7 - PDFsam - 432737036 13 Leyendas Tenebrosas Del Peru

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Y ahí estaban ella y sus hijitos, todos con una vela en la mano,
dando vueltas y vueltas, como en una procesión. El Gabicho no pudo
soportar más. Quiso acabar con su dolor y con las espeluznantes
imágenes.
Trajo una galonera llena de queroseno y le prendió fuego a su
antigua casa. Vio a los tunches de su familia lanzar agudos chillidos de
rabia y, de pronto, los tres lo miraron. Vio tres pares de ojos ardiendo de
odio, un rojo intenso como brasas diabólicas, y súbitamente se sintió sin
fuerzas; tres pares de manos lo atraparon y lo introdujeron en la casa
ardiente.
Los pobladores oyeron los gritos aterrorizados y muchos no
durmieron esa noche. Al amanecer, de la casa solo quedaban las cenizas.
Nada más. Y después, el olvido.
Comprendes ahora, tú que quieres saber de tunches, ¿qué imaginas
que es un fantasma y nada más que eso? Es mucho más. Más. Es el
maligno. Es la muerte invisible que camina. Nunca te cruces en su
camino. No imites su silbido. No te acerques. Más bien aléjate, ocúltate.
Por eso, respeta nuestro tabaco. El mapacho ahuyenta a los
espíritus, aleja al tunche. Hace miles de años nuestros antepasados tienen
al mapacho como amigo. Mira, yo tengo aquí mi atadito de mapacho. Si
se me acaban los cigarros, lío el tabaco y al rato ya tengo varios cigarros
para fumar.
Ahora ya sabes del tunche. ¿Y quieres saber, también, del hombre
otorongo que viste la noche pasada?
Voy a contarte. Escucha. Y después debemos volver a esa cabaña
maldita, para ahuyentar a ese espíritu de nuestros antepasados.

TRES

Hace mucho tiempo, cuando los animales eran hombres y los


hombres podían ser animales, vivió un hombre fuerte que sabía
convertirse en otorongo. Su nombre no importa ahora, pero

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transformarse en tigre lo convertía a él en un Minayahua, temido por


todos, envidiado por todos. Su esposa había muerto, así que solo vivía
con su hija, el esposo de ella y su nieta. El hombre era tabaquero. Sabía
dónde mirar y apuntar. Vivía alejado de todos.
A veces, su hija se acercaba a decirle: —Papá, ya no tenemos qué
comer-
Y el hombre se internaba en el bosque y, transformado en
Minayahua, cazaba venados, sachavacas y picuros.
Los dejaba junto a una aleta de lupuna. Luego tomaba su pucuna y
cazaba paujiles y shanshos, que también dejaba en la aleta del árbol
gigantesco.
Iba donde su hija y le decía:
—Hija, anda a la lupuna, que ahí tienes mitayo—. Y se alejaba.
La hija encontraba la gran cantidad de caza y se alegraba mucho
con su esposo y su pequeña hija.
Pero los vecinos estaban envidiosos. Miraban el venado y la
sachavaca, y decían entre dientes: —Otra vez se ha convertido en
Minayahua, va a cazar mucho nuevamente. Mejor matemos a su hija.
Y fueron con lanzas y flechas, mataron a la hija y se fueron. La nieta
corrió a avisar y encontró al abuelo dormido en su hamaca, convertido
en tigre. Con un palo lo golpeó y el abuelo volvió a ser hombre.
Al enterarse de que los vecinos envidiosos habían matado a su hija,
corrió hacia ella, fumó bastante tabaco y cantó mariris poderosos, y
revivió a su hija. Esto ocurrió muchas veces, hasta que un día los vecinos
envidiosos aprendieron una cosa: que si cortaban a la hija en pedazos, el
viejo Minayahua ya no podría revivirla.
Y así lo hicieron, efectivamente. Una noche los vecinos entraron
armados a la maloca de la hija, la mataron con lanzas y flecharon al
esposo y a la niña, y luego los trozaron a todos. Entonces se retiraron
muy seguros de su hazaña.
A la mañana siguiente, el hombre fue a visitar a su hija y encontró
la desgracia. Lloró desconsoladamente. Intentó revivirlos, pero fue

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imposible. Su grito fue tan poderoso, ya convertido en hombre-tigre, en


Minayahua, que sus propios enemigos temblaron de miedo.
Desde esa vez, el Minayahua ya no pudo convertirse en hombre. Y
comenzó su terrible venganza.
Cada vez que un cazador se internaba en el bosque para llevar
comida a su familia y se oía su grito desgarrador, era señal de que se
había topado con el Minayahua. En esos casos, el cazador trataba de huir
sudando de terror, pero el Minayahua lo alcanzaba de un salto, lo
arrinconaba contra algún árbol y de varios zarpazos y mordidas lo dejaba
muerto, partido en pedazos.
Su familia solo encontraba restos de su cadáver, comido por las
fieras y alimañas Además, a la venganza del Minayahua no tenía límites.
Cazaba hombres, mujeres y niños con igual ferocidad. No distinguía al
bueno del envidioso. Los hombres nos habíamos convertido en sus
enemigos. En sus presas.
Mi abuelo me contó que esta historia se fue perdiendo en la noche
de la memoria. Muchos hombres y mujeres murieron, hasta que poco a
poco dejó de hablarse del Minayahua. Pero no había desaparecido.
Quizá solo se había ido a cazar a otros territorios. Una vez ingresó a la
casa de un pescador, que dormía con su familia. Los mató a todos. Los
desgarró como manteca de boa. Y es que esta familia había construido
su casa de madera sobre la que antes fue, según dicen, la maloca de la
hija del Minayahua, cerca de la quebrada y de una gigantesca lupuna.
Pero el Minayahua cambió con el tiempo. Volvía de cuando en
cuando a la casa abandonada y dejaba piezas de venado, sachavacas y
sajinos, que cazaba en las noches tenebrosas. Estaría extrañando a su hija
y nieta, que lo apaleaban para que se convirtiera en hombre cada vez que
se dormía como tigre. Algunos oían llantos lastimeros. Otros, solo el
rugido de la muerte. Mi abuelo cuenta que aquella ocasión en que el
Minayahua trozó a la familia del pescador fue la última vez que tuvo
noticias de él. Después parecía haber desaparecido. Mi padre tampoco
oyó nada de él, y pensó que todo era invención de los antiguos para

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