Porque Nada Hay Imposible para Dios
Porque Nada Hay Imposible para Dios
Porque Nada Hay Imposible para Dios
Es factible que el desafío que ahora veis como «imposible» de superar sea precisamente el
refinamiento que necesitáis ante los ojos de Dios.
Hago eco del testimonio de nuestro querido hermano, el élder Dallin H. Oaks. Con el y las otras
Autoridades Generales, aplaudo los esfuerzos de los Santos de los Ultimos Días de todo el mundo
que están ayudando de buena voluntad a edificar el reino de Dios. De idéntica manera, respeto a
aquellos que en silencio cumplen con su deber, aunque «colmados de pesar»; y admiro a quienes
tratan de superar alguna falla personal en sus esfuerzos por ser más dignos, o a los que trabajan
para alcanzar una meta difícil.
Siento la necesidad de hablar a aquellos que están embarcados en una lucha personal por hacer lo
justo. En particular, el corazón se me conmueve por aquellos que están desalentados por la magnitud
de su lucha. Sobre muchos descansan pesadas responsabilidades que a veces parecen difíciles de
aguantar. He oído que a esos desafíos de la vida muchos tildan de imposibles de superar.
Como médico, he conocido el rostro de la adversidad. He visto mucha muerte, agonía, sufrimiento y
pesar. También he visto en apuros a jóvenes agobiados por sus estudios y a aquellos que se
esfuerzan por estudiar otro idioma, y el cansancio y la frustración vividos por jóvenes padres ante el
dolor de sus hijos. En medio de situaciones aparentemente imposibles, también he sentido ese gran
alivio experimentado cuando al amparo de las Escrituras se logra un entendimiento profundo y
personal de las cosas.
El Señor instruyó repetidamente a los suyos en momentos de pruebas. Las Escrituras nos muestran
que algunas de Sus lecciones más perdurables las enseñó usando ejemplos impresionantes como la
guerra, comunes como el nacimiento de un niño, o evidentes como los peligros de las aguas
profundas. Sus enseñanzas están frecuentemente basadas en el mutuo entendimiento, aunque con
resultados poco comunes. Por cierto, que uno podría decir que para enseñarles a los suyos el Señor
emplea lo improbable.
Las guerras, por ejemplo, han existido desde el comienzo de las épocas. Aun en circunstancias tan
deplorables, el Señor ha ayudado a quienes han obedecido Su consejo. En el campo de batalla, lo
lógico siempre es que la victoria la gane el ejército más numeroso. Cuando Gedeón, el discípulo de
Dios, guiaba a su ejército contra los madianitas, «Jehová dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo
es mucho . . . no sea que se alabe Israel contra mí. diciendo: Mi mano me ha salvado» (Jueces 7:2).
Entonces el Señor le dijo a Gedeón que redujera su ejército, y entonces el número decreció de
veintidós mil a diez mil.
Después el Señor le dijo a Gedeón:» Aun es mucho el pueblo» (Jueces 7:4), y lo redujo una vez más.
Por último, quedaban apenas trescientos, y el Señor concedió la victoria a esos pocos (Jueces 7: 1-
25).
Mas aunque de la guerra, se entiende del milagro de dar a luz a un niño. Todos «saben» que las
mujeres ancianas no dan a luz. ¿A quién llamó el Señor para que diera a luz al primogénito de
Abraham? A Sara, quien tenía 90 años de edad. Cuando se le dijo lo que habría de acontecer, ella
hizo una pregunta lógica:» ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya vieja’?» (Génesis 18:13.) De
los cielos llego la respuesta en forma de otra pregunta: «¿Hay para Dios alguna cosa difícil?»
(Génesis 18:14.)
Tal como estaba decretado, Sara dio a luz a Isaac, quien llevaría el crucial convenio de Abraham
hasta la segunda generación (véase Génesis 26:14, 24).
Mas adelante, para uno de los acontecimientos más importantes de la historia, se apeló al otro
extremo. De la misma manera que todos sabían que una anciana no podía dar a luz un hijo, resultaba
obvio que una virgen tampoco pudiera Pero Isaías había profetizado:» El Señor mismo os dará señal:
He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14).
Cuando se le informo a María de su sagrada responsabilidad, el ángel volvió a asegurar: «Porque
nada hay imposible para Dios» (Lucas 1:37).
La expresión ‘agua profunda» implica peligro. A ese mismo riesgo se enfrentaron los israelitas cuando
Moisés los guio hacia el Mar Rojo (Éxodo 14). Mas adelante los guio Josué al río Jordán cuando
estaba desbordado (véase Josué 3). En ambos casos, las aguas fueron divididas mediante
intervención divina para que los fieles pudieran llegar a salvo a su destino. Para enseñarles a los
suyos, el Señor emplea lo improbable.
Pasando a nuestra época, ¿se han preguntado alguna vez porque el Maestro esperó tanto tiempo
para llevar a cabo la prometida «restauración de todas las cosas»? (Hechos 3:21.) Cualquier
competidor sabe a lo que se arriesga al permitir que su contrincante le saque demasiada ventaja. ¿No
habría sido la obra de la restauración de la Iglesia más fácil si se hubiera efectuado antes?
Suponed por un momento que cada uno de vosotros forma parte de un equipo. El entrenador os dice:
«Vais a entrar a la cancha. No solo tengo el deseo de que ganéis, sino que tengo la seguridad de que
vais a ganar. Pero será un encuentro muy reñido. ¡El tanteador en estos momentos es 1.143.000.000
contra seis! ¡Vosotros vais a jugar en el equipo que cuenta con seis puntos!»
Esa enorme cifra era la población aproximada del mundo en el año 1830, cuando se organizó
oficialmente la Iglesia restaurada de Jesucristo, con un total de seis miembros. El acontecimiento se
verificó en una remota zona rural. (Véase James Avery Joyce, sel., World Population Basic
Documents, vol. 4, Dobbs Ferry, New York, Oceana Publications, Inc., 1976, pág. 2214). Conforme a
las normas del mundo, sus lideres eran incultos y sus seguidores por demás comunes. Pero con ellos
se dio comienzo a la obra, y se revelaron las responsabilidades:
Lo que es más, cuando el profeta José Smith fue recluido injustamente en una cárcel distante, en la
obscuridad de su celda, el Señor le dijo: ‘Los extremos de la tierra indagaran tu nombre» (D. y C.
122:1).
Si a alguna faena se le podía tildar de imposible, a las mencionadas les caería muy bien la distinción.
Pero nuestro Señor había dicho:
«Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible» (Mateo 19:26; Marcos 10:27;
Lucas 18:27). Para enseñarles a los suyos, el Señor emplea lo improbable.
Siglo y medio después del acontecimiento, el peso de esa oportunidad descansa sobre nuestros
hombros. Somos los hijos del legado noble y debemos seguir adelante a pesar de nuestro estado
preordenado de vivir en crucial desventaja y enfrentarnos a tamaña oposición. Aguardan a la Iglesia
y a cada miembro divinamente comisionado enormes desafíos que permitirán el progreso personal y
el servicio al prójimo.
¿Cómo se puede lograr lo «imposible»? Aprended y obedeced las enseñanzas de Dios. Las
Escrituras nos enseñan que tendremos ayuda de los cielos para cumplir cada deber impuesto por los
cielos. Para lograr lo imposible, las Escrituras mencionan frecuentemente tres requisitos básicos.
LA FE
El primero de ellos es la fe. Se trata del primer principio del evangelio (véase 4to. Artículo de Fe). Así
lo enseñó Pablo en su Epístola a los Hebreos, afirmando que fue mediante la fe que se efectuaron
las grandes obras de Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué y otros (Hebreos 11:4-
34).
Los profetas del nuevo mundo también enseñaron en cuanto a la importancia fundamental de la fe.
Moroni dijo que estaba constituida por «las cosas que se esperan y no se ven», y después advirtió a
los escépticos: «No contendáis porque no veis, porque no recibas ningún testimonio sino hasta
después de la prueba de vuestra fe» (Éter 12:6). Después habló de lideres cuya fe precedió a sus
hechos milagrosos, entre otros Alma, Amulek, Nefi, Lehi, Ammón, el hermano de Jared, y los tres a
quienes les fue prometido que no padecerían la muerte (Eter 12:13-20).
El Señor enseñó personalmente esta verdad a sus discípulos:
«Si tuviereis fe», les dijo, «nada os será imposible» (Mateo 17:20).
La fe se nutre del conocimiento de Dios. Proviene de la oración y de las palabras de Cristo por medio
del estudio de las Escrituras.
EL ENFOQUE
Al segundo requisito lo llamo enfoque. Imaginaos un par de binoculares. Dos sistemas ópticos se
unen para enfocar dos imágenes independientes en una vista tridimensional. Para poder aplicar esta
analogía, digamos que la escena del lente izquierdo representa la percepción que vosotros tenéis de
vuestro deber. La del lente derecho representa la manera en que el Señor ve vuestro deber, o sea, la
parte de Su plan que él os confió a vosotros. Ahora unid vuestro sistema óptico al de él y haced un
enfoque mental.
Entonces se produce algo maravilloso; vuestra visión y la de Él son ahora idénticas y vosotros tendréis
«la única mira de glorificarlo» (D. y C. 4:5). Con esa perspectiva, mirad hacia arriba, por encima y
más allá de las cosas mundanas que os rodean. El Señor dijo:
«Elevad hacia mi todo pensamiento» (D. y C. 6:36).
Esa visión especial os ayudara a aclarar las cosas cuando vuestros deseos estén un poco turbios y
fuera de enfoque con respecto a la confianza que Dios tiene en vuestro destino eterno. Es factible
que el desafío que ahora veis como ‘imposible» de superar sea precisamente el refinamiento que
necesitáis ante los ojos de Dios.
No hace mucho visite a un hombre que padece una enfermedad incurable. Su presidente de estaca
me presentó a su esposa e hijos. Esta hermana demostró tener el debido enfoque cuando me pidió
una bendición para su agonizante esposo; no para que sanara, sino para que tuviera paz; no para
que se produjera un milagro, sino para que pudiera aguantar hasta el fin. Ella podía ver desde una
perspectiva eterna; no desde la perspectiva de la carga impuesta por las responsabilidades diarias.
En otra parte hay una madre que cuida de su hijo lisiado de por vida A diario ella agradece a nuestro
Padre Celestial por el privilegio de ser madre de un niño para quien el valle de dolor de esta vida
mortal será misericordiosamente breve. Su enfoque es de naturaleza eterna. Con este tipo de
enfoque, las pruebas imposibles de alterar se hacen posibles de soportar.
LA FORTALEZA Y EL VALOR
El tercer requisito al que se refieren las Escrituras es difícil de resumir en una sola palabra, así que
emplearé dos para describirlo: fortaleza y valor. Repetidamente las Escrituras unen estos dos
atributos de carácter, particularmente cuando se debe hacer frente a pruebas difíciles. (Deuteronomio
31:6, 7, 23; Josué 1:6, 7, 9, 18; 10:25; 1 Crónicas 22:13; 28:20; 2 Crónicas 32:7; Salmos 27:14; 31:24;
Alma 43:43; 53:20.)
Tal vez sea más fácil ilustrar este requisito que definirlo. Encontramos en los pioneros un buen
ejemplo. Ellos cantaban: «Ceñid los lomos con valor» («¡Oh, Esta Todo Bien!». Himnos de Sión 214).
No temían morir antes de llegar. Entre ellos se encontraban Johan Andreas Jensen y su esposa,
Petra, quienes habían partido de su Noruega natal en 1863. Llevaban con ellos a sus pequeñas
gemelas de seis semanas de edad. En el penoso viaje, realizado tirando de carros de mano, una de
las pequeñitas murió. La otra, que sobrevivió, es mi abuela Nelson.
En la actualidad, en la Iglesia sabemos de pioneros tan fuertes y valientes como aquellos.
Recientemente entrevisté a un matrimonio tres días después de haber sido ellos relevados como
misioneros regulares en una ciudad grande. «Somos conversos», me dijeron. «Nos unimos a la Iglesia
hace diez años. A pesar de que acabamos de cumplir con una misión, queremos ir nuevamente. Pero
esta vez quisiéramos ofrecernos para un trabajo más difícil. Deseamos enseñar y servir a los hijos de
Dios que viven en áreas remotas del mundo.»
Mientras pensaba en las pocas posibilidades de que se les concediera lo que deseaban, ellos
continuaron: «Nuestros tres hijos y sus respectivas familias nos ayudaran económicamente. Dos de
ellos ya se han unido a la Iglesia y el tercero también nos apoya. Envíennos a trabajar con gente
humilde que ame al Señor y desee saber que Su Iglesia ha sido restaurada en la tierra.» Demás esta
decir que su pedido fue gratamente recibido y ahora están sirviendo en una segunda misión.
La fortaleza y el valor caracterizan también a otra pareja que conozco. Como fieles miembros de la
Iglesia siempre han cumplido con sus doctrinas, especialmente el duodécimo Articulo de Fe. Cuando
su país entró en guerra, al esposo lo llamaron a integrarse a las fuerzas armadas, teniendo que
alejarse así de su esposa antes de que se enteraran de que iban a ser padres. Él fue capturado por
el enemigo y se le llevó a un campo de prisioneros de guerra. Pasaron meses; nació el bebe y ella ni
siquiera sabía si su esposo estaba aún vivo. Un año después de su desaparición, se le permitió
escribirle a su esposa.
Mientras tanto, a pesar de la larga separación, ambos permanecieron fieles a los convenios hechos
al bautizarse. A pesar de su condición de preso y de no poder hablar muy bien el idioma de sus
captores, él llegó a ser superintendente de la Escuela Dominical de la rama local y bautizó a cuatro
de sus compañeros durante su reclusión. Tres años después del fin de la guerra, él regresó al lado
de su esposa y del hijo que nunca había visto. Mas adelante sirvió durante diez años como el primer
presidente de estaca de su país, y actualmente es miembro de la presidencia de uno de nuestros
templos. Su esposa permanece fiel a su lado en esa sagrada misión.
Vosotros que estéis momentáneamente descorazonados, recordad que la vida no tiene como fin ser
fácil. Constantemente nos enfrentamos con duras pruebas. Al tener presente que «nada hay
imposible para Dios» (Lucas 1:37), sabed también que Él es nuestro Padre. Somos hijos creados a
Su imagen, y si somos dignos tenemos el derecho a revelaciones que nos ayuden en nuestros justos
esfuerzos. Podemos tomar sobre nosotros el nombre del Señor y podemos hablar en el nombre de
Dios (D. y C. 1:20). No importa cuán enormes sean las tribulaciones con las que nos enfrentamos. La
intervención divina como respuesta a nuestras oraciones es tan real como lo fue para David al
enfrentarse con Goliat (1 Samuel 17).
Haced crecer la fe, enfocad las cosas con la única mira de glorificar a Dios. Sed fuertes y valientes (2
Crónicas 32:7), y recibiréis protección y poder de los cielos.
«Porque iré delante de vuestra faz [declaró el Señor]. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y
mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros» (D. y
C. 84:88).
La gran obra de los últimos días, de la que somos parte, se cumplirá. Las profecías de todas las
épocas se cumplirán, «porque todas las cosas son posibles para Dios» (Marcos 10:27), de ello
testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.