La Buena Mano de Dios

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La buena mano de Dios

Con la crisis internacional del 539 a. C., mediante la cual Persia ganó la
supremacía sobre Babilonia, dio la oportunidad a los judíos para volver a
establecerse en Jerusalén. Pero por la época, muchos de los exiliados estaban tan
confortablemente situados junto a las aguas de Babilonia, que ignoraron el decreto
que les permitía retornar a Palestina. Consecuentemente, la tierra del exilio
continuó siendo el hogar de los judíos para las generaciones que habían de venir.

Las fuentes bíblicas tratan en primer lugar con los exiliados que retornaron a su
hogar patrio. Las memorias de Esdras y Nehemías, aunque breves y selectivas,
prestan los hechos esenciales que conciernen al bienestar del restaurado estado
judío en Jerusalén. Ester, el único libro del Antiguo Testamento dedicado en
exclusividad a los que no volvieron, también pertenece a este período. Con objeto
de mantener una secuencia histórica, el presente estudio trata la historia de Ester
junto con Esdras y Nehemías. Cronológicamente, esta materia se divide en cuatro
períodos: (1) Jerusalén restablecido, Esdras 1-6 (ca. 539-515 a. C.); (2) Ester la
Reina, Ester 1-10 (ca. 483); (3) Esdras el reformador, Esdras 7-10 (ca. 457); (4)
Nehemías el Gobernador, Neh. 1:13 (ca. 444).

Jerusalén restablecido

De cara a la oposición y a los sufrimientos de Judea, los judíos que habían vuelto
no estuvieron en condiciones inmediatamente de completar 'a construcción del
templo. Transcurrieron aproximadamente veintitrés años antes de que lograran su
primer objetivo.

El retorno de Babilonia

Cuando Ciro entró en la ciudad de Babilonia en el 539, afirmó que había sido
enviado por Marduc, el jefe de los dioses babilónicos, quien buscaba un príncipe
justo. Consecuentemente, la ocupación de Babilonia ocurrió sin ninguna batalla, ni
la destrucción de la ciudad. Inmediatamente, Ciro anunció una política que era el
reverso exacto de la práctica brutal de desplazar a los pueblos conquistados.
Comenzando con, Tiglat-pileser III (745) los reyes asirios habían aterrorizado a las
naciones subyugadas, trasladando a sus gentes a distantes tierras. Por tanto, los
babilonios habían seguido el ejemplo asirlo. Ciro, por otra parte, proclamó
públicamente que el pueblo desplazado podía volver a su hogar patrio y rendir
culto a sus dioses en sus propios santuarios.

Hay dos copias de la proclamación de Ciro para los judíos que están preservadas
en el libro de Esdras. El primer relato (1:2-4) está en hebreo, mientras que el
segundo (6:3-5) está redactado en arameo. Un estudio reciente revela que el
último representa un "dikrona", un término oficial arameo que denota un decreto
oral dado por un gobernante. Esto no se hacía con la intención de ser publicado,
sino que servía como un memorándum para que el oficial apropiado iniciara una
acción legal. Esdras 6:2 indica que la copia aramea estuvo situada en los archivos
del gobierno en Ecbatana, la residencia de verano de Ciro en el 538 a. C.

El documento hebreo fue preparado para su publicación en destino a los israelitas


en el exilio. En las comunidades judías por todo el imperio, fue verbalmente
anunciado en idioma hebreo. Adaptándolo a su religión, el rey persa afirmó que él
estaba comisionado por el Señor Dios de los cielos para construir un templo en
Jerusalén. De acuerdo con esto, permitió a los judíos que volviesen al país de
Judá. Alentó a aquellos que permanecieron para ayudar a los emigrantes con
ofrendas de oro, plata, bestias y otros suministros para el restablecimiento del
templo de Jerusalén. Incluso Ciro, lo mismo que había prestado reconocimiento a
Marduc cuando entró en Babilonia, en aquella ocasión quiso prestar
reconocimiento al Dios de los judíos. Aunque esto pudo haber sido solamente una
cuestión de maniobra política por su parte, con todo, cumplió la predicción de
Isaías de que después de su exilio, Dios utilizaría a Ciro para que los judíos
volviesen a su hogar patrio (Is. 45:1-4).

En respuesta a esta proclamación, miles de exiliados prepararon el retorno. Ciro


ordenó a su tesorero que devolviese a los judíos todo lo que Nabucodonosor
había tomado de Jerusalén. El tesoro, especialmente consistente en los vasos
sagrados de Jerusalén, fue confiado a Sesbasar, un príncipe de Judá, para
transportarlo. Únicos entre todas las naciones, los judíos no tenían ninguna
estatua de su Dios que ser restaurada, aunque esta provisión queda incluida en el
decreto dado por Ciro, al efecto. El arca del pacto, que era el objeto más sagrado
de Israel, entre sus pertenencias, tuvo indudablemente que haberse perdido en la
destrucción de Jerusalén. Con la aprobación y el apoyo del rey de Persia, los
exiliados hicieron con éxito el largo y azaroso camino hacia Jerusalén, siempre
con la idea de reconstruir el templo que había estado en ruinas por casi cincuenta
años. Aunque no se sabe exactamente la fecha de este retorno, debió ocurrir muy
verosímilmente en el 538 a. C., o posiblemente al año siguiente.

De acuerdo con lo registrado por Esdras, 50.000 exiliados aproximadamente


retornaron a Jerusalén. De los once jefes mencionados, Zorobabel y Josué
aparecen como los más activos en guiar al pueblo en su intento en restaurar el
orden, en aquellas caóticas condiciones. El primero, siendo el nieto de Joaquín,
representaba a la casa de David en el liderazgo político. El último sirvió como
sumo sacerdote oficiando en cuestiones religiosas.

El establecimiento en Jerusalén

Por el séptimo mes del año de su retorno el pueblo se hallaba suficientemente


bien asentado en los alrededores de Jerusalén, para reunirse en masa y construir
el altar del Dios de Israel y restablecer los sacrificios del fuego como estaba
prescrito por Moisés (Ex. 29:38 ss.). En el décimo quinto día de ese mes,
observaron la Fiesta de los Tabernáculos de acuerdo con los requerimientos
escritos (Lev. 23:34 ss.). Con aquellas impresionantes festividades, se restauró el
culto en Jerusalén, de tal forma que la luna nueva y otras fiestas siguieron a su
debido tiempo y en la época propicia. Con la restauración del culto, el pueblo
proporcionó dinero y alimento para los albañiles y carpinteros quienes negociaron
con los fenicios, para obtener materiales de construcción de acuerdo con el
permiso otorgado por Ciro.

La construcción del templo comenzó en el segundo mes del próximo año, bajo la
supervisión de Zorobabel y Josué. Los levitas de veinte años y mayores, sirvieron
como capataces. Los cimientos del templo se pusieron durante una apropiada
ceremonia con los sacerdotes vestidos con adecuados ornamentos y tocando las
trompetas. Según las directrices dadas por David, rey de Israel, los hijos de Asaf
ofrecieron alabanzas acompañadas por címbalos. Aparentemente hubo un canto
de antífonas, en donde un coro cantaba "Alabad a Dios porque es bueno" mientras
que otro respondía con "Y su misericordia permanece para siempre". A partir de
ahí la multitud reunida en asamblea se unió en una alabanza de triunfo. Pero no
todos gritaban con alegría, la gente anciana que todavía podía recordar la gloria y
la belleza del templo de Salomón, lloraba amargamente dolorida.

Cuando los oficiales de Samaría oyeron decir que se estaba reconstruyendo el


templo, intentaron interferir, ya que aparentemente consideraban a Judá como
parte de la provincia. Reclamando que ellos habían rendido culto al mismo Dios
siempre, desde los tiempos de Esar-hadon (681-668 a. C.) que los había situado
en Palestina, solicitaron de Zorobabel y de otros jefes que les permitiesen tomar
parte en la construcción del templo. Cuando su solicitud fue denegada, se
volvieron abiertamente hostiles y adoptaron una política de frustración y de
desaliento a la colonia que luchaba entre sí. Y obstaculizaron el trabajo en el
templo por todo el resto del reinado de Ciro y el de Cambises, incluso hasta el
segundo año del reinado de Darío (520 a. C.).

Inserto en la narrativa de Esdras, en esta cuestión, está el informe de la


subsiguiente oposición. Esdras 4:6-23 es el relato de la interferencia enemiga
durante los días de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y el reinado de Artajerjes (464-
424). Los forasteros, asentados en las ciudades de Samaría, apelaron a Artajerjes
para investigar los registros históricos concernientes a las rebeliones que habían
tenido lugar en Jerusalén en tiempos pasados. Como resultado, se produjo un
edicto real dando poderes a los samaritanos para detener a los judíos en sus
esfuerzos para reconstruir la ciudad de Jerusalén. Puesto que Nehemías llegó a
Jerusalén en el 444 a. C., autorizado por Artajerjes para reconstruir las murallas,
es verosímil que este decreto que favorecía a los de Samaría fuese emitido en los
primeros años de su reinado, presumiblemente con anterioridad a la llegada de
Esdras en el 475 a. C.

El nuevo templo

En el año segundo de Darío (520 a. C.) los judíos acabaron el trabajo en el templo.
Hageo, con el mensaje de Dios para la ocasión, conmovió a la gente y a los jefes
recordándoles que habían estado tan absortos en reconstruir sus propias casas
que habían descuidado el lugar del culto. En menos de un mes, Zorobabel y Josué
llevaron al pueblo en un renovado esfuerzo para reconstruir el templo (Hageo 1:1-
15). Poco después, el profeta Zacarías colaboró con Hageo en estimular el
programa de construcción (Zac. 1:1).

La reanudación de las actividades constructoras en Jerusalén captó


inmediatamente la atención de Tatnai, el sátrapa de Siria, y de sus colegas,
quienes representaban los intereses de Persia en aquella zona. Aunque habían
ido a Jerusalén para hacer una completa investigación, propusieron la acción,
mientras aguardaron el veredicto de Darío. En una carta dirigida al rey persa,
informaron de sus hallazgos concernientes al pasado y a los acontecimientos del
presente, respecto a la erección del templo. Se ocuparon primeramente de la
afirmación judía de que Ciro había garantizado el permiso para construir el templo.

Siguiendo esta advertencia, Darío ordenó una investigación en los archivos de


Babilonia en Ecbatana, capital de la Media. En esta última, se encontró un dikrona,
anotándose en arameo el edicto de Ciro. Además de verificar este decreto, Darío
emitió órdenes estrictas para que Tatnai y sus asociados se abstuvieran de
interferir de ningún modo. También ordenó que el tributo real de la provincia de
Siria fuese entregado a los judíos para su programa de construcciones. También
dio instrucciones para proporcionar un adecuado suministro que permitiesen
sacrificios diarios de tal forma que los sacerdotes en Jerusalén pudiesen
interceder por el bienestar del rey de Persia. Consecuentemente, la investigación
de Tatnai que tenía intenciones injuriosas, providencialmente resultó no sólo en
favor del apoyo político de Darío, sino también en la ayuda material de los distritos
inmediatos oficiales, para el proyecto.

El templo fue completado en cinco años, 520-515 a. C. Aunque erigido en el


mismo lugar, no podía tener la misma belleza ni el precioso acabado artesano que
la estructura construida por David y Salomón, con la elaborada preparación que
hizo el primero con sus infinitos recursos, Basándose en Macb. 1:21, y 4:49-51, se
hace aparente que el resultado fue inferior. En el sagrado lugar del altar de los
inciensos, se hallaban los sagrados ornamentos y el candelabro de los siete
brazos (Salomón en, su época había provisto generalmente al altar con diez
candelabros). El arca del pacto se había perdido en el lugar más sagrado del
templo. Josefo indica que cada ano, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote
colocaba su incensario en la losa de piedra que marcaba la antigua posición del
Arca.

Parrot, en sus estudios sobre el templo, concluye que los planes de Salomón y del
santuario, fueron seguidos probablemente por Zorobabel. Referencias sueltas en
Esdras y en los libros de los Macabeos, pueden servir solo como sugerencias. De
acuerdo con Esdras 5:8, y 6:3-4, se emplearon grandes piedras con vigas de
madera en la construcción de los muros. Las medidas dadas son incompletas en
el presente texto. Una reciente interpretación de un decreto de Antíoco III de Siria
(223-187) indica la existencia de un atrio interior y otro exterior. Todos eran
admitidos al último, pero sólo los judíos que se habían conformado a la pureza de
las leyes levíticas tenían permiso para entrar al atrio interior. Se hicieron también
provisiones de habitaciones adecuadas donde almacenar los utensilios utilizados
en el templo. Una de tales habitaciones fue apropiada por el amonita Tobías por
un corto período, durante la época de Nehemías (Neh. 13:4-9).

Las ceremonias de dedicación para este templo tuvieron que haber sido algo
impresionante. Complicadas ofertas consistentes en 100 toros, 200 carneros, 400
corderos y una ofrenda de 12 machos cabríos, representando las doce tribus de
Israel. La última ofrenda significaba que este culto representaba a la nación entera
con quien se había hecho el pacto. Con este servicio de dedicación los sacerdotes
y los levitas iniciaron sus servicios regulares en el santuario, según estaba
prescrito para ellos, en la Ley de Moisés.

Al mes siguiente, los judíos observaron, la pascua. Con las adecuadas ceremonias
de purificación, los sacerdotes y los levitas fueron preparados para oficiar en la
celebración de esta histórica observancia. Los sacerdotes fueron así calificados
para rociar la sangre mientras que los levitas mataban los corderos para la
totalidad de la congregación. Aunque, originalmente, el cabeza de cada familia
mata el cordero de pascua (Ex. 12:6), los levitas habían sido asignados a esta
obligación para toda la comunidad desde los días de Josías (II Crón. 30:17)
cuando la mayor parte del laicado no estaba calificado para hacerlo. En esta
forma, los levitas también aligeraban las extenuantes obligaciones de los
sacerdotes, al ofrecer los sacrificios y rociaban la sangre (II Crón. 35:11-14).

Los israelitas que todavía estaban viviendo en Palestina, se unieron a los exiliados
que volvían en esta alegre celebración. Separándose de las prácticas paganas a
las cuales habían sucumbido, los israelitas renovaron su pacto con Dios a quien
daban culto en el templo.

La dedicación del templo y la observancia de la pascua en la primavera del 515 a.


C. marcaron una crisis histórica en Jerusalén. Las esperanzas de los desterrados
se habían realizado al restablecer el templo como un lugar de culto divino. Al
mismo tiempo, se les recordaba por la pascua la redención de la esclavitud de
Egipto. También gozaron, con la realidad de volver a la patria procedentes del
exilio en Babilonia.

La historia de Ester

El relato bíblico es casi completamente silencioso por lo que concierne al estado


judío en Jerusalén desde el tiempo de la terminación del templo en el año sexto de
Darío (515 a. C.) hasta el reinado de Artajerjes I, que comenzó en el 464 a. C. La
historia de Ester constituye la principal fuente bíblica para este período.
Históricamente está identificado con el reinado de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.)
y está restringido al bienestar de los exiliados que no volvieron a Jerusalén.

Aunque el nombre de Dios no se menciona en el libro de Ester, la divina


providencia y el cuidado sobrenatural aparecen por doquier. El ayuno está
reconocido como una práctica religiosa. La fiesta del Purim conmemorando la
liberación de los judíos, encuentra una razonable explicación, cuando los
acontecimientos en el libro de Ester están reconocidos como el fondo histórico. La
referencia a esta fiesta en II Macab. 15:36, como el día de Mardoqueo, indica que
era observada en el siglo II a. C. En los días de Josefo, el Purim era celebrado
durante toda una semana (Antiquities, xi, 6:13).

Susa, la capital de Persia, es el punto geográfico de interés en el libro de Ester.


Desde los días de Ciro, había compartido la distinción de ser una ciudad real,
como Babilonia y Ecbatana. El magnífico palacio de Jerjes ocupaba dos acres y
medio de la acrópolis de esta gran ciudad elamita. Cronológicamente, los sucesos
de Ester están fechados en el año tercero al duodécimo de Jerjes (ca. 483-471 a.
C.).

Los judíos en la corte persa

De todo este vasto imperio que se extendía desde la India a Etiopía, Jerjes reunió
a los gobernadores y oficiales en Susa por un período de seis meses, durante el
tercer año de su reinado. En una celebración de siete días, el rey les atendió con
banquetes y fiestas, mientras que la reina Vasti era la anfitriona en el banquete
para las mujeres. Al séptimo día, Jerjes, intoxicado, solicitó la aparición de Vasti
para mostrar su corona y belleza ante su festivo auditorio y los dignatarios del
gobierno. Ella ignoró las órdenes del rey, rehusando con ello poner en peligro su
real prestigio. Jerjes se puso furioso. Conferenció con los sabios, quienes le
aconsejaron que depusiera a la reina. El rey actuó de acuerdo con este consejo y
suprimió a Vasti de la corte real. Las mujeres de todo el imperio recibieron el aviso
de honrar y obedecer a sus maridos a menos que quisieran seguir el ejemplo de
Vasti.

Cuando Jerjes comprobó que Vasti había quedado relegada al olvido por su edicto
real, dispuso la elección de una nueva reina. Se eligieron doncellas por toda
Persia y fueron llevadas a la corte del rey en Susa. Entre ellas, estaba Ester, una
huérfana judía que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. A su debido
tiempo, cuando las doncellas aparecieron ante el rey, Ester, que había escondido
su identidad racial, fue favorecida por encima de todas las demás y coronada reina
de Persia. En el séptimo año del reinado de Jerjes, ella recibió público
reconocimiento y se celebró un banquete ante los príncipes.

El rey mostró su placer por el reconocimiento de Ester, como reina, al anunciar la


reducción de tributos, al par que liberalmente distribuyó regalos.

Con anterioridad a la elevación de Ester, Mardoqueo expresó su profunda


preocupación respecto al bienestar de su prima merodeando constantemente por
la corte real. De la misma forma, mantuvo estrecho contacto con Ester tras que
hubo sido proclamada reina. Así es, como Mardoqueo, mientras que se hallaba
cerca de las puertas de palacio, supo que dos guardias conspiraban para matar al
rey. A través de Ester, el complot fue comunicado a las autoridades competentes y
los dos criminales fueron ahorcados. En la crónica oficial, Mardoqueo gozó del
crédito de haber salvado la vida del rey.

Amenaza al pueblo judío

Aman, un miembro influyente de la corte de Jerjes, gozaba de un elevado puesto


sobre todos los demás favoritos de la corte. De conformidad con la orden del rey,
fue debidamente honrado por todos, excepto por Mardoqueo, que como judío
rehusó prestar obediencia. Sabiéndolo, Aman no tomó ninguna medida para
castigar a Mardoqueo. Sin embargo, Aman sabía que Mardoqueo era judío y en
consecuencia desarrolló un plan para la ejecución de todos los judíos. No
solamente extendió el rumor y la sospecha sobre de que eran peligrosos para el
imperio, sino que aseguró al rey de las enormes ganancias que se obtendrían de
confiscar todos sus bienes y propiedades. El rey dio oídos a la sugerencia de
Aman y prestó su sello real para dar la correspondiente orden. En "consecuencia,
en el décimo tercero día de Nisan (el primer mes) se publicó un edicto para la
aniquilación de todos los judíos por todo el Imperio Persa. Aman designó el día
décimo tercero de Adar (el mes duodécimo) como la fecha de la ejecución.

Por todas partes, este decreto al ser hecho público, hizo que los judíos
respondiesen con ayunos y luto. Cuando el propio Mardoqueo apareció en las
puertas del palacio vestido de saco y cubierto de cenizas, Ester le envió un traje
nuevo. Mardoqueo rehusó la oferta y alertó a Ester de lo que concernía a la suerte
de los judíos. Cuando Ester habló del peligro personal que implicaba el
aproximarse al rey sin una invitación, Mardoqueo sugirió que ella había sido
dignificada con la posición de reina para una oportunidad precisamente como
aquella. Por lo tanto, Ester resolvió arriesgar su vida por su pueblo y solicitó que
éste tuviera un ayuno de tres días.

Al tercer día, Ester apareció ante el rey. Ella invitó al rey y a Aman a cenar. En
aquella ocasión no dio a conocer su preocupación verdadera, sino simplemente
solicitó que el rey y Aman aceptasen la invitación para cenar al próximo día. En su
camino a casa, Aman se enfureció de nuevo cuando Mardoqueo rehusó inclinarse
ante él. Ante su esposa y a un grupo de amigos reunidos, se jactó de todos los
honores reales que se le habían concedido, pero indicó que todas las alegrías se
habían disipado por la actitud de Mardoqueo. Recibiendo el consejo de colgar a
Mardoqueo, Aman inmediatamente ordenó la erección de un cadalso para la
ejecución.

Triunfo de los judíos

Aquella misma noche, Jerjes no pudo conciliar el sueño. Su insomnio pudo haber
evocado en él el hecho de que algo había quedado sin hacer. No se le habían
leído las crónicas reales. Inmediatamente, tras que supo para su sorpresa que
Mardoqueo nunca había sido recompensado por descubrir el complot de palacio,
hecho por los guardias, Aman llegó a la corte esperando tener la seguridad de la
aprobación del rey para la ejecución de Mardoqueo. El rey preguntó en el acto a
Aman qué debería hacerse por un hombre a quien el rey deseaba honrar. Aman,
con la segura confianza de que se trataba de él, recomendó que tal hombre
debería ser vestido con ropajes reales y escoltado por un noble príncipe a través
de la plaza principal de la ciudad, montando el caballo del rey y proclamando
como un alto oficial, como decisión del rey por tal alto honor. La sorpresa que re-
cibió Aman fue indescriptible cuando supo que era Mardoqueo quien iba a recibir
semejantes honores reales y que él mismo había sugerido.

Las cosas se precipitaron. En el segundo banquete, Ester no vaciló más.


Valientemente y en presencia de Aman, la reina imploró al rey el que la salvara a
ella y a su pueblo de la aniquilación. Cuando el rey inquirió quién había podido
hacer tales proyectos para el pueblo de Ester, ella sin vacilar, señaló a Aman
como el criminal instigador. Furioso el rey salió de la habitación real. Dándose
cuenta de la seriedad de la situación, Aman rogó por su vida ante la reina. Cuando
el rey volvió, encontró a Aman postrado en el diván real mientras que la reina
permanecía sentada. Equivocando las intenciones de Aman, Jerjes ordenó la
ejecución de Aman. Irónicamente, Aman fue colgado en la misma horca que él
había preparado para Mardoqueo (Ester 7:10).

Tras la deshonrosa muerte de Aman, Mardoqueo se convirtió en un personaje


influyente en la corte de Jerjes. El último edicto de matar a todos los judíos fue
anulado inmediatamente. Además, con la aprobación del rey, Mardoqueo emitió
un nuevo edicto estableciendo que los judíos pudieran vengarse por sí mismos de
cualquier ofensa que se les hiciese. Los judíos se pusieron tan alegres con este
anuncio, que muchos comenzaron a temer las consecuencias. No pocos
adoptaron las formas exteriores de la religión judía con objeto de evitar la
violencia.

La fecha crucial fue el décimo tercer día de Adar, que Aman había designado para
la aniquilación de los judíos y la confiscación de sus propiedades. En la lucha que
siguió, miles de no judíos fueron muertos. Sin embargo, la paz fue pronto
restaurada y los judíos instituyeron una celebración anual para conmemorar su
liberación. Purim fue el nombre que se dio a este día de fiesta porque Aman había
determinado aquella fecha echándolo a suertes, o Pur.

Esdras el reformador

Cincuenta y ocho años pasaron en silencio entre Esdras 6 y 7. Se conoce muy


poco respecto a los acontecimientos en Jerusalén desde la dedicación del templo
(515 a. C.) hasta el retorno de Esdras (457) en el año séptimo de Artajerjes, rey de
Persia.

Un breve informe de las actividades de Esdras en Jerusalén, y en el retorno de los


exiliados bajo su caudillaje, se da en Esdras 7:1-10:44.

I. Retorno de Esdras Esdras 7:1-8:36


Cronológicamente, las fechas dadas en estos capítulos no cubren necesariamente
más de un año. El siguiente parece ser el orden de los acontecimientos :

Nisán (primer mes)

1-3 acampamento junto al río Ahava.

4-11 preparación para la jornada.

12 comienzo de la jornada hasta Jerusalén.

Ab (mes quinto)

El primer día de este mes llegan a Jerusalén.

Kislev (mes noveno)

Asamblea pública convocada en Jerusalén tras de que Esdras es informado


respecto a los matrimonios mixtos.

Tabeth (mes décimo)

Comienzo de la investigación sobre la culpabilidad de los grupos y final del primer


día de Nisán.

El retorno de Esdras

Entre los exiliados de Babilonia, Esdras, un levita piadoso de la familia de Aarón,


se dedicó al estudio de la Tora. Su interés en dominar la ley de Moisés, encontró
expresión en un ministerio de enseñanza a su pueblo. Siempre dispuesto a volver
a Palestina, Esdras apeló a Artajerjes para la aprobación de su movimiento de
retorno a la patria. Para alentar a los exiliados a retornar a Jerusalén bajo el
mando de Esdras, el rey persa emitió un decreto importante (Esdras 7:11-26),
comisionando a Esdras para nombrar magistrados y jueces en la provincia judía.
Además, Esdras recibió poderes para confiscar las propiedades y encarcelar o
ejecutar a cualquiera de los que no estuviesen conformes.

Artajerjes hizo un generoso apoyo financiero aprovisionando la misión de Esdras.


Generosas contribuciones reales, ofrendas hechas por libre voluntad de los
propios exiliados y vasos sagrados para uso del templo, fueron dados a Esdras
para el templo de Jerusalén. Artajerjes tenía tal confianza en Esdras que le
entregó un cheque en blanco contra el tesoro real para cualquier cosa que
estimara necesaria en el servicio del templo. Los gobernadores provinciales
situados más allá del Eufrates, recibieron la orden de suministrar a Esdras en
dinero y alimentos, bajo apercibimiento de que la familia real caería en el castigo
de la ira del Dios de Israel. Para mayor ventaja todavía, todos aquellos que
estuviesen dedicados al servicio del templo, cantores, sirvientes, porteros,
guardianes y sacerdotes, quedaron exentos de tributos.

Reconociendo el favor de Dios y alentado por el cordial y generoso apoyo de


Artajerjes, Esdras reunió a los jefes de Israel sobre las orillas del río <^hava en el
primer día de Nisán Cuando Esdras notó que los levitas estaban ausentes nombró
una delegación para llamar a iddo en Casifia. En respuesta, 40 levitas y 220
sirvientes del templo se unieron a la emigración. Ante el grupo expedicionario de
1.800 hombres y sus familias, Esdras confesó cándidamente que estaba
avergonzado de pedir al rey protección de la policía. Ayunando y orando, apeló a
Dios para su divina protección, al empezar el largo y traicionero viaje de casi 160
kms., hasta Jerusalén.

La marcha comenzó en el duodécimo día de Nisán. Tres meses y medio más


tarde, en el primer día de Ab, llegaron a Jerusalén. Tras de que los sacerdotes y
levitas comprobaran los tesoros y los vasos sagrados procedentes de Babilonia en
el templo, los exiliados que habían retornado al hogar patrio ofrecieron elaboradas
ofrendas en el atrio. A su debido tiempo, los sátrapas y gobernadores de toda Siria
y Palestina aseguraron a Esdras el aporte de su ayuda y apoyo para el estado
judío.

La reforma en Jerusalén

Un comité local de oficiales informó a Esdras de que ios israelitas eran culpables
de haberse casado con habitantes paganos. Entre los participantes, incluso se
hallaban jefes religiosos y civiles. Esdras no sólo se desgarró las vestiduras en
señal de su profundo disgusto, sino que se arrancó los cabellos para expresar su
indignación moral y su ira. Sorprendido y aturdido se sentó en el atrio del templo,
mientras que el pueblo temía las consecuencias que se amontonaban en su
entorno. AI tiempo del sacrificio del atardecer, Esdras se levantó de su ayuno y
con los vestidos rotos, se arrodilló en oración, confesando audiblemente el pecado
de Israel.

Una gran multitud se unió a Esdras mientras que oraba y lloraba públicamente.
Secanías, hablando por el pueblo, sugirió que existía la esperanza para ellos en
una nueva alianza y aseguró a Esdras todo su apoyo para suprimir todos los
males sociales. Inmediatamente, Esdras emitió un juramento de conformidad de
los jefes del pueblo.

Retirándose a la cámara de Johanán por la noche, Esdras continuó ayunando,


orando y llevando luto por los pecados de su pueblo. Mediante una proclamación
por todo el país, el pueblo fue citado con urgencia, bajo pena de excomunión y
pérdida de los derechos de sus propiedades, a reunirse en Jerusalén en el término
de tres días. En el vigésimo día del mes de Kislev, se reunieron en la plaza
cuadrada ante el templo.
Esdras se dirigió a la temblorosa congregación y le hizo saber la gravedad de su
ofensa. Cuando el pueblo le expresó su buena voluntad a aceptar lo que
ordenase, Esdras estuvo conforme en dejar a los oficiales que representaban al
pueblo que la congregación se disolviera, puesto que ya era la estación de las
lluvias. Asistido por un grupo selecto de hombres y ayudado por representantes de
varias partes del Estado judío, Esdras llevó a cabo un examen de culpabilidad de
los grupos durante tres meses.

Una lista impresionante de sacerdotes, levitas y laicado, totalizando 114 personas,


era culpable de haber contraído matrimonios mixtos. Entre los dieciocho
sacerdotes culpables, había parientes próximos de Josué, el sumo sacerdote, que
había retornado con Zorobabel. De hecho, una comparación de Esdras 10:18-22,
con 2:36-39, indica que ninguno de los sacerdotes que habían vuelto estaba libre
de haber contraído un matrimonio mixto. Sacrificando un carnero por cada ofrenda
de culpabilidad, los grupos culpables hicieron un solemne juramento de anular sus
respectivos matrimonios.

Nehemías el gobernador

La historicidad de Nehemías no ha sido nunca puesta en duda por ningún erudito


competente. Emergiendo como una de las figuras más destacadas en la era post-
exílica, sirvió a su pueblo efectivamente desde el año 444 a. C. Perdió sus
derechos a la posición que disfrutaba en la corte persa para servir a su propia
nación en la reconstrucción de Jerusalén. Su desventaja física como eunuco, se
convirtió en un mérito en su devoto servicio y distinguido liderazgo durante los
años que fue un activo gobernador del Estado judío.

Esdras había estado en Jerusalén trece años cuando llegó Nehemías. Mientras
que el primero era un escriba instruido y un maestro, el último demostró una fuerte
y agresiva capacidad de conducción política en los asuntos públicos. El éxito de la
reconstrucción de las murallas a despecho de la posición del enemigo,
proporcionó seguridad para los exiliados que retornaron, de tal forma, que podían
dedicarse por sí mismos, bajo la jefatura de Esdras, a las responsabilidades
religiosas que estaban prescritas por la ley. En esta forma, el gobierno de
Nehemías procuró las más favorables condiciones para el engrandecido ministerio
de Esdras.

Las fechas cronológicas dadas en Nehemías, suponen doce años para el primer
término de Nehemías como gobernador, comenzando en el vigésimo año de
Artajerjes (444 a. C.). En el duodécimo año de su término (Neh. 13: 6), Nehemías
volvió a Persia (432). No se indica qué pronto volvió a Jerusalén o cuánto tiempo
continuó como gobernador.

Los sucesos relatados en Neh. 1-12, pudieron todos haber ocurrido durante el
primer año de su mandato. En el primer día del primer mes, Nisán, (444 a. C.),
Nehemías recibió seguridad para su vuelta a Jerusalén (Neh. 2: 1). Siendo un
hombre de acciones decisivas, indudablemente debió salir sin pérdida de tiempo.
La reparación de las murallas fue completada en Elul, el mes sexto (Neh. 6:15).
Puesto que este proyecto fue comenzado unos pocos días después de su llegada
y completado en cincuenta y dos días, el tiempo permitido para su preparación y
viaje es de aproximadamente de cuatro meses. Durante el mes séptimo (Tishri)
Nehemías cooperó totalmente con Esdras en las observancias religiosas (Neh. 7-
10), continuó su empadronamiento y muy verosímilmente dedicó las murallas en el
período inmediatamente siguiente (Neh. 11-12). Excepto por unas pocas
declaraciones que resumen la política de Nehemías, el lector queda con la
impresión de que todos esos acontecimientos ocurrieron dentro del primer año
después de su retorno.

Comisionado por Artajerjes

Entre los miles de judíos exiliados que no habían retornado a Judá, estaba
Nehemías. En su busca del éxito, había sido especialmente afortunado en ocupar
un alto cargo entre los oficiales de la corte persa, siendo copero de Artajerjes
Longimano. Viviendo en la ciudad de Susa, aproximadamente a 160 kms. al
nordeste del Golfo Pérsico, se hallaba confortablemente situado en la capital de
Persia. Cuando le llegó el informe de que las murallas de Jerusalén estaban
todavía en ruinas, Nehemías se sintió dolorosa-mente sorprendido. Durante días y
días ayunó y llevó luto, lloró y rogo por su pueblo en Jerusalén.

La oración registrada en Neh. 1:5-11, representa la esencia de la intercesión de


Nehemías durante este período de luto y de llanto. Refleja su familiaridad con la
historia de Israel, el pacto del monte Sinaí, la ley dada a Moisés que había sido
rota por Israel y la promesa de la restauración por los migrantes arrepentidos.
Nehemías reconoció al Dios del pacto como al Dios de Israel y de los cielos,
apelando a El para que fuese misericordioso con Israel. En conclusión, pidió que
Dios pudiera concederle a él el favor del rey de Persia, su dueño.

Tras tres meses de oración constante, Nehemías se hallaba encarado con una
dorada oportunidad. Mientras esperaba, el rey se dio cuenta de la enorme tristeza
de Nehemías. A la pregunta de su rey, Nehemías con, miedo y temblando expresó
su dolor por la caótica condición de Jerusalén. Cuando Artajerjes, graciosamente,
le pidió que declarase sus deseos, Nehemías se apresuró a orar en silencio y
pidió, valientemente, al rey que le enviase a reconstruir Jerusalén la ciudad de los
sepulcros de sus padres. El rey de Persia, no sólo autorizó debidamente a
Nehemías para llevar a cabo tal misión, sino que envió cartas en su nombre a
todos los gobernadores de más allá del Eufrates para que le suministrasen
materiales de construcción para las murallas y las puertas de la ciudad, lo mismo
que para su casa particular.

La misión en Jerusalén

La llegada de Nehemías a Jerusalén, completada con oficiales del ejército y con


caballería, alarmó a los gobernadores circundantes. Acompañado por un pequeño
comité, Nehemías pronto hizo un plan para recorrer la ciudad de noche
inspeccionando la condición de las murallas. Una vez allí, reunió al pueblo y lo
enfrentó con el propósito de reconstruirlas. Entusiásticamente encontró el más
caluroso apoyo por parte de todos. Como eficiente organizador, Nehemías asignó
al pueblo las diferentes puertas y secciones de las murallas de Jerusalén (3:1-32).

Tal súbita e intensa actividad, hizo surgir la oposición de las provincias


circundantes. Jefes influyentes, tales como Sanbalat el horonita, Tobías el
amonita, y Gesem el árabe, culparon a los judíos con la rebelión, tan pronto como
comenzó el trabajo. Cuando comprobaron que el proyecto de reparación iba
desarrollándose con gran rapidez, se enfurecieron hasta el punto de organizar una
resistencia. Sanbalat y Tobías, ayudados por los árabes, los amonitas y los
asdoditas, hicieron planes para atacar a Jerusalén.

Por aquel tiempo, la muralla se hallaba completada hasta la mitad de su altura.


Nehemías no solo oró, sino que nombró guardias, día y noche. A todo lo largo de
la parte más baja de la muralla, el deber de la guardia fue confiado a varias
familias. Con la comprobación de que los enemigos estaban fracasados en su
proyecto, por este eficiente y efectivo sistema de la guardia, los judíos reunieron
sus esfuerzos para la construcción. Una mitad del pueblo continuó con las
reparaciones con, la espada dispuesta, mientras que la otra mitad permanecía en
guardia permanente. Además de todo esto, al toque de la trompeta, todos los que
estaban bajo órdenes se apresuraban a acudir inmediatamente al punto de peligro
para resistir el ataque enemigo. No se permitió a ninguno de los trabajadores salir
de Jerusalén. Trabajaron desde el amanecer hasta el crepúsculo y permanecían
de guardia durante la noche.

El esfuerzo intensivo para completar la reparación de las murallas, fue


especialmente difícil para las clases más pobres del pueblo. Económicamente
encontraron demasiado duro pagar tributos e impuestos, intereses, y socorrer a
las familias mientras ayudaban a reconstruir las murallas. Algunos incluso se
encararon con el propósito de hacer esclavos a sus hijos en lugar de aumentar sus
deudas. Inmediatamente, Nehemías convocó una asamblea pública y exigió una
promesa de los agresores de devolver al pueblo necesitado lo que les había sido
tomado. Los pagos con intereses fueron cancelados. Como administrador el
propio Nehemías dio el ejemplo. Dejó de percibir del pueblo sus derechos de
gobierno en alimentos y en dinero durante los doce años de su primer período,
como habían hecho sus antecesores. Además, 150 judíos y oficiales que visitaban
Jerusalén fueron huéspedes de la mesa de Nehemías gratuitamente. Ni él ni sus
sirvientes adquirieron hipotecas sobre la tierra por préstamos de dinero y grano, al
ayudar al necesitado. En esta forma, Nehemías resolvió efectivamente la crisis
económica durante los días cruciales de la reparación.

Cuando los enemigos de los judíos oyeron que las murallas se hallaban casi
completas a despecho de la oposición que habían ofrecido, esbozaron planes para
embaucar a Nehemías. Cuatro veces, Sanbalat y Gesem le invitaron a
encontrarse con ellos en uno de los poblados del valle del Ono. Sospechando sus
malas intenciones, Nehemías declinó la invitación, dando la razonable excusa de
que estaba demasiado ocupado. La quinta tentativa fue una carta abierta de
Sanbalat, acusando a Nehemías con planes para la rebelión y de tener la personal
ambición de ser rey. Con la advertencia de que esto podría ser informado al rey de
Persia, Sanbalat urgió a Nehemías, para que se reuniera con ellos y discutir la
cuestión. Nehemías valientemente replicó a tal amenaza acusando a Sanbalat de
utilizar su imaginación. Al misino tiempo, elevó una oración a Dios para que
reforzase su responsabilidad.

El próximo paso de sus enemigos, fue reprochar a Nehemías ante su propio


pueblo. Astutamente, Sanbalat y Tobías se valieron de un falso profeta, Semaías,
para intimidar y engañar al gobernador judío. Cuando Nehemías tuvo ocasión de
hablar con Semaías, que se había confinado en su residencia, el falso profeta
sugirió que buscasen refugio en el templo, y advirtió a Nehemías del complot que
se había urdido para matarle. Enfáticamente Nehemías contestó: ¡No! En primer
lugar, él no quería huir a ninguna parte. Por lo demás, no quería refugiarse en el
templo. Indudablemente, Nehemías previo que tal acto le expondría a una severa
crítica de parte de su propio pueblo y tal vez al juicio de Dios por entrar en el
templo, puesto que él no era sacerdote. Se dio cuenta de que Semanías era un
falso profeta que había sido alquilado por Sanbalat y Tobías. Puesto en oración,
Nehemías expresó su deseo de que Dios, no solamente recordase a los Jos
enemigos suyos, sino también la falsa profetisa Nodías y oíros falsos profetas que
trataban de intimidarle.

Añadido a todos esos problemas, estaba el hecho de que Tobías y su hijo


Johanán estaban relacionados con familias prominentes en Judá. El suegro de
Tobías, Secanías, era el hijo de Ara, quien retornó con Zorobabel (Esdras 2:5) y el
suegro de Johanán, Mesulam, era un activo participante en la reconstrucción de
las murallas (Neh. 3:4, 30). Incluso el sumo sacerdote Eliasib estaba aliado con,
Tobías aunque esta relación no esté establecida. En consecuencia, había una
frecuente correspondencia entre Tobías y aquellas familias de Judá. Este efectivo
canal de comunicación hizo las cosas más difíciles a Nehemías, ya que sus
acciones y planes eran constantemente puestas en conocimiento de Tobías.
Aunque los parientes de Tobías dieron informes complementarios respecto a sus
buenas acciones, Nehemías tenía la certeza de que Tobías sólo albergaba malas
intenciones hacia el pueblo de Jerusalén.

A pesar de estas oposiciones y dificultades, la muralla de Jerusalén fue


completada en cincuenta y dos días. Los enemigos quedaron frustrados e
impresionados de las naciones circundantes, comprobando que de nuevo, Dios
había favorecido a Nehemías. El éxito de la terminación del proyecto de
reparación de Nehemías de cara a la oposición puesta por sus enemigos,
estableció el respeto y el prestigio del estado judío entre las provincias al oeste del
Eufrates.

La reforma bajo Esdras


Con Jerusalén segura dentro de sus murallas, Nehemías volvió su atención a
otros problemas. Un sistema de guardia esencial para prevenir ataques enemigos,
fue confiado a Hanani, el hermano de Nehemías, y a Hananías, que ya estaba a
cargo de la ciudad anexa a la zona del templo por el norte. Además de los
guardianes de las puertas que eran responsables del atrio, Nehemías reclutó
cantores y levitas, asignándoles a puestos en las puertas y murallas de la totalidad
de Jerusalén.

El personal civil que vivía dentro de Jerusalén, fue encargado de montar guardia
durante la noche en las partes respectivas próximas a sus casas. Aunque habían
pasado noventa años desde que la ciudad fue reedificada, existían zonas
pobladas a grandes trechos que la defensa resultaba inadecuada. Encarándose
con este problema, Nehemías hizo un llamamiento a los jefes para registrar a todo
el pueblo en la provincia con objeto de reclutar alguna parte de sus habitantes
para establecerla en Jerusalén. Mientras contemplaba la ejecución de su plan,
encontró el registro genealógico del pueblo que había retornado del exilio en los
días de Zorobabel. Con excepción de pequeñas variaciones, que podían ser
atribuidas a errores cometidos por los escribas o a la trascripción, este registro en
Neh. 7:6-73 es idéntico a la lista registrada en Esdras 2:3-67.

Antes de que Nehemías tuviera la oportunidad de ejecutar sus planes, el pueblo


comenzó a reunirse para las actividades religiosas del séptimo mes. Tishri,
durante el cual se observaban la fiesta de las Trompetas, el día de la Expiación y
la fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:23-43). Nehemías apoyó completamente al
pueblo en su devoción religiosa, su nombre aparece el primero en la lista de
aquellos que firmaron el pacto (Neh. 10:1). Indudablemente, su programa
administrativo dio precedencia a las actividades religiosas durante este mes y fue
resumido con renovado esfuerzo en el subsiguiente período. Nehemías, que no
era sacerdote, queda relegado durante las actividades religiosas, siendo
solamente mencionado dos veces, en Neh. 8-10.

Esdras, el sacerdote y escriba, emerge como el líder más sobresaliente. Habiendo


llegado antes como un maestro de fama en, la enseñanza de la ley, sin duda
alguna, era bien conocido por la gente en toda la provincia. Aunque no está
registrado en Esdras o en Nehemías, es de lo más razonable asumir que Esdras
había en años anteriores reunido al pueblo para la observancia de las fiestas y las
estaciones. Aquel año el pueblo tenía una poderosa razón para hacer una
celebración más importante que nunca. Tras las cerradas murallas de Jerusalén,
pudo reunirse en paz y seguridad, sin temor a ningún, ataque enemigo.
Indudablemente, la moral del pueblo tuvo que haberse reforzado mediante el
liderazgo que con tanto éxito había ostentado Nehemías.

La fiesta de las Trompetas distinguía el primer día del séptimo mes, de todas las
otras nuevas lunas. Conforme el pueblo se reunía aquel año en la puerta de las
Aguas al sur del atrio del templo, unánimemente solicitaba de Esdras que leyese
la ley de Moisés. Situado sobre una plataforma de madera, leyó la ley a la
congregación que permaneció de pie desde el amanecer hasta el mediodía. Para
ayudar al pueblo, a su comprensión, los levitas exponían, la ley intermitentemente
mientras que Esdras leía. Cuando la lectura arrancó lágrimas de los ojos del
pueblo, Nehemías, ayudado por Esdras y los maestros levitas, les amonestó a
regocijarse y a hacer de aquella festiva ocasión, una oportunidad para compartir
los alimentos preparados en una común camaradería.

El segundo día, los representantes de las familias, los sacerdotes y los levitas, se
reunieron con Esdras para un cuidadoso estudio de la ley. Cuando comprobaron
que Dios había revelado mediante Moisés que los israelitas tenían que habitar en
casetas para la observancia de la fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:39-43),
instruyeron al pueblo mediante una pública proclamación. Con entusiasmo, el
pueblo salió a las colinas y trajeron ramas de olivo, mirtos, y hojas de palmera en
abundancia, erigiendo casetas por todas partes, sobre los tejados de las casas,
en, privado y en público, en los patios, y en las plazas públicas. Tan amplia fue la
participación que resultó la más importante y festejada observancia de la fiesta de
los Tabernáculos desde los días de Josué, que había conducido a Israel a la
conquista de Canaán.

La ley fue leída públicamente cada día durante los siete días de esta fiesta (Tishri
15-21). En el octavo día hubo una sagrada convocatoria y se ofrecieron los
sacrificios prescritos.

Tras dos días de tregua, el pueblo volvió a reunirse para la oración y el ayuno.
Esdras y los levitas asistentes dirigieron los servicios públicos, conduciendo al
pueblo en la lectura de la ley, la confesión del pecado y la ofrenda de gracias a
Dios. En una larga y significativa plegaria (9:6-37) la justicia y la misericordia de
Dios fueron debidamente reconocidas.

En un pacto escrito, firmado por Nehemías y otros representantes de [a


congregación, el pueblo se ligó mediante un juramento obligándose a mantener la
ley de Dios que había sido dada mediante Moisés. Dos leyes fueron escritas con
especial énfasis: los matrimonios mixtos con paganos y la observancia del sábado.
Esta última, no sólo impedía toda actividad comercial en el sábado, sino que
incluía la observancia de otras fiestas y la promesa de barbechar las tierras cada
siete años.

La implicación de este compromiso era realista y práctica. Cada individuo estaba


obligado a pagar anualmente un tercio de un siclo para la ayuda del ministerio del
templo lo que aseguraba la constante provisión de los panes ácimos, y las
ofrendas especiales diarias y las de los días festivos. La madera para las ofrendas
se recaudaba en conjunto. El pueblo reconocía su obligación de dar el diezmo, los
primeros frutos, el primogénito y otras contribuciones prescritas por la ley.
Mientras que el primogénito y los primeros frutos eran llevados a los sacerdotes al
templo, el diezmo podía ser recaudado por los levitas en toda la provincia y traído
por ellos para ser depositado en las cámaras del templo. En esta forma, el pueblo
hacía un compromiso público para no descuidar la casa de Dios.
El programa de Nehemías y su política

Nehemías concluyó la ejecución de su plan, para incrementar la población de


Jerusalén, asegurando así la defensa civil. El estaba convencido de que aquello
era una orden divina (Neh. 7:5). Indudablemente, puso el empadronamiento al día
utilizando el registro genealógico de la época de Zorobabel. Se consiguió que una
décima parte de la población cambiase de residencia y fuese a vivir a Jerusalén.
De este modo, las zonas escasamente habitadas dentro de la ciudad estuvieran
suficientemente ocupadas para proporcionar una adecuada defensa de la ciudad.

El registro de que aquellos que vivían en Jerusalén y poblaciones circundantes


(Neh. 11:3-36) representa la población como estaba en los días de y Nehemías.
Los residentes en Jerusalén fueron catalogados por cabezas de familia, mientras
que los habitantes de toda la provincia, lo eran simplemente anotados por
poblaciones. El registro de sacerdotes y levitas (Neh. 12:1-26) en parte procede
del tiempo de Zorobabel y se extiende al tiempo de Nehemías.

La dedicación de las murallas de Jerusalén implicó a la totalidad de la provincia.


Los jefes civiles y religiosos y otros participantes fueron organizados en dos
procesiones. Encabezados por Esdras y Nehemías, una procedía hacia la derecha
y la otra hacia la izquierda, al marchar sobre las murallas de Jerusalén. Cuando
los dos grupos se encontraron en el templo, se hizo un gran servicio de acción de
gracias con música proporcionada por orquesta y coros. Se presentaron
abundantes sacrificios como expresión de alegría y acción de gracias. Incluso las
mujeres y los niños compartieron, el gozo de aquella festiva ocasión al participar
en las fiestas que acompañaban a las ofrendas. Tan extensas y alegre fue la
celebración, que el triunfante ruido fue oído desde muy lejos.

Como un eficiente administrador, Nehemías organizó a los sacerdotes y levitas


para cuidarse de los diezmos y otros contribuciones hechas por el pueblo (Neh.
12:44 ss.). Desde varias poblaciones de la provincia, aquellos obsequios fueron
apropiadamente canalizados hacia Jerusalén mediante levitas responsables, de tal
forma que los sacerdotes y levitas pudieron efectivamente llevar a cabo sus
deberes.

Los cantores y los guardianes de las puertas de la ciudad, también recibieron su


regular apoyo, para que pudieran prestar sus servicios como estaba prescrito por
David y Salomón (II Crón. 8:14). El pueblo se gozaba con el ministerio de los
sacerdotes y levitas, y los apoyaba, de todo corazón, en la ministración del templo.

La lectura del libro de Moisés les hizo conscientes del hecho de que los amonitas
y moabitas no deberían ser bienvenidos en la asamblea judía. Se hizo lo preciso
para conformar todo aquello con la ley.

Durante su duodécimo año de gobernador de Judá (ca. 432 a. C.), Nehemías hizo


un viaje de vuelta a Persia. La duración de su estancia no está indicada, pero tras
algún tiempo Artajerjes de nuevo le dio permiso para volver a Jerusalén.
Durante el tiempo de la ausencia de Nehemías, prevaleció la laxitud religiosa.
Eliasib, el sumo sacerdote, había concedido a Tobías el amonita, una cámara en
el atrio del templo. No se habían pagado las retribuciones a los levitas y los
cantores del templo. Y desde que el pueblo había descuidado en llevar las
ofrendas diarias, para lo cual se había acordado el diezmo y los primeros frutos a
los levitas, éstos salieron al campo a hacer su vida.

Nehemías se indignó cuando descubrió que la cámara dedicada a almacenar las


provisiones levíticas, había sido ocupada por Tobías el amonita. Inmediatamente,
arrojó fuera el mobiliario y los adornos, ordenó la renovación de las cámaras,
restauró los utensilios sagrados y restituyó las ofrendas y el incienso.

El siguiente paso fue llamar a los oficiales a que dieran cuenta de sus actos.
Valientemente, Nehemías les acusó de haber descuidado el templo fallando en
recaudar el diezmo. Los hombres a quienes consideró dignos de confianza, fueron
nombrados tesoreros de los almacenes. Los levitas volvieron a recibir sus
asignaciones. Nehemías nuevamente expresó mediante una plegaria su deseo de
que Dios recordase las buenas acciones hechas anteriormente respecto del
templo y su personal.

La observancia del sábado fue el paso siguiente. No solamente los judíos habían
trabajado en el sábado, sino que habían permitido a los tirios residentes en
Jerusalén, el que promovieran negocios en, ese día. Advirtió a los nobles de Judá
que aquel había sido el pecado que precipitó a Judá en el cautiverio y la
destrucción de Jerusalén. En consecuencia, Nehemías ordenó que las puertas de
Jerusalén fuesen cerradas en el sábado. Ordenó a sus servidores y a los guardias
que detuvieran el tráfico comercial. Una advertencia personal de Nehemías
terminó con la llegada en el sábado de mercaderes y comerciantes que tuvieron
que esperar a que se abrieran las puertas de la ciudad, al final del día sagrado.

Los matrimonios mixtos fueron el mayor problema con que Nehemías tuvo que
enfrentarse. Algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, Níoab, y
Amón. Puesto que los niños hablaban la misma lengua que sus madres, es muy
probable que aquella gente viviese en los extremos del estado judío. De aquellos
hombres que se habían casado con mujeres paganas, Nehemías obtuvo el
juramento para desistir de tales relaciones recordándoles que incluso Salomón
había sido conducido al pecado por sus esposas extranjeras.

Con el nieto de Eliasib, el sumo sacerdote, Nehemías tomó drásticas medidas. Se


había casado con la hija de Sanbalat, gobernador de Samaría, quien había
causado problemas sin fin a Nehemías durante el año en que los judíos
restauraban las murallas de Jerusalén. Nehemías lo expulsó inmediatamente de
Judá.

Con un breve sumario de las reformas religiosas y provisiones para el adecuado


servicio del templo, Nehemías concluye el relato de sus actividades. Celoso y
entusiasmado siempre por la causa de Dios, pronuncia una oración final:
"Acuérdate de mí, Dios mío, para bien".

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