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La Autojustificación

1) Jesús cuenta la parábola de dos hombres que oran en el templo, un fariseo y un publicano, para enseñar sobre la humildad y la justicia. 2) El fariseo ora de pie y se jacta de sus propias obras piadosas, mientras que el publicano se golpea el pecho y pide humildemente a Dios que sea propicio con él como pecador. 3) Jesús dice que el publicano, no el fariseo, fue justificado, enseñando que Dios da su gracia a los humildes

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La Autojustificación

1) Jesús cuenta la parábola de dos hombres que oran en el templo, un fariseo y un publicano, para enseñar sobre la humildad y la justicia. 2) El fariseo ora de pie y se jacta de sus propias obras piadosas, mientras que el publicano se golpea el pecho y pide humildemente a Dios que sea propicio con él como pecador. 3) Jesús dice que el publicano, no el fariseo, fue justificado, enseñando que Dios da su gracia a los humildes

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la autojustificación, 18:9–14. Se trata de otro texto inédito de Lucas.

La parábola está
dirigida específicamente a aquellos que considerándose a sí mismos justos, lo cual es una
burda utopía, menospreciaban a los demás, entre ellos los fariseos (v. 9, comp. 15:2( 2y los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos
come.a 1), 7). Aquella era una actitud discriminatoria constante. Enfatiza en las distinciones
sociales, religiosas y morales que se hacían entre fariseos y publicanos en el tiempo de
Jesús. Además, revela algunos principios básicos de la adoración que Dios espera de sus
hijos.2
Jesús habló de dos hombres que fueron al templo con la intención de orar, pero cada
uno de ellos representaba un estrato social y religioso completamente opuesto al otro. Los
fariseos, llamados así por su espíritu separatista de todo lo pecaminoso, se creían a sí
mismos como lo más representativo de la santidad judía. Al otro lado, los publicanos eran
considerados como los más perversos, sucios e inmorales, por cuanto se los identificaba
como ladrones y traidores por causa de su oficio de recaudar impuestos y tributos para
Roma, siendo judíos. De hecho, en las cortes de justicia no se admitía el testimonio de los
publicanos, por considerarlos faltos de confianza en todo sentido. Se puede decir: el más
devoto frente al más despreciado. De este modo, Jesús expone los dos extremos en
términos de supuesta santidad y pecaminosidad dentro de la sociedad judía, mismos que al
final del relato se habrán de invertir (v. 10). Los dos subieron al templo a orar, a la hora de
la oración pública, quizá a la hora del incienso (comp. 1:10), durante el momento de la
oración privada. Se trata de una parábola respecto a la justicia y cuál es la manera de
obtenerla.
Jesús describe con sumo detalle la oración del fariseo. Oraba de pie, lo cual era una
señal de orgullo y vanidad. Oraba consigo mismo, esto es, al parecer ni siquiera le
importaba si Dios lo escuchara o no. De esa manera, intencionalmente se separó de Dios.
Tal vez pensaba que Dios debía estar agradecido de que él hubiera ido al templo a orar,
aunque los oyentes originales de Jesús, tan acostumbrados a esta situación, habrán
pensado que el fariseo no estaba jactándose, sino más bien agradeciendo a Dios. Porque los
judíos creían que era piadoso agradecer a Dios por la justicia propia. El fariseo empezó a
autojustificarse delante de Dios. Define inicialmente lo que es: es una especie exclusiva
entre los demás hombres; quienes a su juicio son ladrones, injustos, adúlteros; en resumen
y en forma despectiva dice que no es ni aun como este publicano. Luego enfatiza en sus
supuestas obras piadosas: ayuna dos veces a la semana (lunes y jueves), aun cuando la ley
sólo prescribía una vez al año para tal efecto (en el Día de Expiación); y da diezmos
meticulosamente, según él de todo lo que poseo, aunque sólo diezmaba las cosas simples
(comp. 11:42). Jesús grafica lo que los fariseos creían ser y hacer. Usaban a otros como
norma para medir su justicia. El fariseo no había mentido en lo que dijo, de hecho todo lo
que dijo era verdad; pero descendió del templo sin ser justificado por Dios. Esto revela que
uno puede ser profundamente sincero y a la vez estar profundamente equivocado y lejos
de Dios (vv. 11, 12). Sin embargo, el problema del fariseo no es lo que dice en la oración
tanto como lo que no dice, puesto que no considera nada acerca de sus pecados. Él confesó
los pecados de otras personas, pero no los propios (comp. v. 13). Era un caso clásico de
pretendida autojusticia.

aa a 15.1–2: Lc. 5.29–30


1.
2
De la oración del publicano Jesús no tiene mucho que decir. Cuando uno es humilde
ante Dios, las palabras salen sobrando (a diferencia del fariseo). Este hombre usó a Dios
como norma para medir su justicia. Él estaba de pie a cierta distancia, demostrando de esta
forma que no se sentía digno de acercarse más a la presencia de Dios (para los judíos el
templo representaba la misma presencia de Dios); no se atrevía a alzar los ojos al cielo,
porque sentía vergüenza de su pecado; y finalmente se golpeaba el pecho, clara señal de
quebrantamiento y arrepentimiento por su pecado. Golpearse el pecho también era señal de
gran duelo o tristeza. La postura física del publicano denuncia humillación y clara conciencia
de su condición de pecador; en contraste con aquel fariseo, que se engrandecía y se
ufanaba de “no ser” como el publicano, esto es, pecador. ¡Que ironía: si en algo estuvo
acertado el fariseo, fue en reconocer en el publicano un pecador, pues aquel también lo
creía!
La oración del publicano es una de las más cortas de toda la Biblia, y una de las más
preciosas y convincentes delante de Dios, pues él no se complace en las vanas palabrerías
(Mat. 6:7; 1 Tim. 1:6; 2 Tim. 2:16). Él sólo atinó a decir: Dios, se propicio a mí, que soy
pecador (v. 13). Es posible escribir una tesis doctoral sobre aquella oración, aunque la
misma fue corta. Hay tres partes bien definidas en ella. (1) El publicano sabía bien a quien
había ido a buscar en el templo: a Dios; el fariseo apenas lo mencionó, pues hablaba
consigo mismo. El publicano no fue a justificarse delante de los hombres, fue a buscar la
misericordia de Dios. (2) Lo único que pide es que Dios haga propiciación, misericordia,
expiación de él. Pide que Dios aplaque su ira por su maldad. Confesó que sólo por la
misericordia de Dios podía obtener perdón. Su única petición es de perdón. (3) Reconoce
cuál es su real identidad delante de Dios: soy pecador. Estaba consciente de la necesidad de
misericordia por su pecado. Su oración estaba basada en el sacrificio de Dios, y no en sus
méritos. En otras palabras, le ha dicho a Dios: “Sé tú mi justicia” (propicio, Sal. 51:17–19).
En contraste, el fariseo había expuesto públicamente un currículo impresionante,
humillando al publicano. La única realidad válida del ser humano ante Dios es que es
pecador. No tenemos ningún mérito delante de la santidad de Dios.
La conclusión debió parecer absurda a los oyentes primarios, puesto que estimaban a los
fariseos por su celo piadoso y despreciaban con todas sus fuerzas a los publicanos, por
considerarlos agentes de la opresión del imperio romano. Sin embargo, Jesús no inventó
nada en esta parábola, sólo estaba recreando una situación por demás conocida por el
pueblo. Simplemente realizó una edición parabólica de una realidad común. Jesús invierte
todo al final, desde el orden en que han sido mencionados en la parábola. Declara
justificado al segundo, porque él como Dios ha sido el receptor de aquellas oraciones; en
lugar del primero (v. 14). Así, aquellos que se creían justos, y no sólo eso, sino que
menospreciaban a los demás, al final quedan al descubierto delante de Dios y de los
hombres como injustos. Y Jesús proclama una tesis ya mencionada en Lucas, y que es el
texto clave de la parábola: el que se humilla será enaltecido y viceversa (v. 14, comp. 14:11;
16:25). El siervo de Dios jamás se rinde. Sigue caminando aferrado a la misericordia de Dios,
porque, aunque la justicia de Dios es inminente, la misericordia triunfa sobre el juicio
(comp. Stg. 2:12, 13 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley
de la libertad. 13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere
misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.). La aplicación también hace eco de lo
dicho en 13:30. La verdadera adoración comienza cuando reconocemos delante de Dios lo
que realmente somos; no está basada en nuestra moralidad; y más bien estimula un sincero
quebrantamiento integral delante del Señor, quien es el único sujeto de nuestra adoración.

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