Clacso Nuevos Actores y Cambio Social en America Latina

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C O L E C C I Ó N G R U P O S D E T R A B A J O

Serie Teoría Social Crítica

NUEVOS ACTORES Y CAMBIO


SOCIAL EN AMÉRICA LATINA

Esteban Torres
José Maurício Domingues
[Eds.]
NUEVOS ACTORES Y
CAMBIO SOCIAL
EN AMÉRICA LATINA
Nuevos actores y cambio social en América Latina / Enrique de la Garza
Toledo... [et al.]; editado por Esteban Torres; José Mauricio Domingues - 1a
ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CLACSO, 2022.
Libro digital, PDF - (Grupos de trabajo de CLACSO)

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-813-194-8

1. América Latina. 2. Movimiento Social. 3. Sistemas Tributarios. I. Garza


Toledo, Enrique de la. II. Torres, Esteban, ed. III. Domingues, José Mauricio, ed.
CDD 303.49098

Otros descriptores asignados por CLACSO:


Teoría social / Cambio social / Movimientos sociales / Pandemia /
Uberización / Ciclos políticos / Sistemas tributarios / Subjetivación
política / Memoria / América Latina

Los trabajos que integran este libro fueron sometidos a una evaluación por pares.
NUEVOS ACTORES Y
CAMBIO SOCIAL
EN AMÉRICA LATINA

Esteban Torres
José Maurício Domingues
(Eds.)

Grupo de Trabajo de Teoría social y realidad latinoamericana


Colección Grupos de Trabajo
Pablo Vommaro - Director

CLACSO - Secretaría Ejecutiva


Karina Batthyány - Secretaria Ejecutiva
María Fernanda Pampín - Directora de Publicaciones
Pablo Vommaro - Director de Investigación

CLACSO - Equipo Editorial


Lucas Sablich - Coordinador Editorial
Solange Victory y Marcela Alemandi - Gestión Editorial
Nicolás Sticotti - Fondo Editorial

Área de investigación
Natalia Gianatelli - Coordinadora de Investigación
Cecilia Gofman, Marta Paredes, Rodolfo Gómez, Sofía Torres, Teresa Arteaga y Ulises Rubinschik -
Equipo de Gestión Académica

LIBRERÍA LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA DE CIENCIAS SOCIALES


CONOCIMIENTO ABIERTO, CONOCIMIENTO LIBRE

Los libros de CLACSO pueden descargarse libremente en formato digital o adquirirse en versión
impresa desde cualquier lugar del mundo ingresando a www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana

1ª edición: Nuevos actores y cambio social en América Latina (Buenos Aires: CLACSO, junio de 2022).
ISBN 978-987-813-194-8

CC BY-NC-ND 4.0

© Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales | Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.
La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones
incumbe exclusivamente a los autores firmantes, y su publicación no necesariamente refleja los puntos de
vista de la Secretaría Ejecutiva de CLACSO.

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Este material/producción ha sido financiado por la Patrocinado por la


Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo, Asdi. La
responsabilidad del contenido recae enteramente sobre el creador. Asdi
no comparte necesariamente las opiniones e interpretaciones expresadas.
ÍNDICE

Esteban Torres y José Maurício Domingues


Introducción | 11

PARTE 1. APROXIMACIÓN PANORÁMICA


Esteban Torres
Los actores y el cambio social: tentativa de reconstrucción
para un futuro latinoamericano | 17

PARTE 2. LOS NUEVOS ACTORES SOCIALES


Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de
movimiento social en México | 69

Aldo Mascareño
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina | 95

Sergio Pignuoli Ocampo


La política de la pandemia: sistema político, Estado y actores | 115

Héctor Ríos-Jara
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo
y distopía en Chile 2020 | 137

Jacinta Gorriti
Las GAFAM como actores económicos mundiales:
límites, desafíos y posibilidades para América Latina | 161

Fernando Peirone
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia
de un nuevo sujeto histórico | 185
Mariana Fry
Los movimientos sociales y sus desafíos.
Producción de sentidos, límites y posibilidades | 209

Esteban Torres
La clase dependiente del delito: de los márgenes
al epicentro de la sociedad mundial | 229

PARTE 3. LOS PROCESOS Y SISTEMAS SOCIALES CONTEMPORÁNEOS


Breno Bringel y José Maurício Domingues
Ciclos políticos: su conceptualización y la
América Latina contemporánea | 263

Viviane Brachet-Márquez
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida | 281

Kathya Araujo
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad | 305

Juan Pablo Gonnet


Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno” | 327

Alice Soares Guimarães


Los sistemas tributarios en América Latina:
una propuesta analítica desde la sociología fiscal | 351

Santiago Roggerone
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias
de subjetivación política | 375

Alexis Gros y Felipe Torres


La sociedad de la desaceleración.
Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia | 399
Germán Coca y Alfredo Falero
Luchas por la memoria en Uruguay:
insumos analíticos para América Latina | 419

PARTE 4. REFLEXIONES FINALES


José Maurício Domingues
Pluralidad y contemporaneidad en la teoría social latinoamericana | 451

Sobre las autoras y los autores | 455


INTRODUCCIÓN

Esteban Torres y José Maurício Domingues

EN EL PRESENTE LIBRO ofrecemos un conjunto de aproximacio-


nes analíticas a los nuevos actores protagónicos en América Latina de
los últimos tiempos, así como a los procesos de cambio social en los
cuales están directa o indirectamente involucrados. Aquí partimos de
suponer que, para lograr avanzar en el conocimiento de este aspecto
sustantivo de la realidad social regional, resulta necesario atender al
modo en que evoluciona el vínculo teorizado entre los actores y el
cambio social en la galaxia histórica de las ciencias sociales. A lo lar-
go de la llamada historia moderna, las ciencias sociales validaron su
existencia en la medida en que fueron capaces de procesar, a partir de
propósitos racionales y de valores colectivos, volúmenes ilimitados de
complejidad social y de indeterminación histórica. Entre las principa-
les operaciones que demanda la realización científica destacan preci-
samente la reducción de la complejidad social y la conquista de nue-
vas síntesis. Ambas maniobras, para poder desplegarse sin mayores
extravíos, necesitan romper, enriquecer o bien trascender el sentido
común. Tal compromiso científico se expresa con toda intensidad en
los diferentes textos que componen este nuevo libro.
El volumen que aquí ofrecemos reúne avances de investigacio-
nes que, a pesar de la pandemia, logramos desarrollar en el Grupo.

11
Esteban Torres y José Maurício Domingues

No estamos frente a una iniciativa editorial incipiente, aislada o im-


provisada. Se trata más bien de la manifestación de un continuum
productivo que irriga la musculatura de nuestra agenda de trabajo en
CLACSO. Ahora bien, este libro no solo emerge en un marco de res-
tricciones. También es resultado de algunos efectos positivos que está
produciendo la crisis mundial del Covid-19 en el campo de las ciencias
sociales. Tal como se indica en el libro, al observar el conjunto de las
constelaciones intelectuales que se fueron sucediendo a lo largo de
la historia, es sencillo concluir que el desarrollo actual de la crisis
planetaria del Covid-19 invita, de un modo inédito y con una fuerza
inusual, a recrear el núcleo latinoamericano de las ciencias sociales.
Tal nodo remite a una idea de sociedad mundial o de nueva fase de la
modernidad que destruye la fantasía de la existencia posible de una
sociedad nacional autorrecursiva. A estas alturas del siglo XXI, las
imágenes del mundo centradas en una sociedad nacional, cualquiera
sea, no resultan menos grotescas que las viejas cartografías terrapla-
nistas. Desde hace cuatro décadas, el viejo nacionalismo metodológi-
co se encarna principalmente en América Latina en la llamada agen-
da democrática de las ciencias sociales, ligadas a una constelación
posdictatorial de carácter defensivo. Tal agenda pretende sostenerse
a partir de la asimilación acrítica de miradas norcéntricas, ligadas a
una colección variopinta de principios de autodeterminación nacional
revestidos de universalismo. Lo que la crisis mundial actual está acen-
tuando, precisamente, es la obsolescencia de estas miradas ajenas y
parroquiales. Los grandes procesos de cambio social en curso en el
siglo XXI, con epicentro en la actual pandemia, están generando las
condiciones para idear una salida a la crisis de dicha agenda. Es hora
de dejar atrás la pléyade de visiones ensimismadas de la vida social
en nuestras latitudes y propiciar la recuperación de empresas intelec-
tuales centradas en la actualización de una clave identitaria y teórica
soberana. Pero esta renovación intelectual no se producirá por sí mis-
ma. La crisis de la agenda de la democracia no es la partera de una
nueva agenda superadora. Las lógicas internas de las derivas catastró-
ficas nunca trajeron consigo las soluciones a un determinado proble-
ma. Lo que sí permitieron en algunas ocasiones es abrir un escenario
a partir del cual se puede iniciar la construcción planificada de nuevas
colectividades intelectuales dispuestas a reunir esfuerzos y a trabajar
en conjunto para precipitar un proceso teórico creativo con preten-
siones de redescubrimiento y de emancipación social. En cualquier
caso, no debemos confundir la crisis de la agenda posdictatorial de
la democracia, del modo en que se configuró a partir de la década del
ochenta del siglo XX en la región, con la democracia como horizonte
de expectativa. Es una forma específica de concebir la democracia la

12
Introducción

que se viene agotando con el cambio de siglo. Analizaremos al detalle


los límites de dicha agenda en la sección “Aproximación panorámica”.
En línea con el propósito manifestado en el primer libro del gru-
po, Hacia la renovación de la teoría social latinoamericana (Buenos
Aires: Clacso, 2020)1, aquí buscamos progresar en la construcción de
nuevas teorías sociales, plurales en sus puntos de vista y unificadas en
su identidad latinoamericana. Contra el sentido común imperante, tal
empresa regional demanda una ampliación y no una reducción de los
campos de observación. Nos referimos a una ampliación en la teoría
que debe operar en relación a un tiempo y a un espacio social. Si la
multilocalización que nos representa y nos unifica en primera instan-
cia como grupo es América Latina, la primera temporalidad que nos
moviliza colectivamente es el futuro social, en todos sus horizontes
de realización potencial. De este modo, estamos frente a una agenda
de investigación colectiva centrada en la preocupación por el futuro
latinoamericano en la sociedad mundial, que es precisamente el fu-
turo de aquel espacio esquivo sobre el cual se asienta materialmente
nuestro Grupo de Trabajo. El legado central de la Ilustración es la
certeza de que no pueden producirse cambios sociales esperanzadores
en nuestra sociedad regional prescindiendo de un proyecto colectivo
de realización sociocientífica en condiciones de explorar los caminos
para su realización. Y estos caminos solo se pueden descubrir en la
medida en que logremos avanzar en la construcción teórica de una
ciencia social unificada, autónoma y universalista, al servicio de la
acción colectiva.
En este segundo libro avanzamos en el desafío de intentar diluci-
dar el futuro regional a partir de restituir uno de los grandes interro-
gantes que persisten desde sus primeras formulaciones clásicas. Nos
referimos a la pregunta por los nuevos actores que están gravitando
en las diferentes esferas nacionales de nuestro continente, y también,
necesariamente, por los procesos sociales en los cuales estos se re-
crean. Tal como indicamos, el modo en que aquí nos hacemos cargo
de dichas indagaciones es a partir de ofrecer un conjunto de herra-
mientas teóricas destinado a responderlas. Al consultar el índice del
libro podrán corroborar la diversidad de tópicos específicos que el li-
bro pone en juego. Luego, en la última sección (“Reflexiones finales”),
ofrecemos comentarios adicionales sobre algunos temas abordados.
Serán ustedes, lectores/as de este trabajo, quienes evaluarán hasta qué
punto hemos logrado avanzar en el propósito declarado.

1 Ver http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20200423102224/Hacia-la-renova-
cion.pdf [Nota de los editores].

13
Esteban Torres y José Maurício Domingues

Finalmente, quisiéramos detenernos en una sentida evocación.


El primer artículo de la sección “Los nuevos actores sociales” le co-
rresponde a Enrique de la Garza Toledo (en coautoría con Mariano
Casco Peebles). Por desgracia, Enrique nos dejó el año pasado. Era un
miembro destacado de nuestro Grupo. Su partida representa una gran
pérdida para nosotros/as y, más en general, para las ciencias sociales
de América Latina. El texto que aquí incluimos es una de sus últimas
contribuciones escritas, si no la última. Quisiéramos dedicarle este
libro colectivo a él y a su voluminosa obra. El rigor y el compromiso
que Enrique expresaba en su práctica intelectual atraviesa los apren-
dizajes contenidos en este libro, y seguramente serán una fuente de
inspiración inextinguible para todos/as nosotros/as.

Córdoba, Argentina / Río de Janeiro, Brasil


Agosto de 2021

14
PARTE 1

APROXIMACIÓN
PANORÁMICA
LOS ACTORES Y EL CAMBIO SOCIAL

TENTATIVA DE RECONSTRUCCIÓN PARA UN FUTURO


LATINOAMERICANO1

Esteban Torres

DESDE LA APARICIÓN de la primera civilización sumeria en la baja


Mesopotamia, hace más de 3000 años, todas las corrientes de pensa-
miento humano asumieron como propias dos premisas elementales:
que cada acción puede generar un efecto determinado y que ese efecto
se asocia a la producción de algún cambio. Desde entonces también se
hizo evidente para el planeta en su conjunto que toda entidad viva con
capacidad de actuar en su universo, desde el momento que lo hace, se
convierte en actor.2 Junto a ello, todas las culturas humanas han logra-
do comprender, más temprano que tarde, que para conectar la acción
de un actor con los cambios que eventualmente puede producir, es
necesario que ese vínculo se pueda recrear en el pensamiento. Ya sea
que se produzca primero allí, como un disparo intelectual activador,
que se exprese en simultáneo, como una argamasa indivisible de prác-
ticas, o bien que se establezca en diferido, a partir de una operación

1 Quisiera agradecer muy especialmente a José Maurício Domingues, Juan Pablo


Gonnet, Jacinta Gorriti y Juan Pablo Patriglia por la lectura atenta y los agudos co-
mentarios a este texto. Los desaciertos que aún pueden subsistir en el trabajo son de
mi exclusiva responsabilidad.
2 Aquí empleo la noción de “actor” sin pretender entrar en la discusión de si tal
categoría es más o menos pertinente que otra similar.

17
Esteban Torres

mental retrospectiva. Lo cierto es que no imagino cómo, a partir de


qué argumentos, estas premisas podrían resultar falsas y por lo tanto
perder la universalidad que a priori le adjudico. No perderá validez,
seguramente, por ser menos efectista que la ley de la prohibición del
incesto postulada por Lévi-Strauss, ni por resultar menos romántica
que la ley del poder sugerida por Foucault en Historia de la sexualidad.
Pero los supuestos universales que anudan la acción, los actores
y el cambio parecen terminar allí. Desde el minuto uno de las civili-
zaciones humanas, se vienen transformando los registros respecto a
qué y a quiénes se puede considerar actores, y respecto a cuál es la
unidad de transformación que permite dimensionar los efectos que
producen aquellos a quienes les adjudicamos una potencia actuante.
Es la fijación de un piso de respuestas provisorias a tales inquietudes
la que permite actualizar el interrogante respecto a qué es exacta-
mente lo que cambia cuando algo cambia a partir de los efectos iden-
tificados. Como es de esperar, tales transformaciones, a la vez semán-
ticas y materiales, tampoco fijaron un sentido interpretativo único
para cada momento y para cada localización. Más bien consiguieron
actualizar, una y otra vez, un campo difuso para el enfrentamiento
entre visiones, con ganadores y perdedores. En aquellas circunstan-
cias y pasajes históricos en los cuales los ganadores lograron arrasar
con los derrotados, terminaron instalando por tiempo indeterminado
lo que se suele llamar “espíritu epocal” o “clima de época”. Se trata
de algo más denso, más profundo y menos contingente que una situa-
ción de hegemonía.
Lo cierto es que siempre resultó difícil conocer los modos en que
se afectan recíprocamente los diferentes actores y los cambios acae-
cidos en sus propios campos y en sus sociedades históricas. Sin pre-
tender abundar en registros básicos, debemos recordar que resulta
imposible arribar a un conocimiento científico único sobre el asunto,
por más objetivo que resulte. Tal imposibilidad se evidencia desde el
momento en que todo acto metódico de conocer se orienta por in-
tereses y valores diferentes. Junto a ello, no será el mismo conoci-
miento el que se puede obtener si el investigador se autorreconoce
como actor en la maraña de aquellos procesos sociales que está estu-
diando, que si asume una disposición de espectador y hace de cuenta
que esa inacción es dadora de una mayor imparcialidad. Si los puntos
de partida difieren en tal aspecto, los conocimientos que se terminan
extrayendo de las búsquedas involucradas no pueden ser semejantes
entre sí. En cualquier caso, contra todo academicismo irreflexivo, es
necesario advertir que las disposiciones antagónicas actor/espectador
no predeterminan un diferencial de cientificidad o de objetividad del
conocimiento a favor del segundo. De igual modo, contra todo activis-

18
Los actores y el cambio social

mo apresurado, tal dualismo tampoco preestablece un diferencial de


compromiso —no al menos genérico— a favor del actor como repre-
sentación de sí mismo y como cuerpo en movimiento. La capacidad
para correr los límites del conocimiento humano en alguna dirección
es la constatación primera de que hay militancias encendidas y nece-
sarias en la propia aventura científica.

UN MARCO ANALÍTICO PRELIMINAR


A lo largo de la llamada historia moderna, las ciencias sociales pu-
dieron validar su existencia en la medida en que fueron capaces de
procesar, a partir de propósitos racionales y de valores colectivos, vo-
lúmenes ilimitados de complejidad social y de indeterminación his-
tórica. Entre las principales operaciones que demanda la realización
científica destacan precisamente la reducción de la complejidad social
y la conquista de nuevas síntesis. Ambas maniobras, para poder des-
plegarse sin mayores extravíos, necesitan romper, enriquecer o bien
trascender el sentido común. Montados en la estela de esta preten-
sión descubridora, quisiera ofrecerles un marco analítico preliminar,
ciertamente modesto, para abordar el marco de variaciones señaladas
en el punto anterior. Para ello partiré de un registro contemporáneo.
Según mi apreciación, el sentido común actual en las ciencias socia-
les regionales, particularmente en la constelación de izquierdas, está
principalmente marcado por visiones subjetivistas. Grosso modo, tal
matriz dominante invita a suponer que los actores del campo popular,
en la medida en que expliciten su voluntad por transformar la realidad
social y se movilicen en algún grado a partir de tal pretensión, es-
tán automáticamente en condiciones para incidir en la dirección que
adoptan los procesos de cambio social. El subjetivismo contemporá-
neo aludido es portador de imaginarios múltiples, pero sobre todo
menos realistas que aquellos que proyectaban los viejos voluntaris-
mos modernos. Este sentido común académico se alimenta de un flujo
de irreflexividad y de una propensión antiteórica de alta intensidad.
Hablo de una primacía de tales ingredientes en la medida en que los
flujos subjetivistas no se detienen a discernir cuál es la unidad social
de transformación en juego al momento de aproximarse al movimien-
to de los actores, no convierten dicha unidad concreta en su objeto de
estudio en primera instancia, y por ello mismo no se interrogan por
sus determinantes. Al no ocuparse de estas tareas, las visiones subje-
tivistas no están en condiciones de intuir la envergadura de las resis-
tencias que deberían generar determinados actores sociales, así como
el volumen de fuerzas y de recursos que deberían acumular en cada
circunstancia, para llegar a convertirse en protagonistas. Mal que nos
pese, la realidad actual parece ajustarse a una constante histórica: la

19
Esteban Torres

enorme mayoría de los actores del campo popular en América Latina,


aún observados a partir de una lógica dialéctica o de una voluntad
de activación instituyente, se desenvuelven como juguetes antes que,
como jugadores del devenir social nacional, y más aún del devenir
regional y global. En cualquier caso, tal subjetivismo dista de ser la
única disposición que progresa en el continente, tiene menos gravita-
ción que hace dos décadas atrás, y, a decir verdad, prácticamente no
existía como corriente antes de la década del ochenta del siglo XX.
Es necesario observar con detenimiento el modo en que fue evolu-
cionando el vínculo teorizado entre los actores y el cambio social en
el mundo para lograr discernir el marco de resolución en el que nos
encontramos hoy en América Latina, y sobre todo que alcances podría
tener la apuesta que acompañan al presente libro y el plan de trabajo
a largo plazo de nuestro Grupo de Trabajo en CLACSO.
Aquí voy a suponer que los tres componentes críticos que vienen
definiendo las visiones de la relación entre los actores y el cambio en
el pensamiento social occidental son la unidad de transformación en
última instancia (UT), el vector de ordenamiento involucrado (VO) y el
principio normativo rector (PN). La primera combina cuatro registros
fundamentales: la identidad social de la investigación, un principio
de objetividad, un principio de politicidad abstracta y el objeto teó-
rico general del estudio. Tal como lo entiendo, la UT no necesaria-
mente es el locus de la transformación imaginada ni la única unidad
de transformación. La UT es la unidad social que se reconoce como
condicionante de la trayectoria de los actores en primera instancia, y,
por lo tanto, la primera unidad que debe ser considerada al momento
de observar el despliegue de la vida y de los planes de los actores. El
VO, en cambio, tiene que ver con el método en un sentido aplicado.
Este segundo componente pretende responder a la siguiente pregun-
ta: ¿cómo nos aproximamos en términos analíticos al problema de la
unidad de transformación seleccionada? Para lograr responder este
interrogante las diferentes visiones modernas, a partir de mediados
del siglo XIX, han optado por definir, de un modo más o menos explí-
cito, objetos de primer y de segundo orden. Este punto lo desarrollaré
más adelante. Y, finalmente, el PN integra cuatro elementos: la identi-
dad axiológica de la perspectiva involucrada, los valores a partir de los
cuales se define la crítica en relación a la UT delimitada, el horizonte
de expectativas de transformación de dicha unidad, y finalmente, de
modo indirecto, un principio de politicidad concreta. Sostengo en este
caso que involucra un principio de politicidad concreta en la medida
en que se hace necesario observar cuáles serían los actores portadores
de los valores definidos como propios en relación a la UT.

20
Los actores y el cambio social

Las formas concretas y los contenidos que asumieron tales com-


ponentes críticos, la UT, el VO y el PN, fueron cambiando a lo largo de
la historia. Y con cada cambio se fue complejizando el escenario inte-
lectual. Esta complejización creciente viene arrojando resultados am-
bivalentes. Por un lado, la evolución intelectual de la sociedad mun-
dial de los últimos siglos apunta hacia la expansión de los horizontes
de conocimiento histórico-sociales, si bien tales avances no han resul-
tado lineales. Por otro lado, la creciente complejización del universo
intelectual ha producido como efecto tardío un marcado desacople
entre el sustrato material y el componente intelectual de los procesos
de cambio social. Si bien el dinamismo general de las sociedades viene
incrementándose, pareciera que al menos desde fines de la década del
setenta del siglo XX los procesos de transformación material corren
más deprisa y de un modo más unificado que los procesos de reorde-
namiento intelectual. Entre otras consecuencias, este desfasaje está
generando un conjunto de problemas críticos para la comprensión del
vínculo que se establece en la actualidad entre los actores y los pro-
cesos de cambio social en América Latina. Para intentar dimensionar
los alcances de la situación sociointelectual que estamos atravesando
propongo trazar una línea de progresión que contempla las diferentes
constelaciones intelectuales dominantes que se fueron sucediendo a
lo largo de la historia occidental hasta la actualidad. Al final de este
texto panorámico extraigo algunas conclusiones que permiten iden-
tificar algunos de los grandes desafíos que tenemos por delante para
avanzar en la edificación de un futuro latinoamericano apoyado en el
conocimiento de las relaciones existentes entre el plexo de actores y
el cambio social en la región y en el conjunto de la sociedad mundial.

LAS CONSTELACIONES PREHISTÓRICAS Y SU PROGRESIÓN:


EMERGENCIA DE LA MODERNIDAD OCCIDENTAL
(AC - MITAD DEL SIGLO XIX)
El pensamiento occidental que registramos, y del cual somos herede-
ros renegados, se conformó como corpus sistemático hace un puñado
de siglos a partir de reconocer al universo como unidad última de
transformación. Me refiero al universo astronómico y al universo ce-
lestial, recreados por las filosofías metafísicas premodernas. El modo
de aproximación al desciframiento de ambas constelaciones se produ-
jo a partir de intensificar la especulación sobre el devenir del mundo
de los dioses y del mundo de la naturaleza. De ambos se desprendía
la dimensión humana de la existencia. Aquí los actores centrales del
cambio eran supraindividuales y por lo tanto prácticamente incues-
tionados. Se trata, como decía, de dioses y de sistemas naturales. En
este estadio ralentizado, los humanos se autopercibían como títeres

21
Esteban Torres

de un destino trascendental asentado en un conjunto de operaciones


recreadas fuera del dominio de sus vidas cotidianas. Podríamos supo-
ner que este es el cuadro intelectual del desarrollo del mundo occiden-
tal desde los tiempos antiguos y feudales hasta el advenimiento de la
modernidad europea. Si bien este escenario comenzó a modificarse a
fines del siglo XVI, aguijoneado por la invasión a América, será recién
a mediados del siglo XVIII que la UT y el VO se alteran definitiva-
mente. Si bien el mundo entendido como universo siguió siendo la
unidad de referencia, desde entonces comenzó a prevalecer su dimen-
sión astronómica por sobre su entidad celestial. En cualquier caso, en
este tramo histórico el gran trastocamiento se produjo en relación al
principio de ordenamiento. Los actores protagónicos dejaron de ser
Dios y la naturaleza. Ahora en el centro de gravitación estaban los
seres humanos europeos, sus musculaturas normativas y su capaci-
dad autónoma de raciocinio. El primer golpe social de secularización
de la historia occidental lo ofreció la Revolución Francesa de 1789.
Este acontecimiento popularizó las consignas de libertad, igualdad y
fraternidad3 como modo de reconocimiento de las nuevas demandas
de derechos de los individuos franceses (sobre todo hombres) en rela-
ción a las formas de gobierno de su propia sociedad nacional. Si bien
en ese momento circularon diferentes significados concretos de cada
uno de tales valores abstractos, versiones que incluso se contraponían
entre sí,4 todas las acepciones aceptaban la tutela estatal de los indivi-
duos, a la vez que se circunscribían a su propia sociedad nacional. La
axiomática francesa no nace como un conjunto de consignas univer-
sales. Ni siquiera con pretensiones de universalidad. Lo que sí se dis-
para a partir de entonces es la globalización de esta tríada normativa.
Y dicha globalización estará repleta de ambigüedades semánticas, de
marchas y contramarchas que fueron redefiniendo su matriz liberal
en cada circuito de apropiación, al mismo tiempo que conservaron en
todos los casos ese nacionalismo societal originario. Al iniciarse la ex-
portación, lo primero que se desvaneció de la fórmula fue su función
crítica antimonárquica. En cualquier caso, no caben dudas que será
tal propulsión francesa la que se establecerá como horizonte norma-
tivo prácticamente excluyente de la modernidad europea a partir de

3 Al parecer el lema se formaliza por primera vez en 1790, en un discurso que ofre-
ció Robespierre sobre la organización de las milicias nacionales.
4 En el marco del proceso revolucionario, el reclamo de igualdad de la burguesía
francesa se limitaba a una noción de igualdad ante la ley, con la pretensión de cir-
cunscribir la consigna a la liquidación de los privilegios legales estamentales. Los
grupos más radicalizados, en cambio, insistían en la conquista de una igualdad so-
cial que permitiera disminuir las enormes diferencias económicas generadas por di-
chos privilegios estamentales y por la progresión de la economía capitalista.

22
Los actores y el cambio social

mediados del siglo XIX, ingresando en el núcleo de la Constitución


francesa en 1848 y en las diferentes constituciones del viejo continen-
te de allí en adelante.5
Por su parte, la encargada de asestar el primer golpe intelectual
de secularización de la historia mundial fue la filosofía moderna. La
operación filosófica central consistió en convertir a los individuos en
actores abstractos, rompiendo la idea de una determinación desde
arriba por el mundo de los dioses y desde afuera por el mundo de la
naturaleza. Esta corriente buscó sepultar la idea de la progresión de
un influjo extrasubjetivo sobre la trayectoria de los individuos. En el
núcleo de esta gran maniobra europea estuvo Immanuel Kant. Fue
el filósofo alemán el principal promotor de “la libertad de hacer uso
público de la propia razón en todo respecto” (Kant, 1784). Para Kant,
“todo ser racional debe actuar como si a través de sus máximas fuera
en todo momento un miembro legislativo en el ámbito general de los
fines” (1900, p. 438). Aquí vemos cómo se instala desde la filosofía
la libertad individual como valor social central. Recién a partir de la
generalización de este nuevo VO y del nuevo PN liberal es que las so-
ciedades pudieron responsabilizar por completo a los individuos de
sus propias acciones. En cualquier caso, la emergencia de la moder-
nidad no destruyó la aproximación metafísica al mundo como uni-
verso. Simplemente la actualizó. Desde entonces, desde mediados del
siglo XVII, esta idea de universo centrada en el filósofo experimentó
avances y retrocesos. Dicha renovación integral de la UT, del VO y del
PN persistió a lo largo de dos siglos. Aquí ya es posible constatar una
compresión temporal respecto a la duración del estadio anterior.
A principios del siglo XIX sobrevino nuevamente en Europa una
revolución intelectual mayúscula, que afectó principalmente a la UT.
A partir de entonces el universo astronómico y su movimiento cedió
el paso a la sociedad europea y su devenir. Con este cambio se termina
desplomando la idea de un saber cosmológico producido a partir de
la especulación del individuo. El VO ya lo había instalado Kant: los
individuos europeos serán los actores de referencia de su sociedad
nacional, y, por extrapolación expansiva, de las restantes sociedades
desconocidas. Pero ahora los actores potenciales serán todos y cada
uno de los individuos abstractos de la sociedad y no solamente los
filósofos. Este reconocimiento ampliado continúa presuponiendo el
predominio de los intelectuales y sus prácticas contemplativas. En
cualquier caso, el intelecto europeo dejó de enmarcarse en un arriba

5 En línea con la restricción comentada, es importante no perder de vista que, en


Europa, a partir de la Constitución francesa de 1848, las relaciones entre constituci-
ón y nación se limitaron a la formación interna de cada nación (Kirsch, 2008).

23
Esteban Torres

supraterrestre para comenzar a mirar, desde el nuevo pináculo de la


filosofía racional, a una sociedad europea embriagada por su proce-
so de expansión mundial. En el centro de esta tercera transformación
está la obra de Auguste Comte y la sociología moderna en su primera
versión filosófica y positivista. Poco sentido tiene advertir aquí que la
sociología como ciencia será para el filósofo francés la síntesis supe-
rior de todas las ciencias, dado que aún no se habían institucionali-
zado las diferentes disciplinas que hoy conocemos. Con Comte (1844)
comienza a generalizarse la idea de la realidad social material con-
templada por el individuo como sustrato último, en reemplazo de la
abstracción esencialista. Tal noción presupone el paso de una razón
abstracta a una razón aplicada como núcleo fundante del conocimien-
to social, traccionada por una idea de progreso humano evolutivo.
En este tercer momento cambia radicalmente el principio dominante
de universalidad. Se retrae y se reconfigura. A partir de entonces el
pensamiento social dominante denomina “universal” al todo europeo
en expansión y no al todo galáctico visto desde la misma Europa. Sin
dudas, Hegel (1807) fue el ideólogo principal de este nuevo espíritu
universalista. Si el primer movimiento duró más de cinco siglos y el
segundo alrededor de dos, el tercer estadio mencionado no llega a so-
brevivir 50 años. Este creciente dinamismo cultural no fue producto
del azar ni de prodigios individuales sino de la brutal revolución téc-
nica y económica que acontecía en el norte de Europa.

LA CONSTELACIÓN MODERNA CLÁSICA: EL MONOPOLIO


NOREUROPEO (MITAD DEL SIGLO XIX - MITAD DEL SIGLO XX)
La cuarta transformación intelectual se extiende aproximadamente
por un siglo, desde mediados del siglo XIX hasta el fin de la Segun-
da Guerra Mundial. Este nuevo estadio trajo consigo el cambio más
radical de la historia intelectual moderna: por primera vez se imbri-
can la UT y el VO. La primera continuó siendo las sociedades histó-
ricas céntricas, delimitadas por Comte y Hegel, aunque proyectadas
en mayor medida hacia las sociedades no europeas. Junto a ello, el
modo de delimitación clásico de la sociedad nacional europea como
unidad última de transformación quedó sujeto en buena medida al
esclarecimiento teórico y empírico de los conceptos de sistema social,
estructura social y/o de formación social. Y para la definición de di-
chas nociones se empleó en primera instancia una conceptualización
del sistema económico de las sociedades históricas. De este modo, la
definición de la UT demandó en todos los casos la integración de una
teoría del capitalismo europeo. El vector de ordenamiento, por su par-
te, experimentó un cambio drástico: transitó del individuo que piensa
a la sociedad que actúa en su multiplicidad conflictiva. De la imbri-

24
Los actores y el cambio social

cación de ambos componentes, efectuada desde una Europa que ace-


leraba su expansión mundial y se autotransformaba a partir de ello,
embebida en un clímax optimista, nace la teoría moderna del cambio
social. Esta teoría es antes que nada la teoría del cambio interno de la
sociedad moderna europea. En el centro de esta gran transformación
intelectual está Karl Marx. Ya es historia conocida que el principal
documento que testimonia la revolución teórica en cuestión es Tesis
sobre Feuerbach. En ese escrito, Marx encuentra en Feuerbach la per-
sonificación del tercer momento que hemos señalado, con epicentro
en Comte. Para registrar de modo sintético la radicalidad del cambio
que propulsa el sociólogo alemán en relación a sus predecesores no
deberíamos mirar primero la archicitada tesis once, sino un fragmen-
to de la tesis cuarta. Allí Marx (1845) señala: “Feuerbach diluye la
esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no
es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el
conjunto de las relaciones sociales”. Es cierto que aquí Marx parece
disparar contra Kant antes que contra el materialismo contemplativo
de Feuerbach, confundiendo la unidad de transformación en última
instancia con el vector de ordenamiento. Pero la confusión se disipa
parcialmente si reparamos en el último fragmento de la tesis dos: “El
litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de
la práctica, es un problema puramente escolástico”. De este modo, la
teoría moderna del cambio social, inventada por Marx, es una teoría
del cambio de las sociedades que terminará marginando para siempre
a la filosofía. Si bien desde Comte las sociedades históricas nacionales
se convirtieron en las UT, en el estadio conducido por Marx se asu-
me que el cambio principal lo generan las propias sociedades y no
la filosofía. Es precisamente a ello a lo que la teoría moderna llama
"cambio social". El cambio deviene en cambio social cuando integra
las dos premisas indicadas: la sociedad nacional se convierte en su UT
y esa misma sociedad recreada en el pensamiento, concebida como un
plexo de actores enlazados entre sí, provoca el cambio de tal unidad.
La teoría moderna del cambio social, y con ella la sociología clásica,
se convierten de este modo en un dispositivo auxiliar de los procesos
concretos de cambio social. Se autoconciben como una empresa au-
xiliar en relación a la creatividad del mundo social, pero sin perder
la pretensión legisladora heredada de la filosofía moderna. Aquí dis-
tinguimos entre dos sociologías modernas del siglo XIX: la sociología
moderna filosófica, centrada en Comte, y la sociología moderna clá-
sica, iniciada por Marx. La sociología se vuelve clásica cuando consi-
gue inscribir al individuo en la forma sociohistórica que posibilita su
existencia, y cuando consigue supeditar a la propia sociología a la rea-
lidad social cambiante que permite la definición de este nuevo objeto

25
Esteban Torres

científico en expansión. Debe denominarse “clásica” a esta sociología


porque logró idear soluciones perdurables y no porque se llevó a cabo
en un período determinado. Tal discernimiento implica que no se pue-
den considerar “clásicos” a todos los intelectuales de ese tiempo y es-
pacio de producción. Siendo más exactos, deberíamos sostener que la
de Marx es una teoría del cambio de las sociedades europeas, revesti-
da del espectro universalista que Hegel ya había elevado a su máxima
expresión. Recién a mediados del siglo XX las ciencias sociales, des-
de la periferia mundial, lograron desbloquear por primera vez, y por
un período corto, la ficción universalista que acompaña el despliegue
de la teoría moderna europea. Esto último lo veremos en el próximo
punto. Volvamos al cuarto estadio inaugurado con Marx. La nueva
imbricación comentada de la UT y del VO, desde el momento que
descentra al filósofo —y en cierto modo a todo individuo abstracto— y
desde el instante que fija una equivalencia entre lo social y la sociedad
histórica, trasformó el VO. Podríamos suponer que desde Marx tal
vector se redefine a partir de discernir entre un objeto de primer orden
y otro de segundo. El vector de primer orden pasa a ser la propia no-
ción de cambio social en toda su familia terminológica, o bien algún
elemento nuclear que compone tal categoría. Y el de segundo orden
pasarán a ser los actores sociales a la vez identificados y seleccionados
como protagónicos de dicho cambio. El objeto de segundo orden es
en todos los casos dependiente del primero. Esto significa que la teo-
ría de la acción es un desprendimiento más o menos dependiente de
la teoría del cambio social. Y esta última, a su vez, depende de la UT,
que es la sociedad moderna. O, mejor dicho, la teoría de la sociedad
moderna. Sostendré entonces que la sociología clásica adopta dicha
arquitectura relacional. En la visión marxiana, la evolución expansiva
y contradictoria del sistema capitalista europeo recrea al conjunto de
los actores y sus acciones; en la visión weberiana, lo hace la evolución
expansiva del proceso de racionalización de las mismas sociedades, y
en la perspectiva de Durkheim la evolución expansiva de la división
social del trabajo de y desde las sociedades del viejo mundo6 (Marx,

6 Las obras de autores como Gabriel Tarde y George Simmel, ambos contempo-
ráneos a los sociólogos clásicos, quedaron encapsuladas en un pasado egocéntrico,
en un mundo de leyes individuales ligado al momento de transición crítica de Kant
a Comte. Si Kant prestó un servicio inconmensurable a la humanidad al pretender
emancipar a los individuos de la tutela de los dioses, el liberalismo monadológico
de Tarde (1983) y el individualismo formalista del primer Simmel (filósofo) fueron
empréstitos reactivos, centrados en el cuestionamiento del nuevo compromiso de la
sociología clásica con una identidad colectiva. El Simmel tardío luego corrige leve-
mente sus posiciones atomísticas y sus totalizaciones psicosociales en el momento en
que se consuma su paso titubeante a la sociología (Simmel, 1917).

26
Los actores y el cambio social

1867; Weber, 1923; Durkheim, 1893). A diferencia de las constelacio-


nes anteriores, en esta cuarta ya no existe un actor predeterminado.
No será Dios, no será la naturaleza recreada por el naturalismo ni será
el propio filósofo. Serán los actores sociales protagónicos en el jue-
go cambiante de poder del cual participan múltiples actores. Una de
las preguntas centrales a responder para la constelación clásica será
¿Qué actores y serie de acciones van determinando la evolución de la
sociedad y cuáles están en condiciones de hacerlo en el futuro? Este
objeto de segundo orden, al demandar la identificación de los actores
protagonistas, necesita atender a la totalidad de los actores involucra-
dos en la escena, a las relaciones que se establecen entre ellos, y luego
al peso relativo de cada actor en el juego de poder que los enfrenta
con los demás al interior de una sociedad moderna que se propaga a
toda velocidad por el hemisferio occidental y oriental de la sociedad
mundial. Aunque la distinción formal entre lo micro y lo macro so-
cial corrió por cuenta de Georges Gurvitch, un sociólogo soviético de
primera mitad del siglo XX que empobreció el pensamiento social, la
lógica proporcional, y en particular la lógica de reconocimiento de
volúmenes de fuerzas sociales, es propia de los autores clásicos.
A partir de la estructura de dependencias teóricas internas ya co-
mentada, la sociología clásica efectúa una transformación mayúscula
adicional en la teoría del actor y de la acción. Convierte tanto a los
grupos humanos como a las organizaciones sociales en actores poten-
ciales, y, muy especialmente, en actores potencialmente protagónicos.
El movimiento intelectual moderno, que adquiere relevancia a par-
tir de Kant, transita así de la centralidad del individuo como actor
contemplativo a la centralidad de los grupos y de las organizaciones
sociales como actores colectivos concretos. Se desplaza desde una vi-
sión filosófica egocéntrica de los actores hacia una visión sociológica,
sociocéntrica, y, por lo tanto, colectivista de los actores. De este modo,
se consuma el pasaje de la acción individual especulativa a la acción
colectiva con potencial de transformación social. A diferencia de las
visiones previas, la teoría clásica del cambio social se estructura a
partir del interrogante por el poder de determinación social de los
actores colectivos. Esta modificación sustantiva involucró igualmente
una colectivización y una rejerarquización de los principios normati-
vos precipitados por la Revolución Francesa. Con la sociología clásica
también cambia el PN. Los derechos individuales ceden el protago-
nismo a la igualdad social (Marx) y a la justicia social (Durkheim y
Weber),7 dos valores colectivos que venían progresando durante los

7 En los últimos años, varios autores se detuvieron a sistematizar las visiones de


la justicia social de Weber y Durkheim. Para el caso del sociólogo alemán, consultar

27
Esteban Torres

siglos XVIII y XIX desde los márgenes de la sociedad europea. En


este punto, la modificación central consistió en el paso de la libertad
individual a la igualdad y la justicia social, quedando relegada la idea
burguesa de la igualdad ante la ley.
Ahora bien, contraviniendo a la crítica contemporánea, este mo-
vimiento sociológico no conllevó la disolución de la singularidad de
los individuos y de la acción individual en los grupos, las organizacio-
nes y la acción colectiva. Simplemente optó por supeditar los prime-
ros a los segundos para poder responder a la pregunta por el futuro de
la sociedad moderna. También es posible observar que las teorías clá-
sicas del cambio social, como las de Marx, Weber y Durkheim, identi-
fican en primer lugar al menos dos actores clave de un movimiento: el
actor dominante y el actor expansivo. Tres actores a la vez dominantes
y expansivos de la sociedad moderna marcan las visiones del cambio
social de dichos sociólogos: la burguesía como clase, el Estado mo-
derno y la gran empresa capitalista. Una de las diferencias sustantivas
de Marx en relación con Weber y Durkheim es que aquel regula su
teoría del cambio social a partir de integrar como factor protagóni-
co a un actor subalterno, pero igualmente expansivo: el proletariado
como clase y sus formas de organización sindical y política. Cuando
Marx insiste en adoptar el “punto de vista del proletariado” no estaba
invitando a la sociedad de su tiempo a visualizar a los trabajadores
asalariados europeos crecientemente agrupados como un vector de
primer orden, o bien como el actor expansivo con mayor poder de
determinación social. A una distancia considerable de tal apreciación,
la adopción de dicha perspectiva implicaba el compromiso con un ob-
jeto expansivo de segundo orden, de carácter subsidiario en su poder
social, pero portador de un programa de igualación social. Marx tuvo
siempre en claro que las fuerzas proletarias constituían una expansi-
vidad subsumida en lo inmediato a la potencia revolucionaria de la
empresa capitalista y supeditada al conjunto de las fracciones bur-
guesas y al Estado de cada esfera nacional. Fue la expansividad social
creciente del proletariado en el marco de la evolución de las relaciones
de poder en la sociedad moderna la que le permiten a Marx imaginar
la conversión de la clase trabajadora en un actor expansivo dominan-
te. Y sería recién a partir de esta subversión que el proletariado po-
dría incidir de un modo determinante en la recodificación igualitaria
desde el Estado y en una nueva dirección del cambio social orientada
hacia una mayor igualación. Es precisamente el registro del modo en
que se desenvuelve la relación entre las expansividades dominante y

Lane, 2017 y Mendes-Quezado Fernández, 2018. Para el caso de Durkheim, ver Her-
zog, 2018 y Schoenfeld y Meštrović, 1989.

28
Los actores y el cambio social

subalterna en el siglo XIX el que le ofrece a Marx un sustrato real a su


principio de contradicción.8
En cualquier caso, la sociología clásica, al crear un corpus triádi-
co que subsume la teoría de los actores a una teoría del cambio de de-
terminada sociedad histórica, lo que consigue ofrecer es una previsión
respecto a los futuros probables de esa unidad de transformación en
última instancia. La previsión clásica respecto al futuro social presu-
pone el trazado de futuros probables para el conjunto de los actores
que habitan en dicha esfera nacional. Y esa proyección se establece
a partir de la premisa de que la sociología debe actuar orientando a
las sociedades hacia una mayor igualación social o bien hacia una
mayor justicia social. El contenido imaginado para tal orden superior
recién adviene a partir de una posibilidad de realización social, dada
por el registro de una expansividad concreta. No hay una diferencia
radical en los modos en que Durkheim, Weber y Marx se aproximan
a la evolución social futura. El esquema organicista del primero, la
probabilística weberiana y la dialéctica marxiana distinguen con re-
lativa claridad entre una prospectiva realista y una utopía. No hay
que confundir en este sentido las simplificaciones deterministas de
los discursos persuasivos sobre el futuro a largo plazo de Marx, orien-
tados en términos pragmáticos a conducir el avance del movimiento
obrero, con sus visiones realistas de los futuros probables, no decla-
radas públicamente. De no ser así deberíamos suponer que el autor
más gravitante de la historia moderna era un idiota. Una de las lógicas
prevalecientes en el corpus triádico comentado es la tendencial. El
conjunto de los autores clásicos pretendió discernir los secretos de la
evolución social recurriendo a la identificación permanente de ten-
dencias. Para Marx, Weber y Durkheim todas las sociedades y todos
los actores que la componen “tienden hacia”. Y ese “tender hacia” es
un modo de anticipación de futuros inminentes. En síntesis, en la so-
ciología clásica, que atraviesa como una flecha ascendente los siglos
XIX y XX, hay un compromiso trascendental con la elaboración del
futuro de las sociedades europeas entendidas como un todo articula-
do. Aunque desprovistas de una identidad sociológica explicitada, a la
constelación clásica pertenecen también las principales teorías euro-

8 Una vez constatada la desaparición de la expansividad proletaria protagónica en


las sociedades occidentales a partir de la década del ochenta del siglo XX, ya no hay
razón alguna para sostener en nombre de Marx la oposición dialéctica entre trabajo
y capital como relación determinante del cambio social. Göran Therbörn resalta este
hecho social determinante cuando sostiene, a partir de la búsqueda de actualización
de la teoría de Marx, la necesidad de reconocer el fin de la dialéctica del capitalismo
industrial como primera gran dialéctica del siglo XX (Therbörn, 2020).

29
Esteban Torres

peas del imperialismo, desarrolladas en las dos primeras décadas del


siglo XX (Hobson, 1902; Luxemburgo, 1913; Lenin, 1916).

LA PRIMERA CONSTELACIÓN MUNDIALISTA: RECREACIÓN


AUTÓNOMA DE AMÉRICA LATINA (MITAD DEL SIGLO XX -
FINES DE LA DÉCADA DEL SETENTA)
La quinta constelación intelectual, dotada de una identidad socio-
lógica en su manifestación dominante, se extiende desde fines de la
Segunda Guerra Mundial hasta fines de la década del setenta. Este
nuevo orden emerge a partir de la primera gran crisis de la sociolo-
gía clásica. Los factores centrales que desorientan a esta última son
las dos guerras mundiales del siglo XX, la globalización acelerada del
proceso de descolonización de las naciones periféricas y la concomi-
tante expansión de los movimientos populares de liberación nacional
de la periferia mundial. El problema principal residió en que estas
visiones sociológicas europeas, genéticamente intranacionales, no pu-
dieron deconstruirse para procesar el traslado de los conflictos de-
terminantes del futuro social al escenario internacional. No lograron
abrir el cerrojo de su propio nacionalismo teórico, metodológico y
epistémico. Las teorías marxistas y weberianas del imperialismo, tan-
to las alemanas como las soviéticas, pretendieron procesar esta nueva
realidad social mundial sin despojarse de su núcleo de autorrecur-
sividad nacional. En cualquier caso, la crisis de la sociología clásica
europea fue una manifestación específica de la crisis social general
del continente, en particular de Alemania, y de su pérdida de poder
en la sociedad mundial a partir de la sucesión de eventos indicados.
De este modo, una vez concluidas las guerras, a mitad del siglo XX,
Europa pierde posiciones en el juego de apropiación mundial, deja de
ser el centro de gravitación económica y política principal, al mismo
tiempo que pierde el monopolio del conocimiento sociológico. Dicho
en otros términos, la desmonopolización mundial de la sociología a
partir del declive relativo de la sociología clásica es un capítulo del
declive gradual del centro de Europa. De este modo, antes que un
momento decisivo de la decadencia de Occidente, del modo en que lo
pronosticaron Oswald Spengler y Arnold Toynbee en sus voluminosas
obras (Spengler, 1918; Toynbee, 1960), lo que se constató en tal mo-
mento de la historia mundial fue la pérdida hasta hoy irrecuperada de
la centralidad de Europa.
La crisis de Europa como bloque regional abre el paso al primer
momento de mundialización de la sociología moderna, que trajo con-
sigo un microimpulso de democratización. Tal como mencioné, la tra-
yectoria que abre esta transformación se proyecta desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial hasta fines de la década del setenta. Dicha

30
Los actores y el cambio social

mundialización se desplegó a partir de la emergencia de tres núcleos


novedosos de realización intelectual: el primero, y más determinante,
se constituye a partir del traslado del polo principal de poder social y
sociológico de Europa a Estados Unidos. En este período la sociología
estadounidense paso a ser la sociología dominante en la esfera occi-
dental, particularmente hasta fines de la década del sesenta, siendo su
autor más gravitante Talcott Parsons (1951). La sociología sistemática
de Parsons fue dominante en un plano general sin llegar a predominar
en todas y cada una de las esferas nacionales del hemisferio occiden-
tal. Opuesto a este nuevo polo sociológico, como fuerza igualmente
expansiva a nivel mundial, se desarrolla un programa intelectual espe-
cífico, el marxismo leninismo, con epicentro en la URSS, que no llegó
a desarrollar una identidad sociológica generalizada. Podríamos decir
que las dos grandes potencias emergentes de la Segunda Guerra Mun-
dial se convirtieron, como era de esperar, en los núcleos dominantes
de irradiación intelectual. Y lograron trasladar los enfrentamientos
velados de la Guerra Fría a las propias visiones del cambio social, así
como a la conceptualización de los actores intervinientes en las prin-
cipales contiendas. Pero lo cierto es que ninguna de ambas potencias
logró repartirse el mundo en el plano intelectual. El tercer núcleo de
realización se multilocalizó en una fracción de la periferia mundial
recreada como nuevo polo de producción sociológica autónoma. Me
refiero a un polo inexistente o invisibilizado hasta entonces, pero que
se elevaba a partir de una base demográfica compuesta por las dos ter-
ceras partes de la población mundial. Se trató, literalmente, de un ter-
cer mundo sociológico. Este impulso intelectual generalizado desde la
periferia mundial, durante las tres décadas indicadas, dio nacimien-
to a la sociología latinoamericana como identidad singular, única e
irrepetible. El proyecto sociológico latinoamericano, en esta primera
versión autónoma, apuntaba a la superación del universalismo nor-
céntrico como paso necesario para avanzar hacia la emancipación de
las sociedades periféricas.
Ahora bien, volviendo al eje central del texto, ¿cómo se reorgani-
zó la relación entre el cambio social y los actores sociales en cada uno
de dichos núcleos emergentes, atendiendo el dispositivo que integra
la UT, el VO y el PN? En el caso de la sociología estadounidense do-
minante, no se alteró el esquema clásico de Weber y Durkheim. La UT
siguió siendo la sociedad nacional, esta vez la estadounidense, y el VO
quedó igualmente sujeto al registro de la evolución general de dicha
UT, así como al reconocimiento del Estado y de las empresas como
actores dominantes y expansivos. Para esta sociología estadouniden-
se dominante la pregunta por la acción social remite centralmente a
las operaciones de tales actores protagónicos. Por su parte, el PN si-

31
Esteban Torres

guió igualmente, a grandes rasgos, la propuesta de Weber y en menor


medida la de Durkheim. En el caso del núcleo soviético dominante
ocurrió algo similar. El marxismo-leninismo conservó la idea clásica
de sociedad nacional de Marx, aunque prestando mayor atención a la
función expansiva de esa misma unidad societal a partir de la teoría
del imperialismo elaborada por Lenin en las dos primeras décadas
del siglo XX (Lenin, 1916). Pero, en cualquier caso, la UT continuó
siendo la sociedad nacional, replicando con ello la actualización de
Parsons. La teoría del cambio social marxista-leninista se centraba
en un principio de lucha de clases intranacional y luego tal esquema
de oposiciones se globaliza sin alterar la ecuación antagónica men-
cionada. Como veremos a continuación, la principal transformación
sociológica de este primer momento mundialista la generó el núcleo
periférico, localizado principalmente —hasta donde conozco— en la
experiencia latinoamericana.
Lo que podríamos llamar la primera sociología latinoamerica-
na, entendida como una empresa universalista, altera radicalmente
el dispositivo relacional de la sociología clásica. El primer sismo se
experimenta en relación a la UT. Tal como vimos, si para las socio-
logías filosófica y clásica la UT remite a una única esfera social, la
sociedad nacional europea, la UT de la nueva sociología latinoameri-
cana se asoma a partir de una idea de sociedad mundial no formali-
zada, concebida como una unidad interactiva y asimétrica compues-
ta de tres esferas sociales: América Latina como sociedad regional,
cada una de las sociedades nacionales de la región, y finalmente las
sociedades globales que se abren desde cada localización nacional o
regional. Hasta donde registro, se trató del primer impulso de mun-
dialización efectiva de la UT en la historia de la sociología. La premi-
sa que fundamenta esta UT tridimensional es que la transformación
en cualquiera de dichas esferas trae aparejada o bien demanda una
transformación en las restantes. Aquí la sociedad es mundial, en vez
de nacional, porque no opera un principio de exterioridad entre las
tres esferas mencionadas. Como todo pensamiento social, esta nueva
sociología apela a una demarcación interna/externa, pero en este caso
lo externo, a diferencia de lo que sucede con el dispositivo clásico,
también será parte de la sociedad con un estatus civilizatorio similar.
De este modo, la sociología latinoamericana autonomista no decre-
ta el fin de la sociedad nacional sino su inscripción material en una
sociedad mundial que contempla a América Latina como un bloque
heterogéneo, activo e históricamente dependiente. Y es precisamente
la condición de variable dependiente de las sociedades nacionales de
la región la que exigió el esclarecimiento de la unidad superior que
la contiene en todo su despliegue de relaciones, procesos y conflictos

32
Los actores y el cambio social

sociales. Dos preguntas nucleares que movilizan a esta constelación


intelectual son las siguientes: ¿Cómo y hasta qué punto es posible el
desarrollo de las sociedades latinoamericanas atendiendo a su condi-
ción persistente de dependencia estructural? ¿Cómo y en qué medi-
da es posible superar la posición periférica de los países latinoame-
ricanos y de América Latina como bloque en la sociedad mundial?
El reconocimiento de América Latina como esfera, con una entidad
societal propia, se justifica principalmente por cuestiones históricas y
de proximidad física. Es a partir de la conformación de la región como
colonia española y portuguesa en el siglo XV que se recrea un senti-
do de comunidad lingüística integrada que luego se fue actualizando
en su fracción hispana con los diferentes impulsos independentistas.
Luego, dada su proximidad y su condición supeditada, la progresión
de cada país siempre necesitó de la progresión de los demás. Para
esbozar esta UT, la teoría social regional recurrió a una nueva ecua-
ción determinante: el dualismo centro/periferia. Se trató de una nueva
ecuación relacional que identificaba como locus del cambio social a
una serie de puntos dispuestos sobre una línea imaginaria que recorre
y entreteje cada esfera nacional con la región y con los restantes paí-
ses de la sociedad mundial. A partir de este esquema inédito, tanto las
sociedades nacionales de la región en su diversidad irreductible como
la sociedad propiamente regional serán consideradas sociedades pe-
riféricas, y por tanto dependientes de los movimientos precipitados
desde las sociedades céntricas. De este modo, para poder atender a la
evolución de la esfera nacional de la UT, esta sociología latinoameri-
cana necesitó relacionar a la primera con las esferas regional, global y
mundial. Con estas precisiones respecto a la UT podemos adelantar el
modo en que se conformó el VO y el PN. Respecto al VO, mantuvo el
desdoblamiento de la sociología clásica, entre un objeto de primer or-
den y uno de segundo, a la vez que conservó el primero para la teoría
del cambio social y el segundo para los actores sociales dominantes
y expansivos o potencialmente expansivos. La diferencia con la solu-
ción clásica radica en que ambos objetos se definen aquí en el marco
de un juego de apropiación delimitado a partir de la UT tridimensio-
nal señalada. De este modo, se emplea el mismo dispositivo relacional
abstracto y colectivista de la sociología clásica. Lo que cambia es la
realidad sociohistórica que captura tal esquema. Al cambiar la forma
concreta y el contenido de la UT, se modifican las formas concretas y
los contenidos del VO. De este modo, el cambio social involucra siem-
pre un cambio en las tres esferas sociales identificadas, en el marco de
procesos y de relaciones centro/periferia, y luego reconoce en primera
instancia a los actores gravitantes y a las fuerzas de determinación en
cada una de ellas. Ahora bien, dependiendo de los autores y sus res-

33
Esteban Torres

pectivas filiaciones, así como de las situaciones concretas analizadas,


el impulso dinámico principal se localiza en una u otra esfera. Las dis-
putas centrales al interior de esta sociología latinoamericana pasaron
por la falta de acuerdos en relación a este último punto.
La primera operación mayúscula que efectúa la teoría del cambio
social de la sociología latinoamericana, en tanto VO de primer orden,
fue la disolución del dualismo externo entre dinámica y estática social
—del modo en que lo reproduce la teoría clásica del cambio social— y
su reemplazo por el dualismo centro/periferia. Y la segunda maniobra
que ejecuta, de profundo calado, es la reconceptualización del dualis-
mo interno del dispositivo clásico. En la sociología clásica, el dualis-
mo interno entre estática y dinámica social pretendía dar cuenta de
las diferenciaciones que se conservaban a partir del movimiento de
transición desde las esferas sociales tradicionales y rurales europeas,
consideradas estáticas, a las esferas sociales europeas modernas y ur-
banas, consideradas dinámicas. El dualismo externo, en cambio, más
despectivo e ignorante en su formulación, consideraba dinámicas a
las sociedades nacionales europeas y luego estáticas a las sociedades
no europeas o aún no europeizadas en términos estructurales. En la
teoría, estas últimas eran no-sociedades modernas o sociedades “ex-
ternas”. Esto es, sociedades subvaloradas, consideradas de un valor
antropológico marcadamente inferior, y destinadas tarde o temprano
a ser disueltas por la dinámica social moderna. La potencia estigmati-
zante de este dualismo externo, que endulzaba los oídos de las mayo-
rías europeas de entonces, se asocia a la consideración de la sociedad
nacional europea como UT.9
Respecto al objeto de segundo orden del VO, asociado a la con-
ceptualización de los actores, todas las visiones de esta constelación
latinoamericana emplean el modo marxiano abstracto de reconoci-
miento de expansividades dominantes y subalternas. Por lo tanto,

9 La distinción entre dinámica y estática social se concretiza a partir de una serie


de dualismos equivalentes: sociedades modernas/sociedades tradicionales; socieda-
des civilizadas/sociedades bárbaras; sociedades desarrolladas/sociedades subdesar-
rolladas o en vías de desarrollo, entre otras. En cualquier caso, estos dualismos con-
forman el ADN de la teoría clásica del cambio social. A medida que el expansionismo
europeo demandaba nuevos recursos intelectuales para su aventura conquistadora,
el dualismo externo fue adquiriendo primacía en las visiones clásicas. Aquí no hay
que perder de vista que este esquema dicotómico fue promocionado tanto por los
Estados y las empresas como por los movimientos obreros igualitaristas. Los pri-
meros lo hicieron a partir de determinadas ideologías de dominación y el segundo
a partir de ideologías de emancipación social. Luego, este mismo dualismo externo
tuvo un papel determinante en las teorías modernas del cambio social edificadas por
los referentes de la sociología estadounidense, a tal punto que llegaron a desactivar
su expresión interna.

34
Los actores y el cambio social

a partir de la UT tridimensional y de la ecuación centro/periferia se


transita del reconocimiento de los Estados nacionales y de las em-
presas capitalistas europeas, propio del pensamiento clásico, al re-
conocimiento de la relación de desigualdad entre Estados centrales
y periféricos, y de las asimetrías entre capitalismos centrales y peri-
féricos. Los Estados centrales y las grandes empresas extranjeras con
injerencia significativa en la región serán considerados actores a la
vez dominantes y expansivos, mientras que los Estados periféricos, en
su forma autonomista, y de forma accesoria las empresas de capital
nacional, serán considerados actores expansivos subalternos en pri-
mera instancia. Tal como vengo insistiendo, los actores protagónicos
adoptan esta forma desde el momento que se constituyen en objetos
de segundo orden, dependientes de una teoría del cambio social pos-
clásica que se desprende de la UT indicada.
Finalmente, el PN también se ve sacudido por la UT tridimensio-
nal. Aquel se constituye como una nueva unidad a partir de integrar
las dos corrientes normativas clásicas que se oponían en las dispu-
tas intelectuales intraeuropeas. Esta nueva orientación normativa se
concreta a partir de subvertir los significantes instalados por cada
una de ellas. De este modo, emplea un parámetro de igualdad social
para interpelar la asimetría entre países (centro/periferia), recreando
un Marx latinoamericano, y emplea un parámetro de justicia social
para juzgar las asimetrías existentes al interior de cada esfera nacio-
nal periférica de la región. Con esta última parametrización subal-
terna, el PN de la nueva sociología crea igualmente un Weber y un
Durkheim propiamente latinoamericano. Así como el Marx europeo
adopta el punto de vista del proletariado desde el momento que re-
conoce allí una expansividad subalterna portadora de un principio
de igualdad social, el nuevo Marx latinoamericano adoptará el punto
de vista del Estado autonomista desde el instante que reconoce en
la progresión de dicho actor una expansividad subalterna potencial,
portadora del principio de igualdad social ya mencionado. En cier-
to modo, es la integración de los tres autores clásicos en esta nueva
orientación normativa mundialista la que termina de definir la com-
posición revolucionaria de la primera teoría sociológica intrínseca-
mente latinoamericana.
En el epicentro de la nueva ciencia social autónoma latinoame-
ricana están las obras de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto
(1967), Raúl Prebisch (1981), Darcy Ribeiro (1968) y Jorge Abelardo
Ramos (1968). Luego, como referentes de un estadio intelectual inme-
diatamente anterior, que sientan las bases para la potencia autonomis-
ta de los primeros, destacan José Medina Echavarría (1969), Florestán
Fernandes (1979) y Gino Germani (1962). Y como referencias algo

35
Esteban Torres

más alejadas en el tiempo, pero que en cualquier caso alimentan los


proyectos autónomos, merecen destacarse las producciones de José
Carlos Mariátegui (1928), de Víctor Raúl Haya de la Torre (1936) y de
Raúl Scalabrini Ortiz (1940). En cualquier caso, aquí el listado es de-
masiado corto y por lo tanto injusto. Este primer impulso intelectual
en América Latina, a la vez autonomista y mundialista, se edificó prin-
cipalmente en un diálogo crítico con el pensamiento clásico alemán
y su posterior actualización rusa y estadounidense. Me refiero a un
núcleo comandado por Marx, Weber, Lenin y Parsons. Si por un lado,
durante estos años, el duelo de influencias entre Marx y Weber fue pa-
reja, sin una primacía nítida de ninguno de ellos,10 no sucedió lo mis-
mo con la contienda entre Lenin como continuador de Marx y Parson
como actualizador de Weber. Detrás de Parson estaba el poder acadé-
mico creciente de la Universidad de Harvard, pero no directamente el
Estado estadounidense, mientras que Lenin fue el líder intelectual del
Estado de la URSS y del partido político más poderoso del planeta en
ese momento, con ramificaciones considerables en América Latina.
En el juego de poder de la Guerra Fría, que termina conformando
a América Latina como un tercer mundo intelectual disputado por
ambas potencias, sin dudas Lenin terminó siendo el autor con mayor
penetración regional hasta fines de la década del setenta del siglo XX.

LA CONSTELACIÓN POSDICTATORIAL: EL ECLIPSE DE


AMÉRICA LATINA (INICIO DE LA DÉCADA DEL OCHENTA -
INICIO DEL SIGLO XXI)
La sexta constelación intelectual se extiende por algo más de dos dé-
cadas: desde principios de la década del ochenta hasta los primeros
años del siglo XXI. Los diferentes modos en que se conceptualiza la
relación entre los actores y el cambio social en América Latina duran-
te tales años estuvieron fuertemente condicionados por los macroe-
fectos producidos por la ola de dictaduras militares en la región. Este
movimiento tenebroso se inicia a mediados de la década del sesenta,
alcanza su mayor potencia en la siguiente y se termina de desvanecer
a principios de la década del ochenta del siglo XX.11 Muchos de los

10 Tal como vengo indicando, hay que tener en cuenta que la sociología latinoame-
ricana integra en un mismo proyecto intelectual tanto a Marx como a Weber. Hay
primacía de la apropiación de Weber en el proyecto de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL, ONU), y luego hay preponderancia de la apropia-
ción de Marx en las teorías heterodoxas de la dependencia. Pero no sucedió lo mismo
con Lenin y Parsons. Salvo excepciones, quien incluye a uno de estos últimos excluye
al otro. Las teorías marxistas de la dependencia excluyen tanto a Weber como a Par-
sons, por carecer ambos de un horizonte poscapitalista.
11 La dictadura en Chile, comandada desde 1973 por Augusto Pinochet, es la única

36
Los actores y el cambio social

cambios estructurales producidos en esos años persisten hasta hoy.


A medida que se fue incrementando la distancia temporal respecto a
la experiencia de destrucción y de terror dictatorial, mayores fueron
los márgenes de autonomía para reconfigurar los diferentes proyectos
intelectuales. En cualquier caso, la ola dictatorial genera el principal
punto de quiebre de la historia de las ciencias sociales en la región,
en correspondencia con el nivel de trastrocamiento y de retracción
material que experimentó América Latina en la sociedad mundial.
Fue el momento de máxima penetración de Estados Unidos en el con-
tinente y de mayor sumisión regional desde los tiempos coloniales.
Como es evidente, esta hiperpresencia estadounidense genera un des-
plazamiento definitivo de la URSS en todos los planos. A partir de
este momentum de macroviolencia se desata una ola de integración
desde arriba, comandada desde la Casa Blanca, sin precedentes en la
historia regional. A partir de entonces, nada volverá a ser como antes.
Todos los impulsos autonomistas y mundialistas del período previo
fueron desactivados. Los intelectuales latinoamericanos de la gesta
autónoma fueron perseguidos, torturados, asesinados y/o desapare-
cidos. Algunos lograron exiliarse, alimentando una primera diáspora
intrarregional que tuvo su núcleo de refugio creativo en el Chile de
Salvador Allende. Pocos años después, en 1976, una vez consumado el
golpe de Estado en Argentina, se masificaron las salidas forzosas del
continente, principalmente hacia México y Francia. De este modo, a
partir de esta estampida intelectual, el continente quedó descerebrado
y deshistorizado en sus registros determinantes. El propio momento
dictatorial en la región fue una instancia de destrucción y de impas-
se intelectual, así como de consumación de macrorreformas liberales
que alteraron las trayectorias de las economías nacionales. Será con
la recuperación de las democracias formales en la década del ochenta
que se generan las condiciones para iniciar la edificación de una nue-
va constelación intelectual posdictatorial, necesariamente apoyada en
los sistemas económicos y mediáticos recreados por las dictaduras.
En líneas generales, y como era predecible, este nuevo universo inte-
lectual se conformará en buena medida a partir de una recolonización
norcéntrica de las visiones regionales de los actores y el cambio social.
La enorme facilidad y la velocidad con que se produjo este fenómeno
de penetración teórica masiva desde afuera era completamente ini-
maginable a fines de los años setenta, pero ciertamente comprensible
menos de una década después, a partir del estado de despojo y de la
postración de los países de la región. Hay una correspondencia nítida
entre el crecimiento de las deudas externas en los años ochenta en

experiencia que se sostiene algunos años más, hasta 1990.

37
Esteban Torres

América Latina y la recomposición de las dependencias intelectuales.


Y en el centro de esta experiencia de supeditación están los intelectua-
les exiliados y las nuevas rutas de formación académica hacia Europa.
Ahora bien, como veremos a continuación, un aspecto singular de esta
nueva situación de debilidad es que el continente no quedó mayor-
mente sujeto al dispositivo intelectual de Estados Unidos, el principal
accionista de la región, ni a las teorías alemanas del período previo,
sino a un cúmulo de ideas francesas que venían reaccionando desde
fines de la década del sesenta a la propia decadencia de su sociedad
nacional. Si el primer momento de hegemonía intelectual de Francia
en América Latina ocurrió a principios del siglo XIX y fue revolucio-
nario, en tanto promovió las independizaciones políticas, este desem-
barco contemporáneo reforzó un proceso en sentido inverso. Si en
el período de efervescencias autonomistas en América Latina, en las
décadas del sesenta y del setenta, no hubo condiciones subjetivas ni
objetivas para el avance de aquel escepticismo europeo que se cris-
talizó de un modo edulcorado en el Mayo Francés de 1968, a partir
de la década del ochenta la situación se tornó inmejorable para una
recepción francesa. No hay que perder de vista que algunas de las
visiones norcéntricas que se masificaron en la región eran, a su vez,
una reacción radical a su propia tradición moderna. En tales casos, el
efecto de recolonización estuvo desprovisto de un procesamiento eu-
ropeo directo o indirecto del problema colonial. El tratamiento más o
menos crítico de este problema globalizador solo ocurrió en Europa a
principios del siglo XX, a partir de sus teorías del imperialismo.
En resumidas cuentas, si las ciencias sociales clásicas son hijas de
la expansión europea y luego el impulso autonómico de la sociología
latinoamericana es producto del avance mundial del proceso de des-
colonización y de la posterior expansión social de la región en un es-
cenario de guerra fría, la constelación que emerge en los años ochenta
del siglo XX lo propicia la retracción de América Latina, y, más exac-
tamente, la devastación causada por las dictaduras militares (Torres,
2021). De este modo, en un plano intelectual, el sustrato determinan-
te de la constelación posdictatorial en la década del ochenta será la
pérdida de independencia intelectual y sociológica de América Latina
en el concierto mundial. Y esta nueva dependencia trajo consigo una
miniaturización inédita de los proyectos intelectuales en las ciencias
sociales. A grandes rasgos, la constelación posdictatorial se conforma
a partir de tres corrientes intelectuales: una politicista moderna, una
culturalista moderna y una subjetivista antimoderna. La primera es la
portadora central de la llamada “agenda democrática” de las ciencias
sociales, la cual resulta dominante en este estadio. La segunda parti-
cipa activamente en la conformación de dicha agenda, a partir de una

38
Los actores y el cambio social

difusa identidad posmarxista. Y finalmente, la tercera también incide


en la agenda democrática, aunque de una forma parcial o indirecta,
identificándose en primera instancia con una nomenclatura contra-
dictoria y desorientadora: “sociologías de la acción”. La gravitación
de esta última es apenas menor que las dos anteriores. Se trata de tres
corrientes liberales opuestas al accionar de los Estados. Las tres se es-
tructuran bajo la premisa de que el problema número uno de América
Latina es el autoritarismo político estatal, pero también adoptarán,
por añadidura, un liberalismo económico. El exponente central de la
primera corriente fue el politólogo Guillermo O´Donnell, los referen-
tes de la segunda Ernesto Laclau y José María Aricó, mientras que los
autores destacados de la tercera fueron Alain Touraine, Pierre Bour-
dieu y Michel Foucault, tres intelectuales franceses con una influencia
decisiva en las ciencias sociales de la región. El sello común de las tres
corrientes es que buscan actualizar los encuadres eurocéntricos, unos
a partir de visiones rupturistas y otros de visiones modernas refor-
muladas. Como veremos a continuación, entre los efectos principales
y más preocupantes que generaron estas perspectivas cabe destacar
la deslocalización, la deshistorización y la desmundialización de las
visiones de los actores y del cambio social en la región. Las corrientes
politicista, culturalista y subjetivista antimoderna, a partir de su agre-
gación sinérgica, lograron establecer un “clima de época” en América
Latina —al menos en la academia— hasta mediados de la década del
noventa del siglo XX. La posibilidad de constituir un frente común
tan amplio y heterogéneo fue consecuencia del peso de los estragos
causados por las dictaduras. Lo que inicialmente fue imaginado como
un pensamiento de transición de las dictaduras a las democracias,
limitado en su duración y en su alcance, se terminó constituyendo
en la visión general predominante de la relación entre los actores y el
cambio en América Latina.
Respecto a la corriente politicista, su unidad de transformación
en última instancia fue una idea intuitiva, difusa y no explicitada de
sociedad nacional genérica, y por tanto deslocalizada y deshistoriza-
da. Esta forma abstracta es portadora de la vieja idea eurocéntrica de
sociedad nacional, que descompone la UT de la constelación anterior.
Por ello mismo, por su ausencia de anclaje societal e histórico, el VO
se descoloca al punto de invertir el orden de aproximación analítico
empleado por las constelaciones clásica y mundialista. Primero ven-
drá el actor protagónico y luego el cambio. El actor predeterminado
será un Estado sin UT definida y el cambio “social” un proceso ex-
clusivamente producido por los impulsos de transformación estatal.
Producto de la propia descomposición de la UT, la corriente politi-
cista tampoco desarrolla una teoría del cambio social. Esta última es

39
Esteban Torres

reemplazada por un programa normativo de cambio político-estatal,


bajo el supuesto de que la función política del Estado termina produ-
ciendo a una determinada sociedad en su conjunto, aunque tal esfera
social no se encuentre explicitada. El PN adopta en esta perspectiva
una fuerza inusual. Nos referimos a una idea liberal de democracia
política, centrada en la optimización de procesos y procedimientos
estatales. En síntesis, este politicismo institucionalista, que tiene a
O´Donnell como protagonista central, reduce su mirada hasta con-
vertirse en una doctrina de la democracia desprovista de una teoría
de la sociedad, de una teoría del cambio social y desentendida de la
observación del conjunto de los actores regionales en sus respectivos
juegos de poder (O´Donnell, 1978, 1994, 2004). Se trató de un aparato
normativo importado, no científico, de evaluación selectiva y abstrac-
ta de las formas concretas de gobierno en la región, siendo Améri-
ca Latina un marco de decoración y no un arreglo espacio-temporal
constituido como objeto teórico singular. Este dispositivo ideológico
liberal, de matriz estadounidense, es el que termina institucionalizan-
do en el continente a la ciencia política como disciplina. La corriente
politicista, en esta vertiente, se propala desde los organismos interna-
cionales, prácticamente comandados por los Estados Unidos a par-
tir de los acuerdos de posguerra de mediados del siglo XX. Manuel
Antonio Garretón (2020) dirá muy bien que fue precisamente en esta
coyuntura de la historia regional que se crea la ciencia política, deter-
minada por un paradigma democrático liberal orientado a suplantar
a la sociología histórica.
La segunda corriente, que denomino culturalista o posmarxista,
también adopta como UT una idea genérica de sociedad nacional,
desconectada de una teoría localizada e historizada de la sociedad.
El VO de primer orden es una teoría del cambio cultural unidimen-
sional, apoyada en una apropiación culturalista de la teoría marxista
de Antonio Gramsci (Laclau y Mouffe, 1985; Aricó, 1988). Esta teoría
idealista del cambio cultural, que se desarrolla en nombre de una ac-
tualización identitaria y teórica de la izquierda regional, asume por
defecto el supuesto de que la transformación de una cultura política
está en condiciones de producir por sí misma el cambio estructural
de determinada sociedad nacional. Y el actor del cambio cultural de
la sociedad abstracta, como en la vieja filosofía kantiana, será nueva-
mente el intelectual. Se trata de una visión idealista que paradójica-
mente emerge de la apropiación de uno de los autores materialistas
mas incisivos del siglo XX. La corriente posmarxista trató a Gramsci
como a un teórico no marxista y, sobre todo, enfrentado al dispositivo
clásico. No hay que forzar el registro para observar en este cultura-
lismo un retorno a los primeros idearios europeos racionalistas de

40
Los actores y el cambio social

fines del siglo XVII. Esta vez quienes se autoproclaman protagonistas


del destino colectivo serán otros intelectuales, insertos en un campo
académico contemporáneo crecientemente profesionalizado. Como
ya señalé, la operación teórica central que efectúa la corriente pos-
marxista es la negación de la lógica multidimensional de la teoría del
cambio social gramsciana, perteneciente a la constelación clásica. De
esta manera, optan por aproximarse a la dimensión cultural de las so-
ciedades históricas sin atender a una lógica de determinación recípro-
ca entre economía, política y cultura, a la vez localizada, historizada
y mundializada. Para los neogramscianos lo que menos cuenta es la
economía. Si los intelectuales vuelven a estar en el centro de la reno-
vación social va de suyo que el PN vuelve a ser la libertad individual.
Esta vez, para los posmarxistas, se tratará de un principio de libertad
individual entendida en primera instancia como libertad de expresión
y de creación de los intelectuales de izquierdas. La renovación de las
experiencias de creatividad intelectual sería, en sus términos, la base
de una democracia entendida como nueva cultura política posdic-
tatorial. En resumidas cuentas, la recuperación de la democracia se
entendió desde esta fracción intelectual como un proceso de recupe-
ración general de libertades individuales para la creación intelectual
de alternativas políticas de izquierda. En cualquier caso, la influencia
de los autores marxistas clásicos, leídos en cualquier clave, decae es-
trepitosamente a partir de principios de la década del noventa, con la
implosión de la URSS. Habrá que esperar hasta las crisis mundiales
de principios del siglo XXI para que este impulso crítico reaparezca
en una versión reciclada.
La tercera y última corriente es menos gravitante para el destino
de la agenda de la democracia que para la propia evolución de la socio-
logía en América Latina. Desde los años ochenta del siglo XX, las som-
bras de Touraine y de Bourdieu se extenderán por todo el continente,
y muy particularmente por los países insulares de América del Sur. De
ambos autores, Touraine será el más influyente en el campo político,
en el subuniverso de los movimientos sociales y en las fracciones más
politizadas de las ciencias sociales regionales, mientras que Bourdieu lo
será en los sectores académicos más despolitizados. El trío dominante
se completa con Michel Foucault. Los tres asumen posiciones antiesta-
tales semejantes desde una ideología libertaria producida en condicio-
nes europeas de prosperidad y bienestar social, aunque luego no opta-
ron por la misma estrategia de ruptura en relación con la constelación
moderna, y, en particular, con la sociología clásica. El más coherente
de los tres sin dudas fue Foucault, desde el momento que despliega su
proyecto de actualización egocéntrica en nombre de la filosofía, una
tradición milenaria que a partir de Kant se ocupó de la promoción de

41
Esteban Torres

la autonomía individual y de la creatividad intelectual como un fin en


sí misma (Foucault, 1994). Aquí nos concentraremos en los dos soció-
logos galos porque fueron los portadores centrales del segundo gran
intento de descomposición radical de la sociología. El primer embate,
como vimos, estuvo principalmente a cargo de George Simmel y de
Gabriel Tarde en el cruce del siglo XIX al XX. Si estos fracasaron en
sus pretensiones de restauración filosófica y egocéntrica fue porque las
sociedades europeas de entonces venían alimentando con éxito un con-
junto de identidades colectivas urbanas que propulsaban la expansión
de dicho bloque regional en la sociedad mundial. Tal pico de eferves-
cencia colectiva dominante ayuda a explicar porqué ambos filósofos
padecieron múltiples exclusiones en la academia de sus propias esferas
nacionales. Definitivamente no fueron autores de su tiempo histórico.
No sucedió lo mismo con Touraine y Bourdieu casi un siglo después.
Sus “sociologías” del Yo (antes que de la acción o de las prácticas socia-
les) se viralizaron en Francia a partir de Mayo de 1968 y por un tiempo
quedaron replegadas en su territorio inmediato. En líneas generales,
podríamos identificar tres procesos centrales y un acontecimiento que
fundamentan las rupturas sociológicas de Touraine y de Bourdieu, y
que apuntalan sus respectivos diagnósticos del avance de una “crisis
de la modernidad”. El primer proceso reúne a las experiencias de ma-
crodestrucción de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, coman-
dadas por los Estados nacionales. El segundo, asociado al primero, es
el crecimiento del poder del Estado y de su autonomía relativa, con
epicentro en las décadas del sesenta y del setenta del siglo XX (y con
algunas continuidades hasta principios de la década del ochenta). El
tercer proceso sociohistórico es la pérdida de poder relativo de Europa
y de Francia en el escenario mundial. Finalmente, el acontecimiento de
referencia es el propio Mayo Francés. Como podrán observar, se trata
de cuatro acontecimientos en gran medida desconectados de América
Latina, particularmente de América del Sur (hay réplicas considerables
del Mayo Francés en los movimientos estudiantiles mexicanos).
A partir de este cuadro de situación, los disparos efectuados por
Touraine y Bourdieu para intentar derrocar la identidad colectiva his-
tórica de la sociología apuntan casi exclusivamente al reordenamien-
to de su propia sociedad nacional. Lo que aquí habría que explicar
entonces es cómo una empresa de rebelión intraeuropea, librada por
intelectuales europeos para individuos europeos plenamente integra-
dos en su sistema económico y en la vida social de sus naciones, puede
terminar conquistando un continente de la envergadura de América
Latina, con los problemas estructurales y de humillación nacional que
acarrea desde los tiempos de la colonia. Es la tragedia de los grandes
problemas sociales persistentes en la región la que vienen condenan-

42
Los actores y el cambio social

do a cientos de millones de individuos al basurero de la historia. La


semántica contemporánea dominante no logra ocultar con sus exalta-
ciones micropolíticas la progresión de los imperialismos y de las co-
lonizaciones en la sociedad mundial. Se trata de una historia de larga
duración, marcada por aquel universalismo norcéntrico sistematiza-
do por Hegel.12 Me refiero a la historia recurrente de aquellos países
aventajados de turno, con pocos o muchos habitantes, que consiguen
apoderarse por la fuerza de las ideas o de la brutalidad física de los
recursos vitales de los países débiles, en los cuales reside la enorme
mayoría de la humanidad.
Lo cierto es que las ideas de ambos autores recién lograron cru-
zar el Atlántico e instalarse en América Latina una década y media
más tarde, con el bajón generalizado, y cuando los exiliados en Fran-
cia lograron reinsertarse en la academia regional. Los reproductores
latinoamericanos principales de Touraine y Bourdieu, con un título
de posgrado en Francia y un pie en las universidades del continente,
comprendieron que el mejor modo para ubicarse a la cabeza de un
sistema académico periférico y disgregado era reestableciendo la suje-
ción a aquellas ideologías e instituciones europeas que los cobijaron.
Este reacomodo implicaba alimentar un escenario de dependencia in-
telectual aguda, semejante al estado previo a las guerras mundiales.13
De este modo, la penetración de estos microesquemas liberales, volup-
tuosamente presentados como universales, pudo consumarse dada la
máxima descomposición colectiva e identitaria por la que atravesaba
América Latina. Ambos sociólogos ingresaron por la puerta grande
de una sociedad regional y de unas ciencias sociales completamente

12 Hay que tener cuidado de no reducir la crítica del universalismo norcéntrico a la


folklorización que efectúa Wallerstein (2006), quien se concentra en la impugnación
de los discursos racistas más alevosos del colonialismo español. Si bien el sociólo-
go estadounidense manifiesta su inconformidad con las estrategias discursivas del
conjunto de los países poderosos del planeta, su crítica puede interpretarse como un
rechazo más restringido a la aventura colonial española, en tanto proyecto fallido
de expansión civilizatoria. Esta aversión al imperio ibérico ya la había manifestado
Weber en Economía y Sociedad (1922), aunque de un modo más nítido, al comparar-
lo con las bondades del colonialismo inglés. Una aproximación contemporánea más
exhaustiva al problema del universalismo europeo lo ofrecen Samir Amín (1988) y
Aníbal Quijano (2014). Ahora bien, las impresiones de Quijano son portadoras de
una limitación considerable: su rechazo total al magma de la modernidad. La impug-
nación absolutista de Quijano a los horizontes de expectativas modernos, en su caso
a partir del empleo de un argumento racial, implicaría dinamitar uno de los pilares
de las tradiciones soberanistas de América Latina, incluyendo la de la corriente autó-
noma de la sociología regional" (Torres y Borrastero, 2020).
13 Es importante aclarar que no todos los sociólogos latinoamericanos que se for-
maron en Francia con Alain Touraine y con Pierre Bourdieu se ajustan a esta descrip-
ción general.

43
Esteban Torres

disminuidas por las expoliaciones de las dictaduras y por el avance


acelerado de las macrorreformas liberales. Sus visiones europeístas
antiestatales y autorreferenciales acentuaron en alguna medida la alie-
nación y la descolectivización social del continente. Las penetraciones
de Touraine y de Bourdieu en América Latina a partir de la década del
ochenta del siglo XX debilitó aún más a la corriente autonomista de la
sociología latinoamericana, que a esas alturas ya era considerada para
muchos una pieza de museo. Para entonces el continente estaba de
rodillas, atascado en un nuevo proceso de integración mundial desde
arriba, concentrado en recomponer las reglas elementales de convi-
vencia social y de participación política formal en cada esfera social
nacional (Garretón, 1991), y sin expectativas realistas de recuperación
de soberanías nacionales determinantes (Torre, 2021). Pero, como lue-
go veremos, la historia de liberación autonomista no estaba concluida.
Los impulsos de transformación reaparecen una y otra vez, con una
obstinación emocionante, en las sociedades y en sus ciencias sociales.
Observado a partir del cuadro analítico propuesto, es posible
constatar que estas “sociologías” del Yo devuelven la unidad de trans-
formación en última instancia al individuo, y en particular a los inte-
lectuales. Con ello invierten por completo el dispositivo triádico de la
sociología latinoamericana de extracción moderna. Del mismo modo
en que algunas visiones, traccionadas por utopías arcaicas, buscan
desandar en la teoría el proceso material de urbanización, para así re-
conducir al conjunto de la población mundial hacia viejas ruralidades
revisitadas, estas sociologías francesas pretendieron negar el proceso
de desarrollo de las sociedades de los últimos siglos para así reflotar la
fantasía filosófica del individuo autodeterminado del siglo XVII. A par-
tir de una operación intelectual, la UT vuelve a ser el individuo auto-
determinado, y el VO se unifica nuevamente en la idea de un individuo
“libre” que, paralizado por el escepticismo, renuncia al cambio social.
Por lo tanto, disuelve a las sociedades nacional, regional y mundial
como UT, en cualquiera de las formas que podemos imaginar: abstrac-
tas o concretas, localizadas o deslocalizadas, históricas o deshistoriza-
das. Se trata de una sociología que postula el fin de la sociedad como
unidad de transformación o, directamente, como lo hace Bourdieu,
que dictamina el fin de la misma idea de transformación para la so-
ciología. Estamos frente a un proyecto de máxima descomposición de
las coordenadas clásicas de la sociología y de las ciencias sociales y,
desde ya, de las ampliaciones societales posteriores desplegadas por
las sociologías autónomas de la periferia mundial. Que ambos autores
franceses hayan optado por renunciar a las esferas sociales nacional o
mundial como UT significa que sus “sociologías” se desentienden por
completo del compromiso con la transformación de las sociedades. Y,

44
Los actores y el cambio social

como veremos a continuación, tal descompromiso lo fundamentan a


partir de la vieja premisa ontológica, no del todo explicitada, de que
la sociedad y sus transformaciones no necesariamente constituyen a
los individuos como tales. Se trata de una negación del sustrato so-
cietal de la subjetividad individual, de la enigmática materialidad que
antecede, compone y trasciende a los sujetos individuales. Y este des-
conocimiento se ejecuta en nombre de la revalorización de las ideas
abstractas de libertad o de autonomía individual, las cuales actuarían
como fuerzas de constitución individual en primera instancia. De este
modo, los subjetivismos de Touraine y de Bourdieu descartan una
ontología social de los individuos, dotada de ingredientes materiales,
relacionales y procesuales, para luego suscribir a una ontología no-
societal, fuertemente normativa en el caso de Touraine. El intelectual
francés tuvo plena conciencia de las operaciones teóricas que debía
efectuar para intentar barrer con el compromiso colectivo de la socio-
logía. Su “sociología de la acción” la presenta, literalmente, como una
propuesta que busca reemplazar una representación de la vida social
basada en las nociones de sociedad y de evolución, por otra que ponga
en el centro las ideas de historicidad, movimiento social y sujeto (Tou-
raine, 1984). Pero en esta enumeración de nuevas nociones, para el
autor francés será el sujeto abstracto el que determina a las restantes.
A lo largo de las décadas, Touraine fue variando los argumentos para
continuar alimentando el postulado libertario del fin de la sociedad.
En la década del ochenta del siglo XX la responsabilidad era del Esta-
do —francés—: “la sociedad estalla cuando es absorbida por el poder
estatal” (1984, p. 26).14 En dicho momento invitaba a rechazar la idea

14 Entre otras cosas, Touraine dirá, discutiendo con el marxismo, que “el planeta no
se haya más dominado por una burguesía que controla el Estado sino por el ascenso
de los Estados industrializadores y autoritarios, comunistas o nacionalistas” (1984,
p. 25). Esos “Estados todopoderosos” de Touraine, que nunca lo fueron en América
Latina a lo largo de su historia, desde hace tiempo no existen más en los países cen-
trales de Europa. Fueron producto de las transformaciones de la llamada “edad de
oro del capitalismo” (Hobsbawm, 1995), que es el período corto que transcurre desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados-fines de la década del setenta.
Lo que sí hubo en América Latina, efectivamente, fueron Estados autoritarios, pero
tal autoritarismo se expresa a partir de una forma estatal periférica, preferentemente
militar, activada a partir de una disposición vasalla. Me refiero a regímenes infra-es-
tructurales, cuya base de poder principal reside en otros Estados céntricos y por lo
tanto cuentan con muy poco poder propio (Torres, 2020a, 2020b). Son formas estata-
les que se legitiman hacia arriba antes que en relación a sus propias sociedades terri-
toriales. Tal sostenimiento simbólico desde arriba explica también la inclinación a la
represión desmedida de los Estados periféricos autoritarios. A partir del giro neolibe-
ral, que se inicia en 1973 con la caída de Allende y se expande en la sociedad mundial
a partir de los triunfos de Thatcher en Inglaterra y de Reagan en Estados Unidos, se
invierte una vez más esa relación de poder entre los actores de la economía de mer-

45
Esteban Torres

de sociedad como UT porque “el sistema social se identifica con el


Estado nacional” (1984, p. 25). Casi cuarenta años después, la respon-
sabilidad ya no será del Estado sino del capitalismo financiero: “como
consecuencia de la descomposición del capitalismo y de la democra-
cia industriales, la idea de sociedad ha perdido el lugar central que
había adquirido a lo largo de los dos últimos siglos” (2013, p. 571). De
este modo, la descomposición predeterminada de la idea de sociedad,
ya sea por exceso de Estado o de financiarización capitalista, dificulta
la existencia libre de los actores individuales y colectivos (1983, 2013).
Para Touraine, ambos poderes atentan contra el valor supremo de la
libertad, y, en especial, contra la libertad de los intelectuales para le-
gislar en la academia sobre la vida política y social. Aferrarse a la idea
de sociedad implicará para el sociólogo francés suscribir a este esce-
nario social de determinación destructiva. Desde ya que con el recha-
zo de la sociedad como UT ambos autores transforman en una ficción
el efecto que trae aparejado todo principio de estratificación social ge-
neral, como puede ser la relación centro-periferia y, más en general, la
topología arriba-abajo. El fin de la sociedad como UT conlleva igual-
mente, como reconoce el propio Touraine, el fin de la inquietud activa
por el cambio social: “No reclamamos dirigir los procesos de cambio
social, solo reclamamos nuestra libertad. El derecho a ser nosotros
mismos” (1984, p. 39). De este modo, junto con el fin de la sociedad,
Touraine postula el fin del compromiso de los/as sociólogos/as con
una política de cambio social. Aquellos sociólogos/as que pretendan
construir laboriosamente un programa científico para la comprensión
de la evolución sociohistórica, la previsualización del futuro societal
y la trasformación de las sociedades, serán descartados por Bourdieu

cado y los Estados nacionales, a favor de los primeros. El sociólogo francés recono-
cerá que el hecho social que legitimaba a la sociología clásica es la existencia de una
escasa autonomía del Estado respecto a las élites económicas: “La sociología clásica
estudiaba sociedades capitalistas donde el Estado tenía muy poca autonomía” (Tou-
raine, 1984, p. 30). Y esto es, exactamente, lo que está volviendo a pasar en Europa
desde los prolegómenos de la llamada “crisis del capitalismo democrático” (Streeck,
2014). De esta manera, desde hace tiempo se pulverizó la base sociomaterial que, en
los términos de Touraine, haría posible su programa de renovación sociológica. Si-
guiendo su argumento, el mismo hecho histórico que emplea el autor para descartar
la sociología clásica sería el que hoy habilitaría su recuperación. Si actualizamos el
diagnóstico de defunción de Touraine, podríamos afirmar que, en la actualidad, más
que nunca, resulta válida la recuperación de coordenadas clásicas. Es precisamente
a partir de la precipitación de la oleada neoliberal que comienza a revertirse la ecua-
ción estructural que tiene su punto de máxima realización a mediados del siglo XX.
En cualquier caso, el argumento de Touraine respecto al macropoder de los Estados
muestra su determinismo ideológico y su falta de consistencia analítica desde el mo-
mento que lo suplanta por otro bien distinto para así poder sostener de un modo
inalterado el postulado del fin de la sociedad.

46
Los actores y el cambio social

y por Touraine por sus supuestas inclinaciones proféticas (1984; Bou-


rdieu, Chamboredon y Passeron, 1968). La crítica al “profetismo” de
ambos autores apunta principalmente a la pretensión prospectiva de
la sociología, a su inquietud por el futuro social, y, más en concreto,
a las ideas de participación científica en la construcción de un futuro
colectivo. Al igual que sucede con la impugnación de la esfera social
como UT, el abandono de la idea de cambio social es una opción nor-
mativa e ideológica. Antes que una miniaturización de las visiones del
cambio social, lo que proyecta esta corriente subjetivista es una doble
negación: en primer lugar, niegan el efecto de constitución de los in-
dividuos por parte de aquellos procesos de cambio social que atravie-
san y componen sus propias esferas sociales de pertenencia. Luego,
en segundo lugar, les niegan a los individuos la posibilidad potencial
de incidir en el direccionamiento de los procesos mencionados. Es
a partir de asumir tales premisas que esta corriente puede reclamar
la caducidad científica y política del compromiso sociológico con el
cambio de las sociedades. En cualquier caso, el desconocimiento de la
sociedad como UT y del cambio social como VO de primer orden trae
aparejado la ruptura de la correspondencia entre la sociedad como UT,
la idea de cambio social y el concepto de actor social. Como ya señalé,
la aniquilación de este entramado de componentes y de relaciones
causales se concreta a partir de anteponer un derecho abstracto a la
libertad individual a la propia comprensión del mundo de vida de los
individuos. Al renunciar al reconocimiento de los procesos sociales
dinámicos, estratificados y estratificantes, que hacen posible el des-
envolvimiento de los actores, las visiones subjetivistas renuncian a la
posibilidad de conocer las trayectorias sociales seguidas por cada ac-
tor en sus esferas sociales, así como a explicar porqué los diferentes
actores finalmente actúan del modo en que lo hacen. A su vez, tal re-
nuncia trae como consecuencia la imposibilidad de previsualizar las
probabilidades que se presentan para la modificación de los cursos de
acción de un determinado actor o conjunto de actores.15

15 En cualquier caso, las perspectivas subjetivistas de Touraine y de Bourdieu po-


nen el acento en aspectos diferentes. El subjetivismo del primero pretende revalo-
rizar el potencial instituyente y creador de los actores a partir de negar o bien de
minimizar el peso efectivo de las fuerzas sociales que operan en el juego de poder
que reglamenta las prácticas de aquellos. En cambio, Bourdieu asume una disposi-
ción subjetivista en tanto relativiza en mayor medida que las corrientes modernas la
pretensión de objetividad de la sociología y de las ciencias sociales. Si las expresiones
más destacadas de la sociología clásica no desconocieron el componente subjetivo y
relativo de todo principio de objetividad —en todo caso lo minimizaron—, Bourdieu
tiende a negar la existencia de una dimensión objetiva, entendida como un “mundo
allí afuera”, tanto natural como social, que pueda existir más allá de la idea que cada
socióloga/o se pueda hacer de ese mundo. Bourdieu apuntala sus pretensiones diso-

47
Esteban Torres

En resumidas cuentas, podríamos decir que Touraine no edifica


una sociología contemporánea del actor, sino que nos devuelve a una
filosofía secular del individuo. De igual modo, aunque recurriendo a
nuevos lenguajes, la “sociología de las prácticas” de Bourdieu sería
más bien una filosofía relativista de los campos analíticos, centrada
en la imaginación metódica de los intelectuales, así como una técnica
de construcción de campos teóricos. Llamar “sociología” a un pro-
ducto intelectual que no reconoce como UT a una idea de sociedad
histórica y localizada, y que no se pregunta por el modo en que se
relaciona el cambio de tal sociedad con el cambio de los actores que
allí se desenvuelven, resulta injustificable desde todo punto de vista.
Uno de los efectos más perniciosos que generó esta operación de di-
solución teórica de la sociedad —sobre todo de su sustrato material—
fue una creciente desorientación y alienación de los estudios sociales
en América Latina. Ambos efectos negativos se consumaron a gran
escala desde el momento en que las formaciones sociales, ligadas a re-
gímenes estatales concretos, siguieron operando en la práctica como
unidad de transformación en última instancia. Lo paradójico del caso
es que el abandono de la sociedad como UT sucedió precisamente en

lutivas a partir de dos operaciones teóricas. La primera de ellas consiste en fracturar


la equivalencia clásica entre lo objetivo y lo real. Para el materialismo histórico, así
como para el conjunto de las visiones del cambio social, lo objetivo es real y lo real
es objetivo. En cambio, para Bourdieu, el mundo cósico e impensado será el ámbito
de “lo real”, en oposición a “lo objetivo”, al cual convierte en una simple operación
intelectual de objetivación. Una vez efectuada esta distinción, el autor arroja “lo real”
al cesto de residuos. Simplemente deja de nombrarlo y queda excluido de su con-
cepto de “campo”, que es la expresión total que ofrece de “lo social”. A partir de esta
primera maniobra, la sociedad, entendida como un sinnúmero de campos sociales
arbitrariamente construidos según las preferencias privadas de los/as sociólogos/as,
se convertirá en una objetividad discursiva. Dicho en otros términos, el sustrato ma-
terial de la sociedad se reduce a un magma de discursos académicos. Y la segunda
operación teórica que efectúa es la creación de un principio de autonomía entre los
diferentes campos analíticamente construidos. La principal separación de campos
que promueve Bourdieu es, sin dudas, la que involucra al campo científico y al cam-
po político. Podríamos suponer que el principio de autonomía persigue como interés
la construcción abstracta de dicha división específica. Para Bourdieu, la imbricación
entre ambos campos, que en sus términos es recurrente, será un acontecimiento pa-
tológico que contamina a la ciencia social. Touraine expresará de un modo semejante
su actitud de repulsión hacia la política. Si Bourdieu autonomiza los campos para
divorciar las prácticas científicas de las prácticas políticas (1980, 1994), Touraine
separa las diferentes esferas sociales con el mismo propósito (1984, 2013). Estamos
frente a una misma maniobra teórica y antimoderna de disolución de la sociedad
como UT. Lo que Touraine entiende por “conocimiento científico” es algo parecido
a lo que entiende Bourdieu. Para ambos se trataría de un conjunto de prácticas y de
principios que logran abstraerse o bien superar la contaminación del Estado social
y la política de mayorías. A dicha forma de evasión societal Touraine la denomina
“nuevas formas de responsabilidad social de la ciencia” (1984, p. 33).

48
Los actores y el cambio social

el momento en que las diferentes esferas nacionales de la sociedad


mundial se hicieron más globales e interdependientes entre sí, pero
también más desiguales y más injustas. Las corrientes subjetivistas
que progresan a partir de la década del 80 del siglo XX en América
Latina, en su búsqueda de realización de los individuos en contra de
la sociedad, expandieron hasta un extremo impensado la brecha en-
tre el mundo pensado y el mundo real. Este desacople se terminó de
constatar a partir del desmoronamiento de las promesas liberales de
emancipación individual que anidan en las “sociologías” del Yo. Si los
individuos franceses no lograron sostener la expectativa de un proce-
so de autodeterminación individual en su propia sociedad nacional,
mucho menos lo pudieron hacer los miles de millones de individuos
de la periferia mundial. Hay que tener en cuenta que aquellas socieda-
des europeas que pretendió desactivar este subjetivismo originario no
se corresponden estructuralmente con las esferas sociales periféricas
de América Latina. Solo basta constatar el abismo que separa a las
consecuencias que trajo aparejada la crisis del Estado social en Euro-
pa en el siglo XXI con el proceso de descenso social de multitudes de
individuos que produjeron las experiencias neoliberales en América
Latina. Nunca existió una “subjetividad contemporánea”, así enun-
ciada, en términos exclusivamente genéricos. En este trabajo decidí
prestar particular atención a las “sociologías” del Yo porque se con-
virtieron en un engranaje determinante del sentido común dominante
de las ciencias sociales en América Latina desde la década del ochenta
hasta principios del siglo XXI.16

16 El efecto de las “sociologías” del Yo de Bourdieu y de Touraine ha resultado de-


terminante para la evolución de la propia sociología francesa. En líneas generales,
podríamos decir que después de Nicos Poulantzas, la sociología del país galo no
volvió a recuperar una idea de sociedad, y mucho menos aún de sociedad mundial,
como unidad de transformación. Mi apreciación apunta al reconocimiento de Pou-
lantzas (1978) no por su identidad marxista sino por ser en primera instancia un
portador del horizonte de emancipación societal del pensamiento clásico europeo.
La vieja Francia protagónica, que precipitó la mayor revolución normativa de la his-
toria moderna a fines del siglo XVIII, y que un siglo después entronizó a Durkheim,
hoy prácticamente no cuenta en sus ciencias sociales con visiones mundialistas ac-
tualizadas. En su reemplazo avanzan nociones extemporáneas como la de “sociedad
del individuo”. Tal expresión ya fue empleada a contratiempo en la década del 30
del siglo XX por Norbert Elías (1987), otro autor talentoso y renegado de las identi-
dades colectivas. Si bien toda la variedad de “sociologías” del Yo está envuelta en la
estela kantiana, la diferencia sustantiva entre los franceses contemporáneos y Elías
es que este último reconoce a la sociedad como núcleo genético primario y subsume
la interacción entre los individuos y la sociedad a una teoría de la civilización (Elías,
1939). La actual acefalía colectiva e histórica francesa contrasta radicalmente con los
avances mundialistas de la sociología alemana (Lessenich, 2016; Dörre, 2020; Rosa,
2015).

49
Esteban Torres

UN ESCENARIO INÉDITO Y UN PROBLEMA COMÚN:


POSIBILIDADES DE RECOMPOSICIÓN DE AMÉRICA LATINA
(INICIOS DEL SIGLO XXI A LA ACTUALIDAD)
Desde principios del siglo XXI en América Latina se viene descompo-
niendo la constelación posdictatorial de las ciencias sociales. Ello está
ocurriendo dado el mayor distanciamiento respecto a las experiencias
de exterminio social de las décadas del sesenta y setenta, y sobre todo
a partir de las grandes transformaciones que viene experimentando la
región y el conjunto de la sociedad mundial en los últimos tiempos.
El impacto de ambos fenómenos, a su vez, permite visibilizar algunas
perspectivas sobre la relación entre los actores y el cambio social que
venían progresando desde los márgenes del sistema académico. En
cualquier caso, el escenario sociohistórico que se viene delineando en
estas primeras décadas del siglo XXI en la región es inédito en al me-
nos tres aspectos: i) en sus grados de apertura, de complejidad, de hete-
rogeneidad y de incomunicación intelectual; ii) en su nivel de mundia-
lización material, y, más exactamente, en su nivel de interdependencia,
de unificación y de desigualdad material mundial; y finalmente iii) en
su grado de desconcierto respecto a la posibilidad de vincular el primer
aspecto, ligado al plano intelectual, con el segundo, de naturaleza ma-
terial. En aquellos casos en que se sostiene afirmativamente la existen-
cia de esta última posibilidad, crece el desconcierto respecto a cómo se
podría repensar la UT de las ciencias sociales. El tercer aspecto men-
cionado viene produciendo una crisis intelectual común, sin preceden-
tes, en América Latina y más allá. Ahora bien, para poder avanzar en la
caracterización de este momento es necesario ofrecer una síntesis de
los diferentes elementos expuestos en este trabajo. Se trata de un pe-
queño rodeo para poder definir en mejores términos los tres aspectos
indicados, así como algunos de los principales desafíos que tienen las
ciencias sociales en América Latina en relación al histórico problema
de los actores y sus relaciones con el cambio social.
Desde la génesis del pensamiento occidental, ninguna de las co-
rrientes que conformaron las seis constelaciones identificadas hasta
aquí desaparecieron por completo. Con el avance accidentado de los
siglos y de las décadas, que trajo consigo la creación y la ampliación de
la sociedad mundial, lo que se produjo fue un proceso de agregación
de corrientes, de emergencia de nuevas constelaciones que integraban
a las anteriores, y de consolidación de nuevas supremacías intelectua-
les. Este modo particular de integración viene ocurriendo de dos for-
mas inescindibles: mediante el procesamiento activo y la superación
de lo anterior por lo nuevo, y a partir de un escenario intelectual de
cohabitación más o menos conflictiva de lo nuevo con todos los idea-

50
Los actores y el cambio social

rios anteriores. Lo que nunca existió a lo largo de la historia fue la


emergencia ex nihilo de corrientes intelectuales. A modo de ejemplo,
la filosofía moderna se edificó a partir de la teología y, muy a su pesar,
no consiguió eliminar a esta última. Lo mismo sucedió en cada uno
de los estadios posteriores, con la certeza autoasumida por las nuevas
generaciones de que el campo de agregación se iba expandiendo. A ve-
ces este se retrajo circunstancialmente como efecto de las irrupciones
colonialistas, de las guerras o de otras aniquilaciones colectivas. Pero
luego, de un modo u otro, lo que parecía erradicado lograba recompo-
nerse y reingresaba en el tablero intelectual de su tiempo histórico. Si
observamos el campo simplificado del siglo XIX intraeuropeo, vemos
que Marx procesó en su dispositivo teórico a Hegel, a Comte, a Kant,
a David Ricardo y a buena parte de sus antecesores, a la vez que tuvo
que batallar contra los hegelianos, los comteanos, los kantianos, los
ricardianos, entre otros tantos. Eso, por un lado. Luego la corrobo-
ración más definitiva de que este desenvolvimiento intelectual, que al
parecer genera una creciente complejidad que deja intactas visiones
más antiguas, es la increíble persistencia del pensamiento religioso.
Como vimos, esta cosmovisión milenaria generó sus propios argumen-
tos para pensar el vínculo real e ideal entre los actores y el cambio. Una
de las premisas evolutivas menos cuestionada en las ciencias sociales
occidentales del siglo XIX y XX, como es el avance del proceso de se-
cularización, también está tambaleándose. La progresión acelerada de
las corrientes evangélicas en América Latina en la última década es un
indicador sólido de la caída de la tesis de la secularización, al menos
en su lógica de desenvolvimiento lineal. Sin dudas que este avance re-
ligioso presiona los cimientos de las propias ciencias sociales, en tanto
estas se fundamentan en una cosmovisión racionalista.
Ahora bien, la dinámica que vengo esbozando da cuenta de la evo-
lución intelectual del mundo occidental, pero no así de la evolución
material de las sociedades históricas que recrean estos universos sim-
bólicos. El estado intelectual se ajusta al modo de evolución agregada
que señalamos al comienzo. Pero dado que los procesos materiales han
progresado de otro modo, hemos finalmente arribado a un momento
de macrocrisis intelectual. El desacople irreductible entre lo intelec-
tual y lo material, entre lo intersubjetivo y lo objetivo, que adquiere en
determinadas circunstancias ribetes dramáticos, lo percibió con toda
claridad Fernand Braudel (1958) al momento de señalar que las estruc-
turas mentales son cárceles de larga duración. Y la temporalidad de
referencia de esta larga duración braudeliana no eran años, ni décadas,
sino siglos. De este modo, contra el sentido común actual, pareciera
que los sustratos materiales de los individuos y de las sociedades tien-
den a cambiar a mayor velocidad que sus respectivas constelaciones

51
Esteban Torres

intelectuales. Es por ello mismo que las nuevas creaciones intelectua-


les, precipitadas por los cambios sociales en curso y aguijoneadas por
un imperativo de contemporaneidad, siempre deben lidiar con visio-
nes pasadas, incluso remotas, que pueden ser más o menos obsoletas.
Supongo que hay ralentización del cambio intelectual, principalmente,
porque hay persistencia de tradiciones, de instituciones y de actores,
que se convierten en celosos portadores de tales visiones, y que razona-
blemente se resisten a cambiar o directamente a desaparecer, aunque
la realidad material que empujó sus emergencias haya desaparecido de
la faz de la tierra. Un aspecto central para intentar explicar el desaco-
ple creciente entre lo intelectual y lo material, una vez constatada la
aceleración de las dinámicas sociales materiales, es la forma de orga-
nización gerontocrática que conservan las ciencias sociales desde hace
más de cinco siglos. A su vez, dado que la expectativa de vida de los in-
telectuales es mayor y sus vinculaciones con la universidad se mantie-
nen hasta el final, las ideas envejecidas son cada vez más dominantes.
En nuestra región, en el siglo XXI, al parecer el pensamiento reli-
gioso avanza de modo sostenido, aunque aggiornado a la idea de que el
mundo de los dioses debe ponerse al servicio de los individuos terrena-
les, incluso de su enriquecimiento financiero. Junto a ello, la filosofía
moderna y su programa subjetivista, de la mano de las “sociologías” o
las “ciencias sociales” del Yo, están en crisis y en retracción, aunque
conservando una posición dominante. Algo similar ocurre con la pro-
pia agenda democrática de las ciencias sociales, analizada en el punto
anterior. No era posible imaginar como podría sostenerse en el tiempo
un proyecto intelectual generacional, que nace de un macroefecto de
destrucción regional, sin conseguir llevar adelante la reconstrucción de
una unidad de transformación en última instancia en condiciones de ex-
plicar como se proyectaron hacia adelante las alteraciones de profundo
calado producidas en aquellos años tenebrosos y como se puede superar
el orden estructural institucionalizado en ese momento, para así recupe-
rar en nuevos términos los impulsos expansivos previos a las dictaduras.
Ahora bien, aunque la agenda de la democracia y sus derivas subjetivis-
tas, politicistas y culturalistas están detenidas intelectualmente desde
la década del noventa del siglo XX, se trata del único horizonte común
que las ciencias sociales regionales reconocen como propio. La crisis de
esta agenda se está evidenciando de modo creciente a partir del avance
acelerado de las desigualdades económicas al interior de las sociedades
nacionales consideradas democráticas, tanto del centro como de la peri-
feria, así como a partir del crecimiento de la desigualdad entre países de-
mocráticos (Milanovic, 2014; Boyer, 2021). Este registro desigualitario,
de carácter ampliado, es parte de la mundialización material ya mencio-
nada. Pero lo cierto es que la crisis de la agenda democrática no genera

52
Los actores y el cambio social

el desplazamiento de dicho programa, y ello ocurre porque sus propios


promotores no estuvieron ni están dispuestos —salvo excepciones— a
realizar una autocrítica y a confesar las limitaciones evidentes de este
proyecto posdictatorial. Que la agenda de la democracia esté en crisis no
significa, desde ya, que el problema de la democracia quede desactivado
o que pierda centralidad. Lo que simplemente está sucediendo es que las
visiones de la democracia que prosperan en el siglo XXI como empre-
sas sociológicas, preocupadas por la cientificidad del conocimiento, son
aquellas que lograron superar la retracción dictatorial y que consiguie-
ron desentrañar aspectos velados del nuevo estado material e intelectual
de la sociedad mundial (Domingues, 2009, 2019).
Por su parte, la influencia de la constelación clásica en la región
permanece estable a partir de dos tipos de apropiaciones dominantes:
la primera es una apropiación reproductiva, centrada en una expe-
riencia de asimilación directa y acrítica, propia del período previo a
la constelación mundialista. Este ejercicio de impotencia intelectual,
más o menos consciente, es a la vez causa y efecto de la recoloniza-
ción mencionada. Se vuelve a recurrir a Marx, a Weber, a Durkheim,
pero haciendo de cuenta que estas visiones cuentan con una UT que
toma en consideración las especificidades determinantes de nuestra
realidad social periférica. Se trata de apropiaciones que respetan el
dispositivo triádico del pensamiento clásico pero que hacen tabula
rasa respecto al trabajo de creación teórica de la experiencia autóno-
ma latinoamericana, y, más en general, respecto a las vicisitudes de
la historia social de América Latina. Estas apropiaciones deshistori-
zadas y deslocalizadas de la constelación clásica, en particular de la
obra de Marx, ganan en intensidad en América Latina a partir de la
crisis financiera de 2008, globalizada en tiempo récord desde Esta-
dos Unidos. En cierto punto llama la atención la preocupación por
las crisis económicas que dispara dicho evento en el campo científico
latinoamericano, dado que no tuvo un impacto determinante en la
región (Calderón y Castells, 2020). El segundo tipo de apropiación de
los clásicos es más generalizado, en tanto se asocia a la agenda demo-
crática en cuestión y en particular a las “sociologías” del Yo. Se trata
de una apropiación subjetivista. El hecho mismo de que exista una
corriente de apropiación del pensamiento clásico dispuesta a sustraer
la conceptualización de los actores y de las acciones de los grandes
sociólogos europeos, de la UT que previamente fijaron, reconfirma la
profunda desorientación ya señalada de estas visiones en la región.
Finalmente quisiera referirme a la constelación mundialista, a par-
tir de la cual cobra protagonismo la primera sociología propiamente
latinoamericana. Como vimos, esta última se edifica a partir de un pro-
ceso laborioso de destrucción creativa del pensamiento heredado, que

53
Esteban Torres

culminó en la ampliación y la complejización de la UT creada por la


constelación clásica. Si los núcleos intelectuales dirigentes de la cons-
telación posdictatorial lograron reducir este proyecto autonomista a su
mínima expresión, los grandes procesos de cambio social en curso en
el siglo XXI están generando las condiciones para profundizar la crisis
de la agenda de la democracia, para acelerar la retracción de la pléyade
de visiones politicistas, culturalistas y subjetivistas que proliferaron en
el campo regional de las ciencias sociales, y, con ello, para propiciar la
reemergencia de las empresas intelectuales centradas en la actualiza-
ción de esta clave latinoamericana universalista. Si la ola de integración
desde abajo del período 2003-2015 en América Latina desató la primera
interpelación regional en el siglo XXI a las visiones de los actores y del
cambio social en el campo académico, la actual crisis del Covid-19 está
generando una presión mundializadora sobre los objetos de estudio de
la sociología y las ciencias sociales, haciendo evidente la ausencia de UT
en la investigación sociológica, o bien la obsolescencia de las UT que se
vienen empleando de modo reproductivo. Este nuevo impulso cognosci-
tivo desatado a partir de la mundialización de la pandemia aumenta las
probabilidades para una reconexión no forzada con la agenda de la so-
ciología latinoamericana mundialista. Y ello ocurre por el simple motivo
que tal experiencia regional, prácticamente exterminada en la década
del setenta, es portadora de la visión más ampliada y realista del desen-
volvimiento de las sociedades históricas de toda la historia occidental.
Este nuevo macroefecto de mundialización social y mental también está
incrementando el interés en América Latina por las pocas teorías del sis-
tema mundial y sociologías de la globalización desarrolladas a partir de
la década del noventa del siglo XX, casi exclusivamente desde Estados
Unidos (Wallerstein, 1991; Castells, 1996; Arrighi y Silver, 1999; Amin,
2001, Sassen, 2007; Harvey, 2006). Tales perspectivas globalistas, que se
popularizaron en el circuito noratlántico al poco tiempo de ser publica-
das, recién lograron ingresar en América Latina en la segunda década
del siglo XXI. El carácter tardío y accesorio de esta recepción se explica
en buena medida por el grado de reactividad y de ensimismamiento de
la constelación posdictatorial. Si bien actualmente las condiciones han
mejorado para la apropiación de estas producciones más ambiciosas,
varias de ellas están siendo impugnadas por el componente norcéntrico
que acarrean o bien por los excesos liberales de sus visiones.
De este modo, al observar el conjunto de las constelaciones inte-
lectuales que se fueron sucediendo a lo largo de la historia, es sencillo
concluir que el desenvolvimiento actual de la crisis del Covid-19 invita
a retomar antes la UT del núcleo latinoamericano, centrada en una
idea de sociedad mundial, antes que aquellas recreadas por la conste-
lación clásica y sus actualizaciones estadounidenses contemporáneas,

54
Los actores y el cambio social

estructuradas en primera instancia a partir de una idea de sociedad


nacional. Más lejos aun quedarían las ideas sociales de las diferentes
expresiones de la constelación posdictatorial, centradas en el procesa-
miento de aspectos intranacionales a partir de miradas norcéntricas,
en la mayoría de los casos desprovista de una UT. En cualquier caso, el
proyecto de recuperación y de actualización de la UT de la sociología
latinoamericana universalista está lejos de resultar dominante en la
actualidad. Uno de los propósitos nucleares del Grupo de Trabajo de
CLACSO “Teoría social y realidad latinoamericana” es precisamente
intentar avanzar en la realización colectiva de este horizonte de expec-
tativas, aprovechando las nuevas condiciones históricas, intelectuales
y de recambio generacional que se presentan en la región.

CONCLUSIÓN: LA NECESARIA RECONSTRUCCIÓN


DE UN FUTURO LATINOAMERICANO
Si desde la década del ochenta del siglo XX la sociología y las ciencias
sociales en América Latina hablan del cambio social sin una teoría del
cambio social es precisamente porque en el trabajoso camino de la
reconstrucción democrática dejaron de lado la búsqueda de discernir
qué forma podría tener la nueva sociedad que habría que construir en
el papel como unidad de transformación en última instancia. No puede
haber una respuesta a la pregunta por el cambio social en América La-
tina sin antes ofrecer una respuesta, al menos tentativa, a la pregunta
respecto a qué estructura tendría aquello que cambia o que se resis-
te a hacerlo.17 De este modo, salvo excepciones, actualmente no hay

17 Sin pretender infantilizar mi argumentación en este punto, lo cierto es que los


cambios sociales no son observables si salimos a la vereda, miramos a nuestro alre-
dedor, hacemos un puñado de encuestas a informantes clave o bien observamos el
ir y venir de un determinado actor. Imagínense la conformación de una estructura
social mundial o la evolución de un proceso de cambio social mundial. Se trata de
procesos que efectivamente existen, que suceden en la práctica y que definitivamente
nos constituyen como sociedad localizada y como individuos. ¡Las estructuras existen
y solo existen nuestras sociedades como esferas de una sociedad mundial! La idea de
que estamos embebidos o incrustados en estructuras sociales (o estructuras sociales
de poder) se abandona con el triunfo circunstancial del empirismo en la sociología.
Dicho brutamente, para tal doctrina, todo aquello que nuestros ojos no ven, no existe.
Y claro, ¡las estructuras sociales no se ven a simple vista! Se accede a ellas a partir de
construcciones teóricas. La sociología que se apoya exclusivamente en la constataci-
ón fáctica ocular es la misma que abandonó la explicación social de los procesos de
cambio social. Del compromiso con la explicación y el descubrimiento de la realidad
sociohistórica, cuya tarea es propia de la ciencia moderna, se pasó al ejercicio faci-
lista de mirar y describir lo inmediato. Para la mayoría de los estratos medios, que
es el subuniverso por antonomasia de los/as sociólogos/as, la realidad accesible a la
experiencia óptica se corresponde con el mundo social de abajo. En resumidas cuen-
tas, que las estructuras no se vean a simple vista no significa que no existan y que no

55
Esteban Torres

respuestas fundamentadas a la siguiente interrogación elemental: Si


optamos por reconocer —como se hace habitualmente— que el poder
de los grandes actores puede generan determinados cambios sociales,
¿qué sería lo propiamente “social” de tales cambios?. Tal como vengo
indicando, no hay respuestas —menos aún convincentes— a la pregun-
ta por la UT. Dicho en otros términos, lo “social” del "cambio social"
prácticamente desapareció como dimensión necesaria de ser esclare-
cida. Y tal desactivación se produjo centralmente bajo la presión de
un sentido común a la vez liberal y empirista que terminó asumiendo
que lo social es patrimonio de los individuos observables, o bien que
algún actor determinado, ya sea un Estado, un movimiento social, una
empresa, un sindicato, produce algún efecto en una “sociedad” cuya
forma es evidente para el conjunto de la población, y la cual tiende a
actuar como un marco inmediato y contenedor de tal unidad actuante.
La reconstrucción de un futuro latinoamericano solo se puede pro-
ducir en las ciencias sociales y en la sociología a partir de recrear una UT
en la cual América Latina pueda ser concebida en la teoría como una es-
fera social singular e irreductible, enlazada a las respectivas sociedades
nacionales de la región y subsumida a una sociedad mundial. De este
modo, no habrá futuro regional en las ciencias sociales sin un concepto
sistemático de sociedad regional como sociedad periférica, que actúe
como unidad de transformación para el estudio de los nuevos actores y
del cambio social. Esta es una exigencia sine qua non desde el momento
que dejamos de lado toda inocencia e integramos una geopolítica del
conocimiento. El desafío central que tenemos en relación a esta UT
tridimensional es superar las limitaciones de la primera experiencia
latinoamericana universalista. Durante aquellos años se consiguió es-
bozar una teoría del capitalismo periférico pero no se pudo avanzar lo
suficiente en el desarrollo de una teoría de la sociedad latinoamericana.
Por restricciones de las propias circunstancias, el dualismo norcéntrico
de lo moderno y lo tradicional no pudo desactivarse o bien subvertirse
a partir de una propuesta de creación autónoma desde y para Améri-
ca Latina. Aquí no estamos demandando la construcción de una única
teoría social sujeta a dicha UT. Más bien indicamos la necesidad de
recuperar tal unidad societal abstracta para, a partir de allí, propiciar la
producción de teorías sociales diversas, ajustadas a los principios nor-
mativos diferenciales de cada autor y a su perfil intelectual.
Recién a partir de recrear tal UT se hace posible recuperar un
esquema de correspondencia entre dicha unidad, los vectores de or-
denamiento que venimos señalando y los principios normativos recto-

condicionen o eventualmente determinen los comportamientos individuales, grupales


y societales.

56
Los actores y el cambio social

res. En términos concretos, tal recuperación permitiría el desarrollo


de una nueva ciencia social, basada en una gramática sociocausal con
capacidad para enlazar i) un concepto de América latina como socie-
dad regional —y no solamente como discurso de agregación de socie-
dades nacionales—, ii) una idea de como viene evolucionando y como
se proyecta tal sociedad a partir del juego de poder entre los diferentes
actores intervientes, y iii) un principio normativo que en todos los
casos compone y regula tanto la explicación como la interpretación
de los aspectos mencionados. Tal como señalé, aquí no hay que per-
der de vista que desde la década del ochenta esta correspondencia se
desactivó. En los casos en que alguna idea de sociedad funcionó como
UT, esta se desentendió de una visión del cambio social, y luego am-
bas, la idea de sociedad y la idea transformación, se divorciaron de la
conceptualización de los actores. Estos últimos eran identificados en
un vacío societal. Por lo general cuesta reconocer que las piezas del
tablero que estalla en la década del setenta del siglo XX aún están dis-
persas. Antes que una situación de autonomía teórica entre la socie-
dad, los actores y el cambio social, lo que se consumó en la constela-
ción posdictatorial fue una descomposición sustantiva que trajo como
efecto principal la desorientación a la hora de pretender estudiar a los
actores en América Latina en relación a su progresión futura. En las
últimas décadas también han avanzado teorizaciones sobre los proce-
sos sociales desprovistas de una noción de cambio social, y sobre todo
de una idea de cambio social que contemple una UT.
La recuperación del campo relacional que vengo delimitando (UT,
VO y UT) permitiría, entre otras cuestiones, distinguir los cambios so-
ciales de aquellos cambios que no lo son. La UT de la sociología latinoa-
mericana universalista, que reconoce y trasciende la idea de sociedad
nacional de la constelación clásica, también suscribió al principio de
movilización popular de esa experiencia intelectual moderna. Para esta
sociología, parafraseando a Wright Mills (1959), un determinado cam-
bio recién se convierte en cambio social cuando logra alterar a las ma-
yorías sociales. La recuperación de este esquema de correspondencias
también permitiría corregir una cuestión determinante por estos tiem-
pos. A falta de una expresión mejor la denominaré la “ilusión del poder
de los poderosos”. Esta ficción consiste en suponer que la observación
de la trayectoria de los actores dominantes expansivos nos brinda los
conocimientos necesarios y suficientes para determinar el abanico de
variaciones futuras de los procesos sociales. Todas las perspectivas cen-
tradas en el problema de los grandes monopolios traen consigo esta
promesa de anticipación societal. Sin lugar a dudas, es mucho más pro-
bable que el futuro de las sociedades tenga el rostro de los actores do-
minantes que la imagen y los lenguajes de los actores dominados. Esta

57
Esteban Torres

certeza, que se consolida a partir de la constelación clásica, permitió la


emergencia de una regla de oro metodológica que perdura hasta hoy:
la observación de la función dominante. No se trata de una máxima
parsoniana ni de una brújula tosca promocionada por algún estructu-
ralismo oxidado, sino más bien de un axioma no rebatido hasta hoy.
De todas maneras, la observación de un actor, por más poderoso y
expansivo que resulte, no deja de remitir a un vector de ordenamiento
de segundo orden. Tal como vimos, la concentración analítica exclusiva
en un determinado actor de la sociedad mundial no ofrece los pun-
tos de apoyo suficientes para explicar y previsualizar los procesos de
cambio social, y con ello, el futuro de nuestra UT. Hoy los flashes de
las ciencias sociales apuntan a los grandes jugadores de la economía
tecnoinformacional, como Amazon, Google, Facebook, Huawei, etc.,
así como a los gobiernos más poderosos del planeta, entre los cuales
se encuentran Estados Unidos, China, Rusia y, en menor medida, Ale-
mania. Al observar el movimiento de estos actores lo que sí se puede
afirmar, con absoluta certeza y sin ningún margen de error, es que po-
seen, comparativamente, una mayor capacidad potencial de incidencia
en el direccionamiento de los procesos de cambio social, así como una
mayor capacidad de reglamentación de las diferentes esferas sociales.
Pero convertir a los giga-actores de la sociedad en objetos sociológicos
de primer orden es un error que desactiva la posibilidad de detectar el
rumbo de los cambios sociales y previsualizar las alternativas de futuro
de las diferentes formaciones sociales. Y tal limitación se presenta, sen-
cillamente, porque cada actor se desenvuelve en un juego de apropia-
ción en el cual puede ganar o perder, y porque la historia social mundial
no está cerrada. Desde tiempos remotos continuamos lidiando, en una
situación de desconcierto pronunciado, con la alquimia de la indeter-
minación y la contingencia. En los procesos de cambio social es tan
inerradicable la contingencia como lo es la repetición, la persistencia
y la continuidad en el cambio. En la vida de los actores y en el movi-
miento social siempre estarán presentes lo que cambia y aquello que no
cambia en relación a un sustrato sociohistórico que resulta indetenible.
Ahora bien, la necesidad de pensar a los actores a partir de un re-
gistro que contempla la UT y su transformación, no resuelve la especifi-
cidad propia de la conceptualización de los actores y su actuación. Por
lo pronto, no termina de responder una de las preguntas más elementa-
les al respecto: ¿qué puede considerarse un actor? Y aquí lo que observo
como resultado de la dinámica de agregación intelectual mencionada,
es que actualmente hay una mayor claridad que en el pasado respecto
a los diferentes modos en que se podrían conceptualizar a los actores
individuales, grupales y organizacionales. La opción por priorizar al-
guno de dichos actores en detrimento de los demás involucra un modo

58
Los actores y el cambio social

de identificación específico, con sus implicancias teóricas y prácticas.


En términos simplificados, los estudios sociales actuales que atienden
a los individuos suelen concentrarse en el brillo de los líderes de algún
tipo, los que integran un modo de identificación grupal suelen dete-
nerse en el análisis de las élites, de los movimientos feministas y de los
movimientos ecologistas, y aquellos que recurren a un modo de iden-
tificación organizacional le prestan atención a las grandes empresas, a
los Estados, a los partidos políticos de masas y en menor medida, a los
sindicatos. En este punto, el desafío que hoy tenemos por delante pasa
precisamente por integrar estos tres tipos de identificación. Los actores
reconocidos a partir de estas tres modalidades tienen una característica
común: pueden ser juzgados como responsables de sus prácticas. Un
actor es aquel o aquella a quien podemos reconocer como responsable
de sus acciones. Esta definición básica es portadora del compromiso
humanista que se instala en el mundo occidental a partir de la Revolu-
ción Francesa. Se trata de un contrato vital que debemos conservar en
la medida en que sigamos autorreconociéndonos como parte de una
especie que no está dispuesta a legitimar su autodestrucción.18
Ahora bien, si en la base de la responsabilidad moral está el indivi-
duo, en el centro de la preocupación sociológica debe situarse el futuro
de las esferas nacionales que conforman a la región como sociedad.
De este modo, para abordar la relación entre los actores y el cambio es
muy importante no quedar sujetos al reduccionismo y a la tiranía del
individuo y su singularidad. Con todas las dificultades que conlleva, ya
es hora de superar intelectualmente el terremoto posdictatorial. La ta-
rea de la sociología, a diferencia de la empresa milenaria de la filosofía
y del proyecto moderno de la psicología, no consiste en reconocer y
exaltar las singularidades sino en descubrir y defender el sustrato co-
mún a todos/as, a partir de una combinación de principios normativos,

18 En la actualidad es posible identificar la existencia de al menos tres desviaciones


poshumanistas. La primera tiende a considerar que las redes no centradas en acto-
res, o bien los artefactos, pueden considerarse actores (Castells, 1996). La segunda
desviación asume que los individuos, los grupos y las organizaciones son actores en
igual sentido y grado que las redes y los artefactos. Y la tercera considera que las
redes y los artefactos son los actores de referencia, o bien los actores excluyentes
(Latour, 2005). Las teorías sociales que convierten a las redes en actores logran un
efecto nítido de despersonalización y, por lo tanto, de desresponsabilización en rela-
ción a las acciones humanas. No resulta accidental que estas perspectivas afirmen,
explícitamente, que las élites o los gigacapitalistas prácticamente no existen en tanto
actores (Castells, 1996, 2009). No es lo mismo señalar que los individuos, los agru-
pamientos sociales y las organizaciones se estructuran en redes, que asumir que las
redes son los propios actores en-sí y para-sí. Una sociología que despersonifica la ac-
ción social es una sociología que por defecto legitima las desigualdades entre clases
de individuos y clases de países en la sociedad mundial.

59
Esteban Torres

que incluye las igualdades, las justicias sociales y las libertades. Si bien
la enorme mayoría de los seres humanos suele caer en la tentación
de considerarse hipersingulares y únicos en relación a los demás, se
trata de una ficción insostenible. Mal que nos pese, es bastante sen-
cillo demostrar que somos mucho menos únicos e irrepetibles que lo
que a priori suponemos y eventualmente deseamos. Y no solo porque
somos parte de una misma especie biológica sino porque existe lo que
llamamos comportamiento social o conducta colectiva. Siempre habrá
brillos individuales en las situaciones observadas, pero eso a la sociolo-
gía latinoamericana le tendría que importar poco. Solo debería aceptar
detenerse en la unidad individual si los impulsos que esta produce pue-
de traer consecuencias para el destino de las mayorías sociales. En ese
sentido comparte la preocupación que subyace a la idea de carisma de
Weber o a las agudas disquisiciones psicologistas sobre el zar Nicolás
II que ofreció Trotsky en su Historia de la revolución rusa (1932).
El presente libro, que lleva por título Nuevos actores y cambio so-
cial en América Latina, es un producto colectivo que pretende transitar
el sendero de la recreación latinoamericana que venimos insinuando.
Antes que una iniciativa incipiente, este producto editorial es la manifes-
tación de un continuum productivo que explica la existencia de nuestro
grupo de trabajo en CLACSO. En este libro ofrecemos diferentes apro-
ximaciones a los nuevos actores y a los procesos sociales emergentes en
América Latina, con la esperanza de aportar nuevos insumos para la
construcción teórica de una ciencia social unificada, autónoma y uni-
versalista, al servicio de la acción colectiva. Se trata de un proyecto co-
lectivo que, por la envergadura de sus interrogantes y de su compromiso
intelectual, pretende dejar atrás de una vez por todas el escepticismo
científico y político que persiste en la región. En cualquier caso, somos
conscientes que la búsqueda de reinstalar en el centro de la teoría social
y de las ciencias sociales la preocupación por el futuro latinoamericano,
y por lo tanto la voluntad de desarrollar unas ciencias sociales para el
porvenir regional, no está desprovista de profundas resistencias. A partir
de imaginar un universo minúsculo, Foucault (1976) propuso una ley
del poder que luego se expandió por el planeta occidental: “donde hay
poder, hay resistencias”. Por mi parte, apelando a la restitución de un
horizonte latinoamericano, propongo la siguiente reformulación: “don-
de hay cambio social, hay resistencias”. Esta premisa podría ser una ley
del cambio social o su ley primera. Tal como analicé arriba, las resisten-
cias provienen centralmente del orden intelectual instituido, mientras
que las presiones positivas se activan en múltiples puntos a partir de las
grandes transformaciones materiales de la región y del conjunto de la
sociedad mundial. Incluso, quienes decidan leer el presente libro, po-
drán corroborar cómo los propios actores que se construyen analítica-

60
Los actores y el cambio social

mente en los diferentes textos presionan con sus despliegues materiales


concretos para avanzar en la redefinición de la unidad de transforma-
ción en última instancia de la sociología en América Latina.

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66
PARTE 2

LOS NUEVOS
ACTORES SOCIALES
¿ANTIGUOS O NUEVOS SUJETOS?
EL SINDICALISMO DE MOVIMIENTO
SOCIAL EN MÉXICO

Enrique de la Garza Toledo


Mariano Casco Peebles

INTRODUCCIÓN
Desde los años setenta del siglo XX se abrió el debate acerca de los
Nuevos Movimientos Sociales, entendidos como sujetos colectivos sin
relación con el concepto de clase social, ni definidos por su situación
en determinadas estructuras. Este debate tendía, ciertamente, a darle
el adiós al proletariado, en el sentido clásico (Gorz, 1982). Es decir,
a los movimientos de los vendedores de fuerza de trabajo al capital,
que trabajan en espacios cerrados, con segmentación del espacio y de
tiempo de trabajo con respectos de otros espacios y tiempos de vida.
Es decir, específicamente, le estaba diciendo adiós al proletariado in-
dustrial como sujeto obrero privilegiado por el marxismo clásico. No
obstante, este relevo del obrero de fábrica por los nuevos movimientos
sociales en dicha década no era tan evidente. Por el contrario, se vivió
la última gran oleada del movimiento obrero, en sentido restringido,
tanto en los países desarrollados (Pizzorno, 1991; Daugaureilh, 2010;
Hyman, 1996) como en muchos subdesarrollados, y fue particular-
mente notable en América Latina (Cornfield y Randy, 2002).
Esta ofensiva ideológica en contra de las potencialidades del
movimiento obrero de fábrica tenía detrás trayectorias objetivas de
la composición de la fuerza de trabajo en el mundo: desde los años
cincuenta, el predominio de los trabajadores de los servicios, aunque

69
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

también la decadencia de los ocupados en la agricultura. Coincidía


también con la primera oleada posmoderna, aquella que hablaba, no
solo de la alternancia entre movimientos sociales, sino de la pérdi-
da de sentido, de la fragmentación de identidades frente a las nuevas
ocupaciones, de la tercera revolución industrial, de la pérdida de la
idea de futuro, de proyecto, de la necesidad de vivir en el presente y
realizarse en el consumo (Offe, 1990). Desde estas visiones, el campo
de reproducción se habría convertido en más relevante que el cam-
po de la producción (Lyotard, 1979). En otras palabras, el optimismo
que envolvió a los nuevos movimientos sociales, desclasados, pero, de
cualquier forma, con capacidades transformadoras, duró poco, frente
al pesimismo posmoderno de la fragmentación y del no futuro (Lyo-
tard, 1979; Lipovetsky, 1987).
Sin embargo, estas discusiones reabrieron en la teoría social pro-
blemas importantes. Primero, el de la eficiencia de las estructuras (en
plural) para explicar el surgimiento del movimiento social, ya no solo
del movimiento obrero; segundo, el de la forma de intervención de las
subjetividades, entendidas como proceso de creación de significados,
en aquello mismo, y las retroalimentaciones en las propias acciones.
Así, las teorías sociales se pusieron en tensión a partir de un concepto,
el de identidad colectiva, que no había sido muy relevante en el pasa-
do inmediato.
En cuanto a las estructuras, el siglo XX había sido muy rico en
conceptos de este orden, desde las estructuras económicas, las polí-
ticas, las culturales, las de significados, las de los sentimientos, las
espaciales, las discursivas, las lingüísticas, las de la personalidad, etc.
De tal forma, que la crítica a la eficacia de las estructuras en la consti-
tución de los movimientos sociales no podía reducirse a discutir las de
carácter económico (relaciones de producción, mercados, por ejem-
plo), sino se tenía que demostrar que los sujetos no eran presionados
por ningún tipo de estructura (Thompson, 1972). En este sentido, acu-
dieron en apoyo del origen puramente subjetivo de los movimientos
sociales algunas teorías hermenéuticas no tan recientes, como la de
Husserl. Para este, la esencia sería el sentido que el objeto tiene para
el sujeto y, por lo tanto, las estructuras no serían sino significados adi-
cionales. Y, en términos menos radicales, la concepción de estructuras
del mundo de la vida (Schutz, 1959), del cara a cara, sin considerar
las de segundo o más órdenes. A pesar de la diversidad de posiciones
entre imaginarios, o bien significados subjetivos, se tendía a reducir la
realidad, y en particular aquello que influiría sobre el movimiento so-
cial, al ámbito de lo subjetivo. Sin embargo, no dejaron de haber pers-
pectivas que siguieron reivindicando la existencia de las estructuras
en plural y que, si no determinaban a los sujetos, los presionaban, los

70
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

canalizaban, como fue el caso de E. P. Thompson (1972). De tal ma-


nera que las estructuras se seguían a contracorriente, reivindicándose
como resultado de múltiples objetivaciones de las prácticas cotidianas
y de las extraordinarias, que, como dice un clásico, adquirían vida
propia, más allá de sus creadores, y los presionaban en sus comporta-
mientos y formas de conciencia. Vistas de esta manera, las estructuras
no determinarían a los sujetos, como relaciones causa/efecto, sino los
presionarían, con sus respectivas mediaciones. De esta forma, se abría
la posibilidad de que entre el concepto de clase y el de movimiento
obrero hubiera otro de mediación, el de sujeto obrero y, por exten-
sión, la posibilidad de sujetos sociales no inmediatamente vinculados
con las clases. De hecho, esto concuerda con los análisis concretos de
Marx sobre movimientos sociales en formaciones sociales concretas,
de un nivel abstracto, como el de las tres clases sociales en el capita-
lismo, al final del tercer volumen de El Capital. En el 18 Brumario la
clase obrera se despliega en varios sujetos, al igual que la burguesía.
Es decir, no opera la igualación entre clase, sujeto y movimiento, sino
que se trataría de un movimiento conceptual de lo más abstracto a lo
más concreto. Para los campesinos, dice Marx, influyeron no solo las
contradicciones con los terratenientes por la propiedad de la tierra,
sino el recuerdo napoleónico, el de las grandes conquistas de Francia
y su gloria, así como entre las fracciones de la burguesía, las enemista-
des entre las casas nobiliarias de Orleans y Borbones. Es decir, la sub-
jetividad es parte de la mediación entre clase y movimiento obrero.
No es que la relación capital/trabajo no influyera en el 18 Brumario,
pero esta era de tal inmadurez material (entendida como poca exten-
sión del maquinismo y del obrero, subordinado a la máquina, con
relaciones patriarcales con el capital, y con control del obrero sobre
el proceso de trabajo), que la explotación aparecía relativamente os-
curecida frente a la falta de pan o del derecho al voto de los nacientes
proletarios.
Acerca del concepto de clase obrera en el marxismo, además de
las clásicas diferencias de clase en sí y para sí, caben dos soluciones
alternativas en el camino de lo abstracto a lo concreto. En las dos no
se puede ignorar la situación estructural de clase obrera explotada
por el capital. Pero en lugar de pensar que solo al ser complementado
por la conciencia de clase se convertiría en clase para sí, otra solución
sería asumir que no se es clase si a lo estructural no se le añaden una
subjetividad de clase (identificación de amigos y enemigos) y una serie
de prácticas (formas de luchas con demandas, formas de organiza-
ción y proyecto de sociedad). Es decir, resultaría un concepto muy
restrictivo de clase, difícil de cumplimentar con tantas condiciones.
En cambio, si dejáramos el concepto de clase a la parte estructural,

71
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

centrada en la situación con respecto a medios de producción, a las


relaciones laborales, a la organización del trabajo, pero también a una
estructura de su reproducción, estas clases se podría desplegar en di-
versos sujetos. Estos sujetos dependerían del tipo de proceso produc-
tivos involucrados (por ejemplo, obrero de oficio, taylorizado, de pro-
cesos automatizados) (Touraine, 1985; Mallet, 1972), estarían insertos
en determinadas formas de organización maquinizadas, taylorizadas,
automatizadas, informatizadas, así como en determinadas relaciones
laborales (arbitrarias, de codeterminación a través de la negociación
colectiva, autoritarias de las gerencias). Se definirían también en fun-
ción de ciertas formas de organización (sindicatos, cooperativas, con-
sejos de fábrica), de relaciones en el ámbito de la reproducción, tanto
institucionalizadas, como en aquellas espontáneas, y en relación o no
con otros movimientos sociales. Es decir, en resumidas cuentas, los
sujetos obreros se definen por su intervención en espacios diversos de
la producción, la reproducción, la política y la sociedad, pero también
en función de ciertas subjetividades respecto del capital, de proyectos,
de organizaciones y de acciones (De la Garza, 2015).
Para que un sujeto social se convierta en movimiento obrero no
bastan condiciones estructurales como las que hemos analizado, sino
que es pertinente un agravio o una demanda muy sentida, que ponga
en funcionamiento una reconfiguración de su propia subjetividad y
convierta una lucha parcial de carácter germinal en otra precipitada
por un principio de anti-totalidad.

NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y MOVIMIENTO OBRERO


A pesar de los críticos al marxismo y de su influencia en la clase obre-
ra, los nuevos movimientos sociales de los sesenta y ochenta no sig-
nificaron una alternancia y marginación de los movimientos obreros.
Por el contrario, ambos se retroalimentaron en forma muy creativa,
en distintas partes del mundo, especialmente en Europa. De tal forma
que la ola del movimiento obrero en esos años no se puede explicar
ignorando las vinculaciones con el movimiento estudiantil (De la Gar-
za, 2019). La decadencia del movimiento obrero en el nivel interna-
cional a finales del siglo XX no se debió tanto a ese recambio, ni a la
fragmentación de identidades, sino a una grave derrota internacional
frente al neoliberalismo (recordar la gran huelga minera del carbón
con Thatcher o la derrota de los metalúrgicos en Italia). Sin embargo,
el viejo topo siguió cavando, transformando a la clase obrera de fábri-
ca según su contexto, y haciendo aparecer categorías de trabajadores
que no existían antes de los ochenta del siglo XX. Primero con el gran
crecimiento de los servicios, que venía de unas décadas antes, y luego
con las revoluciones industriales y la presencia de movimientos so-

72
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

ciales sin anclaje en determinados procesos de trabajo. En estas con-


diciones, la discusión acerca de las potencialidades transformadoras
actuales de la clase obrera ha sido muy unilateral, al poner el acento
en ciertas categorías de trabajadores sin ver el conjunto vinculado a
través de cadenas productivas. En esta tónica ha estado Negri (1980)
con su concepto de trabajo subjetivo, que lo reduce a lo cognitivo,
olvidando que lo cognitivo es también emocional, ético y estético. Se
suele afirmar que el nuevo trabajador en el capitalismo posfordista es
creador de conocimientos y, por lo tanto, que no es posible de contro-
lar, taylorizar, estandarizar. Se habría llegado así, a partir de un cam-
bio estructural de las ocupaciones y no por la lucha, a un trabajador
autónomo del mando del capital, que se autocontrola y con ello se
autovaloriza, desapareciendo la explotación y la enajenación. Es decir,
el capitalismo generó su propia destrucción, sin necesidad de revolu-
ciones, por el simple desarrollo de las fuerzas productivas. Se puede
cuestionar que, en las cadenas de valor internacionales, predomine
un trabajo autónomo, tanto en la logística como en la base de la pro-
ducción. En esta base se encuentra una enorme masa de trabajadores
descalificados, que no tienden a acumular una mayor calificación, a
pesar de estar conectados a través de plataformas de alta tecnología
(De la Garza y Hernández, 2019).
El caso de los trabajadores de servicios merece un tratamiento
particular. Resulta insuficiente definirlos como aquellos en los que
se generan intangibles, primero por lo incompleto de la definición y
luego por lo ambiguo del término de intangible. Es mejor pensar en
trabajo no clásico, es decir, una práctica de producción de símbolos,
interactivo, con involucramiento de los clientes en el proceso produc-
tivo (De la Garza, 2019). Sin embargo, las distinciones entre trabaja-
dor de la industria y de los servicios desaparece en dos perspectivas
complementarias. Primero, en el concepto de obrero social de Negri
(1980), por el cual los vínculos estrechos en todas las relaciones socia-
les convierten a la mayoría de la población de productores directos o
indirectos de plusvalía. Segundo, en elaboraciones más recientes del
mismo Negri, al adoptar las concepciones neoinstitucionalistas del
tránsito hacia el trabajo cognitivo en la misma industria, que borraría
las barreras con los servicios y volvería a los trabajadores creadores
de conocimiento no controlables por el capital. Desde esta aproxima-
ción, desaparecería el tiempo estándar de producción y la explotación,
a partir de la autonomización del trabajador con respecto del capital
y de la desaparición del mismo capitalismo.
La posmodernidad caló fuerte en estas concepciones, especial-
mente por su fobia a todo concepto de estructura y de trabajo como
relevantes en la constitución de las acciones colectivas. A cambio ofre-

73
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

ció su concepto de fragmentación, por el cual ya era imposible crear


identidades colectivas amplias, acciones colectivas extensas, organi-
zaciones de gran tamaño, en especial que partieran del mundo del
trabajo. Su impacto en las teorías de los movimientos sociales vino
por el paradigma de la identidad, a partir del cual la acción colectiva
ya no podría explicarse por su situación en determinadas estructuras
sino por la búsqueda de identidad colectiva en el plano de la subjeti-
vidad desanclada.

¿NUEVOS O ANTIGUOS SUJETOS?


Estos términos resultan relativos, especialmente porque lo viejo deja
huellas en lo nuevo y las formas antiguas —sindicato de profesores
de primaria y secundaria, para nuestro caso— portan nuevas relacio-
nes que requieren de nuevas conceptualizaciones. Empíricamente,
este es el movimiento más relevante de trabajadores asalariados en
el México actual. Y lo es más que otros nuevos movimientos sociales,
en particular, porque con sus luchas ha cuestionado al sistema ca-
pitalista en su conjunto sin dejar de ser un movimiento sindical. Es
también muy relevante porque muestra que hablar de movimiento
sindical revolucionario no es cosa del pasado, sino que adquiere nue-
vas formas en la globalidad capitalista del neoliberalismo. Ni que de-
cir de su capacidad de movilización de muchos miles de participan-
tes y, sobre todo, porque inaugura nuevas formas de organización,
de demandas y de luchas que lo llevaron más allá de la instituciona-
lidad de régimen capitalista y de la negociación colectiva dentro de
marcos institucionales.
El panorama del trabajo asalariado se muestra cada vez más
complejo en el capitalismo. Por un lado, está la división clásica entre
proletarios de la industria, empleados de los servicios y jornaleros
agrícolas. Por otro lado, el de las clases sociales, sus fracciones so-
ciales, los sujetos de oficio, taylorizados y fordizados, así como los
sujetos de trabajos automatizados. Junto a ellos crecen en número
los trabajadores digitalizados, en el ámbito del teletrabajo, usando
plataformas, y, en una delimitación más ambigua, los trabajadores
streamers y de videojuegos.
Luego están los trabajadores por su cuenta, los de las zonas gri-
ses, no reconocidos como asalariados, los de tiempo parcial, por lla-
mada, por honorarios, por temporada, por comisión, los autoemplea-
dos, los campesinos. Es decir, observamos una gran heterogeneidad
en el universo de los trabajadores asalariados, agregado al de los no
asalariados. Desde el punto de vista clasista, cabe poner en el centro
a los productores de plusvalía. No serían todos los asalariados, pero
incluiría a una parte de los trabajadores no clásicos, generadores de

74
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

productos simbólicos en los servicios. Luego estarían los trabajadores


de la reproducción, que generan bienes o servicios para el consumo
de asalariados, sin ser directamente productores de plusvalía, de tal
forma que sus ingresos provendrían de una redistribución de los sa-
larios pagados a la clase obrera productiva, necesarios para su repro-
ducción. En otras palabras, producción y reproducción están íntima-
mente vinculadas. Para reproducir hay que producir tantos los bienes
y servicios que se consumirán como aquellos que no van a dicha re-
producción como, por ejemplo, las materias primas, que se vinculan
a través de los salarios de los trabajadores y que en parte se gastan en
su reproducción. No es que todo el mundo se ha vuelto productor de
plusvalía, ni mucho menos trabajadores cognitivos, pero hay vínculos
objetivos entre los que laboran en estos dos campos. Los que generan
directamente bienes o servicios para la reproducción pueden ser pro-
ductivos o reproductivos. Al ser productivos, los gastos de reproduc-
ción se ven impactados por la explotación de los que trabajan gene-
rando bienes salarios. Los gastos reproductivos también se impactan
por la explotación general de los trabajadores productivos, al disponer
de menos recursos para el consumo.
En el caso de los trabajadores de la educación, primero, la educa-
ción es un trabajo para la reproducción, que cuando se hace en forma
privada está sujeta a esa doble tensión y articulación. Por un lado,
a la capacidad de gasto de los trabajadores para solventar la educa-
ción propia o de su familia; por el otro, al costo de dicha educación
a cargo de los trabajadores de la educación. En sistemas educativos,
cuyos costos son absorbidos por el Estado, dicha educación se paga a
partir de los impuestos de la población. Pero los trabajadores profeso-
res pueden ser presionados para intensificar su trabajo, prolongar las
jornadas o incluir nuevas tecnologías, sobre todo las Tecnologías de
la Información y la Comunicación (TIC). En este sentido, las luchas
de los profesores se asemejan a las de los trabajadores de la industria,
pero se diferencian en que su trabajo es eminentemente simbólico de
transmisión de conocimientos y en contacto directo con los usuarios-
consumidores, los estudiantes y sus padres. Es decir, se trata de un
trabajo no clásico que no es nuevo, pero que no había sido concep-
tualizado, tal como acabamos de mencionar. Veamos algunas espe-
cificidades estructurales de los trabajadores no clásicos asalariados,
sean del capital o del Estado. En primer lugar, el proceso de trabajo
(enseñanza - aprendizaje) se da normalmente con la participación de
los estudiantes en el momento en que trabaja el profesor; segundo, no
es una producción material sino inmaterial; tercero, tratándose de ni-
ños, puede implicar la intervención de cuartos y quintos sujetos, como
los padres de familia y el Estado.

75
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

Analizaremos un movimiento de trabajadores de la educación en


México, con epicentro en Oaxaca, que se despliega desde finales de los
años setenta en oleadas sucesivas, que no terminan todavía, y que ha
tenido la capacidad de permanecer de forma inusitada en el tiempo,
a pesar del recambio generacional. Este movimiento ha logrado gran-
des victorias y sus movilizaciones son las más importantes de todo el
conjunto de nuevos sujetos sociales en el país, a pesar de que no tiene
la capacidad de romper cadenas productivas y de afectar directamen-
te las tasas de ganancia de empresas, puesto que son trabajadores del
Estado, de niveles primario y secundario principalmente.
Lo anterior no hay que interpretarlo a la luz del paradigma de la
identidad. Tal movimiento no se ha realizado buscando simplemen-
te construir nuevas identidades. Nada más alejado de la realidad. Se
precipitó a partir de condicionantes estructurales muy claros, como la
pobreza en el Estado de Oaxaca y la dispersión de las escuelas en una
enorme cantidad de poblaciones pequeñas y rancherías (en Oaxaca
hay 570 municipios y 10.511 comunidades). A ello hay que agregar la
presencia de tradiciones comunitarias, sobre todo de origen indígena
(en Oaxaca el 65,7% de la población se autodefine como indígena,
DIGEPO, 2015), cuyos linajes en su mayoría progresan desde épocas
anteriores a la conquista española, y que históricamente han fungido
como formas colectivas de resistencia. El engarce de la tradición co-
munitaria de los pueblos con las luchas gremiales y no gremiales de
los profesores (constituyéndose la figura del profesor como intelectual
colectivo de la comunidad), fue conformando una tradición de lucha
antiestado y anticapitalista, en parte gremial y en parte anclada en las
comunidades. Cobraron relevancia los padres de familia como sujetos
participantes de las luchas de los profesores, profesores de sus hijos,
compartiendo valores y visiones del mundo. Este sistema educativo
estatal, a fuerza de luchas, ha sido permeado por la organización sin-
dical en puestos de dirección, a pesar del antagonismo con las auto-
ridades estatales. Y la estructura organizacional del sindicato adoptó
una forma plana, con pocos niveles de mando, sujetos a evocación,
asamblearia, a semejanza de la democracia comunitaria indígena.
Es decir, no sería pertinente encerrar al sindicato y a la sesión 22
dentro de conceptos institucionalizados propios de este tipo de orga-
nizaciones. Más bien comparten una parte de esta institucionalidad
y la lucha gremial con otras propias de los movimientos sociales que
rompen con aquella institucionalidad. En los países de habla inglesa,
no hace mucho, se acuñó el concepto de sindicalismo de movimientos
social como respuesta a supuestas tendencias de los sindicatos hacia
el conservadurismo, sobre todo en países desarrollados, privilegiados

76
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

frente al precariato y sin potencialidades revolucionarias actuales


(Crozier, 1992).

LA DISCUSIÓN CONCEPTUAL SOBRE EL SINDICALISMO DE


MOVIMIENTO SOCIAL
En las últimas décadas una discusión conceptual relevante en los
estudios sobre la realidad sindical fue la que rondó al concepto de
sindicalismo de movimiento social (Social Mouvement Union, SMU).
Dicho debate estuvo asociado a las posibles vías de revitalización de
los sindicatos a partir de una actuación que aborde otras temáticas no
estrictamente gremiales, que se articule a otros sectores subalternos,
y que enfatice su carácter radical. A diferencia de los debates sobre la
posmodernidad y los “nuevos movimientos sociales” que emergieron
en países centrales del capitalismo, se puede decir que el debate sobre
SMU comenzó en países menos protagónicos —en donde acontecían
este tipo específico de sindicalismo— y luego llegó a las universidades
estadounidenses y europeas.
El debate sobre el concepto SMU confrontó a los estudios labora-
les/industriales hegemónicos que se venían focalizando en los rasgos
institucionales de los sindicatos, y que hacían hincapié en que los as-
pectos críticos de los sindicatos habían quedado en un pasado primi-
tivo, y que su maduración había conllevado a que respetasen las legis-
laciones laborales que enmarcaban su accionar. Por ejemplo, Crozier,
en el ampliamente difundido Tratado de Sociología del Trabajo (1992),
sostenía que “[d]ebe observarse en las sociedades más evolucionadas,
y en función del éxito mismo de las organizaciones sindicales, un de-
bilitamiento general, aun en épocas de crisis, del aspecto revoluciona-
rio de la ideología sindicalista” (p. 189). El término SMU se inspira en
las teorías de los movimientos sociales, región de conocimiento con
un crecimiento exponencial desde la década de 1970 (con sus altas y
bajas), pero se distancia de muchas de ellas desde el momento en que
supone la posibilidad de pensar a los sindicatos como movimientos
sociales. Dicho concepto surgió en los ochenta como un vehículo con-
ceptual para dar cuenta de las formas de sindicalismo existentes en el
Sur Global (Sudáfrica, Brasil, Filipinas, Corea del Sur) que diferían
en lo sustancial de lo que acontecía en Estados Unidos y en los países
de Europa occidental (Von Holdt, 2002). Si en los centros económico
y político del mundo los sindicatos pasaban a ser “actores políticos”
que se limitaban a negociar colectivamente mejores condiciones de
trabajo, y en sus casos más combativos clamaban por abultadas rei-
vindicaciones económicas (Hyman, 1975), en los países mencionados
surgieron formas sindicales con repertorios de acción colectiva radi-
cales (con una mezcla de objetivos económicos, políticos y sociales), y

77
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

aglutinadores de diversos sectores populares por fuera de los trabaja-


dores que legal o estatutariamente representaban.
El primer lugar en donde se empezó a usar el término SMU fue en
Sudáfrica para referirse al Congreso de Sindicatos Sudafricanos (CO-
SATU, por sus siglas en inglés) y su lucha contra el apartheid (1948-
1992). En la reflexión sobre dicho caso orillaron, a grandes rasgos, dos
enfoques. Uno sostuvo que COSATU se asemejaba a los llamados nue-
vos movimientos sociales y podía estudiarse adoptando dicha perspec-
tiva, y que el modelo conceptual elaborado a partir de la experiencia
sudafricana podía servir de modelo para sindicatos “movimientistas”
de todo el globo (Waterman, 1993).1 La segunda mirada se focalizó en
el carácter confrontativo de la COSATU y pretendió circunscribir la
noción SMU a sindicatos que tuviesen esas características; de esta ma-
nera, más que centrarse en las similitudes con los movimientos que
surgieron en las sociedades europeas de los ochenta, se enfatizaron
sus diferencias (Von Holdt, 2002; Lambert, Webster, 1988). Waterman
(1993), enmarcado en el primer enfoque, dijo que el sindicalismo de
movimiento social es aquel que busca adaptarse a los cambios del
mundo contemporáneo, para lo cual debía sumarse al movimiento
global por la democratización de la sociedad en la que los nuevos mo-
vimientos sociales europeos fueron la punta de lanza. Su propuesta,
de esta manera, se enmarca en los supuestos que conllevan las teorías
de los movimientos sociales, con la salvedad de que consideraba que
los gremios podían convertirse en una fuerza democratizadora más.
El problema de esta perspectiva es que invisibilizaba las especificida-
des de los sindicatos, consideraba al mundo social como una realidad
fragmentada y les asignaba a las contradicciones del sistema capita-
lista un lugar secundario.
Una visión distinta tuvieron Lambert y Webster (1988). Para ellos,
el SMU era algo distinto de lo que sucedía en los países industrializa-
dos y estaba caracterizado por superar el conflicto institucionalizado
y la negociación colectiva circunscripta a lo salarial y las condiciones
de trabajo:

Bajo las condiciones específicas de Sudáfrica, una nueva forma de sindi-


calismo ha empezado a emerger, que es diferente en muchos aspectos del
modelo profesional y burocrático de sindicalismo que caracteriza las rela-
ciones industriales de los países industrializados. Difiere del sindicalismo
convencional porque está preocupado por el trabajo como fuerza social y
política, no simplemente como fuerza de trabajo para ser vendida. Como

1 Waterman ha ido cambiando su opinión a lo largo de sus textos, aquí destacamos


la más conocida.

78
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

resultado, sus intereses van más allá del lugar de trabajo e incluyen de la
esfera de la reproducción. (P. 38)

De manera similar pensaba Von Holdt (2002, 2003) que, para interve-
nir en el debate, realizó un estudio del Sindicato Nacional de Traba-
jadores Metalúrgicos de Sudáfrica (NUMSA, por sus siglas en inglés)
integrado al COSATU. El NUMSA aglutinaba a trabajadores negros
que sufrían la doble explotación de clase y raza bajo el apartheid. El
autor africano describió a dicho sindicato como uno que encabezó
fuertes revueltas que no solamente buscaban mejores condiciones de
trabajo en la fábrica (en la que el apartheid era riguroso y ayudaba a la
acumulación de capital gracias a la mayor explotación de los negros)
sino que propugnaban por la caída del conjunto del régimen social.
Entonces, la definición que elaboró del SMU, en contacto con el sindi-
calismo desplegado por NUMSA, fue la siguiente:

Sindicalismo altamente movilizado que emerge en oposición a regímenes


autoritarios y lugares de trabajo represivos en países del mundo en vías de
desarrollo, que está basado en un aumento significativo del trabajo manu-
facturero semicalificado. El SMU está embebido en una red de alianzas co-
munitarias y políticas, y demuestra un compromiso con prácticas internas
democráticas, así como con una transformación democrática y socialista
de las sociedades autoritarias. (Von Holdt, 2002, p. 285)

Son dos las dimensiones que se destacan. La primera relativa al con-


texto general (expansión de la mano de obra semicalificada en regíme-
nes autoritarios de países en vías de desarrollo), y la segunda asociada
a la forma que adquiere el despliegue sindical, que definió como muy
movilizado, comprometido con manejos democráticos internos, que
apostaba a la transformación democrática y/o socialista de la socie-
dad, que articulaba con la comunidad y establecía alianzas políticas.
Aunque es una definición interesante, le cuestionamos dos puntos: (a)
circunscribir SMU a los obreros fabriles cerrando la posibilidad de
que se extiendan a otros grupos de trabajadores (como los docentes);
y (b) la falta de vinculación con niveles más abstractos de la teoría
social. Por el contrario, pensamos que para entender cabalmente las
potencialidades del término SMU hay que mirarlo a la luz de la dis-
cusión clásica sobre los alcances y limitaciones del sindicalismo para
cuestionar la sociedad desde un principio de totalidad social. Se trata
de un punto clave para el marxismo, que logró sistematizar en sus
producciones Richard Hyman. Sin esa articulación se puede caer en
la construcción de un concepto demasiado empirista. El término SMU
puede enmarcarse en esta reflexión general porque surge de casos de
sindicatos que tensionaron las limitaciones de los sindicatos para la

79
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

transformación de la sociedad. Es decir, recoge ejemplos de gremios


no clásicos surgidos en contextos específicos, que adoptaron caracte-
rísticas de movimiento social radical y contestatario, y no se reduje-
ron a un actor más de la escena institucionalizada. En suma, pensa-
mos que el término SMU tiene utilidad analítica siempre y cuando no
se enmarque en el enfoque de las teorías de los nuevos movimientos
sociales. Debe ser lo suficientemente amplio para no reducirse a cua-
tro casos sucedidos en el mundo, pero no tan extenso como para que
termine incluyendo en su interior toda experiencia sindical que no sea
corporativista ni de servicios.
Entonces, ¿qué entendemos por SMU desde nuestra mirada? En-
tendemos al sindicalismo de movimiento social como uno que, sin
dejar de ser sindicalismo, aspira a aumentar las críticas a la totalidad
capitalista, tensando los límites constitutivos que tiene el sindicalismo
para transformar la realidad. Dicha crítica integraría la adopción de
reivindicaciones de otros grupos subalternos, construir vínculos sus-
tantivos con otros grupos oprimidos, emplear un repertorio de acción
colectiva radical, tener una subjetividad que rompa con los límites de
la “conciencia tradeunionista”, permitir la intervención activa de las
bases en el destino del sindicato, y tener un horizonte que pretenda
transformar los derechos laborales de sus agremiados y otro conjunto
de derechos que atañen a los sectores populares.
Es decir, vemos dos aspectos centrales en la noción de SMU cons-
truida: 1) que aspire a cuestionar la totalidad capitalista y 2) que lo
haga de manera movimientista. Analicemos el primer punto. El pro-
blema de la mayoría de las definiciones sobre SMU es que no hacen
explícito la vinculación entre la manifestación fenoménica de este
sindicalismo y el contenido que está expresando. Se trata de una di-
mensión movimientista que exalte una continua movilización, que
enarbole reivindicaciones de distintos grupos subalternos, que tenga
un repertorio de acción colectiva radical, entre otras, y que al mismo
tiempo exprese una diferencia cualitativa sustancial: aumentar las crí-
ticas a la totalidad capitalista. Esto es lo que distingue a los SMU de
los otros casos, que son movimientistas en alguna medida, pero no
aumentan las críticas a la totalidad capitalista. Por ejemplo, un sindi-
cato puede realizar acciones movimientistas como pedir renta ingreso
universal para los ciudadanos estadounidenses o defender a trabaja-
dores migrantes que no son sus afiliados; pero si no hay en ese tipo de
acciones una crítica —de algún tipo— al fundamento de la sociedad
capitalista, difícilmente pueda ser un caso de SMU. Por eso, quizá
sería pertinente, como lo sugiere Scipes (2014), emplear la categoría
sindicalismo de justicia social para esos casos.

80
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

Detengámonos en el punto dos. La manera específica en que as-


piran a aumentar las críticas a la totalidad social es movimientista.
Es decir, puede haber otras maneras de aumentar las críticas a la
totalidad social (por ejemplo, luchando por aumentos salariales que
choquen directamente con las necesidades de acumulación del siste-
ma capitalista en un momento dado; o estableciendo formas de or-
ganización obrera en el lugar de trabajo que disputen el control de la
fábrica);2 pero en este caso es movimientista, vale decir, que lo hacen
de una manera en la cual se ensalzan aspectos relacionados con el
mundo afuera del espacio productivo propio (aunque, claro está, sin
excluir el espacio reproductivo propio), y ese ensalzamiento es con-
frontativo respecto del régimen político.
Esta elaboración conceptual recién esbozada fue construida al
calor de la investigación sobre el sindicalismo desplegado por la Sec-
ción 22 del SNTE contra la Reforma Educativa durante el mandato de
Enrique Peña Nieto (2012-2018), y nos parece pertinente para abordar
ese caso específico que pasaremos a detallar —en sus rasgos más ge-
nerales— a continuación.

LA SECCIÓN 22 DEL SNTE/CNTE


La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE),
grupo opositor al interior del Sindicato Nacional de Trabajadores de
la Educación (SNTE), nació en 1979 en el Estado de Chiapas, sudeste
de México. Y desde su fundación practicó un beligerante sindicalismo
expresado en extensas huelgas, radicales repertorios de acción colec-
tiva (bloqueo de carreteras, empresas transnacionales, aeropuertos,
puertos, ocupación de espacios públicos, realización de plantones,
huelgas de hambre, entre otros), articulado a una ostentosa masivi-
dad. Desde esa fecha hasta el presente, la CNTE mantuvo importantes
jornadas de movilización en distintas partes de México tanto contra la
dirección corporativa del SNTE como contra las políticas de la Secre-
taría de Educación Pública.
Dentro de la CNTE, el principal grupo es la Seccional del SNTE
que nuclea a los trabajadores de la educación de Oaxaca (sección 22
del SNTE). Esta seccional nuclea a 80.000 trabajadores de distintos
niveles educativos. Su fuerza, primordialmente, reside en los nive-
les de preescolar, primaria y secundaria en el formato general como
indígena. La vida de la S-22, independiente del corporativismo que

2 Es posible pensar a cierto sindicalismo que floreció entre 1969 y 1976 en los
centros fabriles de Argentina, en donde organismos obreros tendieron a disputar
radicalmente el control de la gerencia en los lugares de trabajo, como un ejemplo de
esta forma de aumentar las críticas a la totalidad capitalista (Casco Peebles, 2016).

81
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

imperaba en la dirección nacional del SNTE, nació en 1980. Y desde


esa época encabezó importantes conflictos sindicales. A lo largo de la
década del ochenta tuvo como principal demanda la democracia sin-
dical. Uno de los momentos cúlmine de la movilización se dio en 1989
cuando decenas de miles de maestros/as de todo México se moviliza-
ron contra la dirección del SNTE, provocando la caída de su principal
líder: Carlos Jonguitud Barrios. Ese momento se denominó primavera
magisterial (Cook, 1996; Ortega Erreguerena, 2012). Durante la déca-
da siguiente, el MDTEO/S-22 se consolidó e institucionalizó. En 1992
obtuvo una serie de cargos directivos dentro del Instituto Estatal de
Educación Pública de Oaxaca (IEEPO) —máxima autoridad educati-
va del Estado—, y a lo largo de la década realizó importantes jornadas
de movilización buscando, principalmente, reivindicaciones gremia-
les como el aumento de días de aguinaldo. Así, alcanzó la cifra de 90
días. En la siguiente década aconteció la principal movilización en la
historia reciente de Oaxaca: la insurrección de 2006. En ella participa-
ron millones de oaxaqueños exigiendo la caída del gobernador Ulises
Ruiz Ortiz y la S-22 fue el principal grupo organizado dentro de la
movilización (Osorno, 2016; Casco Peebles, 2018). Posterior a esa jor-
nada, la S-22 tuvo otras luchas de importancia como la que fue contra
la ley del ISSSTE que modificaba las contraprestaciones jubilatorias
de los trabajadores estatales de todo México (2007); y contra la Alian-
za por la Calidad de la Educación (ACE) (2008) (Ortega Erreguerena,
2012). El último gran conflicto protagonizado por la S-22 (y la CNTE),
el que analizamos en el próximo acápite, fue contra la Reforma Edu-
cativa de Enrique Peña Nieto (2012-2018).

LA LUCHA DE LA SECCIÓN 22 CONTRA LA REFORMA EDUCATIVA


La reforma educativa de Peña Nieto, en términos estrictos, fue más
bien una reforma laboral con consecuencias educativas. Establecía
una serie de evaluaciones para decidir el ingreso, la permanencia y la
promoción de los maestros dentro del sistema educativo, con lo que
se pretendía alcanzar la “calidad educativa”. La evaluación más im-
portante era la de permanencia, que era obligatoria, y su reprobación
podía desembocar en la separación del trabajador de la práctica do-
cente. Se avizoraba así que la lógica implícita que tenía esta reforma
era que se debía retroceder en los derechos laborales —principalmen-
te la estabilidad en el trabajo— para avanzar en la calidad educativa.
El segundo aspecto importante es que convertía a los sindicatos de
maestros en meros observadores de la actividad educativa reduciendo
su intervención en el sistema educativo (art. 33 de la Ley General del
Servicio Profesional Docente, LGSPD), eliminaba el pago del salario a
los trabajadores que tenían cargos sindicales de tiempo completo (art.

82
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

78 de la LGSPD) y establecía —cercenando el derecho a huelga— que


tres faltas sin justificar en un mes era motivo de despido (art. 76 de la
LGSPD). Es por ello que tenía un contenido antisindical.
La Sección 22 (S-22), corazón de la CNTE, desplegó una estrate-
gia contra esa reforma que articuló la movilización; la presentación de
amparos y la elaboración de leyes alternativas en Oaxaca; y la puesta
en práctica de una educación pedagógica alternativa. A lo que sumó,
en 2015, una resistencia administrativa que buscó impedir la llegada
de las decisiones gubernamentales a las escuelas de Oaxaca. La movi-
lización consistió en campañas informativas sobre las consecuencias
de la reforma (brigadeos), foros de debate para visibilizar la problemá-
tica en la sociedad, huelgas, plantones, movilizaciones, bloqueos de
carreteras y de lugares estratégicos como aeropuertos, puertos, refine-
rías, instituciones públicas, plazas comerciales, entre otras medidas.
La S-22, además, buscó establecer una coalición con otros sectores
opositores. Así, se vincularon con organizaciones sociales, políticas y
gremiales para que abonasen a la disputa y, fundamentalmente, cons-
truyeron una alianza “por abajo” con los comités de padres/madres
de familia de las escuelas. Esta vinculación “por abajo” se sustentó en
las prácticas que, en la cotidianeidad de la lucha, la S-22 desplegó en
solidaridad con las luchas protagonizadas por los pueblos de Oaxaca
y la solidaridad de los/as maestros/as con las comunidades en donde
se localizaban las escuelas.
Dentro de los momentos de ebullición magisterial entre 2012 y
2018 destacamos, principalmente, tres. El primero sucedió en agosto/
octubre de 2013, cuando la CNTE instauró un plantón en el Zócalo
del Distrito Federal. Decenas de miles de maestro/as oaxaqueños, jun-
to con trabajadores de la educación de todo el país, fueron con sus
casas de campaña al centro político del país para intentar impedir la
aprobación de las leyes secundarias correspondientes a los cambios
constitucionales que se habían realizado a inicios de ese año. Junto
con el plantón, realizaron múltiples movilizaciones y bloqueos para
visibilizar su problemática. Aunque durante esas jornadas lograron
posicionar en la discusión pública nacional las consecuencias que ten-
dría para la educación la reforma que se estaba discutiendo, no logra-
ron ni impedir ni modificar la legislación que se aprobó.
El segundo momento del conflicto, en junio/julio de 2015, tuvo
como epicentro el Estado de Oaxaca. Primero porque la Sección 22,
en el marco de una crisis política de envergadura producto de las mo-
vilizaciones sociales contra la desaparición de 43 estudiantes de la
normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa (Estado de Guerrero),
buscó impedir las elecciones federales en Oaxaca mediante marchas,
tomas y bloqueos de instituciones públicas, aeropuertos y empresas

83
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

multinacionales. La campaña se denominó Boicot a la farsa electoral,


en la que se cuestionó el carácter fraudulento y burgués de las eleccio-
nes y se propuso una forma de democracia cualitativamente diferente
basada en “asambleas populares”. La jornada de lucha fue justificada,
por la Sección 22, en los siguientes términos:

La democracia en México no existe, puesto que hay en las calles de las ciu-
dades y en las comunidades gente que muere de enfermedades comunes
(gripe, diarrea, etc.) mientras que pocos viven en la opulencia. La demo-
cracia fue traicionada desde hace mucho tiempo por los gobiernos serviles
pro-yanquis que representan únicamente los intereses de la burguesía. No
es posible concebir que la democracia se base solamente en unas elec-
ciones que cada tres y seis años nos dan la oportunidad de elegir a los
imbéciles que nos van a mal gobernar. Ante este panorama desolador los
padres de familia y el pueblo en general debemos cobrar conciencia. (21
de mayo de 2015)

La campaña consistió en una serie de acciones de protesta a lo largo


y ancho del Estado de Oaxaca, algunas mencionadas en el siguiente
comunicado de la S-22:

En el marco del boicot a la farsa electoral se han tomado los once distritos
electorales [del Estado de Oaxaca], se han tomado gasolineras, las instala-
ciones de Pemex, se ha bloqueado el aeropuerto [de la Ciudad de Oaxaca],
se han bloqueado las oficinas del Sistema de Administración Tributaria de
la Secretaría de Hacienda. (…) Para contrarrestar la propaganda avasalla-
dora del Estado en contra del movimiento magisterial, se decidió realizar
visitas de propaganda a todas las radiodifusoras comerciales del Estado.
(…) Está tomada la refinería ubicada en Salina Cruz y se ha quemado pa-
pelería electoral. (…) Está tomada la hidroeléctrica de Temazcal, la caseta
de Xochixtlahuaca y Coixtlahuaca; (…) están bloqueadas las tres entradas
principales de la ciudad de Huajuapam de León y tiendas trasnacionales.
(…) y se tomó las instalaciones de [la empresa] Autobuses del Oriente
(ADO). (5 de junio de 2015)

Este extracto —y dicha campaña en general— evidenció la magnitud


y radicalidad de las jornadas de lucha que realizaba la S-22, las que
requerían de la coordinación espacial y temporal de miles de maes-
tros, en acciones que implicaban un desgaste físico y el riesgo siempre
presente de represión estatal; por ejemplo, en la jornada de boicot
electoral recién descripta hubo 80 detenidos.
El segundo momento de agudización del conflicto fue en julio
de 2015: para intentar implementar en Oaxaca la reforma educativa
vigente a nivel nacional, el gobierno federal, en alianza con el esta-
tal, desató una ofensiva contra la seccional oaxaqueña que consistió,

84
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

entre otras medidas, en la ocupación policial del Instituto Estatal de


Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), en una persecución judicial
a las/os activistas de la S-22 y en la militarización de escuelas. Esta
avanzada fue una ruptura del acuerdo Sección 22/gobierno estatal vi-
gente en la educación oaxaqueña e implicó un fuerte descalabro edu-
cativo en la entidad. Como respuesta a la decisión gubernamental, la
S-22 decidió desconocer toda medida que surgiera del Nuevo IEEPO,
además de rechazar cualquier evaluación que fuese producto de la
Reforma Educativa.
El tercer momento se dio en mayo/septiembre de 2016 con la
huelga general que desató la CNTE a nivel nacional y la S-22 en Oa-
xaca para buscar la abrogación de la reforma. Aunque la represión
gubernamental había sido moneda corriente a lo largo de todo el con-
flicto, durante este paro se intensificó, provocando una masacre en
el poblado de Nochixtlán (Estado de Oaxaca), en la cual murieron,
según la CNDH, 8 personas y 270 resultaron gravemente heridas.
A la par de esta movilización, la S-22 puso en práctica su pro-
puesta educativa: el Plan para la Transformación de la Educación en
Oaxaca (PTEO). El PTEO, surgido en 2009, retomó los debates peda-
gógicos que por décadas mantuvieron las/os maestras/os de Oaxaca y
apostó a llevarlos a la práctica en todo el Estado. El PTEO propuso un
cambio radical de los contenidos y de las formas de enseñanza. Con-
ceptualmente, la propuesta se edificó a partir de la articulación entre
visiones indígenas de Oaxaca, la pedagogía de Paulo Freire y la teoría
crítica asociada a la Escuela de Fráncfort. Con el PTEO la S-22 logró
presentar una alternativa pedagógica a la Reforma Educativa. En el
contexto de la reforma educativa la S-22 también realizó actividades
como la tradicional y masiva fiesta Guelaguetza magisterial y popular,
que reunía cada año expresiones artísticas de las culturas oaxaqueñas
y se oponía a la Guelaguetza del gobierno mercantilizada y folklori-
zada. Además, fue común que la S-22 fungiera como vehículo de ex-
presión de las inconformidades de los sectores subalternos, como por
ejemplo de los damnificados de los sismos que afectaron a la región
en septiembre de 2017.
En suma, vemos que el sindicalismo desplegado por la seccional
oaxaqueña buscó articular distintas aristas en su intención de impedir
la imposición de una reforma educativa que consideraban regresiva
en términos sindicales, laborales y educativos. Así, efectivizaron una
propuesta sindical que contempló huelgas extensas, el accionar radi-
cal en las calles, la elaboración de leyes, la solidaridad con otros sec-
tores subalternos, el desarrollo de una propuesta pedagógica propia
y la creación de espacios político-culturales contrahegemónicos. Si
vemos la prolongación temporal de la lucha de la CNTE contra la Re-

85
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

forma Educativa (seis años), su extensión territorial (focalizada en el


sudeste, pero también en varias partes del país), la magnitud (cientos
de miles de personas movilizadas) y la virulencia del enfrentamiento
(contundentes métodos de lucha y duras represiones gubernamenta-
les) se puede afirmar que fue una de las principales luchas sindicales
de las últimas décadas en México, con una importancia no desprecia-
ble en la escena política latinoamericana.
Esta plétora de acciones sindicales radicales y diversas que des-
plegaron para confrontar a la reforma educativa fueron organizadas
de una manera que resalta por sus especificidades. El movimiento sin-
dical de los trabajadores de la educación de Oaxaca logró construir, a
lo largo de sus décadas de vida independiente, una sólida organización
sindical que articuló espacios propios del Sindicato del que forman
parte (el SNTE), como por ejemplo el Comité Ejecutivo Seccional y los
Comités Ejecutivos Delegacionales, con espacios creados por el pro-
pio movimiento. Entre estos últimos se destacó el empleo sistemático
de la asamblea para tomar decisiones. Por ejemplo, crearon la asam-
blea estatal y subsumieron al CES a ella. Vale decir, convirtieron a la
mencionada asamblea en el principal espacio de toma de decisiones.
Este tipo de forma de organización le permitió ampliar la inci-
dencia de las bases sindicales en el destino del sindicato y, al mismo
tiempo, limitar el poder de las direcciones sindicales. De esta mane-
ra, los intentos sistemáticos de reprimir y/o cooptar a la dirigencia
no surtía un efecto demoledor en la organización dado que las bases
sindicales tenían un fuerte protagonismo. Otro aspecto a destacar de
la organización fue la creación de numerosos espacios dentro de la
seccional que se dedicaban a cuestiones no estrictamente gremiales.
Por ejemplo, tenían una secretaría de orientación política e ideológi-
ca, una de prensa y propaganda dedicadas —ambas— a difundir ideas
críticas del régimen imperante dentro como fuera de las bases magis-
teriales; además de las secretarías de relaciones y alianza y gestoría
social que se dedicaban a defender intereses de sectores populares no
agremiados de la S-22. Sumado a esas secretarías también tenían or-
ganismos auxiliares que robustecían estas temáticas no estrictamen-
te gremiales, como Centro de estudios políticos sindicales, Centro de
comunicación social y el Centro de estudios y desarrollos educativos.
Es decir, la seccional tenía un conjunto de espacios organizativos en
los que descansaba su aspiración de convertirse en un sindicato mo-
vimientista.
Esta forma de organización, basada en asamblea y con procesos
de toma de decisiones con fuerte intervención de las bases, se sustentó
en una particular subjetividad sindical de los miembros de la seccio-
nal. Se trató de una subjetividad sindical anticorporativa; es decir, los

86
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

activistas consideraban que el suyo era “un movimiento de bases y


no de líderes”. Otro aspecto relevante de la subjetividad sindical fue
el carácter antagonista que las/os activistas le asignaban a su sindica-
lismo. Huelga decir, el entendimiento de que su actividad sindical era
eminentemente confrontativa contra el régimen imperante. El tercer
aspecto relevante de la subjetividad sindical era la creencia de que el
sindicalismo debía ocuparse de cuestiones sociales, lo cual contem-
plaba la solidaridad con otros grupos subalternos y plantear reivindi-
caciones que atañeran al conjunto de los sectores populares. Se puede
afirmar que había cierta autoconciencia, por parte de los maestros
oaxaqueños, de estas características de su movimiento sindical. Por
ejemplo, uno de ellos planteó:

Yo digo que el movimiento nuestro ha avanzado primero viendo en qué


cosas de la ley puede apoyarse pero que no puede sujetarse solamente a
lo legal. Nuestro movimiento ha avanzado también rompiendo la norma,
de no hacer eso nuestro movimiento no avanzaría, no puede enmarcarse
solamente en la cuestión jurídica. Por eso es un movimiento político tam-
bién, es un movimiento pedagógico, es un movimiento cultural, es un mo-
vimiento social. (Maestro de educación indígena, comunicación personal,
13 de noviembre de 2017)

Esta somera reconstrucción del sindicalismo de la Sección 22 a partir


de las acciones realizadas contra una reforma educativa, sus formas
de organización y subjetividades sindicales, invita a la reflexión so-
bre cómo conceptualizarlo. En primer término, es posible pensarlo
como un sindicalismo no clásico; dado que dichas acciones, formas
organizativas y subjetividades sindicales no eran fácilmente compren-
sibles desde las maneras en que usualmente se estudian las prácticas
sindicales. Es decir, es un tipo de sindicalismo no catalogable como
“clásico”, dado que no defiende el salario, las condiciones de trabajo y
la organización sindical, principalmente a partir de huelgas contra un
patrono particular, a la que se le suma una subjetividad estrecha y cir-
cunscripta a lo “económico”. Un autor destacado autor marxista que
concebía a los sindicatos de esta manera fue Perry Anderson (1968).
Pero, además de ser un sindicalismo no clásico, su modo de realiza-
ción se presenta con una fisonomía específica, que es precisamente la
del sindicalismo de movimiento social. Nos parece pertinente pensar
el sindicalismo de la seccional oaxaqueña contra la Reforma Educati-
va de Peña Nieto como un SMU si entendemos a este de la manera en
que fue presentado en el capítulo anterior. Allí, esbozamos una defini-
ción propia que se enmarca en la discusión internacional. La noción
propuesta mantuvo dos niveles de abstracción: la del contenido (aspi-
rar a criticar a la totalidad social) y la de la forma, que se manifestó a

87
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

partir de modalidades organizativas, acciones y subjetividades sindi-


cales movimientistas.
En este sentido, si vemos las acciones de la seccional 22, es posi-
ble advertir tanto su aspiración a cuestionar la totalidad social como
su movimientismo. Por ejemplo, la campaña Boicot a la farsa electoral
buscó cuestionar —mediante acciones radicales por todo el territo-
rio oaxaqueño— una elección federal. Por otra parte, vimos que la
organización de la S-22 también fue expresión de un sindicalismo de
movimiento social. Tanto por los modos de toma de decisiones con
fuerte intervención de las bases, como por los espacios organizativos
abocados a cuestiones no gremiales. Especialmente importante fue
el proceso interno de toma de decisiones colectivas: el protagonismo
de las bases mediante asambleas abonó al sostenimiento en el tiempo
del movimiento al reducir el impacto que tenía la continua represión
y cooptación de líderes por parte del régimen. A su vez, este proceso
favoreció la radicalidad del movimiento al permitir que el activismo
tomase decisiones de manera continua. Por último, la subjetividad
sindical de las/os activistas fue una expresión de SMU. Por ejemplo,
el hecho de que visualice su actividad sindical como antagonista, y de
que conciban su sindicalismo en un sentido amplio, abordando temá-
ticas gremiales, pero también sociales, culturales y políticas. Además,
estas tres dimensiones (acciones, organización, subjetividad) en la
S-22 están embebidas de un fuerte énfasis ideológico. En los princi-
pios de la CNTE, fue particularmente explícito el acento puesto en el
combate que debía realizar el sindicalismo contra el régimen impe-
rante. Por ejemplo:

[La CNTE] Es una escuela preparatoria para la lucha general contra la


burguesía y su Estado, con el objetivo de destruir al Sistema Capitalista.
(…) Comprende el estrecho vínculo entre la lucha económica y la polí-
tica. Combate el apoliticismo y reconoce que el destino histórico de la
humanidad es la sociedad sin explotados ni explotadores. (…) Utiliza las
formas de lucha de manera creativa, sin sectarismos ni desviaciones gre-
miales. (2018a)

La presencia de ideas explícitamente revolucionarias no solo se en-


cuentra presente en los principios rectores del movimiento, sino en
sus múltiples textos, discursos, en sus cánticos, en su himno. Son as-
pectos relevantes de su manera de mirar el mundo social. En suma,
es viable pensar al sindicalismo desplegado por la seccional oaxaque-
ña contra la Reforma Educativa de EPN como una expresión de sin-
dicalismo de movimiento social. Para la concreción del concepto, es
necesario contemplar con mayor detenimiento las especificidades del
contexto sociocultural desde el cual emergió y en el cual se inscribe.

88
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

Nos referimos al Estado de Oaxaca. Es por tal razón situacional que el


sindicalismo de movimiento social adquiere tonalidades particulares.
Dicho en otras palabras, el movimiento que hemos descripto podría
ser un sindicalismo de movimiento social siempre y cuando se con-
cretice para las condiciones oaxaqueñas, lo que significa aterrizar en
el terreno concreto de Oaxaca y no sobrevolar en un campo abstracto
válido para todo tiempo y espacio. El terreno concreto tiene que ver
con el vínculo sindicato-profesores, con los padres de familia-comu-
nidades, sobre todo indígenas, que ha permeado las características de
la organización sindical, ayudando a evitar su burocratización, con
lo asambleario que viene de estas comunidades, con la revocación de
mandatos en cualquier tiempo, así como con el movimientismo y la
lucha antitotalidad, que implica una subjetividad acorde con esta. Se
trata de una lucha de masas permanente, alimentada por una descon-
fianza en actores y estructuras institucionalizadas, que desemboca en
un salto del nivel local al estatal, al nacional y al del sistema capitalis-
ta. La concepción del profesor como intelectual colectivo de pueblos
y rancherías se facilita al considerarlo un trabajador de la produc-
ción inmaterial y de la difusión de símbolos, no solo cognitivos —por
lo tanto, nada tiene que ver con la muerte del proletariado frente al
trabajo cognitivo de Negri— sino también con la producción y la re-
creación de sentimientos, de valores morales y estéticos, de formas
y razonamiento cotidianos, que se retroalimentan en la comunidad,
través de la comunicación entre niños, padres y profesores, desple-
gando una relación dialéctica entre el saber y el sentir. No basta con
saber sin sentir, como tampoco bastaría sentir sin saber, como diría
Gramsci (1976).
La dimensión propiamente oaxaqueña del fenómeno no significa
negar los rasgos más generales del mismo. Vale decir, los profesores
estudiados son parte del sector servicios, sin relación directa con las
cadenas de valor, pero se reproducen como asalariados del Estado. En
este sentido, cabe distinguir entre un proletariado industrial, carac-
terizado por ser trabajadores productivos empleados por el capital,
y la clase trabajadora asalariada. Como trabajadores asalariados, los
maestros oaxaqueños no pueden renunciar a los aspectos gremiales
y en parte institucionalizados de sus luchas. Se trata de un sujeto te-
rritorial que ha sabido establecer alianzas más allá de las cadenas de
valor, vinculándose con las comunidades, sean estas indígenas o no.
Tampoco son simplemente “nuevos movimientos sociales”: su ancla-
je laboral es claro, al depender su vida del salario y sus respectivas
negociaciones. Tampoco han sido fuerzas sociales subsidiarias a los
nuevos movimientos sociales, sino más bien el movimiento social más
importante de los últimos cuarenta años en México. No se trata de un

89
Enrique de la Garza Toledo y Mariano Casco Peebles

fósil viviente, ni de un anacronismo, sino de algo vivo que combina


la tradición de las comunidades con la modernidad burocrática que
le viene dada por su pertenencia estatal. Es a partir de su vínculo con
las comunidades que se convierte en un trabajo no clásico. ¿Qué tanto
ha influido en este sindicalismo su vínculo con comunidades ya cons-
tituidas? ¿Ha colaborado ello en la superación de las tendencias a la
burocratización, propias de las grandes organizaciones?

CONCLUSIONES
Aunque hay clara evidencia empírica del debilitamiento de la movi-
lización del movimiento obrero entre fines del siglo XX e inicios del
XXI, uno de los sectores que escapó a esa tendencia fue el de los tra-
bajadores de la educación, primariamente de aquellos organizados
sindicalmente. Ellos estuvieron entre los sectores más movilizados
en las últimas décadas. Por ejemplo, en el estudio estadístico de Sil-
ver (2005), desplegado a escala mundial, estos se convirtieron en el
principal grupo de trabajadores movilizados. Otros estudios, también
estadísticos, confirmaron esa tendencia para el continente latinoame-
ricano. Es decir, mientras que la mayoría de los sindicatos vieron redu-
cida, de diversas maneras, su presencia social, se puede afirmar que,
en términos generales, a los sindicatos docentes no les pasó lo mismo.
El caso de la CNTE, en este sentido, es ejemplar. La vida de lucha de la
CNTE en los últimos cuarenta años —que apenas esbozamos algunos
rasgos— es un caso con una relevancia que difícilmente sea exagerada
y que se suma a otros casos relevantes en distintas partes del mundo:
Corea del Sur, Australia, Chicago (Estados Unidos), Brasil, Colombia,
Bolivia y Argentina. Los casos identificados en estas localizaciones
evidencian la relevancia actual del sindicalismo docente. Insistimos
en que dicha importancia no puede ser reducida a una mera rémora
del pasado, sino que expresan parte del presente y, potencialmente,
del futuro. Es decir, este sindicalismo de movimiento social en Oaxaca
implica la definición de un tipo de sujeto, que no es el obrero de fábri-
ca, pero que es nuevo, en tanto ha sabido articular la democracia de
base, el movimientismo, con los vínculos con las comunidades, sobre
todo indígenas, en una lucha anticapitalista. Este sujeto, en el caso
que lo ilustra, ha tenido su centro en el magisterio, pero forman parte
del mismo toda la configuración de movimientos sociales aglutinados
en torno a las luchas indicadas. De la misma forma, el sujeto sindical
de movimiento social oaxaqueño no es igual a un simple movimiento
social, en tanto se realiza ligado a determinadas estructuras, tanto del
sindicato y de las leyes laborales, como sociales, étnicas y económicas.

90
¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

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¿Antiguos o nuevos sujetos? El sindicalismo de movimiento social en México

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93
NETDOMS DIGITALES. UN NUEVO ACTOR
EN AMÉRICA LATINA

Aldo Mascareño

INTRODUCCIÓN
La pregunta por la emergencia de nuevos actores es tan antigua como
la sociología. Desde que Max Weber (1992) nos brindó el extraordina-
rio ejemplo de los ciclistas que chocan sin advertirse (o que tratan de
evitarse, riñen o conversan) para distinguir entre contacto y acción
social con sentido, los radares sociológicos para encontrar y, en oca-
siones, construir actores sociales se han agudizado.
En el caso latinoamericano, la fiebre del actor vino de la mano de
los escritos de Alain Touraine desde la década del sesenta (Touraine y
Germani, 1965; Touraine, 1987). La pregunta por las transformacio-
nes del movimiento obrero, por los sindicatos, por los nacientes mo-
vimientos indígenas en un mundo que empezaba a decolonializarse,
llenaron la agenda de la acción colectiva latinoamericana. Eventos
críticos relacionados con la contaminación urbana, los riesgos de la
energía nuclear y la alta tecnología en Europa repercutieron en Amé-
rica Latina en forma de una ecología política, especialmente apta para
acoger a varios descolgados del fin de los “socialismos reales”. Desde
la década mencionada, la juventud ilustrada (generalmente universi-
taria) parecía estar siempre en la agenda de los nuevos movimientos
sociales. Mientras una generación protestaba contra las dictaduras
latinoamericanas y luego de su triunfo “maduraba” y se privatizaba

95
Aldo Mascareño

—la historia del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) en


Chile es paradigmática de esta trayectoria (Valenzuela, 2011)—, la que
venía criticaba el orden posdictatorial heredado por desigual, discri-
minador y opuesto a la diversidad. Entretanto, las consecuencias de
la descolonización, del fin de la Unión Soviética, de la monetización
de distintos ámbitos sociales, de la fragilidad de las instituciones de
bienestar locales, dieron pie para la aparición de múltiples demandas
que cabían bajo el rótulo de políticas de la identidad (Stout, 2020). En-
tonces, el abanico de actores podía multiplicarse ad infinitum. Raza,
género y etnia fueron las políticas de la identidad clásicas, pero la lista
se puede extender a todo grupo que construya su identidad como ins-
trumento político, desde la barra de fútbol hasta la política patriótica
nacionalista.
Siguiendo esta línea clásica de descubrimiento y construcción
de actores sociales por parte de la observación sociológica, el perío-
do que comienza con el despliegue de la pandemia a inicios de 2020
hasta la actualidad ha sido pródigo en proveernos de nuevos actores
sociales: el trabajador esencial, la enfermera de primera línea, el po-
lítico negacionista, el turista varado, el opinólogo conspiracionista, el
economista con predicciones epidemiológicas, el presidente que dice
que su país lo hace mejor que el de al lado, el joven superspreader, el
vigilante voluntario que censura a la gente sin mascarilla, el acuaren-
tenado feliz y, por supuesto, el sociólogo entusiasta que predecía que
el Covid-19 traería el fin del capitalismo y de la civilización moderna.
Esta historia de la observación clásica de los actores sociales en Amé-
rica Latina está bien documentada no solo en los clásicos del campo,
sino también en literatura más actual (Cerruti et al., 2014; Zaremberg
et al., 2017).
Lo que me interesa aquí es explorar otra historia: la de la relación
entre personas, sistemas sociales y sistemas técnicos. Esta historia no
pasa por Weber, Touraine o la política de la identidad, sino por una
tradición sociológica distinta que se puede remontar a Gabriel Tarde
y que puede continuar con Talcott Parsons, Harrison White, Niklas
Luhmann, Bruno Latour y la teoría de grafos. La historia es simple.
Si bien las redes sociales ya habían mostrado su capacidad para ca-
talizar las grandes transformaciones que se iniciaron en el año 2011
con la Primavera Árabe y múltiples movimientos sociales alrededor
del mundo (Howard y Hussain, 2011; Montero et al., 2017; Ruz et al.,
2020; Öztürk y Ayvaz, 2018; Grčar et al., 2017), la pandemia en 2020
nos trajo la confirmación final de que solo una mínima parte de la in-
teracción clásica que conocíamos es necesaria para sostener el orden
social. Lo demás se podía hacer por medio de plataformas digitales.

96
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

En este artículo, propongo que el netdom digital es el más rele-


vante “nuevo actor” que ha surgido en América Latina en lo que va
del siglo XXI. Si bien este se formaba desde inicios del siglo XXI, la
expansión de la pandemia desde 2020 y las restricciones a la interac-
ción cara a cara bajo el imperativo de evitar contagios a nivel global
(distanciamiento físico de personas, restricciones a la movilidad y a
los encuentros públicos, cuarentenas, cierre de fronteras) han inicia-
do el camino de la consolidación de este nuevo actor. El concepto de
netdom significa dominio de red y corresponde a la sociología de re-
des de White (2008). En este caso, el concepto indica que aquello que
acontece en plataformas digitales como Zoom, Meet, Teams u otras
(la relación entre tecnología, sistemas sociales y personas) constituye
un dominio sociotécnico que opera integrada y relacionalmente. En
palabras de Luhmann, se trataría de un sistema; en las de Latour, de
un actante. Lo que esto muestra en principio es que el concepto de
“actor”, con sus exigencias de racionalidad, intencionalidad y norma-
tividad, es demasiado estrecho para aprehender la ontología relacio-
nal tras la idea de netdom.
Para clarificarla y para mostrar la operación de este nuevo actor
en el contexto latinoamericano, parto intentando identificar el punto
de origen de esta tradición relacional —no humanista metodológica-
mente, que distribuye el sentido en la red y no lo sitúa exclusivamente
en la conciencia y voluntad del actor individual o colectivo— en la so-
ciología de Gabriel Tarde. Luego de ello, realizo una estilizada recons-
trucción de la tradición teórica en la que la propuesta de los netdoms
digitales se puede enmarcar, para entonces dar algunos ejemplos de
cómo han “actuado” sosteniendo a la sociedad latinoamericana en
varios sentidos y haciendo ver sus limitaciones. Finalmente, extraigo
algunas conclusiones del análisis.

EL ORIGEN DE UNA TRADICIÓN RELACIONAL


NO HUMANISTA: GABRIEL TARDE
Unas líneas debajo del famoso ejemplo de los ciclistas buscando
identificar en qué consiste una acción social, Max Weber (1992, p.
19) sostiene:

Tampoco puede considerarse como una “acción social” específica el hecho


de la imitación de una conducta ajena (sobre cuya importancia Tarde ha
llamado justamente la atención) cuando es puramente reactiva, y no se da
una orientación con sentido de la propia acción por la ajena.

Weber escribe esto en las primeras décadas del siglo XX (el original
póstumo de Economía y sociedad es de 1922). Gabriel Tarde había pu-

97
Aldo Mascareño

blicado una de sus obras sistemáticas en 1898, Las leyes sociales. En


ella sostiene justamente lo contrario a lo afirmado por Weber:

Sostengo que la relación entre esas dos personas [quienquiera que ellas
sean] es el elemento único y necesario de la vida social, y que este consiste
siempre, originariamente, en una imitación de uno por el otro (…) la ca-
racterística constante de cualquier hecho social es ser imitativo. Y esa ca-
racterística es exclusivamente propia de los hechos sociales. (2013, 57-58)

La imitación, por supuesto, es una recreación de lo observado o ex-


perimentado previamente, o una reconstrucción en base a una regla
aprendida u observada consciente o inconscientemente; incluso la in-
novación puede ser comprendida como una combinación de elemen-
tos anteriores.
Lo social, no obstante, no es el único orden de existencia. La imi-
tación es lo que caracteriza lo social, pero la herencia y la vibración
son sus equivalentes en el ámbito orgánico y físico. En Las leyes de la
imitación, Tarde (1903, p. 24) afirma: “Y ahora mis lectores entende-
rán, tal vez, que el ser social, en la medida en que es social, es esencial-
mente imitativo, y que la imitación juega un rol en las sociedades aná-
logo al de la herencia en la vida orgánica o al de la vibración entre los
cuerpos inorgánicos”. Tarde llega incluso a identificar el vínculo entre
estos mundos mediante el ejemplo del descubrimiento y publicación
del manuscrito La república de Cicerón. La inspiración que este libro
motiva, produce una imitación póstuma que no habría tenido lugar
“si las moléculas del pergamino no hubiesen continuado vibrando
(aunque fuese por el efecto de la temperatura circundante)” (p. 53).
No hay duda que en la discrepancia entre Weber y Tarde se in-
auguran dos tradiciones de pensamiento sobre la acción y los acto-
res sociales. La weberiana es individuo-céntrica, pone énfasis en la
intencionalidad y sentido de la acción, y en las diversas formas que
esa acción puede adoptar como combinación de los tipos ideales de
acción racional con arreglo a fines, acción racional con arreglo a va-
lores, afectiva y tradicional. La tardeana, en cambio, es distribuida
en redes, pone énfasis en la dinámica y la operación de la red, y en la
interrelación de los elementos sociales, orgánicos, técnicos.
Un siglo después de los escritos de Tarde, Bruno Latour (2002) los
reivindicó como fundamentos de su propia teorización. Para Latour,
Tarde introdujo tempranamente dos argumentos centrales de la teoría
del actor-red: a) la diferencia entre naturaleza y sociedad es irrelevan-
te para la comprensión del mundo humano, pues toda relación —hu-
mana, física, natural, química— puede comprenderse como social en
el sentido de interrelación de elementos (mónadas, en el leibniziano

98
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

lenguaje de Tarde); y b) la distinción micro/macro limita todo intento


de entender cómo emerge la sociedad, en tanto no hay complejidad en
la agregación de unidades sino en la interrelación que las constituye.
Estas formulaciones pueden ser muy ad hoc en relación a lo que a
Latour le interesa de Tarde. Mi pretensión, en este caso, es mucho me-
nos ambiciosa. Ella consiste en distinguir que en Tarde arranca una
tradición que descentra al ser humano de la acción y a lo social de la
comprensión del mundo.
Para comprender bien esto hay que tomar en serio la palabra
descentrar. Descentrar al ser humano de la acción y a lo social de la
comprensión del mundo no significa que las personas no actúen y que
lo social no exista, significa que en la comprensión final de la acción
y de lo social no está únicamente la voluntad del actor (der gemeinte
Sinn, en el sentido de Weber), sino la red de interrelaciones (Matura-
na, 1995) que conforman una acción social en el sentido abstracto de
Tarde, es decir, una red que puede extenderse por una vasta sociedad
de elementos, a los que Tarde (2014) —inspirado en las mónadas de
Leibniz— llama lo infinitesimal, y que se observa en el mundo quími-
co, en la física, las ciencias naturales, la historia, la astronomía y la
conciencia:

Sean lo que sean, existirían pues los verdaderos agentes, esos pequeños se-
res de los que decimos son infinitesimales, existirían las verdades acciones,
esas pequeñas variaciones de las que decimos son infinitesimales. (…) De
lo que precede parece aún resultar que esos agentes son autónomos, que
esas variaciones tropiezan y se ponen trabas tanto como se prestan ayuda.
Si todo parte de lo infinitesimal, es que un elemento, un único elemento,
tiene la iniciativa de un cambio cualquiera, movimiento, evolución vital,
transformación mental o social. (P. 32)

Los agentes, por tanto, no son “personas”, sino entidades autónomas


que producen variaciones (acciones) conflictivas o colaborativas,
y que lo pueden hacer indistintamente en el mundo físico, natural,
psíquico o social. En todos estos casos, la acción no es “voluntad in-
tencional”, como en el paradigma weberiano, sino una variación (en
lenguaje evolutivo), un desplazamiento (en lenguaje derridiano), una
contingencia (en lenguaje luhmanniano).
Por ello, si la idea es sostener la emergencia del netdom digital en
América Latina, la perspectiva de Tarde parece mucho más productiva
que la de Weber. Para este último, una plataforma de comunicación
electrónica no sería muy distinta de la bicicleta que corre debajo del
ciclista, un objeto físico sin capacidad de proveer sentido; un objeto
que socialmente no existe porque el principio antropocéntrico indica
que el sentido lo da el “actor” (der gemeinte Sinn). En la perspectiva de

99
Aldo Mascareño

Tarde, en cambio, el sentido emerge y se transforma en la relación, se


imita y varía en la relación.
Justamente la idea del netdom digital indica que no es ni la plata-
forma ni la persona o la organización que lo emplea la que es dueña
del sentido de la comunicación, sino justamente el netdom, es decir,
la red de conectividad que une, por ejemplo, una organización escolar
o universitaria con sus estudiantes y profesores a través de una plata-
forma electrónica como Zoom, Meet, Teams, Skype o cualquier otra
alternativa.

LA CONTINUIDAD DE LA TRADICIÓN RELACIONAL NO


HUMANISTA Y LOS NETDOMS
En sus análisis sobre Talcott Parsons, Niklas Luhmann (2002) ha sos-
tenido que una fórmula fundamental que puede describir el trabajo de
Parsons es acción es sistema. Las teorías que se refugiaron en Weber
para dar continuidad a los aspectos fundamentales del rational choice
habrían enfatizado en la diferencia entre teoría de la acción y teoría de
sistemas: mientras la teoría de la acción se preocuparía de los elemen-
tos “sociales”, a la teoría de sistemas le corresponderían los elementos
macro (instituciones, organizaciones, sistemas). Esta diferencia entre
lo micro y lo macro es justamente la diferencia que Tarde rechazaba,
en tanto no hay distinción de órdenes de realidad, sino interrelación
entre mundos diversos. Por medio de la fórmula acción es sistema,
que Luhmann aplica a Parsons, la diferencia entre lo micro y lo macro
queda superada. No se trata de una mediación del sistema a través de
la acción o de la acción a través del sistema, sino de la co-originalidad
de ambas —de la co-posesión entre acción y sistema, se diría en pala-
bras de Tarde (2014).
Por ello, Talcott Parsons es un paso en esta tradición relacional
no humanista. Para que la acción tuviese lugar, se requiere de la con-
currencia de una serie de elementos “infinitesimales” que constituyen
el marco de referencia de la acción. Para Parsons (2005), el marco de
referencia de la acción es en principio aplicable “a cualquier segmen-
to del círculo total de la acción o a cualquier proceso de acción en
cualquier organismo complejo” (p. 6). La acción social es solo un tipo
especial de acción que combina personalidad, patrones culturales y
sistema social, pero que puede analizarse en relación a objetos socia-
les y no sociales ante los cuales la personalidad tiene formas positivas
y negativas de reaccionar que Parsons denomina modo de orientación
catéctico. Es decir, el “actor” clásico se mueve en una red de acción
(el marco de referencia de la acción, o netdom) que conecta roles so-
ciales, formas culturales y evaluaciones hacia objetos no sociales. El
carácter de la situación general de la acción depende de la confluen-

100
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

cia de esos vectores. El netdom Zoom puede variar a Meet, a Teams,


a Slack u otros, muchas veces dependiendo de la generalización de
catexis hacia las plataformas, de sus eventuales rendimientos en la co-
tidianeidad de la comunicación y de patrones culturales previos, por
ejemplo, grupos de científicos vinculados por medio de Slack, familias
por Skype, usuarios de Microsoft por Teams, usuarios de Mac por
Zoom, usuarios de Google por Meet. Lo que no cambia son los roles
sociales en cada caso: quien antes citaba a reuniones es también quien
envía el link. La función se sigue cumpliendo, pero ahora se agrega
otro nodo a la red.
En un netdom, las personas son un componente más; no exis-
te “el actor”, singular o colectivo, sino una constelación que se pone
en movimiento o se disuelve por el acoplamiento o desacoplamiento
de la red misma. Pueden haber hubs en la formación de estas redes
(Holland, 2014), pero no estructuras jerárquicas en las que las que el
sentido fluye desde una fuente única y final. Como lo ha formulado
White (2008), el netdom “no es una cosa, es un proceso experiencial,
usualmente transitorio, pero con un impacto tan sorprendente que los
participantes no pueden enfocarlo” (p. 7). Como en el caso del concep-
to de comunicación de Luhmann —dice White— el netdom presupone
la combinación de relación y tópico más comprensión. Dicho en otros
términos, el netdom es una estructura descentralizada, significativa y
material, cuyos tópicos varían de acuerdo al espacio social en el que se
comunique. No es una entidad en principio inanimada que cobra vida
cuando arriba “el ser humano”, sino una red dinámica, un sistema
sociotécnico dinámico en el que la acción es, a la vez, sistema.
Desde la perspectiva de Niklas Luhmann (1991), plataformas
como Zoom deben ser entendidas como un medio de difusión que
contribuye a resolver, principalmente, la segunda improbabilidad de
la comunicación. La primera improbabilidad es que la comunicación
sea comprendida dada la individualidad de la conciencia de cada cual.
Para resolver esta improbabilidad, la sociedad desarrolló el lenguaje.
La segunda improbabilidad consiste en que la comunicación llegue a
más personas de las que están presentes en una situación de interac-
ción determinada. Para ello han evolucionado medios de difusión, des-
de la imprenta hasta las redes sociales contemporáneas, incluidas las
plataformas de comunicación masiva. La tercera improbabilidad es el
éxito de la comunicación, esto es, que ego acepte la comunicación de
alter como premisa de su propia conducta. Para ello, en la evolución
social se han diferenciado medios de comunicación simbólicamente
generalizados como el dinero, el poder, el amor, la verdad, los valo-
res, los que mediante la combinación de constelaciones de significado
y patrones de acción hacen que uno acepte dinero de desconocidos,

101
Aldo Mascareño

que obedezca a otros iguales, que conecte un sentimiento íntimo con


acciones acordes, que le crea a alguien y que comparta visiones de
mundo particulares. El netdom digital ha hecho que la comunicación
llegue a quienes debía llegar para sostener la comunicación no solo
en un mínimo, sino en un estándar adecuado para que esferas como
la política, la economía, el derecho, la educación o la salud, pudieran
continuar con un funcionamiento regular.
Esta interrelación entre entidades humanas, tecnológicas, natu-
rales y sociales ha sido denominada por Latour (2007) como actor-
red. En este caso, el concepto de actor debe entenderse carente de
antropologización: “Es algo que actúa o a lo cual se le concede acti-
vidad por otros. No implica ninguna motivación especial de actores
humanos individuales, tampoco de humanos en general. Un actante
puede ser literalmente cualquier cosa habida cuenta que se le conceda
ser una fuente de acción” (1996, p. 373). Zoom —o cualquier otra pla-
taforma— “se cae”, “me admite”, “no me admite”, “me invade”, “me
conecta”, “me cansa”, “me espía”, “me roba información”, “me obser-
va”, “me informa”, “me acompaña”. Se puede decir que es un actante
caprichoso que ha estado a cargo de las comunicaciones latinoameri-
canas (y globales) en los últimos meses, una especie de broker de redes
políticas o financieras, que transa significados y rendimientos sociales
y cuyo éxito máximo es que todo funcione de manera más o menos
similar sin que se note mayormente que ahora “alguien más” entró en
nuestro netdom.
Sobre la base de la teoría clásica de la acción social se debería
pensar que hay una nueva “innovación tecnológica” a la cual los seres
humanos tendrían ahora que adaptarse. Habría que aprender a andar
sobre una nueva bicicleta weberiana. Por el contrario, sobre la base de
la tradición que aquí estilizadamente he reconstruido, el problema se
puede observar de manera distinta: estamos inscriptos en una nueva
red, en una emergente unidad de acción y sistema que, a mi juicio,
es el principal “nuevo actor” que ha surgido en América Latina en la
última década, y que se consolida a nivel global desde la expansión de
la pandemia.

ANÁLISIS: EL RENDIMIENTO DE
LOS NETDOMS DIGITALES LATINOAMERICANOS
Si bien plataformas como Zoom, Meet, Teams, Slack, Skype, entre
otras, existían con anterioridad a la pandemia, su incorporación
masiva como miembros de la red de operación social aconteció en
2020. Ante el isomorfismo de las condiciones de lockdown global —
distanciamiento físico de personas, restricciones a la movilidad y a
los encuentros públicos, cuarentenas, cierre de fronteras (Basaure et

102
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

al., 2021)—, lo que estas plataformas hicieron fue, fundamentalmente,


reemplazar la interacción presencial por la interacción digital. En la
perspectiva de Luhmann, no se trata de nuevos sistemas de interac-
ción, sino de su digitalización; en la perspectiva de los netdoms, se
trata de una nueva constelación de red significativa y material que
sostiene las bases interaccionales de distintos sistemas sociales.
Un estudio reciente de CEPAL (2020a) indica que el cambio del
netdom presencial al digital se produce en América Latina especial-
mente en teletrabajo (aumenta en 324%), comercio electrónico y en-
tregas (157%), y en educación en línea (62%). Es decir, han logrado
sostener o suplementar el funcionamiento de distintos sistemas so-
ciales en América Latina. La pregunta es bajo qué condiciones lo han
hecho.
Lo central para dimensionar el impacto de esta transición está
en las diferencias de conectividad entre los distintos quintiles de in-
greso por país. Chile es el país menos inequitativo en acceso (CEPAL,
2020a). El quintil de menores ingresos (quintil 1) tiene alrededor de
un 66% de acceso, mientras que el quintil de mayores ingresos (quintil
5) tiene un 90% de acceso. Países como Bolivia, en cambio, tienen un
acceso de 3% en el quintil más bajo y de solo 32% en el quintil de ma-
yores ingresos. En general, el 66,7% de la población latinoamericana
tiene acceso a Internet, mientras que el tercio restante tiene acceso
limitado o no lo tiene. Es decir, la desigualdad de conectividad se co-
rrelaciona con la desigualdad de ingresos, lo que de entrada produce
rendimientos desiguales en cada sistema social vinculado a través del
netdom digital. Esto tiene consecuencias especialmente en educación,
en la esfera del trabajo y en el ámbito de la intimidad.
En el caso de la educación, un estudio reciente con datos de Chile
(Eyzaguirre et al., 2020) muestra que el éxito de la transición online de
la interacción en educación depende, además de la conectividad, de
factores como hacinamiento, condiciones materiales de la vivienda,
del apoyo de la familia y de habilidades críticas para el aprendizaje
a distancia. Si se combinan hacinamiento y condiciones materiales
de la vivienda, un 25% de los niños y niñas en edad escolar en Chile
presenta algún tipo de carencia habitacional, un 29% no tiene compu-
tadora en la casa, un 29% de los niños y niñas del quintil de menores
ingresos no cuenta en su hogar con un adulto con enseñanza media
completa que pueda apoyar en el proceso escolar. Y en cuanto a ha-
bilidades para aprendizaje a distancia, el estudio ICILS (Fraillon et
al., 2018), aplicado a jóvenes en octavo grado, indica que países como
Chile y Uruguay se encuentran en el nivel 1 de cinco posibles (0 a 4)
con un conocimiento solo funcional de los computadores y una com-
prensión básica de su utilidad.

103
Aldo Mascareño

A la escasa preparación de los niños y niñas para la educación


online hay que agregar también la escasa preparación de las organiza-
ciones educativas en general para hacer la transición de modo rápido
y eficiente. No solo se requiere de una infraestructura adecuada, sino
de procedimientos educativos distintos que innoven en cuestiones pe-
dagógicas, desde el uso del tiempo hasta el orden y tipo de conteni-
dos. Producto de todo ello, la población de menores ingresos continúa
siendo la más afectada. El retorno a clases presenciales es, por tanto,
necesario para reducir las desigualdades del aprendizaje en el netdom
digital de la educación.
Más allá de las dificultades en el ámbito de la educación, otros ne-
tdoms digitales parecen haber logrado suplementar a los presenciales
en América Latina. Ni la legislación ni las elecciones políticas se han
detenido en 2020. En las elecciones departamentales y municipales de
Uruguay en septiembre 2020 votó cerca del 85% del padrón electoral
(Corte Electoral, 2020), las elecciones presidenciales de Bolivia de oc-
tubre 2020 tuvieron una participación del 88% (OEP, 2020), y el ple-
biscito por una nueva constitución en Chile alcanzó una participación
de 51% (Servel, 2020) —la más alta en diez años. Esto muestra que la
interacción política pudo seguir con relativa normalidad por medio
del netdom digital. Por otro lado, mientras que en Europa y Estados
Unidos casi el 40% de las personas puede trabajar desde su hogar, en
América Latina ese promedio alcanza a 21,3%. Países como Repúbli-
ca Dominicana (21,6%), Panamá (24%), Chile (25%), Brasil (25%) y
Uruguay (31%) están por sobre ese promedio (CEPAL, 2020a). A esto
se suma que cerca del 80% de las personas en servicios profesiona-
les, científicos y técnicos, educación y finanzas pueden teletrabajar en
América Latina (aunque este sector representa cerca del 20% de los
ocupados); otro grupo como el de los trabajadores en bienes raíces,
medios de comunicación y actividades gubernamentales tiene un 50%
de probabilidades de teletrabajo; e industrias como el entretenimien-
to, el transporte y la minería se sitúan entre el 30% y el 10%, y bajo
ellas, actividades como la construcción y la pesca tienen menos de un
5% de posibilidades de teletrabajar. Es decir, la suplementariedad de
los netdoms digitales decrece según la intensidad del uso del conoci-
miento (versus actividad física) en el trabajo.
Un campo que ha tenido especial desarrollo en los últimos años
es el de la denominada gig economy (Heeks, 2017) es decir, el contexto
de mercado en el que organizaciones y trabajadores independientes
se relacionan en trabajos de corta duración fundamentalmente coor-
dinados por medio del netdom digital. En una reciente comparación
hecha por CEPAL (2020b) entre plataformas globales (freelancer.
com) y regionales (workana.com), en las que profesionales ofrecen

104
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

sus servicios y clientes solicitan asistencia, se muestra que la oferta


de servicios es similar entre diversos países. “Tecnologías de infor-
mación y programación” es el servicio con mayor oferta, seguido de
“Escritura y traducción”, “Diseño y arquitectura”, “Ingreso de datos y
administración”. No obstante, cuando se comparan las demandas, en
el mercado global de freelancer.com la categoría más demandada es
“Tecnologías de información y programación”, la que está subrepre-
sentada en el caso del mercado regional de workana.com. Como lo
señala el informe:

Este es un signo de que el mercado de habilidades en la región no se ha


puesto al día con el cambio tecnológico, en el que muchas tareas de escri-
tura y traducción son alimentadas con inteligencia artificial y las habilida-
des de programación se transforman en un aspecto importante del negocio
diario. (P. 24)

En otros términos, la desigualdad en materias tecnológicas también


se expresa en la construcción de la gig economy en la región.
Mientras que en distintos sistemas sociales los netdoms digitales
pueden sostener o suplementar de alguna manera el funcionamiento
sistémico y organizacional, el espacio de la intimidad se ve sobrecar-
gado de consecuencias. Interrupciones en el acceso a salud de niños y
niñas, multiplicación de roles en el hogar (domésticos, educacionales,
laborales), concentración en roles de género, violencia intrafamiliar
(Unicef, 2020; Caivano et al., 2020), son algunos de los rendimientos
que afectan o invaden el ámbito de las relaciones íntimas. El tiempo
de interacción presencial en familias se intensifica. Ello introduce ten-
siones de personalidad, generacionales, de hacinamiento, de género
entre los miembros para las cuales no hay un escape al exterior. Sin
las condiciones materiales adecuadas, la interacción familiar —ahora
expuesta directamente a la comunicación laboral (incluidos los des-
pidos) y educacional en netdoms digitales—, puede convertirse en un
padecimiento más que en un espacio de recreación y confirmación de
la individualidad de cada cual (Luhmann, 1994). A esto hay que sumar
que la reproducción de lazos familiares o de amistad con aquellos que
no pertenecen al núcleo familiar, también debe realizarse por el ne-
tdom digital de la intimidad. Así entonces, no se producen diferencias
en términos de los espacios laborales, educacionales o de intimidad;
el lugar es el mismo, solo hay cambios de netdoms y de tiempos en los
que la interacción digital puede desarrollarse. La vida continúa sien-
do secuencial para cada individuo (solo una operación a la vez), pero
ahora la secuencia es estacionaria topológicamente.

105
Aldo Mascareño

DISCUSIÓN: EL DOBLE ROSTRO DE LOS NETDOMS DIGITALES


De los análisis en la sección anterior se pueden apreciar algunos rendi-
mientos positivos y negativos del netdom digital en tanto nuevo actor
en el escenario latinoamericano y global. Sus rendimientos positivos
parecen ser, por ejemplo: a) la pérdida de relevancia de la distancia
física para distintas convocatorias en el trabajo, en la ciencia, en la
educación —personas de distintas periferias pueden ahora participar
en la actividad de los centros; b) la reducción de los costos de transac-
ción por el ahorro de tiempo en viajes y traslados; c) la disponibilidad
técnica de una memoria reproducible (la grabación de reuniones, por
ejemplo, o el historial de intercambios en Slack o Teams) que previa-
mente no estaba disponible para la interacción presencial salvo por
registros de actas en encuentros formales; d) la diferenciación más
precisa entre la dimensión formal y la informal en la operación de la
organización; y e) la relativa facilidad para retomar la interacción pre-
sencial y combinarla con la digital. En tanto, entre los rendimientos
negativos se pueden contar: a) la amplificación de la desigualdad social
tradicional en términos de desigualdad en conectividad, lo que lleva a
rendimientos desiguales en cada sistema social vinculado a través del
netdom digital; b) la escasa preparación cognitiva y técnica de distintas
organizaciones para poner en marcha de manera rápida el tránsito del
netdom presencial al digital o para volver a una combinación de ambos
cuando las condiciones lo permiten; c) la sobrecarga de los espacios
íntimos producto de la plurifuncionalidad en las tareas cotidianas (la-
borales, educacionales, domésticas) así como la fatiga individual que
produce la conexión constante; d) el peso sobre la mujer producto de
la reproducción de roles tradicionales en el hogar así como la violencia
intrafamiliar; y e) la relevancia únicamente funcional de las personas
en la interacción digital de tipo laboral o educacional y la reducción de
la comunicación en la interacción a cuestiones formales.
No hay una lista definitiva de rendimientos positivos y negativos
del netdom digital. En realidad, estos debieran desplegarse a medida
que se consolida su funcionamiento y se expanden sus alcances. Si
bien el netdom digital existía previo a 2020, la condición pandémica
acentúa tanto sus rendimientos positivos como negativos, incremen-
tando la divergencia entre zonas y situaciones de inclusión y exclusión
como se ha visto en la sección previa. Por otro lado, el propio netdom
digital está sometido a otras fuertes tensiones sociales que sostienen
su carácter contradictorio e incluso paradójico. De estas tensiones
quiero discutir dos: a) la tensión entre el imperativo de evitar conta-
gios y el de la realización de los planes de vida, y b) la tensión entre
vigilancia y conocimiento que hace posible el netdom digital.

106
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

EL IMPERATIVO DE EVITAR CONTAGIOS Y LOS PLANES DE VIDA


Una de las tensiones sociológicas fundamentales que ha tenido lugar
desde el inicio de la pandemia en el año 2020 consiste en la colisión
que se produce entre un imperativo fundamental de la vida social, la
realización de los planes de vida de las personas, y un nuevo impera-
tivo que se ha impuesto políticamente en el último tiempo, el de evi-
tar contagios en la situación pandémica. El imperativo de evitar con-
tagios ha dispuesto profundos cambios en la interdependencia que
regularmente existe entre sistemas sociales o redes (Stichweh, 2020;
Basaure et al., 2021). Estos cambios han sido determinados política-
mente bajo una racionalidad de tipo lineal: para evitar la propagación
de contagios hay que reducir a un mínimo el contacto entre personas
y, para lograr esto, hay que restringir el funcionamiento de diversos
ámbitos funcionales donde la interacción cara a cara es central, por
ejemplo, en el comercio tradicional y una serie de servicios en la eco-
nomía, en la interacción de aula en la educación escolar o superior, en
los públicos del deporte y del arte, en la esfera del transporte nacional
e internacional, o en el ámbito de la entretención en general. En el
caso europeo, una restricción del funcionamiento de redes y sistemas
de este alcance es solo comparable con la acontecida en el siglo XX
en las guerras mundiales; en el caso latinoamericano, se puede encon-
trar equivalentes en momentos de fuertes crisis políticas como los que
tienen lugar en torno a golpes militares o revoluciones, en los que el
imperativo de seguridad restringe la interacción de manera similar a
la actual por medio de los estados de excepción.
La consecuencia inmediata del imperativo de evitar contagios es
la restricción de la interacción cara a cara, pero la consecuencia de
mediano y largo plazo es la carga adicional que se produce sobre la
realización de los planes de vida de las personas. Estos planes son las
expectativas y aspiraciones que las personas tienen para sí mismos o
para sus círculos íntimos (Archer, 2007). Para que estos puedan rea-
lizarse se debe contar con el funcionamiento interdependiente de sis-
temas sociales y redes, es decir, se debe contar con que la educación
escolar sostenga la adquisición de competencias y habilidades que
serán necesarias en el futuro en la esfera laboral; se debe contar con
que la esfera del trabajo funcione para que produzca recursos que per-
mitan sostener las condiciones sociales de reproducción individual o
grupal; se debe contar con posibilidades de distracción para aliviar las
condiciones psicosociales de interacción; se debe contar con libertad
de desplazamiento y de reunión para que las personas puedan probar
distintas alternativas en los distintos espacios mencionados y puedan
seleccionar aquella que más se ajuste a la realización de sus planes de
vida. Sin embargo, si todo ello es restringido en base al imperativo de

107
Aldo Mascareño

evitar contagios, entonces estos se ven severamente obstaculizados y


su futuro comprometido. Los planes de vida no son planificaciones
formales a las que alguna entidad supervisora les haga seguimiento.
Por eso se pueden posponer o adaptar a las circunstancias de una
situación social determinada. Pero lo que no se puede esperar es que
las personas renuncien a ellos y se sometan pacíficamente al impera-
tivo de evitar contagios, aun cuando ese imperativo se justifique en
nombre de una posición valórica absolutista formulada en términos
de “vida o muerte”. Los dilemas éticos de esta situación son de mu-
cha mayor complejidad que la linealidad ejercida hasta ahora (Loewe,
2020).
En torno a este dilema de imperativos, el netdom digital en Amé-
rica Latina ha permitido rendimientos duales. Por un lado, posibilita
la continuidad de planes de vida por vías digitales, pero a la vez los
restringe en dos sentidos fundamentales como se observa en la sec-
ción anterior: a) limita la interacción cara a cara que es vital para el
funcionamiento satisfactorio de distintas redes y sistemas sociales, así
como para el cumplimiento de expectativas de las personas; y b) re-
introduce desigualdades análogas (ingreso, educación, ubicación) en
desigualdades digitales (acceso, conectividad, competencias de uso,
rendimientos). En esta dualidad subyace su paradoja fundamental: en
la medida que se propone proteger la vida de las personas, afecta di-
rectamente el cumplimiento de los planes de vida de ellas. Esto invita
a una reevaluación de las condiciones de inclusión y exclusión en la
situación pandémica y las distintas paradojas que surgen de ahí.

VIGILANCIA VERSUS CONOCIMIENTO EN EL NETDOM DIGITAL


Desde el inicio de la pandemia una creciente preocupación se mani-
festó a nivel global por las renovadas condiciones de vigilancia que los
gobiernos podían implementar a través de medios digitales (Agam-
ben, 2020; Harari, 2020), como si esto fuese una situación nueva en el
escenario global.
La preocupación por la vigilancia que se puede ejercer por me-
dios digitales ha sido bien sintetizada por Zuboff (2015). La autora
ha mostrado que el problema real no está en los gobiernos, sino en
el manejo de datos por grandes corporaciones privadas. Bajo el ró-
tulo de capitalismo de la vigilancia, busca identificar una nueva ló-
gica de acumulación que tiene por objetivo “predecir y modificar la
conducta humana como un medio para producir ingresos y control
de mercado” (p. 75). Esta lógica de acumulación funciona por medio
de una división del aprendizaje que, tal como la división del trabajo,
está articulada en torno a preguntas como ¿quién participa y cómo?
¿Quién decide quién participa? y ¿Qué sucede cuando la autoridad

108
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

falla? Su operación fundamental es el continuo registro de detalles


de cada transacción e interacción computarizada de manera tal de
hacer del mercado un entorno cognoscible y predecible, cuasi telepá-
tico (Neidich, 2021), lo que incluso va contra los principios clásicos
de la operación económica anclada en la reducción de incertidumbre
por medio de la interacción espontánea de agentes descentralizados
(Hayek, 2013; Luhmann, 2017). En la actualidad, el registro de datos
es múltiple. Las fuentes son cada transacción económica; la alta can-
tidad de sensores en objetos digitales, lugares e incluso cuerpos; las
bases de datos corporativas y gubernamentales; las múltiples cámaras
de vigilancia en espacios públicos y privados, así como los dispositi-
vos de geolocalización y la interacción cotidiana en el netdom digital
en cada click realizado en cada página visitada. Para Zuboff (2015),
Google es la compañía más exitosa en la extracción y uso de datos. Lo
que importa en este caso es la cantidad, no la calidad de los datos. Con
esto, el capitalismo de la vigilancia se caracteriza por una indiferencia
formal de estas compañías “frente a lo que sus usuarios dicen o hacen,
en tanto lo digan o lo hagan de manera tal que Google pueda captu-
rarlo y convertirlo en datos” (p. 79).
Una visión diferente del netdom digital es la de Sandra González-
Bailón (2017). Para la autora, la introducción de cada nueva tecno-
logía ha producido discusiones en torno a la vigilancia y la invasión
de la privacidad. Esto cuenta especialmente para la introducción del
teléfono y la cámara Kodak en el siglo XIX, las que renegociaron los
límites de lo público y lo privado. Lo mismo acontecerá con las nuevas
tecnologías. Lo que esto no puede limitar, sin embargo, es la valora-
ción de la integración y procesamiento de datos para incrementar el
conocimiento orientado, por ejemplo, a la solución de problemas en
salud, al mejor diseño de políticas públicas, a la colaboración en la
investigación científica, a la publicidad de información que antes era
encubierta por medios tradicionales o gobiernos, a la coordinación
política para hacer frente a regímenes opresivos, entre otros rendi-
mientos. El netdom digital permite ahora la integración de la infor-
mación que surge desde diversos contextos locales en una forma de
inteligencia colectiva que puede dar cuenta desde eventos cotidianos
hasta situaciones de emergencia para mejorar los procesos de gover-
nance y de toma de decisiones.
Es decir, al dilema de imperativos presentado más arriba hay que
agregar el dilema entre vigilancia y conocimiento que introduce el
netdom digital. La paradoja que se agrega en este caso es que el mayor
conocimiento que permite el netdom digital facilita las condiciones de
vigilancia de producción de ese conocimiento, con lo que la descen-
tralización de la información que hace posible la innovación socio-

109
Aldo Mascareño

técnica corre el riesgo de caer en procesos de centralización también


novedosos.
Esas tensiones y las paradojas que llevan consigo (el cuidado de la
vida limita los planes de vida y el mayor conocimiento para la solución
de problemas hace posible mayor vigilancia) no son nuevas, pero se
han incrementado desde el surgimiento de la pandemia y seguramen-
te se amplificarán en las próximas décadas. Lo que sí dejan en claro es
que el netdom digital llegó para cambiar las condiciones de existencia
social, tal como hace más de un siglo lo hizo el proletariado.

CONCLUSIONES
Durante todo el siglo XXI, pero especialmente desde el año 2020 en
adelante, la interacción digital se ha vuelto un estándar global y ha
alcanzado también altos niveles en América Latina. Los netdoms di-
gitales —como los he denominado— se han transformado en la cons-
telación sociotécnica que ha sostenido el funcionamiento sistémico
en América Latina. Son, en este sentido, un equivalente funcional del
actor clásico, del proletariado, de la élite, de los movimientos sociales,
en tanto figuras organizadoras de la dinámica sociopolítica en distin-
tos momentos de la historia latinoamericana.
Los netdoms digitales no son actores en sentido tradicional. Se
trata más bien de articulaciones de red significativas y materiales que
conectan personas, sistemas sociales y sistemas técnicos. Latour po-
dría denominarles actantes, aunque la denominación netdom de Ha-
rrison White parece más apropiada y elegante. La tradición teórica en
la que se inscriben no es la de la teoría clásica de la acción iniciada
por Weber, sino la de la teoría de redes y sistemas, iniciada con Tarde
a fines del siglo XXI, y continuada en el siglo XX por White, Parsons,
Luhmann y Latour, una tradición no antropocéntrica, no humanista y
ontológicamente relacional.
Los rendimientos del netdom digital han sido variados en el caso
latinoamericano. Por un lado, han sostenido y suplementado la ope-
ración de distintos sistemas funcionales, redes y organizaciones, pero,
por otro han reproducido desigualdades de base mediante diferencias
en conectividad, como en el caso de la educación especialmente. Han
logrado mantener la comunicación política al punto que importantes
procesos electorales en países como Uruguay, Bolivia y Chile han sido
organizados e informados en alta medida a través de netdoms digitales
políticos, y han mostrado asimismo una alta participación ciudadana.
En el caso del teletrabajo y de la gig economy en América Latina, son
más utilizados por trabajos intensivos en la producción y uso del co-
nocimiento. En tales situaciones, los netdoms digitales han sostenido
las operaciones sistémicas en un alto porcentaje, aunque la demanda

110
Netdoms digitales. Un nuevo actor en América Latina

por conocimientos en el ámbito de las tecnologías de información y


programación es baja en la región latinoamericana. Finalmente, pues-
to que buena parte del funcionamiento sistémico se ha trasladado a la
interacción digital sostenida a distancia desde el hogar, la esfera de la
intimidad se ve sobrecargada de roles y actividades no usuales (espe-
cialmente de actividades laborales y educativas), lo que la restringe en
su función de recreación y confirmación de la individualidad de sus
miembros que la caracteriza.
Como todo actor, los netdoms digitales tienen rendimientos dua-
les, positivos y negativos a la vez, paradójicos, al fin y al cabo. Sus prin-
cipales dilemas pueden encontrarse en que permiten la continuidad
de los planes de vida cuando la interacción cara a cara no es posible,
pero reducen la interacción a su dimensión funcional y reintroducen
desigualdades análogas en desigualdades digitales. Asimismo, cons-
tituyen una nueva forma de generar conocimiento descentralizado e
integrarlo para una mejor toma de decisiones, pero a la vez incremen-
tan las condiciones de vigilancia y centralización de la producción de
ese conocimiento.
El futuro de los netdoms digitales parece ser estable, tanto a nivel
global como en América Latina. Ellos existían con anterioridad a la
pandemia como un rendimiento incremental de la evolución sociotéc-
nica del siglo XXI. La situación pandémica los vuelve una “solución”
ante las restricciones de la interacción bajo el imperativo de evitar
contagios y, en tal sentido, los populariza como una alternativa para la
continuidad de los planes de vida. Por ello la sociedad pospandémica
no los eliminará. Así como el siglo XX no desinventó el teléfono ni la
cámara Kodak por sus peligros para la invasión de la privacidad, tam-
poco el XXI podrá desinventar el netdom digital. Por tanto, la sociolo-
gía latinoamericana haría bien en tomar en serio a este “nuevo actor”
y en reconocer a la tradición sociológica relacional no humanista que
está en su base.

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114
LA POLÍTICA DE LA PANDEMIA: SISTEMA
POLÍTICO, ESTADO Y ACTORES 1

Sergio Pignuoli Ocampo

INTRODUCCIÓN: LA SOCIEDAD DE LA PANDEMIA


En la actualidad, la sociedad mundial experimenta una pandemia de
la enfermedad Covid-19 (CoronaVirus Disease, 2019) causada por el
nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (Severe Acute Respiratory Syndrome
Coronavirus 2). El brote se declaró en China continental en diciembre
de 2019 y pocas semanas después se notificaron casos en los cinco
continentes. La OMS (2020a) lo declaró “emergencia de salud pública
de importancia internacional” el 30 de enero y luego “pandemia” el
11 de marzo (2020b). En su declaración temprana en la ciudad china
de Wuhan, el SARS-CoV-2 mostró una incidencia con tendencia al
crecimiento exponencial, con un R0 que oscilaba entre 2,24 y 3,58,
asociado con un aumento de la tasa de notificación de entre dos y
ocho veces, y un tiempo de duplicación de 6,4 días (Lai et al., 2020).
Hasta el momento, el SARS-CoV-2 muestra una tasa de letalidad baja
comparada con los brotes epidémicos recientes de otros coronavirus

1 Este trabajo se inscribe en una investigación amplia sobre los impactos de la


pandemia en el mundo social. Dentro del marco de ese proyecto, el autor publicó
distintos avances y análisis de coyuntura (2020a, 2020b, 2020c, entre otros), varios
de los cuales son actualizados en este escrito. A propósito del sistema político, una
versión preliminar y reducida del presente estudio fue editada en el tercer Boletín del
Grupo de Trabajo “Teoría social y realidad latinoamericana” de CLACSO (2020d).

115
Sergio Pignuoli Ocampo

(SARS-CoV en 2002-2003, MERS-CoV en 2012-2013). Pese a ello, el


registro global computados en términos absolutos al 13 de marzo de
2021 (John Hopkins University-CRC, 8:00 hs. UTC-3) es de 2.641.137
decesos, 119.149.625 positivos confirmados en 192 países. Estas cifras
representan un desastre humanitario y sus proyecciones arrojan esce-
narios de calamidad aún mayor.
Visto desde la perspectiva de la investigación social, el brote de
enfermedad por coronavirus fue elaborado socialmente como una
amenaza excepcional tras su declaración en China continental hacia
finales del 2019 y mostró una dinámica social cambiante desde en-
tonces. El debate público y académico en torno a los impactos de la
pandemia en el mundo social fue acaparado por la filosofía política
continental, los modelos epidemiológicos biomatemáticos y los obser-
vatorios de organismos multilaterales. Estas intervenciones recono-
cen los rasgos excepcionales del presente, registran el impacto colosal
de la pandemia en el mundo social y dan cuenta del profundo deterio-
ro de las condiciones de la vida humana. En ellas se observa sin em-
bargo que el presente social, el tiempo que la investigación social pri-
vilegia por antonomasia, queda solapado detrás de otros tiempos. En
los debates de la filosofía política continental (Agamben, 2020; Žižek,
2020; Nancy, 2020; Han, 2020, entre otros), se identificó la excepción
actual, pero en lugar de indagarla, se optó por desgajarla del proceso
social en curso e imaginar posibles porvenires utópicos o distópicos
para ella, creando una arena donde entran en disputa prospectivas
(eventuales) de una excepción. Los modelos epidemiológicos bioma-
temáticos realizaron y analizaron simulaciones basadas en las prime-
ras estimaciones de los índices básicos de transmisión (R0, Rt, etc.)
del SARS-CoV-2 (Kissler et al., 2020; Ferguson et al., 2020, y otros),2
pese a la robustez de sus planteos sanitarios y de su capacidad para
generar recomendaciones y marcar la agenda de los gobiernos más
diversos, el presente social no es indagado en estas investigaciones,
sino reconstruido y tratado de manera contrafáctica. Una operación
tal podrá resultar factible en el campo epidemiológico, pero es por
demás problemática en el terreno de la investigación, porque los datos
de entrada se sustraen de la interacción con las dinámicas sociales.
Esto implica que la reconstrucción biomatemática deja de controlar
la actualidad social del modelo con el presente social, renuncia a la
co-variación entre lo poblacional y lo social, y expone las recomenda-

2 El número reproductivo básico (R0) es el número promedio de casos nuevos que


un caso genera durante un período infeccioso (Fraser et al., 2009). El R0 del SARS-
-CoV-2 fue estimado primero en Wuhan durante enero de 2020 y luego se sucedieron
estimaciones realizadas en otros países.

116
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

ciones a déficits de racionalidad y factibilidad. En línea con esto, la


demografía ha puesto el foco actualmente sobre los primeros datos
anuales de mortalidad y sus resultados sorprenden.3 Finalmente, los
observatorios de organismos multilaterales han optado por un enfo-
que centrado en las vulnerabilidades que traza un continuo desde la
vulnerabilidad heredada hasta la calamidad porvenir (PNUD, 2020;
OIT, 2020; FAO, 2020; UNICEF, 2020; UNESCO, 2020, entre otros).
El desarrollo del brote contradice las premisas del enfoque ya que,
primero, las naciones con mejores IDH y menor vulnerabilidad fueron
las primeras y son (aún) las más afectadas por la pandemia; segundo,
la estructura de edad de las poblaciones con mayor esperanza de vida
constituye un factor de vulnerabilidad no contemplado, y tercero, los
procesos sociales generados por la pandemia tienen más impactos
que la propia pandemia en las regiones menos afectadas por esta. Tras
esta evaluación somera, sin desmedro de méritos puntuales, se obser-
va que los principales antecedentes del debate público y académico
no solo no ahondan, sino que no indagan el presente social de la pan-
demia, dejándolo como material pendiente de análisis. En un estado
del arte con estas características, se observa que el SARS-CoV-2 y el
Covid-19 presentan a la investigación social dos desafíos centrales:
por un lado, establecer sus formas sociales en diálogo con los conoci-
mientos virológicos, inmunológicos, infectológicos y epidemiológicos
ya disponibles, y, por otro, observar la variedad de escenarios sociales,
entre los cuales se encuentra el escenario político, que dichas formas
han suscitado, ponderando la excepción y el tiempo presente en la ob-
servación sociológica de coyunturas. Una vez establecido el marco de

3 La publicación de los primeros datos demográficos anuales por parte de diversos


institutos nacionales de estadísticas poblacionales suministra información significa-
tiva para evaluar las estimaciones de los modelos biomatemáticos. Por caso, la cifra
absoluta de decesos en algunas de las naciones más afectadas por el brote, como
Italia y Estados Unidos, se ubica entre los registros nacionales históricamente más
altos de esos países, comparables con los registros de años de guerra; sin embargo,
la evolución de la tasa de mortalidad no registra saltos fuertes. Gracias a estos pri-
meros datos preliminares, la demografía relativiza con firmeza los razonamientos
contrafácticos y alerta sobre las dificultades que implica modelar y simular el análi-
sis de dinámicas poblacionales sin controlarlo objetivamente. En contraposición, la
demografía coloca el foco analítico paulatina, pero inexorablemente sobre la hetero-
geneidad de las poblaciones, las tasas de mortalidad y crecimiento poblacional y los
indicadores de excedentes de mortalidad. Debo y agradezco esta observación a Bru-
no de Santis. Estas indagaciones preliminares plantean interrogantes alarmantes de
cara al año 2021, pues, en la medida en que el desconfinamiento paulatino o abrupto
regenere condiciones de circulación de otras enfermedades contagiosas mientras el
brote SARS-CoV-2 continúe activo, hay razones que respaldan la idea de que no es
imposible que los indicadores y tasas de mortalidad del año en curso se deterioren
respecto de las de 2020.

117
Sergio Pignuoli Ocampo

referencia y el objeto de estudio, el análisis de la dinámica política de


la pandemia verá facilitada su tarea de identificar facetas y procesos
específicamente políticos.
Para avanzar en el desarrollo de esa problemática asumiremos
la perspectiva de la Teoría de sistemas sociales. Esta teoría ofrece un
marco de referencia multinivel (Luhmann, 1984, 1997, 2010), propi-
cio para el tipo de trabajo de investigación exigido por la pandemia
como fenómeno social. La propuesta cuenta con una teoría de la so-
ciedad mundial y sus dinámicas funcionales diferenciadas, incluido
el sistema político (2015). Asimismo, brinda una teoría de las orga-
nizaciones y la competencia entre ellas, ofrece una teoría de la inte-
racción y la multiplicidad de sus formas y adaptaciones y delinea una
teoría de los sistemas de protesta.4 Esta distinción de planos permite
observar la unidad del fenómeno al nivel de la sociedad sin desmem-
brarlo regionalmente y deslindar dinámicas funcionales, decisiona-
les e interactivas sin reducirlas holísticamente. Por último, pero no
en orden importancia, la teoría de sistemas aborda la codependencia
de las relaciones sociales con sus entornos desde una perspectiva del
riesgo y del peligro (1986, 1991). Esto es particularmente útil en esta
coyuntura porque facilita la observación sociológica de las relaciones
no-lineales que lo social mantiene con los procesos microbiológicos,
poblacionales, ecológicos de su entorno.5
A propósito de la perspectiva de análisis ofrecida por la distinción
riesgo/peligro, al tratar la elaboración social del SARS-CoV-2/Covid-19
en esos términos, la elaboración de la amenaza muestra una dinámica
social cambiante y se puede deslindar en ella al menos cuatro fases:
una primera fase de oscilación, una segunda de shock pandémico, una
tercera fase de pandemia de larga duración y una cuarta de desesca-
lamiento de la amenaza, apenas contrapesada por la notificación de
mutaciones más contagiosas o más letales del virus. Los impactos más
contundentes de la pandemia en el mundo social tuvieron lugar en las
últimas tres fases. Así, las asimetrías y desigualdades enfrentan un
escenario de aceleración, subestimado por el enfoque de la vulnera-
bilidad, las interacciones se redistribuyen de manera masiva, y las or-
ganizaciones y los sistemas de protesta transitan contradicciones in-

4 Seguimos el concepto de sistema de protesta de Estrada Saavedra (2015) quien


revisa y reformula el concepto de movimiento de protesta de Luhmann (1996).
5 Asimismo, durante el último año se han acumulado distintos antecedentes
de aplicaciones del análisis teórico-conceptuales a la actual pandemia (Arnold et.
al., 2020; Cadenas, 2020; Esposito, 2020; Labraña et. al., 2020; Mascareño, 2020;
Nascimento, 2020; Stichweh, 2020a, 2020b) con los cuales dialogaremos cuanto
nos sea posible.

118
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

soslayables. Mientras tanto, en la sociedad mundial no se identifican


hasta el momento elementos que permitan aseverar que la amenaza
del SARS-CoV-2 y Covid-19 esté llevando la diferenciación funcional
a un umbral de catástrofe ni forzando el paso a una sociedad pos-
funcional. Tampoco se observan procesos de desdiferenciación que
justifiquen la afirmación de que la pandemia ha generado fenómenos
relevantes de ese tipo en la sociedad. En los sistemas funcionales se
observan, a su vez, impactos de signo y grado variables, exhibiendo
tendencias y signos dispares en los distintos ámbitos funcionales don-
de crisis extremas (salud, deportes y economía) y ralentizadas (educa-
ción y derecho) conviven con escenarios impasibles (arte y moral) o
directamente positivos (mass media, ciencia y religión).6
Dentro del concierto de los escenarios sociales asociados con la
pandemia, el sistema político destaca por la singular dinámica que ha
mostrado hasta el momento. Nuestra hipótesis es que las tendencias
de la dinámica política contienen vaivenes raudos y procesos pendu-
lares, que no guardan correspondencias ni relaciones causales con
lo observado en otros ámbitos sociales, pero que sí están asociadas
con la elaboración social de la amenaza. De esta manera, la dinámica
política se muestra ceñida a la evolución de la pandemia y, lejos de
ser indiferente, ha reaccionado abrupta y rápidamente ante cada fase
nueva, reforzando ciertos rasgos de ellas y conformando a través del
tiempo una evolución zigzaguente asociada con la sucesión de fases.
A los efectos de argumentar a favor de esta hipótesis, seguire-
mos el siguiente plan: retomaremos el análisis de la elaboración social
de la amenaza en clave de la distinción riesgo/peligro y referiremos
la distinción de cuatro fases. A continuación, describiremos la diná-
mica política de la pandemia deteniéndonos en las especificidades.
Tras ello, analizaremos el rol de Estado en cada una de las fases de
la dinámica política. Luego, examinaremos la dinámica de actores en
el contexto de la dinámica política y los diversos roles del Estado.
Finalmente, sintetizaremos los resultados alcanzados y discutiremos
las conclusiones.

UNA SOCIOLOGÍA DEL RIESGO DEL SARS-COV-2 Y DEL COVID-19:


EMERGENCIA Y EVOLUCIÓN DE LAS FORMAS SOCIALES
DE LA PANDEMIA
En este trabajo proponemos observar las formas sociales del SARS-
CoV-2 y del Covid-19 y su dinámica desde el esquema riesgo/peligro.
Los conocimientos virológicos, epidemiológicos, inmunológicos y de-

6 Un análisis detallado de los distintos escenarios sociales se encuentra en Pignuoli


Ocampo (2020a).

119
Sergio Pignuoli Ocampo

mográficos recopilados disponibles en el punto anterior nos permiten


observar la elaboración social del SARS-CoV-2 y del Covid-19 como
amenazas y su dinámica mediante la distinción riesgo/peligro y seguir
sus cambios a través del tiempo. Según la terminología de Luhmann,
el riesgo y el peligro designan el planteo social de una amenaza, pero
no lo hacen del mismo modo, mientras el peligro atribuye la amenaza
a sucesos del entorno, el riesgo la atribuye a acciones del sistema. Así
observados, el SARS-CoV-2 y Covid-19 han sido socialmente plantea-
dos como amenazas y, dado que sus formas sociales no han permane-
cido estáticas, se observa una dinámica en ellas. En esa deriva se dis-
tinguen al menos tres fases: oscilación, shock pandémico y pandemia
de larga duración.
Antes de ser declarada “pandemia” por la OMS, la comunicación
sobre la propagación del SARS-CoV-2 adoptó distintas formas —como
peligro, como riesgo— lo que nos permitió observar una llamativa os-
cilación entre ambos términos. Se la consideró, por caso, un peligro
atribuido a los hábitos de las primeras regiones afectadas, o se mi-
nimizó el riesgo y así la necesidad de actuar contra ella por su baja
letalidad relativa confrontada con otras epidemias recientes (SARS,
MERS, H1N1).
El heterogéneo escenario cambió abruptamente al llegar el brote
a las potencias europeas y Estados Unidos y, sobre todo, al ser declara-
do “pandemia”, constituyéndose este en un punto de no retorno en la
elaboración de su forma social. Es a partir de allí que el SARS-CoV-2
y el Covid-19 adquieren la forma de riesgo para la sociedad mundial:
el virus ya no será considerado un peligro, sino un riesgo; su propa-
gación ya no será un suceso natural o providencial, externo a la socie-
dad, sino que sucederá dentro de ella y a causa de su accionar.
Tras el shock pandémico se observa que la alta tensión cedió
pese a que la situación sanitaria empeoró. La distensión indica que
el SARS-CoV-2 y el Covid-19 volvieron a transformarse. En su nueva
elaboración social, ambas amenazas adoptan la forma de una pan-
demia de larga duración y su modificación principal reside en el fac-
tor tiempo: el rasgo episódico del shock se relajó, acentuándose, en
contraposición, la trayectoria longitudinal del proceso. La distensión
resultante corrige la incertidumbre abstracta del shock y la convierte
en preocupación concreta. Esto se observa en las advertencias frente
a nuevas olas de contagios y en el repunte del brote en ciudades que
levantaron apresuradamente las medidas de aislamiento. La preocu-
pación aumenta de manera paradójica con las “buenas noticias”: los
resultados alentadores en vacunas exhiben que, aun en el mejor esce-
nario, la “nueva normalidad” durará un largo tiempo.

120
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

Al confrontar la tercera fase con las fases precedentes, por una


parte, se observa que la oscilación entre peligro distante y riesgo mi-
nimizado de la primera fase ha desaparecido, pero, por otra parte, las
formas sociales del SARS-CoV-2 y del Covid-19 adquirieron un nuevo
valor de peligro. En este sentido, la elaboración amenazante del virus
y de la enfermedad conserva para ambos la forma de riesgo global,
porque el comportamiento de las curvas de contagio y de letalidad
(aplanamiento/repunte) aún se atribuye a las acciones de la sociedad.
Pero, a la vez y sin menoscabo de ello, se observa que se les ha agrega-
do el valor de un peligro duradero, pues se consolidó una amenaza en
los términos de que no será posible erradicarla en el corto y mediano
plazo, y que acechará a la sociedad desde el entorno, incluso “endémi-
camente”. Esta nueva valoración complejiza la forma social del virus
y de la enfermedad, y está en la base de la forma de la pandemia de
larga duración.
La aprobación para uso de emergencia de las primeras vacunas y
la identificación de mutaciones —más contagiosas, más letales— del
virus fijan el umbral de salida híbrida de la pandemia de larga dura-
ción. La aprobación de las primeras de ellas a manos de distintas auto-
ridades nacionales e internacionales para uso de emergencia satisfizo
un conjunto de expectativas estilizadas en torno a la solución farma-
cológica de la amenaza. Estas expectativas no eran nuevas y se encon-
traban alojadas y consolidadas en el horizonte del shock pandémico y,
sobre todo, de la pandemia de larga duración a partir de la decepción
provocada por otras alternativas como la estacionalidad y los trata-
mientos clínicos. En este sentido, la complejidad social de la llamada
“carrera por la vacuna” disparó un —poco sorprendente— espiral de
competencia entre consorcios que agrega y reintroduce sus propias
incertidumbres dentro de la dinámica de la pandemia, puntualizando
riesgos y peligros emergentes asociados y/o imputados a cada vacuna
aprobada, y generando escenarios propicios para la acción de grupos
“antivacunas”.7 Las aprobaciones aumentan por su parte la presión
para la adquisición y distribución de dosis y actualizan las condicio-
nes de la asimetría global con el proceso del “nacionalismo de la va-
cuna”. Sin embargo, ni los riesgos/peligros de las vacunas ni el acceso
regionalmente desigual a ellas, alteran el horizonte de salida paulatina
de la pandemia forjado en la fase previa. En este sentido, desde el
punto de vista de la evolución de la amenaza, las vacunas agregan su
propia complejidad al proceso, complejizando la dinámica, pero no la
alteran sustantivamente, pues en rigor agregan premisas farmacológi-

7 Un análisis de la carrera por la vacuna se puede consultar en Pignuoli Ocampo


(2020b).

121
Sergio Pignuoli Ocampo

cas a la desescalada tendencial de la amenaza. Distinto es el impacto


de las mutaciones en la dinámica social de la pandemia.
Durante el brote en curso, distintos estudios epidemiológicos
detectaron la aparición de nuevas cepas con varias mutaciones en
distintos lugares del mundo y alertaron de manera regular sobre la
posibilidad de que la cuantía de ellas creciera significativamente con-
forme se desarrollara un brote de escala pandémica. Algunas cepas
nuevas han encendido alarmas entre los especialistas y en los diver-
sos equipos de gestión sanitaria, porque han mostrado característi-
cas virológicas que las hacen más contagiosas y/o más peligrosas en
términos de letalidad. Las cepas fueron asociadas con ciertos rasgos
epidemiológicos mostrados por el brote en la llamada “segunda ola”.
Por tal razón, las nuevas cepas y sus mutaciones se han convertido en
un problema que ha reverdecido parcialmente el valor de peligro en
la forma social de la pandemia. Dicho valor creció en la medida en
que introdujo incertidumbres en torno a la capacidad de las vacunas
de generar inmunidad frente a ellas. Asimismo, la distensión emer-
gente de la pandemia de larga duración se ha acelerado y robustecido
haciendo lugar a un relajamiento creciente frente a la amenaza. Esto
plantea un escenario paradójico de mayor relajamiento en el peor
momento del desarrollo del brote con picos globales de casos y dece-
sos notificados diarios, pero con una paulatina contracción, no ya del
valor de riesgo o de peligro del virus, sino de la forma amenazante
del virus como tal.8
Al confrontar la cuarta fase con las anteriores, se observa un es-
cenario con rasgos singulares. Por un lado, se identifica una retroali-
mentación entre los riesgos de la vacuna y los peligros de las muta-
ciones: estos reavivan la competencia entre las vacunas —generando
nuevas incertidumbres y espiralando la carrera— y aquellos que ten-
sionan las estrategias de cuidado ante la posibilidad de abortar la so-
lución precisamente en el momento en que llega a escena. Por otro
lado, se aprecia un reforzamiento de las formas no amenazantes del

8 Un acceso terminológicamente distinto, pero conceptualmente equivalente se


puede plantear en el terreno de las discusiones públicas de la filosofía continental
si se elabora esta fase en términos de una des-excepcionalización de la pandemia.
Varias paradojas surgen de esa premisa como la decisión excepcional del Estado de
excepción que renuncia al Estado de excepción o la institucionalización del momen-
to de pospandemia en medio de la pandemia. Estas nuevas paradojas actualizarían
el problema dentro del debate —anacrónico ya— de la filosofía continental sobre la
pandemia, oxigenarían la estática con una imagen momentánea más acorde al ritmo
de los tiempos, pero la dinámica social de la amenaza, el fundamento sociológico
que llevó las cosas hasta este punto y que tarde o temprano las volverá a desplazar,
volvería a escurrirse entre las hendijas de las paradojas.

122
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

virus y que resultan, valga decirlo, ajenas a la sociología del riesgo.


Esta tensión entre amenaza y no-amenaza replantea profundamente
la dinámica social de la pandemia porque inhibe la capacidad de alar-
ma de los distintos sistemas funcionales ante la amenaza y desinhibe
formas de normalidad en un contexto epidemiológico caracterizado
como activo y mutante. Esto plantea un escenario social concreto de
convivencia entre formas amenazantes y no amenazantes de la pan-
demia dentro de la pandemia. La predicción de la evolución social
de una convivencia semejante muestra niveles de incertidumbre muy
elevados, e imprevistos.
Los profundos cambios generados por las últimas tres fases de-
terminan el hito en que nos encontramos hoy y desde este punto de
inflexión partirán los siguientes análisis.

APUNTES PARA UNA SOCIOLOGÍA POLÍTICA DE LA PANDEMIA: LA


DINÁMICA CAMBIANTE DEL SISTEMA POLÍTICO Y LAS SUCESIVAS
FORMAS SOCIALES DEL SARS-COV-2 Y DEL COVID-19
En la Introducción indicamos que, por sus vaivenes raudos y procesos
pendulares, el sistema político muestra una dinámica singular entre
los escenarios sociales asociados con la pandemia. Presentada ya la
dinámica de la pandemia como amenaza y la sucesión de sus formas
alcanzadas hasta el momento, podemos observar y seguir con mayor
precisión la dinámica mostrada por el sistema político a través de las
cuatro fases analizadas.
La fase de oscilación se caracterizó por la existencia de un re-
pertorio vasto y heterogéneo de comunicaciones sobre el nuevo co-
ronavirus (n-CoV-19/SARS-CoV-2). En esta etapa predominó la sub-
estimación del riesgo epidemiológico y la externalización cultural del
peligro, y pudo observarse una dispersión fuerte de la comunicación
política al respecto, tanto en gobiernos como en oposiciones. En esa
diversidad, coexistieron medidas férreas de confinamiento y el más
descarnado desinterés por la prevención y gestión anticipada de la
crisis sanitaria, sea a escala internacional y regional, sea a escala na-
cional y subnacional.
La fase de shock pandémico se destacó por el abandono abrup-
to de la oscilación y la conformación del SARS-CoV-2 y del Covid-19
como un riesgo de la sociedad mundial, hecho que aconteció una
vez que la OMS lo declaró pandemia y el brote llegó a las potencias
occidentales. En esta fase, pudo observarse un proceso inédito de
centralización política, que se dio de manera simultánea en los go-
biernos a cargo de administraciones nacionales. El tipo de decisio-
nes colectivamente vinculantes requeridas por el shock se encuentra
en la base del proceso, pues reforzó las instancias políticas capaces

123
Sergio Pignuoli Ocampo

de tomarlas y disparó un proceso global, espiralado y acelerado,


que hizo epicentro en cada uno de los gobiernos a nivel nacional, e
intensificó la dependencia de las instancias gubernamentales sub-
nacionales. La centralización del proceso en el gobierno condiciona
la política de oposición, pues introduce en ella una distinción entre
quienes gobiernan unidades subnacionales y quienes no lo hacen.
La oposición que administra territorio se encuentra a cada momen-
to ante una bifurcación: alinearse con las decisiones del gobierno
nacional o plantear alternativas de gestión. El primer camino con-
dujo a escenarios de declamada “unidad nacional”9 y el segundo a
espiralamientos disociados de las decisiones y reducciones de daños
insuficientes. En este último caso se observan escenarios de polari-
zación creciente (por ejemplo, la tensión entre el alcalde de Nueva
York y la administración federal de Trump, o entre gobernadores y
alcaldes y la presidencia de Bolsonaro). Las oposiciones sin territo-
rio, por su parte, quedaron relegadas del espiralamiento positivo.
Sin acceso al principal activo político generado por la pandemia (la
gestión eficiente de la salud pública y de las NBI), su capacidad de
acción se dirigió a horadar las decisiones de gobierno y/o a presio-
nar por nuevas medidas, eventualmente contradictorias con las ya
tomadas, emanadas de otras urgencias, económicas mayormente.
Esta dinámica aumentó la presión sobre la obtención de resulta-
dos y su publicidad. Se observa paralelamente un aumento de los
tópicos políticos en las interacciones digitales (Ruggero, 2020). En
esos subescenarios, donde la exposición dirigencial y los costos de
la ilegitimidad son menores, la fuerza de los cuestionamientos a las
decisiones fue mayor.
La fase de pandemia de larga duración se caracterizó por la pro-
yección del brote en el tiempo y por el aflojamiento paulatino de la
tensión episódica del shock, pese a que la situación sanitaria empeo-
ró. En esta fase, se observa un deterioro acumulativo de la centraliza-
ción política provocada por el shock y un desespiralamiento respecto
de las decisiones gubernamentales. Esto reordenó el campo de las
oposiciones nuevamente. Sea por la vía del relajamiento, sea por la
del endurecimiento de las medidas, las oposiciones reiniciaron o pro-
fundizaron la diferenciación política respecto de la gestión de crisis
encabezada por gobiernos y administraciones de nivel nacional. Un

9 En esta coyuntura se observan dos tipos de “unidades nacionales”: una confor-


mación amplia sustentada por el apoyo de las oposiciones a las acciones de gobierno
(Alemania, Francia) y una conformación restringida nutrida del apoyo de oposicio-
nes gobernantes a nivel subnacional, pero sin el acompañamiento del espectro opo-
sitor sin territorio (Argentina, España).

124
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

elemento emergente es la aparición en la escena pública de actores


políticos, habitualmente marginales y minoritarios, que profundiza-
ron el deterioro interpelando por igual a gobiernos y a oposiciones
con representación.
La fase del desescalamiento de la amenaza se caracteriza por
un simultáneo agravamiento de la situación sanitaria y desagrava-
miento de la forma social del brote. En esta fase, se observa una
disputa por la iniciativa política y una paulatina recuperación de
ella a manos de los gobiernos. El desespiralamiento de la centrali-
zación durante la pandemia de larga duración retrajo la fortísima
iniciativa gubernamental, propia de la fase del shock, y reposicionó
a las oposiciones, mientras que en esta cuarta fase se observa una
recuperación paulatina —y a tientas— de la iniciativa de los gobier-
nos, pero sin la condición del espiralamiento del shock pandémico
que la fortalecía y legitimaba. Si la iniciativa durante el shock era
marcadamente política, esta nueva iniciativa muestra ribetes admi-
nistrativos y, por tanto, con radios de acción para sus capacidades
comparativamente menores, más limitados y menos legítimos, para
tomar las medidas implementadas similares a las que se tomaron
durante el shock, o incluso más restrictivas. Donde la segunda ola
llegó primero, la iniciativa se dirigió hacia decisiones de confina-
miento, mientras que en las zonas dónde la ola está llegando, la
iniciativa se dirigió a institucionalizar primero el desconfinamiento
y luego el relajamiento vía una protocolización tan masiva como
precaria. La recuperación de la iniciativa de los gobiernos, reordenó
los éxitos acumulados por las oposiciones a lo largo de la pandemia
de larga duración. En esta fase entonces, gobiernos y oposiciones
por igual equilibran sus fuerzas.10

10 Si bien no nos detendremos en este nivel de análisis, en la medida que la socio-


logía política de la teoría de sistemas tiene por objeto el sistema político mundial,
es necesario delinear las premisas de un estudio de las relaciones internacionales
durante la pandemia, ya que forman parte del objeto tratado. En este sentido, se
observa que la centralización de las decisiones propia del shock pandémico sucedió
en la gran mayoría de los Estados nacionales simultáneamente alterando el escena-
rio de las relaciones internacionales de manera virulenta. Semejante alteración se
encuentra en la base de la proyección de futuros utópicos o distópicos por parte de
la filosofía política continental y estos ejercicios han reducido el debate sobre las re-
laciones internacionales convirtiéndolo en una disputa entre diversas especulaciones
sobre “la hegemonía mundial”. Frente a ello, el supuesto de la multipolaridad calibra
mejor la observación. Así visto, el escenario no muestra giros significativos en dicha
materia: todas las potencias han padecido la ola de contagios y decesos de modo si-
milar, y han mostrado limitaciones en su capacidad de respuesta y socorro, mientras
que las naciones relegadas y vulnerables, lejos de movimientos de insurgencia, están
enfocadas en que sus deterioradas posiciones no empeoren aún más. Se observa, en
cambio, una fuerte modificación en el tono y la modalidad del multilateralismo, así

125
Sergio Pignuoli Ocampo

REFLEXIONES PARA UNA SOCIOLOGÍA DEL


ESTADO DURANTE LA PANDEMIA
La relación entre dinámica política y Estado, una de las estructuras
más complejas del sistema político, fue parte de este proceso vertigi-
noso y pendulante. Para indagarla, analizamos el papel desempeñado
por las capacidades del Estado en estas cambiantes coyunturas valién-
donos de una apreciación sutil de Domingues (2020, p. 8). Durante
largas décadas, soportamos programas políticos y discursos públicos
centrados en la reducción de las capacidades institucionales, técni-
cas, administrativas y políticas del Estado. Tecnócratas monetaristas
y militantes progresistas, círculos académicos prestigiosos y medios
de comunicación globales creyeron en el éxito de aquellos programas
y discursos, y asumieron que la reducción del Estado tenía el rango
de status quo en nuestros días. La dinámica política de la pandemia
falseó todo ese universo de presunciones y expuso ante los ojos del
mundo que las capacidades del Estado estaban intactas, no reducidas,
y que habían permanecido a la mano de la acción política de cualquier
gobierno todo este tiempo, fuera cual fuera su extracción política, su
programa ideológico y su territorio administrado.
Dicho esto, se observan en el decurso de la pandemia dos momen-
tos en la relación entre dinámica política y capacidades del Estado:

-- Un primer momento, correspondiente con el shock pandémi-


co, caracterizado por una repolitización abrupta de las capa-
cidades del Estado y un uso expansivo y espiralado de ellas
durante la centralización decisional del proceso político.
-- Un segundo momento, congruente con la fase de la pandemia
de larga duración, caracterizado por la despolitización paulati-
na de las capacidades repolitizadas y por un uso cada vez más
restringido y limitado de ellas en la acción gubernamental y
política en general.

como una significativa escalada de tensiones al interior de los bloques regionales.


La consumación del Brexit y las diversas políticas de recomendación de candidatos
vacunales provenientes de terceros países muestran esto último de manera alarman-
te. Asimismo, el espiralamiento simultáneo de las decisiones gubernamentales ha
instaurado y legitimado un nuevo e insospechado principio de indiferencia en las
relaciones entre Estados, incluso entre socios regionales, comerciales o estratégicos,
lo cual ha disparado tensiones crecientes en las instituciones de los bloques frente a
las demandas heterogéneas de los Estados miembros y asociados. Todos estos fenó-
menos, y otros tanto más, evidencian el amplio campo de estudio que deben afrontar
los análisis de las relaciones internacionales en esta coyuntura, donde el tema de
la “hegemonía” presente y/o futura es apenas un asunto en desarrollo dentro de un
escenario complejo y muy cambiante.

126
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

-- Un tercer momento, correspondiente con la fase de desescala-


da de la amenaza de la pandemia, caracterizado por una poli-
tización de baja intensidad de las capacidades paulatinamente
despolitizadas en la fase previa y por una implementación de
medidas por vía predominantemente administrativa.

La pandemia mostró, aquende semánticas neoliberales de derecha


y de izquierda, que las capacidades del Estado permanecían dispo-
nibles en tanto que funciones latentes del sistema. Ellas dependen
de la dirección política, pero no en su existencia, sino en su imple-
mentación, y suponen grados considerables de autonomía respecto
de los discursos públicos y los programas de dirección política que
las tienen por objeto, sean de gobierno o de oposición. Dicho de otro
modo, no hay Estados fuertes o Estados débiles, sino acciones polí-
ticas fuertes o débiles que seleccionan (o no) y gradúan capacidades
del Estado para articularse.
Asimismo, el reforzamiento positivo de las instancias administra-
tivas observado en la cuarta fase pone de manifiesto la llamada “buro-
cratización”, lejos de ser inherente a la dinámica del sistema político,
es una decisión que inflaciona las capacidades del Estado destinadas a
lidiar por vía formal, procedimental y/o normativa con la improbabili-
dad de aceptación de medidas y con los descontentos crecientemente
asociados. Ante ello, resulta instructivo incorporar a la discusión el
concepto de autoinmunidad social de Aldo Mascareño (2020). El in-
vestigador chileno define a la autoinmunidad como aquella “conducta
sistémica mediante la cual un sistema pone en marcha un proceso de
disolución de sí mismo” (p. 99). El problema muestra otro cariz: ¿aca-
so el recurso a las capacidades administrativas del Estado a manos
del gobierno no es un caso de autoinmunidad social, de manera que la
política lidia con su propia ilegitimidad apelando a los recursos legíti-
mos y legales del Estado planteándole problemas de legitimidad o ile-
gitimidad más propios de la política que de la administración a tales
recursos normativos y procedimentales? La dinámica política durante
la pandemia expuso que la sobredemanda política de tales capacida-
des tampoco es inherente al “Estado moderno”, sino que es un recurso
de fácil acceso para los gobiernos y de igualmente sencilla crítica para
lidiar con la vinculación colectiva para con las medidas/decisiones en
contextos de debilitamiento o cuestionamiento de las capacidades po-
líticas propiamente dichas. Irónicamente, el monopolio de la adminis-
tración queda integrado a la dinámica política, y no a la inversa como
típicamente sugiere la sociología del Estado burocrático.

127
Sergio Pignuoli Ocampo

ACERCA DE LA DINÁMICA DE ACTORES


POLÍTICOS DURANTE LA PANDEMIA
En este punto del análisis se hace ya necesario introducir la observa-
ción de los actores políticos, pues, si bien es cierto que ellos mostraron
líneas de acción heterogéneas en la sinuosa dinámica de la pandemia,
también lo es que esa diversidad se integró con el ciclo político de
manera firme —no laxa— y que los actores tendieron a reforzar o a
contrapesar las tendencias por vías dispares.
Para observar esta integración, atendemos la formación de tres
activos políticos durante de la pandemia y también la disputa por sus
capitalizaciones respectivas. En el shock pandémico, con el auge de
la repolitización de las capacidades del Estado, irrumpió el prime-
ro de estos activos: la administración y gestión eficientes de la salud
pública y de las NBI. El segundo —y preocupante— activo es el equi-
librio entre relajación y confinamiento y la administración de la tasa
de letalidad, y ya no de la frecuencia de contagios. En contraste con el
primero, este se forjó bajo el fuego de la despolitización paulatina de
las capacidades repolitizadas durante la pandemia de larga duración.
El tercero es la gestión de vacunas y la organización de campañas de
inoculación masiva.
Durante el shock pandémico, el primer activo articuló actores en
torno a las decisiones de los gobiernos nacionales, mientras que en la
pandemia de larga duración, el segundo activo los articuló en torno a
la acumulación paulatina, pero incesante de malestar y descontento
con las medidas de gestión sanitaria, pese a sus resultados positivos.
En el caso del primer activo, la centralización decisional actuó de ma-
nera centrífuga en función de la repolitización de las capacidades del
Estado y permitió que los actores con responsabilidades de gobierno
capitalizaran la gestión de crisis sanitaria y de NBI; entre tanto, las
oposiciones sin responsabilidades gubernamentales subnacionales
se dispersaron de manera centrípeta y sus acciones de horadación se
abismaron en la ilegitimidad, e incluso en la ilegalidad.
En contraste, en el caso del segundo activo, la iniciativa estuvo
en manos de las oposiciones sin responsabilidades de gobierno, que
se extendió luego a las oposiciones que tenían esas responsabilidades,
y que habían visto mermar la capitalización del primer activo, por lo
que se volcaron a la capitalización del segundo activo —lentamente al
principio y aceleradamente después— hasta alcanzar, finalmente y de
manera creciente, a sectores y espacios de los gobiernos nacionales.
En virtud de lo expuesto, proponemos entender la dinámica del siste-
ma político durante la pandemia en términos de auge y decadencia de
la centralización decisional.

128
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

A diferencia de los anteriores, el principal activo político de la


fase actual de la pandemia no se originó en la comunicación política,
sino en la investigación científica. El sistema político solo puede pro-
cesarlo en sus propios términos, pero no monopolizarlo, razón por
la cual a los gobiernos tanto como a la oposición les plantea costos
políticos cualquier intento de apropiárselo, pues la política no puede
evitar la intervención de decisiones de administración y de procesos
que acontecen en el terreno del público en su procesamiento sistémi-
co. Esta tensión tripartita (política, administración, público) expone
las decisiones de gobierno a los criterios y decisiones administrativos
y a la opinión pública, morigerando la fuerza política del activo y ex-
tremando los costos de las decisiones colectivamente vinculantes. El
alto costo y bajo beneficio políticos que posee este activo actualmente
es congruente con la recuperación de la iniciativa por parte de los go-
biernos, pero en un registro de baja intensidad y con la derivación de
la acción política —y de parte de la iniciativa— a la administración.
Por su parte, las oposiciones pueden enfrentar escenarios similares a
niveles subnacionales, razón por la cual su capacidad de control de la
acción política a nivel nacional se ve mermada. Ciertamente, el activo
refuerza el desescalamiento de la amenaza, sea paulatina, sea acelera-
da. En este último caso, se plantean riesgos asociados con la aparición
de nuevas cepas inmunes a las vacunas, aunque esto último, fuera de
informes técnicos de las carteras respectivas, no ha sido politizado
(aún) ni por los gobiernos ni por las oposiciones.
La dinámica de la protesta merece un tratamiento específico
dentro del análisis de los actores políticos durante la pandemia. Al
igual que las organizaciones, los sistemas de protesta fueron lleva-
dos a coyunturas contradictorias por las formas sociales del brote.
Por un lado, las demandas (de todo tipo: sanitarias, económicas,
NBI, jurídicas, etc.), factibles de ser procesadas conflictivamente y
de movilizar recursos de reclamo y exigencias en la arena pública,
han aumentado de manera exponencial dentro del mundo social. Por
otro lado, la capacidad, legitimidad y legalidad de las comunicacio-
nes de estos sistemas se han visto fuertemente condicionadas por
la redistribución de la interacción, las recomendaciones sanitarias
y las restricciones jurídicas y políticas sobre el uso de los espacios
públicos, redundando en una disminución fuerte de las movilizacio-
nes públicas congruente con una ética de la responsabilidad sobre el
cuidado dentro de lo público.
Desde luego, esto no significó que no haya ni protesta ni movili-
zación durante la pandemia. Una mirada sobre las protestas globales
por el asesinato de George Floyd descarta esa idea rápidamente. Ante
los nuevos condicionamientos de la movilización, se observa más

129
Sergio Pignuoli Ocampo

bien la proliferación de innovaciones en la acción colectiva, como


movilizaciones con social distancing (por ejemplo, una de las prime-
ras tuvo lugar en Tel Aviv; v. Libermann y Schwartz, 2020), movili-
zaciones reducidas en el espacio público y amplificadas en el medio
digital (por ejemplo, die größte OnLine-Demo; Schwarz, 2020) o pro-
testas en condiciones de aislamiento (por ejemplo, los cacerolazos
en balcones contra la política sanitaria de Bolsonaro en San Pablo y
otras ciudades brasileñas). En este escenario, las movilizaciones tra-
dicionales, es decir, sin social distancing, se han convertido en sinó-
nimo de radicalismo. En este terreno, las movilizaciones de sectores
minoritarios, pero bien coordinados en sus acciones colectivas, han
ocupado el espacio público que los sistemas de protesta tradicionales
han dejado desocupado. Ejemplos de esto se encuentran en la acción
de Operation Gridlock o la toma del Capitolio en Estados Unidos o la
iniciativa Querdenken en Alemania, entre otros grupos de acción di-
recta que se autodescriben situados en la derecha o extrema derecha
del espectro ideológico.
Estos fenómenos ponen de manifiesto que el análisis de la diná-
mica de actores políticos durante la pandemia requiere una actuali-
zación urgente que contemple la iniciativa que esta les ha concedido
a los grupos de acción directa, iniciativa que estos no han dudado en
asumir y ejercer, reorganizando con ella la correlación de fuerza entre
los actores previa a la pandemia. Se observa, en este sentido, que la di-
námica del brote no solo alteró la evolución del sistema político, sino
también las formas, los métodos, la composición y la eficacia de lo po-
lítico, que ahora abarca también a movimientos y organizaciones que
reclaman por una sociedad más justa.11 En consecuencia, el escenario
para los sistemas de protesta se caracteriza por un fuerte aumento de
las demandas, una sustitución drástica de los actores que movilizan
en el espacio público y un proceso de reacomodamiento, innovación
y heterogeneización que no siguió un curso único y que amplió los
recursos de protesta con un juego político abierto y complejo.

SÍNTESIS Y CONCLUSIONES PROVISORIAS


A lo largo de este escrito repasamos, sin pretensiones de exhaustivi-
dad, un amplio abanico de procesos políticos acaecidos durante la
pandemia. En todos los casos se observó que la dinámica cambiante
de la elaboración social de las formas amenazantes del SARS-CoV-2
y del Covid-19 se ha constituido en un factor preponderante para la
evolución reciente del sistema político, pues se la observa asociada

11 Para una discusión del concepto de lo político desde la perspectiva de la “Teoría


de sistemas sociales” remito a Estrada Saavedra (2020).

130
La política de la pandemia: sistema político, estado y actores

con la irrupción de una fuerte incertidumbre, impactos contunden-


tes y procesos excepcionales, diversos y tensionantes. El análisis de
coyunturas arrojó un panorama preciso sobre la vasta heterogenei-
dad de procesos que iniciaron con la pandemia. En este sentido, se
observa una marcada atención y sensibilidad en la dinámica del sis-
tema político hacia la configuración y el cambio de las formas ame-
nazantes del brote, reforzando incluso sus rasgos excepcionales: la
fase de oscilación mostró alta heterogeneidad, la fase del shock mos-
tró centralización decisional, la fase de pandemia de larga duración
mostró desespiralamiento paulatino y la fase del desescalamiento
mostró decisionismo de baja intensidad y derivación de la acción de
la política a la administración. Asimismo, se observa que el Estado
no fue ajeno a este proceso zigzaguente de gran escala, más bien al
contrario: su rol y sus capacidades se actualizaron con arreglo al
proceso. Durante la alta heterogeneidad de la oscilación se abstuvo
de actuar preventivamente, durante la centralización gubernamental
del shock pandémico actualizó todas sus capacidades, incluyendo
todas aquellas que durante décadas se consideraron extintas, duran-
te la pandemia de larga duración relajó sus capacidades y contrajo
su acción centralizada, durante la desescalada actual de la amenaza
potenció el subsistema administrativo. Finalmente, al igual que el
Estado, los actores del sistema político ciñeron su accionar y su esti-
lización estratégica a los procesos políticos y estatales reforzándolos
o contrapesándolos, aglutinándose en torno a los ciclos de los acti-
vos políticos generados por cada coyuntura.
Para concluir, la construcción social del SARS-CoV-2 y del Co-
vid-19 muestra actualmente una tendencia a mermar en su carácter
amenazante y a reducir la alarma que la comunicación había ela-
borado en torno a ella a partir del shock pandémico. Otro rasgo de
esta tendencia es que ostenta grados de libertad crecientes respecto
de la dinámica epidemiológica del brote. La consolidación de esta
fase coloca a la política, al Estado y a los actores políticos en un
escenario espinoso y apremiante en el cual los costos políticos de la
acción sanitaria lucen mayores a los de las consecuencias humanas
de la desescalada liberada y acelerada. La única certeza prospecti-
va es que la forma social del brote evolucionará, que lo hará más
temprano que tarde y que afectará todos los escenarios, siendo aún
especulativo saber cómo.

131
Sergio Pignuoli Ocampo

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135
EL ESTADO NEOLIBERAL EN
LA PANDEMIA. INTERVENCIONISMO Y
DISTOPÍA EN CHILE 2020

Héctor Ríos-Jara

INTRODUCCIÓN
La pandemia constituye una experiencia de crisis global que ha
abierto un intenso debate respecto a las continuidades y disconti-
nuidades del neoliberalismo. Si bien a partir de la ola de gobiernos
progresistas en Latinoamérica (2000-2010) y de la crisis del 2008 ya
se había abierto el debate sobre el fin y la superación del neolibera-
lismo, la pandemia ha representado un shock existencial de carácter
global que expande el campo de cuestionamientos y de posibilida-
des de cambio social. Varios autores han planteado tempranamente
que la pandemia representaría el fin del neoliberalismo y la oportu-
nidad para transformar la sociedad (Žižek, 2020). Sin embargo, no
existe claridad al respecto, como tampoco que utopías y distopías se
proyectan tras la crisis (Borón, 2020; Lapavitsas, 2020; Saad-Filho,
2020). El destino de la sociedad y la salida del neoliberalismo perma-
necen como un interrogante.
De particular interés en este debate es el giro intervencionista
del Estado en las economías nacionales, y el cambio en la agenda de
los estados mínimos durante la pandemia. La mayoría de los países
ha adoptado políticas heterodoxas o keynesianas para sostener las
economías nacionales durante la crisis (Šumonja, 2020). La mayoría
de las medidas se han concentrado en aumentar el gasto público du-

137
Héctor Ríos-Jara

rante la crisis y reemplazar las interacciones del mercado con dinero


público. Desde bonos universales, a la nacionalización de salarios y
empresas, pasando por la extensión de créditos y la postergación de
deudas, los estados han sostenido la economía durante toda la pande-
mia, rompiendo con los principios del libre mercado que caracterizan
la agenda neoliberal.
Si bien la intervención estatal durante una crisis no es nueva (Mi-
rowski, 2013), a diferencia de crisis previas durante la pandemia los
paquetes de salvatajes se han financiado por un aumento histórico en
la deuda pública, y a partir de recurrir a un nuevo relato político que
involucra referencias a transiciones ecológicas, desarrollo de indus-
trias verdes y nuevas formas de bienestar (Lapavitsas, 2020; Svampa,
2021). Este intervencionismo se diferencia de las formas incondicio-
nales de facilidades cuantitativas y de dinero helicóptero, que caracte-
rizaron los salvatajes de la crisis financiera del 2008 y que ahora apa-
recen condicionados al avance de transiciones ecológicas e inversión
estratégica del Estado en la economía (Mazzucato, 2021).
Los paquetes de ayuda y la orientación hacia el gasto representan
de facto el fin de la agenda neoliberal y el retorno del Estado interven-
tor (FT, 2021). Sin embargo, hasta el momento no es posible identifi-
car un patrón claro de continuidad o superación del neoliberalismo.
Si bien el aumento en el gasto público ha sido espectacular, muchas de
las medidas no rompen con el patrón de dependencia del Estado neo-
liberal ni con las relaciones de subordinación estatal al mercado. En
este debate es posible identificar al menos dos tipos ideales de agenda
que disputan la dirección y el sentido de la intervención del Estado en
la pandemia. Un Estado reparador de mercados, o keynesianismo de
emergencia, con un rol contingente sobre la economía y supeditado
a la evolución de la crisis (Šumonja, 2020), o bien un Estado trans-
formador de mercados, donde el Estado interviene la economía para
conducirla y coordinarla más allá de la crisis. Esto implica que las
políticas de salvataje se orienten a sostener la pandemia, pero también
a revertir la crisis ecológica y la de cuidados que rodean al capital,
siendo el objetivo salvar el capitalismo de sus excesos (Mazzucato,
2018, 2021; Krugman, 2021a, 2021b).
En este escrito analizo la agencia del Estado neoliberal tomando
como caso de estudio las políticas de salvataje y apoyo económico
implementadas en Chile durante el primer año de la pandemia (marzo
de 2020-marzo de 2021). Mi objetivo es identificar las continuidades y
discontinuidades de la política económica durante la pandemia y ras-
trear las potenciales reproducciones y mutaciones del neoliberalismo
en Chile. En el capítulo argumento que el intervencionismo estatal
opera en continuidad con la agenda neoliberal que ha caracterizado

138
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

la economía política chilena desde el 2000. Si bien hay un aumento


en el gasto público e innovación en algunos instrumentos del gasto,
el tamaño de este se mantiene atado a la regla fiscal del 2001. Los ins-
trumentos del gasto directo (bonos) son contingentes a la pandemia y
a la vez son focalizados. La agenda neoliberal continúa siendo eficaz
para atenuar el recrudecimiento del desempleo, la baja de ingresos y
las desigualdades, pero no contribuye a un cambio en la economía po-
lítica del país, pese a las presiones políticas generadas por el estallido
social y el proceso constituyente.
El capítulo se organiza a partir de la siguiente estructura. Prime-
ro, defino el neoliberalismo como una agenda económico-política y
describo algunas de sus características distintivas. Segundo, detallo
el rol que el Estado juega en la construcción histórica del neolibera-
lismo y la política social. En la sección tres, presento el caso chileno y
analizo las medidas de emergencia y recuperación según el monto y el
tipo de instrumentos. Luego exploro el tipo de relación Estado/merca-
do que estas ayudas construyeron. Finalizo el capítulo reflexionando
sobre las posibles rutas que la agenda neoliberal puede tomar durante
la pandemia.

NEOLIBERALISMO Y EL ESTUDIO DE SU ECONOMÍA POLÍTICA


En este capítulo defino al neoliberalismo como una agenda político-
económica o un proyecto de economía política. En tanto agenda, el
neoliberalismo prefigura y norma la distribución de recursos políticos
y económicos entre actores en diferentes sectores sociales según una
visión común. La agenda neoliberal define que una sociedad prospe-
ra a partir de la agregación de los beneficios privados generados por
el desarrollo ilimitado de las capacidades individuales. El desarrollo
de las capacidades individuales solo puede prosperar en mercados li-
bres, donde los individuos operan sin restricciones. Se sostiene que
los mercados libres son los sistemas de producción y distribución más
eficientes de la civilización humana y que por sí solos son capaces de
regularse y maximizar beneficios. La misión de la agenda neoliberal es
expandir los mercados libres a la mayor cantidad de esferas de la vida
social, y así generar prosperidad.
Esta agenda también tiene efectos económicos distintivos en la
población, que pueden identificarse en diferentes casos y a lo largo del
tiempo, y que la ubican como un fenómeno empírico. Para estudiar
la agenda neoliberal en el contexto de la pandemia me concentraré
en dos aspectos. Primero, en los impactos distintivos que la agenda
tiene en la economía política de la sociedad y cómo estos impactos
se agudizan en la pandemia. Segundo, en los cambios que la agenda
neoliberal genera en la política pública. A diferencias de otros instru-

139
Héctor Ríos-Jara

mentos, la política pública permite analizar cómo el Estado interviene


y media las relaciones entre la sociedad y el mercado (Barr, 1998).
Como unidad de análisis, la política pública permite observar cómo
esa intervención opera y se ha modificado en las últimas décadas. En
esta sección describo las características distintivas que la agenda neo-
liberal tienen en la sociedad y cómo estas tendencias han variado du-
rante la pandemia.

LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL NEOLIBERALISMO


El neoliberalismo puede identificarse por el patrón económico-políti-
co distintivo que su agenda genera. Los cambios en la orientación de
la política pública y las nuevas relaciones entre el Estado y el merca-
do están asociadas a cuatro tendencias características (Fine y Saad-
Filho, 2017; Streeck, 2014). Primero, la agenda neoliberal ha generado
períodos de estagnación económica, con bajo crecimiento y agota-
miento del dinamismo de la producción de la economía. Tanto a nivel
mundial como regional, los contrastes indican que durante la época
desarrollista o keynesiana (1930-1970), los países céntricos crecieron
más, en promedio, que durante las décadas del noventa y dos mil.
Segundo, el bajo crecimiento y la desarticulación del Estado de-
sarrollista han implicado la precarización del empleo y una baja de los
ingresos de los sectores trabajo-dependientes. El desempleo estructu-
ral, en torno al 10%, y el estancamiento o la reducción de salarios, han
sido algunos de los principales impactos de la agenda neoliberal. La
tercera característica de esta agenda es el aumento de la deuda públi-
ca y privada. Como señala Streeck (2014, 2015), la merma en el cre-
cimiento y en salarios obligó a los gobiernos a modificar los sistemas
de provisión pública por una forma de keynesianismo privado, donde
el Estado ofrece liquidez en la forma de créditos, pero acumula deuda
pública y privada como una forma de entregar los recursos necesarios
para el funcionamiento social.
La cuarta característica es el aumento de la desigualdad econó-
mica entre sectores trabajo-dependientes y capital-dependientes. A
nivel internacional, los trabajos de Piketty (2015) muestran cómo la
desigualdad ha retornado a los niveles de inicios del siglo XX y esa
desigualdad tiene un patrón de evolución global. Para el autor, el cre-
cimiento de la desigualdad es el resultado directo de las políticas de
libre mercado que han estado a la vanguardia de la agenda neoliberal
desde la década del sesenta y que se focalizaron en el desmantelamien-
to de sistemas de bienestar, en particular de impuestos redistributivos.
Durante las décadas de hegemonía neoliberal en Latinoamérica,
la desigualdad se disparó, ubicando a la región como la más desigual
del mundo. Dicha tendencia se mantuvo hasta la aparición de los go-

140
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

biernos progresistas y el desarrollo de políticas posneoliberales en la


década del dos mil, con importantes avances en términos de inclusión
(Fritz y Lavinas, 2015). La política pública durante las décadas del
ochenta y noventa, en particular relacionada con el acceso a servicios
como educación, salud y pensiones, estuvo condicionada al ingreso y
la empleabilidad de las familias. La privatización de los servicios bá-
sicos en economías con empleos precarios y bajos sueldos trajo como
consecuencia, igualmente, que altos porcentajes de la población no
tuvieron acceso a servicios básicos y quedaron desprovistos de apoyo.

NEOLIBERALISMO EN LA PANDEMIA
Durante la pandemia las tendencias distintivas del neoliberalismo han
tendido a agudizarse a nivel global, pero han tenido un impacto más
profundo en Latinoamérica. Desde el punto de vista del crecimiento
económico, las economías a nivel global contrajeron su PIB alrededor
de un 4,4% (FMI, 2020). Latinoamérica sufrió una caída del 9,1% del
PIB, la más grande registrada en la región desde el siglo XX. El FMI
estima que el crecimiento se recuperará a nivel global el 2021, con
proyecciones que rondan el 5,5% en 2021 y el 4,2% en 2022 (FMI,
2020, 2021). Sin embargo, Latinoamérica lo haría hacia fines de 2022
(CEPAL, 2021). Esto implicaría que la región sería una de las más
afectadas y de más lenta recuperación a nivel mundial.
La pandemia también ha tenido un impacto profundo en los in-
gresos de la población, en el desempleo y en la desigualdad (CEPAL,
2020, 2021). La tasa de ocupación se redujo alrededor del 10%, con
una pérdida estimada de 47 millones de empleos. La mayoría de ellos
concentrados en el grupo de trabajadores asalariados del sector priva-
do. La encuesta a empresas realizada por la CEPAL y la OIT (2020) se-
ñala que en Chile cerca del 70% de las empresas encuestadas sufrieron
una baja en sus ingresos, producto de la baja de sus ventas, y cerca del
20% cerraron o se encontraban en proceso de cierre. De estas empre-
sas solo el 35% pudo traspasar sus actividades a teletrabajo y el 20%
despidieron personal durante la pandemia.
Desde el punto de vista de la deuda, gran parte de los paquetes de
salvataje en la región han sido financiados mediante aumentos de la
deuda pública. En 2020, se estimó que los déficits públicos subieron
en promedio un 9% del PIB y, según proyecciones, la deuda pública se
aproximaría al 100% del PIB global (FMI, 2020). La región latinoame-
ricana ha concentrado un 63% del total de préstamos emitidos por el
FMI en 2020 (66.500 millones de dólares). El uso de estos préstamos
también ha derivado en la entrega de sistemas de créditos a empresas
y ciudadanos, con lo cual es esperable que los montos de deuda públi-
ca y privada se disparen y agudicen la crisis de la deuda en la región.

141
Héctor Ríos-Jara

La destrucción del empleo, la baja en la producción y el alto en-


deudamiento tenderán a agudizar las desigualdades de acceso a ser-
vicios básicos y a los derechos que preexistían a la crisis. La CEPAL
(2020a) estima que, en la región, el índice GINI crecerá entre 1 y 8%,
siendo Brasil, Chile, El Salvador, México, Argentina, Ecuador y Perú
los países que tendrán mayor aumento en las desigualdades. Si bien
estas cifras y tendencias son preliminares, indican que tras el primer
año de la pandemia las tendencias características de la economía po-
lítica neoliberal han tendido a agudizarse a nivel global, y han presen-
tado mayor intensidad en Latinoamérica.

EL ESTADO NEOLIBERAL Y SU CRISIS


ESTADO MÍNIMO PERO INTERVENTOR
Para la agenda neoliberal, el rol del Estado y la política pública juegan
un rol clave en la construcción y el mantenimiento de los mercados
libres. Si bien ideológicamente el neoliberalismo critica el rol del Es-
tado como agente económico, sus políticas han requerido de la inter-
vención permanente de este en la construcción de nuevos mercados y
en el cambio de atribuciones y funciones que el Estado cumple en la
actividad económica (Fine y Saad-Filho, 2017; Harvey, 2007). Como el
mismo Friedman (1951) plantea:

El Estado, por supuesto, debería tener la función de mantener la ley y


el orden e involucrarse en trabajos públicos de la variedad clásica. Pero,
más allá de esto, debería tener la función de proveer el marco en el cual
la libre competencia pueda aflorar y el sistema de precios operar efecti-
vamente. (P. 3)

La idea de que el neoliberalismo supone un Estado mínimo no quiere


decir que este desaparezca y que no deje de intervenir y mediar en las
relaciones económicas y políticas de la sociedad. La agenda neoliberal
defiende un Estado que limita sus funciones a complementar fallas
de mercado, u operar en la provisión de recursos y servicios donde
el mercado no puede actuar eficientemente (Barr, 1998). La imagen
del Estado mínimo no implica por ende uno ausente o pasivo que no
intervenga. Por el contrario, define uno cuya eficacia está subordinada
a la eficiencia de los mercados. La agenda neoliberal, por ende, pro-
mueve un Estado con atribuciones limitadas, y con mecanismos de
intervención selectivos en los asuntos del mercado, que ocupan gran
parte de la vida social (Lavinas, 2013).
Teóricamente, el Estado puede desempeñar tres funciones en la
actividad económica: regulación, producción y financiamiento (Barr,
1998). Durante la fase desarrollista o keynesiana, el Estado cumplía

142
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

funciones en estas tres áreas para un conjunto de servicios conside-


rados bienes públicos o derechos universales. El rasgo distintivo del
Estado desarrollista era su carácter proveedor, siendo dueño de acti-
vos y empleador directo de fuerza de trabajo (Taylor, 2003). Durante
la revolución neoliberal el Estado es progresivamente reducido a sus
funciones de regulación y financiamiento. Para ello la política pública
se orienta a la privatización de empresas y servicios públicos, la venta
de los activos estatales a empresas privadas y el abandono de las fun-
ciones de provisión. La privatización también implica un traspaso de
los costos de producción de servicios desde el Estado al usuario direc-
to. Tanto la privatización de la provisión y el financiamiento implican
que el Estado traspasa la responsabilidad de producir, intercambiar y
financiar servicios a las relaciones directas entre consumidores y pro-
veedores privados y por ende a la regulación de la oferta y la demanda.
El Estado neoliberal también jugó un rol activo en la creación, el
monitoreo y el salvataje de los mercados emergentes en sectores so-
ciales administrados por el Estado u otras instituciones. En este caso,
el Estado se ubica como regulador de los mercados emergentes, defi-
niendo el marco legal y los deberes y responsabilidades de los agen-
tes privados, procurando estándares de calidad, condiciones mínimas
para la entrada de nuevos proveedores, y normativas respecto a qué y
cómo producir. Sin embargo, también debe proactivamente financiar
los mercados en orden de promover su creación, expansión y consoli-
dación. Para ello dispone de instrumentos específicos que le permiten
estimular su desarrollo, sin transformar al Estado en un agente eco-
nómico directo (Barr, 1998).
El Estado dispone de mecanismos de transferencias directas o in-
directas a los proveedores privados y a los consumidores, con los cua-
les subsidia y estimula el desarrollo de la actividad privada. También
puede otorgar créditos que permitan subsidiar el costo de producción
de un servicio, o el costo de su consumo. En este caso, no rompe con
la dinámica de privatización de la producción y el financiamiento,
sino que subsidia la capacidad de compra de consumidores, y la ca-
pacidad de compra de insumos de proveedores, a fin de asegurar la
persistencia y protección de mercados emergentes.
La agenda neoliberal también considera apropiados los subsi-
dios directos a la demanda. vouchers o bonos auxilian la capacidad
de compra de individuos incapaces de adquirir servicios por medios
propios. A diferencia de los créditos, los vouchers o programas de tras-
ferencias monetaria directa a la demanda, se consideran apropiados
solo en condiciones limitadas y para sectores específicos de la pobla-
ción. El objetivo es proveer a los individuos incapaces de generar sus

143
Héctor Ríos-Jara

propios ingresos un capital inicial que pueda estimular su integración


en los mercados.
Las transferencias directas también cumplen el rol de estimular
la creación de nuevos mercados, entregando a potenciales consumi-
dores dinero destinado a fines específicos, y así alimentando la venta
de servicios privados en áreas económicas emergentes. Dado que el
objetivo es estimular mercados y subsidiar la capacidad de compra,
estas trasferencias suelen ser contingentes, focalizadas y condiciona-
les. Esto quiere decir que la ayuda social está diseñada para ser limi-
tada en el tiempo, destinada a un grupo selecto de la población y su
entrega depende de cambios en la conducta de quienes las reciben
(Taylor, 2003).
Si el Estado de bienestar tenía como horizonte de la política social
la universalidad en el acceso a servicios, y su estrategia era el aumento
de la provisión y el financiamiento público, el Estado neoliberal utiliza
la contingencia, la focalización y la condicionalidad como sistema de
estímulos para disciplinar a los ciudadanos en la dinámica de maxi-
mización de mercados. Con la agenda neoliberal reorienta la política
pública y mantiene al Estado en un rol subordinado y subsidiario de
mercados de servicios básicos (Fritz y Lavinas, 2016; Lavinas, 2013).

LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO NEOLIBERAL EN CHILE


La creación del Estado neoliberal en Chile ha tenido como principal
instrumento una serie de cambios en la política fiscal y social, es decir,
cuánto y cómo gasta el Estado (Taylor, 2003). El principal cambio en
la política fiscal ha sido la imposición de la austeridad. Para los mone-
taristas, el gasto público representa una intervención artificial sobre
los mecanismos de mercados. El gasto fiscal en políticas desarrollistas
y en políticas de ayudas sociales atrofiaría la capacidad de las empre-
sas y de los individuos para gestionar sus propios recursos, alterando
las condiciones de competitividad y haciendo al mercado ineficiente.
La austeridad implicó generar reglas fiscales a partir de las cuales se
limita el gasto público, ya sea reduciendo el tamaño del Estado y de
sus programas, o bien cortando los recursos disponibles mediante la
reducción de impuestos redistributivos.
En el caso chileno, la austeridad tomó su forma más cruda entre
1975 y 1980. El primer plan de reestructuración de la economía im-
plicó una reducción de un cuarto del gasto público (Taylor, 2003). La
austeridad también implicó un cambio en los instrumentos del gasto,
los cuales fueron particularmente sensibles en el ámbito de los ser-
vicios sociales. La privatización de los servicios públicos implicó la
creación de mercados nuevos en el área de salud, de las pensiones y
de la educación, con impresionantes costos en calidad y acceso. La

144
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

creación de estos mercados requirió importantes estímulos, así como


la creación de nuevas ayudas sociales que fueran capaces de sostener
los mercados emergentes. Para ello, el Estado proactivamente faci-
litó la creación de empresas privadas para el sistema de pensiones,
salud y educación. Como Chile posee ingresos bajos, gran parte de es-
tos mercados no podían funcionar de manera autónoma dado el alto
costo que la venta de servicios básicos implicaba para una población
económicamente diezmada. La solución fue la creación de sistemas
subsidiarios de créditos universales y de transferencias directas foca-
lizadas y condicionales para amplios sectores de la población. Estos
sistemas permitirían dinamizar y fortalecer los mercados de servicios
subsidiando la capacidad de pago de los ciudadanos.
La creación y la consolidación de estos mercados ha sido un pro-
ceso largo e incompleto que implicó el aumento permanente, pero
limitado, del gasto público, a fin de proveer cobertura y acceso a los
mercados de servicios esenciales. El principal dilema de los gobiernos
de la transición a la democracia en Chile fue justamente consolidar o
transformar los mercados, a fin de reducir las barreras de acceso y au-
mentar su cobertura. La política pública por ende se orientó al gasto,
con un aumento en promedio del 7,1% de gasto anual per cápita entre
1990-1997 (Taylor, 2003).
Sin embargo, tras la crisis asiática y el ascenso de un gobierno
socialista se fijó una nueva regla fiscal en 2001, que se transformó en
ley en 2006. Esta regla definió como objetivo de los gobiernos generar
un superávit fiscal de 1% del PIB que fue destinado a dos fondos sobe-
ranos: el de Estabilización Económica y Social (FEES) y el de Reserva
de Pensiones (FRP). La regla implica ahorrar en períodos de bonanza
económica para poder gastar en políticas contracíclicas en períodos de
recesión (Zúñiga, 2018). Si bien la regla no norma la deuda pública, su
implementación implica también mantener baja la deuda, evadir deu-
das con acreedores internacionales y así dar solidez a las arcas nacio-
nales. Esta regla limitó el aumento del gasto público y su aceleración,
condicionando los programas expansionistas de política social de los
gobiernos del 2000 (Rodríguez, Tokman y Vega, 2007). Desde el punto
de vista del tipo de gasto, la política social siguió la lógica subsidiaria,
utilizando políticas sociales contingentes, focalizadas y condicionales
(Taylor, 2003). Estas políticas se orientaron a compensar los bajos in-
gresos y subsidiar el acceso a los servicios básicos (Castiglioni, 2018).
Si bien en su conjunto los gobiernos de la transición aumentaron la
inversión pública significativamente y desarrollaron variados planes
sociales logrando reducir la extrema pobreza a un mínimo histórico,
el patrón de la política pública no sufre discontinuidades ideológicas
y tiene una innovación limitada en sus instrumentos. La agenda social

145
Héctor Ríos-Jara

de los gobiernos posdictadura implicó un crecimiento cuantitativo del


gasto para el desarrollo de sistemas de ayudas públicas alrededor del
mercado. Su objetivo, por ende, era reparar sus fallas y facilitar la
capacidad de incluir a quienes quedaban fuera por falta de recursos.
Esta agenda fue descripta como un neoliberalismo con rostro huma-
no, o como una forma de neoliberalismo progresista en donde la po-
lítica social es una estabilizadora y financiadora selectiva de las fallas
de acceso y la calidad del mercado en la entrega de servicios y dere-
chos sociales (Tylor, 2003; Garretón, 2013).

CHILE Y LA ECONOMÍA-POLÍTICA DE LA PANDEMIA


El hecho de que las medidas de cuarentena sean la principal iniciativa
para reducir el contagio ha forzado a los países a cerrar sus econo-
mías, siendo el Estado el único actor capaz de salvarnos del desplo-
me. Las economías avanzadas son las que más han incrementaron su
gasto fiscal con paquetes de salvatajes por sobre el 10% y el 15% del
PIB (FMI, 2021). La mayoría del gasto se orienta a fortalecer los sis-
temas de salud y a paquetes de estímulo fiscal destinados a proteger
el empleo, el ingreso de familias y los activos de las empresas. Para
comprender el potencial transformativo de los cambios en la políti-
ca fiscal y social durante la pandemia, lo primero es comprender las
diferencias entre los instrumentos y los gastos de las políticas en pan-
demia y su continuidad respecto a medidas previas. Para analizar los
programas de ayuda me concentraré en las variaciones en los montos
y tipo de gasto. Para analizar el gasto fiscal, describo los principales
paquetes económicos y sus montos aproximados. Para analizar los
instrumentos del gasto, analizo el tipo de relación que establece el
Estado con los beneficiarios.

PAQUETES DE AYUDA Y GASTO PÚBLICO


Al igual que la mayoría de los países en la región, Chile decretó medi-
das económicas y sanitarias en marzo del 2020. Las primeras medidas
económicas corresponden a los Planes Económicos de Emergencia I
y II. El Plan I inyectó US$ 12.105 millones (4,5% del PIB) y se orien-
tó a reforzar el presupuesto de salud, flexibilización de impuestos y
entrega de un primer bono por US$ 68.60, más la ley de protección
al empleo. En abril el gobierno implementó el Plan Económico de
Emergencia II, con recursos complementarios por US$ 5.000 millo-
nes. Los recursos se destinaron a capitalizar el Fondo de Garantías
de Pequeños Empresarios (FOGAPE) que permite otorgar créditos
flexibles a empresas medianas y pequeñas. En total las medidas de
marzo-junio alcanzaron US$ 17.105, equivalentes a alrededor del
6,9% del PIB. La mayoría de los recursos provienen de la reasigna-

146
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

ción del presupuesto del 2020 y los recortes en áreas no prioritarias,


además de la utilización de ahorros disponibles en el FEES (MH,
2020; Gobierno de Chile, 2020).
El segundo paquete de medidas se implementó con la creación
del Fondo COVID que entrega al gobierno central, por un máximo
de US$ 12.000 millones para gestionar hasta en 24 meses la crisis, y
preparar los programas de reactivación. Este fondo fue aprobado por
ley y se financiará con la utilización de recursos públicos, incluyendo
la utilización de ahorros nacionales provenientes de los fondos sobe-
ranos, del FEES y con el aumento de la deuda pública. La ley autorizó
al gobierno a contraer deuda por un máximo de US$ 8.000 MM. Con
el fondo COVID, el aumento del gasto público llegó a 11,4% en 2020
y está asociado un déficit fiscal de 9,6% del PIB y una deuda bruta de
34,8% del PIB (MH, 2020; DIPRES, 2020).
Los planes económicos del 2020 se centraron en cuatro elemen-
tos. Fortalecimiento del sistema de salud, protección y estimulación
del empleo, entrega de liquidez para empresas y reducción del impac-
to en los ingresos familiares. Las medidas más destacadas en el plano
del empleo son la aprobación de la Ley de Protección del Empleo, que
permitió que las empresas suspendieran el pago de funciones durante
la cuarentena o redujeran la jornada laboral en acuerdo con los traba-
jadores, sin que se perdieran el vínculo contractual. Lo trabajadores
en esa posición extraerán sus ingresos de seguro de cesantía el cual
cubrirá hasta un máximo de 75% de los sueldos. Esta medida se exten-
dió con el Fondo COVID y recibió US$ 2.000 millones extra del parte
del Estado (MH, 2020).
A finales del 2020, el gobierno incluyó subsidios al empleo y estí-
mulos para contratar personas. En este caso entregará US$ 219,42 a
empresas por cada trabajador contratado y cubrirá el costo de hasta
65% de los sueldos para nuevas contrataciones durante el primer mes
(MTPS, 2021). También comprometió un plan de inversión pública
(US$ 4.500 MM) y un plan de inversión privada (US$ 24.521 MM) con
el fin de reactivar la economía (MH, 2021).
Dentro de las medidas de liquidez, la principal fue la capitali-
zación y expansión del FOGAPE. El FOGAPE es un fondo creado en
1980, destinado a entregar flexibilidad crediticia a pequeñas y media-
nas empresas, mediante garantías estatales. Con ello el gobierno tras-
pasa recursos a los bancos para abaratar el costo de los créditos para
empresas seleccionadas. Con estas condiciones las empresas pueden
adquirir créditos flexibles y con ellos mantener fuentes de liquidez y
evitar la quiebra o despidos masivos.
Dentro de las medidas de protección al ingreso, las más destaca-
das son diferentes variantes de bonos focalizados, entregados por el

147
Héctor Ríos-Jara

gobierno durante la pandemia. El Ingreso Familiar de Emergencia


(IFE) para familias seleccionadas por hasta 5 meses, y un sistema de
créditos flexible para familias de clase media. A estas medidas cabe
incluir los dos retiros del 10% de los ahorros previsionales, que se
efectuaron en junio y diciembre del 2020. Estas medidas se realizaron
mediante la aprobación de dos leyes excepcionales que permitieron a
los cotizantes realizar de forma voluntaria un retiro de hasta el 10% de
los fondos acumulados en su cuenta de capitalización individual. El
retiro no podía exceder los US$ 5.504,78 ni ser inferior a US$ 1.378,93
para cada cotizante. Estos retiros no corresponden a una política de
gobierno, sino que fueron promovidos por la oposición social y políti-
ca. El costo de los retiros fue aproximadamente de US$ 7.043 millones
de dólares (2,73% del PIB) considerando la baja de recaudaciones y
las medidas que el gobierno deberá implementar para compensar la
baja en pensiones de algunos afiliados. La Tabla 1 sintetiza las princi-
pales ayudas realizadas por el gobierno durante el 2020.

Tabla 1
Ayudas gubernamentales durante la pandemia. Chile 2020

Tipo Medida Política


Créditos Créditos FOGAPE Fondo público para otorgar préstamos a empresas pequeñas
y medianas con garantías estatales
Préstamo clase Crédito con subsidio estatal de hasta US$ 90 mensuales
media hasta por tres meses
Bonos Bono COVID Pago único de US$ 68.60 para miembros familiares
Ingreso Familiar de Bonificación mensual. Tres a cuatro meses por persona (US$
Emergencia 89.18, US$75.80, US$ 55.250, US$ 61.74) para familias
seleccionadas
Bono clase media Aporte directo de $ 686 mil a todos los trabajadores con
ingresos mayores a $ 550 y menores que $ 2.800

Bono COVID Navidad Bonificación única de US$ 35 o US$ 76 por persona


Retiro de 1º y 2º retiro de Retiro de un máximo de un 10% de los ahorros previsionales,
pensiones Fondos de Pensión para todos que cuenten con cuenta de capitalización
individual

Fuente: Elaboración propia en base a revisión bibliográfica.

Con las medidas extraordinarias, Chile aumentó el gasto corriente de


su presupuesto anual a 14,6%, con un aumento en el ítem de Subsidios
y Donaciones, Prestaciones Previsionales y Personal que comprende
gastos en trasferencias directas, gastos en fortalecimiento del sistema
de salud y gastos asociados al retiro del 10% (DIPRES, 2020b).

148
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

El aumento del gasto se da en un contexto de contracción de los


ingresos fiscales, dada la reducción de las actividades económicas y
las medidas de postergación tributaria que el gobierno implementó
desde abril del 2020. La DIPRES (2020b) estima que los ingresos fisca-
les se redujeron en un 8,4% respecto del año anterior. La movilización
de estos recursos extraordinarios se hizo sin modificar la regla fiscal
vigente del 2001 y su meta anual de 1% de superávit fiscal.
El aumento del gasto también se alinea con normas complemen-
tarias a la del gasto fiscal y el objetivo de mantener la deuda pública
bajo el 45% del PIB y no modificar la posición crediticia del país. El
gobierno de Chile trabaja con tres clasificadoras de riesgo Moody’s
Rating Services, Standard & Poor’s (S&P) y Fitch Ratings quienes
evalúan la posición crediticia del país. Hasta el 2019, la posición de
Chile era estable (A+); sin embargo, tras el estallido social, el inicio
del proceso constituyente y la actual pandemia la posición de Chile
ha cambiado a (A-) que representa un escenario de menor inversión.
Comparativamente hablando, el gasto del 2020 supera el mon-
to de las medidas de reactivación económica para la crisis financiera
del 2008. El estímulo fiscal del 2008-2009 fue de US$ 4.000 millones
(2,8% PIB) y se destinó a un programa de inversión pública extraor-
dinaria por US$ 700 millones y un bono especial de US$ 40.000 a 3
millones 700 mil personas (MH, 2009). Chile también se ubica dentro
de los países con mayor gasto en la región (CEPAL, 2020). Sin embar-
go, en relación con otras economías en desarrollo, y dentro del área
OCDE, Chile se ubica en el grupo de gasto medios altos, que alcanzan
el 10% del PIB, con un promedio de gasto global en torno al 7% del
PIB (FMI, 2021). El Gráfico 1 muestra el gasto para una selección de
países OCDE en subsidios directos y gastos no retornables realizados
por gobiernos centrales entre enero y diciembre del 2020. Estos gas-
tos no incluyen inversiones en sistemas de créditos, o transferencias
imponibles.

149
Héctor Ríos-Jara

Gráfico 1
Gasto adicional de gobiernos en ingresos no retornables. Países OCDE

Fuente: Elaboración propia basado en datos del FMI: https://www.imf.org/COVID19policytracker.

Si bien el gobierno ha gastado, también ha reiterado su compromiso con


las reglas fiscales dándole al Fondo COVID y los estímulos fiscales un
máximo de dos años y definiendo una ruta de ajuste fiscal que se com-
promete a recuperar el balance estructural en el 2025 (MH, 2020). Bajo
esta regla ha buscado limitar la ayuda y reducir el gasto, evitando inclu-
so declarar cuarentenas totales extensas a fin de mantener los estánda-
res macroeconómicos. Esta decisión contrasta con las recomendaciones
explícitas del FMI que ha llamado a “continuar gastando” y “cuando sea
posible, las economías debiesen resistirse a contraer las políticas fiscales
tempranamente y al contrario asegurar un suporte continuo en salud,
individuos y firmas” (Celasun, Christiansen y MacDonald, 2020).

INSTRUMENTOS DEL GASTO PÚBLICO


Desde el punto de vista de los tipos de ayuda es posible distinguir
tres. La primera corresponde a créditos para empresas y familias. La
entrega de créditos si bien tienen un amplio espectro de beneficiarios,
tienen condiciones sobre el tamaño de empresas beneficiarias y baja
en los ingresos de los beneficiarios. El segundo tipo de ayuda corres-
ponde a transferencias focalizadas a familias (bonos), sujetas a requi-
sitos socioeconómicos y condiciones sanitarias de los beneficiarios.
Finalmente, el retiro de las pensiones corresponde a un mecanismo de
autopréstamo extraídos del sistema de pensiones para la mayoría de
los cotizantes. La Tabla 2 describe los tipos de ayuda, y el número de
beneficiados estimados para cada programa.

150
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

Tabla 2
Sistema de ayuda económica a familias y empresas. Chile 2020

Tipo Medida Condiciones/Requisitos Beneficiarios


Créditos Créditos Empresa con ventas menores de 1 millón UF 283.066
FOGAPE
Préstamo Disminución de ingresos >30% 3.346.481
clase media Ingresos previos US$ 550
Bonos Bono COVID 60% más vulnerable; sin ingresos formales 1.528.459
Ingreso Familias registradas en Registro Social de Hogares; 6.340.568
Familiar de 60% más vulnerable; no percibir ingresos
Emergencia
Bono clase Ingresos entre mayores US$ 550 y US$ 2.800; 1.677.633
media reducción del 30% de estos ingresos durante
pandemia
Bono COVID US$ 35 para familias que han recibido IFE por —
Navidad más de cuatro meses; US$ 76 para familias que
se encuentran en cuarentena durante noviembre y
diciembre
Retiro de 1er y 2do Los afiliados saldo en su cuenta de capitalización 10.484.426
pensiones retiro individual; pensionados con renta temporal o pensión
de retiro programado por vejez; los beneficiarios de
pensión de sobrevivencia

Fuente: Elaboración propia, según triangulación de datos de Ministerio de Hacienda (2021), Banco Central (2020a; 2020b),
Superintendencia de pensiones (2021).

En el caso de las líneas de crédito, el crédito a empresas tiene menos


cobertura que el de las familias. En este tipo de ayuda, el Estado opera
como prestamista de última instancia y estimulador de la recupera-
ción económica, sin alterar su rol como regulador y financista de la
actividad de la privada. Si bien las líneas de créditos corresponden
a fórmulas de apoyo que pueden salvar a empresas que han perdido
clientes, corresponden a una forma de endeudamiento privado, proac-
tivamente promovido por el Estado. Los créditos poseen garantías de
flexibilidad en el pago de aranceles y en la negociación de la deuda,
pero las deudas son contraídas entre bancos y empresas, siendo las
últimas las encargadas del pago final de los préstamos.
Estas medidas contrastan con la entrega de subsidios directos
a las empresas, que se han implementado en Estados Unidos y en
la Unión Europea como parte de la estrategia “Construir de nuevo,
construir mejor” (Build Back Better), donde los préstamos fueron
combinados con transferencias directas sujetas a condiciones de pro-
ducción ecológica, aumentos de sueldos y otros, mediante las cuales
se busca modernizar las industrias (EC, 2020). Si bien para el uso

151
Héctor Ríos-Jara

de los fondos de emergencia COVID se pusieron condiciones en el


traspaso a empresas que tengan activos en paraísos fiscales, no hubo
condiciones que normaran las actividades económicas de las empre-
sas beneficiarias y los créditos no fueron considerados parte de la
política de recuperación.
En el caso de los bonos, el aumento del gasto y el IFE representan
una innovación relevante, considerando que la mayoría de los bonos
previos correspondían a pagos únicos. No obstante, se mantienen las
limitantes a la cobertura y el número de beneficiarios de los bonos es
bajo considerando la contracción del empleo y la caída de los ingresos
en general. Al contrario de las recomendaciones de la CEPAL (2020b),
que sugiere la entrega de subsidios universales, financiados mediante
cambios en la estructura impositiva. Las medidas en Chile son contin-
gentes a la crisis y se proyectan por un tiempo acotado que no cubre
la extensión de la pandemia y su recuperación. En la misma línea, los
movimientos sociales y la oposición política han llamado al gobierno
a aumentar el gasto y proveer una renta básica universal, que permita
ayudas no focalizadas y de mayor duración a fin de sostener las cua-
rentenas y no forzar las normas sanitarias por necesidades económi-
cas. Sin embargo, las propuestas han sido desestimadas (Cabaña y
Rosales, 2020; FIEL-CUT, 2020).
Los montos entregados también se perciben como insuficientes.
Si bien el gobierno hizo esfuerzos con el segundo paquete económico
para aumentar la ayuda y llegar a reemplazar el sueldo mínimo (US$
445). Los montos no consideran los gastos extras que la crisis implica,
ni la presión que el alto endeudamiento previo tiene sobre las familias,
ni la caída de los ingresos complementarios que las familias tienen
mediante empleo informal y emprendimientos.
La medida más universal y robusta han sido los retiros del 10%
de las Aseguradoras de Fondos de Pensión (AFP) en julio y diciembre
del 2020. Hasta la fecha, marzo de 2020, un total de casi 10.484.426
de afiliados han realizado el retiro, de un total de 12 millones. El
monto promedio para los que sacaron el primer retiro fue de US$
1.935, equivalente a dos o tres veces los ingresos promedios de una
familia. El impacto económico de la medida fue significativo. El Ban-
co Central estima que los retiros lograron aumentar el PIB anual al-
rededor del 1,2% el 2020 y 0,6% en el 2021, siendo la medida clave
para recuperar el crecimiento económico durante la segunda mitad
del año (BC, 2020b).
Pese a las críticas que el gobierno tenía sobre el uso que los bene-
ficiarios harían del retiro, la encuesta CADEM (2020) indicó en agosto
del 2020 que el 46% utilizaría el retiro para la compra de alimentos y
productos de primera necesidad, 40% para el pago de servicios bási-

152
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

cos (agua, electricidad y gas), el 30% para pago de créditos y un 20%


lo utilizaría para pagar cuentas de celular y otros servicios.
Pese a que la medida fue popular y permitió la reactivación eco-
nómica, el gobierno se opuso a ella y los partidos oficialistas la blo-
quearon hasta el último minuto. El retiro de las AFP se corresponde
con una medida excepcional, impulsadas por protestas sociales y las
bancadas de oposición y gobierno. Dado que Chile posee un régimen
presidencialista, el Ejecutivo posee la iniciativa legal sobre el parla-
mento. El presidente Sebastián Piñera se negó a enviar y apoyar la
medida. Sin embargo, la Cámara de Diputados y el Senado decidieron
discutirla sin la aprobación presidencial. La decisión quebró de facto
la estructura presidencial y el orden del proceso legislativo.
La aprobación también requirió un cambio en la Constitución y
en la ley de pensiones que estipula que los contribuyentes no pueden
hacer usos de ahorros previsionales, pese a que son almacenados en
cuentas de ahorro individual administradas por las AFP. El cambio
constitucional requirió una súper mayoría de 2/3 en ambas cámaras,
siendo necesario el apoyo de gran parte de los diputados y senadores
oficialistas. La presión social hizo impacto y obligó a las bancadas
oficialista a apoyar la medida, contraviniendo la posición presidencial
y haciendo posible los dos retiros.

¿HAN SIDO EFECTIVAS LAS MEDIDAS?


Si bien son necesarios estudios y análisis más rigurosos sobre el im-
pacto que las ayudas tuvieron, lo primero que cabe considerar es la
percepción popular respecto de las medidas durante la crisis. El tiem-
po, la cobertura y el tamaño de las ayudas fue considerada insuficien-
tes por la población. La gestión del gobierno también fue criticada e
implicó una reactivación de las movilizaciones sociales. Protestas por
hambre, mal manejo de datos y demanda de mayor ayuda marcaron
el año y dieron continuidad a las demandas ya generadas durante el
estallido social. El retiro del 10% es un claro ejemplo de las tensiones
políticas y sociales que se han dado en la economía política chilena
durante la pandemia y cómo el marco político institucional tiene pro-
blemas para resolverlas.
También se debe considerar que Chile sufrió una agudización de
las tendencias del neoliberalismo durante la pandemia. La encuesta
social Covid-19 realizada por el Ministerio de Desarrollo Social y el
PNUD (2020) señala que 60% de los encuestados indica que han dis-
minuido sus ingresos durante la pandemia, el 48,8% percibe que sus
ingresos no les alcanzan para vivir, esto es, el 32,8% más que en la
encuesta realizada el 2019. En términos de empleabilidad, el 37% de-
clara que perdió su empleo o fue suspendido de su trabajo. En térmi-

153
Héctor Ríos-Jara

nos de la estrategia usadas por las familias para afrontar la reducción


de los ingresos, el 53% señala haber usado activos económicos, como
ahorros o venta de propiedad o bienes, y el 40% señala haber adquiri-
do algún tipo de deuda, la mayoría con familiares (27,3%) o entidades
financieras (13,1%).
El análisis sugiere que, durante la pandemia, el aumento del
gasto y las políticas de ayuda han permitido que Chile atenúe par-
cialmente la agudización de las tendencias estructurales de su eco-
nomía política. Sin embargo, con la excepción del retiro del 10%, la
mayoría de las medidas económicas de intervención estatal se en-
marcan en continuidad con la política social neoliberal y la visión
de un Estado mínimo y con intervenciones excepcionales. Es esta
continuidad en la política de ayuda social la que ha sido criticada y
rechazada por la población. Si bien el aumento del gasto ha sido sus-
tancial, gran parte de dicho monto viene a cubrir la baja inversión
previa, los vacíos en los sistemas de protección social y la fragilidad
de los ingresos de la población.
Cabe recordar que hasta el 2019 Chile aún se mantenía dentro
de los países con menor inversión pública en el área de salud y de
pensiones (OCDE, 2020). El aumento súbito del gasto por ende está
destinado a compensar fallas estructurales en los sistemas de pro-
tección social que se han acumulado por décadas. Como el ministro
de salud, Enrique Paris, lo ha reconocido “Chile no tiene preparado
un sistema de ayuda social contundente, robusto, que permita que la
gente tenga que aislarse, y que pueda recibir un apoyo económico”
(El Desconcierto, 2021).
Las medidas implementadas también implican la imposición de
compromisos futuros. El aumento de la deuda ha sido compensado
con políticas de austeridad en áreas consideradas no prioritarias, que
han implicado el desfinanciamiento de programas y políticas imple-
mentadas en el gobierno anterior. La creación del fondo de emergen-
cia COVID también ha comprometido un retorno rápido a la regla fis-
cal, prefigurando un contexto de austeridad futura, que contrasta con
el debate sobre el rol del Estado, el financiamiento de bienes públicos
y derechos sociales, y una mejor distribución económica que tomarán
curso durante el proceso constituyente y cuyo desenlace determinará
la dinámica de conflicto social en el Chile pospandemia.
Las medidas en Chile mantienen al Estado como un rescatista
de mercados. No fueron consideradas las medidas importantes como
la intervención de precios en productos básicos, o la creación de ser-
vicios públicos estatales, nacionalización de salarios, impuestos a la
riqueza, o programas de inversión pública condicionales a políticas
ambientales. El análisis señala que el aumento del gasto mantiene

154
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

una continuidad con instrumentos contingentes, focalizados y condi-


cionales, que no modifican la estructura de bienestar del país. Así, el
aumento del gasto se define como excepcional y condicional al com-
promiso de reajuste. Con ello, los paquetes de salvatajes perpetúan la
posición de un Estado reparador de mercados que entrega ayuda des-
de fuera y no cruza la frontera de su rol regulador y financiero, hacia
la coordinación del capital o la provisión directa de servicios.

¿EL FIN DEL NEOLIBERALISMO O DISTOPÍA POSNEOLIBERAL?


La pandemia ha desatado un intenso debate sobre el rol del Estado
en la economía y la continuidad de la agenda neoliberal (Šumonja,
2020; Lapavitsas, 2020). Si hasta el 2020 el Estado era el problema,
hoy parece ser la solución. Sin embargo, no es posible identificar un
patrón claro de continuidad o superación del neoliberalismo. Si bien
las nociones de austeridad y de estados mínimos se mantienen fuera
de la agenda por el momento, no sabemos si retornarán. En esta cir-
cunstancia la agenda neoliberal tiene el desafío de reinventarse, y dis-
putar el mundo pospandémico con las nuevas agendas intervencionis-
tas sobre el mercado y las posibilidades de transformar el capitalismo.
Chile representa un caso en donde la agenda neoliberal está in-
novando y buscando una nueva legitimación. Como he señalado, la
principal innovación es la idea de un Estado rescatista o keynesia-
nismo de emergencia, contingente a la crisis y que aumenta circuns-
tancialmente su rol subsidiario. El intervencionismo contingente no
se ajusta a las necesidades de la población, sino más bien a la esta-
bilización de los mercados y la subsistencia funcional de las clases
trabajo-dependientes. Además, el intervencionismo económico va
en paralelo al intervencionismo político y el giro autoritario que el
gobierno ha mostrado desde el estallido social en el 2019 y la impo-
sición casi permanente del Estado de excepción constitucional para
confrontar la protesta social, la pandemia y el proceso constituyente
(Ríos-Jara, 2019).
Durante el primer año de la pandemia, Chile muestra la conver-
gencia entre un Estado interventor de la economía y la política, donde
hay un uso de paquetes económicos y medidas de control discrecio-
nales que no siempre son pertinentes al bienestar sanitario de la po-
blación. La reinvención de la agenda neoliberal durante ese período
tiende a dibujar una economía blindada por un Estado interventor de
mercados y democracias. Así la política pública se orienta a gastos
condicionales y selectivos como medidas de excepción para salvar o
recrear mercados que se han desplomado con la crisis. Estos rescates
son complementados con políticas represivas y de control social que
regulan las posibilidades de oposición de las poblaciones afectadas. El

155
Héctor Ríos-Jara

objetivo de la intervención parece ser la perpetuación de mercados en


lugares donde ya han sido rechazados por su disfuncionalidad y don-
de la economía opera en directa confrontación con la población civil.
La confrontación entre aparatos represivos, gobierno y mercados
versus sociedad civil que se dio durante el debate de las pensiones
mostró una primera pincelada de las innovaciones que la agenda neo-
liberal experimenta en Chile. Dicho debate ocurrió en los momentos
más duros de la pandemia, bajo cuarentenas, estado de excepción y
toque de queda, y con una sociedad movilizada que, si bien demanda
el retiro, también demanda un nuevo sistema de pensiones y la desa-
parición de las AFP. El gobierno optó por blindar el sistema de AFP,
en conocimiento de que las ayudas sociales eran insuficientes. Si bien
no logró frenar los retiros, tuvo que financiar y apoyar con medidas
crediticias a las AFP a fin de no dañar el mercado de capitales.
Las tensiones entre sociedad civil y la subordinación económica y
política del Estado al mercado también existieron en la dictadura chi-
lena (1973-1990). A diferencia de las transiciones democráticas al neo-
liberalismo en los países del norte y en Latinoamérica, el neolibera-
lismo chileno viene de la experiencia autoritaria donde los mercados
se impusieron mediante una activa participación del Estado como un
agente económico y represor. Esta convergencia distópica entre auto-
ritarismo y libre mercado no es ajena al desarrollo de la agenda neoli-
beral. Tanto Milton Friedman como Hayek fueron complacientes con
el experimento neoliberal de Chile y estuvieron cercanos al desarrollo
de su implementación. En los propios textos de Hayek, la imagen del
“dictador liberal” y las nociones de una “democracia protegida”, don-
de el orden del mercado está blindado de las presiones democráticas,
y el resguardo por la ley y el orden son parte del imaginario neoliberal
y toman mayor presencia en el presente escenario de crisis.
La posibilidad de que la agenda neoliberal sobreviva a la crisis
está directamente condicionada al intervencionismo estatal y a los
rescates económicos y políticos que el Estado que pueda proveer. Esta
tendencia implica el creciente desarrollo de mercados parasitarios
combinados con regímenes políticos autoritarios que mantienen su
condición formal de democracias, aunque operen en permanente es-
tado de excepción política y rescate económico. Esta imagen no repre-
senta necesariamente el fin del neoliberalismo, pero si advierte y seña-
la innovaciones en la agenda neoliberal y cómo el neoliberalismo está
adquiriendo un carácter autoritario y puede devenir perfectamente en
una distopía posneoliberal donde el capital quiebra sus relaciones con
la democracia liberal y deviene en mercados totalitarios.

156
El Estado neoliberal en la pandemia. Intervencionismo y distopía en Chile 2020

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160
LAS GAFAM COMO ACTORES
ECONÓMICOS MUNDIALES

LÍMITES, DESAFÍOS Y POSIBILIDADES


PARA AMÉRICA LATINA

Jacinta Gorriti

INTRODUCCIÓN
Teletrabajo, clases virtuales, videollamadas, posteos, mails, comercio
online, etc.: el encierro mediado por tecnologías digitales en el que
gran parte del mundo se encuentra a raíz de la pandemia de Covid-19
ha acelerado un proceso de expansión que lleva décadas. La extensión
del capitalismo de plataformas, como denomina Nick Srnicek (2018)
al nuevo modelo de negocios basado en la extracción, procesamiento
y almacenamiento masivo de datos que, surgido a comienzos del si-
glo XXI, llegó para dinamizar un contexto económico largamente es-
tancado. Las grandes firmas tecnológicas estadounidenses —Google,1
Apple, Facebook, Amazon y Microsoft (o las GAFAM)— han sido ac-
tores clave en las transformaciones mundiales del capitalismo en las
últimas décadas. El modelo de plataformas digitales que estas popu-
larizaron ha permeado el funcionamiento de numerosas instituciones
y prácticas sociales llevando a Estados en todo el mundo a ajustar
sus estructuras legales, democráticas y fiscales (Van Dijck, 2016; Van
Dijck et al., 2018). Ahora bien, como sostiene Shoshana Zuboff (2019),

1 Aquí me ocupo de Alphabet, la compañía matriz de Google. Sin embargo, como


esta corporación aún es conocida por el nombre de su principal firma y su núcleo de
productos y servicios, me refiero a ella como Google.

161
Jacinta Gorriti

el secretismo que caracteriza a las prácticas corporativas de aquellas


firmas, así como la velocidad con que sus tecnologías se expandieron
y la opacidad de su funcionamiento, han sido obstáculos en la teoriza-
ción sobre las novedades que involucra su desarrollo exponencial. Es
decir, que la irrupción de aquellas plataformas ha sido sobradamente
descripta e insuficientemente teorizada (Zuboff, 2019). Abundan las
descripciones de los orígenes de las GAFAM, de sus fundadores y de
las innovaciones que introdujeron. También de la “cajanegrización”
de sus algoritmos, de las prácticas de manipulación de los usuarios
inscriptas en el diseño de sus plataformas y de sus vínculos con la
agenda de seguridad y defensa del gobierno estadounidense (Zuboff,
2019; Zuazo, 2018; Taplin, 2017; O’Neil, 2016; Assange, 2014; Cas-
sin, 2008). Sin embargo, lo que no ha sido elaborado de igual modo
son marcos teóricos que nos permitan comprender en qué aspectos
aquella irrupción supone una continuidad y en cuáles una ruptura en
relación con los procesos de creación de valor, de desarrollo tecno-
económico, de distribución de la riqueza y de división internacional
del trabajo, así como respecto de los mecanismos de producción de
subjetividades y de las prácticas sociales propias del capitalismo. En
otras palabras, necesitamos producir perspectivas teóricas que pue-
dan captar las relaciones de poder que caracterizan al capitalismo en
la era digital (Morozov, 2019) y entender cómo han llegado aquellas
grandes firmas tecnológicas a convertirse en los actores dominantes
del capitalismo actual en dos sentidos. Por un lado, las GAFAM son
propietarias de gran parte de las infraestructuras sobre las cuales ope-
ran cada vez más ámbitos de la sociedad mundial: las plataformas
que conectan usuarios de todo tipo, los dispositivos para acceder a
estas plataformas, los cables submarinos por los que viaja la infor-
mación, las herramientas de computación en la nube y los centros de
almacenamiento de datos. Por otro lado, han convertido sus propias
trayectorias en las narrativas dominantes de aquello que entendemos
por tecnología, innovación y creación de valor.
El año pasado, en el mismo momento en que la economía mun-
dial se desplomaba debido a la crisis desatada por la pandemia, las
GAFAM acumulaban una ganancia neta de 38 mil millones de dóla-
res durante el primer cuatrimestre de 2020. En este período, Alpha-
bet (Google) anunció un aumento del 59% en sus ganancias respecto
del primer cuarto de año de 2019; Microsoft, del 30%; y Amazon, del
200% junto con un récord de ventas (Wakabayashi et al., 2020). Cuan-
do se paralizó la mayor parte de la actividad productiva, solo la “in-
dustria digital” continuó creciendo y a un ritmo extraordinario. Por
lo tanto, prestar atención a la economía y a la geopolítica de aquellas
corporaciones tecnológicas se vuelve una tarea urgente. Sobre todo,

162
Las GAFAM como actores económicos mundiales

en los países del Sur Global, frecuentemente relegados en los estudios


más relevantes sobre este tema, tanto en lo que hace a la observación
de los efectos diferenciales que tienen en estos países los dispositivos,
productos, prácticas empresariales y estrategias económico-políticas
de las corporaciones tecnológicas, como en lo que hace a sus aportes
teóricos para el análisis de las continuidades y transformaciones que
supone la plataformización (Van Dijck et al., 2018) de las sociedades
contemporáneas.2
En el primer apartado me ocupo de analizar la posición domi-
nante de aquellas compañías tecnológicas, identificando algunas de
las novedades que supone su expansión global: la valorización de los
datos, el uso de las patentes y la adquisición de otras firmas. También
analizo un proceso clave para pensar el lugar de las GAFAM en la
sociedad mundial: cómo las infraestructuras sociales básicas se están
plataformizando y, al mismo tiempo, cómo aquellas compañías se es-
tán volviendo las proveedoras de estas infraestructuras. En el segundo
apartado, me pregunto por los efectos de la expansión de aquellas
compañías en América Latina, especialmente en lo que respecta al
problema del desarrollo económico, social y tecnológico de la región.
Presento dos casos que pueden servir como punto de observación de
las dinámicas que adopta el capitalismo de plataformas en la región.
Finalmente, propongo avanzar hacia un enfoque que pueda contem-
plar la posibilidad de producir desplazamientos dentro de este orde-
namiento mundial y abrir el juego a nuevas formas tecnológicas.

TECNOLOGÍAS, MONOPOLIOS E INFRAESTRUCTURAS: ¿QUÉ HAY


DE NUEVO EN EL CAPITALISMO DE PLATAFORMAS?
Es fácil caer en cierta mistificación de la historia reciente cuando
se consideran la importancia que han adquirido en nuestras vidas
cotidianas las plataformas digitales y las novedades que involucra su
funcionamiento respecto de otras formas tecnológicas. Visto desde
el presente, a la luz de la pandemia, adquiere otra magnitud la fra-
se de Eric Schmidt (quien fuera CEO de Google) de acuerdo con la
cual casi nada, excepto un virus biológico, puede escalar tan rápi-
da, eficiente y agresivamente como estas plataformas, lo que vuelve
poderosos a quienes las construyen y controlan (Schmidt y Cohen,
2013). Sin embargo, ni las corporaciones tecnológicas ni las platafor-
mas que producen son ajenas a una historia más larga de desarrollos
e innovaciones tecnocientíficas, ideologías, acontecimientos, batallas

2 Con el término plataformización [platformization], Van Dijck et al. (2018) se re-


fieren al modo en que sectores sociales enteros son transformados como resultado de
su imbricación y mutua afectación con distintos tipos de plataformas digitales.

163
Jacinta Gorriti

geopolíticas, crisis económicas, etc. No es posible desanclar su aná-


lisis del movimiento histórico en el que se despliegan y en el cual
ocupan diferentes posiciones según los diversos contextos y escalas
que se tomen en cuenta. Aquí me interesa examinar aquellas corpo-
raciones en tanto actores económicos mundiales que en las últimas
décadas se han vuelto el componente dominante del capitalismo real-
mente existente (McChesney, 2013). Aunque inscribir su expansión
en la historia del capitalismo contemporáneo es una tarea que excede
ampliamente los límites de este trabajo, identifico en lo que sigue
algunas de las novedades histórico-estructurales que involucra la ex-
pansión mundial de las GAFAM.

LAS GAFAM COMO MONOPOLIOS: DATOS, VIGILANCIA,


PATENTAMIENTO Y EVASIÓN
Lo primero que aparece cuando se pone la lupa sobre las plataformas
es el método novedoso de valorización económica que introducen, que
involucra la concentración y el procesamiento de flujos masivos de da-
tos (o el big data). Los datos, que alguna vez fueron un subproducto
residual de las operaciones digitales cuyo uso se limitaba a la mejora
de los productos y servicios de las firmas tecnológicas, se volvieron
uno de los principales activos intangibles en la economía mundial
del siglo XXI. Srnicek (2018) sostiene que los datos permiten cum-
plir funciones capitalistas clave como entrenar a los algoritmos, darle
ventaja competitiva a las firmas que son sus propietarias, optimizar
y flexibilizar los procesos productivos, entre otras. Por eso, el acceso
exclusivo a datos, los algoritmos y otras formas de conocimiento que
permiten procesar, segmentar y almacenar estos datos, constituyen
uno de los soportes más importantes del poder económico global. Las
GAFAM han construido su modelo de negocios en función de esta re-
colección masiva de datos que, vale aclarar, no aparecen nunca como
“datos crudos” sino siempre ya premoldeados por los mecanismos so-
bre los que funcionan las plataformas (Gitelman, 2013; Van Dijck et
al., 2018). El intercambio de datos personales por servicios gratuitos,
como propone el modelo freemium adoptado por Google y Facebook,
es una de las maneras en que estas compañías se aseguran una parte
significativa del activo más importante de la economía digital. Google
concentra el 90% del mercado de búsquedas en Internet (UNCTAD,
2019) por la capacidad de sus algoritmos para procesar información,
aprender de manera automática, segmentar perfiles de usuarios y ge-
nerar predicciones adecuadas. Pero su motor de búsqueda no es la
única fuente inagotable de datos: también lo es toda su cartera de pro-
ductos y servicios, que incluyen desde su propio hardware y el siste-
ma operativo Android hasta servicios de identificación que median el

164
Las GAFAM como actores económicos mundiales

ingreso a otras plataformas. Junto con Facebook, concentran el 65%


del mercado publicitario digital a nivel mundial (UNCTAD, 2019). Se
trata de las dos grandes plataformas publicitarias: en el caso de Goo-
gle, más del 80% de sus ganancias dependen de los ingresos publicita-
rios, mientras que en el caso de Facebook esa cifra es cercana al 100%
(UNCTAD, 2019).
En el terreno de las plataformas publicitarias, donde la compe-
tencia se juega entre aquel duopolio y otras firmas como Twitter o
Snapchat, el control de los datos resulta clave para mantener una
ventaja competitiva. Por lo cual, una de las tendencias propias del
capitalismo de plataformas es la de la vigilancia. Monitorear, registrar
y analizar las actividades de los usuarios es una práctica elemental
de estas plataformas. Al punto tal que, como advierte Zuboff (2019),
reclamar que se ponga fin a la vigilancia comercial en Internet es equi-
valente a haberle pedido en su momento a Henry Ford que fabrique
a mano cada uno de sus Ford-T. La expansión de “la capacidad para
recolectar y acumular datos es un imperativo competitivo para estas
empresas” (Srnicek, 2018, p. 94) cuyo modelo de negocios se sostiene
en el procesamiento a gran escala de información personal. Una de las
controversias que aparece con este modelo es el debate por la privaci-
dad de la información que se recolecta a través de las cookies y otros
mecanismos de rastreo para ser luego vendida a terceros. Sobre todo,
cuando ese análisis y monetización de los datos remite, como en el
caso de Google y Facebook, a las cuentas o perfiles personales de los
usuarios con los que se vinculan sus diferentes servicios.
Si bien estas plataformas pueden operar a gran escala por su
inmensa capacidad infraestructural, un elemento central para expli-
car la posición dominante de las grandes firmas tecnológicas es la
concentración de activos intangibles. También denominados “capital
intelectual”, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Eco-
nómico (OECD, 2011) los define como activos que no tienen una en-
carnación física o financiera. Entre estos se incluyen el software, las
bases de datos, patentes, diseños, derechos de autor, capital humano,
redes institucionales y demás aspectos que contribuyen a la compe-
tencia económica de una firma. Una tendencia que se observa a nivel
mundial es la apropiación de estos activos y la monopolización del
conocimiento que llevan adelante las GAFAM. Por ejemplo, a través
de la organización de redes de innovación que congregan a institu-
ciones o compañías públicas y privadas, hacia las que se desvían los
riesgos económicos mientras se aprovechan los beneficios de sus in-
novaciones (Rikap, 2020; Rikap y Lundvall, 2020). Las economías de
escala que genera la concentración de estos activos por parte de las
GAFAM junto con los efectos de red que generan sus plataformas al

165
Jacinta Gorriti

incrementar constantemente su cantidad de usuarios, hacen virtual-


mente imposible la entrada de nuevos actores al mercado (Nadler y
Cicilline, 2020). Como advierte el informe del comité antimonopolio
de la justicia estadounidense, el ecosistema digital está cada vez más
concentrado y no parece que este escenario vaya a transformarse en el
mediano plazo (Nadler y Cicilline, 2020).
Asimismo, las GAFAM consolidan su posición dominante por me-
dio de sistemas de propiedad que aseguran que sus tecnologías de
base no sean utilizadas por compañías rivales. A partir de los años
ochenta aumentó exponencialmente el número de patentes en todo
el mundo, pero especialmente en Estados Unidos y China. Lejos de
ser un estímulo, las patentes se están convirtiendo en una manera de
bloquear la innovación. En la medida en que ya no se restringen a
“invenciones” de productos, sino que incluyen los “descubrimientos”
o el conocimiento que subyace a estos productos, se vuelven sinónimo
de extracción de valor (Mazzucato, 2018). Es decir, que no solo los
datos se privatizan, sino también el propio conocimiento, que corre
el riesgo de transformarse de un bien público en un negocio privado
exclusivo de estas compañías. Una manera de apropiarse de patentes
que implementan las GAFAM es la adquisición de otras compañías.
Google es la que más firmas ha adquirido, con más de 200. De he-
cho, la creación de Alphabet como holding que integra Google supuso
una reorganización de la firma que le permitió adquirir compañías
en múltiples sectores (biotecnología, salud, educación, planificación
urbana, inteligencia artificial) sin descuidar su principal actividad.
Facebook adquirió por grandes sumas dos firmas que se posicionaban
como las principales competidoras de su red social: Instagram (por
1000 millones de dólares) y WhatsApp (por 22.000 millones). Además
de compañías y de patentes, las GAFAM concentran capacidad huma-
na. La acumulación de talentos de todo el mundo ha sido señalada
como uno de los mecanismos de valorización centrales de Google, que
ha construido su estrategia empresarial y su marca en torno a la selec-
ción de una élite de ingenieros (Auletta, 2009).
En relación con esto, diversos autores han señalado los meca-
nismos de evasión impositiva que les permiten a las GAFAM, al igual
que otras grandes multinacionales, crecer a un ritmo inigualable para
compañías más chicas (Drucker, 2010; Zucman, 2014, 2015; Srnicek,
2019). La triangulación de activos entre sedes ubicadas en paraísos
fiscales como Luxemburgo, Bermudas, Irlanda y Suiza les permite a
las multinacionales estadounidenses ahorrar cerca de 130 mil millo-
nes de dólares por año en impuestos, de acuerdo con los cálculos de
Gabriel Zucman (2014, 2015). Con estos niveles de ahorro corporati-
vo, las GAFAM tienen una capacidad de adquisición y financiamiento

166
Las GAFAM como actores económicos mundiales

de otras compañías que garantiza su posición dominante. Google, por


caso, se ha convertido en uno de los grandes capitales de riesgo de
Silicon Valley con GV (antes Google Ventures). Para las GAFAM, la
evasión fiscal resulta particularmente sencilla, dado que solo nece-
sitan trasladar a otras jurisdicciones impositivas sus activos intangi-
bles (esto es, la propiedad intelectual) y no fábricas enteras (Srnicek,
2018; Rikap, 2020). Como sostiene Jonathan Taplin (2017), en vez de
realizar inversiones que puedan crear nuevos puestos de trabajo, las
millonarias reservas de aquellas firmas en el exterior son utilizadas
para recomprar acciones e invertir en startups.
Otro de los mecanismos de los que se valen para consolidar su po-
der monopólico es el cabildeo, una práctica legal en Estados Unidos.
El caso de Google es paradigmático a este respecto. Su gasto anual
en lobby fue aumentando progresivamente a partir del 2012, cuando
se iniciaron una serie de investigaciones en Estados Unidos y Europa
respecto de su posición monopólica, llegando en 2018 a convertirse
en la compañía que más gastó en lobby con la suma de 18 millones
de dólares (Hamburguer y Gold, 2014; Zuboff, 2019). Asimismo, Cam-
paign for Accountability reveló, junto a The Intercept, que durante la
administración de Barack Obama hubo una puerta giratoria entre el
personal de la Casa Blanca y el Googleplex (Dayen, 2016). Cerca de 250
personas se trasladaron desde las oficinas de Google a agencias estata-
les como la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), la Oficina de
Administración y Presupuesto (OMB), la Oficina de Patentes y Marcas
Registradas (OPT) y la División Antimonopolio del Departamento de
Justicia de los Estados Unidos. O, a la inversa, desde el gobierno —
especialmente desde el Departamento de Defensa— a las oficinas de
Google (Dayen, 2016; Taplin, 2017). A su vez, Google —al igual que
Facebook— tiene un rol cada vez más activo en las campañas electo-
rales de Estados Unidos. Otro informe de Campaign for Accountability
(2018) sostiene que los servicios gratuitos de consultoría digital para
segmentar y persuadir a votantes que Google y Facebook otorgan en
las convenciones nacionales de los partidos Demócrata y Republicano
son formas de cabildeo que no están reguladas por la Comisión de
Elecciones Federales (FEC).

LAS PLATAFORMAS COMO INFRAESTRUCTURAS


Y LA INFRAESTRUCTURA COMO PLATAFORMA
Ahora bien, si las GAFAM pueden producir ecosistemas cerrados de
plataformas a partir de los cuales controlan el acceso, los términos
de intercambio y las interacciones entre sus usuarios es porque son
propietarias de las infraestructuras que transportan los datos. Uno
de los factores que ha potenciado el crecimiento global de estas com-

167
Jacinta Gorriti

pañías ha sido la inversión masiva y continua en sistemas y en redes


infraestructurales, como “las nubes” donde se procesan y almacenan
los datos. Lejos de esta imagen etérea, “la nube” es “un mundo lleno
de tubos, cables, tierra, agua, arena y centros de datos” (Zuazo, 2015,
p. 10). Amazon lidera el mercado de la “computación en la nube” a
través de Amazon Web Services (AWS). Le siguen Microsoft, Google,
IBM y Tencent que, junto con Amazon, concentran el 75% de este mer-
cado fundamental para la economía digital (UNCTAD, 2019). Grandes
plataformas, como Netflix y Twitter, utilizan la capacidad informática,
los servicios de almacenamiento, análisis de datos y distribución de
contenido de AWS. Es decir, el funcionamiento de la mayoría de las
plataformas está sujeto al uso de los servicios de computación en la
nube que estas corporaciones proveen, lo que las vuelve dependientes
de su ecosistema infraestructural para aprovechar sus características
inherentes. Entre estas se encuentran la conectividad global, la acce-
sibilidad ubicua y los efectos de red (Van Dijck et al., 2018). Además
de ser un mercado con un gran potencial, la computación en la nube
provee nuevas fuentes de datos que les permiten a Microsoft, Amazon
y Google entrenar a sus algoritmos e identificar qué compañías y qué
servicios específicos tienen posibilidades de convertirse en tecnolo-
gías exitosas, orientando por lo tanto la innovación y las adquisiciones
(Rikap y Lundvall, 2020).
Solo estas grandes corporaciones (y algunos Estados) pueden
afrontar la inmensa inversión que supone montar sistemas de cables
conectados a amplias redes de centros de datos que constituyen las
nubes (Nadler y Cicilline, 2020). Si la infraestructura de Internet ha
sido un espacio tradicionalmente cerrado a la entrada de nuevos ju-
gadores (Zukerfeld, 2010), su control ahora no recae exclusivamente
en las tradicionales TELCOS (AT&T y Verizon), sino también en los
gigantes tecnológicos estadounidenses que son propietarios de más
de la mitad de los cables submarinos (Satariano, 2019). Lo que vemos,
entonces, es un proceso de fragmentación de Internet donde las GA-
FAM construyen sus propias redes privadas para que la información
no tenga que viajar jamás por infraestructura pública (Srnicek, 2018).
En lo que constituye un giro histórico respecto de la revolución indus-
trial del siglo XIX y de la revolución de las tecnologías de la informa-
ción y la comunicación en el siglo XX, los Estados y las instituciones
públicas utilizan cada vez más en su accionar cotidiano las infraes-
tructuras privadas que proveen esas corporaciones.
En su libro The Platform Society, José Van Dijck et al. (2018) tra-
zan una distinción “funcional” entre “plataformas infraestructurales”
y “plataformas sectoriales”. Las primeras son aquellas que constitu-
yen el ecosistema infraestructural en relación con el cual se montan

168
Las GAFAM como actores económicos mundiales

múltiples plataformas y ecosistemas digitales a través de servicios


como motores de búsqueda, navegadores, servicios de análisis de da-
tos y computación en la nube, tiendas de aplicaciones, sistemas de
pagos, servicios de identificación, de geolocalización y de navegación,
y almacenamiento de videos, entre otros. Las segundas, en cambio,
son las plataformas que conectan usuarios en un sector económico
específico: por ejemplo, la salud, la educación o el transporte. Los
autores argumentan que el poder económico y tecnológico que han
adquirido las GAFAM está vinculado con su capacidad para combinar
estos dos tipos de plataformas y expandir hacia diferentes sectores
económicos sus operaciones (Van Dijck et al., 2018). Así, lo que apa-
rece con las GAFAM es un proceso doble en el que aquellos servicios
digitales infraestructurales se están plataformizando, mientras que las
grandes plataformas que estas firmas administran se convierten en
infraestructuras esenciales en el mundo actual (Plantin et al., 2016).
Estas plataformas infraestructurales (Van Dijck et al., 2018) han logra-
do convertirse en guardianes de toda actividad online al concentrar la
capacidad de conectar y combinar flujos de datos, fusionando infor-
mación e inteligencia artificial.
Esta privatización de las infraestructuras básicas de la sociedad
informacional, que está profundamente vinculada con una lógica
neoliberal (McChesney, 2013; Plantin et al., 2016; Srnicek, 2018; Van
Dijck et al., 2018; Zuboff, 2019), es más alarmante todavía si se consi-
deran las décadas de inversiones públicas en áreas como educación,
investigación y desarrollo tecnológico y científico que están en la base
de los productos y servicios de las GAFAM (Mazzucato, 2015, 2018).
Las inversiones públicas estratégicas fueron clave en el desarrollo de
tecnologías que hoy forman parte de los ecosistemas de plataformas.
Internet, al igual que tecnologías como el GPS, las interfaces, las pan-
tallas táctiles y los asistentes virtuales (como Alexa, de Amazon, y Siri,
de Apple) son fruto de inversiones en la industria militar. De hecho, si
hay algo que enseña la historia del surgimiento de Internet es que los
procesos de innovación son colectivos, involucran a múltiples actores
y se despliegan en el largo plazo, por lo que requieren un apoyo pú-
blico sostenido que se sustraiga de la presión por generar ganancias.
El problema es que desde hace décadas se ha logrado desvincular la
inversión pública de base de los extraordinarios beneficios que obtie-
nen las compañías exitosas. Se ha consolidado un modelo en el que
los Estados son los encargados de realizar las inversiones iniciales y
asumir el riesgo económico que conllevan, pero sin percibir ningún
beneficio en caso de que lo haya (Mazzucato, 2015).
Aunque la mercantilización de las infraestructuras públicas haya
comenzado mucho antes del surgimiento de las plataformas, su emer-

169
Jacinta Gorriti

gencia ha acelerado aún más este proceso. Un fenómeno interesante


para analizar en relación con esto es cómo las plataformas infraes-
tructurales han comenzado a asumir funciones y responsabilidades
que se consideraban propias de los Estados. Morozov incluso afirma
que el rápido ascenso de estas plataformas creó una especie de Esta-
do de bienestar paralelo, privatizado y casi invisible, en la medida en
que muchas actividades cotidianas están subvencionadas o bien por
grandes firmas tecnológicas interesadas en obtener mayores volúme-
nes de datos, o bien por capitales de riesgo que financian startups con
el objetivo de conquistar una posición dominante duradera a largo
plazo (Morozov, 2018). A partir de la pandemia el sostenimiento de las
actividades educativas, por ejemplo, se ha garantizado con el uso de
estas plataformas. Si desde hace años las GAFAM invierten en secto-
res como la educación, la salud y el transporte (Van Dijck et al., 2018),
lo que quedó en evidencia con el traslado masivo de actividades a la
virtualidad por la pandemia es que solo aquellas que están actualmen-
te en condiciones de proveer las herramientas tecnológicas necesarias
para el desarrollo del teletrabajo, la telemedicina, la educación remo-
ta, etc. van a continuar expandiéndose al menos en lo inmediato. El
problema no es simplemente el desplazamiento del Estado en aque-
llos sectores ni sus capacidades informacionales limitadas que depen-
den para su funcionamiento de los servicios digitales que concentran
las GAFAM.3 También concierne a la transformación de los valores
públicos que moldean sectores sociales tan elementales como la salud,
la educación y la comunicación a partir de los mecanismos de datifica-
ción, selección y mercantilización de las plataformas (Van Dijck et al.,
2018) y del “solucionismo tecnológico” de los problemas sociales (Mo-
rozov, 2015), que va de la mano con una agenda política neoliberal.

¿ES POSIBLE UN GOOGLE LATINOAMERICANO?


SOBRE LAS RELACIONES CENTRO-PERIFERIA EN EL
CAPITALISMO DE PLATAFORMAS
Presentadas a grandes rasgos las nuevas coordenadas del capitalismo
de plataformas, es preciso dar un paso más: situar a América Latina
en este entramado. Un modo de hacerlo es recuperando los aportes de
la vasta tradición sociológica latinoamericana que durante décadas
se ocupó de analizar la especificidad del capitalismo latinoamerica-
no y las relaciones entre los capitalismos centrales y los capitalismos
periféricos (Torres, 2021). Me refiero, concretamente, a las teorías del

3 Por ejemplo, la aplicación CuidAR que lanzó el Gobierno argentino en el marco


de sus políticas de gestión de la emergencia sanitaria por el Covid-19, utiliza los ser-
vicios de computación en la nube de AWS (Jefatura de Gabinete de Ministros, 2020).

170
Las GAFAM como actores económicos mundiales

desarrollo y la dependencia que, en sus múltiples e irreductibles di-


ferencias, constituyen una cantera común de preguntas y conceptos
en torno a la “unidad problemática” que es América Latina (Aricó,
2020). A pesar de lo cual, rara vez se las pone en juego para pensar las
formas concretas y los desafíos que implica en la región la expansión
del capitalismo informacional (Castells, 1996)4 y su nueva torsión bajo
el modelo de las plataformas. Una revisión de estas teorías a la luz del
capitalismo actual excede con creces las posibilidades de este capítu-
lo. Sin embargo, son invocadas aquí como telón de fondo de las pre-
guntas que aparecen en relación con los dos casos que se abordan en
lo que sigue. Por un lado, el éxito de Mercado Libre y su dependencia
tecnológica de las GAFAM. Por otro, la incursión de Google en Cuba.

LAS GAFAM Y EL DESARROLLO TECNOECONÓMICO


LATINOAMERICANO: EL CASO DE MERCADO LIBRE
En tanto actores económicos que compiten entre sí, las GAFAM bus-
can expandir constantemente sus operaciones en todo el mundo y
acaparar mercados, por ejemplo, aumentando su número de usuarios
no solo individuales, sino también otras compañías, instituciones pú-
blicas y privadas, organizaciones, etc. América Latina tiene, en este
sentido, un interés estratégico para aquellas,5 pues se trata de una
región con gran potencial de crecimiento de usuarios, dadas las bre-
chas que existen en el acceso y uso de las tecnologías digitales. Un
tercio de los habitantes de la región no tiene acceso o cuenta con un
acceso limitado a estas. Una diferencia que se amplía en las zonas ru-
rales y en los quintiles de ingresos más bajos, según el último informe
de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL,
2020). Junto con los avances en la democratización del acceso a estas
tecnologías, ha crecido en la última década el uso de las plataformas
de las GAFAM. De acuerdo con un informe Latinobarómetro (2018),
el uso de Facebook en América Latina pasó del 19% en 2010 al 60%

4 A propósito del último libro que publicaron en conjunto Fernando Calderón y


Manuel Castells (2019), La nueva América Latina, José Maurício Domingues (2021)
señala, precisamente, este problema: que, más allá de algunos aportes significativos
como el concepto de extractivismo informacional y la cuestión de la economía cri-
minal glocal, elaborados a la luz de la perspectiva de la “sociedad red” de Castells,
el libro parece escrito sobre un vacío teórico. Es decir que, a la hora de pensar las
novedades histórico-estructurales de la región, se invisibilizan casi completamente
las contribuciones de grandes referentes de las ciencias sociales latinoamericanas
para abordar problemas centrales. Tales como los modos en que se vinculan aquellos
conceptos con las relaciones centro-periferia, con el problema del desarrollo y del
subdesarrollo o con las tensiones entre dependencia y autonomía.
5 Como señala la vicepresidenta de Google para Hispanoamérica, Adriana Noreña
(Morales, 2017).

171
Jacinta Gorriti

en 2018. WhatsApp (también de Facebook) se volvió una de las redes


sociales preferidas en la región, sobre todo en momentos de campañas
electorales, alcanzando al 64% de la población. YouTube (de Google),
por su parte, alcanza al 36% de la población latinoamericana, cuando
en 2010 llegaba solo al 13% (Latinobarómetro, 2018). Así, los nuevos
usuarios se incorporan a un ecosistema de plataformas gobernado por
las GAFAM, particularmente en el área de las redes sociales.
Otro de los usos más generalizados de Internet en la región, ade-
más de la conexión en redes sociales, es el comercio electrónico. En
esta área, que creció con la pandemia, la compañía que domina el
mercado latinoamericano no es una subsidiaria de las GAFAM, sino
la empresa argentina con mayor capitalización bursátil: Mercado Li-
bre.6 El unicornio argentino opera hoy en 18 países de América Latina
y es una de las dos firmas (junto con la brasileña StoneCo) incluida
en el ranking del Financial Times (2021) de las cien compañías que
más ganaron durante la pandemia en 2020. Mercado Libre es un caso
significativo para analizar la posición que ocupa América Latina en el
capitalismo de plataformas: primero, porque se trata de un early adop-
ter o un rápido adoptante del modelo de negocios exitoso en otras lati-
tudes. Mercado Libre surge en 1999, imitando a nivel local el modelo
de eBay, el sitio web estadounidense de subastas más importante en la
época, y se ha expandido en los últimos años siguiendo otros modelos
exitosos: el de Amazon y el de Alibaba, las dos plataformas globales de
comercio electrónico (Rikap et al., 2020). Al igual que Amazon, Merca-
do Libre es una plataforma que funciona como intermediadora entre
vendedores y compradores; y ha replicado el sistema de pagos y crédi-
to en línea de Alibaba. Solo que, a diferencia de estas, no ha expandido
sus operaciones hacia otras ramas como la computación en la nube,
ni tiene aún un catálogo de productos propios como el Amazon Kindle
o los servicios de Amazon Prime. En este sentido, Mercado Libre es
un ejemplo del tipo de “tropicalización” de tecnologías desarrolladas
afuera que caracteriza al ecosistema de plataformas latinoamericanas
(Katz, 2015). Otros unicornios de la región como Despegar, OLX y
Rappi, son también plataformas desarrolladas a imagen y semejanza
de otras que han sido creadas en Estados Unidos. Aunque esto no sig-
nifica que no puedan expandirse y competir a nivel global con otras
semejantes, aprovechando el inmenso caudal de datos al que tienen
acceso, supone trabas considerables para esa expansión en la medida

6 Que duplicó sus ingresos en 2020, obteniendo una ganancia de 89,3 millones de
dólares, dado el aumento en el comercio electrónico por las restricciones durante las
fases más estrictas de cuarentena (Lafuente, 2020).

172
Las GAFAM como actores económicos mundiales

en que, al no desarrollar tecnologías innovadoras, dependen de la ca-


pacidad informacional de las GAFAM para operar. Por ejemplo, Mer-
cado Libre usa los servicios de almacenamiento y las herramientas
analíticas de AWS para potenciar sus propios servicios digitales.
Además, replica a nivel local algunos de los conflictos que surgen
con las plataformas globales: por un lado, el problema de la regula-
ción de sus operaciones y la tributación correspondiente. La firma se
vio beneficiada por la Ley de Promoción de la Industria del Software
cuando, en rigor, no exporta ni realiza I+D en software, dos de las con-
diciones que una compañía debía reunir para beneficiarse del régimen
especial. La capacidad de lobby de una empresa cuya capitalización es
equivalente al 10% del PIB de su país de origen no es menor. Los sub-
sidios estatales para el desarrollo de las compañías tecnológicas son,
sin duda, necesarios para promover el crecimiento del sector y expan-
dir la presencia de firmas locales en el mercado global. Ahora bien, su
implementación suele beneficiar a las grandes empresas ya consoli-
dadas, antes que a las pequeñas y medianas.7 Por otro lado, respecto
de las relaciones laborales, Mercado Libre reproduce los esquemas de
las grandes plataformas. Es decir, la diferenciación entre una élite de
empleados calificados con sueldos de privilegio y una masa de trabaja-
dores mal remunerados, con condiciones cada vez más flexibilizadas
de trabajo. Y la brecha entre la evolución de la demanda de trabajo y
el ritmo de ventas. Con respecto a lo primero, Marcos Galperín (fun-
dador y CEO de la compañía) se ha manifestado reiteradas veces en
favor de una reforma laboral como la de Brasil y ha firmado en 2019
un convenio con la Unión de Trabajadores de Carga y Descarga que
va en ese sentido, con contratos de trabajo estructurados en torno
a “bancos de horas” y la negociación directa con la empresa sin pa-
sar por las mediaciones sindicales y legales. En cuanto a lo segundo,
mientras que entre 2009 y 2019 sus ventas crecieron un 1229%, las
contrataciones solo aumentaron un 562% (Rikap et al., 2020).
Cabe preguntarse, por lo tanto, qué implicancias tiene la expan-
sión de estas plataformas en América Latina para pensar el problema
del desarrollo socioeconómico y tecnológico. De acuerdo a lo comen-
tado en los apartados anteriores, que las plataformas creadas en la
región no logren producir innovaciones técnicas relevantes y trasla-
dables a otras latitudes no responde simplemente a la estrategia co-
mercial que le imprimen sus juntas directivas, sino que se trata de

7 Una tendencia que se replica en todo el mundo, empezando por las economías
avanzadas. En Estados Unidos, por ejemplo, se calcula que Amazon ha recibido más
de 3 billones de dólares en subsidios estatales durante las dos últimas décadas (Good
Jobs First, s/f).

173
Jacinta Gorriti

una cuestión estructural. Responde al modo mismo en que se plantea


la inserción de las regiones periféricas en el capitalismo de platafor-
mas. No es casual que solo un puñado de compañías estadouniden-
ses se hayan vuelto las ganadoras globales, ni que únicamente sean
desafiadas en esta dominancia por sus rivales chinas. Si una startup
latinoamericana quisiera convertirse en la próxima Google o Amazon,
encontraría serias dificultades en su camino: para empezar, las casi
infranqueables barreras de entrada en el mercado. ¿Cómo conseguiría
una cantidad masiva de usuarios que le permita acumular y procesar
datos en un mercado dominado por las GAFAM y sus ecosistemas ce-
rrados? Si Mercado Libre pudo cosechar el éxito que ostenta es, pre-
cisamente, por haber surgido en un momento en que aquella posición
dominante de las GAFAM no estaba consolidada en nuestra región y a
nivel mundial. ¿Cómo no seguir alimentando el poder de las GAFAM,
si las plataformas latinoamericanas necesitan sus infraestructuras y
servicios informáticos para funcionar? Asimismo, para prosperar en
su trayectoria y volverse una plataforma de la talla de las GAFAM,
aquella startup debería generar innovaciones tecnológicas que le per-
mitan escapar del laberinto de patentes sobre la que se montan aque-
llas, que sean tanto o más eficaces y atractivas como para acaparar
una buena cuota de usuarios y datos. A la vez, debería evitar ser adqui-
rida por alguna de las GAFAM, crear un modelo de negocios indepen-
diente de ellas y producir ingresos millonarios que le permitan crecer
rápido. Sin contar con que debería salir a la caza de talentos ofrecien-
do buenos salarios y condiciones de privilegio para sus trabajadores o
al menos una parte de estos, como hacen aquellas. Estas dificultades
explican por qué la mayoría de las plataformas y empresas tecnológi-
cas que surgen en América Latina se orientan hacia el desarrollo de
aplicaciones y contenido para las GAFAM (Katz, 2015), es decir, con-
figuran sus servicios de manera tal que sean complementarios de las
estrategias de crecimiento de estas últimas.

AMÉRICA LATINA COMO ESCENARIO DE DISPUTAS


ENTRE LAS POTENCIAS TECNOLÓGICAS
Otro aspecto importante para tener en cuenta al analizar el lugar que
ocupa nuestra región en el capitalismo de plataformas es la cuestión
de las infraestructuras digitales que sostienen la economía informa-
cional. Si se considera que el aumento de usuarios a través de la re-
ducción de las brechas en el acceso y uso de las tecnologías digitales
es estratégico para las compañías tecnológicas, se podría esperar que
estas inviertan en aquellos lugares más relegados tecnológicamente.
Sin embargo, cuando se observan las inversiones de las GAFAM en
América Latina, aparece lo contrario: no es en las zonas con menos

174
Las GAFAM como actores económicos mundiales

conexión sino en los países más adelantados en materia de conectivi-


dad donde estas emplazan sus infraestructuras. Chile, Brasil, Argen-
tina y Uruguay son los lugares que más inversiones de las GAFAM
han recibido en los últimos cinco años. Google, Amazon y Microsoft
han elegido a Brasil (San Pablo) y a Chile (Santiago) como enclaves
de sus centros de datos y regiones cloud. Además, en alianza con las
operadoras globales de telecomunicaciones, instalaron una serie de
cables submarinos que permitieron aumentar la conectividad en la re-
gión: en el caso de Google, aparte del cable Curie que colocó para unir
Valparaíso con Silicon Valley y conectar distintos nodos a lo largo del
Pacífico, construyó el cable Tannat que conecta Argentina con Uru-
guay y Brasil (Tomoyose, 2020). En esta misma dirección, Facebook
sumó recientemente el cable Malbec a su red de conectividad, que une
a Argentina con Brasil (GlobeNet, s/f). No obstante, la mayor parte de
la infraestructura digital está localizada en países centrales: el 40% de
los centros de datos de las GAFAM se localizan en Estados Unidos y el
80% en las regiones de Europa y Asia.8
Ahora bien, una excepción llamativa a aquella tendencia es la in-
cursión de Google en Cuba. En un informe de 2019, la ONG estadou-
nidense Campaign for Accountability reveló que, en junio de 2014,
Eric Schmidt y otros ejecutivos de Google fueron a la isla ampara-
dos en la rama filantrópica de la compañía (el think/do tank Google
Ideas,9 luego reconvertido en Jigsaw), con el objetivo de promover
un “cambio social positivo a través de Internet”. Seis meses antes
del histórico acercamiento en diciembre de 2014 entre los gobiernos
de Barack Obama y Raúl Castro, Google llegaba a Cuba con una
agenda de reuniones con funcionarios a cargo de la Internet cubana
que tuvieron como resultado una serie de acuerdos comerciales en-
tre ambos, inaccesibles para las firmas estadounidenses por más de
medio siglo (Campaign for Accountability, 2019). Los acuerdos, que
finalmente no se concretaron, incluían desde la disponibilidad de
algunos servicios de Google, como el navegador y la tienda de aplica-
ciones, hasta la instalación de un cable submarino. En una entrada
de Google+ citada en el informe, Schmidt sostiene que el bloqueo a
Cuba perjudicó los intereses comerciales de Estados Unidos porque

8 Como se desprende de los datos otorgados por las propias compañías: Google
Cloud (s/f), Amazon Web Services (s/f), Microsoft Azure (s/f).
9 Un dato relevante es que el director de Google Ideas (y Jigsaw), Jared Cohen,
trabajó hasta 2010 (cuando ingresó en Google) en el Departamento de Estado norte-
americano. Bajo el liderazgo de Cohen, Google Ideas tuvo un rol activo en los asuntos
de la política exterior de Estados Unidos, coordinando con la administración esta-
dounidense proyectos relacionados con la expansión de Internet en todo el mundo.

175
Jacinta Gorriti

permitió que la tecnología china gane terreno en la isla y en el Caribe


(Campaign for Accountability, 2019). Desde 2013, Cuba está conec-
tada a Internet a través de un cable submarino de tecnología china
que la conecta con Venezuela y otros nodos en el Caribe, siendo una
de las pocas zonas en la región donde se invierte el flujo predomi-
nante de datos desde y hacia Estados Unidos.10 En 2014, solo cerca
del 4% de los habitantes de la isla tenía acceso a Internet, lo que la
convertía en un territorio inexplorado e inexplotado para las grandes
firmas tecnológicas. La competencia entre ellas y la virtual satura-
ción de los mercados tecnológicos de las economías centrales donde
la competencia se da entre las propias GAFAM, vuelve estratégico el
desembarco en espacios como este.
Las características de esta incursión sugieren dos cosas. Prime-
ro, que la filantropía es una de las formas que asume la apertura de
nuevos mercados de las GAFAM, más que una gesta desinteresada en
defensa de las libertades a través del acceso a Internet, como descri-
ben Schmidt y Cohen su visita a Irak en 2010 (Campaign for Accoun-
tability, 2013). Segundo, que el gobierno de Estados Unidos traslada
en estas firmas y, especialmente, en Google tareas de diplomacia. Esto
no resulta del todo novedoso si se tiene presente la historia de la cons-
trucción del capitalismo global (Panitch y Gindin, 2015). Se trata de
un tipo de “diplomacia blanda”, en la que las compañías tecnológicas
promueven los intereses geopolíticos de su país en el exterior, ingre-
sando en terrenos donde una intervención oficial encendería alarmas,
al mismo tiempo que el gobierno estadounidense defiende las opera-
ciones de aquellas en el exterior (McChesney, 2013). En efecto, mien-
tras que hacia adentro existen disputas sobre la posición monopólica
de las GAFAM y el poder que concentran, como demuestran los inten-
tos de regulación y los procesos judiciales en curso, hacia afuera Esta-
dos Unidos es el principal defensor de sus operaciones. Como sostiene
Yuk Hui, “la globalización es la creación de un sistema mundial cuya
estabilidad depende de la hegemonía económica y tecnocientífica”
(2020, p. 88). De manera que los intereses comerciales de las GAFAM
están vinculados con la posición geopolítica de Estados Unidos y los
desafíos que supone para su hegemonía el ascenso de China. Y uno de
los escenarios donde se juega esa batalla por la hegemonía tecnoeco-
nómica es nuestra región.

10 Raúl Katz señala que en América Latina “el despliegue de cables submarinos se
encuentra orientado principalmente a apoyar el tráfico hacia y desde Estados Uni-
dos, postergando otras regiones como Europa o Asia” (2015, p. 272).

176
Las GAFAM como actores económicos mundiales

Señalar las nuevas formas que adquiere el “imperio informal” de


Estados Unidos (Panitch y Gindin)11 es importante, sobre todo consi-
derando la historia de las relaciones de la potencia del Norte con Amé-
rica Latina. Sin embargo, no es suficiente si se pretende avanzar hacia
una agenda de desarrollo tecnológico y económico que no prescinda
de las plataformas, pero que tampoco desconozca los condicionantes,
obstáculos y limitaciones que la naturaleza periférica de nuestras eco-
nomías implica. Uno de los interrogantes que frecuentemente surge
desde las perspectivas críticas de las nuevas tecnologías es si resulta
posible regular a las GAFAM y limitar su poder sin repensar la gober-
nanza capitalista en su conjunto (McChesney, 2013; Avanessian y Reis,
2017; Rikap y Lundvall, 2020). ¿Qué alternativas concretas existen?
¿La única manera de desafiar el modelo de Silicon Valley en la región
es creando nuestras propias GAFAM, como hizo China con Tencent,
Huawei, Baidu y Alibaba? Semejante proyecto, ¿sería posible a nivel
nacional o supondría avanzar hacia nuevas formas de integración re-
gional? ¿Cómo lograr cierto margen de autonomía en las decisiones
acerca de la orientación, formas y dinámicas del desarrollo tecnoló-
gico en un ecosistema informacional gobernado por un puñado de
actores? ¿Podemos retomar hoy elementos de aquellas tradiciones po-
líticas latinoamericanas que plantearon el uso de las tecnologías para
producir cambios estructurales desde una perspectiva emancipatoria,
como el proyecto Synco o Cybersyn (Medina, 2011) de Salvador Allen-
de? No puedo aquí más que dejar planteadas estas preguntas y suge-
rir que, si las tecnologías están definidas y delimitadas por relaciones
sociales, es necesario situarlas en el sistema mundial del que forman
parte y que contribuyen a sostener. Poner en discusión las relaciones
de poder que atraviesan los modelos tecnológicos dominantes requie-
re, sin dudas, un análisis crítico de las GAFAM, al mismo tiempo que
una mirada atenta a las potencialidades de otras formas tecnológicas.

CONSIDERACIONES FINALES
La pandemia de Covid-19 terminó de poner de manifiesto algo que,
décadas atrás, la construcción de sistemas financieros de extraterri-
torialidad y la expansión global de las tecnologías digitales ya habían
demostrado: que las ciencias sociales necesitan marcos de observa-
ción mundiales de los fenómenos sociales. Es decir, que se vuelve im-
prescindible adoptar una perspectiva que inscriba los actores de re-
ferencia de nuestras investigaciones en movimientos sociohistóricos
que exceden los campos nacionales y regionales. Esto no significa que

11 A propósito del concepto de “imperialismo” en relación con las plataformas digi-


tales, ver Yong Yin, 2015.

177
Jacinta Gorriti

debamos abandonar cualquier referencia a lo nacional o lo latinoa-


mericano: no se trata de excluir una realidad en favor de otra, ni de
subsumirla en un escenario más amplio que la abarque. Al contrario,
nos invita a enlazar esos tres registros y pensarlos en conjunto para
enriquecer nuestros análisis desde enfoques que comprendan lo es-
pecífico e irreductible de cada fenómeno social, su vinculación con
otros en la heterogeneidad que caracteriza a las situaciones sociales
latinoamericanas o de otras regiones y los modos en que se relaciona
con procesos sociales mundiales.
Desde estas coordenadas en el capítulo se realiza un movimien-
to doble: introducir las características principales del capitalismo de
plataformas, la forma de reorganización del capitalismo en el siglo
XXI promovida por las GAFAM, e identificar las condiciones, mo-
dalidades y límites que este ordenamiento supone para el desarrollo
latinoamericano. En su articulación, surgen la necesidad de revisar
las narrativas dominantes en torno a las GAFAM desde una pers-
pectiva que contemple los cambios en la producción, valorización y
consumo, en las formas de Estado y en las relaciones geopolíticas;
y la importancia de repensar los procesos de desarrollo tecnológico
y económico en la región en estas nuevas coordenadas. Quizá pa-
rezca una obviedad, pero no está de más insistir en incorporar una
demarcación entre centros y periferias en el análisis del capitalismo
de plataformas, algo que no siempre aparece en los estudios sobre el
tema, especialmente, en los que se llevan a cabo desde el Norte Glo-
bal. A la vez, considerar el tema de las plataformas tecnológicas desde
una interrogación por las posibilidades y los desafíos que involucran
para América Latina, implica no detenerse solamente en la crítica
de la dominación sino abrir el juego a la viabilidad de otras formas
tecnológicas surgidas de los materiales ya existentes en los países de
la región y que recuperen los legados, las iniciativas y herencias histó-
ricas que aparecen cuando se cuestiona la “cultura monotecnológica”
(Hui, 2020) que promocionan las GAFAM.
Los escenarios de crisis abiertos por la pandemia vuelven más
urgente la tarea de repensar este ordenamiento mundial en el que las
GAFAM concentran tecnologías que se han vuelto indispensables en
la medida en que constituyen el entorno digital en el que transcurren
nuestras existencias. La pandemia nos ha demostrado hasta qué pun-
to vivimos nuestras existencias en las múltiples y variadas mediacio-
nes digitales que nos rodean. Si antiguamente se investía a los orácu-
los de un saber decisivo sobre la vida, hoy acudimos a “Google, el ojo
que todo lo digitaliza” (Berti, 2020, p. 187). Ahora bien, esta capaci-
dad de resolución, acompañamiento y consejo con la que investimos
a Google y a otras firmas no es un poder que se nos impone inexora-

178
Las GAFAM como actores económicos mundiales

blemente: es, en cambio, una relación desigual, confusa y opaca con


nuestras propias condiciones de existencia en un mundo digitalmente
constituido. Por eso, no se trata de abonar posturas tecnofóbicas, de
promover formas de ludismo o de llamar a una “desconexión”, sino
de comprender cómo estamos implicados e implicadas en aquel or-
denamiento y qué desplazamientos podemos producir en su interior,
colectiva e individualmente. La regulación estatal, la creación de pla-
taformas públicas, la revisión de los usos que hacemos de las platafor-
mas existentes y de los valores que se materializan en sus diseños, la
disputa por la propiedad de los datos y las infraestructuras en las que
se producen y circulan, van a ser fundamentales en los años venide-
ros. No obstante, mientras no logremos proyectar otras narrativas del
futuro, vinculadas con nuestra propia historia y que resulten movili-
zadoras, será difícil avanzar en una transformación del equilibrio en
el que sostiene aquel ordenamiento mundial y su configuración de las
relaciones de poder.

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183
LOS IGUALES. APROXIMACIÓN TEÓRICA
A LA EMERGENCIA DE UN NUEVO SUJETO
HISTÓRICO

Fernando Peirone

INTRODUCCIÓN
Este trabajo forma parte de un estudio de largo aliento sobre la cons-
trucción social de Internet. El abordaje es realizado desde una pers-
pectiva de análisis socio-técnico (Bijker y Pinch, 1987; Thomas y Buch,
2013), que permite analizar a Internet como una producción cultural
(Castells, 2003) y tomar distancia de aquellas visiones que la entien-
den como una tecnología o como un protocolo de comunicación. En
este sentido, el trabajo de base aborda los trayectos socio-técnicos y
los grupos sociales relevantes que formaron parte del desarrollo de
la llamada “red de redes” y generaron sus usos y sentidos dominan-
tes. Para el análisis de los trayectos socio-técnicos se tomaron tres
períodos: 1) el exploratorio, que se inicia en 1969, cuando se produ-
jo el primer enlace con transferencia de paquetes de datos entre las
universidades de UCLA y Stanford, ya que fue el momento en que el
dominio de Internet pasó del Departamento de Estado de los Estados
Unidos, su impulsor original, a los centros de investigación universi-
tarios, donde los intereses trascendían su valor estratégico-militar y
se diversificaban dando lugar a lo que más tarde se conocería como la
“red de redes”; 2) el hipertextual, que surge en 1990 con la aparición
de la World Wide Web, dando inicio a la hipertextualidad; y 3) el inte-

185
Fernando Peirone

roperativo, que inicia con lo que se conoce como Web 2.0, por el salto
cualitativo que se abre con la interacción, la producción de contenidos
y el intercambio “peer to peer”. Para el análisis de los actores o grupos
sociales relevantes que participaron y participan en la construcción
social de Internet, se abordaron cinco comunidades que, por distintas
razones, tuvieron un rol determinante en lo que hoy nos representa-
mos cuando pensamos en Internet. Las tres primeras son más conoci-
das y gozan de un consenso general. Son: 1) la cultura científica, 2) la
cultura hacker y 3) el movimiento por el software libre. Los otros dos
grupos sociales, aunque consideramos que son igualmente relevantes
y significativos, no son reconocidos ni están visibilizados de la mis-
ma manera. Ellos son, 4) la comunidad de gamers —que integra a los
jugadores de videojuegos, juegos online y juegos interactivos; y 5) los
iguales, sobre cuya composición, rol y dinámica nos concentraremos
a lo largo de este artículo.
Hecha esta primera presentación, es preciso aclarar que el apela-
tivo “los iguales” que usaremos a lo largo de este trabajo, no tiene una
pretensión nominativa ni fundacional, ya que solo busca distinguir y
reconocer un actor fundamental de nuestro tiempo que a esta altura
trasciende largamente su vínculo con Internet y que, llamativamente,
aún no ha sido considerado ni estudiado de acuerdo a su gravitación.
Asimismo, es pertinente decir que el artículo “los” delante de la pa-
labra “iguales” expresa un sesgo de género que atenta contra la re-
presentación universal que porta y queremos darle a este emergente
social —lo mismo ocurre cuando decimos “los muchos”, “los videoga-
mers”, “los dioses”, “los indignados”, “los hijos de Dios”, “los bárba-
ros”, “actor histórico”, etc.—; por lo cual, es importante informar que
cada vez que en este trabajo hagamos uso del condicionante de género
masculino delante de la palabra “iguales”, será reconociendo el equí-
voco y entendiendo que forma parte del sexismo que subyace en las
lenguas como “el eco de un ordenamiento social ancestral de corte
patriarcal” (Kalinowski, 2020a, 2020b; Sarlo y Kalinowski, 2019); re-
conociendo, a su vez, que las ciencias sociales necesitan seguir deba-
tiendo, explorando y escuchando, hasta encontrar formas apropiadas
y consensuadas de un uso más justo e inclusivo del lenguaje.

GENEALOGÍA DE UN ACTOR HISTÓRICO


Los iguales es un concepto construido a partir de la obra de Jacques
Rancière. Más precisamente de las aproximaciones analíticas y teóri-
cas que desarrolló en El odio a la democracia (2007a) y en El maestro
ignorante (2007b). En el primero, investigando y reflexionando sobre
los principios fundantes de la política y la democracia, con el fin de
revelar el modo en que estos dos instrumentos colectivos le sustraje-

186
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

ron a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública, más


allá, claro está, de las variantes históricamente situadas que adquirió
la democracia desde su origen hasta la actualidad. En el segundo, re-
construyendo la historia del pedagogo francés Joseph Jacotot, para
analizar el carácter inhibitorio y segregacionista que tiene el orden ex-
plicador en occidente. En este sentido, es preciso aclarar que el modo
en que serán evocadas estas obras no guarda relación con el orden
cronológico en que fueron escritas y publicadas, sino con el orden en
que necesitamos recuperarlas para nuestra construcción conceptual.1
Para llevar adelante la genealogía de las formas occidentales de
gobierno que se despliega en El odio a la democracia, Rancière necesi-
ta remontarse al siglo VI aC, al momento histórico en que los griegos,
frente a la necesidad de acordar los términos de la convivencia social
y el orden jurídico con que iban a organizar la res publica, se enfrenta-
ron a una de las preguntas fundantes de nuestra civilización: ¿somos
todos iguales? Si los asuntos de la polis eran competencia de todos los
atenienses; por añadidura, también lo eran sus derechos y obligacio-
nes. Pero sostener ese “prejuicio” de igualdad (isonomía)2 presentaba
una complicación importante: el derecho a elegir y a gobernar debía
ser común a toda la ciudadanía. Por lo cual, debía trascender la natu-
ralización de la autoridad y las jerarquías que estaban asociadas a los
linajes, las riquezas, los títulos y los cargos religiosos, para convertirse
en un derecho transversal e igualitario. Ahora bien, ¿qué testimonio
de igualdad podía ser suficientemente sólido para representar una al-
ternativa válida ante la potestad efectiva —y hasta ese momento in-
discutible— que históricamente había ejercido la aristocracia? ¿Qué
argumento había en favor de los que no tuvieron la asistencia forma-
tiva de la paideia para que los alcanzara —nada más ni nada menos
que— el derecho a gobernar? ¿Qué precepto superior podía igualar
—y legitimar— a los legos con la aristocracia que desde tiempos in-
memoriales había educado con el ejemplo de la virtud? La respuesta
que encontraron para todas esas preguntas fue simple e irrebatible:
el criterio de igualación lo confería el ser “amado de los dioses”, sin
distinción ni preconceptos (Rancière, 2007a, p. 62). Esa igualación de
la ciudadanía, basada en la indiscriminación amorosa de los dioses,
dice Rancière, es lo que constituye a la res publica; y es lo que le da

1 En idioma francés, los libros aparecieron en el siguiente orden: El maestro ig-


norante en 1987 (las versiones castellanas: 2003, en España; 2007, en Argentina), y
El odio a la democracia en el año 2000 (2006, 1º edición en Argentina). El espectador
emancipado en 2008 (2010, 1º edición en Argentina).
2 Para un desarrollo detallado del significado de isonomía, ver en nuestra biblio-
grafía, Arendt, 2009, pp. 70-99.

187
Fernando Peirone

sustento y proyección, tanto a la política como a la democracia en el


marco de una nueva racionalidad social. Ese debate sobre las formas
de organización de la convivencia, para los griegos representó una
ética y una forma de vida cuya proyección nos alcanza y todavía nos
interpela (Giner, 1975; Jaeger, 1993; Eggers Lan, 1997; Arendt, 2009).3
Casi quince años antes, en El maestro ignorante, Rancière ya ha-
bía reflexionado sobre “la razón de los iguales”; en ese momento, fren-
te a la naturalización de una dialéctica perversa, que fue concebida
para desigualar y dominar, y que terminó justificando la existencia de
un orden explicador jerárquico cuya misión consiste en contarle a los
“ignorantes” —que en esa concepción es sinónimo de “inferiores”—,
cómo funciona el mundo y qué es importante saber. La denuncia y re-
probación del orden explicador que hace Rancière no equivale a decir,
claro está, que todos seamos idénticos ni que todas las inteligencias
sean iguales y/o la misma. Él lo sabe y lo consigna, pero aclara que
ninguna singularidad es mejor que otra ni otorga privilegios o dere-
chos diferenciados; por lo cual, propone un nuevo principio rector
basado en una regla ética: “Lo que nos interesa es la exploración de
los poderes de todo hombre cuando se juzga igual que todos los otros
y juzga a todos los otros como iguales a él” (Rancière, 2007b, p. 78).
Dicho de otro modo, no se puede juzgar a nadie por lo que sabe o lo
que no sabe, porque además de ser inasequible, no es un indicador de
su inteligencia ni de sus capacidades ni de sus derechos. Lo que cada
uno sabe o ignora es una consecuencia, entre otras cosas, de los inte-
reses, de las motivaciones (propias o estimuladas), del contexto, y de
la educación formal e informal a la que tuvo acceso; pero de ningún
modo es un indicador de sus capacidades ni de sus derechos.4 En este
sentido, la deconstrucción que realiza Rancière de la idea de “saber” y

3 El filósofo argentino Conrado Eggers Lan, al igual que Rancière, investigó los
cabildeos que transitaron los griegos en el siglo VI a.C., cuando decidieron distribuir
los derechos y obligaciones de los ciudadanos en base a una categoría universal que
hasta ese momento nadie había necesitado ni pensado para ser aplicada a un sistema
de gobierno. Ese momento es el más seguro comienzo de la polis que se conozca, dice
Eggers Lan, y cuenta que quien primero asumió la tarea de esa reforma fundante
—porque hasta ese momento el gobierno era ejercido por diferentes aristocracias—,
fue paradójicamente un comerciante: Solón. Para ampliar, ver Eggers Lan (1997),
Peirone (2014d), Jaeger (1993).
4 La presunción de igualdad cognoscitiva de Rancière, de algún modo ya había
sido homologada por la teoría constructivista cuando demostró que todos los seres
humanos producimos y adquirimos conocimiento de la misma manera: ensayando
estrategias, construyendo hipótesis, y evaluando resultados a partir de nuestros vín-
culos con los demás y con el mundo (Piaget, 2003; Vygotski, 2009; Ferreiro, 2014).
Esto último incluye, por supuesto, a los objetos técnicos y a sus mediaciones (Stie-
gler, 2002a; Latour, 2008; Simondon, 2017).

188
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

de “ciudadanía”, permite 1) visibilizar un actor histórico cuya relevan-


cia ha sido sistemáticamente silenciada y 2) (re)significar una serie de
reconocimientos fundacionales que se proyectan hasta nuestros días,
a saber: a) los iguales son una parte fundamental de la res publica, b)
sus derechos y obligaciones constituyen el respaldo normativo y la
garantía de universalidad que corresponde a un sistema democrático,
y c) su autoridad para intervenir en los asuntos públicos es la explici-
tación necesaria de la igualdad que los asiste.
Trasladado a nuestro caso, el ejercicio de Rancière presenta a los
iguales como un antecedente en el que, no solo podemos apoyarnos
para reconocer y abordar a un actor transversal que tiene un peso
significativo en la construcción social de Internet; sino también para
darle entidad y voz a un actor insoslayable de nuestro tiempo que,
aun cuando participa activamente en el diseño de la cultura digital en
particular y de la sociedad informacional en general, no reclama aten-
ción ni reconocimiento, por dos razones fundamentales: 1) porque su
participación siempre fue aluvional, inercial, impersonal, desordena-
da, espontánea, puntual y fragmentaria (Deleuze y Guattari, 2004), lo
cual dificulta entenderlo y abordarlo como un mismo actor con expre-
siones heterogéneas, simultáneas, distribuidas; y 2) porque no se asu-
me como un actor fundamental de nuestro tiempo —básicamente por
falta de reconocimiento—, que con su esfuerzo enriquece el patrimo-
nio común del conjunto de la humanidad (Marx, 2007). Sin embargo,
a pesar de las difuminaciones, hoy, este actor ocupa un lugar decisivo
—y a esta altura, insoslayable— en la configuración del orden social
emergente, comparable a la idea del ciudadano moderno. Dicho de
otro modo, si entendemos a Internet como una herramienta privada
que devino en un activo público, y por lo tanto en un “territorio” en dis-
puta, con un sentido dinamizado por los usos y los intereses que pone
en juego,5 entonces los iguales son una parte constitutiva de Internet
y, por ende, debido al modo en que están involucrados, de la sociedad
informacional. Sin embargo, lamentablemente, a pesar de todos los
indicios que tenemos sobre su importancia, los iguales conforman un
colectivo cuasi irreal. No tiene entidad y no cuenta, por añadidura,
con un reconocimiento a la altura de los “bienes” que genera, de los
aportes que hace, y de la autoridad que tiene en la construcción so-

5 Por supuesto nos referimos a Internet como un capital social en disputa y no a la


infraestructura y las conexiones, eso que en Argentina llamamos “fierros” para referir
globalmente el hardware, los hostings, las conexiones y la conectividad. Dicho de otro
modo, nos referimos a la “Internet [que] se pensó como un artilugio para la Guerra
Fría, [que] se desarrolló en las universidades, y [que] llegó a toda la población como
un servicio de lujo. [Pero que] Ahora [como] la tecnología es cada vez más barata, de
acceso masivo; esta apropiación se defiende y se disputa” (Ekman, 2014).

189
Fernando Peirone

cial de Internet (Pasquinelli, 2009; Shirky, 2012; Rheingold, 2012); ni


siquiera figura en los estudios y abordajes socio-técnicos que se han
realizado de Internet.6 En consecuencia, tampoco cuentan —aunque
por el momento parezca una aspiración utópica— con un respaldo
normativo que explicite el derecho adquirido de los iguales para inter-
venir tanto en el diseño y la normativización de Internet como en la
soberanía de datos, sobre todo a la luz de las múltiples incumbencias
y del valor estratégico que representa el consenso en la construcción
de un marco legal común.
Uno de los intentos más serios que se conocen en esta dirección
se formalizó en el Marco Civil de Internet (MCI) que se llevó adelante
en Brasil con la participación y la contribución del Gobierno Fede-
ral, servidores de Internet, técnicos, usuarios de a pie y la comunidad
académica.7 Se trata de un hecho inédito porque consiguió socializar
un debate fundamental de nuestro tiempo sobre a) el respeto, la pro-
moción y la protección de los derechos civiles en el uso de Internet, b)
la “neutralidad de la red”, c) la limitación de responsabilidad para los
intermediarios, d) la libertad de expresión y garantías de privacidad.8

6 Esta vacancia resulta particularmente llamativa en las investigaciones que se


hicieron bajo la perspectiva de la Teoría del Actor Red. Con algunas excepciones,
como la de José Manuel Corona-Rodríguez (2013) y su trabajo temprano sobre “La
construcción social de Internet: estrategias de uso y significación de la informaci-
ón”, un paper breve que constituye un antecedente importante para los estudios que
lo sucedieron, pero que hoy se ha desactualizado frente al devenir de Internet y la
emergencia de actores que en ese momento no habían adquirido la relevancia y el
protagonismo que tienen hoy.
7 Ver en nuestra bibliografía, Ekman (2014) “Artigo 19 do Marco Civil da Internet”.
Para una mayor ampliación, ver “Recurso Extraordinário (RE) 1037396 interposto
pelo Facebook Serviços Online do Brasil Ltda”, https://bit.ly/2T77bMd; ARTICLE19
(2015), “Análise do Marco Civil da Internet 2014-2015”, Article 19 e Ford Foundation,
https://bit.ly/3uTASxm; Lei 12.965/2014, https://bit.ly/3gviztp; “Brasil aprobó el Marco Ci-
vil de Internet”, https://bit.ly/3inB5X9; “Brasil reglamentó Marco Civil de Internet y eli-
minó parcialmente la obligatoriedad del apagón analógico”, https://bit.ly/34RD0LA. En
México también se puso en marcha “Salvemos Internet”, una coalición formada por
organizaciones, colectivos, empresas y personas en defensa de la neutralidad en la
red, a partir de la convocatoria que hizo el Instituto Federal de Telecomunicaciones
(IFT) para someter a consulta pública un anteproyecto de “Lineamientos de Gestión
de Tráfico” que pone en discusión los términos y condiciones de la red, y que debido
a los intereses que están en juego pone en riesgo la neutralidad de la red. Ver https://
salvemosinternet.mx/. Otro caso, también mexicano, es la llamada “Ley Olimpia”, una
de las pocas iniciativas parlamentarias de origen popular que puso en discusión el
poder de las redes, el patriarcado y las relaciones sexistas en Internet. Ver Tamara
Pearson, “La lucha por un ‘Internet feminista’”, https://bit.ly/2S9I8rM.
8 El antecedente más cercano a este intento de empoderamiento popular frente a
las tecnologías, se desarrolló en Chile, durante el gobierno de Salvador Allende. El
proyecto se llamó Cybersyn o Cynco, y se originó a partir de una iniciativa del in-

190
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

Tras cinco años de debate colaborativo, el MCI fue sancionado como


ley por la expresidenta Dilma Rousseff en el contexto de la conferen-
cia NET Mundial celebrada en Río de Janeiro el 26 de marzo de 2014
(Lei Nº 12.965/2014). La posterior aprobación de la reglamentación
fue uno de los últimos actos de su presidencia, antes del impeachment
(Decreto Nº 8.771, de 11/05/2016). Desde entonces, la ley sufre asedios
permanentes por parte de las diferentes corporaciones (tecnológicas,
profesionales, mediáticas), a pesar de la tarea de ciclópea concienti-
zación que realizan ONG y defensores del MCI, como InternetLab9 o
Article1910 —entre otras—, tratando de visibilizar lo que está en juego.
Contemporáneamente a estos debates, en un registro más idea-
lista que político, pero motivado por un propósito similar, en 2014
Tim Berners Lee dio una conferencia TED en la que hizo un llamado
público para celebrar el 25 aniversario de su gran creación, la World
Wide Web, con la escritura colaborativa de una Carta Magna para que
la web sea “un bien público que priorice a las personas”:

Hay muchos espacios en los que la gente ha empezado a escribir una Carta
Magna, una propuesta de derechos para la red. ¿Qué tal si hacemos eso?
¿Qué tal si decidimos que esa carta se convierta en los derechos fundamen-
tales, el derecho a comunicarnos con quien queramos? (…) Hagamos entre
todos una Carta Magna para la red. (Pp. 5-50)

Más allá de la retórica voluntarista y un tanto naif del —a esta altura—


legendario ingeniero inglés, en la práctica tal vez sea la evocación más
cercana a los iguales que conozcamos, y precisamente para escribir
una propuesta sobre los derechos públicos para la red frente a los ries-
gos evidentes e inminentes que implican los poderes corporativos y
concentrados en la red, porque “no solo estamos siendo vigilados, sino
porque quien lo hace puede abusar de la información” (pp. 3-10).11
Se refiere a una información que —como venimos diciendo— es pro-
ducto de una construcción social, pero que unos pocos utilizan para

geniero Fernando Flores, quien convocó al cibernético británico Stafford Beer para
organizar un proyecto que, bajo una estructura conceptual e ideológica de gestión y
control de la información, 1) optimice la gestión de las empresas de todo Chile, y 2)
empodere al “pueblo” mediante el control y la transparencia de todos los organismos
del Estado. Lamentablemente, tras al golpe militar el proyecto fue abortado irrevo-
cablemente, “frustrando uno de los proyectos políticos y cibernéticos más avanzados
de la época en el mundo.” Para ampliar, ver en nuestra bibliografía: Or_am, 2006;
Baradit, 2017.
9 Ver http://www.internetlab.org.br/en/.
10 Ver https://www.article19.org/what-we-do/.
11 Para una ampliación de la noticia, ver https://bit.ly/3g0Pyqp.

191
Fernando Peirone

usufructo privado, sesgado, prejuicioso y violatorio de derechos civi-


les inalienables como la privacidad y la libertad de expresión (Zuboff,
2019, 2020; Orlowski, 2020; Kantayya, 2020).12
A pesar de todo, ninguna de las dificultades que transita el debate
en Brasil, ni la retórica voluntarista de Berners-Lee, ni los muchos
obstáculos que podamos encontrar en esta empresa común, le restan
sentido ni deberían desalentar los esfuerzos que se hagan para reco-
nocer, autorizar y alentar a los iguales a asumir su legítima potestad
para participar en los debates sobre el futuro de Internet, sobre todo
si lo que está en juego son —como en el nacimiento de la política y la
democracia— los términos de un nuevo orden social.

DIFERENCIAS Y SIMILITUDES CON OTROS ACTORES SOCIALES


En virtud de una mejor definición de los iguales, a continuación, va-
mos a avanzar en una operacionalización conceptual que nos permita
especificar su alcance y diferenciarlo de algunos actores con los que
presentan ciertas similitudes o algunas coincidencias. Por ejemplo,
debido a su universalidad, los iguales abarcan a cada uno de los ‘gru-
pos sociales relevantes’ de Internet. Abarca a la comunidad científica,
a la cultura hacker, al movimiento por el software libre y a los vi-
deogamers; pero también a otros colectivos, como cualquiera de las
cíber-tribus que desde la masificación de Internet, acompañan e inter-
vienen en su desarrollo; tal es el caso de los bloggers, los fotologgers,
los youtubers, los booktubers, los instagramers, los tiktokers, etc. Todos
estos actores son abarcados por los iguales, pero no son lo mismo. De
la misma manera, hay actores sociales con los que comparten la mis-
ma invisibilidad o la misma falta de reconocimiento, pero no son ho-
mologables con los iguales ni se trata de identidades intercambiables.
Pensemos, por caso, en “los indignados” (Hessel, 2010; Castells, 2012),
un actor difuso y transversal con una fuerte presencia en Internet y
las redes sociales, pero con una misión fundamentalmente política;
los iguales por momentos los abarcan, circunstancialmente, debido al
tipo de aporte que hacen en la construcción social de Internet, pero re-
presentan colectivos diferentes. Pensemos, si no, en los “subalternos”
(Gramsci, 1981; Spivak, 2011), con quienes tienen muchos puntos en
común, como su invisibilidad y su falta de reconocimiento; pero tam-
poco son lo mismo. En la construcción social de Internet, los iguales
han exhibido la subalternidad para darle voz a su no-voz. Lo podemos
ver cuando surge un periódico como El Adán Buenos Aires y sube a

12 Ver también “Contrato para la web: Un plan de acción global para que nuestro
mundo en línea sea seguro y empoderador para todos y todas”, https://contractfor-
theweb.org/.

192
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

su blog y a las redes sociales historias de vida de cartoneros;13 cuando


personas anónimas filman con un celular y viralizan a un pibe rapero
de los barrios populares;14 cuando alguien sube a Spotify el disco “Vi-
vir preso”, donde Ariel “El Patón” Argüello, un condenado a cadena
perpetua, cuenta las historias de violencia y reclusión que vivió en
cárceles de máxima seguridad;15 o cuando en el partido de San Martín
(provincia de Buenos Aires) aparece una iniciativa como la Biblioteca
Popular La Carcova, visibilizando el entorno subalternizado del co-
nurbano bonaerense profundo, a través de contenidos que producen,
difunden y enseñan ellos mismos.16 Algo similar ocurre con los “pre-
carizados” de Robert Castel (1997), los influencers o “los hijos de Dios”
—para incluir diferentes registros y actores—, porque son colectivos,
comunidades o identidades que están abarcados, pero al mismo tiem-
po trascendidos, por los iguales. Y podríamos decir algo parecido de
un sinnúmero de sub-comunidades que participan de la cultura inte-
ractiva y que integran el colectivo de los iguales, pero —como veremos
a continuación— no son lo mismo.
Los antecedentes y actores con mayor aproximación conceptual
a los iguales, sin ser lo mismo ni equivalentes, los podemos encontrar
en i) los “muchos” de Étienne de La Boétie (2008); ii) la “Multitud” de
Michael Hardt y Toni Negri (2005); iii) las “multitudes inteligentes” de
Howard Rheingold (2004); iv) “los bárbaros” de Alessandro Baricco
(2008); v) el movimiento Creative Commons; vi) la enciclopedia cola-
borativa Wikipedia; siempre interseccionados entre sí —como vere-
mos a continuación— por más de una característica en común.

LOS MUCHOS
El célebre Discurso sobre la servidumbre voluntaria (DSV) de Étien-
ne de La Boétie, también llamado “Contra el Uno”, comienza con
una alusión a la “soberanía de muchos” que toma de la Ilíada, como
parte de su admiración por la tradición griega. Antes de analizar el
significado de estos muchos, recordemos que La Boétie escribió las
dieciocho páginas del famoso libelo en 1548, durante el inicio de las
grandes monarquías absolutistas, cuando apenas tenía 18 años —por
esa juventud, en el siglo XX, algunos lo llamarían el “Rimbaud del
pensamiento”—; y que fue publicado recién en 1572, a instancia de
su amigo Michel de Montaigne, casi diez años después de su muerte

13 Ver https://bit.ly/3gcjChG.
14 Ver Ramiiii Freestyle, Rap en Marcos Paz, https://youtu.be/qDSuqI4GlfU.
15 Ver https://open.spotify.com/album/4wM1Cneh8ffWtINpz1BZBf.
16 Ver https://bit.ly/3z55Iq6 y https://bit.ly/34Vh5TH.

193
Fernando Peirone

a mano de la peste negra. Desde entonces ha sido evocado y revivido


sin solución de continuidad para hablar de autonomismo, de filosofía
política, de los colectivos que se identifican con el procomún colabo-
rativo o para convertirlo en un precedente intelectual del anarquismo
debido a sus encendidas apologías sobre la libertad. En este derrotero,
sus muchos —sin el artículo adelante—, devino en los muchos y se
convirtió en una categoría de la teoría política que, en cierto modo,
ya no fue necesario asociarla explícitamente a La Boétie. Permitía ha-
blar y reflexionar sobre las razones de la obediencia voluntaria que
los muchos manifiestan ante el Uno, esa efigie superestructural que
todo lo engulle o subordina proyectándose como el único modelo po-
sible. Aunque también, permitía hablar de los cualquiera, como el po-
der de los muchos, en la medida que la democracia es el poder de los
cualquiera (Rancière, 2007c; Moreno-Caballud, 2017). Sin agotar la
nómina de autores que hablaron de los muchos, entre otros podemos
mencionar a Savater (1982), Deleuze y Guattari (2004), Arendt (2008),
Sennet (2008), Ierardo (2012), Virno (2013), Gago (2014), Forster
(2018), Goldhagen (2019). Poco se ha dicho, sin embargo, sobre el sal-
to semántico que La Boétie le dio a su versión de “la soberanía de mu-
chos”, alejándola del sentido original que tenía en el texto homérico,
con el fin de orientar su discurso hacia esos muchos que se proponía
soliviantar. A continuación, haremos un breve repaso de esa resignifi-
cación y su relación con los iguales.
La cita de la Ilíada que le da sentido y horizonte al DSV corres-
ponde a un pasaje donde Ulises habla de “la soberanía de muchos”,
pasaje, vale decir, que ya había sido evocado por Aristóteles en Política
(IV-26) actualizando un viejo debate sobre la autoridad que también
había tenido pronunciamientos de Jenofonte y Platón, pero que en
realidad atraviesa la experiencia y las discusiones de todos los filóso-
fos griegos sobre la polis. El texto del pasaje, dice: “no veo un bien en
la soberanía de muchos; uno solo sea amo, uno solo sea rey” (Homero,
II, pp. 203-206).17 La Boétie omite decir que las palabras de Ulises for-
man parte de una arenga sobre el sentido de la guerra y sobre cómo
afrontar las batallas, muy alejado del sentido que él introduce. Dada
la erudición de La Boétie y su afición por la cultura griega, la distor-
sión difícilmente pueda ser atribuida a un error; por el contrario, su
intención es poner en evidencia el pensamiento de las monarquías y
la naturalización de sus privilegios por parte de los sectores sociales
postergados, opuesto al poder que los muchos podían encontrar en la
fraternidad para hacer valer su condición de mayoría frente al despo-

17 En francés, de la versión original: “Il n’est pas bon d’avoir plusieurs maîtres; n’en
ayons qu’un seul; Qu’un seul soit le maître, qu’un seul soit le roi”, https://bit.ly/34U1e7I.

194
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

tismo de los pocos. Por lo tanto, más que una omisión, se trató de un
sesgo aplicado a una declamación que, en el relato homérico, Ulises
pronuncia frente a una asamblea de reyes —no de ciudadanos, ni si-
quiera de guerreros—: reyes, cuya “honra” procedía “de Zeus”. Es de-
cir, sujetos políticos que estaban muy lejos de ser una representación
popular y muy lejos a su vez de ser un ejemplo de servidumbre volun-
taria, sobre todo si tenemos en cuenta que se trataba de una moción
de orden en un debate de primus inter pares, cuya autoridad —atri-
buida a Zeus— era un ascendiente social que habían heredado todos
los presentes por ser miembros de la aristocracia terrateniente. Si nos
atenemos a la cita completa de Homero, podemos comprobar que La
Boétie difícilmente podía ser utilizada como una máxima orientada a
ponderar la rebeldía y la libertad de los muchos, si no era cambiándole
el sentido original y manipulándolo con fines panfletarios, no necesa-
riamente cuestionable si tenemos en cuenta que su propósito no era
precisamente la verdad ni la fidelidad. Y lo mismo cabe para Ulises,
que tampoco perseguía la verdad, sino un fin político y estratégico
fundamental, como era ganar la batalla de Troya: “De ninguna ma-
nera seremos reyes aquí todos los aqueos. No es bueno el caudillaje de
muchos; sea uno solo el caudillo, uno solo el rey, a quien ha otorgado el
taimado hijo de Cronos el cetro y las leyes, para decidir con ellos en el
consejo” (Homero, II, pp. 203-206).
Como se desprende de la cita, los muchos que refiere Ulises están
muy lejos de ser los “muchos hombres, muchas aldeas, muchas ciu-
dades, [y] muchas naciones [que] sufren a veces bajo un solo tirano”
aludidos por La Boétie (2008, p. 44). Ulises, era un caudillo que llama-
ba a la sensatez de los demás caudillos: aunque seamos todos reyes,
alguien (Uno) tiene que conducir, porque no podemos gobernar todos,
en el mismo sentido la recupera Aristóteles en Política. Lo cual ubica
a Ulises y al resto de los terratenientes de un modo palmario en el otro
extremo de los muchos a los que La Boétie quiere acicatear recor-
dándoles que cuentan con las condiciones apropiadas para definir la
vida en común y desafiar o desobedecer el poder de los pocos. En este
sentido, los muchos comparten con los iguales el hecho de ser sectores
invisibilizados, solo que en el caso del DSV son evaluados de manera
potencial y no efectiva; mientras que en el caso de los iguales su peso
es elocuente y gravitante, tanto en la construcción social de Internet
como —consecuentemente— en la generación de acciones culturales,
de grupos sociales relevantes y de hechos trascendentales.

MULTITUD
Michael Hardt y Toni Negri (2005) presentan a la multitud como un
concepto surgido en la tradición spinoziana, más específicamente en

195
Fernando Peirone

su filosofía de la inmanencia y en su noción de poder constituyente,


para interpelar los límites de la razón moderna, la idea de masa y la
vigencia de la soberanía. En esa concepción, la “multitud” conforma
una comunidad política heterodoxa en la que se materializan y orga-
nizan los poderes de la singularidad, la historia, la técnica y la política,
pero in absentia de mediación externa alguna. Es decir, a diferencia de
la réplica que le harían —entre otros Paolo Virno (2013) con su Gra-
mática de la multitud, también nacida en la tradición spinoziana—, no
se trata de una forma permanente y no episódica de lo social, sino de
una multitud que se asume como una alteridad destinada a interpelar
y protagonizar un cambio sustancial, epocal.
La resignificación que Hardt y Negri realizan de la filosofía spi-
noziana, como se sabe, sumó no pocas controversias políticas y teóri-
cas a las que el dueto ítalo-norteamericano ya había generado cinco
años antes con la publicación del potente y polémico Imperio (Hardt
y Negri, 2002), sobre todo por el modo en que forzaba sus bases teóri-
cas para presentar lo que ellos llamaban “el proyecto de la multitud”,
como el catalizador de un descontento y de una indignación social
sobre el horizonte de masificación global que todavía no se vislumbra-
ba de un modo evidente, sino por algunos indicios aislados como el
Foro de San Pablo, las protestas en Seattle y otros emergentes que no
lograban una cohesión y una representación efectivas. Con diferentes
matices, se los acusó de realizar una lectura entre anacrónica y volun-
tarista de la realidad social y política que vivía el mundo a comienzos
del siglo XXI, en un contexto donde el neoliberalismo hegemónico
y expansivo subordinaba cada vez más a los Estados-nación (Borón,
2004; Virno, 2013). En acuerdo con las voces críticas, se podría con-
ceder que hicieron una lectura forzada y voluntarista del devenir his-
tórico, tanto en términos teóricos como políticos, apresurándose a
identificar, definir y fundamentar el agente de un cambio global que
aún no era evidente ni efectivo. También se podría disentir con la des-
cripción que hicieron del escenario mundial, como un “estado endé-
mico de guerra mundial” (Hardt y Negri, 2005, p. 13). Sin embargo,
no sería tan reprochable ni desacertada la lectura que hicieron del —
por entonces— incipiente descontento social y de la emergencia de un
agente de cambio difuso y extendido. Pensemos sino en lo que sucedió
en España, contemporáneamente a la publicación del libro, con la lla-
mada “revolución de los celulares” (Rheingold, 2004); en 2009 con las
revueltas que hicieron tambalear a Moldavia e Irán (Peirone, 2012a);
o algunos años después, en 2011, cuando —para sorpresa de muchos,
pero no para Hardt y Negri— emergió casi de la nada una “multitud”
difusa de “indignados” que simultáneamente expresaba diferente tipo

196
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

de hartazgos en distintas partes del mundo (Sassen, 2011; Savater,


2011, 2012; Castells, 2012; Hardt y Negri, 2012; Chomsky, 2012; Peiro-
ne, 2011, 2012a, 2017; Reguillo 2015, 2017).
La percepción de descontento e indignación, pero a la vez de po-
tencialidad, que tienen los textos de Hardt y Negri, dialoga —como ve-
remos— con las “multitudes inteligentes” de Rheingold, como dialoga
con los “indignados” de Hessel (2010), pero no dialoga de la misma
manera con los iguales, en la medida que con su “multitud” refiere y
asume un sujeto social con una vocación política, una iniciativa trac-
tiva y un espíritu orgánico que los iguales no esgrimen ni asumen de
un modo explícito sino a través de sus construcciones culturales y
sociales, entre las que lógicamente se incluye la construcción de una
conciencia y una potencia políticas, pero no como su identidad o su
razón de ser sino por añadidura. Dicho de otro modo, aún cuando la
“multitud” y los iguales pueden intersectarse en la misma comunidad
política, los iguales trascienden las oportunidades de una coyuntura
sociopolítica, y abren el juego a una extensa resignificación socio-téc-
nica, donde encabalgados en la potencia de las herramientas tecnoló-
gicas, también se interpelan —entre otras cosas— tanto la lógica de
los mecanismos de representación y participación política como los
fundamentos mismos de la cultura patriarcal.

MULTITUDES INTELIGENTES
Rheingold vio en las Multitudes inteligentes (2004) la posibilidad de
darle entidad a una voluntad social que ya había empezado a reseñar
en su libro La comunidad virtual. Una sociedad sin fronteras (2012
[2000]), en el cual decía que existe algo así como un instinto de abeja
que, entre los humanos, cuando tiene la posibilidad de ser expresado,
tiende a la cooperación en pos de objetivos comunes, en franca opo-
sición a lo que plantea “la tragedia de los comunes”.18 Esta voluntad,
en su opinión, nunca antes había tenido la posibilidad de hacerse tan
visible y factible como a partir del empoderamiento que experimenta-
ron millones de personas de todos los continentes a través de Internet

18 La tragedia de los comunes es un dilema que planteó el ecologista estadouniden-


se Garrett Hardin en 1968 para advertir sobre los riesgos ambientales que en su opi-
nión conllevaba la superpoblación, y que consiste en una situación hipotética donde
los individuos, motivados por su interés personal —pero actuando racionalmente—
sobreexplotan un recurso limitado (el común) que comparten con otros individuos,
a pesar de ser una decisión que ostensiblemente los perjudica y los condena a todos,
por tratarse de un recurso que es vital para todos. Este dilema fue retomado por un
sinnúmero de autores —que van desde la economía a la psicología, pasando por la
filosofía y la antropología—, hasta convertirse en una renombrada discusión sobre la
naturaleza y la condición humana.

197
Fernando Peirone

y las redes de telefonía móvil, participando de una infinidad de gru-


pos sociales que se fueron conformando a partir de los más diversos
intereses, incluidos los políticos. Recordemos que cuando aparece el
libro Multitudes inteligentes, a principio de los años dos mil, la cul-
tura interactiva estaba dividida en dos grandes sistemas que aún no
se entrecruzaban: por un lado, estaban las redes de telefonía móvil
y, por otro, Internet con los sistemas informáticos de acceso abierto.
Todavía no había surgido la web 2.0 y los celulares ni siquiera habían
incorporado el 3G, consecuentemente aún no se había producido la
gran convergencia de medios, géneros y potencialidades interactivas
que más tarde iba a reseñar y describir Jenkins en Convergence (2008);
tampoco había tomado forma la tecnosociabilidad (PNUD, 2009). Aún
así, Rheingold leía en ese presente seminal una latencia social pro-
minente —como la que de algún modo percibían Hardt y Negri— y
sostenía que esa suerte de ecosistema —con la que más tarde iba a
coincidir Clay Shirky, tanto como se iban a distanciar Eugeny Mo-
rozov y Nicholas Carr, entre otros—, no solo estaba empoderando a
las personas para actuar de manera conjunta y coordinada, aun sin
conocerse; sino que además constituía la expresión más acabada de
un modo de organización social, cultural y política que estaba instau-
rando un nuevo régimen tecnosocial.
Las multitudes inteligentes están formadas por personas capaces
de actuar conjuntamente, aunque no se conozcan. Los miembros de
estos grupos cooperan de modos inconcebibles en otras épocas por-
que emplean sistemas informáticos y de telecomunicaciones muy no-
vedosos que les permiten conectarse con otros sistemas del entorno,
así como con los teléfonos de otras personas (Rheingold, 2012, p. 18).
En este sentido, las “multitudes inteligentes” de Rheingold presentan
una típica conformación socio-técnica, donde participan individuos,
grupos, dispositivos móviles, computadoras conectadas a Internet y
movidas sociales que, con su dinámica y su experiencia, engrosan el
repertorio de acciones colectivas. Rheingold las describe como un
actor heterogéneo y heterodoxo que, aunque no tenga propósitos
definidos, se reproduce y expande silenciosamente como el hongo
Myxomycota,19 para entrar en acción y levantar la voz cada vez que
surjan estímulos para la cooperación y el bien común.

19 Para referir la ductilidad y el carácter expansivo de las “multitudes inteligentes”,


Rheingold recurre al Myxomycota (o “slime mold”), un hongo que adopta apariencia
unicelular o pluricelular según las condiciones ambientales. Esa misma estrategia,
dice Rheingold, utilizan las “multitudes inteligentes” cuando adoptan voces uniper-
sonales o múltiples, pero siempre tendiente a la organización y la consecución de
fines colectivos.

198
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

Por todo esto, aunque el recorrido que hace Rheingold sobre las
“comunidades virtuales” y las “multitudes inteligentes” guarda rela-
ción con el proceso en el que surgen y se conforman los iguales; y
aunque tengan la misma composición heterogénea; se trata de actores
que —como la “multitud” de Hardt y Negri— están marcados por una
fuerte impronta teleológica —aun cuando no tengan fines prexisten-
tes—, que los vuelve más activistas que constructivistas.

LOS BÁRBAROS
Alessandro Baricco, que es un fino y dedicado observador de las ma-
reas culturales, fue uno de los primeros en reparar en el hondo calado
de los cambios que sobrevinieron con el segundo milenio. Sus per-
cepciones las volcó en Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación (2008),
un trabajo minucioso donde describe y demuestra con ejemplos co-
tidianos el carácter cognitivo de esos cambios culturales. Allí conclu-
ye que estamos frente una invasión bárbara que está socavando los
cimientos de la civilización occidental. Fue una hipótesis fuerte, que
no cosecho detractores —más bien todo lo contrario—, pero tampoco
generó discusiones o investigaciones que estuvieran a la altura de su
polémico planteo ni de su alcance epistémico, con la posible excep-
ción de la continuidad que Nicolas Bourriaud (2009), sin declararlo,
le dio en Radicante.
Con estilo coloquial y estéticamente cuidado, Baricco (2008) sale
al cruce de quienes dicen que estamos frente a cambios de conducta, y
redobla la apuesta diciendo que en realidad estamos ante la emergen-
cia de un estadio cultural divergente, “como si los cerebros hubieran
comenzado a pensar de otro modo” (p. 110). Para Baricco, quienes
protagonizan ese cambio cultural son los bárbaros, un arcano tan di-
fícil de asir como un animal salvaje. En su descripción, los bárbaros
no son confrontativos sino desconcertantes, fundamentalmente por
el modo provocador en que decidieron renunciar unilateralmente a
las formas reificadas de la cultura moderna y a todos sus requisitos
de pertenencia, para reconocerse solo en su propia cultura; esto es,
en una cultura que adoptó la lengua del mundo actual, o de Internet:
múltiple, polisémica, pluriautoral, ligera, de saberes efímeros cuyo
valor principal no está dado por su relación con la “verdad”, sino por
las conexiones y las trayectorias que habilita.20 En este sentido, los
bárbaros conforman una nueva manera de habitar el mundo que se

20 Para ampliar ver los capítulos “IX. Un mundo bárbaro” y “X. Otro modo de pen-
sar” de Mundo extenso. Ensayo sobre la mutación política global (Peirone, 2012b), allí
se presenta una genealogía de “los bárbaros”, de su impacto en la cultura moderna y
de su proyección en la sociedad informacional.

199
Fernando Peirone

manifiesta en la extensa metamorfosis que experimentan el fútbol, el


vino, la música, la pintura, las audiencias, el conocimiento, la tecnolo-
gía, las relaciones. Son una especie de tendencia cultural indetenible
donde la velocidad y la sencillez son innegociables; donde todo tiende
hacia una gran “gamificación” de la vida y del mundo (2019).21 Por
todo eso, los bárbaros son más la expresión de un emergente cultural y
de una episteme en formación, que las grafías de un actor social como
los iguales, aun cuando participen activamente de esa construcción
socio-técnica de sentido que llamamos sociedad informacional.

CREATIVE COMMONS
En otro registro, porque no se trata de un actor social, el Creative
Commons (CC) es un movimiento que presenta algunas analogías con
los iguales y que, en virtud de nuestra conceptualización, es impor-
tante contrastar. El movimiento CC fue fundado en 200122 por cua-
tro abogados especialistas en derecho informático y copyright: James
Boyle, Michael Carroll, Lawrence Lessig y Eric Saltzman. Este movi-
miento se define a sí mismo como una organización sin fines de lucro
que promueve el intercambio y la utilización legal de contenidos, con
el fin de abandonar posturas privatistas extremas, como la que sostie-
ne que “Todos los derechos [son] reservados”; y tender hacia posturas
más flexibles y enriquecedoras, como “Algunos derechos reservados”,
o bien definitivamente abiertas, como la que reza “Sin derechos reser-
vados” (Copyleft). Su idea era, siguiendo el modelo del movimiento de
software libre, desarrollar licencias abiertas y aplicables a todo tipo
de obras culturales, pero sin perder su solidez jurídica. Generar una
normativa que resulte comprensible para los legos, que no están inte-
riorizados de los pormenores legales; que sea legible por máquinas y
no solo por humanos (Lorente, 2020). Una vívida y elocuente aplica-
ción social de la perspectiva socio-técnica, en este caso dirigida a los
emergentes que la sociedad informacional genera en el terreno de la
producción científica y la disponibilidad de sus beneficios.
A diferencia de los casos anteriores, el movimiento CC está com-
puesto por personas físicas (identificables) que asumen una misión
social muy concreta: flexibilizar las condiciones restrictivas que pesan
sobre los contenidos de autor y ponerlos a disposición de la humani-
dad para su libre circulación, intercambio y resignificación. En este
marco, el movimiento de CC encontró en Internet a una de sus razo-

21 Aquí sencillo no quiere decir fácil, sino facilitación operativa.


22 Una curiosidad no tan casual. Lawrence Lessig, el factótum del movimiento CC,
inscribió el dominio creativecommons.com el 15 de enero de 2001, el mismo día que
un grupo de “wikipedistas” puso en línea wikipedia.com.

200
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

nes fundamentales, porque fue a partir de la red de redes que los flujos
de circulación del conocimiento se aceleraron, y porque devino en un
gran medio de acceso público, quizás el más democrático que se podía
imaginar para la circulación de los bienes culturales y la interpelación
que cotidianamente hace el movimiento CC de las restricciones que
pesan para acceder al conocimiento humano. Por todo esto, el mo-
vimiento CC es una de las pocas organizaciones que sin nombrarlos,
defiende a los iguales.23 De hecho, se podría decir que cada vez que el
movimiento CC promueve el libre acceso e intercambio de la cultura
como bien público, está reconociendo la potestad de los iguales en la
producción de ese capital común; pero, paradójicamente, lo hace sin
reconocerles entidad. Como si el movimiento CC asumiera la repre-
sentación legal de los iguales, en la medida que son sus beneficiarios
directos y principales, pero por default y no apoyados en el recono-
cimiento de su entidad y, por lo tanto, en la necesidad de otorgarles
una representación. Porque convengamos que no solo defienden el
derecho humano a los bienes culturales; también están defendiendo a
sus productores, es decir, a un sujeto social concreto. No identificarlo
como un actor, es no reconocerlo como un interlocutor válido y gravi-
tante, con el que podría interactuar y acordar estrategias que visibili-
cen sus derechos, sus tareas y su producción. En este sentido, resulta
evidente que el movimiento CC tiene una misión político-legislativa
frente a los iguales, ya que es —tal vez— quien mejor puede asumir ese
rol y esa representación.

WIKIPEDIA
Por último, una breve mención sobre Wikipedia. Sin ser los iguales,
se podría decir que Wikipedia es la expresión más elocuente de lo que
pueden los iguales o de los cualquiera —como los llaman algunos ac-
tivistas de la cultura wiki (Moreno-Caballud, 2017; Lorente, 2020)—,
utilizando una expresión más cercana a la ciudadanía de a pie que a
lo que nosotros llamamos los iguales, pero igualmente efectiva a la
hora de poner en valor la producción social del conocimiento. En este
sentido, el llamado método wiki: “reúne el saber universal y la posibi-
lidad para todas las personas de participar de ese saber, como emisores
y como receptores” (Lorente, 2020, p. 20). Sin embargo —coincidiendo
con lo que decíamos más arriba sobre el movimiento CC—, Lorente
dice que no será efectivo hasta que no sea acompañado por “La demo-
cratización del conocimiento, la construcción colectiva, un derecho

23 No les da entidad nominal porque no hay acuerdo sobre sus modos de existencia,
pero les da entidad de hecho.

201
Fernando Peirone

que robustezca las ciudadanías menguadas por la falta de reconoci-


miento de sus culturas e intereses como dignos de ser compartidos”.
Los cincuenta millones de artículos traducidos a más de trescien-
tos idiomas, es —de hecho— una obra de los iguales. Tiene su marca
pluriautoral, su impronta hipertextual, y su propio proceso de vali-
dación social del conocimiento. Asimismo, los seiscientos millones
de visitas diarias que recibe su sitio desde celulares, computadoras
y tablets es un indicador categórico de su valoración social y la más
clara muestra de su interminable potencia generativa (Peirone, 2012b;
Lorente, 2020).24

LOS IGUALES
Después de presentar el fundamento teórico, la trayectoria, las analo-
gías y las vecindades de los iguales, los definimos como un colectivo
dinámico, heterogéneo y socialmente representativo que produce y
desarrolla bienes tecnosociales públicos. Hablamos, pues, de un co-
lectivo transversal que, así como entre los griegos fue constituido con
arreglo a la representación universal de la res publica; actualmente,
podría ser reconocido con arreglo a una nueva representación uni-
versal, esta vez de la sociedad informacional y en el contexto de lo
que podríamos llamar una reformulación del contrato social. Sobre
todo si tenemos en cuenta que hoy, los bienes tecnosociales públicos
gravitan en la construcción del orden social emergente y constituyen
los cimientos de una economía y de una cultura que está basada en el
excedente cognitivo generado por los iguales (Shirky, 2012; Vercellone
y Fumagalli, 2020). Es decir, de un capital intangible y codiciado que,
en la actualidad, entre otras cosas, representa el principal factor de
crecimiento e innovación de las economías basadas en el conocimien-
to; lo cual revierte la dinámica tradicional donde el capital material
constituía el factor determinante del sistema productivo y de las rela-
ciones de poder. En palabras de los economistas y teóricos del capi-
talismo cognitivo, Carlo Vercellone y Andrea Fumagalli (2020, s. 2.1):

La parte más sustancial de este capital intangible está, en realidad, incorpo-


rado esencialmente en las personas (el llamado capital humano), es decir,
en una intelectualidad o inteligencia colectiva generalizada. Esto significa
que las condiciones de reproducción y formación de la fuerza de trabajo
se han vuelto directamente productivas y que la fuente de la riqueza de las

24 Para una ampliación de su valor estratégico y de su dimensión política e ins-


titucional, ver capítulo “XVIII. El mundo wiki” en Mundo extenso. Ensayo sobre la
mutación política global (Peirone, 2012b). Para una ampliación de los dispositivos de
producción de conocimiento significativo y los procesos de validación de los saberes
plebeyos, ver El conocimiento hereje. Una historia de Wikipedia (Lorente, 2020).

202
Los iguales. Aproximación teórica a la emergencia de un nuevo sujeto histórico

naciones radica en los factores colectivos de productividad e innovación


previos al sistema empresarial.

En esta línea se ubica el reconocimiento de Brasil a los usuarios du-


rante la construcción del Marco Civil de Internet, poniéndolos en un
pie de igualdad con el Gobierno Federal, los servidores de Internet,
los técnicos y la comunidad académica. Lo mismo ocurre con quie-
nes comenzaron a pensar en un Ingreso Básico Universal (IBU) o una
Renta Social Básica Incondicional (RSBI), ya que —más allá de su
utilidad para cubrir los efectos devastadores que generan la econo-
mía capitalista y los nuevos procesos productivos (automatización,
algoritmización, plataformización, extractivismo informacional); y de
aumentar el grado de autonomía de los individuos con respecto a los
dispositivos tradicionales de protección social que todavía se centran
en la familia patriarcal— propone un ingreso disociado del trabajo
(Vercellone y Fumagalli, 2020); esto es, de un ingreso primario vincu-
lado a una contribución social, cultural y productiva que hoy no se paga
ni se reconoce pero que resulta vital, en la medida que produce y desa-
rrolla buena parte del repertorio de saberes y acciones tecnosociales
de la humanidad (Peirone, 2018; Peirone et al., 2019c).
Por último, cabe aclarar que aun cuando entendemos que los
iguales contienen a todos los actores de Internet y de la cultura digi-
tal, y que tienen un protagonismo decisorio en la sociedad informa-
cional, su reconocimiento, su entidad, su representación y su rol —
homologables a la categoría ciudadanos— amerita un debate público
extenso y transversal. Por eso, con este trabajo, nos interesó poner en
evidencia su existencia y, consiguientemente, reconocer su gravita-
ción en la construcción social de la sociedad informacional, como un
actor insoslayable y determinante, pero sobre todo como un nuevo
sujeto histórico.

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208
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y SUS DESAFÍOS

PRODUCCIÓN DE SENTIDOS, LÍMITES Y POSIBILIDADES

Mariana Fry

INTRODUCCIÓN
En los últimos lustros han emergido en América Latina un conjunto
de formas de movilización novedosas, capaces de politizar nuevos te-
mas y problemas. Si se analiza específicamente el caso de Uruguay,
puede observarse la aparición de nuevos movimientos y ejes de con-
flictos, como es el caso de los movimientos feministas, los movimien-
tos LGBTI y las acciones colectivas en defensa del ambiente y los bie-
nes comunes. Muchos de estos no son nuevos, pero han resurgido con
una particular fuerza en los últimos años.
¿Qué tienen en común? ¿Qué los distingue de los que protagoni-
zaron la escena política en décadas anteriores? Para construir estas
respuestas es necesario pensar con perspectiva histórica. En Uruguay,
puede identificarse un ciclo de luchas contra la dictadura asociado
al período de reapertura democrática en la década de los ochenta,
signado por la organización de redes a nivel urbano que buscaron dar
respuesta a necesidades como la alimentación y la salud, el surgimien-
to de movimientos de mujeres, movimiento cooperativista de vivienda
y de derechos humanos, entre otros. En la década de los noventa se
registró un nuevo ciclo de luchas centrado en la resistencia al neolibe-
ralismo, que tuvo entre sus características centrales la realización de
consultas populares (referéndums y plebiscitos) contra procesos pri-

209
Mariana Fry

vatizadores y de recorte del gasto social, el cual se cierra con la llegada


del Frente Amplio al gobierno en 2005 (Falero, 2008).
En los años siguientes, el triunfo de una fuerza política de sig-
no progresista y el advenimiento de casi dos décadas de crecimien-
to económico ininterrumpido generaron un nuevo contexto para las
luchas sociales. En este escenario, los movimientos sociales clásicos
coexistieron con la emergencia de nuevos sujetos y formas de lucha.
En particular, el movimiento feminista se ha desplegado con impo-
nente fuerza en Uruguay y en la región, ensayando nuevas formas de
movilización (Cucchi, 2020), construyendo una trama de relaciones
y un discurso que atraviesa todas las esferas de la vida (Menéndez,
2018), desde la educación hasta la economía, los cuidados, los cuer-
pos, la sexualidad, las maternidades. Uno de sus rasgos centrales ha
sido la politización de prácticas y relaciones que tradicionalmente son
conceptualizadas como privadas, trascendiendo la dinámica de for-
mulación de demandas hacia el Estado.
¿Qué implica esto para la teoría social? Si se analizan las últimas
décadas en América Latina, puede observarse que cada ciclo de luchas
estuvo asociado a distintas teorizaciones en el campo de los estudios
sobre movimientos sociales y acciones colectivas. La década de los
ochenta se caracterizó por la emergencia de nuevas formas de asocia-
ción y movilización, que se desplegaron en el contexto de las transi-
ciones hacia regímenes democráticos. En este escenario comenzaron
a desarrollarse los estudios sobre movimientos sociales en la región,
bajo la influencia de la teoría europea de los Nuevos Movimientos So-
ciales —NMS— (Gohn, 1997). Estos centraron su atención en la apa-
rición de nuevos sujetos como los movimientos de mujeres y jóvenes
o las organizaciones vinculadas a la lucha por derechos sociales bási-
cos, los cuales se contraponían a los movimientos sociales “clásicos”.
En los años noventa se asistió a un debilitamiento de los actores socia-
les clásicos como el movimiento sindical y el movimiento estudiantil,
junto con el predominio de formas de acción colectiva fragmentadas
y ligadas a demandas puntuales. Esto estuvo asociado a declive de los
estudios centrados en el concepto de movimiento social, que dieron
paso a teorizaciones centradas en la idea de protesta (Svampa, 2009)
y debates sobre la noción de sociedad civil (Alonso, 2009).
El cambio de siglo supuso la explosión de un conjunto de luchas
sociales en diversas regiones del continente, que tuvieron la capacidad
de impugnar los resultados del proyecto neoliberal en la región. Even-
tos como los levantamientos zapatistas en México, la guerra del agua
y la guerra del gas en Bolivia mostraron un renovado protagonismo
de las comunidades indígenas. En el Cono Sur, Argentina era sacudida
por los levantamientos urbanos de diciembre de 2001 y unos años des-

210
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

pués los “pingüinos” tomaban las calles en Chile. En este escenario,


los estudios sobre movimientos sociales adquirieron vigor en América
Latina, realizando teorizaciones propias y criticando la importación
de conceptos producidos en relación con otros contextos (Fry, 2020a).
En las últimas décadas, el protagonismo de los movimientos del
cambio de época (Svampa, 2008) parece haberse debilitado, dando
paso a nuevos sujetos que plantean nuevos temas y ensayan nuevas
formas de movilización. Los movimientos de mujeres y disidencias
parecen ser el ejemplo más obvio de esta transformación. De la mano
con este proceso, los debates que alumbraron aquellas experiencias
empiezan a mostrar sus límites. Las teorizaciones que señalaron el
carácter territorial de los movimientos, las discusiones sobre la auto-
nomía y la emergencia de nuevos sujetos indígenas parecen ser insu-
ficientes para analizar los movimientos y dinámicas de lucha que se
despliegan en la actualidad.
Esto desafía a los estudios sobre movimientos sociales, colocan-
do la necesidad de abrir nuevas preguntas y reformular herramientas
analíticas. Este trabajo pretende contribuir en esa dirección, identi-
ficando algunos ejes de debate y revisando claves interpretativas dis-
ponibles dentro de las teorías sobre movimientos sociales y acciones
colectivas. Para esto, se exploran dos dimensiones centrales en el
abordaje de estos procesos colectivos, a saber: la relación entre mo-
vimientos sociales y producción simbólica, y las conexiones con as-
pectos del contexto en el que los movimientos se desarrollan. Si bien
las reflexiones que aquí se presentan son pensadas a partir del ciclo
progresista en Uruguay, estas pretenden abrir algunas discusiones de
alcance regional, en la medida en que varios aspectos de ese ciclo po-
lítico trascienden el plano nacional.
El artículo comienza discutiendo algunos aspectos centrales de la
definición del concepto de movimiento social, luego revisa los debates
presentes en este campo de estudios relacionados con la producción
simbólica desplegada por los movimientos sociales. En tercer lugar, se
analizan las contribuciones relacionadas con la comprensión de los
movimientos y sus relaciones con el contexto. Finalmente, se discuten
los límites de estas aproximaciones y se aportan algunas claves teóri-
cas para pensar las luchas que actualmente se despliegan en la región.

EL CONCEPTO DE MOVIMIENTO SOCIAL,


SUS LÍMITES Y APERTURAS
Antes de abordar los debates expuestos más arriba, corresponde pre-
cisar qué se entiende aquí por movimiento social. Esto no implica
plasmar una definición que cierre el debate, sino repasar algunas de
las conceptualizaciones más influyentes en este campo identificando

211
Mariana Fry

sus límites y alcances a la hora de comprender fenómenos complejos


y cambiantes.
Los estudios sobre movimientos sociales empezaron a desarro-
llarse a fines de la década del sesenta en Europa y Estados Unidos, en
un contexto de importantes movilizaciones que desafiaron las claves
teóricas que guiaron la comprensión de las luchas sociales durante
la primera mitad del siglo XX. Desde sus comienzos, estos se organi-
zaron en tres grandes cuerpos teóricos (Gohn, 1997). La teoría de la
movilización de recursos (Mc Carthy, Zald), desarrollada en Estados
Unidos hacia fines de la década del sesenta, se caracterizó por el es-
tudio de los movimientos sociales entendidos como grupos de inte-
rés capaces de movilizar recursos para alcanzar determinados fines,
asumiendo una perspectiva instrumental de la acción colectiva. Unos
años después, los teóricos de proceso político (Tilly, Tarrow) criticaron
este enfoque señalando la importancia de comprender el contexto en
que estos procesos se desenvuelven, y dirigieron su atención hacia los
factores del entorno político que favorecen o desincentivan el surgi-
miento de acciones colectivas y su despliegue en tanto movimientos
sociales. En forma paralela, comenzó a gestarse en Europa una mira-
da que enfatizó el carácter cultural de los nuevos movimientos socia-
les y resaltó sus diferencias con los movimientos clásicos, la cual fue
conocida como teoría de los NMS (Touraine, Melucci).
El debate en torno a cómo definir a los movimientos sociales y
qué aspectos enfatizar en su análisis atravesó el desarrollo de este
campo de estudios. En sus inicios, la teoría estadounidense de la mo-
vilización de recursos leía a los movimientos sociales como organiza-
ciones que se activaban para impulsar un cambio en algunos aspectos
de la estructura social; mientras que los teóricos del proceso político
centraron sus observaciones en acciones colectivas, y las relaciona-
ron con ciclos de protestas en los que grupos que carecían de poder
buscaban generar un cambio mediante el acceso a la política institu-
cional. Por su parte, los abordajes que se incluyeron en la teoría de
los NMS conceptualizaron estos fenómenos como acciones colecti-
vas que se relacionaban con los conflictos centrales de una sociedad,
donde lo que se disputaba eran sus principales orientaciones cultura-
les (Diani, 2015). Si las corrientes estadounidenses se caracterizaron
por sostener una mirada relativamente instrumental de los procesos
colectivos, que se enfocó en analizar las dinámicas de confrontación
con el sistema político y sus efectos en términos de transformaciones
institucionales, la escuela europea puso el acento en la capacidad de
los movimientos sociales de elaborar y difundir nuevas orientaciones
culturales, en un conflicto que es propio de la sociedad y por lo tanto
irreductible a esferas como el Estado y el mercado (Melucci, 1999).

212
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

Estas aproximaciones se han ido reelaborando a partir de los de-


bates teóricos que se procesaron dentro de este campo de estudios y
en diálogo con las transformaciones acaecidas en las formas de mo-
vilización popular. El proyecto “Contentious Politics”,1 desarrollado
a partir de mediados de la década del noventa por Mc Adam, Tarrow
y Tilly, significó una profunda revisión al interior de las teorías esta-
dounidenses y evidenció las limitaciones del análisis centrado en los
movimientos reformistas que se daban en el contexto de los Estados
occidentales. El mismo se propuso ampliar este campo de estudios
redefiniéndolo como “contienda política”, buscando de este modo re-
lacionar los movimientos sociales, los ciclos de protesta y las revo-
luciones entre sí, con la política institucional y con el cambio social
(Mc Adam y Tarrow, 2010). Por su parte, Melucci (1999) realizó un
viraje del estudio de los movimientos sociales al estudio de la acción
colectiva en las “sociedades complejas”, subrayando la relación entre
la experiencia en diversas esferas de la vida cotidiana, la producción
simbólica y la acción colectiva pública y visible.
A partir de la década del noventa, varios autores y autoras han
trabajado en la elaboración de teorías de síntesis que recogen elemen-
tos propuestos por los enfoques europeo y estadounidense, la cons-
trucción de una mirada integradora ha ido ganando terreno en este
campo de estudios. En esa línea, Diani (2015) propuso definir a los
movimientos sociales como procesos sociales diferenciados que im-
plican una acción colectiva conflictiva, que suponen un conjunto rela-
tivamente denso de redes informales que permiten sostener la acción,
y producen una identidad colectiva que vincula a los individuos entre
sí y a una causa. En esta perspectiva, el estudio de los movimientos
sociales requiere el abordaje de varios niveles. Estos no pueden apre-
henderse si se analiza un conjunto de organizaciones, sino que supo-
nen el despliegue de acciones conflictivas y la elaboración y difusión
de un conjunto de ideas y valores.
En América Latina, estas teorías han tenido una vasta influencia.
Como se señaló más arriba, la escuela europea adquirió centralidad
en la década del ochenta, en un contexto signado por los procesos
de reapertura democrática y la emergencia de sujetos que politizaron
nuevos temas. Las teorías estadounidenses, en cambio, tuvieron ma-
yor llegada en los últimos años del siglo XX, en un escenario de de-
bilitamiento de los actores colectivos que supuso un viraje hacia nue-

1 Este proyecto de investigación se propuso desarrollar una síntesis teórica y empí-


rica de los estudios sobre la contienda política, y tuvo como resultado una importan-
te reelaboración teórica que fue publicada en 2001 en el libro Dynamics of contention
(Mc Adam, Tarrow y Tilly, 2001).

213
Mariana Fry

vas formas de protesta. Por fuera de las tradiciones canónicas en esta


materia, corresponde destacar la influencia que distintas corrientes
herederas del marxismo han tenido en nuestra región, particularmen-
te en los esfuerzos por interpretar las luchas del cambio de siglo (Fry,
2020a). En este escenario, diversos autores y autoras contribuyeron
a recentrar la noción de conflicto como clave para la comprensión de
las dinámicas de lucha y cambio social (Modonessi, 2013; Gutiérrez,
2017) y a relacionar la acción colectiva con transformaciones sociales
más generales (Svampa, 2008).
A pesar de la profundidad de estos enfoques y de su extendida
presencia en la región, llama la atención el hecho de que, si se ana-
lizan los estudios empíricos sobre movimientos sociales en América
Latina, muchas veces prima una mirada reduccionista, que se con-
centra en el análisis de organizaciones y observa sus elaboraciones en
términos de demandas orientadas hacia el Estado. Gutiérrez (2017)
ha identificado este fenómeno como la clausura del concepto de mo-
vimiento social, señalando que implica un desplazamiento de la lucha
como clave para la comprensión de lo social, reemplazándola por el
estudio de sujetos constituidos. Este proceso resulta difícil de docu-
mentar para América Latina, en la medida en que no existen trabajos
que sistematicen la vasta producción en esta materia. Sin embargo,
parece bastante evidente si se toma el caso de Uruguay como ejemplo.
Diversos trabajos permiten sostener esta hipótesis.
La tesis de Robertt (1997) revisa los estudios sobre movimientos
sociales en Uruguay en las décadas del ochenta y noventa, identifican-
do en ellos el enfoque de la poliarquía desarrollado por Dahl como
paradigma dominante. De acuerdo a este autor, los trabajos en esta
materia se apoyan en una concepción que coloca a la sociedad política
por encima de la sociedad civil, mostrando una visión optimista del
papel de los partidos políticos tradicionales y presentando a los mo-
vimientos sociales como agentes débiles, ligados al período de transi-
ción hacia la democracia y subsidiarios del sistema político, cuyo pa-
pel es colocar demandas que serán resueltas en la órbita de la política
institucional. Más recientemente, el trabajo de Falero, Sans y Viera
(2015) analiza la producción en torno al tema realizada desde la Uni-
versidad de la República durante los últimos diez años, identificando
una tendencia al desarrollo de estudios centrados en casos específicos.
En este libro, los autores registran la existencia de dificultades para la
generación de marcos conceptuales elaborados, lo que conduce a una
captación superficial de las experiencias; y señalan una tendencia a la
utilización de autores europeos y estadounidenses no leídos en clave
latinoamericana, lo que produce dificultades a la hora de relacionar
los fenómenos estudiados con el contexto en el que tienen lugar.

214
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

Si bien existen excepciones, buena parte de la literatura uruguaya


sobre movimientos sociales tiende a delimitarlos a partir de organiza-
ciones, y a registrar sus efectos en términos de transformaciones en
clave de política institucional. Esto puede asociarse al menos a dos
factores. En primer lugar, a una concepción dominante que privilegia
al sistema político en la explicación de lo social tal como fuera señala-
do por Robertt (1997), particularmente dentro de la Ciencia Política,
la cual se amalgama muy bien con el enfoque estadounidense, que
destaca la importancia de los factores del entorno político institucio-
nal a la hora de entender el despliegue de los movimientos sociales. En
segundo lugar, deben reconocerse los problemas existentes a la hora
de definir y operacionalizar la idea de movimiento social cuando esta
se trabaja desde una mirada que busque captar su complejidad. La
mayoría de las investigaciones se inscriben en tiempos acotados y re-
cursos limitados, lo que genera dificultades para trabajar con marcos
teóricos complejos, que requieren observar varios planos de acción
en un período relativamente extenso. Muchas veces se termina incor-
porando una visión resumida de ciertos autores/as y perspectivas, tal
como señalan Falero, Sans y Viera (2015), lo que resta complejidad
al abordaje propuesto. Piénsese en las dificultades que se presentan
cuando lo que se busca estudiar son movimientos definidos a partir
de acciones que se apoyan en organizaciones, redes, personas y rela-
ciones entre ellas; y su campo de acción se ubica en el desarrollo de
disputas que involucran la producción y difusión de nuevos sentidos
y prácticas sociales. Estas complejidades suelen reducirse cuando lo
que se observa son organizaciones claramente delimitadas y reivindi-
caciones fácilmente registrables en el lenguaje de las demandas, pero
se pierde entonces la potencia del concepto.
En sintonía con la propuesta de Gutiérrez (2017), sostenemos
aquí que este reduccionismo tiene al menos dos efectos negativos: por
un lado, al centrarse en organizaciones constituidas pierde de vista lu-
chas emergentes, que muchas veces desbordan sus límites en la medi-
da en que construyen y politizan nuevas redes de relaciones sociales.
Por otro lado, la mirada restringida a lo que puede reconocerse como
demandas subestima el potencial despliegue de transformaciones po-
líticas y culturales más profundas. En esta lectura los resultados de
la acción colectiva se leen en clave de ampliación de derechos en el
marco de la democracia formal, desconociéndose sus efectos en tér-
minos de transformaciones en el plano de las subjetividades y prácti-
cas sociales.
Desde la mirada que aquí se sustenta, proponemos pensar los mo-
vimientos sociales en su doble dimensión de luchas por la conquista
de derechos y de procesos de creación y difusión de nuevas orienta-

215
Mariana Fry

ciones políticas y culturales. Se entiende que esta segunda dimensión


es clave para captar su potencial transformador, en la medida en que
resalta sus capacidades de producir nuevos sentidos y poner en prác-
tica nuevas formas de organización de la vida social. En el estudio
de los procesos colectivos, ambos niveles se encuentran entrelazados,
en tanto que una disputa que a simple vista puede aparecer como
anclada en una demanda puntual generalmente involucra orientacio-
nes más profundas de transformación social. Si se toma esta noción
como punto de partida, los desafíos que enfrentan los movimientos
sociales en la actualidad se complejizan. El ascenso de gobiernos pro-
gresistas en la región posibilitó la conquista de derechos que recogen
reivindicaciones históricas de las luchas populares. Pero a la vez, colo-
ca el riesgo de encapsular anhelos de transformación más profundos
dentro de los límites de la institucionalidad y, por tanto, reducir su
potencial de creación de nuevas subjetividades y formas de relacio-
namiento social. Para abordar esta discusión, es necesario revisar las
herramientas teóricas disponibles para el estudio de los movimientos
sociales en tanto productores de nuevos sentidos y formas de sociabi-
lidad, y sus relaciones con el contexto actual.
Como hemos señalado en trabajos anteriores (Fry, 2020b), si bien
estas reflexiones surgen teniendo como base la experiencia del ciclo
progresista en la región, pretenden aportar elementos para pensar más
allá de la coyuntura. Este ciclo, tal como se desarrolló en las primeras
décadas del siglo, parece haberse cerrado con el ascenso de gobiernos
de derecha, así como también con el cambio en las condiciones eco-
nómicas globales y con las transformaciones en las dinámicas de mo-
vilización social. Sin embargo, la construcción política realizada por
los movimientos sociales se encuentra atravesada por esta experiencia
histórica, y muchas veces es influenciada por expectativas sobre las
posibilidades de alternancia de los partidos en el gobierno. Es esto lo
que justifica la vigencia del análisis propuesto.

TRANSFORMACIONES DE LA SUBJETIVIDAD Y HERRAMIENTAS


PARA SU CAPTACIÓN
El debate antes expuesto abre una dimensión clave en el estudio de
los movimientos sociales, que refiere a su capacidad de producir ideas
y sentidos que se relacionan con la construcción de nuevas prácticas
sociales en diversas esferas de la vida. Este nivel de análisis ha estado
presente en el desarrollo de las teorías sobre movimientos sociales,
desde sus orígenes hasta la actualidad. Sin embargo, resulta difícil
su reconstrucción dado que es un tema amplio, poco sistematizado y
que recoge contribuciones provenientes de matrices teóricas muy he-

216
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

terogéneas. Si se repasan los trabajos clásicos en esta materia, pueden


registrarse varias aproximaciones al tema.
Desde la escuela europea de los NMS, Touraine (1990) enfatizó
el aspecto cultural de los movimientos sociales, entendiéndolos como
un conflicto entre dos categorías en lucha por la dirección y utiliza-
ción de las principales orientaciones culturales de una sociedad, es
decir por la gestión de los medios a través de los cuales la sociedad
actúa sobre sí misma: las reglas que organizan la producción, el co-
nocimiento y los principios éticos. Para este autor, los movimientos
sociales se caracterizan por su capacidad de reconocerse y afirmarse
como productores de una situación social, de identificar sus creacio-
nes y reflexionar sobre ellas. Son, ante todo, agentes que disputan la
producción y utilización de los sistemas simbólicos e instrumentos
técnicos que rigen la vida social. En una línea similar, Melucci (1994)
señaló la importancia de analizar el modo en que los actores producen
la acción y, en el mismo proceso, construyen una identidad colectiva,
a través de dinámicas de interacción y negociación. En esta lectura,
la producción simbólica adquiere un papel central en la interpreta-
ción de la acción colectiva, se trata de dimensiones entrelazadas e
indisociables. Los actores son capaces de producir la acción porque
pueden interpretar el contexto, construir orientaciones compartidas y
reconocer los efectos de su acción. Paralelamente, este ejercicio inter-
pretativo es el resultado de las interacciones y sistemas de relaciones
sociales que se tejen colectivamente.
Dentro de las corrientes estadounidenses, esta dimensión no ad-
quirió centralidad sino hasta los años noventa, a partir de las con-
tribuciones de Snow y Benford y su teoría del enmarcamiento.2 Re-
tomando las premisas del frame analysis de Goffman, estos autores
centraron su trabajo en el análisis de la construcción estratégica de
marcos de referencia para la acción colectiva, es decir, en la formu-
lación de esquemas interpretativos que estructuran la percepción de
la realidad y organizan la acción, los cuales se producen a partir de
dinámicas de interacción y negociación (Benford y Snow, 2000). Estos
esquemas interpretativos seleccionan y codifican objetos y aconteci-
mientos del entorno, construyendo determinadas situaciones socia-

2 Esto no significa que anteriormente no se hubiera trabajado esta dimensión. Por


ejemplo, en su clásico libro Political process and the development of black Insurgency,
1930-1970, publicado originalmente en 1982, Mc Adam señalaba la necesidad de
prestar atención a los procesos de liberación cognitiva, es decir a la construcción y
difusión de ideas que acompañan la expansión de los movimientos sociales. Lo que
se sostiene aquí es que este aspecto no adquirió centralidad en las teorías norteame-
ricanas hasta la década del noventa, a partir de los trabajos de Benford y Snow que
se presentan a continuación.

217
Mariana Fry

les como injustas y relacionándolas con aspectos generales del orden


social. A través de este proceso, transmiten los fines y valores de los
líderes del movimiento de modo de que puedan ser asimilados en el
contexto cultural de cada sociedad (Tarrow, 2009).
Si se piensa en los movimientos sociales que han emergido en los
últimos años en la región, particularmente en los feminismos, una de
sus singularidades es su capacidad de politizar distintas esferas de la
vida a partir de redes de vínculos que desbordan las organizaciones
constituidas, como se señaló más arriba. En la actualidad, estos mo-
vimientos permean y transforman ámbitos de trabajo, espacios edu-
cativos, relaciones familiares, prácticas e ideas sobre los cuerpos y las
sexualidades. Algunas de las organizaciones y colectivos que integran
estos movimientos han enfocado sus discursos en la ampliación de de-
rechos a través de la formulación de demandas hacia el Estado, otras
se dirigen a la sociedad buscando difundir nuevas ideas y producir
nuevas prácticas, que apuntan a transformar la vida más allá del Esta-
do (Gutiérrez, 2018). Esta tensión se expresa con particular fuerza en
el contexto del ciclo progresista en la región.
Las herramientas teóricas disponibles dentro de los estudios so-
bre movimientos sociales presentan limitaciones para captar estos
procesos. La contribución de Touraine analiza las transformaciones
impulsadas por los movimientos sociales en un plano macrosocial y
en relación con los conflictos centrales en una sociedad, sin enfocarse
en el modo en que se transforman ideas y prácticas en el plano micro-
social. En la perspectiva de Melucci, la elaboración realizada por los
actores colectivos se analiza desde una mirada identitaria, haciendo
foco en la relación entre la construcción de identidades individuales
y colectivas y la producción de desafíos simbólicos a nivel social. Sin
embargo, esta mirada parece dislocar el nivel de la producción sim-
bólica de las disputas políticas que se tejen en los distintos contextos.
El concepto de “sociedades complejas” (Melucci, 1999), que explica
la forma que asumen los grandes conflictos societales, desconoce las
particularidades de la realidad latinoamericana y regional y sus ciclos
políticos concretos.
Por su parte, la perspectiva de Snow y Benford coloca una mi-
rada estratégica de la producción simbólica desarrollada por los mo-
vimientos sociales, que es leída en términos de instrumento para la
obtención de determinados fines, desconociendo la relevancia de las
disputas políticas y culturales como objeto de la acción de dichos mo-
vimientos. De hecho, una de las críticas más relevantes formuladas a
este enfoque señala que busca compatibilizar la noción de cultura con
la teoría de la movilización de recursos, lo que da lugar a una mirada
instrumental, que piensa a los marcos de significado como recursos

218
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

simbólicos utilizados estratégicamente para la movilización colecti-


va (Acevedo, 2013). En este esquema, pierden visibilidad los efectos
de los procesos de elaboración simbólica desarrollados por los movi-
mientos en términos de transformaciones de la subjetividad, centrán-
dose el análisis en su capacidad de movilizar a los participantes, ganar
la adhesión de los observadores y obtener conquistas en la órbita de la
política institucional.
En los últimos años, esta mirada ha ido ganando terreno en este
campo de estudios. En un trabajo reciente, Della Porta y Diani (2015)
repasan algunos aportes teóricos que contribuyen a captar los efectos
de la acción desplegada por los movimientos sociales, distinguiendo
entre los cambios que esta produce en políticas públicas específicas y
los cambios en la política en términos más generales, es decir, en la
forma en que funciona el sistema político en su conjunto, sus meca-
nismos de decisión y las relaciones informales de poder. En ese senti-
do, los autores presentan a los movimientos sociales como institucio-
nes de democracia directa o “desde abajo”, ampliando de este modo
la propia noción de democracia. En esta lectura, la transformación
cultural se coloca como condición para la conquista de logros en el
plano de la política estatal, su papel es subsidiario en relación a la
política “real”. Si bien se reconoce, siguiendo a Melucci (1982, 1984a,
en Della Porta y Diani, 2015, p. 294), que los efectos de los movimien-
tos sociales también se relacionan con cambios culturales difusos que
refieren a la elaboración de nuevos códigos, esta dimensión aparece
escasamente trabajada en la perspectiva de los autores. Parece ser que
este nivel ha quedado opacado dentro de las teorías sobre movimien-
tos sociales, lo cual se relaciona con el influjo que han tenido las teo-
rías estadounidenses en las últimas décadas.
La identificación de las dificultades para pensar estos problemas
desde las teorías de los movimientos sociales ha sido planteada por
varios autores. Analizando los movimientos de las últimas décadas,
Pleyers (2018) critica los límites de los abordajes clásicos en esta ma-
teria y coloca la necesidad de crear nuevas herramientas analíticas.
Para este autor, los nuevos activismos que se tejen a nivel mundial,
y particularmente en América Latina, superan la dicotomía entre la
construcción de la persona y el activismo, entre vida pública y privada.
Para captar estas transformaciones, Pleyers (2018) analiza dos vías de
la acción colectiva. La vía de la razón supone la construcción de análi-
sis científicos y técnicos capaces de ser apropiados por la sociedad ci-
vil para cuestionar las políticas de mercado y sus efectos, mientras que
la vía de la subjetividad refiere a un activismo construido a partir de la
experiencia vivida, que defiende la autonomía y la creatividad, tanto a
nivel individual como comunitario. Se trata de construir espacios de

219
Mariana Fry

experiencia alternativos y autónomos, que gestan en el presente los


cambios deseados. De acuerdo al autor, los activismos que se inscri-
ben en la vía de la subjetividad ponen en práctica una concepción del
cambio social que no pasa por la influencia sobre quienes toman las
decisiones políticas sino por la construcción de nuevas formas de vida
que pongan en práctica los valores del movimiento.
Desde la sociología latinoamericana, autores y autoras que re-
toman elementos del marxismo crítico han trabajado nociones que
permiten contribuir a este debate. Modonessi (2010) recupera las no-
ciones marxistas de subalternidad, antagonismo y autonomía, estu-
diando sus articulaciones para entender la acción política de las clases
subalternas y particularmente sus procesos de subjetivación política,
es decir la conformación de subjetividades políticas a partir de expe-
riencias colectivas de dominación, conflicto y emancipación. Por su
parte, Gutiérrez (2017) propone reinstalar la lucha como clave inter-
pretativa para la comprensión de lo social, partiendo de su estudio
para identificar los sujetos que las protagonizan. La autora elabora la
noción de horizonte interior como instrumento para la comprensión
del conjunto de anhelos y deseos cambiantes y habitualmente contra-
dictorios que se despliegan en las luchas, y la idea de alcance práctico
como el conjunto de rasgos materiales y simbólicos que pueden regis-
trarse en tales luchas. En estas perspectivas, el conflicto se reinserta
como clave teórica para la comprensión de los procesos de configura-
ción y disputa de subjetividades, y por tanto de producción de sujetos.
En la perspectiva que aquí se sostiene, no caben dudas sobre el
hecho de que los procesos de construcción de nuevas subjetividades se
desarrollan mediante dinámicas de conflicto por la apertura de nue-
vos horizontes y contra diversos aspectos del orden de dominación.
Sin embargo, debe registrarse que estos han tenido mayores niveles de
despliegue en algunos contextos particulares. En Uruguay, esta esfera
de acción —los movimientos entendidos como agentes de cambio en
subjetividades y prácticas sociales— adquiere mayor visibilidad en el
contexto del ciclo progresista. Esto puede relacionarse con aspectos
del contexto político y con dinámicas propias de los movimientos. So-
bre el primer punto, es importante registrar que en este escenario los
movimientos sociales se ven tensionados entre la conquista de trans-
formaciones en la esfera estatal y esta esfera de la vida. En la medida
en que se presentan mayores posibilidades de incidir en la política
institucional, esta se coloca como el centro de acción de muchos mo-
vimientos, pero es justamente en el mismo proceso donde empiezan
a hacerse visibles sus límites. Por otro lado, la existencia de menores
niveles de criminalización y represión crea condiciones para que los

220
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

movimientos puedan dedicar más energías a la elaboración de sen-


tidos, los habilita a correrse del lugar defensivo para pensar nuevas
ideas. Esto no significa que esto suceda en todos los casos, pero se
trata de un nuevo escenario si se lo compara con el contexto anterior.
En lo que refiere a las dinámicas propias de los movimientos, puede
señalarse un lento proceso de recomposición del tejido social luego de
la fragilidad de la década de los noventa, que crea un contexto favora-
ble para la construcción y difusión de nuevos horizontes y formas de
vida. Esto pone de relieve la importancia de analizar los movimientos
sociales en relación con su contexto.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y SUS


RELACIONES CON EL CONTEXTO
El estudio de las relaciones entre el despliegue de los movimientos
sociales y las características del contexto en el que son producidos se
ha abordado desde diversas perspectivas. En la tradición europea de
los NMS, forjada en debate con algunas corrientes del pensamiento
marxista que habían sido muy influyentes en décadas anteriores, el
problema se situó a partir de la conexión entre el desarrollo de de-
terminadas formas de acción colectiva y las grandes transformacio-
nes societales. Para Touraine, los movimientos que emergieron hacia
fines de la década del sesenta se relacionan con la emergencia de
sociedades posindustriales o programadas en las cuales el conflicto
central se desplaza de las relaciones de trabajo. Por su parte, Melucci
relacionó la emergencia de “nuevos movimientos sociales” con un
rechazo a la intromisión del Estado y del mercado en la vida social
y con la búsqueda de formas de vida más autónomas (Della Porta y
Diani, 2015). Esta lectura tiene la ventaja de que observa las relacio-
nes entre la acción colectiva y aspectos estructurales macrosociales.
Sin embargo, no se focaliza en los rasgos específicos de los contextos
en los cuales los movimientos son producidos, es decir en las caracte-
rísticas de los ciclos económicos y políticos en las distintas regiones.
Si bien estas reflexiones contribuyeron a situar en términos generales
el surgimiento y desarrollo de ciertas formas de acción colectiva, en
términos de investigación empírica no lograron dirigir la atención
hacia el análisis de los rasgos singulares del contexto en el que estos
procesos tienen lugar.
En ese sentido, la corriente que más relevancia ha dado al estudio
del contexto en el cual los movimientos se desarrollan ha sido la teoría
estadounidense del proceso político. Esta ha concentrado sus investi-
gaciones en el análisis de las relaciones entre los movimientos sociales
y el entorno político a partir de la idea de “estructuras de oportuni-
dades políticas” (EOP), que pone el foco en aquellas dimensiones del

221
Mariana Fry

contexto político institucional que favorecen o desincentivan el sur-


gimiento de acciones colectivas y su extensión en tanto movimientos
sociales. La idea de EOP es compleja y dentro de ella los autores han
enfatizado distintas dimensiones, entre las que se incluyen el grado de
apertura o cierre de los sistemas políticos, la inestabilidad electoral, la
disponibilidad de aliados influyentes, la tolerancia de las élites hacia
la protesta. Además de las oportunidades, que constituyen aspectos
relativamente cambiantes del entorno político, existen aspectos más
estables del binomio oportunidades-restricciones que condicionan la
acción política colectiva, como la relativa fortaleza o debilidad del Es-
tado, las estrategias dominantes que este utiliza contra quienes desa-
fían su poder y la forma e intensidad con que este utiliza la represión
y el control social (Tarrow, 2009). Este cuerpo teórico ha sido am-
pliamente utilizado en distintas regiones, proveyendo instrumentos
analíticos para relacionar ciertas características de los Estados y los
sistemas políticos con el desarrollo de ciclos de protesta.
Sin embargo, presenta varias limitaciones. En primer lugar, redu-
ce el análisis del contexto al entorno político institucional, descono-
ciendo elementos estructurales y aspectos económicos y sociales que
también pueden ser relevantes para entender el surgimiento de accio-
nes colectivas y sus posibilidades de despliegue en tanto movimientos
sociales. En segundo lugar, las relaciones entre los movimientos socia-
les y el sistema político son leídas en clave de disputas por la conquis-
ta de derechos, sin atenderse al modo en que estas envuelven disputas
simbólicas que contribuyen a moldear subjetividades. Este problema
fue enunciado por Melucci (1999), quien evidenció las debilidades de
un enfoque que concentra su atención en el registro de eventos de
protesta desconociendo el modo en que estos se producen, es decir los
procesos de construcción de sentidos y de elaboración de sistemas de
relaciones sociales que se dan en el nivel de las redes de movimientos
y que permiten sostener las acciones colectivas.
Por su parte, las teorizaciones latinoamericanas que abonaron
este debate en las últimas décadas ponen el acento en la construcción
de autonomía de los movimientos sociales. Esta se analiza hacien-
do referencia a dos niveles: por un lado, como independencia de los
partidos políticos y los gobiernos, y por tanto como la preservación
de espacios de decisión propios de los movimientos. Por otro lado, la
autonomía aparece como la capacidad de los movimientos de produ-
cir sus propias condiciones de vida, resolviendo en forma autogestio-
nada necesidades como educación, salud y vivienda. En este sentido,
los movimientos latinoamericanos son teorizados como espacios ca-
paces de producir nuevas relaciones sociales, impulsando transfor-
maciones que van más allá de lo estatal (Modonesi e Iglesias, 2016).

222
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

Si bien se reconoce en esta mirada la capacidad de los movimientos


de producir nuevas prácticas, no hay una atención específica a los
procesos de elaboración simbólica y el modo en que se conectan con
determinados contextos.
Revisando las contribuciones en este campo de estudios, puede
constatarse un divorcio entre el estudio de los movimientos sociales
en tanto espacio de producción y disputa de sentidos, y el estudio del
modo en que estos se relacionan con el contexto en el que se produ-
cen. En este trabajo sugerimos trabajar estos aspectos desde su imbri-
cación, buscando construir herramientas que permitan analizar los
movimientos y sus desafíos en el contexto actual. Esto supone abor-
dar al menos tres niveles de análisis.
En primer lugar, proponemos reconocer el contexto como escena-
rio de límites y oportunidades. El estudio de los movimientos sociales
no puede leerse en forma separada del contexto en el que tienen lugar,
tanto en lo que refiere a aspectos estructurales como en lo que atañe
a rasgos políticos específicos. Si se piensa en América Latina, a la par
que consideramos rasgos regionales como su particular inscripción
en la economía mundo capitalista debemos atender al modo en que
en cada país y en cada época se construye un determinado consenso
político y una forma de gobierno. Los modos en que los distintos go-
biernos y Estados combinan estrategias de represión, diálogo, nego-
ciación e integración de las distintas luchas sociales producen límites
y oportunidades para la acción política. Estos límites y oportunidades
tienen una dimensión práctica (la definición concreta de qué derechos
pueden conquistarse) y una dimensión simbólica (la definición de qué
horizontes de transformación pueden formularse y con qué profundi-
dad). Los gobiernos establecen una disputa simbólica por redefinir los
reclamos sociales en el lenguaje de las transformaciones instituciona-
les, mientras que los movimientos evidencian conflictos societales que
muchas veces van más allá de estos límites. El proceso de elaboración
y simbolización mediante el cual se producen los anhelos, objetivos
y estrategias de los movimientos sociales es relacional, su análisis no
puede restringirse al nivel de las organizaciones, sino que debe inscri-
birse en procesos de mayor alcance.
En segundo lugar, sugerimos enmarcar el estudio de los movi-
mientos en su historicidad. Los análisis que consideran el escenario
en el que los movimientos se desarrollan se han concentrado en el
estudio de grandes transformaciones societales o en aspectos del en-
torno político. Aquí proponemos complementar esta mirada con un
análisis de la historicidad de los movimientos que colabore para en-
tender sus rasgos actuales, es decir, los lentos procesos de ruptura y
reconstrucción del tejido social, de politización, de construcción de

223
Mariana Fry

relaciones más o menos autónomas con la política estatal. Los movi-


mientos que se han desplegado en Uruguay en el ciclo progresista no
pueden entenderse si no se tienen en cuenta al menos dos elementos:
por un lado, un proceso de reconstrucción del tejido social que suce-
dió al ciclo neoliberal de los noventa y que se encuentra en sintonía
con lo ocurrido en la región, más allá de las particularidades de cada
país. Por otro lado, el ascenso al gobierno de un partido que históri-
camente ha tenido vínculos con los movimientos sociales contribuyó
a crear un nuevo escenario para las luchas, donde al mismo tiempo
que se amplían las posibilidades de obtener conquistas en términos de
derechos se tensionan los anhelos desplegados por los movimientos
sociales. En este contexto, el debate sobre los límites de las transfor-
maciones exigibles no solo se da en la relación entre organizaciones
sociales y política institucional, sino que se traslada al ámbito de los
propios movimientos, generando tensiones y fisuras. Considerar este
nivel es clave para comprender las dinámicas de los movimientos en
el contexto actual.
Por último, consideramos que las relaciones con el contexto de-
ben pensarse más allá del debate entre autonomía e institucionalización. Esta
discusión ha adquirido centralidad en la realidad latinoamericana,
funcionando muchas veces como esquema clasificatorio que permi-
te distinguir un tipo de movimiento de otro (Bringel, 2011). En este
trabajo proponemos observar cómo esos dos niveles entran en ten-
sión dentro de los movimientos bajo estudio y repensar el concepto
de institucionalización para dar cuenta no solo de aquellas acciones
de los movimientos que se desarrollan en el plano de la política ins-
titucional, sino también aquellos procesos en los que sus objetivos y
anhelos se ven acotados a este plano. Si se analizan los movimientos
del último ciclo en Uruguay, conviven discursos centrados en la am-
pliación de derechos y la transformación del Estado y discursos que
apuestan a la sociedad como esfera de acción, a través de la creación y
difusión de nuevas ideas y prácticas. Más allá de su anclaje en el ciclo
progresista, estas reflexiones contribuyen a pensar el escenario actual
en la medida en que la construcción política realizada por los movi-
mientos sociales se encuentra atravesada por esta experiencia históri-
ca, muchas veces influenciada por expectativas sobre las posibilidades
de alternancia de los partidos en el gobierno.

REFLEXIONES FINALES: ENTRE LA CAPTURA Y LA AMPLIACIÓN DE


LOS HORIZONTES DE TRANSFORMACIÓN
En los últimos lustros han emergido nuevas formas de movilización
y politización de diversas esferas de la vida. En particular, los femi-
nismos han adquirido una enorme presencia en varios países de la

224
Los movimientos sociales y sus desafíos. Producción de sentidos, límites y posibilidades

región, desbordando los límites de la política institucional, desarro-


llando nuevas prácticas y sentidos que se relacionan con el trabajo
remunerado y no remunerado, los cuerpos, la sexualidad, la materni-
dad. Si bien tienen una historia larga, en Uruguay han resurgido en el
contexto del ciclo progresista. Sostenemos aquí que estos movimien-
tos son distintos a aquellos que caracterizaron el cambio de siglo, en
tanto son protagonizados por otros sujetos y ensayan formas nuevas
de movilización.
En términos teóricos, para aprehender estos procesos es nece-
sario partir de una concepción amplia de la noción de movimiento
social, que atienda a su doble dimensión de luchas por la conquista de
derechos y de procesos de creación y difusión de nuevas orientaciones
políticas y culturales. Si se piensan desde esta clave, los movimientos
sociales en el ciclo progresista se ven tensionados entre la posibilidad
de obtener transformaciones en clave institucional y la posibilidad de
ampliar sus horizontes más allá de esos límites, creando nuevos senti-
dos y formas de relacionamiento social.
Esta lectura desafía los instrumentos aportados por las teorías
clásicas de los movimientos sociales, en tanto que supone la necesidad
de leer los procesos de elaboración y difusión de nuevos sentidos y
prácticas sociales más allá de su correlato en términos de disputas por
cambios en la institucionalidad, y atendiendo a las particularidades
de los ciclos políticos en cada región. Si se analiza el ciclo progresista
en Uruguay, puede observarse que las tensiones entre los movimientos
entendidos como disputas por la ampliación de derechos y como pro-
ducción de nuevos sentidos y prácticas que politizan distintas esferas
de la vida adquiere mayor relieve, generando tensiones y fisuras en el
campo popular.
Para problematizar esta tensión, sugerimos atender a las particu-
laridades del contexto político y a la historia propia de los movimien-
tos, signada por procesos de ruptura y reconstrucción del tejido so-
cial, distintos niveles de politización en la construcción de relaciones
más o menos autónomas con la política formal. Entendidos desde esta
perspectiva, los movimientos sociales en la actualidad se encuentran
atravesados por la tensión entre las transformaciones necesarias y las
transformaciones posibles. El ascenso de gobiernos progresistas en la
región posibilita la conquista de derechos que recogen reivindicacio-
nes históricas de las luchas populares. Pero, a la vez, coloca el riesgo
de encapsular anhelos de transformación más profundos dentro de
los límites de la institucionalidad y, por tanto, reducir su potencial de
creación de nuevas subjetividades y formas de relacionamiento so-
cial. Esta tensión no debe registrarse exclusivamente como línea de

225
Mariana Fry

demarcación entre distintos tipos de movimientos sociales, sino que


atraviesa los procesos de construcción de redes y acciones colectivas.
El ascenso de gobiernos de derecha en Uruguay y en varios países
de la región no anula esta posibilidad, sino que muestra su vigencia,
en la medida en que la posibilidad de retorno de los progresismos pa-
rece configurar el horizonte de varios movimientos y organizaciones.
En ese sentido, las reflexiones aquí planteadas reafirman la necesidad
de ir y pensar más allá de estos límites, en construcción de transfor-
maciones de largo aliento que se relacionan con la transformación de
la vida más allá del Estado.

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228
LA CLASE DEPENDIENTE DEL DELITO:
DE LOS MÁRGENES AL EPICENTRO DE LA
SOCIEDAD MUNDIAL

Esteban Torres

INTRODUCCIÓN: LA NUEVA ESTRUCTURA


MOLECULAR DE LA SOCIEDAD MUNDIAL
La conflictividad y la violencia social que experimentan las socieda-
des en América Latina y en el conjunto del hemisferio occidental se
están intensificando en los últimos años. Pero estos aspectos, a par-
tir del seguimiento que se puede hacer de su progresión, no pare-
cen orientarse a la producción de lesiones sistémicas que pongan en
apuros a las estructuras centrales de la sociedad mundial. Se obser-
va el avance de algunos procesos selectivos de descomposición, que
disparan discursos apocalípticos y de emancipación social, pero no
hay visos de trastocamientos mayúsculos que puedan abrir las socie-
dades nacionales a la constitución de un nuevo orden social mundial
superador. Tampoco vivimos en un mundo equilibrado. Pero sería un
error confundir los múltiples desequilibrios que proliferan en cada
localización con el avance de fuerzas de mayor calado, portadoras de
nuevas crisis sistémicas. Tiendo a suponer que el aparente déficit de
impulsos antisistémicos contenido en los procesos desequilibrados
de cambio social que progresan en cada localización se explica en
buena medida por la sorprendente renovación de las fuerzas mate-
riales y simbólicas de integración de las sociedades históricas. Si las

229
Esteban Torres

fuerzas de integración simbólicas tienen su epicentro en el sistema


mundial de comunicación (Castells, 2009; Torres, 2021b), los impul-
sos de integración materiales se localizan centralmente en el sistema
capitalista o, mejor dicho, en el sistema intercapital. El capitalismo
no es la ficción intelectual que construyó la teoría moderna domi-
nante, sino uno de varios metasistemas particulares de la sociedad
mundial, arraigado de modo singular en cada esfera nacional (Torres,
2020b, 2020c). No nos aproximamos a un final anunciado del capita-
lismo sino a un escenario de reestructuraciones novedosas. Tiendo a
suponer que el activador central de la reestructuración capitalista en
curso, en el mundo, se asocia a la creación de una nueva estructura
de clases sociales moleculares (o clases de individuos), incrustada en
una estructura menos dinámica de clases sociales orgánicas (o clases
de países). El rodamiento de esta estructura económica molecular
provoca, entre otros grandes efectos, la activación de nuevos impulsos
de integración materiales al interior de cada esfera social occidental.
Aquí señalo que se trata de una nueva estructura de clasificación eco-
nómica porque las principales clases sociales moleculares reconoci-
das por la ciencia social moderna se están recomponiendo a partir de
la aparición y la expansión acelerada de dos nuevas formas: la clase
dependiente del delito (CDD) y la clase dependiente de la asisten-
cia (CDA). La nueva estructura económica molecular se compone de
cuatro clases principales: la clase dependiente del beneficio (CDB), la
clase dependiente del trabajo (CDT), la CDA y la CDD (Torres, 2020b,
2020c). Atrás en el tiempo, como producto de una historia social que
no volverá, quedó el enfrentamiento entre clases capitalistas y clases
trabajadoras como motor excluyente de las evoluciones modernas.
Aquí sostendré como hipótesis que la progresión veloz de la CDA y
la CDD, así como los efectos que producen ambas estructuraciones
en el proceso general de clasificación socioeconómica, están impul-
sando el proceso de integración material de la sociedad mundial. El
objetivo de este trabajo consiste en avanzar en el desarrollo teórico
de la CDD como nueva clase social omnipresente. A diferencia de la
CDA, asumo que la CDD es omnipresente porque es la única clase
social que se realiza en todos los estratos de clase y en el conjunto de
los países. En su forma más poderosa, está constituyendo el núcleo
de lo que llamo “supra-élite”, que es la nueva élite planetaria que con
su marcha frenética marca la evolución de los procesos de cambio
social mundial.

LA EXPANSIÓN DE LA CLASE DEPENDIENTE DEL DELITO


Las actividades delictivas de los individuos han conformado la base
económica de una multiplicidad de agrupamientos sociales y de co-

230
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

munidades a lo largo de la historia. En sus formas pasadas, los indi-


viduos dependientes del delito pertenecían a grupos sociales minori-
tarios, por lo general marginales, y circunscriptos a sus respectivos
territorios nacionales. Si bien la magnitud de los impulsos delictivos
fue mutando, sin ajustarse a una clara línea evolutiva, desde princi-
pios de la década del setenta del siglo XX estas operaciones ilegales
se alteraron de forma sustantiva. A partir de entonces se viene cons-
tituyendo en el planeta entero, y por tanto también en América La-
tina, una nueva CDD. En su manifestación dominante, esta clase se
conforma en la intersección de al menos tres procesos materiales en
expansión en el hemisferio occidental: i) la liberalización, desregula-
ción y privatización de las economías nacionales; ii) la reestructura-
ción tecnológica de las interacciones sociales y económicas; y iii) el
agigantamiento de las corporaciones privadas dominantes, las cuales
llegan a superar, en tamaño y poder, a la mayoría de los Estados na-
cionales. La progresión unificada de estos tres procesos impacta en
mayor medida en los países periféricos. A la confluencia de dichos
movimientos se la suele denominar “globalización neoliberal”. Y es
precisamente el avance conflictivo de esta globalización liberal desde
los centros mundiales la que viene conformando a la CDD como agru-
pamiento expansivo.1
La CDD depende para su reproducción de la apropiación privada
de los bienes y de las riquezas correspondientes a la totalidad de las
clases y estratos intervinientes en un determinado juego de poder na-
cional/mundial. Aquí llamo genéricamente delito al delito económico.
Este término alude centralmente a aquellas actividades y negocios ile-
gales que buscan un beneficio propio en perjuicio de terceros. La idea
de delito es una construcción histórica que se resuelve en el marco de
la relación cambiante entre lo legal y lo ilegal.2 Lo que se tipifica como
delito en cada momento y lugar varía en función de los resultados de
las pugnas jurídico-estatales, que luego se formalizan de modo singu-
lar en cada código penal nacional e internacional (Rose-Ackerman,
2006). Es la variación existente entre marcos estatales de ilegalización
la que determina en buena medida el funcionamiento de la economía
del delito y con ello la forma general que adquiere la CDD. La situación
de competencia entre Estados impide la homologación de parámetros
universales de ilegalización, de control y de sanción de determinadas
actividades y negocios. Algunos autores emplean la noción de “efecto

1 Respecto a la correspondencia entre la expansión de la globalización neoliberal


y el crecimiento del delito, ver Malem Seña (2000, 2002).
2 Para un reflexión teórico-histórica de la relación entre el delito y la ilegalidad, ver
Melossi (2006).

231
Esteban Torres

globo” para dar cuenta de la relocalización de los negocios y de las ac-


tividades ilegales que genera el endurecimiento de los controles y las
sanciones de los Estados en sus territorios. De este modo, al aumentar
la presión sobre determinados estratos de la CDD en un país, lo más
probable es que aquellos reaparezcan en otra esfera nacional.3 De más
está decir que lo legal no es necesariamente lo correcto. En un tiempo
no muy lejano, la esclavitud y el voto exclusivamente masculino eran
legales. La interrelación entre lo legal y lo ilegal, entre la multitud de
individuos dependientes del delito y las demás clases que componen
la sociedad, entre la economía del delito y la economía legal, es cierta-
mente compleja. Se trata de formas de imbricación que combinan el
rechazo, la convivencia y la asimilación de lo delictivo y de lo legal, sin
que a veces se pueda distinguir entre ambos (Pontón, 2016; Vigueras,
2005; Márquez Covarrubias, 2015; Cox 2002). La economía del delito
es un entramado de ilegalidades producidas por actores tanto legales
como ilegales, lo cual tiende a conformar una multiplicidad de “áreas
grises” (OEA, 2013).
En relación a la CDD identifico tres tipos generales de delitos.
Estos son: financieros, criminales y políticos. Un individuo pertene-
ce a la CDD si su fuente principal de ingresos proviene de alguno de
ellos o de la combinación de varios. Respecto a los delitos financie-
ros, los actores de referencia son las grandes corporaciones privadas
multinacionales del sector productivo y de servicios. Por su parte, los
delitos criminales se asocian en primer lugar con las grandes corpo-
raciones criminales ligadas al tráfico de drogas, armas y de personas.
Finalmente, los delitos políticos (que son económico-políticos), tienen
como actor central a las corporaciones políticas nacionales en posición
de dirección estatal. Estos diferentes tipos pueden igualmente conce-
birse como formas de corrupción.4 En el próximo punto me ocuparé
de desarrollar esta tipología. A diferencia de la clase dependiente de
la asistencia, que mayoritariamente se concentra en los mundos de
estrato inferior y bajo, la CDD se reproduce en la totalidad de los es-
tratos sociales de cada esfera nacional (superior, alto, medio, bajo e
inferior). Ello significa que se despliega tanto en el campo de élite
(estratos superior y alto) como en el campo popular (medio, bajo e
inferior). Desde la perspectiva que propongo hay que tener en cuenta
que todo estrato es de clase y que todo campo en el sistema interca-

3 A modo de ejemplo, para ver el modo en que el “efecto globo” opera en relación
con la economía de la droga, ver Bagley (2010).
4 Contra la apreciación liberal dominante, la corrupción no se circunscribe ex-
clusivamente a la corrupción política, sino que alude también a las corrupciones
financiera y criminal.

232
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

pital es de estratos de clase (Torres, 2020c y 2020d).5 En las CDD hay


primacía de la pertenencia a los estratos altos y superior, y por lo tanto
al campo elitista, en tanto el devenir actor de los individuos se expresa
primero en las corporaciones mencionadas. Dado que la CDD tiene
una presencia ubicua en el conjunto de la pirámide social, es activado-
ra de macro, meso y microdelitos. La escala del delito varía en función
del volumen de ingresos percibidos por los individuos a partir de sus
actividades delictivas. En términos esquemáticos, sostendré que los
individuos de los estratos inferior y bajo de la CDD llevan adelante
prácticas de microdelito, orientadas principalmente a la obtención
de recursos para la supervivencia material, y que el estrato medio se
orienta mayoritariamente al mesodelito, con el objetivo de alimentar
una trayectoria de reproducción y de ascenso social. Junto a ello, el
estrato alto despliega prácticas de megadelito, principalmente orien-
tadas al enriquecimiento material para la acumulación de poder, y
los pocos individuos que pueblan el estrato superior llevan adelante
acciones de gigadelito con el propósito principal de incrementar la
concentración de poder propio en las diferentes esperas sociales en
las que se desenvuelven.
En cualquier caso, antes que recurrir a una sanción moral, en
este apartado quiero llamar la atención sobre el impulso de integra-
ción social que genera la expansión de la CDD. Se trata de una in-
tegración social molecular generada a partir de dos vías. La prime-
ra, mediante la inclusión económica del estrato inferior y bajo de la
CDD. Y la segunda, a partir de una menor reacción estatal y social
a los delitos de los estratos alto y superior. La debilidad creciente
de estos focos de reacción y de control se produce en el marco del
mayor ocultamiento de algunos delitos y de una mayor visibilización
de otros. Esto último sucede en la forma paradigmática del filtrado
de información y de los escándalos público-mediáticos. Así como es
evidente el efecto de integración económica que producen las orga-
nizaciones criminales al momento de generar empleo en el estrato
inferior, no sucede lo mismo con el proceso de ocultamiento social
de las prácticas delictivas de los estratos alto y superior. Estas últi-
mas traen consigo la invisibilización de los macroefectos sociales que
acompañan tales movimientos. Y es precisamente producto de esa
invisibilización social que se hace posible sostener el actual orden
social, profundamente injusto, y sus respectivos mecanismos de in-
tegración. La expansión de la CDD combina entonces el incremento

5 Para una conceptualización más avanzada de la forma actual de estratificación


de las esferas nacionales de la sociedad mundial, y de los campos de élite y popular,
ver Torres (2020c, 2020d).

233
Esteban Torres

de las necesidades y de las oportunidades para delinquir de los indi-


viduos de los estratos inferiores, quienes asumen a partir de ello ries-
gos elevados de vida y de sanción, y las posibilidades crecientes para
promover la delincuencia de élite, a partir de un escenario marcado
por riesgos de sanción cada vez más bajos. Aquí no hay que perder de
vista que es precisamente sobre los estratos bajos de la CDD, esto es,
sobre quienes llevan adelante prácticas de microdelito, que recaen la
mayoría de las sanciones, así como las más duras.
La combinación comentada de liberalización y privatización fi-
nanciera, revolución de las tecnologías de la información y la comu-
nicación (TIC) y crecimiento de los actores privados corporativos,6
propicia la retracción de los controles y de las sanciones estatales en
la totalidad de las esferas nacionales, al mismo tiempo que colabora
en la expansión de la desigualdad entre clases de individuos y clases
de países.7 Este movimiento asimétrico produce, a su vez, una mayor
distancia entre los diferentes estratos de clases. Y dicho alejamiento
provoca la expansión de las dinámicas de ocultamiento social, que es
uno de los procesos clave para entender el avance de la CDD. Lo cierto
es que el registro de la evolución de la CDD está fuera de la mayoría
de los registros estadísticos (Milanovic, 2016; Piketty, 2019; Shaxson,
2011). El distanciamiento entre estratos también se expresa al interior
de las propias organizaciones de gran tamaño. Estas últimas no solo
se organizan en red, como sostiene Manuel Castells (1996, 2009), sino
que se expanden verticalmente, separando a los integrantes de arriba
de los de abajo, tanto en términos posicionales como espaciales. De
este modo, prolifera la invisibilidad entre nodos físicamente distan-
ciados de una misma red, así como entre los de arriba y los de abajo
en el propio nodo o en la misma organización. El creciente oculta-
miento de los giga y mega delitos no solo se produce respecto a las
masas de individuos y a ciertos Estados nacionales, sino muchas veces
también en relación a los individuos de estratos subalternos que inte-
gran las organizaciones emparentadas con actividades delictivas. Por
lo general los y las trabajadoras de abajo no registran las maniobras
delictivas de las cúpulas de las propias corporaciones que los emplean
(Shaxson, 2011; OEA, 2013). Respecto al grado de conocimiento de
los altos directivos de las corporaciones no se puede decir lo mismo. A

6 Descripciones avanzadas del impacto de alguno o varios de estos procesos en


la expansión de la economía criminal se pueden registrar en Hardhingaus (1995),
Serrano y Toro (2005), Ponton (2013), entre otros.
7 Al igual que sucede con las desigualdades económicas al interior de cada esfera
nacional, las desigualdades entre clases de países también se viene profundizando en
la sociedad mundial (Dörre, 2020; Milanovic, 2016).

234
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

modo de ejemplo, según un estudio publicado en Critical Perspectives


on Accounting, los presidentes ejecutivos participaron directamente
en el 70% de los 276 fraudes empresariales que la Comisión de Valo-
res de Estados Unidos detectó entre 1987 y 1999 (González, 2020). En
cualquier caso, el modo en el que opera el régimen de ocultamiento y
de visibilidad pública depende en buena medida de la actual evolución
de los sistemas de comunicación social de cada esfera nacional (Cas-
tells, 2009; Torres, 2021b).
Uno de los indicadores generales del crecimiento de la CDD en
el mundo se asocia con los denominados “flujos financieros ilícitos”
(Illicit financial flows —IFF).8 Estos flujos integran los tres tipos de
delitos mencionados arriba. En términos cuantitativos, tal flujo dine-
rario se genera mayoritariamente a partir de los delitos financieros
(dos tercios del total), seguidos de los delitos criminales (algo menos
de un tercio), y finalmente, con una participación de tan solo el 3%,
se ubican los delitos políticos (OECD, 2019; Shaxson, 2011; Gaggero,
Kupelian y Zelada, 2010). Junto a ello, como es de esperar, el movi-
miento de transferencia principal se produce desde la periferia ha-
cia los centros de la economía mundial. En enero de 2011, la Global
Financial Integrity (Integridad Financiera Mundial, GFI), presidida
por Raymond Baker, estimó que los países periféricos habían perdi-
do aproximadamente USD 1,2 billones en 2008 a causa de los flujos
financieros ilícitos, monto que se fue acrecentando a razón del 18%
anual, al menos hasta 2011 (Shaxson, 2011; Kar y Freita, 2011). Otros
estudios más recientes señalan que durante el período comprendido
entre 2006 y 2015 los IFF representaron más del 20% del comercio de
los países periféricos (GFI, 2019; IMF, 2011). Dada la escasez de esta-
dísticas disponibles, resulta difícil detectar el bloque estratificado de
millones de individuos y de organizaciones envueltos en el despliegue
de estos flujos financieros.

LOS DELITOS FINANCIEROS


Los tres delitos financieros que más recursos involucran son la evasión
fiscal, el lavado de dinero y la manipulación contable. Estos delitos se
han expandido sensiblemente en las últimas décadas a partir de los
tres procesos mencionados al inicio: la liberalización, desregulación y
privatización de las finanzas nacionales; la reestructuración tecno-in-
formacional de las interacciones económicas; y el agigantamiento de
las corporaciones privadas dominantes. Las prácticas de corrupción
que proliferan en la intersección de dichos procesos adoptan la forma

8 Se entiende por flujo financiero ilícito aquel dinero ganado, transferido o utiliza-
do por medios ilegales.

235
Esteban Torres

de una nueva “ingeniería financiera”, mucho más compleja, mundial


e interdependiente de aquella que proliferaba en los años setenta del
siglo XX, en los intersticios del sistema de Estados nacionales (Saez y
Zucman, 2019; Zucman, 2013; Shaxson, 2018; Vigueras, 2005; Gonzá-
lez, 2020). La creciente pérdida de control estatal sobre la criminali-
dad financiera, y la consiguiente expansión de la CDD, se evidencia al
constatar el atraso y la obsolescencia que portan los esquemas legales
destinados a combatirlos (OEA, 2013).
Veamos primero el caso de la evasión fiscal, que es la más volumi-
nosa. Mientras más alto es el estrato de clase de los individuos, mayor
es su potencial de evasión. De este modo, hay posibilidades de evasión
superior en la supra-élite que en los demás estratos, lo cual la convier-
te de modo creciente en una CDD. Dicho en otros términos, mientras
más poderoso es el actor social, mientras mayor es su fortuna, ma-
yores son sus oportunidades de evasión. Esta situación ventajosa es
facilitada por un acceso diferencial a los circuitos y a la tecnología
de evasión más eficaz. Es posible constatar que los bancos privados y
gestores de riquezas, como Goldman Sachs, Cap Gemini y Banco San-
tander concentran cada vez más sus actividades en el segmento de los
ultrarricos (Zucman, 2013).9 Por lo tanto, no es accidental que estas
fortunas suban mucho más que otras y que acaben en su mayoría en
centros offshore. Los montos de la evasión fiscal no paran de crecer.
El porcentaje de los beneficios que las multinacionales tecnológicas,
entre ellas Amazon, Google y Apple, pagan como impuestos ha caído
del 30% en los años noventa del siglo XX a solo el 20% en 2013. Dos
terceras partes de esa disminución es producto de una ingeniería tri-
butaria que promueve actividades ilegales relacionadas con el despla-
zamiento de beneficios hacia los paraísos fiscales. El resto tiene que
ver con la competencia tributaria entre países, de carácter legal, que
ha creado una serie de recortes del impuesto de sociedades (Zucman,
2013; Saez y Zucman, 2019). Se calcula que si la evasión fiscal corres-
pondía aproximadamente a USD 4,5 billones en 2008, esta trepó hasta
los 7,5 billones de la misma moneda en 2013 (Zucman, 2014). Según
estimaciones recientes de CEPAL, solo las pérdidas asociadas con el
incumplimiento tributario del impuesto a la renta y el IVA alcanzaron
el 6,3% del PIB de la región en 2017, una cifra equivalente a USD
335.000 millones (CEPAL, 2019).
El lavado de dinero, por su parte, es la sucesión de acciones que
termina convirtiendo el “dinero sucio”, proveniente de actividades ilí-
citas, en dinero legal (Ponton, 2013; Andrade, 2009). Se trata entonces

9 Según el parámetro de Zucman (2013), los ultrarricos serían aquellos individuos


con patrimonios de más de USD 500 millones.

236
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

de un movimiento dinerario de lo ilícito a lo lícito. A grandes rasgos,


se pueden identificar dos tipos de lavado de dinero: el que se realiza
a través de canales bancarios y el que no. Este último, que va en au-
mento, incluye a agencias de compra y venta de divisas, empresas de
seguros, agentes de bolsa, empresas de envíos de remesas, casinos,
comerciantes, concesionarios de minerales y piedras preciosas, bienes
inmuebles, así como profesionales independientes, como notarios,
contadores y abogados (Hardinghaus, 1995; OEA, 2013). En cuanto
al canal bancario, un punto central de observación tiene que ver con
las operaciones de triangulación bancaria con países de secreto fiscal.
Allí desaparecen los rastros del origen criminal del dinero. Luego, eso
se reinvierte en múltiples actividades, como la prestación de servicios
turísticos o financieros, los negocios inmobiliarios, entre otras tantas
(Pontón, 2013). Como veremos más adelante, es la clase de individuos
dependiente de la actividad criminal, y en particular del narcotráfico,
la mayor generadora de dinero ilegal (OEA, 2013). Un fenómeno poco
explorado por el momento es el de la relación existente entre el lavado
de dinero y la corrupción política en la región, si bien es sabido que se
trata de dos fenómenos íntimamente relacionados. Aunque el lavado
de dinero se ha hecho cada vez más sofisticado y dinámico, en el es-
quema que reproducen los informes oficiales se contemplan tres fases:
el prelavado, el lavado y el reciclado (Durner y Cotter, 2018; Vigueras,
2005). En la actualidad es ampliamente desconocido el modo en que
progresa este proceso de reconversión.
El tercer tipo de delito financiero que destaco es la manipulación
contable. Un síntoma de la proliferación de esta práctica podría ser
la aparición y la extensión desde la década del noventa de la noción
de “creatividad contable” o “contabilidad creativa”. En su acepción
menos ideologizada, esta se puede definir como una práctica de ma-
nipulación para aprovecharse de los vacíos de la normativa contable.
Involucra una acción de distorsión de las cuentas anuales de las orga-
nizaciones para modificar la opinión que tienen los diferentes destina-
tarios de la información financiera, tales como inversores, accionistas
o bancos (Naser, 1993). Aquí la figura profesional de referencia es la
del contador y el actor social central —tal como indiqué— es la gran
corporación privada. En un estudio realizado en la década del 90 en
España, a partir de una encuesta efectuada a cien auditores en ejerci-
cio, la mayoría opinó i) que la contabilidad creativa es cada vez más
popular en el país, ii) que estas prácticas son más habituales en em-
presas grandes que en pequeñas, y iii) que son más frecuentes cuando
las empresas cotizan en bolsa (Amat Salas, Blake y Moya Gutiérrez,
1995). Este cuadro tiende a acentuarse en los últimos años y resulta
extrapolable al comportamiento empresarial en los restantes países de

237
Esteban Torres

la sociedad mundial. Algunos informes indican, por ejemplo, que los


países en desarrollo pierden aproximadamente USD 160.000 millones
anuales por la manipulación de precios corporativos (Shaxson, 2011).
La expansión del conjunto de los delitos financieros está incre-
mentando el volumen de dinero depositado en el mundo off-shore,
en los llamados “paraísos fiscales” (Vigueras, 2005; González, 2020;
Shaxson, 2011; Zucman, 2013). La multiplicación de las operaciones
y el crecimiento de los depósitos de activos en estos micropaíses silen-
ciados ha dado origen a un mercado financiero extraterritorial para
no residentes, sin control alguno. Si bien es difícil ofrecer una estima-
ción precisa de los volúmenes dinerarios involucrados, se calcula que
el dinero extraído de los países en desarrollo, y depositado en paraí-
sos fiscales, ascendió en el año 2000 a USD 50.000 millones anuales
(Oxfam, 2000). Aún más complicado resulta precisar la pertenencia de
los individuos a la CDD. Tal como mencioné, para ello sería necesario
determinar si los delitos financieros mencionados conforman o no la
fuente principal de ingresos de cada individuo. Lo que sabemos por
el momento es que del “círculo mágico del offshore” participa, junto
con las grandes corporaciones privadas multinacionales, de un ejér-
cito cada vez más numeroso de contadores, abogados y banqueros,
algunos de ellos como integrantes de estudios jurídicos multijuris-
diccionales como Aplebby, Carey Olsen, Conyers, Maples and Calder,
Mourant du Feu & Jeunes, y Ozannes and Walkers (Shaxson, 2011,
2018; Zucman, 2013).

LOS DELITOS CRIMINALES


Los delitos criminales constituyen la segunda variedad con mayor po-
der de clasificación en la sociedad mundial. Estas prácticas delictivas
se asocian a la producción, distribución y comercialización de pro-
ductos y servicios ilegales, ligados al llamado “crimen organizado”.
Los delitos criminales se vinculan, en concreto, al tráfico de drogas, de
armas y de personas, siendo el primero el más gravitante. La esfera de
la economía asociada al mundo del crimen suele denominarse, sen-
cillamente, “economía criminal” (Castells, 2000; Calderón y Castells,
2020; Márquez Covarrubias, 2015).10 Se trata de un subcampo de la
economía del delito. A fines de la primera década del siglo XXI, se-
gún se estima, la economía criminal representaba entre el 5 y 7% del
Producto Bruto Global (Barrios, 2009; Haken, 2011). Tal porcentaje
parece mantenerse en los años siguientes, al menos en algunas regio-

10 Luego, para aludir exclusivamente al mercado de la droga, se suelen emplear no-


ciones como las de “narco-economía” (Hardingaus, 1995), “economía del narcotráfi-
co” (Ponton, 2016), “narco-capitalismo” (Márquez Covarrubias, 2015), entre otras.

238
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

nes. Para Estados Unidos, México y Canadá, los países que integran
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se estima que el
dinero criminal representa una media anual del 6,3% del Producto
Interior Bruto (CESOP, 2017). Según los cálculos de la UNODC, la
Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en 2015 el
negocio de la droga movilizó alrededor de USD 320.000 millones en
la sociedad mundial.11 Esto lo convierte en el principal y más renta-
ble rubro de la economía criminal, con montos diez veces superiores
al correspondiente al tráfico de personas —la segunda—, que suma
aproximadamente USD 31.600 millones (UNODC, 2015; Haken, 2011;
Ponton, 2013). La ONU estima que en los países americanos los ingre-
sos anuales provenientes de las drogas rondan los USD 150.000 millo-
nes —poco menos de la mitad del volumen mundial—, aunque otras
estimaciones apuntan a un número más bajo. Si bien Estados Unidos
representa actualmente la principal proporción de ese total hemisfé-
rico (OEA, 2013), comienza a ser significativa la expansión registrada
en algunos países del Cono Sur.12 Junto a ello, la investigación dispo-
nible señala un crecimiento de aproximadamente el 50% en las ventas
de drogas entre octubre de 2013 y enero de 2016 (UNODC, 2019), en
el marco de una expansión sostenida de los mercados domésticos de
estupefacientes (Bergman, 2016). De este modo, la configuración de
la CDD, y en particular la fracción que se recrea a partir del tráfico de
drogas, se produce en el marco de una creciente “globalización del
consumo de drogas” (Bagley, 2012). En América Latina, la expansión
del consumo creció de modo significativo en las últimas dos décadas.
El crecimiento del mercado de consumo de drogas en la región signi-
fica que también crece el comercio minorista (dealers).
En concreto, la CDD asociada al narcotráfico se compone de la
totalidad de los individuos que tienen como fuente de ingreso princi-
pal una actividad económica relacionada con el negocio de la droga.
Esta clase de individuos, que se reparte en diferentes estratos, está
compuesta centralmente por cultivadores, procesadores, traficantes,

11 Las cuatro drogas que movilizan los mayores volúmenes de dinero son el canna-
bis (marihuana y hachís), la coca y sus derivados (cocaína, pasta base, crack), el opio
(heroína) y las drogas sintéticas (anfetaminas, metanfetaminas, éxtasis, cristales).
Todas se producen en América Latina. Para el caso de la coca, nuestra región es la
única productora mundial (Bergman, 2016).
12 El caso más gravitante es el de Colombia. Según la CEPAL, en 2017 el PIB de
dicho país fue de USD 313.901 millones, mientras que el narcotráfico generó al me-
nos USD 15.000 millones. Por lo tanto, generó muchos más ingresos que el sector
cafetero (1% del PIB). Y lo más significativo es que en ese mismo año el incremento
de los ingresos provenientes del narcotráfico fue del 150% respecto de 2016 (CE-
PAL, 2017).

239
Esteban Torres

vendedores mayoristas y vendedores minoristas. Esto es, por el con-


junto de los individuos involucrados en cada una de las fases del ne-
gocio del narcotráfico. Este bloque estratificado de individuos lleva
adelante operaciones de micro, meso y macrodelito. El microculti-
vo, el microprocesamiento, el microtráfico y la microventa (o venta
minorista), son prácticas desplegadas en su mayoría por individuos
que inicialmente están situados en los estratos bajos de la CDD, en
situación de pobreza o indigencia. A diferencia de lo que sucede con
la CDA, el estrato bajo de la CDD criminal tiene posibilidades de re-
estratificarse, dado el nivel de ingresos que por momentos percibe. En
cualquier caso, como toda manifestación de microdelito desde abajo,
los riesgos asumidos por llevar adelante actividades ilegales son altos.
En América Latina, la gran mayoría del cultivo de droga lo realizan
pequeños agricultores en superficies reducidas. En Colombia, el 90%
de las familias que cultivan son totalmente dependientes de la agricul-
tura. Estas se encuentran en una situación paradójica: la de intentar
salir de la pobreza cultivando droga, como solución de corto plazo,
siendo que a largo plazo dicha opción las empobrecen. Esto último
termina ocurriendo porque tarde o temprano los castigos estatales
y/o privados llegan para la mayoría de los cultivadores (Matthews,
2007). De este modo, los productores y quienes se encargan de la ven-
ta minorista terminan engrosando el estrato bajo, dado que son per-
seguidos por las autoridades y rápidamente remplazados cuando son
apresados (Bergman, 2016). Es observable que aquellos individuos de
la CCD vinculado a la producción y localizados en América Latina13 se
quedan solamente con el 1% del total del valor de un kilogramo vendi-
do en los grandes centros de consumo (Ponton, 2013).14
Hasta el momento no hay datos fiables sobre la cantidad de in-
dividuos que podrían estar clasificados en cada fase del proceso y en
cada estrato en los diferentes países de la sociedad mundial. Pero se
trata sin dudas de una cantidad muy considerable en cada una de las

13 Toda la cocaína del mundo proviene de tres países: Bolivia, Perú y Colombia.
Luego, México, Colombia y Paraguay producen grandes cantidades de marihuana
para exportación. Junto a ello, en los últimos años, se observa en la región una pro-
ducción creciente de las llamadas drogas sintéticas (cristales, éxtasis, etc.), que se
realizan con precursores químicos importados de Oriente (Bergman, 2016).
14 En comparación con los traficantes, los ingresos percibidos por los campesinos
son ínfimos. Pero si se considera las restantes posibilidades de lucro de estos últimos,
el cultivo de droga resulta ventajoso. En las últimas décadas, se ha trastocado el
negocio para los individuos dependientes de dicho cultivo. Si antes dependían en su
mayoría del terrateniente, desde un tiempo a esta parte pasaron a depender en mayor
medida del narcocapital extrarregional (Hardinghaus, 1995).

240
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

instancias y posiciones. Para el caso de México, por ejemplo, se estima


que alrededor de medio millón de individuos están empleados en el
negocio de la droga. De ese universo aproximado, se calcula que unos
300.000 se dedican a la siembra de drogas, 160.000 al narcomenu-
deo, transporte, distribución e informantes, y 40.000 ejercen cargos
de dirección (Merlos, 2008). A modo de comparación, esta cantidad
de personas es tres veces superior al personal empleado por Petróleos
Mexicanos (PEMEX), la empresa pública más importante del país
(Márquez Covarrubias, 2015). Existen algunas informaciones que in-
dican que esa cifra total ascendió en 2009 a 650.000, esto es, 150.000
individuos más que en el año anterior (La Jornada, 2009). En el mun-
do del crimen, los actores con mayor capacidad de clasificación social
son las grandes organizaciones de narcotraficantes que emplean de
modo directo e indirecto a millones de individuos en todo el mundo.
En México, los sueldos medios que ofrecen estas corporaciones son
1,3% superiores al salario medio del sector formal, y seis veces más
que el salario mínimo (OEA, 2013).
Un punto central para conocer la evolución de la esfera criminal
de la nueva CDD consiste en observar cómo se distribuye la totalidad
de los individuos y de las organizaciones de la droga en la larga cade-
na del negocio,15 y luego como se concentra y distribuye el dinero en
cada uno de sus eslabones. En principio, los macrotraficantes, que son
quienes se encargan de trasladar la mercadería desde los centros pro-
ductores de la periferia mundial a los grandes mercados de consumo
de los países céntricos, constituyen una minoría reducida que concen-
tra los beneficios del negocio de la droga. Tomando como referencia
el mercado mundial de estupefacientes, se estima que menos del 1,5%
del total de ingresos corresponden a los individuos productores de los
países andinos,16 mientras que los vendedores de los grandes países
consumidores reciben cerca del 65%. Junto a ello, aproximadamente

15 La larga cadena de la droga, que ya simplificamos en cuatro eslabones, incluye


desde las «mulas» que cargan las hojas o la pasta por los ríos y hasta las pistas secre-
tas, los pilotos de la selva, los «cocineros» que manejan los laboratorios de cocaína
en Colombia o en Brasil, los pilotos estadounidenses que llevan el polvo blanco a las
estaciones de bombeo detrás de la frontera en tanques de combustible o guardado
astutamente, burlando las vigilancias aéreas, los propietarios de los escondites, los
importadores, sus intermediarios, así como los mayoristas y minoristas (Hardin-
ghaus, 1995). Luego, existe una variedad aún mayor de formas o de tipos de inter-
mediación entre los campesinos productores de cultivos ilícitos y los consumidores
(Bagley, 2010).
16 Debido al predominio del comercio y al aumento de las superficies de cultivo,
los productores primarios vienen ganando cada vez menos: desde USD 6.000 a 7.000
de beneficio promedio por una hectárea de coca, han caído a USD 3.000 o 4.000 por
hectárea/año, y algunas veces menos (OEA, 2013).

241
Esteban Torres

el 9% de los ingresos se generan cuando la cocaína es transportada


de los países productores a los países de tránsito. Los beneficios pro-
ducidos por las ventas al por mayor se dividen entre los vendedores
internacionales, quienes contrabandean el producto de los países de
tránsito a los países consumidores (por ejemplo, desde México a Esta-
dos Unidos), y los vendedores nacionales, que dividen las compras de
kilos de cocaína en pequeñas unidades. El empaquetamiento por on-
zas a su vez se entrega a los vendedores minoristas, quienes lo dividen
aún más antes de ofrecérselo a los consumidores finales. Los cientos
de miles de microvendedores representan la enorme mayoría de indi-
viduos de la CDD de origen criminal. Esta multitud se especializa en
determinadas drogas o en distintos tipos de ventas (Bergman, 2016) y
se reparten entre el 20 y el 25% del total de los ingresos (OEA, 2013;
Ponton, 2013). El microtráfico es rentable para los vendedores invo-
lucrados, dado que se recompensa el riesgo de la tarea —es el eslabón
más expuesto del negocio— y se reconoce su centralidad para que el
narcotráfico a gran escala pueda reproducirse y acrecentar su poder
económico (2013). En cualquier caso, tal como señalé, los grandes
beneficios de la droga se concentran en la etapa intermedia de tráfico.
El 49% de los ingresos se lo reparten entre las redes de distribución
local e internacional mayorista, sumado a una fracción que se destina
al pago de servicios logísticos y otros servicios a favor de los grandes
carteles (Wilson y Stevens, 2010). El porcentaje de las ganancias to-
tales que absorbe este bloque de individuos suele incluso ser mayor.
Por ejemplo, los traficantes que transportan cocaína desde Colombia
a Centroamérica y a otros puntos de tránsito llegan a recibir hasta
el 71% de los ingresos totales (Mejía y Rico, 2010; Kilmer y Reuter,
2009). Un indicador nítido de que los narcotraficantes internacionales
y los mayoristas son los que concentran las ganancias, es el modo de
distribución de los volúmenes dinerarios disponibles para el lavado.
Se puede observar que el 92% de las ganancias brutas de los mayo-
ristas están disponibles para el blanqueo, mientras que lo está solo el
46% en el movimiento de venta minorista (OEA, 2013; Ponton, 2013).

LOS DELITOS POLÍTICOS


Los delitos políticos se asocian a determinadas prácticas de apropia-
ción privada e ilegal de recursos económicos desde los organismos
estatales. De este modo, los centenares de miles de individuos que ac-
tualmente pertenecen a la clase dependiente del delito, y más específi-
camente del delito político, son aquellos que ocupan cargos políticos
en la estructura estatal, pero cuyos ingresos principales no provienen
de la remuneración correspondiente a su trabajo formal sino de la ac-
tividad política delictiva. Al igual que sucede con las demás fracciones

242
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

de la CDD, resulta difícil detectar el bloque estratificado de individuos


que pertenecen a la CDD político. Mientras más elevado es el estrato
involucrado, más dificultoso resulta acceder a este registro.
Los delitos políticos, así como los financieros y criminales, pue-
den definirse como actos de corrupción. De este modo, desde el punto
de vista de los actores, la corrupción política es una acción orientada
a la obtención de ganancias o beneficios privados (Nye, 1967; Mau-
ro, 1997; Seligson, 2002; Andvig y Odd-Helge, 2000; Amundsen, 1997;
Tanzi, 1995; Pasquino, 2000; Transparency International, 2019).17 Tal
como señalé arriba, estas prácticas corruptas tienen como actor de
referencia a las corporaciones políticas nacionales en posiciones de di-
rección estatal. Por lo general, las prácticas delictivas en la esfera es-
tatal no son impulsos autodeterminados, y por lo tanto no recrean las
exageraciones personalistas señaladas con insistencia desde algunas
visiones liberales. Se trata más bien de una batería de acciones que se
desenvuelven en el marco de transacciones asimétricas y de acuerdos
concretos que involucran a grandes actores económicos dispuestos a
participar del juego de la corrupción política (Rose-Ackerman, 2006,
2009; Heindenheimer, 2008). Por lo tanto, si bien el delito político
se tipifica en un sentido restringido como una práctica de enriqueci-
miento privado de los funcionarios públicos, en los casos más gravi-
tantes remite a un escenario más voluminoso de maximización ilegal
de ganancias empresariales. En cualquier caso, el hecho de que la co-
rrupción política beneficie tanto al corruptor como al corrupto, no
permite suponer, como lo hace Rose-Ackerman (2006), que ninguno
de los participantes tiene un incentivo suficiente para concluir dicha
interacción. Ello dependerá, entre otros factores, de los niveles de asi-
metría y de coacción involucrados en la relación. Son las situaciones
de desigualdad de poder y no algún esencialismo las que terminan
definiendo cuál de los actores involucrados termina representando la
parte “activa” y cual la “pasiva”. De todos modos, ninguna interacción
basada en prácticas de corrupción puede llevarse a cabo a menos que
ambas partes estén de acuerdo y acuerden mantenerla en silencio.
A su vez, los delitos políticos, o las prácticas de corrupción política,
no se restringen a determinadas interacciones, sino que asumen una
dimensión sistémica (Calderón y Castells, 2020). En cualquier caso, es
desde la perspectiva del comportamiento de los actores que el delito

17 Si bien los autores citados en este punto conciben la corrupción como exclusiva-
mente política, dejando de lado la corrupción financiera y la criminal, las caracteri-
zaciones que ofrecen conservan su pertinencia para definir a la corrupción política
como tipo específico. En cualquier caso, es evidente que la agenda de investigación
sobre corrupción, desde sus orígenes, tiende a circunscribirse a la esfera estatal (Ho-
dgson y Jiang, 2007; Astarita, 2014).

243
Esteban Torres

político adquiere su especificidad como una actividad ilegal con capa-


cidad creciente de producción de clase.
A nivel mundial, los delitos políticos más significativos se asocian
a i) la recepción de coimas o sobornos por parte de funcionarios públi-
cos y a ii) la malversación de fondos o de caudales públicos por parte
de ese mismo tipo de individuos.18 El primero tiene por objeto la en-
trega de dinero privado o público para obtener favores, manipulando
la acción estatal. Los sobornos pueden utilizarse para asignar benefi-
cios perfectamente legales, aunque escasos, como moneda extranjera,
licencias de importación, crédito o contratos con el Estado; o pueden
proveer algo ilegal, como una exención frente a cierta regulación vá-
lida, una reducción ilícita de contribuciones o un permiso para lle-
var a cabo un negocio ilegal (Rose-Ackerman, 2006). La malversación
de fondos, por su parte, conlleva la apropiación privada de recursos
públicos por parte de funcionarios estatales. Ambas modalidades de
delito suelen desplegarse en el marco de acontecimientos puntuales o
de procesos regulares de inversión pública y de compra estatal en sus
diferentes niveles. Existen desde ya otros delitos políticos, aunque de
menor impacto, o bien dotados de una facultad indirecta de genera-
ción de CDD. En ese universo de segundo orden se encuentran, por
ejemplo, el tráfico de influencias, la colisión, el abuso de funciones pú-
blicas, el blanqueo de dinero ilícito, el encubrimiento, la obstrucción
de la justicia, etc. (UNODC, 2004).
La escala del delito político varía en función del volumen de in-
gresos percibido por los individuos/funcionarios que se vuelcan a las
actividades delictivas. De esta manera, es posible detectar la prolife-
ración de macro, meso y microdelitos políticos.19 En términos esque-
máticos, en el desarrollo de la política contemporánea el macrodelito
suele estar asociado a los estratos altos de los gobiernos nacionales y
provinciales de cada país, el mesodelito a los estratos medios de los
gobiernos provinciales y locales, y el microdelito a los estratos medios
de todos los gobiernos, incluidos los locales y comunales. Si bien el
macrodelito político, y en particular el macrosoborno, captura el ma-

18 Se trata de las dos primeras prácticas de corrupción mencionadas en la Con-


vención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción, las cuales estarían sujetas a
penalización y aplicación de la ley (artículos 15, 16 y 17) (UNODC, 2004).
19 En los estudios sobre corrupción se suelen emplear parámetros poco sistemá-
ticos para caracterizar la escala de la corrupción política. Algunos distinguen entre
“corrupción política” (grande) y “corrupción burocrática” (pequeña) (Tanzi, 1998);
“gran corrupción” y “corrupción ordinaria” (Bailey, 2009; Moody-Stuart, 1994). La
micro o meso corrupción también se suele denominar “corrupción oportunista de
bajo nivel” (Rose-Ackerman, 2006; Transparency International, 2019).

244
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

yor volumen de recursos, las prácticas de microsoborno son las que


congregan a la enorme mayoría de los delincuentes políticos.20
A la pregunta respecto a qué es lo que cambia cuando cambia la
escala de la corrupción política (Rose-Ackerman, 1999), la primera
respuesta que ofrezco es de sentido común: la magnitud de los efec-
tos sociales que genera. La segunda respuesta tampoco escapa a una
apreciación generalizada: mientras más elevado y voluminoso es el
delito político, mayores son las probabilidades de impunidad de los
individuos involucrados, dado que las autoridades están más prote-
gidas de ser investigadas a posteriori (p. 56). La primera respuesta es
la que nos lleva a priorizar la observación de las macroacciones sobre
las restantes, a sabiendas que pueden compartir una misma lógica
práctica con las restantes expresiones de corrupción. Los macrodeli-
tos políticos, tanto en su forma de soborno como de malversación de
fondos, suelen estar asociados a la obra pública (grandes contratos),
a las concesiones, así como a las privatizaciones de compañías esta-
tales. Más adelante prestaré atención al hecho de que hay un mayor
volumen de sobornos desde el centro a la periferia mundial que a la
inversa, aunque no necesariamente una mayor recepción de coimas
en los gobiernos de cada hemisferio.
A diferencia de lo que ocurre con los delitos financieros, los deli-
tos políticos no se concentran en la cúspide de la sociedad mundial,
así como tampoco en el mundo sumergido y multitudinario de los
estratos inferiores. Más bien atraviesan y componen los estratos alto y
medio. Estas prácticas no llegan a desplegarse de forma significativa
en el estrato superior por el simple hecho de que la cúspide del poder
estatal pertenece a la infra-élite, que es una capa económica más baja
que la supra-élite, correspondiente a la cima del poder empresarial. Y

20 Según estimaciones, a nivel mundial se destina aproximadamente USD 1 trillón


cada año al pago de sobornos, monto que representa entre el 15 y el 30% de la asis-
tencia monetaria oficial al desarrollo de los países periféricos (OECD, 2019). Sobran
ejemplos de casos de macro-soborno. El 17 de marzo de 1995, Le Monde informó que
los sobornos pagados en el extranjero por compañías francesas en 1994 se habían
estimado en USD 10 mil millones. Un año después, el 4 de marzo de 1996, World
Business daba a conocer que los sobornos pagados en el extranjero por compañías
alemanas superaban los USD 3 mil millones al año (Tanzi, 1998). Estas experiencias
de macrosoborno involucran grandes volúmenes de dinero, así como relativamente
pocos individuos, todos ellos situados en los campos de élite. Con el microsoborno
la ecuación se invierte: los montos totales son comparativamente reducidos, pero
en cambio involucran grandes fracciones demográficas, que habitan en su mayoría
en los campos populares. Según el último informe de Transparencia Internacional,
más de uno de cada cinco ciudadanos en América Latina que accedieron en 2018 a
servicios públicos como atención médica y educación, habían pagado sobornos por
ello (Transparency International, 2019).

245
Esteban Torres

en la actualidad no existe un sendero de clasificación ascendente des-


de la infra-élite política a la supra-élite. Ello significa que el acceso de
la élite política a las grandes ligas de la gigacorrupción se encuentra
en gran medida bloqueado. Lo que se define como macrodelito en el
ámbito político es una experiencia de macrocorrupción de segundo
orden, a la que tipifico como megacorrupción. En cambio, la gigaco-
rrupción queda confinada a los individuos de la supra-élite, quienes
comandan las principales organizaciones económicas y financieras
del mundo, así como las grandes organizaciones criminales. Si desde
las altas esferas de la clase política de cada país rara vez se accede al
universo de la supra-élite, no sucede lo mismo en sentido contrario.
El bloque superior suele ocupar con frecuencia —quizá con mayor
frecuencia que antes— los núcleos del comando estatal-nacional, sin
con ello reconvertir su pertenencia de estrato y de clase.
El conjunto de los delitos políticos de los estratos alto y superior
proliferan a partir de una menor capacidad de control y de autocon-
trol estatal y social, si bien tanto el control como el autocontrol es sen-
siblemente menor en relación a los delitos financieros y criminales.
Desde un registro comparativo, hay mayores riesgos de castigo para
los delitos políticos, sin que este riesgo llegue a ser lo suficientemente
elevado como para desincentivar (y menos aún anular) las prácticas
políticas delictivas.

LAS DIMENSIONES DEL DELITO Y LA AGENDA DE LA CORRUPCIÓN


Para intentar explicar cómo y de qué manera se expande la CDD en la
sociedad mundial es necesario prestar atención a tres dimensiones del
delito, que se organizan a partir de los siguientes registros: i) el delito
real, el inventado y el delito percibido; ii) el delito visible y el invisible,
y iii) el delito sancionado y el no sancionado. El entrecruzamiento
entre el delito real y el inventado conforman el delito percibido.21 La
percepción del delito político se puede basar en un delito inventado,
incluso sin ninguna referencia que remita a delitos reales previos. Es
más íntima y sustantiva la conexión del delito inventado con el delito
visible que la de este último con el delito real. El delito que se inventa
busca en todos los casos ser visibilizado. En el centro de la operación
de invención de delitos políticos se encuentran los medios de comuni-
cación (Zaffaroni, 2017). A mayor visibilidad del delito real, mayor es
su probabilidad de ser controlado y/o de generar impulsos de autocon-
trol. Un delito invisible, oculto u ocultado, es imposible de sancionar.
Mientras que el delito a la vez visible e inventado puede recibir una

21 En relación a este punto, algunos autores distinguen entre “corrupción percibi-


da” y “corrupción experimentada” (Bailey, 2009).

246
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

sanción social e incluso penal (esta última a partir de la manipulación


perversa del sistema judicial), el delito real e invisible escapa a todo
control. El delito visible, tanto real como inventado, se percibe que
puede llegar a recibir o no una sanción social y legal.
Los delitos financieros y criminales prácticamente escapan al
vínculo de determinación recíproca entre la corrupción real, la co-
rrupción inventada y la corrupción percibida, desde el momento que
dichas prácticas ilegales permanecen en su mayoría ocultas. Ello pro-
duce un efecto de inexistencia social sobre la corrupción percibida
por las mayorías sociales. En parte, lo que permite la conservación
del orden social es que los hechos de corrupción más aberrantes se
recrean en la invisibilidad. Si los delitos de los estratos altos y superior
están sujetos a un mayor ocultamiento, no sucede lo mismo con los
delitos políticos. Estos últimos son cada vez más visibles, tanto en su
forma real como inventada, si bien la opacidad es mayor en relación a
los macrodelitos reales que respecto a los meso y los microdelitos. La
visibilidad de la corrupción, tal como indiqué, sucede principalmente
a partir del filtrado de información veraz y de fake-news, que pueden
o no convertirse en escándalos público-mediáticos (Thompson, 2000).
La creciente visibilidad de la corrupción real, así como la mayor pu-
blicitación de la corrupción inventada, se asocia a la expansión de los
nuevos y viejos dispositivos de comunicación social (Torres, 2021b).
La impugnación mediática a la corrupción actúa como autolimitado-
ra del delito político, dado que incrementa las posibilidades de san-
ción social y eventualmente penal. La atención y la impugnación de
los grandes dispositivos privados de comunicación se concentra casi
exclusivamente en el desempeño estatal, desatendiendo e invisibili-
zando los delitos financieros y criminales.22 De este modo, la crítica
generalizada a la opacidad de la política estatal, prácticamente con-
vertida en sentido común, se despliega en el marco de un proceso de
creciente visibilidad de los delitos políticos reales o inventados, y no
de un movimiento de creciente ocultamiento. Ahora bien, la mayor
visibilidad de la corrupción política no necesariamente propicia una
mayor sanción social sobre tales prácticas, ni tampoco un mayor con-
trol social. Sobre el tema de la sanción social a la corrupción volveré
más adelante. Tampoco hay evidencias suficientes para sostener que
la mayor crisis de legitimidad popular que experimentan los gobier-

22 Un ejemplo paradigmático del impacto de esta selectividad lo ofrece el caso


Odebrecht, visibilizado en los últimos años (Wikipedia, 2021). A partir de este caso
emblemático de megasoborno real pareciera que se profundizó la percepción social
de que todo el sistema político está corrompido, pero no así de que lo está el modus
operandi de las grandes corporaciones privadas.

247
Esteban Torres

nos en comparación con las grandes corporaciones privadas se asocie


a la mayor corrupción estatal percibida. En las últimas tres décadas,
es posible observar dos grandes novedades en relación a los delitos po-
líticos. La primera es su transformación en un problema nuclear para
los organismos internacionales, en particular para el FMI y el Banco
Mundial (Tanzi, 1998), así como para el mainstream de las ciencias
políticas y sociales. La segunda es la recodificación y la magnifica-
ción mediática de este tipo de delitos. A partir del primer hecho se
inauguró una Agenda Global de la Corrupción (AGC) (PNUD, 2009),
mientras que con el avance del segundo se viralizaron los argumentos
principales de dicha agenda, consiguiendo resignificar el núcleo de
justificación social de la política contemporánea. De este modo, en
términos objetivos, resulta mucho más novedosa la corrupción perci-
bida como vector central de la crítica y de la valoración de la política
estatal, que la corrupción política real, aún si esta se hubiese incre-
mentado en los últimos tiempos.
En líneas generales, la AGC se conforma con la intención declara-
da de luchar contra la corrupción pero con el propósito fundamental
de impulsar y de justificar el programa de reformas liberales aplicado
a partir de fines de la década del setenta del siglo XX en la sociedad
mundial. Si bien la AGC busca expandirse sobre el conjunto de la so-
ciedad mundial, el epicentro de la batalla se localizó en las regiones
periféricas. Junto con la premisa —en exceso genérica— de que fue
la “globalización neoliberal” la que sienta las bases para la expansión
de la CDD (en este caso del delito político), es necesario reconocer la
existencia de un impulso corruptor en la base misma de la AGC. En
oposición a sus intereses declarados, tal agenda se orientó a erosionar
la legitimidad de los Estados sociales (y en particular de los Estados
sociales autonomistas de la periferia mundial), así como a generar un
consenso para avanzar con un programa de reformas liberales cen-
trado en la privatización, la apertura y la desregulación económica
(Astarita, 2014). De este modo, el propósito nuclear de la AGC no es la
disminución de la corrupción política real sino el aumento y la resig-
nifación de la corrupción percibida. Dicha recodificación operó como
un mantra que, a fuerza de repetición, fue legitimando aquellas prác-
ticas novedosas de macrocorrupción política que posibilitaron en las
sombras la instrumentación de los programas económicos liberales
fabricados en las usinas intelectuales de los centros de poder mun-
dial. En resumidas cuentas, la AGC aviva un discurso anticorrupción
orientado a desdibujar la expansión de aquellas prácticas de macroco-
rrupción política que permitieron la reestructuración liberal. A mayor
macrocorrupción política real activada por la injerencia liberal, ma-
yor es la necesidad de encubrimiento de tales prácticas. A partir de su

248
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

propuesta de desestatización económica, de “Estado mínimo” (Bob-


bio, 2009), la AGC colaboró en la expansión de los grandes jugadores
de los países centrales sobre América Latina y sobre el conjunto de las
naciones periféricas. Este movimiento de integración desde arriba23 se
evidenció al observar que la prédica anticorrupción que se generaliza
a partir de la década del noventa del siglo XX corrió por cuenta, al me-
nos en América Latina, de los Estados vasallos liberales incrustados
en la propia región.24
La sobreideologización liberal de la AGC, que acompañó su lucha
ficticia contra la corrupción, queda al descubierto cuando identifica
las causas y las consecuencias de la corrupción política. En un plano
general, se señala como causas centrales de la corrupción el autori-
tarismo de los gobiernos (su déficit o debilidad democrática) (World
Bank, 1992, 1997; Andvig y Odd-Helge, 2000; Doig y Theobald, 2000) y
el tamaño del Estado (Mauro, 1995; Lambsdorff, 1999; Trujillo, 2002).
De este modo, se impugnan dos registros de expansividad estatal: uno
político y otro económico.25 Este discurso genérico sobre las causas de
la corrupción, enunciado contra el poder de soberanía estatal, se re-
fuerza y se especifica al referirse a la realidad de América Latina y de
la periferia global como un todo. En líneas generales, la AGD va a sos-
tener que mientras más retrasado (periférico) es un país en términos
políticos, económicos y culturales, mayor es la corrupción que genera.
En un plano político, se suele sostener que la corrupción es un fenó-
meno path dependence, y que la antigüedad de la democracia influye
en la disminución de los niveles de corrupción (Thacker, 2009). Dado
que los países latinoamericanos serían “democracias jóvenes”, enton-
ces serían más corruptos. Existiría una brecha democrática entre los
países del Norte occidental y el resto del mundo, que estos últimos po-
drían reducir en la medida en que decidan emprender un camino de
reformas liberales (Castells, 2019a). En un plano económico, se sos-
tendrá que el subdesarrollo económico magnifica la corrupción (Tan-

23 Para un desarrollo teórico del proceso de cambio social en América Latina a


partir de una dialéctica entre impulsos de integración desde arriba, los impulsos de
independencia y los impulsos de integración desde abajo, ver Torres (2020a).
24 Uno de los casos paradigmáticos de esta avanzada liberal en América del Sur lo
representó el gobierno de Carlos Menem en la República Argentina, entre los años
1989 a 1999. El eje central y persistente del discurso político de Menem fue la nece-
sidad de “desarmar la corrupción estructural heredada” (Menem, 1996, en Astarita,
2014). Para un desarrollo preliminar de los conceptos de “Estado vasallo” y de “Esta-
do autonomista”, consultar Torres (2020a).
25 La crítica al autoritarismo estatal en América Latina se transformó desde fines de
la década del ochenta del siglo XX en el epicentro de la difamación de toda pretensi-
ón estatal de direccionar los procesos de cambio social.

249
Esteban Torres

zi, 1998, p. 586). En el mismo sentido, otros postularán que mientras


más dependiente es la economía de un país de sus recursos naturales,
mayor sería su nivel de corrupción (Leite y Weidemann, 1999). El he-
cho de que la dependencia de las materias primas de determinadas
economías nacionales sea el producto de la división céntrica del traba-
jo mundial (Torres, 2020a, 2020b) es un registro determinante que no
se toma en consideración.
Junto al señalamiento de las causas de la corrupción, la AGD nos
advierte de sus consecuencias. En un plano político, el incremento
de la corrupción sería el factor principal de la pérdida de legitimidad
estatal-popular (Rose-Ackerman, 1996, 2006; Gray y Kaufmann, 1998;
Seligson, 2002; PNUD, 2009; Tanzi y Davoodi, 1998; Calderón y Cas-
tells, 2020). En el plano económico, las apreciaciones son aún más
ideologizadas. Allí se sostiene que la corrupción por sí misma reduce
el crecimiento económico (Rose-Ackerman, 2006; Tanzi, 1998; Gupta,
Davoodi y Alonso-Terme, 1998), acentúa las crisis económicas (Tanzi
y Davoodi, 1998), desalienta la inversión extranjera (Ades y Di Tella,
1999; Tanzi, 1998; Mauro, 1995) y aumenta negativamente la inversión
pública. Este último registro ofrece la demostración más descarnada
de la sobreideologización liberal, dado que impugna la inversión del
Estado bajo el argumento de que los proyectos de inversión pública se
prestan fácilmente a manipulaciones por parte de funcionarios de alto
nivel para obtener sobornos (Tanzi and Davoodi, 1997; Tanzi, 1998).
Desde la AGC también se tiende a señalar que la corrupción política
genera mayor desigualdad económica (Rose-Ackerman, 1996; Gupta,
Davoodi y Alonso-Terme, 1998; PNUD, 2009), descuidando el hecho
de que tal asimetría es igualmente un factor causante de estas prácti-
cas delictivas. De este modo, hay una propensión a denunciar que la
corrupción es generadora de desigualdad, y no así que las situaciones
de desigualdad incrementan la corrupción.
A la AGC se contraponen algunas corrientes alternativas, más
científicas, con una incidencia hasta hoy residual en la agenda públi-
ca. Estas tienden a rebatir las diferentes explicaciones causales seña-
ladas arriba. Los estudios alternativos demuestran que no hay una co-
rrelación directa entre el tamaño del Estado y la corrupción política.
Por ejemplo, países con elevados porcentajes de gasto público sobre el
PBI, como los países escandinavos, ocupan posiciones ventajosas en
el ranking de Transparency International (Andvig y Odd-Helge, 2000).
Estas corrientes también constataron que los problemas del desequi-
librio de poder y de la desigualdad económica son tanto factores cau-
sales directos como indirectos de la corrupción, así como probables
consecuencias de tales prácticas políticas espurias (Johnston, 2005,
2014; Lambsdorff, 1999). Estas aproximaciones heterodoxas y menos

250
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

consideradas en las ciencias sociales aportan evidencias que permiten


sostener que a mayor igualdad política y económica en las sociedades,
menor es su grado de corrupción (Tiihonen, 2003; Shleifer y Vishny,
1993; Husted, 1999; La Porta y Álvarez, 1997).
En cualquier caso, tal como señalo arriba, la AGC logra insta-
larse en la agenda pública de las sociedades latinoamericanas a par-
tir de su propalación estatal y comunicacional.26 Lo que se produce
a partir de la década del noventa es un incremento en la región de
la corrupción percibida. En Argentina, el tema se consolida en poco
tiempo como una de las principales preocupaciones ciudadanas. Dos
estudios realizados en 1992 por diferentes consultoras, uno por Mora
y Araujo y el otro por Gallup, señalan que a partir de ese año la co-
rrupción pasa a formar parte de los problemas centrales detectados
por los/as argentinos/as (Astarita, 2014, p. 176). En esos mismos años
la corrupción comenzó a formar parte también de la agenda comu-
nicacional del gobierno de Carlos Menem (1989-1999) (Acosta, 1997;
Gorrochategui, 2001).

NOTAS FINALES
Tal como señalé, el movimiento actual de integración material en las
diferentes esferas nacionales se asocia en gran medida al advenimien-
to de una nueva estructura de clases moleculares. Estamos frente a
una nueva estructura de clases correspondiente a sociedades de con-
sumo y no de producción. Si algo sabemos hoy es que vivimos en
sociedades crecientemente mercantilizadas, en las cuales el consumo
como fenómeno material y cultural es cada vez más preponderante.
Una de las novedades que trae aparejada la constelación molecular
señalada es la proliferación de una clase social dependiente del delito
(CDD). Tal como vimos, esta clase de individuos atraviesa y compone
el conjunto de los estratos de clase, tanto de las sociedades céntricas
como periféricas. Al parecer el delito se expande sobre todo en los
estratos de élite y en los estratos inferiores del campo popular. Y este
avance se produce, tal como vimos, porque hay condiciones sociales
más favorables para ello. Ahora bien, la percepción social de la co-
rrupción, de sus causas y de su impacto en las sociedades no guarda
correspondencia con el modo en que se viene desarrollando el delito

26 En la Argentina, los grandes dispositivos unidireccionales de comunicación no


se ocuparon de prestarle atención a la corrupción en forma sistemática hasta la
década del 1990. A partir de entonces comienza el tratamiento de la corrupción en
las editoriales, entrevistas, comentarios y encuestas. Tal como señalé, por la misma
época, no accidentalmente, la corrupción comenzó a formar parte de la agenda de
la administración presidencial de Carlos Menem (1989-1999) (Acosta, 1997; Gorro-
chategui, 2001).

251
Esteban Torres

real. Por lo pronto, el delito financiero es por lejos el tipo más determi-
nante de corrupción de las sociedades contemporáneas, mientras que
en los imaginarios colectivos este tipo de prácticas ilegales se desco-
nocen o bien se minimizan al extremo. De hecho, los individuos que
componen la supra-élite, y que programan en gran medida el futuro
de la sociedad mundial, pertenecen en buena medida a una clase de-
pendiente de los delitos financieros. Los delitos políticos, por su parte,
experimentan una desvirtuación en sentido inverso. El político profe-
sional, así como el aparato estatal que lo cobija, se han convertido en
la personificación por antonomasia de la corrupción en la sociedad.
Ahora bien, si los delitos financiero y criminal avanzan a partir de
un proceso de reclasificación a gran escala, no hay registros tan con-
cluyentes de la expansión de la clase de individuos dependientes del
delito político.
En cualquier caso, más allá de su impacto económico secundario,
para los movimientos de izquierdas resulta completamente central
poder dimensionar cuales son las variables centrales intervinientes
en la progresión de la corrupción política. En sentido exacto, cuando
hablamos del incremento de este tipo de corrupción en las últimas
décadas nos estamos refiriendo al crecimiento exponencial de un tipo
de macrocorrupción percibida que se alimenta de nuevas prácticas
de macrocorrupción real e inventada. Ahora bien, el aumento de la
percepción de la corrupción política, incluso el mayor reconocimien-
to de la corrupción como un problema central de las sociedades,27 no
necesariamente conlleva un incremento de la sanción social. El modo
en que se manifiesta la sanción moral frente a la corrupción política
es una incógnita, desde el momento que buena parte de la crítica con-
temporánea a la corrupción se efectúa desde una cultura histórica del
delito y no en oposición a ella. No hay indicios convincentes de que
las mayorías sociales se indignen en mayor medida que antes frente
a la corrupción, ni que aquellos individuos de los estratos medios y
bajos que lo hacen no incurran ellos mismos en prácticas cotidianas
de micro y mesocorrupción, sean de tipo políticas o de las restantes.
Tampoco hay claridad respecto al modo en que las masas de indivi-
duos resuelven la relación entre la microcorrupción real y la macro-
corrupción percibida. En la actualidad, el macrodelito político perci-
bido, ¿activa una cultura general del delito o más bien la reproduce?
¿Hasta qué punto las prácticas macropolíticas no constituyen una ex-
presión de la cultura general de la corrupción de cada sociedad? ¿Por

27 Según la última encuesta de Transparency Internacional, el 85% de las personas


en la región afirmó que la corrupción es un problema grave y solo el 13% sostuvo que
la corrupción no es un problema o es un problema menor (TI, 2019).

252
La clase dependiente del delito: De los márgenes al epicentro de la sociedad mundial

qué las sociedades de masas, atravesadas por prácticas generalizadas


de microcorrupción, logran escandalizarse al percibir la existencia de
prácticas de macrocorrupción? Es difícil pensar que es a partir de un
parámetro cuantitativo relativamente preciso que se inflama la san-
ción pública, dado que los individuos rara vez están en condiciones de
dimensionar los volúmenes económicos intervinientes en los delitos
políticos. De este modo, ¿qué es lo que se está impugnando en concre-
to cuándo se vocifera que “todos los políticos son corruptos” o que el
sistema político está basado en la corrupción?
Una hipótesis que formularé aquí es que la sanción social au-
menta a medida que avanza la macrocorrupción percibida, sea real
e inventada, como una manifestación de desigualdad social. De este
modo, sostendré que a diferencia de la microcorrupción (practicada
o percibida), la macrocorrupción percibida refuerza la percepción de
desigualdad social.28 Y pareciera que es la percepción del incremento
de la desigualdad social, antes que la percepción de la corrupción, la
que genera mayores impulsos de indignación colectiva y de sanción
social. A diferencia de la corrupción, que atraviesa y compone la to-
talidad de los estratos de clase, la macrocorrupción política ofrece
el registro de un hecho social de élite, ocurrido en los estratos alto y
superior de la sociedad. En cualquier caso, se trata de un conjunto de
interrogantes y de supuestos que deberán dilucidarse a partir de futu-
ras investigaciones empíricas.

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260
PARTE 3

LOS PROCESOS Y
SISTEMAS SOCIALES
CONTEMPORÁNEOS
CICLOS POLÍTICOS: SU
CONCEPTUALIZACIÓN Y LA AMÉRICA
LATINA CONTEMPORÁNEA

Breno Bringel
José Maurício Domingues

INTRODUCCIÓN
La idea de ciclo político ha sido recurrente en las últimas décadas
en el debate latinoamericano. Entre 1970 y 1980, los nuevos aires
democratizadores arrojados por las luchas sociales y políticas contra
las dictaduras inspiraron la llegada de un “nuevo ciclo” que, a pesar
de las especificidades nacionales, recorrería la región. La idea rea-
pareció con fuerza, una vez más, en el cambio de siglo debido a la
emergencia de protestas de alta intensidad, seguidas de la ascensión
casi simultánea, en varios países, de agrupaciones progresistas y/o de
izquierda. Es lo que se suele llamar en el debate académico y político
como “ciclo progresista”.
Aunque visiblemente agotado, no hay consenso hoy sobre qué
emergería tras dicho ciclo. Para muchos, estaríamos frente al inicio de
un nuevo tiempo, dominado por las derechas tanto en los gobiernos
(con expresiones diferentes como Jair Bolsonaro, Mario Abdo, Luis
Lacalle Pou, Sebastián Piñeira, Guillermo Lasso o Iván Duque) como
en sus anclajes culturales y societales. Para otros, el “ciclo progresista”
no habría terminado, sino que estaría regresando, debido al “retorno”
entre 2018 y 2021 de muchos gobiernos que estarían supuestamen-
te alineados con los progresismos en la región, como Andrés Manuel
López Obrador, Alberto Fernández, Luis Arce o Pedro Castillo (con

263
Breno Bringel y José Maurício Domingues

dificultades mucho mayores ahora, para los sectores críticos, en lidiar


con las derivas profundamente autoritarias de Daniel Ortega y Nicolás
Maduro). Argumentamos en este artículo que ambas perspectivas son
equivocadas y precipitadas para definir el actual momento latinoa-
mericano. La idea de un retorno a la hegemonía progresista es más
un deseo de intelectuales y políticos vinculados a estos mismos sec-
tores que una realidad, por más que algunos gobiernos de este signo
puedan seguir ganando elecciones. Tampoco hay indicios sólidos y
vectores determinantes que apunten a un “giro” contundente hacia la
derecha que implique una reorganización clara de la política y de la
sociedad en las próximas décadas. Que hayan emergido “nuevas dere-
chas” y que hoy sean más protagónicas no significa que marcarán las
pautas del próximo ciclo político.
En vez de una opción u otra, nos parece que el escenario está
abierto a lo contingente y contradictorio, bien como a una intensa
disputa entre orientaciones diversas que están, en el actual momen-
to, buscando reposicionarse: a) una reorganización de las izquierdas,
críticas con los “progresismos”, con intentos locales y nacionales de
recomponer nuevas mediaciones, instrumentos e imaginarios políti-
cos, bajo la centralidad de la política territorial y de una sensibilidad
anticapitalista, anticolonial, antirracista, ecologista y feminista; b) los
intentos de los progresismos de no sucumbir definitivamente (lo que
se expresa en los reacomodos del MAS en Bolivia o la apuesta en Luiz
Inácio Lula da Silva para las elecciones generales de 2022 en Brasil);
c) las recomposiciones de las derechas que se autodefinen como li-
berales y moderadas, amenazadas por proyectos diversos que la han
rebasado, siendo el macrismo en Argentina todavía el ejemplo funda-
mental; d) el fortalecimiento de derechas autoritarias y radicales, que
siguen tratando de ganar espacio ante la crisis de los sistemas políti-
cos, aunque con mayores dificultades tras la derrota de Donald Trump
en su intento de reelección en Estados Unidos.
Este complejo escenario es habitual en los momentos de tran-
sición entre ciclos y por ello es muy apresurado buscar un sentido o
una tendencia clara. De hecho, lo más interesante del momento ac-
tual latinoamericano es la asincronía entre los procesos políticos en
marcha. Esto se puede observar de maneras diversas. En el caso de
Colombia, los estallidos de 2019 y 2021 y la ascensión de la izquierda
y de un centro renovado parecen apuntar a una crisis terminal del
uribismo. En Ecuador, la disputa entre la izquierda ecologista, indi-
genista, juvenil y feminista y el correísmo fue tan dura, tras años de
criminalización de persecución a los movimientos, que se produjo un
profundo impasse. En Chile, a su vez, el levantamiento ciudadano de
2019, precedido de intensas movilizaciones principalmente estudian-

264
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

tiles y feministas, culminó en un proceso constituyente histórico que


busca abrir un nuevo ciclo y pasar página a la herencia de la dictadura
y a un modelo desigual insoportable para la población. En Brasil, la
“Nueva República” y la dinámica política de las últimas décadas tam-
bién se puso en jaque, pero en un signo totalmente opuesto, tras una
cadena de acontecimientos que derivan en el impeachment de Dilma
Rousseff y la victoria electoral de Jair Bolsonaro.
Nos interesa, asimismo, llamar la atención para otro elemento.
Además de la dificultad en leer el dinamismo de la realidad latinoa-
mericana, poco se discute conceptualmente la noción de ciclo políti-
co. Es lo que fundamentalmente buscaremos hacer aquí. Hay cierto
número de abordajes de la noción de ciclo que vale la pena examinar.
Haremos eso en lo que sigue, en el primer apartado de este texto. En-
seguida, articularemos los principales elementos analíticos necesarios
para proponer una conceptualización más adecuada de ciclo político.
Por fin, el último apartado volverá a América Latina para discutir los
ciclos políticos en la región.

LAS NOCIONES CORRIENTES


(MÁS O MENOS CONCEPTUALES) DE CICLO
Una de las nociones más conocidas y relevantes de ciclo, en particular
para nuestra reflexión, es la de “ciclo de protesta” o “ciclos de con-
testación” (cycles of contention) (Tarrow, 1994, 2011, cap. 10). Este
abordaje muestra como “repertorios” de protesta, “oportunidades” y
movimientos sociales operan en un determinado período, pero gra-
dualmente se apagan, siendo en general sustituidos por otros actores
y elementos en nuevos ciclos. Una de las principales contribuciones
de esta discusión es tratar de definir la dinámica de apertura, clímax
y declive dentro de un ciclo, bien como sus “fases” y características
principales: la intensificación del conflicto; el incremento de la difu-
sión (sectorial y geográfica) de las protestas; la expansión de las for-
mas de contestación; la aparición de nuevas organizaciones y/o la
adaptación/cambio de las antiguas; la creación de nuevos marcos; y
la intensificación de la interacción entre disidentes y el Estado (McA-
dam, Tarrow y Tilly, 2001).
Según esta definición, los inicios de los ciclos coinciden con “mo-
mentos de locura”, como los definió Tarrow (1995), dado que impli-
can desbordes que sacuden la política y llevan a “aperturas societales”
(Bringel, 2013). Si bien suele ser más fácil identificar el inicio de un
ciclo por la eclosión de un estallido, levantamiento, sublevación o al-
gún tipo de coyuntura crítica, definir el cierre de los ciclos es siempre
más complejo, porque no suelen ocurrir de forma tan tajante. Incluso
cuando eso aparentemente es así (pensemos en casos en los que un

265
Breno Bringel y José Maurício Domingues

golpe de Estado o un acontecimiento muy relevante pueda conside-


rarse como una clara torcedura de rumbo), lo viejo no muere inme-
diatamente y lo nuevo tampoco suele florecer de forma muy rápida,
como sugería Gramsci. Asimismo, el debate sobre ciclos de protesta
ubica, en general, a los ciclos en un terreno temporal del corto plazo
(días o meses), dado que es muy difícil mantener un ritmo intenso de
movilización social a lo largo de mucho tiempo y eso suele dificultar
la interpretación del proceso político más amplio en el que se insertan
los ciclos de movilización.
Otros abordajes analíticos que, de alguna manera, trabajan con
el tema de los ciclos son aquellos propios de la sociología política que
tratan de comprender los procesos de democratización y desdemo-
cratización. En este caso, los “ciclos” aparecen, con frecuencia, como
sinónimo de “olas” de democratización. El término se popularizó con
el trabajo de Huntington (1993) y sus tres olas históricas, en las cuales
trataba de diagnosticar procesos de transición de regímenes no demo-
cráticos a democráticos que ocurren simultáneamente en un período
histórico determinado. Aunque interesante por articular dinámicas
nacionales e internacionales y por colocar en el centro de la agenda
los cambios en la distribución de poder y una temporalidad ampliada,
su definición de democracia se restringe a lo electoral y el desarro-
llo propiamente conceptual es prácticamente nulo. Eso, por cierto, es
algo bastante común a casi todos los textos que utilizan la noción de
ciclos de forma más intuitiva que analítica, restringiéndola al terreno
institucional y a la contienda electoral.
Más recientemente, Markoff (2015) realizó un ejercicio un poco
más sofisticado que el de Huntington tratando de analizar los ciclos
democráticos y antidemocráticos en conjunto y examinar cómo ope-
ra el poder estatal, sus capacidades estatales y los mitos de legitimi-
zación vis-à-vis las dinámicas transnacionales y los procesos de con-
testación social.1 Está también la versión de Schlesinger (1986, pp.
27-31), según la cual habría lugar, en la historia de Estados Unidos,
una alternancia entre demócratas y republicanos, entre visiones más
liberales y más conservadoras. Él no aclara, sin embargo, por qué eso
suele pasar, señalando solamente contradicciones internas al propio
ciclo y vagamente el rol de las nuevas generaciones.

1 Curiosamente, Charles Tilly, otro de los autores que durante décadas trabajó con
la idea de ciclos y tiene una larga obra dedicada a la acción colectiva, en sus últimos
trabajos sobre democracia abandonó dicha idea para examinar más bien los mecanis-
mos y procesos generales que llevan a la democratización y a la desdemocratización
(Tilly, 2007). Más raro aun es que no haya a incluido Estados Unidos en su análisis.

266
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

A su vez, para la teoría de los “ciclos de negocio”, de alguna forma


inspirada en el economista marxista polaco Michal Kalecki, la cuestión
principal es hasta qué punto los empresarios aceptan la disminución
de sus márgenes de ganancia por la intervención del Estado favorable
a las clases trabajadoras, buscando revertirla en algún momento. Una
larga y controvertida discusión se desplegó posteriormente, según la
cual la política está marcada, en sus procesos electorales, por cómo
los políticos manipulan presupuestos y políticas económicas y socia-
les en su propio interés, calibrando el tiempo de estas intervencio-
nes en la sociedad con el intento de mantenerse en el poder (Alesina,
Roubini y Cohen, 1997). En esta perspectiva, es habitual observar el
debate sobre ciclos políticos reducirse a las relaciones entre fluctua-
ciones económicas, políticas públicas y el calendario electoral. Sea
como fuere, se internalizó tanto el debate sobre los ciclos que está casi
naturalizada la idea de “políticas procíclicas” y de “políticas contrací-
clicas” para profundizar los efectos del ciclo o, por el contrario, para
contraponerse o minimizar los efectos del mismo. Sigue pendiente,
con todo, un análisis más conceptual de los ciclos en su dimensión
eminentemente política.
Por fin, hay una enorme variedad de abordajes que tratan los
ciclos desde la economía, aunque su articulación con la política no
siempre se realiza o se explicita adecuadamente. El influyente trabajo
de Kondratieff, The Major Economic Cycles, de 1925, en buena medida
canonizado por Schumpeter, suele ser un punto de partida ineludible
y asentó una mirada de largo plazo a los ciclos económicos modernos
(los “ciclos largos”) y sus diferentes momentos. Muchas fueron las
críticas y reformulaciones a la propuesta del autor ruso, desde econo-
mistas ortodoxos a críticos de la economía mundo capitalista, como
Immanuel Wallerstein o Giovanni Arrighi. Este último, influenciado
por Marx, Braudel y Gramsci, buscó asociar los “ciclos sistémicos” no
solo a los regímenes de acumulación y a las crisis cíclicas del capitalis-
mo, sino también a los cambios de hegemonía en los centros de poder
y a la dinámica estatal (Arrighi, 2010). Otros, como Marta Fuentes y
André Gunder Frank, llegaron a asociar los ciclos económicos a los
ciclos de protesta, sugiriendo que las protestas y los movimientos so-
ciales suelen ser más fuertes y numerosos en las fases descendentes de
Kondratieff (Fuentes y Frank, 1989).

CICLO POLÍTICO: ELEMENTOS ANALÍTICOS


Se puede decir que un ciclo político se caracteriza por la articulación
de tres elementos básicos:

267
Breno Bringel y José Maurício Domingues

1. instituciones, en su funcionamiento concreto, más allá de la


letra de la ley simplemente, siendo en larga medida también in-
formales e incluso ocultas (como en el caso de la corrupción);
2. una agenda que se mantiene firme, a pesar de variaciones, en la
esfera pública y a la cual los actores dominantes necesitan res-
ponder, pues resuena fuertemente en la sociedad (por ejemplo,
miseria, hambre, trabajo, políticas sociales, derechos de todos
tipos, seguridad, medio ambiente, cambio climático, etc.);
3. agentes, es decir, individuos y colectividades, o más coloquial-
mente “actores”, que emergen al inicio del ciclo y se mantienen
durante su despliegue, pudiendo ser sustituidos por otros, que
sin embargo dan continuidad a los compromisos y comporta-
mientos de aquellos a lo largo de la duración del ciclo.

Instituciones son aquellas que se formalizan, por ejemplo, de carácter


legal, pero las hay también de carácter informal. Algunas permanecen
—y tienen que permanecer— ocultas, siendo la corrupción el ejemplo
más destacado en este caso, operando como una shadow institution,
una vez que sean parte estructurante del sistema político Por supues-
to, las instituciones evidencian cierta permanencia más allá de un
ciclo. Pero se debe considerar su funcionamiento concreto para eva-
luar continuidades, discontinuidades y desenlaces múltiples. Cuando
cambia el ciclo, por lo tanto, las instituciones —en su funcionamiento
concreto al menos— se alteran, sin que sean parcialmente o del todo
sustituidas. Las constituciones, por ejemplo, son documentos vivos,
más allá de lo que en que ellas se inscriben de manera explícita, es de-
cir, su interpretación se hace siempre por algún tipo de hermenéutica
concreta, por actores políticos y jurídicos.
Hay muchas otras instituciones que configuran patrones de inte-
racción y relacionamiento entre individuos y colectividades, en este
caso en la dimensión política. Este es, por ejemplo, el caso del “reper-
torio” de procedimientos que estructuran las relaciones entre actores
societales y estatales por ocasión de protestas callejeras, se plantee de
manera explícita o implícita. Instituciones pueden sufrir inflexiones o
cambios más o menos radicales dentro de un ciclo, pero si se alteran
mucho tenemos la indicación de que posiblemente un nuevo ciclo se
anuncia.
Una agenda incluye elementos fundamentales que tienen un lu-
gar destacado a lo largo de un ciclo y que son interpretados por indivi-
duos y colectividades de modo diferente, con énfasis distintos y mez-
clándose con otros elementos. Se vinculan por supuesto al imaginario
más amplio de un país o una región, vigente por períodos dilatados

268
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

y le presta expresiones más concretas y dinámicas, articuladas a los


procesos conflictivos y cooperativos en que se involucran los agentes
políticos. Los distintos agentes en un ciclo pueden ser contrarios o
favorables a estas agendas, con múltiples matices posibles, pero no
pueden ser indiferentes.
Las agendas, desde la perspectiva que planteamos, se componen
de los temas que públicamente se vuelven centrales para todos, los
cuales tienen que ser inevitablemente respondidos por los agentes po-
líticos. De lo contrario, se verán aislados o incluso se volverán irrele-
vantes en el proceso político que caracteriza un ciclo. Por supuesto,
temas que eran minoritarios y poco relevantes pueden volverse cen-
trales cuando arranca un nuevo ciclo debido a los procesos de po-
litización de las diferentes agendas impulsados por los conflictos y
las disputas emergentes que van ganando mayor centralidad. Otros
pueden verse desplazados en ciertos momentos, pero pueden, incluso
de golpe, volver a ganar centralidad dentro del ciclo.
Por fin, los individuos y las colectividades constituyen la fuerza
subjetiva que se encuentra en el centro del despliegue de un ciclo.
Disfrutan, casi siempre, de un tiempo de vida limitado, en particular
en lo que se refiere a su “durabilidad política”, que puede ser más o
menos longeva, más allá del período de vida de individuos singulares.
Algún día, de todos modos, muchas veces antes que la vida biológica,
la vida política y la capacidad de influenciar la coyuntura terminan,
de forma más o menos gloriosa, más o menos deprimente. Algunos
simplemente desaparecen de nuevo en el mundo privado o asumen
papeles más modestos en la vida pública. Eso se refiere a individuos
en especial, aunque fenómenos semejantes ocurran con las colecti-
vidades, es decir, con las “subjetividades colectivas”. Organizaciones
como partidos, asociaciones, sindicatos y movimientos, entre otros,
pueden obviamente atravesar varios ciclos políticos, pero no suelen
ser los mismos (en términos político-ideológicos, identitarios y de an-
clajes sociales) en ciclos diferentes.
Este fenómeno implica siempre una transformación de los agen-
tes a lo largo del tiempo, que puede generar una adaptación relativa,
una reinvención total o, incluso, lo que podemos definir como una
“transmutación por supervivencia”. En este último caso, muchas ve-
ces los agentes se acaban alejando totalmente de sus características
iniciales, reconfigurándose profundamente, como es el tema de la ma-
yoría de partidos y organizaciones históricas que se dicen obreras o
socialistas, pero son profundamente neoliberales, convirtiéndose en
gestores de un capitalismo que en sus orígenes criticaban. Muchos
agentes resisten a admitir que su tiempo se agotó o que ya no tienen
la misma fuerza. Es cuando a menudo les sales mal, aunque por mo-

269
Breno Bringel y José Maurício Domingues

mentos logren forzar algo como un sobreciclo (de forma semejante a


lo que ocurre con los ciclos de acumulación del capital), más o menos
productivo y exitoso o, al revés, hasta desastroso.
Lo que se llama en ciertos análisis de “correlación de fuerzas”
entre estos “actores” es decisiva. Hay que notar igualmente que fe-
nómenos de cariz “material” (tecnologías, por ejemplo), “prácticas”
(sociales y culturales) e “imaginarios” (valores en particular) ofrecen
una especie de soporte general a estos tres elementos y sus alteracio-
nes a lo largo de los cambios de ciclo y sus despliegues. Dichos sopor-
tes dependen de una compleja configuración de elementos internos y
externos, coyunturales y estructurales, incluyendo desde las culturas
político-militantes a la geopolítica y la geoeconomía. Países y regio-
nes no se encuentran jamás totalmente aislados; al revés, sus ciclos
se alimentan de lo que pasa con sus vecinos, y también de procesos
más globalmente orientados, en lo que se refiere a agendas, agentes
e instituciones. Los ciclos incluyen, por así decirlo, “olas internas” (o
subciclos) que no desbordan sus límites generales. Sin embargo, no
se deben confundir sus mareas más acotadas y que reflejan, al menos
en parte, las correlaciones de fuerzas entre los agentes que se mueven
dentro de él con los cambios de ciclo en tanto tal. Es usual que las
fuerzas dominantes en un ciclo se confundan en este sentido, en su
afán de mantenerse en su dirección.
Estos son elementos analíticos. Sirven, a nuestro ver, para cons-
truir análisis más conceptuales de los ciclos políticos, que deben
combinar elementos distintos de la vida política y de las coordinadas
espacio-temporales. El análisis concreto de la dinámica política de
los agentes, la lógica de funcionamiento de las instituciones y las dis-
putas sobre las agendas centrales contribuyen, además, a desplazar
cierta teleología presente en algunos análisis sobre los ciclos como si
siguieran siempre un camino previamente trazado o un rumbo inevi-
table. Está claro que siempre hay agentes y agendas hegemónicas en
el interior de un ciclo, pero es fundamental comprender la dimensión
interactiva, relacional y procesual de los ciclos, tanto en sus elementos
de estabilidad como en sus configuraciones de cambio, que permiten
posteriores desplazamientos de actores, agendas e instituciones.
La articulación entre la sociología política, la sociología histórica
y la teoría social es clave, en este sentido, para seguir avanzando en
el debate sobre los ciclos políticos, actualizando y combinando pers-
pectivas en las cuales el cambio social cobra primacía, con otras más
centradas en las instituciones, relaciones, creencias o conceptos de los
actores de la vida política de una época (Barrington Moore Jr., The-
da Skocpol y Charles Tilly lucen en este terreno, infelizmente menos
cultivado en América Latina, a pesar del trabajo relevante de algunos

270
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

pocos autores como Waldo Ansaldi y su equipo). Hay, de esta manera,


una tensión central entre la (relativa) estabilidad/permanencia de los
elementos de un ciclo (que lo hacen, por cierto, más duraderos a lo
largo del tiempo) y sus componentes de cambio, renovación y ruptura.
También se aplican estos elementos destacadamente en los análi-
sis más sólidos de la coyuntura, hoy muchas veces rehenes del corto-
placismo y de una urgencia permanente de la acción. Dentro de estos,
Marx ([1852] 1981) sobresalió en su Dieciocho Brumario de Luis Bo-
naparte por la impresionante capacidad de captar el cambio en pleno
movimiento, examinando los conflictos, las tendencias y los despla-
zamientos de sentidos en los acontecimientos, los sujetos y los esce-
narios. En este ámbito, Lenin (1961) tiene también una importancia
seminal. Cartas desde lejos, “Tesis de abril” y Consejos de un ausente,
todos de 1917, son textos decisivos. Él nos dejó un amplio legado que,
curiosamente, solamente los partidos leninistas —o aquellos influen-
ciados más difusamente por esta tradición— cultivan. Lenin estaba
especialmente atento a los momentos de ruptura —relativa o radi-
cal— que el fin de los ciclos anuncia, con vistas a la revolución demo-
crática y socialista. Además, los estudiosos de movimientos sociales y
revoluciones suelen estar familiarizados con los textos de Lenin, por
estudiar los mismos fenómenos que él quería impulsar. Obviamente,
la intuición ha permitido que muchos sean capaces de pensar la polí-
tica y en lo que hace a su elaboración científica, sin ser influenciados
por esta tradición o estar incluso conscientes de ella.
Hay que notar, además, que un ciclo político se refiere principal-
mente a lo que transcurre en un sistema político, es decir, en los lími-
tes de un Estado nacional. Esto no implica ningún tipo de “naciona-
lismo metodológico”, dado que, como se mencionó, a pesar de ello el
ciclo puede involucrar varios sistemas políticos, de distintos países,
sea debido a desarrollos paralelos pero interconectados, sea porque
suelen ser formalmente entrelazados debido a las múltiples dinámicas
transnacionales contemporáneas. Lo transnacional (o lo global) no
desdibuja ni apaga lo nacional, sino que lo complejiza. De esta suerte,
se puede esperar más variabilidad de un ciclo político que involucra
diferentes sistemas políticos y países, una vez que hay más de una di-
reccionalidad en el proceso. De todos modos, suele existir un vector (o
algunos pocos vectores) que los articula y presta un colorido general
al proceso más amplio de un ciclo más allá de las fronteras nacionales,
tal como se puede ver con América Latina o Europa cuando hablamos
de “ciclos regionales”, además de algunas veces globalmente con “ci-
clos globales”. Por ello, no hay que esperar que un ciclo político en
América Latina afecte a la totalidad de los países de la región. Lo que
está en juego, más bien, es la simultaneidad del proceso y la coexisten-

271
Breno Bringel y José Maurício Domingues

cia de algunas dinámicas y procesos comunes e incluso convergentes,


así como influencias e impactos mutuos (Bringel y Falero, 2016). Un
sistema político en tanto tal, a su vez, se caracteriza por sus dos aspec-
tos: uno societal y otro estatal. Y, más allá del sistema político, hay que
considerar la totalidad del aparato estatal y la dinámica social más
amplia (Domingues, 2019, cap. 4). Las instituciones se encuentran en
ambos lados del sistema político. La agenda moviliza individuos y co-
lectividades en esas dos “mitades” del sistema. Los ciclos de protesta
y de movilización juegan un rol central aquí y suelen coincidir, en su
agenda y repertorio, con los límites espaciotemporales de un ciclo,
dado que un ciclo político, con frecuencia, suele empezar o terminar
con uno de protesta. No obstante, los ciclos de contestación no coin-
ciden necesariamente, o del todo, con los procesos políticos más ge-
nerales que delimitan un ciclo, ni tampoco agotan los procesos que se
despliegan en el sistema político societal, que necesitan abrirse a otras
dinámicas vinculadas a los territorios, la vida cotidiana, la ciudadanía
y el tejido social.
Con estas últimas consideraciones, se completan los elementos
necesarios para la definición más amplia, a la vez que acotada, de
ciclo político en tanto un proceso que se despliega en el mediano y lar-
go plazo en los sistemas políticos, configurando y movilizando agentes,
agendas e instituciones. Aunque las cuestiones internas a cada país
suelen ser decisivas, las conexiones supranacionales y geopolíticas no
deben ser, por otra parte, olvidadas. Distintas dimensiones espacio-
temporales pueden, por lo tanto, ponerse en tela de juicio y por ello
suele ser tan complejo definir las fronteras de los ciclos políticos, por
más que puedan existir eventos y coyunturas críticas que contribuyen
a demarcar las inflexiones y los cambios de rumbo. Una vez superado
un ciclo, las cosas cambian más o menos radicalmente, así como la
duración de cada ciclo puede variar, siendo más o menos larga de he-
cho, de modo que sea posible caracterizarlos como tales.

AMÉRICA LATINA EN SUS CICLOS


Aunque sea de forma breve, hemos buscado ofrecer hasta aquí una
visión más sistemática de los ciclos políticos que aquella que encon-
tramos en las diversas literaturas de las ciencias sociales, las cuales
revisamos. Planteamos también una manera más analítica de tratar el
tema, con los conceptos de agenda, individuos y colectividades como
agentes del proceso político, así como instituciones, en su funciona-
miento concreto. Eso nos puede permitir también análisis más siste-
máticos de los procesos sociales pero igualmente servir a los actores
políticos que no quieran estar en posición de desequilibrio cuando
ocurre un cambio de ciclo, como el que vivimos en los últimos años.

272
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

La verdad es que a los sectores progresistas y a buena parte de la


izquierda latinoamericana —y muchas veces a los sistemas políticos
más amplios de estos países— les cuesta aceptar que hay momentos
en que uno debe dejar el palco de la política y abrir espacio para otros
liderazgos, que en el mundo de hoy deberían ser más plurales, distri-
buidos y compartidos. No obstante, el personalismo es todavía dema-
siado fuerte entre nosotros. Eso significa que muchos actores dejan la
escena con enorme retraso, ya heridos en su prestigio y en su capa-
cidad de influenciar el despliegue de nuevos ciclos. Los últimos años,
desgraciadamente, sobran los ejemplos, como Evo Morales en Bolivia
o, más grave todavía, Daniel Ortega en Nicaragua, por pensar solo
algunos pocos casos de líderes conocidos, a los que podríamos sumar
también una serie de organizaciones, partidos y otras colectividades.
Hemos utilizado ya, en diversas ocasiones, la idea de ciclos para tratar
la historia reciente de Brasil (Domingues, 2015, 2017; Bringel y Do-
mingues, 2018). Uno de estos ciclos se extendería desde el período de
redemocratización posdictadura a finales de los años setenta hasta el
impeachment de Rousseff y la victoria electoral de Jair Bolsonaro. El
ciclo democratizador brasileño tuvo como marco inicial la fundación
de la así llamada “Nueva República”. Se trató de un largo ciclo que se
inicia con la lucha contra la dictadura en los años setenta (en 1974 el
régimen militar sufrió su primera —y sorpresiva— derrota electoral
para la oposición). La elección (indirecta todavía) de Tancredo Neves
(que falleció trágicamente antes de asumir la presidencia), las huel-
gas y masivas protestas ocurridas a partir de 1978 y la Constitución
de 1988, con subsiguientes elecciones democráticas, fueron marcos
formales de su despliegue, al cual subyacía una revolución molecular
democrática. Dentro de este ciclo más largo tuvimos un subciclo, con
los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), que se sintonizó en
el nuevo siglo con el “ciclo regional” de los progresismos latinoame-
ricanos.
Mientras la cuestión democrática —atravesada, sin embargo, por
la lucha por derechos sociales— tuvo primacía en los primeros años
del proceso, la cuestión social (principalmente la pobreza, tratada de
manera social-liberal, mediante transferencias monetarias, y con el
alza de los salarios, no con la ampliación de derechos) se hizo cada
vez más decisiva, contrarrestada por la fuerza y la presión del neolibe-
ralismo. La crisis política, de la cual el golpe parlamentario de Rous-
seff fue un elemento importante, terminó llevando a Bolsonaro a la
presidencia. Cuán profundos serán los cambios de la Nueva República
(o incluso su muerte definitiva, principalmente si este presidente de
extrema derecha maneja su reelección) es algo incierto, y cuya defini-
ción no se define. De todos modos, no sobrevivirá incólume.

273
Breno Bringel y José Maurício Domingues

El ciclo progresista, como bien apunta Svampa (2020), estuvo


marcado por un lenguaje compartido alrededor de la crítica al neo-
liberalismo más radical del período anterior, un discurso igualitario,
una agenda (en nuestros términos) marcada por la inclusión social y
la apuesta por la construcción de un espacio latinoamericano a través
de la creación de nuevas instituciones, espacios y proyectos de inte-
gración regional. Por un lado, no es posible entender la emergencia de
este ciclo progresista regional sin el ciclo de protestas que lo precedió,
tanto a nivel nacional en los diferentes países (el 2001 argentino o
las guerras del agua y del gas en Bolivia) como en una escala regio-
nal (luchas contra el ALCA y los tratados de libre comercio, además
de otras articulaciones y convergencias más propositivas de los mo-
vimientos latinoamericanos) y global (luchas antiglobalización, Foro
Social Mundial, etc.). Por otro, no es posible entender su fin mirando
solo a la caída y pérdida electoral de los gobiernos. A la mitad de la
década de 2010, los efectos de la crisis financiera de 2008 ya habían
llegado con mayor intensidad a la región. El boom de las commodities
se había agotado, las derechas pasaron a movilizarse de forma cre-
ciente, la integración regional se fue desmantelando y, como sugiere
Svampa, el “clima de época” ya era otro. Las dinámicas concretas de
funcionamiento de las instituciones habían cambiado, a la vez que los
actores y agendas, antes dominantes, fueron fuertemente desafiados y,
en muchos casos, rebasados.
Sin duda, se produjo en los últimos años un proceso de derechiza-
ción global, con características a veces exacerbadas en América Lati-
na, teniendo en cuenta las profundas desigualdades de nuestras socie-
dades y el fortalecimiento de la violencia, en sus diferentes esferas y
modalidades. La elección de Jair Bolsonaro, con la ascensión de la ex-
trema-derecha, es uno de los casos más dramáticos, pero infelizmente
no el único. Además, es central observar la multidimensionalidad de
este proceso, que incluye también actores del campo empresarial, re-
ligioso, mediático y militar en sus múltiples despliegues en las institu-
ciones y en los territorios, en las subjetividades y en la macropolítica.
A pesar de lo anterior, no estamos necesariamente ante un nuevo
ciclo con características definidas. Entre un ciclo y otro, es impor-
tante considerar las turbulencias propias de los interregnos. Dicho de
otra forma, es fundamental una lectura adecuada de estos momentos
críticos en los que se producen los cambios de ciclo. En el caso bra-
sileño, las masivas manifestaciones de 2013 alertaron con creces a
quiénes quisieron oír que el ciclo anterior se estaba cerrando. Muchos
no quisieron comprenderlo. Así, perdieron la capacidad de iniciativa,
arrastrándose con dificultad en el subsecuente período de transición.

274
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

Qué les pasará de hoy en adelante va a depender de su capacidad de


adaptarse a un mundo nuevo.
De todos modos, así como era una exageración hablar de un ci-
clo político totalmente dominado por la izquierda en los 2000, sería
falso a principios de los 2020 hablar de un ciclo orientado por la de-
recha. Aunque la literatura tienda a examinar los ciclos políticos a
partir de una óptica de hegemonía de determinadas ideologías políti-
cas, la arquitectura y la direccionalidad del ciclo suele ser mucho más
compleja. Por ejemplo, el largo ciclo democratizador en Brasil no fue
realmente de “izquierda”, sino protagonizado por un bloque amplio
de fuerzas democráticas, más bien moderadas políticamente, que os-
cilan entre la centro-izquierda y la centro-derecha. Globalmente, no
podemos olvidar que, tras la caída del muro de Berlín, la ampliación
de la democracia liberal ocurrió de manos dadas con la expansión del
neoliberalismo. Por ello, tampoco se puede decir que hubo un proce-
so profundo de democratización social o de combate a las desigual-
dades estructurales, por más que haya podido haber avances en la
agenda democrática y en la lucha contra algunas dimensiones de las
profundas inequidades. En lo que se refiere a la actualidad, países
como Chile avanzan, de hecho, hacia un camino totalmente opuesto
a la derechización, con gritos fuertes de impugnación al neoliberalis-
mo, movimientos masivos de democratización y un giro renovado a
la izquierda. Mientras tanto, un movimiento a una centro-izquierda
menos peronista (o kirchnerista) se realizó, al menos parcialmente, en
Argentina. En otros países la derecha o la centro-derecha ganó promi-
nencia, como en Brasil o Uruguay. En el primero caso con serios ries-
gos para la democracia, mientras que en otros tenemos una situación
más matizada o incluso confusa, como en Bolivia, Colombia y Ecua-
dor. También hay situaciones en las que poco parece cambiar, como
es el caso desastroso de Venezuela. México, a su vez, retrasadamente
intentó un movimiento que en el sur del continente ocurrió hace casi
veinte años, probablemente por cuenta de sistemáticos fraudes electo-
rales. Este “progresismo tardío”, como lo denominó Modonesi (2018),
antes que una renovación del progresismo, puede ser entendido como
un “progresismo fuera de tiempo” o, quizá, como un “progresismo
contra-cíclico” (Netsal, 2020).
De todos modos, aunque no esté claro todavía cuáles serán los
patrones fundamentales que orientarán el ciclo que viene, paulatina-
mente nuevos actores surgen, cambian las agendas y hay modulacio-
nes en las instituciones que, sin embargo, no se transformaron radi-
calmente en estos últimos años. Frente a este escenario de transición,
la llegada de la pandemia del coronavirus provocó una especie de esta-
do de alerta prolongada, que operó en sentidos diversos y simultáneos

275
Breno Bringel y José Maurício Domingues

profundizando tendencias previas como abriendo, en tanto un “acon-


tecimiento crítico global” (Bringel y Pleyers, 2020), nuevas posibili-
dades y lecturas del presente y del futuro, así como seguramente una
aceleración de algunos cambios sociales. Puede pasar incluso que, de
ahora en adelante, entremos en un ciclo más plural y complejo, con
correlaciones de fuerza más fluidas y dificultades de construcción de
hegemonía, lo que demandará más inteligencia y sutilidad política.
Somos más contemporáneos hoy del resto del mundo, una vez
que el ciclo anterior, si bien trajo varias novedades, se vinculó a un
“progresismo” (como se suele decir en varios países latinoamericanos)
que evidenció elementos por veces bastantes anacrónicos. Se configu-
ró en realidad una especie de centro-izquierda un tanto caduca, con
una visión verticalista de la política y neodesarrollismos que de “de-
sarrollo” poco tenían, tan colgados que estaban en el ciclo de las com-
modities, y que asumió políticas social-liberales de alivio a la pobreza,
pese a una retórica por veces excesiva y leninismos fuera de época. Si
pudo mostrar varios éxitos sociales, no resistió muy bien ni siquiera a
estos mismos. Sobre todo, rechazó —e intenta continuar— su propia
renovación, en términos de agendas y agentes. Se trata, de todos mo-
dos, de un proceso todavía en curso.
En el centro de este nuevo ciclo seguramente volverá a estar la
cuestión democrática, que en los estallidos y levantamientos recientes
—Nicaragua (2018), Colombia, Chile y Ecuador (2019), Perú (2020),
Colombia (2021), así como la crisis boliviana (2019) de la cual se apro-
vechó la derecha— cuestiona de forma profunda el carácter altamente
oligárquico de sus sistemas políticos (inclusive en lo que hace a las
organizaciones y las perspectivas de la izquierda, que además eviden-
cian un excesivo pragmatismo político y un consecuencialismo moral
agudos). Pero otros temas, como los que se refieren a las transiciones
ecosociales y nuevas demandas de derechos fundamentales y sistemas
de garantías (como el derecho al agua, a la soberanía alimentaria o
los “derechos de la naturaleza”, así como el tema del trabajo, espe-
cialmente urbano, cada vez más escaso) estarán seguramente en la
agenda que de a poco se dibuja.
En particular, vale la pena tener en cuenta que mientras gran par-
te del mundo, sobre todo Europa y Estados Unidos, abrazaron el neo-
liberalismo y veían sus sistemas políticos desdemocratizarse, América
Latina se había movido en una dirección un tanto distinta. Desde sus
procesos de democratización, con los cuáles construyó formas reno-
vadas y por veces más participativas de democracia liberal, se lanzó
hacia lo que algunos llamaron el “posneoliberalismo” (Sader, 2008),
que de hecho lo hizo más “social-liberal”, pero siguiendo, en su marco
fundamental, en un momento de abundancia de recursos para la po-

276
Ciclos políticos: su conceptualización y la América Latina contemporánea

lítica social. Los límites de este proceso de inclusión social vía consu-
mo, altamente problemático también por su matriz neoextractivista y
depredadora, pronto se volvieron claros y el impulso se perdió.
Pero, como decíamos, hoy América Latina es contemporánea de
este mundo. La democracia liberal es siempre una mezcla de elemen-
tos democráticos (participación, debate público, elecciones) y oligár-
quicos. La rigidez de estos elementos oligárquicos en América Latina
es hoy más fuerte incluso en las fuerzas progresistas que ascendieron
al poder en los 2000 y que muy rápidamente se mezclaron, hicieron
suyos o crearon nuevos sistemas políticos con fuerte núcleo oligárqui-
co, siendo el correísmo uno de los casos emblemáticos. Por supuesto,
las ideologías están ahí para ocultar los elementos de poder desigual
que existen en la sociedad, en el interés de los que están mejor posi-
cionados sea en la economía, la familia, los sistemas políticos. Lo que
no nos autoriza a desconocer, como científicos sociales críticos, estos
diferenciales de poder (Domingues, 2019, cap. 8).
De hecho, nos parece que en todo el mundo, desde la Primavera
Árabe, pasando por las crisis española y griega, llegando a Estados
Unidos, Brasil y Chile, así como parcialmente en otros países latinoa-
mericanos, las tensiones internas de la democracia liberal se vuelven
muy claras, con la emergencia de una “indignación global” y movili-
zaciones en muchos países y continentes. Es lo que verificamos con
otros investigadores de varias partes del mundo ya hace algunos años
(Bringel y Domingues, 2015). Eso resulta, en buena medida, de un re-
chazo de los ciudadanos a tomar como obvios y naturales aquellos ele-
mentos y dinámica oligárquica, que restringen, por veces gravemente,
la democracia. Esto es algo que parte de la izquierda todavía resiste
en comprender, una vez que quiere —por veces debido a sus propios
intereses en llegar al poder y mantenerlo— desconsiderar fenómenos
eminente y largamente de carácter político, con cariz democrático.
Como sugerimos arriba, sin embargo, es probable que estas con-
tradicciones se vuelvan centrales, aunque no necesariamente exclusi-
vas, en el ciclo latinoamericano que debe abrirse en los próximos años
coincidiendo con el escenario pospandémico. Por supuesto, en cada
país hay temas, dinámicas y soluciones específicas, pero la región
también comparte perspectivas con otras regiones del mundo en este
momento de reorganización global. Algunos desafíos de años atrás
siguen presentes, como la necesidad de recomponer las mediaciones
políticas (o las relaciones entre el sistema político estatal y societal)
y de generar más diálogos intergeneracionales, campo/ciudad y entre
luchas históricas y otras emergentes. La resolución creativa de estos
diálogos es central a la hora de dar respuestas a la crisis ecológica, al

277
Breno Bringel y José Maurício Domingues

deterioro de las condiciones de vida de las mayorías sociales y al im-


pacto brutal de la pandemia en los sectores populares.
La ceguera de muchos en el análisis de los ciclos políticos parece
estar relacionada a una mirada restringida a los elementos más co-
yunturales, inmediatos y electorales del ciclo, descuidando lo múltiple
y contradictorio, así como la dimensión de procesualidad histórica.
Para que un nuevo ciclo político emerja no basta con que el anterior
se hunda. Es necesario un período de sedimentación del proceso so-
ciopolítico y que algunas agendas, agentes e instituciones se configu-
ren de forma más estable. Hoy las formas previas de construcción del
orden social y de dinamización de la vida política parecen agotadas,
sin que otras se hayan cristalizado todavía, por más que pueda haber
diferentes expresiones en marcha.
Lo que dificulta todavía más la comprensión de lo nuevo y la
apertura de un nuevo ciclo político es que muchas fuerzas políticas
latinoamericanas hoy tienen como horizonte político una especie de
“regreso al pasado”. Por un lado, en el caso de las derechas, la fuerte
confluencia entre autoritarismo y neoliberalismo, abre espacio para
un empuje más radical, y renovado en algunos casos, pero también
con buena dosis de reaccionarismo, que suele incluir, entre otras co-
sas, la admiración y la apología explícita de la tortura y del pasado
dictatorial. Por otro, en el caso de los progresismos, la idea de “volver”
remite también a un pasado añorado, que en el presente poco tiene
de transformador. Pueden terminar así sirviendo básicamente como
una “fuerza de contención” de un avance mayor de las derechas, pero
también de las posibilidades de renovación de la izquierda. Sabemos
que, en algunos países, el progresismo llegó incluso a criminalizar, e
intentar cooptar, dividir e infantilizar, las fuerzas que no aceptan su
tutela. Mejor sería si pudiera y quisiera actuar como facilitadora de un
proceso más amplio de renovación y avances dentro del nuevo ciclo,
que de a poco se anuncia, buscando abrir los horizontes de futuro
en la región. De todos modos, si no hay razones para un optimismo
fácil, tampoco las hay para un pesimismo estéril. Lo que necesitamos
es una adecuada comprensión de los fenómenos que emergen en el
mundo contemporáneo y de cómo podemos enfrentarlos.

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280
LOS PROCESOS SOCIALES: PROPUESTA
POR UNA EPISTEMOLOGÍA HÍBRIDA

Viviane Brachet-Márquez

INTRODUCCIÓN
En el análisis social contemporáneo del Norte Global, particularmen-
te el sociológico, y mayormente en los Estados Unidos, el establish-
ment académico y sus revistas estelares han mantenido una postura
explícita o implícitamente neopositivista (Steinmetz, 2005), aparente-
mente haciendo poco caso de las críticas a estos planteamientos (por
autores como Jean François Liotard, Jacques Derrida, Michel Fou-
cault, Boaventura de Sousa Santos), o de las epistemologías alterna-
tivas que se han propuesto (Reed, 2011, 2020; Emirbayer, 1997; de
Souza Santos, 2009, 2010). Como resultado, existe hoy, en esta década
del dos mil veinte, una suerte de pluralismo epistémico en el que las
ontologías y epistemologías minoritarias ocupan lugares marginales
pero respetados, porque se entienden como tendencias y programas
de investigación particulares. A fortiori tales planteamientos son aun
más marginados si provienen de centros académicos de la periferia,
pero aun estos se mantienen dentro de espacios académicos reducidos
pero reconocidos, aunque considerados exclusivamente validables en
dicha periferia, mientras que solo desde el centro puede pretenderse
hablar en términos universalistas.
Pero esta suerte de reparto de los espacios interdisciplinarios e
interterritoriales no ha sido perfecto, de manera que algunos traslapes

281
Viviane Brachet-Márquez

han subsistido. Por tanto, existen y persisten conceptos y constructos


que el establishment neopositivista ha tenido que compartir con sus
adversarios epistemológicos, y que utiliza de manera cuasi incons-
ciente, sin mayormente definirlos en términos que sean coherentes
con su metodología monotética. Entre ellos, el presente trabajo ha
seleccionado el término de proceso que separa la posición neopositi-
vista de la de la mayoría de sus adversarios, y representa dificultades
particulares para las epistemologías presentistas y esencialistas que
hoy como ayer se rigen por la proposición de “si x, entonces y”. Al no
situarse en flujos espacio-temporales determinados, la validez de tales
proposiciones se ha implícitamente extendido a todos los contextos
espacio-temporales, dando por hecho que son universales las realida-
des encontradas en el Noratlántico.

EL PROBLEMA
El concepto de proceso es ubicuo en toda la teoría y la investigación
social, pese a que la dimensión del tiempo, que incorpora en principio,
mayormente no se ha integrado como un elemento teórico o empíri-
co esencial en el análisis sociológico contemporáneo (Abbott, 2001,
2016; Elías, 1989). En el presente trabajo, presentaré y compararé las
distintas conceptuaciones de este término, y de ahí las epistemologías
y métodos de medición que les han sido asociadas, ejemplificando este
ejercicio con el proceso de formación del estado-en-la sociedad.1 El ar-
gumento central del trabajo es que a cada visión de la realidad social
le corresponde una definición y utilización particular de la noción de
proceso y de su uso metodológico, pero ninguna puede considerarse
como satisfactoria porque siempre tendrá lagunas de las que los inves-
tigadores hacen caso omiso en la práctica.
La noción de proceso es generalmente reconocida en todas las
orientaciones epistemológicas como una secuencia temporal de hechos
que representan la evolución en el tiempo, ya sea de un fenómeno
estrechamente definido, como la urbanización o la inmigración, o de
uno más amplio y complejo, como la modernización o la democrati-
zación. Aparecen ambigüedades y disensos a la hora de escrudiñar el
uso que se da, en la práctica, de la noción de proceso, y las bases meto-
dológicas sobre las cuales descansa. Propongo que examinemos en el
presente trabajo las fuerzas y las debilidades de la narrativa, los casos
patrones (patterned cases) y el análisis multivariado, entendidos como
modos epistemológicos centrales en el análisis de los procesos socio-
históricos, a fin de reflexionar sobre las posibilidades de combinar las

1 El presente trabajo es parte de un proyecto más amplio de estudio comparativo


de la formación del Estado en América Latina.

282
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

fuerzas y minimizar las debilidades de cada uno de ellos. El propósito


es conformar una epistemología híbrida que no puede aspirar a ser
plenamente satisfactoria, pero que logre superar el actual estado de
compartimentación estanca que divide las ciencias sociales en comu-
nidades epistémicas paralelas, y margina la experiencia histórica de
los países del Sur.

LA NARRATIVA Y SUS DESVENTURAS


En las ciencias sociales y en las disciplinas humanistas, la narración
o la producción (escrita u oral) de “historias” pretende comunicar “lo
que sucede (o sucedió)” de t1 a t2, …y a tn. Es el enfoque epistemoló-
gico común de los historiadores, periodistas y cronistas de todas las
tendencias, a diferencia de la mayoría de los científicos sociales que
han rechazado la narrativa por acientífica, en favor de la búsqueda
de generalizaciones basadas en el razonamiento hipotético-deductivo.
No obstante, en la sociología histórica, contar la historia de “lo que
sucedió” es una elección epistemológica común y mayoritariamente
practicada. Además, una minoría entre los socio-metodólogos conven-
cionales ha propuesto instrumentos, como el análisis de eventos o la
modelación, que ellos afirman, hacen más fehacientes a las narrativas.
A pesar de su marginación relativa, la narrativa sigue siendo aca-
loradamente debatida como modalidad epistemológica. Abbot (2001),
por ejemplo, aboga por ella, considerada como el único enfoque que
incorpora las temporalidades y los significados que los actores atribu-
yen a los eventos, coincidiendo con Olafson (1976) en que las narrati-
vas son explicativas en virtud de los significados intrínsecos que los ac-
tores incorporan en ellas. Para transformar las narrativas en procesos,
propone que nos basemos en tramas mediante las cuales los eventos
se concatenan de conformidad con historias internamente coherentes
sobre dichos eventos (Abbott, 1984, 1995). Idear una trama, afirma el
autor, permite pensar en las narrativas como “linajes” (2016), o pa-
trones de secuencias temporales. El problema con la aplicación de
este enfoque al estudio de la formación del Estado en América Latina
es la asombrosa e inmanejable cantidad de “tramas” o “linajes” que
ofrecen las publicaciones social-científicas e historiográficas, general-
mente basadas en estudios de casos únicos o muestras pequeñas, y
por tanto con escasa validez externa. Todas ofrecen tramas, algunas
muy convincentes, pero carecemos de criterios objetivos para afirmar
la mayor veracidad de una en relación con otra.
No obstante, tales contra-argumentos al uso de la narrativa,
esta se ha reafirmado con el “giro cognitivo” en las ciencias sociales
(DiMaggio, 1997; Lindenberg, 1998) y los avances en psicología. En
efecto, se ha demostrado que el cerebro humano construye espontá-

283
Viviane Brachet-Márquez

neamente “historias”, sin las cuales la realidad, tal y como se percibe


sensorialmente, no tendría sentido. Como afirma Bruner (1991), “la
comprensión narrativa también se encuentra entre las primeras ca-
pacidades que aparecen en la mente del niño pequeño, y es entre las
formas más utilizadas de organizar la experiencia” (p. 1). Esto apunta
directamente al papel de las instituciones, que desde los inicios de la
civilización humana ha dado significado a la realidad mediante dis-
cursos coherentes en los que se integraban las creencias, los mitos,
las ceremonias y las prácticas socialmente valoradas que difundían al
ejercer su poder simbólico y coercitivo. Hoy, las instituciones y la pu-
blicidad continúan, a la manera moderna, difundiendo historias. Pero
el individuo tiene más opciones para elegir entre diferentes historias y
tramas, aunque sigue usando la narrativa no solo como una forma de
representación de la realidad, sino como una experiencia de la reali-
dad en sí misma (p. 5).
En sus obras, los historiadores proponen a menudo tramas abar-
cadoras en sus capítulos introductorios a la luz de las cuales invitan el
lector a interpretar la obra, para luego dejar campo libre a la narrativa
en el resto de la obra. De esta manera ofrecen una clave para entender
los relatos en los que los historiadores se esfuerzan por reconstruir la
multiplicidad y complejidad de las situaciones que enfrentan los acto-
res que retratan. Para lograrlo, entrelazan varias narrativas centradas
en uno o varios personajes. En otros casos, los historiadores interpo-
nen en sus narrativas comentarios que relacionan en forma explícita
la narrativa con la tesis que permite interpretarla; por ejemplo, en
Mallon (1995), donde los campesinos son retratados como colectivos
que al involucrarse en conflictos locales u nacionales mayormente
buscan la justicia y la igualdad social. Con esta trama, la acción de
estos campesinos tiende a entenderse como parte del proceso de su
transformación en ciudadanos, y no como esfuerzos para mejorar sus
condiciones de vida, como otros autores han pretendido.
Para Hall (1999), las narrativas pueden ser más fehacientes cuan-
do son vertebradas ya sea mediante los significados intrínsecos ligados
a las experiencias de los actores de la historia, o bien por los modelos
teóricos extrínsecos propuestos por los analistas (p. 86). En sus formas
intrínsecas, las narrativas están orientadas por “las formas en que los
individuos actuaron en relación con el mundo tal como lo vieron” (p.
99), y de ahí, el grado en que estas visiones configuraron su identidad
y forma de vida. Las tramas narrativas extrínsecas, por el contrario,
son significativas en términos del lente teórico con el que el analista
encara la realidad social de su estudio. De hecho, podríamos decir que
las teorías ofrecen tramas que infunden un significado a las narrati-
vas independientemente de las percepciones que tengan los actores

284
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

que participaron en estas historias. Pero al igual que todas las demás
tramas, las teorías no tienen la capacidad de nulificarse mutuamente.
En consecuencia, suelen seguir discursos paralelos que solo pueden
ponerse a prueba dentro de sus propios términos. Las narraciones
extrínsecas, en cambio, permiten tratar como objeto de estudio a los
sentidos de la realidad que tienen los actores. En resumen, las tramas
detrás de las narrativas pueden ser intrínsecamente atractivas, pero
no pueden pretender revelar “la verdad” detrás de los hechos.
Hall se posiciona sobre la cuestión de la veracidad de la narrati-
va afirmando que existen, efectivamente, tantas historias y enfoques
analíticos como lentes a través de los cuales mirar los hechos. Por tan-
to, no hay fórmulas epistemológicas o teóricas incontestables con las
cuales interpretar la realidad que percibimos, de la que oímos hablar,
o aquella que leemos. En consecuencia, todas las tramas son válidas,
en principio, en tanto que aportan claves interpretativas alternativas
a determinados eventos registrados. En esto, Hall está de acuerdo
con Arthur Stinchcombe (1978, p. 8) quien ha comparado las narra-
tivas propuestas por Karl Marx y Bertrand de Jouvenal para explicar
el cambio histórico acontecido desde la Revolución Francesa hasta
los tiempos modernos. Stinchcombe apunta que no hay desacuerdo
entre dichos autores respecto a los hechos históricos enumerados; en
lo que difieren es sobre los hechos considerados significantes, cómo
estos se interpretan, y qué consecuencias tuvieron. Lo expresó del si-
guiente modo: hay un sinnúmero de maneras de utilizar hechos histó-
ricos para contestar la pregunta de “qué es lo que principalmente está
pasando aquí?”. Por ello, es casi imposible que una narración dada
nulifique otra, aunque criterios como la exhaustividad empírica, la
precisión y la coherencia interna pueden contribuir a que una inter-
pretación sea más fehaciente que otra. En la opinión meticulosamente
argumentada y documentada de John Hall, solo hay “discursos epis-
temológicos” que por fuerza deben usarse en la investigación, pero
reconociendo sus limitaciones.
En el proceso de formación del Estado, los significados intrínse-
cos de los actores acerca de la realidad que los rodea se deben con-
siderar componentes principales de los procesos políticos que, día
tras día, reproducen o cuestionan las reglas de los órdenes sociales.
Estos significados, o esquemas, también tiene sentido teóricamente,
es decir extrínsecamente, en tanto que son parte, en términos teóri-
cos genéricos, del proceso mediante el cual los actores institucionales
compiten por la hegemonía a la hora de dictar reglas, normas y pro-
mover símbolos sociales. Tales conjuntos de reglas hegemónicas son,
a su vez, intrínsecamente significativos para algunos (pero no para
todos) los actores en la sociedad. Por ello, su aceptación por parte

285
Viviane Brachet-Márquez

de diferentes grupos y su aplicación por parte del Estado son meca-


nismos clave en la reproducción de dichos regímenes, aunque no de
forma determinante.
Por útil que sea la dicotomía entre el significado intrínseco y el
extrínseco, no puede proporcionar, por sí misma, ninguna garantía
de que una determinada narrativa será más veraz y comprensiva que
otra: primero, porque los significados intrínsecos no son generali-
zados en las sociedades; segundo, porque la base teórica extrínseca
propuesta no puede conectarse lógicamente a los casos empíricos del
estudio en sus formas narrativas; y tercero, porque en cualquier caso,
el esquema teórico propuesto en cualquier estudio es solo uno entre
otros posibles, de los que no puede distinguirse por su mayor vera-
cidad. Para cerrar la brecha entre narrativa y explicación, Skocpol
(1979) ideó una solución diferente, a saber, la construcción por vías
inductivas de una narrativa general o abstracta (a la que llama “un
modelo general para la historia”) que tiene la “capacidad de ordenar
la evidencia convincentemente” (Skocpol y Somers, 1980, pp. 176-
178). Este es el enfoque que utilizó en Estados y Revoluciones Sociales
(1979) para comparar las revoluciones sociales francesa, rusa y china
con las prusiana, japonesa e inglesa. Los tres casos de revoluciones
sociales, argumenta la autora, tienen en común tres factores: una cri-
sis fiscal, consecuencia de repetidas derrotas militares; una clase de
terratenientes poderosa frente al Estado; y la presencia de una co-
munidad campesina organizada en forma autónoma. En contra de
esta trama se podría argumentar que 1) los tiempos entre las crisis y
el desplome final de los estados en los tres países fueron demasiado
largos para poder establecer entre ellos un vínculo causal;2 2) las gue-
rras de Francia mayormente terminaron en negociaciones pacíficas
sin ganadores ni perdedores;3 y 3) los campesinos franceses no esta-
ban organizados a nivel nacional.4 En resumen, las diferencias entre

2 Por ejemplo, la crisis china esperó treinta años para que irrumpa una revolución.
Lo mismo puede decirse de la crisis del antiguo régimen en Francia que fue identi-
ficada desde el principio del reino de Luis XV en 1715, pero espero hasta 1789 para
estallar.
3 Luis XV perdió la Guerra de los Siete Años en 1763 y con ello la soberanía sobre
Canadá, pero en el acuerdo en 1733 de la Guerra de Sucesión polaca, Francia debía
recuperar Alsacia y Lorena (conquistadas por Luis XIV y peleadas durante el reinado
de Luis XV) a la muerte del heredero de Francisco III, duque de Lorena. En 1745,
Francia ocupó lo que hoy es la Bélgica Walona a raíz de la victoria de Fontenoy, pero
la devolvió en 1748 para poner fin a una guerra que se prolongaba demasiado mien-
tras la crisis fiscal seguía creciendo.
4 Si bien los campesinos franceses ya no eran completamente serviles en 1789
(gracias a las reformas de Luis XVI), sí seguirían dependiendo, para el uso de la
tierra, de los terratenientes que recientemente habían vuelto a exigir algunos de las

286
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

las narrativas escogidas por Skocpol para apoyar sus proposiciones


abstractas, y narrativas similares que pueden obtenerse de fuentes
alternativas, o inclusive de las mismas, ilustra las maneras en que
los eventos, para tener sentido, son, inevitablemente, seleccionados
y concatenados en función de una interpretación subyacente que los
hace entendibles y convincentes.
Entre los recientes estudios realizados por científicos sociales de
la formación del Estado en América Latina es implícito un proceso
sustentado por una trama cada vez que covariaciones entre diver-
sas variables son hipotéticamente consideradas como facilitadoras
u obstaculizadoras de la “construcción del Estado” (Kurtz, 2013), o
de la “capacidad infraestructural del Estado” (Soifer, 2015). Esta in-
terpretación se acompaña de narrativas que representan las historias
particulares de los casos bajo estudio (con Ns generalmente de dos o
tres casos) como trayectorias causalmente eficaces hacia resultados
predeterminados que pretenden poder generalizarse más allá de los
casos. A su vez, los resultados obtenidos suelen contrastarse con los
procesos de “capacidad alta” de la formación del Estado considerada
como típica de Europa.5
No obstante, las limitaciones intrínsecas que tienen las narrati-
vas, también cuentan con fortalezas específicas que no tienen otras
epistemologías. Por lo tanto, no deben considerarse a priori de menor
valor que otras, por ejemplo, en comparación con las técnicas cuanti-
tativas de investigación, como ha ocurrido con demasiada frecuencia
entre los científicos sociales. También debemos ser conscientes de que
la narrativa es, de hecho, compartida por todas las disciplinas ideo-
gráficas, pero no de manera evidente. En primer lugar, representa la
fuente de la que extraemos nuestro conocimiento sobre los eventos
pasados y presentes tanto en la vida cotidiana como en la historio-
grafía, tal como se registra y “trama” de la forma tan incompleta y
poco confiable como solemos hacerlo. Pero también está presente en
las leyes científicas, cuando los procesos subyacentes a las relacio-
nes invariables encontradas se ofrecen narrativamente para explicar
estas últimas. En las ciencias sociales, las narrativas se usan común-
mente en forma de “racionalización teórica” (de hecho, historias que
describen un proceso o un mecanismo) para argumentar que las co-
rrelaciones encontradas entre las variables independientes y las de-

obligaciones e impuestos medievales (Anderson, 1974). En todo caso, las rebeliones


campesinas que estallaron en Francia en el verano de 1789 no fueron emprendidas
por un campesinado organizado de forma independiente, o movilizado por un parti-
do de vanguardia, como en China y Rusia.
5 Para una crítica de este acercamiento, ver Brachet-Márquez, 2020.

287
Viviane Brachet-Márquez

pendientes no son espurias. Las narrativas también aparecen como


argumentos de fondo que justifican la elección misma de las hipótesis
(Alford, 1998). Podríamos decir, por lo tanto, que la narrativa repre-
senta la herramienta cognitiva y de representación más importante en
la adquisición de conocimiento sobre nuestro mundo social y físico,
en combinación con la cual diferentes disciplinas usan otras formas
de investigación más elaboradas. Al final, ni siquiera el análisis mul-
tivariado está exento de una narrativa implícita que justifique la elec-
ción de tales variables y no otras (Alford, 1998). Las únicas narrativas
totalmente “sin trama” que quedan son crónicas o listas de eventos
inconexos enunciados en orden temporal como en la Escuela de los
Anales, ambas opciones prácticamente inexistentes en las obras con-
temporáneas.
A final de cuenta, una limitación fundamental e ineludible de
la narrativa como herramienta para descubrir “lo que pasó” es que
no ofrece ningún criterio de veracidad. Esto es así porque no existe
un conjunto de eventos/hechos fundamentales e universalmente con-
fiables para registrar cualquier realidad concreta espacio-temporal-
mente específica. Por lo tanto, no existe ninguna narrativa primaria
e incuestionable con la cual comparar las historias que escuchamos
y leemos (Hall, 1999).6 Sin embargo, la teoría puede rescatar par-
cialmente a la narrativa. A diferencia de otros tipos de “tramas”, los
esquemas teóricos, aunque no ofrecen pruebas definitivas, son ex-
plícitos en sus predicciones, y como tales pueden ser sometidos a
pruebas empíricas. Sin embargo, debemos recordar que ningún es-
quema teórico puede garantizar la veracidad de sus conclusiones o la
falsedad de sus hipótesis nulas, porque solo puede ponerse a prueba
en los términos que define.
Finalmente, debemos tomar en cuenta el impacto en la narrativa
de los valores moralmente asimilados por los narradores primarios o
secundarios, especialmente las meta-narrativas, como el “progreso”,
“la marcha de la historia”, el “capitalismo”, el “desarrollo” o la “mo-
dernidad” (Somers, 1994). Aunque Weber quería apartar la valoración
personal de la búsqueda de la verdad científica, también sostuvo que
“todo conocimiento de la realidad cultural es siempre conocimiento
desde puntos de vista particulares” (de Hall, 1999, p. 40). Esto lleva a
Hall a afirmar que “por este pasaje resbaladizo entre la verdad y otros
valores, la ciencia se convierte en la sirvienta de la política” (p. 41). El
problema se agrava por la capacidad de los actores para incorporar a

6 Tampoco la hay en las ciencias duras. Pero en estas, los científicos pueden repe-
tir, mediante instrumentos, los fenómenos bajo estudio. En otras palabras, pueden
reproducir los “eventos” y averiguar su concatenación en condiciones controladas.

288
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

sus vidas, tanto reflexiva como habitualmente, esquemas culturales


múltiples y contradictorios. Al final, las ciencias, y particular pero no
exclusivamente, las ciencias sociales, no tienen bases racionales sobre
las cuales afirmar la superioridad de la “verdad científica” sobre otras
posiciones de valor. Pero los académicos no inclinados, como el autor
presente, a relativizar, deconstruir o llevar adelante análisis críticos,
pueden recurrir a ontologías sociales y teorías alternativas mediante
trabajos comparativos rigurosos y transparentes (Outhwaite, 1987;
Hall, 1999, p. 61).
Al final, de cualquier forma que tratemos de abordar el problema,
debemos reconocer las bases narrativas de las que depende el estudio
de los procesos sociohistóricos y, por lo tanto, la ausencia de criterios
irrefutables de verdad objetiva inherente a ese modo de investigación.
Pero existen formas de reforzar las historias que producimos sobre
bases más sólidas que la intuición creativa o los significados social-
mente compartidos.

DE TIPOS IDEALES A CASOS PATRONES


El “tipo ideal”, concepto creado por Max Weber (1978), se ha entendi-
do como una constelación de acciones mutuamente coherentes, y nor-
mativamente legítimas para sus participantes. Sus análogos empíricos
pueden alejar u acercarse de esta tipificación, pero todos producen y
reproducen una misma lógica de acción cristalizada en la tipología.7
Esto es precisamente lo que el análisis multivariado no hace (y no
quiere hacer) porque opta por ignorar el contexto espacio-temporal
en el que acontecen las acciones, así como los sentidos que las perso-
nas infunden a estas. Por lo tanto, también excluye la posibilidad de
detectar la importancia de la agencia en la generación y reproducción
de dichas constelaciones a lo largo del tiempo (Hall, 1999, p. 108).
En otras palabras, la tipificación ideal weberiana, desde sus inicios,
había incorporado el giro cultural en la sociología, al permitir defi-
nir “patrones de elementos significativos que encajen entre sí de una
manera culturalmente no contradictoria” (p. 112). Los tipos ideales
de dominación (Herrschaft), sin embargo, como principalmente las
dominaciones carismática, tradicional y legal-racional, fueron (y si-
guen siendo) entendidos como constructos fijos de aplicación univer-
sal. Pero al rebautizarlos como “casos patrones” (patterned cases), Hall
se ha distanciado de esta interpretación implícitamente eurocéntrica,
abriendo la posibilidad de reformular dicho concepto conforme con lo

7 El más conocido entre estos siendo el tipo legal-racional que, según Weber, carac-
terizaba a la burocracia y fue al origen del desarrollo del capitalismo en Europa.

289
Viviane Brachet-Márquez

sucedido en otros contextos y otros tiempos. Por tanto, estas configu-


raciones dejan de ser “ideales” para convertirse en “históricas”.
Como escribe Hall, “los tipos ideales se ajustan particularmente
bien a la tarea de reflejar la acción y la interacción social subjetiva-
mente significativa, porque son análogos de patrones compartidos por
conjuntos de casos; estos análogos tienen la capacidad de describir
una situación hipotética significativa para un individuo o un comple-
jo de individuos que actúan en el curso de una vida temporalmente
articulada” (p. 115). Son capaces, por ejemplo, de incorporar los es-
quemas culturales difundidos por el Estado, por medio de los cua-
les las personas habitualmente perciben el ejercicio del poder por las
instituciones como algo natural a lo largo de períodos relativamente
largos. Pero no puede afirmarse que este enfoque sea apropiado para
el estudio de los períodos más breves durante los cuales las personas
se resisten y oponen activamente a las reglas hegemónicas del juego,
y pueden inclinar el balance del poder interinstitucional hacia un tipo
diferente de orden social que el establecido. Para analizar tales mo-
mentos, es necesario encontrar la fórmula epistemológica adecuada
que haga compatible el uso de casos patrones con la capacidad de
identificar analítica y empíricamente el cambio institucional donde y
cuando tiene lugar.
Mientras que el análisis de los períodos de poder estatal conso-
lidado demanda la identificación de prácticas históricamente repro-
ducidas, el de los puntos de ruptura de tales arreglos debe centrarse
en secuencias de eventos inusuales y, por tanto, no repetibles (Dobry,
2009; Soifer, 2012; Simmons y Slater, 2010) que solo pueden expresar-
se mediante narrativas de dichos eventos. Pero los indicios de los cam-
bios que se acercan, tanto como los de continuidad en las relaciones
entre Estado y sociedad, necesariamente se refieren a las relaciones
sociales establecidas a lo largo de episodios espacio-temporales.
El enfoque tipológico ha sido comúnmente utilizado por los es-
tudiosos de América Latina, pero rara vez con un control riguroso
de la homogeneidad relativa de las categorías taxonómicas creadas,
mismas que usualmente se construyeron con base en casos únicos
o estudios de bajos Ns. Por consiguiente, tales trabajos han creado
entidades reificadas como la “oligarquía”, el “autoritarismo” o el “po-
pulismo”, que no constituyen casos típicos teóricamente articulados,
no están claramente delimitados temporal o territorialmente, y tam-
poco son intrínsecamente significativos para los actores que los cons-
tituyen. En contraste con esta tendencia, los “casos patrón” pueden
entenderse como portadores de relaciones sociales interpersonalmen-
te e interinstitucionalmente agenciadas que se han construido histó-
ricamente, mismas que se manifiestan por prácticas de acción que

290
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

pueden ser tanto narrativamente construidas como analíticamente


representadas. Tal enfoque, más apto para abarcar casos histórica y
geográficamente variados, distingue entre la noción weberiana de ti-
pos ideales referida a la representación de complejos accionales tran-
shistóricamente válidos, y la de casos patrón, que designa las pautas
interaccionales compartidas por casos sociohistóricos determinados
conformados por dinámicas accionales similares. De esta manera, en
lugar de usar tipificaciones como simples etiquetas o telones de fondo,
como comúnmente se ha hecho, los casos patrón se pueden definir
como portadores de dinámicas sociales específicas, cuyas variabili-
dades empíricas pueden expresarse, como argumento más adelante,
mediante conjuntos de variables. La información básica sobre estos
casos patrón y las variables que permiten penetrar en sus procesos in-
ternos están, por supuesto, fundamentadas en las narrativas históricas
disponibles, una vez registradas y sistematizadas, como lo veremos.
¿Pero qué es de nuestra capacidad para detectar cambios, en un
proceso histórico a partir de un enfoque de casos patrón? No existe
una respuesta epistemológica satisfactoria a esta pregunta; al anali-
zar dichos casos como miembros de un patrón histórico determinado,
corremos el riesgo de tratarlos como atemporales, dado que la narra-
tiva es el único instrumento epistemológico disponible para calibrar
por cuánto tiempo y en qué territorios estos casos permanecieron re-
presentativos. Como veremos, el análisis basado en variables puede
resolver parcialmente esta laguna, más no puede sustituir satisfacto-
riamente a los análisis basados en casos patrón, tal como se ha inten-
tado, y tampoco a los conformados por la narrativa.

LAS VARIABLES ANALÍTICAS Y SUS AVATARES


Las variables, en las ciencias sociales, se refieren a las conceptuali-
zaciones y mediciones de características analíticas y propiedades de
las entidades sociales tales como la “sociedad”, la “familia” o diversas
configuraciones grupales, que se conciben y estudian como paquetes
estructurales distinguibles unos de otros, pero causalmente interrela-
cionados. Las variables, en este sentido, pueden verse como intentos
de abrir las cajas negras de dichas entidades y de las relaciones entre
ellas. De esta manera, las sociedades (macro, meso o microanalítica)
se ven como ordenadas en función de dicotomías (avanzada o retra-
sada, predominantemente urbana u agraria), de caracterizaciones de
niveles bajos, medianos u altos (de desarrollo, de profesionalización),
o en términos de cantidades numéricas (de ingresos per cápita, edad).
Pero, ¿en qué consiste conceptuar a la sociedad y sus estructuras
constituyentes como conjuntos de variables? ¿Qué implicaciones tie-
ne para la manera de introducir o excluir a los actores (individuales o

291
Viviane Brachet-Márquez

colectivos) y las acciones que emprenden habitual u excepcionalmen-


te en distintas coyunturas? En términos epistemológicos, responde
Abbott (2001), el uso de variables como instrumento predominante
en la investigación social corresponde a una visión lineal de la reali-
dad social basada en el supuesto de que sus componentes interactúan
causalmente en el momento, sin necesidad de contexto condicionan-
te ni espacio temporal entre causa y efecto (pp. 38-39). En su forma
más sofisticada, el análisis de las relaciones entre variables se propone
poner a prueba si las relaciones entre variables permiten inferir me-
canismos subyacentes que serían reflejados en las covariaciones entre
variables independientes y dependientes (Íbid.). Este es el sentido en
que Alford (1998) ha argumentado que las hipótesis en el análisis mul-
tivariado constan de un argumento frental (front argument) y uno de
fondo (back-argument). El primero es la puesta a prueba de la cova-
riación entre variables independientes, consideradas el explanans y la
variable dependiente, o el resultado, entendido como el explanandum,
que permite afirmar que cuando ocurre X, entonces necesariamente
ocurre Y, conforme al modelo hipotético-deductivo que supuestamen-
te genera leyes universales (Goldstone, 1998). El segundo, que rara
vez es explícito, es cómo se justifica haber hipotetizado que X e Y son
causalmente relacionados. Esta justificación consiste en argumentar
que dicha relación forma parte de un proceso social generalizable (Al-
ford, 1998) o mecanismo (Somers, 1998) que mediatiza la relación en-
tre explanans y explanandum. Por ejemplo, la covariación entre indi-
cadores de educación (explanans) y de “modernidad” (explanandum)
se consideró inicialmente respaldada por el proceso mediatizador del
cambio de mentalidad y la mayor racionalidad que llegarían a adqui-
rir los individuos como consecuencia de obtener acceso a la educación
formal, características de las que carecen las poblaciones analfabetas
que dominan en las sociedades que se han denominado “tradiciona-
les”. Igualmente, Durkheim, padre del análisis multivariado, explicó
la propensión baja de las mujeres a suicidarse (el explanandum) aun
en condiciones de aislamiento social (el explanans) postulando que,
para apreciar la vida, las mujeres no necesitan de otra cosa más que
la compañía de un gato o una planta (sic), mientras que los hombres
necesitan de condiciones sociabilidad más reales. La vejez llevaría es-
tos a tener mayores niveles de suicidio, conforme con un proceso de
aislamiento social que se postula detrás de la correlación entre edad
y suicidio, pero solo a condición de postular un argumento de fondo
alternativo (que no se pone a prueba) para las mujeres que salva la

292
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

hipótesis de ser nulificada.8 En ambos ejemplos, invocar un proceso (o


su ausencia) como condicionante de la validez de una hipótesis impli-
ca postular una realidad social narrativamente afirmada que consiste
en una secuencia temporal de actuaciones cambiantes en el tiempo,
misma que en principio es inadmisible en el análisis multivariado,
pero se utiliza en la práctica como un respaldo teórico (theoretical
rationale), o un “mecanismo” (Somers, 1998).
Algunos metodólogos han introducido procedimientos estadís-
ticos basados en el análisis multivariado para analizar los procesos,
como las cadenas de Markov, las correlaciones retardadas (lagged
correlations), los procesos generativos o el análisis de eventos. Pero
todos tienen limitaciones para interpretarse en términos de secuen-
cias sobre la base de eventos coherentes en el tiempo. Las cadenas
de Markov, por ejemplo, dan la probabilidad, en cada paso, del valor
que tendrá el eslabón siguiente, pero independientemente de lo que
haya sucedido en los pasos anteriores, lo que contradice el principio
de continuidad temporal y trayectoral inherente en los procesos, y por
tanto da predicciones de pasos futuros que saltan aleatoriamente ha-
cia un lado u otro, como la rana salta de un lirio a otro en un estanque,
ejemplo que típicamente ejemplifica este tipo de análisis. Las correla-
ciones retardadas, en cambio, consisten en medir las variables repe-
tidamente en intervalos temporales determinados, y correlacionar el
valor en t de la variable independiente con el valor en t+1 de la varia-
ble dependiente. Llevar a cabo este tipo de análisis implica la ausencia
de cambios en las variables significativas que “mueven” un proceso
hacia un final explicable, y se basa en diseños longitudinales costosos
en tiempo y dinero que pocos investigadores se atreven a adoptar, y
pocas fundaciones a financiar. Otras vías alternativas, como el análisis
de eventos (Griffin, 1993) o los procesos generativos (Cederman, 2005)
ofrecen nuevos elementos de juicio, pero inevitablemente a costo de
violar supuestos básicos de estos modelos. Por ejemplo, el análisis de
eventos 1) debe definir sin criterios teóricos el resultado final del pro-
ceso bajo estudio que será tratado como el explanandum, esto a pesar
de que la mayoría de los procesos tienen finales indeterminados, y
2) consiste en poner a prueba diversas narrativas y razonamientos
contrafactuales almacenadas en un programa que se supone capaz
de escoger entre las respuestas más mutuamente coherentes, y por
tanto consideradas más verosímiles, que ofrece el analista a las varias

8 Más tarde, los estudios de geriatría social de Peter Townsend (1967) revelarían
que las mujeres, en edad avanzada, nunca dejan de ser activas en su casa ni con su
familia, mientras que los hombres se desconectan de toda actividad casera, y tienden
a padecer depresión como consecuencia.

293
Viviane Brachet-Márquez

preguntas de por qué ocurrió E (el evento final). Al final, lo que hace
el programa es buscar la más coherente entre una variedad de tramas
alternativas mediante las cuales se generan narrativas que tienen el
evento como final esperable. Por tanto, este tipo de análisis sigue es-
tando dentro de una lógica narrativa, con probabilidades atribuidas
con base en las impresiones editadas y reflexionadas del usuario del
programa. Los procesos generativos (Cederman, 2005), en cambio, in-
tentan modelar matemáticamente secuencias de eventos a fin de pre-
ver eventos futuros, pero tal modelación se vuelve prácticamente inal-
canzable tratándose de sistemas complejos, como los sociales, que se
caracterizan por altos números de variables con interrelaciones poco
previsibles, condición que incrementa la probabilidad de bifurcacio-
nes en las trayectorias procesales (Mahoney, 2000; Goldstone, 1998).
Al final de cuenta, llegamos a la conclusión de que el método de
análisis basado en las variables no es epistemológicamente autosus-
tentable, por lo que busca respaldarse soto voce con argumentos de
carácter narrativo que son contrarios a su lógica.9 Sin embargo, en
esto no difiere de las demás alternativas epistemológicas que tampo-
co, como vimos, pueden garantizar la veracidad de los hechos ni la
solidez de sus explicaciones e interpretaciones. En la práctica, los ana-
listas optan por ignorar las debilidades de los métodos que utilizan,
así como las contradicciones epistemológicas reflejadas en el uso que
hacen de estos.

¿QUÉ HACER?
Un primer paso para encontrar una salida a este estado de anomia
metodológica es descartar la práctica, que todavía vertebra los traba-
jos de tendencia neopositivista, de utilizar las variables para estable-
cer relaciones causales basadas en covariaciones empíricas no teori-
zadas (lo que Mills ha denominado el “empirismo abstracto”). Dicho
de otra manera, podríamos empezar por demoler el principio según
el cual las correlaciones que resisten a los controles estadísticos pue-
den interpretarse como no espurias, y por tanto causales, a menos de
poder demostrar factualmente la realidad de un proceso mediatizador
que se refleja en dicha correlación. Por ejemplo, podríamos encontrar
que los católicos son estadísticamente menos sujetos a angustias y
depresiones que los protestantes, y apoyarnos, para calificar de causal

9 De igual manera, a raíz de críticas acertadas por parte de los comparativos histó-
ricos (Somers, 1998; Goldstone, 1998), los adeptos de la elección racional han plan-
teado que las decisiones individuales, en algunos casos, se apartan de los intereses
objetivos de los individuos, porque dependen parcialmente del contexto en el que se
llevan a cabo (Kiser y Hechter, 1998), lo cual contradice rotundamente los principios
del individualismo metodológico que defienden.

294
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

dicha relación, en un argumento de fondo centrado en el proceso de


adquisición de identidad individual difundido en cada uno de estas
comunidades religiosas. Para demostrar factualmente la veracidad
probable de este argumento de fondo, tendríamos que efectuar o ci-
tar antecedentes de investigación acordes con esta interpretación. Sin
embargo, al proceder de esta manera, más que apoyar un argumento
estadístico con uno procesal, estaríamos cambiando las incertidum-
bres del análisis multivariado por las propias de la narrativa. Además,
una de las condiciones sine qua non para generalizar los hallazgos
basados en covariaciones sería comprobar dicha mediatización en un
número suficiente de casos para dar resultados estadísticamente sig-
nificativos, posibilidad remota para los estudios longitudinales.
En realidad, ha sido un secreto abierto desde hace mucho tiem-
po que es ilusoria la búsqueda del Santo Grial de la causalidad en
el análisis social. Como consecuencia, las prácticas metodológicas
neopositivistas se han deslizado hacia la producción de resultados
estadísticamente significantes pero sustantivamente sub-teorizados
e empíricamente modestos. Esta ceguera, muy compartida, ha lleva-
do a los neopositivistas a seguir ignorando la importancia capital de
estudiar la realidad social tal como se crea en el tiempo y regiones
del mundo, y se impregna de lógicas interactivamente constituidas y
cambiantes en el tiempo. Esta tarea, central para la sociología, se la
dejaron a los sociólogos históricos, y a los historiadores que rara vez
disponen de los instrumentos teóricos y metodológicos desarrollados
en las ciencias sociales. Con todo, una visión crítica del uso de las va-
riables en el análisis social no implica que debamos rechazar in totum
este instrumento metodológico. Lo podemos usar para trazar los con-
tornos de los procesos históricos en búsqueda no de causas, sino de
pautas históricas que se reproducen durante períodos determinados,
y los comportamientos dentro de estas pautas que reflejan o contra-
dicen estas pautas. En esta búsqueda, el uso del análisis multivariado
aporta luces que permiten reforzar o cuestionar los resultados obte-
nidos por la sola narrativa, así como los patrones identificados por
medio de esta. Aplicado al análisis de los análogos empíricos de los
casos patrón, por ejemplo, el análisis multivariado permite ver hasta
qué punto las pautas del modelo varían interna e intrínsecamente de
facto, y por tanto, normalmente crean presiones hacia el cambio ins-
titucional, o cuales prácticas establecidas fueron contingentemente
desviadas o destruidas en momentos críticos por el estallido de even-
tos y factores exógenos como la abdicación en Bayona de Ferdinand
VII de España, el asesinato del archiduque Ferdinand de Habsburgo
en Sarajevo, o las depresiones mundiales de 1873 y 1930. El uso de
variables, por lo tanto, permite flexibilizar nuestra concepción de los

295
Viviane Brachet-Márquez

casos patrones, y reconocer que sus dinámicas internas no son fijas


(contrariamente al modelo weberiano de los tipos ideales), y pueden
contribuir a transformaciones que precipitan, en momentos cumbre,
cambios en las lógicas interactivas dominantes.
La decisión de dejar las causalidades puntuales del neopositivis-
mo noratlántico (usualmente basadas en datos cuantiosos pero mo-
nocrónicos) por procesos desarrollados en el tiempo pone a la vista
otros problemas no resueltos. La regla incuestionada de que las par-
ticularidades y las generalizaciones son inconmensurables represen-
ta un obstáculo mayor para pasar de los eventos narrados a pautas
espacio-temporalmente generalizables y medibles mediante variables.
Algunos neo-institucionalistas han resuelto el problema subsumiendo
secuencias de eventos similares a narrativas abstractas que se propo-
nen “cubrir” tales secuencias. Pero una fórmula que fue viable para es-
tudios de casos únicos o de tres revoluciones sociales (Skocpol, 1979)
no representa una solución metodológica generalizable a estudios his-
tórico-comparativos que pueden incluir un número elevado de casos y
episodios que se prestan más al uso de casos patrones y de variables.
Una solución imperfecta pero viable es sugerida por la teoría de
la estructuración de Anthony Giddens (1984). Esta plantea que las
“estructuras” constan de reglas y de prácticas. Las reglas representan
“cómo” se actúa, y son “procedimientos virtuales generalizables” (p.
21) que se aplican a una variedad de situaciones, mientras que las
prácticas son eventos actuados por agentes conocedores de las reglas
en su producción de la vida social. Para representar la actuación de
las reglas, las prácticas deben reflejar estas recursivamente, de mane-
ra que las actuaciones reiteradas tengan el efecto de reproducir las
pautas de acción.10 La solución al problema de inconmensurabilidad
entre evento y pauta representada por esta fórmula consiste en inferir
las reglas a partir de actuaciones/eventos reiterados. En otras pala-
bras, las reglas y normas pautadas pueden inferirse (narrativamente) de
las actuaciones producidas y reproducidas reiteradamente. Pero en vez
de una continuidad sin fin entre reglas y prácticas, como la representa
Giddens, propongo que las reglas institucionales, tales como se prac-
tican en un patrón dado, marcarán un proceso de auge o declive en
función de las consecuencias cambiantes en el tiempo de los procesos
internos de competencia, cooperación y luchas por la hegemonía que

10 Archer (1995) acusa Giddens de confundir agencia y estructura mediante esta


formulación. Pero si en vez de pensar en términos de estructuras representamos la
realidad como un flujo de acciones emitidas por las actuaciones, pero que no nece-
sariamente reproducen las mismas reglas, ni las usan de la misma manera, como lo
propone Sewell (1992), logramos expresar la construcción del orden social en térmi-
nos dinámicos.

296
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

mayormente se dan entre los actores institucionales (Bourdieu, 1979,


1980), y que el análisis multivariado nos permite descubrir. Como lo
planteó Sewell, en estos procesos internos, los actores actúan creati-
vamente día tras día, manipulando y transformando las reglas y nor-
mas que producen, reproducen y transforman el orden social típico de
cada caso patrón (Sewell, 2005). De esta manera, la elección de casos
patrón como fórmula epistemológica, combinada con la de variables
e información narrativa para complementarla, obligatoriamente lleva
el investigador a teorizar las continuidades y discontinuidades que
históricamente se construyen en función de las dinámicas de las re-
laciones sociales que alternadamente refuerzan y debilitan las lógicas
de sus respectivos casos patrones.
Con todo, la elección de esta solución híbrida no obvia las difi-
cultades metodológicas confrontadas en el terreno de embonar reglas
con prácticas en forma mínimamente satisfactoria: primero, se tie-
nen que seleccionar las dimensiones que representen (en función de
una teorización previa) relaciones sociales clave; luego, subsumir a
estas dimensiones instancias de eventos disponibles en los archivos
en la totalidad de los casos espacio-temporales bajo estudio; tercero,
seleccionar entre estas eventos reiterados y por tanto pautados, que
reflejen estas dimensiones clave; y finalmente, establecer con qué fre-
cuencia (dentro de cada unidad temporal preestablecida) dichos even-
tos podrán fungir como prácticas. O viceversa, se puede empezar con
clasificar los eventos seleccionados de fuentes históricas narrativas
como representativos de relaciones sociales clave, y luego decidir bajo
qué frecuencias de ocurrencias podremos considerarlos como prác-
ticas actuadas históricamente. En todo caso, se trata de un trabajo
artesanal intensivo pero fructífero que permite validar con relaciones
medidas a través variables analíticas las pautas históricas típicas esta-
blecidas sobre bases narrativas. El uso de variables, por consiguiente,
viene a reforzar la verosimilitud de una teorización basada en casos
patrones narrativamente creados, sin por ello sustituirle una lógica
hipotético-deductiva sin vínculos con el contexto histórico o el sentido
que los actores dan a sus prácticas. Con ello se juntan la riqueza inex-
haustible de las narrativas históricas, la construcción teórica rigurosa
de casos patrones, y las variaciones medibles de las dinámicas inter-
nas que se desenvuelven en ellos.
Basta con un solo ejemplo para ilustrar esta estrategia teórico-
metodológica. Consideremos, por ejemplo, la dimensión abstracta de
representación de los ciudadanos en el gobierno, y escojamos la rela-
ción de autonomía relativa entre el poder ejecutivo y el legislativo como
una posible ejemplificación variable de dicha representación. Explo-
rando las fuentes históricas, podemos entonces proceder a construir

297
Viviane Brachet-Márquez

para cada una de las unidades espacio-temporales (anuales, quinque-


nales, decenales) definidas una variable, con base en instanciaciones
reiteradas de eventos ejemplificando dicha relación. Esta podrá tener,
por ejemplo, tres valores posibles: 0 para casos en los que el parla-
mento haya sido cerrado por órdenes presidenciales durante la mayor
parte de la unidad espacio-temporal definida, significando ninguna
representación; 1 para los casos en los que existe un parlamento, pero
se reúne constitucionalmente menos de seis meses al año, y el presi-
dente legisla durante los períodos en los que no está en sesión; 2 en
los casos en los que el parlamento sesiona seis meses o más al año, y
demuestra su capacidad de legislar en forma autónoma con respecto
al ejecutivo. La variable construida de esta manera tiene las particula-
ridades de las variables en general, pero además, incorpora el tiempo
porque califica el proceso en cada momento (anual, bianual, etc.) sin
implicar un story line ni un resultado final que nos lleve a interpretarlo
de una manera específica.

¿QUÉ SE HA GANADO?
En los apartados anteriores, se ha argumentado a favor de crear una
epistemología híbrida para estudiar los procesos histórico-sociales,
combinando la narrativa con los casos patrón y las variables analíti-
cas. Faltaría ahora argumentar qué ventajas representa esta fórmula
epistemológica mixta en las bases factuales y la robustez de las infe-
rencias que tendrían los estudiosos que la adoptarían.
Resalta de esta exposición que resulta infructuoso representar la
noción misma de proceso social como una concatenación narrativa
causalmente veraz de los eventos transcurridos durante un lapso tem-
poral determinado, dado que todas las narrativas son “tramadas”, y
por tanto teleológicas, y que no existen criterios para calificar una tra-
ma como más veraz que otras. Es, además, patente que la historia no
camina con base en tramas, etapas ni proyectos que tiendan hacia un
final esperado o ya registrado (como en el estudio de las revoluciones),
y congelan la historia en puntos finales que sesgan la interpretación
de los eventos en términos finalistas. Por consiguiente, la búsqueda de
la causalidad entre eventos exclusivamente por medio de la narrativa
tiene debilidades insuperables dentro de su lógica propia.
La alternativa a la narrativa por la que ha optado la mayoría de
los científicos sociales a partir de los años cuarenta ha sido el modelo
monotético que relaciona, bajo la fórmula hipotético-deductiva, as-
pectos analíticos de una realidad concebida como preconstituida y
estable en el tiempo. Con el tiempo, a la noción de causalidad se ha
sustituido la de estimación probabilística de covariaciones. Sin em-
bargo, ha subsistido la busca neopositivista de “leyes”, ahora en sus

298
Los procesos sociales: propuesta por una epistemología híbrida

versiones menos ambiciosas, con reglas de evidencia más fuzzy, y con


debilidades mayores para medir cambios en el tiempo, como vimos.
Una alternativa prometedora es buscar establecer no causas sino
pautas, entendidas como configuraciones complejas de relaciones so-
ciales llamadas casos patrón (siguiendo Hall, 1999), organizadas bajo
principios institucionales generados por las prácticas sociales que los
reproducen, los modifican, o los destruyen en momentos teórica y em-
píricamente imprevisibles. Los llamados “tipos ideales” weberianos,
que hoy siguen formando parte obligatoria de los programas docentes
científico-sociales, pueden aparecer como candidatos aptos para este
tipo de acercamiento teórico-metodológico. Sin embargo, son mode-
los de perfiles y entramados fijos, y de ahí ahistóricos, hasta dentro
de su contexto europeo de origen en el que se sigue cuestionando si,
o cuando algunos países (de los pocos estudiados), pasaron de una
lógica de dominación personalista y absolutista a una que pueda con-
siderarse “legal-racional” (Swaroop Sharma, 2017). No obstante, la
visión weberiana de tipos de dominación sustentada en mecanismos
relacionales de legitimación postulados como ampliamente compar-
tidos representa una oportunidad única para descolonizar las teorías
sociales aplicadas desde el centro a los países del Sur, e ipso facto pro-
vincializar las provenientes del Norte-Atlántico. Consiste en inspirarse
en la idea de formaciones históricas típicas, pero a la vez emanciparse
de ella con visionar a las sociedades no como combinaciones de sis-
temas de dominación fijos sino procesos complejos de conformación,
reproducción y transformación de órdenes sociales históricas y territo-
rialmente situados. Pero este paso solo puede darse a condición de su-
perar las debilidades intrínsecas que tiene este modo epistemológico
en su formato inicial, hoy relegado al catálogo de las ideas muertas.
Para empezar, habría que crear patrones que realmente reflejen las
realidades de los respectivos contextos sociohistóricos a los que se
aplican, por lo que construirlos pasaría inevitablemente por el uso del
modo epistemológico histórico-narrativo, pero sin afán de buscar con-
catenaciones causalmente eslabonadas. Segundo, en vez de enumerar
las propiedades distintivas de cada patrón, como se lo propuso Weber,
tendríamos que abrir la caja negra de las relaciones entre estas, tarea
para la cual el uso de variables sería indispensable, pero sin miras a
generar hallazgos más allá de sus contextos. Es evidente, también,
que la validez de tales patrones sería limitada en el tiempo, por lo que
casos patrones sucesivos incorporarían mecanismos y componentes
cada vez más complejos al incorporar nuevos elementos sustantivos
adquiridos en contactos con las nuevas realidades sociales generadas
por los movimientos de población, los cambios tecnológicos, la globa-
lización de los mercados y las nuevas formas de imperialismo.

299
Viviane Brachet-Márquez

En resumen, la hibridación epistemológica propuesta en el pre-


sente trabajo representa una propuesta que no es “oriental” ni “im-
perial” ni “indígena”. Es una tentativa de abrir los muros que sepa-
ran las comunidades epistémicas estancadas y autolimitadas que hoy
compiten en el ámbito académico, con la esperanza de generar, desde
la periferia, una ciencia social más autoconsciente en sus formas loca-
listas, presentistas e inclusive ideológicas de ver la realidad social y de
ignorar las condiciones en las que los pueblos la producen.

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303
CONDICIÓN HISTÓRICA Y RENOVACIÓN
DE LA NOCIÓN DE AUTORIDAD 1

Kathya Araujo

INTRODUCCIÓN
La autoridad es una forma de ejercicio de poder que se distingue de
otras porque implica anuencia, ausencia de forzamiento físico y se da
sin oposición activa de aquellos sobre los que se ejerce, a pesar de que
la posibilidad de que ello ocurriese exista (Weber, 1964; Arendt, 1996;
Kojève, 2005; Gadamer, 1997). Se expresa en situaciones en las que al-
guien es capaz de impactar en la orientación de las conductas, juicios
o incluso valoraciones de otro u otros, pero en las que, a diferencia de
aquellas de manipulación o alienación, quien es impactado por esta
intervención la percibe y la admite como un efecto ejercido sobre él
por parte del primero, reconociendo con ello una superioridad o je-
rarquía. En esta medida, es un componente central de las maneras en
que las sociedades enfrentan el espinoso problema del poder y de la
regulación social.
Este artículo, partiendo del carácter histórico de este fenómeno,
tempranamente reconocido por autores clásicos como Max Weber o
Hannah Arendt, y a la luz de las transformaciones de las sociedades
actuales, sugiere revisar tres aristas de los destinos de su conceptua-

1 Este texto retoma, resume o desarrolla una parte de las ideas discutidas en el
libro ¿Cómo estudiar la autoridad? (Araujo, 2021).

305
Kathya Araujo

lización en un momento como el actual: su recubrimiento por el pro-


blema del poder y la dominación; los límites de la noción de jerarquía
que le subyace; y, especialmente importante para una reflexión desde
América Latina, el carácter compacto y homogéneo que se le ha dado,
es decir su compacidad.
Dadas estas intenciones, el argumento se dividirá en dos partes.
La primera parte, presentará algunos de los elementos de nuestra con-
dición histórica que el debate en ciencias sociales ha subrayado, y que
tienen consecuencias directas sobre la autoridad y su ejercicio. Espe-
cialmente, se subrayará el impulso que proveen un conjunto de cinco
corrientes transformadoras en marcha en las sociedades actuales. En
la segunda parte, este artículo se centra en las consecuencias propia-
mente conceptuales de esta condición histórica.
Antes de continuar, vale la pena subrayar que las reflexiones aquí
reunidas fueron construidas a partir de la contrastación del análisis
del debate sobre autoridad y un estudio teórico sobre las vías de su
reconfiguración actual2 con los aprendizajes obtenidos en una inves-
tigación empírica sobre las formas de ejercicio de autoridad en la so-
ciedad chilena desarrollada entre los años 2011-2014.3 Esta investiga-
ción se centró en el estudio de las formas de ejercicio de la autoridad,
poniendo énfasis en que se tomarán en cuenta diferentes ámbitos so-
ciales de los cuales privilegiamos dos: la familia (eje: relaciones en-
tre padres e hijos) y el trabajo (la relación jefaturas-subordinados).
Se realizaron 32 entrevistas semiestructuradas a hombres y mujeres.
Adicionalmente, se llevaron a cabo 12 Grupos de Conversación Dra-
matización (Araujo, 2009 y 2014), seis abocados al caso de la familia,
seis al caso del trabajo. La muestra estuvo compuesta por hombres
y mujeres de sectores populares y medios-medios altos de entre 35 y
55 años.4 Para el caso de las entrevistas y de los grupos dedicados al
caso de la familia, se requirió que los y las participantes tuvieran hijos.
Los resultados de esta investigación no solo nutren la propuesta con-
ceptual para el estudio de la autoridad que aquí se propone, sino que
sirven para ejemplificar los argumentos que se desarrollarán.

CONDICIÓN HISTÓRICA Y AUTORIDAD


La autoridad es un tema especialmente álgido para las sociedades
contemporáneas. Esto es así porque las formas tradicionales de es-
tructuración y funcionamiento de la autoridad han sido lentas pero

2 Desarrollados en el marco del apoyo ANID-Iniciativa Científica Milenio entrega-


do al Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder, NCS17_007.
3 Los resultados de esta investigación fueron presentados en Araujo (2016).
4 Proyecto Fondecyt 1110733.

306
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

decididamente cuestionadas en el último siglo sin que todavía emerjan


con claridad nuevas, eficientes y aceptables modalidades de ejercerla.
Lo anterior se relaciona con que encaramos el avance de un conjun-
to de corrientes transformadoras, algunas de larga data, que ponen
en primer plano la pregunta por las formas que toma la cuestión de
la gestión de las asimetrías de poder y de las jerarquías. Son cinco
corrientes las que el debate científico social ha discutido y que nos
parecen relevantes en el contexto de una discusión sobre autoridad.
Una primera corriente se vincula con los procesos de destradicio-
nalización y secularización, los que habrían contribuido al debilita-
miento de los fundamentos o soportes tradicionales de la autoridad.
Se trata del diagnóstico que con más fuerza y desde más temprano
ha estado presente en los debates en ciencias sociales. Se sitúa en la
estela de la tesis weberiana del desencantamiento del mundo. A partir
de ella se entiende que la modernidad se caracteriza por el resque-
brajamiento de las creencias religiosas y la emergencia de un mundo
social liberado de la idea que el orden habitual de las cosas (la “tradi-
ción”) pueda seguir siendo la principal fuente normativa de nuestras
acciones. La tradición y la autoridad que le era consustancial dejan
de ser una respuesta evidente y universal y se convierten en un pro-
blema permanente. La pluralización normativa pone en entredicho
la tradición y con ello se pone, al mismo tiempo, en entredicho la
autoridad pues esta se habría sostenido en aquella (Arendt, 1996). La
modernidad estaría caracterizada por los avances de estos procesos de
“destradicionalización” (Giddens, 1991), cuyo avance resultaría deci-
sivo para los perfiles que toman las sociedades hoy. Otra versión de las
transformaciones de la autoridad anclada también en la cuestión del
debilitamiento de sus fundamentos es la desarrollada por el psicoa-
nálisis. Sería precisamente el sostén simbólico de la autoridad lo que
habría sido erosionado por la modernidad misma (Lacan, 1978). Ello
es visible en los debates actuales alrededor de la des-paternalización
(Tort, 2005), como desde una perspectiva psicoanalítica distinta antes
estuvo presente en la tesis de una sociedad sin padres (Mitscherlich,
1969) o en la aparición de un individuo narcisista (Lasch, 1979). Des-
de estas perspectivas, lo simbólico y la autoridad van de la mano. El
debilitamiento de uno implica necesariamente que se debilite la otra.
El vínculo entre estas tesis y la anterior existe aunque no necesaria-
mente resulte evidente a primera vista. Para Žižek, por ejemplo, es el
aumento de la reflexividad y la concomitante destradicionalización
de las sociedades propuestas por Giddens (1991, 1992), la que tendría
como efecto poner en entredicho la dimensión tautológica de la auto-
ridad (que puede expresarse en la fórmula “es así porque lo digo yo”),
es decir, cuestionar el fundamento irracional de la misma, socavando,

307
Kathya Araujo

de este modo, sus bases, y con ello explicando el debilitamiento del


orden simbólico (Žižek, 2001).
La segunda corriente es de índole normativa. La historia occi-
dental en los últimos siglos ha estado caracterizada, como bien lo han
señalado Wagner (1997) o Giddens (1992), por la expansión de ideales
que han modificado la textura de las relaciones sociales y políticas.
Como se ha discutido, tres de estos ideales normativos han sido espe-
cialmente importantes en las formas de construcción de los horizon-
tes de expectativas que moldean las sociedades occidentales actua-
les. Como sabemos desde Tocqueville (1961), la idea de democracia,
el principio de igualdad (Rosanvallon, 2011; Turner, 1986; Wagner,
1997) y la noción de individuo (Lukes, 1973; Martuccelli y Singly,
2009; Dumont, 1983). La expansión de estos ideales normativos, su
cristalización en principios institucionales y lógicas de sociabilidad,
aun cuando incompleta y desigual según sociedades presentes en
buena parte de ellas,5 al mismo tiempo que las formas de recepción
por parte de los individuos, como lo subrayan algunas discusiones
(Renaut, 2004) y lo muestra la investigación empírica (Araujo, 2016),
han tenido como una de sus consecuencias la puesta en cuestión de
la jerarquía o, al menos, de un tipo de gestión de las jerarquías. Ya
Tocqueville (1961) había advertido de los riesgos de la tiranía de las
masas que una cierta interpretación y expectativas podría traer res-
pecto de la igualdad en el lazo social. El individuo, finalmente, en su
versión moderna nor-occidental, ha sido desde siempre bastión de
autonomía, y es desde allí que toda jerarquía en tanto supone un ges-
to de subordinación, puede percibirse como una amenaza para este
(Höffe, 2008; Blumemberg, 1966).
De la mano de las corrientes anteriores asistimos, en tercer lugar,
a la modificación de las atribuciones estatutarias y la presión hacia
el debilitamiento de los estereotipos que ordenaban tradicionalmente
la composición y dinámica de las relaciones sociales. Estas configu-
raciones de poder daban ventaja a partir de diferentes mecanismos
de atribución y de naturalización de tales atribuciones a un conjunto
de individuos sobre otros: los mayores sobre los jóvenes, a los hom-
bres sobre las mujeres, a los heterosexuales sobre los homosexuales,
para mencionar algunos. Si es cierto que ninguna de ellas ha desa-
parecido completamente, también lo es que nos encontramos ante
un debilitamiento de estas atribuciones estatutarias, resultado de un
proceso complejo de luchas colectivas, incidencias institucionales,
intervenciones estatales o transformaciones culturales. Este proceso
ha derivado en la ganancia de poder de un conjunto importante de

5 Para el caso de América Latina ver Domingues (2009).

308
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

individuos. La recomposición de las asignaciones de valor y de poder,


sea por protecciones jurídicas, sanciones morales o transformaciones
representacionales, ha tenido como efecto que formas tradicionales
de estructuración de las jerarquías y su gestión se impugnen. Con ello,
formas no discutidas de autoridad basadas en esta distribución dife-
rencial de poder fueron cuestionadas.
La cuarta corriente está dada por los fuertes procesos de indivi-
dualización que han afectado a sociedades muy diversas. Lo anterior
en el sentido de la profundización de la tendencia de las sociedades a
concebirse como orientadas hacia los individuos (haciéndolos el eje
de las políticas sociales o estimulando el esfuerzo personal sobre el
colectivo o el de la comunidad, para dar dos ejemplos). Pero, tam-
bién, por el fortalecimiento de los impulsos a la producción de sí de
los actores sociales como verdaderas individualidades. Lo anterior, ya
sea, como en el caso de sociedades europeas, en el modo de la singu-
larización (Martuccelli, 2010); del mandato de ser los productores de
sus biografías bricolaje (Beck y Beck-Gersheim, 2001); del avance de
la reflexividad (Giddens, 1992); o de la articulación entre sus identida-
des sociales y personales (Singly, 2017); o ya sea, como en el caso de
sociedades latinoamericanas, de su agudizada constitución en híper-
actores (Araujo y Martuccelli, 2014). Estos procesos han tenido como
efecto un fortalecimiento de la auto-representación de los actores
sociales como individuos individualizados. Un efecto esperable: una
mayor resistencia, o al menos irritación, respecto a situaciones en las
cuales lo que está en juego es la subordinación de la propia voluntad a
la de otros. Existe una tensión evidente, entre la exigencia a acentuar
la propia individualidad y su singularidad, y la exigencia de obedien-
cia o acatamiento. Como lo muestran los resultados de investigación
empírica, esto se expresa en que las personas tienden a experimentar
las situaciones de obediencia muchas veces como una suerte de peso
y hasta de humillación (Araujo, 2016).
Una quinta y última corriente, está vinculada con los avances tec-
nológicos y con el manejo de la información, que han intervenido e
intervienen en las formas de control e influencia en las conductas, lo
que tiene un impacto directo sobre los mecanismos y dispositivos a
mano para el ejercicio de la autoridad (Bröckling, 2017; Chiappello y
Gilbert, 2019). Un buen ejemplo en esta línea lo da el auge de lo que
ha sido llamada la “autoridad factual” (Martuccelli, 2015), en el con-
texto de la movilización generalizada de la población (2017). Según
Martuccelli, la “autoridad factual” se refiere a las lógicas de invisibi-
lización del ejercicio de coerción o influjo, en las que la obediencia
tiende a transformarse y a ser percibida como el resultado de meras
tramas factuales, y en las que la aceptación se da por lo que se con-

309
Kathya Araujo

sideran meras exigencias funcionales y pragmáticas. Lo anterior se


relaciona con el poder adquirido por los sistemas funcionales debido,
entre otros, pero de manera destacada, como señalamos, al impacto
de las tecnologías, su sofisticación, y su capacidad para influir en las
acciones y conductas. Ello puede observarse, por ejemplo, en los efec-
tos performativos de los indicadores en el desempeño laboral, el ejer-
cicio docente o la “buena parentalidad”; o en intervenciones urbanas,
dispositivos técnicos o plataformas numéricas que dirigen funcional-
mente las conductas. La importancia específica que adquiere hoy la
capacidad de influir en la conducta de las personas basada en me-
canismos fácticos abre la pregunta acerca de cuál es el peso relativo
hoy de la autoridad concebida a partir de mecanismos y dispositivos
relacionales, pero también, sin dudas, abre un nuevo escenario para
las formas mismas en que la autoridad puede ejercerse.
Estas diferentes corrientes transformadoras aportan a un conjun-
to de fenómenos que sugieren que el cuestionamiento a las asimetrías
de poder y las jerarquías se extiende de manera importante. Con ello,
las formas establecidas de resolver el problema ordinario del ejercicio
de la autoridad pierden nitidez y potencia. Estos procesos aparecen
expresados en fenómenos muy dispares y de muy distinta valencia:
la puesta en cuestión de la democracia representativa (Rosanvallon,
2006; Innerarity, 2015); las nuevas exigencias que ponen los estudian-
tes a sus maestros para el establecimiento de sus relaciones (Dubet
y Martuccelli, 1996); las formas no piramidales de organización de
la acción colectiva y la extensión de las formas personalizadas de la
misma (Pleyers, 2010). Pero, también, y en una veta más sombría, la
innovada brutalidad coercitiva de las relaciones laborales (Bröckling,
2007; Boltanski y Chiappello, 1999), o las alarmantes tendencias hacia
el uso de prácticas impositivas en las sociedades, como es visible, por
ejemplo, en la proliferación de formas intransigentes de producción y
resolución del conflicto social entre grupos e individuos.
Estas corrientes aportan, así, a establecer una coyuntura que em-
puja a una álgida recomposición de la autoridad. De todo lo anterior
se desprende, de esta manera, la urgencia de sus estudios, pero tam-
bién de revisar algunas asunciones presentes en las formas que ha
tendido a ser conceptualizada con el objeto de entregar más y mejores
herramientas analíticas para el estudio de un fenómeno acuciante en
nuestras sociedades actuales.

LA AUTORIDAD Y SU RENOVACIÓN CONCEPTUAL


Quizás uno de los puntos de acuerdo de quienes se han ocupado del
estudio de la autoridad es que ha habido una escasa renovación en la
teoría sobre la autoridad. Los trabajos se han mantenido hasta hoy en

310
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

la estela de los aportes teóricos que hiciera Max Weber para el estudio
de la autoridad a inicios del siglo XX. A pesar de que se han realiza-
do precisiones y variaciones, el corazón de estos abordajes, como lo
han subrayado diferentes teóricos sociales (Sennett, 1982; Eisensatdt,
1992; Lukes, 1978), continúa siendo la teoría de la autoridad por legi-
timidad. Dado el carácter histórico de la autoridad, reconocido por el
mismo Weber, es más que previsible que existan desfases conceptua-
les, y que las transformaciones sufridas por las sociedades impliquen
ciertas limitaciones del propio edificio teórico. En lo que sigue nos de-
tendremos brevemente en un conjunto de presupuestos que han guar-
dado su vigencia y preguntarse en qué medida ellos mantienen o no su
capacidad heurística cuando se trata de abordar el estudio de nuestras
sociedades actuales. Para ello revisaremos crítica y propositivamente
tres aristas de las formas de su conceptualización: su relación con las
nociones de poder y dominación; la concepción de jerarquía subya-
cente; y el carácter compacto y homogéneo que se la ha atribuido, esto
es, su compacidad.

PODER Y DOMINACIÓN
Las discusiones sobre el poder y su capacidad para moldear nuestros
actos fueron ganando cada vez más importancia a lo largo del siglo
XX. Sin embargo, en esta discusión la cuestión del poder (y, por ende,
la autoridad) fue con frecuencia asociado con coerción y dominación
(Bendix, 2017). Esto incluye tanto a representantes de las teorías del
conflicto estadounidense, que ponen en cuestión a las teorías de la
integración (Dahrendorf, 1958; Adams, 1966), como también, luego, y
con perspectivas epistémicas muy diferentes, al debate europeo.
Este último será especialmente influyente en una vasta produc-
ción que recoge sus influencias del conjunto de la obra de Michel Fou-
cault, así como de los aportes de Althusser (1992), Castoriadis (1975)
o Butler (1997), entre otros. Estos trabajos pusieron el acento en la
capacidad del poder para influir en nuestras conductas y en las formas
de presentarnos. No se detuvieron de manera especial en el fenóme-
no de la autoridad en sí, es decir en esta particular modalidad del
ejercicio del poder. La autoridad, entonces, en cuanto no distinguida
del problema general del poder, terminó siendo asociada de manera
directa y unilateral a la cuestión de la dominación, al mismo tiempo
abordada de manera indirecta, implícita y con frecuencia inadvertida
en una cantidad muy importante de trabajos. Un buen y paradigmáti-
co ejemplo lo ofrecen los aportes de Foucault. Este autor, sin duda, ge-
neró una vital contribución a la teoría del poder, en la medida en que
rompió con la idea de su compacidad, de su dirección de arriba hacia
abajo, así como de su localización delimitada (no es una estructura,

311
Kathya Araujo

no se posee, no es una institución). Lo hizo favoreciendo más bien


una idea del poder que reivindica su capacidad productiva; su multi-
direccionalidad y su carácter multi-situado; la capacidad performa-
tiva de su agencia en muy diferentes relaciones sociales efecto de las
asimetrías existentes en ellas; su carácter de estrategia encarnada en
técnicas, dispositivos e intervenciones materiales que se aplican sobre
individuos; y, sobre todo, entendiéndolo como prácticas de sujeción
prioritariamente que se articulan luego en formas más generales de
dominación (Foucault, 1979, 2004). En un mismo movimiento, el po-
der es concebido por Foucault fuera de una perspectiva solidificada,
al perder su carácter compacto, pero la conceptualización conserva
un grado importante de rigidez porque en ella el poder se mantiene
arraigado a una sola función. A pesar de las formas múltiples que
adquiere, su fluidez, su versatilidad y su ejercicio quedan asociados
firmemente al problema de la sujeción y la dominación. Otras formas
de ejercicio del poder, así como otros mecanismos de gestión de esas
relaciones asimétricas, quedan subsumidos por este modelo de poder
y la matriz de la dominación. La autoridad desaparece como dimen-
sión específica a analizar.6
Una consecuencia relevante de esta indistinción respecto a la
cuestión del poder es que la autoridad como fenómeno y mecanismo
social ha tenido dificultades para convertirse en un objeto de estudio
en sí. En efecto, como contrapartida esperable de esta exclusión, o de
una lectura puramente crítica de la misma, este fenómeno dejó de ser
abordado en cuanto mecanismo general constitutivo de la vida social
y central para hacerla posible. En general, su estudio se restringió a
temáticas puntuales, muchas veces al alero de otras disciplinas, como
es el caso del liderazgo en los estudios del management (Cohen, 2013)
o del trabajo (Crozier y Friedberg, 1978). Se han generado, así, estu-
dios específicos y de área sin que se hayan emprendido desarrollos si-
multáneos de revisión o producción de una teoría sociológica general
sobre la autoridad.
En consecuencia, una primera exigencia para poder abordar el
estudio de la autoridad es poner en cuestión su asimilación al proble-
ma de la dominación. Es esencial considerar que la autoridad es una
forma específica y particular de ejercicio de poder que permite expli-
car un conjunto de dimensiones de la vida social y de las maneras en
que muchas tareas sociales pueden realizarse. La segunda exigencia

6 Otro ejemplo de este trabajo de asimilación-invisibilización lo da Bourdieu,


quien toca aspectos relativos al fenómeno de autoridad sin diferenciarlos suficiente-
mente de la cuestión general del poder bajo la noción de poder simbólico (Bourdieu,
2000).

312
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

es reconocer, contra la lectura que la subsume en la matriz de la do-


minación, el carácter ambivalente y el destino siempre abierto de la
autoridad. Ella puede sin dudas estar al servicio de estrategias de su-
jeción y dominación, pero no necesariamente debe ser su destino. Ella
puede identificarse también como un mecanismo ordinario que con-
tribuye a hacer posible la vida social. Las transformaciones sociales
que encaramos y sus consecuencias, exigen reconocer la dimensión
productiva de la autoridad para la vida social, pero sin desconocer el
carácter contencioso y asimétrico en la distribución del poder.

JERARQUÍAS
En el contexto histórico que nos encontramos, caracterizado por
corrientes que parecen poner en cuestión de manera central las je-
rarquías, un aspecto a considerar es la conceptualización de la je-
rarquía en el contexto de la reflexión sobre la noción de autoridad.
El desafío consiste en concebir la autoridad de manera que pueda
dar cuenta de los problemas y fenómenos que enfrentamos en socie-
dades crecientemente permeadas por un debilitamiento de los fun-
damentos, altas aspiraciones igualitarias, fuertemente individuali-
zadas y conmovidas por las transformaciones en las atribuciones de
poder a distintos actores.
Weber comprendió, es cierto, el cambio que introduce el adveni-
miento de la modernidad (o la revolución democrática), y la ruptura
que implica el “desencantamiento del mundo”. Una ruptura a partir
de la cual la autoridad deja de ser una evidencia cotidiana garantizada
por el peso de la tradición, el valor de los ancestros y, en última instan-
cia, un garante de orden religioso y ultra-mundano. Es decir, recogió
las exigencias de pensar la autoridad fuera de un mundo organizado
a partir de fundamentos sólidos y estables de las jerarquías y el poder.
Sin embargo, su propuesta del tipo ideal de dominio que le continua-
ría, el de la racionalidad-legal (una mezcla entre procedimientos ju-
rídicos y legales, por un lado, y de consideraciones técnico-científicas
por el otro), ha sido considerada insuficiente para dar cuenta de una
autoridad propiamente democrática (Aron, 1985), o sea, horizontal y
crítica entre ciudadanos iguales y libres.
Estos límites pueden entenderse, al menos parcialmente, como
resultado del tipo de conceptualización de la jerarquía que moviliza
no solo Weber sino un conjunto de autores que han trabajado sobre
ella al entender la escena de la autoridad.
Esta dificultad se vincula, al menos parcialmente, con el tipo de
comprensión de la jerarquía que se movilizó en la conceptualización
de la autoridad. El carácter consustacialmente jerárquico de la auto-
ridad ha sido reconocido por los diferentes autores desde Weber en

313
Kathya Araujo

adelante. Arendt (1996), por ejemplo, ha sostenido que la autoridad


siempre demanda obediencia, y ella se constituye a partir de dos ex-
clusiones. Además de excluir el uso de la fuerza, ella excluye la persua-
sión por argumentos. Es así porque la autoridad supondría siempre
un orden jerárquico, mientras que la persuasión implicaría un orden
igualitario (1996, pp. 102-103). El modelo de autoridad, según esta
versión, tiene una estructura jerárquica que incorpora la desigualdad
y la distinción, cuyo carácter principal es la estabilidad y el hecho
de ser indiscutible y autosustentado, no requiere dar cuenta de sus
fundamentos. Una concepción tal de la naturaleza jerárquica de la
autoridad supone evidentemente una lectura excluyente de la jerar-
quía y del orden igualitario. Si es cierto que la autoridad es un fenó-
meno relacional que implica una asimetrización de las posiciones de
los involucrados en la relación, los planteamientos de Arendt, como
los de muchos otros autores, aportan un elemento adicional, cual es
la asociación entre autoridad y una suerte de sustancialización de las
jerarquías, lo que, en última instancia, conduce a situarla en una rela-
ción excluyente con el igualitarismo.
Arendt entiende claramente, por supuesto, a la tensión que hay
entre este modelo y las aspiraciones democráticas e igualitarias pre-
sentes en las sociedades contemporáneas. Pero, para ella la solución
de esta tensión, como lo muestra claramente en sus reflexiones so-
bre la educación, no pasa por la anulación del carácter jerárquico de
la autoridad, porque para ella esta anulación de la jerarquía sería la
anulación de la autoridad misma. Lo anterior se vincula con el hecho
que, tanto en ella como en Weber, aunque con valencias distintas, la
autoridad tiene como fundamento el sostén del orden jerárquico.
La dificultad para hacer de la autoridad una herramienta que po-
sibilite la comprensión de sociedades como las actuales está vincula-
da con esta asociación estricta entre autoridad y orden jerárquico. El
concepto de orden jerárquico es rígido. La jerarquía, así concebida,
sería incontestable y tendría una estabilidad y durabilidad en el tiem-
po. Los lugares aparecen como poco móviles. En lo esencial ellos están
predefinidos y establecidos desde el exterior. Las funciones aparecen
como claramente establecidas y repartidas entre los actores de la es-
cena de la autoridad. La presencia del fenómeno de la autoridad es, en
este contexto, reducida a lugares cristalizados de ejercicio del poder
designados y sostenidos desde el exterior: el maestro, el juez, el padre,
el presidente.7 Una imagen que, como es fácil percibir, no tiene la mis-
ma efectividad para entender las relaciones ordinarias entre nuestros

7 Basta pensar en la convicción de Weber de que la autoridad carismática, que se


sostiene en sí misma, solo podría derivar muy rápidamente en otro tipo de autoridad.

314
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

contemporáneos, en sociedades móviles, con aspiraciones normativas


más igualitarias, individualizadas y con formas de influencia sobre las
conductas que exceden lo puramente relacional.
Por supuesto, se han desarrollado intentos muy consistentes
para, dentro del mismo enfoque, superar su limitación para abor-
dar sociedades democráticas, pero sin alcanzar a remontar comple-
tamente la cuestión de la sustancialización de las jerarquías, siendo
Habermas (1987, 1998) quizás el caso más ejemplar. En una sociedad
democrática y horizontal, según el autor, los individuos acatan las
reglas porque han participado gracias a la deliberación en su formu-
lación. La legitimidad del poder es, en esta visión, plenamente demo-
crática y política. La racionalidad desde la cual se juzga la autoridad
es inseparable del proceso político y democrático de discusión, argu-
mentación y contra-argumentación, que conduce a la adopción colec-
tiva de una regla. Se obedece a la autoridad porque se ha participado
en la enunciación de la norma. La autoridad se sostiene así en una
legitimidad obtenida por vía racional y procedimental. Por supuesto,
esta propuesta procedimental tiene límites para pensar esferas y re-
laciones sociales (como los vínculos amicales o la vida urbana), pero
más allá de esta crítica, lo esencial para nuestro argumento es que se
mantiene también aquí una noción duradera y estable de la jerarquía.
La dimensión procedimental que Habermas imagina, implica una
temporalidad dilatada y un carácter explícito de las jerarquías en las
interacciones en la vida social que no necesariamente poseen, pues
estas son más fluidas e inestables. En esta medida, esta propuesta no
consigue superar una concepción de la autoridad que se asocia con
una idea de jerarquía concebida como estable, cristalizada, designa-
da y sostenida desde el exterior.
Hacer operativa la noción de autoridad para los análisis contem-
poráneos requiere considerar que, si bien la autoridad no puede pen-
sarse fuera de la cuestión de las asimetrías de poder constitutivas del
mundo social, tampoco puede considerarse puramente como sostén
del poder estatuido o del orden jerárquico establecido de manera ex-
plícita y formal. Al mismo tiempo, no puede olvidarse el hecho que
ella, siendo una estrategia para lidiar con las asimetrías de poder, no
puede reducirse a una comprensión que la hace un lugar cristalizado
de ejercicio del poder. Si se la reduce a cualquiera de estos dos térmi-
nos la despotenciamos como herramienta para entender fenómenos
contemporáneos tan disímiles como el activismo digital, los modelos
asambleístas de organización de la decisión política, o la recomposi-
ción de las dinámicas relacionales en las parejas.
Un abordaje de la autoridad en la actualidad requiere reconocerla
como un fenómeno relacional que por cierto implica la producción

315
Kathya Araujo

de jerarquías, pero que debe considerar que estas ni son sustanciales


ni se encuentran cristalizadas. Aconseja considerar que las jerarquías
que se producen son móviles, muchas veces con fronteras difusas y
con frecuencia de carácter pasajero.
Así, una cuestión teórico-metodológica a tomar en cuenta para
renovar el estudio de la autoridad es la necesidad de abandonar una
concepción de la autoridad como un fenómeno que sostiene la crista-
lización de las jerarquías y funciona como sostén de un orden jerár-
quico rígido con lugares designados y sostenidos desde el exterior. Se
requiere considerarla como un mecanismo social ordinario de gestión
de las asimetrías de poder en el contexto de relaciones horizontales y
críticas que hace posible las jerarquías móviles, alternantes y dúctiles.

COMPACIDAD
Esta dimensión es especialmente relevante para quienes desarrollamos
un trabajo situado en sociedades ya sea periféricas o semi-periféricas,
como es el caso de América Latina. En la discusión sobre autoridad se
encuentra muy tempranamente un reconocimiento de la variabilidad
histórica de las formas que toma la autoridad. Se ha distinguió la autori-
dad en sociedades modernas o tradicionales, como en el caso de Weber
(1964), o aquella vinculada a la antigüedad grecorromana de aquella
presente en nuestros días, como en Arendt (1996), una tendencia que se
encuentra en otros autores más contemporáneos (Revault, 2006; Men-
del, 2011). Sin embargo, y al mismo tiempo, se ha tendido a restringir la
variabilidad de la autoridad solo a sus formas históricas. La preeminen-
cia del modelo de autoridad por legitimidad, así como una construcción
de la autoridad a partir de tipos ideales como la propuesta por Weber o
tipos-puros (Kojève, 2005), potenciado por la hegemonía de este tipo de
teorías más allá de sus regiones de producción, ha tenido como efecto
haber impulsado la conclusión implícita de que el modelo hegemónico
de autoridad en un momento histórico sería compacto y homogéneo en
todas las sociedades (por supuesto, al interior de una sociedad).
Son diversos los afluentes que aconsejan poner en cuestión esta
conclusión. Por un lado, la creciente conciencia de la pluralidad de las
soluciones que encuentran las diversas sociedades a los desafíos que
se les presentan. Luego, la creciente especificación de dominios socia-
les y autonomización de las lógicas que las gobiernan. En tercer lugar,
las advertencias acerca de los resguardos que se deben poner ante
las derivas eurocéntricas u occidentalocéntricas devenidas de la poca
vigilancia sobre los alcances reales de las teorías producidas en países
centrales para aportar a la comprensión de otras sociedades (Chakra-
barty, 2007). Finalmente, los resultados de investigación empírica.

316
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

Para argumentar e ilustrar la importancia de superar esta concep-


ción compacta y homogénea de la autoridad, me serviré de resultados
de una investigación que realizamos sobre el caso de Chile. En con-
traste con el modelo de la legitimidad que ha sido propuesto para so-
ciedades europeas y estadounidenses, nuestro trabajo en una sociedad
latinoamericana, la chilena, ha mostrado que el tema de la autoridad
se plantea bajo otra modalidad (Araujo, 2016). La cuestión del gobier-
no o la regencia sobre los otros está menos basada en la legitimidad, y
por tanto en las condiciones para alcanzar una obediencia conciliada,
como en el modelo weberiano ampliamente difundido en los diagnós-
ticos de sociedades nor-occidentales. Mucho más que en la cuestión
de la legitimidad, se sostiene en las formas prácticas y eficaces de al-
canzar esta obediencia. Más que la creencia en lo bien fundado de
las razones por las que alguien pueda ejercer su voluntad sobre la de
otros, como en el modelo “clásico” de la legitimidad, lo que sostiene
el modelo más extendido de la autoridad, en este caso es que quien la
ejerce se muestre capaz de demostrar prácticamente que es capaz de
conseguir que le obedezcan. Son las habilidades prácticas de quien la
ejerce y sus pruebas múltiples de eficacia en la tarea lo que en última
instancia aporta a las razones para la obediencia. Este es un modelo
de ejercicio de la autoridad que, debido a fuertes procesos de impulso
a la democratización de las relaciones sociales acontecidos en las últi-
mas décadas, en la actualidad es fuertemente criticado como norma-
tivamente inaceptable y como crecientemente difícil de sostener. Sin
embargo, continúa siendo el más expandido en la sociedad: es consi-
derado hoy indispensable y el único que garantiza obtener obediencia.
En efecto, cuando se da cuenta del despliegue concreto y activo
de la autoridad, o sea, cuando el individuo se coloca imaginariamen-
te en el lugar del que debe ejercer la autoridad, la convicción más
asentada es que solo un ejercicio discrecional y “fuerte” permitiría
garantizar de manera efectiva el ejercicio de la autoridad, y esto cual-
quiera sea la esfera y el tipo de actor que la ejerza. De esta manera, un
elemento esencial en el ejercicio de la autoridad es hacer alarde de la
fuerza o poder potencial que se posee. Contra un modelo como el de la
legitimidad weberiana que tiene precisamente como objeto invisibili-
zar la fuerza o el poder potencial que está en juego, en este modelo, el
potencial de la fuerza, poder o violencia de quien la ejerce es movili-
zado en la escena de la autoridad como un recurso virtual que aporta
a configurarla. El ejercicio de la autoridad, de manera generalizada,
implica un despliegue de signos acerca de la fuerza del que la ejerce:
“hablar fuerte”, hablar “cortado”, o mostrar de manera más o menos
sutil las consecuencias que devendrían de la desobediencia, son algu-
nas de las formas concretas en que ello apareció en nuestro material.

317
Kathya Araujo

En este contexto, la legitimidad, fundamento de la obediencia


consentida y conciliada, no resulta central para la validez fáctica. La
obediencia, a secas, es evidencia suficiente para y de su efectividad.
Aún más, la expectativa es obtener una “obediencia maquinal”. Si en
el modelo vía legitimidad, lo que sostiene la autoridad es la creencia
en lo bien fundado de esa autoridad, en este caso, esto no es lo nuclear.
En el primer modelo el trabajo de legitimación resulta esencial, así
como lo es que el modelo exija un trabajo dirigido a quien obedece
pues hay que producir y sostener la creencia en la legitimidad que
sostiene a la autoridad. En el segundo, como lo revela nuestro artícu-
lo, el ejercicio de la autoridad no implica un trabajo de legitimación
vía fortalecimiento de la creencia en la legitimidad. Lo que hay es
una preocupación de tipo estratégica para hacer que el otro obedezca.
Lo que sostiene la autoridad en este caso, entonces, es que esta haya
probado y de pruebas de su eficacia para hacerse obedecer: la cuestión
de la eficacia en el mando prima por sobre la cuestión de la legitimidad
de quien o de lo que la ejerce. La obediencia, por otro lado, y contra las
concepciones de Weber, para quien, como ya señalamos, de ninguna
manera el interés o la conveniencia podría ser sustento de la creencia
en la legitimidad y por tanto sostén de la autoridad, es con frecuencia
orientada por este tipo de motivación para la acción orientada a fi-
nes. Hay también, en este caso, una evaluación estratégica constante.
Se trata de obediencias consentidas pero no necesariamente siempre
conciliadas, tal como se da en el modelo weberiano en el que la conci-
liación es resultado precisamente de la creencia en la legitimidad. La
escena relacional de la autoridad está constituida más bien por juegos
estratégicos que por sostenes normativos o valóricos. Más pragmática
que ética. Más sostenida en la capacidad interactiva de los actores.
¿Qué explican estas diferencias? Si la autoridad, tal como lo he-
mos desarrollado hasta ahora, es un fenómeno relacional y fuerte-
mente interactivo, está íntimamente vinculada a realidades institucio-
nales específicas y rasgos estructurales propios de una sociedad en un
momento dado. Dicho de otra manera, el fenómeno de la autoridad
no puede entenderse fuera de los condicionantes estructurales que
impactan en las experiencias en la medida en que producen que ellas
estén especialmente sometidas a ciertas fuerzas sociales. Es solo en
el contexto de los rasgos específicos que definen a una sociedad en
un momento histórico que la autoridad puede ser comprendida. En
virtud de lo anterior, el marco en que se ha presentado la cuestión de
la autoridad y las formas de enfocarla no son similares en todas las
sociedades. Para volver a nuestro caso: no es lo mismo la autoridad
en un momento y en una sociedad caracterizada por una alta intensi-
dad de las dependencias económicas personalizadas, que en otra en la

318
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

que las dependencias económicas se asocian a entes abstractos (como


el Estado, como se da en sociedades con Estados de Bienestar), por
ejemplo. Tampoco son las mismas condiciones las que están en juego
para el ejercicio de la autoridad en una sociedad cuya sociabilidad
está regida por un espíritu o una narración de sí misma más iguali-
tarista que en una, como la chilena, en la que prima la mantención
de una lógica verticalista y jerárquica entre sus miembros. No son
las mismas las soluciones para la gestión de las asimetrías de poder
y el establecimiento de jerarquías en sociedades que han hecho de la
autonomía un valor central, que en aquellas en que la autonomía no
constituye un principio rector en la visión que se tiene de los miem-
bros de una sociedad, como tampoco son las mismas en sociedades
en las que en virtud de la obediencia se espera que los individuos pier-
dan distancia con la norma que en aquellas en las que los individuos
pueden mantener una distancia y con ello sostener la distinción entre
consentimiento y conciliación. Esto es así, porque la autoridad, las
modalidades que ella toma, son solidarias de las formas particulares
en que una sociedad resuelve el problema de las asimetrías de poder
entre sus miembros y las jerarquías y, por tanto, y en última instancia,
de las ficciones, imaginarios, principios normativos y lógicas sociales
que la sostienen.
Lo que estos resultados sugieren, de este modo, es que la auto-
ridad ni es compacta ni es homogénea. Ella evidencia un carácter
diferenciado en función de momentos históricos, ciertamente, pero
también en función de la arquitectura estructural y las lógicas socia-
les que subtienden a las interacciones en las sociedades de las que se
trate (Araujo, 2012). Estas diferentes modalidades del ejercicio de la
autoridad, entonces, no deben considerarse como desviaciones de la
norma, sino como soluciones particulares que deben entenderse en
el marco de los rasgos estructurales, dinámicas y lógicas propias a
cada sociedad.

CONCLUSIONES
A manera de conclusión, procuraremos volver sobre los pasos argu-
mentativos que hemos dado a lo largo de este texto para subrayar las
ideas centrales que de él derivan. Hemos sostenido:
1. Que el momento histórico actual está caracterizado por una
puesta en cuestión de las jerarquías en la que participa, al me-
nos, la quíntuple acción combinada de los procesos de destra-
dicionalización y secularización; las transformaciones norma-
tivas impulsadas por el imaginario moderno; la recomposición
de las atribuciones estatutarias, los aguzados impulsos a la

319
Kathya Araujo

individualización de sociedades y actores, y, finalmente, las


transformaciones tecnológicas y en el manejo de la informa-
ción.
2. Que en este contexto, revisar de manera cuidadosa y funda-
mental el enfoque teórico y la conceptualización en torno a la
autoridad resulta especialmente recomendable. En esta pers-
pectiva, y a partir de una exploración teórica y empírica, se ha
subrayado aquí tres aspectos que es necesario revisar, refor-
mular y articular para la renovación de la noción de autoridad:
a. La necesidad de situar de manera más clara el fenómeno
de la autoridad en su relación con la cuestión del poder,
al mismo tiempo que no reducirla a un puro mecanismo
de dominación. En este contexto, nuestro trabajo sugie-
re entenderla como uno de los mecanismos ordinarios de
gestión de las asimetrías de poder, el que hace posible (y
aceptable) las jerarquías en las sociedades. En esta medi-
da, se sugiere salir del marco reductor de su asociación
con la sujeción y la dominación, para considerarla, en toda
su ambivalencia, también como un fenómeno que atañe
a todos y cada uno de los miembros de la sociedad y que
es fundamental para la vida social, pues los modos que
toma la autoridad tienen injerencia y posibilitan los rendi-
mientos funcionales y participan en las formas que toma
el enlazamiento social.
b. La importancia de desanudar la relación estrecha que se
construyó teóricamente entre autoridad y orden jerárqui-
co. Es decir, la asunción que la tarea principal de la misma
consistía en sostener un orden de jerarquías, las que vie-
nen preestablecidas y sostenidas de manera relativamente
durable desde el exterior. Esta visión rígida de las jerar-
quías, se ha sugerido, tendría que reemplazarse por una
visión relacional que incorpora no solo estas situaciones
sino también aquellas que están caracterizadas por ser
móviles, con fronteras difusas, no sostenidas desde el ex-
terior, y relativamente inestables. Desde esta perspectiva,
se ha argumentado, es posible hacer de la autoridad una
noción que nos permita explicar la gestión de las asime-
trías de poder y de las jerarquías en sociedades como las
actuales en las que la rígida arquitectura del orden jerár-
quico ha sido puesta en cuestión tanto por la acción crítica
de los individuos como por las nuevas formas de control

320
Condición histórica y renovación de la noción de autoridad

que debilitan su importancia como factor de estabilidad


de las sociedades.
c. Finalmente, se ha argumentado que, y esto es esencial
para el caso de América Latina, es indispensable quebrar
el carácter compacto y homogéneo con el que ha sido con-
cebida normalmente la autoridad. Esta no solo se transfor-
ma según momentos históricos, sino según sociedades. Lo
anterior supone considerar que la autoridad es una solu-
ción particular encontrada por sociedades específicas para
resolver la gestión de las asimetrías de poder y hacer posi-
ble la vida social. Existen por tanto diferentes modelos de
autoridad, tal como el análisis desarrollado sobre el mo-
delo de la legitimidad, y su diferencia con el de la eficacia,
ha buscado poner en evidencia. El vínculo teórico estricto
entre la noción de autoridad y la legitimidad, desde esta
perspectiva, debe reevaluarse para establecer los límites
de los alcances de esta tesis. Al hacerlo, de lo que se trata
es de subrayar una comprensión de esta como fenómeno
variable, una solución histórica y socialmente situada y,
por lo tanto, sujeta a transformaciones, tanto en términos
de su ejercicio como del tipo de resortes de la obediencia.

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325
UNA PROPUESTA DE
RECONCEPTUALIZACIÓN DEL
“COLONIALISMO INTERNO”

Juan Pablo Gonnet

INTRODUCCIÓN1
En las siguientes reflexiones partimos de la premisa de que nuestra
sociedad tiene un alcance global y mundial, por lo que la diferencia-
ción y/o jerarquización de espacios sociales regionales y nacionales
no puede concebirse como una distinción entre “sociedades”. De este
modo, si se quiere entender el funcionamiento de las regiones y la
relación que se teje entre ellas debe hacerse desde la perspectiva de un
único sistema mundial. Adicionalmente, se ha coincidido en recono-
cer que la estructura de esta sociedad mundial no puede encontrarse,
al menos primariamente, en una estratificación político-regional, ya
que ella se organiza como una “economía-mundo” (Wallerstein, 1988)
o bajo la lógica de la “diferenciación funcional” (Luhmann, 2007). De
ninguna manera esto implica restarle importancia a la gravitación
que poseen las dinámicas interregionales y sus asimetrías; solo advier-
te acerca de la necesidad de inscribirlas en un horizonte más amplio
en el que ellas se desarrollan, reproducen y modifican. En cualquier
caso, la conformación de regiones involucra la separación de espacios
sociales que operan a pesar y/o más allá de la estructura principal de

1 Versiones y aproximaciones preliminares a la temática abordada en este texto se


encuentran en Gonnet (2020, 2021).

327
Juan Pablo Gonnet

la sociedad y que, por tanto, acarrean consecuencias disímiles para


los actores que participan en ella y así, para el funcionamiento mismo
de la sociedad (la cual, por su parte, no puede reducirse a la forma de
su estructura principal).
Sin confundir a la estructuración regional con la forma de la so-
ciedad, su delimitación acarrea la separación de ámbitos externos e
internos. En esta dirección, la teoría sociológica sobre América Latina
puede observarse como dispuesta en un continuum que va desde pers-
pectivas que privilegian la autonomía de los factores internos en la
explicación de su devenir y desarrollo, y aquellas que atienden y privi-
legian a los condicionantes externos. Evidentemente, ambas perspec-
tivas presentan algún grado de verosimilitud. Frente a esta dualidad,
las aproximaciones más contemporáneas tienden a concebir a estos
dos polos simultáneamente. Esto es, en algunas circunstancias y para
algunos fenómenos resulta suficiente apelar a lo externo y en otros,
basta con lo interno. Paradójicamente, estos intentos de conciliación
terminan restituyendo y validando ambos posicionamientos extremos
sobre la región. Se supone que es importante dar cabida a los dos,
porque ambos son correctos. En esta dirección, un problema que ha
permanecido mayormente desatendido remite al análisis de los víncu-
los que se establecen entre lo interno y lo externo.2
Por lo general, los planteos que focalizan su atención en las re-
laciones interregionales destacan los fenómenos de subordinación,
dominación y explotación a los que se encuentran sometidos los paí-
ses de nuestra región; mientras quienes atienden al devenir históri-
co interno y particular de América Latina, si bien no necesariamente
desconocen la asimetría y la desigualdad regional, no la atribuyen a
los vínculos entre regiones. En un caso, el abordaje de lo externo des-
conoce lo interno y su autonomía; en el otro, la atención a lo interno
tiende a subestimar los condicionamientos externos. Concebidas ais-
ladamente, estas posturas resultan insuficientes para explicar el fun-
cionamiento de América Latina. Pero de lo que se trata no es tanto de
sumarlas o superponerlas, sino de integrarlas analíticamente.
En este trabajo, proponemos que un aporte significativo para
avanzar en el tratamiento de este problema se encuentra en el con-
cepto de “colonialismo interno” elaborado originalmente por el so-
ciólogo mexicano González Casanova (1963, 1975), ya que considera-
mos que desde su misma enunciación el mismo expresa una relación
entre procesos regionales externos e internos. No obstante, como
veremos, el concepto tal como se lo ha definido requiere de una re-

2 Aquí excluimos aquellos análisis que identifican ambos lados. Es decir, que asu-
men que lo interno es externo o viceversa.

328
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

formulación sustantiva para poder cumplir con este objetivo. Adelan-


tando nuestro argumento, sostenemos que la tesis del colonialismo
interno (CI) no representó tanto una mejora en la comprensión de
los vínculos de dominación y/o subordinación regional en América
Latina, sino que expresó la necesidad metodológica de extender los
alcances empíricos del análisis de las relaciones coloniales al interior
de las regiones y los países. Es decir, se buscó definir al colonialismo
como fenómeno intra-regional o nacional y no meramente, como un
hecho internacional. En este sentido, mantuvo intacta tanto la expli-
cación del colonialismo externo sobre nuestra región, como la de la
lógica misma del fenómeno colonial. A pesar de esto, consideramos
que la noción de CI señaló, directa e indirectamente, hechos sociales
que resultaban problemáticos para el análisis clásico del colonialis-
mo en América Latina. Así, casi inadvertidamente, sentó las bases
para una novedosa aproximación al fenómeno de la dominación ex-
terna en nuestra región.
En lo que sigue, ordenamos nuestro argumento en cuatro apar-
tados. En el primero, retomamos los planteos de González Casanova
quien, como dijimos, fue el autor que más sistemáticamente desarro-
lló la teoría del CI para el análisis de nuestra región. Si bien otros
autores han retomado, utilizado y/o discutido la categoría, ha sido el
sociólogo mexicano quien con más frecuencia ha referido a la misma.
Luego, en segundo lugar, presentamos un balance crítico de la teoría,
en el que valoramos sus aportes, pero también la que consideramos
constituye su principal limitación, que consiste en su dificultad para
explicar adecuadamente la relación entre el CI y el “colonialismo” ex-
terno. En conexión con este balance, en tercer lugar, proponemos una
clarificación y redefinición del concepto que procura dar respuesta al
mencionado vínculo problemático. Por último, en las consideraciones
finales, planteamos algunos interrogantes que quedan abiertos para
futuras indagaciones, especialmente, en lo que hace a la posibilidad
de articular a la teoría del colonialismo interno con una perspectiva
acerca de la sociedad mundial actual.

EL COLONIALISMO INTERNO EN LA
PERSPECTIVA DE GONZÁLEZ CASANOVA
González Casanova ha aportado a la discusión de la temática del CI
desde comienzos de la década de sesenta del siglo pasado, y la mis-
ma ha constituido una cuestión recurrente a lo largo de su obra.3 En

3 Sin embargo, el origen de la categoría es impreciso. Diferentes autores hablan


de colonialismo interno aunque dan por supuesto el sentido de la categoría (Gunder
Frank, 1973; Stavenhagen, 1963), es decir, sin avanzar en un tratamiento sistemático.

329
Juan Pablo Gonnet

lineamientos generales, con esta categoría González Casanova pre-


tende mostrar que los procesos de control, dominación y explotación
colonial se pueden producir también al interior de los países o na-
ciones; es decir, el colonialismo no sería un fenómeno estrictamente
internacional. Esta conclusión le resultó evidente a partir del análisis
del caso mexicano en el cual constató el lugar marginal y excluido que
ocupaban las poblaciones indígenas a pesar de los progresos económi-
cos, políticos y culturales que había alcanzado ese país a mediados del
siglo XX (González Casanova, 1975). El autor explica esta situación a
partir de la identificación de un tipo de “colonialismo doméstico”. A
partir de este momento, el concepto fue adquiriendo validez no solo
para explicar la realidad social de los países latinoamericanos, sino
que también se mostró útil para analizar situaciones análogas en otras
partes del planeta. Por ejemplo, el centralismo moscovita en la URRS
o las dinámicas de segregación racial en Estados Unidos (2006a).4
Este sentido general y abstracto del concepto es sintetizado por Hicks
(2004) quien en una revisión de los usos y apropiaciones de la catego-
ría expresa: “Una colonia interna es una colonia que existe dentro de
los límites del estado que la colonizó. El colonialismo interno rechaza
la tesis del ‘agua salada’, que sostiene que las colonias solo pueden
existir en el extranjero”.5 En lo que sigue pasamos a abordar este nivel
de análisis general que presenta el concepto, para luego examinar su
aplicación al caso de América Latina.6

EL FENÓMENO GENERAL DEL COLONIALISMO INTERNO


Para González Casanova (2006d), el colonialismo es una relación do-
minio, subordinación y explotación de un pueblo, comunidad, nación
o región por otra. A diferencia de la explotación de clases, caracte-
rística de los modos de producción esclavista, feudal y capitalista, el
colonialismo tiene la característica de ser una forma de explotación

González Casanova (2006a) plantea que el primero en mencionar la expresión CI es


Wright Mills en un encuentro académico que tuvo lugar en Río de Janeiro.
4 Esto explica la acogida mundial que ha obtenido la categoría y sus variadas
aplicaciones en diversas regiones y países. A modo de ejemplo, ver Hechter (1975) y
Pinderhuges (2011).
5 La traducción del inglés es propia.
6 Fundamentalmente, retomamos dos ensayos en donde González Casanova abor-
da en profundidad la temática. Por un lado, un trabajo titulado “Sociedad plural,
colonialismo interno y desarrollo”, de 1963, el cual fue reeditado en el libro Sociolo-
gía de la Explotación bajo el título “El colonialismo Interno” (2006b), y por el otro, el
ensayo titulado “El colonialismo interno: una redefinición” (2006a). Adicionalmente,
referimos a otros textos del autor cuando ellos puedan servirnos para esclarecer o
precisar alguna dimensión de la teoría.

330
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

que se establece entre grupos o segmentos espacialmente separados


(pudiendo estar más o menos alejados, no es esto lo relevante para el
concepto) y/o culturalmente diferenciados (165).7 Ciertamente, estas
formas de explotación no son excluyentes, y el análisis sociológico de
la misma debe atender a ambas modalidades para comprender el fun-
cionamiento de cualquier país o región. Sin embargo, ambas formas
deben ser distinguidas analíticamente ya que no pueden subsumirse
una a la otra.8

La estructura colonial y el colonialismo interno se distinguen de la estruc-


tura de clases, porque no es solo una relación de dominio y explotación de
los trabajadores por los propietarios de los bienes de producción y sus co-
laboradores, sino una relación de dominio y explotación de una población
(con sus distintas clases, propietarios, trabajadores) por otra población
que tiene distintas clases (propietarios y trabajadores). (1963, p. 26)

Siguiendo este razonamiento, el teórico mexicano considera que no


existe razón para circunscribir el fenómeno colonialista a aquellas
relaciones que se desenvuelven entre naciones, estados o un agrupa-
miento de ellos. Si existe dominación entre poblaciones o regiones al
interior mismo de una nación, es totalmente adecuado y pertinente
hablar también de colonialismo sin reducir esto, por el hecho de ser
interno, a una relación entre clases (p. 26). La delimitación del colo-
nialismo de acuerdo a criterios estrictamente internacionales habría
dejado a esta categoría sociológica por fuera del análisis de las socie-
dades nacionales (p. 15; 1967, pp. 42 y ss.). A pesar de ello, González
Casanova sostiene que no hay nada en el concepto general del colonia-
lismo que lo disponga exclusivamente para el análisis internacional,
del mismo modo que no debería haber nada en el concepto de clases
que lo condene al análisis intra-nacional. La identificación del CI ven-
dría a cuestionar este sesgo analítico.
Para González Casanova, el núcleo central del fenómeno de do-
minación colonial se encuentra en los vínculos económicos que se es-
tablecen entre una metrópoli y su colonia. La función de la colonia es,
según el sociólogo mexicano, el desarrollo del comercio y el intercam-

7 Para González Casanova esto es lo esencial del concepto. El colonialismo puede


identificarse más allá de que algunos criterios jurídico-políticos típicos de las “estruc-
turas coloniales” pre-modernas se encuentren ausentes o hayan sido trastocadas (por
ejemplo, mediante procesos de independencia nacional).
8 En este punto, González Casanova busca separarse tanto de las versiones más es-
tructuralistas de la teoría de la dependencia para las que el colonialismo era integra-
ble en una teoría de las clases como de los análisis sociológicos de la estratificación
que omiten la variable de la dominación regional (2006c).

331
Juan Pablo Gonnet

bio en condiciones más favorables de las que se podría hacer con un


par equivalente.9 De este modo, una metrópoli tiende a monopolizar y
a controlar la administración económica de la colonia, por lo que esta
no puede intercambiar más que con ella, configurándose una relación
de dependencia que resulta beneficiosa para la región colonizadora.
A la par de este vínculo económico se desarrollan lazos coloniales en
otros planos como el cultural, político y militar, los cuales contribuyen
a consolidar la situación de dependencia.
A través de la colonia se da una condición de monopolio ya sea de
la explotación de los recursos naturales, del trabajo, del mercado de
importación y exportación, de las inversiones y de los ingresos fisca-
les. En consecuencia, el dominio colonial se extiende cuando se forta-
lece el control económico de una colonia, al que se le puede sumar un
control político, cultural e informacional sobre ella. De esta manera,
la colonia queda aislada de otras poblaciones, regiones o naciones y
gran parte de sus contactos con el exterior se hallan mediados por la
metrópoli colonialista.

Es este monopolio el que permite explotar irracionalmente los recursos de


la colonia, vender y comprar en condiciones de desigualdad permanente,
privando al mismo tiempo a otros imperios de los beneficios de este tipo
de relaciones desiguales, y privando a los nativos de los instrumentos de
negociación en un plan igualitario, de sus riquezas naturales y de una gran
parte del rendimiento de su trabajo. (1963, p. 21)

El colonialismo explica la desigualdad que se reconoce entre la colo-


nia y la metrópoli o centro. Los habitantes de esta última gozan de los
privilegios asociados a la explotación y control de otra población espa-
cialmente separada y periférica. Esta última, por su parte, dispone de
una capacidad de decisión acotada sobre sus propios asuntos.
Así definida, la “forma social colonial” no especifica nada acerca
de las entidades concretas o particulares que se ponen en relación y de
las distancias espaciales que se establecen entre ellas. Por consiguien-
te, las relaciones coloniales que se dan entre países constituirían tan
solo una de las maneras en que estas pueden desenvolverse. El colo-
nialismo podría establecerse entre regiones o provincias de un mismo

9 Esta interpretación ya se encuentra en Weber (2001) quien plantea: “Las ad-


quisiciones coloniales de los estados europeos han dado lugar en todos ellos a una
gigantesca acumulación de riquezas dentro de Europa. El medio utilizado para esta
acumulación de riquezas fue el monopolio de los productos coloniales, las posibi-
lidades de colocación en las colonias, es decir, el derecho a transportar a ellas las
mercancías, y, por último, las oportunidades de ganancia que ofrecía el transporte
mismo entre la metrópoli y las colonias” (p. 167).

332
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

país, subregiones de una región, o incluso zonas de una ciudad. Es


decir, una relación colonial que es ejercida por organizaciones, insti-
tuciones y poblaciones “nativas” sobre otras organizaciones, institu-
ciones y poblaciones “nativas”, para decirlo de alguna manera. El con-
cepto de CI busca reflejar este re-escalamiento posible del fenómeno.
Tres implicancias se desprenden de esta maniobra conceptual.
En primer lugar, se descentra el vínculo directo entre el colonialismo
externo y el internacional, debido a que lo interno y lo externo se pre-
sentan como adjetivaciones relacionales según la unidad de análisis
de que se trate. En segundo lugar, resulta posible la superposición
de los fenómenos de colonialismo externo e interno. Por ejemplo, en
América Latina convivirían ambos, o también los grandes centros
imperiales podrían tener sus propias colonias internas. Por último,
mientras que el fenómeno del CI sería contingente en las regiones o
países centrales, no sería el caso en el ámbito de las zonas coloniza-
das. El avance del colonialismo externo en un territorio daría lugar a
una superposición espacial entre un grupo colonizador y otro colo-
nizado; entre los “centros o metrópolis dependientes” y sus propias
“colonias internas”. Esto significaría que la desigualdad regional y los
vínculos de dominio colonial son replicables al interior mismo de los
territorios colonizados y esta dimensión es constitutiva de la relación
colonial. Existe CI en el polo dominado de la relación colonial. El
problema que se plantea en este último punto es si el concepto aporta
alguna novedad para el análisis de regiones subordinadas como es el
caso de América Latina.

EL COLONIALISMO INTERNO EN AMÉRICA LATINA


Más allá de esta disquisición en torno al CI como fenómeno general y
abstracto, el origen y el destino principal de la contribución de Gonzá-
lez Casanova (1963) se halla en el análisis de América Latina. Esto es,
en la capacidad de la categoría para echar luz acerca del fenómeno del
desarrollo, la modernidad y el capitalismo en nuestra región. En co-
nexión con este objeto de estudio, el colonialismo externo se definirá
como aquel que se establece entre los países centrales o desarrollados
y América Latina; y el CI como aquel que se despliega al interior de
nuestros países coloniales, periféricos y dependientes (p. 20).10
Los procesos de independencia de los Estados-nación que se fue-
ron dando desde fines de siglo XVII en América Latina mostraron que
el dominio ejercido por las grandes potencias se perpetuaba más allá

10 Como explica Rouquié (1994, p. 27), no resulta casual que se haga constatable
esta cuestión en nuestra región dada la amplitud de contrastes entre los centros opu-
lentos y sus periferias marginales.

333
Juan Pablo Gonnet

de la ruptura formal de los vínculos coloniales. Así, se puso en eviden-


cia los perjuicios que el funcionamiento de los estados y las empresas
ya consolidadas de los países centrales acarreaban para el desarro-
llo de las incipientes economías nacionales y sus estados en el perío-
do posindependentista. De este modo, la comprensión y explicación
del modo en que se perpetuaban estos vínculos coloniales externos
o internacionales, devino en fundamental no solo para su denuncia,
sino también para vislumbrar alternativas para el desarrollo nacional
(1975, p. 98; 2006e).11 Más allá de esto, González Casanova considera
que esta estructuración colonial no solo perdura en el plano de las
relaciones internacionales, sino que también lo hace al interior mis-
mo de las naciones independizadas. Por ejemplo, en las relaciones de
subordinación que se dan entre las poblaciones criollas, blancas y/o
europeas y aquellas marginales, como las poblaciones indígenas o ne-
gras, las cuales se van a encontrar en una situación similar o aún peor
que con anterioridad a los procesos de independencia. Esta condición
perdurará, incluso, con las dinámicas de transformación social desen-
cadenadas por la industrialización, la urbanización, la reforma agra-
ria y otros cambios sociales e institucionales significativos (2006a, pp.
408-409). Si la mediación colonial internacional resultó ser, frecuen-
temente, desatendida por la tradición sociológica y por el marxismo
ortodoxo a mediados de siglo XX (2006c, pp. 7 y ss.), mucho más lo
era esta dimensión colonial “interna”.
De alguna manera, el CI emerge o, mejor dicho, cobra notorie-
dad con los procesos de independencia nacional. A través de ellos, se
consolida la diferenciación entre lo interno y lo externo. Con anterio-
ridad a esto, el colonialismo se presentaba como un fenómeno sin me-
diaciones, directo. Lo interno y lo externo se encontraban totalmente
acoplados. Con el advenimiento de la autonomía de los estados, las
lógicas coloniales internas se desacoplan, al menos parcialmente, de
las externas. Al conformarse un poder estatal con cierto grado de au-
tonomía, las formas de colonialismo también adquieren su autonomía
analítica. Podríamos decir, el colonialismo interno previamente exis-
tente no se desarticula, sino que se mantiene con un poder que no se
encuentra únicamente condicionado desde afuera.

Con la independencia política lentamente aparece la noción de una inde-


pendencia integral y de un neocolonialismo; con la creación del Estado-
Nacional, como motor del desarrollo y la desaparición del ogro del impe-
rialismo aparece en primer plano la necesidad de técnicos y profesionales,

11 A esta continuación del colonialismo por otros medios también se le ha denomi-


nado “neocolonialismo”. Ver Ribiero (1968) y Rouquié (1994, pp. 24 y ss.).

334
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

de empresarios, de capitales. Con la desaparición directa del dominio de


los nativos por el extranjero aparece la noción del dominio y la explotación
de los nativos por los nativos. (1963, p. 16)

El CI, como mencionamos, no corresponde a cualquier relación de


dominio o explotación entre clases sociales, su particularidad radica
en que esta se establece entre sectores culturales diferenciados. A esta
realidad, González Casanova la define como “sociedad dual o plural”.
Este tipo de sociedad se constituye con el proceso colonial y luego,
convive con el capitalismo y el advenimiento del Estado-nación.
Si alguna diferencia específica tiene respecto de otras relaciones
de dominio y explotación es la heterogeneidad cultural que histórica-
mente produce la conquista de unos pueblos por otros, y que permite
no solo hablar de diferencias culturales (que existen entre la pobla-
ción urbana y rural y en las clases sociales) sino de diferencias de
civilización (p. 25).
Cabe aclarar, que el sociólogo mexicano no rechaza la existencia
de relaciones clasistas entre los grupos que participan de las relacio-
nes coloniales internas, sino que concibe que la explotación o domi-
nación de clases es insuficiente para abordar las relaciones entre estos
grupos. A esta relación de clase se le adosa una relación de discrimi-
nación y segregación étnica y cultural. De este modo, González Ca-
sanova se distancia de todo reduccionismo cultural en la explicación
del CI. Así, en América Latina la ruptura con el colonialismo formal
ejercido por los países metropolitanos o centrales, no dio lugar a una
transformación de los vínculos coloniales entre los grupos de pobla-
ción local. Para el caso de México, el autor sostiene:

El marginalismo, o la forma, de estar al margen del desarrollo del país, el


no participar en el desarrollo económico, social y cultural, el pertenecer al
gran sector de los que no tienen nada es particularmente característico de
las sociedades subdesarrolladas. No solo guardan estas una muy desigual
distribución de la riqueza, del ingreso, de la cultura general y técnica, sino
que con frecuencia —como es el caso de México— encierran dos o más
conglomerados socio-culturales, uno súper-participante y otro súper-mar-
ginal, uno dominante —llámese español, criollo o ladino— y otro domina-
do —llámese nativo, indio o indígena—. Estos fenómenos, el marginalismo
o la no participación en el crecimiento del país, la sociedad dual o plural,
la heterogeneidad cultural, económica y política que divide al país en dos o
más mundos con características distintas, se hallan esencialmente ligados
entre sí y ligados a su vez con un fenómeno mucho más profundo que es
el colonialismo interno, o el dominio y explotación de unos grupos cultu-
rales por otros. En efecto, el “colonialismo” no es un fenómeno que solo
ocurra al nivel internacional, —como comúnmente se piensa— sino que se
da en el interior de una misma nación, en la medida en que hay en ella una

335
Juan Pablo Gonnet

heterogeneidad étnica, en que se ligan determinadas grupos y clases domi-


nantes y otras, con los dominados. Herencia del pasado, el marginalismo,
la sociedad plural y el colonialismo interno subsisten hoy en México bajo
nuevas formas, no obstante tantos años de revolución, reformas, industria-
lización y desarrollo, y configuran aún las características de la sociedad y
la política nacional. (Pp. 89-90)

El CI se instaura, básicamente, de tres maneras. En primer lugar, a


través de la consolidación de un centro rector o metropolitano desa-
rrollado del que dependen las comunidades y poblaciones asentadas
en las zonas periféricas. Estos centros monopolizan el comercio exte-
rior, el crédito y la administración de estas zonas. Algo que se refuerza
por medio de medidas políticas, jurídicas y militares. Esta situación
estimula procesos de migración y movilidad desde estas zonas a las
metrópolis. En segundo lugar, el CI se define a partir de un conjunto
de relaciones de producción complejas en donde se combinan formas
de explotación capitalista, esclavista y feudal. Además, existen pro-
cesos de apropiación y despojos de tierras ocupados por poblaciones
marginales. En tercer lugar, se configuran dinámicas discriminato-
rias para con los grupos colonizados. Esta discriminación es social,
jurídica, lingüística, política, crediticia, de inversiones públicas, etc.
Todo esto contribuye a reforzar el sistema de explotación estructu-
ral. Finalmente, las pautas culturales de estos grupos se caracterizan
por sus altos niveles de conformismo, tradicionalismo, religiosidad y
agresividad al no ser integrados al desarrollo político, económico y
cultural del país.
El CI es, para González Casanova, un hecho estructural en Amé-
rica Latina por lo que todo proceso de descolonización no puede ser
exclusivamente externo y, de hecho, pareciera ser el caso de que esto
último no podría alcanzarse sin modificar el primero. Adicionalmen-
te, nuestro autor considera que su impacto en los procesos de desarro-
llo y autonomía nacional es significativo ya que tiende a mantener una
economía con altos niveles de monopolio y dependencia externa al no
lograr el desarrollo integral de todas las regiones de un país. En nues-
tros países, el CI tiende a articularse y a complementar el colonialis-
mo internacional. Esta forma de colonialismo es un obstáculo para la
consolidación de un sistema de clases típico de la sociedad moderna
y un límite para la solución de conflictos por medios institucionales
y racionales. Los estereotipos, la discriminación, la cosificación y la
manipulación colonialistas son una fuente de resistencias permanen-
tes para la evolución democrática. Podríamos decir que la falta de de-
mocratización y desarrollo de las distintas subregiones juegan a favor

336
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

de una dinámica de desigualdad interestatal.12 Por estas razones, no


se podría aislar la discusión del CI de la lucha por la autonomía y el
desarrollo regional o nacional. Esta cuestión se ha ido volviendo cada
vez más crucial, en tanto la extensión de los procesos de globalización
ha llevado a que se restituyan de un modo mucho más directo los vín-
culos entre colonialismo externo e interno (1996, 2015b, 2018). Algo
que a mediados del siglo XX se había trastocado, al menos superfi-
cialmente, con el advenimiento de diversos movimientos y proyectos
nacionalistas en la región.

Con el triunfo mundial del capitalismo sobre los proyectos comunistas,


socialdemócratas y de liberación nacional, la política globalizadora y neo-
liberal de las grandes empresas y los grandes complejos político-militares
tiende a una integración de la colonización inter, intra y transnacional.
Esa combinación le permite aumentar su dominación mundial de los mer-
cados y los trabajadores, así como controlar en su favor los procesos de
distribución del excedente en el interior de cada país, en las relaciones de
un país con otro y en los flujos de las grandes empresas transnacionales.
(2006a, p. 425)

UN BALANCE DE LA CATEGORÍA
Pese a que en los últimos años ha habido intentos de recuperación de
la categoría del CI (Gandarilla, 2018; Martins, 2018; Roitman, 2015;
Torres Guillén, 2014, 2017), su apropiación ha sido más bien esquiva.
El mismo González Casanova (2006a) reconoció esta situación y la
atribuyó a cuestiones ideológicas:

El colonialismo interno ha sido una categoría tabú para muy distintas co-
rrientes ideológicas. Para los ideólogos del imperialismo, porque no pue-
den concebir que se den relaciones de comercio inequitativo —desigualdad
y explotación— ni en un plano internacional ni a nivel interno. Para los
ideólogos que luchan con los movimientos de liberación nacional o por el
socialismo, porque, una vez en el poder, dejan a un lado el pensamiento
dialéctico y no aceptan reconocer que el Estado-nación que dirigen, o al
que sirven, mantiene y renueva muchas de las estructuras coloniales inter-
nas que prevalecían durante el dominio colonial o burgués. Aún más, estos
ideólogos advierten con razón cómo el imperialismo o la burguesía apro-
vechan las contradicciones entre el gobierno nacional y las nacionalidades
neocolonizadas para debilitar y desestabilizar cada vez que pueden a los
estados surgidos de la revolución o las luchas de liberación, y esos argu-
mentos, que son válidos, les sirven también como pretexto para oponerse

12 Algo que no se constataría en los casos, ejemplificados por González Casanova,


del CI en Estados Unidos o en la URSS. No obstante, se podría matizar esta aprecia-
ción si considerásemos períodos más largos.

337
Juan Pablo Gonnet

a las luchas de las “minorías nacionales”, “las nacionalidades” o “los pue-


blos originales”, sin que la correlación de fuerzas subsistente sea alterada
y sin que se les permita a estos últimos modificarla en un sentido liberador
que incluya la desaparición de las relaciones coloniales en el interior del
Estado-nación. (Pp. 409-410)

No obstante, consideramos que más allá de esta posible razón, tam-


bién es observable una importante debilidad en su tratamiento, la
cual ha dificultado su integración en una teoría sociológica general
de América Latina. Desde nuestro punto de vista, esta limitación se
halla en una definición insuficiente del vínculo entre CI y colonialis-
mo externo, cuestión que resulta especialmente significativa para el
caso del devenir regional. Antes de adentrarnos en el análisis de esta
problemática, destaquemos algunos de los hechos que el concepto
logra iluminar.
En primer lugar, de la identificación del CI emerge la posibilidad
de desentrañar una teoría general del colonialismo al evitar restrin-
gir el fenómeno al plano internacional, es decir, a un tipo de entida-
des específicas. El colonialismo entre países sería una de las posibles
concreciones de esta forma “general” de relación social. En segundo
lugar, para el caso de América Latina, la teoría del CI daría lugar al
reconocimiento de cierta “agencia” y autonomía de nuestros países, al
concebir un ejercicio del colonialismo que no puede ser directamente
comprendido como producto de imposiciones externas.13 Existen ac-
tores, grupos, clases y organizaciones locales que tienen un rol activo
en la producción del colonialismo; indicación que se vuelve relevante
en el contexto de la ruptura de los sistemas coloniales formales. En
tercer lugar, se exhibe cierta retroalimentación y complementación
entre CI y colonialismo externo. Por ejemplo, cuando se destaca que
el CI en los países de América Latina permite mantener una estructu-
ra social y productiva que resulta funcional a los países centrales. En
cuarto lugar, y quizás uno de los aportes más reconocidos de la teoría,
se encuentra la observación de los procesos de discriminación racial y
cultural producto de un tipo de conformación social “dual” que el CI
produce y reproduce.14 En quinto lugar, la teoría define un valor críti-
co asociado a la identificación del CI como problema estructural para

13 Aquí se define una importante distancia con respecto a la teoría de la coloniali-


dad del saber/poder propuesta por Quijano (2000, 2014), quien rechaza la existencia
de dicha autonomía, optando por restituir la unidad del fenómeno colonial.
14 Quijano (2000, pp. 207 y ss.) reconoce este hecho, pero desechando el concepto
de CI, ya que considera que esta realidad social se encuentra en directa conexión con
el desarrollo político, científico y cultural del capitalismo europeo.

338
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

el desarrollo de nuestros países descentrando y relativizando (aunque


no desvalorizando) la cuestión del colonialismo externo. Por último, y
quizá resumiendo todo lo antedicho, el concepto de CI ha ayudado a
complejizar el análisis de nuestra región más allá de las lógicas exter-
nas y sus condicionamientos.
Ahora bien, una limitación importante del concepto radica, como
dijimos, en su incapacidad para dar cuenta del vínculo entre lo interno
y lo externo en América Latina, y de este modo en su tenue contribu-
ción a la comprensión de la posición subordinada que ocupan nues-
tros países en el escenario mundial. Tal como se encuentra definido,
el CI no describe un fenómeno colonial esencialmente distinto, sino
que extiende el alcance del mismo a otras unidades o subunidades.
El colonialismo al no reducirse a un tipo de relación de subordina-
ción o explotación entre países, puede registrarse también al interior
de los mismos. En este movimiento, el colonialismo expresa un tipo
de vínculo de dominación entre poblaciones cultural y espacialmente
diferenciadas sea cual fuere el modo en que se delimiten cada una
de ellas. Podemos registrar colonialismos entre países, entre regiones
pero también al interior mismo de una región, de un país o de una
unidad incluso menor (una ciudad, una provincia, etc.). En esta direc-
ción, lo interno y lo externo resulta en una caracterización relativa a
la unidad analítica de la que se trate. Concretamente, González Casa-
nova reserva la atribución de externo al colonialismo internacional y
la de interno al colonialismo que se da al interior de los países. De este
modo, se disputa el sesgo internacionalista del concepto y el obstáculo
metodológico que esto implicaría para el análisis de relaciones socia-
les análogas en otros niveles o escalas. Para el caso de América Latina,
al colonialismo que se desarrolla dentro de la región y entre su misma
población. En principio, se puede advertir que esto no representa una
limitación en abstracto, pero lo es si de lo que se trata es de com-
prender el vínculo que guarda este colonialismo con las dinámicas de
dominación externa en América Latina. Si lo que se busca es mostrar
que existe colonialismo en el marco de los países latinoamericanos,
la salvedad metodológica resulta suficiente, pero no lo es si buscamos
indicar las relaciones que se dan entre estos dos colonialismos.
Pareciera ser difícil que en nuestros países dependientes y perifé-
ricos, el CI sea un hecho autonomizado y contingente con respecto a
esta realidad.15 De hecho, González Casanova (1963, pp. 15 y ss.) ex-
presamente menciona que su pretensión es que la categoría sirva para

15 Esta última ha sido una crítica habitual a la teoría del CI de González Casanova,
ver por ejemplo, los planteos de Gunder Frank (1973, p. 222), Stavenhagen (1981, pp.
17 y ss.) y Quijano (2014, p. 285).

339
Juan Pablo Gonnet

explicar algunos fenómenos propios de los países “subdesarrollados”.


Ahora bien, si reconociésemos que no existe tal autonomía, el ries-
go de des-diferenciaciación entre los colonialismos es alto. ¿Valdría
la pena distinguir al CI? ¿Cuáles serían los límites entre lo interno
y lo externo en este caso? O el CI es un epifenómeno del externo, o
este último es un epifenómeno del interno. En un caso, el CI explica
demasiado poco (prima lo externo); y en el otro, demasiado mucho
(prima lo interno). González Casanova (1996) tendió a oscilar entre
estos posicionamientos en sus propuestas de redefinición y revisión de
la temática.16 Al mismo tiempo, si asumiésemos la hipótesis de la in-
dependencia deberíamos conceder que el CI no necesariamente ayuda
a explicar al externo, y este último no necesariamente afecta el des-
envolvimiento del primero, más allá de que se pudiesen detectar co-
rrelaciones o agregaciones entre ellos. Estaríamos ante una relación
empírica, pero no teórica entre los fenómenos (uno de tipo “macro” y
otro “micro”).
Esta limitación tiene como consecuencia una imprecisión en tor-
no al lugar que ocuparía el CI en una teoría de las regiones coloniales,
periféricas y dependientes como es el caso de América Latina. No se
puede precisar si estamos ante una dimensión que es constitutiva para
la comprensión de la posición que ocupan estas regiones o si es una
característica que podría estar o no presente sin que se altere o modi-
fique sustancialmente su lugar en el sistema social mundial. De otra
manera, el interrogante que planteamos es el de si es posible el “im-
perialismo”, el colonialismo externo y/o la dependencia más allá del
CI. Si así fuese, el único valor que tendría el concepto es el de destacar
una singularidad de nuestra región, pero no de explicar su devenir.
Por otra parte, también se vería afectado su potencial valor político
en tanto que una variación o retracción del CI no estaría directamente
asociada a una modificación de nuestra situación en el espacio social
global. En definitiva, si el CI se presenta como una temática autono-
mizada de las dinámicas externas, entonces no nos ayuda demasiado
a entender al “colonialismo global”.

UNA PROPUESTA DE REDEFINICIÓN


En el marco del diagnóstico presentado, sostendremos que la teoría
del CI podría superar esta debilidad a partir de una redefinición de su
contenido, es decir, una delimitación distinta del fenómeno al que bus-
ca referir. De esta manera, se podrán poner mejor en valor sus aportes

16 Acercándose así, curiosamente, a las teorías marxistas de la dependencia (Bam-


birra, Dos Santos, Marini, entre otros), las cuales tendían a proponer a lo interno
como un “reflejo” o “espejo” de lo externo (Beigel, 2006, pp. 297 y ss.; Giller, 2014).

340
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

para el análisis general del colonialismo y en consecuencia, para la


comprensión de nuestra región. Tal como se encuentra planteada, la
conceptualización del CI no describe un hecho social sui generis, sino
que extiende los alcances de uno ya conocido a ámbitos y espacios
que tradicionalmente le resultaban extraños. Del mismo modo que
no existe razón para restringir el análisis de las clases sociales a “so-
ciedades nacionales”, el estudio del colonialismo no debía reservarse
a las relaciones entre estados o países. Gracias a esta advertencia, el
concepto de colonialismo y el tipo de relación social que indica se
generalizan más allá de su inscripción exclusivamente internacional
(o interregional).
En este sentido, el CI no busca poner en evidencia una dimensión
del colonialismo que fuera desconocida, sino que exhibe nuevos ám-
bitos de aplicación de la teoría. En América Latina, el CI se presenta
como un vínculo de dominación entre zonas y poblaciones nacionales;
entre centros metropolitanos y zonas periféricas; y entre poblaciones
incluidas en el desarrollo nacional y otras marginalizadas y discrimi-
nadas económica, cultural y políticamente. Aunque acordemos con
la validez de estas indicaciones, lo cierto es que el análisis general del
fenómeno colonial permanece inalterado. La realidad que se describe
es cualitativamente análoga a la del “colonialismo internacional” (o
externo). Para decirlo de otra manera, el colonialismo externo e in-
terno son el mismo fenómeno pero asociados a escenarios y escalas
diferentes: fuera y dentro de los Estados-nación. De este modo, al no
impactar en la explicación general del colonialismo se obtura la com-
prensión teórica de sus relaciones. Lo externo y lo interno no delimi-
tan un mismo objeto, sino una misma relación en objetos distintos.
En esta dirección, proponemos que para avanzar en la comprensión
del vínculo entre CI y externo se tendrían que disponer a estas di-
mensiones en el nivel de teorización general del fenómeno. Es decir,
no como caracterizaciones de un mismo tipo de relación social, sino
como indicaciones de diferentes lados de esa relación. En términos
gráficos, proponemos pasar del Esquema 1 al Esquema 2.

341
Juan Pablo Gonnet

Esquema 1

Esquema 2

Mientras que en el primer gráfico el vínculo de subordinación colo-


nial es el mismo, y lo interno y lo externo se encuentran asociados
al tipo o escala de las entidades entre las cuales se ejerce; en el se-
gundo, lo interno y lo externo pasan a constituir la relación colonial
independientemente de las entidades y escalas involucradas. Aquí, el
CI sería, en términos muy elementales, el modo en que una región o
población subordinada contribuye a la conformación y reproducción
del vínculo colonial, y su peso específico en ese vínculo dependería de
la mayor o menor fuerza, y la mayor o menor consistencia con la que
se establezca el colonialismo externo. Para decirlo sencillamente, pro-
ponemos entender al CI como la producción de la colonialidad desde
abajo (“intra-colonialismo”-“auto-colonialismo”), es decir, como aquel

342
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

conjunto de acciones que, realizadas por la población de una región


subordinada, favorecen al mantenimiento y perpetuación del control
ejercido por una región dominante.17 Por su parte, el colonialismo
externo conservaría las caracterizaciones con las que usualmente se
identificó a la totalidad de este fenómeno, o sea, las acciones ejercidas
por una región o estado en aras de controlar a otra. En cualquier caso,
esta última modalidad ya no sería la única forma en la que puede en-
tenderse al colonialismo.
Adicionalmente, en el marco de esta maniobra, ganaríamos clari-
dad si distinguiésemos entre lo que podríamos denominar como colo-
nialismo “interespacial” e “intraespacial”. El interespacial se definiría
como aquel que se establece entre grupos o poblaciones que ocupan y
habitan espacios sociales separados o distanciados; y el intraespacial,
como aquel que se desenvuelve dentro de esos espacios, es decir, entre
diversos subespacios y sus mismos pobladores. Aquí lo inter y lo intra
no precisan restringir a priori un tipo de entidades concretas. Lo inte-
respacial no necesariamente debe definir a lo internacional, ni lo intra-
espacial a lo nacional. Ambas serían cristalizaciones de una distinción
más abstracta. Para el análisis sociológico de América Latina podría-
mos delimitar un colonialismo internacional para denotar la domina-
ción que se establece entre los países del centro o las regiones centrales
y nuestros países periféricos; y otro intranacional o intrarregional, para
resaltar aquellos vínculos de explotación que se tejen entre los mismos
habitantes de nuestra región, y en el contexto de sus propios países. A
esta última modalidad de colonialismo podríamos atribuirle la carac-
terización que usualmente se hizo del CI, reservando el término para

17 Este planteo se acerca a los análisis de las “situaciones de dependencia” (Cardoso


y Faletto 1977; Faletto, 1996, pp. 196 y ss.). Frente a los enfoques estructuralistas
de la teoría de la dependencia, reconocieron cierto margen de autonomía interna
que parecía fundamental para entender la relación de subordinación entre las pe-
riferias y el centro. Sin embargo, es posible que su perspectiva se focalice demasia-
do en una forma particular del ejercicio del colonialismo desde abajo asociado al
comportamiento de determinadas clases y élites nacionales con intereses, grupos
y clases externas. Se podría objetar que este vínculo favorece a un pequeño grupo
de la población, resulta en un fenómeno públicamente cuestionable y se encuentra
estructuralmente limitado por cambios externos (por ejemplo, modificaciones del
mercado mundial o en las direcciones políticas de los países centrales). Por cierto, el
problema de la dependencia resultó ser más complejo de resolver que lo presupuesto
en esos planteos. También se podría hablar del fenómeno en donde el “colonizado”
se identifica con el “colonizador” (Rouquié, 1994, pp. 19 y ss.), no obstante, tampoco
cabría subordinar el CI a esta posibilidad, quizá más característica de situaciones
pre-independentistas o de transición. De este modo, consideramos que sería nece-
sario explorar otras explicaciones del CI, al menos para interpelar la realidad social
actual de nuestra región.

343
Juan Pablo Gonnet

el fenómeno que hemos definido en el párrafo anterior. Gráficamente,


podríamos representar todo lo dicho del siguiente modo:

Esquema 3

En consecuencia, tendríamos que, tanto en el colonialismo interna-


cional como en el intranacional, la dominación y explotación espacial
de una población o segmento de ella sobre otra constituyen, igual-
mente, formas de colonialismo externo, en tanto que estamos ante una
imposición o condicionamiento desde “afuera” en ambos casos. Para
ponerlo en los términos del caso empírico analizado por González Ca-
sanova, el colonialismo ejercido por los “ladinos” sobre los indígenas
en México no dejaría de ser “externo” a pesar de su carácter “intrana-
cional”. Así, proponemos independizar lo interno y lo externo de la
caracterización espacial del colonialismo. De esta manera, el análisis
del colonialismo podrá atender a ambos lados, sea este internacional,
interregional, intrarregional o intranacional. Al mismo tiempo, se po-
drá verificar si en determinadas circunstancias el colonialismo intra-
rregional puede configurar o no un fenómeno de CI (cuestión que la
teoría daba por supuesto y/o dejaba sin explicar).18 Veamos algunos
ejemplos del fenómeno al que buscamos hacer referencia a partir del
caso de América Latina.
En el plano jurídico-político, la “importación” o “imitación” de
modelos constitucionales liberales tendieron a sancionar una realidad
desconectada de las condiciones objetivas de nuestros países. Si bien

18 La discriminación y subordinación de las poblaciones negras en Estados Unidos


o algunas regiones en las URSS serían casos en los que el colonialismo intra-regional
no se corresponde con una situación de CI.

344
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

es una práctica usual constatar distancias entre lo instituido norma-


tivamente y la realidad, en América Latina esos contrastes resultaron
mucho más exacerbados. Así, estas normas y leyes tienen un compo-
nente utópico y ritualista que no enlaza con las condiciones reales
de nuestros estados (González Casanova, 1975, pp. 16-17). De algún
modo, estas importaciones presuponen un orden social en el que no
son (ni fueron) gravitantes las jerarquías regionales globales, por lo
que tienden a favorecer y a legitimar el statu quo. En el ámbito de
la economía, podemos mencionar el tipo de desarrollo imitativo de
industrialización y consumo que presupuso el modelo de “sustitución
de importaciones” con los altos costos que esto significó para los es-
tados de la región. Por su parte, en el campo científico, también es
posible hablar de CI cuando la participación de los científicos loca-
les en una comunidad autonomizada y global, contribuye a ocultar la
realidad de una estructuración regional; o cuando, por la misma ra-
zón, resulta viable el traslado automático y acrítico a América Latina
de teorías sociales producidas en regiones centrales (Faletto, 1996, p.
193). El problema de la desigualdad de clases también puede ser en-
tendido desde la óptica del CI. Al hacer de ellas el principal horizonte
de estratificación social, se puede obturar el problema de la domina-
ción regional. En una dirección similar, es posible que los procesos de
desarrollo nacional que disminuyen las desigualdades dentro de los
países colonizados, en sus metrópolis y entre algunos sectores de sus
clases medias, tiendan a incrementar el CI al desarticular y mediar la
experiencia del colonialismo. Otro ejemplo de CI, en el plano intrana-
cional sería el representado por aquella situación en la que algunos
miembros de las comunidades indígenas colonizadas logran integrar-
se a la sociedad colonizada participando así de la cultura, la políti-
ca y el sistema económico nacional, desconociendo y rechazando la
existencia del colonialismo sobre su comunidad (González casanova,
1963). Es decir, se trastoca la experiencia estructural del colonialismo
y favorece su consolidación desde abajo, o sea, por los mismos miem-
bros de esos grupos.19
En definitiva, observamos mayormente al CI como un fenómeno
asociado, principalmente, a la “simulación”20 de una situación en la

19 “Los indios ladinizados o cholos (es decir, los asimilados en su versión mesoame-
ricana o peruana) dicen del bienhechor que les enseñó el español y las costumbres
civilizadas que nos hizo gente” (Rouquié, 1994, p. 82).
20 Concepto que usa González Casanova (2016) en un pequeño artículo sobre la
participación política y que en este contexto nos parece significativo retomar. “En-
focado originalmente como “simulación política” —simulación de derechos, ciu-
dadanía, democracia—, este es un fenómeno bastante contradictorio, relacionado
con los valores de la sociedad moderna; con la “ciudadanía ideal”. Dos funciones

345
Juan Pablo Gonnet

que las desigualdades regionales no condicionan el funcionamiento


del orden social. Evidentemente, el CI no debiera restringirse a esta
posibilidad, pero sí puede constituir una forma característica y pre-
valeciente del fenómeno en América Latina, sobretodo, luego de los
procesos de independencia21 y sus posteriores “giros modernizadores”
(Domingues, 2009, pp. 14 y ss.). Aquí entendemos al CI como un pro-
ceso de simulación de la ausencia (o invisibilización) de una estructu-
ración regional jerarquizada, sea esta actual, pasada o futura, que con-
tribuye a la reproducción de la situación de subordinación regional.22
Por ejemplo, por medio de una autonomía nacional consolidada, de
una democracia liberal, de una división internacional del trabajo y
diferenciación funcional global no mediada por desigualdades regio-
nales, de la construcción de lo céntrico como sociedades avanzadas y
con méritos propios, de la atribución de las desigualdades regionales
a diferenciaciones culturales o de trayectorias modernizadoras, entre
otras. Estas simulaciones son producidas a través de múltiples “ritua-
lizaciones”, “prácticas” y “simbolizaciones” cuyo estudio deberá ser
materia de investigación empírica.

CONCLUSIÓN
En un contexto global en el que no dejan de tener gravitación las
desigualdades entre estados y regiones, los fenómenos del “colonia-
lismo” y la dependencia mantienen una vigencia que difícilmente
pueda ser discutida. Sin embargo, poco a poco se han transformado
en presupuestos del análisis sociológico más que en hechos a ser

principales parecen estar conectadas con la simulación política: una de ellas es una
función programática, aspiracional, de “ciudadanía ideal”; la otra es una función
simbólica, ritual, en la que tanto los ciudadanos como los funcionarios proceden
como si estuviesen actuando en una forma democrática, “como si fueran ciudada-
nos”, aunque de hecho haya una distancia considerable entre lo que dicen y hacen.
Un problema general de distancia política parece característico de la simulación:
“la distancia de la élite” frente al hombre común: distancia entre la expresión pú-
blica y privada de las ideas; entre las sedicentes, información, influencia, etcéte-
ra, y las condiciones personales o sociales reales. Como carencia de participación
efectiva, la simulación también parece estar relacionada con la violencia; lo mismo
ocurre con los actos primitivos de anti-simulación, las “vejaciones”. De cualquier
manera, este es un tema importante que hay que estudiar, en sus funciones públi-
cas utópicas, ensoñadoras, morales, de teatralidad, de engaño, para ver cuándo
prevalece una de estas funciones, y en qué forma cambia, aumenta o desaparece la
simulación” (p. 159).
21 Momento en el que también se habría consolidado el colonialismo intra-nacional
e intra-regional en nuestra región.
22 Cabría preguntarse si el colonialismo externo no encuentra en esto su forma más
efectiva de control.

346
Una propuesta de reconceptualización del “colonialismo interno”

explicados. Este ha sido el caso con la cuestión del colonialismo, la


cual se ha convertido no solo en una palabra comodín para el abor-
daje de los más diversos fenómenos de nuestra región, sino que sus
usos también suelen desconocer o prescindir de los aportes que en
torno a ella han hecho algunos de los científicos más destacados de
nuestra región. En este trabajo hemos buscado avanzar, al menos
preliminarmente en esta dirección, a partir de una revisión crítica
del concepto de CI.
Tal como lo hemos entendido, el CI delimita la producción del
vínculo de subordinación colonial “desde abajo”. Gracias a esta redefi-
nición, se logra sortear el problema de su relación con el colonialismo
externo ya que ambos son constitutivos de la estructuración colonial.
En este sentido, sostuvimos que resultaban más productivas las in-
dicaciones de “inter” o “intra” para delimitar los ámbitos o espacios
de ejercicio del colonialismo, dejando lo interno y lo externo para la
conceptualización general del colonialismo. De este modo, se resuelve
el problema de la relación entre lo interno y lo externo en los vínculos
coloniales interregionales, al mismo tiempo que se habilita el análisis
de los procesos de colonialismo intranacional o intrarregional (fenó-
meno que constituyó el interés central de González Casanova y de
todos/as aquellos que se interesaron en el CI). Al deslindar el concepto
de CI del colonialismo intrarregional o intranacional, ganamos una
categoría para abordar a todo un conjunto de fenómenos asociados a
la producción del colonialismo desde el lado de las regiones domina-
das, los cuales pueden echar luz acerca de la pervivencia de las des-
igualdades regionales en una sociedad mundial que opera más allá de
las relaciones jerárquicas entre países o regiones pero que, pese a ello,
convive con ellas sin mayores dificultades.

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350
LOS SISTEMAS TRIBUTARIOS EN AMÉRICA
LATINA: UNA PROPUESTA ANALÍTICA
DESDE LA SOCIOLOGÍA FISCAL

Alice Soares Guimarães

INTRODUCCIÓN
El objetivo de este artículo es avanzar una propuesta analítica para el
estudio de los sistemas tributarios latinoamericanos, desde una pers-
pectiva sociológica. Los análisis sobre las finanzas públicas usualmen-
te privilegian enfoques económicos o políticos, pero en las últimas
décadas vienen ganando espacio reflexiones desde la sociología fiscal.1
Estas reflexiones parten de la noción de que una serie de factores so-
ciales influyen en la fiscalidad de un país, y buscan comprender cómo
las interacciones sociales y los contextos institucionales e históricos
que vinculan al Estado y la sociedad influyen en las políticas fiscales
(Campbell, 1993). Si bien las características de los sistemas tributa-
rios están relacionadas con las estructuras económicas y políticas de
un país, estas también reflejan las relaciones entre el Estado y los dife-
rentes grupos de la sociedad. Por tanto, para un abordaje exhaustivo
de la tributación, es fundamental explorar las relaciones sociales que

1 La propuesta de una sociología fiscal surge a finales de la década de diez, ini-


cialmente en los trabajos de Rudolf Goldscheid y Joseph Schumpeter, pero solo en
las últimas décadas viene ganando más espacio y se consolida la “nueva sociología
fiscal”. Para una revisión de la sociología fiscal, tanto clásica como contemporánea,
ver Martin, Mehrotra y Prasad (2009).

351
Alice Soares Guimarães

sostienen y son creadas por los diferentes arreglos fiscales (Atria et al.,
2019).
Reconocer la centralidad de las relaciones entre Estado y socie-
dad en la conformación de los sistemas tributarios implica, a mi ver,
que los agentes involucrados en estas relaciones deben estar en el cen-
tro del análisis sociológico de la tributación. Consiguientemente, mi
principal objetivo en el presente texto es desarrollar una “cartografía”
de los agentes, que sirva como guía para trabajos empíricos futuros.
Asimismo, busco establecer algunos ejes para el estudio de tales agen-
tes, así como de la relación fiscal entre Estado y sociedad. Finalmente,
sugiero algunas estrategias metodológicas para operacionalizar las
reflexiones sociológicas sobre la tributación.
En lo que se refiere a los ejes de análisis, para cada caso concreto
es necesario explorar los intereses, las percepciones y las preferencias
tributarias de los agentes. Tales aspectos no deben darse por sentados.
Es necesario investigar los procesos por los cuales los agentes recono-
cen sus intereses y toman decisiones, en los que la dimensión inter-
subjetiva y las ideas, normas y valores son elementos fundamentales.
Lejos de constituir elecciones racionales resultantes de cálculos es-
tratégicos de costo-beneficio/medios-fines, las preferencias tributarias
de los agentes reflejan percepciones societales sobre la tributación, las
cuales se construyen en el contexto de las relaciones sociales en que
están involucrados. Como argumentaré, identificar estas percepciones
y los procesos sociales mediante los cuales estas se instituyen debe ser
un objetivo fundamental de los análisis sociológicos de la tributación.
El segundo eje de análisis que propongo nos traslada desde la
percepción hacia la acción de los agentes. En esta dimensión, es ne-
cesario identificar las diferentes estrategias adoptadas para influir en
las políticas tributarias y los factores que contribuyen a su mayor o
menor éxito. Aquí, la estructura de oportunidades políticas y los re-
cursos que los diferentes agentes logran movilizar son los aspectos
fundamentales por considerar. Así, si bien mi propuesta se centra en
los agentes, los interpela en el marco de los contextos estructurales
más amplios en los que operan.
Finalmente, defiendo que una reflexión sociológica sobre la tribu-
tación debe adoptar un enfoque trans y multiescalar. Aunque el siste-
ma tributario es, en teoría, una política soberana de cada Estado, en
la actual fase de la modernidad, marcada por la intensificación de la
globalización, la financiarización del capital, y los procesos de inte-
gración regional y de descentralización política, es fundamental con-
siderar no solo agentes y dinámicas nacionales sino también transna-
cionales, regionales y subnacionales.

352
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

Los sistemas tributarios, cuando están orientados por principios


de justicia, pueden constituir una herramienta privilegiada para la re-
distribución de la riqueza, la reducción de las desigualdades y la pro-
moción del desarrollo. Sin embargo, en los países latinoamericanos
este no es el caso: tales sistemas son marcadamente regresivos, por lo
que no contribuyen a reducir desigualdades, sino más bien las reite-
ran.2 Comprender las dinámicas sociales por detrás de la constitución
de estos sistemas, centrándonos en los agentes que en ellas partici-
pan, es un primer paso en la tarea pendiente de reformar nuestros
sistemas tributarios para que cumplan funciones tanto financiadoras
como redistributivas. Esta, espero, sea la principal contribución de la
propuesta de análisis que aquí presento.

LA FORMULACIÓN DE LAS POLÍTICAS TRIBUTARIAS:


EL ROL DE LAS ÉLITES ESTATALES
Un agente central en la formulación de los sistemas tributarios son
las élites políticas.3 En ese proceso, tal como en la definición de cual-
quier política pública, las ideas, normas y valores juegan un papel
central. Es decir, la definición de las políticas públicas va más allá de
consideraciones técnicas e imperativos económicos, políticos y socia-
les. Su formulación implica también una dimensión cognitiva e inter-
pretaciones colectivas sobre la realidad social. Como indica Campbell
(2002), es el comportamiento impulsado por ideas, y no por interés
propio, el que determina la formulación de políticas.
Dado el papel central de las ideas, las normas y los valores en la
formulación de políticas públicas, es fundamental indagar en qué me-
dida la ideología política de la clase dirigente influye en el carácter de
estos sistemas. Para muchos autores, las ideologías partidarias, prin-
cipalmente sus creencias sobre el propósito del Estado, moldearían
las preferencias tributarias de las élites políticas. Los gobiernos de
izquierda considerarían al Estado como un actor central en la produc-
ción de bienestar, defendiendo una fuerte inversión en la provisión de
bienes y servicios públicos y en gastos sociales. Para financiar tales
políticas, buscarían aumentar sus ingresos fiscales, favoreciendo ni-
veles impositivos altos. En contraposición, los gobiernos de derecha

2 A pesar de las particularidades existentes, en general, “los sistemas tributarios


en América Latina se caracterizan por una baja recaudación, una mayor incidencia
de impuestos y mecanismos regresivos, poca redistribución y un bajo cumplimiento”
(Atria et al., 2019, p. 139).
3 Utilizo la noción de élites políticas de modo amplio, tal como definidas por Rojas
(2019, pp. 55-56) como “quienes toman decisiones que afectan al conjunto de la So-
ciedad”.

353
Alice Soares Guimarães

favorecerían un Estado mínimo, con niveles más bajos de gastos en


políticas de bienestar y una mayor reducción de la carga fiscal, para
promover la empresa privada y estimular el crecimiento económico
(Campbell, 1993, p. 170; Hart, 2010, p. 310).
Asimismo, la igualdad social sería un valor crucial en la ideolo-
gía de la izquierda, por lo que favorecerían sistemas tributarios pro-
gresivos que contribuirían a la redistribución de la riqueza y de los
ingresos y, por lo tanto, a la reducción de las desigualdades sociales.
Mientras tanto, las élites políticas de derecha serían portadoras de
una ideología individualista y “meritocrática” sobre la distribución de
la riqueza y otros recursos en la comunidad política, y privilegiarían
el crecimiento económico sobre la equidad, por lo que favorecerían
impuestos “neutrales” y sistemas tributarios regresivos.
En suma, el argumento convencional es que la ideología de las éli-
tes políticas gobernantes es una variable relevante a la hora de definir
los intereses y preferencias de los Estados y explicar “los resultados
divergentes de las políticas tributarias” (Fairfield, 2015, p. 272). Los
diferentes grupos de las élites políticas distribuirán la carga tributaria
“de una manera ideológicamente consistente” (Hart, 2010, p. 314).
Otros estudios, sin embargo, sugieren que la ideología partidaria
de la clase dirigente tendría poco efecto sobre los sistemas tributarios.
La experiencia reciente en América Latina corrobora esta posición.
Diferentes estudios de caso reiteran que hay una notable continuidad
en las agendas tributarias en todo el abanico ideológico de las élites
políticas, con considerables similitudes entre los sistemas tributarios
bajo gobiernos de izquierda, centro o derecha. Es decir, las diferencias
ideológicas en cuestiones de política fiscal son menos marcadas de lo
que plantean algunos autores (Fairfield, 2015; Castañeda, 2016). En
este sentido, es ilustrativo que no hubo reformas significativas bajo los
gobiernos izquierdistas de la “marea rosada”, orientadas a implemen-
tar sistemas tributarios más progresivos.4 Es más, el análisis del con-
texto latinoamericano no solo refuta el supuesto de que los gobiernos
de izquierda implementarían sistemas más progresivos y recaudarían
niveles más altos de impuestos, sino que nos presenta casos en los que
sucedió lo opuesto.5

4 En términos de política fiscal, la diferencia entre partidos de izquierda y derecha


se nota más en el lado de los gastos públicos que en el de la colecta de recursos me-
diante impuestos.
5 Hart (2010), por ejemplo, demuestra que la hipótesis de una relación entre ide-
ología partidaria y niveles de recaudación se ha revertido en América del Sur, donde
la izquierda intervencionista recauda menos ingresos fiscales que la derecha promer-
cado. Asimismo, bajo los gobiernos de la izquierda no hubo reformas progresivas,
mientras bajo la derecha conservadora, sí las hubo. Fairfield, por ejemplo, llama la

354
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

En resumen, si bien las élites políticas son, innegablemente, acto-


res centrales en la definición de las políticas fiscales, para comprender
como ellas constituyen sus preferencias tributarias hay que mirar más
allá de las ideologías partidarias. Como afirma Rojas (2019), la acción
de las élites políticas debe ser comprendida en el contexto de las rela-
ciones sociales en las que se desenvuelven. Para cada caso empírico,
es fundamental explorar sus interacciones con una serie de otros ac-
tores en diferentes escalas.
Aun en el ámbito de los formuladores de políticas públicas, otro
agente central son las élites tecnocráticas. Las políticas tributarias son
una de estas áreas que el pensamiento dominante cree como “apolí-
tica”: las decisiones serían tomadas únicamente basadas en criterios
técnicos, definidos por un conocimiento objetivo donde normas, valo-
res, visiones de mundo y percepciones sobre el fin último de una co-
munidad política no tendrían cabida. Como resultado, el dibujo de los
sistemas tributarios es el imperio de funcionarios públicos expertos
en el tema, entrenados en la última sabiduría económica en el área de
las finanzas públicas. Como discutiré en la próxima sección, la parti-
cipación de élites tecnocráticas locales en una comunidad epistémica
global explica, en gran medida, la similitud de las agendas tributarias
de élites políticas con ideologías desemejantes.
Metodológicamente, tanto para el análisis de las élites políticas
como de las tecnocráticas, dos estrategias fecundas son seleccionar
personajes clave en el proceso de toma de decisiones; mirar sus tra-
yectorias políticas, educacionales y laborales; e identificar las redes
sociales en que se encuentran insertos. Tales trayectorias y redes nos
permiten identificar los contextos específicos de socialización de tales
agentes, constituyendo indicadores relevantes de las ideas, normas y
valores compartidos que informan sus percepciones, intereses y estra-
tegias en una serie de cuestiones, incluyendo la fiscalidad.6 Además,

atención a dos casos, Bolivia y Chile, que contradicen la noción de que la ideología
partidaria determinaría la direccionalidad de las reformas tributarias. En Bolivia,
durante el gobierno de izquierda del Movimiento al Socialismo, no hubo una re-
forma fiscal en una dirección progresiva, mientras bajo la derecha en Chile sí lo
hubo. Como indica la autora, “cabría esperar que un gobierno de izquierda con un
programa de desarrollo heterodoxo promoviera la tributación progresiva como her-
ramienta redistributiva, pero los impuestos sobre la renta y la riqueza no formaban
parte de la agenda del presidente Morales (2006-2019) en Bolivia. Mientras tanto,
el ascenso de la coalición de derecha de Chile a la presidencia generó expectativas
de una continua ausencia de reforma tributaria directa. Sin embargo, el presidente
Piñera (2010-2013) legisló el mayor aumento de impuestos corporativos de Chile
desde 1990” (Fairfield, 2015, p. 260).
6 Para ejemplos de diferentes usos de estas estrategias en países de la región, ver
Santana (2012), Rojas (2019) y González Bustamante (2013), entre otros.

355
Alice Soares Guimarães

el análisis de las redes de actores nos posibilitaría identificar agentes


que se ubican simultáneamente en diferentes campos elitarios, algo
muy usual en los países latinoamericanos, adoptando así un enfoque
“multi-posicional” que posibilite articular el análisis de las diferentes
élites (González Bustamante, 2013, p. 20).

LAS INSTITUCIONES FINANCIERAS INTERNACIONALES Y LA


COMUNIDAD EPISTÉMICA GLOBAL
Desde finales de los ochenta, en contextos marcados por crisis fisca-
les, la mayor parte de los países en desarrollo reformó sus sistemas
tributarios. A pesar de algunas particularidades, la direccionalidad y
los elementos centrales de estas reformas han sido extremamente si-
milares. Como indican Fjeldstad y Moore (2008, p. 235), en las últimas
décadas “la mayoría de los gobiernos han participado en un proceso
genuinamente global de reforma tributaria”.
El principal objetivo de la agenda global de reformas tributarias
era aumentar los ingresos tributarios para financiar el gasto público,
reducir el déficit presupuestario y la deuda pública, e incentivar el
crecimiento económico (Toye, 2000; Stewart y Jogarajan, 2004, p. 153;
Mabugu y Simbanegavi, 2015, p. ii3). Para esto, se basó en tres pilares:
la introducción de impuestos al consumo (IVA); la simplificación de
la estructura impositiva; y el fortalecimiento de las administraciones
tributarias (Fjeldstad y Rakner, 2003, p. 4; Fjeldstad y Moore, 2008,
p. 236). Para comprender la marcada similitud de estas reformas en
países que, en una primera mirada, tendrían intereses y preferencias
distintas, es fundamental discutir el papel de los actores transnacio-
nales. Los principales promotores de la agenda global fueron las Insti-
tuciones Financieras Internacionales (IFI), destacando el Fondo Mo-
netario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).7 La influencia
ejercida por tales instituciones ocurre predominantemente mediante
dos canales: las condicionalidades impuestas por los Programas de
Ajuste Estructural (PAE); y la producción y difusión de conocimiento.
Gran parte de los análisis sobre la influencia de las IFI resalta
su carácter coercitivo. Las reformas tributarias serían “parte de los
programas de ajuste estructural más amplios y se incorporaron en los
acuerdos de reestructuración económica con las instituciones finan-
cieras internacionales” (Fjeldstad y Rakner, 2003, p. 4).8 Casi todos los

7 Sobre la prominencia del FMI en la promoción de la agenda global de reforma


tributaria, ver Fjeldstad y Moore (2008), Stewart y Jogarajan (2004) y Stewart (2009),
entre otros.
8 El trabajo de Stewart y Jogarajan (2004) demuestra que las reformas fiscales fue-
ron condiciones establecidas en las “cartas de intención” formuladas por los países

356
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

PAE implementados incluían reformas del sistema tributario en sus


principales objetivos y condicionalidades (World Bank, 1991; Burgess
y Stern, 1993, p. 767). Como resultado, habrían sido impuestas en las
agendas políticas de los países en desarrollo. En América Latina, las
IFI habrían desempeñado un papel crucial en el diseño de las refor-
mas fiscales, por lo que los sistemas tributarios vigentes reflejarían
“fuertemente los planes de estas organizaciones externas, que no es-
tán necesariamente en línea con las preferencias de sus sociedades
democráticas” (Profeta y Scabrosetti, 2010, p. 89).
La noción de que las reformas tributarias fueron simplemente
impuestas por las IFI a los países en desarrollo nos presenta una vi-
sión extremamente parcial del papel desempeñado por ellas. Si bien
existe una conexión entre la realización de reformas y las condiciones
de desempeño establecidas en el contexto de préstamos otorgados por
las IFI a los países en desarrollo, la diseminación de la reforma tri-
butaria global no fue solo resultado del “músculo” coercitivo de estas
instituciones (Fjeldstad y Moore, 2008, p. 238).9
Las IFI son unas de las principales fuentes de producción y di-
fusión de conocimiento e ideas sobre cuestiones fiscales, desempe-
ñando un liderazgo intelectual en las reflexiones sobre el tema. Como
resultado, han influido no solo en las prácticas sino también en los
discursos teóricos y las investigaciones empíricas sobre las cuestiones
tributarias en los países en desarrollo (Fjeldstad y Moore, 2008, p.
238; Mabugu y Simbanegavi, 2015, p. ii5).10
En el caso del FMI, una de las principales vías de difusión de
ideas es la asistencia técnica prestada a los países miembros, que
abarca “consejos” sobre mejores prácticas y políticas, y la formación
de cuadros locales (Steward y Jogarajan, 2004, p. 161). Sus activida-
des de recolección, análisis y publicación de datos, en informes y do-
cumentos de investigación ampliamente difundidos, complementan

en el contexto de los préstamos del FMI. Con base en el análisis de 490 cartas de 95
países, las autoras encuentran que 470 hacen referencia a reformas tributarias.
9 Cabe notar que, al parecer, las condicionalidades tributarias establecidas por las
IFI no fueron efectivamente impuestas. En su análisis de las cartas de intenciones al
FMI de diversos países, Stewart y Jogarajan (2004, p. 160) encuentran que muchos
de los criterios tributarios no se cumplen, volviendo a ser referidos en cartas poste-
riores. Asimismo, muchas de las reformas tributarias propuestas no se incluyen en
los criterios de desempeño.
10 Tanto el FMI como el BM se dedican intensamente a la investigación y publica-
ción sobre temas tributarios, con una producción voluminosa que es ampliamen-
te leída y citada. Además, son la principal fuente de datos tributarios de los países
miembros. Los recursos humanos y financieros dedicados por el BM y el FMI a la
investigación eclipsan a los de cualquier departamento universitario o institución de
investigación (Stern y Ferreira, 1997, p. 585).

357
Alice Soares Guimarães

la asistencia técnica en la transmisión de ideas (Chwieroth, 2007, p.


21). El BM también ejerce un papel de liderazgo intelectual al produ-
cir investigaciones, publicar análisis económicos y revistas académi-
cas, organizar conferencias y producir y difundir datos tributarios.
Esta producción intelectual se disemina en sus interacciones con ac-
tores externos, principalmente los formuladores de políticas públicas
de diferentes países. Además, el BM ha estado involucrado en el en-
trenamiento de funcionarios estatales y otros actores públicos (Stern
y Ferreira, 1997).11
Así, las IFI contribuyen sustancialmente a la producción de un
discurso “científico” sobre temas tributarios, desempeñando un papel
central en la definición del contenido y de la direccionalidad de las
reformas en los países en desarrollo (Steward y Jogarajan, 2004, p.
147). Mientras la narrativa dominante dice que la influencia de las IFI
resulta fundamentalmente de la presión ejercida en el contexto de los
PAE, un análisis más detallado demuestra que tal influencia se extien-
de más allá de la simple coerción.
El énfasis en la coerción pasa por alto la agencia de las élites
políticas y tecnocráticas en los países en desarrollo, y desconoce el
elemento de la legitimidad. Las ideas solo son influyentes si se consi-
deran legítimas. Las recomendaciones de políticas tributarias hechas
por las IFI, por ejemplo, no habrían influido en las decisiones de los
diferentes países si ellos no reconocieran su aptitud en promover “po-
líticas sólidas” (Moschella, 2009, p. 860). Por tanto, para comprender
el papel de las IFI en la constitución de los sistemas tributarios es ne-
cesaria una “visión más amplia y fundamentada sociológicamente” de
tales instituciones como agentes de persuasión y socialización, como
divulgadores de ideas y “conocimiento sobre lo que constituye una po-
lítica ‘apropiada’ en un contexto dado” (Chwieroth, 2007, pp. 6-7, 22).
Además, es fundamental considerar que los actores locales tam-
bién han contribuido a la construcción y difusión de la agenda global
de reformas a través de su participación en “una comunidad epistémi-
ca cada vez más organizada de profesionales tributarios” (Fjeldstad y
Moore, 2008, p. 240). En las sociedades contemporáneas asistimos a
una creciente complejidad de los contextos en los cuales los agentes
toman decisiones políticas, lo que genera incertidumbre. Los agen-
tes no están seguros de sus objetivos y de cómo alcanzarlos, y son
incapaces de deducir fácilmente sus preferencias y opciones (Haas,
2001). Como resultado, crecientemente las estrategias políticas son

11 Como indica Chwieroth (2007, p. 10): “Una extensa literatura sugiere que la for-
mación profesional (…) puede actuar como un poderoso mecanismo de socialización
y, a menudo, sirve como una fuente crítica de las ideas económicas de un individuo”.

358
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

consecuencia de las interpretaciones y recomendaciones proporcio-


nadas por actores “expertos” en una temática, que se legitiman como
detentores de un conocimiento objetivo y científico. En este proceso
se destacan las comunidades epistémicas: redes de expertos, a menudo
transnacionales, con un reclamo autoritativo al conocimiento relevan-
te para las políticas en una determinada área (Haas, 1992).12 Como
indica Haas (2001, p. 11.579):

Las comunidades epistémicas son actores importantes, responsables por


desarrollar y hacer circular ideas causales y algunas creencias normativas
asociadas y, por lo tanto, ayudando a crear intereses y preferencias esta-
tales, a identificar participantes legítimos en el proceso de formulación de
políticas e influyendo en la forma de los resultados negociados al moldear
como se resolverán los conflictos de interés. La atención a las comunida-
des epistémicas proporciona una manera de comprender la agencia en la
política.

El ímpetu político e intelectual requerido para la reforma tributaria


no proviene únicamente de las IFI sino también de las interacciones
entre los miembros de una comunidad epistémica global que incluye,
además de los empleados de estas instituciones, a los miembros de las
administraciones tributarias nacionales, investigadores, economis-
tas, contables y abogados tributarios, entre otros (Fjeldstad y Moore,
2008, pp. 239-240). Las élites tecnocráticas e intelectuales nacionales
y regionales, mediante su participación en tal comunidad epistémica,
también han sido agentes centrales en la legitimación de la agenda
global de reforma tributaria y desempeñaron un papel activo —y no
solo pasivo— en la producción de las ideas que informan tal agenda.
En suma, las IFI y la comunidad epistémica global en el área fis-
cal fueron agentes centrales en la producción de un discurso consoli-
dado y un “consenso notable”, que proporcionó un mapa cognitivo a
través del cual diferentes actores interpretan el tema tributario.13 Pero
la forma, canales y grados de esta influencia varían de país a país. Por
un lado, las “recetas” globales son “traducidas” a contextos sociales
específicos y reinterpretadas por los miembros locales de la comu-

12 El concepto de comunidad epistémica surge en los análisis constructivistas que


resaltan la agencia en el desarrollo de políticas públicas, buscando comprender los
“actores asociados con la formulación de ideas, y las circunstancias, recursos y me-
canismos mediante los cuales se desarrollan nuevas ideas o doctrinas políticas y se
introducido en el proceso político” (Haas, 2001, p. 11.578).
13 Tal consenso se da en el marco del “resurgimiento neoclásico”, el declive del
keynesianismo y la transformación de las estrategias de desarrollo. En tal contexto,
se produjeron cambios significativos en los discursos sobre las reformas tributarias.
Para un análisis detallado de estos procesos ver Steward (2009).

359
Alice Soares Guimarães

nidad epistémica tributaria. Por otro lado, este proceso de recontex-


tualización no depende solamente de las élites estatales, reflejando
también las preferencias, intereses y estrategias de otros agentes con
los que interactúan. Finalmente, tal consenso no es total, surgiendo
críticas a diferentes aspectos de la agenda global.14 Es necesario, por
tanto, explorar el papel concreto desempeñado por estos agentes, en
cada contexto y en diferentes períodos, en la constitución de sistemas
tributarios específicos.
Metodológicamente, el análisis del discurso, mediante la revisión
documental (tanto burocrática como académica), nos posibilita el ac-
ceso a las diferentes ideas tributarias que han sido promocionadas a
lo largo del tiempo. Además, nos permite reconstruir los procesos de
consolidación, difusión y cambio en los regímenes de verdad sobre la
tributación en diferentes contextos. Adicionalmente, la ya menciona-
da estrategia de identificar las trayectorias y redes de personajes clave
resulta un buen indicador de los contextos de socialización de tales
agentes y, por tanto, de las ideas, normas y valores que portan.

GRUPOS DE INTERÉS Y LAS LUCHAS TRIBUTARIAS


Otro determinante central de la tributación es el poder de las clases
sociales y otros grupos de interés (Campbell, 1993, p. 168). Desde sus
inicios la sociología fiscal planteó la centralidad de las “luchas tribu-
tarias” en el desarrollo de las instituciones fiscales.15 La definición de
las políticas fiscales involucra una “pelea por la torta tributaria”, en
la que “se puede ver la correlación de fuerzas que existen entre las
clases en una sociedad, pues cada una lucha para que otra se quede
con parte de lo que sería su carga fiscal” (Oliveira, 2015, p. 6). En esta
pelea, usualmente ganan los que detentan el poder económico y polí-
tico. Como explica Campbell (1993, pp. 173-174), “los grupos tienen
diferentes niveles de tolerancia fiscal e intereses en diferentes formas
de tributación (progresiva o regresiva). Por lo tanto, el equilibrio de
poder entre estos grupos influirá en cómo las élites políticas elaboran
las políticas tributarias”. Es decir, “la distribución de la carga fiscal
refleja la distribución del poder entre los grupos sociales y la variación
en sus preferencias políticas” (Castañeda, 2016, p. 3).

14 Por ejemplo, la introducción de impuestos indirectos al consumo, como el IVA,


ha sido ampliamente criticada por su carácter regresivo, no diferenciando entre con-
tribuyentes según su capacidad de pago, y teniendo mayor impacto sobre los sectores
de menores ingresos.
15 Según Goldscheid ([1925] 1958), las luchas tributarias serían la forma más anti-
gua de lucha de clase.

360
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

Análisis más recientes también resaltan la necesidad de explo-


rar el papel de los diferentes grupos de interés en la definición de los
sistemas tributarios, mediante la participación en “los procesos de
negociación y difusión de ideas de política fiscal” (Atria et al., 2019,
p. 144). Para esto, es necesario indagar sobre el poder relativo de es-
tos grupos, sus intereses y preferencias tributarias, las estrategias que
adoptan para influir en la formulación de políticas y los factores que
condicionan su éxito.
Entre los grupos de interés se destacan las élites económicas. Sin
embargo, estas no deben ser tratadas como un grupo homogéneo.
Tanto en lo que se refiere a sus intereses, percepciones y preferencias
tributarias, como a las estrategias que adoptan para ejercer influencia
política, encontramos una amplia gama de variaciones. A partir de
adoptar una perspectiva pluralista sobre las élites, argumento que es
necesario explorar a las élites económicas en su multiplicidad, y con-
siderar las colaboraciones y competiciones que ocurren entre ellas.
En lo que se refiere a los intereses y preferencias tributarias de
las élites económicas, estas varían en el tiempo y el espacio. Aspectos
estructurales influyen en la formación de preferencias, por ejemplo, el
sector de la economía a que se dedican y/o el tipo de mercado a que
se orientan (interno o externo), entre otros. Pero, como discutiré más
adelante, las percepciones societales de tales agentes sobre la tributa-
ción y sobre el fin último de la comunidad política también moldean
las preferencias de las élites económicas. Por lo tanto, es necesario un
análisis detallado en cada contexto de estudio, que tome en cuenta
tanto los aspectos subjetivos como los objetivos que condicionan la
formación de los intereses y preferencias.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta al pensar la relación
entre el Estado y las élites económicas, así como el impacto de estas
relaciones en el sistema tributario, es la ubicación de tales agentes.
Las “luchas tributarias” muchas veces no se manifiestan como compe-
ticiones entre diferentes clases, sino como luchas entre sectores de la
élite situados en diferentes niveles. En este sentido, el análisis socio-
lógico de la tributación debe adoptar un enfoque trans y multiescalar.
Muchos países de América Latina no han logrado consolidar
un “pacto fiscal” entre los gobiernos centrales y los demás niveles de
gobierno, lo que se refleja en sistemas tributarios más o menos des-
centralizados.16 El grado de descentralización fiscal tiene un efecto
fundamental en las preferencias, intereses y comportamientos de las
élites económicas que operan en diferentes escalas al interior de un

16 Para una revisión sintética del debate sobre descentralización fiscal, ver Guima-
rães y Chilenga (2018).

361
Alice Soares Guimarães

país. Así, para pensar la relación entre el Estado y las élites económi-
cas hay que identificar las variaciones que existen entre los niveles de
gobierno (central, departamental, municipal) y de acción de las élites
(locales, regionales, nacionales). Asimismo, en diversos países asis-
timos a dinámicas cambiantes de acercamiento y de conflicto entre
élites económicas que actúan en diferentes niveles del Estado.17 Por lo
tanto, es necesario tener en cuenta los conflictos y las negociaciones
entre las élites nacionales y subnacionales (regionales o locales), así
como las correlaciones de fuerza entre ellas, es decir, las luchas tribu-
tarias intra-élite.
También es fundamental discutir el papel de las élites económicas
globales. Como resultado de cambios tecnológicos y los procesos de
liberalización y financiarización ocurridos desde los años setenta, la
fase actual del capitalismo se caracteriza por un alto grado de movili-
dad del capital. Esto genera nuevos desafíos a las políticas tributarias,
y confiere a su dimensión internacional relevancia central: actualmen-
te, las “luchas tributarias” se han transnacionalizado.
El aumento de la internacionalización de la economía volvió a
los estados vulnerables a la competencia tributaria internacional. Dado
que las empresas transnacionales pueden elegir más fácilmente donde
operar y, por tanto, tributar según las condiciones fiscales ofertadas,
logran presionar a los gobiernos para que el sistema tributario refleje
sus intereses y preferencias. Como resultado muchos gobiernos, espe-
cialmente en los países en desarrollo, se lanzaron a una competencia
fiscal para atraer inversiones extranjeras directas, adoptando exen-
ciones o reduciendo las tasas impositivas a ganancias corporativas
(Christensen et al., 2005, p. 69). La actual fase del capitalismo también
se caracteriza por el crecimiento exponencial de la industria global de
evasión fiscal. La mayor movilidad del capital facilita a que las élites
económicas (tanto nacionales como transnacionales) evadan la tribu-
tación mediante diferentes estrategias, tal como utilizan los paraísos
fiscales.
Para muchos países el efecto combinado de la competencia tri-
butaria y la evasión fiscal fue una reducción neta de recursos. En res-
puesta a las crecientes presiones fiscales, los gobiernos cada vez más

17 Un caso paradigmático es Bolivia, donde tales dinámicas llevaron a la separación


del empresariado cruceño de la organización matriz del empresariado nacional, y a
demandas de autonomía regional. Sobre las élites económicas bolivianas ver Rojas
(2019, Cap. 4). En algunos países también se observan conflictos entre élites econó-
micas “tradicionales” y “emergentes”. Ver Icefi (2015) para diferentes estudios de
casos centroamericanos.

362
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

han recurrido a trasladar la carga tributaria del capital al trabajo y al


consumo, lo que es socialmente regresivo (2005).
En suma, la fase actual del capitalismo se caracteriza por la he-
gemonía del capital transnacional y la débil gobernanza fiscal de mu-
chos estados. Como Leaman y Waris señalan (2013, p. 8), “el capital
transnacional (es decir, no vinculado territorialmente) ha aumentado
su influencia política hasta el punto de que puede desplegar, y de he-
cho lo hace, un arbitraje normativo y fiscal para influir en las jurisdic-
ciones políticas vinculadas territorialmente”.18 Esto resultaría en la
subordinación de comunidades políticas nacionales al capital trans-
nacional a la hora de definir sus sistemas tributarios.
Las élites económicas no son el único grupo de interés que in-
fluencian los regímenes tributarios. Una serie de otros actores co-
lectivos, con identidades más o menos difusas y grados variados de
organización y cohesión, buscan asegurar que tales políticas reflejen
sus intereses. Las organizaciones de las clases trabajadoras urbanas
y rurales, tales como los sindicatos y las cooperativas, usualmente se
involucran en debates tributarios. Asimismo, dado el impacto dife-
rencial que los sistemas tributarios (supuestamente neutrales) tiene
para distintos grupos sociales más allá de las clases (existiendo sesgos
de género, raza, etnicidad y orientación sexual, entre otros), en mu-
chos países diferentes colectivos y movimientos que representan tales
grupos se movilizan alrededor de cuestiones fiscales.19 Finalmente,
grupos más heterogéneos buscan a veces ejercer presión, en general
en contextos de crisis económicas o de realización de reformas tribu-
tarias. En estos momentos, son comunes las movilizaciones de con-
tribuyentes y/o consumidores, muchas veces agrupados alrededor de
la categoría abstracta del ciudadano. Así, en cada contexto de estudio
es necesario identificar cuáles son los actores colectivos o coaliciones
momentáneas que influencian —o por lo menos, buscan hacerlo— a
los sistemas tributarios.
En lo que se refiere al eje analítico de la acción, hay un amplio
abanico de estrategias adoptadas por los diferentes grupos. Las élites
económicas, por ejemplo, han recorrido al lobby político, amenazas
de relocalización de sus actividades (y, por lo tanto, de su domicilio
fiscal) en otros países, y prácticas más oscuras y por veces ilegales,

18 Traducción propia del inglés.


19 Muchos de esos agentes se articulan en el movimiento transnacional por la jus-
ticia fiscal, que discuto en la próxima sección. Sobre los sesgos de los sistemas tri-
butarios, así como ejemplos de movilizaciones de diferentes actores colectivos rela-
cionadas a la fiscalidad, ver las contribuciones en el volumen editado por Infanti y
Crawford (2019).

363
Alice Soares Guimarães

como el financiamiento de campañas a cambio de exenciones fisca-


les. En algunos países, las élites han tratado de asegurar sus prefe-
rencias mediante la judicialización del tema, impugnando reformas
contrarias a sus intereses mediante el uso intensivo de acciones de in-
constitucionalidad en contra de la legislación tributaria (Icefi, 2015).
Adicionalmente, en América Latina es muy común la multiposicio-
nalidad de los agentes: muchos de los miembros de las élites econó-
micas son también parte de las élites políticas, ocupando cargos de
gobierno desde donde aseguran regímenes tributarios favorables a su
sector. Desde otros sectores sociales las estrategias también son diver-
sas, incluyendo campañas de incidencia social y política; acciones de
inconstitucionalidad; huelgas, marchas, bloqueos de caminos y otras
formas de protesta social; y boicots de contribuyentes y consumido-
res, entre otras formas de acción colectiva (Guimarães y Duca, 2020;
Fairfield, 2015; Atria et al., 2019, p. 145).
El mayor o menor éxito de estas estrategias en influir en los siste-
mas tributarios depende de una serie de factores, tanto internos como
externos a los grupos que las utilizan. Una acción puede dar buenos
resultados en un contexto social político, pero no en otro. Asimismo,
la misma forma de presión, adoptada por distintos grupos, lleva a re-
sultados distintos según el carácter particular de sus relaciones con
el Estado; y de los diferenciales de poder entre diferentes agentes cu-
yas preferencias tributarias son distintas y, muchas veces, contradic-
torias. Así, las estrategias no deben ser analizadas a priori, de modo
abstracto, pero contextualmente, en el marco estructural y relacional
en las que se despliegan “luchas tributarias” específicas. Para un aná-
lisis sociológico del papel de los grupos de interés en el desarrollo
de los sistemas tributarios, hay que tener en cuenta la estructura de
oportunidades políticas en las que actúan, y los recursos (financieros,
sociales y políticos) que logran movilizar.
La centralidad de los diferentes grupos de interés para la formu-
lación de políticas tributarias resulta del hecho de que “la capacidad
de los gobiernos para recaudar impuestos depende de la disposición
de las personas a pagarlos” (Bräutigam, 2008, p. 6). Esta disposición
está condicionada, en gran medida, por la moral tributaria de una de-
terminada sociedad, definida como un conjunto de motivaciones no
pecuniarias e intrínsecas por parte de los ciudadanos para pagar im-
puestos, más allá de la obligación legal de hacerlo (Luttmer y Singhal,
2014, p. 150; Daude et al., 2013, p. 11). La moral tributaria depende
de las percepciones societales sobre la tributación, lo que a la vez es
función de la cultura, normas y valores; de memorias colectivas sobre
la fiscalidad; de percepciones ciudadanas sobre la legitimidad y con-
fiabilidad de un gobierno, y la equidad y justicia del sistema tributario

364
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

y, finalmente, de nociones más amplias sobre el rol del Estado, y del


carácter y “razón de ser” de la comunidad política. En consecuencia,
al evaluar las actitudes de diferentes grupos sociales hacia la tributa-
ción, es necesario considerar aspectos más amplios de las relaciones
entre el Estado y la sociedad.20
Para identificar tales aspectos, las estrategias metodológicas an-
tes mencionadas son útiles. Asimismo, algunas encuestas de percep-
ción, como el Latinobarómetro, incluyen cuestiones que posibilitan
una visión general de las percepciones tributarias en los diferentes
países, tanto a nivel nacional como desagregadas en diversas catego-
rías (género, edad, urbano-rural, regiones etc.). Sin embargo, tales en-
cuestas tienen serias limitaciones para dar una descripción detallada
de las percepciones de los diferentes agentes sobre los impuestos, y
de las relaciones fiscales entre el Estado y los diversos grupos de la
sociedad. Para recuperar estos elementos es necesario un enfoque in-
terpretativo basado en métodos cualitativos. Entrevistas en profundi-
dad, la observación participante y los grupos focales son algunas de
las posibles estrategias de recolección de datos particularmente útiles
para tal enfoque.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES POR LA JUSTICIA FISCAL


Otro actor fundamental en un análisis sociológico de la tributación
son los movimientos sociales por la justicia fiscal.21 En las dos últi-
mas décadas, cada vez más actores reivindican el papel central de las
políticas fiscales en la constitución de sociedades más democráticas e
igualitarias, y de un orden global más justo (Guimarães, 2019). Dado
las características mencionadas de la actual fase del capitalismo, los
movimientos contemporáneos por justicia fiscal tienen inevitablemen-
te una dimensión transnacional. Asimismo, su surgimiento fue facili-
tado por la transnacionalización del activismo social en las últimas
décadas.22 En Latinoamérica, sus orígenes se encuentran, además, en
el movimiento internacional contra la deuda externa y la campaña

20 Para una revisión de los debates sobre la moralidad fiscal y sus determinantes,
ver Guimarães et al. (2018).
21 Para un análisis más detallado de los movimientos sociales por la justicia fiscal,
con especial atención a los casos de América Latina y África Subsahariana, ver Gui-
marães y Duca (2020). Algunas de las ideas presentadas en esta sesión fueron desar-
rolladas inicialmente en tal trabajo.
22 Como destaca Tarrow (2005, p. 19), la internacionalización limita, pero también
crea oportunidades para que los ciudadanos participen en acciones colectivas. Fac-
tores como la comunicación electrónica rápida, viajes internacionales más económi-
cos, la difusión del idioma inglés y la propagación del “guion de la modernidad” han
facilitado el activismo transnacional.

365
Alice Soares Guimarães

Jubileo 2000. Muchas organizaciones en la región interpretaron la es-


tructura de oportunidad política como favorable para movilizarse por
la justicia económica y se unieron al entonces emergente movimiento
por la justicia fiscal.
El Movimiento Transnacional por la Justicia Fiscal (MTJF) está
compuesto por una pluralidad de actores de la sociedad civil, reunidos
en redes o plataformas con el objetivo de influir en las políticas fisca-
les para que se orienten por principios de justicia social.23 Muchos de
ellos se articulan en la Alianza Global para la Justicia Fiscal (GATJ),
una red transnacional creada en 2013 para coordinar las acciones de
organizaciones que trabajan en el tema.24 El encuadramiento inter-
pretativo dado a la cuestión tiene como núcleo el impacto del creci-
miento global de la evasión fiscal y otros abusos tributarios, que des-
pojarían a los Estados de los ingresos fiscales necesarios para reducir
desigualdades y combatir la pobreza; invertir en servicios públicos y
en el desarrollo sostenible; y garantizar el bienestar social y los dere-
chos humanos de sus ciudadanos.25
Partiendo de tal percepción sobre la cuestión tributaria, el MTJF
demanda el aumento de la transparencia, el control democrático so-
bre asuntos fiscales, la adopción de políticas tributarias progresivas
que permitan a los gobiernos, simultáneamente, movilizar recursos
y redistribuir la riqueza. Además, plantean que políticas fiscales jus-
tas corregirían el desequilibrio de poder entre ciudadanos y corpo-
raciones, y fortalecerían la rendición de cuentas del Estado y el con-
trato social.
La principal estrategia de acción colectiva es la incidencia social y
política mediante campañas orientadas a exponer el impacto negativo
de las injusticias y aumentar la solidaridad en torno de la lucha por la
justicia fiscal. Aunque el principal receptor de sus demandas son los
Estados, sus acciones también se dirigen a la élite económica global y
otros sectores de la sociedad civil.

23 El MTJF es un movimiento altamente ecléctico, compuesto por ONG, institu-


ciones académicas, organizaciones confesionales, sindicatos, Think Tanks y medios
independientes, entre otros. Pocos de sus participantes tienen los impuestos como
principal razón de movilización. Son organizaciones trabajando en una miríada de
temas, y la cuestión tributaria surge no como foco central, pero como un factor en el
surgimiento o solución de problemas en otros ámbitos.
24 La GATJ está formada por cinco redes regionales (Tax and Fiscal Justice Asia, Tax
Justice Europe, GATJ North American Network, Tax Justice Network-Africa, Red de
Justicia Fiscal de América Latina y el Caribe) que, en conjunto, concentran a cientos
de organizaciones.
25 Ver https://www.globaltaxjustice.org/es/about.

366
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

En nuestra región, la Red de Justicia Fiscal de América Latina y


el Caribe (RJFALyC), es la principal organización que se dedica a la
temática. La mayor parte de sus miembros son ONG e institutos de in-
vestigación, algunos Think Tanks y organizaciones confesionales. Tie-
ne como objetivo central la búsqueda de “alternativas al modelo fiscal
actual” mediante la creación de “un espacio de diálogo, articulación
y fortalecimiento de las organizaciones sociales… que trabajan sobre
algún aspecto de la fiscalidad a partir de un enfoque de justicia fiscal”.
Tal como la GATJ, el encuadramiento interpretativo dado a la proble-
mática de la justicia fiscal incluye los “diversos mecanismos que esti-
mulan la evasión y elusión tributarias, la fuga de capitales y el lavado
del dinero”. Asimismo, sus demandas incluyen normas internaciona-
les que promuevan “mayor transparencia y coordinación en materia
tributaria”, el pago justo por parte de las empresas transnacionales
de sus obligaciones a los países de la región, y “el control de la banca
global y la desaparición de las guaridas fiscales”.26 Sus principales ac-
ciones son la formación, investigación y la incidencia social y política
al nivel nacional, regional y global en los temas de evasión fiscal, flujos
financieros Ilícitos y paraísos fiscales; reforma fiscal; gasto tributario y
regulación de inversiones.
Gran parte de las percepciones, ideas e intereses tributarios de
la RJFALyC y sus diferentes miembros se constituye en el contexto de
sus interacciones transnacionales en el ámbito del MTJF. Sin embar-
go, la dimensión regional y nacional también recibe atención, resal-
tándose dos aspectos: el cuestionamiento del modelo tributario do-
minante en la región, que se basa predominantemente en impuestos
indirectos; y la necesidad de combatir a la corrupción y fortalecer a
las administraciones tributarias nacionales para aumentar los niveles
de recaudación.27 En este sentido, entre sus demandas y propuestas
se destacan la realización de reformas para que el sistema tributario
cumpla una función redistributiva; y el fortalecimiento institucional
de los organismos estatales involucrados en cuestiones fiscales.
Cabe notar que en los últimos años el movimiento viene expan-
diendo sus temas. La articulación entre justicia fiscal y justicia so-
cial hecha por tales movimientos enfatiza cómo las políticas fiscales
pueden contribuir a reducir o, por el contrario, profundizar las des-
igualdades sociales. Inicialmente esta articulación era estructurada
exclusivamente en términos económicos, centrándose en las desigual-
dades de clase y la redistribución de la riqueza. Recientemente, en

26 Ver https://www.justiciafiscal.org/2015/09/declaracion-de-guatemala-de-la-red-de-justi-
cia-fiscal-de-america-latina-y-el-caribe/.
27 Ver https://www.justiciafiscal.org/acerca-de-la-red/quienes-somos/.

367
Alice Soares Guimarães

diversos países las desigualdades de género se incorporaron al debate


(Guimarães, 2019). En otros países, raza y etnicidad se unieron a los
discursos de tales movimientos.
Si bien estas son tendencias globales y regionales, para un aná-
lisis sociológico de los sistemas tributarios de países específicos es
necesario investigar si, y cómo tales movimientos, se constituyen en
cada contexto nacional. Para esto, es necesario no solo identificar los
movimientos en esta escala, pero también explorar el encuadramien-
to interpretativo dado al tema tributario; las demandas y propues-
tas específicas; las estrategias de acción colectiva; las estructuras de
oportunidad política en que actúan y en qué medida logran ejercer
influencia. En resumen, tal como en el caso de los demás agentes, es
fundamental analizar estos movimientos sociales en el marco de las
relaciones sociales que establecen con otros actores, y los contextos
más amplios en que actúan. Asimismo, es fundamental adoptar un
enfoque trans y multiescalar, que considere contextos y relaciones no
solo en el nivel nacional sino también transnacional y regional.

CONCLUSIONES
Mi objetivo en este artículo fue desarrollar una propuesta para el aná-
lisis sociológico de los sistemas tributarios latinoamericanos. Partien-
do de la noción de que las relaciones entre Estado y sociedad son
fundamentales para la conformación de tales sistemas, me centré en
los diferentes agentes involucrados en estas relaciones y que, poten-
cialmente, influyen en la tributación, desarrollando una “cartografía”
de los mismos. Cabe notar que el objetivo de tal mapeo es servir como
guía para investigaciones futuras, no se trata de un listado cerrado o
exhaustivo. Para cada contexto empírico hay que tener en cuenta las
posibles variaciones —en el tiempo y en el espacio—, con la inclusión
de otros agentes que no han sido incorporados y/o la exclusión de al-
gunos contemplados. Además, no hay que perder de vista la multipo-
sicionalidad de algunos actores que se ubican simultáneamente en di-
ferentes campos elitarios y/o participan en diversos grupos de interés.
Aunque mi propuesta se centra en los agentes, propongo que el
examen de los mismos debe tener en cuenta los contextos interactivos
y estructurales en los que actúan. En este sentido, un primer eje de
análisis fundamental es identificar las percepciones societales de los di-
ferentes agentes sobre la tributación, las que se constituyen en el con-
texto de las relaciones sociales en que participan. Como vimos, como
resultado de un “notable consenso” global sobre cuestiones fiscales,
“gran parte de la reforma tributaria pasa como modernización ne-
cesaria de carácter esencialmente técnico” (Fjeldstad y Moore, 2008,
p. 240). Pero pese a la pretensión de neutralidad de los economistas,

368
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

profesionales tributarios y demás actores que participan en la comu-


nidad epistémica global sobre el tema, los sistemas tributarios no son
resultado de consideraciones estrictamente técnicas, reflejando los re-
gímenes de verdad y los mapas cognitivos que, en un dado momento,
se consolidan como hegemónicos. Asimismo, los tomadores de de-
cisión y los formuladores de políticas públicas no operan aislados,
respondiendo a los argumentos y presiones de diferentes grupos afec-
tados por sus decisiones (Finnemore, 1996, p. 143). Así, las políticas
tributarias también reflejan las percepciones de los diferentes actores.
Consecuentemente, la dimensión intersubjetiva, y las ideas, normas
y valores que operan en esta dimensión, son elementos centrales por
investigarse.
El segundo eje de análisis propuesto para una perspectiva socio-
lógica de la tributación es la dimensión de la acción, en la que se debe
buscar identificar las estrategias adoptadas por los agentes para in-
fluir en las políticas tributarias; y los factores que contribuyen a su
mayor o menor éxito. Estos aspectos, en gran medida, son función del
carácter de las relaciones entre el Estado y los diferentes sectores de la
sociedad, y de las correlaciones de fuerza que marcan tales relaciones,
que condicionan la estructura de oportunidades políticas y los recur-
sos que los diferentes agentes logran movilizar.
En suma, no se trata solamente de identificar los agentes que in-
fluyen en los sistemas tributarios, sino indagar cómo ellos forman sus
preferencias e intereses, qué estrategias adoptan y en qué condiciones
tienen más posibilidades de afectar la tributación. Para esto, hay que
analizarlos tomando en consideración los contextos específicos en que
operan, es decir, las relaciones sociales y las estructuras económicas
y políticas en que están insertos, y que definen sus percepciones so-
cietales sobre la tributación, por un lado, y los recursos que tienen
disponibles para movilizar para imponer sus preferencias, por el otro.
A lo largo del texto he tratado de señalar que la reflexión socio-
lógica sobre la tributación debe adoptar un enfoque trans y multies-
calar, considerando no solo agentes y dinámicas nacionales sino tam-
bién transnacionales, regionales y subnacionales. En la actual fase de
la modernidad, las élites estatales y económicas, así como los diversos
grupos de interés, están involucrados en dinámicas globales y regio-
nales que tienen impacto tanto en la constitución de sus percepciones
tributarias como en su acceso a recursos sociales, políticos y econó-
micos. Asimismo, hoy, diferentes actores transnacionales —como las
comunidades epistémicas o el capital transnacional— participan acti-
vamente de las dinámicas que moldean la fiscalidad en los diferentes
países. Incluso las luchas tributarias, una de las formas más antiguas
de lucha de clase, se han transnacionalizado. Finalmente, las dinámi-

369
Alice Soares Guimarães

cas de descentralización política plantean cuestiones sobre el “pacto


fiscal”, y las negociaciones y conflictos entre los diferentes niveles de
gobierno, y entre los actores societales operando en esos niveles. El
análisis de los diversos agentes, ubicados en diferentes escalas, nos
permite vislumbrar claramente la dimensión relacional del desarrollo
de los sistemas tributarios y los diferentes grados de influencia y ac-
ceso a recursos que involucra tal dimensión (Atria et al., 2019, p. 144).
Finalmente, he presentado algunas sugerencias metodológicas
para operacionalizar las reflexiones sociológicas sobre la tributación,
que responden al creciente llamado por más investigaciones interpre-
tativas y cualitativas sobre la tributación (Oats, 2012). La investigación
sobre temas fiscales, en su mayoría, se basan en un marco positivista y
utilizan métodos cuantitativos (Boll, 2012, p. 50). Sin embargo, como
indica McKerchar (2012, p. 35), “cuando se trata de diseñar investiga-
ciones sobre la tributación, la variedad y la idoneidad de los enfoques
metodológicos no están grabadas en piedra. Existe espacio tanto para
la innovación como para aprovechar mejores prácticas de una amplia
gama de disciplinas”. En este sentido, he sugerido una serie de es-
trategias metodológicas cualitativas para el análisis de los diferentes
agentes, que privilegian el enfoque interpretativo de la cuestión.
Considero que el modelo de análisis aquí propuesto tiene, poten-
cialmente, dos utilidades. Primero, proporcionar una comprensión
más holística de las políticas tributarias. Solo si tenemos en cuenta
la dimensión social de esas políticas lograremos avanzar hacia refor-
mas que establezcan sistemas tributarios progresivos. Como vimos,
las políticas tributarias no son formuladas solo —o incluso principal-
mente— en base a cálculos estratégicos apoyados en criterios técnicos
y objetivos. Las ideas, normas y valores también desempeñan un rol
central. Identificar y analizar estos aspectos es condición necesaria
para avanzar hacia una tributación orientada por principios de justi-
cia, que cumpla tanto una función financiadora como redistributiva,
contribuyendo simultáneamente a la provisión de bienes y servicios
públicos, y a la reducción de las desigualdades mediante la redistribu-
ción de la riqueza e ingresos.
Ahora bien, el análisis sociológico de la tributación también nos
permite comprender una serie de otras dinámicas más allá de la fis-
calidad. Siguiendo la tradición de la sociología fiscal, defiendo que el
examen de las relaciones fiscales entre Estado y sociedad nos permite
abordar una miríada de aspectos de la vida social y política. Como ya
indicaba Schumpeter (2000 [1918], p. 149): “El espíritu de un pueblo,
su nivel cultural, su estructura social, los hechos que puede preparar
su política, todo esto, y más, está escrito con claridad en su historia
fiscal y sin retórica de ningún género. Aquel que sabe escuchar su

370
Los sistemas tributarios en América Latina: una propuesta analítica desde la sociología fiscal

mensaje discierne aquí el tronar de la historia del mundo con más cla-
ridad que en ninguna otra parte”. Así, espero que la contribución del
modelo de análisis propuesto no se limite al estudio de la tributación,
no obstante ser este su principal objetivo.

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374
¿QUÉ ES ESTO? NEOLIBERALISMO,
FASCISMO Y ESTRATEGIAS DE
SUBJETIVACIÓN POLÍTICA

Santiago Roggerone

INTRODUCCIÓN
Un interrogante que desde hace algunos años acosa a politólogos y
teóricos políticos atentos a las especificidades de la realidad latinoa-
mericana es el de cómo caracterizar y/o conceptualizar los liderazgos
que, por derecha, han surgido o se han consolidado en la región. En
efecto, ¿qué es esto? ¿Nos hallamos ante nuevas formas del autorita-
rismo, fascismos a secas, populismos retrógrados, democracias anti-
liberales, (neo)liberalismos antidemocráticos o plutocracias de dere-
chas? El contexto en el que se emplaza esta legítima inquietud es, por
supuesto, el del agotamiento del ciclo de populismos de izquierdas
que inició con el nuevo milenio en Sudamérica, y, más específicamen-
te aún, el del trágico rumbo que ha tomado la experiencia chavista; la
victoria de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015
en la Argentina; la destitución de Dilma Rousseff, la proscripción y
encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva y el eventual triunfo
electoral de Jair Messias Bolsonaro en el Brasil; los estallidos sociales
ocurridos en Ecuador, Chile, Colombia y, más recientemente, Perú; el
intento de establecer un gobierno paralelo en Venezuela, el golpe de
Estado en Bolivia, y la más general persecución mediática y judicial
—denominada también lawfare— desatada contra dirigentes y fuerzas
políticas a los que mayoritariamente se acusa de corrupción.

375
Santiago Roggerone

Esta peculiar trama —a la que habría que sumar, a nivel de los


antecedentes fundamentales, los golpes institucionales ocurridos en
Honduras en 2009 y Paraguay en 2012— se inserta o forma parte, a su
vez, de una más amplia situación en la que el capitalismo neoliberal
enfrenta una crisis orgánica1 que desafía a aquel tanto por izquierda
como por derecha, y en la que los populismos progresivos y reacciona-
rios disputan la hegemonía política global. De 2008 para acá, dicha
crisis —esto es, dicho colapso— ha tomado expresión a través de una
serie de interesantes acontecimientos y movimientos emancipatorios
(Primavera Árabe, Occupy Wall Street, Indignados, Nuit Debout, An-
tifa, Gilets Jaunes), la emergencia de corrientes neorreformistas en el
Norte Global (Bloco de Esquerda, Die Linke, Syriza, Podemos, Front
de Gauche, Corbyn, Sanders y los Democratic Socialists of America)
e incluso la irrupción mundial de “un feminismo para el 99 por cien-
to” (Arruzza, Bhattacharya y Fraser, 2019, p. 5). Otros aspectos un
tanto más mórbidos o “morbosos” de este “interregno” —un período
transitorio, como diría Antonio Gramsci (1981, p. 37), en el que “lo
viejo muere y lo nuevo no puede nacer”— son el drama migratorio
y de los refugiados, fenómenos aberrantes como el terrorismo yiha-
dista e ISIS, el ascenso de la Alt-Right y organizaciones paramilitares
como Proud Boys en los Estados Unidos, el fortalecimiento de fuer-
zas políticas reaccionarias en Europa (Front National, Alternative für
Deutschland, Lega Nord, Amanecer Dorado, Vox), tendencias hacia
el cesarismo y la dominación despótica del capital (Brexit, Trump,
Bolsonaro) y la consolidación de una escenario más general en el que
las “derechas (…) le disputan a la izquierda la capacidad de indignarse
frente a la realidad y de proponer vías para transformarla” (Stefanoni,
2021, p. 15).
Hay, además, una tercera capa de la Mamuschka, pues los actua-
les son tiempos de crisis ecológica y cambio climático —nuevamente,
de colapso— en los que, a nivel del imaginario ideológico, finales del
mundo de todo tipo reverberan y el Antropoceno en cuanto tal —un
término acuñado por el químico Paul Crutzen y el biólogo Eugene
Stoermer para dar cuenta de la época geológica cuaternaria que ha-
bría sucedido al Holoceno, tematizada también como Capitaloceno o
Chthuluceno— se encamina hacia su culminación.2 La enfermedad

1 Desde el punto de vista de lo que Robert Kurz (2016) y la Wertkritik plantean,


podría decirse que el colapso moderno-civilizatorio ya ocurrió, y que, como sugiere
McKenzie Wark (2019), esto es algo incluso peor, movimientos antisistémicos, un
concepto introducido originalmente por los teóricos del sistema-mundo (Arrighi,
Hopkins y Wallerstein, 1999).
2 A propósito, ver especialmente Danowski y Viveiros de Castro (2019).

376
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

pandémica del Covid-19, ocasionada por la propagación del virus


zoonótico del SARS-CoV-2, y la vida distanciada a la que hoy parece-
ríamos estar acostumbrándonos cada vez más, hay que pensarlas sin
dudas en estas coordenadas en las que, por lo demás, derechas xenó-
fobas de distinto tipo y color —más concretamente, los ecofascismos
y los etnonacionalismos— ya se encuentran interviniendo.
Como sea, ¿de qué forma deberían ser clasificados personajes
dantescos y grotescos, mediocres y toscos, desaforados e ignorantes,
como Bolsonaro, Yanine Áñez o incluso Juan Guaidó? En relación a
la necesidad de estudiar lo que los mismos designan, Diego Sztulwark
(2019) lleva toda la razón:

El asombro ante fenómenos como el de Bolsonaro, en Brasil, debe servir-


nos para producir saberes políticamente útiles, que no queden estancados
en la parálisis filosófica ante el hecho de que las cosas que vivimos sean
“aún” posibles en el siglo XXI. Pensar el fascismo de ayer y de hoy supone,
por lo tanto, mantener la guardia en alto con respecto a lo que cada época
propone como evolución normalizada del estado de cosas. (P. 80)

A los fines de intentar producir el tipo de saberes no moralizantes


de los que habla Sztulwark, permítaseme descartar que alguien como
Bolsonaro sea la encarnación de la nueva derecha democrática a la
que se referían politólogos como José Natanson (2018) en la Argen-
tina para pensar lo que suponía el triunfo de Macri en 2015. Asimis-
mo, y apelando ahora a lo que Perry Anderson (2019) manifestaba en
el marco de su lectura del último medio siglo brasileño, podría des-
echarse de plano la posibilidad de que la actualidad sudamericana sea
testigo del ascenso de versiones contemporáneas del fascismo: aun en
el caso de Bolivia, en donde medió un golpe de Estado que destituyó al
gobierno constitucional de Evo Morales, dando inicio a un régimen de
facto que se sostuvo en el poder por un año, no estaríamos en presen-
cia de una fuerza de masas disciplinada a la derecha que i) reacciona
al peligro de una revolución social en tiempos de desarticulación o de-
presión económica, ii) dispone de cuadros orgánicos —en rigor, Añez
ni siquiera contaba con un partido propio—, iii) se articula a través
de patrones ideológicos claros, etc. Vale decir, la coyuntura no nos
enfrenta a una suerte de resurgimiento del fascismo histórico.3
Tampoco podría decirse que Bolsonaro o Áñez —los casos más
extremos del arco— encarnan formas del posfascismo, una noción

3 Para una teoría general del fascismo que tenga en cuenta y sopese las continui-
dades que se plantean entre sus versiones históricas y contemporáneas, ver Palheta
(2018).

377
Santiago Roggerone

propuesta por Enzo Traverso (2018) a los fines de tematizar los rostros
que hoy adoptan las derechas en Europa —Francia, más que nada— y
los Estados Unidos como parte de una tendencia antisistémica más
general contra ciertos efectos de la globalización neoliberal. No me
convence del todo, finalmente, que para hablar de ellos pueda echarse
mano sin más a la categoría de “fascismo democrático”, una deno-
minación del filósofo Alain Badiou (2020, pp. 33-34), por medio de la
cual se daría cuenta de “una novedad artificial, un lenguaje diferente
de promesas violentas, que es interno a las prácticas parlamentarias
de la ‘democracia’ capitalista moderna, pero a la vez, externo”.
La alternativa lógica, por consiguiente, sería rotular estos lideraz-
gos como variantes del populismo reaccionario que desafía por dere-
cha al orden social institucionalizado capitalista en su fase neoliberal.
Entiendo, sin embargo, que recurrir a dicha alternativa tampoco es
del todo posible: a diferencia de lo que sucede con las nuevas fuerzas
de derechas ascendentes en el Norte Global, Bolsonaro, Áñez y otros,
no están reactivamente emparentados con una pérdida de la sobera-
nía y/o un cierto declive imperial de sus países. Sus nacionalismos no
tienen absolutamente nada en contra del libre mercado y el capital
extranjero. Si son populistas, los suyos son populismos entreguistas,
supinos, perfectamente dispuestos a ceder los activos nacionales a los
bancos y a las corporaciones globales.4
El interrogante sobre la naturaleza de lo que se yergue ante noso-
tros persiste. Con la finalidad de efectuar una correcta caracterización
teórica de los nuevos liderazgos de derechas de la región, querría pro-
poner aquí la hipótesis de que tras el rechazo a aceptar que Bolsonaro
o Áñez encarnen versiones contemporáneas del fascismo —e incluso,
en un punto, tras el hecho de que lo que personifican no se amolde a
las ideas de posfascismo, fascismo democrático o populismo reacciona-
rio— hay una mala conceptualización del neoliberalismo.5 De esto se
desprende que un acercamiento apropiado a la naturaleza del mismo

4 Este concepto surge en 1938, en el marco del Coloquio Walter Lippmann de Pa-
rís, en el que se sentaron las bases de la futura Sociedad Mont Pélerin. He discutido
extensamente en otros sitios sobre la no utilidad de las nociones aludidas para dar
cuenta de las periferias en general y América Latina en particular; véase, por ejem-
plo, Roggerone (2020a).
5 En lo que sigue privilegiaré un acercamiento teórico-conceptual, evitando por
ende lo más posible referirme al neoliberalismo en términos históricos. Una aproxi-
mación de tal naturaleza puede encontrarse, por ejemplo, en David Harvey (2007).
Para un análisis de cómo el neoliberalismo pasó de ser una teoría marginal a con-
vertirse en el proyecto hegemónico más exitoso de los últimos tiempos, ver Srnicek
y Williams (2016, pp. 77-100).icek y Williams (2016, pp. 77-100). trabajo de David
Harvey (200

378
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

permitiría recuperar la categoría de fascismo para describir la rea-


lidad latinoamericana contemporánea. La premisa que informa a la
hipótesis mentada, en otras palabras, es que en la actualidad el fascis-
mo y el neoliberalismo se encuentran profundamente enmarañados,
resultando imposible desligar uno del otro.6
Para desplegar la hipótesis referida y atender así al objetivo co-
mentado, procederé en tres pasos: por medio de una lectura crítica
de propuestas como la de Nancy Fraser, esbozaré, en primer térmi-
no, qué supone a mi entender un correcto abordaje y una apropiada
tematización del neoliberalismo (I). Habiendo hecho esto, seguiré a
Maurizio Lazzarato y algunos intelectuales más, a los fines de corregir
la perspectiva de Wendy Brown y ensayar situadamente —es decir, ha-
ciendo pie en la realidad latinoamericana— un análisis de las nuevas
formas de fascismo que campean en el mundo contemporáneo (II).
Finalmente, para concluir, intentaré confrontar el interrogante estra-
tégico por antonomasia —no ya el ¿qué es esto? sino el ¿qué hacer?—,
cosa que me obligará a polemizar principalmente con los aceleracio-
nistas de izquierdas (III).

I
Quisiera partir entonces de que es incorrecto entender al neoliberalis-
mo únicamente —y subrayo este únicamente— como una revolución
que, a partir de algún momento de la década del setenta, habría impli-
cado la adopción de un nuevo espíritu ideológico justificador por parte
del capitalismo y que habría conllevado para este, en cuanto tal, una
victoria pírrica. Luc Boltanski y Ève Chiapello (2002), Martin Hart-
mann y Axel Honneth (2009), Christian Laval y Pierre Dardot (2013)
y hasta en un cierto punto Wolfgang Streeck (2016), se encuentran

6 Siguiendo lo que Fredric Jameson alguna vez planteara, podría decirse incluso
que, en el contexto histórico del capitalismo neoliberal, “las profecías de Theodor W.
Adorno sobre el ‘sistema total’ se vuelven realidad” (Jameson, 2010, p. 21). La idea de
que Adorno haya sido “el analista de nuestro propio período”, un período, obviamen-
te, que él “no vivió para ver, y en el cual el capitalismo tardío casi ha logrado eliminar
los últimos nichos de naturaleza y de inconsciente, de subversión y de estética, del
individuo y de la praxis por igual”, suprimiendo asimismo “toda traza de memoria
(…) de lo que dejó de existir” (Jameson, 2010, p. 21)— es por supuesto muy potente.
Con ella, sin embargo, se corre el riesgo de que el fascismo —Jameson habla de siste-
ma total, pero la conjetura es igualmente válida— lo sea todo y, por lo tanto, a la vez
nada. En ocasiones, en efecto, correr ese riesgo ha conducido a sostener cosas insos-
tenibles. Pienso, por ejemplo, en el también frankfurtiano Jürgen Habermas, quien
alguna vez acusó al movimiento estudiantil alemán por su “fascismo de izquierda”
(Wiggershaus, 2010, pp. 771-772). Efectúo esta observación no por un desmedido
afán filológico sino para advertir al lector sobre el alcance de los supuestos de la
hipótesis recién formulada.

379
Santiago Roggerone

aquí en una misma trinchera. Incluso la ya mencionada Nancy Fraser,


quien ha intentado concebir una teoría ampliada que define al capita-
lismo como un orden social institucionalizado, compuesto por un con-
junto complejo de lógicas heterogéneas que suponen diferenciaciones
constantemente actualizadas y recreadas, sucumbe a la tentación de
reducir el neoliberalismo a una fase específica del modo de produc-
ción del capital que inicia a mediados de la década del setenta, tras la
crisis del petróleo y las transformaciones del patrón de acumulación
que por entonces se desencadenan. De este modo, para Fraser (2020),
el neoliberalismo como fase del capitalismo se basa en la empresa-
rialización, monetización y financiarización del medio ambiente, el
trabajo y la reproducción social, dejando prácticamente ningún as-
pecto de la existencia humana librado del cálculo de inversión sobre
su futuro valor.
Hay que aclarar que la propuesta de Fraser tiene el mérito de
complementar esta determinación estructuralista del neoliberalismo
con una segunda en la que él se revela como una ideología sobre el li-
bre mercado —“la ideología más exitosa de la historia mundial”, como
alguna vez dijera Perry Anderson (2000, p. 15)— y como un partido
político que gana y pierde elecciones y/o, llegado el caso, organiza
golpes de Estado. A la luz de la misma, vale decir, el neoliberalismo
puede ser conceptualizado como un proyecto que encarna los intere-
ses de ciertas fracciones de la clase social capitalista y, en términos
históricos, se relaciona, por añadidura, con los nombres de Carl Men-
ger, Eugen Böhm von Bawerk, Ludwig von Mises, Alexander Rustow,
Walter Eucken, Franz Böhm, Wilhelm Röpke, Friedrich von Hayek,
Milton Friedman, Antony Fisher, James M. Buchanan, Irving Kristol,
Karl Hess, Murray Rothbard y Samuel Edward Konkin III; la Escuela
Austríaca de Economía, la Escuela ordoliberal de Friburgo, la Escuela
de Virginia y la Escuela de Chicago; el Coloquio Walter Lippmann, la
Sociedad Mont Pèlerin, el Instituto de Asuntos Económicos, el Insti-
tuto Adam Smith, el Centro para Estudios de la Política, el Instituto
American Enterprise, el Instituto de Manhattan para la Investigación
Política, la Fundación Heritage, el Instituto Hoover y la Fundación At-
las para la Investigación Económica; los regímenes de facto de Chile y
Argentina de la década del setenta, las administraciones de Margaret
Thatcher, Ronald Reagan y François Mitterrand de los ochenta, y los
gobiernos de Bill Clinton y Tony Blair de los años noventa; las políti-
cas de ajuste estructural y austeridad impulsadas por el Fondo Mone-
tario Internacional y el Banco Mundial; el Consenso de Washington
y la llegada al poder en América Latina de figuras como Carlos Saúl
Menem o Alberto Fujimori.

380
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

Fraser sostiene, en efecto, que por más de cuarenta años, el capi-


talismo neoliberal se expresó políticamente a través de dos variantes
—una regresiva y otra progresiva— y que, en la actualidad, como resul-
tado de la crisis de hegemonía,7 priman formas ultrarreaccionarias que
acentuarían la separación del capitalismo y la democracia, reempla-
zando a esta última por nuevos modos de autoritarismo. Destacamos
aquí que subyacen a estas modalidades novedosas un proceso genera-
lizado de centralización de las periferias y periferización de los centros
del sistema-mundo, al que la autora no atiende del todo.
Obviamente, Fraser pasa por alto que el entrelazamiento entre el
capitalismo neoliberal y el autoritarismo no es algo nuevo. La autora
parecería olvidar que el acontecimiento fundante del neoliberalismo
y el peculiar realismo capitalista que se conformó a resultas suyas —
esto es, “la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el
único sistema viable, sino que es imposible incluso imaginarle una
alternativa” (Fisher, 2016, p. 22)— fue el golpe de Estado en Chile de
1973 perpetrado contra el gobierno constitucional de Salvador Allen-
de, una acción entre varias que en ese momento tuvieron lugar en el
Sur Global mediante la cual se instauró el régimen de facto de Augus-
to Pinochet y sus Chicago Boys. En lo fundamental, con dicho golpe
se reaccionó a las florecientes experiencias socialistas democráticas y
comunistas libertarias que por entonces tenían lugar en el país, para
luego poner en pie un laboratorio en el cual se testearon las medidas
que muy pronto se aplicarían en todo el mundo (desregulación finan-
ciera, apertura de la economía al capital extranjero, privatización del
sector público, etc.).8
Hay que decir que este olvido de Fraser es algo inherente al
análisis político, el cual es eminentemente superestructural y corre
siempre detrás de los acontecimientos, distinguiéndose por el impre-
sionismo del que hace gala. A fin de cuentas, fue en su calidad de
analista política —no de teórica crítica— que, en septiembre de 2014
—esto es, un año antes de la victoria electoral de Macri y dos antes

7 Para Tariq Ali (2015), tal crisis orgánica habría agrietado lo que denomina “extre-
mo centro”.
8 Hartmann y Honneth subsumen estas medidas a lo que denominan “revolución
neoliberal” —un conjunto de “evoluciones económicas (…) que han contribuido a
deslegitimar el capitalismo regulado por el Estado en sus diversas funciones inte-
gradoras” (Hartmann y Honneth, 2009, p. 396). Identifican tres procesos interrela-
cionados clave: el debilitamiento de las actividades de conducción del Estado, la
ampliación de la dirección empresarial orientada por los accionistas y, quizá lo más
importante de todo, la motivación de la fuerza de trabajo para que emplee “con res-
ponsabilidad propia las competencias y los recursos emocionales propios al servicio
de proyectos individualizados” (Hartmann y Honneth, 2009, pp. 397-398).

381
Santiago Roggerone

del golpe a Dilma—, la autora señalaba, con una dosis importante de


ingenuidad,9 que en la región sudamericana en su conjunto, la em-
bestida neoliberal que padecía el mundo entero desde mediados de la
década del setenta había generado “una respuesta contrahegemónica”
(Fraser, 2017, p. 28). Recordemos que por entonces estaba en discu-
sión si en Venezuela, Brasil y Argentina se había conseguido dar inicio
a una fase posneoliberal. Por supuesto que Fraser no es la única que
sostiene este tipo de apreciaciones. La superficialidad es algo más o
menos caro a todos los que elevan la coyuntura a fetiche, practican
una descripción que empatiza con lo que es —es decir, que toma al pie
de la letra o literalmente lo que los actores afirman de sí mismos— y,
en consecuencia, hacen culto del politicismo y el inmanentismo. Para
el caso argentino, piénsese por ejemplo en los ya citados análisis que
el politólogo José Natanson (2018) ofreció tras la imposición de Macri
y la alianza Cambiemos.
Como sea, de la misma manera en que la aproximación estruc-
turalista al neoliberalismo efectuada por Fraser gana mucho al com-
binarse con una segunda lectura por medio de la cual aquel se revela
como un proyecto eminentemente político, el impresionismo en que
en ocasiones la autora de Escalas de justicia puede abrevar se amor-
tigua gracias a que los análisis de tinte politológico ofrecidos se com-
plementan con una perspectiva de corte más sistémico-general. En
sus trabajos, no obstante, se encuentra ausente el que quizá sea el
más importante de los registros analíticos: aquel a través del cual el
neoliberalismo opera a nivel micropolítico, manifestándose como “un
orden de razón normativa que, cuando está en auge, toma la forma de
una racionalidad rectora que extiende una formulación específica de
valores, prácticas y mediciones de la economía a cada dimensión de la
vida humana” (Brown, 2016, p. 35).
Propuesto por primera vez entre 1978-1979, en el marco del cé-
lebre curso sobre el Nacimiento de la biopolítica que Michel Foucault
(2007, p. 17) impartió en el Collège de France —se hablaba allí de
un nuevo “arte de gobernar”, de una “manera meditada de hacer el
mejor gobierno”—, este nivel de análisis se halla presente en los traba-
jos de muchos autores contemporáneos.10 Verónica Gago (2014), por

9 Esta visión ingenua de Fraser da cuenta de una mirada embellecedora y naif de


las periferias, consecuencia de una más general perspectiva multiculturalista.
10 Queda aún por estudiar seriamente la afinidad que existe entre los planteos de
este Foucault y los de la Escuela de Frankfurt. No por nada, en la época en que dictó
el curso referido, el filósofo francés afirmó que, de haber “estado familiarizado con
esa escuela (…), no hubiera dicho tantas tonterías (…) y hubiera evitado muchos de
los rodeos dados” (Foucault, 2003, p. 110).

382
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

ejemplo, apela a esta forma de entender al neoliberalismo como ra-


cionalidad o “constitución misma de la gubermentalidad” para “con-
trapuntearla con las maneras en que […ella] es apropiada, arruinada,
relanzada y alterada por quienes, se supone, solo son sus víctimas”
(p. 303). Por su parte, Wendy Brown (2016) se sirve del mismo a los
fines de indagar en las consecuencias que la derrota del homo poli-
ticus a manos del homo œconomicus acarrea para la democracia.11
En los términos de Streeck (2016), se trataría del golpe mortal que
el “Marktvolk” le propicia al “Staatsvolk” (p. 84).12 Aunque este nivel
analítico tiene una relevancia central —sobredeterminante, podría de-
cirse incluso—, un correcto abordaje del neoliberalismo conlleva a la
vez tanto una tematización estructural como otra superestructural.13

11 Brown, asimilando la visión de Foucault, señala que para este último el neolibe-
ralismo entrañaba una “reprogramación de la gubermentalidad liberal” e, inclusive,
del “liberalismo” en cuanto tal (Brown, 2016, pp. 60, 69).
12 Es sumamente interesante el contraste existente entre la lectura de matriz fou-
caultiana de Brown y la interpretación de cariz socioeconómico propuesta por Stre-
eck. Este último habla de una “desdemocratización de la economía” y una “deseco-
nomización de la democracia” (Streeck, 2016, p. 104). En sus trabajos, el pensador
alemán defiende la tesis de que el actual es un modo de producción histórico que aca-
bará más temprano que tarde. Su final, sin embargo, sería no un colapso sino un pro-
longado, declinante y tumultuoso proceso causado por las propias contradicciones
del sistema. Lo que Streeck advierte es que, para sobrevivir, el capitalismo occidental
requirió —al menos desde la segunda posguerra del siglo XX— salvatajes políticos
cada vez más decididos, circunstancia esta a partir de la cual habría surgido una fusi-
ón inextricable entre él y la democracia formal burguesa. Ahora bien, ello no implicó
que el capitalismo funcionara keynesianamente de manera indefinida, de forma tal
que la naturaleza de sus crisis pudiera ser solamente de legitimación. Para sorpresa
de muchos, dice Streeck (2017), el capitalismo democrático que tuvo lugar en los
países centrales durante los llamados trente glorieuses, llegaría a su fin a mediados de
los años setenta, cuando las reformas neoliberales empezaron a ser implementadas a
escala global. El punto es que, en última instancia, esto habría conllevado “una victo-
ria pírrica” (p. 82) que resignificaría el famoso lema de Thatcher —TINA, there is no
alternative—, pues, en su última gran metamorfosis, el capitalismo habría terminado
devorando las instituciones que hacían las veces de cortapisas, protegiéndolo de sus
propios excesos. Fue así que el estallido de una crisis terminal e irreversible quedó
pospuesto. Los gobiernos de los capitalismos centrales se dedicaban a comprar tiem-
po mediante la inflación de la provisión de moneda, la acumulación de deuda pública
y, last but not least, un abundante crédito para los hogares privados (2016, p. 19).
Lo acontecido en 2008, cuando estalló una triple crisis (…) bancaria, de las finanzas
públicas y de la economía real (p. 21), habría significado la culminación de esa pos-
posición y, por añadidura, el inicio del final propiamente dicho del capitalismo como
formación histórica.
13 En este punto, desacuerdo por tanto con Adrián Piva (2020), quien en un reciente
y por demás interesante artículo ha dado tres definiciones del neoliberalismo que
guardan cierta similitud con los niveles analíticos que acabo de distinguir, pero re-
conociendo que entre sí resultan incompatibles y en consecuencia imposibles de ser
integradas.

383
Santiago Roggerone

A decir verdad, son pocos los autores que en sus acercamientos a la


problemática consiguen anudar firmemente los tres registros. Excep-
ciones notables, a las que cito solo para mostrar que tal cosa es pasible
de ser llevada a cabo, son las de Diego Sztulwark (2019), quien ha
atendido con mucha lucidez a los lazos existentes entre neoliberalis-
mo y populismo, y Maurizio Lazzarato (2020), a cuyo trabajo reciente
sobre las nuevas formas del fascismo enseguida también me referiré.14

II
Vimos que en el caso de Nancy Fraser hay en juego un olvido que
supone, en última instancia, una rígida diferenciación respecto al au-
toritarismo y, más en general, el fascismo en cuanto tal.15 Lo mismo
podría decirse de Wendy Brown (2016), quien al situarse en un nivel
analítico diferente al de la racionalidad neoliberal, acabó paradóji-
camente reflejando ciertos aspectos del fascismo, reconociendo de
forma tácita que se trata de dos cosas distintas. Efectivamente: las
“convergencias entre algunos elementos del fascismo del siglo XX y
los efectos imprevistos de la racionalidad neoliberal en la actualidad”
(pp. 306-307) no implican, para la autora de El pueblo sin atributos:
La secreta revolución del neoliberalismo, que esta racionalidad sea una
extensión lógica de aquel. En su último trabajo, En las ruinas del neo-
liberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente
(2020), Brown ha revisado parte de sus planteos. Su tesis ahora pare-
cería ser que “la racionalidad neoliberal [sí] preparó el terreno para
la movilización y la legitimación de fuerzas antidemocráticas feroces
en la segunda década del siglo XXI” (pp. 23-24), cosa que, en lo fun-
damental, no habría sido algo pretendido sino una consecuencia no
buscada y de naturaleza aberrante. No obstante, la principal redefi-
nición que la autora propone toca al neoliberalismo en cuanto tal,
pues apoyándose en perspectivas como la de Melinda Cooper (2017),
y efectuando una lectura a contrapelo de pensadores como Hayek,
tematiza a aquel no como una “economización de todo” —justamente
lo que había hecho en El pueblo sin atributos— sino como “un proyec-
to moral-político que intenta proteger las jerarquías tradicionales al

14 Asimismo, podría citarse aquí al filósofo italiano Massimo de Carolis (2020),


quien se esfuerza por pensar al neoliberalismo de manera integral —esto es, en la
multiplicidad de sus dimensiones—, definiéndolo como “el proyecto de un nuevo
mecanismo civilizatorio (…), una concepción global de la ‘civilización’ alternativa a
aquella que había sido hegemónica en la cultura moderna” (pp. 6-7).
15 Esto se observa no cuando la autora aborda el neoliberalismo en términos estruc-
turales sino cuando lo hace exclusivamente en términos superestructurales, es decir,
cuando procede como analista política de la coyuntura y no como teórica crítica del
capitalismo.

384
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

negar la propia idea de lo social y al restringir radicalmente el alcan-


ce del poder político democrático en los Estados-naciones” (Brown,
2020, p. 30).16
Si bien, en este nuevo trabajo, Brown (p. 38) complementa su
enfoque foucaultiano previo con una aproximación de corte más neo-
marxista, deja algo de lado aquella dimensión de análisis estrictamen-
te politológica presente en la propuesta de Fraser y a la luz de la cual
—como he sugerido— el neoliberalismo puede ser entendido como
un partido político que responde a intereses específicos y que encarna
la voluntad de actores concretos. Con todo, el de Brown es un gran
esfuerzo por demostrar que el neoliberalismo supone tanto un des-
mantelamiento de lo social y la sociedad como un destronamiento de lo
político y la política. Con maestría e inmensa lucidez, la autora explica
asimismo cómo el rechazo de la moral por parte de algunos defenso-
res neoliberales de la desregulación del mercado y la globalización,
paradójicamente habría conducido —vía la extensión de la esfera per-
sonal protegida— a un robustecimiento de la moralidad tradicional,
centrada en los valores familiares, cristianos y heteropatriarcales. En
último término, plantea Brown (p. 143), tal situación sería responsa-
ble del ataque contemporáneo a la democracia, pues, al imbricarse
con las energías reactivas de las heridas de los hombres blancos y sus
desplazamientos, la moralidad tradicional habría terminado ensal-
zando la supremacía masculina, la heteronormatividad y las lealtades
étnico-raciales, y, por consiguiente, traicionando al proyecto neolibe-
ral original. La consecuencia última de esto sería, para la autora, la
conformación de una época en la que campearían el nihilismo, el fa-
talismo y el resentimiento.

Con este giro significativo, a partir del cual el nihilismo se intersecta con
el neoliberalismo, la libertad es arrancada del habitus de valores tradicio-
nales. La combinación del desprecio neoliberal respecto a lo político y lo
social, y una masculinidad herida desublimada, generan una libertad des-
inhibida, que es el síntoma de la destitución ética, aunque por lo general
aquella se disfrace de virtud religiosa o de melancolía conservadora respec-
to a un pasado fantasmático. (P. 197)

Aludo a esta interpretación lograda, pero en última instancia errónea,


puesto que, siguiendo a Maurizio Lazzarato, al no conceder la cen-
tralidad que merece la violencia fundadora del neoliberalismo —sus
orígenes fascistas, la contrarrevolución revanchista desatada luego

16 A propósito de Hayek —cuya posición eventualmente se convertiría en hegemó-


nica al interior de la intelectualidad neoliberal— y la más amplia perspectiva de la
Escuela Austríaca, véase el notable estudio de María Paula de Büren (2020).

385
Santiago Roggerone

del 68 global mediante la cual aquel se configura—, tanto ella como la


de Fraser y otros terminan presentando al capital como un agente de
modernización e innovación. De este modo evitan reconocer que, tras
la fachada democrática, siempre se encuentran los odios de clase, raza
y sexo, así como la violencia de la confrontación estratégica.
Para Lazzarato (2020), la gubermentalidad, el empresario de sí
mismo, la competencia, la libertad, la racionalidad del mercado, el ca-
pital humano, son todos bellos conceptos que poseen un presupuesto
que nunca se explicita y que, por el contrario, resulta cuidadosamente
omitido: la subjetividad de los “gobernados” solo puede constituirse
en condiciones de una derrota, más o menos sangrienta, que la haga
pasar del estado de adversario político al de “vencido” (pp. 20-21).
En los pensamientos críticos de Fraser, Brown, Honneth y Bol-
tanski la paz queda confundida entonces con la victoria histórica que
obtuvo el capitalismo y el final de las guerras con la derrota de la
revolución. Lo que esa victoria y esa derrota hicieron posible fue una
tabula rasa subjetiva mediante la que —a escala de lo micro— se hizo
lugar a la individualización y la despolitización, y a expensas de la
cual surgieron no capitales humanos sino hombres y mujeres endeu-
dados, no empresarios de sí o emprendedores sino deudores.
Un problema adicional de los enfoques críticos en cuestión es que,
por lo general, no atienden a la dimensión del agenciamiento subjeti-
vo —un eventual cuarto registro analítico que se suma a los tres pre-
viamente identificados— de la que el neoliberalismo tanto depende. Si
hoy hay sitio para el ataque a la democracia descripto por Brown es
porque existe —y sigo aquí a Emiliano Exposto (2021)— un malestar
previo que es estratégicamente violentado por las nuevas formas de
fascismo. Con los malestares, en efecto, pueden hacerse múltiples co-
sas. Si en un primer momento el neoliberalismo apostó por gestionar
el padecimiento psíquico —que en su contexto no es ya la pasión triste
de la melancolía sino la oscura y lúgubre de la depresión— a través de
la introducción masiva de la fluoxetina y la sertralina en el mercado
psicofarmacológico,17 en la actualidad parece estar empleando la es-
trategia de la fascistización. En último término, esto es lo que explica
la desublimación de la herida masculina blanca y su sinergia con el
autoritarismo antidemocrático de las que habla Brown.
En tiempos recientes, las subjetividades devastadas por la finan-
ciarización y digitalización de la existencia se agenciaron a nivel ma-
cropolítico con nuevas formas de fascismo —los liderazgos de Trump,
Bolsonaro, etc.— en las que encontraron una voz, tomaron una con-

17 Para ampliar sobre este punto, ver Roggerone (2020b, pp. 121-131).

386
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

sistencia y hallaron una expresión. En lo que respecta a la realidad


latinoamericana, es claro que el ciclo de los llamados populismos
progresivos despejó el terreno para que estas nuevas formas de fas-
cismo cobraran relevancia. Si en los años setenta el fascismo había
actuado en nuestros países como una condición para el surgimiento
del neoliberalismo, durante la primera década y media del siglo XXI
las experiencias populistas de izquierda, que aseguraban combatir al
neoliberalismo, terminaron preparando el terreno para su inflexión
(neo)fascista. Así, en la actualidad, los nuevos fascismos llevan hasta
el final el proyecto neoliberal, reemplazando a las llamadas democra-
cias, que ya no están en condiciones de conducirlo.
¿Cómo sucedió esto? El nombre clave que Diego Sztulwark (2019,
p. 38) propone para ofrecer una explicación del caso argentino es el
de “voluntad de inclusión”, cuya conformación mediaría otras dos se-
cuencias fundamentales: la del estallido de las subjetividades en crisis
y la del deseo micropolítico de integración al mercado. Esta voluntad
de inclusión, que opera a través de las ampliaciones del consumo y de
la ciudadanía, y que se adueñó del Estado en la primera década del
siglo XXI, actuó como un bálsamo normalizador mediante el que se
sucedieron toda una serie de defecciones en relación a las pulsiones
emancipatorio-radicales y autónomas configuradas con la crisis. Lo
paradójico fue que esa voluntad, por medio de la cual lo acontecido
en 2001-2002 intentó ser barrido debajo de la alfombra, terminó ha-
ciendo las veces de una condición de posibilidad para el retorno des-
carnado del neoliberalismo y, en última instancia, de la torsión (neo)
fascista de él ante la que hoy nos encontraríamos tanto a nivel local
como regional. Dicho reacomodo, tal como sugiere Sztulwark, “actúa
como sostén último de un programa neoliberal que, no obstante la
crisis de sus premisas globales, no es abandonado como fundamento”
(p. 60). En sus términos:

Las micropolíticas neoliberales crecieron en la región al calor del estímulo


del consumo, de manera tal que las mismas iniciativas que sostenían los
ingresos de la población pobre y trabajadora modelizaban aspiraciones y
expectativas propias del régimen de individuación neoliberal. (P. 100)18

18 Hay que estudiar con seriedad de qué forma y hasta qué punto el comportamien-
to errático y vacilante del progresismo reformista que Alberto Fernández encarna
está favoreciendo una agudización de la torsión (neo)fascista del capitalismo neoli-
beral anteriormente referida. El copamiento de las calles por parte de las derechas y
las sucesivas manifestaciones anticuarentena que ocurrieron durante 2020 son ele-
mentos centrales a tener en cuenta.

387
Santiago Roggerone

Al respecto, el caso brasileño es, por supuesto, aun más nítido. Él re-
vela “la incompatibilidad radical del reformismo con el neoliberalis-
mo” (Lazzarato, 2020, p. 27). Y esto se debe a que el primero tiene
verdaderamente lugar cuando el capitalismo se encuentra amenazado
por una revolución —cosa que, desde ya, en tiempos recientes no ha
sucedido ni en América Latina ni en ningún otro sitio del planeta— y
que el segundo ha sido una reacción ideológica al mundo westfaliano
que se configuró en Bretton Woods cuando sí existía un peligro real.
A nivel económico pero también subjetivo, las consecuencias de los
gobiernos del PT fueron el endeudamiento, la individualización y la
despolitización. Si bien Lula llegó al poder en 2003 con un PT ya do-
mesticado —las concesiones, alianzas, compromisos y el abandono de
ciertos preceptos programáticos comienzan ya en los años ochenta—,
su gestión cambiaría al Brasil drásticamente, transformando las rela-
ciones de clase y ampliando derechos de forma significativa. Lejos de
poner fin al neoliberalismo, apostó por el desarrollo de un capitalismo
que quedó herido de muerte por el colapso financiero de 2008 y la
caída del precio internacional de los commodities del que el modelo
extractivista tanto dependía.19 Las protestas de 2013 marcaron un vi-
raje, ya que el PT comenzó a perder apoyo popular y una nueva alian-
za neoliberal entre las finanzas, los terratenientes del agronegocio,
los militares y los evangelistas neopentecostales ultraconservadores
empezó a tomar forma. Esa nueva alianza encontraría expresión en el
impeachment de Dilma, la llegada de Temer al poder y, enseguida, la
proscripción de Lula y el fortalecimiento de una figura política hasta
el momento marginal y excéntrica, caracterizada por una profunda
misoginia, homofobia, racismo, xenofobia y macartismo, admiradora
del imperialismo yanqui y cultora del nacionalismo, el militarismo, el
ruralismo, el anticientificismo, el antiintelectualismo, el consumismo
y el mesianismo religioso. Me refiero, por supuesto, a Bolsonaro, ex
militar, ex diputado federal y actual presidente del gigante sudameri-
cano, que encarna a la perfección la intolerancia y la agresividad ges-
tadas a contracorriente durante el período anterior contra los negros,
los indígenas, los pobres, las disidencias sexogenéricas a la hetero-
norma patriarcal, las feministas e incluso los ecologistas, y cuyo ob-
jetivo último —puede presumirse— es la realización de un autogolpe
mediante el cual se instale un régimen bonapartista y autoritario que
ponga fin al semipresidencialismo brasileño.
Giuseppe Cocco (2019) apela a los significantes cinismo y fascis-
mo para dar cuenta de todo este proceso a través del cual el capital
brasileño ha encontrado en Bolsonaro una salida, y el neoliberalismo,

19 Para un balance más amplio de la trayectoria del PT, ver Secco (2021).

388
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

en consecuencia, ha logrado reciclarse vía el autoritarismo y el odio


a la democracia. A su entender, la hegemonía petista y lulista dentro
de la izquierda

consiguió, al mismo tiempo, destruir, primero, todo tipo de movilización


autónoma; eliminar, luego, todo tipo de alternativa electoral; y, finalmente,
afirmar que el problema del país sería una operación judicial para comba-
tir la corrupción (el Lava Jato). El resultado es un gigantesco vacío dentro
de una vasta indignación que, a partir de finales de 2014, pasó a ser ocupa-
do por el bolsonarismo. (P. 17)20

III
Bolsonaro, Áñez, Macri y Guaidó no cayeron del cielo. Si aún vale la
pena emplear la palabra fascismo para referirse a ellos —concedien-
do, por supuesto, que nada es lo que tienen que ver con los fascismos
históricos—, lo vale en tanto por él se entienda guerra civil o contra
las poblaciones. En el capitalismo contemporáneo, la guerra siempre
es una máquina puesta a andar mediante otras máquinas técnicas.
Más allá de la jerga deleuzeana a través de la que se expresa, esta tesis
de Maurizio Lazzarato reviste extrema importancia, ya que permite
echar por tierra el mito del emprendedor genial e innovador del garaje
a través del que el capitalismo neoliberal se presenta a sí mismo. “Si-
licon Valley”, escribe el filósofo francoitaliano,

no es el fruto del espíritu de iniciativa de empresarios liberado por fin de la


tutela burocrática, sino de cincuenta años de enormes inversiones públicas
administradas por la estructura más jerárquica, más disciplinada y más
asesina que jamás haya existido: las fuerzas armadas estadounidenses.
(Lazzarato, 2020, p. 126)

El advenimiento de la gestión humanista de las fábricas y la gober-


nanza pacificada de la sociedad, en efecto, es solo un relato. Las ideas
de nuevo espíritu del capitalismo y de capitalismo neoliberal progresivo,
entre otras, solo expresan los deseos políticos de los autores que las
formulan. Ahora bien, los destinatarios de la crítica de Lazzarato no
son solo autores como Boltanski o Fraser sino también, en un plano
más general, los aceleracionistas de izquierdas que se embelesan con
las máquinas técnicas sin atender como corresponde —el problema es
quizá más de forma que de contenido— a “la máquina de guerra (capi-
talista) que las selecciona y las hace funcionar” (p. 128). En cuanto tal,
el aceleracionismo es parte de un conjunto de tendencias filosóficas
realistas y materialistas que responden a un giro especulativo median-

20 Para ampliar, ver Cava y Paolo (2019).

389
Santiago Roggerone

te el cual se ha configurado una nueva escena de pensamiento.21 Sus


principales representantes son Nick Srnicek y Alex Williams (2017),
quienes en su ya célebre manifiesto de 2013 se apropiaron de un tér-
mino acuñado originalmente por Benjamin Noys,22 pero con la inten-
ción de rebasarlo por izquierda. Influenciados por la filosofía fran-
cesa del deseo, Nick Land, Mark Fisher y otros pioneros nucleados
en la mítica Cybernetic Culture Research Unit, de la Universidad de
Warwick, propusieron acelerar el sistema de forma tal que terminara
muriendo de una sobredosis de sí mismo:

El futuro necesita ser construido. El capitalismo neoliberal se ocupó de de-


molerlo, reduciéndolo a un depreciado horizonte de mayor desigualdad,
conflicto y caos. Este colapso de la idea de futuro es sintomático del estatus
histórico regresivo de nuestra época y no, como muchos cínicos de todo el
espectro político nos quieren hacer creer, un signo de madurez escéptica. Lo
que el aceleracionismo promueve es un futuro más moderno; una moderni-
dad alternativa que el neoliberalismo es intrínsecamente incapaz de generar.
El futuro debe ser partido al medio otra vez para liberar y abrir nuestros
horizontes hacia las posibilidades universales del Afuera. (Pp. 47-48)

Lazzarato plantea atinadamente que los aceleracionistas de


izquierdas,23 los posoperaístas y las xenofeministas que exclaman “¡Si
la naturaleza es injusta, cambiemos la naturaleza!” (Laboria Cubo-
niks, 2017, p. 133) no pueden dar cuenta del estado de cosas existente
de forma correcta, y, por ende, plantear un programa político eman-
cipatorio coherente. A su entender estas corrientes “evitan cuidadosa-
mente problematizar las estrategias de confrontación (de guerra civil)
de la máquina de guerra capitalista de las que depende la actualiza-
ción de las ‘posibilidades’ de la tecnología y la ciencia” (Lazzarato,
2020, p. 148).
Desde el punto de vista de lo que las fuerzas de la emancipación
tienen que hacer, apostar entonces por crear una Sociedad Mont Pèle-
rin de izquierdas —el proyecto contrahegemónico a largo plazo que
Srnicek y Williams (2016) invitan a poner en pie— es un despropósito.
Es lamentable que la brillante crítica a la denominada política folk y la
potente tematización de la hegemonía neoliberal llevadas a cabo por
los autores de Inventar el futuro: Poscapitalismo y un mundo sin tra-

21 Para una discusión, ver Bryant, Srnicek y Harman (2011).


22 Noys (2010) señaló en su momento que “si el capitalismo genera sus propias fuer-
zas de disolución, entonces la necesidad es radicalizar el capitalismo mismo: cuanto
peor, mejor. Podemos llamar esta tendencia aceleracionismo” (p. 5).
23 Lazzarato los denominó aceleracionistas de izquierdas para diferenciarlos de la
variante original de Land (2011), caracterizable, a su vez, como de derechas.

390
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

bajo terminen de la forma en que lo hacen. Lo mismo cabe para el fe-


nomenal análisis del capitalismo de plataformas, propuesto por Srni-
cek (2018). Mediante una serie de hipersticiones24, Srnicek y Williams
(2017, p. 36) abogaban por la recuperación de los futuros perdidos e,
incluso, del futuro como tal. Es paradójico —y, tal como sugerí, peno-
so— que este creativo y lúdico ejercicio culminara elevando a modelo
la teoría populista de Ernesto Laclau (2005) y las experiencias de Syri-
za y Podemos. Como si las últimas no hubieran fracasado miserable-
mente. La capitulación de Alexis Tsipras ante la troika y el acuerdo
de Pablo Iglesias con el PSOE (parte de la casta hasta hace no mucho
tiempo denunciada) son quizá los indicadores últimos de esto. Como
si la teoría laclausiana —recordemos que el filósofo posmarxista se
vanagloriaba de ser el pensador oficial del kirchnerismo— no hubiera
demostrado ser insuficiente para articular la política emancipatorio-
radical que América Latina requiere. Como si, en último término,
fuera posible volver atrás en el tiempo y recrear el pleno empleo, las
recetas keynesianas y una presencia fuerte del Estado.25
Y aquí vale la pena regresar por un momento a Wendy Brown,
quien en un pasaje de su libro En las ruinas del neoliberalismo (2020)
se horroriza de que la gramática de lo social, incluyendo su importan-
cia para la democracia, haya desaparecido de las visiones del futuro
de la izquierda (p. 68). Visto y considerando que en la actualidad el
socialismo parecería llevar una vez más la delantera sobre el comu-
nismo —indicadores de esto serían la popularidad que en los últimos
años han obtenido figuras como Jeremy Corbyn o Bernie Sanders,
el fenómeno más amplio de los Democratic Socialists of America y,
en el plano estrictamente teórico, las intervenciones de un Axel Hon-
neth (2017) o un Bhaskar Sunkara (2020)—, puede decirse que el se-
ñalamiento de Brown carece de fundamentos. Hace unos diez años,
cuando 2008 se encontraba cerca y acontecimientos y movimientos
emancipatorios de todo tipo y color irrumpían en la escena global,
podía sostenerse que el enemigo no se llamaba Imperio o Capital sino
Democracia (Badiou, 2002, p. 14), y, asimismo, que la hipótesis co-
munista era la buena hipótesis (2008, p. 112). Hoy pareciera que nos

24 Las hipersticiones son ficciones que apuntan a convertirse en verdad a través de


la catalización de sentimientos dispersos en determinada fuerza histórica y efectiva.
25 Por lo demás, en lo referente a la utilidad que el aceleracionismo posee para las
periferias en general y los latinoamericanos en particular, entiendo que Alejandro
Galliano (2020) lleva la razón: “Como propuesta política y económica el aceleracio-
nismo es, en el mejor de los casos, vago y confuso; en el peor, directamente dañino.
En regiones subdesarrolladas como la nuestra (…), la aceleración parece un proyecto
menos subversivo y sus partidarios pueden repetir la historia de muchos marxistas
latinoamericanos que acompañaron el desarrollismo de los años sesenta” (p. 141).

391
Santiago Roggerone

encontramos nuevamente en el lugar que estábamos a principios de


los años noventa, cuando, después de la caída —ese fue el título de una
obra colectiva compilada por Robin Blackburn (1994) tras la debacle
eurosoviética—, el socialismo remitía a la realidad y a lo que es posible
hacer en ella, mientras que el comunismo, por su parte, se asociaba a
lo utópico, lo imposible y a las pesadillas totalitarias.
Los populismos de izquierdas sudamericanos, las experiencias
de Syriza y Podemos, Sanders y los DSA, y, en lo que respecta pun-
tualmente a la teoría, propuestas como las de Srnicek y Williams,
Honneth, Sunkara o —por qué no— el propio Thomas Piketty (2014)
constituyen, en última instancia, apuestas por oponer a lo privado del
capitalismo lo público —la gramática de lo social, decía Brown— del
socialismo. Existe, sin embargo, una alternativa que no debemos olvi-
dar. Con demasiada frecuencia parecería que nuestras únicas opcio-
nes son el capitalismo o el socialismo, la regla de la propiedad privada
o la de la propiedad pública, de modo tal que la única cura para los
males del control estatal es privatizar y para los males del capital es
hacerlo público, esto es, ejercer la regulación estatal. Pero tenemos
que explorar otra posibilidad: ni la propiedad privada del capitalismo
ni la propiedad pública del socialismo, sino lo común del comunismo
(Hardt, 2010, p. 129).
Hoy como ayer, el socialismo no es el nombre de la infame “fase
inferior” del comunismo sino más bien el de su verdadero competi-
dor, el de su mayor amenaza (Žižek, 2011, p. 112), el de un recurso,
vale decir, con el que el capital cuenta para posponer el desenlace de
su crisis (esto es, su colapso). La historia, además, ha demostrado en
demasiadas oportunidades que el mal menor constituye siempre el ca-
mino directo hacia lo peor. Si hay fascismo es porque antes se puso
en juego la pantomima reformista con la que, en ocasiones, intenta
neutralizarse el peligro de una verdadera revolución. Para verificar
esto no hace falta escudriñar la trayectoria seguida por la socialdemo-
cracia alemana durante las postrimerías del siglo XIX y las primeras
tres décadas del XX. Es más que suficiente atender, como en parte he
intentado hacer más arriba, a los años de gobierno del PT y al modo
en que despejó el terreno para que un liderazgo como el de Bolsonaro
pudiera emerger.
En los últimos cincuenta años el reformismo se ha convertido en
un agente del neoliberalismo, cosa que toca absolutamente a todas sus
fuerzas. En efecto, lo que recientemente Anderson (2018) señalara con
tanta lucidez a propósito de la socialdemocracia o el socialismo stricto
sensu vale también para los populismos progresivos o de izquierdas.

392
¿Qué es esto? Neoliberalismo, fascismo y estrategias de subjetivación política

Si bien el capitalismo ha echado por los suelos toda expectativa de revo-


lución en Occidente, desde hace algún tiempo ya también ha silenciado
aquello que tradicionalmente había sido su alternativa. Desde la década de
los ochenta, las “reformas” han significado normalmente la introducción
de formas más duras, y no más suaves, de capitalismo, formas de explo-
tación y negligencia no menos implacables sino más despiadadas. En esta
inversión neoliberal está escrito el destino fatal de la socialdemocracia.
Desde el punto de vista histórico a nivel mundial, las diferencias que la so-
cialdemocracia nos ha reportado no han sido significativas. El Estado del
bienestar, que se le atribuye, existe tanto en países donde la socialdemocra-
cia nunca ha tenido un poder significativo —Japón, Suiza, Irlanda, Canadá
e incluso, a su manera, Estados Unidos— como en aquellos donde sí lo ha
tenido. En condiciones favorables, ha dado lugar a un conjunto de peque-
ñas sociedades en Escandinavia mucho más civilizadas que la media de la
burguesía, incluso aunque ahora también estén sufriendo cierta erosión.
El balance de aquello que una vez fue el reformismo no es desdeñable, pero
es modesto, cosa que no puede decirse de la tradición revolucionaria. Eu-
ropa se salvó del nazismo en gran parte gracias al Ejército Rojo y hoy día
China se acerca a un nivel de crecimiento y poder mucho más grande que
el que nunca alcanzara la antigua Unión Soviética. Los crímenes y los de-
sastres del comunismo, por no hablar de sus comportamientos equívocos
o de sus cambios de rumbo, son evidentes, pero también lo es que el comu-
nismo cambió el mundo como no lo hizo la Segunda Internacional. (P. 31)

Nada de esto responde, sin embargo, el interrogante fundamental


que hoy se nos plantea. La discusión ofrecida en estas páginas revela
que hay a la mano algunos recursos para explicar qué es aquello con
lo que nos confronta esta era de la vigilancia en la que señorean los
algoritmos y la extracción de datos, las nuevas formas de fascismo a
las que me he referido hay que situarlas sin dudas en este contexto.26
El problema sin solución continúa entonces siendo otro. En efecto,
¿qué hacer?
No en función de brindar una respuesta concluyente sino más
bien de contribuir a la reformulación de dicha pregunta —es decir,
de arrojar luz a la misma e, incluso, concederle determinaciones adi-
cionales—, me gustaría concluir estas sucintas reflexiones provisorias
afirmando, junto a Lazzarato, que de lo que se trata es de poner a
funcionar una máquina de guerra revolucionaria que coloque al pen-
samiento estratégico nuevamente en el centro de la escena. Y esto su-
pone, claro está, batallar por una nueva subjetivación política que,
contra las renuncias de las teorías pos y decoloniales —el ajuste de
cuentas con esta tradición de pensamiento ha quedado aquí pendien-

26 A propósito, ver Zuboff (2020).

393
Santiago Roggerone

te—,27 torne posible desestabilizar la posición de vencidos sacrificiales


y víctimas sufrientes a través de la cual el neoliberalismo, ayer como
hoy —esto es, cuando es objeto de una resuelta torsión (neo)fascis-
ta—, se ha abierto paso.

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27 Ariel Petruccelli (2020) ha aportado recientemente algunos elementos muy im-


portantes para el desarrollo de tal empresa.

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398
LA SOCIEDAD DE LA DESACELERACIÓN.
REFLEXIONES SOCIOLÓGICO-POLÍTICAS A
PARTIR DE LA PANDEMIA 1

Alexis Gros
Felipe Torres

INTRODUCCIÓN
Como consecuencia de la pandemia del Covid-19 y de las medidas
de distanciamiento y confinamiento tomadas en todo el mundo para
combatirla, en el último año han proliferado los discursos acerca de
la “desaceleración” de la vida social. Tanto en el Sur como en el Norte
Global se habla de una ralentización abrupta de las actividades so-
cioeconómicas provocada por el coronavirus y se discute acerca de las
consecuencias negativas y/o positivas de la misma. Este tópico apare-
ce recursivamente no solo en conversaciones cotidianas, sino también
en los medios masivos de comunicación y en los ámbitos de la ciencia,
el deporte, el arte y la política. Algunos ejemplos pueden servir para
ilustrar esto.
Comencemos por la esfera económica. En abril de 2020, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) publicó un informe titulado “El gran
confinamiento: la peor desaceleración económica desde la Gran De-
presión”. Allí se afirma que las medidas de lockdown tomadas como

1 Este capítulo es una versión revisada y extendida del artículo “¿Desaceleración


de la aceleración? Descripción y normatividad de la velocidad social en tiempos de
pandemia”, aparecido en Teoría y Cambio Social, 3, CLACSO, pp. 60-70 en diciembre
de 2020 (Gros y Torres, 2020).

399
Alexis Gros y Felipe Torres

respuesta al Covid-19 produjeron un freno inusitado en la economía


mundial. “La magnitud y la rapidez de la paralización de la actividad
ha sido algo que nunca hemos experimentado en nuestras vidas”. Se-
gún el informe, la contracción global de la economía que se vivirá en
el período 2020-2021 será la peor desaceleración económica desde la
Gran Depresión.
Mucho se ha discutido acerca de las consecuencias nocivas de
esta ralentización en la ya de por sí castigada economía latinoame-
ricana. El Banco Mundial (BM) caracterizaba en octubre de 2020 a
nuestro subcontinente como “la región más golpeada por la pandemia
de COVID-19” y proyectaba para dicho año una caída de la actividad
económica de 7,9%. En línea con este diagnóstico, un informe de junio
de 2020 publicado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
sostiene que la “desaceleración económica” desatada por la crisis del
coronavirus tendrá como consecuencia un incremento marcado de las
desigualdades sociales en la Argentina (2020, p. 9). Y un estudio del
PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) de mayo
de 2020 saca conclusiones muy similares respecto a México. Diferen-
tes medios de prensa y agencias gubernamentales y no gubernamen-
tales realizan afirmaciones del mismo calibre en referencia a Brasil y
Chile (DW, 2020; Menz Queirolo, 2020).
La desaceleración se deja sentir también en el plano de la vida
cotidiana. Así lo confirma, por ejemplo, una investigación acerca de
“Prácticas emocionales durante el Aislamiento Social, Preventivo y
Obligatorio” en Argentina, publicada en 2020 (Cervio, 2020). Allí se
muestra que la experiencia de “quedarse en casa” en el marco del con-
finamiento social es asociada por algunos sujetos “con el disfrute y
con la pausa, con la desaceleración de la vida cotidiana que imponen
los tiempos de la pandemia” (p. 40). Un estudio psicológico efectuado
en Suiza sobre la “angustia emocional” (emotional distress) en épocas
de pandemia arroja resultados similares: “Los participantes cuyo bien-
estar mejoró durante la pandemia tendían a apreciar la oportunidad de
desacelerar su vida” (Shanahan et al., 2020, p. 8).
Incluso en el campo del arte ha tomado protagonismo la idea de
la desaceleración social. En mayo de 2020, un conjunto de doce mú-
sicos y veintiún cineastas de distintas nacionalidades subieron a la
plataforma YouTube un video titulado “Pausa” (Strausz et al., 2020),
el cual pretende reflejar artísticamente la desaceleración de la vida
cotidiana durante la crisis del Covid-19. El video retrata la disminu-
ción tajante del ritmo de la vida en el marco de la pandemia a través
de imágenes musicalizadas de grandes ciudades como Río de Janeiro,
Quito, Milán, Nueva York, Berlín y Atenas. Las calles desiertas de es-
tas urbes sobrepobladas, la ausencia casi total de tráfico vehicular y

400
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

de peatones, parecen dar cuenta de un proceso de ralentización social


nunca antes visto.
Ni siquiera el mundo del fútbol escapa a este tópico. En una
entrevista con el Süddeutsche Zeitung de abril de 2020, Karl-Heinz
Rummenige señalaba que la Federación Alemana de Fútbol no debía
apresurarse con el retorno de la liga profesional de fútbol, suspendida
en ese momento por la crisis pandémica. Según el ex jugador de la se-
lección alemana y actual director general del Bayern Múnich, “[e]stá
teniendo lugar una desaceleración de la vida. Y el fútbol debe tratar
con ella de manera ejemplar y disciplinada”.
A la luz de estos ejemplos tomados de diferentes ámbitos, creemos
que puede hablarse de una sensación ubicua de desaceleración social
provocada por la crisis del coronavirus. Lejos de ser una mera impre-
sión (inter)subjetiva, esta sensación parece verse corroborada por una
serie de hechos “duros” observables a nivel global (Rosa, 2021, pp.
21 y ss.). En el último año no solo se ha registrado una disminución
considerable del flujo de transportes —especialmente en la industria
aérea—, sino también la paralización forzada de actividades econó-
micas y laborales —sobre todo en el área comercial y de servicios—,
la suspensión de eventos culturales —conciertos, funciones de cine y
teatro, exposiciones artísticas, etc.— y la detención total o parcial de
las clases presenciales en escuelas y universidades (Rosa, 2021, pp. 21
y ss.; Gros y Torres, 2020).2
Sin embargo, ni la sensación identificada en los ejemplos brinda-
dos ni los hechos recién mencionados nos proporcionan una defini-
ción rigurosa de la noción de “desaceleración social”. Y mucho menos
nos permiten aseverar, de manera empírica y teóricamente fundada,
que la pandemia del Covid-19 haya desacelerado efectivamente la vida
socioeconómica. En este punto, el/la lector/a podrá preguntarse (con
todo derecho): ¿para qué necesitamos un concepto teórico-sociológi-
co de desaceleración social? ¿Por qué deberíamos ir más allá de los
datos “duros” y las impresiones (inter)subjetivas?
El punto de partida de las reflexiones que brindaremos en el pre-
sente artículo es el siguiente: lejos de tratarse de una anomalía o de un
hecho contingente y aislado, la crisis provocada por la pandemia pone
de relieve, de manera casi hiperbólica, una tensión que es constitutiva
de las sociedades (tardo)modernas, a saber, aquella entre la acelera-

2 Rosa (2021, p. 22) brinda varios datos empíricos cuantitativos que permiten sus-
tentar la hipótesis de una “desaceleración forzada” [Zwangsentschleunigung] de la
vida socioeconómica, al menos de carácter parcial, durante la pandemia del corona-
virus. Por ejemplo afirma que, a inicios de 2020, el “85% de los vuelos ha[bía]n sido
cancelados” (p. 22).

401
Alexis Gros y Felipe Torres

ción y la desaceleración de los procesos socioeconómicos (Rosa, 2005,


p. 150). En este sentido, creemos que reflexionar teóricamente acer-
ca de la desaceleración social resulta fundamental no solo para com-
prender los efectos socioeconómicos de la crisis del coronavirus, sino
también, y sobre todo, para esclarecer la lógica temporal que subyace
a las formaciones sociales (tardo)modernas. Pero la relevancia de la
reflexión acerca de la desaceleración social no termina aquí. El tópico
de la ralentización de los procesos socioeconómicos desempeña un
rol destacado en el plano de la vida política. Sin dudas, la lucha —
práctica y/o discursiva— en torno a la definición de los ritmos de la
existencia social ha sido siempre un nudo central de la arena política
moderna (Rosa, 2005, p. 147, 2012, pp. 197 y ss.). Y puede afirmarse
que desde fines del siglo XX, la disputa agonal por las “política(s) del
tiempo” ha adquirido un protagonismo cada vez mayor en la esfera
pública (Heiss y Torres, 2020).
Especialmente en el Norte Global han surgido diferentes movi-
mientos políticos —o al menos politizados— que buscan detener total
o parcialmente el incesante flujo de aceleración, crecimiento y acu-
mulación en las sociedades tardomodernas. A este respecto, vale men-
cionar iniciativas tan distintas como el slow food (comida lenta) y el
degrowth (decrecimiento) (Citton, 2019). En Latinoamérica, el pano-
rama es un poco distinto. Al parecer hay más ganas de acelerar, sobre
todo en lo que refiere al crecimiento y el desarrollo económico, y a
cambios proigualdad orientados a garantizar derechos sociales míni-
mos. Así lo han mostrado las protestas contra el sistema económico
y político en Colombia y Ecuador (2019), el reciente “estallido social”
contra la desigualdad en Chile (2019) y los diferentes movimientos en
pos de la igualdad de género en Argentina, Chile y Uruguay (Gros y
Torres, 2020).
Con base en lo antedicho, nuestro artículo parte de la siguiente
premisa: la tensión entre aceleración y desaceleración social, congé-
nita a la modernidad y acentuada por la crisis del coronavirus, puede
—y debe— abordarse teóricamente desde dos puntos de vista dife-
rentes: a) político-normativo y b) sociológico-descriptivo. En términos
político-normativos, se plantea la pregunta acerca de la deseabilidad
o indeseabilidad ético-política de los procesos aceleratorios y/o des-
aceleratorios (¿debemos (des)acelerar?). Desde un punto de vista ne-
tamente sociológico-descriptivo, en cambio, se intenta identificar la
estructura, causas y consecuencias de los mismos (¿qué es la (des)
aceleración social?).
Partiendo de esta distinción analítica, y tomando como marco
de referencia la teoría de la aceleración social de Hartmut Rosa, en el
presente texto nos proponemos brindar una serie de consideraciones

402
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

acerca de la desaceleración social en general y sobre su amplificación


en el contexto de la crisis del Covid-19. Para cumplir este objetivo,
procederemos en tres pasos. En primer lugar, adoptando una pers-
pectiva sociológico-descriptiva, intentaremos proporcionar una defi-
nición sistemática del concepto de desaceleración social. En segundo
término, analizaremos la crisis del coronavirus como un proceso de
desaceleración parcial de la vida social. Por último, daremos cuen-
ta de algunos de los debates político-normativos contemporáneos en
torno a la (des)aceleración de los ritmos de vida, prestando especial
atención a las divergencias entre las “políticas del tiempo” de Latino-
américa y las del Norte Global.

UN ABORDAJE DESCRIPTIVO DE LA DESACELERACIÓN SOCIAL


UN CONCEPTO RELACIONAL: LA DESACELERACIÓN (SOCIAL) COMO
ACELERACIÓN (SOCIAL) INVERTIDA O NEGATIVA
Como todos sabemos, el prefijo “des” denota en nuestra lengua una
inversión o negación del significado de un verbo, subjetivo o adjetivo.
Desconectar significa deshacer o romper una conexión; alguien está
descontento cuando no se encuentra satisfecho o a gusto con una de-
terminada situación; y la desconcentración puede definirse como la
ausencia o pérdida de atención en una cosa o tarea. Es claro que el
vocablo “desaceleración” está construido de manera análoga: denota
una aceleración negativa o invertida. En los términos del Diccionario
de la Real Academia Española (2021), si la aceleración es la acción o
el efecto de aumentar la velocidad, entonces la desaceleración es la
acción o el efecto de disminuirla.3
En un primer acercamiento al término, podemos observar enton-
ces que la noción de “desaceleración” no es un concepto absoluto sino
relacional, es decir, un concepto que carece de sentido si no se lo pien-
sa en vinculación con la idea de aceleración. Dicho de otro modo, solo
puede hablarse de desacelerar algo si ese algo está acelerado. En el ha-
bla cotidiana la idea de aceleración suele estar asociada a procesos o
eventos que transcurren a (muy) alta velocidad. Por ejemplo, cuando
se dice que una persona “está acelerada”, esto significa que piensa o
actúa a un tempo excesivamente veloz. Sin embargo, en términos es-
trictos, la aceleración tampoco es un valor absoluto. Si un automóvil
va a 15 km/h y aumenta su velocidad a 20 km/h, puede decirse que está

3 En rigor, la RAE (2021) define “acelerar” como “aumentar la velocidad” y “ace-


leración” como “acción o efecto de acelerar o acelerarse”. El verbo desacelerar es
definido como “disminuir la velocidad”, o “la aceleración”, y el sustantivo “desacele-
ración” como “acción o efecto de desacelerar”.

403
Alexis Gros y Felipe Torres

“acelerando”, a pesar de que estas no nos parezcan velocidades “acelera-


das” para un vehículo automotor.
Sobre este trasfondo, creemos que es imposible delimitar la idea de
“desaceleración social” como un concepto teórico-sociológico si no se de-
fine antes la noción de “aceleración social”. La desaceleración social es,
lisa y llanamente, una forma negativa o invertida de aceleración social.
Por esta razón, dedicaremos esta primera sección a presentar muy su-
cintamente la teoría de la aceleración social desarrollada por Hartmut
Rosa (2005) en Beschleunigung: Die Veränderung der Zeitstrukturen in
der Moderne y otros textos más recientes (2009, 2012, 2016, 2019).
Debe subrayarse desde el comienzo que la teoría de la aceleración
social de Rosa (2005, pp. 105 y ss., 461, 2012, pp. 175 y ss.) es una teo-
ría sociológica de la Modernidad. De acuerdo con el sociólogo alemán,
el rasgo distintivo de las sociedades (tardo)modernas es su carácter
(hiper)acelerado. “La historia de la Modernidad”, afirma, “parece estar
caracterizada por un aumento abarcador de la velocidad de los proce-
sos tecnológicos, económicos, sociales y culturales, y por un aumento
general del ritmo del tiempo” (2009, p. 78). Las quietistas sociedades
premodernas solo sufrían transformaciones socioestructurales, cul-
turales y tecnológicas como consecuencia de factores exógenos y/o
contingentes: guerras, catástrofes naturales, etc. En contraste, según
Rosa (2016, p. 13), las formaciones sociales de la (Tardo)modernidad
se encuentran gobernadas inmanentemente por una “tendencia siste-
mática a la escalación” (Eskalationstendenz), esto es, por una propen-
sión que las compele estructuralmente a dinamizarse o acelerarse.
Dicha tendencia es motorizada especial, aunque no únicamente, por
la “lógica” económica y sociocultural “del incremento” (Steigerungslo-
gik) típica del capitalismo, entendido este como “el poder más lleno
de destino de nuestra vida moderna” (Weber en Rosa, 2012, p. 14).4
“Sin dudas, el sistema económico dominante de la Modernidad tiene
un significado fundamental en los constreñimientos a la dinamización
y al incremento que penetran todas las formas y esferas de la relación
moderna con el mundo” (Rosa, 2012, p. 14).
Más específicamente, Rosa (pp. 12 y ss.) afirma que las forma-
ciones sociales (tardo)modernas se encuentran regidas por el “prin-
cipio estructural” de la “estabilización dinámica” (dynamische Sta-
bilisierung). Esto significa que son sociedades que “solo pueden
estabilizarse dinámicamente”: para “mantener y reproducir” sus es-
tructuras sociales, culturales y económicas se ven obligadas a crecer,
innovar y acelerar:

4 Para un análisis pormenorizado de los diferentes “motores” de la aceleración


moderna, ver Rosa (2012, pp. 200 y ss.).

404
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

La sociedad moderna capitalista debe expandirse, crecer e innovar, incre-


mentar la producción y el consumo, aumentar las opciones y posibilidades
de conexión; en una palabra: debe acelerarse y dinamizarse para reprodu-
cirse a sí misma cultural y estructuralmente, para conservar su status quo
formativo. (2016, p. 14)

Sobre este trasfondo, Rosa (2005, pp. 462 y ss.) define la aceleración
moderna como un proceso de dinamización exponencial de prácti-
camente todos los ámbitos de existencia social. Para ponerlo en tér-
minos más precisos, se trata de un progresivo “aumento de la canti-
dad (Mengezunahme)” de operaciones y actividades sociales —bienes
producidos, signos comunicados, tareas realizadas, vivencias expe-
rimentadas, etc.— efectuadas “por unidad de tiempo” (p. 115). Este
proceso incremental se radicaliza y/o acentúa en la Tardomodernidad
como consecuencia, entre otras cosas, de la desregulación de la lógi-
ca competitivo-acumulativa del capitalismo (ver, por ejemplo, Rosa
et al., 2007, pp. 23 y ss.). El concepto de aceleración es empleado por
muchos investigadores sociales de manera poco rigurosa. Sin dudas,
uno de los méritos principales de Rosa (2005, pp. 112 y ss.) es haber
diferenciado tres aristas o dimensiones de la aceleración social que la
literatura especializada suele mezclar y/o confundir: a) la “aceleración
técnica”, b) la “aceleración del cambio social” y c) la “aceleración del
ritmo de vida” (p. 462, 2009, p. 81). En el presente contexto, solo pode-
mos mencionar algunas de las características principales de estas tres
modalidades de aceleración:
1. La aceleración técnica implica un aumento exponencial de la
velocidad de los “procesos intencionales de transporte, comu-
nicación y producción” posibilitada por los constantes desarro-
llos tecnológicos (2009, p. 82, 2005, p. 462). Es indudable que
desde el siglo XIX hasta la actualidad, se constata un “mejora-
miento” progresivo de la eficacia y rapidez de los medios téc-
nicos de producción, locomoción y comunicación. Para decirlo
de otro modo, gracias a los avances de la tecnología, aumenta
exponencialmente la cantidad de bienes producidos, distan-
cias recorridas y mensajes enviados y recibidos por unidad de
tiempo (2005, p. 115). Un buen ejemplo de esta tendencia es la
aceleración progresiva de las comunicaciones que tuvo lugar
en las últimas dos décadas como consecuencia de desarrollos
técnicos ligados a Internet y la telefonía celular.
2. La aceleración del cambio social es definida por Rosa (2005, pp.
113 y ss., 462) como un incremento constante de las “tasas de
cambio social” (Veränderungsraten), es decir, de la velocidad en

405
Alexis Gros y Felipe Torres

que se transforman las estructuras socioculturales: formas de


vida, acervos de conocimiento, patrones de interacción, defini-
ción de roles sociales, modas, estilos artísticos, etc. Mientras
que la aceleración técnica refiere a “procesos de aceleración
dentro de la sociedad”, la aceleración del cambio social consti-
tuye entonces una “aceleración de la sociedad misma” (2009, p.
82, cursiva propia). En términos más precisos, Rosa (2005, p.
468) sostiene que el pasaje de la Modernidad “clásica” a la Mo-
dernidad “tardía” implica un incremento del tempo del cambio
social de un ritmo “intergeneracional” a uno “intrageneracio-
nal” (p. 467).
3. Finalmente, Rosa (2005, p. 195) identifica una aceleración del
“ritmo de vida” (Tempo des Lebens) de los sujetos (tardo)mo-
dernos. Se trata, más precisamente, de un aumento sostenido
de la “velocidad y compresión de las acciones y experiencias
en la vida cotidiana” (p. 195). Como “reacción” a la “escasez de
recursos temporales” típica de las sociedades (tardo)modernas,
los individuos se ven constreñidos a hacer cada vez más cosas
en menos tiempo (p. 114). Este acrecentamiento de la canti-
dad de “episodios de acción y/o vivencia por unidad de tiempo”
se cristaliza en instituciones típicas de la Modernidad tardía
como el fast food, el speed dating, la power nap y el multitasking
(pp. 113 y ss., 469).

NO TODO SE ACELERA: HACIA UNA CONCEPCIÓN


DE LA DESACELERACIÓN SOCIAL
A la teoría de la aceleración social de Rosa suele reprochársele su
supuesta “unidimensionalidad” (por ejemplo, Dörre en Dörre et al.,
2009, p. 188). Según varios críticos, ella presenta una visión simplista
y sin matices de las sociedades modernas como formaciones socio-
culturales regidas de cabo a rabo por la lógica totalitaria de la acelera-
ción. Al postular que todos los fenómenos y procesos socioculturales
tienden sin excepción a aumentar su velocidad, se afirma, Rosa falsea
la extrema complejidad de la realidad social moderno-capitalista (pp.
185 y ss.). Es decir, desatiende sistemáticamente la existencia de una
serie de racionalidades y “regímenes temporales” (Torres, en prensa
2021) que no operan según el principio de la estabilización dinámica
o que incluso se contraponen tajantemente a él (p. 188).
Esta crítica dista de ser justificada. Para Rosa (2005, pp. 138, 153),
sostener que la modernización constituye grosso modo un proceso de
aceleración social no implica de ninguna manera negar la existencia
de tendencias parciales a la “persistencia” (Beharrung), la “ralentiza-

406
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

ción” y/o la “desaceleración” en las sociedades (tardo)modernas: “La


idea de que con la irrupción de la modernidad ‘todo’ se vuelve más
rápido”, se lee en un pasaje de Beschleunigung, “es insostenible. Mu-
chas cosas permanecen igual de rápidas (o lentas), y algunas incluso
se ralentizan” (p. 153).
En la perspectiva rosiana, la aceleración es la lógica sociotempo-
ral hegemónica en la Modernidad, pero no la única existente. Al inte-
rior de las sociedades (tardo)modernas tiene lugar un interjuego entre
“estabilidad y dinámica”, el cual es siempre tendencialmente domina-
do por la lógica aceleratoria (2005, p. 150). Dicho de otro modo, no
existen procesos de ralentización capaces de contrarrestar la poten-
cia arrolladora de las tendencias a la aceleración. “En las sociedades
modernas existe una evidente asimetría estructural entre aceleración
y desaceleración, y, por esta razón, puede caracterizarse la moder-
nización justificadamente como un proceso constante de aceleración
social” (2013, p. 58). En la mayoría de los casos, los procesos desace-
leratorios no se muestran como “contratendencias” relevantes sino
como fenómenos meramente “residuales” o “reactivos”. Son “límites”
y/o “consecuencias” del principio de la estabilización dinámica o, a lo
sumo, “reacciones” al mismo (2012, pp. 199 y ss.).

FORMAS VOLUNTARIAS E INVOLUNTARIAS DE DESACELERACIÓN SOCIAL


Rosa (2012, p. 196) emplea el concepto de “desaceleración” (Entschle-
unigung) para señalar una serie de fenómenos y tendencias que “se
sustraen” o “incluso se oponen” a la lógica dominante de la acelera-
ción social. Se trata, más precisamente, de procesos sociales, cultu-
rales, políticos y naturales que no son acelerables o que portan en sí
una propensión a la ralentización. En varios de sus escritos, el soció-
logo alemán elabora una tipología de cinco “categorías” o “formas” de
desaceleración cuya exposición superaría los límites de este escrito
(pp. 196 y ss., 2013, pp. 46 y ss., 2005, pp. 138 y ss.). Tomando como
punto de partida dicha clasificación, pero yendo más allá de ella, en
el presente contexto nos gustaría aventurar la siguiente hipótesis de
carácter sociológico-descriptivo: en las sociedades modernas pueden
distinguirse dos modalidades fundamentales de desaceleración, a sa-
ber, formas involuntarias y voluntarias.5
1. Los procesos involuntarios de desaceleración no son intencio-
nalmente producidos por los actores individuales o colectivos
8instituciones, organizaciones, empresas, Estados, etc.). Antes
bien, se presentan como constreñimientos externos que limi-

5 Hemos presentado esta hipótesis parcialmente en Gros y Torres (2020).

407
Alexis Gros y Felipe Torres

tan o coartan la capacidad de los mismos para acelerar, pro-


ducir y/o innovar. En términos esquemáticos, puede hablarse
de dos subtipos de desaceleración involuntaria: la provocada,
o al menos condicionada, por causas “naturales” y la generada
por factores netamente sociales. Debe tenerse en cuenta, sin
embargo, que las fronteras entre lo “natural” y lo social distan
de ser nítidas y estáticas: al menos desde la crítica de Marx y
Engels (ver 1958) a Feuerbach, sabemos que no hay algo así
como una naturaleza completamente presocial o precultural.
a. Por un lado, existe una serie de “límites naturales a la ve-
locidad” que se desprenden o bien de la complexión del
medio ambiente, o bien de la constitución corporal del ser
humano (Rosa, 2012, p. 196). Se trata, más precisamente,
de ciertos fenómenos físicos, químicos o biológicos que no
son pasibles de ser acelerados, o que solo pueden apurarse
parcialmente: los procesos de (re)producción de materias
primas, los ciclos de cultivo, la extensión de las estaciones
del año, la cura de enfermedades, la duración del embara-
zo, etc.
a. Por otro lado, hay formas de ralentización involuntaria
provocadas por factores netamente sociales. Un ejemplo
son los procesos desaceleratorios “disfuncionales” o “pa-
tológicos” que emergen como consecuencia no buscada de
la propia aceleración social (2013, pp. 196 y ss.). El caso
paradigmático son los embotellamientos automovilísticos,
que no son otra cosa que un resultado paradójico de la
hiperaceleración del tránsito vehícular (p. 197).
2. Los fenómenos y procesos de desaceleración voluntaria, en
cambio, son buscados y/o producidos de forma consciente por
los actores sociales. Aquí también pueden distinguirse dos sub-
tipos: Los que derivan de la voluntad individual y aquellos que
surgen de decisiones colectivas, institucionales u organizacio-
nales.
a. En las sociedades hiperaceleradas, los actores individua-
les a menudo deciden ralentizar temporalmente la marcha
como una estrategia para mantener, recuperar o incluso
incrementar sus capacidades productivas, dinámicas e in-
novadoras (2012, p. 197; 2013, p. 50). De lo que se trata es
de tomarse un descanso para “cargar el tanque”, recobrar
fuerzas y poder seguir corriendo (2005, p. 149). Esta forma
“funcional” o “acelerada” de desaceleración se observa no

408
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

solo en las variadas actividades vacacionales y/o turísticas


de los sujetos tardomodernos, sino también en su propen-
sión a prácticas new age como los retiros espirituales, la
meditación y los ejercicios de mindfulness (2012, p. 197).
b. Estas prácticas voluntarias de desaceleración “funcional”
tienen un equivalente en el plano de la acción colectiva: las
instituciones u organizaciones (tardo) modernas tanto pú-
blicas como privadas suelen otorgar y solicitar diferentes
tipos de “moratorias” (2005, p. 149). Se trata de períodos
de gracia concedidos para “solucionar” problemas econó-
micos, políticos, legales, sociales, técnicos, ecológicos etc.
que coartan las capacidades organizacionales o institucio-
nales de aceleración, productividad e innovación (p. 149).

Más relevantes en términos políticos son las propuestas “ideológicas”


de desaceleración “radical” impulsadas por organizaciones, agrupa-
ciones o movimientos de las más diversas orientaciones: grupos eco-
logistas, de izquierda, indigenistas, religiosos, conservadores, etc. (pp.
2012, 197 y ss.). A pesar de sus innegables divergencias, estas agrupa-
ciones tienen un rasgo común: esgrimiendo argumentos con un cierto
cariz “antimoderno”, abogan por la detención o paralización total de
la maquinaria aceleratoria en pos de la consecución de una vida y una
sociedad “mejor” (2005, p. 147). La idea central que orienta estos mo-
vimientos se refleja paradigmáticamente en la afirmación clásica de
Walter Benjamin (2010, p. 153) según la cual las revoluciones no son
la “locomotora” sino el “freno de emergencia” de la historia.

LA CRISIS DEL CORONAVIRUS Y LA “DESACELERACIÓN FORZADA”:


UN ABORDAJE SOCIOLÓGICO-DESCRIPTIVO
Según creemos, el instrumental teórico desarrollado en las seccio-
nes anteriores puede ser aplicado fructíferamente al análisis de la
crisis del coronavirus. Como afirmamos en la Introducción, desde el
comienzo de la pandemia han proliferado los discursos acerca de la
“desaceleración” de la vida socioeconómica. En sus últimas interven-
ciones públicas también Hartmut Rosa (2021, 2020a, 2020b, 2020c,
2020d) ha diagnosticado un proceso global de desaceleración social
como consecuencia de las medidas de confinamiento y aislamiento
tomadas por los estados del Sur y el Norte Global. En un artículo re-
cientemente publicado se lee:

De repente, luego de dos siglos de aceleración y dinamización práctica-


mente ininterrumpida, el mundo frena; sus movimientos físico-materiales
se ralentizan abrupta y radicalmente. Pareciera como si alguien hubiera

409
Alexis Gros y Felipe Torres

aplicado frenos gigantescos sobre las ruedas de la producción, el transpor-


te, la vida social y cultural (…). La desaceleración constituye entonces un
hecho social, material, duro y globalmente observable. (2021, pp. 21 y ss.)

Rosa (2021, pp. 23 y ss.) sustenta este diagnóstico en datos “duros” in-
negables: el decrecimiento del tráfico aéreo en un 85% al comienzo de
la pandemia, la disminución de la producción de dióxido de carbono
en un 17%, la suspensión de clases en escuelas y universidades, y la
cancelación masiva de eventos culturales. A esta lista cabría agregar
la antes mencionada “desaceleración” de la producción y el comercio
que, según el FMI (2020), alcanzaría un 3% en términos globales.
Sin embargo, el propio Rosa (2021, p. 21) advierte con razón que
no todo se desacelera en tiempos de coronavirus. Muchas actividades
sociales permanecen a la misma velocidad, y otras incluso se aceleran
más que antes de la pandemia. Por ejemplo, el trabajo en las terapias
intensivas de los hospitales ha acrecentado su ritmo considerable-
mente como producto de la pandemia. Y lo propio ocurre en las agen-
cias estatales ocupadas de gestionar la compleja emergencia sanitaria,
en los centros de investigación científica dedicados al desarrollo de la
vacuna y en las fábricas ocupadas de su producción masiva.
Además, Rosa afirma que la crisis del coronavirus produjo un
desplazamiento de la aceleración social del plano “real” al “virtual”.
Es cierto que el número de encuentros y eventos sociales “reales”, o
face-to-face, han disminuido y los mismos parecen haberse trasladado
a la esfera de la virtualidad. Hoy tenemos cada vez más reuniones de
trabajo, conferencias e incluso fiestas de cumpleaños vía Zoom o Sky-
pe. En una palabra, nosotros ya no nos movemos tanto, pero “la ve-
locidad de las corrientes digitales aumenta progresivamente” (p. 21):

[Durante la pandemia] se asiste a un incremento considerable de los pro-


cesos de producción y comunicación por medios digitales. De hecho, me
parece que el tajante desacople entre la ralentización de los intercambios
físico-reales y la aceleración de la circulación, comunicación y producción
digitales constituye una de las consecuencias colaterales más significativas
de la crisis actual. (P. 21)

Sin negar estas contratendencias aceleratorias, Rosa (p. 21) insiste en


la tesis de que la crisis del coronavirus ha tenido como consecuencia
un proceso global de desaceleración de la vida socioeconómica. A la
hora de analizar las características de este proceso, sin embargo, sos-
tiene una posición un tanto ambivalente. Por un lado, sugiere que la
pandemia le impone una “desaceleración forzosa” (Zwangsentschleu-
nigung) a las sociedades; y, por otro, enfatiza que la ralentización de

410
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

amplios sectores de la vida social ha sido, en última instancia, una


decisión política de los estados nacionales (p. 22). Nos parece que esta
ambigüedad teórica, inadvertida por el propio Rosa, dista de ser ca-
sual. Más allá de la voluntad y la conciencia del autor, refleja la na-
turaleza ambivalente del fenómeno analizado. Los procesos de des-
aceleración social a los que se asiste hoy tanto en el Sur como en el
Norte Global tienen un carácter bifronte. Poseen, a la vez, momentos
1) involuntarios/impuestos y 2) voluntarios/intencionales. 1) La des-
aceleración involuntaria en tiempos del coronavirus, puede afirmarse,
es causada tanto por procesos “naturales” 1.1) como netamente so-
ciales 1.2). 1.1) El virus como entidad biológica constituye un límite
ineludible a la capacidad de producción, aceleración e innovación de
los individuos. Quienes se enferman deben dejar de trabajar, aislarse,
recibir tratamiento médico y esperar, en el mejor de los casos, a que
su organismo se reponga. 1.2) Sin embargo, el virus dista de ser un
fenómeno puramente biológico: no es, de ninguna manera, un shock
o “golpe externo” al capitalismo como lo afirma, por ejemplo, Klaus
Dörre (2020, p. 119) en un artículo reciente. Se trata, por el contrario,
de un producto no deseado de la propia lógica aceleratoria de la (Tar-
do)modernidad: el surgimiento del virus SARS-CoV-2 está asociado
directamente al cambio climático y a modalidades capitalistas de pro-
ducción, comercialización y consumo masivo de alimentos. Y su rápi-
da difusión global hubiera sido impensable sin la (hiper)aceleración
actual de la movilidad aérea (Lessenich, 2020, p. 150; Torres, 2020).
Por otro lado, Rosa (2020b) está en lo cierto cuando afirma que
no es el virus mismo el que cancela vuelos, cierra bares y suspende
las clases en las escuelas, sino la “acción política” consciente e inten-
cional de los estados nacionales qua actores colectivos (en el sentido
de 2.2 más arriba). En efecto, las medidas de lockdown y aislamiento
preventivo que se observan en diferentes países de Latinoamérica y
el mundo son producto de decisiones tomadas por gobiernos que, en
su gran mayoría, derivan su legitimidad de la voluntad popular. En
cuanto a la razones que motivan la decisión estatal de desacelerar,
existen opiniones encontradas: mientras que algunos la caracterizan
como una decisión ética o humanitaria (Rosa, 2021; Dörre, 2020),
otros argumentan que sirve a oscuros fines biopolíticos (Lessenich,
2020, pp. 152 y ss.). Sea como fuere, Rosa (2021, pp. 22 y ss.) tiene
razón cuando afirma que estas decisiones desaceleratorias de los es-
tados ponen de relieve la capacidad de la acción política para ponerle
coto a la maquinaria “dura como el acero” (stahlhart) de la acelera-
ción (tardo)moderna, una maquinaria que, hasta hace algunos po-
cos meses, aparecía como un poder irrefrenable. Queda abierto, sin
embargo, si esta desaceleración voluntaria de corte colectivo puede

411
Alexis Gros y Felipe Torres

orientarse a fines antisistémicos o emancipatorios, o si es solo un des-


canso “funcional” —o una moratoria— para reponer fuerzas y volver
a acelerar en el futuro.

¿DEBEMOS (DES)ACELERAR? POLÍTICAS DE LA (DES)


ACELERACIÓN EN LATINOAMÉRICA Y EL NORTE GLOBAL
Hasta aquí hemos abordado la problemática de la desaceleración social
desde una perspectiva netamente sociológico-descriptiva. Inspirados
principalmente en las contribuciones teóricas de Hartmut Rosa, he-
mos brindado una caracterización general de la desaceleración como
fenómeno social (tardo)moderno y analizado los rasgos específicos de
los procesos desaceleratorios desatados por la pandemia. En el pre-
sente apartado, cambiaremos el eje de la discusión: reflexionaremos
sucintamente acerca los distintos usos político-normativos que recibe
el tópico de la (des)aceleración en las sociedades contemporáneas.
Como afirmamos en la Introducción, la lucha práctica y/o discur-
siva en torno a la definición de los ritmos de la existencia social cons-
tituye un nudo central de la vida política moderna (2005, p. 147, 2012,
pp. 197 y ss.). Desde fines del siglo XX, la disputa por las “política(s)
del tiempo” parece haber adquirido un protagonismo cada vez mayor
en la esfera pública (Heiss y Torres, 2020). En las últimas décadas han
emergido movimientos políticos y/o culturales que defienden distintas
posturas normativas en cuanto a la deseabilidad o indeseabilidad de
los fenómenos (des)aceleratorios. A continuación, pasaremos revista
a la situación actual de dichos movimientos, prestando especial aten-
ción a las divergencias entre las situaciones “político-temporales” del
Norte Global (3.1) y Latinoamérica (3.2).

ACELERACIONISMO VS. DESACELERACIONISMO EN EL NORTE GLOBAL


En los últimos años ha tomado relevancia en el Norte Global el de-
nominado “aceleracionismo” (Accelerationism), un movimiento (teó-
rico-)político que aboga por una radicalización de la aceleración
(tardo)moderna. Los aceleracionistas afirman que el único modo de
contrarrestar las injusticias y/o patologías sociales de las sociedades
capitalistas es ahondando sus contradicciones al extremo. De lo que
se trata no es de detener la marcha imparable del crecimiento, el
progreso y el avance tecnológico, como lo sugería Benjamin (2010, p.
153), sino más bien de acelerar la aceleración. En palabras de Michael
Gardiner (2017):

El aceleracionismo ve la intensificación de ciertas tendencias en la so-


ciedad tardocapitalista como una manera de escapar de la órbita gra-
vitacional de la misma, permitiendo así una “reformulación” de la in-

412
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

fraestructura material del propio capitalismo hacia fines universalmente


emancipatorios. (P. 31)

Debido a su confianza casi ciega en la tecnología y a su “alianza”


estratégica con el capitalismo, el movimiento aceleracionista ha sido
criticado como una perspectiva ingenua, insensible y eurocéntrica.
Es decir, como una posición que no tiene en cuenta las perniciosas
e inequitativas consecuencias psíquicas, socioculturales y medioam-
bientales que podría provocar una radicalización de la lógica esca-
latoria moderno-capitalista (Stengers, 2013; Danowski y Viveiros de
Castro, 2017).
En la vereda opuesta al aceleracionismo, han aparecido en las
últimas décadas distintas iniciativas político-culturales orientadas a
disminuir, o incluso detener, la tendencia incremental del capitalis-
mo como respuesta a las consecuencias disfuncionales, dañinas y/o
patológicas de la aceleración constante de las formas de vida (Rosa,
2005, p. 147). Esta “dromofobia” (Glezos, 2012) se observa sobre todo
en países industriales avanzados y es propulsada por movimientos de
muy diferente proveniencia: grupos socialistas, religiosos, ecologistas,
conservadores, etc. (Rosa, 2012, pp. 197 y ss.).
Es importante resaltar que las posiciones desaceleracionistas se
mueven en un amplio espectro político que va desde la (extrema) iz-
quierda a la (extrema) derecha y que incluye tanto iniciativas indivi-
dualistas como colectivistas (Rosa, 2012, pp. 197 y ss; Citton, 2019).
Por un lado, hay posiciones conservadoras que rechazan de plano el
cambio social y proponen una vuelta romántica al tempo parsimonio-
so de las formas de vida premodernas y pretecnológicas (Rosa, 2012,
pp. 197 y ss.). Y por otro, existen movimientos desaceleratorios eman-
cipatorios o de izquierda como el denominado Degrowth, dentro del
cual confluyen posturas ecologistas, feministas y anticapitalistas en
una crítica radical a los efectos patológicos de la lógica aceleratorio-
escalatoria del capitalismo (Schmelzer y Veter, 2019).

LA SITUACIÓN AMBIVALENTE DE LATINOAMÉRICA: EL TENSO


ENTRECRUZAMIENTO DE LAS DEMANDAS ACELERACIONISTAS Y
DESACELERACIONISTAS
También en América Latina existe un cierto antagonismo entre los
movimientos políticos aceleratorios y los desaceleratorios. Sin embar-
go, esta oposición se manifiesta de manera muy diferente a como lo
hacen en el Norte Global. No se trata de una contraposición tajan-
te entre dos posturas irreconciliables, sino más bien de un complejo
vínculo de tensión entre demandas —parcialmente— contradictorias

413
Alexis Gros y Felipe Torres

que muchas veces se articulan en el marco de movimientos políticos


amplios (Gros y Torres, 2020).
En el contexto latinoamericano, marcado por la(s) pobreza(s) y
la(s) extrema(s) desigualdade(s), parecen haber varias razones para
acelerar el cambio social y el crecimiento: reivindicaciones ligadas
a la justicia social, la equidad de género, la inclusión social, etc. En
este sentido, hoy siguen defendiéndose banderas clásicas de la mo-
dernización como el “desarrollo” a través de la industrialización y la
tecnología, y aparecen nuevos reclamos aceleratorios vinculados a la
digitalización de las sociedades. Estas demandas provienen no solo
de movimientos de izquierda, sino también de grupos liberales y/o de
derecha que ven en la dinamización de la sociedad una forma de dejar
el subdesarrollo y acercarse al Global North.
Sin embargo, también existen movimientos contra la aceleración
social como las críticas antiextractivistas a procesos de explotación
de recursos naturales que no respetan los ciclos de la naturaleza ni el
estilo de vida de las comunidades nativas que rodean los territorios de
extracción. La tensión entre estas iniciativas ralentizadores y las de-
mandas aceleracionistas se pone de manifiesto de manera paradigmá-
tica en la disputa entre posiciones “desarrollistas” y “ambientalistas”.
En palabras de Schteingart y Mohle (2021):

A menudo el debate entre desarrollistas y ambientalistas se centra en las


limitaciones de cada uno de los enfoques. Desde las posturas desarrollistas
se suele criticar el sesgo prohibicionista que aparece en muchas demandas
ambientales, mientras que desde el ambientalismo se señala la subestima-
ción de la variable ambiental que tienden a hacer los desarrollistas.

Si bien existe una tensión inevitable entre las demandas desarrollis-


tas-aceleratorias y las ambientalistas-desaceleratorias, las primeras
no necesariamente deben contraponerse tajantemente a las segun-
das (Schteingart y Mohle, 2021). Y a menudo tampoco lo hacen. A
diferencia de lo que ocurre en el Norte Global, el aceleracionismo y
el desaceleracionismo muchas veces conviven —no sin problemas—
dentro de amplios espacios progresistas que conjugan demandas va-
riadas como la industrialización, el crecimiento, la redistribución de
la riqueza, el reconocimiento de los pueblos originarios y el respeto
al medio ambiente.

EN LUGAR DE UNA CONCLUSIÓN


Como cierre del presente trabajo, incluimos a continuación un cua-
dro sinóptico que busca resumir y sistematizar nuestras reflexiones en
torno a la desaceleración social:

414
La sociedad de la desaceleración. Reflexiones sociológico-políticas a partir de la pandemia

Figura 1

Con esta visión esquemática, creemos, es posible ordenar y así dar


cierto entendimiento mínimo a las diversas posiciones teóricas en
torno a la tensión aceleración-desaceleración social. Es claro que los
debates acerca de la problemática no son una mera cuestión de eru-
dición. Los ritmos sociales son material para “políticas del tiempo”
precisas y, de este modo, tienen la capacidad de incidir concretamente
en la vida colectiva e individual.

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418
LUCHAS POR LA MEMORIA EN URUGUAY:
INSUMOS ANALÍTICOS PARA AMÉRICA
LATINA

Germán Coca
Alfredo Falero

TEORÍA SOCIAL Y MEMORIA: UN RECORRIDO BÁSICO


El artículo que se presenta tiene varios riesgos teóricos metodológi-
cos. Vamos a mencionar dos. En primer lugar, es un riesgo procurar
llevar las conclusiones de un estudio de caso que se presenta en el
título a provocar discusiones más generales para América Latina. En
el descargo debe decirse que se procura hacer esta operación analítica
partiendo desde procesos regionales y considerando solo algunas di-
mensiones que en función del conocimiento previo pueden tener po-
tencialidad para problematizar sin caer en generalizaciones abusivas.
En segundo lugar, la discusión de las aperturas teóricas necesarias
podría llevar a quitarle profundidad a un proceso social que se quiere
mínimamente reconstruir y mostrar, aunque tratando de no ahogar
con una mera sucesión de eventos. De modo que se comienza con una
apretada apertura teórica sobre la memoria colectiva para pasar luego
a una no menos condensada discusión del poder coactivo del Estado
en América Latina. Ambas síntesis teóricas pueden implicar una exce-
siva simplificación.
Comencemos con la primera. Seguramente uno de los grandes
y primeros teóricos sociales en relación a la memoria fue Maurice
Halbwachs, sociólogo discípulo de Durkheim y Bergson que falleció
en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial,

419
Germán Coca y Alfredo Falero

en 1944. Es cierto que comienza subrayando el papel de la memo-


ria individual en “los cuadros sociales de la memoria” (Halbwachs,
1925) pero llega a construir una noción de memoria colectiva con una
perspectiva interaccionista, concibiéndola como un punto de cruce e
integración de distintas memorias (Montesperelli, 2005).
En ese trabajo de Halbwachs se pueden identificar tres ejes cla-
ve: las memorias solo pueden pensarse en términos de convenciones
sociales que denomina precisamente “cuadros sociales de la memo-
ria”, el abordaje de estas convenciones a partir del mundo empírico
observable, distante de intenciones, y la afirmación de que el pasado
que existe es el que es reconstruido continuamente en el presente (Se-
púlveda dos Santos, 2003).
En el sociólogo francés prima la idea de representaciones colec-
tivas por sobre las condiciones materiales de existencia. Es decir, la
memoria tiene que ver con lo primero a partir de la inserción de los
individuos en la familia, grupos religiosos y en clases sociales. En ese
sentido, cuando el autor habla de “cuadros” se refiere a marcos de
grupos. Se van generando así “memorias” (en plural) que son socia-
les. Cuando se recuerda, se hace por medio de la aceptación implícita
de estos marcos que prescriben determinadas configuraciones básicas
sobre el espacio, el tiempo y el lenguaje.
De este modo, “el pensamiento social” —no en el sentido socio-
lógico sino de sentido común de la sociedad, del orden de las viven-
cias— es básicamente memoria. En contraste con la Historia como
disciplina, la memoria es un proceso vivo, una matriz de significados,
no la reconstrucción de hechos, y depende de grupos sociales. Y esto
supone pensar que los recuerdos de una sociedad se construyen. Y así
como existen eventos que se recuerdan y “existen”, otros se olvidan
a nivel colectivo. Esta perspectiva queda más clara en los manuscri-
tos de Halbwachs recopilados como “la memoria colectiva” de 1950
(1997). Este es un punto clave a los efectos de este trabajo.
Mucho se podría debatir teóricamente sobre la relación entre me-
moria y sociedad a partir de la obra de este autor en adelante, pero
aquí el objetivo es más preciso. Porque lo central a efectos de este
trabajo es entender a la memoria como constante ajuste a las necesi-
dades de vivir el presente y el futuro. Y en esto pesan agentes sociales,
sus representaciones, la selección de recuerdos que realizan, los este-
reotipos que se van conformando, y así se podría seguir. Al hablar de
agentes, es necesario pensar no meramente en eventos que se recuer-
dan y que se olvidan sino considerar procesos sociales constitutivos
de la memoria colectiva en donde confluyen relaciones asimétricas
de poder.

420
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

De este modo, puede pensarse a la memoria como intrínsecamen-


te política, como parte del campo de poder de la sociedad en el sentido
de Bourdieu ya que implica intereses que pesan sobre lo que se olvida
y se recuerda y sobre cómo se hace esa selección de lo recordable. A
nivel de Estado-nación existen siempre eventos socialmente traumá-
ticos —como un golpe de Estado y lo ocurrido a partir de allí, una
coyuntura de represión con terribles consecuencias humanas— y por
tanto ello implica luchas que son prácticas y simbólicas a la vez sobre
lo ocurrido, la adjudicación de responsabilidades, formas de apropiar-
se de ese pasado enfatizando o minimizando protagonismos.
En tanto lo anterior, son entonces luchas por la construcción de
significados del pasado y por su influencia en el presente y en el futuro
que va generando un campo de fuerzas específico —es decir, con fuer-
zas que procuran conservar o transformar en direcciones opuestas, la
memoria y el olvido selectivo— y que va generando competencias y re-
cursos en ese sentido. Por todo ello el tema también puede estudiarse
como espacio social (o campo) en el sentido de Bourdieu (2007). Claro
que hay que adaptar esto a la especificidad de América Latina en don-
de la impunidad y el poder coactivo directo del Estado se despliega en
variadas formas. En la región, las luchas por verdad y justicia, por la
memoria histórica que es también base social de un futuro alternati-
vo, han supuesto actuaciones concretas sobre los poderes del Estado
dependiendo de los gobiernos de turno y de la capacidad de organiza-
ciones, movimientos, redes y colectivos sociales para disputar el tema.
En el Cono Sur, encontrar los cuerpos de los desaparecidos, llegar
a una aproximación a la verdad histórica sobre lo que ocurrió en cada
caso, recuperar identidades individuales, identificar y hacer justicia
con los militares culpables y civiles responsables, es un tema clave
de obvio conocimiento. Pero el cuadro general de la región implica
situaciones significativamente diferentes de acuerdo a las configura-
ciones sociohistóricas subregionales. En algunos casos la violencia es
estructural y la impunidad respecto a la eliminación y desaparición de
activistas, por ejemplo, es endémica y atraviesa países. De modo que,
a veces, lo que debe incorporarse a la memoria colectiva no es solo
lo que ocurrió hace décadas sino lo que pasó ayer mismo, que en la
cotidianeidad se va diluyendo.
De este modo, la forma en que se procesan socialmente hechos
traumáticos son diferentes si se está hablando del Cono Sur compara-
do con regiones de violencia estructural como Colombia, Centroamé-
rica y el Caribe en general (caso extremo de Haití) hasta México. Pero
incluso, ¿qué resulta característico del Cono Sur respecto a este tema?
Por ejemplo, seguramente aquí puede mencionarse el sur de Brasil en
la coordinación represiva, pero la impunidad militar puede haber sido

421
Germán Coca y Alfredo Falero

vivida de distintas formas según la región de este país que se conside-


re. Los límites geográficos de la memoria son imprecisos, pero clara-
mente hay situaciones bien diferentes. Por ejemplo, puede observarse
el caso de Colombia. En febrero del 2021, la Jurisdicción Especial
para la Paz (JEP) determinó que 6.402 personas fueron ejecutadas
extrajudicialmente entre 2002 y 2008 en lo que se conoce como falsos
positivos, supuestos guerrilleros que servían para mostrar triunfos del
Ejército en la guerra contra las FARC y así obtener beneficios. Pero
estos son simplemente los casos identificados en ese período en el
marco de la política de “seguridad democrática” del presidente Álvaro
Uribe (2002-2010). Si se contaran ejecuciones y desapariciones en un
período algo más largo, la cifra puede trepar fácilmente a las 120 mil
personas. De este modo, puede pensarse en memorias locales que se
logran construir luego de matanzas militares, puede pensarse en la re-
cuperación de memorias colectivas de la represión de orden vagamen-
te “nacional” por una parte menor de la población, pero sobre todo se
manifiesta una brutal impunidad sobre las acciones del Estado.
Este es tan solo un ejemplo que sirve para graficar un proceso
mucho más general. Por ello, hablar de las luchas por la memoria co-
lectiva inequívocamente conduce a la capacidad de captar y procesar
teóricamente el papel de la represión y al poder militar en la región.
Sin embargo, muchas veces aparecen como dos esferas teóricamente
separadas: por un lado, las luchas, los movimientos, las demandas de
verdad y justicia y, por otro, el estudio del Estado y su costado repre-
sivo. Es por ello que el próximo paso implica establecer mínimamente
una conexión teórica.

ESTADO, PODER COACTIVO Y LUCHAS


POR LA MEMORIA COLECTIVA
Desde el punto de vista teórico, existen insuficiencias o lagunas de co-
nocimiento, si se considera un cuadro general actualizado de América
Latina que integre estas tres vertientes. Naturalmente existe trayecto-
ria y acumulación de los temas por separado, pero plantear la conver-
gencia entre los tres ejes supone un desafío. Es un desafío de síntesis y
uno de transversalidad cuando en la región subsisten situaciones bien
diferentes, tal como ya se aludió.
Por lo anterior, la idea aquí es establecer tan solo algunas premi-
sas básicas para permitir luego desarrollar el tema en Uruguay y de
ahí partir hacia aperturas más generales del problema para América
Latina. Se pueden sintetizar de la siguiente manera:
1. Como se desarrolló en el trabajo para el libro anterior del GT
de CLACSO (Falero, 2020), primero se trata de tener una pers-

422
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

pectiva latinoamericana, lo cual significa establecer que ob-


jetivamente la región ocupa un lugar específico —geopolítico
y geoeconómico— en la acumulación a escala global. De este
modo, el giro autoritario de la década del sesenta tiene dife-
rentes expresiones pero también una especificidad estratégica
regional (Estados Unidos y la Doctrina de la Seguridad Nacio-
nal) e intereses comunes como aquellos a los que conviene que
la región siga ocupando básicamente el mismo lugar de pro-
veedora subordinada de materias primas en la acumulación a
escala global. Esto significa, más allá de diferencias subregio-
nales, una perspectiva de futuro común sobre las luchas y los
proyectos de sociedad que deben erradicarse.
2. Lo anterior supone, por un lado, que existe una forma Esta-
do común en cuanto a mecanismos generales de reproducción
capitalista (ideológicos y represivos). Considerando el enfoque
“estratégico-relacional” de Bob Jessop (2008, 2014; Sandoval,
2004), existe siempre una “dependencia constitutiva” de la acu-
mulación de capital y el Estado, que debe verse a la vez como
resultado y como generador de procesos sociales y económi-
cos, con continua tensión entre política e intereses empresaria-
les. Además, considerar el Estado en América Latina implica
asumir especificidades propias de esta región periférica. Esto
subyace ya en preocupaciones teóricas de fines de los setenta,
como explicó Lechner en su momento (1988).1 Dicho sintéti-
camente, es significativo captar las diferencias del Estado ca-
pitalista en regiones centrales de acumulación y en regiones
periféricas para evitar caer en una gruesa simplificación euro-
céntrica sobre límites y posibilidades.
3. En cuanto a la dimensión coercitiva, se puede decir —en la
misma línea del punto anterior y en forma de regla general—
que la violencia es rara vez el primer recurso del Estado, aun-
que esto podría constituir una simplificación cuando se habla
de regiones periféricas. Lo cierto es que en algunos contextos
—período posdictaduras o de “transición” en América Latina—
la coacción tiende a aparecer como difusa, lo cual es una for-
ma de reconstruir legitimidad más rápidamente. Sostenemos,
además, que al señalar que lo coactivo no constituye el pri-

1 No obstante este impulso, la teorización de la forma Estado en la región se trans-


forma luego en una industria intelectual de la “transición” de las dictaduras a las
democracias, lo cual conlleva dificultades analíticas para captar una forma Estado
transformada y en transformación.

423
Germán Coca y Alfredo Falero

mer recurso, aún en importantes desarrollos teóricos sobre el


Estado, la visualización de esta faceta represiva puede quedar
eclipsada.2 O sufrir de amnesia selectiva, como lo ejemplifica la
fuerte represión en Chile en 2019.
4. Comparando lo ocurrido en las décadas del sesenta, setenta
y principios del ochenta en la región, y lo que se ha visto en
las dos primeras décadas del siglo XXI, esa faceta coactiva —a
grandes rasgos— ha mostrado diferencias importantes. El per-
fil predominante del primer período mencionado se sintetiza en
algunas visiones como “Estado de excepción” (Carranza, 1978)
o “Estado militar” (Rouquié, 1984), lo que en definitiva supo-
ne la captura del Estado por instituciones militares (Serrano,
2010), movilizando recursos de guerra, más allá de cuales sean
las complicidades civiles involucradas. Decimos predominante
porque también se dan otros perfiles represivos sin arrasar con
la democracia (México con Tlatelolco en 1968, por ejemplo). El
perfil predominante del segundo período mencionado sugiere
más bien un carácter quirúrgico, con un papel en las sombras
de los militares, en lo posible tratando de establecer rápida-
mente una nueva “normalidad” democrática (Falero, 2020b).
Se trata de intervenciones en un nuevo contexto global con un
Estado transformado por procesos globales en varios sentidos,3
de modo que hubo intentos frustrados de ese tipo, por ejemplo,
contra gobiernos de tono nacional-popular como Venezuela
(2002), Bolivia (2008) y Ecuador (2009), y casos exitosos con
efectos prolongados, aún con gobiernos muy moderados en su
perspectiva de transformación como Honduras (2009), Para-
guay (2012) y Brasil (2016). Actualmente —lo que marca un
nuevo contexto— también hay casos exitosos en cuanto a res-
taurar un orden conservador, pero con efectos revertidos (Boli-
via en 2019 y las elecciones en 2020).
5. Las diferentes luchas sociales y sus agentes (movimientos so-
ciales, tejido de organizaciones, diferentes formas que adoptan
los colectivos sociales) tienen la capacidad no solo de incidir
en políticas de gobiernos específicos sino de transformar la for-

2 Ello se puede observar, por ejemplo, en los cursos de Pierre Bourdieu (2015) en
el Collège de France sobre el Estado de comienzos de la década del noventa. Allí se
observa el repaso de una extensa gama de autores y dimensiones pero se aprecia
poco o nada la fase represiva del Estado.
3 Por ejemplo, ahora se pueden observar procesos por los cuales son los propios
Estados-nación que contribuyen a su desnacionalización en función de ensamblajes
globales (Sassen, 2010).

424
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

ma Estado, aunque se trate muchas veces de procesos lentos y


complejos. El espectro de actuación de estos agentes contem-
pla una amplitud de temas que van desde necesidades básicas
como la alimentación hasta las de memoria histórica, como se
abordará seguidamente a partir del caso uruguayo. No siem-
pre se logra captar la configuración del Estado, en ocasiones
se trata de simples resistencias, pero la idea es que no se puede
analizar un componente sin el otro. De hecho, se puede hablar
de una “forma movimiento”, que supone proyectos emancipa-
torios, pero también conservadores (Falero, 2020b, 2020c).

En estos cinco puntos se puede sintetizar el modo en que se presenta


el tema en América Latina. Más allá de la región, las luchas por la me-
moria histórica colectiva también se construyen a partir de contextos
sociohistóricos muy diferentes. Por colocar algunos casos, se dieron
y se dan disputas por la memoria en las luchas contra el apartheid (es
decir, el sistema de segregación racial) en Sudáfrica, en España por la
interpretación del período de Franco y la represión institucionalizada
(con heridas aún abiertas), en Turquía en relación al “olvidado” geno-
cidio armenio en 1908, y así se podría seguir.
En cuanto al centro de este artículo, en primer lugar, las visio-
nes en/desde América Latina son múltiples, como ya se aludió, pero
en principio por su magnitud y enfoque geopolítico se focalizan en
lo ocurrido con la represión desde las décadas del sesenta, setenta
y ochenta. En el Cono Sur y en Brasil ese período está marcado por
distintos niveles de impunidad.4 El caso más bloqueado respecto al
tema es Brasil, lo que da cuenta del poder militar allí existente (y por
cierto, más allá del período Bolsonaro), mientras que el caso que más
avanzó fue Argentina.
En segundo lugar, cuando se habla de memoria en la región hay
que considerar luchas contra el olvido y, su contracara, el silencio de
procesos del pasado lo cual puede implicar una política expresa (Jelin,
2020). Esto requiere recuperar experiencias vividas y la verdad sobre
eventos o procesos, identificar restos de desaparecidos, hacer justicia
con los responsables militares y civiles, etc. El agente principal de es-
tas luchas no solo son los movimientos por derechos humanos.
En tercer lugar, estas luchas tienen un carácter práctico, material,
pero también simbólico. Debe subrayarse la importancia de disputar
las palabras que construyen las visiones del mundo social (Bourdieu,
1985), de acuerdo con lo expresado en el apartado anterior. No solo

4 Hay que recordar que en Brasil el golpe ocurrió en 1964 y que en Uruguay hubo
un período de “autoritarismo constitucional” predictadura ya desde 1968.

425
Germán Coca y Alfredo Falero

se pone en juego la memoria como pasado, sino como luchas por el


futuro y por un proyecto de sociedad alternativo. No solo se trata de
un futuro para no repetir hechos traumáticos, sino por lo que puede
significar el Estado transformado en máquina de guerra interna para
proteger un orden social —y por lo tanto intereses internos y exter-
nos—, así como privilegios nacionales y de inserción global.
Las reflexiones ofrecidas hasta aquí ofrecen una base mínima
a escala latinoamericana para realizar el juego analítico propuesto:
abordar cuatro dimensiones del caso específico de Uruguay para le-
vantar a partir de ello elementos generales, nuevamente de corte re-
gional. El énfasis estará colocado en el período de los tres gobiernos
progresistas del Frente Amplio (marzo de 2005 a marzo de 2020), pero
en general se considerará lo ocurrido posdictadura.

DIFICULTAD DE CAPTAR EL PODER COACTIVO


EN TODA SU PROFUNDIDAD
Existe un mito de la excepcionalidad de la democracia uruguaya que
tiene décadas. Es un mito porque hay algo de cierto al observar la
evolución regional del siglo XX (plagado de golpes de Estado), pero
también está alimentado por invenciones o exageraciones sobre la in-
tegración social uruguaya, la calidad de sus instituciones y el respeto
militar a las mismas. Este mito se reforzó a la salida de la dictadura,
desde el gobierno del presidente Julio María Sanguinetti (marzo de
1985 a marzo de 1990), construido simbólicamente como “el cambio
en paz”, desde el campo político contemporáneo en general y desde
el mainstream académico, con una idea de transición “a la uruguaya”.
Esta última sería una suerte de capacidad negociadora especial para
resolver conflictos e ir removiendo rémoras autoritarias.
Pero los hechos y la evidencia documental indican otra cosa. El
poder militar no fue desafiado y parte del campo político —por temor
o necesidad— actuó en complicidad con aquel. De modo que la apro-
bación de la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado en
1986, conocida como ley de impunidad, no debe sorprendernos. El
periodista Samuel Blixen lo escribió de esta manera cuando se cum-
plieron treinta años de su aprobación:

La fundamentación de un senador blanco (en referencia al Partido Nacio-


nal) de que el Parlamento debía inclinarse ante “la lógica de los hechos”
era apenas una excusa vergonzante: los “hechos” consistían en la decisión
de un general —Hugo Medina— de desconocer la orden de un juez penal
para que un militar retirado —José Gavazzo— fuera a declarar al juzgado.
Medina guardó la citación en la caja fuerte del Comando del Ejército y en
aquel entonces se especuló con que ese gesto pudo haber sido previsto en
las negociaciones secretas del Club Naval, cuyo pacto no llegó a consagrar

426
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

la aspiración militar de impunidad, dejando para el futuro la solución del


problema de la violación de los derechos humanos. Nunca hubo un golpe
de Estado tan fácil de dar. Medina se sublevó. ¿Se hubiera sublevado tam-
bién el resto de la oficialidad, a un año y pico de la restauración democrá-
tica? ¿Hubieran dado un golpe, hubieran clausurado el Parlamento que
se había instalado el 1 de marzo de 1985, hubieran vuelto a intervenir la
enseñanza, hubieran ilegalizado los sindicatos, hubieran amordazado la
prensa todavía desacostumbrada a los aires de libertad?5

Un amplio movimiento que involucra distintas organizaciones socia-


les y políticas llegó a converger en la Comisión Nacional pro Referén-
dum para impulsar un referéndum contra esa ley pero si bien se alcan-
zaron las firmas para convocarlo (más de 600 mil sobre 2 millones de
votantes habilitados), no se llegó a los votos suficientes cuando esta se
realizó en 1989 (57% contra 43%). Es relevante marcar, sin embargo,
que el rechazo a la ley obtuvo mayoría en Montevideo, pero claramen-
te fue una posición minoritaria en el interior del país. En esa instancia
no solo se manifestó el poder militar sino los poderes político y comu-
nicacional con claros eventos de censura hacia el movimiento de dere-
chos humanos. En otro trabajo, se señaló a la derrota de este proceso
como el fin del ciclo de luchas sociales en Uruguay correspondiente a
la salida de la dictadura (Falero, 2008).
Si bien se podría señalar que el período liberal de la década del
noventa que profundizó la apertura global y el neoliberalismo en la
región marginó al poder militar —ya no había posibilidad ni tenía
sentido construir simbólicamente una psicosis subversiva como an-
tes—, en los hechos este se siguió reproduciendo, aunque en forma
menos visible. Algunos elementos de tal persistencia fueron el registro
de eventos puntuales de terrorismo (como el artefacto explosivo que
destruyó el auto del diputado de izquierda Hugo Cores), la capacidad
de coordinación transnacional de la represión (el evento principal fue
la eliminación del bioquímico chileno Eugenio Berríos que se había
instalado en Uruguay), así como el espionaje sistemático de políticos
de todos los partidos, sumados jueces y organizaciones sociales.6

5 Samuel Blixen, La justicia injusta, Semanario Brecha, 23 diciembre, 2016. El co-


pete del análisis señalaba: “180 causas de crímenes de lesa humanidad no pasaron
de la etapa de presumario. No es que quede mal parado: el balance de los últimos 30
años de administración de justicia muestra a un Poder Judicial de rodillas, negándo-
se a sí mismo y apañando la impunidad”.
6 Esto es conocido por los llamados “Archivos Castiglioni”, en referencia al nom-
bre del coronel que los tenía. Ver entre otras fuentes la publicación Infiltrados.
Espionaje militar en Democracia, del mencionado Blixen, Montevideo, Brecha, fe-
brero 2017.

427
Germán Coca y Alfredo Falero

En relación al tema de memoria y los derechos humanos, además


de las amplias marchas anuales del 20 de mayo (en alusión a la fecha
en que fueron asesinados en Buenos Aires en 1976 los legisladores
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz), el único avance del tema
a nivel estatal es la “Comisión para la Paz” durante el gobierno del
presidente Batlle (marzo de 2000 a marzo de 2005). Tiempo después
se supo que la información recabada a nivel militar era de muy mala
calidad o directamente falsa.7
El avance durante los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay
(2005-2019) sobre el tema es importante, en particular por la dispo-
sición a entrar en los cuarteles por primera vez para encontrar res-
tos de desaparecidos e identificarlos. Al asumir la presidencia, Tabaré
Vázquez advirtió que quedarían fuera de la ley de caducidad los casos
asociados a la desaparición de la nuera del intelectual Juan Gelman,
María Irureta Goyena y los asesinatos de los legisladores Michelini y
Gutiérrez Ruiz ya mencionados. A lo largo de los sucesivos años se
irán ampliando los casos comprendidos por fuera de la ley de caduci-
dad. Esto puede hacer pensar en la existencia de un avance sostenido
e ininterrumpido, pero no ocurrió así. Si se mira el cuadro general se
trató de un proceso muy contradictorio, entre avances y estancamien-
tos, y que además ostenta reiterados intentos de clausura del tema por
parte del poder Ejecutivo.
No es el objetivo aquí repasar eventos específicos sino agrupar-
los en repertorios de acción a partir de los cuales se expresó el poder
militar en Uruguay. En ese sentido se podrían distinguir los siguien-
tes ítems:
1. Declaraciones o trascendidos de “malestar” militar ya desde
2005, particularmente cada vez que toman visibilidad los in-
tentos de avance estatales sobre el tema.
2. Suministro de información falsa en forma reiterada sobre el
destino de los desaparecidos. Por ejemplo, los restos hallados
en un cuartel en 2011 del maestro y periodista Julio Castro
contradicen claramente versiones militares anteriores sobre su
muerte (además de desencadenar otras informaciones que no
se tenía).
3. Mantenimiento de rituales y ceremonias (Brachet-Márquez,
2020) de conmemoraciones de la dictadura. Por ejemplo, ocu-
rrió con agrupamientos de militares retirados y en unidades

7 Informe inédito “Derechos humanos y memoria”, Coca y Falero (2021), proyecto


“Los conflictos sociales en el Uruguay progresista” (2019-2021), A. Falero (Coord.).

428
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

militares con la continuidad del “día de los caídos en la Lucha


contra la sedición”.
4. Generación de agrupamientos de militares con amenazas ex-
plícitas. En el año 2011 la citación por la justicia de 17 oficiales
retirados del Ejército derivó en que un grupo autodenominado
Libertad y Concordia enviara una carta al jefe del Ejército por
la que manifiesta estar dispuestos a emplear la violencia para
resistir los enjuiciamientos. Otro evento: a raíz del suicidio en
2015 de un general retirado por su inminente procesamiento,
aparece posteriormente un “comando” que lleva su nombre
(“Comando Barneix”), con amenazas de asesinar a tres perso-
nas de una lista de trece ante cada suicidio de un militar juzga-
do por crímenes durante la última dictadura militar.
5. Otras amenazas bajo la forma de acciones encubiertas. El
más significativo ocurrió en marzo de 2016 en el laboratorio
del Grupo de Investigación en Arqueología Forense (Universi-
dad de la República) con el hurto de información y adverten-
cias a sus integrantes (círculos marcados en un mapa de los
domicilios de quienes integraban el equipo universitario).
6. Ocultamiento de información surgida en la justicia militar
(“tribunales de honor”) con declaraciones sobre torturas y ase-
sinatos (apartado 5).

Cuando se releva una sucesión de eventos y se categoriza se hace vi-


sible la punta del iceberg, lo cual permite esbozar algunas ideas más
generales para la región. En primer lugar, puede marcarse una sub-
estimación teórico-metodológica del poder coactivo en el estudio de
las luchas sociales en América Latina. Puede parecer una obviedad
(después de todo, la criminalización de la protesta es todo un tema
en sí mismo), pero cuando se inició la investigación de referencia, las
luchas sobre memoria y derechos humanos llevaban a focalizarse en
organizaciones y movimientos, recursos, repertorios de acción, nego-
ciaciones, posturas de tal o cual gobierno. Los eventos protagonizados
por militares parecían aislados. No cabe duda que ello constituía una
simplificación del abordaje. Se requiere visualizar un proceso y tener
capacidad relacional para que lo aparentemente marginal pueda en-
trar en el foco. Recordaba Zemelman (2011) que el poder se mantiene
como hegemónico en la medida en que impide ver las cosas de otro
modo y esto puede ocurrir con esta dimensión del poder coactivo y
sus expresiones.
En segundo lugar, no solo se trata de borrar, bloquear o deformar
la memoria de la represión de un ciclo de luchas, como el del sesenta y

429
Germán Coca y Alfredo Falero

setenta, y de obstaculizar la justicia. El poder coactivo funciona estu-


pendamente como amenaza latente. Es el intento de disciplinamiento
social respecto del tema, de marcar límites, de generar fantasmas y
miedos. Todo ello normalizado en un encuadramiento institucional
que sale airoso si se lo compara con impunidades militares varias
a nivel regional, pero que igualmente tiene efectos de corrosión. En
otras palabras, una parte de la sociedad y del campo político puede
ser víctima de chantajes de este tipo. Deben ser identificados para ser
desafiados y expuestos con toda claridad. No existirá un futuro mejor
sin el desarrollo de una capacidad social para neutralizarlos.

MÁS ALLÁ DE LA INMEDIATEZ: RASTREAR


EFECTOS SOCIALES CON PERSPECTIVA SOCIOHISTÓRICA
Cuando se analiza el discurso dominante en el primer gobierno pos-
dictadura, la negación de lo ocurrido era la norma. Todo el campo
popular y no solo organizaciones de derechos humanos marcaban la
falsedad de solo reconocer que hubo “excesos” y no un plan sistemá-
tico de exterminio de la disidencia. Por cierto, no se disponía del vo-
lumen de documentación actual pero ya se contaba con testimonios
sobrados. Era conocida la Doctrina de la Seguridad Nacional y sus
anclajes nacionales, y tampoco era una novedad el papel del Comando
Sur de Estados Unidos en la región (Leis, 1986).
Pero el gobierno de la época tenía capacidad —poder simbóli-
co— de construir con eficacia la tesis de “los dos demonios”, lo cual
implicaba la simplificación del proceso como un enfrentamiento de
militares contra guerrilleros, así como de auto-adjudicarse una “am-
plitud” de mirada, en tanto se liberaron —no sin polémicas varias—
los presos políticos en 1985 (primer año del gobierno democrático),
incluso aquellos que habían cometido “delitos de sangre” (Allier Mon-
taño, 2010). Tenía igualmente capacidad de agitar fantasmas sobre los
militares e instaurar miedos de pérdida de la democracia conquistada.
Todo ello, sin llegar a legitimar la dictadura, un proceso que de hecho
terminó ampliamente deslegitimado en Uruguay.
De modo que si se adopta el esquema de tres líneas sucesivas
de defensa ideológica de un orden determinado de Göran Therborn
(1987) y se aplica en este caso (Falero, 2012), en ese momento estaban
presentes las tres: la negación de lo ocurrido (no fue tal como dicen),
la justificación parcial de lo que pasó (no estuvo bien el golpe pero
hubo un enfrentamiento) y la ausencia de otras posibilidades (no cabe
ni se puede hacer otra cosa con una democracia recién recuperada).
Se puede decir que la primera era prevalente y, con el correr del tiem-
po, se fueron afirmando las otras, cambiando la idea de posibilidades

430
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

acotadas por la idea de mirada generosa. Es decir, se llega a la defen-


sa ideológica que puede exponerse del siguiente modo: es cierto que
ocurrió lo que se dice, y además debe admitirse que no fue justificado,
sin embargo corresponde mirar hacia adelante y no quedar anclado
en el pasado.
Lo que debe considerarse es que el movimiento de derechos hu-
manos en Uruguay a pesar de su derrota en 1989 siguió insistiendo
permanentemente en el tema y tal perseverancia es lo que permitió
seguir interpelando esas líneas de defensa ideológica. Aquí la idea de
movimiento no está solamente colocada en el sentido de un conjunto
de organizaciones de coordinación flexible (Madres y Familiares, en-
tre otras), sino de un movimiento transversal con otros movimientos,
como el de trabajadores o el de vivienda de cooperativas de ayuda mu-
tua (FUCVAM), capaz de permear fuertemente la fuerza política que
en ese momento era también un movimiento político (Frente Amplio).
De modo que existió una base social que siguió disputando el discurso
dominante y que llevó a que los gobiernos del Frente Amplio, a partir
de 2005, no pudieran soslayar el tema.
En relación a estas circunstancias, en 2008, el ex presiden-
te Sanguinetti —sin dudas, un intelectual de la derecha política en
Uruguay— seguía insistiendo que el golpe de Estado se dio con una
“pasividad mayoritaria”, que hay una sola memoria que es la de la
guerrilla, que “estamos todo el día oyendo discursos que echan sal a
las heridas”, o que “hubo torturas de ambos lados”.8 Pero, en los he-
chos, la sociedad ya había cambiado bastante y era menos receptiva
que antes a ese tipo de discursos. Además, se generó un cambio gene-
racional en la sociedad uruguaya, con una predisposición diferente a
admitir ciertos relatos.
Otro indicador de que memoria y derechos humanos siguen
siendo un tema abierto es que a un año de las elecciones de 2014, el
entonces candidato Luis Lacalle Pou (luego electo presidente en las
elecciones siguientes de 2019), debió corregir sus expresiones previas
en cuanto a “cerrar un capítulo en el tema desaparecidos, por lo que
suspendería la búsqueda si accede al gobierno”.9 Cabe señalar que en
el Partido Nacional, ubicable en el espectro de centro derecha, tampo-
co existía consenso respecto al tema.
Considerando un período de unos 35 años de posdictadura, bue-
na parte de la sociedad considera el tema como abierto, a pesar de
las derrotas en dos consultas públicas (ya hablaremos de ello en el

8 Entrevista del periódico El País, Montevideo, 7 de diciembre de 2008, por la pre-


sentación de su libro La agonía de la democracia, a fines de ese año.
9 Periódico El Observador, 14 de octubre de 2013.

431
Germán Coca y Alfredo Falero

próximo apartado). Y si algo explica la idea de tema pendiente, debe


pensarse en esos efectos no visibles de que hablaba Melucci (1989),
no necesariamente de captación inmediata de las luchas sociales por
verdad y justicia que igualmente tienen décadas.
Llevado al plano latinoamericano, la consideración del caso pue-
de resultar generalizable en algunos aspectos: ¿cuántas luchas socia-
les en América Latina pueden no tener una identificación clara de sus
efectos a mediano y largo plazo? ¿Cuántas experiencias sociales alter-
nativas han dejado huellas en la subjetividad colectiva sin que hayan
sido captadas en todo lo que implican? Debe convenirse que no es la
primera vez que la atención de las ciencias sociales en la región se
posa sobre ello, pero quizá no esté de más reafirmarlo en sociedades
que tienden a reaccionar alrededor de eventos particulares que se van
sucediendo como si estuviesen desconectados de proyectos sociopolí-
ticos. Se puede decir, haciendo un juego de palabras, que es necesario
un “razonamiento de las luchas sociales con vocación de movimien-
to”, capaz de traspasar la inmediatez de los efectos. Lo que se pueden
presentar como irrupciones sociales sin historia, no necesariamente
lo son. Lo que pueden parecer meros eventos sin proceso, puede re-
querir identificar una profundidad temporal que permita reconocer
una construcción social no visible. Aquí entra a tallar el problema del
recorte de observación que se realiza.
Además, las luchas sociales también construyen futuros alterna-
tivos a partir de recuperar el pasado. La memoria es también estruc-
turadora de sentidos de las luchas. Esto es también “apropiación del
contexto” por utilizar la terminología de Zemelman. Y esto signifi-
ca que la memoria no puede limitarse a recuperar la verdad sobre la
tortura, el asesinato, la desaparición, aunque esto sea importante en
contextos de impunidad. Debe recuperar el contexto de luchas por
proyectos de sociedad diferentes que puede quedar difuso ante la ne-
cesidad de avances concretos.

MEMORIA Y DERECHOS HUMANOS COMO PROBLEMATIZADOR DE


LA RELACIÓN ENTRE MOVIMIENTO, GOBIERNO Y ESTADO
En el período de los tres gobiernos del Frente Amplio el relaciona-
miento entre movimiento de derechos humanos y gobierno no ha sido
unívoco. Por el contrario, ha configurado distintas situaciones con di-
ferentes correlaciones de fuerza. Pero en ningún caso esto ha implica-
do un alineamiento absoluto ni tampoco una dinámica de autonomía
(siguiendo con la tipología propuesta en Bringel y Falero, 2016), más
allá que las organizaciones puedan tener más o menos acercamiento
con el gobierno. Comparado con el caso argentino, la situación es di-
ferente, pues si bien existe mucho más alineamiento del movimiento

432
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

con los llamados “gobiernos K”, también el impulso y los avances son
mucho más significativos.
Como ya se ha mencionado, no es posible soslayar el impulso del
tema durante el primer gobierno del Frente Amplio. El día de asun-
ción de la primera presidencia de Tabaré Vázquez (1º de marzo de
2005), el mandatario anuncia que sus equipos técnicos ingresarán a
los cuarteles con el fin de establecer si existen restos de desaparecidos
enterrados en dichas instalaciones (recordar que en todo el período
anterior las demandas no traspasaban las puertas de los cuarteles). El
comienzo de esta etapa está pautada por una sucesión de eventos en
donde se expresan las tensiones generadas por las distintas relaciones
de fuerza que conforman al Estado.
Las medidas tomadas por el gobierno implicaron cuestiona-
mientos por parte del Ejército. A dos días de la asunción de Tabaré
Vázquez, jerarcas de la fuerza hicieron declaraciones en la prensa
indicando que el grupo de técnicos que ingresarían a los cuarteles
militares no debían ser de la Universidad de la República. Los moti-
vos esgrimidos eran que estos no daban garantías de imparcialidad
y que por lo tanto era necesario traer expertos de la Unión Europea.
Luego irán apareciendo otros “malestares” militares y —como ya se
mencionó— la constatación que muchas veces la información pro-
porcionada era falsa.
En esta situación es donde el arco de organizaciones sociales que
confluyen en el movimiento decidió convocar a una concentración en
apoyo y reconocimiento a las medidas tomadas por el Gobierno en
la búsqueda de verdad sobre los desaparecidos. En este contexto se
puede ver una relación de mutuo apoyo entre movimiento y gobierno.
Sin embargo, no puede hablarse aquí ni de “institucionalización” ni
de cooptación, sino de una confluencia con un horizonte compartido,
con beneficios mutuos. Finalmente, el 29 de noviembre de 2005 se
encuentran los primeros restos de detenidos desaparecidos. El hallaz-
go tuvo un fuerte impacto en la medida que permitió avanzar en la
recuperación de la verdad histórica, y poner de manifiesto que existió
tortura, desaparición forzada y asesinato a sangre fría. El lado coac-
tivo del Estado quedaba al descubierto. Pero ese inicial alineamiento
no duró mucho. De hecho, el accionar del gobierno tomó otros rum-
bos, que se llegaron a expresar como contradicciones notorias con el
movimiento. Uno de los eventos en tal sentido fue la propuesta del
presidente de conmemorar un día de “Nunca Más”, entendido como
una suerte de reconciliación de la nación tras las heridas del pasado
reciente. Una referente histórica del tema lo sintetizaba de esta forma:
“El gobierno dice que terminó una etapa, pero la cierra con algo con
lo que no estamos de acuerdo (…) el “nunca más” va a estar cuando

433
Germán Coca y Alfredo Falero

sepamos toda la verdad y haya justicia, no va a estar, como se dice, en


el camino de la reconciliación”.10
En lo que hace al entramado de relaciones movimiento y gobier-
no, es de subrayar que la decisión no fue cuestionada solo por acto-
res sociales, sino también por diversos sectores de la fuerza política
(Frente Amplio). Tal como señala Álvaro de Giorgi (2018), la medida
muestra cierta continuidad con lo que había sido hasta el momento
el devenir de las políticas estatales respecto al pasado reciente desde
la restauración democrática, y solo resulta comprensible por la fuerza
hegemónica del relato del Uruguay como “democracia modelo” a par-
tir de la posdictadura.
Pese al interés manifiesto del gobierno en que los actores sociales
vinculados a la lucha por los derechos humanos asistieran a la conme-
moración, estos no lo hicieron, tal como era previsible tras las críticas
que había generado la medida. También diversos actores sociales hi-
cieron manifestaciones rechazando el día del “nunca más” propuesto.
Por ejemplo, el movimiento estudiantil y de cooperativas de vivienda
de ayuda mutua organizó un espectáculo exigiendo verdad y justicia.
La organización Plenaria Memoria y Justicia, por su parte, realizó “es-
craches” frente a la cárcel, especialmente construida para los milita-
res que cometieron delitos durante la dictadura.11
Otro de los elementos que ha caracterizado las tensiones entre
movimiento y gobierno tiene que ver con el alcance de la ley de ca-
ducidad y los intentos por avanzar en la justicia. La posibilidad de
avanzar en causas judiciales frente a casos de violación de derechos
humanos en la dictadura quedó fuertemente asociada a la lectura que
hacía el Poder Ejecutivo de la ley de impunidad de 1986, antes refe-
rida. Con el primer gobierno del Frente Amplio se efectúa un cambio
en la interpretación de la ley de caducidad, en donde gradualmente
comienza a generarse un proceso en el cual se va ampliando el campo
de acción de la justicia, permitiendo avances en este campo.
A fines de 2005, con los primeros hallazgos de restos de desapa-
recidos, la central de trabajadores ya manifiesta su interés en promo-
ver la anulación de la ley de caducidad.12 El tema comienza a tomar
fuerza en la opinión pública, mientras se conforma la Coordinadora
por la Nulidad de la Ley de Caducidad, que va a nuclear a diversos
actores sociales en la recolección de firmas. Debe señalarse que no

10 El Observador, 20 de diciembre de 2006. Declaraciones de la ya fallecida Luisa


Cuesta, con un hijo desaparecido y de la organización Madres y Familiares de dete-
nidos desaparecidos.
11 El Observador, 20 de junio de 2007.
12 El Observador, 23 de diciembre de 2005.

434
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

hubo consenso inicial dentro del movimiento de Derechos Humanos


para impulsar una nueva consulta pública. Las integraciones se die-
ron, más bien, por efecto arrastre. Igualmente, existieron diferencias
internas en el Frente Amplio, aunque finalmente, en 2008, resolvió
incorporarse en la campaña por la anulación de la ley.13 El resultado
del plebiscito de 2009 (realizado junto con las elecciones nacionales
en las que fue electo José Mujica) fue frustrante: no se alcanzó un re-
sultado favorable por dos puntos porcentuales. Se adjudicó a la fuerza
política en el gobierno la responsabilidad por no haberse involucrado
decididamente.14
Aquí se identifica otro aspecto importante para graficar la rela-
ción entre movimiento, gobierno y Estado en esa coyuntura. Visto con
perspectiva histórica, desde entonces quedó claro que la posibilidad
de alineamiento entre movimiento, fuerza política y gobierno iba a
ser cada vez más difícil. Los intereses no necesariamente coincidían.
La conexión entre los tres seguramente persiste hasta la actualidad,
pero es una conexión casi obligada y discontinua. A pocos meses de
estos acontecimientos, el presidente Mujica realiza una serie de decla-
raciones que contradicen los intentos de justicia que se buscaban por
otras vías. Su posición era que se otorgue prisión domiciliaria a los
militares juzgados por crímenes de violación de derechos humanos
manifestando que no era partidario de tener ancianos presos. En esta
misma línea, al mes siguiente, manifestó que absolvía de responsabi-
lidad a los militares que participaron de las dictaduras de la región
indicando que “fueron arrastrados por las crisis económicas”.15
En esa misma coyuntura, Mujica les reclamó a los diputados del
Frente Amplio mejorar el vínculo con las Fuerzas Armadas.16 Sin em-
bargo, este tipo de declaraciones no implicaron un cambio del Poder
Ejecutivo respecto a la interpretación de la ley de caducidad, dando
paso a la justicia en determinadas causas judiciales. No es posible
detenerse aquí en los distintos casos, pero sí es preciso considerar que
comienza a quedar clara una tendencia a la judicialización del tema.
Es decir, si por un lado existen algunos avances (luego de exasperantes
chicanas jurídicas de los defensores de militares y civiles cómplices)
también es cierto que el tema pasa a girar cada vez más alrededor
de formulaciones jurídicas. El intento de anular la ley de caducidad

13 El Observador, 22 de mayo de 2007 y 6 de abril de 2008.


14 Por ejemplo, el abogado Pablo Chargoñia, integrante de la Coordinadora por la
anulación de la ley de Caducidad, indicó claramente que el Frente Amplio “no lo puso
como cuestión medular de su campaña” (El Observador, 27 de octubre de 2009).
15 El Observador, 13 de marzo de 2010 y 14 de abril de 2010.
16 El Observador, 14 de abril de 2010.

435
Germán Coca y Alfredo Falero

por vía parlamentaria generó tensiones importantes nuevamente al


interior de la fuerza política y del gobierno. De hecho, el propio presi-
dente Mujica asistió a la Cámara de Representantes reuniendo a toda
la bancada del Frente Amplio para pedirles que no votaran a favor
de la anulación de la ley de caducidad.17 Pese a las movilizaciones, la
ley de 1986 no pudo ser anulada. Sin embargo, en octubre de 2011, el
Frente Amplio acordó un proyecto de ley para evitar que los crímenes
cometidos durante la dictadura prescriban, lo cual se alineaba con
tratados internacionales y el fallo de la Corte Interamericana (esto lo
retomaremos en el próximo apartado). Los efectos de ello fueron la
eliminación temporal de las consecuencias de la ley de Caducidad en
el ordenamiento jurídico del Uruguay. Fue temporal puesto que en el
año 2013 la Suprema Corte de Justicia declaró inconstitucionales dos
artículos de la Ley 18.831.18
Durante el tercer gobierno del Frente Amplio, con Tabaré Váz-
quez nuevamente como presidente, un evento importante fue el de-
creto de conformación del grupo de trabajo por “verdad y justicia”.
Es relevante porque incorpora allí a actores sociales vinculados a la
lucha por los derechos humanos. Esta incorporación estuvo lejos de
generar consenso en el movimiento, y de hecho, si bien para algunos
representaba una oportunidad, también podía leerse como un intento
de limitar la potencialidad del movimiento (la idea de estar “de los dos
lados del mostrador”).19 Tres años después, Madres y Familiares de
Detenidos Desaparecidos —organización que participó— manifesta-
ba su disconformidad con los resultados que había proporcionado la
comisión. Se percibía que desde el Estado no había una decisión clara
de investigar, y que para mostrar que se trabajaba en el tema “se crean
organismos, secretarías y no se coordina nada, porque son pequeñas
parcelas de poder, en las que sus integrantes se olvidan del fin para las
que fueron creadas”.20
En lo que respecta a este período, otro de los elementos que ca-
racterizó el relacionamiento entre gobierno y movimientos sociales
tuvo que ver con las sucesivas declaraciones polémicas del Ministro de
Defensa, quien venía del MLN Tupamaros y fue uno de los llamados
“rehenes” presos durante toda la dictadura. El ministro Fernández

17 El Observador, 13 de abril de 2011 y 5 de mayo de 2011.


18 El Observador, 20 de mayo de 2011 y 25 de octubre 2011. La ley se llama “Res-
tablecimiento (de la pretensión punitiva del Estado) para los delitos cometidos en
aplicación del terrorismo de Estado hasta el 1º de marzo de 1985”.
19 Entrevista realizada para esta investigación.
20 Declaraciones de un integrante de la organización a El Observador, 22 de mayo
de 2018.

436
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

Huidobro llegó a calificativos muy duros con integrantes de organiza-


ciones defensoras de los derechos humanos, a quienes además acusó
de estigmatizar a las Fuerzas Armadas. Desde las organizaciones se
señalaba que el mencionado ministro bloqueaba la información so-
licitada por la Justicia. Estos eventos muestran que el Estado —no
solo el gobierno— seguía construyendo y reproduciendo constantes
bloqueos a las demandas de memoria y derechos humanos.
El cierre de los tres gobiernos del Frente Amplio estuvo marcado
por un hecho de particular relevancia en materia de derechos huma-
nos, que permite visualizar el complejo entramado de las relaciones
entre sectores del Estado, y que resulta difícil de dilucidar plenamente.
Adquirieron carácter público las actas de un tribunal de honor (justi-
cia militar) realizado el 13 de junio de 2018 a un militar reiteradamen-
te acusado por crímenes de lesa humanidad en ambas márgenes del
Río de la Plata. Allí el teniente coronel retirado José Gavazzo confesó
ser el responsable de la desaparición de un militante comunista. Pese
a lo grave de estas declaraciones, no solo no se informó a la justicia
para que actúe, sino que a su vez el fallo del tribunal manifiesta que
estos hechos no afectaban el honor del ejército. Este episodio derivó
en la destitución del Ministro de Defensa y del Jefe del ejército, así
como también la solicitud de venia para el pase a retiro obligatorio de
los generales que conformaron el tribunal de honor.21
No quisiéramos abundar en más detalles, y sí, en cambio, extraer
algunas conclusiones generales respecto a la dimensión de análisis
propuesta. En primer lugar, el relato de la excepcional condición de-
mocrática uruguaya parece perder pie frente a eventos como los des-
criptos. Y por lo antes visto, no fue el único. En segundo lugar, se
observa que del impulso inicial del Frente Amplio se llega a una etapa
de freno, al final de los sucesivos períodos de gobierno del partido,
en donde el intento de “institucionalización” termina con un aleja-
miento del movimiento, en particular de aquellas organizaciones que
se habían manifestado próximas a la gestión del gobierno. La desco-
nexión entre movimiento y gobierno se agudiza, algo muy diferente a
la proximidad experimentada en 2005. En tercer lugar, en el tiempo
intermedio se han identificado numerosos eventos que procuraron un
cierre del tema (incluso la recuperación del discurso de “generosidad
de mirada”). Lo cierto es que el tema memoria y derechos humanos
incomoda mucho a la fuerza política Frente Amplio, dada su inten-
ción de tener buena relación con los militares. Finalmente, en cuarto
lugar, si la sociedad se abrió a este tema, no ocurrió lo mismo con el
Estado, que sigue teniendo problemas con la integración y los límites

21 El Observador, 30 de marzo de 2019 y 4 de abril de 2019.

437
Germán Coca y Alfredo Falero

de su poder coactivo. Lo que los gobiernos progresistas cambiaron del


Estado en ese sentido es muy limitado.
En relación a América Latina, se puede volver al título de este
apartado: el tema se constituye en un problematizador de nuestra ca-
pacidad de captación de las relaciones entre movimientos y gobiernos
cuando se advierte, como en este caso, avances y tensiones, bloqueos y
contradicciones, impulsos y frenos. Además, cuando se analiza el caso
uruguayo, en general ubicable comparativamente como una demo-
cracia consolidada en la región, se puede asumir que las limitaciones
de la transformación del Estado son generales en la región. En nues-
tra perspectiva, Brasil, Chile y Uruguay son los países que, habiendo
pasado por gobiernos progresistas, avanzaron menos en ese sentido.
Inequívocamente, el tema del Estado integra la cuestión del papel de
las Fuerzas Armadas. Además, el poder coactivo del Estado tiene un
repertorio público visible pero también un repertorio de acción en
las sombras. Seguramente entrar en el tema demanda una investiga-
ción difícil, pero puede convenirse que necesaria. Un último aspecto a
señalar, a escala regional, es el sutil desplazamiento del tema memo-
ria y derechos humanos hacia su judicialización. Puede apuntarse la
inevitabilidad del proceso, pero debe alertarse que paralelamente el
protagonismo pasa a estar en el plano jurídico. Deja de ser un proble-
ma de profundidad sociohistórica para convertirse en una discusión
jurídica. El punto es que, si se miran otros conflictos en América Lati-
na, como por ejemplo los socioambientales, también puede verse una
contención en nociones como la de gobernanza, en la reducción a de-
talles procedimentales, y en la judicialización de las reivindicaciones
(Rodríguez Garavito y Baquero Díaz, 2020).

LA DIMENSIÓN TRANSNACIONAL MÁS ALLÁ DE LO PENSABLE


Cuando se piensa la dimensión transnacional de las luchas sociales
el foco se establece en la conexión entre organizaciones más allá de
fronteras, en los puentes y las coordinaciones que se generan, y even-
tualmente en la capacidad de generar agendas, canalizar demandas o
producir repertorios de acción comunes. Pero cuando se observa la
sucesión de eventos a lo largo de un período (siempre en el foco de
este artículo), surgen otros indicadores específicos de la dimensión.
Debe tenerse presente el carácter intrínsecamente transnacional de
la coordinación represiva, especialmente en las décadas del setenta y
ochenta. Aquí los ítems identificados son la siguiente:
1. Coordinaciones entre organizaciones. En particular, las orga-
nizaciones de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos
y la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familia-

438
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

res de Detenidos Desaparecidos han tenido contactos cíclicos.


La propia Federación no ha tenido una estricta continuidad.
No es comparable a la conexión más fluida que se estableció
con otros movimientos y temas, pero la idea general es que
igualmente han existido coordinaciones transnacionales en
términos formales e informales.
2. Efectos de organismos internacionales. La participación de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la
OEA ha sido relevante en el giro hacia la judicialización del
tema. Tratándose de la actuación de la OEA a nivel latinoame-
ricano, realmente esto puede sonar contradictorio, pero, por
ejemplo, la declaración de inconstitucionalidad de la ley de Ca-
ducidad debe tenerse en cuenta. Además está la Corte Intera-
mericana de Derechos Humanos —órgano judicial, también de
la OEA— cuyo objetivo es aplicar e interpretar la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y otros tratados, y que
cuestionó a la Suprema Corte de Justicia (Poder Judicial) so-
bre la investigación y sanción de crímenes de lesa humanidad.
Finalmente, debe mencionarse a Amnistía Internacional (una
misión ya había visitado el país en tiempos de la dictadura,
en 1974), que se ha pronunciado sobre temas puntuales (por
ejemplo, por las amenazas del mencionado “Comando Bar-
neix”). Invocar pronunciamientos negativos sobre Uruguay en
Derechos Humanos desde más de allá de fronteras es relevante
para un país pequeño que procura mostrar una cara amable
del capitalismo.
3. Juicios realizados en otros países a represores. Se trata de in-
tervenciones judiciales en donde la justicia de otros países ha
dictaminado el procesamiento con prisión de responsables de
violación a los derechos humanos. Un claro ejemplo de esto fue
en 2019 la condena a cadena perpetua por parte de la justicia
italiana para 24 jerarcas y militares de Uruguay, Chile, Bolivia
y Perú, acusados de la desaparición de ciudadanos italianos
bajo el Plan Cóndor.22 No solo ocurrió esto con Uruguay. Debe
recordarse la orden de detención sobre Pinochet en Londres en
1998 a partir de la solicitud del juez de la Audiencia Nacional
de España Baltasar Garzón, así como el proceso sociopolítico y
jurídico que tal hecho desencadenó luego en Chile.

22 El Observador, 9 de julio de 2019. En este caso el tribunal de Apelación de Roma


cambia una sentencia previa de 2017. La apelación fue impulsada por el gobierno
uruguayo.

439
Germán Coca y Alfredo Falero

4. El avance del tema en otros países, particularmente en Ar-


gentina, que no solo refuerza la idea de tema pendiente a nivel
local, sino que genera un conocimiento más profundo para la
búsqueda de restos de detenidos desaparecidos o devolución
de identidades. Tampoco es menor la capacidad de presión de
los movimientos sociales en relación al tema.
5. Los vínculos familiares de una figura relevante como la del
intelectual argentino Juan Gelman, que trataremos seguida-
mente.

En nuestra interpretación, el último punto tuvo efectos sustantivos


más allá del caso particular. Recordemos los hechos: en 1976 los mili-
tares se llevaron detenido a su hijo Marcelo y a su nuera María Claudia
García, embarazada. Ambos fueron detenidos en el centro clandesti-
no Automotores Orletti, en Argentina. Marcelo Gelman fue torturado
y tras ser asesinado intentaron hacer desaparecer su cuerpo. María
Claudia fue trasladada en forma clandestina a Uruguay en un avión
de la Fuerza Aérea Uruguaya. Tras años de búsqueda y de hallar los
restos de su hijo, Juan Gelman logró encontrar a su nieta Macarena
quien había nacido en cautiverio y luego entregada a la familia de
un policía. La búsqueda incansable del poeta argentino para hallar
los restos de María Claudia García y para avanzar en la conquista de
verdad y justicia se hizo sentir en Uruguay. Tabaré Vázquez, tras su
asunción como primer presidente del Frente Amplio, luego de reunir-
se con el presidente de Argentina Néstor Kirchner, acordó intercam-
biar información para hallar los restos de detenidos desaparecidos
durante la dictadura militar. En dicho encuentro, el entonces presi-
dente Kirchner remarcó la importancia que tenía el caso Gelman para
Argentina.23 En las excavaciones a desarrollarse en predios militares
la importancia que adquiría para el gobierno encontrar los restos de
María Claudia García se hicieron evidentes. Tan es así que militares
retirados llegaron a manifestar que los generales Pedro Barneix y Car-
los Díaz —quienes lideraban las investigaciones para hallar restos de
desaparecidos— habían recibido de presidencia el mensaje de que si
se aclaraba la desaparición de María Irureta Goyena el tema de los
derechos humanos en el país se habría solucionado en gran medida.24
Más allá de la realidad contenida en el mensaje, aquí se observa la
relevancia del caso, así como la existencia de un incentivo para hallar
los restos de María Claudia García.

23 El Observador, 3 de marzo de 2005.


24 El Observador, 20 de junio de 2005.

440
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

En más de una oportunidad los militares manifestaron tener in-


formación precisa sobre los restos de María Claudia García y el go-
bierno transmitió tal mensaje. Esto, sin embargo, no fue más que un
intento de las fuerzas militares de dejar mal parado al gobierno tras
dar información falsa sin poder llegar a su paradero. A medida que
el tiempo pasaba y los restos no se encontraban, este asunto derivó
en tensiones entre el gobierno y la fuerza militar. La figura del poeta
argentino también se hizo presente cuando el arco de actores sociales
vinculados a las luchas por derechos humanos comenzaba la campa-
ña por la anulación de la ley de caducidad (impunidad) ya menciona-
da. Allí el poeta salió al cruce del entonces vicepresidente de la Repú-
blica Rodolfo Nin Novoa. El vicepresidente había manifestado que su
gobierno no evaluaba anular la ley de caducidad porque la mayoría
de los uruguayos eran niños y “no se les puede heredar ese dolor tan
antiguo”. Es necesario reproducir un fragmento de las palabras que
Gelman le dedicó en el periódico Página/12, pues aquí aparece una
idea de memoria:

Hace 30 años que tuvo lugar en la Argentina el golpe de Estado que instau-
ró la dictadura militar más sangrienta de la historia del país, han pasado
desde entonces dos generaciones que no tenían 10 años o no habían nacido
cuando se produjo y los familiares de los desaparecidos y buena parte de
la sociedad civil siguen exigiendo verdad, justicia y un lugar para enterrar
a sus muertos. ¿Al vicepresidente Nin Novoa le parece mal que se recuerde
ese “dolor tan antiguo”? ¿Y la matanza de estudiantes en la Ciudad de Mé-
xico, que se remonta a 1968, sería la Edad Media según sus parámetros?
¿Y qué decir de Hiroshima y Nagasaki, que ocurrieron en un lugar del
calendario tan lejano como 1945? ¿O de la Shoá, que comenzó hace la eter-
nidad de 70 años o más? ¿El vicepresidente Nin Novoa no está de acuerdo
en que se rememoren esos dolores para él sin duda antiquísimos, remotos,
ya perdidos en el fondo de los tiempos? ¿Piensa que los 200 desaparecidos
uruguayos se desvanecen comparados con los 30 mil de la Argentina o con
los 300 mil que mató el primer estallido atómico del planeta, o con los 6
millones devorados por las fauces del nazismo? ¿Cree que la vida humana
es una cuestión de cantidad? ¿Le parece que un uruguayo vale menos que
un japonés, un argentino, un mexicano o un judío? (Gelman, 2005)

Tampoco se puede pasar por alto que cuando las vías para conseguir
la anulación de la ley de caducidad se vieron frustradas tanto por el
plebiscito como por la vía parlamentaria, la demanda que Macarena
Gelman presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Hu-
manos (CIDH) de la OEA fue un elemento sustancial para avanzar en
este campo. A partir del fallo, el Estado uruguayo tuvo que asumir en
forma pública su responsabilidad en el caso Gelman y en el resto de
los hechos de este tipo durante la dictadura. Pero también ello fue un

441
Germán Coca y Alfredo Falero

incentivo para promover la ley que significó —ya se aludió a esto— la


eliminación temporal de la ley de Caducidad.
Como se puede apreciar, el peso político de un caso en relación a
otro puede ser diferente. Y esto desnuda algunos mitos sobre la demo-
cracia y más en profundidad sobre el Estado uruguayo que comparte
muchas más debilidades de las que se admiten en relación con otros
Estados de la región. También muestra la importancia de la esfera
transnacional (que es más exacto que decir “binacional”, pues no se
trata meramente de las conexiones del caso con Argentina) para poder
llevar adelante demandas de verdad y justicia. Es decir, las caracterís-
ticas de un caso particular pueden llevar a constituirlo en un recurso
más para las luchas sociales. Y esto justamente nos lleva a las conclu-
siones generales que deja el presente recorrido.

CONCLUSIONES GENERALES: DE REGRESO A AMÉRICA LATINA


Hemos partido de consideraciones generales sobre el tema de la me-
moria en relación a la violación de los derechos humanos y sobre el
Estado, especialmente, en su rostro menos visible del poder coactivo.
Pretendimos ofrecer un cuadro general de la región como base para
desarrollar el caso específico de las luchas por verdad y justicia en
Uruguay en relación a lo que ocurrió durante la dictadura. En ese
tránsito se ha tratado de demostrar que cuando se consideran un con-
junto de eventos como un proceso emergen conclusiones que no solo
tienen que ver con el caso específico, sino que tienen potencial heurís-
tico para pensar la región en su conjunto.
Metodológicamente, se ha tratado de comprimir esos eventos y
no repetirlos, pero la idea no era sacrificar la exactitud de la infor-
mación (de ahí que muchas veces no se escatimaran algunos detalles
como identificaciones de militares o referencias precisas de las fuen-
tes) pues a partir de la misma se construyen las bases para proyectar
un razonamiento más general sobre la realidad latinoamericana. A
partir del recorrido esbozado quisiéramos ofrecer algunas considera-
ciones finales.
En primer lugar, las condiciones de viabilidad de las transforma-
ciones requeridas en la región suponen volver a considerar el costado
represivo del Estado del siglo XXI, en particular del requerimiento
de sus fuerzas armadas y de su capacidad de bloqueo. Esto va más
allá de la criminalización de la protesta como modo de contención
de movilizaciones. Este aspecto implica profundizar el análisis de las
transformaciones que pueden generar los gobiernos sobre el Estado
a partir de las luchas sociales. Sin esto último —no medible, incluso
no visible— lo anterior no es posible. El componente transnacional de
las luchas se ha revelado como significativo. Se dirá que el examen de

442
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

experiencias de la primera década de este siglo en la región proporcio-


nó importantes elementos en ese camino. Seguramente. En todo caso,
se requieren cuadros más amplios, interdisciplinarios, dispuestos a
incorporar el nuevo contexto regional y global que puede ser mucho
más dinámico que nuestra capacidad de reflexión creativa.
Al estudiar las luchas por la memoria se abrieron un conjunto
de dimensiones relacionadas con el poder. Esto nos lleva al segundo
punto. Las luchas por la memoria implican la reconstrucción del pa-
sado, pero con idea de futuro, de tema abierto que siempre es preciso
considerar si se piensan otros proyectos de sociedad. No solo se tra-
ta de recuperar la verdad para elementos prácticos necesarios (desde
identificación de restos de desaparecidos hasta reparaciones económi-
cas) sino de pensar aperturas para futuros alternativos. Luchar contra
los intentos de cierre significa tomar conciencia de las limitaciones
que imponen las estructuras de poder militar. Pero también se trata
de visualizar que se trata de límites que se pueden correr. En el caso
uruguayo, los avances más significativos estuvieron sin dudas en el pe-
ríodo progresista pero igualmente la reconstrucción analítica ha evi-
denciado que fue un período repleto de frenos y de contradicciones,
y en el cual hubo —como en anteriores oportunidades— reiterados
intentos políticos de cerrar el tema.
Esto lleva a pensar —en tercer lugar— que algunos abordajes teó-
ricos y prácticos también pueden contener una intrínseca idea de cie-
rre o de discusión meramente jurídico-procedimental del tema y por
tanto su “normalización”. Por ejemplo, la idea de “transición” puede
implicar la visualización de un período limitado de un proceso, hasta
el comienzo de algo nuevo próximo, cuando en realidad las estructu-
ras de poder militar pueden abrirse paso mucho más allá de lo formal
y lo pensable. Aquí se ha visto cómo ese poder se reacomoda, se pro-
yecta y puede utilizar la amenaza —velada o de capacidad latente—
para la producción de un consenso artificial de clausura. El consenso
impuesto puede ser luego potencialmente teorizado como una su-
puesta capacidad colectiva especial para la negociación o confundirse
dentro de una narrativa de moderación entendida como una suerte de
atributo nacional transhistórico, útil para cualquier situación.
De este modo, se puede decir que el análisis de las luchas por la
memoria puede hacer caer algunos mitos, que se empeñan en pro-
ducir imágenes de excepcionalidad nacional. En otros casos, (Brasil,
Colombia, México, Centroamérica), en general en la América Latina
profunda, se desnuda el poder coactivo en toda su magnitud y per-
manencia. Y eso ha tenido consecuencias letales y profundas, aunque
seguramente menos mediáticas que la pandemia del Covid-19.

443
Germán Coca y Alfredo Falero

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El Observador (2006, 20 de diciembre). Militares piden rubros para
reparar batallones. El Observador, 4.
El Observador (2007, 20 de junio). A pesar de ausencias, el Nunca
Más limó rispideces del pasado. El Observador, 3.
El Observador (2007, 22 de mayo). El FA dividido sobre qué hacer
con la Ley de Caducidad. El Observador, 4.
El Observador (2008, 6 de abril). Contra la opinión del gobierno, FA
buscará anular Ley de Caducidad. El Observador, 3.
El Observador (2009, 27 de octubre). Impulsores de anular ley de
Caducidad culpan al gobierno. El Observador, 10.
El Observador (2010, 13 de marzo). PIT-CNT rechaza liberar a
militares. El Observador, 13.
El Observador (2010, 14 de abril). El FA marcó el paso a Mujica y
frenó liberación de ex represores. El Observador, 3.
El Observador (2011, 13 de abril). Al Frente le salió carísima la
eliminación de la Caducidad. El Observador, 4.
El Observador (2011, 5 de mayo). Cúpula del FA pidió a bancada
poner reversa en tema Caducidad. El Observador, 3.
El Observador (2011, 20 de mayo). Amarga derrota para el Frente
significa oxígeno para Mujica. El Observador, 3.
El Observador (2011, 25 de octubre). Hallazgo de restos también será
parte del debate por Caducidad. El Observador, 4.

446
Luchas por la memoria en Uruguay: Insumos analíticos para América Latina

El Observador (2013, 14 de octubre). Lacalle Pou afirmó que sus


comentarios no fueron “felices”. El Observador, 6.
El Observador (2018, 22 de mayo). Afirman que el gobierno les presta
poca atención a los desaparecidos. El Observador, 4.
El Observador (2019, 4 de abril). Manini largó sin tibiezas. El
Observador, 3.
El Observador (2019, 9 de julio). Italia condena a cadena perpetua a
24 jerarcas y militares por plan Cóndor. El Observador, 11.
El País (2008, 7 de diciembre). La agonía de la democracia. El País, 6.
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Haberkorn, L. (2019, 30 de marzo). Páginas negras para el Ejército.
El Observador, 4.

447
PARTE 4

REFLEXIONES FINALES
PLURALIDAD Y CONTEMPORANEIDAD EN
LA TEORÍA SOCIAL LATINOAMERICANA

José Maurício Domingues

AMÉRICA LATINA PASA por un momento difícil. Muchas de las espe-


ranzas que se plantearon desde las redemocratizaciones y los proce-
sos correlativos de cambio social en países que no tuvieron regímenes
militares se vieron defraudadas, en desmedro de algunos éxitos que
no se deben soslayar. Muchas veces, sobre todo, parece que seguimos
en el siglo XX. En particular, entre las fuerzas políticas dominantes,
se encuentra una mirada que no hace justicia a las novedades que los
procesos sociales latinoamericanos más amplios nos traen hoy. Este
era ya el caso antes de la pandemia del Covid-19. Con ella seguramen-
te esta apertura de siglo se dará definitivamente en América Latina.
Mejor que la comprendamos. El mundo en su conjunto va a cambiar
y América Latina está frente a un reto enorme de adaptación a nuevas
condiciones, que, por otra parte, ofrecen grandes oportunidades, de
creatividad democrática y de nuevos patrones de desarrollo (o posde-
sarrollo, como quieren algunos). Una nueva fase de la modernidad de
hecho puede estar dibujándose globalmente y América Latina tendrá
que enfrentar sus problemas seculares, al mismo tiempo que encon-
trar su ubicación dentro de estos cambios de la modernidad.
En este sentido, el libro que ustedes tienen entre manos es segu-
ramente una ventana que nos permite mirar hacia el futuro, hacia un
horizonte que se presenta apenas como un borrador pero que acá ya

451
José Maurício Domingues

es, de todos modos y con mucha sensibilidad, capturado en sus con-


tornos esquivos. La teoría social y la teoría política han tenido grandes
dificultades en América Latina, cuyos autores siempre se mostraron
tímidos ante los vuelos de larga distancia y las altitudes. Quizás este
libro nos muestre que eso puede cambiar, que las cosas pueden ser di-
ferentes, que nos autorizamos a recuperar una osadía teórica. El libro
recoge contribuciones que, a pesar de la pandemia, logramos compar-
tir en el Grupo de Trabajo “Teoría social y realidad latinoamericana”
de CLACSO, un cruce sumamente interesante entre teoría social, di-
versas sociologías —con la predominancia de la sociología política— y
a veces investigaciones empíricas o empíricamente orientadas. Este
libro demuestra una saludable capacidad de mirar más allá de los cli-
chés y la supuesta sabiduría establecida. En los diversos textos aquí
reunidos el tiempo futuro es el protagonista, así como algunas de sus
potencialidades emancipatorias, que contempla una sociedad de gen-
te libre e igual.
No por casualidad las ideas de red y de proceso se hacen cada vez
más centrales en la sociología, influenciando incluso a las teorías sis-
témicas. A mi me gustaría hablar además de las subjetividades colecti-
vas, ellas también procesuales y variadas, rompiendo con una concep-
ción dura y reductiva de los actores sociales. Me ocuparé de avanzar
sobre este punto en otra ocasión. De todos modos, aquí quisiera se-
ñalar que son las subjetividades colectivas latinoamericanas, ligadas
a instituciones e imaginarios contemporáneos, lo que recogemos en
los diversos textos de este libro. Y ello se realiza de diferentes modos:
desde un punto de vista epistemológico específico y renovador, a par-
tir de aplicaciones específicas y dinámicas de la teoría de los sistemas,
desde una conceptualización general sobre la autoridad o el colonia-
lismo interno, a partir de reflexiones sobre los sistemas políticos y el
Estado, así como recurriendo a la identificación de agentes sociales
que articulan el dinámico y multifacético tejido social latinoamerica-
no. Muchos de los textos tienen como telón de fondo la pandemia que
todavía nos acosa y lastima.
Cobran relevancia el sindicalismo de movimiento —en el texto
del inolvidable De la Garza Toledo— más allá de sus expresiones ins-
titucionalizadas; los movimientos LGBTI y de las mujeres, con un fe-
minismo renovado; el rol crucial y transformador de la Internet y de
los agentes que la pueblan, sus múltiples netdoms; el jaque en que se
encuentra el neoliberalismo y las alternativas autoritarias que suele
albergar; la democratización de la sociabilidad y cómo eso repercute
en las relaciones de autoridad, con el reto que eso representa al Es-
tado, las clases dominantes y los grupos de poder político; la trans-
formación de las clases sociales, más fluidas, que nuevas tipologías

452
Pluralidad y contemporaneidad en la teoría social latinoamericana

intentan captar; movimientos peculiares, vinculados a la justicia tri-


butaria o a la memoria; pero también la proyección de las grandes
corporaciones globales del sector de informática, Internet y semejan-
tes emprendimientos; así como la propia idea de ciclo político que en
este momento hace de América Latina una región contemporánea de
su propio tiempo, con este tejido social y los mal comprendidos desa-
fíos que políticamente plantea. Son estos, al lado de aquellos más ge-
nerales (las nociones de proceso, de teoría sistémica y la propia pan-
demia), los principales temas que componen el entramado denso de
este volumen. Si debemos preguntarnos, como sugiere Esteban Torres
en su texto introductorio, cómo nos acercamos al objeto que quere-
mos investigar, importa percibir que en este libro el lector encuentra
una sociología en construcción, que no se detiene ante los riesgos de
hacerse isomórfica frente a las trasformaciones que investiga. Nos en-
contramos más allá del “monopolio noreuropeo” y de la sociología
latinoamericana de los años 1950-1970, así como de la ciencia política
de la redemocratización. Hace falta que vayamos más allá del “pen-
samiento crítico” del período del “giro a la izquierda”. Solamente de
este modo seremos capaces de completar nuestro movimiento hacia la
contemporaneidad sin perder ni la ternura ni mucho menos —y, sobre
todo— la capacidad crítica ante los límites de nuestros propios logros
intelectuales y políticos.
Las ciencias sociales son hoy mucho más complejas, plurales y
fragmentadas de lo que fueron alguna vez. Así es la realidad social,
además. Hay muchas maneras también de insertarse en estas ciencias
y vincularlas a la vida social y pública más amplia, en su extrema com-
plejidad. ¿Cómo hacer que alguna unidad sea posible dadas estas con-
diciones? Me parece que no hay una respuesta plena ni única a este
tipo de planteamiento. Pero este libro nos ofrece algunas sugerencias
de cómo hacerlo. Es decir, buscando lo que hay de contemporáneo
en la modernidad, y asimismo recogiendo el acaecer anterior del de-
sarrollo de la disciplina y de otras afines. ¿Es posible una sociología
latinoamericana? Sí, estoy seguro. Pero solamente si la contemplamos
en el abanico variopinto que constituye hoy nuestra propia realidad. A
mi entender es lo que nuestro grupo y este volumen de alguna manera
expresan.

453
SOBRE LAS AUTORAS Y LOS AUTORES

ARAUJO, KATHYA
Doctora en Estudios Americanos. Profesora e investigadora del Insti-
tuto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de
Chile. Directora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de
Poder. Ha sido profesora e investigadora invitada en diversas universi-
dades de América del Norte, del Sur y Europa. Ha publicado alrededor
de veinte libros, entre los últimos como editora Hilos Tensados. Para
leer el octubre chileno (USACH/ColecciónIDEA, 2019) y Las Calles. Un
estudio sobre Santiago de Chile (LOM, 2019); y como autora, El miedo
a los subordinados. Una teoría de la autoridad (LOM, 2016), y ¿Cómo
estudiar la autoridad? (Usach, 2021).
Contacto: [email protected]

BRACHET-MÁRQUEZ, VIVIANE
Socióloga (doctorada de la Universidad de Wisconsin), profesora-in-
vestigadora emérita de El Colegio de México y del Sistema Nacional
de Investigadores de México. En los últimos diez años sus publicacio-
nes se han concentrado en la teorización y el estudio empírico de la
formación del Estado en América Latina.
Contacto: [email protected]

455
Sobre las autoras y los autores

BRINGEL, BRENO
Catedrático de Sociología del Instituto de Estudios Políticos y Sociales
de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (IESP-UERJ) e investi-
gador del Consejo Brasileño de Investigaciones (CNPq). Presidente del
Comité de Investigación de Movimientos Sociales (RC47) de la Aso-
ciación Sociológica Internacional (ISA) para el período 2018-2022 y
director de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) para
el período 2019-2021. Fundador y editor (con Geoffrey Pleyers) de
Open Mouvements/Open Democracy y editor asociado de Dados. Su
investigación actual aborda dos temas principales: la reconfiguración
del activismo, los movimientos sociales y el internacionalismo con-
temporáneo; y la construcción geopolítica y teórica del pensamiento
latinoamericano.
Contacto: [email protected]

CASCO PEEBLES, MARIANO


Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de Buenos Ai-
res. Maestría en Ciencia Sociales (Universidad de Guadalajara). Doc-
tor en Estudios Sociales (Universidad Autónoma Metropolitana-Izta-
palapa). Autor del libro No pudieron con nosotros. Textos de la Sección
22 de la CNTE contra la Reforma Educativa (2012-2018).
Contacto: [email protected]

COCA, GERMAN
Licenciado en Sociología, maestrando en Estudios Contemporáneos
de América Latina, Facultad de Ciencias Sociales Universidad de la
República, Uruguay. Realiza tareas de investigación en proyectos
de los departamentos de Sociología y de Ciencia Política en la mis-
ma universidad, entre los que se mencionan “Conflictos sociales en
el Uruguay Progresista. Hacia un cuadro general de análisis” (2019-
2021) y “Definiendo el interés nacional: actores y posiciones en torno
a los TLC” (2020-2021).
Contacto: [email protected]

DE LA GARZA TOLEDO, ENRIQUE (1947-2021)


Doctorado en Sociología por El Colegio de México y estudios de pos-
doctorado realizados en la Universidad de Warwick, Inglaterra y en
la Universidad de California en Berkeley. Catedrático de tiempo com-
pleto en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Fue coordi-
nador de la maestría y doctorado en Estudios Sociales en la misma
universidad. Investigador emérito del Sistema Nacional de Investiga-
dores y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. En 2007, fue
presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología del Traba-

456
Sobre las autoras y los autores

jo. Colaboró para las revistas Mexicana de Sociología, Estudios Socio-


lógicos, Latinoamericana de Estudios del Trabajo en México, Sociología
del Trabajo en España, Work and Occupations, Current Sociology en
Estados Unidos y Sociología del Lavoro en Italia.

DOMINGUES, JOSÉ MAURÍCIO


PhD en Sociología por la London School of Economics and Political
Science y profesor del IESP-UERJ, Brasil. En 2018 recibió el premio
Annelise Mayer de la Fundación Alexander von Humboldt. Co-coordi-
nador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Teoría social y realidad lati-
noamericana”. Sus últimos libros son Political Modernity and Critical
Theory (2019), Authoritarian Collectivism and “Real Socialism” (2021)
y Uma esquerda para o século XXI (2021).
Contacto: [email protected]

FALERO, ALFREDO
Doctor en Ciencias Sociales, especialización en Sociología, Univer-
sidad de la República, Uruguay, integrante del Sistema Nacional de
Investigadores. Autor de numerosas publicaciones, sus líneas de in-
vestigación son teoría social y pensamiento latinoamericano, globa-
lización y transformaciones territoriales y movimientos sociales en
América Latina. Coordinador del proyecto “Conflictos sociales en el
Uruguay Progresista. Hacia un cuadro general de análisis”.
Contacto: [email protected]

GROS, ALEXIS
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Buenos
Aires (UBA). Se desempeña como investigador asistente del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, profesor adjunto
de Sociología en la Universidad de Belgrano y docente en la UBA.
Ha realizado varias estancias de investigación en Alemania financia-
das por el DAAD y el Coimbra Group, y publicado múltiples artícu-
los en revistas académicas internacionales. Desde 2019 trabaja en la
Friedrich-Schiller-Universität Jena como Fellow de la Alexander-von-
Humboldt-Stiftung.
Contacto: [email protected]

FRY, MARIANA
Socióloga, magíster en Sociología y doctoranda por el Programa de
Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la
República. Se desempeña como docente e investigadora en el Depar-
tamento de Sociología de la misma institución. Se dedica al estudio de

457
Sobre las autoras y los autores

los movimientos sociales y acciones colectivas, así como también de


diversos temas de teoría social latinoamericana.
Contacto: [email protected]

GONNET, JUAN PABLO


Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Buenos
Aires, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científi-
cas y Técnicas, profesor en el área de Teoría Sociológica en la Facul-
tad de Ciencias Sociales y en la Facultad de Filosofía y Humanidades
de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), y miembro del
Programa de investigación Cambio Social Mundial en el Centro de
Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS-UNC).
Contacto: [email protected]

GORRITI, JACINTA
Licenciada en Filosofía (FFyH-UNC), doctoranda en Estudios Sociales
de América Latina (CEA-UNC) y becaria doctoral del Consejo Nacio-
nal de Investigaciones Científicas y Técnicas. Integrante del Programa
Cambio Social Mundial (CIECS-UNC). Ha publicado Estado, clases
sociales y democracia. Un estudio crítico del pensamiento de Nicos Pou-
lantzas (Estudios Sociológicos Editora, 2018) y Nicos Poulantzas. Una
teoría materialista del Estado (Doble Ciencia, 2020).
Contacto: [email protected]

MASCAREÑO, ALDO
Investigador senior del Centro de Estudios Públicos y editor gene-
ral de la revista Estudios Públicos desde 2019. Es también profesor
de Sociología de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo
Ibáñez. Sus líneas de investigación son teoría sociológica y teorías
de la complejidad, sistemas socionaturales, sociología del derecho,
sociología de América Latina, áreas en las que ha publicado varios
libros y artículos. Es principalmente conocido por sus escritos sobre
teoría de sistemas y el pensamiento de Niklas Luhmann. Antropó-
logo social, Universidad Austral de Chile. Magíster en Sociología,
Universidad Católica de Chile. PhD en Sociología, Universidad de
Bielefeld, Alemania.
Contacto: [email protected]

PEIRONE, FERNANDO
Doctorando del Doctorado en Estudios Sociales de América Latina,
CEA, Universidad Nacional de Córdoba. Director del Observatorio
Interuniversitario de Sociedad, Tecnología y Educación (UNSAM-
UNPAZ-UNIPE). Director del Programa de Saber Juvenil Aplicado

458
Sobre las autoras y los autores

(UNSAM). Docente de Tecnología y Sociedad (UNPAZ). Docente e In-


vestigador del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM).
Autor, entre otros libros, de Mundo extenso. Ensayo sobre la mutación
política global (FCE, 2012), Historia de la Biblio (Milán, 2009). Junto
a otros autores: La educación alterada. Aproximaciones a la escuela del
Siglo XXI (Salida al mar, 2010), Platón en el callejón (Eudeba, 2012),
Los griegos en disputa (Sudamericana, 2014), El futuro ya no es lo que
era (UBA, 2019).
Contacto: [email protected]

PIGNUOLI OCAMPO, SERGIO


Doctor en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos
Aires (UBA). Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investiga-
ciones Científicas y Técnicas con sede en el Instituto de Investigación
Gino Germani. Docente regular de la asignatura “Niklas Luhmann y la
sociología de la modernidad” de la carrera de Sociología de la Facul-
tad de Ciencias Sociales (UBA).
Contacto: [email protected]

ROGGERONE, SANTIAGO
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Buenos
Aires, se desempeña como investigador del Consejo Nacional de Inves-
tigaciones Científicas y Técnicas en el Centro de Historia Intelectual
de la Universidad Nacional de Quilmes y ejerce la docencia universita-
ria a nivel de grado y posgrado. Su trabajo se centra en la teoría social
contemporánea, las teorías críticas de la sociedad, los marxismos y el
problema de la justicia.
Contacto: [email protected]

RÍOS-JARA, HÉCTOR
Cientista Social. Magíster en Metodología de la investigación socio-
lógica, University of Bristol. Doctorando en Ciencia Social, Univer-
sity College of London, Reino Unido. Miembro del Grupo de Trabajo
CLACSO “Teoría social y realidad latinoamericana”. Estudiante pa-
trocinado Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).
Becario Programa Becas Chile para posgrados en el extranjero.
Contacto: [email protected]

SOARES GUIMARÃES, ALICE


Doctora en Sociología por el Instituto de Estudos Sociais e Políticos
(IESP-UERJ). Es docente investigadora en el Posgrado Multidisci-
plinario en Ciencias del Desarrollo de la Universidad Mayor de San
Andrés (CIDES-UMSA, La Paz, Bolivia), donde además coordina la

459
Sobre las autoras y los autores

Maestría en Desarrollo Social. Su investigación actual explora las re-


laciones fiscales entre Estado y sociedad.
Contacto: [email protected]

TORRES, FELIPE
Profesor asistente de Teoría Sociológica en el Instituto de Sociología,
Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor en Sociología por el
Centro Max Weber de la Universidad de Erfurt (Alemania). Autor de
Temporal Regimes: Materiality, Politics, Technology (Routledge, 2021).
Investiga sobre teoría de la aceleración, conceptos sociopolíticos tem-
porales, teoría social e historia conceptual. Tradujo Aceleración. Las
transformaciones de las estructuras temporales en la modernidad, de
Hartmut Rosa (en prensa, Herder, 2021). Miembro del Grupo de Tra-
bajo CLACSO “Teoría social y realidad latinoamericana”, desde 2019.
Contacto: [email protected]

TORRES, ESTEBAN
Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas de Argentina y director del Programa “Cambio Social Mun-
dial” en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Socie-
dad de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Profesor a cargo
de la cátedra “Teorías y procesos de cambio social” de la Facultad de
Ciencias Sociales de la UNC, y de la cátedra “Sociología” de la Escuela
de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la misma
universidad. Coordinador del Grupo de trabajo de CLACSO “Teoría
social y realidad latinoamericana”. En los últimos años, ha sido pro-
fesor visitante en los departamentos de sociología de varias universi-
dades, entre ellas la New York University y University of Wisconsin/
Madison (Estados Unidos), la University of Cambridge (Reino Unido)
y la Friedrich Schiller Universität Jena (Alemania). Sus últimos libros
publicados por CLACSO son Hacia la renovación de la teoría social
latinoamericana (2020), Marx 200: presente, pasado y futuro (2020), La
gran transformación de la sociología (2021) y Hacia una nueva sociolo-
gía del capitalismo (2022).
Contacto: [email protected]

460
C O L E C C I Ó N G R U P O S D E T R A B A J O

En el presente libro ofrecemos un conjunto de aproximaciones


analíticas a los nuevos actores protagónicos en América Latina
de los últimos tiempos, así como a los procesos de cambio social
en los cuales están directa o indirectamente involucrados. Aquí
partimos de suponer que, para lograr avanzar en el conocimien-
to de este aspecto sustantivo de la realidad social regional,
resulta necesario atender al modo en que evoluciona el vínculo
teorizado entre los actores y el cambio social en la galaxia
histórica de las ciencias sociales. A lo largo de la llamada historia
moderna, las ciencias sociales validaron su existencia en la
medida en que fueron capaces de procesar, a partir de propósitos
racionales y de valores colectivos, volúmenes ilimitados de
complejidad social y de indeterminación histórica. Entre las
principales operaciones que demanda la realización científica
destacan precisamente la reducción de la complejidad social y la
conquista de nuevas síntesis. Ambas maniobras, para poder
desplegarse sin mayores extravíos, necesitan romper, enriquecer
-o bien trascender- el sentido común. Tal compromiso científico
se expresa con toda intensidad en los diferentes textos que
componen este nuevo libro.

De la Introducción.

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