Menendez Pelayo en Su Aspecto de Americanista 973465
Menendez Pelayo en Su Aspecto de Americanista 973465
Menendez Pelayo en Su Aspecto de Americanista 973465
DE LA
MENÉNDEZ PELAYO
EN SU ASPECTO DE AMERICANISTA
se necesita forzar con los artificios del reclamo lo que nace del alma.
Tampoco encuentro convincentes las razones de quienes preten
den dar derivaciones prácticas al americanismo de España y al his
panismo de América. No; lejos de ello, hay que insistir en el sentido
espiritual, que no es necesariamente retórico, de toda comunicación.
Aun las notas de cancillería podrían hacerse gratas e idealistas. Las
de corchos, aceites y vinos serán lo que puedan ser, y no hacen
falta.
Nos hemos distanciado principalmente por incultura, y sólo por
instinto tendemos a unirnos. Luego la intimidad puede ampliarse,
perfeccionarse y consolidarse dentro de un orden conceptual positivo.
La conciencia española,—y hablo de la conciencia española de am -
bos mundos,—nota la ausencia de solicitaciones para la curiosidad
elevada. América no será mera productora de exotismos para España
cuando España cuente como vida propia, de realidad palpitante, los
tres siglos de su acción creadora en el Nuevo Mundo. Un falso méto
do, ayudado por la pereza y sostenido sobre la base de una concep
ción lugareña, considera cuanto hizo España en América como una
derivación episódica, bien pronto sustanciada. Escritores y pedago
gos españoles la hacen objeto de un estudio rápido, que se da por
concluido en cuanto queda agotada la lista clásica de los navegantes
y conquistadores.
Recomendar el estudio de la historia de América como un frivolo
tema de ejercicios verbales, convenientes para hacer buena figura
intelectual, sería una falsa dirección. Lo que se necesita no es eso,
sino hacer indispensable en el desenvolvimiento de todo espíritu
cultivado una visión de España con una España no encerrada por
mares, montañas y fronteras. En otros términos: debe arrojarse a la
corriente de las ideas, para que circule, todo lo que fué movimiento
expansivo de un pueblo que no cupo y no cabe dentro de su casa.
Tengo el más intimo convencimiento de que se prepara un cam
bio de actitud colectiva. He dicho que la sensibilidad española se
afina. Bien pronto exigirá que rehagamos la historia nacional, y que
esto sea mediante un movimiento de acción coherente de peninsula
res y americanos, para llegar a una sintesis que sea satisfactoria den
tro de las condiciones trazadas por el objetivismo de la crítica.
Dispersos en un aislamiento de cabilas, entregados a las discor
dias civiles, cohibidos por el bochorno de las cuarteladas, unos y
otros hemos olvidado colectivamente las grandes figuras y los gran
des hechos del pasado común, aun cuando les hayamos asignado un
sitio de honor en el desconocimiento.
Verdad es que los pueblos no viven del pasado, sino ante todo
de) presente y de las preocupaciones que llevan la gestación de lo
porvenir. Pero interróguese a los hombres de las épocas fecundas, a
los transformadores activos de pueblos, y la crónica de sus hechos
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nos dirá si eran insensibles a la devoción filial del previsor más que
piadoso Eneas.
Debo reconocer que lo desesperantemente arduo de la dificultad
que ha de vencerse para entrar en una atmósfera de concordia fe
cunda, no está en España sino en América. ¿Cómo puede haber
americanismo español sin hispanismo americano? Ahora bien: este
sentimiento implica condiciones de realización más difícil que las
indicadas respecto del americanismo de España en las lineas anterio
res. La verdad es que España tiene que sobreponerse más bien a un
desvío que a un prejuicio. Para ella, América es una cosa distante,
vaga, que no interesa ni emociona. Pero América necesita sobrepo
nerse a desvíos y prejuicios. El prejuicio antiespañol va a América
por todos los caminos. Cada buque lleva un cargamento de material
de guerra contra España: Inglaterra, los Estados Unidos y Francia,
que tanto influyen sobre la América Española, han hecho la cruzada
antiespañola durante más de cien años. Y no están solas. Tienen un
formidable auxiliar: España. Si; España es la gran difamadora de Es
paña. No siempre por móviles bajos, no siempre sin razón dentro de
las querellas internas, pero siempre con eficacia, los españoles man
tienen un estado de alejamiento despectivo para España. El país clá
sico del atraso, a dos siglos de Europa, nivelado con Africa, inferior
a América, ¿puede ser, en el mejor de los casos, algo más que un
depósito de ruinas curiosas y de glorias muertas?
Pero hay otra cosa todavía. No cabe dentro de lo concebible una
Gran España formada por la patria de origen y por Hispanoamérica
sin que este grupo de pueblos deje de ser una masa desintegrada.
Desunidas por la geografía, las naciones de la América Española vi
ven aisladas o en estado de reciproca hostilidad. Los desiertos que
separan a los pueblos, no solamente los aislan sino que son causas
de litigios y de guerras. Fuera de las razones políticas, hay otras mu
chas que envenenan sus escasas relaciones. Lo que esos países po
seen de vida autónoma, se emplea en inconducentes pujas de supre
macía. Los grupos que tienen mayor proporción de sangre caucásica
quieren hombrearse con Europa y desdeñan a los otros por indios o
por negros. Las estadísticas de importaciones y exportaciones son
siempre puñales que la hermana clava en las entrañas de las otras
hermanas, demostrando así, con datos numéricos, una superioridad
que se quiere hacer pasar gentilmente de las corambres o las piritas
a las letras. Y en lo que esas naciones tienen todavia de coloniales,
que es mucho, pues reconocen por metrópolis a Londres, a Washing
ton y a París, la pugna entre ellas es de una acritud particular. Cada
una quiere ser la más parisiense en París, la única bien cotizada en
Londres, la exclusiva depositaría de la confianza del árbitro supremo
en Washington. Y aun en Madrid, hoy que Madrid empieza a ser
nuevamente metrópoli, de cuarta clase, para la América Española,
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III
como definitivas. Pero no por haber sido una figura humildísima fué
menos admirable en sí misma, en su sentido intimo, la del P. Reyes,
y no fué Menéndez Pelayo menos justo, ni menos pródigo en elogios
para el modesto clérigo que para el gran Bello. Honduras había lle
gado casi a la segunda mitad del siglo XIX sin literatura (i). El P. Re
yes encontró un país enteramente virgen. Menéndez Pelayo se com
place en pintar al benefactor de Honduras como un «modelo de
virtudes sacerdotales, predicador fervoroso y elocuente, principal
educador de la juventud de su país, cuya cultura le debe más servi
cios que a nadie, espíritu amable y benévolo que se complacía en
difundir las nociones de las ciencias físicas al mismo tiempo que
empleaba los prestigios de la música y de la poesía para recrear ho
nestamente el ánimo de sus alumnos». Fraile forzadamente exclaus
trado por los azares de la época revolucionaria en que vivió, el Doctor
Reyes, como se le designaba desde que dejó de ser Fray José Trini
dad Reyes, no podía vivir para sí mismo. Tenía que componer versos
y música, instalar la primera imprenta, armar o reparar el primer
piano, formar gabinetes de física, predicar, organizar fiestas popula
res, asi sagradas como profanas, hacer, en fin, todo lo que hace el
improvisador omniscio en un país donde hay que improvisar cuanto
es necesario para una vida de cultura.
Versos me piden todos a manojos,
decia aquel hombre, ocupado de la noche a la mañana, de la mañana
a la noche en escribir
Convites para bailes, para entierros,
haciendo los oficios del esquilón indiferente que sabe
Repicar alegre en las funciones
Y doblar melancólico por muertos...
El público no dejaba de importunarlo para todo y a toda hora.
Se me piden sainetes, pastorelas,
Cosas muy superiores a mi ingenio,
Y porque nada falte a mi destino,
También hago la música del verso.
Las inquietudes y exigencias de aquel público sencillo, dieron
origen a una serie de piezas dramáticas de Noche Buena, escritas por
(l) Por vía do paréntesis recomendaré quo no sonrían lo* que erren que las lite
raturas corresponden a la importancia geográfica y estadística de las republioas. ¿Ru
bín Darío no es nicaragüense? ¿Olmedo no os ecuatoriano, y no es Batres Mon tufar
hijo do Guatemala? Sin embargo, en Nicaragua no habla habido una imprenta quo
como las de Méjico y el Perú sirviese de medio do acción a los hombres de empresa
intelectual. Guatemala no era una Atenas en tiempo de Batres Montúfar. Quito, tan
hermosa como aislada, ha sido cuna y abrigo de grandes ingenios.
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IV
(l) T. I, págs. 386-387. Bello tenía el don da las invenciones felices en el arte do
la expresión pintoresca. Asi, Meníndcz Pelayo puede citar: el carmín viviente de los
nopales, los sarmientos trepadores. Jas rosas do oro y el vellón de niove dol algodón,
las urnas de púrpura del cacao y los albos jazmines del café.
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