Filosofía Ilustración
Filosofía Ilustración
Filosofía Ilustración
Definida como la mayoría de edad de la humanidad, como expresa textualmente I. Kant, la Ilustración puede
considerarse como algo mas que el nombre de una etapa de la cultura occidental. Esta se presenta mas como
un método, un estilo de pensamiento y de acción e incluso una constante en todo proceso de desarrollo de la
humanidad, tanto en el plano individual como en el colectivo o cultural.
Aunque no exenta de ambigüedades y retrocesos, la Ilustración se ha caracterizado por el empleo de la razón
científico-natural frente al uso de la razón metafísica. Esta se había identificado como un estilo de
pensamiento que iba siempre acompañado de dos notas: el espíritu de sistema, por una parte, y la
construcción del orden de cosas y de su conocimiento desde un fundamento trascendente a las propias cosas
y a su percepción sensorial. La Ilustración, por el contrario coincide con los empeños que comienzan ya
desde la Nueva ciencia de Galileo por construir un método de conocimiento que no parte de presupuestos o
prejuicios (critica de F. Bacon a los ídolos), que no subordine los resultados del conocimiento a una previa
concepción o sistema del mundo, y en definitiva que confía en el poder de la razón natural del hombre para
conocer la realidad, explorarla y dominarla.
De modo complementario, el compromiso político se convierte en otra de las premisas ilustradas. La lucha
contra la ignorancia y la superstición religiosa la hace portadora de los principios básicos que aun hoy rigen
buena parte de nuestras sociedades:
- La igualdad natural de todos los hombres, que implica el reconocimiento del principio básico de las
sucesivas declaraciones de Derechos humanos.
- La libertad civil, que existe allí donde rigen las leyes, universalmente validas para todos los ciudadanos, y
cuya garantía en buena medida depende de la separación de poderes.
- La soberanía popular, principio según el cual la fuente de legitimidad del poder es siempre la voluntad del
pueblo.
Los ilustrados tienen conciencia de que se está produciendo una transformación de las ideas, especialmente
gracias a Locke y Newton. Aparece una nueva forma de racionalidad y una nueva concepción de la
Naturaleza. De aquí surge una gran confianza en el progreso. En consecuencia, se renuevan también las
esperanzas de una transformación social.
Temas de la Ilustración
1. - La razón
La Ilustración crea un nuevo tipo de racionalidad distinta de la cartesiana:
Razón empírica y analítica
El cartesianismo había propuesto un modelo de razón matemática, sintética, deductiva (a partir de
principios generales “innatos”) y sistemática. La Ilustración rechaza este modelo y propone el de la razón
empírica y analítica.
Se trata de partir de la experiencia y de la sensación como origen de nuestro conocimiento. La razón tiene la
capacidad de analizar lo empírico estableciendo una alianza entre la experiencia y lo racional. “El análisis
es el método que hemos aprendido de la naturaleza misma del hombre (Condillac).
El método analítico se aplica a todos los campos: Psicología, Política, Moral, etc. De este modo la
racionalidad es más modesta, puesto que ya no se trata de la posesión de una verdad absoluta, sino búsqueda
nunca terminada, pero eso mismo, implica una continua actividad.
Voltaire
Uno de los principales impulsores de la Ilustración, participa del optimismo de la época en su lucha contra
el mal, la intolerancia, el oscurantismo y los prejuicios religiosos.
La Historia del mundo se podría entender como una lucha universal entre la razón, justificadora de la verdad
y la intolerancia, justificadora de las tinieblas.
El progreso no afecta al espíritu humano y la razón, que es la esencia del mismo, sino al dominio que la
razón ejerce sobre las pasiones en las que radican los prejuicios y errores.
La Historia es así la Historia de la Ilustración, de la aclaración progresiva que el hombre hace de sí
mismo, del progresivo descubrimiento de su base racional e implica una sucesión de oscurecimientos y
renacimientos
Kant
La Historia se caracteriza como una marcha lenta, pero segura, hacia un estado ideal de racionalidad – de
libertad o moralidad.
Las acciones de los hombres pueden interpretarse, en conjunto, respondiendo a un plan. No son los hombres
quienes se proponen dicho plan. Aunque sigan sus propósitos particulares responden a una intención de la
naturaleza. La intención de la naturaleza es alcanzar el completo desarrollo de las disposiciones naturales de
los hombres, y que se dirigen al uso de la razón. Este desarrollo no es posible en el ámbito individual; es
tarea de la especie, y, por lo tanto, se prolonga a lo largo de toda la historia. El medio de que se sirve la
naturaleza para este propósito es la “insociable sociabilidad” del hombre. Doble tendencia que le lleva a
asociarse y a aislarse. El egoísmo es en un sentido bueno para que el individuo desarrolle sus propios
talentos. Esta insociabilidad hace que los hombres tiendan a unirse en una sociedad civil.
La constitución de una sociedad civil justa es la mayor tarea que la naturaleza propone al hombre. En esta
sociedad es necesario compaginar la máxima libertad con los límites precisos de la misma.
No basta una relación legal entre los individuos, sino que asimismo es necesaria una relación legal entre los
estados (Federación de Naciones), que sería el marco adecuado para un utópico reinado de racionalidad y
moralidad (Paz perpetua).
3. – La idea de contrato en la constitución del estado moderno
En los siglos XVII y XVIII la Teoría Política adquiere una gran importancia, intentando dar respuesta a
nuevas situaciones: surgimiento de nuevos estados, nuevas conquistas, cambios políticos (revolución
inglesa). Atrás quedó el proyecto medieval de fundar una Europa sobre la base de una religión común.
(guerras de religión, 100 años).
Se pretende construir un derecho neutral, no confesional y la Teoría del contrato será la base. Ya no será la
sociabilidad natural el fundamento de la sociedad sino el contrato, viviendo el hombre en el estado de
naturaleza anteriormente.
Casi todos los autores entienden el contrato social como una exigencia de la naturaleza humana y se
considera una mejora (excepto en Rousseau) respecto del estado de naturaleza.
Thomas Hobbes
La consideración del hombre en un estado de naturaleza asocial va a estar presente en muchos autores
posteriores, Locke, Rousseau, en los que tendrá caracteres positivos, en Hobbes es calificado de forma muy
negativa. La vida en el estado de naturaleza es de egoísmo puro, donde los hombres sólo buscan su propia
seguridad y su propio placer, lo que genera en una guerra constante de todos contra todos (homo homini
lupus). En este estado no existe ni el bien ni el mal y la fuerza y el engaño son las armas principales.
En el hombre natural dominan las pasiones, pero también tiene razón y de ella saca los principios necesarios
para salir de esta situación. Los hombres deciden llegar a un acuerdo: cada uno cede parte de sus derechos a
un tercero (soberano). Es decir, los hombres hacen entre sí un contrato y de ese contrato nace la sociedad
civil. El carácter egoísta de los hombres no cambia por hacer ese contrato: “Los convenios sin la espada, no
son más que palabras”.
Locke
Mientras que Hobbes fue el gran teórico del absolutismo, Locke lo fue del liberalismo.
En sus escritos políticos de juventud identifica la “ley de naturaleza” con la ley divina, y hace derivar todo
poder de Dios: a la razón le compete únicamente interpretar esa ley y elegir al gobernante. Pero en los dos
Tratados sobre el gobierno civil la ley de la naturaleza coincide con la razón, y el poder procede del contrato
social.
El Estado surge por un contrato entre los hombres para proteger mejor el derecho de propiedad. El
contrato supone ceder algunos derechos, fundamentalmente los de hacer leyes y castigar a los infractores.
El poder supremo es el poder legislativo (que incluye el judicial); el poder ejecutivo también está
subordinado a él. Propone pues la separación de poderes, sancionando la separación monarca-Parlamento.
Pretende limitar el poder del monarca y proteger los derechos y libertades de los individuos. Otro rasgo
importante al contrario que Hobbes es que la cesión de derechos es revocable, y los dos poderes deben actuar
siempre en función del bien público. La resistencia al poder es siempre un derecho.
La tolerancia es otro tema que aborda Locke. Defiende la libertad de pensamiento y la libertad en todo
aquello que no perjudique a los demás
Rousseau
Todo el pensamiento de Rousseau está basado en el paso del “estado de naturaleza” al “estado social”, con
el proyecto utópico de un regreso al primero sin abandonar el segundo:
1. – El estado de naturaleza. El hombre primitivo (natural) vivía aislado: no tenía una sociabilidad
natural, pero tampoco estaba en guerra contra los otros. Es el “buen salvaje”: inocencia natural, ausencia de
moral, bondad innata, igualdad. Pero este estado ya no existe. El concepto de “naturaleza” es una
construcción que sirve como punto de referencia.
2. – El paso al estado social. Se pierde la libertad y surgen las desigualdades en el momento en que se
establece el derecho de propiedad y la autoridad para salvaguardarlo. “Todo es bueno cuando sale de las
manos del Autor de las cosas pero todo degenera en manos del hombre”.
Cuando los individuos particulares no se sienten capaces de luchar contra las fuerzas degenerativas, hay que
buscar una forma de asociación que defienda la persona y los bienes de cada asociado. Mediante el pacto
social, cada uno se une a los demás. El contrato social garantiza la igualdad, y ya el paso al estado social es
como debe ser el estado, es decir, una continuación y perfeccionamiento del estado original.
No sólo el tema central es la libertad, sino que el pacto es una forma de superar la individualidad por medio
de la constitución de un nuevo ser, el cuerpo social. El individuo queda subsumido en la totalidad pero sin
perder la individualidad. Los individuos son los miembros que hacen activos a dicho cuerpo y plasman los
dictados de la Voluntad general.
Montesquieu
Montesquieu describe las diversas formas de gobierno, ocultando su preferencia por una monarquía
aristocrática. Pero insiste en la idea de que cualquier forma de gobierno debe ser moderada por distintos
contrapesos:
1) Separación de poderes, inspirada por la constitución inglesa, ejecutivo, legislativo y judicial, que
se corresponde con las tres fuerzas sociales y políticas: rey, pueblo y aristocracia. 2) Existencia de
cuerpos intermedios. 3) Descentralización. 4) El contrapeso de la moral de las costumbres y la
religión.
2. El saber
¿Qué puedo saber? es la primera de las preguntas que debe hacerse la filosofía y el tema de la Crítica de
la razón pura. La obra apareció en 1781. La Crítica de la razón pura está consagrada a resolver este
problema: ¿Es la metafísica una "ciencia"? Y si no lo es todavía, ¿puede aspirar a convertirse en ciencia?
La teoría del conocimiento de Kant intenta resolver la oposición entre racionalismo y empirismo. Para el
racionalismo cartesiano todo nuestro conocimiento tiene su origen en la razón, y la metafísica, aplicando el
método correcto, puede aspirar a conocerlo todo. Para el segundo, el origen y el límite de nuestro
conocimiento es la experiencia y por ello, siguiendo a Hume, la metafísica es imposible y las leyes de la
física son meras creencias contingentes.
La solución kantiana pasa por realizar una síntesis de racionalismo y empirismo. Esta consiste en afirmar
que sólo hay conocimiento cuando a los elementos racionales del conocimiento se les suma la experiencia
sensible. De este modo Kant, al contrario que Hume, sitúa como modelo de conocimiento a la física de
Newton, ejemplo paradigmático de síntesis de razón matemática y experiencia, y, coincidiendo con Hume,
excluye del conocimiento a la metafísica dogmática.
Kant parte de un hecho: las matemáticas y la física son ya ciencias, en cambio la metafísica no parece
haberlo conseguido. Lo único que nos podemos preguntar respecto a las matemáticas y la física es cómo
son posibles, en cambio de la metafísica hay que comenzar preguntando si es posible.
La “revolución copernicana” la explica Kant así: si el conocimiento se debe regir por la naturaleza
del objeto, parece imposible que se pueda conocer nada a priori sobre él: pero si es el objeto el que se rige
por las leyes del conocimiento entonces todo se explica perfectamente. “Sólo conocemos a priori de las
cosas lo que nosotros mismos hemos puesto en ellas”.
En conclusión, las ideas no sirven para intuir ni para conocer nada. No pueden aplicarse al mundo de
los fenómenos. Son únicamente conceptos puros sin referencia a la realidad. La única función que tienen
es reguladora o metodológica en la investigación de la Naturaleza (mundo fenoménico) en un doble
sentido:
- negativamente, señalando los límites que no se pueden traspasar.
– positivamente, impulsando a ampliar el campo de investigación.
– Kant: La moral
– ¿Qué debo hacer?
Dentro del proyecto filosófico kantiano no vamos encontrar ningún guiño a la tradición, incluyendo con ello
el despreciar las formas de fundamentación moral precedentes. La razón argüida por el pensador alemán para
dejar de lado a toda forma de fundamentación moral que le antecediera no es otra que la acusación implícita
en la adscripción al materialismo moral de todas estas formas de fundamentación moral. Esta acusación que
tilda de materiales a las éticas de Aristotelismo, Tomas de Aquino o el propio Hume parte del hecho
contrastado en ellas de poseer un contenido. El concepto del bien o el mal es lleno en estas éticas; es decir,
tanto la maldad como la bondad dependen de un objeto ajeno a la propia conducta en si e incluso ajeno al
propio sujeto. Este objeto, ya sea dinero, felicidad o bienestar se convierte en el Bien supremo a conquistar.
Son por ello objetos empíricos y nunca podrían derivar en leyes universales de corte practico. Los preceptos
de estas formas de fundamentación moral son hipotéticos, esto es, solo se expresan en términos relativos,
condicionales: Si quieres x debes hacer y. Esta seria la estructura básica de dichas máximas morales que,
siempre dependen de la afinidad subjetiva con el termino x. Dicha estructura no puede ser universalizada. Y,
por ultimo, son ademas heterónomas; las leyes morales no parten de la propia razón, la voluntad esta
determinada por condicionantes no racionales ni propios.
La fundamentación ética propuesta por Kant tendrá que salvar estos condicionantes: debe ser formal (no
material) que sea universal y necesaria para todos los hombres; Categórica (no hipotética) los juicios
deben ser absolutos, deben valer para toda circunstancia y persona sin condición alguna; y autónoma (no
heterónoma) debe ser el propio sujeto el que se determine a si mismo a obrar dándose a si mismo la ley que
le impela a obrar.
El formalismo kantiano y el imperativo categórico
La ética formal planteada por Kant necesita en primera instancia una ley que la voluntad se de a si misma,
sin dependencias externas y con carácter universal. Esta ley de la voluntad es llamada por el imperativo
categórico. Este es formulado de diferentes maneras a lo largo de su obra pero podríamos destacar de entre
ellas las dos siguientes:
- Obra de tal manera que tus actos puedan ser tomados como normas universales de conducta
- Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro,
siempre como fin y nunca como medio
Dichas formulaciones, como podemos apreciar, no nos dicen que hacer, sino como. En ello se expresa la
formalidad de la máxima, no tienen contenido y somos cada uno de nosotros los que debemos decidir que
hacer en cada ocasión. Así, la única norma moral kantiana es el deber, el actuar conforme a las leyes
morales, distinguiendo tres tipos de acciones dependiendo de su conformidad o no al deber:
- Contrarias al deber: No ayudar a una persona en apuros
- Conforme al deber (legales): Ayudar a alguien necesitado por imperativo legal o social.
- Por deber (morales): Ayudar a alguien en apuros porque debo hacerlo, sin nada externo que me obligue a
ello.
Solamente esta ultima puede ser considerada moralmente buena, la persona no es utilizada como medio para
nada, ni para preservar mi comportamiento dentro de los limites legales, sino como fin en si misma. Estamos
ante una acción en la que se expresa el deber por el deber, no el deber para conquistar felicidad, riqueza,
bienestar... Pero, debe quedarnos claro que el origen de los imperativos morales no puede ser solo nuestra
razón, sino que ademas debemos situar parte de ese origen en aquello que nos mueve a actuar, en la
voluntad.
Lo que proviene de la razón es el aspecto apriorístico de la ley moral. Quede claro que esta no dicta, como
en la razón pura, lo que es, sino lo que debería ser, de ahí su carácter de imperativo. Pero ello no inhibe el
hecho de que deba de ser a prior, anterior a cualquier experiencia de la que hacer derivar dicho principio. He
aquí su carácter racional en tanto que apriorística. Lo que aporta la voluntad a todo este proceso moral es
el carácter legislador. Dado que no hay reglas de conducta dentro del imperativo categórico la voluntad debe
ser la encargada de no dejarse llevar por las inclinaciones que convertirían todo acto es, en el mejor de los
casos, conforme al deber. La voluntad debe dar las máximas de conducta, los imperativos de acción a los
hombres de una forma autónoma frente a la heteronomía que supondría el dotar de reglas a los sujetos.
Libertad, inmortalidad del alma y Dios. Los postulados de la Razón Practica.
Recordemos que en la critica de la razón pura Kant había puesto de manifiesto la imposibilidad de que
pudiera darse la metafísica como conocimiento científico. El alma, Dios o la libertad aparecían como
nociones de las que era imposible obtener un conocimiento objetivo. Pero Kant no va a negar ni la
inmortalidad del alma, ni la libertad humana ni la existencia de Dios. Su análisis lleva a postular la
imposibilidad de su conocimiento dentro del ámbito de la ciencia pero no su postulación dentro del ámbito
de la moral, de la Razón Practica. Debemos admitir la existencia de estas nociones para que la etica posea un
sustento firme:
- Sin libertad no es posible una moral autónoma, no habría posibilidad de que el sujeto se dotara de una
forma plena de leyes morales.
- Sin la inmortalidad del alma la voluntad persigue una finalidad inalcanzable. Ya Kant había puesto de
manifiesto que solo una voluntad santa puede ser moralmente perfecta. El hecho de conseguir una vida mas
plena despues de esta se torna necesario para que se de la moral.
- Sin Dios no habría un sujeto que se adecue a la distinción humana entre el ser y el deber ser. Es la
voluntad santa encarnada en una figura que, debe de existir. Supone la perfecta unión entre virtud y
felicidad, entre ser y deber ser.
VOCABULARIO DE KANT
Acción (contraria, conforme y por deber). Es la acción moral, la susceptible de ser considerada buena o
mala. Tres tipos de acciones según el criterio de la buena voluntad: las acciones contrarias al deber, las
hechas por deber y las conformes al deber. Lo que las distingue es la intención con la que actúa la voluntad,
esto es, si hay una adecuación interna y/o externa a la ley. En las acciones contrarias al deber, no existe ni
una ni otra. En las conformes al deber, existe una adecuación meramente externa a la ley. En las realizadas
por deber existe una adecuación interna y externa a la ley.
A priori. Un elemento a priori es un elemento independiente de la experiencia. Es el fundamento de la
validez universal de una ley. En la KRV, Kant dice que los elementos a priori también son necesarios para
la construcción del conocimiento científico.
Bueno en sí. Aquello que no depende de ningún elemento empírico para ser considerado moral. El matiz
fundamental en este concepto es que se trata de dar cuenta de aquello que no posea su carácter moral depositado
en otro elemento que no sea él mismo. Para Kant, las morales materiales consideran un tipo de bien moral cuyo
valor reside en otros factores, como los resultados de la acción. Sin embargo, la FMC nos expone el concepto
de una voluntad buena en sí misma, porque su carácter moral no depende de ningún elemento que no sea la
propia voluntad
Deber, deber ser. La necesidad de una acción por el respeto a aquello que manda. Es el grado máximo de
cumplimiento con una ley. Todo imperativo posee un deber ser, esto es, algo que obliga. La obligación que
tiene para la voluntad viene determinada por el respeto que la ley hace nacer en ella debido a la
racionalidad de aquella que obliga. Mediante el deber, Kant excluye cualquier intención ajena al deber
mismo como posible causa de la acción moral.
Fin en sí mismo. La segunda formulación del imperativo categórico se refiere al ser humano, a la
humanidad, en estos términos. Kant dice que el hombre nunca puede ser un medio, debe ser tratado siempre
como un fin en sí mismo. Lo que Kant quiere decir con esta expresión es que el ser racional debe ser
merecedor del máximo respeto. Un respeto que debe constreñir a nuestra voluntad a actuar siempre bajo
esta perspectiva a que obliga la ley moral. El valor del ser humano no depende de ninguna circunstancia
externa, material, temporal o geográfica; el valor del ser humano brilla como una condición necesaria para la
razón moral.
Fin universal. Kant, en la línea de la Ilustración, considera que el ser humano está llamado a cumplir algún
fin. Esta idea incluso es susceptible de ser rastreada en diversas corrientes de la filosofía occidental, como la
griega o la cristiana. En la FMC Kant cree que el fin universal moral al que el hombre tiende es a la felicidad.
Pero no se debe caer en el error de considerar que Kant mantiene como materia de lo moral la felicidad; es
más bien lo contrario. El hecho de que la voluntad humana no se deje guiar por inclinaciones emanadas de lo
empírico, y que, por contra, sea moral, porque es capaz de sentir como necesario el cumplimiento de la ley
moral de la razón, llevará al ser
humano a la felicidad. Por tanto, la felicidad como fin universal es un concepto condicionado a la posibilidad de
que la voluntad sea moral.
Formalismo. Nombre con el que se ha calificado a la moral kantiana. El nombre proviene del hecho de que
esta moral pretende encontrar las bases de la moralidad fuera de la experiencia moral, fuera de las acciones o
de posibles definiciones empíricas del Bien. Kant pretende encontrar un elemento sintético a priori, esto es,
un elemento que aporte algún tipo de conocimiento, pero que sea analítico y que sirva de principio de la razón
moral para que rija sus acciones diciendo cómo debe obrar.
Imperativo (categórico e hipotético ). La fórmula externa que elige una obligación. Expresa la realidad de
un principio que emana de la razón y constriñe a la voluntad por el deber y el respeto que le impone. Los
imperativos se dividen en hipotéticos, si expresan un medio para alcanzar un fin, o categóricos. El categórico,
que es sintético priori, es el principio de la razón que fundamenta la posibilidad de la moral. El imperativo
categórico expresa objetividad universal de una ley que manda a la voluntad pero siempre teniendo en cuenta
la libertad de la autonomía de la razón, porque es ella misma quien se obliga a cumplir esa ley.
Inclinación (inmediata). Lo que puede determinar a la voluntad a realizar o dejar de realizar una
determinada acción. Para Kant las inclinaciones que son externas a ley no deben servir para fundamentar la
moral. Ni deseos, ni los instintos, ni los placeres, ni el bien puede servir como base para la moral porque son
variables y por tanto, corruptibles. La única inclinación posible para considerar la acción como moral es
aquella que nace de la voluntad que sólo atiende a la ley emanada de la razón a la hora de regular y ejecutar
sus acciones.
Intención. Los sistemas morales heterónomos (así llamados porque defienden que las normas no emanan de la
propia razón) definen qué se debe hacer y fundamentan su moralidad en la experiencia moral. Según Kant,
consideran que la intención no cumple papel alguno dentro de moral. Sería el resultado de la acción lo único
válido a la hora de calificarla como moral o no. Desde las posturas kantianas las acciones ya no serán buenas
o malas; serán contrarias al deber, conformes al deber, o por deber, dependiendo de la intención con la que
actúe la voluntad.
Juicio. Se trata de una facultad de nuestro espíritu que posee la habilidad de encontrar el modo de enlazar el
caso particular con lo universal. Un ejemplo, ¿por qué sabemos que un objeto, que jamás hemos visto antes,
se trata de un coche? Pues porque el juicio establece la pertinente conexión entre lo empírico que se observa y
el concepto universal, en este caso el concepto coche. Sin el juicio tendría mos que indagar ante cada
objeto de qué se trata, porque sería imposible para nosotros saber en qué clase de concepto ajustarlo.
Legislación universal posible. Referencia al Imperativo categórico. En este caso, la referencia se hace en el
tránsito de la máxima a la ley. Dicho tránsito se lleva a cabo porque el sujeto que realiza la acción, si quiere
interrogarse acerca de su moralidad, debe cuestionarse si quiere que la máxima de su acción se transforme en
ley, es decir, si estaría dispuesto a que todo ser humano realizase la acción con su misma inclinación. Si la
respuesta es que no, entonces la acción no está siendo realizada de forma moral. Si la respuesta es sí, entonces
la máxima de la acción estaría de acuerdo con una legislación moral universal, o sea, con el imperativo
categórico.
Ley, ley práctica. El deber siempre es deber porque cumple una obligación, una ley. Las leyes prácticas
nacen de la razón humana y determinan la voluntad por su propia objetividad y universalidad. Los hombres
las cumplen por ser seres racionales, libres y autónomos.
Leyes de la voluntad. Las leyes que se seguirán del imperativo categórico. Por utilizar un símil, de la
misma forma que en nuestra ordenación legal todas las leyes deben regirse y ajustarse a la Constitución,
ya ésta es la máxima norma de nuestro sistema legal, en el sistema kantiano, el imperativo categórico debe
ser la la moral de la que se derive el resto de normas a las a voluntad se debe ajustar.
Máxima. El principio subjetivo del obrar, es decir, determinación de la voluntad que no ha alcanzado el
grado de universalidad para ser tenida por ley y es entonces subjetiva. Mientras en el mundo natural
los objetos se rigen por leyes, los seres racionales pueden regirse por máximas, ya que son los únicos
susceptibles de ser considerados morales o inmorales. El concepto de máxima debe ser definido junto
al de ley. El paso de máxima a ley lleva a la moral de lo subjetivo a lo objetivo.
Moralidad. Desde una perspectiva amplia, la moralidad trata de la conducta del ser humano ante lo que se
puede calificar de bueno. Para Kant, la moral es, ante todo, un concepto que tiene su raíz en la razón y no
en la experiencia. Se puede definir diciendo que es la posibilidad de actuar rigiéndose por unas
determinadas leyes. Kant restringe todavía más este concepto al decir que sólo se puede hablar de moral
cuando la voluntad constriñe a su libertad a actuar mediante una ley universal que emana de la propia razón,
mediante el imperativo categórico
Principio (objetivo) de la voluntad. Es el imperativo categórico por cuanto es universal y, por tanto,
objetivo; y lo es «de la voluntad» porque la constriñe a cumplir un mandato de la razón. El principio objetivo
de la voluntad no puede ser una máxima en tanto en cuanto la máxima es subjetiva. El principio de la
voluntad o principio objetivo de la voluntad, es el imperativo categórico, porque es una norma universal que
la razón se da a sí misma.
Principio del querer. En las acciones realizadas por deber no interesa el resultado de la acción: no es perti-
nente para poder decidir o definir si una acción es buena o mala. De entrada las acciones no son ni buenas
ni malas, lo que es susceptible de ser buena o mala es la voluntad con la que se ejecutan las acciones.
Cuando se juzga acciones no debe interesar el resultado, debe preocupar la máxima mediante la cual se ha
regido y ejecutado la acción. De cuál ha sido el móvil que ha llevado a mi voluntad a realizar o no una acción.
Lo importante es cómo se ha querido realizar la acción, no la acción en sí misma. El principio del querer se
refiere, en resumen, a qué es lo que inspira a la voluntad a ejecutar o no un acto.
Querer. Inclinación de la voluntad a cumplir la ley. Esta inclinación se opone a las que Kant critica ya
desde las primeras líneas de la FMC. Mientras existe en el mundo una gama de inclinaciones que llevan a la
voluntad a no seguir la razón y, por tanto, a no encontrar una guía que rija sus acciones, el querer es un tipo
de inclinación lícito para la voluntad, porque consiste en el cumplimiento de la ley.
Razón. La facultad del conocimiento humano que trata del conocimiento de realidades extraempíricas como
la libertad, Dios o la inmortalidad. La moral, según Kant, nace de la libertad de la razón. Es uno de los
conceptos claves en la articulación del pensamiento kantiano. En la FMC se analiza el uso práctico de la
razón, pero, Kant comienza analizando su uso teórico. En dicho aspecto intenta contestarse a la pregunta
esencial ¿qué puedo conocer? Mediante el análisis de la pregunta se pretende saber cuáles son las
pretensiones y límites de la razón que conoce y se conoce. El uso práctico de la razón viene legitimado por que
la razón trasciende los límites de lo sensible creando ideas. En el análisis de este ámbito se pretende
contestar a la pregunta ¿qué puedo hacer?, es decir, determinar si el ser racional puede dictarse,
mediante su razón, una ley que le lleve a obrar moralmente.
Ser racional. El único ser capaz de moralidad porque es el único ser, según Kant, dotado de una doble
causalidad. En cuanto objeto de la naturaleza, ya que posee un cuerpo, está sujeto al determinismo de las
leyes natura- les, pero en cuanto ser racional está sujeto a la causalidad de la libertad, es decir, posee un espacio
ajeno al determinismo físico que funda y legitima la moral.
Voluntad. El deseo de querer realizar o dejar de realizar, una determinada acción. Es un concepto clave de
FMC. Según Kant no hay nada bueno ni malo en mundo a no ser la voluntad. Esta es susceptible de
tratamiento moral, porque es la que posee libertad para ejecutar las acciones con el propósito de cumplir la
ley. En la medida en que se sujeta a leyes prácticas universales, emanadas de la razón, esta facultad del
espíritu alcanza la moralidad. La voluntad, que es lo único susceptible ser moral, puede determinarse ante
diversos condicionantes para decidir hacer o no una acción. La naturaleza de las inclinaciones, sean puras o
no, le conferirá carácter moral o inmoral. Si la inclinación no es el deseo de querer cumplir con la ley
universal, aparece la voluntad buena. No cabe decir lo mismo de aquella voluntad, si es que existe, sólo
determinada para realizar la perfección; entonces no se puede hablar de una voluntad moral..
KANT, I: «Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?», en ¿Qué es la Ilustración?, Madrid,
Alianza Editorial, 2004, (Edición de R. R. Aramayo), pp. 83-93.
“Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él
mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado
por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de
entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún
otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.
Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tanto hombres continúan siendo con gusto menores de
edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los haya liberado hace ya tiempo de una conducción
ajena (haciéndolos físicamente adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros erigirse en tutores
suyos. Es tan cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que
vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico que me prescriba la dieta, etc., para
que yo no tenga que tomarme tales molestias. No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros
asumirán por mí tan engorrosa tarea. El que la mayor parte de los hombres (incluyendo a todo el bello
sexo) consideren el paso hacia la mayoría de edad como algo harto peligroso, además de muy molesto, es
algo por lo cual velan aquellos tutores que tan amablemente han echado sobre sí esa labor de
superintendencia. Tras entontecer primero a su rebaño e impedir cuidadosamente que esas mansas
criaturas se atrevan a dar un solo paso fuera de las andaderas donde han sido confinados, les muestran
luego el peligro que les acecha cuando intentan caminar solos por su cuenta y riesgo. Mas ese peligro no es
ciertamente tan enorme, puesto que finalmente aprenderían a caminar bien después de dar unos cuantos
tropezones; pero el ejemplo de un simple tropiezo basta para intimidar y suele servir como escarmiento
para volver a intentarlo de nuevo.
Así pues, resulta difícil para cualquier individuo el zafarse de una minoría de edad que casi se ha
convertido en algo connatural. Incluso se ha encariñado con ella y eso le hace sentirse realmente incapaz
de utilizar su propio entendimiento, dado que nunca se le ha dejado hacer ese intento. Reglamentos y
fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso racional –o más bien abuso- de sus dotes naturales,
constituyen los grilletes de una permanente minoría de edad. Quien lograra quitárselos acabaría dando un
salto inseguro para salvar la más pequeña zanja, al no estar habituado a semejante libertad de
movimientos. De ahí que sean muy pocos quienes han conseguido gracias al cultivo de su propio ingenio,
desenredar las ataduras que les ligaban a esa minoría de edad y caminar con paso seguro.
Sin embargo, hay más posibilidades de que un público se ilustre a sí mismo; algo que casi es inevitable con
tal de que se le conceda libertad. Pues ahí siempre nos encontraremos con algunos que piensen por cuenta
propia incluso entre quienes han sido erigidos como tutores de la gente, los cuales, tras haberse
desprendido ellos mismos del yugo de la minoría de edad, difundirán en torno suyo el espíritu de una
estimación racional del propio valor y de la vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí se da una
circunstancia muy especial: aquel público, que previamente había sido sometido a tal yugo por ellos
mismos, les obliga luego a permanecer bajo él, cuando se ve instigado a ello por alguno de sus tutores que
son de suyo incapaces de toda ilustración; así de perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban
por vengarse de quienes fueron sus antecesores o sus autores. De ahí que un público sólo pueda conseguir
lentamente la ilustración. Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la
opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del
modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para
esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.
Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden
llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos. Actualmente oigo clamar por
doquier: ¡No razones! El oficial ordena: ¡No razones. Adiéstrate! El asesor fiscal: ¡no razones y limítate a
pagar tus impuestos! El consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice:
razonad cuanto queráis y sobre todo lo que gustéis, mas no dejéis de obedecer). Impera por doquier una
restricción de la libertad. Pero ¿cuál es el límite que la obstaculiza y cuál es el que, bien al contrario, la
promueve? He aquí mi respuesta: el uso público de su razón tiene que ser siempre libre y es el único que
puede procurar ilustración entre los hombres; en cambio muy a menudo cabe restringir su uso privado, sin
que por ello quede particularmente obstaculizado el progreso de la ilustración. Por uso público de la propia
razón entiendo aquél que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese público que configura
el universo de los lectores. Denomino uso privado al que cabe hacer de la propia razón en una determinada
función o puesto civil, que se le haya confiado. En algunos asuntos encaminados al interés de la comunidad
se hace necesario un cierto automatismo, merced al cual ciertos miembros de la comunidad tienen que
comportarse pasivamente para verse orientados por el gobierno hacia fines públicos mediante una
unanimidad artificial o, cuando menos, para que no perturben la consecución de tales metas. Desde luego,
aquí no cabe razonar, sino que uno ha de obedecer. Sin embargo, en cuanto esta parte de la maquinaria sea
considerada como miembro de una comunidad global e incluso cosmopolita y, por lo tanto, se considere su
condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus escritos, entonces
resulta obvio que puede razonar sin afectar con ello a esos asuntos en donde se vea parcialmente
concernido como miembro pasivo. Ciertamente, resultaría muy pernicioso que un oficial, a quien sus
superiores le hayan ordenado algo, pretendiese sutilizar en voz alta y durante el servicio sobre la
conveniencia o la utilidad de tal orden; tiene que obedecer. Pero en justicia no se le puede prohibir que,
como experto, haga observaciones acerca de los defectos del servicio militar y los presente ante su público
para ser enjuiciados. El ciudadano no puede negarse a pagar los impuestos que se le hayan asignado; e
incluso una indiscreta crítica hacia tales tributos al ir a satisfacerlos quedaría penalizada como un
escándalo (pues podría originar una insubordinación generalizada). A pesar de lo cual, el mismo no
actuará contra el deber de un ciudadano si, en tanto que especialista, expresa públicamente sus tesis contra
la inconveniencia o la injusticia de tales impuestos. Igualmente, un sacerdote está obligado a hacer sus
homilías, dirigidas a sus catecúmenos y feligreses, con arreglo al credo de aquella Iglesia a la que sirve;
puesto que fue aceptado en ella bajo esa condición. Pero en cuanto persona docta tiene plena libertad,
además de la vocación para hacerlo así, de participar al público todos sus bienintencionados y
cuidadosamente revisados pensamientos sobre las deficiencias de aquel credo, así como sus propuestas
tendentes a mejorar la implantación de la religión y la comunidad eclesiástica. En esto tampoco hay nada
que pudiese originar un cargo de conciencia. Pues lo que enseña en función de su puesto, como encargado
de los asuntos de la Iglesia, será presentado como algo con respecto a lo cual él no tiene libre potestad para
enseñarlo según su buen parecer, sino que ha sido emplazado a exponerlo según una prescripción ajena y
en nombre de otro. Dirá: nuestra Iglesia enseña esto o aquello; he ahí los argumentos de que se sirve.
Luego extraerá para su parroquia todos los beneficios prácticos de unos dogmas que él mismo no
suscribiría con plena convicción, pero a cuya exposición sí puede comprometerse, porque no es del todo
imposible que la verdad subyazca escondida en ellos o cuando menos, en cualquier caso no haya nada
contradictorio con la religión íntima. Pues si creyese encontrar esto último en dichos dogmas, no podría
desempeñar su cargo en conciencia; tendría que dimitir. Por consiguiente, el uso de su razón que un
predicador comisionado a tal efecto hace ante su comunidad es meramente un uso privado; porque, por
muy grande que sea ese auditorio siempre constituirá una reunión doméstica; y bajo este respecto él, en
cuanto sacerdote, no es libre, ni tampoco le cabe serlo, al estar ejecutando un encargo ajeno. En cambio,
como alguien docto que habla mediante sus escritos al público en general, es decir, al mundo, dicho
sacerdote disfruta de una libertad ilimitada en el uso público de su razón, para servirse de su propia razón y
hablar en nombre de su propia persona. Que los tutores del pueblo (en asuntos espirituales) deban ser a su
vez menores de edad constituye un absurdo que termina por perpetuar toda suerte de disparates. […].
Si ahora nos preguntáramos: ¿acaso vivimos actualmente en una época ilustrada?, la respuesta sería ¡No!,
pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal y como están ahora las cosas todavía falta mucho para que
los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o estén ya en situación de utilizar su
propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de
que ahora se les ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van
disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una
minoría de edad de la cual es responsable uno mismo. Bajo tal mirada esta época nuestra puede ser
llamada “época de la Ilustración” o también “el siglo de Federico”.
Un príncipe que no considera indigno de sí reconocer como un deber suyo el no prescribir a los hombre
nada en cuestiones de religión, sino que les deja plena libertad para ello e incluso rehúsa el altivo nombre
de tolerancia, es un príncipe ilustrado y merece que el mundo y la posteridad se lo agradezcan,
ensalzándolo por haber sido el primero en haber librado al género humano de la minoría de edad, cuando
menos por parte del gobierno, dejando libre a cada cual para servirse de su propia razón en todo cuanto
tiene que ver con la conciencia. Bajo este príncipe se permite a venerables clérigos que, como personas
doctas, expongan libre y públicamente al examen del mundo unos juicios y evidencias que se desvían aquí o
allá del credo asumido por ellos sin menoscabar los deberes de su cargo; tanto más aquel otro que no se
halle coartado por obligación profesional alguna. Este espíritu de libertad se propaga también hacia el
exterior, incluso allí donde ha de luchar contra los obstáculos externos de un gobierno que se comprende
mal a sí mismo. Pues ante dicho gobierno resplandece un ejemplo de que la libertad no conlleva
preocupación alguna por la tranquilidad pública y la unidad de la comunidad. Los hombres van
abandonando poco a poco el estado de barbarie gracias a su propio esfuerzo, con tal de que nadie ponga
un particular empeño por mantenerlos en la barbarie.
He colocado el epicentro de la Ilustración, o sea, el abandono por parte del hombre de aquella minoría de
edad respecto de la cual es culpable él mismo, en cuestiones religiosas, porque nuestros mandatarios no
suelen tener interés alguno en oficiar como tutores de sus súbditos en lo que ataña a las artes y a las
ciencias; y porque además aquella minoría de edad es asimismo la más nociva e infame de todas ellas. Pero
el modo de pensar de un jefe de Estado que favorece esta primera Ilustración va todavía más lejos y se da
cuenta de que, incluso con respecto a su legislación, tampoco entraña peligro alguno el consentir a sus
súbditos que hagan un uso público de su propia razón y expongan públicamente al mundo sus pensamientos
sobre una mejor concepción de dicha legislación, aun cuando critiquen con toda franqueza la que ya ha
sido promulgada; esto es algo de lo cual poseemos un magnífico ejemplo, por cuanto ningún monarca ha
precedido a ése al que nosotros honramos aquí.
Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a las sombras, al tiempo que tiene a mano un
cuantioso y bien disciplinado ejército para tranquilidad pública de los ciudadanos, puede decir aquello que
a un Estado libre no le cabe atreverse a decir: razonad cuando queráis y sobre todo cuando gustéis, ¡con tal
de que obedezcáis! Aquí se revela un extraño e inesperado curso de las cosas humanas; tal como sucede
ordinariamente, cuando ese decurso es considerado en términos globales, casi todo en él resulta
paradójico. Un mayor grado de libertad civil parece provechosa para la libertad espiritual del pueblo y,
pese a ello, le coloca límites infranqueables; en cambio un grado menor de esa libertad civil procura el
ámbito para que esta libertad espiritual se despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Pues, cuando la
naturaleza ha desarrollado bajo tan duro tegumento ese germen que cuida con extrema ternura, a saber, la
propensión y la vocación hacia el pensar libre, ello repercute sobre la mentalidad del pueblo (merced a lo
cual éste va haciéndose cada vez más apto para la libertad de actuar) y finalmente acaba por tener un
efecto retroactivo hasta sobre los principios del gobierno, el cual incluso termina por encontrar conveniente
tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad”.
Königsberg (Prusia), 30 de septiembre de 1784.