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Viaje Cósmico

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VIAJE CÓSMICO

De la gran explosión al humano.

Una breve recopilación del saber humano.

Cristóbal C. Carrión

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INDICE

Prefacio 1

¿Cómo se originó todo? 2

Origen y composición del Universo.

Origen de la Tierra y formación de la vida. 27

¿De dónde venimos?

Origen del hombre y su lugar en el universo. 43

¿Qué somos?

El viaje continúa… 53

¿Hacia dónde nos dirigimos?

iii
Por la exploración de la consciencia,
por ella misma.

A mi familia, pétrea y etérea.

iv
Prefacio

Toda historia tiene un principio, pero aquí no intentamos contar un principio, sólo
resumir algo del conocimiento conocido hasta el momento. Pero para darle
entendimiento es necesario un orden, el cual se lo proporciona la estructura de
una historia. Por ello, esta compilación se narrará como una historia, una muy
brevísima historia de lo que conocemos. Esta historia también cuenta lo que
somos, o lo que se puede llegar a creer que somos. Es una historia del humano,
de la Tierra, e incluso del universo. La historia que aquí se narra no ha sido un
descubrimiento espontaneo, ni siquiera una elucubración de un genio personal, ni
de un erudito. Esta historia es la que hemos venido descubriendo y construyendo
a lo largo de miles de años como especie humana, hurgando entre las marañas
del misterio, arrancando a trozos el conocimiento a la naturaleza, con el único afán
de despojándonos de lo más propio que tenemos, nuestra ignorancia.

Esta historia es también la de nuestra galaxia, la de nuestro sistema solar, la de


nuestro planeta, y es sobre el desconocido y milagroso momento, del inicio de la
vida y de cómo ésta pudo haberse generado y hacerse más compleja. Ésta, es la
historia nuestra, la del humano y cómo durante millones de años hemos ido
componiendo una imagen de nosotros mismos, de lo que somos. Es una historia
sobre la evolución de nuestro pensamiento, desde los prehomínidos al Homo
sapien sapiens, sobre cómo pensamos que se desarrolló todo, sobre nuestra
existencia y en general sobre la evolución del Universo, desde su teorizado origen
hasta lo más sublime que lo caracteriza, nuestra consciencia.

Una revisión a nuestra historia, un reconocimiento de nuestro saber hasta nuestro


presente y una identificación con el todo, nuestro universo, son los objetivos de
este libro. Pero no se pretende ir más lejos, pues sería imposible y demasiado
pretensioso para solo un texto de divulgación, querer versar sobre dudas
filosóficas más profundas. La intención sólo es recordar nuestra posición en este
mundo, ayudar en la cuenta de nuestro acontecer, de nuestro devenir para estar
enterados de lo que hemos sido y de dónde venimos, de lo que somos y de lo que
nos compone, quizá para tener una herramienta que nos oriente en el
entendimiento de nuestro presente, el de nuestra sociedad y el de nuestro mundo
en general, un sistema siempre cambiante y eternamente en evolución.

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¿Cómo se originó todo?

Hablar sobre los orígenes no es cosa sencilla, sobre todo porque hablar de ello
requiere la vivencia y la experiencia del evento. Pero la cosa se vuelve complicada
cuando no se estuvo presente en ese acontecimiento. No obstante, y
afortunadamente de un tiempo atrás hemos empezado a recopilar información a
partir de las evidencias que nos pueden ayudar a describir sobre ese
acontecimiento en el cual no estuvo nadie, y por lo cual nadie puede relatarlo.
Esas evidencias se han vuelto cada vez más comunes y más certeras conforme
se ha puesto rigor en la forma en la que obtenemos lo que conocemos como
verdad.

Sin embargo, la forma de entender nuestra realidad fue también un proceso que
requirió mucho tiempo, quizá miles de años entre los que podían creer que la
verdad es solo lo que podemos observar con nuestros ojos, hasta llegar al punto
en el cual entendemos como verdad a los eventos y fenómenos que por múltiples
vías de búsqueda llegan a la misma conclusión, a pesar de los enfoques muy
distintas que tenga esa búsqueda.

Nuestro viaje por los orígenes, quizá pueda parecer fantástico, pero es el más
nítido relato de nuestras evidencias, de nuestro saber en este planeta y bajo las
capacidades de nuestro organismo y nuestra inteligencia. Quizá dentro de algunos
años pueda modificarse, cuando el conocimiento y la forma de obtenerlo se
eleven. Pero sin lugar a dudas podemos tener la seguridad de que lo que hoy
sabemos y lo que se relata aquí servirá como piedra angular para esa noción
futura, al igual que el conocimiento pasado sirvió como piedra inicial en la
construcción de nuestro presente.

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Origen y composición del universo.

Durante miles de años hemos recopilado lo que observamos en el cielo en libros


que podrían llenar una biblioteca hasta los topes. Reunimos gran cantidad de
conocimiento sobre nuestro universo: sobre ¿Cómo empezó todo? La respuesta
es una tarea en progreso, el guion todavía se sigue escribiendo, la tinta aún se
sigue plasmando. Lo que sabemos del origen del universo, lo sabemos por
observaciones, por estudios, por comprobaciones, muchas de las cuales no
hubieran podido librarse solo hace una década atrás. Pero, ¿por dónde
empezamos? Hagámoslo por el principio. Empecemos por una gran explosión.

Hace unos 13,700 millones de años, un acontecimiento misterioso puso el


universo en marcha, con una explosión. El momento de creación de cada átomo,
cada estrella y cada galaxia. Los elementos fundamentales del universo allí se
dieron origen, en ese justo momento empezó su dinámica, al menos, como la
conocemos hoy en día. El universo es mutable, cambia, se transforma, no es
estático. La teoría de la gran explosión, o como se le reconoce más
frecuentemente con el término inglés Big- Bang, habla de una evolución cósmica,
nos dice que el universo se ha venido transformando desde el mismísimo instante
posterior a su nacimiento y todavía hoy se encuentra en cambio. Pero aún hoy en
día no se sabe qué lo origino, aún hoy en día esta teoría está repleta de muchas
preguntas y dudas filosóficas, éstas sin duda son una característica propia de la
ciencia.

La idea del Big Bang, no es una idea nueva, ni siquiera reciente, sino que es una
concepción que se fue construyendo con las observaciones del cosmos realizadas
por cientos de generaciones, las primeras a simple vista y las últimas con ayuda
de instrumentos modernos capaces de ver cosas que el ojo humano no es capaz
de captar. Así, estas observaciones hasta hoy hechas con ayuda de telescopios
modernos nos indican que cuando miramos el universo y nos fijamos en las
galaxias distantes vemos que todas se desplazan de nosotros a una enorme
velocidad. Poniendo a trabajar nuestra imaginación y el sentido común, esta
acción es algo que nos hace pensar un el pasado más remoto, en el origen
mismo. Podemos deducir que tiempo atrás, quizá hace miles o miles de millones
de años, todo lo que hoy existe debió haber estado más junto, más atrás en el

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tiempo, el universo debió estar comprimido en un sólo punto con una densidad
inimaginable. Una partícula infinitamente pequeña con una densidad
increíblemente grande. Pero ¿es posible que eso haya podido existir? Lo estamos
suponiendo.

Lo que sí sabemos es que hasta este punto se remonta lo que podemos entender
como origen del universo, aunque probablemente este evento que llamamos big
bang, es tan sólo un acontecimiento más es una historia aún más larga. Pero esa
no lo sabemos. Sabemos que no conocemos toda la historia, pero en la historia de
la ciencia nunca se ha sabido todo. De hecho ese es el motivo de la ciencia, el
generar conocimiento sobre lo que no sabemos. Hacemos análisis,
interpretaciones, deducciones, inferencias, que con el tiempo han ido ganando
exactitud y certeza, que han develado verdades cada vez más sorprendentes y
también hermosas.

El big bang, es nuestra teoría para explicar el origen de este universo como lo
conocemos, pero durante mucho tiempo nadie se preguntó sobre ello o se asumía
que el universo siempre había existido y que era algo eterno, así lo muestran
muchos registros. Incluso los científicos fueron reacios en aceptar las primeras
ideas de la gran explosión. El término se mencionaba en tono burlón, y no era
para menos, pues resulta un tanto inadecuado, pues el evento al que se refiere, no
pudo haber sido ni grande ni pudo haber habido un estallido. No fue grande,
porque se cree que el universo surgió de una partícula ínfima, diminuta, y no hubo
estallido porque no había aire que transportara las vibraciones. A pesar de ello, el
nombre encajó y también la teoría.

Hoy en día la teoría de la gran explosión es una parte de la ciencia sólida, con
hechos comprobables y hasta ahora no refutables. Tal como la entendemos, a
cualquiera que no la acepte, la comunidad en general lo considerará un charlatán.
Pero aceptarla y entenderla son dos cosas muy distintas. La teoría de la gran
explosión todavía no proporciona todas las respuestas con que la ciencia intenta
explicar cómo nació nuestro universo.

A lo que los cosmólogos y astrónomos se refieren con el término de la gran


explosión es sólo una descripción del resultado de aquella explosión. La teoría
convencional de la gran explosión no dice nada sobre ¿qué explotó? ¿cómo
exploto? o ¿qué ocurrió antes de que eso explotase?

Ahora mismo, en este preciso segundo, si tú lector viras tu vista hacia tu rededor,
observarás justo el resultado de esa gran explosión. Todo lo que vemos, oímos,
paladeamos, olemos y tocamos es el resultante. La gran explosión es en realidad
nuestro universo en movimiento y expansión. Pero, para nosotros, nuestra imagen

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de nuestro universo, comienza con el lugar en el que nos encontramos, con
nuestro entorno, con los objetos y fenómenos que somos capaces de percibir con
nuestro sentido, es ese mundo natural que describe a la Tierra, este planeta que
nos sostiene y nos provee, el tercero más cercano al Sol.

El Sol es una estrella de entre las setenta sextillones de estrellas pensadas


existentes en el universo, con un tamaño realmente muy pequeño, en
comparación con las estrellas más grandes que podemos encontrar en el
Universo, por ejemplo µ Cephel, una hipergigante roja localizada a 2,600 años luz
de distancia de la Tierra tiene un tamaño de entre 1,650 a 1,420 veces nuestro
Sol. Y apenas empezamos nuestro maravilloso viaje. El Sol, la estrella que nos da
vida es una de las 300,000 trillones que se creen existentes en el universo y está
constituida en su mayoría de Hidrógeno y Helio, presenta una temperatura
superficial de casi 5,500°C la cual consigue convirtiendo 700 millones de
toneladas de hidrogeno en 695 millones de toneladas de Helio cada segundo,
cantidades verdaderamente impresionantes. Al respecto, muchas veces se ha
dicho que existen más estrellas en el universo que granos de arena en todas las
playas del planeta.

El Sol es parte de un sistema solar formado hace unos 4,500 millones de años,
integrado por la Tierra y otros siete planetas en orbitas, desde Mercurio a
Neptuno, descartando a Plutón considerado hoy no como un planeta, sino como
un planetoide, debido a su reducido tamaño. Además, nuestro sistema solar no se
encuentra estacionado, viaja por el espacio a 215 km por segundo, girando en
torno a un gran centro gravitacional y como parte de un enorme conjunto de
estrellas y sistemas estelares denominado como la galaxia de la Vía Láctea.
Nuestra galaxia compone, junto con otras tantas, el Grupo Local el cual a su vez
forma parte del super cúmulo de Virgo. Puede haber 200 mil millones de estrellas
en el conjunto de la Vía Láctea y aproximadamente 6 mil millones de esas
estrellas poseen sistemas planetarios como el nuestro, quizá algunos con planetas
con condiciones similares a la Tierra. Nuestro sistema solar orbita casi al centro de
la Vía Láctea, en uno de sus ramales externos, conocido como el brazo de Orión.
La nuestra no es una galaxia elíptica ni amorfa, sino espiral y es una de las más
de 125 mil millones de galaxias que componen nuestro universo visible, el cual es
muy, muy grande, y según estudios de expansión métrica de corrimiento de la luz
a frecuencias al rojo, se está haciendo mayor, se está expandiendo. Pero si el
espacio se expande, entonces podemos pensar que antes era menor. La verdad
es que si retrocediéramos en el tiempo, podríamos verlo menguar, disminuir,
hacerse cada vez más y más pequeño. Retrocediendo lo suficiente, el universo
podría ser menor que una galaxia, más tiempo atrás sería menor que nuestro
sistema solar, y aún más atrás, todo lo que existe en él cabría en un estadio de

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futbol, en una taza de café, una canica, y un átomo. Se ha calculado que hace
13,700 millones de años, el universo era menor que la parte más ínfima de un
átomo, era increíblemente pequeño. Después de eso, algo ocurrió: en un instante
todo se expandió de repente. Así fue como empezó todo. El primer momento de la
existencia. A eso es a lo que ahora denominamos la teoría del Big- Bang, de la
gran explosión.

Y sabemos que realmente fue así, pues todas las observaciones y estudios
científicos lo corroboran, por ejemplo, con las herramientas y los conocimientos
necesarios podemos predecir la cantidad de elementos luminosos, la dirección
hacia donde se mueven los cuerpos celestes, la velocidad a la que se desplazan y
sorprendentemente concuerdan completamente con lo que vemos. Así que la idea
fundamental de que el universo se expande y surgió de un elemento caliente y
denso en cierto momento del pasado, es una verdad hasta este momento. Y es
eso justamente lo que afirma la teoría de la gran explosión.

No obstante, la teoría de la gran explosión no es algo que alguien deduce en un


instante. Fueron necesarios años, siglos de recopilación de datos. La humanidad
lleva mucho tiempo pensando sobre esto, hasta aún antes de darnos cuenta quizá
ya pensábamos sobre ello. Cada vez que nuestros ancestros observaban las
estrellas quizá pensaban en ello. Así es como llegamos a lo que sabemos ahora,
así es como llegamos a esas conclusiones. Pero para entender más sobre esta
teoría, demos un viaje por la evolución de nuestra concepción de nuestro universo,
pero para ello es importante tener en cuenta que desde hace mucho tiempo
hemos almacenado el conocimiento de los miembros más eruditos de nuestra
especie, ello nos ha permitido, aunque de forma laboriosa y trabajosa, ir subiendo
la escalera del conocimiento. Tal vez para compensar el que ningún humano
tengamos la inteligencia suficiente, superdotada, para deducirlo todo.

Hoy en día, en esta segunda década del siglo XXI, astrónomos y físicos de todo el
mundo, pero en especial de centros como, el Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) y de la Universidad Inglesa de Cambridge, siguen
debatiendo sobre la teoría de la gran explosión. Pero este debate comenzó hace
mucho tiempo atrás, antes de que nadie oyese hablar del tema mismo, antes de
que nadie supiese lo que el cielo era en realidad.

Mucho antes de que existiera la ciencia, de que fuese si quiera una noción en la
mente de alguien, los humanos se hacían preguntas sobre su origen. Cuando el
humano primitivo, el de las cavernas, el prehistórico veía el cielo lo veía dominado
por el Sol cálido que proporcionaba la vida, eso lo podían deducir al observar que
las plantas crecían a su luz. Por la noche veía a la Luna y las estrellas. Esos
objetos a veces parecían ser benevolentes, otras tantas veces crueles. Así era el

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universo, duro, hostil y caótico, con un Sol errante que se desplazaba por el cielo a
medida que las estaciones cambiaban de cálidas a frías. Con el paso del tiempo,
los pobladores primitivos entendieron que necesitaban entender su mundo para
poder sobrevivir en él, los que no lo hacían perecerían. Las personas no tenían
ningún control sobre la naturaleza. El equilibrio entre lo esperado y lo inesperado
hizo que la gente asociara fenómenos de la naturaleza con fuerzas poderosas e
intencionadas. Así surgieron los dioses en las mentes de los individuos: seres que
controlaban los fenómenos que en la naturaleza se presentaban y que para bien o
para mal, afectaban a los seres vivos, incluido claro, el humano. Esos dioses
tuvieron múltiples formas, algunos monstruosos y atemorizantes, otros agradables
y empáticos, algunos con forma de animales y otros antropomorfos. Con el tiempo,
nuestros ancestros intentaron entenderlos y establecer relaciones con ellos. Sin
telescopios ni aparatos modernos, los primitivos recurrían a estructuras sencillas
para que les ayudaran a comprender su entorno y el cielo. En lugares como
Stonehenge, en Inglaterra o Chichen-Itza, en nuestro país, intentaron conectarse
con el cielo, considerado entonces, morada de los dioses. Eran sencillos
instrumentos de observación y utensilios de análisis que ayudaban a entender los
patrones, los fenómenos de un universo cambiante. Otro ejemplo es Goseck, en
la parte oriental de Alemania, a unos 100 km de Berlín, Alemania, uno de los
monumentos más antiguos relacionados con el Sol, la Luna y las estrellas. Se cree
que fue construido hace unos 7 mil años y fue ocupado por uno de los primeros
grupos agricultores para identificar la época del año en la cual podrían cultivar.
Fue construido 2 mil años antes que Stonehenge, el cual se cree fue construido
hace 9500 años, y se trata del calendario más antiguo de Europa. Durante los
solsticios de invierno y verano, el día más corto y el día más largo del año,
respectivamente, el Sol al ponerse se alinea con las entradas de la empalizada
presentes. El saber esas fechas, ayudó a aquellos pobladores a entender al astro
rey, aquel que les daba luz, cobijo, seguridad, alimento, en fin, que les permitía la
vida. Por otra parte, cielo nocturno es un mecanismo gigantesco, un reloj, que
tenían delante de los ojos los antiguos y que les permitía calcular cuándo plantar y
cuándo cosechar, incluso les permitía calcular cuando debían migrar a otros sitios
más seguros, más cálidos. En otras palabras, su sustento dependía de que
entendieran los cambios del Sol y del cielo. Esta idea de la astronomía, la
predicción del mundo natural basado en los cambios del cielo, terminó mezclada
con las teorías de la astrología, que es la creencia de que las variaciones del cielo
determinan nuestro destino. Así, un meteoro significaba una victoria militar, un
cometa, la venida de una enfermedad (de allí el término influenza, por influencia
del astro) y una nueva estrella, el nacimiento de un rey (la estrella de Belén, por
ejemplo). Por entonces la astronomía pronosticaba el movimiento de las estrellas,
la astrología pronosticaba como nos afectaban esas estrellas en nuestros
comportamientos. Según la mentalidad de entonces, era muy difícil separar ambas
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cosas. Se creía que si se entendía el funcionamiento del cielo, uno podía saber
como iba a ser el futuro, ese fue el inicio de los profetas y también el de los
charlatanes.

Ya desde el siglo sexto antes de nuestra era, los astrólogos habían dividido el
cielo en sectores, habían visto que ciertas estrellas se movían juntas por la bóveda
celeste y les hallaron formas, según sus experiencias, y nombraron a esos
sectores según esas formas y les asociaban una historia. Los mayas en América,
los egipcios en África fueron algunas de las civilizaciones que asociaron estas
constelaciones con su cosmogonía, los griegos en Europa, por ejemplo, nos
heredaron una cosmogonía del cielo muy conocida en nuestros días: a tres
estrellas en el firmamento le asociaron la imagen del carnero, y era Aries, a otro
cumulo de estrellas le asociaron la forma del león, Leo y a la constelación de
estrellas o sector del cielo que marcaba la etapa más fértil del año, le asociaron la
imagen de la virgen con una estrella brillante como su espiga de trigo que
marcaba el inicio de los cultivos, esa es la constelación de Virgo. Pero, mientras
los astrólogos observaban el cielo estrellado para adivinar el futuro, observaban y
aprendían como iba cambiando el cielo. Debido a la superstición, a un crecimiento
de ideas producto del pensamiento mágico, surgieron los primeros pasos para
construir el conocimiento evidenciado, la observación científica.

La ciencia es, sin lugar a dudas, una herramienta poderosísima que ha ayudado a
la humana a explorar nuestro entorno, de una forma rigurosa, y es una tarea que
llevamos haciéndola unos doscientos años para intentar entender con la mayor
profundidad posible sus leyes y sus estructuras, el por qué ocurre las cosas, cómo
ocurren y cuáles son las fuerzas que gobiernan el cambio. A través de diversos
métodos, muchos de los cuales han estado en fuerte discusión, la ciencia ha
surgido como un esquema en la sistematización de la adquisición del
conocimiento. La ciencia le dio veracidad a la forma en la cual se adquiere
conocimiento de la naturaleza para entenderse como real. Y este rigor científico
fue necesario, pues a veces la simple observación puede llevar a ideas erróneas
del todo. Por ejemplo, cuando observamos la bóveda celeste, podemos creer que
estamos en el centro del universo pues las estrellas giran en torno a nosotros en el
cielo nocturno, mientras que el Sol lo surca durante el día. Por ello, en la
antigüedad, se creía que la Tierra era inmóvil y que el cielo rotaba a todo su
alrededor. Pero esa impresión está completamente equivocada: la Tierra no está
inmóvil, no es el centro del Sistema Solar, no es el centro del universo, de hecho
no es el centro de nada…, bueno, excepto la Luna y más recientemente los
cientos de satélites espaciales y chatarra que hemos colocado en su órbita. A lo
largo de la historia de la cosmogonía, la Tierra se ha ido separando
inexorablemente del escenario central, con todo, la recopilación de datos ha

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seguido adelante. Mediante las matemáticas, los antiguos griegos proporcionaron
información más detallada sobre nuestros vecinos celestes más conocidos, el Sol
y la Luna. Ya en ese entonces, hace más de 2000 años, sabían que la Tierra era
curva y observando su sombra sobre la superficie lunar calcularon su tamaño con
un margen de error inferior al 10%. También calcularon la distancia de la Tierra a
la Luna, y el valor aproximado de la distancia entre la Tierra y el Sol, es decir, que
desde la antigüedad los humanos ya estaban en clara declaración de guerra en
contra de la ignorancia e incertidumbre que la naturaleza les mostraba. Esa
declaración se ha mantenido firme por milenios hasta ahora.

Los antiguos griegos también distinguieron dos tipos de estrellas, la mayoría eran
inmóviles y pequeñas y se movían juntas, unas pocas eran mayores y se movían
al azar, o al menos eso parecía. Se trataba de pequeñas luces, algunas muy
brillantes y deambulantes, que parecían jugar en el cielo nocturno formando
bucles y girando de tiempo en tiempo. Les llamaron planetas, palabra que significa
justamente “vagabundo”, y durante varios siglos se intentó describir su movimiento
hasta entonces errante. Contando sólo con sus ojos para observar el cielo, los
griegos únicamente vieron cinco planetas, y les dieron los nombres de sus dioses.
Hoy los conocemos por su denominación romana: Mercurio, el dios de los viajeros;
Venus, la diosa de la fertilidad y el amor; Marte, dios de la guerra; Saturno, dios
de la agricultura y la cosecha; y Júpiter, dios padre, padre de todos los dioses, el
Zeus de los griegos.

Es importante decir que la astronomía antigua aceptaba una concepción donde el


universo era el centro del universo, idea enunciada en el siglo IV antes de nuestra
era por el gran filósofo griego Aristóteles. Él imaginó un universo elegante, con un
Sol, una Luna, estrellas y planetas girando armoniosamente en torno a la Tierra,
cada cuerpo contenido en una esfera cristalina perfecta. Era una idea
revolucionaria para entonces, hay que decirlo, sin embargo, el universo de
Aristóteles era finito, como una gran esfera, o más bien como una cebolla, con
varias capas o esferas concéntricas. Una visión geocentrista, pero sobre todo
antropocentrista.

El astrónomo del siglo I, Ptolomeo, mejoró la teoría de Aristóteles, detallando con


precisión la senda de los planetas, que no se movían en lo absoluto al azar.
Mediante complejos movimientos circulares denominados “epiciclos”, Ptolomeo
pudo explicar sus rutas preestablecidas y sus cambios de velocidad, en otras
palabras, el esquema de Ptolomeo predecía con exactitud el comportamiento
futuro de los planetas. Este, sin lugar a dudas, significó un paso enorme del
hombre en la comprensión y el control del universo.

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El esquema ptolemaico era muy complejo, representaba a todos los planetas
describiendo espirales y tenía lógica, pero estaba equivocado, y es que, el que
alguien pueda predecir algo, no significa que entienda los principios
fundamentales que lo rigen. Este esquema no plasmaba el universo con exactitud,
aunque tampoco era esa su intención. Fundamentalmente quería demostrar que
la ubicación de los planetas podría calcularse en cualquier momento, pasado o
futuro. Demostró una comprensión matemática sobresaliente. Mostró al mundo
que con el ingenio, con ayuda de los números y siguiendo principios hasta
entonces comprendidos, podía describirse el funcionamiento del cielo. El cielo
podía predecirse. Ese fue un enorme avance, un gran salto para la humanidad en
su noción del universo y del funcionamiento de la naturaleza en general.
Curiosamente, la astronomía pareció estancarse durante siglos después de eso.
Es más, tras la caída de Roma en el año 476 de la edad antigua tardía, la
astronomía cayó en el olvido, Europa se fragmentó en pequeñas potencias y gran
parte de la sabiduría de los griegos se perdió. El oscurantismo había llegado y
sumergiría a la humanidad en un periodo que duró muchos, muchos años.

Mil años después, el medievo terminaba con las nuevas ideas renacentistas,
liberales y de la ilustración. Una nueva teoría se enfrentaría con las creencias
aceptadas sobre el funcionamiento del cielo y haría que la humanidad avanzara
otro paso más hacia la teoría de la gran explosión. Durante el siglo XV, en la baja
edad media, una teoría llamada “Heliocentrismo”, se atrevía a decir que el Sol, y
no la Tierra era el centro del universo. Aquello horrorizó al clero cristiano, que
consideró que contradecía la palabra de dios, pues si dios había creado la Tierra y
al hombre a su imagen y semejanza, entonces la Tierra y sus piadosos habitantes
tenían que ser el centro de todo. Irónicamente el paladín de esta idea, de que el
universo estaba dominado por el Sol, era un compasivo diácono eclesiástico de
Polonia, llamado Nicolás Copérnico.

Copérnico era administrador de una diócesis, se encargaba de recaudar los


impuestos, de ayudar a las personas enfermas, pero además, también se
dedicaba a la astronomía. A Copérnico le desconcertaba la compleja mecánica
celeste de Ptolomeo. Creía que a pesar de la determinación de su antecesor sobre
el movimiento de los planetas, ese movimiento era absurdo, además de que
existían otros cuerpos errantes que parecían no tener alguna explicación con lo
hasta entonces descrito. Fue así que hayo una solución más acorde cuando quito
la Tierra del centro del sistema solar y la sustituyo por el Sol como elemento
central. Cuando vio el resultado, descubrió que los movimientos absurdos
desaparecían, que Mercurio quedaba automáticamente como el planeta más
cercano al Sol y que en verdad giraba en torno a él en un promedio de tres meses.
Y Saturno, que circundaba al Sol más lento, quedaba al extremo del sistema.

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Copérnico escribió: “…de ninguna otra manera se haya una conexión más exacta
y armoniosa entre el tamaño de la órbita y su duración.” Fue un momento mágico.

Pero Copérnico, fue aún más lejos, él sostenía también que la Tierra rotaba, que
describía un giro en torno a un eje cada 24 horas. Realizó un descubrimiento
grandioso, que el Sol y el cielo no se movían, que en realidad era nuestro planeta
el que se movía. El viaje de las estrellas a través del cielo nocturno, era una mera
ilusión creada por la rotación de la Tierra. Fue una idea novedosa, que disparó su
mundo a un viaje por la inmensidad del cosmos hasta entonces conocido. Pero
ese viaje lo realizó sólo, pues Copérnico no quiso publicar su teoría hasta que
estuvo en su lecho de muerte en 1543, probablemente temiendo represalias de la
poderosa iglesia y su ahora renombrada Congregación para la doctrina de la fe.
Pero su libro “De las revoluciones de las esferas celestes”, le allanó el camino a
Johannes Kepler, nacido en 1571 y promotor de la observación científica.
Realmente él fue el verdadero héroe, porque fue él quien se atrevió a pregonar al
mundo que el Sol tenía que ser el elemento central en nuestro sistema. Kepler
tenía a su disposición cantidad de datos astronómicos, recogidos durante años de
observación del cielo. Y al reflexionar sobre sus observaciones y hacer cálculos no
sólo comprendió que el Sol era el centro del sistema solar, sino que lo de los
círculos perfectos era erróneo. Filosóficamente, la suya era una teoría menos
estética, pero concordaba mejor con los datos. Kepler mejoró el esquema de
Copérnico con la hipótesis de que los planetas no viajaban en círculos perfectos,
sino en elipses alrededor del Sol. Esos mismos datos también revelaban un
extraño fenómeno, que pese a intentarlo, Kepler no alcanzó a explicar, que
conforme los planetas se acercaban al Sol, aumentaban de velocidad y al alejarse
lo reducían. Esos dos elementos, el Sol como centro del cosmos y la variación de
velocidad de los planetas eran la mejor explicación de lo que vemos del cielo aquí
en la Tierra. De esta forma, el estudio científico del cielo cumplió su propósito,
pues no sólo explicó lo que se observaba desde la Tierra, sino que pronosticó los
fenómenos celestes con exquisita exactitud. Pero, aunque una incógnita cósmica
se resolvió, seguía habiendo otras más. Kepler vio que el Sol influía en la
velocidad de los planetas durante su viaje por el espacio, y él se preguntaba el por
qué, el cómo podía darse ese fenómeno. Antes de que alguien se ocupase de ese
tema, entre religión y ciencia estalló un conflicto que se ha prolongado hasta el día
de hoy.

A finales del siglo XVII, en la edad moderna, el astrónomo italiano, Galileo Galilei,
estudiaría las teorías de Copérnico y Kepler, en las que según el Sol era el centro
del sistema solar y demostraría su veracidad más allá de toda duda. Lo hizo con
un instrumento que cambiaría el curso de la historia, el telescopio. Éste, sin duda,
es el instrumento más blasfemo, más sedicioso, más revolucionario y más

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maravilloso que haya ayudado a los astrónomos a conseguir el conocimiento que
hoy tenemos. Toda la ciencia recibió el mejor de los regalos con este instrumento
que acercaba los objetos que se encontraban a la distancia.

Galileo mejoró el diseño del telescopio en 1609, puliendo él mismo las lentes y
logrando un aparato con un aumento jamás antes logrado, de treinta aumentos.
Con ese instrumento, por algún motivo, decidió observar el espacio, en vez de los
barcos que llegaban a la República de Venecia y lo que vio cambió por completo
la astronomía. Galileo contempló la imagen más clara y detallada del cielo que
jamás se hubiera observado hasta entonces. A través de su telescopio, Galileo
observó miles de estrellas más, una Luna plagada de cráteres, satélites orbitando
alrededor de Júpiter, Saturno con orejas gigantes y lo mejor de todo, Galileo
observó que Venus pasaba por fases, al igual que nuestra Luna, prueba
contundente de que Venus orbita en torno al Sol y de que éste es el centro del
sistema solar. Con este hecho, Galileo demostró que Copérnico tenía razón, la
Tierra no era el centro del sistema solar, sino el Sol, por tanto, Galileo con su
telescopio, quitó a la Tierra del centro del universo y dijo que no era el centro de
nada, sino sólo un planeta más, e introdujo una nueva idea, dijo además que
podría haber un universo mucho mayor que el hasta entonces conocido. Galileo
fue un revolucionario y un visionario en el tema de la astronomía.

Lo que Copérnico había supuesto por razones estéticas, lo que Kepler había
deducido mediante el cálculo y las matemáticas, Galileo lo demostró, Galileo lo vio
y Galileo lo anunció.

El dogma eclesiástico secular, que afirmaba que la Tierra era el centro del
universo, estaba ahora equivocado. Estando la iglesia católica aún tambaleándose
por el sisma de la reforma protestante, el descubrimiento de Galileo parecía ir en
contra de las escrituras. Lo cual era peligroso para la iglesia que se sentía
asediada, y peligroso para el científico que lo defendiese. No obstante, Galileo,
católico devoto, publicó sus observaciones en un libro titulado “El mensajero de las
estrellas” en 1610. Sorprendentemente, la iglesia acogió bien los descubrimientos
de Galileo, al principio. Una famosa cita del cardenal Baronius, un predecesor
suyo ayudó en la aceptación de los escritos de Galileo argumentando que “La
biblia nos decía cómo ir al cielo, no como funcionaba el cielo”, cosa que hacía el
libro. Al final la caída de Galileo no se debió a su incapacidad para convencer a la
iglesia de sus teorías, sino más bien que intentó interpretar las escrituras por sí
mismo, en base a sus descubrimientos y al margen de la iglesia. Él se basó en
una famosa cita de San Agustín que por aquel entonces se utilizaba, que decía
que “si se hallaba una interpretación de las escrituras que pareciese contradecir
los conocimientos probados, habría que considerar esa interpretación de las
escrituras”.

16
Pero la iglesia, preocupada por lo que consideraba una amenaza a su poder, no
podía admitir la interpretación bíblica de Galileo. En 1633, después de que Galileo
publicase otro libro que defendía que el Sol era el centro del universo, el Papa lo
convocó para ser juzgado por herejía. Este le obligó a renunciar a sus ideas
basadas en Copérnico, lo cual al parecer hizo arrodillado ante el tribunal. Es
famosa una frase que Galileo expresó al retractarse de sus escritos, que muestra
la férrea creencia de sus conclusiones, que versa así, “y sin embargo, se mueve”,
refiriéndose que a pesar de su vida, la Tierra inevitablemente rotaba, se
trasladaba. Después esa confesión, Galileo, fiel a sus creencias, se mantuvo hasta
sus últimos años bajo arresto domiciliario en su villa a las afueras de Florencia.

A Galileo se le puede considerar el primer científico moderno, puesto que realizó


numerosas observaciones con ayuda de un telescopio, propuso teorías que
concordaban con sus observaciones y se atrevió a cuestionar la ortodoxia de la
época.

Poco antes de su muerte en 1642, Galileo dio por serendipia con una pista sobre
el enigma de Kepler, acerca de la extraña influencia del Sol en el movimiento
planetario. Fue esa pista la que conduciría a generaciones futuras a la teoría de la
gran explosión. El último trabajo publicado por Galileo, hablaba sobre las
propiedades de los objetos al caer, que según había visto, siempre se movían a la
par, al margen de sus masas. Galileo expreso que dos cuerpos, por ejemplo una
pluma y un martillo, podían caer con la misma velocidad si no hubiera nada que
les resistiera en su caída, función que hace el aire en la Tierra. Este experimento
fue realizado en 1971, 329 años después de su teorización, por el astronauta
David R. Scott en el apolo XV, corroborando dicha hipótesis. A pesar de todo,
haría falta otro genio, para elaborar con esos dos elementos, una teoría sobre la
gravedad.

Isaac Newton, nacido en 1643, explico el mecanismo por el cual se movían los
planetas y no sólo como se movían los planetas, sino como se movía todo, de los
planetas en el universo a las manzanas en la Tierra.

Newton poseía una inteligencia superior. Su aparición en la historia de la ciencia,


marcó un cambio radical en la forma de concebir el mundo y demostró que las
matemáticas influyen en aspectos del universo físico. Newton fue quien abrió el
uso de las matemáticas para describir el universo, demostró que por algún motivo
son las matemáticas el lenguaje con el cual podemos entender el cosmos. Una
cita que puede acercarnos al pensamiento y a su gran sabiduría es una que se le
suele atribuir: “Si he visto más lejos, es porque me he sentado sobre hombros de
gigantes”.

17
Newton estudio detalladamente el conocimiento generado hasta entonces. Kepler
había observado el efecto de atracción del Sol y propuso que actuaba como un
imán gigante. ¿Serían los planetas también como imanes? Galileo había teorizado
sobre el ritmo de aceleración de los cuerpos al caer, y describió que sin importar
su masa, dos objetos podían caer a idéntico ritmo Así fue que años después,
Newton tuvo algo que añadir a Kepler y Galileo. La genialidad de Newton fue que
unió las teorías de estos dos personajes y comprendió que lo que hace que los
objetos se muevan y caigan sobre la Tierra, es lo mismo que hace que los
planetas giren en torno al Sol en el espacio. En cierto modo, él propuso que los
planetas caen hacia el Sol, igual que los objetos caen hacia la Tierra. La clave de
todo era la gravedad, esa extraña fuerza a distancia que lo mantiene todo en su
sitio. Newton no sólo observó la gravedad, también la plasmó en una ecuación
demostrable. Dejo claro que la gravedad era la energía, la soga que impedía que
la materia, los objetos como los planetas y la Tierra saliesen despedidos hacia el
espacio interestelar. La gravedad, la fuerza de atracción que afecta a toda la
materia en el universo, proporciona orden al universo y la gravedad esta descrita
por la ciencia de la física.

Newton creo la física, fue el primero que vio y postuló las leyes que regían todo lo
observado. Las leyes de Newton lo explicaban casi todo. Él postuló las leyes del
movimiento, las reglas universales de la gravedad, dio inicio a una nueva era de la
ciencia, empleando la observación y las matemáticas para describir las leyes de la
naturaleza. Pudo demostrar que el ritmo al cual una manzana caía a la Tierra,
estaba directamente relacionado con el modo en el que la Luna giraba en torno a
la Tierra, porque comprendió que las mismas leyes que regían el movimiento de
los planetas alrededor del Sol, dirigían el movimiento de la Luna en torno a la
Tierra. El gran libro de Newton “Principios” desveló que las mareas, la velocidad
de los planetas en órbita, incluso la forma de la Tierra, podían explicarse por la
gravedad, porque todo lo que tenga masa influye sobre todo lo que tenga masa.
La Luna atrae a los océanos, la Tierra atrae a la Luna, el Sol atrae a la Tierra, y
cuanto más cerca estén estos objetos entre sí, mayor será la atracción. El gran
libro de Newton, es una obra que engloba tanta sabiduría que incluso compensa
un hecho desconcertante. Aunque él formulo las leyes que rigen la gravedad,
nunca explicó ni entendió por qué se produce. Y la gravedad, si nos detenemos a
pensar, es algo realmente singular.

Aunque los físicos hoy en día, siguen investigando qué es exactamente la


gravedad, Newton había llegado muy lejos al descubrirla. 200 años después,
Albert Einstein rivalizaría con la genialidad de Newton, no sólo reformulando
nuevas leyes de la física, sino reinventando el universo.

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Albert Einstein, nacido en Alemania en 1779, puede ser el científico más
importante que haya existido debido a lo que hizo en Verna, una ciudad de ese
país, en 1905. Al no conseguir un puesto estable de docente al concluir sus
estudios, Einstein aceptó un empleo en una oficina de patentes y luego, empezó a
pensar. Y terminó formulando una de las teorías más revolucionarias sobre el
espacio y el tiempo. Sin Einstein, quizá todavía seguiríamos investigando sobre el
verdadero funcionamiento del universo. Sin lugar a dudas, la fascinación que
suscita el espacio-tiempo y el misterio que lo rodea, hicieron que Einstein fuera
considerado el científico más brillante de todo el siglo XX.

Einstein no pretendía llevarnos hasta el origen del universo, ni siquiera le gustaba


pensar sobre ello. Si había habido un principio, entonces el universo sería
dinámico y finito, y Einstein prefería que fuera inmóvil e infinito. Filosóficamente,
creía que el universo era eterno, pues un universo con un principio y un fin, no era
del todo estético, no era hermoso. La idea de que el universo era infinito y eterno
era ya antigua y era una idea asumida por científicos, porque era más fácil pensar
en el universo como algo siempre existente en vez de pensarlo como algo que se
había creado, pues esta última pregunta requería más respuestas ¿cómo había
sido creado?, ¿por medio de qué había sido creado?, ¿desde cuándo?, etc.

Por desgracia para Einstein, la nueva comprensión de fuerzas como la gravedad


le llevaría a deducir que el universo no era eterno. Las ideas de Einstein eran tan
extrañas que resulta más fácil imaginarlas aplicadas a un mundo caótico extraño.

Einstein fue el rey de lo que llamamos experimento pensado, al reflexionar sobre


un experimento que no podemos llevar a cabo, pero que basándonos en las
deducciones extraídas de la reflexión, pueden descubrirse detalles que varían los
conceptos que utilizamos para definir nuestro universo.

En 1905, Einstein publicó su teoría de la relatividad especial, que estudiaba la


relación entre el espacio y el tiempo, y en donde demostró que estos dos
conceptos no son independientes, sino que son una misma cosa. Él imagino el
espacio-tiempo como un tejido formado por el espacio y el tiempo. En 1915,
Einstein, elaboró su teoría de la relatividad general que modificaba a la de la
relatividad especial para incluir a la gravedad y su efecto sobre este tejido de
espacio-tiempo.

La teoría de la relatividad general era una nueva teoría de la gravedad, y nos


decía que la gravedad actuaba porque el espacio y el tiempo se curveaban en
presencia de la materia y podían responder de modo dinámico, el espacio podría
expandirse y contraerse en presencia de la masa. Este término de masa se utiliza
para describir a la energía y la materia que contienen los objetos, cuanto mayor

19
sea la masa de un objeto mayor será la deformación del tejido espacio-tiempo y
más fuerte será el efecto de la gravedad.

Einstein dijo que ni siquiera la luz puede escapar a la influencia de la gravedad, lo


cual puede parecer descabellado, pero la prueba de ello apareció en 1909, en
forma de gran experimento astronómico, basado en un eclipse solar. La relatividad
general decía que al observar una estrella en una trayectoria lumínica, al pasar
detrás del Sol, se vería variar de posición un poco debido a la gravedad del Sol,
por tanto, Arthur Eddigtong, se dispuso a comprobar esa teoría durante el eclipse
solar de 1919. Fotografío estrellas cuando el Sol estaba tapado por la Luna y se
podían ver las estrellas tras de él. La posibilidad de ver objetos que estaban detrás
del Sol, demostró que los objetos podían deformar el espacio tiempo. Einstein se
convirtió en una súper estrella al momento. Recibió el premio Nobel de física en
1921, pero la relatividad general, abrió la caja de pandora para él.

Una de las consecuencias de esta teoría era de que el universo tenía que estar en
expansión o menguando. Que estuviera inmóvil y fuera eterno, ya no era un
concepto valido, y eso constituía todo un problema. Un problema porque si
introducimos una masa en el universo inmóvil de Einstein, tarde o temprano toda
esa masa tenderá a juntarse por efecto de la gravedad, y por tanto ¿qué impedía
que eso ocurriese? Para impedir que la gravedad destruyera el universo, Einstein
imaginó una fuerza igual y opuesta a la de la gravedad. Esa fuerza constante
contrarrestaba el efecto de la gravedad para conseguir un universo estático.
Einstein buscó esa constante cósmica, convencido de que estaba oculta en sus
ecuaciones, pero se equivocaba. Puede decirse que si Einstein hubiera tenido
valor, un poco más de coraje, hubiera aceptado que la idea del universo estático
no era compatible con la teoría que había formulado. De hecho, la teoría de la
relatividad indicaba que el universo no estaba inmóvil, sino expandiéndose.
Einstein no quiso decir aquello que su teoría estaba pregonando a gritos. La teoría
de Einstein lleva inevitablemente a pensar que hubo en algún instante, un
momento de creación. Esta teoría apuntaba, pese a lo que pensaba él, a un
universo dinámico, que alguna vez fue mucho más pequeño. Einstein no se atrevió
a dar ese paso, pero otros sí lo hicieron. Un universo dinámico y en expansión
encajaba perfectamente con la teoría de la gran explosión.

A principios del siglo XX, Albert Einstein, quizá sin quererlo, nos hizo reflexionar
sobre la posibilidad científica de que el universo pudo haber tenido un principio.
Pero la idea de un principio para todo, tiene fuertes connotaciones religiosas.
Cualquier pueblo se preguntará de dónde ha salido, es una cuestión muy
importante para los humanos, porque si no sabemos de dónde procedemos, no
sabemos quiénes somos. Durante miles de años, el origen del universo, fue un
asunto para eruditos religiosos, no para científicos. Y esto es obvio, pues hay

20
diferencias entre ciencia y religión, ven el mundo de maneras distintas, se
plantean preguntas distintas, la ciencia se pregunta ¿cómo sucede todo?, ¿qué
mecanismos rigen el mundo?, la religión, en cambio, se hace una pregunta más
profunda e interesante: ¿por qué ocurren las cosas?, ¿hay algún motivo, alguna
razón para que el mundo sea como es?

La religión y la ciencia han sido compañeras mal avenidas, tal vez porque ambas
parecen estar buscando lo mismo, la verdad. Así que fue irónico, que uno de los
primeros paladines de una teoría científica sobre el origen del universo fuese un
sacerdote católico, y qué extraño resulta que su teoría basada en la ciencia
pareciese tan religiosa. Decía que el universo no había existido siempre, sino que
había tenido un principio. El padre Georges Lemaitre, sostenía que el universo
tenía un origen. Durante unos años, a finales de 1920 y principios de los 30, él fue
quien mejor entendió la teoría sobre el universo en expansión y expuso muchas de
las teorías que se siguen hoy en día estudiando. Lemaitre estudió las teorías de
Einstein durante las décadas de 1920 y propuso una teoría radical, una teoría que
hasta el mismo Einstein rechazaría. Dijo que el universo no era estático, sino que
en realidad se expandía. Él estudió sin prejuicios las ecuaciones de Einstein y se
dio cuenta que evidenciaban que el universo se expandía, y al pensar en ello,
llegó a la conclusión de que si hoy en día el universo se estaba expandiendo, era
menor ayer de lo que es hoy, por tanto, debería haber sido en su origen
increíblemente pequeño. Lemaitre pensaba que el universo había comenzado con
lo que él llamo “átomo primigenio”: un huevo cósmico enormemente caliente y
denso, que en algún momento del pasado explotó, poniendo en marcha el
universo y llevando a la formación de todo lo que conocemos ahora.

Cuando Lemaitre le expuso a Einstein su conclusión, se dice que éste le contestó:


“sus cálculos son correctos pero su conclusión es abominable.” Pero esa
abominación, pronto se vería demostrada con contundencia en 1925. En las
montañas que dominan Los Ángeles, el astrónomo Edwin Hubble, vio algo con su
telescopio que destruyó la constante cósmica de Einstein y cambió nuestra
concepción sobre nuestro universo. En ese tiempo se tenía una idea algo cómoda
del universo, la que el universo era la galaxia de la Vía Láctea, esa misma que se
ve en la bóveda celeste, integrada por unos cien mil millones de estrellas y que
tenía unos cien mil años luz de envergadura, y ese era el universo en la década de
los años 20. Pero Hubble escudriño el universo más profundamente de lo que
Galileo jamás hubiese imaginado, usando el telescopio más avanzado de la
época, comprobó que nuestro Sol era tan solo una estrella de entre los miles de
millones que existen en nuestra galaxia de la Vía Láctea. Pero Hubble se
preguntaba, ¿era la Vía Láctea lo único que había? Y si así era ¿qué extensión
tenia exactamente? Desde la aparición de los telescopios potentes los astrónomos

21
habían observado el cielo, pero no sabían en realidad a qué distancia estaban los
objetos cósmicos, salvo las estrellas más próximas. Edwin Hubble puso fin a ese
problema, creando lo que denominó vela estándar, eso es, identificó una estrella
de distancia y brillantez conocida y la comparó con las demás estrellas y así, pudo
medir la distancia a la que estaban muchas de ellas, pues mientras más tenue era
su luz, más lejos estaban, al igual que la luz del faro de un tren que es tenue a la
distancia, pero que se va intensificando a medida que el tren se acerca. Hubble
encontró una de esas velas estándar en un remolino de estrellas denominado
nebulosa de Andrómeda. En ese tiempo se consideraba que Andrómeda solo era
un cumulo de estrellas y polvo dentro de la galaxia de la Vía Láctea. Entonces,
Hubble calculó la distancia y observó que estaba a un millón de años luz de
distancia. Esa era una distancia enormemente grande, al menos para ese
entonces. Fue un momento crucial, y entonces Hubble lo entendió todo.
Comprendió que ese cúmulo de estrellas en realidad eran una galaxia
independiente, una galaxia como la de la Vía Láctea, de modo que en un instante,
el universo paso de ser un universo compuesto por la Vía Láctea, de cien millones
de años luz de envergadura, a convertirse en un universo fantástico, enorme, de
quizá miles de millones de años luz. Y todo sucedió en una sola noche.

Con ayuda solamente de un telescopio, había hecho que el universo pasara de


ser un simple pueblo pintoresco con una sola galaxia a ser una metrópoli con
miles de millones de galaxias. Ese sorprendente descubrimiento ya había logrado
la inmortalidad de Hubble, pero Hubble fue más allá. Estudió el comportamiento de
esas galaxias, y en 1929 llegó a la conclusión de que la mayoría de las galaxias se
están alejando de nosotros, no sólo algunas de ellas sino que todas se están
alejando de la Vía Láctea y también se están alejando entre ellas. En otras
palabras, que el universo se expande, que a cada segundo se hace mayor. Esa
idea nos lleva inevitablemente a la idea de la gran explosión, pues, nuevamente, si
retrocedemos en el tiempo, el universo seguramente sería más pequeño.
Basándose en la velocidad de expansión que había medido, Hubble pudo calcular
la edad del universo. Elaboró un cálculo basado en sus datos y dijo que el
universo debía tener unos 2 mil millones de años de antigüedad. Sin embargo, no
podía estar en lo correcto, pues por ese entonces ya se sabía que la Tierra era
mucho más antigua. No obstante este error, él estaba en el buen camino, su
fórmula para determinar la edad del universo era correcta, aunque sus medidas
eran inexactas. Desafortunadamente, esa discrepancia hizo que varios científicos
coetáneos a él, aprovecharan para poner demasiada incertidumbre a la teoría de
Lemeitre.

Pero a lo largo de la primera mitad del siglo XX había todavía más razones,
muchas de ellas poco científicas, que pudieron contribuir al rechazo del súper

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átomo de Lemeitre por parte de la comunidad científica. Una de ellas era que
había reticencia de que hubiera un científico que también fuera religioso, eso
definitivamente parecía una contrariedad. Lo que sí es cierto es que la propuesta
de Lemeitre lo alejó de sus colegas científicos, pero agradó al papa Pío XII, quien
interpretó la teoría como prueba irrefutable de la veracidad del libro del génesis. Al
saber ese hecho Lemeitre, se apresuró y le escribió al papa, diciéndole “no diga
eso, mi teoría es algo científico, que propone algo evaluable, hace pronósticos que
pueden evaluarse, pero la religión está al margen de eso”. La teoría de Lemeitre
podía evaluarse, pero ¿acaso podía demostrarse? Parecía poco probable que
millones de años después de ocurrir apareciese una prueba irrefutable de la gran
explosión, y aunque esa prueba fuese hallada, podrían surgir otras teorías del
origen del universo y el “huevo cósmico” de Lemeitre seguiría sin eclosionar.

A mediados del siglo XX parecía que la teoría del átomo primigenio, según la que
el universo se había expandido violentamente a partir de una partícula de tamaño
ínfimo, jamás llegaría a ser completamente aceptada. El cálculo incorrecto de
Hubble sobre la edad del universo, permitió que otra teoría rival surgiera en las
aulas del Trinity College de Cambridge. Surgió así una teoría plausible, alternativa
a la gran explosión, llamada teoría del estado estable, según la cual el universo
había existido desde siempre y no tendría fin, esto es, que era eterno e infinito.
Esta teoría defendía un universo estático, rechazado por la teoría del átomo
primigenio.

La teoría del estado estable del universo fue propuesta por el astrónomo Fred
Hoyle, quien realmente la formuló como una teoría del origen de los elementos
Nitrógeno, Carbono y más de cien otros de la tabla periódica que componen el
universo. Ya en esos tiempos se sabía que a temperatura extrema, el Hidrógeno
se funde para transformar Helio, y éste se transforma en distintos elementos más
pesados. Hoyle sostenía que esta nucleosíntesis, la creación de elementos
nuevos, se realizaba en el núcleo de las estrellas muy calientes. Eso fue un
descubrimiento asombroso por entonces. El gran logro de Hoyle fue demostrarnos
que después del Helio, todos los elementos de la tabla periódica eran polvo
estelar, es decir, se habían creado en las estrellas. Pero, esta teoría no podía
justificar la formación del Hidrógeno, ni de la de la mayoría del Helio del universo,
porque las primeras estrellas debían de estar hechas de Hidrógeno ya existente.
Ese Hidrógeno ya existente, constituye más del 74% del universo detectable hasta
ahora. Hoyle, esquivó el problema aceptando la teoría ampliamente aceptada de
que el Hidrógeno y el Helio siempre habían existido. De hecho, en opinión de
Hoyle, todo el universo había existido siempre, no tenía ni principio ni fin, sino que
era estático. En pocas palabras, un universo estático, es un universo que siempre
ha existido, que siempre ha tenido la forma de ahora, que siempre ha tenido la

23
misma densidad media e idéntica temperatura. Pero había una pequeña peca, un
pequeño problema, ya se sabía que el universo se estaba expandiendo y cuando
la distribución de la materia se expande se vuelve más diluida, por tanto, si el
universo fuera eterno, a lo largo de los cientos de miles de millones de años, ya
estuviera enormemente diluido.

Hoyle subsanó esta peca asumiendo que en algún lugar del universo se estaba
creando materia constantemente. Pero la constante creación de materia fue algo
que no convenció a los físicos y Hoyle sufrió el azote, por así decirlo, del físico
ruso George Gamow, admirador del átomo primigenio de Lemitre. Gamow solía
estar presente en las presentaciones de Hoyle, y siempre le hacía preguntas
capciosas que su teoría del estado estable no era capaz de responder. Gamow
recurrió a los átomos, igual que hizo Hoyle, para apoyar su teoría rival. Gamow
sostenía que el Hidrógeno, el Helio se habían creado en los primeros minutos
abrazadores del universo en un gran estallido, cuando la temperatura era de miles
de grados más alta que el núcleo de cualquier estrella. Pero Gamow era mejor
teórico que matemático, por lo que tuvo que recurrir a un inteligentísimo alumno
suyo graduado, Ralph Alpher y fue éste quien en realidad pudo desarrollar la idea
y llegar a la siguiente conclusión: que si en realidad el universo pudo sintetizar los
primeros elementos, habría por lo menos diez veces más Hidrógeno y Helio que
otros elementos. Sorprendentemente, eso encajaba con las observaciones y ese
fue un hallazgo sorprendente. Alpher y su compañero, Robert Herman, pulieron el
pronóstico de Lemeitre y pensaron en un residuo de aquella posible explosión que
pudiera ser medido, ellos lo llamaron: el calor remanente de la creación. Encontrar
restos de ese residuo sería una prueba contundente que apoyaría la teoría de la
gran explosión.

Gamow y sus alumnos plantearon una idea muy sencilla: si en la gran explosión
hubo tanto calor, entonces su manifestación, la luminiscencia, el eco de la gran
explosión no podía haberse enfriado aún, por tanto, el residuo debería poder
medirse hoy. Por desgracia en 1949, no existían los aparatos adecuados para
medir aquella radiación o calor remanente del momento de la creación. Además,
en aquel momento había otros problemas con la teoría de la gran explosión, ya
que no ofrecía explicación para el origen de los elementos, aparte del Hidrógeno y
el Helio. Por otra parte, el estado estable estaba teniendo amplio eco en los
medios de difusión, ya que Hoyle era un maestro de la propaganda y se ocupó de
vender muy bien su idea descabellada. Irónicamente, el término de gran explosión
fue acuñada por Hoyle en 1949, durante uno de sus populares programas de
radio. Posteriormente lo utilizó como término burlón.

Pero llegaría la década de 1960, y el cálculo erróneo de Hubble sobre la edad del
universo se había corregido para tener datos más exactos, resolviendo una de las

24
pecas de la teoría de la gran explosión. Con todo, parecía que la batalla entre las
teorías del universo estable y el de la gran explosión, terminaría en tablas, sin
ningún ganador. Pero entonces, los científicos encontraron la prueba contundente,
una casi tan antigua como el propio universo. Su descubrimiento condenó a una
de las dos teorías a la papelera de la historia.

Durante quinientos años, la ciencia ha luchado por descubrir de donde


procedemos, ahora los astrónomos luchan por descubrir el enigma de ¿cómo
empezó todo? Poco imaginaban que el cosmos les susurraba la respuesta, pero
no podían oírla. Ese susurro tomo la forma de calor residual generado cuando el
universo explotó y nació. La radiación que Lemeitre predijo estaba presente, pero
no se contaba con herramientas para detectarla. En 1965 los científicos tuvieron
esas herramientas.

Los residuos, el eco, las réplicas de la gran explosión, tenían que poder captarse
hoy, al menos eso pensaban los seguidores del huevo primigenio. Se tardó más
de dos décadas para tener instrumental lo bastante potente para poder consolidad
la teoría de George Gamow y sus alumnos sobre la radiación residual.

La historia de esa radiación es como una historia policiaca, donde por una parte
estaban George Gamow y sus alumnos, quienes tenían la teoría y los cálculos,
pero no tenían el instrumental para comprobarla. Por otra parte estaba un grupo
de Princeton que conocía su trabajo, pero tenía un instrumental muy primitivo, no
lo bastante sensible. Este grupo incluía a Robert H. Dicke y a algunos
compañeros, los cuales apoyaban la teoría de Lemeitre y querían buscar pruebas
sólidas de ella. Dicke tuvo la idea de buscar la radiación residual producida de la
gran explosión. Con él trabajaban dos jóvenes muy brillantes, David T. Wilkinson
y Peter G. Roll, a quienes convenció de construir el radiómetro Dicke, para buscar
esa radiación. Era un disparo al azar. Así que esos dos compañeros construyeron
el radiómetro, lo orientaron al espacio y empezaron a buscar sin tener éxito. Po
entonces, dos científicos, Robert Wilson y Arno Penzias, recibieron la noticia sobre
ese experimento. Ellos no trabajaban en la teoría de la gran explosión sino en
satélites de comunicaciones para los laboratorios Bell, en New Jersey, no
obstante, decidieron emplear el enorme radiotelescopio de Bell para la misma
finalidad, pero tampoco conseguían capturar una lectura limpia, solo ruido estático.
Ellos estaban confundidos.

La radiación residual se trata de ruido al azar, y ese ruido es algo muy similar a los
que se escucharía en una radio, receptor fm o una televisión en un canal vacío,
pero Wilson y Penzias no percibían lo que esperaban, la antena recibía más
radiación de la que debería. Lo primero que pensaron fue que debía haber un fallo
en la antena que provocaba aquel ruido que tenían. Ellos se preguntaban ¿Qué

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era ese ruido tan extraño y de dónde procedía? Quizá podrían ser interferencias
errantes de la cercana ciudad de New York, quizá serían señales de aviones o
quizá excrementos de paloma dentro de la bocina del radiotelescopio. Ellos no
tenían ideas de qué podía ser. Lo cierto era que aquella radiación misteriosa
provenía de todas partes, de todas direcciones, de todos los rincones del espacio
donde orientaran el receptor. Esto, definitivamente, les parecía descabellado, todo
un misterio.

Fue hasta 1965 que Penzias y Wilson, después de estudios munusiosos, se


percataron de que eso que siempre habían estado escuchando, era en realidad lo
que Dicke y sus colaboradores habían estado buscando, lo que Alpher, Gamow y
Lemeitre habían predicho, habían encontrado la prueba sólida que indicaba que el
universo no era eterno, la radiación residual. Ellos explicaron con detalle su
descubrimiento y éste destruyó de forma contundente la teoría del estado
estacionario de Hoyle. Por fin, la teoría de la gran explosión encajaba en el
rompecabezas del universo.

La teoría moderna de la gran explosión es un logro destacado, y nos permite


configurar una imagen de cómo era el universo antiguamente, cuando solo era un
pequeño fragmento de un segundo de vida, y estaba comprimido a una densidad y
temperatura enormes. Y partiendo de ese estado denso primitivo podemos
entender en general, cómo se expandió y enfrió el universo, cómo se formaron los
primeros átomos en determinado momento, cómo en una etapa posterior se
formaron las primeras estructuras que configuraron las primeras estrellas, galaxias
y con el tiempo los planetas y la vida y los humanos.

Por su colaboración en el descubrimiento de la radiación residual, Penzias y


Wilson obtuvieron el premio Nobel en 1978. Y aunque la teoría del estado estable
de Hoyle había perdido su validez, la que él formulo sobre la nucleosíntesis no fue
rechazada pues, aunque la mayoría de los científicos hoy sostienen que el
Hidrógeno y la mayoría del Helio se crearon en los primeros momentos de la gran
explosión, tal como creía Gamow, los demás elementos más pesados, como el
Nitrógeno y el Carbono, se crearon después, en los núcleos calientes de las
estrellas y en explosiones de supernovas, tal como sugirió Hoyle. Así que en
esencia, tanto Hoyle como Gamow, tenían razón.

El haber descubierto que hubo un principio, permite ahora el planteamiento de


nuevas preguntas sobre cómo empezó todo y resulta interesante, muy
estimulante, porque uno se puede plantear dudas como ¿cuándo empezó? ¿en
qué era distinto el universo de ayer con el de hoy? ¿qué cambios ocurrieron entre
el de entonces y el de ahora para encontrarnos con el universo que ahora
conocemos? En fin, las preguntas son interminables.

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Por otro lado, aceptar la teoría de la gran explosión y creer que es perfecta son
dos cosas muy distintas. A pesar de todo, en ella aún había detalles por explicar.
Durante las últimas décadas del siglo XX, los científicos revisaron los problemas
de la teoría y un detalle que no ajustaba era de que toda la temperatura en el
espacio sideral era extrañamente uniforme. Los físicos no esperaban que el
universo tuviese la misma temperatura en cualquier parte que mirasen, pero así
era. El universo es demasiado extenso para que un extremo tenga la misma
temperatura que el otro, pero la tiene.

Se pensaba que si en verdad había existido una gran explosión, algunos extremos
tenían que estar más fríos que otros, algo muy similar a cuando se vierte un balde
de agua caliente sobre una tina con agua fría, la temperatura se iguala pasado un
cierto tiempo. Así, para que la temperatura del universo se igualara debía pasar un
determinado tiempo, sin embargo, al parecer el universo no era tan antiguo como
para pensar que ese equilibrio se hubiese completado. Por tanto, la teoría de la
gran explosión no podía explicar por qué, puntos tan lejanos del universo tienen la
misma temperatura.

Fue hasta iniciados los años de 1980, cuando Alan H. Guth vino a traer más luz.
Formuló la idea de que tal vez, debido a que el universo procede de un volumen
tan diminuto, dentro de ese volumen, en el pasado pudiese haber habido
suficiente tiempo para que esos puntos distintos se comunicasen e igualasen su
temperatura. Justo después de ese momento, sostenía Guth, el universo se habría
expandido a más velocidad, incluso que la luz, más rápido que el límite de
velocidad cósmica, la mayor velocidad existente, según Einstein. A esta teoría se
le conoce como la teoría de la inflación cósmica y habla de lo que impulso la gran
explosión.

Para el momento que se escriben estas líneas, los científicos creen que en los
primeros momentos de la creación, las cuatro fuerzas fundamentales de la
naturaleza, la gravedad, el electromagnetismo, la energía fuerte y energía débil,
estaban unidas y formaban una súper fuerza. Durante la gran explosión, esas
fuerzas se dividieron, pero antes de dividirse, cuando el universo era infinitamente
pequeño las leyes físicas de Einstein, incluida la de que nada se desplaza más
rápido que la luz, todavía no se aplicaban. Era entonces un universo totalmente
diferente al actual, inimaginado, fuera de lo conocido. Tal vez, en ese momento,
dice la teoría, hubo algo que hizo que el universo continuara con una expansión
más rápida que la luz. Tan rápida que conservó la uniformidad que tenía cuando el
universo aún era pequeño.

Hasta hoy en día no se sabe exactamente cuándo ocurrió la inflación, pero lo más
probable es que hubiese sucedido cuando la gravedad se hubiese escindido de

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las demás fuerzas, pero en un momento en el cual las otras tres fuerzas estaban
muy unidas. Esta híper expansión, si en verdad ocurrió, conservaría una cierta
uniformidad de temperatura. Pero había que comprobarlo.

El 3 de junio de 2001, la NASA lanzó un satélite al espacio con la capacidad para


despejar las dudas, para hallar la verdad sobre la teoría de la inflación de Guth. La
sonda Wilkinson de anisotropía de microondas o misión VW Map, proyectaba
fotografiar la radiación residual que Wilson y Penzias habían hallado. En otras
palabras, la NASA quería una fotografía de la infancia del universo para
compararla después con el aspecto del universo de hoy. En febrero de 2003, los
científicos recibieron las primeras imágenes que el satélite tomó del universo en su
infancia, cuando tenía sólo 380 mil años. La claridad de los datos dejó atónitos a
los científicos. Los resultados indicaban que la realidad era tal como se había
especulado antes. Era muy probable que la inflación hubiese ocurrido. Las
imágenes representaban las semillas que tiempo después generarían las amplias
extensiones de estrellas y galaxias de hoy. Además de apoyar con contundencia
la teoría de inflación cósmica de Guth, los datos también aportaron pistas
concretas sobre la edad, composición, forma y evolución del universo.

Hasta hace algunos años, la cosmología era muy distinta a muchas otras ciencias,
simplemente porque había más teorías circulando que datos y hasta que los
satélites midieron lo que sucedía poco después de la gran explosión con tanta
precisión, no se pudo distinguir entre un modelo cosmológico y otro. Entonces se
pudieron obtener datos numéricos sobre la extensión, edad, ritmo de expansión y
contenido del universo. Antes de poseer esas observaciones era imposible
hacerlo. Antes todo era una amalgama de cosmología e ideas ingeniosas. Gracias
a los modernos instrumentos como el satélite WMAP, los físicos ahora tienen un
esquema de lo ocurrido justo después de la gran explosión. Y esta historia es así:

Menos de una mil millonésima de segundo después de la gran explosión, se formó


una partícula mucho más pequeña que una fracción de un átomo, eso era el
universo. Era increíblemente pequeño y estaba inmensamente caliente. Dentro de
esa partícula, las cuatro fuerzas conocidas de la naturaleza: la gravedad, el
electromagnetismo, más la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil, estaban
amalgamadas en una súper fuerza. De pronto, la gravedad se separó de la súper
fuerza y el universo comenzó a expandirse. A medida que sucedía esto, el
universo se enfriaba, liberando un estallido de energía, disparando la híper
inflación del universo, formulada por Alan Guth. Esta inflación atrapó la
uniformidad del universo captada por el satélite WMAP. Para ese momento el
universo tenia aún menos de un segundo de vida cuando la súper fuerza se dividió
en las distintas fuerzas de la naturaleza. Poco más de tres minutos de la gran
explosión, la temperatura del universo había descendido a sólo 555´555,533°C, lo

28
bastante frío como para que se formara un núcleo atómico. En esas condiciones
se formó el Hidrógeno y algunos de esos átomos se fundieron para formar átomos
de Helio, tal como propusieron Gamow y Alpher. 380 mil años después, se hizo la
luz, ésta inicia su viaje a través de la oscuridad. El estallido de radiación que
Penzias y Wilson hallaron ocurriría entonces. Mil millones de años después de la
gran explosión, las estrellas tomarían forma, produciendo en su interior los
elementos más pesados como el Nitrógeno, el Oxígeno y el Carbono, como Hoyle
predijo. Pasados unos nueve mil millones de años, la materia y la gravedad se
unirían para formar una esfera enorme, la presión generaría calor en su núcleo,
ese calor dispararía una fusión termonuclear y así nacería al final una estrella. El
flujo estelar despejaría los gases residuales, pero quedaría un disco circumestelar
de polvo que con el tiempo se incorporaría para dar origen a un sequito de
planetas y sus satélites. Uno de esos cúmulos de materia y polvo estelar, tras ser
bombardeado durante eones por fragmentos residuales, adquiriría suficiente
temperatura para permitir que se formara agua en la atmósfera, producto de la
evaporación del agua contenida en esos fragmentos. El agua líquida se reuniría en
la superficie del planeta y fluiría en sus profundidades. Se cree que tiempo
después, las reacciones químicas llevadas entonces bajo ciertas condiciones
primitivas, acabarían originando las primeras muestras de vida. 13,700 millones
de años después de la gran explosión, nuestro universo ahora tiene 156 mil
millones de años luz de diámetro. El cielo está lleno de estrellas. Nuestro sistema
solar tiene ocho planetas, más o menos. El tercer planeta está cubierto de formas
de vida basadas en el Carbono, y algunas empiezan a comprender lo pequeñas
que son respecto al gran orden del universo.

Con muchas interrogantes aún, y lagunas u océanos de ignorancia, esto es lo que,


científicamente, sabemos sobre el origen y composición del universo, nuestro
universo y esto, con más o menos detalles, son las explicaciones que podemos
hoy dar a nuestra pregunta de ¿cómo se originó todo? Desde luego, llegar a este
conocimiento no fue nada fácil, es la culminación de millones de cerebros
humanos luchando durante miles de años por saber cómo empezó el universo y
qué lugar ocupa el humano en él. Toda esta información es suficiente para
abrumar a cualquier cerebro humano.

He aquí la exposición de la historia del cosmos, sobre nuestro universo, nuestro


sistema solar, nuestro mundo sideral y cómo empezó todo ello. Esto es lo que
creemos que sabemos, pero el trabajo no está terminado, la ciencia sigue en
marcha, el conocimiento científico esta por corroborarse y ampliarse, el guion se
sigue escribiendo. Veamos cómo pensamos que puedes terminar.

Miles de millones de años en el futuro, después del fin de los recursos naturales
de nuestro planeta, después del posible fin de la especie humana y con mucha

29
seguridad de todas las especies vivientes sobre la Tierra, en unos 5 mil millones
de años, el Sol se empezará a quedarse sin el combustible nuclear que hoy le da
energía. A medida que se enfríe, se expandirá y se enrojecerá, acercándose más
y más a la Tierra. Se tragará a Mercurio y a Venus. El agua de la Tierra se
evaporará y la misma Tierra su fundirá de nuevo con él. Cuando el combustible
por fin se agote, el núcleo del Sol acabará contrayéndose, mientras pasa de ser
una estrella gigante roja a una enana blanca. Las capas externas del Sol en
expansión, llamadas nebulosa planetaria, se dispersarán por el espacio en forma
de tenues velos de gas brillante. Los planetas que sobrevivan a ese proceso, los
más distantes como Saturno y Neptuno, se verán totalmente transformados por él.
La nebulosa planetaria barrerá completamente sus atmósferas gaseosas, dejando
atrás pequeños núcleos rocosos y metálicos. Los planetas distantes, no
sostenidos ya por la disminuida gravedad del Sol, se dispersarán por la
inmensidad del espacio. Miles de millones de años después, todo el calor restante
del Sol se habrá agotado, y su pequeña y oscura superficie estará a la misma
temperatura helada que el resto del espacio. El Sol será entonces una enana
negra. Miles de millones de años después, impulsado por una misteriosa energía
oscura descubierta hace poco tiempo y que representa el 95.1% de la masa y
energía no ordinaria, el universo se expandirá cada vez más veloz, extendiéndose
por todas partes. A gran escala, y a escala nuclear, la expansión vencerá a la
gravedad y se destruirá todo, no sólo las galaxias, los sistemas solares y las
estrellas, sino incluso los átomos. Finalmente la misma materia se disgregará, se
desgarrará. Ese será el gran RIP, el gran descanse en paz para nuestro universo
tal como lo conocemos ahora, el legado de la energía oscura, esa sustancia que
aún desconocemos, pero que se cree que es la responsable de la fuerza
gravitacional repulsiva del universo.

Actualmente estas teorías sobre el origen y el fin del universo son las
predominantes, pero… ¿continuarán teniendo vigencia o algún descubrimiento
nuevo las cuestionará? Lo que todavía no conocemos no tiene fin, otro golpe a
nuestra importancia en el orden del universo, otro recordatorio de nuestra enorme
ignorancia, que quizá con certeza podemos decir, comparte sus límites con el
mismo universo.

30
Origen de la Tierra y formación de la vida.

Continuamos con nuestro viaje, hemos dejado atrás los misterios de universo
sideral para aterrizar en la Tierra, maravillándonos de inmenso abismo que
representa para nosotros ese espacio hoy más que nunca tan desconocido. Ahora
es hora de seguir con nuestro recorrido que no deja de ser sorprendente y no deja
de seguir siendo un abismo de ignorancia. Estamos viajando a un nivel más
pequeño espacialmente, pero no menos complejo, pues nuestro recorrido sigue
transitando por el mismo cosmos, ahora a una escala más pequeña, la Tierra.
Nuestro viaje es a través de este fractal que hemos reconocido en nuestro
cosmos, en donde muchas de las leyes que se expresan a nivel macroscópico
siguen su funcionamiento, ahora en un cuerpo planetario que al cual sentimos más
familiar, porque es nuestro hogar, y sobre todo porque hasta ahora lo
reconocemos como único.

Viajaremos ahora por la Tierra, nuestro planeta, conoceremos sobre su origen,


sobre su composición y sobre los momentos más importantes que hemos podido
conocer gracias a las evidencias cicatrizadas en su piel, la superficie. Desde
luego, mucho de lo que sabemos de este planeta, también ha surgido como
producto de nuestra observación en el espejo que es el universo. El conocimiento
de más planetas en el espacio, de su formación y conformación en sistemas
planetarios, de su constitución y su función no ha permitido sabernos en esa
unicidad, irreplicable hasta donde sabemos, pero también en esa soledad que nos
hace vulnerables pero también responsables de nuestros actos. Aterrizamos, y
nuestro viaje apenas se encuentra en el seno del recorrido, estamos por
encontrarnos con mucho de lo que hemos visto por mucho tiempo frente a
nosotros pero no hemos observado, quizá, con la debida cautela. Sigamos pues
este viaje.

31
¿De dónde venimos?

La Tierra es un planeta único. Esta afirmación se fundamenta hasta ahora en el


constante estudio de nuestro cosmos. Nuestro planeta es una inmensa esfera de
roca de 40mil km de circunferencia que además, es nuestro refugio. Un tercio de
la Tierra firme, dos tercios de agua y una atmósfera rica en oxígeno es el único
lugar que puede albergar vida en el universo hasta hoy conocido. Sólo en ella
podemos sobrevivir. Pero este oasis verde y azul no siempre ha sido tan
acogedor. El planeta luce por toda su superficie las cicatrices de un pasado
traumático, un pasado de entornos extremos y catástrofes extremas. En el
transcurso de casi 5mil millones de años ha sido un mundo en transformación, un
mundo de fuego un mundo de hielo, de mares embravecidos y cielo toxico. Las
formas de vida que ahora viven en su superficie, son los afortunados
sobrevivientes de una serie de extinciones masivas. Durante los últimos 200 años,
los científicos han estudiado y explorado el planeta y han ido develando sus
secretos. Sus notables descubrimientos nos relatan una historia increíble, la
historia de cómo se hizo la Tierra y cómo surgió lo más exclusivo de ella, la vida.

Durante mucho tiempo, el humano ignoró el origen y composición de la Tierra, de


su propio mundo. Hace algunos cientos de años, la imaginaban compuesta de
sólo unos cuentos elementos esenciales y relacionaban su estado y su forma de
con historias que hoy nos resultan sorprendentemente maravillosas. Pero desde
hace poco más de 200 años, todo eso cambió para siempre. Indudablemente, la
historia de la Tierra está íntimamente relacionada con la historia del universo, a la
cual ya le hemos dado un vistazo, ahora nuestro recorrido se concreta en nuestro
entorno, en nuestro mundo, en este suelo que nos sostiene y que también nos
sustenta.

Podemos empezar nuestro viaje en el viejo continente, en Escocia, la costa de


Edimburgo, en un día de 1788, cuando el descubrimiento de un pequeño

32
afloramiento rocoso dio un giro a lo que conocemos sobre la Tierra. James Haton,
hoy en día reconocido como el padre de la geología moderna por ser el primer
humano en registrar estudios sobre la Tierra, estaba obsesionado por descubrir
cómo se habían formado esas rocas que se posaban sobre la Tierra. Él solía
recorrer grandes distancias observando diferentes tipos de rocas y se preguntaba
sobre su posible formación. Pensó y sacó la conclusión de que muchas de ellas
debían haber sido formadas a lo largo de mucho tiempo. Sin embargo, estas
conclusiones eran revolucionarias, pues eran contrarias a las creencias de ese
tiempo, las cuales consideraban la generación de las rocas junto con toda la
Tierra, según el libro del Génesis de la Biblia, así era al menos en lo que ahora
consideramos como el mundo occidental. Por ese tiempo, las personas estudiosas
de la Biblia, afirmaban saber la edad exacta de la Tierra, a partir cálculos que
hacían en base a las genealogías encontradas en la Biblia y datos históricos
encontrados en documentos de las culturas Caldea, Persa e incluso Romana. Por
ejemplo, el Arzobispo James Ussher calculó en el siglo XVII que la Tierra tenía
6,000 años de vida, y aseguraba además que había sido formada un 14 de
octubre del año 4004 a.e.c (antes de la era cristiana), por la madrugada. Hoy en
día conocemos a ese tiempo como la era del bronce, en la cual la humanidad
aprendía a utilizar los metales, ya había explorado la escritura y desde hacía
algunos milenios antes había descubierto la agricultura. No obstante, Ussher fue
un gran conocedor del griego y el hebreo, razón por la que estuvo al frente de la
traducción de una versión de la Biblia en inglés, la famosa Biblia del Rey Jacobo,
conocida en inglés como la “King James Version”. Con dichos datos, Usher
también calculó que el diluvio universal había ocurrido hacia el año 2359 a.e.c.,
que el éxodo a Egipto había sucedido en el año 1491 a.e.c. y que el templo de
Jerusalén había sido construido en el año 1012 a.e.c. Sin embargo y a pesar de
todos esos cálculos precisos, Haton no estaba de acuerdo con Ussher. Gracias a
su incansable búsqueda, un día encontró un afloramiento de rocas que yacían en
forma inclinada sobre la costa. Él, después de preguntarse sobre ellas y quizá
imaginarse varias capas empiladas de un pastel, concluyó que esas formaciones
solo podrían haber sido formadas por grandes presiones debajo de la superficie y
que algún movimiento de la Tierra debía haberlas hecho emerger. Una vez en la
superficie, éstas habrían sido erosionadas por el agua hasta llegar a su forma
actual. Esa era una idea algo desviada de las escrituras, pero parecía más real. A
partir de ese entonces, la historia y origen de la Tierra ya no podía seguir siendo
investigada a partir de Génesis, debía tener su propio método de estudio, un
método científico. Así, con ese hecho comenzó a ser investigada teniendo como
fundamento el estudio de las rocas.

La historia de nuestro planeta, tal como creemos que comenzó, es al igual que la
del mismo universo, la construcción de una estructura de observaciones, de

33
experimentación, de ideas rechazadas y corroboradas, de un rompecabezas que
hemos venido armando desde hace ya algunos cientos de años. No se creó de la
nada, se generó desde una simple idea y sigue construyéndose hasta nuestros
días.

Hoy sabemos que nuestro planeta comenzó como un mundo de fuego, hace
aproximadamente 4,600 millones de años. El planeta que habitamos se formó a
partir de las colisiones de millones de meteoritos en un incipiente sistema solar.
Las temperaturas eran tan elevadas que entonces el planeta era una bola de roca
fundida girando en torno de una estrella, nuestro Sol, que la mantenía con su
gravedad.

El primer hombre del que se tiene registro que propuso que nuestro planeta había
sido un infierno en su origen fue William Thomson, mejor conocido como Lord
Kelvin, un científico Británico de la época Victoriana quien también ideó una escala
de temperatura que lleva su nombre. Él, experto en termodinámica, creía que la
Tierra se estaba enfriando lentamente. Para Kelvin, las erupciones de los volcanes
le resultaban sorprendentes y le traían a la mente una idea inusual sobre un
mundo antiguo totalmente caliente y fundido. Usando la termodinámica, calculó
que la Tierra había tenido que pasar cerca de 20 millones de años para enfriarse y
alcanzar su temperatura actual. Hoy sabemos que Kelvin tuvo razón en su idea del
planeta fundido, pero no en su estimación de la edad, su cálculo, quedó
impresionantemente lejano de la realidad. Lo que él ni nadie en su época sabían,
era cuáles habían sido las razones que habían dado lugar a que la Tierra se
hubiese enfriado, ni mucho menos qué había sido lo que la había mantenido a tan
altas temperaturas y sobre todo por un largo periodo. Estas razones, después se
supieron, venían desde el mismo fondo de la misma Tierra y era la radiación.

Sabemos que en su origen, la masa incandescente que era nuestro planeta se


encontraba repleta de elementos radioactivos que la mantenían caliente, esos
eran algunos elementos como el Uranio, el Torio y el Potasio. Las partículas
liberadas a partir de la descomposición o decaimiento de estos elementos
mantuvo a la Tierra a alta temperatura por mucho tiempo, al igual que lo hacen en
los reactores nucleares actualmente. Pero, aunque estas partículas erraron los
cálculos de Kelvin, ellas mismas servirían, tiempo después, para calcular con
mayor certeza la edad de la Tierra.

En el siglo XX, la intensiva búsqueda de petróleo, elementos preciosos y


radioactivos en sitios tan inhóspitos como la selva del Congo, sirvieron para crear
armas de destrucción masiva, pero también tuvieron otras aplicaciones. Los
materiales radioactivos se utilizaron para datar la edad del planeta con precisión.
En 1911, Arthur Holmes, un estudiante de geología británico de tan solo 21 años y

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de gran talento, utilizó la radiación para un asombroso estudio que reveló un
maravilloso conocimiento sobre la edad de la Tierra. A partir de las conclusiones
de sus experimentos, los geólogos ya no contarían la edad del planeta en miles de
años sino en miles de millones. Su estudio de medición radiométrica se basaba en
el elemento químico radioactivo Uranio, que al igual que los elementos con
número atómico mayor que el Hiero, se origina en el espacio sideral justo en las
explosiones de nebulosas. El fundamento utilizado era sencillo: los restos de
Uranio, descubierto en rocas de todo el planeta, se desintegra al emitir partículas
radioactivas dando lugar a otro elemento, el Plomo. Esa desintegración, también
llamada decaimiento, del Uranio a Plomo, es siempre constante en el tiempo y
lleva cientos de millones de años. Calculando la cantidad de Uranio y Plomo en las
rocas encontradas en sus viajes de campo, Holmes podía calcular con precisión el
tiempo que había transcurrido en una roca, a través de la proporción entre Uranio
y el Plomo transformado. Él se empeñó, a lo largo de su vida, en recolectar rocas
de todas partes del planeta para realizar esta medida. La primera estimación que
realizó resultó en mil millones de años, la siguiente de tres mil millones de años y
la última en cuatro mil quinientos millones de años. Siguió repitiendo sus
dataciones, confirmando esta última cifra. Hoy en día esta fecha sigue vigente
como la más aproximada y es conocida por los especialistas como tiempo
profundo.

A partir de entonces se realizarían cientos de repeticiones, mejorando la técnica y


corroborando el resultado. Este hecho llevó a los científicos a considerar la
verdadera edad de nuestro planeta y a partir de eso ya no enfocarse en la
pregunta sobre su edad, sino en su formación. ¿Cómo, entonces, se había
formado la Tierra? Y ¿Qué cambios habrían ocurrido para llevarla a su forma y
apariencia actual?

Una pregunta que surgió entonces, y que aún sigue sin contestarse es ¿De dónde
provino toda el agua encontrada hoy en día sobre la superficie de nuestro planeta?
Como se comentó en el capítulo anterior, algunas teorías arguyen que los
meteoritos pudieron jugar un papel crucial, pues mientras que la Tierra se
enfriaba, miles de meteoritos seguían impactando en su superficie. Todos esos
meteoritos, traían consigo algo más que explosiones y colisiones, en su interior
contenían pequeños y diminutos cristales con partículas de agua encapsuladas.
Hoy es aceptada la teoría de que el agua en la Tierra fue traída del espacio por
estos meteoritos, los cuales al fundirse liberaban estas partículas que iban
acumulándose en la superficie, quizá en un inicio como vapor de agua, pero
posteriormente como agua líquida a partir del enfriamiento gradual a través del
mayor diluvio que ha sufrido la Tierra, en un proceso que llevó millones y millones
de años. No obstante, la mayoría de los científicos cree que este proceso no pudo

35
ser el único culpable de la gran cantidad de agua sobre la Tierra, por lo que aún
quedan dudas sobre el origen de la enorme cantidad. Eso fue hace 4,100 millones
de años, la Tierra tenía 500 millones y era un mundo en su mayoría acuático. Más
del 90% de su superficie se había convertido en un inmenso océano, con
pequeñas islas volcánicas asomando entre las enormes olas. Las aguas de ese
entonces debieron ser ricas en Hierro, elemento rico en las rocas. Ese elemento
daba a las aguas un color verde aceituna, mientras que la densa atmosfera
contenía enormes cantidades de Dióxido de Carbono (CO2), lo cual le daba a la
atmosfera un color rojizo, muy similar a la atmosfera actual de Marte. La
temperatura entonces era de aproximadamente 90°C, haciendo una ambiente
tóxico e inhabitable.

Evidencias de algunos de los primeros cambios que sufrió la Tierra pueden


encontrarse en el este de África, donde se observan rocas formadas por lavas
almohadilladas, datadas en aproximadamente 3,500 millones de años. Estas rocas
nos hacen ver lo que pudo haber sucedido años atrás, durante el enfriamiento de
la tierra, el cual debió haber sucedido hace unos 4,400 millones de años, justo
cuando el planeta tendría aproximadamente 200 millones de años. En aquel
tiempo, la Tierra hacía honor a su nombre, pues aunque se cree que ya existía el
agua sobre la superficie, la mayor parte de ella mostraba una costra de roca
oscura volcánica. Ninguna de las rocas de aquel tiempo ha llegado hasta nuestros
días, pero sí diminutos cristales de circón. El circón con contenido de Uranio, es
uno de los cristales que ayudan a datar la edad de la Tierra. Esos mismos cristales
también pueden almacenar hasta ahora pequeñas trazas de moléculas de agua.

Cuando la Tierra tenía poco más de 1,000 millones de años, una roca más dura, el
granito, empezaba a florecer a partir de las presiones enormes debajo de la
superficie, formando los primeros continentes. Muestras de estas rocas pueden
encontrarse en Barberton, en la zona sur del continente africano, en yacimientos
de 3,500 millones de años. Este núcleo de roca primitiva es lo que se conoce
actualmente como el cratón de Kaapvaal, que es una colosal masa de granito que
devela rocas muy antiguas.

La formación de estos continentes, crearía las condiciones adecuadas para


establecer aguas poco profundas, calentadas por los rayos solares, las cuales en
conjunto con las numerosas chimeneas acuáticas producidas por la continua
actividad volcánica, ayudarían a generar los primeros brotes del sublime fenómeno
de la vida.

La vida es un milagro, su origen sigue siendo un misterio, sin embargo, se cree


que la vida, en su forma primitiva y unicelular, tuvo su origen en los primeros

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océanos, en las profundidades, bajo las olas, a partir del calor producido de las
chimeneas volcánicas, alimentada de los elementos presentes en esos ambientes.

La vida es un proceso complejo, para hablar de su origen debemos enfocarnos en


las formas más simples de su expresión, que a pesar de ser simple en su
estructura, sigue siendo compleja en su organización. Podemos enfocarnos en los
organismos microscópicos, en los microbios, organismos unicelulares que están
compuestos por una sola célula la cual resulta similar a una pequeña ciudad con
todos sus servicios, dentro de ella tiene organelos que fungen algunos como las
plantas de generación de energía, otros como los almacenes de alimentación,
otros como los tiraderos y desde luego, también su sistema de limpieza urbana.
Todos esos organelos están formados por macromoléculas, compuestos grandes
de uniones complejas o simples, entre las cuales se encuentra el Ácido
Desoxirribonucleico o ADN y el Ácido Ribonucleico o ARN. Estas macromoléculas
a su vez están formadas en su mayoría de solo cuatro tipos de moléculas más
pequeñas, las cuales son las letras con las cuales están formadas las palabras e
instrucciones de lo que somos. Cada palabra significa una instrucción, un gen y
los genes son los que nos hacen. No obstante, hasta hoy en día se considera a la
célula la unidad funcional y estructural de la vida, capaz de nacer, crecer,
reproducirse y morir.

Hablar de las biomoléculas es introducirnos en otro viaje para descubrir todo un


universo microscópico, increíblemente sorprendente y casi mágico, el cual, al igual
que todo nuestro conocimiento ha tenido su origen en ideas erróneas y
experimentos fallidos, que han construido toda una biblioteca de información que
podemos entender ahora como cierta y confiable. Aquí solo resaltaremos que la
gran cualidad de estas moléculas exponentes de las vida, el ARN, ADN y algunas
proteínas, lo que realmente las hace únicas y excluyentes de la materia inanimada
es la propiedad de autoreplicarse, de autoperpetuarse. Ninguna otra estructura
molecular tiene tal organización y tal exclusividad de la autoperpetuación, más que
las moléculas que hacen a la vida. Estas moléculas son las que se cree pudieron
haberse formado bajo las condiciones adecuadas, hace miles de años en la Tierra,
condiciones que hasta ahora no se han podido igualar, del todo, pues
experimentos han mostrado que algunas biomoléculas, proteínas y aminoácidos,
pudieron haberse formado a partir de condiciones especiales.

La idea que de la vida pudo haber tenido su origen en los mares primitivos hace
millones de años, cuando la Tierra aún estaba en formación, fue primeramente
dada a conocer por el biólogo y bioquímico ruso Alexander Ivánovich Oparin, allá
por 1924. En su teoría sobre El origen de la vida, Oparin proponía que la vida
pudo haberse originado en los océanos de la Tierra primitiva, mejor conocido
como caldo primigenio, en donde pudieron sintetizarse las biomoleculas

37
precursoras bajo las condiciones fisicoquímicas existentes hace 3500 millones de
años. Esta idea revolucionaria, no fue una elucubración fantasiosa, sino que tenía
un gran respaldo científico. Gracias a sus estudios en astronomía, Oparin sabía
que en la atmósfera del Sol, de Júpiter y de otros cuerpos celestes, elementos
como el Carbono, Hidrógeno, Nitrógeno y el Oxígeno, promueven la generación de
compuestos orgánicos como el metano y el amoniaco, formadores de las
moléculas estructurales de la vida, por lo que supuso que bajo las condiciones
adecuadas en la Tierra primitiva, estas moléculas pudieron haber sido generadas.
Pero eso fue sólo una idea.

No fue hasta 1950, que en un laboratorio de la Universidad de Chicago, E.U., dos


científicos concretaran esa idea. Ellos mezclaron gases y aguas similares a los
que había en la Tierra primitiva y suministraron energía con dos electrodos,
simulando los relámpagos, para ver si podían crear la materia prima de la vida.
Pero ¿de qué estaba hecha la atmosfera primigenia? ¿acaso de aire corriente? Si
se hubiera empezado ese experimento con los gases de la atmosfera actual, el
experimento hubiera sido un decepcionante fracaso, en lugar de hacer proteínas y
ácidos nucleicos, lo único que hubieran obtenido hubiera sido smog, niebla negra.
Un paso hacia equivocado, pues resulta que el aire actual contiene oxígeno
molecular (O2), pero el oxígeno lo producen las plantas y evidentemente no había
plantas antes del origen de la vida. Así que ellos no utilizaron oxígeno en esos
experimentos porque no había oxígeno en la atmosfera primigenia. El cosmos esta
hecho principalmente de Hidrogeno, y en la Tierra, la mayor parte de nuestro
Hidrógeno gaseoso original se ha perdido en el espacio debido a la baja gravedad,
sin embargo hace 4,500 millones de años nuestra atmosfera estaba llena de
gases ricos en Hidrógeno, metano, amoniaco y vapor de agua, estos son los
gases que se debían utilizar para simular la atmósfera primitiva. Con mucho
cuidado para asegurar la pureza de estos gases, esos dos científicos, Stanley
Miller y Harol Cleyton Urey los extrajeron de sus matraces. Ellos introdujeron los
gases de partida en una vasija grande de reacción y aplicaron luz UV a esta
mezcla simulando el Sol primitivo. Después de unas horas de producirse chispas,
de intensa radiación, de calentamiento del caldo nutritivo que simulaba el caldo
primitivo, en el interior de la vasija de reacción aparecieron unas bandas de un
extraño pigmento marrón que resultaba ser una rica colección de complejas
moléculas orgánicas, incluyendo bloques que forman las proteínas y los ácido
nucleicos que constituyen al ADN y ARN. Este magnífico experimento mostró que
bajo condiciones idóneas, los elementos y compuestos se ensamblaban
espontáneamente en moléculas complejas que hasta ese momento se creía sólo
podían ser formadas por los organismos con vida. En esos matraces estaban la
notas de la música de la vida, aunque no la propia música todavía. Hasta hoy en
día este experimento se ha realizado cientos de veces, observando además que

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estos ácidos nucleicos incluso pueden producir copias idénticas de sí mismos, es
decir, auto replicarse, característica también del ADN y ARN. ¿Son muestras de
vida lo que los científicos han creado en sus matraces? Desde luego que no, y
quizá estemos muy lejos aún de obtener algo similar, pero estos experimentos nos
han mostrado un camino por el cual posiblemente evolucionó la vida, a partir de
diminutas moléculas que se fueron organizando y autorreplicando, formando
moléculas más complejas, que al unirse entre ellas y con otras, pudieron haber
formado estructuras todavía más complejas, quizá parecidos a micelas u
organelos primitivos. Esa pudo haber sido el inicio de las primeras células
procariontes, o sin núcleo definido. Después de miles de años, esas células
pudieron incorporar otros microbios de vida libre, dando así un gran salto en la
evolución de las células eucariontes o con núcleo verdadero. Este proceso de
incorporación de células de vida libre en otras que pudieron ser estables es una
teoría que propuso Lynn Margulis durante la segunda mitad del siglo XX, conocida
como Endosimbiosis seriada.

Poco a poco esas formas de vida se harían más complejas, crecerían en tamaño,
de forma, de hábitos, de hábitat y ascenderías hacia la superficie terrestre, a
aguas poco profundas y radiadas por calor y radiación solar. En estos sitios de
aguas someras se desarrollaría una de las formas de vida que cambiarían la faz
de la Tierra: los estromatolitos. Estos microorganismos pueden encontrarse hasta
hoy en día en varias costas y humedales como Cuatro Cienegas, en nuestro país
o en la bahía Shark del continente australiano, no obstante, nadie se percató de
estas sorprendentes y primitivas formas de vida sino hasta la década de los 90s,
cuando el geólogo australiano Phillip Playford, quien fue el primer hombre en
investigar cómo se forman estas estructuras, las observó en Australia. Él encontró
que estas estructuras son formadas por microorganismos microscópicos que fijan
grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) usando la energía solar y
liberando el oxígeno a la atmosfera y desechando el carbono en estructuras que
se van formando en capas año con año. Estos descubrimientos resultaron de
interés para otros investigadores, quienes descubrieron estructuras fósiles de
estos microorganismos, los cuales databan de 3,500 millones de años atrás con la
misma técnica de radiocarbono, descrita antes. Por ser esta cifra la datada más
antigua en evidencias fósiles, se ha establecido como la fecha aproximada de
aparición de los primeros organismos vivos de nuestro planeta.

Los registros de rocas de hace 2,000 millones de años, muestran que los
estromatolitos florecían por todo el planeta, que todas las playas estaban
ocupadas por estos organismos vivos. Por tanto, es consecuente pensar, que
gracias a la fotosíntesis realizada por estos microorganismos se generó una
atmosfera rica en oxigeno sobre la Tierra. En un principio, este gas se absorbía en

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los océanos, donde oxidaba millones de toneladas de hierro, pero con el tiempo se
fue acumulando en la atmosfera transformando la apariencia del planeta. Después
de casi dos mil millones de oxigenación el planeta se volvería azul, pues las aguas
se tornarían de ese color, y el aire se habría limpió, para fortuna de todos
nosotros, los organismos aerobios. Hoy en día, pueden encontrarse yacimientos
profundos de hierro en la superficie, el cual es extraído a toneladas en minas a
cielo abierto en todo el mundo para la producción de acero que da lugar a los
enormes esqueletos que forman los rascacielos de las principales ciudades.
Además, el hierro es el elemento más abundante en la corteza terrestre.

No obstante, y aunque el planeta de ese entonces ya lucía como ahora luce, aún
no terminaban de ocurrir enormes cambios y catástrofes que seguirían moldeando
su superficie. Hace 1500 millones de años, el planeta Tierra tenía casi 3,000
millones de años, los océanos ya se habían teñido de azul, y sobre la superficie se
mostraban grandes regiones de tierra emergida, pero su extensión no había
terminado. Bajo los mares, se daban grandes movimientos que generarían
mayores afloramientos de tierras y sobre todo más movimiento.

Hasta los años de 1960, la tectónica de placas, era una ciencia revolucionaria,
hasta ese momento la creencia de las personas era que los continentes
permanecían estáticos, quietos y que así habían permanecido desde siempre,
algo que iba de la mano con la idea del universo estático. El origen de novedosas
ideas fue el resultado de diversos descubrimientos fósiles que parecían coincidir a
ambos lados de los océanos, tanto en el viejo como en el nuevo mundo. Un
ejemplo de ello fueron los trilobites del genero Paradoxides, un organismo hasta
entonces misterioso y paradójico por su distribución, pues habían sido
encontrados tanto en la región del este de Norteamérica, así como en la Gran
Bretaña. Los geólogos, desconcertados, no encontraban ninguna explicación
coherente que diera luz a esta misteriosa distribución, pues los Paradoxiles que
vivían en aguas someras, de ninguna forma pudieron haber cruzado el inmenso
mar. Aunado a esto, estos no eran los únicos fósiles con esta extraña distribución
espacial intercontinental, habían sido encontrados fósiles de decenas de criaturas
similares con esa característica. Fue hasta 1912 que surgiría una novedosa teoría
que daría una luz a las tinieblas y pondría a tambalear los fundamentos de las
ciencias de la Tierra. Provino de un meteorólogo alemán, Alfred Wegener, quien
había pasado muchos años en Groenlandia, donde investigaba factores
meteorológicos regionales, a pesar de que siempre tenía en mente la fascinación
geológica de los fósiles. Él afirmó audazmente que tenía la respuesta ante sí
sobre la distribución biogeográfica de esos fósiles similares. El basó sus teorías en
lo evidente, observó que la costa oeste de Sudamérica y la costa este de África
encajaban de alguna forma. Desde siempre y hasta entonces, esas formas

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caprichosas de los continentes no habían sido consideradas más que simples
coincidencias sin sentido, de hecho, a muchos niños que notaban esas
posibilidades se les decía que se equivocaban. A pesar de ello, Wegener,
afirmaba que los continentes sí habían estado unidos y que desde tiempo atrás se
habían estado separando. Sus investigaciones en Groenlandia lo convencieron de
que la deriva continental era posible. Estas afirmaciones quizá las había formulado
a través de la observación de los tímpanos de hielo que se fragmentaban y se
separaban de los enormes glaciares en aquel sitio.

Pero los científicos de la época se mostraban muy reacios a aceptar las teorías
revolucionarias de un simple meteorólogo. Nuevamente entraba en juego el ego
de los científicos quienes rechazaron por completo lo que Wegener afirmaba.
Además, parecía prácticamente imposible que un continente, una enorme masa
de tierra pudiera moverse hasta el otro extremo del globo terrestre. Wegener luchó
toda su vida para conseguir pruebas de su teoría, sin embargo, lo sorprendió la
muerte en una de sus expediciones a Groenlandia, en 1830, cuando se perdió
trágicamente en una tormenta de nieve. Wegener murió, pero su teoría sobre la
deriva continental siguió avanzando.

El momento decisivo se dio a inicios de los años 40, cuando la marina de los
Estados Unidos realizó un mapa mundial de los suelos oceánicos destinado para
los submarinos que eran utilizados durante la Segunda Guerra Mundial. Este
mapa desveló uno de los mayores secretos de la Tierra, la red de montañas,
grietas volcánicas y fosas submarinas que dividían el planeta en grandes placas
de corteza. Estas placas darían lugar a una nueva ciencia conocida como la
tectónica de placas. Hoy en día están bien registradas estas grietas y cualquiera
puede observarlas en mapas digitales que son mostradas comúnmente en
internet. Estas grietas y fosas pronto explicarían la deriva de los continentes,
dándole razón a las afirmaciones de Wegener, demostrando que los suelos
oceánicos están en constante movimiento y evolución.

La tectónica de placas se basa totalmente en la destrucción de lo viejo y la


creación de lo nuevo, en el reciclamiento de la corteza terrestre. A gran
profundidad bajo la superficie de la Tierra, el manto rocoso se mueve
continuamente en círculos, dirigidos por las corrientes de convección de calor
generadas en el interior del planeta. En los sitios donde estas corrientes ascienden
hasta la superficie las placas se alejan entre sí dejando grietas a su paso, en el
espacio que dejan se forma nueva corteza marina. Donde las corrientes del manto
descienden, arrastran la vieja placa oceánica con ella hacia el interior de la Tierra,
muchas veces abultando las placas y formando montañas a su paso. Cuando las
placas se mueven se friccionan produciéndose así los terremotos. Cuando los
epicentros se dan en el mar, los movimientos de las cortezas marinas generan

41
maremotos, ondas en el agua que pueden expresarse en tierra como enormes
tsunamis. Estos fenómenos ocurren con mucha frecuencia en las islas de
Indonesia y Japón, debido a la constante fricción entre las placas indo australiana
y euroasiática, las mismas que han levántalo el monte más alto del planeta, el
Everest.

El proceso de creación de los continentes es continuo y puede observarse en la


actualidad en una isla rocosa en medio del Atlántico, justo en Islandia. Esta isla se
encuentra en el dorsal meso atlántico, una cordillera de montañas volcánicas
submarinas de 16 mil kilómetros de largo que señala una de las grietas más
profundas de la corteza terrestre. Islandia es una de las cimas de esa cadena
montañosa, un enorme volcán situado sobre ellas. Estos procesos colaboran a su
vez a la expansión del océano Atlántico. En particular, un tipo de erupción
volcánica producida en Islandia, confirma el proceso de la tectónica de placas,
esta es una erupción fisurar, un muro de fuego que puede alcanzar los 40
kilómetros de largo y arrojar lava a unos cuantos cientos de metros de altura.
Estas fisuras marcan el trayecto del límite que da forma a la placa del Atlántico por
toda la isla, desde el noreste al suroeste se pueden ver los restos de estas
erupciones fisurales, macando el paisaje rocoso con pequeños cañones con poca
profundidad. Estos cañones amplían muy lentamente la superficie de la isla,
convirtiendo a Islandia en un país en continua expansión terrestre natural. En su
base se crea nueva corteza que separa cada vez más Europa de América, a una
velocidad de 2.5 cm por año, casi la misma velocidad en la que crecen nuestras
uñas; lo que es lo mismo que decir que en una vida humana, Europa y América se
separarán aproximadamente una distancia de 1.85 metros. Pero en millones de
años, esta velocidad bastó para separar estos continentes miles de kilómetros.

Utilizando la tectónica de placas como guía, los geólogos han reconstruido la


epopeya de los movimientos continentales desde el principio. Las muestras
obtenidas de las márgenes continentales actuales les han permitido comparar
fósiles y microfósiles e identificar los distintos tipos de rocas primitivas para
reconstruir la posición original de los continentes. Algunos de ellos están
convencidos de conocer el movimiento de los continentes desde hace más de mil
millones de años, y hasta un periodo de choque de los continentes ocurrido hace
aproximadamente mil quinientos millones de años. Conforme los océanos que los
separaban disminuían, las enormes masas de tierra se unieron en un súper
continente conocido como Rodinia. Se cree que hace aproximadamente mil
millones de años, Canadá y los Estados Unidos formaban el corazón de ese súper
continente y los demás continentes se agrupaban a su alrededor. Pero Rodinia no
era como ninguno de los continentes actuales, era un lugar desolado y sin vida,
algo muy similar a un desierto rocoso, sin plantas, con un suelo yermo. No

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obstante estas condiciones tendrían un efecto crucial en la vida de los océanos.
En las aguas oxigenadas y someras crecerían formas de vida primitivas junto con
los estromatolitos. Pero el enorme súper continente estaba a punto de producir en
ellos un tremendo impacto. Hace aproximadamente 700 millones de años, Rodinia
desencadenaría lo que hoy conocemos como la glaciación global, la mayor helada
que el mundo jamás haya conocido. Esa gran glaciación fue ocasionada debido a
que, por esos tiempos, la posición de ese súper continente bloqueaba las
corrientes que llevaban aguas cálidas desde el ecuador hasta los polos. Sin ese
calor, las regiones polares se helaron, el hielo que surgió reflejaban la mayor parte
de los rayos solares y en un catastrófico efecto de bola de nieve, las temperaturas
cayeron aún más, y el hielo avanzó hasta cubrir la tierra, fue todo un ciclo de
enfriamiento de la superficie terrestre que terminó con su congelación. La
temperaturas de la superficie cayeron hasta los 40° centígrados bajo cero, los
océanos estaban cubiertos por una gruesa capa de hielo de casi 1.5 kilómetros de
espesor. Las únicas criaturas de vida existentes eran bacterias y algas marinas,
las cuales quedaron atrapadas debajo, el resultado fue desastroso, la mayoría de
las primitivas formas de vida que habían evolucionado hasta entonces se
extinguieron. El planeta entero se moría.

Tuvieron que pasar 50 millones de años, para que cambios se dieran en la


superficie de la Tierra y para fortuna de los organismos vivos que pudieron
sobrevivir. Por debajo de la gruesa capa de hielo que cubría la Tierra, el planeta
volvió a convertirse en un caos. Inmensas erupciones volcánicas empezaron a
cuartear la superficie de Rodinia, destruyéndola. La acumulación de calor en la
base del súper continente sería la fuente de su destrucción, pues fue como cubrir
un pastel en cocimiento con un papel aluminio, la enorme cantidad de calor que se
generaba en el interior con el tiempo terminaría por romperlo. Ese evento liberó
una enorme cantidad de calor a la superficie de la Tierra lo cual produciría el fin de
la gran glaciación global. Cuando Rodinia se fragmentó, hace aproximadamente
630 millones de años, el dióxido de carbono expulsado de las erupciones creó un
efecto invernadero temporal derritiendo poco a poco las capas de hielo. Pronto el
súper continente se habría separado en fragmentos gigantescos, y el dominio del
hielo sobre la Tierra, había llegado a su fin.

Durante el despertar de Rodinia, se crearon mares poco profundos y el nivel de


oxigeno aumentó. Los organismos vivos sobrevivientes podrían dar su próximo
gran paso adelante, se harían más complejos y mucho más peligrosos. Esto
ocurriría en lo que hoy conocemos como la explosión del cámbrico, la cual esta
descrita por evidencias fósiles que muestran una gran cantidad de formas de vida
que prosperaron como resultado de una de las mayores cantidades de oxigeno
alcanzadas en la atmósfera de la Tierra. Estos nuevos seres serían distintos a

43
todos los anteriores. Las montañas rocosas canadienses albergan un registro
poco común de este suceso clave de la evolución de la vida, el esquisto de
Burgess. En ese lugar se han encontrado una gran riqueza de fósiles que han
abierto una ventana al mundo de hace 500 millones de años. Este sitio fue
descubierto en 1909 por Charles Walcott, presidente en ese entonces del Instituto
Smithsoniano y reconocido paleontólogo. Él, a menudo con ayuda de su familia,
llegaría a extraer más de 60 mil fósiles, y después de él se han extraído 100 mil
más de esta cantera de increíble riqueza. Estos miles de fósiles encontrados allí,
revelan que hace 500 millones de años la vida explotó en una diversidad y en una
riqueza asombrosas. Allí se han encontrado, por ejemplo, fósiles de Anomalocaris,
un extraño animal de aproximadamente un metro de longitud que eran los
Tiranosaurios Rex marinos del Cámbrico. Durante este periodo, las aguas
superficiales, ricas en oxígeno, estaban llenas de diversos organismos complejos,
y algunos de ellos no sólo se alimentaban de plantas, sino también de otros
animales. Se estima que durante este periodo geológico de la Tierra existieron
más especies de organismos vivientes que en el resto de toda la historia de la vida
en la Tierra. También se cree que el porcentaje de organismos vivos que
actualmente existen en todo el planeta corresponde sólo al 1% de todas las
especies que han existido. Desde entonces, en una competencia biológica que
guiaba su evolución, las especies serían cada vez más complejas, desarrollarían
caparazones, esqueletos, ojos y dientes; la selección natural generaría nuevos
modelos de seres vivos. Después de 3 mil millones de años desde las primeras
formas de vida, los animales modernos aparecerían en la Tierra.

Pero la vida y la superficie de la Tierra han evolucionado siempre juntas, el


elevado nivel de oxigeno que había desencadenado la explosión de vida en los
mares, también modifico la atmósfera. En los siguientes cien millones de años la
concentración de oxígeno alcanzaría los niveles actuales, por desgracia cada vez
más reducidos debido a la actual industrialización. El nivel de oxigeno llegaría a un
nivel lo bastante denso que permitiría que se formase una capa de ozono (O3) en
la capa superior de la atmosfera, la cual permitiría a ciertas formas de vida
explorar y al final conquistar la tierra sin el peligro de los rayos ultravioleta letales
del Sol. Desde ese momento y hasta ahora, esa milagrosa capa de ozono sigue
protegiendo a toda forma de vida sobre la faz de la Tierra, aunque hace unos
cuantos años se mantuvo un peligrosos agujero en el hemisferio sur que al fin
logro cerrarse nuevamente después de que por iniciativa de la ONU se prohibiera
el uso de los productos clorofluorocarbonados (CFC), causantes de tal desgracia.

Hace 400 millones de años, la Tierra tenía más de 4 mil millones de años de edad
y en los próximos cien millones de años los continentes volverían a unirse y esta
vez, gracias a la capa de ozono, los seres vivos podrían extenderse por toda la

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superficie sin riesgo y habitarla definitivamente. A las orillas y hacia dentro de los
continentes, vastos territorios pantanosos se extendían, durante el periodo
llamado Carbonífero, caracterizado por la presencia de grandes plantas que
alcanzaban hasta 20 metros de altura, formando densos bosques, con humedades
muy típicos, parecidos a las zonas tropicales actuales. Estos densos bosques
húmedos cubrirían la superficie de la Tierra por los siguientes 60 millones de años.
Prueba de ello puede hallarse en todos los continentes en forma de carbón, el cual
utilizamos hoy en día como combustible. Este carbón se formó de la acumulación
de la materia orgánica a lo largo de millones de años, la mayor parte de la cual
existió hace menos de 300 millones de años. El carbón se formó gracias a la
peculiar manera de descomposición de la materia orgánica en los pantanos, ya
que el agua dulce impide que los restos vegetales se descompongan rápidamente
provocando su acumulación.

Conforme las plantas muertas se transformaban en carbón en la tierra, en las


aguas poco profundas que rodeaban los continentes se acumulaban millones de
generaciones de organismos muertos que se convertirían en otros combustibles
fósiles: petróleo y gas. Cada año, la humanidad extrae casi 5 mil megatones de
carbón, 30 mil millones de barriles de petróleo y 3 billones de metros cúbicos de
gas. Este fértil periodo de la historia, nos ha proporcionado la mayor parte de la
energía que utilizamos en la actualidad. Sin ella, quizá la revolución industrial
nunca se hubiese producido y nuestro avance tecnológico no sería como lo
conocemos.

Pero hace 300 millones de años, las plantas no eran las únicas que daban un
nuevo aspecto a los continentes, con el paso del tiempo, primero anfibios
intrépidos, después reptiles y al final insectos enormes se generarían en la
superficie. El planeta Tierra tenía más de 4,250 millones de años para entonces, y
la superficie albergaba una biosfera totalmente nueva: mil pies de casi un metro en
tierra, libélulas de más de metro y medio en el aire y aligátores primitivos y
enormes rondando las aguas poco profundas. Para nosotros hoy en día, aquel
sería un mundo de ciencia ficción y de terror.

Pero no duraría mucho esta bonanza de vida, pues los habitantes de ese tiempo
estaban a punto de vivir una nueva catástrofe, el infierno en la Tierra. Hace
aproximadamente 250 millones de años, ocurriría una de las mayores actividades
volcánicas en todos los continentes que terminarían por extinguir, nuevamente, a
la gran mayoría de los organismos vivientes que habían prosperado hasta
entonces. Ocurrió en lo que hoy en día es Siberia, donde un cumulo de magma
emergió hacia la corteza terrestre generando una marisma de lava en un evento
poco frecuente, que hasta ahora nadie sabe por qué se ocasionan. Estas
erupciones continuaron durante más de un millón de años, arrojaron más de 4

45
millones de kilómetros cúbicos de roca fundida, suficiente para enterrar el territorio
actual de los Estados Unidos bajo una capa de 300 metros de espesor. El planeta
entero se cubrió de nubes de gas tóxico, y así la mayoría de las especies
biológicas no pudieron soportarlo, más del 95% de ellas se extinguieron. Fue el
mayor cataclismo que el planeta haya vivido, dejando un mundo totalmente
cambiado, dominado por un súper continente, conocido ahora con el nombre de
Pangea.

Posterior a ello, hace 240 millones de años, el clima seguía cambiando, el oxígeno
y el dióxido de carbono alcanzarían niveles desconocidos hasta entonces y los
animales que habían sobrevivido a la extinción, seguirían adaptándose para
evolucionar y convertirse en las criaturas más famosas que hayan caminado sobre
la Tierra, los magníficos dinosaurios. Resulta sorprendente pensar en el tiempo de
permanencia de estas criaturas sobre el planeta, pues casi un tercio de la vida de
la Tierra ha estado dominada por ellas, este planeta ha sido realmente el planeta
de los dinosaurios.

El primer registro de un fósil de dinosaurio descubierto, fue en Inglaterra por una


joven de nombre Mariel Mantel en 1822. Su marido, el doctor Diriot Mantel sintió
curiosidad y se propuso investigar a qué tipo de criatura pertenecía. Por ese
tiempo, se creía que muchos de los enormes huesos encontrados sobre la
superficie habían pertenecido a enormes gigantes antropomorfos, a muchos de los
cuales les daban el nombre de Titanes y en algunos casos se relacionaban con los
gigantes descritos en la Biblia. Sin embargo, el Doctor Mantel, fiel al rigor científico
fue más allá y quiso dar a aquel fósil una mejor explicación. Tras mucho comparar
la anatomía de diferentes animales, concluyó que se trataba del diente de un
lagarto gigantesco y llamó a la bestia “iguanadón” porque pensó que el animal al
que debió pertenecer pudo parecer una iguana. En las siguientes décadas, se
desenterraron más huesos enormes por toda Europa y Estados Unidos y dado su
parecido con los lagartos actuales, se les bautizo con el nombre de dinosaurios
que significa lagartos terribles. No obstante el gran parecido, muchos
paleontólogos actuales, creen que el gran tamaño de los dinosaurios hace ver que
los dinosaurios no eran realmente animales de sangre fría, como los lagartos
actuales, sino que más bien eran animales de sangre templada. Esto les
proporcionaba tanto las ventajas de los animales de sangre fría, como las de la
sangre caliente de los mamíferos. De esta forma, podían mantenerse activos y
conseguir alimento durante todo el año y así dedicaban una gran cantidad del
alimento que ingerirían para crecer y así no solamente limitarse a generar calor.
Otra razón de su gran tamaño, también se piensa, pudo haber sido la sofocante
cantidad de oxígeno presente en la atmósfera durante aquel tiempo, un entorno
causado por el impetuoso vulcanismo.

46
Hace unos 180 millones de años, un nuevo aumento de la actividad volcánica
desgarró el súper continente y cada uno de los fragmentos empezó a separarse
dirigiéndose al lugar donde actualmente se encuentran. Sudamérica,
Norteamérica, Europa y África, siguieron caminos diferentes. Pangea dejó de
existir. Sin embargo, los dinosaurios se movieron sobre todos esos nuevos
continentes y el cálido y húmedo clima de entonces era un ambiente benigno para
ellos, acontecía un calentamiento global descontrolado. Los niveles de CO 2
aumentaron más de un 500% y las temperaturas se elevaron. Esto permitió la
extensión de enormes coberturas de bosques tropicales en varios de los
continentes. Todo ello propició que hubiera abundante alimento para los
dinosaurios y que cada uno de ellos se especializara en determinadas hojas o
especies arbóreas. Sin embargo, a pesar del enorme tamaño que alcanzaron
estos animales y su enorme diversidad, no estarían preparados para lo que estaría
a punto de ocurrir. Su tiempo en la Tierra acabaría con una devastación repentina
e imparable.

Hace 65 millones de años, los dinosaurios desaparecieron del registro fósil, junto
con casi el 65% de la diversidad de vida existente entonces. Las extinciones
masivas se han dado en repetidas ocasiones, y las causas de ésta en particular,
fue todo un misterio para los paleontólogos durante muchos años, hasta que en
Colorado, en 1980, Luis y Walter Alvares, encontraron una pista. En sus
estudios de campo, ellos identificaron un patrón de un elemento poco común en
varias partes del planeta, ese elemento es el iridio. La mayor parte de este
elemento sobre la superficie de la Tierra proviene de rocas del espacio, de la
multitud de pequeños meteoritos que se desintegran en la parte más alta de la
atmosfera cuando se dirigen a nuestro planeta y de polvo espacial. Cuando los
Alvares observaron que los últimos registros fósiles coincidían con la capa de iridio
presente sobre la superficie, propusieron una teoría revolucionaria para la
extinción de los dinosaurios, que la terrible muerte y extinción de los dinosaurios
había sido provocada por un meteorito de más de 9km de diámetro que habría
impactado sobre la superficie. La polémica sobre esta teoría duraría más de una
década, mientras se generaban otras teorías que decían que esa extinción pudo
haber sido producida por una explosión de una supernova cercana, cuya radiación
había llegado a la Tierra y matado a los dinosaurios, además de dejar ese registro
de iridio. Sin embargo, el debate terminaría cuando la última pieza de la teoría de
los Alvares fuera descubierta en nuestro país, un cráter oculto en la península de
Yucatán, de más de 160 km de ancho, descubierto en 1990 gracias a imágenes
satelitales, el cual databa de precisamente 65 millones de años. No había duda de
que esos eventos habían estado relacionados.

47
El impacto de un meteorito del tamaño del monte Everest, cruzó la atmosfera a
una velocidad de 20 km por segundo. Debió haber sido un impacto impresionante,
pues varios metros cúbicos de corteza terrestre se evaporaron, se levantaron y
fueron arrojados por la atmósfera para precipitarse por toda la superficie terrestre,
formando una capa fina de ceniza y restos. Hoy en día a este cráter se le conoce
como Chixulub, adoptando el nombre de uno de los poblados de la región.

Pero el meteorito no fue lo único que ocasionó la tremenda destrucción. En la


India se han descubierto inmensos yacimiento de lava que datan de actividades
volcánicas ocurridas al mismo tiempo que ocurrió el impacto. Estas actividades
volcánicas, no obstante, no fueron lo suficientemente grandes como las ocurridas
anteriormente. De esta forma, fue un doble golpe para los dinosaurios, y poco
importa saber cual resultó más demoledor, pues la combinación de ambos
sucesos marcó el fin del dominio de los reptiles. La capa de polvo que cubrió la
parte alta de la atmosfera bloqueo la entrada de la luz de Sol y devastó la vida en
la superficie, pues las plantas murieron y las cadenas alimenticias se rompieron.
La mayoría de los dinosaurios y las formas de vida más grandes presentes en la
superficie, se extinguieron al no tener alimento y con la intoxicación y el nuevo
mundo que vendría sería el mundo de los mamíferos, el de los humanos.

Hace 50 millones de años, la vida se recuperaba lentamente de la terrible


extinción masiva. La Tierra tenía 4,400 millones de años, aproximadamente, pero
sólo ahora empezaban a prosperar los primeros mamíferos, nuestros
antepasados, aquellos que lograron esconderse en las madrigueras debajo del
suelo. Existen registros fósiles de un mamífero conocido como Eomaia, que se
cree perteneció a una especie de mamífero primitiva que le dio origen a los demás
mamíferos, el cual vivió hace 125 millones de años.

Pero mucho antes de la aparición de los humanos, los continentes seguían


moviéndose y chocando entre sí, lenta pero constantemente la distribución de los
continentes empezaba a parecerse a la actual. La tectónica de placas y la erosión
creaban los espectaculares paisajes que vemos hoy. Por ejemplo, algunas de las
cadenas montañosas pueden explicarse por la erupción volcánica de roca de las
profundidades de la Tierra, pero las mayores, como los Alpes Suizos, carecen de
volcanes, parecen haberse elevado de las llanuras como por arte de magia, no
obstante, son explicadas por otros sucesos. Esta cordillera que atraviesa el
corazón de Europa y que se eleva más de 4.8 km sobre el nivel del mar es el
resultado de la colisión de dos continentes, por un lado el africano y por el otro el
europeo, lo cual se piensa ocurrió durante los últimos 45 millones de años,
mientras las placas y subplacas africanas habían empujado a la europea.

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La tectónica de placas ha sido la causa de todas las cadenas montañosas del
planeta. Tras millones de años de crecimiento, lo único que ha impedido que se
sigan elevando inexorablemente ha sido la erosión de la nieve, el viento y la lluvia.
Así, la altura de todas las montañas del planeta depende de estas fuerzas, la
elevación y la erosión. Como regla general, las grietas más profundas y los picos
más altos, son las estructuras geológicas de menor edad encontradas sobre la
superficie, todas ellas se formaron en los últimos 50 millones de años. Pero los
últimos retoques de la superficie, se deben a otras fuerzas de la naturaleza.

Hace 2 millones de años, en el territorio que hoy en día es África, los antepasados
de los hombres daban sus primeros pasos sobre la Tierra. Al mismo tiempo,
enormes glaciares provenientes de los polos terrestres comenzaban a descender
hacia el ecuador, la Tierra estaba a punto se sufrir una nueva glaciación, la última
de ellas hasta ahora. Las grandes heladas se desencadenaron cuando los
grandes volcanes de Panamá se desbordaron, creando las lenguas de tierra que
unen Norteamérica con Sudamérica, alterando radicalmente las corrientes
oceánicas del planeta. Los mares polares se enfriaron notablemente, lo cual causo
un gran descenso de temperatura por todo el globo que señaló el inició de las
glaciaciones que durarían decenas de miles de años. Muchos de estos glaciares
siguen dominando el paisaje hasta hoy en nuestros días, un ejemplo tan sólo es
Islandia, panorama éste repleto de hielo y una eterna blancura que llegan a
temperaturas de -29°C. Estos glaciares, aunque parecen estáticos, nunca dejan
de moverse, desde el momento de su formación en las zonas elevadas de las
montañas, siguen un recorrido con ayuda de la gravedad que los va desplazando
cuan si fueran ríos en cámara muy lenta, a una velocidad de 46 metros por año.

A lo largo y ancho del mundo, existen evidencias del desplazamiento de enormes


glaciares que pulieron inmensos yacimientos rocosos. Estos glaciares fueron
enormes, por ejemplo, en la zona de Manhatan, estos eran de una altura
aproximada del doble de la que tiene el Empire State que es de 443m. Pero
desde entonces, esos glaciares se mantuvieron en constante cambio, creciendo y
menguando a determinado tiempo, hundiendo en cada trayecto la tierra bajo su
inmenso peso. Cuando los últimos glaciares se retiraron, hace aproximadamente
10 mil años, dejaron a su paso paisajes destrozados, grandes depresiones que
formaron enormes lagos, como los Grandes Lagos del norte de los Estados
Unidos. Además, al término de la última glaciación, el clima templado hizo posible
las primeras migraciones humanas entre continentes.

En tan solo una fracción de una fracción del 1% de la historia del planeta, se ha
desarrollado toda la historia de la civilización humana, no obstante, en ese
pequeño, diminuto lapso, hemos transformado este planeta, desde nuestra
perspectiva, nuestros logros son asombrosos. Hoy sabemos demasiado sobre

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nuestro hogar, que se mueve, que no es único, que gira sobre su propio eje cada
23 horas 56 minutos y 4 segundos y alrededor del Sol cada 365 días, que está
constituido de los mismos elementos que el universo, pero aún no es suficiente
para nosotros. La especie humana ha dominado de una manera tecnológica este
mundo a un grado que ninguna otra especia lo ha hecho jamás. Pero lo hemos
hecho en un periodo tan breve, que aún tenemos mucho camino que recorrer.

En los últimos 4,500 millones de años, la Tierra ha realizado un increíble viaje,


durante los eones de su existencia, el entorno planetario ha sufrido enormes
transformaciones y desde la aparición de la vida, estas transformaciones han
ocasionado de muchas maneras, la supervivencia de determinadas especies y la
extinción de otras. Si este turbulento pasado nos dice algo sobre el futuro, es que
la vida, y especialmente los seres humanos, afrontaremos nuevos retos por la
supervivencia, mientras que nuestro planeta continúa su camino con sus
transformaciones. El clima será un reto importante, en el comienzo del siglo XXI
nos preocupa el calentamiento global. Sin embargo, una parte de la comunidad
científica afirma que vivimos en un periodo entre dos glaciaciones, un periodo
extrañamente estable, si lo comparamos con el registro geológico, que ha
propiciado el desarrollo que hemos alcanzado. Y aunque muchas personas
afirman que es nuestra actividad industrial la que está propiciando el
calentamiento global, lo cierto es que, con industria o no, podríamos estar
próximos a presenciar una nueva glaciación en tan sólo 15 mil años, provocada
por la separación de los continentes que mantiene frías las corrientes de agua. En
ese momento, los glaciares se moverán nuevamente hacia el ecuador, las zonas
costeras actuales serán modificadas.

En el futuro, los continentes continuaran moviéndose, y se estima que en


aproximadamente 200 millones de años, los continentes volverán a juntarse,
formando un nuevo súper continente, denominado Pangea última o Neopangea,
cuando primero el mar Mediterráneo y luego el océano Atlántico desaparezcan. La
Tierra vivirá nuevamente un caos total, el clima podría volver a fluctuar,
produciendo alteraciones en la superficie que pudieran ocasionar nuevas
extinciones masivas. Pero todos esos fenómenos no podrán ser comparados con
el trauma que se aproximará después: todo llegará a su fin cuando se detenga en
motor de la tectónica de placas, ya que la habitabilidad del planeta depende en
gran medida de esa energía, y ella no es infinita. La fuerza que ha moldeado la
superficie del planeta Tierra, se terminará algún día, y todo el dinamismo
producido por ella, desaparecerá también. Sin el calor de su centro, es muy
probable que nuestro planeta llegue dentro de aproximadamente 2 millones de
años, a un punto muy similar a su vecino Marte, en donde los océanos
desaparecerán o congelarán y la superficie se convertirá en un desierto inhóspito.

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Nuestro planeta habrá muerto. Pero esto sucederá en un futuro increíblemente
distante.

Durante los próximos mil millones de años, mientras la Tierra continúa con su viaje
épico, algunas formas de vida también continuarán con el suyo. Pero la especie
humana, que lleva poco más de dos millones de años sobre la Tierra y la domina
desde hace solo diez mil años, podría estar en peligro. El entorno se transformará
y podría tornarse a una condición no apta para los humanos, si eso ocurriera en
un futuro lejano, en vez de afrontar la extinción que sufrieron nuestros
predecesores, la tecnología podría permitirnos abandonar este planeta, en busca
de nuevos hogares, otros planetas verdes y azules donde empezar de nuevo,
dejando que el planeta Tierra continúe su asombroso viaje, ya sin nosotros.

51
Origen del hombre y su lugar en el universo.

Continuamos en este fractal, bajando en el nivel espacial pero no por ello en el de


complejidad. Como hemos visto ya, el humano está íntimamente relacionado con
el universo y los procesos que en ocurrieron y siguen ocurriendo, está
íntimamente relacionado con el inició de este planeta Tierra que identificamos
como único por la presencia de vida, pues ya se dijo que el ambiente y la vida han
evolucionado juntos, y lo siguen haciendo. Seguimos nuestro recorrido por una de
las expresiones de este universo, por una de las formas que la evolución del
universo ha generado, no de la nada, ni de un momento a otro, sino a lo largo de
miles, quizá millones de años, pues sabemos ahora que aunque la naturaleza
pudiera hacernos creer que es caótica y sin reglas, azarosa y caprichosa, nuestra
experiencia y el conocimiento recolectado nos ha mostrado que esa idea está
fuera de la realidad, todo es causal, todo tuvo su causa y tendrá su efecto, nada
en este mundo está aislado, todo al parecer esta intrincado en una maraña que
aún no alcanzamos a entender del todo, pero que empezamos a vislumbrar.

El humano es el producto de una evolución biológica y cósmica que empezamos a


investigar desde mucho antes de saber que éramos consientes que lo podíamos
hacer y siguiera de definir claramente ese férreo objetivo. Hoy, empezamos a
incursionar en el mundo interno del humano, no sólo como lo hicieron nuestros
antepasados de siglos atrás, en el conocimiento de los órganos que nos permiten
mantenernos con vida, sino en el mundo mental, en ese que nos ha permitido
quizá involuntariamente o mejor dicho inconscientemente llegar con vida hasta
este momento, pero más aún, al universo mental que nos permite tener la idea de
lo que somos, de nosotros mismos, esa mente que nos resulta un espejo interno y
sobre todo un enorme motor de exploración por el conocimiento, en muchos casos
ya no por la sobrevivencia, sino por la eterna lucha de dejar atrás lo que a mi
parecer resulta el pecado original, la ignorancia.

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¿Qué somos?

Al fin nos vemos al espejo, nos encontramos con nosotros mismo, después de
observar, explorar y dilucidar algunas de las interrogantes sobre nuestro entorno.
Viajamos del universo exterior y vamos hacia el interior, encontrándonos en un
punto de reflexión, en un puerto al que hemos llegado pero que sabemos la
travesía no ha terminado, sino que hay un viaje más que sortear, un viaje hacia la
explicación de lo que somos, o al menos de lo que los estímulos obtenidos por
nuestros sentidos a partir de la exploración de nuestro entorno, han hecho creer
que somos a nuestros cerebros.

Hace 10 millones de años al este del continente africano, existió una madre de la
humanidad, la Eva genética de la que todos descendemos, todos los hombres y
mujeres de la Tierra tenemos parentesco con ella. Sus hijos y sus nietos sacarían
al humano moderno de África para que poblara el resto del mundo, en el viaje más
increíble e importante que realizaría la humanidad. Nosotros somos sus hijos,
tanto si somos bretones, como chinos, indios o africanos, tanto si nuestra piel es
negra, blanca, o tostada, tanto si somos cristianos, judíos, musulmanes o ateos,
todos procedemos de la misma familia. Una multitud de evidencias encontradas
hasta ahora nos muestran esta historia, registros fósiles y nuestra huella genética
la corrobora. Diez millones de años son más de 500 mil generaciones, nuestros
antepasados han transmitido sin descanso su saber a sus hijos para que llegue
hasta nosotros. Hoy la parte de ese saber que llamamos ciencia, nos permite
remontarnos hasta ellos. En este viaje podemos seguir a nuestros ancestros
mientras dejaban la protección de los árboles y se levantaban sobre sus patas
traseras para aventurase hacia un mundo desconocido, superando dificultades,
separándose y tomando caminos distintos para descubrir nuevos territorios.
Podemos en este nuevo y último viaje, darnos cuenta de ¿quiénes somos? y ¿de
dónde procedemos? una de las preguntas más profundas y que más han
inquietado al humano desde que bajamos la cabeza y reconocimos nuestra
imagen en un espejo de agua.

Se cree que existió un gran simio que nació algo distinto a los demás, sus padres
vivían en los árboles desde hace millones de años atrás y fueron nuestros
antepasados pero también los de nuestros primos los chimpancés, los gorilas y
orangutanes, primates todos nosotros. Se alimentaba de hojas y de frutos y
dormía en las copas de los árboles, fuera del alcance de los depredadores que
merodean por el suelo. Pero él no vivirá como ellos, abandonaría los árboles y se
pondría de pie. Guiado por su instinto y por la necesitad, exploraría el mundo de
abajo y descubrirá otra forma de vivir, o al menos otro lugar donde encontrar
alimento, tan escaso en ese sitio. Poco a poco dejaría la familia de los grandes
simios para formar la de los homínidos. Aún no se sabe exactamente cuándo

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apareció este ancestro, pero se conocen algunas de las condiciones previas a su
llegada.

Podemos recapitular, ya hace más de tres mil millones de años que existe la vida
sobre la Tierra, conquistó los continentes hace 500 millones de años, los
dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años y los mamíferos, que son las
formas de vida más elaboradas, se empezaron a multiplicar. De entre ellos, varias
especies de primates vivían en los grandes bosques africanos, al este, estas
poblaciones de monos se vieron atrapadas por un gran acontecimiento geológico.

Hace entre 15 y 18 millones de años, cediendo a la presión de las fuerzas


telúricas, el continente africano quedó partido en dos, las erupciones y sismos
dieron lugar a nuevas montañas, surcando África de norte a sur, de Etiopia a
Mozambique se abrió la inmensa falla del Rift. En el lado oeste de esta falla, una
enorme formación montañosa cortó el paso a las nubes proveniente del atlántico,
por lo que disminuyeron las lluvias en la región del este, y allí, los grandes simios
se encontraban aislados en un área cerrada por ríos, lagos y montañas. A los dos
lados del Rift, la vida tomaría caminos distintos. Para los simios del oeste, la vida
en los bosques continuaría, se convertirían en chimpancés, gorilas y bonobos.
Pero en el este, y más tarde en el norte y en el sur, con la disminución de las
lluvias, desaparecería poco a poco el bosque tropical. El habitad natural de los
grandes simios se reduciría y su existencia se vería amenazada. Los diferentes
clanes diseminados, se repartirían los pocos árboles y se aferrarían con
desesperación a los últimos recursos de la vida arborícola. Pero ya para ese
momento, no era posible vivir más en las copas de los árboles, pues llegaría el
momento en el cual ya no habría más frutas, pues se las habrían comido todas.
Entonces, tendrían que moverse o desaparecer. El primero de los prehumanos o
prehomínidos nacería de esta necesidad, la presión ambiental le llevaría a hacer
una innovación extraordinaria, cuando sus padres no tuvieran con qué alimentarle,
ese extraordinario evento sería una ventaja adaptativa que le permitiría aventajar a
otros individuos y aún a otras especies dentro de la selección natural. A lo lejos se
mostraría la sabana interminable y llena de peligros, pero también más árboles,
que representarían refugio y comida. Sería un momento de mucho miedo, el
primer prehomínido podría renunciar a abrirse a nuevos horizontes, pero lo
invadiría el extraordinario instinto por la sobrevivencia. Ninguno de sus
antepasados lo había hecho antes, por lo que correría un enorme riesgo. Medía
poco menos de metro y medio, y a cuatro patas por la sabana no sabría por dónde
iría, así que lapso en lapso tendría que levantarse sobre sus dos patas traseras.
De esa forma vería el horizonte, pero para poder avanzar con aquella seguridad,
tendría que continuar, esta vez, con el esfuerzo de caminar erguido. Esta práctica
le llevaría a estas criaturas a esa adaptación evolutiva, pues sería una ventaja

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para los individuos que se fijaría en las generaciones posteriores, esta ventaja
adaptativa consistía en que los individuos que se erguían podrían visualizar a los
temibles depredadores a la distancia y tendrían más tiempo para correr y escapar
de ellos, aventajando por mucho a aquellos que no detectaban a sus hambrientos
depredadores más que cuando éstos ya los tenían al acecho. Así funciona la
selección natural y de esa forma los individuos bípedos se seleccionarían. Estas
suposiciones se fundamentan en un fósil de una especie de homínido conocido
como Orrorin tugenensis, hallado en el año 2000, en las proximidades de la
localidad de Tugen, en el área montañosa central de la actual Kenia y estimado en
una antigüedad de cinco a seis mil millones de años, lo cual lo remonta al mioceno
final, justo en la cuarta época geológica de la era Cenozoica y la primera época
del periodo Neógeno. Como referencia, se puede decir que durante ese tiempo
habían evolucionado también las formas primitivas del rinoceronte, del gato, el
camello y el caballo en tierra y ballenas y focas en el mar, además de que fue una
época de gran crecimiento de montañas como los Pirineos, los Alpes y el
Himalaya.

Por ese mismo tiempo, otra especie de simio también habría de erguirse,
encontrando, quizá, comodidad al posicionarse o caminar sobre las dos patas
traseras y descubriendo que de esa forma sus miembros delanteros podrían
ocuparse en cientos de actividades más. Desde luego, esta adaptación sólo podría
conseguirse después de mucho tiempo, cuando quizá por algunas mutaciones,
individuos con esas condiciones y mejor adaptados a su entorno habrían de nacer
y reproducirse. Esta nueva especie, conocida hoy como Sahelanthropus
tchadensis, sería una especie de homínido, sus restos fueron hallados en el
desierto del Djurabm por un equipo franco-chadiense de investigadores. Su único
espécimen, apodado Toumaï, se ha datado en 6 a 7 millones de años de
antigüedad.

Estos dos homínidos habrían de explorar sus territorios durante cientos de miles
de años, tiempo suficiente en el cual serían capaces de adaptarse a las
inclemencias naturales, reproducirse y transmitir sus conocimientos y genes por
generaciones, hasta que ambas dejarían de existir. Hoy en día aún no se sabe la
razón de sus desapariciones.

Con el correr de los años, el clima y la vegetación de lo que ahora es el continente


africano, cambió múltiples veces, algunas veces de forma drástica, algunas veces
solo de forma ligera. Las especies tenían la necesidad de migrar, adaptarse o
morir. Muchos de los sobrevivientes deambulaban por las sabanas del hoy Chad,
bajo condiciones áridas, con escases de agua. Muchas especies desaparecerían,
como el Calicotero, un mamífero que acompaño por muchos miles de años a los
primeros homínidos sin ser depredador ni presa. Solo algunas de las especies de

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homínidos mejor adaptados lograron sobrevivir, los Australopitecos, los monos de
sur, los cuales fueron un género de primates homínidos de los que se conocen
seis especies, el A. anamensis, A. afarensis, A. bahrelghazali, A. africanus, A.
garhi y el A. sediba, todos los cuales vivieron al sur de Africa desde hace algo más
de 4 millones de años hasta hace unos 2 millones de años, justo en el Plioceno
inferior. La característica de estos individuos era que ellos ya eran totalmente
bípedos, quizá desde algunos miles de años atrás, además de que el tamaño de
sus cerebros era similar al de los grandes simios actuales. Un esqueleto fosilizado
casi completo de un homínido femenino, al cual se le denomino Lucy,
perteneciente a la especie de los A. afarensis, fue descubierto por el
estadounidense Donald Johanson, el 24 de noviembre de 1974, a 159 km de Adís,
Abeba, en Etiopía. De entre todas estas especies de Australopitecos, una sola
especie fue la que dio origen a la especie humana. Se piensa que esta fue la A.
anamensis, ya que caminaba mejor y porque era de hábitos oportunistas y de
alimentación omnívora.

Posterior a la gran glaciación, pocos Australopitecos sobrevivieron. Para entonces


se tiene registro de un huevo homínido, evolucionado, mejor adaptado, con
habilidad algo destacada hasta entonces. Esta especie es el Homo habilis, el
humano hábil. Esta especie vivió en África desde hace aproximadamente desde
1.9 a 1.6 millones de años antes del presente, desde los inicios y hasta los
mediados del Pleistoceno. La denominación que se le ha dado, ha sido como
consecuencia de los descubrimientos de restos de instrumentos líticos que muy
probablemente fueron confeccionados por ellos, al menos así lo suponen los
estudios que han sido llevados a cabo a los restos óseos de sus manos,
verificando que eran capaces de ejercen una fuerte presión de agarre,
característica necesaria para la manipulación y fabricación de estos utensilios. En
ellos, además, se observó un importante incremento en el tamaño cerebral con
respecto a los Australopitecos, lo cual significa la generación de ideas más
elaboradas. Se cree que esta especie pudo generar los primeros conocimientos
producto del razonamiento de los acontecimientos que observaba a su entorno.
De esta forma, a ellos se les reconoce la invención del cuchillo de pedernal, el cual
pudieron utilizar para desgarrar la carne de los animales que consumían. Aquí es
importante mencionar que lo importante de este acontecimiento no es utilizar la
herramienta, sino construirla, pues eso requiere destreza e ingenio, además de
inventiva para mejorar esa herramienta y para crear otras nuevas. Esta
característica en estos individuos traería consecuencias inimaginables a las
especies sucesoras, que imitarían los comportamientos razonados para crear un
mundo modelado por ella misma.

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Homo habilis, como su nombre lo dice, es la primer especie que puede ser
llamada realmente humana, ser humano, pues es la primer especie que explora,
inventa, manipula ideas, es una criatura que juega con el poder. Gracias a todas
estas herramientas y armas que lleva consigo, esta especie pudo sentirse más
segura, con mayores ventajas sobre otros animales. Todo esto, desde luego, le
favoreció en su habilidad de caza y por tanto de reproducción. Al compartirse los
saberes, esta especie refuerza los lazos afectivos y los clanes se fortalecen y se
estrechan, lo cual les trae nuevamente la ventaja de protección ante los
depredadores o las inclemencias del clima. H. habilis, también es reconocido por
ser el primer constructor de cabañas, esto quizá simulando el refugio de los
árboles en el suelo o quizá como resultado de la imitación de los nidos construidos
por las aves, no lo sabemos.

Esta especie viviría por milenios, poniendo en práctica nuevas actividades


aprendidas y usando nuevas herramientas creadas. Verían también, desaparecer
a sus primos más antiguos, los Australopitecos. El H. habilis dejó tras de sí un
espíritu de conquista, de exploración, de que todo es posible, espíritu que hasta
nuestros días el ser humano actual presenta.

Con la aparición de estos registros fósiles homínidos, y con la consecuente


comparación de sus anatomías y las capacidades relacionadas con las propias de
las del actual humano, solo nos es posible pensar en que ellos y nosotros
mantenemos una relación. No sólo es el parentesco de nuestra estructura ósea,
de nuestros cuerpos en general, sino es la similitud de nuestro hábitos lo que nos
permite creer que ellos pudieron ser nuestros ancestros, que ellas son las
especies que dieron origen a la humana actual, pues nuestra diferencias solo se
basan, prácticamente en la cantidad de conocimiento que tenían, la cual les
permitir realizar ciertas actividades, cuyo hecho nuevamente nos refuerza nuestro
vinculo, pues la misma historia moderna, cualquiera sea la que recordemos de
nuestra educación básica, nos muestra que el humano ha seguido evolucionando,
los avances tecnológicos de los que ahora gozamos no los hemos tenido desde
siempre, fueron generados desde hace algunos años atrás, tres, cinco, veinte
años o un siglo atrás, pero no existieron antes. Esa idea es la que nos refuerza la
idea de que nuestro presente es el resultado del cumulo de experiencias de
nuestros antepasados, los cuales, fuera de un contexto dogmático, religioso y
liberal, nos remonta a estas especies ancestrales.

Tiempo después, y con ese mismo espíritu conquistador del que poseía H. abilis,
surgiría una nueva especie de hombre, el Homo ergaster. Esta especie es propia
de África, se estima que vivió hace entre 1.75 y un millón de años atrás, durante el
Pleistoceno medio, durante el periodo Cuaternario. Restos de estos individuos
fueron encontrados en 1975 en Koobi Fora, en la actual Kenia. Durante los

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cambios ambientales, las glaciaciones y los aumentos de temperatura, esta
especie migraría por todo el continente africano, de norte a sur y de este a oeste,
ganando terrenos y aventurándose a nuevos lugares, quizá como resultado de la
persecución de otras especies migratorias, quizá en busca de alimento, quizá tan
solo por el espíritu de aventura que H. habilis les había heredado.

H. ergaster era más alto, con menos pelo sobre su cuerpo, era más erguido,
recorrería mayores distancias, podía aguantar más tiempo si consumir alimentos
ni bebidas y su cerebro era aún más grande, lo cual podría significar que además
de su capacidad inventiva, pudo haber explorado de mayor forma sus relaciones
sociales, nuevos sentimientos y nuevas percepciones de mundo, de sus
semejantes y de sí mismo, quizá es en esta especie en la cual la noción del
concepto de conciencia empieza a generarse. Esto sin duda es un avance
evolutivo sin precedente, pues este hecho hizo a esta criatura más introvertida,
más juiciosa, y más racional. Esta especie pudo haber generado el conocimiento
de que era parte de un grupo, de que ese grupo le protegía y de que la
supervivencia del grupo dependía de todos y de cada uno, quizá pudo haber
concebido que necesitaba ayuda y que ofrecerla mejoraba sus relaciones
afectivas con los demás. Este sería un nuevo comportamiento que estrecharía
lazos y que les haría avanzar en nuevos patrones sociales.

En su viaje al norte de África y hacia Asia, esta especie aprendería nuevas formas
de sobrevivir, de entenderse, de comunicarse y generaría estrategias para
someter a las demás especies, a sus semejantes, a la naturaleza en general. En
este camino, se cree que esta especie evolucionó a una nueva especie, una
totalmente erguida, con un esqueleto totalmente bípedo, el Homo erectus. Se
piensa que esta especie vivió en un lapso de entre 1.8 millones de años y 300 mil
años antes del presente, durante el Pleistoceno inferior y medio. Restos de
esqueletos de esta especie han sido hallados principalmente en Asia y algunos en
Europa, aunque una parte de la comunidad científica clasifica a este grupo
aquellos restos encontrados exclusivamente en Asia. Lo que es claro es que esta
especie presentaba un mayor dimorfismo sexual comparado con la especie
humana actual, esto es que las diferencias físicas entre macho y hembra eran más
pronunciadas que en los homínidos anteriores. Además, H. erectus había dejado
atrás las conductas carroñeras de sus antecesores, entonces se dedicaba a matar
para alimentarse. La caza fue una actividad novedosa que modificó sus hábitos,
las costumbres y su cuerpo, características que hasta la fecha presenta el cuerpo
del humano actual, y que sin embargo se está descuidando por el estilo sedentario
actual. Para que la caza fuera exitosa, fue necesaria la generación de ideas y una
planificación esmerada, además de una cooperación que exigía una mayor
inteligencia y una mayor capacidad para la comunicación. Los alimentos los

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compartían en el campamento, por lo que se conseguía una unidad aún mayor en
el grupo. Nuestros antepasados llevaron una vida compleja y sofisticada,
culturalmente distinta a la nuestra, pero con una capacidad total para el
pensamiento abstracto y las necesidades familiares.

Con el H. erectus es que se piensa que inicia la repartición de las tareas, la


especialización. A esta especie la alimentación de carne fresca le aportó un
beneficio cerebral, pues estimuló su crecimiento y su desarrollo. Estas cualidades
pueden hacer ver que esta especie evolucionó en conductas sociales más
complejas, por ejemplo, el respeto a los padres, el cariño a los individuos que les
trataban bien, el reconocimiento de las jerarquías y el reconocimiento del dolor, del
afecto y de la muerte. H. erectus también crea los roles sociales, las obligaciones
y las responsabilidades de cada uno de los individuos dentro del grupo, así unos
se especializan en cortar rocas para romper huesos y extraer la sabrosa medula,
otros en colectar troncos útiles en la defensa ante los depredadores, y así
sucesivamente. Para ese momento, ha quedado atrás la época de pensar sólo en
el presente y de satisfacer sólo las necesidades del momento, llega con ellos el
pensamiento del futuro, el devenir y quizá la idea del destino. Estas ideas, son sin
vacilación, pensamientos abstractos que servirían de salto en la evolución
humana, pues con ellos, vendrían cambios en las actividades y el desarrollo de
nuevas destrezas. En esta especie surgiría la noción de las funciones sociales al
observar que, por ejemplo, los individuos viejos ya no eran capaces de cazar, pero
podían enseñar a los jóvenes cómo tallar rocas, cómo cortar, en general, enseñar
nuevos conocimientos que serían útiles a esos jóvenes cuando crecieran, se
puede decir que la transmisión de la educación se originó en esta especie.

Entre el hombre y la mujer, los comportamientos ya habrían cambiado también, la


copulación ya no sería como antes, es decir, ya no sería tan fácil. El cortejo se
refinaría. Al contrario que en los machos, los genitales de las hembras quedarían
escondidos desde que se irguió. El hombre, por tanto, ya no sabía tan fácilmente
cuando la mujer estaba dispuesta a copular. Sin embargo, las formas del cuerpo
de la mujer atraerían las miradas de los hombres. Los intentos por seducir y
copular continuarían a todo momento, pero ahora, ella debía de consentir en el
acto. De ese momento en adelante, hombre y mujer se enrolarían en un continuo
juego sexual de buscarse mutuamente y de encontrarse, lo cual resultaría en la
continuidad de la especie hasta nuestros tiempos.

En África, en Asía o en Europa, en todas partes donde estas nuevas especies se


desarrollaron, una nueva sociedad basada en la transmisión de los conocimientos,
en la acumulación de saberes se generaría. No obstante, empezarían a
diferenciarse según el clima del sitio, el color y la cantidad de pelo, la altura, la

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robustez ya no sería la misma en todos los individuos en uno que en otros sitios,
pero serían diferencias muy superficiales.

Un reconocimiento importante del H. erectus es la creencia de que esta especie


fue la que por primera vez desarrolló el dominio del fuego, quizá por curiosidad,
quizá por casualidad, pero este paso, sin lugar a dudas, fue el inicio de un gran
progreso cognitivo, tecnológico y también espiritual. El dominio del fuego
contribuyó enormemente a la creencia de que los fenómenos producidos por las
grandes y poderosas fuerzas naturales e inexplicables, como el rayo, podrían ser
controladas y utilizadas. Así, con el fuego se aprendió a que la carne podía ser
ablandada, facilitando la masticación y también la digestión, es decir, esa carne
dolía menos al masticarse y en el estómago, la vida empezaba a tornarse cada
vez más sencilla, más cómoda, o al menos los descubrimientos que se hacían eso
demostraban.

Hace 500 mil años, existían varias especies de humanos, no en todo el planeta,
pero si en varios lugares. En todos los casos, quizá antes o después, el fuego
apareció en todas ellas. El fuego mejoró la vida de los entonces valientes que se
atrevieron a conquistarlo, les ayudó en su alimentación, les dio una nueva
herramienta para enfrentar a depredadores, ayudó a crear puntas de lanzas más
afiladas y duras, proveyó seguridad y luz durante las largas noches oscuras. Su
conquista no fue fácil, tuvieron que pasar, quizá, varias generaciones de humanos
para poder llegar a entender por fin que el fuego podía ser iniciado, mantenido,
controlado y apagado a gusto.

Posterior a eso, la cuarta y última glaciación llegaría, al final de la época del


Holoceno, hace aproximadamente 11 mil 700 años los humanos que se
encontraban en el norte de Europa, padecerían por las mortales y bajas
temperaturas. Muchas especies perecerían, otras sobrevivirían. Por ejemplo, el
hombre de Neandertal, de nombre científico Homo neanderthalensis, fue una
especie descendiente de H. erectus, su viaje y migración le llevó por todo Europa,
a pesar del frío y a pesar de la nieve, se pudo adaptar, su cuerpo se volvió con tal
propósito más robusto, más bajo en estatura, más fuerte, más resistente. Este
hombre dominaría Europa por cientos de miles de años.

Del neandertal sabemos que vivió desde hace 230 mil y hasta 28 mil años atrás,
durante el Pleistoceno medio y superior y culturalmente integrado en el Paleolítico
medio. Se han encontrado restos de aproximadamente 400 individuos en todo
Europa y parte de Asía. Estudios anatómicos han determinado que el neandertal
podía articular una fonética limitada respecto a la que actualmente posee el
hombre moderno, debido a la ubicación de la laringe, situada más arriba que la de
éste, pero útil para establecer un lenguaje verbal.

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Esta especie, basó sus conductas en un solo objetivo, cazar, pues requirió de la
carne para su alimentación, de las pieles para cubrirse de las bajas temperaturas y
de los huesos para las herramientas que les serían de mucha utilidad para
múltiples fines. Estos individuos se convertirían en uno de los más peligrosos del
planeta, pues conocería las propiedades de la pirita, el mineral que al frotarse
produce chispas, y de la yesca que, seca, es capaz de encenderse fácilmente con
las chispas. Dominaría perfectamente el fuego y ningún depredador le intimidaría.

Se cree que los neandertales ya habían desarrollado sentimientos complejos


como el orgullo, la envidia, pero también el coraje, el poder y el amor. También le
rendían culto a la muerte, lo cual puede interpretarse en un progreso de la religión,
de la exploración de las fuerzas inexplicables de la naturaleza.

Por ese entonces, hace menos de 500 mil años varios grupos de humanos
nómadas, cazadores, recolectores se habrían asentado en varias partes del
antiguo mundo. Entre ellos estaría una especie particular, una especialmente
importante para nosotros, los hombres actuales. Esta especie lo constituirían los
Homo sapiens, los humanos modernos, los hombres sabios, aquellos que saben.

H. neanderthalensis siguió gobernando en toda Europa y algunas zonas de


oriente, en pequeños grupos, siguiendo a los animales que migraban con las
estaciones, aprovechando de las riquezas de la naturaleza. Pero sus días estarían
contados, su extinción llegaría pronto, pero antes de irse sería protagonista de una
de las más trágicas de las historias, su desaparición e inevitable muerte ante los
ojos del hombre de Cromañon.

Hombre de Cromañon, es el nombre con el cual se le suele designar al humano


correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial a los asociados a
las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. La datación
de tales restos fueron datados desde hace 40 mil y 10 mil años de antigüedad,
justo en el Paleolítico superior. No existen evidencias que puedan afirmar que
estos individuos fueran sedentarios, sin embargo se les reconoce un sofisticado
avance tecnológico, tanto en sus herramientas, como en su vestimenta y artículos
de culto y decoración personal. Eran hombres fisiológicamente más altos,
delgados y de facciones más suaves, habían desarrollado un conocimiento mayor
en la comunicación a través de la música, la pintura y el tallado de rocas y
minerales, así como de huesos. Se les reconoce a ellos, por ejemplo la invención
de la aguja para confeccionar vestimenta y la fabricación de utensilios de
ostentación y ornamento. En un sentido más funcional, puede entenderse que el
Cromañon ya ha suplido la necesidad de vivir para la caza, puede entenderse que
ya son capaces de almacenar alimentos con lo cual pueden dedicar mayor
cantidad de tiempo a otras actividades, entre ellas el perfeccionamiento del arte.

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Por evidencias antropológicas encontradas en la península ibérica, se sabe que H.
neanderthalensis y H. sapiens convivieron en los mismos sitios, sin la capacidad
de reproducirse, durante un breve periodo, quizá unos miles de años, hasta hace
unos 29 mil años o incluso unos 27 mil años, aportándose mutuamente valiosas
riquezas técnicas y culturales, hasta el declive aún misterioso del hombre de
neandertal. Se cree que el último neandertal murió hace 25 mil años y su deceso
se debió a muerte natural. Tras de sí, dejo todo una cultura, una cantidad grande
de tecnología y un avance en la comprensión del mundo el cual hereda al nuevo y
moderno hombre, herencia cultural única, ya que su sangre nunca pudo cruzarse
con la de nosotros.

¿Cómo surgió H. sapiens?, ¿dónde?, ¿bajo qué circunstancias? y ¿de qué


especie concretamente? Son preguntas que aún no podemos resolver, pues no
conocemos la línea evolutiva directa de nuestra ascendencia. Sin embargo,
sabemos que, hace aproximadamente entre 100 mil y 40 mil años, esta especie se
mueve, emigra a todos los rincones del planeta, hasta Australia y América y en
todas partes, las poblaciones humanas hermanas con las que se encuentra,
terminarán por desaparecer. Este fenómeno no es muy diferente al actual, con las
demás especies animales con las que el humano se topa en su afán de
colonización.

El hombre moderno, una vez poseedor de la riquísima herencia cultural de sus


antecesores, se lanza a un nuevo descubrimiento, el arte, un mundo imaginativo el
cual le llevaría a un mayor progreso tecnológico y científico, a una mayor
comprensión del mundo, a una imitación, a una forma de vida más decorosa y
cómoda, a un forma de vivir y establecerse en sociedad totalmente nueva y
avanzada, donde las jerarquías, los roles y funciones se pronunciarían, donde la
cultura daría lugar a nuevas estrategias para sobrevivir en un mundo cada vez
más conocido, más dominado y más apropiado. El Homo sapiens es la especie de
la cual somos representantes, esa única especie hoy en día existente, pero otrora
tan variada. Somos la herencia de miles de millones de años de cultura, de
acumulación de conocimiento, de una historia evolutiva que involucró no solo a
una especie de humano, sino a varias, que siempre lucharon para sobrevivir en
este mundo cambiante. Somos la última especie de ser humano que habita el
planeta, y nuestra presencia en este mundo ha sido tan solo de menos de cien mil
años, una cantidad de años impresionante desde la visión de una simple vida
humana, pero sólo un suspiro en el enorme tiempo geológico.

Hoy en día, la comunidad científica nombra a la humanidad con el nombre de


Homo sapiens sapies, para hacer una delimitación sólo en el avance cultural y
tecnológico sin precedente que ha tenido el hombre desde hace 10 mil años atrás,
en comparación con el Homo sapiens u hombre de cromañon. Este avance

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tecnológico ha sido impulsado en un inició por el descubrimiento de la agricultura y
la sucesiva actividad sedimentaria, por el asentamiento, la civilización, la
complejización de la cultura, de la ciencia y de la tecnología, Por los avances
inimaginables anteriormente, que gozamos en la actualidad. Hoy somos Homo
sapiens sapiesn, pero mañana, ¿qué seremos?

Las huellas genéticas hoy son capaces de revelarnos más secretos de los que
jamás creímos posible, en sólo siete mil generaciones, los humanos salimos de
África y penetramos en todos los rincones del mundo. Mucho de la historia que
sabemos ha sido gracias a los arqueólogos, quienes pueden contarnos con
asombroso detalle cómo vivían nuestros antepasados, a los genetistas, que
pueden identificar similitudes y derivaciones genéticas en mitocondrias y nucleos
celulares, a los expertos anatomistas, que al comparar restos fósiles con
esqueletos actuales, pueden darnos con presión un rostro de nuestro pasado, de
nuestros ancestros, y ayudarnos en la resolución de nuestra pregunta ¿de dónde
venimos?

63
El viaje continúa…

¿Hacia dónde nos dirigimos?

La pregunta que aquí se presenta puede ser respondida parafraseando unas


líneas de un pequeño pasaje del libro Alicia en el país de la maravillas, de Charles
Lutwidge Dodgson, mejor conocido por su pseudónimo Lewis Carroll, en donde su
pequeña Alicia llega a un punto en el cual no sabe qué camino seguir, de los
varios que se presentan, y entonces pregunta “¿qué camino debe seguir?”, a lo
cual Cheshire responde con otra pregunta, “¿hacia dónde te diriges?” y responde
Alicia, “no sé a dónde me dirijo, no importa”, a lo cual el gato finalmente le
responde, “entonces, no importa el camino que tomes”. El mensaje es claro, antes
de elegir un camino, hay que elegir un destino.

Este libro está lejos de servir como guía en la elección de destinos, de los caminos
que debemos seguir, sin embargo, funge como un referente de nuestro contexto
histórico, útil y necesario para clarificar y fortalecer nuestra elección, pues bien se
dice que es necesario conocer nuestro origen para entender nuestro presente, lo
cual nos orienta para planear nuestro futuro.

Ahora sabemos más de lo que pudieron saber los egipcios, o los romanos, incluso
los ilustrados, pues el conocimiento que ahora yace en los archivos es mucho
mayor que el existente para aquellos. Es posible que la generación de
conocimiento se esté multiplicando exponencialmente, pues cada vez son más los
individuos interesados en seguir generándolo, así como más rápido es el tiempo
de su divulgación, en esta era de la comunicación se hace necesario ser parte de
esa gran ola.

Ahora ya sabemos algo de nuestro universo, de nuestro mundo y de nosotros


mismos, ahora podemos asombrarnos de tamaño del universo, de sus distancias,
de los fenómenos que en él ocurren, ahora podemos saber por qué llueve, por qué
se producen los relámpagos, por qué tenemos días y noches, podemos saber
cómo germina un roble, por qué nacen animales con mutaciones, por qué nos
parecemos a nuestros padres. También podemos entender algunas de nuestras
enfermedades, algunas de nuestras conductas, podemos entender como algo
sobre cómo nos enamoramos y hasta por qué lo hacemos. Ahora sabemos que
seguimos siendo vulnerables a muchos virus, que nuestro cerebro controla todo
nuestro cuerpo, que somos una especie más en este planeta, que el planeta no es
plano, que no somos el centro del universo, y que nunca lo hemos sido, que de
hecho no somos el centro de nada y que nuestro tamaño es tan insignificante, tan
minúsculo en la escala universal que simplemente es apabullante. Pero somos
únicos, pues a pesar del inmenso tamaño del universo, aquí estamos, respirando

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en un planeta rebosante de vida y hermoso. No somos el centro del universo pero
somos parte de él y estamos compuestos de lo mismo, somos polvo de estrellas,
ese polvo fuimos y ese mismo seremos, así que podemos decir que nuestra
relación con él es cósmica. Hoy sabemos que no somos indispensables en el
universo, ni siquiera en nuestro planeta, pero somos importantes, pues gracias a
la evolución de miles de millones de años somos los entes racionales de todo el
cosmos conocido, que no es poco, y tampoco es poco decir, pues según nuestra
propia razón hemos podido darnos cuenta de nuestra propia posición, del lugar
que ocupamos en el universo, y nos hemos dado cuenta de que somos parte de
ese él. Ya lo decía de una forma más poética Carl Sagan en su libro Cosmos, “de
alguna forma, los humanos, gracias al cerebro humano y el proceso de la
consciencia somos la forma en la cual el mismo universo se ha hecho consciente
de sí mismo”.

Y aquí estamos, quizá con una gran cantidad de información que hubiéramos
preferido no saberla, pues la ignorancia es más cómoda, quizá atónitos,
anonadados, quizá aún incrédulos, dudosos o quizá con la pesadez de la carga de
una nueva responsabilidad que hemos echado sobre nuestros hombros, pues
también es sabido que todo conocimiento conlleva una responsabilidad. En
cualquiera de los caso, al final debiera sentirse una satisfacción, un júbilo y un
regocijo, pues este nuevo despertar significa una nueva vida, pues el cristal con
que se mira será diferente. Ahora podemos apreciar con más asombro a la
naturaleza, sus fenómenos, podemos comprender nuestra relación con los demás
seres vivos, con los vegetales, los demás animales, con los humanos. Ahora
podemos podríamos ser más ecuménicos entendiendo la relación entre las
diferentes cosmogonías, doctrinas y creencias teológicas.

El siguiente paso, sólo tú lo diriges, el pie derecho ya está posicionado y firme.


¡Adelante!

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