Europa Soberana - Soldados de La Bestia - Los Bersekers y La Expansión Vikinga.

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Soldados de la bestia —los bersekers y la

expansión vikinga
Furor teutonicus.
(Cronistas romanos, sobre el empuje de los germanos en combate).

El número de barcos crece. La corriente sin fin de vikingos no


cesa de aumentar. Por todos lados los cristianos son víctimas
de matanzas, incendios y saqueos. Los vikingos conquistan
todo cuanto se encuentran a su paso. Nadie les puede hacer
frente. Han tomado Burdeos, Perigord, Limoges, Angulema y
Toulouse. Angers, Tours y Orleans han sido destruidas. Una
incontable flota navega Sena arriba y la maldad se enseñorea
del país. Rouen ha quedado desierta, saqueada e incendiada.
París, Beauvais y Meaux han sido conquistadas; las
fortificaciones de Melun han sido derribadas; Chartres está
ocupada, Evreux y Bayeux saqueadas y muchas otras ciudades
sitiadas.
(Ermentario de Noirmoutier, Francia, década de 860).

A furore normanorum libera nos, Domine.


(Oración medieval).
La historia de los pueblos indoeuropeos nos enseña que toda gran obra
proviene, en primera instancia, del bárbaro "auténtico" e
incontaminado, y de las alianzas de guerreros o männerbunden, que
son los únicos capaces de cambiar el mundo y el tiempo a través de la
acción directa. En este escrito se tratará precisamente a los más
notables representantes del bárbaro indoeuropeo y de las alianzas de
guerreros.

LA IRA SAGRADA EN LA TRADICIÓN INDOEUROPEA

¿De dónde procedía la fuerza legendaria y furiosa de aquellos antiguos


indoeuropeos, nuestros antepasados, tan unidos a sus dioses y a la
Naturaleza? En la antigüedad, numerosas son las referencias a esa
fuerza, que es descrita como una especie de furor. La cólera divina es
todo un arquetipo: los iranios llamaron aesjma al furor sagrado, y los
indo-iranios, ishmin. En India se describía, además, el mada —la
embriaguez divina producida por la bebida mística soma. En Grecia
encontramos el menon o menis, la ira apasionada que sólo Aquiles, el
mayor guerrero de todos los tiempos, poseía [1]. También de Grecia
proviene el "divino furor de Dionisio", que en un principio tenía que ver
con la glorificación de los instintos relacionados con el culto a la vida
ascendente. La mania, es decir, el arrebato del furor dionisiaco, se
decía llevaba en un vuelo al alma del poseído hacia los Montes Tracios,
que representaban a una Hélade primigenia, ancestral y bárbara. En el
mundo céltico nos encontramos con el héroe irlandés Cuchulain, del
que se apoderaba el warp-spasm ("espasmo que deforma", o espasmo
de furia) en momentos de guerra, dándole un empuje sobrenatural.
Esto, en fin, nos señala que la ira sagrada no fue exclusivo patrimonio
germánico, sino que proviene de una fuente aun más antigua, y que
en todos los pueblos indoeuropeos hubo círculos masculinos que
cultivaban la fuerza otorgada por la furia de combate.
Los germanos, pueblo indoeuropeo procedente del sur de
Escandinavia, fueron quizás los últimos europeos en cultivar
abiertamente la ira sagrada de un modo tribal. El nombre del dios
Wotan hace referencia directa a la furia. En alemán
moderno, wut significa "ira", en inglés moderno, wrath tiene el mismo
significado, y en gótico, wods significaba "poseído". Wotan sería, pues,
la "ira de An". An es una sílaba arquetípica; así llamaban los sumerios
a su deidad principal [2].

La ira divina no era entonces un concepto novedoso, ni tampoco algo


que haya desaparecido. Cuando algo sagrado, una canción, un paisaje,
una ceremonia, una pasión, una persona, una situación, nos hacen
recordar cierto instinto interior, lo que aflora es un tipo muy especial
de sentimiento: la unión de furia y alegría, el sentimiento que hace que
los guerreros de todos los tiempos alcen sus armas al cielo y lancen al
viento sus gritos, el sentimiento dionisiaco que yace en la música y las
canciones, que nos hace sentir más vivos y más poderosos, el
sentimiento glorioso de honor, orgullo y contacto con lo Eterno, que
acelera nuestro pulso y nos pone los pelos de punta, el sentimiento
que sabemos que nadie que no sea un hombre europeo puede sentir.
"Almas ardiendo", lo llamó León Degrelle. "Fuego en la sangre", lo
podríamos llamar nosotros, como cuando se habla de ocasiones en las
que "hierve la sangre". Se trata de la llama espiritual que se opone al
avance del hielo materialista y nihilista, el "ardor guerrero" del que aun
hoy se canta en el himno de la Infantería.
EL PAPEL DE LOS BERSERKERS EN EL MUNDO
GERMÁNICO

Los berserkers se asocian a la germanidad, es decir, al conjunto de


tribus germánicas. Éstas abarcan a escandinavos, anglosajones,
holandeses y alemanes. Nos situamos en una época en la que los
vikingos, aun paganos, tenían seriamente aterrorizada a una Europa
castrada por el cristianismo, y en la que el Imperio Romano había
desaparecido desde hace siglos. Generalmente, el vikingo despreciaba
al cristiano y los cristianos temían al vikingo. En una ocasión, unos
vikingos secuestraron a un obispo. Cuando no obtuvieron rescate por
él, lo mataron golpeándolo con calaveras de animales. Eran almas aun
salvajes e incontaminadas, poseídas por esa mentalidad brutal y
contundente tan propia de la Naturaleza.

Entre todos estos bárbaros, los más fieles guardianes de la furia


sagrada fueron los bersekers. Esta palabra pervivió en el vocabulario
de las naciones que conocieron a estos hombres: en
Inglaterra, berseker aun designa a una persona de carácter indómito o
salvaje, o a un estado de ira irracional. Berserkr se puede traducir
como "camisa de oso" (bear shirt en inglés moderno), o bien "sin
camisa" (bare shirt). Proviene del hecho de que los bersekers
combatían ataviados con pieles de oso, y a veces semidesnudos o
desnudos.

Entre los antiguos, cada hombre era un guerrero. Sin embargo, no lo


era durante toda su vida, sino que era llamado a ello en ocasiones
turbulentas, mientras que en la paz se dedicaba a sus labores de campo
o dominio. Así fue en todo el mundo antiguo —salvo Egipto, Esparta,
Roma, el Imperio Bizantino y algunas otras excepciones, que contaban
con ejércitos "profesionales". En la germanidad, empero, había una
curiosa casta aparte, los artistas de la guerra, considerados tocados
por la Divinidad.

Algunos guerreros selectos vivían en pequeñas comunidades, aisladas


de los núcleos de población y dirigidas por un sacerdote del culto de
Odín/Woden/Wotan según la región, un escaldo (bardo),
un gothi (druida), un vikti (maestro de las runas) u otro tipo de
chamán, brujo o mago tribal. Formaban auténticas sectas en el mundo
germánico, como parte de la tradición de las männerbunden, las
uniones de hombres, alianzas de guerreros, hermandades militares o,
como las denominó el rumano Mircea Eliade, "sociedades secretas de
hombres".

En las familias de la aristocracia germánica, existía la tradición afín a


la de los oráculos en Grecia: al nacer el niño, un sacerdote realizaba
un ritual por medio del cual se podría entrever su destino. Podemos
suponer que a algunos padres de los bebés más prometedores se les
ofrecía criarlos en una comunidad "militar" de este tipo. Esto no tendría
lugar enseguida, sino a una edad un poco más tardía. A esa edad, se
presentaría el chamán correspondiente para llevar al niño a su nueva
vida en los bosques, donde aprendería a adquirir los instintos del
depredador.

Desde pequeños, a los futuros bersekers se les ajustaba en el cuello


un anillo de hierro que se relacionan con las torques célticas y que no
se quitarían hasta matar a su primera víctima. Se desconoce
completamente el tipo de instrucción que se les daba, pero
básicamente se trataría de una especie de campamento militar y
ascético al estilo espartano, en el que se les enseñaba a manejarse con
las armas, en el combate cuerpo a cuerpo y en la vida en la Naturaleza,
además de adquirir dureza y resistencia frente a todo tipo de
privaciones, en el marco de una vida cazadora-recolectora. También
aprendían técnicas y danzas tribales pensadas para generar grandes
cantidades de adrenalina. A través de años, iban construyendo el
cuerpo del guerrero, acostumbrado a la fatiga, a las privaciones y al
sufrimiento. Y todo ello conjugado con alguna forma desconocida de
yoga: una de las habilidades que lograban mediante su misterioso
ascetismo era, sentados sobre la nieve durante una nevada o ventisca,
derretir con su propio calor interior la nieve que les caía encima. Esta
avanzada prueba tiene lugar, aun hoy en día, entre algunos lamas
tibetanos (el ejercicio respiratorio que emplean para generar calor se
llama tumo o "fuego en el vientre"), y en las leyendas célticas, una de
las cualidades que se atribuía a los grandes héroes era derretir la nieve
a cien pies de distancia (30 m) con su propio calor corporal. Un caso
interesante, que data de la Irlanda del año 700 AEC, es el del héroe
folklórico Cuchulain. La leyenda cuenta que, después de una batalla,
Cuchulain regresó a su pueblo aun en pleno frenesí de combate. Sus
compatriotas, temiendo que matase a todo el pueblo, se le echaron
encima y lo metieron en un barril de agua fría. Por el ardor del héroe,
el agua rompió las planchas de madera y los flejes metálicos, e hizo
estallar el barril en mil pedazos, "como se rompe una nuez". En el
segundo barril de agua fría, Cuchulain produjo burbujas grandes como
puños. Y en el tercero, produjo una ebullición en la que algunos
hombres podían soportar sumergir sus manos y otros no. Esto nos
recuerda inevitablemente al Heracles griego, que tuvo que precipitarse
a las aguas de las Termópilas para aplacar un ataque de fuego interior,
convirtiendo las aguas del lugar en termales.

Los cachorros bersekers recibían iniciación en un culto que se podría


llamar misterios de Odín, el patrón de estos guerreros. Los bersekers
a menudo eran llamados "hombres de Odín" o "lobos de Odín" por su
predominante culto a esta deidad, denominada "padre de todo" o "el
fuerte de arriba". Podría describirse a los bersekers, por tanto, como
sectas de guerreros de élite, severamente entrenados desde pequeños
en las artes de la lucha y de la alquimia interior, e iniciados en un culto
a Odín mediante algún tipo de ritual extremadamente violento. Mircea
Eliade especificó que:

No se llegaba a ser "berserkr" únicamente por bravura, por fuerza física


o por dureza, sino también tras una experiencia mágico-religiosa que
modificaba radicalmente la forma de ser del joven guerrero. Éste debía
transmutar su humanidad mediante un acceso de furia agresiva y
terrorífica, que lo asimilaba a los carniceros enfurecidos. "Se calentaba"
hasta un grado extremo, transportado por una fuerza misteriosa,
inhumana e irresistible, que su impulso combativo hacía surgir de lo
más profundo de su ser [3].

En combate, los bersekers presentaban un aspecto aterrador para sus


enemigos. Vestidos con pieles de oso, o de lobo (en cuyo caso se
llamaban ulfhednar o ulfsark, "piel de lobo"), desnudos o pintados de
negro, se arrojaban al combate siempre en grupos de doce [4],
gritando como posesos, echando espuma por la boca y siendo inmunes
a las heridas más terribles.
Casco vikingo con máscara de cota de mallas para proteger el rostro. La fantasía
de los cascos con cuernos procede de una leyenda negra europea. Fueron los
celtas (y muchos caballeros medievales) los que emplearon cascos con cuernos,
y a menudo más como ornamentos ceremoniales que como cascos de combate.

En la Ynglinga Saga (Capítulo VI) se habla sobre ellos, diciendo:

Los hombres de Odín marchaban sin cotas de malla, enfurecidos como


perros o lobos. Mordían sus escudos, fuertes como osos o toros
salvajes. Mataban a sus enemigos de un solo golpe, pero ni el hierro ni
el fuego los dañaba. Tal es lo que se llama el furor de los bersekers.

En el Hrafnsmal, el escaldo Thorbjörn Hornklofi los describe en el


combate:

Allí los bersekers gritaban —la batalla se desencadenaba—, pieles de


lobo aullaban salvajemente, las lanzas silbaban… pieles de lobo, se
llamaban. Se les ve actuar, ensangrentados los escudos. Rugieron las
espadas cuando llegaron al combate. El rey sabio en el combate se
hace proteger por rudos héroes que alzan sus escudos.

EL BERSERKERGANG O POSESIÓN
Antes del combate, los bersekers entraban juntos en un trance
llamado berserksgangr o berserkergang. Este trance era el proceso de
posesión, para el que no cualquiera estaba preparado, pues su energía
podía destrozar el cuerpo del profano. Según la tradición escandinava,
tal estado de éxtasis comenzaba con un siniestro escalofrío que recorría
el cuerpo del poseído y le ponía los pelos de punta y la piel de gallina.
A esto seguía la contracción de los músculos, un premonitorio temblor,
el aumento de la presión arterial y de la tensión, y una serie de tics
nerviosos en el rostro y en el cuello. La temperatura corporal
comenzaba a subir. Las aletas nasales se dilataban. La mandíbula se
apretaba y la boca se contraía en una mueca psicótica revelando la
dentadura. Luego venía un inquietante rechinar de dientes. El rostro
se inflaba y cambiaba de color, acabando en un tono púrpura.
Empezaban a echar espuma por la boca [5], a gruñir, a agitarse, a
rugir y gritar como animales salvajes, a morder los bordes de sus
escudos, a golpear sus cascos y sus escudos con sus armas y a
rasgarse la ropa, invadidos por una fiebre que tomaba posesión de ellos
y les convertía en una bestia, su ciego instrumento. Presenciar
semejante transformación debía ser algo realmente alarmante y
angustioso, evocador del más urgente pánico. Era una transformación
iniciática en toda regla, y algunos han visto en ella el origen de las
leyendas de hombres-lobo.

Tras este proceso, los bersekers recibían el Odr u Od (llamado Wut en


Germania y Wod en Inglaterra), la inspiración que Odín concedía a
algunos guerreros, iniciados y poetas, tocándoles con la punta de su
lanza Gugnir ("estremecedora"). Con ello se convertían en un furioso
torbellino de sangre y metal. La fuerza física del "inspirado" por la
fiebre Od aumentaba de manera sobrehumana e inexplicable, y
también se incrementaban su resistencia, su agresividad y su
fanatismo combativo. Desaparecían el dolor, el miedo o la fatiga, y lo
que los reemplazaba era una embriagante sensación de voluntad,
imparable poder y ganas de destruir, arrasar, matar, aniquilar y
derribar. Una buena referencia a la versión celta del berserkergang, la
podemos encontrar en "The Táin", que describe la transformación del
héroe Cuchulain antes de las batallas:

El espasmo de furia se apoderó de él: parecía que cada cabello estaba


martilleado a su cabeza, pues todos los pelos se le enderezaron
verticalmente, y se podría jurar que un punto de fuego coronaba la
punta de cada uno. Uno de sus ojos se cerró más estrecho que el ojal
de una aguja, y el otro se abrió más ancho que la boca de una copa.
Sus mandíbulas se desencajaron hasta las orejas, y sus labios se
apartaron revelando sus encías. El halo del héroe ascendió desde la
corona de su cabeza.

Los bersekers pasaban a luchar furiosamente sin importarles en


absoluto su propia vida o seguridad física. Muchos preferían llevar una
espada y un hacha en vez de una sola arma con el escudo [6]. En
grupos de doce, cargaban salvajemente contra el enemigo sin importar
su inferioridad numérica, y heridas que matarían a cualquiera no los
inmutaban lo más mínimo. En casos de defensa contra multitudes
avasallantes, formaban un círculo impenetrable desde el cual se batían
hasta la muerte del último hombre.

Si nos imaginamos el aspecto de esos hombres cargados de músculos,


venas, nervios y tendones, con la cara crispada bajo la piel de la bestia,
los fanáticos ojos claros abiertos como platos y brillando con
aquel acies oculorum que Julio César y Tácito advirtieron entre los
guerreros germanos; los dientes apretados con furia y echando
espumarajos, salpicados con sangre enemiga… al instante
comprenderemos que aquellos guerreros no tenían nada que ver con
el hombre occidental moderno. Esos bersekers eran de la misma
sangre que muchos europeos modernos, pero ellos eran hombres que
vivían para la guerra, mientras que el occidental medio de nuestros
días es un afeminado blando que vive para la paz y, en su miopía,
persiste en creer que lo sabe todo sobre el mundo y la vida.

El Wut, Wode, Od o berserkergang era un trance terriblemente intenso


y violento, en el que se perdía completamente el control y la razón, y
en el que la bestia se liberaba de sus cadenas de hierro para desahogar
su claustrofobia y para cabalgar en gloriosa y desbocada libertad por
el oscuro y borroso bosque, sin responsabilidades, sin ataduras, sin
límites y sin leyes. No sólo se trataba de dejar aflorar a la bestia
interior, sino de dejarse poseer por la divinidad absoluta, externa. El
cuerpo del guerrero, en manos de estas tempestuosas fuerzas, y
totalmente desconectado de la mente racional, era una simple
marioneta que apenas daba abasto para plasmar tanta ira.
Los afectados podían estar durante horas e incluso días combatiendo
de la manera más furiosa y encarnizada sin pausar un sólo momento.
De hecho, gracias a su brutal aportación, a menudo las batallas
terminaban demasiado pronto, y los bersekers no podían cesar de
combatir, necesitando desahogar su furia, correr sin parar de gritar y
descargar sus armas contra árboles, rocas, animales o personas,
incluso llegando a atacar a miembros de su mismo ejército (aunque al
parecer los bersekers nunca se atacaron entre ellos), ya que en tales
estados no distinguían entre amigos y enemigos.

Sin embargo, cuando pasaba el berserkergang, se sumían en un estado


de debilidad total, en el que eran incapaces de defenderse ni de tenerse
en pie siquiera. Esta resaca duraba varios días, en los que el guerrero
debía guardar cama. Según las sagas escandinavas, a menudo sus
enemigos aprovechaban para matarles en aquellos momentos. Algunos
bersekers, sin haber recibido herida alguna, caían muertos tras la
batalla por el sobrehumano esfuerzo realizado: sus cuerpos no estaban
preparados para ser instrumentos de la furia divina —al menos durante
un tiempo demasiado prolongado. Probablemente se les acortaba la
esperanza de vida por muchos años después de cada "sesión" de
berserkergang.

Otra cualidad que se atribuía al poseído del berserkergang era el


"inutilizar las armas del adversario", lo cual probablemente implicaba
que los bersekers eran tan rápidos, tan invulnerables e inspiraban tal
terror en sus enemigos que éstos parecían quedar paralizados de
miedo o sus golpes no eran efectivos. Asimismo, es muy probable que
el aura de ira desprendida de un grupo de bersekers cargando, fuese
"sentida" a una gran distancia por los soldados enemigos como si de
una onda expansiva se tratase, tal y como escribió el historiador
romano Tácito, hablando de una männerbund germana cuyos
miembros se denominaban harii —palabra que entre los iranios e indo-
iranios significaba "los rubios", y que está relacionada con
los Einheriar (Aina-Hariya) del Valhala:

En cuanto a los harii, además de superar en fuerza a los pueblos que


acabo de enumerar, salvajes como son, sacan el máximo partido de su
ferocidad natural valiéndose del arte y de la oportunidad: escudos
negros, cuerpos pintados. Para combatir, eligen noches oscuras. Solo
el horror y la sombra que acompañaban a esta macabra hueste bastan
para llevar el terror. Ningún enemigo puede soportar esta visión
extraña e infernal, pues en toda batalla los primeros vencidos son los
ojos [7].

Observamos aquí la importancia que tenía la simbología de lo oscuro


para estos hombres. La noche es esencial en este simbolismo, pues
simboliza la edad oscura, este tenebroso invierno en el que hemos
nacido para bien o para mal. El día, con los rayos del sol, el oro, es
propicio para la voluntad, para el arrojo, para la lucha consciente, para
clavar la lanza en el enemigo, para hundir la espada en la tierra —en
una palabra, para poseer, para tomar. El día representa la mano
derecha, el orden, el ritual y la "vía seca". La noche, en cambio, con
oscuridad, luna, estrellas, agua y plata, es más propicia a la magia, a
un cierto caos, al dejarse tomar, al ser poseído, a alzar las armas al
cielo en vez de hundirlas en la tierra y por ello está más relacionada
con la mano izquierda y la "vía húmeda".

Desde que el hombre ya no es un dios, debe luchar para convertirse,


al menos, en ciego instrumento de los dioses. Para ello, debe vaciarse
de toda individualidad egocéntrica con el fin de permitir el arrebato
divino, esto es, "para propiciar que Odín le toque con la punta de su
lanza". Y el primer modo de conseguirlo era mediante la instauración
de una severa disciplina, el ascetismo y la organización. Recordemos,
con respeto a la importancia de la noche, que el mismo Adolf Hitler
habló en "Mi Lucha" sobre la diferencia de efectos que sus discursos
conseguían en las muchedumbres por la mañana y por la noche. Para
él, las tardes, y especialmente las noches, eran el momento ideal de
dar un discurso y de hacer valer su magnetismo. Hagamos notar
también que, en las SS, los colores predominantes en los uniformes y
en su simbología eran el negro y el plateado. Simbólicamente, se
cubrían de noche, de oscuridad, de truenos y de luz lunar y estelar [8].

Quien había sido poseído una vez por el berserkergang estaba ya


marcado con una señal de por vida. A partir de entonces, el trance no
sólo le venía al ser invocado antes del combate, sino que también podía
caer sobre él de repente en momentos de paz y sosiego,
transformándole en cuestión de segundos en una bola de odio,
adrenalina y gritos infrahumanos en busca de destrucción. Así, la saga
de Egil describe cómo el padre de Egil, un berseker, sufrió
repentinamente la posesión del berserkergang mientras jugaba
pacíficamente a un juego de pelota con su hijo y otro pequeño. El
guerrero, horriblemente agitado, y rugiendo como un animal, agarró al
amigo de su hijo, lo alzó en el aire y lo estrelló contra el suelo con tanta
fuerza que murió en el acto con todos los huesos del cuerpo rotos.
Luego se dirigió hacia su propio hijo, pero éste fue salvado por una
sirvienta que, a su vez, cayó muerta ante el poseído. En las sagas, las
historias de bersekers están salpicadas de tragedias en las que el
berserkergang descontrolado se vuelve contra los seres más allegados
al poseso. Si hubiese que encontrar un equivalente griego, lo
tendríamos en la figura de Hércules, quien durante un ataque de ira
mató a golpes a su propia esposa Megara y a los dos hijos que tenía
con ella, lo cual motivó sus 12 tareas como "penitencia" para expiar su
pecado.

En el ámbito de la mitología tenemos muchos ejemplos de la furia de


los bersekers. La saga del rey Hrolf habla del héroe berseker Bjarki,
que combatía por dicho rey y que en una batalla se transformó en un
oso. Este oso mató a más enemigos que los cinco campeones selectos
del rey. Las flechas y las armas rebotaban de él, y derribó a hombres
y caballos de las fuerzas del enemigo rey Hjorvard, desgarrando con
los dientes y las garras cualquier cosa que se interpusiera en su
camino, de tal modo que el pánico se apoderó del ejército enemigo,
disgregando sus filas caóticamente. Esta leyenda —que no deja de ser
eso, una leyenda— representa la fama que habían adquirido los
bersekers en el Norte, como grupos reducidos pero, por su bravura,
perfectamente capaces de decidir el resultado de una gran batalla.

Ahora bien, ¿cuál es la explicación para estos hechos, que rebasan con
creces lo normal? ¿Cómo hemos de interpretar el berserkergang? En
nuestros días, algunos que siempre miran con resentida desconfianza
cualquier manifestación de fuerza y salud, han querido degradarlo.
Para muchos de ellos, los bersekers eran simplemente comunidades de
epilépticos, esquizofrénicos y demás enfermos mentales. Esta ridícula
explicación no satisface en absoluto, ya que la epilepsia o la
esquizofrenia son patologías cuyos efectos no se pueden "programar"
para una batalla como hacían los bersekers, y bajo sus ataques es
imposible realizar acciones valerosas o mostrar heroísmo bélico. Un
epiléptico se hace más daño a sí mismo mordiéndose la lengua y
cayendo al suelo que destrozando las filas de un numeroso ejército
enemigo, y además puede ser reducido por una sola persona.
Peliculeramente, otros han sugerido que los bersekers eran alianzas de
individuos que habían sufrido mutaciones genéticas, o los
supervivientes de un antiguo linaje germánico desaparecido,
organizados en forma de comunidades-sectas. Incluso se puede tener
en cuenta la explicación "chamánica", según la cual los bersekers eran
poseídos por el espíritu totémico de un oso o de un lobo.
Como se ve, las razones son tan variopintas como variopintos son los
personajes que se meten a opinar al respecto. La explicación más
conocida, empero, es la de que estos hombres combatían drogados.
Según dicha teoría, los bersekers ingerían un hongo llamado amanita
muscaria (seta de tallo blanco y sombrerete rojo con motas blancas,
que abunda entre los bosques de abedules del norte de Europa), o bien
algún mejunje preparado con dicha seta. Ésta tiene una toxicidad
elevada gracias a un alcaloide llamado muscarina, que altera
completamente la conciencia y la percepción. Actualmente se la ha
catalogado como "venenosa", dado que en dosis elevadas resulta
mortal. La teoría de la amanita muscaria fue elaborada en 1784 por el
profesor sueco Samual Ödman (que supo de la utilización del hongo
por parte de chamanes siberianos), y se perfiló hasta cierto punto
porque la mitología germánica explicaba que, de la boca de Sleipnir —
el caballo de Odín, de ocho patas— goteaba una espuma roja que, al
llegar al suelo, se transformaba en la seta. Otras teorías de drogas
sugieren cerveza con beleño negro o pan o cerveza contaminados con
cornezuelo del centeno.

La teoría de las drogas no convence, y los dos hechos anteriores


(chamanes siberianos + caballo de Odín) son las únicas pruebas que
tenemos para corroborar tal tesis. Por otro lado, la simple ingestión de
una droga no garantiza por sí misma un arrebato de devastación y
frenesí guerrero como el que experimentaban los bersekers. Si es que
ingerían efectivamente una droga, habría sido tras una larga y dura
preparación guerrera y ascética que les hubiese hecho resistir la
posesión del od, con dosis cuidadosamente pensadas por auténticos
conocedores de sus efectos, y con ritos diseñados para realzar y
canalizar ciertos aspectos relacionados con la sustancia. Nos es más
lógica, pues, la teoría de que el berserkergang se desencadenaba
mediante una especie de "orden hipnótica programadora" que se
almacenaba en el subconsciente a través de una violenta y traumática
iniciación ritual, y que en adelante se "activaba" automáticamente
escuchando el ruido de las armas, los gritos de batalla y los cánticos
que invocaban la furia de Odín, dando lugar al irresistible ansia de estar
en el centro del combate, allá donde la lucha era más encarnizada y la
furia más densa. En cualquier caso, lo más probable es que las técnicas
de consecución del berserkergang fueran mentales o "psicológicas", a
través de procesos hipnóticos y magnéticos catalizados en poderosos
rituales, y seguramente amplificados a través de danzas tribales,
movimientos, técnicas y respiraciones capaces de generar enormes
cantidades de adrenalina en poco tiempo. Y si las drogas estaban
realmente presentes, hubiese sido para facilitar la posesión, pero en
ningún caso eran las responsables directas del increíble rendimiento
combativo que se desencadenaba con dicha posesión.

La ornamentada empuñadura de una espada vikinga.

Las sustancias liberadas por las drogas pueden estimularse en el


cuerpo mediante prácticas de depuración. En las tradiciones iniciáticas,
cuando el hombre obtienen control absoluto sobre su cuerpo, puede
estimular sus órganos, sus glándulas, a voluntad, liberando las
sustancias que desea y causando los efectos que desea, con sólo saber
materializar el pensamiento. Lo ideal es que las drogas que se utilicen
procedan de nuestro propio interior, pues, realmente, las drogas están
ya dentro de nosotros —como por ejemplo la testosterona, la
adrenalina, la dopamina, las feromonas y las endorfinas—, sólo que a
menudo necesitan de un estímulo para liberarse. El uso religioso de las
drogas apareció en una época en que la mayoría de personas ya no
eran capaces de entrar en trance de modo natural. Y en cualquier caso
la ingestión de las drogas con fines religiosos se realizaba bajo un
severo control y ritualismo, sobre individuos preparados física, mental
y espiritualmente para aguantar sus efectos, y todo vigilado por sabios
de las ciencias naturales, conocedores de las plantas, los animales y la
Tierra.

Durante las situaciones de gran estrés y violencia, el cuerpo se


perturba. Aumenta el pulso, se acelera la respiración y sube la
adrenalina como una llama. Tienen lugar una serie de respuestas
fisiológicas que en sí mismas no son ni buenas ni malas, sino que su
naturaleza dependerá del uso que se haga de ellas y de la salida que
se les dé. Los guerreros convencionales "caballerescos", intentaban
dominar el torrente de reacciones y sensaciones que les causaba el
combate, de modo que, manteniendo su voluntad por encima de ellas,
conservaban la "sangre fría" y la consciencia intacta. Los bersekers, en
cambio, parecían hacer lo contrario: se dejaban llevar por las
reacciones físicas ante la lucha, de modo que éstas tomaban posesión
de ellos y acababan convirtiéndoles en bestias que lo "veían todo rojo".
Afloraba en ellos una voluntad totalmente independiente de la
consciencia. Sólo los mejores eran lo bastante duros como para dejarse
llevar de verdad por el torrente de ferocidad, soltar sus impulsos
salvajemente, perder el control, romper todo lazo y toda atadura para
dejar cabalgar libre a la bestia, saborear el profundo y primitivo placer
de la carnicería, de la sangría, de la matanza, de la dominación, de la
posesión y de la destrucción, sumergir todo su ser en el caos absoluto
y sobrevivir para contarlo —aunque es muy probable que después ni
siquiera recordasen claramente lo sucedido.

¿Es todo esto un barbarismo salvaje? Sí, pero forma parte de la


naturaleza humana, nos guste o no. Dar la espalda a esos asuntos sólo
sirve para que luego nos cojan desprevenidos. Ignorar que tenemos un
lado animal es como mutilar el espíritu y sabotear el cuerpo. Por el
contrario, aceptar esto y dominarlo equivale a reconciliarnos con
nosotros mismos.

En cuanto al ataviarse con pieles de animales simbólicos, obedece a


una tradición chamánica, totémica y pagana hasta la médula, y le
prestaremos atención porque expresa una idea muy importante. El
lobo y el oso son signos de masculinidad libre, pura, salvaje, fértil y
desenfrenada [9]. La piel del oso o del lobo se conseguía combatiendo
con él en un cuerpo a cuerpo y matándole, lo cual era una prueba
iniciática de los bersekers igual que entre algunos celtas lo era el matar
a un jabalí. Los bersekers eran sugeridos así de que se apoderaban de
las cualidades totémicas inherentes al animal en cuestión —oso o
lobo—, adquiriendo su fuerza y ferocidad, poseyendo sus cualidades
como si se hubiesen conquistado para sí, y adoptando la piel de la
bestia vencida como símbolo de esta transformación. Como signo de
prestigio, muchos bersekers añadían la palabra björn (oso) a sus
nombres, resultando en nombres como Arinbjörn, Esbjörn, Gerbjörn,
Gunbjörn o Thorbjörn. El lobo (proto-germánico *ulf) resultó en
nombres como Adolf, Rudolf, Hrolf o Ingolf. Mircea Eliade dijo con
respecto a la apropiación de las pieles de animales:

Se devenía "berserkr" tras una iniciación que comportaba pruebas


específicamente guerreras. Así, por ejemplo, entre los chatti, nos dice
Tácito, el postulante no se cortaba los cabellos ni la barba antes de
haber matado a un enemigo. Entre los Taifali, el joven debía abatir un
jabalí o un oso y entre los Hérulos, era necesario combatir sin armas.
A través de estas pruebas, el postulante se apropiaba de la forma de
ser de la fiera: se convertía en un guerrero temible en la medida en
que se comportaba como una bestia de presa. Se transformaba en
superhombre porque conseguía asimilarse a la fuerza mágico-religiosa
compartida por los carniceros [10].

Una vez más, se verá esto como primitivo y bárbaro, pero los romanos
también lo hacían, como podemos ver en los portaestandartes de las
legiones, que se cubrían con pieles de lobos, osos o felinos salvajes
(como pueblo indoeuropeo bárbaro, los antiguos itálicos, antepasados
de los latinos, debieron tener su propia versión del "guerrero poseído").
También el héroe griego Heracles, tras combatir con un monstruoso
león y matarlo con sus propias manos, se puso su piel. El irlandés
Cuchulain mató a un monstruoso mastín y ocupó su lugar como
guardián del Ulster. Sigfrido, el héroe del germanismo, se bañó en la
sangre del dragón Fafnir, matado por él, y con ello se hizo casi
invencible. En los misterios de Mitras, un restringido culto militar sólo
para hombres y practicado por las legiones de Roma, los iniciados se
cubrían de la sangre del toro sacrificado en una ceremonia de alto
poder sugestivo. En la misma línea de ejemplos relacionados, tenemos
otros casos que se refieren a "segundas pieles" y
baños endurecedores: Aquiles fue bañado por su madre en las aguas
del oscuro río Éstige, que lo hicieron invulnerable. La diosa céltica
Ceridwen poseía un caldero mágico que daba salud, fuerza y sabiduría
a cuantos se bañaran en él. Las madres espartanas bañaban a sus
recién nacidos en vino, pues pensaban que eso endurecía a los duros
y acababa con los blandos. Las aguas del Ganges, aun hoy en día, son
consideradas salutíferas para los hinduistas. La idea tras todos estos
mitos era que exponerse a fuerzas destructivas, telúricas y oscuras
ayudarían a endurecer la "envoltura" del iniciado y a protegerlo en el
futuro contra experiencias similares en el campo de la muerte y del
sufrimiento.
Todo esto simbolizaba, además, la lucha del espíritu por tomar control
de la bestia telúrica, tras lo cual se recubría de lo conquistado, entraba
en la carcasa vacía, la poseía, la transformaba a su imagen y
semejanza y, a la vez, cambiaba su personalidad por una distinta,
entrando en una nueva fase y simbolizando asimismo el tránsito a una
nueva manera de percibir el entorno y de ver las cosas —una nueva
piel, una nueva coraza, un nuevo escudo, la percepción del mundo a
través de los sentidos de la bestia—, tomar posesión de la materia y,
desde dentro, transformarla a imagen y semejanza del espíritu. Esta
filosofía de posesión es un rasgo característico de todas las sociedades
guerreras iniciáticas. En ciertas unidades de élite de las SS nazis, una
de las pruebas era combatir, sin armas y con el torso desnudo, contra
un perro-lobo o un mastín embravecido. Como reminiscencia de todos
estos asuntos en pleno Siglo XIX, cantaban los húsares imperiales del
II Reich, herederos de las unidades guerreras de élite del germanismo:
"De negro nos vestimos / de sangre nos bañamos / con la totenkopf en el
casco / Heil! Heil! / ¡Somos invencibles!"

Aquellos bersekers que luchaban desnudos se relacionaban con la


conducta de los tempranos celtas, que también lo hacían (de hecho, la
figura del "guerrero poseído" fue también recurrente entre los celtas).
Sus cuerpos, curtidos desde la infancia, no sentían frío ni aunque
estuvieran desnudos sobre la nieve. Como hemos dicho, algunos
también se pintaban de negro, reivindicando el lado oscuro y fiero,
propio de las eras en las que la luz se ve acosada. Ya hemos visto cómo
el romano Tácito describió a los harii que, pintados y con escudos
negros, se lanzaban al combate con ferocidad sobrehumana. Para los
antiguos indo-iranios, el dios Vishnu, en las épocas sombrías, se
ataviaba con una armadura oscura para combatir a los demonios,
ocultando al mundo su aspecto luminoso; pero al alba de la nueva edad
de oro, se despojaría de su coraza negra y el mundo conocería su
luminoso aspecto interior. En Irán, la männerbund de los mairya vestía
armaduras negras y portaba banderas negras. Simbólicamente, se
decía que mataban al dragón, y generalmente actuaban de noche. Los
cátaros se vestían con largas túnicas negras, y sus estandartes
religiosos eran negros (algunos con una cruz céltica blanca en su
interior). También los SS se vistieron de negro y lucieron banderas
negras, además de la macabra totenkopf. Se quería simbolizar así el
dominio y el conocimiento de la oscuridad, de lo que pertenece a la
mano izquierda, al lado siniestro, al miedo, a la muerte y al horror.

Dominar y conocer al enemigo es dominar y conocer al oso, al lobo, al


dragón, al toro o al animal totémico que el hombre luchador descubra
en sí mismo. Cubrirse de negro equivale a cubrirse con la piel de la
bestia enemiga, pues la oscuridad es la enemiga —hasta que no sea
dominada.

LA EXPANSIÓN DE LA FURIA DEL NORTE

Este mapa muestra la expansión nórdica en Europa. El rojo se corresponde con


las zonas de colonización escandinava, y el verde con las zonas sometidas a las
incursiones y a la influencia vikinga. Los vikingos fueron particularmente prolíficos
en Francia, las Islas Británicas y las cuencas de los grandes ríos rusos. No se
incluyen en el mapa ni Groenlandia ni Vinland (el asentamiento vikingo en
Norteamérica).
En un momento dado de la Alta Edad Media, a finales del Siglo VIII, los
pueblos escandinavos se embarcaron en una serie de prolíficas
expediciones. Unos sostienen que esta súbita blitzkrieg de los vikingos
se debe a una superpoblación motivada por la poligamia, en el seno de
una tierra poco fértil. Otros, como Varg Vikernes, mantienen que las
razzias vikingas eran una venganza contra el mundo cristiano, después
de que el obispo Bonifacio talase, en Sajonia, en el año 772, bosques
sagrados y, particularmente, la encina que los sajones tenían
consagrada a Donnar —un árbol antiquísimo venerado por todos los
pueblos germánicos del mundo, y que se consideraba la versión
terrestre del Irminsul, el Eje del Mundo.

La imagen que el folklore y la propaganda cristiana nos ha legado de


los vikingos ha de ser corregida. La Iglesia satanizó a los vikingos,
representándolos como sucios bárbaros con cuernos en los cascos,
cuando según la "Chronica" de John Wallingford, "gracias a su
costumbre de acicalarse el pelo todo los días, bañarse cada sábado y
cambiarse de ropa regularmente, son capaces de minar la virtud de las
mujeres casadas e, incluso, seducir a las hijas de nuestros nobles para
transformarlas en sus amadas". Estamos hablando de una época en la
que el cristianismo había estigmatizado la higiene como algo sensual y
"pagano". El historiador árabe Ibn Fadlan, embajador de Baghdad a los
búlgaros del Volga, dice de los vikingos: "nunca he visto especímenes
físicos tan perfectos, altos como palmeras, rubios y de piel
rubicunda". Añade que a menudo lucían tatuajes de diseños vegetales
de pies a cuello, y que iban armados siempre con un hacha, una espada
y un cuchillo.

Los vikingos acabaron siendo famosos en toda la cristiandad, en el Este


pagano y en gran parte del mundo islámico. Los árabes los
llamaban mayus, los khazares rus (de ahí "Rusia") y los eslavos
varegos. En la mayor parte de Europa Occidental fueron conocidos
como normandos —es decir, hombres del Norte. Generalmente su
forma de actuar era zarpar en grandes flotas, saquear los poblados de
las costas, establecer "centros de operaciones" costeros para planear
otras incursiones y navegar por los grandes ríos para llegar a otras
ciudades del interior (como Pamplona, Sevilla o París). Son conocidas
sus numerosas proezas, desde la colonización de Islandia, Groenlandia
y América hasta el arrebato de Sevilla a los moros (año 844), su saqueo
y su conservación durante una semana entera, pasando por la
fundación de ciudades rusas como Novgorod (862) y Kiev (864), así
como el primer estado ruso (Rus de Kiev) y el sitio de París en 885.
El rayo del mar: durante siglos, una flota de drakkars yendo de compras fue la
visión costera más pavorosa para un europeo medieval.

911 fue el año que el danés Rollón [11] recibió del rey francés Carlos
el Simple el ducado de Normandía, para aplacar el pillaje vikingo al que
estaba siendo sometido todo el norte de Francia. En un solemne el acto
de homenaje al rey Carlos, se informó a Rollón de que debía inclinarse
ante él y besarle los pies. Él, escandalizado y ofendido en su orgullo,
se negaba a humillarse de tal modo, diciendo que "nunca me inclinaré
ante nadie y nunca le besaré el pie a nadie". Los obispos aduladores,
empero, insistían en que "quien recibe tal don tiene que besar el pie
del rey". Así acorralado, Rollón ordenó a uno de sus guerreros que
llevase al cabo el acto. Éste tomó el pie del rey y, permaneciendo
erguido, se lo llevó a la boca y lo besó, haciendo caer al rey de
espaldas, de tal modo que toda la corte presente rió con fuerza. Esta
anécdota muestra el lado arrogante y orgulloso de los vikingos,
hombres aun inocentes e incontaminados por la mentalidad servil de
la sociedad civilizada. Estos vikingos de Norrmandía se cristianizaron,
echaron raíces en Francia y acabaron olvidando sus raíces
escandinavas. Su posterior expansión los llevó a Inglaterra, al
Mediterráneo, al sur de Italia (reino normando de Sicilia) e incluso a
Oriente durante la era de las cruzadas. Muchos normandos jugaron un
papel importante en las órdenes de caballería.

Durante un tiempo, los vikingos hicieron de Inglaterra un reino danés.


Los anglosajones bajo el rey Alfred el Grande, germanos como los
vikingos, se enzarzaron con ellos en una guerra en la que los vikingos
fueron confinados al norte de Inglaterra, en un reino
llamado Danelaw ("ley danesa"), donde regía el paganismo nórdico y
donde hubo una amplia colonización de familias vikingas, hasta tal
punto que legaron numerosas palabras al vocabulario inglés. Algunos
historiadores han llamado a esa "otra Inglaterra" paralela, la
"Inglaterra escandinava". Aquí, los vikingos establecieron capital en
Jorvik (York) y se dedicaron al arraigo antes que al saqueo,
estableciendo granjas, campos de cultivo y centros de comercio.

El Danelaw y las principales zonas de asentamiento vikingo en Gran Bretaña.


Aparte de las zonas señaladas, toda la costa recibió una fuerte influencia
escandinava.

Pero tanto los vikingos como los normandos se disputaban Inglaterra.


La guerra estalló cuando el rey Harold de Inglaterra, anglosajón, tuvo
que enfrentarse a primero con el rey Harald de Noruega y después con
el rey Guillermo el Conquistador, de Normandía, que se disputaban el
trono. Los anglosajones de Harold se enfrentaron a los noruegos de
Harald Hardrada (el último rey vikingo "de la vieja escuela") en la
batalla del Puente de Stamford. Tras haber vencido a Harald, las
maltrechas tropas anglosajonas de Harold se desplazaron unos 360
kilómetros desde Yorkshire (norte de Inglaterra) hasta Sussex (sur de
Inglaterra), donde Guillermo les esperaba con tropas normandas
frescas. Las exhaustas tropas anglosajonas se enfrentaron a los
normandos en la famosa batalla de Hastings (1066). Por la falta de
una buena caballería y porque muchos abandonaron la seguridad del
muro de escudos y lanzas para perseguir a los caballeros normandos
que se retiraban para volver a cargar, los anglosajones perdieron.
Harold murió con el cráneo atravesado por una flecha que le entró por
un ojo. Fue una tragedia para Inglaterra.

Los "normandos" (realmente daneses afrancesados) importaron el


idioma francés, contaminando al anglosajón y despojándolo de sus
resonancias más germánicas. El francés se convirtió en lengua de la
nueva corte normanda, y el anglosajón —esto es, el inglés antiguo—
en el idioma de los plebeyos y la aristocracia desposeída. Inglaterra se
contagió también con la mentalidad oriental. Su foco de atención y
relaciones culturales pasó desde Dinamarca, el norte de Alemania y
Escandinavia, hasta Francia y el Vaticano, y en este sentido no hay
duda de que hubiese sido mejor incluso un triunfo vikingo. Los
normandos importaron, además, una servidumbre feudal de tipo
cristiano (que tenía sentido en lugares donde los germanos constituían
una aristocracia minoritaria, pero no en Inglaterra, donde la mayor
parte de la población era de origen germánico), barriendo con el
antiguo derecho sajón, tan odiado por la Iglesia, y que sólo permaneció
en el condado de Kent, que había sido el lugar donde desembarcaron
los primeros anglosajones (concretamente los jutos, procedentes de
Dinamarca) en el Siglo V, y donde la tradición germánica anglosajona
era acaso más fuerte y estaba más arraigada. Sin embargo, los
normandos aportaron indudablemente innovaciones beneficiosas:
grandes castillos de piedra con fosos y el espíritu de la nueva caballería.

Los anglosajones, en cualquier caso, no se iban a resignar con aquella


situación, y muchos de sus aristócratas, encabezando a su pueblo,
tomaron parte en una resistencia oculta contra la invasión "normanda",
que no era sino una invasión francesa. La misma leyenda de Robin
Hood se refiere a la pugna entre anglosajones y normandos, en la que
una männerbund anglosajona, encabezada por un noble sajón, se
retira al bosque y lleva al cabo "guerra de guerrillas" contra la
ocupación.

La expansión vikinga fue tan inmensa, en fin, que incluso se han


encontrado estatuillas de Buda en tumbas escandinavas. No sin
razones bien fundamentadas, algunos autores, como el francés
Jacques de Mahieu, han colocado a los vikingos en la base de
aristocracias de lugares tan distantes como Perú y Méjico, y de ahí
extraños casos como Quetzalcoatl, Kukulkán, Ullman o Viracocha,
dioses precolombinos con rasgos europeos (como la barba, la piel
blanca, el pelo claro o los ojos azules).

De las nacionalidades escandinavas, los noruegos tendieron a explorar


Islandia, Groenlandia y América, los daneses se concentraron en
Inglaterra, Escocia, Alemania, Francia e Irlanda, y los suecos se
dedicaron sobretodo a sus aventuras en el Este, incluyendo Finlandia,
Rusia, las guerras contra los khazares y los tártaros, y sus hazañas en
el mundo islámico y bizantino.

Ahora bien, los no-vikingos consideraban a los bersekers como la


máxima expresión de esta ira del Norte que se extendía como la
pólvora por Europa. La misma imagen arquetípica del vikingo
sanguinario que combate semidesnudo y mata indiscriminadamente,
se corresponde más con el berseker que con el guerrero vikingo
corriente. La fama y el prestigio de los bersekers en el Norte eran
enormes. Fueron guardaespaldas en numerosísimas cortes reales,
entre ellas la del rey Harald "Bellos Cabellos" de Noruega. El rey Hrolf
Kaki de Dinamarca envió a sus doce bersekers a Adils de Suecia para
ayudarle en su guerra contra Ali de Noruega. Tras las campañas
militares vikingas, cuando se hacía recuento de bajas, los capitanes
militares ni se molestaban en contar a los bersekers, pues se daba por
hecho que eran invencibles tras proferir hechizos que los hacían
invulnerables al hierro y al fuego, o que eran capaces de inutilizar las
armas del enemigo con la mirada.

Tal fama llegó a Oriente, de tal modo que el emperador Constantino de


Bizancio —hombre poderoso con numerosos medios, y que quería lo
mejor— hizo contratar una guardia personal selecta que se componía
exclusivamente de bersekers suecos. Fueron conocidos como la
"guardia varega". (Con el tiempo, la guardia se llenaría tanto de
guerreros anglosajones que pasaría a ser conocida como "guardia
inglesa"). Según escribió Constantino, estos hombres realizaban en
ocasiones la "danza gótica", ataviados con pieles de animales y
máscaras totémicas.

La guardia varega, conocida como pelekiphoroi phrouroi ("guardianes armados


con hachas") se destacó gloriosamente en Constantinopla (Miklagard para los
escandinavos).

Y es que el paganismo escandinavo conservaba un sano chamanismo,


profundamente relacionado con la Naturaleza y con Asgard, el cielo de
los dioses. Según la mitología germánica, los bersekers caídos
formaban en el Valhala la guardia de honor de Odín, por lo que en su
vida terrenal procuraban reflejar y "entrenar" esa vocación protegiendo
a numerosos reyes cuya figura de poder era asociada a Odín.

La guardia varega se hizo famosa en una serie de campañas contra los


musulmanes, en una de las cuales los varegos arrasaron nada más y
nada menos que 80 ciudades. En cada ejército vikingo, los bersekers
formaban un grupo de doce hombres. Los demás guerreros les tenían
un gran respeto y temor, y procuraban mantenerse bien alejados de
ellos, pues los veían como hombres peligrosos, inestables e
impredecibles. Los mismos bersekers se mantenían separados del
resto del ejército correspondiente, cultivando el "pathos de la
distancia".

EL OCASO DE LOS BERSERKERS


Los bersekers, igual que todo el paganismo, acabaron cayendo en la
decadencia. En un momento dado, seguramente con el advenimiento
del cristianismo, el liderazgo religioso esotérico de Escandinavia recibió
el toque de gracia, desapareció y se sumergió. Toda la religiosidad
germánica y sus tradiciones externas quedaron, pues, sin impulso ni
dirección, divididas y débiles, funcionando por inercia.

Se procura desde entonces distinguir entre dos tipos de bersekers: el


berseker heroico, bravo, valiente y leal guerrero de élite al servicio de
un gran rey; y el berseker decadente, bandido errante, dado al robo,
al pillaje, a los asesinatos indiscriminados y a las violaciones. Esta
figura más tardía se corresponde con bandas de delincuentes de
Escandinavia, y sus signos denotan lo que ocurre cuando los impulsos
masculinos —que tienen su origen en el lado oscuro y tienden, en
principio, a la destrucción— caen fuera del control que otorga la
disciplina, el ascetismo y la voluntad. A este tipo de "bersekers" se les
describía como terriblemente feos, con rasgos deformes, de una sola
ceja, de ojos oscuros y de cabellos negros, teniendo tendencias
maníacas y psicópatas. Tales criminales, procedentes de los estratos
sociales más bajos de Escandinavia, deambulaban por los poblados
desafiando a duelo a los hombres humildes. Puesto que, de rechazar
el duelo, serían considerados cobardes, los campesinos aceptaban por
honor y amor propio, y generalmente caían muertos bajo las armas del
bandido. Éste, que no era un combatiente de honor ni un soldado, se
quedaba con las tierras del desafortunado, sus posesiones, su casa y
su mujer. En las sagas, a menudo un guerrero noble acababa matando
al impostor, liberando a la mujer y desposándose con ella.

En el Siglo XI, los duelos y los bersekers fueron colocados fuera de la


ley. En 1015, el Rey Eirik I "Hacha Sangrienta" de Noruega los ilegalizó.
"Gragas", el código medieval de leyes islandesas, los condenaba
asimismo al ostracismo. En el Siglo XII, estos bersekers decadentes
desaparecieron. En adelante, la Iglesia cultivó la creencia de que
estaban poseídos por el Diablo.

Un caso digno de estudio: el rey Harald Hardrada de Noruega como ejemplo


del mundo vikingo y de la importancia de los bersekers en las batallas
Injustamente, Harald Hardrada suele aparecer en la historia sólo como
un rey noruego que falló en conquistar Inglaterra. Harald, un gigante
rubio de más de 2,10 m., vivió en una época en la que los reyes
escandinavos estaban puliendo las artes políticas y de la corte para
estar a la altura de sus homólogos europeos, pero él seguía estando
más en sintonía con los guerreros vikingos libres de siglos anteriores.
A día de hoy, me parece un misterio el porqué nadie ha hecho una
película sobre este hombre.

Harald Sigurdson nació en Noruega en 1015. Con 15 años participó a


favor del rey Olaf II en la batalla de Stiklestad, contra el rey Canuto de
Dinamarca (posteriormente también rey de Inglaterra y Noruega). En
esta batalla, que coincidió con un eclipse solar, el ejército de Olaf
perdió. Herido, Harald consiguió escapar de Noruega con los guerreros
fieles a su linaje y, en el exilio, formar una banda de lealistas que
habían escapado de Noruega tras la muerte de Olaf. Un año después,
teniendo Harald 16 años, él y sus noruegos habían atravesado
Finlandia y entrado en Rusia, donde sirvieron al gran príncipe Yaroslav
I el Sabio como fuerzas de choque, y donde Harald fue hecho general
de los ejércitos de Yaroslav.

A los dos años, el joven general vikingo estaba manteniendo una


relación amorosa con Elisif (Isabel), la hija de Yaroslav. Cuando el
príncipe, enfurecido, sorprendió a la pareja, Harald se vio obligado a
escapar de Rusia con sus leales, según las malas lenguas, aun
subiéndose los pantalones por el camino. Harald atravesó con sus
hombres Ucrania y el Mar Negro y llegó a Constantinopla, la capital del
Imperio Bizantino, donde se alistó en la guardia varega —una unidad
mercenaria de élite compuesta exclusivamente de escandinavos.
Harald se hizo famoso en todo el Mediterráneo, se ganó el sobrenombre
de "devastador de Bulgaria", triunfó en Noráfrica, Siria, Palestina,
Jerusalén y Sicilia, y amasó una inmensa fortuna personal procedente
del botín saqueado. Con el tiempo, Harald fue hecho jefe de la guardia
varega, almirante de la flota bizantina (la más poderosa del
Mediterráneo) y se le dio gran autonomía para llevar al cabo
independientemente ataques contra los enemigos de Bizancio. Lejos
de su Noruega natal, Harald y sus hombres se habían convertido en los
niños mimados de un gran imperio mediterráneo. En su día, las
crónicas bizantinas se refirieron a Harald como "hijo de un emperador
varego". Estuvo al servicio de los bizantinos hasta 1042, es decir, hasta
la edad de 27 años.

A esa edad, los rumores relacionaron a la emperatriz Zoe (una arpía


casada con el emperador Romano III, un anciano que no tardaría en
ser asesinado), con Harald, cuando Harald estaba realmente por su
sobrina, María, con quien la emperatriz le había prohibido casarse. A
pesar de que Harald fue apresado en una mazmorra, pudo escapar,
juntar a sus leales, raptar a María y apoderarse de un drakkar. El
puerto de Constantinopla estaba protegido por una cadena que impedía
el paso de embarcaciones, de modo que Harald ordenó a todo aquel
que no remara a la parte de atrás de su barco, mientras los demás
remaban. El barco, pues, levantó su parte frontal por efecto del peso
y, cuando quienes no remaban se desplazaron a la proa, superó las
cadenas con éxito.

Harald, en fin, abandonó el Imperio Bizantino con la prontitud que


venía siendo habitual en sus viajes, pero envió a María de vuelta a
Constantinopla. Atravesando el Mar Negro y Ucrania, pasó de nuevo
por la corte de Kiev y se llevó a su antiguo amor, la hija de Yaroslav,
con quien se desposó según viajaban hacia el Norte a través de Rusia.

En 1045, teniendo 30 años, apoyado por sus curtidos leales, su propia


veteranía político-militar, sus impresionantes riquezas y por su amplia
red de contactos, Harald reconquistó el trono de Noruega como Harald
III Sigurdson, reinando durante 20 años y ganándose el apodo de
Hardrada ("soberano duro"). Sin embargo, parece que toda esta vida
de grandes gestas no había llenado al vikingo lo suficiente. En 1066,
Harald puso su punto de mira sobre Inglaterra, esa tierra que había
sido el destino de numerosas migraciones nórdicas desde el Siglo V.
Harald reclamó el trono inglés aprovechando que había existido en el
pasado un reino danés-inglés-noruego, y reunió 300 drakkars para
enfrentarse a las tropas anglosajonas del rey Harold. Fue en este
marco que tuvo lugar la batalla del puente de Stamford, en el norte de
Inglaterra.

Precisamente en dicha batalla tuvo un destacado papel un berseker


gigante, a cuyo lado el mismo Harald (que medía más de dos metros)
parecía un enano. Este enorme berseker noruego defendió el puente
durante una hora, matando a todo el que se le acercaba, y sin sucumbir
ante las flechas. Un guerrero anglosajón pudo meterse debajo del
puente bajando el río dentro de un barril, y a través de una grieta entre
las tablas, atravesó con una lanza al gigante. Eso abrió las puertas a
los anglosajones, pero la resistencia del héroe había dado tiempo a que
sus compatriotas (que habían sido tomados por sorpresa) organizasen
una línea de escudos que a los anglosajones les costó Dios y ayuda
romper. Harald murió con la garganta atravesada por una flecha.
Cuando uno de sus hombres le preguntó si estaba gravemente herido,
contestó "sólo es una pequeña flecha, pero está haciendo su
trabajo". Tenía 51 años.

Solo el 10% de los soldados noruegos sobrevivió a la batalla del puente


de Stamford. Los anglosajones permitieron a los últimos vikingos
zarpar en los drakkars y volver a su Noruega. Generalmente, el año de
la muerte de Harald en 1066 coincide con el advenimiento del
cristianismo en el Norte, y se considera la fecha del fin de la "era
vikinga".

BROTES DE FURIA SAGRADA


No se puede decir que el fuego de la sangre nórdica desapareciera. El
mismo siglo que desaparecieron los bersekers, se inició el auge de las
órdenes de caballería, las nuevas männerbunden de Europa. Los
grandes momentos de gloria que disfrutó Europa durante la Edad Media
se deben a ellas —piénsese en el Sacro Imperio, en las cruzadas
orientales, en la civilización occitana, en la Reconquista española, en
los templarios y en las leyendas del Grial. Sí se puede decir, en cambio,
que había desaparecido el ejemplo más visible y obvio de la furia
pagana.

¿Qué sucedió con el liderazgo religioso tradicional en Europa? No


desapareció, sino que se sumergió. Y desde el inconsciente colectivo
durmiente en la sangre europea, manejó a numerosos grupos que a
punto estuvieron de derribar al poder de la Iglesia (recordemos al
catarismo, a los templarios y a los gibelinos). El Sacro Imperio Romano
Germánico (el I Reich) fue un gran depositario de la tradición ancestral.
Sus emperadores (como el famoso Federico Barbarroja, o su nieto
Federico II), muchos de ellos educados desde su infancia por órdenes
de caballería, fueron considerados herejes, antipapas y anticristos por
la Iglesia, puesto que la mayoría estuvieron directamente involucrados
en actividades "poco cristianas", incluyendo saqueos del Vaticano,
pactos con órdenes de caballería al margen de la Iglesia y tratos con
el Islam. El emperador Carlos V (rey de España y del Sacro Imperio
Romano-Germánico, y señor de media Europa, además de vastos
territorios en ultramar) también saqueó el Vaticano como sus
antepasados visigodos más de mil años antes, aterrorizando al Papa
como si de un vulgar proscrito se tratase —por lo que tal vez habría
que preguntarse cómo entendían estos hombres la religión cristiana y
la lealtad que supuestamente le debían a la Iglesia.

Tras la desastrosa Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el Sacro


Imperio cayó definitivamente, siendo reemplazado por pequeños y
ridículos estados burgueses que fueron asolados por la peste negra y
por el protestantismo, y que se dedicaron a la virulenta persecución de
herejes, quemando u ahorcando al mayor número de "brujas" de toda
Europa, mientras los turcos arrollaban los Balcanes a su antojo.
Regiones enteras de Alemania fueron despobladas por esta paranoia.
De esta época provienen también las leyendas de hombres-lobo, y en
Alemania se acusó a muchos hombres de ser licántropos. Miles fueron
torturados y ejecutados por ello.
La caída de los templarios y del Sacro Imperio marcó, pues, un hito:
cayó la mística Edad Media de castillos y caballeros, y fue reemplazada
por la sucia era de las hambrunas, las pestes, las cazas de brujas, el
puritanismo, la Biblia y el fundamentalismo religioso. Asimismo, la
Infantería relevó a la Caballería como cuerpo dominante en los campos
de batalla, como es patente en las conquistas de los Tercios (tan
similares en su organización y mentalidad a las legiones de Roma).

De las órdenes de caballería, del misticismo medieval, del sentimiento


de dharma y del orden social tradicional, quedaron los rosacruces y los
masones. Y ambos acabaron, a su vez, infiltrados por el auge de la
nueva casta comercial-financiera (la burguesía), como es
especialmente patente en la masonería moderna.

En el Siglo XIX, la religiosidad del germanismo comenzó a despertar


de nuevo. Europa había descubierto la sabiduría de Oriente, y se habían
traducido numerosos textos sagrados, especialmente de Irán e India.
Arqueólogos alemanes desenterraron ciudades, templos y estatuas
griegas. Apareció Prusia, portadora de una nueva idea imperial
militarista. Apareció el II Reich. Surgieron grupos de mística
paganizante. Y en pleno Siglo XX, el renacimiento explotó y se
manifestó en el III Reich. Adolf Hitler, cuyo mismo nombre significa
"lobo noble", jugó en Europa un papel similar al que Licurgo (cuyo
nombre significa "conductor de lobos") jugó en Esparta. En los últimos
días del III Reich, fanáticas unidades de jovencísimos guerrilleros
insurgentes denominados werwolf (hombres-lobo) protagonizaron la
última inmolación de resistir hasta el final la ocupación de Alemania
tras la II Guerra Mundial.

Una wolfsangel, emblema de los werwolf procedente del paganismo germánico.


EL GERMANISMO Y EL ADVENIMIENTO DEL RAGNAROK

Según el concepto de los antiguos paganos germanos, la tormenta


final, en el vértice del Ragnarok, será una cacería contra las fuerzas
del mal. Odín, blandiendo su lanza y cabalgando su caballo de ocho
patas, descenderá sobre la Tierra. Thor, esgrimiendo su martillo de
guerra y montado sobre su carro tirado por machos cabríos, aparecerá
en el cielo rugiendo furioso y rodeado de rayos, causando un estruendo
avasallador. La Wildes Heer (horda furiosa), el Oskorei(ejército del
trueno), el ejército de los caídos, arrollará a los enemigos de los dioses,
haciendo retumbar el suelo con los cascos de sus caballos y el aire con
sus gritos de batalla. Las sombrías valkirias cabalgarán serenamente,
prestando atención al desarrollo de las batallas para elegir a los nuevos
caídos. Los cuervos de Odín, sus lobos y todo tipo de seres
sobrenaturales, proliferarán en el grueso de la tormenta hechicera,
haciendo temblar a las fuerzas de la esclavitud materialista,
estremeciendo angustiosamente las almas de los enemigos de los
dioses, y derrumbando ominosamente los muros que separan a la
Tierra del Más Allá.

Todo aquello era una explicación metafórica, simbólica y poética del fin
de una era, cuando finalmente el cielo se enfurezca y caiga sobre la
Tierra, y se libre el apocalíptico combate de lo superior contra lo
inferior, el bien contra el mal. Tal vez un día, los olvidadizos apóstoles
de la civilización financiera y la usura vuelvan a conocer con horror la
sed de batalla del hombre europeo, la espumeante y angustiosa rabia
del guerrero inspirado, el instinto del trabajador, del conquistador, del
pionero, del explorador, del artista, del soldado, del señor y del
destructor que Europa lleva en sí, y cuyo último ejemplo fue quizás, en
días lejanos, el berseker escandinavo.

*********

El cristianismo —y éste fue su mayor mérito— subyugó hasta cierto


punto el brutal ardor guerrero de los germanos, pero no pudo quebrarlo
del todo, y cuando la Cruz, ese talismán restringente, caiga en
pedazos, entonces se liberará de nuevo la ferocidad de los antiguos
combatientes, la frenética furia berserker de la que los poetas nórdicos
han dicho y cantado tanto. El talismán se ha podrido, y llegará el día
en que se derrumbará penosamente en el polvo. Los viejos dioses de
piedra entonces se levantarán de las ruinas olvidadas, y limpiarán de
sus ojos el polvo de siglos, y Thor, con su martillo gigante, surgirá de
nuevo. Cuando oigáis el pisar de las botas y el chocar de las armas,
hijos de sus vecinos, estad en guardia... tal vez se descargue contra
vosotros.

No sonriáis ante la fantasía de aquel que prevé en el campo de la


realidad el mismo estallido de revolución que ha tenido lugar en la
región del intelecto. El pensamiento precede a la hazaña como el rayo
al trueno. El trueno alemán es de auténtico carácter germánico: no es
muy ágil, sino que retumba un tanto lentamente. Pero llegará, y
cuando oigáis choques tales como la historia del mundo jamás ha visto,
entonces sabréis que al fin el rayo germánico ha caído.

Con esta conmoción, las águilas caerán muertas del cielo, y hasta los
leones de las más lejanas llanuras de África morderán sus colas y se
arrastrarán a sus guaridas reales. Tendrá lugar en Alemania un drama
comparado con el cual la revolución francesa parecerá un inocente
idilio. En el presente todo está silencioso, y aunque aquí y allá algunos
hombres crean agitación, no imaginéis que estos serán los verdaderos
actores en la obra. Sólo hay perritos persiguiéndose alrededor de la
arena… hasta la hora señalada en que la tropa de gladiadores
aparecerá para luchar a vida o muerte. Y la hora llegará.

Heinrich Heine (alias Chaim Bückeburg), 1834.


NOTAS

[1] Las tres palabras delatan su procedencia de la raíz de la runa Man,


la runa de la Minne (memoria, amor superior), de la virilidad y de la
vida.

[2] También está relacionada con las míticas civilizaciones


sobrehumanas del folklore europeo (gigantes, titanes, Atlántida,
atlantes, Tuatas de Danan).

[3] "Iniciación, ritos, sociedades".

[4] El grupo de doce hombres (más el líder o protegido, el treceavo)


es una constante, no sólo en diversas mitologías indoeuropeas, sino en
la vida cotidiana de los germanos, y representa al círculo selecto. Doce
eran los hombres que normalmente se requerían para llevar al cabo
una misión sagrada. Doce eran los representantes del Thing (Consejo)
entre los pueblos nórdicos. Doce eran los testigos jurados que se
presentaban en ciertos casos de justicia. Doce eran los representantes
de entre un grupo numeroso que eran invitados a una fiesta. Y, como
todos sabemos, doce eran los apóstoles del plagio judío de Cristo, doce
eran los caballeros selectos de la mesa redonda artúrica, así como doce
son los rayos que parten del punto central en el símbolo arquetípico
del sol negro.

[5] El echar espuma por la boca puede estar relacionado con la rabia
que posee al luchador fanático transformado en batalla. Curiosamente,
durante ciertos combates en plena Guerra Civil española, muchos
miembros de la Legión Española, visiblemente fanatizados y alterados
por la brutalidad de los combates y por su propio adoctrinamiento
pseudo-místico, echaban espuma por la boca.

[6] También los posteriores almogávares de la Corona de Aragón


tenían esa costumbre.

[7] "Germania".

[8] Para el hombre envenenado por el Sistema, la vía siniestra, la vía


húmeda, es el primer camino a seguir. Por otro lado, el tener hijos, tan
necesario en nuestra época, está vedado en la vía diestra.

[9] También lo son el león, el carnero, el macho cabrío o el toro. El


oso tiene la particularidad de poder ponerse en pie y erguir así su
médula espinal. Con ello, pasa de la horizontalidad a la verticalidad,
apuntando su espina dorsal al cielo, y simbolizando el tránsito del lado
material (horizontalidad, tierra) al espiritual (verticalidad, cielo) a
voluntad. El lobo tiene la particularidad de que, además de constituir
una manada firmemente unida y jerarquizada, puede desenvolverse
solo, y de que durante el Invierno no hiberna, sino que permanece
activo y depredador.

[10] "Iniciación, ritos, sociedades".

[11] El nombre danés del rey era Gang Hrolf, o "Ralf el Caminante",
pues se decía que era demasiado grande para que un caballo pudiese
transportar su peso.

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