Diego I. Rosales Meana - Mínima Fenomenología de La Religión en Agustín de Hipona
Diego I. Rosales Meana - Mínima Fenomenología de La Religión en Agustín de Hipona
Diego I. Rosales Meana - Mínima Fenomenología de La Religión en Agustín de Hipona
Metafísica y Persona está presente en los siguientes índices: Latindex, ISOC, RE-
DIB, SERIUNAM, The Philosopher’s Index, ERIH PLUS.
ISSN: 2007-9699
Metafísica y Persona
Filosofía, conocimiento y vida
Año 11 — Número 22
Julio-Diciembre 2019
Consejo Directivo
Director: Melendo Granados, Tomás (Universidad de Málaga)
Subdirectores: Martí Andrés, Gabriel (Universidad de Málaga)
Sánchez Muñoz, Rubén
(Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla)
Secretarios: García Martín, José (Universidad de Granada)
Castro Manzano, José Martín
(Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla)
Consejo de Redacción
Blancas Blancas, Noé (Universidad Popular Autónoma de Puebla)
García González, Juan A. (Universidad de Málaga)
Jiménez, Pablo (University, of Nostre Dame, Australia)
Lynch, Sandra (University, of Nostre Dame, Australia)
Porras Torres, Antonio (Universidad de Málaga)
Rojas Jiménez, Alejandro (Universidad de Málaga)
Villagrán Mora, Abigail (Universidad Popular Autónoma de Puebla)
Notas críticas
Ontología (novo) realista y mundo
José Antonio Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
Reseñas
Oppy, Graham, Atheism and Agnosticism (Elements in the Philosophy
of Religion), Cambridge: Cambridge University Press, 2018, 72pp
Juan José Sáchez Altamirano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
9
Mínima fenomenología de la religión
en Agustín de Hipona
Little Phenomenology of Religion in Augustine of Hippo
Abstract
The aim of this paper is to give account of the religious quest as the exploration of desire,
according to Augustine of Hippo. If the Phenomenology of Religion tries to describe the es-
sential characteristics of religious life, we will try to show how can human desire be the clue
in order to understand the religious phenomenon. To Augustine, God is the summum bonum,
so He represents the most loveable object of desire. If we consider the human heart as the cen-
tre of the soul, and that this heart is always restless, then all of the human desires of beatitudo
are detoned in their deepest by the religious quest, which is expressed at its best in prayer as
it is considered by Augustine: the expansion of desire.
11
Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida
Año 11 — Julio-Diciembre 2019 — Número 22
1. Introducción
1
Cf. Velasco, J. M., Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid: Trotta, 2006, p. 86.
12
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
2
Velasco, J. M., Introducción a la fenomenología de la religión, p. 87.
3
uer. rel., XXXI, 58.
13
Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida
Año 11 — Julio-Diciembre 2019 — Número 22
Ni estaba sobre mi mente como está el aceite sobre el agua o el cielo sobre la
tierra, sino estaba sobre mí, por haberme hecho, y yo debajo, por ser hechura
suya. Quien conoce la verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la
eternidad. La caridad es quien la conoce.4
Dios es para Agustín el summum bonum el más grande de todos los bienes,
la cima de la escala ontológica, aquello que da sentido, existencia y bondad,
es decir, ser, a todo el resto de lo que hay. Al ver Agustín la precariedad
de absolutamente todas las cosas, su condición de corruptibles, de mortales
y de pasajeras, deduce que ha de haber un principio que sea radicalmente
fundamento de todo cambio y de todo movimiento, una consistencia ver-
daderamente suficiente, capaz de nutrir de vida a todo cuanto está vivo: tan
nada se basta a sí mismo de manera plena, que ha de haber una realidad que
sea solamente suficiencia. De este modo, los bienes se van situando en una
jerarquía que va de lo más a lo menos perfecto, en la que Dios es el bien más
alto y los bienes más ínfimos son los bienes cuyo talante pertenece más bien
al mundo. Dentro de esta escala el hombre es un ser intermedio, pues, por
su dimensión de carne, está en el mundo; pero, por su espíritu, es imagen de
Dios mismo. En este sentido, es esta vía espiritual –que se manifiesta en la vía
interior–, por la que podemos acceder o tener algún tipo de noticia de Dios
mismo y por medio de la cual nos habla Dios en la voz del corazón, que es ni
más ni menos que el centro mismo de lo que somos.
Es importante aclarar que, aunque Dios se sitúa en la cima de la jerarquía
de los entes, no es un ente Él mismo, como todos los otros entes que son crea-
tura suya. No es que Dios no tenga ser o existencia o subsistencia, sino que
es de otro modo que ser, es de otro modo que los entes que únicamente par-
ticipan del ser de Dios. El mismo Agustín quiere evitar esta confusión, que
históricamente ha sido llamada ‘ontoteología’ y ante la cual arremete toda la
metafísica de la posmodernidad: Dios no es un ente, como si al sumar todos
los entes del mundo obtuviéramos un agregado de perfecciones que dieran
lugar a lo que llamamos Dios. Éste no es el caso, al menos para Agustín:
¿Subsistir es una palabra digna de Dios? Se comprende bien su sentido en
las realidades que sirven a otras de sujeto, como el color o la forma en los
cuerpos. Subsiste el cuerpo, y por eso es sustancia; mas el color o la forma
subsisten como en propio sujeto en el cuerpo, y, por ende, no son sustancias,
sino que subsisten en el cuerpo, que es substancia […]. Llamamos propia-
mente substancias a los seres mudables y compuestos. Si Dios subsiste y
se le puede llamar con toda propiedad sustancia, existe en Él algo como en
sujeto, y entonces no sería ya simple, por no identificarse en Él el ser y sus
atributos, como grande, bueno, omnipotente y cualquier otro digno de Dios.
14
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
Dios, pues, no es una más de todas las sustancias del mundo, sino que es
lo que da sentido al mundo, y no solamente sentido sino consistencia y, en
un sentido más radical: existencia. A ese fundamento, que no es cognoscible
del mismo modo que el resto de los entes que forman parte del mundo, a
los que se conoce de manera objetiva, se accede por una vía que es más bien
subjetiva, es decir, existencial. He aquí una de las grandes aportaciones de la
metafísica y la filosofía agustinianas y desde donde habría que leer, también,
las Confesiones: ellas no son tanto un tratado de filosofía ni una autobiografía.
Si fueran lo primero estaría tratando de su tema como un objeto y si fueran lo
segundo estaría Agustín haciendo de sí mismo un objeto también. Y tampoco
es el caso. Las Confesiones, centrales para la comprensión de la filosofía agusti-
niana, son el testimonio de un hombre a quien ha ocurrido el acontecimiento
de la gracia y que, dirigiéndose a Aquél que ha salido a su encuentro, alaba
y da gracias para que de ese modo los demás hombres podamos ver cómo
ha actuado esa gracia en él. Así, la filosofía agustiniana no es solamente una
teoría sobre Dios ni tampoco únicamente una teoría sobre el mundo o sobre
el hombre, sino un giro existencial que transforma a toda la persona hasta su
centro más íntimo, que llamamos corazón.
Por eso, la idea de Dios como el summum bonum no es una idea que se ob-
tenga únicamente de la reflexión teórica en solitario, o del estudio profundo
del universo y de su estructura, sino después de haber vivido una serie de
acontecimientos que testimonian que el sentido hondo de la existencia no
está en el conocimiento objetivo de la realidad sino, más bien, en el misterio
que da sentido a la historia de cada una de las personas, a través de vivencias
tan grandes y radicales como el gozo, el sufrimiento, la conciencia del tiempo
y de la muerte, o el amor.
Con todo, al ser este Misterio lo que atraviesa toda la realidad desde su
más profunda hondura, también es este Misterio lo más trascendente a ella:
Dios es trascendencia radical e inmanencia radical. Como lo señala Martín
Velasco en línea explícitamente agustiniana:
trin. VII, 5, 10. Sobre la experiencia de Dios y la noción de éste como un sujeto que no subsiste
5
al modo de todos los entes, cf. Bucur, B. G. “Theophanies and Vision of God in Augustine’s
De Trinitate: An Eastern Orthodox Perspective”, en St. Vladimir’s Theological Quarterly, vol. 52,
núm. 1, 2008, pp. 67-93.
15
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6
Velasco, J. M., El fenómeno místico. Estudio comparado, Madrid: Trotta, 2006.
7
Incluso, para la espiritualidad en Agustín, las notas de Dios no son únicamente objetivas, sino
que se tiene experiencia de ellas en primera persona, sobre todo en el centro de la afectividad
cuyo lugar propio es el ‘corazón’. Cf. Lorenc, J. A., “God as Dulcedo Mea in Augustine’s
Confessions”, en Didaskalia, vol. 19, núm. 1, 2008, pp. 145-159.
8
Velasco, J. M., Introducción a la fenomenología de la religión, p. 141.
9
conf. III, 6, 11.
16
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conf. IV, 4, 9.
10
17
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11
conf. I, 1, 1.
12
Lacoste, J. Y., Experiencia y Absoluto. Cuestiones disputadas sobre la humanidad del hombre,
traducción de Tania Checchi, Salamanca: Sígueme, 2010, 35n, p. 21.
13
Arendt, H., El concepto de amor en San Agustín, traducción de Agustín Serrano de Haro,
Madrid: Encuentro, 2009, p. 93.
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Cuando surge en un hombre esta inquietudo cordis o, más bien, cuando esta
inquietud se deja ver con claridad, surge también la búsqueda de proyectos
y el lanzamiento de hipótesis sobre qué pueda ser aquello que se desea: “si
nada de lo que ahora tengo me satisface, ¿qué puede satisfacerme?”, y enton-
ces intentamos solucionar la pregunta buscando objetos satisfactores.
La inquietud se transforma así, poco a poco, en deseo, en appetitus –para
decirlo con lenguaje agustiniano– que va buscando y va intentando, a lo
largo de la existencia, ser saciado. Toda acción humana es, de este modo –y
aunque sea veladamente–, la comprobación de una hipótesis sobre qué pueda
ser la beata vita, es decir, aquella maravilla que pueda saciar los más profundos
anhelos de mi corazón. Así, incluso, es como puede interpretarse toda acción
humana y toda empresa o proyecto que puedan emprender los hombres:
todas las funciones de la acción tienen como meta ese fruto de la contempla-
ción, pues es el único libre porque se apetece en razón de sí y no tiene como
meta otra cosa [quia propter se appetitur, et non referetur ad aliud]. A éste sirve la
acción; en efecto, cualquier cosa que se hace bien, lo tiene como meta, porque
se hace en razón de éste; en cambio, no en razón de otra cosa, sino en razón de
él mismo, uno se atiene a él y lo tiene. Ahí, pues, está el fin que nos basta. Por
tanto, será eterno, pues no nos basta un fin, sino ese que no tiene fin alguno.15
19
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aquella paz y aquel amor que sí corresponden a lo que quiero. No otra cosa
es lo que nos quería contar San Agustín en las Confesiones: el itinerario que
recorrió buscando hasta encontrar lo que verdaderamente buscaba, como lo
deja claro en uno de los más bellos pasajes jamás escritos en la historia de la
literatura espiritual y filosófica:
¡tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que
tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas
yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen
en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste, resplan-
deciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraseme en tu paz.16
16
conf. X, 27, 38.
20
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
problema– puede pensarse que son deseos del mismo talante. Así lo afirma
Martín Velasco:
un doble error del hombre pone en peligro la realización adecuada de su ser
desde el punto de vista del deseo: confundirlo con los múltiples deseos y
pensar que la posesión de los muchos bienes puede acallar su deseo radical;
y concebir el deseo radical como un deseo mayor, pero de la misma natura-
leza, que puede ser saciado por bienes de la misma naturaleza que los que
responden a sus muchos deseos, aunque mayores que todos ellos.17
Sin embargo, este deseo del mundo es siempre signo y puerta de entrada
al conocimiento que el hombre puede tener de su propio deseo de Absoluto.
La búsqueda religiosa implica en Agustín una modificación en la propia
vida: si a Dios se accede principalmente por la vía interior, existir de cara a él
implicará también una renovación en la propia vida y una transformación de
los diferentes deseos, no tanto en su objeto como en el modo de desear esos
diferentes objetos. Si la inquietud es la constatación de nuestra propia fini-
tud, el deseo es el primer motor, es la herida en el alma de Dios que mueve
al hombre a buscarle, comenzando por supuesto por el reconocimiento de la
bondad y la belleza de todos los bienes de este mundo, pero también relati-
vizándolos a la vista del último y el primero de todos los bienes, que es gozo
primordial del amor de Dios como summum bonum.
Por eso la vida religiosa en Agustín no implicará la negación del deseo sino
justamente lo contrario: implicará la profundización en él para no truncarlo
en bienes inferiores, sino aprender a desear hasta el final. La vida religiosa
intentará lograr que el deseo se ensanche lo suficiente para que abandone la
mediocridad con la que suele vivir, conformándose con los bienes precarios
del mundo, hasta que este deseo sepa de sí mismo y sea consciente de que
es un deseo destinado a saciarse únicamente con el Absoluto, es decir, con
lo que más arriba habíamos mencionado con Lacoste: en el éschaton que dé
cumplimiento a todo movimiento de la historia.
A Dios se le busca deseando, pero el deseo no sabe originariamente de sí,
sino que ha de ir constituyéndose poco a poco hasta que logra reconocerse
como deseo de Absoluto: su naturaleza precaria necesita purificarse para que
no decaiga y se vuelva sobre sí mismo en lugar de salir hacia el bien que real-
mente lo satisface. El deseo tiende a fracasar continuamente y a conformarse
con bienes inferiores. No otra cosa es el pecado:
21
Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida
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porque la soberanía imita la celsitud, mas tú eres el único sobre todas las
cosas, ¡oh Dios excelso! Y la ambición, ¿qué busca, sino honores y gloria,
siendo tú el único sobre todas las cosas digno de ser honrado y glorificado
eternamente? La crueldad de los tiranos quiere ser temida; pero ¿quién ha de
ser temido, sino el solo Dios, a cuyo poder nadie en ningún tiempo ni ningún
lugar, ni por ningún medio puede sustraerse ni huir? Las blanduras de los
lascivos provocan al amor; pero nada hay más blando que tu caridad ni que
se ame con mayor provecho que tu verdad, sobre todas las cosas hermosa
y resplandeciente. La curiosidad parece afectar amor a la ciencia, siendo tú
quien conoce sumamente todas las cosas.18
18
conf. II, 6, 13.
19
uera rel. LII, 101.
20
Io. Eu. tr., XL, 10.
22
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
Madec, G., “Le chant et le temps. Méditation avec Augustin philosophe, théologien et pasteur
23
(Confessions, livre XI)”, en Science et Esprit, vol. 53, núm. 1, 2000, pp. 111-121.
23
Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida
Año 11 — Julio-Diciembre 2019 — Número 22
Por eso el deseo, que tiene su origen en el yo, o que pareciera tener su
origen en el yo, ha de ser reconfigurado en la oración, para que una alteridad
lo lime y le quite los sobrantes de hybris con los que la condición humana
inacabada y contingente suele mezclarlo.
24
Chrétien, J. L., Saint Augustin et les actes de parole, Paris, PUF, 2008, p. 183.
25
Velasco, J. M., El fenómeno místico, p. 255.
24
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
oración, cf. Antoni, G., La prière chez Saint Augustin. D’une philosophie du langage à la théo-
logie du Verb, Paris: Librairie Philosophique J. Vrin, 1997.
27
ep. 130.
28
Sobre el círculo que va de Dios al hombre y del hombre a Dios, y que es constitutivo de
la identidad del sujeto, es interesantísimo ver el trabajo de Marion, J. L., Au lieu de soi.
L’approche de Saint Augustin, Paris: PUF, 2008, p. 72ss.
29
Velasco, J. M., El fenómeno místico, p. 256.
25
Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida
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30
trin, IX, 9, 14.
31
Cacciari, A., “Introduzione a la Epistola 130 a Proba di S. Agostino”, en Agostino D’Ip-
pona, La preghiera. Epistola 130 a Proba, Roma: Edizione Paolina, 1981.
32
Crétien, J. L., Saint Augustin et les actes de parole, p. 184.
26
Mínima fenomenología de la religión en Agustín de Hipona
en. in Ps. 37, 14. Un interesantísimo estudio sobre la oración en Agustín basado en sus
33
comentarios a los Salmos, puede encontrarse en: Vincent, M., Saint Augustin. Maître de
prière. D’après les Enarrationes in Psalmos, Paris: Beauchesne, 1990.
34
Chrétien, J. L., Saint Augustin et les actes de parole, p. 185.
27
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En este sentido, poco importa que el que ora sea plenamente consciente de
que está orando a un summum bonum, o que pida explícitamente un éschaton que
represente el cumplimiento de todo movimiento histórico. Para Agustín, es
ya suficiente con el ejercicio de repetirnos a nosotros mismos lo que desea-
mos o de no dejar nunca de desear una paz completa para nuestra vida. Así,
ejercitarnos en el reconocimiento de nuestro deseo es ya comenzar a orar por-
que así va tejiéndose y dilucidándose poco a poco nuestra identidad y, con
ello, nuestra condición de relación a un Absoluto. Así lo hace ver él mismo
en las Confesiones: “¿Por qué te hago relación de tantas cosas? No ciertamente
para que las sepas por mí, sino que excito con ellas hacia ti mi afecto y el de
aquellos que leyeren estas cosas, para que todos digamos: Grande es el señor
y laudable sobremanera. Ya lo he dicho y lo diré: por amor de tu amor hago
esto”.36 Por esta misma razón, incluso el silencio puede ser adecuado para
la oración, pues el silencio es acogida, es hospitalidad de alteridad y, en ese
sentido, el silencio permite que entren en la vida y en el corazón de quien ora
los significados que el ruido del mundo no le permiten escuchar.37
La oración se sitúa así, en el centro del sentido religioso y, en el centro
de este centro, el deseo, que es el seno último del corazón. La vida religiosa
35
ep. Io. tr. IV, 6.
36
conf. XI, 1, 1. Esto, por otra parte, está en una línea de seguimiento respecto de la oración
de Jesús según la relatan los Evangelios: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y
se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá.
¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le
pide un pez le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas
a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los
que se las pidan!”. Mt 7, 7-11.
37
Cf. Mt 6, 7-8: “Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su
palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo”.
28
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5. Conclusiones
29
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Referencias bibliográficas
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Custodio Vega O.S.A., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005.
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Agustín de Hipona (en. in Ps.), Enarraciones sobre los Salmos (1º). Obras completas
XIX, traducción de Balbino Martín Pérez, O.S.A., Madrid: Biblioteca de Auto-
res Cristianos, 1964.
39
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