Este documento resume la evolución histórica de la relación entre liberalismo y democracia. Explica que originalmente el liberalismo se centraba en limitar al estado para proteger las libertades individuales, mientras que la democracia era una idea separada. Sin embargo, a partir de la Revolución Americana y Francesa, ambas ideas comenzaron a vincularse y entrelazarse más a medida que surgían regímenes democráticos liberales. Finalmente, la democracia representativa se estableció como la forma de gobierno compatible con el estado
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Este documento resume la evolución histórica de la relación entre liberalismo y democracia. Explica que originalmente el liberalismo se centraba en limitar al estado para proteger las libertades individuales, mientras que la democracia era una idea separada. Sin embargo, a partir de la Revolución Americana y Francesa, ambas ideas comenzaron a vincularse y entrelazarse más a medida que surgían regímenes democráticos liberales. Finalmente, la democracia representativa se estableció como la forma de gobierno compatible con el estado
Este documento resume la evolución histórica de la relación entre liberalismo y democracia. Explica que originalmente el liberalismo se centraba en limitar al estado para proteger las libertades individuales, mientras que la democracia era una idea separada. Sin embargo, a partir de la Revolución Americana y Francesa, ambas ideas comenzaron a vincularse y entrelazarse más a medida que surgían regímenes democráticos liberales. Finalmente, la democracia representativa se estableció como la forma de gobierno compatible con el estado
Este documento resume la evolución histórica de la relación entre liberalismo y democracia. Explica que originalmente el liberalismo se centraba en limitar al estado para proteger las libertades individuales, mientras que la democracia era una idea separada. Sin embargo, a partir de la Revolución Americana y Francesa, ambas ideas comenzaron a vincularse y entrelazarse más a medida que surgían regímenes democráticos liberales. Finalmente, la democracia representativa se estableció como la forma de gobierno compatible con el estado
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Unidad 1 – ESTADO/SOCIEDAD CIVIL.
CÓRDOVA VIANELLO – Liberalismo, democracia, neoliberalismo e
ingobernabilidad. INTRODUCCIÓN. A partir de los ’70, con el resurgimiento de una idea radical de liberalismo –es decir, neoliberalismo- y con la formulación de la idea de ingobernabilidad como calificativo negativo con el que la nueva corriente pretendía descalificar al Estado benefactor, ambos conceptos, liberalismo y democracia, fueron replanteados desde una perspectiva que pretende, para decirlo con Bobbio, salvar al capitalismo sacrificando la democracia. LA DEMOCRACIA, PILAR DEL PENSAMIENTO POLÍTICO BURGUÉS. A raíz de la consolidación de las monarquías absolutas europeas en el terreno práctico, y de su legitimación en el ámbito teórico con la idea de la soberanía del Estado que reconocía en éste al único ente social legitimado para ejercer el poder, las preocupaciones de los pensadores políticos empezaron a centrarse, a partir de mediados del S XVII, en la necesidad de proteger al individuo frente a la autoridad estatal para cumplir con los principios más elementales de libertad. Las diversas crisis políticas y sociales que los Estados absolutistas comenzaron a afrontar continuamente desde el S XVII y en particular durante el XVIII, pusieron al hombre y a su esfera de derechos en el centro de la discusión. Desde John Locke hasta Kant, la limitación del poder se convirtió en una constante que se convertiría en parte de la definición misma del Estado de derecho. Todas las creaciones teóricas del llamado pensamiento burgués encontraban en la búsqueda de la protección del individuo su común denominador. Los derechos de libertad y de propiedad se convirtieron en la gran demanda de dicho pensamiento. No es casual que las ideas que buscaban la defensa del individuo fueran el referente obligado al hablar de democracia. La democracia había sido considerada por el pensamiento autocrático que caracterizó la etapa de la “razón del Estado” como un sistema de gobierno inaplicable con éxito en la realidad política y social de los Estados nacionales absolutos. La democracia siempre fue considerada por los autores absolutistas que recogían la idea de las tres formas de gobierno que Platón y Aristóteles habían planteado originalmente –monarquía, aristocracia y democracia- como la más inconveniente de ellas. Es muy posible que la fuerza con la que la democrática fue postulada por el pensamiento iluminista del S XVIII fuera más una respuesta al modo autocrático de gobernar característico de los 3 siglos anteriores. José Fernández indica que: “Autocracia y democracia son regímenes diferentes porque tienen cometidos distintos: el objetivo de la autocracia es el orden y –suponen sus partidarios- el orden es mejor garantizarlo allí donde el poder se concentra en las manos de una persona; el propósito de la democracia es la libertad y –presumen sus simpatizantes- la libertad es mejor practicada allí donde el poder se distribuye entre los ciudadanos”. La democracia como valor político encuentra su origen entre los pensadores prerrevolucionarios franceses –en particular Rousseau-. La revolución inglesa no tenía ningún vínculo con los ideales democráticos. Ni siquiera Locke se declara partidario de la democracia. Locke plantea que el Estado debe dividirse, de acuerdo con sus funciones, en tres poderes separados –ejecutivo, legislativo y federativo- para evitar que la concentración de poder le permita atentar contra sus súbditos en su persona y sus derechos. Este autor centró todas sus reflexiones en dos derechos fundamentales de que gozaba el hombre y que el Estado debía respetar ante todo: la libertad –que engloba el derecho a la vida- y la propiedad, mismos que se convertían desde ese momento en valores centrales del pensamiento liberal. La democracia, así, no tenía nada que ver con el pensamiento político del S XVII. En cambio, en la segunda mitad del siglo subsecuente, dos sucesos dieron la pauta para que ese reciente concepto encontrara aplicación en la práctica y perpetuación en el ejercicio del gobierno: la revolución de independencia de EEUU y su consecuente Constitución, y la revolución francesa. DEMOCRACIA Y LIBERALISMO. El nacimiento de EEUU dio pie a que empezaran a vincularse los principios liberales junto con los democráticos, lo que representó una ruptura con la idea, hasta entonces sostenida por los liberales, según la cual sus postulados no tenían nada que ver con la democracia. La democracia fue hasta el siglo pasado una idea divorciada de las máximas liberales y despreciada por los sostenedores de éstas. Que la democracia es una idea liberal desde sus inicios es algo que no debe desprenderse de lo hasta ahora dicho. Una cosa es que la idea democrática haya evolucionado paralelamente al liberalismo y haya tendido a identificarse cada vez más con esta corriente de pensamiento, y otra cosa distinta y equivocada es que ambos conceptos hayan nacido como un mismo producto o que desde sus inicios hayan ido de la mano. La existencia de regímenes democráticos liberales, hoy en día, puede inducir a pensar que ambos conceptos son interdependientes. Nada más erróneo. El liberalismo en sus orígenes tuvo como preocupación central la de limitar al Estado de modo que se convirtiera simplemente en un garante de las libertades individuales, las cuales debían ser dejadas a su libre ejercicio. Los límites de la libertad se encontraban en que sus derechos pudieran ser ejercitados sin lesionar la libertad de los demás individuos. En ese sentido, se oponía al Estado absoluto que tendía por su propia naturaleza a incidir en los derechos individuales de sus súbditos. La declaración de los derechos del hombre y el ciudadano apunta que toda sociedad en la que no se asegure la garantía de los derechos y que no determine la división de poderes, carece de Constitución. Las primeras constituciones escritas, la de EEUU en 1789 y la de Francia de 1791, fieles a esta idea, recogen ambos principios. La esencia del Estado liberal son ciertos derechos básicos que el detentador del poder debe respetar y garantizar, la idea de la democracia, por su parte, se basa inicialmente en el reconocimiento de esos derechos. No obstante, la vinculación que se forjó entre ambas ideas a partir de ese momento nunca se disolvió; por el contrario, a lo largo de su evolución fueron entrelazándose más y más conforme se sucedían los acontecimientos históricos. En efecto, el establecimiento del elemento democrático entendido como un gobierno escogido por el pueblo en el que el mismo toma sus determinaciones por sí o por sus representantes, requiere de entrada un ambiente igualitario e impregnado de libertad, si bien no para todos los individuos, sí para aquellos considerados políticamente activos, es decir, para los ciudadanos. Dichas condiciones básicas para el establecimiento de un Estado liberal requerían de un sistema de gobierno en el cual el respeto de los derechos por parte de quien detentara el poder fuera absoluto. El modelo democrático representativo fue la forma de gobierno que mejor cumplía ese requerimiento y por ello fue recogida por las primeras constituciones y difundida prontamente a todos los países que acogieron los postulados liberales. En efecto, la idea que se va a afirmando es que la única forma de democracia compatible con el Estado liberal, es decir con el Estado que reconoce y garantiza algunos derechos, como los de libertad de pensamiento, de religión, etc., era la democracia representativa o parlamentaria, donde la tarea de hacer las leyes concierne no a todo el pueblo reunido en asamblea sino a un cuerpo restringido de representantes elegidos por aquellos ciudadanos. La democracia apareció, a partir de entonces, como el sistema de gobierno que se oponía a toda forma de despotismo. No obstante, hay que precisar que la idea democrática que perteneció al pensamiento liberal de entonces dista mucho de la concepción que hoy tenemos de ella. Muy útil para éste propósito es el concepto de “poliarquía”, acuñado por Robert Dahl. En efecto, la idea democrática que recogió el pensamiento liberal del S XVIII era limitada si se la compara con los valores que hoy implica: la poliarquía, según Dahl, es un régimen político que se distingue por dos amplias características: la ciudadanía es extendida a una porción alta de adultos, y entre los derechos de la ciudadanía se incluye el de oponerse a los altos funcionarios del gobierno y hacerlos abandonar sus cargos mediante el voto. La poliarquía es un orden político que se singulariza por la presencia de siete instituciones: 1) Funcionarios electos, 2) elecciones libres e imparciales, 3) sufragio inclusivo –todos los adultos tienen derecho a votar-, 4) derecho a ocupar cargos públicos, 5) libertad de expresión, 6) variedad de fuentes de información, 7) autonomía asociativa –el derecho de los ciudadanos de constituir asociaciones para defender sus derechos-. Esa concepción de la democracia es la fase inicial de una evolución que terminará en nuestros días con la idea de la poliarquía como un valor universalmente difundido en las sociedades contemporáneas. EL CARÁCTER REPRESENTATIVO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL. Por lo que hace al ejercicio del gobierno en un régimen democrático se han presentado dos concepciones distintas. Por un lado, la llamada “democracia directa” que es postulada por Rousseau en “El contrato social”, según la cual es el pueblo reunido en su carácter de soberano el que toma las decisiones que le son propias. La otra vertiente que asumió el pensamiento democrático es la llamada “democracia representativa”, que si bien fue concebida, en su acepción moderna, en primera instancia por Montesquieu, encuentra en la obra de Kant su formulación teórica más sólida. Esta última concepción partía de la crítica al gobierno directo propuesto por Rousseau al considerar que sólo podía encontrar aplicación en los cantones suizos en los nació el filósofo ginebrino, y no en las megalópolis modernas que constituían los Estados nacionales. En efecto, el sistema político inglés, renovado con el pacto entre clases que implicó la Revolución del S XVII, se presentaba, durante el siglo siguiente, como el modelo de gobierno representativo en el cual los miembros de la Cámara de los Comunes eran elegidos periódicamente por los ciudadanos. La representación, en efecto, se convirtió a la larga en la esencia misma de la democracia. La experiencia de la representación política en el parlamento inglés no era realmente un modelo democrático; en cambio, el sistema constitucional de EEUU y los postulados de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 en Francia sí prefiguraban un sistema político democrático fundado en la representación. La representación fue una exigencia que las grandes extensiones, tanto territoriales como poblacionales, la diversidad social, política, religiosa, lingüística y racial incluso, de las naciones modernas impusieron a la teoría político luego de demostrar la inviabilidad de los gobiernos democráticos directos. TRES ETAPAS EVOLUTIVAS: LA LUCHA POR LOS DERECHOS CIVILES, POR EL SUFRAGIO UNIVERSAL Y EL ESTADO BENEFACTOR. La evolución paralela que experimentaron el pensamiento liberal y el ideal democrático, y su gradual y progresiva identidad se divide en tres grandes fases: la primera es la lucha por el establecimiento de los derechos civiles, le sigue la lucha por el sufragio universal, y por ultimo, el establecimiento del Estado benefactor en el presente siglo. La primera etapa de la evolución comprende las luchas emprendidas por el pensamiento burgués, en contra del “antiguo régimen”, por establecer una base mínima de derechos que corresponden a los individuos como participar en el gobierno de la sociedad por sí o por medio de representantes. En esta fase, que se desarrolla a lo largo de todo el S XVIII, pero que se afirma en su segunda mitad, es cuando el liberalismo se consolida como la principal corriente del pensamiento occidental. Aunque pueda parecer paradójico, la evolución del concepto y de los alcances de la democracia no fue algo fortuito, todo lo contrario, representó la necesidad inevitable e impostergable de aclaración del régimen establecido para evitar sucumbir ante los embates de los sectores de la sociedad que habían sido relegados y que exigían derechos de los que habían sido privados. Hasta los primeros lustros del siglo pasado la calidad de ciudadano había estado reservada para los detentadores de la propiedad. Incluso Kant asume al respecto una posición: “no todos los ciudadanos constituyen el pueblo. Para ser parte del pueblo es necesario, además, ser propietario, vale decir, ser ciudadano activo”. Es particularmente la búsqueda por ampliar los alcances de la noción de ciudadanía el hecho que conforma la segunda etapa de la evolución del pensamiento democrático, es decir, la lucha por la universalización del sufragio. Esta etapa se extiende a lo largo del siglo pasado y concluye a mediados del presente, cuando fue reconocido por la gran mayoría de los países el derecho de las mujeres para sufragar y ser votadas para ocupar puestos de gobierno. A lo largo de esta etapa los obstáculos fueron muchos. Primero, la diferencia entre las clases sociales, luego la edad y, por último, el sexo, fueron los principales argumentos esgrimidos por el pensamiento reaccionario en oposición a que el carácter de la ciudadanía activa y sus correlativos derechos se extendieran a todos los miembros de la sociedad. La participación de un mayor número de individuos en la vida política fue acompañada de sucesos trascendentales. Por un lado, la hecatombe que para el pensamiento burgués representó el auge de los movimientos socialistas y comunistas en la segunda mitad del siglo pasado y, por otro lado, la profunda crisis de 1929, obligando a los liberales a replantear el papel que el Estado debe jugar en los procesos económicos y sociales. De este proceso surgió el Estado benefactor, el cual representa la tercera etapa de la evolución del pensamiento democrático en las sociedades liberales, encarna una virtual socialización de los beneficios que el modo de producción liberal genera. La revolución socialista rusa de 1917 se presentó como un ultimátum para cambiar las injustas e inequitativas condiciones en las cuales se había fundado el sistema liberal. La sociedad del S XIX se convirtió en un caldo de cultivo de dos valores esenciales de la sociedad liberal confrontados: el mercado autorregulado, por un lado, y el principio de la igualdad, por el otro. La función estatal dejaba de ser, a la luz de la idea de igualdad, la de un mero guardián expectante de la propiedad privada y garante del orden público, y pasaba a ser la de un verdadero intérprete de los valores de justicia, seguridad, empleo y bienestar, entre otros. El modelo liberal democrático empezó a experimentar con éxito la política del Welfare State dejando así los años de la crisis atrás, y remontó de manera gradual los desastrosos efectos que aquélla había provocado. Por otro lado, es precisamente en esa década cuando la ideología fascista echó raíces en algunos países: Italia, Alemania, Japón y España. El ascenso del fascismo fue un producto indiscutible de la crisis que, fundado en principios nacionalistas, descalificó el modelo democrático de gobierno y, en consecuencia, la variante del Estado benefactor que habían asumido los países seguidores del keynesianismo: Inglaterra, Francia y EEUU, entre otros. Los años que siguieron a la 2da guerra mundial fueron de un importante auge económico y de un constante crecimiento. La virtual destrucción que la guerra había causado fue amortizada y revertida con los recursos invertidos en ello a raíz del Plan Marshall. En los años ’50, todas las naciones occidentales adoptaron el modelo democrático del Estado benefactor. Los años ’50 y ’60 son aquellos en los que mayor auge tuvo el mismo. Los ’70 y los ’80 representan los años de crisis y abandono de este modelo ante los embates del pensamiento neoliberal. LA FUNCIÓN LEGITIMADORA DE LA DEMOCRACIA. La democracia se ha generalizado como el valor político por excelencia, se ha reforzado a tal grado que hoy es un principio incuestionable en todo el mundo. Un problema que ha acompañado desde siempre al poder es el de su legitimación ante la sociedad. Incluso Weber, al definir al poder político, apela a la legitimidad como un elemento indispensable de aquel. Weber define a la dominación como “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. Esa obediencia, distinta de la que resulta del uso de la fuerza, tiene como razón principal el presupuesto de la legitimidad del que goza quien emite ese mandato determinado. El poder, así, desde siempre se ha visto necesitado de una justificación; desde Maquiavelo, la preocupación de los teóricos políticos se centró en encontrar los elementos que justifican su ejercicio. Un poder que se funda solamente en la fuerza podrá tener efectividad, pero no legitimidad. El ideal democrático de gobierno renació con el pensamiento iluminista francés y poco a poco fue adquiriendo fuerza y aceptación entre los pensadores políticos, hasta llegar a plantearse como uno de los elementos de legitimación del poder más importantes. En los regímenes democráticos, a pesar de que la toma de decisiones está fundada en el principio de que la mayoría decide, la voz de la minoría debe ser tomada en cuenta. Este hecho es la causa fundamental por la cual las democracias se han consolidado como formas legítimas de poder. La democracia como sistema en el cual todos intervienen, ha pasado a ser un poderoso instrumento de legitimidad, en gran medida por la aceptación y la generalización que ha tenido en las sociedades modernas. LA INGOBERNABILIDAD DE LAS DEMOCRACIAS. El final del boom económico que encarnaron los años de la postguerra acarreó que el pensamiento de los llamados neoliberales iniciara una dura crítica al régimen social y a los avances democráticos que implicaba el modelo del Estado benefactor. Con el objeto de plantear soluciones viables para enfrentar la recesión que se vivía en el ámbito económico, por un lado, y la disminuida credibilidad y creciente oposición a las que se enfrentaban sus estructuras políticas, por el otro, las naciones primer mundistas europeas, americanas y asiáticas conformaron un grupo llamado Comisión Trilateral, que encomendó a algunos especialistas la realización de una investigación que explicara las causas generadoras de la crisis. En dicho texto se llega a la conclusión de que el “exceso” de democracia que caracterizaba al Estado benefactor había generado una situación de ingobernabilidad. Las demandas dentro de los gobiernos democráticos crecían, mientras la capacidad de resolverlas por parte de estos gobiernos se reducía. En el informe, la crítica que hacen a la política asistencial está centrada en el principio neoliberal del Estado mínimo, que presupone que la función estatal debe estar restringida al grado de mantener entre sus atribuciones solamente aquellas indispensables para conducir a la sociedad. De este modo, de acuerdo con las ideas neoliberales, un gran número de servicios y actividades que realizaba el Estado debían ser dejadas en manos de los particulares, presuponiendo que la administración de estos sería más eficiente y evitaría que el gobierno se distrajera de sus actividades realmente centrales. La disminución de confianza de los ciudadanos respecto de las instituciones de gobierno y la falta de credibilidad en los gobernantes provocan una disminución de las capacidades de estos últimos para afrontar los problemas, en un circulo vicioso que puede definirse como la espiral de la ingobernabilidad. La teoría de los autores del informe a la Comisión Trilateral puede resumirse de la siguiente manera: 1) durante los 25 años que siguieron a la 2da guerra mundial, el crecimiento económico provoco una mejoría social y económica de todas las clases sociales –en virtud de las políticas del Estado benefactor-. En esos años, las instituciones democráticas demostraron su gran viabilidad en las naciones trilaterales. 2) dada la apertura de esta etapa, tanto los ciudadanos como los grupos organizados comenzaron a participar más activamente en la vida política y social. Del mismo modo se ampliaron los canales por los cuales podían generarse un mayor número de demandas al Estado. 3) a pesar de las expectativas, el período temporal de recesión que se vivió a principios de los años ’70 dejó al descubierto la incapacidad del aparato gubernamental por hacer frente al cúmulo de demandas y a los costos políticos y sociales que el Estado benefactor había generado gracias a su “magnitud democrática”. El problema de los países de la Trilateral era pues la incapacidad de gobierno. Cuatro eran los elementos que Crozier, Huntington y Watanuki achacaban al Estado benefactor: 1) la deslegitimación de la autoridad y la desconfianza en el liderazgo de los gobernantes, generadas por las virtudes democráticas de igualdad y libertad. 2) la sobrecarga de las estructuras estatales, causada por la ineficacia de los medios gubernamentales para afrontar la expansión democrática en la participación política, por el desequilibrado desarrollo de las actividades del propio gobierno y por una exacerbada tendencia inflacionaria en la economía. 3) la intensificación de la competencia política, dando pie a fenómenos de “pluripartidismo enfermizo”. 4) el “parroquialismo” que han generado en las estructuras internacionales las tendencias democráticas del Estado benefactor. James O’Connor, en su libro, pone la idea de que la ingobernabilidad es el producto de una sobrecarga de demandas a las que el Estado responde con la expansión de sus servicios y de su intervención, pero que provoca inevitablemente una crisis fiscal. Dicha crisis fiscal se debe a que “el Estado, para asegurar su permanencia, debe esforzarse por crear y conservar condiciones idóneas para una acumulación de capital rentable y, por otro lado, por crear y conservar condiciones idóneas para la armonía social”. Al referirse a las soluciones de los neoliberales, Norberto Bobbio señala que éstos, ante la pregunta de si es posible resolver democráticamente dicho problema, siempre tienen una respuesta, es decir, que la única solución puede encontrarse en nuevas formas de gobierno autocrático. Ante la situación concreta de la sobrecarga, responde que debe disminuirse la posibilidad de hacer demandas al Estado; frente al tema de la conflictualidad social, plantean asumir una actitud represiva que consiste en no reconocer la mayoría de los conflictos y de calificarlos como contrarios a los intereses nacionales. Por lo que hace a la ineficacia estatal, asumen, en consonancia con la idea del Estado mínimo, la posición de reducir lo más posible las estructuras administrativas del gobierno. Todas las respuestas neoliberales siguen la vía más fácil, que es el autoritarismo. El mismo concepto de ingobernabilidad pretende significar una situación de completo desorden, descomposición y descontrol de los procesos económicos y de las estructuras sociales y políticas, con el fin de justificar la postura de endurecimiento en el ejercicio del gobierno. Norberto Bobbio ha jugado un papel importante al plantearse como opositor al neoliberalismo. Él señala que “se ha dicho que la política keynesiana fue un intento de salvar al capitalismo sin salir de la democracia, en contra de las dos soluciones opuestas existentes: la de abatir al capitalismo sacrificando la democracia (práctica leninista), y la de abatir la democracia para salvar al capitalismo (fascismo). Ahora se diría que para los liberales de nuevo cuño el problema es el contrario, es decir, el de salvar a la democracia sin salir del capitalismo. Los neoliberales han justificado su crítica al Estado benefactor al identificar las antítesis de Estado máximo/Estado mínimo, considerando que un Estado asistencial genera debilidad y, consecuentemente, ingobernabilidad, mientras que un Estado mínimo trae consigo fortaleza, la cual se expresa en la agilidad y eficacia de sus acciones. La gran paradoja del neoliberalismo es, así, que la democracia ha generado la situación de crisis pero, por otro lado, no puede ser desechada de un modo absoluto. La postura neoliberal, a pesar de que plantea una limitación y no una negación absoluta de la democracia, implica un acrecentamiento del elemento autoritario en claro detrimento de los beneficios que en el ámbito político, económico y social, se habían generado con el Estado asistencial. El modelo neoliberal, el cual se fundó en la idea de la ingobernabilidad del Estado asistencial, no es el único que se ha presentado en las sociedades occidentales, ni tampoco ha sido la alternativa más exitosa, todo lo contrario. El neoliberalismo representa la negación del modelo anterior en razón de la crisis que se generó en el manejo económico y político del Estado, pero hay otros sistemas que han sabido combinar con éxito la política de respeto de las conquistas sociales con un manejo efectivo de la acción gubernamental; nos referimos al llamado “modelo renano” de Estado postsocial que Alemania ha instrumentado desde la etapa de la reconstrucción y que recoge las demandas de atención social básicas y un sistema de asistencia social muy desarrollado. DEMOCRACIA E INGOBERNABILIDAD HOY. Hoy en día el modelo del Estado benefactor ha sido abandonado por casi todos los países, aunque ello no ha significado la eliminación de las políticas sociales del Estado, todo lo contrario, ya que se han mantenido y hasta multiplicado. El informe a la Comisión Trilateral introdujo el tema de la ingobernabilidad en el marco de la crisis que afrontaron las sociedades democráticas occidentales a partir de los años ’70. Ante el abandono del Estado benefactor como modelo de gobierno, la idea de ingobernabilidad perduró como una forma de calificar a cualquier sistema político que es incapaz de resolver problemas. El concepto de ingobernabilidad pasó de ser un concepto vinculado con la crisis del Estado benefactor a ser un adjetivo universalmente usado para calificar las situaciones en que un gobierno es incapaz de actuar eficazmente. La noción de ingobernabilidad sigue siendo el instrumento favorito de los detractores de la democracia y de quienes postulan alternativas autoritarias. A pesar de la difundida aplicación del modelo neoliberal, las conquistas sociales del Estado asistencial, si bien dejaron de ocupar el lugar privilegiado que antes gozaban, continuaron formando parte de las prioridades de gobierno. Las políticas de desarrollo y bienestar social nunca fueron abandonadas y son, hasta hoy, un importante factor en la acción gubernamental de las democracias contemporáneas. La democracia, a pesar de lo que los pensadores neoliberales de los ’70 pensaban, no es de ninguna manera, antítesis de la gobernabilidad, todo lo contrario. Los gobiernos dictatoriales que generan sin duda la gobernabilidad que añoran los autores del Informe a la Comisión Trilateral, también podrán generar desarrollo; pero ninguna dictadura moderna puede compararse, en cuanto a estabilidad y permanencia, con las grandes naciones democráticas. La noción de gobernabilidad no implica actuar rápida y eficazmente, implica sobre todo la permanencia y estabilidad. Y la democracia es el mejor sistema político para la permanencia y estabilidad. EASTON – Esquemas para el análisis político. El autor no habla de Estado y Sociedad civil, sino de Sistema político y Ambiente societal. Dice que el sistema político establece metas colectivas de la sociedad y detenta el monopolio de la sanción. Easton dice que su objetivo es la persistencia y que es un sistema abierto y adaptativo, porque recibe influencias de los demás sistemas y porque tolera y responde a las mismas para no provocar la desintegración del sistema y pueda seguir en pie. Las variables esenciales del sistema político son: asignar valores para una sociedad y lograr que la mayoría de sus miembros acepten sus asignaciones como obligatorias. Cuando un sistema político fracasa, puede desaparecer como consecuencia de una guerra civil, revolución o derrota militar, o bien puede persistir adaptándose a diversas circunstancias. Al autor le preocupan las tensiones que puedan perturbar al sistema político. Dice que estas tensiones pueden provenir de fuentes externas, que a su vez provienen del ambiente intra y extra societal, y también de las fuentes internas, es decir, entre los mismos miembros del sistema político. Para Easton, el Sistema político es neutral, es decir, lo concibe como árbitro que sólo entra en escena para resolver conflictos del ambiente societal. Existen dos tipos de tensiones: la que se genera en la demanda y en el apoyo. La tensión generada de la demanda: La demanda en primera instancia surge como necesidad o deseo social, para luego ser una demanda política. Estas son proposiciones articuladas que se formulan a las autoridades para que lleven a cabo alguna clase de asignación autoritaria. Existen dos fuentes de tensión derivadas de la demanda: 1) el fracaso del producto, es decir, sería la incapacidad para satisfacer las demandas y 2) la sobrecarga de demandas, que significa que hay un volumen excesivo de demandas o bien puede existir diversidad de demandas, por lo que el sistema político no puede hacerles frente. Para Easton, existen reguladores estructurales del volumen de demandas, los cuales las redefinen para que al llegar al Sistema político hallen respuesta: estos reguladores de demandas son los partidos políticos, los medios de comunicación y los grupos de interés. Otro de los aportes de Easton fue su distinción de los mecanismos que refuerzan el apoyo para evitar tensiones. Dice que cuando el apoyo corre peligro de disminución y por debajo del nivel mínimo, el sistema político debe ofrecer refuerzos, que son tres: 1) Regulación estructural del apoyo: se refiere a apelar cambios estructurales, como por ejemplo, una reforma constitucional o cambios en el sistema electoral, entre otros. 2) Apoyo difuso: referencia al discurso ideológico. Se apela al patriotismo, a los sentimientos de pertenencia, para generar lazos de lealtad y afecto. 3) Apoyo específico: generada por el sistema a través de los productos. Los productos son asignaciones autoritarias de valor o decisiones obligatorias y las acciones que las implementan. Para que los productos repercutan en el apoyo, es preciso que satisfagan las demandas existentes. Ejemplos de productos pueden ser resoluciones, acciones administrativas, decretos, reglamentos, etc. Para que los miembros del sistema, incluyendo a las autoridades, puedan responder a una tensión, ¿qué es lo que les permite, dentro de un sistema político, esforzarse en tal dirección? Esto nos lleva a la entraña del sistema político concebido como un conjunto autor regulador, auto directivo de conductas. La capacidad de un sistema de responder a tensiones emanará de dos de sus procesos centrales. Un sistema político está dotado de retroalimentación y de la capacidad de responder a ella. Mediante la combinación de dichas propiedades –retroalimentación y respuesta-, un sistema puede esforzarse por regular la tensión modificando o reencauzando su propia conducta. CONTENIDO DE LA RETROALIMENTACIÓN. ¿Qué tipo de información debe obtener un sistema para enfrentar la tensión? En primer lugar, que sus autoridades, las personas investidas de responsabilidades, necesitarían conocer las condiciones prevalecientes en el ambiente y en el sistema mismo. Si las acciones se adoptaran antes de que se produjeran las circunstancias causantes de tensión, no solo tendrían las autoridades mejor oportunidad de mantener el insumo de apoyo, sino que a veces sería imperativo tomar esas previsiones. En segundo lugar, las autoridades deben tratar de informarse sobre la disposición de los miembros a prestar apoyo y sobre las demandas expresadas. En tercer lugar, deben conocer los efectos que ya surtieran los productos, pero para ello sería necesario que actuaran en oscuridad perpetua. Solo fundándose en el conocimiento de lo ocurrido o de la situación actual con respecto a la demanda y al apoyo, podrán dar las autoridades una respuesta que reajuste, modifique o corrija decisiones anteriores, inclusive la abstención de tomar una decisión. No es que deban obrar así por la fuerza, pero la información que posean les brindará al menos la oportunidad de utilizarla si así lo desean. Sin esta retroalimentación, la conducta sería vacilante o azarosa, y no estaría causalmente relacionada con lo ocurrido antes. Los efectos sobre los productos vuelven al ambiente y se desplazan a través de sus sistemas significativos. La información sobre estas consecuencias pasa luego otra vez del ambiente al sistema. Debido a que las autoridades son los creadores de productos, la retroalimentación debe volver a ellas si se quiere que resulte eficaz para enfrentar la tensión procedente de una declinación del apoyo. La red en su conjunto, desde el punto inicial del producto hasta el retorno a las autoridades, se puede llamar ciclo de retroalimentación. LA TENSIÓN Y EL PROCESO DE CONVERSIÓN. La identificación de insumos, productos y retroalimentación, y de las funciones que desempeñan en la vinculación de un sistema con su ambiente, así como con las fuentes de tensión generadas dentro del sistema, nos permiten redefinir las interacciones que constituyen un sistema político. Ahora podemos concebir a los insumos como la materia prima con que se fabrican los productos. De la diversidad de demandas presentadas en un sistema, sus miembros deben seleccionar algunas en calidad de metas y objetivos del sistema y reservar para su realización los recursos limitados de la sociedad. Si los recursos necesarios son materiales, se pueden obtener mediante productos que tomen la forma de impuestos, órdenes, restricciones o expropiaciones. Si son humanos, pueden originar la organización y movilización de diversos grupos para conseguir su apoyo a favor del sistema en su conjunto y también en favor de las autoridades encargadas de adoptar objetivos específicos y llevarlos a la práctica. Aquí se está describiendo el proceso de conversión. En él se actúa sobre los insumos de demandas y apoyo de modo que el sistema pueda persistir y crear productos que satisfagan las demandas de algunos, por lo menos, de los miembros, reteniendo el apoyo de la mayoría. Volvamos a la tensión. ¿Qué impide que los sistemas políticos mantengan en acción algún tipo de proceso de conversión? La respuesta es simple: la derrota a manos de un conquistador, una serie de crisis económicas, ideales y usos de la cultura occidental, como ocurre en muchas sociedades africanas tradicionales, pueden provocar la destrucción definitiva de los sistemas. La persistencia de un sistema dependerá de que se consiga mantener en funcionamiento un proceso de conversión. Esta conclusión nos ofrece la pauta de análisis; sugiere que deberíamos examinar las siguientes variables: primero, la naturaleza de los insumos; segundo, las condiciones variables en que ejercerán una perturbación tensiva en el sistema; tercero, las circunstancias del ambiente y del sistema que originen ese estado tensito; cuarto, los modos habituales con que los sistemas intentaron enfrentar la tensión; quinto, el rol de la retroalimentación de información y, por último, el papel que desempeñan los productos en estos procesos de conversión y enfrentamiento. La retroalimentación consta de 4 partes: 1) elaboración de decisiones por parte del gobierno, 2) respuesta de la sociedad, 3) comunicación a las autoridades sobre las informaciones de las reacciones, 4) nuevas decisiones tomadas por los gobernantes en respuesta a la reacción del pueblo. Un sistema político consta de seres humanos que pueden prever, evaluar y actuar constructivamente para evitar las perturbaciones del ambiente; a la luz de sus objetivos, procuraran modificar cualquiera de ellas que según se supone, puede producir tensión. Los miembros del sistema están habilitados para regular, controlar, dirigir, modificar e innovar con referencia a todos los aspectos y partes de los procesos correspondientes. LENIN – Para Vladimir Lenin, el Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. Para Lenin es necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad, llamado a amortiguar el choque. El Estado es el órgano de dominación de una determinada clase, la cual no podrá conciliarse con la clase contrapuesta. Por esto el Estado debe disponer de destacamentos, cárceles e instituciones coercitivas debido a que la sociedad está dividida en clases enemigas. Es un instrumento para la explotación de la clase oprimida. Es por lo general de la clase más poderosa, económicamente dominante, que con la participación del Estado, se convierte en la clase políticamente dominante. La sociedad civil está dividida en clases antagónicas e irreconciliables, es decir, conllevan una relación de explotación. Para Lenin, la democracia es la “mejor envoltura del capitalismo junto con el sufragio universal. No es más que un instrumento para la dominación de la burguesía. Es falsa la idea de que este medio es capaz de revelar la voluntad de la mayoría y garantizar su puesta en práctica. El Estado es un instrumento de la burguesía, por eso hay que destruirlo. Lenin pone la mirada en el Estado y cómo destruirlo. El Estado es la otra cara de la sociedad civil. Para extinguirlo, el proletariado deberá controlar el poder estatal y convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Se destruirá a sí mismo como proletariado y a todo antagonismo de clase, también el Estado como tal. Cuando el proletariado lo haga, cuando desaparezcan clases dominantes, el Estado se extinguirá, el gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas, y por la dirección de los procesos de producción. El Estado burgués no se extingue, según Engels, sino que es destruido por el proletariado en la revolución. Lo que se extingue es el Estado proletario. Se refiere con claridad a la época posterior a la Revolución Socialista. Toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de la sociedad. La democracia es también un Estado y por lo tanto también desaparecerá cuando desaparezca el Estado. La violencia desempeña en la sociedad otro papel (además del de agente del mal), un papel revolucionario, que según Marx es la partera de toda sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva. Es el instrumento con el cual el movimiento social rompe las formas políticas muertas y fosilizadas. El Estado burgués no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino solo por la “revolución violenta”. De allí la necesidad de educar a las masas sistemáticamente en la violencia (característica básica de toda la doctrina de Marx y Engels”. Lenin plantea el asalto al Estado, hecho que Gramsci intentará en Italia y que le saldrá mal. PORTANTIERO – Los usos de Gramsci. La forma en que Gramsci trató de resolver para Italia lo que Lenin trató de resolver para Rusia, puede calificarlo como el “Lenin de Occidente”, el Lenin de hoy para las sociedades industrializadas, lo cual no significa más que una metáfora que no nos permite avanzar demasiado en la evaluación crítica de una trayectoria política. La cárcel mussoliniana paradójicamente, permite el despliegue de un pensamiento que desde la práctica política Gramsci no hubiera podido desarrollar como dirigente de un partido comunista. Creía que iba a recuperar al filólogo de la cultura que quiso ser en su paso por la universidad de Turín. En esa dirección trazó sus proyectos de prisionero, que luego no cumplió, para ir anotando reflexiones más hondas, como base para una teoría de la revolución socialista en su país y, en general, para el diseño de una estrategia de la conquista del poder. ¿Cuál es esa estrategia política? El mismo la define en términos militares: la de la “guerra de posiciones”, como alternativa frente a la “guerra de maniobras”. La reflexión sobre la necesidad de un viraje estratégico se expresa en Lenin y también, aunque con más vacilaciones, en los cuadros soviéticos que dirigen la Internacional. “Hay que terminar con la idea del asalto para reemplazarla por la del asedio”, proclama Lenin en 1920. Toda la obra de Gramsci, desde entonces hasta el momento de su muerte, ha de estar fijada a esa matriz. El predominio de la guerra de posiciones como opción estratégica no implica, por otra parte, el total abandono de la guerra de maniobras; solo supone que la presencia de ésta se limita a una función táctica. En los años 1923-26, Gramsci consolida para sí las claves de una teoría de la revolución y a ella le será permanentemente fiel. Todos los conceptos de ciencia política que irá decantando en la cárcel tienen que ver con esa opción. Para Gramsci, en Oriente el Estado es todo y la sociedad civil una relación primitiva, en cambio en Occidente, una poderosa línea de trincheras en la sociedad (las instituciones de la sociedad civil, los aparatos hegemónicos) custodia cualquier temblor de Estado. En una palabra, esa situación calificada como Occidente se presenta en cada nación en que “la sociedad civil se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a las irrupciones del elemento económico inmediato”. El supuesto es que el poder no se “toma” a través de un asalto porque el mismo no está concentrado en una sola institución, el estado-gobierno, sino que está diseminado en infinidad de trincheras. La revolución es así un proceso social, en el que el poder se conquista a través de una sucesión de crisis políticas cada vez más graves, en las que el sistema de dominación se va disgregando, perdiendo apoyos, consenso y legitimidad, mientras las fuerzas revolucionarias concentran crecientemente su hegemonía sobre el pueblo, acumulan fuerzas, ganan aliados, cambian, en fin, las relaciones de fuerza. La guerra de posiciones requiere enormes sacrificios de la población, por eso es necesaria una concentración inaudita de la hegemonía que permita al sector más avanzado de las clases subalternas dirigir al resto, transformarse efectivamente en la vanguardia de todo el pueblo. La revolución socialista es internacional por su dirección, por su objetivo final, “pero el punto de partida es nacional y es de aquí que es preciso partir”. EL TIEMPO DE LA OFENSIVA. La perspectiva de análisis en Gramsci arranca de una caracterización de la situación italiana como crisis orgánica, crisis de hegemonía, crisis a la vez política y social, “crisis del estado en su conjunto”. El estado, como ordenador de la sociedad, como condensación de sus contradicciones, es lo que entra en crisis. Otra vez se trata, en Gramsci, de la primacía de la política. En un escrito de 1918 apunta estas ideas: “Las revoluciones son siempre y solamente revoluciones políticas”. La teoría de la revolución y del estado consiste en ser anti jacobina y, por lo tanto, anti autoritaria. “La revolución rusa –escribe en el ’18- ha ignorado al jacobinismo”. En Gramsci el significado de jacobinismo es el de revolución desde arriba por obra de una minoría iluminada. Su concepción de la conquista del poder, en cambio, supone que ésta es el resultado de un proceso de masas, de una “revolución desde abajo”. En segundo lugar, su teoría de la revolución lleva implícita una teoría del ejercicio del poder y de realización final del socialismo como “reabsorción de la sociedad política en la sociedad civil”, como autogobierno de las masas. En tercer lugar, ubica como pilar de la acción política la organización de lo que calificará más adelante como “reforma intelectual y moral”, entendida como terreno crítico para el desarrollo de “una voluntad colectiva nacional-popular”. El socialismo aparece así como una nueva cultura, como un hecho de conciencia sostenido por la historia de cada pueblo-nación. La hegemonía, como capacidad para unificar la voluntad disgregada por el capitalismo de las clases subalternas, implica una tarea organizativa capaz de articular diversos niveles de conciencia y orientarlos hacia un mismo fin. Tres han de ser los soportes orgánicos de esa estrategia hacia el poder: consejos, sindicatos y partidos. Ellos integran “la red de instituciones dentro de las cuales se desarrolla el proceso revolucionario”. En Turín, el germen del gobierno obrero es la comisión de fábrica. No es el sindicato, como quería Tasca o el partido como lo planteaba Bordiga, sino la organización de los trabajadores en la fábrica capitalista como organismo político, como “territorio nacional del autogobierno obrero”. Los sindicatos no podrían serlo, porque ellos “son el tipo de organización proletaria específico del período histórico dominado por el capital”. Ni los sindicatos ni el partido pueden abarcar a la totalidad de las clases subalternas. Ambos son organismos de tipo “privado”. La importancia que Gramsci le otorga a los consejos es porque ellos han de constituir la trama del estado como organismos que abarcan a la totalidad de las clases populares. “El consejo de fábrica es una institución de carácter público, mientras que el partido y el sindicato son instituciones de carácter privado. En el consejo de fábrica el obrero entra a formar parte como productor, como consecuencia, por lo tanto, de su carácter universal, como consecuencia de su función y de su posición en la sociedad”. El papel concebido por Gramsci a los consejos de fábrica se implanta en una matriz ideológica que piensa a la revolución como un proceso social de conquista del poder, como un hecho de masas, y que concibe a la realización del socialismo como lucha permanente contra la alienación política, como “reforma intelectual y moral” tendiente a cerrar la fisura que separa a gobernantes de gobernados. Para Gramsci, los consejos fusionan la lucha económica con la lucha política en combinación con las tareas propias de sindicatos y partido. Su convicción es que, a través del despliegue que efectúan en una pluralidad de instituciones, las clases populares tienen la posibilidad de superar la fragmentación a que las condena el régimen del capital. EL REFLUJO. Su arranque es la consideración del fascismo como salida regresiva a una situación de crisis orgánica, por medio de la cual las clases dominantes consiguen recomponer el orden social fragmentado, instrumentando para ello a la pequeña burguesía. La primera aparición del fascismo es como grupo de choque de la burguesía agraria; se trata de una política puramente terrorista para la que recluta a elementos marginales. Esta base social se desplaza, en un segundo momento, a la pequeña burguesía rural y luego a la pequeña burguesía urbana, en un proceso muy rápido de crecimiento de sus soportes de masa que coincide con el reflujo de la ola revolucionaria provocado por la derrota de las ocupaciones de fábrica. La crisis de los partidos liberales y el repliegue de los obreros facilita el ascenso al poder por parte de Mussolini. Es necesario destacar algunos rasgos. Primero, la definición del fascismo como un movimiento de masas con bases sociales amplias y no como un mero agrupamiento terrorista, lo que le plantea al partido obrero la necesidad de disputar la adhesión de las clases intermedias, urbanas y rurales. Segundo, la definición del contenido del fascismo como el de un régimen que realiza la unidad política de la totalidad de la burguesía, de modo tal que la lucha antifascista debe ser, simultáneamente, lucha anticapitalista. Tercero, la definición, dentro de esa unidad, del predominio del sector más moderno y no del más atrasado de la clase dominante: el capital monopolista. Estos tres rasgos impondrán, a su vez, las características de la acción revolucionaria a desarrollar. Ella, para ser exitosa frente a esa situación creada por el fascismo, deberá articular: la reconstrucción de la unidad de la clase obrera; la constitución de un bloque entre ésta y el campesinado, principal componente de la pequeña burguesía; la estructuración de una fórmula política que logre fijar los objetivos de transición, “no como fin en sí, sino como medio”. En este proceso complejo de acción política el modelo estratégico será el de la guerra de posiciones, su traducción social la táctica del frente único, su consiga política la república de los consejos obreros y campesinos. El núcleo ideológico que Gramsci habrá de rescatar de los debates de la Internacional estará atravesado por dos ejes: el desarrollo de la capacidad hegemónica del proletariado sobre el resto de las clases subalternas; la necesidad de “traducir” la lucha revolucionaria a las características nacionales de cada sociedad. Esta última condición – que es la de la guerra de posiciones, la de la hegemonía- se plantea para una escena política y social que no es la misma de Rusia de 1917. “La determinación que en Rusia era directa y lanzaba las masas a las calles al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica por todas estas superestructuras políticas creadas por el mayor desarrollo del capitalismo que hacen más lenta y más prudente la acción de las masas. Para Gramsci, las clases sociales son más que datos estadísticos: son realidades históricas definidas por peculiaridades nacionales. Si no se hegemoniza a campesinos e intelectuales, el proletariado no podrá construir el socialismo. Si no obtiene el apoyo de esos sectores, “el proletariado no se transforma en clase dirigente y estos estratos que en Italia representan a la mayoría de la población, permaneciendo bajo la dirección burguesa, dan al estado la posibilidad de resistir al ímpetu proletario y de quebrantarlo”. El primer paso para ello era despojar al proletariado de su “corporativismo de clase”, transformándolo en dirigente de la totalidad de los grupos subalternos. El frente único, el gobierno obrero y campesino, la fase de transición cuyo eje son las reivindicaciones intermedias, contienen políticamente la temática teórica de la hegemonía, del bloque histórico, del estado concebido en sentido amplio, eslabones ideológicos de la concepción estratégica de la revolución como “guerra de posiciones”. Los obreros no son –como lo cree el burgués- el instrumento material de la transformación social, sino el protagonista conciente e inteligente de la revolución. La finalidad del partido es organizar y unificar alrededor de la clase obrera a todas las fuerzas populares; esto es, dirigirlas en el proceso de conquistas del poder. La teoría de la organización en Gramsci es mucho más que una teoría del partido: es una teoría de las articulaciones que deben ligar entre sí a la pluralidad de instituciones en que se expresan las clases subalternas. La “guerra de posiciones”, en tanto supone una “concentración inaudita de la hegemonía”, requiere una metodología del movimiento de masas capaz de soldar la “espontaneidad” de éste con la “dirección conciente”. LA REFLEXIÓN DESDE LA DERROTA. El punto de arranque lógico es la definición del estado como combinación de coerción y consenso, como articulación entre sociedad civil y sociedad política, porque ella supone la base para su teoría de la revolución, entendida como guerra de posiciones. El estado, en la concepción gramsciana, no es sólo el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas encargadas de dictar las leyes y hacerlas cumplir. El estado bajo el capitalismo es un estado hegemónico, el producto de determinadas relaciones de fuerza sociales, “el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”. En ese sentido, integran el estado capitalista, como “trincheras” que lo protegen de “las interrupciones catastróficas del elemento económico inmediato”, el conjunto de instituciones vulgarmente llamadas “privadas”, agrupadas en el concepto de sociedad civil y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en la sociedad. Familias, iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de comunicación, son algunos de estos organismos, definidos como espacio en el que se estructura la hegemonía de una clase, pero también en donde se expresa el conflicto social. Las instituciones de la sociedad civil son el escenario de la lucha política de clases, el campo en el que las masas deben desarrollar la estrategia de la guerra de posiciones. Pero la concepción gramsciana del estado no aparece en toda su dimensión si no se la vincula con su concepción de la crisis. En las sociedades capitalistas, donde la sociedad civil es compleja y resistente y sus instituciones son “como el sistema de las trincheras en la guerra moderna”, la ruptura del sistema no se produce por el estallido de crisis económicas. ¿Cuándo puede decirse que un sistema ha entrado en crisis? Sólo cuando esa crisis es social, política, “orgánica”. Sólo cuando se presenta una crisis de hegemonía, crisis del estado en su conjunto. Estas crisis orgánicas se originan por la convergencia entre el fracaso de los viejos grupos dirigentes en alguna gran empresa para la que convocaron a las masas populares y el crecimiento de la movilización de sectores sociales hasta ese momento pasivos. La presencia de la crisis de hegemonía no garantiza la revolución: sus resultados pueden ser diversos, dependen de la capacidad de reacción que tengan los distintos estratos de la población. Una salida es el cesarismo: la emergencia de algún grupo que se mantuvo relativamente independiente de la crisis y que opera como árbitro de la situación. Otra salida es el transformismo: la capacidad que las clases dominantes poseen para decapitar a las direcciones de las clases subalternas y para integrarlas a un proceso de revolución-restauración. Ambas son, de algún modo, salidas “impuras” que suponen compromisos, o la revolución de las clases subalternas. La preparación de las condiciones para facilitar este último camino es el problema que le interesa a Gramsci cuando insta a analizar cada sociedad como un sistema hegemónico particular, como el resultado de una compleja relación de fuerzas. La teoría de la crisis se enlaza de tal modo con la estrategia para la constitución de un “bloque histórico” alternativo, capaz de sustituir la dominación vigente e instalar un nuevo sistema hegemónico. Ese nuevo bloque histórico, orgánico, en el que estructura y superestructura se articulan en una unidad dialéctica, supone, como base, la confrontación de una coalición política de las clases subalternas, bajo la hegemonía del proletariado. La realización del bloque histórico sólo es pensable desde el poder, como construcción de un nuevo sistema hegemónico, en el que una clase dirige y domina a la totalidad social desde las instituciones de la sociedad política (estado-gobierno) y las instituciones de la sociedad civil (estado-sociedad). El bloque político de las clases subalternas incluye como principio ordenador de su estructura, la capacidad hegemónica de la clase obrera industrial sobre el conjunto del pueblo. Más aún: sin hegemonía el bloque no existe, porque éste no equivale a una agregación mecánica de clases. La hegemonía tiene como espacio de constitución a la política: grupo hegemónico es aquel que representa los intereses políticos del conjunto de los grupos que dirige. Si está claro que el concepto de hegemonía excede el campo de lo económico, parece necesario recalcar también que el mismo no se agota en el nivel de lo ideológico. La hegemonía se realiza (y esto vale para el bloque en el poder y para el bloque revolucionario) a partir de aparatos hegemónicos que articulan cada bloque, instituciones de la sociedad civil que contienen en su interior el despliegue de las relaciones de fuerza o, si se prefiere, de la lucha de clases en todos sus niveles. O’DONNELL – Apuntes para una teoría del Estado. El Estado es un componente específicamente político de la dominación en una sociedad territorialmente delimitada. La sociedad civil está dividida en clases desiguales y contradictorias. De la posición de clases surgen posibilidades diferenciales de lograr prestigio social, educación, acceso a la información, etc. Esto permite acceder al control de los recursos de dominación. En la sociedad existen dos sujetos sociales: la burguesía y el proletariado, clases antagónicas e irreconciliables en sus intereses. Pero hay también un tercer sujeto que aparece como árbitro del conflicto: el Estado. Éste aparece como neutral, pero para O’Donnell es un garante de la relaciones de explotación y de dominación. Así, la clase es desigual y de carácter de explotación (en la sociedad civil) y el Estado no es neutral, sino garante de la reproducción de esas clases. El Estado aparece como árbitro, como una fuerza externa movida por una racionalidad superior. Se muestra como una encarnación del orden justo al que sirve como árbitro. El Estado como garante tiene que trabajar activamente para que se siga reproduciendo la burguesía y el proletariado, ya que es la única certeza que posee el sistema para perdurar. En algún momento el Estado tiene que favorecer al proletariado para poder reproducirlo. O’Donnell estudia particularmente en América Latina, y dice que el Estado es claramente el aparato de dominación de una clase, ya que es una cosa y aparece como otra, como un tercer sujeto, que aparece sólo cuando existe conflicto. El Estado capitalista garantiza que las relaciones de producción se sigan reproduciendo. Las clases pueden tener recursos de dominación, que son más o menos dominantes en cuanto poseen esos recursos económicos, de información, ideológicos, técnico-científicos. El Estado ejerce un control encubierto de la dominación y para O’Donnell existen tres sujetos sociales: 1) El Estado, que posee los medios de coerción física, 2) La sociedad y, 3) Las instituciones estatales: surgen cuando el trabajador está desposeído de los medios de producción y el capitalismo de los medios de coerción. Su función es movilizar los recursos de la coacción, poseer control supremo y garantizar a las clases la relación social que las constituye. Las instituciones estatales –que aparecen como no capitalistas- garantizan y reproducen a la sociedad capitalista por dos razones: a) son una organización burocrática que cumple tareas para organizar la sociedad y b) responden a situaciones de crisis sociales. Según el autor, las mediaciones son recursos del Estado para apelar ideológicamente, para querer hacer aparecer al Estado como escindido de lo social, cuando en realidad es parte co-constitutiva del mismo. Dice que lo privado está impregnado por lo político estatal y que el Estado no está fuera de la sociedad. Las mediaciones surgen cuando el Estado y la sociedad civil llegan a un conflicto, y son instancias generalizadoras para disimular la división de clases. Ocultan el fraccionamiento social y crean nuevas generalidades. El autor da tres ejemplos: 1. La ciudadanía: ser ciudadano implica igualdad ante la ley, hacer valer todos los derechos de la constitución. Implica la negociación de la dominación en la sociedad. “Todos somos ciudadanos, todos somos iguales”. El Estado mediante la ciudadano oculta su rol de garante de la dominación. De esta manera la ciudadanía es el fundamento del Estado porque es la modalidad más abstracta de mediación. 2. El pueblo: o lo popular. Es una solidaridad colectiva que suele mediar entre el Estado y la sociedad. El uso de cada concepto en un discurso se transforma en mediación. Lo popular abarca lo que se conoce como “desposeídos”. Existen ambigüedades: por un lado abarca a los desposeídos (clases subalternas), pero por el otro, no puede beneficiar a esa clase, poniéndose en contra de las clases más dominantes de la nación, los ricos e instituciones estatales. 3. La nación: es la colectividad superior a los intereses particulares de la sociedad. Esto facilita la negociación de las contradicciones porque las desigualdades sociales se ocultan al incluir a todos los intereses dentro del marco homogeneizante de la nación. O’Donnell cree que la mediación es un instrumento importante como parte del cual se constituye el consenso. Toma de Weber el surgimiento del Estado capitalista, pero no coincide con él en el funcionamiento. El Estado capitalista tiene un doble juego, lo que es y lo que aparenta ser. Existe una separación entre Estado y sociedad, que se trata de unir a través de las mediaciones que ocultarían las relaciones de explotación.
El estado es el componente político de la dominación en una sociedad territorialmente delimitada. La dominación (o poder) es la capacidad, actual y potencial, de imponer regularmente la voluntad sobre otros, incluso pero no necesariamente contra su resistencia. Y Lo político es la parte analítica del fenómeno más general de la dominación: aquella que se halla respaldada por la marcada supremacía den el control de los medios de coerción física en un territorio excluyentemente delimitado. La dominación es relacional; es una modalidad de vinculación entre sujetos sociales. Es por definición asimétrica, ya que es una relación de desigualdad. Esa asimetría surge del control diferencial de ciertos recursos. El primero es el control de medios de coerción física. Otro es el control de recursos económicos. Un tercero es el control de recursos de información en sentido amplio, y el último que interesa señalar es el control ideológico. La coacción es el recurso más costoso, porque desnuda explícitamente la dominación y presupone que ha fallado el control ideológico. Ese gran diferenciador es la clase social o, más precisamente, la articulación desigual de la sociedad en clases sociales. Por clase social entiendo: posiciones en la estructura social determinadas por comunes modalidades de ejercicio del trabajo y de creación y apropiación de su valor. La modalidad de apropiación del valor creado por el trabajo constituye a las clases fundamentales del capitalismo, a través de, y mediante, la relación social establecida por dicha creación y apropiación. Esa apropiación no es simplemente una relación de desigualdad, es un acto de explotación, lo cual implica una relación conflictiva. Típicamente son relaciones contractuales, entendidas como aquellas en las que, mediando o no un documento escrito, las partes convienen un haz de obligaciones y derechos. Las partes pueden recurrir a un “algo más” que subyacer a la habitual probabilidad de vigencia y ejecución del contrato. Ese plus es el estado. La garantía que presta el estado a ciertas relaciones sociales es parte intrínseca y constitutiva de la misma. ASPECTOS Y SUJETOS SOCIALES CONCRETOS. Lo que más interesa destacar es que la característica del capitalismo no es que el trabajador está desposeído de los medios de producción; lo es también que el capitalista está desposeído de los medios de acción. La separación del capitalista del control directo de esos medios entraña la emergencia de un tercer sujeto social: las instituciones estatales. Lo económico y la coerción económica es primario en las relaciones capitalistas de producción. Pero una vez que se vende y compra fuerza de trabajo, se está celebrando un contrato que formaliza relaciones que también están constitutivamente impregnadas por aspectos no económicos. El Estado no respalda directamente al capitalista (ni como sujeto concreto ni como clase) sino a la relación social que lo hace tal. La separación del capitalista de los medios de coacción es el origen del estado capitalista y sus instituciones. Si el estado es el garante de las relaciones de producción, entonces lo es de ambos sujetos sociales que se constituyen en tales mediante esas relaciones. El estado es el garante de la existencia y reproducción de la burguesía y del trabajador asalariado como clases. En la génesis de las relaciones capitalistas de producción se halla una difusa coerción económica que no puede ser imputada ni a los capitalistas concretos ni a las instituciones estatales; solo puede ser descubierta como una modalidad de articulación general de la sociedad. ORGANIZACIÓN. Esa apariencia de exterioridad se funda en el encubrimiento de la dominación que subyace a las relaciones capitalistas de producción, que determina que el estado sólo aparezca (como institución) cuando eventualmente se lo invoca para respaldarlas. Pero además se funda en que las instituciones estatales aparecen como encarnación de una racionalidad más general y no capitalista. El derecho racional- formal nació y se expandió juntamente con el capitalismo. Esto es expresión de una relación profunda: ese derecho es la codificación formalizada de la dominación en la sociedad capitalista, mediante la creación del sujeto jurídico implicado por la apariencia de vinculación libre y formalmente igual de la compraventa de fuerza de trabajo y, en general, de la circulación de mercancía. El derecho racional-formal es algo más que enseñanza preventiva y camino regularizado para la efectivización de la garantía coactiva del estado. Al cristalizar los planos que corresponden a la esfera de la circulación y hacerlos previsibles como derechos y obligaciones, el derecho es también un tejido organizador de la sociedad y de la dominación que la articula. La sociedad civil y los sujetos que la constituyen quedan así reducidos a lo que aparecen en las relaciones capitalistas de producción: agentes que, no condicionados por coacción alguna, reproducen relaciones de intercambio movidos por una racionalidad limitada a lo económico. Por el otro lado, las instituciones estatales quedan como instancia superior mediadora de esas relaciones. Es así como el sujeto del derecho es el mismo de la superficie aparente de la sociedad capitalista: es la parte “privada”, contrapuesta a lo público de un estado fetichizado. EXTERIORIDAD. La dominación y su respaldo coactivo tienden a esfumarse tanto de la sociedad como del estado. Lo que queda es un “orden” jurídicamente cristalizado al que pueden apelar todos los sujetos, libres e iguales, y expuestos a coerción sólo cuando intentan violarlo. RACIONALIDAD ACOTADA. Esto determina que no puede realmente buscar ni hallar soluciones óptimas. Su capacidad de atención es limitada, y la información está lejos de fluir libremente. La arquitectura institucional de estado y sus decisiones son el resultado contradictorio y sustantivamente irracional de la modalidad de existencia y reproducción de su sociedad. La complicidad estructural del estado y la desigual base de recursos con que cada uno puede hacerse oír por las instituciones estatales, entrañan que no pocas decisiones estén orientadas por la intención de favorecer a tal o cual fracción o grupo de la burguesía. MEDIACIONES. La contradicción del estado capitalista es ser hiato y, a la vez, necesidad de mediación con la sociedad civil. La competencia interburguesa y la desarticulación de clases subordinadas tienden a generar sistemas de solidaridades inferiores a los que el estado no puede dejar de implicar. El estado capitalista es el primer estado que necesita postular el fundamento de su poder en algo externo a sí mismo. El estado capitalista es un crucial factor de la cohesión de la sociedad global. El resultado es un amplio control ideológico, ejercicio pleno pero encubierto de la dominación en la sociedad, respaldado por un estado que aparece como custodio y epítome de un compartido sentido de vida en común, asumido como natural y éticamente justo. Un ciudadano es aquel que tiene derecho a cumplir los actos que resultan en la constitución del poder a las instituciones estatales, en la elección de los gobernantes que pueden movilizar los recursos de aquéllas y reclamar obediencia. La ciudadanía es el fundamento más congruente del estado tal como aparece en la superficie de la sociedad capitalista. Lo es debido a que es la modalidad más abstracta de mediación entre estado y sociedad. La nación es el arco de solidaridades que une al “nosotros” definido como la común pertenencia al territorio acotado por un estado. El estado demarca a una nación frente a otras en el escenario internacional. El referente de las instituciones estatales no es la sociedad sino la nación. La nación es una generalidad concreta, lo que permite imputarle el interés general que es referente del estado cosificado. Ser miembro de la nación es verse como integrante de una identidad colectiva superior a los clivajes de clase. Lo popular no es la mediación abstracta de la ciudadanía ni la mediación concreta pero indiferenciada de la nación. Sus contenidos son más concretos que los de ésta. También son menos genéricos. Lo popular puede ser tanto fundamento como referente de las instituciones estatales. El estado capitalista sólo puede ser realmente un estado popular en circunstancias históricas muy especiales y de corta duración. WEBER – Economía y sociedad EL ESTADO. De la coalición necesaria del Estado nacional con el capital surgió la clase burguesa nacional, la burguesía en el sentido moderno del vocablo. En consecuencia, es el Estado nacional a él ligado el que proporciona al capitalismo las oportunidades de subsistir; así, pues, mientras aquél no ceda el lugar a un estado universal, subsistirá éste también. El derecho racional del moderno Estado occidental, según el cual decide el funcionario de formación profesional, proviene en su aspecto formal del derecho romano. Éste es en primer lugar un producto de la ciudad-estado romana, que nunca dejó llegar al poder a la democracia en el sentido de la ciudad griega, y con ella, su justicia. Una política económica estatal digna de este nombre, o sea una política continuada y consecuente, sólo se origina en la época moderna. El primer sistema que produce es el llamado mercantilismo. Anteriormente al mismo, sin embargo, había por doquier dos cosas: política fiscal y política del bienestar, en el sentido, esta última, del aseguramiento de la cantidad usual de alimentos. El primer indicio de una política económica principesca racional aparece en Inglaterra en el S XIV. Se trata del mercantilismo, que significa el paso de la empresa capitalista de utilidades a la política. El Estado es tratado como si constara únicamente de empresas capitalista; la política económica exterior descansa en el principio dirigido a ganar la mayor ventaja posible al adversario: a comprar lo más barato posible y a vender a precios muchos más caros. Mercantilismo significa, pues, formación moderna de poder estatal, directamente mediante aumento de los ingresos del príncipe, e indirectamente mediante aumento de la fuerza impositiva de la población. El supuesto de la política mercantilista residía en el alumbramiento en el país del mayor número de fuentes de ingresos posible. Es erróneo suponer que los teóricos y los estadistas mercantilistas confundieran la posesión de metales nobles con la riqueza de un país. Sabían que la fuente de dicha riqueza está en la fuerza impositiva, y no es sino con el fin de aumentarlo que hicieron todo lo posible para retener en el país el dinero que amenazaba con desaparecer del tráfico. Otro punto programático del mercantilismo era, en conexión concreta directa con la política de poder del sistema, el del mayor aumento posible de la población y la creación de las más oportunidades posibles de venta al exterior y aún en lo posible de las de productos que comprendían un máximo de mano de obra del país, o sea, pues, de productos acabados, y no acaso de materias primas. Ese sistema se apoyaba en la teoría de la balanza comercial, que enseña que un país se empobrece tan pronto como el valor de las importaciones rebasa el de las exportaciones. Inglaterra es el país de origen del mercantilismo. Las primeras trazas de su aplicación se encuentran allí en 1381. Al producirse, bajo el débil rey Ricardo II, una escasez de dinero, el parlamento nombró una comisión investigadora, que es la que primero trabajó con el concepto de la balanza comercial, con todas sus características esenciales. El mercantilismo, como alianza del Estado con intereses capitalistas, apareció bajo un doble aspecto. Una de sus formas de aparición fue la de un mercantilismo monopolístico estamental. Ese sistema quería la creación de una articulación estamental de toda la población en sentido cristiano-social, una estabilización de los estamentos, para poder volver a introducir el sistema social en la caridad cristiana. En contraste con el puritanismo, que veía en todo pobre a un perezoso o un criminal, aquel sistema simpatizaba con la pobreza. En Inglaterra, la política real y anglicana sucumbió en el Parlamento Largo debido a los puritanos. La lucha de éstos contra el rey se prolongó por muchos años, bajo la consigna: “contra los monopolios”, que en parte se habían otorgado a extranjeros y en parte a cortesanos, en tanto que las colonias eran asignadas a favoritos del rey. El estamento de los pequeños empresarios, que entre tanto habían crecido, luchaba contra la política monopolística real, y el Parlamento Largo decretó la incapacidad electoral de los monopolistas. La segunda forma del mercantilismo fue la del mercantilismo nacional, que se limitaba a proteger a las industrias nacionales existentes, pero no creadas por monopolios. Casi ninguna de las industrias creadas por el mercantilismo sobrevivió a la época mercantilista. Ni constituye tampoco el mercantilismo nacional el punto de partida del desarrollo capitalista, sino que éste tuvo lugar primero en Inglaterra al lado de la política monopolístico-fiscal del mercantilismo. EL ESTADO RACIONAL CON EL MONOPOLIO DEL PODER LEGÍTIMO. Sociológicamente el Estado moderno sólo puede definirse en última instancia a partir de un medio específico que le es propio: la coacción física. “Todo estado se basa en la fuerza”, dijo Trotsky. Por supuesto, la coacción no es en modo alguno el medio normal o único del Estado, pero sí su medio específico. En el pasado, las asociaciones más diversas –empezando por la familia- emplearon la coacción física como medio perfectamente normal. Hoy, en cambio, habremos de decir: el Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima. Por su parte, la política sería la aspiración a la participación en el poder, o a la influencia en la distribución del poder, ya sea entre Estados o en el interior de un Estado, entre los grupos humanos que comprende, la cual corresponde también esencialmente al uso lingüístico. El que hace política aspira al poder: poder ya sea como medio al servicio de otros fines –ideales o egoístas-, o poder “por el poder mismo”, o sea para gozar del sentimiento de prestigio que confiere. El Estado, lo mismo que las demás asociaciones políticas que lo han precedido, es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción legítima. Así, pues, para que subsista es menester que los hombres dominados se sometan a la autoridad de los que dominan en cada caso. Motivos de legitimidad de una dominación hay tres: primero, la autoridad del “pasado” de la costumbre, la dominación “tradicional” tal como la han ejercido el patriarca y el príncipe patrimonial de todos los tipos. Luego, la autoridad del don de gracia personal extraordinario (carisma), es decir la devoción y la confianza en revelaciones, heroísmo y otras cualidades de caudillaje del individuo: dominación carismática, tal como la ejercen el profeta o el guerrero, el gran demagogo o el jefe político de un partido. Y, por último, la dominación en virtud de “legalidad”, es decir en virtud de la creencia en la validez de un estatuto legal, ejercida por el “servidor del Estado” y todos aquellos otros elementos investidos de poder. Pero aquí nos interesa el segundo tipo de dominación: la carismática. La devoción al carisma del profeta o del caudillo en la guerra o del gran demagogo significa que éste pasa por el conductor interiormente “llamado” de los hombres, que éstos no se le someten en virtud de costumbre o estatuto, sino porque creen en él. La devoción de su séquito se dirige a su persona y sus cualidades. ¿Cómo hacen los poderes políticamente dominantes para mantenerse en su dominio? Toda empresa de dominio que requiere una administración continua necesita por una parte la actitud de obediencia en la actuación humana con respecto a aquellos que se da por portadores del poder legítimo y, por otra parte, por medio de dicha obediencia, la disposición de aquellos elementos materiales eventualmente necesarios para el empleo físico de la coacción, es decir, el cuerpo administrativo personal y los medios materiales de administración. El cuerpo administrativo, que representa a la empresa política de dominio lo mismo que a cualquier otra, no se halla ligado a la obediencia frente al detentador del poder por aquella sola representación de la legitimidad de que hablábamos hace un momento, sino además por otros dos medios que apelan directamente al interés personal: retribución material y honor social. Pera el mantenimiento de todo dominio por la fuerza se necesitan además determinados elementos materiales externos, exactamente lo mismo que en la empresa económica. Todos los ordenamientos estatales se pueden clasificar en dos grupos, según que se fundan en el principio de que las personas que constituyen el cuerpo cuya obediencia el soberano ha de contar, ya sean funcionarios o lo que fueren, poseen en propiedad los medios de administración, ya se trate de dinero, edificios, material bélico, lotes de automóviles, caballos o lo que sea, o que, por el contrario, el cuerpo administrativo esté “separado” de los medios de administración, en el sentido en que actualmente el empleado y el proletario están “separados”, en la empresa capitalista, de los medios materiales de producción. La asociación política en que los medios materiales de la administración se encuentran total o parcialmente en el poder propio del cuerpo administrativo dependiente la designaremos como articulada “en clases”. El vasallo, por ejemplo, pagaba de su propio bolsillo la administración y jurisdicción del distrito que le había sido dado en feudo, y se equipaba y abastecía a sí mismo para la guerra, y sus subvasallos hacían lo mismo. Esto traía consecuencias desde el punto de vista de la posición de poder del señor, que solo se apoyaba así en el vínculo personal de la lealtad y en el hecho de que la posesión del feudo y el honor social del vasallo derivaban de la “legitimidad” de aquél. Sin embargo, encontramos hasta en las formaciones políticas más tempranas, la administración por cuenta propia del señor, por medio de esclavos dependientes de él, de funcionarios domésticos, servidores, “favoritos” personales y prebendarios retribuidos a sus expensas con asignaciones en especie o en dinero trata aquél de retener la administración en sus propias manos, de procurarse, los medios para ello, ya sea de su bolsa o de los productos de su patrimonio. Corresponden a este tipo todas las formas de dominación patriarcal y patrimonial, de despotismo sultanesco y de ordenamiento estatal burocrático. Y en particular este último, o sea aquel que en su formación más racional caracteriza también, y aún precisamente, al Estado moderno. El desarrollo de éste se inicia a partir del momento en que se empieza a expropiar por parte del príncipe a aquellos portadores de poder administrativo que figuran a su lado: aquellos poseedores en propiedad de medios de administración, de guerra, de finanzas y de bienes políticamente utilizables de toda clase. El proceso forma un paralelo con el desarrollo de la empresa capitalista. Al final vemos que en el Estado moderno concurre en una sola cima la disposición de la totalidad de los medios políticos de explotación, y que ya ni un solo funcionario es propietario del dinero que gasta o de los edificios, depósitos, utensilios y máquinas de guerra de que dispone. En el Estado actual, pues, la “separación” del cuerpo administrativo, es decir de los funcionarios, de los medios materiales de administración se ha llevado a cabo por completo. Importa destacar que el Estado moderno es una asociación de dominio de tipo institucional, que en el interior de un territorio ha tratado con éxito de monopolizar la coacción física legítima como instrumento de dominio, y reúne a dicho objeto los medios materiales de explotación en manos de sus directores pero habiendo expropiado para ello a todos los funcionarios de clase autónomos. LA EMPRESA ESTATAL DE DOMINIO COMO ADMINISTRACIÓN. En el Estado moderno, el verdadero dominio que consiste en el Manero diario de la administración se encuentra en manos de la burocracia. Lo mismo que el llamado progreso hacia el capitalismo a partir de la Edad Media constituye la escala unívoca de la modernización de la economía, así constituye también el progreso hacia el funcionario burocrático, basado en el empleo, en sueldo, pensión y ascenso, en la preparación profesional y la división del trabajo, la escala igualmente unívoca de la modernización del Estado, tanto del monárquico como del democrático. Desde el punto de vista de la sociología, el Estado moderno es una “empresa” con el mismo título que una fábrica. Y se halla asimismo condicionada de modo homogéneo, en ésta y en aquél, la relación de poder en el interior de la empresa. Así como la independencia relativa del artesano, del pequeño industrial doméstico, del campesino con tierra propia, se fundaba en que eran propietarios ellos mismos de los utensilios, las existencias, los medios monetarios o las armas con que ejercían sus respectivas funciones económicas, políticas, o militares, así descansa también la dependencia jerárquica del obrero, del empleado de escritorio, del asistente académico del instituto y del funcionario estatal exactamente del mismo modo en el hecho de que los utensilios, existencias y medios pecuniarios indispensables para la empresa y su existencia económica están concentrados bajo la facultad de disposición del empresario, en un caso, y del soberano político en el otro. Históricamente, el “progreso” hacia lo burocrático, hacia el Estado que administra conforme a un derecho estatuido está en la conexión más íntima con el desarrollo capitalista moderno. La empresa capitalista necesita para su existencia una justicia y una administración cuyo funcionamiento pueda calcularse racionalmente. En el curso del proceso político de expropiación que tuvo lugar con éxito mayor o menos en todos los países del mundo, surgieron, al servicio inicialmente del príncipe, las primeras categorías de “políticos profesionales”, en otro sentido, esto es, en el sentido de individuos que no se proponían ser señores ellos mismos, sino que entraban al servicio de señores políticos. Se ponían a disposición del príncipe y hacían de la atención de su política un modo de vida por una parte, y un ideal de vida por la otra. Una vez más, sólo en Occidente encontramos esta clase de políticos profesionales al servicio también de otros poderes, al lado del servicio del príncipe. Sin embargo, en el pasado dichos políticos se desarrollaron también aquí, en la lucha del príncipe contra los estamentos, al servicio del primero. Llamaremos “estamentos” a los poseedores por derecho propio de medios militares, o de medios materiales importantes para la administración, o de poderes de dominio personales. Gran parte de ellos estaban muy lejos de dedicar su vida total o parcialmente, o aún más que ocasionalmente, al servicio de la política. Aprovechaban su poder señorial en interés de la obtención de rentas o beneficios, y sólo actuaban políticamente cuando el señor o sus propios compañeros de estamento se lo pedían especialmente. Hay dos maneras de hacer de la política una profesión. En efecto, se vive “para” la política, o “de” la política. El que vive “para” la política hace de ella su vida: o goza de la mera posesión del dominio que ejerce, o nutre su equilibrio interno y el sentimiento de su personalidad en la conciencia que tiene de conferir un sentido a su vida mediante el servicio de una “causa”. En este sentido, toda persona seria que vive para una causa vive también al propio tiempo de dicha causa. Por consiguiente, la distinción se refiere a un aspecto mucho más macizo de la cosa, o sea al económico. Desde este punto de vista, vive “de” la política aquel en quien no sucede tal cosa. Para que en este sentido económico alguien pueda vivir “para” la política han de darse determinados supuestos: ha de ser en condiciones normales, independiente de los ingresos que la política le pueda reportar. Y en condiciones normales esto significa que ha de poseer bienes de fortuna o ha de tener una posición privada que le rinda ingresos suficientes. La dirección de un Estado por personas que viven exclusivamente para la política y no de ella implica necesariamente un reclutamiento “plutocrático” de las capas políticamente dominantes. Con lo cual, por supuesto, no se afirma al propio tiempo que, a la inversa, la capa políticamente dominante no trate también de vivir “de” la política, o sea que no trate de aprovechar su dominio político en beneficio de su propio interés económico. Nada de eso, No ha habido capa alguna que no lo haya hecho de una forma u otra. Sólo significa lo siguiente: que los políticos profesionales no se ven directamente obligados a buscar para su actividad política una retribución, como ha de hacerlo obviamente el que carece de bienes de fortuna propios. Y por otra parte tampoco significa, por ejemplo, que los políticos carentes de tales bienes, tengan sólo o preponderantemente en vista sus intereses privados en la política, o que no piensen “en la causa”. Antes bien, para el hombre acaudalado, la preocupación por su “seguridad” económica constituye un punto cardinal de su orientación vital. La política debe ser honorífica y practicarse en este caso por personas de las que suelen designarse como “independientes”, o sea pudientes, rentistas ante todo, o bien hacer su dirección asequible a los que no disponen de medios, y entonces ha de ser retribuida. El político profesional que vive “de” la política puede ser o un punto “prebendario” o un “funcionario” a sueldo. El desarrollo de la política en “empresa”, que requería una preparación en la lucha por el poder y en los métodos de la misma, tales como el sistema moderno de los partidos los ha ido desarrollando, imponía ahora la separación de los funcionarios públicos en dos categorías claramente distintas: la de los funcionarios profesionales por una parte y la de los funcionarios “políticos” por la otra. Los funcionarios “políticos” se distinguen por el hecho de que se les puede transferir y despedir, o por lo menos poner en a disposición en cualquier momento. Sin duda, la mayoría de los funcionarios políticos compartían la cualidad de todos los demás, de acuerdo con el sistema alemán y en contraste con el de otros países, en el sentido de que también la obtención de dichos cargos iba ligada a un estudio académico, a pruebas profesionales y a un determinado servicio preparatorio. Este distintivo específico del funcionarismo profesional moderno sólo les falta en Alemania a los jefes del aparato político, es decir a los ministros. Ya bajo el régimen anterior a 1918 podía uno ser ministro prusiano de enseñanza sin haber asistido a un instituto de enseñanza superior, en tanto que en principio sólo se podía ser consejero dictaminador sobre la base de las pruebas prescritas. El verdadero funcionario no ha de hacer política, sino que ha de “administrar” y, ante todo, de modo imparcial; y esto es así también, al menos oficialmente, por lo que se refiere a los llamados funcionarios administrativos “políticos”, en la medida en que no se plantee la “razón de Estado”, es decir: en la medida en que no estén afectados los intereses vitales del orden dominante. El funcionario ha de ejercer su cargo “sin cólera ni prejuicio”. No ha de hacer aquello que el político (tanto el jefe como su séquito) hacen siempre, es decir, luchar. Porque el partidarismo, la lucha y la pasión constituyen el elemento político. Y más que de nadie, del jefe político. La actuación de éste se mueve en un principio opuesto, de aquel del funcionario. Y el honor del jefe político está precisamente en asumir con responsabilidad todo lo que hace, responsabilidad que no puede declinar o descargar en otros. Precisamente los tipos de funcionarios de moral elevada suelen ser malos políticos, sobre todo en el concepto político de la palabra “irresponsable” tales como hemos encontrado siempre, en Alemania, en posiciones directivas. Estos es lo que designamos como Burocracia. La burocracia se caracteriza frente a otros vehículos históricos del orden de vida racional moderno por su inevitabilidad mucho mayor. No existe ejemplo histórico conocido alguno de que allí donde se entronizó por completo –en China, Egipto y en forma no tan consecuente en el Imperio Romano decadente y en Bizancio- volviera a desaparecer, como no sea con el hundimiento total de la civilización conjunta que la sustentaba. Y sin embargo, éstas, no eran todavía más que formas sumamente irracionales de burocracia, o sea “burocracias patrimoniales”. La burocracia moderna se distingue ante todo por una cualidad que refuerza su carácter de inevitable de modo considerablemente más definitivo que el de aquellas otras, a saber: por la especialización y la preparación profesionales racionales. El funcionario antiguo era un puro empírico, mientras que el moderno tiene cada día mayor preparación profesional y especialización en concordancia con la técnica racional de la vida moderna. LOS PARTIDOS Y SU ORGANIZACIÓN. La existencia de los partidos no se menciona en constitución alguna ni en leyes, pese a que representen los portadores de la voluntad política de los elementos dominados por la burocracia, o sea por los “ciudadanos”. Los partidos son por su naturaleza más íntima organizaciones de creación libre que se sirven de una propaganda libre en necesaria renovación constante. Actualmente su objeto consiste siempre en la adquisición de votos en las elecciones para los cargos políticos. Por mucho que se lamente ahora desde el punto de vista moral la existencia de los partidos, sus medios de propaganda y de lucha y el hecho de que la confección de los programas y listas de candidatos estén inevitablemente en manos de minorías, lo cierno es que la existencia de los mismos no se eliminará. En cuando a eliminar la lucha de los partidos, esto es imposible, si no se quiere que desaparezca al mismo tiempo la representación popular activa. Los partidos políticos pueden apoyarse, en los Estados modernos, ante todo en dos principios internos básicos: 1) o son esencialmente organizaciones de cargos, en cuyo caso su objetivo consiste en llevar a sus jefes por medio de elecciones al lugar director, para que éstos distribuyan luego los cargos estatales entre su séquito, o sea entre el aparato burocrático y de propaganda del partido. Carentes en tal caso de un programa propio, inscriben en el mismo, en competencia unos con otros, aquellos postulados que suponen deben ejercer mayor fuerza de atracción sobre los votantes. 2) O bien los partidos son principalmente partidos de ideología que se proponen la implantación de ideales de contenido político. Tal fueron, en forma bastante pura, el centro alemán de los años ’70 y la socialdemocracia hasta su burocratización total. Por lo regular, sin embargo, los partidos suelen ser ambas cosas a la vez o sea que se proponen fines políticos objetivos trasmitidos por tradición y que en consideración de ésta sólo se van modificando lentamente, pero persiguen además el patrocinio de los cargos. EL PARLAMENTO. Los parlamentos modernos son en primer término representaciones de los elementos dominados por los medios de la burocracia. Un cierto mínimo de aprobación interna –por lo menos de las capas socialmente importantes- de los dominados constituye un supuesto previo de la duración de todo dominio, aun del mejor organizado. Los parlamentos son hoy el medio de manifestar externamente dicho mínimo de aprobación. Para ciertos actos de los poderes públicos, la forma de acuerdo por medio de ley, después de discusión previa con el parlamento, es obligatoria y a dichos actos pertenece ante todo el presupuesto. Hoy la disposición sobre la modalidad de la creación de dinero del Estado, o sea el derecho del presupuesto, constituye la fuerza parlamentaria decisiva. Sin embargo, mientras un parlamento sólo pueda apoyar las quejas de la población frente a la administración mediante denegación de dinero o rehusándose a aprobar proyectos de ley o por medio de propuestas intrascendentes, queda excluido de la participación positiva en la dirección política. En tal caso solamente puede hacer y sólo hará “política negativa” esto es, se enfrentará a los directivos administrativos como una potencia enemiga, y sólo recibirá de aquellos, que lo considerarán como un obstáculo, un mínimo de información. Se puede odiar o querer el mecanismo parlamentario, pero lo que no se puede hacer, en todo caso es eliminarlo. Sin embargo, aparte de las consecuencias generales de la “política negativa”, la impotencia del parlamento se manifiesta en los siguientes fenómenos. Toda lucha parlamentaria es no sólo una lucha de oposiciones objetivas, sino al propio tiempo y en el mismo grado una lucha por poder personal. Allí donde la posición fuerte del parlamento lleva aparejado que el monarca confíe efectivamente la dirección de la política al hombre de confianza de la franca mayoría, la lucha de los partidos por el poder se encamina a la consecución de dicha posición política suprema. Son en tal supuesto, los individuos de mayor instinto político y con las cualidades más pronunciadas de jefe los que la llevan a cabo y los que tienen la mayor probabilidad de llegar a los puestos de dirección. Otra es la situación cuando, con la designación de un “gobierno monárquico” la ocupación de los puestos supremos del Estado es objeto del ascenso de funcionarios o de relaciones cortesanas casuales y cuando un parlamento impotente ha de consentir semejante composición del gobierno. La esencia de toda política es lucha, conquista de aliados y de un séquito voluntario, y para ello, para ejercitarse en este arte difícil, la carrera administrativa no ofrece en el estado autoritario oportunidad alguna. En el ejército, la preparación se orienta hacia la lucha, y de la misma pueden surgir jefes militares. Para el político moderno, en cambio, la palestra está en el parlamento, lo mismo que para el partido está en el país, y no se puede sustituir por nada equivalente y, menos que todo, por la competencia en materia de ascenso. En un parlamento, por supuesto, y para un partido cuyo jefe obtiene el poder del Estado. El funcionarismo se ha acreditado de modo brillante dondequiera que hubo de demostrar en relación con tareas burocráticas perfectamente delimitadas de carácter especializado su sentido de responsabilidad, su objetividad y su competencia en materia de problemas de organización. Sólo que aquí se trata de realizaciones políticas, y no de “servicio”, y los hechos mismos ponen de manifiesto aquello que ningún amante de la verdad podrá negar, a saber que la burocracia ha fracasado allí donde se le han confiado cuestiones políticas. No es cosa del funcionario entrar combativamente con sus propias convicciones en la lucha política y, en este sentido, “hacer política” que siempre es lucha. Su orgullo está, por el contrario, en preservar la imparcialidad y en pasar por encima de sus propias opiniones, para ejecutar inteligentemente lo que la instrucción particular le exige. En cambio, la dirección de la burocracia, que le asigna sus tareas, ha de resolver por supuesto continuamente problemas políticos: problemas de poder y culturales. Y el controlarla en esa función constituye la tarea primera y fundamental del parlamento. La posición dominante de todos los funcionarios descansa en un saber de dos clases: primero, en el saber profesional, “técnico” en el sentido más amplio del vocablo, adquirido mediante preparación profesional. Que éste esté también representado en el parlamento o que los diputados puedan en los casos particulares proporcionarse personalmente informes acudiendo a los especialistas, esto es casual y asunto privado. Pero el saber profesional no fundamenta por sí solo la burocracia. Se añade al mismo el conocimiento, asequible sólo al funcionario, de los hechos concretos determinantes de su conducta, o sea el saber relativo al servicio. Sólo aquel que independientemente de la buena voluntad del funcionario puede procurarse dicho conocimiento fáctico está en condiciones, en cada caso, de controlar eficazmente la administración. En un parlamento que sólo puede ejercer la crítica, sin poderse procurar el conocimiento de los hechos, y cuyos jefes de partido no son puestos nunca en situación de tener que demostrar de lo que son capaces, sólo tienen la palabra ya sea la demagogia ignorante o la importancia rutinaria (o ambas a la vez). Por supuesto, la formación política no se adquiere en los discursos ostentativos y decorativos del pleno de un parlamento, sino solamente en el curso de la carrera parlamentaria mediante una labor asidua y tenaz. PARLAMENTARISMO Y DEMOCRACIA. La parlamentarización y la democratización no están en modo alguno en una relación de reciprocidad necesaria, sino que a menudo están en oposición. Y aún recientemente se ha pensado con frecuencia que son necesariamente opuestos. Porque el verdadero parlamentarismo sólo es posible en un sistema de dos partidos. En los estados industriales, el sistema de dos partidos es imposible, como consecuencia de la división de las capas económicas modernas en burguesía y proletariado y por la importancia del socialismo como evangelio de las masas. Políticos profesionales los hay de dos clases: aquellos que viven materialmente “de” los partidos y de la actividad política, y los que están en condiciones por su posición pecuniaria de vivir “para” la política y se ven impulsados a ello por sus convicciones, o sea que hacen de ella su vida ideal. Entiéndase bien que no se trata aquí de negarle acaso al funcionario de partido todo “idealismo” político. Lejos de ser el idealismo en función, por ejemplo, de la posición de fortuna, la vida “para” la política es precisamente más barata para el partidario acaudalado. Las exigencias actuales de la política lleva aparejado el que una profesión juegue un papel importante en el reclutamiento de los parlamentarios: la de los abogados. Aparte del conocimiento del derecho como tal, contribuye también a ello un elemento puramente material, o sea la posesión de un despacho propio, tal como lo necesita hoy el político profesional. ¿En qué dirección se desarrolla el caudillaje en los partidos bajo la presión de la democratización y de la importancia creciente de los políticos profesionales, los funcionarios de partido y los interesados, y cuáles repercusiones tiene esto sobre la vida parlamentaria? Una concepción popular alemana hace el balance de la cuestión de los efectos de la “democratización” de modo muy simple: el demagogo –dice- sube, y el demagogo victorioso es el que tiene menos escrúpulos en relación con los medios de captación de las masas. La frase relativa al ascenso del demagogo en su sentido peyorativo ha sido exacta a menudo y lo es, en relación con el demagogo en su sentido correcto. El político que llega a ocupar el poder y ante todo el jefe de partido, se halla expuesto a la crítica de los enemigos y competidores en la prensa, y puede estar seguro de que, en la lucha, los motivos y los medios determinantes de su ascenso se sacarán a relucir sin el menor escrúpulo. La consideración objetiva habría, pues, de llevar a la conclusión de que la selección dentro de la demagogia de los partidos no tiene en modo alguno lugar, a la larga y en conjunto, según distintivos menos útiles que los que rigen a puerta cerrada en la burocracia. Lo decisivo es que para el caudillaje político sólo están preparadas en todo caso las personas que han sido seleccionadas en la lucha política. Y esto lo asegura globalmente mejor el tan vituperado “oficio de demagogo”. La importancia de la democratización activa de las masas está en que el jefe político ya no es proclamado candidato en virtud del reconocimiento de sus méritos en el círculo de una capa de honoratiores (portadores de un honor social específico), para convertirse luego en jefe, por el hecho de destacar en el parlamento, sino que consigue la confianza y la fe de las mismas masas, y su poder, en consecuencia, con medios de la demagogia de masas. La eliminación de los parlamentos no la ha postulado todavía seriamente ningún demócrata, por mucha prevención que abrigue contra la forma actual de los mismos. En cuanto instancia para la consecución del carácter público de la administración, para la fijación del presupuesto y, finalmente, para la discusión y la aprobación de proyectos de ley, es probable que se los quiera dejar subsistir en todas partes. La oposición contra los mismos, en la medida en que es honradamente democrática y no, decididamente, una disimulación deliberada de intereses burocráticos de poder, desea más bien probablemente en esencia dos cosas: 1) que no sean decisivos para la creación de leyes los acuerdos del parlamento, sino la votación popular forzosa, y 2) que no subsista el sistema parlamentario, esto es, que los parlamentos no sean lugares de selección de los políticos directivos, ni su confianza o desconfianza decisivos para su permanencia en los cargos. Sin duda, la elección y votación popular obligatoria no constituye el polo opuesto radical del hecho de que, en el Estado parlamentario, el ciudadano no hace políticamente más que introducir cada par de años en una arma una papeleta impresa que le proporcionan las organizaciones de los partidos. Se han preguntado si esto constituía un medio de educación política. No cabe duda alguna que sólo lo es en las condiciones de una publicidad y un control público de la administración, que acostumbra a los ciudadanos a seguir constantemente de cerca la manera como se administran sus asuntos. La votación popular obligatoria, en cambio, llama en ocasiones al ciudadano a pronunciarse un par de docenas de veces, en un par de veces, en materia de leyes, y le impone además la obligación de votar largas listas de candidatos oficiales que le son perfectamente desconocidos personalmente y de cuya calificación personal nada sabe. Sin duda, la falta de calificación profesional no constituye en sí misma un argumento en contra de la selección democrática de los funcionarios, ya que no se necesita ciertamente ser zapatero para saber si a uno le aprieta el zapato confeccionado por un zapatero. Pero, con todo, en la elección popular de los funcionarios profesionales es grande el peligro de la desorientación en cuanto a la persona verdaderamente culpable de la mala administración Unidad 2 – PODER/DOMINACIÓN. DEUTSCH – Existen 8 valores que los individuos desean: poder, respeto, rectitud, riqueza, salud, ilustración, habilidad y afecto. Cada uno de ellos son los intereses básicos de la política. El poder, funciona como medio y fin para obtener dichos objetivo, constituye un valor clave en política. Pero lo es sólo en el contexto de otros valores ya que los hombres no viven con un solo valor. El poder es la capacidad para hacer que sucedan cosas que de otro modo no habrían sucedido. Implica nuestra capacidad para alterar los cambios que ya están en proceso y que seguirán adelante sin nuestra intervención. Paralelamente al poder, se encuentra la influencia. Sin embargo, la diferencia entre estos es que mientras la influencia trata de penetrar en la personalidad de un individuo, el poder opera sobre él desde afuera. No todo el que tiene influencia tiene poder, pero sí el que tiene poder tiene influencia. El poder consiste principalmente en el poder sobre la naturaleza y sobre los hombres. Estas se correlacionan a menudo, cuando los hombres aumentan su poder sobre la naturaleza, emplean este poder como medio para aumentar su poder hacia los hombres. El autor dice que el poder sobre la naturaleza es algo que los hombres pueden compartir, pero el poder sobre los hombres es algo por el que éstos tienen que competir. Otro gran aporte de Deutsch es su distinción de un “juego de suma cero” y “juego de suma variable”: • Juego de suma cero: es aquel en el que los premios de todos los jugadores suman cero. Todo lo que un competidor gana lo hace a costa de lo que pierde el rival. Es una forma despiadada de competencia, ya que lo que es bueno para uno debe ser malo para otro. Si el poder en la política tiene este carácter, la lucha por el poder no tiene piedad. • Juego de suma variable: es aquel donde los jugadores compiten entre sí pero todos pueden ganar conjuntamente a costa de la banca, o sea, la naturaleza. Deutsch lo ejemplifica diciendo que todos hemos ganado con el aumento sobre la naturaleza con el desarrollo de vacunas, las presas, etc. Una cuestión importante del análisis político es determinar si una situación de poder es un juego de suma cero o suma variable. En este sentido, conviene saber cómo están repartidas las fichas de poder entre los participantes. Sobre la distribución de poder podemos preguntar “¿quién tiene el voto?”. Se excluye a la gente mediante arreglos institucionales diversos, leyes de registro, requisitos de residencia y largos procedimientos de registro. Esto no solo excluye a pobres, sino también a profesionales educados, empleados y estudiantes que cambian de domicilio, etc. Los que tienen derecho a votar son sólo los miembros de grupos de ingresos altos y medios, en especial los que no se mueven de sus lugares de residencia y los que viven en pequeños pueblos y granjas. Otras desigualdades en la distribución de poder deriva de las diferencias de motivación y oportunidades. Los grupos a los que se les niega el poder son los más vulnerables a la pérdida de motivación para obtener el poder de que carecen y que deberían tener. No todos los que se inclinan a reclamar una participación en el poder tienen igual oportunidad para hacerlo. Los candidatos tienen mayores posibilidades de ganar la elección a causa del poder o la influencia de las personas o grupos que lo apoyan. Los psicólogos han hablado de la diferencia que existe entre el poder sobre la gente y el poder con la gente. Éste último es el poder para coordinar, para poner de acuerdo a un grupo de personas para que sus esfuerzos se fortalezcan mutuamente. Esto puede ayudarles a descubrir su propia fuerza, y otras cosas también. Cuando esto sucede, el poder se vuelve un instrumento de liberación humana. ANTONIO GRAMSCI – Notas sobre Maquiavelo. Un estudio sobre la forma en que es preciso establecer los diversos grados de relaciones de fuerzas, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte político, entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares, útiles para destacar el interés por la realidad efectiva y suscitar intuiciones políticas más rigurosas y vigorosas. Es el problema de las relaciones entre estructura y superestructuras el que es necesario plantear para llegar a un análisis de las fuerzas que operan en la historia de un período determinado y definir su relación. Es preciso moverse en dos principios: 1) ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o no estén en vía de aparición. 2) ninguna sociedad desaparece y puede ser sustituida si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones. En el estudio de una estructura hay que distinguir los movimientos orgánicos de los movimientos que se pueden llamar de “coyuntura”. Los fenómenos de coyuntura dependen también de movimientos orgánicos, pero su significado no es de gran importancia histórica: dan lugar a una crítica política mezquina, cotidiana. Los fenómenos orgánicos dan lugar a la crítica histórico-social que se dirige a los grandes agrupamientos, más allá de las personas inmediatamente responsables y del personal dirigente. En la “relación de fuerza” es necesario distinguir diversos momentos o grados, que son: 1. Una relación de fuerza sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva, independientemente de la voluntad de los hombres. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción. 2. Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas: es decir, la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales. Este momento puede ser analizado y dividido en diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comerciante no se siente solidario con el fabricante: o sea, es sentida la unidad homogénea del grupo profesional pero no así la unidad con el grupo social. Un segundo momento es aquel en el que se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico. Un tercer momento es aquel en el que se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos superan los límites de la corporación de grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha hasta que una de ellas tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados. El Estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo. En la historia real estos momentos se influyen recíprocamente, en forma horizontal y vertical: según las actividades económicas sociales (horizontales) y según los territorios (verticales), combinándose y escindiéndose de diversas maneras. 3. El tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente decisivo según las circunstancias. En él se pueden distinguir dos grados: uno técnico- militar, y otro que se denomina político-militar. Un ejemplo es el de la relación de opresión militar de un Estado sobre una nación que trata de lograr su independencia estatal. La relación no es militar, sino político-militar. NORBERT LECHNER – Poder y orden. La estrategia de la minoría consistente. INTRODUCCIÓN. El estudio intenta dar respuesta a un dicho común. En estos tiempos se suele escuchar con diversos matices que el tipo de Estado surgido en estos últimos años en el cono sur del continente se mantiene por la pura fuerza. Se trataría de un poder ilegítimo que se derrumbaría solo si no recurriese permanente y sistemáticamente a la violencia. Tal afirmación podría ser consecuencia de la “ideología democrática”, o sea de la conciencia de que debe gobernar la voluntad mayoritaria. La conclusión precoz es, que una minoría solo puede gobernar el uso de la coacción física. De hecho, las denominadas “fuerzas de seguridad” juegan un papel predominante en estos regímenes. El Estado tiene un momento de coacción física, pero no se agota en él. Lo que distingue al Estado burgués de otras formas de Estado es su forma de generalidad. Al inicio de la investigación se encuentra la pregunta de por qué una minoría logra gobernar sobre y contra una mayoría. Suponemos que incluso el Estado autoritario no se afirma en la pura fuerza. Más allá de la violencia y del temor parecieran haber otros mecanismos por los cuales se acepta determinada estructura de dominación. Sospechamos que la fuerza se ejerce a través de ciertas mediaciones que hacen la transmutación del poder en orden. La relación de poder y orden suele ser discutida como el problema de la legitimidad. Por legitimidad entendemos el reconocimiento de un orden político. El reconocimiento se refiere al empleo del poder estatal para asegurar la integración social. Se basa en motivaciones y valores que permiten justificar el orden como bueno. En las primeras culturas la dominación se legitima en base a mitos. Posteriormente se hace necesario legitimar ya no sólo la persona imperial sino el orden político. Es la función de las grandes éticas, religiones y filosofías. Principios materiales como la naturaleza o dios son reemplazados por el principio formal de la razón. Descubriendo el orden como producto social, su legitimación no puede ser sino producto de sujetos racionales: el contrato social. El tipo moderno de legitimidad se basa en la idea del pacto entre libres e iguales; en el “contrato social” se funde la construcción ideal del consenso con institucionalización práctica en el principio de mayoría. Si tomamos la razón como una práctica social determinada, podemos suponer que el acuerdo ciudadano está impregnado de la “fuerza de las cosas”. El acuerdo sobre la organización del poder político está determinado por la realidad –una realidad producida por el poder-. El poder genera una realidad que condiciona la legitimación del poder. Presumimos que el poder de una minoría radica en su capacidad de definir las condiciones sociales de manera tal que sus normas explícitas aparecen acorde a la realidad, o sea que las condiciones sociales hacen aparecer sus normas como buenas y racionales. Un tema recurrente de la psicología social es la influencia, es decir, la capacidad de un individuo o grupo de modificar el comportamiento de otro individuo o grupo en la dirección deseada. El “emisor” obtiene del “receptor” un comportamiento acorde a su voluntad sin que uno y otro perciban esta “adaptación” como una relación de poder-obediencia. La influencia puede apuntar a resolver el conflicto (conformidad), a evitarlo (normalización), o a crearlo (innovación). Este último comportamiento nos lleva a la pregunta: ¿cómo una minoría activa puede influir sobre una mayoría silenciosa? Los experimentos llaman la atención sobre la consistencia de la minoría. En base a su comportamiento consistente, una minoría puede modificar la norma mayoritaria. En la política contemporánea tenemos, por ejemplo, la campaña por los derechos humanos o el movimiento ecologista. Un pequeño grupo tematiza un problema social que la población descubre como suyo, como una cuestión colectiva. Tiene lugar una innovación, pero falta asegurar la vigencia de la nueva norma. Un grupo que logra presentarse como mayoría formal puede afirmar su voluntad, aunque sea numéricamente una minoría. PODER Y ORDEN. ¿Cómo ocurre que pocos ganen sobre muchos? Veamos un ejemplo de Popitz. Un buque cruza de puerto en puerto, teniendo a bordo a pasajeros de todo tipo. A la libre disposición de los pasajeros el barco ofrece hamacas. Su número alcanza para un tercio de los pasajeros. En los primeros días, las hamacas cambian permanentemente de propietario. Cuando alguien se levanta, puede ser ocupada por otro. Pero a la salida de un puerto en que bajaron y subieron pasajeros este orden se quiebra de pronto. Los nuevos pasajeros han ocupado las hamacas, proclamando su posesión duradera. Los “propietarios” concentran sus hamacas para facilitar la defensa. Si alguien se acerca a una hamaca vacía es rechazado. La imposición de un poder disposición exclusivo sobre un bien de uso general estructura al antes difuso conjunto de pasajeros. Hay ahora propietarios y no-propietarios. Lo novedoso del nuevo orden es el surgimiento de privilegios negativos. Un subgrupo ya no tiene acceso a un bien en tanto que el otro subgrupo puede disponer de él según sus necesidades. Quienes poseen las hamacas pueden alquilarlas a los demás en trueque por otros bienes o servicios. Entre los servicios se trata primordialmente de cumplir con una función central que surge con todo derecho de propiedad: el cargo de guardián. La delegación de la tarea de vigilar no solamente es un alivio para el propietario: además introduce una mayor diferenciación social. De una relación dicotómica se pasa a una estratificación tripartita: propietarios, guardianes y no-propietarios. LA SUPERIORIDAD ORGANIZATIVA. Quienes del hecho de la ocupación deducen un derecho exclusivo de disposición, recurren a intereses constituidos. En la ayuda mutua entre los propietarios se impone que la cooperación es necesaria. La situación de los no-propietarios es mucho más compleja, ellos tienen intereses comunes: se oponen a los nuevos propietarios. El acuerdo de que el orden existente es injusto no implica un acuerdo según el cual el orden nuevo sería justo. Para los no-propietarios la solución obvia pareciera ser la reconstitución del orden. Pero lo obvio es lo más difícil. El grupo privilegiado volvería siempre a ocupar las hamacas. Los partidarios de un principio igualitario pueden imponerse solamente de manera radical o excluyendo a los otros del derecho de uso. Surge así el extraño carácter coercitivo, que de hecho proviene de la competencia de dos proyectos. Quien se opone al “tener” no puede competir libremente con quien quieren tener. LA POSESIÓN DE BIENES ESCASOS. Los privilegiados tienen ya una ventaja inicial por ser sus intereses más fácilmente organizables. El déficit organizativo de los no- propietarios se agrava por el problema de la redistribución. Una acción de los no- propietarios implica enfrentar la pregunta cómo distribuir un bien que no alcanza para todos. La cooperación entre ellos no promete un premio inmediato para el individuo, lo que gana con una acción conjunta se decide después. Deben organizarse respecto a una meta lejana. Los no-propietarios requieren impulsos más fuertes. No basta la mera voluntad de acción. Se necesitan esperanzas. En este sentido, la utopía sería el método realista que corresponde al carácter especulativo de la confianza exigida. La posesión de bienes escasos permite impulsar la diferenciación social. El antagonismo entre propietarios y no-propietarios se diluye en un orden socialmente jerarquizado y la minoría ya no es más que la punta relativa de una pirámide. La minoría suele gobernar sobre los muchos, porque los pocos son los propietarios y porque la propiedad provoca una superioridad organizativa. La asimetría implícita a toda relación social se ha condensado cuando capacidad organizativa y posesión pueden ser empleados como “recursos de poder”. De ahí, que la formación de poder acá identificada con esos procesos de condensación, sea como surgimiento de la propiedad privada, sea como desarrollo de la división del trabajo. MECANISMOS DE LEGITIMIDAD. Un orden adquiere legitimidad cuando es reconocido como “en sí” obligatorio. Se trata de un reconocimiento básico que más allá de la mera costumbre y del oportunismo crea una motivación para actuar de acuerdo al sentido de este orden. Weber considera esta legitimidad siempre como una vertical social: relación de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo. La legitimidad horizontal entre los privilegiados puede darse de manera análoga también entre los dominados, especialmente en un orden autoritario. Quienes son reprimidos de manera extrema pueden comenzar a reconocer la legitimidad del orden, justamente porque se reconocen a sí mismos. Vemos en un orden autoritario, que los dominados no solamente se someten, sino que sirven; que no solamente temen a las normas sino que las internalizan. ¿Cómo ocurre este reconocimiento interior del orden? Una relación de poder conseguirá ser reconocida cuando durante un tiempo mantenga un orden, o sea, cuando orden y duración adquieran significación en la formación de la conciencia. EL PODER NORMATIVO DE LO FÁCTICO. LA MÁQUINA DE PODER. El análisis de Popitz nos mostró que existen elementos que facilitan a una minoría crear poder y consolidarlo. El proceso de poder no tiene por qué surgir de manos de una minoría ni reproducirse a escala ampliada a partir de ella. Indica las dificultades que encuentra la mayoría desde el inicio y de manera creciente para impedir o para un proceso contrario a su voluntad y sus intereses. La mayoría no es pasiva, se opone a la toma de posesión de las hamacas por parte de la minoría. ¿Por qué la resistencia no es eficiente? No hubo enfrentamiento violento. Hubo desde luego una invocación de la violencia por ambas partes, pero no llegó a hacerse efectiva. ¿Por qué? Los no- propietarios no usan la violencia para desalojar a los usurpadores porque les falta una disposición previa a resistir y no conocen métodos para oponerse al poder. Predominan pautas de actitud convencionales; prevalecen los mecanismos sociales por evitar, desviar o disminuir conflictos. Al no repeler la mayoría inmediatamente la ocupación, la invocación de la coacción física pasa a ser un privilegio de la minoría. ¿Cómo es posible que la minoría pueda invocar la violencia frente a la mayoría? Popitz señala ese momento con la aparición de los guardianes. La minoría encuentra entre la misma oposición mayoritaria quienes se ofrecen a proteger su posición. Más exacto: la minoría es capaz de “comprar” esos servicios de protección y defensa. Popitz habla de una reproducción del poder por medio de un sistema de redistribución. El poder de la minoría radica en su capacidad de transformar y redistribuir los recursos de poder que recibe de uno y otro grupo. La mayoría está ahora dividida en dos grupos y la minoría puede aumentar la presión sobre uno de ellos compensándolo mediante una gratificación al otro. ¿Por qué los guardianes, portadores de la coacción física, no se rebelan, haciendo valer su fuerza? Los guardianes son débiles porque son sustituibles. Cada uno de los guardianes puede ser reemplazado –justamente por la existencia del grupo de los no-propietarios. Su posición es relativamente privilegiada solamente en la medida en que excluye efectivamente a los no-propietarios, pero eso mismo le impide rebelarse contra la situación. LO DINÁMICO DE LA FACTICIDAD. La formación de poder se inicia por un acto revolucionario, que crea una nueva situación. Significa un corto por el cual se redefinen las relaciones sociales. En el momento de la usurpación, los ocupantes de las hamacas determinan las condiciones en que se desarrollará la formación del poder. A través de ese acto definen las hamacas como bienes escasos, plantean la necesidad de la organización, crean la coerción/protección como institución especial. Estas condiciones son tan poco naturales o inevitables como lo son las relaciones capitalistas de producción. La relación de poder no surge de un “contrato social”; ni siquiera aparece como el resultado de una actividad planificada de los usurpadores. La división entre gobernadores y gobernados se establece sin recurrir ni a la violencia ni al consenso. El poder no es solamente la coacción física: es también y sobre todo el poder de la estructura social. En esa cosificación y rutinización del poder como “fuerza de las cosas” radica el orden –y es en ese orden cotidiano donde se origina el reconocimiento del poder estatal-. El gran logro del poder es el orden. El poder no convence racionalmente de que sea orden; no hay diálogo. Se trata de una persuasión fáctica (lo que no significa manipulación conciente). El poder ordena. El orden no es un “hecho” posterior al surgimiento del poder. El poder determina la realidad; la realidad del poder es la realidad del orden. El poder transpira orden. El orden es la forma de aparición del poder. LA FASCINACIÓN DEL ORDEN. ¿Qué fascinación ejerce el orden que no podemos concebir el mundo sino como orden? El orden es el objeto de la política. La política es la lucha entre diferentes “sentidos de orden”. El “sentido de orden” traduce los intereses implícitos a determinada praxis social en tarea colectiva. ¿Por qué un hambriento no roba? ¿Por qué un obrero se deja explotar aún sabiendo que su salario no le permite mantener la vida de su familia? La situación de miseria puede ayudar a incrementar el “valor del orden” y, por ende, el consentimiento pasivo del dominado. Sin embargo, el orden pareciera tener un atractivo propio. El orden es la positividad. Como tal incluye la negación: en no-orden. El orden pone el desorden y se afirma como orden contra el caos. El orden es seguridad: la vida es no-muerte, el orden es no-caos. La seguridad es lo dado, lo finito, lo presente. La seguridad gana al miedo. Para tener seguridad hay que desterrar el miedo. Para tener orden hay que destruir al desorden. La vida mata a la muerte. A través de la muerte ganamos la vida. El orden tiene que matar para vivir, para sobrevivir. El orden es estético. Mide y pondera, estableces equivalentes, es equilibrado y constante. Tiene la armonía de lo que descansa en sí mismo. El desorden es la irregularidad, una fuerza discontinua y ciega. No respeta límites. Es desmedido. LAS DIFICULTADES DE LA MAYORÍA. ACERCA DEL NÚMERO EN POLÍTICA. La consigna de “un hombre, un voto” apunta a la mediación de la concordancia entre las tareas propuestas y la conciencia colectiva. La numeración de los votos cuantifica la hegemonía que de hecho ejerce la minoría que pretende representar a la totalidad de la sociedad. La ley del número remite así a la ley de la proporción. El orden radica en la justa proporción. La regla de las justas proporciones puede ser aplicada también al cuerpo político. Una tipología del orden según sea el gobierno ejercido por uno, por pocos o por muchos estudia el poder como una proporción. PRIMERA VARIANTE. La minoría propiamente tal se constituye cuando aparece la mayoría. Una minoría es minoría en relación a un todo que incluye una mayoría que se le opone. Se trata de una proporción. El ejemplo tampoco plantea la constitución de una mayoría, salvo para señalar sus dificultades. El “grupo pequeño” actúa de manera tal que el resto tarda en darse cuenta de lo sucedido. La conciencia de la ocupación/exclusión como una situación permanente y compartida da significado al “hecho” numérico. Mayoría y minoría devienen nociones socialmente relevantes. Mayoría y minoría expresan la relación de poder como una proporción. Los dos polos de la contradicción (el poder) se determinan recíprocamente a través de una proporción. La proporción determina al dominado. Dominante y dominado se constituyen en actores políticos por medio de una relación de proporción. LA CONSTITUCIÓN DE LA MAYORÍA. Intentaremos describir cómo los no- propietarios pueden hacer una “revolución”. ¿Por qué tiene éxito la mayoría? La causa más obvia pareciera ser la superioridad militar. Su potencial de coerción física en violencia es mayor. La historia griega nos enseña que, en los duelos individuales como en la guerra entre ejércitos, más importante que la fuerza física puede ser la astucia. La violencia es un instrumento cuya eficiencia depende del cálculo: la táctica. La táctica analiza una racionalidad general a partir de un interés particular. El cálculo se hace a partir y a favor de una posición, o sea supone un sujeto. El sujeto no sólo determina sus objetivos y los medios, determina también a través de ellos –al adversario-. Un contraataque exitoso de los pasajeros contra los usurpadores de las hamacas supondría: 1) que los no-propietarios se hayan constituido en sujeto y 2) que su actividad una racionalidad interna, una organización. Para aclarar lo dicho, recordemos dos significaciones del acto de ocupación. En primer lugar, el acto redefine la realidad (ya nada es como antes) y éste plantea un tema nuevo: la distribución de las hamacas. La tarea actual es resolver el empleo de un bien escaso. En segundo lugar, los propietarios han realizado, mediante el acto de ocupación, una ventaja organizativa. Los no-propietarios enfrentan pues una doble tarea: 1) conseguir la autonomía respecto a los propietarios. Deben tomar conciencia de sus propios intereses para elaborar un proyecto alternativo. Para ello deben, 2) lograr la adhesión y el apoyo de la mayoría de los excluidos. El primer elemento es la autonomía del sujeto: para poder cuestionar el orden de los propietarios es necesario que la masa dispersa se constituya como grupo. LA MINORÍA Y EL PRINCIPIO DE MAYORÍA. El “partido del orden”, siendo una minoría, debe legitimar su poder por referencia a una mayoría. La represión violenta y frontal de la mayoría no es recomendable pues provoca dos peligros. Aunque la minoría tenga una superioridad tecno-militar, los guardianes podrían ser más sensibles al principio de mayoría que –en caso de prolongarse la situación represiva y, por ende, intensificarse su percepción- los puede inducir a la deserción. Una posible “recuperación” del principio de mayoría sería limitar su validez a determinado grupo social, o sea restringir el universo de la igualdad. Por ejemplo, podía proclamarse una diferencia esencial entre propietarios y no-propietarios (o entre blancos y negros o entre patriotas y enemigos). De esta manera los “diferentes” pueden ser marginados completamente del proceso de toma de decisiones (prescripción de los derechos políticos) o, al menos, su voto es calificado (elección censitaria según propiedad o nivel educativo). De hecho, existe una larga tradición político-filosófica que reserva el poder a una minoría iluminada. Los límites de tal orden jerárquico- estamental provienen del modo de producción capitalista. Puede restringirse la “ciudadanía”, siempre que no afecte a la productividad. Este restricción protectora se expresa metafóricamente en el lema “participan en el orden sólo quienes lo apoyan”. Establecido el orden, la minoría puede formalizar el principio de mayoría. El poder ha generado una realidad en la cual la relación mayoría/minoría se ha modificado. La relación definida por la posesión/exclusión de las hamacas deviene una relación definida por el “consenso de orden”. A la mayoría qua no-propietarios se sobrepone la mayoría de quienes defienden el orden. El “partido de la propiedad” se ha transmutado en el “partido del orden” y en nombre del orden y dentro establecido se instaura el principio de mayoría. Una vez funcionando el orden, se puede formalizar la voluntad mayoritaria llamando a elecciones así como discriminar el interés minoritario criminalizando su acción. Un elemento central en la relación mayoría/minoría es el concepto de representación. En su connotación de delegación en el ejercicio del poder. Nos interesa la representación más bien en el sentido recién insinuado de “expansión” de determinado grupo mediante la “adhesión”. Retomando la perspectiva gramsciana, consideranda la representación un momento en la construcción de una hegemonía –proceso a través del cual una minoría deviene representante de la mayoría-. Los representantes invocan un “sentido de orden” a través del cual los representados se reconocen y se organizan. La invocación de determinadas significaciones sociales es exitosa cuando determina un interés común a las diversas prácticas individuales y se constituye en torno suyo una identidad colectiva. A través de la invocación exitosa representantes y representados se “ponen” recíprocamente. La representación surge pues como una iniciativa de minoría que interpela a otros grupos (mayoría) en nombre de un supuesto sentido común. Una minoría en el poder podría invocar sus intereses como norma mayoritaria. La invocación se realizaría a través de las mismas condiciones del poder y no mediante algún “contrato” negociado. LA CONSTITUCIÓN DE MAYORÍAS Y MINORÍAS. Presumimos que la minoría no ejerce una violencia directa contra la voluntad mayoritaria. La minoría en el poder se plantea como representante de la mayoría y asegura sus postulados, eliminando toda interferencia. Nuestra interpretación parte de un artículo de Moscovici y Ricateau sobre el proceso de influencia social. La influencia apunta a modificar el comportamiento del otro de acuerdo a la norma propia. Un grupo puede ejercer influencia sobre el otro gracias a la consistencia de su comportamiento. Es decir, uno de los grupos modificará su concepción de la realidad si la norma del otro grupo se apoya en un comportamiento consistente. En el caso que el comportamiento consistente sea el atributo de la minoría, el conflicto da lugar a un proceso de innovación, cambiando la mayoría su percepción de la realidad. Respecto a nuestro tema interesa la influencia de una minoría activa sobre una mayoría silenciosa. Si un grupo minoritario, pero de comportamiento consistente, enfrente un grupo mayoritario, pero de comportamiento difuso, la minoría rechaza la norma mayoritaria y enfatiza la propia. La relación mayoría/minoría depende de la definición del entorno social. La mayoría numérica de una sociedad puede aparecer en determinada situación como minoría formal. A la inversa, la minoría numérica puede aparecer en determinadas condiciones como mayoría formal. Una minoría numérica puede transformarse en mayoría formal bajo determinadas condiciones: 1) un grupo social con un comportamiento consistente; 2) un entorno social que produzca la atomización de la mayoría real y el bloqueo de toda negociación entre mayoría/minoría. Suponiendo la existencia de una minoría consistente, nuestro interés es por el entorno social, es decir, por las condiciones de la situación experimental que permiten a esta minoría actuar como mayoría (representar la voluntad mayoritaria). Haremos una breve hipótesis: determinado resultado experimental es válido bajo las condiciones determinadas del experimento. Los resultados de un experimento respecto a la explicación de un fenómeno no son independientes de las condiciones en que se realiza tal experimento. LA AUTORIDAD. Una condición social para analizar la situación experimental es la presencia de una autoridad que define los objetivos, dispone de los recursos necesarios y logra manipular unos y otros en una relación de causalidad. Estos son los recursos de poder. Para ejercer el poder, la autoridad debe legitimar esta relación. ¿A qué potencial de legitimación puede recurrir la autoridad para movilizar sus recursos de poder? 1) Autolegitimación: la autoridad está convencida que obra por causa justa y verdadera; 2) Legitimación horizontal: toda estructura de dominación requiere un acuerdo de los dominantes entre sí, mediante el cual se reconocen y garantizan mutuamente los derechos que ejercen, y debe existir una identidad de intereses en el grupo dominante; 3) Legitimación vertical: se trata del reconocimiento de la autoridad por parte de los subordinados. Falta precisar el principio de legitimidad a que recurre la autoridad política. Pueden distinguirse dos niveles de referencia. El primero es la invocación de la nación como comunidad del “nosotros”, un mecanismo de identidad colectiva. Pero la invocación de la nación es precaria cuando la lucha de clases ha puesto ya de manifiesto una desigualdad social. Entonces es necesario recurrir a un marco más amplio que ofrezca algún ámbito de igualdad. Es a este segundo nivel, la referencia a una lógica cultural transnacional. A ella apunta por ejemplo, la invocación del humanismo cristiano- occidental. Pero ella también fracasa, pues el humanismo cristiano-occidental está permeado por el conflicto social. Existe, sin embargo, otra invocación: la invocación del saber técnico. El saber técnico expresa la nueva lógica cultural. Establece una identidad ya no sólo al nivel nacional sino de acuerdo a la internacionalización de las relaciones capitalistas de producción. La técnica crea un ámbito de igualdad en cuanto todos están subordinados a las “leyes científicas” y simultáneamente crea una relación de desigualdad, confiriendo autoridad al portador del saber técnico. LA DEFINICIÓN DE LA SITUACIÓN. Se trata de preparar una situación de contradicción que obligué al sujeto a definirse. Ello se logra, planteando un sistema de afirmaciones y bloqueando toda negociación sobre ellas. Se insiste en una concepción del mundo y se niega toda transacción. Eso es –en el proceso social- la quintaesencia del autoritarismo: imponer una realidad y mantenerla impermeable. La situación tiene que ser tal que los individuos y grupos sociales no pueden elaborar un sentido común a la praxis social y solamente pueden definirse a favor o en contra del proyecto propuesto autoritariamente. LA RELACIÓN ENTRE LA AUTORIDAD Y LOS INDIVIDUOS. Analizando las condiciones de éxito de la situación experimental habíamos nombrado algunos elementos respecto al desface entre el sentido común vigente y el proyecto propuesto. Veamos entonces estas condiciones específicas en la actual situación política. El proyecto propuesto por la autoridad debe ser plausible. Las condiciones de la “reconstrucción nacional” por ejemplo, deben ser comprensibles como consecuencia necesaria del caos y del desorden del período anterior. Simultáneamente, el proyecto propuesto debe dar una interpretación plausible de los objetivos; éstos deben aparecer como deseables y factibles. La autoridad debe ser digna de confianza. La integridad moral y la capacidad profesional deben ser creíbles. La credibilidad se deteriora cuando se hacen evidentes contradicciones entre sus actos y sus discursos. A su vez, los individuos deben tener confianza en la autoridad. Deben estar inclinados a creer en las buenas intenciones y buenas acciones de la autoridad. También hay que evitar que las relaciones entre la autoridad y los individuos sea interferida, hay que evitar que el individuo inicie un proceso de aprendizaje de la realidad diferente al sistema de normas en que la autoridad lo socializa. LA LEGITIMACIÓN DEL ORDEN. Recapitulemos brevemente nuestra indagación acerca del poder de una minoría sobre una mayoría. ¿Cómo una minoría llega a ser representante de la mayoría sin responder a la voluntad mayoritaria? La respuesta argumenta en base a dos hipótesis insinuadas en la psicología social: 1) una minoría consistente puede cambiar la norma mayoritaria y obtener conformidad para su innovación siempre que logre aparecer como mayoría formal; 2) ellos supone que la minoría consistente tenga el poder de determinar el entorno social. En la manipulación de la minoría en transformar su voluntad en voluntad mayoritaria, se destacan dos momentos. En primer lugar, la invocación del saber tecnocrático. Aún actuando como mayoría formal, la minoría consistente sigue siendo minoría. La minoría recurre al principio de mayoría para exigir conformidad para una limitación de la voluntad mayoritaria. La minoría puede invocar el saber tecnocrático porque ha atomizado (despolitizado) a la mayoría y, a su vez, esta invocación justifica el poder en manos de una minoría. En segundo lugar, la división de la mayoría real. La minoría trata, por un lado, de valorar los intereses de la mayoría, reinterpretándolos en el marco del orden establecido. Por el otro lado, la minoría reprime y excluye a aquellos sectores de la mayoría que rechazan el “valor del orden” y pretenden construir una hegemonía alternativa. LA INVOCACIÓN DEL SABER TECNOCRÁTICO. Veamos la invocación por la cual la minoría se postula representante de la mayoría. La minoría tiene que proponer un tipo de concepción del mundo que integre los distintos intereses particulares. Así definen las FFAA al objetivo nacional como su tarea profesional: la unidad territorial, la seguridad nacional. También la burguesía: la garantía de la propiedad privada y de la moneda, la libertad contractual y de mercado. Así los diversos intereses confluyen en un solo objetivo: la mantención del orden. El recurso al saber tecnocrático puede legitimar la supresión del procedimiento democrático. La tecnocracia parte de un enfoque positivista que pretende llegar a juicios de la realidad no contaminados por juicios valorativos. En esta perspectiva, las afirmaciones quieren ser representaciones de una realidad “en sí”, sin interferencia subjetiva, en tanto que su “prueba” suele realizarse mediante operaciones experimentales de comprobación controlada. Se trata de un conocimiento interesado en asegurar y ampliar el campo de acción del control social. Todo lo existente le aparece como necesario. El saber tecnocrático da lugar a una política concebida fundamentalmente como control social. El saber tecnocrático es un atributo de la minoría, se trata de una elite que pretende representar el nuevo “espíritu del capitalismo”. La modernización es encarnada por una elite. Justificando el saber tecnocrático como tarea de una élite, puede legitimarse la minoría como representante de la mayoría. Habiendo reducido la política a problemas técnicos, las decisiones políticas incumben a la élite tecnocrática. Es un asunto de “expertos”. El representante ya no invoca la voluntad general sino su conocimiento mejor. LA REDEFINICIÓN DE MAYORÍA Y MINORÍA. Para explicitar su influencia de mayoría formal, la minoría consistente redefinirá lo que es mayoría y minoría. Se trata de sobreponer a la relación inicial de mayoría y minoría (basada en intereses antagónicos) una nueva relación basada en intereses antagónicos respecto al orden establecido. Es decir, se trata de manipular el principio de mayoría de manera tal que pueda servir de refuerzo a una división social realizada de facto. La invocación tecnocrática es un llamado al consenso. Una vez ordenada la realidad, se invita a todos estar conforme con ella. Quienes están disconformes con la realidad se encuentran en desventaja. Los “opositores” devienen “enemigos del orden” en la medida en que su disenso es tanto más amenazante cuanto menos afianzada sea la hegemonía del grupo dominante. De ahí, la doble cara del orden autoritario: por un lado, el llamado del consenso, por el otro, la guerra a los disidentes. Abordemos primero la redefinición de la mayoría. El orden instaurado por la minoría consistente busca ser respaldado por la voluntad mayoritaria. No requiere un consentimiento activo: es suficiente una lealtad pasiva. Se trata de vincular la mayoría al orden de manera que, dispuesta a defender sus inversiones, defienda el poder de la minoría. El “asistencialismo” es una medida profiláctica contra la revolución social. Insistimos ya sobre la fragmentación de la mayoría real y sobre sus dificultades por constituirse en sujeto social y político. Por lo demás, contra sus rebeliones esporádicas y convulsivas siempre queda el recurso a la represión violenta. Se trata de un “populismo” que instrumentaliza la miseria en función de la estabilidad del orden. El asistencialismo sirve así para ampliar y profundizar la relación de explotación; aprovechándose de las expectativas de ascenso individual. El resumen, el consenso con el orden establecido es experimentado por la mayoría como la afirmación de su sobrevivencia física. Abordemos a continuación la redefinición de la minoría (formal). El proceso de pacificación social es afianzado por referencia a una imagen de enemigo. Es decir, para constituir una mayoría en torno al orden existente se requiere no solamente cierta base material (el “valor de orden”) sino también un “alter” frente al cual distanciarse. El “alter” será un grupo claramente minoritario y con rasgos negativos. Se definirá como “enemigos” a un grupo de identificación fácil, aparentemente peligroso, pero que puede ser derrotado. La definición de enemigo intentará circunscribir a todos quienes buscan un orden diferente. WEBER – División del poder en la comunidad: clases, estamentos y partidos. Todo ordenamiento jurídico (y no sólo estatal) influye sobre la distribución de poder. Por “poder” entendemos la probabilidad que tiene un hombre o grupo de hombres de imponer su propia voluntad incluso contra la oposición de los demás miembros. El “honor social”, el prestigio, puede constituirse la base hasta del mismo poder de tipo económico. El orden jurídico puede garantizar tanto el poder como la existencia del honor. Llamamos “orden social” a la forma en que se distribuye el “honor” social dentro de una comunidad entre grupos típicos pertenecientes a la misma. Los fenómenos de distribución del poder dentro de una comunidad están representados por las clases, los estamentos y los partidos. Las clases no son comunidades en el sentido dado aquí a esta palabra sino que representan solamente bases posibles (y frecuentes) de una acción comunitaria. Así, hablamos de una “clase” cuando: 1) es común a cierto número de hombres, un componente causal específico de sus probabilidades de existencia, en tanto que, 2) tal componente esté representado exclusivamente por intereses lucrativos y de posesión de bienes, 3) en las condiciones determinadas por el mercado (de bienes o de trabajo) (situación de clase). Constituye el hecho más elemental que la forma en que se halla distribuido el poder de posesión sobre bienes en el seno de una multiplicidad de hombres que se encuentran y compiten en el mercado con finalidades de cambio crea por sí misma probabilidades específicas de existencia. Según la ley de utilidad marginal, excluye a los no poseedores de bienes en favor de los poseedores y monopoliza de hecho su adquisición por estos últimos. Monopoliza las probabilidades de ganancia a favor de aquellos que no están obligados a efectuar intercambio y aumenta su poder en la lucha de precios contra aquellos que, no poseyendo ningún bien, deben limitarse a ofrecer los productos de su trabajo en bruto o elaborados y a cederlos a cualquier precio para ganarle el sustento. Todo esto tiene lugar dentro del mercado. La “posesión” y la “no posesión” son las categorías fundamentales de todas las situaciones de clase. Corresponde siempre al concepto de clase el hecho de que las probabilidades que se tienen en el mercado constituyen el resorte que condiciona el destino del individuo. La “situación de clase” significa la “posición ocupada en el mercado”. Debe ser reconocible el carácter condicionado y los efectos de la situación de clase. Pues sólo entonces puede el contraste de las probabilidades de vida ser considerado no como algo sencillamente dado y que no hay más que aceptar, sino como un resultado de: 1) la distribución de los bienes o, 2) de la estructura de la organización económica existente. Las “situaciones de clase” de la primera categoría existieron durante la Antigüedad y la Edad Media en los centros urbanos. La segunda categoría lo constituye la situación de clase del “proletariado” moderno. Si las clases no son por sí mismas comunidades, las situaciones de clase surgen únicamente sobre el suelo de comunidades. Pero la acción comunitaria que le da origen no es fundamentalmente una acción realizada por los pertenecientes a la misma clase, sino una acción entre miembros de diferentes clases. Las acciones comunitarias que, por ejemplo, determinan de un modo inmediato la situación de clase de los trabajadores y de los empresarios son las siguientes: el mercado de trabajo, el mercado de bienes y la “explotación” capitalista. La lucha producida por la situación de clase ha pasado de la fase del crédito de consumo a la competencia en el mercado de bienes y, finalmente, a la lucha de precios en el mercado de trabajo. En oposición a las clases, los estamentos son normalmente comunidades, aunque con frecuencia de carácter amorfo. En oposición a la “situación de clase” condicionada por motivos económicos, llamaremos “situación estamental” a todo componente típico del destino vital condicionado por una estimación social específica del “honor” adscrito a alguna cualidad común a muchas personas. Este honor puede relacionarse con una situación de clase. La posesión de bienes no es siempre suficiente, pero con frecuencia llega a tener a la larga importancia para el estamento. En una asociación de vecinos ocurre que el hombre más rico acaba por ser el “cabecilla”, a lo que muchas veces significa una preeminencia honorífica. Pero el honor correspondiente al estamento no debe necesariamente relacionarse con una “situación de clase”. Poseedores y desposeídos pueden pertenecer al mismo estamento y esto ocurre con frecuencia. En cuanto a su contenido, el honor correspondiente al estamento encuentra su expresión ante todo en la exigencia de un modo de vida determinado a todo el que quiera pertenecer a su círculo. Se ha desarrollado así la formación de “estamentos” a base de modos de vida convencionales en EEUU. Ha ocurrido, por ejemplo, que sólo los habitantes de una determinada calle hayan sido considerados pertenecientes a la “society”. Pero ante todo ha ocurrido que la estricta sumisión a la moda que ha imperado en la society ha afectado a los hombres como un síntoma de que la persona en cuestión ha pretendido la cualidad de gentleman (caballero) y ha motivado que sea tratada como tal. Y esto ha sido tan importante para sus posibilidades de empleo, de “buenos” negocios, etc. Simplificando las cosas: las “clases” se organizan según las relaciones de producción y de adquisición de bienes; los “estamentos”, según los principios de su consumo de bienes en las diversas formas específicas de su “manera de vivir”. Un “gremio” es también un “estamento”, es decir, aspira con éxito al honor social sólo en virtud del “modo de vivir” específico, condicionado por la profesión. En tanto que “clases” tienen su verdadero suelo patrio en el “orden económico” y los “estamentos” lo tienen en el “orden social”, y por tanto, en la esfera de la repartición del “honor”, influyendo sobre el orden jurídico y siendo a la vez influido por él, los partidos se mueven primariamente dentro de la esfera del “poder”. Su acción está encaminada al “poder” social, es decir, tiende a ejercer una influencia sobe una acción comunitaria, cualquiera sea su contenido. En principio, puede haber partidos tanto en un club como en un Estado. En oposición a la acción comunitaria ejercida por las “clases” y por los “estamentos”, la acción comunitaria de los “partidos” contiene siempre una socialización. Pues va siempre dirigida a un fin metódicamente establecido, tanto si se trata de un fin “objetivo” –realización de un programa con propósitos ideales o materiales- como de un fin “personal” –prebendas, poder y, como consecuencia de ello, honor para sus jefes y secuaces o todo esto a la vez. Por eso sólo pueden existir partidos dentro de comunidades que poseen un ordenamiento racional y un “aparato” personal dispuesto a realizarlo. Pues la finalidad de los partidos consiste en influir sobre tal “aparato”, en componerlo de partidarios. No necesitan ser puros “partidos de clase” o “estamentales”; casi siempre lo son sólo en parte y con frecuencia no lo son en absoluto. Sus medios para alcanzar el poder pueden ser muy diversos, desde el empleo de la simple violencia hasta la propaganda y el sufragio por procedimientos rudos o delicados: dinero, influencia social, poder de la palabra, sugestión y grosero engaño, táctica mas o menos hábil de la obstrucción dentro de las asambleas parlamentarias. KARL MARX – Carta a Annenkov. ¿Qué es la sociedad, cualquiera sea su forma? El producto de la actividad recíproca de los hombres. ¿Los hombres son libres de elegir por sí mismos esta o aquella forma de la sociedad? De ninguna manera. Los hombres no son libres de elegir sus fuerzas productivas –que son la base de toda su historia- puesto que cada fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de la actividad anterior. Por consiguiente, las fuerzas productivas son el resultado de la energía humana práctica; pero esta energía está a su vez condicionada por las circunstancias en que se hallan los hombres. Sus relaciones materiales son la base de todas sus relaciones. Las formas económicas en que los hombres producen, consumen, intercambian, son transitorias e históricas. Al conquistarse nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su método de producción. Los hombres desarrollan sus fuerzas productivas, esto es, en cuanto viven desarrollan ciertas relaciones entre sí, y que la naturaleza de estas relaciones necesariamente debe cambiar con el cambio y el crecimiento de las fuerzas productivas. Las categorías económicas son sólo las expresiones abstractas de estas relaciones reales y únicamente conservan su validez mientras existen dichas relaciones. Los hombres que conforman las relaciones sociales de acuerdo a su material de producción, también conforman ideas y categorías, es decir, la expresión abstracta, ideal, de esas mismas relaciones sociales. KARL MARX – La ideología alemana. PRÓLOGO. Los hombres se han transformado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etc. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. LA IDEOLOGÍA EN GENERAL Y LA ALEMANA EN PARTICULAR. Toda relación dominante se explicaba como una relación religiosa y se convertía en culto, en culto del derecho, culto del Estado, etc. Por todas partes se veían dogmas, nada más que dogmas, y la fe en ellos. La primera premisa de toda la historia humana es, naturalmente, la existencia de individuos humanos vivientes. El primer estado de hecho comprobable es, por tanto, la organización corpórea de estos individuos y, como consecuencia de ello, su comportamiento hacia el resto de la naturaleza. Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material. Lo que los individuos son depende de las condiciones materiales de su producción. Toda nueva fuerza productiva trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo. La división del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y el campo y en la contradicción de los intereses entre una y otro. Las diferentes fases de desarrollo de la división del trabajo son otras tantas formas distintas de la propiedad. La primera forma de la propiedad es la propiedad de la tribu. Esta forma de propiedad corresponde a la fase incipiente de la producción en que un pueblo se nutre de la caza y la pesca, de la ganadería o, a lo sumo, de la agricultura. En esta fase, la división del trabajo se halla todavía muy poco desarrollada. La segunda forma está representada por la antigua propiedad comunal y estatal, que brota como resultado de la fusión de diversas tribus para formar una ciudad, mediante acuerdo voluntario o por conquista, y en la que sigue existiendo la esclavitud. Junto a la propiedad comunal, va desarrollándose ya, ahora, la propiedad privada mobiliaria, y más tarde la inmobiliaria. La división del trabajo aparece ya, aquí, más desarrollada. La tercera forma es la de la propiedad feudal o por estamentos. También ésta se basa, como la propiedad de la tribu y la comunal, en una comunidad, pero a ésta no se enfrentan ahora, en cuanto clase directamente productora, los esclavos, como ocurría en la sociedad antigua, sino los pequeños campesinos siervos de la gleba. La división del trabajo se desarrolló muy poco, en el período floreciente del feudalismo. Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos, que, como productores, actúan de un determinado modo, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La organización social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos tal y como realmente son: es decir, tal y como actúan y producen materialmente. La producción de las ideas y representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser conciente, y el ser de los hombres en su proceso de vida real. HISTORIA. El primer hecho histórico es la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma. Lo segundo es que la satisfacción de esta primera necesidad conduce a nuevas necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico. El tercer factor que aquí interviene de antemano en el desarrollo histórico es el de que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a otros hombres, a procrear. Estos tres aspectos de la actividad social no deben considerarse como tres fases distintas, sino sencillamente como eso, como tres aspectos. La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble relación –de una parte, como una relación natural, y de otra como una relación social-. Después de haber considerado cuatro aspectos de las relaciones históricas originarias, caemos en la cuenta de que el hombre tiene también “conciencia”. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real. La conciencia es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que los hombres se comportan de un modo puramente animal. Es, por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural). Inmediatamente vemos aquí que esta religión natural o este determinado comportamiento hacia la naturaleza se hallan determinados por la forma social, y a la inversa. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social en esta fase; es, simplemente, una conciencia gregaria. Esta conciencia gregaria o tribual se desarrolla y perfecciona después, al aumentar la producción, al acrecentarse las necesidades y al multiplicarse la población. De este modo se desarrolla la división del trabajo. La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual. Estos tres momentos, la fuerza productiva, el estado social y la conciencia, pueden y deben necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún, con la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el disfrute y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen a diferentes individuos. La división del trabajo lleva aparejada la contradicción entre el interés del individuo concreto y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse. De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases. El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino natural, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos. La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos, en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca toda la vida comercial e industrial de una fase. Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual. La división del trabajo se manifiesta también en el seno de la clase dominante como división del trabajo físico e intelectual. La existencia de ideas revolucionarias en una época presupone ya la existencia de una clase revolucionaria. Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve obligada a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad. La clase revolucionaria aparece de antemano, no como clase, sino como representante de toda la sociedad. Su triunfo aprovecha también, por tanto, a muchos individuos de las demás clases que no llegan a dominar, pero sólo en la medida en que estos individuos se hallen ahora en condiciones de elevarse hasta la clase dominante. Por eso, cada nueva clase instaura su dominación siempre sobre una base más extensa que la dominante con anterioridad a ella. El factor dominante en la historia siempre son las ideas. Todo truco que consiste en demostrar el alto imperio del espíritu en la historia se reduce a los tres esfuerzos siguientes: 1) desglosar las ideas de los individuos dominantes, reconociendo con ello el imperio de las ideas; 2) introducir en este imperio de las ideas un orden; 3) para eliminar la apariencia mística de este “concepto que se determina a sí mismo”, se lo convierte en una persona –“la autoconciencia”-. LA RELACIÓN ENTRE EL ESTADO Y EL DERECHO Y LA PROPIEDAD. La burguesía, por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a organizarse en un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a su interés medio una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de organización que se dan necesariamente los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses. Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de una clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de una época, se sigue de aquí que todas las instituciones comunes tienen como mediador al Estado y adquieren a través de él una forma política. El derecho privado se desarrolla, conjuntamente con la propiedad privada, como resultado de la desintegración de la comunidad natural. El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la voluntad general. INSTRUMENTOS DE PRODUCCIÓN Y FORMAS DE PROPIEDAD NATURALES Y CIVILIZADOS. La diferencia entre los instrumentos de producción naturales y los creados por la civilización. En el primer caso, cuando se trata de un instrumento de producción natural, los individuos son absorbidos por la naturaleza; en el segundo caso, por un producto del trabajo. En el primer caso, la propiedad aparece también como un poder directo y natural, y en el segundo caso como poder del trabajo. El primer caso presupone que los individuos aparezcan agrupados por cualquier vínculo. En el segundo caso, en cambio, se los supone independientes los unos de los otros. En el primer caso, el intercambio es un intercambio entre los hombres y la naturaleza. En el segundo caso, tiene que haberse ya llevado prácticamente a cabo la división entre el trabajo físico y el intelectual. En el primer caso, el poder del propietario sobre quienes no lo son puede descansar en relaciones personales. En el segundo caso, tiene necesariamente que haber cobrado forma material en un tercer objeto, en el dinero. En el primer caso, existe la pequeña industria, sin distribución del trabajo entre diferentes individuos; en el segundo caso, la industria sólo consiste en la división del trabajo y sólo se realiza por medio de ésta. Los individuos mismos quedan completamente absorbidos por la división del trabajo y reducidos, con ello, a la más completa dependencia de los unos con respecto a los otros. Nos encontramos ante dos hechos. En primer lugar, vemos que las fuerzas productivas aparecen como fuerzas totalmente independientes y separadas de los individuos. Por otra parte, a estas fuerzas productivas se enfrenta la mayoría de los individuos, de quienes estas fuerzas se han desgarrado y que se han convertido en individuos abstractos. La única relación que mantienen los individuos con las fuerzas productivas y con su propia existencia, el trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de actividad propia y sólo conserva su vida empequeñeciéndola. Resumiendo, obtenemos la concepción de la historia que dejamos expuesta en los siguientes resultados: 1) en el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que sólo pueden ser fuente de males y, lo que se halla íntimamente relacionado con ello, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad. Una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical; 2) que las condiciones en que pueden emplearse determinadas fuerzas de producción son las condiciones de la dominación de una determinada clase de la sociedad; 3) que todas las anteriores revoluciones dejaron intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad, una nueva distribución del trabajo entre otras personas. WEBER – Sociología de la dominación. Aquí nos proponemos encontrar un principio general acerca de las relaciones entre las formas de la economía y las de dominación. A este fin necesitamos una definición más precisa de lo que significa para nosotros “dominación” y de su relación con el concepto de “poder”. En el sentido general de poder y, por tanto, de posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena, la dominación puede presentarse en las formas más diversas. Nos representamos dos tipos radicalmente opuestos de dominación. Por una parte, la dominación mediante una constelación de intereses (especialmente mediante situaciones de monopolio); por otra, mediante la autoridad (poder de mando y deber de obediencia). El tipo más puro de la primera forma es el dominio monopolizador de un mercado. El tipo más puro de la primera forma es el dominio monopolizador de un mercado. El tipo más puro de la última forma es el poder ejercido por el padre de familia, por el funcionario o por el príncipe. El primero se basa en las influencias que, a causa de cualquier posesión (o de los precios fijados en el mercado), se ejercen sobre el tráfico formalmente “libre” de los dominados, que se inspiran en su propio interés. El último se basa en el hecho de recurrir al deber de obediencia con absoluta independencia de toda suerte de motivos e intereses. Entendemos aquí por “dominación” un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (“mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos de otros (del “dominado” o de los “dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos, y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”). La “dominación” nos interesa aquí ante todo en cuanto está relacionada con el “régimen de gobierno”. Toda dominación se manifiesta y funciona en forma de gobierno. Todo régimen de gobierno necesita del dominio en alguna forma. El poder de mando puede tener una modesta apariencia y el jefe puede considerarse como un “servidor” de los dominados. Esto ocurre en el llamado gobierno democrático. Se llama “democrático” por dos razones que no coinciden necesariamente: 1) porque se basa en la suposición de que todo el mundo está en principio igualmente calificado para dirección de los asuntos comunes; 2) porque reduce a lo mínimo el alcance del poder de mando. LOS TRES TIPOS PUROS DE DOMINACIÓN LEGÍTIMA. La dominación, es decir, la probabilidad de hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en diversos motivos: puede depender de una constelación de intereses, o sea de consideraciones utilitarias de ventajas e inconvenientes por parte del que obedece, o puede depender también de la mera “costumbre”, de la ciega habituación a un comportamiento inveterado, o puede fundarse, por fin, en el puro afecto, en la mera inclinación personal del súbdito. En las relaciones entre dominantes y dominados, la dominación suele apoyarse interiormente en motivos jurídicos, en motivos de su legitimidad, de tal manera que la conmoción de esa creencia en la legitimidad suele acarrear graves consecuencias. En forma totalmente pura, los motivos de legitimidad de la dominación sólo son tres: DOMINACIÓN LEGAL. Su tipo más puro es la dominación burocrática. El equipo administrativo consta de funcionarios nombrados por el señor, y los subordinados son miembros de la asociación (“ciudadanos”, “camaradas”). Se obedece no a la persona en virtud de su derecho propio sino a la regla estatuida, la cual establece al propio tiempo a quién y en qué medida se deba obedecer. También el que ordena obedece, al emitir una orden, a una regla: a la ley o al reglamento de una norma formalmente abstracta. El tipo del funcionario es del funcionario de forma profesional, cuyas condiciones de servicio se basan en un contrato, con un sueldo fijo, graduado según el rango del cargo y no según la cantidad de trabajo, y derecho de ascenso conforme a reglas fijas. La burocracia constituye el tipo técnicamente más puro de la dominación legal. Sin embargo, ninguna dominación es exclusivamente burocrática, ya que ninguna es ejercida únicamente por funcionarios contratados. La burocracia no es sólo el tipo de dominación legal. Los funcionarios designados por turno, por suerte o por elección, la administración por los parlamentos y los comités, así como todas las clases de cuerpos colegiados de gobierno y administración, caen bajo dicho concepto, siempre que su competencia esté fundada en reglas estatuidas y que el ejercicio del derecho del dominio corresponda al tipo de la administración legal. DOMINACIÓN TRADICIONAL. Se basa en la creencia en la santidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes desde siempre. Su tipo más puro es el del dominio patriarcal. El tipo del que ordena es el “señor”, y los que obedecen son “súbditos” en tanto que el cuerpo administrativo lo forman los “servidores”. Se obedece a la persona en virtud de su dignidad propia, santificada por la tradición: por la fidelidad. El contenido de las órdenes está ligado por la tradición. Pueden observarse dos características: 1) La estructura puramente patriarcal de la administración: los servidores se reclutan en completa dependencia personal del señor, ya sea en forma patrimonial (esclavos, siervos) o extrapatrimonial, de capas (no) desprovistas en absoluto de derechos favoritos (plebeyos). Su administración es totalmente heterónoma y heterocéfala: no existe derecho propio alguno del administrador sobre su cargo, pero tampoco existen selección ni honor profesionales del funcionario; los medios materiales de la administración se aplican en nombre y por cuenta del señor. 2) La estructura de clase: los servidores no lo son personalmente del señor sino que son personas independientes, de posición social propia prominente. Están investidos con sus cargos por privilegio o concesión del señor, o poseen en virtud de un negocio jurídico (compra, o arriendo, etc.) un derecho propio al cargo. La dominación patriarcal es el tipo más puro de la dominación tradicional. Toda clase de “superioridad” que con éxito asume autoridad legítima en virtud simplemente de habituación inveterada pertenece a la misma categoría, aunque no presente una caracterización tan clara. La fidelidad inculcada por la educación y la habituación en las relaciones del niño con el jefe de familia constituye el contraste más típico con la posición del trabajador ligado por contrato a una empresa por una parte, y con la relación religiosa emocional del miembro de una comunidad con respecto a un profeta, por la otra. DOMINACIÓN CARISMÁTICA. Se trata de una devoción afectiva a la persona del señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular: facultades mágicas, revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratorio. Sus tipos más puros son el dominio del profeta, del héroe guerrero y del gran demagogo. La asociación de dominio es la comunización en la comunidad o en el séquito. El tipo del que manda es el caudillo. El tipo del que obedece es el “apóstol”. Se obedece al caudillo a causa de sus cualidades excepcionales. Cuando decae su fuerza heroica o la fe de los que creen en su calidad de caudillo, entonces su dominio se hace también caduco. El cuerpo administrativo es escogido según carisma y devoción personal, y no por razón de su calificación profesional (como el funcionario), de su clase (como el cuerpo administrativo de clase), o de su dependencia doméstica o en alguna otra forma personal (como es el caso del cuerpo administrativo patriarcal). La autoridad carismática se basa en la “creencia” en el profeta o en el “reconocimiento” que encuentran personalmente el héroe guerrero, el héroe de la calle o el demagogo, y cae con éstos. Y, sin embargo, no deriva en modo alguno su autoridad de dicho reconocimiento por parte de los sometidos, sino que es al revés: la fe y el reconocimiento se consideran como deber. Unidad 3 – LO POLÍTICO/IDEOLOGÍA. EASTON – Categorías para el análisis sistémico de la política. ¿Cómo logran persistir los sistemas políticos en un mundo donde coexisten la estabilidad y el cambio? La búsqueda de la respuesta revelará lo que podemos denominar los procesos vitales de los sistemas políticos –aquellas funciones fundamentales sin las cuales ningún sistema político podría perdurar-. LA VIDA POLÍTICA COMO SISTEMA ABIERTO Y ADAPTATIVO. Aunque la conclusión que extraeremos de este trabajo es la conveniencia de interpretar la vida política como una serie compleja de procesos mediante los cuales ciertos tipos de insumos se convierten en el tipo de productos que podemos denominar políticas autoritativas, decisiones y acciones ejecutivas, será útil comenzar por un enfoque algo más simple. Así, consideraremos que la vida política es un sistema de conducta incorporado a un ambiente a cuyas influencias está expuesto el sistema político mismo, que a su turno reacciona ante ellas. En primer lugar, tomando lo anterior como punto de partida para el análisis teórico, se da por supuesto que las interacciones políticas de una sociedad constituyen un sistema de conducta. En segundo lugar, en la medida en que logremos aislar analíticamente la vida política como sistema, es notoria la inutilidad de interpretar ese sistema como existente en el vacío. Es preciso verlo rodeado de ambientes físicos, biológicos, sociales y psicológicos. Lo que vuelve necesaria la identificación de los ambientes es el presupuesto de que la vida política forma un sistema abierto. Un sistema de esta índole debe considerarse expuesto a influencias procedentes de los demás sistemas a los que está incorporado. De ellos fluye una corriente constante de acontecimientos e influencias que conforman las condiciones en que han de actuar los miembros del sistema. Una vez que aceptemos que los sistemas políticos pueden ser adaptativos y no necesitan reaccionar de modo pasivo a las influencias de sus ambientes, estaremos en condiciones de abrir un nuevo camino a través de las complejidades del análisis sistémico. En la organización interna de un sistema político, una de las propiedades críticas, que éste comparte con todos los demás sistemas sociales, es su capacidad extraordinariamente variable para responder a las circunstancias en que funciona. En verdad, los sistemas políticos acumulan gran cantidad de mecanismos mediante los cuales pueden tratar de enfrentarse con sus ambientes. Gracias a ellos son capaces de regular su propia conducta, transformar su estructura interna y hasta llegar a remodelar sus metas fundamentales. Pocos sistemas gozan de esta posibilidad. EL ANÁLISIS DEL EQUILIBRIO Y SUS DEFICIENCIAS. Es necesario un análisis que conciba a un sistema político tratando de mantener un estado de equilibrio, tiene que suponer la presencia de influencias ambientales, ya que son éstas las que alejan de su presunta situación de estabilidad a las relaciones de poder del sistema. Es habitual examinar el sistema en función de su tendencia a volver a un presunto punto previo de estabilidad. Si el sistema no procediera así, ello se interpretaría como que se desplaza hacia un nuevo estado de equilibrio, que sería preciso identificar y describir. Son numerosas las dificultades conceptuales y empíricas que se oponen al empleo eficaz de la idea de equilibrio para el análisis de la vida política. Entre ellas, hay dos relevantes. En primer lugar, el enfoque del equilibrio deja la impresión de que los miembros de un sistema tienen solamente una meta básica, cuando tratan de hacer frente a un cambio o perturbaciones: restablecer el antiguo punto de equilibrio o encaminarse a otro nuevo. Es lo que suele denominarse “búsqueda de estabilidad”. En segundo lugar, poca o ninguna atención explícita se presta a los problemas relacionados con el camino que sigue el sistema en esos desplazamientos. Es imposible comprender los procesos subyacentes a la capacidad de algún tipo de vida política para sostenerse en una sociedad, si se dan como sobreentendidos los objetivos de las respuestas o la forma. Un sistema puede muy bien tener otras metas que la de alcanzar uno u otro punto de equilibrio. Es característica de todos los sistemas su capacidad de adoptar acciones positivas, para desviar o absorber cualquier fuerza de desplazamiento del equilibrio. CONCEPTOS MÍNIMOS PARA UN ANÁLISIS SISTÉMICO. Para comenzar podemos definir un sistema como cualquier conjunto de variables, independientemente del grado de relación existente entre ellas. Puede denominarse sistema político a aquellas interacciones por medio de las cuales se designan autoritativamente valores a una sociedad, esto es lo que distingue de otros sistemas su medio. Dicho ambiente mismo puede dividirse en dos partes: la intrasocietal y la extrasocietal. La primera consta de todos aquellos sistemas que pertenecen a la misma sociedad que el sistema político pero que no son sistemas políticos. Los sistemas intrasocietales comprenden series de conducta, actitudes e ideales tales como la economía, la cultura, la estructura social y las personalidades individuales; son segmentos funcionales de la sociedad, uno de cuyos componentes es el propio sistema político. Los demás sistemas constituyen la fuente de muchas influencias que crean y dan forma a las circunstancias en que tiene que operar aquél. La segunda parte del ambiente, la extrasocietal, comprende todos los sistemas que están fuera de la sociedad dada. Son componentes funcionales de una sociedad internacional, suprasistema del que forma toda sociedad individual. El sistema cultural internacional es una muestra de sistema extrasocietal. Tomadas conjuntamente, estas dos clases de sistema, que nosotros entendemos ajenos al tema político, comprenden el ambiente total de este último. Podemos emplear el concepto de perturbación para designar aquellas influencias del ambiente total de un sistema que actúan sobre éste y lo modifican. No todas las perturbaciones crean necesariamente tensión: hay algunas favorables a la persistencia del sistema y otras por completo neutrales en esa materia. ¿Cuándo podemos decir que existe tensión? Todos los sistemas políticos se caracterizan por el hecho de que para describirlos como persistentes, tenemos que atribuirles el cumplimiento exitoso de dos funciones: asignar valores para una sociedad y lograr que la mayoría de sus miembros acepten estas asignaciones como obligatorias. Estas dos propiedades constituyen las variables esenciales de la vida política. Si no fuera por su presencia no podríamos decir que una sociedad tiene vida política alguna. Podemos decir que se produce tensión cuando existe peligro de que dichas variables sean impulsadas más allá de lo que cabe denominar su margen crítico. Supongamos que las autoridades se muestran en todo momento incapaces de tomar decisiones, o bien las decisiones que adoptan no son aceptadas regularmente como obligatorias. En estas circunstancias ya no resulta posible la asignación autoritativa de valores, y la sociedad se hunde por carecer de un sistema de conducta que le permita desempeñar una de sus funciones vitales. En este caso podemos aceptar la interpretación de que el sistema político está sometido a una tensión tan grave que todas las posibilidades de persistencia de un sistema para esa sociedad desaparecen. Por grave que sea una crisis, las autoridades pueden tomar quizá ciertas decisiones y lograr que sean aceptadas al menos con una frecuencia mínima. VARIABLES DE ENLACE ENTRE SISTEMAS. ¿Cómo se comunican a un sistema político las posibles condiciones de tensión del ambiente? El sentido común nos dice que sobre un sistema actúa una enorme diversidad de influencias ambientales. ¿Tendremos que tratar cada cambio del ambiente como perturbación aparte y singular, cuyos efectos específicos deben ser elaborados independientemente? Si así fuera, los problemas del análisis sistémico serían de hecho insuperables. Más si podemos generalizar, de algún modo, nuestro método, a fin de tratar el impacto del ambiente sobre el sistema, tendremos alguna esperanza de reducir a un número manipulable de indicadores la enorme diversidad de influencias. Esto es precisamente lo que me propongo con el empleo de los conceptos de insumo y producto. ¿Cómo habremos de describir estos insumos y productos? Debido a la distinción entre un sistema político y sus sistemas ambientales, nos será útil interpretar las influencias asociadas a la conducta de las personas del ambiente como intercambios o transacciones capaces de atravesar los límites del sistema político. Emplearemos el término intercambio para designar la reciprocidad de las relaciones entre el sistema político y los demás sistemas del ambiente, y transacción para destacar que un efecto actúa en cierta dirección (ya sea desde un sistema ambiental al político, o, al revés), sin preocuparnos por el momento de la conducta reactiva del otro sistema. He propuesto sintetizar en unos pocos indicadores las influencias ambientales más significativas. Teniendo presente este objetivo, denominé “productos del primer sistema”, y en consecuencia, simétricamente, “insumos del segundo sistema”, a los efectos que se transmiten a través de los límites de un sistema hacia algún otro. Una transacción o intercambio entre sistemas será considerado, pues, como un enlace que adopta la forma de relación insumo-producto. DEMANDAS Y APOYOS COMO INDICADORES DE INSUMO. Los insumos servirán de variables resúmenes que concentran y reflejan todo cuanto en el ambiente es relevante para la tensión política. Se trata, pues, de un poderoso instrumento analítico. Podríamos concebirlos en su sentido más amplio, comprendiendo todo acontecimiento externo al sistema que lo altere, modifique o afecte, de una u otra manera. La tarea se simplifica mucho si nos limitamos a ciertas clases de insumos, que pueden servir de indicadores sintéticos de los efectos más importantes. Como instrumento teórico es útil considerar que las influencias ambientales más destacadas se centran en dos insumos principales: demandas y apoyo. A través de ellos se encauza, refleja, resume e influye en la vida política una amplia gama de actividades. Podemos decir que es en las fluctuaciones de los insumos de demandas y apoyo donde habremos de encontrar los efectos de los sistemas ambientales que se transmiten al sistema político. PRODUCTOS Y RETROALIMENTACIÓN. La idea de producto nos ayuda a organizar las consecuencias resultantes, no de las acciones del ambiente, sino de la conducta de los miembros del sistema. Las actividades de los miembros del sistema pueden tener importancia, por las acciones o circunstancias subsiguientes. Un modo útil de simplificar y organizar nuestras percepciones de la conducta de los miembros del sistema consiste en averiguar los efectos de estos insumos sobre lo que podríamos denominar productos políticos, las decisiones y acciones de las autoridades. Además de influir en los sucesos de la sociedad más amplia de la que forma parte el sistema, los productos ayudan, por ello mismo, a determinar cada tanda sucesiva de insumos que penetran en el sistema político. Existe un circuito de retroalimentación cuya identificación contribuye a explicar los procesos mediante los cuales el sistema aprovecha lo sucedido procurando modificar en consecuencia la conducta futura. Cuando hablamos de la acción del sistema, debemos tener presente que tiene personas que suelen hablar en nombre o por cuenta de él. Podemos denominarlas autoridades. Si han de tomarse decisiones para satisfacer demandas o crear las condiciones que las satisfagan, es preciso retroalimentar, por lo menos a estas autoridades, con información relativa a los efectos de cada tanda de productos. De lo contrario las autoridades tendrían que actuar a ciegas. El propio circuito de retroalimentación se divide en varias partes, que merecen ser investigadas con detenimiento. Consta de la elaboración de productos por parte de las autoridades, de una respuesta de los miembros de la sociedad a estos productos, de la comunicación a las autoridades de la información relativa a esta reacción y, por último, de las posibles resoluciones posteriores de las autoridades. De esta suerte, una nueva tanda de productos, respuesta, retroalimentación de información y reacción de las autoridades se pone en movimiento y forma una trama inconsútil de actividades. Lo que ocurra en esta retroalimentación tiene, pues, profunda influencia sobre la capacidad del sistema para enfrentar la tensión y persistir. El análisis sistémico de la vida política se apoya, pues, en la idea de que los sistemas están insertos en un ambiente y sujetos a posibles influencias ambientales, que amenazan con llevar sus variables esenciales más allá de su margen crítico. ANTONIO GRAMSCI – La formación de los intelectuales. Capítulo 1. Es preciso destruir el prejuicio de que la filosofía es algo difícil por tratarse de una actividad de letrados. Y se necesita demostrar que todos los hombre son filósofos, y definir los límites y peculiaridades de esta “filosofía espontánea”, característica de “todo el mundo” y, por tanto, la filosofía contenida: 1) en el leguaje como conjunto de conocimiento y conceptos, y no sólo suma de palabras; 2) en el sentido común y en el buen sentido; 3) en la religión popular y, también, pues, en todo el sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y de obrar de los que el “folklore” es tan fascinante. Por la concepción peculiar que se tiene del mundo se pertenece siempre a un determinado agrupamiento que comparte el mismo modo de ser y de obrar. Se es conformista de cualquier conformismo y siempre se es hombre-masa u hombre colectivo. Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente, sino ocasional y dispersa, se pertenece, simultáneamente, a una multiplicidad de hombres-masa. Criticar la peculiar concepción del mundo significa, por tanto, hacerla unitaria y coherente. Significa, también, criticar toda la filosofía existente. CONEXIONES ENTRE SENTIDO COMÚN, RELIGIÓN Y FILOSOFÍA. La filosofía es un método intelectual, pero no se puede decir lo mismo de la religión y del sentido común. En la realidad se aprecia que religión y sentido común ni siquiera coinciden y que la religión es un elemento separado del sentido común. Además, “sentido común” es un nombre genérico, como “religión”: no existe un sentido común único, por ser producto del devenir histórico. La filosofía es la crítica y la superación de la religión y del sentido común, y en tal forma coincide con el “buen sentido”, que se contrapone al sentido común. RELACIONES ENTRE CIENCIA, RELIGIÓN Y SENTIDO COMÚN. La religión y el sentido común no pueden constituir un método intelectual. No se pueden transformar “libremente” en unidad y cohesión: sólo “autoritariamente” puede suceder esto, como dentro de ciertos límites ocurrió en el pasado. La cuestión fundamental de la religión es la de la unidad de la fe dentro de una concepción del mundo con una vida de conducta acorde. Pero ¿por qué llamar a esta unidad de fe “religión” y no ideología o “política”? De hecho, no existe la filosofía común, sino diversas filosofías y concepciones del mundo entre las que se hace la selección. ¿Qué idea tiene el pueblo sobre la filosofía? Podemos llegar a ella a través del modo de decir del lenguaje común. Uno de los modos más difundidos es aquel que se habla de “tomar las cosas con filosofía”, que quiere decir tomar las cosas con resignación o calma. Es cierto que en este modo se halla implícita una invitación a la resignación y a la paciencia, pero posiblemente el contenido más importante sea la incitación a la reflexión, a razonar sobre que lo que sucede es racional y no dejándose arrastrar por los impulsos instintivos y violentos. Este punto se plantea el problema de toda concepción del mundo, de toda filosofía que se ha convertido en un movimiento cultural, en una “religión, en una fe”, es decir, que ha producido una actividad práctica, una disposición en ella contenida como “premisa” implícita (podría decirse una “ideología”, si al vocablo se le da precisamente el significado superior de una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida personal y colectiva), o sea, el problema de conservar la unidad ideológica de todo el bloque social basado y unido justamente en razón de aquella determinada ideología. La fuerza de las religiones, y en especial la de la Iglesia católica consistió y consiste en que experimentan la necesidad de la unión doctrinal de toda la masa de “creyentes” y bregan porque las capas intelectualmente superiores no se alejen de las inferiores. Una de las mayores debilidades de la filosofía inmanentista (aquellas concepciones filosóficas que excluyen la existencia de un ser divino), consiste en no haber sabido crear la unidad ideológica entre los de arriba y los de abajo, entre los “sencillos” y los intelectuales. Esta debilidad se manifiesta en la cuestión escolar, donde la filosofía inmanentista no ha intentado siquiera elaborar una concepción que sustituyera a la religión en la educación infantil. Por otra parte, sólo se podría obtener la organización del pensamiento y la solidez cultural si entre intelectuales y “simples” hubiera existido la misma unidad exigible entre teoría y práctica, es decir, si los intelectuales lo hubieran sido orgánicamente de aquella masa, si hubieran elaborado los principios y problemas que la misma planteaba con su actividad práctica, constituyendo de esta forma un todo cultural y social. Se presentan de nuevo las mismas cuestiones ya indicadas: un movimiento filosófico ¿lo es sólo cuando se dedica a desarrollar una cultura especializada para grupos restringidos de intelectuales o, en cambio, lo es únicamente cuando el trabajo de elaboración de un pensamiento, científicamente coherente y superior al sentido común, no olvida jamás permanecer en contacto con los “simples”, encontrando, así, en este contacto, la fuente de los problemas a estudiar y resolver? Si se afirma la necesidad del contacto entre intelectuales y simples no es para limitar la actividad científica y mantener la unidad al bajo nivel de la masa, sino precisamente para crear un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de la masa y no únicamente a reducidos grupos intelectuales. La comprensión crítica de sí mismo se produce mediante una lucha de “hegemonía” política, de rumbos opuestos, primero en el campo de la ética, luego en el de la política, para llegar a crear una concepción superior del propio entendimiento de lo real. La conciencia de formar parte de una fuerza hegemónica dada (la conciencia política) es la fase primera para alcanzar la ulterior y progresiva autoconciencia donde, finalmente, se unifican teoría y práctica. Asimismo, la unidad de la teoría y de la práctica no se establece mecánicamente, sino a través de un devenir histórico que tiene su fase elemental y primaria en el sentido del “distingo”, del “destacar”, de independencia apenas instintivo y que no florece hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y unitaria. He aquí por qué es necesario poner de relieve que el desarrollo político del concepto de hegemonía representa un gran proceso filosófico, además del político-práctico porque forzosamente encierra y presupone unidad intelectual y ética, conforme a una concepción de lo real que ha superado al sentido común, convirtiéndole –si bien dentro de restringidos límites- en crítica. Autoconciencia crítica, histórica y políticamente significa creación de un núcleo selecto de intelectuales: una masa humana no se “distingue” ni se hace independiente “por sí”, sin organizarse; y no hay organización sin intelectuales, es decir, sin organizadores y dirigentes, sin que el aspecto teórico del nexo teoría-práctica se distinga concretamente en un estrato de individuos “especializados” en la elaboración conceptual y filosófica. Los partidos son los creadores de la nueva intelectualidad integral y cabal, el crisol de unificación de teoría y práctica, entendida esa unidad como proceso histórico real, de donde se desprende que sea necesaria su formación por adhesión individual y no al estilo “laborista”, porque si se trata de dirigir a toda la masa económicamente activa ello ha de realizarse innovando y no según viejos esquemas, y la innovación no puede llegar de las masas en sus primitivos estadios, sino por la gestión de una elite cuya concepción implícita de la actividad humana se ha convertido en cierto modo en conciencia real, coherente y sistemática, en voluntad precisa y decidida. Se deducen determinadas necesidades para todo movimiento cultural que tienda a sustituir al sentido común y a las viejas concepciones, en general, del mundo: 1) no cansarse jamás de repetir los mismos argumentos –repetir es el medio didáctico para obrar sobre la mentalidad popular-, 2) trabajar de continuo para elevar intelectualmente y en todo momento a los más amplios estratos populares, para dar personalidad al elemento amorfo de la masa, lo que presenta trabajar para promover élites de intelectuales de nuevo tipo surgidos directamente de aquella, que permanezcan en contacto con ella para convertirse en el núcleo básico de expresión. Esta segunda necesidad a satisfacer es la que, realmente, modifica el “panorama ideológico” de una época. Es evidente que un ordenamiento de conjunto de tal género no se puede dar “arbitrariamente” en torno a una ideología cualquiera, por la voluntad formalmente creadora de una personalidad o de un grupo que se lo proponga por fanatismo de sus propias convicciones filosóficas o religiosas. El medio por el que se verifica la crítica real de la racionalidad e historicidad de los modos de pensar es la adhesión o no de las masas a la ideología dada. Las realizaciones arbitrarias son eliminadas aunque en ocasiones, por una serie de circunstancias favorables del momento, logren alcanzar cierta popularidad. GRAMSCI – La formación de los intelectuales. Capítulo 2. LENGUAJE, IDIOMA Y SENTIDO COMÚN. ¿En qué consiste el valor del llamado sentido común o buen sentido? No sólo en que el sentido común implica el principio de causalidad, sino también por el hecho más limitado, de que en una serie de juicios identifica la causa exacta simple y a la mano, y no se deja desviar por extravagancias e incomprensibilidades metafísicas pseudo-profundas, pseudo-científicas, etc. Situada la filosofía como concepción del universo y considerado el trabajo filosófico no solamente como una realización “individual” de conceptos sistemáticamente coherentes, sino, además, y en especial, como una lucha cultural para transformar la “mentalidad” popular y difundir las innovaciones filosóficas que se manifestaron como “verdad histórica” desde el momento en que se convirtieron en realidad, en histórica y socialmente universales, la cuestión de lenguaje e idioma debe ponerse, en primer plano. Se puede decir que el lenguaje es denominador común que no presupone algo “único” ni en el tiempo ni en el espacio. Significa, también, cultura y filosofía (aun en el nivel del sentido común) y, por consiguiente, el factor lenguaje es, en realidad, una multiplicidad de hechos más o menos orgánicos, coherentes y coordinados. Por último, diremos que todo ser parlante posee su propio lenguaje personal, su particular modo de pensar y de sentir. El movimiento histórico no puede ser realizado más que por el “hombre colectivo”, que presupone el logro de una unidad cultural-social en la cual, la multiplicidad de valores dispersos son heterogeneidad de fines, se sueldan en idéntico objetivo sobre la base de una misma concepción del mundo. Puesto que esto es así, se presenta la importancia de la cuestión lingüística en general, o sea, de la comunidad de un mismo “clima” cultural. Este problema puede y debe ser asemejado al moderno planteamiento de la doctrina y la práctica pedagógica, según el cual la relación entre maestro y alumno es recíproca, donde el maestro sigue siendo alumno y el escolar, maestro. Pero estas relaciones existen en todo el complejo social, en los individuos entre sí, entre intelectuales y no intelectuales, gobernantes y gobernados, núcleos selectos y sus seguidores, dirigentes y dirigidos, entre vanguardias y cuerpos de ejército. Toda relación de “hegemonía” contiene una relación pedagógica. ¿Qué es el hombre? Esta es la interrogante primaria de la filosofía. ¿Cómo contestarla? La definición puede hallarse en el mismo hombre, en cada hombre en particular. Pero ¿es justa? A nosotros no nos interesa qué es cada hombre singular. Digamos, pues, que el hombre es un proceso, el proceso de sus actos. Y pensándolo así, la pregunta no es abstracta u “objetiva”. Surgió de nuestras meditaciones sobre nuestro propio ser. La interrogante es clara y posee un contenido de particularidades, de determinados modos de considerar la vida y el hombre. El más importante de estos modos lo constituye la religión y, en especial, la católica. Al preguntarnos qué es el hombre, qué importancia tiene su voluntad y sus esfuerzos concretos para crearse a sí mismo y a la vida que vive, estamos diciendo: ¿El catolicismo es un concepto verdadero del hombre y de la vida?, siendo católicos; profesando el catolicismo como norma de vida, ¿erramos o estamos en lo cierto? Los católicos afirmarían que ninguna otra concepción del mundo es observada fielmente, y tienen razón, pero esto sólo demuestra que no existe un único modo de concebir y obrar igual para todos los hombres. Desde el ángulo filosófico, lo que no satisface en el catolicismo es que pone la causa del mal en el hombre mismo como individuo. Todas las filosofías reproducen esta posición del catolicismo y conciben al hombre limitado a su individualidad. Y sobre este aspecto se precisa reformar el concepto del hombre. Se requiere concebir al hombre como una serie de relaciones activas, como un proceso en el cual, si la individualidad tiene máxima importancia, no es el único factor a considerar. La humanidad que se refleja en cada individuo, se compone de diversos elementos: el personal, los otros hombres y la naturaleza. Pero estos dos últimos elementos no son tan simples como podrían parecer. El individuo no entra en relación con los demás hombres por yuxtaposición, sino orgánicamente. Así, el hombre no entra en relación con la naturaleza por el sólo hecho de ser él mismo naturaleza, sino activamente, a través del trabajo y de la técnica. Es más, estas relaciones son activas y concientes. Esta es la razón por la que se dice que cada quien se transforma, se cambia, en la medida en que se modifican, las relaciones de las que él es el medio de enlace. En este sentido, el filósofo verdadero es político: el hombre activo que transforma el ambiente, entendiendo por ambiente el conjunto de relaciones en las que entra a formar parte todo individuo. Los círculos en que un individuo pueda participar son muy numerosos, y es a través de estos círculos sociales cómo el individuo se integra al género humano. Así, son múltiples los modos con que el individuo entra en relación con la naturaleza, ya que por técnica se debe entender –además del conjunto de conocimientos científicos aplicados industrialmente- el instrumento mental, el conocimiento filosófico. No es el “pensamiento”, sino lo que se piensa, lo que realmente une o diferencia a los hombres. La respuesta más satisfactoria, porque entraña la idea del devenir, es la de que la “naturaleza humana” se forma en el “complejo de las relaciones sociales”. El hombre deviene, se transforma de continuo con el cambio de las relaciones sociales y porque niega al “hombre en general”: se presupone que, de hecho, las relaciones sociales son manifestaciones de diversos grupos de hombres cuya unidad es dialéctica y no formal. Puede decirse que la naturaleza del hombre es la “historia”, si justamente se da a la historia el significado de devenir en un discurrir armonioso que no parte de la unidad, sino que encierra las razones de una unidad imposible. Por eso la naturaleza humana no se puede descubrir en el hombre singular, sino en toda la historia del género humano. ESTRUCTURA Y SUPRAESTRUCTURA. La tesis sustentada en la introducción a la Crítica de la economía política, según la cual los hombres toman conciencia de los conflictos de estructura en el terreno de la ideología, debe considerarse como una afirmación de valor gnoseológico y no simplemente de condición psicológica y moral. De esto se desprende que el principio teórico-práctico de la hegemonía tiene también un alcance gnoseológico y que, es por consiguiente, en este campo, donde hay que buscar la máxima aportación teórica de Hich a la filosofía de la práctica. En efecto, Lenin habría hecho progresar la filosofía como filosofía, por cuanto hizo progresar la doctrina y la práctica política. Las realizaciones de un aparato hegemónico al crear un nuevo terreno ideológico, determinan una reforma de la conciencia y de los métodos de conocimiento, es un hecho del conocimiento, un hecho filosófico. Estructura y supraestructura forman un “bloque histórico” donde el complejo discorde y contradictorio de la supraestructura es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción. Se desprende de ello que sólo un sistema de ideología homogénea refleja nacionalmente la contradicción de la estructura y representa la existencia de las condiciones objetivas para el cambio de la práctica. CARL SCHMITT – El concepto de “lo político”. El concepto moderno de lo político intenta ser construido por Schmitt. La acción política para él es sobre todo opción, riesgo, decisión: “producción de un mito” que no deja espacio libre y que compromete al sujeto imponiéndole la elección. La guerra se convierte de tal modo en el momento y en el lugar de definición de la naturaleza “existencial” del comportamiento político en cuanto impone una elección irreversible que no permite circunloquios y mediaciones dialécticas y pone fin a la práctica discutidora de la eterna indecisión. La categoría de “lo político” no puede en nuestra época ser confundida con la de “estatal”. Si estado y sociedad se compenetran recíprocamente y todos los asuntos antes sociales se han transformado en estatales (“aparece el estado total propio de la identidad entre estado y sociedad, jamás desinteresado frente a ningún sector de la realidad y potencialmente comprensivo de todos”) la referencia al estado no es suficiente para fundar un carácter específico distintivo de “lo político”. Es la distinción schmittiana de amigo y enemigo la única que puede ofrecer una definición conceptual. Desde esta perspectiva, el enemigo es simplemente el otro, “el extranjero y basta a su esencia que sea existencialmente […] algo otro o extranjero, de modo que, en el caso extremo, sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de normas preestablecidas ni mediante la intervención de un tercero “descomprometido” y por eso “imparcial”. La distinción entre amigo y enemigo debe no obstante ser asumida en su significado concreto, existencial. Enemigo no es el competidor o el adversario. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que combate y se contrapone a otro agrupamiento semejante. Si los conceptos de amigo y enemigo adquieren su significado pleno en el hecho de que se refieren de manera específica a la posibilidad real del aniquilamiento físico, para dejar de ser metafórica la contraposición sólo puede tornarse concreta allí donde la existencia se pone verdaderamente en juego, allí donde se vive o se muere: en la guerra. La guerra como lugar de definición de la política que encuentra sentido y finalidad en la eliminación física del enemigo, en la forma actual de la guerra civil, se transforma así en la única forma políticamente sensata bajo la que puede expresarse la lucha de clase. La crisis implícita en el liberalismo, que es crisis de una clase discutidora y de toda su práctica parlamentaria, encontrará una forma trágica de manifestarse en esa “catástrofe alemana” que para Meinecke y la inteligencia germana de posguerra es también la de Europa entera. En el sueño burgués de un estado sin política y sin decisión, que Schmitt define como la característica distintiva de la república de Weimar, se expresa la impotencia del sujeto aislado para abordar productivamente el análisis de una crisis política real signada por la obsolencia del estado de derecho y la apertura hacia el estado total. Sería un error considerar su adhesión al nazismo como una consecuencia necesaria de su teoría, porque procediendo de tal modo liquidaríamos con su nazismo la novedad radical de su pensamiento y su tentativa de colocar la reflexión a la altura del tiempo “fuerte” de lo político y de la crisis de la forma de estado (hay cierto acuerdo entre los críticos en considerar la adhesión de Schmitt al nazismo como derivada del método decisionista y no de la homogeneidad de contenidos entre el pensamiento de Schmitt y la experiencia nazi). El decisionismo de Schmitt tiene el mérito de dar cuenta, en alto nivel de conocimiento teórico, de un proceso que se estaba produciendo en la práctica, y que tornaba extraordinariamente problemática la eficacia explicativa del modelo weberiano de racionalidad burocrático-administrativa. Me refiero a la separación, al no paralelismo, a la asincronía entre ratio económico-productiva y ordenamiento político- institucional. En circunstancias caracterizadas por la ruptura del equilibrio de un sistema de relaciones internacionales, emerge nuevamente con la dimensión de la catástrofe el eterno problema de la guerra y la paz. Y con él, resulta inevitable que ejerza una fascinación particular las posiciones teóricas y prácticas de Carl Schmitt. Un pensamiento que, como el suyo, asume la guerra como posibilidad y como tendencia continuamente presente en torno a la cual la política se define en todo lo que tiene de específica. El concepto de estado presupone el de “político”. Estado es el status político de un pueblo organizado sobre un territorio delimitado. El estado es una situación, definida de una manera particular, de un pueblo, más precisamente la situación que sirve de criterio en el caso decisivo, y constituye por ello el status exclusivo, frente a los muchos posibles status individuales y colectivos. En general, “político” es asimilado a “estatal” o al menos es referido al estado. Entonces el estado aparece como algo político, pero lo político se presenta como algo estatal: se trata de un círculo vicioso. La equiparación “estatal” y “político” es incorrecta y errónea en la misma medida que estado y sociedad se compenetran recíprocamente y todos los asuntos hasta entonces “solo” sociales se convierten en estatales, como ocurre en una comunidad organizada de modo democrático. Entonces todos los sectores hasta aquel momento “neutrales” (religión, cultura, educación, economía) cesan de ser “neutrales” en el sentido de no estatales y no políticos. Como concepto opuesto a esa “neutralidad” aparece el estado total, propio de la identidad entre estado y sociedad, jamás desinteresado frente a ningún sector de la realidad y potencialmente comprensivo de todos. Como consecuencia, en él todo es político. Se puede llegar a una definición de lo “político” mediante el descubrimiento y la fijación de las categorías políticas. Lo político tiene criterios que actúan de manera peculiar frente a diversas áreas concretas del pensamiento y de la acción humana, en especial del sector moral, estético, económico. Lo “político” debe por esto consistir en alguna distinción de fondo a la cual puede ser remitido todo el actuar político. La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la distinción de amigo y enemigo. Este significado es el de indicar el extremo grado de intensidad de una unión (amigo) o una separación (enemigo). No hay necesidad de que el enemigo político sea malo o feo; no debe necesariamente presentarse como competidor económico. El enemigo es simplemente el otro, el extranjero. Los conceptos de amigo y enemigo deben ser tomados en su significado concreto, existencial, y no como metáforas. El liberalismo ha tratado de resolver la figura del enemigo refiriéndola a un competidor desde el punto de vista comercial, y adversario de discusión desde el punto de vista espiritual. Enemigo no es el competidor o el adversario en general. Enemigo no es siquiera el adversario privado que nos odia debido a sentimientos de antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que combate, al menos virtualmente, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del mismo género. Enemigo es sólo el enemigo público. La polaridad amigo/enemigo se manifiesta en la guerra y en la revolución. La posibilidad real de la lucha, que debe estar siempre presenta para que se pueda hablar de política, se refiere entonces ya no a la guerra entre estados, sino más bien a la guerra civil. La guerra es lucha armada entre unidades políticas organizadas, la guerra civil es lucha armada en el interior de una unidad organizada. La esencia del concepto de arma está en el hecho de que es un instrumento de eliminación física del hombre. Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su significado real por el hecho de que se refieren de modo específico a la posibilidad real de la eliminación física. La guerra no tiene necesidad de ser algo cotidiano o normal, ni verse como algo ideal o deseable: debe existir como posibilidad real para que el concepto de enemigo pueda mantener su significado. Esto no quiere decir que la esencia de lo político tenga que ver con la guerra sangrienta. El criterio de la distinción amigo-enemigo no significa tampoco que un determinado pueblo deba ser por la eternidad el amigo o el enemigo de otro pueblo, o que no se pueda ser “neutral”. Un mundo en donde se destruya la posibilidad de una lucha armada sería un mundo ya sin la distinción entre amigo y enemigo, por ende, sería un mundo sin política. Lo político no consiste en la lucha misma, sino en un comportamiento determinado por esta posibilidad real en el conocimiento de la situación particular de ese modo creada y en la tarea de distinguir correctamente amigo y enemigo. Al estado le compete la posibilidad real de determinar al enemigo y combatirlo en casos concretos y por la fuerza de una decisión propia. Tiene la posibilidad de hacer la guerra y por consiguiente disponer de la vida de los hombres. En efecto, implica la doble posibilidad de obtener de los miembros del pueblo la disponibilidad de morir y de matar al enemigo. La tarea de un estado normal consiste en asegurar la paz dentro de su territorio: eso lleva al hecho de que el estado determine también por sí mismo al enemigo interno. La unicidad política presupone la posibilidad real del enemigo y por consiguiente otra unidad política, coexistente con la primera. Por ello, mientras exista un estado habrá siempre otros estados, y no puede existir un “estado mundial” que comprenda todo el planeta y la humanidad. Si todos fuéramos iguales, con unicidad de religiones y pueblos y demás, si desapareciese la distinción de amigo y enemigo, existiría sólo una concepción del mundo, una cultura, una economía, una civilización, una moral, etc.: ya no habría ni política ni estado. Hegel también propuso una definición de enemigo: “el enemigo es la diferencia ética, un extraño a negar en su totalidad existencial. Este enemigo puede ser, en la esfera ética, sólo un enemigo del pueblo, y él mismo puede ser sólo un pueblo”. WEBER – La política como profesión. ¿Qué entendemos por política? El concepto es amplio y comprende toda especie de actividad directiva autónoma. Queremos entender por política sólo la dirección de la asociación política a la que hoy se denomina Estado, o la influencia que se ejerce sobre esta dirección. Puede definirse al Estado moderno, al igual que a toda asociación política, sólo en función del medio específico que le es propio, es decir, en función del uso de la violencia física. Debemos decir que en el presente un Estado es una comunidad humana que reclama (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la fuerza física en un territorio determinado. El Estado es considerado como la única fuente del “derecho” a usa la violencia. Por tanto, política significa para nosotros el esfuerzo por compartir el poder o por influir en su distribución, ya sea entre Estados, o en el interior de un Estado, entre los grupos humanos que lo comprende. Quien actúa en política se esfuerza por obtener el poder, bien como medio para servir a otros fines, ideales o egoístas, o como “poder por el poder mismo”, es decir, para gozar del sentimiento de privilegio que confiere. El estado es una relación de hombres que dominan a otros, una relación que se apoya en la violencia legítima (existen tres tipos de dominación –legal racional, carismática, y por tradición, ver aparte-). En el estado contemporáneo se realiza la “separación” de los cuadros administrativos y de los funcionarios y trabajadores de los medios materiales de organización administrativa. La política puede ser la ocupación de un hombre o su vocación. Puede hacerse política y tratar así de influir en la distribución del poder dentro y entre las estructuras políticas, como político “ocasional”. La política como ocupación es practicada hoy por aquellos agentes de partidos y jefes de asociaciones políticas voluntarias que son activos políticamente en caso de necesidad y para los cuales la política no es “su vida”. En el pasado esos estratos se encontraban específicamente en los estamentos. Los propietarios por derecho propio de los bienes materiales importantes para la vida administrativa y militar, o los beneficiarios de privilegios personales, pueden ser llamados estamentos. Hay dos maneras de hacer de la política la propia vocación: o se vive “para” la política, o se vive “de” la política. Por regla general, quien vive “para” la política hace de ella su vida. O bien goza de la posesión del poder que ejerce, o alimenta su equilibrio interior de que su vida tiene sentido cuando es puesta al servicio de una “causa”. Quien trata de hacer de la política una fuente de ingresos vive “de” la política como vocación. El político profesional no necesita buscar una remuneración para su labor política, en tanto que todo político desprovisto de medios económicos debe considerar dicho aspecto de la cuestión. La burocracia moderna está animada de un elevado sentido del honor profesional, muy desarrollado en lo referente a su integridad. Si este sentido del honor desapareciera entre los funcionarios, peligraríamos de caer en una terrible corrupción y no podríamos escapar del predominio del filisteísmo más vulgar. El verdadero funcionario debe administrar de modo imparcial los intereses vitales del grupo gobernante, sin cólera ni prejuicio. En consecuencia, no debe hacer lo que el político, el líder y sus partidarios hacen, es decir: combatir. Tomar una posición, ser apasionado, es el elemento del político y sobre todo el elemento del líder político. Su conducta está sujeta a un principio de responsabilidad muy diferente, en verdad opuesto al del funcionario. El honor del funcionario descansa en su habilidad para ejecutar cuidadosamente la orden de las autoridades superiores, como si la orden estuviera de acuerdo con sus propias convicciones. Puede decirse que tres cualidades preeminentes son decisivas para el político: pasión, un sentimiento de responsabilidad y un sentido de la proporción. Esto significa pasión en el sentido de concretización, de devoción apasionada a una “causa”, al dios o demonio que es su señor. A cada día y a cada hora el político tiene que vencer interiormente a un enemigo bastante trivial y demasiado humano; la vulgar vanidad, el mortal enemigo de toda devoción concreta a una causa y de todo distanciamiento con respecto a uno mismo. MANHEIN – Ideología y utopía. En general, hay dos sentidos distintos del término ideología: uno particular, y otro total. El concepto particular de ideología implica que el término expresa nuestro escepticismo respecto de las ideas y representaciones de nuestro adversario. Se considera a éstas como disfraces mas o menos concientes de la verdadera naturaleza de una situación, pues no podría reconocerla sin perjudicar sus intereses. Esta concepción de la ideología, que sólo gradualmente se ha ido diferenciando de la noción común y corriente de la mentira, es particular en muchos sentidos. Su particularidad se vuelve patente cuando la oponemos al concepto total más amplio de ideología. Nos referimos aquí a la ideología de una época o de un grupo histórico-social concreto, por ejemplo, de una clase, cuando estudiamos las características y la composición de la total estructura del espíritu de nuestra época o de este grupo. El elemento común a ambos parece consistir en el hecho de que ninguno confía en lo que dice el adversario para comprender su verdadero significado o intención. Pero aunque poseen algo en común, existen entre ellas ciertas diferencias bien marcadas. 1) En tanto que el concepto particular de ideología designa sólo una parte de las afirmaciones del adversario con el nombre de ideologías el concepto total pone en tela de juicio toda la concepción del mundo del adversario y se esfuerza en comprender dichas concepciones como un producto de la vida colectiva en que participa. 2) El concepto particular de ideología analiza las ideas desde un punto de vista meramente psicológico. Algo muy diferente ocurre con el concepto total de ideología. Cuando atribuimos a determinada época histórica un cierto mundo intelectual y a nosotros un mundo distinto, o si cierto grupo social, determinado históricamente, piensa en categorías distintas de las nuestras, nos referimos, no a los casos aislados del contenido del pensamiento, sino a sistemas de pensamiento divergentes y a modalidades de experiencia y de interpretación profundamente diferentes. Tocamos el punto de vista teórico cuando consideramos no sólo el contenido, sino la forma y aun la armazón conceptual de un modo de pensamiento como función de la situación vital de un pensador. 3) La concepción particular de ideología se aplica principalmente a una psicología de los intereses, en tanto que la concepción total emplea un análisis funcional más formal, sin referencia alguna a las motivaciones, concretándose a una descripción objetiva las diferencias estructurales de las mentalidades que operan sobre una base social diferente. La primera acepta que tal o cual interés es causa de determinada mentira o de determinado engaño. La segunda presupone sencillamente que existe una correspondencia entre determinada situación social y determinada perspectiva. Las ideologías son las ideas que trascienden la situación y que nunca lograron, de hecho, realizar su contenido virtual. Aunque a menudo se convierten en los motivos bien intencionados de la conducta del individuo, cuando se las aplica en la práctica, se suele deformar su sentido. Las utopías trascienden también la situación social, pues orientan la conducta hacia elementos que no contiene la situación, tal como se halla realizada en determinada época. Pero no son ideologías, es decir, no son ideologías en cuanto logran, por una contraactividad, transformar la realidad histórica existente en algo que esté más de acuerdo con sus propias concepciones. Lo que en determinado caso aparece como utópico, y en otro como ideológico, depende esencialmente de la etapa y del grado de realidad a la que se aplica ese modelo. La relación entre la utopía y el orden existente es ‘dialéctica’. Con esto queremos decir que toda época permite que surjan ideas y valores que contienen una forma condensada las tendencias irrealizables que representan las necesidades de cada época. PARSONS – La institucionalización de las ideologías. Una ideología es un sistema de creencias compartido por los miembros de una colectividad, es decir, una sociedad o una sub-colectividad de una sociedad –también un movimiento divergente de la cultura principal de la sociedad-, sistema de ideas que está orientado hacia la integración valorativa de la colectividad, por medio de la interpretación de la naturaleza empírica de la colectividad y de la situación en la cual ésta se halla ubicada, los procesos por los cuales ha llegado a su estado presente, los fines hacia los cuales sus miembros están colectivamente orientados, y sus relaciones con el curso futuro de los acontecimientos. En la medida en que predomine el interés cognitivo, el sistema de creencias será científico o filosófico. Tales sistemas de creencias pueden contribuir a la construcción de una ideología, y de hecho siempre lo hacen, pero el sistema de creencias no constituye una ideología mientras sea solo un objeto de dicho interés fundamental. Para constituir una ideología debe existir, como rasgo adicional, un cierto nivel de compromiso valorativo con la creencia como aspecto de la pertenencia a la colectividad: la adhesión al sistema de creencias, es institucionalizando como parte del rol de pertenencia a la colectividad. En el caso de una ideología debe existir una obligación de aceptar sus principios como base de la acción. La afirmación de que una ideología está orientada hacia la “integración valorativa de la colectividad” significa que el actor sienta que el bienestar del grupo está ligado al mantenimiento del sistema de creencias y a su utilización en la acción. Si las creencias ideológicas y las pautas valorativas son interdependientes, la relativa estabilidad y coherencia del sistema de creencias tiene el mismo orden de significación funcional que la estabilidad y coherencia de las pautas de orientación valorativa. La ideología sirve de este modo como una de las bases más importantes de la legitimación cognitiva de las pautas de orientación valorativa. Debe recordarse que las pautas de orientación valorativa constituyen siempre definiciones de la situación en términos de líneas de solución de los dilemas de acción. La significación de la función de legitimación se concreta en la relación de la ideología y las ideas religiosas con el sistema social. Esto sucede porque cuando hablamos de ideologías estamos refiriéndonos a un caso en que el interés cognitivo no está segregado de otros elementos del sistema de acción hasta el punto en que puede estarlo en la investigación y aplicación instrumental del conocimiento dentro de roles especializados y con respecto a fines específicos. El contenido cognitivo de las ideologías puede comprender cualquiera de las clases de objetos situacionales mencionados anteriormente o bien todas, es decir, objetos físicos, personalidades, colectividades y objetos culturales. Una ideología es un sistema empírico de creencias que comparten los miembros de cualquier colectividad. El caso típico, por supuesto, es la ideología que sirve para legitimar las pautas de orientación valorativa esenciales para una sociedad estable. Claro está que en cualquier sistema social complejo existirá una diferenciación en el nivel ideológico entre varias sub-colectividades de la sociedad más amplia. Cabe un grado considerable de esta diferenciación sin que ninguna de estas sub-ideologías deba considerarse como explícitamente divergente. Al ocuparnos de la conducta hemos llamado la atención sobre dos tipos de variabilidad. El primero es lo que llamamos sub-cultura divergente. En este caso, ilustrado por las pandillas delincuentes, existe una falta explícita de atracción por la legitimación en términos de los valores y la ideología de la sociedad más amplia: hay un “estado de guerra” abierto. Pero dentro de la colectividad divergente existe un sistema de valores muy definido y por lo tanto una ideología. Esta ideología incluirá siempre un diagnóstico de los fundamentos para la ruptura con la sociedad general, y su sistema de valores. Por ejemplo, existirán creencias tales como “uno no puede ganar” en la sociedad más amplia, o que en ella “los demás llevan ventaja”. En los casos de una ruptura abierta con el sistema de valores e ideología de una sociedad más amplia podemos hablar de una contra-ideología. El segundo caso es el del movimiento divergente que busca legitimación en términos del sistema de valores institucionalizado, pero dando su propia “interpretación” del sistema de valores y su propia ideología concomitante. Para ellos es de importancia crucial creer y convencer a otros de que los aspectos de la sociedad establecida –tal como capitalismo- contra los cuales se rebelan, pueden ser definidos como ilegítimos en términos de conjunto de creencias y valores compartidos. La principal función de la ideología compartida es la integración del sistema social. Por eso, allí donde haya un elemento de mala integración en la estructura social real, la ideología tenderá a “disimularlo” e “ignorarlo”. Un pleno enfrentamiento” con la realidad de la importancia de los elementos conflictivos en el sistema de valores y en la situación real, por ejemplo, con respecto a la preponderancia de ciertos tipos de conducta divergente, sería una amenaza para la estabilidad de la sociedad. Una segunda fuente de distorsión cognitiva de las ideologías reside en las necesidades de la “psicología de masas”. La importancia de este conjunto de factores variará ampliamente con el carácter y tamaño de la colectividad en cuestión. Pero mientras la ideología deba servir para unificar grandes masas humanas, y éstas no sean competentes en las áreas intelectuales que cubre la ideología, ordinariamente existirá una tendencia hacia la “vulgarización” en las formas bien conocidas. La hipersimplificación es, quizás, la nota característica de esta distorsión. Los lemas muy simples y las fórmulas apropiadas tenderán a ocupar un papel destacado y disimularán las complejidades intelectuales del campo. SILVA – Teoría marxista de la ideología. Hay dos caracterizaciones de la ideología: 1) Primera caracterización: las relaciones sociales que los hombres contraen en la producción de sus medios de vida y de su vida misma, engendran en los hombres una expresión ideal, inmaterial, de aquellas relaciones sociales materiales. Así como en el plano de las relaciones materiales el antagonismo cristaliza en la formación de una capa social dominante –propietaria de los medios de producción y administradora de la riqueza social según sus intereses-, del mismo modo y como expresión ideal de aquel dominio se constituye una ideología dominante. “Las ideologías no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas”. La oposición de la ciencia a la ideología proviene de que si la ideología tiene un papel encubridor y justificador de intereses materiales basados en la desigualdad social, el papel de la ciencia debe consistir en lo contrario: en analizar y poner al descubierto la verdadera estructura de las relaciones sociales, el carácter histórico y no “natural” de aquella desigualdad social. La ideología de una sociedad es la que determina el carácter de la estructura socioeconómica, es la conciencia social la que determina al ser social. El arma principal del proletariado no es hacerse de una “ideología” revolucionaria por el estilo de los socialismos utópicos; por el contrario, su arma fundamental es adquirir conciencia de clase, una conciencia que sustituya a esa falsa conciencia que es la ideología. 2) Segunda caracterización: se basa en la teoría contemporánea de la ideología. La ideología es un sistema de valores, creencias y representaciones que autogeneran necesariamente las sociedades en cuya estructura haya relaciones de explotación, a fin de justificar idealmente su propia estructura material de explotación, consagrándola en la mente de los hombres como un orden “natural” o inevitable, o filosóficamente hablando, como una “nota esencial”. Tiene su lugar individual de actuación en las zonas no concientes el psiquismo: algunas representaciones figuran en la inconciencia, inducidas desde la infancia, por la televisión comercial; otras se alojan en la pre- conciencia como es el caso de la ideología religiosa, que se tiene como algo “olvidado” pero que en horas difíciles reaparece en la conciencia como moral tranquilizador. Es una falsa conciencia. El lugar social de actuación de la ideología hoy lo forman los llamados mass-media o medios de comunicación de masas, los cuales inducen la ideología en los individuos. La explotación de plusvalía material se justifica y se refuerza mediante una explotación de plusvalía ideológica. Hoy en día los psicólogos al servicio de empresas comerciales del sistema explotan la inconciencia psíquica para vender productos, son unos grandes y prácticos aplicadores del concepto de plusvalía ideológica. Las ideas de la ideología no son tales ideas. No son ideas, son creencias; no son juicios, son prejuicios; no son resultado de un esfuerzo teórico individual, sino la acumulación social de lugares comunes; no son teorías creadas por individuos de cualquier clase social, sino valores y creencias difundidos por la clase económicamente dominante. LA SUPERESTRUCTURA. Este tema ofrece una tremenda dificultad. Presentar como metáfora un término que para la inmensa mayoría de marxistas es toda una explicación científica cumplida, suena fácilmente a herejía o “sutileza burguesa” destinada a minar el edificio teórico de Marx. La célebre “superestructura” no era otra cosa, para Marx, que una metáfora, usada en pocas ocasiones y sustituida por otras metáforas o, mejor aún, por explicaciones teóricas. Ocurre lo mismo que con el “reflejo” metáfora arbitrariamente convertida en teoría. La alienación, que comenzó siendo una metáfora ética, se convirtió en explicación socio-económica. Decir que el trabajador está “alienado de sí mismo” es una metáfora; pero pasa a ser una explicación científica cuando descubrimos que la fuerza de trabajo del obrero, al convertirse en mercancía, se convierte en el enemigo número 1 del propio trabajador. Hay una legión de presuntos marxistas que reducen la teoría de las formaciones ideológicas a la pura metáfora de la “superestructura ideológica”; metáfora que no hace sino ilustrar, vuelve del revés toda la teoría de Marx, pone cabeza abajo todo aquello que Marx se esforzó por poner de pie sobre la tierra. Supongamos que la superestructura sea un término explicativo y no metafórico: ¿qué sería lo que nos “explica”? No puede explicar otra cosa que lo siguiente: la sociedad, siendo una estructura material, tiene mentada sobre sí una superestructura de carácter ideal; pero si está montada sobre la estructura del mismo modo que un andamio, es posible separarla de la estructura y considerarla independientemente de aquella. La teoría de Marx es que las relaciones sociales de producción dominan y determinan todo el aspecto ideológico de la sociedad, esto es, el cuerpo jurídico-político, el Estado y las diversas creencias sociales. Su metáfora es: la base o cimiento económico sustenta toda la enorme superestructura o edificio ideológico. EL “REFLEJO”. La ideología vive y se desarrolla en la estructura social misma, es su continuación interior, y tiene dentro de ella un papel cotidiano y activo. La ideología hasta ahora ha llenado un papel de justificadora de esa explotación, y es ella misma una explotación, si se acepta la idea de la plusvalía ideológica. Cuando el Estado aplica la ideología jurídica de la propiedad privada para justificar la acumulación de riqueza en pocas manos y la distribución desigual, ¿no se trata acaso de una ideología acusando en y desde la estructura social? La metáfora del reflejo está expresada en un pasaje clásico de la ideología alemana. Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, sino que se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos y ecos ideológicos de este proceso de vida. Nos encontramos aquí frente a dos analogías encadenadas y complementarias. En la primera, la ideología aparece en la mente humana de modo semejante a como aparece el reflejo óptico en la cámara oscura. Así como en la cámara oscura aparece un reflejo invertido de la realidad física, del mismo modo en la mente humana aparece la ideología como una representación invertida del mundo (es decir, una visión del mundo en la que son las ideas las que manejan a los hombres y no los hombres a las ideas). La segunda analogía se desprende de la primera: la ideología de las sociedades guarda con respecto a la historia de las mismas y su proceso material de vida una relación semejante a la que guarda la imagen que se produce en la retina con respecto a la realidad física inmediata. La representación invertida que se da en la ideología responde al proceso de vida histórico y material de las sociedades y sus hombres. En el primer caso, la realidad física determina al reflejo; en el segundo, la realidad histórica determina a la ideología. Se trata de saber si la relación que hay entre los términos del conjunto (A) es la misma que hay entre los términos del conjunto (B). Las flechas intentan indicar que esa relación no es la misma. ¿Cuál es la relación que hay entre los términos del conjunto (B)? Es una relación de tipo casual; la realidad física determina casualmente el reflejo óptico. La realidad histórica no determina causalmente a las formaciones ideológicas. En primer lugar, porque la historia puede determinar externamente a los individuos, pero también internamente, desde dentro de los mismos individuos. En segundo lugar, porque la determinación es aquí reversible y multívoca. LOS ELEMENTOS QUE COMPONEN LA IDEOLOGÍA. La ideología está compuesta de representaciones políticas, jurídicas, morales, religiosas, científicas, artísticas, etc. Hay dos tipos de elementos entre los numerados: (A) los elementos políticos, científicos y artísticos, y (B) los elementos jurídicos, morales y religiosos. Se diferencian de modo general en que los elementos de (A) pueden ser ideológicos pero también pueden dejar de serlo; en tanto que los elementos de (B) son siempre y por definición ideológicos. (A) La política puede entenderse como ciencia y como ideología, porque en la práctica se da de dos modos distintos. A lo largo de la historia la política ha revestido siempre un carácter ideológico. Pero ello no impide concebir la política como una ciencia destinada no a encubrir ideológicamente el verdadero carácter de la estructura social, sino destinada a consolidar un hombre político que entienda su actividad ciudadana como la cooperación de todos con todos. La noción misma de ciencia, en cuanto incluye investigación y descubrimiento de la estructura de los fenómenos, rechaza a la noción de la ideología, que implica el encubrimiento de esa estructura de apariencias. El arte, por su parte, puede pertenecer al dominio ideológico, pero también al dominio de una espiritualidad no encubridora. Lo cierto es que el arte resulta ser casi siempre un elemento no perteneciente a la ideología. No es que el arte no sea algo social e históricamente determinado, el problema surge cuando consideramos que hay expresiones espirituales de la sociedad (el arte y la ciencia) que no son ideología. (B) Los elementos jurídicos, morales y religiosos son pura y netamente ideológicos. Los cuerpos jurídicos han tenido como finalidad específica la justificación de determinados órdenes materiales de cosas basados en la desigualdad social, y la protección legal de los intereses económicos de las clases dominantes. La moral, ha consistido en un aparataje ideológico montado por sobre las cabezas de los hombres. La moral tendrá que desaparecer o, mejor dicho, ser superada lo mismo que se supera la filosofía: realizándola. Pero, al realizarse, dejará de existir como moral. Será simplemente conducta. La religión es la esencia misma de la ideología. El fenómeno ideológico comenzó en las sociedades históricas por ser un fenómeno religioso. La carencia de dominio de las fuerzas humanas sobre las fuerzas naturales hizo que el hombre dominase por la imaginación a la naturaleza. Unidad 4 – LA POSMODERNIDAD. ATILIO BORÓN – La sociedad civil después del diluvio neoliberal. Hacia comienzos de los años ochenta América Latina parecía dispuesta a intentar organizar su vida pública en consonancia con los preceptos democráticos. Instaurar la democracia se reduce a la creación e institucionalización de un puro orden político que sólo plantea problemas de gobernabilidad y eficacia administrativa. Para las formulaciones clásicas, la democracia es tanto un método de gobierno como una condición de la sociedad civil, caracterizada por el predominio de la igualdad y por la existencia de una categoría social especial: los ciudadanos. La democracia define relaciones entre el Estado y sociedad civil, caracterizado por la existencia de la libertad, el pluripartidismo, las elecciones periódicas y el imperio de la ley. La democratización del capitalismo no basta para que las arraigadas estructuras de dominio sobre las cuales reposa y de las cuales depende vitalmente se esfumen como resultado del sufragio universal y la representación política. Se habla de democracia cuando en realidad estamos hablando de “capitalismos democráticos”, en donde lo sustantivos es el capitalismo y lo adjetivo la democracia. Esto se ve reflejado en nuestras democracias cuando se mantienen sociedades injustas que condenan a miles de personas a la marginalidad y el desamparo. Borón se pregunta: ¿Hasta qué punto la democratización del Estado es capaz de saturar el hiato entre la igualdad que proclama el régimen político y la desigualdad material que reproducen las relaciones capitalistas de producción? Ante esto no hay una solución estable ya que el proyecto de un capitalismo democrático choca con escollos de naturaleza estructural. A su vez, Borón señala que es imposible el paso de una democracia capitalista a una socialista, porque deberían plantearse la posibilidad de profundos cambios en la estructura social. Permanecer encerrados en una concepción “politicista” de la democracia obnubila nuestra visión y nos instala en un universo ficcional que no guarda correspondencia con los procesos reales que conmueven a nuestras sociedades. El problema es que estos nuevos derechos y la concepción participativa de la democracia son incompatibles con la sociedad capitalista. La hegemonía ideológica del neoliberalismo y su expresión política adquirió intensidad en América Latina. Uno de sus resultados ha sido el debilitamiento del Estado sometido a los intereses de las clases dominantes y resignando grados importantes de soberanía nacional ante la superpotencia imperial, la burguesía y sus “instituciones” guardianas: el FMI, el Banco Mundial y la supremacía del dólar. Por otra parte, se le añade un discurso ideológico que iguala lo estatal con la ineficacia y la corrupción, mientras que lo privado aparece como eficaz y austero. La fusión de la crisis fiscal con el discurso del Estado ha impulsado a diversos gobiernos de la región a tomar medidas de desmantelamiento de agencias y empresas estatales cuyos resultados son hasta ahora negativos. Hoy en día, la ortodoxia dominante aconseja “achicar” al Estado, rematar sus empresas para fortalecer el sector privado de la economía y nuestros gobiernos están actuando en función de estas nuevas ideas. Ante la propagación de la pobreza en todo el continente, el Estado deberá diseñar un conjunto de políticas sociales que neutralicen y corrijan los efectos de las “fallas” del mercado, que han demostrado ineptitud para resolver los problemas de la educación, la vivienda, la salud, la seguridad social, etc. Borón también critica a los estados capitalistas americanos (México, Brasil, Argentina, Chile, etc.) que fueron fuertes para privatizar toda clase de servicios pero aparecen como débiles a la hora de organizar un régimen tributario equitativo que obligue a los capitalistas a pagar impuestos en una proporción aproximada a la que prevalece en los países avanzados. Los triunfos electorales de Margaret Tatcher y Ronald Reagan marcaron el apogeo de la ideología neoliberal a comienzos de la década del ochenta en los Estados Unidos y el Reino Unido: América Latina no pudo evitar el contagio ideológico. El autor se pregunta: “¿Qué tipo de sociedad dejan como legado estos quince años de hegemonía neoliberal?”: Dejan una sociedad heterogénea y fragmentada, con profundas desigualdades de clase, género, región, etc. La herencia del neoliberalismo es una sociedad menos integrada producto de las desigualdades que profundizó con su política económica. PERRY ANDERSON – Neoliberalismo: un balance provisorio. El neoliberalismo nació en una región de Europa y de América del Norte donde imperaba el capitalismo. Fue una reacción teórica y política contra el Estado intervencionalista y de Bienestar. Se trata de un ataque apasionado contra cualquier limitación de los mecanismos del mercado por parte del Estado, denunciada como una amenaza letal a la libertad, no solo económica sino también política. En 1947, Hayek convocó a quienes compartían sus ideales para reunirse en Suiza. En aquel país se encontraban quienes estaban en contra del Estado de Bienestar europeo y los enemigos del New Deal norteamericano. Entre ellos: Milton Friendman, Jarl Popper, Lionel Robbins. Allí se difundó la Sociedad de Mont Pèlerin (una franco-masoneria neoliberal, dedicada y organizada). Su propósito fue: combatir el keynesianismo y el solidarismo reinantes, y preparar las bases para otro tipo de capitalismo para el futuro. Sin embargo, las condiciones para el neoliberalismo no eran favorables dado que el capitalismo en los 50’ y 60’ presentó un crecimiento económico asombroso y, por ende, las advertencias que daban respecto al peligro de la regulación del Estado, parecían equívocas dado el contexto de esplendor. Con la llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra, en 1973, se produce una crisis del capitalismo. Una profunda recesión junto con bajas tasas de crecimiento y una alta inflación. Lentamente, el neoliberalismo se fue imponiendo. Para Hayek, el mal estaba dado por el poder excesivo de los sindicatos, del movimiento obrero, que había socavado las bases de la acumulación privada con la presión sobre los salarios, que hacía que el Estado aumentase cada vez más los gastos sociales. Por ende, se destruyeron los niveles de beneficio para las empresas y comenzaron procesos inflacionarios que generó una crisis generalizada de las economías de mercado. Su idea era mantener al Estado con un poder suficiente como para hacer quebrar el poder de los sindicatos y en el control del dinero, pero que su papel lógicamente, sea escaso y casi sin participación a la hora de los gastos sociales y las intervenciones económicas. Su proceso fue construido paulatinamente y a finales de los años 80’ cuando los gobiernos continuaban aplicando las políticas keynesianas que si bien creaba empleo no podía evitar que se generara una epidemia inflacionaria mundial (estanflación, es decir, tanto el estancamiento como el ritmo de la inflación que no cedía) y creó un déficit inflacionario insostenible. Fue ese momento, en 1979, cuando surgió y se presentó la oportunidad. Tanto en Inglaterra como en los EE.UU., con las figuras de Margaret Thatcher (cuyo gobierno fue elegido) y Ronald Reegan (asumiendo como la presidencia), respectivamente, se inició una práctica de un programa con ideas neoliberales. El viejo continente se inclinó a gobiernos de derecha que por lo general practicaron un neoliberalismo cauteloso. En Europa, la inflación cayó entre los años 70’ y 80’ y la tendencia continuó en los 90’. La deflación, a su vez, también obtuvo éxitos. Asimismo, hubo un crecimiento de las tasas de desempleo (considerado necesario para un mercado eficiente) y la tributación cayó. A fin de cuentas, alcanzaron el fin histórico: reanimaron el capitalismo avanzado mundial, restaurando las tasas altas de crecimiento, como existían antes de los años 70’. No hubo recuperación de la inversión dado que la desregulación financiera creó condiciones más propias para la inversión especulativa que financiera. AMERICA LATINA, ESCENARIO DE EXPERIMENTACIÓN: Chile fue, con la dictadura de Pinochet, pionero del ciclo neoliberal americano. El neoliberalismo chileno presuponía la abolición de la democracia y la instalación de una de las más crueles dictaduras. Sin embargo, la democracia jamás había sido un valor central del neoliberalismo. Paralelamente a la represión política que instaló su Régimen Militar con diversas atrocidades y muertes que se produjeron llevo a cabo una política económica rápida y drástica, que produjo el éxito del “milagro económico chileno” (frase acuñada por el famoso economista, Milton Friedman, para describir las reformas de liberalización económica que experimentó Chile durante el este período. Lógicamente hace referencia a la recuperación después de la Segunda Guerra Mundial.), eliminando el gravísimo problema de la hiperinflación y logrando un desarrollo económico importante y mejorando la calidad de vida de los chilenos debido a la pobreza que había por aquel entonces. Algunas de las políticas instaladas durante estos 15 años fueron: desregulación, desempleo masivo (al despedir al 30% de los empleados públicos), represión sindical, redistribución de la renta a favor de los ricos, reducir el gasto público (en un 20%), aumentar el IVA, privatización de los bienes públicos y de las empresas estatales (a precios muy bajos) y liquidar los sistemas de ahorro y de préstamos de vivienda. Bolivia: En 1985 en el Poder Ejecutivo estuvo Víctor Paz Estensoro. Luego de ser elegido, impulsó una serie de políticas económicas neoliberales mediante el “Decreto Supremo 21060”, la cual cambió la orientación económica hacia el liberalismo dejando de lado el espíritu estatista. Durante su mandato, salvó al país del colapso económico y de la hiperinflación. Sin embargo, tomó drásticas medidas como el despido de 23.000 trabajadores que estaban ligados a la industria del estaño (por la crisis). Otro presidente que estuvo en el mandato desde 1993-1997 fue Gonzalo Sánchez de Lozada, que había sido ministro de Planeamiento y coordinación. Debido a que Bolivia se hallaba fuertemente endeudado decidió tomar las siguientes medidas (en clara referencia a un modelo neoliberal): la privatización de empresas estatales, un control de los gastos del Estado y por ende, una reducción de los mismos en los servicios sociales y en los programas de educación, entre otros. La inflación fue detenida, pero tuvo costos sociales. Su gobierno estuvo marcado por la capitalización, reforma educativa y una clara descentralización administrativa. Según Perry Anderson, económicamente el neoliberalismo fracasó; socialmente creo sociedades desiguales; y política e ideológicamente ha tenido éxito diseminando que no hay alternativas para sus principios y que todos deben adaptarse a sus normas. NORBERT LECHNER – Los nuevos perfiles de la política. En los años ’70 la cuestión democrática emerge por oposición a las dictaduras prevalecientes en Brasil y el Cono Sur. Durante los ’80 predomina una visión defensiva (antiautoritaria) de la democracia. La motivación radica en fomentar los procesos de modernización y respaldar la gestión gubernamental en las democracias emergentes. LA DEMOCRACIA POSIBLE. Hoy en día, la democracia realmente existente se encuentra determinada por el fin de un ciclo histórico y la reorganización integral de las sociedades latinoamericanas. El discurso neoliberal e el que mejor ha sabido señalizar la reestructuración emergente: los ajustes estructurales que alteran la matriz estadocéntrica de las sociedades latinoamericanas, desplazando la dinámica del desarrollo social del Estado al mercado. Se anuncia la emergencia de una “nueva democracia”, diferente al orden democrático existente. ¿De qué manera las transformaciones en curso afectan las condiciones de posibilidad de la democracia en América Latina? En primer lugar, las posibilidades de la democracia en América Latina se encuentran condicionadas por los procesos de modernización. El dinamismo de la reestructuración económica obliga a reorganizar el funcionamiento práctico de la democracia en nuestros países. Un segundo referente es la cultura. En el caso latinoamericano, implica asumir las formas con que una sociedad concibe la modernización. Finalmente resulta indispensable contemplar las dinámicas específicamente políticas. Las democracias latinoamericanas suelen caracterizarse por una débil institucionalidad. La relevancia de la “ingeniería institucional”, los actuales procesos de consolidación democrática se encuentran condicionados por un elemento nuevo: la transformación de la propia política. El nuevo contexto redefine el lugar y las funciones de la política y redimensiona su campo de competencia. Múltiples signos indican que participamos de una transformación de la política institucionalizada. ¿Qué sentido tiene la política hoy en día? El significado de la política moderna consiste en la construcción del orden social. Esta concepción se opone no sólo a principios divinos y tradiciones sacralizadas, sino también a visiones “naturalistas” del orden dado como las encontramos hoy en día. El paso de un orden recibido a un orden producido tiende a ser reinterpretado mediante la idea de un orden autorregulado. La interpretación de la sociedad como “sistema autorregulado” cuestiona la centralidad de la política. En su lugar, la acción política tiende a operar mediante “redes políticas”. La decisión política ya no representa un acto de autoridad que pide obediencia, sino un acuerdo negociado, basado en beneficios mutuos. Un rasgo decisivo de la nueva política se desprende de la reestructuración del tiempo. Siendo la sociedad moderna fundamentalmente una sociedad volcada hacia el futuro, ella encuentra en el poder político un instrumento privilegiado para construir ese futuro. Por consiguiente, la acción política consiste primordialmente en decidir las metas y conducir al proceso social. La desestructuración del tiempo y cierta apología de un “presente permanente” nos acercan a la experiencia del mercado. El mercado alude a un horizonte de futuro, pero bajo forma de oportunidad y riesgo. Otro aspecto sobresaliente reside en el desplazamiento de los límites de la política. Tiene lugar una reestructuración del campo político. Mientras que antes el poder político se caracterizaba por crear su propio espacio –la nación- el actual proceso de globalización no sólo limita las fronteras nacionales como nunca antes, sino que socava la relativa congruencia que existía entre los espacios políticos, económicos y culturales. En lugar de un fortalecimiento de la sociedad civil, vivimos el despliegue de la sociedad de mercado. De hecho, la sociedad política se encuentra acotada por la sociedad económica bajo la forma de “imperativos técnicos”. Las decisiones políticas son delimitadas por los propios equilibrios macroeconómicos que representan un principio normativo que fija límites a la intervención política. Uno de los rasgos más notorios de la actualidad consiste en la extensión del mercado a ámbitos no económicos. En lugar de una mayor libertad de elección del ciudadano y una mayor transparencia de las decisiones políticas, la entronización de la racionalidad económica significa primordialmente la consagración de criterios mercantiles en la política: el dinero, la competencia, el éxito individual. A semejanza del frío mundo de los negocios, la política se ha vuelto altamente competitiva y cara. Tradicionalmente la democracia convocaba a hombres libres e iguales que, sin considerar sus atributos e intereses, decidían sobre los asuntos de la res pública. El neoliberalismo, por el contrario, pretende sustituir la política por el mercado como instancia máxima de regulación social. Asuntos que antes eran compartidos por todos ahora son privatizados. Las privatizaciones de los servicios públicos significan medidas económicas. Otro de los cambios profundos de la política proviene de las transformaciones culturales: el auge de la cultura audiovisual. Vivimos en la cultura de la imagen, donde el espacio privilegiado es la televisión, que escenifica la política acorde a sus reglas, modificando el carácter del espacio público. La política se refracta en múltiples voces y desde múltiples imágenes se construye la opinión ciudadana. Menos visible que lo audiovisual, pero más relevante, son los efectos que pueden tener las transformaciones de la política para la “conciencia colectiva”. EL MALESTAR CON LA POLÍTICA. Habitualmente los análisis de política no tienen en cuenta lo político, siendo que esta experiencia cotidiana de la gente acerca del orden común es la materia prima de la cual se nutre la política. Lo político relaciona la vida social con la comunidad de ciudadanos. Una aproximación a lo político consiste en reflexionar el malestar con la política. El reclamo se refiere no al principio de legitimidad sino a la democracia en tanto principio de organización. El malestar expresa una reacción en contra de las actuales formas de hacer política. La gente espera de la política una dirección que decida acerca de lo posible, lo probable y los objetivos deseables. Para el sentido común, la política debería ofrecer un proyecto u horizonte de futuro en referencia al cual se haga inteligible y previsible el presente. La gente espera que la política le garantice no solo la integridad física y una seguridad económica, sino también un marco de certidumbre. La política provoca malestar y una de sus manifestaciones consiste en la falta de confianza en ella y en los políticos. La ciudadanía se ve acosada de modo directo o audiovisual por muchos problemas (desempleo, delincuencia, etc.). El sentimiento de que “las cosas están fuera de control” expresa un fracaso de la política. LA TRANSFORMACIÓN DE LO POLÍTICO. En primer lugar, llamo la atención sobre la crisis de los mapas ideológicos. En la política –como en las ciudades- necesitamos orientarnos con mapas que delimitan el espacio, establecen jerarquías, prioridades, etc. Las ideologías operan como tales mapas. La crisis de los mapas político-ideológico profundiza la desidentificación ciudadana con los partidos políticos, que ya no ofrecen a la ciudadanía pautas interpretativas que le permitan estructurar sus intereses y valores, sus preferencias y miedos, en identidades colectivas. La erosión de los mapas ideológicos debilita las estructuras de comunicación y, por tanto, las relaciones entre los ciudadanos y la política. A la crisis de los mapas ideológicos parece subyacer una “mutación” cultural: una reestructuración de los mapas cognitivos. Me refiero a las coordenadas mentales y los códigos interpretativos mediante los cuales hacemos inteligible la realidad social. La erosión de nuestros mapas cognitivos se manifiesta en la desestructuración del tiempo. Recalco un rasgo emblemático de eso: el desvanecimiento del futuro. Parece haberse agotado nuestra capacidad de imaginar otros mundos, el futuro tiende a evaporarse. Este ambiente cultural tensiona la política. El quiebre de los mapas cognitivos también se expresa en la reestructuración del espacio. Emerge un nuevo individualismo que se retrotrae a la intimidad de lo privado. En el caso de Chile es notorio cómo la privatización económica se ha desdoblado en una verdadera privatización de los individuos, que pasan de los asuntos públicos en beneficio de un acomodo personal a las oportunidades y desafíos. O’DONNELL – Estado, democratización y ciudadanía. El derrumbe de sistemas autoritarios ha conducido al surgimiento de una cantidad de democracias. Más exactamente, siguiendo la definición de Dahl, son poliarquías: existen varios tipos de ella. Pero tienen una característica en común: todas son democracias representativas. En cambio, la mayor parte de los países recientemente democratizados no se está encaminando hacia regímenes democráticos representativos. Son poliarquías diferentes. EL ESTADO Y LAS NUEVAS DEMOCRACIAS. Los estados están entrelazados con sus sociedades respectivas de complejas y variadas maneras; esa inserción conduce a que los rasgos de cada uno de ellos y de cada sociedad tengan un enorme influjo sobre el tipo de democracia pasible de consolidarse, o sobre la consolidación o fracaso de la democracia a largo plazo. Es un error asociar el Estado con el aparato estatal, o el sector público, o la suma de las burocracias pública, que indudablemente son partes del Estado, pero no constituyen el todo. El estado es también un conjunto de relaciones sociales que establece cierto orden en un territorio determinado, y finalmente lo respalda con una garantía coercitiva centralizada. Muchas de esas relaciones se formalizan mediante un sistema legal provisto y respaldado por el Estado. Las relaciones sociales pueden basarse, como argumenta Weber, en la tradición, el miedo al castigo, la legitimidad y/o la eficacia de la ley. La eficacia de la ley sobre un territorio determinado se compone de conductas que son compatibles con las leyes. Esta es la estructura que sustenta el orden establecido y garantizado por el Estado-nación contemporáneo, vemos que la ley es un elemento constitutivo del Estado, ya que proporciona el orden social dentro de un territorio determinado. Existe otra dimensión del Estado: la ideología. El estado pretende ser un “estado para la nación”. El estado alega en diversas formas que es el creador del orden, y ese orden es desigual, aun cuando el Estado sostenga que resulta igual para todos los miembros de la nación, respaldado por la ley, que estructura las desigualdades. Con frecuencia los debates contemporáneos confunden dos dimensiones distintas. Una de ellas se relaciona con el tamaño y la influencia relativa del aparato estatal. En la mayoría de los países democratizados el Estado es grande y eso conduce a consecuencias negativas. La segunda dimensión se refiere a la fuerza o debilidad del Estado como un todo, es decir, no sólo del aparato estatal, pero incluyéndolo también. Un aparato estatal “grande” o “pequeño” puede o no establecer eficazmente su legalidad sobre el territorio que le corresponde. Un Estado fuerte es aquel que establece eficazmente esa legalidad. En muchas democracias emergentes la eficacia de un orden nacional representado por la ley y la autoridad del Estado se desvanece en cuanto uno se aleja de los centros urbanos nacionales. El miedo, la inseguridad, la reclusión de la urbanización de los ricos y las tribulaciones del transporte público acortan los espacios públicos y llevan a una forma perversa de privatización. Consideremos esas regiones donde los poderes locales establecen circuitos de poder que funcionan conforme a reglas incompatibles con las leyes que regulan el territorio nacional. Hablamos de sistemas de poder privado, donde no tienen vigencia muchos de los derechos y garantías de la legalidad democrática. Imaginémonos un mapa de cada país en donde las áreas azules señalen un alto nivel de presencia del Estado tanto territorial como funcional; el color verde significaría un nivel alto de presencia territorial pero bajo desde el punto de vista funcional y de clase; y el color marrón indicaría un nivel muy bajo o nulo en ambas dimensiones. En este sentido, el mapa de Noruega mostraría un predominio del color azul; el de EEUU una combinación de azul y verde, con manchas marrones en el sur y en las grandes ciudades; en Brasil y Perú predominaría el marrón, y en Argentina la extensión del marrón sería menor. En las áreas marrones hay elecciones, gobernadores y legisladores. Las fracciones políticas que funcionan en esas zonas funcionan en base a fenómenos como el personalismo, amiguismo, clientelismo, y otras formas de corrupción. La presencia de esos circuitos de poder se repite en la vida política nacional, comenzando con el congreso, que supuestamente es la fuente de la legalidad existente, y que abarca el territorio nacional. Los legisladores “marrones” tienden a ser en su desempeño “conservadores y oportunistas”. Su éxito depende del intercambio de “favores” con el gobierno y las diversas burocracias, y cuando el poder ejecutivo es débil y necesita apoyo del congreso, a menudo obtienen el control de los organismos estatales que suministran esos recursos. Hasta cierto punto el régimen que resulta de allí es muy representativo. El problema es que esa representatividad implica la introyección del autoritarismo, entendido como la negación del carácter público y de la legalidad eficaz de un Estado democrático y de la ciudadanía en el centro del poder político de aquellos países. El contexto autoritario tiene una característica fundamental: allí no existe un sistema legal que garantice la eficacia de los derechos y garantías de los individuos. Siempre que un sistema legal incluya los derechos y garantías del constitucionalismo occidental, y existan poderes públicos con la capacidad y disposición de imponer esos derechos y garantías incluso contra otros poderes públicos, el Estado y el orden que él implanta y reproduce son democráticos. En los países que tienen áreas marrones extensas, las democracias se basan en un Estado esquizofrénico; uno que, funcional y territorialmente, combina en forma compleja características democráticas y autoritarias. Es un Estado cuyos componentes de legalidad democrática y, por consiguiente, de su carácter público y de ciudadanía, se desvanecen en las fronteras de varias regiones y de relaciones interclasistas y étnicas. La democracia está vinculada a la ciudadanía, y ésta sólo puede existir dentro de un Estado democrático. Un Estado que no es capaz de hacer valer su legitimidad sustenta una democracia con baja densidad de ciudadanía. En las áreas marrones de las democracias nuevas por lo general se cumplen las condiciones políticas específicas para la existencia de la poliarquía. Pero los campesinos, pobres, indígenas, mujeres, etc., no logran un trato justo de la justicia o no pueden obtener derechos. Esas son restricciones “extra poliárquicas”. Ellas connotan la ineficacia del Estado como ley, la reducción de ciertas garantías y derechos que son tan constitutivos de la ciudadanía como el poder votar sin coacción. El resultado es una disyunción curiosa: en muchas áreas marrones se respetan los derechos democráticos, los derechos participativos de la poliarquía, pero se viola el componente liberal de la democracia. SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA CRISIS DEL ESTADO. La crisis de los países recientemente democratizados fomenta la propagación de las regiones marrones. Es el resultado de una profunda crisis del Estado. Pero también se deriva del fuerte antiestatismo de las ideas y políticas neoliberales, y de su empeño en reducir las burocracias estatales y el déficit fiscal. Actualmente se están haciendo para reducir el déficit fiscal. Por el lado de los gastos, los aspectos más importantes han sido las privatizaciones y los intentos de librarse del “personal excedente”. Pero no ha resultado porque esos cargos están amparados judicialmente y la oposición de los sindicatos resulta costosa. TAYLOR – Tres formas de malestar. Quisiera referirme a las formas de malestar, aquellos rasgos de nuestra cultura que la gente experimenta como pérdida a medida que se “desarrolla” nuestra civilización. La pérdida se percibe desde un período histórico largo, contemplando toda la era moderna desde el siglo XVII. 1. El individualismo. Vivimos en un mundo en el que las personas tienen derecho a elegir por si mismas su propia regla de vida, a decidir qué convicciones adoptar. Y estos derechos están defendidos por nuestras leyes. Repetidas veces se ha expresado la inquietud de que el individuo perdió algo importante además de esos horizontes amplios de acción, sociales y cósmicos. Algunos se han referido a ello como si hablaran de la pérdida de la dimensión heroica de la vida. Dicho de otro modo, sufrimos la falta de pasión. Esta pérdida estaba ligada a un angostamiento. La gente perdía esa visión más amplia porque prefería centrarse en su vida individual. El lado oscuro del individualismo supone centrarse en el yo, que aplana y estrecha nuestras vidas, las empobrece y las hace perder su interés por los demás. La tecnología ha contribuido a ese aplanamiento y estrechamiento de nuestras vidas. La gente se ha hecho eco de esa pérdida de riqueza de nuestro entorno humano. 2. Primacía de la razón instrumental. Clase de racionalidad de la que nos servimos cuando calculamos la aplicación más económica de los medios a un fin dado. La eficiencia máxima, la mejor relación coste-rendimiento, es su medida del éxito. Se pueden señalar muchas cosas para poner en evidencia esta preocupación: las formas en que se utiliza el crecimiento económico para justificar la desigual distribución de la riqueza y la renta, o la manera en que esas exigencias nos hacen insensibles al medio ambiente, etc. 3. Las instituciones y estructuras de la sociedad tecnológico-industrial limitan nuestras opciones que fuerzan a las sociedades tanto como a los individuos a dar a la razón instrumental un peso que nunca le concederíamos en una reflexión moral seria, y que incluso puede ser destructiva. Se puede observar cómo la sociedad estructurada en torno a la razón instrumental nos impone una gran pérdida de libertad debido a que no son sólo nuestras decisiones las configuradas por estas fuerzas. Es difícil mantener un estilo de vida individual contra la corriente. En una sociedad en la que la gente termina convirtiéndose en ese tipo de individuos que están “encerrados en sus corazones”, pocos querrán participar activamente en su autogobierno. Preferirán quedarse en casa y gozar de las satisfacciones de la vida privada, mientras el gobierno proporciona los medios para el logro de estas satisfacciones y los distribuye de modo general. Cuando disminuye la participación, el ciudadano se queda solo frente al Estado burocrático y se siente, con razón, impotente. Con ello se desmotiva al ciudadano aún más, y se cierra el círculo vicioso del despotismo blando. El primer malestar expone lo que podríamos llamar pérdida de sentido, disolución de horizontes morales. La segunda concierne al eclipse de los fines, frente a una razón instrumental desenfrenada. Y la tercera se refiere a la pérdida de libertad. TAYLOR – Contra la fragmentación. El colapso de las sociedades comunistas ha convertido en innegable lo que muchos nunca dejaron de advertir: que los mecanismos de mercado son indispensables para una sociedad industrial, por su eficiencia económica y por su libertad. La estabilidad y la eficiencia no podrían sobrevivir al abandono de la economía por parte de los gobiernos, y resulta dudoso que la libertad pudiera sobrevivir en un capitalismo salvaje, con sus desigualdades y su explotación sin compensaciones. Nuestro reto estriba en combinar una serie de modos de actuación que son necesarios conjuntamente para una sociedad libre y próspera, pero que tienden también a estorbarse unos a otros: las asignaciones del mercado, la planificación estatal, las disposiciones colectivas en la defensa de los derechos individuales. No podemos abolir el mercado, pero tampoco podemos organizarnos exclusivamente mediante mercados. Restringirlos puede resultar costoso; no restringirlos en absoluto podría resultar fatal. El funcionamiento del mercado y del Estado burocrático tiende a fortalecer los entramados que favorecen una posición atomista e instrumental hacia el mundo y hacia los demás. La fuerza que puede hacer retroceder a la hegemonía galopante de la razón instrumental consiste en la forma adecuada de iniciativa democrática. Esto representa un problema: el funcionamiento conjunto del mercado y del Estado burocrático tiene tendencia a debilitar la iniciativa democrática. El peligro lo constituye la fragmentación, a saber, un pueblo cada vez más incapaz de proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo. La fragmentación aparece cuando la gente comienza a considerarse de forma cada vez más atomista, dicho de otra forma, cada vez menos ligada a sus conciudadanos en proyectos y lealtades comunes. Esta fragmentación se produce por medio del debilitamiento de lazos de afinidad. Una sociedad fragmentada es aquella cuyos miembros encuentran cada vez más difícil identificarse con su sociedad política como comunidad. Una política de resistencia significa una política de formación democrática de voluntades. Contrariamente a aquellos adversarios de la civilización tecnológica que se han sentido atraídos por una posición elitista, debemos considerar que un intento serio de comprometernos en la lucha cultural de nuestro tiempo requiere promover una política destinada a dotarse de poder democrático. MOUFFE – Por un pluralismo agonístico. Las sociedades democráticas se encuentran ante un conjunto de dificultades y muy mala preparación para afrontarlas. Tras haber creído en el triunfo del modelo liberal- democrático, los demócratas occidentales han quedado desorientados ante la multiplicación de los conflictos étnicos, religiosos e identitarios que habrían debido quedar sepultados en un pasado ya superado. La desaparición de la oposición entre totalitarismo y democracia, que había servido como principal frontera política para discriminar entre amigo y enemigo, puede conducir a una profunda desestabilización de las sociedades occidentales. Es urgente redefinir la identidad democrática y eso puede hacerse a través de una nueva frontera política. EL LIBERALISMO Y LA EVASIÓN DE LO POLÍTICO. Schmitt reprocha al liberalismo que trata de aniquilar lo político. En respuesta al proyecto de Schmitt de afirmar lo político contra el liberalismo, es importante elaborar una forma verdaderamente política de liberalismo que no escamotee el antagonismo y la decisión. El objetivo de una política democrática no reside en eliminar las pasiones ni relegarlas a la esfera privada, sino en movilizarlas y ponerlas en escena de acuerdo con los dispositivos agonísticos que favorecen el respeto del pluralismo. Es importante destacar la naturaleza central de la noción de “exterior constitutivo”, pues es la que afirma la primacía de lo político. Esta noción indica que toda identidad se construye a través de parejas de diferencias jerarquizadas: por Ej., entre forma y materia, entre esencia y accidente, entre negro y blanco, entre hombre y mujer. La idea de “exterior constitutivo” ocupa un lugar decisivo en mi argumento al indicar que la condición de existencia de toda identidad es la afirmación de una diferencia, la determinación de “otro” que le servirá de “exterior”, permite comprender la permanencia del antagonismo y sus condiciones de emergencia. En efecto, en el dominio de las identificaciones colectivas –en que se trata de la creación de un “nosotros” por la delimitación de un “ellos”-, siempre existe la posibilidad de que esta relación nosotros/ellos se transforme en una relación amigo /enemigo. La vida política nunca podrá prescindir del antagonismo, pues atañe a la acción pública y a la formación de identidades colectivas. Ahora bien, para construir un “nosotros” es menester distinguirlo de un “ellos”. Por eso la cuestión decisiva de una política democrática no reside en llegar a un consenso sin exclusión, sino en llegar a establecer una discriminación nosotros/ellos de tal modo que resulte compatible con el pluralismo. ANTAGONISMO Y AGONÍSMO. Lo que caracteriza a la democracia pluralista es la distinción entre “enemigo” y “adversario”. En el interior del “nosotros” que constituye la comunidad política, no se verá en el oponente un enemigo a abatir, sino un adversario de legítima existencia y al que se debe tolerar. Se combatirán con vigor sus ideas, pero jamás se cuestionará su derecho a defenderla. Una vez que hemos distinguido entre antagonismo (relación con el enemigo) y agonismo (relación con el adversario), podemos comprender por qué el enfrentamiento agonal, lejos de representar un peligro para la democracia, es en realidad su condición misma de existencia. La democracia es frágil y algo nunca definitivamente adquirida, pues no existe “umbral de democracia” que tenga garantizada para siempre su permanencia, se trata de una conquista que hay que defender. La democracia sólo puede existir cuando ningún agente social está en condiciones de aparecer como dueño del fundamento de la sociedad y representante de la totalidad. Al modelo de democracia moderna hay que oponer otro, que reconoce el papel constitutivo de la división y el conflicto. La democracia pluralista se convierte en un ideal que se autorrefuta, pues en el momento mismo de su realización sería también el de su destrucción. La existencia del pluralismo implica la permanencia del conflicto y del antagonismo, que no es posible abordar como obstáculos empíricos que impidieran la realización perfecta del ideal de una armonía inalcanzable, pues nunca seremos capaces de coincidir perfectamente con nuestro ser racional. DEMOCRACIA RADICAL Y PLURAL: UN NUEVO IMAGINARIO POLÍTICO. En la tensión entre consenso –sobre los principios- y disenso –sobre su interpretación- es donde se inscribe la dinámica agonística de la democracia pluralista. Con la instauración de un pluralismo agonístico hace falta una nueva interpretación que sea la expresión de la diversidad de las luchas por la igualdad y de la relación que establecen con la libertad. Esa visión la llamamos “radical y plural democracia”. La apuesta de esa radical y plural democracia es la creación de una cadena de equivalencias entre las diversas luchas por la igualdad y el establecimiento de una frontera política. JOHN RAWLS – Ideas fundamentales del liberalismo político. La cultura política de una sociedad democrática se caracteriza por albergar una diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales opuestas e irreconciliables. Algunas de éstas son perfectamente razonables; y el liberalismo político entiende que cuando las capacidades de la razón humana trabajan en un marco de instituciones libres y duraderas, es inevitable que a largo plazo surja esta diversidad de doctrinas razonables. El liberalismo político supone que las disputas más difíciles de resolver son aquellas que se desarrollan en torno a las cuestiones más elevadas: la religión, las visiones filosóficas del mundo y las diferencias concepciones morales del bien. DOS CUESTIONES FUNDAMENTALES. El pensamiento democrático de los últimos dos siglos no ha llegado a un acuerdo acerca de la manera en que las instituciones básicas de una democracia constitucional deberían ser articuladas para satisfacer criterios equitativos de cooperación entre ciudadanos considerados libres e iguales. Podemos considerar este desacuerdo como un conflicto dentro del mismo pensamiento democrático entre la tradición asociada con Locke, que concede mayor importancia a “las libertades de los modernos” (libertad de pensamiento y conciencia, determinados derechos básicos de la persona y la propiedad) y la tradición asociada con Rousseau, que concede mayor importante a “las libertades de los antiguos” (libertades políticas iguales y los valores de la vida pública). Estos dos principios de justicia sostienen que: 1. Cada persona ha de tener derecho a un esquema adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con el mismo esquema de libertades para los demás. 2. Las desigualdades sociales y económicas deben satisfacer dos condiciones: primero, deben estar ligadas a empleos y funciones abiertos a todos, bajo condiciones de igualdad de oportunidades; y segundo, deben beneficiar a los miembros menos favorecidos de la sociedad. El propósito de la justicia como equidad es práctico: se presenta como una concepción de la justicia que puede ser compartida por los ciudadanos y construir la base de un acuerdo razonado, informado, y político. Ella expresa su razón política pública y compartida. Pero para expresar tal razón compartida, la concepción de la justicia debería ser independiente de las doctrinas religiosas y filosóficas opuestas y en conflicto que los ciudadanos sostienen. LA IDEA DE UNA CONCEPCIÓN POLÍTICA DE LA JUSTICIA. Una concepción política de la justicia cuenta con tres propiedades: 1. La primera se refiere al objeto de la concepción política. Esta concepción está elaborada para un tipo específico de objeto: las instituciones políticas, sociales y económicas. Se aplica a lo que llamaré la “estructura básica” de la sociedad. Con esta expresión me refiero a las principales instituciones políticas, sociales y económicas de la sociedad, y a la manera en que ellas se articulan en un sistema unificado de cooperación social, de generación en generación. La estructura básica es el conjunto de instituciones de una sociedad cerrada: debemos considerar que es una sociedad que se contiene a sí misma y que no mantiene relaciones con otras sociedades. Sus miembros sólo ingresan en ella con el nacimiento y la abandonan con la muerte. 2. La segunda propiedad se refiere al modo de presentación: una concepción política de la justicia se presenta como una visión independiente. Si bien procuramos que una concepción política sea justificada en base a una o más doctrinas comprensivas, ella no se presenta ni como derivada de esa doctrina aplicada a la estructura básica de la sociedad, como si esta estructura fuera otro objeto al cual esa doctrina es aplicada. Debemos distinguir el modo en que se presenta una concepción política del hecho de que forme parte, o sea, derivable de una doctrina comprensiva. 3. La tercera propiedad es que su contenido se encuentra expresado en términos de ciertas ideas fundamentales en que se encuentran implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática. Esta cultura pública comprende las doctrinas comprensivas de todo tipo (religiosas, filosóficas y morales), que pertenecen al “marco cultural” de la sociedad civil. LA IDEA DE LA SOCIEDAD COMO UN SISTEMA EQUITATIVO DE COOPERACIÓN. La idea organizadora fundamental de la justicia como equidad es la sociedad como un sistema equitativo de cooperación. Podemos especificar la idea de cooperación social exponiendo tres de sus elementos: 1. La cooperación se distingue de la mera actividad socialmente coordinada. La cooperación está guiada por reglas y procedimientos públicamente reconocidos. 2. La cooperación implica la idea de criterios equitativos de cooperación: todas las personas que participan en el sistema de cooperación y que cumplen su obligación según lo requieren las reglas y procedimientos, recibirán un beneficio determinado en base a una pauta adecuada de comparación. 3. La idea de cooperación social requiere una idea de ventaja racional de cada participante o una idea del bien. Esta idea del bien especifica el objetivo que procuran alcanzar quienes participan en el sistema de cooperación, sean individuos, familias, etc. En la idea de reciprocidad se ubica entre la idea de equidad, que es altruista (orientada al bien general), y la idea de ventaja mutua, entendida como la ventaja de cada persona con respecto a su situación presente. La reciprocidad es una relación entre ciudadanos expresada mediante principios de justicia que regulan un mundo social en el cual cada uno recibe un beneficio determinada en base a un criterio de igualdad. LA IDEA DE LA POSICIÓN ORIGINAL. La justicia como equidad reformula la doctrina del contrato social y concibe que los criterios equitativos de cooperación son acordados por quienes participan en ella por ciudadanos libres e iguales. Pero su acuerdo debe ser formulado bajo condiciones apropiadas, que deben situar a personas libres e iguales bajo circunstancias equitativas y no deben permitir que ciertas personas posean mayor poder de negociación que otras. La posición original constituye este punto de vista. La razón por la cual la posición original debe abstraerse de, y no ser afectada por las contingencias del mundo social, es que las condiciones para un acuerdo equitativo acerca de los principios de justicia política entre personas libres e iguales deben eliminar las ventajas de negociación que surgen dentro del marco institucional de cualquier sociedad, como producto de tendencias sociales, históricas y naturales acumulativas. LA CONCEPCIÓN POLÍTICA DE LA PERSONA. Los ciudadanos son libres e iguales en el sentido que se conciben a sí mismos y a los demás como dotados de la capacidad moral para poseer una concepción del bien. Cuando los ciudadanos se convierten de una religión a otra, o dejan de sostener una creencia religiosa establecida, no dejan de ser la misma persona que eran antes. No se pierde lo que llamamos su identidad pública, mantienen sus libertades y deberes básicos, poseen la misma propiedad y pueden formular los mismos reclamos que antes. En una sociedad bien ordenada apoyada en un consenso superpuesto, los compromisos y valores políticos de los ciudadanos son aproximadamente los mismos. Los ciudadanos como libres se ven a sí mismos dotados del derecho a realizar reclamos a sus instituciones para promover su concepción del bien (siempre que estas concepciones se encuentren dentro del permitido por la concepción pública de la justicia). SOBRE EL USO DE CONCEPCIONES ABSTRACTAS. Para llegar a la definición de lo que he llamado liberalismo político, partí de una serie de ideas familiares y básicas implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática. La primera de ellas es la concepción de la justicia política en sí; y luego las tres ideas fundamentales: la idea de la sociedad como un sistema equitativo de cooperación, y sus dos ideas asociadas: la concepción de la persona libre e igual, y la concepción de una sociedad bien ordenada. También introdujimos dos ideas empleadas para presentar la justicia como equidad: la concepción de la estructura básica y la de la posición original. Finalmente, a estas ideas agregamos la idea de un consenso superpuesto y la de una doctrina comprensiva razonable. Tres condiciones parecen ser suficientes para que una sociedad constituya un sistema equitativo y estable de cooperación entre ciudadanos libres e iguales que se hallan profundamente divididos por las doctrinas comprensivas razonables que sostienen. Primero, la estructura básica de la sociedad debe estar regulada por una cooperación política de la justicia; segundo, esta concepción política debe ser el foco de un consenso superpuesto entre doctrinas comprensivas razonables; y tercero, la discusión pública debe ser conducida en términos de la concepción política de la justicia. Esta breve recapitulación caracteriza al liberalismo político y la manera en que éste entiende el ideal de la democracia constitucional.