Apuntes Ética

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ÉTICA 2021-2022

Apuntes

Introducción
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Con estas siete palabras
Augusto Monterroso escribe el cuento más breve en lengua castellana, sobre el que han
llovido ríos de tinta. Un buen cuento con el que comenzar un libro de ética. Todos
despertamos cada mañana con un problema viejo como un dinosaurio y a la vez que
representa una aventura: vivir un día más. Vivir es un reto porque no sabemos a qué nos
vamos a enfrentar ni cómo nos encontraremos frente a situaciones parecidas o nuevas.
Además, la calidad de nuestros días futuros depende de cómo vivamos el día de hoy.
¿Podré despertar algún día en una mansión de Beverly Hills? ¿Despertaré solo o con
una familia a mi alrededor? ¿Será mi despertar tranquilo o habrá algo que me remuerda
la conciencia al mirarme en el espejo por la mañana? Estas son preguntas que le
interesan a la ética, esos dinosaurios –preguntas ancestrales– que se encuentran siempre
allí cuando levantamos por la mañana. Y ante esas preguntas –¿cómo afronto el día que
me toca vivir? ¿estoy orgulloso de mi pasado? ¿qué proyecto de persona tengo hacia
futuro?– tenemos que encontrar una respuesta que nos permita, fundamentalmente, vivir
mejor. De esto precisamente es de lo que trata la ética, de cómo vivir mejor.
Ahora bien, la pregunta por cómo lograr una vida buena puede enfocarse desde
múltiples perspectivas. Basta fijarse en los anuncios de publicidad: casi todos, de una
manera implícita te intentan transmitir la idea de que con un determinado producto, con
una determinada experiencia, vas a vivir mejor. “Con estos cereales por la mañana
cuidas tu línea y mejoras tu salud”, “con este coche disfrutarás de la naturaleza con tu
familia”, “con esta bebida refrescante vives momentos de amistad”, etc. Porque lo que
ocurre es que todos queremos vivir bien, y siempre buscamos cómo vivir mejor. El
asunto es que la ética, en cuanto disciplina, busca una respuesta razonada, y frente a
otras perspectivas basadas en una impresión inmediata, trata de argumentar de manera
rigurosa.
En buena medida, la cuestión clave de nuestra existencia es saber quiénes somos,
porque solo de ese modo podemos ser plenamente nosotros mismos. Ante esta cuestión
caben relatos más o menos arbitrarios acerca de nuestra identidad profunda, pero la ética
aparece como un tipo de relato no basado en opiniones vagas, sino en sólidos principios
argumentativos. La ética emerge como un tipo de saber que busca una explicación

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profunda acerca de quiénes somos y cuál es nuestro papel en el mundo. En este sentido,
no es un relato cualquiera, sino un saber razonado. Estudiar ética es por tanto indagar
acerca de nuestra identidad profunda: tratar de saber quiénes somos, porque solo a partir
de ahí podremos descubrir lo que nos conviene.
El ser humano necesita comprenderse a sí mismo, descubrir su identidad en un
relato que sea verdadero. La ética aparece así como un tipo de saber que permite
encontrar un relato auténtico acerca de nuestra vida, para lograr una plenitud vital que
es lo que llamamos felicidad.

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1. ¿Qué es la ética?

1.1. La ética, ¿es algo que se estudia o es algo que se vive?

La ética como disciplina es algo que se estudia, de eso no hay duda alguna. De lo
contrario estas líneas que escribo no tendrían sentido alguno y lo mejor sería abandonar
su lectura. Ahora bien, alguien me puede decir: conozco a gente que tiene un
comportamiento ético excelente y no han estudiado nada de ética. ¿Hay que estudiar
ética para tener un buen comportamiento ético?
Ante todo, conviene hacer una primera distinción que será muy útil para entender
el problema: una cosa es la ética como disciplina (como saber riguroso y reflexión
argumentada) y otra la ética como forma de vida (modo de ordenar las costumbres). A
la ética como forma de vida se le ha llamado también moral, para señalar una distinción
entre el comportamiento individual (que puede estar basado en la cultura, la educación,
impresiones subjetivas, la religión, etc.) y la ética como argumentación racional. La
ética como disciplina reflexiona sobre cuáles son las mejores formas de vida. En este
sentido, podemos decir que alguien puede tener un comportamiento ético excelente sin
haber leído un solo libro de ética, ya que para que la conducta sea buena no es preciso
cultivar la disciplina. Es más, por el mero hecho de cultivar la ética como disciplina no
se deduce que uno vaya a ser mejor persona. Uno podría convertirse en un perfecto
evasor de impuestos que cultiva en su tiempo libre la lectura de clásicos del
pensamiento, pero no por eso se convierte en una persona buena.
Pero entonces, ¿qué interés puede tener estudiar ética? ¿Sirve para algo?
Precisamente el estudio de la ética resulta interesante desde el momento en que
advertimos el papel de la reflexión en la vida humana. A los animales les basta con vivir
y seguir sus instintos para llegar a ser lo que tienen que ser. El ser humano, en cambio,
no sabe de buenas a primeras qué es lo que tiene que hacer. Nadie puede saber si un
recién nacido será fontanero o astronauta, pero todos sabemos que un pequeño león con
el paso del tiempo será un certero cazador.
El ser humano es el único animal que tiene que pararse a pensar para ver qué es
lo que tiene que hacer. Tiene que deliberar, y para eso tiene que ver dónde está (la
situación), qué opciones tiene (si es cojo, mejor que no se dedique al fútbol) y hacia
dónde quiere llegar (hay que marcarse un plan).
Es en este terreno, el de la deliberación, donde entra en juego la ética como
disciplina. Evidentemente, se puede actuar muy bien sin haber abierto un libro de ética,
pero siempre ayuda a actuar bien si se sabe algo sobre la vida misma. Esto es algo que
todo el mundo lo hace, de una manera directa o indirecta, y así podemos establecer
diversas fuentes a partir de las cuales toda persona elabora una ética como forma de
vida (es decir, una moral):
· La educación, especialmente en la familia, juega un papel primordial en nuestra
comprensión de lo bueno y lo malo, de los valores que merecen la pena perseguir en la
vida.
· Por otro lado, está la cultura en la que uno crece, que nos ofrece a través de
múltiples estímulos unas pautas de conducta. En algunos casos esos estímulos son
normas y sanciones que enseñan qué bienes hay que respetar. En otras ocasiones son los
modelos que impregnan las manifestaciones culturales (la televisión, la música, etc.) lo
que transmite una forma de vida.

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· Tampoco se puede olvidar la propia experiencia personal. A medida que va
pasando el tiempo, el hombre recoge experiencia de su pasado, cosas que han ido bien y
que han ido mal. Aquí también entra en juego el ejemplo de los otros, lo que vemos que
hacen, lo que dicen… Eso lleva a preguntarse por qué es lo que uno tiene que hacer con
su vida, imitar a este en esto, o no, etc.
También hay sucesos especialmente relevantes en la vida del hombre que le llevan
a preguntarse por las cuestiones fundamentales, y que le llevan a valorar su propia vida
en su conjunto: la muerte de un ser querido, un fracaso, una enfermedad. Suelen ser
situaciones de dolor, porque en el dolor se relativiza lo que no es importante, y el ser
humano se siente obligado a reflexionar.
· Por último está la ética como disciplina, que pretende ser un estudio riguroso y
argumentado sobre las acciones humanas. Cuando el hombre reflexiona sobre la vida
misma de una manera seria, viendo los problemas en profundidad, se da cuenta de cosas
que antes no eran tan evidentes (por ejemplo, uno se ha criado en una sociedad donde el
robo está a la orden del día, y quizás no le parecía que estuviese tan mal, pero resulta
que se para a pensar, estudia ética, y descubre que está de pena).
Lo que diferencia a la ética como disciplina de otras fuentes de saber moral es que
pretende lograr objetividad mediante el razonamiento y la argumentación. Aunque la
cultura o la familia me enseñan muchas cosas acerca de lo bueno y lo malo, sin embargo
no siempre aciertan acerca de lo bueno y la vida feliz. Por ejemplo, puedo vivir en una
sociedad en la que se admiten prácticas (esclavitud) que luego el tiempo demuestra que
no están bien. O quizás me he criado en una familia en que no se le ha concedido mucha
importancia a un determinado rasgo de carácter (por ejemplo el orden), y cuando
empiezo a vivir con otras personas me doy cuenta de que es algo importante. Pero si
logramos darnos cuenta de cosas que no están bien es porque hay un esfuerzo racional
por descubrir cuál es el mejor modo de vida. Precisamente por eso la ética como
disciplina pretende ser un saber que va más allá de las opiniones subjetivas y las formas
relativas culturales, tratando de alcanzar soluciones racionales.
Ahora bien, éste es un nivel al que no todos llegan o no tienen acceso. Además, no
basta con estudiar ética para ser bueno, para que el estudio de la ética sea provechoso se
necesita una disposición previa: comprometerse con lo que ese estudio pueda aportar.
De nada serviría examinar conductas y maneras de ser feliz si luego uno no está
dispuesto a cambiar aspectos en la propia vida para ser feliz. La ética como disciplina
sólo sirve para el que quiere comprometerse con lo que se alcance en esta disciplina. En
definitiva, por estudiar ética uno no se hace mejor; pero si uno quiere ser mejor, es útil
estudiar ética.

1.2. ¿Qué es la ética?

Todo saber, toda disciplina, se define por dos cosas: aquello que estudia (el objeto)
y la perspectiva con la que estudia ese objeto (el método).
Se suele definir la ética como el estudio de las acciones humanas en cuanto que
éstas contribuyen a la felicidad.
En primer lugar tenemos el objeto: las acciones humanas. Pero también hay otras
disciplinas que estudian las acciones humanas: la economía, la historia, el derecho. La
ética tiene de particular que estudia las acciones humanas en cuanto contribuyen o no a
la felicidad, y en ese sentido se dice que son buenas o malas. Este es el método, el punto
de vista propio de la ética acerca de las acciones humanas. En definitiva, la ética se

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pregunta cómo vivir bien. ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? Todos tenemos una
aspiración a la felicidad pero, ¿cómo se consigue eso? ¿y en qué consiste ser feliz?
Este es el sentido clásico de la ética: aquella parte de la filosofía que estudia la
verdad última acerca del sentido de la vida humana (¿Cuál es el fin que perseguimos, o
que se debe perseguir, con nuestro vivir?), para determinar después la racionalidad de
varios posibles comportamientos: su bondad (racionalidad) o maldad (irracionalidad),
y establecer así en qué consiste el orden ideal de la vida buena (¿cómo se vive bien?).
Pero este no ha sido el único enfoque de la ética en la historia del pensamiento.
Sobre todo a partir de la edad moderna la ética se entiende como el estudio de la bondad
o maldad de las acciones humanas. Este planteamiento es más propio de una “ética del
deber”, que no se pregunta tanto por la felicidad humana, como por la adecuación de la
conducta a una serie de normas (interiores, de la conciencia). Esta es la perspectiva
moderna, tal como aparece especialmente en Kant. La ética, así entendida, es el estudio
de las acciones humanas en cuanto que nos hacemos buenos o malos.
Ambas perspectivas están en realidad entrelazadas, porque no es que la felicidad
vaya por un lado y el deber por otro, sino que, como se verá en la asignatura, uno sólo
puede ser verdaderamente feliz si actúa verdaderamente como ser humano. Cumplir mis
deberes morales de manera adecuada es un requisito indispensable para la felicidad,
porque solo puedo realizarme si ayudo a otros a realizarse (y esto implica cumplir
ciertos deberes).

1.3. ¿Es la ética una ciencia?

¿Qué es la ciencia? En general, el concepto de ciencia actual es el de conocimiento


riguroso, determinado por la experiencia y matematizable. En este sentido de ciencia, no
entraría la ética. No parece que vayan a dar el Premio Nóbel a nadie por haber
reflexionado muy bien acerca de la condición humana (en todo caso podrían darle el de
literatura por razones distintas al cultivo de una disciplina). En cambio la ciencia
progresa con certeza, logra resultados claros y verificables.
· La ciencia actual dice cosas nuevas sobre el mundo. La ética precisamente no me
dice nada nuevo: decir “bueno” o “malo” no es un nuevo contenido. Es, precisamente,
una valoración de un contenido.
· El método de la ciencia es extensivo: abarcar nuevas realidades. En cambio, el de
la ética es intensivo: sobre una realidad ya dada, entender su bondad o maldad, su
adecuación en orden a la felicidad.
· La ciencia logra certeza. La ética no me da fórmulas empíricamente
comprobables, sino principios del actuar humano que luego deben ser concretados en el
día a día, conforme a la prudencia (estamos acostumbrados a una visión legalista de la
moral y del derecho, como si actuar bien fuese acomodarse a una serie de normas, a un
código; más bien, actuar bien es adecuar unos principios a mis circunstancias
concretas).
La ética puede ser considerada ciencia en otro sentido más amplio: conocimiento
riguroso, razonado, acerca de las acciones humanas. Es posible llegar razonando a los
principios que deben regir la vida humana y luego tratar de comprender la manera más
racional de vivir de acuerdo con ellos. De este modo la ética se distingue de la mera
opinión y la ideología, que no tienen un fundamento racional riguroso.

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1.4. ¿Qué tipo de saber es la ética?

Sea o no ciencia (pues, como hemos visto, todo depende del matiz que le
queramos dar a esa palabra), la ética como disciplina pretende ser algo distinto de la
mera opinión o la ideología: precisamente porque busca argumentar sus afirmaciones y
llegar a proposiciones claras y razonadas.
Ahora bien, si la ética es un saber, debe tener algún fundamento claro sobre el cual
poder comenzar a razonar y argumentar. Todo saber, toda disciplina, se apoya en algún
fundamento evidente a partir del cual se construye. La química, por ejemplo, parte de
los fundamentos físicos del mundo (los toma como principios) y también del principio
de que la experiencia empírica es fuente de conocimiento, y de allí avanza con la
experimentación y el razonamiento. También opera con el principio de no-contradicción
(el principio más básico presente en todo conocimiento), según el cual algo no puede ser
y no ser en el mismo tiempo y en el mismo sentido (si algo pudiera ser la misma cosa y
su contraria a la vez no podríamos decir nada sobre el mundo).
Si la ética como disciplina es algo más que una mera opinión o ideología, es
porque tiene también unos fundamentos claros: los primeros principios. Estos principios
deben ser evidentes, es decir, no pueden requerir demostración, porque en tal caso ya no
serían primeros principios (demostrar es remontarse a un principio anterior, por lo tanto
si algo requiere demostración es que no es un principio); todo lo más podrá mostrarse
que son necesarios mediante una “reducción al absurdo”: si yo los niego, entonces las
consecuencias son absurdas (por ejemplo, si alguien me dijese que le demostrara que
estos apuntes existen, le diría que es algo evidente, que los tengo delante, no requiere
demostración, pero mediante una “reducción al absurdo” podría hacerle ver que si niego
el hecho de que estos apuntes existen, entonces las consecuencias son absurdas, porque
no estaría leyendo nada).
Los principios fundamentales son tres:
i) Haz el bien y evita el mal. Este principio señala la imposibilidad
práctica de querer el mal en cuanto mal. Es decir, siempre buscamos algún
tipo de bien en todo lo que hacemos, incluso en cosas aparentemente malas.
Por ejemplo, si como cosas que no son sanas lo hago porque me gustan, no
porque quiera dañar mi salud. La negación de este principio resulta un
absurdo: nadie puede querer el mal y evitar el bien. Si quiero un mal
(asesinar a alguien) es porque persigo un bien (cobrar la recompensa,
recobrar el orgullo perdido, etc.). Puedo querer cosas malas y evitar cosas
buenas porque persigo un bien más allá de esas cosas. Es preciso decir a este
respecto que en este principio “bien” y “mal” no señalan ningún contenido
concreto, solo son nociones generales que luego en la vida misma vamos
llenando de contenido.
ii) Vivir es bueno. La vida en sus distintas manifestaciones
(biológicas, psicológicas, sociales) se aprecia como el bien fundamental y,
por lo tanto, todo lo que daña la vida es malo (la enfermedad, la falta de
desarrollo, etc.). Si yo negara este principio, la consecuencia inmediata sería
acabar con la vida, lo cual haría imposible la vida misma. Este principio es
evidente incluso en los casos extremos de un suicida o de alguien que quiere
terminar su vida: una persona en esa situación aprecia la vida en general
como buena, pero le parece que su vida concreta no ha logrado plenitud (sea
psicológica o biológica) y es tal el sufrimiento que no merece la pena vivirla
(pero, si pudiera, le gustaría vivir una vida distinta y plena). Todos captamos

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la vida como un bien, pero luego no siempre buscamos lo que ayuda a vivir
mejor.
iii) Trata al otro siempre como fin y no únicamente como medio. En
otras palabras: la vida del otro es un fin valioso en sí mismo y por lo tanto
tengo que tratarle como tal: no me puedo aprovechar de los demás ni
tampoco usarlos meramente como medios. Si negáramos este principio la
sociedad sería imposible, y también la ética. Incluso desde un punto de vista
pragmático, para que la sociedad funcione hace falta que respete al otro, pues
de lo contrario sería la guerra y la vida sería imposible. Sin embargo, no
resulta nada fácil saber de dónde brota este principio, y parece que es algo
que captamos de manera natural, que la vida de los demás es algo valioso,
con carácter de fin en sí mismo. El propio Kant, que es quien enuncia este
principio, expresa que se trata de un hecho innegable (faktum), base de la
moral.

Estamos, por tanto, ante un saber práctico, que reflexiona sobre la vida, a partir de
unos principios evidentes a partir de los cuales podemos argumentar. Ahora bien, se
trata de un saber práctico un poco peculiar. Uno de los principales temas de discusión de
Sócrates en los primeros diálogos de Platón consiste precisamente en tratar de establecer
qué tipo de conocimiento es el propio de la ética. ¿Cuál es el problema? El asunto es
que los saberes prácticos generalmente sirven para producir algo (el que sabe hacer
zapatos fabrica zapatos con su arte, el que sabe economía logra producir beneficios,
etc.), en cambio la ética no sirve para producir nada. El que sabe qué es lo bueno y lo
malo, lo que me hace feliz o desgraciado, no produce nada con su saber. En este sentido,
es un arte inútil. Sin embargo, como bien subraya Platón a través de Sócrates, este es un
saber directivo, “político”, propio de un rey que tiene que poner orden en su vida. Así,
al igual que el rey no produce nada, sino que ordena para que otros produzcan y se logre
la paz y el bienestar del reino, la ética no produce, sino que permite ordenar la vida para
lograr que las partes sirvan al bien del todo. Por eso desde otra perspectiva es el arte
más útil de todos: no produce nada, pero coordina para lograr que cada cosa en la vida
esté en su sitio y se logre la plenitud. Un mal político es aquel que no sabe hacia dónde
dirigir los esfuerzos de su país: no sirve de nada que el país produzca mucho si no es
capaz de generar riqueza para todos, que haya sanidad, educación, paz, etc. Del mismo
modo, el buen gobierno de sí mismo (que eso es la ética) logra encauzar los distintos
aspectos de la vida humana para alcanzar la plenitud. Esto en realidad es lo más útil,
aunque no lo más inmediato.

1.5. Ética y religión

Parece que hay un vínculo estrecho entre la ética y la religión. Al menos, ambas
cosas parece que tratan los mismos temas: el sentido de la vida, la felicidad, lo bueno y
lo malo, etc. Sin embargo, conviene analizar brevemente en qué sentido se parecen y en
qué sentido se distinguen.
En primer lugar, ¿es la religión una ética? A veces se presenta la religión como
un conjunto de preceptos morales que hay que cumplir, y resulta innegable que toda
religión ofrece un programa de vida con pautas determinadas. En este sentido, en cuanto
que la religión es una forma de vida, presenta una ética (o, si se prefiere decirlo así, una
moral). Sin embargo, conviene destacar que la religión es algo más, ya que ofrece, sobre
todo, una relación con Dios a través del conocimiento y el amor. De esa relación con

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Dios se deriva luego un comportamiento moral, adecuarse a los fines que Dios pone en
nuestra naturaleza.
Lo que distingue a la religión de la ética como disciplina que es que la religión se
basa principalmente en la fe, mientras que la ética en el razonamiento argumentado. La
fe es fundamentalmente un acto de confianza en algo externo a uno mismo: yo no he
estado nunca en Australia pero confío en que existe porque tengo fe en los que hacen los
mapas. En este sentido, la fe supone no solo la aceptación de una serie de cosas, sino
una actitud profunda. Cuando alguien dice “creo en Dios”, no significa solo que admita
que Dios existe, sino que confía en Dios porque ha establecido una relación con algo
que no se ve pero que quizás se puede sentir en la propia vida de un modo no empírico
ni racional. La ética como disciplina racional es un tipo de discurso argumentado, en el
que las convicciones personales no pueden ser un argumento válido.
En segundo lugar, cabe preguntarse qué interés puede tener la ética para alguien
creyente. ¿Si tengo una religión, para qué me sirve estudiar ética? La respuesta está en
que la fe hay que razonarla, sobre todo cuando uno tiene capacidad para hacerlo. No es
bueno hacer las cosas “porque sí”, sobre todo cuando uno es universitario y se está
preguntando los porqués de muchas cosas. Un universitario es alguien que se pregunta
los porqués de las cosas: por qué surge tal enfermedad, por qué hay una crisis
financiera, por qué sucedió tal cosa. Sería absurdo preguntarse los porqués de muchas
cosas y no intentar razonar la fe. La ética, como saber estrictamente racional, puede dar
luz de cara a estas respuestas. Hay un cliché social que consiste en decir que la moral es
una cosa privada y que se fundamenta en las propias creencias, en la religión de cada
cual. No es esta clase de moral “personal” la que se trata en una ética como disciplina,
sino que hay que intentar un estudio razonado de la conducta humana. La moral no es
algo únicamente subjetivo, puede ser sometido a crítica.
En tercer lugar, al hablar de religión, surge necesariamente la siguiente pregunta:
¿es posible una ética sin Dios? Dicho con otras palabras: ¿es posible fundamentar un
comportamiento ético sin un dios que garantice el orden de las cosas? A esto se puede
decir que el ser humano, sea o no creyente, siente dentro de sí un imperativo moral (lo
que Kant llamó un faktum). Aunque no crea en algo (Dios) que justifique ese
imperativo, sin embargo se da cuenta de que no puede tratarse a sí mismo y a los demás
como medios, sino que las personas somos valiosas en sí mismas. Ahora bien, darse
cuenta de esos principios morales que todos tenemos da pie casi necesariamente a
preguntarse por la existencia de Dios.
Por otro lado, la ética, en cuanto estudio de la felicidad, interesa tanto al creyente
como al no creyente. La pregunta por la felicidad se la puede hacer cualquiera. Aunque
es difícil justificar la ética si no hay Dios (como bien lo vio Kant), sin embargo es
posible estudiar racionalmente cómo debe ser la vida feliz y las acciones que conducen
a ella. Ahora bien, el creyente tendrá motivos más fuertes para seguir los deberes
morales.

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2. La felicidad

2.1. Notas características de la felicidad

El hombre siempre se ha preguntado por la felicidad. Desde los primeros filósofos


griegos hasta Coca-Cola en sus spots publicitarios tratan acerca de la felicidad, y es que
la pregunta por la felicidad es la pregunta clave. Nos lo jugamos todo. Todo el mundo
busca la felicidad, y si fallamos en esto habremos echado a perder nuestra vida.
Todos los seres humanos buscan la felicidad, detrás de todas sus acciones. Este es
un hecho que demuestra Aristóteles con claridad al comienzo de su Ética a Nicómaco.
Todo lo que hacemos lo hacemos porque pensamos que vamos a ser felices, de una
manera inconsciente o, si se prefiere, pre-consciente. Ante una cuestión tan simple de
por qué me he levantado pronto hoy por la mañana, la respuesta última es porque uno
piensa que levantándose pronto por la mañana va a ser feliz. Si yo pensara que
levantándome pronto voy a ser un desgraciado no lo haría, lo cual no implica que
levantarse lleve su esfuerzo y no apetezca. Pero si lo he hecho es porque entiendo que
levantándome pronto voy a poder aprovechar el día y trabajar bien, y eso me ayuda a
lograr una vida mejor a la larga (lograr ingresos, conocimiento, relacionarme con otros,
etc.). Aunque me cueste levantarme sé que eso me hace feliz a la larga, y por eso lo
hago.
Incluso cuando uno obra mal, uno lo hace porque ve en aquello algún tipo de bien
que le va a hacer feliz. Quizás uno lo hace “engañado” por la fuerza de un apetito, pero
de hecho, si no lo viera como un bien, no lo haría. Por eso mismo, podemos afirmar con
seguridad que en el fondo de nosotros late una aspiración a la felicidad total.
Ahora bien, ¿qué es la felicidad? ¿qué es eso a lo que aspiramos? Podemos señalar
dos notas distintivas de eso a lo cual aspiramos:
· Plenitud: no le falta nada. Es un estado de perfección total en el que uno se siente
colmado.
· Permanencia: no se agota. Permanece en el tiempo. Es un tipo de plenitud que
no cansa.
Todo el mundo coincide en que es un estado de plenitud total, pero nadie sabe
dónde encontrarlo. El problema por tanto no es saber qué es la felicidad, sino cómo
lograrla. Por eso, de estas dos características se derivan dos preguntas claves para la
ética:

a) ¿Dónde se puede encontrar la felicidad, ese estado de plenitud?

Curiosamente, tenemos un anhelo hacia la plenitud, pero parece que nada en este
mundo nos lo da. Obtenemos momentos de perfección, pero pronto se acaba. Como dice
Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre, “Cuán presto se va el placer,
como después de acordado, da dolor”. La perfección total no es posible en la vida
humana, precisamente porque la vida humana supone una cosa: cambio. Y el cambio, el
movimiento, supone carencia, imperfección, un “todavía-no”. Podemos satisfacer todos
nuestros deseos por algún tiempo, pero pronto habrá un nuevo deseo que no hemos
podido satisfacer, o no podremos satisfacer alguno de esos deseos.
En último término, ¿es posible la plenitud exterior? No. La plenitud exterior es
imposible. Todo proceso biológico está llamado a terminar, la vida es cambio, de

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moléculas, de partículas, de elementos, y dinamismo. Resulta cómico pensar en aquellos
alquimistas de la Edad Media y Moderna que buscaban la piedra filosofal que
permitiera hacer una aleación de mercurio y azufre para tener oro: se creía que se podría
dar con el elixir de la vida. Resulta cómico pero durante siglos hubo personas que lo
buscaron. Pero es imposible. No hay elixir que garantice la vida para siempre o la
plenitud exterior. Lo único que se puede hacer es buscar un remedio a los males de la
vida.
Sin embargo, sí es posible una cierta plenitud interior, una excelencia de la propia
vida que no se perturba demasiado con los cambios exteriores y que se basta a sí misma.
La felicidad parece tener mucho que ver con este ámbito de perfección interior, y a la
ética, como veremos, le interesa bastante. Por otro lado, como veremos, esa plenitud
tiene que ver con el amor: me siento pleno en la medida en que experimento el amor de
otros, y eso me hace sentir que soy único. Esa plenitud es algo profundamente interior
que puede permanecer aunque las circunstancias materiales no sean siempre las
mejores.

b) ¿Se puede ser siempre feliz?

Como se ha visto, en los bienes exteriores no parece posible perdurar mucho


tiempo. En cambio, en la excelencia interior sí, porque no depende de circunstancias
externas, sino de nuestra libertad. En cualquier caso, parece imposible ser siempre
absolutamente feliz, porque la vida humana implica dolor y carencia. Pero, es posible
mantener siempre cierta felicidad interior, si se orienta adecuadamente la libertad. Esto
es algo difícil pero posible de lograr, como bien advirtió Viktor Frankl en un campo de
concentración: frente a las penalidades exteriores, algunos presos siguen siendo felices
porque encontraron en todo lo que estaba pasando un sentido que les hacía crecer como
personas. En último término, en la medida en que experimento el amor puedo ser feliz,
y esa experiencia del amor no consiste únicamente en un sentimiento pasajero, es algo
que puede crecer y mejorar a lo largo del tiempo.

2.2. Los tipos de vida

La pregunta por la felicidad es la pregunta por los posibles tipos de vida que caben
elegir. Si la felicidad tiene carácter de fin (algo que se quiere lograr en la vida), la clave
es preguntarse qué tipo de fin, qué tipo de vida, puede ayudarme a lograr la felicidad.
¿Qué son los tipos de vida? Son patrones de conducta que se guían por un determinado
fin. Aquello en lo que se pone la felicidad.
La vida supone una estructura de medios a fin. Adecuar las cosas que se van
realizando de acuerdo a una finalidad principal. Según en qué se ponga el fin, surgirá un
tipo de vida u otra.
Quizás sea difícil encontrar personas que viven sólo un tipo de vida. Es normal
que los seres humanos nos guiemos por diversos fines de manera inconsciente, aunque
posiblemente predomine uno de ellos sin que nos demos cuenta, o en algunos momentos
nos dejemos llevar por unos y luego por otros. Aunque esta actitud sea normal, quizás
no es la mejor. Lo óptimo es que elijamos racionalmente, aunque esto, como se verá, es
quizás ya un cierto tipo de vida.
Podemos por tanto señalar algunos tipos de vida que se presentan como
paradigmas, y que habrá que analizar con detenimiento:
· Vida de honra

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· Vida de poder
· Vida de riquezas
· Vida de placer
· Vida según la razón

2.3. Vida de honra (ser/aparentar)

La vida de honra consiste en buscar la honra (ser alabado, apreciado) detrás de


todas nuestras acciones, o como fin predominante en nuestra conducta. La vida se
orienta a lo que piensan los demás, a cómo nos ven ellos. La calidad de mi vida
dependerá entonces de la calidad de los juicios que los otros tengan sobre mí.
Un ejemplo lo encontramos en la persona interesada únicamente por la reputación,
o que vive en una pose continua. También entraría aquí quien está interesado por ir a la
última moda, en ser el centro de atención, etc. De una manera más escondida,
encontramos este tipo de vida en personas que buscan el aprecio y la estima ajena, y que
si no lo logran se frustran.
El principal problema de este tipo de vida está en que quien anda detrás de lo que
la gente piensa no acaba siendo protagonista de su vida, termina siendo un imitador (de
lo que la moda impone), un chaquetero o una personalidad tremendamente dependiente.
Puede desarrollarse también una personalidad posesiva, que reclama atención continua.
En último término, la reputación no depende de nosotros mismos, además muchas
veces tiene muy poco fundamento. En los últimos años hemos visto cómo personas se
hacen tremendamente famosas en los reality shows por cosas que son verdaderas
tonterías.
El problema de la honra es que depende absolutamente de lo que los demás
piensen o digan de nosotros. Es bastante arbitraria. No es raro encontrar personajes en la
historia que han tomado decisiones difíciles, y que incluso lo han hecho bien, y
paradójicamente su figura ha caído por los suelos. En último término, lo que piensen los
demás no me llena, porque no depende de mí.
La vanidad consiste en vivir la vida hacia fuera, en la imagen externa, lo que
podríamos llamar las apariencias. El caso extremo lo tenemos en la actitud narcisista: ya
que el eje de la vida (o al menos un eje importante) es el cómo me ven, cómo me siento,
cómo hago yo las cosas. En las antiguas sociedades esto no pasaba tanto, porque uno
vivía en familia, o en un pueblo, y uno tenía ya un papel conocido. No había nada que
demostrar y tampoco se podía aparentar demasiado. Con el auge de las nuevas
tecnologías muchos sociólogos y psicólogos advierten el aumento de la actitud
narcisista, en la cual la propia imagen se levanta como objeto de culto que reclama
atención continua y necesita verse reforzada por estímulos positivos (likes).
La vida de apariencia tiene una fuerte relación con la autoestima, que es la
valoración que hacemos sobre nosotros mismos. Esta valoración se funda en la imagen
que nos hacemos de nosotros mismos. El problema está cuando esta imagen y
valoración depende de la imagen externa, de la imagen que los demás se hagan de
nosotros. Además, muchas veces no coincide lo que creemos que los demás piensan de
nosotros y lo que realmente piensan. Por eso no hay que darle demasiado valor a lo que
otros piensan de uno mismo y, en cambio, es importante que la autoestima dependa de
lo que realmente somos y hacemos (de lo contrario es fácil caer en complejos de
superioridad o inferioridad), que en último término se basa en la calidad de nuestras
acciones más allá de lo que piensen los demás. Las personalidades especialmente
atractivas son paradójicamente las que se preocupan menos de resultar atractivas y

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centran su atención en cambio en realizar acciones enriquecedoras. Desarrollan así una
imagen auténtica (son quienes quieren ser y hacen lo que creen que vale la pena hacer)
que despierta en otros la atención.
Por último, hay que darse cuenta que la vida de apariencia se vive de dentro hacia
fuera (vanidad, narcisismo), pero también de fuera hacia dentro (curiosidad, banalidad):
un saber poco profundo, superficial, y además a veces desmedido que necesita llenar la
cabeza de cualquier distracción. El ser humano necesita enriquecer su interior con
conocimientos valiosos. El no mostrar interés por nada importante sería un modo de
llevar un tipo de vida de apariencia.

2.4. Vida de poder (ser/poder):

El poder es altamente apetecible. En este tipo de vida se busca el dominio sobre


los demás, la capacidad de tener influencia, de voluntad, por encima de las demás cosas.
Quizás el ejemplo paradigmático es el político que prescinde de familia y amigos, e
incluso renuncia a grandes placeres para alcanzar el poder. Otro ejemplo sería el
trabajador que se deja la piel para llegar a un puesto alto, ser un profesional con gente a
su cargo, etc.
¿Cuál es el problema del poder? Que es un medio para algo. El ejercicio del poder
sobre otros tiene como fin el bienestar de todos. Mandar no puede ser un fin último,
aunque yo lo puedo convertir en el principal deseo de mi vida. Pero si lo pienso un
poco, el poder tiene carácter de medio, no de fin.
Por otro lado, desde un punto de vista práctico, es imposible tener siempre el
poder. Incluso los dirigentes políticos que mueren con las botas puestas, casi siempre al
final son otros los que mandan.
Pero el poder no se da solo sobre otros, también hay un deseo de poder que
consiste en sobresalir, en tener fuerza. En este sentido resulta interesante analizar la
propuesta de Nietzche, que apuesta por una nueva moral, la moral del superhombre, la
inversión de todos los valores. Lo importante para Nietzsche es la voluntad de poder, el
dominio de mí mismo, sin que nada ni nadie me obligue a nada. Precisamente porque la
voluntad de poder es el motor principal del ser humano, critica al cristianismo y a la
moral burguesa por ser invenciones de los débiles para que el fuerte no domine. En
último término, la moral es una construcción ideológica para dominar a los demás. Tú
no tienes ningún tipo de deber, eso son invenciones, tú tienes que ser libre, hacer lo que
te dé la gana (libertad entendida como voluntad pura sin obstáculos ni cauces).
La voluntad de poder para Nietzsche es el motor principal del hombre: la ambición
de lograr sus deseos, la demostración de fuerza que lo hace presentarse al mundo y estar
en el lugar que siente que le corresponde; todas esas son manifestaciones de la voluntad
de poder. Otro punto particular de la voluntad de poder es que también representa un
proceso de expansión de la energía creativa que, de acuerdo con Nietzsche, es la fuerza
interna fundamental de la naturaleza. Por eso piensa él que no hay que engañarse, detrás
de toda imposición presupuestamente moral lo que hay es el deseo de alguien de
expandir su poder y, de modo inconsciente, dominar.
Nietzsche pone de manifiesto la importancia del poder como energía creativa y
motor de la conducta humana. Sin embargo, no resulta del todo claro en qué sentido ese
poder es el fin de la vida humana, ya que, si lo pensamos detenidamente, el poder es
siempre medio para algo. No me serviría de nada tener mucha energía creativa si no sé
hacia dónde dirigirla.

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Sin embargo el poder, aunque no sea el fin último en la vida, sin embargo parece
algo importante. Merece la pena observarlo con atención atendiendo a tres preguntas
fundamentales:
i) ¿Qué es el poder? (metafísica del poder) El poder es fuerza, energía, capacidad
creativa. El poder es libertad, porque en la medida en que tengo poder sobre cosas,
aumenta mi capacidad de actuación. En el nivel político los individuos se organizan
para satisfacer mejor sus intereses y aparece un poder común. En último término, hay
dos facetas en el poder:
· Por un lado la capacidad de dominio: un querer que se realiza.
· Por otro lado la capacidad de hacer algo.

ii) ¿Cómo experimentamos el poder? (psicología del poder) Es innegable que el


poder reporta cierta gratificación (de lo contrario nadie desearía tener poder). Sin
embargo pronto se advierte que existe una gratificación buena y otra mala. Cuando la
gratificación es fruto de la contemplación del poder como energía, como capacidad de
hacer cosas, no hay nada malo en ello. Por ejemplo, esto es algo que se experimenta en
un desfile militar al ver la fuerza de una nación. También uno disfruta viendo el poder
de las fuerzas de la naturaleza. Otro ejemplo de esta gratificación se experimenta
cuando uno logra un resultado para el que ha luchado: uno experimenta que puede.
Por otro lado, hay una gratificación perversa en la experiencia del poder como
dominio. Es una cosa un tanto misteriosa, incluso algún psicólogo ha llegado a hablar de
que sería la huella más genuina del pecado original: la soberbia. Uno se deleita en ser
más que los demás, en imponer su voluntad, y que el otro se someta. Disfrutamos
viendo cómo alguien se nos somete. La raíz de muchos males reside aquí: disfrutamos
haciendo el mal a otro porque así nos sentimos superiores.

iii) ¿Qué hacemos con el poder? (ética del poder) El poder es bueno porque
gracias a la acumulación de fuerza los seres humanos pueden acometer empresas
grandes y valiosas. En esto juega por ejemplo un papel importante el papel del Estado.
Sin embargo, el poder necesita control, y eso sólo se logra con un sano equilibrio de
fuerzas. Surge así, dentro de la comunidad, el reparto de poderes: poder político,
judicial, mediático. Fuera de la comunidad es importante que haya un equilibrio de
poderes entre las naciones. El poder necesita orden racional, de lo contrario pierde su
propia esencia. Como advierte Platón en el primer libro de la República, incluso una
banda de ladrones necesita orden y cierto sentido de justicia, de lo contrario la banda no
funcionaría. En la medida en que se logra un orden mejor, el poder de la comunidad
aumenta. En último término, una sociedad con un orden justo y armónico tiene mucho
más poder a la larga.
El principal problema que tiene la vida volcada al poder, en sus múltiples
manifestaciones, es que la vida misma es más que la esfera del poder, que es un medio
para hacer cosas. Yo soy más que mi capacidad de hacer cosas, y mi fin como persona
tiene que trascender la esfera del poder. Es más, solo es posible encontrar el amor en la
medida en que uno es capaz de renunciar a su propio poder.

2.5. Vida que persigue la riqueza (ser/tener).

El problema de este tipo de vida es evidente. Las riquezas, los bienes materiales,
son sólo medios para otras cosas. El dinero no es valioso en sí mismo, sino que es
valioso para comprar, etc.

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Una vida volcada a “tener cosas” es una vida sin sentido. Las cosas están para
disfrutarlas o para compartirlas, pero no para “tenerlas”. “Poseer” en sí mismo no vale
para nada. Lo importante es poseer para usar, para utilizar.
Hay personas que se pueden quedar atrapadas en la dinámica de poseer porque sí,
quizás de manera inconsciente, o porque parece que si posees eres más que otro. Quizás
en el caso de algunos lo que atraiga no sea tanto el tener como el lograr beneficio. Uno
puede encontrarse gente cuya única ambición es lograr beneficio, rentabilidad. Pero,
¿rentabilidad para qué? El dinero es siempre medio para otra cosa.
Una vertiente actual de este planteamiento reside en “ser productivo”. Muchos
creen que si uno no produce no puede estar satisfecho. Hay que producir, y además hay
que producir de continuo, de lo contrario eres un fracasado. Sin embargo producir por
producir no sirve para nada, y uno puede acabar obsesionado con “tener resultados”.
Podemos entender la riqueza desde dos perspectivas:
i) Riqueza como posesión: “tener cosas”. Siempre se puede tener más, tiende al
infinito, y no sacia. En la economía se ve en el mundo de las finanzas (siempre se puede
lograr más beneficio invirtiendo).
ii) Riqueza como uso de lo que uno tiene: aprovechamiento de los recursos.
El rico en realidad no es el que tiene mucho, sino el que tiene lo que necesita y lo
usa adecuadamente. Los dos extremos son el avaro y el derrochador. El avaro quiere
tener por tener y no usa lo que tiene: lo esconde. El derrochador no usa lo que tiene
como debe, desperdicia.

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3. La vida de placer (ser/disfrutar)
Hasta el momento el examen del los tipos de vida ha mostrado fácilmente los
problemas de la riqueza, el poder y la honra: no son fines en sí mismos, de modo que si
yo me los propongo como fin de mi vida, me acabarán generando una frustración. La
felicidad, si es fin de la vida, tiene que estar en algo que sea un fin en sí mismo, y no
medio para otra cosa.
Precisamente por eso el placer aparece como un candidato importante frente a esta
cuestión de la felicidad porque, ¿es acaso el placer medio para otra cosa? Cuando
disfruto, lo hago porque sí, porque me gusta, y no por otra cosa. Incluso puedo sacrificar
mi tiempo y dinero para lograr de un gran placer: “este año me mato a trabajar para irme
de vacaciones a las islas Fitji”. El placer sensible se presenta como algo especialmente
atractivo, y por eso debe ser examinado con atención.
¿Por qué el placer tiene un cierto carácter de fin? El placer supone siempre una
“elevación espiritual”, una plenificación del momento. En cierto sentido, el placer
supone un atisbo de la infinitud. Cuando se disfruta, se hace de manera total, uno siente
que no tiene límites., y esto lleva a una peculiar vivencia del tiempo.
En realidad, hay dos maneras de hablar de la infinitud:
· Infinitud espacio-temporal: Lo infinito como aquello en lo que siempre hay algo
más. No tiene término, pero esto supone que siempre queda algo por recorrer, o por
hacer.
· Infinitud espiritual (interior): Lo infinito como la plenitud sin límite. Se da todo,
de manera total, sin estar limitado por el tiempo o el espacio.
En el placer se experimenta una plenitud que uno quisiera que no terminase. Por
eso el placer tiene también que ver con la eternidad. Uno querría estar siempre
disfrutando. Nos cansamos de hacer actividades en las que disfrutamos, pero de
disfrutar, uno no se cansa nunca. De este modo, cuando uno disfruta, intenta escapar del
tiempo. El tiempo es subjetivamente vivido de manera distinta y transcurre muy rápido
cuando lo estamos pasando bien. Los últimos siete minutos de una clase suelen ser
insufribles, interminables. Los siete minutos que uno pasa montado en un kart se pasan
volando. El tiempo se vive de manera distinta. Sin embargo, diríamos que el placer se
encuentra a caballo entre la infinitud espacio-temporal y la infinitud espiritual: cuando
disfrutamos, lo hacemos de manera total (infinitud espiritual), pero a la vez el placer se
acaba, y siempre hay un nuevo placer que lograr (infinitud espacio-temporal).
Vistas así las cosas, ¿en qué consiste la vida de placer? Básicamente consiste en
una vida volcada a perseguir el disfrute a toda costa. Es lo que se llama hedonismo
partiendo de la raíz griega hedoné (placer).
En la historia del pensamiento se han dado varias formas de hedonismo. También
a nivel práctico se pueden distinguir diversas maneras de perseguir el placer. Por eso
podemos distinguir tres planteamientos:

3.1. Hedonismo bruto (simple)

Consiste en la búsqueda del placer sensible. Se trata de la vida que persigue


satisfacciones momentáneas, bruscas, lo que el apetito pide aquí y ahora. Este tipo de
vida es la que vive el animal, ya que él solo tiene como criterio de búsqueda y rechazo
el placer y el dolor. La idea de fondo de este hedonismo es que mi vida es el puro

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presente que estoy viviendo y, como lo que dota de plenitud al presente es el placer,
entonces tengo que llenar los instantes que me toca vivir con el máximo placer posible.
Ahora bien, este planteamiento presenta un problema de fondo: el placer
momentáneo no le da sentido a mi vida. Al final viene la frustración porque uno no ha
conseguido nada que verdaderamente le llene. Lo que dota a mi vida de sentido no es la
suma de pequeñas vivencias, de pequeños placeres, sino el rumbo que han tomado las
diferentes acciones que realizo.
Este tipo de vida no la lleva de manera extrema demasiada gente (entre otras
razones porque es muy cara), aunque muchas personas, sin darse cuenta, se comportan a
veces como hedonistas en este sentido. Vivir así no le es posible a casi nadie porque es
peligroso y hacen falta muchos recursos para mantenerla, pero un planteamiento similar
consiste en decir: hay que llenarse de placeres intensos todo lo que uno pueda. De modo
que si de lunes a viernes toca trabajar, en cuanto uno tenga la oportunidad el fin de
semana habrá que llenarlo de placer hasta donde se pueda.

3.2. Hedonismo moderado

En esta forma de hedonismo se busca un “sentirse bien” durante el mayor tiempo


posible. Consiste en “estar a gusto”, sin demasiados placeres ni dolores.
Se trata de una propuesta inteligente, delineada por el sabio antiguo EPICURO. En
esta forma de hedonismo clásico el fin de la vida humana, como en el hedonismo
simple, consiste en gozar del ahora, el presente, puesto que el presente es lo que tengo
en mi mano. El placer plenifica el momento presente, lo asemeja a la eternidad. Tengo
que disfrutar lo máximo que pueda. Sin embargo, hay diversidad de placeres y algunos
de ellos no me convienen, puesto que acarrean un gran sufrimiento. Lo ideal es
conseguir ahora el máximo placer posible, pero evitando el dolor. Por eso hay que
disfrutar de los placeres que aporten mayor disfrute y menor dolor: placeres estéticos, la
sabiduría, y luego el gozo de los apetitos y los sentidos.
Este modo de vida está muy extendido en la sociedad actual. Muchas veces lo que
queremos es estar a gusto, pasarlo bien sin grandes excesos, porque los excesos traen
consigo dolor. Este tipo de vida a la larga tampoco llena, porque al final uno tampoco le
da ningún sentido a su vida. “Estar a gusto” no da sentido a nada. Al final termina la
vida y uno se da cuenta de que no ha hecho nada con ella. Hoy en día está muy
extendida también un cierto tipo de ética del “estar a gusto”, “sentirse bien”: uno tiene
que hacer determinadas cosas porque se “siente bien haciéndolas”. El problema está en
que así se subjetiviza la ética, en el momento en que no me sienta bien haciendo eso, lo
dejo de hacer y punto.
La propuesta de Epicuro pretendía ser un remedio a los cuatro males del alma
(tetraphármakon): la muerte, los dioses, el dolor, el deseo. La muerte nos agobia porque
pensamos que nuestra vida se va a acabar, pero lo que hay que darse cuenta es que vivir
es sentir el presente, de modo que morir es solo dejar de sentir. Cuando uno muere deja
de sentir, por lo tanto no hay nada que temer, ya que no sentiremos nada. Por otro lado
tememos a los dioses porque pensamos que nos van a castigar, pero hay que darse
cuenta de que este miedo es en realidad una tontería. ¿Alguien ha visto a los dioses? No
sabemos si existen. Y además, aunque existan en realidad no les importamos
demasiado, por lo que es mejor no pensar en ellos. El dolor nos hace sufrir no tanto por
el dolor mismo, sino porque pensamos demasiado en él, nos obsesiona: si somos
capaces de asumir el dolor que nos toca y no pensar en él, lo llevamos de forma
tranquila y no es para tanto. Por último el deseo aparece como una fuente de frustración

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continua, porque siempre queremos tener más, y tener cosas que no podemos tener, y
vivimos insatisfechos. Hay que darse cuenta de que los únicos deseos que merece la
pena satisfacer son los necesarios para la vida, y el resto son innecesarios y generan
frustración a la larga.
La propuesta de Epicuro consiste por tanto en poner inteligencia en la vida, hacer
un cálculo de placeres y dolores tratando de encontrar un punto de “gozo tranquilo” que
se pueda mantener a la larga. Ese gozo tranquilo es casi más una ausencia de dolor que
otra cosa, y por eso la clave está en privarse de cosas que originan dolor.
Ahora bien, esta propuesta, aunque más asequible que el hedonismo simple,
presenta un problema teórico de raíz. Epicuro por un lado afirma que la vida humana no
es más que presente que se está sintiendo, y eso le lleva a afirmar que el placer es el fin
de la vida. Pero luego, como se da cuenta que tiene que ser un placer o gozo prolongado
en el tiempo, afirma que es preciso hacer un cálculo, un plan, para no terminar con
grandes frustraciones. Ahora bien, si esto es así, significa que el ser humano no vive su
vida únicamente desde el presente, sino que también se proyecta a futuro. A fin de
cuentas, la vida no es solo presente sentido, sino que yo vivo el presente desde un
pasado y hacia un futuro, y para vivir necesito un mínimo proyecto biográfico.

3.3. Hedonismo teórico moderno (ss. XVIII-XIX)

En esta forma de hedonismo se afirma de manera teórica que el fin del hombre es
el placer, y que por lo tanto todas sus acciones van encaminadas a lograrlo, de manera
directa o indirecta. Lo queramos o no, somos hedonistas. Incluso cuando evitamos el
placer de comer, lo hacemos buscando otro placer distinto (sentirme sano, o lo que sea).
Hay varios pensadores que, más o menos, lo han sostenido en formas diversas: Hume,
Bentham, Freud. El hedonismo teórico moderno no dice sólo que haya que perseguir el
placer, sino que lo queramos o no, perseguimos sólo y únicamente el placer. Por
ejemplo, cuando ahorro para comprarme un coche, estoy haciendo ahora un sacrificio a
favor de un placer posterior. Así interpretan todo: cuando una madre se sacrifica por su
hijo, lo hace porque se va a sentir bien así (o porque se sentiría fatal si no lo hiciera). De
esta manera, la vida humana se resuelve en una búsqueda del placer de una manera más
o menos encubierta, mediante un cálculo (quizás inconsciente) de placeres y dolores.
Uno planifica su vida de acuerdo con el placer.
El problema está en que si esto es así entonces los seres humanos obramos de
manera determinada (porque en este cálculo de placeres siempre triunfa un placer que
hace que posterguemos otras cosas). Los presuntos valores espirituales, religiosos,
éticos o políticos del hombre en el fondo están ocasionados por la búsqueda individual
de placer, porque, en un acto religioso, en una acción según la ética o lo que sea, “nos
sentimos bien”. Tan buena es la enfermera que se sacrifica en África por salvar vidas
humanas que el mafioso más sanguinario de la historia: ambos buscan un placer
distinto, pero en el fondo buscan su placer. Según esta concepción, el mal moral no
existiría como tal (en todo caso es un nombre que le damos a acciones desagradables),
ya que un hombre que hace algo mal lo habría hecho porque ve en eso la realización de
su aspiración al placer. Tampoco habría bien moral. Todas las acciones humanas
tendrían el mismo valor, porque todas estarían motivadas por el placer.
Pero quizás el problema de fondo es que el ser humano no puede perseguir el
placer como tal porque el placer no es “algo” que se encuentre. El placer es siempre
algo secundario. El hombre no persigue el placer sin más, sino que quiere hacer
actividades placenteras. El fin de la acción no es el placer, sino la acción, y el placer es

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un añadido. Por ejemplo, cuando estudio para un examen, ¿persigo el placer de aprobar,
el placer de lograr un empleo el día de mañana, el placer de tener tiempo en vacaciones?
¿Quizás el placer de aprender mientras estudio? La realidad es que cuando estudio no
puedo dar por sentado que vaya a lograr ninguno de los placeres anteriormente
descritos, y si de hecho estudiara únicamente por uno de esos placeres, posiblemente no
haría bien la actividad de estudiar. No existe “el placer” como tal, sino actividades que,
si las realizo bien, serán placenteras.
En último término, el hedonismo teórico confunde la aspiración a la felicidad con
el deseo de placer. La aspiración a la felicidad es un deseo profundo en el hombre que
tiene que ver con la plenitud vital. Los deseos son siempre puntuales. Cuando yo digo
“felicidad” no me refiero a un momento concreto, sino a una plenitud prolongada. Esto
tiene que ver con cómo se integran las acciones que realizo en un conjunto con sentido.

3.4. El problema del amor en la conducta hedonista

Resulta evidente que una persona que sólo se preocupe de los placeres
momentáneos o del estar a gusto tendrá una vida amorosa muy peculiar. En el amor
entre un hombre y una mujer intervienen muchos aspectos: atracción sexual,
complemento afectivo, psicológico… Y también hay donación. Por eso parece correcta
la distinción de términos que hacían los griegos para referirse al amor, como dos
elementos constitutivos pero a la vez distintos:
· Eros: amor como deseo. Tiene que ver con la satisfacción fisiológica-
psicológica. En el deseo intervienen elementos corporales, afectivos, ideales, etc. En
realidad, más que amor, es el camino hacia el amor.
· Ágape: amor como donación. En definitiva consiste en que mi querer se
identifique con el bien de la otra persona. De este modo, renuncio a mí mismo por el
otro. Curiosamente, esta renuncia no es pérdida, sino ganancia. Uno gana al otro por su
lado más profundo. Por eso, el amor de este tipo es lo que más llena, ya que existen dos
maneras de “ganar a alguien”: por dominación, que en el fondo es ganarlo mediante la
coacción, o por el amor verdadero, que consiste en que uno renuncia a sí mismo y su
querer se identifica con el querer del otro (para eso hace falta además que el otro
quiera). Unión de corazones. No se da sólo en el matrimonio, también se da en la
relación padre-hijo, amigos, etc. Sin embargo, este tipo de donación no tiene sentido en
una conducta hedonista, porque no tiene ninguna importancia el bien del otro, sólo mi
placer, mi “estar a gusto”. Así, es imposible el amor verdadero.
La conducta hedonista se queda atrapada en la esfera del “eros”, el placer
fisiológico o psicológico: las relaciones sexuales y el “sentirme bien” con la otra
persona, el cultivo de la amistad por el bienestar afectivo que me reporta, etc. Pero, en el
momento en que las cosas se ponen un poco difíciles, como uno es incapaz de renunciar
a sí mismo, esa relación quiebra. Sólo hay amor como ágape si hay capacidad de
renunciar a mi propia satisfacción.
¿Cuándo se pasa del eros al ágape? Muchas veces es un paso inconsciente: uno se
enamora y se sacrifica por la otra persona, hasta que llega un momento en que uno no
puede vivir sin la otra persona. Ambos aspectos (eros-ágape) son importantes, porque si
no hubiera eros tampoco habría apertura al otro. Cuando me enamoro de alguien o de
algo salgo de mí mismo, me encuentro en una situación de “éxtasis” (estar fuera de mí),
y esto es importante porque me permite abrirme a nuevas realidades. Ahora bien, lo
propio del eros es que aparece y desaparece, y vuelve a aparecer más tarde, quizás en
otra dirección. El eros no basta para fundar una relación y, todavía más importante, no

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llena las aspiraciones profundas del corazón, sólo las tendencias corporales y afectivas
inmediatas. Como bien advierte Platón en el Banquete, el amor como eros es un deseo
de belleza, pero sólo puede ser colmado por una belleza total que vaya más allá de los
aspectos físicos o afectivos.

3.5. Placer y felicidad (a modo de síntesis)

El placer no puede ser el fin último de la vida humana porque en sí mismo no es


fin de las acciones, sino algo secundario que aparece cuando una acción se realiza con
plenitud: solo puedo disfrutar de un buen filete si la carne es de calidad, ha sido asada a
la brasa, me lo como acompañado de amigos y si llego con algo de apetito. Cuanto más
perfecta es la actividad más disfruto. Aunque me guste mucho el cine, si un día tengo
dolor de cabeza no disfrutaré la película, ya que la actividad de contemplar la película
no la puedo realizar bien.
Por otro lado, aunque la felicidad sea algún tipo de agrado, de sentimiento de
plenitud vital, ésta no se consigue persiguiendo el placer, sino con el desarrollo de
nuestras actividades propias en cuanto seres humanos. El auténtico placer, el auténtico
disfrute de la vida, se logra cuando el ser humano dota a su vida de un sentido que le
llena. El placer es un fin secundario a las acciones, por eso conviene remarcar que tiene
un cierto carácter de fin, que aparece cuando una acción logra su fin propio. El fin de
una acción cualquiera no es el placer, sino que más bien el placer aparece cuando una
acción alcanza su fin propio. Por ejemplo, el fin de jugar un partido de fútbol es meter
gol según las reglas del juego. Si yo logro jugar bien, entonces disfruto del partido. El
fin de una comida es nutrirse: si yo hago esto logrando además una proporción de
sabores con mis papilas gustativas entonces disfruto con la comida. Pero si ya estoy
lleno no me agrada en absoluto comer.
Una muestra de este carácter secundario del placer se ve en que si yo persigo el
placer de manera directa (“quiero disfrutar”), normalmente no lo consigo. Más bien
aparece cuando hago las cosas del modo más perfecto posible y recibo el placer como
un sobreañadido, como un regalo.
En último término, el placer es siempre puntual y momentáneo, y en esto se
distingue fundamentalmente de la felicidad. El placer supone una satisfacción puntual,
pasajera. La felicidad en cambio parece ser una satisfacción prolongada que llena la
vida. Menor en intensidad pero mayor en profundidad.

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4. La vida de excelencia
Todos los tipos de vida que se han visto hasta el momento ponen como fin de la
vida algo tangencial, accidental a la vida misma, al ser propio del hombre. De este modo
veíamos esa dicotomía entre ser y aparentar, ser y tener, ser y poder, ser y disfrutar. Por
eso mismo parece ya claro que la felicidad debe redundar en el ser del hombre, en lo
más profundo y propio que éste tenga. La felicidad se tiene que encontrar en aquellas
cosas valiosas en sí mismas que me hacen ser plenamente humano. De esto trata la vida
de excelencia.

4.1. ¿Qué es la vida de excelencia?

Decir excelencia es lo mismo que decir plenitud. Y es que el ser humano se


encuentra abierto a nuevas posibilidades de mejora, es un ser que se despliega en el
tiempo y se desarrolla de modo progresivo.
La excelencia por tanto consiste en el desarrollo perfecto de la naturaleza, de
nuestras diversas capacidades, propias de los seres humanos. La vida se despliega en
una serie de capacidades naturales que desarrollar y, a diferencia de los animales, no le
basta con seguir sus impulsos, sino que tiene que poner orden en su vida mediante la
razón. El ser humano se da cuenta de que hay cosas más importantes que otras, y que
tiene que renunciar a bienes inmediatos (placer, poder, etc.) en orden a algo más alto.
El ser humano cuando nace no sabe qué es lo que tiene que hacer. Lo va
aprendiendo. Y además, no tiene apenas instintos. Tiene que conocer y elegir hacia
dónde dirigir su vida. Por eso mismo la vida de excelencia implica el uso de la razón,
porque solo es posible llegar a nuestro punto álgido de excelencia en la medida en que
la razón pone orden en la vida humana. Decir vida de excelencia es decir vida según la
razón, ya que consiste en adecuar la conducta a los fines que la recta razón propone.
Pero conviene detenerse en una pregunta antes de seguir adelante: ¿en qué
consiste desarrollar la naturaleza? Un árbol desarrolla su naturaleza cuando despliega
sus capacidades propias: sus raíces se nutren del agua, salen las hojas, después los
frutos, realiza la fotosíntesis, se reproduce, etc. La naturaleza no es otra cosa que las
capacidades propias de cada ser vivo. El árbol no tiene que pensar para realizarlos, pero
el ser humano sí, tiene que introducir orden.
La naturaleza por tanto es el principio de operaciones de un ser vivo. Aquello que
marca el fin hacia el que se tiene que desarrollar. La razón conoce el fin propio del
hombre de acuerdo con las necesidades y capacidades que éste posee.
La razón hace dos cosas:
· Conocer lo verdaderamente importante, aquello hacia lo cual el hombre debe
ordenar su vida (por ejemplo, darse cuenta de que estudiar es importante).
· Poner orden respecto a lo verdaderamente importante (por ejemplo, me apetece
ir a skiar, pero sé que tengo examen al día siguiente. Lo importante es aprobar la
asignatura).
La razón tiene que poner orden respecto a lo importante. ¿Qué es lo importante?
El perfecto desarrollo de mi ser. Aquí aparecen dos elementos que hay que saber
compaginar bien:
· Bienes: hay cosas que aprecio como buenas, como convenientes para mi
desarrollo personal. Algunas las aprecio de manera directa mediante los deseos

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más inmediatos: comer, dormir, etc. Otros bienes los voy descubriendo mediante
el uso de la inteligencia: educación, formar una familia, etc.
· Deberes: me doy cuenta de que los otros también necesitan bienes para su
desarrollo personal, y que no puedo buscar mi propio interés tratando al otro como
un mero medio, sino que es un fin en sí mismo valioso. No puedo comer tranquilo
si tengo a un tipo hambriento a mi lado.
¿Cuáles son los bienes humanos? Aquellas cosas que permiten desarrollar mis
capacidades naturales.
Hay una serie de capacidades jerarquizadas, que el hombre debe desarrollar. Una
serie de necesidades vitales.
1. Básicas: alimentación, supervivencia. El hombre tiene que comer, que beber,
etc. Seguridad física. El hombre, si quiere desarrollarse, necesita un mínimo de
protección.
En estas primeras necesidades juega un papel muy importante la economía y la
política. Aunque la felicidad no la dé ni el sistema económico ni el gobierno, sin un
mínimo de seguridad y bienestar material el hombre es difícil que se desarrolle.
2. Capacidad social. El hombre que está solo difícilmente será feliz. Hay necesidad
de compartir las propias experiencias. También es un problema cada vez más
frecuente las depresiones, las enfermedades psicológicas. Muchas veces
provienen de la falta de afecto y comprensión.
3. Conocer: nos gusta conocer. Porque sí. El hombre necesita alimentar su
inteligencia. Es un bien alto, porque se elige por sí mismo.
4. Amar. En el fondo, es lo que más sentido da a la vida. Es un misterio. En el
fondo del ser humano late la idea de que no nos desarrollamos solos, sino con
los demás, y en la medida en que me preocupo de que el otro se desarrolle como
persona, que sea feliz, yo también lo hago. A nadie le gustaría sentirse solo,
todos tenemos el deseo de amar y ser amados de modo incodicional.
En lo más profundo, en el nivel más alto están la contemplación y el amor. Si uno
lo piensa bien, son las cosas que más llenan al hombre, son los fines humanos que más
merecen la pena, ya que permiten una excelencia interna que siempre puede crecer:
puedo conocer mejor, puedo amar más.
Otra manera de ver esto consiste en decir que el ser humano tiene que hacer dos
cosas:
· Vivir. Para eso tiene que satisfacer una serie de necesidades primarias (bienestar
material y psicológico).
· Pero luego tiene que darle un sentido a esa vida. De otro modo, viviría como una
planta. Vivir bien significa darle un sentido bueno a la vida, que todo ser humano
tiene que descubrir. Ese sentido viene dado por el conocimiento y el amor.
La excelencia está en el adecuado despliegue de nuestras capacidades, de manera
que se satisfagan todas nuestras necesidades de una manera ordenada, dando a cada cual
el tiempo oportuno. En este despliegue buscamos una serie de bienes a la vez que
respetamos algunos deberes. El hombre es tiempo. La clave de la vida humana está en
saber dar a cada cosa su tiempo oportuno.

4.2. La excelencia como hábito: las virtudes

La vida según la razón consiste en adecuar nuestra conducta con lo


verdaderamente importante. Ahora bien, esto supone ser capaz de forjar un proyecto de
futuro, y ser capaz de renunciar al placer inmediato por un fin más alto. En último

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término, aquello a lo que aspiramos es a una vida de contemplación y amor en la cual
experimentamos nuestra vida sin problemas, precisamente porque la vida feliz está
abierta al mundo (contemplación) y tiene una riqueza interior (fruto del amor). Sin
embargo, el cultivo del conocimiento y el amor requiere un orden racional y unos
hábitos de conducta. Por ejemplo, si uno es muy perezoso será imposible que pueda
sacrificarse por sacar adelante una familia o un trabajo; si uno suele tomar decisiones
basadas solo en sus sentimientos es difícil que acierte en la vida; si uno lleva una vida
orientada al sexo será muy difícil que pueda contemplar la riqueza interior de las
personas. Por eso es necesario el cultivo de buenos hábitos para lograr la excelencia.
El ser humano no tiene instintos que le marquen su conducta, sino que tiene
tendencias, deseos, motivaciones, que empujan pero que no marcan. Resulta muy
curioso ver cómo un perro sabe lo que tiene que hacer para sobrevivir. Si a nosotros nos
dejaran en medio de un bosque lo tendríamos muy difícil, porque no sabríamos qué
tenemos que hacer. No nacemos con un manual de instrucciones, pero en cambio el ser
humano tiene que encontrar su bien propio mediante la razón: pararse a pensar, valorar
opciones, decidir. Sin embargo, aunque apenas hay instintos, se puede hablar de los
hábitos como de una “segunda naturaleza” que marca un patrón de conducta. El ser
humano es un ser que se habitúa, a través de las acciones que realiza va creando
patrones de actuación para las veces sucesivas. Nos acostumbramos a escribir de una
manera, a comer con cuchillo y tenedor, a dormir en una determinada posición, a
lavarnos los dientes. Los hábitos generan en nosotros disposiciones para la acción. Una
vez sé escribir, no tengo que pensar cómo hacerlo, simplemente cojo el bolígrafo y lo
hago. Y así hacemos con un montón de cosas.
En este sentido, conviene explicar una distinción clave para la ética. Las acciones
humanas tienen un aspecto externo (vamos haciendo cosas) y un aspecto interno
(podemos crecer o decrecer como personas). De este modo podemos distinguir dos
facetas de la acción humana:
· Producción: acción cuyo fin recae fuera del agente. Se terminan cuando tengo el
fin (por ejemplo, si construyo una casa la acción de construir recae sobre los
ladrillos, el terreno, etc., y una vez he construido la casa ya no tiene sentido
continuar construyendo, la acción se ha terminado, los ladrillos ya están puestos).
· Operación: acción cuyo fin recae en el agente. Los ejemplos paradigmáticos son
conocer y querer. Cuando conozco no transformo nada en el exterior, me
transformo yo mismo. Cuando amo a una persona la incorporo a mi ser mediante
mis acciones. El fin de la acción en el conocimiento soy yo mismo. El fin de la
acción en el querer, aunque sea otra persona, también soy yo mismo, porque yo
me transformo a medida que quiero distintas cosas.
Esta distinción es sumamente importante, porque nos permite darnos cuenta en
qué sentido el ser humano se transforma a sí mismo mediante sus acciones.
Evidentemente, casi todas las acciones tienen un aspecto de producción y un aspecto de
operación: hago cosas y a medida que las hago me transformo. Mientras escribo los
apuntes estoy aprendiendo, por ejemplo. Ahora bien, a la ética le interesan sobre todo
las operaciones, porque en estas me juego mi calidad como ser humano. Si yo digo una
mentira me convierto en mentiroso, genero en mi un hábito de conducta. Y al revés, si
hago acciones generosas me convierto en generoso. A medida que actúo configuro mi
ser en diversos hábitos de conducta.
Cuando estos hábitos apuntan a mi excelencia interior según un orden racional se
llaman virtudes, es decir, disposiciones habituales de acciones buenas en el ser humano.
Lo opuesto justamente es un vicio.

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En vez de instintos, los seres humanos adquirimos hábitos, virtudes o vicios. No
cabe no habituarse a algo: se puede ser ordenado siempre o más o menos o nunca. Pero
es imposible alguien que un día sea muy ordenado y al día siguiente un caos. Los
hábitos requieren tiempo, repetición de acciones, y que estas maduren generando un
poso o marca interior. Por ejemplo, el hecho de que un día me despierte contento y
decida dar dinero a un tipo de una ONG que me aborda por la calle no me convierte en
alguien generoso: se trata de un acto de generosidad, pero bien puede suceder que luego
llegue a clase y no me digne a dirigir la palabra a un compañero que se encuentra
especialmente triste. La persona generosa es aquella que tiene un hábito que parece casi
natural de pensar en los demás y dedicarles tiempo. Parece algo natural porque lo hace
de modo espontáneo, pero eso no quiere decir que le haya requerido esfuerzo lograr ese
patrón de conducta, posiblemente con muchas acciones costosas. Por eso, en último
término las virtudes configuran quiénes somos, y los demás las aprecian además como
una seña de identidad de carácter. Quizás mis amigos no se pueden fiar de mí porque
saben que soy una persona caótica e impredecible, es decir, saben que tengo un hábito
de no pararme a pensar las cosas, o dejarme dominar por los sentimientos inmediatos, o
de no ser constante en las resoluciones que tomo. Ese ser caótico es parte de mi
identidad. Por el contrario, podemos saber que una persona es fiel y prudente, y que
podemos confiar en él porque sus acciones están pensadas y es constante en sus
decisiones.
¿Qué es lo que hace que una disposición sea buena o mala? Que permita
desarrollar mi humanidad, que me permita un enriquecimiento como persona. La
fortaleza es buena porque gracias a ella puedo realizar metas altas en mi vida, cosas
difíciles. La pereza es mala por la razón inversa. Las virtudes aparecen así como
“fuerzas”, capacidades dinámicas de hacer lo bueno y, en último término, poder amar y
llenar la propia vida de cosas interesantes.
Tradicionalmente, se ha hablado de 4 virtudes principales:
1) Templanza: la moderación ante los placeres sensibles, cuando impiden algo
bueno. (No comer un helado porque no debo engordar). Sobre todo se refiere a la
comida, la bebida y el sexo.
2) Fortaleza (interior): la capacidad de superar los obstáculos, enfrentarse a
peligros, y así lograr lo bueno. Estudiar para un examen. Resistir el frío para visitar a un
anciano.
3) Prudencia: virtud de la razón. La capacidad de acertar en las decisiones,
adecuando los principios del recto obrar a la situación concreta.
4) Justicia: dar a cada cuál lo que le corresponde.
Esta es la división tradicional de la que hablaba Platón en su República. La justicia
es algo que se da en el alma cuando cada parte realiza su función propia. Tenemos
diversos apetitos y deseos, y lo importante es que la razón introduzca orden y perfección
en todo eso.
A estas cuatro virtudes morales creo que les falta la virtud más importante y que
da sentido a las demás: la generosidad, que es la capacidad de dar, y posibilita el amor.
El amor es lo que da más sentido a la vida, y por eso una persona que fuera únicamente
justa no creo yo que fuese feliz. Además, de este modo el resto de virtudes adquieren
cierto orden. La generosidad es la virtud que permite la apertura del propio ser a los
demás, y esto es al final lo que más llena.
En el fondo, una virtud es una capacidad de excelencia, que cuando se ejerce es el
desarrollo pleno de una capacidad natural. Por eso, el hombre virtuoso es el que se
desarrolla a sí mismo de manera perfecta. También es el más feliz porque sabe disfrutar
de las cosas que merecen de verdad la pena.

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El crecimiento en virtudes es orgánico, es decir, que hay que cultivarlas todas para
alcanzar la excelencia. Una persona que quisiera ser generosa pero no fuese capaz de
sacrificio prolongado no podrá dar nada a los demás. Una persona con mucha capacidad
de trabajo pero egoísta no se desarrollará como persona. Una persona templada pero
injusta será desgraciada.

4.3. El vicio

Hay que decir algo del vicio. Por contraposición a la definición de virtud cabría
afirmar que es un hábito operativo malo, es decir, una mala costumbre, algo que impide
el desarrollo potencial del hombre. Pero hay algo más que descubrió Platón y que
merece la pena pensar: el vicio es, sobre todo, el peor mal que puede darse en el ser
humano, porque supone un enturbiamiento o ceguera respecto al valor real de las cosas.
El vicioso se mueve en un plano de apariencias, de cosas que vienen y van pero
que no llenan, y precisamente su costumbre le hace incapaz de apreciar lo
verdaderamente bueno, bello y justo. Entre virtud y vicio hay una relación inversamente
proporcional en lo que toca al conocimiento del bien y del mal. El virtuoso sabe qué es
lo bueno y lo malo, mientras que el vicioso no sabe, porque no lo puede experimentar en
qué consiste la plenitud interior de la virtud. La relación es ascendente, a medida que
practico el bien lo conozco mejor, y también conozco mejor qué es el mal (como
ausencia de bien); por el contrario, si hago el mal y genero en mi ciertos vicios, cada
vez me cuesta más apreciar lo bueno, y tampoco soy consciente de la mala situación en
la que vivo. Pongamos por ejemplo el caso de alguien acostumbrado a copiar en los
exámenes y no estudiar. Posiblemente esa persona ha generado un hábito tal que ya no
le parece que esté mal hacerlo (incluso lo puede justificar interiormente: “después de
todo, hay que sacar la carrera y todo el mundo lo hace”). Además, como esa persona no
estudia tampoco aprende, y no es capaz de entender que es mucho más enriquecedor
estudiar y aprender que engañar y copiar. El vicio instala al agente en una situación de
no apreciación de su propio mal. En cambio, el que estudia y aprende, posiblemente
disfruta y además está orgulloso de su trabajo, aprecia lo bueno y desprecia lo malo
(copiar). A este respecto, Aristóteles advertía que solo aquel que realmente se complace
con lo bueno y siente desagrado con lo malo es auténticamente excelente.
En este sentido uno a veces se encuentra con gente que dice, ¿cómo puedes saber
que eso es malo o no conveniente si no lo has probado? Por una sencilla razón: para
conocer el mal, no es preciso practicarlo, es más, hay que conocer y practicar sobre todo
el bien. El mal solo se aprecia con toda su hondura desde una buena disposición interior,
puesto que al practicar el mal es fácil que genere un hábito que me impida ver la maldad
de lo que hago. Aprecia mejor la maldad del robo quien no lo comete: el que lo practica
por lo general deja de verlo como algo malo, o lo justifica fácilmente.

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5. El sentido de la vida
Se ha visto como la felicidad consiste en el desarrollo de la propia naturaleza,
buscando lo que es verdaderamente importante: el conocimiento, pero sobre todo el
amor, mediante la práctica de las virtudes. Ahora bien, cada persona debe encontrar la
manera adecuada, conforme a sus circunstancias, de llevar a cabo su naturaleza. Debe
dotar a su vida de un sentido personal. Ése sentido se lo da sobre todo el amor, porque
en aquello cuando uno ama, está convirtiendo en fin aquello que ama, y el fin es lo que
da un sentido. Ahora bien, ese sentido puede ser suficiente, dependiendo de qué es lo
que se ama. La pregunta que nos tenemos que hacer ahora es: ¿cualquier sentido vale
para ser feliz? ¿qué es lo que hace que un sentido sea valioso? Como veremos, hablar
del sentido obliga a reflexionar sobre el carácter biográfico del ser humano y su manera
de vivir el tiempo.

5. 1. Apunte histórico sobre la noción de sentido.

Víctor Frankl fue un psiquiatra vienés que estuvo en un campo de concentración.


Su libro más célebre, El hombre en busca de su sentido, supone un cambio en el modo
de entender la estructura psicológica del ser humano. Frankl se forma en Viena, en un
momento en que Freud domina el campo de la psiquiatría-psicología. Aunque él es
discípulo y admirador de Freud, su pensamiento es una reacción a la psicología
freudiana. Freud cree que todos los trastornos psicológicos-psiquiátricos se deben a un
conflicto interno entre nuestros deseos profundos (a veces deseos de la infancia), que
son deseos sexuales, y las normas morales y sociales establecidas, que han reprimido
esos deseos. Freud interpreta la psique humana en clave pansexualista: las neurosis
(obsesiones, trastornos) se producen porque ha habido algún tipo de represión del deseo
sexual, y entonces esos deseos buscan salir de alguna otra manera. De esta forma, el
comportamiento humano se explica en último término por una serie de deseos,
inconscientes, que son los que se ocultan detrás de toda motivación humana. Frankl se
da cuenta de que esta explicación es insuficiente. La mayor parte de problemas
psicológicos no vienen producidos por una fuerza inconsciente, sino porque el ser
humano pierde el sentido de su vida. De este modo desarrolla la logoterapia como una
manera de ayudar a las personas a encontrar el sentido a sus vidas.
Como advierte Frankl, la frustración más profunda se da en la persona que ve que
ha perdido el sentido de su vida, bien porque es irrealizable (es un sentido imposible),
bien porque era falso (pensaba que le iba a llenar más de lo que luego realmente le ha
dado), bien porque piensa que ya no tiene nada que hacer (ha perdido la esperanza).

5. 2. ¿Qué es el sentido de la vida?

¿Qué es el sentido? Cuando decimos que algo no tiene sentido es porque nos
parece incoherente, no hay un significado profundo. El sentido es el significado, lo que
define una vida. El por qué y para qué se ha vivido. Cuando tomamos una biografía lo
que nos interesa saber no son los meros datos concretos sino el para qué vivió esa
persona, lo que le da un sentido a esos datos.

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La vida humana puede verse como un puzzle, un enigma que hay que resolver y a
la vez hay que construirlo mediante las acciones. Lo curioso es que ese enigma se va
resolviendo a medida que vamos realizando acciones. Podríamos decir que vamos
haciendo las piezas del puzzle y vamos encajándolas de manera que haya un dibujo final
que dota de sentido (de significado) a las partes. Para eso es importante que las piezas
tengan su forma adecuada, pero que también el dibujo final sea adecuado.
Si uno no se propone dar un sentido profundo a su vida, al final:
· o bien la vida le dará un sentido que no había buscado (uno se deja llevar y al
final acaba en un sitio, haciendo algo que ni siquiera se había planteado). No tiene por
qué ser malo, pero está claro que no seré protagonista de ese sentido.
· o bien acabará frustrado, viendo que no ha hecho nada con su vida. Cada vez es
más frecuente ver personas que se van arrastrando durante años, pensando sólo en
pasarlo bien, y se plantan en los treinta y cinco y no le están dando ningún sentido a su
vida. Esto suele suceder también en la llamada crisis de los cuarenta. Uno ha vivido
media vida y le parece que no ha hecho nada, aunque en muchos casos sí que se le está
dando un sentido bueno a esa vida (el problema está en que a esa edad a uno le parece
que tendría que dar un sentido más alto a su vida, pero muchas veces se trata de sentidos
irrealizables, o falsos sentidos, o que se olvida de cosas buenas que había hecho).
Alguien podría decir a este respecto que cada quién se fabrica su propio puzzle, y
la imagen que resulta es la que uno ha querido darle. Ciertamente, uno es el protagonista
de su vida y uno le da el sentido que quiere, pero no se debe olvidar dos asuntos
importantes. Por un lado, parte del puzzle me viene dado de antemano. Yo no elijo a mi
familia, ni el lugar en el que nazco, ni mi posición social, ni la sociedad que me rodea,
ni a los compañeros a los que puedo ayudar o ignorar. Todas esas cosas forman parte en
buena medida de mi identidad, aunque pueda rechazarlas. Por otro lado, para que las
acciones tengan sentido hace falta un hilo conductor, algo que dote de coherencia a la
biografía. Lo veremos ahora con detenimiento.

5. 3. ¿Es todo sentido igualmente válido?

Llegamos así a la pregunta clave para la ética, ¿cualquier sentido vale para ser
feliz? ¿Basta con que luche por algo, da igual por qué o para qué? Al menos es
importante, que el sentido que le demos a nuestra vida:
1. Sea accesible. De lo contrario uno se frustrará inútilmente. Si uno quiere ser
futbolista pero resulta que es un nulo, se frustrará bastante, a no ser que lo
asimile. Ese sentido tiene entonces que asimilar nuestras limitaciones, nuestros
defectos y situaciones personales. Hay mucha gente que lo pasa fatal porque
tiene “complejo de gordo”, o “de tonto”, o “de inútil”. En el fondo es porque les
gustaría ser distintos pero no lo pueden ser. Se marcan como sentido de su vida
algo que no puede ser. Hay que saber integrar las limitaciones y no darles
demasiada importancia.
2. Sea un sentido verdadero, acorde con nuestra naturaleza. Uno puede marcarse el
objetivo de ser el mejor empresario del mundo, y conseguirlo. Sin embargo, eso
quizás no da sentido del todo a tu vida, porque en el fondo lo que le da un
sentido hondo a la vida es el amor. A un empresario que muere sin amigos o
familia nadie le llamaría un afortunado. El sentido tiene que constituir un
despliegue de nuestras capacidades, nuestras potencialidades, en concreto de
nuestra capacidad de querer y conocer, que son las cosas que más llenan al
hombre, de acuerdo con nuestra naturaleza.

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Otro modo de ver esto es darse cuenta de que el vivir del ser humano no consiste
en estar aquí hoy y ahora, sino que vivimos proyectando nuestra vida en un horizonte
temporal, y también interior. Cuando leemos unos apuntes como estos no lo hacemos
solo para leerlos ahora, sino porque queremos aprender, aprobar un examen, dar
satisfacción a nuestros familiares. Lo que el cuerpo nos pide aquí y ahora es algo muy
distinto (quizás hacer deporte, o comer, o dormir). El ser humano es un ser-con-
horizonte. Es decir, su vivir no se queda reducido a lo concreto y particular. No vive
para lo que tiene delante, algo que sí ocurre en los animales. El perro tiene una relación
inmediata y concreta con su entorno. Vive para satisfacer sus apetitos concretos y le
interesa la realidad sólo en su aspecto concreto. El animal no tiene horizonte vital, pero
el ser humano vive la realidad proyectándose hacia un futuro y desde un pasado. Su
vivir concreto se lleva a cabo para cosas que van más allá de lo concreto. Un tipo que
está trabajando delante del ordenador lo hace pensando en que con ese sueldo alimenta a
sus hijos y a su mujer, y quizás con una ilusión profesional por lograr un éxito, etc. El
problema está cuando vivimos sin horizonte, o con un horizonte muy reducido: trabajo
para gastar el dinero en fiestas; vivo el amor sólo como satisfacción sexual, etc.
Nuestra vida adquiere un sentido según sea la calidad de nuestro horizonte vital.
Una persona con horizontes pequeños es lo que se suele llamar un mezquino. El
prototipo sería el hombre calculador que sólo mira por sus intereses particulares, cuyo
único afán vital es estar cómodo, o lograr un éxito personal. Su horizonte apunta a algo
pequeño. A una persona con horizontes grandes se le llama magnánima. Su vivir
concreto se realiza para lograr algo grande, algo que va más allá de su interés particular
y concreto.
¿Qué amplía nuestro horizonte vital? La realización de ciertos ideales o valores.
Cuando los valores e ideales están en nuestro horizonte vital y los vamos concretando
en nuestro vivir concreto, entonces nuestra vida tiene un sentido rico que nos hace
felices. Ahora bien, un sentido rico y amplio se logra mediante la dirección que le
damos a nuestras acciones particulares. Yo solo puedo realizar una vida justa si mis
acciones apuntan a ese significado, es decir, si mis acciones son justas. De igual modo,
yo doto a mis acciones de significados precisos según las realice. Por ejemplo, si yo
como de manera normal en un restaurante muy caro, para mí ir a un restaurante caro
deja de tener un significado especial, se convierte en algo normal. Esto, como se verá
más adelante, es muy importante para el desarrollo de la propia intimidad, ya que lo
íntimo es lo que no muestro a cualquiera, de modo que si quiero que algo tenga un
sentido íntimo, propio, debo reservarlo para quien pueda comprenderlo con todo su
valor.
Igual que un vigía en un barco tiene que mirar al horizonte y marcar el rumbo, el
ser humano tiene que preguntarse cuáles son sus proyectos dentro de su horizonte vital,
porque eso marcará un sentido determinado a nuestras acciones. Por eso, necesitamos
preguntarnos, ¿cómo es mi horizonte vital?

5.4. El sentido de la vida y la vida como narración.

Este asunto del sentido de la vida tiene mucho que ver con el carácter narrativo del
ser humano. El sentido tiene que ver con el qué se ama, qué se quiere, la narración con
el cómo se concreta eso en el día a día.
¿Qué significa que el hombre es un ser narrativo? A diferencia del animal, que
vive sólo en el momento concreto, el ser humano le da a su vida un significado que se

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despliega en el tiempo. Al perro sólo le interesa el ahora: comer, beber, perseguir a un
pájaro, dormir. El ser humano forja su vida desde un pasado y hacia un futuro: su vida
constituye un avance hacia un punto final. Por ejemplo, estoy en clase tomando apuntes
pero lo hago en vistas al examen, etc.
La vida humana es una historia. Parte de un momento concreto y se va
desenvolviendo, y luego le toca a cada uno ser protagonista de esa historia. A la vez, en
cada momento de la vida humana está presente, de alguna manera, todo lo que
previamente se ha vivido. Así, el ser humano adquiere experiencias que influyen en sus
decisiones. Es precisamente en estas decisiones donde el ser humano es verdaderamente
protagonista, donde se juega que se vida tenga sentido o no, donde uno se vuelve bueno
o malo. Por eso, es importante decidir bien, intentando que nuestra vida tenga un
sentido adecuado.
El pasado tiene que ver con la tradición y la identidad, el futuro con el progreso;
en política queda reflejado en dos opciones políticas: conservadurismo y progresismo,
pero lo bueno en realidad no es ni lo uno ni lo otro, sino un sano equilibrio: saber
adecuarse a las circunstancias sin perder la identidad.
Como deja claro Steve Jobs en su célebre discurso en Stanford, una clave en la
vida saber “unir los puntos”, entendiendo que los puntos son las cosas que hacemos y
nos suceden. Ahora bien, está claro que visto en retrospectiva siempre podemos
conectar los puntos de alguna manera, pero lo importante es que los puntos se unan
bien, tengan una estructura interesante. A la pregunta de por qué estoy en clase podría
mirar atrás y decir que porque me aburría en casa y no tenía nada que hacer, así que mis
padres me apuntaron a este curso. Pero a todos nos parecería una respuesta pobre, ya
que los puntos han conectado por la voluntad de otros, y no hay nada interesante en
esto. En cambio otro podría decir que ha venido a clase porque desde pequeño le ha
interesado la reflexión y quiere el día de mañana influir en la opinión pública y para eso
le interesa la ética. Está claro que los puntos conectan algo mejor. La narración está bien
construida porque hay un protagonista con intereses claros.
¿Son todas las personas igualmente protagonistas de sus vidas? En cierto sentido
sí y en cierto sentido no. Todo el mundo puede elegir, y no elegir ya es una elección.
Pero, por otro lado, uno es más protagonista en la medida en que elige de manera
consciente. Uno es más protagonista en la medida en que su vida la vive de manera
auténtica.
· La narratividad de la vida humana pone de manifiesto que la vida va adquiriendo
un determinado sentido a raíz de las decisiones libres que se toman. El ser humano
es protagonista de su propia vida, y por ello también responsable.
· La narración de la vida humana no es una narración trágica, en la que todo esté
determinado. Se trata de una narración abierta por la libertad.
· El ser humano siempre puede cambiar el rumbo de su narración. Puede
arrepentirse de su pasado y tomar nuevas direcciones. Siempre es posible darle un
nuevo sentido a la vida.
Es más, a la vida siempre hay que darle el sentido. El sentido no viene dado, lo
vamos haciendo, o dando. Dos ejemplos contrapuestos: un torero se queda paralítico y
se quita la vida. Esa persona había perdido el sentido. Beethoven se queda sordo. En su
testamento recomienda a su hermano Carlos que practique la virtud, porque eso es lo
único que le ha permitido dar un sentido a su vida y no suicidarse. Todavía podía darle
un valor a su vida.
Si el sentido de la vida se pone en algo pasajero o circunstancial, terminaremos
frustrados. Lo que más sentido da es el conocimiento, el amor, y la realización de

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valores morales. El sentido no es una cosa meramente subjetiva, sino que es preciso que
el sentido que le demos a la vida sea algo realmente valioso.
En definitiva, una vida plena es una vida con una buena historia detrás, porque ha
realizado una serie de acciones hilvanadas en torno a un sentido valioso. Ahora bien,
desde el punto de vista narrativo es importante cómo integramos el pasado, el presente
y el futuro en la propia vida. Así, podemos hablar de distintos tipos de narraciones
según vivimos la vida:
· Vida centrada en el presente como suma de narraciones yuxtapuestas:
acumulación de vivencias, sin mucho sentido entre una y otra. Por ejemplo, el tipo que
es muy serio en su trabajo y llega el fin de semana y se desmadra. O también el que en
su trabajo es un tipo frío pero en casa es cariñoso, etc. Otro ejemplo paradigmático es el
que busca llenar su vida de placeres y punto. La vida se vuelve un sinsentido. No se
sabe para qué o para quién se está viviendo.
· Vida que rompe el tiempo: narración quebrada. Se rompe con lo anterior y se
vive como si nunca hubiese existido algo o todo el pasado. El ejemplo sería el que posee
unos compromisos y en un momento dado rompe con todo eso y prefiere vivir la vida
ignorando su pasado. El problema es que no se integra el pasado en una narración
coherente. No se le da un sentido al pasado, y eso acaba explotando, porque el pasado
está ahí, forma parte de ti, y hay que asumirlo. En este tipo de narración se mira al
futuro pero sin contar con el pasado. Si has matado a un hombre luego no puedes vivir
como si no lo hubieses hecho. Tampoco puede uno olvidarse de los compromisos del
pasado, etc.
· Vida volcada al pasado: narración nostálgica. Vive atrapado por el pasado y
pierde el presente y el futuro. Su narración queda vacía, porque apenas se siente con
fuerzas para hacer planes, para dar un sentido a la vida. El nostálgico tiene que darse
cuenta de que su vida tiene que vivirla ahora, en un sentido que le dan las circunstancias
y las personas actuales.
· Vida volcada al futuro lejano: narración soñadora. Vive en el futuro
constantemente, en los planes, pero pierde el presente. Vive en el mundo de los sueños.
Frustración entre el deseo y la realidad.
· Vida atrapada en el futuro inmediato: narración estresante. Vive en las tareas que
tiene que ejecutar, en la actividad que tiene que desarrollar, y no vive de manera
tranquila el presente: no disfruta del ahora, porque el ahora se enfoca a lo que tiene que
hacer después. Normalmente esta narración colapsa en algún momento en una crisis de
sentido.
· Vida en un presente sin horizonte: narración plana. Se vive la vida sin ilusiones,
sin rumbo, tan solo dejándose llevar.
· Vida en presente que integra el pasado y el futuro: narración bien trabada. El
pasado (de donde vengo) y el futuro (a dónde voy) se encuentran integrados en el
presente que se está viviendo (qué hago ahora). En el fondo hay una respuesta clara a la
pregunta por la propia identidad (quién soy y quién quiero ser). Cuando leemos una
historia con un personaje que nos cautiva normalmente encontramos que el protagonista
trata de dar una respuesta convincente a la cuestión de la identidad. Por ejemplo, Ulises
en la Odisea sabe de dónde viene (Ítaca, su familia) y a dónde va (volver con los suyos).
En ningún momento duda de quién es, y eso le lleva a realizar una serie de acciones.
Desde el punto de vista ético del protagonista, también se pueden distinguir dos
tipos de narraciones:
· Narración descendente: uno se va haciendo peor. No significa que a uno “le vaya
peor o mejor”, como si la vida fuese la rueda de la fortuna, sino que uno entra en una
espiral viciosa o menos rica.

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· Narración ascendente: uno se va haciendo mejor, la vida es cada vez más rica en
el conocimiento y el amor.
Se podría decir que la buena vida tiene una estructura de narración ascendente en
primera persona. Uno es protagonista de su propia vida y las cosas que hace tienen un
sentido, adecuado a la propia naturaleza. A su vez, en esta narración tiene importancia
el diálogo, porque nuestra vida no es una narración aislada, sino que se da junto a otras
narraciones, todas ellas interrelacionadas. Mi narración comienza en una familia, en que
cada miembro tiene su propia historia. Mis decisiones afectan también en la vida de los
demás, etc. Mi narración comienza también de una manera concreta. Nacemos con un
determinado cuerpo, con un determinado carácter, con unas cualidades, en el seno de
una familia pobre o rica, con unas posibilidades de estudio, etc. Y es teniendo en cuenta
todas estas circunstancias que debemos dar sentido a nuestra vida, y que podemos dar
sentido a nuestra vida.

5. 5. Héroes

El carácter moral de la narratividad humana se ve reflejada en los héroes, porque


de alguna manera intentan encarnar valores. Historias en las que los protagonistas
realizan algo valioso. La realización de un ideal, el amor a algo valioso, es lo que da
verdadero sentido a la vida. Los héroes no encuentran nada a cambio de su acción
heroica, si no es una vida con sentido, valiosa en sí misma. Nos gustan las historias de
héroes porque nos sacan de nuestro horizonte cotidiano y nos introducen en un
horizonte mayor.
En el mundo actual el héroe ha dejado de ser un modelo de imitación y ha pasado
a ser una figura de entretenimiento. Nos gustan los héroes, encarnan valores que
apreciamos, pero no nos parecen imitables. De hecho es curioso que el héroe del s. XXI
suele ser un personaje con superpoderes, tipos que no son imitables, porque están por
encima de la media. En el mundo clásico los héroes son guerreros, porque el ideal
heroico es el valor del guerrero; en el mundo judío aparecen los reyes y los profetas
como modelos de justicia; en la tradición cristiana los héroes son los santos. En los tres
casos los héroes son modelos para imitar, cumplen una función pedagógica. En nuestro
siglo, sin embargo, los héroes son figuras de entretenimiento, vemos sus historias para
pasarlo bien, pero no son figuras imitables. Muchas veces incluso son antihéroes,
personas muy buenas para lograr ciertos objetivos (porque son inteligentes o fuertes),
pero moralmente poco recomendables. Esto tiene que ver, sobre todo, con la crisis de
sentido de la cultura.
En cualquier caso, los héroes solo son felices en la medida en que consiguen dar
un sentido a sus acciones que les haga vivir en paz. Así, podemos examinar tres
ejemplos distintos de personajes de cómic del siglo XX:
· Spiderman: héroe problemático. Lo que le lleva ser héroe es un conflicto interno:
el sentimiento de culpa por la muerte de su tío. Poder y responsabilidad. Le gustaría no
ser un héroe, vivir para sus cosas, pero no le queda más remedio que ser Spiderman.
· Batman: héroe traumado. Busca dar un sentido a su vida, y no lo encuentra. La
muerte de sus padres le ha llevado a una obsesión. Por lo menos atrapando villanos
despeja sus pesadillas y hace algo útil.
· Tintín: héroe sin complejos. Lo que caracteriza a Tintín es su normalidad, su
“salud mental”. Tintín no tiene problemas, vive despreocupado, siempre tiene tiempo
para iniciar una aventura, hacer algo por los demás. Vive su vida para los demás, ese es
el sentido que le va dando, y por eso mismo vive sin problemas. A mi modo de ver es el

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héroe más puro, porque la realización de algo valioso no es una compensación a un
problema previo. Es un héroe auténticamente feliz.

5. 6. La crisis de sentido

Precisamente porque el sentido de nuestra existencia no nos viene dado, sino que
lo vamos descubriendo y a la vez construyendo (como un dibujo del que tenemos una
idea pero el resultado depende de la pericia de los trazos), es lógico que haya momentos
en la vida en los que se produzca una crisis de sentido. “Crisis” no se debe entender en
un sentido únicamente negativo: la palabra griega crisis significa “juicio”,
“discernimiento”. Entrar en crisis significa entrar en un estado de replanteamiento en
que hay que discernir lo que es importante: lo que pasa es que esto sucede a menudo en
momentos en los que el planteamiento anterior resulta insuficiente, y es preciso volver a
pensar las cosas. Por eso normalmente alguien o algo entra en crisis cuando las cosas no
funcionan bien. Un país entra en crisis porque quizás la estructura económica no es
adecuada y sufre un desplome. Un equipo de fútbol entra en crisis porque su sistema de
juego deja de ser efectivo, y hay que pensar uno nuevo. Ahora bien, la crisis no es
negativa: se puede salir reforzado de una crisis si se discierne bien. En un plano
humano, la superación en conjunto de una crisis ayuda a vivir una experiencia que
refuerza mucho las relaciones (se puede pensar en dos amigos que han sufrido juntos en
una empresa que no iba bien económicamente, de un matrimonio que ha tenido que
afrontar una dificultad especial como la enfermedad de un hijo, etc.).
Lo normal en la vida es que haya diversas crisis de sentido. La primera se suele
dar en el paso a la adolescencia, cuando uno empieza a enjuiciar el modo de vida de los
padres y la familia, de modo que el adolescente toma distancia frente a lo heredado y
empieza a buscar su propio sentido en la vida. Después, es lógico que haya crisis en
asuntos importantes para la propia existencia (por ejemplo, al llegar al ecuador de la
carrera suele pasar que uno no le ve sentido a lo que está estudiando y empieza a
cuestionarse si en realidad tendría que hacer otra cosa). Conforme uno avanza en la vida
y realiza acciones se producirán tarde o temprano pequeñas o grandes crisis. Lo
importante es saber ver la propia vida como una narración y entender qué es lo
verdaderamente importante en ella. Ahora bien, como una crisis suele venir
acompañada de un desplome afectivo y motivacional, es importante entonces que no
sean los sentimientos quienes guíen las decisiones, sino la razón, que es la herramienta
adecuada para discernir. Por ejemplo, sería un error cambiar de carrera simplemente
porque uno ya no está motivado, o porque otros amigos han dejado los estudios y ya no
es divertido ir a clase.
Ahora bien, la crisis de sentido puede revelar que en realidad hay un problema
serio en la vida. Por ejemplo, uno puede experimentar una crisis a mitad de carrera
porque quizás eligió la carrera porque era lo que otros hacían, o porque era lo que
querían los padres, y entonces uno es consciente de que no tiene un sentido profundo
eso que está haciendo. La necesidad de sentido se muestra con claridad cuando éste se
encuentra ausente. La ausencia del sentido es el vacío existencial: puede suceder porque
se vive la vida de manera superficial, porque se ha puesto el sentido en algo que ha
resultado falso, etc. Se manifiesta de varias maneras, pero aquí mencionaremos dos:
· El aburrimiento: viene cuando uno no tiene nada que hacer, o lo que hace se hace
sin ilusión, porque no se le ve un sentido.

31
· La huida de la propia vida: la búsqueda de placeres y compensaciones, de
experiencias distintas de lo cotidiano. Aquí aparece el placer en términos de huida (lo
cual no permite construir una trama con sentido).
En estos casos, como señala Viktor Frankl, se hace preciso volver a encontrar el
sentido. Para esto es fundamental llegar a apreciar el valor que tiene la propia vida y las
posibilidades que brinda, fundamentalmente en las personas que tenemos a nuestro lado.
En la vida que a uno le toca vivir siempre hay personas que esperan algo de nosotros, y
en el compromiso por ayudarles encontramos un sentido que es valioso para nuestra
existencia. Viktor Frankl lo encontró, por ejemplo, en la ayuda a otros prisioneros en su
experiencia en el campo de concentración.
Un problema que se suele apreciar en la conducta egocéntrica es que se mira la
propia vida siempre desde una perspectiva centrada en el yo, lo que desemboca en una
problematización constante de uno mismo que lleva a vivir insatisfecho. En vez de
mirar a la vida y tratar de ver qué le puede uno ofrecer (a las personas con quienes
convive, a la sociedad), el egocéntrico mira primero las necesidades del yo y luego
intenta ver cómo la vida puede satisfacerlas. Lo que pasa es que la vida nunca va a
satisfacer las aspiraciones del yo, que siempre quiere más y reclama atención constante,
por eso el egocéntrico vivirá siempre insatisfecho y además, como no ha buscado un
sentido valioso y realizable en su vida, en algún momento entrará en crisis profunda.
Todos podemos caer en una actitud egocéntrica, suele ser una reacción bastante normal
cuando hay dificultades en la vida o uno siente un fracaso. En esos casos, como
recomienda Frankl, en vez de pensar cómo nos maltrata la vida o la gente (lo que suele
desembocar en el complejo de queja [“cómo me maltrata la vida”] o de niño que busca
autoconsuelo [“pobre de mí, nadie me comprende”]), resulta mucho más positivo pensar
en las personas a las que uno todavía puede ayudar mediante sus acciones. Esto,
evidentemente, resulta enormemente facilitado con la ayuda de un buen amigo, pues un
buen amigo es en definitiva alguien capaz de ampliar nuestros propios horizontes
vitales.
Otro problema que se aprecia a veces, especialmente entre gente joven, es el
sentimiento de fracaso frente a un sentido que no se puede realizar. En buena medida las
redes sociales y la televisión han llevado a idealizar situaciones y acciones que parece
que el ser humano estuviese llamado a realizar. Construimos así imágenes-tipo que
encarnan un sentido que en realidad es falso o irrealizable: “tienes que ser un hombre de
éxito profesional y manejar dinero”, “tienes que ser una mujer proactiva y ejecutiva que
llegue alto”, “tienes que tener buena presencia física y causar buena impresión”, “tienes
que formar una familia ideal en la que todo vaya sobre ruedas”, etc. Como esas
imágenes-tipo son en realidad falsas o irrealizables, uno puede sentirse un tanto
“fracasado” por dentro al verse lejos de encarnar un ideal. Sin embargo, el sentido no
debe verse como un “ideal” imposible de lograr: el sentido más bien es algo concreto,
son las acciones que hacemos aquí y ahora, la dirección que les damos. Un sentido
valioso no tiene por qué ser un sentido extraordinario (quizás pueda serlo en algún caso
extraordinario), más bien suele ser una vida volcada a ayudar a los demás en situaciones
ordinarias. Ante una crisis profunda de sentido nos deberíamos preguntar en primer
lugar si quizás no hemos basado nuestra vida en un ideal o imagen-tipo que en realidad
era falso.

5.7. ¿Cómo integrar la muerte en la propia vida?

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Acostumbramos a vivir la vida desde el presente, y a veces ignoramos el hecho de
que la vida tiene un comienzo y un final. La vida posee carácter narrativo precisamente
porque algún día la historia se terminará, y se podrá comprender la biografía en su
conjunto. Toda vida, por muy excelente que sea, tiene término. No se vive para siempre.
El hecho de vivir nos pone por delante una característica de la vida: se acaba. Ante este
hecho, conviene tener en cuenta dos consideraciones:
· Vamos a vivir un tiempo determinado.
· No sabemos qué pasa después de la muerte, porque sólo se vive una vez.
Por esto mismo pensar sobre la vida plena nos obliga a reflexionar sobre la
muerte. Sería un engaño hablar de la felicidad, de la plenitud, y no pensar que todo se va
a acabar en algún momento.
Por otro lado la muerte es, además, incierta. No sabemos cuándo vamos a morir, o
cuánto tiempo de vida tenemos. Lo cual nos brinda una pista sobre la felicidad: no se
puede esperar a mañana para ser feliz, porque no sabemos si mañana vamos a vivir. La
felicidad se tiene que dar en el vivir, porque constituye una manera de vivir plena. El
Carpe diem como llenar la vida de placeres sólo tiene sentido si la vida no es más que
presente inmediato. Pero hay un Carpe diem interesante: no puedo esperar a mañana
para ser feliz. Tengo que empezar a ser feliz ahora mediante mis acciones: necesito
construir una trama con sentido que me llene a medida que la voy realizando. Esto es
algo que se aprecia en personalidades que han realizado algo grande y costoso: no son
felices únicamente cuando ya han realizado esa hazaña, sino que el hecho de estar
haciéndolo les lleva a sentirse plenos en una vida con sentido.
Sin embargo, hay que encontrar un modo adecuado de integrar la muerte en la
propia vida. En último término, ante el hecho de la muerte hay que si hay algo después,
y cómo debemos enfrentarnos a ella.

a) ¿Hay algo después de la muerte?

Desde la experiencia cotidiana no podemos decir nada. No sabemos nada con


certeza, aunque la creencia general es que algo debe de haber (¿juicio?
¿reencarnación?).
Desde la filosofía nos encontramos que se ha dicho poco. Quizás la respuesta más
famosa se encuentra en el Fedón de Platón. Aquí nos encontramos con un Sócrates que
se enfrenta a la muerte sin ningún sobresalto. Ante la pregunta de sus amigos ‒¿no estás
triste, Sócrates?‒ este responde que no tiene ningún motivo para estarlo. Veamos el
argumento de Sócrates.
En primer lugar, la mayoría de gente piensa que o bien la muerte es dejar de sentir
(o una especie de descanso) o que hay un juicio o algo semejante. En ninguno de los dos
casos tiene Sócrates nada que temer. De hecho, él dice que ha estado toda su vida
preparándose para la muerte. Si morir es dejar de sentir, será un descanso; si después de
la muerte hay un juicio, él ha tratado de vivir justamente.
Sin embargo, Sócrates piensa que tiene que haber una vida más allá, una vida
distinta, porque hay algo en nosotros que va más allá de lo material y sensible. ¿Qué es
eso que está más allá de lo material? El alma, que conoce cosas que no son materiales o
sensibles (lo bello, el bien, lo justo). Tiene que haber algo inmaterial en el ser humano
porque conocemos realidades que no son materiales. Pero Sócrates –dirán sus amigos–,
¿cómo estás tan seguro de que existe el alma, y que ésta es inmaterial? Platón desarrolla
entonces uno de los argumentos más magistrales de la historia del pensamiento en torno
a la percepción de ideas inmateriales. El ejemplo que utiliza en el Fedón es la idea de
igualdad: cuando yo veo dos sillas que son iguales, ¿en cuál de los dos está la igualdad?

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Propiamente en ninguno de las dos: la igualdad es una idea que veo al percibir las sillas,
pero ninguna de esas sillas es la “igualdad”. Además, si me preguntas qué es la igualdad
no te lo sé definir, pero de hecho entiendo esa idea y la utilizo constantemente. Por eso,
piensa Platón a través de Sócrates, la igualdad es una idea objetiva, básica, que además
está en la base de todos mis conocimientos. Lo mismo sucede con la idea de belleza: yo
digo que algo es bello, pero lo bello no está en ninguna parte. El paisaje es bello pero no
agota la belleza, la escultura es bella pero tampoco lo hace, el pájaro es bello pero
mañana está muerto. Ninguna de esas cosas es la Belleza, pero de todas ellas digo que
son bellas. ¿Dónde está la belleza entonces? ¿Es algo sensible? Lo mismo sucede con la
idea de bien o de justicia. El alma capta esas ideas perfectas, está en contacto con ellas,
y eso demuestra que hay algo en mí que no es material y que debe de sobrevivir a la
muerte.
Hasta aquí la argumentación de Platón. Siguiendo el argumento me parece que se
puede decir que además del conocimiento de lo bello, lo bueno y lo justo
experimentamos algo que no es material ni sensible: el amor. Cuando yo amo a alguien
mi vida está vinculada a esa persona, pero ese vínculo no es algo que se vea y se toque.
Me parece que esto demuestra que en el ser humano hay algo más que los músculos y
los huesos. De lo contrario sacrificar la propia vida por algo sería algo totalmente
estúpido.
Platón piensa que hay algo inmaterial en nosotros emparentado con esas ideas de
bien, belleza, justicia e igualdad. Lo que piensa es que nuestra alma será sometida a
juicio según esas ideas, que son lo “verdaderamente verdadero”. Sócrates no teme a la
muerte porque ha vivido una vida justa y será capaz de contemplar la justicia. Aunque
este paso en la argumentación quizás no está del todo demostrado, el argumento al
menos da pie a pensar que puede haber algo después de la muerte vinculado con esas
ideas.

b) ¿Cómo integrar la muerte en la propia vida?

El hecho de morir hace que uno tenga que pensar qué cosas son realmente valiosas
en la vida. Al final, parece que lo único importante es dirigir las fuerzas de la vida hacia
la mejora de la vida misma: la excelencia interior mediante el conocimiento y el amor,
ya que estas cosas permanecen aunque las vicisitudes exteriores de la vida cambien.
Además, como advierte Aristóteles, alguien que tiene la excelencia se siente satisfecho
con su propia vida, y no necesita de ningún añadido.
Por otro lado, es difícil saber si hay algo después de la muerte. Desde luego que
mi vida no es únicamente lo inmediato. Parece que soy algo más. Al menos la capacidad
de conocer cosas inmateriales y mi capacidad de amar muestran que soy algo más que
órganos. Lo que está claro es que para una persona que vive justamente no hay nada que
temer.

5.8. ¿Tiene sentido el dolor? ¿Se puede ser feliz en el sufrimiento?

A la hora de encontrar la excelencia, resulta necesario integrar el dolor en la


propia vida. El dolor está ahí, es una realidad. Hay diferentes tipos de dolores:
exteriores, interiores, momentáneos, prolongados… Casi todos los dolores son mixtos,
envuelven aspectos físicos, psicológicos y espirituales.
El dolor reviste algunas características importantes:

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· Es inevitable: podemos evadirnos de él de alguna manera, pero al final uno se lo
encuentra, de alguna u otra forma.
· Intensidad: el dolor nos llama con fuerza. En el caso del físico es más estridente,
en el caso del espiritual es más profundo y prolongado.
· El dolor interior prolongado supone un replanteamiento personal de la propia
existencia. Tu propia vida es lo que te hace sufrir. Por ejemplo, la pérdida de un
ser querido le hace a uno replantearse su vida. Encajar su vida sin esa persona, etc.
En cualquier caso, la pregunta fundamental es ¿cómo hacer compatible el dolor
con la felicidad? ¿Se puede ser feliz mientras se sufre? La clave está en el sentido que
uno da a su vida. Ese sentido puede dar sentido al dolor, y entonces es posible aceptarlo.
Ante un sufrimiento hay personas que se derrumban y hay otras que son capaces de ver
ahí una oportunidad de crecimiento interior. “Quien tiene un porqué para vivir,
encontrará siempre el cómo”, estas palabras de Nietzsche, recogidas por Viktor Frankl,
resultan iluminadoras para poder aceptar e integrar el dolor en la trama de la vida. Se le
puede encontrar sentido al dolor pensando en lo que la vida todavía espera de nosotros,
lo que podemos ofrecer con nuestra vida a las personas que nos rodean. Viktor Frankl lo
encontró en el cuidado de los enfermos, otras personas lo encuentran en hacer algo por
la sociedad, por los familiares y amigos, etc. Frente al dolor, la búsqueda de
autoconsuelo o autocompasión no conduce a nada, solo a una mayor frustración y a un
encerramiento en nuestro propio yo. En cambio ser capaz de mirar al mundo para ver
qué es lo que podemos ofrecerle es lo que permite aceptar el dolor e integrarlo. Lo único
que puede darle algún sentido al dolor es el amor. Sufrir por alguien. Intentar que ese
sufrimiento nos saque de nosotros mismos.

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6. La acción humana.
Hemos visto la cuestión de la felicidad en la vida humana tomada en su conjunto,
desplegada en el tiempo. Sin embargo, lo que tenemos ante nosotros no es la vida en su
conjunto sino la actuación concreta, aquí y ahora. Decíamos que la vida se compone de
acciones, y que estas pueden conducir a la plenitud en la medida en que persiguen un fin
valioso. De lo que se trata ahora es de ver la estructura de la acción humana, con todas
las consecuencias éticas que posee.

6.1. Estructura de la acción humana

En líneas generales podríamos describir la acción humana en diversos pasos:


1º- Posibles actuaciones (diversidad de influencias: apetitos, tendencias,
emociones, racionalidad, etc.)
2º- Deliberación: se examinan las opciones con todas las consecuencias que
plantean. No siempre deliberamos. Muchas veces prescindimos de este paso porque
tenemos comportamientos automatizados que no requieren deliberar (no tengo que
pensar si voy a clase porque ya he asumido eso en mi rutina). Otras veces preferimos no
deliberar porque nos puede generar conflictos. Es precisamente en este ámbito de la
deliberación donde entra en juego la conciencia moral, que veremos detenidamente.
3º-Decisión y actuación: aquí entra en juego la libertad y donde uno asume el
protagonismo. Dependiendo de si queremos bien o mal nos hacemos buenos o malos.
4º- Una vez realizada la acción tenemos el “juicio de conciencia”, que dice si lo
que hacemos está bien o mal. En caso de que esté mal tenemos el “remordimiento de
conciencia”.
En estos pasos la deliberación juega un papel importante a la hora de acertar.
Aunque es cierto que en último término elegir bien o mal corresponde a la voluntad
(“quiero o no quiero hacer esto”), para poder acertar es preciso que la inteligencia
delibere bien y examine las opciones. Deliberar bien no consiste simplemente en
examinar los aspectos materiales o utilitarios de las acciones (por ejemplo, ver si
estudiar una carrera me proporcionará un buen empleo), sino en ver si una acción que
podemos realizar contribuye a mi desarrollo como persona (ver si con el estudio de esa
carrera hago algo que se me da bien y contribuye al bien de la sociedad).
La buena actuación supone adecuar los primeros principios morales a la situación
determinada. Esto no significa que la ética sea subjetiva o relativa, porque los principios
morales son objetivos y hay siempre una mejor manera de aplicarlos. Aristóteles de este
modo se da cuenta de que hay muchas maneras de ser malo, pero sólo una de ser bueno.
Entre las posibles actuaciones hay una que es la mejor desde el punto de vista moral, y
que hay que descubrir. Para eso se necesita un poco de inteligencia y voluntad, porque
si uno no quiere ver lo bueno es fácil autoengañarse. Decir que hay una opción que es la
mejor significa que entre todas las cosas que puedo hacer, una es la que me mejora
como ser humano frente a otras que no lo hacen tanto o incluso me empeoran. Casi
podríamos decir que elegir una opción que no me mejora ya es una elección que me
empeora.
Ahora bien, para elegir mal parece necesario no querer ver lo bueno con todas sus
implicaciones. Se suele decir que en toda elección del mal hay un punto de autoengaño.
¿Qué es el autoengaño? ¿Es posible engañarse a uno mismo? Siempre que el ser

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humano toma una decisión necesita justificarla, necesita decirse a sí mismo por qué la
ha hecho, buscar una razón que muestre que eso que hace es necesario y razonable.
Cuando hacemos algo malo lo hacemos también justificándonos, y de este modo nos
autoengañamos. Sabemos que algo no está bien pero necesitamos presentárnoslo a
nosotros mismos como algo bueno.
En definitiva, ¿qué es la buena actuación? Es la acción conforme a la recta razón.
La razón descubre un punto de excelencia en la conducta. Esto es algo que los griegos
vieron con nitidez, que las cosas tienen un punto de excelencia, y la razón lo que hace es
encontrarlo: la escultura griega, su poesía, el teatro, la retórica, su ética, nos hablan de
esto: encuentra el punto de excelencia, la perfección de acuerdo con la razón (armonía,
equilibrio).

6.2 La conciencia moral.

Es en el terreno de la deliberación, cuando examinamos la conveniencia o


inconveniencia de las acciones, donde entra en juego la conciencia moral.
Frecuentemente se dibuja a la conciencia como una vocecilla que nos va diciendo lo que
tenemos que hacer y lo que no, y que nos causa remordimientos cuando hacemos algo
mal (por ejemplo, el Pepito grillo de Pinocho). Sin embargo, la conciencia no es una
voz exterior, sino que es una voz interior que en el fondo procede de nosotros mismos.
¿Qué es la conciencia? Es el juicio acerca de la bondad o maldad moral de una
acción singular que nos proponemos realizar o que hemos realizado ya, considerada
con todas sus circunstancias concretas.
Esta definición merece la pena explicarla con detalle. En primer lugar, la
conciencia es un juicio: un veredicto, que supone una previa deliberación, una
consideración de todas las circunstancias. En este sentido se dice también que la
conciencia es la norma próxima de la moralidad personal, contra la cual sólo se puede
obrar moralmente mal. Cuando voy a actuar sucede que, si me paro a deliberar siquiera
un poco, necesariamente pienso si lo que voy a hacer se ajusta a lo que yo creo que es
bueno. La conciencia es así un juicio que asume todo mi conocimiento moral y lo aplica
a la acción concreta que voy a realizar o he realizado ya. Por eso, si se obra en contra de
la conciencia, se obra mal, ya que se obra en contra de lo que yo honestamente pienso
que es bueno.
Las normas morales son aplicaciones prácticas de los primeros principios (haz el
bien y evita el mal, la vida es buena, trata al otro como fin en sí mismo, tal como fueron
explicados al analizar qué tipo de saber es la ética). Los principios los descubre la razón
y se aplican mediante la prudencia. Ahora bien, en el caso de la actuación concreta, la
conciencia es el juicio último, la aplicación de esos principios y las normas morales que
se derivan de ellos a la acción concreta.
En este sentido obrar en conciencia no es “obrar según una opinión cualquiera”,
sino según lo que creo honestamente que es bueno. Cuando, en el momento de obrar, la
conciencia juzga que lo que se piensa hacer es conforme a la virtud (el bien) o contrario
a ella, la persona ha puesto en juego todos sus recursos para llegar a formular este
juicio, y en ese momento con se puede disponer de un ulterior juicio que juzgue la
verdad del juicio de conciencia.
Por eso diríamos que la conciencia invenciblemente errónea obliga moralmente, y
no es lícito actuar contra ella. Aunque mi conciencia esté equivocada, como yo en el
momento de actuar no puedo saber que está equivocada, solo puedo actuar bien si la

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sigo. Solo puedo actuar bien haciendo lo que yo honestamente pienso que es bueno. Lo
contrario es ir contra mis principios morales.
En este sentido la conciencia es el criterio que guía la conducta moral del hombre.
Es aquello a lo que tiene que atenerse siempre, si es que quiere obrar bien (si la
conciencia te dice que tienes que matar, entonces debes matar si quieres obrar bien; eso
sí, una vez examinadas las circunstancias. Posiblemente la conciencia nunca me dirá
que tengo que matar, solo en un caso extremo de defensa personal).
Un ejemplo paradigmático de actuación en conciencia lo encontramos en un
episodio de la vida de Gandhi. Este era vegetariano porque pensaba que no se debe
hacer daño a animales. No tomaba ni huevos ni leche. En un momento dado de su vida
duda de si esto es así pero por una promesa hecha a su madre decide vivir como
vegetariano. Años después su hijo de diez años cae muy enfermo y el médico le dice
que tiene que tomar caldo de gallina y huevos para vivir. Gandhi duda qué hacer. Si el
chico fuese mayor le dejaría decidir por sí mismo, pero en este caso el padre es
responsable y tiene que tomar una decisión. Gandhi razona de la siguiente manera: no
debe dañar a los animales y hacer algo que está mal aunque sea para salvar la propia
vida, así que no puede darle a su hijo huevos y caldo de gallina. Se trata de un deber de
conciencia. La historia acaba bien porque el hijo se cura sin haber tomado ni caldo ni
huevos. En cualquier caso Gandhi ha obrado bien porque ha actuado en conciencia.
También puede suceder al contrario: que yo obre en contra de la conciencia y
luego se vea que no estaba mal lo que hacía. En ese caso uno obra mal, porque con su
decisión ha apostado por lo malo. Por ejemplo: veo un fajo de billetes, no hay nadie
vigilándolo, la conciencia me dice, “no debes cogerlo”, pero voy y lo cojo. Luego
descubro que en realidad eran billetes falsos y me estaban gastando una broma. Ahí hay
mal moral, porque he actuado en contra de la recta conciencia. Evidentemente, no hay
carga de responsabilidad, porque la acción no ha tenido consecuencias.

6.3. ¿Puede errar la conciencia moral?

La conciencia puede errar pero, si verdaderamente ha llegado a un juicio


considerando todas las circunstancias, no hay mal moral. Ahora bien, se deben
considerar todas las circunstancias, y estar seguro de que no se está errando. Sólo
entonces, cuando se está seguro de que no se está errando, es cuando la conciencia
moral manda de manera absoluta, y no antes. Si se duda de si algo es bueno hacerlo o
no, la conciencia moral no establece un criterio absoluto.
Un ejemplo lo encontramos en la novela de Mark Twain Las aventuras de
Huckleberry Finn. El protagonista es un chico que anda huyendo de su padre y se mete
en un montón de líos acompañado de un esclavo negro que ha huido. Aunque al
principio parece que a Huckleberry no le importa mucho ir con un esclavo fugado, poco
a poco le entran dudas de si hace bien. Le parece que está haciendo algo malo, que
debería delatar al esclavo porque tiene un propietario (hasta tal punto está metida la idea
de esclavitud en la cultura que le parece que es algo bueno). Es más, en un momento
dado Huckleberry piensa que si sigue ayudando al esclavo se va a condenar e irá al
infierno. Y entonces hay un momento en la historia ‒a mi juicio el momento más
hermoso y la clave de la novela‒ en que el chico tiene que optar, y piensa: este esclavo
es mi amigo y esto es lo más valioso que tengo, así que si me condeno me da igual.
Cuando lo leí me pareció un ejemplo estupendo de cómo la conciencia moral puede ir
formándose si la vamos escuchando e intentamos descubrir la verdad. La conciencia
puede errar, pero también puede ir formándose a la luz de los primeros principios y la

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razón que piensa cómo aplicarlos mejor. Supongo que hace dos mil años la gente no
sentía remordimientos por tener esclavos, era una conducta aceptada. Pero luego hemos
ido recapacitando y ahora la conciencia nos diría claramente que hacemos mal
esclavizando a las personas.
La conciencia es el último resorte moral que tiene el ser humano, por eso hay que
seguirla. Es el último juicio moral que puede realizar el hombre. La conciencia no
aparece de una manera nítida siempre, y por eso es fácil equivocarse. Por eso es también
importante estudiar ética, porque, muchas veces, aunque queramos obrar bien, no
siempre sabemos qué hacer ante determinadas circunstancias. Y si dijéramos, “la
ignorancia es la felicidad”, mejor es no saber, nuestra conciencia nos diría que no, que
tenemos el deber de formarnos.
La conciencia necesita ser educada mediante el ejemplo de la gente cercana, el
aprendizaje de lo bueno y lo malo (que no tiene por qué ser estudiando ética), etc.
También cabe que se vaya deformando. Incluso en estos casos la conciencia obliga,
siempre y cuando el agente crea verdaderamente en conciencia que lo que hace es lo
bueno.

6.4. El remordimiento de conciencia

El remordimiento es la exteriorización (o sentimiento) de la conciencia que


condena. Se distingue de un sentimiento de culpabilidad en que se refiere a un hecho
determinado. El sentimiento de culpabilidad responde a un juicio hasta cierto punto
inconsciente que hacemos sobre nosotros mismos y que no responde a un solo hecho
determinado. Es más, el sentimiento de culpabilidad puede responder a un juicio
deformado (por ejemplo, me puedo sentir culpable de algo vergonzoso que no dependía
de mí).
El remordimiento es un sentimiento acerca de un hecho concreto, pero un
sentimiento que se apoya en un acto cognoscitivo, en el cual se juzga una acción ya
consumada desde el punto de vista de la verdad ética. Debido a que es un sentimiento,
depende en buena medida de la capacidad afectiva del individuo (hay personas más
sensibles que otras, aunque todas se dan cuenta de la bondad o maldad de una acción).
Además, como todo sentimiento, podemos acostumbrarnos, e incluso acallarlos,
volvernos insensibles. Sin embargo, aunque el remordimiento mitigue, el juicio de
conciencia puede seguir estando ahí (uno sabe que es culpable aunque no lo sienta).

6.5. Responsabilidad, culpabilidad y posibilidad de cambiar: el perdón

Un aspecto evidente de la acción humana es que es libre, y por lo tanto


responsable. En la deliberación, a través del juicio de conciencia, tratamos de acertar,
pero también es cierto que podemos obrar mal incluso sabiendo lo que está bien. De este
modo somos culpables de las malas acciones, y de los efectos que tienen, precisamente
porque somos agentes libres.
¿Qué significa actuar mal? Significa ir en contra de los principios morales:
respetar la vida y la naturaleza como algo valioso, tratar a los demás como fines en sí
mismos valiosos. La pregunta entonces es: ¿qué hacemos cuando obramos mal? ¿hay
algún modo de subsanar la culpa? ¿Qué se puede hacer?
Podríamos completar el esquema de la acción humana con la necesidad de perdón
para poder asimilar el mal que hacemos. Ahora bien, el perdón exige, por un lado, la

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manifestación personal de estar arrepentido y de querer cambiar. Hacer lo que esté en
nuestra mano por ayudar a cambiar la situación. Confesar la culpa y reparar el daño.
Pero, por otro lado, sólo logro aceptarme a mí mismo si soy perdonado.
En este sentido hay una frase interesante de Dostoievski: “si Dios no existe todo
está permitido”. Pero también se podría decir añadir algo: “si Dios no existe no puedo
ser perdonado del todo”. El mal moral, las malas acciones, son en el fondo un
quebrantamiento del orden cósmico o divino (como cada quien prefiera llamarlo). Si
hago algo mal a alguien o a mí mismo no sólo hago un daño a esa persona, sino que yo
me sitúo habiendo quebrantado la justicia y el orden universal. Esto lo expresaban los
antiguos griegos en la tragedia. Si haces algo mal habrá un castigo cósmico por parte de
los dioses. En el mundo griego no hay perdón, sólo castigo. En el mundo judío también
aparece el castigo de Yahvé ante los pecados de Israel, pero a veces Yahvé perdona. En
esto se ve el cambio que supuso el cristianismo, ya que el Dios cristiano, que es un
Padre y una familia, acoge siempre al arrepentido. En cualquier caso, desde un punto de
vista antropológico, si Dios no existe tenemos un problema práctico para poder
aceptarnos con nuestras malas acciones, sobre todo de aquellas acciones que no tienen
vuelta atrás.

6.6. ¿Cómo determinar la bondad o maldad de una acción?

Se han dado varias respuestas a esta pregunta en la historia del pensamiento.

1) Una opción es el consecuencialismo: el valor moral de una acción depende de


sus consecuencias, de sus efectos. Un ejemplo lo encontramos en el lanzamiento de la
bomba atómica en 1945. Se hizo un cálculo del número de bajas en caso de continuar la
guerra y se vio que la bomba atómica mataría a menos gente. Se midió la acción por sus
consecuencias, sin ver los fines implicados en esa acción (las personas inocentes que
serían aniquiladas).
Algo similar sucede cuando se debate la experimentación con embriones humanos.
¿Puedo usar embriones humanos para salvar vidas humanas? Igual resulta que hago un
cálculo y me sale que salvo a más vidas humanas así que de otro modo.
Ahora bien, esta postura presenta un problema serio porque, ¿cómo valoramos si
un efecto es bueno o es malo? La respuesta fácil sería decir: porque es útil, pero
entonces la utilidad se convierte en el fin de las acciones, lo cual resulta absurdo (algo
es útil para algo, la utilidad es medio para otra cosa).
Por tanto, la bondad moral es algo previo a los efectos. La bondad o maldad de
una acción no puede estar únicamente en las consecuencias de esa acción, porque, ¿con
qué criterio digo que una consecuencia es buena o es mala? Si digo que una acción es
buena porque sus consecuencias son buenas, la pregunta siguiente es decir, ¿y qué son
consecuencias buenas? Lo bueno o malo moralmente es algo previo a las consecuencias.
El fin parece que no justifica los medios. Por ejemplo, la fecundación in vitro. ¿Se
pueden usar medios técnicos artificiales para producir un ser humano? Un ser humano
no es algo que se “produzca”. Un hijo no es algo que uno “tenga”, no es un objeto de
posesión, pero querer producirlo a nuestro antojo es tratarlo como un objeto de posesión
sobre el que tenemos control. Un hijo no es algo que se “tiene”, sino algo con lo que el
padre está vinculado en una relación existencial profunda. Uno no “tiene” un hijo, sino
que “es” padre o madre de ese hijo. Cuando uno es padre o madre adquiere una relación
existencial con el hijo.

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2) Kant propone una fórmula sencilla para establecer si una acción es buena: hay
que ver si esa acción es universalizable, si se puede aplicar a toda la humanidad. ¿Qué
pasaría si todos los hombres tomaran esa acción como patrón de actuación? Por
ejemplo, ¿qué pasaría si todos los hombres deciden robar? Sería el caos, luego el robo
no puede estar bien. De ahí Kant saca otra máxima: que en tu acción trates al otro
siempre como fin y no únicamente como medio.
La propuesta kantiana es muy interesante, pero tiene el problema de que hay casos
en los que no es fácil saber si una acción es universalizable. A veces los casos morales
son difíciles. Supongamos que uno vive en una sociedad en la que la corrupción está
extendida ¿Es bueno no pagar impuestos? Es evidente que no, pero quizás tenga que
hacerlo en cierta medida para garantizar mi supervivencia. No todos los males morales
son equiparables, hay males menores que en ocasiones hay que consentir por bienes
mejores, siempre y cuando se trate de un mal menor consecuencia de una acción buena
y que este mal no sea querido por sí mismo. Un gobernante quizás tenga que ocultar
ciertas verdades o incluso mentir para garantizar el orden público, aunque sería
discutible si en tales casos se puede hablar de mentira (parece que la mentira está en
ocultar algo a quien debe saberlo, y quizás a la ciudadanía no le compete saber eso).

3) La mejor respuesta para ver si una acción es buena o es mala es examinar si esa
acción ayuda a mi desarrollo como persona (si me ayuda a desarrollar mi naturaleza) y
si se realiza de manera apropiada. Una acción es racional (y por lo tanto buena) cuando
es adecuada: con mi fin como persona (es un buen fin), y con la manera como realizo
ese fin (los medios son adecuados, proporcionados). Por ejemplo, lograr dinero es algo
bueno porque puedo comprar alimentos y así puedo llevar una buena vida, pero si logro
dinero robando no lo es tanto (el medio no es adecuado). Por eso se suele decir que hay
que ver tres cosas que permiten calificar la moralidad de una acción:
· Objeto: la acción que se realiza. El objeto no es solo la acción material (coger el
dinero de una mesa), sino la descripción completa (robar dinero a alguien), con sus
consecuencias. Un ejemplo sería la acción de tomar un fármaco como droga para
evadirse o tomarla como algo necesario frente al dolor (por ejemplo la morfina en las
heridas de guerra). La acción material (tomar el fármaco) es la misma, pero la
descripción completa responde a acciones distintas, porque las consecuencias son
diferentes. El objeto responde a la pregunta ¿qué se hace? Aquí hay que ver si eso que
se realiza es bueno y si los medios son adecuados y proporcionados.
· Fin: la intención que hay detrás de esa acción. Responde a la pregunta ¿por qué
se hace? Yo puedo realizar acciones buenas pero con fines perversos: por ejemplo,
puedo ayudar a alguien de clase en una asignatura con la intención de aprovecharme
luego sexualmente de ella.
· Circunstancias: pueden ser accidentales o determinantes, en cuyo caso entran a
formar parte del objeto y lo modifican. Por ejemplo, no es lo mismo atracar un banco
para enriquecerse que atracarlo porque uno no tiene qué comer y resulta que el banco le
estafó (eso no justifica el robo, pero son circunstancias atenuantes).
Estos tres elementos forman una unidad, hacemos abstracción para entender mejor
la acción humana. De cara a determinar la bondad de una acción es preciso que tanto el
objeto como el fin sean buenos.
Fin malo-objeto malo: acción mala (robar para fastidiar a otro).
Fin bueno-objeto malo: acción mala (robar para darlo a un pobre).
Fin malo-objeto bueno: acción mala (Acudir a una fiesta de beneficiencia para
traficar con droga, dar de comer a una mujer para luego aprovecharse de ella).
Fin bueno-objeto bueno: acción buena (dar limosna para ayudar al otro).

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Po último, conviene examinar las llamadas acciones de doble efecto. A veces uno
puede realizar una acción buena desde el punto de vista del objeto y el fin que sin
embargo tiene también un efecto negativo. En tales casos, esas acciones son lícitas
moralmente cuando cumplen las siguientes condiciones:
1) La acción debe ser en sí misma buena. No puedo realizar algo intrínsecamente
malo para lograr algo bueno (vender drogas para alimentar a mi familia). No se trata de
hacer algo malo que tiene un efecto bueno, sino de algo bueno que tiene un efecto malo
(por ejemplo, solicito una beca y eso hace que otro más pobre no pueda estudiar).
2) Uno debe buscar el efecto bueno (tiene que haber buena intención) y solo
tolerar de mala gana el efecto malo (uno lo que quiere es estudiar y lograr una beca, y
tolera que otro se pueda quedar sin beca).
3) Tiene que haber proporcionalidad entre el bien que se intenta y el mal que se
tolera: sería absurdo arriesgar la propia vida para lograr algo de dinero, pero en cambio
tendría sentido arriesgar la propia vida para salvar a la patria. Otro ejemplo sería la
amputación de una pierna para salvar la vida: aunque amputar la pierna es un efecto
malo del intento de salvar la vida, es un efecto necesario y proporcionado al bien que se
logra.

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7. Ética y verdad. El escepticismo, el relativismo, la ética del
consenso.
¿Qué papel juega la verdad en la vida del ser humano y, más en concreto, en la
ética? ¿Tiene sentido hablar de verdad o mentira en ética? ¿Es posible decir que haya
cosas buenas o malas moralmente hablando? ¿No depende la ética de la educación
recibida? ¿Se puede estar seguro de algo? Yo jamás me comería a un hombre, pero hay
caníbales que lo hacen, y no les parece que eso esté mal. ¿Cómo se yo que algo está
bien o mal? ¿No se debe todo a la educación?
Ante todo conviene darse cuenta de que lo recibido por educación no es
necesariamente falso o malo. A mí me han enseñado a leer y a escribir y no por eso lo
que yo escribo es falso, o engañoso. Lo importante es ver si eso que me han enseñado es
verdad o mentira. Lo cual nos pone ante la pregunta verdaderamente interesante: ¿Puede
el ser humano llegar a conocer verdades morales? Y también, ¿es la educación y la
cultura completamente determinante?
Si se lleva al extremo, el recurso a la cultura o la sociedad para explicar la ética no
es satisfactorio porque al final no se explica nada: ¿por qué la cultura fija esos patrones?
Se dirá que por la costumbre. ¿Y de dónde surge la costumbre? Se dirá que de
decisiones individuales, ¿y esas decisiones individuales son arbitrarias o no? Al final
resulta que no se sabe de dónde viene todo eso, porque si se dice que es arbitrario es
tanto como decir que no se sabe por qué es así.
En líneas generales decimos que algo es bueno porque ayuda a nuestro desarrollo
vital. ¿Por qué decimos que beber ácido sulfúrico está mal? Porque daña la salud,
nuestro desarrollo natural, la vida. Ahí tenemos ya una noción de bien: lo que ayuda al
desarrollo adecuado de la vida, de la naturaleza. Ahora bien, está claro que a la hora de
actuar no siempre es fácil saber qué es lo mejor, y muchas veces entramos en conflictos
de intereses. Por eso, conviene examinar con atención de qué manera se puede llegar a
la verdad.

7.1. ¿Tiene sentido hablar de verdad en el siglo XXI?

Vivimos en una época en la que la palabra “verdad” parece no significar nada. Es


algo propio de nuestra “cultura postmoderna”. La postmodernidad es un movimiento
cultural que ha tenido gran calado. ¿Qué significa postmoderno? Lo que va más allá de
lo moderno. ¿Y qué caracterizaba a la modernidad? La razón ilustrada: la pretensión de
poder racionalizarlo todo, de someterlo a un orden racional. La propio de la modernidad
es la confianza en el poder de la inteligencia para establecer un orden claro y
matemático, de modo que todo se pueda medir y controlar. Un ejemplo claro lo
encontramos en la redacción de los códigos civiles, con normas claras, el modo de
organizar las ciudades según planos cuadriculados, etc. Los postmodernos por el
contrario, siguiendo a Nietzsche, van a tratar de mostrar que ese orden racional no es
más que un producto de la cultura occidental, un modo de proceder que intenta dominar,
esclavizar, someter a un orden fijo las cosas. Por eso, si queremos ser libres hay que
romper esos moldes rígidos.
Nietzsche decía que el bien y el mal moral son inventos del débil para que el
fuerte no domine. El superhombre está más allá del bien y del mal, hace lo que quiere.

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Es voluntad de poder. Siguiendo a Nietzsche, para la postmodernidad el “yo” es un
invento moderno. Todos los conceptos racionales son constructos mentales rígidos que
intentan imponer algo de manera fija: “ser humano”, “bien”, “mal”, “hombre”, “mujer”,
etc. Hay que darse cuenta de que el ser humano es fragmentario, sin unidad racional. No
hay nada absoluto. Ni valores, ni bienes, ni nada. Todo es un constructo. Nuestra vida
son narraciones yuxtapuestas. Lo importante es que en cada momento uno sea uno
mismo, libre de imposiciones. Los únicos valores, en todo caso, serán la tolerancia con
los demás, el consenso para que cada quién haga lo que quiera, la originalidad como
pauta de vida. Lo importante no es lo igual, lo fijo (eso era la modernidad, que pretendía
crear instituciones rígidas como el estado, la familia, la universidad), lo importante es lo
distinto, lo otro, lo nuevo que se salta la norma.
Esto es algo que vivimos sin darnos cuenta. Hace años una persona iba a vestirse
por las mañanas y trataba de ajustarse a un patrón. Ahora en cambio lo importante es ser
distinto, original. Lo mismo pasa en el arte, en la música. Haz tu vida como quieras,
coge los elementos y únelos como te venga en gana. Lo importante es que el collage
final te guste.
En una cultura postmoderna ya no se habla de bien y de mal, de verdad o mentira,
porque eso supondría someterse a conceptos rígidos. Ahora lo que hay que hacer es
vivir sin imposición externa: ser espontáneo, auténtico. Pero, ¿cómo se puede entender
la autenticidad sin referencia a la verdad? Únicamente como originalidad, como
capacidad de crearse uno a sí mismo constantemente.
Sin embargo, ¿puede una noción así de autenticidad ser satisfactoria para la
felicidad? ¿Consiste la felicidad en vivir una vida original? ¿Se puede vivir renunciando
a encontrar verdad?
En realidad esta pregunta ya aparece en los albores de la civilización occidental.
El relativismo, el sostener que la verdad es relativa, que todo depende de las
circunstancias, tiene su fundamento en la duda acerca de nuestra capacidad de conocer
la verdad. Ya en la época clásica había aparecido un sofista célebre que sostenía una
especie de relativismo. Gorgias decía: “nada existe; si existiese algo, no se podría
conocer; si se pudiese conocer, no se podría comunicar”. Gorgias ponía en entredicho la
capacidad del ser humano de conocer algo y poder expresarlo. Una cosa es la realidad,
otra distinta mis conceptos, y otra todavía distinta las palabras. No hay que suponer que
más allá de mi lenguaje haya una verdad o una mentira. No puedo estar seguro de nada
y, en realidad, todo es relativo a cada quién. Por eso para Gorgias lo importante es el
éxito en la vida, que se logra manipulando el lenguaje a nuestro antojo.
Otra versión de relativismo fue defendida por otro sofista llamado Protágoras. A él
se le atribuye la célebre frase: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Quiere decir
que todo depende de nuestra manera particular y subjetiva de conocer el mundo, el ser
humano mide las cosas desde su punto de vista particular y, por lo tanto, no hay una
verdad objetiva. En último término, no habría un criterio objetivo de moralidad y la
bondad moral dependería de cada quién. ¿Por qué? Porque el bien no es objetivo: lo que
a mí me parece bueno, a otro puede no parecérselo, etc. El bien por tanto es subjetivo.
Bueno será lo que a mí me parezca que es bueno.
Sin embargo en los tres casos (postmodernidad, Gorgias, Protágoras) lo que hay es
una desconfianza total en el poder de la razón. Aquí es donde emerge la figura de
Sócrates como padre de la ética y de la cultura occidental. Lo que caracteriza la postura
socrática es el convencimiento de que la razón es lo que nos hace propiamente
humanos. Ahora bien, no una razón dominadora que construye conceptos, discursos e
ideologías para controlar. La razón es mucho más que eso, es la capacidad de ir más allá
de las apariencias y desvelar lo que se esconde tras ellas. La verdad es algo que se

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descubre, no algo que se construye. La razón es lo que me permite ir más allá del
lenguaje ideológico y darme cuenta de que es manipulación. La razón me permite ir más
allá de mis opiniones y prejuicios y sacar algo en claro. Por eso Sócrates hace la
siguiente ecuación:
Felicidad = verdad = razón
Sólo puedo ser feliz si descubro la verdad (no siendo esclavo de las apariencias), y
esto lo logro con el desarrollo de mi razón. Ahora bien, para descubrir la verdad tengo
que estar comprometido existencialmente con ella. No vale decir, “vamos a razonar,
pero si luego resulta que lo que descubro no me gusta digo que la razón no sirve para
nada”. La postura socrática implica más bien seguir el razonamiento hasta donde nos
lleve, aunque la conclusión no nos guste o no nos apetezca. Solo así se está en
condiciones de descubrir la verdad. Ahora bien, esta razón que propone Sócrates no es
la razón que pretende medir y controlar y que critica la postmodernidad. La razón
socrática es una razón abierta, que no pretende dominar la realidad, sino desvelar sus
fundamentos.

7.2. El conocimiento moral

La razón nos permite ir más allá de los prejuicios culturales o personales. Sin
embargo, ¿cómo puede la razón descubrir lo bueno?
Por un lado, es evidente que en el bien humano hay un componente objetivo: si yo
no como, me muero; si me drogo, me hago un grandísimo daño. La naturaleza humana
(cómo somos) nos indica lo que nos viene bien. Ahí ya hay algo que no depende de mí.
Por otro lado, hay algo en la base de nuestro conocimiento moral que no admite
duda. Son los primeros principios morales. Saber algo es explicar recurriendo a causas,
a algo anterior. Todo saber tiene que basarse necesariamente en algún principio que se
toma como base. Ahora bien, tiene que haber un fundamento de todos nuestros
conocimientos que sea evidente por sí mismo (no admita duda). Como se vio
anteriormente, en ética también tiene que haber unos primeros principios evidentes en sí
mismos e indudables.
“Busca el bien y evita el mal”.
“La vida es buena”.
“Trata al otro siempre como fin, y no únicamente como medio”.
Estos principios son evidentes, no se pueden demostrar directamente, sólo se
puede mostrar que su negación nos llevaría a una vida imposible. Si yo digo que la vida,
como principio general, no es buena, la conclusión práctica sería el suicidio.
El problema en la determinación del bien y el mal no está en los principios, sino a
la hora de aplicar esos principios a la actuación concreta. Ahí sí que puede intervenir la
educación, la costumbre, los apetitos, y distorsionar, o que uno no se dé cuenta que hace
algo mal. Un ejemplo lo encontramos en los niños-soldados. Son educados desde
pequeños en matar. Esos niños saben que matar no está bien, porque de hecho no matan
a cualquiera, sino a los del otro bando. Falla la aplicación del principio. Además, esos
niños podrán matar sin remordimiento, pero dudo mucho de que crean que hacen el bien
así.
Es un hecho que los seres humanos nos damos cuenta de cosas que antes hacíamos
mal y rectificamos. El hombre, a la luz de los primeros principios, con el uso de su
razón y la voz de su conciencia puede llegar a conocer lo que está bien y lo que está
mal. La cuestión ecológica es un buen ejemplo de esto. Antes nos daba igual

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contaminar, pero nos hemos dado cuenta de que está mal y respetamos más el medio
ambiente.
El ser humano puede, mediante los principios morales que descubre juzgar sus
comportamientos y decir si son buenos o malos. Por eso la educación no tiene la última
palabra, aunque evidentemente influye mucho en nuestro conocimiento moral.
¿Cómo saber que yo soy el que sabe la verdad y que el otro es el que se equivoca?
¿Quién me dice a mí que no estoy equivocado? Por un lado, no se puede dudar
indefinidamente. Uno puede dudar cuando hay razones serias para dudar. Si yo tengo el
convencimiento de que matar está mal y no tengo ninguna razón seria para dudar de eso,
¿por qué lo voy a poner en duda?
Lo evidente es lo que no requiere ulterior explicación. Los primeros principios
morales son así. Uno intentar poner en duda esos principios, decir que vienen de la
cultura o que son subjetivos, pero esos principios siguen estando ahí.
Por otro lado, el hecho de que haya personas que no admitan verdades éticas o que
no quieran razonar no significa que no podamos alcanzar la verdad mediante nuestra
razón. Puede haber gente que no quiera una discusión racional seria o que la costumbre
sea tan fuerte que no permite ver más allá.
Si uno piensa racionalmente el fenómeno del canibalismo uno puede darse cuenta
de que comer a una persona ajena al clan está mal, porque es comer una persona, que
tiene valor en sí misma. Cuestión distinta es que no se quiera ver al otro como valioso, o
que la costumbre haya hecho perder esa apreciación. Posiblemente sea una falta de
conocimiento: si conviviesen un poco más, seguro que llegaría a verlo como un fin en sí
mismo.

7.3. Pluralismo y relativismo.

En la cuestión de la verdad, se debe distinguir el pluralismo del relativismo. El


pluralismo admite que hay verdad, pero que esa verdad admite diversidad de caminos:
de este modo adquiere sentido la discusión, etc. El relativismo en cambio no pretende
llegar a ninguna verdad. Lamentablemente vivimos en una sociedad muy relativista,
donde no se quieren discutir a fondo las posturas.
En este sentido, una mera ética del consenso parece insatisfactoria porque
reduciría la verdad a lo que piensa la mayoría. Habermas propone que la ética se haga
de manera discursiva, mediante el diálogo en una esfera libre de dominio (en la que no
primen intereses ajenos). Esta es la racionalidad discursiva, dialógica, en la que prima la
comunicación entre personas. A mi modo de ver esta idea suena muy bien pero presenta
dos problemas: 1) es difícil lograr una esfera libre de dominio (la vida humana es así, es
muy idílico pensar que no van a primar intereses individuales en una discusión); 2) La
verdad no es un discurso consensuado. Si dialogamos, es para llegar a la verdad, no para
inventárnosla ni para llegar a un justo medio.
De todo modos encontramos aspectos muy interesantes en la teoría de Habermas:
en primer lugar, la confianza en la razón humana para alcanzar la verdad (ahora bien, la
manera de alcanzarla le parece que es construirla en un consenso. En segundo lugar,
Habermas ha subrayado que la verdad no se impone, se propone.

7.4. La aspiración a la verdad. Verdad y falsedad en la vida del ser humano

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Aristóteles subraya al inicio de la Metafísica que todo hombre desea conocer. La
verdad no es una cuestión sólo de moral, sino que en lo más profundo de nuestro ser
deseamos llenarnos de verdad, tener conocimiento. El conocimiento aspira a la verdad.
Nadie quiere vivir en la mentira.
Verdad y falsedad no son términos que se apliquen solamente a los
enjuiciamientos morales (“robar está mal” es verdadero, “matar es bueno” falso). Las
verdades más auténticas no se encuentran en la ciencia o en el conocimiento del mundo,
sino sobre todo en nuestro vivir personal. Yo sé que mi madre me ama y eso es una
verdad de la que no dudo.
En la vida puede darse una disfunción entre el ser y el parecer. Uno puede parecer
ante los demás como lo que no es. Uno puede mentir, uno puede decir que es lo que en
realidad no es. En eso consiste la mentira.
De este modo se puede decir que hay vidas verdaderas y vidas falsas. Una vida
verdadera es aquella en la que uno se manifiesta sin ambages, de la manera en que uno
es. Una vida falsa está errada en su raíz, de manera que será imposible que esa persona
alcance su plenitud, su felicidad, porque precisamente la felicidad está en el desarrollo
de lo que uno es, y una vida falsa prescinde de lo que uno es. A base de robar dinero
jamás llegará una persona a ser honrada, aunque lo parezca, y a base de pegar a la mujer
uno nunca llegará a ser un buen marido.
¿Por qué las personas pueden llegar a vivir en la falsedad, en la mentira? En el
fondo, porque no se quiere aceptar como lo que es, una persona imperfecta, con fallos.
El clásico ejemplo del niño que rompe un jarrón y miente a sus padres. ¿Por qué hace
eso el niño? En el fondo es que el niño no quiere admitir que ha fallado. Por eso, una
vida verdadera supone admitir las limitaciones y querer afrontarlas.
La verdad es una aspiración necesaria en el ser humano. Necesitamos conocer, y
conocer es saber cómo son las cosas realmente (esa es la verdad). Vivir en la mentira es
vivir en la irrealidad, y de ese modo es imposible que le existencia sea auténtica o con
un sentido. Un ejemplo de esto lo tenemos en algunos hombres de ciencia: William
Harvey (s.XVII) descubrió la circulación de la sangre. Nos puede resultar gracioso
pensarlo ahora, pero durante milenios no teníamos ni idea de cómo circulaba la sangre.
Harvey se dio cuenta de que el corazón en una hora bombea una cantidad de sangre que
pesa tres veces más que el hombre. ¿A dónde se va la sangre? Sin microscopios,
observando cómo pudo, se dio cuenta de que las arterias son unidireccionales, y supuso
que la sangre iba y venía al corazón. ¿Pero cómo se unían arterias con venas? Después
de que muriera se descubrieron los capilares. Harvey fue considerado un charlatán en
vida. Incluso perdió fama, pero eso no le impidió defender su trabajo, porque estaba
comprometido con la verdad.
Algo parecido le sucedió a Copérnico (s. XVI). La humanidad durante siglos
pensaba que el sol giraba alrededor de la tierra. Y Copérnico, sin telescopios, sino con la
mera lógica y las matemáticas, planteó un modelo heliocéntrico. Fue muy criticado en
vida, pero no le importó.]
Estas personas no vieron el éxito, pero es que no estudiaban por el éxito, sino por
la verdad, había un compromiso existencial con la verdad. Si yo creo que esto es cierto
no puedo ignorarlo. Si yo no sé si estoy obrando bien, si no sé si estoy orientando bien
mi vida, no me puedo quedar de brazos cruzados. Debo buscar la verdad. Una vida en la
ignorancia es una vida sin sentido, porque un significado falso no es en realidad ningún
significado.

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8. La libertad

8.1. Planteamiento del problema.

¿Qué es la libertad? Desde finales del siglo XVIII se ha hablado mucho de


libertad, pero resulta difícil saber qué es. El lema de la revolución francesa era “libertad,
igualdad, fraternidad”. Se entendía la libertad política como la ausencia de coacción e
imposiciones, y después la historia del siglo XIX es la lucha por la libertad política. La
segunda mitad del siglo XX se puede entender como un progresivo despliegue de la
libertad en el ámbito cultural y social. Podríamos pensar en el festival de Woodstock,
¿por qué se ha convertido en un mito? Lo atractivo de Woodstock es precisamente que
supone un ámbito de espontaneidad creativa sin restricciones culturales ni sociales: los
jóvenes se van a un campo “a ser ellos mismos”, son simplemente jóvenes. No hay
policía, no hay normas, no hay padres, no hay compromisos. Uno es auténticamente
libre en Woodstock.
En el fondo este es el planteamiento de la revolución de Mayo del 68: libertad sin
imposiciones de ningún tipo. Libertad sexual, mentalidad crítica, libre de “prejuicios”.
La crítica y la sospecha se convierten en garantes de la propia libertad, entendida como
ausencia de imposición. El problema entonces es que la vida se construye desde la
desconfianza. Son muy elocuentes a este respecto los lemas del 68: “Prohibido prohibir.
La libertad comienza con una prohibición”, “La imaginación al poder”, “Olvídense de
todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar”, “Sean realistas, pidan lo imposible”.
Cincuenta años después del 68 habría que constatar que ese entusiasmo por la
espontaneidad creativa del ser humano se ha apagado, pero que la noción de libertad
sigue en el trasfondo cultural: libertad como ausencia de obstáculos externos para hacer
lo que yo quiera. Esta noción de libertad encontrará su vertiente especulativa en la
postmodernidad: no hay sujeto con proyectos, sino experiencias distintas, significados
inconexos, pero es que no hay que buscar la conexión. Entonces, ¿qué queda? La propia
espontaneidad.
A veces uno encuentra en la publicidad frases del tipo: “Soy más feliz porque
puedo elegir”. Sin embargo, hay que preguntarse si la libertad es punto de partida o de
destino. Está claro que si no podemos elegir nuestra vida se ve disminuida, pero
tampoco parece que seamos felices simplemente por poder elegir. Elegir de suyo no
tiene por qué ser bueno. A veces es más sencillo no elegir. La mayor parte de las cosas
que nos suceden en la vida no las elegimos, y eso no tiene nada de malo. Uno no elige
los padres, ni la ciudad en la que vive, ni los amigos, y si te descuidas ni la pareja. Pero,
por otro lado parece importante hacer las cosas libremente, incluso cuando uno no
puede elegir.
Ahora bien, aunque a todo el movimiento social y cultural se le ha llenado la boca
con la palabra libertad, sin embargo luego resulta un concepto difícilmente definible.
- ¿Espontaneidad? Pero entonces, ¿por qué poner normas?
- ¿Capacidad de elección? Es imposible que todos tengan la misma capacidad de
elección.
- “Ser yo mismo”. ¿Pero se puede construir la identidad sin la tradición, sin la
familia, sin la gente que nos rodea?

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8.2. ¿Qué es la libertad?

Aplicamos la palabra libertad a contextos muy distintos: libertad como ausencia de


coacción (en contraposición a esclavitud), libertad como participación en la vida
política, libertad como autonomía. Sin embargo, ¿cuál es el núcleo de la libertad?
Desde el punto de vista metafísico se aprecian varias notas de la libertad:
· Apertura: el ser humano está abierto, no determinado de antemano. Este es el
punto de partida, la base sobre la cual se construye la vida a base de actos libres. La
apertura al mundo la da el conocimiento y la capacidad de elección. Por un lado hay una
apertura inicial, pero luego uno es capaz de abrirse o cerrarse al mundo. Lo que más
abre al mundo, y por lo tanto libera, es el saber, el conocimiento. Cuanto más conozco
tengo más apertura interior y exterior. Por eso los animales no son libres.
· Actividad: libertad como capacidad de actuar, como energía, poder.
Evidentemente, se trata de la actividad que me abre al mundo. Nos sentimos libres
cuando nos podemos abrir al mundo sin obstáculos. Por eso donde uno se siente libre es
en un ámbito de confianza, donde uno despliega la intimidad y se mueve con libertad,
sin preocuparse de lo que piensen los demás.
El núcleo de la libertad parece ser la capacidad de desarrollo personal (apertura al
mundo) sin impedimentos. Por eso nos sentimos máximamente libres cuando no
tenemos preocupaciones.

8.3. Tres sentidos de libertad.

Podemos intentar comprender la libertad en tres sentidos, que apuntan a distintos


niveles.
1º Libertad de elección: capacidad de elegir entre una cosa u otra. Ausencia de
fuerza: no hay una determinación “desde fuera”. En realidad esta noción de libertad no
define qué es la libertad en sí misma, sino más bien señala un aspecto importante para
su ejercicio, la capacidad de elección, e indica una condición necesaria para ejercer esa
capacidad: la ausencia de impedimentos. De este modo, más que una definición de la
libertad es un límite que indica cuándo se dan las condiciones para el ejercicio de la
libertad: mientras no haya impedimentos. Pero, en realidad, si lo pensamos un poco
siempre va a haber impedimentos, nunca voy a tener una capacidad de elección total. En
realidad el 99% de las cosas que hago no las elijo (no elijo los horarios de clase, no elijo
a mis padres, no elijo la cultura en la que nazco, no elijo de quién me enamoro) y sin
embargo puedo hacerlas libremente. Evidentemente la capacidad de elección es
importante para ejercer mi libertad, pero parece que la libertad es algo más profundo.
2º Libertad-para: libertad como capacidad de proponerme metas, realizar
proyectos. En definitiva, la libertad como capacidad de ser protagonista de mi propia
vida. Este sentido de la libertad va ligado a la noción de autonomía: el ser humano tiene
la capacidad de autodeterminarse y de ser causa de sus propios actos. Yo soy libre
porque me determino a mí mismo, y soy responsable de lo que hago. Aquí autonomía
no se debe entender como independencia. Ser independiente es no contar con otros en
mis determinaciones, pero se puede ser autónomo y dependiente (determinarme a vivir
con otros, por ejemplo). Este es un sentido más profundo de libertad, ya que, aunque mi
capacidad de elección esté limitada, mi capacidad de autodeterminarme siempre está
ahí.
3º Libertad como desarrollo de mi ser sin impedimentos. En el fondo es la
capacidad de apertura al mundo sin obstáculos internos. Es también la capacidad de

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entrega que tiene el ser humano: yo me puedo abrir de tal manera a algo que le entrego
mi propia existencia. Aquí se ve que la libertad de elección tiene carácter de medio, no
de fin. La capacidad de autodeterminarse, de ser protagonista de la propia vida, de
abrirse al mundo y vivir con autonomía tiene como fin el poder abrirse, entregarse a
algo, y eso es el amor. El amor es querer al otro como fin. Que el fin de mi vida sea la
otra persona (o cosa). La libertad es la capacidad de salir de uno mismo. Es más, esta
libertad se consigue en la medida en que uno se “libera de uno mismo”, de todo aquello
que me impide vivir en paz y tranquilo, mis odios, mis deseos, mis prejuicios, mi
autocomplacencia. Una persona que orienta su vida a los placeres o al sexo vivirá
esclavo de sus apetitos, y no se puede abrir al mundo de una manera adecuada, porque
vive “cerrado sobre sí”. Una persona que revolotea sobre sus sentimientos también se
encadenará a ellos. No podrá abrirse al mundo sin obstáculos.
Pero, aunque la libertad tiene carácter de medio, es un medio importante,
imprescindible. Sin libertad no es posible el amor. Es un medio necesario. Por eso las
decisiones importantes en la vida, aquellas donde nos jugamos la vida, tienen que ser
libres.
En este sentido conviene darse cuenta que no todo me abre de la misma manera.
Lo que más me abre son las otras personas, ya que son también seres abiertos que
pueden compartir su intimidad. En el fondo, cuando yo me experimento como
máximamente libre es cuando puede compartir mi vida y mi intimidad sin obstáculos
(comprendo y me siento comprendido), y esa apertura solo se logra mediante la entrega.

8.4. Naturaleza y libertad

Está claro que somos libres, pero podría parecer que hay un problema entre esta
capacidad de apertura, de poder elegir las acciones y cómo queremos ser y las
circunstancias del mundo, nuestro modo actual de vivir, etc. Yo puedo querer viajar
pero no tengo dinero, entonces parece que mi libertad no puede ejercerse. El filósofo
francés Jean-Paul Sartre pensaba que lo nuclear del ser humano es su libertad, su
capacidad de querer, pero esta capacidad de querer choca con la realidad del mundo,
que nos impone sus leyes. De este modo distinguía entre:
· ser en-sí, el mundo que se rige por las leyes de la naturaleza. Es un ser macizo,
cerrado, sin apertura, es como es y punto.
· ser para-sí: el ser consciente. Es un ser abierto, pura apertura, pura libertad.
El núcleo del ser humano es un ser-para-sí, un ser abierto, libre. Pero el ser
humano está en el mundo, tiene un cuerpo determinado, y se ve limitado por el ser-en-
sí. El asunto, piensa Sartre, es que el hombre querría ser un ser en-sí y para-sí. El
hombre aspira a ser Dios, un ser total en que todos sus proyectos y anhelos se vieran
colmados, y eso es imposible, así que lo único que cabe esperar es la frustración. No
podemos colmar nuestros deseos, por lo que el ser humano es una pasión inútil. La otra
opción sería esperar a que Dios nos colmara nuestros deseos, pero como Dios no existe
–piensa Sartre– en el fondo estamos abocados a la frustración.
Sartre separa de modo radical la libertad (lo que él llama existencia) y la
naturaleza (esencia, la manera de ser). La naturaleza pertenece al ámbito del en-sí. Es lo
que es y punto. La existencia es libertad y, de alguna manera precede a la esencia.
Precede en el sentido en que es “más genuino”. Sin embargo, en la propuesta de Sartre
el problema está en trazar una raya demasiado profunda entre naturaleza y libertad:

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· En primer lugar uno sólo puede querer lo que previamente desea, y los deseos
son algo propio de la naturaleza. Por lo general deseo cosas que apetecen de modo
natural.
· En segundo lugar la libertad supone apertura y autonomía, y eso sólo se logra
desarrollando la propia naturaleza. La única manera que tengo de abrirme y
autodeterminarme es desde mi propio modo de ser. Más que un impedimento para
abrirme al mundo o marcarme proyectos la naturaleza, es la ruta que me marca el
camino.
Esto queda especialmente patente en el aburrimiento: ¿cuándo nos aburrimos?
Cuando tenemos tiempo por delante y no sabemos qué hacer. No nos apetece nada.
Somos libres pero no nos sentimos inclinados a hacer nada. La libertad sin una
naturaleza o esencia que nos incline a hacer algo es aburrida, no sirve para nada y nos
problematiza. Uno tiene tiempo pero no sabe cómo canalizarlo, y lo que apetecería es
ser mandado y no tener que pensar. A veces sucede algo parecido en verano: “¿qué has
hecho?” “Nada, ya casi tenía ganas de que empezara el curso”. Uno tiene tiempo por
delante pero no sabe en qué emplearlo.
Sartre dice: nuestro núcleo más profundo es la libertad, porque nos definimos a
nosotros mismos a través de actos libres. Lo que hace que yo sea diferente, le parece a
Sartre, es lo que yo hago con mi libertad. Esa libertad es lo más radical, y se entiende
sin un Dios o una naturaleza que le ponga un orden. La naturaleza es lo que limita mi
libertad, y como Dios no existe, esa naturaleza frustra mi libertad y mi deseo de
felicidad. Mi libertad aspira a tener todos mis deseos satisfechos, a que todo lo que me
proponga se realice, pero eso es imposible. Estamos condenados a ser libres y, lo que es
peor, a ser infelices. El hombre es una pasión inútil.
Sartre ve así el problema con toda claridad: si no hay Dios, la naturaleza no es más
que un obstáculo a mi libertad, y no es posible realizar la libertad plenamente.
Pero también se puede entender la naturaleza como el camino desde el que
desarrollar un proyecto vital libre. La libertad es apertura y poder, pero siempre desde
unas disposiciones previas. La libertad me permite desarrollar algo que tengo.
El estoicismo parece compartir el planteamiento de Sartre (separación entre
libertad y mundo determinado), pero trata de enfocarlo desde otra perspectiva.
Precisamente como todo lo que me sucede no depende de mí, lo único que está en mi
mano es qué cosas deseo, y como nos vamos a frustrar innecesariamente si deseamos
cualquier cosa, lo mejor es no desear nada. O mejor dicho, aceptar el destino como nos
viene dado y que nuestra libertad interior de no ser dominado por nada sea más fuerte
que el mundo que nos rodea.
Sin embargo nos damos cuenta que una vida así es imposible. El deseo es
necesario. Además, solo es posible querer a otras personas en la medida en que pongo
mi voluntad en ellas.
San Agustín dice pondus meum amor meus, que se puede traducir como “el amor
es mi carga”. Si existe Dios, la naturaleza deja de ser un lastre, porque puedo amar a
Dios a través de la aceptación de las cosas que él quiere para mi propia vida. Por eso,
cuando en sus Confesiones repasa la historia de su vida y se detiene en detalles nimios,
él ve que la mano de Dios le llevaba por ahí, y que aceptando lo que Dios quiere puede
encontrarse con Él y ser feliz. Frente a la impasibilidad estoica, san Agustín encuentra
una manera de acoger los impedimentos exteriores y a la vez fomentar el querer. Yo soy
libre no solo para aceptar lo que el destino me depara, sino también para quererlo y
convertirlo en oportunidad de crecimiento interior.

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8.5. Libertad y conocimiento.

Nadie quiere vivir en la ignorancia porque nos damos cuenta que la falta de
conocimiento nos vuelve esclavos. En cambio el conocimiento nos libera, nos abre a la
realidad. La libertad no es la independencia frente a presuntas “verdades” o “dogmas”,
sino la capacidad de ser protagonista y de desarrollarse plenamente como ser humano
sin impedimentos. El descubrimiento de verdades supone un acercamiento profundo a la
realidad. Uno “es más” en la medida que conoce y comprende. En este sentido, es más
protagonista el que mira la realidad cara a cara, sin miedo.
Esto es algo que experimentamos cuando uno comprende algo importante: uno se
siente elevado porque vive la realidad con más protagonismo. La realidad ya no es algo
que está ahí, como sucede en los animales, sino algo que puedo penetrar y vivir
intensamente.
En este sentido cabría hablar de grados de libertad en la medida en que hay un
proceso de autoconciencia. Uno es más libre en la medida en que conoce más, porque el
saber me abre al mundo y a mí mismo. Por eso conocer las razones o motivos por los
que actuamos nos hace más libres, ya que nos permite ser protagonistas y no actuar
como máquinas o según lo que hace la mayoría.

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9. Las motivaciones: los afectos
Hasta ahora hemos hablado sobre todo del papel de la razón y de la voluntad en
las acciones (deliberación y libertad). Sin embargo resulta evidente que no todo en la
vida es razón y libertad. No somos máquinas de cálculo, sino seres vivos que sienten,
que experimentan, y que tienen una interioridad. Yo no deseo solo practicar el bien, sino
sentir que mi vida es buena. Los sentimientos juegan así un papel fundamental en la
existencia humana.
Antes de tomar una decisión o hacer algo lo que el ser humano tiene en su interior
son diversas motivaciones para actuar. Distintos deseos que pueden estar enfrentados
entre sí. Apetitos naturales (comer, dormir, sexo, etc.), afectos (emociones y
sentimientos) y también deseos racionales (planes de futuro, proyectos, etc.). Por la
importancia que tienen en la vida humana, se trata ahora de detenerse a analizar qué son
los afectos y cómo los podemos encuadrar en una vida plena.

9.1. Importancia de los afectos en la vida humana

Muchas veces en la historia del pensamiento y de la cultura se ha visto a los


afectos con un ligero aire de sospecha, como si fuesen los malos de la película. Parece
que la razón descubre el bien y que sin embargo los sentimientos y las emociones nos
nublan la razón. Un ejemplo paradigmático se ve en el estoicismo, que cifra en la
libertad interior frente al mundo la única garantía de paz interior. Como los afectos
perturban nuestros juicios, por lo tanto hay que dominarlos y evitar que nos perturben.
El célebre Epicteto, que popularizó el estoicismo con un sencillo Manual, señala que la
mayor parte de las cosas de mi vida no dependen de mí, y que por lo tanto no tiene
sentido poner mi voluntad en ellas. No puedo controlar lo que sucederá mañana,
tampoco si un ser querido va a vivir, ni siquiera puedo garantizar que me vaya bien en el
trabajo. Ahora bien, lo que sí está en mi mano es cuál es mi actitud frente al mundo:
dónde pongo mi voluntad. Epicteto dice: si quieres mantenerte libre no pongas tu
voluntad más que en la propia independencia de la voluntad frente al mundo. Así, hay
que dejar los afectos de lado. Son inevitables, pero hay que evitar dejarse llevar por
ellos. El quid de la vida humana para los estoicos está en que nada nos perturbe
demasiado, porque de este modo podremos comportarnos racionalmente, como el sabio.
Los estoicos apuntan a una idea interesante, la moderación de las pasiones, pero a
la vez hay que darse cuenta de que éstas no tienen por qué ser un impedimento para
realizarnos como personas, sino también ayuda.
La empatía es muy importante en las relaciones humanas y la amistad. El afecto es
algo necesario, no es algo malo. Las manifestaciones de afecto son buenas, si se dan
ordenadamente: el abrazo de un amigo, el beso de una madre, etc. El compartir
sentimientos y experiencias nos ayuda a crecer en intimidad con otros. Es más, no es
posible un desarrollo adecuado si uno no se siente estimado por otros, y esa estima
siempre se comunica por lenguaje afectivo. Una persona que no lograra canalizar bien
sus afectos tendría a la larga un problema serio para poder querer a los demás, porque
nos comunicamos con los demás no sólo con lenguaje racional, sino también afectivo.

53
9.2. Cómo integrar los afectos.

Ahora bien, resulta claro que es preciso llegar a un equilibrio emocional porque,
aunque de suyo son buenos, los afectos pueden ser problemáticos. Algunas
características de los afectos.
· Son inestables. Vienen y van.
· Pueden ser arbitrarios. Por ejemplo, me levanto contento porque hace un día
soleado. Me dicen un pequeño comentario crítico y me lo tomo fatal, cuando no es para
tanto.
· Permiten conocer aspectos del mundo y de nosotros mismos de manera directa y
fuerte, pero el problema es que no es un conocimiento seguro.
· Sin embargo, pueden ser controladas por la razón: uno puede decir “este
sentimiento es desproporcionado” (no me tengo que enfadar tanto), y no dejarse llevar.
El ser humano es una mezcla de razón (vemos lo que hay que hacer), sentir
(estímulo, no tiene por qué ser irracional y son un motor para las acciones), y querer
(voluntad). La madurez del carácter consiste en desarrollar un modo de ser en que haya
un equilibrio positivo: sé qué es lo bueno, lo quiero, y mis afectos acompañan.
Cada uno tiene que encontrar su punto bueno: una persona muy emotiva tendrá
que aprender a razonar más lo que hace, a no dejarse llevar por lo primero que siente
(veo los pobres en la televisión y decido dejar a mi familia e irme a África). Una
persona muy fría y racional tendrá que intentar ser amable, etc. (yo es que veo a un
hombre enfermo y no me dice nada). No se trata de tratar de ser lo que uno no es, si uno
es frío lo será siempre, si uno es emotivo también, pero el frío puede tratar de ser más
empático y el emotivo de ser más racional. Un ejemplo aleccionador lo encontramos en
Mark Twain: tenía un temperamento irritable. Cuando se enfadaba con alguien escribía
una carta mordaz desahogándose, pero en vez de enviarla la guardaba en su abrigo tres
días. Pasado ese tiempo si continuaba enfadado la volvía a leer y la enviaba.

9.3. La educación del carácter

Las emociones necesitan ser maduradas mediante la razón y el tiempo. Se suele


llamar temperamento a nuestra manera de sentir y experimentar el mundo. Luego está el
carácter que es la modulación que le damos a ese temperamento. El temperamento no se
puede cambiar, pero el carácter sí.
Ejemplos de temperamento: nervioso, colérico, frío, empático, primario,
secundario, etc.
Ejemplos de carácter: sonriente, amable, triste, educado, etc.
Somos como somos, pero hay que darse cuenta que sobre esa base se puede
trabajar y mejorar. Sobre todo es importante tenerlo en cuenta para las relaciones
humanas. A veces se dice que “el carácter del hombre es su destino”, porque nuestra
personalidad marca nuestro futuro. En buena medida la excelencia consiste sobre todo
en tener una personalidad que impacta positivamente, transforma, a los que están a su
alrededor. Nadie quiere tener a su lado a un pesimista, a un triste, a un murmurador. En
cambio preferimos rodearnos de personas comprensivas, alegres, leales.
Lo primero entonces es conocerse a uno mismo. ¿Cómo soy? Dependiendo de
cómo somos resulta más sencillo saber qué rasgos de temperamento hay que potenciar o
controlar, o canalizar en la dirección adecuada. Esto requiere pararse a pensar cómo
reaccionamos ante las personas y ante las situaciones.

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Por otro lado es conveniente saber cómo son los otros. Se ha puesto de moda entre
la psicología de la empresa y los trabajadores una caracterización de 4 tipos de
temperamento basada en colores. Aunque sea excesivamente simple ayuda a tener, por
lo menos, un marco de referencia.
Por un lado puede establecerse una diferencia entre el carácter primario y el
secundario. El primario (no reflexivo) no necesita interiorizar antes de actuar, mientrs
que el secundario (reflexivo) lo pasa todo por el filtro interior.
Otra distinción importante se da entre el no emotivo y el emotivo. El no-emotivo
se caracteriza porque en su actuación no tienen mucha importancia los sentimientos. No
es que no sienta, sino que no tienen mucha importancia. El emotivo siente mucho las
cosas que hace; actúa desde el corazón.
Rojo: primario-no emotivo (hombre de acción que quiere resultados, hechos)
Amarillo: primario-emotivo (persona de vida social, abierta)
Azul: secundario-no emotivo (calculador)
Verde: secundario-emotivo (sentimental)
Evidentemente, se trata de una caracterización muy simplista de las personas, pero
por lo menos ayuda a tener un cuadro general. Existen otras divisiones de personalidad,
atendiendo a distintos criterios, pero en el fondo cada persona es única.
Es importante darse cuenta de que no sentimos ni actuamos como los demás, y que
hay que saber bien cómo es el otro para evitar problemas innecesarios en la
convivencia.

9.4. Enfermedades del alma respecto a los afectos

La relación con nuestros afectos son una pieza importante en el carácter. Por eso
parece conveniente señalar algunos problemas que a veces se pueden presentar:
1) Revolver demasiado en los propios sentimientos. Es más propio de los
nostálgicos, los melancólicos, las personas emotivas, pero nos puede pasar a
todos. Uno puede encadenarse a los sentimientos, y eso pasa factura a la larga,
porque los sentimientos vienen y van. Cuando uno revuelve en los propios
sentimientos casi necesariamente pone el propio yo en el centro de atención
(cómo me afectan a mi las cosas): esta actitud egocéntrica conduce a una pérdida
de realidad y puede desembocar en una búsqueda de autoconsuelo sin salida.
2) No prestar atención a los sentimientos de los demás. Es bueno y necesario
generar manifestaciones de empatía, de “ponerse en la situación del otro” y de
“sentir con el otro”. Es difícil llegar a tener buenos amigos si no se da esta
empatía. Ahora bien, muchas veces andamos por la vida sin prestar atención a
cómo se sienten los demás o cómo les afectan las cosas. Hay personas que tienen
especial facilidad para esto, pero generalmente requiere entrenamiento: mirar al
otro y saber interpretar lo que pasa.
3) Basar las relaciones con los demás en el afecto que nos tienen y nos dan.
Muchas veces se ve cómo los niños pequeños están buscando constantemente
que sus padres les hagan caso y en cuanto no tienen manifestaciones de afecto se
ponen a llorar. Las manifestaciones de afecto ayudan a sentirse valorado, algo
importante en la educación, pero en su justa medida. De lo contrario podemos
encadenarnos a satisfacciones afectivas desproporcionadas. Buscamos que nos
hagan caso, porque entonces nos sentimos bien. Pero esto es un problema
porque estamos buscando la compañía de los demás únicamente por lo que nos
pueden dar.

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La apreciación del afecto que los demás nos tienen es muy subjetiva y, además, no
siempre se manifiesta. Desde luego que son importantes las manifestaciones de afecto:
si llevo mucho tiempo sin ver a un amigo espero poder darle un abrazo. Pero esas
manifestaciones deben también estar en su justa medida.

9.5. ¿Qué hacer con los sentimientos y la vida afectiva?

i) Los sentimientos hay que airearlos. El simple control estoico suele terminar
estallando. Por eso es preciso hablar, contar. Uno aprende así a poner orden y a
objetivarlos (verlos desde fuera, desde una perspectiva externa).
ii)·Los sentimientos son necesarios y hay que aprender a ponerles orden, a
manifestarlos de la manera adecuada, aprender a empatizar con los demás, que no sean
sentimientos “para uno mismo”. Si estoy alegre tengo que ir a contárselo a mis amigos.
Si yo veo a otro triste tengo que ayudarle a que deje de estarlo. Además hay que
aprender a manifestarlos de manera adecuada. Las nuevas tecnologías han distorsionado
mucho las manifestaciones afectivas. No es raro encontrar personas que necesitan tener
presencia en las redes sociales y luego son incapaces de establecer relaciones con sus
compañeros de aula.
iii) Los sentimientos solos no sirven para establecer relaciones profundas y
duraderas, ni tampoco para llevar a cabo proyectos valiosos. Uno no puede fundamentar
las cosas importantes de su vida únicamente en los sentimientos, porque son
cambiantes. Una amistad no puede fundarse en el sentimiento, tampoco un noviazgo (y
no digamos un matrimonio). Eso suele acabar muy mal. Un rasgo de madurez es cierta
autonomía frente a los propios sentimientos mediante la razón.
iv) No conviene que el criterio de valoración y decisión de las acciones sean los
sentimientos. Mucha gente confunde entre actuar en conciencia y actuar de acuerdo con
tus sentimientos. Una expresión muy confusa es “haz lo que te dicte tu corazón”, lo cual
suele ser nefasto. Mejor es “haz lo que te dicte tu conciencia”.

9.6. ¿Qué hacer cuando no hay sentimientos?

Es un hecho que en la vida, aunque nos guste mucho algo o alguien, no siempre
vamos a tener sentimientos favorables. Lo importante es no vivir a merced de los
sentimientos como en una montaña rusa.
Por otro lado, a medida que alguien quiere algo bueno el sentimiento termina
acompañando: por ejemplo, uno llega a una empresa que no le dice nada. A medida en
que uno se sacrifica por esa empresa, trabaja, hace amistades, poco a poco el
sentimiento se pone allí, y si un día a uno le cambian de empresa le dolerá.
Lamentablemente, las empresas hoy en día quizás son una cosa bastante anónima con la
que uno es difícil que llegue a identificarse.
Es preciso darse cuenta de que hay niveles más profundos de sentimiento.
Normalmente, cuanto más profundos, suelen ser menos intensos pero más duraderos,
porque están basados en cosas reales. Por ejemplo, quizás un padre o una madre no
siente una emoción fuerte cuando su hijo vuelve del colegio, pero está claro que
desarrolla un sentimiento profundo hacia el hijo.

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10. Ética del amor

10.1. Orden de los amores

Hemos visto que el amor es lo más importante que tiene el hombre. Al final de la
vida lo que realmente importa es el amor, lo que uno ha hecho por los demás (de eso es
de lo que nos acordamos cuando fallece un ser querido). El amor es un intangible, y por
eso mismo no tiene precio. Cuando hay amor no se calcula, calcular aparece como una
conducta despreciable. A nadie se le ocurriría pensar en un amigo que nos viniera un día
y nos preguntara, ¿cuánto dinero me va a costar ser tu amigo? ¿cuántas horas de mi vida
me vas a pedir? Más absurdo sería en el caso de una madre que pensase cuántas horas
ha dedicado a sus hijos.
El amor a menudo se describe como donación, pero en realidad sería mejor decir
que es compartir, ser capaz de expandir mi vida en otras vidas. Lo cual quiere decir que
hay donación desinteresada, salida de uno mismo, pero que también hay recepción,
acoger la donación que el otro nos hace. En este sentido, el amor es dar, pero también (y
quizás principalmente) recibir. A veces cuesta más recibir que dar, porque recibir
supone no querer ponerse por encima, no buscar la afirmación en uno mismo, mostrarse
como necesitado del otro.
Si el amor es compartir, entonces se entiende que el sentimiento juega un papel
fundamental. Yo amo en la medida en que le doy al otro, expando mi vida en la suya y
también experimento su amor. Un hijo ama a sus padres simplemente experimentando
su amor (probablemente no hace nada por ellos, ni se espera que lo haga, más allá de
mostrarse agradecido a ese amor). Ahora bien, está claro que el amor tiene un aspecto
de donación que consiste en tratar a los otros como fines en sí mismos valiosos. El amor
es lo que más llena porque supone un auténtico enriquecimiento personal interior. Lo
que más nos define son las cosas que amamos. ¿Qué amo yo en mi vida? ¿A quién
quiero? Pero sólo hay amor si hay donación real. ¿Qué hago yo por esa otra persona?
La libertad del hombre tiene una apertura total: uno puede querer cualquier cosa.
Ahora bien, no cualquier cosa que quiero me lleva a alcanzar una vida lograda. El amor
se tiene que dar de una forma acorde con mi propia naturaleza. Es decir, yo tengo que
aprender a amar a las personas en su justa medida, de modo que sea un despliegue
adecuado de mi persona. No tendría sentido querer a mis amigos a costa de despreciar a
mi familia, o amar mi trabajo por encima de mis hijos. Por eso mismo, parece que el
amor debe darse de una manera ordenada:
1º Amor a uno mismo: amar la propia vida, el propio desarrollo natural. El amor a
uno mismo es necesario, porque de lo contrario será imposible el amor a los demás. Si
yo no cuido mi cuerpo me muero. Si yo no busco un trabajo en el que esté bien viviré
un poco amargado y transmitiré esa amargura a los demás. Para amar a otros hay que
tener algo que dar. El egoísmo no es un auténtico amor a uno mismo, porque supone
quererse de manera desordenada: querer cerrar mi vida sobre mí mismo. Lo bueno para
mí es querer abrir mi vida a otros.
2º Amor a los suyos (la familia). Son relaciones profundas que nos significan. Yo
no elijo de quién soy hijo. Yo no elijo de quién soy padre. Sin embargo yo no me
realizo si prescindo de mi familia. Los miembros de la familia son fines en sí mismos
valiosos.

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3º Amor a los amigos (entran casi dentro del ámbito familiar). Los amigos son una
extensión de la familia pero, a diferencia de esta, los vínculos no son perpetuos. Yo
puedo dejar de ser amigo de Fulano. Cuando soy verdadero amigo de alguien es porque
le quiero como fin en sí mismo valioso. Hasta cierto punto sí está en mi mano elegir a
mis amigos. Aunque es cierto que quizás comienzo a ser amigo de alguien por simpatía
natural, luego yo puedo afianzar esa amistad.
En estos dos ámbitos (familia y amigos) es donde se puede querer a los otros
como fines.
4º Amor a los cercanos: aquí las relaciones pierden intimidad. Se guían por el
respeto del otro como fin.
5º Amor a los demás, a la humanidad.

Debe respetarse este orden, pero el amor debe llegar a todos los ámbitos, porque el
querer siempre va en aumento. Una vida lograda no es aquella en la que uno se hace el
bien a sí mismo, sino que hace también el bien a los demás. Por ejemplo, no estaría bien
que uno viviese bien económicamente, con su familia, y no le importase la gente que se
está muriendo de hambre a su alrededor. Tampoco al revés, alguien tan preocupado por
los demás que termina descuidando su vida familiar. Aquí toma especial importancia la
virtud de la justicia: dar a cada uno lo suyo. El amor va más allá de la justicia, pero la
justicia es requisito primero.

9.2 El dominio como enemigo del amor

Lo propio del amor es la donación desinteresada. El auténtico amor persigue


siempre el bien del otro, y esto es incompatible con el dominio: el dominio justamente
consiste en imponer nuestro bien al otro. Posiblemente uno de los mayores peligros en
el amor (en todas sus vertientes) sea el intento de dominio, muchas veces de manera
inconsciente.
Es muy fácil que aparezca una lógica de dominio:
· Relación de padres e hijos: el padre o la madre quiere imponer su voluntad al
hijo. A veces se dice “es por tu bien”, pero en el fondo lo que se quiere es el bien
propio, y no el del hijo. Además, lo bueno es que el hijo encuentre el bien por sí mismo.
Un hijo no es algo que uno “posea”. Un hijo es una persona con la que tengo una
relación profunda de paternidad o maternidad. También se da una relación a la inversa,
el hijo quiere que sus padres fuesen distintos, y como no lo son se rebela.
· Relaciones de amistad: no querer renunciar a los propios planes por los demás.
· Relaciones amorosas: el dominio afectivo sobre el otro, querer acaparar toda su
atención, actitudes posesivas.
· Matrimonio: muchos de los problemas es porque se intenta imponer, o no se
quiere al otro con sus defectos. El orgullo y el querer salirse con la suya es un problema
mayúsculo en las relaciones. Para que haya amor, donación, se hace preciso renunciar,
escuchar y pasar por alto.
Los poetas románticos se dieron cuenta de esto: la rosa, hay que dejarla estar como
estar y contemplarla, porque si se corta, se pierde. Paul McCartney quizás tenía algo de
esto en mente al componer Let It Be: déjalo estar, déjalo ser como es. Esto no quiere
decir que no haya que intentar corregir los problemas: hay que hacerlo, pero sin
pretender dominar o cambiar a alguien como nos gustaría que fuese. Esto es algo que,
además, hay que aprender: decir las cosas sin voluntad de herir.

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9.3. El amor como pérdida de tiempo

Si el enemigo del amor es la actitud de dominio, lo que más lo favorece es la


pérdida de tiempo. Amar supone perder, supone una negatividad que genera algo nuevo.
Pierdo, me despojo de mí mismo, y aparece algo que es suma ganancia. Perder el
tiempo con alguien es la mejor manera de ganarlo.
En una sociedad del rendimiento todo apunta a lo contrario. Lo importante es la
eficiencia, el control, el tener el tiempo calculado, medido. Sin embargo sólo puede
amar de verdad quien sabe perder el tiempo con alguien. Claro está que este perder el
tiempo es muy sacrificado, porque exige “sacar tiempo” o “robar tiempo” de lo que nos
gusta o pensamos que puede ser importante.

9.4. La familia

La familia es el lugar propio del amor y la intimidad. Las relaciones familiares son
vínculos fuertes que dibujan nuestra situación en el mundo. Soy hijo de Fulano,
hermano de Mengano, padre de Tutano, etc.
Para el desarrollo pleno como personas necesitamos una familia. Vivir en una
familia y hacer una familia. Esta necesidad es triple:
1) Necesidad de compartir nuestra intimidad con otros. La familia es el espacio
de la confianza, el lugar de la intimidad.
2) Necesidad de un amor incondicional. El amor en la familia tiene que ser
incondicional. Al final lo que uno tiene es su familia.
3) Espacio de la educación. Sólo es posible aprender en la medida en que uno se
siente querido y valorado por sí mismo. Sería mala, por ejemplo, una actitud
en la que se valorara a alguien en la familia por sus éxitos. Esto quizás no
sucede de manera explícita, pero sí implícita. “Mira que buenas notas ha
sacado fulano”. “Lo hace todo bien”.
La familia aparece así como un espacio de convivencia necesario para el
desarrollo personal. Pero toda familia necesita además varias cosas:

1) Toda familia necesita un espacio vital donde desplegar su intimidad. Eso es lo


que se llama hogar. Es muy distinta una casa de un hogar. Me contaba un conocido al
que se le había muerto la madre hacía poco que al volver a la casa materna le parecía la
casa distinta. “Aquella era la casa de mamá”, era un hogar, y ahora que ella no estaba
había perdido ese calor.
El hogar se desenvuelve en un espacio físico, pero no es algo físico. Es el lugar del
cariño y la intimidad. Por eso un hogar se decora de manera personal, a diferencia de un
edificio público. Cuantas veces uno visita el piso de unos amigos (estudiantes) y uno
tiene la sensación de vacío, de que aquello no es un hogar. Hay dejadez (un sofá medio
roto, la ropa en desorden), pero sobre todo no hay decoración. Uno percibe que la
convivencia entre esas personas no es la propia de un hogar. No son una familia.

2) Toda familia necesita tiempo y dedicación. Sobre todo exige tiempo y


dedicación a las relaciones humanas de los miembros de la familia. Una familia no se
construye sola. Hacen falta bienes materiales, pero sobre todo bienes espirituales.
Las nuevas estructuras sociales y laborales nos llevan muchas veces a tomar
proyectos de vida individuales desligados de los vínculos familiares o que no los

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propician demasiado, y esto es un problema. Esto genera dilemas que hay que ser capaz
de resolver de la mejor manera posible.
Hay una frase de Tolstoi que resulta muy gráfica a este respecto: “Todas las
familias felices se parecen entre sí, las infelices lo son cada una a su manera”. Las
familias felices son aquellas en las que se da un clima de paz e intimidad en las que se
pueden vivir con plenitud las etapas de la vida: todos van al unísono. En las infelices
cada uno va a lo suyo, y por lo tanto son infelices a su manera.
Resulta imposible el desarrollo plenamente personal (y por lo tanto una vida
lograda) si no se da este espacio de intimidad y amor personal. Yo no me desarrollo
solo, me desarrollo junto con otros, y el principal ámbito de desarrollo es la familia.

3) La familia es un ámbito de apertura a los demás y a la sociedad. Los miembros


se desarrollan en familia, pero se desarrollan hacia afuera. La familia es el lugar al que
se vuelve, no el lugar al que se va. Yo desarrollo mi vida, voy haciendo cosas en el
mundo y luego las traigo a casa, a mi hogar.
Si lo pensamos bien, al final una de nuestras mayores aspiraciones es ser amado de
modo incondicional. Vivir en familia.

9.5. El amor entre el hombre y la mujer

Para lograr la vida lograda hace falta vivir el amor. Entregar la propia vida a otras
personas. La manera más común en los seres humanos es entregar la vida a una persona
del sexo opuesto para realizar un proyecto común de vida y formar una familia. La
procreación adquiere entonces una dimensión muy íntima y personal.
El amor sexual posee unas características muy distintas a los otros:
· Envuelve a la corporalidad en su conjunto: por eso va acompañado de fuertes
apetitos, emociones, etc.
· Está dirigido a la procreación.
A diferencia de los animales, lo curioso del ser humano es que la facultad
reproductiva puede convertirse en amor, en capacidad de querer a la otra persona como
fin. El amor humano sexual es por eso algo más que la realización de un acto sexual,
porque envuelve a la persona entera.
Se puede decir que hay tres niveles que integran el amor entre un hombre y una
mujer:
1. El atractivo físico. Es el nivel más elemental e impersonal, más animal. En este
nivel puedo considerar a la otra persona como mero objeto de placer. (Lo que
gusta en este nivel es el cuerpo, que es atractivo, no el carácter, ni la persona).
2. El enamoramiento afectivo: se encuentra gusto en el carácter de la otra persona,
su manera de ser, etc. Es un fenómeno espontáneo, no voluntario.
3. El amor personal: es mucho más que el enamoramiento, es una actitud
libremente asumida. Decisión libre de amar al otro como es y como será. Es un
amor con el que acepto a la persona entera, con sus cosas buenas y con las malas,
la quiero por sí misma, y la acepto como alguien que va a compartir mi propia
vida.
El amor humano auténtico es una entrega total de la propia persona: alma,
corazón, cuerpo, toda la vida, presente y futuro. Esto es lo que se llama matrimonio:
compromiso de dar la vida entera a la otra persona.

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En el amor entre un hombre y una mujer hay distintas etapas de entrega. Uno no lo
entrega todo de golpe, sino que va desplegando su intimidad poco a poco y va dando a
medida que avanza esa relación.
Lo contrario de la íntimo es lo pornográfico. La esencia del porno es mostrarlo
todo de golpe, sin ningún tipo de negatividad, de ocultamiento, de misterio. Toda
intimidad supone un algo que no se muestra a cualquiera, que se guarda para alguien. Si
mi vida es pura imagen hacia afuera, si cualquiera puede saber lo que hago, si
cualquiera puede ver o usar mi cuerpo, mi vida se vacía de intimidad. No tengo nada
que dar. Justamente por eso se suele hablar de la virtud del pudor. Pudor interior y
exterior. Los seres humanos no nos tapamos únicamente para protegernos del frío o del
calor, sino también porque nos damos cuenta de que ciertas partes de nuestro cuerpo
sólo pueden ser mostradas en una intimidad peculiar. Yo no doy mi cuerpo a cualquiera.
Mi intimidad corporal es un misterio que desvelo sólo en la intimidad, a aquella persona
a la que decido entregarme del todo.
Por eso mismo, es importante saber en qué estadio se encuentra uno. No es lo
mismo ser amigo de fulanita que llevar dos meses de novios o dos años, o haber
contraído con ella un compromiso para siempre. También las manifestaciones de amor
cobran un sentido a partir de esta idea de intimidad.
El amor entre un hombre y una mujer apunta a un compromiso para siempre,
porque se orienta a la formación de una familia. Las relaciones de noviazgo son un
periodo transitorio, que están precisamente para discernir si uno quiere entregar su vida
a la otra persona para siempre (si uno quiere formar una familia).
Al hablar de este tipo de amor resulta necesario preguntarse por las relaciones
sexuales y su sentido en la trama de la vida. Para ello conviene considerar dos notas que
permiten entender el significado del acto sexual:
· Por un lado, el acto sexual supone un acto de entrega del propio cuerpo a la otra
persona. Acto de amor entre personas.
· Por otro lado, el acto sexual es la puesta en ejercicio de la capacidad de procrear.
Ambos aspectos son muy importantes para pensar qué significado (qué sentido)
queremos que tengan las relaciones sexuales en nuestra vida, y por eso conviene
examinarlas con detenimiento.

a) Entrega. Acto de amor corporal.

En el amor sexual, la intervención del cuerpo como expresión de la persona da un


peculiar carácter irreversible a la relación de entrega. La entrega del cuerpo es la
expresión de esa entrega total de la persona. Porque mi cuerpo soy yo, no es una cosa
externa, un guante o una máquina que uso, sino que soy yo mismo. En el mundo antiguo
se emplea la expresión “conocer” para hablar del acto sexual, esto está bien visto,
porque el acto sexual supone un acto físico de unión, como en el conocimiento, ya que
es el acto corporal más íntimo. El sexo es la expresión corporal del amor hacia la otra
persona, por eso, toda referencia sexual llega hasta lo más hondo, e implica a la
totalidad de la persona. El hecho mismo de usarla como objeto ya es una falta de respeto
hacia su persona. Por eso, incluso dentro del matrimonio estaría mal usar a la otra
persona simplemente para lograr placer, porque supondría pervertir el significado de
entrega que tiene este acto.
Del mismo modo entregar el cuerpo sin haber entrega para siempre supone
quitarle al acto el significado de donación de la propia vida. Si no ha habido acto de
entrega de la propia vida mediante el matrimonio, el acto sexual no puede ser expresión
auténtica de una entrega que todavía no existe. El acto sexual fuera del matrimonio no

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es expresión de un verdadero amor personal, porque todavía no ha habido la decisión de
querer a la otra persona por sí misma, para toda la vida (para ello es necesario el
compromiso).

b) El acto sexual está dirigido a la procreación

El fin natural del acto sexual es engendrar nuevos miembros de la especie. Por
eso, ponerle barreras a la procreación es ir en contra de su propio fin y prescindir de su
significado (sentido) natural. Por ejemplo, el uso del preservativo supone privar al acto
sexual del fin propio natural, pues al situar una barrera física que impide la perfección
natural del acto, se deja de lado su propio significado (es el acto de reproducción).
Además, en un nivel personal supone pervertir la función propia del sexo: entrega del
propio cuerpo y de la capacidad de procrear (si se usa el preservativo no se está
entregando eso).
Sin embargo se podría objetar que lo importante de cara al significado es el
aspecto de entrega y donación en el propio acto sexual. A este respecto no hay que
olvidar que las cosas que hacemos también son importantes para que tengan un
significado preciso. Si quiero celebrar un éxito con mis amigos y les invito a comer
hasta vomitar (para luego continuar comiendo) eso sería un desorden porque pierde todo
sentido la actividad de comer. Comer deja de ser algo significativo como expresión de
una celebración, ya que lo único que me interesaría en este caso es una sensación
placentera. Es importante respetar la naturaleza de las cosas para que estas mantengan
su sentido. Aunque sea un ejemplo extremo, algunos pueblos antiguos hacían sacrificios
humanos a los dioses para honrarles. Honrar a los dioses es algo bueno, pero no si
supone matar a alguien. Del mismo modo entregar la propia vida a alguien es algo
bueno pero, si la expresión corporal de esa entrega va contra la vida o la función natural
del acto sexual, entonces pierde su significado profundo.
En último término el acto sexual es importante, pero no es lo más importante en la
vida y en las relaciones de pareja. Hay cosas mucho más importantes. La entrega se
manifiesta de muchas maneras: sacrificio por el otro, aceptación de sus defectos, asumir
un proyecto de vida en común, renunciar a los propios intereses. Una sonrisa después de
un día difícil sea posiblemente un acto de amor mucho más valioso que otras
manifestaciones corporales.

9.6. La amistad

Vimos que el ser humano no es un ser solitario, sino que necesita vivir con los
demás y compartir su intimidad. De nada sirve hacer un plan increíble o tener una
experiencia intensa si uno lo hace solo. De hecho, el problema a veces está en que uno
hace las cosas solo y piensa, “si estuviese Fulano”.
Necesariamente establecemos vínculos amistosos con otras personas. Sin
embargo, no siempre esta amistad es igual. Aristóteles distinguía así tres tipos
fundamentales:
· Amistad por utilidad: uno tiene amigos porque le son útiles: aportan algún
beneficio. El problema está en que en cuanto desaparece el motivo de esa unión, la
amistad desaparecerá.
· Amistad por placer: uno es amigo de otro porque está a gusto, porque se lo pasa
bien con él. Este tipo de amistad puede durar más tiempo que la amistad por
utilidad, pero normalmente, si esta amistad no ha evolucionado en algo más

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profundo, llega un punto en que uno se da cuenta que es una amistad falsa. Como
señala Aristóteles, este tipo de amistad se da mucho entre los jóvenes, ya que
disfrutan compartiendo experiencias con otros, y puede ser el cauce para
desarrollar amistades más profundas. El problema está en que a veces uno puede
confundir “tener afinidad con alguien” (llevarse muy bien, conectar
afectivamente) con ser amigo de verdad de alguien (implica un compromiso serio
con otra persona). Se podría decir que una amistad es algo más que placentera en
la medida en que hay compromiso con otra persona más allá del agrado que pueda
causar.
· Amistad de verdad. Esto se da cuando la vida de la otra persona es parte
importante de mi vida, más allá de la utilidad o el agrado que la otra persona sea
capaz de aportar. Aquí uno es capaz de abrir la intimidad a otra persona y sabe que
hay respeto. Este grado de amistad implica cierto grado de virtud (al menos la
generosidad), y se ve perfeccionada por el grado de virtud de los amigos. Por eso
decía Aristóteles que la más auténtica amistad es la que se da entre los virtuosos,
porque ellos podrán querer a su amigo con más perfección.
En buena medida la calidad de una vida se puede medir por la cantidad y calidad
(sobre todo esto) de amigos que uno tiene. En la amistad importa más la calidad que la
cantidad (los amigos de Facebook no son amigos). Sin embargo, vivimos en un mundo
muy tecnologizado en el que la experiencia virtual nos puede llevar a perder la
experiencia real y profunda. Las tecnologías nos acercan, pero nos alejan. Hay que saber
perder tiempo y espacio real con los demás. Hasta que uno no aprende a perder el
tiempo no lo gana realmente.
“Congeniar” no es únicamente una cuestión de caerse bien, de llevarse bien de
manera natural. Requiere esfuerzo, porque es normal que surjan problemas. Amar al
otro supone conocerle mejor. A medida que conocemos a alguien es más fácil quererle,
y cuanto más le queremos le vamos conociendo mejor. “Quien no conoce nada, no ama
nada”, decía Paracelso (el inventor de la farmacia).
Por último, conviene destacar que la amistad verdadera puede darse en planos muy
distintos de relaciones. Puede existir entre iguales (un compañero de clase), entre
personas de distinta situación (alumno y profesor), en las relaciones de pareja, entre
miembros de la familia (entre hermanos, entre un padre o una madre y su hijo, etc.).
Evidentemente no en todos los planos uno abre su intimidad de la misma manera, pero
siempre hay una confianza basada en un amor que se experimenta como incondicional
(no depende del agrado o a utilidad).

9.7. Sentido último del amor

El ser humano tiene un impulso natural a expandirse y amar a los demás. Sin
embargo, ese impulso no encuentra satisfacción total con las cosas del mundo. Ni
siquiera con las personas (las personas fallan, las personas cambian, las personas
mueren). Platón señala en el Banquete que el amor es un deseo de contemplación de la
belleza. Ahora bien, como él advierte, sólo el amor a algo absoluto puede colmar al ser
humano del todo. Hasta ahí llega la reflexión de Platón en el Banquete.
No hay pensar mucho para darse cuenta de que ese algo absoluto es lo que
comúnmente se ha llamado Dios. Si uno lo piensa, realmente lo único que puede llenar
de verdad es un amor absoluto, a una persona que realmente está siempre ahí, por muy
mal que vayan las cosas. El amor a Dios por eso es lo que más paz nos puede dar. Esto
no es algo propio únicamente de la religión cristiana, sino de cualquier religión

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personal: la comunión con lo divino. Resulta curioso cómo Gandhi llega a la conclusión
de que la paz interior sólo es posible mediante la comunión con Dios.
Esta necesidad de absoluto fue de algún modo fue entrevista por Sartre, uno de los
máximos exponentes de ateísmo en el siglo XX. Él se dio cuenta de que el ser humano
es libre, apertura a la realidad, pero que por otro lado no puede llevar a cabo todos sus
deseos. Por lo tanto sólo cabe la frustración. Como Dios no existe (ese le parece el
punto de partida) sólo somos una pasión inútil. No hay nada que pueda llenar nuestro
deseo de absoluto. Lo que sucede es que Sartre toma el ateísmo como punto de partida,
cuando la actitud atea en realidad es una postura rara, una postura dubitativa (apoyada
en la duda), crítica, pero no constructiva.
Resulta claro que el ser humano busca un estado de plenitud interior que solo le
puede aportar el conocimiento y el amor total. Si nos sentimos amados de verdad parece
que todos los problemas desaparecen, vivimos tranquilos aunque en la vida haya
dificultades. De este modo, lo que realmente queremos es contemplar una belleza que
nos sacie y que nos reporte esa paz. Aspiramos a la contemplación de una belleza total,
y que lo que vemos en el mundo no son sino atisbos, signos, de algo más grande que
nos excede.

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ÍNDICE

Introducción.......................................................................................................................1

1. ¿Qué es la ética?............................................................................................................3
1.1. La ética, ¿es algo que se estudia o es algo que se vive?.........................................3
1.2. ¿Qué es la ética?.....................................................................................................4
1.3. ¿Es la ética una ciencia?.........................................................................................5
1.4. ¿Qué tipo de saber es la ética?................................................................................6
1.5. Ética y religión.......................................................................................................7

2. La felicidad....................................................................................................................9
2.1 Notas características de la felicidad........................................................................9
2.2. Los tipos de vida...................................................................................................10
2.3 Vida de honra (ser/aparentar)................................................................................11
2.4. Vida de poder (ser/poder):....................................................................................12
2.5. Vida que persigue la riqueza (ser/tener)...............................................................13

3. La vida de placer (ser/disfrutar)..................................................................................15


3.1. Hedonismo bruto (simple)....................................................................................15
3.2. Hedonismo moderado...........................................................................................16
3.3. Hedonismo teórico moderno (ss. XVIII-XIX).....................................................17
3.4. El problema del amor en la conducta hedonista...................................................18
3.5. Placer y felicidad (a modo de síntesis).................................................................19

4. La vida de excelencia..................................................................................................20
4.1. ¿Qué es la vida de excelencia?.............................................................................20
4.2. La excelencia como hábito: las virtudes...............................................................21
4.3. El vicio..................................................................................................................24

5. El sentido de la vida....................................................................................................25
5. 1. Apunte histórico sobre la noción de sentido........................................................25
5. 2. ¿Qué es el sentido de la vida?..............................................................................25
5. 3. ¿Es todo sentido igualmente válido?...................................................................26
5.4. El sentido de la vida y la vida como narración.....................................................27
5. 5. Héroes..................................................................................................................30
5. 6. La crisis de sentido..............................................................................................31
5.7. ¿Cómo integrar la muerte en la propia vida?........................................................32
5.8. ¿Tiene sentido el dolor? ¿Se puede ser feliz en el sufrimiento?...........................34

6. La acción humana........................................................................................................36
6.1. Estructura de la acción humana............................................................................36
6.2 La conciencia moral..............................................................................................37
6.3. ¿Puede errar la conciencia moral?........................................................................38
6.4. El remordimiento de conciencia...........................................................................39
6.5. Responsabilidad, culpabilidad y posibilidad de cambiar: el perdón....................39
6.6. ¿Cómo determinar la bondad o maldad de una acción?.......................................40
7. Ética y verdad. El escepticismo, el relativismo, la ética del consenso........................43

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7.1. ¿Tiene sentido hablar de verdad en el siglo XXI?................................................43
7.2. El conocimiento moral.........................................................................................45
7.3. Pluralismo y relativismo.......................................................................................46
7.4. La aspiración a la verdad. Verdad y falsedad en la vida del ser humano.............46

8. La libertad....................................................................................................................48
8.1. Planteamiento del problema.................................................................................48
8.2. ¿Qué es la libertad?..............................................................................................49
8.3. Tres sentidos de libertad.......................................................................................49
8.4. Naturaleza y libertad.............................................................................................50
8.5. Libertad y conocimiento.......................................................................................52

9. Las motivaciones: los afectos......................................................................................53


9.1. Importancia de los afectos en la vida humana......................................................53
9.2. Cómo integrar los afectos.....................................................................................54
9.3. La educación del carácter.....................................................................................54
9.4. Enfermedades del alma respecto a los afectos.....................................................55
9.5. ¿Qué hacer con los sentimientos y la vida afectiva?............................................56
9.6. ¿Qué hacer cuando no hay sentimientos?.............................................................56

10. Ética del amor............................................................................................................57


10.1. Orden de los amores...........................................................................................57
9.2 El dominio como enemigo del amor.....................................................................58
9.3. El amor como pérdida de tiempo..........................................................................59
9.4. La familia..............................................................................................................59
9.5. El amor entre el hombre y la mujer......................................................................60
9.6. La amistad............................................................................................................62
9.7. Sentido último del amor.......................................................................................63

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