Trinidad

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TRINIDAD

I – La revelación del Dios Uno y Trino


1. El conocimiento de Dios
2. Revelación del único Dios vivo y verdadero en el Antiguo Testamento
3. Revelación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
II – Formulación dogmática trinitaria y desarrollo teológico
4. Formulaciones prenicenas del misterio divino
5. La divinidad del Hijo y el Concilio de Nicea
6. La divinidad del Espíritu Santo y el Concilio de Constantinopla
7. Tres planteamientos teológicos clásicos: San Agustín, Ricardo de san Víctor, Tomás
de Aquino
8. Formulaciones sintéticas
III – Visión sistemática
9. Condiciones del lenguaje teológico
10. Unidad y unicidad de Dios
11. Tres personas, un solo Dios
12. Dios y el mundo

Referencias bibliográficas

ð CICat nn.198-278.
ð DzH nn. 10; 71-72; 75-76; 112-115; 125; 150-151; 153-155.162-176; 188.192-194; 284;
470; 501; 525-532; 800.804-807; 850; 1300.1302; 1330-1331.
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ð CODA, P., Dios uno y trino. Revelación, experiencia y teología del Dios de los cristianos,
Secretariado Trinitario, Salamanca 1993,
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2009, 215-383.
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Secretariado Trinitario, Salamanca 2005.
ð ROVIRA BELLOSO, J.M., Tratado de Dios uno y trino, Secretariado Trinitario, Salamanca
19933.
Síntesis Teológica – Trinidad 2

Cuestionario

1. Distinga y relacione la capacidad natural humana de conocer a Dios y la que resulta de la


fe como respuesta a la Revelación.
2. Señale los principales atributos del Dios revelado en el Antiguo Testamento.
3. Comente el contenido teológico de la revelación del “nombre” de Dios en el Antiguo
Testamento.
4. Describa el dinamismo de la revelación trinitaria en la persona de Jesús de Nazaret.
5. Comente la perspectiva trinitaria del bautismo del Señor y de su transfiguración.
6. Indique y comente dos fórmulas trinitarias del Nuevo Testamento.
7. Ejemplifique la primitiva fe trinitaria de la Iglesia con dos autores prenicenos.
8. Identifique los diversos modos como el Concilio de Nicea define la divinidad del Hijo.
9. Comente la fórmula pneumatológica del Concilio de Constantinopla, poniendo en evidencia
la naturaleza de su argumentación y señalando las peculiaridades de su lenguaje.
10. ¿En qué consiste la analogía psicológica de la Trinidad propuesta por san Agustín?
11. ¿Dónde radica la originalidad del planteamiento trinitario de Ricardo de san Víctor?
12. ¿Cuál es la principal aportación de santo Tomás de Aquino a la teología trinitaria?
13. Formule sintéticamente el dogma trinitario.
14. Explique el uso clásico en la teología trinitaria de los términos hipóstasis o persona,
esencia, relación, atributo, propiedad, apropiación, procesión, misión y perijoresis.
15. Describa la especificidad del lenguaje teológico al referirse al misterio divino.
16. De cara a las formulaciones incorrectas del misterio divino, comente la relevancia de la
unidad y unicidad de Dios.
17. Presente orgánicamente una teología de Dios Padre.
18. Explique teológicamente la generación eterna del Hijo.
19. Describa las características personales del Espíritu Santo.
20. ¿De qué manera la comunión intratrinitaria puede ser un referente teológico para la
antropología?
21. Señale los alcances y límites de las palabras “naturaleza” y “persona” utilizadas para hablar
de Dios.
22. Emita un juicio teológico sobre la crítica al monoteísmo como fuente de violencia.
23. Señale las orientaciones teológicas de dos autores modernos o contemporáneos al abordar
el misterio trinitario.
24. De cara al secularismo contemporáneo, argumente sobre la plausibilidad de la acción de
Dios en la historia humana.

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Síntesis Teológica – Trinidad 3

TRINIDAD

I – La revelación del Dios Uno y Trino

• Introducción. CICat 234: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central


de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente
de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más
fundamental y esencial en la ‘jerarquía de las verdades de fe’”. Ante todo, consiste en
la afirmación del Dios único, y en su reconocimiento como Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
1. El conocimiento de Dios
• Es posible identificar dos modos distintos, aunque vinculados, de conocer a Dios. El
que corresponde a la razón natural, desde la cual se alcanza la afirmación de la
existencia de Dios y algunos de sus atributos (tradicionalmente a partir de la triple vía
positiva, negativa y eminente de la analogía), y el que corresponde a la revelación.
Ambos niveles se complementan y orientan mutuamente. “Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz
natural de la razón humana... Plugo, sin embargo, a su sabiduría y bondad revelarse a
sí mismo y los decretos eternos de su voluntad al género humano por otro camino, y
éste sobrenatural... Es, ciertamente, gracias a esta revelación divina que aquello que
en lo divino no está por sí mismo más allá del alcance de la razón humana, puede ser
también conocido por todos, incluso en el estado actual del género humano, sin
dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error alguno” (Dei Filius, cap. 2).
• Es necesario, sin embargo, reconocer que aún alcanzado cierto conocimiento de Dios,
ni lo agotamos ni le anulamos su carácter trascendente y misterioso. Dios sigue siendo
el Deus absconditus (Is 45,15), incluso dentro del conocimiento que llegamos a tener
de Él.
• No es necesario contraponer a un “Dios de la fe” de un “Dios de los filósofos”. Con
todo, es verdad que el lenguaje metafísico que se desgaja del conocimiento natural es
pertinente en cuanto muestra la radicalidad del pensamiento humano de cara al
sustento radical del ser y a la trascendencia, pero también puede resultar distante. La
revelación nos presenta ante todo a un Dios que se da a conocer y se involucra con el
hombre, el Dios vivo y relacionado con el hombre, no sólo presente como Creador,
sino como quien sostiene en la existencia el universo y actúa providencialmente en el
decurso de la historia humana.
• El lenguaje de la Revelación y de la Tradición es normativo para el discurso cristiano
sobre Dios.

2. Revelación del único Dios vivo y verdadero en el Antiguo Testamento


• El Antiguo Testamento nos da cuenta ya de la intervención de Dios en la historia
revelándose al pueblo de Israel, haciendo de él su pueblo e involucrándose
salvíficamente con el devenir de su historia.
• Es posible identificar la maduración que Israel fue viviendo de su propia fe, que le
exigió una permanente confrontación con la idea politeísta y henoteísta que dominaba

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Síntesis Teológica – Trinidad 4

en su entorno. Israel logra identificar el vínculo profundo de Yahveh con ellos como
“su” Dios, y también lo reconoce como el único Dios vivo y verdadero. Delante de él,
todos los demás son ídolos (Cf. Sal 115).
• La Alianza establece el vínculo fuerte de Dios con su pueblo. Ellos lo viven con la
obediencia de la Ley y del Culto, y reciben la promesa de la tierra y la descendencia.
Todas las instituciones de Israel y el ritmo de su vida se relacionan con Dios. Se
verifica a nivel colectivo y personal.
• Se trata del Dios único. La revelación a Abraham contiene ya la afirmación fuerte del
monoteísmo. El pueblo elegido debe atender continuamente el llamado profético a
mantenerse fieles. Sólo a Él deben amar (Dt 6,4-5).
• La historia completa del pueblo es interpretada a partir de la fidelidad con Dios. Para
ello se emplean hermosas figuras, como la de un esposo o una madre. Los profetas
desarrollan una continua misión de convocación a rechazar la idolatría y volver a la
fidelidad.
• El Dios vivo es el Creador, del que proviene todo el universo. La vida, particularmente
la humana, brota de su propio aliento, de modo que Él es su dueño. Al mismo tiempo,
es el Dios que actúa en la historia y toma partido por su pueblo.
• El Dios de Israel es un Dios compasivo y misericordioso, fiel y veraz. Su paso ante
Moisés presenta una hermosa síntesis de los atributos divinos del Antiguo Testamento:
“Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y
fidelidad” (Ex 34,5-6).
• De particular densidad es la revelación del nombre de Dios que recibe Moisés. El más
genérico “el” se perfila como Yahveh, el que es. El término ha conocido diversas
interpretaciones, desde la evasión de una respuesta hasta la lectura metafísica del
existente en sí mismo. El sentido más original debe entenderse en referencia a la
fidelidad divina (es el Dios que ha estado con los padres y que seguirá estando con su
pueblo, salvándolo). CICat 206-207: “Este Nombre Divino es misterioso como Dios
es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como el rechazo de un nombre propio,
y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima
de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45,15), su
Nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar
su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para
siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como para
el porvenir ("Yo estaré contigo", Ex 3,12). Dios, que revela su Nombre como ‘Yo soy’,
se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo”.
De tal manera se considera relevante el Nombre, que los judíos no lo pronuncian.
• La trascendencia de Dios hace que se hable también de determinadas mediaciones
(palabra, espíritu, sabiduría, ángel), que servirán como base para la explicitación de
las tres divinas personas. Algunas figuras misteriosas (“hagamos” en la creación: cf.
Gn 1,26, y los tres ángeles que visitan a Abraham: cf. Gn 18,1-16) pueden tener una
explicación en su sentido literal, pero no dejan de ser sugestivas imágenes que
anuncian la Trinidad.
• Yahveh es el mismo Dios del Nuevo Testamento, pero conocido en profundidad.

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3. Revelación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el Nuevo Testamento


• Jesús revela plenamente el misterio divino. Lo hace con su presencia al interno de la
tradición judía, manteniendo la afirmación monoteísta, pero aportando la novedad
trinitaria. Toda la acción de Cristo, realizando el plan salvífico de Dios, manifiesta
también la verdad íntima de su misterio.
• Dios es presentado como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Jesús personalmente tiene
con el Padre una peculiar familiaridad, y al mismo tiempo permite a los discípulos
participar de esa intimidad. Es el Padre providente, dispuesto al perdón, que ama a los
hombres. CICat 240: “Jesús ha revelado que Dios es ‘Padre’ en un sentido nuevo: no
lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que
recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: ‘Nadie conoce al Hijo sino el
Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar’ (Mt 11,27)”.
• Jesús mismo se presenta con una autoridad inusitada, que pronto el mismo Nuevo
Testamento, en particular a partir de su resurrección, plasmó en el culto a Él como
Señor. Predica con autoridad, ejecuta signos portentosos, perdona los pecados, llama
a los discípulos de modo peculiar y forma en torno a Él un nuevo pueblo. Su autoridad
se manifiesta en la particular intimidad que tiene con Dios como su Padre, en la
corrección de la Ley apelando a su principio, pero también en el conocimiento que
tiene de las personas y en la eficacia sobre las fuerzas de la naturaleza. Como portavoz
autorizado del Reino termina por ser reconocido como divino, en particular a partir de
su resurrección de entre los muertos.
• Además de revelar al Padre, Jesús anuncia el Espíritu Santo. Si en el corpus lucano
conocemos al Espíritu guiando a Jesús y a la Iglesia en el decurso de su historia, en
Juan somos testigos de su revelación solemne, tanto al presentárnoslo como el origen
del agua viva en el corazón del creyente (Jn 7,37-39) como al prometerlo como
paráclito (cf. Jn 15,26-27; 16,7-15). Las cartas apostólicas nos indicarán que por el
Espíritu Santo se proclama a Dios como Padre y se reconoce el señorío de Cristo (cf.
Ga 4,6; 1Co 12,3).
• Las narraciones evangélicas contienen varias imágenes trinitarias. Destacan los
episodios del bautismo (cf. Mc 1,9-11 par) y de la transfiguración (cf. Mc 9,2-8 par),
en donde encontramos teofanías que presentan un carácter trinitario.
• La fe trinitaria se fue perfilando con más claridad, especialmente en fórmulas de
diversos tipos que tenemos dispersas en el Nuevo Testamento. Las hay breves de
carácter binario y ternario, narrativas y de profesión. Se articulan también de manera
más compleja en la predicación apostólica, himnos y tejidas en torno a discursos. Es
posible mencionar Mt 28,19-20; 2Co 13,13; 1P 1,1-2; 1Co 12,4-11; Ef 1,3-14;57 Ef
4,4-6.

II – Formulación dogmática trinitaria y desarrollo teológico


4. Formulaciones prenicenas del misterio divino
• En continuidad con la maduración del Nuevo Testamento, integrando tanto la línea
joánica como la paulina, los primeros padres de la Iglesia (Clemente Romano, Ignacio
de Antioquía) buscan caminos para expresar el misterio de Dios.
• Ante las objeciones presentadas a la fe cristiana, los apologetas (Justino) plantean
medios para expresarla y explicarla.
• Ireneo de Lyon logra una síntesis brillante en clave histórico-salvífica.

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• Al igual que él, Tertuliano presenta la regula fidei consistente precisamente en la


profesión de fe trinitaria, y junto con Orígenes va delineando un vocabulario técnico
para referir el misterio de Dios.
• Desde este período se identifican las orientaciones heréticas que pueden darse en la
doctrina trinitaria: el subordinacionismo (entender en distinto grado la divinidad de las
personas), el sabelianismo (entender la diferencia de las personas sólo como modos de
presentarse), el triteísmo (la ruptura de la unidad sustancial).
5. La divinidad del Hijo y el Concilio de Nicea
• Buscando garantizar la absoluta monarquía divina, el alejandrino Arrio plantea un
esquema en el que el Hijo es entendido como una creatura, la primera y más noble de
todas las creaturas, pero finalmente creatura.
• Contra él, Alejandro de Alejandría, Atanasio de Alejandría y el Concilio de Nicea, así
como Hilario de Poitiers, formulan la divinidad del Hijo precisando aún más el
lenguaje trinitario.
• Se distingue el origen propio de la creación del eterno origen del Hijo respecto al
Padre, de modo que el Padre no está nunca sin el Hijo. El credo niceno habla entonces
del Hijo “engendrado no creado”. No proviene de la nada, sino de la ousía del Padre.
La palabra “engendrado” se entiende como una realidad eterna. Contra el
subordinacionismo, se le reconoce “Dios verdadero de Dios verdadero”, y la diferencia
respecto a la creación se subraya al decir que todo fue hecho por Él. Para expresar esta
verdad, se introduce una expresión no bíblica, “homousios”, con la que se buscaba
subrayar la igual condición divina respecto al Padre. Su uso no fue fácilmente
aceptado, debido a que podía entenderse en sentido sabeliano, es decir, confundiendo
a la persona del Hijo con la del Padre.
• De hecho, la condenación del arrianismo en el concilio emplea la palabra “hypostasis”
como sinónimo de “ousía”.

6. La divinidad del Espíritu Santo y el Concilio de Constantinopla


• En torno al Concilio de Constantinopla, los padres capadocios (Basilio Magno,
Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa) enfrentan una nueva versión del arrianismo
en el planteamiento de Eunomio. Para él, lo esencial de Dios es el no tener principio,
y dado que el Hijo tiene su principio en el Padre, no puede considerársele divino. La
refutación de Eunomio fortalece la reflexión sobre los términos usados para hablar de
Dios.
• En este mismo tiempo se desarrolla la herejía macedoniana (pneumatómacos), que
niega la divinidad del Espíritu Santo, entendiéndolo más bien como una fuerza desde
la que se eleva la alabanza al Padre. Los capadocios desarrollan una teología que
articula la pneumatología y da base a las formulaciones del Credo del Concilio de
Constantinopla.
• El lenguaje propiciado en este momento es más bien litúrgico y soteriológico. Al igual
que Cristo, el Espíritu Santo es reconocido como “Señor”, identificándose lo propio
de su acción como “Vivificador”. Si el plan de Dios incluye la divinización del
hombre, y esta obra la lleva a cabo el Espíritu Santo, debe reconocérsele como divino.
En la liturgia, se le distingue no sólo como principio que mueve a los creyentes a dirigir
su alabanza al Padre, sino que Él mismo recibe también la glorificación (“recibe una
misma adoración y gloria”). No deja de recordarse su función desde el Antiguo

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Testamento (“habló por los profetas”). Para hablar de su origen respecto al Padre, se
toma la expresión joánica “procedente”.

7. Tres planteamientos teológicos clásicos: San Agustín, Ricardo de san Víctor, Tomás
de Aquino
• Son muchos los autores que a lo largo de la historia de la Iglesia han consagrado su
esfuerzo reflexivo a exponer el misterio de la Trinidad (Teología). Su servicio permite
a la comunidad alcanzar cierta comprensión de su fe, suscitando la admiración y
precisando el lenguaje.
• Entre los padres de la Iglesia destaca san Agustín, quien consciente de que la obra de
la Creación no podía sino llevar la huella de Dios, identifica en el espíritu humano su
imagen y semejanza, de modo que de alguna manera la comparación de las divinas
personas con la estructura antropológica superior puede acercarnos a su comprensión
(doctrina psicológica de la Trinidad). Identificando en distintas triadas las funciones
superiores del alma, las refiere a las tres divinas personas (por ejemplo, mens, notitia,
amor; memoria, intelligentia, voluntas).
• Entre los autores medievales, Ricardo de san Víctor elabora una propuesta original
basada en el amor, señalando al Padre como el Amante, al Hijo como el Amado y al
Espíritu como el Condilecto.
• Una de las más poderosas síntesis del pensamiento cristiano la elabora Tomás de
Aquino, a propósito del misterio trinitario. Asume en notable equilibrio las doctrinas
anteriores a él, y argumenta señalando lo absoluto y lo relacional en Dios. Destaca en
particular su identificación de la “persona” en Dios como “relación subsistente”.
8. Formulaciones sintéticas
• A lo largo de la historia, la Iglesia ha buscado establecer fórmulas que expresen de
mejor manera el misterio trinitario.
• En su carta a Dionisio de Alejandría, Dionisio de Roma llama a la monarquía divina
“la enseñanza más venerable de la Iglesia” (DzH 112), denunciando tanto el triteísmo
como el sabelianismo. Un concilio romano presidido por el mismo Dionisio señala:
“Esta es, pues, la salvación de los cristianos: que creyendo en la Trinidad, es decir, en
el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y bautizados en su nombre, creamos sin
duda alguna que ella es una sola divinidad y potencia, majestad y sustancia” (DzH
176).
• Los sínodos toledanos elaboran fórmulas semejantes. El primero: “Creemos en un solo
Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo… Que este Dios es único y única es la
Trinidad de su nombre divino. Que el Padre no es el Hijo, sino que tiene un Hijo que
no es el Padre. Que el Hijo no es el Padre, sino que es el Hijo de Dios… Que existe
también el Espíritu Paráclito, que no es ni el Padre ni el Hijo, sino que procede del
Padre…” (DzH 188). Particularmente luminoso es el décimo primero (cf. DzH 525-
532).
• Semejante a éste, el Quicumque, que en su apartado trinitario dice lo siguiente: “Esta
es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad.
Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. Porque otra es la persona
del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: Pero la divinidad del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad. Como el
Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el

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Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno
el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres eternos, sino
uno eterno. Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno
inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el
Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. Como es
Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres dioses,
sino un Dios. Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo. Y,
sin embargo, no tres señores sino un Señor. Porque, así como la verdad cristiana nos
compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor,
así la religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores. Al Padre nadie
lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró. El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino
engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni
engendrado, sino procedente de ellos. Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no
tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada es
primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas la tres personas son coeternas y
coiguales las unas para con las otras. Así, para que la unidad en la Trinidad y la
Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes. Quien quiere salvarse,
por tanto, así debe sentir de la Trinidad”.
• Junto con estas fórmulas y a través de discusiones teológicas, se perfiló también un
lenguaje técnico que puede considerarse clásico. CICat 251: “Para la formulación del
dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de
nociones de origen filosófico: ‘substancia’, ‘persona’ o ‘hipóstasis’, ‘relación’, etc. Al
hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo,
sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio
inefable, ‘infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida
humana’”.
• CICat 252: “La Iglesia utiliza el término ‘substancia’ (traducido a veces también por
‘esencia’ o por ‘naturaleza’) para designar el ser divino en su unidad; el término
‘persona’ o ‘hipóstasis’ para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su
distinción real entre sí; el término ‘relación’ para designar el hecho de que su distinción
reside en la referencia de cada uno a los otros.
• Pedagógicamente, la doctrina tomista de la Trinidad se solía recoger en la fórmula: en
Dios distinguimos una naturaleza, dos procesiones, tres personas, cuatro relaciones y
cinco nociones. Es decir: la naturaleza divina; la procesión del Hijo y del Espíritu
Santo (a las que, en el plano económico, corresponden las dos misiones); las personas
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; las relaciones de Paternidad, Filiación,
Espiración activa y Procesión (espiración pasiva); las nociones de Innascibilidad,
Paternidad (exclusivas del Padre), Filiación (exclusiva del Hijo), Espiración Activa
(común del Padre y del Hijo) y Espiración Pasiva (exclusiva del ES).
• Entre los términos técnicos, destacan:
o Naturaleza, esencia o substancia: con ello se indica lo que Dios es, la divinidad.
o Persona, hipóstasis: con ello se indica la distinción en Dios, señalando al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo.
o Relación: con ello se indica la referencia entre las divinas personas. Tres de
ellas son “subsistentes”, en cuanto constituyen a las personas (Paternidad,
Filiación, Espiración pasiva).

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Síntesis Teológica – Trinidad 9

o Procesión: con ello se indica que el Hijo y el Espíritu tienen como fuente al
Padre.
o Perijóresis: con ello se indica la común participación de la esencia o vida
divina, de modo que, sin dejar de ser cada divina persona quien es, la presencia
de una conlleva la presencia de las otras.
o Atributo: con ello se indica una perfección que podemos predicar de Dios.
o Propiedad personal: con ello se indica una realidad que compete a una sola
persona.
o Apropiación: con ello se indica una acción o propiedad que, aunque en sentido
estricto compete a las tres divinas personas, por pertinencia pedagógica se
predica de una de ellas (así, del Padre la Creación, del Hijo la redención, del
Espíritu la Santificación).

III – Visión sistemática


9. Condiciones del lenguaje teológico
• CICat 42-43: “Dios trasciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar
nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes,
de imperfecto, para no confundir al Dios ‘que está por encima de todo nombre y de
todo entendimiento, el invisible y fuera de todo alcance’ (Liturgia bizantina. Anáfora
de san Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras
humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios. Al hablar así de Dios, nuestro
lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo,
sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar, en
efecto, que ‘entre el Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la
desemejanza entre ellos no sea mayor todavía’ (Concilio de Letrán IV: DzH 806), y
que ‘nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino solamente lo que no es, y
cómo los otros seres se sitúan con relación a Ël’ (Santo Tomás de Aquino, Summa
contra gentiles, 1,30)”. Agustín: “Si lo comprendieras, no sería Dios” (Sermones,
52,6,16).
• CICat 237: “La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios
escondidos en Dios, ‘que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto’
(Concilio Vaticano I: DzH 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser
trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento.
Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a
la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el
envío del Espíritu Santo”.
• Para hablar adecuadamente del misterio divino, el cristiano es orientado por el lenguaje
mismo de la Revelación, y el que la Tradición ha ido acuñando y ha demostrado ser
pertinente para hablar de Dios. Manteniendo una crítica prudente ante la evolución de
los términos, habrá de realizar una tarea de explicación y aún de reformulación, cuando
sea necesario, pero de tal manera que la continuidad de la fe resulte evidente.

10. Unidad y unicidad de Dios


• “Si Dios no es único, no es Dios” (Tertuliano, Adv. Marc. 1,3).
• CICat 200: “La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación
Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios
y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: ‘La fe
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cristiana cree y confiesa que hay un solo Dios [...] por naturaleza, por substancia y por
esencia (Catecismo Romano, 1,2,2)”.
• Al confesar que Dios es uno y único, es posible reconocer también algunos de sus
atributos. “Creemos firmemente y confesamos que hay un solo verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu
Santo: Tres Personas, pero una sola esencia, substancia o naturaleza absolutamente
simple (Concilio de Letrán IV: DzH 800)”. Reconocemos tanto los atributos negativos
de Dios, que lo contrastan con el mundo, como los positivos, que ven en él en grado
eminente los trascendentales.
• La afirmación de Dios tiene repercusiones espirituales, morales y pastorales. La fe en
el único Dios se convierte en el imperativo de adorarlo y amarlo sobre todas las cosas
(cf. Dt 6,4; Mc 12,29), reconociendo su majestad, viviendo en acción de gracias,
confiando en Él, y como derivación reconociendo la unidad y dignidad de todos los
hombres y usando bien de todo lo creado (cf. CICat 222-227). Esta certeza
fundamental es el centro de toda acción eclesial.
• Desde la profesión de fe en el único Dios y su acción en el mundo se reconocen como
errores el ateísmo, el deísmo, el politeísmo, el panteísmo y el agnosticismo.
11. Tres personas, un solo Dios
• Contra cualquier planteamiento triteísta o societario de Dios, afirmamos que la fe en
la Trinidad no desdice la fe en el único Dios. CICat 253: “La Trinidad es una. No
confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial"
(Concilio de Constantinopla II, año 553: DzH 421). Las personas divinas no se
reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: ‘El Padre
es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo
mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza’ (Concilio de Toledo
XI, año 675: DzH 530). ‘Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la
substancia, la esencia o la naturaleza divina’ (Concilio de Letrán IV, año 1215: DzH
804)”.
• La unidad de Dios no niega la distinción real en Dios. CICat 254: “Las Personas
divinas son realmente distintas entre sí. ‘Dios es único pero no solitario’ (Fides
Damasi: DzH 71). ‘Padre’, ‘Hijo’, ‘Espíritu Santo’ no son simplemente nombres que
designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: ‘El que es
el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es
el Padre o el Hijo’ (Concilio de Toledo XI, año 675: DzH 530). Son distintos entre sí
por sus relaciones de origen: ‘El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado,
y el Espíritu Santo es quien procede’ (Concilio de Letrán IV, año 1215: DzH 804). La
Unidad divina es Trina”.
• La explicación de la distinción se desprende de la relación entre las divinas personas.
CICat 255: “Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las
Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las
relaciones que las refieren unas a otras: ‘En los nombres relativos de las personas, el
Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin
embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree
en una sola naturaleza o substancia’ (Concilio de Toledo XI, año 675: DzH 528). En
efecto, ‘en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas’ (Concilio
de Florencia, año 1442: DzH 1330). ‘A causa de esta unidad, el Padre está todo en el
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Síntesis Teológica – Trinidad 11

Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo;
el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo’ (Concilio de Florencia, año
1442: DzH 1331)”.
• Una teología del Padre habrá de presentar su persona como amor abismal, fontal y
fundamental, donación y entrega originaria e ilimitada, referente último y sentido
último de toda realidad. De acuerdo con el Evangelio, el fiel vive en plena confianza
en Él, conociendo la riqueza de su misericordia y su indulgencia. La imagen
“masculina” de su paternidad, aunque en algunos puntos es vinculante en su lenguaje,
no debe entenderse como una orientación única ni identificada sexualmente. Respecto
a las otras dos divinas personas, se entiende como su eterno origen radical, fuente por
lo tanto de la alteridad y de la comunión. Respecto al mundo, como punto de partida
trascendente de su existencia y fin definitivo. De Dios proviene toda paternidad. Su
radical misterio lo identifica como “incomprensible”, pero dado a conocer
precisamente en el Hijo.
• Una teología del Hijo habrá de reconocer que en Dios se da una filiación como un
“absoluto” desde el principio, Vida y Luz, identificando en Él una alteridad amable (el
Hijo amado) y la cifra de comunicación de Dios (la Palabra). Su existencia podrá ser
explicada como acogida y recepción. Lo caracterizará la mediación y el lugar central,
la obediencia y la expresión. Él es quien se encarna, quien hace ver al Padre, quien
dona al Espíritu Santo. “En el principio ya existía el que es la Palabra, y la Palabra
estaba con Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1,1). “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios
unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). “Él
es el reflejo de la gloria [de Dios], Él sostiene el universo con su palabra poderosa”
(Hb 1,3). “Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; Él es anterior
a todo y todo se mantiene en él” (Col 1,15.17).
• Una teología del Espíritu Santo habrá de formularse en la clave de comunión, como
simultáneo darse y recibir, como vitalidad, como unión, como perfección (Congar:
finalizar), como persona-don. En el orden salvífico, de él proviene el llamar a Dios
“Padre” y reconocer a Jesús como “Señor”. De él, en particular, se habla como gracia
increada. Agente de cristificación, hace presente al Verbo en la encarnación, en las
unciones sacramentales, en la Eucaristía, en los procesos santificadores. A nivel
eclesial, Él integra en la comunión lo diverso e impulsa el dinamismo misionero.

12. Dios y el mundo


• En sus acciones ad extra, las divinas personas operan en común. CICat 258: “Toda la
economía divina es la obra común de las tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del
mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y
misma operación (cf. Concilio de Constantinopla II, año 553: DzH 421). ‘El Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio’
(Concilio de Florencia, año 1442: DzH 1331). Sin embargo, cada Persona divina
realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo
al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): ‘Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas
las cosas, Uno el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu
Santo en quien son todas las cosas (Concilio de Constantinopla II: DzH 421). Son,
sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo
las que manifiestan las propiedades de las personas divinas”. Así, la economía divina

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Síntesis Teológica – Trinidad 12

da a conocer la propiedad de las personas divinas y su única naturaleza (cf. CICat 259).
Expresado con una fórmula célebre de Karl Rahner, que, sin embargo, requiere sus
matices: “La Trinidad económica es la inmanente”.

• Abordamos a continuación una serie de temas y de quæstiones disputatæ, que


enriquecen la perspectiva sintética.
• A nivel antropológico, el misterio de la Trinidad no deja de ser una pista sugestiva
para reflexionar sobre el hombre, y el hombre para reflexionar sobre la Trinidad. La
teología de la “imagen y semejanza” resulta sumamente sugestiva. El planteamiento
personalista del siglo XX ha sabido nutrirse también de la doble línea de la “identidad”
y la “relación” como constitutivas del ser personal para profundizar en la naturaleza
humana.
• Al señalar la naturaleza social del ser humano, habrá que ser cautelosos en el atribuir
a Dios un modelo societario, que derrape en el triteísmo. Será preferible hablar de la
comunión trinitaria como referente para la comunidad humana (amistad, familia,
iglesia), y no decir que la Trinidad es la “comunidad perfecta”.
• Entre los términos desarrollados por la teología trinitaria destacan “naturaleza” y
“persona”. Ellos, de hecho, en la historia de las ideas, se desarrollaron en referencia al
cristianismo. Sin embargo, su propia evolución las ha distanciado de su sentido
original. “Naturaleza” entendida como la creación no significa lo mismo que
“sustancia” o “esencia”. “Persona” incluye actualmente la consideración de una
subjetividad, lo que en Trinidad daría pauta también para conceptos triteístas. Las
propuestas, sin embargo, para sustituir las palabras, han sido insuficientes, exigiendo
más explicaciones en vez de aclarar el significado. En el estado actual, parece más
conveniente mantener el uso de las palabras, realizando sobre ellas una adecuada
catequesis, que recuerde el sentido imperfecto y analógico de los términos humanos
referidos a Dios.
• Los monoteísmos han sido acusados en tiempos recientes de justificar el desorden
ecológico por considerar al hombre el centro de la creación, y también de ser violentos
debido a su pretendido pensamiento único. En realidad, ninguno de los dos conceptos
corresponde al sentido original de la fe cristiana. En los aspectos que esta denuncia sea
cierta, habrán de servir como indicativos para una corrección profética.
• Entre los autores del siglo XX, destaca en Trinidad la propuesta trascendental de Karl
Rahner, quien acuñó el célebre axioma: “La Trinidad económica es la inmanente y
viceversa”. Mientras la primera frase del axioma corresponde a la visión clásica del
cristianismo, la segunda compromete la diferencia entre Dios y el mundo, aunque es
admisible como descripción de la gracia. De cualquier manera, su pensamiento fue
una fuerte provocación para la reflexión teológica. Por su parte, Hans Urs von
Balthasar elaboró una sugestiva propuesta de la Trinidad, siguiendo la presentación
estético-dramática-lógica de Dios en su objetivo acontecer histórico.
• En la teología trinitaria contemporánea se ha buscado de nuevo explicar la simultánea
Unidad y Trinidad en Dios, evitando los insinuados extremos de triteísmo y
modalismo. Se reconoce una tensión entre mono-subjetividad e inter-personalidad,
procurándose reconocer un modo de reciprocidad sin destruir el orden revelado en la
Trinidad. Se acude, para ello, al término clásico “perijóresis”, profundizándose de
nuevo el concepto de persona como “relación”, “don” y “comunión”.

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Síntesis Teológica – Trinidad 13

• Nuestra cultura oscila entre un moderno secularismo militante, que tendió a orillar a
Dios fuera del ámbito público de la existencia humana, y un posmoderno pensamiento
líquido, que quita en su relativismo todo sustento definitivo a la realidad. La teología
cristiana habrá de prestar en nuestro tiempo el servicio de recordar el fundamento
radical y el sentido último de la realidad en Dios, a la vez que a proponer desde su
profesión teísta un horizonte de plenitud y realización para el hombre en la santidad y
en la comunión con Él.

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Síntesis Teológica – Trinidad 14

PNEUMATOLOGÍA

I – La revelación del Espíritu Santo


1. La ruah de Dios en el Antiguo Testamento
2. La manifestación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
II – El Espíritu Santo en la reflexión y enseñanza de la Iglesia
3. Notas de pneumatología patrística
4. La cuestión del filioque
5. Propuestas teológicas
III – Visión sistemática
6. El Espíritu Santo en la Trinidad
7. La misión del Espíritu Santo en relación con la de Cristo
8. El Espíritu Santo en la Iglesia
9. El Espíritu Santo y la vida cristiana

Referencias bibliográficas

ð CICat nn. 683-747.


ð JUAN PABLO II, Dominum et vivificantem, 18.05.1986.

ð ALDAZABAL, J., El Espíritu Santo, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1992.


ð CODINA, V., No extingáis el Espíritu (1Ts 5,19). Una iniciación a la pneumatología, Sal
Terrae, Santander 2008.
ð CONGAR, Y., El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983.
ð _____, «Pneumatología dogmática», en IPT II, 463-493.
ð _____, Sobre el Espíritu Santo. Espíritu del hombre, Espíritu de Dios, Sígueme,
Salamanca 2003.
ð FERMET, A., El Espíritu Santo es nuestra vida, Sal Terrae, Santander 1985.
ð FERNÁNDEZ, A., «El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. Pneumatología», en Teología
Dogmática. Curso Fundamental de la Fe Católica, BAC, Madrid 2009, 343-383.
ð GONZÁLEZ, C.I., El Espíritu Santo del Señor que da la vida. Teología del Espíritu Santo,
CEM, México 1997.
ð HILBERATH, B.J., Pneumatología, Herder, Barcelona 1996.
ð MÜLLER, G.L., «La revelación del Espíritu del Padre y del Hijo (Pneumatología)», en
Dogmática. Teoría y práctica de la Teología, Herder, Barcelona 1998, 389-413.
ð SCHÜTZ, Ch., Introducción a la pneumatología, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991.

Cuestionario

1. ¿Qué valor pneumatológico tiene la ruah Yahveh?


2. Describa la relevancia pneumatológica del corpus lucano.
3. Señale los principales contenidos pneumatológicos del corpus joánico o del corpus
paulino.
4. ¿En qué consiste el problema del filioque?
5. Argumente la conveniencia de una síntesis teológica que integre la pneumatología con
la eclesiología o con la antropología teológica.

N.B.: Compleméntese este cuestionario con las preguntas 9 y 19 del tratado trinitario.

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Síntesis Teológica – Trinidad 15

PNEUMATOLOGÍA

• El estudio teológico sobre el Espíritu Santo ha cobrado relevancia en los últimos


lustros. Tradicionalmente se le ha considerado como parte del tratado trinitario, en
particular lo que se refiere a su condición de persona divina. Por otra parte, su misión
ha sido estudiada en la cristología, la antropología y la eclesiología. En tiempos
recientes, incluso se ha propuesto abordar la totalidad de los temas teológicos desde la
perspectiva del Espíritu Santo. Su consideración, a continuación, nos permite
profundizar algunos puntos ya anunciados en el tratado trinitario y recordar algunos
contenidos que volverán en los tratados antropológico y eclesiológico.

I – La revelación del Espíritu Santo

• CICat 691: “El término ‘Espíritu’ traduce el término hebreo Ruah, que en su primera
acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del
viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el
Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son
atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos,
la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu
Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos ‘espíritu’ y
‘santo’”.
1. La ruah de Dios en el Antiguo Testamento
• Para la revelación del Espíritu Santo como persona divina en el Nuevo Testamento,
encontramos como antecedente veterotestamentario una de las mediaciones bíblicas
para hablar de la acción de Dios salvaguardando su trascendencia: la ruah. Para el
término se reconoce un uso físico, vital, espiritual y divino. En su sentido divino, se le
reconoce en la creación, en la historia de Israel y en personajes veterotestamentarios
relevantes como Moisés, los jueces y los profetas. Se le invoca en los salmos. No deja
de ser, sin embargo, una referencia a Dios mismo en su poder y acción de salvación.

2. La manifestación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento


• En el Nuevo Testamento encontramos la revelación del Espíritu Santo. Ocurre, sin
embargo, más como una descripción de su acción y su experiencia que como una
reflexión sobre su identidad.
• Los evangelios sinópticos tienen en común el presentar la obra del Espíritu Santo en
la humanidad de Jesús. Su acción es particularmente subrayada por el corpus lucano.
Aparece en la encarnación, en el Bautismo del Señor, entendido como una dotación
pneumática particular de Jesús, como su unción. En su vida pública, Jesús es guiado
por él y sus milagros se explican en referencia al “dedo” de Dios. En la Transfiguración
se insinúa en la luz y en la nube.
• En la enseñanza de Jesús, destaca la afirmación del pecado contra el Espíritu Santo
(rechazo a aceptar en la acción de Jesús la intervención salvífica del Espíritu). También
la presentación del Espíritu Santo como el don bueno que proviene del Padre. A los
discípulos perseguidos les garantiza la asistencia del Espíritu Santo. El bautismo
mandado después de la resurrección incluye la mención del Espíritu Santo.
15
Síntesis Teológica – Trinidad 16

• En los Hechos de los apóstoles, el Espíritu Santo aparece como el gran protagonista
de la acción eclesial. Se describe su presencia como don en Pentecostés, indicando que
la nueva comunidad pertenece al tiempo mesiánico, y que su acción tiene un alcance
universal.
• San Pablo describe la experiencia cristiana en el Espíritu. El Espíritu Santo (de Dios y
de Cristo) es ante todo don escatológico, promesa cumplida y dinamismo nuevo,
relacionado con la persona y la acción salvadora de Cristo. Es el agente de la filiación
adoptiva y de la profesión de fe cristiana. La vida cristiana es una vida en el Espíritu.
Para la Iglesia, es principio de su edificación y de su vitalidad.
• San Juan abunda en referencias pneumatológicas. Todas las palabras de Jesús están
marcadas por el espíritu. Se identifica con el don divino del agua viva. En los discursos
de despedida es llamado Espíritu de verdad, Paráclito. El resucitado lo entrega.
• En resumen, los diversos testimonios veterotestamentarios nos presentan al Espíritu
Santo como sujeto de orden divino, particularmente descrito en su acción, referida a
Cristo, a la Iglesia y al cristiano.

II – El Espíritu Santo en la reflexión y enseñanza de la Iglesia


3. Notas de pneumatología patrística
• El momento más relevante de la patrística respecto al Espíritu Santo ya ha sido
abordado en el tratado trinitario: el Concilio de Constantinopla.
• La temática pneumatológica de los autores en los primeros siglos cristianos puede
clasificarse en la explicación de la profesión de fe (bautismal y mistagógica), en la
liturgia, en la teología (su carácter personal y divino) y en la economía (su acción en
el Antiguo Testamento y su continuidad en el Nuevo, su participación en la obra de
Cristo, su acción en el hombre y su vocación, y en la Iglesia, particularmente en los
apóstoles.
• En el siglo IV, destaca el surgimiento de tratados específicos sobre él: Atanasio,
Dídimo, Basilio. Ambrosio.

4. La cuestión del filioque


• El desarrollo occidental añadió a la fórmula constantinopolitana la participación del
Hijo en la procesión del Espíritu Santo (“filioque”). Las iglesias ortodoxas rechazan
esta expresión, subrayando al Padre como fuente única de la divinidad. Ellos sólo
aceptan la intervención del Hijo en el plano económico, no en el teológico. Para la
teología trinitaria occidental, que explica la distinción de las personas en base a las
relaciones de oposición, este contenido es necesario para distinguir la procesión del
Espíritu Santo de la del Hijo. La expresión ha de considerarse legítima y razonable, y
la tensión no debe considerarse irresoluble: “La tradición oriental expresa en primer
lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar
al Espíritu como ‘salido del Padre’, esa tradición afirma que éste procede del Padre
por el Hijo. La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión
consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y
del Hijo (Filioque). Lo dice ‘de manera legítima y razonable’ (Concilio de Florencia,
1439: DzH 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión
consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que
‘principio sin principio’ (Concilio de Florencia 1442: DzH 1331), pero también que,

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Síntesis Teológica – Trinidad 17

en cuanto Padre del Hijo Único, sea con él ‘el único principio de que procede el
Espíritu Santo’ (Concilio de Lyon II, año 1274: DzH 850). Esta legítima
complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad
del mismo misterio confesado” (CICat 248).

5. Propuestas teológicas
• La reflexión teológica tradicional ha identificado al Espíritu Santo como la Persona
Don y la Persona Amor.
• Ricardo de san Víctor lo llamó el “condilecto”, el amado en común.
• Entre los acercamientos modernos, H. Mühlen describe al Espíritu Santo como el
“Nosotros” en persona, caracterizándose por poder ser una persona en dos personas.
Esto mismo lo extiende a la Iglesia, que se puede explicar también, desde el Espíritu
Santo, como una persona en muchas. Y. Congar desarrolla la identidad del Espíritu
Santo como consumación, siguiendo a Ricardo de san Víctor: “completio Trinitatis”.
Th. Weinandy lo identifica como “espíritu de filiación”.

III – Visión sistemática


6. El Espíritu Santo en la Trinidad
• El Espíritu Santo es conocido por la revelación. Su existencia e identidad corresponden
al misterio divino que se nos ha dado a conocer. Se le ha identificado primariamente
debido a su actuación, generándose en la Iglesia un proceso de conciencia sobre su
identidad.
• Delimitación dogmática sobre el misterio del Espíritu Santo: afirmamos la realidad del
Espíritu Santo, su naturaleza divina, su condición personal, su identidad como el
“procedente”.
• Explicaciones teológicas: la noción de “procesión” o “espiración pasiva” caracteriza
al Espíritu Santo; se ha explicado en analogía con la voluntad y el amor; su “nombre
propio” es compuesto de términos que corresponden a las otras divinas personas,
señalando así su ser en común de ambos; su “lugar” en la Trinidad es el “tercero”, no
en sentido subordinacionista, sino en cuanto completez; lo describen adecuadamente
los términos “amor” y “don”.

7. La misión del Espíritu Santo en relación con la de Cristo


• Inspirándonos en la perspectiva lucana, es posible presentar una cristología
fuertemente pneumática.
• La identificación misma de Jesús como “Cristo” señala su unción por el Espíritu Santo.
• Una lectura de los misterios de nuestro Señor Jesucristo muestra cómo el Espíritu
Santo acompaña la misión del Hijo, desde la encarnación hasta la pascua, pasando por
todas las etapas de su ministerio público.
• La consumación de la entrega de Cristo es el punto de partida para que pueda
entregarse el don del Espíritu Santo a los discípulos y a la Iglesia.

8. El Espíritu Santo en la Iglesia


• La conciencia eclesiológica en torno al Concilio Vaticano II ha permitido también
profundizar la función específica del Espíritu Santo en la constitución de la Iglesia,
señalándolo, en analogía, como su “alma”. Él es quien anima las acciones de la Iglesia,
otorgándoles su fuerza sobrenatural, y al mismo tiempo quien integra en la unidad la

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Síntesis Teológica – Trinidad 18

diversidad de personas y actividades. La comunión y la misión eclesiales, así, se


refieren activamente a la obra del Espíritu Santo, que actualiza la obra del Hijo y
acompaña y guía a la Iglesia hacia la plenitud escatológica. Todo en la Iglesia es, en
este sentido, epiclético.
• En particular, se puede señalar la dimensión pneumatológica de cada uno de los
sacramentos de la Iglesia. Ya el bautismo, obra del Espíritu Santo, convierte al ser
humano en templo suyo, y en quien otorga la forma cristiana y la adopción filial. La
confirmación, en particular, se señala como sacramento del Espíritu, en cuanto sella
para el testimonio a quien ya ha hecho miembro de Cristo. La Eucaristía refleja
claramente el carácter epiclético de toda la Iglesia. El perdón de los pecados, desde el
evangelio según san Juan, se relaciona con el don del Espíritu Santo, y se verifica para
los cristianos en el sacramento de la Reconciliación. Desde muy antiguo, el ministerio
en la Iglesia se ha referido a una peculiar acción del Espíritu Santo. Podría reconocerse
también una perspectiva pneumatológica en la Unción de los enfermos y en el
Matrimonio como procesos de santificación en condiciones precisas, incorporándose
a Cristo paciente y glorioso y en la alianza santificadora de Cristo con su Iglesia.

9. El Espíritu Santo y la vida cristiana


• La antropología teológica, la moral y la espiritualidad han cobrado creciente
conciencia de la acción del Espíritu Santo en el proceso del desarrollo del discípulo de
Cristo en su plenitud y santidad.
• En particular, la identificación del Espíritu Santo como gracia increada y la
consecuente caridad, forma de todas las virtudes, infundida en el corazón del creyente,
pone de manifiesto la antigüedad del vínculo entre el proyecto vocacional del cristiano
y la acción del Espíritu Santo. Toda la interacción entre gracia y naturaleza se entiende
en profundidad en perspectiva pneumatológica.
• Otros temas que han desarrollado una antropología pneumatológica son las enseñanzas
eclesiales sobre los dones y frutos del Espíritu Santo. También se ha abundado en la
consideración del “pecado contra el Espíritu Santo”.
• La plenitud del creyente en cuanto discípulo y misionero del Señor e hijo adoptivo del
Padre se realiza por obra del Espíritu Santo. El que penetra los abismos de Dios es el
mismo que habita en nuestros corazones, permitiéndonos llamar a Jesús “Señor” y a
su propio Padre, Padre nuestro.

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