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Unidad 1 – ESTADO/SOCIEDAD CIVIL.

CÓRDOVA VIANELLO – Liberalismo, democracia, neoliberalismo e


ingobernabilidad.
INTRODUCCIÓN. A partir de los ’70, con el resurgimiento de una idea radical de
liberalismo –es decir, neoliberalismo- y con la formulación de la idea de
ingobernabilidad como calificativo negativo con el que la nueva corriente pretendía
descalificar al Estado benefactor, ambos conceptos, liberalismo y democracia, fueron
replanteados desde una perspectiva que pretende, para decirlo con Bobbio, salvar al
capitalismo sacrificando la democracia.
LA DEMOCRACIA, PILAR DEL PENSAMIENTO POLÍTICO BURGUÉS. A raíz de
la consolidación de las monarquías absolutas europeas en el terreno práctico, y de su
legitimación en el ámbito teórico con la idea de la soberanía del Estado que reconocía
en éste al único ente social legitimado para ejercer el poder, las preocupaciones de los
pensadores políticos empezaron a centrarse, a partir de mediados del S XVII, en la
necesidad de proteger al individuo frente a la autoridad estatal para cumplir con los
principios más elementales de libertad.
Las diversas crisis políticas y sociales que los Estados absolutistas comenzaron a
afrontar continuamente desde el S XVII y en particular durante el XVIII, pusieron al
hombre y a su esfera de derechos en el centro de la discusión. Desde John Locke hasta
Kant, la limitación del poder se convirtió en una constante que se convertiría en parte de
la definición misma del Estado de derecho.
Todas las creaciones teóricas del llamado pensamiento burgués encontraban en la
búsqueda de la protección del individuo su común denominador. Los derechos de
libertad y de propiedad se convirtieron en la gran demanda de dicho pensamiento. No es
casual que las ideas que buscaban la defensa del individuo fueran el referente obligado
al hablar de democracia. La democracia había sido considerada por el pensamiento
autocrático que caracterizó la etapa de la “razón del Estado” como un sistema de
gobierno inaplicable con éxito en la realidad política y social de los Estados nacionales
absolutos. La democracia siempre fue considerada por los autores absolutistas que
recogían la idea de las tres formas de gobierno que Platón y Aristóteles habían
planteado originalmente –monarquía, aristocracia y democracia- como la más
inconveniente de ellas. Es muy posible que la fuerza con la que la democrática fue
postulada por el pensamiento iluminista del S XVIII fuera más una respuesta al modo
autocrático de gobernar característico de los 3 siglos anteriores.
José Fernández indica que: “Autocracia y democracia son regímenes diferentes porque
tienen cometidos distintos: el objetivo de la autocracia es el orden y –suponen sus
partidarios- el orden es mejor garantizarlo allí donde el poder se concentra en las manos
de una persona; el propósito de la democracia es la libertad y –presumen sus
simpatizantes- la libertad es mejor practicada allí donde el poder se distribuye entre los
ciudadanos”.
La democracia como valor político encuentra su origen entre los pensadores
prerrevolucionarios franceses –en particular Rousseau-. La revolución inglesa no tenía
ningún vínculo con los ideales democráticos. Ni siquiera Locke se declara partidario de
la democracia. Locke plantea que el Estado debe dividirse, de acuerdo con sus
funciones, en tres poderes separados –ejecutivo, legislativo y federativo- para evitar que
la concentración de poder le permita atentar contra sus súbditos en su persona y sus
derechos. Este autor centró todas sus reflexiones en dos derechos fundamentales de que
gozaba el hombre y que el Estado debía respetar ante todo: la libertad –que engloba el
derecho a la vida- y la propiedad, mismos que se convertían desde ese momento en
valores centrales del pensamiento liberal.
La democracia, así, no tenía nada que ver con el pensamiento político del S XVII. En
cambio, en la segunda mitad del siglo subsecuente, dos sucesos dieron la pauta para que
ese reciente concepto encontrara aplicación en la práctica y perpetuación en el ejercicio
del gobierno: la revolución de independencia de EEUU y su consecuente Constitución,
y la revolución francesa.
DEMOCRACIA Y LIBERALISMO. El nacimiento de EEUU dio pie a que empezaran
a vincularse los principios liberales junto con los democráticos, lo que representó una
ruptura con la idea, hasta entonces sostenida por los liberales, según la cual sus
postulados no tenían nada que ver con la democracia. La democracia fue hasta el siglo
pasado una idea divorciada de las máximas liberales y despreciada por los sostenedores
de éstas. Que la democracia es una idea liberal desde sus inicios es algo que no debe
desprenderse de lo hasta ahora dicho. Una cosa es que la idea democrática haya
evolucionado paralelamente al liberalismo y haya tendido a identificarse cada vez más
con esta corriente de pensamiento, y otra cosa distinta y equivocada es que ambos
conceptos hayan nacido como un mismo producto o que desde sus inicios hayan ido de
la mano. La existencia de regímenes democráticos liberales, hoy en día, puede inducir a
pensar que ambos conceptos son interdependientes. Nada más erróneo.
El liberalismo en sus orígenes tuvo como preocupación central la de limitar al Estado de
modo que se convirtiera simplemente en un garante de las libertades individuales, las
cuales debían ser dejadas a su libre ejercicio. Los límites de la libertad se encontraban
en que sus derechos pudieran ser ejercitados sin lesionar la libertad de los demás
individuos. En ese sentido, se oponía al Estado absoluto que tendía por su propia
naturaleza a incidir en los derechos individuales de sus súbditos.
La declaración de los derechos del hombre y el ciudadano apunta que toda sociedad en
la que no se asegure la garantía de los derechos y que no determine la división de
poderes, carece de Constitución. Las primeras constituciones escritas, la de EEUU en
1789 y la de Francia de 1791, fieles a esta idea, recogen ambos principios. La esencia
del Estado liberal son ciertos derechos básicos que el detentador del poder debe respetar
y garantizar, la idea de la democracia, por su parte, se basa inicialmente en el
reconocimiento de esos derechos.
No obstante, la vinculación que se forjó entre ambas ideas a partir de ese momento
nunca se disolvió; por el contrario, a lo largo de su evolución fueron entrelazándose más
y más conforme se sucedían los acontecimientos históricos.
En efecto, el establecimiento del elemento democrático entendido como un gobierno
escogido por el pueblo en el que el mismo toma sus determinaciones por sí o por sus
representantes, requiere de entrada un ambiente igualitario e impregnado de libertad, si
bien no para todos los individuos, sí para aquellos considerados políticamente activos,
es decir, para los ciudadanos.
Dichas condiciones básicas para el establecimiento de un Estado liberal requerían de un
sistema de gobierno en el cual el respeto de los derechos por parte de quien detentara el
poder fuera absoluto. El modelo democrático representativo fue la forma de gobierno
que mejor cumplía ese requerimiento y por ello fue recogida por las primeras
constituciones y difundida prontamente a todos los países que acogieron los postulados
liberales. En efecto, la idea que se va a afirmando es que la única forma de democracia
compatible con el Estado liberal, es decir con el Estado que reconoce y garantiza
algunos derechos, como los de libertad de pensamiento, de religión, etc., era la
democracia representativa o parlamentaria, donde la tarea de hacer las leyes concierne
no a todo el pueblo reunido en asamblea sino a un cuerpo restringido de representantes
elegidos por aquellos ciudadanos.
La democracia apareció, a partir de entonces, como el sistema de gobierno que se
oponía a toda forma de despotismo. No obstante, hay que precisar que la idea
democrática que perteneció al pensamiento liberal de entonces dista mucho de la
concepción que hoy tenemos de ella. Muy útil para éste propósito es el concepto de
“poliarquía”, acuñado por Robert Dahl. En efecto, la idea democrática que recogió el
pensamiento liberal del S XVIII era limitada si se la compara con los valores que hoy
implica: la poliarquía, según Dahl, es un régimen político que se distingue por dos
amplias características: la ciudadanía es extendida a una porción alta de adultos, y entre
los derechos de la ciudadanía se incluye el de oponerse a los altos funcionarios del
gobierno y hacerlos abandonar sus cargos mediante el voto. La poliarquía es un orden
político que se singulariza por la presencia de siete instituciones: 1) Funcionarios
electos, 2) elecciones libres e imparciales, 3) sufragio inclusivo –todos los adultos
tienen derecho a votar-, 4) derecho a ocupar cargos públicos, 5) libertad de expresión, 6)
variedad de fuentes de información, 7) autonomía asociativa –el derecho de los
ciudadanos de constituir asociaciones para defender sus derechos-.
Esa concepción de la democracia es la fase inicial de una evolución que terminará en
nuestros días con la idea de la poliarquía como un valor universalmente difundido en las
sociedades contemporáneas.
EL CARÁCTER REPRESENTATIVO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL. Por lo que
hace al ejercicio del gobierno en un régimen democrático se han presentado dos
concepciones distintas. Por un lado, la llamada “democracia directa” que es postulada
por Rousseau en “El contrato social”, según la cual es el pueblo reunido en su carácter
de soberano el que toma las decisiones que le son propias. La otra vertiente que asumió
el pensamiento democrático es la llamada “democracia representativa”, que si bien fue
concebida, en su acepción moderna, en primera instancia por Montesquieu, encuentra en
la obra de Kant su formulación teórica más sólida. Esta última concepción partía de la
crítica al gobierno directo propuesto por Rousseau al considerar que sólo podía
encontrar aplicación en los cantones suizos en los nació el filósofo ginebrino, y no en
las megalópolis modernas que constituían los Estados nacionales. En efecto, el sistema
político inglés, renovado con el pacto entre clases que implicó la Revolución del S
XVII, se presentaba, durante el siglo siguiente, como el modelo de gobierno
representativo en el cual los miembros de la Cámara de los Comunes eran elegidos
periódicamente por los ciudadanos.
La representación, en efecto, se convirtió a la larga en la esencia misma de la
democracia. La experiencia de la representación política en el parlamento inglés no era
realmente un modelo democrático; en cambio, el sistema constitucional de EEUU y los
postulados de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 en
Francia sí prefiguraban un sistema político democrático fundado en la representación.
La representación fue una exigencia que las grandes extensiones, tanto territoriales
como poblacionales, la diversidad social, política, religiosa, lingüística y racial incluso,
de las naciones modernas impusieron a la teoría político luego de demostrar la
inviabilidad de los gobiernos democráticos directos.
TRES ETAPAS EVOLUTIVAS: LA LUCHA POR LOS DERECHOS CIVILES, POR
EL SUFRAGIO UNIVERSAL Y EL ESTADO BENEFACTOR. La evolución paralela
que experimentaron el pensamiento liberal y el ideal democrático, y su gradual y
progresiva identidad se divide en tres grandes fases: la primera es la lucha por el
establecimiento de los derechos civiles, le sigue la lucha por el sufragio universal, y por
ultimo, el establecimiento del Estado benefactor en el presente siglo. La primera etapa
de la evolución comprende las luchas emprendidas por el pensamiento burgués, en
contra del “antiguo régimen”, por establecer una base mínima de derechos que
corresponden a los individuos como participar en el gobierno de la sociedad por sí o por
medio de representantes. En esta fase, que se desarrolla a lo largo de todo el S XVIII,
pero que se afirma en su segunda mitad, es cuando el liberalismo se consolida como la
principal corriente del pensamiento occidental.
Aunque pueda parecer paradójico, la evolución del concepto y de los alcances de la
democracia no fue algo fortuito, todo lo contrario, representó la necesidad inevitable e
impostergable de aclaración del régimen establecido para evitar sucumbir ante los
embates de los sectores de la sociedad que habían sido relegados y que exigían derechos
de los que habían sido privados. Hasta los primeros lustros del siglo pasado la calidad
de ciudadano había estado reservada para los detentadores de la propiedad. Incluso Kant
asume al respecto una posición: “no todos los ciudadanos constituyen el pueblo. Para
ser parte del pueblo es necesario, además, ser propietario, vale decir, ser ciudadano
activo”.
Es particularmente la búsqueda por ampliar los alcances de la noción de ciudadanía el
hecho que conforma la segunda etapa de la evolución del pensamiento democrático, es
decir, la lucha por la universalización del sufragio. Esta etapa se extiende a lo largo del
siglo pasado y concluye a mediados del presente, cuando fue reconocido por la gran
mayoría de los países el derecho de las mujeres para sufragar y ser votadas para ocupar
puestos de gobierno. A lo largo de esta etapa los obstáculos fueron muchos. Primero, la
diferencia entre las clases sociales, luego la edad y, por último, el sexo, fueron los
principales argumentos esgrimidos por el pensamiento reaccionario en oposición a que
el carácter de la ciudadanía activa y sus correlativos derechos se extendieran a todos los
miembros de la sociedad. La participación de un mayor número de individuos en la vida
política fue acompañada de sucesos trascendentales. Por un lado, la hecatombe que para
el pensamiento burgués representó el auge de los movimientos socialistas y comunistas
en la segunda mitad del siglo pasado y, por otro lado, la profunda crisis de 1929,
obligando a los liberales a replantear el papel que el Estado debe jugar en los procesos
económicos y sociales. De este proceso surgió el Estado benefactor, el cual representa la
tercera etapa de la evolución del pensamiento democrático en las sociedades liberales,
encarna una virtual socialización de los beneficios que el modo de producción liberal
genera. La revolución socialista rusa de 1917 se presentó como un ultimátum para
cambiar las injustas e inequitativas condiciones en las cuales se había fundado el
sistema liberal.
La sociedad del S XIX se convirtió en un caldo de cultivo de dos valores esenciales de
la sociedad liberal confrontados: el mercado autorregulado, por un lado, y el principio
de la igualdad, por el otro. La función estatal dejaba de ser, a la luz de la idea de
igualdad, la de un mero guardián expectante de la propiedad privada y garante del orden
público, y pasaba a ser la de un verdadero intérprete de los valores de justicia,
seguridad, empleo y bienestar, entre otros.
El modelo liberal democrático empezó a experimentar con éxito la política del Welfare
State dejando así los años de la crisis atrás, y remontó de manera gradual los desastrosos
efectos que aquélla había provocado. Por otro lado, es precisamente en esa década
cuando la ideología fascista echó raíces en algunos países: Italia, Alemania, Japón y
España. El ascenso del fascismo fue un producto indiscutible de la crisis que, fundado
en principios nacionalistas, descalificó el modelo democrático de gobierno y, en
consecuencia, la variante del Estado benefactor que habían asumido los países
seguidores del keynesianismo: Inglaterra, Francia y EEUU, entre otros. Los años que
siguieron a la 2da guerra mundial fueron de un importante auge económico y de un
constante crecimiento. La virtual destrucción que la guerra había causado fue
amortizada y revertida con los recursos invertidos en ello a raíz del Plan Marshall. En
los años ’50, todas las naciones occidentales adoptaron el modelo democrático del
Estado benefactor. Los años ’50 y ’60 son aquellos en los que mayor auge tuvo el
mismo. Los ’70 y los ’80 representan los años de crisis y abandono de este modelo ante
los embates del pensamiento neoliberal.
LA FUNCIÓN LEGITIMADORA DE LA DEMOCRACIA. La democracia se ha
generalizado como el valor político por excelencia, se ha reforzado a tal grado que hoy
es un principio incuestionable en todo el mundo. Un problema que ha acompañado
desde siempre al poder es el de su legitimación ante la sociedad. Incluso Weber, al
definir al poder político, apela a la legitimidad como un elemento indispensable de
aquel. Weber define a la dominación como “la probabilidad de encontrar obediencia a
un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. Esa obediencia, distinta
de la que resulta del uso de la fuerza, tiene como razón principal el presupuesto de la
legitimidad del que goza quien emite ese mandato determinado. El poder, así, desde
siempre se ha visto necesitado de una justificación; desde Maquiavelo, la preocupación
de los teóricos políticos se centró en encontrar los elementos que justifican su ejercicio.
Un poder que se funda solamente en la fuerza podrá tener efectividad, pero no
legitimidad. El ideal democrático de gobierno renació con el pensamiento iluminista
francés y poco a poco fue adquiriendo fuerza y aceptación entre los pensadores
políticos, hasta llegar a plantearse como uno de los elementos de legitimación del poder
más importantes. En los regímenes democráticos, a pesar de que la toma de decisiones
está fundada en el principio de que la mayoría decide, la voz de la minoría debe ser
tomada en cuenta. Este hecho es la causa fundamental por la cual las democracias se
han consolidado como formas legítimas de poder. La democracia como sistema en el
cual todos intervienen, ha pasado a ser un poderoso instrumento de legitimidad, en gran
medida por la aceptación y la generalización que ha tenido en las sociedades modernas.
LA INGOBERNABILIDAD DE LAS DEMOCRACIAS. El final del boom económico
que encarnaron los años de la postguerra acarreó que el pensamiento de los llamados
neoliberales iniciara una dura crítica al régimen social y a los avances democráticos que
implicaba el modelo del Estado benefactor. Con el objeto de plantear soluciones viables
para enfrentar la recesión que se vivía en el ámbito económico, por un lado, y la
disminuida credibilidad y creciente oposición a las que se enfrentaban sus estructuras
políticas, por el otro, las naciones primer mundistas europeas, americanas y asiáticas
conformaron un grupo llamado Comisión Trilateral, que encomendó a algunos
especialistas la realización de una investigación que explicara las causas generadoras de
la crisis. En dicho texto se llega a la conclusión de que el “exceso” de democracia que
caracterizaba al Estado benefactor había generado una situación de ingobernabilidad.
Las demandas dentro de los gobiernos democráticos crecían, mientras la capacidad de
resolverlas por parte de estos gobiernos se reducía. En el informe, la crítica que hacen a
la política asistencial está centrada en el principio neoliberal del Estado mínimo, que
presupone que la función estatal debe estar restringida al grado de mantener entre sus
atribuciones solamente aquellas indispensables para conducir a la sociedad. De este
modo, de acuerdo con las ideas neoliberales, un gran número de servicios y actividades
que realizaba el Estado debían ser dejadas en manos de los particulares, presuponiendo
que la administración de estos sería más eficiente y evitaría que el gobierno se distrajera
de sus actividades realmente centrales. La disminución de confianza de los ciudadanos
respecto de las instituciones de gobierno y la falta de credibilidad en los gobernantes
provocan una disminución de las capacidades de estos últimos para afrontar los
problemas, en un circulo vicioso que puede definirse como la espiral de la
ingobernabilidad.
La teoría de los autores del informe a la Comisión Trilateral puede resumirse de la
siguiente manera: 1) durante los 25 años que siguieron a la 2da guerra mundial, el
crecimiento económico provoco una mejoría social y económica de todas las clases
sociales –en virtud de las políticas del Estado benefactor-. En esos años, las
instituciones democráticas demostraron su gran viabilidad en las naciones trilaterales. 2)
dada la apertura de esta etapa, tanto los ciudadanos como los grupos organizados
comenzaron a participar más activamente en la vida política y social. Del mismo modo
se ampliaron los canales por los cuales podían generarse un mayor número de demandas
al Estado. 3) a pesar de las expectativas, el período temporal de recesión que se vivió a
principios de los años ’70 dejó al descubierto la incapacidad del aparato gubernamental
por hacer frente al cúmulo de demandas y a los costos políticos y sociales que el Estado
benefactor había generado gracias a su “magnitud democrática”.
El problema de los países de la Trilateral era pues la incapacidad de gobierno. Cuatro
eran los elementos que Crozier, Huntington y Watanuki achacaban al Estado benefactor:
1) la deslegitimación de la autoridad y la desconfianza en el liderazgo de los
gobernantes, generadas por las virtudes democráticas de igualdad y libertad. 2) la
sobrecarga de las estructuras estatales, causada por la ineficacia de los medios
gubernamentales para afrontar la expansión democrática en la participación política, por
el desequilibrado desarrollo de las actividades del propio gobierno y por una exacerbada
tendencia inflacionaria en la economía. 3) la intensificación de la competencia política,
dando pie a fenómenos de “pluripartidismo enfermizo”. 4) el “parroquialismo” que han
generado en las estructuras internacionales las tendencias democráticas del Estado
benefactor.
James O’Connor, en su libro, pone la idea de que la ingobernabilidad es el producto de
una sobrecarga de demandas a las que el Estado responde con la expansión de sus
servicios y de su intervención, pero que provoca inevitablemente una crisis fiscal. Dicha
crisis fiscal se debe a que “el Estado, para asegurar su permanencia, debe esforzarse por
crear y conservar condiciones idóneas para una acumulación de capital rentable y, por
otro lado, por crear y conservar condiciones idóneas para la armonía social”.
Al referirse a las soluciones de los neoliberales, Norberto Bobbio señala que éstos, ante
la pregunta de si es posible resolver democráticamente dicho problema, siempre tienen
una respuesta, es decir, que la única solución puede encontrarse en nuevas formas de
gobierno autocrático. Ante la situación concreta de la sobrecarga, responde que debe
disminuirse la posibilidad de hacer demandas al Estado; frente al tema de la
conflictualidad social, plantean asumir una actitud represiva que consiste en no
reconocer la mayoría de los conflictos y de calificarlos como contrarios a los intereses
nacionales. Por lo que hace a la ineficacia estatal, asumen, en consonancia con la idea
del Estado mínimo, la posición de reducir lo más posible las estructuras administrativas
del gobierno. Todas las respuestas neoliberales siguen la vía más fácil, que es el
autoritarismo.
El mismo concepto de ingobernabilidad pretende significar una situación de completo
desorden, descomposición y descontrol de los procesos económicos y de las estructuras
sociales y políticas, con el fin de justificar la postura de endurecimiento en el ejercicio
del gobierno.
Norberto Bobbio ha jugado un papel importante al plantearse como opositor al
neoliberalismo. Él señala que “se ha dicho que la política keynesiana fue un intento de
salvar al capitalismo sin salir de la democracia, en contra de las dos soluciones opuestas
existentes: la de abatir al capitalismo sacrificando la democracia (práctica leninista), y la
de abatir la democracia para salvar al capitalismo (fascismo). Ahora se diría que para
los liberales de nuevo cuño el problema es el contrario, es decir, el de salvar a la
democracia sin salir del capitalismo.
Los neoliberales han justificado su crítica al Estado benefactor al identificar las antítesis
de Estado máximo/Estado mínimo, considerando que un Estado asistencial genera
debilidad y, consecuentemente, ingobernabilidad, mientras que un Estado mínimo trae
consigo fortaleza, la cual se expresa en la agilidad y eficacia de sus acciones. La gran
paradoja del neoliberalismo es, así, que la democracia ha generado la situación de crisis
pero, por otro lado, no puede ser desechada de un modo absoluto. La postura neoliberal,
a pesar de que plantea una limitación y no una negación absoluta de la democracia,
implica un acrecentamiento del elemento autoritario en claro detrimento de los
beneficios que en el ámbito político, económico y social, se habían generado con el
Estado asistencial. El modelo neoliberal, el cual se fundó en la idea de la
ingobernabilidad del Estado asistencial, no es el único que se ha presentado en las
sociedades occidentales, ni tampoco ha sido la alternativa más exitosa, todo lo contrario.
El neoliberalismo representa la negación del modelo anterior en razón de la crisis que se
generó en el manejo económico y político del Estado, pero hay otros sistemas que han
sabido combinar con éxito la política de respeto de las conquistas sociales con un
manejo efectivo de la acción gubernamental; nos referimos al llamado “modelo renano”
de Estado postsocial que Alemania ha instrumentado desde la etapa de la reconstrucción
y que recoge las demandas de atención social básicas y un sistema de asistencia social
muy desarrollado.
DEMOCRACIA E INGOBERNABILIDAD HOY. Hoy en día el modelo del Estado
benefactor ha sido abandonado por casi todos los países, aunque ello no ha significado
la eliminación de las políticas sociales del Estado, todo lo contrario, ya que se han
mantenido y hasta multiplicado. El informe a la Comisión Trilateral introdujo el tema de
la ingobernabilidad en el marco de la crisis que afrontaron las sociedades democráticas
occidentales a partir de los años ’70. Ante el abandono del Estado benefactor como
modelo de gobierno, la idea de ingobernabilidad perduró como una forma de calificar a
cualquier sistema político que es incapaz de resolver problemas. El concepto de
ingobernabilidad pasó de ser un concepto vinculado con la crisis del Estado benefactor a
ser un adjetivo universalmente usado para calificar las situaciones en que un gobierno es
incapaz de actuar eficazmente. La noción de ingobernabilidad sigue siendo el
instrumento favorito de los detractores de la democracia y de quienes postulan
alternativas autoritarias.
A pesar de la difundida aplicación del modelo neoliberal, las conquistas sociales del
Estado asistencial, si bien dejaron de ocupar el lugar privilegiado que antes gozaban,
continuaron formando parte de las prioridades de gobierno. Las políticas de desarrollo y
bienestar social nunca fueron abandonadas y son, hasta hoy, un importante factor en la
acción gubernamental de las democracias contemporáneas.
La democracia, a pesar de lo que los pensadores neoliberales de los ’70 pensaban, no es
de ninguna manera, antítesis de la gobernabilidad, todo lo contrario. Los gobiernos
dictatoriales que generan sin duda la gobernabilidad que añoran los autores del Informe
a la Comisión Trilateral, también podrán generar desarrollo; pero ninguna dictadura
moderna puede compararse, en cuanto a estabilidad y permanencia, con las grandes
naciones democráticas. La noción de gobernabilidad no implica actuar rápida y
eficazmente, implica sobre todo la permanencia y estabilidad. Y la democracia es el
mejor sistema político para la permanencia y estabilidad.
EASTON – Esquemas para el análisis político.
El autor no habla de Estado y Sociedad civil, sino de Sistema político y Ambiente
societal. Dice que el sistema político establece metas colectivas de la sociedad y detenta
el monopolio de la sanción. Easton dice que su objetivo es la persistencia y que es un
sistema abierto y adaptativo, porque recibe influencias de los demás sistemas y porque
tolera y responde a las mismas para no provocar la desintegración del sistema y pueda
seguir en pie.
Las variables esenciales del sistema político son: asignar valores para una sociedad y
lograr que la mayoría de sus miembros acepten sus asignaciones como obligatorias.
Cuando un sistema político fracasa, puede desaparecer como consecuencia de una
guerra civil, revolución o derrota militar, o bien puede persistir adaptándose a diversas
circunstancias.
Al autor le preocupan las tensiones que puedan perturbar al sistema político. Dice que
estas tensiones pueden provenir de fuentes externas, que a su vez provienen del
ambiente intra y extra societal, y también de las fuentes internas, es decir, entre los
mismos miembros del sistema político. Para Easton, el Sistema político es neutral, es
decir, lo concibe como árbitro que sólo entra en escena para resolver conflictos del
ambiente societal.
Existen dos tipos de tensiones: la que se genera en la demanda y en el apoyo.
La tensión generada de la demanda: La demanda en primera instancia surge como
necesidad o deseo social, para luego ser una demanda política. Estas son proposiciones
articuladas que se formulan a las autoridades para que lleven a cabo alguna clase de
asignación autoritaria. Existen dos fuentes de tensión derivadas de la demanda: 1) el
fracaso del producto, es decir, sería la incapacidad para satisfacer las demandas y 2) la
sobrecarga de demandas, que significa que hay un volumen excesivo de demandas o
bien puede existir diversidad de demandas, por lo que el sistema político no puede
hacerles frente.
Para Easton, existen reguladores estructurales del volumen de demandas, los cuales las
redefinen para que al llegar al Sistema político hallen respuesta: estos reguladores de
demandas son los partidos políticos, los medios de comunicación y los grupos de
interés.
Otro de los aportes de Easton fue su distinción de los mecanismos que refuerzan el
apoyo para evitar tensiones. Dice que cuando el apoyo corre peligro de disminución y
por debajo del nivel mínimo, el sistema político debe ofrecer refuerzos, que son tres:
1) Regulación estructural del apoyo: se refiere a apelar cambios estructurales, como por
ejemplo, una reforma constitucional o cambios en el sistema electoral, entre otros.
2) Apoyo difuso: referencia al discurso ideológico. Se apela al patriotismo, a los
sentimientos de pertenencia, para generar lazos de lealtad y afecto.
3) Apoyo específico: generada por el sistema a través de los productos. Los productos
son asignaciones autoritarias de valor o decisiones obligatorias y las acciones que las
implementan. Para que los productos repercutan en el apoyo, es preciso que satisfagan
las demandas existentes. Ejemplos de productos pueden ser resoluciones, acciones
administrativas, decretos, reglamentos, etc.
Para que los miembros del sistema, incluyendo a las autoridades, puedan responder a
una tensión, ¿qué es lo que les permite, dentro de un sistema político, esforzarse en tal
dirección? Esto nos lleva a la entraña del sistema político concebido como un conjunto
autor regulador, auto directivo de conductas. La capacidad de un sistema de responder a
tensiones emanará de dos de sus procesos centrales. Un sistema político está dotado de
retroalimentación y de la capacidad de responder a ella. Mediante la combinación de
dichas propiedades –retroalimentación y respuesta-, un sistema puede esforzarse por
regular la tensión modificando o reencauzando su propia conducta.
CONTENIDO DE LA RETROALIMENTACIÓN. ¿Qué tipo de información debe
obtener un sistema para enfrentar la tensión? En primer lugar, que sus autoridades, las
personas investidas de responsabilidades, necesitarían conocer las condiciones
prevalecientes en el ambiente y en el sistema mismo. Si las acciones se adoptaran antes
de que se produjeran las circunstancias causantes de tensión, no solo tendrían las
autoridades mejor oportunidad de mantener el insumo de apoyo, sino que a veces sería
imperativo tomar esas previsiones. En segundo lugar, las autoridades deben tratar de
informarse sobre la disposición de los miembros a prestar apoyo y sobre las demandas
expresadas. En tercer lugar, deben conocer los efectos que ya surtieran los productos,
pero para ello sería necesario que actuaran en oscuridad perpetua. Solo fundándose en el
conocimiento de lo ocurrido o de la situación actual con respecto a la demanda y al
apoyo, podrán dar las autoridades una respuesta que reajuste, modifique o corrija
decisiones anteriores, inclusive la abstención de tomar una decisión. No es que deban
obrar así por la fuerza, pero la información que posean les brindará al menos la
oportunidad de utilizarla si así lo desean. Sin esta retroalimentación, la conducta sería
vacilante o azarosa, y no estaría causalmente relacionada con lo ocurrido antes.
Los efectos sobre los productos vuelven al ambiente y se desplazan a través de sus
sistemas significativos. La información sobre estas consecuencias pasa luego otra vez
del ambiente al sistema. Debido a que las autoridades son los creadores de productos, la
retroalimentación debe volver a ellas si se quiere que resulte eficaz para enfrentar la
tensión procedente de una declinación del apoyo. La red en su conjunto, desde el punto
inicial del producto hasta el retorno a las autoridades, se puede llamar ciclo de
retroalimentación.
LA TENSIÓN Y EL PROCESO DE CONVERSIÓN. La identificación de insumos,
productos y retroalimentación, y de las funciones que desempeñan en la vinculación de
un sistema con su ambiente, así como con las fuentes de tensión generadas dentro del
sistema, nos permiten redefinir las interacciones que constituyen un sistema político.
Ahora podemos concebir a los insumos como la materia prima con que se fabrican los
productos. De la diversidad de demandas presentadas en un sistema, sus miembros
deben seleccionar algunas en calidad de metas y objetivos del sistema y reservar para su
realización los recursos limitados de la sociedad. Si los recursos necesarios son
materiales, se pueden obtener mediante productos que tomen la forma de impuestos,
órdenes, restricciones o expropiaciones. Si son humanos, pueden originar la
organización y movilización de diversos grupos para conseguir su apoyo a favor del
sistema en su conjunto y también en favor de las autoridades encargadas de adoptar
objetivos específicos y llevarlos a la práctica. Aquí se está describiendo el proceso de
conversión. En él se actúa sobre los insumos de demandas y apoyo de modo que el
sistema pueda persistir y crear productos que satisfagan las demandas de algunos, por lo
menos, de los miembros, reteniendo el apoyo de la mayoría.
Volvamos a la tensión. ¿Qué impide que los sistemas políticos mantengan en acción
algún tipo de proceso de conversión? La respuesta es simple: la derrota a manos de un
conquistador, una serie de crisis económicas, ideales y usos de la cultura occidental,
como ocurre en muchas sociedades africanas tradicionales, pueden provocar la
destrucción definitiva de los sistemas. La persistencia de un sistema dependerá de que
se consiga mantener en funcionamiento un proceso de conversión. Esta conclusión nos
ofrece la pauta de análisis; sugiere que deberíamos examinar las siguientes variables:
primero, la naturaleza de los insumos; segundo, las condiciones variables en que
ejercerán una perturbación tensiva en el sistema; tercero, las circunstancias del ambiente
y del sistema que originen ese estado tensito; cuarto, los modos habituales con que los
sistemas intentaron enfrentar la tensión; quinto, el rol de la retroalimentación de
información y, por último, el papel que desempeñan los productos en estos procesos de
conversión y enfrentamiento.
La retroalimentación consta de 4 partes: 1) elaboración de decisiones por parte del
gobierno, 2) respuesta de la sociedad, 3) comunicación a las autoridades sobre las
informaciones de las reacciones, 4) nuevas decisiones tomadas por los gobernantes en
respuesta a la reacción del pueblo.
Un sistema político consta de seres humanos que pueden prever, evaluar y actuar
constructivamente para evitar las perturbaciones del ambiente; a la luz de sus objetivos,
procuraran modificar cualquiera de ellas que según se supone, puede producir tensión.
Los miembros del sistema están habilitados para regular, controlar, dirigir, modificar e
innovar con referencia a todos los aspectos y partes de los procesos correspondientes.
LENIN –
Para Vladimir Lenin, el Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable
de las contradicciones de clase. Para Lenin es necesario un poder situado aparentemente
por encima de la sociedad, llamado a amortiguar el choque. El Estado es el órgano de
dominación de una determinada clase, la cual no podrá conciliarse con la clase
contrapuesta. Por esto el Estado debe disponer de destacamentos, cárceles e
instituciones coercitivas debido a que la sociedad está dividida en clases enemigas. Es
un instrumento para la explotación de la clase oprimida. Es por lo general de la clase
más poderosa, económicamente dominante, que con la participación del Estado, se
convierte en la clase políticamente dominante. La sociedad civil está dividida en clases
antagónicas e irreconciliables, es decir, conllevan una relación de explotación.
Para Lenin, la democracia es la “mejor envoltura del capitalismo junto con el sufragio
universal. No es más que un instrumento para la dominación de la burguesía. Es falsa la
idea de que este medio es capaz de revelar la voluntad de la mayoría y garantizar su
puesta en práctica. El Estado es un instrumento de la burguesía, por eso hay que
destruirlo.
Lenin pone la mirada en el Estado y cómo destruirlo. El Estado es la otra cara de la
sociedad civil. Para extinguirlo, el proletariado deberá controlar el poder estatal y
convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Se destruirá a sí mismo
como proletariado y a todo antagonismo de clase, también el Estado como tal. Cuando
el proletariado lo haga, cuando desaparezcan clases dominantes, el Estado se extinguirá,
el gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas, y por la
dirección de los procesos de producción.
El Estado burgués no se extingue, según Engels, sino que es destruido por el
proletariado en la revolución. Lo que se extingue es el Estado proletario. Se refiere con
claridad a la época posterior a la Revolución Socialista. Toma de posesión de los
medios de producción por el Estado en nombre de la sociedad. La democracia es
también un Estado y por lo tanto también desaparecerá cuando desaparezca el Estado.
La violencia desempeña en la sociedad otro papel (además del de agente del mal), un
papel revolucionario, que según Marx es la partera de toda sociedad que lleva en sus
entrañas otra nueva. Es el instrumento con el cual el movimiento social rompe las
formas políticas muertas y fosilizadas. El Estado burgués no puede sustituirse por el
Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino solo
por la “revolución violenta”. De allí la necesidad de educar a las masas
sistemáticamente en la violencia (característica básica de toda la doctrina de Marx y
Engels”. Lenin plantea el asalto al Estado, hecho que Gramsci intentará en Italia y que
le saldrá mal.
PORTANTIERO – Los usos de Gramsci.
La forma en que Gramsci trató de resolver para Italia lo que Lenin trató de resolver para
Rusia, puede calificarlo como el “Lenin de Occidente”, el Lenin de hoy para las
sociedades industrializadas, lo cual no significa más que una metáfora que no nos
permite avanzar demasiado en la evaluación crítica de una trayectoria política.
La cárcel mussoliniana paradójicamente, permite el despliegue de un pensamiento que
desde la práctica política Gramsci no hubiera podido desarrollar como dirigente de un
partido comunista. Creía que iba a recuperar al filólogo de la cultura que quiso ser en su
paso por la universidad de Turín. En esa dirección trazó sus proyectos de prisionero, que
luego no cumplió, para ir anotando reflexiones más hondas, como base para una teoría
de la revolución socialista en su país y, en general, para el diseño de una estrategia de la
conquista del poder. ¿Cuál es esa estrategia política? El mismo la define en términos
militares: la de la “guerra de posiciones”, como alternativa frente a la “guerra de
maniobras”. La reflexión sobre la necesidad de un viraje estratégico se expresa en Lenin
y también, aunque con más vacilaciones, en los cuadros soviéticos que dirigen la
Internacional. “Hay que terminar con la idea del asalto para reemplazarla por la del
asedio”, proclama Lenin en 1920. Toda la obra de Gramsci, desde entonces hasta el
momento de su muerte, ha de estar fijada a esa matriz. El predominio de la guerra de
posiciones como opción estratégica no implica, por otra parte, el total abandono de la
guerra de maniobras; solo supone que la presencia de ésta se limita a una función
táctica.
En los años 1923-26, Gramsci consolida para sí las claves de una teoría de la revolución
y a ella le será permanentemente fiel. Todos los conceptos de ciencia política que irá
decantando en la cárcel tienen que ver con esa opción. Para Gramsci, en Oriente el
Estado es todo y la sociedad civil una relación primitiva, en cambio en Occidente, una
poderosa línea de trincheras en la sociedad (las instituciones de la sociedad civil, los
aparatos hegemónicos) custodia cualquier temblor de Estado. En una palabra, esa
situación calificada como Occidente se presenta en cada nación en que “la sociedad
civil se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a las irrupciones del
elemento económico inmediato”.
El supuesto es que el poder no se “toma” a través de un asalto porque el mismo no está
concentrado en una sola institución, el estado-gobierno, sino que está diseminado en
infinidad de trincheras. La revolución es así un proceso social, en el que el poder se
conquista a través de una sucesión de crisis políticas cada vez más graves, en las que el
sistema de dominación se va disgregando, perdiendo apoyos, consenso y legitimidad,
mientras las fuerzas revolucionarias concentran crecientemente su hegemonía sobre el
pueblo, acumulan fuerzas, ganan aliados, cambian, en fin, las relaciones de fuerza.
La guerra de posiciones requiere enormes sacrificios de la población, por eso es
necesaria una concentración inaudita de la hegemonía que permita al sector más
avanzado de las clases subalternas dirigir al resto, transformarse efectivamente en la
vanguardia de todo el pueblo. La revolución socialista es internacional por su dirección,
por su objetivo final, “pero el punto de partida es nacional y es de aquí que es preciso
partir”.
EL TIEMPO DE LA OFENSIVA. La perspectiva de análisis en Gramsci arranca de una
caracterización de la situación italiana como crisis orgánica, crisis de hegemonía, crisis
a la vez política y social, “crisis del estado en su conjunto”. El estado, como ordenador
de la sociedad, como condensación de sus contradicciones, es lo que entra en crisis.
Otra vez se trata, en Gramsci, de la primacía de la política. En un escrito de 1918 apunta
estas ideas: “Las revoluciones son siempre y solamente revoluciones políticas”. La
teoría de la revolución y del estado consiste en ser anti jacobina y, por lo tanto, anti
autoritaria. “La revolución rusa –escribe en el ’18- ha ignorado al jacobinismo”. En
Gramsci el significado de jacobinismo es el de revolución desde arriba por obra de una
minoría iluminada. Su concepción de la conquista del poder, en cambio, supone que ésta
es el resultado de un proceso de masas, de una “revolución desde abajo”. En segundo
lugar, su teoría de la revolución lleva implícita una teoría del ejercicio del poder y de
realización final del socialismo como “reabsorción de la sociedad política en la sociedad
civil”, como autogobierno de las masas. En tercer lugar, ubica como pilar de la acción
política la organización de lo que calificará más adelante como “reforma intelectual y
moral”, entendida como terreno crítico para el desarrollo de “una voluntad colectiva
nacional-popular”. El socialismo aparece así como una nueva cultura, como un hecho de
conciencia sostenido por la historia de cada pueblo-nación.
La hegemonía, como capacidad para unificar la voluntad disgregada por el capitalismo
de las clases subalternas, implica una tarea organizativa capaz de articular diversos
niveles de conciencia y orientarlos hacia un mismo fin. Tres han de ser los soportes
orgánicos de esa estrategia hacia el poder: consejos, sindicatos y partidos. Ellos integran
“la red de instituciones dentro de las cuales se desarrolla el proceso revolucionario”.
En Turín, el germen del gobierno obrero es la comisión de fábrica. No es el sindicato,
como quería Tasca o el partido como lo planteaba Bordiga, sino la organización de los
trabajadores en la fábrica capitalista como organismo político, como “territorio nacional
del autogobierno obrero”. Los sindicatos no podrían serlo, porque ellos “son el tipo de
organización proletaria específico del período histórico dominado por el capital”. Ni los
sindicatos ni el partido pueden abarcar a la totalidad de las clases subalternas. Ambos
son organismos de tipo “privado”.
La importancia que Gramsci le otorga a los consejos es porque ellos han de constituir la
trama del estado como organismos que abarcan a la totalidad de las clases populares.
“El consejo de fábrica es una institución de carácter público, mientras que el partido y el
sindicato son instituciones de carácter privado. En el consejo de fábrica el obrero entra a
formar parte como productor, como consecuencia, por lo tanto, de su carácter universal,
como consecuencia de su función y de su posición en la sociedad”. El papel concebido
por Gramsci a los consejos de fábrica se implanta en una matriz ideológica que piensa a
la revolución como un proceso social de conquista del poder, como un hecho de masas,
y que concibe a la realización del socialismo como lucha permanente contra la
alienación política, como “reforma intelectual y moral” tendiente a cerrar la fisura que
separa a gobernantes de gobernados. Para Gramsci, los consejos fusionan la lucha
económica con la lucha política en combinación con las tareas propias de sindicatos y
partido. Su convicción es que, a través del despliegue que efectúan en una pluralidad de
instituciones, las clases populares tienen la posibilidad de superar la fragmentación a
que las condena el régimen del capital.
EL REFLUJO. Su arranque es la consideración del fascismo como salida regresiva a
una situación de crisis orgánica, por medio de la cual las clases dominantes consiguen
recomponer el orden social fragmentado, instrumentando para ello a la pequeña
burguesía. La primera aparición del fascismo es como grupo de choque de la burguesía
agraria; se trata de una política puramente terrorista para la que recluta a elementos
marginales. Esta base social se desplaza, en un segundo momento, a la pequeña
burguesía rural y luego a la pequeña burguesía urbana, en un proceso muy rápido de
crecimiento de sus soportes de masa que coincide con el reflujo de la ola revolucionaria
provocado por la derrota de las ocupaciones de fábrica.
La crisis de los partidos liberales y el repliegue de los obreros facilita el ascenso al
poder por parte de Mussolini. Es necesario destacar algunos rasgos. Primero, la
definición del fascismo como un movimiento de masas con bases sociales amplias y no
como un mero agrupamiento terrorista, lo que le plantea al partido obrero la necesidad
de disputar la adhesión de las clases intermedias, urbanas y rurales. Segundo, la
definición del contenido del fascismo como el de un régimen que realiza la unidad
política de la totalidad de la burguesía, de modo tal que la lucha antifascista debe ser,
simultáneamente, lucha anticapitalista. Tercero, la definición, dentro de esa unidad, del
predominio del sector más moderno y no del más atrasado de la clase dominante: el
capital monopolista. Estos tres rasgos impondrán, a su vez, las características de la
acción revolucionaria a desarrollar. Ella, para ser exitosa frente a esa situación creada
por el fascismo, deberá articular: la reconstrucción de la unidad de la clase obrera; la
constitución de un bloque entre ésta y el campesinado, principal componente de la
pequeña burguesía; la estructuración de una fórmula política que logre fijar los objetivos
de transición, “no como fin en sí, sino como medio”. En este proceso complejo de
acción política el modelo estratégico será el de la guerra de posiciones, su traducción
social la táctica del frente único, su consiga política la república de los consejos obreros
y campesinos.
El núcleo ideológico que Gramsci habrá de rescatar de los debates de la Internacional
estará atravesado por dos ejes: el desarrollo de la capacidad hegemónica del proletariado
sobre el resto de las clases subalternas; la necesidad de “traducir” la lucha
revolucionaria a las características nacionales de cada sociedad. Esta última condición –
que es la de la guerra de posiciones, la de la hegemonía- se plantea para una escena
política y social que no es la misma de Rusia de 1917. “La determinación que en Rusia
era directa y lanzaba las masas a las calles al asalto revolucionario, en Europa central y
occidental se complica por todas estas superestructuras políticas creadas por el mayor
desarrollo del capitalismo que hacen más lenta y más prudente la acción de las masas.
Para Gramsci, las clases sociales son más que datos estadísticos: son realidades
históricas definidas por peculiaridades nacionales.
Si no se hegemoniza a campesinos e intelectuales, el proletariado no podrá construir el
socialismo. Si no obtiene el apoyo de esos sectores, “el proletariado no se transforma en
clase dirigente y estos estratos que en Italia representan a la mayoría de la población,
permaneciendo bajo la dirección burguesa, dan al estado la posibilidad de resistir al
ímpetu proletario y de quebrantarlo”. El primer paso para ello era despojar al
proletariado de su “corporativismo de clase”, transformándolo en dirigente de la
totalidad de los grupos subalternos.
El frente único, el gobierno obrero y campesino, la fase de transición cuyo eje son las
reivindicaciones intermedias, contienen políticamente la temática teórica de la
hegemonía, del bloque histórico, del estado concebido en sentido amplio, eslabones
ideológicos de la concepción estratégica de la revolución como “guerra de posiciones”.
Los obreros no son –como lo cree el burgués- el instrumento material de la
transformación social, sino el protagonista conciente e inteligente de la revolución. La
finalidad del partido es organizar y unificar alrededor de la clase obrera a todas las
fuerzas populares; esto es, dirigirlas en el proceso de conquistas del poder.
La teoría de la organización en Gramsci es mucho más que una teoría del partido: es una
teoría de las articulaciones que deben ligar entre sí a la pluralidad de instituciones en
que se expresan las clases subalternas. La “guerra de posiciones”, en tanto supone una
“concentración inaudita de la hegemonía”, requiere una metodología del movimiento de
masas capaz de soldar la “espontaneidad” de éste con la “dirección conciente”.
LA REFLEXIÓN DESDE LA DERROTA. El punto de arranque lógico es la definición
del estado como combinación de coerción y consenso, como articulación entre sociedad
civil y sociedad política, porque ella supone la base para su teoría de la revolución,
entendida como guerra de posiciones. El estado, en la concepción gramsciana, no es
sólo el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas encargadas de dictar
las leyes y hacerlas cumplir. El estado bajo el capitalismo es un estado hegemónico, el
producto de determinadas relaciones de fuerza sociales, “el complejo de actividades
prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su
dominio sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”. En ese
sentido, integran el estado capitalista, como “trincheras” que lo protegen de “las
interrupciones catastróficas del elemento económico inmediato”, el conjunto de
instituciones vulgarmente llamadas “privadas”, agrupadas en el concepto de sociedad
civil y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en la
sociedad. Familias, iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de
comunicación, son algunos de estos organismos, definidos como espacio en el que se
estructura la hegemonía de una clase, pero también en donde se expresa el conflicto
social. Las instituciones de la sociedad civil son el escenario de la lucha política de
clases, el campo en el que las masas deben desarrollar la estrategia de la guerra de
posiciones.
Pero la concepción gramsciana del estado no aparece en toda su dimensión si no se la
vincula con su concepción de la crisis. En las sociedades capitalistas, donde la sociedad
civil es compleja y resistente y sus instituciones son “como el sistema de las trincheras
en la guerra moderna”, la ruptura del sistema no se produce por el estallido de crisis
económicas.
¿Cuándo puede decirse que un sistema ha entrado en crisis? Sólo cuando esa crisis es
social, política, “orgánica”. Sólo cuando se presenta una crisis de hegemonía, crisis del
estado en su conjunto. Estas crisis orgánicas se originan por la convergencia entre el
fracaso de los viejos grupos dirigentes en alguna gran empresa para la que convocaron a
las masas populares y el crecimiento de la movilización de sectores sociales hasta ese
momento pasivos. La presencia de la crisis de hegemonía no garantiza la revolución: sus
resultados pueden ser diversos, dependen de la capacidad de reacción que tengan los
distintos estratos de la población. Una salida es el cesarismo: la emergencia de algún
grupo que se mantuvo relativamente independiente de la crisis y que opera como árbitro
de la situación. Otra salida es el transformismo: la capacidad que las clases dominantes
poseen para decapitar a las direcciones de las clases subalternas y para integrarlas a un
proceso de revolución-restauración. Ambas son, de algún modo, salidas “impuras” que
suponen compromisos, o la revolución de las clases subalternas. La preparación de las
condiciones para facilitar este último camino es el problema que le interesa a Gramsci
cuando insta a analizar cada sociedad como un sistema hegemónico particular, como el
resultado de una compleja relación de fuerzas.
La teoría de la crisis se enlaza de tal modo con la estrategia para la constitución de un
“bloque histórico” alternativo, capaz de sustituir la dominación vigente e instalar un
nuevo sistema hegemónico. Ese nuevo bloque histórico, orgánico, en el que estructura y
superestructura se articulan en una unidad dialéctica, supone, como base, la
confrontación de una coalición política de las clases subalternas, bajo la hegemonía del
proletariado. La realización del bloque histórico sólo es pensable desde el poder, como
construcción de un nuevo sistema hegemónico, en el que una clase dirige y domina a la
totalidad social desde las instituciones de la sociedad política (estado-gobierno) y las
instituciones de la sociedad civil (estado-sociedad). El bloque político de las clases
subalternas incluye como principio ordenador de su estructura, la capacidad hegemónica
de la clase obrera industrial sobre el conjunto del pueblo. Más aún: sin hegemonía el
bloque no existe, porque éste no equivale a una agregación mecánica de clases.
La hegemonía tiene como espacio de constitución a la política: grupo hegemónico es
aquel que representa los intereses políticos del conjunto de los grupos que dirige. Si está
claro que el concepto de hegemonía excede el campo de lo económico, parece necesario
recalcar también que el mismo no se agota en el nivel de lo ideológico. La hegemonía se
realiza (y esto vale para el bloque en el poder y para el bloque revolucionario) a partir
de aparatos hegemónicos que articulan cada bloque, instituciones de la sociedad civil
que contienen en su interior el despliegue de las relaciones de fuerza o, si se prefiere, de
la lucha de clases en todos sus niveles.
O’DONNELL – Apuntes para una teoría del Estado.
El Estado es un componente específicamente político de la dominación en una sociedad
territorialmente delimitada. La sociedad civil está dividida en clases desiguales y
contradictorias. De la posición de clases surgen posibilidades diferenciales de lograr
prestigio social, educación, acceso a la información, etc. Esto permite acceder al control
de los recursos de dominación. En la sociedad existen dos sujetos sociales: la burguesía
y el proletariado, clases antagónicas e irreconciliables en sus intereses. Pero hay
también un tercer sujeto que aparece como árbitro del conflicto: el Estado. Éste aparece
como neutral, pero para O’Donnell es un garante de la relaciones de explotación y de
dominación.
Así, la clase es desigual y de carácter de explotación (en la sociedad civil) y el Estado
no es neutral, sino garante de la reproducción de esas clases. El Estado aparece como
árbitro, como una fuerza externa movida por una racionalidad superior. Se muestra
como una encarnación del orden justo al que sirve como árbitro.
El Estado como garante tiene que trabajar activamente para que se siga reproduciendo la
burguesía y el proletariado, ya que es la única certeza que posee el sistema para
perdurar. En algún momento el Estado tiene que favorecer al proletariado para poder
reproducirlo.
O’Donnell estudia particularmente en América Latina, y dice que el Estado es
claramente el aparato de dominación de una clase, ya que es una cosa y aparece como
otra, como un tercer sujeto, que aparece sólo cuando existe conflicto. El Estado
capitalista garantiza que las relaciones de producción se sigan reproduciendo. Las clases
pueden tener recursos de dominación, que son más o menos dominantes en cuanto
poseen esos recursos económicos, de información, ideológicos, técnico-científicos.
El Estado ejerce un control encubierto de la dominación y para O’Donnell existen tres
sujetos sociales: 1) El Estado, que posee los medios de coerción física, 2) La sociedad y,
3) Las instituciones estatales: surgen cuando el trabajador está desposeído de los medios
de producción y el capitalismo de los medios de coerción. Su función es movilizar los
recursos de la coacción, poseer control supremo y garantizar a las clases la relación
social que las constituye. Las instituciones estatales –que aparecen como no capitalistas-
garantizan y reproducen a la sociedad capitalista por dos razones: a) son una
organización burocrática que cumple tareas para organizar la sociedad y b) responden a
situaciones de crisis sociales.
Según el autor, las mediaciones son recursos del Estado para apelar ideológicamente,
para querer hacer aparecer al Estado como escindido de lo social, cuando en realidad es
parte co-constitutiva del mismo. Dice que lo privado está impregnado por lo político
estatal y que el Estado no está fuera de la sociedad. Las mediaciones surgen cuando el
Estado y la sociedad civil llegan a un conflicto, y son instancias generalizadoras para
disimular la división de clases. Ocultan el fraccionamiento social y crean nuevas
generalidades. El autor da tres ejemplos:
1. La ciudadanía: ser ciudadano implica igualdad ante la ley, hacer valer todos los
derechos de la constitución. Implica la negociación de la dominación en la sociedad.
“Todos somos ciudadanos, todos somos iguales”. El Estado mediante la ciudadano
oculta su rol de garante de la dominación. De esta manera la ciudadanía es el
fundamento del Estado porque es la modalidad más abstracta de mediación.
2. El pueblo: o lo popular. Es una solidaridad colectiva que suele mediar entre el Estado
y la sociedad. El uso de cada concepto en un discurso se transforma en mediación. Lo
popular abarca lo que se conoce como “desposeídos”. Existen ambigüedades: por un
lado abarca a los desposeídos (clases subalternas), pero por el otro, no puede beneficiar
a esa clase, poniéndose en contra de las clases más dominantes de la nación, los ricos e
instituciones estatales.
3. La nación: es la colectividad superior a los intereses particulares de la sociedad. Esto
facilita la negociación de las contradicciones porque las desigualdades sociales se
ocultan al incluir a todos los intereses dentro del marco homogeneizante de la nación.
O’Donnell cree que la mediación es un instrumento importante como parte del cual se
constituye el consenso. Toma de Weber el surgimiento del Estado capitalista, pero no
coincide con él en el funcionamiento. El Estado capitalista tiene un doble juego, lo que
es y lo que aparenta ser. Existe una separación entre Estado y sociedad, que se trata de
unir a través de las mediaciones que ocultarían las relaciones de explotación.
 
El estado es el componente político de la dominación en una sociedad territorialmente
delimitada. La dominación (o poder) es la capacidad, actual y potencial, de imponer
regularmente la voluntad sobre otros, incluso pero no necesariamente contra su
resistencia. Y Lo político es la parte analítica del fenómeno más general de la
dominación: aquella que se halla respaldada por la marcada supremacía den el control
de los medios de coerción física en un territorio excluyentemente delimitado.
La dominación es relacional; es una modalidad de vinculación entre sujetos sociales. Es
por definición asimétrica, ya que es una relación de desigualdad. Esa asimetría surge del
control diferencial de ciertos recursos. El primero es el control de medios de coerción
física. Otro es el control de recursos económicos. Un tercero es el control de recursos de
información en sentido amplio, y el último que interesa señalar es el control ideológico.
La coacción es el recurso más costoso, porque desnuda explícitamente la dominación y
presupone que ha fallado el control ideológico.
Ese gran diferenciador es la clase social o, más precisamente, la articulación desigual de
la sociedad en clases sociales. Por clase social entiendo: posiciones en la estructura
social determinadas por comunes modalidades de ejercicio del trabajo y de creación y
apropiación de su valor.
La modalidad de apropiación del valor creado por el trabajo constituye a las clases
fundamentales del capitalismo, a través de, y mediante, la relación social establecida por
dicha creación y apropiación. Esa apropiación no es simplemente una relación de
desigualdad, es un acto de explotación, lo cual implica una relación conflictiva.
Típicamente son relaciones contractuales, entendidas como aquellas en las que,
mediando o no un documento escrito, las partes convienen un haz de obligaciones y
derechos. Las partes pueden recurrir a un “algo más” que subyacer a la habitual
probabilidad de vigencia y ejecución del contrato. Ese plus es el estado.
La garantía que presta el estado a ciertas relaciones sociales es parte intrínseca y
constitutiva de la misma.
ASPECTOS Y SUJETOS SOCIALES CONCRETOS. Lo que más interesa destacar es
que la característica del capitalismo no es que el trabajador está desposeído de los
medios de producción; lo es también que el capitalista está desposeído de los medios de
acción. La separación del capitalista del control directo de esos medios entraña la
emergencia de un tercer sujeto social: las instituciones estatales. Lo económico y la
coerción económica es primario en las relaciones capitalistas de producción. Pero una
vez que se vende y compra fuerza de trabajo, se está celebrando un contrato que
formaliza relaciones que también están constitutivamente impregnadas por aspectos no
económicos. El Estado no respalda directamente al capitalista (ni como sujeto concreto
ni como clase) sino a la relación social que lo hace tal. La separación del capitalista de
los medios de coacción es el origen del estado capitalista y sus instituciones. Si el estado
es el garante de las relaciones de producción, entonces lo es de ambos sujetos sociales
que se constituyen en tales mediante esas relaciones. El estado es el garante de la
existencia y reproducción de la burguesía y del trabajador asalariado como clases. En la
génesis de las relaciones capitalistas de producción se halla una difusa coerción
económica que no puede ser imputada ni a los capitalistas concretos ni a las
instituciones estatales; solo puede ser descubierta como una modalidad de articulación
general de la sociedad.
ORGANIZACIÓN. Esa apariencia de exterioridad se funda en el encubrimiento de la
dominación que subyace a las relaciones capitalistas de producción, que determina que
el estado sólo aparezca (como institución) cuando eventualmente se lo invoca para
respaldarlas. Pero además se funda en que las instituciones estatales aparecen como
encarnación de una racionalidad más general y no capitalista. El derecho racional-
formal nació y se expandió juntamente con el capitalismo. Esto es expresión de una
relación profunda: ese derecho es la codificación formalizada de la dominación en la
sociedad capitalista, mediante la creación del sujeto jurídico implicado por la apariencia
de vinculación libre y formalmente igual de la compraventa de fuerza de trabajo y, en
general, de la circulación de mercancía. El derecho racional-formal es algo más que
enseñanza preventiva y camino regularizado para la efectivización de la garantía
coactiva del estado. Al cristalizar los planos que corresponden a la esfera de la
circulación y hacerlos previsibles como derechos y obligaciones, el derecho es también
un tejido organizador de la sociedad y de la dominación que la articula.
La sociedad civil y los sujetos que la constituyen quedan así reducidos a lo que aparecen
en las relaciones capitalistas de producción: agentes que, no condicionados por coacción
alguna, reproducen relaciones de intercambio movidos por una racionalidad limitada a
lo económico. Por el otro lado, las instituciones estatales quedan como instancia
superior mediadora de esas relaciones. Es así como el sujeto del derecho es el mismo de
la superficie aparente de la sociedad capitalista: es la parte “privada”, contrapuesta a lo
público de un estado fetichizado.
EXTERIORIDAD. La dominación y su respaldo coactivo tienden a esfumarse tanto de
la sociedad como del estado. Lo que queda es un “orden” jurídicamente cristalizado al
que pueden apelar todos los sujetos, libres e iguales, y expuestos a coerción sólo cuando
intentan violarlo.
RACIONALIDAD ACOTADA. Esto determina que no puede realmente buscar ni
hallar soluciones óptimas. Su capacidad de atención es limitada, y la información está
lejos de fluir libremente. La arquitectura institucional de estado y sus decisiones son el
resultado contradictorio y sustantivamente irracional de la modalidad de existencia y
reproducción de su sociedad. La complicidad estructural del estado y la desigual base de
recursos con que cada uno puede hacerse oír por las instituciones estatales, entrañan que
no pocas decisiones estén orientadas por la intención de favorecer a tal o cual fracción o
grupo de la burguesía.
MEDIACIONES. La contradicción del estado capitalista es ser hiato y, a la vez,
necesidad de mediación con la sociedad civil. La competencia interburguesa y la
desarticulación de clases subordinadas tienden a generar sistemas de solidaridades
inferiores a los que el estado no puede dejar de implicar. El estado capitalista es el
primer estado que necesita postular el fundamento de su poder en algo externo a sí
mismo.
El estado capitalista es un crucial factor de la cohesión de la sociedad global. El
resultado es un amplio control ideológico, ejercicio pleno pero encubierto de la
dominación en la sociedad, respaldado por un estado que aparece como custodio y
epítome de un compartido sentido de vida en común, asumido como natural y
éticamente justo.
Un ciudadano es aquel que tiene derecho a cumplir los actos que resultan en la
constitución del poder a las instituciones estatales, en la elección de los gobernantes que
pueden movilizar los recursos de aquéllas y reclamar obediencia. La ciudadanía es el
fundamento más congruente del estado tal como aparece en la superficie de la sociedad
capitalista. Lo es debido a que es la modalidad más abstracta de mediación entre estado
y sociedad.
La nación es el arco de solidaridades que une al “nosotros” definido como la común
pertenencia al territorio acotado por un estado. El estado demarca a una nación frente a
otras en el escenario internacional. El referente de las instituciones estatales no es la
sociedad sino la nación. La nación es una generalidad concreta, lo que permite
imputarle el interés general que es referente del estado cosificado. Ser miembro de la
nación es verse como integrante de una identidad colectiva superior a los clivajes de
clase.
Lo popular no es la mediación abstracta de la ciudadanía ni la mediación concreta pero
indiferenciada de la nación. Sus contenidos son más concretos que los de ésta. También
son menos genéricos. Lo popular puede ser tanto fundamento como referente de las
instituciones estatales. El estado capitalista sólo puede ser realmente un estado popular
en circunstancias históricas muy especiales y de corta duración.
WEBER – Economía y sociedad
EL ESTADO. De la coalición necesaria del Estado nacional con el capital surgió la
clase burguesa nacional, la burguesía en el sentido moderno del vocablo. En
consecuencia, es el Estado nacional a él ligado el que proporciona al capitalismo las
oportunidades de subsistir; así, pues, mientras aquél no ceda el lugar a un estado
universal, subsistirá éste también.
El derecho racional del moderno Estado occidental, según el cual decide el funcionario
de formación profesional, proviene en su aspecto formal del derecho romano. Éste es en
primer lugar un producto de la ciudad-estado romana, que nunca dejó llegar al poder a
la democracia en el sentido de la ciudad griega, y con ella, su justicia.
Una política económica estatal digna de este nombre, o sea una política continuada y
consecuente, sólo se origina en la época moderna. El primer sistema que produce es el
llamado mercantilismo. Anteriormente al mismo, sin embargo, había por doquier dos
cosas: política fiscal y política del bienestar, en el sentido, esta última, del
aseguramiento de la cantidad usual de alimentos.
El primer indicio de una política económica principesca racional aparece en Inglaterra
en el S XIV. Se trata del mercantilismo, que significa el paso de la empresa capitalista
de utilidades a la política. El Estado es tratado como si constara únicamente de
empresas capitalista; la política económica exterior descansa en el principio dirigido a
ganar la mayor ventaja posible al adversario: a comprar lo más barato posible y a vender
a precios muchos más caros. Mercantilismo significa, pues, formación moderna de
poder estatal, directamente mediante aumento de los ingresos del príncipe, e
indirectamente mediante aumento de la fuerza impositiva de la población.
El supuesto de la política mercantilista residía en el alumbramiento en el país del mayor
número de fuentes de ingresos posible. Es erróneo suponer que los teóricos y los
estadistas mercantilistas confundieran la posesión de metales nobles con la riqueza de
un país. Sabían que la fuente de dicha riqueza está en la fuerza impositiva, y no es sino
con el fin de aumentarlo que hicieron todo lo posible para retener en el país el dinero
que amenazaba con desaparecer del tráfico. Otro punto programático del mercantilismo
era, en conexión concreta directa con la política de poder del sistema, el del mayor
aumento posible de la población y la creación de las más oportunidades posibles de
venta al exterior y aún en lo posible de las de productos que comprendían un máximo de
mano de obra del país, o sea, pues, de productos acabados, y no acaso de materias
primas. Ese sistema se apoyaba en la teoría de la balanza comercial, que enseña que un
país se empobrece tan pronto como el valor de las importaciones rebasa el de las
exportaciones.
Inglaterra es el país de origen del mercantilismo. Las primeras trazas de su aplicación se
encuentran allí en 1381. Al producirse, bajo el débil rey Ricardo II, una escasez de
dinero, el parlamento nombró una comisión investigadora, que es la que primero trabajó
con el concepto de la balanza comercial, con todas sus características esenciales.
El mercantilismo, como alianza del Estado con intereses capitalistas, apareció bajo un
doble aspecto. Una de sus formas de aparición fue la de un mercantilismo monopolístico
estamental. Ese sistema quería la creación de una articulación estamental de toda la
población en sentido cristiano-social, una estabilización de los estamentos, para poder
volver a introducir el sistema social en la caridad cristiana. En contraste con el
puritanismo, que veía en todo pobre a un perezoso o un criminal, aquel sistema
simpatizaba con la pobreza. En Inglaterra, la política real y anglicana sucumbió en el
Parlamento Largo debido a los puritanos. La lucha de éstos contra el rey se prolongó por
muchos años, bajo la consigna: “contra los monopolios”, que en parte se habían
otorgado a extranjeros y en parte a cortesanos, en tanto que las colonias eran asignadas a
favoritos del rey. El estamento de los pequeños empresarios, que entre tanto habían
crecido, luchaba contra la política monopolística real, y el Parlamento Largo decretó la
incapacidad electoral de los monopolistas. La segunda forma del mercantilismo fue la
del mercantilismo nacional, que se limitaba a proteger a las industrias nacionales
existentes, pero no creadas por monopolios. Casi ninguna de las industrias creadas por
el mercantilismo sobrevivió a la época mercantilista. Ni constituye tampoco el
mercantilismo nacional el punto de partida del desarrollo capitalista, sino que éste tuvo
lugar primero en Inglaterra al lado de la política monopolístico-fiscal del mercantilismo.
EL ESTADO RACIONAL CON EL MONOPOLIO DEL PODER LEGÍTIMO.
Sociológicamente el Estado moderno sólo puede definirse en última instancia a partir de
un medio específico que le es propio: la coacción física. “Todo estado se basa en la
fuerza”, dijo Trotsky. Por supuesto, la coacción no es en modo alguno el medio normal
o único del Estado, pero sí su medio específico. En el pasado, las asociaciones más
diversas –empezando por la familia- emplearon la coacción física como medio
perfectamente normal. Hoy, en cambio, habremos de decir: el Estado es aquella
comunidad humana que en el interior de un determinado territorio reclama para sí (con
éxito) el monopolio de la coacción física legítima. Por su parte, la política sería la
aspiración a la participación en el poder, o a la influencia en la distribución del poder,
ya sea entre Estados o en el interior de un Estado, entre los grupos humanos que
comprende, la cual corresponde también esencialmente al uso lingüístico. El que hace
política aspira al poder: poder ya sea como medio al servicio de otros fines –ideales o
egoístas-, o poder “por el poder mismo”, o sea para gozar del sentimiento de prestigio
que confiere.
El Estado, lo mismo que las demás asociaciones políticas que lo han precedido, es una
relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción
legítima. Así, pues, para que subsista es menester que los hombres dominados se
sometan a la autoridad de los que dominan en cada caso. Motivos de legitimidad de una
dominación hay tres: primero, la autoridad del “pasado” de la costumbre, la dominación
“tradicional” tal como la han ejercido el patriarca y el príncipe patrimonial de todos los
tipos. Luego, la autoridad del don de gracia personal extraordinario (carisma), es decir
la devoción y la confianza en revelaciones, heroísmo y otras cualidades de caudillaje del
individuo: dominación carismática, tal como la ejercen el profeta o el guerrero, el gran
demagogo o el jefe político de un partido. Y, por último, la dominación en virtud de
“legalidad”, es decir en virtud de la creencia en la validez de un estatuto legal, ejercida
por el “servidor del Estado” y todos aquellos otros elementos investidos de poder. Pero
aquí nos interesa el segundo tipo de dominación: la carismática. La devoción al carisma
del profeta o del caudillo en la guerra o del gran demagogo significa que éste pasa por el
conductor interiormente “llamado” de los hombres, que éstos no se le someten en virtud
de costumbre o estatuto, sino porque creen en él. La devoción de su séquito se dirige a
su persona y sus cualidades.
¿Cómo hacen los poderes políticamente dominantes para mantenerse en su dominio?
Toda empresa de dominio que requiere una administración continua necesita por una
parte la actitud de obediencia en la actuación humana con respecto a aquellos que se da
por portadores del poder legítimo y, por otra parte, por medio de dicha obediencia, la
disposición de aquellos elementos materiales eventualmente necesarios para el empleo
físico de la coacción, es decir, el cuerpo administrativo personal y los medios materiales
de administración.
El cuerpo administrativo, que representa a la empresa política de dominio lo mismo que
a cualquier otra, no se halla ligado a la obediencia frente al detentador del poder por
aquella sola representación de la legitimidad de que hablábamos hace un momento, sino
además por otros dos medios que apelan directamente al interés personal: retribución
material y honor social.
Pera el mantenimiento de todo dominio por la fuerza se necesitan además determinados
elementos materiales externos, exactamente lo mismo que en la empresa económica.
Todos los ordenamientos estatales se pueden clasificar en dos grupos, según que se
fundan en el principio de que las personas que constituyen el cuerpo cuya obediencia el
soberano ha de contar, ya sean funcionarios o lo que fueren, poseen en propiedad los
medios de administración, ya se trate de dinero, edificios, material bélico, lotes de
automóviles, caballos o lo que sea, o que, por el contrario, el cuerpo administrativo esté
“separado” de los medios de administración, en el sentido en que actualmente el
empleado y el proletario están “separados”, en la empresa capitalista, de los medios
materiales de producción.
La asociación política en que los medios materiales de la administración se encuentran
total o parcialmente en el poder propio del cuerpo administrativo dependiente la
designaremos como articulada “en clases”. El vasallo, por ejemplo, pagaba de su propio
bolsillo la administración y jurisdicción del distrito que le había sido dado en feudo, y
se equipaba y abastecía a sí mismo para la guerra, y sus subvasallos hacían lo mismo.
Esto traía consecuencias desde el punto de vista de la posición de poder del señor, que
solo se apoyaba así en el vínculo personal de la lealtad y en el hecho de que la posesión
del feudo y el honor social del vasallo derivaban de la “legitimidad” de aquél. Sin
embargo, encontramos hasta en las formaciones políticas más tempranas, la
administración por cuenta propia del señor, por medio de esclavos dependientes de él,
de funcionarios domésticos, servidores, “favoritos” personales y prebendarios
retribuidos a sus expensas con asignaciones en especie o en dinero trata aquél de retener
la administración en sus propias manos, de procurarse, los medios para ello, ya sea de su
bolsa o de los productos de su patrimonio. Corresponden a este tipo todas las formas de
dominación patriarcal y patrimonial, de despotismo sultanesco y de ordenamiento
estatal burocrático. Y en particular este último, o sea aquel que en su formación más
racional caracteriza también, y aún precisamente, al Estado moderno. El desarrollo de
éste se inicia a partir del momento en que se empieza a expropiar por parte del príncipe
a aquellos portadores de poder administrativo que figuran a su lado: aquellos poseedores
en propiedad de medios de administración, de guerra, de finanzas y de bienes
políticamente utilizables de toda clase. El proceso forma un paralelo con el desarrollo de
la empresa capitalista. Al final vemos que en el Estado moderno concurre en una sola
cima la disposición de la totalidad de los medios políticos de explotación, y que ya ni un
solo funcionario es propietario del dinero que gasta o de los edificios, depósitos,
utensilios y máquinas de guerra de que dispone. En el Estado actual, pues, la
“separación” del cuerpo administrativo, es decir de los funcionarios, de los medios
materiales de administración se ha llevado a cabo por completo. Importa destacar que el
Estado moderno es una asociación de dominio de tipo institucional, que en el interior de
un territorio ha tratado con éxito de monopolizar la coacción física legítima como
instrumento de dominio, y reúne a dicho objeto los medios materiales de explotación en
manos de sus directores pero habiendo expropiado para ello a todos los funcionarios de
clase autónomos.
LA EMPRESA ESTATAL DE DOMINIO COMO ADMINISTRACIÓN. En el Estado
moderno, el verdadero dominio que consiste en el Manero diario de la administración se
encuentra en manos de la burocracia. Lo mismo que el llamado progreso hacia el
capitalismo a partir de la Edad Media constituye la escala unívoca de la modernización
de la economía, así constituye también el progreso hacia el funcionario burocrático,
basado en el empleo, en sueldo, pensión y ascenso, en la preparación profesional y la
división del trabajo, la escala igualmente unívoca de la modernización del Estado, tanto
del monárquico como del democrático. Desde el punto de vista de la sociología, el
Estado moderno es una “empresa” con el mismo título que una fábrica. Y se halla
asimismo condicionada de modo homogéneo, en ésta y en aquél, la relación de poder en
el interior de la empresa. Así como la independencia relativa del artesano, del pequeño
industrial doméstico, del campesino con tierra propia, se fundaba en que eran
propietarios ellos mismos de los utensilios, las existencias, los medios monetarios o las
armas con que ejercían sus respectivas funciones económicas, políticas, o militares, así
descansa también la dependencia jerárquica del obrero, del empleado de escritorio, del
asistente académico del instituto y del funcionario estatal exactamente del mismo modo
en el hecho de que los utensilios, existencias y medios pecuniarios indispensables para
la empresa y su existencia económica están concentrados bajo la facultad de disposición
del empresario, en un caso, y del soberano político en el otro.
Históricamente, el “progreso” hacia lo burocrático, hacia el Estado que administra
conforme a un derecho estatuido está en la conexión más íntima con el desarrollo
capitalista moderno. La empresa capitalista necesita para su existencia una justicia y una
administración cuyo funcionamiento pueda calcularse racionalmente. En el curso del
proceso político de expropiación que tuvo lugar con éxito mayor o menos en todos los
países del mundo, surgieron, al servicio inicialmente del príncipe, las primeras
categorías de “políticos profesionales”, en otro sentido, esto es, en el sentido de
individuos que no se proponían ser señores ellos mismos, sino que entraban al servicio
de señores políticos. Se ponían a disposición del príncipe y hacían de la atención de su
política un modo de vida por una parte, y un ideal de vida por la otra. Una vez más, sólo
en Occidente encontramos esta clase de políticos profesionales al servicio también de
otros poderes, al lado del servicio del príncipe. Sin embargo, en el pasado dichos
políticos se desarrollaron también aquí, en la lucha del príncipe contra los estamentos, al
servicio del primero. Llamaremos “estamentos” a los poseedores por derecho propio de
medios militares, o de medios materiales importantes para la administración, o de
poderes de dominio personales. Gran parte de ellos estaban muy lejos de dedicar su vida
total o parcialmente, o aún más que ocasionalmente, al servicio de la política.
Aprovechaban su poder señorial en interés de la obtención de rentas o beneficios, y sólo
actuaban políticamente cuando el señor o sus propios compañeros de estamento se lo
pedían especialmente.
Hay dos maneras de hacer de la política una profesión. En efecto, se vive “para” la
política, o “de” la política. El que vive “para” la política hace de ella su vida: o goza de
la mera posesión del dominio que ejerce, o nutre su equilibrio interno y el sentimiento
de su personalidad en la conciencia que tiene de conferir un sentido a su vida mediante
el servicio de una “causa”. En este sentido, toda persona seria que vive para una causa
vive también al propio tiempo de dicha causa. Por consiguiente, la distinción se refiere a
un aspecto mucho más macizo de la cosa, o sea al económico. Desde este punto de
vista, vive “de” la política aquel en quien no sucede tal cosa. Para que en este sentido
económico alguien pueda vivir “para” la política han de darse determinados supuestos:
ha de ser en condiciones normales, independiente de los ingresos que la política le
pueda reportar. Y en condiciones normales esto significa que ha de poseer bienes de
fortuna o ha de tener una posición privada que le rinda ingresos suficientes.
La dirección de un Estado por personas que viven exclusivamente para la política y no
de ella implica necesariamente un reclutamiento “plutocrático” de las capas
políticamente dominantes. Con lo cual, por supuesto, no se afirma al propio tiempo que,
a la inversa, la capa políticamente dominante no trate también de vivir “de” la política, o
sea que no trate de aprovechar su dominio político en beneficio de su propio interés
económico. Nada de eso, No ha habido capa alguna que no lo haya hecho de una forma
u otra. Sólo significa lo siguiente: que los políticos profesionales no se ven directamente
obligados a buscar para su actividad política una retribución, como ha de hacerlo
obviamente el que carece de bienes de fortuna propios. Y por otra parte tampoco
significa, por ejemplo, que los políticos carentes de tales bienes, tengan sólo o
preponderantemente en vista sus intereses privados en la política, o que no piensen “en
la causa”. Antes bien, para el hombre acaudalado, la preocupación por su “seguridad”
económica constituye un punto cardinal de su orientación vital. La política debe ser
honorífica y practicarse en este caso por personas de las que suelen designarse como
“independientes”, o sea pudientes, rentistas ante todo, o bien hacer su dirección
asequible a los que no disponen de medios, y entonces ha de ser retribuida. El político
profesional que vive “de” la política puede ser o un punto “prebendario” o un
“funcionario” a sueldo.
El desarrollo de la política en “empresa”, que requería una preparación en la lucha por
el poder y en los métodos de la misma, tales como el sistema moderno de los partidos
los ha ido desarrollando, imponía ahora la separación de los funcionarios públicos en
dos categorías claramente distintas: la de los funcionarios profesionales por una parte y
la de los funcionarios “políticos” por la otra. Los funcionarios “políticos” se distinguen
por el hecho de que se les puede transferir y despedir, o por lo menos poner en a
disposición en cualquier momento. Sin duda, la mayoría de los funcionarios políticos
compartían la cualidad de todos los demás, de acuerdo con el sistema alemán y en
contraste con el de otros países, en el sentido de que también la obtención de dichos
cargos iba ligada a un estudio académico, a pruebas profesionales y a un determinado
servicio preparatorio. Este distintivo específico del funcionarismo profesional moderno
sólo les falta en Alemania a los jefes del aparato político, es decir a los ministros. Ya
bajo el régimen anterior a 1918 podía uno ser ministro prusiano de enseñanza sin haber
asistido a un instituto de enseñanza superior, en tanto que en principio sólo se podía ser
consejero dictaminador sobre la base de las pruebas prescritas.
El verdadero funcionario no ha de hacer política, sino que ha de “administrar” y, ante
todo, de modo imparcial; y esto es así también, al menos oficialmente, por lo que se
refiere a los llamados funcionarios administrativos “políticos”, en la medida en que no
se plantee la “razón de Estado”, es decir: en la medida en que no estén afectados los
intereses vitales del orden dominante. El funcionario ha de ejercer su cargo “sin cólera
ni prejuicio”. No ha de hacer aquello que el político (tanto el jefe como su séquito)
hacen siempre, es decir, luchar. Porque el partidarismo, la lucha y la pasión constituyen
el elemento político. Y más que de nadie, del jefe político. La actuación de éste se
mueve en un principio opuesto, de aquel del funcionario. Y el honor del jefe político
está precisamente en asumir con responsabilidad todo lo que hace, responsabilidad que
no puede declinar o descargar en otros. Precisamente los tipos de funcionarios de moral
elevada suelen ser malos políticos, sobre todo en el concepto político de la palabra
“irresponsable” tales como hemos encontrado siempre, en Alemania, en posiciones
directivas. Estos es lo que designamos como Burocracia. La burocracia se caracteriza
frente a otros vehículos históricos del orden de vida racional moderno por su
inevitabilidad mucho mayor. No existe ejemplo histórico conocido alguno de que allí
donde se entronizó por completo –en China, Egipto y en forma no tan consecuente en el
Imperio Romano decadente y en Bizancio- volviera a desaparecer, como no sea con el
hundimiento total de la civilización conjunta que la sustentaba. Y sin embargo, éstas, no
eran todavía más que formas sumamente irracionales de burocracia, o sea “burocracias
patrimoniales”. La burocracia moderna se distingue ante todo por una cualidad que
refuerza su carácter de inevitable de modo considerablemente más definitivo que el de
aquellas otras, a saber: por la especialización y la preparación profesionales racionales.
El funcionario antiguo era un puro empírico, mientras que el moderno tiene cada día
mayor preparación profesional y especialización en concordancia con la técnica racional
de la vida moderna.
LOS PARTIDOS Y SU ORGANIZACIÓN. La existencia de los partidos no se
menciona en constitución alguna ni en leyes, pese a que representen los portadores de la
voluntad política de los elementos dominados por la burocracia, o sea por los
“ciudadanos”. Los partidos son por su naturaleza más íntima organizaciones de creación
libre que se sirven de una propaganda libre en necesaria renovación constante.
Actualmente su objeto consiste siempre en la adquisición de votos en las elecciones
para los cargos políticos.
Por mucho que se lamente ahora desde el punto de vista moral la existencia de los
partidos, sus medios de propaganda y de lucha y el hecho de que la confección de los
programas y listas de candidatos estén inevitablemente en manos de minorías, lo cierno
es que la existencia de los mismos no se eliminará. En cuando a eliminar la lucha de los
partidos, esto es imposible, si no se quiere que desaparezca al mismo tiempo la
representación popular activa.
Los partidos políticos pueden apoyarse, en los Estados modernos, ante todo en dos
principios internos básicos: 1) o son esencialmente organizaciones de cargos, en cuyo
caso su objetivo consiste en llevar a sus jefes por medio de elecciones al lugar director,
para que éstos distribuyan luego los cargos estatales entre su séquito, o sea entre el
aparato burocrático y de propaganda del partido. Carentes en tal caso de un programa
propio, inscriben en el mismo, en competencia unos con otros, aquellos postulados que
suponen deben ejercer mayor fuerza de atracción sobre los votantes. 2) O bien los
partidos son principalmente partidos de ideología que se proponen la implantación de
ideales de contenido político. Tal fueron, en forma bastante pura, el centro alemán de
los años ’70 y la socialdemocracia hasta su burocratización total. Por lo regular, sin
embargo, los partidos suelen ser ambas cosas a la vez o sea que se proponen fines
políticos objetivos trasmitidos por tradición y que en consideración de ésta sólo se van
modificando lentamente, pero persiguen además el patrocinio de los cargos.
EL PARLAMENTO. Los parlamentos modernos son en primer término
representaciones de los elementos dominados por los medios de la burocracia. Un cierto
mínimo de aprobación interna –por lo menos de las capas socialmente importantes- de
los dominados constituye un supuesto previo de la duración de todo dominio, aun del
mejor organizado. Los parlamentos son hoy el medio de manifestar externamente dicho
mínimo de aprobación. Para ciertos actos de los poderes públicos, la forma de acuerdo
por medio de ley, después de discusión previa con el parlamento, es obligatoria y a
dichos actos pertenece ante todo el presupuesto. Hoy la disposición sobre la modalidad
de la creación de dinero del Estado, o sea el derecho del presupuesto, constituye la
fuerza parlamentaria decisiva. Sin embargo, mientras un parlamento sólo pueda apoyar
las quejas de la población frente a la administración mediante denegación de dinero o
rehusándose a aprobar proyectos de ley o por medio de propuestas intrascendentes,
queda excluido de la participación positiva en la dirección política. En tal caso
solamente puede hacer y sólo hará “política negativa” esto es, se enfrentará a los
directivos administrativos como una potencia enemiga, y sólo recibirá de aquellos, que
lo considerarán como un obstáculo, un mínimo de información.
Se puede odiar o querer el mecanismo parlamentario, pero lo que no se puede hacer, en
todo caso es eliminarlo. Sin embargo, aparte de las consecuencias generales de la
“política negativa”, la impotencia del parlamento se manifiesta en los siguientes
fenómenos. Toda lucha parlamentaria es no sólo una lucha de oposiciones objetivas,
sino al propio tiempo y en el mismo grado una lucha por poder personal. Allí donde la
posición fuerte del parlamento lleva aparejado que el monarca confíe efectivamente la
dirección de la política al hombre de confianza de la franca mayoría, la lucha de los
partidos por el poder se encamina a la consecución de dicha posición política suprema.
Son en tal supuesto, los individuos de mayor instinto político y con las cualidades más
pronunciadas de jefe los que la llevan a cabo y los que tienen la mayor probabilidad de
llegar a los puestos de dirección.
Otra es la situación cuando, con la designación de un “gobierno monárquico” la
ocupación de los puestos supremos del Estado es objeto del ascenso de funcionarios o
de relaciones cortesanas casuales y cuando un parlamento impotente ha de consentir
semejante composición del gobierno. La esencia de toda política es lucha, conquista de
aliados y de un séquito voluntario, y para ello, para ejercitarse en este arte difícil, la
carrera administrativa no ofrece en el estado autoritario oportunidad alguna. En el
ejército, la preparación se orienta hacia la lucha, y de la misma pueden surgir jefes
militares. Para el político moderno, en cambio, la palestra está en el parlamento, lo
mismo que para el partido está en el país, y no se puede sustituir por nada equivalente y,
menos que todo, por la competencia en materia de ascenso. En un parlamento, por
supuesto, y para un partido cuyo jefe obtiene el poder del Estado.
El funcionarismo se ha acreditado de modo brillante dondequiera que hubo de
demostrar en relación con tareas burocráticas perfectamente delimitadas de carácter
especializado su sentido de responsabilidad, su objetividad y su competencia en materia
de problemas de organización. Sólo que aquí se trata de realizaciones políticas, y no de
“servicio”, y los hechos mismos ponen de manifiesto aquello que ningún amante de la
verdad podrá negar, a saber que la burocracia ha fracasado allí donde se le han confiado
cuestiones políticas. No es cosa del funcionario entrar combativamente con sus propias
convicciones en la lucha política y, en este sentido, “hacer política” que siempre es
lucha. Su orgullo está, por el contrario, en preservar la imparcialidad y en pasar por
encima de sus propias opiniones, para ejecutar inteligentemente lo que la instrucción
particular le exige. En cambio, la dirección de la burocracia, que le asigna sus tareas, ha
de resolver por supuesto continuamente problemas políticos: problemas de poder y
culturales. Y el controlarla en esa función constituye la tarea primera y fundamental del
parlamento.
La posición dominante de todos los funcionarios descansa en un saber de dos clases:
primero, en el saber profesional, “técnico” en el sentido más amplio del vocablo,
adquirido mediante preparación profesional. Que éste esté también representado en el
parlamento o que los diputados puedan en los casos particulares proporcionarse
personalmente informes acudiendo a los especialistas, esto es casual y asunto privado.
Pero el saber profesional no fundamenta por sí solo la burocracia. Se añade al mismo el
conocimiento, asequible sólo al funcionario, de los hechos concretos determinantes de
su conducta, o sea el saber relativo al servicio. Sólo aquel que independientemente de la
buena voluntad del funcionario puede procurarse dicho conocimiento fáctico está en
condiciones, en cada caso, de controlar eficazmente la administración. En un
parlamento que sólo puede ejercer la crítica, sin poderse procurar el conocimiento de los
hechos, y cuyos jefes de partido no son puestos nunca en situación de tener que
demostrar de lo que son capaces, sólo tienen la palabra ya sea la demagogia ignorante o
la importancia rutinaria (o ambas a la vez). Por supuesto, la formación política no se
adquiere en los discursos ostentativos y decorativos del pleno de un parlamento, sino
solamente en el curso de la carrera parlamentaria mediante una labor asidua y tenaz.
PARLAMENTARISMO Y DEMOCRACIA. La parlamentarización y la
democratización no están en modo alguno en una relación de reciprocidad necesaria,
sino que a menudo están en oposición. Y aún recientemente se ha pensado con
frecuencia que son necesariamente opuestos. Porque el verdadero parlamentarismo sólo
es posible en un sistema de dos partidos. En los estados industriales, el sistema de dos
partidos es imposible, como consecuencia de la división de las capas económicas
modernas en burguesía y proletariado y por la importancia del socialismo como
evangelio de las masas.
Políticos profesionales los hay de dos clases: aquellos que viven materialmente “de” los
partidos y de la actividad política, y los que están en condiciones por su posición
pecuniaria de vivir “para” la política y se ven impulsados a ello por sus convicciones, o
sea que hacen de ella su vida ideal. Entiéndase bien que no se trata aquí de negarle
acaso al funcionario de partido todo “idealismo” político. Lejos de ser el idealismo en
función, por ejemplo, de la posición de fortuna, la vida “para” la política es
precisamente más barata para el partidario acaudalado.
Las exigencias actuales de la política lleva aparejado el que una profesión juegue un
papel importante en el reclutamiento de los parlamentarios: la de los abogados. Aparte
del conocimiento del derecho como tal, contribuye también a ello un elemento
puramente material, o sea la posesión de un despacho propio, tal como lo necesita hoy
el político profesional.
¿En qué dirección se desarrolla el caudillaje en los partidos bajo la presión de la
democratización y de la importancia creciente de los políticos profesionales, los
funcionarios de partido y los interesados, y cuáles repercusiones tiene esto sobre la vida
parlamentaria? Una concepción popular alemana hace el balance de la cuestión de los
efectos de la “democratización” de modo muy simple: el demagogo –dice- sube, y el
demagogo victorioso es el que tiene menos escrúpulos en relación con los medios de
captación de las masas. La frase relativa al ascenso del demagogo en su sentido
peyorativo ha sido exacta a menudo y lo es, en relación con el demagogo en su sentido
correcto.
El político que llega a ocupar el poder y ante todo el jefe de partido, se halla expuesto a
la crítica de los enemigos y competidores en la prensa, y puede estar seguro de que, en
la lucha, los motivos y los medios determinantes de su ascenso se sacarán a relucir sin el
menor escrúpulo. La consideración objetiva habría, pues, de llevar a la conclusión de
que la selección dentro de la demagogia de los partidos no tiene en modo alguno lugar,
a la larga y en conjunto, según distintivos menos útiles que los que rigen a puerta
cerrada en la burocracia.
Lo decisivo es que para el caudillaje político sólo están preparadas en todo caso las
personas que han sido seleccionadas en la lucha política. Y esto lo asegura globalmente
mejor el tan vituperado “oficio de demagogo”.
La importancia de la democratización activa de las masas está en que el jefe político ya
no es proclamado candidato en virtud del reconocimiento de sus méritos en el círculo de
una capa de honoratiores (portadores de un honor social específico), para convertirse
luego en jefe, por el hecho de destacar en el parlamento, sino que consigue la confianza
y la fe de las mismas masas, y su poder, en consecuencia, con medios de la demagogia
de masas.
La eliminación de los parlamentos no la ha postulado todavía seriamente ningún
demócrata, por mucha prevención que abrigue contra la forma actual de los mismos. En
cuanto instancia para la consecución del carácter público de la administración, para la
fijación del presupuesto y, finalmente, para la discusión y la aprobación de proyectos de
ley, es probable que se los quiera dejar subsistir en todas partes. La oposición contra los
mismos, en la medida en que es honradamente democrática y no, decididamente, una
disimulación deliberada de intereses burocráticos de poder, desea más bien
probablemente en esencia dos cosas: 1) que no sean decisivos para la creación de leyes
los acuerdos del parlamento, sino la votación popular forzosa, y 2) que no subsista el
sistema parlamentario, esto es, que los parlamentos no sean lugares de selección de los
políticos directivos, ni su confianza o desconfianza decisivos para su permanencia en
los cargos.
Sin duda, la elección y votación popular obligatoria no constituye el polo opuesto
radical del hecho de que, en el Estado parlamentario, el ciudadano no hace
políticamente más que introducir cada par de años en una arma una papeleta impresa
que le proporcionan las organizaciones de los partidos. Se han preguntado si esto
constituía un medio de educación política. No cabe duda alguna que sólo lo es en las
condiciones de una publicidad y un control público de la administración, que
acostumbra a los ciudadanos a seguir constantemente de cerca la manera como se
administran sus asuntos. La votación popular obligatoria, en cambio, llama en ocasiones
al ciudadano a pronunciarse un par de docenas de veces, en un par de veces, en materia
de leyes, y le impone además la obligación de votar largas listas de candidatos oficiales
que le son perfectamente desconocidos personalmente y de cuya calificación personal
nada sabe. Sin duda, la falta de calificación profesional no constituye en sí misma un
argumento en contra de la selección democrática de los funcionarios, ya que no se
necesita ciertamente ser zapatero para saber si a uno le aprieta el zapato confeccionado
por un zapatero. Pero, con todo, en la elección popular de los funcionarios profesionales
es grande el peligro de la desorientación en cuanto a la persona verdaderamente
culpable de la mala administración
Unidad 2 – PODER/DOMINACIÓN.
DEUTSCH –
Existen 8 valores que los individuos desean: poder, respeto, rectitud, riqueza, salud,
ilustración, habilidad y afecto. Cada uno de ellos son los intereses básicos de la política.
El poder, funciona como medio y fin para obtener dichos objetivo, constituye un valor
clave en política. Pero lo es sólo en el contexto de otros valores ya que los hombres no
viven con un solo valor. El poder es la capacidad para hacer que sucedan cosas que de
otro modo no habrían sucedido. Implica nuestra capacidad para alterar los cambios que
ya están en proceso y que seguirán adelante sin nuestra intervención.
Paralelamente al poder, se encuentra la influencia. Sin embargo, la diferencia entre estos
es que mientras la influencia trata de penetrar en la personalidad de un individuo, el
poder opera sobre él desde afuera. No todo el que tiene influencia tiene poder, pero sí el
que tiene poder tiene influencia.
El poder consiste principalmente en el poder sobre la naturaleza y sobre los hombres.
Estas se correlacionan a menudo, cuando los hombres aumentan su poder sobre la
naturaleza, emplean este poder como medio para aumentar su poder hacia los hombres.
El autor dice que el poder sobre la naturaleza es algo que los hombres pueden compartir,
pero el poder sobre los hombres es algo por el que éstos tienen que competir.
Otro gran aporte de Deutsch es su distinción de un “juego de suma cero” y “juego de
suma variable”:
•              Juego de suma cero: es aquel en el que los premios de todos los jugadores
suman cero. Todo lo que un competidor gana lo hace a costa de lo que pierde el rival. Es
una forma despiadada de competencia, ya que lo que es bueno para uno debe ser malo
para otro. Si el poder en la política tiene este carácter, la lucha por el poder no tiene
piedad.
•              Juego de suma variable: es aquel donde los jugadores compiten entre sí pero
todos pueden ganar conjuntamente a costa de la banca, o sea, la naturaleza. Deutsch lo
ejemplifica diciendo que todos hemos ganado con el aumento sobre la naturaleza con el
desarrollo de vacunas, las presas, etc.
Una cuestión importante del análisis político es determinar si una situación de poder es
un juego de suma cero o suma variable. En este sentido, conviene saber cómo están
repartidas las fichas de poder entre los participantes. Sobre la distribución de poder
podemos preguntar “¿quién tiene el voto?”. Se excluye a la gente mediante arreglos
institucionales diversos, leyes de registro, requisitos de residencia y largos
procedimientos de registro. Esto no solo excluye a pobres, sino también a profesionales
educados, empleados y estudiantes que cambian de domicilio, etc. Los que tienen
derecho a votar son sólo los miembros de grupos de ingresos altos y medios, en especial
los que no se mueven de sus lugares de residencia y los que viven en pequeños pueblos
y granjas.
Otras desigualdades en la distribución de poder deriva de las diferencias de motivación
y oportunidades. Los grupos a los que se les niega el poder son los más vulnerables a la
pérdida de motivación para obtener el poder de que carecen y que deberían tener.
No todos los que se inclinan a reclamar una participación en el poder tienen igual
oportunidad para hacerlo. Los candidatos tienen mayores posibilidades de ganar la
elección a causa del poder o la influencia de las personas o grupos que lo apoyan.
Los psicólogos han hablado de la diferencia que existe entre el poder sobre la gente y el
poder con la gente. Éste último es el poder para coordinar, para poner de acuerdo a un
grupo de personas para que sus esfuerzos se fortalezcan mutuamente. Esto puede
ayudarles a descubrir su propia fuerza, y otras cosas también. Cuando esto sucede, el
poder se vuelve un instrumento de liberación humana.
ANTONIO GRAMSCI – Notas sobre Maquiavelo.
Un estudio sobre la forma en que es preciso establecer los diversos grados de relaciones
de fuerzas, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte político,
entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones
particulares, útiles para destacar el interés por la realidad efectiva y suscitar intuiciones
políticas más rigurosas y vigorosas.
Es el problema de las relaciones entre estructura y superestructuras el que es necesario
plantear para llegar a un análisis de las fuerzas que operan en la historia de un período
determinado y definir su relación. Es preciso moverse en dos principios: 1) ninguna
sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias
o no estén en vía de aparición. 2) ninguna sociedad desaparece y puede ser sustituida si
antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones.
En el estudio de una estructura hay que distinguir los movimientos orgánicos de los
movimientos que se pueden llamar de “coyuntura”. Los fenómenos de coyuntura
dependen también de movimientos orgánicos, pero su significado no es de gran
importancia histórica: dan lugar a una crítica política mezquina, cotidiana. Los
fenómenos orgánicos dan lugar a la crítica histórico-social que se dirige a los grandes
agrupamientos, más allá de las personas inmediatamente responsables y del personal
dirigente.
En la “relación de fuerza” es necesario distinguir diversos momentos o grados, que son:
1.            Una relación de fuerza sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva,
independientemente de la voluntad de los hombres. Sobre la base del grado de
desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno
de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma
producción.
2.            Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas: es decir, la
valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por
los diferentes grupos sociales. Este momento puede ser analizado y dividido en
diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política
colectiva. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante
siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante,
etc., pero el comerciante no se siente solidario con el fabricante: o sea, es sentida la
unidad homogénea del grupo profesional pero no así la unidad con el grupo social. Un
segundo momento es aquel en el que se logra la conciencia de la solidaridad de intereses
entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente
económico. Un tercer momento es aquel en el que se logra la conciencia de que los
propios intereses corporativos superan los límites de la corporación de grupo puramente
económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados.
Esta es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se
confrontan y entran en lucha hasta que una de ellas tiende a prevalecer, a imponerse, a
difundirse por toda el área social, determinando la unidad de los fines económicos y
políticos, la unidad intelectual y moral, creando así la hegemonía de un grupo social
fundamental sobre una serie de grupos subordinados. El Estado es concebido como
organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la
máxima expansión del mismo grupo. En la historia real estos momentos se influyen
recíprocamente, en forma horizontal y vertical: según las actividades económicas
sociales (horizontales) y según los territorios (verticales), combinándose y
escindiéndose de diversas maneras.
3.            El tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente
decisivo según las circunstancias. En él se pueden distinguir dos grados: uno técnico-
militar, y otro que se denomina político-militar. Un ejemplo es el de la relación de
opresión militar de un Estado sobre una nación que trata de lograr su independencia
estatal. La relación no es militar, sino político-militar.
NORBERT LECHNER – Poder y orden. La estrategia de la minoría consistente.
INTRODUCCIÓN. El estudio intenta dar respuesta a un dicho común. En estos tiempos
se suele escuchar con diversos matices que el tipo de Estado surgido en estos últimos
años en el cono sur del continente se mantiene por la pura fuerza. Se trataría de un poder
ilegítimo que se derrumbaría solo si no recurriese permanente y sistemáticamente a la
violencia. Tal afirmación podría ser consecuencia de la “ideología democrática”, o sea
de la conciencia de que debe gobernar la voluntad mayoritaria. La conclusión precoz es,
que una minoría solo puede gobernar el uso de la coacción física. De hecho, las
denominadas “fuerzas de seguridad” juegan un papel predominante en estos regímenes.
El Estado tiene un momento de coacción física, pero no se agota en él. Lo que distingue
al Estado burgués de otras formas de Estado es su forma de generalidad. Al inicio de la
investigación se encuentra la pregunta de por qué una minoría logra gobernar sobre y
contra una mayoría. Suponemos que incluso el Estado autoritario no se afirma en la
pura fuerza. Más allá de la violencia y del temor parecieran haber otros mecanismos por
los cuales se acepta determinada estructura de dominación. Sospechamos que la fuerza
se ejerce a través de ciertas mediaciones que hacen la transmutación del poder en orden.
La relación de poder y orden suele ser discutida como el problema de la legitimidad. Por
legitimidad entendemos el reconocimiento de un orden político. El reconocimiento se
refiere al empleo del poder estatal para asegurar la integración social. Se basa en
motivaciones y valores que permiten justificar el orden como bueno. En las primeras
culturas la dominación se legitima en base a mitos. Posteriormente se hace necesario
legitimar ya no sólo la persona imperial sino el orden político. Es la función de las
grandes éticas, religiones y filosofías. Principios materiales como la naturaleza o dios
son reemplazados por el principio formal de la razón. Descubriendo el orden como
producto social, su legitimación no puede ser sino producto de sujetos racionales: el
contrato social. El tipo moderno de legitimidad se basa en la idea del pacto entre libres e
iguales; en el “contrato social” se funde la construcción ideal del consenso con
institucionalización práctica en el principio de mayoría.
Si tomamos la razón como una práctica social determinada, podemos suponer que el
acuerdo ciudadano está impregnado de la “fuerza de las cosas”. El acuerdo sobre la
organización del poder político está determinado por la realidad –una realidad
producida por el poder-. El poder genera una realidad que condiciona la legitimación del
poder. Presumimos que el poder de una minoría radica en su capacidad de definir las
condiciones sociales de manera tal que sus normas explícitas aparecen acorde a la
realidad, o sea que las condiciones sociales hacen aparecer sus normas como buenas y
racionales. Un tema recurrente de la psicología social es la influencia, es decir, la
capacidad de un individuo o grupo de modificar el comportamiento de otro individuo o
grupo en la dirección deseada. El “emisor” obtiene del “receptor” un comportamiento
acorde a su voluntad sin que uno y otro perciban esta “adaptación” como una relación
de poder-obediencia. La influencia puede apuntar a resolver el conflicto (conformidad),
a evitarlo (normalización), o a crearlo (innovación). Este último comportamiento nos
lleva a la pregunta: ¿cómo una minoría activa puede influir sobre una mayoría
silenciosa? Los experimentos llaman la atención sobre la consistencia de la minoría. En
base a su comportamiento consistente, una minoría puede modificar la norma
mayoritaria. En la política contemporánea tenemos, por ejemplo, la campaña por los
derechos humanos o el movimiento ecologista. Un pequeño grupo tematiza un problema
social que la población descubre como suyo, como una cuestión colectiva. Tiene lugar
una innovación, pero falta asegurar la vigencia de la nueva norma. Un grupo que logra
presentarse como mayoría formal puede afirmar su voluntad, aunque sea
numéricamente una minoría.
PODER Y ORDEN. ¿Cómo ocurre que pocos ganen sobre muchos? Veamos un
ejemplo de Popitz. Un buque cruza de puerto en puerto, teniendo a bordo a pasajeros de
todo tipo. A la libre disposición de los pasajeros el barco ofrece hamacas. Su número
alcanza para un tercio de los pasajeros. En los primeros días, las hamacas cambian
permanentemente de propietario. Cuando alguien se levanta, puede ser ocupada por
otro. Pero a la salida de un puerto en que bajaron y subieron pasajeros este orden se
quiebra de pronto. Los nuevos pasajeros han ocupado las hamacas, proclamando su
posesión duradera. Los “propietarios” concentran sus hamacas para facilitar la defensa.
Si alguien se acerca a una hamaca vacía es rechazado. La imposición de un poder
disposición exclusivo sobre un bien de uso general estructura al antes difuso conjunto
de pasajeros. Hay ahora propietarios y no-propietarios. Lo novedoso del nuevo orden es
el surgimiento de privilegios negativos. Un subgrupo ya no tiene acceso a un bien en
tanto que el otro subgrupo puede disponer de él según sus necesidades. Quienes poseen
las hamacas pueden alquilarlas a los demás en trueque por otros bienes o servicios.
Entre los servicios se trata primordialmente de cumplir con una función central que
surge con todo derecho de propiedad: el cargo de guardián. La delegación de la tarea de
vigilar no solamente es un alivio para el propietario: además introduce una mayor
diferenciación social. De una relación dicotómica se pasa a una estratificación tripartita:
propietarios, guardianes y no-propietarios.
LA SUPERIORIDAD ORGANIZATIVA. Quienes del hecho de la ocupación deducen
un derecho exclusivo de disposición, recurren a intereses constituidos. En la ayuda
mutua entre los propietarios se impone que la cooperación es necesaria.  La situación de
los no-propietarios es mucho más compleja, ellos tienen intereses comunes: se oponen a
los nuevos propietarios. El acuerdo de que el orden existente es injusto no implica un
acuerdo según el cual el orden nuevo sería justo. Para los no-propietarios la solución
obvia pareciera ser la reconstitución del orden. Pero lo obvio es lo más difícil. El grupo
privilegiado volvería siempre a ocupar las hamacas. Los partidarios de un principio
igualitario pueden imponerse solamente de manera radical o excluyendo a los otros del
derecho de uso. Surge así el extraño carácter coercitivo, que de hecho proviene de la
competencia de dos proyectos. Quien se opone al “tener” no puede competir libremente
con quien quieren tener.
LA POSESIÓN DE BIENES ESCASOS. Los privilegiados tienen ya una ventaja inicial
por ser sus intereses más fácilmente organizables. El déficit organizativo de los no-
propietarios se agrava por el problema de la redistribución. Una acción de los no-
propietarios implica enfrentar la pregunta cómo distribuir un bien que no alcanza para
todos. La cooperación entre ellos no promete un premio inmediato para el individuo, lo
que gana con una acción conjunta se decide después. Deben organizarse respecto a una
meta lejana. Los no-propietarios requieren impulsos más fuertes. No basta la mera
voluntad de acción. Se necesitan esperanzas. En este sentido, la utopía sería el método
realista que corresponde al carácter especulativo de la confianza exigida. La posesión de
bienes escasos permite impulsar la diferenciación social. El antagonismo entre
propietarios y no-propietarios se diluye en un orden socialmente jerarquizado y la
minoría ya no es más que la punta relativa de una pirámide. La minoría suele gobernar
sobre los muchos, porque los pocos son los propietarios y porque la propiedad provoca
una superioridad organizativa. La asimetría implícita a toda relación social se ha
condensado cuando capacidad organizativa y posesión pueden ser empleados como
“recursos de poder”. De ahí, que la formación de poder acá identificada con esos
procesos de condensación, sea como surgimiento de la propiedad privada, sea como
desarrollo de la división del trabajo.
MECANISMOS DE LEGITIMIDAD. Un orden adquiere legitimidad cuando es
reconocido como “en sí” obligatorio. Se trata de un reconocimiento básico que más allá
de la mera costumbre y del oportunismo crea una motivación para actuar de acuerdo al
sentido de este orden. Weber considera esta legitimidad siempre como una vertical
social: relación de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo. La legitimidad horizontal
entre los privilegiados puede darse de manera análoga también entre los dominados,
especialmente en un orden autoritario. Quienes son reprimidos de manera extrema
pueden comenzar a reconocer la legitimidad del orden, justamente porque se reconocen
a sí mismos. Vemos en un orden autoritario, que los dominados no solamente se
someten, sino que sirven; que no solamente temen a las normas sino que las
internalizan. ¿Cómo ocurre este reconocimiento interior del orden? Una relación de
poder conseguirá ser reconocida cuando durante un tiempo mantenga un orden, o sea,
cuando orden y duración adquieran significación en la formación de la conciencia.
EL PODER NORMATIVO DE LO FÁCTICO. LA MÁQUINA DE PODER. El
análisis de Popitz nos mostró que existen elementos que facilitan a una minoría crear
poder y consolidarlo. El proceso de poder no tiene por qué surgir de manos de una
minoría ni reproducirse a escala ampliada a partir de ella. Indica las dificultades que
encuentra la mayoría desde el inicio y de manera creciente para impedir o para un
proceso contrario a su voluntad y sus intereses. La mayoría no es pasiva, se opone a la
toma de posesión de las hamacas por parte de la minoría. ¿Por qué la resistencia no es
eficiente? No hubo enfrentamiento violento. Hubo desde luego una invocación de la
violencia por ambas partes, pero no llegó a hacerse efectiva. ¿Por qué? Los no-
propietarios no usan la violencia para desalojar a los usurpadores porque les falta una
disposición previa a resistir y no conocen métodos para oponerse al poder. Predominan
pautas de actitud convencionales; prevalecen los mecanismos sociales por evitar,
desviar o disminuir conflictos. Al no repeler la mayoría inmediatamente la ocupación, la
invocación de la coacción física pasa a ser un privilegio de la minoría. ¿Cómo es posible
que la minoría pueda invocar la violencia frente a la mayoría? Popitz señala ese
momento con la aparición de los guardianes. La minoría encuentra entre la misma
oposición mayoritaria quienes se ofrecen a proteger su posición. Más exacto: la minoría
es capaz de “comprar” esos servicios de protección y defensa. Popitz habla de una
reproducción del poder por medio de un sistema de redistribución. El poder de la
minoría radica en su capacidad de transformar y redistribuir los recursos de poder que
recibe de uno y otro grupo. La mayoría está ahora dividida en dos grupos y la minoría
puede aumentar la presión sobre uno de ellos compensándolo mediante una
gratificación al otro. ¿Por qué los guardianes, portadores de la coacción física, no se
rebelan, haciendo valer su fuerza? Los guardianes son débiles porque son sustituibles.
Cada uno de los guardianes puede ser reemplazado –justamente por la existencia del
grupo de los no-propietarios. Su posición es relativamente privilegiada solamente en la
medida en que excluye efectivamente a los no-propietarios, pero eso mismo le impide
rebelarse contra la situación.
LO DINÁMICO DE LA FACTICIDAD. La formación de poder se inicia por un acto
revolucionario, que crea una nueva situación. Significa un corto por el cual se redefinen
las relaciones sociales. En el momento de la usurpación, los ocupantes de las hamacas
determinan las condiciones en que se desarrollará la formación del poder. A través de
ese acto definen las hamacas como bienes escasos, plantean la necesidad de la
organización, crean la coerción/protección como institución especial. Estas condiciones
son tan poco naturales o inevitables como lo son las relaciones capitalistas de
producción.
La relación de poder no surge de un “contrato social”; ni siquiera aparece como el
resultado de una actividad planificada de los usurpadores. La división entre
gobernadores y gobernados se establece sin recurrir ni a la violencia ni al consenso. El
poder no es solamente la coacción física: es también y sobre todo el poder de la
estructura social. En esa cosificación y rutinización del poder como “fuerza de las
cosas” radica el orden –y es en ese orden cotidiano donde se origina el reconocimiento
del poder estatal-.
El gran logro del poder es el orden. El poder no convence racionalmente de que sea
orden; no hay diálogo. Se trata de una persuasión fáctica (lo que no significa
manipulación conciente). El poder ordena. El orden no es un “hecho” posterior al
surgimiento del poder. El poder determina la realidad; la realidad del poder es la
realidad del orden. El poder transpira orden. El orden es la forma de aparición del poder.
LA FASCINACIÓN DEL ORDEN. ¿Qué fascinación ejerce el orden que no podemos
concebir el mundo sino como orden? El orden es el objeto de la política. La política es
la lucha entre diferentes “sentidos de orden”. El “sentido de orden” traduce los intereses
implícitos a determinada praxis social en tarea colectiva. ¿Por qué un hambriento no
roba? ¿Por qué un obrero se deja explotar aún sabiendo que su salario no le permite
mantener la vida de su familia? La situación de miseria puede ayudar a incrementar el
“valor del orden” y, por ende, el consentimiento pasivo del dominado. Sin embargo, el
orden pareciera tener un atractivo propio. El orden es la positividad. Como tal incluye la
negación: en no-orden. El orden pone el desorden y se afirma como orden contra el
caos.
El orden es seguridad: la vida es no-muerte, el orden es no-caos. La seguridad es lo
dado, lo finito, lo presente. La seguridad gana al miedo. Para tener seguridad hay que
desterrar el miedo. Para tener orden hay que destruir al desorden. La vida mata a la
muerte. A través de la muerte ganamos la vida. El orden tiene que matar para vivir, para
sobrevivir. El orden es estético. Mide y pondera, estableces equivalentes, es equilibrado
y constante. Tiene la armonía de lo que descansa en sí mismo. El desorden es la
irregularidad, una fuerza discontinua y ciega. No respeta límites. Es desmedido.
LAS DIFICULTADES DE LA MAYORÍA. ACERCA DEL NÚMERO EN
POLÍTICA. La consigna de “un hombre, un voto” apunta a la mediación de la
concordancia entre las tareas propuestas y la conciencia colectiva. La numeración de los
votos cuantifica la hegemonía que de hecho ejerce la minoría que pretende representar a
la totalidad de la sociedad. La ley del número remite así a la ley de la proporción. El
orden radica en la justa proporción. La regla de las justas proporciones puede ser
aplicada también al cuerpo político. Una tipología del orden según sea el gobierno
ejercido por uno, por pocos o por muchos estudia el poder como una proporción.
PRIMERA VARIANTE. La minoría propiamente tal se constituye cuando aparece la
mayoría. Una minoría es minoría en relación a un todo que incluye una mayoría que se
le opone. Se trata de una proporción. El ejemplo tampoco plantea la constitución de una
mayoría, salvo para señalar sus dificultades. El “grupo pequeño” actúa de manera tal
que el resto tarda en darse cuenta de lo sucedido. La conciencia de la
ocupación/exclusión como una situación permanente y compartida da significado al
“hecho” numérico. Mayoría y minoría devienen nociones socialmente relevantes.
Mayoría y minoría expresan la relación de poder como una proporción. Los dos polos
de la contradicción (el poder) se determinan recíprocamente a través de una proporción.
La proporción determina al dominado. Dominante y dominado se constituyen en actores
políticos por medio de una relación de proporción.
LA CONSTITUCIÓN DE LA MAYORÍA. Intentaremos describir cómo los no-
propietarios pueden hacer una “revolución”. ¿Por qué tiene éxito la mayoría? La causa
más obvia pareciera ser la superioridad militar. Su potencial de coerción física en
violencia es mayor. La historia griega nos enseña que, en los duelos individuales como
en la guerra entre ejércitos, más importante que la fuerza física puede ser la astucia. La
violencia es un instrumento cuya eficiencia depende del cálculo: la táctica.  La táctica
analiza una racionalidad general a partir de un interés particular. El cálculo se hace a
partir y a favor de una posición, o sea supone un sujeto. El sujeto no sólo determina sus
objetivos y los medios, determina también a través de ellos –al adversario-.
Un contraataque exitoso de los pasajeros contra los usurpadores de las hamacas
supondría: 1) que los no-propietarios se hayan constituido en sujeto y 2) que su
actividad una racionalidad interna, una organización. Para aclarar lo dicho, recordemos
dos significaciones del acto de ocupación. En primer lugar, el acto redefine la realidad
(ya nada es como antes) y éste plantea un tema nuevo: la distribución de las hamacas.
La tarea actual es resolver el empleo de un bien escaso. En segundo lugar, los
propietarios han realizado, mediante el acto de ocupación, una ventaja organizativa. Los
no-propietarios enfrentan pues una doble tarea: 1) conseguir la autonomía respecto a los
propietarios. Deben tomar conciencia de sus propios intereses para elaborar un proyecto
alternativo. Para ello deben, 2) lograr la adhesión y el apoyo de la mayoría de los
excluidos. El primer elemento es la autonomía del sujeto: para poder cuestionar el orden
de los propietarios es necesario que la masa dispersa se constituya como grupo.
LA MINORÍA Y EL PRINCIPIO DE MAYORÍA. El “partido del orden”, siendo una
minoría, debe legitimar su poder por referencia a una mayoría. La represión violenta y
frontal de la mayoría no es recomendable pues provoca dos peligros. Aunque la minoría
tenga una superioridad tecno-militar, los guardianes podrían ser más sensibles al
principio de mayoría que –en caso de prolongarse la situación represiva y, por ende,
intensificarse su percepción- los puede inducir a la deserción.
Una posible “recuperación” del principio de mayoría sería limitar su validez a
determinado grupo social, o sea restringir el universo de la igualdad. Por ejemplo, podía
proclamarse una diferencia esencial entre propietarios y no-propietarios (o entre blancos
y negros o entre patriotas y enemigos). De esta manera los “diferentes” pueden ser
marginados completamente del proceso de toma de decisiones (prescripción de los
derechos políticos) o, al menos, su voto es calificado (elección censitaria según
propiedad o nivel educativo). De hecho, existe una larga tradición político-filosófica
que reserva el poder a una minoría iluminada. Los límites de tal orden jerárquico-
estamental provienen del modo de producción capitalista. Puede restringirse la
“ciudadanía”, siempre que no afecte a la productividad. Este restricción protectora se
expresa metafóricamente en el lema “participan en el orden sólo quienes lo apoyan”.
Establecido el orden, la minoría puede formalizar el principio de mayoría. El poder ha
generado una realidad en la cual la relación mayoría/minoría se ha modificado. La
relación definida por la posesión/exclusión de las hamacas deviene una relación
definida por el “consenso de orden”. A la mayoría qua no-propietarios se sobrepone la
mayoría de quienes defienden el orden. El “partido de la propiedad” se ha transmutado
en el “partido del orden” y en nombre del orden y dentro establecido se instaura el
principio de mayoría. Una vez funcionando el orden, se puede formalizar la voluntad
mayoritaria llamando a elecciones así como discriminar el interés minoritario
criminalizando su acción.
Un elemento central en la relación mayoría/minoría es el concepto de representación.
En su connotación de delegación en el ejercicio del poder. Nos interesa la
representación más bien en el sentido recién insinuado de “expansión” de determinado
grupo mediante la “adhesión”. Retomando la perspectiva gramsciana, consideranda la
representación un momento en la construcción de una hegemonía –proceso a través del
cual una minoría deviene representante de la mayoría-. Los representantes invocan un
“sentido de orden” a través del cual los representados se reconocen y se organizan. La
invocación de determinadas significaciones sociales es exitosa cuando determina un
interés común a las diversas prácticas individuales y se constituye en torno suyo una
identidad colectiva. A través de la invocación exitosa representantes y representados se
“ponen” recíprocamente. La representación surge pues como una iniciativa de minoría
que interpela a otros grupos (mayoría) en nombre de un supuesto sentido común. Una
minoría en el poder podría invocar sus intereses como norma mayoritaria. La
invocación se realizaría a través de las mismas condiciones del poder y no mediante
algún “contrato” negociado.
LA CONSTITUCIÓN DE MAYORÍAS Y MINORÍAS. Presumimos que la minoría no
ejerce una violencia directa contra la voluntad mayoritaria. La minoría en el poder se
plantea como representante de la mayoría y asegura sus postulados, eliminando toda
interferencia. Nuestra interpretación parte de un artículo de Moscovici y Ricateau sobre
el proceso de influencia social. La influencia apunta a modificar el comportamiento del
otro de acuerdo a la norma propia. Un grupo puede ejercer influencia sobre el otro
gracias a la consistencia de su comportamiento. Es decir, uno de los grupos modificará
su concepción de la realidad si la norma del otro grupo se apoya en un comportamiento
consistente. En el caso que el comportamiento consistente sea el atributo de la minoría,
el conflicto da lugar a un proceso de innovación, cambiando la mayoría su percepción
de la realidad. Respecto a nuestro tema interesa la influencia de una minoría activa
sobre una mayoría silenciosa. Si un grupo minoritario, pero de comportamiento
consistente, enfrente un grupo mayoritario, pero de comportamiento difuso, la minoría
rechaza la norma mayoritaria y enfatiza la propia.
La relación mayoría/minoría depende de la definición del entorno social. La mayoría
numérica de una sociedad puede aparecer en determinada situación como minoría
formal. A la inversa, la minoría numérica puede aparecer en determinadas condiciones
como mayoría formal. Una minoría numérica puede transformarse en mayoría formal
bajo determinadas condiciones: 1) un grupo social con un comportamiento consistente;
2) un entorno social que produzca la atomización de la mayoría real y el bloqueo de
toda negociación entre mayoría/minoría. Suponiendo la existencia de una minoría
consistente, nuestro interés es por el entorno social, es decir, por las condiciones de la
situación experimental que permiten a esta minoría actuar como mayoría (representar la
voluntad mayoritaria). Haremos una breve hipótesis: determinado resultado
experimental es válido bajo las condiciones determinadas del experimento. Los
resultados de un experimento respecto a la explicación de un fenómeno no son
independientes de las condiciones en que se realiza tal experimento.
LA AUTORIDAD. Una condición social para analizar la situación experimental es la
presencia de una autoridad que define los objetivos, dispone de los recursos necesarios y
logra manipular unos y otros en una relación de causalidad. Estos son los recursos de
poder. Para ejercer el poder, la autoridad debe legitimar esta relación. ¿A qué potencial
de legitimación puede recurrir la autoridad para movilizar sus recursos de poder? 1)
Autolegitimación: la autoridad está convencida que obra por causa justa y verdadera; 2)
Legitimación horizontal: toda estructura de dominación requiere un acuerdo de los
dominantes entre sí, mediante el cual se reconocen y garantizan mutuamente los
derechos que ejercen, y debe existir una identidad de intereses en el grupo dominante;
3) Legitimación vertical: se trata del reconocimiento de la autoridad por parte de los
subordinados.
Falta precisar el principio de legitimidad a que recurre la autoridad política. Pueden
distinguirse dos niveles de referencia. El primero es la invocación de la nación como
comunidad del “nosotros”, un mecanismo de identidad colectiva. Pero la invocación de
la nación es precaria cuando la lucha de clases ha puesto ya de manifiesto una
desigualdad social. Entonces es necesario recurrir a un marco más amplio que ofrezca
algún ámbito de igualdad. Es a este segundo nivel, la referencia a una lógica cultural
transnacional. A ella apunta por ejemplo, la invocación del humanismo cristiano-
occidental. Pero ella también fracasa, pues el humanismo cristiano-occidental está
permeado por el conflicto social. Existe, sin embargo, otra invocación: la invocación del
saber técnico. El saber técnico expresa la nueva lógica cultural. Establece una identidad
ya no sólo al nivel nacional sino de acuerdo a la internacionalización de las relaciones
capitalistas de producción. La técnica crea un ámbito de igualdad en cuanto todos están
subordinados a las “leyes científicas” y simultáneamente crea una relación de
desigualdad, confiriendo autoridad al portador del saber técnico.
LA DEFINICIÓN DE LA SITUACIÓN. Se trata de preparar una situación de
contradicción que obligué al sujeto a definirse. Ello se logra, planteando un sistema de
afirmaciones y bloqueando toda negociación sobre ellas. Se insiste en una concepción
del mundo y se niega toda transacción. Eso es –en el proceso social- la quintaesencia del
autoritarismo: imponer una realidad y mantenerla impermeable. La situación tiene que
ser tal que los individuos y grupos sociales no pueden elaborar un sentido común a la
praxis social y solamente pueden definirse a favor o en contra del proyecto propuesto
autoritariamente.
LA RELACIÓN ENTRE LA AUTORIDAD Y LOS INDIVIDUOS. Analizando las
condiciones de éxito de la situación experimental habíamos nombrado algunos
elementos respecto al desface entre el sentido común vigente y el proyecto propuesto.
Veamos entonces estas condiciones específicas en la actual situación política. El
proyecto propuesto por la autoridad debe ser plausible. Las condiciones de la
“reconstrucción nacional” por ejemplo, deben ser comprensibles como consecuencia
necesaria del caos y del desorden del período anterior. Simultáneamente, el proyecto
propuesto debe dar una interpretación plausible de los objetivos; éstos deben aparecer
como deseables y factibles.
La autoridad debe ser digna de confianza. La integridad moral y la capacidad
profesional deben ser creíbles. La credibilidad se deteriora cuando se hacen evidentes
contradicciones entre sus actos y sus discursos. A su vez, los individuos deben tener
confianza en la autoridad. Deben estar inclinados a creer en las buenas intenciones y
buenas acciones de la autoridad. También hay que evitar que las relaciones entre la
autoridad y los individuos sea interferida, hay que evitar que el individuo inicie un
proceso de aprendizaje de la realidad diferente al sistema de normas en que la autoridad
lo socializa.
LA LEGITIMACIÓN DEL ORDEN. Recapitulemos brevemente nuestra indagación
acerca del poder de una minoría sobre una mayoría. ¿Cómo una minoría llega a ser
representante de la mayoría sin responder a la voluntad mayoritaria? La respuesta
argumenta en base a dos hipótesis insinuadas en la psicología social: 1) una minoría
consistente puede cambiar la norma mayoritaria y obtener conformidad para su
innovación siempre que logre aparecer como mayoría formal; 2) ellos supone que la
minoría consistente tenga el poder de determinar el entorno social. 
En la manipulación de la minoría en transformar su voluntad en voluntad mayoritaria, se
destacan dos momentos. En primer lugar, la invocación del saber tecnocrático. Aún
actuando como mayoría formal, la minoría consistente sigue siendo minoría. La minoría
recurre al principio de mayoría para exigir conformidad para una limitación de la
voluntad mayoritaria. La minoría puede invocar el saber tecnocrático porque ha
atomizado (despolitizado) a la mayoría y, a su vez, esta invocación justifica el poder en
manos de una minoría. En segundo lugar, la división de la mayoría real. La minoría
trata, por un lado, de valorar los intereses de la mayoría, reinterpretándolos en el marco
del orden establecido. Por el otro lado, la minoría reprime y excluye a aquellos sectores
de la mayoría que rechazan el “valor del orden” y pretenden construir una hegemonía
alternativa.
LA INVOCACIÓN DEL SABER TECNOCRÁTICO. Veamos la invocación por la cual
la minoría se postula representante de la mayoría. La minoría tiene que proponer un tipo
de concepción del mundo que integre los distintos intereses particulares. Así definen las
FFAA al objetivo nacional como su tarea profesional: la unidad territorial, la seguridad
nacional. También la burguesía: la garantía de la propiedad privada y de la moneda, la
libertad contractual y de mercado. Así los diversos intereses confluyen en un solo
objetivo: la mantención del orden.
El recurso al saber tecnocrático puede legitimar la supresión del procedimiento
democrático. La tecnocracia parte de un enfoque positivista que pretende llegar a juicios
de la realidad no contaminados por juicios valorativos. En esta perspectiva, las
afirmaciones quieren ser representaciones de una realidad “en sí”, sin interferencia
subjetiva, en tanto que su “prueba” suele realizarse mediante operaciones
experimentales de comprobación controlada. Se trata de un conocimiento interesado en
asegurar y ampliar el campo de acción del control social. Todo lo existente le aparece
como necesario. El saber tecnocrático da lugar a una política concebida
fundamentalmente como control social. El saber tecnocrático es un atributo de la
minoría, se trata de una elite que pretende representar el nuevo “espíritu del
capitalismo”. La modernización es encarnada por una elite. Justificando el saber
tecnocrático como tarea de una élite, puede legitimarse la minoría como representante
de la mayoría. Habiendo reducido la política a problemas técnicos, las decisiones
políticas incumben a la élite tecnocrática. Es un asunto de “expertos”. El representante
ya no invoca la voluntad general sino su conocimiento mejor.
LA REDEFINICIÓN DE MAYORÍA Y MINORÍA. Para explicitar su influencia de
mayoría formal, la minoría consistente redefinirá lo que es mayoría y minoría. Se trata
de sobreponer a la relación inicial de mayoría y minoría (basada en intereses
antagónicos) una nueva relación basada en intereses antagónicos respecto al orden
establecido. Es decir, se trata de manipular el principio de mayoría de manera tal que
pueda servir de refuerzo a una división social realizada de facto. La invocación
tecnocrática es un llamado al consenso. Una vez ordenada la realidad, se invita a todos
estar conforme con ella. Quienes están disconformes con la realidad se encuentran en
desventaja. Los “opositores” devienen “enemigos del orden” en la medida en que su
disenso es tanto más amenazante cuanto menos afianzada sea la hegemonía del grupo
dominante. De ahí, la doble cara del orden autoritario: por un lado, el llamado del
consenso, por el otro, la guerra a los disidentes.
Abordemos primero la redefinición de la mayoría. El orden instaurado por la minoría
consistente busca ser respaldado por la voluntad mayoritaria. No requiere un
consentimiento activo: es suficiente una lealtad pasiva. Se trata de vincular la mayoría al
orden de manera que, dispuesta a defender sus inversiones, defienda el poder de la
minoría.
El “asistencialismo” es una medida profiláctica contra la revolución social. Insistimos
ya sobre la fragmentación de la mayoría real y sobre sus dificultades por constituirse en
sujeto social y político. Por lo demás, contra sus rebeliones esporádicas y convulsivas
siempre queda el recurso a la represión violenta. Se trata de un “populismo” que
instrumentaliza la miseria en función de la estabilidad del orden. El asistencialismo
sirve así para ampliar y profundizar la relación de explotación; aprovechándose de las
expectativas de ascenso individual.
El resumen, el consenso con el orden establecido es experimentado por la mayoría como
la afirmación de su sobrevivencia física. Abordemos a continuación la redefinición de la
minoría (formal). El proceso de pacificación social es afianzado por referencia a una
imagen de enemigo. Es decir, para constituir una mayoría en torno al orden existente se
requiere no solamente cierta base material (el “valor de orden”) sino también un “alter”
frente al cual distanciarse. El “alter” será un grupo claramente minoritario y con rasgos
negativos. Se definirá como “enemigos” a un grupo de identificación fácil,
aparentemente peligroso, pero que puede ser derrotado. La definición de enemigo
intentará circunscribir a todos quienes buscan un orden diferente.
WEBER – División del poder en la comunidad: clases, estamentos y partidos.
Todo ordenamiento jurídico (y no sólo estatal) influye sobre la distribución de poder.
Por “poder” entendemos la probabilidad que tiene un hombre o grupo de hombres de
imponer su propia voluntad incluso contra la oposición de los demás miembros. El
“honor social”, el prestigio, puede constituirse la base hasta del mismo poder de tipo
económico. El orden jurídico puede garantizar tanto el poder como la existencia del
honor. Llamamos “orden social” a la forma en que se distribuye el “honor” social dentro
de una comunidad entre grupos típicos pertenecientes a la misma. Los fenómenos de
distribución del poder dentro de una comunidad están representados por las clases, los
estamentos y los partidos.
Las clases no son comunidades en el sentido dado aquí a esta palabra sino que
representan solamente bases posibles (y frecuentes) de una acción comunitaria. Así,
hablamos de una “clase” cuando: 1) es común a cierto número de hombres, un
componente causal específico de sus probabilidades de existencia, en tanto que, 2) tal
componente esté representado exclusivamente por intereses lucrativos y de posesión de
bienes, 3) en las condiciones determinadas por el mercado (de bienes o de trabajo)
(situación de clase). Constituye el hecho más elemental que la forma en que se halla
distribuido el poder de posesión sobre bienes en el seno de una multiplicidad de
hombres que se encuentran y compiten en el mercado con finalidades de cambio crea
por sí misma probabilidades específicas de existencia. Según la ley de utilidad marginal,
excluye a los no poseedores de bienes en favor de los poseedores y monopoliza de
hecho su adquisición por estos últimos. Monopoliza las probabilidades de ganancia a
favor de aquellos que no están obligados a efectuar intercambio y aumenta su poder en
la lucha de precios contra aquellos que, no poseyendo ningún bien, deben limitarse a
ofrecer los productos de su trabajo en bruto o elaborados y a cederlos a cualquier precio
para ganarle el sustento. Todo esto tiene lugar dentro del mercado. La “posesión” y la
“no posesión” son las categorías fundamentales de todas las situaciones de clase.
Corresponde siempre al concepto de clase el hecho de que las probabilidades que se
tienen en el mercado constituyen el resorte que condiciona el destino del individuo. La
“situación de clase” significa la “posición ocupada en el mercado”. Debe ser
reconocible el carácter condicionado y los efectos de la situación de clase. Pues sólo
entonces puede el contraste de las probabilidades de vida ser considerado no como algo
sencillamente dado y que no hay más que aceptar, sino como un resultado de: 1) la
distribución de los bienes o, 2) de la estructura de la organización económica existente.
Las “situaciones de clase” de la primera categoría existieron durante la Antigüedad y la
Edad Media en los centros urbanos. La segunda categoría lo constituye la situación de
clase del “proletariado” moderno. Si las clases no son por sí mismas comunidades, las
situaciones de clase surgen únicamente sobre el suelo de comunidades. Pero la acción
comunitaria que le da origen no es fundamentalmente una acción realizada por los
pertenecientes a la misma clase, sino una acción entre miembros de diferentes clases.
Las acciones comunitarias que, por ejemplo, determinan de un modo inmediato la
situación de clase de los trabajadores y de los empresarios son las siguientes: el mercado
de trabajo, el mercado de bienes y la “explotación” capitalista. La lucha producida por
la situación de clase ha pasado de la fase del crédito de consumo a la competencia en el
mercado de bienes y, finalmente, a la lucha de precios en el mercado de trabajo.
En oposición a las clases, los estamentos son normalmente comunidades, aunque con
frecuencia de carácter amorfo. En oposición a la “situación de clase” condicionada por
motivos económicos, llamaremos “situación estamental” a todo componente típico del
destino vital condicionado por una estimación social específica del “honor” adscrito a
alguna cualidad común a muchas personas. Este honor puede relacionarse con una
situación de clase. La posesión de bienes no es siempre suficiente, pero con frecuencia
llega a tener a la larga importancia para el estamento. En una asociación de vecinos
ocurre que el hombre más rico acaba por ser el “cabecilla”, a lo que muchas veces
significa una preeminencia honorífica. Pero el honor correspondiente al estamento no
debe necesariamente relacionarse con una “situación de clase”. Poseedores y
desposeídos pueden pertenecer al mismo estamento y esto ocurre con frecuencia.
En cuanto a su contenido, el honor correspondiente al estamento encuentra su expresión
ante todo en la exigencia de un modo de vida determinado a todo el que quiera
pertenecer a su círculo. Se ha desarrollado así la formación de “estamentos” a base de
modos de vida convencionales en EEUU. Ha ocurrido, por ejemplo, que sólo los
habitantes de una determinada calle hayan sido considerados pertenecientes a la
“society”. Pero ante todo ha ocurrido que la estricta sumisión a la moda que ha
imperado en la society ha afectado a los hombres como un síntoma de que la persona en
cuestión ha pretendido la cualidad de gentleman (caballero) y ha motivado que sea
tratada como tal. Y esto ha sido tan importante para sus posibilidades de empleo, de
“buenos” negocios, etc.
Simplificando las cosas: las “clases” se organizan según las relaciones de producción y
de adquisición de bienes; los “estamentos”, según los principios de su consumo de
bienes en las diversas formas específicas de su “manera de vivir”. Un “gremio” es
también un “estamento”, es decir, aspira con éxito al honor social sólo en virtud del
“modo de vivir” específico, condicionado por la profesión. En tanto que “clases” tienen
su verdadero suelo patrio en el “orden económico” y los “estamentos” lo tienen en el
“orden social”, y por tanto, en la esfera de la repartición del “honor”, influyendo sobre
el orden jurídico y siendo a la vez influido por él, los partidos se mueven primariamente
dentro de la esfera del “poder”. Su acción está encaminada al “poder” social, es decir,
tiende a ejercer una influencia sobe una acción comunitaria, cualquiera sea su
contenido. En principio, puede haber partidos tanto en un club como en un Estado. En
oposición a la acción comunitaria ejercida por las “clases” y por los “estamentos”, la
acción comunitaria de los “partidos” contiene siempre una socialización. Pues va
siempre dirigida a un fin metódicamente establecido, tanto si se trata de un fin
“objetivo” –realización de un programa con propósitos ideales o materiales- como de un
fin “personal” –prebendas, poder y, como consecuencia de ello, honor para sus jefes y
secuaces o todo esto a la vez. Por eso sólo pueden existir partidos dentro de
comunidades que poseen un ordenamiento racional y un “aparato” personal dispuesto a
realizarlo. Pues la finalidad de los partidos consiste en influir sobre tal “aparato”, en
componerlo de partidarios. No necesitan ser puros “partidos de clase” o “estamentales”;
casi siempre lo son sólo en parte y con frecuencia no lo son en absoluto. Sus medios
para alcanzar el poder pueden ser muy diversos, desde el empleo de la simple violencia
hasta la propaganda y el sufragio por procedimientos rudos o delicados: dinero,
influencia social, poder de la palabra, sugestión y grosero engaño, táctica mas o menos
hábil de la obstrucción dentro de las asambleas parlamentarias.
KARL MARX  – Carta a Annenkov.
¿Qué es la sociedad, cualquiera sea su forma? El producto de la actividad recíproca de
los hombres. ¿Los hombres son libres de elegir por sí mismos esta o aquella forma de la
sociedad? De ninguna manera. Los hombres no son libres de elegir sus fuerzas
productivas –que son la base de toda su historia- puesto que cada fuerza productiva es
una fuerza adquirida, producto de la actividad anterior. Por consiguiente, las fuerzas
productivas son el resultado de la energía humana práctica; pero esta energía está a su
vez condicionada por las circunstancias en que se hallan los hombres. Sus relaciones
materiales son la base de todas sus relaciones. Las formas económicas en que los
hombres producen, consumen, intercambian, son transitorias e históricas. Al
conquistarse nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su método de
producción. Los hombres desarrollan sus fuerzas productivas, esto es, en cuanto viven
desarrollan ciertas relaciones entre sí, y que la naturaleza de estas relaciones
necesariamente debe cambiar con el cambio y el crecimiento de las fuerzas productivas.
Las categorías económicas son sólo las expresiones abstractas de estas relaciones reales
y únicamente conservan su validez mientras existen dichas relaciones. Los hombres que
conforman las relaciones sociales de acuerdo a su material de producción, también
conforman ideas y categorías, es decir, la expresión abstracta, ideal, de esas mismas
relaciones sociales.
KARL MARX – La ideología alemana.
PRÓLOGO. Los hombres se han transformado siempre ideas falsas acerca de sí
mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas
acerca de Dios, del hombre normal, etc. Los frutos de su cabeza han acabado por
imponerse a su cabeza.
LA IDEOLOGÍA EN GENERAL Y LA ALEMANA EN PARTICULAR. Toda
relación dominante se explicaba como una relación religiosa y se convertía en culto, en
culto del derecho, culto del Estado, etc. Por todas partes se veían dogmas, nada más que
dogmas, y la fe en ellos. La primera premisa de toda la historia humana es,
naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho
comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como
consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza. Podemos
distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se
quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que
comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su
organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce
indirectamente su propia vida material. Lo que los individuos son depende de las
condiciones materiales de su producción. Toda nueva fuerza productiva trae como
consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo. La división del trabajo
dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del trabajo industrial y
comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el
campo y en la contradicción de los intereses entre una y otro. Las diferentes fases de
desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas distintas de la propiedad.
La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu. Esta forma de propiedad
corresponde a la fase incipiente de la producción en que un pueblo se nutre de la caza y
la pesca, de la ganadería o, a lo sumo, de la agricultura. En esta fase, la división del
trabajo se halla todavía muy poco desarrollada. La segunda forma está representada por
la antigua propiedad comunal y estatal, que brota como resultado de la fusión de
diversas tribus para formar una ciudad, mediante acuerdo voluntario o por conquista, y
en la que sigue existiendo la esclavitud. Junto a la propiedad comunal, va
desarrollándose ya, ahora, la propiedad privada mobiliaria, y más tarde la inmobiliaria.
La división del trabajo aparece ya, aquí, más desarrollada. La tercera forma es la de la
propiedad feudal o por estamentos. También ésta se basa, como la propiedad de la tribu
y la comunal, en una comunidad, pero a ésta no se enfrentan ahora, en cuanto clase
directamente productora, los esclavos, como ocurría en la sociedad antigua, sino los
pequeños campesinos siervos de la gleba. La división del trabajo se desarrolló muy
poco, en el período floreciente del feudalismo. Nos encontramos, pues, con el hecho de
que determinados individuos, que, como productores, actúan de un determinado modo,
contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La organización
social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados
individuos; pero de estos individuos tal y como realmente son: es decir, tal y como
actúan y producen materialmente. La producción de las ideas y representaciones, de la
conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el
comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La conciencia no
puede ser nunca otra cosa que el ser conciente, y el ser de los hombres en su proceso de
vida real.
HISTORIA. El primer hecho histórico es la producción de los medios indispensables
para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material
misma. Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad conduce a nuevas
necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico.
El tercer factor que aquí interviene de antemano en el desarrollo histórico es el de que
los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a
crear a otros hombres, a procrear. Estos tres aspectos de la actividad social no deben
considerarse como tres fases distintas, sino sencillamente como eso, como tres aspectos.
La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la
procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación –de una parte,
como una relación natural, y de otra como una relación social-. Después de haber
considerado cuatro aspectos de las relaciones históricas originarias, caemos en la cuenta
de que el hombre tiene también “conciencia”. El lenguaje es tan viejo como la
conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real. La conciencia es ya
de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La
conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que
nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, y es, al mismo
tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un
poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que los hombres se
comportan de un modo puramente animal. Es, por tanto, una conciencia puramente
animal de la naturaleza (religión natural). Inmediatamente vemos aquí que esta religión
natural o este determinado comportamiento hacia la naturaleza se hallan determinados
por la forma social, y a la inversa. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida
social en esta fase; es, simplemente, una conciencia gregaria. Esta conciencia gregaria o
tribual se desarrolla y perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse
las necesidades y al multiplicarse la población. De este modo se desarrolla la división
del trabajo. La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del
momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Estos tres momentos, la
fuerza productiva, el estado social y la conciencia, pueden y deben necesariamente
entrar en contradicción entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad,
más aún, con la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el
trabajo, la producción y el consumo, se asignen a diferentes individuos.
La división del trabajo lleva aparejada la contradicción entre el interés del individuo
concreto y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí. En efecto, a
partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un
determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede
salirse. De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, no
son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas
clases.  El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por
obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del
trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria,
sino natural, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al
margen de ellos. La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos,
en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca toda la vida
comercial e industrial de una fase.
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en
otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al
mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los
medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios
para la producción espiritual. La división del trabajo se manifiesta también en el seno de
la clase dominante como división del trabajo físico e intelectual. La existencia de ideas
revolucionarias en una época presupone ya la existencia de una clase revolucionaria.
Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve
obligada a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de
la sociedad. La clase revolucionaria aparece de antemano, no como clase, sino como
representante de toda la sociedad. Su triunfo aprovecha también, por tanto, a muchos
individuos de las demás clases que no llegan a dominar, pero sólo en la medida en que
estos individuos se hallen ahora en condiciones de elevarse hasta la clase dominante.
Por eso, cada nueva clase instaura su dominación siempre sobre una base más extensa
que la dominante con anterioridad a ella. El factor dominante en la historia siempre son
las ideas. Todo truco que consiste en demostrar el alto imperio del espíritu en la historia
se reduce a los tres esfuerzos siguientes: 1) desglosar las ideas de los individuos
dominantes, reconociendo con ello el imperio de las ideas; 2) introducir en este imperio
de las ideas un orden; 3) para eliminar la apariencia mística de este “concepto que se
determina a sí mismo”, se lo convierte en una persona –“la autoconciencia”-.
LA RELACIÓN ENTRE EL ESTADO Y EL DERECHO Y LA PROPIEDAD. La
burguesía, por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a
organizarse en un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a su
interés medio una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con
respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad
civil y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de organización que se
dan necesariamente los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua
garantía de su propiedad y de sus intereses. Como el Estado es la forma bajo la que los
individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se
condensa toda la sociedad civil de una época, se sigue de aquí que todas las
instituciones comunes tienen como mediador al Estado y adquieren a través de él una
forma política. El derecho privado se desarrolla, conjuntamente con la propiedad
privada, como resultado de la desintegración de la comunidad natural. El derecho
privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la
voluntad general.
INSTRUMENTOS DE PRODUCCIÓN Y FORMAS DE PROPIEDAD NATURALES
Y CIVILIZADOS. La diferencia entre los instrumentos de producción naturales y los
creados por la civilización. En el primer caso, cuando se trata de un instrumento de
producción natural, los individuos son absorbidos por la naturaleza; en el segundo caso,
por un producto del trabajo. En el primer caso, la propiedad aparece también como un
poder directo y natural, y en el segundo caso como poder del trabajo. El primer caso
presupone que los individuos aparezcan agrupados por cualquier vínculo. En el segundo
caso, en cambio, se los supone independientes los unos de los otros. En el primer caso,
el intercambio es un intercambio entre los hombres y la naturaleza. En el segundo caso,
tiene que haberse ya llevado prácticamente a cabo la división entre el trabajo físico y el
intelectual. En el primer caso, el poder del propietario sobre quienes no lo son puede
descansar en relaciones personales. En el segundo caso, tiene necesariamente que haber
cobrado forma material en un tercer objeto, en el dinero. En el primer caso, existe la
pequeña industria, sin distribución del trabajo entre diferentes individuos; en el segundo
caso, la industria sólo consiste en la división del trabajo y sólo se realiza por medio de
ésta.
Los individuos mismos quedan completamente absorbidos por la división del trabajo y
reducidos, con ello, a la más completa dependencia de los unos con respecto a los otros.
Nos encontramos ante dos hechos. En primer lugar, vemos que las fuerzas productivas
aparecen como fuerzas totalmente independientes y separadas de los individuos. Por
otra parte, a estas fuerzas productivas se enfrenta la mayoría de los individuos, de
quienes estas fuerzas se han desgarrado y que se han convertido en individuos
abstractos. La única relación que mantienen los individuos con las fuerzas productivas y
con su propia existencia, el trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de actividad
propia y sólo conserva su vida empequeñeciéndola.
Resumiendo, obtenemos la concepción de la historia que dejamos expuesta en los
siguientes resultados: 1) en el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase
en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que sólo pueden ser
fuente de males y, lo que se halla íntimamente relacionado con ello, surge una clase
condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad. Una clase que forma la
mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es
necesaria una revolución radical; 2) que las condiciones en que pueden emplearse
determinadas fuerzas de producción son las condiciones de la dominación de una
determinada clase de la sociedad; 3) que todas las anteriores revoluciones dejaron
intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad,
una nueva distribución del trabajo entre otras personas.
WEBER – Sociología de la dominación.
Aquí nos proponemos encontrar un principio general acerca de las relaciones entre las
formas de la economía y las de dominación. A este fin necesitamos una definición más
precisa de lo que significa para nosotros “dominación” y de su relación con el concepto
de “poder”. En el sentido general de poder y, por tanto, de posibilidad de imponer la
propia voluntad sobre la conducta ajena, la dominación puede presentarse en las formas
más diversas. Nos representamos dos tipos radicalmente opuestos de dominación. Por
una parte, la dominación mediante una constelación de intereses (especialmente
mediante situaciones de monopolio); por otra, mediante la autoridad (poder de mando y
deber de obediencia). El tipo más puro de la primera forma es el dominio
monopolizador de un mercado. El tipo más puro de la primera forma es el dominio
monopolizador de un mercado. El tipo más puro de la última forma es el poder ejercido
por el padre de familia, por el funcionario o por el príncipe. El primero se basa en las
influencias que, a causa de cualquier posesión (o de los precios fijados en el mercado),
se ejercen sobre el tráfico formalmente “libre” de los dominados, que se inspiran en su
propio interés. El último se basa en el hecho de recurrir al deber de obediencia con
absoluta independencia de toda suerte de motivos e intereses.
Entendemos aquí por “dominación” un estado de cosas por el cual una voluntad
manifiesta (“mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos
de otros (del “dominado” o de los “dominados”), de tal suerte que en un grado
socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado
por sí mismos, y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”).
La “dominación” nos interesa aquí ante todo en cuanto está relacionada con el “régimen
de gobierno”. Toda dominación se manifiesta y funciona en forma de gobierno. Todo
régimen de gobierno necesita del dominio en alguna forma. El poder de mando puede
tener una modesta apariencia y el jefe puede considerarse como un “servidor” de los
dominados. Esto ocurre en el llamado gobierno democrático. Se llama “democrático”
por dos razones que no coinciden necesariamente: 1) porque se basa en la suposición de
que todo el mundo está en principio igualmente calificado para dirección de los asuntos
comunes; 2) porque reduce a lo mínimo el alcance del poder de mando.
LOS TRES TIPOS PUROS DE DOMINACIÓN LEGÍTIMA. La dominación, es decir,
la probabilidad de hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en
diversos motivos: puede depender de una constelación de intereses, o sea de
consideraciones utilitarias de ventajas e inconvenientes por parte del que obedece, o
puede depender también de la mera “costumbre”, de la ciega habituación a un
comportamiento inveterado, o puede fundarse, por fin, en el puro afecto, en la mera
inclinación personal del súbdito. En las relaciones entre dominantes y dominados, la
dominación suele apoyarse interiormente en motivos jurídicos, en motivos de su
legitimidad, de tal manera que la conmoción de esa creencia en la legitimidad suele
acarrear graves consecuencias. En forma totalmente pura, los motivos de legitimidad de
la dominación sólo son tres:
DOMINACIÓN LEGAL. Su tipo más puro es la dominación burocrática. El equipo
administrativo consta de funcionarios nombrados por el señor, y los subordinados son
miembros de la asociación (“ciudadanos”, “camaradas”). Se obedece no a la persona en
virtud de su derecho propio sino a la regla estatuida, la cual establece al propio tiempo a
quién y en qué medida se deba obedecer. También el que ordena obedece, al emitir una
orden, a una regla: a la ley o al reglamento de una norma formalmente abstracta. El tipo
del funcionario es del funcionario de forma profesional, cuyas condiciones de servicio
se basan en un contrato, con un sueldo fijo, graduado según el rango del cargo y no
según la cantidad de trabajo, y derecho de ascenso conforme a reglas fijas. La
burocracia constituye el tipo técnicamente más puro de la dominación legal. Sin
embargo, ninguna dominación es exclusivamente burocrática, ya que ninguna es
ejercida únicamente por funcionarios contratados.
La burocracia no es sólo el tipo de dominación legal. Los funcionarios designados por
turno, por suerte o por elección, la administración por los parlamentos y los comités, así
como todas las clases de cuerpos colegiados de gobierno y administración, caen bajo
dicho concepto, siempre que su competencia esté fundada en reglas estatuidas y que el
ejercicio del derecho del dominio corresponda al tipo de la administración legal.
DOMINACIÓN TRADICIONAL. Se basa en la creencia en la santidad de los
ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde siempre. Su tipo más puro es el
del dominio patriarcal. El tipo del que ordena es el “señor”, y los que obedecen son
“súbditos” en tanto que el cuerpo administrativo lo forman los “servidores”. Se obedece
a la persona en virtud de su dignidad propia, santificada por la tradición: por la
fidelidad. El contenido de las órdenes está ligado por la tradición. Pueden observarse
dos características:
1)            La estructura puramente patriarcal de la administración: los servidores se
reclutan en completa dependencia personal del señor, ya sea en forma patrimonial
(esclavos, siervos) o extrapatrimonial, de capas (no) desprovistas en absoluto de
derechos favoritos (plebeyos). Su administración es totalmente heterónoma y
heterocéfala: no existe derecho propio alguno del administrador sobre su cargo, pero
tampoco existen selección ni honor profesionales del funcionario; los medios materiales
de la administración se aplican en nombre y por cuenta del señor.
2)            La estructura de clase: los servidores no lo son personalmente del señor sino
que son personas independientes, de posición social propia prominente. Están investidos
con sus cargos por privilegio o concesión del señor, o poseen en virtud de un negocio
jurídico (compra, o arriendo, etc.) un derecho propio al cargo.
La dominación patriarcal es el tipo más puro de la dominación tradicional. Toda clase
de “superioridad” que con éxito asume autoridad legítima en virtud simplemente de
habituación inveterada pertenece a la misma categoría, aunque no presente una
caracterización tan clara. La fidelidad inculcada por la educación y la habituación en las
relaciones del niño con el jefe de familia constituye el contraste más típico con la
posición del trabajador ligado por contrato a una empresa por una parte, y con la
relación religiosa emocional del miembro de una comunidad con respecto a un profeta,
por la otra.
DOMINACIÓN CARISMÁTICA. Se trata de una devoción afectiva a la persona del
señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular: facultades mágicas,
revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratorio. Sus tipos más puros son el
dominio del profeta, del héroe guerrero y del gran demagogo. La asociación de dominio
es la comunización en la comunidad o en el séquito. El tipo del que manda es el
caudillo. El tipo del que obedece es el “apóstol”. Se obedece al caudillo a causa de sus
cualidades excepcionales. Cuando decae su fuerza heroica o la fe de los que creen en su
calidad de caudillo, entonces su dominio se hace también caduco. El cuerpo
administrativo es escogido según carisma y devoción personal, y no por razón de su
calificación profesional (como el funcionario), de su clase (como el cuerpo
administrativo de clase), o de su dependencia doméstica o en alguna otra forma personal
(como es el caso del cuerpo administrativo patriarcal). La autoridad carismática se basa
en la “creencia” en el profeta o en el “reconocimiento” que encuentran personalmente el
héroe guerrero, el héroe de la calle o el demagogo, y cae con éstos. Y, sin embargo, no
deriva en modo alguno su autoridad de dicho reconocimiento por parte de los
sometidos, sino que es al revés: la fe y el reconocimiento se consideran como deber.
Unidad 3 – LO POLÍTICO/IDEOLOGÍA.
EASTON – Categorías para el análisis sistémico de la política.
¿Cómo logran persistir los sistemas políticos en un mundo donde coexisten la
estabilidad y el cambio? La búsqueda de la respuesta revelará lo que podemos
denominar los procesos vitales de los sistemas políticos –aquellas funciones
fundamentales sin las cuales ningún sistema político podría perdurar-.
LA VIDA POLÍTICA COMO SISTEMA ABIERTO Y ADAPTATIVO. Aunque la
conclusión que extraeremos de este trabajo es la conveniencia de interpretar la vida
política como una serie compleja de procesos mediante los cuales ciertos tipos de
insumos se convierten en el tipo de productos que podemos denominar políticas
autoritativas, decisiones y acciones ejecutivas, será útil comenzar por un enfoque algo
más simple. Así, consideraremos que la vida política es un sistema de conducta
incorporado a un ambiente a cuyas influencias está expuesto el sistema político mismo,
que a su turno reacciona ante ellas. En primer lugar, tomando lo anterior como punto de
partida para el análisis teórico, se da por supuesto que las interacciones políticas de una
sociedad constituyen un sistema de conducta. En segundo lugar, en la medida en que
logremos aislar analíticamente la vida política como sistema, es notoria la inutilidad de
interpretar ese sistema como existente en el vacío. Es preciso verlo rodeado de
ambientes físicos, biológicos, sociales y psicológicos.
Lo que vuelve necesaria la identificación de los ambientes es el presupuesto de que la
vida política forma un sistema abierto. Un sistema de esta índole debe considerarse
expuesto a influencias procedentes de los demás sistemas a los que está incorporado. De
ellos fluye una corriente constante de acontecimientos e influencias que conforman las
condiciones en que han de actuar los miembros del sistema. Una vez que aceptemos que
los sistemas políticos pueden ser adaptativos y no necesitan reaccionar de modo pasivo
a las influencias de sus ambientes, estaremos en condiciones de abrir un nuevo camino a
través de las complejidades del análisis sistémico. En la organización interna de un
sistema político, una de las propiedades críticas, que éste comparte con todos los demás
sistemas sociales, es su capacidad extraordinariamente variable para responder a las
circunstancias en que funciona. En verdad, los sistemas políticos acumulan gran
cantidad de mecanismos mediante los cuales pueden tratar de enfrentarse con sus
ambientes. Gracias a ellos son capaces de regular su propia conducta, transformar su
estructura interna y hasta llegar a remodelar sus metas fundamentales. Pocos sistemas
gozan de esta posibilidad.
EL ANÁLISIS DEL EQUILIBRIO Y SUS DEFICIENCIAS. Es necesario un análisis
que conciba a un sistema político tratando de mantener un estado de equilibrio, tiene
que suponer la presencia de influencias ambientales, ya que son éstas las que alejan de
su presunta situación de estabilidad a las relaciones de poder del sistema. Es habitual
examinar el sistema en función de su tendencia a volver a un presunto punto previo de
estabilidad. Si el sistema no procediera así, ello se interpretaría como que se desplaza
hacia un nuevo estado de equilibrio, que sería preciso identificar y describir.
Son numerosas las dificultades conceptuales y empíricas que se oponen al empleo eficaz
de la idea de equilibrio para el análisis de la vida política. Entre ellas, hay dos
relevantes. En primer lugar, el enfoque del equilibrio deja la impresión de que los
miembros de un sistema tienen solamente una meta básica, cuando tratan de hacer frente
a un cambio o perturbaciones: restablecer el antiguo punto de equilibrio o encaminarse a
otro nuevo. Es lo que suele denominarse “búsqueda de estabilidad”. En segundo lugar,
poca o ninguna atención explícita se presta a los problemas relacionados con el camino
que sigue el sistema en esos desplazamientos. Es imposible comprender los procesos
subyacentes a la capacidad de algún tipo de vida política para sostenerse en una
sociedad, si se dan como sobreentendidos los objetivos de las respuestas o la forma. Un
sistema puede muy bien tener otras metas que la de alcanzar uno u otro punto de
equilibrio. Es característica de todos los sistemas su capacidad de adoptar acciones
positivas, para desviar o absorber cualquier fuerza de desplazamiento del equilibrio.
CONCEPTOS MÍNIMOS PARA UN ANÁLISIS SISTÉMICO. Para comenzar
podemos definir un sistema como cualquier conjunto de variables, independientemente
del grado de relación existente entre ellas. Puede denominarse sistema político a
aquellas interacciones por medio de las cuales se designan autoritativamente valores a
una sociedad, esto es lo que distingue de otros sistemas su medio. Dicho ambiente
mismo puede dividirse en dos partes: la intrasocietal y la extrasocietal. La primera
consta de todos aquellos sistemas que pertenecen a la misma sociedad que el sistema
político pero que no son sistemas políticos. Los sistemas intrasocietales comprenden
series de conducta, actitudes e ideales tales como la economía, la cultura, la estructura
social y las personalidades individuales; son segmentos funcionales de la sociedad, uno
de cuyos componentes es el propio sistema político. Los demás sistemas constituyen la
fuente de muchas influencias que crean y dan forma a las circunstancias en que tiene
que operar aquél. La segunda parte del ambiente, la extrasocietal, comprende todos los
sistemas que están fuera de la sociedad dada. Son componentes funcionales de una
sociedad internacional, suprasistema del que forma toda sociedad individual. El sistema
cultural internacional es una muestra de sistema extrasocietal. Tomadas conjuntamente,
estas dos clases de sistema, que nosotros entendemos ajenos al tema político,
comprenden el ambiente total de este último. Podemos emplear el concepto de
perturbación para designar aquellas influencias del ambiente total de un sistema que
actúan sobre éste y lo modifican. No todas las perturbaciones crean necesariamente
tensión: hay algunas favorables a la persistencia del sistema y otras por completo
neutrales en esa materia.
¿Cuándo podemos decir que existe tensión? Todos los sistemas políticos se caracterizan
por el hecho de que para describirlos como persistentes, tenemos que atribuirles el
cumplimiento exitoso de dos funciones: asignar valores para una sociedad y lograr que
la mayoría de sus miembros acepten estas asignaciones como obligatorias. Estas dos
propiedades constituyen las variables esenciales de la vida política. Si no fuera por su
presencia no podríamos decir que una sociedad tiene vida política alguna. Podemos
decir que se produce tensión cuando existe peligro de que dichas variables sean
impulsadas más allá de lo que cabe denominar su margen crítico. Supongamos que las
autoridades se muestran en todo momento incapaces de tomar decisiones, o bien las
decisiones que adoptan no son aceptadas regularmente como obligatorias. En estas
circunstancias ya no resulta posible la asignación autoritativa de valores, y la sociedad
se hunde por carecer de un sistema de conducta que le permita desempeñar una de sus
funciones vitales. En este caso podemos aceptar la interpretación de que el sistema
político está sometido a una tensión tan grave que todas las posibilidades de persistencia
de un sistema para esa sociedad desaparecen. Por grave que sea una crisis, las
autoridades pueden tomar quizá ciertas decisiones y lograr que sean aceptadas al menos
con una frecuencia mínima.
VARIABLES DE ENLACE ENTRE SISTEMAS. ¿Cómo se comunican a un sistema
político las posibles condiciones de tensión del ambiente? El sentido común nos dice
que sobre un sistema actúa una enorme diversidad de influencias ambientales.
¿Tendremos que tratar cada cambio del ambiente como perturbación aparte y singular,
cuyos efectos específicos deben ser elaborados independientemente? Si así fuera, los
problemas del análisis sistémico serían de hecho insuperables. Más si podemos
generalizar, de algún modo, nuestro método, a fin de tratar el impacto del ambiente
sobre el sistema, tendremos alguna esperanza de reducir a un número manipulable de
indicadores la enorme diversidad de influencias. Esto es precisamente lo que me
propongo con el empleo de los conceptos de insumo y producto.
¿Cómo habremos de describir estos insumos y productos? Debido a la distinción entre
un sistema político y sus sistemas ambientales, nos será útil interpretar las influencias
asociadas a la conducta de las personas del ambiente como intercambios o transacciones
capaces de atravesar los límites del sistema político. Emplearemos el término
intercambio para designar la reciprocidad de las relaciones entre el sistema político y los
demás sistemas del ambiente, y transacción para destacar que un efecto actúa en cierta
dirección (ya sea desde un sistema ambiental al político, o, al revés), sin preocuparnos
por el momento de la conducta reactiva del otro sistema.
He propuesto sintetizar en unos pocos indicadores las influencias ambientales más
significativas. Teniendo presente este objetivo, denominé “productos del primer
sistema”, y en consecuencia, simétricamente, “insumos del segundo sistema”, a los
efectos que se transmiten a través de los límites de un sistema hacia algún otro. Una
transacción o intercambio entre sistemas será considerado, pues, como un enlace que
adopta la forma de relación insumo-producto.
DEMANDAS Y APOYOS COMO INDICADORES DE INSUMO. Los insumos
servirán de variables resúmenes que concentran y reflejan todo cuanto en el ambiente es
relevante para la tensión política. Se trata, pues, de un poderoso instrumento analítico.
Podríamos concebirlos en su sentido más amplio, comprendiendo todo acontecimiento
externo al sistema que lo altere, modifique o afecte, de una u otra manera.
La tarea se simplifica mucho si nos limitamos a ciertas clases de insumos, que pueden
servir de indicadores sintéticos de los efectos más importantes. Como instrumento
teórico es útil considerar que las influencias ambientales más destacadas se centran en
dos insumos principales: demandas y apoyo. A través de ellos se encauza, refleja,
resume e influye en la vida política una amplia gama de actividades. Podemos decir que
es en las fluctuaciones de los insumos de demandas y apoyo donde habremos de
encontrar los efectos de los sistemas ambientales que se transmiten al sistema político.
PRODUCTOS Y RETROALIMENTACIÓN. La idea de producto nos ayuda a
organizar las consecuencias resultantes, no de las acciones del ambiente, sino de la
conducta de los miembros del sistema. Las actividades de los miembros del sistema
pueden tener importancia, por las acciones o circunstancias subsiguientes. Un modo útil
de simplificar y organizar nuestras percepciones de la conducta de los miembros del
sistema consiste en averiguar los efectos de estos insumos sobre lo que podríamos
denominar productos políticos, las decisiones y acciones de las autoridades. Además de
influir en los sucesos de la sociedad más amplia de la que forma parte el sistema, los
productos ayudan, por ello mismo, a determinar cada tanda sucesiva de insumos que
penetran en el sistema político. Existe un circuito de retroalimentación cuya
identificación contribuye a explicar los procesos mediante los cuales el sistema
aprovecha lo sucedido procurando modificar en consecuencia la conducta futura.
Cuando hablamos de la acción del sistema, debemos tener presente que tiene personas
que suelen hablar en nombre o por cuenta de él. Podemos denominarlas autoridades. Si
han de tomarse decisiones para satisfacer demandas o crear las condiciones que las
satisfagan, es preciso retroalimentar, por lo menos a estas autoridades, con información
relativa a los efectos de cada tanda de productos. De lo contrario las autoridades
tendrían que actuar a ciegas.
El propio circuito de retroalimentación se divide en varias partes, que merecen ser
investigadas con detenimiento. Consta de la elaboración de productos por parte de las
autoridades, de una respuesta de los miembros de la sociedad a estos productos, de la
comunicación a las autoridades de la información relativa a esta reacción y, por último,
de las posibles resoluciones posteriores de las autoridades. De esta suerte, una nueva
tanda de productos, respuesta, retroalimentación de información y reacción de las
autoridades se pone en movimiento y forma una trama inconsútil de actividades. Lo que
ocurra en esta retroalimentación tiene, pues, profunda influencia sobre la capacidad del
sistema para enfrentar la tensión y persistir. El análisis sistémico de la vida política se
apoya, pues, en la idea de que los sistemas están insertos en un ambiente y sujetos a
posibles influencias ambientales, que amenazan con llevar sus variables esenciales más
allá de su margen crítico.
ANTONIO GRAMSCI – La formación de los intelectuales. Capítulo 1.
Es preciso destruir el prejuicio de que la filosofía es algo difícil por tratarse de una
actividad de letrados. Y se necesita demostrar que todos los hombre son filósofos, y
definir los límites y peculiaridades de esta “filosofía espontánea”, característica de “todo
el mundo” y, por tanto, la filosofía contenida: 1) en el leguaje como conjunto de
conocimiento y conceptos, y no sólo suma de palabras; 2) en el sentido común y en el
buen sentido; 3) en la religión popular y, también, pues, en todo el sistema de creencias,
supersticiones, opiniones, modos de ver y de obrar de los que el “folklore” es tan
fascinante.
Por la concepción peculiar que se tiene del mundo se pertenece siempre a un
determinado agrupamiento que comparte el mismo modo de ser y de obrar. Se es
conformista de cualquier conformismo y siempre se es hombre-masa u hombre
colectivo. Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente, sino ocasional y
dispersa, se pertenece, simultáneamente, a una multiplicidad de hombres-masa. Criticar
la peculiar concepción del mundo significa, por tanto, hacerla unitaria y coherente.
Significa, también, criticar toda la filosofía existente.
CONEXIONES ENTRE SENTIDO COMÚN, RELIGIÓN Y FILOSOFÍA. La filosofía
es un método intelectual, pero no se puede decir lo mismo de la religión y del sentido
común. En la realidad se aprecia que religión y sentido común ni siquiera coinciden y
que la religión es un elemento separado del sentido común. Además, “sentido común”
es un nombre genérico, como “religión”: no existe un sentido común único, por ser
producto del devenir histórico. La filosofía es la crítica y la superación de la religión y
del sentido común, y en tal forma coincide con el “buen sentido”, que se contrapone al
sentido común.
RELACIONES ENTRE CIENCIA, RELIGIÓN Y SENTIDO COMÚN. La religión y el
sentido común no pueden constituir un método intelectual. No se pueden transformar
“libremente” en unidad y cohesión: sólo “autoritariamente” puede suceder esto, como
dentro de ciertos límites ocurrió en el pasado. La cuestión fundamental de la religión es
la de la unidad de la fe dentro de una concepción del mundo con una vida de conducta
acorde. Pero ¿por qué llamar a esta unidad de fe “religión” y no ideología o “política”?
De hecho, no existe la filosofía común, sino diversas filosofías y concepciones del
mundo entre las que se hace la selección.
¿Qué idea tiene el pueblo sobre la filosofía? Podemos llegar a ella a través del modo de
decir del lenguaje común. Uno de los modos más difundidos es aquel que se habla de
“tomar las cosas con filosofía”, que quiere decir tomar las cosas con resignación o
calma. Es cierto que en este modo se halla implícita una invitación a la resignación y a
la paciencia, pero posiblemente el contenido más importante sea la incitación a la
reflexión, a razonar sobre que lo que sucede es racional y no dejándose arrastrar por los
impulsos instintivos y violentos. Este punto se plantea el problema de toda concepción
del mundo, de toda filosofía que se ha convertido en un movimiento cultural, en una
“religión, en una fe”, es decir, que ha producido una actividad práctica, una disposición
en ella contenida como “premisa” implícita (podría decirse una “ideología”, si al
vocablo se le da precisamente el significado superior de una concepción del mundo que
se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en
todas las manifestaciones de la vida personal y colectiva), o sea, el problema de
conservar la unidad ideológica de todo el bloque social basado y unido justamente en
razón de aquella determinada ideología. La fuerza de las religiones, y en especial la de
la Iglesia católica consistió y consiste en que experimentan la necesidad de la unión
doctrinal de toda la masa de “creyentes” y bregan porque las capas intelectualmente
superiores no se alejen de las inferiores. Una de las mayores debilidades de la filosofía
inmanentista (aquellas concepciones filosóficas que excluyen la existencia de un ser
divino), consiste en no haber sabido crear la unidad ideológica entre los de arriba y los
de abajo, entre los “sencillos” y los intelectuales. Esta debilidad se manifiesta en la
cuestión escolar, donde la filosofía inmanentista no ha intentado siquiera elaborar una
concepción que sustituyera a la religión en la educación infantil.
Por otra parte, sólo se podría obtener la organización del pensamiento y la solidez
cultural si entre intelectuales y “simples” hubiera existido la misma unidad exigible
entre teoría y práctica, es decir, si los intelectuales lo hubieran sido orgánicamente de
aquella masa, si hubieran elaborado los principios y problemas que la misma planteaba
con su actividad práctica, constituyendo de esta forma un todo cultural y social. Se
presentan de nuevo las mismas cuestiones ya indicadas: un movimiento filosófico ¿lo es
sólo cuando se dedica a desarrollar una cultura especializada para grupos restringidos de
intelectuales o, en cambio, lo es únicamente cuando el trabajo de elaboración de un
pensamiento, científicamente coherente y superior al sentido común, no olvida jamás
permanecer en contacto con los “simples”, encontrando, así, en este contacto, la fuente
de los problemas a estudiar y resolver?
Si se afirma la necesidad del contacto entre intelectuales y simples no es para limitar la
actividad científica y mantener la unidad al bajo nivel de la masa, sino precisamente
para crear un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de la
masa y no únicamente a reducidos grupos intelectuales.
La comprensión crítica de sí mismo se produce mediante una lucha de “hegemonía”
política, de rumbos opuestos, primero en el campo de la ética, luego en el de la política,
para llegar a crear una concepción superior del propio entendimiento de lo real. La
conciencia de formar parte de una fuerza hegemónica dada (la conciencia política) es la
fase primera para alcanzar la ulterior y progresiva autoconciencia donde, finalmente, se
unifican teoría y práctica. Asimismo, la unidad de la teoría y de la práctica no se
establece mecánicamente, sino a través de un devenir histórico que tiene su fase
elemental y primaria en el sentido del “distingo”, del “destacar”, de independencia
apenas instintivo y que no florece hasta la posesión real y completa de una concepción
del mundo coherente y unitaria. He aquí por qué es necesario poner de relieve que el
desarrollo político del concepto de hegemonía representa un gran proceso filosófico,
además del político-práctico porque forzosamente encierra y presupone unidad
intelectual y ética, conforme a una concepción de lo real que ha superado al sentido
común, convirtiéndole –si bien dentro de restringidos límites- en crítica. Autoconciencia
crítica, histórica y políticamente significa creación de un núcleo selecto de intelectuales:
una masa humana no se “distingue” ni se hace independiente “por sí”, sin organizarse; y
no hay organización sin intelectuales, es decir, sin organizadores y dirigentes, sin que el
aspecto teórico del nexo teoría-práctica se distinga concretamente en un estrato de
individuos “especializados” en la elaboración conceptual y filosófica. Los partidos son
los creadores de la nueva intelectualidad integral y cabal, el crisol de unificación de
teoría y práctica, entendida esa unidad como proceso histórico real, de donde se
desprende que sea necesaria su formación por adhesión individual y no al estilo
“laborista”, porque si se trata de dirigir a toda la masa económicamente activa ello ha de
realizarse innovando y no según viejos esquemas, y la innovación no puede llegar de las
masas en sus primitivos estadios, sino por la gestión de una elite cuya concepción
implícita de la actividad humana se ha convertido en cierto modo en conciencia real,
coherente y sistemática, en voluntad precisa y decidida.
Se deducen determinadas necesidades para todo movimiento cultural que tienda a
sustituir al sentido común y a las viejas concepciones, en general, del mundo: 1) no
cansarse jamás de repetir los mismos argumentos –repetir es el medio didáctico para
obrar sobre la mentalidad popular-, 2) trabajar de continuo para elevar intelectualmente
y en todo momento a los más amplios estratos populares, para dar personalidad al
elemento amorfo de la masa, lo que presenta trabajar para promover élites de
intelectuales de nuevo tipo surgidos directamente de aquella, que permanezcan en
contacto con ella para convertirse en el núcleo básico de expresión. Esta segunda
necesidad a satisfacer es la que, realmente, modifica el “panorama ideológico” de una
época.
Es evidente que un ordenamiento de conjunto de tal género no se puede dar
“arbitrariamente” en torno a una ideología cualquiera, por la voluntad formalmente
creadora de una personalidad o de un grupo que se lo proponga por fanatismo de sus
propias convicciones filosóficas o religiosas. El medio por el que se verifica la crítica
real de la racionalidad e historicidad de los modos de pensar es la adhesión o no de las
masas a la ideología dada. Las realizaciones arbitrarias son eliminadas aunque en
ocasiones, por una serie de circunstancias favorables del momento, logren alcanzar
cierta popularidad.
GRAMSCI – La formación de los intelectuales. Capítulo 2.
LENGUAJE, IDIOMA Y SENTIDO COMÚN. ¿En qué consiste el valor del llamado
sentido común o buen sentido? No sólo en que el sentido común implica el principio de
causalidad, sino también por el hecho más limitado, de que en una serie de juicios
identifica la causa exacta simple y a la mano, y no se deja desviar por extravagancias e
incomprensibilidades metafísicas pseudo-profundas, pseudo-científicas, etc.
Situada la filosofía como concepción del universo y considerado el trabajo filosófico no
solamente como una realización “individual” de conceptos sistemáticamente coherentes,
sino, además, y en especial, como una lucha cultural para transformar la “mentalidad”
popular y difundir las innovaciones filosóficas que se manifestaron como “verdad
histórica” desde el momento en que se convirtieron en realidad, en histórica y
socialmente universales, la cuestión de lenguaje e idioma debe ponerse, en primer
plano. Se puede decir que el lenguaje es denominador común que no presupone algo
“único” ni en el tiempo ni en el espacio. Significa, también, cultura y filosofía (aun en el
nivel del sentido común) y, por consiguiente, el factor lenguaje es, en realidad, una
multiplicidad de hechos más o menos orgánicos, coherentes y coordinados. Por último,
diremos que todo ser parlante posee su propio lenguaje personal, su particular modo de
pensar y de sentir. El movimiento histórico no puede ser realizado más que por el
“hombre colectivo”, que presupone el logro de una unidad cultural-social en la cual, la
multiplicidad de valores dispersos son heterogeneidad de fines, se sueldan en idéntico
objetivo sobre la base de una misma concepción del mundo.
Puesto que esto es así, se presenta la importancia de la cuestión lingüística en general, o
sea, de la comunidad de un mismo “clima” cultural. Este problema puede y debe ser
asemejado al moderno planteamiento de la doctrina y la práctica pedagógica, según el
cual la relación entre maestro y alumno es recíproca, donde el maestro sigue siendo
alumno y el escolar, maestro. Pero estas relaciones existen en todo el complejo social,
en los individuos entre sí, entre intelectuales y no intelectuales, gobernantes y
gobernados, núcleos selectos y sus seguidores, dirigentes y dirigidos, entre vanguardias
y cuerpos de ejército. Toda relación de “hegemonía” contiene una relación pedagógica.
¿Qué es el hombre? Esta es la interrogante primaria de la filosofía. ¿Cómo contestarla?
La definición puede hallarse en el mismo hombre, en cada hombre en particular. Pero
¿es justa? A nosotros no nos interesa qué es cada hombre singular. Digamos, pues, que
el hombre es un proceso, el proceso de sus actos. Y pensándolo así, la pregunta no es
abstracta u “objetiva”. Surgió de nuestras meditaciones sobre nuestro propio ser. La
interrogante es clara y posee un contenido de particularidades, de determinados modos
de considerar la vida y el hombre. El más importante de estos modos lo constituye la
religión y, en especial, la católica. Al preguntarnos qué es el hombre, qué importancia
tiene su voluntad y sus esfuerzos concretos para crearse a sí mismo y a la vida que vive,
estamos diciendo: ¿El catolicismo es un concepto verdadero del hombre y de la vida?,
siendo católicos; profesando el catolicismo como norma de vida, ¿erramos o estamos en
lo cierto? Los católicos afirmarían que ninguna otra concepción del mundo es observada
fielmente, y tienen razón, pero esto sólo demuestra que no existe un único modo de
concebir y obrar igual para todos los hombres. Desde el ángulo filosófico, lo que no
satisface en el catolicismo es que pone la causa del mal en el hombre mismo como
individuo. Todas las filosofías reproducen esta posición del catolicismo y conciben al
hombre limitado a su individualidad. Y sobre este aspecto se precisa reformar el
concepto del hombre. Se requiere concebir al hombre como una serie de relaciones
activas, como un proceso en el cual, si la individualidad tiene máxima importancia, no
es el único factor a considerar. La humanidad que se refleja en cada individuo, se
compone de diversos elementos: el personal, los otros hombres y la naturaleza. Pero
estos dos últimos elementos no son tan simples como podrían parecer. El individuo no
entra en relación con los demás hombres por yuxtaposición, sino orgánicamente. Así, el
hombre no entra en relación con la naturaleza por el sólo hecho de ser él mismo
naturaleza, sino activamente, a través del trabajo y de la técnica. Es más, estas
relaciones son activas y concientes. Esta es la razón por la que se dice que cada quien se
transforma, se cambia, en la medida en que se modifican, las relaciones de las que él es
el medio de enlace. En este sentido, el filósofo verdadero es político: el hombre activo
que transforma el ambiente, entendiendo por ambiente el conjunto de relaciones en las
que entra a formar parte todo individuo. Los círculos en que un individuo pueda
participar son muy numerosos, y es a través de estos círculos sociales cómo el individuo
se integra al género humano. Así, son múltiples los modos con que el individuo entra en
relación con la naturaleza, ya que por técnica se debe entender –además del conjunto de
conocimientos científicos aplicados industrialmente- el instrumento mental, el
conocimiento filosófico. No es el “pensamiento”, sino lo que se piensa, lo que realmente
une o diferencia a los hombres. La respuesta más satisfactoria, porque entraña la idea
del devenir, es la de que la “naturaleza humana” se forma en el “complejo de las
relaciones sociales”. El hombre deviene, se transforma de continuo con el cambio de las
relaciones sociales y porque niega al “hombre en general”: se presupone que, de hecho,
las relaciones sociales son manifestaciones de diversos grupos de hombres cuya unidad
es dialéctica y no formal. Puede decirse que la naturaleza del hombre es la “historia”, si
justamente se da a la historia el significado de devenir en un discurrir armonioso que no
parte de la unidad, sino que encierra las razones de una unidad imposible. Por eso la
naturaleza humana no se puede descubrir en el hombre singular, sino en toda la historia
del género humano.
ESTRUCTURA Y SUPRAESTRUCTURA. La tesis sustentada en la introducción a la
Crítica de la economía política, según la cual los hombres toman conciencia de los
conflictos de estructura en el terreno de la ideología, debe considerarse como una
afirmación de valor gnoseológico y no simplemente de condición psicológica y moral.
De esto se desprende que el principio teórico-práctico de la hegemonía tiene también un
alcance gnoseológico y que, es por consiguiente, en este campo, donde hay que buscar
la máxima aportación teórica de Hich a la filosofía de la práctica. En efecto, Lenin
habría hecho progresar la filosofía como filosofía, por cuanto hizo progresar la doctrina
y la práctica política. Las realizaciones de un aparato hegemónico al crear un nuevo
terreno ideológico, determinan una reforma de la conciencia y de los métodos de
conocimiento, es un hecho del conocimiento, un hecho filosófico. Estructura y
supraestructura forman un “bloque histórico” donde el complejo discorde y
contradictorio de la supraestructura es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales
de producción. Se desprende de ello que sólo un sistema de ideología homogénea refleja
nacionalmente la contradicción de la estructura y representa la existencia de las
condiciones objetivas para el cambio de la práctica.
CARL SCHMITT – El concepto de “lo político”.
El concepto moderno de lo político intenta ser construido por Schmitt. La acción
política para él es sobre todo opción, riesgo, decisión: “producción de un mito” que no
deja espacio libre y que compromete al sujeto imponiéndole la elección. La guerra se
convierte de tal modo en el momento y en el lugar de definición de la naturaleza
“existencial” del comportamiento político en cuanto impone una elección irreversible
que no permite circunloquios y mediaciones dialécticas y pone fin a la práctica
discutidora de la eterna indecisión. La categoría de “lo político” no puede en nuestra
época ser confundida con la de “estatal”. Si estado y sociedad se compenetran
recíprocamente y todos los asuntos antes sociales se han transformado en estatales
(“aparece el estado total propio de la identidad entre estado y sociedad, jamás
desinteresado frente a ningún sector de la realidad y potencialmente comprensivo de
todos”) la referencia al estado no es suficiente para fundar un carácter específico
distintivo de “lo político”. Es la distinción schmittiana de amigo y enemigo la única que
puede ofrecer una definición conceptual. Desde esta perspectiva, el enemigo es
simplemente el otro, “el extranjero y basta a su esencia que sea existencialmente […]
algo otro o extranjero, de modo que, en el caso extremo, sean posibles con él conflictos
que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de normas preestablecidas ni
mediante la intervención de un tercero “descomprometido” y por eso “imparcial”. La
distinción entre amigo y enemigo debe no obstante ser asumida en su significado
concreto, existencial. Enemigo no es el competidor o el adversario. Enemigo es sólo un
conjunto de hombres que combate y se contrapone a otro agrupamiento semejante. Si
los conceptos de amigo y enemigo adquieren su significado pleno en el hecho de que se
refieren de manera específica a la posibilidad real del aniquilamiento físico, para dejar
de ser metafórica la contraposición sólo puede tornarse concreta allí donde la existencia
se pone verdaderamente en juego, allí donde se vive o se muere: en la guerra. La guerra
como lugar de definición de la política que encuentra sentido y finalidad en la
eliminación física del enemigo, en la forma actual de la guerra civil, se transforma así
en la única forma políticamente sensata bajo la que puede expresarse la lucha de clase.
La crisis implícita en el liberalismo, que es crisis de una clase discutidora y de toda su
práctica parlamentaria, encontrará una forma trágica de manifestarse en esa “catástrofe
alemana” que para Meinecke y la inteligencia germana de posguerra es también la de
Europa entera. En el sueño burgués de un estado sin política y sin decisión, que Schmitt
define como la característica distintiva de la república de Weimar, se expresa la
impotencia del sujeto aislado para abordar productivamente el análisis de una crisis
política real signada por la obsolencia del estado de derecho y la apertura hacia el estado
total.
Sería un error considerar su adhesión al nazismo como una consecuencia necesaria de
su teoría, porque procediendo de tal modo liquidaríamos con su nazismo la novedad
radical de su pensamiento y su tentativa de colocar la reflexión a la altura del tiempo
“fuerte” de lo político y de la crisis de la forma de estado (hay cierto acuerdo entre los
críticos en considerar la adhesión de Schmitt al nazismo como derivada del método
decisionista y no de la homogeneidad de contenidos entre el pensamiento de Schmitt y
la experiencia nazi). El decisionismo de Schmitt tiene el mérito de dar cuenta, en alto
nivel de conocimiento teórico, de un proceso que se estaba produciendo en la práctica, y
que tornaba extraordinariamente problemática la eficacia explicativa del modelo
weberiano de racionalidad burocrático-administrativa. Me refiero a la separación, al no
paralelismo, a la asincronía entre ratio económico-productiva y ordenamiento político-
institucional. En circunstancias caracterizadas por la ruptura del equilibrio de un sistema
de relaciones internacionales, emerge nuevamente con la dimensión de la catástrofe el
eterno problema de la guerra y la paz. Y con él, resulta inevitable que ejerza una
fascinación particular las posiciones teóricas y prácticas de Carl Schmitt. Un
pensamiento que, como el suyo, asume la guerra como posibilidad y como tendencia
continuamente presente en torno a la cual la política se define en todo lo que tiene de
específica.
El concepto de estado presupone el de “político”. Estado es el status político de un
pueblo organizado sobre un territorio delimitado. El estado es una situación, definida de
una manera particular, de un pueblo, más precisamente la situación que sirve de criterio
en el caso decisivo, y constituye por ello el status exclusivo, frente a los muchos
posibles status individuales y colectivos.
En general, “político” es asimilado a “estatal” o al menos es referido al estado. Entonces
el estado aparece como algo político, pero lo político se presenta como algo estatal: se
trata de un círculo vicioso.
La equiparación “estatal” y “político” es incorrecta y errónea en la misma medida que
estado y sociedad se compenetran recíprocamente y todos los asuntos hasta entonces
“solo” sociales se convierten en estatales, como ocurre en una comunidad organizada de
modo democrático. Entonces todos los sectores hasta aquel momento “neutrales”
(religión, cultura, educación, economía) cesan de ser “neutrales” en el sentido de no
estatales y no políticos. Como concepto opuesto a esa “neutralidad” aparece el estado
total, propio de la identidad entre estado y sociedad, jamás desinteresado frente a ningún
sector de la realidad y potencialmente comprensivo de todos. Como consecuencia, en él
todo es político.
Se puede llegar a una definición de lo “político” mediante el descubrimiento y la
fijación de las categorías políticas. Lo político tiene criterios que actúan de manera
peculiar frente a diversas áreas concretas del pensamiento y de la acción humana, en
especial del sector moral, estético, económico. Lo “político” debe por esto consistir en
alguna distinción de fondo a la cual puede ser remitido todo el actuar político. La
específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos
políticos es la distinción de amigo y enemigo. Este significado es el de indicar el
extremo grado de intensidad de una unión (amigo) o una separación (enemigo). No hay
necesidad de que el enemigo político sea malo o feo; no debe necesariamente
presentarse como competidor económico. El enemigo es simplemente el otro, el
extranjero. Los conceptos de amigo y enemigo deben ser tomados en su significado
concreto, existencial, y no como metáforas. El liberalismo ha tratado de resolver la
figura del enemigo refiriéndola a un competidor desde el punto de vista comercial, y
adversario de discusión desde el punto de vista espiritual. Enemigo no es el competidor
o el adversario en general. Enemigo no es siquiera el adversario privado que nos odia
debido a sentimientos de antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que
combate, al menos virtualmente, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del
mismo género. Enemigo es sólo el enemigo público. La polaridad amigo/enemigo se
manifiesta en la guerra y en la revolución. La posibilidad real de la lucha, que debe estar
siempre presenta para que se pueda hablar de política, se refiere entonces ya no a la
guerra entre estados, sino más bien a la guerra civil. La guerra es lucha armada entre
unidades políticas organizadas, la guerra civil es lucha armada en el interior de una
unidad organizada. La esencia del concepto de arma está en el hecho de que es un
instrumento de eliminación física del hombre.
Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su significado real por el hecho de
que se refieren de modo específico a la posibilidad real de la eliminación física. La
guerra no tiene necesidad de ser algo cotidiano o normal, ni verse como algo ideal o
deseable: debe existir como posibilidad real para que el concepto de enemigo pueda
mantener su significado. Esto no quiere decir que la esencia de lo político tenga que ver
con la guerra sangrienta. El criterio de la distinción amigo-enemigo no significa
tampoco que un determinado pueblo deba ser por la eternidad el amigo o el enemigo de
otro pueblo, o que no se pueda ser “neutral”. Un mundo en donde se destruya la
posibilidad de una lucha armada sería un mundo ya sin la distinción entre amigo y
enemigo, por ende, sería un mundo sin política. Lo político no consiste en la lucha
misma, sino en un comportamiento determinado por esta posibilidad real en el
conocimiento de la situación particular de ese modo creada y en la tarea de distinguir
correctamente amigo y enemigo. Al estado le compete la posibilidad real de determinar
al enemigo y combatirlo en casos concretos y por la fuerza de una decisión propia.
Tiene la posibilidad de hacer la guerra y por consiguiente disponer de la vida de los
hombres. En efecto, implica la doble posibilidad de obtener de los miembros del pueblo
la disponibilidad de morir y de matar al enemigo. La tarea de un estado normal consiste
en asegurar la paz dentro de su territorio: eso lleva al hecho de que el estado determine
también por sí mismo al enemigo interno. La unicidad política presupone la posibilidad
real del enemigo y por consiguiente otra unidad política, coexistente con la primera. Por
ello, mientras exista un estado habrá siempre otros estados, y no puede existir un
“estado mundial” que comprenda todo el planeta y la humanidad. Si todos fuéramos
iguales, con unicidad de religiones y pueblos y demás, si desapareciese la distinción de
amigo y enemigo, existiría sólo una concepción del mundo, una cultura, una economía,
una civilización, una moral, etc.: ya no habría ni política ni estado. Hegel también
propuso una definición de enemigo: “el enemigo es la diferencia ética, un extraño a
negar en su totalidad existencial. Este enemigo puede ser, en la esfera ética, sólo un
enemigo del pueblo, y él mismo puede ser sólo un pueblo”.
WEBER – La política como profesión.
¿Qué entendemos por política? El concepto es amplio y comprende toda especie de
actividad directiva autónoma. Queremos entender por política sólo la dirección de la
asociación política a la que hoy se denomina Estado, o la influencia que se ejerce sobre
esta dirección. Puede definirse al Estado moderno, al igual que a toda asociación
política, sólo en función del medio específico que le es propio, es decir, en función del
uso de la violencia física. Debemos decir que en el presente un Estado es una
comunidad humana que reclama (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la fuerza
física en un territorio determinado. El Estado es considerado como la única fuente del
“derecho” a usa la violencia. Por tanto, política significa para nosotros el esfuerzo por
compartir el poder o por influir en su distribución, ya sea entre Estados, o en el interior
de un Estado, entre los grupos humanos que lo comprende.
Quien actúa en política se esfuerza por obtener el poder, bien como medio para servir a
otros fines, ideales o egoístas, o como “poder por el poder mismo”, es decir, para gozar
del sentimiento de privilegio que confiere. El estado es una relación de hombres que
dominan a otros, una relación que se apoya en la violencia legítima (existen tres tipos de
dominación –legal racional, carismática, y por tradición, ver aparte-). En el estado
contemporáneo se realiza la “separación” de los cuadros administrativos y de los
funcionarios y trabajadores de los medios materiales de organización administrativa.
La política puede ser la ocupación de un hombre o su vocación. Puede hacerse política y
tratar así de influir en la distribución del poder dentro y entre las estructuras políticas,
como político “ocasional”. La política como ocupación es practicada hoy por aquellos
agentes de partidos y jefes de asociaciones políticas voluntarias que son activos
políticamente en caso de necesidad y para los cuales la política no es “su vida”. En el
pasado esos estratos se encontraban específicamente en los estamentos. Los propietarios
por derecho propio de los bienes materiales importantes para la vida administrativa y
militar, o los beneficiarios de privilegios personales, pueden ser llamados estamentos.
Hay dos maneras de hacer de la política la propia vocación: o se vive “para” la política,
o se vive “de” la política. Por regla general, quien vive “para” la política hace de ella su
vida. O bien goza de la posesión del poder que ejerce, o alimenta su equilibrio interior
de que su vida tiene sentido cuando es puesta al servicio de una “causa”. Quien trata de
hacer de la política una fuente de ingresos vive “de” la política como vocación.
El político profesional no necesita buscar una remuneración para su labor política, en
tanto que todo político desprovisto de medios económicos debe considerar dicho
aspecto de la cuestión. La burocracia moderna está animada de un elevado sentido del
honor profesional, muy desarrollado en lo referente a su integridad. Si este sentido del
honor desapareciera entre los funcionarios, peligraríamos de caer en una terrible
corrupción y no podríamos escapar del predominio del filisteísmo más vulgar.
El verdadero funcionario debe administrar de modo imparcial los intereses vitales del
grupo gobernante, sin cólera ni prejuicio. En consecuencia, no debe hacer lo que el
político, el líder y sus partidarios hacen, es decir: combatir. Tomar una posición, ser
apasionado, es el elemento del político y sobre todo el elemento del líder político. Su
conducta está sujeta a un principio de responsabilidad muy diferente, en verdad opuesto
al del funcionario. El honor del funcionario descansa en su habilidad para ejecutar
cuidadosamente la orden de las autoridades superiores, como si la orden estuviera de
acuerdo con sus propias convicciones.
Puede decirse que tres cualidades preeminentes son decisivas para el político: pasión, un
sentimiento de responsabilidad y un sentido de la proporción. Esto significa pasión en el
sentido de concretización, de devoción apasionada a una “causa”, al dios o demonio que
es su señor. A cada día y a cada hora el político tiene que vencer interiormente a un
enemigo bastante trivial y demasiado humano; la vulgar vanidad, el mortal enemigo de
toda devoción concreta a una causa y de todo distanciamiento con respecto a uno
mismo.
MANHEIN – Ideología y utopía.
En general, hay dos sentidos distintos del término ideología: uno particular, y otro total.
El concepto particular de ideología implica que el término expresa nuestro escepticismo
respecto de las ideas y representaciones de nuestro adversario. Se considera a éstas
como disfraces mas o menos concientes de la verdadera naturaleza de una situación,
pues no podría reconocerla sin perjudicar sus intereses. Esta concepción de la ideología,
que sólo gradualmente se ha ido diferenciando de la noción común y corriente de la
mentira, es particular en muchos sentidos. Su particularidad se vuelve patente cuando la
oponemos al concepto total más amplio de ideología. Nos referimos aquí a la ideología
de una época o de un grupo histórico-social concreto, por ejemplo, de una clase, cuando
estudiamos las características y la composición de la total estructura del espíritu de
nuestra época o de este grupo. El elemento común a ambos parece consistir en el hecho
de que ninguno confía en lo que dice el adversario para comprender su verdadero
significado o intención. Pero aunque poseen algo en común, existen entre ellas ciertas
diferencias bien marcadas. 1) En tanto que el concepto particular de ideología designa
sólo una parte de las afirmaciones del adversario con el nombre de ideologías el
concepto total pone en tela de juicio toda la concepción del mundo del adversario y se
esfuerza en comprender dichas concepciones como un producto de la vida colectiva en
que participa. 2) El concepto particular de ideología analiza las ideas desde un punto de
vista meramente psicológico. Algo muy diferente ocurre con el concepto total de
ideología. Cuando atribuimos a determinada época histórica un cierto mundo intelectual
y a nosotros un mundo distinto, o si cierto grupo social, determinado históricamente,
piensa en categorías distintas de las nuestras, nos referimos, no a los casos aislados del
contenido del pensamiento, sino a sistemas de pensamiento divergentes y a modalidades
de experiencia y de interpretación profundamente diferentes. Tocamos el punto de vista
teórico cuando consideramos no sólo el contenido, sino la forma y aun la armazón
conceptual de un modo de pensamiento como función de la situación vital de un
pensador. 3) La concepción particular de ideología se aplica principalmente a una
psicología de los intereses, en tanto que la concepción total emplea un análisis funcional
más formal, sin referencia alguna a las motivaciones, concretándose a una descripción
objetiva las diferencias estructurales de las mentalidades que operan sobre una base
social diferente. La primera acepta que tal o cual interés es causa de determinada
mentira o de determinado engaño. La segunda presupone sencillamente que existe una
correspondencia entre determinada situación social y determinada perspectiva.
Las ideologías son las ideas que trascienden la situación y que nunca lograron, de
hecho, realizar su contenido virtual. Aunque a menudo se convierten en los motivos
bien intencionados de la conducta del individuo, cuando se las aplica en la práctica, se
suele deformar su sentido.
Las utopías trascienden también la situación social, pues orientan la conducta hacia
elementos que no contiene la situación, tal como se halla realizada en determinada
época. Pero no son ideologías, es decir, no son ideologías en cuanto logran, por una
contraactividad, transformar la realidad histórica existente en algo que esté más de
acuerdo con sus propias concepciones. Lo que en determinado caso aparece como
utópico,  y en otro como ideológico, depende esencialmente de la etapa y del grado de
realidad a la que se aplica ese modelo.
La relación entre la utopía y el orden existente es ‘dialéctica’. Con esto queremos decir
que toda época permite que surjan ideas y valores que contienen una forma condensada
las tendencias irrealizables que representan las necesidades de cada época.
PARSONS – La institucionalización de las ideologías.
Una ideología es un sistema de creencias compartido por los miembros de una
colectividad, es decir, una sociedad o una sub-colectividad de una sociedad –también un
movimiento divergente de la cultura principal de la sociedad-, sistema de ideas que está
orientado hacia la integración valorativa de la colectividad, por medio de la
interpretación de la naturaleza empírica de la colectividad y de la situación en la cual
ésta se halla ubicada, los procesos por los cuales ha llegado a su estado presente, los
fines hacia los cuales sus miembros están colectivamente orientados, y sus relaciones
con el curso futuro de los acontecimientos. En la medida en que predomine el interés
cognitivo, el sistema de creencias será científico o filosófico. Tales sistemas de
creencias pueden contribuir a la construcción de una ideología, y de hecho siempre lo
hacen, pero el sistema de creencias no constituye una ideología mientras sea solo un
objeto de dicho interés fundamental. Para constituir una ideología debe existir, como
rasgo adicional, un cierto nivel de compromiso valorativo con la creencia como aspecto
de la pertenencia a la colectividad: la adhesión al sistema de creencias, es
institucionalizando como parte del rol de pertenencia a la colectividad. En el caso de
una ideología debe existir una obligación de aceptar sus principios como base de la
acción. La afirmación de que una ideología está orientada hacia la “integración
valorativa de la colectividad” significa que el actor sienta que el bienestar del grupo está
ligado al mantenimiento del sistema de creencias y a su utilización en la acción.
Si las creencias ideológicas y las pautas valorativas son interdependientes, la relativa
estabilidad y coherencia del sistema de creencias tiene el mismo orden de significación
funcional que la estabilidad y coherencia de las pautas de orientación valorativa. La
ideología sirve de este modo como una de las bases más importantes de la legitimación
cognitiva de las pautas de orientación valorativa. Debe recordarse que las pautas de
orientación valorativa constituyen siempre definiciones de la situación en términos de
líneas de solución de los dilemas de acción.
La significación de la función de legitimación se concreta en la relación de la ideología
y las ideas religiosas con el sistema social. Esto sucede porque cuando hablamos de
ideologías estamos refiriéndonos a un caso en que el interés cognitivo no está segregado
de otros elementos del sistema de acción hasta el punto en que puede estarlo en la
investigación y aplicación instrumental del conocimiento dentro de roles especializados
y con respecto a fines específicos. El contenido cognitivo de las ideologías puede
comprender cualquiera de las clases de objetos situacionales mencionados
anteriormente o bien todas, es decir, objetos físicos, personalidades, colectividades y
objetos culturales.
Una ideología es un sistema empírico de creencias que comparten los miembros de
cualquier colectividad. El caso típico, por supuesto, es la ideología que sirve para
legitimar las pautas de orientación valorativa esenciales para una sociedad estable. Claro
está que en cualquier sistema social complejo existirá una diferenciación en el nivel
ideológico entre varias sub-colectividades de la sociedad más amplia. Cabe un grado
considerable de esta diferenciación sin que ninguna de estas sub-ideologías deba
considerarse como explícitamente divergente.
Al ocuparnos de la conducta hemos llamado la atención sobre dos tipos de variabilidad.
El primero es lo que llamamos sub-cultura divergente. En este caso, ilustrado por las
pandillas delincuentes, existe una falta explícita de atracción por la legitimación en
términos de los valores y la ideología de la sociedad más amplia: hay un “estado de
guerra” abierto. Pero dentro de la colectividad divergente existe un sistema de valores
muy definido y por lo tanto una ideología. Esta ideología incluirá siempre un
diagnóstico de los fundamentos para la ruptura con la sociedad general, y su sistema de
valores. Por ejemplo, existirán creencias tales como “uno no puede ganar” en la
sociedad más amplia, o que en ella “los demás llevan ventaja”. En los casos de una
ruptura abierta con el sistema de valores e ideología de una sociedad más amplia
podemos hablar de una contra-ideología.
El segundo caso es el del movimiento divergente que busca legitimación en términos
del sistema de valores institucionalizado, pero dando su propia “interpretación” del
sistema de valores y su propia ideología concomitante. Para ellos es de importancia
crucial creer y convencer a otros de que los aspectos de la sociedad establecida –tal
como capitalismo- contra los cuales se rebelan, pueden ser definidos como ilegítimos en
términos de conjunto de creencias y valores compartidos.
La principal función de la ideología compartida es la integración del sistema social. Por
eso, allí donde haya un elemento de mala integración en la estructura social real, la
ideología tenderá a “disimularlo” e “ignorarlo”. Un pleno enfrentamiento” con la
realidad de la importancia de los elementos conflictivos en el sistema de valores y en la
situación real, por ejemplo, con respecto a la preponderancia de ciertos tipos de
conducta divergente, sería una amenaza para la estabilidad de la sociedad.
Una segunda fuente de distorsión cognitiva de las ideologías reside en las necesidades
de la “psicología de masas”. La importancia de este conjunto de factores variará
ampliamente con el carácter y tamaño de la colectividad en cuestión. Pero mientras la
ideología deba servir para unificar grandes masas humanas, y éstas no sean competentes
en las áreas intelectuales que cubre la ideología, ordinariamente existirá una tendencia
hacia la “vulgarización” en las formas bien conocidas. La hipersimplificación es, quizás,
la nota característica de esta distorsión. Los lemas muy simples y las fórmulas
apropiadas tenderán a ocupar un papel destacado y disimularán las complejidades
intelectuales del campo.
SILVA – Teoría marxista de la ideología.
Hay dos caracterizaciones de la ideología:
1)            Primera caracterización: las relaciones sociales que los hombres contraen en la
producción de sus medios de vida y de su vida misma, engendran en los hombres una
expresión ideal, inmaterial, de aquellas relaciones sociales materiales. Así como en el
plano de las relaciones materiales el antagonismo cristaliza en la formación de una capa
social dominante –propietaria de los medios de producción y administradora de la
riqueza social según sus intereses-, del mismo modo y como expresión ideal de aquel
dominio se constituye una ideología dominante. “Las ideologías no son otra cosa que la
expresión ideal de las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas”. La
oposición de la ciencia a la ideología proviene de que si la ideología tiene un papel
encubridor y justificador de intereses materiales basados en la desigualdad social, el
papel de la ciencia debe consistir en lo contrario: en analizar y poner al descubierto la
verdadera estructura de las relaciones sociales, el carácter histórico y no “natural” de
aquella desigualdad social. La ideología de una sociedad es la que determina el carácter
de la estructura socioeconómica, es la conciencia social la que determina al ser social.
El arma principal del proletariado no es hacerse de una “ideología” revolucionaria por el
estilo de los socialismos utópicos; por el contrario, su arma fundamental es adquirir
conciencia de clase, una conciencia que sustituya a esa falsa conciencia que es la
ideología.
2)            Segunda caracterización: se basa en la teoría contemporánea de la ideología.
La ideología es un sistema de valores, creencias y representaciones que autogeneran
necesariamente las sociedades en cuya estructura haya relaciones de explotación, a fin
de justificar idealmente su propia estructura material de explotación, consagrándola en
la mente de los hombres como un orden “natural” o inevitable, o filosóficamente
hablando, como una “nota esencial”. Tiene su lugar individual de actuación en las zonas
no concientes el psiquismo: algunas representaciones figuran en la inconciencia,
inducidas desde la infancia, por la televisión comercial; otras se alojan en la pre-
conciencia como es el caso de la ideología religiosa, que se tiene como algo “olvidado”
pero que en horas difíciles reaparece en la conciencia como moral tranquilizador. Es una
falsa conciencia. El lugar social de actuación de la ideología hoy lo forman los llamados
mass-media o medios de comunicación de masas, los cuales inducen la ideología en los
individuos. La explotación de plusvalía material se justifica y se refuerza mediante una
explotación de plusvalía ideológica. Hoy en día los psicólogos al servicio de empresas
comerciales del sistema explotan la inconciencia psíquica para vender productos, son
unos grandes y prácticos aplicadores del concepto de plusvalía ideológica. Las ideas de
la ideología no son tales ideas. No son ideas, son creencias; no son juicios, son
prejuicios; no son resultado de un esfuerzo teórico individual, sino la acumulación
social de lugares comunes; no son teorías creadas por individuos de cualquier clase
social, sino valores y creencias difundidos por la clase económicamente dominante.
LA SUPERESTRUCTURA. Este tema ofrece una tremenda dificultad. Presentar como
metáfora un término que para la inmensa mayoría de marxistas es toda una explicación
científica cumplida, suena fácilmente a herejía o “sutileza burguesa” destinada a minar
el edificio teórico de Marx. La célebre “superestructura” no era otra cosa, para Marx,
que una metáfora, usada en pocas ocasiones y sustituida por otras metáforas o, mejor
aún, por explicaciones teóricas. Ocurre lo mismo que con el “reflejo” metáfora
arbitrariamente convertida en teoría. La alienación, que comenzó siendo una metáfora
ética, se convirtió en explicación socio-económica. Decir que el trabajador está
“alienado de sí mismo” es una metáfora; pero pasa a ser una explicación científica
cuando descubrimos que la fuerza de trabajo del obrero, al convertirse en mercancía, se
convierte en el enemigo número 1 del propio trabajador. Hay una legión de presuntos
marxistas que reducen la teoría de las formaciones ideológicas a la pura metáfora de la
“superestructura ideológica”; metáfora que no hace sino ilustrar, vuelve del revés toda
la teoría de Marx, pone cabeza abajo todo aquello que Marx se esforzó por poner de pie
sobre la tierra. Supongamos que la superestructura sea un término explicativo y no
metafórico: ¿qué sería lo que nos “explica”? No puede explicar otra cosa que lo
siguiente: la sociedad, siendo una estructura material, tiene mentada sobre sí una
superestructura de carácter ideal; pero si está montada sobre la estructura del mismo
modo que un andamio, es posible separarla de la estructura y considerarla
independientemente de aquella.
La teoría de Marx es que las relaciones sociales de producción dominan y determinan
todo el aspecto ideológico de la sociedad, esto es, el cuerpo jurídico-político, el Estado
y las diversas creencias sociales. Su metáfora es: la base o cimiento económico sustenta
toda la enorme superestructura o edificio ideológico.
EL “REFLEJO”. La ideología vive y se desarrolla en la estructura social misma, es su
continuación interior, y tiene dentro de ella un papel cotidiano y activo. La ideología
hasta ahora ha llenado un papel de justificadora de esa explotación, y es ella misma una
explotación, si se acepta la idea de la plusvalía ideológica. Cuando el Estado aplica la
ideología jurídica de la propiedad privada para justificar la acumulación de riqueza en
pocas manos y la distribución desigual, ¿no se trata acaso de una ideología acusando en
y desde la estructura social?
La metáfora del reflejo está expresada en un pasaje clásico de la ideología alemana.
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo
sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los
hombres dicen, se representan o se imaginan, sino que se parte del hombre que
realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el
desarrollo de los reflejos y ecos ideológicos de este proceso de vida. Nos encontramos
aquí frente a dos analogías encadenadas y complementarias. En la primera, la ideología
aparece en la mente humana de modo semejante a como aparece el reflejo óptico en la
cámara oscura. Así como en la cámara oscura aparece un reflejo invertido de la realidad
física, del mismo modo en la mente humana aparece la ideología como una
representación invertida del mundo (es decir, una visión del mundo en la que son las
ideas las que manejan a los hombres y no los hombres a las ideas).
La segunda analogía se desprende de la primera: la ideología de las sociedades guarda
con respecto a la historia de las mismas y su proceso material de vida una relación
semejante a la que guarda la imagen que se produce en la retina con respecto a la
realidad física inmediata. La representación invertida que se da en la ideología responde
al proceso de vida histórico y material de las sociedades y sus hombres. En el primer
caso, la realidad física determina al reflejo; en el segundo, la realidad histórica
determina a la ideología.
Se trata de saber si la relación que hay entre los términos del conjunto (A) es la misma
que hay entre los términos del conjunto (B). Las flechas intentan indicar que esa
relación no es la misma. ¿Cuál es la relación que hay entre los términos del conjunto
(B)? Es una relación de tipo casual; la realidad física determina casualmente el reflejo
óptico. La realidad histórica no determina causalmente a las formaciones ideológicas.
En primer lugar, porque la historia puede determinar externamente a los individuos,
pero también internamente, desde dentro de los mismos individuos. En segundo lugar,
porque la determinación es aquí reversible y multívoca.
LOS ELEMENTOS QUE COMPONEN LA IDEOLOGÍA. La ideología está
compuesta de representaciones políticas, jurídicas, morales, religiosas, científicas,
artísticas, etc. Hay dos tipos de elementos entre los numerados: (A) los elementos
políticos, científicos y artísticos, y (B) los elementos jurídicos, morales y religiosos. Se
diferencian de modo general en que los elementos de (A) pueden ser ideológicos pero
también pueden dejar de serlo; en tanto que los elementos de (B) son siempre y por
definición ideológicos.
(A)          La política puede entenderse como ciencia y como ideología, porque en la
práctica se da de dos modos distintos. A lo largo de la historia la política ha revestido
siempre un carácter ideológico. Pero ello no impide concebir la política como una
ciencia destinada no a encubrir ideológicamente el verdadero carácter de la estructura
social, sino destinada a consolidar un hombre político que entienda su actividad
ciudadana como la cooperación de todos con todos. La noción misma de ciencia, en
cuanto incluye investigación y descubrimiento de la estructura de los fenómenos,
rechaza a la noción de la ideología, que implica el encubrimiento de esa estructura de
apariencias. El arte, por su parte, puede pertenecer al dominio ideológico, pero también
al dominio de una espiritualidad no encubridora. Lo cierto es que el arte resulta ser casi
siempre un elemento no perteneciente a la ideología. No es que el arte no sea algo social
e históricamente determinado, el problema surge cuando consideramos que hay
expresiones espirituales de la sociedad (el arte y la ciencia) que no son ideología.
(B)          Los elementos jurídicos, morales y religiosos son pura y netamente
ideológicos. Los cuerpos jurídicos han tenido como finalidad específica la justificación
de determinados órdenes materiales de cosas basados en la desigualdad social, y la
protección legal de los intereses económicos de las clases dominantes. La moral, ha
consistido en un aparataje ideológico montado por sobre las cabezas de los hombres. La
moral tendrá que desaparecer o, mejor dicho, ser superada lo mismo que se supera la
filosofía: realizándola. Pero, al realizarse, dejará de existir como moral. Será
simplemente conducta. La religión es la esencia misma de la ideología. El fenómeno
ideológico comenzó en las sociedades históricas por ser un fenómeno religioso. La
carencia de dominio de las fuerzas humanas sobre las fuerzas naturales hizo que el
hombre dominase por la imaginación a la naturaleza.
Unidad 4 – LA POSMODERNIDAD.
ATILIO BORÓN – La sociedad civil después del diluvio neoliberal.
Hacia comienzos de los años ochenta América Latina parecía dispuesta a intentar
organizar su vida pública en consonancia con los preceptos democráticos. Instaurar la
democracia se reduce a la creación e institucionalización de un puro orden político que
sólo plantea problemas de gobernabilidad y eficacia administrativa.
Para las formulaciones clásicas, la democracia es tanto un método de gobierno como
una condición de la sociedad civil, caracterizada por el predominio de la igualdad y por
la existencia de una categoría social especial: los ciudadanos. La democracia define
relaciones entre el Estado y sociedad civil, caracterizado por la existencia de la libertad,
el pluripartidismo, las elecciones periódicas y el imperio de la ley.
La democratización del capitalismo no basta para que las arraigadas estructuras de
dominio sobre las cuales reposa y de las cuales depende vitalmente se esfumen como
resultado del sufragio universal y la representación política. Se habla de democracia
cuando en realidad estamos hablando de “capitalismos democráticos”, en donde lo
sustantivos es el capitalismo y lo adjetivo la democracia. Esto se ve reflejado en
nuestras democracias cuando se mantienen sociedades injustas que condenan a miles de
personas a la marginalidad y el desamparo.
Borón se pregunta: ¿Hasta qué punto la democratización del Estado es capaz de saturar
el hiato entre la igualdad que proclama el régimen político y la desigualdad material que
reproducen las relaciones capitalistas de producción? Ante esto no hay una solución
estable ya que el proyecto de un capitalismo democrático choca con escollos de
naturaleza estructural. A su vez, Borón señala que es imposible el paso de una
democracia capitalista a una socialista, porque deberían plantearse la posibilidad de
profundos cambios en la estructura social.
Permanecer encerrados en una concepción “politicista” de la democracia obnubila
nuestra visión y nos instala en un universo ficcional que no guarda correspondencia con
los procesos reales que conmueven a nuestras sociedades. El problema es que estos
nuevos derechos y la concepción participativa de la democracia son incompatibles con
la sociedad capitalista.
La hegemonía ideológica del neoliberalismo y su expresión política adquirió intensidad
en América Latina. Uno de sus resultados ha sido el debilitamiento del Estado sometido
a los intereses de las clases dominantes y resignando grados importantes de soberanía
nacional ante la superpotencia imperial, la burguesía y sus “instituciones” guardianas: el
FMI, el Banco Mundial y la supremacía del dólar. Por otra parte, se le añade un discurso
ideológico que iguala lo estatal con la ineficacia y la corrupción, mientras que lo
privado aparece como eficaz y austero.
La fusión de la crisis fiscal con el discurso del Estado ha impulsado a diversos
gobiernos de la región a tomar medidas de desmantelamiento de agencias y empresas
estatales cuyos resultados son hasta ahora negativos. Hoy en día, la ortodoxia dominante
aconseja “achicar” al Estado, rematar sus empresas para fortalecer el sector privado de
la economía y nuestros gobiernos están actuando en función de estas nuevas ideas.
Ante la propagación de la pobreza en todo el continente, el Estado deberá diseñar un
conjunto de políticas sociales que neutralicen y corrijan los efectos de las “fallas” del
mercado, que han demostrado ineptitud para resolver los problemas de la educación, la
vivienda, la salud, la seguridad social, etc.
Borón también critica a los estados capitalistas americanos (México, Brasil, Argentina,
Chile, etc.) que fueron fuertes para privatizar toda clase de servicios pero aparecen
como débiles a la hora de organizar un régimen tributario equitativo que obligue a los
capitalistas a pagar impuestos en una proporción aproximada a la que prevalece en los
países avanzados.
Los triunfos electorales de Margaret Tatcher y Ronald Reagan marcaron el apogeo de la
ideología neoliberal a comienzos de la década del ochenta en los Estados Unidos y el
Reino Unido: América Latina no pudo evitar el contagio ideológico.
El autor se pregunta: “¿Qué tipo de sociedad dejan como legado estos quince años de
hegemonía neoliberal?”: Dejan una sociedad heterogénea y fragmentada, con profundas
desigualdades de clase, género, región, etc. La herencia del neoliberalismo es una
sociedad menos integrada producto de las desigualdades que profundizó con su política
económica.
PERRY ANDERSON – Neoliberalismo: un balance provisorio.
El neoliberalismo nació en una región de Europa y de América del Norte donde
imperaba el capitalismo. Fue una reacción teórica y política contra el Estado
intervencionalista y de Bienestar. Se trata de un ataque apasionado contra cualquier
limitación de los mecanismos del mercado por parte del Estado, denunciada como una
amenaza letal a la libertad, no solo económica sino también política.
En 1947, Hayek convocó a quienes compartían sus ideales para reunirse en Suiza. En
aquel país se encontraban quienes estaban en contra del Estado de Bienestar europeo y
los enemigos del New Deal norteamericano. Entre ellos: Milton Friendman, Jarl Popper,
Lionel Robbins. Allí se difundó la Sociedad de Mont Pèlerin (una franco-masoneria
neoliberal, dedicada y organizada). Su propósito fue: combatir el keynesianismo y el
solidarismo reinantes, y preparar las bases para otro tipo de capitalismo para el futuro.
Sin embargo, las condiciones para el neoliberalismo no eran favorables dado que el
capitalismo en los 50’ y 60’ presentó un crecimiento económico asombroso y, por ende,
las advertencias que daban respecto al peligro de la regulación del Estado, parecían
equívocas dado el contexto de esplendor.
Con la llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra, en 1973, se
produce una crisis del capitalismo. Una profunda recesión junto con bajas tasas de
crecimiento y una alta inflación. Lentamente, el neoliberalismo se fue imponiendo. Para
Hayek, el mal estaba dado por el poder excesivo de los sindicatos, del movimiento
obrero, que había socavado las bases de la acumulación privada con la presión sobre los
salarios, que hacía que el Estado aumentase cada vez más los gastos sociales.
Por ende, se destruyeron los niveles de beneficio para las empresas y comenzaron
procesos inflacionarios que generó una crisis generalizada de las economías de
mercado. Su idea era mantener al Estado con un poder suficiente como para hacer
quebrar el poder de los sindicatos y en el control del dinero, pero que su papel
lógicamente, sea escaso y casi sin participación a la hora de los gastos sociales y las
intervenciones económicas.
Su proceso fue construido paulatinamente y a finales de los años 80’ cuando los
gobiernos continuaban aplicando las políticas keynesianas que si bien creaba empleo no
podía evitar que se generara una epidemia inflacionaria mundial (estanflación, es decir,
tanto el estancamiento como el ritmo de la inflación que no cedía) y creó un déficit
inflacionario insostenible. Fue ese momento, en 1979, cuando surgió y se presentó la
oportunidad. Tanto en Inglaterra como en los EE.UU., con las figuras de Margaret
Thatcher (cuyo gobierno fue elegido) y Ronald Reegan (asumiendo como la
presidencia), respectivamente, se inició una práctica de un programa con ideas
neoliberales. El viejo continente se inclinó a gobiernos de derecha que por lo general
practicaron un neoliberalismo cauteloso. En Europa, la inflación cayó entre los años 70’
y 80’ y la tendencia continuó en los 90’. La deflación, a su vez, también obtuvo éxitos.
Asimismo, hubo un crecimiento de las tasas de desempleo (considerado necesario para
un mercado eficiente) y la tributación cayó.
A fin de cuentas, alcanzaron el fin histórico: reanimaron el capitalismo avanzado
mundial, restaurando las tasas altas de crecimiento, como existían antes de los años 70’.
No hubo recuperación de la inversión dado que la desregulación financiera creó
condiciones más propias para la inversión especulativa que financiera.
AMERICA LATINA, ESCENARIO DE EXPERIMENTACIÓN:
Chile fue, con la dictadura de Pinochet, pionero del ciclo neoliberal americano. El
neoliberalismo chileno presuponía la abolición de la democracia y la instalación de una
de las más crueles dictaduras. Sin embargo, la democracia jamás había sido un valor
central del neoliberalismo.
Paralelamente a la represión política que instaló su Régimen Militar con diversas
atrocidades y muertes que se produjeron llevo a cabo una política económica rápida y
drástica, que produjo el éxito del “milagro económico chileno” (frase acuñada por el
famoso economista, Milton Friedman, para describir las reformas de liberalización
económica que experimentó Chile durante el este período. Lógicamente hace referencia
a la recuperación después de la Segunda Guerra Mundial.), eliminando el gravísimo
problema de la hiperinflación y logrando un desarrollo económico importante y
mejorando la calidad de vida de los chilenos debido a la pobreza que había por aquel
entonces.
Algunas de las políticas instaladas durante estos 15 años fueron: desregulación,
desempleo masivo (al despedir al 30% de los empleados públicos), represión sindical,
redistribución de la renta a favor de los ricos, reducir el gasto público (en un 20%),
aumentar el IVA, privatización de los bienes públicos y de las empresas estatales (a
precios muy bajos) y liquidar los sistemas de ahorro y de préstamos de vivienda.
Bolivia: En 1985 en el Poder Ejecutivo estuvo Víctor Paz Estensoro. Luego de ser
elegido, impulsó una serie de políticas económicas neoliberales mediante el “Decreto
Supremo 21060”, la cual cambió la orientación económica hacia el liberalismo dejando
de lado el espíritu estatista. Durante su mandato, salvó al país del colapso económico y
de la hiperinflación. Sin embargo, tomó drásticas medidas como el despido de 23.000
trabajadores que estaban ligados a la industria del estaño (por la crisis).
Otro presidente que estuvo en el mandato desde 1993-1997 fue Gonzalo Sánchez de
Lozada, que había sido ministro de Planeamiento y coordinación. Debido a que Bolivia
se hallaba fuertemente endeudado decidió tomar las siguientes medidas (en clara
referencia a un modelo neoliberal): la privatización de empresas estatales, un control de
los gastos del Estado y por ende, una reducción de los mismos en los servicios sociales
y en los programas de educación, entre otros. La inflación fue detenida, pero tuvo costos
sociales. Su gobierno estuvo marcado por la capitalización, reforma educativa y una
clara descentralización administrativa.
Según Perry Anderson, económicamente el neoliberalismo fracasó; socialmente creo
sociedades desiguales; y política e ideológicamente ha tenido éxito diseminando que no
hay alternativas para sus principios y que todos deben adaptarse a sus normas. 
NORBERT LECHNER – Los nuevos perfiles de la política.
En los años ’70 la cuestión democrática emerge por oposición a las dictaduras
prevalecientes en Brasil y el Cono Sur. Durante los ’80 predomina una visión defensiva
(antiautoritaria) de la democracia. La motivación radica en fomentar los procesos de
modernización y respaldar la gestión gubernamental en las democracias emergentes.
LA DEMOCRACIA POSIBLE. Hoy en día, la democracia realmente existente se
encuentra determinada por el fin de un ciclo histórico y la reorganización integral de las
sociedades latinoamericanas. El discurso neoliberal e el que mejor ha sabido señalizar la
reestructuración emergente: los ajustes estructurales que alteran la matriz estadocéntrica
de las sociedades latinoamericanas, desplazando la dinámica del desarrollo social del
Estado al mercado.
Se anuncia la emergencia de una “nueva democracia”, diferente al orden democrático
existente. ¿De qué manera las transformaciones en curso afectan las condiciones de
posibilidad de la democracia en América Latina?
En primer lugar, las posibilidades de la democracia en América Latina se encuentran
condicionadas por los procesos de modernización. El dinamismo de la reestructuración
económica obliga a reorganizar el funcionamiento práctico de la democracia en nuestros
países.
Un segundo referente es la cultura. En el caso latinoamericano, implica asumir las
formas con que una sociedad concibe la modernización.
Finalmente resulta indispensable contemplar las dinámicas específicamente políticas.
Las democracias latinoamericanas suelen caracterizarse por una débil institucionalidad.
La relevancia de la “ingeniería institucional”, los actuales procesos de consolidación
democrática se encuentran condicionados por un elemento nuevo: la transformación de
la propia política. El nuevo contexto redefine el lugar y las funciones de la política y
redimensiona su campo de competencia.
Múltiples signos indican que participamos de una transformación de la política
institucionalizada. ¿Qué sentido tiene la política hoy en día? El significado de la política
moderna consiste en la construcción del orden social. Esta concepción se opone no sólo
a principios divinos y tradiciones sacralizadas, sino también a visiones “naturalistas” del
orden dado como las encontramos hoy en día. El paso de un orden recibido a un orden
producido tiende a ser reinterpretado mediante la idea de un orden autorregulado.
La interpretación de la sociedad como “sistema autorregulado” cuestiona la centralidad
de la política. En su lugar, la acción política tiende a operar mediante “redes políticas”.
La decisión política ya no representa un acto de autoridad que pide obediencia, sino un
acuerdo negociado, basado en beneficios mutuos.
Un rasgo decisivo de la nueva política se desprende de la reestructuración del tiempo.
Siendo la sociedad moderna fundamentalmente una sociedad volcada hacia el futuro,
ella encuentra en el poder político un instrumento privilegiado para construir ese futuro.
Por consiguiente, la acción política consiste primordialmente en decidir las metas y
conducir al proceso social.
La desestructuración del tiempo y cierta apología de un “presente permanente” nos
acercan a la experiencia del mercado. El mercado alude a un horizonte de futuro, pero
bajo forma de oportunidad y riesgo.
Otro aspecto sobresaliente reside en el desplazamiento de los límites de la política.
Tiene lugar una reestructuración del campo político. Mientras que antes el poder
político se caracterizaba por crear su propio espacio –la nación- el actual proceso de
globalización no sólo limita las fronteras nacionales como nunca antes, sino que socava
la relativa congruencia que existía entre los espacios políticos, económicos y culturales.
En lugar de un fortalecimiento de la sociedad civil, vivimos el despliegue de la sociedad
de mercado. De hecho, la sociedad política se encuentra acotada por la sociedad
económica bajo la forma de “imperativos técnicos”. Las decisiones políticas son
delimitadas por los propios equilibrios macroeconómicos que representan un principio
normativo que fija límites a la intervención política.
Uno de los rasgos más notorios de la actualidad consiste en la extensión del mercado a
ámbitos no económicos. En lugar de una mayor libertad de elección del ciudadano y una
mayor transparencia de las decisiones políticas, la entronización de la racionalidad
económica significa primordialmente la consagración de criterios mercantiles en la
política: el dinero, la competencia, el éxito individual. A semejanza del frío mundo de
los negocios, la política se ha vuelto altamente competitiva y cara. Tradicionalmente la
democracia convocaba a hombres libres e iguales que, sin considerar sus atributos e
intereses, decidían sobre los asuntos de la res pública. El neoliberalismo, por el
contrario, pretende sustituir la política por el mercado como instancia máxima de
regulación social. Asuntos que antes eran compartidos por todos ahora son privatizados.
Las privatizaciones de los servicios públicos significan medidas económicas.
Otro de los cambios profundos de la política proviene de las transformaciones
culturales: el auge de la cultura audiovisual. Vivimos en la cultura de la imagen, donde
el espacio privilegiado es la televisión, que escenifica la política acorde a sus reglas,
modificando el carácter del espacio público. La política se refracta en múltiples voces y
desde múltiples imágenes se construye la opinión ciudadana.
Menos visible que lo audiovisual, pero más relevante, son los efectos que pueden tener
las transformaciones de la política para la “conciencia colectiva”.
EL MALESTAR CON LA POLÍTICA. Habitualmente los análisis de política no tienen
en cuenta lo político, siendo que esta experiencia cotidiana de la gente acerca del orden
común es la materia prima de la cual se nutre la política. Lo político relaciona la vida
social con la comunidad de ciudadanos. Una aproximación a lo político consiste en
reflexionar el malestar con la política. El reclamo se refiere no al principio de
legitimidad sino a la democracia en tanto principio de organización. El malestar expresa
una reacción en contra de las actuales formas de hacer política. La gente espera de la
política una dirección que decida acerca de lo posible, lo probable y los objetivos
deseables. Para el sentido común, la política debería ofrecer un proyecto u horizonte de
futuro en referencia al cual se haga inteligible y previsible el presente. La gente espera
que la política le garantice no solo la integridad física y una seguridad económica, sino
también un marco de certidumbre.
La política provoca malestar y una de sus manifestaciones consiste en la falta de
confianza en ella y en los políticos. La ciudadanía se ve acosada de modo directo o
audiovisual por muchos problemas (desempleo, delincuencia, etc.). El sentimiento de
que “las cosas están fuera de control” expresa un fracaso de la política.
LA TRANSFORMACIÓN DE LO POLÍTICO. En primer lugar, llamo la atención
sobre la crisis de los mapas ideológicos. En la política –como en las ciudades-
necesitamos orientarnos con mapas que delimitan el espacio, establecen jerarquías,
prioridades, etc. Las ideologías operan como tales mapas. La crisis de los mapas
político-ideológico profundiza la desidentificación ciudadana con los partidos políticos,
que ya no ofrecen a la ciudadanía pautas interpretativas que le permitan estructurar sus
intereses y valores, sus preferencias y miedos, en identidades colectivas. La erosión de
los mapas ideológicos debilita las estructuras de comunicación y, por tanto, las
relaciones entre los ciudadanos y la política.
A la crisis de los mapas ideológicos parece subyacer una “mutación” cultural: una
reestructuración de los mapas cognitivos. Me refiero a las coordenadas mentales y los
códigos interpretativos mediante los cuales hacemos inteligible la realidad social. La
erosión de nuestros mapas cognitivos se manifiesta en la desestructuración del tiempo.
Recalco un rasgo emblemático de eso: el desvanecimiento del futuro. Parece haberse
agotado nuestra capacidad de imaginar otros mundos, el futuro tiende a evaporarse. Este
ambiente cultural tensiona la política.
El quiebre de los mapas cognitivos también se expresa en la reestructuración del
espacio. Emerge un nuevo individualismo que se retrotrae a la intimidad de lo privado.
En el caso de Chile es notorio cómo la privatización económica se ha desdoblado en una
verdadera privatización de los individuos, que pasan de los asuntos públicos en
beneficio de un acomodo personal a las oportunidades y desafíos.
O’DONNELL – Estado, democratización y ciudadanía.
El derrumbe de sistemas autoritarios ha conducido al surgimiento de una cantidad de
democracias. Más exactamente, siguiendo la definición de Dahl, son poliarquías:
existen varios tipos de ella. Pero tienen una característica en común: todas son
democracias representativas. En cambio, la mayor parte de los países recientemente
democratizados no se está encaminando hacia regímenes democráticos representativos.
Son poliarquías diferentes.
EL ESTADO Y LAS NUEVAS DEMOCRACIAS. Los estados están entrelazados con
sus sociedades respectivas de complejas y variadas maneras; esa inserción conduce a
que los rasgos de cada uno de ellos y de cada sociedad tengan un enorme influjo sobre
el tipo de democracia pasible de consolidarse, o sobre la consolidación o fracaso de la
democracia a largo plazo.
Es un error asociar el Estado con el aparato estatal, o el sector público, o la suma de las
burocracias pública, que indudablemente son partes del Estado, pero no constituyen el
todo. El estado es también un conjunto de relaciones sociales que establece cierto orden
en un territorio determinado, y finalmente lo respalda con una garantía coercitiva
centralizada. Muchas de esas relaciones se formalizan mediante un sistema legal
provisto y respaldado por el Estado.
Las relaciones sociales pueden basarse, como argumenta Weber, en la tradición, el
miedo al castigo, la legitimidad y/o la eficacia de la ley. La eficacia de la ley sobre un
territorio determinado se compone de conductas que son compatibles con las leyes. Esta
es la estructura que sustenta el orden establecido y garantizado por el Estado-nación
contemporáneo, vemos que la ley es un elemento constitutivo del Estado, ya que
proporciona el orden social dentro de un territorio determinado.
Existe otra dimensión del Estado: la ideología. El estado pretende ser un “estado para la
nación”. El estado alega en diversas formas que es el creador del orden, y ese orden es
desigual, aun cuando el Estado sostenga que resulta igual para todos los miembros de la
nación, respaldado por la ley, que estructura las desigualdades.
Con frecuencia los debates contemporáneos confunden dos dimensiones distintas. Una
de ellas se relaciona con el tamaño y la influencia relativa del aparato estatal. En la
mayoría de los países democratizados el Estado es grande y eso conduce a
consecuencias negativas. La segunda dimensión se refiere a la fuerza o debilidad del
Estado como un todo, es decir, no sólo del aparato estatal, pero incluyéndolo también.
Un aparato estatal “grande” o “pequeño” puede o no establecer eficazmente su legalidad
sobre el territorio que le corresponde. Un Estado fuerte es aquel que establece
eficazmente esa legalidad.
En muchas democracias emergentes la eficacia de un orden nacional representado por la
ley y la autoridad del Estado se desvanece en cuanto uno se aleja de los centros urbanos
nacionales. El miedo, la inseguridad, la reclusión de la urbanización de los ricos y las
tribulaciones del transporte público acortan los espacios públicos y llevan a una forma
perversa de privatización.
Consideremos esas regiones donde los poderes locales establecen circuitos de poder que
funcionan conforme a reglas incompatibles con las leyes que regulan el territorio
nacional. Hablamos de sistemas de poder privado, donde no tienen vigencia muchos de
los derechos y garantías de la legalidad democrática.
Imaginémonos un mapa de cada país en donde las áreas azules señalen un alto nivel de
presencia del Estado tanto territorial como funcional; el color verde significaría un nivel
alto de presencia territorial pero bajo desde el punto de vista funcional y de clase; y el
color marrón indicaría un nivel muy bajo o nulo en ambas dimensiones. En este sentido,
el mapa de Noruega mostraría un predominio del color azul; el de EEUU una
combinación de azul y verde, con manchas marrones en el sur y en las grandes
ciudades; en Brasil y Perú predominaría el marrón, y en Argentina la extensión del
marrón sería menor.
En las áreas marrones hay elecciones, gobernadores y legisladores. Las fracciones
políticas que funcionan en esas zonas funcionan en base a fenómenos como el
personalismo, amiguismo, clientelismo, y otras formas de corrupción.
La presencia de esos circuitos de poder se repite en la vida política nacional,
comenzando con el congreso, que supuestamente es la fuente de la legalidad existente, y
que abarca el territorio nacional. Los legisladores “marrones” tienden a ser en su
desempeño “conservadores y oportunistas”. Su éxito depende del intercambio de
“favores” con el gobierno y las diversas burocracias, y cuando el poder ejecutivo es
débil y necesita apoyo del congreso, a menudo obtienen el control de los organismos
estatales que suministran esos recursos.
Hasta cierto punto el régimen que resulta de allí es muy representativo. El problema es
que esa representatividad implica la introyección del autoritarismo, entendido como la
negación del carácter público y de la legalidad eficaz de un Estado democrático y de la
ciudadanía en el centro del poder político de aquellos países.
El contexto autoritario tiene una característica fundamental: allí no existe un sistema
legal que garantice la eficacia de los derechos y garantías de los individuos. Siempre
que un sistema legal incluya los derechos y garantías del constitucionalismo occidental,
y existan poderes públicos con la capacidad y disposición de imponer esos derechos y
garantías incluso contra otros poderes públicos, el Estado y el orden que él implanta y
reproduce son democráticos.
En los países que tienen áreas marrones extensas, las democracias se basan en un Estado
esquizofrénico; uno que, funcional y territorialmente, combina en forma compleja
características democráticas y autoritarias. Es un Estado cuyos componentes de
legalidad democrática y, por consiguiente, de su carácter público y de ciudadanía, se
desvanecen en las fronteras de varias regiones y de relaciones interclasistas y étnicas.
La democracia está vinculada a la ciudadanía, y ésta sólo puede existir dentro de un
Estado democrático. Un Estado que no es capaz de hacer valer su legitimidad sustenta
una democracia con baja densidad de ciudadanía.
En las áreas marrones de las democracias nuevas por lo general se cumplen las
condiciones políticas específicas para la existencia de la poliarquía. Pero los
campesinos, pobres, indígenas, mujeres, etc., no logran un trato justo de la justicia o no
pueden obtener derechos. Esas son restricciones “extra poliárquicas”. Ellas connotan la
ineficacia del Estado como ley, la reducción de ciertas garantías y derechos que son tan
constitutivos de la ciudadanía como el poder votar sin coacción. El resultado es una
disyunción curiosa: en muchas áreas marrones se respetan los derechos democráticos,
los derechos participativos de la poliarquía, pero se viola el componente liberal de la
democracia.
SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA CRISIS DEL ESTADO. La crisis de los
países recientemente democratizados fomenta la propagación de las regiones marrones.
Es el resultado de una profunda crisis del Estado. Pero también se deriva del fuerte
antiestatismo de las ideas y políticas neoliberales, y de su empeño en reducir las
burocracias estatales y el déficit fiscal. Actualmente se están haciendo para reducir el
déficit fiscal. Por el lado de los gastos, los aspectos más importantes han sido las
privatizaciones y los intentos de librarse del “personal excedente”. Pero no ha resultado
porque esos cargos están amparados judicialmente y la oposición de los sindicatos
resulta costosa.
TAYLOR – Tres formas de malestar.
Quisiera referirme a las formas de malestar, aquellos rasgos de nuestra cultura que la
gente experimenta como pérdida a medida que se “desarrolla” nuestra civilización. La
pérdida se percibe desde un período histórico largo, contemplando toda la era moderna
desde el siglo XVII.
1.            El individualismo. Vivimos en un mundo en el que las personas tienen derecho
a elegir por si mismas su propia regla de vida, a decidir qué convicciones adoptar. Y
estos derechos están defendidos por nuestras leyes. Repetidas veces se ha expresado la
inquietud de que el individuo perdió algo importante además de esos horizontes amplios
de acción, sociales y cósmicos. Algunos se han referido a ello como si hablaran de la
pérdida de la dimensión heroica de la vida. Dicho de otro modo, sufrimos la falta de
pasión. Esta pérdida estaba ligada a un angostamiento. La gente perdía esa visión más
amplia porque prefería centrarse en su vida individual. El lado oscuro del
individualismo supone centrarse en el yo, que aplana y estrecha nuestras vidas, las
empobrece y las hace perder su interés por los demás. La tecnología ha contribuido a
ese aplanamiento y estrechamiento de nuestras vidas. La gente se ha hecho eco de esa
pérdida de riqueza de nuestro entorno humano.
2.            Primacía de la razón instrumental. Clase de racionalidad de la que nos
servimos cuando calculamos la aplicación más económica de los medios a un fin dado.
La eficiencia máxima, la mejor relación coste-rendimiento, es su medida del éxito. Se
pueden señalar muchas cosas para poner en evidencia esta preocupación: las formas en
que se utiliza el crecimiento económico para justificar la desigual distribución de la
riqueza y la renta, o la manera en que esas exigencias nos hacen insensibles al medio
ambiente, etc.
3.            Las instituciones y estructuras de la sociedad tecnológico-industrial limitan
nuestras opciones que fuerzan a las sociedades tanto como a los individuos a dar a la
razón instrumental un peso que nunca le concederíamos en una reflexión moral seria, y
que incluso puede ser destructiva. Se puede observar cómo la sociedad estructurada en
torno a la razón instrumental nos impone una gran pérdida de libertad debido a que no
son sólo nuestras decisiones las configuradas por estas fuerzas. Es difícil mantener un
estilo de vida individual contra la corriente. En una sociedad en la que la gente termina
convirtiéndose en ese tipo de individuos que están “encerrados en sus corazones”, pocos
querrán participar activamente en su autogobierno. Preferirán quedarse en casa y gozar
de las satisfacciones de la vida privada, mientras el gobierno proporciona los medios
para el logro de estas satisfacciones y los distribuye de modo general. Cuando
disminuye la participación, el ciudadano se queda solo frente al Estado burocrático y se
siente, con razón, impotente. Con ello se desmotiva al ciudadano aún más, y se cierra el
círculo vicioso del despotismo blando.
El primer malestar expone lo que podríamos llamar pérdida de sentido, disolución de
horizontes morales. La segunda concierne al eclipse de los fines, frente a una razón
instrumental desenfrenada. Y la tercera se refiere a la pérdida de libertad.
TAYLOR – Contra la fragmentación.
El colapso de las sociedades comunistas ha convertido en innegable lo que muchos
nunca dejaron de advertir: que los mecanismos de mercado son indispensables para una
sociedad industrial, por su eficiencia económica y por su libertad.
La estabilidad y la eficiencia no podrían sobrevivir al abandono de la economía por
parte de los gobiernos, y resulta dudoso que la libertad pudiera sobrevivir en un
capitalismo salvaje, con sus desigualdades y su explotación sin compensaciones.
Nuestro reto estriba en combinar una serie de modos de actuación que son necesarios
conjuntamente para una sociedad libre y próspera, pero que tienden también a
estorbarse unos a otros: las asignaciones del mercado, la planificación estatal, las
disposiciones colectivas en la defensa de los derechos individuales.
No podemos abolir el mercado, pero tampoco podemos organizarnos exclusivamente
mediante mercados. Restringirlos puede resultar costoso; no restringirlos en absoluto
podría resultar fatal. El funcionamiento del mercado y del Estado burocrático tiende a
fortalecer los entramados que favorecen una posición atomista e instrumental hacia el
mundo y hacia los demás. La fuerza que puede hacer retroceder a la hegemonía
galopante de la razón instrumental consiste en la forma adecuada de iniciativa
democrática.
Esto representa un problema: el funcionamiento conjunto del mercado y del Estado
burocrático tiene tendencia a debilitar la iniciativa democrática.
El peligro lo constituye la fragmentación, a saber, un pueblo cada vez más incapaz de
proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo. La fragmentación aparece cuando la
gente comienza a considerarse de forma cada vez más atomista, dicho de otra forma,
cada vez menos ligada a sus conciudadanos en proyectos y lealtades comunes. Esta
fragmentación se produce por medio del debilitamiento de lazos de afinidad.
Una sociedad fragmentada es aquella cuyos miembros encuentran cada vez más difícil
identificarse con su sociedad política como comunidad.
Una política de resistencia significa una política de formación democrática de
voluntades. Contrariamente a aquellos adversarios de la civilización tecnológica que se
han sentido atraídos por una posición elitista, debemos considerar que un intento serio
de comprometernos en la lucha cultural de nuestro tiempo requiere promover una
política destinada a dotarse de poder democrático.
MOUFFE – Por un pluralismo agonístico.
Las sociedades democráticas se encuentran ante un conjunto de dificultades y muy mala
preparación para afrontarlas. Tras haber creído en el triunfo del modelo liberal-
democrático, los demócratas occidentales han quedado desorientados ante la
multiplicación de los conflictos étnicos, religiosos e identitarios que habrían debido
quedar sepultados en un pasado ya superado.
La desaparición de la oposición entre totalitarismo y democracia, que había servido
como principal frontera política para discriminar entre amigo y enemigo, puede
conducir a una profunda desestabilización de las sociedades occidentales. Es urgente
redefinir la identidad democrática y eso puede hacerse a través de una nueva frontera
política.
EL LIBERALISMO Y LA EVASIÓN DE LO POLÍTICO. Schmitt reprocha al
liberalismo que trata de aniquilar lo político. En respuesta al proyecto de Schmitt de
afirmar lo político contra el liberalismo, es importante elaborar una forma
verdaderamente política de liberalismo que no escamotee el antagonismo y la decisión.
El objetivo de una política democrática no reside en eliminar las pasiones ni relegarlas a
la esfera privada, sino en movilizarlas y ponerlas en escena de acuerdo con los
dispositivos agonísticos que favorecen el respeto del pluralismo.
Es importante destacar la naturaleza central de la noción de “exterior constitutivo”, pues
es la que afirma la primacía de lo político. Esta noción indica que toda identidad se
construye a través de parejas de diferencias jerarquizadas: por Ej., entre forma y
materia, entre esencia y accidente, entre negro y blanco, entre hombre y mujer. La idea
de “exterior constitutivo” ocupa un lugar decisivo en mi argumento al indicar que la
condición de existencia de toda identidad es la afirmación de una diferencia, la
determinación de “otro” que le servirá de “exterior”, permite comprender la
permanencia del antagonismo y sus condiciones de emergencia. En efecto, en el
dominio de las identificaciones colectivas –en que se trata de la creación de un
“nosotros” por la delimitación de un “ellos”-, siempre existe la posibilidad de que esta
relación nosotros/ellos se transforme en una relación amigo /enemigo.
La vida política nunca podrá prescindir del antagonismo, pues atañe a la acción pública
y a la formación de identidades colectivas. Ahora bien, para construir un “nosotros” es
menester distinguirlo de un “ellos”. Por eso la cuestión decisiva de una política
democrática no reside en llegar a un consenso sin exclusión, sino en llegar a establecer
una discriminación nosotros/ellos de tal modo que resulte compatible con el pluralismo.
ANTAGONISMO Y AGONÍSMO. Lo que caracteriza a la democracia pluralista es la
distinción entre “enemigo” y “adversario”. En el interior del “nosotros” que constituye
la comunidad política, no se verá en el oponente un enemigo a abatir, sino un adversario
de legítima existencia y al que se debe tolerar. Se combatirán con vigor sus ideas, pero
jamás se cuestionará su derecho a defenderla.
Una vez que hemos distinguido entre antagonismo (relación con el enemigo) y
agonismo (relación con el adversario), podemos comprender por qué el enfrentamiento
agonal, lejos de representar un peligro para la democracia, es en realidad su condición
misma de existencia.
La democracia es frágil y algo nunca definitivamente adquirida, pues no existe “umbral
de democracia” que tenga garantizada para siempre su permanencia, se trata de una
conquista que hay que defender.
La democracia sólo puede existir cuando ningún agente social está en condiciones de
aparecer como dueño del fundamento de la sociedad y representante de la totalidad.
Al modelo de democracia moderna hay que oponer otro, que reconoce el papel
constitutivo de la división y el conflicto. La democracia pluralista se convierte en un
ideal que se autorrefuta, pues en el momento mismo de su realización sería también el
de su destrucción. La existencia del pluralismo implica la permanencia del conflicto y
del antagonismo, que no es posible abordar como obstáculos empíricos que impidieran
la realización perfecta del ideal de una armonía inalcanzable, pues nunca seremos
capaces de coincidir perfectamente con nuestro ser racional.
DEMOCRACIA RADICAL Y PLURAL: UN NUEVO IMAGINARIO POLÍTICO. En
la tensión entre consenso –sobre los principios- y disenso –sobre su interpretación- es
donde se inscribe la dinámica agonística de la democracia pluralista. Con la instauración
de un pluralismo agonístico hace falta una nueva interpretación que sea la expresión de
la diversidad de las luchas por la igualdad y de la relación que establecen con la
libertad. Esa visión la llamamos “radical y plural democracia”.
La apuesta de esa radical y plural democracia es la creación de una cadena de
equivalencias entre las diversas luchas por la igualdad y el establecimiento de una
frontera política.
JOHN RAWLS – Ideas fundamentales del liberalismo político.
La cultura política de una sociedad democrática se caracteriza por albergar una
diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales opuestas e irreconciliables.
Algunas de éstas son perfectamente razonables; y el liberalismo político entiende que
cuando las capacidades de la razón humana trabajan en un marco de instituciones libres
y duraderas, es inevitable que a largo plazo surja esta diversidad de doctrinas
razonables.
El liberalismo político supone que las disputas más difíciles de resolver son aquellas
que se desarrollan en torno a las cuestiones más elevadas: la religión, las visiones
filosóficas del mundo y las diferencias concepciones morales del bien.
DOS CUESTIONES FUNDAMENTALES. El pensamiento democrático de los últimos
dos siglos no ha llegado a un acuerdo acerca de la manera en que las
instituciones básicas de una democracia constitucional deberían ser articuladas
para satisfacer criterios equitativos de cooperación entre ciudadanos
considerados libres e iguales. Podemos considerar este desacuerdo como un
conflicto dentro del mismo pensamiento democrático entre la tradición asociada
con Locke, que concede mayor importancia a “las libertades de los modernos”
(libertad de pensamiento y conciencia, determinados derechos básicos de la
persona y la propiedad) y la tradición asociada con Rousseau, que concede
mayor importante a “las libertades de los antiguos” (libertades políticas iguales y
los valores de la vida pública).
Estos dos principios de justicia sostienen que:
1.            Cada persona ha de tener derecho a un esquema adecuado de libertades básicas
iguales que sea compatible con el mismo esquema de libertades para los demás.
2.            Las desigualdades sociales y económicas deben satisfacer dos condiciones:
primero, deben estar ligadas a empleos y funciones abiertos a todos, bajo condiciones de
igualdad de oportunidades; y segundo, deben beneficiar a los miembros menos
favorecidos de la sociedad.
El propósito de la justicia como equidad es práctico: se presenta como una concepción
de la justicia que puede ser compartida por los ciudadanos y construir la base de un
acuerdo razonado, informado, y político. Ella expresa su razón política pública y
compartida. Pero para expresar tal razón compartida, la concepción de la justicia debería
ser independiente de las doctrinas religiosas y filosóficas opuestas y en conflicto que los
ciudadanos sostienen.
LA IDEA DE UNA CONCEPCIÓN POLÍTICA DE LA JUSTICIA. Una concepción
política de la justicia cuenta con tres propiedades:
1.            La primera se refiere al objeto de la concepción política. Esta concepción está
elaborada para un tipo específico de objeto: las instituciones políticas, sociales y
económicas. Se aplica a lo que llamaré la “estructura básica” de la sociedad. Con esta
expresión me refiero a las principales instituciones políticas, sociales y económicas de
la sociedad, y a la manera en que ellas se articulan en un sistema unificado de
cooperación social, de generación en generación. La estructura básica es el conjunto de
instituciones de una sociedad cerrada: debemos considerar que es una sociedad que se
contiene a sí misma y que no mantiene relaciones con otras sociedades. Sus miembros
sólo ingresan en ella con el nacimiento y la abandonan con la muerte.
2.            La segunda propiedad se refiere al modo de presentación: una concepción
política de la justicia se presenta como una visión independiente. Si bien procuramos
que una concepción política sea justificada en base a una o más doctrinas comprensivas,
ella no se presenta ni como derivada de esa doctrina aplicada a la estructura básica de la
sociedad, como si esta estructura fuera otro objeto al cual esa doctrina es aplicada.
Debemos distinguir el modo en que se presenta una concepción política del hecho de
que forme parte, o sea, derivable de una doctrina comprensiva.
3.            La tercera propiedad es que su contenido se encuentra expresado en términos
de ciertas ideas fundamentales en que se encuentran implícitas en la cultura política
pública de una sociedad democrática. Esta cultura pública comprende las doctrinas
comprensivas de todo tipo (religiosas, filosóficas y morales), que pertenecen al “marco
cultural” de la sociedad civil.
LA IDEA DE LA SOCIEDAD COMO UN SISTEMA EQUITATIVO DE
COOPERACIÓN. La idea organizadora fundamental de la justicia como equidad es la
sociedad como un sistema equitativo de cooperación. Podemos especificar la idea de
cooperación social exponiendo tres de sus elementos:
1.            La cooperación se distingue de la mera actividad socialmente coordinada. La
cooperación está guiada por reglas y procedimientos públicamente reconocidos.
2.            La cooperación implica la idea de criterios equitativos de cooperación: todas
las personas que participan en el sistema de cooperación y que cumplen su obligación
según lo requieren las reglas y procedimientos, recibirán un beneficio determinado en
base a una pauta adecuada de comparación.
3.            La idea de cooperación social requiere una idea de ventaja racional de cada
participante o una idea del bien. Esta idea del bien especifica el objetivo que procuran
alcanzar quienes participan en el sistema de cooperación, sean individuos, familias, etc.
En la idea de reciprocidad se ubica entre la idea de equidad, que es altruista (orientada
al bien general), y la idea de ventaja mutua, entendida como la ventaja de cada persona
con respecto a su situación presente. La reciprocidad es una relación entre ciudadanos
expresada mediante principios de justicia que regulan un mundo social en el cual cada
uno recibe un beneficio determinada en base a un criterio de igualdad.
LA IDEA DE LA POSICIÓN ORIGINAL. La justicia como equidad reformula la
doctrina del contrato social y concibe que los criterios equitativos de cooperación son
acordados por quienes participan en ella por ciudadanos libres e iguales. Pero su
acuerdo debe ser formulado bajo condiciones apropiadas, que deben situar a personas
libres e iguales bajo circunstancias equitativas y no deben permitir que ciertas personas
posean mayor poder de negociación que otras. La posición original constituye este
punto de vista. La razón por la cual la posición original debe abstraerse de, y no ser
afectada por las contingencias del mundo social, es que las condiciones para un acuerdo
equitativo acerca de los principios de justicia política entre personas libres e iguales
deben eliminar las ventajas de negociación que surgen dentro del marco institucional de
cualquier sociedad, como producto de tendencias sociales, históricas y naturales
acumulativas.
LA CONCEPCIÓN POLÍTICA DE LA PERSONA. Los ciudadanos son libres e iguales
en el sentido que se conciben a sí mismos y a los demás como dotados de la capacidad
moral para poseer una concepción del bien. Cuando los ciudadanos se convierten de una
religión a otra, o dejan de sostener una creencia religiosa establecida, no dejan de ser la
misma persona que eran antes. No se pierde lo que llamamos su identidad pública,
mantienen sus libertades y deberes básicos, poseen la misma propiedad y pueden
formular los mismos reclamos que antes.
En una sociedad bien ordenada apoyada en un consenso superpuesto, los compromisos
y valores políticos de los ciudadanos son aproximadamente los mismos. Los ciudadanos
como libres se ven a sí mismos dotados del derecho a realizar reclamos a sus
instituciones para promover su concepción del bien (siempre que estas concepciones se
encuentren dentro del permitido por la concepción pública de la justicia).
SOBRE EL USO DE CONCEPCIONES ABSTRACTAS. Para llegar a la definición de
lo que he llamado liberalismo político, partí de una serie de ideas familiares y básicas
implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática. La primera de
ellas es la concepción de la justicia política en sí; y luego las tres ideas fundamentales:
la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación, y sus dos ideas
asociadas: la concepción de la persona libre e igual, y la concepción de una sociedad
bien ordenada. También introdujimos dos ideas empleadas para presentar la justicia
como equidad: la concepción de la estructura básica y la de la posición original.
Finalmente, a estas ideas agregamos la idea de un consenso superpuesto y la de una
doctrina comprensiva razonable.
Tres condiciones parecen ser suficientes para que una sociedad constituya un sistema
equitativo y estable de cooperación entre ciudadanos libres e iguales que se hallan
profundamente divididos por las doctrinas comprensivas razonables que sostienen.
Primero, la estructura básica de la sociedad debe estar regulada por una cooperación
política de la justicia; segundo, esta concepción política debe ser el foco de un consenso
superpuesto entre doctrinas comprensivas razonables; y tercero, la discusión pública
debe ser conducida en términos de la concepción política de la justicia. Esta breve
recapitulación caracteriza al liberalismo político y la manera en que éste entiende el
ideal de la democracia constitucional.

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