Habilidades Terapéuticas

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entre el cliente y otros profesionales que le atienden (p.ej., enfermeras, cuidadores).

Conviene tener en cuenta que, a diferencia de una relación de amistad, la relación terapéuti-
ca es totalmente asimétrica (se centra en las necesidades del paciente), no altruista (el terapeuta
cobra por su trabajo y, por tanto, el cliente no tiene por qué sentirse en deuda con él) y sujeta a
una serie de reglas formales de funcionamiento (frecuencia y duración de las sesiones, lugar de
las mismas, puntualidad, honorarios, duración limitada de la terapia, colaboración activa del clien-
te).

La relación terapéutica, y en general, los resultados de la terapia se ven influidas por una serie
de características del terapeuta y del paciente que se tratan a continuación (Garfield, 1994; Beu-
tler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000; Schaap et al., 1993). Luego
se abordará el manejo de situaciones problemáticas, tanto del terapeuta como del cliente, y diver-
sas estrategias para facilitar el cumplimiento del tratamiento.

Llevar a término una terapia implica aplicar unas técnicas, pero no consiste simplemente en
esto. El terapeuta ha de tener la creatividad y sensibilidad clínicas necesarias. Toda terapia tiene
un parte fundamental de arte, la cual es necesaria a la hora de decidir qué actitudes y en qué
grado son necesarias para qué clientes en distintas fases de la intervención y en qué momento
conviene actuar de una u otra manera.

CARACTERÍSTICAS PERSONALES GENERALES PARA SER


TERAPEUTA
Cormier y Cormier (1991/1994) y Ruiz y Villalobos (1994) señalan las siguientes:

- Tener un interés sincero por las personas y su bienestar; esto implica no tratar de obte-
ner beneficios personales y no anteponer las propias satisfacciones a las necesidades del
cliente. Así pues, hay que evitar: a) El voyeurismo, esto es, las indagaciones dirigidas
básicamente a la satisfacción de la curiosidad personal. b) El abuso de poder. El poder y
la autoridad inherentes al rol de terapeuta no deben usarse con el fin de mostrar la propia
superioridad sobre el cliente o influir en las decisiones y valores del paciente más allá de
los objetivos terapéuticos. c) La autoterapia o centrarse en aquellos problemas de los pa-
cientes que tienen que ver con dificultades personales del terapeuta independientemente
del impacto que tengan en la vida del cliente.

- Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, todos ellos respetables y creer en
que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar.

- Autoconocimiento. Conocer cuáles son los propios recursos y limitaciones tanto perso-
nales como técnicos. Limitaciones personales serían temor al fracaso, necesidad excesiva
de control, necesidad de aprobación, creencia en que los propios valores son los más ade-
cuados, etc. Estas limitaciones pueden conducir a comportamientos antiterapéuticos tales
como evitar aspectos conflictivos, tratar sólo los aspectos más superficiales del problema,
dominar las sesiones, enfadarse con los clientes que no cumplen, evitar el uso de confron-
taciones, satisfacer las necesidades de dependencia de los clientes, tratar de imponer el
propio sistema de valores, etc.

- Autorregulación. El autoconocimiento debe ir acompañado bien de una autorregulación


suficiente para que los propios problemas y dificultades no interfieran en el tratamiento
bien de la derivación de aquellos pacientes que las limitaciones propias no permiten tratar
adecuadamente. Si las limitaciones son importantes, un terapeuta debe buscar tratamiento
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para las mismas.

Una aplicación importante del autoconocimiento es que el terapeuta sepa detectar


cuándo experimenta fuertes reacciones emocionales en respuesta a sus pacientes (lo que
otros autores denominan contratransferencia; Freeman, 2001; Leahy, 2001). Todo tera-
peuta debe ser sensible a sus procesos internos y a los procesos de interacción durante la
terapia, analizar sus propias motivaciones y reacciones internas e impedir que influ-
yan negativamente en la terapia. Si a pesar de todo persiste una intensa implicación
emocional positiva o negativa con el paciente, puede derivarse este a otro terapeuta.

Algunos programas de formación de terapeutas ofrecen a estos la posibilidad o la


obligación de realizar terapia personal, aunque no se ha demostrado que haber realizado
dicho tipo de terapia conduzca a mejores resultados posteriormente en el tratamiento
(Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). De todos modos, quizá una variable mediadora im-
portante sea la razón o razones por las que un terapeuta busca terapia personal. Sería in-
teresante que los programas de formación de terapeutas incluyeran módulos opcionales
de desarrollo personal (p.ej., para aumentar el autoconocimiento y mejorar cualidades
personales, habilidades sociales y manejo del estrés) y que, aparte de estos módulos,
aquellos que lo necesiten busquen la ayuda de otro profesional (p.ej., en caso de manejo
de reacciones emocionales hacia ciertos pacientes, abuso de poder, crisis personales).

- Tener un buen ajuste psicológico general, aunque esto no quiere decir que el ajuste deba
ser total. En términos generales, una buena salud mental por parte del terapeuta va aso-
ciada a mejores resultados del tratamiento.

- Experiencia vital. Una amplia experiencia vital, ya sea por experiencia directa o vicaria,
facilita la comprensión de los sentimientos y vivencias de los pacientes y la búsqueda de
soluciones a los problemas de estos. Ciertas experiencias vitales recientes (divorcio, de-
presión, crisis de pánico) pueden hacer aconsejable no tratar a pacientes con problemas
parecidos debido a posibles efectos de interferencia.

- Conocimiento de contextos socioculturales diversos. Conviene que el terapeuta conoz-


ca las normas y valores de los contextos socioculturales de sus pacientes, ya que pueden
influir en los problemas de estos o en la fijación de los objetivos terapéuticos. Un cono-
cimiento directo de todos los contextos es imposible, por lo que habrá que basarse en las
informaciones proporcionadas por los pacientes, por personas de su entorno y por posi-
bles publicaciones al respecto.

- Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad
y técnicas terapéuticas.

- Energía y persistencia. Hacer terapia cansa física y emocionalmente, por lo que se re-
quiere una buena dosis de energía. Es probable que los terapeutas pasivos y con poca
energía inspiren poca confianza y seguridad a sus clientes. Por otra parte, el logro de re-
sultados terapéuticos requiere tiempo, por lo que se necesita paciencia y persistencia.

- Flexibilidad. Un terapeuta debe saber adaptar sus métodos y técnicas a los problemas y
características de cada cliente. Además, debe estar abierto a la adquisición de nuevas
competencias.

- Cumplimiento de principios éticos y profesionales establecidos en el código deontoló-


gico de la profesión. Por ejemplo, la confidencialidad (con las excepciones de maltrato a
menores o peligro del cliente para sí mismo u otros), la derivación del paciente cuando se
carece de habilidad en la problemática de mismo, la búsqueda de supervisión en el caso
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de terapeutas principiantes y la evitación de las denominadas relaciones duales (económi-


cas, sexuales, sociales, etc.) paralelas a las terapéuticas.

MOTIVACIONES ASOCIADAS CON LA PROFESIÓN DE TERAPEUTA


Basándose en encuestas a psicoterapeutas profesionales, Guy (1993, citado en Feixas y Miró,
1993) ha enumerado varias motivaciones funcionales y disfuncionales asociadas con la elección
de la profesión de psicoterapeuta.

Motivaciones funcionales

- Interés natural por la gente y curiosidad sobre sí mismos y los demás.


- Capacidad de escuchar e interés en ello.
- Capacidad de conversar e interés en ello.
- Empatía y comprensión.
- Conocimiento y aceptación de las propias emociones, positivas y negativas.
- Capacidad de introspección.
- Capacidad de negación de las gratificaciones personales (las cuales hay que supeditar a
las de los clientes).
- Tolerancia a la ambigüedad, es decir, capacidad para soportar lo desconocido, las res-
puestas parciales y las respuestas incompletas.
- Paciencia y cariño hacia los demás y aceptación de las personas tal como son.
- Tolerancia a la intimidad profunda.
- Satisfacción por tener poder e influencia sobre otras personas, pero sin caer ni en el abuso
ni en la sensación de omnipotencia.
- Capacidad de tomarse las cosas con humor.

Motivaciones disfuncionales

- Deseo de comprenderse mejor a sí mismo y de superar los propios problemas perso-


nales. Si estos no se han resuelto cuando se empieza a ejercer, pueden interferir con el
desarrollo de la terapia.
- Deseo de ayudar a otros a superar problemas no superados en la propia vida.
- Deseo de superar la sensación de soledad mediante el contacto con otras personas (los
clientes) en un marco estructurado y seguro.
- Deseo y abuso de poder que lleva a no respetar la autonomía de los pacientes.
- Necesidad desmesurada de dar amor o de sentirse amado.
- Deseo de rebelarse contra la autoridad. Esto puede hacerse sin problemas en el marco
seguro de la terapia, pero puede conducir a recomendar a los pacientes cosas contrarias a
sus intereses.

Kleinke (1994/1995) cita otras motivaciones frecuentes para ser terapeuta: independencia a
la hora de trabajar, posibilidad de trabajar con una diversidad de personas que presentan una gran
variedad de problemas (lo cual proporciona un gran gama de experiencias y desafíos, y supone un
estímulo intelectual), reconocimiento y prestigio que conlleva la profesión, y satisfacción personal
al ayudar a otros.

ACTITUDES BÁSICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA


RELACIÓN
Tres actitudes fundamentales, ya señaladas por Rogers muchos años atrás, son la empatía, la
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aceptación incondicional y la autenticidad. A estas tres actitudes puede añadirse la escucha


activa, la cual es un elemento fundamental de la empatía. Estudios de diversas orientaciones tera-
péuticas y con diversos problemas (p.ej., trastornos de ansiedad, afectivos y maritales) han mos-
trado que existen asociaciones significativas positivas entre estas actitudes y los resultados del
tratamiento (Keijsers, Schaap y Hoodguin, 2000). Estas asociaciones han sido más claras cuando
se han considerado las actitudes del terapeuta tal como son evaluadas por los pacientes en vez de
por los propios terapeutas o jueces independientes. Las calificaciones hechas por los clientes y las
realizadas por terapeutas/jueces están sólo moderadamente correlacionadas.

ESCUCHA ACTIVA

Saber escuchar es fundamental en terapia. Al escuchar, a) se facilita que los clientes hablen
sobre sí mismos y sus problemas y comuniquen información relevante; b) aumentan las probabili-
dades de comprender mejor al cliente; c) se potencia la relación terapéutica; d) se anima a los
clientes a ser más responsables de su proceso de cambio y a ver al terapeuta más como un colabo-
rador que como un experto; y e) es más probable que la intervención terapéutica tenga éxito. La
escucha activa implica tres actividades:

a) Recibir el mensaje, lo que implica atención e interés por el mismo. Hay que prestar
atención a diversos aspectos del cliente:
- Comunicación no verbal y vocal (apariencia, expresiones faciales, mirada, postura,
orientación corporal, gestos, entonación, volumen, etc.) y cambios en esta.
- Comunicación verbal: lo que dice y en qué momento, lo que dice implícitamente,
las emociones explícitas o implícitas, lo que no dice (temas que evita, personas im-
portantes que no menciona), los temas recurrentes (p.ej., autoexigencia), las contra-
dicciones en que incurre.
- Actitud hacia el terapeuta y la terapia.
b) Procesar los datos atendidos, es decir, saber discriminar las partes importantes y esta-
blecer su significado. Aquí, los valores y creencias del terapeuta y las emociones que ex-
perimenta pueden conducirle a interpretar sesgadamente el mensaje, de modo que oiga lo
que quiere escuchar. De aquí la importancia de que el terapeuta observe sus propios pen-
samientos y emociones en la sesión y los autorregule en caso necesario.
c) Emitir respuestas de escucha. Entre estas, hay varias que se pueden manifestar mientras
se escucha, tales como mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orienta-
ción corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”,
“sí”, “entiendo”, “uhm”, “continúe, le escucho”. Además, una vez que el terapeuta inter-
viene, comunica al cliente que le ha escuchado activamente mediante respuestas verbales
de distinto tipo congruentes con lo que ha manifestado el cliente. Como se verá más ade-
lante, son importantes aquí las clarificaciones, paráfrasis, reflejos y síntesis.

Algunos obstáculos para la escucha eficaz son (Cormier y Cormier, 1991/1994; Marinho,
Caballo y Silveira, 2003): a) no tener interés por el cliente o sus problemas; b) la tendencia a juz-
gar los mensajes del cliente; c) experimentar reacciones emocionales ante el comportamiento del
paciente (p.ej., ansiedad, frustración, enfado) que resulta difícil controlar; d) distracciones asocia-
das con las propias preocupaciones; e) interrumpir al cliente de forma innecesaria; f) no respetar-
los temas que son importantes para el cliente; g) la tendencia a formular hipótesis firmes con po-
cos datos y a atender selectivamente a los datos que las confirman; h) la tentación de responder a
la información que el cliente todavía no ha comunicado formulando preguntas antes de tiempo; i)
realizar interpretaciones u ofrecer sugerencias de forma prematura; j) la presión que uno se impo-
ne para resolver problemas o encontrar respuestas; k) variables situacionales como el exceso de
calor o frío, el ruido o la hora del día; y l) no encontrarse bien o sentirse cansado (p.ej., por exceso
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de trabajo o falta de sueño).

No escuchar activamente al cliente es un grave error, ya que no se sentirá comprendido y el


terapeuta puede estar satisfaciendo sus propias necesidades en vez de las del paciente. Por otro
lado, el exceso de escucha también es problemático, ya que si el terapeuta se limita básicamente a
escuchar, el cliente puede no recibir la ayuda necesaria.

EMPATÍA

La empatía es la capacidad de: a) comprender a las personas desde su propio marco de refe-
rencia en vez del correspondiente al terapeuta, y b) saber comunicar a la persona interesada esta
comprensión. La empatía implica en primer lugar entrar en el marco de referencia del cliente y
comprender sus sentimientos, percepciones y acciones; es decir, ver las cosas no como son
“objetivamente” o como las vería uno mismo de estar en el lugar del cliente, sino tal como el
cliente las experimenta. En segundo lugar, es preciso comunicar al paciente la comprensión de
los sentimientos y significados que expresa de modo manifiesto o latente. Ahora bien, lo im-
portante es que el paciente llegue a sentirse comprendido.

La empatía, en su nivel más alto, implica no sólo comprender los pensamientos y sentimien-
tos expresados por el cliente, sino también captar las implicaciones emocionales, cognitivas y
conductuales que aquellos tienen en su vida. Es lo que se ha definido como comprender el signi-
ficado más allá de lo que el paciente expresa (Ruiz y Villalobos, 1994).

La comunicación al cliente de la actitud empática se hace a través de diversos medios:

a) La escucha activa, la cual incluye las respuestas mencionadas en los siguientes puntos y
el empleo de señales de que se está escuchando: mirada amigable, asentimientos de cabe-
za, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés, comen-
tarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”.
b) Tratar aquellos aspectos que son importantes para el cliente.
c) La formulación de preguntas tendentes a clarificar lo que el cliente expresa.
d) La utilización de paráfrasis y de síntesis o recapitulaciones.
e) El empleo del reflejo. Este no consiste simplemente en repetir o parafrasear lo que ha
dicho el cliente, sino que implica la expresión de los sentimientos del cliente, tanto de los
directamente expresados por este como de los que permanecen a nivel preconsciente.
Veamos tres ejemplos:

P: He visto ya a varios psicólogos y la verdad es que estoy pensando en dejarlo. ¡Resul-


ta tan cansado comenzar de nuevo! (pausa); aunque no sé, quizá ahora…
T: Está cansado de tanto esfuerzo y duda sobre si le merece la pena una nueva terapia.
De todos modos, tiene una cierta esperanza en que esta vez pueda conseguirlo y yo
voy a poner de mi parte todo lo que pueda para que así sea.

P: Mi marido y yo tenemos problemas entre nosotros que no hemos sabido resolver


(dicho con expresión de sufrimiento y ojos llorosos).
T: Las dificultades que tiene con su marido le provocan un gran sufrimiento.

P: Este ha sido un día malo; he tenido que contener el llanto tres o cuatro veces. Lo peor
es que ni siquiera estoy seguro de qué es lo que está mal.
T: (Respuesta menos empática.) ¿Qué sucedió exactamente?
T: (Respuesta empática.) Te sientes muy mal. Has llorado interiormente y debe de ser
un tanto alarmante no saber siquiera por qué te sientes así (Bernstein y Nietzel,
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1980/1988, pág. 451).


(Aquí el terapeuta añade, por inferencia, que el cliente se siente muy mal y que se
siente alarmado; si se equivoca, el cliente tiene, en teoría, la oportunidad de corregir
el reflejo. Otra alternativa sería: “Te has sentido mal y no sabes exactamente por qué;
sin embargo, pareces tener alguna idea al respecto”.)

Aunque la empatía incluye el empleo de reflejos, no es necesario emplear estos frecuentemen-


te. Su uso continuado puede ser incluso contraproducente, tal como se explicará después. Por otra
parte, conviene remarcar que la empatía presupone la escucha activa, pero va más allá. Para
que haya empatía, el terapeuta debe comprender al cliente desde el marco de referencia de este y
debe saber comunicar esto al cliente, de modo que este se sienta comprendido.

Decir simplemente al cliente que se empatiza con él (“realmente, sé lo que siente”, “en-
tiendo por lo que está pasando”) no comunica una actitud de empatía; se requiere algo más. Por
otra parte, los aspectos no verbales pueden potenciar o debilitar la comunicación de la actitud
empática. No es lo mismo decir “le molestan las críticas de su madre” con un tono neutro que con
un tono que venga a significar “si le entiendo bien, se siente muy molesto por las críticas de su
madre, ¿es así?”. Finalmente, la comunicación de la actitud empática cumple varias funciones:
a) comunica el deseo del terapeuta de comprender al cliente, b) permite a este corregir las percep-
ciones erróneas del terapeuta, y c) facilita que el cliente sea más consciente de sus propios senti-
mientos.

Con un gran número de clientes, la empatía mejora mucho la relación terapéutica y facilita el
cambio. Además, la empatía permite: a) comprender mejor las conductas negativas del cliente
(incluidas las resistencias al cambio), b) evitar emitir juicios sobre estas, c) reducir las reac-
ciones emocionales ante las mismas y d) pensar mejor en posibles soluciones (Beck et al.,
1979/1983).

Descuidar la actitud empática y dedicarse sólo a las “labores técnicas” puede llevar a ver al
terapeuta como insensible, especialmente en las primeras sesiones. La actitud empática es espe-
cialmente importante con aquellos clientes que vienen a consulta no por propia iniciativa,
sino presionados, o incluso traídos, por otras personas. En estos casos conviene ganarse su con-
fianza hablando de temas que les interesen y haciéndoles ver que uno comprende su postura y que
no está de la otra parte.

El terapeuta debe tener cuidado en no proyectar sus propias actitudes y expectativas en


el cliente, ya que podría distorsionar el informe de este; por ejemplo, un cliente cuyo cónyuge
acaba de fallecer no tiene por qué sentirse necesariamente triste. Por otro lado, una fe excesiva en
la empatía puede llevar a aceptar como verídicas las introspecciones del cliente, las cuales no tie-
nen por qué serlo. Debe buscarse un equilibrio entre la comprensión empática y la comproba-
ción objetiva de las afirmaciones e inferencias del cliente (Beck et al., 1979/1983).

Es importante distinguir entre empatía y simpatía. Esta se refiere a un compartir las emo-
ciones del cliente, a una identificación emocional con su modo de ver las cosas. La empatía, por
otra parte, tiene un componente intelectual además de emocional. Implica conocer la base cogniti-
va de los sentimientos del cliente y mantenerse independiente de estos para preservar la objeti-
vidad hacia los problemas del cliente. Un terapeuta, aunque empático, debe darse cuenta de los
pensamientos del cliente que conducen a este a determinados sentimientos y no tiene por qué estar
de acuerdo con aquellos, caso de que sean erróneos o desadaptativos (Beck et al., 1979/1983). La
empatía tampoco es mostrar compasión hacia el cliente; decir “realmente lamento que se sienta
tan deprimido” manifiesta bondad y consideración, pero no empatía.1

Carkhuff (1969, citado en Goldstein y Myers, 1986) propone las siguientes pautas para ser
eficiente en la comunicación de la comprensión empática:
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a) Concentrarse en las expresiones verbales y no verbales del cliente.


b) Concentrarse en las respuestas que expresan el mismo afecto y significado que las
del cliente.
c) Formular las respuestas en un lenguaje apropiado para el cliente.
d) Responder en un tono afectivo similar al comunicado por el cliente.
e) Mostrar un gran interés.
f) Después de haber conseguido la comunicación descrita en el apartado “b”, tantear el
expandir y clarificar las experiencias del cliente a niveles más profundos (esto permi-
te al cliente descubrir, aceptar y/o explorar otros sentimientos y significados).
g) Concentrarse en lo que el cliente no expresa, buscar completar lo que falta en vez de
quedarse simplemente con lo que se ha dicho.
h) Emplear la conducta del cliente como la mejor guía para evaluar la eficacia de las
propias respuestas.

La empatía puede potenciarse mediante un entrenamiento en habilidades en el que se in-


cluya además una inversión de roles; es decir, el terapeuta que se está entrenando adopta el rol
del cliente en una entrevista simulada. Un ejercicio interesante es el propuesto por Rogers. Se
reúnen tres personas, dos hablan sobre un tema que les motive ya sea positiva o negativamente y
la tercera hace de moderador. La regla fundamental del ejercicio es que sólo se puede hablar des-
pués de haber resumido de un modo satisfactorio para la otra persona las ideas y sentimientos
manifestados por esta.

ACEPTACIÓN INCONDICIONAL

Implica aceptar al cliente tal como es, sin juicios, y valorarlo como persona merecedora de
dignidad. Truax y Carkhuff (1967, citados en Goldstein y Myers, 1986) han distinguido varios
niveles de aceptación incondicional; en el más alto, el terapeuta acepta al cliente como es, sin
imponer condiciones, mientras que en el más bajo evalúa las conductas del cliente, expresa dis-
gusto o desaprobación o expresa aprobación de un modo selectivo. En Goldstein (1980/1987,
págs. 57-62), pueden verse los cinco niveles de la escala de Truax y Carkhuff con sus correspon-
dientes ejemplos.

Se han distinguido varios componentes en la aceptación incondicional (Cormier y Cormier,


1991/1994; Goldstein y Myers, 1986):

- Compromiso hacia el cliente. El terapeuta demuestra su interés y disposición a ayudar


al cliente. El terapeuta dedica un tiempo y sus habilidades y esfuerzos para comprender y
ayudar al cliente; también se compromete en una relación en la cual dominan las necesi-
dades e intereses del cliente, mientras que las exigencias personales del terapeuta quedan
minimizadas. La preocupación por el cliente debe ser genuina (y no simulada; si este fue-
ra el caso, habría que cambiar de terapeuta) y no rutinaria, y el cliente no debe sentirse
agobiado ni culpable por la gran dedicación del otro.

- Esfuerzo por comprender. El terapeuta muestra este esfuerzo de varias maneras: escu-
chando atentamente, haciendo preguntas para obtener la visión del cliente sobre sí mis-
mo, sus problemas y el mundo, verificando con el cliente las impresiones que ha obtenido
de sus puntos de vista e indicando verbal y no verbalmente interés en comprender estos
puntos de vista.

- Actitud no valorativa. Es importante que el paciente perciba que se le acepta incon-


dicionalmente como persona, sin emitir juicios de valor sobre sus pensamientos, sen-
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timientos y conductas. Esto puede no ser fácil cuando, por ejemplo, una persona dice
que está engañando a su pareja, que desea suicidarse o que querría que un hijo estuviese
muerto; compárense, por ejemplo, en este último casos dos posibles respuestas del tera-
peuta: “la vida con su hijo le resulta imposible” contra “¿no le hace sentir mal llegar a
pensar esto?”. Sin embargo, que el terapeuta acepte esto como parte de una persona por la
que se preocupa, no significa que lo apruebe.

Por otra parte, aunque ciertas acciones y pensamientos pueden parecer reprobables,
hay que mantener una actitud no crítica hacia el hecho de que hayan ocurrido. Esto no
quiere decir que no se pueda hacer reflexionar al paciente sobre los pros y contras y
consecuencias personales y sociales de los mismos; pero esto debe ser visto como una
muestra de interés hacia él y las metas del tratamiento en vez de como críticas o descali-
ficaciones.

AUTENTICIDAD

La autenticidad implica ser uno mismo, comunicar los propios sentimientos y experiencias
internas. El terapeuta poco auténtico enmascara sus sentimientos y opiniones, muestra sonrisas
forzadas y utiliza frases poco espontáneas o con doble sentido. Un buen terapeuta debe ser capaz
de expresar algo de sí mismo. Sin embargo, la espontaneidad total no es adecuada; la expresión
de experiencias, opiniones y sentimientos debe ser en beneficio del cliente. Beck et al.
(1979/1983) han señalado que un terapeuta ha de conjugar la sinceridad con el tacto, la diplo-
macia y la oportunidad para no perjudicar al cliente o a la relación terapéutica. En ciertos
casos, la franqueza puede ser percibida como crítica, hostilidad o rechazo. La situación terapéutica
requiere saber qué decir o expresar, cómo y en qué momento. Se considera positivo para el
tratamiento que el terapeuta exprese adecuadamente sentimientos de interés, aprecio, ánimo y
aprobación, aunque sin caer en el exceso. La revelación de sentimientos negativos el algo más
discutible y será tratada un poco más abajo.

Veamos varios ejemplos, el primero tomado de Bernstein y Nietzel (1980/1988, pág. 453):

P: Me siento desamparado. Dígame que estoy haciendo mal en mi vida.


T: (No conoce la respuesta. Congruencia.) Supongo que cuando te sientes tan mal pien-
sas que sería bueno que alguien viniera y te dijera lo que estás haciendo mal y cómo
puedes corregirlo. Realmente, desearía poder hacerlo, pero no puedo. (Podría añadir-
se que no puede hacerse en este momento, pero que lo más probable es que se vayan
clarificando las cosas en las próximas sesiones.)
T: (No conoce la respuesta. Incongruencia.) ¿No cree que sería mejor si usted lo resol-
viera? (Comunica sutilmente que él sabe lo que está mal, cuando no es verdad, pero
no lo dice. Esto crea inferioridad en el cliente, pero no crecimiento.)

P: Parece cansado, doctor.


T: (Que realmente está cansado. Respuesta incongruente.) Oh, no, estoy bien. No se
preocupe.
T: (Que realmente está cansado. Respuesta congruente.) Tiene razón, estoy cansado,
pero espero que no influya en la sesión de hoy.

P: Realmente me he sentido mejor en muchas cosas desde que comenzamos a vernos. Si


mi padre hubiera sido tan comprensivo como usted, pienso que mi niñez hubiera sido
más fácil (pausa). Suena tonto, pero desearía que hubiera sido usted mi padre.
T: (Comentario único del paciente.) Le agradezco de veras sus palabras. Usted y yo
tenemos muy buen relación. Yo también me siento bien trabajando con usted.
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T: (Comentario reiterado del paciente.) Usted y yo nos hemos visto en circunstancias


favorables. Quizá si hubiéramos convivido durante meses o años habría descubierto
que los terapeutas también somos humanos…, cometemos errores y no somos unos
padres perfectos.

Cormier y Cormier (1991/1994) han distinguido varios componentes de la autenticidad:

a) Conductas no verbales tales como contacto ocular, sonrisa y orientación corporal hacia
el cliente.
b) Poco énfasis de su rol, autoridad o estatus por parte del terapeuta.
c) Espontaneidad o capacidad para expresarse con naturalidad, sin deliberar sobre todo lo
que se dice y hace. El terapeuta poco espontáneo tiende a mostrarse inhibido en sus ex-
presiones motoras (p.ej., gestos) y sus expresiones verbales se caracterizan por la estereo-
tipia, el formalismo, la rigidez y/o la ambigüedad; no hay congruencia entre lo que siente,
dice y hace. Sin embargo, la espontaneidad no implica verbalizar cualquier pensamiento
o sentimiento al cliente, especialmente los negativos.
d) Autorrevelación.

La autenticidad también incluye el reconocer, en vez de negar, los propios errores ante el
cliente cuando este los señala (o los capta, pero no se atreve a hablar sobre ello) y se está de
acuerdo en haberlos cometido. Si no se está de acuerdo, hay que aceptar la queja sin ponerse a la
defensiva, preguntar al paciente en qué basa su afirmación y escuchar con la mayor objetividad
posible. Caso de haber datos que apoyen la queja, hay que reconocer el error y manifestar que se
hará lo posible para que no vuelva a suceder. Esta forma de actuar mejora la relación, siempre,
claro está, que los errores no sean frecuentes ni importantes.

Las autorrevelaciones por parte del terapeuta –esto es, su ofrecimiento controlado de in-
formación sobre sí mismo y sobre sus reacciones a la situación terapéutica– pueden producir
autorrevelaciones recíprocas por parte del cliente, aumentan la confianza de este en el terapeuta,
facilitan que este sea visto de modo más favorable y pueden mejorar los resultados del tratamien-
to. Informaciones que los terapeutas suelen revelar, según los casos, son experiencia profesional,
edad, estado civil, número de hijos, cómo han manejado ciertos problemas y opiniones y senti-
mientos positivos respecto al cliente y lo que sucede en la terapia. Mucho menos frecuente es la
autorrevelación de sentimientos negativos y la información personal sobre temas religiosos y se-
xuales.

En el único estudio experimental realizado hasta el momento, Barrett y Berman (2001) hi-
cieron que cada terapeuta tratara a dos clientes, de modo que con uno aumentaba el número de
autorrevelaciones y con el otro limitaba su uso. Los clientes en la condición de mayor autorreve-
lación del terapeuta mejoraron más, al menos a corto plazo, e informaron de un mayor agrado
hacia el terapeuta que los clientes en la condición de autorrevelación limitada. Sin embargo, no
hicieron más autorrevelaciones ni estas fueron más íntimas. Los terapeutas fueron de edad similar
a la de los clientes. Aparte de este, se han realizado algunos estudios no controlados en condicio-
nes naturales con resultados contradictorios; unos han hallado una relación positiva entre la auto-
rrevelación del terapeuta y el beneficio derivado del tratamiento, pero otros, no (Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000).

Hay varios puntos importantes a destacar respecto a la autorrevelación:

- Las autorrevelaciones deben ser una respuesta directa a preocupaciones expresadas


por el cliente. El terapeuta debe hacer autorrevelaciones cuando considere que va a ser
beneficioso para el cliente. Un terapeuta que no tiene esto en cuenta puede autorrevelar-
se simplemente porque se identifica demasiado con el paciente o con un tema determina-
do, porque está muy centrado en sí mismo o porque busca reducir su ansiedad.
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- Las autorrevelaciones deben adaptarse a lo expresado por el cliente. Sería un despro-


pósito que tras decir un cliente que hoy es uno de los días en que se ha sentido peor, el te-
rapeuta le dijera, aunque sea cierto, que para él en cambio ha sido uno de los días más fe-
lices. En este sentido, una autorrevelación eficaz debe ir acompañada de una actitud de
empatía; si no es así, el terapeuta será visto como una persona egocéntrica.

- La mayor o menor intimidad del contenido autorrevelado debe depender de la fase de la


terapia (menos intimidad al principio, ya que esto podría favorecer una relación de amis-
tad o ser visto negativamente por el paciente), del nivel de intimidad empleado por el
cliente y del grado de relación terapéutica. Algún grado de intimidad puede ser deseable,
pero revelaciones muy íntimas no son beneficiosas y desdibujan los límites en los que
debe mantenerse una relación terapéutica (Knox y Hill, 2003).

- Se aconseja que las autorrevelaciones sean poco frecuentes y concisas, para no robar
tiempo de terapia ni protagonismo al cliente. De hecho, oscilan solamente entre el 1% y
el 5% de las intervenciones del terapeuta (Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000), en princi-
pio más cerca del valor inferior. Un terapeuta que revela en exceso puede ser visto como
poco merecedor de confianza, egocéntrico, preocupado por sí mismo o necesitado de
ayuda. En el polo opuesto, un grado muy bajo de autorrevelación puede crear distancia.

Puede ser beneficioso, si es el caso, que el terapeuta comunique la existencia de problemas


pasados de algún modo similares a los del cliente y el modo en que logró superarlos
(Goldfried y Davison, 1976/1981). Ejemplos adecuados de autorrevelación de problemas pasados
pueden ser aquellos relacionados con el manejo de los hijos, fumar, problemas de pareja, irritabi-
lidad, preocupaciones y ataques de pánico. Este tipo de autorrevelaciones puede hacer aparecer al
terapeuta más creíble y competente, ya que conoce y sabe manejar los problemas del cliente. Na-
turalmente, la cosa es muy diferente si el terapeuta informa sobre problemas que aún no ha resuel-
to; en este caso, es probable que el cliente no se sienta ayudado y que incluso se plantee en qué
medida va a poder ayudarle un terapeuta con problemas similares a los suyos. Y aunque no se lo
planteara, lo más probable es que el terapeuta no pudiera ayudarle.

Las autorrevelaciones pueden referirse también a los sentimientos y percepciones que el


terapeuta tiene sobre lo que sucede entre el cliente y él en las sesiones de terapia. El terapeuta
puede revelar sentimientos para ayudar al cliente a darse cuenta del impacto que produce en otros
(“no sabe lo que me alegra oírle hablar así”) o para explorar las reacciones del cliente (“siento
como si algo chirriase entre nosotros, ¿qué piensa usted?”).

Como es de esperar, se percibe mejor a los terapeutas que comparten sentimientos positivos
que a los que expresan sentimientos negativos respecto a lo que ocurre en la sesión. Algunos clí-
nicos dicen que a veces es necesario revelar sentimientos negativos (decepción, frustración e
irritación), en concreto cuando estos son persistentes o interfieren a la hora de ser empático o de
aceptar al cliente. Claro que una alternativa mejor podría ser enfocar la situación como un pro-
blema y buscar otras soluciones (p.ej., reestructuración de los propios pensamientos negativos,
búsqueda de consejo por parte de un colega, etc.). Así, en vez de decir “es un poco decepcionante
oírle decir esto otra vez”, podría decirse: “¿cómo cree que se sentiría X al oír decirle esto otra
vez?”. Sea como sea, no es necesario en la mayoría de las ocasiones comunicar los sentimientos
negativos experimentados. Además, cuando se haga esto, hay que procurar: a) preguntarse pre-
viamente si se hace en beneficio del cliente o para descargar ira, tensión o frustración; y b) hacerlo
con tacto y evitar el tono crítico; por ejemplo, no es lo mismo decir “me irrita usted” que “me sabe
mal cuando...”, aunque quizá algo más adecuado sería “me gustaría… (comportamiento alternati-
vo deseado en el cliente)”.

En cuanto a la autorrevelación de sentimientos positivos, parece adecuada cuando tiene que


Habilidades - 13

ver con los avances del cliente o con aspectos personales satisfactorios que este explica. Hay que
ir con más cuidado cuando el cliente “cae bien”, ya que esto puede conducir a simpatizar (en vez
de empatizar), ser más permisivo y/o mostrar demasiada cercanía.

La autorrevelación no debe hacer olvidar que la relación terapéutica es una relación profesio-
nal y no de amistad. El intercambio sistemático de opiniones y emociones dentro de la terapia
o el mantener contactos no profesionales fuera de la misma está desaconsejado, ya que puede
influir negativamente en el tratamiento.

CARACTERÍSTICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA


RELACIÓN
Se considerarán en este apartado otras características del terapeuta que favorecen la relación
terapéutica: cordialidad, competencia, confianza, atracción y grado de directividad.

CORDIALIDAD

La cordialidad implica expresar verbal y no verbalmente interés y aprecio por el cliente y,


cuando es oportuno, ánimo y aprobación. Conductas no verbales que contribuyen a la cordiali-
dad son el contacto visual, las sonrisas, la expresión facial de interés, los asentimientos de cabeza,
la voz suave y modulada, la postura relajada, la inclinación corporal hacia la otra persona, proxi-
midad física y, según los casos, un grado discreto de contacto físico (p.ej., mano sobre brazo).

El contacto físico puede ser muy útil en momentos de estrés emocional, pero puede ser ma-
linterpretado por los clientes. De aquí que, antes de usarlo, un terapeuta debe plantearse si va a ser
para el beneficio del cliente o el suyo propio, si el nivel de confianza que tiene con el cliente lo
aconseja y cómo va a percibir el cliente el contacto físico (¿como muestra de apoyo, como signo
sexual o como algo incómodo o aversivo?). Es fundamental tener en cuenta que el comporta-
miento no verbal del terapeuta debe estar en consonancia con el clima de la terapia y el con-
texto de lo que está ocurriendo entre terapeuta y cliente; así, una sonrisa indica proximidad con
un paciente que cuenta un logro, pero no con otro que manifiesta lo vacío que se siente.

Es rara la persona que no responde a la cordialidad con cordialidad y a la hostilidad con hosti-
lidad. Sin embargo, el exceso de cordialidad puede dar lugar también a efectos perjudiciales.
Por ejemplo, el cliente puede sentirse demasiado abrumado o puede malinterpretar las inten-
ciones del terapeuta, o bien, en el polo opuesto, puede llegar a enamorarse del terapeuta. Igual-
mente, la intimidad y cordialidad típicas de muchas relaciones terapéuticas pueden ser aversivas
para determinados clientes (p.ej., personas hostiles o con trastorno de personalidad antisocial).
En estos casos, y especialmente en las primeras etapas del tratamiento, es preferible un estilo de
interacción amable, pero no tan cercano, y que satisfaga las mayores necesidades de autonomía.
Por otra parte, la cordialidad manifestada variará a menudo en función de la fase de la tera-
pia; conforme avanza esta, muchos clientes necesitan menos demostraciones explícitas de acepta-
ción y aprobación (Beck et al., 1979/1983; Goldstein y Myers, 1986).

COMPETENCIA

La competencia es la capacidad del terapeuta para ayudar a sus clientes a resolver sus pro-
blemas y mejorar su confianza en sí mismos (sensación de dominio y control). Por lo tanto, en un
sentido amplio, incluye todas las habilidades necesarias para ello, ya sean de autoconocimiento,
de autocontrol, relacionales o técnicas. Aparte de las características personales, fruto de la propia
Habilidades - 14

historia de desarrollo, la competencia de un terapeuta está directamente relacionada con su nivel


de experiencia terapéutica (la cual se suele definir como número de años de práctica psicotera-
péutica, aunque sería mejor definirla como el número de horas de trabajo con pacientes) y con su
nivel de entrenamiento en la aplicación de programas específicos de tratamiento.

Aunque los resultados de las revisiones y metaanálisis no son precisamente concluyentes


(Beutler, Machado y Neufeldt, 1994), la experiencia terapéutica y el nivel de entrenamiento en
programas específicos parecen estar asociados a mejores resultados terapéuticos (Howard,
1999). Sin embargo, conviene hacer alguna matización: Un terapeuta muy experimentado, pero
poco entrenado en la aplicación de un programa, es probable que obtenga peores resultados que
un terapeuta menos experimentado, pero bien entrenado en dicho programa (Craske y Zucker,
2001). Por otra parte, partiendo de un entrenamiento similar, los terapeutas más experimentados
pueden obtener mejores resultados que los menos experimentados (Huppert et al., 2001). Lo im-
portante, más que el nivel de experiencia y entrenamiento en sí mismos, parece ser el nivel de
habilidad terapéutica adquirido (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994).

Aunque la competencia real es importante, mayor parece ser el impacto de la percepción que
el cliente tiene de la misma. Es decir, no basta con que un terapeuta sea competente, sino que el
cliente debe percibirlo como tal. La competencia, ya sea real o aparente, aumenta la confianza
del cliente hacia el terapeuta, y ambas cualidades están asociadas a mejores resultados del tra-
tamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994; Keijsers, Schaap y Hoogduin, 2000). Los terapeu-
tas percibidos como competentes tienden también a ser percibidos como creíbles.

Los clientes infieren la competencia en gran medida a partir de la conducta observable del
terapeuta. Según Cormier y Cormier (1991/1994), las conductas que contribuyen a la percep-
ción de competencia son: contacto ocular, disposición frontal del cuerpo, fluidez en el discurso,
preguntas pertinentes y que estimulan el pensamiento, indicadores verbales de atención (segui-
miento del discurso, falta de interrupciones, respuestas de atención), seguridad al presentarse,
explicaciones o asociaciones entre las diferentes conductas de los clientes, preguntas que ayudan a
que se concrete la información y ausencia de contradicciones en la información proporcionada. A
esto puede añadirse que el terapeuta sepa hacer pensar en soluciones, sugerirlas o aplicarlas.

Además de lo anterior, en las fases iniciales de la terapia la competencia se infiere a partir de


otras señales tales como la información previa recibida sobre el terapeuta (nivel de experiencia o
práctica especializada, nivel de competencia, historial de éxitos), entorno en el que trabaja, títu-
los/diplomas/certificados que se tienen en la consulta, edad y estatus. Un mayor o menor estatus
del terapeuta viene indicado por aspectos tales como títulos, cargos, apariencia, amplitud y de-
coración de la consulta, etc. Los terapeutas de alto estatus son más atrayentes para aquellos clien-
tes que son rígidamente respetuosos de la autoridad, pero no para aquellos que tienen actitudes
más igualitarias (Goldstein y Myers, 1986). La reputación, el estatus y demás señales menciona-
das tienen efectos que parecen limitarse a las primeras sesiones; a partir de estas, cobran gran im-
portancia las demostraciones conductuales de la competencia.

Según Schmidt y Strong (1970, citados en Goldstein y Myers, 1986), el terapeuta percibido
como competente:

a) da la mano al cliente, se acerca a él y le saluda empleando su nombre; b) parece interesado


y tranquilo; c) presenta una apariencia cuidada, pero sin ser remilgado; d) habla al nivel del
cliente y no es arrogante con él; e) adopta una posición sentada cómoda, pero atenta; f) centra
su atención en el cliente y le escucha cuidadosamente; g) tiene una expresión cordial y es
reactivo al cliente; h) su voz presenta inflexiones y vivacidad; i) cambia sus expresiones fa-
ciales y hace gestos con las manos; j) habla con fluidez, confianza y seguridad; k) se ha pre-
parado la entrevista; l) sabe por qué ha venido el cliente y ha estudiado la información que
tiene sobre él; m) hace preguntas directas y atinadas; sus preguntas hacen pensar y siguen una
Habilidades - 15

progresión lógica; parecen espontáneas y conversacionales; n) desea ayudar al cliente a de-


terminar si sus decisiones son correctas, pero no intenta cambiar enérgicamente las ideas de
aquel; ñ) deja que el cliente sea el que más hable y no le interrumpe; o) se dirige rápidamente
a la raíz del problema; p) señala las contradicciones en el razonamiento; q) hace recomenda-
ciones y sugiere posibles soluciones.

Otras acciones que los clientes consideran útiles en los terapeutas son introducir nuevas
perspectivas, facilitar la resolución de problemas, clarificar cuestiones, enseñar a tomar concien-
cia, mostrar comprensión, aumentar la implicación del cliente, tranquilizar y mantener contacto
personal. Por el contrario, acciones no consideradas útiles son poner de manifiesto pensamientos
no deseados, introducir temas no relacionados, hacer responsable al cliente de sus sentimientos,
distanciarse de los problemas del cliente y hacer interpretaciones inaceptables (Elliot, 1985, citado
en Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). En un estudio con personas mayores deprimidas, los te-
rapeutas exitosos se distinguieron de los que no lo fueron en centrarse en las experiencias in-
ternas de los clientes, alentar a estos a expresar sus sentimientos negativos hacia los demás, esta-
blecer metas explícitas de tratamiento y dirigir la atención del cliente hacia cuestiones que pare-
cieron centrales en los problemas presentados (Gaston y Ring, 1992, citado en Beutler, Machado
y Neufeldt, 1994).

Una manera de aumentar la competencia percibida del terapeuta antes del primer con-
tacto con el cliente consiste en que este escuche a una persona describir brevemente ciertas carac-
terísticas positivas del terapeuta. Este mismo procedimiento puede utilizarse a la inversa para in-
crementar la atracción del terapeuta hacia el cliente (Goldstein y Myers, 1986).

CONFIANZA

La confianza es la percepción del cliente de que el terapeuta trabajará para ayudarle y de que
no le engañará o perjudicará de ningún modo. La confianza en el terapeuta está asociada a mejo-
res resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). La confianza viene determi-
nada por la percepción por parte del cliente de varias características del terapeuta: 1) competen-
cia; 2) sinceridad (a la cual contribuyen la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal,
y la consistencia entre las palabras y los hechos); 3) motivos e intenciones del terapeuta (cuanto
más claro tenga el cliente que es por sus intereses y no por los del terapeuta que este está traba-
jando, mayor será la credibilidad); 4) aceptación sin juicios de valor de las revelaciones del
cliente; 5) cordialidad; 6) mantenimiento de la confidencialidad; 7) dinamismo y seguridad del
terapeuta manifestados a través de los gestos, la mirada, el volumen, la entonación, el lenguaje
vivo y la muestra de interés; y 8) respuestas no defensivas a las “pruebas de confianza” (Cor-
mier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986).

Según Fong y Cox (1983, citado en Cormier y Cormier, 1991/1994), los clientes pueden po-
ner en marcha maniobras sutiles para obtener datos sobre el grado en que pueden confiar en el
terapeuta (pruebas de confianza). Estos autores han distinguido seis formas típicas:

- Solicitar información (o ¿Puedes entenderme o ayudarme?). Al hacer algunas pregun-


tas (p.ej., ¿tienes hijos?, ¿cuánto tiempo llevas casado?, ¿has visto a muchos pacientes
como yo?), los clientes pueden estar buscando no una respuesta objetiva, sino si el tera-
peuta es capaz de comprenderles. Una posible respuesta a la primera pregunta sería: “Sí,
tengo dos hijos. Me pregunto si crees que puedo entenderte mejor por el hecho de tener
hijos”.

- Relatar un secreto (o ¿Puedo mostrarme vulnerable o correr riesgos contigo?). Los


clientes pueden revelar secretos (p.ej., una infidelidad conyugal, un aborto) para observar
Habilidades - 16

las reacciones del terapeuta y comprobar si es seguro autorrevelar aspectos personales.


Un terapeuta debe responder con aceptación no valorativa, confidencialidad y sin explo-
tar la vulnerabilidad del cliente.

- Pedir un favor (o ¿Puedo confiar en ti?). Los clientes pueden pedir al terapeuta favo-
res, adecuados o inadecuados, y esta petición puede ser una prueba de confianza. Un pa-
ciente puede pedir prestado un libro, ser visitado en su casa o que el terapeuta comunique
cierta información a alguien de la familia. Si el favor es razonable, se responde afirmati-
vamente y, lo que es fundamental, se cumple lo prometido. Si el favor no es razonable, se
indican al cliente directamente, pero con tacto, los motivos que impiden la respuesta
afirmativa; no es aconsejable poner excusas, acceder a realizar el favor o decir que sí para
luego no cumplir lo prometido.

- Subvalorarse (o ¿Puedes aceptarme?). Un cliente puede subvalorarse para ver el grado


de aceptación del terapeuta. En concreto, el paciente revela aspectos negativos propios
(p.ej., uso excesivo de mentiras, descuido en el cuidado de los hijos) y observa las reac-
ciones verbales y no verbales del terapeuta. Este debe responder neutralmente (p.ej., me-
diante asentimiento no verbal, paráfrasis o reflejo) en vez de juzgar las acciones del clien-
te.

- Molestar al terapeuta (o ¿Dispones de límites firmes?). Esto puede conseguirse cance-


lando citas en el último momento, cambiando las horas de las citas, llegando tarde, solici-
tando hacer una llamada telefónica durante la sesión o cambiando el orden del día a mitad
de la sesión. Si esto ocurre un par de veces sin causa justificada, el terapeuta debe res-
ponder directamente y establecer límites. Así, con un paciente que lleva dos sesiones lle-
gando tarde puede hacérsele ver que si se prolonga la sesión, se perjudica a los clientes
que vienen después y si se termina puntual, la sesión es más breve; a partir de aquí se le
pregunta si puede comenzarse a la hora o conviene cambiar de horario.

- Preguntar por las razones del terapeuta (o ¿Es real tu interés?). Una forma que tie-
nen los clientes de evaluar la sinceridad del terapeuta es buscar la respuesta a una pregun-
ta del tipo “¿Te interesas realmente por mí o sólo porque es tu trabajo?”. La pregunta al
terapeuta puede ser tan directa como esta o hacer referencia al número de clientes que
atiende, a cómo es capaz de discriminar y acordarse de los distintos clientes o a si piensa
en el cliente durante la semana. El terapeuta debe responder con una frase que indique su
interés (supuestamente genuino) por el cliente. Así, si un paciente le dice al terapeuta que
debe ser muy cansado atender a varios clientes, el terapeuta puede reconocerle que supo-
ne un gasto de energía, pero que conserva suficiente energía para dedicársela a él.

Un resumen de estas seis pruebas de confianza y ejemplos de frases de los clientes y de res-
puestas apropiadas e inapropiadas del terapeuta puede verse en Cormier y Cormier (1991/1994,
págs. 97-98).

ATRACCIÓN

Suele haber una correlación positiva entre la percepción de un terapeuta como atractivo y los
resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). Los clientes infieren la atracción
a través de la amabilidad y cordialidad del terapeuta y de la similitud de este con ellos (Cormier y
Cormier, 1991/1994). La atracción puede ser física e interpersonal. La primera influye sobretodo
en la fase inicial de la terapia, pero la segunda es mucho más importante que la primera a lo largo
de todo el proceso. Contribuyen a la atracción interpersonal el contacto ocular, la disposición
frontal del cuerpo, la sonrisa, asentir con la cabeza, la voz suave y modulada, las muestras de
Habilidades - 17

comprensión, cierto grado de autorrevelación y acordar con el cliente qué objetivos se persiguen y
qué se va a hacer en cada fase de la terapia.

GRADO DE DIRECTIVIDAD

La directividad viene definida por el grado en que se dan instrucciones, se proporciona


información y retroalimentación, se hacen preguntas para obtener información, se ofrece
ayuda específica, se estructuran y delimitan tareas, se anima a realizarlas, se desafían las
ideas del paciente, etc. Tanto el exceso como el déficit de directividad son negativos. En el pri-
mer caso se dificulta que el cliente aprenda a ser más autónomo a la hora de analizar y modificar
sus problemas. En el segundo, se priva al cliente de una ayuda que necesita para resolver sus pro-
blemas.

Lo importante parece ser adecuar el grado de directividad a lo que los clientes esperan. En
general, la conveniencia de ser más o menos directivo depende de una serie de factores tales
como (Beck et al., 1979/1983; Goldfried y Davison, 1976/1981; Segura, 1985):

- Tipo de problema: a mayor gravedad del cuadro y menor grado de autocontrol por parte
del cliente, mayor directividad.
- Locus de control del cliente: cuanto más externo, mayor directividad, al menos inicial-
mente. El locus de control hace referencia al grado en que los acontecimientos que le suce-
den a uno son considerados producto del propio comportamiento (control interno) o de la
suerte, el destino o los otros (control externo).
- Libertad de elección que el cliente cree que tiene: a menor libertad percibida, menor
directividad. Por ejemplo, conviene, en general, ser menos directivo con un cliente que
no viene a la consulta por propia iniciativa.
- Fase de la terapia: cuanto más avanzada la terapia, más debe animarse al cliente a tomar
la iniciativa (p.ej., planificar el orden del día de las sesiones y las actividades entre sesio-
nes) y a hacer las cosas por sí solo. Por otra parte, la directividad no es conveniente, por
lo general, en el primer contacto con el cliente, para así favorecer la expresión libre de es-
te.
- Sexo, cualificación profesional y edad del cliente. Según un grupo de investigación, las
mujeres y las personas con mayor cualificación profesional prefieren una menor directi-
vidad, mientras que la preferencia por esta es más acusada conforme aumenta la edad
(Navarro et al., 1987a, 1987b).

Seligman (1990, citado en Kleinke, 1994/1995) recomienda adoptar un acercamiento direc-


tivo con los siguientes tipos de clientes: a) dispuestos a ser dirigidos, b) motivados para alcanzar
metas específicas, c) gravemente perturbados o frágiles, d) en situación de crisis, o e) con dificul-
tad para establecer límites.

En general, se aconseja ser lo menos directivo que las condiciones permitan. Siempre que
sea posible, es mejor ayudar al cliente a descubrir soluciones que dárselas directamente; y en caso
de hacer esto último, es más aceptable plantearlo en forma de sugerencias que de algo que hay que
hacer. Las acciones o tareas que conviene que el cliente realice entre sesiones deben ser acorda-
das con este en vez de simplemente prescribirlas. En lugar de decirle a un paciente “si quiere lo-
grar X, tiene que hacer Y”, funciona mejor decir “esto es algo que suele funcionar para lograr X,
¿qué piensa usted al respecto?”. Por otra parte, si un paciente va a llevar a cabo alguna acción que
el terapeuta considera nociva, este puede hacerle reflexionar sobre las consecuencias de la mis-
ma en vez de decirle directamente que no la haga o enumerarle dichas consecuencias.

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