La Buena Mano de Dios
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La Buena Mano de Dios
Con la crisis internacional del 539 a. C., mediante la cual Persia ganó la
supremacía sobre Babilonia, dio la oportunidad a los judíos para volver a
establecerse en Jerusalén. Pero por la época, muchos de los exiliados estaban tan
confortablemente situados junto a las aguas de Babilonia, que ignoraron el decreto
que les permitía retornar a Palestina. Consecuentemente, la tierra del exilio
continuó siendo el hogar de los judíos para las generaciones que habían de venir.
Las fuentes bíblicas tratan en primer lugar con los exiliados que retornaron a su
hogar patrio. Las memorias de Esdras y Nehemías, aunque breves y selectivas,
prestan los hechos esenciales que conciernen al bienestar del restaurado estado
judío en Jerusalén. Ester, el único libro del Antiguo Testamento dedicado en
exclusividad a los que no volvieron, también pertenece a este período. Con objeto
de mantener una secuencia histórica, el presente estudio trata la historia de Ester
junto con Esdras y Nehemías. Cronológicamente, esta materia se divide en cuatro
períodos: (1) Jerusalén restablecido, Esdras 1-6 (ca. 539-515 a. C.); (2) Ester la
Reina, Ester 1-10 (ca. 483); (3) Esdras el reformador, Esdras 7-10 (ca. 457); (4)
Nehemías el Gobernador, Neh. 1:13 (ca. 444).
Jerusalén restablecido
De cara a la oposición y a los sufrimientos de Judea, los judíos que habían vuelto
no estuvieron en condiciones inmediatamente de completar 'a construcción del
templo. Transcurrieron aproximadamente veintitrés años antes de que lograran su
primer objetivo.
El retorno de Babilonia
Cuando Ciro entró en la ciudad de Babilonia en el 539, afirmó que había sido
enviado por Marduc, el jefe de los dioses babilónicos, quien buscaba un príncipe
justo. Consecuentemente, la ocupación de Babilonia ocurrió sin ninguna batalla, ni
la destrucción de la ciudad. Inmediatamente, Ciro anunció una política que era el
reverso exacto de la práctica brutal de desplazar a los pueblos conquistados.
Comenzando con, Tiglat-pileser III (745) los reyes asirios habían aterrorizado a las
naciones subyugadas, trasladando a sus gentes a distantes tierras. Por tanto, los
babilonios habían seguido el ejemplo asirlo. Ciro, por otra parte, proclamó
públicamente que el pueblo desplazado podía volver a su hogar patrio y rendir
culto a sus dioses en sus propios santuarios.
Hay dos copias de la proclamación de Ciro para los judíos que están preservadas
en el libro de Esdras. El primer relato (1:2-4) está en hebreo, mientras que el
segundo (6:3-5) está redactado en arameo. Un estudio reciente revela que el
último representa un "dikrona", un término oficial arameo que denota un decreto
oral dado por un gobernante. Esto no se hacía con la intención de ser publicado,
sino que servía como un memorándum para que el oficial apropiado iniciara una
acción legal. Esdras 6:2 indica que la copia aramea estuvo situada en los archivos
del gobierno en Ecbatana, la residencia de verano de Ciro en el 538 a. C.
El establecimiento en Jerusalén
La construcción del templo comenzó en el segundo mes del próximo año, bajo la
supervisión de Zorobabel y Josué. Los levitas de veinte años y mayores, sirvieron
como capataces. Los cimientos del templo se pusieron durante una apropiada
ceremonia con los sacerdotes vestidos con adecuados ornamentos y tocando las
trompetas. Según las directrices dadas por David, rey de Israel, los hijos de Asaf
ofrecieron alabanzas acompañadas por címbalos. Aparentemente hubo un canto
de antífonas, en donde un coro cantaba "Alabad a Dios porque es bueno" mientras
que otro respondía con "Y su misericordia permanece para siempre". A partir de
ahí la multitud reunida en asamblea se unió en una alabanza de triunfo. Pero no
todos gritaban con alegría, la gente anciana que todavía podía recordar la gloria y
la belleza del templo de Salomón, lloraba amargamente dolorida.
El nuevo templo
En el año segundo de Darío (520 a. C.) los judíos acabaron el trabajo en el templo.
Hageo, con el mensaje de Dios para la ocasión, conmovió a la gente y a los jefes
recordándoles que habían estado tan absortos en reconstruir sus propias casas
que habían descuidado el lugar del culto. En menos de un mes, Zorobabel y Josué
llevaron al pueblo en un renovado esfuerzo para reconstruir el templo (Hageo 1:1-
15). Poco después, el profeta Zacarías colaboró con Hageo en estimular el
programa de construcción (Zac. 1:1).
Parrot, en sus estudios sobre el templo, concluye que los planes de Salomón y del
santuario, fueron seguidos probablemente por Zorobabel. Referencias sueltas en
Esdras y en los libros de los Macabeos, pueden servir solo como sugerencias. De
acuerdo con Esdras 5:8, y 6:3-4, se emplearon grandes piedras con vigas de
madera en la construcción de los muros. Las medidas dadas son incompletas en
el presente texto. Una reciente interpretación de un decreto de Antíoco III de Siria
(223-187) indica la existencia de un atrio interior y otro exterior. Todos eran
admitidos al último, pero sólo los judíos que se habían conformado a la pureza de
las leyes levíticas tenían permiso para entrar al atrio interior. Se hicieron también
provisiones de habitaciones adecuadas donde almacenar los utensilios utilizados
en el templo. Una de tales habitaciones fue apropiada por el amonita Tobías por
un corto período, durante la época de Nehemías (Neh. 13:4-9).
Las ceremonias de dedicación para este templo tuvieron que haber sido algo
impresionante. Complicadas ofertas consistentes en 100 toros, 200 carneros, 400
corderos y una ofrenda de 12 machos cabríos, representando las doce tribus de
Israel. La última ofrenda significaba que este culto representaba a la nación entera
con quien se había hecho el pacto. Con este servicio de dedicación los sacerdotes
y los levitas iniciaron sus servicios regulares en el santuario, según estaba
prescrito para ellos, en la Ley de Moisés.
Al mes siguiente, los judíos observaron, la pascua. Con las adecuadas ceremonias
de purificación, los sacerdotes y los levitas fueron preparados para oficiar en la
celebración de esta histórica observancia. Los sacerdotes fueron así calificados
para rociar la sangre mientras que los levitas mataban los corderos para la
totalidad de la congregación. Aunque, originalmente, el cabeza de cada familia
mata el cordero de pascua (Ex. 12:6), los levitas habían sido asignados a esta
obligación para toda la comunidad desde los días de Josías (II Crón. 30:17)
cuando la mayor parte del laicado no estaba calificado para hacerlo. En esta
forma, los levitas también aligeraban las extenuantes obligaciones de los
sacerdotes, al ofrecer los sacrificios y rociaban la sangre (II Crón. 35:11-14).
Los israelitas que todavía estaban viviendo en Palestina, se unieron a los exiliados
que volvían en esta alegre celebración. Separándose de las prácticas paganas a
las cuales habían sucumbido, los israelitas renovaron su pacto con Dios a quien
daban culto en el templo.
La historia de Ester
De todo este vasto imperio que se extendía desde la India a Etiopía, Jerjes reunió
a los gobernadores y oficiales en Susa por un período de seis meses, durante el
tercer año de su reinado. En una celebración de siete días, el rey les atendió con
banquetes y fiestas, mientras que la reina Vasti era la anfitriona en el banquete
para las mujeres. Al séptimo día, Jerjes, intoxicado, solicitó la aparición de Vasti
para mostrar su corona y belleza ante su festivo auditorio y los dignatarios del
gobierno. Ella ignoró las órdenes del rey, rehusando con ello poner en peligro su
real prestigio. Jerjes se puso furioso. Conferenció con los sabios, quienes le
aconsejaron que depusiera a la reina. El rey actuó de acuerdo con este consejo y
suprimió a Vasti de la corte real. Las mujeres de todo el imperio recibieron el aviso
de honrar y obedecer a sus maridos a menos que quisieran seguir el ejemplo de
Vasti.
Cuando Jerjes comprobó que Vasti había quedado relegada al olvido por su edicto
real, dispuso la elección de una nueva reina. Se eligieron doncellas por toda
Persia y fueron llevadas a la corte del rey en Susa. Entre ellas, estaba Ester, una
huérfana judía que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. A su debido
tiempo, cuando las doncellas aparecieron ante el rey, Ester, que había escondido
su identidad racial, fue favorecida por encima de todas las demás y coronada reina
de Persia. En el séptimo año del reinado de Jerjes, ella recibió público
reconocimiento y se celebró un banquete ante los príncipes.
Por todas partes, este decreto al ser hecho público, hizo que los judíos
respondiesen con ayunos y luto. Cuando el propio Mardoqueo apareció en las
puertas del palacio vestido de saco y cubierto de cenizas, Ester le envió un traje
nuevo. Mardoqueo rehusó la oferta y alertó a Ester de lo que concernía a la suerte
de los judíos. Cuando Ester habló del peligro personal que implicaba el
aproximarse al rey sin una invitación, Mardoqueo sugirió que ella había sido
dignificada con la posición de reina para una oportunidad precisamente como
aquella. Por lo tanto, Ester resolvió arriesgar su vida por su pueblo y solicitó que
éste tuviera un ayuno de tres días.
Al tercer día, Ester apareció ante el rey. Ella invitó al rey y a Aman a cenar. En
aquella ocasión no dio a conocer su preocupación verdadera, sino simplemente
solicitó que el rey y Aman aceptasen la invitación para cenar al próximo día. En su
camino a casa, Aman se enfureció de nuevo cuando Mardoqueo rehusó inclinarse
ante él. Ante su esposa y a un grupo de amigos reunidos, se jactó de todos los
honores reales que se le habían concedido, pero indicó que todas las alegrías se
habían disipado por la actitud de Mardoqueo. Recibiendo el consejo de colgar a
Mardoqueo, Aman inmediatamente ordenó la erección de un cadalso para la
ejecución.
Aquella misma noche, Jerjes no pudo conciliar el sueño. Su insomnio pudo haber
evocado en él el hecho de que algo había quedado sin hacer. No se le habían
leído las crónicas reales. Inmediatamente, tras que supo para su sorpresa que
Mardoqueo nunca había sido recompensado por descubrir el complot de palacio,
hecho por los guardias, Aman llegó a la corte esperando tener la seguridad de la
aprobación del rey para la ejecución de Mardoqueo. El rey preguntó en el acto a
Aman qué debería hacerse por un hombre a quien el rey deseaba honrar. Aman,
con la segura confianza de que se trataba de él, recomendó que tal hombre
debería ser vestido con ropajes reales y escoltado por un noble príncipe a través
de la plaza principal de la ciudad, montando el caballo del rey y proclamando
como un alto oficial, como decisión del rey por tal alto honor. La sorpresa que re-
cibió Aman fue indescriptible cuando supo que era Mardoqueo quien iba a recibir
semejantes honores reales y que él mismo había sugerido.
La fecha crucial fue el décimo tercer día de Adar, que Aman había designado para
la aniquilación de los judíos y la confiscación de sus propiedades. En la lucha que
siguió, miles de no judíos fueron muertos. Sin embargo, la paz fue pronto
restaurada y los judíos instituyeron una celebración anual para conmemorar su
liberación. Purim fue el nombre que se dio a este día de fiesta porque Aman había
determinado aquella fecha echándolo a suertes, o Pur.
Esdras el reformador
Ab (mes quinto)
El retorno de Esdras
La reforma en Jerusalén
Un comité local de oficiales informó a Esdras de que ios israelitas eran culpables
de haberse casado con habitantes paganos. Entre los participantes, incluso se
hallaban jefes religiosos y civiles. Esdras no sólo se desgarró las vestiduras en
señal de su profundo disgusto, sino que se arrancó los cabellos para expresar su
indignación moral y su ira. Sorprendido y aturdido se sentó en el atrio del templo,
mientras que el pueblo temía las consecuencias que se amontonaban en su
entorno. AI tiempo del sacrificio del atardecer, Esdras se levantó de su ayuno y
con los vestidos rotos, se arrodilló en oración, confesando audiblemente el pecado
de Israel.
Una gran multitud se unió a Esdras mientras que oraba y lloraba públicamente.
Secanías, hablando por el pueblo, sugirió que existía la esperanza para ellos en
una nueva alianza y aseguró a Esdras todo su apoyo para suprimir todos los
males sociales. Inmediatamente, Esdras emitió un juramento de conformidad de
los jefes del pueblo.
Nehemías el gobernador
Esdras había estado en Jerusalén trece años cuando llegó Nehemías. Mientras
que el primero era un escriba instruido y un maestro, el último demostró una fuerte
y agresiva capacidad de conducción política en los asuntos públicos. El éxito de la
reconstrucción de las murallas a despecho de la posición del enemigo,
proporcionó seguridad para los exiliados que retornaron, de tal forma, que podían
dedicarse por sí mismos, bajo la jefatura de Esdras, a las responsabilidades
religiosas que estaban prescritas por la ley. En esta forma, el gobierno de
Nehemías procuró las más favorables condiciones para el engrandecido ministerio
de Esdras.
Las fechas cronológicas dadas en Nehemías, suponen doce años para el primer
término de Nehemías como gobernador, comenzando en el vigésimo año de
Artajerjes (444 a. C.). En el duodécimo año de su término (Neh. 13: 6), Nehemías
volvió a Persia (432). No se indica qué pronto volvió a Jerusalén o cuánto tiempo
continuó como gobernador.
Los sucesos relatados en Neh. 1-12, pudieron todos haber ocurrido durante el
primer año de su mandato. En el primer día del primer mes, Nisán, (444 a. C.),
Nehemías recibió seguridad para su vuelta a Jerusalén (Neh. 2: 1). Siendo un
hombre de acciones decisivas, indudablemente debió salir sin pérdida de tiempo.
La reparación de las murallas fue completada en Elul, el mes sexto (Neh. 6:15).
Puesto que este proyecto fue comenzado unos pocos días después de su llegada
y completado en cincuenta y dos días, el tiempo permitido para su preparación y
viaje es de aproximadamente de cuatro meses. Durante el mes séptimo (Tishri)
Nehemías cooperó totalmente con Esdras en las observancias religiosas (Neh. 7-
10), continuó su empadronamiento y muy verosímilmente dedicó las murallas en el
período inmediatamente siguiente (Neh. 11-12). Excepto por unas pocas
declaraciones que resumen la política de Nehemías, el lector queda con la
impresión de que todos esos acontecimientos ocurrieron dentro del primer año
después de su retorno.
Entre los miles de judíos exiliados que no habían retornado a Judá, estaba
Nehemías. En su busca del éxito, había sido especialmente afortunado en ocupar
un alto cargo entre los oficiales de la corte persa, siendo copero de Artajerjes
Longimano. Viviendo en la ciudad de Susa, aproximadamente a 160 kms. al
nordeste del Golfo Pérsico, se hallaba confortablemente situado en la capital de
Persia. Cuando le llegó el informe de que las murallas de Jerusalén estaban
todavía en ruinas, Nehemías se sintió dolorosa-mente sorprendido. Durante días y
días ayunó y llevó luto, lloró y rogo por su pueblo en Jerusalén.
Tras tres meses de oración constante, Nehemías se hallaba encarado con una
dorada oportunidad. Mientras esperaba, el rey se dio cuenta de la enorme tristeza
de Nehemías. A la pregunta de su rey, Nehemías con, miedo y temblando expresó
su dolor por la caótica condición de Jerusalén. Cuando Artajerjes, graciosamente,
le pidió que declarase sus deseos, Nehemías se apresuró a orar en silencio y
pidió, valientemente, al rey que le enviase a reconstruir Jerusalén la ciudad de los
sepulcros de sus padres. El rey de Persia, no sólo autorizó debidamente a
Nehemías para llevar a cabo tal misión, sino que envió cartas en su nombre a
todos los gobernadores de más allá del Eufrates para que le suministrasen
materiales de construcción para las murallas y las puertas de la ciudad, lo mismo
que para su casa particular.
La misión en Jerusalén
Cuando los enemigos de los judíos oyeron que las murallas se hallaban casi
completas a despecho de la oposición que habían ofrecido, esbozaron planes para
embaucar a Nehemías. Cuatro veces, Sanbalat y Gesem le invitaron a
encontrarse con ellos en uno de los poblados del valle del Ono. Sospechando sus
malas intenciones, Nehemías declinó la invitación, dando la razonable excusa de
que estaba demasiado ocupado. La quinta tentativa fue una carta abierta de
Sanbalat, acusando a Nehemías con planes para la rebelión y de tener la personal
ambición de ser rey. Con la advertencia de que esto podría ser informado al rey de
Persia, Sanbalat urgió a Nehemías, para que se reuniera con ellos y discutir la
cuestión. Nehemías valientemente replicó a tal amenaza acusando a Sanbalat de
utilizar su imaginación. Al misino tiempo, elevó una oración a Dios para que
reforzase su responsabilidad.
El personal civil que vivía dentro de Jerusalén, fue encargado de montar guardia
durante la noche en las partes respectivas próximas a sus casas. Aunque habían
pasado noventa años desde que la ciudad fue reedificada, existían zonas
pobladas a grandes trechos que la defensa resultaba inadecuada. Encarándose
con este problema, Nehemías hizo un llamamiento a los jefes para registrar a todo
el pueblo en la provincia con objeto de reclutar alguna parte de sus habitantes
para establecerla en Jerusalén. Mientras contemplaba la ejecución de su plan,
encontró el registro genealógico del pueblo que había retornado del exilio en los
días de Zorobabel. Con excepción de pequeñas variaciones, que podían ser
atribuidas a errores cometidos por los escribas o a la trascripción, este registro en
Neh. 7:6-73 es idéntico a la lista registrada en Esdras 2:3-67.
La fiesta de las Trompetas distinguía el primer día del séptimo mes, de todas las
otras nuevas lunas. Conforme el pueblo se reunía aquel año en la puerta de las
Aguas al sur del atrio del templo, unánimemente solicitaba de Esdras que leyese
la ley de Moisés. Situado sobre una plataforma de madera, leyó la ley a la
congregación que permaneció de pie desde el amanecer hasta el mediodía. Para
ayudar al pueblo, a su comprensión, los levitas exponían, la ley intermitentemente
mientras que Esdras leía. Cuando la lectura arrancó lágrimas de los ojos del
pueblo, Nehemías, ayudado por Esdras y los maestros levitas, les amonestó a
regocijarse y a hacer de aquella festiva ocasión, una oportunidad para compartir
los alimentos preparados en una común camaradería.
El segundo día, los representantes de las familias, los sacerdotes y los levitas, se
reunieron con Esdras para un cuidadoso estudio de la ley. Cuando comprobaron
que Dios había revelado mediante Moisés que los israelitas tenían que habitar en
casetas para la observancia de la fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:39-43),
instruyeron al pueblo mediante una pública proclamación. Con entusiasmo, el
pueblo salió a las colinas y trajeron ramas de olivo, mirtos, y hojas de palmera en
abundancia, erigiendo casetas por todas partes, sobre los tejados de las casas,
en, privado y en público, en los patios, y en las plazas públicas. Tan amplia fue la
participación que resultó la más importante y festejada observancia de la fiesta de
los Tabernáculos desde los días de Josué, que había conducido a Israel a la
conquista de Canaán.
La ley fue leída públicamente cada día durante los siete días de esta fiesta (Tishri
15-21). En el octavo día hubo una sagrada convocatoria y se ofrecieron los
sacrificios prescritos.
Tras dos días de tregua, el pueblo volvió a reunirse para la oración y el ayuno.
Esdras y los levitas asistentes dirigieron los servicios públicos, conduciendo al
pueblo en la lectura de la ley, la confesión del pecado y la ofrenda de gracias a
Dios. En una larga y significativa plegaria (9:6-37) la justicia y la misericordia de
Dios fueron debidamente reconocidas.
La lectura del libro de Moisés les hizo conscientes del hecho de que los amonitas
y moabitas no deberían ser bienvenidos en la asamblea judía. Se hizo lo preciso
para conformar todo aquello con la ley.
El siguiente paso fue llamar a los oficiales a que dieran cuenta de sus actos.
Valientemente, Nehemías les acusó de haber descuidado el templo fallando en
recaudar el diezmo. Los hombres a quienes consideró dignos de confianza, fueron
nombrados tesoreros de los almacenes. Los levitas volvieron a recibir sus
asignaciones. Nehemías nuevamente expresó mediante una plegaria su deseo de
que Dios recordase las buenas acciones hechas anteriormente respecto del
templo y su personal.
La observancia del sábado fue el paso siguiente. No solamente los judíos habían
trabajado en el sábado, sino que habían permitido a los tirios residentes en
Jerusalén, el que promovieran negocios en, ese día. Advirtió a los nobles de Judá
que aquel había sido el pecado que precipitó a Judá en el cautiverio y la
destrucción de Jerusalén. En consecuencia, Nehemías ordenó que las puertas de
Jerusalén fuesen cerradas en el sábado. Ordenó a sus servidores y a los guardias
que detuvieran el tráfico comercial. Una advertencia personal de Nehemías
terminó con la llegada en el sábado de mercaderes y comerciantes que tuvieron
que esperar a que se abrieran las puertas de la ciudad, al final del día sagrado.
Los matrimonios mixtos fueron el mayor problema con que Nehemías tuvo que
enfrentarse. Algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, Níoab, y
Amón. Puesto que los niños hablaban la misma lengua que sus madres, es muy
probable que aquella gente viviese en los extremos del estado judío. De aquellos
hombres que se habían casado con mujeres paganas, Nehemías obtuvo el
juramento para desistir de tales relaciones recordándoles que incluso Salomón
había sido conducido al pecado por sus esposas extranjeras.