Guerras Macedónicas

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Guerras macedónicas

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Guerras macedónicas

 Primera

 Segunda

 Tercera

 Cuarta

Las guerras macedónicas fueron una serie de enfrentamientos armados entre


el reino de Macedonia y la República romana que tuvieron lugar en los
siglos III y II a. C. y que terminaron con la derrota del primero.

Índice

 1Preludio
 2Primera guerra macedónica
 3Segunda guerra macedónica
 4Tercera guerra macedónica
 5Cuarta guerra macedónica
 6Enlaces externos
 7Referencias

Preludio[editar]
A finales del siglo III a. C., Macedonia era aún la gran potencia dominante en
el Mediterráneo Oriental. Su ejército, descendiente directo de aquel
de Alejandro Magno, aún era temido, al igual que su estilo de combate, que
enfatizaba las armas combinadas, pero cargaba mucha mayor responsabilidad
sobre el poder de la falange que nunca hiciera (o hubiera hecho) Alejandro.
Mientras Roma trabajaba la movilidad y flexibilidad, la falange macedonia se
hacía más rígida que nunca.

Primera guerra macedónica[editar]


Artículo principal: Primera guerra macedónica
Durante la segunda guerra púnica, Filipo V de Macedonia se alió con Cartago.
Aunque este acuerdo no conllevó a ninguna batalla campal entre Roma y
Macedonia, fue conocido históricamente como primera guerra macedónica.
Tras escaramuzas de pequeña importancia, se negoció una paz inestable que
permitía a Roma concentrar sus energías en derrotar a Cartago. Según Livio,
Filipo envió una legión al mando de Sópatro a Aníbal en Zama.
Segunda guerra macedónica[editar]
Artículo principal: Segunda guerra macedónica
En el año 200 a. C., siendo ya Roma la potencia dominante de Italia y
el Mediterráneo Occidental, Rodas y Pérgamo le pidieron ayuda contra las
continuas agresiones macedónicas en los Dardanelos y Egipto. La atención de
Roma se volvió hacia el Egeo y sus antiguas rencillas con Filipo V de
Macedonia.
Roma exigió a Filipo su retirada completa de Grecia. Filipo accedió en parte,
porque quiso mantener el control sobre las ciudades de Demetrio I de
Macedonia, en Tesalia; Calcis, en Eubea; y Corinto, en Acaya; a las que el rey
conocía como «Grilletes de Grecia».
Una delegación griega fue enviada a Roma, para darle al Senado una lección
de geografía helena. Las negociaciones terminaron en un callejón sin salida.
Sin embargo, como resultado, el Senado envió al cónsul Tito Quincio
Flaminino, al mando de dos legiones de más de 6000 infantes y 300 jinetes
aliados para expulsar a Filipo de Grecia. Así comenzaba la segunda guerra
macedónica.
Tras una serie de combates en todo el territorio griego, los ejércitos de Filipo y
Flaminino se encontraron en la batalla de Cinoscéfalos. El rey macedonio fue
derrotado, debiendo firmar un tratado de paz por el que abandonaba sus
pretensiones sobre Grecia. Al mismo tiempo, un segundo ejército
macedonio era derrotado por Átalo I, rey de Pérgamo, en Asia Menor.

Tercera guerra macedónica[editar]


Artículo principal: Tercera guerra macedónica
Filipo V mantenía la tradición macedonia de enseñoreamiento sobre los
griegos, heredada de Filipo II y Alejandro Magno. Aunque los romanos en la
guerra anterior lo habían derrotado y separado políticamente de Grecia, nunca
renunció a la idea de deshacerse de la influencia de Roma sobre su «patio
trasero».
Por ello, una vez que logró poner las cosas en orden en su país, elaboró
una estrategia para mantener a los romanos ocupados mientras él se
apoderaba nuevamente de Grecia. Esta estrategia consistía en conquistar los
territorios al sur del Danubio y concertar tratados de alianza con las tribus
bárbaras transdanubianas, con el fin de lanzar a éstas contra Italia. Esta última
parte no pudo realizarla, pues murió en el 179 a. C.
Su hijo y heredero al trono, Perseo, no continuó la política de su padre, quien
veía a los bárbaros como poco más que esclavos. Al contrario, Perseo buscó la
alianza y la amistad de muchas ciudades estado griegas y reinos helenísticos,
logrando como resultado que Prusias II de Bitinia, Seleuco IV de Siria (su
suegro), Rodas, Bastarnia, Iliria, Etolia y otros más fuesen sus amigos. En los
20 años posteriores a la segunda guerra macedónica, el odio hacia Roma en
Grecia se había incrementado notablemente, pues el pesado yugo que los
romanos imponían indirectamente a través de la oligarquía reinante había
resultado en el empobrecimiento generalizado de la población.
Aprovechando esto, Perseo inició una política demagógica, invitando a quienes
fueran perseguidos por política o por deudas a refugiarse en Macedonia, donde
les serían reconocidos sus derechos y bienes. Pero el resultado de ello fue
contraproducente, pues las clases poseedoras, al ver sus intereses en peligro,
volvieron sus ojos a Roma con el fin de conseguir ayuda para deshacerse de
Perseo.
Eumenes II de Pérgamo fue uno de los más ardientes impulsores de la guerra:
logró llegar al senado y presentar muchas quejas contra Perseo; como
resultado, Roma declaró la guerra a Macedonia. Sin embargo, las operaciones
militares no iniciaron de inmediato, pues los romanos no estaban preparados
para la guerra. De regreso a Pérgamo, Eumenes II fue víctima de un atentado
en la isla de Delfos, organizado por Perseo.
Perseo, por su parte, aun sabiendo que Roma estaba oficialmente en guerra
con él, pero no lo había atacado aún, asumió una postura defensiva, que al
final le acarreó la ruina. Decidió no ocupar con sus tropas los puntos
estratégicos más importantes de Grecia, lo que le habría dado una sustancial
ventaja inicial, y dio tiempo a los romanos a preparar cuidadosamente la
guerra.
Sin embargo, no todo era ventaja para los romanos. Aunque por su cobarde
actitud la mayor parte de sus amigos y aliados se habían alejado de él, al
iniciarse las operaciones militares (171 a. C.), los macedonios lograron derrotar
en Tesalia a la caballería e infantería ligera romanas. Esto provocó que los
antiguos amigos y aliados se unieran a él, pero Perseo, temeroso de la
reacción romana, evacuó sus fuerzas de Grecia y se retiró a Macedonia,
renunciando a una guerra ofensiva.
Durante los dos años siguientes la guerra fue pasivamente conducida
por Roma y por Macedonia; sin embargo, esta última desplegó una gran
actividad diplomática que brindó algunos resultados por el resurgimiento de la
flota macedonia en el mar Egeo y por la aparente incapacidad de Roma de dar
fin a la guerra. Esto generó entre los rodios el deseo de actuar como
intermediarios para finalizar la guerra, dado que su comercio estaba
fuertemente contraído a causa de esta. Sin embargo, notando el senado
romano la actitud de los griegos hacia Roma, y viendo el peligro que esto
representaba, decidió poner fin a la guerra victoriosamente al precio que fuese.
En el 169 a. C., se nombró cónsul a un noble sin fortuna, Lucio Emilio Paulo,
hijo del cónsul del mismo nombre muerto en Cannas durante la segunda guerra
púnica, padre biológico de Publio Cornelio Escipión Emiliano. Emilio Paulo
contaba con muchos años de experiencia militar adquirida en las guerras
de Liguria e Hispania, y era famoso por su intachable honestidad. Llegado al
teatro de operaciones, rápidamente restauró la disciplina que se había relajado
y logró penetrar en Macedonia hasta la ciudad de Pidna, donde estaba Perseo
y su ejército. Allí se desarrollaría la famosa batalla de Pidna, cuyo resultado fue
la destrucción para siempre de la monarquía macedonia. Un dato interesante
sobre esta batalla es que sería en ese momento donde el famoso
historiador Polibio fue capturado y llevado hacia Roma, donde comenzó más
tarde la escritura de sus Historias.1
El primer choque entre romanos y macedonios fue tan fuerte que las
vanguardias romanas fueron destrozadas y las legiones se empezaron a retirar
a las alturas que rodeaban el campamento romano. Inmediatamente
las falanges macedonias se abrieron para dar persecución a los romanos.
Emilio Paulo se aprovechó de esta circunstancia, y lanzó a las reservas a los
costados y la retaguardia de las falanges, terminando por romper totalmente su
formación, y los legionarios perseguidos dieron la vuelta y cercaron a los
macedonios. La caballería macedonia, al ver la derrota de la infantería, optó
por retirarse del campo de batalla.
Todo el enfrentamiento terminó en menos de una hora, con el resultado de
20 000 macedonios muertos y 11 000 prisioneros. Las pérdidas romanas
fueron muy inferiores. Perseo, al ver su derrota, sólo se preocupó por la
salvación de sus tesoros (era avaro como ningún otro), y fue el primero en huir
del campo de batalla.
Perseo huyó con su oro (unos 6000 talentos) a Samotracia, en
cuyo santuario confiaba en encontrar un refugio seguro. Pero los romanos, que
no respetaban santuarios de ninguna clase, lo obligaron a rendirse con sus
tesoros y sus dos hijos, y fue confinado en Italia, donde murió algunos años
después. Su hijo mayor, Filipo (y técnicamente heredero del trono de
Macedonia) murió dos años después que el padre, mientras que el más joven
se convirtió en un simple escribano.
Como resultado de la guerra, Macedonia fue dividida en cuatro repúblicas
nominalmente independientes, cuyos habitantes no podían tener relaciones
diplomáticas, comerciales ni matrimoniales entre ellos. Macedonia tenía
prohibido comerciar con madera, materiales de construcción, metales preciosos
ni sal con quien fuese. Las fortalezas fueron desmanteladas y la población
desarmada. La monarquía macedonia fue destruida para siempre.
El empobrecimiento resultante y el recuerdo de la libertad y la gloria antiguas
de Macedonia hizo que 20 años después, al presentarse un impostor que se
hacía pasar por el fallecido hijo de Perseo, Filipo, los macedonios se rebelaran
contra Roma, rebelión cuyo resultado final fue la transformación de Macedonia
en una provincia romana.

Cuarta guerra macedónica[editar]


Artículo principal: Cuarta guerra macedónica
La cuarta guerra macedónica, entre 150 a. C. y 148 a. C., tuvo lugar contra un
pretendiente macedonio al trono, que estaba desestabilizando Grecia de
nuevo, tratando de restablecer el viejo reino. Los romanos derrotaron
rápidamente a los macedonios en la segunda batalla de Pidna. Como
respuesta, la Liga aquea declaró la guerra en 146 a. C., aunque sus dirigentes
sabían que no tenían opciones de ganar. Polibio culpa de ello a los demagogos
de las ciudades de la Liga. La Liga fue derrotada, y la ciudad de Corinto fue
destruida.2

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