1 La Etica y La Moral.

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1. LA ETICA Y LA MORAL.

1.1. ¿Por qué un curso de Ética?

La fe en Cristo incluye la moral, es decir, proporciona indicaciones concretas para la


vida humana. Por este estilo de vida, se distinguían los cristianos de los demás en el
mundo antiguo. La Iglesia debe mostrar el camino (Hch 2,28) esto es hacer visible el
contenido moral de la fe.
Por otro lado la cuestión moral es hoy una cuestión de supervivencia de la humanidad.
Hoy se han resquebrajado las antiguas certezas morales que sostenían las diversas
culturas. La técnica no se hace preguntas morales, acerca de si es bueno o lícito hacer
esto o aquello, su visión pragmática la lleva a creer que es lícito hacer todo lo que se
«puede» hacer. Muchos creen que a diferencia del conocimiento científico o
matemático, en el campo moral no se puede llegar a certezas, y por lo tanto la única
opinión válida es el relativismo.

La pregunta moral por excelencia es la pregunta que hace el joven rico a Jesús:
¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? (Mt 19,16):

. Es una pregunta existencial. Se trata de un diálogo que no pertenece al pasado. Todos


estamos implicados en él, todos anhelamos la felicidad.
. La pregunta sobre la vida eterna se refiere a una felicidad en esta tierra y una felicidad
eterna.
. Esta pregunta exige una respuesta desde la libertad humana y afecta al hombre en lo
profundo de su identidad. El hombre es un ser que se va completando, construyendo a sí
mismo a partir de su quehacer, desde su libertad.

Del diálogo de Jesús con el joven rico se desprenden cuatro elementos:

1. Detrás de toda pregunta moral, hay una pregunta religiosa.


Vemos la subordinación del hombre y de su obrar a Dios ya que la respuesta a la
pregunta sólo puede encontrarse dirigiendo su mente y su corazón al único que es
bueno. La búsqueda del bien está inseparablemente unida con nuestra orientación a
Dios. Sólo Él es bueno sin límites. El bien por excelencia es un ser personal. El bien es
pertenecer a Dios, obedecerle. Llegar a ser bueno, significa llegar a ser semejante a
Dios.

2. Existe una relación íntima entre el bien moral de los actos y la vida eterna.
Existe en el ser profundo de todo hombre, una conciencia de que para alcanzar la vida
eterna es necesario obrar de una determinada manera. La singular dignidad de la
persona humana llamada a vivir en libertad. A partir de la libertad el hombre puede
ganar o frustrar su vida en este mundo y en la vida eterna.

3. El seguimiento de Cristo es una invitación a la plenitud de la libertad y un camino


para alcanzar la perfección de la caridad que sólo puede ser vivida en Cristo.

4. El Espíritu Santo, es la fuerza moral de la nueva creatura: El «cumplimiento» pleno


de la Ley sólo puede lograrse como un don de Dios, es un ofrecimiento de una
participación en la bondad divina que se revela y se comunica en Jesús, el «Maestro
Bueno».
1.2. El anhelo de felicidad en el ser humano

El cuestionamiento acerca de la moral brota del anhelo de felicidad. Este anhelo es


común a todos y es puesto por Dios en el corazón humano.
Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie
que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente
enunciada.
Este anhelo se manifiesta como una búsqueda acerca del sentido de la vida que surge
como nostalgia de la verdad absoluta.
Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, cómo
puedo discernir el bien del mal? Por esto la respuesta decisiva a cada interrogante del
hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo.
«Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de
Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
grandeza de su vocación».
Solo en Dios puede el ser humano saciar ese anhelo y esa búsqueda de sentido. Puesto
que somos Imagen y Semejanza de Dios.
“Me hiciste para ti, mi Dios, inquieto mi corazón, hasta que descanse en Ti”, San
Agustín de Hipona.

1.3 Definición de Moral

El adjetivo «moral» proviene del vocablo latín: mos, moris que quiere decir
«costumbres». Otros lo hacen derivar de la voz latina modo, moderatio: moderación,
templanza o justo medio. De cualquier manera sugiere inmediatamente algo relativo a
las costumbres que es menester moderar o atemperar según determinados principios.

“La teología moral es una reflexión que concierne la «moralidad», o sea, el bien y el
mal de los actos humanos y de la persona que los realiza, y en este sentido está abierta
a todos los hombres; pero es también teología, en cuanto reconoce el principio y el fin
del comportamiento moral en Aquel que «sólo El es bueno» Juan Pablo II. Veritatis
splendor

1.4 La Ética o la Filosofía Moral y la Teología Moral

Tanto la Ética (Filosofía Moral) como la Moral (Teología Moral), tratan de los actos
humanos es decir comparten el mismo objeto material. Sin embargo hay que realizar
algunas precisiones y distinciones:
- La Ética considera al ser humano en orden a un fin natural (ser una persona honesta, el
respeto a la dignidad y derecho del otro, etc.), mientras que la Teología Moral considera
al hombre como imagen y semejanza de Dios, es decir como «una nueva criatura
divinizada por la gracia y llamado a participar de la visión beatífica» (fin sobrenatural).
- El objeto formal y específico de la Teología Moral son estos actos humanos en cuanto
lo acercan o apartan a su fin último sobrenatural que es participar de la bienaventuranza
divina.
- La Ética se funda en el orden natural accesible al hombre por la luz de la razón,
mientras la Teología Moral se apoya en la divina revelación (la luz de la razón
iluminada por la fe).
- Sin embargo, la Teología Moral se basa en la ética, pero no en cualquier ética, sino en
la ética verdadera, aquella que responde a la naturaleza auténtica del ser humano y que
reconoce un orden natural.
- La Ética va de abajo hacia arriba (parte de la criatura para remontarse a su fin en
Dios), la Teología en cambio de arriba hacia abajo (parte de la Revelación de Dios sobre
el hombre, como Imagen e hijo suyo). No se puede reducir la Teología Moral a una
Ética (reduccionismo ético del cristianismo). Hay que comprender la vida moral
cristiana como una participación en las virtudes de Cristo, por medio de la gracia de
nuestra incorporación eclesial a Él.
- Tampoco se puede pretender construir una Ética puramente civil que desconozca el
orden natural así como la dimensión sobrenatural del ser humano. Construir una cultura
sin Dios es construir una cultura contra el mismo hombre. La propia historia nos enseña
esta terrible verdad.

ALGUNOS CRITERIOS PRÁCTICOS:


1. Presentar la moral como un camino positivo y existencial (explicar el riesgo de la
moral normativa, rigorista y casuística). Debemos de evitar el «pecatómetro»: ¿hasta
qué punto podemos acercarnos al pecado sin pecar?
2. No debemos de aceptar las soluciones autoritarias o simplemente normativas.
Debemos de ser capaces de dar razones convincentes de nuestro actuar. Hoy no basta la
repetición de unas normas, por muy verdaderas que sean, si no se indica, al mismo
tiempo, los valores que en ellas se encierran. «No debes hacer esto porque es pecado,
porque está prohibido por la Iglesia». A veces el mismo miedo y la ignorancia generan
en algunas personas una actitud autoritaria y amenazadora. Hoy para muchas personas,
incluso creyentes, hoy no basta decir que algo está mal porque la Iglesia lo dice, o
porque es pecado, es necesario dar fundamentos antropológicos y existenciales, en base
a argumentos éticos.
3. Es necesario plantear con toda claridad las exigencias del camino de Cristo. No
debemos de caer en un silencio cobarde, que prefiere no tocar ciertos temas candentes,
para no perturbar la conciencia de sus fieles.
4. No podemos tener actitudes de resignación o permisivismo. Es decir pretender
construir la moral sobre el imperativo de los hechos: «Es normal porque todo el mundo
lo hace», «es muy humano». Esta actitud, no produce madurez, ni lleva a una mayor
libertad. Todo lo contrario, por querer hacer felices a las personas y ayudarlas,
terminamos deshumanizándolas y esclavizados a sus propios caprichos.
5. La enseñanza moral debe ser prudente. Consciente de que existe una «ley de la
gradualidad» en el camino moral (no es lo mismo que “gradualidad de la ley”). Hay que
saber bien cuándo y cómo decir las cosas. «A los niños comida de niños, y a los adultos
comida de adultos».
2. LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

La actividad humana

Aristóteles distingue dos clases de actividad humana: el conocer (la teoría) y el actuar.
A su vez distingue el actuar en dos direcciones: aquella que acentúa el bien del sujeto
mismo, es decir su propio perfeccionamiento (praxis) y el que acentúa la actividad del
sujeto hacia fuera para perfeccionar o transformar un objeto (poiesis). La praxis se juzga
según el uso de la libertad del sujeto, es decir si actuó bien o mal, es la que corresponde
al juicio moral. En cambio la poiesis se juzga según el objeto logrado, si es útil o bello.
La teología moral no se contenta con dar un juicio moral sobre los actos externos de la
persona, examina también su conciencia, sus intenciones y condicionamientos, pero no
para quedarse en una lectura psicologista o sociologista, sino para discernir como
inciden estos elementos en la responsabilidad moral del sujeto.

2.1. Dios nos crea libres

Veamos algunas nociones fundamentales acerca de la libertad. Ante todo la liberad es


un atributo de Dios. Dios es libre porque Dios es Amor (1 Jn 4,8) y la libertad es la
condición fundamental del amor. Dios se revela como comunión trinitaria, es decir
como la entrega libre de tres Personas que se relación y se comunican entre sí en su
eterno y amoroso diálogo de Amor.
Dios crea por amor ya que no existe acto de mayor amor que el dar la vida y el ser a
otro. Al crear al hombre su creación es un acto libre Dios no hace sino compartir
aquello que Él mismo es: Ser y Amor.

2.2. El hombre creado en libertad

Una de las notas de la persona es la libertad. El hombre creado a Imagen y Semejanza


de Dios, participa de este misterioso don de la libertad, de modo que pueda libremente
responder a la invitación que Dios le hace de adherirse a Él y de colaborar en la obra del
Creador sin coacciones.
El hombre es una criatura racional que posee entendimiento y voluntad, y por lo tanto
conocimiento, iniciativa y dominio de sus actos.

2.3. ¿Qué es la libertad?

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de


hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre
arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de
crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad.
La libertad es la facultad de obrar o no obrar o de elegir una cosa con preferencia de la
otra. Se supone la inmunidad de todo vínculo que pueda obstaculizar el acto. La libertad
puede entenderse en sentido físico o en sentido moral, según la naturaleza del vínculo
de que está inmune. Generalmente se entiende por libertad física la simple capacidad de
hacer o no hacer una cosa buena o mala; y por libertad moral la que no está ligada a
ninguna ley o mandamiento. La física puede extenderse al mal; la moral sólo al bien.
Por el libre arbitrio o libre albedrío, (libertad de elección) cada uno dispone de sí
mismo. El libre arbitrio consiste en la capacidad de elegir, de tomar decisiones entre
diversas opciones. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de
maduración en la verdad y la bondad. La libertad se perfecciona en el recto ejercicio de
la misma. El hombre se hace cada vez más libre o más esclavo dependiendo de las
opciones y decisiones que haga.
Es propio del hombre actuar deliberadamente, y es ya un signo de la inteligencia, de la
superación de sus tendencias dañadas por la concupiscencia. Los grupos humanos no
son en el sentido estricto sujetos de libertad.

2.4. La paradoja de la libertad

La libertad en cuanto poder, en cuanto posibilidad, es finita y falible: puede acertar o


errar, crecer o decrecer, perfeccionarse o destruirse.
La medida de la libertad del hombre es la verdad. No hay verdadera libertad sino en el
servicio del bien y de la justicia. Sólo la Verdad nos hace libres, la mentira o el engaño
nos lleva a vivir en la esclavitud (ver Jn 8,31-32).
Cuando la persona usa mal su libertad y no obra rectamente, destruye el orden de su
propio ser. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y
conduce a «la esclavitud del pecado» (ver Rm 6, 17). En la medida en que el hombre
hace más el bien, en la medida en que responde a la verdad de su propia naturaleza se va
haciendo también más libre. «El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad».
Si existe el derecho de ser respetados en el propio camino de búsqueda de la verdad,
existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de
seguirla una vez conocida.

2.5. La libertad como hábito

El uso recto del libre albedrío va generando en la persona hábitos de libertad (virtudes).
Lo mismo se puede decir en sentido contrario (vicios). La mala elección afecta la
naturaleza de quien obra. Introduce un elemento de desorientación en el conocimiento
(área cognitiva) y en el querer (área volitiva). Surge la “concupiscencia” o inclinación al
mal que afecta las facultades de la persona humana: el entendimiento se inclina al error,
y la voluntad se inclina al mal (que siempre se presenta como un bien aparente) y el
hombre corre el peligro de verse arrastrado por las pasiones mal orientadas.
«Cuando flaqueamos en la búsqueda de la verdad y en el ejercicio de la voluntad
encaminada según ella, vamos debilitando la libertad propia. Cuando nos educamos a
no elegir según la recta escala de valores, sino a someternos a la coacción de fuerzas
emocionales, a la ley del gusto-disgusto, cuando respondemos a la variabilidad de
sentimientos, cuando permitimos que alguna de estas fuerzas nos domine, gradual e
imperceptiblemente vamos siendo mal educados a seguir el impulso más fuerte — quizá
sería mejor decir de mayor «resonancia» sensible— y, por supuesto, más cómodo, y
vamos renunciando al ejercicio de una recta libertad que responde a la verdad.
Recordemos que la auténtica libertad, aquella cuyo ejercicio no sólo es una cualidad de
la persona, sino que nos personaliza, es la que iluminada por la verdad opta sin dejarse
imitar por el hecho de que tal camino no se ajusta al facilismo, a la sensualidad, al
sentimentalismo, a lo que más gusta, etc., etc. Por todo ello hay que ser muy consciente
de que el dejarse llevar por el imperio de fuerzas que dominan a la persona y la
conducen más allá del libre ejercicio de la libertad, la va hundiendo al nivel de cosa, la
despersonaliza, al menos psíquicamente».
2.6. Libertad y Responsabilidad

La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son
voluntarios y deliberados. Por la libertad el hombre es un sujeto moral es decir sus actos
son merecedores de un juicio moral: son buenos o malos. Todo acto libre es imputable
al sujeto que lo realiza, quien por tanto responde de él. Imputar es atribuir algo a
alguien. Ese acto es mío, me pertenece, sin mi querer (voluntad) no se hubiera
producido (libertad).
La responsabilidad no solo se refiere al aspecto jurídico (al mérito o demérito, y por
tanto a la recompensa o castigo por los actos), sino también se refiere a las
consecuencias de esos actos en la propia vida, al carácter inmanente de las acciones. Las
acciones tienen una capacidad transformadora en nosotros. Mis actos determinan que
clase de persona soy. Es decir si suelo actuar con ira, soy un irascible, si actúo con
reverencia, soy reverente, entre otros ejemplos.
A la libertad sigue la responsabilidad por el propio crecimiento o degradación (soy tal
como he decidido ser).
«La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e
incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor,
los hábitos, las afecciones desordenadas y otros factores psíquicos o sociales».
Catecismo de la Iglesia Católica, 1735.

«El libre ejercicio de la libertad se puede ver afectado, puede decrecer, aunque no
desaparecer, cuando la persona decide dejarse someter al dinamismo de poderosas
fuerzas físicas, psíquicas o materiales. Claro que aunque quede sólo el núcleo último de
la libertad de decisión, el hombre es siempre responsable de sus actos.
No hay excusas. Incluso cuando una persona peca, y así de hecho elige el mal, a pesar
de posibles condicionamientos que pueda haber en determinados casos, suele existir un
margen de libertad tal que permite hablar de responsabilidad de la persona».
Luis Fernando Figari. María, Paradigma de Unidad.
¿Ante quién debe responder el hombre por sus acciones? Ante los demás y ante la
sociedad, pero en primer lugar ante Dios y ante su propia conciencia.

2.7. El derecho a la libertad

La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos ya que el hombre es un
ser social por naturaleza. Toda persona humana tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable, capaz de «actuar según su propio criterio y
hacer uso de una libertad responsable, no movido por coacción, sino guiado por la
conciencia del deber».
El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la
persona humana, especialmente en materia moral y religiosa. Entre otros, el derecho a la
libertad se expresa como: libertad de religión, de a la libertad de conciencia en sus
decisiones morales, derecho a la privacidad y al secreto en la correspondencia, a la
libertad para elegir el estado de vida, a la libre expresión del pensamiento, a la
información, a elegir residencia y al desplazamiento libre, a la elección sobre los hijos y
como educarlos, a utilizar el propio idioma y vivir según las propias costumbres
culturales, a la libre asociación por fines lícitos.
3. MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS

3.1. Definición y división del acto humano

«Acto humano» es aquel que procede de la voluntad deliberada del hombre. Veamos
porque podemos afirmar que no todos los actos realizados por el hombre son «actos
humanos».

a) Acto humano. El acto humano es aquel que procede del hombre en cuanto inteligente
y libre. Por tanto, se entiende por acto humano o acto libre aquel que nace de la
voluntad iluminada por la inteligencia. Es decir, aquel que se realiza libremente tras un
juicio de conciencia. Los actos humanos son calificables moralmente: son buenos o
malos. El acto humano puede ser llamado también de: acto libre, voluntario, deliberado,
moral, imputable.
b) Acto del hombre. Todas las otras acciones, como pueden ser las meramente naturales
(digestión, respiración, sensación de dolor); las acciones realizadas sin conciencia (los
dementes, los locos, niños sin uso de razón, hipnotizados, embriagados, etc.) y los actos
realizados por una coacción violenta externa contra la voluntad interna (actos violentos
obligados).

A su vez el acto humano puede dividirse (según el papel de la voluntad) según se


manifiestan en el exterior.
a) Interno. Es el que se realiza únicamente en las facultades internas sin que se
manifieste nada al exterior (un pensamiento, un deseo, una imaginación, un recuerdo, un
acto de fe).
b) Externo. Es el que se realiza externamente, ya sea de manera oculta o pública (dar
limosna, caminar, robar, etc.).

Según su procedencia
a) Natural. Con las solas fuerzas de la naturaleza, sin la ayuda de la gracia (pensar,
hablar, sumar, restar, cortar un árbol, etc.).
b) Sobrenatural. Es el que requiere la presencia de la gracia (orar, un acto de verdadero
amor a Dios, dar la vida por Cristo, las virtudes teologales, etc.).

Según su moralidad, pueden ser:


a) Actos buenos (virtuoso). Es la acción recta según la ley moral natural y al Plan de
Dios. Según la procedencia podría ser natural o sobrenaturalmente bueno (p.e. dar
limosna a un pobre, puede ser por compasión natural o por amor a Dios).
b) Acto malo (vicioso): Es el que se aparta del recto orden moral. No hay ningún acto
naturalmente malo, que no lo sea también en el orden sobrenatural.
c) Actos indiferentes: Es el acto que en sí mismo no es bueno ni malo, pues de suyo no
implica una trasgresión del orden moral o del Plan de Dios (p.e. pasear, sentarse, cantar
una canción, callar, etc.).

3.2. Las fuentes de la moralidad del acto humano

La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el
hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir,
libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son
buenos o malos. Catecismo de la Iglesia Católica 1749.
Tres elementos claves para elaborar un juicio moral:
1. OBJETO: ¿Qué hago? Se refiere al acto mismo, es decir al objeto del acto exterior,
(Vg. Un asesinato, una calumnia, un robo, una mentira).
2. INTENCION: ¿Para qué o por qué lo hago? Se refiere al fin que se busca o la
intención del agente (objeto del acto interior) (Vg. Por dinero, para evitar males
mayores, para vengarme, para servir, etc.).
3. CIRCUNSTANCIA: ¿En qué circunstancias lo hago? Se refiere a la situación
concreta del agente y a las circunstancias que rodean el acto. (Vg. Enfermedad, vicio,
presiones externas, pobreza, desequilibrio pasional, etc.).

El objeto, la intención y las circunstancias forman las «fuentes» o elementos


constitutivos de la moralidad de los actos humanos. Las circunstancias son un elemento
secundario dentro del juicio moral. El objeto y el fin confieren la bondad principal o
sustancial y las circunstancias le añaden una bondad accidental.
El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin que se busca y
de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea de
suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres).
Catecismo de la Iglesia Católica,

El objeto elegido es la materia del acto humano. Hay actos que «objetivamente» -es
decir «intrínsecamente», independientemente de la intención y las circunstancias- son
siempre malos y nunca pueden ser justificados por un fin ulterior. Ya que un fin bueno
nunca justifica un acto malo en sí mismo (el fin no justifica los medios).
En realidad, la moralidad de los actos humanos no se reivindica solamente por la
intención, por la orientación u opción fundamental. Hay comportamientos concretos
cuya elección es siempre errada porque esta comporta un desorden de la voluntad, es
decir: un mal moral.

Este carácter intrínsecamente malo de determinados actos, es el que lleva al Papa Juan
Pablo II afirmar en la Veritatis splendor que los preceptos morales negativos
(prohibiciones) son objetivamente malos y no admiten excepciones.
«Los preceptos morales negativos, es decir, aquéllos que prohíben algunos actos o
comportamientos concretos como intrínsecamente malos, no admiten ninguna
excepción legítima; no dejan ningún espacio moralmente aceptable para la
«creatividad» de alguna determinación contraria. Una vez reconocida concretamente
la especie moral de una acción prohibida por una norma universal, el acto moralmente
bueno es sólo aquél que obedece a la ley moral y se abstiene de la acción que dicha ley
prohíbe». Juan Pablo II. Veritatis splendor 67.

El mismo Concilio Vaticano II, en el marco del respeto debido a la persona humana,
ofrece una amplia ejemplificación de tales actos.
«Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los
genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la
integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y
mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad
humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios,
las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes;
también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados
como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas
cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización
humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y
son totalmente contrarios al honor debido al Creador». Gaudium et spes, 27.

. Un acto malo no se vuelve bueno, porque tenga un fin bueno (torturar para saber la
verdad).
. Un acto indiferente se califica como malo o bueno por el fin.
. Un acto bueno se puede volver malo si tiene un fin malo (dar limosna por vanidad).

Un fin puede estar referido a una acción aislada o a varias acciones (p.e. la santidad
como fin último de todas mis acciones). Una misma acción puede estar inspirada por
varias intenciones como hacer un servicio por caridad sincera pero que busca también
para satisfacer la propia vanidad. Es necesario preguntase sobre las propias intenciones
y purificarlas.

Las circunstancias, se refieren a las preguntas: ¿quién obró, que medios utilizó, cómo
lo hizo, cuándo lo hizo, dónde, qué otros elementos intervinieron en el acto? Son los
elementos secundarios o accidentales de un acto moral. También forma parte de las
circunstancias las consecuencias de la acción.
Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos
(por ejemplo, la cantidad de dinero robado, la relación sexual de un soltero o de un
casado, puede llegar incluso a cambiar la especie del pecado ¿fue fornicación o
adulterio?).
Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (p.e. actuar por
miedo a la muerte, o cometer un asesinato con premeditación y sangre fría). Las
circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden
hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.

. Valoración de los actos en sí mismos

El acto externo es el fruto y la reafirmación de lo interior. Las obras son necesarias y


manifiestan las intenciones del corazón. De nada sirven las buenas intenciones, si no
van acompañadas de obras.
El acto externo deja una huella más profunda en quien lo comete y muchas veces lleva a
la repetición y al hábito. El acto externo conlleva muchas veces escándalo. Dios nos
juzgará al final por la caridad, pero por la caridad verificada en obras.

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