Metábasis 00013005060
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ARTÍCULOS
(Universidad de Alicante)
Resumen: Esta comunicación (1) se incluye en un estudio más amplio en el que nos
preguntamos por la idea de España desde una doble perspectiva histórica y filosófica,
cobrando especial importancia como criterios la distinción entre ideas y conceptos, así
como entre epistemología y gnoseología. Desde este planteamiento cabe preguntarse: ¿Se
olvidó «la izquierda» de España? ¿Qué hacer con la historia de España? A nuestro modo
de ver, la historia no es un recuerdo del pasado sino obra del entendimiento, una
interpretación o reconstrucción de las reliquias (evidencias del pasado) y relatos
(ordenación de estas reliquias). Una narración, en suma, que no solo se pregunta por el
qué y el cómo sino también por el por qué y el para qué. Frente a la vindicación de la
«posverdad» del postmodernismo, el pensamiento débil teorizado por Gianni Vattimo o
el fin de los grandes relatos de Lyotard, nuestra propuesta parte del producto elaborado
por los historiadores sobre la base de unas pruebas materiales y siguiendo unos métodos
de investigación objetivados. La historia, así concebida, pero también las ‘ciencias
políticas’ (o mejor, las ‘disciplinas políticas’), incluso la unión académica de la historia
de las ideas y la historia del presente a la manera de Timothy Garton Ash, nutren de un
«saber de primer grado» a ese otro «saber de segundo grado» que es, precisamente, la
filosofía materialista desde la que acometemos el análisis.
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SUMARIO
1. PREFACIO.
2. INTRODUCCIÓN.
6. TELEBASURA Y POSVERDAD.
10. BIBLIOGRAFÍA.
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1. PREFACIO.
Desde una perspectiva filosófica, habría que decir que las sociedades empíricas
«homologadas» como democráticas quedan sometidas a esta disyuntiva entre cuyos
términos es preciso elegir, esto es, no cabe adoptar una posición neutral: o
fundamentalismo o funcionalismo. Bueno habla de fundamentalismo cuando esas
sociedades políticas son consideradas como democracias en tanto se nos ofrecen como
realizaciones, más o menos plenas, de una idea pura de sociedad democrática que se
supone dada dentro del sistema taxonómico estricto de referencia (Bueno, G., 2020, 57-
8).
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cuantificadas, según la cual el predicado universal o bien se aplica a un solo sujeto, o bien
a algunos, o bien a todos. El predicado «mandar», por ejemplo (gobernar o detentar la
soberanía también servirían) o bien lo posee uno (Monarquía), o algunos (Oligarquía) o
todos (República o Democracia) (Bueno, G., 2020, 58). Por otro lado, sigue explicando
Bueno que el criterio de la lógica proposicional comprende la doctrina de los silogismos,
expresada en los Primeros analíticos, y que contiene el principio del dictum de omni: «Lo
que se dice del todo se dice de cada una de las partes». Partes que, en todo caso, habrá
que suponer distributivas o partes de un todo distributivo, precisión de la mayor
importancia habida cuenta de que estas se confrontarán en la materia política, en la que
las totalidades suelen ser atributivas incluso en mayor medida que distributivas (Bueno,
G., 2020, 58). En todo caso, el criterio lógico proposicional expuesto por Bueno deberá
experimentar una importante modulación para el caso de la predicación universal, y esto
porque en una sociedad política, el «todos» (holoi) no puede tener el sentido aritmético
riguroso (que es el que cabe atribuir al total, pan), sino el de los «muchos» (oi polloi), la
mayoría (Bueno, G., 2020, 58). De tal manera que, los muchos, es decir, la mayoría, se
opone a los algunos, aunque desde una perspectiva estrictamente lógico proposicional,
algunos y muchos (la mayoría) se confunden hoy —advierte Bueno— en el cuantificador
existencial (Bueno, G., 2020, 58). El punto central para Bueno reside en que los muchos
de Aristóteles estarían representando o supliendo al todo, a «todo el pueblo», al demos; lo
que se debería a que el todo (holon) es algo más que la suma total (pan) de las partes.
Dicho con los términos de Aristóteles, podría decirse que «El todo es anterior a las
partes» (Bueno, G., 2020, 58).
Bueno concluye que la idea pura de democracia que Aristóteles ofrece en su taxonomía
de las sociedades políticas es precisamente la idea de una oloarquía, y que desde esta
idea está interpretando la realidad empírica en la que no son todos, sino muchos o la
mayoría, quienes gobiernan. Ahora bien, se pregunta Bueno: «¿Y cuántos son muchos, en
cuanto susceptibles de ser diferenciados de algunos, sobre todo en las situaciones de las
mayorías relativas, es decir, de las “muchas minorías mayoritarias”?» (Bueno, G., 2020,
58-9).
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En los años más recientes de la democracia de 1978, la presencia habitual en los medios
de agentes no profesionales se ha ido restringiendo. Podría decirse que las élites a escala
nacional (y no tanto la escala provincial, regional o autonómica) a las que nos estamos
refiriendo han ido cristalizando entre periodistas facultativos que, además, suelen estar
conscientes y orgullosos de su condición: con frecuencia aluden a esta condición, a la que
atribuyen un alcance deontológico y ético, y con razón (Bueno, 2007, p. 2). No en vano,
el grado de Periodismo, tiene una asignatura de carácter obligatorio llamada «Ética y
deontología profesional». Si nos asomamos a los datos específicos de la asignatura que se
imparte en esta titulación en la UCM, allí observamos que, entre otras competencias,
figura la de adquirir la «Capacidad para saber presentar los hechos como hechos y las
opiniones como opiniones, diferenciando claramente los unos de las otras». Creemos que
el siguiente tuit de Antonio Maestre expresa lo que queremos decir: «Tendría que
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«[…] el primer signo de civilización era un fémur fracturado y sanado. ¿Qué tenía
que ver eso con la civilización? Pues mucho más de lo que se podría pensar a
simple vista. En el mundo salvaje quien se rompe un fémur no puede huir del
peligro ni valerse por sí mismo, por lo que acaba convirtiéndose en una presa fácil
y muere. Por eso ningún animal con una pata rota sobrevive en libertad el tiempo
suficiente como para que el hueso sane y vuelva a soldarse por sí solo. Por lo tanto,
un fémur quebrado que se curó implica que alguien se quedó junto a esa persona, le
vendó la pierna, le dio de comer, la cuidó y la protegió hasta que se curó. Y
precisamente ahí es donde nació la civilización: en el momento en el que
empezamos a cuidarnos entre nosotros y dejamos de estar solos. Eso es lo que nos
distingue del mundo salvaje y de la ley de la selva» (Barroso, A., 2022, 19).
Pensemos, no obstante que, como explica Bueno «Salvajismo, barbarie y civilización, las
tres fases de Tylor y Morgan funcionaron muy bien hasta el estructuralismo», pero dichos
términos desaparecieron «por aquello de que salvaje era quien llamaba a otro salvaje»,
quedando así eliminado de la perspectiva antropológica y no siendo sustituido por nada,
salvo con los Derechos Humanos, que es la salvación de todo, a pesar de que nadie sabe
lo que es la humanidad, ni lo que es el hombre:
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Y en cuanto al «verdadero sentido de la patria [éste] tiene más que ver con ese fémur
fracturado y sanado del que hablaba Margaret Mead que con el furor extremista con el
que algunos lo confunden» (Barroso, 2022, p. 20). Y es que, según el politólogo, —que
parece hacer un guiño a Ana Iris Simón (Simón, A. I., 4-XII-2021)—:
¿Y por qué no cifrar, por ejemplo, como rasgo de civilización el pan? Decía Xavier
Castro, siguiendo a Covarrubias, que «[e]l pan era el sustento común de los hombres». Y
que «[c]considerado bajo el prisma de la mentalidad profana, aparecía como algo esencial
para las gentes» (Castro, X., 22-V-2022). También citaba a Gustavo Bueno, para quien:
«el pan es el rasgo que define primordialmente la civilización humana, distanciándola de
otras especies, que podrán tener lenguaje, pero ninguna de ellas es capaz de fabricar
baguettes» (Castro, X., 22-V-2022). Finalmente, aludía a su importancia «como un
símbolo primordial en la esfera de lo sagrado: en una de las oraciones principales de la
religión católica, el Padrenuestro, se ruega a Dios […]: el pan nuestro de cada día /
dánosle hoy» (Castro, X., 22-V-2022).
En todo caso, si bien es cierto que a Bueno le gustaba la definición de Hesíodo («el
hombre es un animal que come pan») porque «encierra un concepto positivo, supone la
agricultura, el ingenio, la evolución» (Bueno, G., 2015, 2), por otra parte, no termina de
definir al hombre, ya que, precisamente «excluye a los pueblos que no tienen trigo, como
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los americanos, ni tienen vino, y por tanto no podían ser cristianos porque el dogma
principal del cristianismo es el de la consagración del pan y el vino» (Bueno, G., 2015,
2).
2. INTRODUCCIÓN.
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«A mí me enseñaron [...] que sobre este terreno que llamamos España habían vivido
siempre, desde hace miles de años, unos habitantes adornados de las más recias
virtudes de la raza. Yo que no soy espiritualista ni aficionado a los toros o al cante;
que no me gusta el vino y me inclino por las mujeres rubias y emancipadas; que no
duermo la siesta; que no me entusiasman las hazañas bélicas; que no tengo un
sentido del honor particularmente desarrollado; que encuentro muy poco admirables
a don Juan, al Lazarillo o a la Celestina; que me da por la investigación científica y
el trabajo en equipo; que me gusta el té; yo soy incapaz de creerme que exista el ser
español de la manera como usualmente se ha descrito, desde siempre y para
siempre. Y si existe, heme de considerar extranjero en mi país» (De Miguel, A.,
1972, 15).
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Desde la perspectiva de la pars destruens coincidimos con Iván Vélez en que la crítica de
Bravo a Bueno es arriesgada. También con Joaquín Robles cuando este último sostiene
que la implantación política de la filosofía es una fórmula más gnoseológica que política.
Ambas afirmaciones se hicieron en la presentación del libro que estamos reseñando en
los 26 Encuentros de Filosofía, celebrados en Salamanca del viernes 6 al domingo 8 de
mayo de 2022, en la Casa de los Padres Paúles (Santa Marta de Tormes, Salamanca). Y
una última observación que no es propiamente una objeción, sino una mera constatación.
Nos mueve a sorpresa algo que creemos que no ha salido a colación en los diversos actos
en los que ha intervenido Bravo para presentar o dar a conocer su libro: nuestro autor, a
pesar de que comparte tema con Elvira Roca (España y las Españas) no cita Imperiofobia
ni Fracasología, lo cual no es necesariamente ni bueno ni malo. También es cierto que
Bravo no considera el libro Marcelo Gullo Madre Patria (2021), pero sí sus Relaciones
internacionales (2018) que, en efecto, se ajustan a su marco teórico realista-materialista
en el marco de las relaciones internacionales, precisamente. En cualquier caso, nos
limitamos a constatar lo expuesto entre otras razones porque la obra de Barea tiene
repercusión en la Escuela de Oviedo —y fuera de ella— con posiciones a favor y en
contra. El citado Edgar Strahele, por ejemplo, que está mejor informado que Pablo
Batalla Cueto, se hace eco de estas cuestiones (Strahele, E., 2022).
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tanto excéntrico. Creemos que es de justicia apuntar, no obstante, que lo escrito por Pablo
Cueto es relevante, en el sentido de que quizás constituya uno de los primeros intentos de
abordar la figura de Bueno (no tangencialmente) desde la perspectiva de una historia que
tenga como objeto de estudio el nacionalismo español. Es cierto que para nuestro gusto se
deja preguntas y asuntos historiográficos en el aire de mayor interés, dado que no entran
en sus objetivos asuntos tales como la tesis de la débil nacionalización; la influencia de
Bueno y de su idea de España como agente nacionalizador en España; su reproducción
banal en los términos de Billig —acaso teniendo en cuenta la reciente proliferación de
memes sobre el filósofo español—, por poner algunos ejemplos (5).
Si bien otros autores ya habían abordado la figura de Bueno desde una perspectiva
histórica que tuviera como objeto de estudio el nacionalismo español (6), ningún
historiador que compartiera esta perspectiva había dedicado la atención debida a Bueno y
a su idea de España. La mirada había sido, como decimos, tangencial, junto a otros
autores, con la intención de clasificarle dentro de la nación de las izquierdas o de las
derechas, espectro este último, donde era situado Bueno. Estos intentos suelen caer,
además de en los consabidos mitos de la izquierda y de la derecha, en esa estéril idea de
que hay un Bueno antes y uno después de España frente a Europa (1999) y que Pedro
Insua y Atilana Guerrero, entre otros investigadores, se han encargado de desmontar. Por
nuestra parte, al menos en lo que concierne a la Idea de España, nos adherimos a la tesis
del filósofo Tomás García López que, si no hemos entendido mal, sostiene (si bien en
otro contexto) que —salvando los inexcusables análisis de detalle que tengan en cuenta la
teoría de la esencia (núcleo, cuerpo y curso (García Sierra, P., 2021, § 56)— la obra de
Bueno es coherente (en este caso sí es una virtud), al menos desde los Ensayos
materialistas (1972) hasta su última obra, El Ego Trascendental (2016).
En esto y en otros asuntos nos separamos de nuestro admirado profesor Pérez Herranz
(7). No queremos extendernos demasiado: sólo diremos que tomamos partido por la
filosofía de Bueno y que tomamos el sistema de cabo a rabo por razones objetivas y
metodológicas, es decir, del primer tañido del sistema al último (Martínez Seco, A., 24-
VII-2022). El panorama historiográfico español actual básicamente ofrece para el estudio
de la Idea de España el paradigma posmoderno, por lo que, apagógicamente, tras
descartar el proyecto posmoderno para el estudio de la Idea de España, nos decantamos
por el materialismo filosófico. Tengamos en cuenta, como dice Pérez Jara, «que
partidismo no es parcialismo ni sectarismo, si este partidismo por una opción u otra se
encuentra correctamente fundamentado en razones críticas» (Pérez Jara, J., 2014, 22). En
cualquier caso, nosotros pensamos, no tanto contra el espiritualismo como contra el
idealismo. Diríamos, con Jara, que:
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Salvo una puntual observación del profesor Fernando Miguel Pérez Herranz, no
conocemos ninguna otra manifestación de la Escuela de Oviedo ni de ningún estudioso
de la obra de Bueno que haya tenido en cuenta el problema historiográfico de la tesis de
la débil nacionalización. Tener en cuenta este análisis en la obra de Gustavo Bueno es,
sin duda, valioso desde una perspectiva historiográfica ya que podría calibrar o comparar
la idea de España del filósofo con otros autores a partir de un criterio al menos más
riguroso (no nos atrevemos a decir objetivo) que el que se asienta en la distinción entre la
izquierda y la derecha, ya que la idea de España no es de izquierdas ni de derechas y por
lo tanto la idea de España de Gustavo Bueno tampoco lo es. Otra cuestión es que hunos u
hotros grupos quieran apropiarse o separarse de dicha idea, lo que sería ya cuestión de
otro asunto: de la mal llamada batalla cultural. Finalmente, creemos que podrían
precisarse aún más análisis tan detallados como los que realiza el investigador Marcelino
Suárez Ardura —teniendo en cuenta la teoría del Estado de Gustavo Bueno— sobre la
obra de Juan Pro La construcción del Estado en España (Vélez, I. & Suárez Ardura, M.,
9 de Junio de 2020; Vélez, I. & Bravo, J. R., 7 de Mayo de 2022).
Admitimos, no obstante, como nos advirtió dialógicamente José Manuel Rodríguez Pardo
en el Congreso en el que presentamos esta comunicación, que subyace en dicha expresión
cierto psicologismo. Pero también es cierto que el propio Bueno sostiene en varios
lugares de su obra que la relación de los nacionalismos con la Idea de España es el
resentimiento, basándose, o eso creemos, en la obra del periodista facultativo y ensayista
César Alonso de los Ríos. Este último término creemos que explica en buena medida la
relación de los nacionalismos y las izquierdas con la Idea de España, no sólo desde una
perspectiva externa, sino también interna, pues hemos creído encontrar en este autor, a
pesar de su dualismo metafísico, expresiones que nos llevan a pensar que su perspectiva
de la Idea de España es la de la koinonía y no la del conglomerado, que es la hegemónica
tanto en periodistas como en la clase política (políticos e historiadores) (8). En esta
alianza de hierro entre políticos, historiadores y periodistas (que deberían beber de los
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anteriores si quieren estar bien informados) encontramos los elementos que definen la
idea democrática de España y que desciende a los pocos lectores pero no pocos
consumidores de contenidos en la televisión (tertulias televisivas) y, ante todo, redes
sociales. Sostenemos, en fin, que la conjunción entre la tesis de la débil nacionalización y
el resentimiento favorece aún mejor la explicación histórica del problema dicho, por lo
que presentaremos, aun esquemáticamente, por donde creemos que debería ir el análisis.
Mater dolorosa, supuestamente el libro definitivo sobre la Idea de España en el siglo XIX
según Javier Tusell, se mantiene en la tesis de la débil nacionalización (de hecho, fue
bien recibido por Riquer, B., 2001, 18-9), como bien ha apuntado Ferran Archilés en su
artículo melancólico bucle (Archilés Cardona, F., 2011) (9). La cuestión es que
actualmente la cuestión de la tesis de la débil nacionalización sigue abierta, estando
soportada empíricamente la tesis de la débil nacionalización y faltando estudios de este
tipo para la tesis contraria, defendida, entre otros por el propio Ferran Archilés (y la
Escuela de Valencia en su conjunto) o Moreno Luzón, entre otros. Entre las excepciones
a esta norma podríamos citar al historiador Andrés de Blas Guerrero. En cualquier caso,
la cuestión es que nos sorprenden afirmaciones taxativas como las de Moreno Luzón.
Así, la tesis de la débil nacionalización española, planteamiento aplicado durante años al
siglo XIX, es a juicio de este historiador un razonamiento sencillo que no da cuenta del
panorama entero, que resulta mucho más complejo (Moreno Luzón, J., 2021, 43-4).
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anticipaba la aparición del libro España frente a Europa (Bueno, 1998), la dicha tesis de
la débil nacionalización formaría, a nuestro juicio, parte de uno de tantos problemas
distributivos (paradigmas y cánones) en los que se pregunta por la homologación
(también competición) de una nación entera, en este caso, España, con otras naciones
canónicas europeas. El «problema de España», a secas, responde a la definición de
España con otro tipo, con el esquema de identidad atributivo (prototipos y métricos). Es
aquí, precisamente, donde enmarcamos el objeto de estudio (campo) de nuestra
investigación: la idea de España. Pero si en el otro tipo encontramos la homología, aquí
encontramos las analogías, es decir, la semejanza en sus diferencias («Mi primo y yo —
decía Francisco I de Carlos V— estamos siempre de acuerdo: ambos queremos Milán»).
En este sentido han de verse las siguientes palabras de Atilana Guerrero (Guerrero, A.,
2004, 14):
Pero la tesis de la débil nacionalización no es un problema que tenga que ver con el
imperio, categoría muchas veces olvidada por los historiadores, sino con la nación
política y su construcción como nación, cuestión de génesis que, sin embargo, obvia la
nación histórica. En todo caso, tendríamos que decir que la decadencia que se seguiría de
que España fuese ontológicamente menor que otras naciones europeas (insistimos,
estamos ante un problema de homologación), esta decadencia sería accidental, no
esencial.
Ante todo, al menos si el análisis quiere hacerse desde las coordenadas de Bueno, habría
que tener en cuenta que, respecto a la supuesta decadencia española durante los siglos
XVI, XVII y XVIII, Bueno ya se pronunció con rotundidad, al afirmar que «Durante
estos tres siglos, la obra histórico-universal de España fue gigantesca y la “famosa
decadencia” española es sólo un modo contar la historia utilizando, principalmente, la
ridícula categoría historiográfica del “retraso histórico” (ligada al esquema global de una
supuesta “evolución lineal y progresiva” de la Humanidad)» (Bueno, G., 2019, 353). Este
mismo concepto, el de decadencia, tampoco sirve a juicio de Pérez Vejo para organizar la
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historia de España «desde el siglo XIX hasta la dictadura de Primo de Rivera [ya que] lo
que tenemos es un proceso de crecimiento económico, cultural, social, que es equivalente
a la de la Europa periférica, no hay mucha diferencia con otros países» (Prados de la
Escosura, L, 1-I-2022). Por decirlo en los términos de Nigel Towson: España no es
diferente, por tanto (10).
Lo que es tanto como sostener que la filosofía, «como saber de segundo grado, requiere
un conocimiento de los conceptos prácticos, técnicos o científicos en que se apoya, lo
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más riguroso posible» (Martín Jiménez, L.C., 2021, 63): es por ello que nuestra
perspectiva histórica tiene en cuenta unos determinados contenidos, los generados por la
filosofía de los paradigmas moderno y posmoderno de algunos de los historiadores que
quedan recogidos bajo el rótulo «paradigma de la nacionalización de las masas» y de los
que asimilaremos, si es que ello es posible, lo que desde nuestras coordenadas se pueda
asimilar. La idea de que la filosofía es un saber de segundo grado y que en nuestro caso
se va a nutrir de ese saber de primer grado generado por los historiadores (también
ensayistas, periodistas, politólogos, etc.) que vamos a seguir en este estudio, «se opone a
la que tradicionalmente concebía la filosofía como madre de las ciencias, es decir, modos
descendentes de la ontología». Pero como puede verse en el conocido ejemplo expuesto
por Bueno de los listones paralelos soldados a dos barras transversales, «los vínculos de
unión entre unos elementos en su relación con otros», adquieren una identidad muy
distinta en cada caso (Martín Jiménez, L. C., 2021, 63).
Ahora bien, ¿cabe pensar tras lo expuesto que la doble perspectiva de este estudio, la
histórica y la filosófica, deba entenderse a la segunda como un llamamiento o una
invitación «a un tratamiento filosófico que nos permitiese tomar la altura suficiente para
poder situar los planteamientos técnicos, económicos o científicos» (Bueno, G., 2006, 26)
que aborden los historiadores, como si «ésta fuese algún género de sabiduría exenta a la
que se le puede pedir opinión» (Bueno, G., 2006, 26)? Como sabemos, los historiadores
filosofan, más aún cuando se «mantienen a escala filosófica, a escala de Ideas generales
tales como las de Guerra, Paz, Globalización, Género Humano, Libertad, Identidad, Dios,
Humanidad» (Bueno, 2006, p. 26), entre otras. Y es que «Son las mismas fórmulas y
argumentaciones [de los historiadores] las que constituyen [muchas veces] ya un
tratamiento filosófico-ideológico de las cuestiones prácticas [...] implicadas». Lo que
queremos decir, siguiendo a Bueno, es que «no estamos reclamando [...] la conveniencia
o la necesidad de introducir la perspectiva filosófica en el tratamiento» (Bueno, G., 2006,
27) técnico o científico de los historiadores de los que nos ocupamos en nuestro estudio,
sino que más bien subrayamos «la conveniencia o la necesidad de un tratamiento
filosófico contrapuesto al tratamiento filosófico» que advertimos en los historiadores que
abordan la cuestión de España y que forman parte de nuestro marco teórico-histórico,
enteramente distinto a nuestro marco teórico-filosófico. De tal manera que «No se trata
de oponer filosofía a técnica o ciencia; se trata de oponer filosofía a filosofía, por
ejemplo, filosofía vulgar o de mala calidad, a filosofía de calidad no tan mala» (Bueno,
G., 2006, 27).
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Desde que el diccionario de Oxford eligiera a la posverdad la palabra del año en 2016 y
la definiera como las «circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la
formación de la opinión pública que las referencias a emociones y a creencias
personales», se ha escrito mucho (Forti, S., 2021, 147). Manuel Arias Maldonado, por
ejemplo, dijo en una Tribuna en El País que nadie había expresado mejor el sentido de la
posverdad que el caricaturista David Sipress, quien en una viñeta publicada en The New
Yorker muestra a un presentador diciendo que tras el anuncio meteorológico demócrata
da paso al pronóstico republicano. ¡Meteorología e ideología! —exclamaba el columnista
—, para afirmar que de esta escena hilarante parece deducirse que el sentido de la
posverdad está en su sinsentido (Arias Maldonado, M., 30-III-2017).
Lo cierto es que no sabemos muy bien qué es la posverdad, no al menos desde una
perspectiva interna, gnoseológica, que no epistemológica. Y si además el término va
unido a otros términos con la cópula «y», como es el caso del título de otro de nuestros
trabajos (11) (Salvador Palanques, J., 2022), la dificultad aún es mayor, porque nos
encontramos, como dice José Luis Pozo Fajarnés (Pozo Fajarnés, J. L., 2021), ante un
baciyelmo, ante términos que son puro truco para encubrir la realidad, que es lo que
ocurre con lemas o ideas-fuerza, tales como consenso, o la de la «España plural» que hizo
su aparición, según Núñez Seixas, desde 2002-2003 (Núñez Seixas, J. M., 2018, 157),
pero también, a nuestro juicio, con la idea de la «España plurinacional» (Núñez Seixas, J.
M., 2018, 166-9).
En realidad, como explica César Alonso de los Ríos, fue el falangista de los llamados
“liberales” Dionisio Ridruejo quien, en Escrito en España defendió el «Estado
plurinacional» en los mismos términos que iban a hacerlo Maragall o Zapatero (Alonso
de los Ríos, C., 2006, 31). En cualquier caso, la lógica maniquea se mantiene en la línea
Ridruejo-Maragall-Zapatero, de tal manera que emic tendríamos a un lado la nación mala
y al otro, las buenas: «La nación es odiosa o admirable según se trate de la española o de
una de las “otras”. Simplemente el Mal reside en España. Lo de menos es la naturaleza
etnicista, excluyente, totalitaria. Cualquiera vale contra la española» (Alonso de los Ríos,
C., 2006, 31).
Desconocemos, además, si estamos ante una alternativa o ante una disyuntiva, dificultad
que salva Marcelino Suárez Ardura proponiendo una lectura en symploké (Suárez,
Ardura, M, 2021) y que solo dejaremos aquí planteada. El rótulo dicho lo componen una
trilogía de términos (Memoria, Historia, Posverdad) que pueden aplicarse a un supuesto
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Con las enormes dificultades que suelen aparecer cuando se discute qué es la historia o
qué es la memoria, tanto desde una perspectiva histórica como filosófica, la cuestión es
que podemos hacernos una idea de qué es la historia o qué es la memoria, pero no qué es
el baciyelmo «memoria, historia y posverdad». Por otro lado, preguntarse qué es España
es una pregunta necesaria y obligada desde nuestras coordenadas, que pretenden ser las
del materialismo filosófico: España es un problema filosófico que atiende, para empezar,
a la estructura de España. Sin embargo, desde una perspectiva histórica, más allá de
inquirir en la idea de España como objeto de estudio; la pregunta por el ser de España
(sin distinguir además entre la esencia y la existencia) está vetada, por metafísica, por
esencialista o por no ser científica, de modo que sólo cabe la pregunta por la génesis, por
la construcción de la nación española (12). Sin embargo, si bien implícitamente, desde el
momento en el que se pregunta por la génesis de España, a través de la categoría
historiográfica «identidad nacional», como hace con maestría Juan Pablo Fusi (Fusi
Aizpurúa, J. P., 2000), se está teniendo en cuenta la estructura, pues génesis y estructura
se pueden disociar, pero no separar (Bueno, G., 2-III-2000).
Creemos que con esta introducción ponemos de manifiesto las dificultades que plantean
rótulos como el propuesto. No obstante, creemos que hay herramientas en el sistema de
Gustavo Bueno, en su utillaje, que nos permiten llevar adelante el análisis de la
posverdad y la idea de España, incluso aunque nos encontremos con baciyelmos: otra
cuestión, desde luego, será la del acierto o no del correspondiente análisis. Además de
afrontar, como propone Marcelino Suárez Ardura, el análisis desde un modelo dialéctico
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(la historia tiene que recoger las memorias críticamente), pero no reduccionista (que
reduzca la historia a la memoria) ni yuxtapuesto (es decir, como cuando la historia y la
memoria se superponen), hay que tener en cuenta la distinción entre fenómeno y
apariencia (13). La distinción no es baladí, pues socava la perspectiva (eleática) que
enfrenta la verdad a la posverdad, como si la verdad fuese unívoca, a la postre, la
perspectiva usual en los análisis que tienen en cuenta la posverdad. En este mínimo
estado de la cuestión materialista acerca de las indagaciones sobre la posverdad y la idea
de España, no podemos obviar de ningún modo las consideraciones que Pablo Huerga
ofrece en distintos trabajos (14).
6. TELEBASURA Y POSVERDAD.
Este estudio debe verse, en todo caso, como una aproximación: la densidad del rótulo y
de los problemas planteados no permiten ir más allá de un planteamiento general. En este
sentido esta comunicación puede también verse como un anticipo de nuestra tesis
doctoral. La tesis de esta comunicación, aun asumiendo algunos los riesgos, es la
siguiente: el concepto de «telebasura», tal y como lo aplicamos en este estudio, es decir,
ampliado, no a la historiografía (que también), sino a la idea de España, se puede
equiparar, sin que digamos que sean equivalentes, a la posverdad. En este sentido
aportamos nos separamos de la tesis de Pozo Fajarnés que considera que el concepto de
posverdad no sirve para explicar según qué procesos relacionados con la verdad (Pozo
Fajarnés, J. L., 2021). Sí estamos de acuerdo en que la taxonomía que ofrece Bueno sobre
la verdad es más potente que el concepto de posverdad, sobre todo si este es aplicado a la
manera eléatica. De hecho, nuestra propuesta va a hombros del propio Pozo Fajarnés,
pero también, como queda dicho, de Marcelino Suárez Ardura, Pablo Huerga, Pedro
Insua y, desde luego, de Gustavo Bueno. Esperamos que así podamos ver más lejos.
Desde esta altura, nos arriesgamos y damos un paso más: reinterpretamos el concepto de
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posverdad y lo utilizamos allí donde creemos que puede ser utilizado, lo que creemos que
nos permite comprender o explicar mejor algunas cuestiones relacionadas con nuestro
tema: la idea de España y la posverdad en relación con la historia y la memoria.
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µetáβasis
A nuestro juicio, aunque necesario, no es suficiente con decir que «la historia del engaño
tiene muchos siglos de desarrollo» y que «la manipulación y la mentira viven estos días
un proceso de reconfiguración, remodelación y complejización debido a un conjunto
multidimensional de factores» señalados por la Comisión Europea (García-Marín, D. y
Aparici, R., 2019, 25-6). O que estemos asistiendo a un salto cualitativo respecto a las
décadas anteriores por la hibridación de los viejos y los nuevos medios que comportaría
la «sofisticación de las viejas reglas de la propaganda, basadas en la exageración y la
simplificación, la ridiculización del adversario, la mentira, la desinformación, la difusión
de bulos y la propagación de teorías conspirativas» (García-Marín, D. y Aparici, R.,
2019, 116). ¿Tan diferente es la posverdad, cuando nos referimos, por ejemplo, a la
«información», en lo que esta pudiera de tener de engaño o desinformación (es decir, de
propaganda), en torno al «obsceno» baño de Fraga y el embajador de los Estados Unidos
durante la guerra fría? (16). Pablo Huerga, inspirado en la «Genealogía de la posverdad»
de Maldonado, se pregunta con acierto: «Habiendo sido la mentira siempre una práctica
constitutiva de nuestra vida política, ¿qué añade, si añade algo, el debate actual sobre la
posverdad»: “Pero se diría que nuestra época ha añadido acentos nuevos a esta vieja
práctica: no siendo la posverdad una novedad radical, tampoco es la mentira de
siempre”» (Huerga Melcón, P., 2020).
Manuel Arias Maldonado evocaba, además, The People vs. O. J. Simpson, la serie
televisiva sobre el juicio a la estrella negra de fútbol americano por el asesinato de su
esposa, para hacernos comprender en qué medida nuestra percepción de los hechos está
mediada por las emociones, pues pese a los abrumadores indicios de culpabilidad, los
miembros negros del jurado creyeron inocente a Simpson (Arias Maldonado, M., El País,
30-III-2017) (17).
La enseñanza de Maldonado venía a decirnos que nuestra mirada sobre el mundo está
teñida de afectos; «es una cognición “caliente”, un razonamiento motivado que solo
podemos enfriar mediante un costoso ejercicio de deliberación interior» (Arias
Maldonado, M., El País, 30-III-2017, cursiva nuestra). Por lo general, nuestro «ego
totalitario», en términos de Anthony Greenwald, rechaza la información que desajusta su
organización cognitiva, es decir, preferimos creer aquello que ya veníamos creyendo
(Arias Maldonado, M., El País, 30-III-2017). A lo que se suma, añade Maldonado, el
tribalismo moral que nos impele a buscar cobijo en el grupo propio y sus verdades,
rechazando las ofertas de sentido rivales. Como consecuencia de esto, el contenido de
nuestras creencias importará menos que los sentimientos que experimentamos
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µetáβasis
abrazándolas, mientras que la verdad no será más que un coste que no deseamos pagar
(Arias Maldonado, M., El País, 30-III-2017). Foucalt, Rorty y Vattimo pondrían de
manifiesto que la verdad depende casi siempre del punto de vista de quien la formula y
deriva de un proceso de construcción social más que de su correspondencia con una
realidad exterior al ser humano (Arias Maldonado, M., El País, 30-III-2017).
Sin embargo, dado que la televisión formal no es una reproducción, más o menos fiel, de
la realidad, sino la realidad misma ante nuestros ojos, es obligado admitir que el segundo
avión estrellándose contra la segunda torre de Nueva York, visto directamente por
millones de personas gracias a la televisión formal, no es la reproducción que mi retina
hace de los hechos, sino la realidad misma ante mis ojos (Bueno, G., 2000, 110): es
verdad. A la televisión formal corresponde, sin duda, uno de los momentos más
emblemáticos en el periodo de la Transición y que tuvo lugar el 23 de octubre de 1977,
cuando un coro de 3.000 cantantes entonó Els segadors en plena avenida de la Reina
María Cristina para recibir del exilio al president Josep Tarradellas (Quílez Esteve, L.,
2021, 604). El acto, que fue transmitido en directo por televisión, culminó con el propio
Tarradellas cantando el himno desde el balcón del Palacio de la Generalidad ante una
multitud que lo aplaudía desde la plaza de San Jaime (Quílez Esteve, L., 2021, 604),
cerrándose, así, el círculo del «presente dramático televisivo».
Otra cuestión, es la posibilidad de una desconexión entre el tiempo en el que se han dado
determinados contenidos y el momento de su transmisión televisada, como fue el caso de
la retransmisión del golpe fallido de Tejero el 23 de febrero de 1981. Pues este episodio,
uno de los más importantes de la televisión en la década de la transición (1976-1985), fue
grabado del directo de 35 minutos y retenido hasta el día siguiente, alcanzando una cuota
mundial (Bueno, G., 2002, 217-8). Forma, por tanto, un contenido de la televisión
material: la verdad habrá que buscarla por otros medios distintos a los de la televisión
formal en «tiempo real». No queremos decir con ello que el golpe de Tejero fuera un
montaje, como la ficción relatada en Operación Palace, el falso documental dirigido por
Jordi Évole treinta y tres años después del golpe (Pardo Torregrosa, I., 23-II-2014), pues
las reliquias y los relatos, entre los que figuran la dicha grabación del directo de 35
minutos, atestiguan que Tejero sí dio un golpe de Estado, aunque fallido, el 23 de febrero
de 1981.
Truco este, el de nuestro orwelliano Évole, que ha sido repetido en otro falso documental
dirigido por Pedro Estepa que pone encima de la mesa dos temas que inquietan al parecer
a la sociedad española en la actualidad: las noticias falsas y la despoblación» (Ortega, R.,
15 de mayo de 2022) y que comienza así:
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«Algo está pasando en Soria. Las redacciones de los periódicos, radios y televisión
echan humo porque varias noticias sobre esta provincia, que se está vaciando de
gente a pasos agigantados y cuyos habitantes se han hartado de las falsas promesas
de los políticos, se están propagando como la espuma a todas partes y por
numerosos medios como whatsapp o las redes sociales. Informaciones en las que se
habla de que los sorianos, tras décadas de olvido y abandono institucional, por fin
han alzado la voz y se quieren independizar de España» (Ortega, R., 15 de mayo de
2022).
«Deep Soria» (18), el falso documental, «se apoya [sin embargo] en las imágenes reales
de una gran manifestación en Madrid de la España vaciada como gancho [clickbait] para
manipular una información que, a todas luces, parece creíble y es un bombazo
informativo» (Ortega, R., 15 de mayo de 2022). El problema creemos que lo plantea la
periodista facultativa Rocío Delgado, presentadora del programa Desmontando Madrid,
en la cadena autonómica Telemadrid (Ortega, R., 15 de mayo de 2022) cuando abre el
debate de las noticias falsas al asegurar que tan bien contado está este documental que ve
hasta factible que el público pueda sentirse engañado (Ortega, R., 15 de mayo de 2022).
Lo cierto es que no es tan difícil imaginar una revuelta en la que el problema poblacional
esté presente. Es lo que consideró el demógrafo Hervé Le Bras que superpuso el mapa de
los chalecos amarillos a otros dos: el de los departamentos que pierden población y el que
refleja la lejanía respecto a los servicios de la vida cotidiana» (Bassets, M., 4 de
diciembre de 2018). Podríamos preguntarnos si acaso los paisajes de la España vacía, la
Francia profunda e incluso la América profunda tienen un mismo aire y si estamos, no
tanto ante un problema de despoblación (que también) como de nación (biológica) ya que
lo que se conoce generalmente como la España vacía es en realidad una consecuencia de
la baja natalidad y no al revés (Tamames Gómez, R., 2022, 68).
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(Errasti, J., y Pérez Álvarez, M., 2022, 246). Es lo que ocurre, como advierten Errasti y
Pérez Álvarez, cuando el libro La España vacía, de Sergio del Molino, se cita con
frecuencia como La España vaciada (Errasti, J., y Pérez Álvarez, M., 2022, 245), lo cual
no es un detalle menor, si tenemos en cuenta que con el participio pasivo la persona no es
responsable de su situación, pero con el participio activo, sí (Errasti, J., y Pérez Álvarez,
M., 2022, 245). Como explican estos autores, «[c]on el participio activo la persona hace,
con el participio pasivo a la persona le hacen» (Errasti, J., y Pérez Álvarez, M., 2022,
245), de tal manera que los «participios pasivos […] sugieren que la vida es más algo que
nos viven que algo que vivimos nosotros, menos algo de lo que somos responsables que
algo de lo que culpar a la sociedad» (Errasti, J., y Pérez Álvarez, M., 2022, 246).
«¿Historia del presente? Está claro que son términos contradictorios. Está claro que
la historia, por definición trata del pasado. La historia consiste en libros sobre
César, la guerra de los Treinta Años o la Revolución rusa. Consiste en
descubrimientos y nuevas interpretaciones basadas en años de rastreo y de estudio
documental en archivos» (Garton Ash, T., 2000, 12).
Ahora bien, no es verdad que la historia, por definición trate del pasado. Nos recuerda
Enrique Moradiellos que casi desde el mismo tiempo de su cristalización, la palabra
«historia» pasó a tener dos significados diferentes: las acciones del pasado en sí mismas
(res gestae); la indagación sobre «las acciones realizadas por los hombres» (historiam
rerum gestarum) (Moradiellos García, E., 1992, 40). Si bien muchos autores (19) han
subrayado esta ambivalencia semántica del término, sin embargo, hay razones poderosas,
de orden gnoseológico, que fundamentan tanto el surgimiento como la vigencia actual de
esta ambivalencia (Moradiellos García, E., 1992, 40). En efecto, a menos que se predique
29
µetáβasis
Timothy Garton Ash abunda en su reflexión, aunque sin saber, acaso, que sus pasos ya
habían sido dados por San Agustín en sus Confesiones (20). Al concepto de «historia del
presente» le ocurre como al concepto epistemológico de «hecho histórico». En tanto que
«experiencia del Pasado», ambos envuelven una contradicción similar a la de «círculo
cuadrado»:
Sólo un recreador histórico puede decir en 2016 que «Yo luché por Napoleón» (Aquillué,
D., 2021). Desde el punto de vista gnoseológico, el concepto de «hecho histórico», en
efecto, es irracional, contradictorio, imposible y absurdo. Enrique Moradiellos suele
poner, entre otros, los ejemplos de que «es un hecho que Julio César cruzó el Rubicón en
el año 49 a. C»; o «es un hecho que el general Franco ganó la guerra civil española en
marzo de 1939» (Moradiellos García, E., 1992, 52). Del mismo modo, creemos que
estamos autorizados para decir que: «es un hecho que Manuel Fraga, ministro de
Información y Turismo, se bañó en la playa de Palomares, el 8 de marzo de 1966, para
demostrar que no había radioactividad»; «es un hecho que Josep Tarradellas cantó el
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himno de Els segadors desde el balcón del Palacio de la Generalidad ante una multitud
que lo aplaudía desde la plaza de San Jaime el 23 de octubre de 1977» (Quílez Esteve, L.,
2021, p. 604), y así sucesivamente. No en vano, el concepto de «hecho» (factum) incluye
como condición su corporeidad observable, su presencia fisicalista en el presente del
observador: un hecho tiene que poder percibirse o producirse bajo los ojos y los sentidos
de quien lo percibe o lo produce, en su dimensión temporal del presente haciéndose
(Moradiellos García, E., 1992, 52). Lo que implicará presencia apotética (a distancia) de
modo inmediato o mediato, porque las operaciones (de juntar o de separar) suponen las
acciones de sujetos ante objetos en situación apotética, precisamente.
Por tanto, el hecho histórico, por ser pretérito, sería un hecho invisible, inobservable, no
se podría percibir, un no-hecho, por lo que supone una falacia engañosa llamarlo así. En
realidad, el «hecho pretérito» es una construcción fenoménica elaborada por los
historiadores y destinada a contextualizar y dar razón de la existencia de un conjunto de
reliquias conexas y vinculadas entre sí. Es uno de los «fantasmas» necesariamente
imaginados y articulados por los historiadores para servir como «envoltorios» y contextos
explicativos dentro de su relato historiográfico soportado por las reliquias (que sí son
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µetáβasis
Antes de que la «era de la posverdad» nos alcanzara a la altura de 2016, mucho antes, en
1942, ya Orwell temía que el totalitarismo acabara siendo la fuerza que destruyera el
concepto mismo de veracidad (D’Ancona, M., 2019, 7). Pero por el periodista facultativo
inglés sabemos que las amenazas a la verdad en la «era de la posverdad» «resultan más
preocupantes porque no emanan [...] de un Gran Hermano con nombre y apellido, ni de
un Goebbles, ni de un Izvestia. No hay una estatua en concreto que se pueda echar
abajo», lo que implica que d’Ancona vea a Trump «como consecuencia y no como
causa» (D’Ancona, M., 2019, 8). La reflexión de Ancona, no solo lleva consigo el
corolario de que la salida de Trump no señalará el fin de la era de la posverdad —lo que
acaso constituya un alivio para aquellos que vean a la posverdad como un arma contra la
denominada extrema derecha, por lo que hemos de suponer que no desaparecerá la
munición para la «batalla cultural» entre progresistas y conservadores—; sino que
también nos obliga a posicionarnos ante la siguiente disyuntiva (D’Ancona, M., 2019, 8):
«No se trata de una batalla entre progresistas y conservadores. Es una batalla entre
dos formas de percibir el mundo, entre dos enfoques radicalmente diferentes de la
realidad: y hay que escoger entre ambas cosas: ¿Usted se conforma con que el valor
primordial de la Ilustración, de las sociedades libres y del discurso democrático sea
pisoteado por unos charlatanes...o no? ¿Está usted en el terreno de juego, o se
conforma con verlo todo desde la grada?».
Hay que tomar partido, por tanto. Según creemos, generalmente, cuando se usa el
concepto de «posverdad» en las distintas investigaciones y desde distintos ámbitos y
perspectivas, se procede, como explica Bueno, como si todas las escalas de valores
pudieran considerarse como ordenables linealmente en una sola escala, o acaso en
diversas escalas convergentes, como si fueran las artistas de una pirámide única en cuyo
vértice estuviera situado el valor supremo —«la Ilustración» en este caso, pero también
«la Verdad»—, al cual todos los demás habrían de subordinarse (Bueno, G., 2002, 230).
Pero, además de que la verdad no es unívoca —afirmación que por sí sola ya desvirtúa
todo análisis que parta desde este planteamiento eléatico y que tenga a la posverdad como
«contravalor», pues negamos que a la verdad se oponga de modo enterizo la posverdad
—, la cuestión es que ni siquiera hay acuerdo ni consenso sobre cuál sea la naturaleza de
ese supuesto valor supremo de esa tabla de valores: ¿la Justicia? ¿la Verdad? ¿la Vida?
¿la Libertad? ¿Dios? ¿la Ciencia? ¿el Racionalismo? ¿la Revolución? ¿la Democracia?
(Bueno, G., 2002, 230).
33
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Es lo que en parte reconoce Maurizio Ferraris, «quien en un principio estuvo influido por
Lyotard, Foucalt y [...] Derrida, pero posteriormente abandonó el relativismo y adoptó
una forma de objetivismo realista» (D’Ancona, M., 2019, 93). De su filosofía anterior
reconocía su insuficiencia «ya que se presentaba como una forma de cambiar el mundo a
mejor, de emanciparlo, pero en realidad no era más que una forma de crear ilusiones de
masas controladas por el poder» (D’Ancona, M., 2019, 93-4). Y añadiría algo que podría
explicar la coincidencia a la que nos referíamos entre la izquierda posmoderna y Trump,
ya que el «[n]o existen los hechos, sino únicamente las interpretaciones» de los primeros;
34
µetáβasis
ha acabado significando: «[l]a razón de los más fuertes es siempre la mejor» de los
segundos (D’Ancona, M., 2019, 94).
Es por ello que «razonamos desde el supuesto de tablas ramificadas de valores» (Bueno,
G., 2002, 230-1), es decir, desde el supuesto de ordenaciones ramificadas o distribuidas
en un conjunto de pirámides diferentes, ya que no queremos renunciar enteramente a la
explicación figurada del «esquema piramidal» (Bueno, G., 2002, 230-1). Desde este
planteamiento, «los valores negativos, o valores «basura», tenderían a deslizarse hacia las
bases de las pirámides, como si fueran sus sumideros efectivos» (Bueno, G., 2002, 231):
en una de las pirámides en la que el valor supremo fuera la verdad, el valor «basura» sería
la posverdad (22).
Pero como mantenemos que no hay una verdad unívoca, tendrían que multiplicarse las
pirámides en función de la verdad que tengamos delante. A su vez, estas pirámides que
tendrían como valores supremos las distintas verdades, no estarían solas, cabría hablar de
otras pirámides. Si nos atenemos, por ejemplo, «a los criterios de «televisión madura»
que parecen regir la actual televisión española, habría que decir que el valor supremo [de
la pirámide en cuestión] es “la Democracia”» (Bueno, G., 2002, 230).
35
µetáβasis
como vimos, alertaba de que «[h]istóricamente [...] la extrema derecha ha estado siempre
muy dividida, con luchas cainitas más parecidas a los reinos de Taifa» (Forti, S., 2021,
139).
Desde una perspectiva etic, Sebastian Balfour y Alejandro Quiroga consideran que la
imagen que dio el Estado de la España contemporánea no fue ambigua, antes bien celebró
su modernidad y su madurez como nación, así como su dinamismo económico y cultural
(Balfour. S., y Quiroga, A., 2007, 300). Según la versión oficial, es decir, emic, apuntan
estos historiadores que la naturaleza consensual de la transición enterró para siempre el
mito (léase: el psicologismo) de las inclinaciones fratricidas de los españoles (Balfour. S.,
y Quiroga, A., 2007, 300) al que en cierta manera se refieren Goytisolo y Forti. El papel
cada vez más importante de España en organizaciones internacionales como la UE y el
OTAN, fue presentado como la prueba definitiva de la incorporación de España al núcleo
de la Europa moderna y avanzada (Balfour. S., y Quiroga, A., 2007, 300) (como si
España no formara parte ya de Europa antes que las modernas Francia y Alemania, por
ejemplo) (Bueno, G., 2005; Neira, J., 2000, 20-4). Desde este planteamiento, el año 1992
constituiría la apoteosis de esta proyección cultural, económica y política oficial de la
nueva España (Balfour. S., y Quiroga, A., 2007, 300). En el transcurso de aquel año se
celebraron en España cuatro grandes acontecimientos que significaron la confirmación de
la nueva condición de la España democrática, a saber: los Juegos Olímpicos de
Barcelona, la Exposición Universal de Sevilla, la Capitalidad Europea de la Cultura de
Madrid y el V Centenario del Descubrimiento de América (Balfour. S., y Quiroga, A.,
2007, 300-2). Dichos eventos, que los autores analizan en su libro España reinventada
(Balfour. S., y Quiroga, A., 2007, 301-6), coincidieron con el décimo aniversario de la
elección del PSOE, si bien su celebración se vio empañada por una inminente crisis
económica. Lo que no fue óbice para que los socialistas proclamaran radiantes haber
completado lo que dieron en llamar el ciclo final de la modernización española (Balfour.
S., y Quiroga, A., 2007, 300-1).
Las celebraciones de 1992 tuvieron un gran impacto en España y fuera de ella. Según los
organizadores de los Juegos Olímpicos, casi 3.500 millones de personas vieron la
ceremonia de apertura por televisión, se vendieron tres millones de entradas, veintiocho
jefes de Estado visitaron la ciudad condal en el transcurso de los juegos y 4.880
periodistas de todo el mundo cubrieron las pruebas en representación de 1.700 medios de
comunicación (Balfour, S. y Quiroga, A., 2007, 301). Lo que nos interesa subrayar es que
casi todos los estamentos oficiales enmarcaron la trascendencia simbólica de las
celebraciones dentro del mito del excepcionalismo de España en el conjunto de Europa y
que la «normalidad» de la nueva España democrática residía en su conformidad con los
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µetáβasis
Por nuestra parte, si hemos acudido a la televisión es porque en ella se refleja, mejor que
en ninguna otra parte, la convergencia que ha ido produciéndose entre la izquierda y la
derecha, con relación a la Idea de España, una vez que la izquierda española se avino al
ingreso en la OTAN y a suscribir el Tratado de Maastricht (Bueno, G., 2002, 224). De
algún modo, los criterios en torno a los cuales comenzaron a polarizarse las distancias
entre la izquierda y la derecha políticas en España giraron, principalmente, en torno a un
punto que tiene mucho que ver con la televisión, considerada según su propia estructura
administrativa (Bueno, G., 2002, 224). Nos referimos al debate entre el unitarismo y el
federalismo en la definición de España (24), y al avance de las televisiones autonómicas
(Bueno, G., 2002, 224). Pues, como afirma Bueno, la polarización del debate político
entre unitarismo y federalismo tiene mucho que ver con la evolución de las televisiones
autonómicas, a través de las cuales los movimientos federalistas encuentran uno de los
procedimientos más importantes para cristalizar las «señas de identidad» de las
comunidades autónomas «en busca de Estado propio» (Bueno, G., 2002, 224). Proceso
que, como es sabido, arrancó con la constitución de las nuevas comunidades autónomas,
las cuales transformaron y aceleraron el proceso de construcción nacional en el País
Vasco y en Cataluña (Balfour, S. y Quiroga, A., 2007, 243). En efecto, como parte de su
proyecto político, los gobiernos catalán y vasco utilizaron las instituciones a su
disposición para transmitir identidades nacionales alternativas a la de España. Además, el
proceso de transferencias había dotado a dichos gobiernos de un considerable poder
simbólico, que incluía la promoción de las lenguas vernáculas y de los himnos y banderas
nacionales. Desde los primeros años ochenta, por tanto, la televisión, pero también las
cadenas de radio regionales, las escuelas y las instituciones culturales fundadas por las
administraciones autonómicas, sirvieron para recrear comunidades nacionales en el seno
de las poblaciones vasca y catalana (Flynn, M. K., «Constructed identities and Iberia»,
Ethnic and Racial Studies, Nº 24, 5, 2001, 711. Cit. por Balfour, S. y Quiroga, A., 2007,
243.).
Desde la posición de los unitaristas, si nos referimos a los mal llamados conservadores
españoles, todo contenido que tenga que ver con planes y programas que tengan el
sentido de desintegración nacional y pérdida de la cohesión social serán descalificados,
conceptualizados como basura y arrojados o acercados a la base de la pirámide, cuando
no arrojados al sumidero. Es lo que se desprende de publicaciones que desde la transición
a la democracia ostentan títulos tales como El suicidio de España, si España cae...,
37
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Acaso, pueda achacársenos, con razón, que este planteamiento entre unitaristas y
federalistas es demasiado burdo. Además de que en este estudio hemos presentado las
líneas por las que debería desarrollarse, a nuestro juicio, un análisis más detallado,
podemos añadir dos consideraciones al respecto. Primero. Que, en efecto, la idea de
España no se reduce al maniqueo esquema de las dos Españas, menos aún a la de la
España unitarista y a la de la federalista. Pero no porque quepan muchas más «Españas»,
sino porque pueden contarse con los dedos de la mano las ideas de España, siempre y
cuando tengamos en cuenta que nación e identidad son conceptos conjugados. Segundo.
Como hemos dicho, nuestro planteamiento, desde una perspectiva externa, debe ser
matizado porque no hay, desde luego, una idea de España unitarista y otra federalista.
Ahora bien, desde una perspectiva interna, gnoseológica, y esta es otra tesis fuerte de este
estudio —aunque no nuestra, sino de Bueno—, sí cabe hablar de una disyuntiva que
afecta directamente a la Historia de España: o nos acogemos a la Historia de España
como una koinonía/sociedad imperialista, como es nuestro caso; o nos acogemos al
esquema del conglomerado, que es el que siguieron los padres de la Constitución y el que
sigue vigente, con honrosas excepciones en el panorama ensayístico y periodístico.
Como es sabido, la idea de España auspiciada por el franquismo no sólo solo provocó
grandes distorsiones en la comprensión de etapas de la historia española tales como la de
los Reyes Católicos, el Imperio y América, sino que también conllevó la deslegitimación
de la idea de nación española, que, a la postre, entraba de lleno en el ámbito de la política
(Fusi Aizpurúa, J. P., 2000, 30-1). La transición a la democracia que se produjo a la
muerte de Franco en 1975 y la posterior liquidación del régimen, «conllevaron la
urgencia de “inventar” una identidad española nueva» (Fusi Aizpurúa, J. P., 2000, 31).
Desde nuestras coordenadas, no se trata tanto de que se inventara un determinado relato,
como que aquellos que en la disyuntiva eligieron la alternativa del conglomerado,
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«barrieron para fuera» la idea de España objetivista; y «barrieron para dentro» la idea
voluntarista de España, la de las urnas, la del plebiscito cotidiano o la de tantas Españas
como españoles, en expresión de Tomás Pérez Vejo. En efecto, como explica Fusi,
«España iría perfilándose, no ya como una entidad histórica nacional, sino, en todo caso,
como una suma de regiones y “nacionalidades”, incluso como una “nación de naciones”»
(Fusi Aizpurúa, J. P., 2000, 31).
De acuerdo con los presupuestos expuestos se comprenderá que carece de sentido todo
intento de delimitar, no ya un concepto como el de «telebasura» como si fuera un
concepto «global» y sustantivo (Bueno, G., 2002, 231), sino también el concepto de
«verdad» y el de «posverdad». A nuestro entender, el concepto de posverdad, junto al de
telebasura, habría que considerarlo como un concepto funcional, que tiene muy diversos
«parámetros», correspondientes a cada una de las categorías o «pirámides de valores». Y
si tanto el concepto de telebasura como el de posverdad, que acostumbra a tener como
referencia a la verdad (26), no son conceptos sustantivos o unívocos, sino funcionales,
habrá que reconocer, por tanto, muchas clases de valores o de calidades de la telebasura o
la posverdad (Bueno, G., 2002, 231), si es que ambos términos no pueden hacerse
equivalentes.
39
µetáβasis
(«negativo»), que tienden a situar los contenidos correspondientes en el nivel más bajo (y
en el límite: a sacarlos o barrerlos hacia el lugar cero, precisamente, como cuando se
quiere eliminar la idea de España del silogismo de la historia (28)) de una jerarquía,
explícita o implícita, de calidades o valores televisivos o extendidos a otros ámbitos
cuando nos referimos a la posverdad, descalificando por tanto sus eventuales pretensiones
a figurar en niveles más altos o superiores del «reino de la cultura» (Bueno, G. 2002,
227-8). A que la distinción entre nacionalismos cívicos y nacionalismos excluyentes no
debe ser desechada, eliminada o desestimada, lo muestra el caso de Pau Guix, «hoy día,
un exterminado, viéndose obligado, como tantos otros, a salir de Cataluña [...] ante la
auténtica asfixia que se ve obligado a sufrir el no-nacionalista» (Pedro Insua, El Liberal,
2 de mayo). Y ello, en virtud de la «autodeterminación», que es, «en realidad, una
negación, una exclusión, una segregación de una parte de la sociedad a favor de otra», es
decir, «el privilegio que se arrogan unos pocos para excluir a otros [...] y exterminarlos
(sacarlos fuera de términos) de esa región» (Insua Rodríguez, P., 2 de Mayo de 2022)
(29).
Acaso el valor supremo del planteamiento objetivista sea España y una de las aristas
principales, la Historia, si es que tomamos como «parámetro» a España y entendamos
que los criterios de la Historia son las reliquias y los relatos. Frente a esta pirámide, como
es propio de la dialéctica de estados, habría otras pirámides que a su vez tuvieran como
valores supremos las correspondientes naciones políticas. Por referirnos a Europa, que no
en vano es una biocenosis, obtendríamos Francia, Alemania, etc. Y si se tratara de buscar
un ejemplo enfrentado al nuestro, el de la dialéctica de Estados, acaso pudiéramos traer a
colación la propuesta de Alejandro Duguin, a saber, aquel que «responde a la dialéctica
de culturas distintas» y según el cual «Cada Estado debería abarcar [...] el territorio por el
que está asentada una cultura» (Giménez Pérez, F., 2020, 122).
El planteamiento voluntarista, suponemos que optaría por una escala de valores ordenable
linealmente en diversas escalas convergentes, que serían las aristas que conducirían al
vértice donde estuviera situado el valor supremo. Podemos ensayar varias
interpretaciones. Acaso el valor supremo sea no tanto la democracia española como la
Democracia, conformada por aristas que contuvieran contenidos tales como pueblo
soberano o símbolos como la urna o el propio pueblo. Pero fórmulas tales como la del
pueblo soberano, son hipótesis metafísicas propias de la democracia fundamentalista,
que, sin embargo, no se tratan como hipótesis, sino como evidencias absolutas, hasta el
punto de que, quien las pone en duda, se ve en peligro de ser acusado de antidemócrata
(Bueno, G., 2011, circa 14:14), es decir, de promover contenidos basura. Sin embargo,
estas ficciones jurídicas son necesarias porque sin ellas se desplomaría enteramente la
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µetáβasis
estructura política y jurídica del Estado, que está basada, precisamente, en ficciones
jurídicas como la de la libertad individual de cada cual en el momento de elegir, y su
contribución efectiva, hasta el punto de poderse presentar como el causante, realmente,
de esa norma que ha sido aprobada democráticamente. Pero esa norma no ha sido ni
formada por el pueblo, ni entendida siquiera por él, sino, simplemente, aprobada en
virtud de otros mecanismos totalmente diferentes. Sin embargo, la creencia de que es el
pueblo el que está, realmente, siendo soberano, parece que está indiscutiblemente unido a
la estructura misma de la democracia (Bueno, G., 2011, circa 14:14).
O tal vez el valor supremo, sin salirnos de este planteamiento voluntarista, sea Europa
(«España es el problema, Europa la solución») y, en la base, como valor negativo, las
naciones en general (como pregona el pensamiento Alicia) y la nación política que es
España, en particular (pero no las «nacionalidades», aristas principales con las que
apuntalar la «Europa de las naciones» o incluso la «Europa de los pueblos»). Como
aristas principales de esta propuesta sin parámetros, pues no se sabe qué es Europa, más
allá de ser una biocenosis, suponemos que tendrían también un lugar destacado ideas
tales como la Educación, la Ciencia y la Democracia, pero también las «señas de
identidad» o los «hechos diferenciales». Entre estas concepciones de España que
denominamos accidentalistas, es decir, aquellas que consideran que España es una
superestructura, pueden convivir aquellos que tienen como valor supremo Europa y los
que tienen en la misma consideración a la Humanidad.
41
µetáβasis
En cualquier caso, incluso aunque entre estas formaciones o partidos figurara como fin la
defensa de España o incluso la Hispanidad —que como es sabido no es lo habitual—, ello
no sería posible o funcional si se plantease desde el marco o la lógica de la nación-estado
ya que, precisamente, no está claro que se puedan defender las dos cosas desde un
sistema de estados nación que lo que hace es fraccionar a lo que fue la entidad política
hispánica como una unidad en la historia. Es la interpretación que nosotros hacemos de la
tesis defendida por Bravo García (Vélez, I. & Bravo, J. R., 07 de Mayo de 2022, circa
32:59) y que creemos que coincide, hasta cierto punto, con la lógica de historiadores que
beben de fuentes posmodernas —así Ferrán Archilés, que bebe del teórico poscolonialista
Homi Bhabha—, aunque evidentemente con propósitos bien distintos a los de Bravo.
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posibilidad de tocar poder central, la realidad política autonómica sería la realidad del
partido. Se pregunta Luis Carlos Martín entonces: ¿la identidad del partido se movería
con la identidad autonómica? ¿la identidad autonómica se movería, es decir, se suprimiría
con la identidad del partido? ¿cómo se destruye lo que se acuerda dirigir? (Martín
Jiménez, L. C., 2019, 9).
43
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NOTAS.
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(3) Para Núñez Seixas, que sigue las reflexiones de Michael Billig (Billig, M., 1995, 55-
9), los términos patriotismo y nacionalismo español, particularmente cuando hablamos de
nacionalismos de estado, son esencialmente sinónimos (Núñez Seixas, J. M., 2004, 138).
(4) Al menos desde que en 1993 se publicaron las célebres (y voluminosas) Actas de
Compostela (Beramendi, M. y Núñez Seixas, J. M., 1993).
(5) Tengamos en cuenta que la perspectiva de Cueto es la de la historia cultural que tiene
aspectos aprovechables para nosotros si tenemos en cuenta el poder ascendente, por
ejemplo. Advirtamos, además, que el libro de Batalla es un ensayo (no un texto
académico) que tiene su origen en un artículo publicado en la revista El Cuaderno, a
saber: «Francisco Erice: “No es verdad que la historia la hagan los vencedores”», El
Cuaderno, 28 de noviembre (Batalla Cueto, P., 2021, 39). El objetivo de su libro es
ofrecer un inventario de los nuevos odres del nacionalismo español durante la última
década. Cualesquiera odres: cuadros, videojuegos, novelas históricas (y prehistóricas),
tratados filosóficos, banderas, desfiles, ceremonias, monumentos, series y anuncios de
televisión, gastronomía, memes, merchandising, himnos. Odres voluntarios, deliberados,
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(9) Título que inspira el último trabajo de Edgar Strahele citado en este estudio, pero que
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ante todo es un guiño de Archilés a la obra de Jon Juaristi y que próximamente verá una
nueva edición.
(10) Towson, N. (2010) (Dir.). ¿Es España diferente? Una mirada comparativa (siglos
XIX y XX). Barcelona: Taurus. Para esta perspectiva historiográfica véase también:
Santirso, M. (2012). España en la Europa liberal (1830-1870). Barcelona: Ariel. Nuestra
perspectiva tiene encuentros con esta perspectiva, pero con una distancia insalvable, a
saber: cuando se trata de interpretar la Leyenda Negra. Para nosotros, en esto, España sí
es diferente.
(11) Es importante advertir que, desde una perspectiva fenoménica, consideramos que la
aplicación del concepto de posverdad no solo es privativa de las modulaciones de
derecha, sino que también hacen uso de ella las izquierdas. También la propuesta de la
Mesa 15 en la que participamos el 18 de febrero de 2022 con la comunicación
«Memoria, historia y posverdad: Concepto e idea de España en el último medio siglo
(1970-2020)», considera que el fenómeno al que aludimos no es exclusivo de la [mal
llamada] nueva ultraderecha, sino que empieza a extenderse a otras culturas políticas: «El
empleo generalizado de esta «arma política de desinformación», como la definió el
periodista Eric Alterman, está estrechamente relacionado con una de las patologías que
aquejan a las sociedades posindustriales: el auge de las actitudes populistas en la clase
política y, de manera más directa, entre los partidos de la nueva ultraderecha, aunque su
transversalidad hoy parece asegurada al extenderse su uso a otras culturas políticas»
(Mesa 15: ESTUDIAR LA POSVERDAD: COMUNICACIÓN POLÍTICA Y RELATO
HISTÓRICO. Steven Forti (IHC-Universidade Nova de Lisboa/ Universitat Autònoma de
Barcelona). Guillermo García Crespo (CEDID-UAB / Universitat Oberta de Catalunya).
IX Congreso Internacional. Asociación de Historiadores del Presente. EL ÁMBITO DE
LO POSIBLE. CRISIS Y RECONSTRUCCIONES EN EL ÚLTIMO MEDIO SIGLO
(1970-2020) (http://historiadelpresente.es/congresos/ix-congreso-internacional-de-la-
asociacion-de-historiadores-del-presente [consulta realizada el 1 de junio de 2021]).
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quien seguimos en esta nota, define el fenómeno como «aquel objeto o disposición de
objetos que se hace presente a un sujeto (o grupo de sujetos operatorios) en la medida en
que tal presencia resulta ser comparable (y eventualmente diferenciable) respecto de la
presencia que ese objeto o disposición de objetos alcanza entre otros sujetos». Con esta
definición de fenómeno, Gustavo Bueno se aparta de aquellas otras definiciones que, en
la línea de lo establecido por Kant o Husserl, tienen en cuenta únicamente la presencia
del objeto ante un único e incorpóreo sujeto, dejando de lado el momento de la
confrontación entre las presencias a diferentes sujetos corpóreos o al mismo sujeto en
diferentes situaciones. El objeto «Luna», por ejemplo, en cuanto fenómeno, estaría
delimitado en el espacio óptico (apotético, a distancia), en tanto se hace presente no sólo
ante el observatorio S1, sino también ante el observatorio S2, cuyas diferencias mutuas
habría que confrontar a través del paralaje, entre otras cosas (Bueno, G., 2000, pp. 28-
29).
(14) A los trabajos de Huerga citados en esta investigación, puede sumarse, además, otro
trabajo anterior, a saber: Huerga Melcón, P. (2015): La ventana indiscreta. Una poética
materialista del cine. Gijón: Rema y Vive.
(15) Nos referimos al estudio más amplio en el que insertamos esta investigación, y en el
que desarrollamos con más amplitud algunas de las ideas que aquí estamos planteando, a
saber: la tesis doctoral en la que estamos trabajando y que se interroga por España y la
Nación española en la historia de nuestro presente desde una perspectiva materialista.
(16) Podemos entender término «obsceno» en dos sentidos. «Obsceno», por un lado, es
«lo que está puesto en escena», lo que se exhibe a la contemplación de otros
(desvergonzadamente o con pudor, es lo mismo) (Bueno, G., 2002, 119). Este es el
sentido fuerte del término y así es como lo empleamos en este caso. Del mismo modo que
Bueno pregunta: «¿Acaso no desvela su intimidad el atleta que expone su desnudo,
prácticamente total, ante el público de un estadio televisado?»; parafraseamos a Bueno y
nos preguntamos: «¿acaso no desvelaron su intimidad el embajador de los Estados
Unidos y Fraga Iribarne al exponer su busto desnudo, en aquella zona del Mediterráneo,
ante los asistentes que se congregaron en Palomares o los que vieron tal exhibición en la
televisión, ya fuera esta formal o material o incluso en las fotografías que se publicaron
en prensa el mismo día o en los días sucesivos?». El término «obsceno», en sentido débil
—que es como se utiliza habitualmente— sirve para designar el grado de indecencia o
falta de decoro más grande imaginable, pero también para denotar «lo que tiene que ser
barrido» (Bueno, G., 2002, 118-9).
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manera cerrada y sistemática» (Giménez Pérez, F., 2020, 122), siendo «en el fondo […]
un fascismo no racista, relativista cultural y moral y político basado en el Dasein, que no
es otro que la comunidad política, un nuevo comunitarismo antimoderno, antiprogresista.
El sujeto político de la cuarta teoría política es el Dasein» (Giménez Pérez, F., 2020,
121). Además, Duguin estaría preso del mito de la cultura ya que «La lucha contra el
liberalismo, la globalización, el mercado libre pletórico de bienes se hace desde cada una
de las culturas existentes». Es pues un Kulturkampf, una lucha por la cultura, por la
cultura de la que se trate en cada caso» (Giménez Pérez, P., 2020, 122). Respecto a la
tesis de que el fascismo de Duguin es no racista, sostiene Felipe Giménez que, a juicio de
Duguin: «Hay muchas culturas realmente existentes y todas valen lo mismo […] Si […]
sostuviera que una vale más que las demás o que tienen diversos grados de verdad
estaríamos hablando al modo de ver de Duguin de racismo, seríamos racistas por
abandonar el relativismo cultural que sostiene Duguin en su cuarta teoría política»
(Giménez Pérez, F., 2020, 122).
(22) Si siguiéramos el relato ideológico del politólogo Alán Barroso bien podríamos decir
que para Fernando VII «la primera Constitución española» era la posverdad y el «Real
ánimo» de Fernando VII la verdad: «Era 1814 y Fernando VII volvía a ocupar el trono
que le había arrebatado a su padre hacía seis años, y el final de la guerra de
Independencia no había significado ningún progreso material ni espiritual para España.
Las instituciones liberales que se habían creado en ausencia del rey y la nobleza fueron
abolidas, sus principales líderes encarcelados, asesinados u obligados al destierro, y la
primera Constitución española fue enviada a la basura» (Barroso, A., 2022, 62-4).
(23) Autores de la denominada Escuela de Valencia (al frente Ismael Saz) como Ferran
Archilés o Vega Rodríguez-Flores Parra verán en este mismo término, vertebrar, un valor
negativo, asociado a la España unitarista, homogeneizadora, centralista o que conduce a
un Estado simétrico. Véase, por ejemplo, Rodríguez-Flores, V. (2021). Vertebrar
España. El PSOE: de la autodeterminación a la LOAPA (1974-1982). CSIC: Madrid.
(24) Desde la transición, la izquierda, tal y como la entienden Balfour y Quiroga (PSOE,
PCE y posteriormente IU; dejan a un lado los grupos de extrema izquierda por su muy
reducido electorado e impacto marginal en la opinión pública), ha mantenido una relación
un tanto incómoda con el concepto de nación española (Balfour, S., y Quiroga, A., 2007,
136). Pese a toda la variedad de lecturas de los conceptos de nación y de la articulación
del Estado, estos autores detectan dos elementos fundamentales y constantes en la
interpretación que la izquierda ha hecho de España, a saber: solidaridad nacional y
autogobierno regional. «Desde la restauración de la democracia, tales rasgos han
coexistido en constante tensión en el mensaje de las élites políticas e intelectuales tanto
del PSOE como del PCE. Las divergencias entre los distintos discursos de la izquierda
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sobre la identidad española dependen en gran medida de cuál de estas dos tendencias sea
la predominante» (Balfour, S. y Quiroga, A., 2007, 136-7). Es decir, a partir de que la
izquierda española se avino al ingreso en la OTAN y a suscribir el Tratado de Maastricht,
predomina a las claras la tendencia hacia el discurso que tiene como elemento
fundamental el autogobierno regional y no la solidaridad nacional. Claro que, Bueno no
habla de autogobierno regional, sino de federalismo, por lo que la distinción de Balfour y
Quiroga habría que interpretarla como un antecedente de lo que ocurriría después, donde
se agudizarían las tendencias: de la solidaridad nacional al unitarismo; y del autogobierno
regional al federalismo.
(25) Alonso de los Ríos, C. (1994): Si España cae...Asalto nacionalista al Estado.
Madrid: Espasa Calpe. Otero Novas, J. M. (1998): Defensa de la nación española. Frente
a la exacerbación de los nacionalismos y ante la deuda europea. Toledo: Fénix. Diego
Villagrán, E. (2005). El suicidio de España, Madrid: Libros Libres. Otero Novas, J. M.
(2005): Asalto al Estado. España debe subsistir. Madrid: Biblioteca nueva. Todas las
referencias cit. por Balfour, S. y Quiroga, A., 2007, 14-5.
(26) Así lo entiende, por ejemplo, Juan Antonio Nicolás Martín, quien promete un estado
de la cuestión de la posverdad y afirma que: «La primera constatación que ha de hacerse
es que esta noción está ligada a la verdad, sin la cual no puede entenderse. Se trata de
alguna afección de la verdad, algo ha ocurrido con ésta que puede formularse en términos
de posverdad». En qué consiste esta afectación, cómo se ha producido, a qué ámbitos
afecta, qué mecanismos sigue, qué consecuencias provoca, qué posibilidades abre, son
preguntas que forman parte de los objetivos de este autor (Nicolás Marín, J. A., 2019,
303).
(27) Así lo entiende, por ejemplo, Juan Antonio Nicolás Martín, quien promete un estado
de la cuestión de la posverdad y afirma que: «La primera constatación que ha de hacerse
es que esta noción está ligada a la verdad, sin la cual no puede entenderse. Se trata de
alguna afección de la verdad, algo ha ocurrido con ésta que puede formularse en términos
de posverdad». En qué consiste esta afectación, cómo se ha producido, a qué ámbitos
afecta, qué mecanismos sigue, qué consecuencias provoca, qué posibilidades abre, son
preguntas que forman parte de los objetivos de este autor (Nicolás Marín, J. A., 2019,
303).
(28) Es la situación que nos plantea Gustavo Bueno para una determinada idea de
España, a saber: la de aquellos que «defienden la integración de España en Europa [...]
entendida como una Europa de los Pueblos» (Bueno, G., 2019, 47). Si se llevara a cabo
«la superestructura España habría desempeñado, en el silogismo de la historia, el papel
que corresponde a cualquier término medio en tanto que él está llamado a desaparecer en
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µetáβasis
la conclusión» (Bueno, G., 2019, 48), de tal manera que podríamos decir, por ejemplo,
que «Cataluña es España, España es Europa, luego Cataluña es Europa...sin necesidad de
pasar por España» (Bueno, G., 2019, 48).
(29) Como Pedro Insua aclarará pocos días después, durante su intervención en la
Presentación de El nacionalismo es el mal, de Pau Guix, está inspirándose en Término
(circa 33:00). Por un diccionario especializado sabemos que: fue un «Antiguo dios de los
Confines, de origen probablemente sabino. Protegía los límites de los campos privados y
también los confines del Estado. Una representación del dios en forma de piedra cuadrada
se levantaba en los confines de las propiedades. Su culto se remontaría a Numa Pompilio,
quien, para prevenir la usurpación de tierras y la violación de los confines, pensó
establecer una divinidad sobre los límites de las posesiones. Los romanos dedicaron al
dios Término un templo sobre la roca Tarpeya y las fiestas llamadas Terminalia»
(Mestica, G. S., 2007, 255). A este dios también se le llama Hermes, divinidad a la que
recurrió el propio Pedro Insua en un trabajo anterior, con otro propósito distinto al que
hemos visto a partir de esta «idea fragmentaria de nación [que] presupone la apropiación
([...] virtual) de un fragmento de la nación española» (Insua Rodríguez, P., 2 de mayo de
2022) y que ha devenido en la, digamos, cancelación cívica o muerte civil de Pau Guix.
Así, «Con catolicismo hermético, o Hermes católico, nos referimos [...] a la trayectoria
histórica seguida por el Imperio español en cuanto que [...] su acción en Indias estuvo
guiada, no intencional sino realmente, por un plan hermético. Un plan hermético cuyo
resultado objetivo más significativo, relativo a su acción en Indias, es ese bloque de
naciones hispanoamericanas que [...] comienzan a celebrar su efemérides bicentenaria»
(Insua Rodríguez, P., 2013, 26).
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