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Una Cruza

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UNA CRUZA

Franz Kafka

(1883- 1924)

Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En
mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad
y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de
ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los
movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se
hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de
los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la
canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al
acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.

Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre
sus dientes de nimal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La
hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y
me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar


ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no
otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si
no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera. No me tomo el
trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A
veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus
esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron
con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un
hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir.
Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado.
Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene
en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien
es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros. A veces tengo que reírme cuando
resuella a mí alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí.
Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también.

ser perro. Una vez —eso le acontece a cualquiera— yo no veía modo de salir de
dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba
en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi
lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato
de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero
vale la pena cuidar este legado. Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del
cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al
sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es
como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el
efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y
muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor. Tal vez la cuchilla del
carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo
negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces
me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.

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