cantaron (además de su perfeccionadora, Manuel Torre,
Rafael Romero, Porrina de Badajoz, Manuel Mairena, Sernita de Jerez,
Camarón, El Lebrijano o los guitarristas Melchor de Marchena y Carlos
Montoya, entre otros). Hay quien sitúa su origen en el pueblo gaditano de
Paterna de la Rivera (Cádiz), siendo La Petenera el sobrenombre de su
creadora, una tal Dolores cuya trágica vida es el origen de la superstición sobre
este cante, pero hay otras especulaciones alternativas. La misma mala fama
que la petenera tenía la alboreá o alboleá, que es un canto nupcial gitano con
compás de soleares, según Mairena, que no debía interpretarse fuera de su
contexto. En realidad, fueron las zambras las primeras en escenificar los
rituales de las bodas gitanas para los turistas, también en sainetes y películas,
ya entrado el siglo XX.
Los tangos son uno de los grupos de palos más importantes del flamenco, y el
tango en sentido estricto es un cante de tipo festivo y de ritmo muy vivo, como
las bulerías y las cantiñas. Rafael Marín acertaba al escribir en 1902 que «el
zapateado de Cádiz, junto a las alegrías y el tango, conforma el trío de bailes
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existencia de esta forma del flamenco que datan de 1779, momento en que
aparecen descritos como «tangos graciosos». Aquellos cantes debieron
evolucionar en el tiempo, pero son el precedente directo de los actuales, de los
que Pericón de Cádiz y Chano Lobato fueron maestros. Hasta 1944 se conocía
como tango gaditano de carnaval, pero entonces el compositor Manuel Quiroga
empieza a llamar tanguillos a unas coplas compuestas para estrellas de la
canción de la época. Se asumió durante mucho tiempo que la farruca venía de
Galicia, traída por comerciantes gallegos asentados en Cádiz en el siglo XIX,
idea hoy discutida, pues no hay en Galicia nada parecido. El bailaor Francisco
Mendoza Ríos Faíco, con ayuda de Ramón Montoya, fue según todos los
indicios el creador de este estilo hacia 1904 o 1905, y después tuvo tal
popularidad que Turina y Falla (El sombrero de tres picos, 1874) lo incorporaron
a composiciones clásicas. Antonio Gades la baila en Los Tarantos (1963). El
cante debió formarse en Cádiz, y tampoco tiene nada que ver con Galicia. Las
coplas comienzan con la imitación de un repiqueteo («Tran, tran, treiro / treiro,
treiro, treirora») y El Mochuelo, conocido como «el rey de la farruca», Manuel
Torre y Pastora Pavón fueron intérpretes habituales de este palo, pero hoy
apenas se hace separado del baile (sólo José Menese la recreaba
recientemente). Se decía sin fundamento que garrotín procedía de Asturias, de
donde habría pasado a Lérida, y allí los gitanos lo habrían adaptado al
flamenco. Pero como variante del tango que es, su origen debe ser americano,
y fue también el propio Faíco quien creó un baile para él. La Niña de los Peines
los cantaba con aires de tango, aunque hoy apenas se hace. La mariana surge
como una variante de los tientos y por tanto de los tangos, pero después
evoluciona hacia una forma separada. Hay discusión sobre el origen del nombre
de este estilo, con distintas hipótesis, y el origen de las melodías no se conoce
con seguridad. Lo que está claro es que durante la moda de los tangos el
flamenco tomó ese material y lo asimiló para generar una variante más de los
mismos. Algunos cantaores tomaron esta variante como seña de identidad,
como Joaquín José Vargas Soto, Cojo de Málaga, o Luis López Benítez, Niño de
las Marianas. Las hizo también El Mochuelo, que estaba a todas, y fue la
primera antología discográfica, de Perico el del Lunar, la que rescata el estilo,
con la voz de Bernardo el de los Lobitos. Pero fue José Menese quien, al
grabarla en 1969, le da nuevo impulso. De todas las variantes aflamencadas la
rumba ha sido la más popular y estudiada, unos tangos de ritmo acelerado,
aunque al parecer su fuente remota histórica está en el centro de África, en
Zaire, de donde pasó a Cuba, donde se desarrolló como guaguancó cubano, y
desde allí a España, desarrollándose la rumba flamenca, creada probablemente
en Cádiz por Jesefa Díaz Pepa de Oro, pero grabada por primera vez por
Garrido de Jerez en 1908 (como tango-chufla). Pastora Pavón las grabará en
1918 con el nombre de rumba, pero siendo más bien una milonga. Siempre
estarán asociadas al baile, popularizándose enormemente con Miguel Vargas
Jiménez Bambino, Dolores Vargas La Terremoto, y Maruja Garrido, pero
también otras variantes como la catalana (el Pescaílla, Peret). Los cantaores
más clásicos evitan este palo, pero los músicos más inquietos e inclinados a la
fusión lo usan mucho como punto de partida (Camarón, sin ir más lejos). No
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Breva les dio forma flamenca definitiva, que alcanzó mucha popularidad en la
segunda mitad del siglo XIX. Antonio Chacón los cantó y perfeccionó. Un cante
conocido como malagueña de El Mellizo es un cruce entre una malagueña y
una jabera, con elementos del polo de Tobalo. El resultado era cuando menos
extraño. Decía Aurelio Sellés: «Eso del Mellizo no son malagueñas, eso es una
cosa rara». La describió con detalle Serafín Estébanez en sus Escenas
andaluzas, adjudicándosela a Jacoba Ortega Díaz (†1871), que era la madre de
la suegra de Enrique El Mellizo, que debió aprenderla en su propia familia. La
grabó Pericón de Cádiz en la Antología de 1954, con acompañamiento de un
martillo y un yunque, pero también Pepe Marchena (que la llama litúrgica,
porque durante un tiempo se creyó que era una creación de El Mellizo, que
habría añadido elementos del cante gregoriano a una malagueña), Juan
Valderrama, Manolo Caracol o Antonio Mairena. Las rondeñas fueron creadas
por Cristóbal Palmero, El Tobalo (†~1830), el mismo cantaor que creó el polo, y
por tanto es un cante muy antiguo que se desarrolla en la primera mitad del
XIX. Los tocaores suelen incorporar la rondeña a su música en solitario, por lo
lucida que es. Las jaberas son una forma de fandango que apenas se hace
debido a su dificultad, más parecido a las siguiriyas que a las propias
malagueñas. La palabra «jabera» viene de habera, vendedora de habas. Los
verdiales son otra forma antigua de cante, que además ha evolucionado muy
poco, conservando un acompañamiento con varios instrumentos (guitarra, pero
también panderos, cañas, violín) y coro, formando todo ello lo que se conoce
como una panda. La fuente española puede ser una música y baile morisco. Los
fandangos de Levante o cantes de las minas son fandangos «abandolaos»
muy similares a los malagueños, y se cree que llegan desde Málaga a Almería,
desde donde se extienden con el movimiento de los mineros a las sierras de
Cartagena y La Unión en Murcia, y también en Linares, La Carolina y Andújar,
en Jaén. Hay tal confusión de estilos y de términos que en tiempos más
recientes Camarón de la Isla usó el término «tarantos» para englobarlo todo,
pero como eso implica aumentar la confusión (los tarantos son un estilo
específico) los estudiosos han optado por utilizar el término «cantes de las
minas» para referirse a ellos en su conjunto. Los tarantos de las Alpujarras
almeriense y granadina son el único de estos cantes con compás (binario), por
provenir del baile (el ritmo recuerda a la zambra), siendo los demás libres. El
trabajo en las minas suele ser el tema trágico de estos cantes, que lo abordan
con un tono desgarrado y doloroso. La palabra «taranto» era un gentilicio que
los jienenses daban a los almerienses, y su origen etimológico es discutido. Las
tarantas o «cantes almerienses» son los cantes de las minas más
representativos, de origen almeriense pero con dos grandes variantes, una de
Linares y otra de La Unión, localidades donde hoy se celebran importantes
festivales. Se asegura que las tarantas en Linares vienen de una forma anterior
llamada madrugás, que cantaban los mineros cuando iban al trabajo. En
Cartagena se recibe la influencia de las tarantas y a los primeros cantes locales
se les llamó cantes de madrugá, para después pasar a conocerse como
cartageneras. Antonio Chacón visitó la zona, llevando los cantes de vuelta a
Sevilla, perfeccionándolos y grabándolos junto a Ramón Montoya. Él llamaba a
todo lo que grabó con origen levantino «tarantas», aunque eran versiones
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Aunque Hipólito Rossy presentó una teoría sobre el origen y evolución del arte
flamenco, también desarrollaba un análisis musicológico extenso y detallado de
sus distintos palos en su Teoría del Cante Jondo, de 1966. Antes hubo sólo
análisis parciales de la estructura musical del flamenco por parte de grandes
músicos (Felipe Pedrell, Manuel de Falla, Tomás Andrade de Silva, Arcadio
Larrea Palacín, Manuel García Matos). El flamenco tiene una riquísima y muy
compleja estructura rítmica, es decir, una secuencia periódica de sonidos y
silencios. El sonido que se repite es un pulso o tiempo, pero en la repetición
unos pulsos llevan más intensidad o fuerza que otros. Los más fuertes se
llaman acentos, como en las sílabas. Según dónde estén los acentos así será el
ritmo. Por ejemplo, si hay un acento cada dos pulsos el ritmo es binario (2 por
4), y si hay un acento cada tres pulsos el ritmo será ternario (3 por 4). En el
flamenco se usan esos dos ritmos, pero también el ritmo libre y el larguísimo
ritmo de doce tiempos (o hemiolía, o compás de amalgama), alternando el
ritmo binario y el terciario, que es el rasgo más extraño y característico del
flamenco. El ritmo de doce tiempos viene de formas musicales previas: se toma
un compás binario de subdivisión ternaria (6/8) y se alterna con uno ternario de
subdivisión binaria (3/4), obteniéndose un compás de doce tiempos (6/8 + 3/4)
que ya tenían zarabandas, jácaras u jaleos, que se transmiten a soleares y
cantiñas y que, invertido (3/4 + 6/8), nos da el compás de las seguiriyas. Una
particularidad es que en la partitura el primer tiempo del compás está en
silencio (rítmica acéfala), pero los bailaores no lo cuentan, ya que ellos
consideran en el recuedo sólo los tiempos que suenan
([1]-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-12, acentos en negrita, en silencio el primer
tiempo, o como cuentan los bailaores, 1-2-3-4-5-6-7-8-9-10-11-12). Los
palos pueden agruparse así en función del ritmo: 1, cantes en ritmo binario:
tangos, tientos, marianas, taranto, garrotín, farruca, zambra, rumba,
colombianas, milonga, vidalita y tanguillos; 2, cantes en ritmo ternario:
fandangos de Huelva, sevillanas, y cantes abandolaos (verdiales, zángano,
fandango de Lucena, rondeña, cantes de Juan Breva, jabegotes y jabera); 3,
cantes en ritmo de 12 tiempos: soleá, caña, polo, bulerías, bulerías por soleá,
alboreá, romance, jaleos, bambera, siguiriyas, serranas, livianas, guajiras,
peteneras, alegrías de Cádiz, cantiñas, mirabrás, romeras, caracoles y cabales;
4, cantes en ritmo libre: tonás, martinetes, debla, saetas (flamencas y
antiguas), malagueñas, granaínas, fandangos naturales, taranta, cartagenera,
minera, murciana y levantica. En el cante flamenco hay también mucho
contenido melódico que no se puede anotar en el sistema de notación
occidental que divide la octava en doce notas, y esto no vino de ninguna
influencia india sino de una invención. En la guitarra, en cambio, se usa una
escala temperada de doce notas, pero los modos exóticos y las disonancias se
añaden al cante resultando un todo que en su momento debió resultar único,
evocador y tremendamente sugestivo. Puede decirse, generalizando mucho,
que la guitarra emplea los modos Mayor y Menor, pero muy especialmente el
Modo Griego Dórico o Frigio Medieval, o simplemente Modo Flamenco, son
semitonos entre la primera y segunda notas y la quinta y la sexta, normalmente
de mi a mi (mi, fa, sol, la, si, do, re, mi, Escala Andaluza). Este empleo del Modo
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Los cantes o palos también se diferencian por el uso de los modos, además del
ritmo, y los hay que están en un único modo y otros que modulan, como el
fandango (introducción instrumental en modo dórico y cante en modo mayor).
Agrupándolos con ese criterio tendríamos: 1, cantes en modo dórico:
romances, tonás, debla, saeta antigua, saeta flamenca, nanas, siguiriyas
livianas y serranas, soleá, caña, bulerías, bamberas, tango, tiento, marianas,
jaleos y alboreás; 2, cantes en modo mayor: martinetes, carcelera, cabales,
tanguillos, cantiñas, caracoles, mirabrás, romeras, guajira, colombiana, garrotín
y alegrías de Cádiz; 3, cantes en modo menor: milonga, vidalita y farruca; 4,
cantes que modulan: fandangos de Huelva, fandangos naturales, malagueña,
cantes abandolaos (verdiales, zángano, fandango de Lucena, rondeña, cantes
de Juan Breva, jabera, jabegotes), granaína, media granaína, taranta, taranto,
cartagenera, minera, murciana, levantica, petenera, alegrías de Córdoba y polo.
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casi siempre, pero polirrítmico, binario y ternario), rumba (de origen gitano-
catalán, más folclórico que propiamente flamenco, con ritmo binario y cualquier
modo, pero sobre todo el mayor y menor, de carácter festivo si afinidad con el
tango flamenco); 3, cantes con guitarra: siguiriya (el más difícil melódicamente,
muy dramático, probablemente una adaptación gitana de la plañidera,
ornamentada con melismas orientales, en modo dórico puro, con ritmo de 12
tiempos, con retenciones de velocidad o rubato, la extensión melódica
contenida en intervalos de 5ª o 6ª y por grados conjuntos indican que este
cante es muy antiguo), cabales (similar a la siguiriya en ritmo y toque de la
guitarra, pero en modalidad mayor a pesar de su contenido triste), livianas
(muy parecida a la siguiriya pero más fácil de cantar por tener menor
dramatismo, de tema amoroso o pastoril, en modo dórico), serranas (también
similar a las livianas, en modo dórico y con el mismo acompañamiento de la
guitarra, pero de tema pastoril o bandoleril), alegrías (un tipo de cantiña, con
origen en Cádiz, pero proveniente de la jota, en modo mayor, ritmo en la
guitarra de la soleá, es decir, en 12 tiempos, con acordes de primer grado o
tónica pero también de quinto grado o dominante), mirabrás (también un tipo
de cantiña, pero distinto de las alegrías, en modo mayor pero con incursiones
en el menor, con origen en Jerez o los Puertos de la Bahía de Cádiz); 4, otros
cantes con guitarra: petenera (de origen desconocido, pero probablemente
mejicano, pueden ser antiguas, en modo dórico con ritmo ternario, o modernas,
que a su vez puede ser corta, en 12 tiempos y bi-modal, dórico y menor, o
larga, con ritmo libre y también bi-modal, dórico y menor), zambras (de origen
musulmán, y transmitidas a través de los moriscos en Granada, en modo dórico
por lo general pero no siempre, y en ritmo binario), farruca (en modo menor
estrictamente, muy tristes y melancólicas, ritmo binario con influencia de
tangos, y origen gallego) y garrotín (modo mayor estrictamente, ritmo binario
uy similar al de los tangos, de origen folclórico asturiano); y 5, grupo de los
fandangos, con muchos saltos melódicos y adornos, una introducción
instrumental en modo dórico y un acompañamiento en modo mayor, con ritmo
ternario: verdiales (origen en el cantaor Juan Breva, que recrea la variante
folclórica, de origen malagueño, a un tempo más lento y añadiendo melismas),
jabera (en modo mayor, con una melodía que recorre todas las notas del
mismo, con ritmo ternario en la guitarra y bimodal), rondeñas (fandango de
Ronda, en modo mayor modulando a dórico hacia el final), malagueñas (el
cante flamenco más evolucionado de Málaga, pues de los verdiales surgen los
cantes abandolaos, producto de una ralentización rítmica y recarga melismática
melódica, y que incluyen los cantes de Juan Breva, jabegotes y rondeñas, y de
estos tenemos las malagueñas, de ritmo libre, y modo dórico para la
introducción y mayor para el resto hasta el final, en que se modula a dórico),
granaína y media granaína (atribuidas a Antonio Chacón, que toma un fandango
granadino folclórico y hace un cante de ritmo libre, con muchos melismas y
estructura modal del fandango flamenco) y fandangos de Huelva (el cante más
conocido, de enorme variedad en la provincia, pero con la estructura modal del
fandango).
Hoy se sabe además que muchas coplas se construyeron con material que
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había a mano, traído del norte de España por los montañeses, norteños que
tenían muchas de las tabernas y colamos del país, donde se reunían los
flamencos. Esto se ha comprobado para muchas coplas gaditanas, tangos y
tientos, fandangos, soleares, etc. Sólo una parte contiene textos antiguos de la
tradición romancera, o o tienen alguna relación con una pretendida historia
gitana transmitida oralmente. Los cantaores también compusieron letras a
partir de sus experiencias vitales personales para ser cantadas, con
estructuras métricas específicas. Estas coplas flamencas, cantadas sobre todo
por soleares y seguiriyas, son una creación netamente andaluza, pero con una
importante participación gitana. El paso de coplas del folclore andaluz y
nacional que hablan de asuntos colectivos, o de los romances y pliegos de
cordel, a letras que hablan desde la experiencia individual creadas para el
cante se produce cuando este se va apartando de la danza para ganar
independencia (cantes alante). Para la estructura poética de los versos que se
cantan en el flamenco puede consultarse el completo esquema de Faustino
Núñez que sigue.
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José Luis Ortiz Nuevo crea la Bienal de Arte Flamenco de Sevilla en 1980,
cuando Antonio Mairena estaba ya retirado, y ha dado cabida al arte en sus
formas canónicas, tal y como las fijó Mairena, pero también a formas
renovadas del flamenco que se venían gestando desde mediados de los años
70. Tres figuras de ese momento son claves en marcar la tendencia evolutiva
del flamenco hacia nuevas formas fuera de los límites del canon: los cantaores
Camarón de la Isla y Enrique Morente y el tocaor Paco de Lucía. Cuando
Camarón de la Isla (†1992) fallece había publicado dieciséis discos de estudio,
un directo y una antología, completando unos 200 cantes donde abundan las
bulerías, tangos y fandangos. Su único directo directo en vida, Flamenco vivo,
de 1987, con el acompañamiento de José Fernández Torres Tomatito, se
preparó a partir de grabaciones del productor Ricardo Pachón realizadas entre
1977 y 1979. Los demás discos grabados en vivo aparecieron después de su
muerte (empezando por Camarón nuestro, de 1994; París 1987, de 1999;
Antología inédita, 2000; Venta de Vargas, 2005; Reencuentro, 2008; y San
Juan Evangelista 92, 2010), muchos también con el acompañamiento
cuidadoso y entendido de Tomatito. Camarón colaboró con Paco de Lucía en
muchos discos, y los primeros nueve, a partir de 1969 y hasta 1977, eran
totalmente canónicos, formaban en conjunto una gran antología del cante, y
estaban producidos por el padre de Paco, Antonio Sánchez Pecino. El
competidor de Camarón como cantaor flamenco fue Gabriel Moreno
(1941-2019), acompañado en sus mejores grabaciones, de la segunda mitad de
los 60, por Víctor Monge Serranito, que era tío de Tomatito y gran guitarrista
(de la escuela de Niño Ricardo), pero su estrella decayó inexplicablemente
conforme la de su rival ascendía. Complementarios en realidad, Moreno era
discípulo del estilo de la Niña de los Peines, más esencial, mientras que
Camarón lo era del estilo de Manuel Torre, más visceral. Pero la deslumbrante
carrera comercial de Camarón fue por otros derroteros que se alejaban del
canon y que le abrieron la puertas de la fama y las ventas, destacando la
referencial La Leyenda del Tiempo, de 1979, con letras de García Lorca, disco
que tenía como precedente y referente lo que venían haciendo Lole y Manuel
con el mismo productor (sin embargo, estos tuvieron un enorme éxito mientras
que el disco de Camarón fue un fracaso comercial, sólo alabado por la prensa
rockera). Por primera vez la producción ya no era de Antonio Sánchez Pecino,
sino de Ricardo Pachón, el productor de Lole y Manuel, y Paco de Lucía no
aportó su guitarra (lo hacen Tomatito y Raimundo Amador). Dos años después
vuelve Paco de Lucía, que aporta su propia banda de músicos y a su hermano
Pepe, que compone muchos de los temas, con producciones de Ricardo
Pachón (Como el agua, 1981; Calle Real, 1983; y Viviré, 1984). Será una nueva
época de estilos flamencos clásicos pero con formas renovadas. En la segunda
mitad de los 80 empiezan los problemas de salud del cantaor, que se hacen
notar en Te lo dice Camarón (1986), cuya grabación abandona tras la muerte
de su madre, publicándose lo que se grabó hasta ese momento. En Soy Gitano,
de 1989, otra vez con producción de Pachón y guitarra de Paco de Lucía, se
llevan a Camarón a Londres para una campaña de promoción y le meten
orquesta a su cante. Preguntado in situ por todo aquel tinglado el cantaor dirá
«yo no entiendo ná». Fue su mayor éxito discográfico en vida. Su último disco,
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de nuevo con Paco de Lucía, ahora también como productor, Potro de rabia y
miel (1992), tarda casi un año en grabarse y se hace ya con Camarón muy
enfermo. El tocaor Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía (†2014),
acompañante de Fosforito o de Camarón de la Isla, independiza primero su arte
del cante, cosa que ya habían hecho otros antes que él como veremos, y
después empieza a buscar el contacto con otras formas musicales desde el
flamenco, especialmente el jazz. En la genealogía de la guitarra flamenca
Paco de Lucía tuvo precedentes egregios, como el clásico de los clásicos, el
madrileño Ramón Montoya (†1949), que aportó variedad armónica y de estilos,
pero también la precisión rítmica de Javier Molina (†1956). Después habría que
citar al discípulo de Montoya y primer guitarrista con marcado sello personal,
Niño Ricardo (†1972) (que graba con guitarra sola, sobre todo en 1955 en París
y 1958 para Hispavox), y a Manolo de Huelva (†1976) (que grabó también con
guitarra sola un disco). En tercer lugar podemos citar a Agustín Castellón
Campos Sabicas (†1990) (pareja de Carmen Amaya, que estaba en el exilio,
artista de grandísima técnica, autor del disco de guitarra más influyente en su
época, Flamenco Puro, de 1959, de una maravillosa serie de discos con el
también guitarrista Mario Escudero y que inició la fusión con el rock en Rock
Encounter, con Joe Beck, en 1966, aunque renegara del disco) y a Melchor de
Marchena (†1980) (inmenso tocaor acompañante clásico, que hizo grabaciones
de guitarra sola). Javier Molina (escuela jerezana) y Niño Ricardo (escuela
sevillana) tuvieron muchos discípulos, y alguno, como Cascabel de Jerez
(†1965), lo fue de los dos pero este, guitarrista clásico y establecido en
Bélgica, era un perfecto desconocido en España. Diego del Gastor (†1973) fue
en cambio un guitarrista inclasificable, una fuerza de la naturaleza, solo y
también como acompañante (sobre todo de Perrate de Utrera). El guitarrista de
perfil clásico Román el Granaíno también grabó para guitarra sola, pero en
Francia, por lo que aquí no es muy conocido. Manuel Cano fue el primer
catedrático de guitarra flamenca y gran divulgador, además de un tocaor
acompañante elegante y discreto, por lo que tiene menos fama de la que
debería. Andrés Segovia había aconsejado a Cano «limpiar el flamenco de
incursiones falsamente musicales». Paco de Lucía, que adoraba especialmente
a Niño Ricardo y a Sabicas, hará justamente lo contrario, tanto como
acompañante (donde contrasta con Tomatito, que sí era un gran tocaor al
servicio del cante) como en su faceta de concertista de guitarra flamenca sola
o en grupos instrumentales. Miguel Vega de la Cruz, Niño Miguel (†2013), fue
un competidor de Paco de Lucía en grabaciones para guitarra de los años 70,
con arreglos instrumentales añadidos como era la moda entonces.
Esquizofrénico y adicto a la heroína, su carrera fue breve y complicada. Pero
los más importantes competidores de Paco de Lucía fueron Manuel Muñoz
Alcón, Manolo Sanlúcar (†2022), y Paco Cepero, este ya retirado. Manolo
Sanlúcar fue quizás mente creativa más ambiciosa y de más calado musical.
Sanlúcar inicia su particular renovación del lenguaje flamenco con los tres
volúmenes de la antología Mundo y formas de la guitarra flamenca (1971-72).
Antes, en los 60, había acompañado a Pastora Pavón, La Niña de los Peines, en
sus últimas grabaciones, aún inéditas (al parecer Pepe Pinto no autorizó su
publicación), y también al gran Pepe Marchena, con quien había debutado
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Lole Montoya (voz) y Manuel Molina (†2015) (música, voz y guitarra), son
también artistas que están, desde su primer disco y enorme éxito, Nuevo Día
(1975), con letras del poeta Juan Manuel Flores Talavera (†1996) y producción
de Ricardo Pachón, con un pie en el flamenco y otro en la innovación, pero
firmemente asentados en lo primero. Los tres primeros discos del trío, los
consideremos o no flamenco, fueron toda una revelación, con enormes
influencias. En ellos había algunas canciones cantadas en árabe, todo un
precedente de la fusión entre la música árabe y el flamenco, relativamente
fácil pues comparten raíces, que desarrollará después el gran cantaor Juan
Peña, El Lebrijano (†2016), en sus discos Encuentros (1985), con la guitarra de
Paco Cepero y la Orquesta Andalusí de Tánger, y Casablanca (1998), más
flamenco, con mejores textos, propios y de Manuel Machado, y la Orquesta
Arábigo Andaluza. Ya se ha mencionado la influencia decisiva del primer disco
de Lole y Manuel en La leyenda del tiempo de Camarón y Paco de Lucía, pero
hay que sumar la que tuvo en el desarrollo de lo que se llamó rock andaluz. En
la fusión del rock con el flamenco, y con el precedente del grupo Smash, que
contaba con Manuel Molina antes de formar pareja con Lole, hay que citar
grupos como Triana, desde su primer disco El Patio (1975), y Alameda, desde
Alameda (1979). Más adelante, un grupo como Ketama, desde la primera
grabación, de 1983 pero publicada más tarde, combina elementos del flamenco
con el rock y el jazz de forma casi natural. Pata Negra (Raimundo y Rafael
Amador), Kiko Veneno o Chico Ocaña (que tuvo un grupo, Mártires del compás)
son otras formas “modernas” de fusión flamenco-rock-blues que algunos
llaman flamenco billy, blueslería, etc.
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