Querido Hijo Te Vas Con Los Abuelos

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© Del texto: 2019, Jordi Sierra i Fabra
© De las ilustraciones: 2019, Javier Olivares
©D e esta edición:
2019, Santillana Infantil y Juvenil, S. L.
Avenida de los Artesanos, 6. 28760 Tres Cantos (Madrid)
Teléfono: 91 744 90 60

ISBN: 978-84-9122-342-9
Depósito legal: M-39.088-2018
Printed in Spain - Impreso en España

Primera edición: marzo de 2019

Directora de la colección:
Maite Malagón
Editora ejecutiva:
Yolanda Caja
Dirección de arte:
José Crespo y Rosa Marín
Proyecto gráfico:
Marisol del Burgo, Rubén Chumillas, Julia Ortega y Álvaro Recuenco

Cualquier forma de reproducción, distribución,


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Querido hijo:
te vas con los abuelos
Jordi Sierra i Fabra
Pero... ¿qué?

Iba a ser el verano de su vida. 5


El mejor de los mejores.
¡La de planes que había hecho!
Playa, montaña, leer, jugar, hacer esto, aque-
llo, lo otro, lo de más allá...
Sí, vale, lo recordaba: el año pasado también
tenía muchos planes y luego el verano, como
por arte de magia, había volado así, en plan
huracán desaforado, igual que quien chasquea
los dedos y... ¡adiós!
Pero eso había sido el verano pasado.
Entonces aún era MUY niño.
Ahora no. Cumplía doce años. Eso signifi-
caba que era más listo. Esta vez racionalizaría
el tiempo, lo mediría, lo distribuiría. Nada de
dejarse llevar. Nada de «bueno, no pasa nada»
o «esto ya lo haré mañana». Sí que pasaba. Y
mañana siempre surgía algo nuevo.
El mejor verano de su vida tenía que serlo
por todo.
¡Nunca más volvería a tener doce años!
Lucas se las prometía más que felices: felicí-
6 simas.
Y entonces, de pronto...
—Lucas, vamos a tener que cambiar los pla-
nes del verano.
Miró a su madre.
Era arquitecta. Un cerebrito. Su padre tam-
bién, porque escribía guiones, pero su ma-
dre...
—¿Cómo que vamos a tener que cambiar los
planes?
—Pues sí, mira. ¿Recuerdas que te hablé de
construir un centro cultural?
—Sí.
—Nos lo han concedido.
—Ah.
—Eso significa que tendré que estar desde el
15 de julio al 15 de agosto en el lugar, para los
trabajos previos, discutir planos, ver la logística...
—Vale, ya veo que me quedaré con papá.
El padre de Lucas trabajaba en casa.
Una maravilla.
—Me temo que no —le dijo su madre.
—¿Que... no? 7
—No, papá se vendrá conmigo. Tiene que
escribir el guion de varios capítulos de la serie
de la tele en la que colabora, y le irá bien desco-
nectar. Si se queda aquí, contigo, no estará con-
centrado y no podrá trabajar.
Ella se iba y él con ella.
—¿Y entonces qué haré yo? —preguntó Lucas.
Ya se imaginaba solo en casa.
Pero no, claro. ¿Cómo iban a dejarle solo?
¡Menudos eran!
—Tú te irás con los abuelos.
Un sudor frío empapó a Lucas. Se estreme-
ció. La mente se le puso en blanco. El estómago­
se le encogió tanto que se convirtió en una
e­ specie de puño con vida propia y potencia su-
ficiente para machacarle por dentro.
Fue tal, y tal su horror, que apenas sí pudo
articular palabra.
—¿Có... mo que... me... voy... con los a... a...
abuelos?
—Bueno, es lo lógico, ¿no? —Su madre pa-
8 recía que hablaba de algo de lo más normal y
corriente—. En primer lugar, los ves poco, así
que te irá bien pasar una temporada con ellos.
En segundo lugar, estarán felices y encanta-
dos de tenerte un mes en su casa. Y en tercer
lugar... —No encontró más argumentos y no
supo qué agregar—. En fin, pues eso.
Lucas logró reaccionar.
—Mamá, no.
—¿Cómo que no?
—¡Son MIS vacaciones! ¡Es MI verano!
—Bueno, pues lo pasas en el pueblo. ¿Qué
más da un lugar que otro?
Hablaba en serio.
¿Qué más daba un lugar que otro?
—¿Pretendes que esté un mes en un pue-
blo de montaña, con frío de noche, calor que te
asas de día y... en casa de los abuelos?
—Hay piscina.
—¡Llena de gente, para que te toque un poco
de agua has de hacer cola dos horas antes!
—¡Qué exagerado eres!
—¿Y el piano? —Le pareció un argumento 9
irrefutable—. No querréis que esté un mes sin
practicar. ¡Siempre decís que hay que ensayar
cada día!
—El año pasado, en vacaciones, pasó lo mis-
mo: estuviste un mes sin tocarlo.
Era grave. Ni lo del piano la ablandaba.
Solo quedaba la tecla emocional.
—¿No puedo ir con vosotros?
—Estaré trabajando y tu padre también. El
lugar es un páramo. No hay nada. Allí sí que te
aburrirías. —Su madre empezó a hartarse de la
discusión. Era una mujer práctica—. ¿Se puede
saber por qué no quieres ir a casa de los abuelos?
—¿Lo preguntas en serio?
10
—¡Pero si te quieren con locura!
—¡Y yo a ellos! ¡Pero vivir un mes en su
casa...!
—¿Lo dices porque no tienen televisión por
cable, ni internet, ni...?
—¡Lo digo por todo! ¡Son unos garrulos!
—¡Lucas, no digas eso! —se disgustó—.
¡Son mis padres! 11
—¡Serán lo que sean, pero...!
—¿Pero qué?
—¡Son de pueblo!
—¡Míralo, el urbanita!
—¡El abuelo lleva siempre unas enormes
boinas y la abuela no se deshace el moño ni
para dormir, visten como si vivieran en el siglo
pasado, son anticuados, son...!
Tenía tantos argumentos, TANTOS, que se
le apelotonaron en la cabeza.
—Tenías que haberlos visto de jóvenes, o
cuando yo era niña —suspiró ella.
—Sí, ya me has contado muchas veces que
eran hippys, llevaban el pelo largo, les gustaba
el rock y no sé cuántas historias más. ¡Pero fue
hace mil años! ¡Ahora son..., son... un residuo!
—Venga, va, no digas más tonterías. Ni si-
quiera sé por qué estamos teniendo esta dis-
cusión. Has de ir con ellos y punto. ¿Te crees
que me gusta estar un mes sin verte? ¡No ten-
go más remedio! ¿Y qué te apuestas a que luego
12 me dirás que te lo has pasado en grande?
—¿Hablas en serio? ¿En grande?
—¡Sí, en grande, y se acabó! ¡Hasta el 15 de
julio iremos a la playa y estarás con tus amigos
y lo que quieras, pero después no hay más re-
medio! ¡Si no te gusta, te aguantas! ¡Y te repito
que lo siento!
Lo sentía.
¡Ja!
Era una derrota en toda regla.
Lucas se fue a su habitación convencido de
que el mundo era un lugar horrible y la vida
algo muy injusto.
Eso, además de estar seguro de que tenía la
peor de las suertes.
¿Qué he hecho YO para merecer
ESTO?

Los días que siguieron a la noticia fueron ne- 13


fastos.
Lucas, con una mala cara de esas que te lle-
gan al suelo; su madre, enfadada por la mala
cara de su hijo y nerviosa por el trabajo que se
le venía encima, y su padre, despistado como
siempre, porque, a la que su padre escribía algo,
la cabeza se le iba a donde fuera menos a la vida
real.
En realidad, Lucas se preguntaba muchas
veces cómo se habían conocido, enamorado y
casado. No tenían nada que ver.
Bueno, salvo que se querían.
Eso se notaba en lo empalagosos que resul-
taban a veces:
—Cosita.
—Guapo.
—Vida.
—¡Uy!
—¡Oh!
—¡Ah!
—Mmm...
14 Lucas los miraba alucinado.
Los dos tenían cuarenta y cinco años y
creía que esas cosas se decían en la época de
novios.
Pero no.
Coladitos, coladitos.
Cuando le contó a Javi lo oscuro de su fu-
turo más inmediato, su amigo intentó ser po-
sitivo.
—Bueno, un mes sin madre. Tampoco está
mal, ¿no?
—¿Que no está mal?
—Quiero decir que podrás hacer lo que
quieras, porque los abuelos para eso están,
para consentirlo todo y no reñirte por nada.
—¿Pero qué quieres que haga en un pueblo
perdido entre montañas, con solo una carrete-
ra que en invierno los aísla y todo a la que nie-
va, con una piscina saturada de gente, sin cine,
sin chicos para jugar porque todos se han ido a
la playa, que es lo que toca en verano, sin inter-
net para conectarme...?
Lo de internet era definitivo. 15
—¿Tan marcianos son? —Javi se quedó im-
presionado.
—¡Son peor que marcianos! —gritó Lu-
cas—. Mira, los quiero, cuando vienen a ver-
me me traen la tira de cosas, y son geniales,
y, cuando alguna vez subimos al pueblo, se
vuelcan para que lo pase bien, como harán se-
guramente ahora, pero... ¡Pues eso, que son de
pueblo!
—Como te oiga hablar así el profe...
El profe Marcelino era un vivo defensor de
las costumbres rurales y antiurbanita decla-
rado. Decía que en la ciudad se vivía fatal, que
la gente era insensible, que nadie se conocía,
que respirabas la porquería de los coches, que
las motos hacían ruidos insoportables, que...
En cambio, según él, en los pueblos se sabía
vivir y se vivía mejor; la comida era más salu-
dable; el aire, puro; no había prisas; la gente
era amable...
Y, sobre todo, odiaba esa guerra entre la
16 gente de la ciudad y la gente del pueblo.
—¡El profe no está aquí! —se enfadó Lu-
cas—. ¡Y no hablo mal de la gente que vive en
los pueblos! ¡Solo digo que mis abuelos son
muy anticuados! ¡Y pensar que fueron progres
en otro tiempo! Me pregunto qué les habrá pa-
sado.
—¿Progres?
—Mi madre tiene una foto de ellos, de cuan-
do aún ella no había nacido, y parecen... Pelo
largo, cintas de colores, blusas de flores, panta-
lones acampanados, pañuelos de seda... Hacen
el signo de la paz y llevan camisetas con aquel
lema hippy de «Haz el amor y no la guerra».
—¡Jo! —dijo Javi muy expresivamente.
—Y antes vivían en la ciudad, muy cerca de
casa. Pero un día decidieron mudarse al campo
y..., bueno, ahí siguen. Tan campantes.
—Como dice mi padre: «Hay gente para
todo».
—Y que lo digas —resopló Lucas de vuelta a
su hundimiento más absoluto.
—¿Seguro que no podrás llevarte al menos 17
la videoconsola para...?
—Nada. ¡Y deja de darme la paliza!
—¿Yo? —Javi abrió mucho los ojos—. ¡Pero
si has sido tú el que ha sacado el tema y se ha
puesto como si llevara una nube colgada enci-
ma!
Lucas no supo si echársele encima para te-
ner una de sus amistosas peleas o resignarse.
Se resignó.
No tenía ganas ni de pelearse.
—¿Pero qué he hecho YO para merecer
ESTO? —Levantó las manos y la cabeza al
cielo.
El cielo, como es normal, se quedó tal cual.

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