Lo Trágico en La Tragedia

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BYZANTION NEA HELLÁS N° 39 - 2020: 79 / 99

LO TRÁGICO EN LA TRAGEDIA

César García Álvarez


Universidad San Sebastián. Chile

Resumen: El presente ensayo estudia la esencia de la tragedia, que el autor llama


“la tragicidad”. Es un estudio de filosofía estética, estudios sobre el tema poco
frecuentes; distintos puntos de vista concurren a establecer qué sea la tragicidad.

Palabras clave: Esencia de lo trágico – tiempo y tragedia – muerte - “tragicidad”

THE TRAGIC IN THE TRAGEDY

Abstract: This essay explores the essence of tragedy, the author calls it the
“tragicidad”. It is a study of aesthetic philosophy, infrequent studies. The study is
treated from different points of view.

Keywords: Essence of tragedy – time and tragedy – death – “tragicity”

Recibido: 25.11.2019 - Aceptado: 31.03.2020

Correspondencia: César García Álvarez.


Email: [email protected]
Doctor en Filosofía con mención en Literatura.

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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

“Los griegos permanecerán completamente incomprendidos,


mientras no se halle una respuesta a: ¿qué es lo dionisíaco?”
(Nietzsche).

E
l mito dice que Zeus queriendo acercarse a los hombres,
engendró a Dióniso de una mujer, Semele; pero antes de
terminar de gestarlo en su vientre Hera esposa de Zeus la
fulminó con un rayo. Sin embargo, Zeus hizo una incisión en uno de sus
muslos y terminó de gestar a Dióniso. Zeus ama a los humanos y quiere
que participen de su vida perenne; ama la unidad y armonía no la fragmen-
tación. Tales dones no se dan sin la vía del sacrificio, que es la tragedia y
la incorporación al coro.
Los atenienses ante una tragedia de Frínico y otras de Esquilo se
preguntaron: tis pros Dionyso ¿qué tiene que ver esto con Dióniso? (Plu-
tarco, Cuestiones conviviales I, I, 5-615a); el Suda expresaba así la misma
idea: “Ouden pros ton Dionyson” (Esto no tiene nada que ver con Dionyso,
decían). No es lo mismo la tragedia que lo trágico de raíz dionisíaca, lo trá-
gico es un concepto filosófico mucho más amplio que la tragedia aunque,
por cierto, la tragedia se halle incluida en dicho concepto. Nuestro ensayo,
como su título indica intenta como objeto aproximar dos términos poco
estudiados: lo trágico en la tragedia y como objetivo aquello señalado por
K. Jaspers: “Lo propio del hombre como hombre es dirigir su mirada hacia
la verdad. La verdad siempre existe en él y para él”.
Los dos géneros literarios más destacados en Grecia fueron la epo-
peya y la tragedia; géneros a su vez hermanos ya que, con excepción del
enfoque epos en un caso y pathos en el otro, casi todo lo restante es igual.
Ambos géneros que, por otra parte, retratan el alma conflictiva de Grecia.
Es sabido que las palabras claves para definir el alma de Grecia son po-
lemos, agon ostrakismos, peripeteia, polis, stasis, tuxía, euftuxía y pocas
más. Todas ellas llevan oculta bajo su significación una pequeña herida
sangrante que, no bien cauterizada, dará lugar a la tragedia. El filósofo más
representativo de esta extraña alma griega fue Heráclito para quien: “El
camino de arriba y el camino de abajo son uno y el mismo” (22B60DK), y
en otra parte advierte: “Inmortales mortales, mortales inmortales; la vida
de éstos es la muerte de aquéllos, la muerte de aquéllos es la vida de éstos”
(22B62 DK). Carlo Gentile y Gianluca G. juegan en el mismo sentido con
esta otra frase de Heráclito: “Ethos anthopoi daimon”, que comentan así:
“Lo trágico reside en la simetría sintáctica de esta frase que, gracias a los

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dos nominativos, puede ser leída y entendida en ambos sentidos: el carác-


ter es el demonio del hombre, pero también: el demonio es el carácter del
hombre”. Acaso nadie pudo decir esto mejor que Borges, el más heraclita-
no de los poetas latinoamericanos:
Heráclito camina por la tarde
de Éfeso. La tarde lo ha dejado,
sin que su voluntad lo decidiera,
en la margen de un río silencioso
cuyo destino y cuyo nombre ignora.
Hay un Jano de piedra y unos álamos.
Se mira en el espejo fugitivo
y descubre y trabaja la sentencia
que las generaciones de los hombres
no dejarán caer. Su voz declara:
Nadie baja dos veces a las aguas
del mismo río. Se detiene. Siente
con el asombro de un horror sagrado
que él también es un río y una fuga.

1. La muerte germen de la tragedia en Homero


¿Pero existe lo trágico? Lo trágico es un modo de ser de la existen-
cia. La muerte al estar con su capa negra al fondo de la existencia reviste
al ser de lo trágico. Negaron la existencia de lo trágico los estoicos para
quienes lo trágico es consecuencia de una mala conducta moral; propio del
ser humano es el deseo de felicidad, decían, siempre que ésta sea adquirida
mediante una disciplina ética. Confundió esta escuela filosófica la ontolo-
gía con la moral, el ser y el actuar: si debo actuar estoicamente sobre las
grietas que me presenta el ente, es que el ente está agrietado y esto es ya
trágico.
Esto lo vislumbraron ya de modo manifiesto las epopeyas griegas
Ilíada y la Odisea. Todos los héroes de estos elevados cantos sabían que
tras sus hazañas, por nobles que ellas fuesen, estaba la sombra del Hades.
Es cierto que el aedo, cantor primitivo de estas gestas ni tenía ni sentía
entre sus preocupaciones primarias la muerte. La muerte fue tema del rap-
soda, no del aedo; pero para que tal muerte ingresara con sus fueros a los
cantos fue necesario que el poeta ensanchara el espacio y el tiempo. El
tiempo conlleva la muerte, Cronos y Thanatos son hermanos. El espacio y
tiempo aédico era episódico y, en consecuencia, breve para poder herir de
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

muerte al héroe. Homero a través del rapsoda ensanchó el espacio y tiempo


de las sagas, y con este tiempo potenciado superó lo episódico mediante
un enlace de encadenamientos narrativos hacia un final mortal, germen
de la tragedia. Lo que en la Ilíada parecen conjuntos de cantos distintos,
herencia aédica, es en realidad un solo canto épico-trágico: así la cólera de
Aquiles se activa con la muerte de Patroclo, ésta se venga con la muerte de
Héctor y la muerte de Héctor lleva aparejada la propia muerte de Aquiles.
Este tiempo así enlazado llevaba ya oculto, como decimos, el núcleo de
la tragedia. La Ilíada y Odisea no obstante son epopeyas, pues el espacio
se sobrepone al tiempo para constituir el epos. Lesky, teniendo en cuen-
ta aquellas coordenadas temporales no duda en llamar a Aquiles “héroe
trágico” y Esquilo señaló: “Las tragedias son porciones (temache) de los
grandes banquetes de Homero”, así Ateneo (VIII, 39, 347).

2. Si el ser es trágico lo será su imagen literaria


La palabra más frecuente para calificar a los humanos en la epope-
ya y en la tragedia es “míseros mortales”, pues los hombres se esforzaban
en estas obras inútilmente por alcanzar “la ambrosía”, alimento de inmor-
talidad de los dioses. En este contexto hay que entender el mito de Prome-
teo; cuánto hizo Prometeo por los hombres, él lo cuenta en la tragedia de
Esquilo; pero no logró alejarnos de la muerte, porque no logró alejarnos
del tiempo mortal que recubre toda la acción humana de la tragedia.
Miguel de Unamuno escribió Del sentimiento trágico de la exis-
tencia; Kierkegaard había hablado antes sobre el mismo sentimiento en
El concepto de angustia; Martín Esslin en 1961, en su obra El teatro del
absurdo llamó a este sentimiento trágico, absurdo. Los tres coinciden en
definir lo trágico como la respuesta sentimental a un habérselas el hombre
solo ante el tiempo y la muerte: sentirse, en definitiva, sin la ambrosía: la
presencia de una Entidad sustentadora. El ser sin el Ser (Dios) pende suel-
to en una existencia trágica, por ello todas las tragedias griegas suponen
en su entramado esencial a los dioses, los hombres y a la muerte; cuando
hombres y dioses se acercan lo trágico se aminora, cuando se distancian
la muerte se instala amenazante, recordemos las Bacantes. Prometeo es
lo trágico sustancial en Prometeo encadenado y lo trágico aminorado en
Prometeo liberado. La Orestía dibuja idéntica parábola, crimen al princi-
pio y al medio en Agamenón y Coéforas, pero instaurado el Areópago y
absuelto Orestes por obra de la divina Atenea, el hombre cargará con otras
angustias, resolver por sí solo los asuntos de justicia; Edipo, rey es trágico
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hasta el verso 1080 cuando quiso descubrir él solo, sin la ayuda de Apolo
el problema de la peste; sin embargo, cuando reconoció su hybris, pecado
contra los dioses, cuando reconoció su ceguera y se autodesterró, la peste
desapareció; lo trágico de la tragedia Antígona lo desencadena Creonte al
ignorar la ley de los dioses, enterrar a Polínice.
Lo trágico es un pathos, un existencial que reclama para su defini-
ción una metafísica y hasta una teología: ser y tiempo, y vida mortal frente
a la eternidad de los dioses. Hebbel lo entendió así: en la contextura más
profunda del mundo, decía, hay una desarmonía trágica que ha sido llama-
da pan-tragicismo. Aristóteles llama a esta falla del ser “amartía” y dice
que afecta a todos, por eso los caracteres, añade el Estagirita, deben ser de
estrato moral “medio”, ni mucho mejores que nosotros ni mucho peores.
No vamos a entrar qué entendía Aristóteles por “amartía”, si falla óntica,
intelectual, moral o persecución del destino.
Lesky niega el carácter totalizador y existencial que aquí estamos
dando a lo trágico. Ciertamente, la tragedia, cada tragedia, no elabora di-
rectamente una teoría de lo trágico, pero sí en forma indirecta, o ¿acaso lo
repetido no genera teoría? Eleos” y “fobos”, horror y compasión - como
dice Aristóteles – ¿no añaden lo trágico a la tragedia? Estos dos sentimien-
to eleos y fobos, no están en escena ni en el texto literario, son un efecto de
lo trágico en el espectador; añaden a lo constitutivo de lo trágico la “meta-
bolé”, como se lee en la misma Poética de Aristóteles, el cambio de buena
a adversa fortuna, aquello que, en Edipo, rey la tragedia llama“deinos”,
incertidumbre. Pero ampliemos un poco más este concepto.

3. La incertidumbre, carácter de lo trágico


Ser es ser en la incertidumbre. La fenomenología de la incertidum-
bre que Edipo nombra 23 veces con la palabra deinos, es más que el ser
caído o amenazado del que habla Heidegger. Caído es ya un estado, estar
cercano a la nada; amenazado es otra cosa, comporta un futuro peligroso,
pero todavía no una realización. Incertidumbre es un presente angustioso
de sensibilidades existenciales cuyo primer y más destacado carácter es
sentirse pender de una inseguridad óntica. Jorge Manrique, Vicente Huido-
bro y Gabriela Mistral calificaron esta inseguridad con una imagen dura:
“somos un río que durando se deshace”. Eres un ser que flota y camina en
un tiempo negador, pero que en ese instante mínimo que te presta el ser,
pugnas por seguir siendo, y eres. Si asumes esta idea con responsabilidad
auténtica, advertirás con Edipo que, sí, somos deinos, incertidumbre. San
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

Agustín tomándole el peso a esta condición frágil del ser decía: “¿Cómo
llamaré yo a esta vida, vida mortal o muerte vital? Aristóteles al hablar de
“metabolé” en la tragedia o cambio de fortuna, nos está diciendo aunque
cerebralmente algo parecido. El barroco trabajó mucho este concepto trá-
gico al hablar de “apariencia frente a realidad” en La vida es sueño, El
Quijote, y particularmente en la poesía del amor y la muerte de Francisco
de Quevedo. Recojo aquí dos estrofas de este poeta donde habla sobre el
sentido angustiosamente trágico del ser humano en el tiempo:
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer, junto


pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Hemos citado a San Agustín, el mismo pensador ante tal angustia


trágica, un día después de muchas insatisfacciones y ningún contentamien-
to buscando la verdad, escuchó una voz potente que le decía:
- Alma, ¿qué deseas?
Y él contestó con un grito desgarrador:
- ¡Conózcame a mí y conózcate a Ti!
La voz interpelante, continuó:
- ¿Qué más? Y San Agustín, tajantemente contestó:
- Absolutamente nada más.

En latín la frase es más resolutiva, dice “nihil omnino”, absoluta-
mente nada más.
San Agustín a este deinos edipiano llamó, antes de convertirse al
cristianismo, confusión existencial, “mihi quaestio factus sum, y después
inquietud “inquietum es cor homis”.
Hegel en su Fenomenología del espíritu al definir lo trágico de la
existencia, señala: ésta se da cuando la parte se encarama con autonomía
sobre el todo y quiere ser todo, cuando la tesis olvida que ella sola no es
todo, cuando la antítesis olvida que ella sola no es todo y cuando la síntesis
olvida que ella sola no es todo, apenas parte de la constructora del ser.
Imaginémonos, siguiendo el pensamiento de Hegel, que encon-

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trásemos una teja sin relación alguna ni con un tejado ni con casa alguna;
que nos encontrásemos con un camino hecho por nadie y para nadie, pues
nadie existe; imaginemos que vemos el respaldo de una silla que nadie
hizo, y que ni existe eso que llamamos silla; y, en fin, ahora una flor sin re-
ferencia a árbol, vegetal o planta, pues de la existencia de los vegetales no
diese cuenta ningún diccionario. Esos fragmentos de ser, despoblados, si
tuviesen conciencia y sensibilidad testimoniarían en su propia fragmenta-
ción la angustia de la soledad que acompaña la incertidumbre. Resulta que
individuo habla precisamente de fragmentación, su etimología es in que es
una negación y dividere, ausencia de relación con algo o alguien; los grie-
gos al referirse a una sola persona dicen átomo. La soledad, compañera de
la incertidumbre trágica, es una resultante de nuestra condición de ser en el
tiempo, al estar arrojados como individuos o átomos. Tu ser comporta tres
niveles: exterior, interior e íntimo: este último es donde radica la individua-
lidad, es tuyo solo, más íntimo que tú mismo, lo mantienes tú, lo alimentas
tú, lo soportas tú, te salvas ontológicamente con él o con él te condenas.
Kafka escribió lo que escribió en la Metamorfosis y Ionesco compuso lo
que compuso en La Cantante Calva para alertarnos sobre esta tragicidad
que portamos.
¿Qué fue la vida de Edipo? El más sabio, el más seguro, el que
venció el enigma de la esfinge, el que fue coronado por todos como rey…
¡no sabía que estaba casado con su madre! ¿hay mayor tragedia? Edipo
estaba atrapado en la red: cuanto más investigaba buscando al culpable y
preguntaba, más caía en la sima del deinos de su propia vida. Quiso ser él
solo, no escuchar ni a Creonte ni a Tiresias, terminó arrancándose los ojos
de sus órbitas; no fue ello un castigo a su incesto, fue más que esto ¡“no
supo ver el otro y lo otro”! negó el apeiron de Anaximandro de Mileto. No
le echemos la culpa del suceso de Edipo al destino, porque éste nos ensu-
cia, pero no niega la libertad. El destino condiciona, pero no obliga. Con
razón nos alerta el Coro de Edipo, rey, antes de caer el telón: “¡Tebanos,
antes que al ser humano alcance la muerte, nadie se crea seguro!”.

4.- Lo tensional, rasgo de lo trágico


Vidal Naquet y Vernant en Mito y Tragedia en la Grecia Antigua
aportan otra idea sobre lo trágico, se encuentra en el tejido que forman
ethos, carácter y daimon los poderes del más allá, si se suprime uno de los
dos términos, desaparece el héroe trágico. La antropología del héroe trági-
co está hecha de un tejido tensional, son héroes en la filosofía de Heráclito
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

(frag.88). Todavía hoy en griego ir y venir tienen el mismo verbo “erxo-


mai”. Antígona y Creonte disienten sobre el derecho, crean una tensionali-
dad entre lo divino y humano. Creonte defiende la polis como la religión de
los dioses tutelares, Antígona prioriza Hestía, la diosa protectora del hogar.
Dos derechos divinos en confrontación. Sócrates por lo mismo mandaba
obedecer las leyes sagradas de la polis, aunque injustas.
Propio de la tragedia es esa tensión que, además, es ambigua; pre-
cisamente Houg cuenta cincuenta expresiones ambiguas en Edipo, rey.
Los trágicos aprovechan tal situación lingüística para darnos, desde la for-
ma, un mundo desgarrado de tragedia. Dice Eurípides:”Si las cosas fue-
sen igualmente para todos bella y sensata, los humanos no conocerían
las controversias, pero para los mortales nada hay en palabra semejante
igual” (Fenicias 499). Nomos para Creonte, por ejemplo, es la ley de los
dioses tutelares, pero para Antígona significa los dioses del hogar. El héroe
en la tragedia está preso de las palabras y sus conceptos; veamos algunos
ejemplos más:
Se lee en Agamenón: “Hablo para los que saben; para los que no
saben, me callo” (Vigilante en “Agamenon”). El discurso de Clitemnestra
por su parte está lleno de hipocresía, pero también de justicia contra Aga-
menón quien dio muerte a su hija Ifigenia y pisó la alfombra roja reservada
solo para los dioses.
Edipo se enreda él solo en las palabras, dice a referido a un presente
y leemos b un contenido del pasado. Al final cuando evidencia: yo fui el
culpable, leemos igual: yo, pero los dioses también fueron culpables. Edipo
es un enigma: cada palabra e investigación que hace lo envuelve más a él
mismo.

5. Lo trágico está en una tensión indecisa


Aristóteles define la tragedia como acción, no como ethos, psicolo-
gía, caracteres. Es la tensionalidad una dínamis, un vórtice que envuelve
a las personas que deben sortear las situaciones de tal modo que hasta el
final no saben qué va a suceder. Drama viene de “dran” en dorio, que es
obrar. La tragedia coloca a los personajes en la encrucijada, siempre inte-
rrogándose: “Pílades ¿qué hago?” dice Orestes en las Coéforas; Pelasgo
en las Suplicantes añade: “No sé qué hacer, la angustia domina mi cora-
zón, ¿debo actuar o no?”. El hombre teme caer en la trampa de las propias
decisiones, le falta autonomía, es él pero con igual fuerza no es él, son los
dioses, las palabras, el destino. Obrar es sopesar los pro y contra y aceptar
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el riesgo; al final sabemos el resultado: “Tebanos, antes que termine sus


vidas, nadie se considere seguro”. La inseguridad es alma de lo trágico.
Insistiremos nuevamente en Edipo, rey por ser la tragedia más per-
fecta según Aristóteles. La tensión indecisa se expresa en esta tragedia
como un río cuyas aguas empujan y a la vez se remansan sin saber para
dónde va el curso:
Edipo llega a Tebas como un extranjero de Corinto, pero resulta que
es de Tebas.
Él descifrador de enigmas, él mismo se constituye en un enigma.
Él justiciero, resulta ser el criminal.
Él clarividente es ciego.
Él primero de la ciudad, será el último.
Proclamado por el pueblo igual a los dioses, termina casi en nada.
El hombre público, es al final un solitario.
El cazador, ha resultado ser el mismo la presa
En el pasado de Grecia cada año en la fecha de la muerte de Sócrates
se celebraba la procesión del “farmakoi”, se llevaba a la muerte a un impío
o sacrílego, a aquél considerado escoria social. Aristófanes habla de ello en
Las Ranas. Tras esta limpieza cívica, el ajusticiamiento, al día siguiente se
celebraba el comienzo de la primavera, de la fecundidad, con árboles car-
gados de dulces, se celebraba el día de la “aporía” o fin de la esterilidad.
Edipo replica esta fiesta, es el impío sacrificado que ausente de la ciudad
permite ya la fecundidad de los campos de Tebas.

6. La altura de la caída, signa también lo trágico


A la incertidumbre, tensionalidad, indecisión y muerte, se suma en
la configuración de lo trágico la caída trágica. El representante de la polis
no cae solo en su desgracia, arrastra siempre con ella a todo el pueblo. De
esto es posible deducir varios grados de tragicidad: a) desde la idea que
se defiende: Orestes es más trágico que Pílades, no obstante hayan los dos
recorrido el mismo camino hasta Micenas; b) la pasión con que tal idea se
defiende: Antígona es más trágica que Creonte, a pesar que los dos mue-
ren; el Prometeo de “Prometeo encadenado” desencadena una polaridad
mucho más fuerte que la de “Prometeo liberado”; c) el atropello de la
sofrosyne genera más tragicidad que quien muere cargado de ubrys, caso
de Jerjes; d) quien muere obcecado genera también una intensidad trágica
que no se encuentra en quienes dialogan, así Penteo en Las Bacantes e)
Aristóteles sugiere otro grado de mayor o menor tragicidad: los hombres
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

en acción son más trágicos que aquéllos que exhiben un dolor narrado;
hay acción en Edipo, Antígona, Euménides y Medea, pero más sentido
narrativo en Prometeo encadenado, Agamenón en la Orestía y Jerjes en
Los Persas.

7. Sobre la solución trágica


¿Hay solución a lo trágico? Pareciera que no; porque desde el mo-
mento en que lo trágico tiene una respuesta deja de ser trágico, así lo afir-
maba Goethe al canciller Von Muller: “Todo lo trágico – decía- se basa en
un contraste que no permite salida alguna. Tan pronto como la salida apa-
rece o se hace posible, lo trágico se esfuma”. Fiel a esta frase de Goethe
se ha dicho: después del cristianismo ya no hay tragedias, pues “la salida
se hace posible”. Pero, si la gracia de la fe es gratuita, tampoco hay salida
para el hombre en el mundo cristiano, podrá haber salida pero por sí no
hay salida, pues la gracia no depende del hombre; ante esto: Shakespeare,
Calderón de la Barca, García Lorca y todas las obras que analiza W. Kauf-
mann en Tragedia y Filosofía son tragedias, pese a pertenecer a un mundo
cristiano. No obstante, la frase de Goethe sigue siendo válida, la frase: “…
tan pronto como la salida aparece, lo trágico se esfuma”, debe ser bien
entendida, pues salida hay en Prometeo liberado, en las Euménides, y por
vía indirecta en Antígona y en las Bacantes, no obstante, son tragedias. Lo
que Goethe quiere decir es lo señalado por Lope de Vega en Arte Nuevo
de Hacer Comedias: que, hasta la última escena, el autor de teatro debe
reservarse toda salida, presentar a un héroe irremediablemente despeñado,
aunque al final no lo sea.
Nuevamente la pregunta: ¿existe solución a lo trágico? Si el héroe
muere aceptando su muerte es que aspira a algo y ese algo lo justifica, na-
die entrega su vida en vano. La causa final de cualquier acción no puede
nunca descartarse, pues todo tiene un sentido o un para qué; el absurdo es
un invento literario que solo se da como realidad en un psiquiátrico. Lo
dialéctico en Hegel, se dice, pareciera dar en un absurdo, siempre lo repe-
titivo de tesis, antítesis, síntesis, pero esa síntesis es inestable, la dialéctica
pide nuevamente la búsqueda, y se ensaye la tríada –tesis, antítesis y sín-
tesis- y así en forma permanente. ¿Un eterno retorno? No. Una esperanza
aplazada, que es tenue o lejana pegada a lo trágico circular, por eso toda
tragedia pide otra tragedia con el mismo nombre en otro autor: Electra,
Yocasta, Antígona, Orestes, Edipo, etc., forzaron a los trágicos para que los
recreasen en otras obras. Eros y thanatos se solicitan en un eterno retorno
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trágico, retorno que es una llamada a una salida. San Agustín lo intuyó al
decir: “Circuitus ille explosi est”, aquel círculo del eterno retorno, con la
llegada del cristianismo explotó y la línea que era circular se convirtió en
historia horizontal. La apetencia de lo trágico circular al final se cumplió.
La muerte de Cristo fue una tragedia histórica, la acción final de un Dios
Soterós. Nietzsche intuyó que en la escena de la tragedia no hay solo muer-
te, hay también canto, presencia de Dióniso Soterós (Salvador). El coro,
como sugiere Festugière, enfrenta el muro que separaba a dioses de los
hombres, la comida de la ambrosía y la de los animales, propia del hombre.
La música dionisíaca es soteriológica un acercamiento de Zeus a
Prometeo, prototipo de los humanos; agrieta el muro Edipo buscando la
verdad, aunque caiga vencido, pero los dioses se lo recompensaron en Co-
lono al convertirlo en héroe, véase Edipo en Colono; golpean el muro con
su muerte Creonte y Antígona diciendo a los tebanos: nadie se salva solo,
dialoguen para que subsista la democracia; finalmente, triste final fue el
de Penteo, pues si no se rompe el muro de lo humano, nadie podrá habitar
con los dioses en el Citerón. A la mística no se llega sin romper el muro del
cuerpo, léase “Noche oscura del alma” de San Juan de la Cruz.

8. La tragedia, camino doloroso hacia la justicia


¿Qué es la justicia? Los tribunales no son la justicia, administran la
justicia; “dar a cada uno lo suyo” es un definición demasiado economicis-
ta; jus es una palabra que viene del verbo iubeo = mandar, hay un mandato
en cada persona para que sea justo, lo que tiene que ser, eso es justicia. Jus-
ticia es sinónimo de identidad, más aún: de esencia, jus naturae, derecho
natural decía Cicerón. El mismo orador latino habla de la justicia como ri-
gor, algo que se acerca a la tragedia, dice: “jure summo cum aliquo agere”,
tratar a alguno con sumo rigor. La tragedia, con rigor y dolor es el camino
hacia la justicia, los olímpicos también quieren la justicia y la ausencia de
justicia radical, es la causa de lo trágico.
Zeus es primero todopoderoso y segundo justo, así se lee en la Teo-
gonía y Los trabajos y los días de Hesíodo. Para Zeus nadie que transgreda
lo justo quedará impune, en consecuencia, todo culpable ha de ser casti-
gado, así lo expresa el coro: “Una ley debe reinar, mientras Zeus reine:
castigo al culpable, está en el orden divino” (Ag.1560 y ss.): Prometeo fue
castigado por levantarse contra las atribuciones de Zeus; Agamenón por
sacrificar innecesariamente a su hija Ifigenia a la diosa Artemisa; Clitem-
nestra perdió la vida por hacer pisar la alfombra roja a su esposo; Edipo

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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

comete incesto y ubrys, debió ser sometido a justicia; Creonte atropelló el


derecho humano de Polínice a ser sepultado, fue sometido a justicia: Pen-
teo, lo fue por resistir a un dios, Dióniso.
En conclusión, todo ser humano está ordenado a una justicia y eso
propio, justo, no se delega a nadie y nadie tiene derecho a forzarlo sino
quién esa personalidad le dio, Dios. El principio de autoridad olvida a ve-
ces esto y creyendo hacer un homenaje a los dioses, se levanta en ocasiones
contra ellos como Prometeo, Creonte y Penteo y algunas autoridades…
Un examen de todas las tragedias es un examen de la justicia. Lo
trágico lleva infartado en su concepto lo justo, sinónimo de lo bueno. Esto
nos hace pensar que lo propio de cada tragedia no está solo en el qué, sino
también en el cómo: de qué modo Esquilo, Sófocles o Eurípides trataron
literariamente lo justo. Lo trágico es asunto ontológico y estético a la vez.
Ontológico: la muerte, la soledad, la Moira, la incertidumbre, la amartía
o error trágico (Platón. Leyes VIII), 838 c 8), la ubrys, el extravío o Até
(Ag.1566) llevan a situaciones donde la justicia periclita. Festugière ex-
presa: “Misteriosa mezcla lo que proviene de los dioses y lo que proviene
de los hombres” y que se expresa en el campo de lo humano; no obstante,
nada anula la libertad y la responsabilidad, pues “los astros inclina la vo-
luntad, no la fuerzan” (Calderón, La vida es sueño). Ejercitar la responsa-
bilidad contra las fuerzas de lo inexcusable es comprometer al propio ser,
y es justo ejercer la responsabilidad, pues nadie puede juzgar algo como
inexcusable a priori, para no comprometerse.

9. La duda sobre los dioses causantes de lo trágico


Esquilo propicia un dios justo alejado como causante del mal trági-
co: en Prometeo liberado da cuenta de un dios que buscó la armonía con
el titán; el proceso de justicia de la trilogía Orestiada y la intervención de
Atenea para salvar a Orestes de la muerte, demuestran lo mismo. En Só-
focles, Edipo aceptada su culpa y desterrado a Colono es gratificado por
los dioses. Eurípides en Ion (436 y ss.) atribuye injusticia a los dioses, sin
embargo, todo el esfuerzo de Las Bacantes es atraer a los seres humanos
hacia el dios.
Estos ejemplos, no son absolutamente concluyentes, la idea que pre-
domina en Grecia es que los dioses celan a los hombres. La envidia de los
dioses es Némesis, que incluso tiene altares. A.-J. Festugière va más allá,
señala: “La idea de que el dios es bueno no ha entrado jamás en una ca-
beza griega, antes de Platón·”. Una idea tal vez exagerada a la luz de las
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investigaciones de Conford: La teología de los primeros filósofos griegos


y Dodds Los griegos y lo irracional. De Tales de Mileto es la frase: “Todo
está lleno de dioses” y con ella no quería decir todo está lleno de maldad;
de Anaximandro esta otra: “El arje del mundo es el apeiron”. “Arje” con
todas las imprecisiones que la palabra pueda tener en cada filósofo, signifi-
ca “principio”, “fundamento” o “sustentación” del universo por los dioses.
Zeus les dijo a los dioses eternos: “Es de ver cómo inculcan los hombres
sin tregua a los dioses achacándonos todos sus males. Y son ellos mismos
los que traen por sus propias locuras su exceso de penas” (Homero, Odi-
sea 31- 34 ).
Esta divergencia en la imagen de los dioses en Grecia, buenos-ma-
los, justos-injustos, se debe a las distintas fuentes mitológicas, pues no hay
una sola. Homero recoge esta dual y contradictoria conducta de los dioses:
en la Ilíada los dioses se dividen, apoyan a los héroes troyanos Afrodita,
Apolo, Artemisa y Ares, mientras que son protectores de los aqueos Ate-
nea, Hera, Hefesto y Poseidón. ¿Habría que considerar a estos últimos cau-
santes de la tragedia Las Troyanas” o a los otros de la muerte de Patroclo
e Ifigenia?
¿Lo trágico está impulsado por los dioses, envidiosos de los hom-
bres? Se pueden citar muchos textos, sobre todo el de Fedra en Hipólito
358-361:”Cipris es dios, más que un dios, pues aniquila a la reina, a mí
misma, y a toda esta casa”, sin embargo, la catástrofe de Fedra no es el ab-
surdo sartriano, su lamento no es el de un lloro quietista de desesperación.
En la tragedia, como dice Aristóteles, predomina la acción y la catarsis, en
consecuencia hay una esperanza que niega a los dioses como causa de lo
trágico absoluto.

10. Música y Tragedia


Preocupó a los románticos, particularmente a los alemanes Winckel-
mann, Hölderlin, Hegel, Schelling, Goethe, Lessing, Schlegel y muchos
más, el tema de Grecia y lo trágico; son palabras de P. Szondi: “Desde
Aristóteles existe una poética de la tragedia; solo a partir de Schelling
existe una filosofía de lo trágico” Nietzsche es un heredero crítico de esta
tradición, para él una filología que no sirva a la historia es una filología
errada; expresó en Consideraciones intempestivas: “Queremos servir a la
historia solo en la medida en que ella sirve a la vida”.
No hay un Nietzsche de lo trágico griego sin referencia a su época.
Para él Grecia no es un mundo admirable, pero perdido (Schiller), no es
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

un mundo cuyos dioses hayan huido (Hölderlin), un mundo desapareci-


do (Schelling), es un mundo capaz de regenerar la cultura alemana de su
tiempo. Eligió a Wagner como compañero de viaje, pues el autor de los
Nibelungos fue capaz, según él, de revivir la tragedia griega al unir en su
ópera palabra, sonido y acción. La tragedia, sigue Nietzsche, fue esen-
cialmente el coro (Dióniso), cuando la palabra dialogal (Apolo) se hizo
más importante que el coro (Sófocles) la tragedia entró en decadencia,
que confirmó Eurípides. Fue ésta la época de Sócrates, del logos sobre el
pathos. Lo trágico no se dice se expresa y esto lo hace la música. Es cierto
que no hay tragedia sin palabras, pero ésta se sustenta sobre la sonoridad
de las palabras mismas, por ello, el ideal de la representación de una tra-
gedia griega es que sea en idioma griego o en una buena traducción hecha
por un poeta, como lo hizo Francisco Adrados respecto a los coros de Es-
quilo. El diálogo por sí mismo, sigue Nietzsche, es un engaño, no alcanza
la verdad de lo trágico, que se siente y se expresa, no se dice. Carlo Gentili
resume lo señalado en estas palabras: “Nietzsche concibe el dolor como la
condición universal del hombre, a la que solo puede dar voz un instrumen-
to igualmente universal, la música, no las palabras”. Este mismo filósofo
alemán en el afán de priorizar la música, degrada el lenguaje de esta mane-
ra: “¿Qué es pues la verdad? Toda una hueste en movimiento de metáforas,
metonimias y antropomorfismos; en fin, una suma de relaciones humanas
poética y retóricamente realzadas, extrapoladas y adornadas que, tras
un largo uso, un pueblo considera sólidas, canónicas y vinculantes: las
verdades son pues ilusorias cuya naturaleza ilusoria ya ha sido olvidada;
son metáforas desgastadas que han perdido cualquier fuerza sensible; son
monedas cuyo relieve se ha difuminado tanto que ya no son consideradas
sino como trozos de metal” (Sobre la verdad y la mentira en sentido extra-
moral. Sin embargo, cuando la palabra se hace arte como en la tragedia,
esa palabra deja de ser término filológico para hacerse poético y la poesía
es la más alta filosofía, pues toca la verdad con el corazón no con la fría
inteligencia. Sócrates a punto de beber la cicuta tocaba y tocaba la flauta,
cuando sus amigos le dijeron cómo en un trance tan angustioso hacía mú-
sica, respondió: la música es la más alta filosofía y ésta es saber morir. Se
tildó durante mucho tiempo este modo vital de acercarse a la verdad como
Modernismo, y se prefirió dormir con los huesos fríos del esqueleto de la
verdad.
La tragedia reproduce bajo las máscaras de los distintos héroes trági-
cos el proceso dionisíaco de la unidad en la música. Aquí encuentra sentido
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el coro como núcleo dionisíaco-musical unificador, y aquí observamos los


diálogos como disociadores, desarmonizadores bajo el signo de Apolo. La
tragedia es para Nietzsche, “una doctrina mistérica”, un proceso de sal-
vación: La individuación, la ruptura de la unidad, causa del mal primero,
debe ser abolida; el coro guarda la fuerza capaz de vencer la disociación.
La música reconstruye el mito de la unidad. Ahora entendemos por qué se
habla de un Eurípides contemplativo, todos los trágicos son contemplati-
vos, pues dentro de los tres géneros de vida en la antigüedad griega: vida
política, vida crematística o de negocios, la tercera vida era la contemplati-
va, la tragedia pertenece a este tercer ámbito. ¿Se oponen lo contemplativo
y lo trágico? Nadie llega a los dioses sin una violencia que rompa las telas
del cuerpo.
Aristóteles habla de la catarsis como efecto moral de la tragedia,
para el Estagirita la catharsis es esta violencia en pos del olvido de la indi-
vidualidad. Solo la música coral unifica, nos hace interpretar el mundo por
vía intuitiva, El Anillo de los Nibelungos de Wagner es eso, para Nietzsche
una interpretación musical del mundo. Pero no se puede acceder al uno,
a la catarsis liberadora, a lo participante coral sin atravesar el desprendi-
miento trágico: las bacantes no entran en trance sino tras padecer un baile
frenético, solo así cayeron las bacantes en éxtasis dionisiaco.
Para Nietzsche el coro recoge el despedazamiento del héroe trágico,
expresado por los fragmentadores diálogos. La tragedia estéticamente es
Dióniso, pathos, música en pro del misterio de la unidad, y lucha denoda-
damente con la tríada logos, Apolo, idea, que solo testimonia el principio
de individuación. Lo trágico de la tragedia es al verla o leerla, vivir cons-
cientemente ser un trozo despedazado de Dióniso en afán de escuchar al
coro que me llama a fundirme con él en un éxtasis mistérico-báquico. Los
diálogos de los actores, lo observamos, son un debate de engaño, de hom-
bres teóricos que terminan con el despedazamiento de alguien.
En un principio la tragedia era solo coro, tan pronto como Esquilo
y después Sófocles introdujeron personajes, empezó la decadencia de la
tragedia. Lo trágico está en esa disolución del individuo y su unificación
con el ser original. No hay tragicidad sin ruptura y entrega al uno, lo trá-
gico está en la pugna entre coro y diálogos que producen al final sangre,
hay sangre lingüística al final de Altazor de Vicente Huidobro y al final de
la Cantante Calva de Ionesco, dos obras denodadamente buscadoras del
canto, de la poesía y lo humano común, que en su afán aspirante, caen des-
granadas al final testimoniando lo inútil del principio de individualidad. El
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hombre aprende en el dolor, el dolor es un imán que me solicita la unidad,


al otro, lo comunitario, por eso Nietzsche llama a la tragedia: “El evangelio
de la armonía universal; en el naufragio de la vida necesito al otro; el dolor
del yo te hace pronunciar el nosotros.

11. Nietzsche no es la panacea de lo trágico


El nacimiento de la tragedia, primera obra seria de Nietzsche fue
muy combatida en su tiempo. La filología alemana demasiado cientifista,
apegada al dato positivo, el rigor del lenguaje y ajena a todo interpretación,
se vio sorprendida por esta obra de Nietzsche toda ella en clave interpre-
tativa, casi un sueño poético. Enfrentó a Nietzsche el gran Wilamowitz
proponiendo una noción de lo trágico más severa; la tragedia y lo trágico
no es, dice, más que el epos homérico representado en el que interviene un
coro y algunos actores para educación del pueblo. La tragedia es la expre-
sión íntima de los héroes.
Amigo de Nietzsche fue otro filólogo, Erwin Rohde, su pensamien-
to: si Herodoto, tras largas investigaciones, reconoce que Melampo fue el
fundador del culto dionisíaco en Grecia, la presencia de Dióniso y los cul-
tos mistéricos para entender la tragedia no debe ser un hecho extraño. Su
altar hacía presencia en todos los teatros de Grecia. Si convendrá matizar
los dos conceptos nietzschianos de Dióniso y Apolo, pues Melampo si bien
es el fundador de los cultos dionisiacos en Grecia no es menos cierto que
recibió de Apolo el don de la adivinación. Para Rohde, Dióniso y Apolo
no son dos dioses en competencia, ambos son hermanos, ambos tienen en
Delfos su culto, cada dos años se celebran festejos nocturnos en honor de
Diónisio. Apolo regula los excesos místicos de Dióniso y en esta regula-
ción, que es un choque, está lo trágico. Lo trágico no es un valor desafora-
do, un grito en la noche, para ser estético debe ser regulado. Si acaso pueda
iluminar esta explicación apelar a la vida de los místicos en la España del
XVI: San Juan de la Cruz expresa poéticamente sus experiencias místicas
(Dióniso como categoría) y paso a paso comenta su poesía teológicamente
(la categoría de Apolo). En otras religiones el regulador de la experiencia
mística es el Maestro Espiritual.
W. F. Otto habla de lo trágico a partir de la dualidad nietzschiana;
por cierto, dice, sin dualidad confrontada no hay tragedia ni lo trágico. Lo
trágico está inserto en la escisión del ser, que es finito y aspira al infinito,
que es limitado y aspira a lo ilimitado, que es infeliz y aspira a la felicidad,
que es mortal y aspira a la inmortalidad. En este juego mítico-conceptual,
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hace presencia el mito de Dióniso, Dióniso Soteros, dios puente- salvador


del hombre por el dolor.
La tragedia expresa esta dualidad y esta aspiración, lo hemos seña-
lado, ahí está el coro como unidad del ser y los actores y la muerte como
desgarro del ser. Señala Aristóteles que el origen de la tragedia fue el diti-
rambo y el ditirambo, según Platón en Las Leyes (700b4-5) expresaban el
nacimiento de Dióniso. El mito de Zeus y Semele al engendrar a Dióniso
ofrecieron a la humanidad un gran don: facilitar que los mortales se acer-
quen a los dioses, el tema estaba en Prometeo liberado con el abrazo de
Zeus y Prometeo; en las Euménides tragedia en la que Atenea no entiende
la justicia del Areópago sin su intervención divina; en Edipo, rey que tras el
reconocimiento de su pecado de ubrys, y purgación ya en Edipo en Colono,
los dioses premiarán su humildad; en Antígona, las dos muertes –Antígona
y Creonte- testimonian que los dioses no quieren leyes excluyentes, sino
integradas.
Dióniso sufrió el despedazamiento de los titanes, nosotros somos
Dióniso despedazados en individuos, Dióniso ahora habla desde el coro
cómo acceder a la integración y armonía. Toda la cultura griega, no solo
la tragedia, es una versión de este mito délfico, el postulado hacia el Uno:
Dióniso aspirando a la unidad con Apolo, cuyo símbolo es la lira. Tal vez
por esto tiene razón Nietzsche al decir: “Mientras no se comprenda quién
es Dióniso, no sabremos lo que es Grecia”. En la tragedia está el epos, el
mito, y está el ciudadano de los siglo VI y V que quieren entender la vida.
Platón y Aristóteles, desde la filosofía, encarnan la misma dualidad trágica;
el mundo del ser y del devenir son Heráclito y Parménides; cuando los pre-
socráticos empezaron a jugar con el mithos y el logos estaban en el mismo
predicamento del mito de Dióniso del ser desgarrado aspirando a la unidad,
estaban conceptualmente generando la tragedia. Los trágicos griegos reco-
gen este polemos griego y lo densifican estéticamente.
Zeus, quedó dicho, quería aproximar a dioses y a hombres, por lo
que gestó a un hombre que era a la vez dios: Los titanes, sabemos, destro-
zaron a Dióniso pero quedó el corazón palpitando y se recreó. En las mayo-
res catástrofes humanas, de impiedad, desolación, muerte o escepticismo,
tan reflejadas por Ionesco y Kafka entre otros, el corazón de Dióniso sigue
palpitando y mientras esto suceda el puente hacia los dioses estará tendido
y Dióniso crecerá y seguirá siendo Soteros y en la otra orilla estará Zeus
Olímpico para recibir al Prometeo degradado. Dióniso desde Delfos llama
a la unidad salvadora, grita: “nada demasiado”, “conócete a ti mismo”,
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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

sofrosyne, areté evita la ubris , pero sobre todo, canta en hexámetros. La


epopeya griega debe ser leída en esta texitura dionisiaca. Sobre el cielo
de Homero están los dioses en el Monte Olimpo, abajo en los campos de
Grecia los hombres que aspiran a la armonía y la paz; entre lo alto y lo bajo
resuenan los versos dionisíacos de cada canto.

12. Zoé y bios


El mito de Dióniso dios de la tragedia despedazado y vuelto a vi-
vir, es interpretado por Kerényi de singular modo: existen dos vidas, dice,
una el manantial de la vida, ella es zoé: vida sin especificaciones, natural,
salvaje; todos venimos de esta vida zoé que es instinto, ausencia de ra-
zón, espontaneidad y acoplamiento, esto es Dióniso, el irracional Dióniso.
La segunda vida es bios, vida especificada, singularizada, que reconoce
a thanatos como algo suyo, todos morimos. Zoé excluye la muerte, es el
flujo permanente de vida natural, es como el alma inmortal, expresa el
tiempo del ser, es la fuente de la vitalidad en sí y Zoé toma conciencia de
su inmortalidad ante la muerte de bios en el que se encarnó. Lo trágico de
Zoé-Dióniso se halla aquí: en cada tragedia alguien muere, es bios, pero
se recrea por obra de Dióniso-Zoé en otro héroe, que también va a mo-
rir: mueren, así pues, Agamenón, Clitemnestra, Edipo, Antígona, Creonte,
Penteo etc. Cada muerte da lugar a otra vida que permanece. Es el dios
Dióniso despedazado y recreado. No olvidemos que el mito de Dióniso es
agrario, muere en invierno y en primavera renace. Lo trágico está en esta
relación dialéctica entre bios y zoé.
La tragedia mimetiza tal dialéctica: en el principio era el sacrificio
de un animal al dios, para pedir que la vida continuase, del mismo modo
que el indio boliviano arroja al suelo el primer sorbo de vino para que la
Pachamama le sea fecunda. Arroja el vino, para que le dé más vino. Muerte
y vida impulsadas por un principio vital, Dióniso-Zoé. Y así llegamos al
nombre de la tragedia rito sacrificial de un macho cabrío (tragos), portador
de un bíos mortal. La palabra tragos, se descompone así: tragos=carnero,
odé=canto. Dióniso no puede estar ausente del canto, canto y sacrificio
van juntos, como tragedia y coro no pueden darse separados.
En sentido igualmente ritualista el grupo Cambrige Ritualits (1900-
1914) integrado por J. E. Harrison, G. Murray, A. B. Cook, F. M. Conford,
Eric R. Dodds ampliaron la idea de mito-sacrificio y culto, proclamando
las Bacantes como la tragedia por excelencia que eclipsó a otras muchas
tragedias sobre el mismo tema. De no menor importancia la distinción en-
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tre mito y rito, el mito –de Dióniso, por ejemplo- da lugar a los ritos que
olvidan a veces su fuente sacra. De otro modo, dromenon (lo que es hecho)
y drama (acción representada) semánticamente son de la misma familia.

Conclusión
El tema que hemos desarrollado no goza de absoluta claridad. No
podría tenerla, pues como lectores el tema de lo trágico nos afecta, y nadie
puede juzgarse a sí mismo con claridad. No nos extrañemos entonces haya
distintas teorías al respecto. La tragedia nos interesa porque nos interesa-
mos en nosotros mismos; en arte, ya lo decía Horacio, “mea res agitur”,
somos espejo de nosotros mismos.
El tema de lo trágico es un tema filosófico que se expresa estética-
mente en las tragedias, y, ciertamente, de muchas otras formas en la vida
humana. Varios son los elementos que configuran la ontología de la trá-
gico: el desligamiento de Zeus - llámese el Arje, Fundamento, Principio,
el Uno-; y la entrada en el mundo de la idea de la nada, el vacío, la in-
certidumbre, lo múltiple, la inseguridad existencial, los actos fallidos, la
conciencia de la fragmentación del ser en entes diversos, el tiempo como
consumidor del ser, la falta de radicalización en un Principio, la peripecia
en sentido Aristotélico, la amartía o injusticia radical.
Tema tan importante necesariamente tenían que ser abordado por
los mitos y el mito griego. Desde el momento que el dios Dióniso fue hijo
de Zeus y una mujer, Semele, ya se nos indica que Zeus quería librar al
hombre de la carga de lo trágico, de su soledad intramundana. El mito de
Dióniso, presente en todas las tragedias, es la búsqueda de la radicalización
del ser o religación del ser con los dioses, por eso uno de los títulos de este
dios es Soterós. Es el mito de la esperanza en Grecia.
Radicalizar el ser con el Ser toma distintas formas en cada tragedia,
con dificultad por la soberbia de Prometeo, vinculado a la justicia en Es-
quilo, respetando el derecho de los dioses y de los hombres en Antígona y
Eurípides en las Bacantes nos dice que solo en el apartamento, en la sole-
dad del monte Citerón, se vive la fuerza mística de Dióniso Soterós; y, ¡ay,
de quien se oponga a este dios, será despedazado como Penteo, “porque
contra la fuerza de un dios – se lo advirtió Tiresias- no hay quien pueda”.

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CÉSAR GARCÍA ÁLVAREZ: Lo trágico en la tragedia

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