Gil - Introduccion A La Psicologia de Grupos-Cap01

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Coordinación y dirección

FRANCISCO GIL RODRÍGUEZ CARLOS MARÍA ALCOVER DE LA HERA


PROFESOR OE PSICOLOGÍA OE LOS GRUPOS Y OE LAS ORGANIZACIONES. PROfESOO DE PSIC!lOGiA DEL TRABAJO Y DE LAS ORGANIZACIONES
FACULTAO DE PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD COMPl.UTENSE DE MADRID ÁREA DE PSICOLOGÍA SOCIAL FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS Y SOCIALES
DE LA UNMRSIOAO REYJUAN CARLOS DE MADRID

MIGUEL GARCÍA SÁIZ RAFAEL RODA FERNÁNDEZ


PAOf(SOfl 0E PSICOLOOiA 0E LOS GR\JPOSY 0E lAS �CIOHES P!IOf!SOA OE PSIC(llOGiA OE lOSGALl'OS FACULTAD OE f'SICOlOOÍA
FACULTAD OE PSIC!lOOiA0E LA UNMRSIOAD COMl'l!JIDISE 0E M.llJRID OE LA UNMRSIOAD CIM'l.UTENSE DE MADRID

FERNANDO RODRÍGUEZ MAZO


PfltfESOA OEPSW.OOiADEL TllABAJO Y DE lAS �CM)N(S
AREAOE PSICOlOOIA SOCIAi. fAOJLlADOE CU:IAS A.RiOICAS Y SOCIALES
DE LAUNMRSIOAD Pfl.AJAN CAAlOSDE MA!llllO

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INTRODUCCION - -
,

ALA PSICOLOGIA
DE LOS GRUPOS

EDICIONES PIRAMIDE
PARTE PRIMERA
El contexto psicosocial del grupo
El estudio de los grupos
en la Psicología Social
CARLOS MARÍA ALCOVER DE LA HERA

Si extraño al mundo es quien no conoce


lo que en él hay. no menos extraño es tam­
bién quien no conoce lo que en él acontece.
Desterrado es el que huye de la razón social.

MARCO AURELIO. Meditaciones. IV. 29.

1.1. Introducción

Asistimos a una sesión del Tribunal Supremo en una ciudad llamada


N. A él ha llegado, tras un recurso de casación presentado por sus abo­
gados, el caso de cuatro hombres que han sido condenados por homici­
dio p(>r el jurado de un tribunal inferior. En la sesión de apertura del jui­
cio, el presidente del Tribunal resume lo esencial de los hechos juzgados.
Según se recoge en el sumario, cinco miembros de la Sociedad Espeleo­
lógica exploraban una cueva situada a gran profundidad cuando un ines­
perado derrumbamiento de rocas bloqueó por completo su única entrada.
Una vez confirmada la desaparición y localizado el lugar del accidente,
una expedición de rescate intentó excavar un túnel a través de las rocas,
pero el trabajo era duro y peligroso. El avance era sumamente lento y
penoso y varios hombres murieron en el intento. Tras veinte días de cau­
tiverio se consiguió establecer un precario contacto radiofónico con los
espeleólogos. Todos estaban vivos y preguntaron cuánto tardarían en libe­
rarlos. Los responsables de la misión de rescate calcularon que, como
mínimo, se necesitarían diez días más. Los espeleólogos pidieron consul­
tar con médicos para saber si sus escasos víveres les permitirían resistir;
les aseguraron que con esas cantidades no había esperanzas de que sobre­
vivieran otros diez días. Preguntaron entonces si tenían alguna posibili­
dad de sobrevivir si consumían la carne de uno de los miembros del gru­
po, y se les contestó, a regañadientes y con grandes reservas, que sí, pero
nadie, ni filósofos, ni sacerdotes, ni médicos, ni moralistas, se mostró dis-
O Ediciones Pirámide
28 Introducción a la Psicología de los Grupos

puesto a aconsejarles acerca de lo que podían o debían hacer. Después de


este contacto, se interrumpieron las comunicaciones radiofónicas. A los
treinta y dos días de su encierro, cuando se agotaban las esperanzas de
rescatarlos con vida. se logró perforar la masa rocosa y cuatro hombres
salieron de la cueva.
Después de recibir los cuidados médicos requeridos, los cuatro super­
vivientes declararon que un miembro del grupo, ante la angustiosa e
incierta espera de ser rescatados, había propuesto la solución de comer la
carne de uno de ellos, sugiriendo que la elección se realizase al azar con
un dado que casualmente llevaba en un bolsillo. Tras una larga discusión.
los demás accedieron y estaban dispuestos a llevar a cabo el plan cuan­
do el miembro que lo había propuesto se desdijo, argumentando que qui­
zá podían esperar una semana más. Sin embargo, los otros espeleólogos
decidieron seguir adelante, arrojaron el dado por él y, luego, habiendo
sido designado por el azar como víctima, lo mataron y comieron. lo que
les había permitido sobrevivir precariamente hasta que se produjo el res­
cate.
U na vez expuesto lo esencial de los hechos y abriendo el debate, el
presidente del Tribunal Supremo opinó que el jurado que previamente los
había declarado culpables había actuado correctamente, pues, de acuerdo
con la ley, no cabían dudas: los cuatro procesados le habían quitado la
vida a otro hombre intencionadamente. En consecuencia, proponía a este
Tribunal que, ateniéndose a la norma legal, confirmase la sentencia, aun­
que sugería solicitar clemencia al primer mandatario. A continuación, invi­
tó a intervenir a los otros cuatro magistrados.
El primero de ellos señaló que sería injusto condenar por asesinato a
estos hombres, proponiendo que fueran absueltos. Su argumentación invo­
có dos principios diferentes. Por una parte, el grupo de espeleólogos se
había encontrado separado geográficamente del imperio de la ley, puesto
que, aislados por una impenetrable barrera rocosa, en realidad era como
si estuvieran en una isla desierta. en territorio extranjero, o en otro pla­
neta. En su desesperada situación, se encontraban, moral y jurídicamen­
te, en estado de naturaleza y las únicas leyes a las que estaban sujetos
eran las derivadas del convenio o del contrato que establecieran entre
ellos. Además, ya que no se había dudado en sacrificar la vida de varios
trabajadores al intentar salvarlos, la condena de los acusados tendría que
verse acompañada por la denuncia de Jos responsables de las misiones de
rescate por la muerte de estos trabajadores. Por otro lado, e] magistrado
aludió a la diferencia entre la letra de la ley y la interpretación de sus
fines, puesto que no entraba en Jos fines de la ley que tipificaba el homi­
cidio condenar a unos hombres impulsados por la amenaza de morir de
inanición y de los que bien podía considerarse que habían actuado en
defensa propia.
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El estudio de los grupos en la Psicología Social 29

La intervención del siguiente magistrado puso de manifiesto una com­


pleta discrepancia con esta argumentación, y concluyó preguntándose en
virtud de qué autoridad podían erigirse en un Tribunal de la Naturaleza.
En consecuencia, se abstuvo de pronunciarse.
El tercer magistrado tampoco se mostró de acuerdo con el primero,
subrayando que los hechos juzgados demostraban que el grupo de acusa­
dos había tomado intencionadamente la vida de su compañero. También
discrepó con la solicitud de clemencia propuesta por el presidente del Tri­
bunal, argumentando que no era apropiado que el poder judicial rehicie­
se la ley o usurpase competencias de otros órganos de gobierno.
El último juez, que eludió hacer especial referencia a la ley o a los
hechos, concluyó que el grupo de acusados era inocente porque «los hom­
bres son gobernados no por palabras escritas sobre papel o por teorías
abstractas, sino por otros hombres». En apoyo de esta afirmación adujo
que las encuestas señalaban que el noventa por ciento de la opinión públi­
ca se mostraba a favor del indulto. Sin embargo, no era partidario de soli­
citar una recomendación en este sentido, ya que consideraba que pondría
al primer mandatario en una situación muy incómoda, por lo que cerra­
ba su intervención mostrándose partidario de la libre absolución de los
acusados.
Tras estas intervenciones, y rodeado de una expectación que traspa­
saba con creces el ámbito de la Sala, el Tribunal estaba obligado a dic­
tar un veredicto. En resumen, sólo el presidente estaba a favor de solici­
tar clemencia, dos magistrados proponían la absolución, dos eran
favorables a ratificar la condena y uno se abstuvo de pronunciarse. Divi­
dida así la opinión del Tribunal Supremo, y ante la imposibilidad de lle­
gar a un acuerdo, quedó confirmada la decisión del jurado del tribunal
inferior y los cuatro espeleólogos fueron condenados y ejecutados.

El sugerente caso imaginario propuesto por Fuller ( 1 949 1 ), aunque utilizado


originalmente para ilustrar el abanico convencional de las opiniones judiciales, pue­
de servir para mostrar el papel desempeñado por los grupos en la configuración
del comportamiento, los motivos, las actitudes, los valores, las ideas, los afectos,
etc., de los individuos, así como para subrayar la presencia ineludible de muy
diversos tipos de grupos en la vida social.
Si tratamos de reconstruir la situación en la que se encontraban los espeleólo­
gos, quizá lo primero que surgiera fuera la necesidad de establecer una serie de
normas que regularan su convivencia: resulta fácil imaginar el modo en que racio­
narían los víveres disponibles, organizarían los turnos de vigilancia ante la posi­
bilidad de establecer contacto radiofónico con el exterior, distribuirían el escaso

1 L. Fuller (1949). The case of the speluncean explorers. Harvard LLni· Review. 62, 616-645. [Citado y
recogido en M. Douglas ( 1986): Cómo piensan las instituciones (págs. 19-22). Madrid: Alianza. 1996.}

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30 Introducción a la Psicología de los Grupos

espacio físico disponible y discutirían las propuestas acerca de las alternativas de


sobrevivir (¿todos?, ¿algunos?, ¿quiénes de ellos?) en el caso de agotarse los ali­
mentos y no haber sido rescatados. U nida al establecimiento de normas y reglas
de convivencia es previsible la aparición de procesos de influencia de unos sobre
otros, así como el desempeño de roles de liderazgo, en función del estatus previo
de los miembros o del adquirido a partir del comienzo del cautiverio. Una vez
planteada la posibilidad de resistir hasta el momento de ser rescatados, tendría
lugar una tensa y angustiosa discusión grupal para valorar las ventajas e inconve­
nientes de las opciones propuestas. Aceptada, en principio, por el grupo una deses­
perada solución, el miembro que había tenido la iniciativa, y que había logrado
persuadir a los otros cuatro acerca de su viabilidad, decide desmarcarse de ella.
Sin embargo, el resto opta por llevarla a cabo. ¿Cómo se legitima el carácter vin­
culante de la decisión adoptada por la mayoría? ¿El explorador discrepante debe
conformarse sin más o puede tratar de influir sobre sus compañeros? ¿De qué
depende el éxito o el fracaso en convencer al resto del grupo desde una posición
de minoría?
Una vez consumados los hechos, los espeleólogos son juzgados como grupo,
con independencia de que no todos fueran agentes en idéntico grado de la muerte
del compañero o aunque cada uno de ellos hubiera consumido cantidades diferen­
tes del cuerpo del explorador muerto.
Por otro lado, es un jurado quien en primera instancia juzga a los espeleólogos,
es decir, un grupo en el que se establece una dinámica particular y en el que los
procesos de valoración, discusión, influencia social, normativos, de toma de deci­
siones, etc., entre sus miembros, darían lugar por sí solos a complejos análisis.
También el Tribunal Supremo es un grupo del que conocemos las opiniones de
sus integrantes, las tensiones y discrepancias entre ellos y la falta de acuerdo final
que permite la ejecución de la sentencia establecida previamente por el jurado. No
obstante, los juicios individuales de los cinco magistrados reflejan a su vez las
influencias tanto del rol que están desempeñando en función de su pertenencia al
grupo y de la autoridad que en ese momento representan, como la procedente de
sus respectivos grupos de referencia doctrinales, ideológicos, religiosos . etc.
Es importante señalar que algunos de los jueces reconocen explícitamente el
poder que puede ostentar el grupo en cuanto a su capacidad de establecer leyes y
normas negociadas por los miembros, incluso cuando éstas puedan entrar en abier­
ta contradicción con las aceptadas habitualmente, así como la trascendencia del
lugar o de la situación en la que se encuentra el grupo. Todo ello condiciona el
juicio acerca de los comportamientos, las actitudes, las decisiones, etc., de sus
componentes realizado desde un marco de referencia diferente, relativizando el
valor de las acciones individuales al subrayar la necesidad de considerarlas en el
contexto grupal en el que se producen, y teniendo en cuenta, además, el entorno
en el que está ubicado el grupo.
Los aspectos comentados hasta ahora no agotan, sin embargo, la complejidad
de las relaciones que se pueden establecer entre los individuos y los grupos. Así,
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El estudio de los grupos en la Psicología Social 31

¿qué ocurriría entre los miembros del grupo de exploradores si fueran. por ejem­
plo. de diferente raza. sexo, religión, nacionalidad, etc., o si dichas diferencias se
dieran entre ellos y los miembros del jurado o del Tribunal Supremo, e incluso si
existiesen dentro de alguno de estos dos últimos grupos? ¿Cómo serían los pro­
cesos y los resultados grupales en la situación extrema en la que se encontraban
los exploradores si previamente a su cautiverio existiera entre ellos una relación
jerárquica o basada en algún tipo de autoridad, o bien diferentes grados de perte­
nencia grupal, por ejemplo, relativos a su antigüedad como miembros de la Socie­
dad Espeleológica? ¿De qué modo afectaría todo ello a la percepción de los otros
y cómo influiría sobre el establecimiento de normas. prescripciones, roles, esque­
mas de decisión, etc.? ¿Qué cambios se producirían. tanto en los individuos como
en la dinámica del grupo, si en lugar de «sólo» treinta y dos días de cautiverio
hubieran tenido que esperar a ser rescatados durante un período más prolongado
de tiempo?
Todo lo anterior pone de manifiesto la dificultad. pero también la necesidad.
de estudiar las C<>mplejas relaciones existentes entre los individuos y los grupos,
de analizar las diversas formas que pueden adoptar dichos vínculos y de tener en
cuenta las múltiples influencias que los grup<)S ejercen sobre el comportamiento,
los pensamientos, las actitudes, los motivos. las creencias, las emociones, los valo­
res, los sentimientos, etc. de los individuos en sociedad. Como destacaba New­
comb ( 1 950) a propósito de estas influencias:

«( ... ) los ambientes sociales están estructurados de manera bastante


intrincada. y las formas en que están estructurados corresponden a mar­
cos de referencia compartidos o normas. Los miembros de los grupos pue­
den comunicarse con respecto a objetos comunes. incluyéndolos a ellos
mismos y a los miembros de otros grupos mediante la utilización de esas
normas comunes. De este modo. muchas de las condiciones más impor­
tantes que explican la conducta individual son condiciones de grupo»
(pág. 763; subrayado en el original).

La investigación centrada en el estudio de los grupos conforma un extenso cam­


po dentro de las ciencias sociales, del que tradicionalmente se ha ocupado la Antro­
pología. la Sociología y diversas ramas de la Psicología. en especial. la Psicología
Social, aunque no hay que olvidar las importantes contribuciones realizadas des­
de los ámbitos de la Educación, la Psicología Clínica. la Comunicación, la Psico­
logía de las Organizaciones. la Psicología Comunitaria y de la Intervención Social.
,
etcetera.
Si bien la formulación de los objetivos mencionados más arriba acerca de las
relaciones entre los individuos y los grupos parece sencilla, no resulta tan fáci l
establecer el modo en que deben alcanzarse. Como una primera aproximación pue­
de ser útil recordar la declaración de principios formulada por Asch en 1 952 y que
conserva aún plena vigencia:
Q Ediciones Pirámide
,

32 Introducción a la Psicología de los Grupos

«Para formular en forma adecuada la relación individuo-grupo, nece­


sitamos una manera de describir la acción de los grupos que no reduzca
el individuo a la calidad de simple blanco de las fuerzas de grupo de ori­
gen místico, ni destruya el carácter organizado de las fuerzas de grupo en
la confusión de las actividades individuales. Es menester que compren­
damos los procesos de grupo de una manera que conserve la realidad pri­
maria del individuo y del grupo, los dos polos permanentes de los pro­
cesos sociales. Debemos considerar que las fuerzas del grupo surgen de
las acciones de los individuos, y observar a los individuos cuyas accio­
nes son una función de las fuerzas del grupo que ellos mismos (u otros)
generan. Debemos considerar que los fenómenos de los grupos son tanto
el producto como la condición de las acciones de los individuos» (Asch.
1 952, pág. 255; subrayado en el original).

Detengámonos por un momento en la afirmación de Asch acerca de la consi­


deración del individuo y del grupo como los dos polos permanentes de los proce­
sos sociales. Desde la lejana definición del hombre como «animal social», en tan­
to que «animal político», formulada por Aristóteles, hasta los análisis de los
psicólogos contemporáneos (Aronson. 1 994 ), nadie razonable parece haber puesto
en duda ni la influencia que sobre el individuo ejercen los grupos. ya impliquen
éstos relaciones cara a cara o se haga referencia a los influjos más o menos explí­
citos pero siempre rastreables de grupos sociales más amplios, ni el difícil equili­
brio establecido entre ambos elementos derivado de las exigencias de la organiza­
ción y de la dinámica sociales.
Sin embargo, no es menos cierta la valoración con frecuencia negativa que reci­
ben los grupos al ser considerados el origen de múltiples efectos indeseables sobre
el comportamiento de los individuos. Se destacan sus influencias perniciosas sobre
el bienintencionado individuo que cae en sus redes, las consecuencias disfuncio­
nales e improductivas que puede provocar el trabajo en grupo, o la pérdida de
libertad y de responsabilidad de los individuos cuando forman parte de muche­
dumbres. Y este juicio no procede sólo de la opinión popular. Como se lamenta­
ba Brown ( 1 988), también los psicólogos sociales han contribuido a crear esta
impresión, al dedicar mucha más atención al estudio de los fenómenos negativos
que pueden aparecer en los grupos («pensamiento grupal», «pérdidas de proceso»,
«desindividuación», «Conformidad», «prejuicio y estereotipia», «holgazanería
social», así como todo tipo de comportamientos irracionales y de naturaleza anti­
social), en comparación con las funciones positivas, facilitadoras y de cooperación
que los grupos pueden proporcionar y que tienden a pasar desapercibidas o a no
ser valoradas en su justa medida.
Estamos mucho más informados del fracaso debido a los problemas entre los
miembros de una tripulación espacial en una expedición concreta, que acerca de
todas aquellas de las que ignoramos incluso su existencia por la sencilla razón de
que fueron un éxito. Asistimos anonadados a la exhibición de violencia de un gru-
{) Edicione!> Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 33

po de seguidores radicales de un equipo de fútbol en la final de un campeonato,


tras la que se emiten toda clase de opiniones sugiriendo la supresión de estos
espectáculos, aunque tendemos a olvidar que cada año se celebran miles de parti­
dos, a los que acuden sin falta grupos de seguidores, que no son noticia al no
haberse producido incidentes. Se escriben libros (¡y llegan a ser éxitos de ventas!)
que relatan el fracaso y la inoperancia de equipos de trabajo en organizaciones
industriales, financieras, militares, etc., aunque casi nadie leería, por ejemplo, el
relato de los millones de intervenciones quirúrgicas que se realizan sin problemas
gracias a los equipos de profesionales que salvan vidas en todo el mundo. Titula­
res de diarios y de i nformativos nos paralizan, con una macabra frecuencia, al
hacernos saber los intentos o la consumación de suicidios colectivos de grupos de
personas en el seno de sectas de influencias devastadoras; sin embargo, hechos
como éstos no pueden hacer olvidar que, por fortuna, miles de grupos de volun­
tarios y de miembros de organizaciones humanitarias unen sus esfuerzos a diario
en la ayuda a necesitados y desfavorecidos. Y podríamos ampliar interminable­
mente la lista de ejemplos con las noticias y los reportajes que ofrecen cada día
los medios de comunicación.
Sin duda que la acción de los grupos puede tener como consecuencia ambos
tipos de resultados, pero al hacer mayor hincapié en los aspectos negativos o dis­
funcionales se agudiza la inevitable tensión entre el individuo y el grupo, al tiem­
po que se hace más evidente la contradicción presente en las sociedades actuales,
en las que se potencian las tendencias individualistas más extremas junto con la
exaltación de valores relacionados con la colaboración, la solidaridad y la acción
colectiva. Socialmente, continúa ofreciéndose como modelo y se elogia al «héroe»,
al «triunfador», al «hombre-hecho-a-sí-mismo», al «emprendedor», a la vez que se
invita, cuando no se fuerza, a formar parte de todo tipo de grupos, ya sea en con­
textos laborales (trabajo en equipo, círculos de calidad, equipos interdisciplinares,
etc.), ciudadanos (jurados, consejos escolares, grupos de autoayuda, etc.), deporti­
vos, de tiempo libre, o participativos (auge de la «sociedad civil» a través de las
actividades desarrolladas por las organizaciones no gubernamentales, asociaciones
y grupos de voluntarios, participación política no convencional, etc.).
El conocimiento del funcionamiento interno de los grupos y de la dinámica de
las relaciones intergrupales resulta de especial relevancia en la actualidad, puesto
que ambos aspectos se encuentran implicados en el núcleo de los problemas y con­
flictos sociales de mayor gravedad: xenofobia, racismo, marginación, enfrenta­
mientos bélicos de origen étnico, religioso o nacionalista, así como cualquier otro
tipo de actitudes y comportamientos discriminatorios. Hacer culpables a los gru­
pos de la existencia de tales problemas, o atribuirles influencias y poderes ingo­
bernables e i l imitados sobre los individuos, además de resultar estéril, puede con­
tribuir a agravar aún más conflictos como los señalados.
En este sentido, se aprecian señales positivas y prometedoras en el interés mos­
trado por la i nvestigación psicosocial reciente hacia e l estudio de la diversidad, o
el reconocimiento y el respeto por las diferencias individuales, ya sean caracterís-
© Ediciones Pirámide
34 Introducción a la Psicología de los Grupos

ticas psicológicas, sociodemográficas (edad, sexo, raza, etc.), culturales, etc., y que,
en realidad, hacen referencia en la mayoría de los casos a categorizaciones gru­
pales. Aunque los análisis se centran fundamentalmente en ámbitos laborales y
organizacionales, y, en particular, en su influencia sobre los grupos y equipos de
trabajo (véase, por ejemplo, Chemers, Oskamp y Costanzo, 1 995; Jackson y Ruder­
man, 1 995 ; Triandis, Kurowski y Gelfand, 1 994 ), es perceptible su ampliación a
todo tipo de situaciones sociales a través del estudio de los procesos in1p1icados
en la percepción de los grupos (Smith y Mackie, 1 995).
En suma. no debería pretenderse obviar la existencia de ninguno de los aspec­
tos potencialmente implícitos en Jos fenómenos grupales, sean de un signo o de
otro, sino tratar de conocer y comprender sus características de modo que se vie­
ran facilitadas las siempre complejas relaciones de los individuos en sociedad, dada
la inevitabilidad de la pertenencia a grupos a la que nos encontramos abocados
como miembros activos de ella.

1.2. La realidad de los grupos

Hasta ahora hemos considerado sin discusión que los grupos existen, dando
por supuesto su carácter «real». Ahora bien, no todos los autores han mantenido
esta opinión. Como veremos en detalle más adelante, en torno a los años veinte
de este siglo, y como reacción a los excesos de las tesis que defendían la exis­
tencia de una «mente grupal» independiente, poseedora de características y leyes
propias y que actúa por encima de sus miembros, una importante corriente de psi­
cólogos individualistas, encabezada por Floyd Allport, negaba la realidad de los
grupos, sosteniendo que lo único real son los individuos, puesto que los procesos
psicológicos ocurren tan sólo en ellos: son los individuos quienes perciben, sien­
ten, piensan, deciden y actúan. En consecuencia, el concepto de grupo resulta una
ficción innecesaria desde el momento en que trata de referirse a algo más que a
la suma de las acciones de los individuos.
La experiencia diaria, sin embargo, nos proporciona ejemplos de cónl<) pensa­
mos en grupos, hablamos de grupos y percibimos grupos: atribuimos característi­
cas a los miembros de un grupo étnico, religioso o ideológico, en ausencia inclu­
so de las personas que pertenecen a é l ; un partido de baloncesto nos permite
observar a dos equipos cuyos componentes establecen complejas relaciones entre
sí y con respecto a los jugadores contrarios; un grupo de manifestantes que corta
el acceso a una calle realiza una acción propiamente grupal, puesto que cada indi­
viduo aislado no sería capaz de hacerlo; los responsables políticos temen la reac­
ción de los grupos de estudiantes si deciden incrementar las tasas académicas en
el nuevo curso; un cuarteto de cuerda resultaría sencillamente inconcebible si los
instrumentistas no coordinaran sus habilidades o si alguno de ellos se negara a
interpretar su parte. ¿De qué depende la percepción de las propiedades de los gru­
pos? ¿Cuál es el origen de su «realidad»? Volvemos a citar a Asch para intentar
contestar estas preguntas:
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 35

«La observación de tales propiedades de los grupos requiere la apre­


hensión de las fuerzas psicológicas. el movimiento de las emociones. los
planes y los motivos que existen entre los miembros de los grupos. ( ... )
El conocimiento de los grupos requiere el de las p(lsibilidades generales,
intelectuales y emocionales que provienen de las personas y de las moda­
lidades de relación que pueden surgir entre ellas. Presupone el conoci­
miento del ambiente donde actúan los individuos. Finalmente, requiere el
conocimiento de que cada individuo constituye una unidad separada, que
cuenta con las posibilidades de realizar una acción independiente o de
grupo. En este sentido somos capaces de seguir las acci(>nes de un gru­
po» (Asch, 1 952, pág. 230).

En las palabras de Asch se encuentra implícito el concept<.l de interdependen­


cia. que permitía dar respuesta al problema de la realidad del grupo y de la pecu­
liaridad de la psicología de grupo, al mismo tiempo que neutralizaba las críticas
de los partidarios de la tesis individualista y los argumentos de los seguidores de
la «1nente grupal» (Turner, l 987). Asimilando las enseñanzas de G. H. Mead. auto­
res como Lewin, Sherif y el propio Asch adoptaron, con distintos matices, un enfo­
que interaccionista en el estudio de los grupos. Influidos en diferente medida por
las teorías de la Gestalt o Teoría del campo y sus principios de organización per­
ceptiva, coincidían en lo esencial en una concepción del grupo como un «todo»
dinámico, es decir, como una totalidad poseedora de realidad propia. producto de
la interacción de sus partes componentes y que no se puede considerar simple­
mente equivalente a la suma de ellas ( Morales, 1 996).
Al definir el concepto de «grupo social», Lewin señaló de manera explícita el
modo de superar la falacia planteada por los individualistas acerca de la relación
de las partes componentes con la totalidad:

«El todo no es "más" que la suma de sus partes, sino que tiene dife­
rentes propiedades. El enunciado debiera ser: "El todo es diferente de la
suma de sus partes ( ... )". Además, la Psicología reconoce hoy que existen
.. todos" con distintos grados de unidad dinámica: por un lado. agregados
de objetos independientes; otros, cuy<) grad<l de unidad es muy pequeño;
otros de un grado medio de unidad; otros C(ln un grado muy elevado de
unidad� finalmente, en el otro extremo. "'todos" de tal grado de unidad que
resulta inadecuado hablar de partes» (Lewin, 1 95 1 , pág. 1 42).

El argumento lewiniano se plantea en términos de propiedades emergentes, es


decir, a medida que los sistemas se hacen más complejos llevan a cabo compor­
tamientos que no podrían haber sido previstos sobre la base de los elementos que
componen el sistema. Las relaciones entre los individuos y los grupos serían simi­
lares a las existentes entre las moléculas y los átom<)S. Así, las nuevas propieda­
des de los sistemas moleculares resultan de las propiedades de los átomos que los
© Edidoncs Pirámide
36 Introducción a la Psicología de los Grupos

componen, si bien no son resultados aumentativos o sustractivos de ellos. Cono­


ciendo las propiedades moleculares puede llegar a observarse de qué modo pro­
ceden de las propiedades de los átomos. Sin embargo, no podría predecirse cuál
sería el comportamiento de las moléculas sólo a partir de las propiedades de estos
últimos.
Como afirma Tumer ( 1 987), las aportaciones de estos autores resultaron muy
fructíferas, puesto que legitimaron al grupo como objeto de investigación al dotar­
le de cierto grado de realidad, permitiendo su estudio en situaciones de laborato­
rio (aunque también en situaciones naturales, como en el caso, por ejemplo, de los
difundidos estudios de campo sobre el conflicto intergrupal realizados por Sherif
y sus colaboradores a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta
(véase Sherif, 1 967; para un análisis crítico, véase Huici, l 985d), y eliminando los
estériles debates filosóficos acerca de las relaciones entre el individuo y el grupo.
Newcomb ( 1 950) expresó con rotundidad una salida razonable para esta contro­
versia: «Nuestro sentimiento de la existencia de los grupos se ve confirmado por
la observación de que otras personas también se comportan como si nuestros gru­
pos existieran realmente. Esta aproximación es la única que puede seguir el hombre
de ciencia para el problema de la realidad de los grupos» (pág. 724 ). Y concluía:

«En resumen, un grupo es real en tres sentidos de importancia para los


psicólogos sociales. Es socialmente real, en el sentido de que está inclui­
do en las normas compartidas que le permiten a la gente la comunicación
recíproca. Es objetivamente real, en el sentido de que se lo puede ver, y
de que diferentes observadores pueden estar de acuerdo con respecto a lo
que se ve. Y, por fin, es psicológica1nente real, en el sentido de que los
individuos lo perciben y están motivados en relación con él y de que su
conducta está así determinada por él» (Newcomb, 1 950, pág. 725; subra­
yado en el original).

Hubo intentos de atemperar la polarización provocada por la discusión en tor­


no a la realidad de los grupos realizados desde posiciones intermedias, como las
representadas por Cattell ( 1 948) o Campbell ( 1 958), quienes formularon al res­
pecto teorías de alcance medio. En cuanto a la teoría del primero de el los, el con­
cepto que interesa aquí relacionado con la realidad grupal es el de «sintalidad»,
acuñado por Cattell para referirse a la personalidad del grupo o, más exactamen­
te, a todo efecto producido por el grupo al actuar como una totalidad, lo que le
convierte en una entidad única. En consecuencia, las características de sintalidad
son los efectos que causa el grupo al actuar en tanto que grupo, efectos que pue­
den encontrarse relacionados tanto con otros grupos como con el entorno en el que
se desenvuelve. En suma, dichas características de sintalidad son inferidas a par­
tir del comportamiento externo del grupo, e incluyen resultados productivos, toma
de decisiones, conductas agresivas, de cooperación, etc. (Shaw, 1 976).
Por su parte, Campbell ( 1 958) afirmaba que los grupos difieren en su grado
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 37

de «realidad», o al menos en el grado en que son percibidos como reales, depen­


diendo de la perspectiva del observador. No siempre pueden ser considerados enti­
dades en la medida en que lo son los objetos físicos, por ejemplo, una roca, una
mesa o un edificio, cuya percepción es definida e inmediata, en forma de todos
unificados, además de poderse obtener información acerca de ellos a través de dife­
rentes modalidades sensoriales. No ocurre lo mismo con los grupos, puesto que la
infonnación sobre ellos procede en general de un menor número de fuentes y, en
consecuencia, no siempre pueden ser percibidos en términos de todo o nada. Para
solucionar esta imprecisión, Campbel l propuso e l concepto de «entitatividad», que
hace referencia al grado de existencia real de los grupos.
Para explicar los factores que determinan la percepción de la entitatividad, el
autor recurrió a los principios gestálticos de organización perceptiva, es decir, la
proximidad, la semejanza, el destino común y la pregnancia. Así, y otorgando un
papel secundario a esta última, en la medida en que un conjunto de individuos
experimenten un destino común en repetidas ocasiones, sean semejantes en una o
varias características y se encuentren próximos entre sí, serán percibidos en mayor
grado como una entidad, como un «grupo», y viceversa ( Forsyth, 1 990; Shaw,
1 976; véase también, para una revisión del estado actual de la investigación acer­
ca de la percepción de personas y de grupos, Hamilton y Sherman, 1 996).
No obstante, el interés y el atractivo inicial que suscitaron entre los psicólogos
estos dos conceptos, u otros como el de «grupalidad», formulado por Bogardus
( 1 954) desde un enfoque más sociológico, pronto fueron abandonados al ser inca­
paces de generar trabajos de investigación relevantes (Forsyth, 1 990). Sin embar­
go, recientemente están siendo recuperados algunos de estos conceptos, en parti­
cular, la «entitatividad», por investigadores que tratan de relacionarlos con enfoques
y análisis de naturaleza (socio) cognitiva o de la identidad y de la categorización
social (véase, por ejemplo, Hamilton, Sherman y Lickel, 1998; Insko, Schopler y
Sedikides, 1 998 ).
En la actualidad, la realidad de los grupos es aceptada de manera unánime por
los investigadores, al menos en el nivel social de análisis (Tumer, 1 987). Incluso
Allport, que en 1 924 había llegado a afirmar de modo taxativo que no existía psi­
cología de los grupos que no fuera esencial y enteramente una psicología de los
individuos, comenzó a cambiar de opinión al estudiar el comportamiento social
fuera del laboratorio. Como recuerda Katz ( 1 968), Allport se mostró más escépti­
co con respecto al conductismo que había mantenido a ultranza cuando percibió
que esta teoría no prestaba atención a los problemas de las relaciones y de la
estructura social. Llegó a reconocer en sus últimos escritos (Allport, 1 962), aun­
que con reservas, la realidad del grupo siempre que fuera considerado, desde su
teoría del sistema fenoménico, como una estructura social o colectiva constituida
por las relaciones establecidas entre parcelas particulares del comportamiento indi­
vidual.
De la discusión anterior se desprende que l a dicotomía individuo-grupo no
parece resultar muy útil para la comprensión de las relaciones existentes entre
© Edícíones Pírámide
38 Introducción a la Psicología de los Grupos

ambos, dado que, en realidad, difícilmente puede concebirse tanto al individuo ais­
lado de toda influencia grupal como al grupo operando por encima o al margen
de los individuos ( Steiner, 1 986). En consecuencia, en lugar de mantener discu­
siones bizantinas acerca de la superioridad del individuo sobre el grupo o a la
inversa, como las que dominaron la investigación psicosocial durante las tres pri­
meras décadas de este siglo, puede ser más fructífero profundizar en las ideas for­
muladas por los partidarios del interaccionismo relativas a la transformación de las
características de las partes que constituyen el grupo (los miembros) como resul­
tado de su interdependencia (pertenencia al grupo). Este fenómeno ha sido defini­
do en ténninos de la discontinuidad que se puede observar entre el comportamiento
grupal y el individual (Morales y Moya, 1 996 ), es decir, entre aquel que se lleva
a cabo cuando las personas forman parte de un grupo y son interdependientes y
el comportamiento de los individuos al encontrarse aislados o cuando constituyen
un mero agregado en el que no se produce interacción (Turner, 1 987).
El hecho de que la conducta de las personas se ve modificada por la perte­
nencia a grupos es algo que ya diferentes científicos sociales desde el siglo x1x.
tales como Comte. Tonnies, Cooley, Ross, Simmel, Durkheim. Tarde, Le Bon, etc.,
habían admitido de manera más o menos explícita y reconocido su importancia.
S i bien entre los psicólogos el interés se centró inicialmente en el estudio de la
facilitación social, es decir, si la presencia de otros aumentaba o inhibía el rendi­
miento en detenninadas tareas (como puede verse, por ejemplo, en los experimen­
tos de Triplett, Moede, Allport, Travis, Pessin, Husband, etc.), las pruebas quizá
más elocuentes acerca de los límites de la discontinuidad entre el comportamiento
individual y el grupal se obtuvieron gracias a experimentos como los realizados por
Sherif y Asch (véanse cuadros l . I y 1 .2).
Esta línea de trabajo, centrada en sus comienzos en el análisis de las presio­
nes y de la influencia de las normas grupales sobre los juicios individuales y de
grupo, ha sido posteriormente aplicada a numerosos fenómenos relacionados con
ella, como el estudio de la conformidad, la influencia minoritaria. la polarización
grupal, la competición y la cooperación intergrupal, etc., todos ellos pr<>cesos de
influencia social que serán tratados en detalle en el capítulo 8.
Uno de los autores que contribuyó de manera decisiva a clarificar el efecto
mencionado de la discontinuidad del comportamiento fue Tajfel ( l 978a), al pro­
poner la posibilidad de un continuo interpersonal-intergupal, considerando que
ambos extremos constituirían diferentes niveles de interacción social. Para esta­
blecer esta distinción. Tajfel propuso tres criterios (Brown, 1 988):

1 . La presencia o ausencia de, al menos, dos categorías sociales claramente


identificables, por ejemplo, alumno y profesor, hombre y mujer, médico y
paciente. Constituye el criterio más importante.
2. La existencia de una alta o baja variabilidad de comportamiento o actitu­
des entre las personas que forman parte de cada grupo. En general, la con­
ducta intergrupal suele ser homogénea, mientras que la interpersonal tien-
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 39

CUADRO l.l

El clásico estudio de Sherif. realizado en 1936. utilizó una ilusión óptica conocida como
«efecto autocinético». según la cual un punto fijo de luz en un cuarto totalmente oscuro tien­
de a percibirse en movimiento.
En primer lugar, colocó a individuos aislados en esta situación. quienes. pasados unos
minutos, establecían una pauta de movimiento de la luz que reflejaba sus propias normas o
marco de referencia para emitir sus juicios acerca del (inexistente) movimiento del punto
luminoso. Posteriormente, los mismos individuos eran expuestos en grupo a la misma situa­
ción estimular. Sherif pudo comprobar cómo los juicios individuales tendían a plegarse a la
norma establecida por las opiniones del grupo, que proporcionaba así un marco de referen­
cia ante la ambigüedad del estímulo.
Sherif también invirtió el orden de exposición. Otros sujetos veían y emitían sus juicios
independientemente pero en presencia de otros, realizando sus estimaciones y conformando
sus pautas acerca del movimiento de la luz. A continuación. se quedaban solos ante el pun­
to luminoso. Pudo comprobarse en esta situación que los sujetos mantenían la norma ante­
rior establecida en el contexto «grupal», es decir, que el marco de referencia permanecía
incluso en ausencia del refuerzo procedente de los otros.
Con estos experimentos, Sherif demostró Ja presencia de proc�sos de conformidad en los
grupos y el establecimiento de normas o marcos de referencia grupales ante situaciones ambi­
guas.

CUADRO 1.2

Asch llevó a cabo en 1952 una serie de experimentos acerca de la influencia que podí­
an ejercer las presiones del grupo sobre los juicios de Jos individuos.
Se preguntaba a un grupo de siete estudiantes acerca de cuál de las tres líneas desigua­
les de una tarjeta era idéntica a la línea que aparecía en otra tarjeta:

A B C

Seis de los sujetos. colaboradores del experin1entador, estaban entrenados para. después de
dar varias respuestas correctas, emitir juicios deliberadamente erróneos. El sujeto «ingenuo» se
enfrentaba así al conflicto entre la evidencia de sus sentidos y las opiniones del grupo. Asch
pudo comprobar que, a pesar de la presión del grupo, dos terceras partes de las respuestas eran
correctas; que un tercio de los sujetos se mostraban siempre independientes en sus juicios, y
que un tercio cambiaba en la dirección de la mayoría en la mitad o más de los ensayos reali­
zados. Estos experimentos poseen una gran importancia, puesto que señalaron tanto la influen­
cia que podía ejercer el grupo como la independencia del comportamiento de los individuos.

© Ediciones Pirámide
40 Introducción a la Psicología de los Grupos

de a mostrar el rango normal de las diferencias individuales. Esto puede


ilustrarse si contemplamos las consignas coreadas por los seguidores de dos
equipos de fútbol en un estadio, para la primera de ellas, y dos compañe­
ros de trabajo, aficionados de cada uno de los equipos, que al día siguien­
te del partido toman un café juntos, para el segundo tipo de conducta.
3. Por último, la presencia de una alta o baja variabilidad en el comporta­
miento o las actitudes de una persona hacia otros miembros del grupo. Por
ejemplo, en el caso de que un hombre (o una mujer) reaccione (o no) siem­
pre igual ante la presencia de mujeres (u hombres), sean conocidas/os (su
hermana/o, su madre/padre) o desconocidas/os.

Basándose en estos tres criterios, Tajfel propuso que toda conducta social pue­
de ser ubicada a lo largo de un continuo definido por las polaridades «interperso­
nal» e «intergrupal». Un contexto en el que la influencia del grupo no exista, o
bien sea mínima, producirá un comportamiento puramente interpersonal, es decir,
relativo a aquellas conductas que los individuos dirigen o reciben de otros que los
consideran, y son considerados por ellos, como individuos únicos, singulares, y en
las que se atienden características personales. Por su parte, una situación de fuer­
te carácter grupal provocará un comportamiento intergrupal estricto, en el que
entran en juego conductas que los individuos dirigen o reciben de otros que con­
sideran, y son considerados por ellos, exclusivamente como miembros de un gru­
po determinado. Entre ambos polos se situarían conductas intermedias, en las que
tendrían cabida, en grados diferentes, consideraciones interpersonales y grupales
(Morales y Huici, 1 995; Morales y Moya, 1 996).
A partir de l a definición formulada por Tajfel, otros autores (por ejemplo.
Brown, 1 988; Turner, 1 98 1 ) sugieren que el continuo no se extiende realmente
entre el extremo interpersonal y el intergrupal, sino entre el polo interpersonal y
el grupal, puesto que todo lo intergrupal es grupal, indicando con ello una distin­
ción entre contextos sociales en los que un grupo o grupos no son salientes y aque­
llos en los que resultan mucho más evidentes.
Esta distinción entre lo interpersonal y lo intergrupal/grupal resulta mucho más
eficaz para la comprensión del comportamiento y de las relaciones entre el indi­
viduo y el grupo, puesto que se basa en una dimensión continua, no dicotómica
o que utilice categorías excluyentes. Como señala Brown ( 1988), la mayor parte
de las situaciones sociales pueden contar con elementos tanto de conductas inter­
personales como grupales. Formamos parte de grupos sin que ello implique
deshacernos de nuestra historia personal como individuos, de nuestras actitudes,
expectativas, disposiciones, etc. De manera inversa, también en situaciones inter­
personales pueden, y suelen, intervenir características grupales, tales como las deri­
vadas de nuestra identidad social, estereotipos, prejuicios, etc.
Otro aspecto importante implícito en esta formulación es el relativo a que la
distinción entre comportamiento interpersonal y grupal no está en función del
número de participantes implicados. De hecho, para que se produzcan relaciones
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 41

intergrupales no es necesario que se encuentren presentes tod<>s los miembros. En


ocasiones incluso puede que se reduzca a un encuentro entre dos personas. Lo que
caracteriza estas situaciones como conductas intergrupales o grupales es el hecho
de que los participantes interactúen en términos de sus pertenencias de grupo, antes
que basándose en las características personales que les distinguen (Brown, 1 988).
Como recuerda Montalbán ( 1 995), si estas relaciones pueden considerarse inter­
grupales y no estrictamente interpersonales es debido a lo que ya Sherif ( l 966a)
definió con claridad: nos encontramos ante una conducta intergrupal «siempre que
los individuos que pertenecen a un grupo interactúen colectiva o individualnzente
con otro grupo o con sus miembros en términos de su identificación de grupo»
(Sherif, 1 966a; pág. 1 2, subrayado en el original). El ejemplo extremo de este com­
portamiento puede ponerse de manifiesto a través del funcionamiento de los este­
reotipos y de los prejuicios. Como muestran los resultados de las investigaciones y
la experiencia cotidiana, la discriminación basada en ambos se ejerce contra las per­
sonas por pertenecer a un grupo determinado, con independencia de sus caracte­
rísticas individuales, siendo frecuente que ni siquiera se tenga, ni se desee, un cono­
cimiento directo de la persona objeto de la discriminación (Morales y Moya, 1 996).
Por último, una de las consecuencias de la distinción que estamos analizando
que posee mayor relevancia es la necesidad de contar con teorías sobre los pro­
cesos grupales diferentes a las teorías habitualmente utilizadas para explicar el
comportamiento interpersonal (Brown, 1 988). Estas últimas tienden a considerar
que las variaciones en la conducta de las personas son debidas, bien a las dife­
rencias entre las propias personas, bien a las diferencias en las relaciones entre
ellas. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a situaciones grupales «tales explica­
ciones resultan de men<Jr utilidad, puesto que d<>S de las características claves de
las situaciones de grupo tienen que ver con uniformidades entre individuos antes
que con sus diferencias» (Brown, 1 988, pág. 8; subrayado en el original). En con­
clusión, dado que la extrapolación a contextos grupales de las teorías sobre el com­
portamiento interpersonal se encuentra repleta de dificultades inherentes a la dife­
rente naturaleza de ambos tipos de conducta, resulta necesario desarrollar y utilizar
teorías relacionadas específicamente con el comportamiento grupal que permitan
su completa comprensión (Brown, 1 988; Brown y Turner, 1 98 1 ).
A lo largo de los capítulos de este libro se tratará de ofrecer una completa
visión, si no exhaustiva, sí al menos sintética, de los modelos teóricos formulados
y de las investigaciones empíricas de mayor relevancia llevadas a cabo durante este
siglo en relación con los principales fenómenos y procesos grupales, con el obje­
tivo de contar con un catálogo que introduzca al lector en el complejo conoci­
miento de estos importantes sistemas sociales.

© Ediciones Pirámide
42 Introducción a la Psicología de los Grupos

1 .3. La evolución del estudio de los grupos


a través de las principales corrientes
del pensamiento psicosocial

La elección de un método que aborde su objeto de estudio desde un punto de


vista histórico, en el que se trace su evolución describiendo los sucesivos avances
(y eventuales retrocesos) logrados en su comprensión, no hace sino reproducir los
«mitos del origen» y los «mitos del progreso» que la propia historiografía se encar­
ga de alimentar o desechar a conveniencia de sus intereses. Tenemos muy presente
la observación de Wittgenstein cuando escribía: «Ul explicación histórica, la expli­
cación como una hipótesis de desarrollo, es sólo un modo de ensamblar los datos,
de su sinopsis. Es igualmente posible ver los datos en su relación mutua ). ensam­
blarlos en una concepción general, sin darle la forma de una hipótesis sobre el
desarrollo temporal» ( 1 967, pág. 1 5 1 ; subrayado en el original). No obstante esta
i mportante objeción, creemos conveniente ofrecer en este capítulo introductorio
una síntesis de los avatares presentes en la concepción y en el estudio de los gru­
pos desde e l establecimiento de la Psicología como disciplina independiente de
otras ciencias sociales hasta la actualidad. El objetivo no es otro que contar con
una visión de conjunto, por parcial e incompleta que ella sea, que nos pennita al
menos enmarcar temporalmente, diferenciar y contrastar las grandes líneas de pen­
samiento que han dominado la investigación sobre los grupos durante el siglo xx.
Con este único propósito, las páginas siguientes se dedicarán a señalar también los
principales determinantes sociales e ideológicos de las concepciones formuladas,
desde un final de siglo a otro, por los diferentes autores que se han ocupado del
estudio de los grupos.
Para ello, distinguiremos una serie de «movimientos» basados en criterios fun­
damentalmente epistemológicos, acompañados de una cronología aproximada. que
serán los siguientes: 1 ) el enfoque grupal (finales del siglo XIX- 1920); 2) el enfo­
que individualista (década de los años veinte); 3) el enfoque interaccionista ( 1 930-
finales de los años cincuenta); 4) pérdida de identidad o crisis de la investigación
grupal ( 1 960-mediados de la década de los setenta); 5 ) el enfoque europeo ( fi n a­
les de los años setenta-década de los ochenta); 6) eclecticismo y enfoques multi­
disciplinares (década de los noventa).
La figura 1 .3 ofrece una visión de conjunto de los principales hitos y de los
representantes de mayor relevancia que pueden asociarse a cada uno de ellos.

1 .3.1 . E l enfoque grupal: la «mente de grupo»

Presentadas tradicionalmente como antagónicas, la orientación grupal y la indi­


vidualista dominaron la escena psicosocial durante las primeras décadas de su
desarrollo. Los partidarios de ambas tendieron en muchos casos a adoptar posi-
© Ediciones Pirámide
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Figura l . 1.-Evolución histórica del estudio de los grupos.


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44 Introducción a la Psicología de los Grupos

ciones extremas que, contempladas fuera de su contexto, pueden conllevar el ries­


go de ser juzgadas como despropósitos o desvaríos de la razón. Por ello, convie­
ne tener siempre presentes los condicionantes sociales e ideológicos de la época
en que los autores las formularon. Como señaló Steiner ( 1 974 ), estas orientacio­
nes, además de no resultar lógicamente incompatibles, representan diferentes prio­
ridades acerca de lo que ha de estudiarse y de lo que puede ser ignorad<) sin que
ello suponga una pérdida catastrófica, así como del modo en que han de interpre­
tarse los resultados obtenidos en las investigaciones.

a) Gustave Le Bon

Recurriendo al «mito del origen» al que se aludió más arriba, suele conside­
rarse a Le Bon, y su obra Psicología de las masas, publicada en 1 895, como el
primero que formuló la tesis de la «mente de grupo», si bien pueden rastrearse los
antecedentes de la tradición grupal en el pensamiento filosófico y social en auto­
res de los siglos xv111 y XIX, o remontándose hasta las fuentes originarias de la
República de Platón y la Política de Aristóteles (véase, por ejemplo, Blanco, 1 985,
1 988; Graumann, 1 988).
Debido en buena medida a la «legitimización» de sus ideas llevada a cabo,
entre otros, por Freud en su obra de 1 92 1 Psicología de las masas y análisis del
yo, Gustave Le Bon ( 1 84 1 - 1 93 1 ) es considerado el máximo representante de esta
corriente finisecular preocupada por el carácter patológico de la masa y su influen­
cia malsana sobre el individuo, a pesar de que, en realidad y emitiendo un juicio
indulgente, «tomó prestados» la mayor parte de sus argumentos, sin citar su ori­
gen, de autores alemanes que compartían el enfoque de la Psicología de los pue­
blos ( Lazarus, Steinthal, Wundt), del pensamiento criminológico y psicosocial con­
temporáneo desarrollado en Italia (Cattaneo, Lombroso, Rossi, Sighele; véase
Blanco, 1988), de las tesis nacionalistas de otros pensadores franceses de su épo­
ca (Gobineau, Renan, Tarde), e incluso, como señala Graumann ( 1 988), del mes­
merismo y sus secuelas psiquiátricas (el concepto de «sugestión») y de médicos
como Pasteur y Koch (la idea de «contagio»).
Para Le Bon, desde el momento en que los hombres viven y actúan en grupos,
es decir, constituyen una masa, surgen fuerzas y fenómenos que configuran un
alma colectiva, que obedece a sus propias leyes y que no puede ser descrita a par­
tir de las propiedades de los individuos que la componen. Esta masa psicológica
forma un solo ser y está sometida a la ley de la unidad mental de las masas.
No es la mera proximidad física la que determina la formación de una masa
psicológica, sino la formación de un alma colectiva que provoca en el individuo
la desaparición de su personalidad consciente y el predominio de su parte incons­
ciente. Además, a través de la sugestión y del contagio, consigue la orientación de
los sentimientos y de las ideas en un mismo sentido, así como la tendencia a trans­
formar de manera inmediata en actos las ideas sugeridas. El individuo dentro de
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 45

una masa deja de ser él mismo, pierde su identidad, convirtiéndose en un autó­


mata cuya voluntad es incapaz de ejercer dominio alguno. Por el simple hecho de
formar parte de una masa, afirmaba Le Bon, «el hombre desciende varios pelda­
ños en la escala de la civilización» ( 1 895, pág. 33). Toda su inteligencia, su edu­
cación, sus conocimientos, quedan relegados y dominados por los instintos: feroz,
violento, sin trabas, el individuo se aproxima a los seres primitivos y se convier­
te en una presa fácil de palabras e imágenes que le arrastran a comportamientos
y sentimientos de auténtica barbarie.
En suma. el efecto más relevante que presenta una masa psicológica sobre sus
miembros es que, con independencia de los individuos que forman parte de ella y
de las características que posean, por el mero hecho de haberse transformado en
una masa se ven provistos de una especie de alma colectiva que les induce a sen­
tir, pensar y comportarse de un modo totalmente diferente a como lo harían por
separado cada uno de los individuos. Aunque Le Bon estaba convencido de que,
intelectualmente, la masa es siempre inferior a los individuos aislados, admitía que,
al considerar los sentimientos y los actos, las masas podían ser mejores o peores
que aquéllos, pues todo dependía de cómo se las sugestionara. También podían ser
altruistas, entusiastas, heroicas, generosas, entregadas a nobles causas; su impul­
sividad, su potencial instintivo dependían del modo en que fueran dirigidas. A todo
ello se añadía la carga «genética» y «racial» de las sociedades particulares, pues­
to que la «mente de los pueblos», su «espíritu colectivo» podían detener la de­
generación de las naciones y de la civilización que Le Bon observaba a su al­
rededor, y devolver a la raza el ideal que mantenía su cohesión, su unidad y su
fuerza.

b) Émile Durkheim

A Durkheim ( 1 858- 1 9 1 7), pensador también francés, contemporáneo de Le Bon


y uno de los principales fundadores de la sociología moderna, se le considera como
otro de los máximos representantes de la corriente de la «mente de grupo». Fir­
me partidario de la sumisión del individuo a la sociedad, de la supremacía de lo
colectivo frente a lo individual (Blanco, 1 988), uno de los ejes centrales de su pen­
samiento es el concepto de conciencia colectiva, tras el que subyace la idea de
que los fenómenos sociales, como la religión, ,, la división del trabajo, el lenguaje
y las costumbres, son «hechos sociales». Estos poseen como características bási-
cas el ser externos al individuo, generales y l i m itadores de la conducta. Los
«hechos sociales» son objetivos, son un producto cultural y existen fuera del indi­
viduo, de modo que los miembros de un grupo los experimentan de forma pare­
cida, proporcionando las directrices o los cauces a través de los que se desarrolla
la conducta social (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ).
El determinismo social de Durkheim se manifiesta con claridad en la idea
según la cual la sociedad es algo previo a la existencia de cada individuo, que
© Ediciones Pirámide
46 Introducción a la Psicología de los Grupos

influye en la formación de su personalidad y sobre su repertorio de comporta­


mientos, ya que, a través del proceso de socialización, el individuo interioriza las
normas, costumbres, conocimientos, etc., de carácter cultural y social que confor­
man la conciencia colectiva. A esto se puede objetar que, al ser los individuos los
únicos elementos que constituyen la sociedad, el origen de los fenómenos socia­
les no puede ser sino psicológico. A lo que Durkheim responde que la unión y la
asociación de las partes constituyentes dan lugar a fenómenos nuevos cuya natu­
raleza no cabe encontrar en ninguno de los elementos por separado que forman la
unidad. «Y es que un todo no es idéntico a la suma de sus partes, hay alguna otra
cosa cuyas propiedades difieren de las que presentan las partes de que está com­
puesto» ( 1 895, pág. 1 1 5). Y añade Durkheim más adelante:

«Sin duda, no puede producirse nada colectivo si no existen las con­


ciencias particulares; pero esta condición necesaria no es suficiente. Es
preciso además que estas conciencias estén asociadas, combinadas, y ello
de cierta manera; es de esta organización de donde resulta la vida social
y, en consecuencia, es esta combinación la que la explica. Agregándose,
penetrándose, fusionándose, las almas individuales dan nacimiento a un
ser psíquico, si se quiere, pero que constituye una individualidad psíqui­
ca de un género nuevo. Es entonces en la naturaleza de esta individuali­
dad, no en la de las unidades componentes, donde hay que ir a buscar las
causas próximas y determinantes de los hechos que se producen en ella.
El grupo piensa, siente, obra de un modo completamente distinto que sus
miembros, si éstos estuvieran aislados. Entonces, si se parte de estos últi­
mos, no se podrá comprender nada de lo que pasa en el grupo. En una
palabra, hay entre la psicología y la sociología la misma solución de con­
tinuidad que entre la biología y las ciencias físico-químicas. Por consi­
guiente, todas las veces que un fenómeno social es explicado directamente
por un fenómeno psíquico, se puede asegurar que la explicación es fal­
sa» ( 1 895, pág. 1 16).

Con este argumento, y mediante el concepto de «mente de grupo» que se halla


implícito en él, Durkheim trató de salvar el hiato existente entre el individuo y los
fenómenos sociales. Ahora bien, como matiza Asch ( 1 952), su posición se expli­
ca en buena medida por el hecho de haber adoptado sin discusión la psicología
elementarista de su época, cuyo contenido estaba exento de significado social.
«Podemos decir que la teoría de Durkheim sobre la mentalidad de grupo es una
consecuencia lógica del fracaso de la psicología en el desarrollo de conceptos
capaces de tratar directamente con los hechos de grupo» (Asch, 1 952, pág. 259).
Tendrían que pasar aún varias décadas para que los psicólogos sociales l legaran a
la conclusión de que los hechos sociales son, a la vez, hechos de la psicología de
los individuos, quienes poseen un carácter social y actúan y sienten como miem­
bros de grupos.
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 47

e) William McDougall

William McDougall ( 1 87 1 - 1 938), psicólogo inglés y reconocido como uno de


los fundadores de la Psicología Social, también se sintió intrigado por la parado­
ja de que la sociedad puede ser, ciertamente, exterior a los individuos y distinta
de ellos, aunque no pueda existir más que gracias a ellos. Un cuarto de siglo des­
pués de la publicación de las obras de Le Bon y Durkheim, McDougall dio a la
imprenta su libro The Group Mind ( 1 920), cuando la tesis de la «mente de gru­
po» estaba a punto de recibir el golpe de gracia a manos de F. Allport. De modo
similar a como le había ocurrido con su elaborada formulación de la teoría de los
instintos sociales, McDougall parece que volvía a llegar tarde. Como señalan
Collier, Minton y Reynolds ( 1 99 1 ), «era simplemente la tragedia de este brillante
hombre que constantemente se subía al barco, por decirlo así, justo en el momen­
to en que todo el mundo lo abandonaba» (pág. 85).
Aunque McDougall también pensaba, como Le Bon, que el grupo tiende a
situarse en un plano intelectual y emocional inferior al de los individuos que lo
componen, estaba al mismo tiempo convencido de que los seres humanos sólo pue­
den desarrollarse y actualizar Ja totalidad de sus potencialidades a través de su par­
ticipación en la sociedad (Farr, 1 986 ), por lo que ésta se convierte no sólo en ine­
vitable sino decididamente en algo deseable. Así, y en este caso tratando de
desmarcarse de Le Bon, McDougall diferencia la «mente grupal» del «espíritu de
grupo», puesto que aquélla, a diferencia del carácter emocional e irracional de éste,
constituye un sistema organizado de fuerzas mentales o prepositivas con vida pro­
pia que, no obstante, no se encuentra comprendido en la mente de ninguno de los
individuos. La «mente grupal» concebida desde esta perspectiva cuenta con capa­
cidad para moldear a los miembros que componen el grupo, así como para per­
petuarse como un siste1na idéntico a sí mismo, que sufre modificaciones sólo de
manera lenta y gradual.
Estas matizaciones no logran, sin embargo, ocultar la presencia larvada de un
dualismo similar al que McDougall pretendía atacar en las concepciones de sus
predecesores ( Blanco, 1 988; Morales, l 985a). La única diferencia estriba en la
posibilidad con que cuenta el grupo de actuar como agente moralizador de los indi­
viduos que lo componen y neutralizar así los instintos, los impulsos y los excesos
destructivos que emanan de las masas desestructuradas y desorganizadas. Según
McDougall, para que un grupo supere este estadio primitivo y logre desarrollarse
hasta alcanzar la organización, es preciso distinguir una serie de fases o grados
(Morales, l 985a; Turner, 1 987):

1 . Se requiere una ClJntinuidad temporal del grupo, a partir de la cual se esta­


blezca
2. la autoc<Jnciencia de la mente de grupo, es decir, algo similar a la difusión
en las mentes de los individuos de la idea del grupo como una totalidad,
y que facilita
© Ediciones Pirámide
48 Introducción a la Psicología de los Grupos

3. la interacción entre sus miembros y con otros grupos, lo que da lugar a la


construcción de una identidad, de un sentimiento de «nosotros» y, en con-

secuencia,
4. al desarrollo de tradiciones, costumbres y hábitos grupales que cristali­
zan en
5 . una organización y una estructura sociales, que llevan implícitas una espe­
cialización funcional y una división del trabajo que son las que permiten
alcanzar al grupo resultados valiosos tanto individual como socialmente.

Elintento de McDougall de defender, con una formulación mucho más elabo­


rada y compleja sin duda, las ideas acerca de la «mente de grupo» que durante
varias décadas habían estado en boga en la Psicología y en la Sociología. y que
habían ejercido no poca influencia en las ideologías más racistas, sexistas y reac­
cionarias de la época, logró suscitar fuertes controversias y oposición. Aunque
antes encontró el apoyo, también tardío, de un ilustre defensor: Freud.

d) Sigmund Freud

Con la publicación en 1 92 1 de la Psicología de las masas y análisis del yo ,


Sigmund Freud ( 1 856- 1 939) resume lo más importante de su teoría psicosocial.
previamente esbozada en Tótem y tabú ( 1 9 1 3 ). Su caracterización del grupo psi­
cológico recoge, en ocasiones de manera literal, las ideas fundamentales de Le
Bon y McDougall en un intento de relacionarlas con su propia teoría psicodiná­
mica (González, 1 995; Turner, 1 987).
Freud comienza afirmando que la distinción entre Psicología Individual y Psi­
cología Social o colectiva carece en realidad de fundamento, puesto que «en la
vida anímica individual aparece integrado sie1npre, efectivamente "el otro ", coma
modelo, objeto, auxiliar <> adversario, y, de este modo, la Psicología lndivid11al es
al mismo tiempo y desde un principio Psicología Social» ( 1 92 1 , pág. 9). E l pro­
blema surge al analizar la influencia de «los otros», del grupo, sobre el individuo.
Comparte la idea de Le Bon acerca de la inferioridad del individuo y del incre­
mento de su afectividad cuando forma parte de un grupo, aunque la explicación
no hay que buscarla en e l inconsciente colectivo de la masa, sino en el poder ejer­
cido por el ello y por los instintos reprimidos de carácter inconsciente.
Las diferencias en el comportamiento de Jos individuos cuando constituyen un
grupo se explican a partir de los lazos afectivos, emocionales y sexuales, que se
establecen entre ellos y, fundamentalmente, en la identificación con el líder del
grupo, trasunto en realidad de la figura del «padre». Ambos aspectos desencade­
nan un proceso de sugestión o de hipnosis colectiva que opera a través tanto de
la identificación con el líder como de la identificación compartida entre los miem­
bros, que ven en aquél el objeto de deseo reprimido con el que establecen una
relación de amor/odio, y en la que se encuentra el origen del comportamiento ins-
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 49

tintivo, primitivo y desinhibido que se puede observar en una masa en su impul­


so dirigido a satisfacer las tendencias sexuales directas.
Ahora bien. esos mismos lazos afectivos que se establecen entre los miembros
del grupo pueden actuar en un sentido positivo. El proceso mencionado de iden­
tificación entre los individuos tiene como consecuencia la represión de sus instin­
tos egoístas, la búsqueda de una colaboración entre ellos y la disminución de la
hostilidad inicial. Fuera del grupo, por tanto, volvería a manifestarse la tendencia
primitiva y agresiva del individuo aislado, su búsqueda desinhibida del placer que
exige su ello, la satisfacción de sus necesidades innatas de carácter antisociaJ. Así,
concluye Freud, el sentimiento social procede de un impulso originariamente hos­
til y egoísta que se ha transformado en un comportamiento positivo como resul­
tado de un proceso de identificación.
Este conjunto de ideas, formuladas desde la última década del siglo pasado
hasta los primeros años veinte, fueron cuestionadas y atacadas, como suele ser
habitual, desde posiciones diametralmente opuestas. De un extremo se pasó al otro:
los partidarios del individualismo, en su intento de acabar con los excesos del enfo­
que de la «mente de grupo», plantearon sus tesis con un radicalismo similar al que
en ocasiones esgrimieron los partidarios de la corriente opuesta. Sus principales
argumentos serán expuestos a continuación.

1 .3.2. El enfoque individual ista

Si bien a mediados de la década de los veinte de este siglo la Psicología Social


se encontraba firmemente consolidada. con frecuencia se tendía a considerarla
como una subdisciplina o una parcela de la Sociología. Por ello. el impacto que
provocó la publicación en 1 924 del manual de F. Allport, escrito desde una pers­
pectiva «psicológica», fue tan significativo. Evidentemente, esto no significa que
por primera vez se expusieran o defendieran interpretaciones individualistas del
comportamiento humano. Como nos recuerda Dumont ( 1 983 ), «el nominalismo,
que asigna realidad a los individuos y n<J a las relaciones, a los elementos y no
a los conjuntos, es rnu.v fuerte entre n<JS<Jtr<JS. A fin de cuentas, no es sino otro
n<>ntbre del individualism<J o, más bien, <Jira de sus facetas» (pág. 25). La impor­
tancia que se le atribuye más bien obedece a su significación como origen del polo
opuesto al analizado en el apartado anterior. marcando el movimiento pendular que
han seguido las explicaciones psicosociales acerca de las relaciones individuo-gru­
po, así como a su pretensión de convertir el punto de vista individual en el pun­
to de vista de la Psicología (Graumann, 1 986).
En la obra inicial de Floyd Allport ( 1 890- 1 978) convergieron las tendencias
sociales e intelectuales de su época (Farr, 1 996 ). Favorecidos por el clima de incer­
tidumbre y marcadamente conservador que caracterizaba a la sociedad norteame­
ricana de los años veinte. los enfoques individualistas comenzaban a imponerse a
los sociológicos, que habían demostrado su incapacidad para predecir y explicar
© Ediciones Pirámide
50 Introducción a la Psicología de los Grupos

los fenómenos sociales experimentados en las dos décadas anteriores (Collier, Min­
ton y Reynolds, 1 99 1 ). Por otro lado, y a diferencia de los autores que hen1os tra­
tado hasta ahora, Allport contó con una formación como «psicólogo» en la que
cabe destacar la influencia de las dos corrientes más en boga entonces: el con­
ductismo y el experimentalismo, aplicando a la Psicología Social los métodos y
supuestos aprendidos de sus maestros Holt y Münsterberg, y reflejando las influen­
cias de las ideas de Watson ( Blanco, 1 988; Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ; Tur­
ner, 1 987).
La postura de Allport era clara: no sólo carece de sentido hablar de «mente»,
«conciencia» o «alma» de grupo, términos que únicamente reflejan una concep­
ción mística sobre la pretendida emergencia de propiedades antropomórficas en los
grupos (Jones, 1 985 ). Ni siquiera el concepto de «grupo» posee realidad alguna.
Encierra una ficción que pretende explicar lo que no es sino el comportamiento
de los individuos que lo componen. Nada hay en un grupo diferente o por enci­
ma de las acciones individuales. Un grupo no es más que la estricta suma de sus
partes.
La conducta de las personas se explica como una reacción o una respuesta a
los diferentes estímulos a los que están sometidas, que pueden tener un carácter
puramente físico (cualquier objeto, color, olor, etc., del medio) o social (en gene­
ral, otras personas). Aunque Allport distinguió entre grupos de coparticipación, es
decir, aquellos en los que simplemente se comparten junto a otros estímulos o
situaciones comunes (por ejemplo, un grupo de alumnos que atiende la explica­
ción del profesor), y grupos cara a cara, en los que sí se produce interacción (por
ejemplo, un grupo de alumnos que discute y prepara un trabajo para exponer en
clase), en ambos casos se trata de individuos que perciben por separado la situa­
ción o las personas ante las que se encuentran.
El comportamiento y la interacción social consisten, pues, en una mera suce­
sión de estímulos y respuestas condicionados en la que las distintas respuestas de
cada persona actúan como estímulos para otra u otras, en un encadenamiento cuya
complejidad es sólo aparente. Esto explica el hecho tantas veces experimentado en
nosotros mismos, y observado en los demás, de comportarnos de modo diferente
cuando formamos parte de un grupo y cuando estamos a solas. En un grupo, sim­
plemente, respondemos a los estímulos que suponen las otras personas con las que
interactuamos, donde está presente un proceso de «facilitación social». Luego el
único comportamiento que existe en una situación grupal no es otra cosa que el
comportamiento del individuo que responde a otro/s. Lo que haya que explicar
sólo puede hacerse a través del individuo: él es el único que piensa, siente, actúa.
tiene conciencia (como recordaba Allport, 1 924, ésta depende del sistema nervio­
so, y nadie ha encontrado hasta ahora el sistema nervioso de un grupo), en suma.
responde a estímulos, y esta reacción es observable y medible a través de proce­
dimientos experimentales y científicos.
La conclusión se impone por sí sola: la única psicología posible era la psico­
logía individual (Graumann, 1 986). Para Allport, «el enfoque individual era el
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 51

enf<>que psic<>l6gic<>. )' ltl psic<>l<>�Í<l S<>cial ertl "el estudio <le ltl C<>nducta s<>cial
)' de la C<Jnciencia S<>cial <le/ indivic/uo "» (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 , pág.
1 9 1 ). En estos argumentos se encuentra el origen de la perspectiva conductista en
el estudio de los grupos y, por extensión, en la Psicología Social, cuyas implica­
ciones eran resumidas años más tarde p<>r Asch ( 1 952) con gran lucidez:

«Esta posición [la conductistaJ insiste enérgicamente en que, para


comprender los fenómenos sociales, debemos rastrearlos hasta llegar a las
propiedades de los individuos. Como los únicos actores son Jos indivi­
duos, todos los fenómenos de la vida de grupo, todas las instituciones,
creencias y prácticas, desde sus más amplios alcances hasta sus menores
detalles, siguen los principios de la psicología individual; constituyen pura
y simplemente Jos productos de la conducta y motivos individuales. Las
instituciones económicas son expresión de las necesidades de posesión del
individuo; las del matrimonio son consecuencia de los impulsos sexuales,
y las políticas se originan en el esfuerzo del individuo para conseguir
poder. Si deseamos comprender la base de la guerra, debemos rastrearla
en los motivos de los individuos. Nada existe en el grupo que no haya
existido previamente en el individuo» (pág. 24 7 ).

La distinción establecida por Allport entre percepción de estímulos físicos (de


carácter «no social»: reacción ante cosas) y percepción de estímulos sociales (reac­
ción ante personas), sirve a Turner para recordar el posible sesgo existente en el
planteamiento actual que diferencia la facultad de «percepción/cognición» general
de «Cosas», y la facultad subsidiaria de «percepción/cognición social» de «perso­
nas». Puede argumentarse, según Turner ( 1 987), «que t<>da la conducta y la per­
cepción human<1s sec1n sociales des<le el punto de vista del actor/perceptor, en el
sentido de que se basan en la socieda<l .v en sus pr<>ductos ( c<>m<> el lenguaje, los
valores culturales o el C<>n<>cin1ient<> científic<>) _v están influid<>S <> mediad<>s p<>r
ellos, independientemente de que se dirijan hacia objetos físicos o hacia otras per­
sonas» (págs. 36-37), presentando un enfoque muy diferente al propuesto por All­
port cuando afirmaba que «la pal<1brtl social no tiene ningún significado excepto
el de denotar ciertos tip<>s de ambientes y el papel jugado por ellos en Ja con­
ducta posnatal del individu<>» (Allport, 1 9 1 9; cit. por Blanco, 1 988, pág. 1 1 6 ).
El enfoque de un individualismo radical representado por F. Allport, de corte,
como hemos señalado, fundamentalmente conductista y experimentalista, no se
agota en esta lógica reacción a la perspectiva de la «mente de grupo» que había
dominado las explicaciones grupales con anterioridad. Como señala Blanco ( 1988),
la sombra de la filosofía y la metodología individualista ha acompañado la evolu­
ción del estudio de los grupos y de la Psicología Social a lo largo de las décadas,
dominando la escena con sucesivas caracterizaciones. El recurso al análisis de la
influencia social presente en los grupos; e l interés, antes que por el comporta­
miento grupal propiamente dicho, por las reacciones de los individuos dentro de
© Ediciones Pirámide
52 Introducción a la Psicología de los Grupos

él, o el funcionalismo individual, en especial, bajo la forma adoptada por la teo­


ría del intercambio fonnulada por autores como Homans o Thibaut y Kelley, son
sólo algunos de los ejemplos más significativos del mantenimiento del individua­
lismo metodológico en los enfoques psicosociales de los grupos (Blanco, 1 988;
Jones, 1 985 ).
A ellos vendrían a sumarse las diversas formulaciones basadas en la teoría psi­
coanalítica en relación con los grupos terapéuticos, dominantes en el campo de la
psicología clínica, y los distintos enfoques cognitivos, cuyos principales exponen­
tes pueden encontrarse en las teorías del equilibrio, de la disonancia cognitiva, del
procesamiento de la infonnación, de la atribución y de la categorización cogniti­
va (Ayestarán, 1 996). Coincide con la valoración de estos autores el juicio expre­
sado por Morales ( 1 996), quien. tras denunciar la defonnación de las enseñanzas
de Lewin por algunos de sus continuadores al diluir la naturaleza de los grupos
en un mero contexto en el que se satisfacen las necesidades puramente individuales
de sus miembros, afirma con rotundidad que «en definitiva, lo que se presencia es
un retroceso en la consideración del grupo, una vuelta a los orígenes individua­
listas tlllportianos bajo los elegantes disfraces del conductis1no, el psicoanálisis _v
el sociocognitivism<J» (Morales, 1 996, pág. 25).
No obstante, las posturas individualistas también han sido combatidas con idén­
tica contundencia a como ellas lo hicieron con el enfoque de la «mente de gru­
po». Si seguimos devanando el hilo cronológico que convencionalmente hemos
adoptado, el primer asalto sistemático a la epistemología individualista lo encon­
tramos en la perspectiva i nteraccionista, de cuyo análisis nos ocuparemos a conti­
nuación.

1 .3.3. El enfoque interaccionista

Las dos corrientes que, bien desde planteamientos sociológicos, bien desde
posiciones psicológicas, se habían ocupado de los grupos hasta entonces, compar­
tían una característica común: su marcado reduccionismo en la explicación de la
realidad y de los fenómenos grupales. Tanto la desaparición del individuo subsu­
mido en la masa que presentaban los teóricos de la «mente de grupo», como la
negación de la existencia de los grupos en favor del individuo como única reali­
dad propugnada por Allport y sus seguidores, representaban posiciones extremas
irreconciliables. Si el experimentalismo del enfoque individualista había logrado
al menos acabar con las mistificaciones del inconsciente colectivo y del espíritu
de grupo, no había sido capaz por su parte de explicar satisfactoriamente el com­
portamiento grupal. Volviendo a citar a Dumont ( 1 983 ) «el nominalis1n<J [como
,

una faceta del individualismo] no quiere reconocer más que a Juan, Pedr<J y Pablo,
pero Juan, Pedro y Pablo sólo son ho1nbres en función de las relaciones que exis­
ten entre ellos» (pág. 25).
La salida al punto muerto en el que se encontraba la Psicología de los Grupos
O Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 53

la proporcionaron durante las décadas de los años treinta y cuarenta autores como
Sherif, Lewin y Asch, quienes, como ya se mencionó más arriba. compartían en
diferentes grados un enfoque gesrálrico y cognitivo en sus planteamientos. A par­
tir de estas influencias lograron formular dos ideas claves (Turner, 1 988, 1995) :
- en cuanto a la primera de ellas, y tal y como enunciaba el principio de la
Psicología de la Gestalt, «el todo es mayor --o diferente- que la suma de
sus partes», el grupo, como sistema organizado, genera propiedades de un
nivel superior --o distinto- a las que poseen por sí mismos los elemen­
tos que lo componen
- en segundo lugar. como resultado de su enfoque cognitivo, asumían que las
reacciones de los individuos ante las situaciones estimulares son función
del modo en que las perciben. comprenden o interpretan; en consecuencia,
la conducta es resultado del significado psicológico otorgado a dichos estí­
mulos, mediado por la percepción y la cognición activas del individuo, lejos
por tanto de una mera reacción instintiva o provocada por un condiciona­
miento ciego que propugnaban los conductistas
A partir de aquí. los partidarios del enfoque basado en la interacción coinci­
dían con Allport en que los procesos psicológicos sólo pueden residir en los indi­
viduos, aunque reconocían sin ambages la existencia de una psicología propiamente
grupal. ¿Dónde encuentra ésta su origen? Sherif, Lewin y Asch, cada uno a su
manera, sostenían que los individuos experimentan cambios psicológicos cuando
forman parte de grupos debido a la interacción social presente en ellos, a partir
de la cual se generan propiedades psicológicas y productos grupales, tales como
normas, actitudes, valores, objetivos, estereotipos, etc., que son interiorizados por
los individuos y transforman sus mentes «individuales» en mentes socialmente
estructuradas. Se reconocía de este modo que la pertenencia a grupos modifica psi­
cológicamente a Jos individuos. y no sólo conductualmente, como había afirmado
Allport (Turner, 1 995). A continuación revisaremos brevemente las principales
aportaciones de estos tres autores cruciales en la comprensión de los grupos.

a) Muzafer Sherif

Junto con las investigaciones que Newcomb llevaba a cabo a mediados de la


década de los treinta sobre la formación de normas grupales y su influencia sobre
las actitudes, los trabajos de Sherif ( 1 906- 1 988) y sus colaboradores acerca de la
percepción de normas sociales (Sherif, 1 936) supusieron un claro cuestionamien­
to de las tesis defendidas por los partidarios del enfoque individualista.
De origen turco, Sherif se trasladó definitivamente a Estados Unidos en 1 945,
donde se había formado en los años treinta, tras haber sido condenado a prisión
como consecuencia de sus críticas a la connivencia del gobierno de su país con el
régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
© Ediciones Pirámide
54 Introducción a la Psicología de los Grupos

Para Sherif, a partir del concepto gestáltico de «campo», según el cual perci­
bimos «todos» organizados y no estímulos aislados, se puede comprender que reac­
cionamos a la totalidad del campo perceptivo. Además, el carácter de las partes
que lo componen se encuentra determinado por su pertenencia al todo, lo que gene­
ra a su vez propiedades nuevas, de orden superior, diferentes de las que poseían
esas partes por separado, estableciéndose una interdependencia funcional entre
ellas. Si esto lo trasladamos a situaciones sociales, como, por ejemplo, un grupo,
estamos en condiciones de entender que cuando se produce la interacción entre los
miembros se transforman en un sistema funcional, en un todo organizado tanto
perceptiva como conductualmente, del que surgen toda una serie de propiedades
«grupales» (normas, valores, creencias, roles, tradiciones, objetivos, etc.) que se
encuentran por encima de las propiedades individuales de los miembros. La
influencia de estos productos grupales, resultado de la interacción entre los miem­
bros y, por tanto, modificables por ellos mismos, transforma psicológica y con­
ductualmente a sus integrantes. Y, es más, dicho efecto no se limita a la mera situa­
ción grupal. La interiorización de los valores, normas, etc., grupales prolonga su
influencia sobre el individuo más allá de la presencia del grupo, convirtiendo su
pertenencia a él en algo mucho más duradero que el simple contacto con los otros
miembros.
Como demostró a través de los experimentos sobre el efecto autocinético ya
comentados, cuyo objetivo era analizar el modo en que las personas perciben y
experimentan la situación grupal en la que se encuentran, cómo se sienten y cómo
se comportan dentro de ella ( Blanco, 1 985 ), para Sherif el grupo proporciona un
marco de referencia, un «anclaje», para los individuos que forman parte de él,
constituido al compartir una serie de normas grupales que sirven para estructurar
los estímulos y las situaciones sociales a las que se encuentran expuestos. Todo
ello introduce la idea de un relativismo de la percepción, del pensamiento, de la
valoración, del juicio de los individuos, que se encuentran en función del marco
ofrecido por el grupo, marco que se configura a través de la formación de la nor­
ma social, que, como afirma Turner ( 1 987), supone «una estructura de referencia
producida socialmente aunque interiorizada de un modo psicológico» (pág. 39�
subrayado en el original).
En suma, Sherif, al someter a un análisis psicológico un concepto grupal como
es la norma social, contribuyó en gran medida a salvar la brecha que hasta enton­
ces había separado al individuo y al grupo, a la vez que ayudaba a probar la exis­
tencia real de ciertas propiedades grupales (Cartwright y Zander, l 968b ), pues,
como él mismo afirmaba, «el que la norma así establecida [como resultado de la
interacción de los miembros) sea peculiar al grupo, sugiere la existencia de una
base psicológica de hechos en las afirmaciones de psicólogos sociales )'' sociólo­
gos que sostienen que surgen cualidades nuei'as y supraindividuales en las situa­
ciones de grupo» (Sherif, 1 936, pág. 1 05 ; cit. en Cartwright y Zander, l 968b,
página 28). Se comprobaba que las normas grupales permitían tanto definir la rea­
lidad como definir la identidad de los miembros que formaban parte de ellos, satis-
O Edkiones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 55

faciendo dos importantes motivaciones hurnanas: dominar el entorno al percibir la


realidad de acuerdo con un marco de referencia que posibilita su comprensión, y
lograr un sentido de pertenencia y de contacto con los demás (Smith y Mackie,
1 995). No obstante, todo lo anterior no debe hacer olvidar que, junto a estos aspec­
tos funcionales, y como resultado de la dinámica interna de los grupos, también
cabe la posibilidad de que surjan situaciones de conformidad, obediencia y otros
procesos de intluencia social de características bien diferentes, los cuales serán
analizados más adelante en el capítulo 8.

b) Kurt Lewin

A diferencia de Sherif, Kurt Lewin ( 1 890- 1 94 7 ), de origen judío, no esperó a


ser testigo de los acontecimientos que preveía iban a ocurrir en Alemania con el
ascenso al poder del nazismo. En 1 933 se trasladó a Estados Unidos, donde pro­
siguió una carrera que ya había desarrollado con brillantez en la Universidad de
Berlín junto a figuras de la talla de Wertheimer y Kohler, a los que eventualmen­
te se sumó Koffka.
Sus intereses teóricos, metodológicos y epistemológicos, y las aportaciones que
a partir de ellos realizó a la Psicología. son múltiples (véase, por ejemplo, Ferrán­
diz. Huici, Lafuente y Morales, 1 993 ) si bien aquí nos limitaremos a sus contri­
,

buciones en relación con el estudio de los grupos.


La influencia de Lewin fue mayor y más amplia que la ejercida por otros psi­
cólogos sociales contemporáneos como Sherif o Asch, con los que compartía plan­
teamientos y enfoques similares (Turner, 1 987), a pesar de su temprana muerte y
del carácter fragmentario de su obra (Farr. 1 996). A la influencia directa ejercida
a través de la investigación sobre grupos que Lewin inspiró, hay que añadir el
valor de su influjo indirecto, rastreable a partir de los psicólogos sociales nortea­
mericanos formados con o cerca de él. tales como Festinger, Heider, Kelley o
Schachter (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ).
A través de su participación en la fundación de la Commission Community
Interrelations of the American Jewish Congress, del Research Center for Group
Dynamics, en 1 945, en el MIT, y de los National Training Lab()ratories, entre 1 946
y 1 947, en Bethel (Maine), Lewin trató de poner en práctica y desarrollar su con·
cepto de investigación-acción, que él consideraba un método de cambio social pla­
nificado. Como escribió su colega Lippitt a propósito de la investigación-acción,
«Lev.-in creyó que cada problema práctic<J necesitaba un análisis C<>nceptuai bási­
co, una investigación .v un "experinzent<> de ca1nbio "» (Lippitt, 1 968. pág. 574 ).
Sólo así se lograría cumplir su célebre lema. tantas veces citado, de que «nada es
tan práctico como una buena teoría».
También a Lewin se debe el conocido concepto de dinámica de grupos, que
utilizó por primera vez en 1 939 en la descripción del clásico estudio experimen­
tal. realizado junto a Lippitt y White, acerca de la influencia de diversos estilos
O Ediciones Pirámid�
56 Introducción a la Psicología de los Grupos

de liderazgo sobre el comportamiento y las características de un grupo (Cartwright


y Zander, l 968b). Este término se utilizó para englobar un importante movimien­
to de investigación e intervención que se desarrolló en Estados Unidos durante la
década de los cuarenta, si bien no hay que olvidar que fue fruto no sólo del pro­
tagonismo personal asumido por Lewin, sino también de la confluencia de condi­
ciones sociohistóricas e ideológicas ( Blanco, 1 985, 1 988; Cartwright y Zander,
l 968b ), y que constituyó un campo de investigación en el que convergieron diver­
sas tendencias representadas por los trabajos singulares de autores conten1poráne­
os como Sherif, Newcomb, Asch, Whyte. Moreno, y los propios Lewin, Lippitt y
White.
El interés de Lewin por los grupos fue relativamente tardío. A su llegada a
Norteamérica en los años treinta. se encontró en un entorno preocupado por los
crecientes problemas sociales derivados de la Depresión. Lewin intuyó que la
mayor parte de esos problemas sociales eran producto de conflictos intra e inter­
grupales, por lo que podía ser factible modificar la conducta de los grupos en lugar
de la conducta individual (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ). Si los grupos cons­
tituyen un campo social de fuerzas en el «espacio vital» de los individuos, una
fuente tanto de comparación como de apoyo social (similar a la función que cum­
plían los grupos que Sherif y Newcomb denominaban «marco de referencia» o
«marco normativo» para sus miembros), las actitudes formadas y desarrolladas en
su seno sólo podrán ser mantenidas o modificadas en función de él. Para Lewin,
no sólo los grupos cuentan con una realidad y poseen propiedades diferentes de
las de sus componentes, sino que además ejercen poder sobre ellos, de manera
que, con frecuencia, resulta más sencillo cambiar al grupo como un todo que modi­
ficar al individuo aislado de él (Turner, 1 987). Esta idea se encuentra en la base
de los distintos experimentos que Lewin y sus colaboradores realizaron en varios
contextos de investigación grupal, desde el estudio del liderazgo (Lewin, Lippitt y
White, 1 939) al cambio de actitudes (Lewin, 1 947), desde el análisis de la frus­
tración (Barker, Dembo y Lewin. 1 94 1 ) a las intervenciones en ámbitos industria­
les dirigidas a contrarrestar la resistencia al cambio (véase Coch y French, 1 949).
En su particular adopción de las influencias de la Psicología de la Gestalt y
de los presupuestos experimentales que compartía con otros psicólogos sociales
cognitivos (Tumer, 1 987, 1 995), las grandes líneas que orientaron las investiga­
ciones de Lewin pueden resumirse en:

La prioridad por el estudio de eventos psicológicos antes que conductua­


les, es decir, por la percepción y la interpretación que el individuo lleva a
cabo de los estímulos y no por la simple reacción a ellos.
La consideración de que dichos eventos forman parte de un sistema inter­
dependiente de fuerzas y factores que incluye siempre la interacción de la
persona y su ambiente (C f[P, A ] ), por lo que resulta imposible expli­
=

carlos por medio de planteamientos elementaristas.


La utilización sistemática de procedimientos experimentales.
O Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 57

En concreto, el trabajo de Lewin dedicado al estudio de los grupos se centró


en los siguientes intereses básicos (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ):
El estudio de la dinámica interna del grupo.
El análisis de las relaciones, la interdependencia y la influencia de los
miembros entre sí.
El estudio del funcionamiento y del cambio de los grupos a lo largo del
tiempo.
.

Todo lo anterior se puede expresar en la siguiente afirmación, que sintetiza la


concepción del grupo que defendía Lewin:

«La esencia de un grupo no reside en la semejanza o en la deseme­


janza de sus miembros, sino en su interdependencia. Es posible caracte­
rizar a un grupo como un todo dinámicc>, lo que significa que un cambio
en el estado de alguna de sus partes altera el estado de todas las demás
subpartes» (Lewin, 1 948, pág. 1 84 ).

En conclusión, el impacto y la influencia cc>n que contaron las ideas de Lewin


en el desarrolle) posterior de la Psicología de los Grupos se debieron, en gran medi­
da. a su demc>stración de que era posible investigar de modo objetivo y cuantita­
tivo las relaciones intra e intergrupales. así con10 manipularlas experimentalmen­
te, lo que tenía como consecuencia la posibilidad de modificar el comportamiento
de los individuos a través de la intervención sobre el grupo como un todo. Si bien
la obra publicada de Lewin es relativamente escasa y su prematura muerte le impi­
dió llevar a cabo las investigaciones que sus múltiples intereses podían haber gene­
rado. su herencia hay que va l orarl a en función de la huella que dejó, tanto en un
nivel teórico como en la actitud exigida al investigador. en sus colaboradores direc­
tos y en la multitud de psicólogos que se formaron en su estela. A los autores cita­
dos anteriormente hay que añadir aquellos que, sobre todo en la década de los cin­
cuenta, trabajaron bajo su inspiración directa: Bales, Bavelas, Cartwright, Deutsch,
Festinger, etc., e incluso su influencia se puede c<>mprobar en el presente en auto­
res como Rabbie y sus colaboradores (Brown, 1 988), quienes llevan a cabo una
actualización del enfoque interaccionista al tiempo que mantienen un intenso deba­
te con la teoría de la categorización e identidad social (Morales y Moya, 1 996).
El legado de Lewin permitió dejar atrás juicios como el que, sólo un cuarto de
siglo antes, había emitido F. Allport. Según afirmaba este último, «el estudio de
los grup<JS es, de hecho, una provincia de la ciencill especial de la Sociología.
Mientras que el psicólogo social estudia al individuo en el grupo, el sociólogo
trata con el grup<J considerado como una totalidad» ( 1924, pág. 1 0). Lewin demos­
tró con el mismo arma que había esgrimido Allport, el método experimental, que
el grupo posee un verdadero contenido psicosocial que supera la mera interacción
conductual, puesto que constituye un campo psicológico compartido en el que
entran en juego las percepciones, los conocimientos. las expectativas y los marcos
© Ediciones Pirámide
58 Introducción a la Psicologia de los Grupos

CUADRO 1.3
Principales aportaciones de Kurt Leu·in al estudio de los grupos

«Quizá las contribuciones más famosas de Lewin a la Psicología Social y a la dinámica


de grupo sean aquellas que se refieren a la autoridad y a la influencia social. Inicial mente,
estudió diversos grupos de niños para observar el efecto que sobre ellos ejercían las dife­
rentes formas de liderazgo en cuanto a la atmósfera socioen1ocional de un grupo. su pro­
ductividad y la adaptación personal de sus miembros. Siguió después un trabajo fundamen­
tal sobre la influencia social, con estudios de laboratorio sobre la jerarquía de los estatus y
los canales de comunicación� estudios de campo sobre el contagio de la conducta y las estruc­
turas de la influencia� estudios de los modelos y bases de influencia en las unidades milita­
res y en las relaciones laborales entre miembros de grupos profesionales. tales como psi­
quiatras. psicólogos clínicos o asistentes sociales» (Lippitt. 1 968. pág. 573).

de referencia previos de los miembros con relación a uno mismo. a los otros, a
las metas u objetivos que comparten. a los modos en que pueden alcanzarlas y a
la situación en la que se produce la interacción.

e ) Solomon Asch

El tercer gran representante de la Psicología Social cognitiva también com­


partía con Sherif y Lewin su origen no anglosajón. Solomon Asch ( 1 9()7 - 1 996)
nació en Varsovia. aunque se crió en Lowicz. una pequeña ciudad cercana a la
capital polaca. en el seno de una familia judía. En 1 920, las condiciones políticas.
sociales y económicas derivadas del final de la Primera Guerra Mundial obligó a
su familia. como a tantas otras, a emigrar a Estados Unidos, instalándose en Nue­
va York (Ceraso. Gruber y Rock. 1 990).
Aunque interesado inicialmente por la Antropología (fue alumno de Ruth Bene­
dict y de Franz Boas en la Universidad de Columbia). quizá el hecho determinante
que marcó su trayectoria posterior fue el conocimiento personal de Wertheimer.
quien había llegado en 1 935 a la New School for Socia] Research de Nueva York
exiliado de Alemania. A través de él descubrió en toda su amplitud los principios
de la Psicologít1 de la Gestalt. que guiaron sus múltiples intereses de investiga­
ción en las cerca de seis décadas de su carrera productiva: desde la Psicología
Social en todos sus ámbitos hasta sus estudios sobre percepción. cognición. apren­
dizaje, formación de impresiones, recuerdo. etc. ( Rock, 1 990).
En su influyente obra Psicología Social, publicada en 1 952. lo que le propor­
cionó la posibilidad de contar con una amplia perspectiva temporal, Asch realizó
una sistemática y lúcida crítica de los paradigmas extremos que habían dominado
el estudio de los grupos hasta entonces, analizando los fundamentos tanto de la tesis
individualista como de la tesis de la mente de grupo. Si bien. en ocasiones. y a pesar
O Edicionc� Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 59

de las fuertes diferencias teóricas entre ambos, se sitúa el individualismo (cogniti­


vo) de Asch cercano al individualismo (conductista) de Allport (Farr, 1 996), el plan­
teamiento del primero queda claramente expuesto en las siguientes palabras:

«El hecho de que los procesos psicológicos ocurren en los individuos


debe constituir el punto de partida de la teoría de los grupos, el cual no
puede ser abandonado. Se debe enfrentar constantemente el hecho de que
los individuos constituyen las únicas unidades. Mas la circunstancia de
que cada uno de los individuos se encuentra dentro de un sistema orde­
nado de fuerzas sociales, que constituye su ambiente social, que no es
producto de una sola persona, no es menos importante. Una teoría de los
grupos debe hallar un lugar para ambas concepciones, y debe darles su
lugar. Hasta el presente la teoría no ha logrado llevar a cabo esta tarea
porque afirmaba una proposición válida para negar otra igualmente váli­
da. En realidad, cada una de las doctrinas se alimentó de los excesos de
la otra» (Asch, 1 952, págs. 254-255).

Como ya mencionamos más arriba, Asch partía de la realidad tanto del indi­
viduo como del grupo, considerando ambos como los dos polos permanentes de
todo proceso social. Mediante la consideración de lo que las posiciones anteriores
carecían, es decir, la comprensión del hecho de la interacción psicológica y el cam­
po mutuamente compartido en el que ésta se produce, se podían superar, según
Asch, las contradicciones aparentes en su afirmación de que «los fenómenos de los
grupos son tanto el producto como la condición de las acciones de los individuos»
( 1 952, pág. 255; subrayado en el original). El concepto de interacción implica la
consideración de las relaciones existentes entre las partes y el todo dentro del sis­
tema ordenado que constituye el grupo, y que configuran un campo psicológico
mutuo que, a su vez, las hace posibles.

«Existen acciones de grupo que son posibles sólo cuando cada uno de
los participantes posee una representación que incluye las acciones de los
demás y sus relaciones. Las acciones respectivas convergen de manera
pertinente, se asisten y complementan sólo cuando la situación conjunta
se representa en cada uno de ellos, y cuando las representaciones son
estructuralmente si mi lares. Sólo cuando se dan estas condiciones los indi­
viduos pueden subordinarse a los requerimientos de la acción conjunta.
Estas representaciones y las acciones que ellas inician originan los hechos
de grupo y producen la solidez fenoménica de los procesos respectivos.
"

Estas son también condiciones necesarias para la idea de una finalidad


que puede ser alcanzada conjuntamente» (Asch, 1 952, pág. 256).

En las palabras anteriores pueden detectarse los paralelismos existentes entre


las posiciones de Sherif, Lewin y Asch, que no son sino el reflejo en cada uno de
© Ediciones Pirámide
60 Introducción a la Psicología de los Grupos

ellos de los principios de las teorías gestálticas. El grupo que cumple con las con­
diciones expuestas se configura como un sistema social que comprende una serie
de procesos que no son determinados por los individuos como tales unidades; pero
tampoco es e l grupo el que actúa sobre ellos como una fuerza externa, sino que
es el resultado de las interacciones de sus miembros. « Tal sistema no reside en los
individuos tomados separadamente. aunque cada uno de ellos contribu}·e al mis­
nio; tampoco reside fuera de ellos; se halla presente en las interrelaciones de las
actividades de i<JS mismos» (Asch, 1 952, pág. 256).
En suma, Asch logró enunciar con claridad la aparente paradoja de la distin­
ción e inseparabilidad del individuo y el grupo. Gracias a que los individuos po­
seen propiedades definidas, las condiciones de grupo pueden actuar sobre ellos. Es
decir, es cierto que las posibilidades de los individuos de poseer un yo deben pre­
ceder a la realidad de un yo socialmente estructurado. Pero si queremos com­
prender al individuo que forma parte de un grupo es necesario considerarlo den­
tro del medio social en el que se encuentra, no como una unidad aislada de su
contexto. En palabras de Asch, «para comprender al individuo debemos estudiar­
l<J en el marco de su grupo; para entender el grup<> debemos estudiar a los inlli­
viduos cuyas acciones interrelaci<Jnadas lo constituyen» ( 1 952, pág. 262).
La riqueza de las aportaciones de Asch al análisis de los grupos hace que sus
formulaciones conserven aún plena vigencia, no sólo a través de su clásica inves­
tigación sobre la conformidad social, sino también en la atención que merecen sus
observaciones en muchos planteamientos contemporáneos (véase, por ejemplo.
Brown, 1 986; Rock, 1 990; Turner, 1 995 ). Como reconoce Turner, «Asch es un
escritor al que resulta difícil hacer justicia; su pensa1niento es poderos<>, sutil .Y
ric<>, y sigue siendo válida su C<Jntribuci<)n fundamenta/ a la cuestión del grupo
psicológico. que tal vez n<> haya sido superada hasta la fecha» ( 1 987, pág. 42).

d) La década de los cincuenta

La herencia de los psicólogos sociales de orientación gestáltica y cognitiva tuvo


como uno de sus principales resultados la eclosión en los años cincuenta de lo que
algunos autores han denominado «el período de desarrollo o la época dorada» de
la investigación grupal (González y Barrull, 1 997; Hare, 1 976; Zander, l 979b ).
Siguiendo los pasos de Sherif, Lewin y Asch, autores como Festinger, Deutsch,
Bavelas, Bales, Heider, Thibaut y Kelley, Schachter, Homans, etc., realizaron
importantes contribuciones, si bien desde perspectivas diferenciadas, al estudio de
los grupos (Levine y Moreland, 1 998).
En esa década también confluyeron las aportaciones procedentes de otras orien­
taciones teóricas, fundamentalmente de tendencia psicodinámica, que, recogiendo
las influencias de las ideas de Freud, fueron aplicadas a la terapia de grupo. Auto­
res como Bion, Thelen, Bennis y Shepard, Schutz, etc., desarrollaron modelos teó­
ricos que enriquecieron la línea, iniciada varias décadas atrás desde planteamien-
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 61

tos opuestos a) psicoanálisis con el enfoque sociométrico de Moreno y Jennings,


centrada en los grupos terapéuticos y en la intervención socia) e institucional.
Al impulso otorgado al estudio de Jos grupos por eJ trabajo de Jos investiga­
dores vino a sumarse en el período de posguerra el apoyo directo de los agentes
sociales y de los ciudadanos, al compartir la creencia en la capacidad del conoci­
miento científico sobre los grupos y su aplicación en contextos reales para resol­
ver muchos problemas del momento (Zander, I 979a). Pero este optimismo no duró
mucho. Ya en la década de los cincuenta la opinión pública comenzó a poner en
duda la posibilidad de que los científicos sociales fueran capaces de analizar y de
intervenir con eficacia en la resolución de los problemas sociales ( McGrath, 1 980).
El creciente escepticismo sobre su relevancia en la sociedad dio paso a la sospe­
cha. cuando no a la abierta persecución. E l período de mandato del senador
McCarthy inició una lamentable época de «caza de brujas» dirigida contra todo
aqueJ que presentara el más leve indicio de crítica social (Collier, M inton y
Reynolds, 1 99 1 ). En parte como consecuencia de este clima, el estudio de los gru­
pos se refugió en terrenos menos arriesgados. El ambiente represivo de esta épo­
ca fue una de las condiciones clave para la vuelta a un individualismo que encon­
tró así el campo abonado.
Por otra parte, en la abundancia de investigación grupal en la que convergían
las diferentes tendencias teóricas señaladas, se encontraba también, como veremos
a continuación, el germen de la desintegración y de la pérdida de identidad del
estudio de los grupos. Uno de los primeros indicios, detectable tras la muerte de
Lewin. fue la división de las orientaciones de carácter básico o teórico y aplica­
do. El impulso que presentó la investigación grupal tras la Segunda Guerra Mun­
dial siguió en este sentido dos direcciones independientes (Ayestarán, l 996a; Gon­
zález, 1 995). En el ámbito académico se impuso la línea experimental que utilizaba
básicamente grupos de laboratorio, al tiempo que, por otro lado, y con frecuencia
de espaldas a éste, se intensificaba la utilización de las técnicas grupales en diver­
sos campos de la Psicología Social aplicada. Lo que había logrado unir Lewin con
su programa de investigación-acción, se dividió claramente durante la década de
los años cincuenta, abriéndose un abismo entre ambas tendencias (Collier, Minton
y Reynolds, 1 99 1 ).
Un segundo indicio del cambio que acabó por desvirtuar el estudio de los gru­
pos, y quizá el de mayor relevancia, fue la progresiva individualización de la Psi­
cología Social y de la Psicología de los Grupos, no tanto esta vez por la intluen­
cia del conductismo. que no había dejado de estar del todo presente, sino por la
influencia del cognitivismo y de los enfoques del procesamiento de la información
que llegaron a dominar Ja Psicología en todas sus ramas en la década siguiente
(Farr, 1 996; Graumann, 1 986; Turner, 1 995 ).
La evolución que sufrió la i nvestigación grupal en esa época puede rastrearse
a través de los temas de estudio abordados tras la muerte de Lewin. La década
anterior se había cerrado con el trabajo de Deutsch ( 1 949), uno de sus más fieles
seguidores, sobre la cooperación y la competición en los grupos, que inició una
© Ediciones Pirámide
62 Introducción a la Psicología de los Grupos

importante línea de investigación sobre resolución de conflictos. Sin embargo, Fes­


tinger, otro de los más destacados discípulos de Lewin, pareció más interesado en
los trabajos anteriores a su llegada a Estados Unidos. Así, las investigaciones de
Festinger sobre cohesión grupal, comunicación y conformidad (Festinger, 1 950) le
condujeron a formular su teoría de la comparación social (Festinger, 1 954 ), reto­
mando las ideas que Lewin y sus colaboradores habían desarrollado en Alemania
en sus estudios sobre el nivel de aspiraciones y continuado posteriormente en Nor­
teamérica (Lewin. Dembo, Festinger y Sears, 1 944 ). Los trabajos de Festinger y
sus ayudantes lograron demostrar que las presiones hacia la conformidad dentro
del grupo tenían su origen en la necesidad tanto de comparación social como de
compartir las metas del grupo, lo que tenía como consecuencia indirecta la pri­
macía otorgada al ambiente social inmediato en detrimento del contexto social más
amplio (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ), y que iniciaba el escoramiento hacia
la consideración del grupo como sistema social cerrado.
Por su parte, los aspectos estructurales de los grupos cobraron gran importan­
cia, como se pudo comprobar por los trabajos dedicados al estudio de los proce­
sos de interacción grupal y de solución de problemas a través del análisis de la
comunicación y de la estructura de roles y estatus (por ejemplo, Bales. I 950a.
1 950b; Bales y Strodtbeck. 1 95 1 ), y del estudio de la estructura de los patrones y
redes de comunicación en los grupos en relación con los sistemas formal e infor­
mal (por ejemplo, Bavelas, 1 950).
Entre la proliferación de trabajos empíricos y enfoques teóricos de esta déca­
da también hubo lugar para planteamientos conductistas. Así, Homans, en su pri­
mera aproximación al estudio de los grupos (E/ grup<> humano, 1 950), presentó
una visión «Sociológica» (González, 1 995) según la cual todo grupo está com­
puesto por dos subsistemas entre los cuales existe una mutua influencia: el inter­
no, o sistema social, en el que cabe distinguir las actividades, las interacciones y
los sentimientos, y el externo, o ambiente, que posee tres aspectos principales: físi­
co, técnico y social, los cuales se hallan interrelacionados. Las relaciones entre los
tres elementos de la conducta grupal cambian a través del tiempo, de modo que
los grupos eficaces serán aquellos capaces de sobrevivir dependiendo de si los sen­
timientos, actividades e interacciones se adaptan a su ambiente. Utilizando evi­
dencia empírica procedente de fuentes muy dispares (Whyte, Mayo y Roethlis­
berger, trabajos de campo de antropólogos), Homans trató de realizar una amplia
síntesis teórica cuyos resultados prácticos fueron, en cambio, muy escasos (Guz­
zo y Shea. 1 992).
Quizá las semillas más poderosas que provocaron el florecimiento en la déca­
da siguiente del individualismo que dominó la Psicología de los Grupos pueden
encontrarse en los trabajos de Festinger sobre la teoría de la disonancia cognitiva
(Fes ti nger, 1 957; Festinger, Riecken y Schachter, 1 956) y de Heider ( 1 958) en su
primera formulación de la teoría de la atribución. Cada uno, a su manera. n1arca­
ron un cambio de rumbo definitivo en la investigación que se alejaba de la consi­
deración del grupo como unidad para dirigirse hacia el estudio de los procesos
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 63

individuales cognitivos y motivacionales (Turner, 1 995 ). A la senda trazada por


estos autores vino a sumarse, cerrando la década de los cincuenta, la publicación
de la obra de Thibaut y Kelley ( 1 959) sobre la Psicol<Jgía Social de l<>s Grup<>s,
en la que, y a pesar de su título, se formulaba la teoría del intercambio social apli­
cada al estudio fundamentalmente de las díadas. Este hecho, unido a la ausencia
de una definición de grupo por parte de los autores, resulta, en opinión de Mora­
les ( 1 996), muy significativo en cuanto al progresivo empobrecimiento del con­
cepto y de la investigación grupales. En síntesis, la teoría del intercambio formu­
lada por Thibaut y Kelley parte de la consideración de que la interacción social
es el resultado de un intercambio de recompensas y castigos, presidido por un pro­
ceso contable que encarna un principio de hedonismo funcional según el cual los
individuos intentan maximizar el placer ( recompensas) y minimizar el dolor (cos­
tes) de la interacción (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ).
En suma, las principales características de la evolución en la investigación gru­
pal durante la década de los cincuenta pueden ser sintetizadas en las siguientes
(Ayestarán, l 996a):

- Progresiva transformación del grupo en un sistema social cerrado.


- Configuración de la conformidad como proceso grupal básico.
- Creciente tendencia hacia la psicologización de los procesos de grupo.

Con estos antecedentes, lp «desaparición» del grupo, tal y como lo habían con­
cebido los partidarios del interaccionismo, de la escena de la Psicología parecía
inevitable, al menos temporalmente.

1 .3.4. La pérd ida de identidad de la investigación grupal

Aunque su carácter sufría un creciente proceso de desfiguración, de lo que no


cabe duda es de la vitalidad que presentaba la investigación grupal al iniciarse la
década de los sesenta. Ocupaba por entonces el lugar central que, junto con las
actitudes, había convertido al grupo en el objeto de estudio por excelencia de la
Psicología Social (Jiménez Buril lo, 1 98 1 ), a lo que sumaba su protagonismo en
los campos de la Psicología Clínica y de la intervención social e institucio­
nal. Ejemplos de ambas vertientes pueden encontrarse en algunos hechos signifi­
cativos.
Por una parte, el tratamiento de los grupos en una publicación que representa
el estatus oficial de la disciplina, como es el Annual Review of Psych<>logy, que
había nacido en 1 950, se independiza de la revisión que cada año se dedicaba a
la Psicología Social. En la década de los sesenta vieron la luz los trabajos de Shaw
( 1 96 1 ), Steiner ( 1 964) y Gerard y Miller ( 1 967), reconociendo con ello el papel
protagonista que desempeñaba la investigación grupal. De igual relevancia resultó
la publicación de la primera edición del manual sobre grupos de Hare ( 1 962), la
� Ediciones Pirámide
64 Introducción a la Psicología de los Grupos

exhaustiva revisión l levada a cabo sobre el campo por McGrath y Altman ( 1 966)
o el intento de síntesis propuesto por Collins y Guetzkow ( 1 964 ).
Por otro lado, la consideración del grupo como un poderoso instrumento para
el cambio, tanto individual como social, se puso de manifiesto a través de la fruc­
tífera actividad desplegada por los investigadores del Instituto Tavistock de Rela­
ciones Humanas de Londres. Autores como Bion, Rice, Trist, Emery, Bamforth,
etcétera. realizaron numerosas contribuciones durante los años sesenta tanto en el
ámbito clínico como en el organizacional, dando origen en este último campo al
enfoque sociotécnico que ejerció gran influencia en desarrollos posteriores rela­
cionados con los grupos de trabajo. También l a actividad psicoterapéutica del
Tavistock tuvo su expansión en el importante movimiento de dinámica de grupos
surgido en California en esa década, donde la corriente humanista, representada
por autores como Rogers y Peris, floreció a través de una intensa actividad teóri­
ca y aplicada que revolucionó la terapia de grupo (López-Yarto, 1 997).
Sin embargo, a finales de los años sesenta la investigación sobre grupos se
encontraba en franco declive y había dejado de ocupar el centro de la escena teó­
rica (Jones, 1 985; Levine y Moreland. 1 998; Turner, 1 995). Las razones pueden
encontrarse en factores muy diferentes, de origen teórico o conceptual, pero tam­
bién social y político, respecto de los cuales al conocimiento científico no le resul­
ta posible sustraerse (McGrath: 1 978; Steiner, 1 974, 1 986).
Entre los motivos de carácter teórico y metodológico, cabe destacar, en primer
lugar, la influencia de la «revolución cognitiva» que. se produjo en la Psicología
durante los años sesenta, caracterizada por el rechazo del conductismo en favor de
análisis claramente mentalistas que consideraban la actividad cognitiva desde el
punto de vista del «procesamiento de la información» (Tumer, 1 995). A la influen­
cia, ya comentada, de teorías como la de la disonancia cognitiva formulada por
Festinger, vinieron a sumarse los grupos de modelos y teorías de alcance medio
propuestas en tomo a los procesos de atribución, herederas del trabajo de Heider
mencionado más arriba. formuladas por Jones y Davis ( 1 965) y Kelley ( 1 967 ).
Si en la teoría de la comparación social o en la de la disonancia cognitiva,
reformulada algunos años más tarde (Festinger y Aronson, 1 968), Festinger había
puesto el acento en los procesos de autoevaluación llevados a cabo por los indi­
viduos, de manera que el grupo se definía por la interdependencia de sus miem­
bros con respecto a sus opiniones y evaluaciones; si en la teoría del intercambio
social Thibaut y Kelley ( 1 959) habían establecido la ausencia de interdependencia
real en los grupos, puesto que tanto los objetivos como los significados obedecían
exclusivamente a la motivación de los individuos que calculaban sus ganancias o
pérdidas como resultado de la interacción; si en las teorías de la atribución lo prio­
ritario consistía en analizar el modo en que las personas perciben, interpretan y
explican las conductas y las actitudes de los demás, parece claro, en fin, que el
concepto de interacción, de interdependencia de los miembros en función de los
objetivos, la definición de grupo basada en éste y el análisis de las relaciones inter­
grupales propuestos por Sherif, Lewin y Asch eran totalmente abandonados en la
e Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 65

década de los sesenta. La psicologización, la reducción a planteamientos menta­


listas y el protagonismo otorgado a la percepción en los procesos grupales, pusie­
ron al individuo en exclusivo primer plano. El grupo volvía a ser considerado como
un mero contexto donde el sujeto percibe, evalúa, calcula, procesa y, en función
del resultado de esta usura, decide comportarse de uno u otro modo. Por el lugar
en el que quedaba el contexto social más amplio en estas teorías no parece que
sea muy oportuno preguntar.
S i bien es verdad que, además de estas teorías, en los años sesenta se desa­
rrollaron otras, como el modelo de contingencia de eficacia del liderazgo de Fied­
ler ( 1 967) o el sugerente trabajo sobre el pensamiento grupal de Janis ( 1 972), no
es menos cierto que la investigación sobre grupos se veía progresivamente domi­
nada por estudios que carecían de orientación teórica o se centraban en compro­
bar aspectos triviales y secundarios de teorías anteriores, lo que acentuó el carác­
ter irrelevante y carente de aplicabilidad de la mayor parte de la investigación
llevada a cabo (Collier, Minton y Reynolds, 1 99 1 ; McGrath y Kravitz, 1 982).
En segundo lugar, a estas particulares características de las teorías y a la esca­
sez de modelos integradores que contaran con un enfoque verdaderamente grupal
se sumaron el empobrecimiento y las limitaciones de los procedimientos metodo­
lógicos empleados en la investigación. Por un lado, los estudios con grupos resul­
tan costosos y pueden contar con grandes dificultades en su realización. Como
señalan Collier, Minton y Reynolds ( 1 99 1 ), «es bastante más fácil experimentar
con individu<>S o administrar cuestionarios a grandes grup<>S» (pág. 360). En con­
secuencia, era más cómodo, y las teorías dominantes lo propiciaban, investigar pro­
cesos de atribución, disonancia cognitiva o persuasión, en los que se empleaba un
nivel de análisis individual. Por otra parte, la abrumadora utilización de grupos ad
hoc en situaciones de laboratorio (McGrath y Kravitz, 1 982), «grupos» que exis­
tían durante períodos en ocasiones inferiores a una hora, fomentaba el empleo de
explicaciones «próximas», en las que se analizaba la influencia de una sola varia­
ble, antes que explicaciones «distales», multifactoriales o multinivel (Simpson y
Wood, 1 992). El análisis de factores temporales y la investigación de los aspectos
realmente dinámicos de los grupos quedaban así relegados al número inferior de
trabajos que utilizaban como metodología el experimento de campo (30 por 1 00)
o el estudio de grupos naturales (5 por l 00), frente a los que se realizaban en con­
textos de laboratorio (55 por 1 00), según la estimación de McGrath y Altman
( 1 966).
Las deficiencias metodológicas se veían agravadas por las limitaciones es­
tadísticas y de herramientas de análisis disponibles, todo lo cual condicionaba
tanto el tipo de cuestiones que se investigaban como las explicaciones que se po­
dían aventurar acerca de los fenómenos grupales estudiados ( Steiner, 1 986).
Se tendía a la realización de experimentos fáciles, rápidos en su ejecución y con
los que se lograran resultados espectaculares, o al menos «vendibles», de cara
a las publicaciones científicas o a la opinión pública. Además, como recuerda Jones
( 1 985), esta preocupante situación se hacía más aguda debido a la relativa
© Edicione� Pirámide
66 Introducción a la Psicología de los Grupos

escasez de paradigmas de investigación grupal que contaran con los niveles ade­
cuados de validez externa y ecológica. Jo que incrementaba también por esta vía
la irrelevancia de Jos resultados obtenidos al no poder ser generalizados a situa­
ciones reales.
Y, en tercer lugar. según la explicación ofrecida por Steiner ( 1 974 ), las condi­
ciones sociopolíticas determinaron en buena medida el predominio de los enfoques
individualistas y la decadencia de la investigación grupal. Según este autor. cuan­
do el nivel de conflicto social es bajo. los psicólogos sociales centran su interés
en el individuo, ya que se fijan en aquellos comportamientos excepcionales que
intentan romper la calma general. Por el contrario. cuando el nivel de contlicto es
elevado, los científicos muestran interés por los grupos, puesto que tienden a con­
siderar los problemas interpersonales o grupales como el origen de las discordias.
Lógicamente. argumenta Steiner ( 1 974 ). entre el surgimiento de los diferentes cli­
mas sociales y el establecimiento de los programas de investigación y su difusión
en los medios habituales de publicación científica suelen transcurrir unos ocho o
diez años. Esto explica la evolución seguida por la investigación grupal en las últi­
mas décadas. Tras el período conflictivo que supuso la Segunda Guerra Mundial.
los años cincuenta fueron testigos de la efervescencia y la riqueza de la literatura
sobre grupos (es decir. una década después de lo que marcaba el termómetro
social). La época de relativo optimismo y prosperidad que se vivió durante la déca­
da de los años cincuenta volvió a centrar el interés de los psicólogos en el com­
portamiento individual. lo que tuvo su reflejo (ocho o diez años más tarde) en el
declive de la investigación grupal sufrido en la década de los sesenta.
Además, dado que para investigar es imprescindible contar con importantes
fondos económicos, la financiación que procede de instancias gubernamentales.
militares o privadas determina lo que es importante estudiar (Collier. Minton )
Reynolds. 1 99 1 � Zander. l 979a). El «espíritu de la época», en consecuencia. con­
diciona el interés y. por tanto. el auge de una tendencia u otra por parte de los
científicos.
Concluía Steiner su análisis con la predicción de que el incremento de la con­
flictividad y de las revueltas sociales surgidas a finales de la década de los sesen­
ta provocara. con el preceptivo retraso, un renacer de la investigación y de los
enfoques grupales en los años setenta. abandonando el polo individualista al que,
no obstante. el necesario movimiento pendular obligaría tarde o temprano a vol­
ver. ¿Acertó o erró Steiner en su predicción? En el próximo apartado trataremos
de dar una respuesta a esta nueva entrega de la novela de los grupos que estamos
intentando pergeñar.

1 .3.5. El enfoque eu ropeo

En la última revisión dedicada a la investigación grupal de los años sesenta.


publicada en el Annual Revie"'1' of Ps-y·cht>log_v. Gerard y MiJler ( 1 967) se mostra-
© Edicionl!s Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 67

ron menos optimistas que sus antecesores de esa década (Shaw, 1 96 1 ; Steiner,
1 964 ). Los autores constatan la gran cantidad de estudios realizados, hecho que
interpretan como una consolidación antes que como un verdadero avance o inno­
vación de la investigación sobre grupos. Señalan explícitamente la ausencia de nue­
vos enfoques teóricos, al tiempo que llaman la atención sobre la hegemonía de los
estudios de laboratorio.
Este análisis de un período que parecía indicar una transición hacia tiempos
mejores contrasta con el tono crítico adoptado por los autores encargados de la
siguiente revisión, que se retrasó hasta seis años después. En ella, Helmreich, Bake­
man y Scherwitz ( 1 973) ponen el dedo en la llaga al señalar el caos de datos empí­
ricos disponibles que esperan un marco teórico capaz de integrarlos en un cuerpo
de conocimientos que resulte de alguna utilidad. No obstante, entre la jungla de
investigaciones irrelevantes, los autores son capaces de espigar algunos indicios de
cambios que pueden suponer avances en el futuro: utilización de grupos naturales
y menor presencia de estudios experimentales; mayor preocupación por aspectos
relacionados con la interacción entre el individuo y la situación; creciente interés
por los procesos grupales y por los cambios a través del tiempo, y mayor presen­
cia de estudios multivariados.
El trabajo de Davis, Laughlin y Komorita ( 1 976) vuelve a presentar un tono
optimista, aunque el contenido de su revisión resulta sesgado ( McGrath y Kravitz,
1 982) al limitarse al análisis de los aspect<>s relacionados con la productividad de
los grupos de tarea. Los autores se centran en revisar los factores que pueden
influir sobre ella, como procesos de intluencia social, poder social, situaciones de
C<)Operación y competición, procedimientos empleados en la solución de proble­
mas y en la toma de decisiones. Señalan algunos avances de carácter teórico y
abogan por 1a consideración complementaria de la investigación básica y aplica­
da, en lugar de considerarla como opuestas.
En la siguiente revisión, Zander ( 1 979a) arremete contra la influencia que las
teorías cognitivas habían ejercido durante los años sesenta y setenta sobre el estu­
dio de los grupos. Especialmente ácido se muestra con Davis Laughlin y Komo­
rita ( 1 976) al criticar su consideración del comportamiento grupal como una mera
forma de interacción humana, y advierte para que nadie se deje impresionar por
las 503 referencias citadas por sus colegas, pues la «mayoría de ellas se refieren
a investigaciones sobre l<JS e.fect<JS de situaci<>nes de m<Jtiv<> mixto entre d<>s indi­
viduos, y s<5l<> unas p<>cas están relacionadas con los aspect<JS tradici<1nales de la
investigaci<5n grupal» (Zander, l 979a, pág. 425). Dejando bien claro que en su tra­
bajo el énfasis recae sobre el grupo, Zander reitera la ausencia de teorías integra­
doras y el dominio de la investigación de laboratorio. Lamenta los pocos estudios
realizados que consideran el grupo como unidad de análisis y la inclinación de los
estudiosos a inventar nombres nuevos para viejos conceptos. Sin triunfalismos ale­
jados de la realidad y con la prudencia de evitar realizar predicciones, Zander con­
cluye su revisión destacando las tres áreas que en los últimos años habían des­
pertado el interés de los investigadores: los orígenes de la cohesión grupal. la
© Ediciones Pirámid�
68 Introducción a la Psicología de los Grupos

naturaleza de las presiones sociales en los grupos y las dinámicas implícitas en los
procesos de toma de decisión grupal.
También a finales de los setenta, McGrath ( 1 978) presentaba un sumario de
los temas de interés que habían dominado la investigación grupal. Siguiendo su
visión diacrónica, cada etapa podía caracterizarse del siguiente modo:
Década de 1 920: efectos sobre el individuo de la presencia y de la con­
ducta de otros.
Década de 1 930: análisis del prejuicio étnico y el cambio y la formación
de actitudes.
Década de 1 940: estudio del l iderazgo.
Década de 1 950: análisis de los problemas y consecuencias de la confor­
midad.
Década de 1 960: resolución de conflictos.
Década de 1 970: estudio del modo en que los individuos pueden relacionar­
se eficazmente entre ellos teniendo en cuenta las complejas fuerzas físicas y
sociales derivadas de un entorno altamente interdependiente y tecnificado.
El incesante movimiento de las mareas que arrastraban los temas de interés de
la investigación grupal parecían dejar temporalmente varados ciertos aspectos que,
en ocasiones, podían incluso considerarse desaparecidos. Sin embargo, un nuevo
golpe de mar permitía devolverlos al centro de la escena, como ocurrió, por ejem­
plo, con la investigación generada por las teorías de la atribución causal, que a
finales de los años setenta dieron lugar a los primeros modelos acerca de la cog­
nición social, y cuya influencia fue muy significativa ya en la década de los ochen­
ta (Turner, 1995).
No obstante, conviene recordar que las mareas obedecen a complejos meca­
nismos, uno de cuyos objetivos es mantener el equilibrio entre los volúmenes líqui­
dos y sólidos del planeta en relación con su movimiento en el espacio. Esta alu­
sión metafórica está justificada por el hecho quizá más significativo ocurrido en
la década de los setenta en la investigación grupal. Retirada durante muchos años,
desde la tragedia vivida en Europa con la Segunda Guerra Mundial, la marea alta
de la vanguardia en el estudio de los grupos volvía a las costas europeas, donde
los modelos teóricos y las investigaciones empíricas llevados a cabo por una serie
de autores darían un nuevo impulso y contribuirían a revitalizar la aparentemente
detenida corriente norteamericana.
El impacto de la Psicología Social europea, y en particular de las nuevas teorías
y modelos centrados en el estudio de los grupos, constituyeron un poderoso revulsi­
vo para la investigación grupal (Aebischer y Oberlé, 1 990; Canto, 1 998; González
y Barrull, 1 997; Hendrick, l 987a, I 987b; Hogg, 1 996; Huici, 1 996; Morales, 1 996).
Desde la fundación de la Escuela de Ginebra en 1970, y a través de las muy diver­
sas contribuciones de autores como Moscovici, Tajfel, Flament, Hogg, Doise, Pérez.
Mugny, Deschamps, Leyens, Lorenzi-Cioldi, Papastamou, etc., se logró dar cuerpo
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 69

a una red interactiva en la que confluían los intereses y los avances en la investiga­
ción grupal procedentes de Francia, Reino Unido. Suiza, España. Italia, etc., que per­
seguía la consolidación de una ciencia internacional y diversa o, al menos, más inde­
pendiente de los intereses y de las preocupaciones concretas de una sociedad o de
una visión ideológica y cultural de la realidad específicas (Turner, 1 995).
A partir de los trabajos de Tajfel y sus colaboradores sobre la teoría de la iden­
tidad social, la categorización social y la conducta intergrupal (véase, por ejemplo,
Tajfel y Turner, 1 986), o los experimentos realizados a partir del paradigma del gru­
po mínimo (en los cuales se clasifica experimentalmente a participantes anónimos
como miembros de categorías ad hoc, arbitrarias o con un significado mínimo -por
ejemplo, Verdes frente a Amarillos, A frente a B-, y se les pide que respondan a
miembros no identificados pertenecientes a su propia o a otra categoría con el obje­
tivo de medir sesgos y prejuicios endo y exogrupales); de las contribuciones de Mos­
covici (véase, por ejemplo, Moscovici, 1 985); o de la refonnulación de conceptos
previos que dio lugar a la teoría de la categorización del yo (véase, por ejemplo, Tur­
ner, Hogg, Oakes, Reicher y Wetherell, 1 987), se han llevado a cabo numerosas inves­
tigaciones centradas en el estudio de las relaciones intergrupales y la formación de
prejuicios y estereotipos (véase el capítulo 1 1 }, la influencia mayoritaria y minorita­
ria, la polarización grupal (véanse los capítulos 7 y 1 1 ), la fonnación y el desarrollo
de grupo (véase el capítulo 3), los procesos de toma de decisiones grupales (véase el
capítulo 7) y otros procesos implicados en las dinámicas intragrupales.
La investigación grupal generada a partir de las aportaciones de los psicólogos
sociales europeos permitió una creciente fertilización mutua de enfoques y datos
que, a pesar de no haberse visto libre de fuertes controversias (véase, por ejem­
plo, Rabbie, Schot y Visser, 1 989), enriqueció y revitalizó el estudio de los gru­
pos durante la década de los ochenta. Al auge. ya señalado, de las teorías formu­
ladas a partir del enfoque de la cognición social, se unieron las contribuciones de
los modelos europeos, dando lugar a un intenso debate conceptual y metodológi­
co que traspasó todas las fronteras y llegó a alcanzar a la investigación que se
estaba realizando en Estados U nidos. De forma lenta pero imparable, la Psicolo­
gía de los Grupos dejó de ser un cultivo exclusivo de la ciencia norteamericana
para convertirse en un trabajo global.
Si bien la investigación grupal cobró un nuevo impulso durante los años ochen­
ta (véanse, para una prueba de ello, los varios miles de referencias incluidas en la
última edición del manual de Hare, Blumberg, Davies y Kent, 1 994 ), la valoración
acerca de su significado no concitaba precisamente la unanimidad. Por ejemplo,
Steiner ( 1 986), que esperaba por entonces ver cumplido su pronóstico acerca del
renacer de las concepciones grupales, reconocía que su optimismo había sido injus­
tificado. Según él, las tendencias paradigmáticas dominantes en la época inhibían
la investigación sobre grupos. La hegemonía de los enfoques individualistas, la
incuestionable presencia de las perspectivas cognitivas en todos los ámbitos y la
marcada preferencia por teorías de alcance medio en la Psicología Social hacían
prácticamente imposible el estudio de los grupos.
© Ediciones Pirán1idc
70 Introducción a la Psicología de los Grupos

Estas tendencias parecieron consolidarse durante los ochenta. En una reciente


revisión sobre la investigación grupal más relevante publicada entre 1 975 y 1 993,
Moreland, Hogg y Hains ( 1994) constatan el creciente resurgimiento, perceptible
sobre todo a partir de mediados de la década de los ochenta, del interés por los
grupos, favorecido, fundamentalmente, por el efecto causado por los enfoques teó­
ricos europeos y los derivados de la perspectiva de la cognición social. Según estos
autores, los resultados de su trabajo demuestran que Steiner estaba equivocado en
cuanto a la disminución del interés por los grupos. Sin embargo, la prevalencia de
los enfoques teóricos mencionados indica que Steiner estaba en lo cierto en lo rela­
tivo al escaso carácter «grupal» de esta investigación.
Moreland, Hogg y Hains ( l 994) concluyen señalando que estas luces y som­
bras pueden provocar tanto alegría como preocupación en los estudiosos de los
grupos. Alegría, ya que es evidente el aumento del interés por parte de los psicó­
logos sociales en volver, como en los buenos viejos tiempos, a ocuparse de lo gru­
pal. Preocupación por el futuro,

«puesto que la moderna investigación sobre grupos adopta a menudo for­


mas inusuales. La mayor parte de ella está influida por los enfoques euro­
peos y de la cognición social. Se centran fundamentalmente en el estudio
de relaciones intergrupales, utilizan sobre todo experimentos de laborato­
rio y suelen tener un fuerte sabor individualista. Se realizan pocos inten­
tos de estudiar conducta social y muchos de los Hgrupos" analizados son
"mínimos" en su naturaleza. Algunos investigadores que se acercan a los
grupos utilizando enfoques más tradicionales se muestran perturbados por
este tipo de trabajos. Dudan de su valor, envidian la facilidad con la que
se realizan y temen que puedan inundar el campo. ¿Están realmente inte­
resados en los grupos los autores que llevan a cabo esta nueva investiga­
ción?» (Moreland, Hogg y Hains, 1 994, págs. 548-549).

Aún es pronto para poder dar o quitar la razón a defensores y detractores de


los caminos que ha tomado la actual investigación grupal, aunque probablemen­
te ni siquiera la distancia temporal sea capaz de determinar vencedores y venci­
dos en las necesarias polémicas de las que se alimenta el conocimiento científi­
co. No obstante, es preciso reconocer que Steiner ( 1 986) acertó de lleno en una
de sus predicciones. En su opinión, dado que los grupos poseen una gran impor­
tancia en la comprensión del comportamiento humano, sería imposible que fue­
ran ignorados durante mucho tiempo. Si los psicólogos sociales continuaban dan­
do la espalda a la investigación grupal, otros científicos sociales se ocuparían de
ellos. Precisamente, lo ocurrido desde mediados de la década de los ochenta has­
ta la actualidad corrobora lo exacto de este juicio. Sin temor a exagerar, se pue­
de afirmar que el estudio de los grupos es tutelado por otras disciplinas. Quién,
cómo y por qué se ocupan de ellos serán los temas a tratar en el siguiente apar­
tado.
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 71

1 .3.6. La época actual: eclecticismo y enfoques


multidisciplinares

Como acabamos de analizar, la década de los ochenta fue testigo del incre­
mento del interés por los grupos, que se vio acompañado por una importante frag­
mentación al haberse segmentado en distintas áreas aparentemente desconectadas
entre sí. Las diferencias en cuanto a los enfoques teóricos adoptados, las metodo­
logías utilizadas, los objetos de estudio o las orientaciones de carácter básico o
aplicado que se daban a las investigaciones, atomizaron el campo y, en parte, reclu­
yeron al estudio psicosocial tradicional en los ámbitos estrictamente académicos.
De nuevo, las condiciones y las exigencias sociales detenninaron en gran medi­
da el nuevo hogar en el que fueron acogidos los grupos. Steiner había señalado
que la Psicología Social parecía empeñada en echarlos de casa, pidiendo un cam­
bio de actitud para que ello no llegara a producirse. Sin embargo, según la opi­
nión de Levine y Moreland ( 1 990), manifestada en su revisión del Annual Review
of Psychology, la advertencia de Steiner llegaba demasiado tarde. Aun recono­
ciendo el indudable valor de la investigación psicosocial acerca de los grupos, los
autores consideran que en la actualidad esta disciplina ha dejado de dominar el
campo. «La ant<>rcht1 ha pasad<> a, o dicho mtís C<>rrectamente, ha sido tomada por
cole��as de otras disciplinas, en particular de la Psic<>l<>gía de las Organizaciones»
( l 990, pág. 620). En suma. otros autores, en lugar de lamentar un declive de la
investigación grupal que, por otra parte, al menos en cuanto a su cantidad y su
diversidad teórica, no resulta tan evidente, prefieren celebrar su resurgimiento, aun­
que sea en Jugares diferentes a los tradicionales (Levine y Moreland, 1 990; Simp­
son y Wood, 1 992). «L<>S grupos están viv<>s y se encuentran bien, pero habitan
en <>tra parte» (Levine y MoreJand, 1 990, pág. 620).
Este cambio de orientación fundamental ha traído consigo denominaciones nue­
vas. El hecho de que sea la Psicología de las Organizaciones la disciplina que se
ocupa básicamente de ellos, ha tenido como una de sus principales consecuencias
el creciente interés por los grupos de trabajo, que pueden adoptar diferentes nom­
bres: «equipos de trabajo», «círculos de calidad», «fuerzas de tarea», «grupos autó­
nomos», «equipos autodirigidos» o «autoliderados», y un largo etcétera, hasta lle­
gar a denominaciones más imprecisas, como, por ejemplo, la etiqueta «trabajo
colaborativo».
Después de las reticencias y de la profunda desconfianza que durante décadas
mostraron las organizaciones hacia los grupos, debido fundamentalmente a la
influencia de las teorías tayloristas centradas en el control del individuo y teme­
rosas de la amenaza de Jos grupos como focos potenciales de resistencia organi­
zada en contra de la racionalización de la producción (Bramel y Friend, 1 987), el
cambio de orientación sufrido durante los años ochenta tiene como principal con­
secuencia pasar de contemplarlos como el problema a considerarlos la solución,
valorando su capacidad para optimizar el rendimiento y la eficacia de Jas organi­
zaciones (Guzzo y Shea. 1 992).
© Edicione:-. Pirán1ide
72 Introducción a la Psicología de los Grupos

El apogeo de la investigación sobre grupos y equipos de trabajo vivido en las


dos últimas décadas ha traído consigo la formulación de una gran cantidad de
modelos teóricos y los consiguientes estudios empíricos que tratan de poner a prue­
ba sus postulados (véanse los capítulos 1 O y 1 2). No es posible aquí dar cuenta
del ingente volumen de trabajos publicados en los años ochenta y noventa: manua­
les, monografías, estudios y centenares de artículos (cuya principal novedad se
encuentra en el hecho de que ya no se publican exclusivamente en las revistas
«psicológicas» tradicionales, sino que aparecen en publicaciones de ciencias empre­
sariales, de la administración o centradas en el comportamiento organizacional y
el «management»; véase, por ejemplo, Tindale y Anderson, 1 998). Este cambio se
aprecia incluso en lo que podemos considerar el «termómetro» oficial de la Psi­
cología académica: la última revisión hasta la fecha dedicada a los grupos en el
Annual Review of Psychology, tras la firmada en 1 990 por Levine y Moreland, lle­
va por título Equipos en las Organizaciones (Guzzo y Dickson, 1 996).
Las principales características que presenta la i nvestigación actual s<>bre gru­
pos y equipos de trabajo en contextos organizacionales pueden resumirse en las
siguientes:
- Consideración de la eficacia como la variable dependiente clave.
Importancia de las variables procedentes del contexto en el que se encuen­
tran ubicados los grupos.
Consideración de los aspectos temporales implícitos en la existencia de los
grupos.
Efectos provocados por el impacto de las nuevas tecnologías de la infor­
mación y de la comunicación sobre los procesos grupales.
Erosión o ruptura de los límites de los grupos como consecuencia de la fle­
xibilidad funcional, temporal y numérica a las que se ven sometidos.
- Consideración de las características de diversidad de los miembros que
componen los grupos y equipos.
Es obvio que la investigación actual, centrada en los grupos y equipc>s de tra­
bajo, no ha partido de cero. Los conocimientos procedentes de la rica tradición
psicosocial en dinámica de grupos, así como los que provienen de otras áreas clá­
sicas como la educación, la intervención social e incluso el ámbito psicoterapéu­
tico, han sido integrados, en mayor o menor medida, en muchos de estos mode­
los, por lo que no se puede considerar como un campo nuevo o carente de raíces.
Sería más correcto considerarlo como una puesta al día y una revitalización tanto
de la investigación como de la aplicación del amplio cuerpo de conocimientos acu­
mulados durante más de un siglo y en cuyo futuro cabe depositar una gran con­
fianza.
Aunque el interés por los grupos en las organizaciones ha ocupado el centro
de la escena durante los años noventa, ello no significa que otros enfoques, tanto
teóricos como aplicados, hayan disminuido sus niveles de actividad.
© Ediciones Pirámide
El estudio de los grupos en la Psicología Social 73

Ejemplos de esto último se pueden encontrar en las conclusiones que ofrecen


dos recientes revisiones sobre diferentes aspectos de la actual investigación gru­
pal. Por una parte. Huici ( 1 996) destaca la vitalidad de áreas como el estudio de
las relaciones intergrupales, don1inado por las perspectivas derivadas de las teorías
de la identidad S<Jcial y de la c<1tex<>rizaci<ín del .vo y la investigación acerca de
la influencia minoritaria y mayoritaria, en la que se aprecia el intento de integra­
ción de los distintos procesos de intluencia social en un marco más amplio que
permita explicar los resultados obtenidos. En cuanto al área de la dinámica intra­
grupal, Huici comparte la necesidad reclamada por diversos autores de incremen­
tar el estudio de los grupos en contextos naturales, donde se tengan en cuenta los
múltiples aspectos dinámicos y temporales implícitos en ellos, en una línea simi­
lar, si bien existen importantes matices entre ellas, a las representadas por los auto­
res que destacan la importancia de adoptar enfoques ecológicos (Guzzo, 1 996;
Levine y Moreland. J 990, 1 998; McGrath, 1 99 1 ; Worchel. 1 996), o los que adop­
tan una perspectiva sisté1nica. como la teoría de la acción grupal propuesta por
Von Cranach ( 1 996 ).
Por su lado, Hinsz. Tindale y Vollrath ( 1 997) llevan a cabo una exhaustiva revi­
sión acerca de lo que consideran Ja e1nergente conceptualización de l<>s grupos
como procesadores de inf<>r1naci<>n. Según los autores, la actual era de la infor­
mación y de la comunicación provoca el incremento de las tareas de carácter inte­
lectual y cognitivo a las que los grupos se han de enfrentar. En consecuencia, se
puede detectar un progresivo cambio de paradigma en la investigación dedicada al
estudio del rendimiento en los grupos, cambio que en realidad supone la utiliza­
ción y aplicación de desarrollos teóricos y metodológicos procedentes de la Psi­
cología cognitiva al análisis de procesos colectivos como la atención, la codifica­
ción, el almacenamiento. el recucrdcl, la respuesta, l a retroalimentación o el
aprendizaje en los grupos. Los autores concluyen afirmando que este «enfoque de
los grup<>s C<>1n<> pr<>cesad<>res de inf<>rmaci<>n posee la capaci<iad p<1r<1 unificar,
dentro de la Psic<>l<>gÍ<l Social. l<1s <Íre<1s centr<1das en los grup<JS y en la cogni­
ción social» ( Hinsz, Tindale y Vollrath, 1 997, pág. 58), puesto que tiene como
objetivo el estudio del «procesamiento social de la información». Quizá sea ésta
una de las líneas de investigación en la que más interés y confianza se depositan
en la actualidad. Por ejemplo. Fiske y Goodwin ( 1 994) coinciden con el juicio
anterior cuando señalan que este acercamiento puede acabar con la actitud de dar­
se mutuamente la espalda que tradicionalmente han mostrado ambas corrientes,
puesto que los investigadores de la cognición social han tendido a ignorar la inte­
racción o las relaciones interpersonales, mientras que los científicos grupales habi­
tualmente han omitido el estudio de los procesos cognitivos. Aún es pronto para
valorar la relevancia y la incidencia que en el futuro pueden tener estos enf<>ques,
aunque no cabe duda de la vitalidad que, en los últimos años, a juzgar por el volu­
men de investigaciones reseñadas en l<>s distintos trabajos citados, presenta esta
orientación.
«Cambio de paradigma» es tarnhién la expresión utilizada por Thompson
O Edicione!- Pirámide
74 Introducción a la Psicología de los Grupos

( 1 998), quien, en la presentación de un reciente monográfico dedicado a nuevos


enfoques acerca de la cognición social en grupos, subraya la emergencia del para­
digma que denomina cognición socialmente compartida frente a los enfoques domi­
nantes hasta ahora de la cognici<ín soci<il y de la cognición social contextua/iza­
<la, cambio que, según este autor, ha sido estimulado en buena medida por la
creciente insatisfacción de los investigadores con la perspectiva individualista que
caracteriza en el fondo a estas dos últimas. El enfoque de la cognici<)n c<>n1p<1rti­
da socialmente examina cómo el contexto social en el que el individuo interactúa
con otros produce cognición. Su principal diferencia con respecto a la investiga­
ción basada en la cognición social tradicional se encuentra en el cambio en cuan­
to a la unidad de análisis, es decir, la consideración de los grupos y de las díadas
como entidades interactivas, en lugar del individuo como procesador de informa­
ción. Thompson concluye que, a diferencia de las distintas metáforas de sabor indi­
vidualista que caracterizaron a la investigación psicosocial en las últimas cuatro
décadas, «la nzetáfora que defina 1<1 i1n·estigaci<ín psicosocial en el próxi1n<> siglo
será una en la que el grup<> sustitu)·a al indil'iduo» (Thompson, 1 998. pág. 5).
También en otros ámbitos de la investigación y la aplicación grupales resulta
posible identificar tanto nuevos impulsos como intentos de revalorizar ap<.lrtacio­
nes previas. Así ocurre. por ejemplo. en el terreno de los grupos de terapia. en
especial de orientación psicodinámica. donde se aprecia una corriente dedicada a
la recuperación de las aportaciones freudianas y sus diferences secuelas (véase. p<lr
ejemplo, Morgan y Thomas. 1 996; Parker. 1 997), si bien hay que señalar que nun­
ca estuvieron ausentes del todo, como pone de manifiesto el trabajo grupal desa­
rr<)l lado en Francia en décadas anteriores p<>r autores como Anzieu o Kaes
(Fischer, 1 990). Esta tendencia también se detecta en la actualización del pensa­
miento y los trabajos aplicados de Bion. de los cuales se valora tanto su intluen­
cia implícita en muchos enf<lques posteriores como su posible aplicación a los gru­
pos de crabajo en contextos organizacionales (Guzzo y Shea. 1 992).
En suma. por lo visto en este somero resumen. y a pesar de que con cierta fre­
cuencia pueda parecer cierto aquello que recuerda Huici de «que a la "¡J.\'ic<>l<>gía
S<Jcial le cuesta 1nuch<> el grup<> " » ( 1 996, pág. 1 5 ). las eclosión en las dos últi­
mas décadas de enfoques teóricos y de estrategias de investigación que recogen
las influencias de múltiples perspectivas y disciplinas científicas en el estudio de
los grupos pennite albergar un moderado optimismo, o al menos ciertas garantí­
as, acerca de una revitalización de la investigación grupal capaz de posibilitar el
avance en el conocimiento y la comprensión de estos complejos sisternas cuya
influencia sobre los individuos en sociedad resulta imposible minimizar.
Sin embargo, como advierten Levine y Moreland ( 1 998) en su última revisión
sobre el campo hasta la fecha. este optimismo no debe caer en la complacencia.
S i bien es cierto el renacimiento actual de la investigación sobre grup<>s y las
expectativas acerca de su evolución son esperanzadoras. aún es necesario resolver
algunos problemas. El primero de ellos procede de la fragmencación del camp<.l,
debida a su creciente multidisciplinariedad, lo que dificulta la fertilización entre
O Ediciones Pirámide:
El estudio de los grupos en la Psicología Social 75

áreas y aún dentro de la propia Psicología Social. Un segundo problema es la rela­


tivamente escasa atención que se presta a ciertos fenómenos grupales. En opinión
de los autores, predomina el análisis de las relaciones intergrupales en detrimen­
to del estudio de los procesos intragrupales, y dentro de éstos, existe un desequi­
librio entre el interés manifestado hacia el conflicto o el rendimiento en los gru­
pos frente al estudio dedicado a la composición y a la estructura grupales o a la
ecología de los grupos. En tercer lugar, los autores muestran su preocupación por
los motivos que impulsan a los investigadores a estudiar a los grupos. Dada la salu­
dable y creciente tendencia hacia el terreno aplicado, sería necesario seleccionar
objetos de investigación dirigidos a tratar de dar respuesta a algunos importantes
problemas sociales, y no limitarse al estudio de aspectos teórica y metodológica­
mente accesibles. Por último, Levine y Moreland ( 1 998) señalan la importancia de
reconsiderar el presupuesto habitualmente asumido de que los fenómenos grupales
pueden ser explicados de manera adecuada en términos de pensamientos y senti­
mientos individuales. La investigación que utiliza situaciones grupales «mínimas»
debería tener en cuenta la influencia de factores temporales, tales como el desarro­
llo y la socialización grupales, de las comunicaciones de los miembros, tanto den­
tro de su propio grupo como con los miembros de otros grupos, y de los procesos
sociales intra e intergrupales.
Según estos autores, los problemas identificados no son imposibles de solu­
cionar, si bien es necesario exigir a los investigadores dedicados al estudio de los
grupos, tanto a los psicólogos sociales como a los pertenecientes a otras discipli­
nas, que realicen un importante esfuerzo para resolverlos. Y concluyen:

«Dada la crítica contribución que una ciencia vigorosa de la dinámi­


ca de g rupos p uede realizar de cara a la e x p l i caci ó n de la conducta huma­
na y al impulso del bienestar humano, estamos plenamente seguros de que
los investigadores de los grupos asumirán los retos necesarios para ase­
gurar la continuidad en la vitalidad de su campo de investigación» (Levi­
ne y Moreland, 1 998, pág. 449).

Lecturas recomendadas

Asch, S. E. ( 1 952): Psicología Social. Cap. IX: «Una introducción a la teoría de los gru­
pos» (págs. 245-277), Buenos Aires: Eudeba, 1 964.
Comenzar por la lectura de los autores clásicos resulta siempre lo más aconsejable. En este
caso, a la importancia de los conceptos tratados se añade el placer de leer directamente el inteli­
gente análisis y los lúcidos ejemplos utilizados por Asch para explicar aspectos como las rela­
ciones individuo-grupo, el carácter «real» de los grupos y la evolución del pensamiento psicoso­
cial al respecto. A pesar del medio siglo transcurrido desde su publicación, conserva toda su
vigencia y actualidad.

© Ediciones Pirámide
76 Introducción a la Psicología de los Grupos

Blanco, A. ( 1 988): Cinco tradiciones en la Psicología Social. Cap . l : «La tradición gru­
pal» (págs. 25-85), Madrid: Morata.
Completa visión histórica del tratamiento que el grupo ha recibido por parte de la Psicología
Social. desde sus antecedentes en las ciencias sociales hasta su constitución como disciplina inde­
pendiente. Es recomendable completar esta lectura con la del capítulo 2 del mismo libro: «La tra­
dición individualista» (págs. 86-165 ).

Turner, J. C. ( 1 987): Introducción al problema: individuo y grupo, en J. C. Turner. M. A .


Hogg, P. J . Oakes, S . D. Reicher y M . S . Wetherell: Redescubrir el grupo social. Una
teoría de la categori:,ación del yo ( págs. 23-44 ) Madrid: Morata. 1 990.
.

El capítulo presenta una síntesis de la evolución a lo largo de este siglo. dentro de la Psico­
logía de los Grupos. de la consideración de las relaciones entre el individuo y el grupo. así como
conceptos claves para comprender la complejidad de dichas relaciones.

Otras lecturas sugeridas

González, M . P. y Barrull. E. ( 1997): Orígenes y evolución de la Psicología de los Gru­


pos. en M. P. González (ed.): Psicología de los Grupos. Teoría y aplicación (págs. 1 6-
43 ), Madrid: Síntesis.
En este trabajo se presenta también una visión histórica en la que se atienden no sólo los
aspectos básicos, sino también los de carácter aplicado. en la evolución del estudio y la utiliza­
ción de los grupos en diferentes contextos.

Huici, C. ( 1 996): Psicología Social de los Grupos: desarrollos recientes, Re,;isra de Psico­
logía Social, J J, 3 - 1 8.
Este trabajo ofrece un resumen de las tendencias más destacadas. tanto desde el punto de vis­
ta teórico como metodológico, de la investigación realizada en los últimos años en tres campos
básicos: relaciones intergrupales, influencia mayoritaria y minoritaria y dinámica intragrupal.

Morales, J. F. ( 1 985): El estudio de los grupos en e l marco de la Psicología Social. en C.


Huici (dir.): Estructura y procesos de grupo, vol. J ( págs. 25-65), Madrid: UNED.
Lectura complementaria a la de los capítulos citados de Blanco. En este trabajo de carácter
epistemológico se revisan los diferentes enfoques teóricos y metodológicos adoptados en el estu­
dio psicosocial de los grupos.

Morales, J. F. ( 1 996): Innovación y tradición en el estudio de los grupos, en S. Aye starán


(ed.): El grupo como construcción social ( págs. 23-33), Barcelona: Plural.
Completa las principales aportaciones en el campo producidas en el intervalo temporal trans­
currido desde la fecha del trabajo anteriormente reseñado.

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