El Caballo de Troya
El Caballo de Troya
El Caballo de Troya
El caballo de Troya
Por fin un día, tras darle muchas vueltas a la cabeza, se le ocurrió una buena idea. Aunque en realidad
parece ser que quien se la inspiró fue la diosa Atenea, que convertida en brisa se acercó a Ulises y le susurró
al odio un plan. En cuanto Ulises lo tuvo claro fue donde sus tropas y les dijo:
Ulises que se dio cuenta de lo que pasaba por la cabeza de Agamenón, le tranquilizó:
No te preocupes, no estoy loco.
No vamos a abandonar.
Levantar el campamento es solamente la primera
parte de mi plan.
Ulises le contó el plan completo a Agamenón y una vez conocido le pareció una idea estupenda y se pusieron
manos a la obra. En tres días, cuando los troyanos se asomaron a ver la gran llanura que se extendía tras las
murallas de la ciudad, no podían creer lo que veían. Ésta estaba desierta, no había ni un soldado, los griegos
habían levantado el campamento y se les veía a lo lejos en sus barcos navegando en dirección a su tierra.
¡Habían abandonado!
La noticia corrió como la pólvora. No se hablaba de otra cosa en las calles de Troya, realmente nadie
entendía qué había ocurrido para que los Griegos abandonasen tan precipitadamente, pero daba igual. Por
fin lo habían conseguido, la guerra había terminado. Ya no habría sangre, ni dolor, ni heridos, ni llanto.
Pero de pronto desde lo alto de la muralla dos centinelas, señalando hacía lo lejos, dijeron:
En efecto, entre las tiendas abandonadas, se veía una escultura de gran tamaño que el propio
rey Príamo quiso examinar de cerca, así que acompañado de un séquito de notables abandonó la ciudad y se
trasladó hasta donde estaba la enorme escultura.
Cuando llegaron allí se encontraron con un precioso caballo, realizado en madera, en cuyos pies había la
siguiente nota:
Este regalo de los griegos es una ofrenda dedicada a Atenea para que nos permita volver sanos.
Los troyanos eran un pueblo muy religioso que sentía gran respeto por los dioses, así que nunca se hubiesen
atrevido a causar cualquier agravio a estos.
Si es una ofrenda a los dioses, no podemos destruirlo… -dijo uno de los notables.
¿Sabéis de quién era la voz? Sí, sí de Ulises. El caballo no era una ofrenda para Atenea sino una trampa con
la que poder entrar en la ciudad. Lo habían construido ellos mismos de madera y había dejado su interior
hueco para que allí se pudiesen esconder Ulises y otros veinte guerreros.
Durante todo el día habían permanecido quietos y en silencio. Realmente había sido duro pues el calor que
hacía en el interior del caballo era insoportable pero había merecido la pena.
Ulises y los suyos abandonaron la escultura y corrieron a la muralla para abrir sus puertas de par en par y
que así el resto de los soldados -esos que parecía que volvían en sus barcos a su tierra, obviamente otro
engaño parte del plan- pudieran entrar en la ciudad Y con este truco del ingenioso Ulises fue como los
griegos ganaron la guerra de Troya.