Bennett, Dennett, Hacker & Searle (2007) La Naturaleza de La Conciencia
Bennett, Dennett, Hacker & Searle (2007) La Naturaleza de La Conciencia
Bennett, Dennett, Hacker & Searle (2007) La Naturaleza de La Conciencia
LA NATURALEZA DE LA
CONCIENCIA
Cerebro, mente y lenguaje
w
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
PAIDÓS TRANSICIONES
ISBN: 978-84-493-2132-0
Depósito legal: B-18.095/2008
Introducción 9
DANIEL ROBINSON
LA POLÉMICA
LAS REFUTACIONES
Epílogo 203
MAXWELL BENNETT
Notas 245
INTRODUCCIÓN
DANIEL ROBINSO N
animales. Puede descubrir cuáles son las requisitos neurales del ejer-
cicio de las capacidades distintivamente humanas del pensamiento
y razonamiento, de la memoria declarativa y la imaginación, de la
emoción y la volición. Puede hacer todo ello mediante la paciente co-
rrelación inductiva entre los fenómenos neurales y la posesión y el ejer-
cicio de las capacidades psicológicas, y entre lesiones neurales y de-
ficiencias en las funciones mentales normales. Lo que no puede hacer
es sustituir la amplia variedad de explicaciones psicológicas comu-
nes de las actividades humanas en términos de razones, intenciones,
propósitos, objetivos, valores, normas y convenciones, por unas ex-
plicaciones neurológicas.6 Y no puede explicar cómo percibe o piensa
un animal haciendo referencia al percibir o el pensar del cerebro, o
de alguna de sus partes. Y es que no tiene sentido adscribir tales atri-
butos psicológicos a algo que no sea el animal en su conjunto. Quien
percibe es el animal, no partes de su cerebro, y son los seres huma-
nos quienes piensan y razonan, no sus cerebros. El cerebro y sus ac-
tividades hacen posible que nosotros., no él, percibamos y pensemos,
sintamos emociones y elaboremos proyectos que intentamos hacer
realidad.
Si la respuesta inmediata de muchos neurocientíficos ante la acu-
sación de confusión conceptual es afirmar que la adscripción de los
predicados psicológicos al cerebro es una mera forma de hablar, su
reacción al hecho demostrable de que sus teorías explicativas ads-
criben de un modo nada trivial capacidades psicológicas al cerebro
es la de señalar que tal error es inevitable debido a las deficiencias
del lenguaje. Discutimos esta falsa idea7 [y] demostramos que los
grandes descubrimientos de la neurociencia no exigen esta falsa for-
ma de explicación, que lo que se ha descubierto puede describirse y
explicarse perfectamente con el lenguaje de que disponemos. Y lo
demostramos aduciendo los muy debatidos fenómenos que resul-
LA POLÉMICA 21
hay razón para pensar que se deban sustituir en los contextos que
nos ocupan. El problema está en la interpretación errónea que de
ellos hacen los neurocientíficos y los malentendidos que se siguen
de ella. Tales malentendidos pueden remediarse mediante una expli-
cación correcta de la categoría lógico-gramatical de los conceptos en
cuestión. Y esto es justamente lo que hemos intentado proporcionar.
Si admitimos que los neurocientíficos tal vez no estén utilizando
estos conceptos comunes como los utiliza el hombre de la calle, ¿con
qué derecho puede pretender corregirlos la filosofía? ¿Cómo puede
lafilosofíacuestionar con tanta seguridad la claridad y la coherencia
de los conceptos empleados por científicos competentes? ¿Cómo
puede estar la filosofía en situación de proclamar que ciertas afir-
maciones de sofisticados neurocientíficos no tienen sentido? En las
páginas que siguen resolveremos estas dudas metodológicas. Pero es
posible que cierta clarificación inicial en este punto disipe algunas de
ellas. La verdad y la falsedad son a la ciencia lo que el sentido y el
sinsentido son a lafilosofía.El error de observación y teórico deriva
en falsedad; el error conceptual, en falta de sentido. ¿Cómo se pue-
den investigar los límites del sentido? Sólo mediante el examen del
uso de las palabras. El sinsentido a menudo aparece cuando una ex-
presión se emplea en contra de las reglas que rigen su uso. La expre-
sión en cuestión puede ser una expresión corriente y no técnica, en
cuyo caso las reglas para su uso pueden deducirse de su empleo ha-
bitual y de las explicaciones estándar de su significado. O puede ser
un término técnico de una disciplina, en cuyo caso las reglas para
su uso deben deducirse de la introducción que el teórico hace del
término y de las explicaciones que ofrece del uso estipulado. Ambos
tipos de términos se pueden usar indebidamente, y cuando eso ocu-
rre se produce el sinsentido, una combinación de palabras que está
excluida del lenguaje. Y es que o bien no se ha estipulado nada sobre
26 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
que los investigadores empíricos se desvíen del buen camino del sen-
tido. Así pues, cada una de nuestras investigaciones tiene dos aspec-
tos. Por un lado, hemos intentado identificar los problemas y los en-
redos conceptuales presentes en importantes teorías actuales de la
percepción, la memoria, la imaginación, la emoción y la volición.
Además, sostenemos que gran parte de los escritos sobre la natura-
leza de la conciencia y la autoconciencia está plagada de dificulta-
des conceptuales. Este aspecto de nuestras investigaciones es, sin
duda, negativo y crítico. Por otro lado, nos hemos esforzado, caso por
caso, por ofrecer una representación clara del campo conceptual de
cada uno de los conceptos problemáticos. Este es un empeño cons-
tructivo. Confiamos en que estas visiones de conjunto conceptuales
ayuden a los neurocientíficos en sus reflexiones previas al diseño de
experimentos. Sin embargo, no puede ser tarea de una investigación
conceptual formular hipótesis empíricas que puedan resolver los
problemas empíricos a los que se enfrentan los científicos. Lamen-
tarse de que una investigación filosófica sobre la neurociencia cog-
nitiva no haya aportado una nueva teoría neurocientífica es como
quejarse ante el matemático que ha demostrado un teorema nuevo
de que no sea una nueva teoría física.
PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS
OF NEUROSCENCE
Fragmento del capítulo 3
MAXWELL BENNETT y PETER HACKER
Parece que nos vemos llevados a decir que tales neuronas [tal como
reaccionan de un modo altamente específico a, por ejemplo, la orien-
tación lineal] poseen conocimientos. Tienen inteligencia, pues son ca-
paces de calcular la probabilidad de acontecimientos externos, unos
acontecimientos que son importantes para el animal en cuestión. Y el
cerebro adquiere sus conocimientos mediante un proceso análogo al ra-
zonamiento inductivo del método científico clásico. Las neuronas pre-
sentan al cerebro unos argumentos basados en las características con-
LA POLÉMICA 31
cretas que detectan, unos argumentos sobre los que el cerebro construye
sus hipótesis de percepción.3
ponda preguntas, sino más bien que no tiene sentido atribuir tales pre-
dicados o sus negaciones al cerebro. El cerebro ni ve ni es ciego, del
mismo modo que los palos y las piedras no están despiertos, pero
tampoco están dormidos. El cerebro no oye, pero no es sordo, no más
de lo que puedan serlo los árboles. El cerebro no toma decisiones, pero
tampoco es indeciso. Sólo lo que puede decidir puede ser indeciso. Así,
el cerebro tampoco puede ser consciente, sólo la criatura de la que es
cerebro puede ser consciente, o inconsciente. El cerebro no es un su-
jeto lógicamente apropiado de predicados psicológicos. Sólo del ser hu-
mano y de lo que se comporta como tal se puede decir de forma inte-
ligible y literal que ve o es ciego, oye o es sordo, formula preguntas
o se abstiene de preguntar.
Así pues, el asunto aquí es conceptual. No tiene sentido atribuir
predicados psicológicos (o sus negaciones) al cerebro, excepto de for-
ma metafórica o metonímica. La combinación de palabras resultante
no dice algo que sea falso, más bien no dice nada en absoluto, pues
carece de sentido. Los predicados psicológicos son predicados que
se aplican esencialmente al animal viviente en su conjunto, no a
sus partes. No es el ojo (y mucho menos el cerebro) quien ve, sino
que nosotros vemos con nuestros ojos (y no vemos con nuestros ce-
rebros, aunque, sin un cerebro cuyo sistema visual funciona con
normalidad, no veríamos). Del mismo modo, quien oye no es el
oído, sino el animal de quien es el oído. Los órganos de un animal
son partes del animal, y los predicados psicológicos son atribui-
bles a todo el animal, no a sus partes constituyentes.
38 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
conceptos son sometidos a tal extensión, aparece algo nuevo que ne-
cesita una explicación. Las expresiones recién extendidas ya no ad-
miten las mismas posibilidades combinatorias que antes. Tienen un
significado diferente, que guarda una importante relación con el an-
terior, y que requiere una explicación. La relación entre una creen-
cia (consciente) y una creencia inconsciente, por ejemplo, no es igual
que la relación entre una silla visible y una silla oculta, no es «sim-
plemente como una creencia consciente sólo que inconsciente», sino
más bien como la relación entre V l y V -1. Pero cuando neurocien-
tíficos como Sperry y Gazzaniga dicen que el hemisferio izquierdo
toma decisiones, genera interpretaciones, sabe, observa y explica co-
sas, resulta evidente por lo que añaden a continuación que a estas
expresiones psicológicas no se les ha dado un significado nuevo. De
otro modo, no dirían que un hemisferio del cerebro es «un sistema
consciente por derecho propio, que percibe, piensa, recuerda, razo-
na, desea y siente, todo a un nivel característicamente humano»?^
No es la inercia semántica lo que motiva nuestra afirmación de
que los neurocientíficos incurren en diversas formas de incoheren-
cia. Es más bien el reconocimiento de las exigencias de la lógica de
las expresiones psicológicas. Los predicados psicológicos sólo se pue-
den predicar de un animal entero, no de sus partes. No se han esta-
blecido convenciones para determinar lo que se puede significar con
la atribución de tales predicados a una parte de un animal, en con-
creto a su cerebro. De modo que la aplicación de tales predicados al
cerebro o a sus hemisferios sobrepasa los límites del sentido. Las afir-
maciones resultantes no son falsas, ya que para decir que algo es fal-
so debemos tener cierta idea de lo que supondría que fuera verdadero
—en este caso, deberíamos saber qué supondría que el cerebro pen-
sara, razonara, viera y oyera, etc. y haber descubierto que, de hecho,
el cerebro no hace tales cosas—. Pero no tenemos esa idea, y estas afir-
48 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
maciones no son falsas. Ocurre, más bien, que las frases en cuestión
carecen de sentido. Esto no quiere decir que sean ridiculas o tontas.
Significa que a estas combinaciones de palabras no se les ha asigna-
do ningún sentido y, en consecuencia, no dicen nada en absoluto, aun-
que parezca que sí lo hagan.
La confusión de Blakemore
¿En verdad hay un modo específico en que se siente el ver, oír u oler?
De hecho, podemos preguntarle a alguien que haya recuperado la
vista, el oído o el sentido del olfato «¿qué se siente al ver (oír, oler) de
nuevo?». Cabe esperar que la persona responda: «Es maravilloso», o
quizá: «Es una sensación muy extraña». La pregunta se refiere a la
actitud de la persona ante su experiencia y su recuperada capacidad
de percepción, por ejemplo que le parece fantástico poder ver de
nuevo, o extraño volver a oír después de tantos años de sordera. En
estos casos, hay un modo en que se siente el ver u oír de nuevo, con-
cretamente es fantástico o extraño. Pero si interrogásemos a una per-
sona corriente sobre qué se siente al ver la mesa, la silla, el pupitre,
la alfombra, etc., se preguntaría qué es lo que nos proponemos. Nada
hay de distintivo en el hecho de ver esos objetos cotidianos. Evi-
dentemente, ver la mesa difiere de ver la silla, el pupitre, la alfombra,
etc., pero la diferencia no consiste en el hecho de que ver el pupitre
se siente diferente de ver la silla. Ver una mesa o una silla corrientes no
provoca ninguna reacción emocional ni actitudinal en circunstan-
cias normales. Las experiencias difieren en la medida en que difieren
sus objetos.
60 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
Tanto sentir un dolor como percibir lo que sea que uno percibe se pue-
den llamar «experiencias». También se puede llamar así el hecho de
estar en un determinado estado emocional. Y también, por supues-
to, realizar una variedad indefinida de actividades. Podríamos decir
que las experiencias son los sujetos posibles de predicados actitudi-
nales, es decir, pueden ser agradables o desagradables, interesantes o
aburridas, estupendas o terribles. Es a estos atributos a los que se les
puede llamar «caracteres cualitativos de las experiencias», no a las
propias experiencias. Por lo tanto, no se puede decir de modo inte-
ligible que ver el color rojo o contemplar el Guernica, oír un sonido
o escuchar Tosca, son «qualia». En consecuencia, cuando Damasio dice
que el carácter azul del cielo es un quale, está cambiando el sentido
del término «quale», ya que si el color de un objeto es un quale, en-
tonces los qualia no son en modo alguno las características cualita-
tivas de las experiencias, sino las cualidades de los objetos de la ex-
periencia (o, si se considera que los colores no son cualidades de los
objetos, entonces los quale son los constituyentes del contenido de
las experiencias perceptivas). Asimismo, cuando Edelman y Tononi
afirman que cada experiencia consciente distinguible representa un
quale distinto, sea una sensación, una imagen, un estado de ánimo
o un pensamiento, están cambiando el sentido del término «quale».
Porque es evidente que «quale» no significa «el carácter cualitativo
de una experiencia» en el sentido que hemos examinado. Lo que sí
significa, o debería significar, es algo que analizaremos en breve
(§ 10.34).
Conviene señalar que decir que una experiencia es un sujeto de
un predicado actitudinal es una forma de hablar potencialmente
LA POLÉMICA 63
engañosa. Porque decir que una experiencia (por ejemplo, ver, ob-
servar, vislumbrar, escuchar, saborear esto o lo otro, pero también
andar, charlar, bailar, jugar, escalar montañas, combatir en batallas,
pintar cuadros) lleva aparejada una determinada sensación (por ejem-
plo, que es agradable, deliciosa, encantadora, desagradable, repugnan-
te, asquerosa) no es más que decir que el sujeto de la experiencia, es
decir, la persona que vio, escuchó, saboreó, anduvo, charló, bailó, etc.,
encontró agradable, delicioso, encantador etc. hacerlo. Por lo tanto,
el carácter cualitativo de una experiencia E, esto es, qué se siente al
tener esa experiencia, es la actitud afectiva del sujeto (cómo se sintió)
al experimentar E.
Para evitar confundirse en este punto, debemos distinguir cuatro
cuestiones:
¿Es que todo este aparente desmenuzamiento lógico, todo este deta-
llado examen de las palabras y de su uso, son importantes} ¿Es que ía
neurociencia realmente necesita todo esto? Si el espíritu impulsor tras
el empeño neurocientífico es el deseo de entender los fenómenos neu-
rales y su relación con las capacidades psicológicas y su ejercicio, en-
LA POLÉMICA 67
U N A ODISEA PERSONAL
K
0i
70 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
FIGURA 1: En los axones de dos neuronas tienen lugar procesos que culminan en el ínti-
mo contacto entre ellas en puntos llamados sinapsis. En el recuadro aparece una sinap-
sis, ampliada en la esquina izquierda. En el texto se explica el funcionamiento de esta si-
napsis.
Vi.*/
0 Neurona excitatoria
£ Neurona inhibidora
Sinapsis excitatoria inefectiva
Sinapsis excitatoría efectiva
Sinapsis inhibidora
FIGURA 2: El dibujo de la izquierda representa las neuronas del hipotálamo y sus conexiones
sinápticas tal como las plasmó en tinta Ramón y Cajal (Figura 479, en Ramón y Cajal,
1904). Las letras de la figura se refieren a los distintos componentes del hipocampo rele-
vantes para nuestros propósitos: D, circunvolución dentada; K, colaterales recurrentes
de las células piramidales de la región CA3 del hipocampo (C), que permiten a éstas for-
mar sinapsis entre sí además de proyectarse para formar sinapsis con las neuronas pira-
midales de la región CA1 del hipocampo (h).
A la derecha hay un diagrama de la red sináptica básica de la región CA3 del hipo-
campo, compuesta de neuronas piramidales (círculos vacíos) e interneuronas inhibidoras
(círculos rellenos). Las neuronas piramidales establecen conexiones aleatorias entre sí a
través de sus colaterales recurrentes. Antes del aprendizaje, estas conexiones son inefi-
(Continúa)
LA POLÉMICA 73
Dado que sabemos que una lesión en el hipocampo impide que uno
recuerde un suceso durante más de un minuto aproximadamente,
¿cómo se identifican las células del hipocampo normal que inter-
vienen en nuestra capacidad de recordar, cuáles son las conexiones si-
nápticas entre estas células y cómo funcionan estas sinapsis? Por
ejemplo, en cualquier volumen dado del hipocampo hay muchas
caces; después del aprendizaje, un subconjunto de ellas se hace eficaz y en el estado fi-
nal de desarrollo de la red hay conexiones sinápticas excitadoras cuyas fuerzas se con-
sidera que tienen el valor de la unidad (triángulos vacíos), y otras cuyas fuerzas se han
quedado en el valor cero (círculos vacíos). Las interneuronas inhibidoras reciben cone-
xiones aleatorias desde muchas células piramidales y también desde neuronas inhibido-
ras. Las neuronas inhibidoras, a su vez, se proyectan hacia neuronas piramidales. Se
considera que la fuerza de cualquier sinapsis en la que intervengan interneuronas inhibi-
doras es fija. El estado inicial del sistema lo determina un patrón de activación que llega
a las neuronas piramidales desde los axones de fibra musgosa que surgen de la región
D en el dibujo de Ramón y Cajal, o de la vía perforante directa que se encuentra encima
de la región D, patrón representado por las líneas que entran desde la izquierda. Una vez
establecido el estado inicial, la fuente externa se elimina y la red recurrente de CA3 actualiza
su estado interior cíclica y sincrónicamente.
En el modelo de red neural, las neuronas inhibidoras se representan como disposi-
tivos lineales de acción rápida que producen outputs proporcionales a sus inputs, y que
desempeñan una importante función reguladora en el establecimiento de los potenciales
de membrana de las neuronas piramidales. La probabilidad de que una neurona se exci-
te en un denominado recuerdo almacenado, que determina la cantidad media de neuro-
nas activas cuando «se recupera un recuerdo», se puede fijar a voluntad. Se supone que
los «recuerdos» de esta red se almacenan en las sinapsis colaterales recurrentes utili-
zando un hebbiano de dos valores. En la teoría se tienen en cuenta tanto las correlacio-
nes espaciales entre las fuerzas aprendidas de las sinapsis colaterales recurrentes como
las correlaciones temporales entre el estado de la red y estas fuerzas sinápticas. Se su-
pone que la recuperación de un recuerdo empieza con la activación de un conjunto de neu-
ronas piramidales de CA3 que se superponen con el recuerdo a recuperar, así como con
la activación de un conjunto de neuronas piramidales que no están en el recuerdo a re-
cuperar; la activación de ambos conjuntos de neuronas probablemente es inducida por
las sinapsis que los axones de la vía perforante forman sobre las neuronas de CA3. La
activación de diferentes conjuntos de neuronas piramidales se desarrolla a continuación
en pasos sincrónicos discretos (para más detalles, véase Bennett, Gibson y Robinson, 1994).
74 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
más células gliales que neuronas, y estas células gliales son de diver-
sos tipos, como ocurre con las neuronas. El descubrimiento de on-
das que propagan y transmiten la actividad entre las células gliales as-
trocíticas (Cornell-Bell y otros, 1990), aunque de forma mucho más
lenta que entre las neuronas (Bennett, Farnell y Gibson, 2005), in-
troduce una considerable complejidad en la búsqueda de correlatos
celulares de la memoria en el hipocampo. Aunque esas ondas gliales
se han considerado irrelevantes para la búsqueda de correlatos celu-
lares de nuestros atributos psicológicos (Koch, 2004), no se han rea-
lizado experimentos que lo demuestren fehacientemente. Dada la
intimidad física entre las células gliales y las neuronas, será difícil
averiguar si las primeras son relevantes o no en la búsqueda de co-
rrelatos celulares, a pesar de que podamos manipular genéticamen-
te las proteínas de estos diferentes tipos de células. Creo que sería
mucho más sensato buscar correlatos «celulares», y no simplemente
«neuronales». Además, apenas estamos empezando a comprender la
gran variedad de relaciones sinápticas entre las neuronas, entre las
células gliales, y entre ambas clases de células, así como la diversi-
dad de mecanismos sinápticos especializados que operan entre to-
das ellas. En mi opinión, está fuera de lugar el actual endiosamien-
to de las neurociencias, manifiesto, por ejemplo, en la presunción
de que redes como las de la figura 2 proporcionan indicios importan-
tes sobre el funcionamiento de las redes sinápticas de cualquier par-
te del cerebro. Con el fin de aportar evidencia a favor de este punto,
expongo a continuación algunos ejemplos de cuan dolorosamente len-
to es el progreso en la comprensión incluso de las redes sinápticas
relativamente simples que operan en la retina, la corteza visual pri-
maria y el cerebelo.
LA POLÉMICA 75
Receptores
Capa 1
Sentido nulo
(señalado con una flecha), sea en el sentido preferente. Cada uno de estos receptores
puede excitar la actividad de las unidades que están inmediatamente debajo de ellos.
Cada recuadro que contiene una At es una unidad que si es excitada por el receptor
conectado con ella impedirá, después de un retraso de longitud At, la excitación de la
unidad adyacente en el sentido nulo. Cuando un objeto se mueve en sentido nulo, la acti-
vidad eléctrica de un receptor excitado (por ejemplo, C) excita (+) una unidad de la capa si-
tuada inmediatamente debajo de ella, y al mismo tiempo inhibe (-) la unidad siguiente en el
sentido nulo; a su vez cada receptor, concretamente C, B y A, lleva a cabo este proceso a
medida que el objeto se mueve por encima de ellos. Las unidades de retraso (señaladas como
At) determinan que el proceso inhibitorio detenga la actividad excitadora de A y B que
circula a través de estas puertas si el movimiento es en sentido nulo, pero alcanza las puer-
tas demasiado tarde para producir tal inhibición si el movimiento es en sentido preferente.
78 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
Así pues, parece que en la circuitería retinal hay varios niveles que
determinan la selectividad direccional de las neuronas gangliona-
res, que probablemente implican la actividad de al menos cuatro re-
des sinápticas retínales diferentes y específicas aún por identificar
(Fried, Munch y Werblin, 2005). Esto ilustra las dificultades para
la comprensión de una propiedad de la red de incluso lo que se ha
considerado la parte más simple y accesible del sistema nervioso
central.
FIGURA 5: Córtex cerebeloso. Se muestran las grandes células de Purkinje con sus enormes
árboles dendríticos. Cada uno de éstos recibe conexiones sinápticas de terminales axo-
nicos de fibras paralelas que derivan de células granulares muy pequeñas que, a su vez,
reciben sinapsis de terminales axonicos de fibras musgosas. Es de notar que, además, las
células de Purkinje reciben conexiones sinápticas de un único axón de una fibra trepadora.
Esta circuiterfa está dispuesta en un hermoso patrón repetitivo y regular, que hace del
córtex cerebeloso un objeto ideal de investigación experimental. También se muestran
neuronas inhibidoras (concretamente, células cesta, células estrelladas y células de Golgi).
FIGURA 6: El fármaco T-588 impide la depresión a largo plazo de la fibra paralela a la sinapsls
de la célula de Purkinje inducida por la estimulación in vivo simultánea de la fibra trepadora
y la fibra paralela. Concentraciones similares de T-588 en el cerebro de ratones y ratas ac-
tivos no afectaron ni al aprendizaje motor en el test de la rueda giratoria, ni al aprendiza-
je de la sincronización motora durante el condicionamiento clásico del reflejo del parpa-
deo. Así pues, la depresión a largo plazo de fibras paralelas a células de Purkinje bajo el
control de fibras trepadoras no es necesaria para la adaptación motora ni para el apren-
dizaje de la sincronización de respuesta en dos modelos comunes de aprendizaje motor
con implicación del cerebelo. En a) se muestran electrodos estimuladores bipolares con-
céntricos situados sobre la superficie cerebelosa (LOC) para estimular un haz de fibras pa-
ralelas (PFs) y dentro la sustancia blanca cerebelosa (WM) para estimular las fibras trepadoras
(CFs). Se utilizó un electrodo de superficie de disco de plata (SUR) para registrar los po-
tenciales de campo evocados en las células de Purkinje (PCs). Se empleó la estimula-
ción directa de la oliva cerebelosa inferior (IO) para verificar que los potenciales generados
por el electrodo WM eran respuestas de la fibra trepadora (CFR). b) muestra las CFR y las
respuestas PF presinápticas (NO y postsinápticas (N2) generadas por la estimulación con-
junta de CF y PF utilizando un intervalo de 20 m entre los estímulos para generar una de-
presión a largo plazo de la respuesta N2 PF. Las líneas de puntos indican una desviación
estándar. En c) se muestran los resultados de las diferentes concentraciones de T-588 en
el cerebro. Se destacan cuatro puntos temporales diferentes de la inyección intravenosa
continua de T-588 con el paradigma de depresión a largo plazo (LTD), situados entre 50 y
130 m después del inicio de la inyección. La línea horizontal en 1 (xM indica la concentración
de T-588 que impedía la LTD in vitro. El número de cerebros de la muestra en cada punto
temporal se indica entre paréntesis (extraído de la figura 1 de Welsh y otros, 2005).
86 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
FIGURA 7: Corteza cerebral. Se muestra una visión lateral con las zonas numeradas que
diseñó Brodmann (1909) como indicadoras de clases celulares distinguibles y las rela-
ciones entre ellas. Las redes celulares referentes a la visión, por ejemplo, se encuentran
en el polo occipital.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
21
LA FILOSOFÍA COMO
ANTROPOLOGÍA INGENUA
Comentario sobre Bennett y Hacker
DANIEL DENNETT
EL TRASFONDO FILOSÓFICO
Volvamos ac):
lógicas por buenas razones teóricas? ¿O, lo que sería más alarmante, se
trata de una confusión conceptual?
(págs. 70-71)
Si hay que tomar en serio todo esto [la ciencia cognitiva], parece
que demuestra, en primer lugar, que la observación gramatical de que
estos predicados, en su uso literal, están limitados a los seres humanos
y a lo que se comporta como los seres humanos, o bien es simplemente
errónea o bien exhibe una «inercia semántica» que ha sido superada
por el avance de la ciencia, ya que las máquinas realmente se compor-
tan como seres humanos. En segundo lugar, si tiene sentido literal atri-
buir predicados epistémicos e incluso perceptivos a máquinas diseña-
das para simular ciertas funciones humanas y realizar determinadas
tareas humanas, parece verosímil suponer que el cerebro humano debe
tener una estructura funcional abstracta similar a la del diseño de la má-
quina. En este caso, no hay duda de que atribuir la diversidad de los pre-
dicados psicológicos al cerebro humano debe tener sentido después
de todo.
(págs. 160-161)
está ante los ojos? En realidad, éste no es un problema empírico que pos-
teriores investigaciones deban resolver. Es el producto de una confu-
sión conceptual, y lo que precisa es dilucidación.
(pág. 147)
No tiene sentido, salvo como una figura equívoca del habla, decir,
como hace Le Doux, que es «posible que el cerebro sepa que algo es bue-
no o malo antes de que sepa exactamente qué es».
(pág. 152)
LA VISIÓN WITTGENSTEINIANA
Creo que una vez que se elimina esta falacia básica, el razonamien-
to central del libro se desmorona. Hablaré de los detallados argu-
mentos de nuestros autores en un momento, pero antes quiero resumir
los argumentos expuestos hasta aquí. Wittgenstein sostiene que una
condición de la posibilidad de un lenguaje para describir los fenó-
menos mentales internos son las manifestaciones públicamente ob-
servables de esos fenómenos. La conducta no es simplemente una
prueba inductiva, sino que es un criterio para la aplicación de los
conceptos. Supongamos, en aras de la argumentación, que tiene ra-
zón. Bennett y Hacker creen que de ello se sigue que los fenómenos
mentales no podrían existir en los cerebros, porque éstos no pueden
mostrar la conducta que sirve de criterio. Pero esto no se sigue de
que la conducta observable sea un criterio de aplicación del lengua-
je sobre lo mental. Todo lo que se podría seguir de ello es que si po-
demos hablar de estados mentales en el cerebro, entonces éste debe
132 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
Creo que este pasaje contiene un profundo error, que voy a exa-
minar paso a paso.
Supongamos que recito el alfabeto en silencio, «en mi cabeza»,
como diríamos. Es un acontecimiento real del mundo real. Al igual
que todos los acontecimientos reales, tiene lugar en el espacio-tiem-
po. Entonces, ¿dónde ha ocurrido? Bennett y Hacker dicen que yo,
la persona, pasépor el proceso mental. Algo indudablemente cierto,
pero ¿dónde exactamente del espacio-tiempo tuvo lugar el aconte-
cimiento mental consciente, temporal y espacialmente situado, de
mi recitación silenciosa del alfabeto? Nuestros autores no pueden res-
ponder a esta pregunta, excepto diciendo tal vez que ocurrió en
Nueva York, en esta habitación o cosas por el estilo. Pero con esto
no basta. Creo que es evidente que dentro de mi cerebro ocurrió
un acontecimiento consciente, un conjunto de qualia. Y, como ya
he dicho antes, con el avance de técnicas de imaginería como la
RMf estamos mucho más cerca de poder decir dónde ocurrió exac-
tamente.
Su negación de la realidad y ubicación espacial de los qualia im-
pide a nuestros autores dar una explicación causal coherente de la
relación de los procesos neurales con los acontecimientos mentales.
Dicen que los procesos neurales son causalmente necesarios («tienen
que ocurrir») para que ocurra un proceso mental. Pero, en este con-
texto, necesitamos saber qué es causalmente suficiente, qué fue lo
que hizo que yo «pasara» por un proceso mental. Y siempre que ha-
blamos de causas, debemos decir exactamente qué causa exactamente
qué. En mi explicación, el acontecimiento mental consciente es cau-
sado en su totalidad por el cerebro y se realiza en el cerebro. En este
contexto, la excitación de ciertas neuronas es causalmente suficien-
te para producir esos qualia, esos acontecimientos mentales cons-
cientes. ¿Qué dicen ellos? No pueden decir que la excitación de las
138 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
1. Yo peso 75 kilos.
2. Sé distinguir el azul del violeta cuando los veo.
3. He decidido votar a los demócratas.
4. Soy propietario de un inmueble en la ciudad de Berkeley.
LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA
la LA. fuerte,* en los que una teoría filosófica equivocada puede te-
ner consecuencias científicas potencialmente desastrosas, y ésta es la
razón de que considere importante contestar las tesis de Bennett y
Hacker.
ACLARACIÓN CONCEPTUAL
* Aristóteles, Acerca del alma, Madrid, Gredos, 1978, pág. 155, trad, de
Tomás Calvo Martínez. (N. delt.)
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 165
que el cerebro canino es una parte del perro. Mi cerebro —el cere-
bro que tengo— es una parte de mí —del ser humano viviente que
soy— tanto como lo son mis piernas y mis brazos. Pero es verdad
que también se puede decir que mi cerebro es una parte de mi cuerpo.
¿Cómo se explica esto? Cuando hablamos de nuestra mente lo
hacemos en gran medida en un sentido no agentivo y metafórico, re-
firiéndonos a nuestras capacidades racionales del intelecto y la vo-
luntad, y a su ejercicio. Cuando hablamos del cuerpo, hablamos de
nuestras propiedades corporales. Hablar de mi cuerpo es hablar
de los rasgos corporales del ser humano que soy —unos rasgos que
pertenecen al aspecto (un cuerpo atractivo o desgarbado)—, a las
superficies del ser humano (su cuerpo estaba cubierto de picaduras
de mosquito, todo él lacerado, pintado de azul), a aspectos de la sa-
lud y el estado físico (un cuerpo sano o enfermo) y, sorprendente-
mente, a la sensación (me puede doler todo el cuerpo, como me due-
le la pierna o me pica la espalda).15 Pero saber, percibir, pensar,
imaginar, etc., no son características corporales de los seres humanos,
y no son atribuibles al cuerpo que el ser humano tiene, del mismo
modo que no son atribuibles al cerebro que el ser humano tiene. Los
seres humanos no son sus cuerpos. No obstante, son cuerpos, en el
sentido completamente distinto de ser una clase particular de per-
sistente espaciotemporal sensitivo —el homo sapiens—, y el cerebro
es una parte del ser humano viviente, como lo son las extremida-
des.16 Sin embargo, no es una parte consciente, pensante y percep-
tiva, como no lo es cualquier otra parte del ser humano. Y es que és-
tos son atributos del ser humano como un todo.
No obstante, el profesor Searle ha señalado un rasgo interesante
de nuestro lenguaje metafórico referido al cuerpo. Los seres huma-
nos son personas —es decir, animales inteligentes y capaces de usar
lenguaje—, son autoconscientes, poseen conocimiento del bien y
168 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
que tienen el mismo tipo de dolor, pero son dos ejemplares de do-
lor distintos (pág. 116). «[C]omo ejemplar, el dolor que ellos o yo ex-
perimentamos existe sólo en tanto que lo percibe un sujeto conscien-
te en particular» (pág. 116). Falso. En primer lugar, los dolores no los
perciben quienes los sufren. Tener un dolor no es percibir un dolor.
«Tengo un dolor en la pierna» no describe una relación entre yo y un
objeto llamado «un dolor» más de lo que lo hace la frase equivalen-
te «Me duele la pierna». En segundo lugar, la distinción de Peirce
entre tipo y ejemplar se aplicaba a las inscripciones y depende de las
convenciones ortográficas. No es de aplicación a los dolores más de
lo que pueda serlo a los colores. Si dos sillones son de color granate,
entonces hay dos sillones exactamente del mismo color, y no dos
ejemplares del mismo tipo. Porque ¿cómo se pueden individualizar
los diferentes ejemplares? Obviamente no por la ubicación —ya que
ésta meramente distingue los dos sillones, no su color—. Todo lo
que se puede decir es que el primer supuesto ejemplar pertenece al
primer sillón, y el segundo, al segundo sillón. Pero esto significa in-
dividualizar una propiedad por referencia a la pseudopropiedad de
pertenecer a la sustancia que la tiene —como si las propiedades fue-
ran sustancias que se distinguen mediante la ley de Leibniz, y como
si ser la propiedad de una determinada sustancia fuera una propie-
dad que distingue, por ejemplo, el color de esta silla del color de
aquélla—. Y esto es absurdo. Las dos sillas son exactamente del mis-
mo color. Asimismo, si dos personas tienen un terrible dolor de ca-
beza en la sien izquierda, entonces ambas tienen exactamente el mis-
mo dolor. El dolor de A no se distingue del dolor de B por el hecho
de que pertenece a A, del mismo modo que el color granate del pri-
mer sillón no se distingue del color granate del segundo sillón por el
hecho de que pertenece al primero. La distinción entre la identidad
cualitativa y la numérica no es de aplicación a los colores ni a los do-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 183
fica nada más que «El ordenador pasa por el proceso electromecáni-
co necesario para producir los resultados de un cálculo sin cálculo
alguno», del mismo modo que «Te quiero con todo mi corazón» no
significa nada más que «Te quiero de verdad».
Es notorio que cuando los neurocientíficos hablan, en los casos
que hemos criticado, de que en el cerebro hay unos mapas, y de que
el cerebro usa estos mapas como tales, no lo hacen en sentido meta-
fórico. Resulta obvio que la observación de Blakemore de que «los neu-
roanatomistas dicen ahora que el cerebro tiene mapas, que se cree
desempeñan un papel fundamental en la representación y la inter-
pretación que el cerebro hace del mundo, del mismo modo que los
mapas de un atlas lo hacen para sus lectores»^1 (la cursiva es nuestra)
no es metafórica, ya que nada hay de metafórico en «Los mapas del
atlas desempeñan un papel en la representación del mundo de sus lec-
tores». Además, el término «representación» se emplea aquí mani-
fiestamente en el sentido simbólico, no en el sentido de correlato
causal. Tampoco es metafórica la afirmación de J. Z. Young de que
el cerebro hace uso de sus mapas al formular sus hipótesis sobre lo
que es visible.32 Porque hacer uso de un mapa al formular una hipóte-
sis significa tomar una característica indicada por el mapa como ra-
zón para la hipótesis. El profesor Dennett afirma que el cerebro «hace
uso de ellos como mapas» (pág. 205, n. 20), y en el debate de la APA
aseguró que es una cuestión empírica, y no filosófica, la de si el ce-
rebro usa los «mapas retinotópicos» como mapas-, la de «si alguna de
las operaciones de recuperación de información que se definen al
hablar de ellos explota las características de los mapas que nosotros
explotamos cuando lo hacemos con los mapas del mundo real». Pero
sólo podría ser una cuestión empírica si tuviera sentido que el cere-
bro usa un mapa como un mapa. Sin embargo, para usar un mapa
como un mapa, tiene que haber un mapa —y en el cerebro no hay
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 191
si la montaña lleva zapatos. Nada hay de malo en hablar del paso del
tiempo, siempre y cuando uno no se confunda (como se sabe que le
ocurrió a san Agustín) sobre cómo medirlo. No había nada de malo
en que Newton dijera que la Luna «cae», pero lo habría habido de ha-
berse preguntado qué era lo que la hacía resbalar. Nada tenía de malo
que hablara de fuerzas que actúan sobre un cuerpo en el espacio,
pero lo habría habido si hubiese especulado sobre si las fuerzas eran
de infantería o de caballería. Nada tiene de malo que los genetis-
tas hablen del código genético. Pero lo habría si de la existencia de éste
hicieran inferencias que sólo se pueden hacer de la existencia de
códigos literales. Yes que, en realidad, el código genético no es un có-
digo en el sentido en que se usa un código para cifrar o transmitir una
frase de una lengua. No es ni siquiera un código en «un sentido ate-
nuado», como se podría decir de una frase acordada entre los padres
para que los hijos no sepan de qué están hablando.
Estábamos preocupados por el uso que los neurocientíficos cog-
nitivos hacen del vocabulario psicológico común y corriente (y de otros
términos, como «representación» y «mapa») al especificar aquellos fe-
nómenos que sus teorías pretenden explicar y describir los términos
con los que se proponen hacerlo. Porque, como hemos dejado cla-
ro, habitualmente los neurocientíficos intentan explicar el perci-
bir, el saber, el creer, el recordar y el decidir de los seres humanos
haciendo referencia a partes del cerebro que perciben, saben, creen,
recuerdan y deciden. Por esto citábamos observaciones, obra de im-
portantes neurocientíficos, psicólogos y científicos cognitivos, como
las siguientes:
tas. Luego, el cerebro usa esta información para construir una hipóte-
sis adecuada de lo que hay ahí».
Programs of the Brain, pág. 119
LOS QUALIA
El profesor Searle dice que los seres humanos son «cerebros dentro
de un cuerpo» (págs. 120 y sigs.). Desde su punto de vista, la razón de
que podamos decir tanto «Peso 75 kilos» como «Mi cuerpo pesa
75 kilos» es que lo que hace que yo pese 75 kilos es que eso es lo que
pesa mi cuerpo. Pero, al parecer, estrictamente hablando no soy más
que un cerebro dentro de un cuerpo (de un cráneo). Tengo un cuer-
po, y estoy en el cráneo de mi cuerpo. Es ésta una versión materialista
del cartesianismo. Una de las razones principales de que escribiéra-
mos nuestro libro fue la firme creencia de que los neurocientíficos con-
temporáneos, y también muchos filósofos, siguen aún bajo la oscu-
ra y alargada sombra de Descartes. Al tiempo que rechazan la sustancia
inmaterial de la mente cartesiana, transfieren los atributos de la men-
te cartesiana al cerebro humano, dejando intacta la totalidad de la es-
tructura de la concepción cartesiana de la relación entre la mente y
el cuerpo. Lo que nosotros defendemos es que los neurocientíficos,
e incluso los filósofos, dejen atrás las sombrías regiones cartesianas y
busquen la luz del sol aristotélico, donde se puede ver mucho mejor.
Si, per impossibile, yo fuera un cerebro dentro de un cuerpo, en-
tonces tendría un cuerpo —del mismo modo que la mente cartesia-
na tiene un cuerpo—. Pero no tendría cerebro, ya que los cerebros
no tienen cerebros. Y en verdad mi cuerpo no pesaría 75 kilos, sino
75 kilos menos los 1,5 kilos que, hablando con propiedad, es lo que
yo pesaría. Y no mediría 1,75 de alto, sino sólo 0,18 metros. No cabe
duda de que el profesor Searle me asegurará que soy mi-cerebro-
dentro-de-mi-cuerpo —mi cerebro junto con mi cuerpo—. Pero
esto no nos lleva a ninguna parte. Y es que mi cerebro junto con mi
cuerpo sin cerebro, tomado en un sentido, es simplemente mi ca-
dáver; tomado en otro sentido, es sencillamente mi cuerpo. Pero yo
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 199
LA INVESTIGACIÓN NEUROCIENTÍFICA
FIGURA 9: Collage de neuronas de la corteza temporal inferior (IT en la figura 8) que se pro-
yectan hacia una porción limitada de la corteza prefrontal (zona punteada del cerebro re-
presentado en la parte superior; extraído de Crick y Koch, 2003, proveniente de De Lima,
Voight y Morrison, 1990).
EPÍLOGO 209
FIGURA 10:«Los CNC son el conjunto mínimo de acontecimientos neurales —aquí potenciales
de acción sincronizados de las neuronas piramidales neocorticales (de la zona IT)— sufi-
cientes para una determinada percepción consciente» (extraído de Koch, 2004).
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La ciencia y la filosofía en busca
del Príncipe Razón
DANIEL ROBINSON
gún precepto ético más profundo que cubra el caso de que a uno le
roben el hígado, ya que los preceptos que cubren el robo de un co-
che resultan insuficientes para esa tarea. Por su parte, en el com-
puesto «neurociencia cognitiva» el propio adjetivo plantea un tema
refractario al análisis filosófico, al menos desde los días en que Pla-
tón dio voz al Sócrates del Critón. Lo primero que se pregunta Ben-
nett —cómo derivar lo psicológico de lo sináptico— es también la
pregunta de Fletcher. Lo que a éste le faltaba, en su intento por ver
al Príncipe, no se lo podía proporcionar Harvey. Tampoco sirven
aquí ni el bisturí ni el laparoscopio. Existen sólidos argumentos para
pensar que la misión ensanchada de una psicología cognitiva realista
e informada debe discurrir por un camino distinto del que guía el pro-
greso del científico como peregrino.
Tal vez pueda perfilar mejor mi idea aludiendo a la propia in-
vestigación que Bennett resume, para concluir que los resultados de
la percepción visual están más correlacionados con procesos corticales
«superiores» que con los más próximos a su origen en la retina. Hay
una serie larga y consistente de descubrimientos que establecen que,
al menos en la audición y la visión, la «sintonización» del sistema se
hace cada vez más precisa a medida que los acontecimientos pasan del
nivel de las neuronas primarias a sus destinos corticales definitivos.
Pero el fenómeno de la rivalidad binocular es diferente de la sinto-
nización del sistema en bandas de frecuencia más estrechas. Hay una
evidente propiedad fenomenológica que la conducta condicionada
del animal señala la primera vez que una imagen y luego la otra se al-
ternan en la dominancia perceptiva. La pregunta que naturalmente
surge dentro de este marco tiene que ver con la forma en que todo
esto tiene lugar en criaturas con los ojos dispuestos lateralmente, de
modo que no puede existir el mismo tipo de rivalidad binocular.
Los animales con ojos situados medialmente se enfrentan a un espacio
220 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
No atribuimos a las partes del cerebro una creencia [...] cabal; esto
sí sería una falacia. No. Atribuimos a estas partes una especie atenua-
da de creencia.
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NEUROCIENCIA Y FILOSOFÍA
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