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Ulises 3

Ulises y sus hombres llegan a la isla de Eolo, rey de los vientos, quien los ayuda encerrando todos los vientos excepto el del oeste para llevarlos a Itaca. Sin embargo, los hombres de Ulises desobedecen y abren el cuero con los vientos, alejándolos de su destino. Más tarde llegan a una isla habitada por gigantes caníbales que atacan y hunden sus naves, excepto la de Ulises que logra escapar.

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Ulises 3

Ulises y sus hombres llegan a la isla de Eolo, rey de los vientos, quien los ayuda encerrando todos los vientos excepto el del oeste para llevarlos a Itaca. Sin embargo, los hombres de Ulises desobedecen y abren el cuero con los vientos, alejándolos de su destino. Más tarde llegan a una isla habitada por gigantes caníbales que atacan y hunden sus naves, excepto la de Ulises que logra escapar.

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Ulises y Eolo

Ulises y sus hombres, después de tan desdichada aventura, continuaron navegando con la esperanza de regresar a su reino,
Itaca. Después de varios días de navegación, vieron una extraña isla, rodeada de escarpadas rocas y protegida por una muralla
de bronce. Ulises, curioso, no pudo resistir la tentación de incursionar en lo que parecía ser una fortaleza impenetrable.
Allí, anclaron las naves, y apenas pisaron tierra firme, fueron recibidos por Eolo, El rey de los vientos, que gobernaba la isla.
Eolo, sabía muy bien quien era Ulises y le otorgó el rango de huésped. Lo agasajó con toda clase de banquetes y ceremonias en
su honor. Ulises estaba encantado, pero lo que realmente deseaba era regresar a su ansiada patria, donde lo esperaba
Penélope, su esposa y su hijo Telémaco. Eolo comprendió el deseo de Ulises y quiso hacerle un gran regalo. Entonces, encerró
a todos los vientos, menos al viento del oeste, en un gran cuero de buey. Luego cerró fuertemente la boca del cuero, atándola
con hilos de plata y se lo entregó a Ulises que lo depositó en el puente de la nave.
Eolo, colocó al viento del oeste detrás de las naves y luego le ordenó que soplara suavemente acompañando a las naves hasta
el deseado puerto de Itaca. Durante nueve días, navegaron acompañados por una suave brisa, sobre un mar calmo, hasta que
lograron divisar la deseada isla. Pronto pudieron distinguir los bosques y las colinas. Lo que los llenó de tranquilidad.
Después de tantos días de navegación sin poder pegar un ojo, y viendo que su objetivo estaba tan cerca, Ulises se retiró a
descansar, y vencido por el cansancio quedó profundamente dormido.
Los hombres que estaban en el puente, aprovechando la ausencia de su capitán, comenzaron a intrigar contra Ulises, diciendo:
-¡Ulises no es justo con nosotros! Eolo le dio este enorme cuero de regalo que seguramente esconde un gran tesoro y no ha
querido compartirlo con nosotros.
Y otro replicaba:- ¿Acaso no hemos luchado a la par de él? ¡Corresponde que comparta el botín!
Y así, movidos por la codicia y aprovechando que Ulises roncaba ruidosamente, decidieron abrir el cuero del buey cuando faltaba
muy poco para arribar a Itaca.
Inmediatamente escaparon los vientos del pellejo provocando un huracán que empujó las naves hacia el lado contrario,
alejándolas de su derrotero hasta convertir a la tan ansiada isla de Itaca en un punto insignificante sobre el horizonte.
Al ver lo ocurrido, Ulises deseó terminar con su vida arrojándose al mar, pero como era sumamente sensato, ordenó a sus
hombres a dirigirse nuevamente a la isla del rey Eolo. Eolo, al verlo le preguntó:-¿Porque has vuelto, Ulises? Yo te di todo para
que llegaras a salvo a tu isla.
Ulises le explicó lo ocurrido y rogó que le prestara nuevamente su ayuda.
Pero Eolo, le contestó enfurecido:- ¡Vete de aquí y no vuelvas más! Si los dioses han permitido que te ocurriera esta calamidad,
no debes ser tan bueno.
Ulises, triste y avergonzado, regresó a las naves y ordenó a los hombres navegar mar adentro.
Los vientos arremolinados hacían dificultoso el avance de los remos y apenas podían dominar las embarcaciones ante la furia del
mar encrespado.
Todo parecía estar en su contra. Seis días y seis noches lucharon contra las inclemencias del tiempo y la violencia del mar.

Ulises y los Gigantes

Después de luchar frenéticamente contra las inclemencias del tiempo durante seis largos días, los navegantes fueron bendecidos
por un sol radiante y un mar en calma. A lo lejos divisaron tierra y Ulises ordenó remar con vigor hasta alcanzar la orilla de lo que
parecía una hermosa isla. Había allí un puerto natural, de aguas tranquilas. Fondearon las naves, menos la de Ulises, que como
precaución la dejó fuera del puerto, amarrada a una roca.
Ulises, movido por la curiosidad, trepó hasta la roca más alta para tratar de ver qué clase de lugar era ese. Solo divisaron
algunas columnas de humo. Entonces decidió enviar a tres hombres a explorar el lugar.
Siguiendo las huellas de los carros, atravesaron montes hasta toparse con las puertas del reino. Allí, encontraron a una bella
joven que peinaba sus largos cabellos junto a una fuente. Por sus palabras, reconocieron que se encontraban frente a la hija del
rey de la isla. Ella amablemente, ofreció conducirlos junto a su madre, la reina.
Enorme fue su sorpresa cuando vieron que esa isla estaba habitada por enormes gigantes que se alimentaban con carne
humana. La reina, era una mujer horrible, de mirada siniestra e imponente tamaño. Al ver a los tres hombres, le brillaron los ojos
e inmediatamente llamó a su esposo, el rey.
El monarca, ni lerdo ni perezoso, se abalanzó sobre los hombres lanzando fuertes gritos y tomando a uno de ellos por la cintura,
le dio un golpe y luego lo engulló de un bocado. Los otros dos hombres, huyeron espantados corriendo tan rápido como sus pies
se lo permitían para advertir al resto de los navegantes de la situación.
Pero, tras ellos corrieron un grupo de monstruosos caníbales, dispuestos a darse un banquete. Al llegar al puerto, los gigantes
arrojaron rocas contra las naves, hundiéndolas rápidamente y a los hombres heridos o moribundos, los arrastraron hasta sus
casas para darse un festín.
Ulises, presenció la tragedia horrorizado por la mala suerte de sus hombres y viendo que nada podía hacer contra esos
enemigos de fuerza colosal, se dirigió a su nave, la única que se salvó del desastre, cortó la amarra y dio la orden de remar con
fuerza a sus hombres para alejarse lo más rápido posible de esa isla siniestra
Ulises y Eolo
Ulises y sus hombres, después de tan desdichada aventura, continuaron navegando con la esperanza de regresar a su reino,
Itaca. Después de varios días de navegación, vieron una extraña isla, rodeada de escarpadas rocas y protegida por una muralla
de bronce. Ulises, curioso, no pudo resistir la tentación de incursionar en lo que parecía ser una fortaleza impenetrable.
Allí, anclaron las naves, y apenas pisaron tierra firme, fueron recibidos por Eolo, El rey de los vientos, que gobernaba la isla.
Eolo, sabía muy bien quien era Ulises y le otorgó el rango de huésped. Lo agasajó con toda clase de banquetes y ceremonias en
su honor. Ulises estaba encantado, pero lo que realmente deseaba era regresar a su ansiada patria, donde lo esperaba
Penélope, su esposa y su hijo Telémaco. Eolo comprendió el deseo de Ulises y quiso hacerle un gran regalo. Entonces, encerró
a todos los vientos, menos al viento del oeste, en un gran cuero de buey. Luego cerró fuertemente la boca del cuero, atándola
con hilos de plata y se lo entregó a Ulises que lo depositó en el puente de la nave.
Eolo, colocó al viento del oeste detrás de las naves y luego le ordenó que soplara suavemente acompañando a las naves hasta
el deseado puerto de Itaca. Durante nueve días, navegaron acompañados por una suave brisa, sobre un mar calmo, hasta que
lograron divisar la deseada isla. Pronto pudieron distinguir los bosques y las colinas. Lo que los llenó de tranquilidad.
Después de tantos días de navegación sin poder pegar un ojo, y viendo que su objetivo estaba tan cerca, Ulises se retiró a
descansar, y vencido por el cansancio quedó profundamente dormido.
Los hombres que estaban en el puente, aprovechando la ausencia de su capitán, comenzaron a intrigar contra Ulises, diciendo:
-¡Ulises no es justo con nosotros! Eolo le dio este enorme cuero de regalo que seguramente esconde un gran tesoro y no ha
querido compartirlo con nosotros.
Y otro replicaba:- ¿Acaso no hemos luchado a la par de él? ¡Corresponde que comparta el botín!
Y así, movidos por la codicia y aprovechando que Ulises roncaba ruidosamente, decidieron abrir el cuero del buey cuando faltaba
muy poco para arribar a Itaca.
Inmediatamente escaparon los vientos del pellejo provocando un huracán que empujó las naves hacia el lado contrario,
alejándolas de su derrotero hasta convertir a la tan ansiada isla de Itaca en un punto insignificante sobre el horizonte.
Al ver lo ocurrido, Ulises deseó terminar con su vida arrojándose al mar, pero como era sumamente sensato, ordenó a sus
hombres a dirigirse nuevamente a la isla del rey Eolo. Eolo, al verlo le preguntó:-¿Porque has vuelto, Ulises? Yo te di todo para
que llegaras a salvo a tu isla.
Ulises le explicó lo ocurrido y rogó que le prestara nuevamente su ayuda.
Pero Eolo, le contestó enfurecido:- ¡Vete de aquí y no vuelvas más! Si los dioses han permitido que te ocurriera esta calamidad,
no debes ser tan bueno.
Ulises, triste y avergonzado, regresó a las naves y ordenó a los hombres navegar mar adentro.
Los vientos arremolinados hacían dificultoso el avance de los remos y apenas podían dominar las embarcaciones ante la furia del
mar encrespado.
Todo parecía estar en su contra. Seis días y seis noches lucharon contra las inclemencias del tiempo y la violencia del mar.

Ulises y los Gigantes

Después de luchar frenéticamente contra las inclemencias del tiempo durante seis largos días, los navegantes fueron bendecidos
por un sol radiante y un mar en calma. A lo lejos divisaron tierra y Ulises ordenó remar con vigor hasta alcanzar la orilla de lo que
parecía una hermosa isla. Había allí un puerto natural, de aguas tranquilas. Fondearon las naves, menos la de Ulises, que como
precaución la dejó fuera del puerto, amarrada a una roca.
Ulises, movido por la curiosidad, trepó hasta la roca más alta para tratar de ver qué clase de lugar era ese. Solo divisaron
algunas columnas de humo. Entonces decidió enviar a tres hombres a explorar el lugar.
Siguiendo las huellas de los carros, atravesaron montes hasta toparse con las puertas del reino. Allí, encontraron a una bella
joven que peinaba sus largos cabellos junto a una fuente. Por sus palabras, reconocieron que se encontraban frente a la hija del
rey de la isla. Ella amablemente, ofreció conducirlos junto a su madre, la reina.
Enorme fue su sorpresa cuando vieron que esa isla estaba habitada por enormes gigantes que se alimentaban con carne
humana. La reina, era una mujer horrible, de mirada siniestra e imponente tamaño. Al ver a los tres hombres, le brillaron los ojos
e inmediatamente llamó a su esposo, el rey.
El monarca, ni lerdo ni perezoso, se abalanzó sobre los hombres lanzando fuertes gritos y tomando a uno de ellos por la cintura,
le dio un golpe y luego lo engulló de un bocado. Los otros dos hombres, huyeron espantados corriendo tan rápido como sus pies
se lo permitían para advertir al resto de los navegantes de la situación.
Pero, tras ellos corrieron un grupo de monstruosos caníbales, dispuestos a darse un banquete. Al llegar al puerto, los gigantes
arrojaron rocas contra las naves, hundiéndolas rápidamente y a los hombres heridos o moribundos, los arrastraron hasta sus
casas para darse un festín.
Ulises, presenció la tragedia horrorizado por la mala suerte de sus hombres y viendo que nada podía hacer contra esos
enemigos de fuerza colosal, se dirigió a su nave, la única que se salvó del desastre, cortó la amarra y dio la orden de remar con
fuerza a sus hombres para alejarse lo más rápido posible de esa isla siniestra

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