Bennett, Dennett, Hacker & Searle (2007) La Naturaleza de La Conciencia

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MAXWELL BENNETT, DANIEL DENNETT

PETER HACKER Y JOHN SEARLE

LA NATURALEZA DE LA
CONCIENCIA
Cerebro, mente y lenguaje

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PAIDÓS TRANSICIONES

Últimos títulos publicados


29. H. Gardner, La inteligencia reformulada
30. J. Horgan, La mente por descubrir
31. R. Lewontin, El sueño del genoma humano y otras ilusiones
32. J, Elster, Sobre las pasiones
33. U. Bronfenbrenner, La ecología del desarrollo humano
34. D. A. Norman, El ordenador invisible
35. K. Davies, La conquista del genoma humano
36. G. Claxton, Aprender
37. C. Hagége, No a la muerte de las lenguas
38. C. Korsmeyer, El sentido del gusto
39. E. S. Hochman, La Bauhaus. Crisol de la modernidad
40. M. Rees, Nuestro habitat cósmico
41. H. Gardner y otros, Buen trabajo
42. F. de Waal, El simio y el aprendiz de sushi
43. R. M. Hogarth, Educar la intuición
44. S. Weinberg, Plantar cara
45. A. C. Danto, La Madonna del futuro
46. N. Longworth, El aprendizaje a lo largo de la vida
48. M. Levine, Mentes diferentes, aprendizajes diferentes
49. S. Pinker, La tabla rasa
50. R. Aunger, El meme eléctrico
51. D. C. Dennett, La evolución de la libertad
52. M. Levine, Contra el mito de la pereza
53. R. Debray y J. Bricmont, A la sombra de la ilustración
54. H. Gardner, Mentes flexibles
55. G. Nunberg (comp.), El futuro del libro
56. N. Longworth, El aprendizaje a lo largo de la vida en la práctica
57. C. Allégre, Un poco de ciencia para todo el mundo
58. D. A. Norman, 0 diseño emocional
59. D, J. Watts, Seis grados de separación. La ciencia de las redes en la era del acceso
60. M, R Lynch, La importancia de la verdad
61. M, S. Gazzaniga, El cerebro ético
62. H, Gee, La escalera de Jacob. Historia del genoma humano
63. G, Rizzolatti y C. Sinigaglia, Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatia emocion
64. R. Sapolsky, El mono enamorado y otros ensayos sobre nuestra vida animal
65. C. Allégre, La sociedad vulnerable. Doce retos de política científica
66. F. de Waal, Primates y filósofos. La evolución de la inora! del simio al hombre
67. S. Pinker, El mundo de las palabras. Una introducción a la naturaleza humana
68. J. Dewey, Cómo pensamos
69. N. N. Taleb, El cisne negro
70. B. R, Komisaruk y otros, La ciencia del orgasmo
71. H. Gardner, Las cinco mentes del futuro
72. M. Bennett y otros, La naturaleza de la conciencia
Título original: Neuroscience & Philosophy. Brain, Mind & Language
Publicado originalmente en inglés, en 2007, por Columbia University Press, Nueva York

Traducción de Roe Fuella


Revisión técnica de Francesc Forn

Cubierta de excéntric comunicado

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares


del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos
la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares
de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 2003 de los extractos de Philosophical Foundations of Neuroscience


by Maxwell R. Bennett and Peter M. S. Hacker
© 2007 de «Philosophy as Naive Anthropology: Comment on Bennett and Hacker»
by Daniel Dennett
© 2007 de «Putting Conciousness Back in the Brain: Reply to Bennett and Hacker,
Philosophical Foundations of Neuroscience» by John Searle
© 2007 de «The Conceptuáis Presuppositions of Cognitive Neuroscience: A Reply to Critics»
by Maxwell R. Bennett and Peter M. S. Hacker
© 2007 del epílogo by Maxwell R. Bennett
© 2007 de la «Introduction» y «Still Looking: Science and Philosophy in Pursuit
of Prince Reason» by Columbia University Press. All rights reserved
© 2008 de la traducción, Roc Filella
© 2008 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Av. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona
www.paidos.com

ISBN: 978-84-493-2132-0
Depósito legal: B-18.095/2008

Impreso en Cayfosa-Quebecor, S.A.


Crta. de Caldes, km. 3,7 - 08130 Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain


SUMARIO

Introducción 9
DANIEL ROBINSON

LA POLÉMICA

Fragmentos de Philosophical Foundations ofNeuroscience . . . 15


MAXWELL BENNETT Y PETER HACKER
Neurociencia y filosofía 69
MAXWELL BENNETT

LAS REFUTACIONES

La filosofía como antropología ingenua . . 93


DANIEL D E N N E T T
Situar de nuevo la conciencia en el cerebro 121
J O H N SEARLE

RÉPLICA A LAS REFUTACIONES

Los supuestos conceptuales de la neurociencia cognitiva . . . 159


MAXWELL BENNETT Y PETER HACKER
8 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Epílogo 203
MAXWELL BENNETT

La búsqueda continúa 215


DANIEL ROBINSON

Notas 245
INTRODUCCIÓN
DANIEL ROBINSO N

La editorial Blackweil publicó, en 2003, Philosophical Foundations of


Neuroscience, de Max Bennett y Peter Hacker. El libro llamó la aten-
ción de inmediato, porque era la primera evaluación sistemática de
las bases conceptuales de la neurociencia, tal como habían sido es-
tablecidas por científicos y filósofos. Lo que añadía atractivo a la
obra eran dos apéndices dedicados a la crítica en detalle de los in-
fluyentes escritos de John Searle y Daniel Dennett. Max Bennett,
consumado neurocientífico, identificó con acierto a Searle y Dennett
como losfilósofosmás leídos entre la comunidad neurocientífica, y
tenía mucho interés en dejar claro a los lectores por qué él y Hacker
disentían de sus opiniones.
En el otoño de 2004, la comisión de programación de la Ame-
rican Philosophical Association (APA) invitó a Bennett y a Hacker
a participar en una sesión de «Autores y críticos» en el encuentro de
2005 de la Asociación, en Nueva York. La elección de los críticos no
pudo haber sido mejor: Daniel Dennett y John Searle aceptaron es-
cribir sus réplicas a las críticas que Bennett y Hacker habían formu-
lado contra su obra. El contenido de este libro se basa en aquella se-
sión de tres horas de la APA. Owen Flanagan presidió la sesión, que
estuvo marcada por un intercambio inusualmente animado entre
los participantes. Antes de la sesión Dennett y Searle habían facili-
tado sendas versiones escritas de sus refutaciones, a las que Bennett
y Hacker replicaron a continuación.
10 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Plenamente consciente de la importancia de los temas filosóficos


debatidos, Wendy Lochner, editora de la sección de filosofía de Co-
lumbia University Press, propuso a los participantes que las actas se
publicaran en forma de libro. Por lo general, un debate en origen
apasionado suele perder colorido y emoción en su versión escrita.
El lector se ve forzado a recrear en su imaginación un acontecimiento
real a partir de la fragmentación y el artificio de la prosa editada.
Creo que es justo decir que este libro no padece de esta limitación tan
común. En los presentes ensayos e intercambios, el lector reconoce-
rá el poder motivador de la pasión intelectual. Los participantes
abordan sus temas en profundidad. Sus destacadas aportaciones a
lo largo de varias décadas les dan derecho a que se les tome en serio.
Además, hay mucho más en juego de lo que es habitual en este tipo
de discusiones. Al fin y al cabo, el proyecto de la neurociencia cogni-
tiva es nada menos que la incorporación a la estructura de la propia
ciencia de lo que nos complacemos en llamar naturaleza humana.
Dennett y Searle, con una confianza que puede parecer entusiasmo,
se inclinan a creer que el proceso de incorporación va por buen ca-
mino. Por su parte Bennett y Hacker, con una cautela que puede
parecer escepticismo, plantean la posibilidad de que el proyecto mis-
mo esté basado en una confusión.
Fui honrado con la petición de redactar un capítulo final para el
libro proyectado. En él resumo mis concepciones más arraigadas so-
bre el tema, al tiempo que sopeso los diestros argumentos y contraar-
gumentos de las principales figuras que intervienen en el debate.
Confío en que los lectores se darán cuenta de que tengo pocas ideas
definitivas sobre el particular. Reconozco el decidido empeño de
Searle y Dennett por ofrecer un modelo creíble y viable de cómo la
vida mental se comprende gracias a acontecimientos que se produ-
cen debajo de la piel. Norbert Wiener, uno de los hombres de cien-
INTRODUCCIÓN 11

cia sabio de verdad, señaló que el mejor modelo material de un gato


es un gato, a ser posible el mismo gato. No obstante, sin modelos
—incluso aquellos aderezados con tintes antropomórficos—, la mis-
ma complejidad del mundo real acaba frustrando el progreso cien-
tífico en cualquier campo. No existen cálculos ni ecuaciones que esta-
blezcan las fronteras en cuyo interior deba confinarse la imaginación
de quien construye el modelo.
Alfinal,este tipo de cuestiones se zanjan en el ámbito de la estética.
Con ello no quiero decir que haya menos espacio para el rigor ana-
lítico: en su máxima expresión, el análisis filosófico es una tarea es-
tética. Seguramente, esto es lo que hace que el físico y el matemá-
tico se sientan atraídos por lo «elegante». ¿No es la estética la que
emplea la navaja de Occam para decidir sobre el refinamiento, la me-
dida, la proporcionalidad y la coherencia? Estoy convencido de que,
justamente bajo estos criterios, los lectores encontrarán en la crítica
de Bennett-Hacker —en particular en la filosóficamente rica e in-
formada crítica de Peter Hacker— no una inclinación al escepticis-
mo, sino una aplicación cuidadosa y efectivamente elegante de las
mejores herramientas ideadas por los filósofos.
Dicho esto, es importante ir más allá y reconocer que no es pro-
bable que nuestra vida realmente vivida desvele su realidad comple-
ta, cambiante, a menudo voluble y maravillosamente interior, bien
sea a las tablas veritativas, a la máquina de Turing o al laparoscopic
No es de extrañar que el filósofo que tan a menudo nos ha propor-
cionado la primera reflexión sobre un tema importante sea también
quien tenga la última palabra sobre el mismo. Me refiero, por su-
puesto, a Aristóteles. Debemos buscar la precisión en aquellas cosas
que la admiten, y escoger las herramientas adecuadas para la tarea que
tenemos entre manos. En última instancia, nuestras explicaciones
deben mantener una relación inteligible con aquello que pretende-
12 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

mos explicar. El demógrafo que afirma con una precisión encomia-


ble que la familia media se compone de 2,53 miembros no cree ne-
cesario recordarnos que no hay tal cosa como un 0,53 de persona. Con
este tipo de datos no se pretende describir la naturaleza de los ele-
mentos contados; esa cantidad es simplemente su resultado. La cues-
tión es, claro está, que la precisión científica o, para el caso, la pre-
cisión aritmética, no pueden decirnos casi nada sobre qué es lo que
se ha analizado con tal precisión. Aquí como en cualquier otra par-
te, la máxima que rige es la de caveat emptor [tenga cuidado el com-
prador].
Los lectores abordarán este discurso con auténtico interés, in-
cluso con un poco de vanidad, ya que trata de ellos. Son sus propios
criterios estéticos los que se impondrán a un material de este tipo, y
son ellos quienes finalmente decidirán si las explicaciones ofrecidas
guardan una relación inteligible con lo que realmente importa. Pero
un buen jurado debe atenerse a las pruebas disponibles, dejarse guiar
en sus deliberaciones por el sólido criterio de la evidencia. ¡Paciente
lector! ¡Digno miembro del jurado! He aquí algunas pruebas (pro-
cedentes de la neurociencia cognitiva) y una exposición excepcio-
nalmente clara de las reglas que cabe aplicar en su consideración.
No es necesario darse prisa en emitir un veredicto...
DANIEL N . ROBINSON
LA POLÉMICA
PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS
OF NEUROSCENCE
Introducción
M A X W E L L BENNETT Y PETER H A C K E R

El libro Philosophical Foundations ofNeuroscience [Fundamentos fi-


losóficos de la neurociencia] expone los frutos de un trabajo llevado
a cabo conjuntamente por un neurocientífico y unfilósofo.Trata de
los fundamentos conceptuales de la neurociencia cognitiva, unos
fundamentos constituidos por las relaciones estructurales entre los
conceptos psicológicos que intervienen en las investigaciones sobre
las bases neurales de las capacidades cognitivas, afectivas y volitivas
humanas. Investigar las relaciones lógicas entre los conceptos es una
tarea filosófica. Orientar esta investigación por unos determinados
senderos, de modo que se vaya a esclarecer la investigación del cere-
bro es una tarea neurocientífica. De ahí nuestra empresa conjunta.
Si queremos comprender las estructuras y la dinámica neurales que
hacen posible la percepción, el pensamiento, la memoria, el senti-
miento y la conducta intencional, es esencial la claridad sobre estos
conceptos y categorías. Ambos autores, que abordaban esta investi-
gación desde perspectivas muy diferentes, se sintieron desconcerta-
dos, y a veces incómodos, con el uso que de los conceptos psicoló-
gicos se hace en la neurociencia actual. El desconcierto lo provocaban
las implicaciones de lo que cierto neurocientífico afirmaba sobre el
cerebro y la mente, o las razones por las que un neurocientífico creía
16 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

que sus experimentos esclarecían la capacidad psicológica objeto


de estudio, o los presupuestos conceptuales de las preguntas que se
formulaban. La incomodidad provenía de la sospecha de que, en al-
gunos casos, los conceptos no se entendían, se aplicaban incorrec-
tamente o más allá de su campo específico de aplicación. Y cuanto
más investigábamos, más convencidos estábamos de que, pese a los
impresionantes avances de la neurociencia cognitiva, algo andaba
mal en la teorización general.
Las preguntas empíricas sobre el sistema nervioso son el campo
de la neurociencia. El cometido de ésta es establecer los hechos en lo
que concierne a las estructuras y las operaciones neurales. Es tarea de
la neurociencia cognitiva explicar las condiciones neurales que ha-
cen posibles las funciones perceptivas, cognitivas, cogitativas, afec-
tivas y volitivas. Las investigaciones experimentales confirman o
cuestionan tales teorías explicativas. Por contraste, las preguntas con-
ceptuales (las que, por ejemplo, se refieren a los conceptos de men-
te o memoria, pensamiento o imaginación), la descripción de las re-
laciones lógicas entre los conceptos (como las que existen entre los
conceptos de percepción y sensación, o los de conciencia y auto-
conciencia) y el examen de las relaciones estructurales entre los dis-
tintos campos conceptuales (por ejemplo, entre el psicológico y el neu-
ral, o el mental y el conductista), son el campo propio de la filosofía.
Las preguntas conceptuales son previas a las cuestiones de verdad
y falsedad. Son preguntas que conciernen a nuestras formas de re-
presentación, no a la verdad o la falsedad de afirmaciones empíricas.
Estas formas están presupuestas en las afirmaciones científicas ver-
daderas {y en las falsas) y las teorías científicas correctas (e incorrec-
tas). No determinan lo que es empíricamente verdadero o falso, sino
más bien lo que tiene y lo que no tiene sentido, De ahí que las pre-
guntas conceptuales no sean pertinentes en la investigación y la ex-
Da la impresión de que hay una fuerte influencia del pensamiento de Wittgenstein en éstas afirmaciones que
establecen el ámbito de la filosofía en el discernimiento sobre lo que tiene o no sentido y lo restringen a un ámbito
más bien linguístico.
LA POLÉMICA 17

perimentación científicas ni en la teorización científica. Y es que


cualquiera de estas investigaciones y teorizaciones presuponen los
conceptos y las relaciones conceptuales en cuestión. Nuestro inte-
rés aquí no está en las líneas de demarcación gremiales, sino en las dis-
tinciones entre tipos lógicamente diferentes de indagación intelectual.1
Es de suma importancia distinguir las preguntas conceptuales
de las empíricas. Cuando una pregunta conceptual se confunde con
una científica, es inevitable que parezca singularmente abstrusa. En
estos casos, parece como si la ciencia debiera ser capaz de descubrir
la verdad de lo que se investiga mediante la teoría y el experimento,
y sin embargo fracasa continuamente en tal empeño. Y no hay que
extrañarse de ello, ya que las preguntas conceptuales no pueden tra-
tarse con los métodos empíricos de investigación, del mismo modo
que los problemas de las matemáticas puras no son resolubles por
los métodos de la física. Además, cuando los problemas empíricos se
abordan sin la adecuada claridad conceptual, forzosamente se plan-
tean preguntas equívocas que conducen a la investigación por ca-
minos infructuosos. Cualquier oscuridad en lo que respecta a los
conceptos relevantes se reflejará en una correspondiente falta de cla-
ridad en las preguntas y, por lo tanto, en el diseño de los experi-
mentos con los que se pretende responder a esas preguntas. Y cabe
prever que cualquier incoherencia en la comprensión de la estructura
conceptual relevante se manifieste en incoherencias en la interpre-
tación de los resultados de los experimentos.
La neurociencia cognitiva opera a lo ancho de la frontera entre
dos campos, la neurofisiología y la psicología, cuyos respectivos con-
ceptos son categóricamente disímiles. Las relaciones lógicas o concep-
tuales entre lofisiológicoy lo psicológico son problemáticas. Nume-
rosos conceptos y categorías de conceptos psicológicos son difíciles
de definir con nitidez. Las relaciones entre la mente y el cerebro, y en-
18 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

tre lo psicológico y lo conductual, son desconcertantes. La extra-


fieza ante estos conceptos y sus expresiones, y ante estos aparentes
«dominios» y sus relaciones, ha sido una característica de la neu-
rofisiología desde sus orígenes.2 A pesar de los grandes avances de
la neurociencia a principios del siglo xx de la mano de Charles
Sherrington, la batería de preguntas conceptuales popularmente
conocidas como el problema mente-cuerpo o mente-cerebro siguió
tan inabordable como siempre, como se pone de manifiesto en las
erradas ideas cartesianas defendidas por Sherrington y algunos de
sus colegas y protegidos, como Edgar Adrian, John Eccles y Wilder
Penfield. Pese a la incuestionable brillantez de su obra, permane-
cían graves confusiones conceptuales.3 El objeto de nuestra investi-
gación en este libro es determinar si la generación de neurocientíficos
actual ha superado con éxito las confusiones conceptuales de gene-
raciones anteriores, o se ha limitado a sustituir una mezcolanza con-
ceptual por otras.
Tal mezcolanza es evidente en la persistente adscripción de atri-
butos psicológicos al cerebro. Mientras Sherrington y sus protegi-
dos adscribían atributos psicológicos a la mente (concebida como
una sustancia peculiar, tal vez inmaterial, distinta del cerebro), los neu-
rocientíficos actuales tienden a adscribir la misma serie de atributos
psicológicos al cerebro (del que se piensa comúnmente, aunque no
de forma uniforme, que es idéntico a la mente). Pero la mente, sos-
tenemos nosotros,4 ni es una sustancia distinta del cerebro ni una
tesis sustancia idéntica al cerebro. Y demostramos que la adscripción de
atributos psicológicos al cerebro es incoherente.5 Los seres huma-
nos poseemos una amplia diversidad de capacidades psicológicas,
que se ejercen en las circunstancias de la vida, cuando percibimos, pen-
samos y razonamos, sentimos emociones, deseamos cosas, hacemos
planes y tomamos decisiones. La posesión y el ejercicio de esas ca-
Tesis fuerte, la mente no es de una sustancia distinta ni una idéntica al cerebro... parece contradictorio
LA POLÉMICA 19

pacidades nos definen como el tipo de animal que somos. Podemos


investigar cuáles son las condiciones y correlatos neurales de tal po-
sesión y de tal ejercicio. Ésa es la tarea de la neurociencia, que está des-
cubriendo cada vez más cosas sobre todo ello. Pero sus descubri-
mientos no afectan en modo alguno a la verdad conceptual de que
estas capacidades y su ejercicio en la percepción, el pensamiento y el
sentimiento son atributos de los seres humanos, no de sus partes, en
Esta visión
sería concreto, no de su cerebro. El ser humano es una unidad psicofísica,
compatible con
las ideas de
un animal que puede percibir, actuar intencionadamente, razonar y
Clark, de la
mente
sentir emociones, un animal que utiliza el lenguaje, que no es me-
extendida,
aunque no lo
ramente consciente, sino también autoconsciente; no un cerebro in-
menciona. crustado en el cráneo de un cuerpo. Sherrington, Eccles y Penfield

concebían a los seres humanos como animales cuya mente, a la que


imaginaban como portadora de los atributos psicológicos, está vin-
culada al cerebro. Suponer que el cerebro es el portador de los atributos
psicológicos no supone avance alguno sobre esa concepción falsa.
Entre los neurocientíficos de hoy es muy habitual hablar de que
el cerebro percibe, piensa, adivina o cree, o de que uno de sus he-
misferios sabe cosas que el otro ignora. La justificación suele ser que
ese tipo de discurso no es más que una mera forma de hablar. Pero
esto es un grave error, porque la forma característica de explicación
en la neurociencia cognitiva contemporánea consiste en adscribir
atributos psicológicos al cerebro y sus partes con elfinde explicarla po-
sesión de atributos psicológicos y el ejercicio (y las deficiencias en el
ejercicio) de capacidades cognitivas por parte de los seres humanos.
La adscripción al cerebro de atributos psicológicos, en particular
cognitivos y los cogitativos, es también fuente de graves confusio-
nes adicionales, como bien demostramos. La neurociencia puede in-
vestigar las condiciones y los correlatos neurales de la adquisición, la
posesión y el ejercicio de capacidades sensoriales por parte de los
20 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

animales. Puede descubrir cuáles son las requisitos neurales del ejer-
cicio de las capacidades distintivamente humanas del pensamiento
y razonamiento, de la memoria declarativa y la imaginación, de la
emoción y la volición. Puede hacer todo ello mediante la paciente co-
rrelación inductiva entre los fenómenos neurales y la posesión y el ejer-
cicio de las capacidades psicológicas, y entre lesiones neurales y de-
ficiencias en las funciones mentales normales. Lo que no puede hacer
es sustituir la amplia variedad de explicaciones psicológicas comu-
nes de las actividades humanas en términos de razones, intenciones,
propósitos, objetivos, valores, normas y convenciones, por unas ex-
plicaciones neurológicas.6 Y no puede explicar cómo percibe o piensa
un animal haciendo referencia al percibir o el pensar del cerebro, o
de alguna de sus partes. Y es que no tiene sentido adscribir tales atri-
butos psicológicos a algo que no sea el animal en su conjunto. Quien
percibe es el animal, no partes de su cerebro, y son los seres huma-
nos quienes piensan y razonan, no sus cerebros. El cerebro y sus ac-
tividades hacen posible que nosotros., no él, percibamos y pensemos,
sintamos emociones y elaboremos proyectos que intentamos hacer
realidad.
Si la respuesta inmediata de muchos neurocientíficos ante la acu-
sación de confusión conceptual es afirmar que la adscripción de los
predicados psicológicos al cerebro es una mera forma de hablar, su
reacción al hecho demostrable de que sus teorías explicativas ads-
criben de un modo nada trivial capacidades psicológicas al cerebro
es la de señalar que tal error es inevitable debido a las deficiencias
del lenguaje. Discutimos esta falsa idea7 [y] demostramos que los
grandes descubrimientos de la neurociencia no exigen esta falsa for-
ma de explicación, que lo que se ha descubierto puede describirse y
explicarse perfectamente con el lenguaje de que disponemos. Y lo
demostramos aduciendo los muy debatidos fenómenos que resul-
LA POLÉMICA 21

tan de una comisurotomía, descritos (en nuestra opinión, mal des-


critos) por Sperry, Gazzaniga y otros.8
En la Segunda Parte de Philosophical Foundations ofNeuroscien-
ce (en adelante PFN) investigamos el uso de los conceptos de per-
cepción, memoria, imaginería mental, emoción y volición en la ac-
tual teorización neurocientífica. Caso por caso demostramos que la
falta de claridad conceptual, la incapacidad de prestar la atención
adecuada a la estructura conceptual relevante, ha sido a menudo
fuente de errores teóricos y base de inferencias equivocadas. Es un
error, un error conceptual, suponer que la percepción es una cuestión
de aprehender una imagen en la mente (Crick, Damasio, Edelman),
formular una hipótesis (Helmholtz, Gregory) o generar un modelo
descriptivo en tres dimensiones (Marr). Es confuso, una confusión
conceptual, plantear el problema de la integración {bindingproblem)
como el de combinar los datos de forma, color y movimiento para
formar la imagen del objeto percibido (Crick, Kandel, Wurtz). Es
inexacto, conceptualmente inexacto, suponer que la memoria siem-
pre es memoria del pasado, o creer que los recuerdos pueden almace-
narse en el cerebro en forma de la fuerza de las conexiones sinápticas
(Kandel, Squire, Bennett). Y es una equivocación, una equivocación
conceptual, suponer que investigar la sed, el hambre y el deseo sexual
es una investigación sobre las emociones (Roles) o pensar que la fun-
ción de las emociones es informarnos de nuestro estado visceral y
músculo-esquelético (Damasio).
La reacción inmediata a tales observaciones críticas bien puede ser
de indignación e incredulidad. ¿Cómo puede ser que una ciencia
floreciente esté fundamentalmente equivocada? ¿Cómo podría haber
una inevitable confusión conceptual en una ciencia consolidada? Si
hay conceptos problemáticos, sin duda pueden sustituirse con faci-
lidad por otros que no lo sean y que cumplan los mismos fines ex-
22 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

plicativos. Tales respuestas ponen de manifiesto una escasa com-


prensión de la relación entre la forma de la representación y los he-
chos representados, y una incomprensión de la naturaleza del error
conceptual. También revelan una ignorancia de la historia de la cien-
cia en general y de la neurociencia en particular.
La ciencia no es más inmune al error conceptual y a la confu-
sión que cualquier otra empresa intelectual. La historia de la ciencia
está repleta de los despojos de teorías que no eran sólo factualmen-
te erróneas, sino conceptualmente fracasadas. La teoría de la com-
bustión de Stahl, por ejemplo, contenía el error conceptual de adscribir,
en ciertas circunstancias, un peso negativo al flogisto —una idea que
no tenía sentido en su marco conceptual, el de la física newto-
niana-—. Las famosas críticas de Einstein a la teoría del éter (el su-
puesto medio por el que se creía que se propagaba la luz) no iban
dirigidas únicamente a los resultados de los experimentos de
Michelson-Morley, que no habían conseguido detectar ningún efec-
to de movimiento absoluto, sino también a la confusión conceptual
con respecto al movimiento relativo que suponía el papel adscrito al
éter en la explicación de la inducción electromagnética. La neuro-
ciencia no ha sido una excepción, como mostramos en nuestro estudio
histórico.9 No cabe duda de que hoy es una ciencia floreciente, pero
ello no la hace inmune a las confusiones y los enredos conceptua-
les. La cinemática newtoniana fue una ciencia floreciente, pero ello
no evitó las confusiones conceptuales de Newton sobre la inteligi-
bilidad de la acción a distancia, ni su desconcierto (no resuelto has-
ta Hertz) sobre la naturaleza de la fuerza. Del mismo modo, pues, el
mayor logro de Sherrington, el de explicar la acción integradora de
las sinapsis de la médula espinal y, consiguientemente, el de eliminar,
de una vez por todas, la confusa idea de un «alma espinal», era per-
fectamente compatible con las confusiones conceptuales referentes
LA POLÉMICA 23

al «alma cerebral» o mente y su relación con el cerebro. Asimismo,


los extraordinarios logros de Penfield en la identificación de locali-
zaciones funcionales en la corteza, así como en desarrollar brillantes
técnicas neuroquirúrgicas, eran perfectamente compatibles con las im-
portantes confusiones sobre la relación entre la mente y el cerebro y
sobre la «función superior del cerebro» (una idea que tomó presta-
da de Hughlings Jackson).
En pocas palabras, el desbarajuste conceptual puede coexistir con
la cienciafloreciente.Tal vez parezca extraño. Si la ciencia puede flo-
recer pese a tales confusiones conceptuales, ¿por qué iban a preocu-
parse por ellas los científicos? Los arrecifes ocultos no implican que
los mares no sean navegables; sólo que son peligrosos. La cuestión dis-
cutible es cómo se manifiesta el avance sobre esos arrecifes. Las con-
fusiones conceptuales se pueden manifestar de diferentes formas y en
distintos puntos de la investigación. En algunos casos, es posible que
la falta de claridad conceptual no afecte a la plausibilidad de las pre-
guntas ni al provecho de los experimentos, sino únicamente a la in-
terpretación de los resultados de éstos y sus implicaciones teóricas.
Así, por ejemplo, Newton se embarco en la Óptica en busca de
ideas sobre el carácter del color. Su investigación fue una contribu-
ción imperecedera a la ciencia. Pero su conclusión de que «los colo-
res son sensaciones en el sensorium» demuestra que no consiguió
alcanzar el tipo de comprensión que ansiaba. Porque los colores,
sean lo que fueren, no son «sensaciones en el sensorium». Así pues,
Newton, en la medida en que se preocupaba por la interpretación de
los resultados de su investigación, tenía buenas razones para preo-
cuparse por las confusiones conceptuales con las que trabajaba, ya que
entorpecían el camino hacia una interpretación correcta.
Sin embargo, en otros casos la confusión conceptual también
afecta a la investigación empírica. Es muy posible que las preguntas
En ésta parte lo único que hace es enumerar una serie de ejemplos históricos sobre errores de las ciencias y
de los científicos
24 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

equivocadas hagan trivial la investigación.10 Y en el otro extremo, la


errada construcción de los conceptos y las estructuras conceptuales
conducirá en algunos casos a una investigación que en modo algu-
no será trivial, pero sí incapaz de demostrar aquello para lo que fue
diseñada.11 En estos casos, es posible que la ciencia no sea tan flore-
ciente como aparenta ser, y se requiera una investigación concep-
tual para localizar los problemas y eliminarlos.
¿Son inevitables estas confusiones conceptuales? En absoluto. El
único propósito de escribir este libro ha sido el de mostrar cómo evi-
tarlas. Pero, naturalmente, no se pueden evitar si todo lo demás se deja
intacto. Se pueden evitar, pero si se evitan dejarán de formularse de-
terminados tipos de preguntas, ya que se pondrá de manifiesto que
se asientan en un malentendido. Como dice Hertz en su magnífica
introducción a sus Principios de la mecánica: «Cuando se eliminan esas
lamentables contradicciones, [...] nuestra mente, libre ya del des-
concierto, dejará de formular preguntas espurias». Del mismo modo,
dejarán de hacerse ciertos tipos de inferencias a partir de un deter-
minado cuerpo de estudios empíricos, ya que se revelará que tienen
poco o nada que ver con la materia que se pretendía esclarecer, aun-
que puedan tener algo que ver con otra cosa.
Si existen conceptos problemáticos, ¿se pueden reemplazar por
otros que cumplan la misma función explicativa? El científico siem-
pre es libre de introducir nuevos conceptos si considera que los exis-
tentes son inadecuados o no están lo bastante elaborados. Pero nues-
tra preocupación en este libro no radica en el uso de nuevos conceptos
técnicos, sino en el uso indebido de viejos conceptos no técnicos,
los conceptos de mente y cuerpo, pensamiento e imaginación, sen-
sación y percepción, conocimiento y memoria, movimiento volun-
tario y conciencia y autoconciencia. Nada hay de inadecuado en es-
tos conceptos en lo que se refiere a los propósitos a los que sirven. No
LA POLÉMICA 25

hay razón para pensar que se deban sustituir en los contextos que
nos ocupan. El problema está en la interpretación errónea que de
ellos hacen los neurocientíficos y los malentendidos que se siguen
de ella. Tales malentendidos pueden remediarse mediante una expli-
cación correcta de la categoría lógico-gramatical de los conceptos en
cuestión. Y esto es justamente lo que hemos intentado proporcionar.
Si admitimos que los neurocientíficos tal vez no estén utilizando
estos conceptos comunes como los utiliza el hombre de la calle, ¿con
qué derecho puede pretender corregirlos la filosofía? ¿Cómo puede
lafilosofíacuestionar con tanta seguridad la claridad y la coherencia
de los conceptos empleados por científicos competentes? ¿Cómo
puede estar la filosofía en situación de proclamar que ciertas afir-
maciones de sofisticados neurocientíficos no tienen sentido? En las
páginas que siguen resolveremos estas dudas metodológicas. Pero es
posible que cierta clarificación inicial en este punto disipe algunas de
ellas. La verdad y la falsedad son a la ciencia lo que el sentido y el
sinsentido son a lafilosofía.El error de observación y teórico deriva
en falsedad; el error conceptual, en falta de sentido. ¿Cómo se pue-
den investigar los límites del sentido? Sólo mediante el examen del
uso de las palabras. El sinsentido a menudo aparece cuando una ex-
presión se emplea en contra de las reglas que rigen su uso. La expre-
sión en cuestión puede ser una expresión corriente y no técnica, en
cuyo caso las reglas para su uso pueden deducirse de su empleo ha-
bitual y de las explicaciones estándar de su significado. O puede ser
un término técnico de una disciplina, en cuyo caso las reglas para
su uso deben deducirse de la introducción que el teórico hace del
término y de las explicaciones que ofrece del uso estipulado. Ambos
tipos de términos se pueden usar indebidamente, y cuando eso ocu-
rre se produce el sinsentido, una combinación de palabras que está
excluida del lenguaje. Y es que o bien no se ha estipulado nada sobre
26 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

lo que el término significa en el aberrante contexto en cuestión, o bien


esta combinación de palabras está de hecho excluida por una regla que
especifica que no existe nada así (por ejemplo, que no existe nada
que sea el «este del Polo Norte»), que ésta es una combinación de pala-
bras que no tiene uso. El sinsentido también se suele generar cuando
a una expresión se le da un uso nuevo, quizá técnico o casi técnico,
y el nuevo uso se solapa inadvertidamente con el antiguo, por ejem-
plo cuando a partir de proposiciones que contienen el nuevo tér-
mino se hacen inferencias qué sólo son legítimas en relación con el
antiguo. Identificar tales transgresiones de los límites del sentido es
tarea del crítico conceptual. No basta, por supuesto, con mostrar que
un determinado científico ha empleado un término en contra de su
uso habitual, pues es muy posible que lo utilice en un nuevo senti-
do. El crítico debe demostrar que el científico pretende usar el tér-
mino en su sentido acostumbrado, pero no lo hace; o que pretende
usarlo en un sentido nuevo, pero sin percatarse de que ha solapado
el nuevo sentido y el antiguo. Siempre que sea posible, el descarria-
do científico será sentenciado por sus propias palabras.12
El último error del que queremos advertir es la idea de que nues-
tras reflexiones son irremisiblemente negativas. Podría creerse que
nuestra única tarea es desaprobar. Nuestra obra puede aparecer bajo
una perspectiva superficial como una empresa meramente destruc-
tiva, que no proporciona asistencia ni nuevos caminos por los que
avanzar. Peor aún, podría parecer que se está intentando enfrentar a
la filosofía y la neurociencia cognitiva. Nada más lejos de la verdad.
Hemos escrito este libro desde la admiración ante los logros de
la neurociencia del siglo xx, y el deseo de colaborar con la discipli-
na. Pero las únicas formas en que una investigación conceptual pue-
de ayudar a una disciplina empírica son la identificación del error
conceptual (si lo hay) y la provisión de un mapa que ayude a evitar
LA POLÉMICA 27

que los investigadores empíricos se desvíen del buen camino del sen-
tido. Así pues, cada una de nuestras investigaciones tiene dos aspec-
tos. Por un lado, hemos intentado identificar los problemas y los en-
redos conceptuales presentes en importantes teorías actuales de la
percepción, la memoria, la imaginación, la emoción y la volición.
Además, sostenemos que gran parte de los escritos sobre la natura-
leza de la conciencia y la autoconciencia está plagada de dificulta-
des conceptuales. Este aspecto de nuestras investigaciones es, sin
duda, negativo y crítico. Por otro lado, nos hemos esforzado, caso por
caso, por ofrecer una representación clara del campo conceptual de
cada uno de los conceptos problemáticos. Este es un empeño cons-
tructivo. Confiamos en que estas visiones de conjunto conceptuales
ayuden a los neurocientíficos en sus reflexiones previas al diseño de
experimentos. Sin embargo, no puede ser tarea de una investigación
conceptual formular hipótesis empíricas que puedan resolver los
problemas empíricos a los que se enfrentan los científicos. Lamen-
tarse de que una investigación filosófica sobre la neurociencia cog-
nitiva no haya aportado una nueva teoría neurocientífica es como
quejarse ante el matemático que ha demostrado un teorema nuevo
de que no sea una nueva teoría física.
PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS
OF NEUROSCENCE
Fragmento del capítulo 3
MAXWELL BENNETT y PETER HACKER

3.1 CONFUSIONES MEREOLÓGICAS EN NEUROCIENCIA COGNITIVA

Adscripción de atributos psicológicos al cerebro

Lasfigurasmás destacadas de las dos primeras generaciones de neu-


rocientíficos modernos del cerebro fueron fundamentalmente car-
tesianos. Al igual que Descartes, distinguían la mente del cerebro y
adscribían atributos psicológicos a la mente. En consecuencia, la
atribución de tales predicados a los seres humanos era derivativa,
como en la metafísica cartesiana. Sin embargo, la tercera generación
de neurocientíficos rechazó el dualismo de sus maestros. En el pro-
ceso de explicar la posesión de atributos psicológicos por parte de
los seres humanos, adscribían tales atributos no a la mente, sino al ce-
rebro o a sus partes.
Los neurocientíficos presumen que el cerebro tiene una amplia
variedad de capacidades cognitivas, cogitativas, perceptivas y voli-
tivas. Francis Crick afirma:

Lo que ves no es realmente lo que hay; es lo que tu cerebro cree que


hay [...] El cerebro hace la mejor interpretación que puede de acuerdo
30 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

con su experiencia previa y la información limitada y ambigua que


los ojos le proporcionan [...] El cerebro combina la información que
las muy diferentes características de la escena visual ofrecen (aspectos
de la forma, el color, el movimiento, etc.) y se asienta en la interpretación
más verosímil de todos esos indicios tomados en su conjunto [...] Lo
que el cerebro debe construir es una interpretación de múltiples nive-
les de la escena visual [...] [Este proceso de reconstrucción] permite al
cerebro conjeturar una imagen completa a partir de sólo información
parcial —una habilidad muy útil.1

Así pues, el cerebro tiene experiencias, cree cosas, interpreta pis-


tas a partir de la información que se le facilita y hace conjeturas. Ge-
rald Edelman sostiene que las estructuras internas del cerebro «ca-
tegorizan, disciernen y recombinan las diversas actividades del cerebro
que tienen lugar en distintos tipos de mapeos globales», y que el ce-
rebro «relaciona de forma recursiva las secuencias semánticas con las
fonológicas, y luego genera unas correspondencias sintácticas, no a
partir de reglas preexistentes, sino tratando las reglas que se generan
en la memoria como objetos de manipulación conceptual». 2 Por lo
tanto, el cerebro categoriza, en efecto, «categoriza sus propias activi-
dades (en particular sus categorizaciones perceptivas)» y manipula con-
ceptualmente las reglas. Colin Blakemore sostiene:

Parece que nos vemos llevados a decir que tales neuronas [tal como
reaccionan de un modo altamente específico a, por ejemplo, la orien-
tación lineal] poseen conocimientos. Tienen inteligencia, pues son ca-
paces de calcular la probabilidad de acontecimientos externos, unos
acontecimientos que son importantes para el animal en cuestión. Y el
cerebro adquiere sus conocimientos mediante un proceso análogo al ra-
zonamiento inductivo del método científico clásico. Las neuronas pre-
sentan al cerebro unos argumentos basados en las características con-
LA POLÉMICA 31

cretas que detectan, unos argumentos sobre los que el cerebro construye
sus hipótesis de percepción.3

Así pues, el cerebro sabe cosas, razona de forma inductiva, constru-


ye hipótesis basadas en argumentos, y las neuronas que lo constituyen
son inteligentes, saben calcular probabilidades y ofrecen argumentos.
J. Z. Young comparte en gran medida esta concepción. Afirma que
«podemos considerar todo acto de ver como una búsqueda continua
de las respuestas a preguntas formuladas por el cerebro. Las señales
que proceden de la retina constituyen "mensajes" que transmiten
esas respuestas. A continuación, el cerebro utiliza esta información
para construir una hipótesis adecuada sobre lo que hay».4 Por con-
siguiente, el cerebro formula preguntas, busca respuestas y construye hi-
pótesis. Antonio Damasio afirma que «nuestro cerebro suele decidir
bien, en unos segundos o unos minutos, en función del marco tem-
poral que establecemos como apropiado para la meta que deseamos
alcanzar, y si puede hacer tal cosa, tiene que realizar tan maravillo-
so trabajo con algo más que la razón pura»,5 y Benjamin Libet señala
que «el cerebro "decide" iniciar o, al menos, preparar el inicio del acto
antes de que haya una conciencia subjetiva que merezca reseñarse de
que ha tenido lugar tal decisión».6 Es decir, el cerebro decide, o al
menos «decide», e inicia la acción voluntaria.
Los psicólogos coinciden. J. P. Frisby sostiene que «en el cerebro
debe haber una descripción simbólica del mundo exterior, una des-
cripción proyectada en símbolos que representan los diversos as-
pectos del mundo de los que la vista nos hace conscientes».7 De
modo que hay símbolos en el cerebro, y éste usa símbolos y, presumi-
blemente, los comprende. Richard Gregory entiende la visión como
«probablemente la más compleja de todas las actividades del cere-
bro: recurre a sus reservas de datos de la memoria; exige sutiles cía-
32 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

sificaciones, comparaciones y decisiones lógicas para que los datos


sensoriales se conviertan en percepción».8 Por lo tanto, el cerebro
ve, hace clasificaciones., comparaciones y toma decisiones. Y los cientí-
ficos cognitivos opinan lo mismo. David Marr sostiene que «nues-
tro cerebro tiene que ser de algún modo capaz de representar [...] la
información [...] Por consiguiente, el estudio de la visión debe in-
cluir [...] también una investigación sobre la naturaleza de las repre-
sentaciones internas por las que captamos esta información y la hacemos
accesible como base para decisiones acerca de nuestros pensamientos
y nuestras acciones».9 Y Philip Johnson-Laird sugiere que el cerebro
«tiene acceso a un modelo parcial de sus propias capacidades» y posee
la «maquinaria recursiva para insertar modelos dentro de modelos»; la
conciencia, afirma, «es la propiedad de una clase de algoritmos pa-
ralelos».10

Cuestionarla inteligibilidad de la adscripción de atributos


psicológicos al cerebro

Con este amplio consenso sobre la forma correcta de pensar acerca


de las funciones del cerebro y acerca de la explicación de los requi-
sitos causales para que los seres humanos posean y ejerzan sus ca-
pacidades naturales de pensamiento y percepción, uno se siente in-
clinado a dejarse llevar por entusiastas proclamas —de nuevos campos
del conocimiento conquistados, nuevos misterios desvelados—.u
Pero debemos tomarnos las cosas con calma, y detenernos a pensar.
Sabemos lo que sienten los seres humanos al experimentar cosas,
ver cosas, saber o creer cosas, tomar decisiones, interpretar datos
equívocos, conjeturar y formular hipótesis. Comprendemos lo que
para los seres humanos es razonar por inducción, calcular las pro-
LA POLÉMICA 33

habilidades, exponer argumentos, clasificar y categorizar las cosas


con que se topan en su experiencia. Planteamos preguntas y busca-
mos respuestas, utilizando un simbolismo, nuestro lenguaje, en cu-
yos términos nos representamos las cosas. ¿Pero sabemos lo que es para
el cerebro ver u oír, tener experiencias, saber o creer algo? ¿Tenemos
alguna idea de lo que sería para el cerebro tomar una decisión? ¿In-
tuimos qué es para el cerebro (y no digamos para una neurona) ra-
zonar (de modo inductivo o deductivo), calcular las probabilidades,
exponer argumentos, interpretar datos y formular hipótesis a partir de
sus interpretaciones? Podemos observar si una persona ve una cosa
u otra; nos fijamos en su conducta y le hacemos preguntas. ¿Pero
qué sería observar si un cerebro ve algo, en oposición a observar el
cerebro de una persona que ve algo? Reconocemos cuándo una per-
sona hace una pregunta y cuándo otra la responde. ¿Pero tenemos idea
de lo que sería para un cerebro hacer una pregunta o responderla? To-
dos éstos son atributos de los seres humanos. ¿Es un descubrimien-
to nuevo que el cerebro también realiza este tipo de actividades hu-
manas? ¿O se trata de una innovación lingüística, introducida por
neurocientíficos, psicólogos y científicos cognitivos, que extienden
el uso corriente de estas expresiones psicológicas por buenas razones
teóricas? O lo que es más inquietante, ¿se trata de una confusión
conceptual? ¿Podría ser que simplemente no es el caso que el cere-
bro piense o sepa, vea u oiga, crea o adivine, posea y utilice infor-
mación, formule hipótesis, es decir, que estas formas de combinar
palabras no tengan sentido? Pero si no es el caso, ¿por qué tantos
distinguidos científicos pensaron que esas frases, así empleadas, sí tie-
nen sentido?
34 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

La cuestión de si se pueden adscribir de forma inteligible


atributos psicológicos al cerebro es una cuestión filosófica
y por lo tanto conceptual, no científica

La pregunta a la que nos enfrentamos es una pregunta filosófica, no


científica. Requiere un esclarecimiento conceptual, no una investi-
gación experimental. No se puede investigar experimentalmente si
los cerebros piensan o no, creen o no, adivinan o no, razonan o no,
formulan hipótesis o no, etc. mientras no sepamos qué significaría
que el cerebro hiciera tales cosas, es decir, mientras no tengamos cla-
ro el significado de esas frases y sepamos cuándo se considera (si es que
algo se considera) que un cerebro hace todo eso, y qué tipo de prue-
bas avalan la adscripción de tales atributos al cerebro. (No se pueden
buscar los polos de la Tierra mientras no se sepa qué es un polo, es
decir, qué significa el término «polo», y también cuándo se consi-
dera que se ha descubierto un polo de la Tierra. De no ser así, uno
podría embarcarse, como Winnie-the-Pooh, en una expedición ha-
cia el Polo Este.) La pregunta a debate es: ¿tiene sentido adscribir ta-
les atributos al cerebro? ¿Existe eso del pensar, el creer, etc. del cere-
bro? (¿Existe eso del Polo Este?)
En las Investigacionesfilosóficas,Wittgenstein hace una profunda
observación que guarda una relación directa con lo que nos ocupa:
«Sólo del ser humano y de lo que se parece a un ser humano (se com-
porta como tal) se puede decir: tiene sensaciones; ve, es ciego; oye, es sor-
do; es consciente o inconsciente»}1 Aquí está el epítome de las con-
clusiones a las que llegaremos en nuestra investigación. Dado el
acostumbrado laconismo del autor, es necesario desarrollar la idea y
dilucidar sus ramificaciones.
No se trata de una cuestión factual. No es un hecho que única-
mente se pueda decir de los seres humanos y de lo que se compor-
LA POLÉMICA 35

ta como un ser humano que son el sujeto de estos predicados psi-


cológicos. Si así fuera, podría sin duda ser un descubrimiento,
obra reciente de los neurocientíficos, que los cerebros también ven
y oyen, piensan y creen, formulan y responden preguntas. Tal
descubrimiento demostraría, sin duda, que tales cosas se pue-
den decir no sólo del ser humano y de lo que se comporta como
tal. Sería algo asombroso, y desearíamos saber más al respecto.
Querríamos saber cuáles serían las pruebas de ese notable descu-
brimiento. Pero, evidentemente, no es éste el caso. La atribución
de atributos psicológicos al cerebro no está avalada por ningún des-
cubrimiento neurocientífico que demuestre que, contrariamente
a nuestras anteriores convicciones, los cerebros realmente piensan
y razonan, tal como nosotros mismos hacemos. Los neurocientífi-
cos, psicólogos y científicos cognitivos que adoptan estas formas
de descripción no lo hacen como resultado de unas observaciones
que demuestren que el cerebro piensa y razona. Susan Savage-
Rambaugh ha reunido pruebas concluyentes que demuestran
que los chimpancés bonobo, debidamente entrenados y enseña-
dos, pueden plantear y responder preguntas, razonar de forma ru-
dimentaria, dar y obedecer órdenes, etc. La prueba está en su com-
portamiento, en lo que hacen en sus interacciones con nosotros
(incluida la forma que tienen de emplear símbolos). Este descu-
brimiento es realmente asombroso, porque nadie imaginaba que
los simios pudieran adquirir tales capacidades. Pero sería absurdo
pensar que la atribución al cerebro de atributos cognitivos y cogi-
tativos se asienta en pruebas comparables. Sería absurdo porque ni
siquiera sabemos qué es lo que demostraría que el cerebro posee
tales atributos.
36 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

La equivocada adscripción de los atributos psicológicos


al cerebro es una forma degenerada de
cartesianismo

Entonces, ¿por qué esta forma de descripción y las formas de expli-


cación que la acompañan y que dependen de ella se adoptaron sin ar-
gumentos ni reflexión? Sospechamos que la respuesta es que fue con-
secuencia de una adhesión no meditada a una forma mutante de
cartesianismo. Atribuir predicados psicológicos a la mente, y sólo
por derivación al ser humano, fue una característica del dualismo
cartesiano. En sus reflexiones sobre la relación entre sus descubri-
mientos neurológicos y las capacidades perceptivas y cognitivas hu-
manas, Sherrington y sus alumnos Eccles y Penfield permanecieron
fieles a una forma de dualismo. Sus sucesores rechazaron el dualismo,
con mucha razón. Pero los neurocientíficos del cerebro de la terce-
ra generación aplicaron irreflexivamente al cerebro los mismos pre-
dicados que los dualistas atribuían a la mente inmaterial. No era más
que un corolario aparentemente inocuo del rechazo de los neuro-
científicos del dualismo sustancial cartesiano. Estos científicos pro-
cedieron a explicar las capacidades perceptivas y cognitivas humanas
y su ejercicio a partir del ejercicio, por parte del cerebro, de sus pro-
pias capacidades cognitivas y perceptivas.
Acusa de cartesianismo a los neurocient de tercera generación porque atribuyen al cerebro lo que Descartes le
atribuía a la mente inmaterial.

La adscripción de atributos psicológicos al cerebro carece


de sentido

Nuestra tesis es que esta aplicación de los predicados psicológicos al


cerebro no tiene sentido. No es que de hecho el cerebro no piense,
no formule hipótesis ni decida, no vea ni oiga, no formule ni res-
LA POLÉMICA 37

ponda preguntas, sino más bien que no tiene sentido atribuir tales pre-
dicados o sus negaciones al cerebro. El cerebro ni ve ni es ciego, del
mismo modo que los palos y las piedras no están despiertos, pero
tampoco están dormidos. El cerebro no oye, pero no es sordo, no más
de lo que puedan serlo los árboles. El cerebro no toma decisiones, pero
tampoco es indeciso. Sólo lo que puede decidir puede ser indeciso. Así,
el cerebro tampoco puede ser consciente, sólo la criatura de la que es
cerebro puede ser consciente, o inconsciente. El cerebro no es un su-
jeto lógicamente apropiado de predicados psicológicos. Sólo del ser hu-
mano y de lo que se comporta como tal se puede decir de forma inte-
ligible y literal que ve o es ciego, oye o es sordo, formula preguntas
o se abstiene de preguntar.
Así pues, el asunto aquí es conceptual. No tiene sentido atribuir
predicados psicológicos (o sus negaciones) al cerebro, excepto de for-
ma metafórica o metonímica. La combinación de palabras resultante
no dice algo que sea falso, más bien no dice nada en absoluto, pues
carece de sentido. Los predicados psicológicos son predicados que
se aplican esencialmente al animal viviente en su conjunto, no a
sus partes. No es el ojo (y mucho menos el cerebro) quien ve, sino
que nosotros vemos con nuestros ojos (y no vemos con nuestros ce-
rebros, aunque, sin un cerebro cuyo sistema visual funciona con
normalidad, no veríamos). Del mismo modo, quien oye no es el
oído, sino el animal de quien es el oído. Los órganos de un animal
son partes del animal, y los predicados psicológicos son atribui-
bles a todo el animal, no a sus partes constituyentes.
38 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

La atribución por parte de los neurocientíficos de los


atributos psicológicos al cerebro se puede denominar
«la falacia mereológica» de la neurociencia

La mereología es la lógica de las relaciones entre la parte y el todo.


Llamaremos «falacia mereológica» en neurociencia al error de los
neurocientíficos de atribuir a hs partes constituyentes de un animal
atributos lógicamente aplicables sólo al animal como un todo.13
Llamaremos «principio mereológico» en neurociencia al principio de
que los predicados psicológicos aplicables únicamente a un ser hu-
mano (u otro animal) en su totalidad no se pueden aplicar de modo
inteligible a sus partes, por ejemplo al cerebro.14 Se puede decir que
los seres humanos, pero no su cerebro, son reflexivos o irreflexivos;
se puede decir de los animales, pero no de su cerebro, y mucho me-
nos de los hemisferios de éste, que ven, oyen, huelen y saborean co-
sas; podemos decir de las personas, pero no de su cerebro, que toman
decisiones o que son indecisorias.
Conviene señalar que existen muchos predicados que se pueden
aplicar tanto a un determinado todo (en particular, un ser humano)
como a sus partes, y cuya aplicación en un caso se puede deducir
de su aplicación en el otro. Un hombre puede estar quemado por el
sol y su cara puede estar quemada por el sol; puede estar todo él tem-
blando, de manera que también sus manos estarán temblando. Del
mismo modo, a veces la aplicación de un predicado a un ser huma-
no se extiende a las partes del cuerpo humano, por ejemplo cuando
decimos que un hombre agarró el picaporte, o también que su mano
agarró el picaporte; que resbaló o que su pie resbaló. No hay aquí
nada lógicamente inadecuado. Pero los predicados psicológicos se
aplican paradigmáticamente al ser humano (o animal) como un todo,
ynoú cuerpo y sus partes. Hay unas pocas excepciones, por ejemplo
LA POLÉMICA 39

la aplicación de los verbos que denotan sensación, como «doler» o «ha-


cer daño», a partes del cuerpo, como en los casos de «Me duele la
mano», «Me haces daño en la mano».15 Pero la variedad de predicados
psicológicos que nos interesan, es decir, aquellos que los neurocientí-
ficos, los psicólogos y los científicos cognitivos invocan en su empe-
ño por explicar las capacidades humanas y su ejercicio, no tienen una
aplicación literal a las partes del cuerpo. En particular, no tienen
una aplicación inteligible al cerebro.

3.2 DUDAS METODOLÓGICAS

Objeciones metodológicas a la acusación de que los


neurocientíficos incurren en una falacia mereológica

Si una persona atribuye un predicado a una entidad a la que el pre-


dicado en cuestión no es aplicable lógicamente, y se le hace tal ob-
servación, sólo cabe esperar que insista con indignación en que «no
era eso lo que quería decir». Al fin y al cabo, podría argüir esa per-
sona, dado que un sinsentido es una combinación de palabras que no
dice nada y que no describe ningún estado de cosas posible, él ob-
viamente no quería decir un sinsentido —uno no puede querer decir
un sinsentido, ya que no hay nada que querer decir—. Así que no hay
que entender sus palabras en su significado habitual. Tal vez las ex-
presiones problemáticas se usaron en un sentido especial, y en rea-
lidad son meramente homónimas; o eran extensiones analógicas del
uso acostumbrado, tan comunes en ciencia; o se usaron en un sen-
tido metafórico ofigurativo.Si se puede recurrir a tales vías de escape,
la acusación de que los neurocientíficos han sido víctimas de la falacia
mereológica está injustificada. Aunque hacen uso del mismo voca-
40 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

bulario psicológico que emplea el hombre de la calle, lo están em-


pleando de forma distinta. De modo que las objeciones al uso de los
neurocientíficos basadas en el uso corriente de estas expresiones son
irrelevantes.
Sin embargo, las cosas no son tan simples. Es evidente que la
persona que adscribe erróneamente un predicado de la manera en
cuestión no pretende proferir una combinación de palabras que ca-
rece de sentido. Pero el hecho de que no quiera proferir un sinsenti-
do no garantiza que no lo haga. Aunque naturalmente va a insistir en
que «no quería decir eso», que el predicado en cuestión no se usaba
en su sentido habitual, la insistencia de esa persona no es la que tie-
ne la última palabra. La autoridad última sobre el asunto es elpro-
pio razonamiento del hablante. Debemos fijarnos en las consecuen-
cias que saca de sus propias palabras, y serán las inferencias que haga
las que demostrarán si estaba usando el predicado en un sentido nue-
vo o si hacía de él un mal uso. Si hay que condenarle, tiene que ser
por su propia boca.
Así pues, observemos las propuestas vías de escape con las que
se pretende demostrar que los neurocientíficos y los científicos cog-
nitivos no son culpables de los errores de los que les hemos acusado.

Primera objeción (Ullmann): los predicados psicológicos así


usados son homónimos de predicados psicológicos
corrientes, y tienen un significado técnico diferente

En primer lugar, se podría señalar que, en efecto, los neurocientífi-


cos emplean homónimos, cuyo significado es completamente dis-
tinto. Nada tiene de inusual, y mucho menos de problemático, que
los científicos introduzcan una nueva forma de hablar bajo la presión
LA POLÉMICA 41

de una teoría nueva. Si esto confunde a los lectores ignorantes, la


confusión se puede resolver con facilidad. Evidentemente, los cere-
bros no piensan, creen, infieren, interpretan ni formulan hipótesis de
forma literal, sino que piensan*, creen*, infieren*, interpretan* o
formulan hipótesis*. No tienen ni construyen representaciones sim-
bólicas, sino representaciones* simbólicas.16

Segunda objeción (Gregory): los predicados psicológicos


así usados son extensiones analógicas de las expresiones
corrientes

En segundo lugar, se podría señalar que los neurocientíficos extien-


den por analogía el uso corriente del vocabulario relevante, como a
menudo se ha hecho en la historia de la ciencia, por ejemplo en la ex-
tensión analógica de la hidrodinámica en la teoría de la electricidad.
Por tanto, poner objeciones a la atribución de predicados psicológi-
cos al cerebro basándose en que en el habla corriente tales predica-
dos sólo son aplicables al animal como un todo significaría mostrar
una forma de inercia semántica.17

Tercera objeción (Blakemore): la adscripción que los


neurocientíficos hacen de los atributos psicológicos
al cerebro es figurativa o metafórica, pues saben
perfectamente bien que el cerebro no piensa ni usa mapas

Finalmente, se podría argumentar que los neurocientíficos realmente


no piensan que el cerebro razone, discuta, formule y responda pre-
guntas del mismo modo que nosotros lo hacemos. No piensan de
42 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

verdad que el cerebro interprete pistas, haga conjeturas o contenga


símbolos que describen el mundo exterior. Y aunque hablan de la
existencia de «mapas» en el cerebro y de que éste contiene «repre-
sentaciones internas», no emplean estas palabras en su sentido habitual
o vulgar. Es una manera de hablar figurativa y metafórica, a veces
incluso una licencia poética.18 Por consiguiente, a los neurocientí-
ficos no los confunden en absoluto esas formas de hablar; saben per-
fectamente bien lo que quieren decir, pero carecen de las palabras
para decirlo, a no ser que lo hagan de modo metafórico o figurativo.

Réplica a la objeción de que los neurocientíficos utilizan el


vocabulario psicológico en un sentido técnico especial

Por lo que se refiere al mal uso del vocabulario psicológico implíci-


to en la atribución de predicados psicológicos al cerebro, todas las
pruebas apuntan al hecho de que los neurocientíficos no emplean
estos términos en un sentido especial. Las expresiones psicológicas que
emplean, lejos de ser nuevos usos homónimos, se invocan en su sen-
tido acostumbrado, de lo contrario los neurocientíficos no inferi-
rían de ellas lo que infieren. Cuando Crick afirma que «lo que vemos
no es realmente lo que hay; es lo que nuestro cerebro cree que hay»,
es importante que asuma que «cree» tiene sus connotaciones norma-
les —que no significa lo mismo que cierto término nuevo «cree*»—.
Porque forma parte de la teoría de Crick que la creencia es el resultado
de una interpretación basada en la experiencia y la información previas
(y no el resultado de una interpretación* basada en la experiencia* y la
información* previas). Cuando Semir Zeki subraya que la adqui-
sición del conocimiento es una «función primordial del cerebro»,19
se refiere al conocimiento (no al conocimiento*), de lo contrario no
LA POLÉMICA 43

pensaría que es tarea de la neurociencia del futuro resolver los pro-


blemas de la epistemología (sino sólo, presumiblemente, de la epis-
temología*). Asimismo, cuando Young afirma que el cerebro contiene
conocimiento e información, que están codificados en el cerebro
«del mismo modo que el conocimiento está registrado en libros u
ordenadores»,20 se refiere al conocimiento, no al conocimiento* —ya
que son el conocimiento y la información, no el conocimiento* y la
información*, lo que se puede registrar en libros y ordenadores—.
Cuando Milner, Squire y Kandel hablan de «memoria declarativa»,
aclaran que esta expresión significa «lo que normalmente se quiere
decir con el término "memoria"»,21 pero luego afirman que los re-
cuerdos asociados a tal memoria (no memoria*) se «almacenan en el
cerebro». Esto presupone que tiene sentido hablar de la memoria
(en el sentido corriente de la palabra) como la actividad de almace-
nar recuerdos en el cerebro}1

Réplica a Ullmann: David Marr sobre las «representaciones»

La acusación de incurrir en la falacia mereológica no se puede refu-


tar tan fácilmente. Pero puede parecer que Simon Ullman se asien-
ta en bases más sólidas cuando habla de representaciones interiores
y representaciones simbólicas (así como de mapas) en el cerebro. Si «re-
presentación» no significa lo que normalmente significa, si «simbó-
lico» no tiene nada que ver con los símbolos, entonces, en efecto,
puede ser inocuo decir que en el cerebro hay representaciones inte-
riores y simbólicas. (Y si los «mapas» no tienen nada que ver con los
atlas, sino sólo con operaciones de mapeo, entonces también puede
ser inocuo decir que en el cerebro hay mapas.) Multiplicar los ho-
mónimos es extremadamente desaconsejable, pero no implica ne-
44 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

cesariamente incoherencia conceptual, siempre y cuando los científi-


cos que emplean estos términos de esaforma no olviden que los términos
no tienen su significado habitual. Lamentablemente, lo habitual es
que lo olviden y procedan a cruzar el uso nuevo con el antiguo, ca-
yendo así en una incoherencia. Ullman, en defensa de Marr, insiste
(de forma perfectamente correcta) en que ciertos acontecimientos
del cerebro se pueden considerar representaciones* de la profundi-
dad, la orientación o la reflectancia,23 es decir que ciertos patrones de
activación neuronal se pueden correlacionar con características del
campo visual (y hablar de los primeros como «representaciones*» de
las segundas). Pero es evidente que esto no es todo lo que Marr quie-
re decir. Sostiene que los sistemas numerales (los numerales romanos
o árabes, la notación binaria) son representaciones. Sin embargo, ta-
les notaciones no tienen nada que ver con correlaciones causales,
sino con convenciones representacionales. Sostiene que «una repre-
sentación de la forma sería un esquema formal descriptivo de algu-
nos aspectos de la forma, junto con reglas que especifican cómo apli-
car el esquema a una forma particular»;24 que un esquema formal
es «un conjunto de símbolos y las reglas para combinarlos»;25 y que
«por lo tanto, una representación no es en absoluto una idea extra-
fia; todos utilizamos representaciones continuamente. Sin embar-
go, la noción de que uno puede captar cierto aspecto de la realidad
haciendo una descripción de él y usando para ello un símbolo, y que
hacer tal cosa puede ser útil, me parece una idea poderosa y fasci-
nante».26 Pero el sentido en que «utilizamos las representaciones
continuamente», en que las representaciones son símbolos que se rigen
por reglas, y en que se usan para describir cosas, es el sentido semánti-
co de «representación», no un sentido homonímico nuevo basado
en una correlación causal. Marr cae en su propia trampa.27 En reali-
dad, confunde las representaciones* de Ullman, que son correlatos
LA POLÉMICA 45

causales, con las representaciones, que son símbolos o sistemas de


símbolos con una sintaxis y un significado determinados por con-
vención.

Réplica a Miman: Young sobre los «mapas» y Frísby sobre


las «representaciones simbólicas»

De modo similar, sería un error, por otra parte inocuo, hablar de


mapas del cerebro cuando lo que se quiere decir es que ciertas ca-
racterísticas del campo visual se pueden mapear sobre las descargas
de grupos de células de la corteza visual primaria o estriada. Pero de
ahí no se puede deducir, como hace Young, que el cerebro hace uso
de sus mapas cuando formula hipótesis sobre lo que es visible. Tam-
bién sería inocuo decir que existen representaciones simbólicas en el
cerebro, siempre y cuando «simbólico» no tenga nada que ver con
el sentido semántico, sino que signifique únicamente «significado
natural» (como en «el humo significa fuego»). Pero entonces no po-
demos añadir, como hace Frisby, que «en el cerebro debe de haber una
descripción simbólica del mundo exterior, una descripción formu-
lada en símbolos que se refieren a los varios aspectos del mundo de
los que la vista nos hace conscientes».28 Y es que este uso de «símbolo»
es evidentemente semántico. Porque si el humo significa fuego, en
el sentido de que es un signo de fuego (una indicación correlacio-
nada con el fuego por inducción), no es un signo del fuego. El humo
que se eleva en una distante colina no es una descripción del fuego
formulada en símbolos, ni la activación de las neuronas de la corte-
za estriada «visual» es una descripción simbólica de los objetos del cam-
po visual, aunque el neurocientífico pueda hacer inferencias empí-
ricas sobre qué es visible para un animal a partir del conocimiento que
46 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

posee sobre qué células están activadas en su corteza estriada «vi-


sual». La activación de células en VI puede ser el signo de una figura
con determinadas orientaciones lineales del campo visual del animal,
pero no significa nada, no es un símbolo, y no describe nada.

Réplica a la segunda objeción de que, al adscribir atributos


psicológicos al cerebro, los neurocientíficos no cometen
la falacia mereológica, sino que simplemente extienden
analógicamente el vocabulario psicológico

Otra manera de eludir la acusación de que las descripciones que los


neurocientíficos hacen de sus descubrimientos suelen transgredir
los límites del sentido es la idea de que el uso neurocientífico, lejos
de ser conceptualmente incoherente, es innovador, pues extiende el
vocabulario psicológico en maneras novedosas. Es cierto, sin duda,
que las analogías son una fuente de comprensión científica. La analo-
gía hidrodinámica demostró ser provechosa en el desarrollo de la
teoría de la electricidad, pese a que la corriente eléctrica no fluye del
mismo modo que el agua, y que el cable eléctrico no es una tubería
de ningún tipo. Lo que se puede discutir es si la aplicación del vo-
cabulario psicológico al cerebro se debe entender como analógica.
Las perspectivas de que sea así no parecen buenas. La aplicación
de expresiones psicológicas al cerebro no forma parte de una compleja
teoría repleta de relaciones funcionales y matemáticas que se pue-
den expresar mediante leyes cuantificables como las que debe haber
en la teoría de la electricidad. Parece que se necesita algo mucho más
flexible. Así pues, es cierto que los psicólogos, siguiendo a Freud y a
otros, han extendido los conceptos de creencia, deseo y motivo para
hablar de creencias, deseos y motivos inconscientes. Cuando estos
LA POLÉMICA 47

conceptos son sometidos a tal extensión, aparece algo nuevo que ne-
cesita una explicación. Las expresiones recién extendidas ya no ad-
miten las mismas posibilidades combinatorias que antes. Tienen un
significado diferente, que guarda una importante relación con el an-
terior, y que requiere una explicación. La relación entre una creen-
cia (consciente) y una creencia inconsciente, por ejemplo, no es igual
que la relación entre una silla visible y una silla oculta, no es «sim-
plemente como una creencia consciente sólo que inconsciente», sino
más bien como la relación entre V l y V -1. Pero cuando neurocien-
tíficos como Sperry y Gazzaniga dicen que el hemisferio izquierdo
toma decisiones, genera interpretaciones, sabe, observa y explica co-
sas, resulta evidente por lo que añaden a continuación que a estas
expresiones psicológicas no se les ha dado un significado nuevo. De
otro modo, no dirían que un hemisferio del cerebro es «un sistema
consciente por derecho propio, que percibe, piensa, recuerda, razo-
na, desea y siente, todo a un nivel característicamente humano»?^
No es la inercia semántica lo que motiva nuestra afirmación de
que los neurocientíficos incurren en diversas formas de incoheren-
cia. Es más bien el reconocimiento de las exigencias de la lógica de
las expresiones psicológicas. Los predicados psicológicos sólo se pue-
den predicar de un animal entero, no de sus partes. No se han esta-
blecido convenciones para determinar lo que se puede significar con
la atribución de tales predicados a una parte de un animal, en con-
creto a su cerebro. De modo que la aplicación de tales predicados al
cerebro o a sus hemisferios sobrepasa los límites del sentido. Las afir-
maciones resultantes no son falsas, ya que para decir que algo es fal-
so debemos tener cierta idea de lo que supondría que fuera verdadero
—en este caso, deberíamos saber qué supondría que el cerebro pen-
sara, razonara, viera y oyera, etc. y haber descubierto que, de hecho,
el cerebro no hace tales cosas—. Pero no tenemos esa idea, y estas afir-
48 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

maciones no son falsas. Ocurre, más bien, que las frases en cuestión
carecen de sentido. Esto no quiere decir que sean ridiculas o tontas.
Significa que a estas combinaciones de palabras no se les ha asigna-
do ningún sentido y, en consecuencia, no dicen nada en absoluto, aun-
que parezca que sí lo hagan.

Réplica a la tercera objeción (Blakemore) de que


la aplicación de predicados psicológicos al cerebro
es meramente metafórica

La tercera objeción metodológica la planteó Colin Blakemore. So-


bre la observación de Wittgenstein de que «sólo del ser humano y de
lo que se parece a un ser humano (se comporta como tal) se puede
decir: tiene sensaciones; ve, es ciego; oye, es sordo; es consciente o in-
consciente», Blakemore señala que «resulta trivial, quizá simplemente
errónea». Respecto a la acusación de que el aserto de los neurocien-
tíficos de que en el cerebro hay «mapas» está preñado de posibilida-
des de confusión (ya que todo lo que se puede decir es que es posi-
ble mapear, por ejemplo, aspectos de los elementos del campo visual
sobre la activación de las células de la corteza estriada «visual»), Bla-
kemore señala que existen pruebas abrumadoras de «patrones topo-
gráficos de actividad» en el cerebro.

Desde los tiempos de Hughlings Jackson, el concepto de subdi-


visión funcional y representación topográfica se ha convertido en im-
prescindible para la investigación sobre el cerebro. La tarea de carto-
grafiar el cerebro está lejos de haberse completado, pero los éxitos del
pasado nos hacen confiar en que, probablemente, cada parte del ce-
rebro (y en especial la corteza cerebral) esté organizada topográfica-
LA POLÉMICA 49

mente. Como ocurre al descifrar una clave, en la traducción del sis-


tema de escritura lineal B, o en la lectura de los jeroglíficos, todo lo
que necesitamos para reconocer el orden del cerebro es un conjunto
de reglas, reglas que relacionen la actividad de los nervios con acon-
tecimientos que se producen en el mundo exterior o en el cuerpo del
animal.30

El término «representación», por cierto, sólo significa aquí co-


nectividad causal sistemática. Es algo inocuo. Pero no se debe con-
fundir con el sentido en que se puede decir que una frase de una len-
gua representa el estado de cosas que describe, que un mapa representa
aquello de lo que es un mapa, o que una pintura representa aquello
de lo que es una pintura. No obstante, tal ambigüedad en el uso de
«representación» es peligrosa, ya que es previsible que lleve a una
confusión de los diferentes sentidos. Las siguientes observaciones de
Blakemore demuestran cuan confusa puede ser:

Vistas estas pruebas tan abrumadoras de los patrones topográfi-


cos de la actividad del cerebro, no cabe extrañarse de que los neurofi-
siólogos y los neuroanatomistas hayan llegado a decir que el cerebro tie-
ne mapas4 que supuestamente desempeñan un papel esencial en la
representación y la interpretación que el cerebro hace del mundo, del
mismo modo que los mapas de un atlas lo hacen para sus lectores. El
biólogo J. Z. Young describe el cerebro como dotado de un lenguaje
de tipo pictográfico: «Lo que ocurre en el cerebro debe proporcionar
una representación fiel de los acontecimientos que se producen fuera
de él, y la disposición de las células en su interior ofrece un modelo
detallado del mundo. El cerebro comunica significados mediante ana-
logías topográficas».31 ¿Pero existe algún peligro en el uso metafórico
de términos como «lenguaje», «gramática» y «mapa» para describir las
propiedades del cerebro?... No puedo imaginar que algún neurofi-
50 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

siólogo crea que existe un cartógrafo fantasmagórico que esté hojean-


do el atlas cerebral. Tampoco pienso que el uso de palabras del len-
guaje común (como mapa, representación, código, información e in-
cluso lenguaje) sea un craso error conceptual de ese tipo [supuesto]. Tal
imaginería metafórica es una mezcla de descripción empírica, licen-
cia poética y vocabulario inadecuado.32

La existencia de cualquier posible peligro en el uso metafórico de


las palabras depende de lo claro que esté que es meramente metafó-
rico, y de si el autor tiene en mente que esto es todo lo que hay. Es muy
dudoso que las adscripciones que los neurocientíficos hacen al cere-
bro de atributos que, en su literalidad, sólo se pueden aplicar a un
animal como un todo sean en verdad meramente metafóricas (me-
tonimias o sinécdoques). Los neurofisiólogos no creen, por supuesto,
que haya un «cartógrafo fantasmagórico» que se dedique a hojear un
atlas cerebral, pero sí piensan que el cerebro hace uso de los mapas.
Según Young, el cerebro construye hipótesis, y lo hace sobre la base de
esta «representación organizada topográficamente».33 La cuestión es:
¿qué conclusiones sacan los neurocientíficos de su afirmación de que
en el cerebro hay mapas o representaciones, o de su tesis de que el ce-
rebro contiene información, o de que hay (como sugiere J. Z. Young)
«lenguajes del cerebro»? Estos usos supuestamente metafóricos son
en gran medida trampas en el camino del propio usuario. Éste no ne-
cesariamente caerá en ellas, pero es muy probable que lo haga.

La confusión de Blakemore

En la anterior cita de Blakemore se pone de manifiesto lo fácil que


es que lo que se supone que es una metáfora inocua conduzca a la con-
LA POLÉMICA 51

fusión. Porque aunque pueda ser inocuo hablar de «mapas», es de-


cir, de mapear características del campo perceptivo sobre grupos de
células topográficamente relacionadas que reaccionan de manera sis-
temática a esas características, nada tiene de inocuo decir que tales
«mapas» desempeñan «un papel esencial en la representación y la in-
terpretación que el cerebro hace del mundo, del mismo modo que
los mapas de un atlas lo hacen para sus lectores» (la cursiva es nues-
tra). En primer lugar, no está claro qué sentido hay que dar al término
«interpretación» en este contexto. Porque no es en modo alguno evi-
dente lo que se quiere decir con la afirmación de que las relaciones
topográficas entre grupos de células que están relacionadas sistemá-
ticamente con características del campo perceptivo desempeñan un
papel esencial en el hecho de que el cerebro interprete algo. Inter-
pretar significa, en su sentido literal, explicar el significado de algo,
o considerar que algo que resulta ambiguo tiene un significado y no
otro. Pero no tiene sentido suponer que el cerebro explica algo, o
que entiende que algo significa una cosa y no otra. Si nos fijamos en
J. Z. Young para averiguar lo que tenía en mente, lo que encontra-
mos es la afirmación de que el cerebro «construye hipótesis y pro-
gramas» a partir de tales mapas, lo cual no hace sino hundirnos más
en la ciénaga.
Y lo que es más importante, cualquiera que sea el sentido que
podamos dar a la afirmación de Blakemore de que los «mapas del
cerebro» (que en realidad no son mapas) desempeñan un papel esen-
cial en la «representación y la interpretación» que el cerebro hace del
mundo, no puede ser «del mismo modo que los mapas de un atlas lo
hacen para sus lectores». Porque un mapa es una representación pic-
tórica, hecha de acuerdo a convenciones sobre el trazado de mapas
y a reglas de proyección. Quien sepa leer un atlas debe conocer y en-
tender estas convenciones, y extraer, a partir de los mapas, las ca-
52 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

racterísticas de lo que se representa. Pero los «mapas» del cerebro no


son en absoluto mapas en este sentido. El cerebro no es lo mismo
que el lector de un mapa, ya que no se puede decir de él que conoz-
ca convención alguna sobre representaciones o métodos de proyec-
ción, ni que sea capaz de leer nada a partir de la disposición topográfica
de la células en estado de activación y de acuerdo a un conjunto de
convenciones. Y es que las células no están en absoluto dispuestas
de acuerdo a convenciones, y la correlación entre su estado de acti-
vación y las características del campo perceptivo no es convencio-
nal, sino causal?*
PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS
OF NEUROSCENCE
Fragmento del capítulo 10
MAXWELL BENNETT y PETER HACKER

10.3 Los QUALIA

Los qualia entendidos como el carácter cualitativo


de la experiencia: la concepción de los filósofos

La tentación de ampliar el concepto de conciencia hasta abarcar todo


el dominio de la «experiencia» se vio reforzada con la equivocada in-
troducción por parte de los filósofos de la idea de los qualia. La-
mentablemente, los neurocientíficos adoptaron esta idea aberrante
y los malentendidos asociados con ella. El término «qualia» se in-
trodujo para referirse al supuesto «carácter cualitativo de la expe-
riencia». Cada experiencia, se dice, tiene un carácter cualitativo dis-
tintivo. Los qualia, sostiene Ned Block, «incluyen lo que se siente
al ver, oír y oler, lo que se siente al tener dolor; más en general, cómo
es tener estados mentales. Los qualia son propiedades experiencia-
Íes de las sensaciones, los sentimientos, las percepciones y [...] también
de los pensamientos y los deseos».1 Asimismo, Searle sostiene que
«todo estado consciente lleva consigo cierto sentimiento cualitati-
vo, y esto se puede comprobar si se consideran algunos ejemplos. La
experiencia de saborear la cerveza es muy diferente de la de escuchar
54 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

la Novena Sinfonía de Beethoven, y ambas tienen un carácter cua-


litativo distinto del de oler una rosa o contemplar una puesta de sol.
Estos ejemplos ilustran las diferentes características cualitativas de
las experiencias conscientes».2 Al igual que Block, Searle también
defiende que el hecho de pensar lleva consigo una sensación cualitativa
especial. «Hay algo que es como pensar que dos más dos son cua-
tro. No hay manera de describirlo, a no ser diciendo que es el ca-
rácter del pensar conscientemente que "dos más dos son cuatro"».3
«La mejor forma de caracterizar» el objeto de una investigación de la
conciencia, señala Chalmers, es «la cualidad subjetiva de la expe-
riencia». Un estado mental, dice, es consciente «si tiene una sensación
cualitativa, una cualidad de la experiencia asociada a él. Estas sensa-
ciones cualitativas se conocen también como cualidades fenoméni-
cas o, más brevemente, qualia. El problema de explicar estas cualida-
des fenoménicas no es más que el problema de explicar la conciencia».4
También es de la opinión de que pensar es una experiencia con un
contenido cualitativo: «Cuando pienso en un león, por ejemplo, pa-
rece que haya un tono de cualidad leonina en mi fenomenología: lo
que se siente al pensar en un león es sutilmente distinto de lo que se
siente al pensar en la torre Eiffel».5

Los neurocientíficos siguen a los filósofos

Los neurocientíficos han secundado la idea de los qualia. Ian Glynn


sostiene que «aunque aquello con lo que con mayor evidencia se aso-
cian los qualia son las sensaciones y las percepciones, también se en-
cuentran en otros estados mentales, como las creencias, los deseos,
las esperanzas y los temores, durante episodios conscientes de estos
estados».6 Damasio afirma que «los qualia son las simples cualidades
LA POLÉMICA 55

sensoriales que encontramos en el azul del cielo o en el tono del so-


nido de un violoncelo, y, por consiguiente, los componentes fun-
damentales de las imágenes [en los que supuestamente consiste la
percepción] consisten en qualia».7 Edelman yTononi sostienen que
«cada experiencia consciente diferenciable representa un quale distinto,
tanto si es primariamente una sensación, una imagen, un pensa-
miento o incluso un humor [...]»,8 para luego afirmar que «el problema
de los qualia» es «tal vez el problema más desalentador de la con-
ciencia».

Explicación del carácter cualitativo de la experiencia desde


la perspectiva de que al tenerla se siente algo

La sensación subjetiva o cualitativa de una experiencia consciente


se caracteriza, a su vez, desde la perspectiva de que algo se siente cuan-
do un organismo tiene una experiencia. «Una experiencia u otra en-
tidad mental subjetiva es "fenoménicamente consciente" —dice la
Routledge Encyclopaedia of Philosophy— sólo si hay algo que uno sien-
te al tenerla.»9 «Los estados conscientes son cualitativos —explica
Searle— en el sentido de que para todo estado consciente [...] hay algo
que se siente cualitativamente al estar en ese estado.»10 La idea, y el
uso mistificador de la expresión «hay algo que se siente» o «hay algo
que es como...», proceden de un artículo del filósofo Thomas Nagel
titulado «¿Qué se siente al ser un murciélago?». Nagel sostiene que
«el hecho de que un organismo tenga experiencias conscientes sig-
nifica, básicamente, que hay algo que se siente al ser ese organismo
[...] Fundamentalmente un organismo tiene estados mentales cons-
cientes si y sólo si hay algo que se siente al ser ese organismo, si ser ese
organismo es acopara el organismo».11 Esto, es decir, lo que el orga-
56 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

nismo siente al ser ese organismo, es el carácter o la cualidad subje-


tivos de la experiencia.

Explicación que Nagel hace de la conciencia desde


la perspectiva de que «hay algo que se siente como...»

Si damos por supuesto que entendemos la frase «hay algo que se


siente como» así usada, entonces parece que la idea de Nagel nos
aclara el concepto de una criatura consciente y el de una experiencia
consciente:

1) Una criatura es consciente o tiene experiencia si y sólo si para la cria-


tura hay algo que se siente como ser la criatura que es.
2) Una experiencia es una experiencia consciente si y sólo si para el suje-
to que la tiene hay algo que se siente como tener la experiencia.

De modo que, para un murciélago, hay algo que se siente como


ser el murciélago (aunque Nagel afirma que no podemos imaginar
qué es), y hay algo que se siente como ser un ser humano (y afirma
que todos sabemos qué sentimos al ser nosotros).
Es importante observar que la frase "hay algo que se siente como
tener una experiencia E para un sujeto" no indica una comparación.
Nagel no dice que tener una determinada experiencia consciente se
parezca a algo (por ejemplo, a alguna otra experiencia), sino que hay
algo que se siente como tenerla para el sujeto, es decir, «que se sien-
te como...» se pretende que signifique «cómo se siente para el propio
sujeto».12 Sorprende, sin embargo, que Nagel nunca diga, respecto
a ni siquiera una sola experiencia, cómo es el tenerla. Sostiene que el
carácter cualitativo de las experiencias de otras especies puede estar
LA POLÉMICA 57

más allá de nuestra capacidad de concebir. De hecho, lo mismo se pue-


de decir de las experiencias de otros seres humanos. «El carácter sub-
jetivo de la experiencia de una persona sorda y ciega de nacimiento,
por ejemplo, no me es accesible ni la mía le es accesible a ella.» Pero
sabemos cómo es ser nosotros, «y aunque no poseamos el vocabula-
rio para describirlo adecuadamente, su carácter subjetivo es alta-
mente específico y, en algunos aspectos, descriptible en términos
que sólo criaturas como nosotros podemos entender».13

Los filósofos y los neurocientíficos coinciden

Filósofos y neurocientíficos han secundado esta idea. Les parece que


capta la naturaleza esencial de los seres conscientes y la experiencia
consciente. Así, Davies y Humphries defienden que, «pese a que no
hay nada que se sienta como ser un ladrillo, o una impresora de in-
yección de tinta, probablemente hay algo que se siente como ser un
murciélago, o un delfín, y sin duda hay algo que se siente como ser
un ser humano. Un sistema, sea una criatura o un artefacto, es cons-
ciente sólo en el caso de que haya algo que se sienta como ser ese sis-
tema».14 Edelman yTononi convienen en que «ya sabemos qué se sien-
te al ser nosotros mismos, pero queremos explicar por qué somos
conscientes, por qué hay "algo" que es como ser nosotros, explicar,
en fin, cómo se generan las cualidades subjetivas experienciales».15 Y
Glynn sostiene que, en lo que a nuestras experiencias se refiere, por
ejemplo las de oler el café recién molido, escuchar las notas del oboe
o contemplar el azul del cielo, «sabemos cómo se siente al tener es-
tas experiencias sólo porque las tenemos o las hemos tenido. [...] Del
mismo modo que al oler el café recién molido uno se siente de una
determinada forma, también uno se puede sentir de una determi-
58 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

nada forma (al menos intermitentemente) al creer que... o al desear


que... o al temer que...».
Así pues, los qualia se conciben como las características cualita-
tivas de los «estados mentales» o las «experiencias», categorías que
incluyen no sólo la percepción, la sensación y el afecto, sino tam-
bién el deseo, el pensamiento y la creencia. Para toda «experiencia
consciente» o cada «estado mental consciente», hay algo que se sien-
te como tenerla o estar en él. Este algo es un quale: un «sentimiento
cualitativo». «El problema de explicar estas cualidades fenoméni-
cas —dice Chalmers— no es otro que el problema de explicar la
conciencia.»16

10.31 «QUÉ SE SIENTE» AL TENER UNA EXPERIENCIA

Principales razones para extender el concepto común


de conciencia

Una de las razones ofrecidas para extender el concepto de conciencia


más allá de sus prudentes y legítimas fronteras es que lo que las ex-
periencias tienen de distintivo, notable y, sin duda, misterioso es que
hay algo que se siente como tenerlas. Se argumenta que una experien-
cia es una experiencia consciente sólo en el caso de que para el sujeto
de la experiencia haya algo «que se siente como» tenerla. La concien-
cia, así concebida, se define en términos de la sensación cualitativa de
la experiencia. Hay una forma específica de sentir al ver, oír y oler,
sentir un dolor, o incluso al «tener estados mentales» (Block); todo es-
tado consciente conlleva una determinada sensación cualitativa (Searle),
y cada experiencia consciente distinguible representa un quale dis-
tinto (Edelman yTononi). Esta sensación cualitativa, exclusiva de
LA POLÉMICA 59

toda experiencia distinguible, es lo que se siente como tener la expe-


riencia para el sujeto de la experiencia. O esto es lo que se sostiene.
El uso de esas extrañas frases para invocar algo que se supone que
a todos nos es familiar debería levantar nuestras sospechas. En pri-
mer lugar, analizaremos las «formas de sentir» y, después, ese «algo que
se siente como...».

¿Hay siempre una manera específica de sentir el tener una


«experiencia consciente»?

¿En verdad hay un modo específico en que se siente el ver, oír u oler?
De hecho, podemos preguntarle a alguien que haya recuperado la
vista, el oído o el sentido del olfato «¿qué se siente al ver (oír, oler) de
nuevo?». Cabe esperar que la persona responda: «Es maravilloso», o
quizá: «Es una sensación muy extraña». La pregunta se refiere a la
actitud de la persona ante su experiencia y su recuperada capacidad
de percepción, por ejemplo que le parece fantástico poder ver de
nuevo, o extraño volver a oír después de tantos años de sordera. En
estos casos, hay un modo en que se siente el ver u oír de nuevo, con-
cretamente es fantástico o extraño. Pero si interrogásemos a una per-
sona corriente sobre qué se siente al ver la mesa, la silla, el pupitre,
la alfombra, etc., se preguntaría qué es lo que nos proponemos. Nada
hay de distintivo en el hecho de ver esos objetos cotidianos. Evi-
dentemente, ver la mesa difiere de ver la silla, el pupitre, la alfombra,
etc., pero la diferencia no consiste en el hecho de que ver el pupitre
se siente diferente de ver la silla. Ver una mesa o una silla corrientes no
provoca ninguna reacción emocional ni actitudinal en circunstan-
cias normales. Las experiencias difieren en la medida en que difieren
sus objetos.
60 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Podríamos decir, torpemente, que hay un modo de sentir un


dolor. No es más que una manera enrevesada de decir que existe
una respuesta a la pregunta (más bien tonta) «¿Qué se siente al te-
ner un dolor?», por ejemplo, que es muy desagradable o, en algunos
casos, terrible. De modo que se podría decir que cuando se sufre de
migraña se siente algo distintivo, concretamente algo muy desagra-
dable. Esta afirmación es inocua, pero no aporta ninguna prueba de
la tesis general de que, para cada experiencia distinguible, hay una
manera específica de sentir el tenerla. Los dolores son una excepción
ya que, por definición, tienen un tono hedónico negativo. Los do-
lores son sensaciones intrínsecamente desagradables. Sin embargo,
percibir no es una cuestión de tener sensaciones. Y la percepción en
sus diversas modalidades y con sus indefinidamente numerosos ob-
jetos posibles, no es normalmente, aunque pueda serlo en ocasiones,
el sujeto de cualidades afectivas o actitudinales cualesquiera (por
ejemplo, agradable, placentera, horrible). Ni mucho menos el suje-
to de una cualidad diferente para cada objeto de cada modalidad
perceptiva. Además, para una gran diversidad de cosas que se pue-
den llamar «experiencias», no hay «una manera específica de sen-
tir» el tenerlas, es decir, no existe respuesta a la pregunta «¿Qué se
siente al...?».
Uno no puede sino estar de acuerdo con Searle en que la expe-
riencia de saborear la cerveza es muy distinta de la de escuchar la
Novena de Beethoven, y en que ambas son diferentes de las de oler
una rosa o contemplar una puesta de sol. Puesto que las experiencias
perceptivas se identifican o especifican esencialmente por su moda-
lidad, es decir, la vista, el oído, el gusto, el olor y el tacto, y por sus
objetos, es decir, aquello de que son experiencias. Pero sostener que
las diversas experiencias tienen una sensación exclusiva y distintiva
es completamente diferente y mucho más cuestionable. Es más cues-
LA POLÉMICA 61

tionable en la medida en que no está claro lo que significa. Es evidente


que las cuatro experiencias que Searle cita son normalmente agra-
dables para mucha gente. Y es totalmente cierto que la identidad del
placer o deleite depende del objeto del placer. No se puede obtener
el placer de tomarse una cerveza con la audición de la Novena de
Beethoven, ni el placer de contemplar una puesta de sol en el aroma
de una rosa. Esta es una verdad lógica, no empírica, es decir, no es que
la sensación cualitativa distintiva de contemplar una puesta de sol di-
fiera fácticamente de la sensación distintiva de oler una rosa —al fin
y al cabo, ambas pueden ser muy agradables—. Lo que ocurre es
que el placer de ver una puesta de sol difiere lógicamente del de oler
una rosa, pues la identidad del placer depende de aquello que lo pro-
duce. De esto no se sigue que toda experiencia tenga un carácter
cualitativo diferente, es decir, que haya una sensación específica para
todas las experiencias. Porque, en primer lugar, la mayoría de las ex-
periencias no tienen, en este sentido, carácter cualitativo alguno; ni
producen placer ni displacer, no son ni agradables ni desagradables,
etc. Mientras andamos por la calle, vemos cientos de objetos diferentes.
Ver una farola es una experiencia distinta de la de ver un buzón, pero
¿se siente algo distinto en cada caso? No; ni tampoco se siente lo
mismo, ya que la visión de ambos objetos no provoca respuesta al-
guna, no hay ningún tipo de sentimiento cualitativo asociado a la
visión de ninguno de ellos. En segundo lugar, diferentes experiencias
que sí tienen asociada una sensación cualitativa, por ejemplo con un
componente hedónico, pueden tener asociada la misma sensación.
Lo que las diferencia no es cómo se sienten, pese a que la pregunta
«¿Qué se siente al V?» (donde «V» especifica una experiencia apro-
piada) puede tener exactamente la misma respuesta, ya que diferen-
tes experiencias pueden ser igualmente placenteras o desagradables,
interesantes o aburridas.
62 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

El carácter cualitativo de las experiencias correctamente


concebidas

Tanto sentir un dolor como percibir lo que sea que uno percibe se pue-
den llamar «experiencias». También se puede llamar así el hecho de
estar en un determinado estado emocional. Y también, por supues-
to, realizar una variedad indefinida de actividades. Podríamos decir
que las experiencias son los sujetos posibles de predicados actitudi-
nales, es decir, pueden ser agradables o desagradables, interesantes o
aburridas, estupendas o terribles. Es a estos atributos a los que se les
puede llamar «caracteres cualitativos de las experiencias», no a las
propias experiencias. Por lo tanto, no se puede decir de modo inte-
ligible que ver el color rojo o contemplar el Guernica, oír un sonido
o escuchar Tosca, son «qualia». En consecuencia, cuando Damasio dice
que el carácter azul del cielo es un quale, está cambiando el sentido
del término «quale», ya que si el color de un objeto es un quale, en-
tonces los qualia no son en modo alguno las características cualita-
tivas de las experiencias, sino las cualidades de los objetos de la ex-
periencia (o, si se considera que los colores no son cualidades de los
objetos, entonces los quale son los constituyentes del contenido de
las experiencias perceptivas). Asimismo, cuando Edelman y Tononi
afirman que cada experiencia consciente distinguible representa un
quale distinto, sea una sensación, una imagen, un estado de ánimo
o un pensamiento, están cambiando el sentido del término «quale».
Porque es evidente que «quale» no significa «el carácter cualitativo
de una experiencia» en el sentido que hemos examinado. Lo que sí
significa, o debería significar, es algo que analizaremos en breve
(§ 10.34).
Conviene señalar que decir que una experiencia es un sujeto de
un predicado actitudinal es una forma de hablar potencialmente
LA POLÉMICA 63

engañosa. Porque decir que una experiencia (por ejemplo, ver, ob-
servar, vislumbrar, escuchar, saborear esto o lo otro, pero también
andar, charlar, bailar, jugar, escalar montañas, combatir en batallas,
pintar cuadros) lleva aparejada una determinada sensación (por ejem-
plo, que es agradable, deliciosa, encantadora, desagradable, repugnan-
te, asquerosa) no es más que decir que el sujeto de la experiencia, es
decir, la persona que vio, escuchó, saboreó, anduvo, charló, bailó, etc.,
encontró agradable, delicioso, encantador etc. hacerlo. Por lo tanto,
el carácter cualitativo de una experiencia E, esto es, qué se siente al
tener esa experiencia, es la actitud afectiva del sujeto (cómo se sintió)
al experimentar E.
Para evitar confundirse en este punto, debemos distinguir cuatro
cuestiones:

1) Muchas experiencias se individualizan esencialmente, es decir,


se distinguen, especificando aquello de que son experiencia.
2) Toda experiencia es un sujeto posible de predicados actitudina-
les positivos y negativos, por ejemplo, predicados de placer, inte-
rés o atracción. De ahí no se sigue, y además es falso, que toda ex-
periencia sea un sujeto real de un predicado actitudinal positivo o ne-
gativo.
3) Es posible que distintas experiencias, cada una de ellas sujeto
de un atributo actitudinal, no se puedan distinguir por cómo se sien-
te la persona que las experimenta. El olor de las rosas es distinto del
de las lilas. Oler rosas y oler lilas son experiencias diferen-
tes. Uno no puede obtener el placer de oler una rosa oliendo para
ello una lila. Pero bien puede ser que las experiencias sean agradables
por igual. De modo que, si se nos pregunta qué se siente al oler una
rosa y qué se siente al oler una lila, la respuesta puede ser perfecta-
mente la misma, a saber, «algo delicioso». Si esta respuesta especifica
64 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

cuál fue la sensación, entonces es obviamente falso que toda expe-


riencia se pueda individualizar de forma exclusiva por su carácter
cualitativo distintivo o quale. No debemos confundir el carácter cua-
litativo de la experiencia con el carácter cualitativo del objeto de la
experiencia. Es esto último, y no lo primero, lo que individualiza
la experiencia.
4) Incluso si ampliamos el concepto de experiencia para que in-
cluya el pensar que algo es como es, o el pensar en algo, lo que dife-
rencia esencialmente el pensar una cosa y no otra no es qué se sien-
te o cómo se siente al pensar lo que se piensa. Pensar que 2 + 2 = 4
es distinto de pensar que 25 X 25 = 625, y ambas cosas difieren de pen-
sar que los demócratas ganarán las próximas elecciones.17 Difieren en
la medida en que son sus objetos los que las especifican o indivi-
dualizan esencialmente. Podemos pensar que algo es así o asá o pen-
sar en una u otra cosa sin tener a la vez ningún tipo de actitud afec-
tiva; luego no es necesario que haya ningún «qué se siente» al pensar
eso. Pensar en leones, en Ricardo Corazón de León o en las calles de
León, puede ir acompañado de un hálito leonino. Pero, contraria-
mente a lo que propone Chalmers, especificar el hálito asociado no
es caracterizar qué se siente al pensar en esas cosas, y mucho menos ca-
racterizar el pensamiento de forma exclusiva para individualizarlo. El
hecho de que alguien asocie pensar en una de esas cosas con un há-
lito leonino no responde a la (extraña) pregunta «¿Qué se siente al
pensar en leones (Ricardo Corazón de León, las calles de León)?»,
y desde luego no distingue el pensar en leones del pensar en León o
en Ricardo I.
PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS
OF NEUROSCENCE
Fragmento del capítulo 14
Observaciones finales
MAXWELL BENNETT y PETER HACKER

14.5 POR QUÉ IMPORTA

Sobre la cuestión de cómo afectará al próximo experimento

Imaginemos a un científico que lee nuestras discusiones analíticas


con cierta perplejidad. Es posible que esté moderadamente interesado
en alguno de nuestros análisis de conjunto, pero a la vez se siente
desconcertado ante lo que parece ser un interminable desmenu-
zamiento lógico. Tras leer nuestras exposiciones iniciales, tal vez se
pregunte: «¿Es todo esto realmente importante?». «Después de todo
—es posible que se diga—, ¿en qué afectará al próximo experimen-
to?» Confiamos en que todo lector que nos haya seguido hasta aquí
no se sienta tentado de hacerse esa pregunta, porque denota incom-
prensión.
El hecho de que las reflexiones analíticas afecten o no a los pró-
ximos experimentos no nos preocupa. Es posible que lo hagan o no
—depende del experimento en cuestión, y de cuáles sean los su-
puestos del neurocientífico—. Por lo dicho hasta aquí, debería resultar
obvio que, si nuestros argumentos son convincentes, lo mejor que se
puede hacer con algunos experimentos es abandonarlos.1 Otros se de-
66 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

berían diseñar de nuevo.2 Es posible que a la mayoría no los afecte,


aunque probablemente deban reformuiarse las hipótesis de partida
y describir los resultados de forma muy distinta.3

Lo que nos interesa es comprender el último experimento

Nuestro interés no radica en el diseño del próximo experimento, sino


en la comprensión del último. De modo más general, las investiga-
ciones conceptuales contribuyen principalmente a la comprensión
de lo que se sabe y a la claridad en la formulación de preguntas refe-
rentes a lo que no se sabe. No tendría la menor importancia que nues-
tras reflexiones no tuvieran efecto en el experimento siguiente, pero
sí tienen un efecto considerable en la interpretación de los resultados
de los experimentos anteriores. Y no hay duda de que tienen algo que
aportar al planteamiento de preguntas, a su formulación y a la dis-
tinción entre preguntas significativas y preguntas confusas. (Si esta-
mos en lo cierto, entonces las preguntas sobre el «problema de la in-
tegración», entendido como el problema de cómo el cerebro forma
imágenes, son en gran medida expresiones de confusión,4 y gran par-
te del debate sobre imaginería mental se basa en un malentendido.)5

¿ Tiene alguna importancia? Sí, si la tiene la comprensión

¿Es que todo este aparente desmenuzamiento lógico, todo este deta-
llado examen de las palabras y de su uso, son importantes} ¿Es que ía
neurociencia realmente necesita todo esto? Si el espíritu impulsor tras
el empeño neurocientífico es el deseo de entender los fenómenos neu-
rales y su relación con las capacidades psicológicas y su ejercicio, en-
LA POLÉMICA 67

tonces importa muchísimo. Y es que, con independencia de la brillantez


de los experimentos del neurocientífico y del refinamiento de sus téc-
nicas, si existen confusión conceptual en sus preguntas o errores con-
ceptuales en la descripción de los resultados de sus investigaciones, es
que no ha entendido aquello que se proponía entender.
Muchos neurocientíficos contemporáneos que trabajan en el ám-
bito de la neurociencia cognitiva coinciden en que la defensa por
parte de sir John Eccles de una forma de dualismo fue un error6
—y lo que está en la base del error de Eccles es una confusión con-
ceptual—. Mediante la referencia a diversas teorías de distinguidos
neurocientíficos cognitivos contemporáneos hemos intentado de-
mostrar que, lejos de haber sido erradicado con el rechazo superficial
de las diversas formas del dualismo cartesiano, el error conceptual si-
gue muy extendido. Afecta e infecta a la plausibilidad de las pregun-
tas planteadas, al carácter de los experimentos ideados para respon-
derlas, a la inteligibilidad de las descripciones de los resultados de
estos experimentos y a la coherencia de las conclusiones que de ellos
se derivan. Y esto es sin duda importante, tanto para la compren-
sión de lo que los actuales neurocientíficos han conseguido como para
el progreso de la neurociencia cognitiva en el futuro.

¿Por qué es importante para el público culto?

También es muy importante para el público culto porque, al margen de


que ciertos neurocientíficos estén o no confundidos, no hay duda
de que las formas de descripción que emplean sí confunden al público
no especializado. Es comprensible que los neurocientíficos estén an-
siosos por comunicar los conocimientos sobre el funcionamiento
del cerebro que han alcanzado durante las últimas décadas, y por
68 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

compartir con el público culto la pasión que sienten por su objeto de


estudio. Así lo demuestra la avalancha de libros escritos por nume-
rosos miembros distinguidos de la profesión. Pero cuando hablan
del pensamiento y el razonamiento del cerebro, de que uno de sus he-
misferios sabe algo de lo que no informa al otro, de que el cerebro
toma decisiones sin que la persona lo sepa, de imágenes mentales
que rotan en el espacio mental, etc., los neurocientíficos están fo-
mentando una forma de mistificación, cultivando una neuromito-
logía deplorable en todos los sentidos. Porque, en primer lugar, con
ello lo hacen todo menos generar comprensión en el público no es-
pecializado al que se dirigen. En segundo lugar, el público no espe-
cializado buscará en la neurociencia respuestas a seudopreguntas que
no debería formular y que la neurociencia no puede responder. Y en
adelante ese público, decepcionado, ignorará las preguntas realmente
importantes que la neurociencia puede tanto formular como res-
ponder. Y esto es, sin duda, importante.

Sobre la necesidad de claridad conceptual

A lo largo de este libro, hemos intentado demostrar que la claridad


referente a las estructuras conceptuales es tan importante para la
neurociencia cognitiva como la claridad sobre los métodos experi-
mentales. La claridad conceptual ilumina, en vez de obstaculizar, las
grandes aportaciones de la neurociencia cognitiva a nuestra com-
prensión de las raíces biológicas de las capacidades humanas. Y es
que los logros de la neurociencia sólo se pueden apreciar en su justa
medida cuando se disipan las sombras causadas por las confusiones
conceptuales.
NEUROCENCIA Y FILOSOFÍA
MAXWELL BENNETT

U N A ODISEA PERSONAL

Cuando un potencial de acción en propagación alcanza una sinap-


sis en el extremo de una terminal axónica de una neurona presinápti-
ca, simbolizada por el pequeño triángulo en la figura 1, induce la
liberación de moléculas neurotransmisoras, como se muestra en el re-
cuadro de una sinapsis en el extremo inferior izquierdo de lafigura1.
El transmisor se difunde a lo ancho de una estrecha hendidura y se
une a los receptores de la membrana postsináptica. Tal unión indu-
ce la abertura de canales y, a menudo, la generación de potenciales
de acción en la neurona postsináptica. Para este proceso se requieren
varios cientos de proteínas (Sieburth y otros, 2005). He dedicado más
de cuarenta años a la investigación de los mecanismos que intervie-
nen en la transmisión en la sinapsis (Bennett, 2001), y hace poco
inicié una serie de estudios sobre cómo las redes de sinapsis llevan a
cabo sus funciones en el cerebro. Estas redes, formadas por miles de
millones de neuronas, cada una con hasta unas diez mil sinapsis, se
pueden encontrar en las partes del cerebro que deben funcionar nor-
malmente para que se pueda recordar un acontecimiento nuevo du-
rante más de un minuto (el hipocampo), para ver (la retina y la cor-

K
0i
70 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

FIGURA 1: En los axones de dos neuronas tienen lugar procesos que culminan en el ínti-
mo contacto entre ellas en puntos llamados sinapsis. En el recuadro aparece una sinap-
sis, ampliada en la esquina izquierda. En el texto se explica el funcionamiento de esta si-
napsis.

teza visual primaria) y para adquirir una diversidad de habilidades mo-


trices (cerebelo).
Las redes de sinapsis que escogí para el estudio inicial fueron las
del hipocampo (Bennett, Gibson y Robinson, 1994). La distribu-
ción general de los tipos de neuronas del hipocampo y sus sinapsis, des-
crita por primera vez por Ramón y Cajal (1904), se muestran en la fi-
gura 2. Las letras que aparecen en la figura se refieren a las diferentes
partes del hipocampo, así como a los tipos de neuronas (indicados por
elipsoides negros, con axones y dendritas largos y estrechos), junto con
sus conexiones sinápticas, como se señala en el texto de la figura. Un
enfoque ingenieril de la descripción del funcionamiento del hipo-
campo requiere el desarrollo de una representación de una red neu-
ral como la que se muestra a la derecha de lafigura2 y se describe en
LA POLÉMICA 71

el texto de ésta. Los tipos de neuronas se indican aquí mediante círcu-


los; sus dendritas y axones, mediante líneas rectas; y las sinapsis,
mediante pequeños rectángulos. En mi juventud, recién obtenido el
título de ingeniero eléctrico, me intrigaba la sugerencia de Brindley
(1967) de que algunas de las sinapsis de redes como ésas eran modi-
ficables. Lo que quería decir con este término es que las sinapsis son
permanentemente susceptibles de modificar sus propiedades como
consecuencia de la llegada de un potencial de acción al terminal axó-
nico. Entonces, dada esta posibilidad, podría ser que «mecanismos
de memoria y condicionamiento del sistema nervioso almacenen in-
formación mediante sinapsis modificables». Más tarde el mismo
Brindley (1969) demostró en modelos de redes neurales cómo tales
sinapsis modificables podían «realizar muchas tareas de aprendizaje sim-
ples». Posteriormente, Marr (1971), que también trabajaba en la Uni-
versidad de Cambridge, señaló que «la característica más importan-
te de la archicorteza (hipocampo) es su capacidad de realizar un tipo
simple de tarea de memorización». Fue él quien sugirió por primera
vez que una red recurrente de colaterales (fig. 2) podría actuar como
memoria asociativa si la eficacia de las sinapsis excitadoras fuera
modificable, y si los potenciales de membrana de las neuronas pi-
ramidales fueran establecidos por interneuronas inhibitorias que
computan la actividad total de la red. Su sugerencia se formulaba en
unos términos de ingeniería que a mí y a muchos otros nos resulta-
ron muy atractivos para posteriores estudios teóricos y experimenta-
les. Mis colegas y yo seguimos este enfoque conceptual general de
Brindley y Marr, e identificamos las condiciones en las que podría
funcionar una representación de red neural del hipocampo como la de
la figura 2 (Bennett, Gibson y Robinson, 1994). Sugerimos que «la
recuperación de un recuerdo empieza con la activación de un con-
junto de neuronas piramidales que se solapa con el recuerdo que se
72 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

va a recuperar» y que «la activación de diferentes conjuntos de neu-


ronas piramidales tiene lugar a continuación en pasos sincrónicos
discretos» hasta que se recupera el patrón neuronal de memoria alma-
cenado (fig. 2).1 Sin embargo, hay dos aspectos de esta clase de enfoque
ingenieril de la descripción del funcionamiento de las redes sinápti-
cas y, por consiguiente del cerebro, que me parecen equívocos y que
se detallan en los apartados que siguen.2

Vi.*/

0 Neurona excitatoria
£ Neurona inhibidora
Sinapsis excitatoria inefectiva
Sinapsis excitatoría efectiva
Sinapsis inhibidora

FIGURA 2: El dibujo de la izquierda representa las neuronas del hipotálamo y sus conexiones
sinápticas tal como las plasmó en tinta Ramón y Cajal (Figura 479, en Ramón y Cajal,
1904). Las letras de la figura se refieren a los distintos componentes del hipocampo rele-
vantes para nuestros propósitos: D, circunvolución dentada; K, colaterales recurrentes
de las células piramidales de la región CA3 del hipocampo (C), que permiten a éstas for-
mar sinapsis entre sí además de proyectarse para formar sinapsis con las neuronas pira-
midales de la región CA1 del hipocampo (h).
A la derecha hay un diagrama de la red sináptica básica de la región CA3 del hipo-
campo, compuesta de neuronas piramidales (círculos vacíos) e interneuronas inhibidoras
(círculos rellenos). Las neuronas piramidales establecen conexiones aleatorias entre sí a
través de sus colaterales recurrentes. Antes del aprendizaje, estas conexiones son inefi-
(Continúa)
LA POLÉMICA 73

PRIMERA FUENTE PRINCIPAL DE INTERÉS RELATIVA A NUESTRA


COMPRENSIÓN DE LA FUNCIÓN DE LAS REDES CELULARES
DE LA CORTEZA CEREBRAL

Dado que sabemos que una lesión en el hipocampo impide que uno
recuerde un suceso durante más de un minuto aproximadamente,
¿cómo se identifican las células del hipocampo normal que inter-
vienen en nuestra capacidad de recordar, cuáles son las conexiones si-
nápticas entre estas células y cómo funcionan estas sinapsis? Por
ejemplo, en cualquier volumen dado del hipocampo hay muchas

caces; después del aprendizaje, un subconjunto de ellas se hace eficaz y en el estado fi-
nal de desarrollo de la red hay conexiones sinápticas excitadoras cuyas fuerzas se con-
sidera que tienen el valor de la unidad (triángulos vacíos), y otras cuyas fuerzas se han
quedado en el valor cero (círculos vacíos). Las interneuronas inhibidoras reciben cone-
xiones aleatorias desde muchas células piramidales y también desde neuronas inhibido-
ras. Las neuronas inhibidoras, a su vez, se proyectan hacia neuronas piramidales. Se
considera que la fuerza de cualquier sinapsis en la que intervengan interneuronas inhibi-
doras es fija. El estado inicial del sistema lo determina un patrón de activación que llega
a las neuronas piramidales desde los axones de fibra musgosa que surgen de la región
D en el dibujo de Ramón y Cajal, o de la vía perforante directa que se encuentra encima
de la región D, patrón representado por las líneas que entran desde la izquierda. Una vez
establecido el estado inicial, la fuente externa se elimina y la red recurrente de CA3 actualiza
su estado interior cíclica y sincrónicamente.
En el modelo de red neural, las neuronas inhibidoras se representan como disposi-
tivos lineales de acción rápida que producen outputs proporcionales a sus inputs, y que
desempeñan una importante función reguladora en el establecimiento de los potenciales
de membrana de las neuronas piramidales. La probabilidad de que una neurona se exci-
te en un denominado recuerdo almacenado, que determina la cantidad media de neuro-
nas activas cuando «se recupera un recuerdo», se puede fijar a voluntad. Se supone que
los «recuerdos» de esta red se almacenan en las sinapsis colaterales recurrentes utili-
zando un hebbiano de dos valores. En la teoría se tienen en cuenta tanto las correlacio-
nes espaciales entre las fuerzas aprendidas de las sinapsis colaterales recurrentes como
las correlaciones temporales entre el estado de la red y estas fuerzas sinápticas. Se su-
pone que la recuperación de un recuerdo empieza con la activación de un conjunto de neu-
ronas piramidales de CA3 que se superponen con el recuerdo a recuperar, así como con
la activación de un conjunto de neuronas piramidales que no están en el recuerdo a re-
cuperar; la activación de ambos conjuntos de neuronas probablemente es inducida por
las sinapsis que los axones de la vía perforante forman sobre las neuronas de CA3. La
activación de diferentes conjuntos de neuronas piramidales se desarrolla a continuación
en pasos sincrónicos discretos (para más detalles, véase Bennett, Gibson y Robinson, 1994).
74 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

más células gliales que neuronas, y estas células gliales son de diver-
sos tipos, como ocurre con las neuronas. El descubrimiento de on-
das que propagan y transmiten la actividad entre las células gliales as-
trocíticas (Cornell-Bell y otros, 1990), aunque de forma mucho más
lenta que entre las neuronas (Bennett, Farnell y Gibson, 2005), in-
troduce una considerable complejidad en la búsqueda de correlatos
celulares de la memoria en el hipocampo. Aunque esas ondas gliales
se han considerado irrelevantes para la búsqueda de correlatos celu-
lares de nuestros atributos psicológicos (Koch, 2004), no se han rea-
lizado experimentos que lo demuestren fehacientemente. Dada la
intimidad física entre las células gliales y las neuronas, será difícil
averiguar si las primeras son relevantes o no en la búsqueda de co-
rrelatos celulares, a pesar de que podamos manipular genéticamen-
te las proteínas de estos diferentes tipos de células. Creo que sería
mucho más sensato buscar correlatos «celulares», y no simplemente
«neuronales». Además, apenas estamos empezando a comprender la
gran variedad de relaciones sinápticas entre las neuronas, entre las
células gliales, y entre ambas clases de células, así como la diversi-
dad de mecanismos sinápticos especializados que operan entre to-
das ellas. En mi opinión, está fuera de lugar el actual endiosamien-
to de las neurociencias, manifiesto, por ejemplo, en la presunción
de que redes como las de la figura 2 proporcionan indicios importan-
tes sobre el funcionamiento de las redes sinápticas de cualquier par-
te del cerebro. Con el fin de aportar evidencia a favor de este punto,
expongo a continuación algunos ejemplos de cuan dolorosamente len-
to es el progreso en la comprensión incluso de las redes sinápticas
relativamente simples que operan en la retina, la corteza visual pri-
maria y el cerebelo.
LA POLÉMICA 75

Las redes de la retina

La parte más simple y accesible del sistema nervioso central es la reti-


na, que durante el desarrollo aparece primero como una evaginación
del cerebro. Por esta razón, el más importante histólogo del sistema
nervioso, Ramón y Cajal, consideraba la retina el lugar ideal donde
iniciar la investigación relativa a la comprensión del funcionamiento de
las redes sinápticas del sistema nervioso central. Poco después de que
yo iniciara la investigación, Barlow y Levick (1965) descubrieron las de-
nominadas neuronas ganglionares direccionalmente selectivas en la re-
tina de algunas especies. Una neurona ganglionar direccionalmente
selectiva es aquella que envía impulsos a gran velocidad cuando un ob-
jeto se mueve en un determinado sentido (llamado, por consiguiente,
sentido preferente) por delante de los fotorreceptores bastón sensibles
a la luz que están conectados a la célula ganglionar, situados por enci-
ma de ella. Cuando el objeto se mueve en el sentido contrario, la neu-
rona ganglionar no se activa (y, por consiguiente, a ese sentido se le
llama sentido nulo). Barlow y Levick propusieron el esquema que se
muestra en la figura 3 (parte inferior) para explicar los orígenes reticu-
lares de la selectividad direccional. En esta red, una señal inhibidora
compensatoria veta la señal excitadora de movimiento en el sentido
nulo. Una interneurona lateral transmite una señal inhibidora en el
sentido nulo, pero no en el preferente, mientras la señal excitadora
actúa localmente (fig. 3). Por lo tanto, en el movimiento en el senti-
do nulo la inhibición llega antes que la excitación y puede interactuar
con ella, pero en el movimiento en el sentido preferente la inhibición
llega más tarde que la excitación. Este algoritmo se explica en el tex-
to de la figura 3. Esta red tan simple me impresionó mucho cuando
se publicó en 1967. Era el primer análisis de este tipo que daba una
explicación del funcionamiento de una red sináptica real.
76 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Receptores

Capa 1

Sentido nulo

FIGURA 3: El gráfico superior es un diagrama de algunas de las células principales de la re-


tina identificadas en 1965. R, fotorreceptor bastón; B, neurona bipolar; H, neurona hori-
zontal; G, neurona ganglionar que conecta la retina con el cerebro.
El gráfico inferior muestra el algoritmo propuesto por Barlow y Levick (1965) para ex-
plicar la selectividad direccional de las neuronas ganglionares. A, B y C son receptores que
pueden responder al objeto, que se mueve por encima de ellos sea en el sentido nulo
(Continúa)
LA POLÉMICA
n
Si este algoritmo es correcto, entonces se plantea la cuestión de
la identidad de la interneurona lateral y sus conexiones sinápticas.
¿Hasta dónde hemos avanzado los neurocientíficos durante los últi-
mos cuarenta años, desde que se sugirió el algoritmo, en la identifi-
cación de los componentes celulares que ejecutan los cómputos ne-
cesarios y sus conexiones? En el momento de la investigación original
sobre la selectividad direccional, se conocía la existencia de unos diez
tipos diferentes de células de la retina vertebrada (Ramón y Cajal,
1904; Polyak, 1941). Hoy se reconocen al menos cincuenta tipos di-
ferentes de células (Masland, 2001), sin contar los distintos tipos
de células gliales que entran en contacto íntimo con las neuronas pero
no transmiten potenciales de acción. Han sido necesarios cuaren-
ta años de investigación para identificar algunos de los mecanismos
celulares de la retina responsables de la selectividad direccional, y
muchas preguntas importantes siguen sin respuesta (Fried, Munch
y Werblin, 2005). Se han identificado algunas de las característi-
cas especificadas en el esquema de Barlow y Levick (1965) en una
neurona llamada célula amacrina estrellada (Fried, Munch y Wer-
blin, 2002). Sin embargo, el esquema se ha tenido que modifica-
rradicalmente al descubrirse que los inputs de las células ganglionares
son ellos mismos direccionalmente selectivos (Vaney y Taylor, 2002).

(señalado con una flecha), sea en el sentido preferente. Cada uno de estos receptores
puede excitar la actividad de las unidades que están inmediatamente debajo de ellos.
Cada recuadro que contiene una At es una unidad que si es excitada por el receptor
conectado con ella impedirá, después de un retraso de longitud At, la excitación de la
unidad adyacente en el sentido nulo. Cuando un objeto se mueve en sentido nulo, la acti-
vidad eléctrica de un receptor excitado (por ejemplo, C) excita (+) una unidad de la capa si-
tuada inmediatamente debajo de ella, y al mismo tiempo inhibe (-) la unidad siguiente en el
sentido nulo; a su vez cada receptor, concretamente C, B y A, lleva a cabo este proceso a
medida que el objeto se mueve por encima de ellos. Las unidades de retraso (señaladas como
At) determinan que el proceso inhibitorio detenga la actividad excitadora de A y B que
circula a través de estas puertas si el movimiento es en sentido nulo, pero alcanza las puer-
tas demasiado tarde para producir tal inhibición si el movimiento es en sentido preferente.
78 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Así pues, parece que en la circuitería retinal hay varios niveles que
determinan la selectividad direccional de las neuronas gangliona-
res, que probablemente implican la actividad de al menos cuatro re-
des sinápticas retínales diferentes y específicas aún por identificar
(Fried, Munch y Werblin, 2005). Esto ilustra las dificultades para
la comprensión de una propiedad de la red de incluso lo que se ha
considerado la parte más simple y accesible del sistema nervioso
central.

Las redes de la corteza visual primaria

La conferencia científica más apasionante a la que he asistido tuvo lu-


gar hace más de treinta años, en el Simposio sobre la Sinapsis de
Cold Spring Harbor en 1975. James Watson me invitó a exponer lo
que habíamos descubierto sobre la plasticidad de las sinapsis entre los
nervios y las células musculares, en especial nuestros descubrimien-
tos sobre el desarrollo del punto de contacto inicial del terminal
del nervio y el músculo, cómo este punto se convierte en enclave de
terminales nerviosas en exceso, y cómo todas menos una de estas ter-
minales son eliminadas a lo largo del proceso (Bennett y Pettigrew,
1976). Antes de llegar al simposio ignoraba que, tras mi exposición,
Hubel, Wiesel y LeVay (1976) ofrecerían una magnífica explicación
del desarrollo de las conexiones de las redes sinápticas en la corteza
visual primaria (Vi), que subyacen a la formación de columnas de neu-
ronas dominadas por las conexiones con un ojo o con el otro. En las
primeras fases del desarrollo, estas neuronas tienen conexiones con
ambos ojos, pero tras un proceso de eliminación sináptica uno u
otro ojo acaba por ser el dominante en términos de conectividad.
Hubel, Wiesel y LeVay demostraron de forma realmente espectacu-
LA POLÉMICA 79

lar la considerable plasticidad de este proceso, mostrando cómo si la


visión se limita a un solo ojo durante el inicio del desarrollo, el otro
ojo domina la conectividad sináptica. Durante un período crítico
del desarrollo es posible invertir este resultado, si se restaura la vi-
sión en ambos ojos.
Quince años después de aquella memorable exposición, en el
Simposio de Cold Spring Harbor de 1990, Wiesel y sus colegas Gil-
bert y Hirsch retomaron el tema de la plasticidad de las conexiones
sinápticas en la corteza visual primaria (Vi). Sin embargo, esta vez des-
plazaron el énfasis al grado de plasticidad de la red sináptica de la
corteza visual de los adultos. Su investigación, basada en técnicas de
grabación electrofisiológica, sugería que a los pocos meses de una
lesión retinal tiene lugar una reorganización a gran escala de las re-
des sinápticas del interior de la corteza (Gilbert, Hirsch y Wiesel,
1990). Este trabajo se interpretó en el sentido de que las redes si-
nápticas corticales adultas podían reajustarse tras la pérdida de una
señal sensorial de entrada (Gilbert, 1998). Entender con claridad
los mecanismos de plasticidad responsables de esos reajustes es de
considerable importancia si pretendemos ayudar a quienes necesitan
un tratamiento de rehabilitación adecuado.
Entre los dos y los seis meses posteriores a lesiones retínales bi-
noculares que priven de su input normal a una zona del interior de
la corteza visual primaria (Vi), se detecta actividad dirigida por estí-
mulos recurrente hasta 5 mm dentro del área de la corteza privada de
su input visual (Gilbert, 1998). Se cree que cambios más modestos
de la topografía cortical, de un alcance de 1 -2 mm, se producen de
forma inmediata (de minutos a horas) después de tales lesiones (Gil-
bert y Wiesel, 1992). Quince años después de estos estudios sobre la
plasticidad de la corteza visual adulta, Logothetis y sus colegas estu-
diaron las señales en la corteza visual primaria del macaco después de
80 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

pequeñas lesiones retínales binoculares, con el fin de determinar el


alcance y el curso temporal de la reorganización de la corteza visual
(Vi; Smirnakis y otros, 2005). Las lesiones retínales se provocaron
mediante fotocoagulación por láser, de modo que se creara un esco-
toma o vacío perceptivo de 4-8 grados de diámetro en el campo vi-
sual. Estas lesiones privaban del input visual de cada ojo a parte de
la corteza, un proceso que supuestamente maximiza la reorganización.
La región de la corteza visual a la que se priva del input retinal se lla-
ma zona de proyección de la lesión. Se emplearon imágenes por re-
sonancia magnética funcional (RMf) para detectar los cambios en la
topografía cortical de la corteza visual del macaco después de estas le-
siones retínales binoculares. En contraste con los estudios antes men-
cionados en los que se utilizó electrofisiología, el amplio campo de
visión que ofrecen las imágenes por RMf demostró que, durante los
7,5 meses posteriores a las lesiones retínales, la corteza visual pri-
maria no se aproxima a su capacidad normal de respuesta y su to-
pografía no cambia (fig. 4). Aprovechando el amplio campo de vi-
sión que esas imágenes proporcionan, se pudieron colocar electrodos
grabadores electrofisiológicos exactamente en la zona de proyección
de la lesión. Estos electrodos confirmaron los resultados de las imá-
genes por RMf. Así pues, según las observaciones de Logothetis y sus
colegas utilizando dos técnicas diferentes, la corteza visual primaria tie-
ne un potencial limitado para la reorganización de las redes sinápti-
cas, al menos hasta algunos meses después de la lesión en la retina.
Todavía no se conocen los detalles acerca de lo que pudo salir
mal en los últimos quince años de investigaciones sobre el tema de
la plasticidad cortical. Basta con decir que la complejidad que su-
pone determinar las propiedades de este primer enclave de la corte-
za que recibe input de la retina es tal que requiere un gran cuidado,
habilidad técnica, perspicacia teórica y determinación. Wiesel, pre-
LA POLÉMICA 81

FIGURA 4: La imagen de contraste dependiente del nivel de oxigenación en sangre (BOLD),


que probablemente refleja la actividad sináptíca, medido mediante resonancia magnéti-
ca funcional (RMf) en el interior de una zona de proyección de la lesión, no cambia en
función del tiempo después de una lesión retinal. Se muestra un área de la corteza visual
V, de un radio de 3 cm, centrada en las immediaciones de la representación foveal. En esta
sección aplanada se indica la zona delimitada por la cisura calcarina, el surco semilunar
y el occipital inferior. Las áreas externas a ésta corresponden en gran medida a la cor-
teza no visual. Los límites de la zona de proyección de la lesión se muestran a los 0 días
(contorno interior), a los 4 meses (contorno exterior) y a los 7,5 meses (contorno inter-
medio) posteriores a la lesión. La zona de proyección de la lesión medía, respectivamen-
te, 158, 179 y 180 mm2 (de la figura 2 en Smirnakis y otros, 2005).

mió Nobel, y Gilbert son neurocientíficos de primer orden. Pero


tras quince años de estudios intensivos no se ha llegado a un con-
senso sobre la muy importante cuestión de si las redes neuronales
corticales visuales primarias son plásticas (Giannikopoulos y Eysel,
2006). He expuesto con detalle esta historia no para repartir culpas,
sino para insistir en que la complejidad biológica de los sistemas re-
82 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

ticulares sinápticos que intentamos comprender es muy considera-


ble, y pone a prueba la destreza de incluso los mejores neurocientí-
ficos. No obstante, si no entendemos algunas de las propiedades fun-
damentales de este primer enclave transmisor de la corteza a otras
áreas corticales relacionadas con la función visual, como las del ló-
bulo temporal cuya función normal es necesaria para el reconoci-
miento de las caras, es muy improbable que lleguemos a compren-
der las redes sinápticas subordinadas de nuestra capacidad visual en
zonas como el lóbulo temporal.

Las redes del cerebelo

La corteza cerebelosa posee un conjunto de tipos de neuronas y de


conexiones sinápticas cuyas disposición y función parecen ser parti-
cularmente simples, como se muestra en la figura 5. El cerebelo pa-
rece ser por ello especialmente indicado para el análisis experimen-
tal y el desarrollo de teorías empíricamente verificables, un tema que
me resulta especialmente fascinante (véase, por ejemplo, Gibson, Ro-
binson y Bennett, 1991). Fue el genial David Marr (1969) quien in-
trodujo la idea de que la adquisición de nuevas destrezas motrices
depende de la plasticidad de las sinapsis entre los terminales axóni-
cos paralelos y las células de Purkinje del cerebelo (fig. 5). Esta obser-
vación ha resultado extremadamente fructífera, pues en los treinta y cin-
co años siguientes la plasticidad de estas sinapsis se ha utilizado para
explicar la adquisición y la retención durante toda la vida de muchas
destrezas motoras, entre ellas la sincronización motora aprendida y la
adaptación refleja (Ito, 2001). Se ha reunido un extenso cuerpo de es-
tudios sobre el modelo de red sináptica en el que la actividad de los ter-
minales axónicos defibrastrepadoras sobre las células de Purkinje re-
LA POLÉMICA 83

FIGURA 5: Córtex cerebeloso. Se muestran las grandes células de Purkinje con sus enormes
árboles dendríticos. Cada uno de éstos recibe conexiones sinápticas de terminales axo-
nicos de fibras paralelas que derivan de células granulares muy pequeñas que, a su vez,
reciben sinapsis de terminales axonicos de fibras musgosas. Es de notar que, además, las
células de Purkinje reciben conexiones sinápticas de un único axón de una fibra trepadora.
Esta circuiterfa está dispuesta en un hermoso patrón repetitivo y regular, que hace del
córtex cerebeloso un objeto ideal de investigación experimental. También se muestran
neuronas inhibidoras (concretamente, células cesta, células estrelladas y células de Golgi).

duce la fuerza de las sinapsis de los terminales axonicos defibraspara-


lelas sobre estas mismas células cuando los dos inputs (es decir, los de
lasfibrastrepadoras y los de las fibras paralelas) son estimulados a la
vez (fig. 5). Se dice que esta forma de plasticidad sináptica está en
la base de la adquisición de nuevas destrezas motoras. Si se utiliza la es-
timulación eléctrica para estimular directa y simultáneamente los ter-
minales axonicos defibrastrepadoras y los defibrasparalelas, se reduce
la amplitud de los potenciales sinápticos activados por los termina-
les axonicos de fibras paralelas sobre células de Purkinje (Ito y Kano,
84 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

1982). Esta depresión de los potenciales sinápticos requiere empa-


rejamientos repetidos de inputs sinápticos de terminales axónicos
de fibras trepadoras y de fibras paralelas. La depresión se mantiene
durante muchas horas después de que concluya este protocolo de
estimulación, y se denomina depresión a largo plazo. En los veinti-
trés años posteriores al descubrimiento de la depresión a largo plazo
por parte de Ito y sus colegas, se han realizado una inmensa cantidad
de investigaciones para averiguar su base molecular (Ito, 2002).
No obstante, un experimento llevado a cabo el año pasado cau-
só una gran conmoción al demostrar que la depresión a largo plazo
no interviene en el aprendizaje motor en el cerebelo. Llinas y sus co-
legas (Welsh y otros, 2005) impidieron por medios farmacológicos la
depresión a largo plazo de las sinapsis formadas por terminales axó-
nicos de fibras paralelas sobre células de Purkinje, después de la esti-
mulación simultánea tanto de los terminales axónicos defibrastrepa-
doras como los de fibras paralelas (fig. 6). Esto no produjo efecto
alguno en la adquisición de las destrezas motoras que intervienen en
el test de la rueda giratoria (Lalonde, Bensoula y Filali, 1995), ni en el
desarrollo de la sincronización motriz durante el condicionamien-
to del reflejo del parpadeo (McCormick y Thompson, 1984). Des-
pués de treinta y seis años de investigación, las redes sinápticas y los
mecanismos moleculares implicados en el aprendizaje motor del
cerebelo siguen sin esclarecerse.

La complejidad de la investigación sobre el sistema


nervioso central

Los tres ejemplos anteriores muestran el progreso relativamente len-


to de la neurociencia en su intento de descifrar la complejidad incluso
LA POLÉMICA 85

FIGURA 6: El fármaco T-588 impide la depresión a largo plazo de la fibra paralela a la sinapsls
de la célula de Purkinje inducida por la estimulación in vivo simultánea de la fibra trepadora
y la fibra paralela. Concentraciones similares de T-588 en el cerebro de ratones y ratas ac-
tivos no afectaron ni al aprendizaje motor en el test de la rueda giratoria, ni al aprendiza-
je de la sincronización motora durante el condicionamiento clásico del reflejo del parpa-
deo. Así pues, la depresión a largo plazo de fibras paralelas a células de Purkinje bajo el
control de fibras trepadoras no es necesaria para la adaptación motora ni para el apren-
dizaje de la sincronización de respuesta en dos modelos comunes de aprendizaje motor
con implicación del cerebelo. En a) se muestran electrodos estimuladores bipolares con-
céntricos situados sobre la superficie cerebelosa (LOC) para estimular un haz de fibras pa-
ralelas (PFs) y dentro la sustancia blanca cerebelosa (WM) para estimular las fibras trepadoras
(CFs). Se utilizó un electrodo de superficie de disco de plata (SUR) para registrar los po-
tenciales de campo evocados en las células de Purkinje (PCs). Se empleó la estimula-
ción directa de la oliva cerebelosa inferior (IO) para verificar que los potenciales generados
por el electrodo WM eran respuestas de la fibra trepadora (CFR). b) muestra las CFR y las
respuestas PF presinápticas (NO y postsinápticas (N2) generadas por la estimulación con-
junta de CF y PF utilizando un intervalo de 20 m entre los estímulos para generar una de-
presión a largo plazo de la respuesta N2 PF. Las líneas de puntos indican una desviación
estándar. En c) se muestran los resultados de las diferentes concentraciones de T-588 en
el cerebro. Se destacan cuatro puntos temporales diferentes de la inyección intravenosa
continua de T-588 con el paradigma de depresión a largo plazo (LTD), situados entre 50 y
130 m después del inicio de la inyección. La línea horizontal en 1 (xM indica la concentración
de T-588 que impedía la LTD in vitro. El número de cerebros de la muestra en cada punto
temporal se indica entre paréntesis (extraído de la figura 1 de Welsh y otros, 2005).
86 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de las partes «más simples» del sistema nervioso central. Sugieren


que conviene desconfiar del endiosamiento tras la convicción de que
los neurocientíficos comprenden muchas de las funciones del siste-
ma nervioso central (si es que comprenden alguna en absoluto), y en-
fatizan hasta qué punto es necesario detenerse a reflexionar antes de
aceptar muchas de las afirmaciones acerca de lo que hacen las redes
sinápticas del cerebro.

SEGUNDA FUENTE PRINCIPAL DE INTERÉS RELATIVA A NUESTRA


COMPRENSIÓN DE LA FUNCIÓN DE LAS REDES CELULARES
DE LA CORTEZA

He mencionado dos aspectos del enfoque ingenieril de la compren-


sión de las redes sinápticas que sugieren una pausa para la reflexión.
He considerado el primero de ellos en el apartado segundo de este ca-
pítulo, concretamente la gran dificultad para determinar las pro-
piedades biológicamente relevantes que resulten pertinentes para la
construcción de un tipo ingenieril de red que pueda usarse para com-
prender mejor la red biológica. La segunda dificultad aparece cuan-
do los atributos que normalmente adscribimos a los seres humanos,
y en algunos casos a otros animales, se atribuyen a las redes sinápti-
cas, sea antes o después de que hayan sido reducidos a dispositivos
de ingeniería con diversos grados de complejidad y adaptabilidad. Se
dice que determinadas redes sinápticas o grupos de redes sinápticas
del cerebro recuerdan, ven y oyen. Por ejemplo, se señala que «po-
demos considerar toda visión como una búsqueda continua de las res-
puestas a preguntas que el cerebro plantea. Las señales procedentes
de la retina constituyen "mensajes" que contienen esas respuestas»
(Young, 1978). Se dice que la corteza visual del polo occipital (fig. 7)
LA POLÉMICA 87

posee neuronas que «proporcionan argumentos en base a los cuales


el cerebro construye sus hipótesis de percepción» (Blakemore, 1977).
Por lo que se refiere a las zonas del cerebro que deben funcionar para
que podamos ver los colores, se afirma que tales zonas intervienen en
«la interpretación que el cerebro hace de la propiedad física de los
objetos (su reflectancia), una interpretación que le permite adquirir
rápidamente conocimientos sobre la propiedad de la reflectancia»
(Zeki, 1999).
No sólo se predican varios atributos psicológicos de haces de re-
des sinápticas del cerebro, sino también se predican de los hemis-
ferios cerebrales enteros (fig. 7). Por ejemplo, se sugiere que «el he-
misferio derecho es capaz de entender el lenguaje pero no la sintaxis»
y que «la capacidad del hemisferio derecho para hacer inferencias es
extremadamente limitada» (Gazzaniga, Ivry y Mangun, 2002). Y se
dice además que «el hemisferio izquierdo también puede percibir y
reconocer caras, y exhibir capacidades de reconocimiento superio-
res cuando se trata de caras familiares», y que «el hemisferio izquierdo
adopta una útil estrategia cognitiva en la resolución de problemas, pero
el hemisferio derecho carece de destrezas cognitivas adicionales»
(Gazzaniga, Ivry y Mangun, 2002).
Estas afirmaciones de que las redes sinápticas, sean del tipo bio-
lógico o las resultantes de una útil reducción a un dispositivo inge-
nieril, poseen atributos psicológicos, me chocaron por extraordina-
rias. El lento y penoso progreso de la neurociencia en el uso del
enfoque ingenieril para ilustrar las redes sinápticas no implicaba
lógicamente que la teoría de que poseen atributos psicológicos no
pueda mantenerse, pero me llevó a desconfiar de ella. Así que busqué
ayuda para llegar a un esclarecimiento conceptual en aquellos estu-
diosos que están formados profesionalmente en tales materias, con-
cretamente en filósofos. Después de leer obras de algunas de las figu-
88 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Giro precentral ,clsura Mntral

Giro temporal Inferior


Plano temporal

FIGURA 7: Corteza cerebral. Se muestra una visión lateral con las zonas numeradas que
diseñó Brodmann (1909) como indicadoras de clases celulares distinguibles y las rela-
ciones entre ellas. Las redes celulares referentes a la visión, por ejemplo, se encuentran
en el polo occipital.

ras más importantes de la filosofía del siglo pasado, como Russell,


Wittgenstein y Quine, inicié una discusión con algunosfilósofosac-
tuales, en particular con Peter Hacker, de Oxford. Nuestro diálogo
sobre el tema de si los atributos psicológicos se podrían adscribir a las
redes sinápticas se realizó exclusivamente a través de Internet y se
completó antes de conocernos personalmente. Para mí ha sido un via-
je inmensamente satisfactorio. Me ha obligado a reconsiderar la his-
toria de la neurociencia desde Galeno, en el siglo n, hasta hoy, y a em-
prender junto con Peter un análisis crítico de las opiniones de los
grandes de esta disciplina que han llevado a los neurocientíficos a
las dificultades con que hoy se encuentran. Fruto de ese diálogo es
nuestro libro Philosophical Foundations ofNeuroscience. Mi satisfac-
ción por este esfuerzo ha sido aún mayor por la invitación de la Ame-
LA POLÉMICA 89

rican Philosophical Association a que participe en un debate crítico


con los profesores Dennett y Searle sobre las tesis de nuestro libro.
El resultado ha sido un mayor esclarecimiento y, con ello, una me-
jora en nuestro intento por establecer la verdad en lo que se refiere
a lo que las neurociencias han establecido y pueden confiar en al-
canzar en el futuro. De este modo, hemos contribuido a favorecer los
objetivos de la neurociencia de ayudar a comprender qué significa ser
humano y paliar el sufrimiento de las personas.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

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Tononi, G. y G. M. Edelman, «Consciousness and complexity», en Scien-
ce, n° 282, 1998, págs. 1.846-1.851
LAS REFUTACIONES

21
LA FILOSOFÍA COMO
ANTROPOLOGÍA INGENUA
Comentario sobre Bennett y Hacker
DANIEL DENNETT

El libro Philosophical Foundations ofNeuroscience, de Bennett y


Hacker (Blackwell, 2003), un trabajo de colaboración entre un fi-
lósofo (Hacker) y un neurocientífico (Bennett), es un ambicioso
intento de reformular los objetivos de la investigación en neuro-
ciencia cognitiva mediante la demostración de que los científicos
cognitivos y otros teóricos, incluido yo mismo, han estado confun-
diéndose mutuamente al usar el lenguaje de forma sistemáticamente
«incoherente» y conceptualmente «confusa». Tanto en el estilo como
en la sustancia, el libro evoca el Oxford de principios de la década
de I960, cuando la Filosofía del Lenguaje Corriente era hegemó-
nica, y Ryle y Wittgenstein eran las autoridades en lo referente a los
significados de nuestros términos mentalistas o psicológicos coti-
dianos. Yo mismo soy producto de esa época y ese lugar (como, en
este sentido, lo es Searle) y, antes de pasar a mis críticas, que serán
duras, quiero destacar lo que creo que es exactamente correcto de su
enfoque: las lecciones a menudo olvidadas de la Filosofía del Lenguaje
Corriente.

Los estudios neurocientíficos [...] lindan con los psicológicos, y la


claridad en lo que se refiere a los logros de la investigación del cerebro
94 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

presupone claridad en lo que se refiere a las categorías de la descripción


psicológica corriente: es decir, las categorías de sensación y percep-
ción, cognición y recuerdo, cogitación e imaginación, emoción y vo-
lición. En la medida en que los neurocientíficos no distinguen los lin-
des de las categorías relevantes, corren el riesgo no sólo de formular
las preguntas equivocadas, sino también de interpretar erróneamente
sus propios resultados experimentales.
(pág. 115)

Dicho queda. 1 Cuando los neurocientíficos hacen uso de los


términos corrientes que constituyen el acervo que bauticé como
«psicología popular», 2 deben proceder con la mayor cautela, ya
que estos términos tienen presuposiciones de uso que pueden sub-
vertir sus propósitos y convertir lo que de otro modo serían teo-
rías y modelos empíricos prometedores en sinsentidos apenas di-
simulados. El filósofo, experto en los matices de significado que
cautivan la imaginación del teórico, es el tipo adecuado de pen-
sador para llevar a cabo este importante ejercicio de higiene con-
ceptual.
También convengo con ellos (aunque no lo expresaría en sus tér-
minos) en que «la evidencia en la que se basa la adscripción de atri-
butos psicológicos a los demás no es de tipo inductivo, sino de cri-
terio; la evidencia es evidencia lógicamente correcta» (pág. 82). Esto
me coloca de su lado en contra, por ejemplo, de Fodor. 3
Así pues, estoy de acuerdo sin reservas con el supuesto motivador
de su libro. También comparto algunos de los blancos principales de
su crítica, en particular su afirmación de que en la neurociencia cog-
nitiva hay residuos cartesianos esparcidos por doquier, que provo-
can daños sustanciales. Dicen, por ejemplo:
LAS REFUTACIONES 95

En general, los neurocientíficos contemporáneos consideran que


los colores, los sonidos, los olores y los sabores son «construcciones
mentales creadas en el cerebro mediante procesamiento sensorial. No
existen, como tales, fuera del cerebro» [cita de Kandel y otros, 1995].
Esto, una vez más, difiere del cartesianismo sólo por la sustitución de
la mente por el cerebro.
(pág. 113)

Aquí critican un caso de lo que he llamado «materialismo carte-


siano» (ConsciousnessExplained, 1991 [trad, cast.: La conciencia ex-
plicada, Barcelona Paidós, 1995]), y, en mi opinión, están en lo cier-
to al pensar que a muchos neurocientíficos cognitivos les deslumhra
la idea de un lugar en el cerebro (que yo llamo el Teatro Cartesiano)
donde se representa un espectáculo interior de notables construccio-
nes ante una res cogitans (material) que constituye el público.
Más en concreto, creo que tienen razón al denunciar el carte-
sianismo atrofiante de la concepción de Benjamin Libet de acción
intencional, y de parte de la obra teórica de Stephen Kosslyn sobre
la imaginería mental. Coincido también con ellos en hallar deplora-
ble el término «técnico» filosófico de los qualia, un regalo envenenado
a la neurociencia donde los haya, y comparto algunos de sus recelos
ante la expresión «cómo se siente» que Brian Farrell (1950) fue el
primero en explorar, y que Thomas Nagel (1974) hizo famosa. La in-
trospección, afirman, no es una forma de visión interior; no existe un
ojo de la mente. Estoy de acuerdo. Y tener un dolor no es lo mismo
que tener un penique; el dolor no es una cosa que esté ahí dentro. En
efecto. Aunque no estoy de acuerdo con todo lo que dicen a lo lar-
go de los derroteros por los que llegan a todos estos destinos, coin-
cido con sus conclusiones. O, más exactamente, ellos coinciden con
mis conclusiones, aunque no las citen. 4
96 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Más que su incapacidad de reconocer estos puntos realmente


sustanciales de acuerdo, me sorprende que el núcleo de su libro, que
es también el núcleo del ataque notablemente ofensivo que me di-
rigen,5 sea un argumento que yo mismo concebí y del que me ocu-
pé en profundidad ya en 1969. Ahí va lo que ellos llaman la falacia
mereológica:

Sabemos lo que supone para los seres humanos experimentar co-


sas, ver cosas, saber o creer cosas, tomar decisiones, interpretar datos
equívocos, conjeturar y formular hipótesis. ¿Pero sabemos qué supone
para un cerebro ver u oír, tener experiencias, saber o creer algo? ¿Tene-
mos idea de qué podría suponer para un cerebro tomar una decisión?

Responden con un sonoro ¡NO.'

No tiene sentido atribuir predicados psicológicos (o sus negacio-


nes) al cerebro, salvo de modo metafórico o metonímico. La combi-
nación resultante de palabras no dice algo que sea falso; más bien no
dice absolutamente nada, pues carece de sentido. Los predicados psi-
cológicos son predicados que se aplican esencialmente al animal vi-
viente en su totalidad, no a sus partes. No es el ojo (y mucho menos el
cerebro) el que ve, sino que nosotros vemos con nuestros ojos (y no ve-
mos con nuestro cerebro, aunque sin un cerebro con un sistema vi-
sual que funcione con normalidad, no veríamos).
(pág. 72)

Esto es, cuando menos, muy cercano al argumento que expuse


en 1969, cuando distinguía los niveles personal y subpersonal de la
explicación. Yo siento dolor; no mi cerebro. Yo veo cosas; no mis
ojos. Hablando del dolor, por ejemplo, señalaba:
LAS REFUTACIONES 97

Un análisis de nuestra forma corriente de hablar sobre el dolor de-


muestra que no se pueden descubrir en el cerebro acontecimientos ni
procesos que muestren las características de los supuestos «fenómenos
mentales» del dolor, porque el modo de hablar de los dolores es esen-
cialmente no mecánico, y los acontecimientos y los procesos del cere-
bro son esencialmente mecánicos.
{Content and Consciousness, pág. 91)

Pese a lo mucho que tenemos en común, Bennett y Hacker


menosprecian profundamente mi obra. ¿Cómo explicarlo? Como
tan a menudo suele ocurrir en la filosofía, es una ayuda contar con
alguien que diga, con rotundidad y claridad, lo que otros sólo in-
sinúan o presuponen tácitamente. Bennett y Hacker se las arreglan
para expresar posiciones que llevo combatiendo indirectamente cua-
renta años, pero nunca había podido atacar de frente, por falta de
un exponente manifiesto. Al igual que Jerry Fodor, en quien he
confiado durante años para que expresara con contundencia justa-
mente los puntos que yo deseaba negar —ahorrándome atacar a un
hombre de paja—, Bennett y Hacker me proporcionan una doctri-
na clara que puedo criticar abiertamente. La tarea de poner en orden
mis pensamientos sobre estos temas como reacción a sus afirmacio-
nes me ha sido muy esclarecedora, como confío que lo sea también
para otros.

EL TRASFONDO FILOSÓFICO

En este apartado voy a hablar sólo de Hacker, dejando a su coautor


Bennett al margen de la discusión, ya que los puntos que voy a cri-
ticar son claramente aportación de Hacker. Repite, a menudo con las
98 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

mismas palabras, afirmaciones que hace en su libro Wittgenstein:


Meaning and Mind (Blackwell, 1990), unas afirmaciones que son
estrictamente filosóficas.
Cuando Hacker arremete contra mí, una y otra vez, por no con-
seguir apreciar la falacia mereológica, es como quien pretende ense-
ñar a sorber huevos a su abuela. Estoy familiarizado con el argu-
mento, pues fui el primero en invocarlo. ¿Es que, quizá, perdí el
rumbo cuando me fui de Oxford? Entre los filósofos que han asumido
mi distinción entre nivel personal y nivel subpersonal, una al me-
nos (Jennifer Hornsby) ha conjeturado que tal vez abandoné ese ca-
mino en mi obra posterior. 6 ¿Es que realmente di la espalda a esa
buena idea? No. 7 En esta ocasión sería de lo más adecuado citar mi
crítica de 1980 a la defensa que Searle hace de la intuición tras la
Habitación China:

La respuesta de los sistemas indica, en mi opinión de forma com-


pletamente correcta, que Searle ha confundido los diferentes niveles de
explicación (y atribución). Yo entiendo el inglés, no mi cerebro —ni,
más en concreto, la parte correspondiente de mi cerebro (si es que se
puede aislar) que «procesa» las frases percibidas y traduce mis intenciones
comunicativas en actos de habla.
{Behavioral and Brain Sciences [1980], 3, pág. 429)8

(Por cierto, Searle desechó sumariamente esta afirmación mía en


su réplica en BBS. Tengo curiosidad por ver qué hace de la distinción
entre nivel personal y nivel subpersonal bajo su forma de falacia me-
reológica.)9
El texto canónico en el que Hacker basa su convicción sobre la
falacia mereológica es una frase suelta de San Ludwig:
LAS REFUTACIONES 99

En resumen: Sólo de un ser humano y de lo que se parece a un ser


humano (se comporta como tal) se puede decir: tiene sensaciones; ve,
es ciego; oye, es sordo; es consciente o inconsciente.
{PhilosophicalInvestigations, párraf. 281)*

Aquí precisamente es donde Hacker y yo diferimos. Me com-


place citar estas palabras de Wittgenstein; de hecho considero que yo
extiendo la posición de Wittgenstein: veo que los robots y los orde-
nadores que juegan al ajedrez y, sí, el cerebro y sus partes realmente
«se parecen a un ser humano viviente (porque se comportan como
un ser humano)», y esta semejanza es suficiente para garantizar un uso
ajustado del vocabulario psicológico para caracterizar esa conducta.
Hacker no se da cuenta de ello, y él y Bennett califican de «incohe-
rentes» a todos los casos de tal uso, e insisten una y otra vez en que
«no tienen sentido». Entonces, ¿quién tiene razón?
Regresemos a 1969 y veamos cómo yo exponía el tema entonces:

En un sentido, la distinción entre los niveles personal y subper-


sonal no es nueva en absoluto. La filosofía de la mente que iniciaron
Ryle y Wittgenstein es en gran medida un análisis de los conceptos que
empleamos en el nivel personal, y la lección que hay que aprender de
los ataques de Ryle a las «hipótesis paramecánicas» y a la insistencia a
menudo sorprendente de Wittgenstein en que las explicaciones lle-
gan a un fin bastante antes de lo que habíamos pensado, es que no hay
que confundir los niveles personal y subpersonal. Sin embargo, en al-
gunos casos la lección se ha comprendido mal, al igual que la lección
de que el nivel personal de la explicación es el único nivel de expli-
cación cuando el objeto de estudio son las mentes y las acciones hu-
manas. En un sentido importante pero limitado, esto es verdad, pues,

* Trad, cast.: Investigacionesfilosóficas,Barcelona, Altaza, 1999. (N. delt.)


100 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

como vemos en el caso del dolor, abandonar el nivel personal significa


dejar de hablar del dolor. En otro sentido importante, es falso, y esto es
lo que a menudo se olvida. El reconocimiento de que hay dos niveles
de explicación da origen a la obligación de relacionarlos, y ésta es una
tarea que no se halla fuera de la provincia del filósofo [...] Queda pen-
diente la cuestión de cómo cada porción del discurso sobre el dolor se re-
laciona con impulsos neurales o con el discurso sobre impulsos neura-
les. Esta pregunta y otras paralelas sobre otros fenómenos necesitan
respuestas detalladas incluso después de haberse puesto de acuerdo en
que hay diferentes tipos de explicación, diferentes niveles y categorías.

{Content and Consciousness, págs. 95-96)

Este pasaje da una idea general de la tarea que me he impuesto


en los últimos treinta y cinco afios. Y los fragmentos en negrita se-
ñalan los principales puntos de desacuerdo con Hacker, ya que mi
camino no es en modo alguno el que él ha seguido. El da sus razo-
nes, que merecen una detenida atención:

a) Las preguntas conceptuales anteceden a las cuestiones de verdad


y falsedad [...] Se sigue que las preguntas conceptuales no se pueden tras-
ladar a la investigación y la experimentación científicas ni al proceso de
teorización científica.
(pág- 2)

Podemos cuestionar la primera afirmación. ¿Es que las res-


puestas a esas preguntas conceptuales no son o verdaderas o fal-
sas? Según Hacker, no.

b) Lo que la verdad y la falsedad son a la ciencia, el sentido y el


sinsentido son a la filosofía.
(pág. 6)
LAS REFUTACIONES 101

Así pues, cuando los filósofos cometen errores producen sin-


sentidos, nunca falsedades, y cuando hacen un buen trabajo no de-
bemos decir que están en lo cierto ni que digan la verdad, sino sim-
plemente que lo que dicen tiene sentido. 10 Me inclino a pensar que
la proposición b) de Hacker es simplemente falsa, no un sinsenti-
do, pero, sea lo que fuere, la segunda afirmación de Hacker en a),
a pesar del «se sigue que», no se sigue. Aun en el caso de que las pre-
guntas conceptuales «antecedan» a los temas de la verdad y la fal-
sedad, es posible que todo aquel que desee dejar claro cuáles son las
respuestas buenas deba investigar las indagaciones científicas relevantes
de forma asidua. Hacker califica esta proposición de naturalismo
quineano* y la rechaza con un argumento irrelevante: «no creemos que
la investigación empírica pueda resolver cualquier problema filosó-
fico, del mismo modo en que no puede resolver problemas de ma-
temáticas» (pág. 414). Evidentemente, no; la investigación empíri-
ca no los resuelve, los informa y a veces los ajusta o revisa, y entonces
esos problemas a veces se disuelven, y a veces se pueden solucionar
mediante reflexión filosófica ulterior.
La insistencia de Hacker en que la filosofía es una disciplina a prio-
ri que no tiene continuidad con la ciencia empírica es la principal fuen-
te de los problemas que aquejan este proyecto, como veremos:

c) ¿Cómo se pueden investigar los límites del sentido? Sólo me-


diante el examen del uso de las palabras. El sinsentido a menudo apa-
rece cuando una expresión se emplea en contra de las reglas que rigen
su uso. La expresión en cuestión puede ser una expresión corriente,
no técnica, en cuyo caso las reglas para su uso se pueden deducir de su

* En referencia al filósofo y matemático norteamericano Willard V. O. Quine


(1908-2000), que cuestionó la existencia de verdades conceptuales no empíricas.
(N.delt.)
102 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

empleo habitual y de las explicaciones estándar de su significado. O pue-


de ser un término técnico de una disciplina, en cuyo caso las reglas
para su uso deben deducirse de la introducción que el teórico haga del
término y de las explicaciones que ofrezca del uso estipulado. Ambos
tipos de términos se pueden usar indebidamente, y cuando eso ocurre
se produce el sinsentido, una combinación de palabras que está ex-
cluida del lenguaje. Y es que o bien no se ha estipulado nada sobre lo
que el término significa en el aberrante contexto en cuestión, o bien esta
forma de las palabras está de hecho excluida por una regla que especi-
fica que no existe nada así (por ejemplo, que no existe nada que sea el
«este del Polo Norte»), que ésta es una combinación de palabras que no
tiene uso.
(pág. 6)

Este pasaje evoca en gran medida la década de 1960, y quiero


recordar al lector algunos de los problemas que encierra, problemas
que yo creía resueltos desde hace muchos años, si bien entonces no
disponíamos de una versión tan manifiesta para usarla como blan-
co de nuestra crítica.

¿Cómo se pueden investigar los límites del sentido? Sólo median-


te el examen del uso de las palabras.

Observemos, en primer lugar, que, con independencia de lo que


cualquier filósofo pueda decir, eí examen del uso de las palabras es una
investigación empírica, que a menudo produce verdades y falsedades
comunes y corrientes, y está sometida a la corrección por parte de ob-
servaciones y objeciones estándar. Tal vez fue una vaga apreciación
de esta flagrante contradicción lo que llevó a Hacker a decir lo si-
guiente en su libro de 1990:
LAS REFUTACIONES 103

La gramática es autónoma, no tiene que rendir cuentas a las pro-


posiciones factuales, pero éstas deben presuponerla. En este sentido, a
diferencia de las reglas de la lógica medios/fines, es arbitraria. Pero está
emparentada con lo no arbitrario. Está moldeada por la naturaleza hu-
mana y la naturaleza del mundo que nos rodea.
(pág. 148)

Dejemos que la gramática sea autónoma, signifique esto lo que


signifique. Pese a ello, no se puede estudiar sin formular preguntas,
e incluso en el caso de que uno se haga las preguntas a sí mismo, debe
considerarse lo que se dice. La convicción de que este método de
consultar las propias intuiciones (gramaticales o de otro tipo) es en-
teramente distinto de la indagación empírica tiene una larga tradi-
ción (que se remonta no sólo al Oxford de la década de I960, sino
a Sócrates), pero no resiste el análisis reflexivo.
Esto se puede ver perfectamente si comparamos este estilo de fi-
losofía con la antropología, una indagación manifiestamente empí-
rica que se puede hacer bien o mal. Si uno escoge informantes de
segunda clase, o no domina primero su lengua, realizará un trabajo
de tercera clase. Por esta razón, algunos antropólogos prefieren prac-
ticar una forma u otra de autoantropología, en la que uno se utiliza
a sí mismo como informante, tal vez con la complicidad de algunos
colegas cercanos como interlocutores. La naturaleza empírica de la
empresa es exactamente la misma.11 Los lingüistas, como es notorio,
practican una forma de antropología de este tipo, y saben mucho, a
estas alturas, de los escollos y los riesgos de sus particulares intentos
de descifrar las intuiciones gramaticales relativas a sus lenguas ma-
ternas. Es bien sabido, por ejemplo, lo difícil que resulta no conta-
minar las propias intuiciones sobre gramaticalidad con ideas teóri-
cas de nuestra predilección. De hecho, algunos lingüistas han llegado
104 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

a la conclusión de que los lingüistas teóricos no son, o no deberían


ser, reclutados como informantes, ya que sus juicios no son inocen-
tes. A Hacker y otros filósofos de ideas similares se les plantea aquí
todo un reto: ¿cómo distinguen, exactamente, sus indagaciones de la
autoantropología, una investigación empírica que manifiestamente
usa los mismos métodos y lleva a juicios del mismo tipo?12
Cualquiera que piense que losfilósofoshan encontrado un mé-
todo de investigación gramatical que de un modo u otro es inmune
(o independiente, o «previa») a los problemas que se le pueden plan-
tear a esa indagación antropológica, nos debe una explicación deta-
llada de cómo lo hace. Simples afirmaciones de que esto es lo que ha-
cen losfilósofosno hacen más que evadir la cuestión. Mi colega Avner
Baz me recuerda una interesante sugerencia de Stanley Cavell13 para
afrontar esta dificultad: Cavell sostiene que las observaciones del fi-
lósofo sobre lo que decimos son más próximas a los juicios estéticos.
En palabras de Baz: «uno presenta su juicio como ejemplar, habla
para una comunidad» (comunicación personal), y esto funciona has-
ta cierto punto, pero dado que el antropólogo también trata de ha-
llar la interpretación mejor y más coherente de los datos disponibles
(la idea de Quine sobre el principio de caridad, y la mía sobre el su-
puesto de racionalidad de la actitud intencional), este elemento nor-
mativo o sancionador está ya presente (aunque entre paréntesis) en
la investigación del antropólogo. Este no puede interpretar lo que
sus informantes dicen sin desvelar lo que deberían decir (en su co-
munidad) en muchas situaciones. Sin embargo, lo que deliberada-
mente se deja al margen de la empresa del antropólogo, y es necesa-
rio defender en la del filósofo, es um. justificación de la afirmación
siguiente: Esto es lo que esta gente hace y dice, y todos deberíamos
hacer lo mismo. Como veremos, Hacker no consigue identificar la
comunidad por la que habla y ello malogra su proyecto.
LAS REFUTACIONES 105

Volvamos ac):

El sinsentido a menudo aparece cuando una expresión se emplea


en contra de las reglas que rigen su uso.

Hace demasiado tiempo que este tipo de subterfugiofilosóficode-


bería haberse proscrito. Como es notorio, Ryle afirmaba haber iden-
tificado «errores categoriales» apelando para ello a la «lógica» de las
afirmaciones de existencia, pero afrontémoslo: se trataba de un farol.
Carecía de una lógica articulada de los términos de existencia que
fundamentara sus afirmaciones. Pese a la popularidad de este tipo
de discurso, de Ryle y Wittgenstein a toda una hueste de imitadores,
ningún filósofo ha formulado nunca «las reglas» para el uso de nin-
guna expresión corriente. Losfilósofoshan emitido cientos de juicios
sobre usos desviados, pero señalar que «nosotros no lo diríamos de
esta guisa» no equivale a expresar una regla. Los lingüistas emplean
un asterisco o una estrella para hacer el mismo tipo de observación,
y han engendrado miles de oraciones con asterisco como las si-
guientes:

* Una bellota creció como cada roble.


* La casa infestaba de ratas.

Pero, como cualquier lingüista nos diría, llamar la atención ha-


cia un juicio de uso desviado —incluso cuando remite a un patrón
de desviación importante y bien descrito— no es lo mismo que des-
velar las reglas que rigen esos casos. Los lingüistas llevan más de cua-
renta años trabajando con ahínco para formular las reglas de la sin-
taxis y la semántica de la lengua, y hay pequeñas áreas en las que
pueden decir de forma convincente que han descubierto «las reglas».
106 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA .

Pero también se han encontrado con amplias zonas de vaguedad.


¿Qué diríamos de esta frase?

* El gato trepó árbol abajo [ejemplo de JackendorT]

¿Se trata de un sinsentido que contraviene «las reglas» del verbo


trepar} Es difícil decirlo, y pudiera ser que el uso esté cambiando.
Los ejemplos de este tipo son abundantes. Los lingüistas han apren-
dido que algo puede sonar un tanto raro, dar mala espina, sin por ello
violar ninguna regla clara que nadie haya podido enunciar y defen-
der. Y la idea de unas reglas inefables es demasiado oscurantista para
que merezca la pena discutirla. Las intuiciones de los filósofos, por
bien afinadas que estén, no son una fuente superior de evidencia en
esta investigación manifiestamente empírica.
Volvamos a c). Hacker pasa a dividir el léxico en dos:

La expresión en cuestión puede ser una expresión corriente, no


técnica, en cuyo caso las reglas para su uso se pueden deducir de su
empleo habitual y de las explicaciones estándar de su significado. O pue-
de ser un término técnico de una disciplina, en cuyo caso las reglas
para su uso deben deducirse de la introducción que el teórico haga del
término y de las explicaciones que ofrezca del uso estipulado.

Me siento tentado a afirmar que Hacker está sencillamente equi-


vocado (pero no diciendo un contrasentido) cuando sugiere que
el signo distintivo de un término técnico es que lo «introduce» un
teórico que «estipula» su uso. O bien dice esto, o está definiendo
«término técnico» de forma tan restringida que muchos términos
que normalmente consideraríamos técnicos no lo serían para Hacker
—y «término técnico» es un término técnico cuyo uso Hacker está
LAS REFUTACIONES 107

estipulando aquí y ahora—. Dejémosle, pues, con su definición de


los términos técnicos, por restringida que sea. Ninguno de los términos
que son objeto de sus ataques en el libro es técnico en este sentido,
por consiguiente deben ser términos «corrientes, no técnicos», o bien
son híbridos, una posibilidad que Hacker contempla brevemente
y luego rechaza en su libro de 1990:

Si los neurofisiólogos, los psicólogos, los expertos en inteligencia


artificial o los filósofos desean cambiar la gramática existente para
introducir nuevas formas de hablar, pueden hacerlo; pero deben ex-
plicar sus nuevas estipulaciones y definir las condiciones de aplica-
ción. Lo que no se puede hacer es argumentar que, ya que sabemos lo
que significan «pensar», «ver» o «inferir», y sabemos lo que significa
«cerebro», entonces debemos saber qué significa que «el cerebro pien-
sa, ve e infiere» .Y es que sabemos lo que significan estos verbos sólo
en la medida en que dominamos su uso existente, que no autoriza
a aplicarlos al cuerpo o a sus partes, a no ser de modo derivativo. Tam-
poco se pueden mezclar el nuevo uso «técnico» y el antiguo, como
por ejemplo suelen hacer los neurocientíficos cuando teorizan. La
razón es que esto origina un conflicto de reglas y por consiguiente
una incoherencia en el uso que los neurocientíficos hacen de estos tér-
minos.
(págs. 148-149)

Esta última afirmación, que también está en el núcleo del libro


de 2003, es una petición de principio. Si Hacker fuera capaz de mos-
trarnos las reglas, y de decirnos exactamente cómo los nuevos usos en-
tran en conflicto con ellas, podríamos estar en condiciones de estar
o no de acuerdo con él, pero sólo está especulando. No tiene ni idea
de cuáles son «las reglas» para el uso de estos términos psicológicos
cotidianos. Más revelador aún es que su obstinada insistencia en una
108 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

metodología apriorística le impide ver lo que está haciendo en este


punto. Aceptemos que su convicción de que posee un método a
priori que le da una intuición «previa» de los significados de sus tér-
minos psicológicos corrientes es correcta}^ Sigue estando obligado a
mostrar de qué forma su prolegómeno o preparación de la escena
salvan el escollo de lo que podríamos llamar miopía conceptual: tra-
tar los propios conceptos (posiblemente restingidos y mal funda-
mentados) como vinculantes para otros con diferentes objetivos y
distinta formación. ¿Cómo establece que él y aquellos cuya obra cri-
tica hablan la misma lengua? Se trata sin duda de una cuestión em-
pírica, y la incapacidad de Hacker de abordarla con el cuidado sufi-
ciente le ha desviado del camino. Lo que hace, en realidad, no es
buena filosofía, sino mala antropología. Se dirigió a la ciencia cog-
nitiva para «examinar el uso de las palabras» y no se dio cuenta de que
él mismo llevaba su propio lenguaje corriente a un territorio ajeno,
ni de que sus intuiciones no eran necesariamente aplicables. Cuan-
do califica el uso de ellos de «aberrante», comete un error de princi-
piante.
El uso de predicados psicológicos en la teorización de los cientí-
ficos cognitivos es sin duda una jerga del inglés, muy distinta de la
forma de hablar de los profesores de Oxford, y tiene sus propias «re-
glas». ¿Cómo lo sé? Porque he hecho el estudio antropológico. (Hay
que ser un naturalista quineano para no cometer estos errores tan
simples.) Hay un pasaje revelador en que Hacker reconoce esta po-
sibilidad, pero muestra su incapacidad para tomársela en serio:

¿Es un descubrimiento nuevo que los cerebros también llevan a


cabo tales actividades humanas? ¿O es una innovación lingüística que
han introducido los neurocientíficos, los psicólogos y los científicos
cognitivos, ampliando así el uso corriente de estas expresiones psico-
LAS REFUTACIONES 109

lógicas por buenas razones teóricas? ¿O, lo que sería más alarmante, se
trata de una confusión conceptual?
(págs. 70-71)

Hacker opta por la tercera posibilidad, sin argumentarlo, mien-


tras que yo me inclino por las dos primeras conjuntamente. Hay un
elemento de descubrimiento. Es un hecho empírico, y sorprenden-
te, que nuestro cerebro —más en concreto, partes de nuestro cerebro—
lleva a cabo procesos asombrosamente parecidos a conjeturar, deci-
dir, creer, llegar a conclusiones, etc. Y se parecen lo suficiente a estas
conductas en el nivel personal para justificar la extensión del len-
guaje corriente para abarcarlos. Si no se ha estudiado la excelente
obra científica que esta adopción de la actitud intencional ha hecho
posible, se pensará que es una locura hablar así. Pero no lo es.
De hecho, esto es lo que me llevó a desarrollar mi concepción
de la actitud intencional. Cuando empecé a dedicar mi tiempo a ha-
blar con investigadores en informática y neurociencia cognitiva, lo
que me impresionó fue que, sin afectación alguna, sin dar golpeci-
tos con el codo ni enarcar las cejas, hablaban de cómo los ordenado-
res (y programas y subrutinas y partes del cerebro, etc.) quieren, pien-
san, concluyen, deciden, etc. ¿Cuáles son las reglas?, me pregunté. Y la
respuesta a la que llegué son las reglas para la adopción de la actitud
intencional. La preguntareis/es: ¿hablan así las personas que tra-
bajan en estos campos, y la actitud intencional capta al menos una
parte esencial de «las reglas» que rigen esa forma de hablar? Y la res-
puesta (factual) es: Sí.15 Hay también, supongo, una cuestión polí-
tica: ¿tienen derecho a hablar así? Bueno, que lo hagan compensa
con creces, porque ello les permite generar hipótesis verificables, de-
sarrollar teorías, analizar fenómenos enormemente complejos en sus
partes más comprensibles, etc.
110 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Hacker también descubre este uso omnipresente de términos in-


tencionales en la neurociencia, y está atónito, creedme, ¡atónito!
Tantas personas cometiendo tamaños errores conceptuales. Y no
sabe de la misa la mitad. No son sólo los neurocientíficos, son los
informáticos (y no sólo los que trabajan en Inteligencia Artificial),
los etólogos cognitivos, los biólogos celulares, los estudiosos de la
evolución... todos aceptando el juego alegremente, enseñando a sus
alumnos a pensar y hablar de esta forma, una pandemia lingüísti-
ca. Si al ingeniero eléctrico medio le preguntáramos cómo funciona
la mitad de los aparatos de nuestra casa, la respuesta estaría repleta
de los términos intencionales que constituyen la falacia mereológi-
ca (si es que es una falacia).
No es una falacia. No atribuimos a las partes del cerebro una
creencia (o una decisión o un deseo —o un dolor, sabe Dios—) cabal;
esto sí sería una falacia. No; atribuimos a estas partes una forma ate-
nuada de creencia y deseo, una creencia y un deseo despojados de mu-
chas de sus connotaciones cotidianas (sobre la responsabilidad y la
comprensión, por ejemplo). Del mismo modo que un niño peque-
ño puede algo así como creer que su papá es médico (sin tener una com-
prensión completa de lo que son un papá o un médico),16 un robot
—o cierta parte del cerebro de una persona— puede algo así como
creer que hay una puerta abierta unos metros más adelante, o que algo
pasa allá, por la derecha, etc. Hace años que defiendo tales usos de
la actitud intencional para caracterizar sistemas complejos que van
desde los ordenadores que juegan al ajedrez a los termostatos, y para
caracterizar los subsistemas del cerebro en muchos niveles. La idea es
que, cuando diseñamos un sistema complejo (o desciframos el diseño
de un sistema biológico como una persona o el cerebro de una perso-
na), podemos hacer progresos desmenuzando a la maravillosa persona
como totalidad en ciertos tipos de subpersonas, sistemas agentivos
LAS REFUTACIONES 111

que tienen parte de la capacidad de una persona, y luego estos ho-


múnculos se pueden desmenuzar en agentes aún más simples, aún
menos persona, y así sucesivamente: una regresión finita, no infini-
ta, que toca fondo cuando llegamos a agentes tan estúpidos que se pue-
den sustituir por una máquina. Es posible que todos mis intentos
de justificar y explicar este movimiento se entiendan mal, pero dado
que Bennett y Hacker nunca los consideran, no están en condicio-
nes de valorarlos.
Así lo digo en un artículo que Hacker cita varias veces (aunque
no este pasaje):

Uno puede tener la tentación de preguntarse: ¿los componentes


subpersonales son sistemas intencionales auténticos} ¿En qué punto de
la disminución de la capacidad, a medida que descendemos hacia las
simples neuronas, desaparece la intencionalidad auténtica? No hay que
preguntárselo. Las razones para considerar que una neurona indivi-
dual (o un termostato) es un sistema intencional son insignificantes,
pero no cero, y la seguridad de nuestras atribuciones intencionales en
los niveles más altos no depende de que identifiquemos un nivel infe-
rior de intencionalidad auténtica.
(«Self-portrait», en Guttenplan, catalogado por H y B como
«Dennett, Daniel C. Dennett», 1994)

La falacia del homúnculo, al atribuir toda la mente a una parte


adecuada del sistema, no hace más que posponer el análisis y, por
consiguiente, generaría un retroceso infinito, ya que cada postulación
no produciría progreso alguno. Lejos de ser un error, atribuir una
semi-demi-proto-cuasi-seudo intencionalidad a las partes mereoló-
gicas de las personas es precisamente el movimiento habilitador que
nos permite ver cómo se obtienen maravillosas personas completas
112 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

a partir de estúpidas partes mecánicas. Se trata de algo endemonia-


damente difícil de imaginar, y la licencia poética que permite la ac-
titud intencional facilita sustancialmente la tarea.17 Así pues, desde
mi posición, Hacker es cómicamente ingenuo, como el gramático cha-
pado a la antigua que reprende a quien utiliza la forma coloquial y
dialectal inglesa ain't e insiste en que no se dice así a personas que sa-
ben lo que quieren decir cuando lo dicen. Hacker había previsto esta
perspectiva en su libro de 1990 y la describió realmente muy bien:

Si hay que tomar en serio todo esto [la ciencia cognitiva], parece
que demuestra, en primer lugar, que la observación gramatical de que
estos predicados, en su uso literal, están limitados a los seres humanos
y a lo que se comporta como los seres humanos, o bien es simplemente
errónea o bien exhibe una «inercia semántica» que ha sido superada
por el avance de la ciencia, ya que las máquinas realmente se compor-
tan como seres humanos. En segundo lugar, si tiene sentido literal atri-
buir predicados epistémicos e incluso perceptivos a máquinas diseña-
das para simular ciertas funciones humanas y realizar determinadas
tareas humanas, parece verosímil suponer que el cerebro humano debe
tener una estructura funcional abstracta similar a la del diseño de la má-
quina. En este caso, no hay duda de que atribuir la diversidad de los pre-
dicados psicológicos al cerebro humano debe tener sentido después
de todo.
(págs. 160-161)

Exactamente. Esa es la tesis. ¿Cómo la refuta? No lo hace. Dice:


«Los problemas filosóficos derivan de la confusión conceptual. No
los resuelven los descubrimientos empíricos, y el cambio conceptual
no puede responder, sino sólo barrerlos y esconderlos debajo de la al-
fombra» (pág. 161). Dado que los problemas filosóficos de Hacker
se están quedando obsoletos, supongo que podríamos limitarnos a
LAS REFUTACIONES 113

esconderlos debajo de la alfombra, pero preferiría darles una ade-


cuada sepultura.

LOS DETALLES NEUROCIENTÍFICOS

Cuando Bennett y Hacker emprenden su examen de la literatura


neurocientífica, sus críticas adolecen de poca variedad. Citan a Crick,
Edelman, Damasio, Gregory y otros muchos diciendo cosas sor-
prendentemente «incoherentes», porque estos científicos caen en la
llamada falacia mereológica:

Las expresiones psicológicas que emplean, lejos de ser nuevos usos


homónimos, se invocan en su sentido acostumbrado, de lo contrario
los neurocientíficos no inferirían de ellas lo que infieren. Cuando Crick
afirma que «lo que vemos no es realmente lo que hay; es lo que nues-
tro cerebro cree que hay», es importante que asuma que «cree» tiene sus
connotaciones normales —que no significa lo mismo que cierto tér-
mino nuevo «cree*»—. Porque forma parte de la teoría de Crick que
la creencia es el resultado de una interpretación basada en la experien-
cia o la información previas (y no el resultado de una interpretación*
basada en la experiencia* y la información* previas).
(pág. 75)

De hecho Bennett y Hacker están simplemente equivocados


(pero no incurren en un sinsentido). Crick pretende que toda su ex-
plicación (en este caso una explicación bastante trivial y en modo
alguno polémica) se entienda en el nivel subpersonal. La interpretación
en cuestión no es de la experiencia (en el nivel personal), sino, por
ejemplo, de los datos de la corriente ventral, y se supone que el proceso
114 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de interpretación es obviamente un proceso subpersonal. Otro pa-


saje con el mismo espíritu:

Asimismo, cuando [J. Z.] Young afirma que el cerebro contiene


conocimiento e información, que están codificados en el cerebro «del
mismo modo que el conocimiento está registrado en libros u ordena-
dores», se refiere al conocimiento, no al conocimiento* —ya que son
el conocimiento y la información, no el conocimiento* y la informa-
ción*, lo que se puede registrar en libros y ordenadores.

Los autores no han hecho nada en absoluto para establecer que


no existe un concepto de conocimiento o información que se pue-
da codificar tanto en los libros como en el cerebro. En la ciencia cog-
nitiva, hay una literatura vasta y compleja sobre el concepto de
información — y sobre el de conocimiento (basta pensar en las
discusiones de Chomsky sobre el «cognoscimiento»* como respuesta
a una crítica que iba muy en la misma línea que la de los autores)—,
y el caso omiso que los autores hacen de estos debates anteriores de-
muestra que no se toman su tarea muy en serio. Se podrían citar mu-
chos otros ejemplos del mismo estilo. Nuestros autores tienen una
idea, la falacia mereológica, y la utilizan de forma sistemática, sin
considerar los detalles en lo más mínimo. En cada ocasión citan el pa-
saje ilegítimo —y podrían haber encontrado muchísimos más ejem-
plos de atribuciones de actitud intencional a los subsistemas del ce-
rebro—, y luego no hacen más que declararlo un contrasentido

* Cognizing: neologismo introducido por Chomsky para describir la relación


entre un hablante y las reglas de su lenguaje y, en general, entre una persona y su
conocimiento, y que denota un tipo de conocimiento en gran parte implícito
o tácito. Véase Chomsky, N., Knowledge of Language, Nueva York, Praeger, 1986
(trad, cast.: El conocimiento dellenguaje, Madrid, Alianza, 1989). (N. delt.)
LAS REFUTACIONES 115

porque incurre en su falacia. Ni una sola vez intentan demostrar


cómo el autor en cuestión, al cometer tan terrible error, se ve abocado
irremediablemente a algún error o contradicción reales. ¿Quién po-
día imaginar que la filosofía de la neurociencia fuera tan fácil?
Consideremos su discusión del fascinante y polémico tema de la
imaginería mental. En primer lugar, demuestran —aunque dudo
que alguien lo haya puesto en cuestión alguna vez— que la imagi-
nación creativa y la imaginería mental son en realidad fenómenos
bastante distintos e independientes. Luego viene el tiro de gracia:
«Una zona sensorial dispuesta topográficamente no es una imagen de
nada; en el cerebro no hay imágenes, y el cerebro no tiene imáge-
nes» (pág. 183). Como alguien que ha defendido con empeño du-
rante años que no debemos precipitarnos en concluir que la «ima-
ginería mental» implica imágenes reales en el cerebro, y que los haces
retinotópicos que allí se encuentran es posible que no funcionen
como imágenes en el procesamiento que realiza el cerebro, debo se-
ñalar que la pobre declaración de Bennett y Hacker no ayuda nada
en absoluto. Es simplemente irrelevante si «dijéramoss» que el cere-
bro tiene imágenes. La pregunta de si algunos de los haces de es-
tímulos del cerebro que manifiestamente tienen las propiedades geo-
métricas de las imágenes realmente funcionan como imágenes es una
pregunta empírica, y una pregunta cuya respuesta está próxima. El
análisis filosófico no puede zanjar la cuestión —excepto mediante
una insistencia profundamente reaccionaria en que estas estructu-
ras icónicas de datos, de las que al parecer se extrae la información
de forma muy similar a como las personas (en el nivel personal)
extraemos información visualmente de las imágenes públicas, no
cuentan como imágenes—. Tales arranques de ofuscación le gene-
ran a lafilosofíaun grave problema de credibilidad ante la ciencia cog-
nitiva.
116 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

De hecho, existen graves problemas conceptuales en la forma en


que los científicos cognitivos hablan de imágenes, conocimiento, re-
presentaciones, información y todo lo demás. Pero es una tarea di-
fícil y pormenorizada la de demostrarque la terminología usada se em-
plea en modos que confunden gravemente a los teóricos. El hecho es
que, en su mayor parte, estos términos, tal como se encuentran en la
ciencia cognitiva, realmente son «lenguaje corriente» —no términos
técnicos18 que se hayan estipulado explícitamente en el seno de algu-
na teoría—. A menudo, a los teóricos les ha sido útil hablar, de
forma un tanto impresionista, sobre información que se proce-
sa, decisiones a las que se llega, representaciones que se consultan.
Y, cuando se les cuestiona lo que dicen, en vez de hacer lo que haría
unfilósofo,es decir, definir sus términos con mayor exactitud, apuntan
a sus modelos y dicen: «Miren: he aquí los mecanismos en acción, rea-
lizando el procesamiento de la información de que les hablaba». Y los
modelos funcionan. Se comportan como deben comportarse para ha-
cer aparecer aquel particular homúnculo, de modo que no haya ya ne-
cesidad de más reparos sobre qué se atribuía exactamente al sistema.
Pero también hay muchas ocasiones en que el entusiasmo de
los teóricos por las interpretaciones intencionales de sus modelos los
confunde.19 Por ejemplo, en el debate sobre la imaginería, se han
dado pasos en falso en forma de interpretaciones exageradas —por
ejemplo por parte de Stephen Kosslyn— que es preciso rectificar.
No es que hablar de mapas o imágenes en la neurociencia sea algo com-
pletamente fuera de lugar, sino que debe hacerse con mucho cuida-
do, algo que no siempre ocurre. ¿Puede ayudar lafilosofía?Sí, dicen
Bennett y Hacker: «Puede explicar —como nosotros hemos expli-
cado— por qué las imágenes mentales no son como fotografías eté-
reas y por qué no se las puede rotar en el espacio mental» (pág. 405).
Este enfoque maximalista no resulta útil. No se puede establecer qué
LAS REFUTACIONES 117

ocurre realmente en el cerebro cuando las personas están inmersas


en la imaginería mental diciendo que el nivel personal no es el ni-
vel subpersonal. Los teóricos ya lo saben; no cometen ese error. En
realidad son pensadores muy cuidadosos y sutiles, y algunos de
ellos aún quieren hablar de imágenes en el cerebro que funcionan
como imágenes. Bien puede ser que estén en lo cierto. 20 Los filóso-
fos como Hacker pueden perder interés en el tema una vez que se
sitúa en el nivel subpersonal, 21 pero entonces no deberían cometer
el error de criticar un ámbito del que saben tan poco.
A veces los autores se confunden con una seguridad tan candida
que el efecto resulta cómico, como en su severa reprobación de Da-
vid Marr:

Ver no significa descubrir algo a partir de una imagen o haz de luz


que incide en la retina. Porque no es posible descubrir nada, en este sen-
tido, a partir de algo que uno no puede percibir (no percibimos el haz
de luz que incide en nuestras retinas, lo que percibimos es lo que sea
que el haz de luz nos permite percibir).
(pág. 144)

Entendido. Dado que nosotros no percibimos el haz de luz que da


en nuestras retinas, es obvio que nosotros no descubrimos nada. Marr
no era idiota. Entendía esto. Entonces, ¿qué pasa con la teoría de
Marr sobre los procesos subpersonales de la visión?

Además, no está claro en absoluto [la cursiva es mía] cómo el he-


cho de que la mente tenga acceso a las supuestas descripciones neurales
capacitará a la persona para ver. Y si Marr insistiera (con toda la ra-
zón) en que es la persona, no la mente, la que ve, ¿cómo se explica la
transición desde la presencia de una descripción de un modelo en tres
dimensiones codificado en el cerebro a la experiencia de ver lo que
118 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

está ante los ojos? En realidad, éste no es un problema empírico que pos-
teriores investigaciones deban resolver. Es el producto de una confu-
sión conceptual, y lo que precisa es dilucidación.
(pág. 147)

Yo diría, al contrario, que es un problema filosófico que se re-


suelve haciendo entender a quienes piensan que «no está claro en ab-
soluto» que la teoría de Marr puede explicar el repertorio de compe-
tencias asociadas a la visión.22 Marr daba más o menos por supuesto
que sus lectores podrían entender cómo un modelo del cerebro que
dispone de una reproducción del mundo en tres dimensiones pue-
de explicar cómo una criatura con precisamente este tipo de cere-
bro puede ver, pero si algunos lectores no conseguían entenderlo,
un filósofo sería probablemente el especialista adecuado para expli-
cárselo. Limitarse a afirmar que Marr padece de una confusión con-
ceptual tiene, como tan bien lo expresó Russell, todas las ventajas
del robo frente a un trabajo honrado.

Porque ver algo es el ejercicio de una capacidad, un uso de la fa-


cultad visual —no [la cursiva es mía] el procesamiento de informa-
ción en sentido semántico ni la producción de una descripción en el
cerebro.
(pág. 147)

Este no es otro robo. Lo que se tiene que explicar es la capacidad


de la «facultad visual», y esa capacidad se explica en términos de las ca-
pacidades combinadas de sus partes, entre cuyas actividades están la
creación y la consulta de descripciones (si se las puede llamar así). Es-
tos ejemplos se podrían multiplicar hasta el aburrimiento:
LAS REFUTACIONES 119

No tiene sentido, salvo como una figura equívoca del habla, decir,
como hace Le Doux, que es «posible que el cerebro sepa que algo es bue-
no o malo antes de que sepa exactamente qué es».
(pág. 152)

¿Pero quién es el que se confunde? No LeDoux, ni los lectores


de LeDoux, si leen con detenimiento, ya que se darán cuenta de que
ha dado con un modo muy bueno de formular la sorprendente te-
sis de que un circuito especialista del cerebro puede discernir algo
como, por ejemplo, peligroso o deseable, en base a una especie de rápi-
do triajé* que concluye antes de que la información pase a esas redes
que completan la identificación del estímulo. (Sí, sí, ya lo sé. Sólo una
persona —un médico, una enfermera o alguien por el estilo— pue-
de llevar a cabo la conducta que llamamos triaje; estoy hablando en
sentido «metonímico». Acostúmbrese el lector.)
En resumen, lo que estoy diciendo a mis colegas de las neuro-
ciencias es que no hay aquí caso alguno del que defenderse. Los au-
tores sostienen que casi todos los que se dedican a la neurociencia cog-
nitiva cometen un disparate conceptual más bien simple. Yo digo
que hay que desestimar todos los cargos hasta que los autores presenten
pruebas dignas de consideración. ¿Ofrecen los autores algo más que
pudiera tener algún valor para las neurociencias? No ofrecen ningu-
na teoría ni ningún modelo positivos, ni ninguna sugerencia sobre
cómo se podrían construir tales teorías o modelos, ya que, eviden-
temente, ése no sería el campo de lafilosofía.Sus interpretaciones «co-
rrectas» de la comisurotomía y de la visión ciega, por ejemplo, con-
sisten en insulsas reformulaciones de los fenómenos expuestos, y en

* Sistema médico de selección y clasificación de pacientes en emergencias o


desastres de acuerdo con las posibilidades de supervivencia, las necesidades te-
rapéuticas y los recursos disponibles. (N. del t.)
120 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

absoluto en explicaciones. Tienen razón hasta cierto punto: así es


cómo aparecen estos notables fenómenos. Ahora bien, ¿cómo de-
bemos explicarlos? La explicación debe detenerse en algún punto,
como dijo Wittgenstein, pero no aquí. Bennett y Hacker citan cons-
ternados algunas de las observaciones marcadamente despectivas ha-
cia la filosofía por parte de Glynn, Crick, Edelman, Zeki y otros
(págs. 396-398). Vista la solidez de esta exposición, es comprensible
que los neurocientíficos sientan tan poco interés.23
SITUAR DE NUEVO LA
CONCIENCIA EN EL CEREBRO
Réplica a Philosophical Foundations
of Neuroscience, de Bennett y Hacker
J O H N SEARLE

Éste es un libro extenso, de más de 450 páginas, y trata una enorme


cantidad de cuestiones. Contiene muchas objeciones a mis ideas,
así como un apéndice dedicado específicamente a criticarme. Voy a
limitar mis observaciones a ciertas cuestiones centrales del libro,
y a responder a las que considero son las críticas más importantes de
Bennett y Hacker. Pero no intentaré discutir todas las cuestiones
de enjundia que se plantean en su libro.
Dado que la mayoría de mis comentarios serán críticos, quiero em-
pezar por señalar algunos puntos de acuerdo importantes. Los autores
aciertan al señalar que en la percepción solemos percibir objetos
reales del mundo, y no reproducciones o imágenes interiores de obje-
tos. También están en lo cierto al observar que la relación normal que
uno mantiene con sus propias experiencias no es epistémica. Es un
error pensar en nuestra relación con nuestras percepciones basán-
donos en el modelo del «acceso privilegiado» u otro tipo cualquie-
ra de «acceso» epistémico, y por su parte el modelo de la «introspec-
ción», por el que spectamus intro (contemplamos por dentro) nuestra
propia mente, es irremediablemente confuso. He señalado todos es-
tos puntos en diversos escritos, y me complace ver que estamos de
acuerdo en estas cuestiones.1
122 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Les remití el primer borrador de este artículo y ellos me señala-


ron amablemente los pasajes en los que, en su opinión, había inter-
pretado o formulado mal sus ideas, lo cual me permitió corregir de-
terminados malentendidos.
Su concepción básica de los fenómenos mentales es a mi en-
tender errónea, y en lo que sigue intentaré explicar por qué. Con el
fin de enunciar la diferencia entre mis ideas y las suyas, empezaré con
un breve sumario de algunas de mis concepciones, para a conti-
nuación exponer con claridad las suyas por contraste. En aras de la
brevedad, limitaré mi discusión a la conciencia, aunque es posible
hacer, mutatis mutandis, observaciones similares sobre la intencio-
nalidad.

LA CONCIENCIA COMO FENÓMENO BIOLÓGICO

1. Por definición, la conciencia consiste en estados (usaré «estados»


para denotar estados, procesos, acontecimientos, etc.) que son cua-
litativos y subjetivos. Patologías aparte, los estados conscientes sólo se
dan como parte de un único campo unificado de conciencia. La con-
ciencia es cualitativa en el sentido de que para cada estado consciente
hay un determinado carácter cualitativo, un aspecto de cómo-es o
cómo-se-siente. Por ejemplo, el carácter cualitativo de beber cerve-
za es diferente del carácter cualitativo de escuchar la Novena Sinfo-
nía de Beethoven. Estos estados son subjetivos en el sentido ontoló-
gico de que únicamente existen en tanto que son experimentados
por un sujeto humano o animal. Y son unificados en el sentido de que
cualquier estado consciente, como la presente sensación del teclado
bajo mis dedos, existe como parte de un gran estado consciente, mi
campo de conciencia presente. Dado su carácter subjetivo y cualita-
LAS REFUTACIONES 123

tivo, a estos estados a veces se les llama «qualia». En general, no me


parece un concepto útil porque implica una distinción entre aque-
llos estados conscientes que son cualitativos y aquellos que no lo
son, y desde mi punto de vista no existe tal distinción. «Conciencia»
y «qualia» son simplemente términos de igual extensión. Sin em-
bargo, dado que Bennett y Hacker niegan la existencia de los qua-
lia, en este texto voy a usar el término para resaltar los puntos de de-
sacuerdo. Cuando digo que los estados conscientes existen, quiero
decir que los qualia existen. Cuando ellos dicen que los estados
conscientes existen, quieren decir algo totalmente distinto, como
veremos.
Los fenómenos conscientes son fenómenos concretos que ocurren
en el espacio-tiempo. No son entes abstractos como los números.
Antes creía que la cualitatividad, la subjetividad y la unidad eran tres
características distintivas de la conciencia, pero, después de refle-
xionar sobre ello, me parece claro que cada una implica la siguien-
te. Son tres aspectos diferentes de la esencia de la conciencia: la sub-
jetividad cualitativa y unificada.
2. Estos estados, los qualia, están causados enteramente por pro-
cesos cerebrales. No estamos muy seguros de cuáles son los meca-
nismos causales, pero parece que la excitación de las neuronas en
las sinapsis desempeña un papel funcional especialmente impor-
tante.
3. Los estados conscientes existen en el cerebro. Se hacen realidad
en el cerebro como características de alto nivel o del sistema en su con-
junto. Por ejemplo, los pensamientos conscientes sobre nuestras
abuelas son procesos que se producen en el cerebro, pero, por lo que
sabemos, ninguna neurona en concreto puede causar ni realizar pen-
samientos sobre una abuela. La conciencia es una característica del
cerebro en un nivel superior al de las neuronas individuales.2
Sin embargo aparentemente hay alguna neurona en particular que se activa cuando pienso en
mi abuela, Ansermet - Magistretti hablan de la neurona Jennifer Aniston. Aun así está bien la
aclaración de que no es la neurona la que piensa sino que la conciencia es una característica
de nivel superior.
124 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Evidentemente, hay mucho más que decir sobre la conciencia, y


yo he dicho parte de ello en otros lugares. Considero que los principios
expuestos en 1, 2 y 3 son verdades de sentido común científico más
o menos culto. Pero el interés de la presente discusión radica en que,
por increíble que parezca, Bennetty Hacker niegan los tres principios.
Sostienen haber demostrado que la noción de qualia, la noción
del carácter cualitativo de las experiencias conscientes, es «incohe-
rente». También dicen que: «diferimos de Searle [...] cuando dice
que los fenómenos mentales son causados por procesos neurofisio-
lógicos del cerebro, y son ellos mismos rasgos del cerebro» (pág. 446).
Aunque sólo sea para hacernos una idea de la magnitud de su
impugnación, y sus consecuencias para la filosofía y la neurocien-
cia, apliquemos mis tres principios a un ejemplo real. En estos mo-
mentos veo una mano enfrente de mi cara. ¿Cuáles son las partes
componentes del acontecimiento de mi visión de la mano? Bueno,
en primer lugar, tiene que haber ahí una mano, y debe haber un de-
terminado impacto en mi aparato visual y neurobiológico (le ahorro
los detalles al lector). En el caso normal, como el de la visión no cie-
ga, este impacto producirá una experiencia visual consciente, en mi
sentido de acontecimiento cualitativo y subjetivo, un quale. Quiero
subrayar que la experiencia visual tiene todas las características que
acabo de mencionar: es cualitativa, subjetiva y existe como parte de
un campo unificado. Está causada por procesos cerebrales y existe
en el cerebro. Así pues, tenemos tres componentes de la escena visual:
el que percibe, el objeto percibido y la experiencia visual cualitativa.
Gran parte de los mejores trabajos en neurociencia constituyen un
esfuerzo por explicar de qué forma los procesos cerebrales causan la
experiencia visual y dónde y cómo se produce ésta en el cerebro.
Asombrosamente, Bennett y Hacker niegan la existencia de la ex-
periencia visual en este sentido, en el sentido de quale. Es acertado
LAS REFUTACIONES 125

señalar, como ellos hacen, que lo que yo percibo es una mano y no


una experiencia visual, pero negar rotundamente que hay una ex-
periencia visual cualitativa, en el sentido de un quale visual, es cuan-
do menos estrafalario. ¿Qué ocurre cuando cierro los ojos, por ejem-
plo? La experiencia visual cualitativa se acaba. Por esto dejo de ver la
mano, porque dejo de tener la experiencia visual. Observemos que
la presencia de la mano es esencial para que yo realmente vea la mano,
pero no es esencial para la existencia de la experiencia visual porque,
en el caso de las alucinaciones, puedo tener una experiencia indis-
tinguible sin que haya mano alguna.
Bennett y Hacker no son los primeros autores que niegan la exis-
tencia de los qualia, pero su negación no la motiva el materialismo
insensato de quienes temen que si aceptan la existencia de los fenó-
menos mentales irreductiblemente subjetivos se van a encontrar a
Descartes como compañero de cama. Entonces ¿qué motiva, qué
podría motivar, una negación de la existencia de estados conscientes,
tal como los he definido?

LA VISIÓN WITTGENSTEINIANA

La mejor forma de entender el libro de Bennett y Hacker es verlo


como una aplicación de lafilosofíade la mente de Wittgenstein a la
neurociencia actual. Gran parte de la originalidad del libro está en el
hecho de que esto no se ha hecho nunca antes. La postura de Ben-
nett y Hacker es, por lo que yo sé, única en los debates contempo-
ráneos de filosofía de la mente.
¿Cuál es, entonces, (su interpretación de) la filosofía de la men-
te de Wittgenstein, y cómo la aplican a la neurociencia? Un pasaje
clave de Wittgenstein, que ellos citan, es:
126 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

«Sólo del ser humano y de lo que se parece a un ser humano (se


comporta como tal) se puede decir: tiene sensaciones; ve, es ciego; oye,
es sordo; es consciente o inconsciente» (pág. 71).
Es decir, sólo tiene sentido atribuir predicados mentales a algo
que sea un ser humano o se comporte como tal. ¿Y cuál es el papel
de la conducta en la adscripción de estos predicados? La conducta pro-
porciona no sólo las bases de la inducción de la presencia de fenó-
menos mentales, sino también los criterios lógicos. Deberíamos en-
tender la manifestación de la conductua como el criterio lógico para
la aplicación de estos conceptos. Hay una conexión de significado en-
tre la conducta externa y los conceptos mentales, porque sólo de un
ser capaz de exhibir una determinada forma de conducta podemos
decir que tiene un fenómeno mental. Dos frases clave son las si-
guientes (pág. 83): «Los criterios de la atribución de un predicado psi-
cológico son en parte constitutivos del significado de ese predicado» y, en
la misma página: «El cerebro no cumple los criterios para ser un posi-
ble sujeto de predicados psicológicos».
Ahora bien, puesto que Bennett y Hacker aceptan esta concep-
ción wittgensteiniana, creen que su inmediata consecuencia lógica es
que la conciencia no puede existir en el cerebro, y que los cerebros
no pueden realizar actividades mentales, como las de pensar o percibir,
porque son incapaces de exhibir la conducta adecuada (pág. 83).
Sólo de la persona en su totalidad o, en el caso de los animales, del
animal en su totalidad, podemos decir que padecen dolor o están
enfadados, porque sólo el animal en su totalidad es capaz de exhibir
la conducta constitutiva de parte de las condiciones de aplicación
del concepto en cuestión. Dada la conexión lógica entre los estados
mentales y la conducta, no podemos hacer la tradicional separa-
ción entre el fenómeno mental y su manifestación externa. La co-
nexión lógica explica por qué podemos literalmente ver que alguien
LAS REFUTACIONES 127

está enfadado o sufre algún dolor o es consciente o inconsciente.


Además, Bennett y Hacker están obligados ahora a negar la existen-
cia de los qualia, ya que éstos, si existieran, existirían en cerebros, y
esto entra en contradicción con la tesis de que la conciencia no pue-
de existir en cerebros. Para ellos, que la conciencia existe en cerebros
no sólo es falso: no tiene sentido. Es como decir que la conciencia exis-
te en números primos.
También hacen numerosos movimientos wittgensteinianos acer-
ca de cómo aprende el niño el vocabulario mental y por qué tene-
mos un vocabulario mental. Por lo que recuerdo, no emplean la
idea de un «juego del lenguaje», pero está implícita a lo largo de
todo el libro. El juego del lenguaje al que jugamos con las palabras
mentales exige para su aplicación unos criterios conductuales ob-
servables.
Esta es su visión, y creo que la mayor parte de las tesis sustanti-
vas del libro en realidad se derivan de ella. ¿Es una base válida des-
de la que criticar los estudios contemporáneos? ¿Es suficiente para re-
futar la idea de que la conciencia consiste en una subjetividad unificada
y cualitativa, causada por procesos cerebrales y realizada en cerebros?
No lo creo, por las razones que siguen. Supongamos que están en lo
cierto en lo que se refiere a la base lógica, a la necesidad de una con-
ducta observable públicamente para poder jugar al juego del len-
guaje, a la imposibilidad de un lenguaje privado, y todo lo demás.
¿Qué se sigue de ello? No se sigue ninguna de sus espectaculares con-
clusiones. Una vez que aceptamos, como debemos hacer, y como
hizo Wittgenstein, que hay una distinción entre el dolor y la con-
ducta de dolor, entre los sentimientos de ira y la conducta de ira,
entre el pensamiento y la conducta de pensamiento, etc., entonces
podemos centrar la atención de nuestra investigación neurobioló-
gica en el dolor, los sentimientos de ira, la experiencia visual, etc., y
128 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

olvidarnos de la conducta. Del mismo modo que los antiguos con-


ductistas confundían las pruebas conductuales de los estados men-
tales con la existencia de los propios estados mentales, los seguidores
de Wittgenstein cometen un error más sutil, pero fundamentalmen-
te similar, cuando confunden los criterios de la aplicación de conceptos
mentales con los propios estados mentales. Es decir, confunden los
criterios conductuales para la adscripción de los predicados psicoló-
gicos con los hechos adscritos por estos predicados psicológicos, lo cual
es un grave error.
Supongamos que Wittgenstein tiene razón cuando dice que no
podríamos tener el vocabulario relativo al dolor a menos que haya unas
formas de conducta de dolor que se puedan expresar públicamente.
Del mismo modo, si me pregunto: «¿Qué hecho relativo a mí hace
que sea el caso que yo sienta dolor?», no encuentro ningún hecho
relativo a mi conducta que hace que sea el caso que yo sienta dolor. El
hecho relativo a mí que hace que sea el caso que yo sienta dolor es el
hecho de que tengo un determinado tipo de sensación desagradable.
Y lo que vale para el dolor vale para la ira, el pensamiento y todo lo
demás. Aun en el caso de que el planteamiento wittgensteiniano sea
correcto al cien por cien como análisis filosófico del funcionamien-
to del vocabulario, igualmente podemos inferir siempre, en cualquier
caso individual, la existencia del sentimiento interior, cualitativo y sub-
jetivo a partir de su manifestación en la conducta exterior. Bennett
y Hacker señalan que, aunque se pueda establecer la distinción en ca-
sos individuales, no podría ser el caso de que nunca hubiera ninguna
manifestación de dolor públicamente observable, ya que, de otro
modo, no podríamos usar el vocabulario relativo al dolor. Supon-
gamos que tienen razón en este punto. De todos modos, cuando in-
vestigamos la ontología del dolor —no las condiciones para jugar al
juego del lenguaje, sino la propia ontología del fenómeno en sí—
LAS REFUTACIONES 129

podemos olvidarnos de la conducta exterior y limitarnos a averiguar


de qué forma el cerebro causa las sensaciones internas.
Obsérvese que en el pasaje citado, Wittgenstein habla de lo que
podemos decir.
«Sólo del ser humano y de lo que se parece a un ser humano (se
comporta como tal) se puede decir, tiene sensaciones; ve, es ciego; oye,
es sordo; es consciente o inconsciente» (pág. 71; la cursiva es mía).
Pero supongamos que eliminamos de este pasaje la palabra «de-
cir» y lo escribimos así:
«Sólo los seres humanos y las cosas que se comportan como se-
res humanos pueden realmente ser conscientes». Si tomamos esto
como una afirmación conceptual o lógica, es obviamente falsa. Su-
pongamos que la tomamos como:
«Es una verdad conceptual o lógica que sólo las cosas que se com-
portan como seres humanos pueden realmente ser conscientes».
Pero esto, como verdad conceptual o lógica, parece ser simple-
mente errónea. Por ejemplo, los moluscos y los crustáceos, como las
ostras y los cangrejos, no se comportan en absoluto «como seres hu-
manos», pero este hecho en sí mismo no resuelve la cuestión de si son
conscientes o no. Con independencia de hasta qué punto su con-
ducta difiere de la conducta humana, las ostras seguirían siendo cons-
cientes si tuvieran el tipo adecuado de procesos neurológicos en su
sistema nervioso. Supongamos que disponemos de una ciencia per-
fecta del cerebro y sabemos exactamente cómo se produce la con-
ciencia en los seres humanos y en los animales superiores. Si descu-
briéramos entonces que el mecanismo productor de la conciencia
está presente en las ostras pero no en los caracoles, tendríamos bue-
nas razones, sin duda unas razones aplastantes, para suponer que las
ostras son conscientes y los caracoles probablemente no. La existen-
cia misma de la conciencia no tiene nada que ver con la conducta si
130 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

bien, en los seres humanos, la existencia de conducta es (un crite-


rio) esencial para el funcionamiento del juego del lenguaje. La pre-
gunta «¿cuáles de los animales inferiores son conscientes?» no se pue-
de resolver mediante el análisis lingüístico.
Wittgenstein ofrece una explicación general del funcionamien-
to del vocabulario mental. Señala que es un error interpretar el fun-
cionamiento del juego del lenguaje desde el modelo de pruebas in-
ductivas externas de la presencia de fenómenos privados internos.
«Un proceso interno requiere un criterio externo», nos recuerda.
Pero, incluso si aceptamos esta explicación del vocabulario, nada nos
impide dar una versión neurobiológica de cómo los estados de con-
ciencia son causados por procesos cerebrales y realizados en sistemas
del cerebro. Además, la exigencia de que el sistema, la persona en su
totalidad, sea capaz de manifestar una conducta no implica que no
pueda haber un elemento del sistema, el cerebro, que sea el lugar de
los procesos conscientes. Este es otro tema, que explicaré con mayor
detalle en el apartado siguiente.
La falacia, en pocas palabras, reside en confundir las reglas de
uso de las palabras con la ontología. Del mismo modo que el anti-
guo conductismo confundía las pruebas de estados mentales con la
ontología de los estados mentales, este conductismo lógico witt-
gensteiniano confunde las bases para hacer la atribución con el he-
cho que se atribuye. Es una falacia decir que las condiciones para el co-
rrecto funcionamiento del juego del lenguaje son condiciones para
la existencia de los fenómenos en cuestión. Supongamos que tene-
mos una ciencia perfecta del cerebro, de modo que sabemos de qué
modo el cerebro produce el dolor. Supongamos que construimos
una máquina que fuera capaz de tener conciencia e incluso capaz de
tener conciencia de sentir dolores. Podríamos diseñar una máquina
de forma que no mostrara ningún tipo de conducta de dolor. De-
LAS REFUTACIONES 131

pendería de nosotros. Hay, sin duda, formas de enfermedades reales


en las que las personas padecen dolores sin una conducta de dolor.
En algunos casos del síndrome de Guillain-Barré, el paciente es com-
pletamente consciente pero está paralizado por completo, totalmente
incapaz de exhibir una conducta que se corresponda con sus esta-
dos mentales. Bennett y Hacker señalan que éste no podría ser el
caso para todos los dolores, que nadie que sufra dolor mostrara jamás
una conducta de dolor, porque entonces no podríamos aplicar las
palabras. Incluso si eso es correcto, es una condición para el ade-
cuado funcionamiento del juego del lenguaje, no una condición para
la existencia de dolores.

RESUMEN DE LA ARGUMENTACIÓN EXPUESTA HASTA AHORA

Creo que una vez que se elimina esta falacia básica, el razonamien-
to central del libro se desmorona. Hablaré de los detallados argu-
mentos de nuestros autores en un momento, pero antes quiero resumir
los argumentos expuestos hasta aquí. Wittgenstein sostiene que una
condición de la posibilidad de un lenguaje para describir los fenó-
menos mentales internos son las manifestaciones públicamente ob-
servables de esos fenómenos. La conducta no es simplemente una
prueba inductiva, sino que es un criterio para la aplicación de los
conceptos. Supongamos, en aras de la argumentación, que tiene ra-
zón. Bennett y Hacker creen que de ello se sigue que los fenómenos
mentales no podrían existir en los cerebros, porque éstos no pueden
mostrar la conducta que sirve de criterio. Pero esto no se sigue de
que la conducta observable sea un criterio de aplicación del lengua-
je sobre lo mental. Todo lo que se podría seguir de ello es que si po-
demos hablar de estados mentales en el cerebro, entonces éste debe
132 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

formar parte de un mecanismo causal capaz de producir conducta (me


ocuparé de este punto con mayor detalle en el apartado siguiente).
Y normalmente lo es. Pero incluso en los casos en que no lo es, de-
bemos distinguir la propia existencia de los fenómenos mentales de
la posibilidad de hablar sobre ella. El hecho que hace que sea el caso
que yo tenga dolor cuando realmente tengo dolor es la existencia de
un determinado tipo de sensación. El hecho de que yo manifieste o
no esa sensación en la conducta es irrelevante para su propia exis-
tencia.

EL ARGUMENTO PRINCIPAL DEL LIBRO:


LA FALACIA MEREOLÓGICA

El argumento más importante del libro, el que se repite una y otra


vez, es el desenmascaramiento de lo que Bennett y Hacker llaman la
«falacia mereológica», que ellos definen como la atribución a las par-
tes de aquello que sólo tiene sentido cuando se atribuye al todo. La
forma típica que esta falacia adopta, según ellos, es que los neuro-
científicos dicen cosas como que el cerebro piensa, percibe, confía, se
pregunta, decide, etc., cuando de hecho la caracterización correcta
sería que ¡apersona entera piensa, percibe, confía, se pregunta, deci-
de, etc. La falacia está en atribuir a la parte, el cerebro, lo que sólo tie-
ne sentido cuando se atribuye al todo, a la persona en su totalidad.
Espero que sea evidente que esto se sigue de la visión wittgenstei-
niana: dado que la parte, es decir, el cerebro, no puede exhibir la
conducta consciente, y dado que ésta es esencial para la atribución
de la conciencia, no podemos atribuir dolores al cerebro.
Voy a hacer una observación pedante, cuya importancia se perci-
birá más adelante. Según la propia explicación de nuestros autores, éste
LAS REFUTACIONES 133

no puede ser, estrictamente hablando, un caso de falacia mereológi-


ca, la falacia de atribuir a la parte lo que sólo tiene sentido cuando se
atribuye al todo, porque si lo fuera, podríamos eliminar la falacia sim-
plemente con la adición de una referencia al resto del cuerpo. La re-
lación del cerebro con el resto del cuerpo es sin duda una relación de
parte y todo. El cerebro es una parte de mi cuerpo. Bennett y Hacker
dicen que únicamente la persona puede ser el sujeto de atribuciones
psicológicas, no el cerebro solo. Pero la persona no está relacionada con
el cerebro como el todo lo está con la parte. Esto no implica que la per-
sona sea algo distinto del cuerpo ni que esté «por encima» de él. La-
mentablemente los autores nunca nos dicen qué es una persona, y
sin embargo creo que es algo crucial para la exposición en su con-
junto, de hecho para la entera discusión. Lo que ellos llaman una fa-
lacia mereológica es más bien un error categorial en el sentido de
Ryle. Según la exposición de Bennet y Hacker, las personas perte-
necen a una categoría lógica diferente a la de los cerebros y, p o r e s t a
razón, las atribuciones psicológicas a las personas no tienen sentido
atribuidas al cerebro. Retomaré también este punto más adelante.
Como bien saben nuestros autores, de hecho hay (al menos) tres
tipos diferentes de atribuciones subpersonales de fenómenos psi-
cológicos, y los argumentos que usan en contra de uno de ellos no
son necesariamente aplicables a los otros. En primer lugar, está el
cerebro como sujeto y agente (por ejemplo: «El cerebro piensa»). En
segundo lugar, está el cerebro como ubicación de los procesos psi-
cológicos (por ejemplo: «El pensamiento tiene lugar en el cerebro»).
Y, en tercer lugar, están los microelementos como agentes (por ejem-
plo: «Las neuronas individuales piensan»). Veamos en orden cada
uno de ellos.
Primero, el cerebro como sujeto y agente. Como observaba antes, es
bastante habitual en la literatura tanto filosófica como neurobioló-
134 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

gica describir la cognición usando para ello verbos cognitivos cuyo


sujeto es «el cerebro». Así, es algo común decir que el cerebro perci-
be, el cerebro piensa, el cerebro decide, etc., algo que Bennett y Hac-
ker consideran inaceptable por la razón que he expuesto: que el ce-
rebro no puede exhibir la conducta apropiada. En el habla corriente
tenemos que decir que la persona decide. Soy yo quien decide votar
por el candidato demócrata, no mi cerebro.
El argumento para esta conclusión, como decía antes, es que el
cerebro, dado que no puede exhibir conducta, no puede ser el suje-
to de predicados psicológicos. Pero una vez que nos percatamos de
lo endeble de tal argumento, ¿podemos pensar en cualquier otra ra-
zón para rechazar la atribución de procesos psicológicos al cerebro?
Estoy de acuerdo con nuestros autores en que es extraño decir, por
ejemplo: «Mi cerebro decidió votar a los demócratas en las últimas
elecciones». ¿Por qué? Volveré a este tema más adelante.
Segundo, el cerebro como lugar. Una segunda forma de atribución,
completamente distinta de la primera, es enunciar dónde se produ-
cen los procesos y los acontecimientos psicológicos. Y aquí la tesis es
que tienen lugar en el cerebro. Bennett y Hacker son conscientes de
la distinción entre tratar el cerebro como el agente y sujeto de los
procesos psicológicos y tratarlo como el lugar de los procesos psico-
lógicos; pero se oponen a ambas ideas. Creen tanto que el cerebro no
puede pensar como que el pensamiento no puede tener lugar en el
cerebro. Pero para demostrar que el cerebro no puede ser el lugar de
tales procesos precisarían un argumento independiente, un argu-
mento que no he podido encontrar. Con rigor, aunque el argumen-
to wittgensteiniano fuera válido, no se podría esgrimir contra todas
estas atribuciones. ¿Por qué no? El argumento dice que el agente
de un proceso psicológico debe ser un sistema capaz de exhibir la
conducta adecuada. Así, en nuestro ejemplo de la visión, un sistema
LAS REFUTACIONES 135

capaz de ver debe ser capaz de exhibir la conducta apropiada. De


modo que no podemos decir de un cerebro que ve, sólo podemos
decir esto del sistema entero, es decir, de la persona. Pero esto no
nos impide identificar la experiencia visual como un componente
de la visión ni localizar la experiencia visual en el cerebro. Todo lo que
el argumento wittgensteiniano exige es que el cerebro sea parte de un
mecanismo causal de un sistema global capaz de producir la con-
ducta. Y esta condición se puede cumplir incluso cuando determi-
nados procesos psicológicos se localizan en el cerebro.
Para entenderlo, consideremos una analogía. Supongamos que al-
guien dice: «No deberíamos decir que el estómago y el resto del trac-
to digestivo digieren los alimentos. Sólo la persona en su conjunto
puede digerir los alimentos». En cierto sentido, así es. Pero obser-
vemos que, para los propósitos de la investigación acerca de cómo fun-
ciona la digestión, podemos preguntarnos dónde y cómo se produ-
cen los procesos digestivos concretos. Y la respuesta es que tienen
lugar en el estómago y el resto del tracto digestivo. Ahora bien, del
mismo modo alguien podría insistir en que soy yo, la persona, quien
percibe y piensa conscientemente, y no mi cerebro. Asimismo, uno
podría preguntar a continuación en qué parte de la anatomía tienen
lugar los procesos conscientes, y la respuesta obvia es que tienen lu-
gar en el cerebro. Bennett y Hacker son conscientes de la distinción,
pero no parecen darse cuenta de que la afirmación de que el cere-
bro no puede ser el lugar de los procesos psicológicos exigiría una
argumentación distinta, y no encuentro tal argumentación en su li-
bro. Dicen ellos: «La ubicación del acontecimiento de que una perso-
na piensa un determinado pensamiento es el lugar donde la persona está
cuando se le ocurre el pensamiento» (pág. 180). Así es, sin duda,
pero ello no implica que mis pensamientos no ocurran también en
mi cabeza. Determinados pensamientos se me ocurren en este pre-
136 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

ciso momento. ¿Dónde? En esta habitación. ¿Dónde exactamente


de esta habitación? En mi cerebro. De hecho, con el desarrollo de la
resonancia magnética funcional (RMf) y otras técnicas de imagine-
ría, nos estamos acercando cada vez más a la posibilidad de decir en
qué lugar exacto del cerebro tienen lugar los pensamientos.

I_A UBICACIÓN DE LOS ESTADOS CONSCIENTES Y LOS PROCESOS


CEREBRALES COMO CAUSA DE ESOS ESTADOS

La concepción que he anticipado es que los procesos mentales cons-


cientes tienen lugar en el cerebro y están causados por procesos neu-
ronals de nivel inferior. ¿Cuál es la concepción de Bennett y Hac-
ker? En tanto que niegan que los procesos mentales tienen lugar en
el cerebro, creo que son incapaces de dar una explicación coherente
de la ubicación y la causa de la conciencia. Piensan que los procesos
neurales son una condición necesaria de la conciencia, pero no enun-
cian, y en mi opinión no pueden enunciar, la tesis obvia de que, en
las circunstancias adecuadas, los procesos neurobiológicos son la
causa suficiente de la conciencia. Mis estados conscientes actuales, to-
dos ellos qualia, son causados por procesos neuronales de nivel in-
ferior en el cerebro.
Creo que algunas de las argumentaciones más endebles del libro
se refieren a este tema de la ubicación y la causa de los estados cons-
cientes. Dicen nuestros autores: «No existe tal cosa como un pro-
ceso mental (como el de recitar el alfabeto en la imaginación) que
ocurre en una parte del animal, sea esta parte losríñoneso el cerebro»
(pág. 112). «Lo que pasa en el cerebro son procesos neurales, que
tienen que ocurrir para que la persona, el poseedor del cerebro, pase
por los procesos mentales relevantes» (pág. 112).
LAS REFUTACIONES 137

Creo que este pasaje contiene un profundo error, que voy a exa-
minar paso a paso.
Supongamos que recito el alfabeto en silencio, «en mi cabeza»,
como diríamos. Es un acontecimiento real del mundo real. Al igual
que todos los acontecimientos reales, tiene lugar en el espacio-tiem-
po. Entonces, ¿dónde ha ocurrido? Bennett y Hacker dicen que yo,
la persona, pasépor el proceso mental. Algo indudablemente cierto,
pero ¿dónde exactamente del espacio-tiempo tuvo lugar el aconte-
cimiento mental consciente, temporal y espacialmente situado, de
mi recitación silenciosa del alfabeto? Nuestros autores no pueden res-
ponder a esta pregunta, excepto diciendo tal vez que ocurrió en
Nueva York, en esta habitación o cosas por el estilo. Pero con esto
no basta. Creo que es evidente que dentro de mi cerebro ocurrió
un acontecimiento consciente, un conjunto de qualia. Y, como ya
he dicho antes, con el avance de técnicas de imaginería como la
RMf estamos mucho más cerca de poder decir dónde ocurrió exac-
tamente.
Su negación de la realidad y ubicación espacial de los qualia im-
pide a nuestros autores dar una explicación causal coherente de la
relación de los procesos neurales con los acontecimientos mentales.
Dicen que los procesos neurales son causalmente necesarios («tienen
que ocurrir») para que ocurra un proceso mental. Pero, en este con-
texto, necesitamos saber qué es causalmente suficiente, qué fue lo
que hizo que yo «pasara» por un proceso mental. Y siempre que ha-
blamos de causas, debemos decir exactamente qué causa exactamente
qué. En mi explicación, el acontecimiento mental consciente es cau-
sado en su totalidad por el cerebro y se realiza en el cerebro. En este
contexto, la excitación de ciertas neuronas es causalmente suficien-
te para producir esos qualia, esos acontecimientos mentales cons-
cientes. ¿Qué dicen ellos? No pueden decir que la excitación de las
138 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

neuronas haya causado los qualia, la experiencia cualitativa, porque


han negado la existencia de los qualia. No pueden decir que la exci-
tación de las neuronas haya causado la conducta externa, porque no
ha habido conducta externa alguna. Entonces, ¿cuál es exactamen-
te la naturaleza del proceso mental por el que yo pasé y cuáles son exac-
tamente las causas que hicieron que se produjera? Las neuronas se ac-
tivaron... ¿y luego qué? Las neuronas deben activarse para que yo
«pase» por los procesos mentales. ¿Pero en qué consiste pasar por los
procesos mentales si no hay qualia ni conducta? Bennet y Hacker
no tienen respuesta para estas preguntas y, considerando su teoría
en su conjunto, no creo que la puedan tener.
Desde el supuesto wittgensteiniano, si el cerebro no puede exhi-
bir una conducta, entonces no puede ser el sujeto ni el agente de
atribuciones mentales. Creo que esto es un error. Pero, con inde-
pendencia de que lo sea o no, es preciso distinguir entre el argu-
mento de que el cerebro no puede ser el sujeto de verbos psicológi-
cos y el argumento de que el cerebro no puede ser el lugar de procesos
psicológicos. Y Bennett y Hacker no distinguen ambos argumen-
tos. Son conscientes de la distinción entre el cerebro como sujeto y
el cerebro como lugar y niegan ambas cosas, que el cerebro pueda
ser el sujeto y que pueda ser el lugar. Pero no ofrecen un argumen-
to independiente en contra de la afirmación de que el cerebro es el
lugar de, por ejemplo, los procesos del pensamiento. Supongamos que
estuviéramos de acuerdo en que suena extraño decir: «Mi cerebro
piensa...» Así y todo, aún puede haber procesos de pensamiento ac-
tivos en mi cerebro cuando yo pienso . Lo máximo que el argumen-
to wittgensteiniano puede establecer es que no debemos pensar en el
cerebro como sujeto o agente. Pero de ello no se sigue que no sea
el lugar de los correspondientes procesos. Su argumento contra el
cerebro como sujeto no se extiende al cerebro como lugar.
LAS REFUTACIONES 139

La pregunta «¿dónde ocurren los procesos conscientes?» no es fi-


losóficamente más abstrusa que la pregunta «¿dónde ocurre el pro-
ceso digestivo?». Los procesos cognitivos son procesos biológicos
reales en la misma medida en que lo es la digestión. Y la respuesta a
ambas preguntas es evidente. La digestión ocurre en el estómago y el
resto del tracto digestivo; la conciencia ocurre en el cerebro y quizás
otras partes del sistema nervioso central.

ATRIBUCIONES DE ESTADOS PSICOLÓGICOS: METAFÓRICAS


Y LITERALES, RELATIVAS AL OBSERVADOR E INDEPENDIENTES
DEL OBSERVADOR

Tercero, las neuronas como sujetos y agentes. Una tercera forma de


atribución que Bennett y Hacker objetan es la de atribuir procesos
psicológicos a partes del cerebro. Así, por ejemplo, citan a Blakemo-
re cuando dice que las neuronas perciben, deciden, hacen inferen-
cias, etc. Creen que éste es también un ejemplo de la falacia mereo-
lógica.
Entiendo que interpretado oportunamente esto no es más que una
metáfora inocua, o por lo menos puede serlo. En efecto, en la literatura
científica se hacen atribuciones de este tipo al estómago. Se dice que
el estómago sabe cuándo son precisas ciertas sustancias químicas
para digerir determinados tipos de hidratos de carbono que le lle-
gan. A mi parecer estas metáforas son o pueden ser inocuas, siempre
y cuando tengamos clara la distinción entre el sentido literal e inde-
pendiente del observador en el que infiero o recibo información, y
los sentidos metafóricos y relativos al observador en los que decimos
que mis neuronas hacen tales o cuales inferencias, o perciben tales o
cuales fenómenos. Es más fácil cometer el error de confundir los
esta es una observación
adecuada, decimos que el oj ve
cuando en realidad no ve nada
140 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

sentidos reales independientes del observador con los sentidos me-


tafóricos relativos al observador cuando se trata del cerebro que con
respecto a otros órganos, por la razón obvia de que los procesos psi-
cológicos intrínsecos, independientes del observador, tienen lugar
en el cerebro y no en el estómago ni en el resto del tracto digestivo.
Estoy convencido de que Bennett y Hacker aciertan al pensar que
algunos de los autores que critican no tienen una idea clara de la dis-
tinción entre las atribuciones de estos fenómenos independientes
del observador y las relativas al observador. Desde una perspectiva
semántica, el responsable principal es la noción de «información».
Una confusión adicional proviene del uso que los ingenieros hacen
de «información» en el sentido de la teoría de la información, que
nada tiene que ver con la información en el sentido de que tengo
información de que ocurre esto o aquello. Se nos dice, por ejemplo,
que el cerebro procesa la información. Bueno, en cierto sentido, así
es. Obtengo información a través de la percepción y pienso sobre
ella, y luego derivo nueva información mediante inferencias. El pro-
blema es que en el cerebro (en el núcleo geniculado lateral, por ejem-
plo) tiene lugar todo tipo de procesos subpersonales, que se pueden
describir como si fueran casos de pensamiento sobre la información,
pero, por supuesto, ahí no hay literalmente información. No hay más
que excitaciones de neuronas, que se traducen en información de
un tipo consciente al final del proceso, pero en sí mismas carecen
de contenido semántico. Bennett y Hacker hablan con claridad de
la distinción entre el sentido de «información» en la teoría de la in-
formación y el sentido intencional. Se refieren a ellos como el sen-
tido «ingenieril» y el sentido «semántico», respectivamente, pero no
encuentro en su libro una afirmación clara de la distinción entre el
sentido de «información» independiente del observador y el de-
pendiente del observador. Yo tengo información independiente del
LAS REFUTACIONES 141

observador sobre mi número de teléfono. La guía telefónica tiene


información dependiente del observador sobre ese mismo número de
teléfono. No tengo reparos en hablar de información y procesa-
miento de información en el cerebro, siempre y cuando estén claras
estas distinciones.
Para resumir dónde nos encontramos en este momento, he plan-
teado tres objeciones principales a los argumentos de Bennett y Hac-
ker. Primera, la tesis wittgensteiniana de que la conducta es un cri-
terio para la adscripción de fenómenos mentales en un lenguaje
público, aunque sea cierta, no refuta la concepción de que la con-
ciencia puede existir en el cerebro. Segunda, una vez que distingui-
mos entre cerebro como sujeto y cerebro como lugar, nos percatamos
de que Bennett y Hacker no disponen de un argumento indepen-
diente contra el cerebro como lugar. De hecho, por lo que sabemos,
es verdad que la ubicación de todos nuestros procesos conscientes
está en el cerebro. Tercera, la atribución de estados psicológicos a
entes subpersonales como las neuronas puede ser inocua siempre y
cuando esté claro que es un uso metafórico. Si se distingue lo literal de
lo metafórico, y lo relativo al observador de lo independiente del ob-
servador, no hay nada necesariamente erróneo en tales atribuciones.

LOS ARGUMENTOS CONTRA LOS QUALIA

Para que el argumento wittgensteiniano funcione, Bennett y Hacker


precisan de un argumento independiente contra los qualia. ¿Por qué?
Bien, si los qualia existieran deberían tener una ubicación, y la ubi-
cación más obvia es el cerebro. Y esto sería incoherente con el con-
junto de su teoría. A continuación examinaré sus argumentos contra
los qualia.
142 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Como dije antes, la conciencia consiste en procesos mentales


subjetivos, cualitativos y unificados, que tienen lugar dentro del ce-
rebro humano en el interior del espacio físico del cráneo, presumi-
blemente localizados en su mayor parte en el sistema talamocortical.
Mi tesis es que nuestros dolores, cosquilieos y picores, por ejemplo,
son subjetivos, en el sentido de que sólo pueden existir en la medida
en que los experimenta un sujeto real, que son cualitativos y que ocu-
rren como parte de un campo consciente unificado. Bennett y Hacker
piensan que disponen de argumentos en contra de mi tesis. En pri-
mer lugar, utilizando un argumento que solía usar Ryle, sostienen que
la afirmación de que cualquier dolor, cosquilleo o picor sólo los pue-
de experimentar un único sujeto no es más que una afirmación gra-
matical trivial sin consecuencias ontológicas. Dicen que, exacta-
mente de la misma forma, una sonrisa debe ser siempre sonrisa de
alguien, un estornudo ha de ser estornudo de alguien o, para em-
plear un ejemplo de Ryle, la parada de un portero en un partido
debe ser la parada de alguien. En este sentido, la privacidad de los es-
tornudos, las sonrisas y las paradas no demuestra nada ontológica-
mente significativo. Lo mismo dicen de los dolores, los cosquilieos
y los picores. Sí, tienen que ser el dolor, el cosquilleo o el picor de al-
guien, pero esto no es más que un punto gramatical trivial, que no
les otorga ningún estatus especial.
La respuesta a esto, implícita en lo que ya he dicho hasta ahora,
es que las expresiones que se refieren a estados conscientes no sólo tie-
nen la característica gramatical de exigir un sintagma nominal per-
sonal para la identificación de los casos particulares, sino más bien que
la subjetividad de. los fenómenos va unida a su propia condición de
cualitativos. Y éste no es simplemente un punto gramatical. En un
dolor, un cosquilleo o un picor hay una determinada sensación cua-
litativa, y esto es esencial para la existencia de los dolores, los eos-
para searle las sensaciones cualitativas sí
son subjetivas a diferencia de otras
acciones. LAS REFUTACIONES 143

quilleos y los picores. Esta sensación cualitativa forma parte de la


subjetividad ontológica en cuestión, a diferencia de las característi-
cas de, por ejemplo, las paradas de un portero.
Bennett y Hacker presentan argumentos independientes contra
la existencia de los qualia, pero estos argumentos me parecen extre-
madamente débiles. Dicen que el olor de una lila y el de una rosa
tendrán el mismo carácter cualitativo si son igualmente agradables
o desagradables (págs. 275-276). Sorprendentemente, presumen que
la «cualidad» es una cuestión de grados de agradabilidad o de re-
pugnancia. Pero no se trata de esto. Los qualia del olor de las rosas
y el olor de las lilas no están constituidos por el grado en que son
agradables o desagradables. No es eso. Lo que se quiere sugerir con
el nombre de qualia es que el carácter de las experiencias es diferen-
te. Aunque los qualia sí poseen los rasgos característicos de la agra-
dabilidad o la repugnancia, la esencia que los define es la sensación
cualitativa de la experiencia. La respuesta de Bennett y Hacker a esta
cuestión también me parece pobre. Afirman que si no definimos los
qualia como una cuestión de agradabilidad o repugnancia, enton-
ces tendremos que individualizar la experiencia en función de cuál
sea su objeto: el olor de una lila o el olor de una rosa. Y añaden que
identificar la experiencia por su objeto no es identificar nada subje-
tivo sobre la experiencia, porque las rosas tienen una existencia ob-
jetiva. De nuevo, esto me parece un error. Por supuesto que típica-
mente identificamos el carácter de nuestras experiencias perceptivas
por sus causas, es decir, por el objeto intencional que causa que ten-
gamos la experiencia característica. Pero uno puede tener la expe-
riencia e individualizar la experiencia sin las causas. Si resulta que
mi actos de oler la rosa y oler la lila fueran ambos alucinaciones, ello
no afectaría en absoluto a las diferencias en los qualia. Los aspectos
cualitativos del olor de una rosa y el olor de una lila siguen siendo los
144 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

mismos haya o no realmente un objeto intencional en cada caso. A


menudo discriminamos olores sin tener ni idea de qué los ha causa-
do. En pocas palabras, decir que cuando describimos los qualia lo ha-
cemos típicamente desde la perspectiva de sus objetos, es decir, los
fenómenos que los causan, no constituye ninguna objeción a la exis-
tencia de qualia con caracteres cualitativos distintivos. La noción de
qualia se puede definir en términos de la experiencia consciente,
simplemente abstrayendo la experiencia consciente de su objeto in-
tencional. Los qualia consisten en las experiencias conscientes, al
margen de cómo decidamos identificarlos. Merece la pena señalar
que los químicos que trabajan en la elaboración de perfumes inten-
tan sintetizar las sustancias químicas que replican los poderes causales
de cosas como las rosas y las lilas. Tratan de producir unos qualia de
tipo idéntico al de los que producen las flores de verdad.
Bennett y Hacker invocan un tercer argumento que en mi opi-
nión es igualmente desacertado. Dicen que, típicamente, personas di-
ferentes pueden sentir el mismo dolor o tener la misma jaqueca. Si
el lector y yo acudimos a unafiestay bebemos demasiado vino, al día
siguiente tendremos la misma jaqueca o, si ambos sufrimos la mis-
ma enfermedad que produce dolores de estómago, tendremos el mis-
mo dolor. Creo que esto demuestra una vez más que no entienden
lo que los filósofos intentan decir sobre la «privacidad» de los dolo-
res. «Privacidad» quizá sea una mala metáfora, pero esto es irrele-
vante aquí. La cuestión es que cuando los filósofos hablan del mis-
mo dolor se refieren al mismo tipo y no al mismo ejemplar. Lo que
nos interesa, cuando hablamos de la privacidad de los dolores, no es
que diferentes personas no puedan experimentar el mismo tipo de do-
lor. Claro que pueden. Lo que nos interesa es que, como ejemplar,
el dolor que ellos o yo experimentamos existe sólo en tanto que lo per-
cibe un sujeto consciente en particular.
LAS REFUTACIONES 145

LA UBICACIÓN DE LOS DOLORES

He dicho que todos los estados conscientes existen en el cerebro.


¿Pero qué ocurre con el dolor en un pie? Sin duda está en el pie, no
en el cerebro. Bennett y Hacker objetan mis ideas en esta cuestión,
y puesto que esas ideas son a primera vista contrarias a la intui-
ción, quiero dejarlas claras. Creo que si formulamos todos los he-
chos con claridad, las preguntas referentes a la ubicación de los
dolores tendrán respuestas obvias.
En primer lugar, el espacio real, es decir, el espaciofísico.Sólo hay
un espacio real,físico,y todo lo que se halla en él esta relacionado es-
pacialmente con todo lo demás. Hoy, después de Einstein, conce-
bimos el espacio y el tiempo como un único continuo de espacio-tiem-
po, y las ubicaciones de las cosas se especifican en relación con un
sistema coordinado. Para nuestros propósitos, el espacio está lógi-
camente ordenado. Consideremos la transitividad de «en»: si la silla
está en la habitación y la habitación está en la casa, entonces la si-
lla está en la casa. Todos los acontecimientos del mundo real se pro-
ducen en el espacio y el tiempo físicos. Algunos de esos aconteci-
mientos carecen de límites bien definidos —pensemos en la Gran
Depresión o en la Reforma Protestante, por ejemplo—, pero, en
cualquier caso, y al igual que todos los demás acontecimientos, ocu-
rren en el espacio y el tiempo.
Pasemos ahora al espacio experimentado y fenomenológico del
cuerpo. Supongamos que sufro una herida en el pie. Esto activa una
secuencia de excitaciones de neuronas que suben por mi columna
vertebral, pasan por el tracto dorsolateral de Lissauer, acceden a los
centros del dolor de mi cerebro y, como resultado de ello, siento un
dolor en el pie. Esta descripción es incuestionablemente la correcta,
de modo que si, por ejemplo, el médico me preguntara dónde sien-
146 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

to el dolor, yo señalaría el pie y no la cabeza. Es decir, para señalar la


ubicación del dolor, señalo mis miembros anatómicos en el espacio
real. La pregunta es ahora: ¿cuál es exactamente la relación entre el
espacio físico real y el espacio experimentado y fenomenológico del
cuerpo?
Para responder esta cuestión, debemos preguntarnos cómo crea
el cerebro el espacio fenomenológico del cuerpo. El cerebro crea una
imagen del cuerpo, una conciencia fenomenológica de las partes del
cuerpo, su estado y las relaciones entre ellas. El cerebro crea una con-
ciencia de mi pie incluida en la imagen del cuerpo y, por consi-
guiente, cuando siento el dolor, una conciencia del dolor en tanto que
situado en mi pie. En síntesis, el cerebro crea un espacio corporal
fenomenológicamente real y un dolor en ese espacio corporal. No hay
duda acerca de la realidad fenomenológica de estos fenómenos; la
única pregunta es: ¿cuál es exactamente la relación entre el espacio fe-
nomenológico del cuerpo y el espacio físico real de mi cuerpo?
Los problemas surgen cuando intentamos tratar el espacio cor-
poral fenomenológico como si fuera idéntico al espacio físico real
del cuerpo. Observemos que la transitividad de «en» no funciona si
intentamos pasar del espacio fenomenológico al espacio físico. Sien-
to un dolor en el pie y mi pie está en la habitación, pero el dolor no
está en la habitación. ¿Por qué no? El enigma que supone la relación
del espacio fenomenológico con el espacio físico se complica aún
más cuando consideramos el dolor en miembros fantasmas. El pa-
ciente siente un dolor en el pie, pero no tiene pie. El dolor es real, ¿pero
dónde está? Bennett y Hacker responden esta pregunta como sigue.
«Así pues, realmente siente un dolor donde debería estar su pie (es
decir, en su miembro fantasma)» (pág. 125). Pero un miembro fan-
tasma no es un tipo de miembro, como un miembro herido o un
miembro quemado por el sol. Los miembros fantasmas no existen
LAS REFUTACIONES 147

como objetos en el espacio real. De modo que si consideramos que la


observación de nuestros autores se refiere literalmente al espacio físi-
co, nos encontramos con el resultado absurdo de que el paciente «tie-
ne un dolor donde estaría su pie», es decir, en la cama. El dolor está
justamente ahí, debajo de la sábana. ¿Exactamente por qué razón es
esto absurdo? Porque en el espacio físico de las camas y las sábanas
no hay dolores. Los dolores sólo pueden existir en los espacios feno-
menológicos del cuerpo. Y si consideramos que el paciente se refiere
a su imagen corporal fenomenológica, lo que dice es cierto. El hom-
bre siente un dolor en el pie y, aunque no tiene un piefísico,sigue te-
niendo un pie fantasma fenomenológico en su imagen del cuerpo.
Sin embargo, y éste es el punto crucial, el dolor es un aconteci-
miento real del mundo real, por lo tanto debe tener una ubicación
en el espacio-tiempo real. No puede estar en el pie del hombre, por-
que éste no tiene pie. No puede estar donde estaría el pie si el hom-
bre lo tuviese, porque no hay nada entre las sábanas. Evidentemen-
te, está en su pie fantasma, pero su pie fantasma no es un objeto con
una ubicación espacial como parte del cuerpo, como la de un pie
real. Confío en que resulte obvio que, en el espacio físico del mun-
do real, la ubicación espacial del dolor fantasma del pie fantasma
está en la imagen del cuerpo, que está en el cerebro. En el espacio fí-
sico real, tanto el dolor del pie real como el dolor del pie fantasma es-
tán en el cerebro, junto con el resto de la imagen corporal.

¿ES UNA PERSONA UN CEREBRO (DENTRO DE UN CUERPO)?

Voy a ocuparme ahora de la cuestión que he mencionado antes, la apa-


rente impropiedad de atribuir actividades psicológicas al cerebro y no
a la persona en su conjunto. He mostrado mi desacuerdo con los ar-
148 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

gumentos que nuestros autores emplean para demostrar que el cerebro


no puede contener procesos psicológicos, pero estoy de acuerdo en
que suena extraño decir, por ejemplo: «Mi cerebro ha decidido vo-
tar a los demócratas». ¿Por qué suena mal? ¿Por qué extendemos con
toda naturalidad el uso de algunos predicados referidos a la persona
a algún aspecto de la persona, como su cuerpo? Consideremos las
cuatro frases siguientes:

1. Yo peso 75 kilos.
2. Sé distinguir el azul del violeta cuando los veo.
3. He decidido votar a los demócratas.
4. Soy propietario de un inmueble en la ciudad de Berkeley.

En el caso de 1, no vacilaríamos en sustituir «yo» por «mi cuer-


po», es decir, yo peso 75 kilos si y sólo si mi cuerpo pesa 75 kilos.
Ambas afirmaciones parecen ser equivalentes. Tampoco veo pro-
blema alguno en hacer una sustitución parecida en la frase 2. Mi
cerebro, concretamente mi sistema visual, incluidos mis ojos, sabe dis-
tinguir el azul del violeta. Pero me parece que vacilaríamos mucho más
en hacer una sustitución por el estilo en la frase 3. Si quiero expre-
sar que he decidido votar a los demócratas, parece más bien des-
concertante decir que mi cerebro o el cerebro que hay en mi cuerpo
ha decidido votar a los demócratas. Una sustitución análoga en la
frase 4 es, en mi opinión, aún más extraña. Decir que el cerebro que
hay en mi cuerpo es propietario de un inmueble en Berkeley, o
que mi cuerpo es propietario de un inmueble en Berkeley, suena ma-
nifiestamente raro. Bennett y Hacker rechazan la sustitución en las
frases 2 y 3. Invocando el argumento wittgensteiniano, no admiti-
rían ni «Mi sistema visual (en mi cerebro) sabe distinguir el azul del
violeta» ni «Mi cerebro ha decidido votar a los demócratas». Más
LAS REFUTACIONES 149

arriba he expuesto las razones para rechazar el argumento wittgens-


teiniano; no obstante, concedamos que suena lógicamente impropio
decir que mi cerebro ha decidido votar a los demócratas. Aun en el
caso de que el argumento wittgensteiniano sea un error, debemos abor-
dar esa impropiedad. A muchísimos neurobiólogos yfilósofosles pa-
rece completamente natural atribuir actividades psicológicas al cerebro.
¿Cómo resolver esta disputa? Creo que en el nivel en que estamos
debatiendo esta cuestión ahora, hay una forma bastante fácil de re-
solver la aparente disputa. Siempre que dispongamos de una formu-
lación alternativa para cualquier afirmación de que S, una primera for-
ma de enfocar la validez de la formulación alternativa es preguntarnos
qué causa el hecho de que p, si S expresa la proposición de que p.
No tenemos problemas con la primera frase «Yo peso 75 kilos» cuan-
do la sustituimos por «Mi cuerpo pesa 75 kilos» porque sabemos
qué hecho relativo a mí causa que pese 75 kilos, concretamente que
esto es lo que pesa mi cuerpo. No tengo objeción alguna a un cam-
bio similar para la frase 2, porque si nos preguntamos qué hecho re-
lativo a mí causa que yo sea capaz de distinguir el azul del violeta,
el hecho en cuestión es que mi sistema visual es capaz de distinguir el
azul del violeta. Pero las frases 3 y 4 son muy distintas de la 1 y la 2,
porque no sólo requieren la existencia y las características de un ce-
rebro integrado en un cuerpo, sino más bien que ese cerebro esté si-
tuado en un contexto social y sea capaz de llevar a cabo acciones so-
ciales. En el caso de 3, a diferencia de 4, podemos hacer abstracción
de la situación social e identificar un componente puramente psi-
cológico. Dada mi situación social y política, y en ese contexto, de-
terminadas actividades que tienen lugar en mi cerebro constituyen
el hecho de que haya decidido votar a los demócratas. La misma va-
cilación que nos impide atribuir al cerebro algo que requiera que la
persona encarnada en el cuerpo esté socialmente situada, también
150 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

nos hace reticentes a atribuir al cerebro cualquier tipo de acción o de


condición de agente. Así pues, aunque en mi cerebro tengan lugar cier-
tas actividades que constituyen el hecho de que haya decidido votar
a los demócratas, somos más reticentes a atribuir al cerebro este tipo
de procesos de decisión racional que, por ejemplo, capacidades per-
ceptivas. No tengo ningún problema en decir que «mi sistema vi-
sual sabe distinguir el rojo del violeta», pero soy mucho más reti-
cente a decir que «mi sistema talamocortical ha decidido votar a los
demócratas». En el caso de la frase 4, «Soy propietario de un in-
mueble en la ciudad de Berkeley», no parece que haya nada que po-
damos abstraer y atribuirlo a la anatomía. Sólo en virtud de mi si-
tuación social y las relaciones en que me encuentro puedo ser
propietario de un inmueble. El propietario de un inmueble es, en
efecto, un cerebro integrado en un cuerpo, pero tal cerebro sólo pue-
de ser propietario de un inmueble en virtud de sus características so-
ciales y legales, y por lo tanto no hay posibilidad de hacer ninguna
atribución anatómica o psicológica que sea constitutiva de los as-
pectos relevantes de los hechos.
Se trata de interesantes cuestionesfilosóficas,pero creo que los neu-
robiólogos las pueden eludir perfectamente. En vez de preocuparse
por la medida en que deberían tratar la capacidad de acción racional
como una característica de la anatomía neural, deberían concen-
trarse en el segundo punto, a saber, en el hecho comprobado de que
los procesos psicológicos, que constituyen la capacidad de acción ra-
cional consciente, tienen lugar en el cerebro y se pueden investigar
como tales. Para losfinesde la investigación neurobiológica, basta con
el estudio del cerebro como mecanismo causal y ubicación ana-
tómica.
He tratado algunos de estos temas filosóficos en otros escritos,
como parte del problema del yo.3 ¿Por qué necesitamos postular un
LAS REFUTACIONES 151

yo como algo añadido a la secuencia de nuestras experiencias y su


realización anatómica? No porque exista ninguna superanatomía
más allá de la anatomía ni superexperiencias más allá de la expe-
riencia. No hay más que el cerebro integrado en un cuerpo y las ex-
periencias que tienen lugar en ese cerebro. No obstante, como he
argumentado, sí necesitamos postular un yo, pero es una postula-
ción puramente formal. No es un ente adicional sino una especie de
principio de organización del cerebro y sus experiencias.

LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA

En el segundo apéndice del libro, Bennett y Hacker critican mis


ideas, tanto mi explicación de los problemas de lafilosofíade la mente
como mi enfoque general de lafilosofía.Piensan que mi concepción
de la filosofía es errónea en varios aspectos. En mi experiencia, las
disputas sobre la naturaleza de la filosofía tienden a ser infructuo-
sas, y normalmente no hacen sino expresar preferencias por diferentes
proyectos de investigación. Me eduquéfilosóficamenteen el Oxford
de la década de 1950, donde fui estudiante y profesor de la univer-
sidad, y la ortodoxia imperante entonces era que la filosofía trataba
del lenguaje y del uso de las palabras. Si alguien dice que la filosofía
trata por entero del lenguaje, me parece que con ello expresa una
preferencia. Más o menos es equivalente a «Prefiero el trabajo filosófico
que se ocupa del lenguaje y me propongo elaborar únicamente tra-
bajo filosófico sobre el lenguaje». Lo que descubrí es que las técnicas
que había empleado para analizar el lenguaje funcionaban con otros
fenómenos, concretamente los fenómenos mentales y la ontología so-
cial. De modo que los métodos que uso son una continuación de
los métodos de lafilosofíaanalítica, pero se extienden más allá del do-
152 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

minio original de lafilosofíadel lenguaje y lafilosofíalingüística en


las que me eduqué.
Un desacuerdo esencial entre mi enfoque y el de Bennett y Hac-
ker es que ellos insisten en que la filosofía no puede ser teórica, no
ofrece explicaciones teóricas generales. Todos coincidimos en que la
filosofía es, en cierto sentido, esencialmente conceptual, pero la pre-
gunta es: ¿cuál es la naturaleza del análisis conceptual y cuál es su
resultado final? Por mi propia experiencia puedo decir que un re-
sultado conceptual es importante sólo como parte de una teoría ge-
neral. Así que, si observo mi propia biografía intelectual, he pro-
puesto una teoría general de los actos de habla y del significado, una
teoría general de la intencionalidad, una teoría general de la racio-
nalidad y una teoría general de la naturaleza de la sociedad, de la
ontología social. Si alguien dijera: «Bueno, en filosofía no se pue-
den tener teorías», mi respuesta sería: «Pues mira, ahí van algunas
teorías generales». Un análisis general del acto de prometer, por ejem-
plo, adquiere mucha más potencia cuando está incorporado a una
teoría general del lenguaje y de los actos de habla. Los análisis filo-
sóficos de la acción y la percepción se hacen mucho más profundos
cuando se integran en una teoría general de la intencionalidad, y lo
mismo ocurre en los demás casos.
En cierto sentido, Bennett y Hacker enuncian erróneamente mis
ideas sobre la relación entre lafilosofíay la ciencia. Lo que afirmo no
es que todos los problemas filosóficos puedan convertirse en cientí-
ficos mediante un análisis conceptual cuidadoso. Al contrario, creo
que sólo un reducido número de problemasfilosóficosadmiten una
solución en las ciencias naturales. El problema de la vida es uno de
ellos, y confío en que el problema de la relación mente-cuerpo lo
sea en el futuro. Pero la mayoría de los problemas que preocupaban
a los grandes filósofos griegos, como, por ejemplo, la naturaleza de
LAS REFUTACIONES 153

la vida buena, la forma de una sociedad justa o el mejor sistema de


organización social, no son en mi opinión el tipo de cosas que pue-
den llegar a ser objeto de tratamiento por parte de las ciencias natu-
rales en ningún modo obvio. Por lo tanto, la suposición de Bennett
y Hacker de que a mi entender todos los problemasfilosóficospue-
den en última instancia convertirse en problemas científicos con so-
luciones científicas denota una incomprensión de mis tesis por su
parte. Tales casos son, desde mi punto de vista, excepcionales.
De nuevo, no creo que sea posible hacer una distinción realmente
clara y precisa, como la que ellos afirman haber hecho, entre las cues-
tiones empíricas y las cuestiones conceptuales y, en consecuencia,
no hago una distinción nítida entre cuestiones científicas y cuestio-
nesfilosóficas.Permítaseme poner un ejemplo para explicar de qué
forma los descubrimientos científicos pueden ayudar a mi trabajo
filosófico. Cuando levanto el brazo, mi intención-en-acción* cons-
ciente causa un movimiento físico de mi cuerpo. Pero el movimien-
to también tiene otro nivel de descripción, porque es causado por una
secuencia de descargas neuronales y la secreción de acetilcolina en las
placas terminales de los axones de las motoneuronas. Partiendo de es-
tos hechos, puedo hacer un análisis filosófico para demostrar que

* La intención-en-acción {Intention-in-actioti) es un concepto introducido


por Searle en su análisis de la acción en Intentionality (1983). Según Searle, toda
acción está compuesta de una intención, que constituye la causa mental, y un mo-
vimiento. En las acciones premeditadas, hay una intención previa que causa el
acto. La intención-en-acción es el componente intencional de una acción no
premeditada que, en contraste con la intención previa, causa el acto estable-
ciendo sobre la marcha, por así decirlo, las condiciones de satisfacción que un mo-
vimiento apropiado debe cumplir. Véase Searle, J., Intencionality. An Essay in
the Philosophy ofMind, Cambridge, Cambridge University Press, 1983 (trad,
cast.: Intencionalidad. Un ensayo en lafilosofíade la mente, Madrid, Tecnos, 1992).
(N. delt.)
154 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

uno y el mismo acontecimiento debe ser a la vez un acontecimien-


to consciente cualitativo y subjetivo, y poseer también muchas pro-
piedades quími-cas y eléctricas. Pero ahí termina el análisis filosófi-
co. Ahora necesito conocer el mecanismo exacto que hace que esto
funcione, exactamente de qué forma el cerebro causa y realiza la in-
tención-en-acción, de tal forma que la intención, con su combinación
de estructuras fenomenológicas y electroquímicas, puede mover ob-
jetos físicos. Para ello necesitaré los resultados de la investigación
neurobiológica.

Bennett y Hacker han escrito un libro importante y, en muchos sen-


tidos, útil. Han invertido mucho trabajo en él. No es mi intención
empañar los méritos de su obra con mis objeciones. Sin embargo, creo
que la visión que presentan de la neurobiología y de la mente es pro-
fundamente errónea y potencialmente perjudicial. Su enfoque pros-
cribiría muchas de las preguntas cruciales que debemos formular
enfilosofíay en neurociencia. Por ejemplo, ¿qué son los CNC (co-
rrelatos neuronales de la conciencia) y cómo causan exactamente
la conciencia? ¿Cómo puede mover mi cuerpo mi intención-en-ac-
ción consciente? Si se aceptaran las propuestas de Bennett y Hacker,
una cantidad enorme de preguntas clave de la investigación neuro-
biológica serían rechazadas, por considerarlas carentes de significa-
do o incoherentes. Por ejemplo, la pregunta central en el estudio
neurocientífico de la visión, «¿De qué forma los procesos neuro-
biológicos, que se inician con el asalto de los fotones sobre las célu-
las fotorreceptoras, y continúan a través del corteza visual hasta
adentrase en los lóbulos prefrontales, causan experiencias visuales
conscientes?», no la podría investigar nadie que aceptara la concep-
ción de nuestros autores. Se trata de uno de esos casos, como el de
LAS REFUTACIONES 155

la LA. fuerte,* en los que una teoría filosófica equivocada puede te-
ner consecuencias científicas potencialmente desastrosas, y ésta es la
razón de que considere importante contestar las tesis de Bennett y
Hacker.

* La IA (Inteligencia Artificial) fuerte es una tesis filosófica según la cual lo


que llamamos mentes son en realidad programas informáticos digitales. Se habla
de IA «fuerte» para distinguirla de la LA «débil» o «cauta», que sostiene que los or-
denadores son herramientas muy útiles en el estudio de la mente, pero no que
un ordenador tenga mente en sentido literal. Algunos de los corolarios de la
IA fuerte son la irrelevancia de la neurofísiología para el estudio de la mente,
y la identificación de estados mentales y estados computacionales. Contra esta
última tesis dirige Searle su famoso argumento de la Habitación China. Véase
Searle, J., «Minds, Brains, and Programs» (1980), en Behavioral and Brain Scien-
ces, 3 (3), págs. 417-424 (trad, cast.: «Mentes, cerebros y programas», cap. 22 de
Dennett, D. y Hofstader, D. (comps.), El ojo de la mente: fantasías y reflexiones so-
bre el yo y el alma, Buenos Aires, Sudamericana, 1983). (N. delt.)
RÉPUCA A LAS REFUTACIONES
LOS SUPUESTOS
CONCEPTUALES DE LA
NEUROCIENCIA COGNITIVA
Réplica a los críticos
MAXWELL BENNETT y PETER HACKER

ACLARACIÓN CONCEPTUAL

Nuestro objetivo en Philosophical Foundations of Neuroscience1 era


contribuir a la investigación neurocientífica de la única forma en que
la filosofía puede asistir a la ciencia: no ofreciendo a los científicos
teorías empíricas que reemplacen las suyas, sino esclareciendo las es-
tructuras conceptuales que manejan. Uno de nosotros ha dedicado su
vida a construir teorías empíricas sobre las funciones neuronales. Pero
esta actividad, en la que se abordan los fundamentos de la neuro-
ciencia, no proporciona ninguno de sus fundamentos conceptuales.
Las aclaraciones sistemáticas que hemos expuesto acerca de la sensa-
ción, la percepción, el conocimiento, la memoria, el pensamiento, la
imaginación, la emoción, la conciencia y la autoconciencia no son
teorías.2 Su finalidad es esclarecer los conceptos psicológicos que los
neurocientíficos cognitivos usan en sus teorías empíricas. Las acla-
raciones conceptuales que hemos presentado demuestran la exis-
tencia de numerosas incoherencias en la actual teorización neuro-
científica. Muestran por qué se cometen esos errores y cómo evitarlos.
La neurociencia cognitiva es una investigación experimental que
pretende descubrir verdades empíricas referentes a las bases neurales
160 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de las facultades humanas y los procesos neurales que acompañan


el ejercicio de tales facultades. Una condición previa de la verdad es el
sentido. Si una forma de palabras no tiene sentido, no puede expre-
sar una verdad, y si no expresa una verdad, no puede explicar nada.
El objetivo de la investigaciónfilosóficasobre los fundamentos con-
ceptuales de la neurociencia es desvelar y esclarecer verdades concep-
tuales, verdades que las descripciones plausibles de los descubrimientos
y las teorías neurocientíficas presuponen y sin las cuales no tienen
sentido.3 Si esa investigación se lleva a cabo correctamente, esclarecerá
los experimentos neurocientíficos y su descripción, además de las in-
ferencias que puedan hacerse a partir de ellos. En Philosophical Foun-
dations of Neuroscience delineamos la red conceptual formada por
familias de conceptos psicológicos. Estos conceptos están presu-
puestos por la investigación de la neurociencia cognitiva sobre la
base neural de los poderes cognitivos, cogitativos, afectivos y voliti-
vos humanos. Si no se respetan las relaciones lógicas de implicación,
exclusión, compatibilidad y presuposición que caracterizan el uso
de estos conceptos, lo más probable es que se hagan inferencias no
válidas, que se pasen por alto las válidas y que combinaciones de pa-
labras sin sentido sean tratadas como si lo tuvieran.
Algunos filósofos, especialmente en Estados Unidos, han sido
muy influidos por lafilosofíade la lógica y el lenguaje de Quine, se-
gún la cual no hay diferencia significativa entre las verdades empíri-
cas y las conceptuales.4 Así, desde un punto de vista teórico, el qui-
neano sostendría que no existe una diferencia esencial entre, por
ejemplo, la frase «la memoria es conocimiento retenido» y la frase
«la memoria depende del funcionamiento normal del hipocampo y
la neocorteza». Pero no es así: la primera frase expresa una verdad
conceptual; la segunda, un descubrimiento científico. Según Quine,
los enunciados de una teoría se confrontan con la experiencia en su
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 161

totalidad, y se confirman de forma holística. Pero es un error supo-


ner que la frase «las zorras son hembras» es confirmada por el éxito
de la teoría zoológica, o la de «los solteros no están casados» por la so-
ciología de los usos maritales. Asimismo, la afirmación de que el rojo
es más oscuro que el rosa, o que el rojo se parece más al naranja que
al amarillo, no es verificada por la confirmación de la teoría del co-
lor, sino que es un presupuesto de esta teoría. Sería un error suponer
que los teoremas del cálculo diferencial fueron confirmados holísti-
camente por el éxito predictivo de la mecánica newtoniana y hu-
bieran sido debilitados por el fracaso y el rechazo de esta teoría. En
realidad, fueron confirmados por pruebas matemáticas. Los descu-
brimientos o las teorías empíricas no pueden confirmar ni debilitar
las proposiciones no empíricas, sean proposiciones de la lógica, de las
matemáticas o verdades conceptuales manifiestas.5 Las verdades con-
ceptuales perfilan el espacio lógico en el que se sitúan los hechos.
Determinan qué tiene sentido. En consecuencia, los hechos ni las
pueden confirmar ni estar en conflicto con ellas.6
Una proposición conceptual atribuye propiedades o relaciones in-
ternas, una proposición empírica atribuye propiedades o relaciones
externas. Una verdad conceptual es en parte constitutiva de los signi-
ficados de sus expresiones constituyentes, una proposición empírica es
una descripción de cómo son las cosas. Una verdad conceptual es una
afirmación implícita de una norma descriptiva disfrazada de afirma-
ción fáctica. Precisamente porque este tipo de afirmaciones son en
parte constitutivas de los significados de sus expresiones constituyen-
tes, la incapacidad de reconocer una verdad conceptual (por ejemplo,
que el rojo es más oscuro que el rosa) es un criterio indicativo de la fal-
ta de comprensión de una u otra de sus expresiones constituyentes.
Es evidente que esta concepción normativa de la verdad con-
ceptual no se refiere especialmente a las llamadas proposiciones ana-
162 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCLA

líricas en ninguna de las diversas, familiares y diferentes concepciones


de la analiticidad, como las de Kant, Bolzano, Frege y Carnap. De he-
cho, las diversas distinciones entre lo analítico y lo sintético simple-
mente se soslayan. En su lugar, distinguimos entre la afirmación de
una medida y la afirmación de una medición. Suponer que la distin-
ción que establecemos entre lo conceptual y lo empírico es una dis-
tinción epistémica sería una muestra de total incomprensión.7 Esta
distinción no se infiere de cómo conocemos las respectivas verdades, sino
del papel de la proposición en cuestión: si es normativa (y constitu-
tiva) o descriptiva. Hay que destacar que el hecho de que sea una
cosa o la otra es una característica del uso de un enunciado, no (o no
necesariamente) de un tipo de enunciado. El mismo enunciado usa-
do en un contexto para expresar una verdad conceptual puede usar-
se en otro contexto como una afirmación de hecho —como bien se
demuestra en la mecánica newtoniana—. En muchos contextos, es
posible que no esté claro, a falta de una investigación ulterior, qué
papel se supone que desempeña una frase en uso. De hecho, en la cien-
cia, lo típico es que las pruebas inductivas y las constitutivas (los cri-
terios lógicos) fluctúen. Pero está muy claro que caracterizar una fra-
se como expresión de una verdad conceptual es destacar su. función
distintiva como afirmación de una medida, más que de una medición.
De ahí que la distinción, a diferencia de la distinción a priorila pos-
teriori, no sea epistemológica, sino lógica o lógico-gramatical.

Dos PARADIGMAS: ARISTÓTELES Y DESCARTES

La reflexión filosófica sobre la naturaleza humana, sobre el cuerpo y


el alma, se remonta a los albores de la filosofía. Platón y Aristóteles
fijaron las polaridades entre las que esa reflexión fluctúa. Según Pía-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 163

ton, y la tradición platónico-cristiana de san Agustín, el ser huma-


no no es una sustancia unificada, sino una combinación de dos sus-
tancias distintas, un cuerpo mortal y un alma inmortal. Según Aris-
tóteles, el ser humano es una sustancia unificada, en la que el alma
(psuche) es la forma del cuerpo. Describir esta forma es describir
las capacidades características de los seres humanos, en particular las
capacidades distintivas del intelecto y la voluntad que caracterizan
a hipsuche racional. El debate moderno sobre este tema se inicia con
la heredera de la tradición platónica-agustiniana, a saber, la concep-
ción cartesiana de los seres humanos como dos cosas en una, una
mente y un cuerpo. Su interacción causal recíproca se invocó para ex-
plicar la experiencia y la conducta humanas.
Las figuras de mayor importancia de las primeras dos genera-
ciones de neurocientíficos del siglo xx, por ejemplo, Sherrington,
Eccles y Penfiel, eran dualistas cartesianos confesos. La tercera gene-
ración conservó la estructura cartesiana básica, pero la transformó
en dualismo cuerpo-cerebro: se abandonó el dualismo sustancial
pero se mantuvo el dualismo estructural. Los neurocientíficos con-
temporáneos atribuyen al cerebro el mismo conjunto de predicados
mentales que Descartes atribuía a la mente, y conciben en gran me-
dida la relación entre el pensamiento y la acción, y la experiencia
y sus objetos, del mismo modo en que lo hacía Descartes excep-
tuando, esencialmente, la mera sustitución de la mente por el cere-
bro. El tema central de nuestro libro era demostrar la incoherencia
del dualismo cerebro/cuerpo y revelar su erróneo carácter criptocar-
tesiano. La parte constructiva de nuestro propósito era demostrar
que, para hacer justicia a la estructura de nuestro esquema concep-
tual y ofrecer descripciones coherentes de los grandes descubrimientos
de la neurociencia cognitiva post-sherringtoniana, es necesaria una
explicación aristotélica, con el debido énfasis en las capacidades
164 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

activas y pasivas de primer y segundo orden y sus manifestaciones con-


ductuales, complementada con intuiciones de Wittgenstein que se
añaden a las de Aristóteles.8

EL PRINCIPIO DE ARISTÓTELES Y LA FALACIA MEREOLÓGICA

En Philosophical Foundations ofNeuroscience señalamos un error per-


sistente que llamamos «la falacia mereológica de la neurocien-
cia».9 Corregir este error es un leitmotiv (pero sólo un leitmotiv) de
nuestro libro. Decimos que el error es «mereológico» porque implica
adscribir a las partes atributos que sólo se pueden adscribir de
modo inteligible a las totalidades de las que son partes. Aristóteles se-
ñaló una forma de este error en torno al año 350 a.C, cuando ob-
servaba que «afirmar [...] que es el alma \psuche\ quien se irrita, sería
como afirmar que es el alma la que teje o edifica. Mejor sería, en rea-
lidad, no decir que es el alma quien se compadece, aprende o discurre,
sino el hombre en virtud del alma» (DA 408b 12-15)* —hacer algo
en virtud de la propia alma es lo mismo que hacerlo en virtud de las
propias capacidades—. Es un error adscribir al alma de un animal atri-
butos que sólo se pueden adscribir literalmente al animal en su conjunto.
Podemos llamar a este principio «el principio de Aristóteles».
Nuestro interés primordial estaba en el equivalente neurocientí-
fico de ese principio, a saber, el error de atribuir al cerebro —una
parte de un animal— atributos que literalmente sólo se pueden ads-
cribir al animal en su totalidad. No fuimos los primeros en señalar-
lo; Anthony Kenny lo había hecho en su brillante artículo de 1971

* Aristóteles, Acerca del alma, Madrid, Gredos, 1978, pág. 155, trad, de
Tomás Calvo Martínez. (N. delt.)
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 165

«The Homunculus Fallacy».10 Este error es más propiamente mere-


ológico que su ancestro aristotélico, ya que el cerebro es literalmente
una parte del animal sensitivo mientras que, en contra de las afir-
maciones de Platón y Descartes, el alma o mente no lo es. Hoy ob-
servamos, con espíritu aristotélico, que decir que el cerebro está irri-
tado es como decir que el cerebro teje o edifica. Y es que sin duda es
mejor no decir que el cerebro se compadece, aprende o discurre, sino
que una persona hace todas estas cosas.11 En consecuencia, nega-
mos que tenga sentido decir que el cerebro es consciente, tiene sen-
saciones, percibe, piensa, sabe o quiere cualquier cosa, ya que éstos son
atributos de los animales, no de sus cerebros.
Nos sorprendió un poco que el profesor Dennett crea que lo que
nosotros teníamos en mente era la distinción, expuesta en su Con-
tent and Conscious de 1969,* entre los niveles personal y subpersonal
de las explicaciones. Allí afirmaba, correctamente, que padecer un do-
lor no es una propiedad del cerebro. Pero la razón que daba es que
los dolores son «fenómenos mentales» que son «no mecánicos», mien-
tras que los procesos cerebrales son «esencialmente mecánicos».12 El
contraste que nosotros establecimos entre las propiedades del todo y
las de las partes no es el que hay entre lo no mecánico y lo mecáni-
co. Lo que marca las horas es el reloj en su totalidad, no sus ejes ni
sus engranajes —aunque el proceso de marcar las horas es comple-
tamente mecánico—. Lo que vuela es el avión, no sus motores —aun-
que el proceso de volar es completamente mecánico—. Además, los
verbos de sensación, como «doler», «picar» o «cosquillear», sise apli-
can a las partes de un animal, cuya pierna puede dolerle, su cabeza
picarle, o puede que tenga cosquillas en las ijadas (PFN, pág. 73). Es-
tos atributos son, en palabras del profesor Dennett, «no mecánicos»;

*Trad. cast.: Contenido y conciencia, Barcelona, Gedisa, 1996. (N. delt.)


166 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

no obstante son atribuibles a partes del animal. De modo que nues-


tra observación mereológica es muy distinta de la distinción que el
profesor Dennett establece entre los niveles personal y subpersonal
de la explicación, y, aplicada a los animales, muy diferente de su dis-
tinción entre lo que es «mecánico» y lo que no lo es.13

¿LA FALACIA MEREOLÓGICA ES REALMENTE MEREOLÓGICA?

El profesor Searle objetaba que lo que hemos caracterizado como


un paradigma de una falacia mereológica, es decir, la adscripción de
atributos psicológicos al cerebro, no es tal, ya que el cerebro no es una
parte de la persona, sino más bien una parte del cuerpo de una per-
sona (pág. 107). Esto, a nuestro entender, no es más que marear la
perdiz. Las palabras de Wittgenstein que citábamos eran: «Sólo del
ser humano y de lo que se parece a un ser humano (se comporta como
tal) se puede decir: tiene sensaciones; ve, es ciego; oye, es sordo; es
consciente o inconsciente»14 (la cursiva es nuestra). El cerebro es una
parte del ser humano.
El profesor Searle indica que, si adscribir atributos psicológicos al
cerebro realmente fuera un error mereológico, tal error se desvanecería
si esos atributos se adscribieran a lo que él llama «el resto del sistema»
al que pertenece el cerebro. Cree que el «resto del sistema» es el cuer-
po que tiene el ser humano. Observa que no atribuimos predicados
psicológicos al cuerpo que tenemos. Con la notabilísima excepción
de los verbos que indican sensación (por ejemplo, «Me duele todo el
cuerpo»), el último punto es correcto. No decimos: «Mi cuerpo per-
cibe, piensa o sabe». Sin embargo, «el sistema» al que se puede decir
que el cerebro humano pertenece como una parte es el ser humano.
El cerebro humano es una parte del ser humano, del mismo modo
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 167

que el cerebro canino es una parte del perro. Mi cerebro —el cere-
bro que tengo— es una parte de mí —del ser humano viviente que
soy— tanto como lo son mis piernas y mis brazos. Pero es verdad
que también se puede decir que mi cerebro es una parte de mi cuerpo.
¿Cómo se explica esto? Cuando hablamos de nuestra mente lo
hacemos en gran medida en un sentido no agentivo y metafórico, re-
firiéndonos a nuestras capacidades racionales del intelecto y la vo-
luntad, y a su ejercicio. Cuando hablamos del cuerpo, hablamos de
nuestras propiedades corporales. Hablar de mi cuerpo es hablar
de los rasgos corporales del ser humano que soy —unos rasgos que
pertenecen al aspecto (un cuerpo atractivo o desgarbado)—, a las
superficies del ser humano (su cuerpo estaba cubierto de picaduras
de mosquito, todo él lacerado, pintado de azul), a aspectos de la sa-
lud y el estado físico (un cuerpo sano o enfermo) y, sorprendente-
mente, a la sensación (me puede doler todo el cuerpo, como me due-
le la pierna o me pica la espalda).15 Pero saber, percibir, pensar,
imaginar, etc., no son características corporales de los seres humanos,
y no son atribuibles al cuerpo que el ser humano tiene, del mismo
modo que no son atribuibles al cerebro que el ser humano tiene. Los
seres humanos no son sus cuerpos. No obstante, son cuerpos, en el
sentido completamente distinto de ser una clase particular de per-
sistente espaciotemporal sensitivo —el homo sapiens—, y el cerebro
es una parte del ser humano viviente, como lo son las extremida-
des.16 Sin embargo, no es una parte consciente, pensante y percep-
tiva, como no lo es cualquier otra parte del ser humano. Y es que és-
tos son atributos del ser humano como un todo.
No obstante, el profesor Searle ha señalado un rasgo interesante
de nuestro lenguaje metafórico referido al cuerpo. Los seres huma-
nos son personas —es decir, animales inteligentes y capaces de usar
lenguaje—, son autoconscientes, poseen conocimiento del bien y
168 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

del mal, son responsables de sus actos y tienen derechos y obliga-


ciones. Ser persona, por decirlo someramente, es poseer esas capaci-
dades que acreditan el estatus de agente moral. Probablemente no di-
ríamos que el cerebro es parte de la persona sino que es parte del
cuerpo de la persona, mientras que no dudaríamos en decir que el ce-
rebro de Pepe es una parte de Pepe, parte de este ser humano, del
mismo modo, exactamente, que las piernas y los brazos de Pepe son
partes de Pepe. ¿Por qué? Tal vez porque «persona» es, como subra-
yó Locke, «un término forense», pero no un nombre-sustancia. Por
tanto, si usamos el término «persona» en contextos como éste, con
ello indicamos que lo que nos interesa en primer lugar son los seres
humanos en cuanto poseedores de aquellas características que los
hacen personas, con relativa independencia de las características cor-
porales. Quizás ayude la siguiente analogía: Londres es una parte del
Reino Unido; el Reino Unido pertenece a la Unión Europea, pero
Londres no. Esto no impide que Londresformeparte del Reino Uni-
do. Así también el hecho de que Pepe sea una persona no impide
que su cerebro sea parte de él.

EL FUNDAMENTO DEL PRINCIPIO

¿Por qué deberíamos aceptar el principio de Aristóteles y su equiva-


lente neurocientífico? ¿Por qué deberíamos desalentar a los neuro-
científicos que se empeñan en atribuir conciencia, conocimiento, per-
cepción, etc. al cerebro?
La conciencia. Son los animales quienes son conscientes o in-
conscientes, y quienes pueden llegar a ser conscientes de algo que
capte su atención. Es el estudiante, no su cerebro, quien se despier-
ta y se hace consciente de lo que está diciendo el profesor, y es el
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 169

profesor, no su cerebro, quien es consciente del aburrimiento de sus


alumnos al verlos bostezar con disimulo. El cerebro no es el órgano
de la conciencia. Uno ve con sus ojos y oye con sus oídos, pero no es
consciente con su cerebro, del mismo modo que no anda con él.
Un animal puede ser consciente sin demostrarlo. Éste es el úni-
co sentido en que se puede decir, con el profesor Searle, que «la pro-
pia existencia de la conciencia no tiene nada que ver con la conduc-
ta» (pág. 104). Pero el concepto de conciencia está estrechamente
ligado a las evidencias conductuales para atribuir conciencia al ani-
mal. Un animal no tiene que exhibir cierta conducta para ser cons-
ciente. Pero sólo de un animal al que se pueda atribuir en un modo in-
teligible esa conducta se puede afirmar también que es consciente, y
que esta afirmación sea verdadera ofalsa. No tiene sentido atribuir con-
ciencia o razonamiento a una silla o una ostra, porque no hay silla
ni ostra que se queden dormidas para después despertarse, o que
pierdan la conciencia y la recuperen de nuevo; y no hay silla ni os-
tra que se comporten de manera razonable o poco razonable.17 La
«cuestión ontológica» (como la llama el profesor Searle) —la cues-
tión de la verdad (como nosotros preferimos llamarla)— presupone
la previa determinación de la cuestión del sentido. El acuerdo sobre
las evidencias conductuales para la atribución de la conciencia, es
decir, sobre lo que cuenta como una manifestación de conciencia,
es una precondición para la investigación científica sobre los requi-
sitos neurales para ser consciente. De no ser así, no se podría ni si-
quiera identificar qué se quiere investigar. Distinguir la cuestión del
sentido de la cuestión de la verdad no significa confundir «las reglas
para el uso de las palabras con la ontología», como señala el profesor
Searle (pág. 105), al contrario, significa diferenciarlas.18
El profesor Searle insiste en que la conciencia es una propiedad
del cerebro. Sherrington, Eccles y Penfield, al ser cartesianos, pensaban
170 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

erróneamente que es una propiedad de la mente. ¿Qué experimen-


to neurocientífico reciente puede aportar el profesor Searle para de-
mostrar que realmente es una propiedad del cerebro? Al fin y al cabo,
lo único que los nemoáa\ú£icos podrían descubrir es que ciertos es-
tados neurales están correlacionados inductivamente con el hecho
de que un animal sea. consciente, y son condiciones causales de ello.
Pero este descubrimiento no puede demostrar que es el cerebro lo que
es consciente. ¿Ocurre, entonces, que la afirmación del profesor
Searle es una reflexión conceptual? No —porque no es éste el modo
en que se utiliza el concepto de ser consciente—. Son los seres hu-
manos (y otros animales), no sus cerebros (ni sus mentes), los que
se quedan dormidos para despertarse después, los que pueden ser no-
queados y después recuperar la conciencia. Por lo tanto, ¿es una re-
comendación lingüística, concretamente que, cuando el cerebro de
un ser humano está en un estado inductivamente correlacionado
con el hecho de que el ser humano es consciente, deberíamos describir
su cerebro también como consciente? Es una convención que po-
dríamos adoptar. Podríamos introducir este uso derivativo de «ser
consciente». Sería necesariamente dependiente del uso primario que
se aplica al ser humano en su totalidad. Sin embargo, es difícil en-
contrar ningún motivo que lo haga aconsejable. Desde luego no
aporta nada a la claridad de la descripción, y no añade nada más que
una forma vacía a la explicación neurocientífica existente.
El conocimiento. El conocimiento comprende capacidades de
diversos tipos. La identidad de una capacidad está determinada por
aquello de que es capacidad. La razón más simple para atribuir una
capacidad a un animal es el hecho de que lleva a cabo actividades
corporales que manifiestan esa capacidad. Cuanto más compleja es
la capacidad, más diversas y difusas son las razones para atribuirla. Si
un animal sabe algo, puede actuar y reaccionar ante su entorno en mo-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 171

dos de los que sería incapaz si lo ignorara; si exhibe estos modos en


su conducta, demuestra su conocimiento. Se puede decir que el ce-
rebro es el vehículo de esas capacidades, pero lo que esto significa es
que, en ausencia de las estructuras neurales apropiadas, el animal no
sería capaz de hacer lo que hace. Las estructuras neurales del cerebro
son diferentes de las capacidades que tiene el animal, y el funciona-
miento de estas estructuras es distinto del ejercicio de las capacida-
des por parte del animal. En resumen, el que sabe es también el que
actúa, y su saber se muestra en su actuar.
Criticamos a J. Z. Young por sostener, como hacen muchos neu-
rocientíficos, que el cerebro contiene conocimiento e información «del
mismo modo que el conocimiento y la información están registra-
dos en libros u ordenadores».19 El profesor Dennett asegura que no
hemos hecho nada para establecer que no exista un concepto del co-
nocimiento o de la información del que no se pueda decir que esté
codificado tanto en los libros como en el cerebro (pág. 91). De he-
cho sí que examinamos el asunto (PFN, págs. 152 y sigs.). Pero lo ex-
plicaremos de nuevo.
Un código es un sistema de convenciones de cifrado y transmi-
sión de información dependiente del lenguaje. Un código no es un
lenguaje, no tiene gramática ni léxico (por ej., el código Morse). El
conocimiento no está codificado en los libros, a no ser que estén es-
critos en código. Sólo se puede codificar un mensaje si existe un có-
digo en el que hacerlo, y sólo existe un código si los codificadores y
los descodificadores a los que se dirigen se ponen de acuerdo sobre
las convenciones de la codificación. En este sentido, no existe, y no
podría existir, un código neural. El cerebro no contiene informa-
ción en el sentido en que la contiene un libro. El cerebro no posee
información en el sentido en que la posee un ser humano. El hecho
de que de rasgos del cerebro se pueda derivar información (como
172 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

del tronco de un árbol se puede derivar información dendrocrono-


lógica) no demuestra que la información esté codificada en el cere-
bro (del mismo modo que no lo está en el tronco del árbol).
Por consiguiente, en el sentido usual de «conocimiento», el cerebro
no puede registrar, contener ni poseer conocimiento. En este pun-
to, el profesor Dennett cambia de táctica, y recomienda que aten-
damos a la literatura científica cognitiva sobre las extensiones del tér-
mino «conocimiento» que podrían permitir que el conocimiento,
en un sentido ampliado, se atribuyera al cerebro. Y recomienda que
nos fijemos en el intento de Chomsky de explicar un concepto ex-
tendido del conocimiento, a saber el de «cognoscimiento», según el
cual los seres humanos, incluso los neonatos, cognoscen los princi-
pios de la gramática universal.20 Según Chomsky, alguien que cog-
nosce no puede decirle a otro lo que cognosce, no puede mostrar el
objeto de su cognoscimiento, no reconoce lo que cognosce cuando se
le describe, nunca olvida lo que cognosce (pero tampoco lo recuerda
nunca), nunca lo ha aprendido, y no podría enseñarlo. Aparte de
esto, cognoscer es lo mismo que conocer. ¿Se postula esto como mo-
delo de extensión inteligible de un término?
apercepción. Las facultades perceptivas son capacidades de ad-
quirir conocimientos mediante el uso de los propios sistemas sen-
soriales. El animal usa los ojos para echar un vistazo, contemplar,
atisbar y mirar cosas. Así es capaz de distinguir las cosas que tienen
colores, forma y movimientos distintivos. Demuestra su agudeza vi-
sual con lo que hace como respuesta a lo que ve. No poseería estas
capacidades perceptivas ni sería capaz de ejercerlas de no ser por el
funcionamiento adecuado de las partes apropiadas de su cerebro.
Sin embargo, no es la corteza cerebral la que ve, sino el animal. No
es el cerebro el que se aproxima a las cosas para verlas mejor, el que
mira entre los arbustos y bajo los setos. No es el cerebro el que salta
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 173

para huir de un depredador que ha detectado, ni el que ataca la pre-


sa que ha visto, es el animal dotado de percepción quien hace todo esto.
En pocas palabras, el que percibe es también el que actúa.
En Consciousness Explained, el profesor Dennett adscribe atri-
butos psicológicos al cerebro. Afirma que éste es consciente, reúne in-
formación, hace suposiciones simples, se basa en la información de
que dispone y llega a conclusiones.21
Esto significa caer en la misma falacia de la que advierten tanto
Aristóteles como Wittgenstein: la falacia mereológica, tal como la
hemos llamado. En su artículo para la APA, el profesor Dennett ad-
mite que sería una falacia atribuir predicados psicológicos cabales a
partes del cerebro (pág. 87). No obstante, sostiene, es teóricamente
útil y coherente con la aceptación del carácter erróneo de atribuir
predicados del todo a sus partes, extender el vocabulario psicológi-
co, debidamente atenuado, de los seres humanos y otros animales a)
a los ordenadores y b) a partes del cerebro. En efecto, sostiene abier-
tamente que no existe ninguna diferencia significativa entre estas
dos extensiones. Pero hay una diferencia: atribuir propiedades (ate-
nuadas o no) a los ordenadores es un error, pero no implica una fa-
lacia mereológica. Considerar que el cerebro es como un ordenador
y atribuirle, a todo él o a sus partes, tales propiedades psicológicas es
doblemente erróneo. Vamos a explicarlo.
Es verdad que, en el habla informal, decimos que los ordenado-
res recuerdan, que buscan en su memoria, que calculan y, a veces,
cuando tardan mucho, decimos en broma que están pensando. Pero
esto no es más que un modo de hablar, no una aplicación literal de
los términos «recordar», «calcular» y «pensar». Los ordenadores son
aparatos diseñados para desempeñar determinadas funciones en
nuestro beneficio. En un ordenador podemos almacenar información,
como podemos hacerlo en un archivo. Pero los archivos no pueden
174 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

recordar nada, como tampoco pueden los ordenadores. Utilizamos


ordenadores para obtener el resultado de un cálculo —del mismo
modo que antes usábamos una regla de cálculo o calculadora me-
cánica—. Estos resultados se obtienen sin que nadie ni nada literal-
mente calcule — como resulta obvio en el caso de una regla de cálcu-
lo o calculadora mecánica—. Para calcular literalmente hay que
dominar una amplia variedad de conceptos, seguir una multitud de
reglas que uno debe conocer y comprender toda una diversidad
de operaciones. Los ordenadores no lo hacen ni lo pueden hacer.
El profesor Dennett sugiere que «es un hecho empírico [...] que
partes de nuestro cerebro llevan a cabo procesos asombrosamente pa-
recidos al conjeturar, decidir, creer, llegar a conclusiones, etc. Y se
parecen lo suficiente a estas conductas en el nivel personal para justi-
ficar la extensión del lenguaje corriente para abarcarlos» (pág. 86).
Conviene en que sería un error «atribuir creencias», decisiones, deseos
o sufrimientos cabales al cerebro. Mejor es decir que «del mismo modo
que un niño pequeño puede algo así como creer que su papá es mé-
dico [...] cierta parte del cerebro de una persona puede algo así como
creer que hay una puerta abierta unos metros más adelante» (pág. 87).
Esto es parte de lo que el profesor Dennett caracteriza como la «ac-
titud intencional» —una metodología de investigación que supues-
tamente ayuda a los neurocientíficos a explicar los fundamentos neu-
rales de las capacidades humanas—. Dice Dennett que la adopción
de la actitud intencional ha permitido realizar «un excelente trabajo
científico [...] generar hipótesis verificables, desarrollar teorías,
analizar fenómenos enormemente complejos en sus partes más com-
prensibles» (pág. 87). Parece que acepta la idea de que algunas partes
del cerebro «algo así como creen», que otras algo así como deciden,
y aún otras algo así como supervisan estas actividades. Se supone, pre-
sumiblemente, que todo esto algo así como explica lo que los neuro-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 175

científicos quieren explicar. Pero si lo explicado son una especie de


creencias, pseudoexpectativas, protodeseos y semidecisiones (como
Dennett sugiere [pág. 88]), en el mejor de los casos sólo alcanzan a
tener algo así como sentido y cabe presumir que sólo son algo así como
verdad. Y cómo se pueden hacer inferencias válidas a partir de estas
premisas es más que algo así como oscuro. Exactamente cómo se su-
pone que tales premisas explican los fenómenos es igualmente oscu-
ro. Y es que la lógica de estas presuntas explicaciones es totalmente
confusa. ¿Es que las algo así como creencias, las pseudocreencias, las
protocreencias o las semicreencias sobre algo proporcionan a una
parte del cerebro una razón para actuar? ¿O sólo algo así como una ra-
zón? —¿para algo así como una acción?—. Cuando a Dennett se le
pregunta si las partes del cerebro son, como él dice, «auténticos sis-
temas intencionales», su respuesta es: «No preguntéis» (pág. 88).22
Los neurocientíficos cognitivos formulan auténticas preguntas
preguntan cómo está implicada la corteza prefrontal en el pensa-
miento humano, por qué existen vías de reentrada, cuáles son exac-
tamente los papeles respectivos del hipocampo y la neocorteza en la
memoria humana. Decir que el hipocampo algo así como recuerda
durante breves momentos, y que la neocorteza tiene en cambio algo
así como memoria a largo plazo, no es ningún tipo de explicación.
De las explicaciones de Dennett no ha surgido ninguna teoría em-
pírica confirmada en la neurociencia, porque atribuir «algo así como
propiedades psicológicas» a partes del cerebro no explica nada. Vol-
veremos a este tema cuando hablemos de la explicación que Sperry
y Gazzaniga dan de la comisurotomía. No sólo no aporta explica-
ción alguna, sino que genera más incoherencia.23
Coincidimos con el profesor Dennett en que muchas de las creen-
cias del niño lo son en un sentido atenuado. La comprensión que
una niña pequeña tiene del concepto de un médico puede ser de-
176 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

fectuosa, pero la niña dirá acertadamente: «Mi papá es médico», y a


la pregunta: «¿Dónde está el médico» responderá: «Allí dentro» (se-
ñalando el despacho de su papá). De manera que se puede decir que
la niña cree, en un sentido atenuado, que su padre es médico. En su
conducta verbal y deíctica, la niña cumple algunos de los criterios
normales de la creencia que su padre es médico (pero también cum-
ple algunos de los criterios de ausencia de tal creencia). Pero no exis-
te nada parecido a una parte de un cerebro que afirma cosas (como
hace la niña), que responde preguntas (como hace la niña), ni que
señala cosas deícticamente (como hace la niña). Así pues, en el sen-
tido en que la niña, en su conducta verbal y deíctica, puede manifestar
una creencia rudimentaria, una parte del cerebro no puede hacerlo,
del mismo modo que el cerebro en su totalidad no puede manifes-
tar una creencia cabal. ¿O es que el profesor Dennett puede sugerir
un experimento crucial que demuestre que la corteza prefrontal de
la niña algo así como cree que el gato está debajo del sofá?
La niña también puede mostrar una creencia rudimentaria en su
conducta no verbal. Si ve que el gato corre a esconderse debajo del
sofá y ella, con su andar aún inseguro, se acerca a buscarlo ahí, se
puede decir que cree que el gato está debajo del sofá. Pero el cerebro
y sus partes no pueden comportarse de ningún modo, no pueden
acercarse con andar inseguro al sofá, no pueden mirar debajo de éste,
y no pueden parecer desconcertados si bajo el sofá no hay gato algu-
no. Las partes del cerebro no pueden actuar voluntariamente ni
emprender acciones en vistas a un fin. A diferencia de la niña, las
partes del cerebro no pueden cumplir ninguno de los criterios para
creer algo, ni siquiera en un sentido rudimentario. El cerebro (y sus
partes) sólo pueden «algo así como creer» en el mismo sentido en
que son «algo así como océanos» (ya que existen ondas cerebrales) y
«algo así como sistemas climáticos» (ya que existen las tormentas de
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 177

ideas). Entre los procesos del cerebro y las creencias, decisiones o


conjeturas de los seres humanos hay tanta similitud como la que hay
entre el cerebro y el mar. Después de todo, tanto el cerebro como
el mar son de color gris, tienen arrugas en su superficie y por ellos
circulan corrientes.

LA UBICACIÓN DE LOS ATRIBUTOS PSICOLÓGICOS

La pregunta de si el cerebro es un posible sujeto de atributos psico-


lógicos es distinta de la de si es el lugar de aquellos atributos psi-
cológicos a los que se les puede asignar inteligiblemente una ubica-
ción corporal (PFN, págs. 122 y sigs. y 179 y sigs.) Las razones que
nos llevaban a negar que el cerebro pueda ser el sujeto de atributos
psicológicos no demuestran que el cerebro no sea el lugar de aque-
llos atributos a los que tiene sentido asignar una ubicación corporal.
Tampoco pretendían hacerlo. Desde nuestra perspectiva es posible
asignar una ubicación a sensaciones como el dolor y el picor. La ubi-
cación de un dolor está donde señala quien lo sufre, en el miembro
que se masajea, en la parte del cuerpo que dice que le duele —porque
son estas formas de la conducta del dolor las que aportan los crite-
rios para la ubicación de éste—. Por el contrario, al pensar, creer,
decidir y desear, por ejemplo, no se les puede asignar una ubicación
somática. La respuesta a las preguntas «¿Dónde pensaste en esto?»,
«¿Dónde adquirió esa extraña creencia?», «¿Dónde tomó la decisión
de casarse?» nunca es «En la corteza prefrontal, por supuesto». Los cri-
terios para determinar dónde un ser humano pensó en algo, adqui-
rió una creencia, tomó una decisión, se enfadó o se quedó estupefacto
implican una conducta, sin duda, pero no una conducta indicativa de
ubicación somática. La ubicación del pensar, recordar, ver, decidir,
178 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

enfadarse o asombrarse por parte de un ser humano está donde el ser


humano esté cuando piensa, etc.24 Qué parte de su cerebro interviene
en su hacer esas cosas es otra importante cuestión que los neuro-
científicos poco a poco van entendiendo mejor. Pero no están des-
cubriendo dónde tiene lugar el pensar, el recordar o el decidir, están
descubriendo qué partes de la corteza están causalmente implicadas
en el pensar, el recordar o el decidir del ser humano.
Por supuesto, pensar en algo, decidir hacer algo, ver algo son,
como acertadamente dice el profesor Searle (pág. 110), aconteci-
mientos reales, realmente ocurren en algún lugar del mundo y en
algún momento. Se me ocurrió este argumento en la biblioteca
y decidí cómo formularlo en mi despacho, vi a Pepe cuando estaba
en la calle y escuché el recital de Inés en el auditorio. El profesor
Searle sugiere que la pregunta «¿Dónde ocurren los acontecimientos
mentales?» no es másfilosóficamenteabstrusa que la pregunta «¿Dón-
de se producen los procesos digestivos?». Los procesos digestivos, argu-
menta, ocurren en el estómago y la conciencia ocurre en el cerebro.
Es un error. Estar consciente, en oposición a estar inconsciente, ser
consciente de algo, en oposición a no percatarse de ello o no prestarle
atención, no se producen en el cerebro en modo alguno. Ocurren, por
supuesto, debido a ciertos acontecimientos en el cerebro, sin los cuales
el ser humano no habría recuperado la conciencia ni su atención
se habría visto atraída. Para responder la pregunta «¿Dónde te hi-
ciste consciente del sonido del reloj?» tengo que especificar dónde
estaba cuando tal sonido me llamó la atención, del mismo modo
que para responder la pregunta «¿Dónde recuperaste la conciencia?»
tengo que especificar dónde estaba cuando volví en mí.
Tanto el digerir como el pensar se predican de los animales, pero
de ello no se sigue que no haya diferencias lógicas entre ambos. Se
puede decir que el estómago digiere los alimentos, pero no que el
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 179

cerebro esté pensando. El estómago es el órgano digestivo, pero el ce-


rebro no es un órgano del pensamiento al igual que no lo es de la lo-
comoción.25 Si se abre el estómago, se puede ver cómo tiene lugar la
digestión en él. Pero si se quiere ver cómo tiene lugar el pensar, ha-
bría que observar El pensador de Rodin (o al cirujano durante la ope-
ración, el jugador de ajedrez durante la partida o el contertulio en
el calor del debate), no al cerebro. Todo lo que el cerebro de una per-
sona puede mostrar es qué pasa ahí mientras la persona está pensan-
do; todo lo que las imágenes por RMf pueden mostrar es qué parte
del cerebro de esa persona está metabolizando más oxígeno que las
demás cuando el paciente en cuestión está pensando.26 (Atribuimos
a las vigas de hierro longitud, fuerza y presencia de grietas. Pero de
ahí no se sigue que la longitud y la fuerza tengan el mismo carácter
lógico; y podemos decir dónde está la grieta, pero no dónde está la
fuerza.)
Así pues, las sensaciones, por ejemplo los dolores, están ubica-
das en nuestro cuerpo. Pero el profesor Searle sostiene que todas ellas
están en el cerebro. Él mismo admite que es algo que va contra la in-
tuición —alfiny al cabo, nos quejamos de dolor de estómago, de gota
en los pies o de artritis en las rodillas— . No obstante, afirma, el ce-
rebro crea una imagen corporal, y el dolor del que decimos que está
en el pie, y que para aliviarlo nos masajeamos el pie, es una con-
ciencia-del-dolor-como-localizado-en-el-pie, que se encuentra en
la imagen del cuerpo que hay en nuestro cerebro. Es interesante que
Descartes adoptara una concepción muy parecida, al señalar que «el
dolor de la mano lo siente el alma no porque esté presente en la
mano, sino porque está presente en el cerebro».27 La ventaja de su ex-
plicación, señala el profesor Searle, es que significa que podemos
describir el fenómeno del dolor fantasma sin caer en el absurdo de su-
gerir que el dolor está en el espacio físico, en la cama o debajo de la
180 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

sábana. Caemos en ese mismo absurdo, sostiene, cuando decimos


que los dolores están en el cuerpo. Estamos de acuerdo en que es un
absurdo, pero no en que caigamos en él.
Hay muchos usos locativos de «en», algunos espaciales, otros
no espaciales («en el cuento», «en octubre», «en comité»). Entre los
usos espaciales, hay muchos tipos diferentes, en función de qué está
en qué (PFN, págs. 123 y sigs.). Estamos de acuerdo con el profesor
Searle en que si hay una moneda en el bolsillo de mi chaqueta y mi
chaqueta está en el vestidor, entonces hay una moneda en el vesti-
dor. Pero no todos los usos locativos de «en» son transitivos en este
sentido. Si hay un agujero en mi chaqueta y la chaqueta está en el
armario, no se sigue que haya un agujero en el armario. En el caso
de la chaqueta y la moneda, nos ocupamos de relaciones espaciales
entre dos objetos independientes, pero no ocurre lo mismo en el
caso de la chaqueta y el agujero. Asimismo, si hay una arruga en mi
camisa, y mi camisa está en la maleta, no se sigue que haya una arru-
ga en la maleta. La moneda se puede sacar del bolsillo de la chaque-
ta, y la camisa se puede sacar de la maleta, pero el agujero no se pue-
de sacar del bolsillo, hay que zurcirlo, como hay que planchar la
arruga, no sacarla.
El uso de «en» respecto a la ubicación de las sensaciones no es
como con la moneda, sino más bien como con el agujero (aunque,
de todos modos, diferente). Un dolor no es una sustancia. Si sien-
to un dolor en el pie, no me sitúo en ninguna relación con un do-
lor —al contrario, mi pie me duele ahí, y puedo señalar el lugar que
duele, al que llamamos «la ubicación del dolor»—. En el caso del
miembro fantasma, a quien sufre el dolor le parece que el miembro
amputado sigue en su lugar, y reporta un dolor en el miembro ilu-
sorio. Le parece como si le doliera la pierna, pese a no tener pierna.
Coincidimos con el profesor Searle en que no es la cama la que due-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 181

le y que el dolor que el amputado siente no está debajo de la sábana.


El hecho de que éste sienta el dolor donde estaría su pierna y que su
pierna estaría debajo de la sábana, no implica que haya un dolor de-
bajo de la sábana, al igual que el hecho de que tenga dolor en su pier-
na no amputada y ésta esté en su bota no implica que tenga dolor en
la bota. En realidad, convenimos con el profesor Searle en lo que se
refiere a los fenómenos, y sólo discrepamos en lo referente a su des-
cripción. El hecho de que el dolor del amputado sea real pero que la
ubicación en que lo siente sea ilusoria (no le duele la pierna, pues
no tiene pierna) no demuestra que cuando una persona que no haya
sufrido una amputación sienta un dolor en la pierna la ubicación en
que lo siente sea también ilusoria. Realmente es su pierna lo que le
duele. No creemos que haya en el cerebro unas imágenes del cuerpo
y nos preguntamos qué pruebas hay de su existencia —al fin y al
cabo, si se abre el cerebro de un ser humano no se encuentra en él nin-
guna imagen del cuerpo—. A lo que al parecer se refiere el profesor
Searle es a que los métodosfisiológicos,empezando por los de Sher-
rington, se han utilizado para establecer que las neuronas de la cor-
teza somatosensorial se pueden excitar en una relación de uno-a-
uno con puntos estimulados de la superficie del cuerpo, y con la
distribución espacial de los músculos de las extremidades y el tronco.
Pero es totalmente confuso qué quiere decir el profesor Searle cuan-
do habla de «tener un dolor en un pie fantasma fenomenológico en
la imagen del cuerpo que está en el cerebro» (pág. 118 y sigs.) Uno
puede tener dolor en la cabeza, comúnmente conocido como dolor
de cabeza. Pero no puede tener dolor de espalda o de estómago en el
cerebro, ni cualquier otro tipo de dolor. Y no es ninguna casualidad,
ya que allí no hay terminaciones nerviosas salvo en la duramadre.
Por último, el profesor Searle sostiene que cuando un filósofo
dice que dos personas sienten el mismo dolor, lo que quiere decir es
182 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

que tienen el mismo tipo de dolor, pero son dos ejemplares de do-
lor distintos (pág. 116). «[C]omo ejemplar, el dolor que ellos o yo ex-
perimentamos existe sólo en tanto que lo percibe un sujeto conscien-
te en particular» (pág. 116). Falso. En primer lugar, los dolores no los
perciben quienes los sufren. Tener un dolor no es percibir un dolor.
«Tengo un dolor en la pierna» no describe una relación entre yo y un
objeto llamado «un dolor» más de lo que lo hace la frase equivalen-
te «Me duele la pierna». En segundo lugar, la distinción de Peirce
entre tipo y ejemplar se aplicaba a las inscripciones y depende de las
convenciones ortográficas. No es de aplicación a los dolores más de
lo que pueda serlo a los colores. Si dos sillones son de color granate,
entonces hay dos sillones exactamente del mismo color, y no dos
ejemplares del mismo tipo. Porque ¿cómo se pueden individualizar
los diferentes ejemplares? Obviamente no por la ubicación —ya que
ésta meramente distingue los dos sillones, no su color—. Todo lo
que se puede decir es que el primer supuesto ejemplar pertenece al
primer sillón, y el segundo, al segundo sillón. Pero esto significa in-
dividualizar una propiedad por referencia a la pseudopropiedad de
pertenecer a la sustancia que la tiene —como si las propiedades fue-
ran sustancias que se distinguen mediante la ley de Leibniz, y como
si ser la propiedad de una determinada sustancia fuera una propie-
dad que distingue, por ejemplo, el color de esta silla del color de
aquélla—. Y esto es absurdo. Las dos sillas son exactamente del mis-
mo color. Asimismo, si dos personas tienen un terrible dolor de ca-
beza en la sien izquierda, entonces ambas tienen exactamente el mis-
mo dolor. El dolor de A no se distingue del dolor de B por el hecho
de que pertenece a A, del mismo modo que el color granate del pri-
mer sillón no se distingue del color granate del segundo sillón por el
hecho de que pertenece al primero. La distinción entre la identidad
cualitativa y la numérica no es de aplicación a los colores ni a los do-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 183

lores, como tampoco lo es la distinción de Peirce entre tipos y ejem-


plares.

ANTROPOLOGÍA LINGÜÍSTICA, AUTOANTROPOLOGÍA, METÁFORA


Y EXTENSIÓN DEL USO

El profesor Dennett señala que examinar el uso de las palabras pre-


cisa bien una forma de antropología, bien una «autoantropología».
En el primer caso hay que descubrir los usos de las palabras me-
diante adecuadas encuestas sociológicas, pidiendo a las personas
que se fijen en sus intuiciones sobre el uso correcto de una pala-
bra. Otra posibilidad es consultar las propias intuiciones; pero po-
dría resultar que las intuiciones de uno sean divergentes de las de los
demás. El profesor Dennett afirma que nosotros no consultamos a
la comunidad de neurocientíficos para averiguar las intuiciones de
éstos sobre la jerga neurocientífica de los predicados psicológicos
(pág. 86 y nota al pie 15, pág. 204), sino sólo nuestras propias in-
tuiciones.
Esto es un error. Un hablante competente de la lengua no tie-
ne que consultar sus intuiciones (presentimientos, conjeturas), al igual
que un matemático competente no tiene que consultar sus intui-
ciones sobre las tablas de multiplicar, ni un jugador de ajedrez com-
petente debe consultar sus intuiciones sobre el movimiento de las
piezas. Es un hecho empírico, que los antropólogos, los historiado-
res de la lengua, etc. deben establecer, que una determinada palabra
hablada o escrita se use o se usase de una forma determinada en una
determinada comunidad lingüística. No es un hecho empírico que
una palabra, quetieneel significado que tiene, tenga las conexiones con-
ceptuales, las compatibilidades y las incompatibilidades que tiene. Es
184 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

un hecho empírico que el vocablo «negro» lo utilizan los hispano-


hablantes para decir lo que quiere decir, pero en tanto que significa
lo que significa, a saber, este «& m color, no es un hecho empírico que
las proposiciones «El negro es más oscuro que el blanco», «El negro
se parece más al gris que al blanco», «Nada puede ser totalmente ne-
gro y totalmente blanco a la vez» sean verdaderas. Son verdades con-
ceptuales, que especifican una parte de la red conceptual de la que ne-
gro es un nodo. La incapacidad de reconocer estas verdades denota
que no se ha captado en absoluto el significado de la palabra. El ha-
blante competente es aquel que ha llegado a dominar el uso de las ex-
presiones comunes de la lengua. No son intuiciones suyas que negro
es ese «^ • color, que yegua es la hembra del caballo o que deambu-
lar es pasear. No es un presentimiento suyo que un hombre es un ser
humano adulto de sexo masculino. Y no son conjeturas suyas que
si son las diez es más tarde de las nueve, ni que si algo es totalmente
negro no es totalmente blanco.
Aunque los hablantes competentes de una lengua coinciden en
la lengua que hablan, las desviaciones del uso común no son, como
tales, filosóficamente nocivas. Tales desviaciones pueden no ser más
que un fragmento de un idiolecto personal o un sociolecto especial,
una extensión nueva de un término o la apropiación de un térmi-
no existente para un nuevo uso técnico. Esto es lo que nos llevó a
decir que si un hablante competente emplea expresiones contrarias
al uso común, entonces bien pudiera ocurrir que

no haya que entender sus palabras en su significado habitual. Tal vez


las expresiones problemáticas se usaron en un sentido especial, y en
realidad son meramente homónimas; o eran extensiones analógicas del
uso acostumbrado, tan comunes en la ciencia; o se usaron en un sen-
tido metafórico ofigurativo.Si se puede recurrir a estas vías de escape,
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 185

la acusación de que los neurocientíficos han sido víctimas de la falacia


mereológica está injustificada.
(PFN, pág. 74)

Pero que estas vías de escape estén disponibles no es algo que se


pueda dar por supuesto. Tampoco la conveniencia de esta aplicación
del término es un asunto sobre el que el hablante en cuestión sea la
última autoridad. Porque, aun en el caso de que esté introduciendo
un uso nuevo, o de que esté empleando sus palabras en sentido fi-
gurativo, hay que ver si lo hace con coherencia. Y hay que investigar
si lo hace de forma consistente o si, por el contrario, se mueve inad-
vertidamente entre un uso nuevo y otro viejo, haciendo inferencias
a partir del primero que sólo se justificarían desde el segundo. Por esta
razón decíamos que

La autoridad última sobre el asunto es elpropio razonamiento del


hablante. Debemos fijarnos en las consecuencias que saca de sus pro-
pias palabras, y serán las inferencias que haga las que demostrarán si es-
taba usando el predicado en un nuevo sentido o si hacía de él un mal
uso. Si hay que condenarle, tiene que ser por su propia boca.

(PFN, pág. 74)

Y, a continuación, pasábamos a demostrar que a muchos neuro-


científicos importantes sin duda se les podría condenar por su propia
boca, precisamente porque hacen inferencias a partir de su aplicación
peculiar del vocabulario psicológico al cerebro, unas inferencias que
sólo se pueden hacer de forma inteligible a partir de la aplicación ha-
bitual de ese vocabulario al animal en su totalidad (PFN, caps. 3-8).
Si un neurocientífico aplica al cerebro expresiones psicológicas o
semánticas, como «representaciones» o «mapa», o bien está usando
186 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

estas expresiones en su sentido habitual o no lo está haciendo. Si no


lo está haciendo, entonces ese uso no habitual puede implicar 1) un
sentido derivativo, 2) una extensión analógica o de otro tipo del tér-
mino antiguo, 3) un simple homónimo o 4) un sentido metafórico
o figurativo. Si los términos psicológicos se aplican al cerebro en su
sentido habitual, lo que se dice no es inteligible. No sabemos qué
significa decir que el cerebro piensa, teme o se avergüenza. Los cri-
terios constitutivos de la aplicación, por parte de los hablantes com-
petentes de nuestra lengua, de tales expresiones a los animales y los
seres humanos, a saber, lo que dicen y hacen, no los pueden cumplir
el cerebro ni sus partes —no existe nada parecido a un cerebro o par-
te de él que haga observaciones prudentes, que huya por miedo o se
sonroje de vergüenza—. No comprendemos qué supondría que los
cerebros o sus partes pensaran, temieran o decidieran algo, mejor de
lo que comprendemos qué supondría que lo hicieran los árboles. Si
tales términos se aplican en un sentido nuevo, entonces el usuario nos
debe una explicación de cuál es ese sentido. Puede ser un sentido
derivativo, como cuando aplicamos el término «sano» a los alimen-
tos o al ejercicio físico —un uso que requiere una explicación distinta
de la adecuada explicación del uso primario de «salud» aplicado a
un ser vivo—. Puede ser un uso analógico, como cuando hablamos
del pie de la montaña o de la página —tales analogías suelen ser evi-
dentes, pero está claro que exigen una explicación parafrástica muy
distinta de la que requiere su prototipo—. O puede ser un homónimo,
como «masa» en la mecánica de Newton, que requiere una explica-
ción muy distinta de la de «masa» en «toda una masa de gente» o en
«con las manos en la masa».
Cuando los neurocientíficos hablan de «representación», se re-
fieren, en su mayor parte, a un simple homónimo de «representa-
ción» en su sentido simbólico y semántico. Este uso ha resultado in-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 187

fausto, pues ha llevado a eminentes científicos y psicólogos a su-


cumbir a la confusión de utilizar la palabra tanto para referirse a un
correlato causal o concomitante como para referirse a una represen-
tación simbólica. Pero sólo en el primer sentido se puede hablar de
representaciones en el cerebro. De ahí nuestra crítica a David Marr
(PFN, págs. 70, 76, 143-147). Parece que el uso que los neurocien-
tíficos hacen del término «mapa» [map] inició su andadura como
una extensión de la idea de «mapeo» [mapping], pero enseguida se
confundió con la idea de un mapa. Nada hay de erróneo en decir
que un conjunto de entes sobre el que se pueden mapear miembros
de otro conjunto es un «mapa» del último —aunque no es un uso ne-
cesario ni resulta del todo claro—. Pero la incoherencia surge cuan-
do se supone que el cerebro podría utilizar este «mapa» a la manera
en que los lectores de un atlas usan los mapas. No está claro en ab-
soluto qué se quiere decir cuando se afirma que el cerebro o sus par-
tes saben, creen, piensan, infieren y perciben cosas. La única idea
coherente que podría apuntarse con ello es que estos términos se
aplican al cerebro para significar la actividad neural que supuesta-
mente se corresponde con el saber, el creer, el pensar, el inferir y el per-
cibir del animal. Pero de ahí no se sigue en ningún sentido inteligi-
ble la afirmación (que hacen Crick, Sperry y Gazzaniga) de que la parte
del cerebro que está pensando comunica lo que piensa a otra parte del
cerebro. Porque, si el bien el pensamiento humano tiene un conte-
nido (que proporciona la respuesta a la pregunta «¿Qué estás pen-
sando?»), no se puede decir que la actividad neural tenga ningún
tipo de contenido.
Se podría sugerir que cuando los neurocientíficos hablan de ma-
pas o descripciones simbólicas en el cerebro, y de que éste sabe, pien-
sa, decide, interpreta, etc., lo hacen de forma metafórica.28 Podría
afirmarse que estos términos son en realidad agudas metáforas cuya
188 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

idoneidad ha sido establecida hace ya mucho en lo que se refiere a los


ordenadores electrónicos, de los que se dice certeramente que «siguen
reglas». Los ordenadores «se construyeron deliberadamente para llevar
a cabo la "manipulación de símbolos complejos según reglas"». En re-
alidad, podría pensarse que esa forma de hablar «ya no es ni siquie-
ra metafórica, considerando el marco teórico y tecnológico altamente
desarrollado en que tiene lugar».29 Asimismo, en el uso que hacen del
vocabulario psicológico común, los neurocientíficos cognitivos «es-
tán de hecho andando a tientas en la oscuridad; las metáforas son la
regla, más que la excepción». Pero esto es parte del progreso cientí-
fico normal, y en su avance la neurociencia ha ido más allá de la me-
táfora en algunos casos, por ejemplo en la adscripción al cerebro de
«representaciones tipo frase» y «representaciones tipo mapa».
Todo esto se puede cuestionar. No es correcto decir que los or-
denadores siguen reglas, al igual que no se puede decir que los pla-
netas obedecen leyes. Las leyes de Kepler describen el movimiento de
las órbitas de los planetas, pero éstos no cumplen las leyes. Los orde-
nadores no se construyeron «para llevar a cabo la manipulación de sím-
bolos según reglas», se construyeron para producir unos resultados
que coincidan con la correcta manipulación de símbolos según re-
glas. Los ordenadores no pueden seguir una regla más de lo que pue-
da hacerlo una calculadora mecánica. Una máquina puede realizar
operaciones que se ajusten a una regla, siempre y cuando todas las co-
nexiones causales integradas en ella funcionen como se diseñó que
lo hicieran, y suponiendo que el diseño asegura la generación de una
regularidad acorde con la regla o reglas escogidas. Pero para que algo
constituya un caso de seguir una regla, no basta la mera producción
de una regularidad acorde con una regla. Se puede decir que un ser
sigue una regla sólo en el contexto de una práctica compleja que im-
plica las actividades reales y potenciales de justificar los errores, per-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 189

catarse de ellos y corregirlos tomando como referencia la regla, cri-


ticar las desviaciones de la regla y, si es requerido a ello, explicar que
una acción cumple la regla y enseñar a otros en qué consiste seguir una
regla. La determinación de que un acto es correcto, que está de acuer-
do con la regla, no es una determinación causal, sino lógica. De lo con-
trario, deberíamos rendirnos ante cualesquiera que fueran los resul-
tados que los ordenadores producen.30
Indudablemente, los ingenieros informáticos utilizan este tipo
de lenguaje —al principio de forma inocua, hasta que llega el mo-
mento en que empiezan a aplicarlo literalmente y suponen que los
ordenadores realmente piensan, que lo hacen mejor y más deprisa que
nosotros, que realmente recuerdan y a diferencia de nosotros nunca
olvidan, y que interpretan lo que tecleamos y a veces lo interpretan
mal, asignando a lo que escribimos un significado distinto del que pre-
tendíamos expresar—. Entonces la manera de hablar, por lo demás ino-
cua, de los informáticos deja de ser un modo divertido de abreviar
y se convierte en una confusión conceptual potencialmente perniciosa.
Es posible que se quiera decir que los ordenadores o el cerebro
piensan, calculan, razonan, infieren y formulan hipótesis sólo me-
tafóricamente. Las metáforas no explican —ilustran una cosa en tér-
minos de otra—. Una metáfora deja de serlo cuando se convierte en
un cliché, como «un corazón roto» o «de un tirón», pero no puede
dejar de ser una metáfora convirtiéndose en literal. ¿Qué significa-
ría que es literalmente verdadero que los planetas obedecen las leyes
de la naturaleza? Se puede decir que una regla de cálculo, una cal-
culadora mecánica o un ordenador calculan —hablando figurada-
mente—. ¿Pero que significaría que literalmente calcularan? Si «el
ordenador recuerda (calcula, infiere, etc.)» tiene perfecto sentido (no
figurativo) para los ingenieros informáticos es precisamente porque
emplean estas frases como clichés. «El ordenador calcula» no signi-
190 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

fica nada más que «El ordenador pasa por el proceso electromecáni-
co necesario para producir los resultados de un cálculo sin cálculo
alguno», del mismo modo que «Te quiero con todo mi corazón» no
significa nada más que «Te quiero de verdad».
Es notorio que cuando los neurocientíficos hablan, en los casos
que hemos criticado, de que en el cerebro hay unos mapas, y de que
el cerebro usa estos mapas como tales, no lo hacen en sentido meta-
fórico. Resulta obvio que la observación de Blakemore de que «los neu-
roanatomistas dicen ahora que el cerebro tiene mapas, que se cree
desempeñan un papel fundamental en la representación y la inter-
pretación que el cerebro hace del mundo, del mismo modo que los
mapas de un atlas lo hacen para sus lectores»^1 (la cursiva es nuestra)
no es metafórica, ya que nada hay de metafórico en «Los mapas del
atlas desempeñan un papel en la representación del mundo de sus lec-
tores». Además, el término «representación» se emplea aquí mani-
fiestamente en el sentido simbólico, no en el sentido de correlato
causal. Tampoco es metafórica la afirmación de J. Z. Young de que
el cerebro hace uso de sus mapas al formular sus hipótesis sobre lo
que es visible.32 Porque hacer uso de un mapa al formular una hipóte-
sis significa tomar una característica indicada por el mapa como ra-
zón para la hipótesis. El profesor Dennett afirma que el cerebro «hace
uso de ellos como mapas» (pág. 205, n. 20), y en el debate de la APA
aseguró que es una cuestión empírica, y no filosófica, la de si el ce-
rebro usa los «mapas retinotópicos» como mapas-, la de «si alguna de
las operaciones de recuperación de información que se definen al
hablar de ellos explota las características de los mapas que nosotros
explotamos cuando lo hacemos con los mapas del mundo real». Pero
sólo podría ser una cuestión empírica si tuviera sentido que el cere-
bro usa un mapa como un mapa. Sin embargo, para usar un mapa
como un mapa, tiene que haber un mapa —y en el cerebro no hay
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 191

ninguno—; uno ha de saber leer el mapa—pero el cerebro no tiene


ojos y no puede leer—; hay que estar familiarizado con las conven-
ciones de proyección del mapa (por ejemplo, proyección cilindrica,
cónica, de azimut) —pero no existen convenciones de proyección re-
ferentes al mapeo de las características del campo visual sobre las ac-
tivaciones neurales en la corteza estriada «visual»; y uno debe usar
el mapa para guiarse en su conducta —en sus excursiones o nave-
gaciones—, actividad que el cerebro no realiza. No hay que con-
fundir un mapa con la posibilidad de un mapeo. El hecho de que se
pueda mapear la activación de las células retinales sobre la activa-
ción de las células de la corteza estriada visual no demuestra que
haya un mapa de lo visible en el campo visual de la corteza estriada.
Por último, quisiéramos rectificar un malentendido. Algunos
de nuestros críticos presumen que intentamos imponer una ley
que prohiba las extensiones nuevas de las expresiones de la lengua.
El profesor Dennett afirmó en el debate de la APA que proscribi-
ríamos el uso de «código genético», puesto que insistimos en que no
se puede codificar ú lenguaje en el cerebro. El profesor Churchland
supone que excluiríamos por principio innovaciones conceptuales
como la introducida por Newton cuando decía que la Luna cae cons-
tantemente hacia la Tierra a medida que se mueve sobre su trayecto
inercial. Todo esto es un malentendido.
No prohibimos nada —sólo apuntamos las incoherencias con-
ceptuales que se producen en los escritos neurocientíficos—. No tra-
tamos de impedir a nadie que extienda los usos del lenguaje de for-
ma científicamente provechosa —únicamente tratamos de asegurarnos
de que tales supuestas extensiones no traspasan los límites del senti-
do por una incapacidad para especificar el uso nuevo, o por mez-
clarlo indebidamente con el antiguo—. Nada hay de malo en ha-
blar del pie de la montaña, siempre y cuando uno no se pregunte
192 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

si la montaña lleva zapatos. Nada hay de malo en hablar del paso del
tiempo, siempre y cuando uno no se confunda (como se sabe que le
ocurrió a san Agustín) sobre cómo medirlo. No había nada de malo
en que Newton dijera que la Luna «cae», pero lo habría habido de ha-
berse preguntado qué era lo que la hacía resbalar. Nada tenía de malo
que hablara de fuerzas que actúan sobre un cuerpo en el espacio,
pero lo habría habido si hubiese especulado sobre si las fuerzas eran
de infantería o de caballería. Nada tiene de malo que los genetis-
tas hablen del código genético. Pero lo habría si de la existencia de éste
hicieran inferencias que sólo se pueden hacer de la existencia de
códigos literales. Yes que, en realidad, el código genético no es un có-
digo en el sentido en que se usa un código para cifrar o transmitir una
frase de una lengua. No es ni siquiera un código en «un sentido ate-
nuado», como se podría decir de una frase acordada entre los padres
para que los hijos no sepan de qué están hablando.
Estábamos preocupados por el uso que los neurocientíficos cog-
nitivos hacen del vocabulario psicológico común y corriente (y de otros
términos, como «representación» y «mapa») al especificar aquellos fe-
nómenos que sus teorías pretenden explicar y describir los términos
con los que se proponen hacerlo. Porque, como hemos dejado cla-
ro, habitualmente los neurocientíficos intentan explicar el perci-
bir, el saber, el creer, el recordar y el decidir de los seres humanos
haciendo referencia a partes del cerebro que perciben, saben, creen,
recuerdan y deciden. Por esto citábamos observaciones, obra de im-
portantes neurocientíficos, psicólogos y científicos cognitivos, como
las siguientes:

J. Z. Young: «Podemos considerar toda visión como una búsque-


da continua de respuestas a preguntas que formula el cerebro. Las se-
ñales de la retina constituyen "mensajes" que contienen esas respues-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 193

tas. Luego, el cerebro usa esta información para construir una hipóte-
sis adecuada de lo que hay ahí».
Programs of the Brain, pág. 119

C. Blakemore: «El cerebro [tiene] mapas, que se cree desempeñan


un papel esencial en la representación y la interpretación que el cere-
bro hace del mundo, del mismo modo que los mapas de un atlas lo
hacen para sus lectores».
«Understanding Images in the Brain», pág. 265

G. Edelman: «El cerebro "relaciona de forma recursiva las secuen-


cias semánticas con las fonológicas, y luego genera unas correspon-
dencias sintácticas [...] tratando para ello a las reglas que se desarrollan
en la memoria como objetos de manipulación conceptual"».
Bright Air, Brilliant Fire (Harmondsworth,
Penguin, 1994), pág. 130

J. Frisby: «En el cerebro debe de haber una descripción simbólica


del mundo exterior, una descripción formulada en símbolos que se re-
fieren a los diversos aspectos del mundo de los que la vista nos hace cons-
cientes».
Seeing: Illusion, Brain, and Mind (Oxford,
Oxford University Press, 1980), pág. 8

E Crick: «Cuando se corta el cuerpo calloso, el hemisferio izquierdo


sólo ve la mitad derecha del campo visual [...] ambos hemisferios pue-
den oír lo que se dice [...] parece que una mitad del cerebro ignora por
completo lo que la otra mitad vio».
The Astonishing Hypothesis (Londres,
Touchstone, 1995), pág. 170
194 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

S. Zeki: «La capacidad del cerebro de adquirir conocimientos, de


abstraer y de construir ideales».
«Splendours and Miseries of the Brain»,
en Philosophical Transactions of the Royal Society B 354 (1999),
pág. 2.054

D. Marr. «Nuestros cerebros de algún modo han de ser capaces


de representar [...] información [...] Por consiguiente, el estudio de la
visión debe incluir [...] una investigación sobre la naturaleza de las re-
presentaciones internas por las que captamos esta información y la ha-
cemos accesible como base para las decisiones [...]
Una representación es un esquema formal para describir [...]
junto con las reglas que especifican cómo hay que aplicar el esque-
ma [...] [Un esquema formal es] un conjunto de símbolos con reglas
para combinarlos [...] Una representación, por lo tanto, no es en ab-
soluto una idea extraña: todos usamos representaciones continua-
mente».
Vision (San Francisco, Freeman, 1980), págs. 20 y sigs.

Éstos no son usos metafóricos. N o son extensiones audaces de


los términos que introducen significados nuevos con fines teóricos.
Son sencillamente usos incorrectos del vocabulario psicológico
(y semántico) común —unos usos incorrectos que conducen a la in-
coherencia y a diversas formas de contrasentido— que hemos se-
ñalado caso por caso. Nada hay de extraño en ello. N o difiere, en
principio, de las aplicaciones igualmente equivocadas del mismo
vocabulario a la mente, como si fuera mi mente la que sabe, cree,
piensa, percibe, siente dolor, quiere y decide. Pero no es así; soy yo,
el ser humano viviente, quien hace todo eso. El primer error no es me-
nos mayúsculo que el último (y venerable) error, y está extendido
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 195

entre los neurocientíficos cognitivos, a veces en detrimento de los


experimentos que éstos diseñan, habitualmente en detrimento de
su teorizar los resultados de esos experimentos y muy a menudo en
detrimento de su explicación de las funciones cognitivas animales y
humanas por referencia a las estructuras y las operaciones neurales que
las hacen posibles.

LOS QUALIA

En nuestra exposición de la conciencia (PFN, caps. 9-12), ar-


gumentábamos que caracterizar el dominio de lo mental por
referencia a la «sensación cualitativa» de la experiencia es erróneo
(PFN, cap. 10). Pero, con permiso del profesor Searle (pág. 99 y sigs.),
no negamos la existencia de los qualia aduciendo que, si existieran,
existirían en el cerebro. Si, per impossibile, todos los atributos psico-
lógicos se caracterizaran por su «sensación cualitativa», seguirían
siendo atributos de los seres humanos, no del cerebro.
Se supone que un quale es «la sensación cualitativa de una expe-
riencia» (Chalmers),33 o es algo como «la rojez del rojo o lo doloro-
so del dolor» (Crick).34 Los qualia son «las simples cualidades sen-
soriales que se encuentran en lo azul del cielo o en el sonido de una
nota» (Damasio)35 o «lo que se siente al ver, oír u oler, lo que se sien-
te al tener un dolor» (Block).36 Según el profesor Searle, los estados
conscientes son «cualitativos en el sentido de que, para cada esta-
do consciente [...] hay algo que cualitativamente es como estar en
ese estado».37 Según Nagel, para cada experiencia consciente «hay
algo que es como tenerlo para el organismo».38 Estas diversas expli-
caciones no son equivalentes, y no está claro que a partir de ellas emer-
ja una explicación coherente.
196 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

El profesor Searle observa que en un dolor, un picor o unas


cosquillas hay una sensación cualitativa. Estamos de acuerdo, en el
sentido siguiente: las sensaciones, señalábamos (PFN, pág. 124), po-
seen cualidades fenoménicas (por ejemplo, las de arder, escocer, picar,
roer, punzar); están asociadas a la inclinación a ciertas conductas
(soplarse, rascarse, frotarse o reírse); y tienen grados de intensidad que
pueden aumentar o disminuir.
Sin embargo, observábamos, cuando se trata de la percepción es
difícil caracterizar lo que se quiere decir con «el carácter cualitativo
de la experiencia». Especificar lo que vemos u olemos o, en el caso de
las alucinaciones, lo que nos parece que vemos u olemos, requiere que
se especifique un objeto. Las experiencias visuales u olfativas y sus co-
rrespondientes alucinaciones se individualizan por aquello de lo que
son experiencias o alucinaciones. Ver una farola es distinto de ver
un buzón, oler una lila es distinto de oler una rosa, y así lo son tam-
bién las correspondientes experiencias alucinatorias, que se describen
en términos de la similitud que presentan para el sujeto con su con-
trapartida perceptiva verídica.39
Las rosas, sin duda, no huelen como las lilas —cómo huelen las
rosas es distinto de cómo huelen las lilas—. Oler rosas es muy dife-
rente de oler lilas. Pero el carácter cualitativo de oler rosas no huele
a rosas, ni el carácter cualitativo de oler lilas huele a lila. El oler unas
u otras puede ser igualmente agradable —en cuyo caso el carácter
cualitativo del oler puede ser exactamente el mismo, aunque lo que
se huela sea distinto—. Creemos que el profesor Searle confunde
cómo se sienten los olores con cómo se siente el oler.
Normalmente, al ver una farola no se siente nada. Si se pre-
gunta «¿Qué sintió al verla?» el único tipo de respuesta es del estilo
«No sentí nada en particular, ni agradable ni desagradable, ni exci-
tante ni aburrido». Estos epítetos —«agradable», «desagradable», «ex-
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 197

citante», «aburrido»— se entienden correctamente cómo descripcio-


nes del «carácter cualitativo de la experiencia». En este sentido, mu-
chas experiencias perceptivas no tienen ningún carácter cualitativo. Nin-
guna se individualiza por su sensación cualitativa—se individualizan
por su objeto—. Y si hablamos de una alucinación, decir que la farola
de nuestra alucinación era de color negro sigue siendo una descripción
del objeto de la experiencia —su «objeto intencional» en la jerga de
Brentano (que el profesor Searle utiliza)—. Por otro lado, la cuali-
dad de la experiencia alucinatoria es probablemente sobrecogedora.
Contrariamente a lo que sugiere el profesor Searle, nosotros no
argumentamos que «si los qualia no se definen como una cuestión
de agradabilidad o repugnancia, entonces habrá que individualizar
la experiencia por su objeto» (pág. 115). Nuestra tesis era que sí in-
dividualizamos las experiencias y las alucinaciones por sus objetos
—que se especifican por la respuesta a la pregunta «¿De qué fue ex-
periencia (o alucinación) tu experiencia (o alucinación)?»—.40 Cla-
ro está que no es necesario que el objeto sea la causa, como se pone
de manifiesto en el caso de las alucinaciones. Pero, insistíamos, no se
debe confundir el carácter cualitativo de la experiencia con las cua-
lidades del objeto de la experiencia. El hecho de que lo que uno ve
al ver una manzana roja sea rojo y redondo no implica que uno tu-
viera una experiencia visual roja y redonda. El hecho de que lo que
a uno le parece que ve cuando alucina una manzana roja sea rojo y
redondo no implica que uno tuviera una alucinación visual roja
y redonda. «¿Qué viste (o alucinaste)?» es una pregunta, y «¿Cómo
fue ver lo que viste (o alucinar lo que alucinaste?» otra. Las expe-
riencias perceptivas no se individualizan por su carácter cualitativo.
Se trata de verdades sencillas, pero al parecer se han pasado por alto.
198 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

CEREBROS DENTRO DE UN CRÁNEO

El profesor Searle dice que los seres humanos son «cerebros dentro
de un cuerpo» (págs. 120 y sigs.). Desde su punto de vista, la razón de
que podamos decir tanto «Peso 75 kilos» como «Mi cuerpo pesa
75 kilos» es que lo que hace que yo pese 75 kilos es que eso es lo que
pesa mi cuerpo. Pero, al parecer, estrictamente hablando no soy más
que un cerebro dentro de un cuerpo (de un cráneo). Tengo un cuer-
po, y estoy en el cráneo de mi cuerpo. Es ésta una versión materialista
del cartesianismo. Una de las razones principales de que escribiéra-
mos nuestro libro fue la firme creencia de que los neurocientíficos con-
temporáneos, y también muchos filósofos, siguen aún bajo la oscu-
ra y alargada sombra de Descartes. Al tiempo que rechazan la sustancia
inmaterial de la mente cartesiana, transfieren los atributos de la men-
te cartesiana al cerebro humano, dejando intacta la totalidad de la es-
tructura de la concepción cartesiana de la relación entre la mente y
el cuerpo. Lo que nosotros defendemos es que los neurocientíficos,
e incluso los filósofos, dejen atrás las sombrías regiones cartesianas y
busquen la luz del sol aristotélico, donde se puede ver mucho mejor.
Si, per impossibile, yo fuera un cerebro dentro de un cuerpo, en-
tonces tendría un cuerpo —del mismo modo que la mente cartesia-
na tiene un cuerpo—. Pero no tendría cerebro, ya que los cerebros
no tienen cerebros. Y en verdad mi cuerpo no pesaría 75 kilos, sino
75 kilos menos los 1,5 kilos que, hablando con propiedad, es lo que
yo pesaría. Y no mediría 1,75 de alto, sino sólo 0,18 metros. No cabe
duda de que el profesor Searle me asegurará que soy mi-cerebro-
dentro-de-mi-cuerpo —mi cerebro junto con mi cuerpo—. Pero
esto no nos lleva a ninguna parte. Y es que mi cerebro junto con mi
cuerpo sin cerebro, tomado en un sentido, es simplemente mi ca-
dáver; tomado en otro sentido, es sencillamente mi cuerpo. Pero yo
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 199

no soy mi cuerpo, no el cuerpo que yo tengo. Naturalmente, soy un


cuerpo —el ser humano viviente que está ante el lector, un tipo
particular de persistente espaciotemporal sensible que posee inteli-
gencia y voluntad y, por consiguiente, es una persona—. Pero no soy
mi cuerpo más de lo que soy mi mente. Y tampoco soy un cerebro den-
tro de un cuerpo. Es un error suponer que los seres humanos están
«dentro de cuerpos» —esta idea pertenece a la tradición platónica,
agustiniana y cartesiana que se debería rechazar—. Sería mucho
mejor decir, con Aristóteles, que los seres humanos son criaturas
animadas (empsuchos), animales dotados de unas capacidades que les
confieren, en la forma de vida que les es natural, el estatus de per-
sonas.

LA INVESTIGACIÓN NEUROCIENTÍFICA

Nuestros críticos afirman que nuestras investigaciones son irrele-


vantes para la neurociencia o, peor aún, que nuestro consejo, de se-
guirse, resultaría netamente perjudicial. El profesor Dennett sostie-
ne que nuestro rechazo a adscribir atributos psicológicos (incluso en
un sentido atenuado) a nada que no sea un animal en su totalidad es
retrógrado y anticientífico, en contraste con los beneficios científi-
cos de la «actitud intencional» que él defiende. En su opinión, «la
licencia poética que permite la actitud intencional facilita la tarea» de
explicar cómo el funcionamiento de las partes contribuye a la con-
ducta del animal (pág. 89).
En primer lugar, observamos que la licencia poética es algo que se
permite a los poetas para los fines de la poesía, no para los fines de
la precisión empírica y el poder explicativo. En segundo lugar, atri-
buir capacidades cognitivas a partes del cerebro sólo ofrece la apariencia
200 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de una explicación cuando se requiere una explicación verdadera


y, por tanto, obstaculiza el proceso científico. Sperry y Gazzaniga
sostienen que, en los casos de comisurotomía, la extraña conducta de
los sujetos experimentales expuestos a representaciones de objetos
se explica por el hecho de que un hemisferio del cerebro ignora lo
que la otra mitad puede ver.* Se presume que los hemisferios del ce-
rebro conocen cosas y las pueden explicar, y que, debido a la sección
del cuerpo calloso, el hemisferio derecho no puede comunicar al iz-
quierdo lo que ve, de modo que este último debe generar su propia
interpretación de por qué la mano izquierda está haciendo lo que
hace.41 Lejos de explicar los fenómenos, esto no es más que redes-
cribirlos en términos confusos, obviando así la ausencia de una ex-
plicación sustancial. La disociación de funciones normalmente
asociadas se explica en parte por la sección del cuerpo calloso y
por la ubicación de funciones en ambos hemisferios. Esto se sabe
hoy a la perfección, pero la explicación actualmente disponible no
va más allá. Es una ilusión suponer que nada en absoluto se añade a
esa explicación con la atribución de («algo así como», u otro tipo)

* En una célebre serie de experimentos, Gazzaniga, Bogen y Sperry (1962) pre-


sentaron a pacientes comisurotomizados estímulos visuales y táctiles dirigidos al-
ternativamente a uno de los dos hemisferios «incomunicados» por la ausencia del
cuerpo calloso. Los estímulos visuales presentados al campo visual derecho (co-
nectado al hemisferio izquierdo) eran correctamente reportados por los sujetos,
pero cuando los mismos estímulos se presentaban al campo visual izquierdo (co-
nectado al hemisferio derecho) los sujetos afirmaban no haber visto nada. Si a
continuación se les pedía que cogieran un objeto usando la mano izquierda (con-
trolada por el mismo hemisferio derecho), lo hacían sin problema, pero si se les
preguntaba entonces qué tenían en la mano, los sujetos eran incapaces de res-
ponder. Véase Gazzaniga, M. S., Bogen, J. E., y Sperry, R. W. (1962) «Some
functional effects of sectioning the cerebral commissures in man», en Proceedings
of the National Academy ofSciences, 48, parte 2, pág. 1.765. (N. delt.)
RÉPLICA A LAS REFUTACIONES 201

conocimiento, percepción y comprensión lingüística a los hemisfe-


rios del cerebro.
El profesor Searle afirma que, si nuestra explicación de las es-
tructuras conceptuales utilizadas fuera correcta, se rechazarían, por
carecer de significado, las preguntas esenciales de la investigación
neurobiológica. Por esto, apunta que «la pregunta central de la visión,
de qué forma los procesos neurobiológicos [...] causan experiencias
visuales conscientes, no la podría investigar nadie que aceptara [nues-
tra] concepción». Nuestra concepción, asegura, «puede tener unas con-
secuencias científicas potencialmente desastrosas» (pág. 124).
La investigación sobre la neurobiología de la visión es la investi-
gación sobre las estructuras neurales causalmente necesarias para que
un animal pueda ver, y sobre los procesos específicos implicados en
la visión. Nuestro rechazo a la idea de que las experiencias visuales ocu-
rren en el cerebro, o que se caracterizan por los qualia, afecta a este
programa de investigación neurocientífica sólo en la medida en que
evita preguntas fútiles que podrían no tener respuesta. Damos nu-
merosos ejemplos: el problema de la integración (Crick, Kandel y
Wurtz), la explicación del reconocimiento por referencia a la com-
paración de plantillas e imágenes (Marr) o la sugerencia de que las per-
cepciones son hipótesis del cerebro, conclusiones de las inferencias
inconscientes que hace (Helmholtz, Gregory y Blakemore). Nuestra
concepción de que quien ve o tiene experiencias visuales es el animal,
no el cerebro, y la concepción del profesor Searle de que es el cere-
bro, no el animal, son tesis conceptuales, no empíricas. El tema es sin
duda importante por todo lo dicho, pero debe quedar claro que lo
que nosotros decíamos no dificulta la investigación empírica sobre los
procesos neurales en que se sustenta la visión. Al contrario, dirige la
descripción de los resultados de tales investigaciones hacia el cami-
no del sentido.
202 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCLA

En general, las críticas conceptuales de nuestro libro no hacen


más que arrancar capas de confusión conceptual de los estudios neu-
rocientíficos, y esclarecer las formas conceptuales que éstos presu-
ponen. Esto no puede impedir el progreso de la neurociencia. En
realidad, debería facilitarlo, mediante la exclusión de preguntas ca-
rentes de sentido, la proscripción de experimentos desacertados y la
depuración de los resultados experimentales malinterpretados.42
EPILOGO
MAXWELL BENNETT

Conocí a sir John Eccles en 1962, cuando estaba terminando mis


estudios de licenciatura en ingeniería eléctrica. Al año siguiente ob-
tuvo el premio Nobel por su trabajo sobre la transmisión química en
las sinapsis de la médula espinal y el cerebro. Me preguntó qué estaba
haciendo, y yo le dije que «ingeniería eléctrica», a lo que replicó:
«Excelente, debes venirte conmigo, ya que todo laboratorio neuro-
fisiológico de primera clase necesita un buen soldador». Creo que
todo laboratorio de neurociencia cognitiva de primera clase nece-
sita hoy un buen filósofo crítico y analítico. El diálogo sobre las me-
tas y los logros de la neurociencia cognitiva reproducido en este li-
bro, que tuvo lugar en el seno de la reunión de la APA de 2005 en
Nueva York, confirma esa creencia.
La tarea de la neurociencia es entender el funcionamiento del
sistema nervioso, contribuyendo así al diseño de estrategias para ali-
viar a la humanidad de la terrible carga de enfermedades como la
demencia o la esquizofrenia. Los neurocientíficos, en el cumpli-
miento de su tarea, también esclarecen aquellos mecanismos del ce-
rebro que deben funcionar normalmente para que podamos ejercer
nuestras facultades psicológicas, tales como la percepción y la me-
moria.
204 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Esta concepción de la neurociencia se opone a la que sostiene


que la neurociencia tiene un único objetivo global, el de entender la
conciencia.l Es interesante considerar en detalle esta sugerencia, como
ejemplo de la necesidad de un análisis filosófico crítico de las neu-
rociencias del tipo que he propuesto más arriba. Peter Hacker y yo
dedicamos en nuestro libro más de cien páginas al tema de la con-
ciencia. Al principio de nuestro análisis afirmamos que «un primer
paso hacia la claridad es distinguir la conciencia transitiva de la in-
transitiva. La conciencia transitiva es la capacidad de ser consciente
de una u otra cosa, o de ser consciente de que una u otra cosa son de
un modo u otro. La conciencia intransitiva, por el contrario, no tie-
ne objeto. Es la capacidad de estar consciente o despierto, frente a es-
tar inconsciente o dormido» {Philosophical Foundations ofNeuros-
cience, en adelante PFN, pág. 244). La pérdida de la conciencia
intransitiva, por ejemplo cuando se está dormido, desvanecido o
anestesiado, es objeto de una rica literatura neurocientífica. Por otro
lado, existe mucha confusión en la literatura neurocientífica cuando
se trata del estudio de las diversas formas de conciencia transitiva. Es-
tas formas incluyen la conciencia perceptiva, la somática, la cinética
y la afectiva, la conciencia de las propias motivaciones, la conciencia
reflexiva, la conciencia de las propias acciones y la autoconcien-
cia (PFN, págs. 248-252). Algunas de estas formas de conciencia
transitiva son atencionales. Por ejemplo, la conciencia perceptiva de
algo implica que la cosa de la que se es consciente atrae la atención
de modo sostenido. Es un error suponer que la percepción de algo
es, en tanto que percepción, una forma de conciencia transitiva o
incluso que conlleva ser consciente de lo que uno percibe.
La investigación neurocientífica se ha consagrado de manera
abrumadora sólo a una forma de lo que se interpreta (o malinter-
preta) como conciencia perceptiva transitiva, en concreto la que in-
EPILOGO 205

terviene en la percepción visual, en particular el fenómeno de la ri-


validad binocular. Durante esta rivalidad, el observador capta dos
imágenes incongruentes, cada una de las cuales afecta a un ojo dis-
tinto, pero percibe sólo una imagen a la vez. La imagen perceptiva-
mente dominante y la suprimida se alternan cada pocos segundos. El
trabajo experimental de Logothetis y sus colegas (Leopold y Logthetis
1999; Blake y Logothetis, 2002) permite entender esto. Mediante el
uso de técnicas de condicionamiento operante, entrenaron a unos mo-
nos para que accionaran una palanca para indicar cuál de las dos
imágenes monoculares en competencia es la dominante en un de-
terminado momento (véase figura 8). Los picos de actividad de los
potenciales de acción, registrados en células individuales de la corteza
visual del mono, se pueden correlacionar con la respuesta percepti-
va del animal de mover la palanca. Ello permite identificar las re-
giones corticales en las que la actividad neuronal se corresponde con
la experiencia perceptiva. El recuadro de la izquierda de la figura 8
muestra el número de picos de actividad eléctrica registrados en una

FIGURA 8: Técnicas de condicionamiento operante para establecer las áreas de la corte-


za con neuronas que, durante la presentación de imágenes monoculares «rivales», des-
cargan picos de potenciales de acción correlacionados con los «informes perceptivos» de
los monos (extraído de Blake y Logothetis, 2002; Leopold y Logothetis, 1999).
206 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

célula individual activa durante la rivalidad binocular. La barra bajo


el eje x indica la percepción alterna de las dos imágenes, en clara
correlación con los períodos de máxima actividad. La figura 8 (de-
recha) muestra las zonas del cerebro que contienen neuronas exci-
tadas cuya actividad se correlaciona con la percepción visual del
mono. El porcentaje de neuronas relacionadas con la percepción
aumenta en los centros visuales «superiores», es decir, aquellas áre-
as de la corteza más alejadas del input procedente del tálamo. Sólo
una pequeña fracción de las neuronas sensibles a estímulos visua-
les en las áreas corticales VI (con conexiones directas con el tálamo)
y V2, las primeras a la que llega el input talámico, respondían de
acuerdo con las alternancias de la rivalidad binocular. En cambio,
el porcentaje era superior en las áreas más alejadas del input talámi-
co, concretamente: V4, corteza temporal medial (MT) y corteza
temporal superior medial (MST). La actividad de casi todas las neu-
ronas sensibles a estímulos visuales de las zonas de la corteza tem-
poral inferior (IT) y somatosensorial (STS) coincidía en gran me-
dida con el estado perceptivo del animal. Esta modulación de las
neuronas corticales contrasta con la actividad de las neuronas no
corticales del núcleo geniculado lateral, que tienen conexiones di-
rectas con la retina. Estas no muestran ninguna modulación du-
rante la rivalidad binocular.
Así pues, hay en la corteza un conjunto distribuido de neuronas
que se activan en coordinación con las reacciones perceptivas del
animal, si bien se activan menos neuronas en las áreas visuales pri-
marias (VI) que en las superiores. Lumer y sus colegas, utilizando imá-
genes por RMF en sujetos humanos, han determinado la distribu-
ción espacial de las neuronas de la corteza que están activas durante
esas reacciones a la alternancia binocular. Sus estudios revelan que las
neuronas cuya actividad fluctúa en coordinación con las fluctuado-
EPÍLOGO 207

nes reportadas de la experiencia perceptiva están ampliamente dis-


tribuidas por la corteza, incluyendo la corteza prefrontal lateral y los
centros visuales superiores (Lumer, Friston y Rees, 1998). Lo mismo
observaron Edelman y sus colegas, que utilizaron magnetoencefa-
lografía (MEG) para registrar la actividad cortical de sujetos huma-
nos (Tononi y Edelman, 1998; Srinivasan y otros, 1999). Este tipo
de actividad distribuida durante la percepción parece ser lo que ha
llevado al profesor Searle a sugerir que existe un «campo de la con-
ciencia».2
En contraste con el énfasis en la distribución de la actividad de
la corteza durante la rivalidad binocular, otros autores señalan que sólo
determinadas clases de neuronas de los centros visuales superiores
pueden considerarse candidatas a correlato neuronal de la concien-
cia (CNC) para este fenómeno. Por ejemplo, Crick y Koch (2003)
subrayan que sólo los centros visuales superiores, como STS e IT,
poseen neuronas sensibles a estímulos visuales que reaccionan típi-
camente (90 %) en coordinación con las alternancias de la rivalidad
binocular. Esto lleva a Crick y Koch a examinar los detalles de «las
arborizaciones dendríticas de los diferentes tipos de neuronas del
giro temporal inferior (IT) del macaco que se proyectan hacia la cor-
teza prefrontal, cerca del surco principal» (fig. 9; arriba, destaca-
da en gris). Y señalan que «sólo un tipo de células tienen dendritas
apicales que alcanzan la capa 1». A continuación, preguntan: «¿Qué
hay de especial en la actividad que supera el umbral de la concien-
cia? Podría ser la descarga de tipos especiales de neuronas, como las
células piramidales que proyectan sus axones hacia la parte frontal
del cerebro» (fig. 9). Es decir, ahora tenemos que los CNC de
la percepción durante la rivalidad binocular se identifican con un
determinado tipo de neurona de la corteza temporal inferior, una
idea similar a la de una «célula pontífice» o las «células cardenal» de
208 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

FIGURA 9: Collage de neuronas de la corteza temporal inferior (IT en la figura 8) que se pro-
yectan hacia una porción limitada de la corteza prefrontal (zona punteada del cerebro re-
presentado en la parte superior; extraído de Crick y Koch, 2003, proveniente de De Lima,
Voight y Morrison, 1990).
EPÍLOGO 209

Barlow (1997).* Esto lleva a Koch (2004), en su libro The Questfor


Consciousness, objeto de gran admiración por parte de venerables
filósofos,3 a describir mediante la figura 10 lo que la neurociencia ha-
bría supuestamente revelado respecto a los CNC durante la percep-
ción visual. Se trata de una concepción criptocartesiana de la relación
entre nuestros atributos psicológicos y el funcionamiento del cere-
bro. Una idea que hunde sus raíces en la falsa creencia, que señala-
mos en nuestro libro (PFN, cap. 10), de que la esencia de la con-
ciencia es su asociación con los qualia, y de ahí que se pueda descubrir
que estas inefables características cualitativas de la experiencia son
causadas por células cardenales o pontífices.

FIGURA 10:«Los CNC son el conjunto mínimo de acontecimientos neurales —aquí potenciales
de acción sincronizados de las neuronas piramidales neocorticales (de la zona IT)— sufi-
cientes para una determinada percepción consciente» (extraído de Koch, 2004).

* Alusión a una metáfora de Sherrington (1941) en referencia a que los sis-


temas perceptivos corticales no podían estar organizados en jerarquías estáticas
con una única neurona «pontífice» en la cúspide, retomada críticamente por
Barlow para abogar por «asambleas cardenalicias», agregaciones dinámicas de
células en lo alto de jerarquías igualmente estáticas, destacando la importancia
para la percepción de la actividad de neuronas específicas. Véase Sherrington, C. S.,
Man on his nature, Cambridge, Cambridge University Press, 1941 (trad, cast.:
El hombre en su naturaleza, Madrid, Alhambra, 1947. (N. delt.)
210 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Creo que esta breve exposición de la investigación neurocientí-


fica, y su interpretación de las percepciones visuales durante la riva-
lidad binocular, revela una necesidad apremiante de esclarecimien-
to crítico por parte de los filósofos analíticos. Peter Hacker y yo
sugerimos que los resultados de esta investigación, tanto si se inter-
pretan en términos de un «campo de la conciencia» como de «célu-
las cardenales», no contribuyen en nada a la comprensión de la con-
ciencia perceptiva transitiva. En el mejor de los casos, contribuyen
a la identificación de algunos de los correlatos neurales de la per-
cepción visual en condiciones de rivalidad binocular. Pero la con-
ciencia perceptiva transitiva implica que un objeto del campo visual
atrae nuestra atención de forma sostenida. Para descubrir los CNC
de la conciencia perceptiva transitiva, un estudio neurocientífico
debe referirse a los correlatos neurales de tener la atención cautiva por
lo que uno percibe, no de la percepción en sí misma. Porque perci-
bir un objeto no es lo mismo que ser consciente del objeto que se per-
cibe. Alguien puede percibir un objeto X sin ser consciente de ello,
sea porque lo identifica erróneamente como Y, sea porque la atención
no es atraída por él de forma sostenida, lo cual se podría deber a que
ni siquiera lo percibe o a que sefijaen él intencionadamente. La con-
ciencia perceptiva transitiva es una forma de receptividad cognitiva
(PFN, págs. 253-260). La conciencia afectiva, la conciencia de las pro-
pias motivaciones, la conciencia reflexiva de las propias acciones y la
autoconciencia, exigen formas de análisis que difieren en aspectos
importantes. En Philosophical Foundations ofNeuroscienceyen nues-
tro nuevo libro History ofCognitive Neuroscience; A ConceptualAnaly-
sis, de próxima aparición, se incluyen muchos otros ejemplos que
demuestran la necesidad de esclarecimiento, y que abarcan en su to-
talidad el amplio abanico de investigaciones neurocientíficas sobre
los correlatos neuronales de nuestros atributos psicológicos.
EPÍLOGO 21 1

Si los filósofos se convierten en acólitos de la empresa neuro-


científica, no harán más que amplificar el endiosamiento de la neu-
rociencia que mencionaba en la introducción. Lo que la disciplina ne-
cesita no son reseñas laudatorias en el New York Review of Books sobre
las obras de neurocientíficos aparentemente ignorantes de las difi-
cultades conceptuales manifiestas en sus ideas. Lo que nos hace fal-
ta es una crítica filosófica iluminadora que pueda guiar una investi-
gación neurocientífica fructífera sobre nuestras capacidades
psicológicas y su ejercicio. Es ésta, en mi opinión, una tarea impor-
tante para las nuevas generaciones de filósofos.

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LA BÚSQUEDA CONTINÚA
La ciencia y la filosofía en busca
del Príncipe Razón
DANIEL ROBINSON

En el ambiente intelectual de la Gran Bretaña de principios del siglo


XVII se respiraba un gran interés por la anatomía. El gran William Har-
vey, que había regresado de Italia en 1602, impartiría sus pioneras lec-
ciones Lumley a partir de 1615. Cambridge fue uno de los centros
de este interés renovado por la maquinaria del cuerpo. Harvey había
salido de Cambridge en 1600, título en mano, para recibir ins-
trucción en Padua por parte del propio Fabricius, mientras su joven
colega Phineas Fletcher (1582-1650) estaba completando su propia
carrera académica en el King's College. Todos sabemos quién era a
Harvey, pero Fletcher yace casi olvidado en las brumas del pasado.
Ningún estudiante de anatomía cambiaría el modo de instrucción de
Fletcher por el de Harvey. Sin embargo, la curiosidad que nos lleva
a revivir el enfoque de Fletcher se ve recompensada con creces, en
tanto que la forma en que comprendemos el mundo natural, o par-
te de él, está íntimamente ligada a los métodos seleccionados para
la tarea.
Publicada en 1633, The Purple Island, de Phineas Fletcher, es una
alegoría en doce cantos que guían al lector por el misterioso terri-
torio del cuerpo humano. La isla debe su color a la materia de co-
lor púrpura con la que Dios creó la nueva tierra. La canción del
216 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

descubrimiento anatómico es cantada por Thirsil a un público de jó-


venes pastores. Si imaginamos que esos mozos se parecen a los es-
tudiantes de hoy, convendremos en que su interés no se despierta has-
ta que Thirsil llega al canto 6, pues en la estrofa 28 entramos en el
reino de

El Príncipe de las Islas, de constitución más que celestial,


[...] con razón llamado el Intelecto que todo lo ve;
Todo de un brillante glorioso, pues nada es terrestre;
Cuya cara se asemeja al sol, y el más divino aspecto
Ninguna visión humana podrá describir jamás:
Pues cuando a él uno dirige los ojos,
Se sume en la torpeza o la sorpresa ante tan gran majestad.

Después, al llegar a la estrofa 30, no queda duda alguna sobre la


composición del Príncipe:

Su cuerpo tan extraño no es corpóreo,


Sino materia sin materia; nunca lleno,
Ni llenándose; aunque tiene a su alcance
Todo el cielo y toda la tierra y todo lo que en ellos hay;
Pero podría contener miles de miles de cielos,
Y seguir tan vacío como al principio;
Y cuanto más toma, más dispuesto está para tomar más.1

Harvey y Fletcher habían emprendido la antigua búsqueda de


esa sede del alma racional, de ese «lugar de las formas» que Aristóte-
les sabiamente no se propuso localizar, de ese «cuerpo extrañísimo»
cuyas propiedades definitorias parecen ser cualquier cosa menos cor-
porales. Como deja claro el presente volumen, la búsqueda conti-
núa, y como deja aún más claro, hay menos certeza hoy que en el
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 217

pasado sobre qué es lo que probablemente se descubrirá y en qué lu-


gares es más probable que se descubra.
Entre los coautores de este volumen hay un destacado científico
y un grupo de filósofos consumados e influyentes. Con el fin de si-
tuar las diferencias que animan sus intercambios en el contexto más
amplio de la historia de las ideas, es útil considerar una vez más los
métodos de Harvey y Fletcher, ambos emprendiendo un viaje de
descubrimiento, ambos comprometidos con un modo de explica-
ción aparentemente revalidado por prácticas humanas de valor de-
mostrado. Visto bajo esa luz, y con las reservas que debidamente se-
ñalaré más adelante, diría que John Searle y Daniel Dennett desearían
ser asociados a Harvey, pese a que susfilosofíasespeculativas forman
parte en realidad de la tradición de Fletcher. Al igual que éste, son es-
tudiantes de la anatomía de su época que la emplean para contar
una historia. Del lector depende interpretar sus conclusiones como
alegorías o como titulares periodísticos. Sin embargo, en tanto que
relatos, no deben confundirse con la bien distinta misión de la cien-
cia, tanto la experimental como la teórica.
Max Bennett y Peter Hacker, al llamar hábilmente la atención
sobre esto, insistirían con tenacidad en que forma parte de la propia
naturaleza del caso, en que son caminos distintos que conducen ha-
cia metas respetables pero fundamentalmente distintas. Dejando
aquí de lado cualquier juicio sobre el valor relativo de los distintos mo-
dos de indagación y de explicación, podríamos señalar que las pági-
nas de Bennett y Hacker (a excepción de aquellos pasajes explícita-
mente técnicos de Bennett) hunden sus raíces en las tradiciones largo
tiempo aceptadas de la filosofía analítica. Con esto no me refiero a
cierto presunto «descubrimiento» por parte de un atajo de filósofos
oxonienses de razonamiento simplista, sino a esa misión central de
los diálogos de Platón —el esclarecimientos de los términos, el plan-
218 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

teamiento de los problemas en forma argumentativa, la exigencia de


coherencia y consistencia—. A todo esto Aristóteles añadiría el con-
tenido del mundo natural y el ensanchamiento de la misión filosó-
fica que se deriva de ese añadido. Dennett y Searle tienen historias
que contar, y son buenas historias contadas por maestros en el oficio.
Bennett y Hacker, en su importante libro Philosophical Foundations
of Neuroscience, concluían que el valor de verdad de tales historias
no se podía evaluar, debido a que la elección de los términos es pe-
culiar, acientífica y ajena a lafilosofía.Lo que encontraron en Sear-
le, Dennett y otros muchos líderes actuales del pensamiento de la
ciencia cognitiva, fue simplemente un exceso de lo que Gilbert Ryle
aludía irónicamente con la frase «ella llegó en un mar de lágrimas y
en palanquín».* En este libro, se remite al lector a esas historias en for-
ma condensada e instructivamente dialéctica.
Al reflexionar en su propio capítulo, Bennett relata un encuen-
tro con John Eccles, quien socarronamente insistía en que la inves-
tigación en neurología siempre requiere «un buen soldador». Bennett
expresa entonces su propia convicción de que «todo laboratorio de
neurociencia cognitiva de primera clase necesita hoy un buen filósofo
crítico y analítico». Después de dedicar muchos años tanto al labo-
ratorio como a la reflexión, sé de primera mano que Eccles estaba
en lo cierto, pero no estoy tan seguro de que Bennett lo esté. Mi
duda surge de un escepticismo más generalizado sobre la idoneidad
de combinar con o sin guión disciplinas bien definidas. Una vez que
una disciplina bien definida como la ética se recombina en algo lla-
mado bioética, hay una tendencia a pensar que se debe buscar al-

* Alusión al gusto por la ornamentación retórica, el dramatismo y la super-


ficialidad por parte de la ortodoxia intelectualista en la filosofía de la mente con-
temporánea. (N. delt.)
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 219

gún precepto ético más profundo que cubra el caso de que a uno le
roben el hígado, ya que los preceptos que cubren el robo de un co-
che resultan insuficientes para esa tarea. Por su parte, en el com-
puesto «neurociencia cognitiva» el propio adjetivo plantea un tema
refractario al análisis filosófico, al menos desde los días en que Pla-
tón dio voz al Sócrates del Critón. Lo primero que se pregunta Ben-
nett —cómo derivar lo psicológico de lo sináptico— es también la
pregunta de Fletcher. Lo que a éste le faltaba, en su intento por ver
al Príncipe, no se lo podía proporcionar Harvey. Tampoco sirven
aquí ni el bisturí ni el laparoscopio. Existen sólidos argumentos para
pensar que la misión ensanchada de una psicología cognitiva realista
e informada debe discurrir por un camino distinto del que guía el pro-
greso del científico como peregrino.
Tal vez pueda perfilar mejor mi idea aludiendo a la propia in-
vestigación que Bennett resume, para concluir que los resultados de
la percepción visual están más correlacionados con procesos corticales
«superiores» que con los más próximos a su origen en la retina. Hay
una serie larga y consistente de descubrimientos que establecen que,
al menos en la audición y la visión, la «sintonización» del sistema se
hace cada vez más precisa a medida que los acontecimientos pasan del
nivel de las neuronas primarias a sus destinos corticales definitivos.
Pero el fenómeno de la rivalidad binocular es diferente de la sinto-
nización del sistema en bandas de frecuencia más estrechas. Hay una
evidente propiedad fenomenológica que la conducta condicionada
del animal señala la primera vez que una imagen y luego la otra se al-
ternan en la dominancia perceptiva. La pregunta que naturalmente
surge dentro de este marco tiene que ver con la forma en que todo
esto tiene lugar en criaturas con los ojos dispuestos lateralmente, de
modo que no puede existir el mismo tipo de rivalidad binocular.
Los animales con ojos situados medialmente se enfrentan a un espacio
220 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

visual en el que el mismo objeto puede competir por el reconoci-


miento. Los que tienen los ojos situados a los lados se enfrentan a dos
campos visuales separados que no tienen ningún objeto en común.
¿Por qué menciono esto? Lo hago para señalar la idea obvia (aun-
que normalmente pasada por alto) de que no sólo hay un animal
real que está viendo algo, sino que la forma en que el entorno visi-
ble influye en su percepción depende de una realidad ecológica mu-
cho más amplia y compleja, a la que las criaturas de una determina-
da clase deben adaptarse. Este hecho impone límites de diversos
grados de severidad a las generalizaciones entre las especies, y no pa-
rece descabellado sospechar que, cuando esas generalizaciones in-
cluyen la conciencia «transitiva» o la «intransitiva», entran en juego
límites aún más estrictos. Del mismo modo que el pez no puede des-
cubrir el agua, las observaciones realizadas en la burbuja artificial
que es un laboratorio resultan irremediablemente alejadas de la vida
real vivida en el mundo visible. Dicho de otra forma, resulta mu-
chísimo más fácil determinar cómo se siente al ser un gato que de-
terminar cómo se siente al no haber visto nada más que proyeccio-
nes diseñadas para excitar las células retínales, durante toda una vida
pasada en una jaula del laboratorio.
Entre los recelos expresados por Bennett y Hacker ante neuro-
científicos cognitivos por otro lado libres de sospecha, destaca es-
pecialmente el que tiene que ver con la afirmación de que no siem-
pre somos conscientes de lo que percibimos. Bennett observa que
«alguien puede percibir un objeto X sin ser consciente de ello, sea por-
que lo identifica erróneamente como Y, sea porque la atención no es
atraída por él de forma sostenida, lo cual se podría deber a que ni si-
quiera lo percibe o a que se fija en él intencionadamente». Esto no re-
sulta muy convincente. Que se identifique erróneamente un obje-
to no implica en absoluto que no se haya percibido conscientemente
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 221

algo. La «identidad» de cualquier objeto visual no se establece uní-


vocamente. El amor que Edipo sentía por Yocasta no era filial. La
flor azul, que a la luz de la luna brilla más que la amarilla, que a su vez
brilla más al mediodía, no es una prueba en contra de la conciencia
perceptiva transitiva; tampoco lo sería el testimonio de la abeja, cuya
máxima sensibilidad espectral está en la banda ultravioleta
del espectro electromagnético. Además, un índice fiable de la actua-
ción de la conciencia perceptiva transitiva es la segregación intencio-
nada de ítems en el espacio visual. Por lo que se refiere a percibir X
«sin ser consciente de ello», me temo que un consenso generalizado
sobre esta cuestión requeriría algún tipo de defensa teórica especial.
Son éstos escrúpulos más bien menores, en especial si se los com-
para con los que plantea John Searle. El objetivo de éste es situar de
nuevo la conciencia en el cerebro, que es donde la ubicaban hace
mucho tiempo Galeno y los hipocráticos. Searle supera a éstos en
sus conclusiones, beneficiándose del progreso científico y por medio
de la distinción entre estado y lugar. Se presume que la afirmación de
que la conciencia es un estado del cerebro es menos peculiar que la
de que está «en» el cerebro.
Se ha recurrido con tanta frecuencia a hablar de estados y tér-
minos emparentados como procesos y mecanismos, que tales térmi-
nos gozan hoy de un estatus casi protegido. Pero no está del todo
claro que tengan otro propósito que el de imponer de forma ilícita
conclusiones a una argumentación que propiamente aún no se ha
hecho. Y se trata de una práctica que crea hábito. Searle se permite
postular «estados» e inmediatamente les añade algo llamado «el ca-
rácter cualitativo de beber cerveza» que, según dice, «es diferente del
carácter cualitativo de escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven». Es-
toy razonablemente seguro de que conozco la diferencia entre be-
ber cerveza y escuchar a Beethoven, pero estoy mucho menos segu-
222 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

ro de que ninguna de esas actividades tenga un «carácter cualitativo».


Nunca he consumido un carácter cualitativo, aunque he tomado
bastante cerveza. ¿Es ésta una objeción nimia? Tal vez. Pero, en este
campo, las objeciones nimias son acumulativas y pueden alcanzar el
equivalente filosófico de una masa crítica.
Searle llega al núcleo de su crítica con su admirable concisión
característica:

Gran parte de los mejores trabajos en neurociencia constituyen


un esfuerzo por explicar de qué forma los procesos cerebrales causan
la experiencia visual y dónde y cómo se produce ésta en el cerebro.
Asombrosamente, Bennett y Hacker niegan la existencia de la expe-
riencia visual en este sentido, en el sentido de quale.

Antes de considerar la asombrosa negación de Bennett y Hac-


ker, es importante examinar la que yo estimo es una afirmación mu-
cho más asombrosa, la de que los mejores trabajos en neurociencia
prometen explicar de qué forma los procesos visuales causan la ex-
periencia visual (que se produce en alguna parte del cerebro). John
Searle sabe perfectamente que todo este tema de la causalidad es
esencial para el asunto que nos ocupa. Sabe, por consiguiente, que
la afirmación de que tal causalidad está bien establecida —basán-
dose en sólidos estudios que demuestran cómo funciona todo— no
resiste el análisis filosófico. No existe acuerdo unánime sobre cuáles
son los propios términos de la relación causal (¿se trata de hechos, ob-
jetos materiales, términos conceptuales, acontecimientos, condicio-
nes?), ni siquiera sobre si deben existir invariablemente. Al fin y al
cabo, la causa de que Juana sobreviviera fue el hecho de que no se be-
bió el veneno. Aquí la «causa» de la supervivencia es un no-aconte-
cimiento. Para ir al grano, si todo lo que define el dominio de lo
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 223

mental es en efecto el resultado causal de algunos conjuntos de «es-


tados» del cerebro, entonces, como reza la máxima, la física como
ciencia está completa y los filósofos deberían considerar reciclarse en
otra carrera profesional.
Como residente desde hace muchos años del planeta Tierra, ten-
go pocas dudas de que una organización sana y funcional del cuer-
po, en especial si se incluye el sistema nervioso, constituye la condi-
ción necesaria para lo que nos complacemos en llamar nuestra vida
mental, al menos en sus encarnaciones sublunares. No obstante, la
sugerencia de que el tejido nervioso causa todo esto despertaría cuan-
do menos estupefacción en una época en que la ciencia no se hu-
biera convertido aún en una especie de retórica. Justo en el momento
en que los pensadores punteros en el campo de la física se muestran
disciplinadamente cautelosos en lo que a la causalidad se refiere, ahí
llegan los neurocientíficos cognitivos y sus lacayos filosóficos pre-
guntándose cómo alguien puede dudar en adoptar un objetivo tan
obvio: «de qué forma los procesos cerebrales causan la experiencia vi-
sual y dónde y cómo se produce ésta en el cerebro». Aun suponien-
do que pudiéramos afirmar, en algún sentido metafísicamente acep-
table, que hemos establecido de qué forma las fuerzas gravitatorias
causan que la llave de la puerta caiga hacia el centro de la Tierra, la
explicación funciona (si es que lo hace en absoluto) sólo en la medida
en que la Tierra y las llaves de casa tienen ambas masa, y la magnitud
de su separación se puede especificar en millas, pies, pulgadas o (a re-
gañadientes) metros. Sin embargo, el listón metafísico se coloca mu-
cho más alto cuando la conexión causal es la que hay entre la activi-
dad metabólica en algún lugar por un lado y escuchar el lied «An die
Freude», y no digamos componerlo, por el otro.
Searle manifiesta serias dudas sobre el alcance del juego del len-
guaje. Los recursos conceptuales que Bennett y Hacker emplean pro-
224 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

fusamente son tomados de Wittgenstein, y Searle plantea la que de


hecho es una reserva bien conocida ante, en sus palabras, el error
wittgensteiniano de confundir

los criterios de la aplicación de conceptos mentales con los propios es-


tados mentales. Es decir, confunden los criterios conductuales de la
adscripción de predicados psicológicos con los hechos adscritos por estos
predicados psicológicos, lo cual es un grave error.

La cuestión es demasiado abstrusa como para abordarla suma-


riamente. No se puede discutir que las explicaciones del dolor hechas
en primera y tercera persona se obtienen de fuentes distintas. Es in-
discutible que la base sobre la que Pérez siente dolor de muelas es di-
ferente de la base sobre la que Martínez juzga que Pérez sufre dolor.
Sin embargo, lo que provoca polémica es la afirmación de que la
mera presencia de patrones de descarga excesivos en las fibras relevantes
de la rama maxilar del nervio trigémino justifican que se pueda de-
cir que Pérez siente «dolor» en exactamente el mismo sentido en que
lo dirían personas social y lingüísticamente competentes en su cul-
tura. Tengo mis dudas al respecto pero, una vez más, la falta de es-
pacio me impide una exposición más completa. Sin embargo, Sear-
le, después de señalar la deuda con Wittgenstein, toma un pasaje de
Bennett y Hacker sólo para interpretarlo de forma peculiar. Este es
el pasaje:

Los criterios de la atribución de un predicado psicológico son


[...] en parte constitutivos del significado de ese predicado [...] El ce-
rebro no cumple los criterios para ser un posible sujeto de predica-
dos psicológicos.
(pág. 83)
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 225

Searle interpreta estas palabras como una negación de que el ce-


rebro tenga conciencia en base a que el cerebro no puede «compor-
tarse» de ningún modo. Dice que la tesis principal de Bennett y Hac-
ker es que «el cerebro es incapaz de exhibir la adecuada conducta».
Efectivamente, esto es lo que Bennett y Hacker dicen. Sin embargo,
Searle pasa por alto el sutil (quizá demasiado sutil) argumento del que
extraen esa conclusión. No es que no pueda atribuirse conciencia al
cerebro porque éste es incapaz de exhibir la adecuada conducta, lo que
ocurre es que las adscripciones en cuestión, para ser significativas en
el sentido estricto de la palabra, deben cumplir los mismos criterios
que debe cumplir cualquier predicado. Las afirmaciones de que
Pérez es alto, el cerebro es húmedo y Enriqueta es joven son inteli-
gibles sólo en la medida en que «húmedo», «joven» y «alto» no se
saquen de la caja con la etiqueta ESCARABAJO, que además es visible
sólo para quien la sostiene. El sentido en que Pérez, como indivi-
duo aislado, podría no atribuir significado al adjetivo «alto» con que
los demás le califican es el mismo sentido en que podría decir
impropiamente que algo «duele» incluso hablando de sí mismo. A no
ser que también yo haga una lectura errónea de Bennett, Hacker y
Wittgenstein, la conclusión no es que el cerebro no puede ser cons-
ciente, sino que la afirmación de que lo es resulta tan incomprensi-
ble como la de que es socialdemócrata.
En diversos momentos, pero sobre todo hacia el final de su in-
teresante ensayo, Searle alude a las posibles aportaciones de la cien-
cia experimental a los problemasfilosóficos.Señala que no es previ-
sible que las cuestiones de «la vida buena», etc, reciban tal beneficio,
no obstante espera que algunos problemas filosóficos sí sucumban ante
los descubrimientos científicos. Es una lástima que el ejemplo con-
creto que ofrece pueda dejar irremediablemente perplejo a más de un
lector. Estas son las palabras de Searle:
226 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

no hago una distinción nítida entre cuestiones científicas y cuestio-


nes filosóficas. Permítaseme poner un ejemplo para explicar de qué
forma los descubrimientos científicos pueden ayudar a mi trabajo fi-
losófico. Cuando levanto el brazo, mi intención-en-acción conscien-
te causa un movimiento físico de mi cuerpo. Pero el movimiento tam-
bién tiene otro nivel de descripción, porque es causado por una secuencia
de descargas neuronales y la secreción de acetilcolina en las placas ter-
minales de los axones de las motoneuronas. Partiendo de estos hechos,
puedo hacer un análisisfilosóficopara demostrar que uno y el mismo
acontecimiento debe ser a la vez un acontecimiento consciente cuali-
tativo y subjetivo, y poseer también muchas propiedades químicas y eléc-
tricas. Pero ahí termina el análisisfilosófico.Ahora necesito conocer el
mecanismo exacto que hace que esto funcione.

Al leer esto, uno puede preguntarse qué tipo de «análisis filosó-


fico» llega a la conclusión de que el movimiento del brazo tiene «mu-
chas propiedades químicas y eléctricas». En un nivel, es evidente (y
lo habría sido para los iliteratos habitantes de las cavernas) que los
brazos pesan, que algo bajo la piel del brazo se tensa y que esos mis-
mos brazos, cuando en ellos penetran objetos punzantes, exudan un
líquido rojo y caliente. No hay discusión en que corresponde a la
ciencia experimental averiguar los detalles de todos los aconteci-
mientos subcutáneos asociados con levantar un brazo. Es dudoso
que un análisis filosófico fuera algo más que una distracción mien-
tras el equipo de investigación se emplea a fondo en este importan-
te trabajo. Entretanto, quienes tengan inclinaciones filosóficas se
podrían preguntar simplemente cuál es la diferencia entre el hecho
de que a alguien le levanten el brazo y el de que alcance el mismo re-
sultado levantando el brazo intencionadamente. Resulta plausible
concluir, sin necesidad de ningún tipo de investigación científica,
que una diferencia de este tipo se expresará en algún punto bajo la
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 227

piel, aún reconociendo al mismo tiempo que las diferencias psico-


químicas no «explicarán» las intenciones. Pero cuando aceptamos el
cauteloso, fundamentado e informativo juicio de que los filósofos
se han consagrado a la abstrusa cuestión de la actividad volitiva
—todo ello mucho antes de que alguien supiera que existían las neu-
ronas o los potenciales de placa terminal—, la proposición de que esos
autores necesitaban conocer «el mecanismo exacto que hace
que esto funcione» resulta poco creíble.
Searle está dispuesto a admitir las conclusiones de Wittgenstein
en la cuestión del «juego del lenguaje», pero las considera irrelevan-
tes para el proyecto de la neurociencia cognitiva. Así,

cuando investigamos la ontología del dolor —no las condiciones para


jugar al juego del lenguaje, sino la propia ontología del fenómeno en
sí— podemos olvidarnos de la conducta exterior y limitarnos a averi-
guar de qué forma el cerebro causa las sensaciones internas.

Sin olvidar las mencionadas dudas acerca de «cómo el cerebro cau-


sa [...] las sensaciones», consideremos el sentido en que Searle habla de
«ontología del dolor», refiriéndose a la sensación «real» misma. Un
cerebro vivo nunca está inactivo, y por consiguiente el número de
correlatos neurales-fenoménicos es efectivamente ilimitado. Las
denominadas vías del dolor clásicas terminan en el tálamo, sin que
exista un «centro» cortical del dolor como tal. Por lo tanto, la cues-
tión se reduciría entonces a cómo los núcleos talámicos «causan» el
dolor. Los núcleos son constelaciones de cuerpos celulares integra-
dos que funcionan como una unidad. De modo que podemos refi-
nar aún más la búsqueda: ¿cómo causan el dolor los potenciales de
acción postsinápticos emitidos por los cuerpos celulares del interior
del tálamo?
228 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Pongamos por ejemplo que estiramos o torcemos el brazo de al-


guien hasta el punto de que sienta dolor. El dolor, por supuesto, se
siente en el brazo, no en el tálamo, porque no hay nada en el cerebro
que «sienta» nada. Sabemos que Pepe sufre dolor, porque hace una
mueca y dice: «¡Ay!». Sabemos también que las fibras C se activan,
y que las señales que entran en la superficie dorsal de la médula es-
pinal viajarán hasta el cerebro y los núcleos talámicos relevantes.
Pero ese mismo viaje lo hacen muchas más cosas, procedentes del
mismo brazo. Además, el «¡ay!» no se produce hasta que los niveles
de descarga alcanzan y superan un valor crítico. Sin una reacción fa-
cial, postural o vocal por parte de Pepe, tendríamos todos estos
datos neurofisiológicos, pero no sabríamos qué hacer con ellos. En
última instancia, es Pepe quien tiene la última palabra sobre su do-
lor. ¿Pero cómo sabemos cuál de las «señales» de Pepe es la del dolor?
¿Y cómo lo sabe Pepe? Creo que Searle ha abandonado el juego del
lenguaje cuando menos un fonema antes de tiempo.
En su discusión de la falacia mereológica, Searle rechaza que exis-
ta falacia alguna y sostiene que ni siquiera los argumentos wittgens-
teinianos pueden ahorrarse la noción de que (en un sentido espe-
cial) «el cerebro piensa» o «el cerebro ve». En palabras del propio
Searle, Bennett y Hacker sostienen que el cerebro no piensa y que el
pensamiento no puede tener lugar en el cerebro. Insiste en que «para
demostrar que el cerebro no puede ser el lugar de tales procesos pre-
cisarían un argumento independiente, un argumento que no he
podido encontrar». Ocurre más bien que

Todo lo que el argumento wittgensteiniano exige es que el cere-


bro sea parte de un mecanismo causal de un sistema global capaz de pro-
ducir la conducta. Y esta condición se puede cumplir incluso cuando
determinados procesos psicológicos se localizan en el cerebro.
LA BÚSQUEDA CONTINUA 229

A medida que las objeciones nimias se van acumulando, uno


empieza a percibir que hablar del pensamiento como un «proceso»
exige más o menos que se le busque «su» lugar, y que sólo un argu-
mento independiente en contra debilitará lo que dicta el sentido
común en este punto. El pensamiento como «proceso» presumi-
blemente sería, por supuesto, un «proceso cerebral», al menos si hay
que escoger entre los distintos órganos del cuerpo. Sin embargo, si
«pensamiento» es la palabra que aplicamos a esa enorme cantidad de
ocurrencias, expectativas, creencias, juicios, estrategias, etc., com-
primidas en un implacable minuto de conciencia —o si la aplicamos
a una de esas ideas con las que nos obsesionamos ininterrumpida-
mente durante largos periodos de tiempo—, diría que el peso de
la prueba recae en aquellos que defienden que cualquiera de estas
cosas es un «proceso», y más aún que tiene lugar en el cerebro. Pen-
semos en la información, esa entidad carente de masa y que no ocu-
pa espacio, en el sentido estricto de aquello que altera las probabi-
lidades y la entropía general de un sistema. No es éste el momento
de entrar en el apasionante mundo de la indeterminación y la su-
perposición cuánticas e intentar rescatar al gato de Schroedinger,
pero resulta sin embargo provechoso reconocer que nuestra cien-
cia más desarrollada está mucho menos comprometida con la idea
de que los efectos reales requieren lugares, masas y «procesos» ob-
servables. Se diría que el estatus definitivo del fisicismo depende
precisamente de cuan mejor y más exhaustiva sea la explicación de
la vida mental, pero seguramente es demasiado pronto para adop-
tar una posición firme sobre el particular. El punto de partida
correcto es empezar por nuestra propia elección de términos, ase-
gurándonos de que no adoptamos unos modos de hablar que vir-
tualmente excluyen la posibilidad de desterrar nuestra ignorancia
sistemática.
230 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Daniel Dennett, con quien John Searle ha tenido sus propias


discrepancias, es, no obstante, tan crítico con Bennett y Hacker
como Searle, pero por razones distintas cuando no totalmente dis-
pares. La principal línea de defensa de Dennett es presentarse a sí
mismo como alguien que realmente extiende el pensamiento de «san
Ludwig» (como le llama Dennett), aplicándolo a la conducta de ro-
bots, ordenadores que juegan al ajedrez e incluso cerebros y sus par-
tes —conductas lo bastante similares a la de las personas para que sea
posible la predicación de términos psicológicos—. Citando sus pro-
pios primeros escritos Dennett sostiene que, precisamente porque
hay dos «niveles de explicación», estamos llamados a la tarea de re-
lacionarlos, una tarea que requiere del análisis filosófico {Content
and Consciousness, págs. 95-96). Sin embargo, el hecho de que haya
en efecto dos niveles de explicación no es en sí mismo garantía de que
estén o puedan estar relacionados ni, si lo están, de que esa relación
sea de tipo causal. Si la relación que hubiese que examinar es la que
se da entre, por ejemplo, la temperatura ambiente y la energía ciné-
tica media del sistema, tendríamos una relación de identidad. Pero
si la relación es la que hay entre el número de una calle y la residen-
cia de una determinada familia, es evidente que el dato que los Pé-
rez viven en el n° 77 del Paseo de los Robles y los Martínez en el n° 79
carece de valor informativo para nuestros propósitos. Existe una re-
lación definida entre la decisión de Guillermo de asistir al concier-
to y la dirección en que se mueven sus pies tras aparcar el coche. Hay
una relación igualmente definida entre cierta actividad en las vías
extrapiramidales del gobernador Morris por una parte y su acción
de tachar «Nosotros los Estados» y escribir en su lugar «Nosotros el
Pueblo» en el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos por
otra. Sin embargo, ¿no resultaría grotesco decir que, al dar cuenta
de la individualización de los derechos de que disfrutaron los pri-
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 231

meros ciudadanos de Estados Unidos, hay que considerar dos nive-


les de explicación, y que uno de ellos remite a las vías extrapiramidales
del gobernador Morris? Me parece un despropósito.
¿Y qué diremos de Kasparov y el ordenador que supuestamente
«juega al ajedrez»? Llegó un momento en que el frustrado oponente
de Deep Blue declaró que su adversario simplemente no estaba jugando
al ajedrez. Carecía de pasión, era inmune a las presiones, no se en-
frentaba a su adversario cara a cara. Recordemos las Cartas sobre la
educación estética del hombre de Schiller, donde se nos dice que el
hombre nunca es tan auténticamente él mismo como cuando juega.
Pensemos en los amplios y diversos factores culturales y las disposiciones
a la conducta que hay que reclutar para poder calificar de «juego» una
determinada actividad, y luego cotejémoslos con cualquiera que sea
el «proceso» que hace que Deep Blue mueva el alfil a b2. Deep Blue
sólo «juega» al ajedrez en el mismo sentido en que el microondas «co-
cina» sopa, aunque la programación sea muchísimo más complicada.
¿Es posible que nos sintamos tentados a decir que, si ésta es la
caracterización correcta, entonces también Kasparov juega al ajedrez
en el mismo sentido en que el microondas cocina sopa, aunque la pro-
gramación sea muchísimo más complicada? Esto es lo que, en últi-
ma instancia, hace que la tesis de la IA fuerte resulte tan interesan-
te. Si se adopta la «actitud intencional» de Dennett, no sólo es
permisible, sino conceptualmente ventajoso, reconocer que Deep
Blue posee cualesquiera que sean los motivos, sentimientos, creen-
cias y actitudes que consideremos adecuado invocar en la explica-
ción de lo que está haciendo Kasparov. De esta forma, Kasparov no
es «reducido» al nivel de una máquina, sino que la máquina es ele-
vada al rango de los sistemas inteligentes. Si tanto Kasparov como
Deep Blue están ocultos detrás de una pantalla, y las preguntas re-
levantes del test de Turing reciben las mismas respuestas por parte de
232 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

ambos, entonces uno y otro son «inteligentes» en lo que respecta al


nivel de preguntas respondidas con acierto. Pero entonces entramos
en la Habitación China de Searle y empezamos a pensar que Deep
Blue no es más que un dispositivo para clasificar fichas y que sus
«respuestas» no son en propiedad respuestas sino simplemente «out-
puts». El debate se prolonga aún más, pero debido únicamente a una
forma de histeria intelectual que hace que personas de una formación
exquisita sean incapaces de reconocer lo estúpido de la proposición
original, a saber, que Deep Blue juega al ajedrez.
Dennett llama la atención sobre la preferencia de Hacker por
«sentido» y «sinsentido» como características relevantes de un argu-
mento filosófico, en contraste con las de «verdadero» o «falso» de la
ciencia. Las clasificaciones de Hacker, de una sobriedad tal vez excesiva,
resultan trajes demasiado ceñidos para llevarlos a diario. Sea lo que
fuere lo que se confecciona en los incansables talleres de la ciencia,
el propio hecho de que sea objeto de posteriores correcciones, revi-
siones y ajustes deja claro que, para empezar, no se trataba de la «ver-
dad»; tampoco era un sinsentido, o al menos un completo sinsenti-
do, excepto en unos pocos casos palmarios. (Los objetos calentados
no suben debido a que adquieran la sustancia de la ligereza, y el ojo
seco no es signo de brujería.) El sinsentido, además, es una conde-
na demasiado severa para posiciones filosóficas obtusas, excesiva-
mente ambiciosas, gratuitamente autobiográficas o demasiado gra-
ves. (En mis tiempos de universitario, pensaba que el intento de
Hume de reducir el concepto de causalidad a la concurrencia cons-
tante de ciertos objetos en la experiencia era una broma típicamen-
te escocesa. No fue hasta más tarde que me vi forzado a aceptar la
decepcionante conclusión de que ¡lo decía en serio!) Pero una críti-
ca correcta de las clasificaciones de Hacker no se puede basar sólo
en la irritación por su elección de palabras. Los sabios del Círculo de
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 233

Viena, afanados miembros de la Sociedad Ernst Mach, se inclina-


ban por considerar toda afirmación no empírica como un sinsenti-
do literal. Los ingeniosos miembros del club Scriblerus —Pope,
Swift, Arbuthnot—, tras leer las páginas de Locke sobre la identidad
personal, concluyeron que éste había perdido los estribos filosófi-
cos. Convengamos en que hay que empeñarse en que los tratados
filosóficos sobre temas importantes sean claros, accesibles, coheren-
tes y, lamentablemente, respetuosos con los temas escogidos. Quie-
nes fracasan en tal empeño ofenden al sentido común. No es que el
sentido común sea el arbitro definitivo; sólo que es el arbitro al que
hay que ganarse si se quiere que el tratado ejerza alguna influencia más
allá de las cuatro paredes del seminario. Si Spassky y Kasparov dudan
de que un ordenador «juegue» al ajedrez, ¿no es Dennett quien de-
bería reconsiderar el tema?
En este mismo sentido, Dennett afirma desenmascarar a Ryle y
a Wittgenstein y demostrar que (como Hacker) son poco sinceros
cuando sugieren que existen «reglas» que rigen el discurso filosófi-
co, y no digamos el corriente. Califica de farol el error categorial de Ryle
y su promesa de una «lógica de la existencia». Pese a todo el trabajo
dedicado a la sintaxis, los lingüistas siguen devanándose los sesos
con «El gato trepó árbol abajo». Así sea. Tampoco se puede proscri-
bir «El desayuno fue un deleite para el hipotálamo, a la vista de cómo
su conducta eléctrica se iba saciando a medida que avanzaba la co-
mida». Lo que aquí se contraviene no es una ley, sino una conven-
ción —es decir, una regla cuyo incumplimiento, a diferencia de una
ley, no se traduce en una comparecencia ante los tribunales sino en
un malentendido—. Cuando las expresiones de este tipo se hacen ha-
bituales, los malentendidos se convierten en sistemáticos, preñados
de paradojas no intencionadas e implicaciones imprevistas, suaviza-
das sólo en ocasiones por un involuntario aire humorístico.
234 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Evidentemente, las «convenciones» del Politburo son diferentes


de las del Parlamento Británico. Cuando hay que fijar con certeza el
significado mismo, lo que importa es precisamente qué convencio-
nes deben imperar. Esto plantea el dilema de decidir cuánta obe-
diencia hay que rendir a la psicología popular. Dennett advierte a
los neurocientíficos que actúen con «la máxima cautela» al mane-
jar los términos de esta psicología, ya que, como él dice, «las presu-
posiciones de uso pueden subvertir sus propósitos». ¿Cómo? Con-
virtiendo «lo que de otro modo serían teorías y modelos empíricos
prometedores en sinsentidos apenas disimulados». Si entiendo bien
lo que aquí significa «presuposiciones de uso», diría que la presupo-
sición central es que lo que Bennett y Hacker llaman «descripción psi-
cológica corriente» debe hacer posible toda la variedad de interacciones
prácticas y significativas entre los hablantes competentes. Es obvio
que si su jerga vulgar no es más que un sinsentido apenas disimula-
do, cabe dudar de que posean los recursos lingüísticos para benefi-
ciarse siquiera de la ilustraciónfilosófica.Tal vez llegue el día en que
el ciudadano de a pie convenga en hablar en términos de su «siste-
ma encefálico triúnico», abandonando mansamente el viejo sinsen-
tido apenas disimulado de las manzanas rojas, el césped verde y el
cielo azul. Sin embargo, y por si acaso el género humano hubiera
nacido en este juego de lenguaje, uno se pregunta de qué forma los
neurocientíficos harían coincidir cualquier cosa en el «sistema en-
cefálico triúnico» con —en efecto— el mundo tal como realmente
se ve. Si el discurso popular pudiera en verdad corromper las teorías
y los modelos empíricos, lo haría principalmente porque las teo-
rías y los modelos no tienen una relación especial con este mismo
discurso que, en definitiva, es el discurso de la vida real. Tal vez esto
ayude a explicar por qué las teorías y los modelos que hoy se ofertan
no son más que modelos de datos, eficaces sumarios de observado-
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 235

nes abiertamente antisépticas suavizadas mediante manipulaciones


supuestamente estadísticas, y presentadas como modelos altamente
integrados de... nadie, ni siquiera de un cerebro.
Para defenderse de la acusación de incurrir él mismo en la fala-
cia mereológica, Dennett cita sus propios escritos anteriores en los que
establece una distinción entre los niveles personal y subpersonal de
explicación. Habla de sí mismo como de un pionero en este sentido.
Personalmente yo hubiera extendido los laureles a Aristóteles, quien
nos recuerda que para explicar la ira, pongamos por caso, se puede
hablar de cambios en la temperatura de la sangre o, en cambio, de la
reacción al hecho de haber sido desairado:

Un físico definiría una afección del alma de modo distinto a como


lo haría un dialéctico; este último definiría, por ejemplo, la ira como
el anhelo por devolver dolor por dolor [...] mientras que el primero la
definiría como una ebullición de la sangre o de la sustancia caliente
que rodea el corazón.2

De hecho, podríamos atribuir a Aristóteles las primeras reservas


ante la falacia, ya que, en el mismo tratado, dice:

Afirmar que es el alma la que está airada es tan inexacto como lo


sería decir que es el alma la que teje telarañas o construye casas. Es in-
dudablemente mejor [...] decir que es el hombre quien hace todo esto
con su alma.3

La distinción más amplia entre las explicaciones que se basan en


las causas y las que lo hacen en las razones es, como es bien sabido,
venerable y no menos polémica por el hecho de que se la reconozca
ampliamente como filosóficamente rigurosa. La falacia mereológica,
236 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

sin embargo, se manifiesta de diferentes modos. Es transparente


cuando uno sugiere que la tarta de cumpleaños fue cortada por ner-
vios eferentes de los niveles cervicales 5-8 de la médula espinal. No
obstante, también actúa cuando se analiza la razón de la acción de Ro-
naldo como la suma de un gran número de mini razones. Así, la ex-
plicación correcta de que Ronaldo comprara el Toyota Prius sería
que quería una ventaja mecánica mayor que la que se consigue al
andar. Que Dennett es víctima de esta versión de la falacia queda
patente con encomiable claridad en sus propias palabras:

No atribuimos a las partes del cerebro una creencia [...] cabal; esto
sí sería una falacia. No. Atribuimos a estas partes una especie atenua-
da de creencia.

El ejemplo propuesto es el del niño que «algo así como» cree


que su papá es médico. Esto resulta poco convincente. Puede haber
alguna duda sobre el objeto de la creencia, pero indudablemente
no existe una «parte» de una creencia. Sin embargo, el propio ejem-
plo debe finalmente postular partes de creencias, pues «atenuar»
una creencia mediante la acción de un sistema físico (por ejemplo,
las partes del cerebro) es cambiar su valor a lo largo de una especie
de continuo físico, y esto, en última instancia, es trabajar sobre sus
«partes». Si decir que el cerebro tiene creencias parece una procla-
ma de la Reina Roja de. Alicia en elpaís de las maravillas, más propio
de ella si cabe es afirmar que una parte del cerebro tiene creencias
atenuadas.
Dennett es especialmente contundente cuando trata de refutar ar-
gumentos a favor de que el cerebro forma imágenes de uno u otro tipo.
Declara acertadamente que la cuestión de si las estructuras del inte-
rior del cerebro están o no organizadas de modo que funcionan como
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 237

creadoras de imágenes es una cuestión empírica, más allá del ámbi-


to de los modos filosóficos de análisis. Exactamente cómo reaccio-
nan ante el mundo exterior constelaciones de neuronas interconec-
tadas es una cuestión central en las ciencias del cerebro, y se ha
abordado de forma especialmente provechosa en las investigaciones
sobre el sistema visual. Nadie piensa de verdad que el mundo visual
se proyecte sobre el cerebro como una imagen —y por supuesto no
existen imágenes de olores o sonidos—. Más bien se buscan rela-
ciones isomórficas entre las características ópticas del mundo visi-
ble y los patrones neuroeléctricos asociados con su inspección. Con-
cedido todo esto, nos vemos enfrentados a una cuestión muy distinta:
no la de cómo cierto algoritmo neuroeléctrico trata o «codifica» las
propiedades ópticas del mundo visible, sino la de la relación entre esa
codificación y lo que el perceptor afirma que (visualmente) ocurre.
Considerar esta pregunta adecuada para guiar la investigación empírica
es olvidarse de la propia esencia de la pregunta, ya que nada obser-
vado en el nivel de la neuroanatomía funcional «ve» en ningún sen-
tido, ni siquiera en un sentido atenuado.
Menos tiempo se requiere para considerar la defensa que Dennett
hace de LeDoux y otros autores de la nomenklatura de la neuro-
ciencia cognitiva. Decir que el «cerebro» puede saber de un peligro
antes de que él o nosotros sepamos de qué se trata no puede ser más
que una corrupción del lenguaje y, en el nivel de la explicación cien-
tífica, una lamentable muesca en la navaja de Occam. El macaco neo-
nato tiene células en la corteza auditiva que reaccionan a los gritos
de angustia de esta especie. Estas células o la corteza no «saben» nada,
al igual que un circuito de resistencia-capacitancia no «sabe» que se
ha instalado una nevera, pese a que reacciona con una caída del vol-
taje. En la formación de criaturas que se enfrentarán a un mundo
peligroso hay mucho de precableado y algo de cableado permanen-
238 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

te. La naturaleza las dota de la capacidad de hacer por instinto o de


modo reflexivo lo que no puede esperar hasta completar los estu-
dios superiores. Este es el equipamiento que sortea todo aprendiza-
je y, por consiguiente, todo conocimiento. Dennett insiste en enca-
jonar cualquier cantidad y variedad de hechos en un contenedor
conceptual demasiado elástico para que tenga forma, y demasiado en-
deble para sostener el peso de los auténticos problemas. Su defensa
consiste en señalar todos los pequeños hechos que se pueden em-
butir en ese contenedor pero, por lo general, la simple repetición de
frases que suscitaron críticas en primer lugar se considera retóricamente
ineficaz. El y muchos otros del movimiento de la neurociencia cog-
nitiva (porque tiene todas las características de un movimiento) han
adoptado un idioma extraño para oídos que no sean los suyos pro-
pios, pero obtienen seguridad de la aparición de estas mismas frases
en todos sus libros y artículos. La justificación que Dennett hace de
su elección de locuciones chocantes basándose en la frecuencia con
que él mismo las usa es —para adaptar un ejemplo de Wittgens-
tein— «como si alguien va a comprar varios ejemplares del periódi-
co de la mañana para asegurarse de que lo que en él se dice es verdad».4
¿Y qué hay de Bennett y Hacker, en especial de este último? Hice
una crítica muy favorable de su libro en Philosophy, y nada en las ré-
plicas de John Searle o Daniel Dennett me haría reconsiderar mi
juicio inicial. Consideré allí que los objetivos de los autores eran pre-
cisamente aquellos que constituyen la auténtica misión de la filoso-
fía, la cual, en su proyección mayor, es nada menos que la crítica de
la vida y, en sus ambiciones más modestas, una indagación crítica
sobre nuestras afirmaciones epistémicas nucleares. La historia deja muy
claras las consecuencias de cambiar esta misión por una posición
más elevada en esa jerarquía en que la propia ciencia se sitúa. Hay algo
muy importante en el modo en que Sófocles, a través de Antígona,
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 239

defiende los fundamentos morales de toda ley contra las pretensio-


nes del rey. Pero Sófocles no realizó el trabajo al que se aplicaron
Aristóteles, Cicerón, Tomás de Aquino y otros miembros de la tra-
dición de la Ley Natural. Los hipocráticos acabaron sabiamente con
la idea de una enfermedad divina, primero reconociendo cortes-
mente que los dioses lo ocasionan todo, y luego tratando cada en-
fermedad como una afección ni más ni menos divina que cualquier
otra. Sin recomendar las camisas de fuerza conceptuales, yo pro-
pondría un régimen de contención y atención cuando personas
serias (sean filósofos, científicos o simplemente partes interesadas)
consideran el alcance y la autoridad de las reflexiones filosóficas
y científicas sobre el Lebenswelt, el mundo de la vida. Uno puede y
debe admirar Antígona y aprender de ella, sin exigir a continuación
su inclusión en los códigos legales para dirimir disputas en los tri-
bunales. Uno puede y debe admirar la protección que los hipocráti-
cos se empeñaron en dotar a la medicina contra las convicciones re-
ligiosas rituales, sin insistir en que se prohiba rezar en las salas de
urgencias. Y uno puede y debe admirar la investigación detallada,
repetible y rigurosa de la comunidad neurocientífica, sin desarrollar
una actitud escéptica hacia el sentido común y hacia el reconoci-
miento, por otro lado insistente, de nosotros mismos como noso-
tros mismos.
Tanto si el análisis que Peter Hacker hace de los despropósitos
conceptuales de los neurocientíficos de hoy es enteramente sólido
como si juicios posteriores lo condenan, no hay duda de que exhi-
be fidelidad a la misión filosófica a la vez que dominio de los re-
cursos que la filosofía ha desarrollado para esa misión. No busca
ser miembro honorario de la Sociedad de la Neurociencia, ni pre-
tende enriquecer esa ya de por sí impresionante base de datos sobre
la que se edifica el progreso científico. De hecho, los descubri-
240 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

mientos realmente importantes de la neurociencia cognitiva han


sido obra de una reducida legión de especialistas, en su mayor par-
te desconocidos para los lectores del Times Literary Supplement y la
New York Review of Books. Quienes situaron la ciencia de la visión
en el mapa de la auténtica ciencia de primera fila no ofrecieron nin-
guna gran «neurofilosofía». Sus nombres no les dirán nada a la
mayoría de los lectores de mi humilde escrito: Selig Hecht, M. H.
Pirenne, Clarence Graham, H. K. Hartline y George Waíd. Pitts
y McCulloch permanecieron apegados a sus matemáticas y propu-
sieron circuitos que, si se diseñan con inteligencia, arrojan unos
resultados notables. Pavlov fue productivo cuando se aplicó a la
química de la digestión, pero se convirtió en una especie de escri-
torzuelo cuando trató de traducir toda la psicología al lenguaje de la
«cerebrodinámica». DuBois fue más sabio cuando se enfrentó a esta
quaestio vexata y concluyó, estoy seguro que con alegría en su voz,
¡IGNOMBIMUS!
Si Hacker pretendiera entrar como socio en cualquier círculo de
las ortodoxias, donde las cuotas se exigen en forma de clichés, lo ha-
ría en el del anticartesianismo. Al hablar de cliché no quiero decir nada
más que una expresión o máxima manida. «Dios es bueno» es uno
de estos clichés, y las personas creyentes tomarán la frecuencia de tal
afirmación como medida de su verdad. «Rechazo el cartesianismo»
es otra afirmación manida que también puede contener una reflexión
sobre alguna verdad profunda o superior. Pero cartesianismo signi-
fica cosas distintas para los diferentes miembros del círculo anticar-
tesiano. En un modo un tanto descuidado, se le culpa generalmen-
te de una ontología de dos sustancias combinada con una teoría del
«teatro-de-la-mente». A continuación, tanto el dualismo como el
teatro interior se desestiman alegremente como pruebas de inocen-
cia filosófica.
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 241

Presumo que todavía está permitido recordar a todos que Descartes


fue el fundador de la geometría analítica, un auténtico maestro de la
ciencia de la óptica, que comprendió en su totalidad la ciencia de su
tiempo y que, en sus cartas y correspondencia, reunió a las mejores
mentes de una época poblada por grandes pensadores. Pocas han
sido las críticas que contra sus ideas se han hecho en algún momen-
to de los dos últimos siglos que no hubieran anticipado Hobbes,
Gassendi y el padre Mersenne, con los que Descartes mantuvo un ani-
mado debate en negro sobre blanco. Tal como le dijo a la princesa Eli-
zabeth, le resultaba útil adoptar en sus escritos frases y analogías que
quizá fueran demasiado filosóficas, para evitar que se le malinter-
pretara. Sabiendo lo que sabía sobre la materia, se sentía satisfecho
de que el carácter esencial de la vida racional y perceptiva no se pu-
diera derivar de la materia en ninguna combinación posible. ¿Hay algo
realmente ridículo en una ontología dualista que contrasta los entes
extendidos y los no extendidos? Yo pienso que no; de hecho, nadie
piensa que sí, porque queda descartado por el propio pensamiento.
¿Es esto un argumento a favor del dualismo? En distintos mo-
mentos a lo largo de un período quizá de cincuenta años, he refle-
xionado sobre cuántos tipos diferentes de «materia» podrían ser los
constitutivos de la realidad en su totalidad. He logrado comprender
dos tipos, que, a falta de mejores palabras, los llamaré tipo físico de
materia y sea lo que fuere que sustenta las dimensiones moral, esté-
tica, racional y emocional de mi vida. Oh, llamémoslo «mental». En
realidad, sólo es visible para mí una porción muy reducida de todo
el espectro electromagnético; únicamente la «materia» que tiene una
longitud de onda de entre 3.600 y 7.600 angstroms. Por si acaso mi
capacidad de comprender la totalidad de la realidad es tan limitada
como mi visión, lo mejor es dejar sin respuesta las preguntas sobre
cuántos tipos distinguibles de entes componen «todo lo que hay». No
242 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

sé la cantidad. Dennett no la sabe. Hacker no la sabe. Pero ¿y si «la


física está completa»? ¿Zanja esto la cuestión? Como un antiguo pre-
sidente de Estados Unidos parece que dijo: «Todo depende de lo que
se entienda por "completo"».
Hacker pertenece a la escuela wittgensteniana de filosofía cuyos
principales defensores y críticos son reclutados entre los filósofos
mejor instruidos. La cuestión de si uno considera los temas filosófi-
cos como «puzzles» que hay que encajar, o como «problemas» que hay
que resolver, es un tema de gran calado. En cualquiera de ambas
concepciones, son esenciales la claridad y la coherencia de la expre-
sión. Nadie podría decir en serio que por no ser wittgensteiniano
no está obligado a analizar el aparato cultural y lingüístico por el que
se crean y comparten los conceptos.
Hacker escribe con precisión, hasta el punto de rayar en el pariente
etimológico de ésta, la preciosidad. Cuida el detalle. Es posible que los
lectores reaccionen ante tal cuidado de la forma en que reaccionamos
ante los conductores que nunca exceden la velocidad permitida.
Cuando dice que

las verdades conceptuales perfilan el espacio lógico en el que se sitúan


los hechos. Determinan qué tiene sentido.

se podría interpretar que está infravalorando los hechos u otorgan-


do a la filosofía el poder de regirlos. No hace tal cosa. El cosmos
está repleto de hechos, cuya inmensa pluralidad está más allá de
nuestros sentidos e incluso de nuestra comprensión. De esta ho-
guera viva y radiante, extraemos unos pocos fragmentos —los visi-
bles o casi visibles— y empezamos a tejer una historia. En raras oca-
siones, la historia es tan sistemática, tan ajustada a los fragmentos
de que disponemos que otras historias fluyen de la primera, y lúe-
LA BÚSQUEDA CONTINÚA 243

go otras, y pronto nos vemos poseídos por unos poderes virtual-


mente proféticos sobre cuáles serán las que vendrán a continuación.
Es el filósofo, sin embargo, quien debe poner freno al entusiasmo
de quienes cuentan las historias, ya que, abandonados a sus propios
medios, podrían invocar un futuro que únicamente valide nuestra ac-
tual confusión.
NOTAS

I N T R O D U C C I Ó N A PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS OF NEUROSCIENCE

Lo que sigue es el texto inalterado del prefacio de Philosophical Foundations


ofNeuroscience (en adelante, PFN), salvo por la reducción de los dos últi-
mos párrafos y la eliminación de referencias cruzadas, sustituidas por no-
tas cuando ha sido necesario.

1. Las objeciones metodológicas a estas distinciones se analizan a con-


tinuación y, con mayor detalle, en PFN, capítulo 14.
2. El capítulo 1 de PFN empieza, por consiguiente, con un estudio
histórico de los primeros avances de la neurociencia.
3. De ahí que el capítulo 2 de PFN se dedique a un escrutinio crítico
de sus compromisos conceptuales.
4. PFN §3.10.
5. Véase más adelante, en el extracto del capítulo 3 de PFN. El capí-
tulo original es mucho más extenso que el extracto que aquí se expone y
la argumentación es por tanto más detallada.
6. El reduccionismo se examina en el capítulo 13 de PFN.
7. En el capítulo 14 de PFN.
8. Véase PFN §14.3.
9. Véanse los capítulos 1 y 2 de PFN.
246 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

10. En PFN §6.31, donde se estudia la imaginería mental, y en PFN


§8.2, donde se investiga el movimiento voluntario, se analizan ejemplos que
demuestran la futilidad de la investigación.
11. En la discusión sobre la memoria en PFN §§5.21-5.22, y sobre
las emociones y apetitos en PFN §7.1, se proporcionan ejemplos.
12. Nos ocupamos en detalle de las dificultades metodológicas en el ca-
pítulo 3, §3 de PFN (en este libro), y en el capítulo 14 de PFN.

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO 3 DE PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS

OF NEUROSCIENCE

En estas páginas se reproduce el texto inalterado de las págs. 68-80 de


PFN, a excepción de las referencias cruzadas, que, cuando ha sido necesario,
se han relegado a las notas.

1. F. Crick, The Astonishing Hipothesis (Londres, Touchstone Books,


1995), págs. 30, 32 y sigs., 57.
2. G. Edelman, Bright Air, Brilliant Fire (Londres, Penguin Books,
1994), págs. 109 y sigs., 130.
3. C. Blakemore, Mechanics ofthe Mind(Cambridge, Cambridge Uni-
versity Press, 1977), pág. 91.
4. J. Z. Young, Programs of the Brain (Oxford, Oxford University Press,
1978), pág. 119 (trad, cast., Los programas del cerebro, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986).
5. A. Damasio, Descartes'Error—Emotion, Reason and the Human
Brain (Londres, Papermac, 1996), pág. 173 (trad. cast. El error de Des-
cartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, Barcelona, Crítica, 1999).
6. B. Libet, «Unconscious cerebral initiative and the role of conscious will
in voluntary action», The Behavioural and Brain Sciences (1985), 8, pág. 536.
7. J. P. Frisby, Seeing: Illusion, Brain and Mind (Oxford, Oxford Uni-
versity Press, 1980), págs. 8 y sigs. Resulta curioso en este punto que el
NOTAS 247

equívoco modo de hablar filosófico asociado con las tradiciones cartesia-


na y empirista, concretamente hablar del mundo «externo», se haya trans-
ferido de la mente al cerebro. Era equívoco porque pretendía contrastar un
«mundo de la conciencia» interno con un «mundo de la materia» externo.
Pero esto es confuso. La mente no es una especie de lugar, y lo que en este
modo de hablar se dice que está en la mente no por ello está localizado
espacialmente. De ahí también que el mundo (que no es «mera materia»,
sino también seres vivos) no está espacialmente «fuera de» la mente. El
contraste entre lo que hay en el cerebro y lo que está fuera de él es, por
supuesto, perfectamente literal e incuestionable. Lo cuestionable es la afir-
mación de que en el cerebro hay «descripciones simbólicas».
8. R L Gregory, «The Confounded Eye», en R. L. Gregory y E. H. Gom-
bric (comps.), Illusion in Nature andArt (Londres, Duckworth, 1973), pág. 50.
9. D. Marr, Vision, a Computational Investigation into the Human Re-
presentation and Processing ofVisual Information (San Francisco, Freeman,
1980), pág. 3.
10. P. N. Johnson-Laird, «How could consciousness arise from the
computations of the brain?», en C. Blakemore y S. Greenfield (comps.)
Mindwaves (Oxford, Blackwell, 1987), pág. 257.
11. Susan Greenfield, al explicar a su audiencia los logros de la tomo-
grafía por emisión de positrones, anuncia admirada que por primera vez
es posible ver los pensamientos. Semir Zeki informa a los miembros de la Ro-
yal Society que el nuevo milenio pertenece a la neurobiología, que, entre
otras cosas, resolverá los antiquísimos problemas de lafilosofía(véase S. Zeki,
«Splendours and miseries of the brain», Phil. Trans. R. Soc. Lond. B (1999),
354, 2054. Véase PFN §14.42.
12. L. Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford, Blackwell,
1953), §281 (trad, cast.: Investigacionesfilosóficas, Barcelona, Crítica, 1988)
(véanse también §§282-284, 357-361). La reflexión fundamental sobre
esta observación la hizo A. J. P. Kenny, «The Homunculus Fallacy» (1971),
reimpr. en su The Legacy ofWittgenstein (Oxford, Blackwell, 1984), págs.
126-136. Sobre la interpretación detallada de la observación de Witt-
248 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

genstein, véase P. M. S. Hacker, Wittgenstein: Meaning and Mind, Volume 3


of an Analitical Comentary on the Philosophical Investigations (Oxford,
Blackwell, 1990), Exegesis §§281-184, 357-361, y el ensayo titulado
«Men, Minds and Machines», que estudia algunas de las ramificaciones
de la idea de Wittgenstein. Como bien se demuestra en el capítulo 1 de PFN,
Aristóteles se le anticipó en esta idea (DA 408b2-15).
13. Kenny {ibid., pág. 125) emplea la expresión «falacia del ho-
múnculo» para referirse al error conceptual en cuestión. Aunque sea una
expresión muy gráfica, el autor admite que puede resultar confusa, ya que
el error no es simplemente el de adscribir predicados psicológicos a un
homúnculo imaginario que reside en la cabeza. En nuestra opinión, la ex-
presión «falacia mereológica» es más adecuada. Hay que señalar, sin embargo,
que el error en cuestión no es meramente la falacia de atribuir a una par-
te unos predicados que únicamente se aplican a un todo, sino que es un caso
especial de esta confusión más general. Como señala Kenny, la errónea
aplicación de un predicado no es, hablando estrictamente, una falacia, ya
que no es una forma de razonamiento inválido, pero lleva a falacias {ibid.,
págs. 125 y sigs.) No hay duda de que esta confusión mereológica es ha-
bitual tanto entre los psicólogos como entre los neurocientíficos.
14. Principios mereológicos comparables se aplican a objetos inani-
mados y a algunas de sus propiedades. Del hecho de que un coche es rá-
pido no se sigue que su carburador sea rápido, y del hecho de que un re-
loj marque la hora con precisión no se sigue que su rueda volante señale la
hora con exactitud.
15. Señalemos, no obstante, que cuando me duele la mano, soy yo
quien sufre dolor, no mi mano. Y cuando alguien me hace daño en la
mano, me hace daño a mí. Los verbos de sensación (a diferencia de los de
percepción) se aplican a las partes del cuerpo, es decir, nuestro cuerpo es
sensible y sus partes pueden doler, picar, etc. Pero las correspondientes ex-
presiones verbales que incorporan sintagmas nominales, por ejemplo «te-
ner dolor (picor, etc.)», sólo son predicables de la persona, no de sus par-
tes (en las que se ubica la sensación).
NOTAS 249

16. Véase Simon Ullman, «Tacit Assumptions in the Computational


Study ofVision», en A. Gorea (comp.), Representations ofVision, Trends and
Tacit Assumptions in Vision Research (Cambridge, Cambridge University
Press, 1991). El autor limita su exposición al uso (o, en nuestra opinión, el
mal uso) de términos como «representación» y «representación simbólica».
17. La expresión es de Richard Gregory; véase «The Confounded Eye»
en R. L. Gregory y E. H. Gombrich (comps.), Illusion in Nature and Art
(Londres, Duckworth, 1973), pág. 51.
18. Véase C. Blakemore, «Understanding Images in the Brain», en H.
Barlow, C. Blakemore y M. Wetson-Smith (comps.), Images and Unders-
tanding (Cambridge, Cambridge University Press, 1990), págs. 257-283
(trad, cast.: Imagen y conocimiento, Madrid, Crítica, 1994).
19. S. Zeki, «Abstraction and Idealism», Nature, 404 (abril de 2000),
pág. 547.
20. J. Z. Young, Programs of the Brain (Oxford, Oxford University
Press, 1978), pág. 192 (trad, cast., Los programas del cerebro, México, Fon-
do de Cultura Económica, 1986).
21. Brenda Milner, Larry Squire y Eric Kandel, «Cognitive Neuroscience
and the Study of Memory», Neuron, 20 (1998), pág. 450.
22. Para una exposición detallada de esta cuestionable afirmación,
véase PFN §5.22.
23. Ullmann, ibid., págs. 314 y sigs.
24. Marr, ibid., pág. 20.
25. Marr, ibid., pág. 21.
26. Marr, ibid.
27. Para más críticas de la exposición computacional que Marr hace de
la visión, véase PFN §4.24.
28. Frisby, ibid., pág. 8.
29. Roger Sperry, «Lateral Specialization in the Surgically Separated He-
mispheres», en F. O. Schmitty F. G. Worden (comps.), The Neurosciencies
Third Study Programme (MIT Press, Cambridge, Mass., 1974), pág. II.
Para un análisis detallado de estas formas de descripción, véase PFN §14.3.
250 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

30. Blakemore, «Understanding Images in the Brian», pág. 265. Hay


que señalar que lo que se necesita para reconocer el orden del cerebro no
es un conjunto de reglas, sino simplemente un conjunto de correlaciones
regulares. Una regla, a diferencia de la mera regularidad, es un criterio de
conducta, una norma de corrección con la que se puede juzgar si la con-
ducta es correcta o incorrecta, adecuada o inadecuada.
31. J. Z. Young, Programs of the Brain (Oxford University Press, Ox-
ford, 1978), pág. 52. (trad, cast., Los programas del cerebro, México, Fon-
do de Cultura Económica, 1986).
32. Blakemore, ibid., págs. 265-267.
33. J. Z. Young, Programs of the Brain, pág. II.
34. La confusión que genera la incapacidad de distinguir una regla de
una regularidad, y lo normativo de lo causal, es evidente en los comenta-
rios de Blakemore sobre el diagrama del «homúnculo» motor de Penfield
y Rasmussen. Blakemore insiste en que «las mandíbulas y las manos es-
tán exageradamente representadas» («Understanding Images in the Brain»,
pág. 266, en la extensa nota aclaratoria sobre la Fig. 17.6); pero esto ten-
dría sentido sólo si estuviéramos hablando de un mapa con un método de
proyección que indujera a error —en este sentido, hablamos de las dis-
torsiones relativas de la proyección (cilindrica) de Mercator—. Pero, dado
que todo lo que los dibujos representan es el número relativo de células cau-
salmente responsables de determinadas funciones, nada está, o podría es-
tar, exageradamente representado. Sin duda, Blakemore no quiere decir
que en el cerebro haya más células correlacionadas causalmente con las
mandíbulas y las manos de las que debería haber.

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO 10 DE PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS

OF NEUROSCIENCE

1. Ned Block, «Qualia», en S. Guttenplan (comp.), Blackwell Com-


panion to the Philosophy of Mind (Blackwell, Oxford, 1994), pág. 514.
2. R. Searle, «Consciousness», Annual Review, pág. 560.
NOTAS 251

3. Searle, ibid., pág. 561.


4. Chalmers, The Conscious Mind (Oxford University Press, Oxford,
1996), pág. 4.
5. D. J. Chalmers, The Conscious Mind, pág. 10.
6.1. Glynn, An Anatomy of Thought, pág. 392.
7. A. Damasio, The Feeling ofWhat Happens, pág. 9. Obsérvese que en
este punto se da por supuesto, sin demostración alguna, que el color y el so-
nido no son propiedades de los objetos, sino de las impresiones sensoriales.
8. G. Edelman y G. Tononi, Consciousness—How Matter Becomes Ima-
gination, pág. 157.
9. E. Lomand, «Consciousness», en Routledge Encyclopaedia of Philo-
sophy (Routledge, Londres, 1998), vol. 2, pág. 581.
10. Searle, The Mystery of Consciousness, pág. XIV.
11. T. Nagel, «What it is like to be a bat?, reimpr. en Mortal Questions
(Cambridge Univerrsity Press, Cambridge, 1979), pág. 166.
12. Nagel, ibid., pág. 170n.
13. Nagel, ibid., pág. 170.
14. M. Davies y G. W. Humphreys (comps.), Consciousness (Black-
well, Oxford, 1993), pág. 9.
15. Edelman y Tononi, Consciousness—How Matter Becomes Imagi-
nation, pág. 11.
16. Chalmers, The Conscious Mind, pág. 4.
17. Véase Searle, The Mysteries of Consciousness, pág. 201.

FRAGMENTO DEL CAPÍTULO 14 D E PHILOSOPHICAL FOUNDATIONS

OF NEUROSCIENCE

1. Véase, por ejemplo, la discusión sobre los movimientos voluntarios


en PFN §8.2.
2. Véase, por ejemplo, la discusión sobre la imaginería mental en PFN
§14.3.
252 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCLA

3. Véase, por ejemplo, PFN, §14.3.


4. Expuesto en PFN §4.23.
5. Tal como se dice en PFN §§6.3-6.31.
6. Véase PFN §2.3.

NEUROCIENCIA Y FILOSOFÍA

1. Esta manera de usar términos como «almacenar» y «memoria» ha sido


blanco de importantes críticas: véase PFN, págs. 158-171.
2. El profesor Dennett señala en su nota 15 que, durante la reunión
anual de la APA, Bennett manifestó su «profunda consternación ante los
modelos e hipótesis sensacionalistas de los neurocientíficos cognitivos ac-
tuales, y dejó claro que en su opinión eran todos ellos incomprensibles.
Con un informante como Bennett, no es de extrañar que Hacker fuera
incapaz de encontrar algo de valor en la neurociencia cognitiva». También
sugiere que estoy irremisiblemente atrapado en esa «animadversión mutua»
que impera entre los neurocientíficos sinápticos y los cognitivos. No es
así. En primer lugar, David Marr es considerado un neurocientífico cog-
nitivo de talento en los manuales sobre la materia (véase Gazzaniga, Ivry
y Mangun, 2002, pág. 597); he publicado artículos sobre teoría de la red
sináptica en el espíritu del trabajo de Marr, y no veo de forma alguna que
ello demuestre una hostilidad irreflexiva hacia las neurociencias cognitivas
(véase, por ejemplo, Bennett, Gibson y Robinson, 1994). Un libro de pró-
xima publicación, obra de Hacker y mía, History of Cognitive Neuroscien-
cie, no se hubiera escrito si estuviéramos irremisiblemente atrapados en la
hostilidad irracional ante la neurociencia cognitiva. En segundo lugar, en
el encuentro de la APA no dije que «los modelos de los neurocientíficos cog-
nitivos actuales» fueran «todos ellos incomprensibles». Lo que hice fue in-
sistir en la extrema complejidad de la biología de la que son modelos y en
la consecuente indigencia de nuestros conocimientos biológicos. Esto hace
muy difícil construir modelos que esclarezcan las funciones de las redes
NOTAS 253

sinápticas. En el segundo apartado de este capítulo se proporcionan ejem-


plos invocados en apoyo de esta idea. Sin embargo, en la reunión de la
APA añadí que resulta extraño decir de tales redes y grupos de redes que
«ven», «recuerdan», etc., es decir, que poseen los atributos psicológicos de
los seres humanos (véase el tercer apartado).

LA FILOSOFÍA COMO ANTROPOLOGÍA INGENUA

1. Mi objetivo en Content and Consciousness (trad, cast.: Contenido y


conciencia, Barcelona, Gedisa, 1996) de 1969 era «establecer el marco con-
ceptual desde el que hay que contar toda la historia, determinar las
restricciones que se imponen a cualquier teoría satisfactoria (pág. ix) [...]
[desarrollar] la idea de un modo distintivo de discurso, el lenguaje de la men-
te, que normalmente usamos para describir y explicar nuestras experien-
cias mentales, y que se puede relacionar sólo indirectamente con el modo
de discurso en que se formula la ciencia» (pág. x).
2. Aunque teóricos anteriores —por ejemplo, Freud— hablaron de psi-
cología popular en un sentido algo distinto, creo que yo fui el primero, en
«Three Kinds of Intentional Psychology» (1978), en proponer su uso para
denominar lo que Hacker y Bennett llaman «descripción psicológica co-
rriente». Ellos, al igual que yo, insisten en que no se trata de una teoría.
3. Véase mi exposición sobre este punto en «A Cure for the Common
Code», en Brainstorms (1978) y, más recientemente, en «Intentional Laws
and Computacional Psychology» (apartado 5 de «Back from de Drawing
Board») en Dahlbom (comp.), Dennett and His Critics, 1993.
4. La lista es larga. Véanse mis críticas, además de las obras citadas en
las notas anteriores, a las obras sobre la imaginería, los qualia, la intros-
pección y el dolor en Brainstorms. No soy el único teórico cuyo trabajo
omiten citar pese a que se anticipa al suyo. Por ejemplo, en la explicación
que hacen de la imaginería mental, reinventan sin darse cuenta varias
ideas de Zenon Pylyshyn. Bennett y Hacker no son los primeros analis-
254 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

tas conceptuales en frecuentar estas aguas, y la mayor parte de sus puntos, si


no todos, han sido anteriormente expresados y debidamente examinados
en obras que no citan. No encontré nada nuevo en su libro.
5. El apéndice que dedican a atacar mis ideas es un extenso comenta-
rio despectivo, una colección de interpretaciones estúpidamente erróneas
que acaba así: «Si nuestros argumentos son válidos, entonces las teorías de
la intencionalidad y de la conciencia de Dennett no aportan nada al escla-
recimientofilosóficode la intencionalidad o la conciencia. Tampoco ofre-
cen orientación alguna para la investigación neurocientífica o la compren-
sión neurocientífica» (pág. 435). Pero no hay argumentos, sólo declaraciones
de «incoherencia». En la reunión anual de la APA en la que se expuso este
ensayo, Hacker respondió con más de lo mismo. En el Oxford de la déca-
da de 1960, solía ocurrir que un delicado encogimiento de hombros se te-
nía por un argumento. Pasaron aquellos tiempos. Mi consejo a Hacker: si
encuentra usted estos temas incomprensibles, pruebe estudiarlos con ma-
yor esfuerzo. Apenas ha iniciado usted su formación en ciencia cognitiva.
6. Hornsby, 2000. El hecho de que Hacker haga caso omiso de mi dis-
tinción no se puede atribuir a la miopía; además de Hornsby, la han
discutido en profundidad otrosfilósofosde Oxford, por ejemplo, Davies,
2000; Hurley, Synthese, 2001; y Bermúdez, «Nonconceptual Content:
From Perceptual Experience to Subpersonal Computational States», Mind
and Language, 1995.
7. Véase también «Conditions of Personhood», en Brainstorms.
8. Véase también la exposición de los niveles de explicación en La con-
ciencia explicada (1991).
9. Searle, que presentó una letanía de objeciones a Bennett y Hacker,
apenas mencionó esta cuestión en el encuentro de la APA en que se pre-
sentó este ensayo.
10. Para un filósofo que no toma la verdad y la falsedad como las pie-
dras clave de las proposicionesfilosóficas,Hacker es extremadamente liberal
en sus crudas aseveraciones sin argumentar que tal cosa está mal interpre-
tada, tal otra es un error y demás. Estos comentarios pasajeros son difíci-
NOTAS 255

les de interpretar sin la suposición de que se pretende que sean verdaderos


(en oposición a falsos). Tal vez debamos entender que sólo una mínima
fracción de las proposiciones de Hacker, aquellas específicamente filosó-
ficas, «anteceden» la verdad y la falsedad, mientras la inmensa mayoría de
sus frases son lo que parecen ser: afirmaciones que apuntan a la verdad. Y
como tales, presumiblemente, están sometidas a la confirmación y la re-
futación empíricas.
11. En Sweet Dreams: Philosophical Obstacles to a Science ofConscious-
ness (2005) (trad, cast.: Dulces sueños: obstáculosfilosóficospara una ciencia
de la conciencia, Katz Barpal, 2006), describo algunas tensiones de la fi-
losofía de la mente contemporánea como autoantropología apriorística
ingenua (págs. 31-35). La obra de Hacker se me antoja un caso paradig-
mático.
12. Obsérvese que no digo que la autoantropología sea siempre una em-
presa insensata o inútil. Lo que digo es que es una indagación empírica
que produce resultados —cuando se actúa correctamente— sobre las in-
tuiciones que los investigadores descubren en ellos mismos, y las implica-
ciones de esas intuiciones. Estos resultados pueden ser fructíferos para la
investigación, pero está por ver en qué condiciones pueden considerarse se-
riamente estas implicaciones como guías hacia la verdad en cualquier tema.
Para más detalles al respecto, véase Sweet Dreams.
13. The Claim of Reason: Wittgenstein, Skepticism, Morality, and Tragedy
(1979, 2 a ed., 1999) (trad, cast.: Reivindicaciones de la razón, Madrid, Sín-
tesis, 2003).
14. ¿Es posible que unfilósofocomo Hacker tenga razón incluso cuan-
do su objetivo no es la verdad?
15. Cabe suponer que Bennett, distinguido neurocientífico, ha re-
presentado el papel de informante para el antropólogo Hacker, pero en-
tonces, ¿cómo explicar la casi completa insensibilidad de Hacker ante las
sutilezas de la. jerga (y los modelos y los descubrimientos) de la ciencia cog-
nitiva? ¿Es que Hacker ha escogido el informante equivocado? Quizá las
investigaciones de Bennett en la neurociencia se han realizado en el nivel
256 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de la sinapsis, y quienes trabajan en este nivel subneuronal están tan le-


jos de las disciplinas de la ciencia cognitiva como los biólogos molecula-
res lo están de los etólogos de campo. No hay mucha comunicación entre tan
distantes empresas e, incluso en las mejores circunstancias, existe mucha
incomprensión —y una gran cantidad de animadversión mutua, por triste
que sea decirlo—. Recuerdo a un distinguido director de laboratorio que
iniciaba un taller con la siguiente observación: «En nuestro laboratorio te-
nemos un dicho: si se trabaja en una neurona, se trata de neurociencia; si
se trabaja en dos neuronas, se trata de psicología». No lo decía como un cum-
plido. Escoger un informante hostil es, por supuesto, la receta del desas-
tre antropológico. (Añadido después del encuentro de la APA.) Bennett con-
firmó esta conjetura en sus observaciones iniciales; después de repasar su
carrera de estudioso de la sinapsis, manifestó su profunda consternación ante
los modelos e hipótesis sensacionalistas de los neurocientíficos cognitivos
actuales, y dejó claro que en su opinión eran todos ellos incomprensibles.
Con un informante como Bennett, no es de extrañar que Hacker no su-
piera encontrar nada de valor en la neurociencia cognitiva.
16. Véase mi Content and Consciousness, pág. 183 (trad, cast.: Conte-
nido y conciencia, Barcelona, Gedisa, 1996).
17. Por poner sólo un ejemplo, cuando Hacker deplora mi «bárbara lo-
cución verbal "ser cuestión de"» (pág. 422) e insiste en que «el receptor
opioide es tan cuestión de opioides como los gatos lo son de perros, o los zo-
rros de zorras» (pág. 423), está por supuesto completamente en lo cierto:
la elegante relación entre los opioides y el receptor opioide no es «una cues-
tión de» cabal (lamento lo intrincado de los términos), sino una mera «pro-
tocuestión de» (¡y dale!), pero éste es precisamente el tipo de propiedad que
uno podría apreciar en una mera parte de una determinada suma mereo-
lógica que (adecuadamente organizada) podría mostrar una intencionali-
dad de buena fe, auténtica, filosóficamente sólida, paradigmática...
18. En el sentido restringido de Hacker.
19. Éste ha sido un tema recurrente en las obras críticas de la ciencia cog-
nitiva. Los artículos clásicos se remontan al de William Word «What's in a
NOTAS 257

Link» (en Bobrow y Colins, Representation and Understanding, 1975) y al


de Drew McDermott «Artificial Intelligence Meets Natural Stupidity», en
Haugeland, Mind Design (1981), pasando por el de Neisser, Cognition and
Reality (1975) (trad, cast.: Procesos cognitivosy realidad, Madrid, Marova, 1981)
y el de Rodney Brook «Intelligence Without Representation», Artificial
Intelligence (1991). La lista sigue hasta hoy en día, incluidas las aportacio-
nes defilósofosque han hecho los deberes y conocen al detalle estos temas.
20. Dicen Hacker y Bennett: «Sería un error, por otra parte inocuo, ha-
blar de mapas del cerebro cuando lo que se quiere decir es que ciertas
características del campo visual se pueden mapear sobre las descargas de gru-
pos de células de la corteza visual primaria o estriada. Pero de ahí no se
puede pasar a decir, como hace Young, que el cerebro hace uso de sus ma-
pas cuando formula hipótesis sobre lo que es visible» (pág. 77). Pero esto
es lo que hace que hablar de mapas sea perspicuo: que el cerebro hace uso
de ellos como mapas. De no ser así, es evidente que este modo de hablar no
tendría sentido. Y ésta es la razón de que el énfasis de Kosslyn en los patrones
visibles de excitación en la corteza durante la imaginería sea completa-
mente irrelevante en lo que se refiere a la naturaleza de los procesos sub-
yacentes a lo que llamamos, en el nivel personal, imaginería visual. Véase
el artículo central de Pylyshyn en el número de abril de 2002 de BBS y
mi comentario, «Does Your Brain Use the Images on It, and If So, How?».
21. «Los filósofos no deberían hallarse en la situación de tener que
abandonar sus teorías favoritas sobre la naturaleza de la conciencia ante la
evidencia de los resultados científicos. No deberían tener teorías favo-
ritas, pues en primer lugar no deberían estar postulando teorías empíri-
cas sometidas a la confirmación y refutación empíricas. Lo suyo son los
conceptos, no los juicios empíricos; las formas del pensamiento, no
su contenido; lo que es lógicamente posible, no lo que es empíricamen-
te real; lo que tiene y lo que no tiene sentido, no lo que es y no es verdad»
(pág. 404). Esta estrechez de miras acerca del negocio propio del filósofo
es lo que hace que Hacker yerre tan estrepitosamente cuando trata de cri-
ticar a los científicos.
258 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

22. Para un ejemplo de este tipo de explicación, véase la mía simplifi-


cada de cómo el robot Shakey distingue las cajas de las pirámides (un ta-
lento de «nivel personal» en un robot) trazando (en el nivel subpersonal)
dibujos lineales de sus imágenes retínales y usando después su programa de
semántica lineal para identificar las características distintivas de las cajas,
en La conciencia explicada.
23. El «Apéndice I: Daniel Dennett» de Bennett y Hacker no merece
una réplica detallada, considerando los frecuentes errores de lectura de pa-
sajes citados fuera de contexto, y la omisión, al parecer voluntaria, de cual-
quier discusión de los pasajes donde me defiendo específicamente de los
errores de lectura que repiten una y otra vez, como ya he señalado. Sin
embargo, no me puedo resistir a señalar que caen engañados por el bulo
creacionista que supone anticiparse a cualquier explicación de las caracte-
rísticas biológicas en términos de lo que yo denomino la actitud del dise-
ño: «La evolución no ha diseñado nada —el logro de Darwin fue desplazar
la explicación en términos de diseño por explicaciones evolutivas» (pág. 425).
Al parecer no entienden cómo funciona la explicación evolutiva.

SITUAR DE NUEVO LA CONCIENCIA EN EL CEREBRO

Estoy en deuda con Romelia Drager, Jennifer Hudin y Dagmar Sear-


le, por sus comentarios a los primeros borradores de este artículo.

1. Por ejemplo, John R. Searle, The Rediscovery of the Mind, Cam-


bridge, MIT Press, 1992 (trad, cast.: El redescubrimiento de la mente, Bar-
celona, Crítica, 1996).
2. Para posibles contraejemplos de esta afirmación, véase por ejemplo
la explicación de Christof Koch sobre «la neurona de Halle Berry», New
York Times, 5 de julio, 2005.
3. John R. Searle, Rationality in Action (Cambridge, MIT Press, 2001).
NOTAS 259

LOS SUPUESTOS CONCEPTUALES DE LA NEUROCIENCIA COGNITIVA

1. M. R. Bennett y P. M. S. Hacker, Philosophical Foundations ofNeu-


roscience (Oxford, Blackwell, 2003); las referencias a este libro se harán
mediante las iniciales PFN.
2. El profesor Searle afirma que un resultado conceptual es importante
sólo como parte de una teoría general (pág. 122). Si por «una teoría ge-
neral» entiende una explicación de conjunto de una red conceptual, y no
meros resultados aislados, estamos de acuerdo con él. Cuando negamos
que nuestras explicaciones generales sean teóricas, nos referimos a que
no están en el mismo nivel lógico que las teorías científicas. Son descrip-
ciones, no hipótesis; no se pueden confirmar ni refutar mediante experi-
mentos; no son hipotético-deductivas, y su objetivo no es ni la predic-
ción ni proporcionar explicaciones causales; no implican idealizaciones en
el sentido en que lo hacen las ciencias (por ejemplo, la idea de masa de un
punto en la mecánica newtoniana), y no se aproximan a los hechos em-
píricos dentro de unos márgenes de error convenidos; no se pretenden
descubrir nuevas entidades, ni se introducen entidades hipotéticas con
fines explicativos.
3. Parece que el profesor Dennett tenía problemas con esta idea. En
sus críticas (pág. 79), citaba de forma selectiva de nuestro libro: «Las pre-
guntas conceptuales son previas a las cuestiones de verdad y falsedad...»
(PFN, pág. 2, véase pág. 4 en este libro), «La verdad y la falsedad son a la
ciencia lo que el sentido y el sinsentido son a la filosofía» (PFN, pág. 6,
véase pág. 12 de este libro). A partir de ahí sacaba la conclusión de que,
desde nuestra concepción, a lafilosofíano le interesa en absoluto la verdad.
Sin embargo, omitía la continuación de la primera frase:

Son preguntas que conciernen a nuestras formas de representación,


no a la verdad o la falsedad de afirmaciones empíricas. Estas formas están
presupuestas en las afirmaciones científicas verdaderas (y en las falsas) y
las teorías científicas correctas (e incorrectas). No determinan lo que es
260 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

empíricamente verdadero o falso, sino más bien lo que tiene o no tiene


sentido.
(PFN, pág. 2, véase pág. 4 de este libro; la cursiva es nuestra)

Asimismo, el profesor Dennett omitía la observación de la página con-


tigua de que la neurociencia está descubriendo muchas cosas relativas a
los fundamentos neurales de las capacidades humanas, «pero sus descubri-
mientos no afectan en modo alguno a la verdad conceptual áe. que estas ca-
pacidades y su ejercicio [...] son atributos de los seres humanos, no de sus
partes» (PFN, pág. 3, véase pág. 6 de este libro; la cursiva es nuestra). Como
resulta patente, nuestra concepción es que lafilosofíase ocupa de las ver-
dades conceptuales, y que éstas determinan qué tiene sentido y qué no.
4. El profesor Paul Churchland dirige la siguiente observación contra
nuestra concepción: «desde Quine, el grueso de la profesión filosófica se
ha inclinado por decir "no"» a la sugerencia de que hay «verdades necesa-
rias, constitutivas de significados, situadas para siempre más allá de toda
refutación empírica o factual». «Cleansing Science», Inquiry, 48 (2005),
pág. 474. Es dudoso que haya llevado a cabo una encuesta sociológica (¿es
que la mayoría de los filósofos realmente piensan que las verdades de la
aritmética están sometidas a la refutación empírica, junto a cualquier te-
oría empírica en la que se integren?), y nos sorprende que un filósofo pue-
da pensar que un recuento de cabezas es un criterio de verdad.
5. Para una crítica canónica de lo que Quine dice sobre la analitici-
dad, véase P. E Strawson y H. P. Grice, «In Defense of a Dogma», Philo-
sophical Review, 1956. Para una crítica más reciente y meticulosa de la
posición global de Quine, véase H.-J. Glock, Quine and Davidson on
Language, Thought, and Reality (Cambridge, Cambridge University Press,
2003). Sobre los contrastes entre Quine y Wittgenstein, véase P. M . S.
Hacker, Wittgenstein's Place in Twentieth-Century Analytic Philosophy
(Oxford, Blackwell, 1996), cap. 7.
6. Se podría pensar (como sugería el profesor Churchland) que la idea
de Descartes de que la mente puede afectar causalmente al movimiento
NOTAS 261

del cuerpo (entendida, según el profesor Churchland, como una afirma-


ción conceptual) queda refutada por la ley de la conservación del mo-
mento. Sería un error. La afirmación cartesiana (con independencia de
que sea conceptual o empírica) únicamente podría refutarse si tuviera sen-
tido; pero, en ausencia de un criterio de identidad para las sustancias in-
materiales, no lo tiene. La idea misma de que la mente es una sustancia de
algún tipo no es coherente. De ahí que la afirmación de que la mente, así
entendida, posee poderes causales no sea inteligible, a fortiori ni confir-
mable ni refutable por la observación y la comprobación experimentales.
(Pensemos en cuál sería el resultado experimental que contaría como de-
mostración de que es verdadera.)
7. Tal concepción epistémica subyace al extenso ataque del profesor
Timothy Williamson a la idea misma de verdad conceptual, «Conceptual
Truth», Proceedings ofthe Aristotelian Society, supl. vol. 80 (2006). La con-
cepción que esboza no es lo que muchos grandes pensadores, desde Kant
hasta nuestros días, entienden por «una verdad conceptual». Después de
criticar, para su propia satisfacción, la concepción epistémica que él mis-
mo acaba de perfilar, el profesor Williamson saca la conclusión de que no
hay verdades conceptuales de ningún tipo. Pero esta conclusión no se sigue
en absoluto. Porque todo lo que ha demostrado (en el mejor de los casos)
es que no existen verdades conceptuales que quepan en la cama de Procrusto
epistémica que ha ideado.
8. Los puntos aristotélicos y anticartesianos que destacamos son: 1) el
principio de Aristóteles, del que nos ocupamos más abajo; 2) la identifi-
cación aristotélica de la psuche con una serie de capacidades; 3) que estas
capacidades se identifican por lo que capacitan para hacer; 4) que para de-
terminar si una criatura posee una capacidad hay que observar sus activi-
dades; 5) la observación de Aristóteles de que preguntarse si hpsuchéy el
cuerpo son una cosa o dos es una cuestión incoherente.
9. No es, por supuesto, una falacia en sentido estricto, pero lleva a in-
currir en falacias: inferencias inválidas y argumentos falsos.
10. A. J. P. Kenny, «The Homunculus Fallacy», en M. Grene (comp.),
260 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

empíricamente verdadero o falso, sino más bien lo que tiene o no tiene


sentido.
(PFN, pág. 2, véase pág. 4 de este libro; la cursiva es nuestra)

Asimismo, el profesor Dennett omitía la observación de la página con-


tigua de que la neurociencia está descubriendo muchas cosas relativas a
los fundamentos neurales de las capacidades humanas, «pero sus descubri-
mientos no afectan en modo alguno a la verdad conceptual de que estas ca-
pacidades y su ejercicio [...] son atributos de los seres humanos, no de sus
partes» (PFN, pág. 3, véase pág. 6 de este libro; la cursiva es nuestra). Como
resulta patente, nuestra concepción es que la filosofía se ocupa de las ver-
dades conceptuales, y que éstas determinan qué tiene sentido y qué no.
4. El profesor Paul Churchland dirige la siguiente observación contra
nuestra concepción: «desde Quine, el grueso de la profesión filosófica se
ha inclinado por decir "no"» a la sugerencia de que hay «verdades necesa-
rias, constitutivas de significados, situadas para siempre más allá de toda
refutación empírica o factual». «Cleansing Science», Inquiry, 48 (2005),
pág. 474. Es dudoso que haya llevado a cabo una encuesta sociológica (¿es
que la mayoría de los filósofos realmente piensan que las verdades de la
aritmética están sometidas a la refutación empírica, junto a cualquier te-
oría empírica en la que se integren?), y nos sorprende que un filósofo pue-
da pensar que un recuento de cabezas es un criterio de verdad.
5. Para una crítica canónica de lo que Quine dice sobre la analitici-
dad, véase P. F. Strawson y H. P. Grice, «In Defense of a Dogma», Philo-
sophical Review, 1956. Para una crítica más reciente y meticulosa de la
posición global de Quine, véase H.-J. Glock, Quine and Davidson on
Language, Thought, and Reality (Cambridge, Cambridge University Press,
2003). Sobre los contrastes entre Quine y Wittgenstein, véase P. M. S.
Hacker, Wittgensteins Place in Twentieth-Century Analytic Philosophy
(Oxford, Blackwell, 1996), cap. 7.
6. Se podría pensar (como sugería el profesor Churchland) que la idea
de Descartes de que la mente puede afectar causalmente al movimiento
NOTAS 261

del cuerpo (entendida, según el profesor Churchland, como una afirma-


ción conceptual) queda refutada por la ley de la conservación del mo-
mento. Sería un error. La afirmación cartesiana (con independencia de
que sea conceptual o empírica) únicamente podría refutarse si tuviera sen-
tido; pero, en ausencia de un criterio de identidad para las sustancias in-
materiales, no lo tiene. La idea misma de que la mente es una sustancia de
algún tipo no es coherente. De ahí que la afirmación de que la mente, así
entendida, posee poderes causales no sea inteligible, a fortiori ni confir-
mable ni refutable por la observación y la comprobación experimentales.
(Pensemos en cuál sería el resultado experimental que contaría como de-
mostración de que es verdadera.)
7. Tal concepción epistémica subyace al extenso ataque del profesor
Timothy Williamson a la idea misma de verdad conceptual, «Conceptual
Truth», Proceedings ofthe Aristotelian Society, supl. vol. 80 (2006). La con-
cepción que esboza no es lo que muchos grandes pensadores, desde Kant
hasta nuestros días, entienden por «una verdad conceptual». Después de
criticar, para su propia satisfacción, la concepción epistémica que él mis-
mo acaba de perfilar, el profesor Williamson saca la conclusión de que no
hay verdades conceptuales de ningún tipo. Pero esta conclusión no se sigue
en absoluto. Porque todo lo que ha demostrado (en el mejor de los casos)
es que no existen verdades conceptuales que quepan en la cama de Procrusto
epistémica que ha ideado.
8. Los puntos aristotélicos y anticartesianos que destacamos son: 1) el
principio de Aristóteles, del que nos ocupamos más abajo; 2) la identifi-
cación aristotélica de Xzpsuché con una serie de capacidades; 3) que estas
capacidades se identifican por lo que capacitan para hacer; 4) que para de-
terminar si una criatura posee una capacidad hay que observar sus activi-
dades; 5) la observación de Aristóteles de que preguntarse si hpsuchey el
cuerpo son una cosa o dos es una cuestión incoherente.
9. No es, por supuesto, una falacia en sentido estricto, pero lleva a in-
currir en falacias: inferencias inválidas y argumentos falsos.
10. A. J. P. Kenny, «The Homunculus Fallacy», en M. Grene (comp.),
262 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

Interpretations ofLife and Mind (Londres, Routledge, 1971). Nosotros


preferimos el nombre menos gráfico pero más preciso de «falacia mereo-
lógica» (y, correlativamente, «el principio mereológico»). Descubrimos
que los neurocientíficos eran propensos a desechar, por infantil, la falacia
de suponer que en el cerebro habita un homúnculo y de ahí pasar direc-
tamente a adscribir atributos psicológicos al cerebro.
11. Evidentemente no con su cerebro, en el sentido en que uno hace
cosas con las manos o los ojos, ni en el sentido en que uno hace cosas con
sus habilidades. Por cierto, no podría hacer ninguna de estas cosas si su
cerebro no funcionara normalmente.
12. D . Dennett, Content and Consciousness (Londres, Routledge and
Kegan Paul, 1969) (trad, cast.: Contenido y conciencia, Barcelona, Gedisa,
1996).
13. Nos sorprendió bastante ver que el profesor Dennett declaraba
que sus «principales puntos de desacuerdo» son que no cree que «el nivel
personal de explicación sea el único nivel de explicación cuando se trata
de la mente y la acción humanas», y que piensa que la tarea de relacionar
estos dos niveles de explicación «no está fuera del ámbito del filósofo»
(pág. 79). No hay desacuerdo alguno en lo que a esto se refiere. Cualquiera
que en algún momento se haya tomado una aspirina para aliviar el dolor
de cabeza, o que haya tomado alcohol suficiente para sentirse alegre, pen-
denciero o taciturno, y quiere una explicación de la secuencia de aconteci-
mientos, debe compartir sin duda la primera idea de Dennett. Cualquie-
ra que, como nosotros en las 452 páginas de Philosophical Foundations of
Neuroscience, se haya dedicado a esclarecer las relaciones lógicas entre los
conceptos psicológicos y los neurológicos, y entre los fenómenos que ex-
presan, compartirá la segunda idea.
14. L. Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford, Blakwell,
1953), §281 (trad, cast.: Investigaciones filosóficas, Barcelona, Crítica,
1988).
15. La concepción cartesiana del cuerpo que tiene un ser humano está
equivocada en muchos aspectos. Descartes concebía su cuerpo como una
NOTAS 263

máquina insensible —una sustancia material sin sensación—. Pero nues-


tra auténtica concepción del cuerpo predica verbos de sensación del cuer-
po que tenemos —es nuestro cuerpo lo que nos duele por todas partes o
nos pica tanto que no lo podemos resistir.
16. El cerebro humano es parte del ser humano. También se puede
decir que es parte del cuerpo que se dice que un ser humano tiene. Sin
embargo, resulta significativo que dudemos en decir de una persona viva,
a diferencia de un cadáver, que su cuerpo tiene dos piernas o, de alguien a
quien se le haya amputado un miembro, que su cuerpo tiene sólo una pier-
na. El engañoso posesivo se aplica al ser humano y un cadáver humano, pero
no, o sólo de forma vacilante, al cuerpo que se dice que tiene un ser humano
viviente. Aunque el cerebro es una parte del cuerpo humano, no hay duda
de que no diríamos «mi cuerpo tiene un cerebro» o «el cerebro de mi cuer-
po tiene meningitis». Y no es por casualidad.
17. Convenimos con el profesor Searle en que la pregunta de qué ani-
males inferiores son conscientes no se puede resolver mediante el «análi-
sis lingüístico» (pág. 104). Pero él supone que se podría resolver median-
te la investigación de sus sistemas nerviosos, mientras que nosotros señalamos
que se podría resolver con el estudio de la conducta que el animal mues-
tra en las circunstancias de su vida. Del mismo modo que establecemos si
un animal ve mediante la referencia a sus reacciones ante lo visible, tam-
bién averiguamos si un animal es capaz de tener conciencia mediante el es-
tudio de su repertorio conductual y sus reacciones ante su entorno. (Esto
no implica que ser consciente sea comportarse de una determinada for-
ma, sino sólo que los criterios para ser consciente son conductuales.)
18. La justificación de aplicar predicados psicológicos a los demás se
sustenta en las pruebas disponibles. Estas pueden ser de tipo inductivo o
constitutivas (criterios). Las pruebas inductivas, en estos casos, presuponen
razones no inductivas, criterios. Los criterios para la aplicación de un pre-
dicado psicológico están en la conducta (no meramente en los movimientos
corporales) en las circunstancias adecuadas. Los criterios son corregibles.
El hecho de que tales o cuales razones justifiquen la atribución de un pre-
264 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

dicado psicológico a alguien es en parte constitutivo del significado de


predicado, pero no agota su significado. Los criterios para la aplicación
de tal predicado son distintos de sus condiciones de verdad —un animal
puede estar sintiendo un dolor y no demostrarlo o mostrar una conduc-
ta de dolor sin padecerlo— (no somos conductistas). Las condiciones de
verdad de una proposición que atribuya un predicado psicológico a un ser
son distintas de la verdad de la proposición. Tanto los criterios como las con-
diciones de verdad son distintos de las condiciones generales bajo las que
se pueden llevar a cabo de forma significativa las actividades de aplicar o
negar el predicado a criaturas. Pero es un error suponer que una condi-
ción del «juego del lenguaje que se está jugando» (en expresión del profe-
sor Searle) es la ocurrencia de conducta públicamente observable. Y es que
el juego del lenguaje con un predicado psicológico se juega con su nega-
ción no menos que con su afirmación. También sería un error mezclar las
condiciones para el aprendizaje de un juego del lenguaje con las que se re-
quieren para jugarlo.
19. J. Z. Young, Programs of the Brain (Oxford University Press, 1978),
pág. 192 (trad, cast.: Los programas del cerebro humano, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986). El profesor Dennett también sugiere (pág. 90)
que tergiversamos a Crick cuando sostenemos que, porque éste dice que
nuestro cerebro cree cosas y hace representaciones sobre la base de su
experiencia o información previas (E Crick, The Astonishing Hypoyhesis, Lon-
dres, Touchstone, 1995, págs. 28-33, 57 [trad, cast.: La búsqueda cientí-
fica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo XXI, Madrid, Deba-
te, 1994]), Crick realmente piensa que el cerebro cree cosas y hace
interpretaciones, etc. Invitamos al lector a que lea él mismo las citadas ex-
plicaciones de Crick.
20. N. Chomsky, Rules and Representations, Oxford, Blackwell, 1980
(trad .cast.: Regias y representaciones, México, Fondo de Cultura Económi-
ca, 1983). Lejos de hacer caso omiso a esto, como afirmaba el profesor Den-
nett (pág. 91), el tema se trató con ojo crítico en G. E Baker y P. M. S. Hac-
ker, Language, Sense and Nonsense, Oxford, Blackwell, 1984, págs. 340-45.
NOTAS 265

21. D. Dennett, Consciousness Explained (Harmondsworth, Penguin,


1993), págs.142-144 (trad, cast.: La conciencia explicada, Barcelona, Pai-
dós, 1995).
22. Dennett cita aquí su entrada autobiográfica en S. Guttenplan (comp.),
A Companion to thePhibsophyofMínd{Oiáová., Blackwell, 1994), pág. 240.
23. Evidentemente, no negamos que la extensión analógica de los con-
ceptos y las estructuras conceptuales a menudo es útil en la ciencia. La
analogía hidrodinámica generó una teoría de la electricidad provechosa,
comprobable y matematizada. Nada comparable es manifiesto en la
licencia poética de la actitud intencional de Dennett. Es obvio que la licencia
poética le permite al profesor Dennett decir que los termostatos algo así como
creen que hace demasiado calor y por consiguiente apagan la calefacción cen-
tral. Pero esto no aporta nada a la ingeniería ni a la explicación de los me-
canismos homeoestáticos.
El profesor Dennett afirma (pág. 88) que nosotros no nos ocupamos de
sus intentos de utilizar lo que el llama «la actitud intencional» para explicar
los procesos corticales. De hecho, hablamos con cierta extensión de su idea
de actitud intencional (PFN, págs. 427-431), dando siete razones para du-
dar de su inteligibilidad. Dado que el profesor Dennett no ha respondido
a estas objeciones, no tenemos, de momento, nada más que añadir al tema.
En el debate de la APA, el profesor Dennett declaró que hay «cientos,
tal vez miles, de experimentos» que demuestran que una parte del cere-
bro alberga información que contribuye a «un proceso de interpretación
activo en otra parte del cerebro». Esto, insistió, es «algo así como aseverar
—algo así como decir "Sí, aquí hay color", "Sí, aquí hay movimiento"». Esto,
dijo, «es sencillamente obvio». Pero el hecho de que las células de la cor-
teza estriada visual se exciten en respuesta a los impulsos que se trans-
miten desde la retina no significa que interpreten o algo así como interpre-
ten nada. ¿O deberíamos también decir que un infarto demuestra que el
corazón tiene algo así como información sobre la ausencia de oxígeno en
la corriente sanguínea y algo así como interpreta esto como señal de una
obstrucción coronaria? ¿O que la linterna que no se enciende posee in-
266 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

formación sobre la cantidad de corriente eléctrica que llega a la bombilla


y la interpreta como señal de que sus pilas se han agotado?
24. El pensamiento no ocurre en el ser humano, sino que el ser huma-
no lo realiza. El acontecimiento de mi pensamiento de que ibas a hacer X se
localiza dondequiera que yo estuviese cuando pensaba eso; el acontecimiento
de que yo veía que estabas haciendo X se localiza dondequiera que yo es-
tuviese cuando te vi haciendo X. Este es el único sentido en que pensar, per-
cibir, etc., tienen una ubicación. Preguntarse, como hace el profesor Searle
(pág. 110), dónde exactamente ocurrió el pensamiento, en cualquier otro
sentido, es como preguntar dónde exactamente una persona pesó 80 kilos
en algún sentido distinto del que especifica la respuesta «Cuando estuvo en
Nueva York el año pasado». Las sensaciones, por el contrario, tienen una
ubicación somática —si me duele la pierna, tengo un dolor en la pierna.
Mi estado (si es que se trata de un estado) de tener un dolor en la pierna
se dio dondequiera que estuviese cuando me dolía la pierna.
25. Para pensar o andar es necesario que el cerebro funcione con nor-
malidad, pero uno no anda con su cerebro. Tampoco piensa con él en ma-
yor medida que oye o ve con él.
26. El profesor Searle arguye que, dado que repudiamos los qualia tal
como los entienden los filósofos, no podemos dar respuesta a la pregunta
de en qué consiste el pasar por un proceso mental (pág. 111). Si recitar el al-
fabeto en la imaginación (el ejemplo del profesor Searle) cuenta como pro-
ceso mental, consiste en que uno empieza por decirse a sí mismo «a», lue-
go «b», luego «c», etc., hasta llegar a «x, y, z». Este proceso mental no se
identifica por su sensación cualitativa, sino por el hecho de que es la reci-
tación del alfabeto. Entre los criterios para su ocurrencia está que el suje-
to lo diga. Se podría suponer, por supuesto, que va acompañado de pro-
cesos neurales hasta ahora desconocidos, cuyo lugar aproximado se puede
identificar mediante la correlación inductiva a partir del uso de imágenes
por RMf.
27. Descartes, Principies ofPhilosphy, 1:46, 67, y en especial 4:196.
(trad, cast.: Los principios de lafilosofía,Barcelona, RBA, 2002).
NOTAS 267

28. Como afirma el profesor Churchland en «Cleansing Science»,


págs. 469 y sigs., 474.
29. Ibid., pág. 470.
30. Para más detalles, véase P. M. S. Hacker, Wittgenstein: Meaning
andMind, parte 1: The Essays (Blackwell, Oxford, 1993), «Men, Minds and
Machines», págs. 72-81.
31. C. Blakemore, «Understaning Images in the Brain», en H. Bar-
low, C. Blakemore y M. "Weston-Smith, (comps.), Images and Understan-
ding (Cambridge University Press, 1990), pág. 265. (trad, cast.: Imagen y
conocimiento, Madrid, Crítica, 1994).
32. J. Z. Young, Programs of the Brain (Oxford, Oxford University
Press, 1978), pág. 112 (trad.cast.: Los programas del cerebro, Madrid, De-
bate, 1983).
33. D. Chalmers, The Conscious Mind(Oxford, Oxford University
Press, 1996), pág. 4 (trad, cast.: La mente consciente, Barcelona, Gedisa,
1999).
34. F. Crick, The Astonishing Hypothesis (Londres, Touchstone, 1995),
págs. 9 y sigs. (trad. cast. La búsqueda científica del alma. Una revolucionaria
hipótesis para elsiglo XXI, Madrid, Debate, 1994).
35. A. Damasio, The Feeling ofWhat Happens (Londres, Heineman,
1999), pág. 9 (trad, cast.: La sensación de lo que ocurre, Madrid, Debate,
2001).
36. Ned Block, «Qualia», en S. Guttenplan, (comp.), Blackwell Com-
panion to the Philosophy of Mind (Oxford, Blackwell, 1994), pág. 514.
37. Searle, Mystery of Conscioussness (Londres: Granta, 1997), pág. xiv
(trad, cast.: El misterio de la conciencia, Barcelona, Paidós, 2000).
38. T. Nagel, «What Is It Like to Be a Bat?» reimpreso en su Mortal Ques-
tions (Cambridge, Cambridge University Press, 1979), pág. 170. (trad,
cast.: «Qué es ser un murciélago», en Ensayos sobre la vida humana, Méxi-
co, Fondo de Cultura Económica, 2000).
39. El profesor Searle (al igual que Grice y Strawson) supone que las
experiencias perceptivas se caracterizan desde la perspectiva de su grado
268 LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA

de comunidad con las experiencias ilusorias y alucinatorias. Desde esta


perspectiva, toda experiencia perceptiva es, por así decirlo, una alucina-
ción, pero la percepción verídica es una alucinación con un tipo especial
de causa. Esto, desde nuestro punto de vista, es un error.
40. El profesor Searle afirma que negamos la existencia de las expe-
riencias cualitativas (pág. 99). Desde luego no negamos que las personas
tengan experiencias visuales, por ejemplo, que ven cosas. Tampoco nega-
mos que el ver cosas pueda tener ciertas cualidades. Lo que negamos es
que, siempre que alguien ve algo, haya algo que sea como ver lo que ve, y
aún menos algo que se siente como ver lo que uno ve. Y negamos que «la
sensación cualitativa de la experiencia» sea su «esencia definitoria» (pág. 115).
El ver o el oír no se definen por referencia a lo que los sujetos sienten, sino
por referencia a lo que nos permiten detectar.
41. G. Wolford, M. B. Miller y M. Gazzaniga, «The Left Hemisphere's
Role in Hypothesis Formation», Journal ofNeuroscience, 20 (2000), RC
64 (1-4), pág. 2.
42. Nuestro agradecimiento a Robert Arrington, Hanoch Ben-Yami,
Hanjo Glock, John Hyman, Anthony Kenny, Hans Oberdiek, Herman Phi-
lipse, Bede Rundle y en especial a David Wiggins, por sus útiles comen-
tarios al primer borrador de este artículo, que presentamos en el debate
«Autores y Críticos», que la División del Este de la APA organizó en Nue-
va York el 28 de diciembre de 2005.

EPÍLOGO

1. Así lo sugirió el profesor Searle en el encuentro de la APA. Afirmó


que tal objetivo se alcanzará en tres pasos: primero, determinar los corre-
latos neurales de la conciencia (CNC); segundo, establecer la relación cau-
sal entre la conciencia y estos CNC; y, por último, desarrollar una teoría
general que relacione la conciencia y los CNC.
2. J. Searle, Mind: A Brief Introduction (Oxford University Press, 2004),
cap. 5.
NOTAS 269

3. J. Searle, «Consciousness: What We Still Don't Know», New York Re-


view of Books, 13 de enero de 2005. Se trata de una reseña crítica de la
obra de Christof Koch The QuestforConsciousness (Greenwood Village, CO,
Roberts, 2004).

LA BÚSQUEDA CONTINÚA

1. Un estudio especialmente iluminador sobre esta obra es el de Lina


Cable, «Such nothing is terrestriall; philosophy of mind on Phineas Flet-
cher's Purple Island». Journal of Historical Science 19(2), págs. 136-152.
2. Aristóteles, On the soul, 403a25-403bl, en Richard McKeon (comp.),
The Basic Works of Aristotle, trad. J. A. Smith (Nueva York, Random Hou-
se, 1941) (trad, cast.: Acerca del alma, Madrid, Gredos, 1978, pág. 135).
3./tó.,408 b 1 0 - 1 5 .
4. En sus Philosophical Investigations, §265 (trad, cast.: Investigaciones
filosóficas, Barcelona, Crítica, 1988).

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