Habilidades Terapéuticas
Habilidades Terapéuticas
Habilidades Terapéuticas
Conviene tener en cuenta que, a diferencia de una relación de amistad, la relación terapéuti-
ca es totalmente asimétrica (se centra en las necesidades del paciente), no altruista (el terapeuta
cobra por su trabajo y, por tanto, el cliente no tiene por qué sentirse en deuda con él) y sujeta a
una serie de reglas formales de funcionamiento (frecuencia y duración de las sesiones, lugar de
las mismas, puntualidad, honorarios, duración limitada de la terapia, colaboración activa del clien-
te).
La relación terapéutica, y en general, los resultados de la terapia se ven influidas por una serie
de características del terapeuta y del paciente que se tratan a continuación (Garfield, 1994; Beu-
tler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000; Schaap et al., 1993). Luego
se abordará el manejo de situaciones problemáticas, tanto del terapeuta como del cliente, y diver-
sas estrategias para facilitar el cumplimiento del tratamiento.
Llevar a término una terapia implica aplicar unas técnicas, pero no consiste simplemente en
esto. El terapeuta ha de tener la creatividad y sensibilidad clínicas necesarias. Toda terapia tiene
un parte fundamental de arte, la cual es necesaria a la hora de decidir qué actitudes y en qué
grado son necesarias para qué clientes en distintas fases de la intervención y en qué momento
conviene actuar de una u otra manera.
- Tener un interés sincero por las personas y su bienestar; esto implica no tratar de obte-
ner beneficios personales y no anteponer las propias satisfacciones a las necesidades del
cliente. Así pues, hay que evitar: a) El voyeurismo, esto es, las indagaciones dirigidas
básicamente a la satisfacción de la curiosidad personal. b) El abuso de poder. El poder y
la autoridad inherentes al rol de terapeuta no deben usarse con el fin de mostrar la propia
superioridad sobre el cliente o influir en las decisiones y valores del paciente más allá de
los objetivos terapéuticos. c) La autoterapia o centrarse en aquellos problemas de los pa-
cientes que tienen que ver con dificultades personales del terapeuta independientemente
del impacto que tengan en la vida del cliente.
- Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, todos ellos respetables y creer en
que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar.
- Autoconocimiento. Conocer cuáles son los propios recursos y limitaciones tanto perso-
nales como técnicos. Limitaciones personales serían temor al fracaso, necesidad excesiva
de control, necesidad de aprobación, creencia en que los propios valores son los más ade-
cuados, etc. Estas limitaciones pueden conducir a comportamientos antiterapéuticos tales
como evitar aspectos conflictivos, tratar sólo los aspectos más superficiales del problema,
dominar las sesiones, enfadarse con los clientes que no cumplen, evitar el uso de confron-
taciones, satisfacer las necesidades de dependencia de los clientes, tratar de imponer el
propio sistema de valores, etc.
- Tener un buen ajuste psicológico general, aunque esto no quiere decir que el ajuste deba
ser total. En términos generales, una buena salud mental por parte del terapeuta va aso-
ciada a mejores resultados del tratamiento.
- Experiencia vital. Una amplia experiencia vital, ya sea por experiencia directa o vicaria,
facilita la comprensión de los sentimientos y vivencias de los pacientes y la búsqueda de
soluciones a los problemas de estos. Ciertas experiencias vitales recientes (divorcio, de-
presión, crisis de pánico) pueden hacer aconsejable no tratar a pacientes con problemas
parecidos debido a posibles efectos de interferencia.
- Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad
y técnicas terapéuticas.
- Energía y persistencia. Hacer terapia cansa física y emocionalmente, por lo que se re-
quiere una buena dosis de energía. Es probable que los terapeutas pasivos y con poca
energía inspiren poca confianza y seguridad a sus clientes. Por otra parte, el logro de re-
sultados terapéuticos requiere tiempo, por lo que se necesita paciencia y persistencia.
- Flexibilidad. Un terapeuta debe saber adaptar sus métodos y técnicas a los problemas y
características de cada cliente. Además, debe estar abierto a la adquisición de nuevas
competencias.
Motivaciones funcionales
Motivaciones disfuncionales
Kleinke (1994/1995) cita otras motivaciones frecuentes para ser terapeuta: independencia a
la hora de trabajar, posibilidad de trabajar con una diversidad de personas que presentan una gran
variedad de problemas (lo cual proporciona un gran gama de experiencias y desafíos, y supone un
estímulo intelectual), reconocimiento y prestigio que conlleva la profesión, y satisfacción personal
al ayudar a otros.
ESCUCHA ACTIVA
Saber escuchar es fundamental en terapia. Al escuchar, a) se facilita que los clientes hablen
sobre sí mismos y sus problemas y comuniquen información relevante; b) aumentan las probabili-
dades de comprender mejor al cliente; c) se potencia la relación terapéutica; d) se anima a los
clientes a ser más responsables de su proceso de cambio y a ver al terapeuta más como un colabo-
rador que como un experto; y e) es más probable que la intervención terapéutica tenga éxito. La
escucha activa implica tres actividades:
a) Recibir el mensaje, lo que implica atención e interés por el mismo. Hay que prestar
atención a diversos aspectos del cliente:
- Comunicación no verbal y vocal (apariencia, expresiones faciales, mirada, postura,
orientación corporal, gestos, entonación, volumen, etc.) y cambios en esta.
- Comunicación verbal: lo que dice y en qué momento, lo que dice implícitamente,
las emociones explícitas o implícitas, lo que no dice (temas que evita, personas im-
portantes que no menciona), los temas recurrentes (p.ej., autoexigencia), las contra-
dicciones en que incurre.
- Actitud hacia el terapeuta y la terapia.
b) Procesar los datos atendidos, es decir, saber discriminar las partes importantes y esta-
blecer su significado. Aquí, los valores y creencias del terapeuta y las emociones que ex-
perimenta pueden conducirle a interpretar sesgadamente el mensaje, de modo que oiga lo
que quiere escuchar. De aquí la importancia de que el terapeuta observe sus propios pen-
samientos y emociones en la sesión y los autorregule en caso necesario.
c) Emitir respuestas de escucha. Entre estas, hay varias que se pueden manifestar mientras
se escucha, tales como mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orienta-
ción corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”,
“sí”, “entiendo”, “uhm”, “continúe, le escucho”. Además, una vez que el terapeuta inter-
viene, comunica al cliente que le ha escuchado activamente mediante respuestas verbales
de distinto tipo congruentes con lo que ha manifestado el cliente. Como se verá más ade-
lante, son importantes aquí las clarificaciones, paráfrasis, reflejos y síntesis.
Algunos obstáculos para la escucha eficaz son (Cormier y Cormier, 1991/1994; Marinho,
Caballo y Silveira, 2003): a) no tener interés por el cliente o sus problemas; b) la tendencia a juz-
gar los mensajes del cliente; c) experimentar reacciones emocionales ante el comportamiento del
paciente (p.ej., ansiedad, frustración, enfado) que resulta difícil controlar; d) distracciones asocia-
das con las propias preocupaciones; e) interrumpir al cliente de forma innecesaria; f) no respetar-
los temas que son importantes para el cliente; g) la tendencia a formular hipótesis firmes con po-
cos datos y a atender selectivamente a los datos que las confirman; h) la tentación de responder a
la información que el cliente todavía no ha comunicado formulando preguntas antes de tiempo; i)
realizar interpretaciones u ofrecer sugerencias de forma prematura; j) la presión que uno se impo-
ne para resolver problemas o encontrar respuestas; k) variables situacionales como el exceso de
calor o frío, el ruido o la hora del día; y l) no encontrarse bien o sentirse cansado (p.ej., por exceso
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EMPATÍA
La empatía es la capacidad de: a) comprender a las personas desde su propio marco de refe-
rencia en vez del correspondiente al terapeuta, y b) saber comunicar a la persona interesada esta
comprensión. La empatía implica en primer lugar entrar en el marco de referencia del cliente y
comprender sus sentimientos, percepciones y acciones; es decir, ver las cosas no como son
“objetivamente” o como las vería uno mismo de estar en el lugar del cliente, sino tal como el
cliente las experimenta. En segundo lugar, es preciso comunicar al paciente la comprensión de
los sentimientos y significados que expresa de modo manifiesto o latente. Ahora bien, lo im-
portante es que el paciente llegue a sentirse comprendido.
La empatía, en su nivel más alto, implica no sólo comprender los pensamientos y sentimien-
tos expresados por el cliente, sino también captar las implicaciones emocionales, cognitivas y
conductuales que aquellos tienen en su vida. Es lo que se ha definido como comprender el signi-
ficado más allá de lo que el paciente expresa (Ruiz y Villalobos, 1994).
a) La escucha activa, la cual incluye las respuestas mencionadas en los siguientes puntos y
el empleo de señales de que se está escuchando: mirada amigable, asentimientos de cabe-
za, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés, comen-
tarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”.
b) Tratar aquellos aspectos que son importantes para el cliente.
c) La formulación de preguntas tendentes a clarificar lo que el cliente expresa.
d) La utilización de paráfrasis y de síntesis o recapitulaciones.
e) El empleo del reflejo. Este no consiste simplemente en repetir o parafrasear lo que ha
dicho el cliente, sino que implica la expresión de los sentimientos del cliente, tanto de los
directamente expresados por este como de los que permanecen a nivel preconsciente.
Veamos tres ejemplos:
P: Este ha sido un día malo; he tenido que contener el llanto tres o cuatro veces. Lo peor
es que ni siquiera estoy seguro de qué es lo que está mal.
T: (Respuesta menos empática.) ¿Qué sucedió exactamente?
T: (Respuesta empática.) Te sientes muy mal. Has llorado interiormente y debe de ser
un tanto alarmante no saber siquiera por qué te sientes así (Bernstein y Nietzel,
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Decir simplemente al cliente que se empatiza con él (“realmente, sé lo que siente”, “en-
tiendo por lo que está pasando”) no comunica una actitud de empatía; se requiere algo más. Por
otra parte, los aspectos no verbales pueden potenciar o debilitar la comunicación de la actitud
empática. No es lo mismo decir “le molestan las críticas de su madre” con un tono neutro que con
un tono que venga a significar “si le entiendo bien, se siente muy molesto por las críticas de su
madre, ¿es así?”. Finalmente, la comunicación de la actitud empática cumple varias funciones:
a) comunica el deseo del terapeuta de comprender al cliente, b) permite a este corregir las percep-
ciones erróneas del terapeuta, y c) facilita que el cliente sea más consciente de sus propios senti-
mientos.
Con un gran número de clientes, la empatía mejora mucho la relación terapéutica y facilita el
cambio. Además, la empatía permite: a) comprender mejor las conductas negativas del cliente
(incluidas las resistencias al cambio), b) evitar emitir juicios sobre estas, c) reducir las reac-
ciones emocionales ante las mismas y d) pensar mejor en posibles soluciones (Beck et al.,
1979/1983).
Descuidar la actitud empática y dedicarse sólo a las “labores técnicas” puede llevar a ver al
terapeuta como insensible, especialmente en las primeras sesiones. La actitud empática es espe-
cialmente importante con aquellos clientes que vienen a consulta no por propia iniciativa,
sino presionados, o incluso traídos, por otras personas. En estos casos conviene ganarse su con-
fianza hablando de temas que les interesen y haciéndoles ver que uno comprende su postura y que
no está de la otra parte.
Es importante distinguir entre empatía y simpatía. Esta se refiere a un compartir las emo-
ciones del cliente, a una identificación emocional con su modo de ver las cosas. La empatía, por
otra parte, tiene un componente intelectual además de emocional. Implica conocer la base cogniti-
va de los sentimientos del cliente y mantenerse independiente de estos para preservar la objeti-
vidad hacia los problemas del cliente. Un terapeuta, aunque empático, debe darse cuenta de los
pensamientos del cliente que conducen a este a determinados sentimientos y no tiene por qué estar
de acuerdo con aquellos, caso de que sean erróneos o desadaptativos (Beck et al., 1979/1983). La
empatía tampoco es mostrar compasión hacia el cliente; decir “realmente lamento que se sienta
tan deprimido” manifiesta bondad y consideración, pero no empatía.1
Carkhuff (1969, citado en Goldstein y Myers, 1986) propone las siguientes pautas para ser
eficiente en la comunicación de la comprensión empática:
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ACEPTACIÓN INCONDICIONAL
Implica aceptar al cliente tal como es, sin juicios, y valorarlo como persona merecedora de
dignidad. Truax y Carkhuff (1967, citados en Goldstein y Myers, 1986) han distinguido varios
niveles de aceptación incondicional; en el más alto, el terapeuta acepta al cliente como es, sin
imponer condiciones, mientras que en el más bajo evalúa las conductas del cliente, expresa dis-
gusto o desaprobación o expresa aprobación de un modo selectivo. En Goldstein (1980/1987,
págs. 57-62), pueden verse los cinco niveles de la escala de Truax y Carkhuff con sus correspon-
dientes ejemplos.
- Esfuerzo por comprender. El terapeuta muestra este esfuerzo de varias maneras: escu-
chando atentamente, haciendo preguntas para obtener la visión del cliente sobre sí mis-
mo, sus problemas y el mundo, verificando con el cliente las impresiones que ha obtenido
de sus puntos de vista e indicando verbal y no verbalmente interés en comprender estos
puntos de vista.
timientos y conductas. Esto puede no ser fácil cuando, por ejemplo, una persona dice
que está engañando a su pareja, que desea suicidarse o que querría que un hijo estuviese
muerto; compárense, por ejemplo, en este último casos dos posibles respuestas del tera-
peuta: “la vida con su hijo le resulta imposible” contra “¿no le hace sentir mal llegar a
pensar esto?”. Sin embargo, que el terapeuta acepte esto como parte de una persona por la
que se preocupa, no significa que lo apruebe.
Por otra parte, aunque ciertas acciones y pensamientos pueden parecer reprobables,
hay que mantener una actitud no crítica hacia el hecho de que hayan ocurrido. Esto no
quiere decir que no se pueda hacer reflexionar al paciente sobre los pros y contras y
consecuencias personales y sociales de los mismos; pero esto debe ser visto como una
muestra de interés hacia él y las metas del tratamiento en vez de como críticas o descali-
ficaciones.
AUTENTICIDAD
La autenticidad implica ser uno mismo, comunicar los propios sentimientos y experiencias
internas. El terapeuta poco auténtico enmascara sus sentimientos y opiniones, muestra sonrisas
forzadas y utiliza frases poco espontáneas o con doble sentido. Un buen terapeuta debe ser capaz
de expresar algo de sí mismo. Sin embargo, la espontaneidad total no es adecuada; la expresión
de experiencias, opiniones y sentimientos debe ser en beneficio del cliente. Beck et al.
(1979/1983) han señalado que un terapeuta ha de conjugar la sinceridad con el tacto, la diplo-
macia y la oportunidad para no perjudicar al cliente o a la relación terapéutica. En ciertos
casos, la franqueza puede ser percibida como crítica, hostilidad o rechazo. La situación terapéutica
requiere saber qué decir o expresar, cómo y en qué momento. Se considera positivo para el
tratamiento que el terapeuta exprese adecuadamente sentimientos de interés, aprecio, ánimo y
aprobación, aunque sin caer en el exceso. La revelación de sentimientos negativos el algo más
discutible y será tratada un poco más abajo.
Veamos varios ejemplos, el primero tomado de Bernstein y Nietzel (1980/1988, pág. 453):
a) Conductas no verbales tales como contacto ocular, sonrisa y orientación corporal hacia
el cliente.
b) Poco énfasis de su rol, autoridad o estatus por parte del terapeuta.
c) Espontaneidad o capacidad para expresarse con naturalidad, sin deliberar sobre todo lo
que se dice y hace. El terapeuta poco espontáneo tiende a mostrarse inhibido en sus ex-
presiones motoras (p.ej., gestos) y sus expresiones verbales se caracterizan por la estereo-
tipia, el formalismo, la rigidez y/o la ambigüedad; no hay congruencia entre lo que siente,
dice y hace. Sin embargo, la espontaneidad no implica verbalizar cualquier pensamiento
o sentimiento al cliente, especialmente los negativos.
d) Autorrevelación.
La autenticidad también incluye el reconocer, en vez de negar, los propios errores ante el
cliente cuando este los señala (o los capta, pero no se atreve a hablar sobre ello) y se está de
acuerdo en haberlos cometido. Si no se está de acuerdo, hay que aceptar la queja sin ponerse a la
defensiva, preguntar al paciente en qué basa su afirmación y escuchar con la mayor objetividad
posible. Caso de haber datos que apoyen la queja, hay que reconocer el error y manifestar que se
hará lo posible para que no vuelva a suceder. Esta forma de actuar mejora la relación, siempre,
claro está, que los errores no sean frecuentes ni importantes.
Las autorrevelaciones por parte del terapeuta –esto es, su ofrecimiento controlado de in-
formación sobre sí mismo y sobre sus reacciones a la situación terapéutica– pueden producir
autorrevelaciones recíprocas por parte del cliente, aumentan la confianza de este en el terapeuta,
facilitan que este sea visto de modo más favorable y pueden mejorar los resultados del tratamien-
to. Informaciones que los terapeutas suelen revelar, según los casos, son experiencia profesional,
edad, estado civil, número de hijos, cómo han manejado ciertos problemas y opiniones y senti-
mientos positivos respecto al cliente y lo que sucede en la terapia. Mucho menos frecuente es la
autorrevelación de sentimientos negativos y la información personal sobre temas religiosos y se-
xuales.
En el único estudio experimental realizado hasta el momento, Barrett y Berman (2001) hi-
cieron que cada terapeuta tratara a dos clientes, de modo que con uno aumentaba el número de
autorrevelaciones y con el otro limitaba su uso. Los clientes en la condición de mayor autorreve-
lación del terapeuta mejoraron más, al menos a corto plazo, e informaron de un mayor agrado
hacia el terapeuta que los clientes en la condición de autorrevelación limitada. Sin embargo, no
hicieron más autorrevelaciones ni estas fueron más íntimas. Los terapeutas fueron de edad similar
a la de los clientes. Aparte de este, se han realizado algunos estudios no controlados en condicio-
nes naturales con resultados contradictorios; unos han hallado una relación positiva entre la auto-
rrevelación del terapeuta y el beneficio derivado del tratamiento, pero otros, no (Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000).
- Se aconseja que las autorrevelaciones sean poco frecuentes y concisas, para no robar
tiempo de terapia ni protagonismo al cliente. De hecho, oscilan solamente entre el 1% y
el 5% de las intervenciones del terapeuta (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000), en princi-
pio más cerca del valor inferior. Un terapeuta que revela en exceso puede ser visto como
poco merecedor de confianza, egocéntrico, preocupado por sí mismo o necesitado de
ayuda. En el polo opuesto, un grado muy bajo de autorrevelación puede crear distancia.
Como es de esperar, se percibe mejor a los terapeutas que comparten sentimientos positivos
que a los que expresan sentimientos negativos respecto a lo que ocurre en la sesión. Algunos clí-
nicos dicen que a veces es necesario revelar sentimientos negativos (decepción, frustración e
irritación), en concreto cuando estos son persistentes o interfieren a la hora de ser empático o de
aceptar al cliente. Claro que una alternativa mejor podría ser enfocar la situación como un pro-
blema y buscar otras soluciones (p.ej., reestructuración de los propios pensamientos negativos,
búsqueda de consejo por parte de un colega, etc.). Así, en vez de decir “es un poco decepcionante
oírle decir esto otra vez”, podría decirse: “¿cómo cree que se sentiría X al oír decirle esto otra
vez?”. Sea como sea, no es necesario en la mayoría de las ocasiones comunicar los sentimientos
negativos experimentados. Además, cuando se haga esto, hay que procurar: a) preguntarse pre-
viamente si se hace en beneficio del cliente o para descargar ira, tensión o frustración; y b) hacerlo
con tacto y evitar el tono crítico; por ejemplo, no es lo mismo decir “me irrita usted” que “me sabe
mal cuando...”, aunque quizá algo más adecuado sería “me gustaría… (comportamiento alternati-
vo deseado en el cliente)”.
ver con los avances del cliente o con aspectos personales satisfactorios que este explica. Hay que
ir con más cuidado cuando el cliente “cae bien”, ya que esto puede conducir a simpatizar (en vez
de empatizar), ser más permisivo y/o mostrar demasiada cercanía.
La autorrevelación no debe hacer olvidar que la relación terapéutica es una relación profesio-
nal y no de amistad. El intercambio sistemático de opiniones y emociones dentro de la terapia
o el mantener contactos no profesionales fuera de la misma está desaconsejado, ya que puede
influir negativamente en el tratamiento.
CORDIALIDAD
El contacto físico puede ser muy útil en momentos de estrés emocional, pero puede ser ma-
linterpretado por los clientes. De aquí que, antes de usarlo, un terapeuta debe plantearse si va a ser
para el beneficio del cliente o el suyo propio, si el nivel de confianza que tiene con el cliente lo
aconseja y cómo va a percibir el cliente el contacto físico (¿como muestra de apoyo, como signo
sexual o como algo incómodo o aversivo?). Es fundamental tener en cuenta que el comporta-
miento no verbal del terapeuta debe estar en consonancia con el clima de la terapia y el con-
texto de lo que está ocurriendo entre terapeuta y cliente; así, una sonrisa indica proximidad con
un paciente que cuenta un logro, pero no con otro que manifiesta lo vacío que se siente.
Es rara la persona que no responde a la cordialidad con cordialidad y a la hostilidad con hosti-
lidad. Sin embargo, el exceso de cordialidad puede dar lugar también a efectos perjudiciales.
Por ejemplo, el cliente puede sentirse demasiado abrumado o puede malinterpretar las inten-
ciones del terapeuta, o bien, en el polo opuesto, puede llegar a enamorarse del terapeuta. Igual-
mente, la intimidad y cordialidad típicas de muchas relaciones terapéuticas pueden ser aversivas
para determinados clientes (p.ej., personas hostiles o con trastorno de personalidad antisocial).
En estos casos, y especialmente en las primeras etapas del tratamiento, es preferible un estilo de
interacción amable, pero no tan cercano, y que satisfaga las mayores necesidades de autonomía.
Por otra parte, la cordialidad manifestada variará a menudo en función de la fase de la tera-
pia; conforme avanza esta, muchos clientes necesitan menos demostraciones explícitas de acepta-
ción y aprobación (Beck et al., 1979/1983; Goldstein y Myers, 1986).
COMPETENCIA
La competencia es la capacidad del terapeuta para ayudar a sus clientes a resolver sus pro-
blemas y mejorar su confianza en sí mismos (sensación de dominio y control). Por lo tanto, en un
sentido amplio, incluye todas las habilidades necesarias para ello, ya sean de autoconocimiento,
de autocontrol, relacionales o técnicas. Aparte de las características personales, fruto de la propia
Habilidades - 14
Aunque la competencia real es importante, mayor parece ser el impacto de la percepción que
el cliente tiene de la misma. Es decir, no basta con que un terapeuta sea competente, sino que el
cliente debe percibirlo como tal. La competencia, ya sea real o aparente, aumenta la confianza
del cliente hacia el terapeuta, y ambas cualidades están asociadas a mejores resultados del tra-
tamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000). Los terapeu-
tas percibidos como competentes tienden también a ser percibidos como creíbles.
Los clientes infieren la competencia en gran medida a partir de la conducta observable del
terapeuta. Según Cormier y Cormier (1991/1994), las conductas que contribuyen a la percep-
ción de competencia son: contacto ocular, disposición frontal del cuerpo, fluidez en el discurso,
preguntas pertinentes y que estimulan el pensamiento, indicadores verbales de atención (segui-
miento del discurso, falta de interrupciones, respuestas de atención), seguridad al presentarse,
explicaciones o asociaciones entre las diferentes conductas de los clientes, preguntas que ayudan a
que se concrete la información y ausencia de contradicciones en la información proporcionada. A
esto puede añadirse que el terapeuta sepa hacer pensar en soluciones, sugerirlas o aplicarlas.
Según Schmidt y Strong (1970, citados en Goldstein y Myers, 1986), el terapeuta percibido
como competente:
Otras acciones que los clientes consideran útiles en los terapeutas son introducir nuevas
perspectivas, facilitar la resolución de problemas, clarificar cuestiones, enseñar a tomar concien-
cia, mostrar comprensión, aumentar la implicación del cliente, tranquilizar y mantener contacto
personal. Por el contrario, acciones no consideradas útiles son poner de manifiesto pensamientos
no deseados, introducir temas no relacionados, hacer responsable al cliente de sus sentimientos,
distanciarse de los problemas del cliente y hacer interpretaciones inaceptables (Elliot, 1985, citado
en Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). En un estudio con personas mayores deprimidas, los te-
rapeutas exitosos se distinguieron de los que no lo fueron en centrarse en las experiencias in-
ternas de los clientes, alentar a estos a expresar sus sentimientos negativos hacia los demás, esta-
blecer metas explícitas de tratamiento y dirigir la atención del cliente hacia cuestiones que pare-
cieron centrales en los problemas presentados (Gaston y Ring, 1992, citado en Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994).
Una manera de aumentar la competencia percibida del terapeuta antes del primer con-
tacto con el cliente consiste en que este escuche a una persona describir brevemente ciertas carac-
terísticas positivas del terapeuta. Este mismo procedimiento puede utilizarse a la inversa para in-
crementar la atracción del terapeuta hacia el cliente (Goldstein y Myers, 1986).
CONFIANZA
La confianza es la percepción del cliente de que el terapeuta trabajará para ayudarle y de que
no le engañará o perjudicará de ningún modo. La confianza en el terapeuta está asociada a mejo-
res resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). La confianza viene determi-
nada por la percepción por parte del cliente de varias características del terapeuta: 1) competen-
cia; 2) sinceridad (a la cual contribuyen la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal,
y la consistencia entre las palabras y los hechos); 3) motivos e intenciones del terapeuta (cuanto
más claro tenga el cliente que es por sus intereses y no por los del terapeuta que este está traba-
jando, mayor será la credibilidad); 4) aceptación sin juicios de valor de las revelaciones del
cliente; 5) cordialidad; 6) mantenimiento de la confidencialidad; 7) dinamismo y seguridad del
terapeuta manifestados a través de los gestos, la mirada, el volumen, la entonación, el lenguaje
vivo y la muestra de interés; y 8) respuestas no defensivas a las “pruebas de confianza” (Cor-
mier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986).
Según Fong y Cox (1983, citado en Cormier y Cormier, 1991/1994), los clientes pueden po-
ner en marcha maniobras sutiles para obtener datos sobre el grado en que pueden confiar en el
terapeuta (pruebas de confianza). Estos autores han distinguido seis formas típicas:
- Pedir un favor (o ¿Puedo confiar en ti?). Los clientes pueden pedir al terapeuta favo-
res, adecuados o inadecuados, y esta petición puede ser una prueba de confianza. Un pa-
ciente puede pedir prestado un libro, ser visitado en su casa o que el terapeuta comunique
cierta información a alguien de la familia. Si el favor es razonable, se responde afirmati-
vamente y, lo que es fundamental, se cumple lo prometido. Si el favor no es razonable, se
indican al cliente directamente, pero con tacto, los motivos que impiden la respuesta
afirmativa; no es aconsejable poner excusas, acceder a realizar el favor o decir que sí para
luego no cumplir lo prometido.
- Preguntar por las razones del terapeuta (o ¿Es real tu interés?). Una forma que tie-
nen los clientes de evaluar la sinceridad del terapeuta es buscar la respuesta a una pregun-
ta del tipo “¿Te interesas realmente por mí o sólo porque es tu trabajo?”. La pregunta al
terapeuta puede ser tan directa como esta o hacer referencia al número de clientes que
atiende, a cómo es capaz de discriminar y acordarse de los distintos clientes o a si piensa
en el cliente durante la semana. El terapeuta debe responder con una frase que indique su
interés (supuestamente genuino) por el cliente. Así, si un paciente le dice al terapeuta que
debe ser muy cansado atender a varios clientes, el terapeuta puede reconocerle que supo-
ne un gasto de energía, pero que conserva suficiente energía para dedicársela a él.
Un resumen de estas seis pruebas de confianza y ejemplos de frases de los clientes y de res-
puestas apropiadas e inapropiadas del terapeuta puede verse en Cormier y Cormier (1991/1994,
págs. 97-98).
ATRACCIÓN
Suele haber una correlación positiva entre la percepción de un terapeuta como atractivo y los
resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). Los clientes infieren la atracción
a través de la amabilidad y cordialidad del terapeuta y de la similitud de este con ellos (Cormier y
Cormier, 1991/1994). La atracción puede ser física e interpersonal. La primera influye sobretodo
en la fase inicial de la terapia, pero la segunda es mucho más importante que la primera a lo largo
de todo el proceso. Contribuyen a la atracción interpersonal el contacto ocular, la disposición
frontal del cuerpo, la sonrisa, asentir con la cabeza, la voz suave y modulada, las muestras de
Habilidades - 17
comprensión, cierto grado de autorrevelación y acordar con el cliente qué objetivos se persiguen y
qué se va a hacer en cada fase de la terapia.
GRADO DE DIRECTIVIDAD
Lo importante parece ser adecuar el grado de directividad a lo que los clientes esperan. En
general, la conveniencia de ser más o menos directivo depende de una serie de factores tales
como (Beck et al., 1979/1983; Goldfried y Davison, 1976/1981; Segura, 1985):
- Tipo de problema: a mayor gravedad del cuadro y menor grado de autocontrol por parte
del cliente, mayor directividad.
- Locus de control del cliente: cuanto más externo, mayor directividad, al menos inicial-
mente. El locus de control hace referencia al grado en que los acontecimientos que le suce-
den a uno son considerados producto del propio comportamiento (control interno) o de la
suerte, el destino o los otros (control externo).
- Libertad de elección que el cliente cree que tiene: a menor libertad percibida, menor
directividad. Por ejemplo, conviene, en general, ser menos directivo con un cliente que
no viene a la consulta por propia iniciativa.
- Fase de la terapia: cuanto más avanzada la terapia, más debe animarse al cliente a tomar
la iniciativa (p.ej., planificar el orden del día de las sesiones y las actividades entre sesio-
nes) y a hacer las cosas por sí solo. Por otra parte, la directividad no es conveniente, por
lo general, en el primer contacto con el cliente, para así favorecer la expresión libre de es-
te.
- Sexo, cualificación profesional y edad del cliente. Según un grupo de investigación, las
mujeres y las personas con mayor cualificación profesional prefieren una menor directi-
vidad, mientras que la preferencia por esta es más acusada conforme aumenta la edad
(Navarro et al., 1987a, 1987b).
En general, se aconseja ser lo menos directivo que las condiciones permitan. Siempre que
sea posible, es mejor ayudar al cliente a descubrir soluciones que dárselas directamente; y en caso
de hacer esto último, es más aceptable plantearlo en forma de sugerencias que de algo que hay que
hacer. Las acciones o tareas que conviene que el cliente realice entre sesiones deben ser acorda-
das con este en vez de simplemente prescribirlas. En lugar de decirle a un paciente “si quiere lo-
grar X, tiene que hacer Y”, funciona mejor decir “esto es algo que suele funcionar para lograr X,
¿qué piensa usted al respecto?”. Por otra parte, si un paciente va a llevar a cabo alguna acción que
el terapeuta considera nociva, este puede hacerle reflexionar sobre las consecuencias de la mis-
ma en vez de decirle directamente que no la haga o enumerarle dichas consecuencias.