Isela Reyes Linaje
Isela Reyes Linaje
Isela Reyes Linaje
Linaje
Isela Reyes
Primera edición: Noviembre 2021
Corrección del texto y maquetación: Lizbeth Azconia
Diseño de cubierta: Lizbeth Azconia
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos dentro de la
ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya
sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, o
cualquier otra forma de cesión de la obra, sin la autorización previa y
por escrito de los titulares del copyright.
A las chicas del grupo «La Donante». A mi Jul, Mine, Cris, Tay,
Sthef, Yixxia, Gaby, a todas y en especial a Miri, quien hizo el
booktrailer de esta historia. También a todos los lectores que me
han seguido desde Wattpad y han sido pacientes, vamos a la mitad
de la saga, espero puedan acompañarme en las historias restantes.
Mil gracias a todos.
La sangre no define quién eres. Tú eliges a tu familia.
Prefacio
El sol.
Aunque ninguno de ellos requería evitarlo para existir, como ocurría
con los vampiros completos, lo hicieron durante mucho tiempo, ya
que vivir en las sombras les había dado la oportunidad de prosperar.
Sus ojos fueron al horizonte, donde su presencia era solo una
insinuación. Nunca antes había esperado tanto por ver el amanecer
y no era ningún propósito apreciativo, se trataba de una cuestión de
vida o muerte.
―¡Corran! ―dio la orden a todo pulmón, mirando su pequeño
grupo. Sus caras reflejaban la misma incertidumbre que la suya
debía mostrar―. Si logramos pasar la montaña estaremos salvados.
―O al menos eso esperaba. No tenía garantías, pero claramente la
altura favorecería la presencia de los primeros rayos del sol.
No eran débiles, incluso los humanos corrían por sus vidas, pero
podía ver las expresiones cansadas y el miedo, especialmente en
aquellos que eran simplemente humanos. Ellos serían los primeros
en sucumbir.
Híbridos o no, no había diferencia. Debía mantenerlos, no
quedaban muchos. Había pensado en dejar atrás a los humanos,
pero sus números eran tan bajos que perder más miembros podría
significar que estarían casi acabados. La mayoría eran mujeres y
ellas representaban nuevas vidas.
Volvió la vista a donde un par de los mejores peleadores
intentaban hacer frente a los impuros que los seguían. Estaban a
solo algunos metros de las mujeres y los pequeños.
Maldijo por lo bajo y odió tener que abandonar las cuevas, que, a
pesar de haber sido frías y húmedas, los mantuvieron seguros; no
obstante, quedarse no era opción.
Muchos habían muerto, otros simplemente tuvieron que aceptar
la oferta de unirse y solo unos cuantos optaron por seguirlo. Ni
siquiera él estaba seguro de lo que les esperaba, pero no se sentía
dispuesto a ser un sirviente, al menos no de quienes los habían
aniquilado.
―¿Qué hacemos? ―preguntó uno de sus camaradas, la
desesperación era la imagen viva en su cara.
―Luchar, tenemos que resistir. ¡No se detengan! ―gritó a las
mujeres y niños, al tiempo que miraba a los hombres, asintiendo con
un gesto silencioso que decía todo.
Desanduvo varios metros ganados, haciendo frente a los
primeros impuros y buscando darles ventaja a los que subían por la
pendiente.
Solo un poco, solo un poco más y el sol despuntaría,
concediéndoles una oportunidad para vivir. Mientras sus puños
impactaban, su mente volvía al momento de tomar la decisión.
Johari.
Todo era culpa de ella, si no los hubiera traicionado, si no hubiera
cobrado la existencia de Alón, ellos no tendrían que estar
escapando para salvar sus miserables vidas. Simplemente no
habrían tenido opciones, solamente querían una existencia.
La sangre salpicó su cara, al tiempo que el impuro cortaba su
brazo, ignoró el dolor y fue a por su garganta. El sonido
estrangulado que emitió no fue reconfortante, porque otro de ellos
se arrojó sobre él. Sin tiempo. Otra herida, otro rival. Otro
desagradable rostro buscando su cuello. No, él no pensaba morir,
volvería y cobraría venganza. Ya no contra Cádiz, sino contra ella.
Johari.
Un par de impuros fueron contra él. Esquivó al primero, pateando
la rodilla del segundo e inclinándose para tirar del brazo del otro. Él
gruñó, mostrando sus colmillos, como si pensara que ese gesto
podría intimidarlo. No lo conseguiría. Escuchó los gritos de mujeres
y volvió tan rápido como sus pasos lo permitieron, un par de impuros
estaba sobre ellos, echándose encima del último del grupo. Obligó a
sus piernas a moverse, sus pulmones protestaron, pero aun con
toda su determinación, fue inútil. La sangre manchó el suelo y el
rostro sin vida de la mujer lo recibió.
Sin tiempo para lamentar su pérdida, fue por su asesino, quien no
parecía dispuesto a retroceder. Vio con deleite cómo su piel
chisporroteaba al recibir un rayo de luz, antes de que los chillidos
reemplazaran los sonidos de la lucha. Algunos malditos trataron de
escapar, pero la mayoría fue alcanzada por el sol. Cerró los ojos,
permitiendo que su cara fuera bañada por la luz del amanecer.
Híbridos. Ellos no morían por sentirlo, no obstante, eran más
débiles. No sería así por siempre. Miró a su reducido grupo. Las
pocas parejas y los niños que los acompañaban eran todo lo que
necesitaban para volver a levantarse, para volver y cobrar
venganza. Ya no por Alón, sino por los suyos.
Lena (1)
Me llevo las manos a las mejillas, sintiendo el rubor que las cubre.
¡Oh! No sé cómo he podido hacerlo: coquetear abiertamente con
Abiel. Solo espero que nadie se haya percatado, aunque en un lugar
donde estoy rodeada por vampiros, es prácticamente imposible.
Empujo la puerta, entrando discretamente en la sala principal,
donde como cada atardecer, están reunidos mis padres, el señor
Uriel, Irina, la tía Elina y Alain. Algunas veces están los demás, pero
seguro han tenido sus propios asuntos que atender. Todos
conversan animados, dedicándome una mirada amable a manera de
saludo que respondo agitando la mano, pero sin interrumpir su
charla. Todos son tan adorables y no me refiero a su aspecto
perfecto y siempre jovial, sino a la relación que mantiene cada
pareja. Se nota a kilómetros lo mucho que se quieren. ¿Y aun así no
comprenden por qué quiero encontrar una persona especial?
Me desplazo hasta el sillón donde está sentando mi padre, quien
tiende una mano en mi dirección. La tomo, dejándome caer en el
brazo del mueble, dedicándole una pequeña sonrisa. Su expresión
seria y mirada astuta me indican que sabe lo que hice con Abiel, así
que probablemente no sea el único, lo que significa que me espera
una larga charla. Sobre cosas que aún soy joven para entender.
Miro a mi madre, que me sonríe abiertamente. Parece que ella no
lo ha hecho y eso es bueno. Sé que les imposrto demasiado, a mí
también me importan ellos, pero a veces siento que me pierdo de
algo. Y no solo de no tener a alguien. De esos silencios raros que se
hacen cuando todos intercambian miradas. Soy híbrida, no puedo
leer la mente como lo hace mi tío Farah. A veces me gustaría para
seguirlos.
Declino la oferta de té y los escucho, estudiando sus expresiones.
Iría con Josiah, pero supongo que debe estar con mis tíos, así que
mejor no importunarlos.
Este lugar a veces es tan silencioso, nada comparado con Jaim,
donde muchos sonidos pueden percibirse. Principalmente las risas y
conversaciones de las personas. Algo que no siempre hacen aquí.
Suspiro mirando por el ventanal, donde el cielo comienza a
oscurecer.
―¿Todo bien?
Me esfuerzo por mostrarme tranquila, pero es complicado
ocultarle las cosas a mi padre, no solo por lo intuitivo que es, sino
porque puede indagar con Abiel. Y lo hace. Tal vez por eso él me
evita como si tuviera la peste.
―Sí. Y antes de que lo digas, no hice nada ―cuchicheo
inútilmente, porque sé que todos, aunque no lo parece, me han
escuchado.
La esquina de su boca se curva ligeramente, al tiempo que da un
pequeño apretón a mi mano. Lo sabe. No puedo evitar reír,
abrazándome a su pecho. No dirá nada, esa es su señal. De nuevo,
esto queda entre ambos, como algunas otras cosas y no es que
confiemos en mi madre, pero obviamente ella no apoyaría mi
coqueteo con Abiel. Él tampoco lo hace, pero es un poco más
permisible. Soy su niña consentida, siempre quiere lo mejor para mí.
֍
Observo lo alto del muro. Las enormes y pálidas murallas que nos
rodean. Mi atención se centra en los pocos guardias que custodian,
quienes parecen relajados, incluso bromean entre ellos. Supongo
que se debe a la tranquilidad que se percibe en la ciudad. En otro
momento, estaría reprendiéndolos, pensando que no es algo normal
y que estamos demasiado expuestos, pero no es así. Hace años
que no tenemos nada que requiera nuestra intervención. Los
impuros son algo que incluso la gente de Jaim puede manejar. Está
el par de rubios, Caden, incluso esa chica, Airem. No puedo negar
que echo de menos un poco de adrenalina de los verdaderos
combates, pero es bueno tener un poco de calma.
Diecisiete años han trascurrido desde que destruyeran al último
de los primeros. Tiempo que, para alguien que ha vivido demasiado,
puede parecer cosa de nada. Aunque algunos otros, como esos
pequeños, ahora son casi adultos y están llegando a la edad en que
sus madres tomaron las decisiones que definieron su existencia.
Inmortalidad.
Ambas han sabido cómo llevarlos, pero pronto tendrán que dejar
que elijan por ellos mismos. Eso quiero verlo.
Cruzo las puertas de la bodega, buscando un par de bastones y
espadas para el entrenamiento de hoy. Sí, patético que a eso se han
reducido mis deberes. Pero ver cómo le dan una paliza o dársela yo,
no es tan malo. Tomo los bastones, pero me detengo.
―¿Sabes que en estos momentos deberías estar en otro lugar?
―cuestiono fingiendo severidad, sin volver la mirada.
Lo he sentido acercarse antes de llegar y también cruzar la
puerta. Por mucha agilidad que haya puesto, aún le falta para poder
superar mis sentidos.
―Puede que no me necesiten ―su voz ronca envía un
estremecimiento por toda mi espalda. ¡Joder!
Lentamente me giro en los talones, encontrándolo apoyado en la
puerta. Es evidente que la ha cerrado y no hace falta preguntar el
porqué.
El tipo que tengo delante de mí es el mismo que apareció en mi
habitación hace casi dos décadas, dispuesto a dejar su humanidad.
Luce exactamente igual. Sus hombros anchos, su pecho marcado,
su mandíbula cuadrada, sus labios carnosos. Incluso la manera en
que me mira es idéntica, con ese aire de superioridad, de seguridad
en sí mismo. Sí, eso no ha cambiado nada. Excepto el tono de su
piel, que ahora es más pálido y el color de sus ojos, que tienen un
ligero tono rojizo, como los de un subalterno.
Siempre quise preguntarle por qué declinó la oferta de Bail para
convertirse en un fundador. No esperaba su respuesta: «no quiero
ser más que tú, quiero que seamos iguales; sin diferencias que te
sirvan como excusas para apartarme». Fue algo que me hizo sentir
amada. Creí que al cambiar empeoraría su hermetismo, que
seguiría sin dejarme ver en él. No es así, ahora muestra lo bueno y
malo. Por fortuna, he aprendido a lidiar con ambas partes.
―¿Debo suponer que esperaste a propósito que viniera?
―inquiero fingiendo no saberlo, porque es evidente.
―Quizá. ―Su boca se curva ligeramente, confirmando mis
sospechas. Otra cosa que no ha cambiado es su libido. Esa parece
estar mucho más activa.
―Alguien podría venir y no eres muy silencioso que digamos
―me burlo, segura de que sabe a lo que me refiero. Pero eso solo
hace que su sonrisa se ensanche.
―Si no recuerdo mal, la que más grita eres tú. ―¡Cómo lo odio!
Antes era fácil manejarlo y mandarlo al demonio, pero sabe cómo
provocarme y tenerme. Tal parece que, al igual que todos, comienzo
a volverme blanda.
Su olor, su presencia y ese aire altivo me atraen demasiado,
haciendo casi imposible decirle no. Creí que pronto me cansaría de
él y viceversa, pero no es así. Cada vez que lo pruebo, quiero más,
como si nunca tuviera suficiente.
―Lo que digas. La cosa es que esa puerta no los detendrá.
―Las puertas para los vampiros son como una simple hoja de
papel: han aprendido a medir su fuerza, pero no es algo que dé
garantía.
Sus cejas se elevan ligeramente, como si estuviera tratando de
no reírse.
―Está cerrada y me he asegurado de que en un pequeño rato
nadie más venga aquí abajo. No podrán eschucarte.
Gruño queriendo golpearlo. Sí, puede que no tenga control de mis
acciones cuando hace lo que sabe. Pero él también lleva culpa.
―Además, será algo rápido.
Me apoyo en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Si será rápido, mejor no comiences ―farfullo fingiendo
desinterés. Incluso alguien como yo, no puede resistirse. La
inmortalidad le ha sentado bien―. No quiero algo rápido. Si vas a
hacerlo, que sea bueno.
Él se ríe. No suelo seguirle el juego, pero hoy estoy de buenas.
―No creo que el tiempo sea un problema. Puedo hacerte gemir
en cuestión de segundos y dejarte satisfecha, lo sabes.
Miro al techo, como si no me impresionara.
―Y yo puedo romperte la cara si no haces lo que te digo.
Levanta las manos en señal de rendición. Sabe que conmigo no
se juega, no bromeo. Antes no podía golpearlo porque era fácil
dejarlo imposibilitado por una larga temporada, pero ahora eso es
distinto. Y algo bueno. Puedo darle palizas sin sentir
remordimientos.
―De acuerdo, será como tú quieras. Solo espero que seas
moderada. Estos muros bloquean el sonido, pero a veces eres tan
ruidosa, que temo que toda la ciudad nos escuche.
Evito responder su provocación, porque sé que es eso lo que
intenta.
Nos movemos al mismo tiempo. La ropa desaparece antes de
que nos alcancemos. Su boca ataca la mía, empujándome contra el
piso. Enrosco mis piernas en su cadera, sintiendo cuan largo y duro
es. Por mí y solo para mí.
Ruedo quedando sobre él, pero no por mucho. Se mueve tan
rápido, hasta que de nuevo lo tengo presionando todo su peso
contra mí. Sus manos tocando en todas partes, deteniéndose en los
lugares correctos. Gimo cuando sus dedos se hunden entre mis
piernas. Una risa brota de su pecho. Es imposible no reaccionar a
su toque.
Con una mano, tiro de su cuello y enredo su lengua con la mía.
Mi otra mano se mueve hacia el sur. Ahora soy yo quien envuelve su
miembro, arrancándole un gruñido salvaje. Bien por mí.
Su boca mordisquea mi cuello con intensidad, obligándome a
hacer lo propio con los labios para no gemir. Está intentando tomar
la ventaja de esto. Y aunque odio ceder el control, debo admitir que
sabe cómo manejarme, cómo hacerme llegar. Así que a veces me
olvido de mi reticencia y me dejo ir. Pero no hoy, quiero molestarle.
Rodamos por el suelo, consiguiendo una fracción de segundo, estar
de nuevo arriba. Muevo las caderas, consiguiendo que su punta
roce mi centro. Ambos jadeamos. Me toma de las caderas y me
hace caer de golpe, hasta que lo tengo dentro.
Maldito. Esto le gusta tanto como a mí y solo por eso está
dejando que me salga con la mía. Muerdo sus labios, consiguiendo
un poco de su sangre. Amaba hacer esto cuando era humano y eso
no ha cambiado: aun cuando su sabor es distinto no deja de ser
placentero.
Me empunta contra la pared, sujetando mis pechos con ambas
manos y empujando con fuerza. Me arqueo, permitiendo que llegue
tan profundo que me hace gritar.
―Te lo dije ―murmura empujando de nuevo. Araño su espalda,
siguiendo el movimiento de sus caderas, arrancándole un gruñido.
¡Oh, sí! Más dentro, más profundo, más placer.
―Maldición ―murmuro perdiendo el control.
―Eso es ―susurra mordiendo mi oído, enviando otra ola de calor
a mi centro.
Acelera el movimiento de sus caderas, sujetando con firmeza las
mías. Somos un solo cuerpo. Golpes duros y certeros, embestidas
salvajes, gruñidos animales que se confunden. Míos o suyos no
importa en este momento. Ese solo es un punto de discusión y es
que siempre que lo hacemos, es como encender una llamarada.
Más intenso, más apasionado y más descontrolado.
Muerdo su hombro, sintiendo cómo me corro mientras su sangre
fluye por mi boca. Un embate más y él se desintegra. Cierra los
ojos, mordiendo sus labios, derramando una pequeña gota de
sangre. Con la punta de la lengua la recojo. Me mira con deseo
renovado. Ciertamente es imposible que esto sea rápido. Es
adictivo, es demasiado irresistible el Jensen vampírico que me
sostiene contra él, como si no deseara dejarme ir nunca.
―Mi turno ―anuncia antes de hundir su rostro en el hueco de mi
cuello. Sus colmillos rasgan mi piel, al tiempo que succiona. Gimo
echando la cabeza atrás, entregándome a él. Me gusta demasiado
que lo haga. Porque demuestra que soy la única de la que bebe, de
la que desea tomar algo más que solo sexo. Presiona su pelvis,
mientras su lengua se arrastra despacio por mi cuello, alcanzando
mi barbilla. Nos miramos un instante antes de que me bese y de
nuevo comience a empujar dentro de mí.
¡Oh, sí!
No puedo decir que no creo en el amor, porque lo hago, lo amo. Y
él a mí.
֍
Observo la ligera nube de polvo que dejan los cascos del caballo,
mientras se aleja a toda prisa de la ciudad. Esta chica de nuevo ha
salido y parece tener mucha prisa. No tengo nada de qué
preocuparme, no abandona sus actividades y tengo que admitir que
la he notado mucho más animada últimamente.
Las risas detrás de mí me hacen volver el rostro. Un grupo de
niños bromean con Farah y Caden, que están cerca de las puertas
de la ciudad. Desde lo alto del muro, tengo una vista completa,
puedo ver con claridad su sonrisa. Sus ojos encuentran los míos,
me sonríe y guiña antes de regresar su atención a los pequeños.
Aunque me he preguntado mucho qué tiene de especial, sigo sin
saber la respuesta, es todo y nada en particular lo que me gusta de
su persona. Su terquedad, su extraño sentido del humor y su
dulzura que muestra para conmigo y su hija.
Tuve muchas dudas al principio, sobre si lograría adaptarme a
esta vida, no por la severidad, sino todo lo contrario. Era demasiado
buena, tanto que asustaba. Pero él nunca me ha dejado sola,
siempre ha estado para sostenerme y hacerme ver y creer en la
bondad de las personas, comprender que ninguno de ellos es mi
enemigo, a pesar de que algunos puedan ser una molestia.
―¿Quién lo hubiera dicho? ―Miro de reojo a Welter, que sonríe
siguiendo con la mirada la dirección donde se encuentra Farah―.
Nadie lo habría apostado, ¿cierto? ―comenta con el mismo tono
burlón.
Sé lo que quiere decir, rara vez bajo mis defensas, solo cuando
se trata de mi familia. Nunca expresé el menor de los sentimientos
ni siquiera lástima por uno de ellos. Y ahora mi cara habla, respecto
a lo que me inspira ese rubio tonto.
―No soy la única ―contesto encogiéndome de hombros,
volviéndome directamente hacia él―. Tienes dos hijas, Welter.
Contrario a lo esperado, su sonrisa se acentúa, al tiempo que se
pasa la mano por la nuca.
―Lo sé y no lo decía por eso ―farfulla, titubeante, al notar mi
expresión no demasiado amistosa―. Me refiero a que esto no tiene
comparación.
Asiento, sin bajar la guardia, estudiándolo con detenimiento. Él es
uno de los híbridos que aceptaron quedarse en Jaim, después de
ser capturados. Se encontraban luchando o escondidos en el
bosque cuando la cueva se derrumbó, así que sobrevivieron. No son
muchos, pero la mayoría ha formado familias con las humanas y
cambiado notablemente. Somos salvajes por naturaleza, no es para
menos, fuimos criados de ese modo, con el único propósito de cazar
y matar. Sin embargo, hemos dejado la sangre y eso nos ha vuelto
más estables y humanos, por decirlo de alguna forma. Ya no somos
tan fuertes y hemos adquirido madurez en nuestros rostros, aunque
no de la misma forma en la que lo hacen las personas ordinarias.
―Sé directo, ¿me culpas? ―Luce sorprendido ante mi pregunta y
niega rápidamente, levantando las manos.
―No, por supuesto que no, Johari. ¿Por qué habría de hacerlo?
―Randi y Sián lo hacían ―admito por primera vez, mencionando
sus nombres desde aquel día que los vi en la celda. Antes de que se
marcharan―. Dijeron que los traicioné y que todo fue mi culpa.
Suspira, rascándose la cabeza.
―No se puede traicionar a quien lo hizo primero. ―Se encoge en
sí mismo―. Además, si soy franco, varias veces pensé en huir, solo
para evitar seguir con ese estilo de vida. Que, en realidad, no era
vivir, sino padecer. No puedo juzgarte, de todos nosotros, eras tú
quien siempre tenía presión sobre su cabeza.
Reflexiono sobre sus palabras, dándome cuenta de que
posiblemente todos se dieron cuenta de lo que pretendía hacer
Alón. Eso me hace cuestionarme la actitud de Randi. Él no era tan
idiota como para no haber entendido.
―No hablo demasiado con ellos ―murmuro―, la mayoría me
evita, supuse que era porque me culpaban.
Ríe, sacudiendo la cabeza.
―Eras y sigues siendo intimidante, aunque por razones
diferentes.
―¿Qué quieres decir? ―Se encoge de hombros, mirando de
nuevo hacia donde se encuentra Farah.
―Tu pareja es bastante intimidante cuando se lo propone
―murmura luciendo incómodo― y siempre está cuidando de ti.
Respecto a los otros, puedo asegurarte que ninguno de ellos tiene
algo que reprochar. Tal como dijiste, no eres la única que ahora
tiene a alguien por quien velar. Lo que me hace pensar, ¿te has
dado cuenta de que la mayoría tiene hijas?
―¿Qué?
―Eso. Él siempre buscaba las hembras, las cuales eran muy
pocas. De veinte alumbramientos, solo uno era una niña y pocas
veces sobrevivían, tú eres una de las excepciones. ―Golpea el
suelo con el pie y suspira―. Solo el otro rubio tiene dos varones,
pero de nuestro grupo ninguno. Curioso.
Está en lo cierto. Incluso Farah y yo, tuvimos una niña. Lo mismo
que Knut, antes de que nacieran esos dos pequeños. Sin embargo,
ninguna de ellas es como Gema y Mai, supongo que se debe a que
ellos son híbridos y no fundadores. Nosotras fuimos hijas de Alón,
por ellos somos distintas. Esa chica no es su hija, sería como
nosotras. Quizá sea hija de Seren o de Keith, aunque para el caso
es lo mismo, están muertos y a nadie le interesa saber su origen.
―Como quiera que sea, ni ellas ni nosotros somos soldados y
eso ya no tiene importancia. No son particulares y aunque lo fueran,
no hay nadie que busque beneficiarse a costa de su sangre.
―Cierto. ―Se apoya en la barandilla, mirando a lo lejos―.
¿Sabes? Me pregunto qué fue de ellos. ¿Crees que siguen por ahí?
―Lo dudo ―confieso sin sentir culpa. Ellos eligieron su destino,
porque no fueron capaces de dejar atrás su orgullo y probar algo
desconocido, pero mil veces mejor que lo que teníamos. Eso era
evidente. A pesar de que no confiaban demasiado, con el trascurso
de los años, las diferencias fueron desapareciendo. Hasta llegar al
día de hoy, en que ya nadie repara en si su aspecto es distinto o sus
ojos tienen un color especial.
―Eran hábiles, quién sabe.
―Cierto, pero ha pasado demasiado tiempo y no tenían gran
cosa. Incluso para alguien como Randi, no debió resultar sencillo.
―Por no decir que posible. Los impuros que dejé escapar eran
bastantes, eso y la falta de alimento.
Permanecemos en silencio un largo rato, cada uno perdido en
sus pensamientos.
Ese día se derramó demasiada sangre, sin embargo,
prácticamente toda a causa de él y su ambición. No fue suficiente
ser alguien prácticamente inmortal, quería más.
―Solo espero que no hayan sufrido demasiado. No importa lo
tercos que fueron, pasaron por lo mismo que nosotros.
No respondo, mantengo la vista en el horizonte, deseando lo
mismo. Que hayan encontrado algo de tranquilidad, donde quiera
que estén.
Lena (11)
Esta, sin duda alguna, es una pésima idea, de las peores que se le
han metido en la cabeza y ni siquiera entiendo por qué me he
dejado envolver en sus juegos. Porque es eso: una artimaña.
Suspiro con cansancio, reflexionando mentalmente las posibles
consecuencias, dirigiéndole una mirada molesta, al tiempo que
agudizo mis sentidos, siguiendo sus movimientos. Hasta ahora todo
va de acuerdo a lo planeado. No sé cómo demonios consigue que
todos hagan lo que quiere. Incluso yo.
―Por favor ―resopla, al percatarse de mi postura, con esa
sonrisa ladina que tanto me irrita―. ¿No quieres ser buena por una
vez en tu vida?
Estoy segura de que ahora mi mirada es mucho más que
molesta, pero eso solo logra que sonría aún más.
―Verdaderamente, cuestiono tu sentido del bien ―mascullo con
una mueca de desagrado―. Tal vez, eso deberías preguntártelo a ti.
―Yo soy buena. La mejor de todas.
La odio.
―Claro ―respondo denotando sarcasmo―. Tan buena que no
dejas de intervenir en los asuntos de los demás.
―Mira ―gruñe volviéndose hacia mí, apuntándome con el dedo.
No entiendo por qué demonios sigo tolerándola―. Armen me ha
dado permiso ―canturrea sonando demasiado confiada.
―Dudo que el señor Regan haya estado de acuerdo en
manipularlos ―digo encogiéndome de hombros. Ha sido bastante
tolerante, pero al igual que Gema, le preocupa el estado de ánimo
de esa niña y dudo que enfrentarla a Abiel ayude. Debería ser él
quien vaya a ella, no al contrario―. Si no mal recuerdo, lo único que
aprobó es que fuera yo quien le acompañara, solo eso. Y ha sido
porque se supone que Ryen estaría demasiado ocupado, haciendo
no sé qué cosas importantes que no podían esperar. ―Otra de sus
mentiras. Esta mujer, a pesar de su aspecto de inocente, es de
temer.
―Desde luego, Lena es prioridad ―afirma girándose de nuevo
hacia el ventanal―. ¡Ahí están! ―murmura con emoción. Supongo
que da por hecho que esto evitará que ella se vaya de Cádiz. Lo
dudo. Y tampoco sería muy bueno, no cuando él no parece
dispuesto a hacer algo más que observar. Como lo ha hecho hasta
ahora.
Dirijo mi atención a lo alto del muro, donde Lena se encuentra. No
importa la distancia, puedo ver su figura, que no parece haberse
percatado de la presencia de Abiel o tal vez solo está fingiendo.
Esto no está bien. Ella evita su toque y, dándole la espalda, baja
rápidamente.
―¿A dónde va? Ella no debería alejarse… ―balbucea Elina.
Tengo la respuesta y no me gusta. Se mueve, dirigiéndose hacia la
entrada de la ciudad.
―Mierda ―maldigo tomando la bolsa que contiene sus cosas―.
Parece que no siempre te puedes salir con la tuya ―reprocho
molesta con el resultado.
―Pero… Espera…
―Esto ha sido un error ―mascullo dándole una mirada furiosa,
mientras me encamino a la puerta de la residencia. Algo ha ocurrido,
Lena parece resuelta a marcharse, incluso dejando atrás sus cosas.
Me olvido de Elina y sus protestas detrás de mí y me apresuro a
llegar a la puerta. El hecho de que no esté corriendo, me permite
alcanzarla al tiempo que ella cruza la entrada. Maldigo mentalmente
a Abiel, que se ha quedado quieto a un costado, sin intentar ir tras
ella o hacer algo para detenerla.
«Has fallado, Elina», reprocho bloqueando su respuesta. Estará
molesta y se lo merece. Si Abiel quisiera hablar con ella, lo haría. Es
así de sencillo.
―¿No se supone que debo acompañarte? ―cuestiono apenas
nos alejamos unos metros.
―Estás aquí.
―¿Y tus cosas? ―señalo la bolsa. Me mira inquieta, sus ojos
enfocando más allá de la ciudad, hacia la colina que oculta los
senderos de las viejas ciudades.
―No… Me olvidé ―balbucea sin detenerse y volviendo a dar un
vistazo a la lejanía.
―¿Ocurre algo? ―inquiero frunciendo el ceño.
―No.
―Lena… ―digo sujetando su brazo, obligándole a detenerse―.
¿Qué ocurre?
―Nada.
―No me lo parece.
―No es nada, solo… quiero llegar antes del anochecer. ―Frunzo
de nuevo el ceño, mirando que el sol aún se encuentra en el
horizonte. Quedan al menos un par de horas antes de que se pierda
la claridad.
Miente.
Entiendo que nunca hemos tenido este tipo de conversaciones,
pero tendría que ser idiota para no percatarme de que algo anda
mal.
―¿Qué te hizo Abiel? ―pregunto sin rodeos. Suspira,
sacudiendo la cabeza, liberando su brazo de mi mano.
―Nada. Estaba buscándote ―argumenta nerviosamente,
volviendo a mirar detrás de nosotros―. No pasa nada ―asegura
forzando una sonrisa.
Maldita sea. No puedo saber qué pasa por su mente y claramente
no está dispuesta a decirlo, pero resulta obvio que está diciendo
mentiras.
―A tu padre no le gustará saber que te marchas de esta manera.
―Él sabe que me iría…
―¿Dejando todo atrás?
―No lo hacía ―suspira―. Sabía que vendrías. ¿Podemos
darnos prisa? ―inquiere retomando la marcha, dando por terminado
el tema.
¡Maldición! Abiel tendrá que darme algunas respuestas. Esta niña
nunca se quedará con la incertidumbre y tampoco huye de los
problemas. En este momento, es como si estuviera desesperada por
escapar. Sin embargo, no hay nada que pueda hacer.
La sigo sin hacer comentarios al respecto, aunque no me trago
eso de que no le pasa nada. Su respiración agitada y lo acelerado
que se encuentra su corazón no mienten. Algo ha ocurrido ahí
arriba.
Abiel (3)
―Eres buena.
Le disparo una mirada incrédula, pero Caden sonríe frotando su
mano en mi cabeza, revolviéndome de nuevo el pelo. Un gesto que
parece disfrutar demasiado últimamente. Es tonto, pero me agrada.
―No si me comparo contigo. ―Él tiene un toque especial con los
animales, es como si le entendieran, como si conectaran.
Obviamente, yo no lo tengo. Así que no existe punto de
comparación.
―No uso mi habilidad con ellos ―niega incorporándose, mirando
de nuevo la pequeña cabra que permanece tumbada sobre un
puñado de pasto seco.
Ella es una de mis primeras pacientes. Una de sus patas se ha
lastimado en uno de los alambres del corral y la hemos inmovilizado,
para evitar que se rompa el hueso. Habría esperado que tratar con
ellos no fuera sencillo, pero no es tan malo como lo pensé.
―De todos modos, les gustas. ―Me encojo de hombros. El
tiempo parece transcurrir de prisa, he hecho más cosas de las que
nunca imaginé. En los últimos días he ayudado a Caden, sus tareas
que no son nada fáciles. Al igual que Josiah, asumen
responsabilidad que implica mucho de su tiempo y paciencia.
¡Mucha!
Josiah aún no asume el control por completo, a diferencia de
Caden, quien prácticamente dirige Jaim y parece gustarle.
Responde a cada necesidad o duda que las personas tienen y
nunca se niega a atenderlos. Ellos lo respetan, pero sobre todo le
aprecian. Eso es tan maravilloso. El señor Farah y Knut le ayudan,
pero él se encarga de la mayoría de cosas. Como un modo de
entrenamiento, supongo. La seguridad está en manos de Airem y lo
hace demasiado bien. No tiene miedo a nada y es muy buena en
combate.
Sujeta mis hombros, inclinándose hasta que su rostro queda a la
altura del mío. Sus ojos fijos en los míos.
―No tienes que compararte con nadie, Lena. ―No puedo evitar
mirarle, sorprendida, pero justamente acabo de hacerlo―. Con o sin
habilidades eres especial.
―No realmente ―murmuro restándole importancia―. Hasta
ahora no hay mucho que haga o que maneje como lo hacen todos
ustedes. Son muy buenos, pareciera no costarles trabajo. ―Por no
mencionar que al inicio me resultó complicado levantarme tan
temprano.
―Mentira. Eres buena curando y no digas que no como yo. Los
primeros animales de los que me hice cargo no fueron tan amables
y he recibido algunas mordidas y rasguños.
―¡¿De verdad?! ―Esos eran algunos de mis peores temores,
pero hasta ahora estoy intacta.
―Claro. Tu voz es tranquilizadora, así como tu presencia. No
todos tienen eso.
―Eso lo dices porque…
―Porque es la verdad, Lena. ―Sus manos abandonan mis
hombros, para sostener mis mejillas. Su nariz rozando la mía, un
gesto cariñoso―. No me gusta que te menosprecies.
―No…
―Lo haces y más de lo que incluso puedes darte cuenta. Aún es
pronto para rendirse y no encontrar algo que disfrutes.
―A veces me siento fuera de lugar ―admito, dando un
suspiro―. Todos tienen tareas y yo…
―A mis tíos les preocupas, pero si hablas con ellos estoy seguro
de que te dejarán ayudar en la clínica o hacer algo que te guste. No
tiene que ser necesariamente aquí, aunque, como verás, las manos
extras son más que bien recibidas.
Ladeo el rostro, mirándolo con atención.
―¿Desde cuándo te volviste bueno? ―Me mira confuso y
aprovecho para devolverle el gesto y sujetar su cara―. Siempre
eras quien me hacía llorar.
Resopla, dejando escapar una risilla.
―Era un niño, Lena. ―Se encoge de hombros―. Me gustaban
tus juguetes y ver los intentos de Josiah por protegerte. Siempre
decía que eras suya.
Reímos, recordando esos momentos.
―Lena… ―Ambos volvemos el rostro al escuchar la voz de Elise,
quien con los ojos muy abiertos nos mira desde la puerta del
establo. Evidentemente sorprendida por la postura tan cercana.
Me aparto, al notar la rigidez que muestra su figura y la inquietud
de sus ojos. No parece que sean imaginaciones mías, a ella le gusta
Caden.
―No sabía que estabas aquí, Caden ―murmura reponiéndose
de la sorpresa, esbozando una tímida sonrisa, sin mirarlo directo a
los ojos ni tampoco a mí.
Creo saber el porqué. Nuestra postura no debe de haber sido
muy buena o mejor dicho algo rara.
―Ya terminamos. Toda tuya ―indica empujándome hacia ella. Se
supone que paso algunas horas con Caden y otras con Elise. Hasta
ahora son pocos los momentos que he podido ir con Airem,
comparado con estos, desde luego nada de salidas de la ciudad.
―¿No vienes? ―pregunta mirándola esperanzado. Sí, ella
siempre quiere incluirle o estar cerca. ¿Por qué no lo noté antes?
―No, tengo algunas cosas que atender. Las veo en la cena.
La cena, prácticamente desde que llegué a la ciudad, todos
cenamos juntos en casa de mis abuelos. Ellos adoran tener la mesa
llena, incluso Klaus. A veces sus padres también nos acompañan.
Es divertido, sobre todo por las viejas anécdotas y los episodios
vergonzosos que el señor Knut parece disfrutar narrando.
―Sí ―asiente haciéndose a un lado para que salga. Doy una
mirada a ambos, percatándome de que él parece completamente
ajeno a ella. Eso no me gusta. Porque hay un par de chicas que no
pierden oportunidad para coquetear. Lo único bueno es que él
tampoco parece notar sus intentos. ¡Hombres! ¿Será que hay que
golpearlos con un letrero que tenga escritas nuestras intenciones?
¿O incluso ignorarían algo tan claro?
Sigo a Elise, quien se muestra incómoda, avanzando un par de
pasos por delante y mira a todos lados menos a mí.
―Es como mi hermano ―digo consiguiendo darle alcance.
―¿Qué? ―Me mira confusa, aunque veo cierto alivio.
―Caden es como un hermano ―digo―. No lo veo distinto. Así
que no tienes que preocuparte por mí.
―Yo…
―Te gusta ―susurro y sonrío ante su expresión confusa.
―Pero… No…
―Tranquila. No pasa nada. Somos amigas, ¿no?
―¿Tan obvia soy?
Me río y niego con la cabeza.
―Nadie como yo ―admito sintiendo un dejo de amargura. He
tratado de no pensar en él y lo consigo la mayor parte del tiempo,
cuando tengo que concentrarme en una tarea o cuando los escucho
charlar. También funciona cuando el cansancio me vence y termino
dormida apenas toco la almohada. Pero algunas otras veces es
inevitable―. Pero no. Dudo que él lo note.
Suspira pasándose la mano por el pelo.
―¿Puedes no decirle nada? ¡Por favor!
―Tranquila ―digo tomándola del brazo―. De hecho, estaba
pensando ayudarte.
―¡¿Qué?! ―Me mira alarmada y eso me hace reír con ganas. Sí
que algunos conocen mis andanzas―. No, no es necesario.
―Claro que sí. Caden es más despistado que Klaus con las
explicaciones de Airem o yo con las recetas de mi abuela. Si no
tienes un poco de ayuda, esto llevará años. No queremos eso,
¿verdad?
―Puede que no le interese.
―No le interesará si no lo sabe. Además, tú me agradas y creo
que son tal para cual.
―¿Por qué lo dices? ―Me encojo de hombros.
―Eres ordenada y buena con las personas. Serías la mujer
perfecta para el líder de la ciudad, ¿no crees? ―Eso parece
sorprenderla. ¡Elise! Ella aparentemente solo piensa en él como en
un chico cualquiera y eso es muy bueno. No va en busca de una
posición, sino de sus sentimientos.
―Lo que yo crea y él quiera es distinto.
―Uhm. No estoy de acuerdo, pero puedes estar tranquila, iremos
de poco en poco.
Creo que después de todo, esto será aún más emocionante.
Puede que yo no consiga a alguien, pero eso no significa que no
pueda ayudar a los demás.
Mai (3)
֍
Las horas me parecen segundos y antes de darme cuenta, nos
encontramos alineados frente a la puerta, a la espera de que los
primeros rayos de sol aparezcan y que podamos salir. La lluvia se
ha ido, pero según Xean, no durará demasiado. El tiempo no está
en nuestro favor y no hay marcha atrás.
―¡Vamos!
Abiel me da un beso rápido y me indica que vaya con las mujeres
y niños. Neriah y Yohan asienten, confirmando que es seguro
movernos. Dayna, la chica que está embarazada, va sobre el
caballo, con el pequeño en brazos. Cesia, Ivy y Vinc flanquean el
grupo, Irina al frente y yo detrás de ellos.
―Vamos demasiado lento ―escucho decir el señor Haros.
La pendiente es bastante pesada y los niños no son tan rápidos.
―Debemos sacarlos del valle cuanto antes. Mientras más lejos
estemos de ellos, mejor.
―El sol…
―Tendremos que descansar en algún momento y eso les dará
oportunidad de aventajarnos.
Puedo sentir la tensión, desde luego que chocan y era lo que
tanto temía.
―Podemos llevarlos ―sugiera el señor Knut, como si nada―. A
los niños, claro, de ese modo las mujeres pueden avanzar con más
rapidez. Josiah tiene razón, pasando la colina, será más fácil el
avance.
―Hagámoslo.
Hay cierta sorpresa, pero nadie protesta cuando los niños son
tomados y llevados con una velocidad y facilidad sobre la colina.
Cerca de la mitad del día, hemos dejado atrás el valle y nos
movemos a buena velocidad, o eso creo hasta ver las expresiones
tensas de los hombres, que continúan en la parte trasera del grupo.
Se turnan para adelantarse y quedar regados y ver si hay algún
inconveniente. No lo hay hasta ahora, pero sé que temen a que
caiga la noche. Sin embargo, la determinación en sus rostros, de los
niños y mujeres, es grande. Eso basta para asegurarme de que esto
es lo correcto.
El día se convierte en noche, pero nuestros pasos no se detienen,
el cansancio se muestra en sus caras, pero nadie protesta. Irina se
encarga de repartir los pocos alimentos disponibles, a quienes
considera los necesitan. También ha cuidado del bebé, que parece
disfrutar de la compañía del señor Haros. Me sorprendió verlo
alimentándolo con su sangre, pero eso parece ser lo que le ha
ayudado a tener un mejor aspecto.
―No comiste ―Abiel se acerca a mí, sus ojos escrutando las
sombras que nos rodean. La mayoría tiene buena visión, por lo que
se ha optado por viajar sin antorchas, no queriendo hacer visible
nuestra ubicación.
―Estoy bien ―aseguro tomando su mano. Él me besa el dorso.
―Lo lograremos ―susurra antes de tirar de mí, contra su
costado. Es un abrazo rápido, antes de volver a su posición.
Suspiro, tras descubrir a Ivy mirándome con una ligera sonrisa.
―Tu pareja ―dice a manera de afirmación, que confirmo
asintiendo―. Ojalá pueda tener una algún día ―comenta antes de
que sus ojos se posen en Klaus, que se encuentra a unos pasos
detrás.
Sonrío, un poco sorprendida.
―Lo harás.
Danko (6)
֍
Contemplo el horizonte, por donde hace unos minutos
desaparecieron. Aceptar que mis hijos son lo suficientemente
maduros para gobernar, no se compara con aceptar que pueden
ocuparse por sí mismos. Sin embargo, es algo necesario. Siempre
estaré presente, pero hay cosas que se deben permitir experimentar
por ellos mismos.
Cierro los ojos, sintiendo sus manos recorrer mis hombros,
deteniéndose sobre mi pecho. Mi amada Mai.
Toco sus manos, sintiendo su pecho contra mi espalda.
―Estarán bien ―dice intentando confortarme. Sonrío, ella
siempre ha sido más fuerte que yo.
―Tengo la certeza, es solo que no soy de los que les gusta
esperar.
―Lo sé, pero es su turno, como dijiste.
―Decirlo es fácil, no tanto como verlo.
Ríe, haciéndome volverme hacia ella. Es tan hermosa, nunca me
canso de admirar su rostro y esa sonrisa que tanto amo.
―A veces vuelves a ser el mismo gruñón de siempre.
Tiro de su cintura, antes de tocar sus labios.
―Intento no serlo cuando se trata de ti. ―Frota su cara contra la
mía, de modo juguetón.
―No te preocupes. Todo saldrá bien.
―No es por ellos que temo, sino por los otros. No confío.
―Debemos darles una oportunidad. Es quizás ese momento de
cambiar los errores del pasado y tratar de sanar viejas heridas.
La beso de nuevo.
―Solo tú puedes ver lo positivo en cualquier parte, pero tienes
razón, siempre la tienes y por eso nunca dejaré de agradecer poder
tenerte conmigo.
―Siempre, amor, siempre.
Lena (37)
Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en una pelea real, una en
la que se luchaba por mantenerse con vida. Impuros, las criaturas
que más odio y las que cambiaron mi vida. Hoy tengo la oportunidad
de cortar algunos de ellos, por nada del mundo la dejaría pasar. Él lo
sabe y justamente por eso me ha permitido venir, a pesar de que
sigue viéndome como a alguien que debe ser protegida. Lo amo y lo
recompensaré cuando estemos de regreso.
―Ten cuidado, Jensen ―dice Anisa, mirando a Pen, que le dirige
una mirada molesta antes de avanzar.
―Yo lo cuido ―Alain le sonríe, antes de ir tras Pen―. Como en
los viejos tiempos.
Ellos me hacen sonreír, su camaradería no ha dejado de existir
como la primera vez que los vi en Jericó.
Evito mirar a Anisa, porque sé que, aunque no quiera mostrarlo,
le importa demasiado. Tanto que insistía en que se quedara, pero
desde luego que él, siendo de los más recientes en convertirse,
quería participar. ¡Rayos! Todos queríamos, hace mucho que no
tenemos acción.
Golpeo la nariz de un impuro, consiguiendo que gruña y luzca
más molesto. En algún momento de mi vida, me habría parecido
aterrador y hubiera salido corriendo, pero no en este. Con un corte
limpio, cerceno su cabeza, antes de perforar su pecho y empujar su
cuerpo.
―Te has vuelto lenta ―gruñe Anisa, tomando la mano de Irina,
que le sonríe.
―Ya era hora de que llegaras.
Anisa resopla, negando.
―¿Puedes seguir? ―Irina examina el corte en su brazo y se
encoge de hombros.
―Es solo un rasguño, me tomó por sorpresa.
―Eso pasa por dejar de entrenar.
―Entonces tienes que ponerme el ejemplo. ―Anisa enarca una
ceja.
―Lamento interrumpir ―digo pasando de ellas―. Tenemos
algunos sujetos que salvar, por allá.
―Cierto. Vamos.
Asiento, echando a correr a donde verdaderamente se desarrolla
la batalla.
Yohan (6)
Las últimas horas han sido una serie de altibajos, es como trepar
una montaña y volver a subirla una y otra vez. Randi está muerto,
murió protegiendo a los demás. O eso es lo que han dicho. Cierro
los ojos, permitiendo que el ahogamiento reclame mi consciencia y
cuerpo. No puedo pensar demasiado, creí que moriría o, peor, que
terminaría como una de esas cosas.
―¿Cómo te sientes? ―Me obligo a abrir los ojos y mirar a Xean,
que, cojeando un poco, se acerca a mi cama. Nos han instalado en
una amplia habitación. Desde luego que todos tenemos heridas,
algunas más graves que otras y debido a nuestra débil condición, no
estamos sanando tan rápido como deberíamos.
―Sobreviviré.
Me mira con curiosidad.
―¿Y la sangre? ―murmura mirando alrededor, comprobado que
no haya alguien cerca―. ¿Te sientes raro?
―Como siempre, quizá más cansado.
Ciertamente, después de estar a punto de morir, lo que esa chica
hizo fue increíble y extraño. Aún percibo el sabor de su sangre en mi
lengua. Había escuchado sobre lo que puede hacer la sangre de un
fundador, pero verlo y experimentarlo es muy distinto. Mis heridas
prácticamente han desaparecido, estoy débil y cansado, todos lo
estamos, pero no pareciera que fui herido y mordido. O que estuve a
nada de morir.
Él asiente pensativo.
―¿Qué haremos? ―inquiere, la incertidumbre reflejada en su
cara. Desde luego que la noticia de la muerte de Randi a todos nos
tiene desconcertados. No debía manejar las cosas por su cuenta,
tenía que esperar por ayuda. Estaba débil, herido. Fue un suicidio lo
que hizo.
―Lo que él quería.
―Pero…
―Nos trajo aquí por una razón. Tenemos que hacer que valga la
pena.
―Lo sé, pero… Todo es raro.
―Sabes cómo era, nunca daba explicaciones y nadie le podía
hacer cambiar de parecer, ni siquiera Eneth.
―Sí, pero… Sabe mal, que después de todo su esfuerzo, no
pueda disfrutarlo.
―Las cosas pasan por algo ―la suave voz de la médica nos
interrumpe―. Y ciertamente, carecería de sentido todas las cosas y
muertes que experimentaron, si no saben aprovechar esta
oportunidad.
―Uhm ―Xean la mira con desconfianza. Desde luego que
piensa lo mismo que yo, no ha dejado de estar sobre mí desde que
llegamos a este lugar―. ¿Necesitas algo?
Ella lo mira y luego a mí.
―Eso debería preguntarlo yo, pero me he asegurado de que
tengan lo necesario. Así que no.
―¿Qué pasa con el espacio? ¿Podemos tener un poco de
privacidad? ―Ella no se inmuta ante la clara indirecta.
―Él es mi responsabilidad, así que por esta noche me quedaré a
su lado. ―Eso nos sorprende, pero no explica más―. Y tú deberías
volver a tu cama y descansar. Por cierto, Dayna me pidió informarte
que su hijo ha nacido.
―¿Qué?
―Su parto se adelantó, pero tanto el niño como ella se encuentra
en perfecto estado. El doctor Koller se está haciendo cargo de ellos.
Le hemos colocado algunas vacunas necesarias y lo mismo
haremos con ustedes. Es indispensable comprobar su condición
antes de que interactúen con las personas de Jaim.
Intercambiamos miradas con Xean. Suponíamos que ordenarían
nuestra ubicación, entre otras cosas, pero suena un poco extraño.
Antes éramos los que velábamos por los demás, les proveíamos
alimentos.
―No tienen nada que temer, se espera que con ellos se
encuentren más cómodos, pero pueden quedarse en Cádiz, si lo
prefieren.
―Pensé que solo los vampiros podían vivir aquí.
Ella se encoge de hombros.
―Por el momento, su bienestar es lo primero. Aunque eso no me
corresponde a mí, después hablarán con el señor Danko o Regan.
Son de confianza.
Hay un intercambio de palabras, antes de que Xean finalmente se
retire a su cama y ella se acomode en la silla junto a mí. Sus ojos
tienen ese tono rojo intenso, su tez pálida la hace distinguir como
uno de ellos. Luce demasiado seria, correcta.
―Sé sincera ―digo enfrentándola―. ¿Por qué sigues aquí?
―Es mi trabajo.
―No se trata de eso.
Una de las comisuras de su boca se eleva, es un gesto tan
pequeño, pero lo noto.
―Me resultas interesante ―expresa sin más―. Tengo cierta
inclinación por los híbridos.
―No tengo idea de qué significa eso.
―Estoy segura que lo haces, pero descuida. No suelo morder
contra voluntad o sin autorización. ―Agita la mano, antes de
inclinarse sobre el borde de la camilla―. Por el momento, estoy
monitoreando tu progreso. He hecho esto con humanos, pero no
tengo idea de cómo reaccionarás a mi sangre.
―Gracias ―digo al ser consciente de que no he dicho lo
debido―. No solo por salvarme, por todo.
―Es un gusto y te aseguro que todos están disfrutando, hace
mucho no teníamos verdaderos pacientes que necesitaran de
nuestras habilidades. ―Asiento sin saber qué más decir―. Lamento
lo de Lena. Ella estaba destinada a él, mucho antes de que la
conocieras.
―Yo…
―Descuida. Estoy aquí.
Cierro los ojos, descolocado ante su actitud tan directa. No
necesita decir nada, me alegro por Lena y, sobre todo, ahora tengo
muchas otras cosas en qué enfocarme. Sin Randi, parte de la
responsabilidad recae en mí, especialmente el cuidado de los niños.
Alain (2)
Agradecimientos especiales a Maty y las chicas del grupo de lectura, por apoyar siempre
mis locuras. También a Liz, por el maravilloso trabajo con Descendientes y ahora con
Linaje.
Sobre la autora
Isela Reyes es una autora mexicana, originaria del estado de Michoacán, que incursionó en
la novedosa plataforma de lectura y escritura: Wattpad, donde ha creado un sinfín de
amistades y en cuyo perfil se encuentran más de veinte historias de su pluma. Su libro, La
Donante (precuela de Descendientes), el primero de una saga vampírica y paranormal, fue
publicado bajo el sello de la Editorial Coral, contando con un número de seguidoras fieles
que esperan más historias de su mano.
Pueden encontrarla en cualquiera de sus redes sociales, con el mismo nombre.