Ciega Como La Furia

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Ella andaba lentamente por el sendero, con paso cuidadoso, aunque no vacilante.
El sendero le era familiar; sabía casi por instinto cuándo moverse a la izquierda,
cuándo doblar a la derecha, cuándo permanecer cerca del medio del sendero.
Desde cierta distancia, con su negro vestido y su bonete, se parecía más a una
anciana que a una niña de doce años; y el bastón que siempre llevaba consigo no
hacía nada por disminuir la impresión de vejez.
Tan solo su rostro era joven, sereno y sin arrugas; sus ojos sin vista con
frecuencia parecían ver lo que era invisible para quienes la rodeaban.
Era una niña solitaria; su ceguera la situaba aparte y la colocaba en un mundo
oscuro del cual ella sabía que no podía escapar. Sin embargo, había aceptado su
desgracia como lo aceptaba todo —serena, pacíficamente—, todo procedente de un
Dios cuyos motivos quizás pareciesen turbios, pero cuya sabiduría no se debía
cuestionar.
Al principio había sido difícil, pero al sucederle eso ella era todavía lo bastante
pequeña para que su adaptación fuera casi natural. Ahora se acordaba apenas
tenuemente de lo que había visto, y su dependencia respecto de sus ojos estaba
totalmente olvidada. Sus demás sentidos se habían aguzado. Ahora oía cosas que
nadie más oía, olía en el aire marino, perfumes que habrían sido desconocidos para
cualquiera menos ella, y conocía por el tacto las flores y los árboles.
El sendero por donde andaba ese día era uno de sus favoritos, que serpenteaba
junto a la orilla de un risco junto al mar. En ese sendero, su bastón era casi
innecesario, pues lo conocía tan bien como conocía el hogar de sus padres, pocos
cientos de metros hacia el sur. Contaba sus pasos automáticamente; su marcha
jamás variaba. No había sorpresas en aquel sendero, pero igual su bastón iba
delante de ella, oscilando de un lado a otro, con su blanca punta como un dedo
exploratorio, buscando eternamente cualquier cosa que pudiese bloquear su camino.
El sonido del océano llenaba sus oídos, y la niña vestida de negro se detuvo un
momento, volviendo la cara hacia el mar, mientras una imagen de gaviotas volando
se formaba confusamente en las remotas extensiones de su memoria. Entonces, a
sus espaldas, oyó otro ruido... un ruido que para otros oídos que no fueran los suyos
se habría perdido en el graznido de las golpeteantes marejadas.
Era un sonido de risas.
Lo había oído todo el día y sabía lo que significaba. Significaba que sus
condiscípulos se habían aburrido de sus juegos e iban a enfocar su atención en ella
por un rato.
Sucedía todos los años durante el otoño. A ella le parecía que cada verano,
cuando la escuela estaba cerrada y ella casi nunca se aventuraba más allá de la
playa y el risco, los niños se olvidaban de ella. Después, al llegar setiembre, ella se
convertía por un tiempo en una rareza a la que se miraba, en la que se pensaba con
extrañeza, de la que se hablaba.
Y se la atormentaba.
El primer día de escuela ella oía el susurro en el aula cuando entraba lentamente,
golpeando su bastón, familiarizándose de nuevo con los escalones, los pasillos, las
puertas, las filas de pupitres. Luego vendría el terrible momento, el momento que
ella siempre esperaba que nunca llegara, cuando la maestra le preguntaba dónde le
gustaría sentarse y disponía el aula para su conveniencia.
Era entonces cuando solía comenzar su tormento.

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Nunca duraba mucho... en una semana, a veces dos, se olvidarían de ella


pasando a cosas más interesantes, pero el daño ya estaría hecho: ella se pasaría el
resto del año en soledad, yendo y volviendo sola de la escuela.
Con frecuencia solía haber una época, durante el año, cuando ella tenía
acompañante por un tiempo. Uno de los demás niños se quebraba un brazo o una
pierna, y durante unas semanas, mientras la lesión se componía, la niña tenía
entonces compañía, alguien con quien hablar, alguien que de pronto se interesaba
en su problema. Pero después la herida se curaba y ella volvía a quedarse sola.
En ese momento, mientras el sonido de las risas flotaba hacia sus oídos, ella
supo que ésta era la ocasión que ellos habían elegido para seguirla hasta su casa,
comentando en susurros que uno de esos días —un día que nunca había llegado—
ellos pondrían un tronco en el sendero, a ver si ella podía encontrar su camino en
torno a él.
Trató de cerrar sus oídos a los sonidos burlones, trató de concentrarse en el
confortante rugir de la marejada, pero detrás de ella las risas aumentaron.
Finalmente se volvió para enfrentarlos.
—Déjenme tranquila —dijo suavemente—. ¿Por favor?
No hubo ninguna respuesta; solo una risita ahogada desde algún lugar a su
derecha. Con alivio se volvió hacia el sur y empezó a andar lentamente hacia su
casa. Pero entonces le llegó una voz desde adelante.
— ¡Ten cuidado! ¡Hay una piedra en el sendero!
La niña se detuvo y hurgó el sendero con su bastón. Al no encontrar nada dio un
paso hacia adelante, deteniéndose otra vez para investigar el sendero con su
bastón. Nada todavía. Había dejado que la hicieran caer en su trampa.
Empezó a avanzar otra vez, pero cuando la misma voz le llegó desde las
tinieblas, diciéndole que estaba por tropezar, se detuvo otra vez y volvió a examinar
el sendero con la punta de su bastón.
Esta vez cuando ella exploró el sendero, la risa de ellos estalló a su alrededor y
comprendió que estaba en aprietos.
Eran cuatro y se habían colocado cuidadosamente, uno delante de ella, uno
detrás y dos más impidiéndole salir del sendero para cruzar el campo hasta el
camino. Ella se detuvo y esperó, inmóvil.
—No podrás quedarte siempre quieta —le dijo una voz—. Tarde o temprano
tendrás que moverte, y cuando lo hagas tropezarás y caerás del risco.
— ¡Déjenme tranquila! —repitió la niña—, ¡Solo déjenme tranquila!
Y empezó a andar un paso, pero de nuevo la detuvo una voz, previniéndole,
mofándose de ella.
—Por allí no... es la dirección equivocada.
No era la dirección equivocada, de eso estaba segura. Pero ¿cómo podía estar
segura? Ahora estaba confusa y comenzaba a asustarse.
El mar. Si pudiera estar segura de hacia dónde estaba el mar sabría en qué
dirección ir. Empezó a darse vuelta, escuchando cuidadosamente. Si soplaba el
viento sería fácil. Pero el aire estaba quieto ese día; el sonido del mar parecía
rodearla, viniendo de todas las direcciones, mezclándose con la risa infantil de sus
perseguidores, confundiéndola.
Tendría que tratar. Mientras ella permaneciese allí, escuchándoles, dejándoles
molestarla, ellos se quedarían, gozando de su juego.
No hacerles caso.

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Eso era lo que debía hacer. Simplemente no hacerles caso. El bastón trazó un
arco delante de ella, luego otro. Los nervios de sus dedos controlaron la lisura del
sendero, y el desnivel donde la orilla del sendero se fundía con el campo.
La niña tomó una decisión y echó a andar.
Inmediatamente empezaron los gritos:
— ¡Cuidado! ¡Hay una piedra delante de ti!
— Estás yendo en la dirección equivocada. ¡Si quieres llegar a tu casa, más vale
que des la vuelta!
— ¡Para allá no! Te caerás por la orilla.
— Y si se cae, ¿qué importa? ¡Ni siquiera verá lo que le va a suceder!
— ¡Pongamos algo en el sendero! ¡A ver si logra darse cuenta de lo que es!
Sin hacerles caso, la niña siguió andando resueltamente por el sendero, mientras
su bastón exploraba el camino para ella, asegurándole que no estaba cometiendo
ningún error. A su alrededor, las voces incorpóreas le seguían el paso,
vituperándola, desafiándola. Se obligó a no responderles, diciéndose que pronto se
detendrían, se darían por vencidos, la dejarían tranquila.
Y entonces una de las voces, la de un niño, llegó hasta ella.
— ¡Mejor que vayas a casa! ¡Quizá tu mamá tenga compañía!
La niña quedó paralizada. Dejó de mover con la mano el bastón, que se detuvo en
el aire, estremeciéndose con indecisión.
—No digas eso —pidió la niña, con voz queda—. Nunca digas eso.
Las risas cesaron, y la niña pensó que tal vez los demás se hubiesen ido.
No se habían ido. En cambio, sus risas se hicieron más crueles.
— ¿Vas a casa a ver a la prostituta?
—Apresúrate a volver, quizá tu madre te enseñe a hacerlo.
— ¡Dice mi madre que habría que echarla de la ciudad!
—Mi papá dice que la próxima vez que tenga dos dólares irá a tu casa!
— ¡Basta! —gritó la niña—. ¡No digan eso! ¡No es verdad! ¡No es verdad!
Súbitamente alzó el bastón, lo tomó con ambas manos y empezó a balancearlo.
Mientras el bastón silbaba en el aire, los niños la hostigaban con sus burlas.
— ¡Tu mamá es una prostituta!
— ¡A tu papá no le importa!
— ¡Me dijeron que él cobra el dinero!
—Cuando tenga dieciséis años ¿puedo visitar a tu madre?
La niña, con su negro vestido arremolinado en torno a ella, las cintas de su bonete
volando alrededor de su cabeza, empezó a moverse hacia las voces, azotando el
aire con su bastón, tratando de acallar sus burlas. Tropezó, empezó a caer, luego se
contuvo. Todo en torno a ella, las voces sonaban en sus oídos, sin hacer caso ahora
de su ceguera, y concentrándose en los pecados de su madre.
No era verdad.
Ella lo sabía. Su madre no haría lo que ellos estaban diciendo que hacía. ¿Por
qué iban a decirlo? ¿Por qué? ¿Por qué la odiaban? ¿Por qué odiaban a su madre y
su padre?
El bastón se agitaba cada vez más violentamente, cortando el aire de manera
inofensiva mientras los niños se apartaban saltando, arreciando en sus risas frente
al espectro de la víctima ciega, que azotaba la nada, impotente, sin poder
defenderse ni huir.
Empezaron a acercársele mientras ella retrocedía, sosteniendo el bastón delante
de sí como para resguardarse de ellos.

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Cuando el suelo se niveló bajo sus pies, supo que estaba de nuevo en el sendero.
Trató de dar vueltas, pero sin la ayuda de su bastón, no tenía idea de en qué
dirección iba,
A su alrededor, los cuatro niños se acercaban más, sus mofas se volvían más
malignas, sus risas más horribles, disfrutaban de su juego.
La niña seguía retrocediendo. Entonces sintió algo bajo el pie derecho. Una
piedra. Empezó a mover el pie, pero de pronto la obstrucción se apartó de ella. Sin
saber que había sucedido, puso el pie donde había estado la piedra.
Ahora no había nada allí.
Demasiado tarde, comprendió dónde estaba.
Permaneció en equilibrio durante un segundo, con una expresión de terror en la
cara.
En sus manos, el bastón se movió desesperadamente mientras ella trataba de
encontrar algún punto de apoyo.
Después, mientras perdía el equilibrio y empezaba a sentirse caer, soltó el
bastón, que cayó en el sendero.
Los cuatro niños se miraron un momento con fijeza; luego sus ojos se posaron en
el bastón que yacía en el sendero. Al principio, ninguno de ellos se movió. Luego el
mayor de ellos se adelantó, levantó el bastón y lo arrojó al mar. En cuanto a ellos
concernía, ella había simplemente desaparecido...

Supo lo que estaba sucediendo. Supo que iba a morir. El tiempo pareci ó hacerse
más lento para ella; oyó la marejada, cuyo estruendo se le acercaba cada vez más.
¡Iba a morir! ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella? ¿Qué había hecho su madre? Nada
de ello estaba bien. Nada de ello debía haber ocurrido.
El bramar en sus oídos ya no era la marejada. En cambio oía las voces de los
niños, atormentándola, gritándole, repercutiendo en su mente, estallando en su
cabeza.
Por primera vez en su vida, la ira penetró en su alma. Todo eso estaba mal. Ella
no debía haber sido ciega. No debía haber tenido que escuchar lo que los niños le
dijeron. Debía haber podido verlo ella misma.
Verlo, y enmendarlo.
Y vengarlo.
Su furia creció mientras daba vueltas hacia el mar, y cuando las aguas se
cerraron en torno a ella, ya no tenía conciencia de lo que le estaba ocurriendo. Ya no
tenía conciencia de que su vida estaba terminando.
De lo único que sabía era de su ira.
Su ira y su odio...

LIBRO PRIMERO
CAPITULO 1

El sol de agosto brillaba luminoso cuando los Pendleton llegaron a Paradise Point,
y mientras lentamente cruzaban en auto la población, todos los Pendleton se
encontraron mirándola con nuevos ojos. Antes siempre había sido simplemente un
lugar notablemente lindo. Ahora era su hogar, y June Pendleton, cuyos luminosos
ojos azules resplandecían de anhelo, se encontró de pronto más interesada en la
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ubicación del supermercado y de la droguería que en las fachadas cuidadosamente


restauradas de la hostería y las galerías que rodeaban la plaza.
Paradise Point había sido correctamente bautizado; al visitante casual le parecía
que su medio circundante era su principal razón de ser. La población andaba en lo
alto, sobre el Atlántico, encaramada sobre el brazo norte de unos afloramientos
gemelos de tierra que protegían una pequeña caleta. Demasiado pequeña para
servir como algo más que un fondeadero temporario para embarcaciones de tamaño
reducido, la caleta permanecía casi oculta desde el mar. Los brazos que la
custodiaban tenían una cualidad egoísta: abarcaban la caleta, apretándola contra el
bosque circundante, dejando solamente una angosta laguna de aguas embravecidas
como andarivel hacia el océano. La población actual había mirado desde lo alto la
caleta y el mar durante casi doscientos años, y por anuencia común de todos los que
allí vivían, siguió siendo una aldea. No había ninguna industria digna de mención, ni
flotilla pesquera: solamente un puñado de predios arrancados a los bosques
interiores. Sin embargo, Paradise Point sobrevivía, sustentándose con los
misteriosos recursos de las poblaciones diminutas en todas partes, con su modesta
producción de servicios, sobreviviendo, en gran parte, gracias a los veraneantes que
afluían todos los años para gozar de su belleza y "escapar de todo aquello".
Dispersos por todo el pueblo había algunos artistas y artesanos, que se mantenían
con la venta de una serie de colchas, mocasines, cerámicas, esculturas y pinturas
que iban saliendo de Paradise Point en los asientos traseros y baúles de quienes no
eran lo bastante afortunados como para vivir allí.
El doctor Calvin Pendleton y su esposa estaban por volverse parte de Paradise
Point, y se consideraban por eso muy afortunados. Igual su hija, Michelle.
Aunque jamás habían planeado mudarse a Paradise Point. A decir verdad, hasta
pocos meses antes de su llegada, no se le había ocurrido a nadie de la familia que
pudieran vivir en otra parte que Boston. Para los Pendleton, Paradise Point había
sido un hermoso lugar adonde ir por una tarde, apenas un par de horas al noreste de
la ciudad, un lugar donde Cal podría estar tranquilo, June podía pintar y Michelle
podía entretenerse con el bosque y la costa del mar. Después, al finalizar el día,
podrían regresar en auto a Boston y a sus ordenadas vidas.
Salvo que sus vidas no habían seguido siendo ordenadas.
Ahora, cuando Cal doblaba a la derecha para salir de la playa e iniciar la ruta que
los llevaría fuera de la aldea y bordeando la caleta hacia su nuevo hogar, vio que
varias personas miraban con fijeza el coche, de pronto sonreían y luego saludaban
con ademanes.
—Parece que nos esperan —comentó.
En el asiento contiguo al suyo, June se movió pesadamente. Estaba en las
últimas semanas del embarazo y le parecía que jamás iba a terminar.
—Se acabó la impersonalidad de la ciudad grande —replicó—. Supongo que el
doctor Garson tiene el furgón de bienvenida ya preparado para recibirme.
— ¿Qué es un furgón de bienvenida? —preguntó Michelle desde el asiento de
atrás.
A los doce años, Michelle presentaba un marcado contraste con sus padres, que
eran ambos rubios de ojos azules, con rasgos de belleza nórdica. Michelle era
precisamente lo contrario. Era morena, de cabello casi negro, y sus profundos ojos
pardos tenían una ligera inclinación que le daba aspecto de pilluelo. Estaba inclinada
hacia adelante, con los brazos apoyados en el asiento delantero, su reluciente
cabello cayéndole en cascada sobre los hombros, devorando con los ojos cada

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detalle de Paradise Point. Era todo tan distinto de Boston y, pensaba ella, todo
perfectamente maravilloso.
June se movió para mirar a su hija, pero el esfuerzo fue excesivo para su dilatado
cuerpo. Mientras se hundía de nuevo en su asiento, reflexionó que, de cualquier
manera, podía ser difícil explicar la vieja costumbre aldeana de los furgones de
bienvenida a una niña de ciudad de doce años. En cambio, cuando pasaban frente a
la escuela de Paradise Point, tocó la mano de su hija, preguntándole:
— ¿No se parece mucho a Harrison, verdad?
Michelle contempló fijamente el pequeño edificio de tablas blancas, rodeado por
un herboso campo de juego; luego sonrió ampliamente, mientras su cara de diablillo
reflejad placer por lo que veía.
— Siempre creí que empedraban automáticamente el campo de juego —dijo—. Y
mira, árboles. ¡Realmente es posible sentarse bajo los árboles mientras se come la
merienda!
Dos manzanas más allá de la escuela, Cal desaceleró el automóvil hasta casi
detenerlo.
— ¿Te parece que debiera detenerme y hablar con Carson? —preguntó
pensativo.
— ¿Esa es la clínica? —inquirió Michelle. Su voz reveló que no le parecía gran
cosa.
—Comparada con la Clínica General de Boston no es mucho, ¿verdad? —dijo
Cal. Luego con voz apenas audible, agregó—: Pero quizás sea mi lugar adecuado.
June miró a su esposo con rapidez; luego se estiró para apretarle la mano.
—Es lo adecuado —le aseguró.
El automóvil se detuvo del todo y los tres Pendleton miraron el edificio de una sola
planta, no mayor que una casa pequeña, que albergaba a la clínica de Paradise
Point. En el despintado cartel de adelante, apenas si pudieron leer el nombre de
Josiah Carson, pero el nombre del mismo Cal resaltaba con claridad en letras
negras recién pintadas.
—Tal vez simplemente me asome para avisarle que llegamos bien —sugirió Cal.
Estaba por bajar del coche cuando la voz de June lo detuvo.
— ¿No puedes ir más tarde? El camión ya está en la casa y hay tanto por hacer.
El doctor Carson no esperará que vayas hoy.
"Tiene razón", se dijo Cal, aunque sintió una punzada de culpa. Debía tanto a
Carson. Pero de todos modos, el día siguiente sería lo bastante pronto. Cerró la
portezuela y puso en marcha el automóvil.
Un momento más tarde la clínica desapareció de la vista, la aldea quedó
repentinamente detrás de ellos y estaban en el camino paralelo a la caleta.
June se permitió tranquilizarse. Ese día, al menos, no tendría que ver al anciano
doctor que de pronto se había convertido en una fuerza tan determinante en su vida,
una fuerza que no le gustaba y en la cual no confiaba. Había crecido un vínculo
entre su marido y Josiah Carson, que parecía volverse más sólido cada día. Habría
querido entenderlo mejor... lo único que sabía, en realidad, era que se relacionaba
con aquel muchacho.
Aquel muchacho que había muerto,
Resueltamente, dejó de pensar en eso. Por el momento se concentraría en
Paradise Point.
Era un lindo paseo, con profundos bosques del lado interior, y una estrecha
extensión de hierbas y heléchos separando el camino de la cresta de los riscos que
se extendían vertiginosamente a la diminuta bahía de abajo.
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— ¿Esa es nuestra casa? —preguntó Michelle.


En silueta contra el horizonte, una casa resaltaba vividamente del paisaje, con el
contorno de su buhardilla y su galería alta como grabada sobre el cielo azul.
—Esa es —replicó June—. ¿Qué te parece?
—Desde aquí se la ve magnífica. Pero, ¿cómo es por dentro?
—Más o menos igual que por fuera —intervino Cal, riendo entre dientes—. Te
encantará.
Mientras se acercaban a la casa que iba a ser el nuevo hogar de ellos, Michelle
dejó que sus ojos se pasearan por el paisaje. Era hermoso, pero extraño en cierto
modo. Le resultaba difícil imaginarse viviendo realmente con tanto espacio. Y los
vecinos... en vez de estar del otro lado de la pared, iban a estar a casi medio
kilómetro de distancia. Y además, advirtió entusiasmada, con un cementerio en el
medio. Un camposanto de veras, a la antigua, ruinoso. Cuando el automóvil pasaba
frente al cementerio, Michelle se lo señaló a su madre. June lo miró con interés,
luego preguntó a Cal si sabía algo a su respecto. El se encogió de hombros.
—Josiah me dijo que es el viejo solar de su familia, pero que ya no lo usan más.
O bien, supongo, él no se propone usarlo. Dice que lo van a sepultar en Florida y
que le importa un cuerno si nunca vuelve a ver Paradise Point.
June lanzó una carcajada.
—Esto es lo que dice ahora. Pero espera a que llegue allá. Te apuesto un níquel
a que se vuelve aquí corriendo.
— ¿Y tratará de comprarme otra vez la clientela? ¿Y la casa? No, me parece que
realmente ansia alejarse de aquí. —Hizo una pausa, luego agregó—: Creo que este
accidente lo conmovió más de lo que deja ver.
De pronto la voz de June dejó de ser risueña.
—Nos conmovió a todos, ¿o no? —dijo con voz queda—. Y ni siquiera
conocíamos a ese muchacho. Pero aquí estamos. Es raro, ¿verdad?
Cal no respondió nada.
El nuevo hogar de ellos... el antiguo hogar de Josiah Carson.
Su nueva vida... la antigua vida de Josiah Carson.
¿Quién, se preguntó Cal en silencio, estaba huyendo de qué?
Cuando el automóvil se detuvo por fin frente a la casa, Michelle bajó de un salto y
observó arrobada su ornato Victoriano, sin hacer caso de la pintura descascarada y
la gastada carpintería, que daban a la casa un aspecto curiosamente siniestro.
—Parece un sueño —susurró—. ¿Realmente vamos a vivir en esto?
De pie junto a su hija, Cal le rodeó los hombros con un brazo y la apretó
afectuosamente.
— ¿Te gusta, princesa?
— ¿Gustarme? ¿Cómo podría no gustarle a alguien? Parece algo salido de un
libro de cuentos.
—Querrás decir que parece algo salido de un dibujo de Charles Adams —dijo
June, saliendo por su lado del automóvil. Miró con atención el alto tejado de la casa
de tres pisos y sacudió la cabeza—. Sigo teniendo la sensación de que allá arriba
debe de haber murciélagos.
Michelle miró ceñuda a su madre.
—Si no te agrada, ¿por qué la compramos?
¿—No dije que no me agradara —se apresuró a agregar June—. A decir verdad,
me encanta. Pero debes admitir que no se parece nada a un condominio en Boston.
—Se interrumpió un momento y luego—: Espero que hayamos hecho lo correcto.
—Claro que sí —dijo Michelle—. Sé que lo hicimos.
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Y dejando a sus padres de pie junto al auto, subió de un brinco al pórtico y


desapareció por la puerta principal. Cal tendió una mano para tomar la de su
esposa.
—Todo irá bien —dijo; era la primera vez que alguno de ellos reconocía los
temores que habían compartido acerca de la mudanza—. Bueno, vamos a dar una
ojeada.

Habían comprado la casa amueblada, y después de muy poca discusión, habían


decidido no tratar de vender el moblaje que venía con ella. En cambio habían
vendido el suyo. Sus muebles habían sido sencillos y bajos, y aunque habían
encajado perfectamente en su apartamento de Boston, el ojo artístico de June le
había dicho en seguida que estaba mal para los altos cielorrasos y aparatosos
decorados del período Victoriano. Habían decidido que un cambio en el estilo de
vida, bien podría traer consigo un cambio de gustos, y ahora exploraron juntos la
casa, preguntándose cuánto tardarían en acostumbrarse a su nuevo ambiente.
En la sala de recibo, cuidadosamente instalada tras un pequeño cuarto de
recepción a la derecha de la puerta principal, se amontonaban las cajas que
contenían sus vidas. Una rápida ojeada bastó para sacudir la confianza de June
sobre la sabiduría de su proyecto, pero Cal, leyendo los pensamientos de su esposa,
le aseguró que podría tranquilizarse... él y Michelle se harían cargo de desempacar;
lo único que tenía que hacer ella era indicarles dónde poner las cosas. June le
sonrió con alivio y ambos pasaron al comedor.
— ¿Qué vamos a poner en todos esos armarios para vajilla? —preguntó June,
sin esperar realmente una respuesta.
—Vajilla, por supuesto —respondió Cal con soltura—. Siempre oí decir que las
posesiones se expanden para llenar espacio. Ahora lo averiguaremos. ¿Tendremos
que comer aquí?
La melancólica expresión con que contemplaba la formal mesa de comedor con
sus doce sillas hizo reír a June.
— Ya lo tengo calculado. Convertiremos la despensa en otro comedor.
Lo condujo a través de una puerta de vaivén; Cal sacudió la cabeza.
— ¿Cómo podía vivir alguien así? Es obsceno.
La despensa, que contenía un fregadero y un refrigerador, era más grande que lo
que había sido el comedor de ellos en Boston.
— Es particularmente obsceno cuando se tiene en cuenta que esta casa fue
construida por un clérigo —comentó June sutilmente.
Las cejas de Cal se alzaron de sorpresa.
— ¿Quién te dijo eso?
— El doctor Carson, por supuesto. ¿Quién, si no?
Antes de que Cal pudiese responder, June había pasado a la cocina. Ya había
decidido que allí viviría la familia.
Era un cuarto enorme, con una chimenea que dominaba una pared, dos fogones
grandes y un refrigerador donde se podía entrar, que había sido desconectado años
atrás. Cuando los había acompañado a recorrer la casa, Josiah Carson había
sugerido que lo arrancaran, pero Cal había pensado que el antiguo refrigerador sería
una bodega ideal, perfectamente aislado, aunque su costo era prohibitivo si se
usaba para su fin originario.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

June se acercó al fregadero y probó el grifo. Los caños traquetearon algunos


segundos, tosieron dos veces, luego soltaron un borboteante chorro de agua clara,
sin cloro.
— Encantador —murmuró June. Sus ojos se dirigieron a la ventana y su rostro se
iluminó con una sonrisa.
Del otro lado de la ventana, a unos quince metros de la casa, había un viejo
edificio de ladrillo, con techo de pizarra, que antes era utilizado como bodega. Era la
bodega lo que había convencido a June de que la casa sería perfecta para ellos.
Una sola mirada le había dicho que se la podía transformar fácilmente en un
estudio... un estudio donde ella podría pasar infinitas horas de bienaventuranza con
sus telas, desarrollando un estilo que sería auténticamente suyo, algo que nunca
había podido lograr en Boston.
Viendo la sonrisa en su cara, Cal volvió a leer los pensamientos de su esposa.
—Veamos —dijo pensativo, apartándose el cabello de la frente—. Hay que
convertir la despensa en comedor, y la bodega en un estudio. Después supongo que
podría transformar el granero en taller, el locutorio de adelante en un baño sauna y
el estudio en sala de operaciones. Una vez terminado eso...
— ¡Vamos, calla! —exclamó June—. Te lo prometo, yo misma haré todo lo del
estudio, y también la mayor parte de la despensa. Basta con que tú desempaques...
¡Y luego empieza a comportarte como un médico rural!
— ¿Lo prometes?
— Lo prometo —repuso June suavemente, introduciéndose entre sus brazos y
apretándolo contra sí—. Todo irá bien ahora. Estoy segura de ello.
Deseó creer realmente en sus propias palabras.
Cal besó a su esposa; luego dejó que sus manos se posaran por un segundo
sobre su redondeado vientre. Bajo los dedos, pudo sentir moverse al pequeño.
—Mejor será que subamos y pensemos dónde va a estar el cuarto de los niños. A
mí me parece que esta criaturita está por hacer su presentación.
—Todavía faltan por lo menos seis semanas —replicó June. Pero muy contenta
siguió a su esposo arriba, ansiosa por decidir cuál habitación se podría transformar
mejor en cuarto para niños. "Allí está de nuevo esa palabra" pensó. "Este parece
ser nuestro año de transformaciones"
Encontraron a Michelle en la planta alta, en un dormitorio situado en una esquina,
desde donde veía un amplio panorama de la bahía, el Paso del Diablo y más allá, el
océano. Hacia el noreste, la aldea de Paradise Point se destacaba en silueta, con
los campanarios de sus tres diminutas iglesias elevándose en el aire, mientras sus
pulcros edificios blancos, de madera, se apretujaban como para protegerse de la
furia constantemente desencadenada en las aguas que los circundaban. June y Cal
se acercaron a su hija, y por un momento la pequeña familia permaneció junta,
examinando su nuevo mundo. Se ciñeron con los brazos y, por un largo instante,
gozaron de una cercanía y una cordialidad que no habían sentido en mucho tiempo.
Fue June quien finalmente los llevó de vuelta a la realidad.
—Habíamos pensado que ésta podría ser la nursery —dijo tentativamente.
Michelle, que parecía salir de un trance hipnótico, se volvió hacia ella diciendo:
—Oh, no. Yo quiero esta habitación ¿Por favor?
— Pero hay un cuarto mucho más grande del otro lado de la casa —contestó
June—. Este es tan pequeño...
—Pero lo único que necesito es mi cama y una silla —imploró Michelle—. ¿No
puedo ocupar éste? Sería capaz de estar siempre sentada en la ventana, mirando
afuera, nada más.
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June y Cal se miraron indecisos, sin poder pensar ninguno en una objeción
razonable. Entonces Michelle fue hacia el armario y la cuestión quedó resuelta.
Estirándose, Michelle buscó a tientas en el fondo del estante del armario.
—Aquí hay algo —dijo triunfante—. Tenía la sensación de que en este armario
había algo y tenía razón. ¡Miren!
En la mano, Michelle sostenía una muñeca. Vieja y polvorienta, tenía un rostro de
porcelana, enmarcado por cabellos casi tan oscuros como el de la niña, y un
bonetito de encaje. Su vestido gris, desteñido y roto, debía de haber estado antes
cubierto de volantes fruncidos, y en los pies tenía un minúsculo par de abultados
zapatos de charol. June y Cal la miraron sorprendidos.
——¿De dónde suponen que habrá venido? —se maravilló June en voz alta.
—Apuesto a que ha estado allí durante siglos —dijo Michelle—. Pero alguna vez
habrá pertenecido a alguna niña y éste debe de haber sido su cuarto. ¿Puedo
tenerla yo? ¿Por favor?
— ¿La muñeca o la habitación? —preguntó Cal.
—¡Las dos! —exclamó Michelle, segura de que su padre estaba a punto de
aceptar.
— Pues no veo por qué no —dijo Cal—. Probablemente nos vendría mejor tener
la nursery al lado mismo de nuestra habitación, de todos modos. Supongo que
podremos convertir una de las tres alcobas —agregó con una mirada burlona para
June. Luego tomó la muñeca de manos de Michelle y la examinó con cuidado—. Se
parece mucho a ti —observó—. Igual cabello castaño, iguales ojos pardos. ¡Iguales
ropas harapientas!
Michelle arrebató la muñeca a su padre y le sacó la lengua.
—Si mis ropas son harapientas, es culpa tuya. ¡Si no podías darte el lujo de
vestirme, debiste dejarme en el orfanato!
— ¡Michelle! —exclamó June—. Que cosas dices. Tú no saliste de un orfanato...
Hasta que su marido y su hija comenzaron a reír, no se dio cuenta de que era una
broma entre ellos; entonces se tranquilizó. En ese momento, el niño que tenía
adentro se movió, y June se encontró de pronto preguntándose qué sucedería
cuando llegase el pequeño. Michelle había sido hija única durante tanto tiempo.
¿Cómo sería para ella? ¿Se sentiría acaso amenazada? June recordó todo lo que
había leído últimamente sobre la rivalidad entre hermanos. ¿Y si Michelle odiaba al
nuevo crío? June desalojó de su mente esa idea. Sus ojos se posaron en el mar,
del otro lado de la ventana, las gaviotas que volaban en lo alto, el sol que brillaba
luminoso. En un impulso momentáneo, decidió pasar el mayor tiempo posible
disfrutando del sol. Después de todo, no duraría eternamente. Se avecinaba el
otoño, y después el invierno, pero, por el momento, había calidez en el aire.
Impulsivamente, dejó que Cal y Michelle empezaran a desempacar mientras ella
salía a explorar lo que iba a ser su estudio.
Aunque trabajaron lo más rápido posible, la montaña de cajas parecía seguir
siendo tan alta como antes.
— ¿Quieres descansar un rato, princesa? —preguntó finalmente Cal—. Hay dos o
tres gaseosas en el refrigerador.
Con presteza, Michelle dejó la Caja con la que estaba forcejeando y
adelantándose a su padre, cruzó el comedor, la despensa y entró en la cocina. Allí
se dejó caer en una silla, sonriendo muy contenta.
— Imagínate... ¡Una despensa! ¿Tenía mayordomo el doctor Carson cuando vivía
aquí?

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Me parece que no —replicó Cal, mientras hábilmente hacía saltar las tapas de
dos botellas y ofrecía una a Michelle—. Creo que vivía aquí él solo.
Los ojos de Michelle se dilataron.
— ¿De veras? Debe de haber sido siniestro.
— ¿No te da miedo este sitio? —preguntó Cal, con un tono burlón que hizo
sonreír a Michelle.
—Todavía no. Pero si esta noche algo viene arrastrándose hacia mí por la puerta,
las cosas podrían cambiar.
Desvió la mirada hacia la ventana y quedó callada un momento.
—¿Piensas en algo, princesa? —inquirió su padre.
Michelle asintió con la cabeza, y cuando miró a su padre, en sus ojos había una
seriedad que a Cal le pareció superior a su edad.
—Me alegro de que hayamos venido aquí, papá — dijo finalmente—. No quiero
que sigas siendo desdichado.
—No he sido desdichado... —empezó Cal, pero Michelle no le dejó terminar.
—Sí que lo has sido —insistió—. Siempre me di cuenta. Por un tiempo creí que
estabas enojado conmigo, porque nunca venías a casa desde el hospital...
— Estaba muy ocupado...
Michelle volvió a interrumpirlo.
—Pero entonces comenzaste a venir de nuevo a casa, y seguías siendo
desdichado. No fue hasta que decidimos mudarnos aquí que empezaste a ser feliz
de nuevo. ¿No te gustaba Boston?
—No era Boston —empezó a decir Cal, sin saber bien cómo explicar a su hija lo
que había sucedido. La imagen de un niño pasó veloz por su mente, pero Cal la
apartó en el acto—. Era simplemente yo, me parece. No... no puedo explicarlo en
realidad. —De pronto sonrió—. Creo que simplemente quiero conocer a las
personas con quienes trato.
Michelle examinó mentalmente la cuestión; por último asintió con la cabeza.
—Me parece que sé lo que quieres decir. La Clínica General de Boston era
horripilante.
—¿Horripilante? ¿A qué te refieres?
Michelle se encogió de hombros mientras buscaba las palabras adecuadas.
—No sé. Era como si nunca supieran quiénes eran. Y cuando mamá y yo íbamos
allí, jamás sabían siquiera que éramos tu familia. Esa mujer tan altanera del
vestíbulo principal siempre quería saber por qué queríamos verte. Se diría que
después de tantos años tendría que habernos reconocido... —Michelle guardó
silencio y miró a su padre, preguntándose si la entendería. Cal movió la cabeza
afirmativamente.
— Eso es —dijo, aliviado por no tener que decirle la verdad—. Eso es,
exactamente. Y lo mismo pasaba con las personas a quienes yo trataba. Si
las veía tres días más tarde, yo mismo no las reconocía. Si voy a ser médico, creo
que debo tener el placer de saber a quién estoy ayudando. —Sonrió a Michelle
y decidió cambiar de tema—. ¿Y tú? ¿Estás arrepentida de algo?
— ¿De qué? —preguntó Michelle a su vez.
—De venir aquí. De dejar a tus amigos. De cambiar de escuela. Todas las cosas
por las que se supone se preocupan las niñas de tu edad.
Michelle sorbió su gaseosa, luego miró la cocina a su alrededor.
—Harrison no era una escuela tan maravillosa —dijo por fin—. La de Paradise
Point es mucho más linda.
—Y mucho más pequeña —hizo notar Cal.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Y probablemente tampoco haya en ella un hato de chicos que se lo pasen


destrozándola —agregó Michelle—. Y si de amigos se trata, el año que viene habría
tenido que hacerlos nuevos de todos modos, ¿verdad?
Cal la miró sorprendido.
— ¿A qué te refieres?
Con aire culpable, Michelle fijó la vista en su vaso.
— Los oí hablar a ti y a mamá. ¿De veras iban a enviarme a un internado?
—No estaba realmente decidido todavía... —empezó él débilmente, pero cuando
miró los ojos de Michelle, renunció a mentir—. Pensamos que sería mejor para ti —
dijo—. Harrison se estaba volviendo demasiado difícil, tú misma nos dijiste que ya no
estabas aprendiendo nada. Y de todos modos no era un internado.. Habrías venido
a casa todos los días.
— Bueno, esto es mejor —repuso Michelle—. Haré amigos aquí, y no tendré que
hacer nuevos amigos el año próximo. ¿Verdad?
En sus ojos hubo una repentina ansiedad que impulsó a Cal a querer
tranquilizarla.
— Por supuesto que no. A menos que lo detestes. Pensándolo bien, será mejor
que no lo detestes, porque no estoy seguro de que podamos enviarte a una escuela
privada con lo que voy a ganar aquí. Pero quiero que seas feliz, princesa. Eso es
muy importante para mí.
De pronto Michelle sonrió, rompiendo la seriedad del momento.
— ¿Cómo podría no ser feliz? Todas las personas que conozco harían cualquier
cosa por vivir aquí. Tenemos el océano, y el bosque, y esta maravillosa casa. ¿Qué
más podría desear?
En un repentino estallido de afecto, Michelle se arrojó a los brazos de su padre y
lo besó.
—Te quiero, papá, realmente te quiero.
—Y yo te quiero también, princesa —replicó Cal, cuyos ojos se humedecieron de
cariño—. También yo te quiero. —Luego se desprendió de los brazos de Michelle y
se incorporó—. Bueno, ¡Volvamos a esas cajas antes de que tu madre nos envíe a
los dos de vuelta al orfanato!

— ¡La encontré! —exclamó triunfante Michelle. Era una caja grande, marcada por
todos lados con el nombre de Michelle—. Subámosla ahora, papá, por favor —
imploró—. Adentro está todo lo que poseo. ¡Todo! ¿No puedo abrirla ahora? Quiero
decir, de todos modos no sabemos adonde quiere poner mamá todo, y yo podría
acomodar estas cosas por mi cuenta. ¿Por favor?
Cal asintió con un gesto y la ayudó a arrastrar la inmensa caja arriba, hasta el
cuarto de la esquina, que Michelle había reclamado como propio.
— ¿Quieres que te ayude a desempacar? —ofreció. Michelle sacudió la cabeza
con vehemencia.
— ¿Y dejarte ver lo que hay adentro? Si supieras lo que hay aquí, me obligarías a
tirar la mitad.
Con los ojos de su pensamiento, Michelle vio el revoltijo de viejas revistas de cine
(precisamente la clase de cosas que sus padres no aprobaban) y los recuerdos
surgidos de su pasada niñez, que no había logrado abandonar.
—Y no te atrevas a contarle a mamá que dije eso —agregó, enredando a su
padre en una conspiración de silencio para ayudarla a proteger sus infantiles
tesoros.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Después, cuando Cal la dejó sola en la habitación, Michelle se puso a abrir


la caja para desempacar todas sus cosas, primero sobre la cama, luego
cuidadosamente ocultas en el ropero y el tocador. Hasta que hubo guardado el
último juguete viejo, no advirtió a la muñeca, todavía apoyada en el alféizar de la
ventana donde ella la había dejado pocas horas atrás. Se acercó a la ventana y
levantó la muñeca, sosteniéndola a la altura de sus ojos.
—Tendré que pensar un nombre para ti —dijo en voz alta—. Algo anticuado, tan
anticuado como tú. —Pensó un momento, luego sonrió—. ¡Amanda! —exclamó—.
Eso es. Te llamaré Amanda. Mandy para abreviar.
Luego, complacida con el nombre elegido, Michelle puso otra vez la antigua
muñeca en la ventana y bajó a ver qué hacía su padre.
Mientras la luz de la tarde iba apagándose en el cuarto de la esquina, la muñeca
parecía estar mirando por la ventana, con sus ciegos ojos de vidrio fijos en la
bodega, abajo.

CAPITULO 2

En la bodega reinaba una atmósfera sólida, una robustez que hizo preguntarse a
June qué se había propuesto exactamente su constructor. Al explorarla por cuarta
vez, le pareció que debía de haber sido destinada para algo más que simple bodega
y taller. Las ventanas desde donde se veía el océano estaban demasiado
cuidadosamente espaciadas; el suelo, con sus tablas de roble apenas desgastadas
después de un siglo de uso, demasiado bien instalado; y sus proporciones eran
demasiado perfectas para que hubiese sido utilizada simplemente por un jardinero.
No, decidió, quien hubiese diseñado ese cuarto, se había propuesto usarlo él mismo.
Era casi como si hubiese sido diseñado como estudio. Las ventanas que daban al
mar estaban situadas tan cerca del norte como lo permitía el risco, y debajo de ellas,
un largo mostrador con armario de almacenaje bellamente fabricado cubría todo el
largo de la habitación. Junto a una punta del mostrador se había instalado un
fregadero grande. Las paredes de ladrillo, chorreadas con suciedad de años, habían
estado antes blanqueadas, y el ribete de madera que rodeaba las puertas y
ventanas, ahora descascarado, estaba pintado de un verde suave, como si alguien
hubiera tratado de armonizarlo con el matiz del follaje exterior. En una punta de la
habitación había un armario grande. Por el momento, June decidió dejar su puerta
cerrada e imaginar en cambio qué podría haber allí escondido. Reliquias, pensó
deliciosamente. Reliquias del pasado, esperando simplemente ser descubiertas.
Depositó su cuerpo en un taburete y contó automáticamente los días que faltaban
para que naciera su hijo. Treinta y siete años, reflexionó, era una edad muy tonta
para tener un hijo. No solo tonta, sino posiblemente peligrosa, tanto para ella como
para el niño. "Ten cuidado", se recordó. Pero ese pensamiento no permaneció con
ella... en cambio, sintió el impulso de empezar a limpiar los años de descuido que
llenaban la pequeña habitación. Se puso de pie sin hacer caso de la pesadez de su
cuerpo, preguntándose cómo era posible que un edificio tan abandonado durante
tantos años pudiera haberse llenado tanto de basura.
En un rincón descubrió un barril para desechos que estaba milagrosamente vacío.
Minutos más tarde ya estaba lleno, y June pensó en la conveniencia de subir
también ella en él, para así compactar su contenido.
Felicitándose por su discreción, descartó la idea, sabiendo que si Cal la
sorprendía en eso, quedaría escandalizado por su descuido. Además, sería muy
propio de ella romperse una pierna y provocar un parto prematuro al mismo tiempo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

En ese momento tenía demasiado que hacer para arriesgar semejante cosa. En
cambio, se conformó con empujar el revoltijo del barril tan abajo como le fue posible
y luego agregar más, hasta que estuvo en peligro de reventar. Luego se puso a
buscar algo con lo cual limpiar el suelo.
Dentro mismo del armario, decepcionantemente vacío de tesoros ocultos por
mucho tiempo, encontró una escoba, un balde y un estropajo. Entreabriendo un
poco la ventanilla con la esperanza de renovar el aire viciado, June comenzó a
barrer el polvo, amontonándolo. Estaba casi por la mitad del piso cuando de pronto
la escoba se atascó en algo. June hurgó la suciedad apelotonada. Al ver que no se
deshacía, se detuvo para mirarla con más atención.
Era una mancha quién sabe de qué, que cubría unos sesenta centímetros
cuadrados en el suelo. Evidentemente lo volcado allí había sido dejado secar, y al
secarse, se le había asentado polvo encima, introduciéndose hasta que ahora la
escoba no podía penetrar en el revoltijo, que tenía tal vez un cuarto de pulgada de
grosor. Irguiéndose, June echó mano al estropajo, preguntándose qué posibilidades
habría de encontrar la vieja cañería aún en funcionamiento. Pero antes de que
tuviera ocasión de experimentar, Cal y Michelle aparecieron en el vano.
Cal miró a su alrededor y sacudió la cabeza diciendo:
—Pensé que ibas sólo a dar una ojeada y hacer algunos planes.
—No pude resistir —contestó June irónicamente—. Es una habitación tan bonita,
y el revoltijo era tan grande. Creo que sentí compasión por ella.
Michelle paseó su mirada por la revuelta habitación, e involuntariamente se apretó
el cuerpo con los brazos como si la hubiera dominado un repentino escalofrío.
Todavía de pie junto a la puerta, con una expresión de desagrado en el rostro, habló.
— Este lugar es siniestro... ¿Para qué lo usaban?
— Es una bodega —explicó su madre—, y probablemente el centro de
operaciones del jardinero, donde guardaba todas sus herramientas, cultivaba
retoños y esa clase de cosas. —Se detuvo un momento como reflexionando sobre
algo, luego continuó—. Pero tengo la extrañísima sensación de que también usaron
esto para otra cosa.
Cal arqueó las cejas.
— ¿Jugando a la detective?
—En realidad, no —respondió June—. Pero mira. El suelo es de roble sólido. ¡Y
ese armario! ¿Quién iba a construir algo así sólo para el jardinero?
—Hasta unos cincuenta años atrás, muchas personas lo habrían hecho —replicó
Cal riendo entre dientes—. Solían construir las cosas para que duraran, ¿recuerdas?
June sacudió la cabeza.
—No sé. Simplemente parece demasiado lindo para ser un simple cobertizo.
Debe de haber habido algo más...
—¿Qué es esto? —preguntó Michelle. Señalaba la mancha en la que había
estado trabajando June al entrar
—Ojalá lo supiera. Creo que alguien debe de haber volcado un poco de pintura.
Precisamente iba a tratar de limpiarla.
Michelle se acercó a la mancha y, arrodillándose junto a ella, la examinó con
cuidado. Iba a extender la mano para tocarla, pero de pronto la retiró diciendo:
—Parece sangre. Apuesto a que alguien fue asesinado aquí —agregó
incorporándose y enfrentando a sus padres.
— ¿Asesinado? —exclamó June—. ¿Cómo se te ocurre algo tan morboso?
Sin hacer caso a su madre, Michelle se dirigió en cambio a su padre.
—Mírala, papá, ¿no te parece sangre?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Con una sonrisita jugueteando en torno a la boca, Cal se acercó a Michelle y


examinó la mancha con más cuidado todavía que ella. Cuando se enderezó su
rostro estaba serio.
—Indudablemente es sangre —anunció con solemnidad—. No cabe suponer otra
cosa. —Luego no pudo contener su sonrisa—. Por supuesto, podría ser pintura o
algún tipo de arcilla, o Dios sabe qué. Pero si quieres sangre, lo acepto.
—Esto es repugnante —dijo June, deseosa de descartar tal idea—. Es un cuarto
hermoso, que será un magnífico estudio, y por favor, no insistan en decirme que
aquí sucedieron cosas horribles. ¡No quiero creerlo!
Michelle se encogió de hombros, miró una vez más en torno y sacudió la cabeza.
—Te regalo este lugar... yo lo odio. ¿Está bien si bajo a la playa? —agregó,
dirigiéndose ya hacia la puerta.
— ¿Qué hora es? —preguntó June, dubitativa.
—Todavía falta mucho para que oscurezca —le aseguró Cal—. Pero ten cuidado,
princesa. No quiero que te caigas tu primer día aquí... necesito pacientes que
paguen, no mi propia familia.
Cuando Michelle echó a andar hacia el sendero que la llevaría abajo, a la caleta,
las palabras de su padre resonaban en su cabeza: "no quiero que te caigas". Pero
¿por qué iba a caerse? Nunca se había caído en su vida. Entonces comprendió. Era
aquel muchacho. Su padre estaba pensando todavía en aquel muchacho. Pero eso
no había sido culpa suya. Y aunque lo hubiera sido, no tenía nada que ver con ella.
Muy contenta empezó a bajar por el sendero.

Cal aguardó a que Michelle se perdiera de vista; luego tomó a su esposa entre
sus brazos y la besó. Un instante más tarde, cuando la soltó, June escudriñó su
rostro con expresión intrigada.
— ¿A qué vino todo eso?
—A nada en particular y a todo en general —respondió Cal—. Simplemente estoy
aquí, contento de estar casado contigo, contento de tener a Michelle por hija, y
contento de tener a lo que sea que esté en camino —agregó, palmeando con afecto
el vientre de June—. Pero ojalá fueras un poco más cuidadosa con lo que haces —
agregó—. No dejemos que nada les suceda a ti ni a nuestro hijo.
—Me porto bien —contestó June—. Te comunico que, por decoro, no me metí en
ese barril para apisonar la basura.
Cal lanzó un gemido.
— ¿Y crees que eso me hace feliz?
—Vamos, deja de preocuparte. Voy a estar muy bien y nuestro hijo también. A
decir verdad, la única que me preocupa es Michelle.
— ¿Michelle?
June asintió con la cabeza.
—Me pregunto, nada más, cuánto la afectará nuestro hijo. Quiero decir que ha
tenido toda nuestra atención durante tanto tiempo, ¿no crees que podría molestarle
la competencia?
—A cualquier otra niña tal vez, supongo —reflexionó Cal—. Pero, a Michelle, no.
Es la niña más repulsivamente equilibrada que conozco. Debe ser algo genético...
Dios sabe que no puede ser el hogar que le hemos brindado.
—Oh, basta —protestó June con un matiz de seriedad oculto tras su tono burlón
—. Eres demasiado duro contigo mismo. Siempre lo has sido. —Luego dejó de lado

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

la burla y su voz se volvió apagada—. Sólo temo que ella pueda sentirse amenazada
por un hijo natural. Te diré que no sería algo fuera de lo común.
Cal se sentó pesadamente en el taburete y cruzó los brazos sobre el pecho, en
una actitud que June relacionaba con su modo de hablarle a un paciente.
—Vamos, escucha —dijo—, Michelle absorbe bien las cosas. Dios mío, tan solo
mira cómo ha reaccionado
a nuestra mudanza aquí. Cualquier otra niña habría chillado como un demonio,
habría amenazado con fugarse, habría hecho toda clase de cosas. Pero Michelle,
no. Para ella es solo una nueva aventura.
— ¿Y entonces?
—Entonces, así será también con nuestro hijo. Solo un nuevo miembro de la
familia para conocer, para jugar y disfrutar de él. Tiene precisamente la edad
adecuada para convertirse en niñera. Si conozco a Michelle, ella se hará cargo de la
parte materna y te dejará con tus cuadros.
June sonrió sintiéndose un poco mejor.
—Reservo el derecho de hacer de madre para mi propio hijo. Que Michelle espere
hasta tener uno suyo. —De pronto sus ojos se posaron en la extraña mancha del
suelo y arrugó el entrecejo—. ¿Qué crees que será? —preguntó a Cal cuando su
mirada siguió la de ella.
—Sangre —respondió él alegremente—. Tal como dijo Michelle.
—Habla en serio, Cal —insistió June—. No es sangre y tú lo sabes.
— ¿Por qué te preocupa., entonces?
—Simplemente me gustaría saber qué es, así sabré qué usar para sacarlo —
dijo June.
—Pues te diré qué —ofreció Cal—. Veré lo que puedo hacer con una espátula y
luego probaremos con un poco de trementina. Lo más probable es que sea
simplemente pintura, y la trementina la disolverá.
— ¿Tienes una espátula? —preguntó ansiosamente June.
— ¿Aquí conmigo? Imposible. Pero hay una entre las herramientas, si alguna vez
la encuentro.
—Vamos a buscarla —dijo June con decisión.
— ¿Ahora?
—Ahora mismo.
Decidiendo que lo mejor era seguir la corriente a su esposa grávida, Cal siguió a
June al interior de la casa. Estaba seguro de que June ante el revoltijo de cajas en la
sala de recibo, abandonaría el intento, pero en cambio ella escudriñó el montículo
con cara experta y de pronto señaló diciendo:
—Esta.
— ¿Cómo puedes saberlo? —inquirió Cal, perplejo El rótulo de la caja decía
claramente: "Objetos varios".
—Confía en mí —dijo dulcemente June.
Cal arrastró la caja desde su sitio cerca de lo alto del montón y le arrancó la cinta
adhesiva. Allí, debajo mismo de la tapa, estaba su caja de herramientas.
— ¡Increíble!
—Rotulado de precisión —contestó June, un poco socarronamente—. Ven.
Lo condujo de vuelta al estudio y se instaló en el taburete mientras Cal empezaba
a descascarar la mancha ofensiva. Pocos minutos más tarde alzó la vista diciendo:
—No sé.
— ¿No quiere salir? —preguntó June.
—Ya saldrá, claro —replicó Cal—. Solo que no estoy seguro de lo que—es.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿A qué te refieres?
Bajando del taburete, June se agachó junto a su marido. Lo que había sido el
cuerpo de la mancha en el suelo, era ahora un montoncito de polvo pardusco
disgregado y disperso en torno a los pies de ella. Tendió una mano y, vacilando,
recogió un poquito, frotando el polvo entre los dedos, sintiendo su textura.
— ¿Qué es?
—Podría ser pintura —repuso él con lentitud—. Pero más parece sangre seca. Es
posible que Michelle haya tenido razón, después de todo —agregó, mirando en los
ojos a su esposa antes de incorporarse y ayudar a June a levantarse—. Sea lo que
fuere, hace años y años que está allí. Por cierto que no tiene nada que ver con
nosotros, y no llevará mucho tiempo sacar esa mancha. Cuando esté eliminada,
podrás olvidar todo a su respecto.
Pero cuando salían del estudio, June se volvió y miró de nuevo el revoltijo
pardusco en el suelo.
Deseaba estar tan segura como Cal de que iba a olvidar todo al respecto.

Michelle se detuvo en el sendero, tratando de calcular a qué altura estaba de la


playa. Decenas de metros. Por un momento jugó con la idea de buscar otra ruta
para bajar. No; al menos por el momento se atendría al sendero. Más tarde habría
tiempo de sobra para abrirse paso trepando entre las rocas y malezas que se
pegaban a la faz del risco.
El sendero era fácil de transitar, abierto en zig—zag, alisado por años de uso. En
algunos lugares se estrechaba donde las tormentas invernales lo habían carcomido.
En el pasto había algunas piedras que Michelle arrojaba por sobre el borde con el
pie, y luego observaba mientras reunían ímpetu en su caída hasta la playa de abajo,
desapareciendo de su línea de visión antes de que ella las oyese llegar al fondo con
estruendo.
El sendero terminaba muy cerca de la línea de marea alta, pero esta tarde la
marea estaba lejos, y una rocosa extensión de playa, irregularmente interrumpida
por una serie de bajos afloramientos de granito, se abría ante ella, curvándose hacia
afuera en ambas direcciones, rumbo a los brazos del Paso del Diablo. El agua,
atrapada en la ceñida caleta, borboteaba y remolineaba; su corriente giratoria
deformaba la superficie con diseños enfurecidos, que hasta para los ojos inexpertos
de Michelle parecían peligrosos. Empezó a andar hacia el norte, empeñada en
descubrir si sería posible seguir la playa todo el trecho hasta el pie de Paradise
Point. Sería un modo sensacional de ir a la escuela... bordear la playa, luego subir el
risco y atravesar la aldea. ¡Mucho más agradable que tomar el colmado autobús
hasta Harrison, en Boston!
Había recorrido tal vez medio kilómetro cuando advirtió que no estaba sola en la
playa. Alguien se hallaba agazapado sobre un charco de marea, tan absorto que no
notaba su presencia. La niña se acercó a esa figura cautelosamente, sin saber bien
si debía hablar, seguir de largo, o tal vez inclusive dar la vuelta. Pero antes de que
pudiera decidirse, aquella persona alzó la vista, la vio y la saludó con un ademán.
— ¡Hola!
La voz parecía amistosa, y cuando se incorporó, Michelle vio que era un
muchacho, más o menos de su misma edad, con cabello oscuro rizado, ojos
asombrosamente azules y amplia sonrisa. Tímidamente respondió a su saludo y
gritó un "Hola"
El muchacho fue hacia ella brincando entre las rocas.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Eres la muchacha que se mudó a la casa de los Carson? —preguntó .


Michelle asintió con la cabeza.
—Aunque ahora es nuestra casa —le corrigió—. Se la compramos al doctor
Carson.
—Ah —exclamó el muchacho—. Yo soy Jeff Benson. Vivo allá arriba. —Señaló
vagamente hacia el risco y los ojos de Michelle siguieron su ademán aunque no se
veía nada—. Desde aquí no se ve nuestra casa —explicó él—. Está demasiado lejos
del acantilado. Mamá dice que el risco caerá al mar tarde o temprano de todos
modos, pero yo no lo creo. ¿Cómo te llamas?
—Michelle.
— ¿Cómo te llama la gente? —insistió Jeff. Michelle arrugó el entrecejo,
desconcertada.
—Michelle —repitió—. ¿De qué otro modo iban a llamarme?
Jeff se encogió de hombros.
—No sé. Simplemente parece un nombre algo fantasioso, nada más. Suena como
si pudieras ser de Boston.
—Lo soy —replicó Michelle.
Jeff la contempló un momento con curiosidad; luego volvió a encogerse de
hombros, dejando de lado el asunto.
— ¿Bajaste a ver los charcos de marea?
—Solo bajé a mirar por aquí —repuso la niña—. ¿Qué hay en ellos?
—Toda clase de cosas —le dijo Jeff con entusiasmo—. Y ahora la marea está
lejos, así que se puede llegar a los mejores. ¿Nunca viste antes un charco de
marea?
—Solamente los de la caleta —respondió Michelle, sacudiendo la cabeza—.
Solíamos ir allí a merendar.
—Esos no sirven —se burló Jeff—. Hace mucho que se sacó de ellos todo lo
bueno, pero aquí no viene casi nadie. Ven... te mostraré.
Comenzó a guiar a Michelle por sobre las rocas, deteniéndose cada pocos
minutos para esperar a que ella lo alcanzara.
—Deberías ponerte zapatos de tenis —sugirió—. No resbalan tanto en las rocas.
—No sabía que iba a ser tan resbaladizo —dijo Michelle, sintiéndose torpe de
pronto, aunque sin saber bien por qué.
Un momento más tarde llegaban a la orilla de un gran charco y Jeff se arrodillaba
junto a él. Michelle se puso en cuclillas a su lado y fijó la vista en las poco profundas
aguas.
El charco se extendía ante ella, claro e inmóvil. Michelle se dio cuenta de que era
como mirar otro mundo a través de una ventana. En el fondo bullían extraños seres:
estrellas y erizos, anémonas que ondulaban suavemente en la corriente y cangrejos
ermitaños que correteaban de un lado a otro con sus viviendas adoptadas.
Siguiendo un impulso, Michelle introdujo la mano en el agua y sacó uno.
Con su diminuta pinza, el cangrejo le pellizcó ineficazmente el dedo; luego se
refugió en su caparazón, de donde solo asomaba, vacilante, un bigote.
—Pon la mano bien chata y dalo vuelta para que no pueda verte —le indicó Jeff
—. Luego espera no más; en dos o tres minutos saldrá.
Michelle siguió sus instrucciones. Un instante más tarde el animalito empezó a
salir de su caparazón, las patitas primero.
—Me hace cosquillas —dijo Michelle cerrando involuntariamente el puño. Cuando
lo volvió a abrir, el cangrejo se había retirado de nuevo.
— Échalo en una de esas anémonas marinas —le dijo Jeff.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Obedeciendo, Michelle vio que el extraño animal, semejante a una planta,


apretaba sus tentáculos en torno al aterrado cangrejo. Un momento más tarde la
anémona estaba cerrada y el pequeño cangrejo había desaparecido.
— ¿Qué le sucederá? —inquirió Michelle.
— La anémona se lo comerá, después se abrirá y soltará la caparazón —explicó
Jeff.
— ¿Quieres decir que yo lo maté? —preguntó Michelle, consternada al pensarlo.
—De todos modos, algo se lo habría comido —respondió Jeff—. Mientras no te
lleves nada ni pongas algo que no debiera estar aquí, no haces ningún daño en
realidad.
Aunque Michelle jamás había pensado antes en tal cosa, las palabras de Jeff le
resultaron lógicas. Algunas cosas corresponden a un lugar; otras no. Y hay que
tener cuidado en cuanto a qué se pone con qué. Sí, era lógico.
Juntos, ambos niños comenzaron a pasearse en torno al charco, examinando el
extraño mundo subacuático. Jeff arrancó de las rocas una estrella de mar y mostró a
Michelle las miles de ventosas succionadoras que formaban sus patas, y la peculiar
boca pentagonal que tenía en medio del estómago.
— ¿Cómo es que sabes tanto sobre esto? —le preguntó finalmente Michelle.
—Crecí acá —repuso Jeff. Vaciló un momento; luego continuó—: Además, algún
día quiero ser biólogo marino. Y tú, ¿qué quieres ser?
—No lo sé —replicó Michelle—. Nunca pensé en eso.
—Tu papá es médico, ¿verdad? —preguntó Jeff.
— ¿Cómo lo sabías?
—Todos lo saben —repuso afablemente Jeff—. Paradise Point es un pueblo
pequeño. Todos se conocen.
—Vaya, en Boston no era así, por cierto —respondió Michelle—. Nadie conocía a
nadie. Lo odiábamos.
— ¿Por eso se mudaron aquí?
—Supongo —dijo Michelle con lentitud—. Por lo menos, esa fue parte de la razón.
—De pronto quiso cambiar de tema—, ¿Alguien fue asesinado en nuestra casa?
Jeff la miró sobresaltado, como si no la hubiera oído bien. Luego, casi con
demasiada rapidez, se levantó y sacudió la cabeza diciendo:
—Que yo sepa, no. —Se volvió y emprendió el regreso a través de la pedregosa
playa. Como Michelle no dio señales de seguirlo, la llamó—: ¡Ven! Está subiendo la
marea. ¡Ya se pone peligroso!
Al incorporarse Michelle, una rara sensación la dominó. Se sintió repentinamente
mareada y su visión pareció esfumarse. Fue como si una densa niebla se posara
sobre ella. Rápidamente se arrodilló otra vez.
Adelante, Jeff se volvió y la miró extrañado.
— ¿Te sientes bien? —le gritó.
Después de asentir con la cabeza, Michelle se incorporó de nuevo, esta vez con
mayor lentitud.
—Creo que me levanté demasiado rápido. Me mateé y me pareció que oscurecía.
—Pues pronto oscurecerá —dijo Jeff—. Más vale que volvamos arriba.
Se encaminó hacia el norte y Michelle le preguntó adonde iba.
—A casa —replicó él—. Hay un sendero que lleva a nuestra casa, tal como a la
de ustedes.
Tras una pausa, le preguntó si quería ir con él.
—Será mejor que no —replicó la niña—. Dije a mis padres que no estaría mucho
tiempo ausente.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Bueno, hasta pronto —dijo Jeff.


—Hasta pronto —repitió Michelle.
Apartándose de Jeff, echó a andar por la playa. Cuando llegó al pie del sendero
que la llevaría a su casa, se detuvo y miró atrás, en la dirección por donde había
venido. Ya no se veía a Jeff Benson. La playa estaba desierta y la niebla se estaba
asentando.

CAPITULO 3

—La semana que viene modificaremos la despensa.


En la voz de June, un tono decidido reveló a Cal Pendleton que su período de
gracia había concluido. Y sin embargo, durante las dos semanas transcurridas
desde que estaba en esa casa, había llegado a quererla tal como era, y se
encontraba cada vez menos dispuesto a cambiarla en nada. Había llegado inclusive
a apreciar el cavernoso comedor, aunque la enorme mesa tenía algo de impersonal
que impulsaba a la pequeña familia a congregarse en la punta más cercana a la
puerta de la cocina. Al parecer, el tamaño de la habitación no afectaba en nada a
Michelle. En efecto, mientras su madre hablaba, ella miraba en torno
apreciativamente.
—Me gusta —declaró—. Simulo que estamos en la sala de un castillo y que los
criados vienen a atendernos.
—Cualquier día —exclamó Cal—. Al paso que vamos, tendré que empezar a
buscarte empleo afuera como criada. —Hizo un guiño a su hija, que se lo devolvió.
—Las cosas mejorarán —afirmó June, aunque su voz tensa desmentía las
palabras optimistas—. No puedes esperar que todos los habitantes del pueblo
empiecen a venir a consultarte. Al menos mientras Carson siga estando aquí —
agregó con amargura, dejando su tenedor y enfrentando a su marido—. Ojalá
abandonara todo y se marchara. ¿Cuánto tardará en entregarte toda la clientela?
—Mucho tiempo, espero —replicó Cal. Después, interpretando la expresión de
June, procuró tranquilizarla—. No te pongas así... Ya no está cobrando nada. Dice
que ahora soy dueño de la clientela y él está oficialmente retirado. Dice que sólo
quiere mantenerse en forma. Y gracias a Dios. Sin él, es probable que ya me
hubieran echado del pueblo.
—Oh, vamos... —protestó June, pero Cal levantó una mano para interrumpirla.
— Es cierto. Debiste haberme visto ayer. Entró la señora Parsons y yo, siendo
médico, me disponía ya a examinarla. Si Josiah no me lo hubiera impedido, la habría
hecho ponerse una túnica enseguida. Pero parece que ella no quería que la
examinara... lo único que deseaba era tener una breve "charla". Josiah la escuchó,
cloqueó comprensivamente y le dijo que si sus síntomas persistían él la examinaría
la semana que viene.
— ¿Qué le pasaba? —preguntó Michelle.
—Nada. Resulta que su pasatiempo es leer sobre diversos achaques, y le gusta
hablar de ellos, pero como no le parece correcto ir al consultorio solamente para
hablar, afirma tener los síntomas.
—Se diría que es una hipocondríaca —comentó June.
— Eso pensé yo también, pero Josiah dice que no. No es que realmente sienta
los síntomas. Tan solo dice sentirlos. Además —continuó Cal—, parece que la
señora Parsons habla no solamente de sus síntomas, sino también de los de otras
personas. Dice Josiah que en el pueblo hay por lo menos tres personas que hoy

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

están vivas solamente porque la señora Parsons le contó a él cosas que ellos
mismos no querían decirle.
— ¿Qué hace él entonces? —interrumpió Michelle—. ¿Sale y las arrastra al
consultorio?
—Exactamente, no —dijo Cal, riendo entre dientes—. Pero sí va a visitarlas y las
revisa. Evidentemente la señora Parsons tiene un ojo especialmente bueno para
ataques cardíacos potenciales.
—Eso no suena muy profesional —murmuró June.
Cal se encogió de hombros.
—Hasta hace una semana habría estado de acuerdo contigo. Pero ya no estoy
tan seguro. —Levantando su copa, sorbió el Chablis; luego continuó hablando—. Me
he estado preguntando cuántas personas estarían todavía vivas si hubiésemos
tenido una señora Parsons en la Clínica General de Boston, donde teníamos tiempo
solamente para curar enfermedades específicas. Josiah dice que hay muchas cosas
sobre las cuales las personas no se quejan... en cambio se mueren, simplemente,
pensando que las cosas mejorarán.
—Esto es siniestro —dijo Michelle estremeciéndose.
—Lo sé —admitió Cal—. Pero no sucede con tanta frecuencia aquí, porque
Josiah ha tenido siempre tiempo para llegar a conocer a sus pacientes y averiguar
qué les pasa antes de que eso llegue demasiado lejos. Es un buen creyente en la
medicina preventiva.
— ¿Acaso es un médico brujo? —inquirió June. Aunque trató de que el tono fuese
ligero, se estaba
cansando de las alabanzas de Cal para el otro médico, más viejo. "¡Josiah dice!".
Cal parecía estar pendiente de cada palabra que Carson emitía. En ese momento
sin hacer caso de la pregunta de June se volvió hacia Michelle, pero antes de que
pudiera continuar sonó la campanilla de la puerta. Agradecida por la ocasión de
poner fin a la conversación de Josiah Carson, June se incorporó con rapidez para
acudir al llamado. Pero cuando abrió la puerta principal, vio enmarcada en el portal
la figura alta y delgada de Josiah Carson, cuya melena casi blanca brillaba en la
creciente oscuridad del atardecer. June se sintió lanzar una leve exclamación
ahogada; luego se recobró con rapidez.
—Vaya, hablando del diablo...
Carson sonrió apenas.
—Espero no interrumpir su cena. Me temo que sea realmente urgente. —Y
entrando en el vestíbulo, cerró la puerta detrás de sí.
Antes de que June pudiese contestar nada, apareció Cal en la sala.
— ¡Josiah! ¿Qué hace usted por aquí?
—Voy a una visita domiciliaria. Habría telefoneado pero estaba ya en el automóvil
antes de pensar en usted. ¿Quiere venir conmigo?
—Deduzco que no es una emergencia —observó June.
—Bueno, por cierto que no es nada que requiera una ambulancia. A decir verdad
dudo de que sea gran cosa. Se trata de Sally Carstairs. Se queja de dolor en un
brazo y su madre me pidió que la viera. Y entonces se me ocurrió algo —hizo una
pausa mirando hacia el comedor—. ¿Está aquí Michelle?
La voz de Cal delató su curiosidad al repetir el nombre de su hija.
— ¿Michelle?
—Sally Carstairs tiene la misma edad que Michelle, y se me ocurrió que su hija
podría beneficiarla más que usted o yo. Con frecuencia, conocer una nueva amiga
hace que un niño olvide el dolor.
21
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Entre los dos médicos pasó una mirada que casi se le escapó a June. Fue como
si Carson hubiese hecho una pregunta a su marido y Cal hubiese contestado. Sin
embargo hubo algo más, una silenciosa comunicación entre ambos que inquietó a
June. Y entonces Michelle apareció en el vestíbulo y de pronto quedó todo resuelto.
— ¿Quieres ir en una visita a domicilio? —oyó June que Carson preguntaba a su
hija.
— ¿De veras? —Michelle miró a su madre, luego se volvió hacia su padre con los
ojos resplandecientes.
—Según parece, el doctor Carson cree que podrías ser terapéutica para una de
nuestras pacientes.
— ¿Quién? —preguntó ansiosamente Michelle.
—Sally Carstairs. Tiene más o menos tu misma edad y le duele un brazo. El
doctor Carson quiere usarte como analgésico.
Michelle miró a su madre como pidiendo permiso. Pero June vaciló un momento.
— ¿No está enferma?
— ¿Sally? —dijo Carson—. Dios santo, no. Solamente le duele el brazo, pero si
usted quiere que Michelle se quede aquí...
—No... llévenla, por supuesto. Es hora de que conozca a una niña de su misma
edad. En las dos últimas semanas, la única persona a quien ha visto es Jeff Benson.
—Que es un muchacho muy correcto —señaló Cal.
—No dije que no lo fuera, pero una muchacha necesita también amigas.
Michelle se dirigió a la escalera.
—Enseguida vuelvo.
Desapareció escaleras arriba y un momento más tarde reapareció con su
cartapacio verde bajo el brazo.
— ¿Qué es eso? —preguntó Josiah Carson.
—Una muñeca —explicó Michelle—. La encontré arriba, en mi ropero. Pensé que
tal vez a Sally le guste verla.
— ¿Aquí? —preguntó Carson—. ¿La encontraste aquí?
—Sí. Es realmente vieja.
—De pronto la cara de Michelle se nubló, y preocupada miró a Carson—.
Supongo que pertenecerá a su familia, ¿verdad?
—Pues no lo sé —replicó Carson—. ¿Por qué no me dejas verla?
Michelle abrió el cartapacio y sacando la muñeca, la ofreció a Carson, quien la
miró, pero no la tomó.
—Interesante —comentó—. Tal vez haya pertenecido a algún miembro de la
familia, pero es la primera vez que la veo.
—Si la quiere, se la doy —dijo Michelle, con evidente expresión de desilusión.
— ¿Y qué podría hacer yo con ella? —replicó Carson — . Guárdatela y disfruta de
ella. Y mantenla en casa.
June miró bruscamente al anciano doctor.
— ¿Que la mantenga en casa? —repitió.
Estaba segura de que Carson vaciló, pero cuando éste habló, su tono fue
ingenuo.
—Es una hermosa muñeca, y evidentemente una antigüedad. No creo que
Michelle quiera que le ocurra nada, ¿verdad?
—Se apenaría mucho —admitió Cal—. Llévala de vuelta a tu cuarto, linda, y
entonces partiremos. Josiah, ¿lo seguimos?
—Perfecto. Aguardaré en mi automóvil.

22
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Se despidió de June y luego dejó solos a los Pendleton. Cal abrazó rápidamente a
June.
—Ahora, no hagas nada indebido. No quiero estar toda la noche levantado,
contigo de parto.
—No te preocupes, lavaré los platos y luego me iré a la cama con un buen libro —
respondió June, mientras Cal iba hacia la puerta y Michelle bajaba de nuevo las
escaleras.
—Tengan cuidado —agregó de pronto y Cal se volvió.
— ¿Que tengamos cuidado? ¿Qué podría ocurrir?
—No sé —replicó June —. Nada, supongo. Pero de todos modos tengan cuidado,
¿de acuerdo?
Esperó junto a la puerta abierta hasta que ellos se marcharon; luego comenzó a
despejar lentamente la mesa. Cuando terminó, ya sabía qué la estaba
importunando.
Era Josiah Carson.
A June Pendleton simplemente no le agradaba él, pero aún no sabía con certeza
por qué.

Josiah Carson conducía con rapidez, tan familiarizado con las calles de Paradise
Point que no necesitaba concentrarse en la ruta. En cambio, se preguntaba qué iba
a ocurrir cuando Cal Pendleton tuviera que examinar a Sally Carstairs. Sabía que
Cal venía evitando a los niños desde aquel día en Boston, la primavera anterior.
Pero esa noche, Josiah iba a averiguar cuan deteriorado estaba Cal Pendleton. ¿Se
dejaría llevar por el pánico? ¿Lo paralizarían los recuerdos de lo sucedido en
Boston? ¿O habría recobrado su confianza? Josiah lo sabría pronto. Se detuvo
frente a la casa de los Carstairs y esperó a que Cal se detuviera detrás de él.
Encontraron a Fred y Bertha Carstairs, una pareja de poco más de cuarenta años
y aspecto próspero, nerviosamente sentados junto a la mesa de su cocina. Carson
hizo las presentaciones; luego se frotó las manos con vivacidad.
—Bueno, empecemos —dijo—. Michelle, ¿por qué no haces compañía a la
señora Carstairs aquí en la cocina, por si acaso tenemos que cortarle el brazo a
Sally?
Y sin esperar respuesta se volvió, conduciendo a Cal hacia un dormitorio situado
en los fondos de la casa.
Sally Carstairs estaba sentada en su cama, con un libro en precario equilibrio en
el regazo y el brazo derecho flojamente extendido al costado. Cuando vio a Josiah
Carson, sonrió débilmente.
—Me siento muy tonta —empezó.
—Estabas tonta el día en que te traje al mundo —respondió Carson, impertérrito
—, ¿por qué iba a ser distinto hoy?
Sin hacer caso de sus bromas Sally se volvió hacia Cal.
— ¿Es usted el doctor Pendleton?
Cal asintió con la cabeza, sin poder hablar momentáneamente. Su visión pareció
nublarse, y en la cama el rostro dé Sally Carstairs fue reemplazado de pronto por
otro... el rostro de un niño de la misma edad, también en cama, también dolorido.
Cal sintió que el estómago le daba vueltas, y los inicios del espanto brotaron en su
interior. Pero se defendió de él obligándose a guardar calma, mientras procuraba
concentrarse en la niña acostada.

23
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Tal vez usted pueda enseñar a tío Joe a ser médico —estaba diciendo ella—.
Y luego obligarlo a jubilarse.
—Ya te jubilaré yo, jovencita —rió Carson—. Ahora dime, ¿qué pasó?
Sally dejó de sonreír y se mostró pensativa.
—No estoy segura. Tropecé en el patio y me pareció que golpeaba el brazo en
una piedra... —empezó.
—Pues veámoslo —dijo Carson tomando suavemente el brazo de Sally con sus
grandes manos. Enrolló la manga de la niña y escudriñó con cuidado su brazo. No
había rastros de contusión—. No debe de haber sido una piedra muy grande —
comentó.
—Por eso me siento tonta —dijo Sally—. No había ninguna piedra. Yo estaba en
el prado.
Carson se apartó y Cal Pendleton se inclinó para examinar el brazo. Hurgó con
vacilación, sintiendo los ojos de Carson que lo observaban.
— ¿Te duele aquí? Sally asintió con la cabeza.
— ¿Y aquí, qué me dices?
Una vez más, Sally asintió. Cal continuó hurgando. Todo el brazo de Sally desde
el codo hasta el hombro, estaba dolorido al tocarlo él. Finalmente se enderezó y se
obligó a mirar a Carson.
—Podría ser una tercedura —dijo con lentitud.
Carson elevó las cejas, sin comprometer opinión. Luego volvió a bajar
cuidadosamente la manga de Sally.
— ¿Te duele mucho? —preguntó. Sally lo miró enfurruñada.
—Pues no me voy a morir —dijo—. Pero no puedo hacer nada, tampoco. ,
Carson le sonrió, apretándole la mano sana.
—Te diré qué haremos. El doctor Pendleton y yo hablaremos un rato con tus
padres, y para ti trajimos una sorpresa.
De pronto Sally se mostró ansiosa.
— ¿De veras? ¿Qué es?
—No qué... sino quién. Parece que el doctor Pendleton trajo consigo a su
ayudante, y resulta ser de tu misma edad.
Y acercándose a la puerta del dormitorio, llamó a Michelle. Un instante más tarde
Michelle entraba en la habitación, vacilante. Al entrar se detuvo y miró tímida mente a
Cal. Su padre presentó a las dos niñas; luego los adultos las dejaron solas para que
trabaran conocimiento.
—Hola —dijo Michelle algo indecisa.
—Hola —replicó Sally. Hubo un silencio, y luego: — Puedes sentarte en la cama
si quieres.
Michelle se apartó de la puerta, pero antes de llegar a la cama se detuvo de
pronto, con los ojos fijos en la ventana.
— ¿Qué pasa? —preguntó Sally.
Michelle sacudió la cabeza.
—No sé. Me pareció ver algo.
— ¿Afuera?
—Aja.
Sally trató de darse vuelta en la cama pero el dolor se lo impidió.
— ¿Qué era?
—No sé —respondió Michelle. Luego se encogió de hombros—. Fue como una
sombra.
—Ah, eso es el olmo. Me asusta a cada rato.
24
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sally palmeó la cama y Michelle se instaló cautelosamente a los pies. Pero sus
ojos permanecieron fijos en la ventana.
—Debes de parecerte a tu madre —dijo Sally.
— ¿Eh? —Sorprendida por la observación, Michelle apartó finalmente la mirada
de la ventana y encontró los ojos de Sally.
—Dije que debes de parecerte a tu madre. Por cierto que no te pareces a tu
padre.
—Tampoco me parezco a mamá. Soy adoptada.
— ¿De veras? —exclamó Sally boquiabierta. En su voz hubo un tono de
respetuoso asombro que casi hizo reír a Michelle.
—Bueno, no es gran cosa.
—Creo que sí —dijo Sally—. Me parece sensacional.
— ¿Por qué?
—Bueno, quiero decir, podrías ser cualquiera, ¿verdad? ¿Quiénes crees que
fueron tus verdaderos padres?
Era una conversación que Michelle había tenido antes con sus amigos en Boston
y jamás había podido comprender el interés de ellos por el tema. Por cuanto a ella
se refería, sus padres eran los Pendleton y nada más. Pero en vez de tratar de
explicar todo esto a Sally cambió de tema.
— ¿Qué le pasa a tu brazo?
Sally, fácilmente distraída del tema de los ancestros de Michelle, giró los ojos
hacia arriba en una expresión de disgusto.
—Tropecé y me lo torcí o algo así, y ahora todos están alborotando mucho por
eso.
—Pero ¿no te duele? —preguntó Michelle.
—Un poquito —admitió Sally sin querer demostrar su dolor—. ¿Realmente
eres ayudante de tu padre?
Michelle sacudió la cabeza.
—El doctor Carson le pidió que me trajera —sonrió—. Me alegro de que lo haya
hecho.
—También yo —admitió Sally—. El tío Joe es sensacional en eso.
—¿Es tu tío?
—En realidad, no. Pero todos los chicos lo llaman tío Joe. El ayudó a traernos al
mundo a casi todos. —Tras una pausa Sally miró tímidamente a Michelle.— ¿Podría
ir alguna vez a tu casa?
—Claro. ¿Nunca estuviste en ella?
Sally sacudió la cabeza.
—Tío Joe nunca recibió a nadie allí. Realmente era muy misterioso con respecto
a esa casa... decía siempre que la iba a demoler, pero nunca lo hizo. Y luego,
después de lo sucedido la primavera pasada, todos estaban seguros de que la
demolería. Pero supongo que sabes todo sobre eso, ¿o no?
— ¿Saber sobre qué? —preguntó Michelle.
Los ojos de Sally se dilataron.
— ¿Quieres decir que nadie te habló de Alan Hanley? Alan Hanley. Así se
llamaba aquel muchacho en el hospital de Boston.
— ¿Qué pasa con él?
—Tío Joe le pagó para que hiciese algo en el techo... arreglar unas tejas o algo
así, creo. Y él se cayó. Lo llevaron a Boston, pero igual se murió.
—Ya sé —respondió lentamente Michelle. Luego agregó:— ¿Ese muchacho, se
cayó de nuestra casa?
25
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sally asintió con un movimiento de cabeza.


—Nadie me lo dijo —murmuró Michelle.
—Nadie dice nunca nada a los niños —comentó Sally—. Pero igual nos
enteramos siempre. —Se encogió de hombros dejando de lado la cuestión, ansiosa
por volver al tema de la casa de los Pendleton.— ¿Cómo es por dentro?
Michelle se esmeró por describir la casa a Sally, que la escuchaba fascinada.
Cuando Michelle terminó, Sally se reclinó en su almohada, suspirando.
—Parece como si fuera tal como siempre pensé que sería. Creo que es la casa
más romántica que he visto en mi vida.
—Lo sé —admitió Michelle—. Me gusta hacer de cuenta que es solamente mi
casa, y que vivo allí sola y... y...
Su voz se apagó, y Michelle se ruborizó, turbada.
—¿Y qué? —la apremió Sally—. ¿Tienes acaso... amoríos?
Michelle asintió con la cabeza, avergonzada.
— ¿No te parece terrible? ¿Imaginarse cosas así?
—No sé, yo hago lo mismo.
— ¿De veras? ¿Cómo es el muchacho cuando lo imaginas?
—Es Jeff Benson —respondió Sally—. Vive cerca de tu casa.
—Ya sé —dijo Michelle—. Lo conocí el día en que nos mudamos aquí, en la
playa. Es realmente simpático, ¿verdad? —De pronto se le ocurrió una idea:— ¿Es
tu novio?
Sally sacudió la cabeza.
—Me gusta, pero creo que es el novio de Susan Peterson. Por lo menos eso dice
ella.
— ¿Quién es Susan Peterson?
—Una de las chicas de la escuela. En realidad es un poco altanera, se cree algo
especial. —Sally hizo una pausa, luego agregó:— Oye, tengo una idea
sensacional...
Su voz descendió hasta convertirse en un susurro y Michelle se acercó para oír lo
que le decía Sally. Las dos comenzaron a reír entre dientes mientras cada una
agregaba detalles al plan de Sally. Cuando media hora más tarde Bertha Carstairs
entró en la habitación, las niñas cambiaron una mirada conspirativa.
— ¿Se están portando bien las dos? —preguntó Bertha.
—Estamos hablando, nada más, mamá —repuso Sally con exagerada inocencia.
— ¿Está bien si voy mañana a casa de Michelle?
Bertha miró a su hija, dubitativa.
—Bueno, eso depende de cómo esté tu brazo. El doctor cree posible que te lo
hayas torcido.
—Por la mañana estaré bien —la interrumpió Sally—. No duele tanto. De veras
que no.
En su voz había un tono implorante que Bertha Carstairs optó por ignorar.
—No fue eso lo que dijiste cuando me hiciste llamar al doctor, que estaba
cenando —dijo con severidad.
—Pues ya está mejor —anunció Sally.
—Ya veremos cómo está por la mañana —replicó la señora Carstairs antes de
volverse hacia Michelle—. Dice tu papá que ya es hora de irse a casa.
Michelle se levantó de la cama, se despidió de Sally y se dirigió a la cocina en
busca de su padre.
— ¿Fue linda la visita? Michelle asintió con la cabeza.
—Si mañana está mejor, Sally irá a nuestra casa.
26
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Magnífico —replicó Cal, antes de volverse hacia Carson—. ¿Nos veremos por
la mañana?
El anciano doctor asintió con la cabeza; un momento más tarde Cal y Michelle se
despedían de los Carstairs. Pero cuando abrían la portezuela del automóvil, Cal tuvo
una sensación peculiar y volvió a mirar hacia la puerta principal de los Carstairs. Allí,
como una oscura sombra contra las luces de adentro, se alzaba la alta figura de
Josiah Carson. Aunque no podía ver en la oscuridad los ojos del anciano, Cal supo
que estaban fijos en él. Podía sentirlos penetrar en él, examinándolo. Presa de un
repentino escalofrío, entró en el automóvil con rapidez y cerró con fuerza la
portezuela. Puso el motor en marcha. Luego, impulsivamente, se estiró y palmeó
una pierna a Michelle.
—No te desilusiones demasiado si Sally no viene mañana, princesa —dijo con
suavidad.
— ¿Por qué? —preguntó Michelle con cara llena de preocupación—. ¿Realmente
le pasa algo malo?
—No lo sé —replicó Cal—. Ninguno de nosotros pudo hallar nada particularmente
mal.
—Puede que se lo haya torcido, como dijiste tú —sugirió Michelle.
— Eso dañaría el codo o el hombro, según cuál se hubiera torcido. Pero el dolor
parece estar entre las articulaciones, no en ellas.
— ¿Qué van a hacer?
— Esperar hasta la mañana —repuso Cal—. Si no mejora mucho, cosa que no
creo, le haremos algunas radiografías. Me temo que podría haber una fractura muy
fina.
Aceleró el motor y partió. Michelle se dio vuelta para contemplar la casa.
Algo atrajo su mirada... un movimiento, o una sombra, muy cerca de la casa. Tuvo
una sensación... la misma sensación que había tenido antes en el cuarto de Sally.
La sensación de que alguien estaba allí. Nada que ella pudiera ver ni oír, pero algo
que podía intuir. Y no era, de eso estaba segura, ningún olmo.
— ¡Papá! ¡Deten el automóvil!
De modo reflejo, el pie de Cal se movió hacia el freno. El auto se detuvo con
rapidez.
— ¿Qué ocurre?
Michelle seguía con la vista fija en la casa de los Carstairs. Los ojos de Cal
Pendleton siguieron a los de su hija. En la oscuridad no pudieron ver nada.
— ¿Qué pasa? —volvió a preguntar.
—No estoy segura —dijo Michelle—. Me pareció ver algo.
— ¿Qué cosa?
—No lo sé —repuso Michelle, vacilante—. Me pareció que había alguien allí...
— ¿Dónde?
—En la ventana. En la ventana de Sally. Por lo menos creo que era la ventana de
Sally.
Cal Pendleton arrimó el automóvil y detuvo el motor.
—Quédate aquí. Iré a mirar —bajó del coche, cerró la portezuela y empezó a
recorrer los pocos pasos que lo separaban de la casa; luego volvió al automóvil—.
Princesa... cierra bien la portezuela ¿quieres? y quédate en el coche.
Michelle lo miró con disgusto.
—Oh, papá, por amor de Dios, esto es Paradise Point, no Boston.
—Pero creíste ver algo.

27
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Está bien —dijo Michelle a regañadientes. Estirándose, trabó la portezuela del


lado del conductor, luego la suya.
Cal dio unos golpecitos en el vidrio, señalando la portezuela de atrás. Haciéndole
una mueca, Michelle se estiró sobre el asiento y oprimió los botones que trababan
las portezuelas del auto. Sólo entonces, Cal fue a investigar el patio de los Carstairs.
Pocos segundos más tarde regresaba; Michelle, obediente, le abrió la portezuela.
— ¿Qué era?
—Nada. Debe de haber sido una sombra.
Otra vez puso en marcha el auto e inició el trayecto de regreso. Michelle iba
sentada junto a él, silenciosa.
Finalmente preguntó a su hija, si le pasaba algo.
—En realidad, no —repuso Michelle—. Solo pensaba en Sally... realmente quiero
que venga mañana a casa.
—Bueno, como te dije, no cuentes con eso, princesa —respondió Cal, mientras
de nuevo palmeaba cariñosamente a su hija—. ¿Te gusta este sitio, verdad? —
preguntó.
—Me encanta —respondió suavemente Michelle.
Se acurrucó junto a su padre olvidando rápidamente la extraña :sombra que había
visto junto a la ventana de Sally.
"Y a mí también me gusta esto", se dijo Cal Pendleton en silencio. "Me gusta
muchísimo". La visita domiciliaria había salido muy bien. El no había hecho gran
cosa, pero al menos no había cometido ningún error. Y eso, reflexionó, era un paso
en la dirección correcta.

A la mañana siguiente, Sally Carstairs se presentó en la puerta de calle de los


Pendleton. Explicó que el dolor de su brazo había desaparecido totalmente de la
noche a la mañana, pero Cal le revisó igual el brazo y la interrogó cuidadosamente.
— ¿No te duele nada?
—Está muy bien, doctor Pendleton —insistió Sally—. Realmente lo está.
—Bueno —suspiró Cal, cediendo a regañadientes—. Anda entonces, y que se
diviertan.
Cuando Sally abandonó el salón de adelante, Cal se rascó la cabeza y luego fue
hacia el teléfono.
— ¿Josiah? ¿Habló usted con Bertha Carstairs esta mañana?
—No, en este momento iba a llamarla.
—No se moleste —dijo Cal—. Sally se encuentra aquí, y está muy bien. El dolor
ha desaparecido totalmente.
—Vaya, excelente —replicó Josiah Carson.
—Pero no tiene sentido —dijo Cal—. Si era una contusión, o una tercedura o una
fractura, le seguiría doliendo. Simplemente no tiene sentido.
Hubo un largo silencio en la otra punta. Por un momento, Cal no supo con
seguridad si Josiah Carson seguía estando allí. Después el anciano doctor habló.
—A veces las cosas no tienen sentido, Cal —dijo con voz queda—. Eso es algo
que usted tendrá que aceptar. A veces las cosas simplemente no tienen sentido.

CAPÍTULO 4
Michelle devoraba con los ojos todos los detalles de la escuela de Paradise Point,
mientras esperaba la llegada de Sally Carstairs. No se parecía en nada a Harrison...
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

absolutamente en nada. No había rastros, como en Harrison, de pintura sucia, ni


inscripciones insultantes en los pasillos; y los recipientes de basura, espaciados en
orden a todo el largo del corrredor, no estaban encadenados a las paredes; en
cambio, Michelle se encontró en un corredor brillantemente iluminado, pintado de un
blanco inmaculado con rebordes verdes, colmado de niños que parloteaban felices...
niños que parecían ansiosos de comenzar un nuevo año escolar. Entre el gentío
buscó el rostro conocido de Sally, y al divisarla, la saludó con un ademán. Sally
respondió al saludo, luego hizo señas a Michelle.
—Ven aquí —la llamó Sally—. ¡Estamos en el aula de la señorita Hatcher!
Michelle sintió ojos curiosos que la observaban al dirigirse hacia Sally, pero al
encontrar las miradas de uno o dos de sus nuevos condiscípulos vio solamente
amistad en sus rostros... nada de la desconfiada hostilidad que flotaba como una
negra nube sobre la antigua escuela de Boston. Cuando llegó junto a Sally, Michelle
ya estaba segura de que todo iba a salir muy bien.
—Ahora, ¿recuerdas a Jeff? —preguntó Sally; Michelle asintió con la cabeza—.
Bueno, entremos. Jeff ya está aquí, pero no he visto a Susan... siempre llega tarde.
Iba a entrar en el aula, pero Michelle la detuvo.
— ¿Cómo es la señorita Hatcher?
Sally la miró, luego sonrió al ver la súbita expresión de incertidumbre en el rostro
de Michelle.
— Es sensacional. Trata de fingir que es una maestra solterona, pero tiene novio
y todo. Y nos deja sentarnos donde queremos. Entra.
Sally entró con Michelle en el aula, como ambas habían planeado. Fueron
directamente a la fila delantera, donde Jeff Benson se había sentado en el centro del
recinto. Simulando mucha inocencia, Sally ocupó el asiento a la izquierda de Jeff y
Michelle el de su derecha. Jeff las saludó a las dos; luego se puso a conversar con
Sally mientras Michelle trataba de observar subrepticiamente a su nueva maestra.
Corinne Hatcher parecía ser la imagen de una maestra de pueblo. Peinaba sus
cabellos castaño claros en un apretado rodete, y de una cadena que le rodeaba el
cuello colgaban unas gafas. Aunque Michelle no lo sabía aún, nadie la había visto
jamás usar las gafas... simplemente colgaban ahí. Pero Michelle advirtió, en cambio,
que había algo tras el aspecto de solterona de la señorita Hatcher. Su cara era
bonita, y en sus ojos había una tibieza que suavizaba su dura apariencia. Michelle
estaba segura de saber por qué la señorita Hatcher era gran favorita entre sus
alumnos.
Desde su escritorio, Corinne Hatcher percibió la minuta curiosa de Michelle pero
no tomó ninguna actitud que lo evidenciara. Mejor era dejar que la nueva alumna se
diera cuenta sola de las cosas. En cambio, fijó los ojos en Sally Carstairs procurando
deducir que se proponía. Evidentemente Sally y la nueva niña, de quien sabía el
nombre pero no mucho más, ya eran amigas, pero ¿por qué no se sentaban juntas?
Corinne no se dio cuenta de cuál era el juego hasta que entró Susan Peterson:
Susan se dirigió al frente del aula, con los ojos fijos en Jeff Benson. Michelle y Sally
cambiaron una mirada. Sally asintió con la cabeza y las dos empezaron a reírse
entre dientes. Al oír las risitas malvadas, Susan se detuvo, advirtiendo que a ambos
lados de Jeff los asientos ya estaban ocupados, y que esto no era una coincidencia.
Susan miró furiosa a Sally, lanzó una mirada despectiva a la desconocida, y luego
ocupó el asiento inmediatamente detrás de Jeff.
Y Michelle, al ver la cólera instantánea de Susan, empezó a lamentar el haber
seguido el plan de Sally. En ese momento había parecido gracioso mantener a
Susan alejada del muchacho junto a quien quería sentarse, pero ahora Michelle
29
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

comprendía que había cometido un error. Y además, Susan no parecía ser la clase
de muchacha capaz de olvidarlo. Michelle comenzó a preguntarse qué podría hacer
para corregir la situación.
Al sonar la campana, Corinne se levantó y enfrentó a la clase.
— Este año tenemos con nosotros una nueva alumna —dijo—. Michelle, ¿quieres
ponerte de pie? —Sonrió alentadoramente a Michelle que enrojeció, vaciló un
momento y luego, titubeando, se incorporó junto a su asiento—. Michelle viene de
Boston y me imagino que esta escuela debe parecerle muy extraña.
— Es agradable declaró Michelle—. No se parece en nada a las escuelas de
Boston.
—¿Quieres decir que esas no son agradables? —se burló Sally.
Michelle enrojeció todavía más.
—No quise decir eso... —empezó—. Señorita Hatcher —suplicó—, no quise decir
que no me gustara la escuela en Boston...
—Estoy segura de que no quisiste decir eso —intervino Corinne con rapidez—.
¿Por qué no te sientas, así dejamos que todos se te presenten?
Con gratitud Michelle se hundió de nuevo en su asiento y se inclinó para mirar
furiosa a Sally quien a su vez le sonreía traviesamente. Cuando su sentido del
humor superó a su vergüenza, Michelle empezó a reírse entre dientes, pero se
detuvo con presteza al oír una voz detrás de ella.
—Dije que me llamo Susan Peterson —repitió sonoramente la voz.
Michelle se volvió, y al ver la expresión enojada de Susan, se sintió enrojecer de
nuevo. Rápidamente miró al frente del aula, segura de haberse hecho
accidentalmente una enemiga, y deseando otra vez no haberse dejado atrapar en la
artimaña de Sally.
"Pero yo no quise perjudicar a nadie" se dijo. Procuró concentrarse en lo que
decía la señorita Hatcher, pero durante la primera hora no hizo más que recordar los
ojos coléricos de Susan Peterson clavados en ella. Cuando finalmente sonó la
primera campana de recreo, Michelle vaciló, luego se acercó al escritorio de la
maestra.
— ¿Señorita Hatcher? —titubeó. Corinne la miró sonriendo.
—¿Ocurre algo? —preguntó, inquieta al ver la expresión preocupada de Michelle.
—Estaba pensando... ¿podría cambiar de asiento?
— ¿Ya? Pero sólo has estado en él dos horas.
—Lo sé —repuso Michelle. Arrastró los pies, incómoda, preguntándose cómo
decir a la maestra lo sucedido; luego soltó toda la historia—. Iba a ser una broma...
es decir, Sally me dijo que a Susan Peterson le gusta Jeff Benson y pensó que sería
gracioso que ocupáramos los asientos junto a Jeff para que Susan no pudiera
sentarse al lado de él. Y yo le hice caso —continuó Michelle, a punto de llorar—. No
quise que Susan se enojara conmigo... es decir, ni siquiera la conozco y... y...
Su voz se apagó désvalidamente.
—Está bien —le dijo Corinne con dulzura—. Sé cómo pueden ocurrir cosas así,
especialmente cuando todo es nuevo y desconocido. Ve afuera y cuando vuelvas,
cambiaré de asiento a todos. —Hizo una pausa un momento y luego agregó:—
¿Con quién te gustaría sentarte?
—Pues... con Sally, creo, o con Jeff. Son las únicas personas que conozco.
—Veré qué puedo hacer —prometió Corinne Hatcher—. Ahora, anda... quedan
solo diez minutos.
Nada segura de haber hecho lo debido, Michelle salió lentamente al patio de la
escuela. Bajo un arce grande, en un grupo, Sally Carstairs, Susan Peterson y Jeff
30
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Benson parecían estar discutiendo acerca de algo. Sintiéndose terriblemente


avergonzada, Michelle se acercó al grupo, y no se sorprendió cuando, al
aproximarse ella, dejaron de hablar. Sally sonrió y la llamó, pero Susan Peterson, sin
hacerle caso, se fue rápidamente en la dirección opuesta.
— ¿Susan está enojada conmigo? —preguntó ansiosamente Michelle. Sally se
encogió de hombros.
— ¿Y qué, si lo está? Ya se le pasará. —Luego, antes de que Michelle pudiera
decir algo más al respecto, Sally cambió de tema—. ¿No te parece sensacional la
señorita Hatcher? ¡Y espera hasta que veas a su novio! Es un sueño, no hay
palabras.
— ¿Quién es?
—El señor Hartwick. Es psicólogo —le dijo Sally—. Aquí viene una sola vez por
semana, pero vive en el pueblo. Su hija está en sexto grado. Se llama Lisa y es
horrenda.
Michelle no oyó el comentario sobre Lisa; le interesaba más el padre. Lanzó un
gemido, recordando los innumerables tests que ella y sus condiscípulos habían sido
obligados a soportar cada año en Boston.
— ¿Todos tendremos que hacer tests?
—No —intervino Jeff—. El señor Hartwick no hace nada, salvo que alguien se vea
en aprietos. Entonces hay que hablar con él. Dice mamá que antes uno hablaba con
el rector cuando estaba con aprietos. Ahora se habla con el señor Hartwick. Dice
mamá que era mejor cuando uno hablaba con el rector y recibía unos azotes.
Se encogió de hombros con elocuencia, para comentar a cualquier interesado que
el asunto era para él de una indiferencia suprema.
Cuando pocos minutos más tarde sonó la campana que los llamaba de vuelta a
clase, Michelle había olvidado casi su turbación, pero la recordó rápidamente
cuando la señorita Hatcher les mostró un diagrama de asientos en blanco. Entre los
alumnos hubo un murmullo alarmado, que Corinne acalló con presteza.
—Voy a probar algo nuevo con esta clase —anunció afablemente—. Ustedes
saben, siempre pensé que los alumnos de séptimo grado eran lo bastante grandes
como para decidir solos dónde quieren sentarse. —Michelle se retorció, segura de
que todos la miraban y de que lo que la señorita Hatcher estaba por hacer era cosa
suya—. Lamentablemente, esto no parece justo para los últimos en entrar. Por eso
voy a distribuir papelitos, y quiero que todos ustedes anoten junto a quién les
gustaría sentarse. Tal vez podamos satisfacer a todos.
Sin poderse resistir, Michelle miró por sobre su hombro. El rostro de Susan
Peterson mostraba una sonrisa relamida.
Corinne se puso a distribuir papeles, y durante algunos minutos hubo silencio en
el aula. Después Corinne juntó los papeles y los estudió. Luego comenzó a trabajar
en su diagrama de asientos, mientras los niños cuchicheaban, prediciendo los
resultados.
Empezó la redistribución. Cuando terminó, Michelle se encontró sentada con Sally
y Jeff, con Susan del otro lado de Jeff. En silencio, Michelle envió un mensaje de
gratitud a la señorita Hatcher.

Al sonar la última campana, Tim Hartwick salió de la oficina que se reservaba


para su uso en la escuela de Paradise Point. Cómodamente apoyado en la pared del
corredor, contempló a los niños que pasaban a su lado en remolinos, apresurados
por escapar hacia las cálidas tardes de fines de verano. No tardó mucho en divisar el
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

rostro que había estado buscando. Michelle Pendleton cruzaba de prisa el pasillo
con otra muchacha, a quien él reconoció como Sally Carstairs, y al pasar lo miró
tímidamente. Cuando ella salió del edificio, la pudo ver susurrando algo a su amiga.
Con pensativa expresión, Tim volvió a entrar en su oficina, tomó una carpeta, la
puso en su archivo, después cerró con llave la puerta de la oficina antes de
encaminarse al aula de Corinne Hatcher.
—Y así comienza —dijo con voz solemne—. Otro año de jóvenes mentes que
moldear, futuros a los cuales dar forma...
—Oh, cállate —rió Corinne—. Ayúdame a ordenar esto, así podremos salir de
aquí.
Tim se dirigió al frente de la habitación; luego se detuvo bruscamente al ver el
diagrama de asientos, apoyado todavía en la pizarra.
— ¿Qué es esto? —exclamó con voz levemente burlona—. ¿Un diagrama de
asientos en el aula de Corinne Hatcher, defensora de la libertad de elección? Una
ilusión más destrozada.
—Hoy hubo un problema —suspiró Corinne—. Este año tenemos una nueva
alumna, y al parecer, estuvo por comenzar mal. Por eso traté de corregir la situación
antes de que las cosas se salieran de su cauce.
Le dio los detalles de lo sucedido esa mañana. Cuando terminó, Hartwick dijo: —
Acabo de verla.
— ¿La viste? —preguntó Corinne, mientras apilaba los papeles sobre su escritorio
—. Es bonita, ¿verdad? y además, parece ser inteligente, ansiosa por agradar y
cordial. No es lo que se esperaría viniendo de Boston en esta época. —
Repentinamente arrugó el entrecejo, mirando a Tim con curiosidad—. ¿Cómo dices
que acabas de verla? ¿Acaso sabes cuál es su aspecto?
—Esta mañana encontré en mi escritorio un legajo... la documentación de
Michelle Pendleton. ¿Quieres verla?
—De ninguna manera —repuso Corinne—. Trato de no ver nunca la
documentación hasta que hay alguna razón para hacerlo.
Pensaba que Tim dejaría el tema, pero no lo hizo.
—Es casi demasiado buena para ser verdad —dijo él—. No presenta ni una sola
marca en contra.
Corinne se preguntó adonde quería llegar él.
— ¿Es tan raro eso? Recuerdo muchos alumnos de aquí cuyos antecedentes son
inmaculados.
Tim asintió con la cabeza.
—Pero esto es Paradise Point, no Boston. Es casi como si Michelle Pendleton
hubiese estado viviendo sin percibir lo que la rodea. ¿Sabías que es adoptada? —
agregó tras una pausa.
Corinne cerró los cajones de su escritorio. ¿Adonde quería llegar él?
— ¿Debía saberlo acaso?
—En realidad, no. Pero lo es. Y además, lo sabe.
— ¿Eso es inusitado?
—Un poco. Pero lo decididamente inusitado es que evidentemente ella nunca ha
tenido ninguna reacción al respecto. Por cuanto pudieron ver sus maestros, siempre
lo ha aceptado como una simple circunstancia de la vida.
—Pues me alegro por ella —dijo Corinne, mostrando en su voz algunas huellas
del fastidio que empezaba a sentir. ¿Adonde diablos quería llegar Tim? La respuesta
vino casi inmediatamente.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Creo que deberías mantenerla en observación —dijo Tim. Antes de que


Corinne pudiera protestar, continuó arremetiendo—. No digo que vaya a pasar nada.
Pero hay una diferencia entre Paradise Point y Boston... Por lo que sé, Michelle es la
única hija adoptiva que viene acá.
—Entiendo —dijo Corinne con lentitud. Técnicamente todo se le estaba volviendo
claro—. ¿Te refieres a los otros niños?
— Exacto —repuso Tim—. Ya sabes cómo pueden ser los chicos cuando uno de
ellos es distinto de los demás. Si se les ocurriera, podrían hacer la vida muy
desdichada para Michelle.
—Quisiera pensar que no lo harán —dijo suavemente Corinne.
Sabía en qué pensaba Tim. Pensaba en su propia hija, Lisa, que tenía once años
pero tan diferente de Michelle Pendleton, que la comparación era casi imposible.
Tim prefería creer que los problemas de Lisa derivaban del hecho de que era
"diferente" de sus amigos en la escuela: su madre había muerto cinco años atrás.
Con generosidad Corinne admitía que eso era cierto, en parte. La muerte de su
madre había sido dura para Lisa, más dura todavía que para Tim.
A los seis años había sido demasiado pequeña para entender lo sucedido; hasta
el final se había negado a creer que su madre se estaba muriendo, y cuando por
último sucedió lo inevitable, había sido casi demasiado para ella. Había culpado a su
padre, y Tim, angustiado, había empezado a malcriarla. De una feliz niña de seis
años, Lisa se había convertido en una de once huraña, rebelde, indiferente y
solitaria.
— ¿Tienes que ir a tu casa esta tarde? —preguntó cuidadosamente Corinne,
esperando que Tim no siguiera la cadena de pensamientos que la habrían llevado a
una pregunta que parecía fuera de lugar.
Repentinamente, como si los pensamientos de Corinne la hubiesen convocado,
Lisa entró en el aula. Lanzó una rápida mirada a Corinne. Su cara, que habría
debido ser bonita, estaba fruncida en una expresión de sospecha y hostilidad.
Corinne se obligó a sonreírle, pero los oscuros ojos de Lisa, casi ocultos bajo un
flequillo demasiado largo, no mostraron la menor inclinación de amistad. Se volvió
con presteza hacia su padre. Cuando habló, sus palabras sonaron, para Corinne,
más como un ultimátum que como un pedido.
—Voy a casa de Alison Adams, y cenaré allí. ¿Tienes inconveniente?
Aunque arrugó el entrecejo, Tim aceptó los planes de Lisa. Con una sonrisita de
satisfacción, Lisa abandonó el aula tan rápido como había entrado. Cuando se hubo
marchado, Tim se mostró pesaroso.
—Bueno, parece que dispongo del resto del día —dijo.
Había querido compartir la tarde con su hija, pero en su voz no había
amargura, solamente tristeza y derrota.
Entonces, viendo la expresión desaprobatoria de Corinne, procuró salir del paso.
—Por lo menos me dijo qué se propone —comentó irónicamente. Sacudió la
cabeza—. Soy bastante buen psicólogo, pero como padre no soy gran cosa, ¿eh?
Corinne decidió no hacer caso de la pregunta. De no ser por Lisa y por su
evidente antipatía hacia Corinne, era probable que Tim y ella se hubieran casado
dos años atrás. Pero Lisa manejaba a Tim y, con gran regocijo, había logrado
convertirse en un punto sensible entre Corinne y Tim.
—Compré unos filetes —dijo con animación, enlazando un brazo con el de Tim y
conduciéndolo hacia la puerta—, por si acaso podías venir esta noche. Bueno,
salgamos de aquí.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Juntos abandonaron el edificio de la escuela. Cuando salieron a la clara tarde


estival, Corinne aspiró profundamente el aire dulce y cálido, contemplando feliz los
robles y arces que se extendían con hojas todavía de un verde brillante.
—Esto me encanta —exclamó—. ¡De veras que sí!

—Esto me encanta... ¡de veras que sí! —exclamó Michelle, repitiendo, sin
saberlo, las palabras que acababa de pronunciar su maestra.
Junto a ella, Sally Carstairs y Jeff Benson cambiaron una mirada y giraron los ojos
hacia arriba, disgustados.
—Este pueblo es un estanque —se quejó Jeff—. Aquí nunca pasa nada.
— ¿Adonde preferirías vivir? —lo interpeló Michelle.
— En Wood's Hole —anunció Jeff sin vacilar.
— ¿Wood's Hole? —repitió Sally—. ¿Qué es eso?
—Quiero ir a la escuela allá —dijo plácidamente Jeff—. Al instituto de
Oceanografía.
— ¡Qué aburrido! —exclamó Sally con vivacidad—. Y probablemente no sea
diferente de Paradise Point. Estoy impaciente por irme de aquí.
—Lo más probable es que no lo hagas —se burló Jeff—. Seguramente morirás
aquí, como todos los demás.
—No, yo no —insistió Sally—. Tú espera, nada más, ya verás.
Los tres iban caminando por el risco. Cuando estaban cerca del domicilio de los
Pendleton, Michelle preguntó a Jeff si quería ir con ella a su casa.
Al mirar hacia la suya, Jeff vio a su madre de pie en la puerta observ ándolos.
Entonces desvió la mirada, que pasó por el antiguo cementerio hasta detenerse en
el techo de la casa de los Pendleton, apenas visible detrás dé los árboles. Recordó
todo lo que su madre le había dicho con respecto al cementerio y a aquella casa.
—Me parece que no —decidió—. Prometí a mamá que cortaría el césped esta
tarde.
—Oh, vamos —le insistió Michelle—. Nunca vienes a mi casa.
—Lo haré —repuso Jeff—. Pero hoy no. Es que... es que no tengo tiempo.
Un brillo travieso apareció en los ojos de Sally, que codeó a Michelle antes de
preguntar con voz cuidadosamente inocente:
— ¿Qué ocurre? ¿Acaso le tienes miedo al cementerio?
—No, no le tengo miedo al cementerio —respondió bruscamente Jeff.
Ya estaban frente a su casa y él se disponía a entrar por la calzada. Sally lo
detuvo con sus palabras hirientes, aunque las dirigió a Michelle.
—Se supone que hay un fantasma en el cementerio. Es probable que Jeff le
tenga miedo.
— ¿Un fantasma? —repitió Michelle—. Nunca oí decir eso.
—De todos modos, no es cierto —le dijo Jeff—. He vivido acá toda mi vida, y si
hubiera un fantasma, yo lo habría visto, y no lo vi, así que no hay ningún fantasma.
—Que tú lo digas no quiere decir que sea así —adujo Sally.
—Y que tú digas que hay un fantasma tampoco quiere decir que lo haya —replicó
Jeff—. Hasta mañana.
Dándose vuelta, entró por la calzada; luego saludó con la mano a Michelle cuando
ella le gritó "adiós". Cuando él desapareció dentro de su casa, las dos niñas
continuaron su paseo, saliendo del camino, a instancias de Sally, para seguir la
senda que bordeaba la orilla del risco. De pronto Sally se detuvo y sujetó a Michelle
con un brazo mientras con el otro señalaba—. ¡Allí está el camposanto! ¡Entremos!
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle contempló el diminuto cementerio, cubierto de maleza. Hasta ese día,


apenas si lo había visto desde el automóvil.
—Pues no sé —dijo, escudriñando inquieta los descuidados sepulcros.
—Oh, vamos —insistió Sally — . Entremos.
Y echó a andar hacia un sitio donde la baja cerca de estacas que rodeaba el
cementerio se había caído al suelo. Michelle iba a seguirla cuando se detuvo
diciendo:
—Tal vez no deberíamos.
— ¿Por qué no? ¡Puede que veamos al fantasma!
—Los fantasmas no existen —declaró Michelle—. Pero me parece simplemente
que no deberíamos entrar. ¿Quiénes están sepultados allí, de todos modos?
—Muchísima gente. Principalmente la familia de tío Joe. Todos los Carson están
enterrados aquí. Salvo los últimos... que están sepultados en el pueblo. Ven... las
lápidas son sensacionales.
—Ahora no —repuso Michelle, buscando en su mente algún modo de distraer a
Sally. Aunque no estaba segura del por qué, el camposanto la atemorizaba—. Tengo
hambre. Vamos a mi casa y comamos algo. Después, quizá más tarde, podemos
volver aquí.
Sally se mostró reacia a abandonar la expedición, pero ante la insistencia de
Michelle, aceptó. Las dos niñas siguieron un rato por el sendero, en un silencio
inquieto que finalmente Michelle rompió.
— ¿Realmente se supone que hay un fantasma?
—No estoy segura —replicó Sally—. Algunos dicen que lo hay y algunos dicen
que no.
— ¿Quién se supone que es el fantasma?
—Una niña que vivió aquí hace mucho tiempo.
— ¿Qué le pasó? ¿Por qué está todavía aquí?
—No lo sé. Creo que nadie lo sabe. Nadie está seguro siquiera de si ella está
realmente aquí o no.
— ¿La viste alguna vez?
—No —repuso Sally, con un titubeo tan leve, que Michelle no supo con certeza si
realmente había existido.
Pocos minutos más tarde, las dos niñas penetraron ruidosamente por la puerta
del fondo a la enorme cocina, donde June amasaba un pan.
— ¿Tienen hambre? —preguntó.
—Sí, sí.
—Hay bizcochitos en el frasco y leche en el refrigerador. Pero antes lávense las
manos. Las dos.
June volvió a su masa, sin hacer caso de la mirada de exasperación que
cambiaron Michelle y Sally ante ese recordatorio de la infancia que ya tenían prisa
por dejar atrás. Sin embargo, ninguna de ellas pensó en la posibilidad de
desconocer la orden. Un instante después, June oyó correr el agua en el fregadero
de la cocina.
— Estaremos arriba, en mi cuarto —anunció Michelle, mientras llenaba dos vasos
con leche y amontonaba bizcochitos en un plato.
—Con tal que no llenen todo de migas —dijo plácidamente June, sabiendo que
ellas se miraban de nuevo.
— ¿Tu madre es así también? —preguntó Michelle mientras subían la
escalera.
—Peor —declaró Sally—. La mía aún me obliga a comer en la cocina.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Qué se puede hacer? —suspiró Michelle sin esperar respuesta.


Condujo a Sally a su habitación y cerró la puerta. Sally se echó sobre la cama
exclamando:
—Me encanta esta casa. Y este cuarto, y los muebles y... —Su voz se detuvo de
pronto y sus ojos se fijaron en la muñeca instalada en el alféizar de la ventana.—
¿Qué es eso? —susurró—. ¿Es nueva? ¿Cómo es posible que no la haya visto
antes?
—Estaba allí mismo la última vez que estuviste aquí —replicó Michelle.
Sally se levantó y cruzó el cuarto.
— ¡Michelle, parece antiquísima!
—Lo es, creo —asintió Michelle—. La encontré en el armario cuando nos
mudamos. Se hallaba en un estante, bien atrás.
Sally levantó la muñeca, examinándola cuidadosamente.
—Es hermosísima —dijo con suavidad—. ¿Cómo se llama?
—Amanda.
Sally miró a Michelle con ojos dilatados.
— ¿Amanda? ¿Por qué la bautizaste así?
—No lo sé. Solo quería un nombre a la antigua, y el de Amanda... bueno, se me
ocurrió, creo.
—Qué misterioso —dijo Sally, sintiendo que se le hacía piel de gallina—. Así se
llama el fantasma.
— ¿Qué? —preguntó Michelle. No tenía sentido.
—Así se llama el fantasma —repitió Sally—. El nombre está en una de las
lápidas. Ven conmigo, te lo mostraré.

CAPITULO 5

Sally iba adelante cuando las dos niñas abandonaron el sendero y se dirigieron
hacia la ruinosa cerca que rodeaba el cementerio.
Era un solar diminuto, de apenas quince metros cuadrados, y las tumbas parecían
olvidadas. Muchas lápidas habían sido derribadas, o habían caído, y casi todas las
que seguían en pie tenían un aspecto inestable, como si solo esperaran una buena
tormenta para abandonar su solitaria custodia de los muertos. Un roble dañado por
los rayos, seco desde hacía mucho, se erguía esqueléticamente en el centro del
solar, extendiendo desamparadamente sus ramas hacia el cielo. Era un lugar
siniestro, y Michelle vacilaba en entrar.
—Ten cuidado —advirtió Sally a Michelle—. Hay clavos que sobresalen y no se
los ve entre la maleza.
—¿Nadie se ocupa de este lugar? —preguntó Michelle—. Los cementerios de
Boston nunca tienen este aspecto.
—No creo que a nadie le importe ya —respondió Sally—. Tío Joe dice que a él ni
siquiera lo enterrarán aquí... dice que hacerse enterrar es una pérdida de tiempo y
no hace más que ocupar mucho terreno que podría usarse para otra cosa. Una vez
amenazó inclusive con retirar todas las lápidas y dejar que el pasto creciera aquí.
Michelle se detuvo mirando a su alrededor.
—Más valdría que lo hubiera hecho —comentó—. Esto da escalofríos.
Michelle esquivó la maraña de malezas al cruzar el camposanto.
— Espera a ver lo que hay por aquí.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle estaba por seguirla cuando de pronto sus ojos se posaron en una de las
lápidas. Se alzaba en un ángulo extraño, como si estuviese por caer bajo su propio
peso. Lo que había atraído los ojos de Michelle era la inscripción. La volvió a leer:

LOUISE CARSON Nacida 1850


MUERTA EN EL PECADO 1880

—¿Sally?
Delante de ella, Sally Carstairs se detuvo y se volvió para ver qué había ocurrido.
—¿Alguna vez viste esto? —continuó Michelle, señalando una lápida.
Ya antes de regresar a mirar, Sally supo cuál era. Segundos más tarde estaba de
pie junto a Michelle, contemplando con fijeza la extraña inscripción.
— ¿Qué significa? —preguntó Michelle.
— ¿Cómo voy a saberlo?
— ¿Lo sabe alguien?
—Lo ignoro —repuso Sally—. Una vez le pregunté a mi madre pero tampoco ella
sabía. Fuera lo que fuese, sucedió hace cien años.
—Pero es horripilante —dijo Michelle—. ¡"Muerta en el pecado"! ¡Suena tan... tan
puritano!
—Y bueno, ¿qué esperabas tú? ¡Esto es Nueva Inglaterra!
—Pero, ¿quién fue ella?
—Una antepasada del tío Joe, supongo. Todos los Carson lo fueron. —Tomó el
brazo a Michelle y la tironeó diciendo:— Ven conmigo... la que yo quería mostrarte
está allá, en el rincón.
De mala gana, Michelle se dejó apartar de la extraña sepultura, pero mientras se
abría paso a través del cementerio, seguía pensando en la peculiar inscripción.
¿Qué podía querer decir? ¿Quería decir algo? Entonces Sally se detuvo señalando.
—Allí —susurró a Michelle—. Mira eso.
Los ojos de Michelle exploraron el terreno adonde señalaba Sally. Al principio no
vio nada. Luego, casi perdida bajo las zarzas, vio una pequeña losa de piedra. Se
arrodilló y apartó a un costado las espinosas ramas, quitando el polvo de la piedra
con la mano libre.
Era un simple rectángulo de granito, sin adornos y gastado por los años. En él se
leía una sola palabra:

AMANDA

Michelle aspiró bruscamente el aliento; después examinó la piedra con más


atención, pensando que debía tener grabado algo más que solamente el nombre. No
lo tenía.
—No comprendo —susurró—. No dice cuándo nació, y cuándo murió, ni su
apellido ni nada. ¿Quién era?
Con ojos dilatados Michelle miró fijamente a Sally quien se arrodilló con presteza
junto a ella.
—Era una niña ciega —repuso Sally en voz baja—. Debe de haber sido de la
familia Carson. Y debe de haber vivido aquí hace mucho tiempo. Dice mi madre que
cree que se cayó un día del risco.
—Pero ¿por qué en la lápida no figura su apellido, ni cuándo nació, ni cuándo
murió? —insistió Michelle, cuyos ojos, que reflejaban su fascinación, estaban fijos en
la gastada losa de granito.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Porque no está enterrada aquí —susurró Sally—. Jamás encontraron su


cuerpo. Debe haber sido arrastrada al mar o algo así. De todos modos, mamá me
contó que pusieron esta piedra aquí tan solo como cosa temporaria. Pero como
nunca encontraron su cuerpo, jamás colocaron una verdadera lápida.
Michelle sintió que un escalofrío la atravesaba.
—Ahora jamás encontrarán el cuerpo —dijo.
—Lo sé. Por eso dicen que el fantasma estará siempre por aquí. Los chicos dicen
que Amanda no se irá hasta que se encuentre su cuerpo. Y como el cuerpo nunca
será encontrado...
La voz de Sally calló, mientras Michelle procuraba absorber lo que acababa de
escuchar. Casi involuntariamente extendió la mano y la posó un momento sobre la
piedra; después la retiró con rapidez y se incorporó diciendo:
—Los fantasmas no existen. Ven, vamos a casa.
Decidida, se dispuso a salir del cementerio, pero cuando advirtió que Sally no la
seguía, se detuvo y miró atrás. Sally estaba todavía arrodillada junto al extraño
monumento, pero cuando Michelle la llamó, se puso de pie y corrió hacia ella.
Ninguna de las niñas habló hasta que estuvieron fuera del cementerio y de
regreso a la casa de los Pendleton.
—Tendrás que admitir que es misterioso —dijo Sally.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Michelle evasivamente.
—A que hayas elegido ese nombre para tu muñeca. Quiero decir que esa habría
podido ser la muñeca de ella, olvidada muchos años en ese estante, esperando
solamente a que tú la encontraras.
—Qué estupidez —exclamó categóricamente Michelle, pues no quería admitir que
lo dicho por Sally era exactamente lo que ella misma había estado pensando—.
Habría podido darle cualquier nombre a esa muñeca.
—Pero no lo hiciste —insistió Sally—. La llamaste Amanda. Debe haber habido
una razón.
— Fue solamente una coincidencia. Además, Jeff ha vivido aquí toda su vida, y si
hubiera un fantasma, él lo habría visto.
—Tal vez lo vio —dijo Sally pensativa—. Tal vez por eso no quiere ir a tu casa.
—No viene porque está ocupado. Tiene que ayudar a su madre —se apresuró a
decir Michelle. Su voz se estaba volviendo estridente, y se sintió encolerizada. ¿Por
qué hablaba así Sally?— ¿No podemos hablar de otra cosa? —inquirió.
Sally la miró con curiosidad, luego sonrió.
—Bueno. De todos modos, empiezo a asustarme yo misma.
Agradecida por la comprensión de su amiga, Michelle extendió una mano y apretó
amistosamente el brazo de Sally.
— ¡Ay! —chilló Sally, dando un respingo y apartándose de Michelle.
"Su brazo", pensó Michelle. "Otra vez le duele el brazo, igual que la semana
pasada. Pero, no le sucedió nada, hoy no". Michelle se estremeció, aunque tuvo
cuidado de no demostrar su repentina inquietud.
—Perdona —dijo, frotando ligeramente el brazo de Sally—. Pensé que ya estaba
mejor.
—Yo también lo pensé —replicó Sally, mirando hacia el cementerio——. Pero
parece que no. —Repentinamente quiso alejarse de ese lugar—. Volvamos a tu
casa —pidió—. Esto me está dando escalofríos.
Las dos niñas se encaminaron de prisa a la antigua casa en el risco. Cuando
llegaron a la puerta trasera, Michelle se estremeció un poco, mirando la niebla de la

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

tarde que se juntaba en el aire, sobre el mar. Después abrió la puerta de un tirón y
entró en pos de Sally.

—Papá...
Los Pendleton se hallaban reunidos en la sala delantera, en una habitación que
habían adoptado rápidamente como guarida familiar, debido a que la sala de recibo
por ser demasiado grande y oscura, no era de su agrado. Cal Pendleton estaba
sentado en su sillón grande, con los pies apoyados en un escabel, y Michelle
estirada en el suelo, cerca de él, con un libro abierto delante. Estaba apoyada en los
codos, con la barbilla descansando en las palmas de sus manos; Cal no podía
entender cómo no le dolía el cuello. "La flexibilidad juvenil", decidió. En un sillón
antiguo de aspecto espantosamente duro, al lado de la chimenea, June tejía
laboriosamente un abrigo para el futuro hijo, alternando las rayas —azules y rosadas
— para mayor seguridad.
— ¿Qué? —repuso Cal, todavía concentrado en la revista médica que estaba
leyendo.
— ¿Crees en los fantasmas?
Cal apartó la mirada de la página que venía leyendo. Mirando a su esposa, vio
que June había abandonado su tejido. Con una sonrisa vacilante, se volvió hacia su
hija.
— ¿Si creo en qué? —preguntó.
— ¿Crees en fantasmas?
La sonrisa de Cal se apagó al comprender que Michelle hablaba en serio. Cerró
entonces la revista, preguntándose qué había originado una pregunta tan extraña.
— ¿No hablamos de eso hace cinco años? —preguntó con indulgencia—.
¿Alrededor de —la misma época en que hablamos de Santa Claus y el conejo de
Pascua?
—Bueno, tal vez no fantasmas —titubeó Michelle—. No como esos, de todas
maneras. Espíritus, supongo.
— ¿De qué estás hablando? —intervino June. Michelle empezó a sentirse tonta.
En ese momento, en la tibieza y la comodidad del cuchitril, las ideas que la habían
preocupado toda la tarde parecían necias. Tal vez no habría debido mencionarlas
para nada. Reflexionó un momento, luego decidió contarles lo sucedido.
— ¿Conocen ese viejo camposanto que está entre aquí y la casa de los Benson?
—empezó—. Sally me lo mostró hoy.
—No me digas que viste fantasmas en el camposanto —exclamó Cal.
—No, no los vi —repuso Michelle desdeñosamente—. Pero allí hay una lápida
extraña. Tiene... tiene el nombre de mi muñeca antigua.
— ¿Amanda? —dijo June—. Sí que es extraño.
Michelle asintió con la cabeza.
—Y dice Sally que en esa tumba no hay ningún cuerpo. Dice que Amanda fue una
niña ciega que se cayó del risco hace mucho tiempo.
Vaciló un instante, sin saber bien si debía continuar. Intuyendo su indecisión, Cal
la apremió.
— ¿Qué más dijo Sally?
—Dijo que algunos chicos creen que el fantasma de Amanda sigue estando por
aquí —respondió Michelle con voz queda.
—No le creíste, ¿o sí? —preguntó CaL
—No... —repuso Michelle, pero en su tono de voz se notó que río estaba segura.
39
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Pues puedes creerme, princesa —declaró Cal—. No existen fantasmas,


espíritus, cucos, aparecidos, poltergeists ni otros desatinos semejantes, y no debes
permitir que nadie te diga que los hay.
—Pero es misterioso que yo haya bautizado Amanda a la muñeca —protestó
Michelle—. Sally piensa que la muñeca inclusive puede haberle pertenecido.
— Es una mera coincidencia, cariño —June levantó su tejido, contó velozmente
sus puntos y reanudó su labor—. Esas cosas pasan a cada rato. Así empiezan los
cuentos de fantasmas. Algo extraño sucede, por pura coincidencia, pero hay
personas que se niegan a creer que haya sido por simple casualidad. Quieren creer
que hay otra cosa... suerte, fantasmas, destino, lo que sea. —Al ver que Michelle
seguía sin estar convencida, June abandonó de nuevo su tarea—. Está bien
—dijo—. ¿Cómo fue que elegiste el nombre para tu muñeca?
—Bueno, quería un nombre que sonara anticuado... empezó Michelle.
—Bien. Así quedan fuera muchos nombres. El tuyo, el mío, y muchos otros que
no suenan anticuados. Los anticuados como Agatha, Sophie y Prudence...
—Son todos feos —protestó Michelle.
— Lo cual reduce todavía más la lista —razonó June—. Ahora bien: querías un
nombre que fuera "anticuado" pero no feo, y si empiezas con la A, como hacemos
casi todos, casi el primero que se te ocurre es...
— ¡Amanda! —terminó Michelle, sonriendo—. Y yo creí que se me había ocurrido,
simplemente —murmuró.
—Bueno, en cierto modo así fue —dijo June—. La mente funciona tan rápido, que
ni siquiera te diste cuenta de que había pasado por tanto razonamiento. Y así,
encanto, es como nacen los cuentos de fantasmas... ¡por coincidencias! Ahora vete
a la cama o mañana te quedarás dormida en la escuela.
Michelle se puso de pie y se acercó a su padre. Le deslizó los brazos en torno al
cuello y lo abrazó diciendo:
—A veces soy realmente tonta, ¿verdad?
—No más que el resto de nosotros, princesa —repuso Cal. La besó dulcemente,
luego le dio una palmada en el trasero—. Vamos, vete a la cama.
Escuchó subir a Michelle, luego miró a su esposa con afecto.
— ¿Cómo lo haces? —preguntó admirado.
— ¿Cómo hago qué? —respondió distraída June.
—Pensar explicaciones lógicas de cosas que no parecen lógicas.
—Talento —replicó June—. Solo talento. Además, si te hubiera dejado pensar
una explicación, habríamos estado levantados toda la noche, y habríamos terminado
creyendo todos en fantasmas.
Se puso de pie y empujó las brasas, acomodándolas abajo, sobre la parrilla,
mientras Cal apagaba las luces. Después, tomados de la mano, también ellos
subieron la escalera.

Acostada en su cama, Michelle escuchaba los sonidos de la noche... el oleaje que


golpeaba la playa, abajo; los últimos grillos del verano que chirriaban felices en la
oscuridad, la ligera brisa murmurando en los árboles, alrededor de la casa. Pensaba
en lo que había dicho su madre. Tenía sentido. Y sin embargo... parecía haber algún
error en la explicación. Tenía que haber algo más. "Qué tontería", se dijo. "No hay
nada más”. Pero mientras los ruidos nocturnos la arrullaban al dormirse, Michelle
tuvo la sensación de que sí había otra cosa.
Algo nefasto.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Acaso no debía haber bautizado Amanda a la muñeca...

Cuando Michelle despertó, los ruidos nocturnos habían cesado. Permaneció


quieta en la cama, escuchando. En torno a ella, el silencio era casi palpable.
Y entonces lo sintió.
Algo la estaba observando.
Algo que estaba en su habitación. Quiso estirarse las cobijas sobre la cara y
ocultarse de aquello que había venido hasta ella, pero supo que no podía.
Fuera lo que fuese, tenía que mirarlo.
Lentamente, Michelle se sentó en su cama, escudriñando con ojos dilatados y
asustados, los oscuros rincones del dormitorio.
Junto a la ventana.
Estaba en el rincón, junto a la ventana... una negra silueta, algo de pie allí, de pie
e inmóvil, observándola.
Y entonces, mientras ella miraba, empezó a acercársele.
Penetró en el cuarto, en la luz de la luna cuyo brillo plateado entraba por la
ventana.
Era una niña, no mayor que ella misma.
Inexplicablemente, el temor comenzó a abandonar a Michelle y fue reemplazado
por la curiosidad. ¿Quién era ella? ¿Qué quería?
La niña se acercó más a ella, y Michelle pudo ver que estaba ataviada de manera
extraña. Su vestido era negro y llegaba casi al suelo, con grandes mangas
abullonadas que terminaban ajustadas en sus muñecas. Sobre la cabeza, casi
ocultándole la cara, tenía puesto un bonete negro.
Michelle observaba, paralizada, a la extraña figura que se le aproximaba. A la luz
de la luna, la niña volvió la cabeza, y Michelle vio su rostro..
Era un rostro blanco, con la boca pequeña y una naricilla respingada.
Entonces Michelle vio los ojos.
De un blanco lechoso, y brillando tenuemente a la luz de la luna, miraron a
Michelle sin verla; y cuando los ojos sin vista se fijaron en Michelle, la niña levantó
un brazo y la señaló.
De nuevo inundada por el miedo, Michelle empezó a gritar.

Sus propios gritos la despertaron.


Aterrada, miró a su alrededor el dormitorio vacío, buscando la extraña figura
negra que había estado allí apenas un segundo atrás.
El cuarto estaba desierto.
En torno a ella, continuaban monótonos los ruidos nocturnos; la marejada
golpeando abajo, incesante, la brisa pulsando siempre los pinos.
Entonces se abrió la puerta de su habitación y allí estaba su padre.
—Princesa... princesa ¿te sientes bien? —Sentado en su cama, con los brazos
alrededor de ella, la consolaba.
— Fue una pesadilla, papá —susurró Michelle—. Era espantoso, papá, y tan real.
Había alguien aquí. Aquí mismo, en la habitación.
—No, pequeña, no —la consoló Cal Pendleton—. Aquí no hay nadie más que yo.
Solamente tú y yo y tu madre. Fue tan solo un sueño, preciosa.
Cal permaneció con ella largo rato, hablándole, tranquilizándola, finalmente, casi
al amanecer la besó suavemente y le dijo que se durmiera. Le dejó la puerta abierta.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle permaneció un rato tendida, inmóvil, procurando olvidar el sueño


aterrador. No pudiendo dormirse, se levantó de la cama y se acercó al asiento de la
ventana. Levantó la muñeca y se sentó en la ventana, contemplando la oscuridad de
los últimos momentos de la noche. Cuando la niebla empezaba a levantarse,
Michelle creyó de pronto ver algo... una figura de pie en el risco, hacia el norte, cerca
del antiguo cementerio.;
Miró de nuevo, esforzando los ojos, pero las brumas giraban en el viento y no
pudo ver nada.
Llevándose consigo su muñeca antigua, Michelle volvió a su cama. Cuando el
primer gris de la aurora penetraba lentamente en el cielo, se durmió de nuevo.
Junto a ella, con la cabeza apoyada en la almohada, la muñeca ciega miraba
hacia arriba inexpresivamente.

Al salir de la habitación de Michelle, Cal no fue directamente a acostarse. En


cambio se puso una bata, buscó su pipa y su tabaco y bajó la escalera.
Por un rato anduvo sin rumbo por la casa; luego se instaló finalmente en la
pequeña sala de recibo formal, al frente de la planta alta. Con los pies apoyados en
alto, encendió su pipa y dejó que sus pensamientos flotaran a la deriva.
Estaba otra vez en Boston, la noche en que aquel niño había muerto... la noche
en que su vida había cambiado.
Ahora ni siquiera podía recordar el nombre de aquel niño.
No podía o no quería.
Esa era parte del problema. Había demasiados cuyos nombres no podía recordar
y que habían muerto.
¿Cuántos habían muerto por culpa suya?
Del último, el niño llegado de Paradise Point estaba seguro. Pero tal vez hubiese
habido otros. ¿Cuántos otros? En fin, ya no habría más.
Sus pensamientos volvían constantemente a ese niño.
Alan Hanley. Así se llamaba. Cal pudo recordar el día en que Alan Hanley había
sido llevado a la Clínica General de Boston.
La ambulancia había llegado al caer la tarde, con Alan Hanley inconsciente y
Josiah Carson atendiéndolo. El niño se había caído de un tejado.
Ese mismo tejado, como Cal sabía ahora, aunque en ese momento no había
tenido importancia.
Josiah Carson había hecho lo que pudo, pero cuando comprendió que las heridas
del muchacho eran demasiado graves para ser tratadas en la Clínica de Paradise
Point, lo había llevado a Boston.
Y Cal Pendleton lo había atendido.
Al principio había parecido un caso bastante sencillo... algunos huesos rotos y
probables lesiones craneanas. Cal había hecho lo mejor posible, inmovilizando la
rotura y buscando lesiones internas. Fue entonces cuando había encontrado algo
que creyó era un coágulo de sangre formándose dentro de la cabeza del niño. Le
había parecido que era una emergencia, y por eso, con Josiah Carson a su lado,
observando, había operado.
Alan Hanley murió en la mesa de operaciones.
Y no había ningún coágulo de sangre, ninguna razón para operar.
Aquel incidente había alterado seriamente a Cal, lo había alterado más que
cualquier otro suceso de su vida.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

No era, y lo sabía, la primera vez que había diagnosticado algo equivocadamente.


Casi todos los médicos diagnostican mal de vez en cuando. Pero para Cal Pendleton
la muerte de Alan Hanley fue un punto de viraje.
Desde ese momento, jamás había dejado de preguntarse si cometería otro error,
y si otro niño iba a morir por culpa suya.
En el hospital todos le decían que lo estaba tomando demasiado en serio, pero la
muerte de ese niño continuaba atormentándolo.
Finalmente se había tomado un día libre, yendo en auto a Paradise Point para
hablar con Josiah Carson acerca de Alan Hanley...
Josiah Carson lo recibió con indiferencia, y al principio Cal creyó que estaba
perdiendo el tiempo. Carson lo culpaba por la muerte de Alan Hanley; pudo verlo en
los penetrantes ojos azules del anciano, pero mientras hablaban, algo empezó a
cambiar en Carson. Cal tuvo la seguridad de que el viejo doctor le estaba diciendo
cosas que no le había dicho a nadie más.
— ¿Alguna vez vivió solo? —le preguntó súbitamente Carson. Pero antes de que
él pudiera contestar nada, Carson empezó de nuevo a hablar—. He vivido aquí solo
durante años, atendiendo a la gente de por aquí, y manteniéndome casi siempre
aislado. Supongo que habría debido seguir así, seguir tratando de hacer yo mismo
todos los arreglos de la casa. Pero estoy envejeciendo y pensé... bueno, no importa
lo que pensé.
Cal se movió incómodo, preguntándose qué estaba tratando de decirle el anciano.
— ¿Qué pasó ese día? —preguntó—. Quiero decir, antes de que llevara a Alan
Hanley a Boston.
—Es difícil decirlo —replicó Carson en voz baja — . Venía teniendo problemas
con el techo; hacía falta reemplazar algunas tejas. Iba a hacerlo yo mismo, pero
entonces cambié de idea. Pensé que sería mejor buscar a alguien un poco más
joven —continuó, mientras su voz se apagaba hasta convertirse en un mero susurro
—. Pero Alan era demasiado joven. Debí haberlo sabido... tal vez sí lo sabía. Tenía
solo doce años... Bueno, como sea, lo dejé subir allí.
— ¿Y qué pasó?
Carson lo miró con fijeza, vacíos los ojos, el rostro caído de cansancio.
— ¿Qué pasó en la sala de operaciones? —preguntó.
Cal se retorció.
—No lo sé. Todo parecía estar yendo tan bien. Y entonces él murió. No sé qué
pasó.
Carson asintió con la cabeza.
—Y eso es lo que ocurrió en el techo. Yo lo estaba mirando y todo parecía estar
yendo muy bien. Y entonces se cayó. —Hubo un largo silencio, roto por Carson—.
Ojalá lo hubiera salvado usted.
Una vez más, Cal se retorció, pero de pronto Carson le sonrió diciendo:
—No es culpa suya. No es culpa suya, y no es culpa mía. Pero supongo que
podría usted decir que, juntos, es nuestra culpa. Hay ahora un lazo entre nosotros,
doctor Pendleton. ¿Qué sugiere que hagamos?
Cal no tuvo respuesta. Las palabras de Josiah Carson lo habían atontado.
Y entonces, como si comprendiera los problemas que habían estado
atormentando a Cal desde el día en que Alan Hanley había muerto, Josiah había
formulado una sugerencia. Tal vez Cal debiera pensar en abandonar a su clientela
de Boston.
— ¿Y hacer qué cosa? —inquirió Cal con voz hueca.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Véngase aquí. Hágase cargo de una clientela pequeña, poco exigente, que le
entregará un viejo médico cansado. Aléjese de la presión de la Clínica General de
Boston. Usted está asustado ahora, doctor Pendleton...
—Me llamo Cal.
—Cal, pues. Como quiera que sea, está asustado. Cometió un error y cree que
cometerá más. Y si se queda en la Clínica General de Boston, los cometerá. El
mismo miedo lo obligará a hacerlo. Pero si viene usted aquí, podré ayudarlo. Y usted
podrá ayudarme a mí. Quiero abandonar, Cal. Quiero abandonar a mi clientela y
quiero abandonar mi casa. Y quiero vendérselo todo a usted. Créame; haré que
valga la pena para usted.
Para Cal, todo eso tenía sentido. Una clientela tranquila, con la cual no sucedía
gran cosa.
Y no había gran cosa que pudiera andar mal.
Ni mucho espacio para cometer errores.
Tiempo de sobra para pensar cada caso y para asegurarse de que lo manejara
bien.
Y nadie cerca para darse cuenta de que ya no se sentía competente para ser
médico. Nadie, salvo Josiah Carson, c|ue lo comprendía y simpatizaba con él.
Así habían llegado a Paradise Point, aunque inicialmente June había estado en
contra. Cal recordó sus palabras cuando él le había explicado la idea.
—Pero, ¿por qué la casa? Entiendo por qué quiere ceder su clientela, pero ¿por
qué insiste en que tomemos la casa también? Es demasiado grande para nosotros...
¡No necesitamos tanto lugar!
—Lo sé —replicó Cal—. Pero nos la vende barata y es un excelente negocio.
Creo que deberíamos considerarnos afortunados.
—Es que no tiene ningún sentido —se quejó June—. A decir verdad, es casi
morboso. Estoy segura de que él quiere desprenderse de esa casa debido a lo que
le sucedió a Alan Hanley. ¿Por qué está tan ansioso de que la ocupemos nosotros?
Para lo único que servirá es para que tú también recuerdes constantemente a ese
niño. Es una locura, Cal. El pretende algo de ti. No sé qué es, pero recuerda lo que
te digo. Algo va a suceder.
Pero hasta entonces no había sucedido gran cosa.
Un mal momento con Sally Carstairs, pero él lo había superado.
Y ahora su hija empezaba a tener pesadillas.

CAPITULO 6

De pie frente a su caballete, June procuraba concentrarse en su labor. Era difícil.


No era el cuadro lo que la inquietaba... en realidad, le complacía lo que había
logrado: estaba surgiendo un paisaje marino, un tanto abstracto, pero reconocible,
sin embargo, como la vista desde su estudio. No, el problema no estaba en el
trabajo.
El problema era Michelle, pero June aún no había podido determinar por qué
estaba preocupada. La pesadilla de la noche anterior no había sido la primera. Por
cierto Michelle había tenido su porción normal de malos sueños. Pero cuando Cal
había vuelto a la cama poco antes del amanecer, y le había contado el sueño de
Michelle, June había tenido una sensación de inquietud. La había seguido teniendo
aún cuando se durmió otra vez; la seguía teniendo en este momento.
Con un suspiro de frustración, June dejó a un lado sus pinceles y se acomodó en
el taburete, su asiento favorito.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sus ojos se pasearon intranquilos por el estudio. Estaba satisfecha con lo que
había logrado en tan poco tiempo: los últimos desechos viejos ya no estaban, las
paredes habían sido fregadas y vueltas a pintar, y el ribete verde había recuperado
su alegría originaria. Sus utensilios estaban ordenadamente guardados bajo el
mostrador, y en el armario había instalado un bastidor que le permitía tener sus telas
verticales y separadas. Ahora, lo único que le hacía falta era dejar de preocuparse y
empezar a pintar.
Estaba por intentarlo una vez más, cuando hubo un fugaz movimiento del otro
lado de la ventanita que había en el costado del edificio; después un golpecito en la
puerta.
— ¿Hola? —preguntó una voz de mujer, vacilante, casi tímida, como si la persona
que había llegado a la puerta hubiera estado a punto de irse otra vez sin anunciarse
en absoluto.
June iba a levantarse para abrir la puerta, luego cambió de idea.
—Entre —gritó—. Está abierto.
Hubo una ligera pausa; después la puerta se abrió y una mujer menuda, con el
cabello pulcramente recogido en un rodete y el vestido cubierto con un delantal
floreado, entró titubeante en el estudio.
—Ah, ¿está trabajando? —preguntó la mujer, disponiéndose a retroceder y salir
—. Lo lamento terriblemente... no quise molestarla.
—No, no —protestó June poniéndose de pie—. Entre, por favor. La verdad es que
estaba solamente pensando.
Una extraña expresión pasó por el rostro de la mujer. ¿Era desaprobación? Luego
desapareció rápidamente. Avanzó treinta o cuarenta centímetros en la habitación.
—Soy Constance Benson —dijo—. La madre de Jeff. De la casa vecina...
—¡Por supuesto! —replicó June con entusiasmo—. En realidad habría ido a
verla antes, pero temo que... —Interrumpió la frase, mirando irónicamente su
hinchado vientre de embarazada—. Pero realmente eso no es ninguna excusa,
¿verdad? Quiero decir que en realidad debería caminar cantidades enormes de
kilómetros cada día, y en cambio me quedo aquí sentada, pensando cosas. Bueno,
tres semanas más y el crío debe llegar. ¿Quiere usted sentarse?
Señaló un sofá que había sido rescatado del desván de la casa, pero la señora
Benson no se acercó a él. En cambio miró el estudio a su alrededor sin ocultar su
curiosidad.
—Por cierto que usted ha hecho maravillas con esto, ¿verdad? —comentó.
—Principalmente limpieza, nada más, y un poco de pintura —repuso June.
Entonces vio que la señora Benson miraba el suelo con fijeza—. Y por supuesto,
todavía me falta sacar esa mancha —agregó, en tono casi de disculpa.
—No cuente con ello —le dijo Constance Benson—. No sería usted la primera
que lo intentó, y no sería tampoco la última que fracasará.
— ¿Cómo dice? —preguntó June, confusa.
— Esa mancha estará allí, mientras este edificio esté aquí —dijo la señora
Benson enfáticamente.
—Pero ya ha desaparecido casi toda —protestó June—. Mi marido raspó la mayor
parte y parece estar desapareciendo con el fregado.
Constance Benson sacudió la cabeza dubitativamente.
—No sé —dijo—. Tal vez ahora que no hay ningún Carson aquí...
No dijo más, pero siguió arrugando el entrecejo.
—No entiendo —repuso June débilmente—. ¿Qué es la mancha? ¿Acaso
sangre?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Tal vez —replicó Constance Benson—. No creo que nadie pueda decirlo con
seguridad, después de tantos años. Pero si alguien lo sabe, habría que
preguntárselo al doctor Carson.
—Comprendo —dijo June, sin comprender nada en realidad—. Supongo que
entonces debo preguntárselo a él, ¿no es así?
—A decir verdad, vine a verla con respecto a esas niñas —anunció la señora
Benson.
Ahora tenía los ojos firmemente clavados en June. En ellos había algo casi
acusatorio, y June se preguntó si Michelle y Sally habrían molestado de algún modo
a Constance Benson.
— ¿Se refiere usted a Michelle y a Sally Carstairs?
Al ver la expresión preocupada de June, la señora Benson sonrió levemente; era
la primera vez que expresaba afecto desde su llegada al estudio. De pronto su cara
fue casi linda.
—No se preocupe —se apresuró a decir—. Ellas no han hecho nada malo. Solo
quise prevenirla.
— ¿Prevenirme? —preguntó June, ya totalmente desconcertada.
—Se trata del cementerio —continuó Constance——. El viejo cementerio de los
Carson que está entre esta casa y la mía...
June asintió con la cabeza.
—Vi a las niñas jugando allí ayer por la tarde. Niñas tan bonitas las dos.
—Gracias.
— Estaba por salir a hablarles yo misma cuando se fueron, por eso decidí no
ocuparme del asunto hasta esta mañana.
— ¿Ocuparse de qué? —preguntó June, deseosa de que se explicara.
—Para los niños no es seguro jugar allí .—declaró Constance Benson—. No es
nada seguro.
June miró extrañada a la señora Benson. Esto, decidió, era un poco demasiado.
Evidentemente, Coínstance Benson era la entrometida local. Eso debía hacer difícil
la vida a Jeff. Podía imaginarse a Constance planeando una objeción a todo lo que
Jeff quisiera hacer. Por su parte, ella podía simplemente ignorar a esa mujer.
—Bueno, admito que no creo que jugar en un cementerio sea la cosa más alegre
del mundo —dijo—. Pero no podría ser especialmente peligroso...
—Oh, no se trata del cementerio —dijo Constance con demasiada rapidez—. Se
trata de la tierra donde está el cementerio. No es estable.
—Pero ¿no es granito acaso? —preguntó June con soltura, sin dar indicios de
que había captado el evidente miedo de la otra mujer—. ¿Como éste, precisamente?
—Pues supongo que sí —repuso Constance, indecisa—. No sé mucho acerca de
esas cosas. Pero esa parte del risco caerá al mar uno de estos días, y yo no querría
que haya niños allí cuando eso ocurra.
—Entiendo —dijo June con voz indiferente—. Bueno, por cierto que diré a las
niñas que no jueguen más allí. ¿Quisiera usted una taza de café? Hay un poco en el
fogón.
—Creo que no —Constance miró el reloj que llevaba firmemente sujeto a la
muñeca izquierda—. Debo regresar a mi cocina. Estoy haciendo conservas, usted
sabe.
Lo dijo de un modo que dio a June la nítida impresión de que Constance Benson
estaba muy segura de que June no lo sabía pero debía saberlo.
—Bueno, venga usted cuando tenga más tiempo —dijo débilmente June—. O tal
vez podría ir yo a visitarla.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Pues eso sería agradable. —Las dos mujeres se hallaban entonces de pie,
junto a la puerta abierta del estudio, y Constance contemplaba con fijeza la casa—.
Linda casa ¿verdad? —comentó. Antes de que June pudiese responder agregó:—
Pero nunca me gustó realmente. No, nunca me gustó.
Y luego, sin despedirse, echó a andar resueltamente el sendero hacia su propio
hogar. June aguardó un momento, observándola; luego cerró suavemente la puerta.
Tenía la inequívoca sensación e que había terminado de pintar por ese día.

El sol del mediodía era cálido, y Michelle, a la sombra de un gran arce, comía su
merienda junto a Sally, Jeff, Susan y algunos condiscípulos más. Aunque Michelle
se empeñaba en hacerse amiga de Susan, ésta no quería saber nada. Ignoraba
completamente a Michelle, y cuando hablaba con Sally, era habitualmente para
criticarla. Pero Sally, con su carácter apacible, no parecía afectada por el manifiesto
rencor de Susan.
—Deberíamos hacer una merienda campestre —estaba diciendo Sally—. El
verano casi ha terminado, y dentro de un mes será demasiado tarde.
—Ya es demasiado tarde —declaró Susan Peterson con un tono de superioridad
que fastidió a Michelle aunque todos los demás parecieron no hacerle caso — . Mi
madre dice que cuando pasó el Día del Trabajo, ya no se hacen meriendas
campestres.
—Pero el tiempo sigue siendo bueno —insistió Sally—. ¿Por qué no hacemos uno
este fin de semana?
— ¿Dónde? —preguntó Jeff.
Si iba a ser en la playa, él iría sin falta. Fue como si Michelle hubiese oído sus
pensamientos.
— ¿Qué les parece la caleta, entre la casa de Jeff y la mía? —dijo—. Es
pedregosa, pero nunca hay nadie allí, y es tan linda. Además, si llueve, estaremos
cerca de casa, así podremos entrar.
— ¿Quieres decir bajo el camposanto? —preguntó Sally—. Eso sería siniestro.
Allí hay un fantasma.
—No lo hay —objetó Jeff.
—Tal vez lo haya —intervino Michelle. De pronto fue el centro de la atención;
hasta Susan Peterson se dio vuelta para mirarla con curiosidad—. Anoche soñé con
el fantasma —continuó, iniciando una vivida descripción de su extraña visión.
En la luminosidad del día, su terror la había abandonado, y quería compartir el
sueño con sus nuevos amigos. Absorta en el relato, no advirtió el silencioso cambio
de miradas de los demás. Cuando terminó nadie habló. Jeff Benson se concentró en
su emparedado, pero los demás niños seguían mirando fijamente a Michelle. De
pronto se sintió inquieta, preguntándose si debía haber mencionado siquiera la
pesadilla.
—Bueno, fue solo un sueño —dijo al prolongarse el silencio.
—¿Estás segura? —le preguntó Sally—. ¿Estás segura ce que no estabas
despierta todo el tiempo?
—Vamos, por supuesto que no —replicó Michelle. Auvirtió que algunos niños
cambiaban miradas suspicaces.— ¿Qué ocurre?
—Nada —dijo Susan Peterson con indiferencia—. Salvo que cuando Amanda
Carson se cayó del risco llevaba puesto un vestido negro y un bonete negro, igual
que la niña con que tú soñaste anoche.
— ¿Cómo lo sabes? —quiso saber Michelle.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Cualquiera lo sabe —respondió Susan en un tono complaciente—. Siempre


vistió de negro, todos los días de su vida. Me lo dijo mi abuela, y a ella se lo dijo su
madre. Y mi bisabuela conoció a Amanda Carson —agregó Susan, triunfante.
Sus ojos desafiaban a Michelle. De nuevo se hizo silencio en el grupo. ¿Le estaría
diciendo la verdad Susan o todos se estaban burlando de ella? Michelle miró de una
cara a la otra, procurando ver qué estaba pensando cada uno de ellos. Solamente
Sally le sostuvo la mirada y se limitó a encogerse de hombros cuando Michelle
buscó ayuda en ella. Jeff Benson siguió comiendo su emparedado, mientras eludía
cuidadosamente la mirada de Michelle.
— iFue un sueño! —exclamó Michelle mientras juntaba sus cosas y se ponía de
pie—. Fue solo un sueño, y si hubiera sabido que iban a alborotar tanto por eso,
jamás lo habría mencionado.
Antes de que alguno de ellos pudiera formular una respuesta, Michelle se alejó
enojada. Del otro lado del campo de juego pudo ver un grupo de niños más
pequeños jugando a saltar la cuerda. Un momento más tarde se reunió con ellos.

— ¿Qué le pasa a ésa? —dijo Susan Peterson una vez segura de que Michelle no
podía oírla.
Ahora sus amigos la miraron con extrañeza.
—¿Qué quieres decir con "qué le pasa a esa"? —preguntó Sally Carstairs—. ¡No
le pasa nada!
— ¿De veras? —dijo Susan, aparentemente fastidiada por la respuesta—. Ayer te
delató, ¿verdad? ¿Por qué crees tú que la señorita Hatcher cambió la distribución de
asientos? Fue porque Michelle le contó lo que hicieron ustedes ayer por la mañana.
— ¿Y qué? —replicó Sally—. Simplemente no quería que estuvieses enojada con
ella, nada más.
—Me parece que es hipócrita —dijo Susan—. Y no creo que debamos tener nada
que ver con ella.
—Eso es una maldad.
— No, no lo es. En ella hay algo realmente extraño.
— ¿Qué cosa?
La voz de Susan bajó hasta un susurro conspirativo.
—El otro día la vi con sus padres y los dos son rubios. Y cualquiera sabe que los
rubios no pueden tener hijos morenos.
—Gran cosa —dijo Sally—. Si quieres saberlo, es adoptada. Ella misma me lo
dijo. ¿Qué tiene eso de tan raro? Susan Peterson cerró los ojos.
—Vaya, eso lo explica.
— ¿Explica qué? —preguntó Sally.
—La explica a ella, por supuesto. Quiero decir que nadie sabe de dónde vino en
realidad, y mi madre dice que si no sabe nada sobre la familia de alguien, no sabe
nada sobre esa persona.
—Yo conozco a su familia —hizo notar Sally—. Su madre es muy simpática y su
padre me curó el brazo junto con tío Joe.
—Me refiero a su verdadera familia —insistió Susan, mirando con desprecio a
Sally—. El doctor Pendleton no es su padre. ¡Su padre podría ser cualquiera!
—Bueno, a mí me agrada —insistió Sally. Susan la miró con enojo.
—Pues claro... tu padre es portero, nada más. El padre de Susan Peterson era
dueño del banco de Paradise Point, y Susan nunca dejaba que sus amigos lo
olvidaran.
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Lastimada por la bajeza de Susan, Sally Carstairs hizo silencio. No era justo que
Susan le tuviese antipatía a Michelle solo porque era adoptada, pero Sally no sabía
con seguridad qué decir. Al fin y al cabo había conocido a Susan Peterson durante
toda su vida, y apenas empezaba a conocer a Michelle. "Bueno" decidió Sally, "no
diré nada. Pero tampoco dejaré de ser amiga de Michelle."

June terminó su merienda y dejó los platos en el fregadero. Por el momento


dejaría la cocina y procuraría terminar de bosquejar el paisaje marino.
Salió de la casa, rumbo hacia el estudio, y se encontró mirando hacia el norte y
pensando lo que le había dicho Constance Benson esa mañana. Y entonces se le
ocurrió algo.
Si Constance Benson estaba preocupada por la posibilidad de que esa parte del
risco se derrumbara en el mar, ¿por qué no había dicho a June que mantuviera a
Michelle alejada también de la playa? Y ¿por qué no mantenía a Jeff lejos de la
playa? Apresuró su andar.
Deteniéndose en el sendero, contempló con fijeza el antiguo camposanto. Sería
un cuadro magnífico. Podría emplear colores melancólicos, azules y grises, con un
cielo plomizo, y exagerar la cerca derruida, el árbol seco y las hiedras que cubrían
todo. Hecho de manera correcta, podía ser inequívocamente aterrador. No lograba
explicarse por qué Michelle y Sally habrían querido ir allí.
Curiosidad, decidió. Pura y simple curiosidad.
Esa misma curiosidad que había atraído a las niñas al cementerio, la arrastró
entonces a ella. Abandonó el sendero y, con sumo cuidado, pasó por sobre la
ruinosa cerca.
Las viejas lápidas, con sus anticuadas inscripciones y sus extraños nombres, la
fascinaron; eran una serie de monumentos que relataban algo. Empezó a reconstruir
la historia de la familia Carson, cuyos miembros habían vivido y muerto sobre el
risco. No tardó en olvidar totalmente el estado del terreno, percibiendo únicamente
las lápidas.
Entonces llegó a la tumba de Louise Carson.

MUERTA EN EL PECADO —1880

¿Y qué diablos podía significar eso? Si la fecha hubiera sido 1680, ella habría
presumido que la mujer había muerto quemada como bruja, o alguna cosa parecida.
Pero ¿en 1880? Una cosa era segura: la de Louise Carson no podía haber sido una
muerte feliz.
Mientras, inmóvil contemplaba la tumba, June empezó a sentir compasión hacia
esa mujer, muerta mucho tiempo atrás. Probablemente hubiera nacido antes de
tiempo, pensó June. "Muerta en el pecado". Un epitafio para una mujer deshonrada.
Al darse cuenta de las palabras que había elegido, rió entre dientes. Qué
anticuadas sonaban. Y qué insensibles.
Sin darse cuenta bien de lo que hacía, se apoyó en las manos y los pies y
comenzó a arrancar las hierbas que cubrían el sepulcro de Louise Carson. Sus
raíces eran muy profundas. Tuvo que tirar de ellas con fuerza hasta lograr que se
soltaran.
Casi había despejado de malezas la base de la lápida, cuando sintió el primer
dolor.
No fue más que una punzada, pero en seguida la siguió la primera contracción.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

"Dios mío, no puede ser", pensó.


Incorporándose con esfuerzo, se apoyó pesadamente en el tronco del roble seco.
Tenía que regresar a su casa.
Su casa estaba demasiado lejos.
Al empezar la siguiente contracción, miró frenéticamente hacia el camino.
Estaba desierto.
La casa de los Benson. Tal vez pudiera llegar a casa de los Benson. Tan pronto
como disminuyera el dolor, partiría.
Sentándose cuidadosamente en el suelo, esperó. Después de un lapso que
pareció eterno, sintió que sus músculos empezaban a aflojarse, y el dolor a
mitigarse. De nuevo empezó a incorporarse.
—Quédese donde está —se oyó una voz.
June se dio vuelta y vio a Constance Benson, que acudía de prisa por el sendero.
Suspirando agradecida, se dejó caer de nuevo al suelo.
Allí esperó, tendida sobre la tumba de Louise Carson, orando para que el
pequeñuelo esperara, para que su primer hijo no naciera en un cementerio.
Luego, mientras Constance Benson se arrodillaba a su lado y le tomaba la mano,
June se reclinó.
Otra abrumadora contracción la convulsionó; sintió extenderse la humedad al
brotar sus aguas. "Dios santo, aquí no", imploró.
En un camposanto, no.

CAPITULO 7

Sonó la campana de las tres y diez. Michelle juntó sus libros, los introdujo en su
bolsa de lona verde y se dispuso a salir del aula.
— ¡Michelle! —Era Sally Carstairs, y aunque Michelle trató de no hacerle caso,
Sally le tomó un brazo para retenerla, diciéndole en tono quejumbroso—: No estés
enojada. Nadie quiso ofenderte.
Michelle observó a su amiga con desconfianza. Cuando vio la expresión
preocupada de Sally, bajó un poco la guardia.
—No entiendo por qué todos seguían insistiendo en que vi algo que no vi —dijo—.
Estaba dormida y tuve una pesadilla, nada más.
—Salgamos al pasillo —dijo Sally, mientras desviaba la vista hacia Corinne
Hatcher.
Interpretando la mirada de Sally, Michelle la siguió al corredor.
— ¿Y bien? —le preguntó esperanzada.
Sally eludió su mirada. Incómoda, cambió su peso de un pie a otro. Después,
clavando los ojos en el suelo, dijo con voz tan queda que Michelle apenas pudo
oírla:
—Tal vez tú hayas tenido un sueño solamente. Pero también yo vi a Amanda, y
creo que lo mismo Susan Peterson.
— ¿Qué? ¿Quieres decir que tuvieron el mismo sueño que yo?
—No lo sé —respondió Sally, pesarosa—. Pero la vi y no fue un sueño.
¿Recuerdas el día en que me lastimé el brazo?
Michelle asintió con la cabeza: ¿cómo podía olvidarlo? Ese fue el día en que
también ella había visto algo. Algo que Sally había procurado dejar de lado diciendo
que era "tan solo el olmo".
— ¿Cómo se explica que no me lo hayas contado antes?

50
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Pensé que no me creerías —respondió Sally como disculpa—. Pero, de todos


modos, la vi. Al menos eso creo. Yo estaba afuera, en el patio, cuando de pronto
sentí que algo me tocaba el brazo. Al volverme a mirar, tropecé y caí.
—Pero ¿qué viste ? —insistió Michelle, repentinamente segura de que aquello,
fuera lo que fuese, era importante.
—No... no estoy segura —replicó Sally—. Fue solo algo negro. En realidad,
apenas logré vislumbrarlo, y después de que me caí, eso había desaparecido.
Michelle permaneció callada, mirando con fijeza a Sally y recordando esa noche,
cuando ella y su padre salían de la casa de los Carstairs y ella había mirado atrás.
Había visto algo junto a la ventana... algo oscuro, como una sombra. Algo negro.
Antes de que pudiera decir a Sally lo que había visto esa noche, Jeff Benson
apareció al fondo del pasillo, haciéndole señas.
—Michelle... ¡Michelle! ¡Mamá está aquí y necesita hablar contigo!
—Un segundo... —empezó a decir Michelle, pero Jeff la interrumpió bruscamente.
— ¡Ahora! Se trata de tu madre...
Sin esperar a que él terminara, Michelle se apartó de Sally y echó a correr.
— ¿Qué ocurre? ¿Ha sucedido algo? —preguntó.
Pero Jeff ya la conducía fuera del edificio, hacia el automóvil de su madre. Junto a
la acera esperaba un destartalado sedán con el motor en marcha y Constance
Benson muy agitada tras el volante.
— ¿Qué ocurre? —preguntó de nuevo Michelle mientras subía al coche.
—Se trata de tu madre —respondió brevemente la señora Benson mientras hacía
los cambios de marcha—. Está en la clínica dando a luz.
— ¿Dando a luz? —repitió Michelle en un susurro—. Pero el parto no debía ser
hasta dentro de tres semanas. ¿Qué pasó?
Sin hacer caso de su pregunta, Constance Benson apretó el acelerador, soltó el
embrague y se apartó de la acera. Yendo hacia la clínica se mordía el labio inferior,
concentrándose en conducir y manteniendo silencio.

Michelle estaba sentada en el borde de su asiento, sosteniendo una revista en su


regazo, pero sin tratar siquiera de mirarla. En cambio observaba la puerta por la
cual, tarde o temprano, entraría su padre. Y entonces, como respondiendo a sus
deseos, la puerta se abrió y Cal le sonrió diciendo:
—Felicitaciones. Tienes una hermanita.
Incorporándose de un salto, Michelle se arrojó en los brazos de su padre.
—Pero, ¿qué hay de mamá? ¿Está bien ella? ¿Qué ocurrió?
— Está perfectamente —la tranquilizó Cal—. Y la pequeña también. Parece que
para tu madre y tu hermana, el tiempo no es esencial. Dice el doctor Carson que fue
el parto más rápido que ha visto en su vida.
Aunque tuvo cuidado de hablar con tono ligero, Cal estaba preocupado. El parto
había sido demasiado rápido. Anormalmente rápido. Se preguntaba qué lo había
provocado. Entonces oyó que Michelle preguntaba por la pequeña y dejó de lado el
parto.
—¿Una hermana? ¿Tengo una hermana?
Cal asintió con un movimiento de cabeza.
— ¿Puedo verla? ¿Ahora mismo? Por favor...
Miró implorante a Cal, que la estrechó contra sí.
—Dentro de unos minutos —prometió—. En este momento, me temo que no esté
demasiado presentable. ¿No quieres saber qué ocurrió? —suavemente Cal empujó
51
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

a Michelle a un sillón; luego se sentó junto a ella—. Tu hermana estuvo a punto de


nacer en el cementerio —declaró.
Michelle lo miró con fijeza, sin entender, y su sonrisa se borró un poco.
—Tu madre decidió dar un paseo continuó él—. Estaba en el viejo cementerio
cuando le empezaron los dolores.
— ¿En el cementerio? —repitió Michelle en voz baja—. ¿Qué estaba haciendo
allí?
—¿Quién lo sabe? —preguntó Cal irónicamente—. Ya conoces a tu madre...
nunca se sabe lo que es capaz de hacer.
Entonces Michelle se volvió a la señora Benson.
—Pero ¿dónde estaba cuando usted la encontró? ¿En qué parte del cementerio?
Constance Benson vaciló, pues no quería decir a Michelle dónde había
encontrado a June. Pero ¿por qué no?
— Estaba sobre la tumba de Louise Carson — respondió con voz queda.
— ¿Sobre la tumba? —repitió Michelle. "Qué siniestro" pensó para sí, mientras
apretaba la mano de su padre.— ¿La pequeña está bien? Quiero decir, es una
especie de presagio, ¿verdad? ¿Una niña que nace sobre una tumba?
Cal le apretó la mano, luego deslizó un brazo en torno a ella diciéndole con
dulzura:
—No seas tonta. Tu hermana nació aquí mismo, no sobre la tumba de nadie. —
Se incorporó atrayendo a Michelle hacia sí.— Ven, vamos a ver a la pequeña, luego
a ver cómo sigue tu madre.
Sin decir palabra a Constance Benson, condujo a su hija fuera de la sala de
recepción.

—Oh, mamá, qué hermosa es —susurró Michelle, contemplando la diminuta cara


que reposaba al lado de June.
Como si respondiera, la pequeña abrió un solo ojo, escudriñó inexpresivamente a
Michelle por un momento, luego se durmió otra vez. June sonrió a Michelle.
— ¿Te parece que debemos conservarla?
La cabeza de Michelle se agitó de arriba a abajo con entusiasmo.
—Y llamarla Jennifer, tal como pensábamos.
—A menos —intervino Cal— que quieran llamarla Louise, para conmemorar el
sitio donde causó su primer alboroto.
—No, gracias — repuso June con voz baja, pero enfática—. En esta familia no
habrá ningún Carson.
Sus ojos buscaron los de Cal, pero éste rompió el momento con rapidez. Sin
embargo, Michelle había visto sus extrañas expresiones.
— Madre — preguntó con voz pensativa—. ¿Qué estabas haciendo allí?
— ¿Por qué no iba a estar allí? ——replicó June con voz forzadamente alegre—.
¿Acaso no debía caminar todos los días? Por eso caminé hacia el cementerio y
luego decidí entrar. Además — agregó, viendo que ni su esposo ni su hija creían
que esa fuera toda la verdad—, Constance Benson me dijo que el cementerio no era
un lugar seguro, quise verlo con mis propios ojos. Sostenía que estaba por caerse
en el mar.
—Me parece que esa mujer está llena de disparates rió entre dientes Cal—. Igual
que ésta.
Agachándose, acarició la frente de Jennifer. La pequeña abrió los ojos, miró a su
padre con fijeza un momento, luego empezó a llorar.
52
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Cuándo podremos llevarla a casa? —preguntó Michelle, tendiendo una


mano vacilante para tocar a la niñita. Ansiaba desesperadamente levantar a
Jennifer, pero no se atrevía a pedirlo.
—La llevaré a casa esta noche ——repuso June. Los ojos de Michelle se dilataron
de sorpresa.
— ¿Esta noche? ¿De veras? Pero yo pensé... quiero decir...
— ¿Quieres decir que pensaste que debía quedarme en el hospital? ¿Por qué?
Aquí tendría solamente una enfermera nocturna para cuidarme, y también a
Jennifer. Pero en casa los tengo a ti y a tu padre para darles órdenes.
Michelle se volvió hacia su padre en busca de confirmación.
—No veo motivo para que no vaya a casa.
—Pero la nursery no está lista, ¿o sí?
June sonrió a su hija con ojos alegres.
—Y ¿adivinas quién la preparará?
Mientras Michelle escuchaba, June empezó a enumerar cosas que deberían
hacerse en la nursery antes de que ella y la pequeña fueran llevadas a casa. Al
estirarse la lista, Michelle se volvió hacia su padre, fingiendo exasperación.
— ¿No tendría que estar débil o dormida, o algo así?
—Así es tu madre... cuando decide hacer algo, lo hace... sin desorden, ni
alborotos ni molestias. Tengo la sensación de que inclusive mantenerla en cama dos
o tres días va a ser muy difícil.
June terminó la lista y tendió los brazos a su hija diciendo:
—Ahora, dame un beso y vete. La señora Benson te llevará a casa y nosotros
llegaremos después de cenar. Tú puedes comer con Jeff y la señora Benson. Ya lo
arreglé.
—Pero ni siquiera hablaste con ella... —empezó Michelle.
—En el trayecto hasta aquí —dijo June en tono satisfecho—. Y te diré algo...
tener un hijo no es tan difícil como yo creía ni mucho menos.
Abrazó a Michelle con rapidez y luego la despidió.
Momentos más tarde, mientras Cal la miraba, empezó a amamantar a Jennifer
por primera vez. Los flamantes padres se miraron contentos.
— ¿Es un ángel o no lo es? —preguntó June.
— Es perfecta —admitió Cal.

— ¿Quieres que nos quedemos contigo? —preguntó la señora Benson al detener


su automóvil frente a la casa de los Pendleton.
Fijó en la antigua mansión una mirada dubitativa, como si le costara imaginar que
alguien de la edad de Michelle estuviera dispuesta a aventurarse adentro, sola. Pero
Michelle ya estaba bajando del vehículo.
— No, gracias. Tengo muchísimas cosas por hacer antes de que mamá y papá
traigan a Jenny a casa.
—Quizá podríamos ayudarte —ofrecióla señora Benson.
—Oh, no me molesta —respondió inmediatamente Michelle. Se trata
principalmente de arreglar la nursery, nada más: será divertido.
Luego, antes de que la señora Benson pudiera seguir insistiendo, Michelle
preguntó a qué hora la esperaban a cenar.
—Siempre comemos a las seis —le contestó Jeff—. ¿Quieres que venga y te
acompañe? A veces hay niebla alrededor de esa hora.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No te preocupes —respondió Michelle un tanto fastidiada... ¿acaso Jeff la


tomaba poruña niñita pequeña?— Estaré allí a las seis o un poco antes.
Despidiéndose con un ademán, subió corriendo los escalones y desapareció por
la puerta principal.

Michelle cerró la puerta a sus espaldas y subió a sus habitaciones, arrojando su


cartapacio en la cama, su suéter en una silla. Después se acercó a la ventana y
levantó a su muñeca.
— Tenemos una hermana, Amanda —susurró. Al pronunciar el nombre de la
muñeca, recordó de pronto su sueño de la noche anterior y las cosas que le habían
dicho sus amigos—. Tal vez debería cambiarte de nombre —dijo a la muñeca,
contemplando pensativa sus ciegos ojos pardos. Después lo pensó mejor— . ¡No!
Te bauticé Amanda, eres Amanda, ¡y basta! ¿Quieres ayudarme a limpiar la
nursery?
Llevando consigo a la muñeca, se dirigió por el pasillo al cuarto contiguo al de
sus padres, que iba a ser el de Jennifer. Entró preguntándose qué hacer primero.
Allí estaba todo el moblaje: una camita y una cuna, una cómoda diminuta, cuya
tapa podía convertirse en mesa para cambiar. Las paredes estaban recién pintadas,
y en las ventanas había cortinas cubiertas de figuras infantiles. En el único sillón
grande de la habitación había un animal de paño: el canguro Kanga, con su cachorro
espiando tímidamente desde su bolsillo. Michelle colocó a Amanda al lado de los
juguetes y se puso a trabajar. No tardó en darse cuenta de que no había tanto por
hacer. Encontró una cobija rosada (con rebordes azules por si acaso) y la acomodó
cuidadosamente en la cuna. Luego, recogiendo su muñeca, fue al cuarto de sus
padres, donde cambió la cama para que June la encontrara limpia y fresca.
Una vez que repasó mentalmente la lista de June varias veces y decidió que
había hecho todo lo que podía recordar, tomó a Amanda y volvió a su propio cuarto,
donde volcó sus libros escolares del cartapacio. Los contempló con fastidio. Era un
insulto que se le exigiera hacer sus tareas escolares el mismo día en que había
nacido su hermana menor. Decidiendo que la señorita Hatcher entendería, volvió a
su asiento de la ventana, con su muñeca cómodamente sostenida en su regazo.
Mirando por la ventana, la mente de Michelle empezó a vagar. Se preguntaba
cómo habían sido las cosas al nacer ella. ¿Tendría acaso una hermana que habría
preparado un cuarto para ella? Probablemente no. Con tristeza pensó que
probablemente ni siquiera la habrían llevado a casa desde el hospital, por lo menos
hasta que los Pendleton fueron en su busca. Los Penedleton.
Nunca pensaba en ellos sino como mamá y papá. Pero por supuesto, comprendió
sobresaltada, en realidad no eran sus padres ni nada. ¿Cómo había sido su madre
verdadera? ¿Por qué no habría querido a su hija? Mientras daba vueltas
mentalmente a la cuestión, apretó más la muñeca, pues empezaba a sentirse sola.
De pronto deseó no haber dicho a Jeff y a su madre que la dejaran sola.
—Me estoy portando como una tonta dijo en voz alta, sobresaltada por el sonido
de su propia voz en el silencio de la casa——. Tengo una madre maravillosa, y un
padre maravilloso, y ahora tengo también una hermana. ¿A quién le importa cómo
era mi verdadera madre?
Resueltamente, abandonó el asiento de la ventana y tomó uno de sus libros de
estudio. Más valía hacer sus tareas que ponerse tan triste. Se acomodó en la cama,
con Amanda bajo el brazo, y empezó a leer sobre la guerra de 1812.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

A las cinco y media, Michelle dejó sus libros y echó a andar por el sendero que
bordeaba el risco. Aún era de día, pero en el aire había un frío húmedo. La niebla se
desprendería del mar mucho antes de que ella llegara a la casa de los Benson. No
estaba muy segura de querer andar por el sendero entre la niebla. Desandando sus
pasos, regresó a la casa y por la calzada bajó al camino. A su alrededor, los árboles
empezaban a cambiar; los atisbos de rojo y dorado entre el verde parecían
neutralizar el gris de las brumas que se estaban juntando sobre el mar. Entonces,
cuando llegaba frente al viejo cementerio, miró hacia el este. En efecto, la niebla
había llegado silenciosamente al risco, y remolineaba despacio hacia ella, mientras
su ondulante blancura se convertía en un dorado brillante donde todavía le daba el
sol, cada vez más débil, y luego daba paso al frío gris de la masa costanera que
tenía atrás.
Deteniéndose, Michelle observó la niebla que se le acercaba lenta e
incesantemente, desbordando sobre el camposanto cuyo único rasgo visible, desde
donde se encontraba ella, era el retorcido roble. Ante su mirada, la niebla devoró el
árbol, que desapareció en lo gris.
De pronto, algo pareció moverse en la niebla.
Al principio fue confuso, apenas una oscura sombra contra el gris.
Titubeando, Michelle dio un paso adelante, abandonando el camino.
La sombra se movió hacia ella, mientras empezaba a oscurecerse y cobrar forma.
La forma de una niña, vestida de negro, cubierta la cabeza con un bonete.
La niña a quien Michelle había visto la noche anterior en su sueño.
¿O acaso no había sido un sueño?
Un miedo incipiente comenzó a hacer presa de Michelle; una sensación de frío la
envolvió.
La extraña figura se desplazaba junto con la niebla, avanzando hacia ella.
Michelle permanecía inmóvil, como hipnotizada, sin saber bien qué estaba viendo.
La niebla flotaba en torno de la niña vestida de negro, y por un momento ésta
desapareció, hasta que el viento cambió y las brumas se abrieron de pronto.
Aún estaba allí, silenciosa, totalmente inmóvil ahora, sus vacíos ojos fijos en
Michelle con esa misma mirada lechosa, ciega, que Michelle había visto la noche
anterior.
Aquella figura alzó un brazo envuelto en negra tela y la llamó con una seña.
Casi involuntariamente Michelle dio un paso adelante.
Y la extraña visión desapareció.
Michelle se quedó totalmente inmóvil, aterrorizada.
La niebla, ya muy cerca de ella, estaba empezando a rodearla; suaves tentáculos
de bruma, fríos y húmedos, se extendían hacia ella, igual que momentos antes de
que la oscura aparición la llamara.
Lentamente, Michelle empezó a retroceder en la niebla.
Cuando su pie tocó el empedrado del camino, la firme sensación del pavimento
debajo de ella pareció quebrar el hechizo. Apenas unos segundos antes, la niebla
parecía haberse convertido casi en una cosa viviente. Ahora volvía a ser tan solo
niebla.
Mientras la luz cada vez más tenue de la tarde se filtraba entre la bruma, Michelle
corrió por el camino hacia el refugio de la casa de los Benson.

—¡Hola! —exclamó Jeff al abrir la puerta—. Iba a ir en tu busca... tenías que estar
aquí a las seis.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¡Pero no pueden ser las seis todavía! —protestó Michelle—. Salí de casa a las
cinco y treinta y cinco y tardé apenas unos minutos en llegar aquí.
—Ya son las seis y media —repuso Jeff, señalando el reloj de pared que
dominaba la sala de los Benson — . ¿Acaso te detuviste en el cementerio?
Michelle fijó en Jeff una mirada penetrante, pero nada vio en sus ojos, salvo
curiosidad. Estaba por contarle lo sucedido cuando volvió a recordar la conversación
de ese día a la hora de la merienda. Bruscamente cambió de idea.
—Parece que nuestro reloj está mal —dijo—. ¿Qué hay de cena?
—Carne asada — respondió Jeff, haciendo una mueca antes de conducir a
Michelle al comedor, donde su madre estaba esperando.
Cuando Michelle entró en la habitación, Constance Benson la observó
críticamente.
—Nos estábamos inquietando, iba a enviar a Jeff en tu busca.
—Disculpe —replicó Michelle, deslizándose en su silla—. Creo que nuestro reloj
debe estar atrasado.
—O eso, o estuviste perdiendo el tiempo —declaró severamente Constance—. No
me gusta que se pierda el tiempo.
—Fue la niebla —contestó Michelle—. Cuando vino la niebla, me detuve a mirarla.
Michelle tendió la mano y se sirvió asado sin advertir que tanto Jeff como su
madre la miraron con fijeza, desconcertados.
Constance miró hacia la ventana. Si había habido niebla, ella no la había visto,
por cierto. El atardecer le parecía perfectamente despejado.

CAPITULO 8

Cal tendió la mano para apretar cariñosamente la de June. Ya casi habían llegado
a su casa. Conducía lentamente, yendo de un lado a otro para eludir los peores
hoyos del camino. Respiró aliviado cuando por fin entraron en la calzada de su casa.
Detuvo el automóvil lo más cerca posible de la vivienda y tomó a la pequeña de
los brazos de su esposa.
—Déjame instalar a Jennifer en su cuarto, después volveré a buscarte.
—No soy una inválida repuso June, mientras bajaba del coche y se encaminaba
hacia la puerta principal—. "Un poco vacilantes, pero estamos de pie". ¿De dónde es
eso?
—De Quién le teme a Virginia Woolf. Salvo que la cita no es oportuna: el
personaje esfaba ebrio.
——Me vendría bien un trago —señaló June sin entusiasmo—. Supongo que no
puedo beber vino...
—Supones bien —repuso Cal, mientras sostenía a Jennifer con un brazo y
ofrecía el otro a June, quien lo aceptó agradecida.
—Está bien, tener un hijo no fue tan fácil como yo sostenía. La cama me hará
sentir bien.
Entraron en la casa a oscuras. June aguardó al pie de la escalera mientras Cal
llevaba arriba a Jennifer. Un instante más tarde regresaba. Apoyándose
pesadamente en él, June subió con lentitud.
—Ojalá no tenga que hacer nada —dijo fatigada cuando ya estaba arriba—. ¿Está
todo listo?
—Solo falta que te metas en la cama, que está ya preparada. Además, Michelle
nos dejó un mensaje. Quiere que la llamemos a casa de los Benson tan pronto como
lleguemos aquí.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Como si no fuéramos a hacerlo —rió June entre dientes—. A Michelle no se le


olvida nada.
Se quitó la bata y la túnica de hospital que le habían dado en la clínica. Luego,
antes de ponerse su cómodo camisón de franela, se miró en el espejo.
—Dios mío, ¿estás seguro de que ya terminé? ¡Parece que estuviera todavía
embarazada!
—Te verás así dos o tres semanas —le aseguró Cal—. No es nada anormal. Solo
una cantidad de tejidos extra que debe volver al lugar de donde vino. Ahora
acuéstate.
—¡Sí, señor! —replicó June, haciendo la venia débilmente. Acomodándose en la
cama, se reclinó en las almohadas.— Y bien, aquí estoy —dijo, sonriendo a su
esposo—, ¿Por qué no me traes a Jennifer y luego llamas a Michelle? Sin duda nos
habrá visto pasar.
Después de traer a la pequeña del cuarto contiguo, Cal tomó el teléfono.
— Hasta dejó el número de los Benson en el mensaje —comentó.
—Me habría sorprendido que no lo hiciera —June bajó la parte superior de su
camisón y acomodó a la niñita contra su pecho. Ávidamente Jennifer comenzó a
mamar.
— ¿Señora Benson? ¿Está allí Michelle? —preguntó Cal por teléfono, sin dejar de
mirar cariñosamente a su esposa y su pequeña hija.
Tendió una mano para tocar la diminuta cabeza de Jennifer mientras esperaba a
que Michelle acudiera al teléfono.
— ¿Papa? ¿Ya están en casa? ¿Mamá está bien?
—Estamos en casa y todos nos hallamos muy bien. Puedes regresar cuando
quieras. Y date prisa. Tu hermana come y crece, y si quieres verla pequeñita, mejor
será que vengas antes de los diez próximos minutos.
Hubo un breve silencio en la otra punta. Cuando Michelle volvió a hablar había en
su voz un elemento de inseguridad que a Cal le pareció inusitado.
—Papá... ¿podrías venir a buscarme?
Cal arrugó el entrecejo, y June, advirtiendo su cambio de expresión, lo miró con
curiosidad.
— ¿A buscarte? Pero estás a solo algunos cientos de metros de distancia...
— Por favor —imploró Michelle—. Solamente esta vez...
—Aguarda un segundo —repuso él. Tapando la bocina con una mano, se dirigió a
June.— Quiere que la vaya a buscar.
Se lo notaba perplejo, pero June se limitó a encogerse de hombros.
—Pues ve a buscarla.
—No estoy seguro de que deba dejarte sola —dijo Cal.
—Estaré perfectamente bien. No estarás ausente más de cinco minutos. ¿Qué
puede ocurrir? Me quedaré aquí acostada alimentando a Jennifer.
Cal retiró la mano de la bocina.
—Muy bien, preciosa. Estaré allí en dos o tres minutos. ¿Estarás lista?
—Te esperaré junto a la puerta principal —replicó Michelle con voz mucho más
vigorosa.
Cal se despidió de ella y volvió a colocar el auricular en la horquilla.
—No lo entiendo. Tan independiente que es, y de repente quiere que la vaya a
buscar a menos de medio kilómetro de distancia.
—No me parece tan sorprendente —repuso June con—indulgencia—. Afuera está
oscuro, hay que pasar cerca de un cementerio y, admitámoslo, casi no le hemos

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

hecho caso en todo el día y probablemente quiera algo de atención. Dios mío,
querido, tiene apenas doce años. A veces creo que lo olvidamos.
—Pero esto no es habitual en ella. Sabe que hay muchísimas cosas por hacer...
—Ya las hizo ella —señaló June—. Vamos, no te demores más y ve a buscarla.
Ya habrías podido ir y estar de vuelta.
Cal se puso la chaqueta, dejó a su esposa y a su hijita y salió de la casa.

Antes de que Cal pudiera tocar la bocina del automóvil, se abrió la puerta principal
de los Benson. Un instante más tarde, Michelle estaba en el auto, junto a él.
—Gracias por venir —dijo mientras su padre hacía los cambios de marcha.
Cal Pendleton la miró con curiosidad.
— ¿Desde cuándo le tienes miedo a la oscuridad?
Michelle se retiró al otro lado del asiento, y Cal lamentó en el acto su crítica
implícita.
—No hay problema —se apresuró a añadir—. Tu madre está en cama,
alimentando a la pequeña y todo está muy bien. Pero, ¿qué fue lo que te afectó?
Apaciguada, Michelle se acercó más a su padre.
—No lo sé —esquivó, pues no quería decirle lo que había visto esa tarde en la
bruma—. Creo que simplemente no quise pasar de noche junto al cementerio.
— ¿Acaso Jeff ha estado contándote cuentos de fantasmas? —inquirió Cal.
Michelle sacudió la cabeza.
—No cree en fantasmas. Por lo menos eso dice —agregó, subrayando apenas la
última palabra—. Pero esta noche es tan oscura que no quise andar sola. Lo siento.
— Está bien.
Hicieron el resto del corto trayecto en silencio.

— Trabajaste mucho esta tarde.


Con Jennifer tranquilamente dormida en el hueco de su brazo, June sonrió a su
hija mayor, indicándole con un ademán que se acercara y se sentara en el borde de
la cama.
—Todo estaba perfecto. Debes de haber trabajado toda la tarde.
—No llevó mucho tiempo —repuso Michelle con los ojos clavados en la recién
nacida—. ¡Qué pequeña es!
—Es el único tamaño en que vienen. ¿Te gustaría sostenerla?
—¿Puedo? —exclamó Michelle con voz llena de ansiedad.
—Toma —June alzó a la niñita, la entregó a Michelle y luego se acomodo de
nuevo contra las almohadas—. Debes sostenerla como a las muñecas —le aconsejó
—. Sostenía con el codo y deja que se apoye en tu brazo.
Mientras Michelle contemplaba el diminuto rostro que depositaba contra su pecho,
Jennifer abrió los ojos y eructó.
— ¿Está bien ella?
—Está perfectamente bien. Si se pone a llorar, dámela. Mientras no llore, no
ocurre nada.
Como para demostrar la afirmación de su madre, Jennifer cerró los ojos y se
volvió a dormir.
—Cuéntame todo —dijo de pronto Michelle, apartando finalmente sus ojos de la
pequeña y mirando a su madre con ansiedad.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Pues no hay mucho que contar. Estaba dando un paseo cuando me empezaron
los dolores. Eso fue todo.
—Pero, ¿en el cementerio? —insistió Michelle—. ¿No te dio escalofríos?
— ¿Por qué motivo?
—Pero Jenny no debía nacer todavía. ¿Qué ocurrió?
—Nada ocurrió. Simplemente Jenny decidió que ya era tiempo, nada más.
Hubo un silencio mientras Michelle daba vueltas a las cosas en su mente. Cuando
por último volvió a hablar, su voz fue vacilante.
— ¿Por qué estabas junto a la tumba de Louise Carson?
—Tenía que estar junto a una tumba, ¿verdad? Después de todo, estaba en el
cementerio —replicó june con cuidado de que su voz fuese tranquila y convincente.
Y se preguntó el por qué.
— ¿Viste su lápida? —preguntó Michelle.
— Por supuesto que sí.
— ¿Qué te parece que querrá decir?
— Estoy segura de que no quiere decir absolutamente nada —repuso June
tendiendo los brazos para recibir a Jennifer que estaba otra vez despierta y
empezaba a llorar. Casi de mala gana, Michelle devolvió la pequeña a su madre.—
Hay que alimentarla —explicó June—. Después podrás tenerla de nuevo.
Michelle se incorporó, sin saber si debía permanecer en la habitación mientras su
madre amamantaba a la recién nacida.
— ¿Por qué no preparas té? —sugirió June—. Y dile a tu padre que suba ¿De
acuerdo?
June observó a Michelle que salía de la habitación mientras Jennifer empezaba a
chuparle ávidamente el pecho. Trató de imponerse tranquilidad, pero le fue
imposible. Algo le había pasado a Michelle. No lograba imaginarse qué era aunque
estaba casi segura de que se relacionaba con el cementerio, pero ¿qué?

Michelle estaba despierta en su cama escuchando el silencio de la casa. Le


parecía demasiado silenciosa.
Por eso, estaba segura, era que no podía dormir.
Por eso, y por el hecho de hallarse totalmente sola en esa parte de la casa.
En el otro extremo del pasillo.
Allí estaban todos los demás.
Su padre y su madre, y su hermanita menor. Todos menos ella.
Salió de la cama, se puso su bata sobre los hombros y salió de su cuarto.
Se detuvo un momento junto a la habitación de sus padres, escuchando luego
abrió silenciosamente la puerta y entró.
—Mamá...
June se dio vuelta y abrió los ojos, sorprendida al encontrar a Michelle de pie
junto a su cama.
—¿Qué hora es?
— Son apenas las once —repuso defensivamente Michelle. June se sentó con
esfuerzo.
—¿Qué ocurre? —Es que... es que no podía dormir.
— ¿No podías dormir? ¿Por qué?
— No lo sé —respondió Michelle en voz baja sentándose en la cama—. Tal vez
haya bebido demasiado té.
—Eso pasa con el café, cariño —repuso June.
59
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sintió que Cal se movía a su lado, entonces, de pronto la pequeña comenzó a


llorar. Despertando bruscamente, Cal encendió la luz. Entonces vio a Michelle.
— ¿Qué haces aquí? ¿Por eso llora la pequeña?
Viendo a Michelle súbitamente a punto de llorar, June procuró calmar la situación.
—La niña tiene hambre y Michelle no podía dormir. ¿Por qué no me alcanzas a
Jenny y después bajas y calientas de nuevo el té? Michelle puede quedarse
conmigo mientras yo alimento a esta gritona.
Hizo un guiño a Michelle, que de pronto se sintió mejor.
—Yo traeré a Jenny —ofreció.
Suspirando pesadamente, Cal se puso la bata y bajó la escalera. June aguardó a
que se alejara. Luego trató de disculparse por él.
—No quiso decir que era culpa tuya que Jenny estuviera llorando. Solo estaba
dormido, nada más.
— Está bien —repuso Michelle con indiferencia—. Creo que me sentía sola,
simplemente.
—Bueno, la casa es muy grande —repuso june. Se le ocurrió una idea y sin
esperar a meditarla, sugirió:— Tal vez deberíamos trasladarte a esta punta, más
cerca de nosotros.
—Oh, no —se apresuró a responder Michelle—. Me encanta mi cuarto. Tengo la
sensación de que mi lugar es allí. Desde que encontré a Mandy...
— ¿Mandy? Creía que se llamaba Amanda.
—Bueno, así es. Pero Mandy es lo mismo, igual que algunas personas abrevian
mi nombre llamándome Mickey. ¡Ay! Pero Mandy es lindo.
Cal volvió a entrar en la pieza trayendo una bandeja con tres humeantes tazas de
té.
—Solo por esta vez — anunció—. De ahora en adelante, solo porque Jennifer
tiene hambre no significa que hagamos una merienda. Y tu, jovencita, tendrías que
estar acostada. Mañana tienes que ir a la escuela.
—No te preocupes. Me sentí sola, nada más. —Bebió un sorbo de su té; luego se
incorporó. ¿Me vas a arropar?
Cal le sonrió al responder.
—Hace años que no lo hago.
—¿Solo esta noche? —insistió Michelle, suplicante.
Cal miró a su esposa: luego asintió con la cabeza.
— Muy bien —dijo . Termina tu té y vamos.
Después de vaciar su taza, Michelle se inclinó para besar a su madre: luego
siguiendo a su padre, salió del cuarto y se dirigió a su propio dormitorio.
Introduciéndose en la cama, se acomodó las cobijas en torno a la barbilla y
ofreció la mejilla a su padre. Cal se inclinó, la besó, luego se irguió.
—Te dormirás en seguida — prometió.
Estaba por apagar la luz para regresar junto a June y la pequeña cuando de
pronto Michelle le pidió su muñeca.
— Está en el alféizar de la ventana. ¿Podrías alcanzármela ?
Cal levantó la antigua muñeca y contempló su rostro de porcelana.
—No parece muy real, ¿verdad? —comentó mientras entregaba la muñeca a
Michelle.
En actitud protectora, ésta la arropó bajo las mantas, con la cabeza apoyada en
su hombro.
— Es muy real — dijo a su padre.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Este le sonrió después apagó las luces. Cerrando despacio la puerta al salir, echó
a andar por el pasillo.
Una vez más Michelle quedó sola en su habitación, escuchando el silencio de la
casa. Mientras la oscuridad se acumulaba opresivamente a su alrededor, acomodó
más a la muñeca y le susurró suavemente:
—No es como yo creía que iba a ser. Anhelaba tanto tener aquí a Jenny. Pero
ahora que llegó, todo es tan distinto. Ellos están todos allí, juntos, y yo estoy sola.
Ahora mamá tiene que cuidar a Jennifer. Pero yo ¿a quién tengo? —Entonces se le
ocurrió algo.— Yo podría cuidarte, Mandy. Realmente podría... —Estrechó más a la
muñeca mientras una lágrima le goteaba por la mejilla.— Cuidaré de ti tal como
mamá cuida de Jenny. ¿Te gustaría eso? Yo seré tu madre, Amanda, y te daré todo
lo que desees. Y tú te quedarás conmigo, ¿verdad? Para que nunca vuelva a estar
sola.
Llorando silenciosamente, con la muñeca apretada muy junto a ella, Michelle se
quedó dormida.

CAPITULO 9

Michelle despertó el sábado de mañana con el suave rumor de los pájaros


gorjeando. Se quedó quieta en la cama, disfrutando al saber que esa mañana no
tenía que darse prisa, esa mañana podía permanecer acostada unos minutos y
gozar del sol que inundaba su cuarto, cuyo calor se filtraba a través de las cobijas,
colmándola de una sensación de bienestar. Aquel iba a ser un buen día.
Aquel era el día de la merienda en la caleta.
Hasta aquella mañana, Michelle no había estado segura de que iría a esa
merienda al aire libre.
El dolor causado por los sarcasmos de Susan Peterson había empezado a
desvanecerse al cabo de tres días; hasta el recuerdo de la extraña niña que había
aparecido primero en su sueño, luego el martes en el camposanto, se estaba
desvaneciendo. Y desde la llegada de Jennifer, Michelle había tenido la mente
demasiado llena de otras cosas para dedicarse mucho a la imagen vestida de negro
que había parecido pedirle algo.
Ahora, rodeada por la luz del sol, se preguntó por que se había preocupado; por
que la noche anterior, al llamarla Sally Carstairs, le había dicho que tal vez no
pudiera ir. Por supuesto que iría. Y si Susan Peterson trataba de fastidiarla, ella se
negaría simplemente a dejar que eso la afectara.
Tomada la decisión, Michelle abandonó la cama y se puso unos gastadísimos
pantalones de pana, una camisa rústica y sus zapatos de gimnasia. Cuando se
disponía a bajar, sus ojos se fijaron de pronto en su muñeca, todavía reposando en
la almohada donde ella siempre la dejaba de noche. Levantándola, Michelle la apoyó
cuidadosamente en el alféizar de la ventana.
—Ya está —dijo suavemente——. Ahora puedes pasarte el día sentada al sol.
Pórtate bien.
Se inclinó y besó levemente a la muñeca, tal como había visto a su madre besar a
su hermana. Luego salió de su habitación, cerrando la puerta. Cuando Michelle entró
en la habitación, June dijo:
—Parece que alguien piensa ayudar a su padre. —Apartó la vista de los huevos
que estaba friendo, y al ver la expresión de Michelle le sonrió—. No me mires así...
me acostaré tan pronto como termine el desayuno. Pero debo empezar a
levantarme. Necesito ejercicio. Hace tres días que estoy en cama y estoy
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

enloqueciendo allá arriba! — Luego, para impedir las protestas de Michelle, señaló
el refrigerador diciendo — : Allí hay jugo de naranja.
Michelle abrió el refrigerador y sacó el jarro de jugo.
— ¿Ayudar a papá en que? —preguntó.
— La despensa. Hoy comienza la remodelación.
—Oh...
— ¿Acaso no quieres ayudarle? —preguntó June, intrigada.
Por lo general, era imposible mantener a Michelle lejos de su padre, pero esta
mañana parecía casi desilusionada por la perspectiva.
—No es eso replicó Michelle vacilante—. Es solo que algunos de nosotros
preparábamos una merienda al aire libre...
—¡Una merienda al aire libre! No dijiste nada al respecto.
—Es que no sabía con seguridad si iría. A decir verdad, me decidí recién, al
levantarme. ¿Puedo... puedo ir, verdad?
—Claro que puedes — replicó June—. ¿Qué tienes que llevar?
—¿Llevar adonde? —preguntó Cal, saliendo de la escalera que conducía al
sótano.
— Hoy habrá una merienda al aire libre ——explicó Michelle— . Yo, Sally, Jeff y
algunos chicos más. Algo así como el último día de playa, supongo.
— ¿Quieres decir que no me vas a ayudar en la despensa?
—¿Acaso tú renunciarías a una merienda al aire libre? —preguntó June mientras
distribuía los huevos en tres platos y conducía a su marido y a su hija al comedor—.
Tal vez yo lleve a Jenny y participe.
— Pero somos solamente nosotros, los chicos ——protestó Michelle.
— Estaba bromeando, nada más —se apresuró a decir June—. ¿Qué tal si
preparo unos huevos con salsa picante?
— ¿Lo harías?
— Claro... ¿A qué hora será la merienda?
— Nos reuniremos todos en la caleta a las diez.
— Ah, magnífico gimió June. Realmente, Michelle ¿no habías podido advertirme
un poco antes? Apenas si tendré tiempo para preparar los huevos, y mucho menos
congelarlos.
—No los prepararás anunció Cal antes de volverse hacia Michelle— . Permití a tu
madre que se levantara a preparar el desayuno, solo si prometía volver en seguida a
la cama. Si quieres huevos con salsa picante tendrás que prepararlos tú misma.
—Es que no sé.
—Entonces tendrás que aprender. Ya eres una muchacha grande y tu madre
tiene que cuidar a una niña pequeña —declaró Cal, pero al ver la expresión
consternada de Michelle, se ablandó—. Te propongo algo. Después del desayuno,
enviaremos a tu madre de vuelta a la cama. Tú lavarás los platos y yo veré qué
puedo hacer en cuanto a los huevos. ¿De acuerdo?
La cara de Michelle se iluminó: Al fin y al cabo, todo iba a estar bien. “Pero todo
es distinto", pensó mientras empezaba a levantar la mesa. "Ahora que ellos tienen a
Jenny, todo es distinto".
Decidió que esto no le agradaba mucho.

Con andar apresurado, Michelle bajó por el sendero hacia la caleta. Eran ya las
diez y media y ella iba a ser la última en llegar. En una mano apretaba la bolsa que
contenía los huevos con salsa picante. Aún estaban tibios, tal como su madre había
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

previsto. Tal vez nadie se diera cuenta. Podía verlos, cien metros al norte, trepando
sobre las rocas, siguiendo la marea menguante, permaneciendo cerca de Jeff que
se desplazaba con soltura sobre los afloramientos de granito. Una sola persona
estaba todavía sobre la playa, pero ya desde el sendero Michelle reconoció el
cabello rubio de Sally Carstairs. Al llegar a la playa, Michelle empezó a correr.
—¡Hola! —gritó. Sally alzó la vista y la saludó con un ademán.— Lamento llegar
tarde. Papá terminó recién los huevos. ¿Crees que alguien se dará cuenta de que no
están fríos?
—¿A quién le importa eso? Temía que no vinieras.
Michelle miró a Sally tímidamente.
— Estuve a punto de no venir. Pero es un día tan lindo...
Su voz se apagó y Sally la vio mirar el reborde de granito donde Susan Peterson
estaba arrodillada junto a Jeff.
—No te preocupes por ella — dijo Sally— . Si empieza a fastidiarte de nuevo, no
le hagas caso simplemente. Se burla de todo.
— ¿Cómo sabías que es eso lo que me preocupaba?
Sally se encogió de hombros.
—También yo solía preocuparme por ello. Solo porque su padre es un personaje
importante, ella cree serlo también.
— ¿No te agrada ella?
— No lo sé —repuso Sally pensativa—. Creo que en realidad no pienso en ello.
Quiero decir, la conozco de toda mi vida y siempre ha sido mi amiga.
—Sensacional — dijo Michelle.
Sentándose en una manta, junto a Sally, tomó una botella de bebida gaseosa.
— ¿Puedo beber un sorbo de esto?
—Bébetela toda —repuso Sally—. Yo ya no puedo beber más. ¿Qué es lo
sensacional?
—Conocer a alguien de toda la vida. No hay nadie a quien haya conocido toda mi
vida —explicó Michelle. Su voz descendió casi hasta un susurro.— A veces me
pregunto quién soy en realidad.
—Tú eres Michelle Pendleton. ¿Quién ibas a ser, si no?
—Es que soy adoptada —dijo lentamente Michelle. Bueno, ¿y qué? Sigues siendo
tú.
Súbitamente deseosa de cambiar de tema, Michelle se puso de pie.
—Bueno, vamos a ver qué encontraron ellos.
A lo lejos, en las rocas, todos se apretujaban en torno a Jeff, quien sosten ía algo
en la mano.
Era un pulpo diminuto, de apenas siete centímetros de diámetro, que se retorcía
indefenso en la palma de Jeff. Al acercarse Michelle y Sally, Jeff lo ofreció
sonriendo.
— ¿Quieren tenerlo?
Era un desafío. Sally se encogió, retrocediendo. Pero Michelle extendió la mano,
al principio titubeante, y tocó la resbaladiza superficie de la piel del pulpo.
—No muerde —le aseguró Jeff, lanzando una mirada desdeñosa a Susan
Peterson.
Vacilante. Michelle tomó al pequeño ser marino y le dio vuelta cuidadosamente.
El diminuto pulpo estiró un tentáculo, se afirmó contra el dedo de ella y se enderezó.
— ¿No se morirá fuera del agua? —preguntó Michelle.
—Por un rato, no — repuso Jeff—. ¿Se aferra a ti?

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle tomó uno de los tentáculos y tiró con suavidad. Hubo una ligera
sensación de cosquilleo cuando las ventosas de susción se desprendieron de la
piel de ella.
— ¡Oh! ¡Cómo puedes hacer eso!
Era Susan. Se apartó de Michelle, con las manos en la cara, fruncida por la
repugnancia. Con traviesa sonrisa, Michelle arrojó el serpenteante ser a Susan, que
lanzó un grito y lo esquivó. El pulpo cayó de nuevo en el agua, donde
inmediatamente desapareció, dejando al huir un rastro de arena agitada,
remolineante.
—¡No hagas eso! —exclamó Susan, mirando furiosa a Michelle.
—No es más que un pulpito —rió Michelle—. ¿Quién puede temerle a un pulpo
tan pequeño?
— Es horrible —declaró Susan.
Volviéndose, echó a andar hacia la playa. Lamentando repentinamente lo que
había hecho, Michelle intentó disculparse, pero Susan no le hizo caso. Los demás
niños miraron primero a Susan, luego a Michelle, como si procuraran decidir qué
hacer. Luego, al ver que Susan continuaba alejándose sobre las rocas, todos
comenzaron a seguirla. Solamente Salí y Carstairs se quedó atrás.
—Tal vez no debieras hacer cosas así —dijo suavemente Sally—. La enfurecen.
— Lo siento —replicó Michelle —. Sólo quise hacer una broma. ¿No es capaz de
aceptar una broma?
—Ella no cree que las cosas son graciosas cuando son a costa de ella.
Solamente cuando son a costa de otras personas. Es probable que ahora empiece a
fastidiarte.
— Y si lo hace ¿qué? —preguntó Michelle, sintiéndose de pronto muy valiente— .
Sabré aguantar. Ven conmigo... más vale que volvamos a la playa.

El sol estaba alto en el cielo, y los niños, dispersos por la playa, masticaban
emparedados, regándolos con una provisión aparentemente infinita de bebidas
gaseosas. Michelle estaba sentada con Sally Carstairs, pero percibía
incómodamente a Susan Peterson que, a poca distancia, compartía una manta con
Jeff Benson. Aunque no le había hablado, Susan había estado observándola, como
si la juzgara. En ese momento dejó en el suelo su gaseosa y lanzó a Michelle una
mirada maliciosa.
—¿Viste últimamente al fantasma? — preguntó.
— No hay ningún fantasma — repuso Michelle con voz apenas audible.
— Pero lo viste la otra noche, ¿verdad? —La voz de Susan era ya más sonora e
insistente.
— Fue un sueño — dijo Michelle—. Solamente un sueño.
— ¿Lo fue? ¿Estás segura?
Michelle miró furiosa a Susan, pero ésta le devolvió la mirada sin pestañear.
Michelle sintió que la cólera se acumulaba en su interior. u¿Qué es?", se preguntó.
“¿Por qué siempre la hago enojarse conmigo?"
— ¿No podemos hablar de otra cosa? —preguntó.
— A mí me gusta hablar del fantasma —respondió serenamente Susan.
—¡Pues a mí no! —exclamó Sally Carstairs—. ¡Creo que hablar del fantasma es
tonto! Quiero oír algo sobre la hermanita de Michelle.
Michelle sonrió agradecida a Sally.
— Es hermosa, y se parece mucho a mi madre —declaró.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Susan Peterson con voz helada; en sus
ojos brillaba una gozosa malicia.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó a su vez Michelle—. Jennifer se parece
mucho a mi madre. Todos lo dicen.
—Pero tú ni siquiera sabes quién es tu madre —dijo Susan—. Eres adoptada.
Súbitamente Michelle sintió que todos los niños la miraban, preguntándose qué
diría luego ella.
—No por eso mis padres dejan de ser mis padres —repuso cuidadosamente.
— ¿Quién dijo lo contrario? —replicó Susan—. Salvo que los Pendleton no son
realmente tus padres, ¿verdad? No sabes quiénes son tus padres, ¿o lo sabes?
—Claro que son mis padres —replicó Michelle. Se incorporó haciendo frente a
Susan—. Ellos me adoptaron cuando yo era muy pequeñita y siempre han sido mis
padres.
— Eso fue antes —dijo Susan, sonriendo ahora al ver cómo aumentaba la cólera
de Michelle.
— ¿Qué quieres decir, antes?
—Antes de que tuvieran su propia hija. La única razón por la cual hay personas
que adoptan niños, es porque no pueden tener uno propio. Entonces, ¿para qué te
necesitan ya tus padres?
—No digas eso, Susan Peterson —gritó Michelle—. Jamás digas eso. Mis padres
me quieren tanto como los tuyos a ti.
—¿De veras? dijo Susan, con una dulce voz que desmentía la expresión de su
cara . ¿De veras te quieren?
— ¿Qué se supone que quiere decir eso?
Tan pronto como esas palabras salieron de su boca, Michelle deseó no haberlas
pronunciado. Debía simplemente ignorar a Susan... recoger simplemente sus cosas
y marcharse. Pero ya era demasiado tarde. Todos los otros niños escuchaban a
Susan, pero miraban a Michelle.
— ¿Acaso no pasan más tiempo con la pequeña que contigo? ¿No la quieren
más en realidad? ¿Y por qué no? Jenny es su verdadera hija. ¡Tú no eres más que
una huérfana cualquiera que ellos recogieron cuando creyeron que no podían tener
hijos propios!
— Eso no es cierto —exclamó Michelle.
Pero al hablar, supo que no estaba tan segura como procuraba aparentar. Las
cosas eran diferentes ahora. Lo habían sido desde que naciera Jenny. Pero eso era
solo porque Jenny era pequeñita y necesitaba más que ella. No significaba que sus
padres no la quisieran. ¿O sí? Por supuesto que no. Ellos la amaban. ¡Sus padres la
amaban!
De pronto Michelle quiso estar en casa... en casa con su madre y su padre, en
casa donde estaría cerca de ellos, sería parte de ellos. Aún era su hija. Ellos aún la
querían... aún la aceptaban... ¡por supuesto que sí! Sin molestarse en recoger sus
cosas, Michelle se volvió y empezó a correr por la playa hacia el sendero.
Sally Carstairs se incorporó de un salto y se dispuso a correr en pos de Michelle,
pero la voz de Susan Peterson la detuvo.
— Déjala ir —dijo Susan—. Si no es capaz de soportar algunas bromas... ¿quién
la necesita?
— Pero eso fue una maldad, Susan —declaró Sally —. Fue una maldad pura y
simple.
— ¿Y qué? —replicó descuidadamente Susan—. Tampoco fue muy amable de su
parte arrojarme ese pulpo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Pero ella no sabía que te afectaría tanto.


—Sí que lo sabía —replicó Susan—. Y aunque no lo supiera, no debió haberlo
hecho. No hice más que desquitarme.
Sally volvió a sentarse en su manta, preguntándose qué hacer. Quería ir tras
Michelle y traerla de vuelta, pero lo más probable era que de nada sirviera hacerlo.
Susan no iba a dejarla tranquila... ahora que sabía como afectar a Michelle, seguiría
simplemente haciéndolo. Y si Sally continuaba siendo amiga de Michelle, Susan se
la tomaría con ella también. Sally sabía que no era capaz de soportar eso.
—Sí que sabe correr, ¿verdad?
Al oír que los otros niños se reían de la pregunta de Susan, Sally alzó la vista.
Michelle estaba casi al pie del sendero. Sally decidió que, aunque los demás niños
fueran a mirar, ella no lo haría. Además, no podía. Sabía que, si lo hacía, empezaría
a llorar, y no quería hacer eso. No delante de Susan.

Las palabras de Susan Peterson castigaban los oídos de Michelle al correr por la
playa.
¿Para qué te necesitan?
¿No la quieren más a ella, en realidad?
No era cierto, se dijo. Nada de eso era cierto. Pero al correr, las palabras parecían
seguirla. Arrastradas por el viento, punzándola, hostigándola.
Al llegar al sendero inició la subida.
Su respiración, ya trabajosa debido a su furia y por haber corrido, era cada vez
más dificultosa. Pronto empezó a jadear; sentía que el corazón le golpeaba el pecho
Quería detenerse, quería descansar, quería sentarse un minuto apenas para
tomar aliento, pero sabía que no podía hacerlo.
Ellos estarían allá, en la playa, observándola. Casi podía oír la voz de Susan,
dulce y maliciosa:
— Ni siquiera puede subir por el sendero.
Se obligó a mirar arriba para saber hasta dónde tenía que llegar antes de
encontrarse a salvo en la cima, donde no podían verla desde la playa.
Lejos.
Demasiado lejos.
Y ahora estaba llegando la niebla.
Al principio fue tan solo una cosa gris, una leve nebulosidad que enturbiaba su
visión.
Pero después, mientras ella subía el sendero poniendo con esfuerzo un pie tras
otro, se juntó en torno a ella, fría y húmeda, aislándola, dejándola sola, ya no a la
vista de sus atormentadores de la playa, pero también lejos de casa.
Debía estar cerca de la cima. ¡Tenía que estarlo!
Era como una pesadilla, un sueño en el cual uno tiene que correr, pero sus pies,
atascados en una especie de fango, se niegan a moverse. Michelle sintió que el
pánico la iba dominando.
Fue entonces cuando resbaló.
Durante una fracción de segundo, pareció que no era nada... apenas una leve
tercedura cuando su pie derecho golpeó una piedra suelta y se dobló hacia afuera.
De pronto, no hubo bajo su pie nada que la sostuviera. Fue como si el sendero
hubiera desaparecido.
Se sintió empezar a caer a través de la aterradora niebla gris.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Lanzó un grito, una sola vez, luego la niebla pareció apretarse en torno a ella, y el
gris se volvió negro...

— ¡Doctor Pendleton! ¡Doctor Pendleton!


Cal oyó la voz que lo llamaba. El terror que esa voz trasmitía, le hizo soltar su
martillo y precipitarse a la cocina. Llegó a la puerta trasera en el preciso instante en
que Jeff Benson llegaba de un salto a la galería.
—¿Que ocurre? ¿Qué ha sucedido?
—Es Michelle —gritó Jeff, con el pecho agitado; el aliento le salía en fuertes
jadeos—. Estábamos en la playa y ella volvía a casa, y... y...
Se le quebró la voz y se desplomó en el escalón más alto, tratando de recobrar el
aliento.
—¿Que sucedió? —De pie junto a Jeff, Cal trató de no gritar.— ¿Está bien ella?
Jeff sacudió la cabeza, desesperado.
— Estaba en el sendero, todos la estábamos mirando cuando de pronto resbaló
y... oh, doctor Pendleton, venga pronto.
Cal sintió la primera arremetida de pánico, ese mismo pánico que había sentido al
ver a Sally Carstairs, el pánico que tenía sus raíces en Alan Hanley. Y ahora se
trataba de Michelle.
Había caído, tal como había caído Alan Hanley.
A través de su repentino terror, oyó la voz de Jeff Benson que le imploraba:
—Doctor Pendleton, por favor... ¿Doctor Pendleton?...
Se obligó a moverse, a salir de la galería, a cruzar el césped hacia el borde del
risco. Miró abajo, pero en la playa no pudo ver nada salvo un grupo de niños
congregados abajo.
"Dios querido, haz que ella esté bien"
Empezó a bajar el sendero, al principio con lentitud, después temerariamente,
aunque cada paso parecía durar una eternidad. Detrás de sí oía a Jeff, tratando de
contarle lo sucedido, pero las palabras del muchacho no tenían sentido para él. En lo
único que podía pensar era en Michelle, su cuerpo ágil yaciendo en las rocas, al pie
del risco, quebrado y retorcido. .
Por fin llegó a la playa y se abrió paso entre el grupo de niños que permanecían
impotentes alrededor de Michelle.
Cal se arrodilló junto a su hija, le tocó la cara.
Pero no fue su cara lo que vio. Tal como había ocurrido con Sally Carstairs, vio en
cambio la cara de Alan Hanley, moribundo, mirándolo con fijeza, azuzándolo.
Su mente vaciló. No era culpa suya. Nada de todo eso era culpa suya. Entonces,
¿por qué se sentía tan culpable? Culpable... y furioso. Furioso contra estos niños
que lo hacían sentir incompetente, ineficaz. Y culpable, siempre culpable.
Casi sin darse cuenta de lo que hacía, puso los dedos en la muñeca de Michelle.
Su pulso latía con firmeza.
Entonces, mientras él se inclinaba contra ella, sus ojos parpadearon y se abrieron.
Lo miró con sus inmensos ojos pardos asustados y llenos de lágrimas.
— ¿Papá? ¿Papá? ¿Estoy bien?
— Estás perfectamente, pequeña, perfectamente. Ya te pondrás bien.
Pero al mismo tiempo que pronunciaba esas palabras, sabía que eran falsas.
Sin detenerse a pensar, Cal levantó a Michelle en sus brazos. Ella gimió
suavemente, luego cerró los ojos.
Cal empezó a subir el sendero acunando a su hija contra su pecho.
67
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

u
Se pondrá bien", se decía. "Estará perfectamente".
Pero mientras subía el sendero, los recuerdos volvían a él. Los recuerdos de Alan
Hanley.
Alan Hanley había caído y se lo había puesto a su cuidado. Y él le había fallado a
Alan... el niño había muerto:
No podía fallarle a Michelle. No a su propia hija. Pero ya mientras la llevaba a la
casa, sabía que era demasiado tarde.
Ya le había fallado.

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO 10

La oscuridad era casi como una cosa viva, que se enroscaba alrededor de ella,
sujetándola, estrangulándola.
Tendió las manos, tratando de luchar contra ella, pero era como tratar de luchar
contra el agua: por más que lo intentara, la oscuridad pasaba a través, se derramaba
sobre ella, hacía difícil el respirar. Estaba sola, ahogándose en la oscuridad.
Y entonces, como si un diminuto destello de luz hubiera aparecido en las tinieblas,
supo que no estaba sola.
Algo más estaba allí, extendiéndose hacia ella, tratando de encontrarla en la
oscuridad, tratando de ayudarla.
Sintió que la rozaba, apenas una tenue sensación de cosquilieos en los límites de
su conciencia.
Y una voz.
Una voz suave llamándola como desde gran distancia.
Quiso responder a esa voz, gritar, pero su propia voz le falló.
Sus palabms murieron en su garganta.
Se concentró en sentir aquella presencia, trató de atraerla, trató de buscarla y
acercarla a ella.
Entonces de nuevo la voz, ya más clara aunque todavía lejana.
— Ayúdame... por favor, ayúdame...
Pero era ella quien necesitaba ayuda, ella quien se estaba hundiendo en el negro
abismo. ¿Cómo podía ayudar? ¿Cómo podía hacer nada?
La voz se apagó a lo lejos; la oscuridad empezó a iluminarse.
Michelle abrió los ojos.
Se quedo muy quieta, sin saber con seguridad dónde estaba. Arriba de ella había
un cielorraso.
Lo examinó cuidadosamente, buscando los diseños familiares que ella había
identificado en la pintura resquebrajada.
Sí, allí estaba la jirafa. Bueno, no una jirafa en realidad, pero si se empleaba la
imaginación, podía ser casi una jirafa. A la izquierda, solo un poquito, debía estar el
pájaro con su ala extendida en vuelo, la otra extrañamente doblada, como si
estuviera rota.
Movió muy levemente los ojos. Estaba en su propia cama, en su habitación. Pero
esto no tenía sentido. Era en la caleta. Recordó. Estaba merendando en la caleta
con Sally, Jeff y Susan. Susan Peterson. Había algunos otros, pero fue a Susan a
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

quien recordó cuando lo sucedido esa mañana volvió de pronto a ella. Susan la
había estado fastidiando, diciéndole cosas horribles, diciéndole que sus padres ya
no la querían más.
Había decidido volver a casa. Estaba en el sendero y podía oír la voz de Susan
repercutiendo en su mente.
Y entonces... ¿y entonces? Nada.
Salvo que ahora estaba en casa y en cama.
Y había tenido un sueño.
En el sueño había habido una voz que la llamaba.
— ¿Mamá?
Su propia voz pareció repercutir extrañamente en la habitación; por un instante
deseó no haber llamado. Pero la puerta se abrió y apareció su madre. Todo iba a
estar bien.
— ¿Michelle? —June se acercó apresuradamente a la cama, se inclinó sobre la
niña, la besó con dulzura—. Michelle, ¿estás despierta?
Con ojos dilatados y perplejos, Michelle miró a su madre, viendo el temor que
cubría el rostro de June como una máscara obsesionante.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en cama?
Michelle iba a sentarse, pero una punzada de dolor le atravesó el costado
izquierdo, arrancándole una exclamación ahogada. Al mismo tiempo, June puso las
manos en los hombros de Michelle y la empujó con suavidad diciendo:
— No intentes moverte. Solo quédate muy quieta, acostada, yo iré en busca de
papá.
—Pero ¿que ocurrió? —suplicó Michelle—. ¿Qué me sucedió?
—Tropezaste en el sendero y caíste —le contestó June—. Ahora quédate
acostada y deja que llame a papá. Entonces te contaremos todo al respecto.
June se apartó del lecho acercándose a la puerta.
— ¡Cal! —llamó—. ¡Cal, ya está despierta! —Sin esperar a que él respondiera
entró de nuevo en la habitación para detenerse junto a la cama de Michelle.—
¿Cómo te sientes, cariño?
—No lo sé balbuceó Michelle—. Me siento como... — vaciló, buscando la palabra
correcta—. Entumecida, creo. ¿Cómo llegué aquí?
— Te trajo tu padre — le dijo June — , Jeff Benson vino a buscarlo, luego...
Cal apareció en el vano, y cuando los ojos de Michelle se cruzaron con los de su
padre, supo que algo había cambiado. Era el modo en que la miraba, como si ella
hubiese hecho algo... algo malo. Pero lo único que había hecho ella era tener un
accidente. ¿Era posible que él estuviese enojado con ella por eso?
—¿Papá?
Cuando susurró la palabra, ésta pareció repercutir en la habitación, y vio que su
padre retrocedía levemente. Pero luego se acercó a ella, le tomó la muñeca, contó
su pulso y procuró sonreír.
—¿Te duele mucho? —preguntó con suavidad.
— Si me quedo quieta, no es más que una especie de dolor sordo ——replicó
Michelle.
Quería tenderle los brazos, abrazarlo y sentirse abrazada por él. Pero sabía que
no podía hacerlo.
—Procura no moverte —le aconsejó el—. Solo quédate acostada, perfectamente
inmóvil, y yo te daré algo para el dolor.
— ¿Qué ocurrió? —volvió a preguntar Michelle—. ¿Caí de muy alto?
— Todo va a ser perfecto, preciosa —le contestó Cal, eludiendo su pregunta.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Con mucha suavidad, echó atrás las cobijas y comenzó a examinar a Michelle,
moviendo lentamente los dedos sobre su cuerpo, deteniéndose cada pocos
centímetros, hurgando, apretando. Cuando se acercó a la cadera izquierda de
Michelle, ésta lanzó un repentino grito de dolor. Instantáneamente, Cal retiró las
manos.
— Trae mi maleta, ¿quieres, querida?
Al hablar, mantuvo los ojos fijos en Michelle y procuró no dejar que su voz
delatara los temores que estaban creciendo en su interior. June salió del cuarto.
Mientras aguardaba su regreso, Cal habló tranquilamente con Michelle, procurando
calmar los temores de ella y también los suyos.
—Nos diste un susto. ¿Recuerdas lo que sucedió? ¿Cualquier cosa?
—Yo volvía a casa —empezó Michelle—. Subía por el sendero, corriendo un
poco, creo, y... y debo de haber resbalado.
Con los ojos azules nublados de preocupación, Cal observaba a Michelle
atentamente.
—Pero ¿por qué volvías a casa? ¿Había terminado la merienda al aire libre?
—No... —titubeó Michelle—. Es que... es que no quería quedarme más tiempo.
Algunos chicos me estaban fastidiando.
— ¿Fastidiándote? ¿Fastidiándote acerca de qué?
"Acerca de ustedes'', quiso exclamar ella. "Acerca de que tú y mamá ya no me
quieren más". Pero en lugar de expresar sus pensamientos, Michelle se limitó a
sacudir la cabeza con incertidumbrc.
—No recuerdo —susurró——. No recuerdo nada.
Cerrando los ojos, procuró expulsar de su mente el sonido de la voz burlona de
Susan Peterson. Pero allí permaneció, resonando fuertemente en su cerebro, casi
tan dolorosa como el sordo malestar que impregnaba su cuerpo.
Cuando June volvió a entrar en la habitación, Michelle abrió los ojos y vio que su
madre sacaba del maletín un frasquito, llenaba con él una aguja hipodérmica y luego
le frotaba el brazo con alcohol.
— Esto no te dolerá —le prometió con forzada sonrisa —. Por lo menos
comparado con lo que ya soportaste. — Administró la inyección, luego se irguió
diciendo:— Ahora, quiero que te duermas. La inyección hará que se vaya el dolor,
pero quiero que te quedes acostada y procures dormir.
—Pero si ya estuve durmiendo —protestó Michelle. —Has estado inconsciente —
la corrigió Cal, mientras una sonrisa suavizaba las arrugas de preocupación que
parecían grabadas en su rostro —. Una hora inconsciente no cuenta como un
sueñecito. Tómate entonces un sueñecito.
Con un guiño para ella, se volvió y se dispuso a salir de la pieza.
— ¿Papá? —La voz de Michelle, clara en el súbito silencio de la habitación, lo
detuvo. Con expresión interrogante se volvió hacia ella. Michelle lo miró con ojos
nublados por el dolor.— Papá — repitió con voz que ahora fue poco más que un
susurro—. ¿Me quieres mucho?
Cal guardó silencio un momento; luego regresó junto a su hija. Inclinándose sobre
ella, le besó dulcemente la mejilla.
—Por supuesto que sí, preciosa. ¿Por qué no iba a quererte así?
Michelle lo miró con gratitud. No hay razón — repuso—. Pensaba, nada más.
Al salir Cal de la habitación. June se acercó y con mucho cuidado se sentó en el
borde de la cama. Tomando una mano de Michelle entre las suyas, dijo:
— Los dos te queremos mucho. ¿Algo te hizo pensar que no?

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle sacudió la cabeza, pero sus ojos, ahora húmedos de lágrimas,


permanecieron fijos en la cara de June, como preguntando algo. June se inclinó y
besó a Michelle, demorando los labios en la mejilla de su hija.
—Me pondré bien, mamá —dijo de pronto Michelle—. ¡De veras que sí!
—Por supuesto que te pondrás bien, querida —respondió June antes de
incorporarse y acomodar las cobijas sobre Michelle—. ¿Quieres que te traiga algo?
Michelle sacudió la cabeza; luego cambió de idea.
—Mi muñeca dijo . ¿Podrías traerme a Mandy? Está en el alféizar de la ventana.
June recogió la muñeca, la llevó a la cama y la puso en la almohada, junto a
Michelle. Aunque el rostro se le retorció de dolor por el esfuerzo, Michelle dio vuelta
a Mandy, la arropó bajo las cobijas y luego se recostó, con la carita de porcelana
como la de un niño pequeño contra rl hombro. Cerró los ojos.
June se quedó observando un momento a Michelle; luego, creyendo que su hija
ya se había dormido, salió del cuarto en puntas de pie, cerrando la puerta con
cuidado.

Sentado a la mesa de la cocina, Cal miraba por la ventana, fijando sus ojos en el
horizonte, sin ver.
Todo iba a suceder de nuevo.
Solo que esta vez la víctima de su incompetencia no iba a ser un extraño, alguien
a quien él apenas conocía. Esta vez iba a ser su propia hija.
Y esta vez no habría excusas fáciles, no podría calmar su conciencia diciéndose
que cualquiera podía cometer tal error.
Sin darse cuenta bien de lo que hacía, Cal se levantó y se sirvió un alto vaso de
whisky.
June entró en la cocina cuando él había bebido su primer trago de licor. Por un
momento no estuvo segura de que él advirtiera su presencia. Después él habló.
— Es mi culpa.
June supo instantáneamente que estaba pensando en Alan Hanley y conectando
su muerte con el accidente de Michelle.
—No es tu culpa —repuso ella—. Lo que le pasó a Michelle fue un accidente, y
aunque sé que tú no lo crees, la muerte de Alan Hanley también fue un accidente.
Tú no lo mataste, Cal, y tampoco empujaste a Michelle del risco.
Fue como si él no la hubiese oído.
— No debí haberla traído arriba — dijo con voz apagada, sin vida— . Debí haberla
dejado en la playa hasta que pudiera conseguir una camilla.
June lo miró con fijeza.
— ¿De qué estás hablando? Cal, ¿qué estás diciendo? ¡Ella no está tan
gravemente herida! —Esperó una respuesta. Cuando no la obtuvo, empezó a sentir
que el miedo que había disminuido al reaccionar Michelle, la atravesaba de nuevo,
oprimiéndole el estómago, ahogándola—. ¿Lo está? —Preguntó con voz que se
elevó bruscamente.
— No lo sé —respondió Cal Pendleton. Sus ojos vacíos se encontraron con los
de ella, luego se desviaron hacia la botella. Volvió a llenar el vaso; después lo
contempló con fijeza, como si por primera vez comprendiera que estaba bebiendo.—
No debería estar tan dolorida. Debería estar magullada, y debería sentir un dolor
sordo, pero no debería tener esos dolores agudos cuando se mueve.
— ¿Tiene algo roto?
— No, por lo que puedo ver.
71
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Y entonces, ¿qué está causando el dolor?


La mano de Cal golpeó con fuerza la mesa.
— ¡No lo sé, maldición! ¡Simplemente no lo sé!
June se tambaleó ante ese estallido; después, viendo que él estaba al borde de
algún tipo de colapso, se obligó a guardar calma.
— ¿Qué opinas? —preguntó cuando sintió que podía confiar en sus fuerzas.
Los ojos de Pendleton cobraron una ferocidad que June nunca había visto antes;
su mano empezó a temblar:
—No lo sé. Ni siquiera deseo suponer. Pero es posible que haya toda clase de
lesiones, y será todo culpa mía.
—No puedes saber eso —objetó June— Ni siquiera sabes que pase algo grave.
Fue como si no la hubiera oido.
—No debí haberla movido. Debí haber esperado.
Estaba por servirse más whisky cuando se oyó un golpe en la puerta de atrás y
Sally Carstairs asomó la cabeza para preguntar:
— ¿Puedo entrar?
— ¡Sally! —exclamó June. Creía que los niños se habían ido mucho antes. Miró a
Cal quien parecía haberse tranquilizado un poco... al menos lo suficiente como para
que ella pudiera fijar su atención en Sally—. ¿Están todos allí afuera? Entren.
— Estoy yo sola —respondió Sally, medio disculpándose mientras se introducía
en la cocina—. Todos los demás se fueron a casa. —Se detuvo indecisa, luego
preguntó: — ¿Michelle está bien?
— Lo estará —respondió June con una seguridad que no sentía. Ofreció a Sally
un vaso de limonada y la invitó a sentarse. Mientras se la servía, empezó:— Sally,
¿qué pasó allí en la playa? ¿Por que Michelle volvía a casa tan temprano?
Sally toqueteó la mesa; luego decidió que no había motivo para no contar lo
sucedido.
—Algunos chicos la estuvieron fastidiando. Principalmente Susan Peterson.
— ¿Fastidiándola? —June mantuvo la voz serena, curiosa, pero no condenatoria
—. ¿Respecto de qué?
— Respecto de que ella es adoptada. Susan dijo que... que...
Se quedó callada, llena de turbación.
— ¿Qué dijo? ¿Que no la querríamos más ahora que tenemos a Jennifer?
Los ojos de Sally se dilataron de sorpresa.
— ¿Cómo lo supo?
June se sentó a la mesa, sosteniendo la mirada de Sally.
— Es lo primero que se les ocurre pensar a todos —dijo con voz queda——.
Pero no es cierto. Ahora tenemos dos hijas y las queremos a las dos.
Sally fijó la mirada en su vaso, aparentemente muy interesada en su contenido.
— Ya lo sé —susurró— . Yo nunca le dije nada de nada, señora Pendleton, de
veras que no.
June sintió que perdía la calma. Deseaba apoyar la cabeza en la mesa y llorar.
Pero no podía permitírselo. Ahora no. Todavía no. Tratando de mantener su
autocontrol se incorporó, obligándose a sonreír a Sally.
— Tal vez deberías volver mañana —sugirió —. Estoy segura de que mañana
Michelle querrá verte.
Sally Carstairs terminó su limonada y se marchó. June se desplomó en su sillón y
miró con fijeza la botella, deseando atreverse a beber un trago, deseando que
hubiera alguna manera de hacer ver a Cal que lo sucedido a Michelle no era culpa
suya. Lo observó llenar otra vez su vaso, empezó a decirle algo. Pero cuando estaba
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

por hablar, tuvo de pronto la sensación de que la estaban observando. Se volvió con
rapidez.
Josiah Carson estaba de pie en la puerta de la cocina. ¿Cuánto tiempo hacía que
estaba allí? June no lo sabía. La saludó con un movimiento de cabeza: luego entró
en el cuarto y puso la mano sobre el hombro de Cal.
— ¿Quiere contarme que sucedió? —preguntó.
Cal se removió levemente, como si el contacto de Carson lo hubiera devuelto a
alguna clase de realidad.
— Yo le hice daño —dijo con voz casi infantil—. Traté de ayudarla, pero le hice
daño.
June se incorporó y deliberadamente empujó la mesa contra Cal. El súbito
movimiento lo distrajo de lo que estaba diciendo. June se apresuró a hablar.
— Está dolorida, doctor Carson —dijo manteniendo neutra la voz—. Dice Cal que
sufre más de lo que debería.
—Cayó de un risco —dijo sin rodeos Josiah—. Por supuesto que está dolorida—.
Sus ojos pasaron de June a Cal —. ¿Acaso trata de ahogar en alcohol el dolor de su
hija, Cal?
Sin hacer caso de la pregunta, Pendleton dijo:
— Es posible que yo mismo la haya lastimado, Josiah.
—Tal vez, o tal vez no. ¿Qué le parece si subo y le echo mu ojeada? ¿Y qué cree
usted precisamente que le hizo?
— La traje a casa, no esperé una camilla.
Carson asintió bruscamente con la cabeza y se apartó, pero cuando el rostro de él
desaparecía de su línea visual, creyó ver algo.
Creyó verlo sonreír.

Michelle permanecía despierta en cama, escuchando las voces abajo. Poco antes
había oído a Sally y en ese momento podía oír al doctor Carson.
Se alegraba de que Sally no hubiera subido, y esperaba que el doctor Carson
tampoco lo hiciera. No quería ver a nadie, al menos por el momento.
Quizás nunca.
Entonces la puerta de su habitación se abrió y entró el doctor Carson. Cerró la
puerta y acercándose a la cama, se inclinó sobre la niña.
— ¿Quieres decirme qué pasó? —preguntó.
Michelle la miró y se encogió de hombros.
—No recuerdo.
— ¿No recuerdas nada?
—Poca cosa. Solamente... —Vaciló, pero el doctor Carson le estaba sonriendo,
sin obligarse a hacerlo, como antes su padre, sino realmente sonriendo.— No sé
que pasó. Subía el sendero corriendo y de pronto todo se nubló. No podía ver y... y
tropecé, creo.
—Así que fue la niebla, ¿verdad?
Había habido niebla el día en que Alan Hanley cayó. Carson lo recordaba con
claridad. Había llegado súbitamente, tal como a veces ocurría con cambios
repentinos de temperatura. Michelle movió la cabeza asintiendo.
—Tu padre cree que te lastimó. ¿Lo crees tú?
Michelle sacudió la cabeza.
— ¿Por qué motivo?

73
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No lo se —respondió Carson con suavidad. Sus ojos se fijaron en la muñeca


que estaba sobre la almohada junto a Michelle—. ¿Tiene nombre?
—Amanda... Mandy.
Tras una pausa, Josiah Carson sonrió, más para sí mismo que para Michelle.
—Bien, te propongo algo. Quédate acostada y deja que Amanda te cuide. ¿De
acuerdo?
Después de palmear la mano de Michelle se incorporó. Un instante más tarde se
había ido y Michelle quedó de nuevo sola. Atrajo más hacia ella a su muñeca.
—Ahora tendrás que ser mi amiga, Mandy susurró en el cuarto vacío—. Ojalá
fueras una niñita de verdad. Yo podría cuidarte, y podríamos ser amigas, y
mostrarnos cosas, y hacer cosas juntas. Y tú nunca me dirías maldades, como lo
hizo Susan. Solo me querrías y yo solo te querría y nos cuidaríamos. —Luchando
contra el dolor, movió a la muñeca hasta que la tuvo sobre el pecho, con el rostro a
pocos centímetros del suyo.— Me alegro de que tengas ojos pardos —dijo con
suavidad—. Ojos pardos como los míos, no azules, como los de Jenny, los de mamá
y los de papá. Seguro que mi madre... mi verdadera madre, tenía ojos pardos, y
seguro que la tuya también. ¿Te quería tu mamá, Mandy?
De nuevo guardó silencio, procurando escuchar, procurando oír las voces que
pudieran estar hablando en la casa. Luego se puso a desear que Jenny estuviera en
la habitación con ella. Jenny no podía hablar, pero por lo menos estaba viva,
respiraba, era real.
Ese era el problema con Mandy. No era real. Por más que lo intentara, Michelle
no podía convertirla en otra cosa que en una muñeca. Y entonces, postrada y sola,
con todo el cuerpo vibrando de dolor, Michelle quiso tener a alguien... alguien que
fuera solo suyo, que le perteneciera, que fuera una parte de ella.
Alguien que nunca la traicionara.
Lentamente, la droga empezó a surtir efecto. Michelle no tardó en volver de nuevo
a la oscuridad.
La oscuridad y la voz.
La voz que estaba allí afuera, llamándola.
Ahora, mientras dormía, la oscuridad ya no la asustaba. Ahora solo quería
encontrar la voz. O lograr que la voz la encontrara a ella.

CAPITULO 11

Para los Pendleton, había una atmósfera de esperar algo... algo imprevisto e
imposible de conocer, algo que los devolvería a todos al mundo real, y que les diría
que la vida iba a ser otra vez lo que antes había sido. Así había sido ya durante diez
días, desde que Michelle fuera traída de vuelta desde el hospital de Boston, viajando
al pueblo en una ambulancia, efectuando el tipo de entrada que le habría encantado
apenas un mes atrás.
Pero algo había cambiado dentro de ella. Era algo más que el accidente... tenía
que serlo.
Al principio se había negado a salir de la cama. Cuando June, con el apoyo de los
médicos, había insistido en que era tiempo de que Michelle empezara a cuidarse
sola, habían descubierto que ya no podía caminar sola.
Se la había sometido a todos los exámenes posibles, y por cuanto pudieron
determinar los médicos, no le ocurría nada, salvo algunos magullones que habían
empezado a curarse mucho tiempo atrás.
Le dolía la cadera izquierda y su pierna izquierda estaba casi inútil.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Le habían hecho más pruebas: una y otra vez le tomaron radiografías del cerebro
y la columna vertebral, inyectaron tintura en su corriente sanguínea, le examinaron el
espinazo, verificaron los reflejos... la examinaron hasta que deseó poder morirse
simplemente. Sin poder todavía determinar la causa de su cojera, los médicos
habían llamado a un terapeuta físico, que había trabajado con Michelle hasta que,
diez días atrás, había podido finalmente caminar aunque penosamente y
apoyándose pesadamente en un bastón.
Entonces la habían traído a su casa. June se repetía que el tiempo lo modificaría
todo.
Con el tiempo, Michelle se recuperaría, empezaría a recuperarse de los
sobresaltos del hospital, empezaría a echar a un lado su cojera, con el mismo humor
con que siempre había echado de lado cualquier problema que había enfrentado.
Michelle fue llevada arriba, a su cuarto, y puesta en su cama.
Pidió su muñeca.
Y allí permaneció tendida durante diez días, con la muñeca acomodada en el
doblez de su brazo, contemplando ociosamente el cielorraso. Respondía cuando se
le hablaba, llamaba pidiendo ayuda cuando necesitaba ir al baño, y se sentaba en
una silla, sin quejarse durante los pocos minutos que June tardaba cada día en
cambiar su cama.
Pero por lo general, permanecía simplemente en la cama, callada, con la mirada
fija en el vacío.
June estaba segura de que en eso había algo más que el accidente, el dolor o la
disminución física. No; era algo más, y June estaba segura de que tenía que ver con
Cal.
Ese día, el sábado de mañana, June miró por sobre la mesa del desayuno a Cal,
que clavaba la vista en su taza de café, con rostro inexpresivo. Sabia en qué estaba
pensando él, aunque no se lo había dicho. Estaba pensando en Michelle y en el
restablecimiento que, según él, estaba teniendo.
Había empezado el día siguiente a la llegada de Michelle a casa, cuando Cal
había anunciado que, en su opinión, la niña estaba mejorando, y cada día, mientras
June estaba horriblemente consciente de que para Michelle nada había cambiado,
Cal había hablado de lo bien que seguía.
June sabía la causa de eso... Cal estaba convencido de que lo que le pasaba a
Michelle era culpa suya. Para que él pudiera vivir consigo mismo, Michelle debía
mejorar.
Y por eso él insistía en que estaba mejorando.
Pero no era cierto.
Mientras lo observaba, June empezó a enfurecerse.
—¿Cuándo vas a poner fin a esta charada? —se oyó preguntar.
Al ver que Cal levantaba la cabeza y entrecerraba los ojos, ella comprendió que
había elegido mal las palabras.
—¿Quisieras decirme de qué estás hablando?
— Estoy hablando de Michelle —replicó June—. Estoy hablando del hecho de que
todos los días dices que está mejor, cuando es obvio que no lo está.
—Sigue muy bien —insistió Cal en voz baja. June estaba segura de haber oído un
tono de desesperación en sus palabras.
—Si tan bien sigue, ¿por qué está todavía en cama?
Cal se movió en el asiento: sus ojos eludieron a los de June.
—Necesita recobrar sus fuerzas, necesita descansar.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—¡Necesita abandonar la cama y enfrentar la vida! ¡Y tú necesitas dejar de


engañarte solo! No importa lo que haya sucedido ni de quién sea la culpa. El hecho
es que ella está lisiada y lo seguirá estando, ¡y ustedes dos tienen que hacer frente
a ese hecho y seguir adelante!
Cal se levantó de su silla, con los ojos desencajados: por un instante, June temió
que pudiera golpearla. En cambio, se dirigió al pasillo.
— ¿Adonde vas?
—Voy a hablar con Josiah Carson —respondió él, volviéndose—. ¿Te opones?
Ella se oponía, se oponía mucho. Habría querido que él se quedara en casa, y
aunque no hiciera otra cosa, por lo menos terminara la reconstrucción de la
despensa. Pero Cal estaba pasando cada vez más tiempo con Josiah, aferrándose a
él, y June sabía que no había modo de detenerlo.
—Si necesitas hablar con él, habla con él —dijo—. ¿A qué hora regresarás?
—No lo sé —replicó Cal.
Un momento más tarde June oyó cerrarse con fuerza la puerta de calle al salir él
de la casa. Se quedó sola junto a la mesa, preguntándose qué hacer. Y entonces se
le ocurrió una idea. Ese día buscaría comunicarse con Michelle, hacerle ver que su
vida no estaba terminada.
Cuando se disponía a subir la escalera, se oyó un suave golpe en la puerta de la
cocina. Al abrirla encontró a Sally Carstairs y Jeff Benson.
—Vinimos a ver a Michelle —anunció Sally. Parecía levemente indecisa, como si
no estuviera segura de que habrían debido venir.— ¿Hay inconveniente?
June sonrió y la tensión la abandonó en parte. Cada día había tenido la
esperanza de que los amigos de Michelle vinieran. Por un tiempo había jugado con
la idea de llamar a la señora Carstairs, o a Constance Benson, pero cada vez la
había rechazado. Los visitantes obligados a venir serían peor que no tener
visitantes.
—Claro que no hay inconveniente —repuso—. Debieron haber venido hace
mucho.
Instaló a los niños junto a la mesa de la cocina, dio a cada uno un bollo de canela
y luego subió.
— ¿Michelle? —preguntó con voz suave; Michelle estaba despierta, con los ojos
fijos como de costumbre en el ciclorraso.
—¿Que?
—Tienes visitantes... Sally y Jeff han venido a verte. ¿Quieres que los traiga?
—Me... me parece que no —respondió Michelle con voz apagada.
— ¿Por que no? ¿Acaso no te sientes bien? —June procuró ocultar su irritación,
pero no lo consiguió. Michelle escudriñó a su madre.
—¿Por que han venido? —preguntó. Parecía asustada.
—Porque quieren verte. Son tus amigos. —Como Michelle no contestaba, June
insistió:— ¿No lo son?
—Supongo —replicó Michelle.
— Entonces los traeré.
Sin dar tiempo a Michelle para protestar, June fue a lo alto de la escalera y desde
allí llamó a los niños que estaban abajo. Un momento más tarde los introducía en la
habitación de Michelle. Michelle estaba forcejeando para sentarse en la cama.
Cuando Sally hizo un movimiento dispuesta a ayudarla, Michelle la miró con furia.
—Yo puedo hacerlo —dijo. Recurriendo a todas sus fuerzas, se levantó con una
sacudida, luego se dejó caer sobre la almohada, dando un respingo por el esfuerzo.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Estás bien? —preguntó Sally con los ojos dilatados al advertir la gravedad de
las lesiones de Michelle.
— Lo estaré —repuso Michelle. Hubo una pausa.— Pero duele —agregó,
mirando a Sally y a Jeff con una acusación silenciosa en los ojos.
June titubeó en la entrada, observando la conversación entre los tres niños. Tal
vez era un error... tal vez no habría debido llevar arriba a Sally y Jeff. Pero Michelle
debía hacerles frente, debía hablar con ellos. Eran sus amigos. Sin decir palabra
salió del cuarto, cerrando la puerta.
Cuando June salió, hubo un incómodo silencio mientras cada uno de los niños
esperaba que algún otro hablara primero. Jeff movía los pies, inquieto, y eludía la
mirada de Michelle.
—Bueno, por lo menos no estoy muerta —dijo por fin Michelle.
— ¿Puedes caminar? —preguntó Sally. Michelle asintió con la cabeza.
—Pero no muy bien. Me duele y cojeo una barbaridad.
—Mejorarás, ¿verdad? —preguntó Sally mientras se sentaba cuidadosamente en
el borde de la cama procurando no sacudir a Michelle.
Michelle no contestó.
Los ojos de Sally se llenaron de lágrimas. Aquello simplemente no parecía justo.
Michelle no había hecho nada. Si alguien había debido lastimarse, debía haber sido
Susan Peterson.
— Lo lamento —dijo en voz alta—. Nadie quiso que te sucediera nada. Susan
estaba bromeando, nada más...
—Resbalé —dijo de pronto Michelle—. No fue culpa de nadie. Solo resbalé. Y me
pondré bien... ¡ya verán! iEstaré perfectamente!
Apartó la cabeza, pero no antes de que Sally viera las amargas lágrimas que
empezaban a formarse.
— ¿Nos odias a todos? —preguntó Sally—. Yo odio a Susan...
Michelle miró a Sally con curiosidad.
— Entonces, ¿por qué no la hiciste callar? ¿Por qué no me ayudaste?
Las lágrimas brotaron y corrieron por sus mejillas; en silencio Sally empezó a
llorar también. Jeff procuró no hacer caso de las niñas, deseando no haber venido.
Aborrecía que las niñas lloraran... eso siempre lo hacía sentir como si hubiera hecho
algo malo. Decidió cambiar de tema.
— ¿Cuándo volverás a la escuela? ¿Quieres que te traigamos tus deberes?
Michelle aspiró profundamente por la nariz.
—No tengo ganas de estudiar.
—Pero te atrasarás mucho —protestó Sally.
—Tal vez no regrese a la escuela.
—Tienes que regresar —dijo Jeff—. Todos deben ir a la escuela.
—Tal vez mis padres me envíen a otra escuela.
—Pero ¿por qué? —preguntó Sally, cuyas lágrimas habían desaparecido.
—Porque soy inválida.
—Pero puedes caminar. Lo dijiste.
—Cojeo. Todos se reirán de mí.
—No lo harán —le aseguró Sally—. Nosotros no los dejaremos, ¿verdad, Jeff?
Jeff asintió con la cabeza aunque su expresión era indecisa.
—Susan Peterson lo hará —dijo Michelle con voz inexpresiva, como si no le
importara.
Sally hizo una mueca.
—Susan Peterson se ríe de todo. Tú no le hagas caso.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Como hicieron todos en la merienda al aire libre? —preguntó Michelle,


ahora con voz amarga, mientras su rostro expresaba cólera—. ¿Por qué no me
dejan tranquila? ¿Por qué todos ustedes no me dejan simplemente tranquila?
Confundida por el estallido de Michelle, Sally se incorporó con rapidez.
—Lo... lo siento —tartamudeó mientras su cara enrojecía—. Solo tratábamos de
ayudar.
—Nadie puede ayudar —respondió Michelle con voz temblorosa—. Tengo que
hacerlo yo sola. ¡Sola!
Y apartando el rostro, cerró los ojos. Jeff y Sally la contemplaron un momento;
luego se dirigieron hacia la puerta.
—Volveré a venir —ofreció Sally, pero cuando no hubo respuesta de Michelle,
siguió a Jeff al pasillo.

June los estaba esperando abajo. En seguida supo que,algo había andado mal.
— ¿Les habló ella?
—Más o menos —contestó Sally con voz insegura.
Viendo que la niña estaba a punto de llorar, la rodeó con un brazo y la apretó
suavemente.
—Procura no dejar que ella te preocupe —le aconsejó—. Esto ha sido terrible
para ella y ha estado continuamente dolorida. Pero se pondrá bien. Solo llevará
tiempo.
Sally asintió con la cabeza sin hablar. Entonces sus lágrimas desbordaron y
hundió el rostro en el hombro de June.
—Oh, señora Pendleton, tengo la sensación de que es culpa nuestra. Todo culpa
nuestra.
—No es culpa tuya ni de nadie. Y estoy segura de que Michelle no lo cree así.
— ¿Realmente van a enviarla a otra escuela, lejos? —preguntó de pronto Jeff.
June lo miró sin entender.
— ¿Lejos? ¿A qué te refieres?
—Michelle dice que tal vez vaya a otra escuela. Creo que una escuela para...
inválidos —terminó, tropezando con la palabra como si le disgustara utilizarla—. ¿Es
cierto? — Sally escudriñó la cara de June, pero ésta permaneció cuidadosamente
inexpresiva.
—Bueno, hemos hablado sobre eso —mintió, preguntándose de dónde había
sacado Michelle semejante idea. Ni siquiera había sido mencionado.
—Espero que pueda quedarse aquí —dijo Sally con voz ansiosa—. Nadie se reirá
de ella... ¡De veras! No lo harán...
—Vamos, ¿de dónde sacaron semejante idea? —exclamó June. Empezaba a
preguntarse qué había acontecido exactamente arriba, pero sabía bien que no debía
tratar de sonsacar a Jeff y Sally.— Bueno, ¿por qué no se van los dos y vuelven
dentro de dos o tres días? Estoy segura de que Michelle se sentirá mucho mejor.
June observó a los dos niños que se alejaban bordeando el risco. Pudo verlos
conversar animadamente. Cuando Jeff se volvió para mirar la casa, June lo saludó
con un ademán, pero él sin hacerle caso, se apartó de manera casi culpable.
El ánimo de June, levantado por la aparición de Sally y Jeff, volvió a decaer.
Subió la escalera para tener una charla con Michelle. Pero cuando estaba por entrar
en la pieza de su hija, Jennifer comenzó de pronto a llorar. Por un momento, June se
detuvo en la puerta de Michelle, indecisa. Al aumentar los alaridos de Jennifer,

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

decidió ocuparse primero de la pequeña. Después enfrentaría a Michelle y tendría


una charla con ella, una verdadera charla.

Michelle yacía en cama, con los ojos abiertos, clavados sin ver en el ciclorraso,
escuchando.
Era más cercana, ahora, más cercana que nunca. Aún tenía que escuchar
cuidadosamente para entender las palabras pero estaba perfeccionándose en eso.
Era una voz agradable, casi musical. Michelle estaba casi segura de saber de
dónde venía.
Era la niña.
La niña del vestido negro. La que ella había visto primero en su sueño, luego
aquel día en el cementerio. El día en que había nacido Jennifer.
Al principio la niña se había limitado a llamarla, clamando por ayuda. Pero ahora
estaba diciendo otras cosas. Tendida en su cama Michelle escuchaba.
—Ellos no son tus amigos —canturreaba la voz—. Ninguna de ellos lo es.
—No le creas a Sally. Es amiga de Susan, y Susan te odia.
—Todos ellos te odian.
—Ellos te empujaron.
—Ellos te empujaron del sendero.
—Quieren matarte.
—Pero eso no sucederá. Yo no permitiré que suceda.
—Soy tu amiga y cuidaré de ti. Te ayudaré.
—Nos ayudaremos mutuamente...
La voz se apagó y Michelle advirtió un suave golpeteo en su puerta. Esta se abrió
y entró su madre, sonriéndole, con Jennifer en los brazos.
—¡Hola! ¿Cómo va todo?
—Bien, creo.
— ¿Fue linda la visita de Sally y Jeff?
—Creo que sí.
—Pensé que tal vez te gustaría saludar a tu hermanita.
Michelle contempló a la pequeña con rostro inexpresivo.
— ¿Qué vinieron a decirte Sally y Jeff? —insistió June, que empezaba a sentirse
desesperada. Michelle apenas si respondía a sus preguntas.
—Poca cosa. Solo querían saludar.
—Pero debes haber hablado con ellos.
— En realidad, no.
Un pesado silencio cayó sobre la habitación. June se puso a juguetear con la
manta de Jennifer mientras procuraba decidir qué táctica emplear con Michelle.
Finalmente, de mala gana, se decidió.
—Bueno, creo que es tiempo de que salgas de la cama —dijo sin rodeos.
Por fin hubo una reacción de Michelle. Sus ojos pestañearon, y por un momento
June pensó que se inundaban de temor. Se encogió todavía más bajo las cobijas.
—Pero no puedo... —empezó a decir.
Tranquilamente June la interrumpió.
—Por supuesto que puedes —dijo con soltura—. Sales de la cama todos los días.
Y te conviene... Cuanto antes puedas abandonar la cama y empezar a ejercitarte,
más pronto podrás volver a la escuela.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Es que no quiero volver a la escuela —dijo Michelle. Ahora, de pronto, estaba
sentada erguida, mirando a su madre con intensidad—. No quiero volver jamás a
esa escuela. Todos me odian allí.
—No seas tonta —dijo June —. ¿Quién te dijo eso?
Michelle miró desesperadamente en torno como si buscara algo. Sus ojos fueron
a posarse en su muñeca, sentada en su lugar habitual, junto a la ventana.
—Mandy —dijo—. ¡Amanda me lo dijo!
June quedó boquiabierta de sorpresa. Miró fijamente primero a Michelle, después
a la muñeca. ¡Seguramente ella no creía que fuese real! No, imposible. Entonces
June comprendió lo sucedido. Una amiga imaginaria. Michelle había inventado una
amiga imaginaria para que le hiciera compañía. Y sin embargo, allí estaba la
muñeca: sus ojos de vidrio, grandes y oscuros como los de Michelle, parecían ver a
través de ella. June cerró la boca y se puso de pie.
— Entiendo —dijo con voz hueca—. Bien.
"Dios querido, ¿qué le está pasando?", pensó. "¿Qué nos está pasando a todos?"
Tratando de ocultar su confusión y obligándose a sonreír a Michelle como si iodo
estuviera bien, se puso de pie.
—Más tarde hablaremos de eso.
Inclinándose, besó ligeramente a Michelle en la mejilla. La única reacción de
Michelle fue recostarse, de modo que otra vez quedó tendida en la cama.
Mientras June la observaba, toda expresión pareció borrarse del rostro de
Michelle. Si sus ojos no hubieran permanecido abiertos, June habría jurado que se
había dormido.
Apretando más a Jennifer contra sí, June abandonó la habitación retrocediendo
con lentitud.

Cal llegó a casa al mediar la tarde, y se pasó el resto del día leyendo y jugando
con Jennifer. Habló sólo brevemente con June y no subió para nada al cuarto de
Michelle.
Cuando June terminó de poner la mesa para cenar y se disponía a llamar a Cal a
la cocina, se le ocurrió una idea. Sin detenerse a reflexionar sobre ella, se dirigió a la
sala de recibo, donde estaba sentado Cal con Jennifer en las rodillas.
—Haré que Michelle baje para cenar —anunció.
Notó que Cal se sobresaltaba, pero se repuso con rapidez.
— ¿Esta noche? ¿A qué viene esto?
Su voz fue cautelosa y June se preparó para otra discusión.
— Ella está pasando demasiado tiempo sola. Tú nunca subes a verla...
— Eso no es cierto —empezó a protestar Cal, pero June no lo dejó terminar.
—No se trata de si es cierto o no. Se trata de que ella está pasando demasiado
tiempo sola, compadeciéndose, y no voy a permitir que eso continúe. Voy a subir y a
decirle que se ponga su bata y que baje. Y no aceptaré una respuesta negativa.
Tan pronto como June salió de la habitación, Cal puso a Jennifer en la cuna extra
que habían instalado en la sala de recibo y se preparó un trago. Cuando regresó
June, él ya lo había bebido y había empezado otro, que se llevó consigo cuando
June lo llamó a la mesa.
Permanecieron sentados en silencio, aguardando a Michelle. Mientras el reloj del
pasillo seguía con monótono su tic—tac, Cal empezó a retorcer su servilleta.
— ¿Cuánto tiempo vas a esperar? —preguntó.
—Hasta que baje Michelle.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Y si no baja?
— Lo hará —dijo June con firmeza—. Sé que vendrá.
Pero interiormente no sentía la seguridad que sugerían sus propias palabras.
Los minutos transcurrieron con lentitud. June tuvo que esforzarse para
permanecer sentada, para no subir, para no rendirse. Y entonces comprendió.
Tal vez Michelle no podía bajar. Levantándose de la mesa, corrió al pasillo.
En lo alto de la escalera Michelle, con su bata apretada alrededor de la cintura,
oprimía la balaustrada con una sola mano, mientras con la otra probaba con su
bastón el escalón más alto.
— ¿Puedo ayudarte? —ofreció June.
Michelle la miró; luego sacudió la cabeza al responder:
—Yo lo haré. Lo haré yo sola.
De pronto June sintió liberarse la tensión que se había venido acumulando en
ella. Pero luego cuando Michelle volvió a hablar, el nudo de miedo que la había
tenido sujeta toda la tarde se ajustó de nuevo, más apretado que nunca.
—Mandy me ayudará —dijo Michelle con voz queda—. Ella me lo dijo.
Con sumo cuidado, Michelle empezó a bajar la escalera.

CAPITULO 12

El sol matinal, chisporroteante de luminosidad otoñal, penetraba a raudales por


las ventanas del estudio, introduciéndose con sus rayos en cada rincón, dotando con
su brillo de un nuevo estado de ánimo a la tela que había sobre el caballete. June la
había empezado varios días atrás. Reproducía el panorama visto desde el estudio.
Pero era triste, sombrío, volcado en densos matices azules y grises que reflejaron
con fidelidad su propio estado de ánimo durante las últimas semanas. Pero esa
mañana, inundada de sol, sus colores parecían haber cambiado, reavivándose,
captando el regocijo de un viento que repentinamente soplaba con fuerza, agitando
la caleta en un día oscuro. Introduciendo su pincel en pintura blanca, June empezó a
agregar burbujas al hirviente mar que veía en su tela.
En un rincón del estudio, Jennifer permanecía acostada en su cunita,
murmurando y borboteando en su sueño, aferrando su cobija con sus manos
diminutas, June se apartó de su labor el tiempo suficiente para sonreír a Jenny.
Cuando estaba por volver a la tela, un movimiento afuera atrajo su mirada.
Dejando a un lado su paleta y su pincel, se acercó a la ventana y miró afuera.
Pesadamente apoyada en un bastón, Michelle se encaminaba hacia el estudio.
Mirándola, June trató de controlar su emoción, luchando contra un impulso casi
avasallador de acudir a Michelle, de ayudarla.
El dolor que sentía Michelle estaba profundamente escrito en su rostro: sus
rasgos, parejos y delicados, se fruncían en una máscara de concentración mientras
se obligaba a seguir avanzando constantemente, moviendo su pierna derecha sana
con facilidad, casi con prisa, mientras su pierna izquierda se arrastraba atrás, de
mala gana, como atascada en el fango, impulsada a pura fuerza de voluntad.
June sintió brotarle lágrimas en los ojos. El contraste entre esta niña frágil que
cojeaba valerosamente hacia ella, y la Michelle robusta, ágil, de apenas unas
semanas atrás, la desgarraba.
"No lloraré", se dijo. "Si Michelle puede soportarlo, yo también". De manera
extraña, June extraía fuerzas del cuerpo contorsionado por el dolor que se acercaba
sin detenerse. Después, sintiéndose de pronto avergonzada por observar a Michelle
81
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

volvió a su caballete. Cuando, pocos minutos más tarde, Michelle apareció en la


puerta, June pudo fingir sorpresa,
—¡Vaya, miren quién vino! —exclamó, forzando su voz hasta un nivel de alegría
que no sentía. En un movimiento, dio un paso hacia Michelle, pero ésta sacudió la
cabeza.
—Lo conseguí —dijo triunfante, depositándose en la banqueta de June, de modo
que su pierna izquierda colgaba casi rígida hasta el suelo. Suspiró con fuerza; luego
sonrió a su madre, con el rostro brevemente iluminado por un rastro de su antiguo
humor—. Si me diera prisa, apuesto a que hubiera podido hacerlo el doble de rápido.
— ¿Duele terriblemente? —preguntó June, dejando caer su máscara de alegría.
Michelle pareció meditar cuidadosamente su respuesta; June se preguntó si iba a
oír la verdad o alguna evasión eme Michelle pensara que tal vez a ella le gustara
escuchar.
—No tanto como ayer —dijo Michelle.
—No estoy segura de que debías haber tratado de venirte hasta aquí...
—Necesitaba hablar contigo —explicó Michelle.
Su rostro se puso serio; movió su peso en el taburete. Aun este ligero movimiento
le causó agudas puntadas de dolor. Dio un leve respingo, esperando a que pasara el
espasmo antes de hablar de nuevo.
— ¿De que se trata? —preguntó finalmente June.
—No... no estoy segura. Es...
Titubeó un momento; después sus ojos se humedecieron y una lágrima empezó a
correrle lentamente por la mejilla. Con rapidez, June rodeó con sus brazos a
Michelle y la estrechó diciendo;
— ¿Que pasa, querida? Dímelo, por favor.
Michelle hundió la cara contra su madre, mientras los sollozos sacudían de pronto
su cuerpo. Con cada sollozo, June podía sentir que el cuerpo de Michelle se ponía
tieso por el dolor que sentía en la cadera. Durante varios minutos June la sostuvo,
hasta que lentamente la tortura de Michelle pasó.
— ¿Tan fuerte es? ¿Tanto te duele? —inquirió June, ansiando que hubiera algún
modo de tomar sobre sí el dolor.
Pero Michelle sacudía la cabeza negativamente.
— Es papá —dijo por fin.
— ¿Papá? ¿Que hay con él?
—Ha... ha cambiado —dijo Michelle suavemente, tan suavemente que June tuvo
que esforzarse para oírla.
— ¿Que ha cambiado? —repitió June—. ¿De qué manera?
Pero al mismo tiempo que hacía esa pregunta supo la respuesta.
—Desde que me caí —empezó Michelle, pero entonces se desató en ella otra
tempestad de llanto—. Ya no me quiere más —gimió—. Desde que me caí, él no me
quiere.
June la acunó con dulzura, procurando consolarla.
—No, querida, eso no es cierto, tú sabes que no es cierto. El te quiere mucho,
muchísimo.
—Pues no lo parece —sollozo Michelle—. El... él ya nunca juega conmigo, ni me
habla, y cuando trato de hablarle... se va a otra parte.
—Vamos, eso no es cierto —dijo June, aunque sabía que lo era.
Había temido ese momento, segura de que tarde o temprano Michelle se daría
cuenta de que algo le había sucedido a Cal y que tenía que ver con ella. Sintió que
Michelle temblaba en sus brazos, aunque el estudio era cálido.
82
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— Es cierto —decía Michelle con su voz apagada en los pliegues de la blusa de


June—. Esta mañana le pregunté si podía ir al consultorio con él. ¡Yo solo quería
sentarme en la sala de recibo y leer las revistas! Pero no me lo permitió.
— Estoy segura de que no fue porque no quisiera tenerte con él —mintió June—.
Probablemente tuviera un día muy atareado y no creyó tener mucho tiempo para ti.
—Nunca tiene tiempo para mí. ¡Ya no!
Sacando un pañuelo de su bolsillo, June secó los ojos de Michelle.
—Te propongo algo —dijo—. Esta noche hablaré con él y le explicaré que para ti
es importante salir de la casa, entonces quizás él te lleve mañana. ¿De acuerdo?
Michelle aspiró un poco por la nariz, se la sonó en el pañuelo y se encogió de
hombros.
—Tal vez —respondió enderezándose y tratando de sonreír—. El me quiere
todavía, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —volvió a asegurarle June—. Estoy segura de que no
ocurre nada malo. Ahora hablemos de otra cosa —agregó, buscando rápidamente
en su cerebro—. Como la escuela, por ejemplo. ¿No te parece que ya es tiempo de
que pienses en volver?
Michelle sacudió la cabeza, indecisa.
—No quiero volver a la escuela. Todos se reirán de mí. Siempre se ríen de los
inválidos.
—Tal vez lo hagan al principio —admitió June—. Pero tú simplemente presentas
la otra mejilla y no haces caso. Además, no eres inválida. Tan solo cojeas un poco.
Y pronto ni siquiera cojearás más.
—Sí —respondió con calma Michelle—. Cojearé durante el resto de mi vida.
—No —protestó June—. Te pondrás bien, estarás perfectamente.
—No, no es verdad —replicó Michelle sacudiendo la cabeza mientras
penosamente se ponía de pie—. Me acostumbraré, pero no estaré perfectamente.
¿Puedo salir a caminar?
—¿A caminar? —repitió June, dudando—. ¿Dónde?
—Bordeando el risco. No iré muy lejos —repuso la niña, escudriñando el rostro de
su madre—. Si voy a volver a la escuela, mejor será que practique, ¿verdad?
¿Volver a la escuela? Un minuto antes había dicho que no quería volver a la
escuela. Llena de confusión, June aprobó con un movimiento de cabeza.
—Por supuesto. Pero ten cuidado, preciosa. Y por favor, no intentes bajar a la
playa, ¿de acuerdo?
—No lo haré —prometió Michelle.
Se dirigía a la puerta del estudio cuando de pronto se detuvo, con los ojos fijos en
la mancha del suelo—. Creí que esto había desaparecido.
June sacudió la cabeza.
—Lo intentamos, pero no salió. Tal vez si yo supiera qué es...
—¿Por qué no le preguntas al doctor Carson? Probablemente lo sepa.
—Quizá lo haga —replicó June—. ¿Cuánto tiempo estarás ausente?
—Todo el que sea necesario —dijo Michelle. Apoyándose en su bastón, salió
lentamente al sol.

Con la mirada fija en el cielorraso, Josiah Carson se pasó una mano por la espesa
cabellera casi blanca, mientras con la otra tamborileaba sobre el escritorio que tenía
delante. Como siempre cuando estaba solo, pensaba en Alan Hanley.

83
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Las cosas habían ido bien hasta ese día en que Alan había caído del techo. ¿O
acaso no había caído?
Josiah estaba seguro de que no. En el transcurso de los años, demasiadas cosas
habían ocurrido en su casa, demasiadas personas habían muerto.
Con la mente volvió a su esposa, Sarah, y a los días en que la vida le había
parecido perfecta. El y Sarah iban a tener una familia... una gran familia... pero no
había resultado así. Sarah había muerto dando a luz a su hija. No debía haber
muerto... no existían motivos para eso. Había estado sana. El embarazo había sido
fácil, pero al nacer su hija, Sarah había muerto. Josiah había sobrevivido a la
pérdida volcando su amor en su hija, la pequeña Sarah. Y entonces, cuando Sarah
tenía exactamente doce años, había sucedido aquello.
Carson no sabía aún cómo había sucedido.
Una mañana bajó la escalera y abrió el enorme refrigerador empotrado en la
cocina.
En el suelo, sosteniendo una muñeca que Josiah nunca había visto antes,
encontró a su hija muerta.
¿Por qué había entrado en el refrigerador? Josiah nunca lo supo.
Sepultó a la pequeña Sarah y con ella sepultó a la muñeca.
Después de eso había vivido solo y al transcurrir los años, más de cuarenta,
había empezado a creer que estaba a salvo, que nada más iba a suceder, y
entonces Alan Hanley había caído.
En su fuero interno estaba convencido de que Alan no había perdido simplemente
pie. No: había algo más que eso, y la prueba era la muñeca.
La muñeca que él había sepultado junto con su hija.
La muñeca que él había encontrado bajo el quebrado cuerpo de Alan.
La muñeca que Michelle Pendleton le había mostrado.
Josiah hubiera querido hablar con Alan sobre la muñeca, pero el muchacho nunca
había recobrado el sentido: Cal Pendleton lo había dejado morir.
Lo había matado, en realidad.
Si Cal no lo hubiera matado, Josiah habría podido averiguar lo que realmente
había sucedido aquel día en el tejado... lo que Alan había visto, sentido y oído.
Habría podido averiguar qué estaba sucediendo en su casa. Qué le había sucedido
a su familia. Ahora nunca lo sabría. Cal Pendleton le había arruinado esa posibilidad.
Pero él se desquitaría.
Ya estaba empezando a desquitarse.
Había sido tan fácil, una vez que descubrió cuan culpable se sentía Cal respecto
de Alan. A partir de allí, fue fácil. Venderle la casa. Venderle la clientela. Había dado
resultado.
El había introducido a Cal Pendleton en la casa y la muñeca estaba de vuelta.
Ahora la hija de Cal tenía la muñeca.
Y lo que estaba ocurriendo, fuera lo que fuese, ya no le estaba ocurriendo a los
Carson.
Ahora le estaba ocurriendo a los Pendleton.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por ruido de voces que venían de la sala
de examen, contigua al consultorio donde Cal estaba examinando a Lisa Hartwick.
Cal había tratado de eludir el examen de Lisa, pero Josiah no se lo había
permitido. Sabía lo asustado que Cal estaba ahora de los niños, que tenía la
sensación, razonable o no, que cualquier cosa que él hiciera con un niño iba a ser
errónea y que él iba a dañar al niño.
Josiah Carson comprendía estos sentimientos.
84
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

En la sala de examen, Lisa Hartwick miraba a Cal fijamente, con ojos


desconfiados casi ocultos por un flequillo castaño claro. Cuando él le pidió que
abriera la boca, la niña se enfurruñó.
—¿Para qué?
—Para que pueda verte la garganta —le dijo Cal—. Si no puedo verla, no podré
saber por qué te duele, ¿no te parece?
—No me duele, solo se lo dije a papá para no tener que ir a la escuela.
Cal dejó de lado el bajalengua; mientras una sensación de alivio lo inundaba. Con
esta niña, por lo menos, no había amenaza inmediata. Sin embargo, no era la niña
más simpática con la que se había encontrado en su vida. A decir verdad, descubrió
que le desagradaba intensamente.
—Entiendo — respondió—. ¿No te agrada la escuela?
Lisa se encogió de hombros.
—No está mal. Solo que no soporto a esos chicos engreídos de por acá. Si
alguien no nació aquí, nunca quieren ser sus amigos.
—Oh, no sé —replicó Cal—, Michelle se ha hecho algunos amigos.
— Eso es lo que ella cree. Espere a que vuelva a la escuela —dijo Lisa. Luego
ladeando la cabeza, contempló impertinentemente a Cal—. ¿Es cierto que no puede
caminar?
Cal se sintió enrojecer. Cuando respondió, su voz fue áspera.
— Ella puede caminar muy bien. No le pasa nada grave, y muy pronto estará
como nueva. Simplemente se golpeó un poco.
Sabía que estaba mintiendo, pero no podía evitarlo... las cosas se hacían más
fáciles si fingía que Michelle iba a quedar bien. Y tal vez —solo tal vez— fuera así.
—Pues, no es eso lo que oí decir —comentó Lisa mientras bajaba de la mesa de
examen. Su expresión cambió de pronto, apareciendo en su rostro una
vulnerabilidad que Cal no había visto desde su aparición en el consultorio—.
Tampoco yo tengo madre —dijo con suavidad.
Por un momento Cal no supo bien a qué se refería. Pero luego comprendió.
—Pero Michelle tiene madre —dijo—. Nosotros la adoptamos cuando era muy
pequeña.
—Oh, —exclamó Lisa, y Cal creyó ver desilusión en sus ojos.
—Sin embargo —continuó Cal sin alterarse, supongo que ustedes dos tienen
algunas cosas en común. Ninguna de las dos nació aquí y aunque Michelle es
huérfana del todo, tú lo eres a medias, ¿verdad? Quizá deberías ir a visitar a
Michelle alguna vez. —Deliberadamente dejó la sugerencia flotando en el aire. Por
un momento creyó que Lisa iba a recogerla, pero no lo hizo del todo.
—Es posible que lo haga —dijo con poco entusiasmo—. Pero también es posible
que no.
Antes de que Cal pudiera responder a su grosería, ella se había marchado.

Cuando Cal entró en el consultorio que ambos compartían, Josiah Carson fingió
estar absorto en una revista médica. Solo levantó la mirada cuando Cal estuvo
sentado junto a su improvisado escritorio.
— ¿Todo fue bien? —preguntó.
—Es una niña difícil —respondió Pendleton, encogiéndose de hombros.
— Es una mocosa —afirmó Carson. —Bueno, la vida no es fácil para ella.
—La vida no es fácil para ninguno de nosotros —dijo intencionadamente Josiah.
Cal dio un respingo visible; luego buscó la mirada de Carson.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Qué se supone que signifique eso?


El anciano doctor se encogió de hombros aparatosamente.
—Interprételo como quiera.
Fue como si hubiera sacado un tapón. Cal se desplomó en su sillón con ojos tan
faltos de vida como su postura. Miró lúgubremente a Carson.
—Josiah, ¿qué voy a hacer? No puedo hacer frente a Michelle, no puedo hablar
con ella, no puedo ni siquiera tocarla. Constantemente pienso en Alan Hanley, y me
pregunto qué error cometí, y qué error cometí con ella.
—Todos nos equivocamos, Cal —respondió Josiah—. No podemos culparnos por
demostrar un mal criterio bajo presión. Simplemente debemos aceptar nuestras
limitaciones y vivir con ellas.
Hizo una pausa, procurando evaluar la reacción de Cal. Tal vez lo hubiese
empujado demasiado lejos. Pero Cal lo estaba observando, concentrándose en lo
que él decía. Josiah sonrió y tomó otro rumbo.
—Quizá sea todo culpa mía. Seguramente lo sucedido a Michelle es culpa mía. Si
yo no le hubiera vendido esa casa maldita...
Cal lanzó a Josiah una mirada penetrante.
— ¿"Casa maldita"? ¿Por qué dijo usted eso?
Josiah se agitó en su sillón.
—Probablemente no debí decirlo. Llámelo un desliz de la lengua.
Pero Cal no se dejó convencer.
— ¿Hay algo que yo debería saber acerca de esa casa?
— En realidad, no —dijo cuidadosamente Carson—. Tal vez yo crea simplemente
que es una casa desdichada. Primero Alan Hanley. Ahora Michelle... —Su voz se
apagó.
Cal lo miró con fijeza, sintiéndose estafado. Amaba a esa casa, cada día más, y
no quería oír nada malo sobre ella.
—Lamento que se sienta usted así —dijo—. Para mí es una buena casa.
Se quitó la chaqueta blanca dispuesto a irse para almorzar. Estaba en la puerta
cuando de pronto se volvió.
—Josiah —dijo. Carson lo miró inquisitivamente.— Josiah, solo quiero que usted
sepa... agradezco todo lo que hizo por mí. No sé cómo habría pasado por todo esto
sin usted. Me considero muy afortunado de tener un amigo como usted.
Luego, turbado por sus propias palabras, Cal abandonó de prisa el consultorio.
De nuevo solo, Carson volvió a pensar en las palabras que habían atraído la
atención de Cal Pendleton.
"Casa maldita".
“Y eso es lo que es", pensó. En su mente surgió una imagen, la imagen de una
mancha escondida en el suelo del cobertizo.
Una mancha que nadie había logrado eliminar jamás.
Una mancha que lo había perseguido toda su vida. Irracionalmente, estaba
convencido de que se conectaba de algún modo con la muñeca de Michelle
Pendleton.
Ahora, estaba seguro de que perseguiría a los Pendleton.
A decir verdad, ya estaba empezando.
Josiah Carson no pretendía saber con exactitud qué tenía esa casa que hacía que
ocurrieran cosas a las personas que allí vivían, pero tenía sus sospechas. Y estaba
empezando a parecerle que sus sospechas eran acertadas. Para Michelle ya había
empezado. Y seguiría más, y más, y más…

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

De pie en el cementerio, inmóvil, Michelle contemplaba con fijeza la diminuta


piedra con una sola palabra escrita:

AMANDA

Procuró tener la mente en blanco, como si dejando afuera sus pensamientos


pudiera oír mejor la voz. Dio resultado.
Pudo oír la voz, lejana, pero acercándose.
Al aproximarse la voz, la brillante luz del sol se esfumó y la niebla del mar se cerró
alrededor de ella.
Pronto Michelle tuvo la sensación de hallarse sola en el mundo.
Entonces, como si algo la hubiera tocado, supo que no estaba sola.
Se volvió. De pie tras ella vio a la niña.
Su negro vestido llegaba casi hasta el suelo. Y su cabeza estaba cubierta por un
gorro. Sus ciegos ojos lechosos estaban fijos en Michelle. Sonreía.
—Tú eres Amanda —sugirió Michelle. Sus palabras flotaron en la niebla,
ahogadas. Luego la niña asintió con la cabeza.
—Te estuve esperando. —La voz era suave, musical y tranquilizadora para
Michelle.— Estuve esperándote mucho tiempo. Voy a ser tu amiga.
—Yo... yo no tengo amigos —murmuró Michelle. —Lo sé, tampoco yo tengo
amigos. Pero ahora nos tendremos la una a la otra y todo será perfecto.
Michelle permaneció inmóvil contemplando la extraña aparición en la niebla,
vagamente asustada. Pero las palabras de Amanda la atraían y consolaban. Y
ansiaba tener una amiga.
Silenciosamente, aceptó a Amanda.

CAPITULO 13

—Bueno, ¿seguro que estarás bien?


—Si necesito ayuda te llamare o lo hará la señorita Hatcher o alguien —respondió
Michelle.
Abrió la portezuela del automóvil, posó el pie derecho en la acera, se apoyó en el
bastón y se irguió. Ansiosamente June la observó tambalear, pero Michelle recobró
el equilibrio con rapidez y cerró la portezuela con fuerza. Sin saludar con un gesto ni
una palabra, comenzó a cojear lentamente hacia el edificio escolar. June se quedó
donde estaba, mirando, incapaz de alejarse hasta que Michelle estuvo adentro del
edificio.
Cuidadosamente, tomándose de la barandilla con la mano izquierda, mientras
con la derecha manejaba el bastón, Michelle subió los peldaños, apoyando primero
el pie derecho, luego arrastrando la pierna izquierda detrás de sí. El procedimiento
era lento, pero constante. Cuando hubo llegado a lo alto de los siete escalones, se
volvió, saludó con un ademán a su madre y luego entró en la escuela. Suspirando,
June puso en marcha el automóvil y se apartó de la acera.
Durante el trayecto a casa, rezó porque todo fuese bien. Y sintiendo una punzada
de remordimiento, empezó a pensar con agrado en pasar un día —todo un día— con
su hijita y su trabajo.

Corinne Hatcher había iniciado ya la lección cuando se abrió la puerta y apareció


Michelle, apoyada en su bastón, con expresión indecisa, como si acaso estuviera en
87
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

el aula equivocada. La clase quedó silenciosa. Los alumnos se movieron en sus


asientos para mirarla con fijeza.
Tratando de no hacerles caso, Michelle avanzó cojeando, sin apartar sus ojos de
su mesa: el asiento vacío en la fila de adelante, entre Sally y Jeff que evidentemente
se había reservado para ella. Cuando llegó al asiento y cuidadosamente se depositó
en él, se permitió mirar a la señorita Hatcher y sonreír, diciendo con timidez:
—Lamento llegar tarde.
—Está bien —la tranquilizó Corinne—. Ni siquiera hemos empezado. Me alegro
mucho de que hayas vuelto. ¿Nadie quiere saludar a Michelle?
Miró a la clase con expectativa. Al cabo de un momento, empezó un murmullo,
cuando cada niño, sin saber bien que se esperaba de el, masculló un saludo.
Estirándose sobre su pupitre, Sally Carstairs apretó la mano de Michelle, pero esta
se apresuró a retirarla. Oyó que del otro lado Jeff le hablaba, pero cuando se volvió
hacia él vio que Susan Peterson le daba un codazo y rápidamente apartó la mirada.
Michelle sintió que la cara se le enrojecía de vergüenza.
No podía concentrarse en sus lecciones. En cambio, estaba terriblemente
conciente de los demás niños, sintiendo que sus ojos le perforaban la espalda,
oyendo sus cuchicheos, tan bajos que ella no podía distinguir las palabras.
Por un rato Corinne Hatcher pensó interrumpir la lección, encarar de frente la
cuestión del accidente de Michelle, pero descartó tal idea, sería demasiado
embarazoso para Michelle. Por eso continuó, procurando que los niños pensaran en
su tarea y no en su condiscípula. Al sonar la campana del primer recreo, Corinne,
aliviada, dejó salir a los alumnos. Todos, salvo Michelle.
Cuando el aula quedó vacía, excepto ellas dos, acercó su silla al pupitre de
Michelle.
—No fue tan malo, ¿verdad? —preguntó, con toda la naturalidad posible. Michelle
la miró con cxtrañeza como si no entendiera la pregunta.
— ¿Qué cosa?
—Pues... pues tu primera mañana en la escuela.
— Está muy bien —dijo Michelle—. ¿Por qué no iba a estarlo?
En su voz había un tono altivo que desconcertó a Corinne. Era como si Michelle la
estuviera desafiando a hablar sobre los cuchicheos que habían impregnado el aula
durante las dos últimas horas.
—Quizá deberíamos repasar algo de las tareas que te perdiste —decidió,
invitando a Michelle. Si ésta no quería hablar sobre la reacción de la clase hacia ella,
no se hablaría.
—Puedo adelantar sola —dijo Michelle—. ¿Me permite ir a la sala de descanso?
Corinne miró con fijeza a la niña, tan serena, tan aparentemente segura de sí.
Pero no debería estarlo... debería estar nerviosa, debería estar sintiéndose insegura,
debería estar inclusive llorando... pero no debería estar preguntando si podía ir a la
sala de descanso. Suprimiendo las preguntas que inundaban su mente y deseando
que Tim Hartwick estuviese allí ese día, Corinne observó a Michelle que iba hacia la
puerta. Corinne Hatcher estaba muy preocupada.

Michelle quedó complacida al encontrar desierto el pasillo... por lo menos no


había nadie que la viera avanzar con lentitud hacia el excusado, golpeando el suelo
de madera con su bastón.
Deseaba poder desaparecer.
Se estaban riendo de ella tal como ella pensó que lo harían.
88
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sally apenas si le había hablado y los demás no habían sabido qué decir.
Pero ella no se rendiría ante ellos.
Abrió la puerta y entró en la sala de descanso, donde se miró con fijeza al espejo,
preguntándose si el dolor se evidenciaba en su cara.
Era importante que no se notara, que nadie supiera cómo se sentía, cuánto era el
dolor.
Cuan enfurecida estaba ella.
Especialmente contra Susan Peterson.
Susan había dicho algo a Jeff.
Le había dicho algo que impidió que el le hablara a Michelle.
Amanda tenía razón... no eran sus amigos, ya no. Después de lavarse la cara
Michelle se miró al espejo.
—No importa —dijo en voz alta—. No los necesito. Amanda es mi amiga. ¡Al
infierno con ellos!
Luego, sorprendida por haber utilizado esa blasfemia, dio un paso hacia atrás y
estuvo a punto de caer. Tomándose del borde del fregadero, se sostuvo. Una
oledada de frustración la inundó y quiso llorar, pero no quería darse por vencida...
"Yo les enseñaré", prometió en silencio. "Les enseñaré a todos".
Penosamente emprendió el regreso al aula.

Después del recreo algo cambió en el aula. El cuchicheo cesó y los niños
parecieron ocupar sus mentes en sus tareas.
Salvo que de vez en cuando uno de los niños miraba a escondidas, primero a
Michelle, luego a Susan Peterson. Si dichas niñas percibieron lo que estaba
ocurriendo, no dieron señales de ello.
Sally Carstairs estaba pasando un mal rato. Cada pocos minutos apartaba la vista
de su tarea, miraba a Michelle, luego, rápidamente, miraba tanto a Michelle y Jeff
Benson como a Susan Peterson. Cuando sus miradas se encontraron, Susan apretó
los labios y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Sally volvió a su trabajo,
mientras su rostro se ruborizaba de culpa.
Cuando sonó la campana de la merienda, ni siquiera Sally Carstairs esperó a
Michelle. En cambio, en pocos segundos el aula quedó vacía, salvo Michelle y
Corinne. Michelle buscó su cartapacio bajo su pupitre y sacó su merienda. Luego se
incorporó, disponiéndose a salir del aula.
— ¿Por qué no te quedas y comes conmigo? —sugirió Corinne.
Por un breve instante, Michelle vaciló. Luego sacudió la cabeza diciendo:
— Iré afuera.
— ¿Estás segura? —insistió Corinne. Michelle asintió con la cabeza.
—Me sentaré en lo alto de la escalera, desde donde puedo ver todo. —Estaba
casi fuera del recinto cuando de pronto se detuvo y se volvió haciendo frente a
Corinne —. Poder ver es importante. ¿Lo sabía usted, señorita Hatcher?
Sin esperar respuesta, Michelle salió del aula.

Michelle estaba sentada en el escalón más alto, con la pierna izquierda


rígidamente extendida, la derecha recogida contra el pecho. Con la barbilla apoyada
en la rodilla derecha, observaba a los niños que estaban en el patio de la escuela.
Bajo el arce grande podía ver a sus propios condiscípulos, Susan, Jeff y Sally...
todos... apiñados en un grupo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Estaban hablando de ella. Y ella lo sabía.


En particular Susan Peterson.
Michelle podía verla, inclinándose para susurrar algo al oído de alguien; después
los dos, Susan y la persona a quien había hablado, mirando a Michelle y riendo por
lo bajo.
En una ocasión, Susan empezó a decir algo a Sally, pero Sally se limitó a mover
la cabeza e inmediatamente se puso a hablar con otra persona.
Michelle se obligó a no mirarlos más. Sus ojos recorrieron el campo de juego.
Allá, junto a la cerca de atrás, algunos alumnos de cuarto grado jugaban a la pelota;
Michelle sintió una punzada de envidia al mirarlos correr. Ella solía jugar antes a la
pelota. Había sido una de las corredoras más veloces de su escuela.
Pero eso había sido antes.
Del otro lado del patio, cerca de la entrada, Michelle vio a Lisa Hartwick sentada
sola. Durante un segundo deseó que Lisa se acercara y se sentara en los escalones
con ella, pero entonces recordó... los otros niños no simpatizaban con Lisa, y aun
cuando no le hablaban, no iba a empeorar las cosas mostrándose amistosa con ella.
Cerca de ella, al pie de los escalones, tres niñas —que tal vez tuvieran ocho años
— estaban absorbidas en una partida de boliche, sin advertir la presencia de
Michelle. Esta contempló la partida por un rato, recordando cuando ella tenía esa
edad. Jamás había sido hábil para el boliche... las pequeñas piezas siempre se le
habían resbalado entre los dedos. Y sin embargo, ese juego no requería correr, ni
saltar, ni ninguna de las cosas que Michelle ya no podía hacer. Tal vez si les
pidiera...
Sonó la campana. La hora de la merienda había terminado.
Poniéndose de pie, Michelle volvió a entrar en el edificio. Se aseguró de ser la
primera en entrar al aula. Tan pronto como entró, se deslizó en un asiento situado al
fondo del salón.
Un asiento, donde ninguno de ellos pudiera verla, a menos que se dieran vuelta y
la miraran francamente.
Pero ella sí podría verlos.
Vigilarlos.
Saber quien se estaba riendo de ella...

Cuando sonó la campana de las tres y diez, Corinne Hatcher volvió a pedirle a
Michelle que esperara, y le hizo señas de que se acercara a su escritorio, al frente
del salón vacío.
—Quiero pedir disculpas en nombre de la clase.
Michelle permanecía inmóvil frente a ella, inexpresiva, con el rostro hecho una
máscara de indiferencia.
— ¿Disculpas? ¿Porqué?
—Por el modo en que te trataron hoy. Fue muy grosero.
— ¿Lo fue? No me di cuenta de nada respondió Michelle con voz inexpresiva.
Reclinándose en su silla, Corinne golpeteó el escritorio con un lápiz.
— Noté que no merendabas con tus amigos.
— Ya le dije... era más fácil no tratar de bajar los escalones. ¿Puedo irme
ahora? Hay una larga caminata hasta mi casa.
— ¿Irás caminando? —Corinne quedó espantada. Michelle no podía ir
caminando... era demasiado lejos. Pero la niña asentía tranquilamente.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Me hace bien —dijo afablemente. Corinne advirtió que ahora, cuando el tema
nada tenía que ver con sus condiscípulos, Michelle parecía serenarse.— Además,
me gusta caminar. Y ahora que no puedo caminar tan rápido como solía hacerlo,
veo mucho más. Se sorprendería usted.
En la mente de Corinne resonaron las palabras de Michelle: ”Es importante ver".
— ¿Que ves? —preguntó la maestra.
—Oh, toda clase de cosas. Flores, y árboles y rocas... cosas así. —Bajó un poco
la voz.— Cuando se está solo, realmente se mira todo.
Corinne sintió mucha tristeza por Michelle. Cuando habló su voz reflejó sus
emociones.
—Sí —dijo—, estoy segura de que es así.
Se puso de pie y comenzó a juntar sus cosas. Caminando muy despacio para que
Michelle pudiera seguirla, salió del salón y cerró con llave la puerta.
— ¿Estás segura de que yo no podría llevarte a casa? —ofreció Corinne cuando
llegaron a los escalones delanteros.
—No, gracias. De veras estaré perfectamente.
Michelle parecía distraída: sus ojos exploraron el patio de la escuela, como si
buscara a alguien.
— ¿Alguien te iba a acompañar?
—No... no, solo pensé... — Michelle calló, se interrumpió y empezó a bajarlos
peldaños—. Hasta mañana, señorita Hatcher, dijo por sobre el hombro.
Al llegar al pie de la escalera, se colgó del hombro su cartapacio y cojeó hacia la
acera.
Corinne Hatcher la observó hasta verla desaparecer al doblar la esquina; luego se
encaminó hacia su automóvil.

"El habría podido esperarme", pensó amargamente Michelle.


Caminaba lo más rápido posible, pero no tardó en dolerle la cadera, obligándola a
disminuir el paso.
Trató de no pensar en Jeff Benson, pero mientras caminaba, cada cosa que veía
le recordaba los días en que habían vuelto a casa caminando juntos. Ahora, pensó,
probablemente haya acompañado a casa a Susan Peterson.
Dejando atrás el poblado, tomó por el camino, permaneciendo bien lejos del
empedrado. Aunque el sendero era áspero y resultaba más fácil caminar por el
pavimento, sabía que no podría apartarse si llegara un automóvil... el sendero era
mucho más seguro.
Se detenía cada pocos metros, en parte para descansar, pero también para mirar
alrededor, para examinar todo cuidadosamente, como si lo estuviera viendo por
primera vez, o quizá por última vez. Una o dos veces se quedó totalmente inmóvil,
cerró bien los ojos y procuró imaginarse cómo sería estar ciega. Con el bastón
hurgaba los objetos en torno a ella, viendo si podía identificarlos por el contacto.
Casi nunca lo conseguía.
"Sería espantoso", pensó. Ser ciego sería la cosa más espantosa del mundo.
Estaba casi a mitad del trayecto cuando oyó una voz que la llamaba.
—Michelle... ¡oye, Michelle, espérame!
Estoicamente, sin hacer caso de aquella voz, Michelle siguió andando. Un minuto
más tarde, Jeff Benson la alcanzo.
—¿Por qué no esperaste? —la interrogó—. ¿No me oíste acaso?
—Te oí.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— Pues ¿por qué no te detuviste?


——¿Por que tú no me esperaste después de la escuela? —replicó a su vez
Michelle.
— Prometí a Susan que la acompañaría.
— ¿Y sabías que podías alcanzarme?
Jeff enrojeció al responder:
—No dije eso.
— No era necesario —hubo un silencio y Michelle prosiguió su camino, mientras
Jeff le seguía el paso—; si quieres irte a casa no hace falta que me esperes —
agregó ella.
— No tengo inconveniente.
Siguieron caminando. Michelle deseaba que Jeff se marchase, finalmente se lo
dijo.
— iMe haces sentir como si fuera un fenómeno! exclamó—. ¿Por que no te vas a
casa y me dejas tranquila?
Jeff se detuvo de pronto, mirándola extrañado. Abrió la boca, luego la volvió a
cerrar. Se le enrojeció la cara y se le crisparon los puños.
— Bueno, si eso es lo que piensas, tal vez lo haga —dijo por fin.
— ¡Me alegro!
Michelle sintió que las lágrimas le brotaban en los ojos y por un momento temió
llorar. Pero entonces Jeff se apartó de ella y se alejó rápidamente. Cuando estaba a
pocos metros de distancia, de pronto miró atrás, saludó con la mano y echó a correr.
Para Michelle fue como una bofetada.
Jeff entró ruidosamente en su casa, gritando para comunicar a su madre que
había vuelto. Arrojó los libros sobre una mesa y entró en la sala de recibo donde se
dejó caer en el sofá, apoyando los pies en la mesita baja. ¡Esas niñas! ¡Que
fastidiosas eran!
Primero Susan Peterson diciéndole que no debía hablar más con Michelle: luego
Michelle diciéndole que no quería que la acompañara más. Era una locura
simplemente. Miró por la ventana.
Allí estaba ella, totalmente sola. Jeff vio que Michelle pasaba frente a su casa y se
disponía a pasar frente al cementerio. De pronto se detuvo y clavó la vista en el
camposanto. Como si estuviese observando algo. Pero no había nada que observar.
Para Jeff el cementerio tenía el mismo aspecto de siempre... tapado por las
malezas, con las lápidas cayéndose, abandonadas. ¿Qué estaba mirando Michelle?

Cuando Michelle llegó frente al cementerio, el luminoso sol de la tarde se


desvaneció. En torno a ella comenzó a formarse la niebla. Ya se había habituado a
eso y no se sorprendió cuando la fría humedad se cerró de pronto alrededor de ella,
borrando el resto del mundo, dejándola sola entre la bruma. Sabía que no estaría
mucho tiempo sola. Cuando venía la niebla, también venía Amanda. Michelle
empezaba a esperar, la niebla con ansia, anhelando ver a su amiga.
Allí estaba ella, acercándose desde el cementerio, sonriéndole y saludándola con
la mano.
—Hola —dijo Michelle en voz alta.
—Estuve esperándote —respondió Amanda al atravesar la cerca rota—. ¿Fue tan
malo como yo pensaba?
— Sí. Se rieron de mí y no dejaron de cuchichear unos con otros.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No importa —dijo Amanda —. Caminaré contigo y podrás mostrarme cosas.


— ¿No puedes ver cosas tú misma?
Los blancos ojos lechosos de Amanda se clavaron en el rostro de Michelle.
—No puedo ver nada a menos que estes conmigo —dijo.
Tomando la mano de Amanda, Michelle echó a andar por el sendero.
Notó que, por algún motivo, era más fácil caminar con Amanda. Junto a ella, no le
dolía tanto la cadera y apenas cojeaba.
Amanda la condujo cruzando el cementerio y bordeando la senda del risco.
Pronto llegaron a casa de los Pendleton; instintivamente Michelle fue hacia ella.
—No —dijo Amanda. Michelle sintió que le apretaba más la mano.— El cobertizo.
Lo que quiero ver está en el cobertizo.
Michelle vaciló; luego, despierta ya su curiosidad, permitió que Amanda la
condujese hacia el estudio de su madre.
Amanda llevó a Michelle del otro lado de la esquina del pequeño edificio y se
detuvo junto a la ventana.
—Mira adentro —susurró a Michelle.
Obediente, Michelle espió por la ventana.
La densa niebla que la rodeaba parecía haber impregnado también el estudio.
Había adentro una nebulosidad; todo era confuso.
Y nada tenía el aspecto de siempre.
Allí estaba el caballete de su madre, pero el cuadro que estaba apoyado en él no
era de su madre.
Michelle contempló el cuadro con fijeza durante un segundo; luego un movimiento
atrajo su mirada, que se desvió. En el estudio había gente, pero ella no podía verlos
con claridad. La bruma remolineaba en torno a ellos, impidiéndole ver sus caras.
Entonces Michelle oyó los sonidos.
Era Amanda, junto a ella.
— Es verdad —susurró Amanda, cuya voz oprimida era un susurro—. Es una
prostituta... ¡una prostituta!
Los ojos de Michelle se dilataron de miedo por la furia que expresaba la voz de su
amiga. Trató de retirar la mano que Amanda le tenía apretada, pero ésta no se lo
permitió.
—¡No! —imploró—. ¡No te alejes! ¡Déjame ver! ¡Tengo que ver! —Su cara se
retorció de furia, y apretaba tanto la mano de Michelle, que se la hacía doler.
Súbitamente Michelle logró zafarse. Retrocedió, apartándose de Amanda; al
separarse sus manos, la ciega mirada de Amanda se fijó en ella.
—No —repitió —. Por favor... no te vayas. Déjame ver. Soy tu amiga y te ayudaré.
¿No quieres ayudarme también?
Pero Michelle ya se había apartado. Se encaminó hacia la casa. La niebla pareció
disiparse un poco.
Cuando llegó a la casa, la bruma se había despejado.
Su cojera la había obligado casi a detenerse, y la cadera le palpitaba otra vez de
dolor.

CAPITULO 14

Michelle dejó que la puerta de la cocina se cerrara violenta y ruidosamente tras


ella, arrojó su cartapacio sobre la mesa y fue hacia el refrigerador. Terriblemente
conciente de que su madre la observaba, luchó por controlar el temblor de sus
manos. June no le habló hasta que la niña se sirvió un vaso de leche.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Michelle... ¿te sientes bien?


— Estoy perfectamente —replicó Michelle, mientras volvía a guardar la leche y
sonreía a su madre. June contempló cautelosamente a su hija. Algo andaba mal. Se
la notaba asustada. Pero ¿que podía haberla asustado? June la había visto llegar
por el sendero, vacilar un momento y luego continuar hasta el estudio, donde se
había detenido brevemente junto a la ventana. Cuando se dirigió hacia la casa, fue
como si hubiera visto algo.
— ¿Qué estabas mirando?
—¿Mirando? —repitió Michelle. June se sintió casi segura de que procuraba
ganar tiempo.
—En el estudio. Te vi mirando por la ventana del estudio.
—Pero no pudiste... —empezó Michelle. Luego se contuvo y. miró por la ventana.
El sol brillaba luminoso.
La niebla había desaparecido.
— Nada agregó Michelle—. Solamente miré para ver si estabas trabajando.
—Hum —dijo June sin comprometerse. Luego agregó: —¿Cómo te fue en la
escuela?
— Bien, muy bien.
Michelle terminó su vaso de leche y se incorporó trabajosamente, con la cadera
dolorida. Recogió su cartapacio y se encaminó hacia la despensa.
—Pensé que tal vez trajeras a Sally esta tarde —sugirió June.
— Ella... ella tenía algunas cosas que hacer —mintió Michelle. Además, yo quería
caminar sola.
—¿Quieres decir que Jeff ni siquiera te acompañó?
— Lo hizo por un rato. Acompañó a casa a Susan Peterson, después me alcanzó.
June fijó en Michelle una mirada penetrante. Había algo que su hija no le estaba
diciendo. La expresión de Michelle era inocente. Y sin embargo, June estaba segura
de que la niña ocultaba algo.
— ¿Estás segura de que no pasó nada malo? —insistió.
— Fue perfecto, mamá —replicó Michelle con cierta irritación, por lo cual June
decidió abandonar el tema.
— ¿Quieres ayudarme con el pan?
Michelle lo pensó un momento: luego sacudió la cabeza diciendo.
—Tengo mucho que repasar. Creo que mejor subiré a mi cuarto.
June la dejó ir, luego volvió a su masa para el pan. Mientras trabajaba, sus ojos
se desviaron hacia el estudio. afuera. "¿Que fue? ¿Qué vio ella allí? Algo que la
asustó, de eso estoy segura'*. Retiró los dedos de la masa, se los frotó en el
delantal, luego abandonó la casa. Lo que hubiera visto Michelle debía de estar
todavía en su estudio...

Michelle cerró la puerta de su dormitorio y se desplomó en la cama. Se


preguntaba si debía haber hablado con su madre sobre las personas del estudio.
Pero algo le había indicado no hacerlo. Lo que había visto era un secreto. Un
secreto entre ella y Amanda. Pero había sido algo atemorizados. Al recordarlo, un
estremecimiento recorrió su cuerpo.
Levantándose de la cama, se acercó a la ventana y levantó la muñeca que estaba
allí apoyada en el alféizar. Alzándola a la altura de sus ojos, contempló su rostro de
porcelana.

94
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Qué quieres, Amanda? —preguntó con suavidad—. ¿Qué quieres que yo


haga?
—Quiero que me muestres cosas —susurró la voz en su oído—. Quiero que me
muestres cosas y que seas mi amiga.
— Pero ¿qué quieres ver? ¿Cómo puedo mostrarte cosas si no sé qué quieres
ver?
—Quiero ver cosas que sucedieron hace mucho tiempo. Cosas que entonces
nunca pude ver... hace tanto que te esperaba... por un tiempo creí que jamás podría
ver. Lo intenté. Traté de intentar que otras personas me mostraran pero nunca
pudieron y entonces llegaste tú.
El susurro fue interrumpido por un sonido.
— ¿Qué es eso? —susurró la voz.
—Solo Jenny. Está llorando.
Desde el cuarto infantil, del otro lado del pasillo, los lamentos de la peque ña
aumentaron. Michelle aguardó un momento, segura de que oiría el paso de su
madre en la escalera. Entonces la voz le volvió a susurrar:
—Muéstramela.
— ¿A la niñita?
—Quiero verla.
Los gritos de Jennifer se habían convertido en un sollozante berrido. Michelle se
acercó a la puerta.
— ¿Mamá? —llamó; no hubo respuesta—. ¡Mamá, Jenny está llorando!
Al no tener tampoco respuesta, Michelle se encaminó por el pasillo hacia la
nursery. Estaba segura de que Amanda iba con ella, junto a ella. Aunque no la podía
ver, podía sentir una presencia. Decidió que esa sensación le gustaba.
Abrió la puerta de la nursery. De pronto los llantos de Jennifer fueron más
ruidosos. Michelle levantó a la pequeña que lloraba, acunándola contra su pecho
como le había enseñado su madre.
— ¿No es hermosa? —susurró, dirigiéndose a Amanda.
—Hazle algo —contestó a su vez Amanda.
— ¿Hacerle algo? ¿Porqué?
— Es como los otros... no es tu amiga...
— Es mi hermana —protestó Michelle, indecisa.
—No es tal cosa —le contestó Amanda—. Es la hija de ellos, no tu hermana. Ellos
la quieren a ella, no a ti.
— Eso no es verdad.
— Es verdad. Tú sabes que es verdad. Debes hacer algo.
El susurro se volvió intenso, apremiando a Michelle, imponiéndosele.
Al contemplar la cara de la pequeña, Michelle vio los diminutos rasgos de Jenny,
haciendo muecas de insatisfacción. De pronto, irracionalmente, quiso apretarla,
quiso obligarla a que dejara de llorar, quiso castigarla.
Apretando los brazos, oprimió a Jennifer contra su pecho.
Los gritos de Jennifer cobraron un tono de dolor.
Michelle apretó más fuerte. Los clamores parecieron apagarse, mientras el sonido
de la voz de Amanda se volvía más fuerte.
— Eso es —canturreaba la voz en sus oídos—. Más fuerte. Apriétala más fuerte...
Los ojos de Jenny empezaron a saltársele; sus bracitos se agitaron al tratar de
respirar. El llanto se volvía más suave, convirtiéndose en un gimoteo.
— Solo un poco más... —susurraba la voz.
Y entonces apareció June en la puerta de la nursery.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Michelle... Michelle ¿qué ocurre?


Fue como si alguien hubiera hecho girar un interruptor. La voz dejó de sonar en la
cabeza de Michelle. Esta miró primero a su madre, luego la cara de Jennifer. Se dio
cuenta de que estaba apretando a la pequeña, apretándola tan fuerte que le hacía
daño. Entonces aflojó la presión. Repentinamente Jennifer dejó de llorar y boqueó
un poco. El tinte levemente azulado de su piel desapareció, y sus ojos parecieron
recuperar una posición normal.
— La... la oí llorar —dijo Michelle—. Como tú no subías, vine a ver que pasaba.
Lo único que hice fue levantarla...
June tomó a Jenny que había empezado de nuevo a sollozar, y la acunó contra el
pecho diciendo:
— Estaba afuera, en el estudio. No podía oírla. Pero ya todo está bien —dijo
mientras acariciaba a la pequeña que lloraba, haciendo ruidos tranquilizadores—.
Yo me haré cargo de ella —agregó June —. Vuelve a tu habitación. ¿De acuerdo?
Por un momento, Michelle vaciló. No quería regresar a su cuarto, quería quedarse
allí. Con su madre y su hermanita. La voz de Amanda volvió a ella, recordándole que
Jenny no era su hermana. Y esta mujer no era su madre. En realidad, no. Con la
mente llena de imágenes y pensamientos confusos, Michelle salió cojeando de la
nursery y se encaminó a su cuarto por el pasillo.
Tendida en la cama, acunando en sus brazos a su muñeca, clavó la mirada en el
ciclorraso.
Todo empezaba a explicarse para ella ahora...
Amanda tenía razón.
Ella estaba sola.
Salvo por Amanda.
Amanda era su amiga.
—Te quiero —susurró a la muñeca . Te quiero más que a nada en el mundo.

Esa tarde, cuando Cal Pendleton llegó a casa, June estaba sentada en la cocina,
sosteniendo en su regazo a Jenny, contemplando el mar. Se detuvo en la puerta de
la cocina y la observó. La luz indirecta de la tarde arrojaba sobre ella un suave
resplandor. Por un momento. Cal quedó abrumado por la belleza de la escena... la
madre y la niña, su esposa y su hija, con la ventana y más allá la caleta
enmarcándolas, casi como una aureola. Pero cuando June se volvió hacia él, su
sensación de bienestar quedó destruida.
—Siéntate Cal. Tengo que hablar contigo —empezó June. No hizo falta decirle
que quería hablar sobre Michelle — . Algo anda mal. No es solo su cojera, y Dios
sabe que eso ya es bastante malo. Hoy sucedió algo en la escuela, o después de la
escuela. No quiso decirme qué, pero la asustó.
— Bueno, fue su primer día... ——empezó a decir Cal, pero June no le permitió
terminar.
—Hay más. Esta tarde estaba yo en el estudio, trabajando. Oí llorar a Jenny y
cuando subí a cuidarla, Michelle estaba allí. Sostenía a Jenny y tenía en el rostro
una extrañísima expresión. Y estaba apretando a Jenny...
Su voz se apagó: el recuerdo de la tarde aún era vivido en su mente. Cal
permaneció un momento silencioso. Cuando finalmente habló, su voz fue tensa.
—¿Qué tratas de decir? ¿Crees que algo le pasa a Michelle?
—Sabemos que le pasa algo comenzó June.
Pero esta vez Cal no la dejó terminar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Cayó, sufrió algunas contusiones, y se perdió unas cuantas clases. Pero está
mejorando cada día.
—No está mejorando. Eso querrías tú, pero si pasaras algún tiempo con ella,
verías que no es la misma niña que solía ser —insistió June. Contra su voluntad,
empezó a levantar la voz—. Algo le está pasando, Cal. Se está convirtiendo en una
reclusa, que se pasa todo el día sola con esa maldita muñeca, y yo quiero saber por
qué. Y en cuanto a ti, vas a dedicarle algo de tiempo, Cal. Irás conmigo cuando la
lleve a la escuela mañana, y también irás conmigo cuando pase a buscarla. Y por
las noches dejarás de esconderte en Jenny y en tu periódico, y empezarás a dar
alguna atención a Michelle. ¿Está claro?
Cal se incorporó, con el rostro sombrío, la mirada pensativa.
—Déjame manejar mi vida a mi manera, ¿de acuerdo?
—No es tu vida —replicó June—. ¡Es mi vida, y también la vida de Jenny!
Lamento todo lo que ha ocurrido, y querría ayudarte. Pero, Dios santo. Cal, ¿qué
hay de Michelle? Es una niña y nos necesita. Tenemos que estar presentes para
ella. ¡Los dos!
Pero Cal no oyó estas últimas palabras. Ya había salido de la cocina,
encaminándose hacia la sala de recibo, donde cerró la puerta, se sirvió un trago y
procuró olvidar las palabras de su esposa, acusándolo, siempre acusándolo.
Tendría que demostrar que ella se equivocaba.
Demostrarle que todo estaba perfecto, que Michelle se hallaba muy bien. Que él
mismo se hallaba muy bien.
Esa noche, después de la cena, Michelle se presentó en la sala de recibo, con su
juego de ajedrez bajo el brazo.
—¿Papá?
Cal estaba sentado en su sillón, leyendo una revista, mientras June tejía, sentada
frente a él.
— ¿Qué quieres? —preguntó él, obligándose a sonreír a su hija.
— ¿Quieres jugar una partida? —continuó la niña, haciendo sonar la caja de
piezas.
Cal estaba por negarse amablemente, cuando June le lanzó una mirada de
advertencia.
— Está bien —dijo sin entusiasmo—. Prepáralo mientras yo me sirvo un trago.
Michelle se depositó cuidadosamente en el suelo, con la pierna izquierda
torpemente extendida, y empezó a colocar el tablero de ajedrez. Cuando su padre
regresó, ella ya había hecho su primera jugada. Cal se acomodó en el suelo.
Michelle esperó.
El parecía estar estudiando el tablero, pero Michelle no estaba muy segura.
Finalmente habló.
—Te toca a ti, papá.
—Ah, disculpa.
Automáticamente, Cal tendió la mano para responder a la apertura de Michelle.
Esta arrugó un poco el entrecejo, preguntándose qué pasaba con el juego de su
padre. Tentativamente, comenzó a prepararle una trampa.
De nuevo Cal permaneció silencioso, con la mirada fija en el tablero, bebiendo su
copa, hasta que Michelle le recordó que le tocaba jugar. Cuando hizo su jugada,
Michelle alzó la vista para mirarlo, asombrada. ¿Acaso él no veía lo que se proponía
ella? Antes, nunca le dejaba salirse con la suya en esto. La niña adelantó su reina.

97
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

June dejó de lado su tejido y se acercó a mirar el tablero. Al ver la estrategia de


Michelle, hizo un guiño a su hija; luego esperó a que Cal estropeara el gambito. Pero
Cal no parecía advertir lo que le estaba sucediendo.
—Cal... te toca jugar.
El no respondió.
— No creo que le importe —susurró Michelle. Cal no dio muestras de oírla.—
Papá —dijo — , si no quieres jugar, no tienes que hacerlo.
—¿Que?
Cal salió de su ensueño y tendió la mano para hacer una jugada. Michelle,
tentada por la falta de concentración de el, preparó rápidamente su trampa y esperó
a que su padre escapara de ella. Estaba segura de que él la había estado azuzando.
Ahora saldría con algo ingenioso, y empezaría la verdadera contienda. Michelle
empezó a esperar con interés el resto de la partida.
Pero Cal se limitó a vaciar su vaso, hizo con indiferencia una jugada inútil y se
encogió de hombros cuando Michelle colocó su reina y anunció el jaque mate.
—Ordena las piezas y lo haremos de nuevo —ofreció.
—¿Para qué? —preguntó Michelle, fijando en su padre una mirada tempestuosa
—. ¡No es nada divertido si tú ni siquieras vas a luchar!
Rápidamente arrojó las piezas dentro de la caja, se incorporó con esfuerzo y
subió la escalera.
Tan pronto como ella se fue, habló June.
— Supongo que debería reconocerte el mérito de intentarlo. Aunque no la
miraste, no le hablaste ni reaccionaste, al menos te sentaste frente a ella. ¿Qué
sentiste?
Cal no dio respuesta alguna.

CAPITULO 15

Después de que Michelle desapareció dentro del edificio escolar, Cal permaneció
largo rato sentado en su automóvil. Observaba la llegada de los otros niños, niños
robustos, sanos, que iban brincando en la mañana otoñal, riendo unos con otros.
¿Acaso se reían de él?
Podía verlos desviar la mirada hacia él de vez en cuando. Sally Carstairs hasta le
hizo un ademán de saludo. Pero después se alejaban riendo por lo bajo y
cuchicheando entre sí, tal como si, de algún modo, supieran lo afectado que él
estaba. Pero no podían saberlo. Eran solo niños. Y él era un médico. Alguien en
quien confiar, a quien admirar.
Todo eso era una impostura. No confiaba en sí mismo ni se admiraba, y estaba
seguro de que ellos lo sabían, sabía todo sobre los instintos de los niños... su
capacidad para captar las vibraciones que los rodeaban. Inclusive los crios muy
pequeños, cuidadosamente protegidos de la realidad, reaccionan a la tensión de sus
padres. Estos niños, los niños por cuya, salud él quería ser responsable... ¿Qué
pensaban de él? ¿Sabían acaso cómo era él en realidad? ¿Sabían que él les tenía
miedo? ¿Sabían que el miedo se estaba conviniendo en odio?
Estaba seguro de que lo sabían.
Un automóvil se detuvo en el parque de estacionamiento contiguo a la escuela y
Cal vio que Lisa Hartwick bajaba, lo miraba, lo saludaba y luego subía los escalones
en pos de los últimos retrasados. Hizo girar la llave en la ignición, puso en marcha el
automóvil y estaba por alejarse cuando vio que un hombre le hacía señas. El padre
de Lisa, evidentemente. Cal puso el auto en neutro y esperó.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Doctor Pendleton? —Inclinándose junto al automóvil, el psicólogo introducía


la mano por la ventanilla—. Soy Tim Hartwick.
Obligándose a sonreír jovialmente, Cal aceptó la mano que se le ofrecía.
—Por supuesto. El padre de Lisa. Tiene usted una hija maravillosa.
— ¿Aun cuando miente diciendo estar enferma?
—Todos lo hacen —respondió Cal—. Hasta Michelle hizo lo imposible por
quedarse en cama unos días más.
—Pero a Michelle le pasaba algo —recordó Tim—. Lisa fingía directamente.
Gracias por no permitirle salirse con la suya.
Cal se encogió de hombros.
— En realidad, ella misma lo confesó. Yo iba a meterle un bajalengua en la boca,
y ella decidió que era mejor decir la verdad que atragantarse con la mentira.
— ¿Cómo sigue Michelle?
La pregunta tomó descuidado a Cal, que vaciló durante un segundo. Luego, con
demasiada rapidez, replicó:
— Muy bien. Sigue muy bien,
Tim Hartwick arrugó la frente...
—Me alegro de oírlo. Corinne... la señorita Hatcher, la maestra de Michelle,
estaba un poco preocupada. Dijo que el día de ayer fue difícil para Michelle. Pense
que tal vez yo podría conversar con ella.
— ¿Con Michelle? ¿Por qué lo pide?
—Bueno, soy el psicólogo de la escuela, y si algún niño tiene un problema...
—Su propia hija es el problema, señor Hartwick. Ella miente, ¿recuerda usted? En
cuanto a Michelle, está muy bien, perfectamente bien. Y ahora, si no tiene
inconveniente, tengo algunos pacientes esperándome.
Sin esperar respuesta, puso el automóvil en marcha y partió.
Tim Hartwick se quedó pensativo en, la acera, viendo desaparecer calle abajo el
automóvil de Cal. Evidentemente, aquel hombre estaba bajo presión. Demasiada
presión. Si en verdad Michelle tenía problemas, Tim estaba seguro de saber cuáles
eran sus raíces. Mentalmente tomó nota de hablar con Corinne al respecto y. si era
necesario, con la madre de Michelle.

Este día fue peor aún. Michelle se sentía como una intrusa, un monstruo. Cuando
sonó la última campana, se alegró de que sus padres fueran a buscarla.
Lentamente recorrió el pasillo. Cuando llegó a los escalones delanteros, todos sus
condiscípulos habían desaparecido. Deteniéndose en lo alto de la escalera, miró
alrededor.
Había todavía un grupo de niñas pequeñas, las de tercer grado, que jugaban
saltando a la cuerda. Como no se veía por ninguna parte a sus padres, Michelle se
instaló en el escalón más alto para mirarlas. Repentinamente una de las niñas
pequeñas se separó del grupo, fue al pie de la escalera y desde allí miro a Michelle.
— ¿Quieres jugar con nosotras?
— No puedo —respondió Michelle ceñuda.
— ¿Por que no?
—Yo no puedo saltar.
La niñita pareció reflexionar sobre esta información. Luego animada, insistió:
—Bueno, podrías dar vuelta la cuerda, ¿verdad? Así yo tendría más vueltas.
Michelle lo pensó. Esa niña no parecía estar burlándose de ella. Finalmente se
incorporó.
99
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Bueno. Pero prométeme no pedirme que trate de saltar.


— No lo haré. Me llamo Annie Whitmore. ¿Y tú?
—Michelle.
Annie aguardó mientras Michelle bajaba lentamente la escalera.
— ¿Te lastimaste?
—Me caí del risco, allá en la caleta —repuso Michelle. Observó cuidadosamente a
Annie,— pero en los ojos de la niña no había otra cosa que curiosidad.
— ¿Te dolió?
—Creo que sí —replicó Michelle—. No recuerdo. Me desmayé.
Entonces los ojos de Annie se le saltaron casi de agitación.
— ¿De veras? —exclamó —. ¿Cómo fue?
Michelle sonrió a la asombrada niña.
—No lo se... ¡estaba atontada!
Entonces Annie se alejó corriendo, brincando adelante de ella, y volvió a reunirse
con sus amigas. Al acercarse a las niñitas, Michelle oyó que Annie decía con
entusiasmo.
—Se llama Michelle. Se cayó del risco, y se desmayó, y no puede saltar, pero
dará vuelta a la cuerda para nosotras. ¿No les parece sensacional?
Ahora todas las niñitas miraron con fijeza a Michelle. Por un momento temió que
fueran a reírse de ella.
No lo hicieron.
En cambio parecían pensar que ella tenía suerte al haberle sucedido algo tan
interesante. Pocos minutos más tarde, Michelle estaba de pie, con la espalda
apoyada en un árbol, dando vueltas a la cuerda y entonando los versos junto con las
demás.

June había dejado que el silencio entre su marido y ella permaneciera


ininterrumpido mientras penetraban en Paradise Point. Podía intuir la hostilidad de
Cal y no necesitaba oírle decir que, en su opinión, ella se estaba portando
estúpidamente. Por su parte, él no dijo nada hasta que el automóvil llegó frente a la
escuela, y cuando habló, lo hizo con voz triunfante.
—Fíjate en eso, ¿quieres? Y dime si piensas que ella es una "reclusa" —dijo
escupiendo la palabra como si fuese algo amargo.
Siguiendo su mirada, June vio a Michelle que, apoyada en un árbol, hacía girar
alegremente la cuerda para las niñas más pequeñas. Oyeron su voz, más fuerte que
las demás, entonando una canción infantil.
June contempló fijamente la escena, sin poder casi creer lo que estaba viendo.
“Me equivoqué" se dijo. "Todo va a ir muy bien. Reaccioné de manera excesiva".
Ese día, a la clara luz de la tarde otoñal, todo parecía perfectamente normal.
Al verlos, Michelle saludó con la mano y entregó su punta de la soga a Annie
Whitmore. Luego echó a andar hacia ellos. Cuando llegó al automóvil se detuvo,
mientras una sonrisa iluminaba su cara.
—¡Hola! ¿Por qué tardaron tanto? Me estaba preocupando. Pero no mucho —
agregó, subiendo al asiento trasero del coche.
—Todo está muy bien, preciosa —dijo Cal —. No hay motivo para que te
preocupes.
Pero mientras él hablaba, June meditaba. Su voz temblaba, aunque ella sabía
que trataba de controlarla. No mucho, pero sí lo suficiente como para que ella

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

supiera que mentía. Sus preocupaciones volvieron a dominarla: tal vez Michelle
estuviera mejorando. Pero ¿y su esposo?

Michelle daba vueltas dormida, inquieta. Gimió un poco; luego despertó.


No fue un despertar lento, como el que hace que uno se pregunte por unos
instantes si está todavía dormido. Fue, en cambio, el despertar instantáneo que es
provocado por un tumulto, un sonido insólito en la noche.
Y sin embargo, no se había oído ningún sonido. La niña permaneció inmóvil,
escuchando. Podía oír solamente el constante retumbo del mar contra el risco, y uno
que otro susurro cuando los vientos otoñales hacían rozar las ramas contra las
casas. Y la voz de Amanda.
Ese sonido fue consolador para Michelle, que se arropó más en la cama,
escuchando.
— Ven conmigo —susurraba Mandy. Después, en tono más urgente:— Ven
conmigo afuera.
Apartando las cobijas, Michelle salió de la cama. Se acercó a la ventana y miró
afuera.
La luna, casi llena, arrojaba sobre el mar un resplandor etéreo. Michelle dejó que
sus ojos se pasearan por la escena. Finalmente fueron a fijarse en el estudio,
pequeño y solitario al borde del risco. Entonces, mientras sus ojos seguían fijos en
el estudio, una nube pareció pasar sobre la luna, impidiéndole ver.
—Ven —susurró Mandy —. Tenemos que ir afuera.
Michelle sintió que Mandy tironeaba de ella. Se puso la bata ajustándola en la
cintura, calzó sus chinelas, luego salió de su cuarto, caminando lenta,
cuidadosamente, escuchando la voz de Amanda.
En su habitación, su bastón estaba todavía apoyado junto a su cama.
Atravesando la casa a oscuras, salió por la puerta trasera. Firmemente guiada por
la voz de Mandy, cruzó el césped y entró en el estudio de su madre.
En el caballete había una tela, el paisaje marino en que su madre había estado
trabajando tanto tiempo. Michelle lo contempló en la penumbra; sus colores se
presentaban atenuados en tonos grises, las burbujas aparecían como extraños
puntos luminosos en el sugestivo cuadro.
Sintiéndose atraer lejos del caballete, se acercó al armario.
— ¿De qué se trata? —preguntó con voz apenas audible. Abrió la puerta del
armario y penetró en él.
—Hazme un retrato —le susurró Amanda.
Obediente, Michelle tomó una tela y la llevó hasta el caballete. Depositando en el
suelo el cuadro de su madre, lo reemplazó por la tela que acababa de sacar del
armario.
— ¿Un retrato de qué? —preguntó.
En la oscuridad hubo un silencio: después la voz de Amanda, de pronto más
clara, le habló de nuevo.
— Lo que me mostraste. Hazme un retrato de lo que me mostraste.
Michelle tomó un carboncillo de dibujo y comenzó a bosquejar.
Detrás de sí podía sentir la presencia de Amanda, mirándola trabajar por sobre su
hombro.
Dibujaba con rapidez, como si alguna fuerza invisible guiara su mano.
Como si alguna fuerza invisible guiara su mano.
Las figuras surgían en la tela.
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Primero la mujer: apenas los contornos escuetos, sus piernas lánguidamente


estiradas sobre un diván de estudio.
Después el hombre, encima de ella, acariciándola.
Mientras dibujaba, Michelle empezó a sentir cierto entusiasmo, una energía que
fluía a ella desde fuera de sí.
—Sí —susurró Amanda—. Así es como fue. Ahora puedo verlo. Por primera vez,
puedo realmente verlo...

Una hora más tarde Michelle retiró la tela del caballete, la puso de nuevo en el
armario y volvió a colocar el cuadro de su madre exactamente como había estado
antes.
Cuando salió del estudio, no quedaban señales de que ella hubiese estado alguna
vez allí. Ninguna señal, salvo el boceto al carboncillo sepultado en el revoltijo al
fondo del armario.
Cuando se despertó a la mañana siguiente Michelle se preguntó por que todavía
se sentía cansada.
Había dormido bien esa noche.
Estaba segura de ello.
Y sin embargo sentíase fatigada, y la cadera le palpitaba de dolor.

CAPITULO 16

Cuando Michelle entró en la cocina, los ojos de June se llenaron de preocupación.


En silencio advirtió el marcado aumento en la cojera de su hija. En los ojos de la
niña había un cansancio que la inquietó.
— ¿Te sientes bien esta mañana?
— Estoy muy bien. Me duele la cadera.
—Tal vez no deberías ir a la escuela sugirió June.
— Puedo ir. Viajaré de nuevo con papá. Y si esta tarde mi cadera no está mejor te
llamare. ¿De acuerdo?
—Pero si estás demasiado fatigada...
— Estoy bien —insistió Michelle.
Apartando la vista del diario que estaba leyendo, Cal Pendleton lanzó una mirada
de advertencia a June, como diciendo: "Si ella dice que está bien, está bien... no
insistas''. Interpretando la mirada, June volvió su atención a los huevos que estaba
revolviendo. Michelle se acomodó en un sillón, frente a su padre.
— ¿Cuándo vas a terminar la despensa?
—Cuando pueda ocuparme. No hay ninguna prisa.
—Yo podría ayudarte —ofreció Michelle.
—Ya veremos.
Aunque el tono de Cal fue evasivo, Michelle sintió que rechazaba su ofrecimiento.
Abrió la boca para protestar; luego lo pensó mejor y decidió abandonar el tema.
Arriba Jenny empezó a llorar. Desde el fogón, June miró hacia lo alto; después se
volvió hacia su esposo y su hija.
—Michelle ¿crees que podrías...?
Pero Cal ya estaba de pie, encaminándose hacia la escalera.
—Yo me ocuparé de ella. Volveré en un minuto.
June vio que los ojos de Michelle seguían a su padre al salir de la cocina. Pero
cuando su hija desvió la mirada y pareció disponerse a hablar, June se apresuró a
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ocuparse de los huevos. Simplemente no había nada que ella pudiera hacer. Se
sentía impotente, ineficaz y furiosa... consigo misma y con Cal.
—Aquí está mi pequeña —dijo Cal cuando regresó a la cocina, sosteniendo en un
brazo a Jenny. Sentándose frente a la mesa, se puso a hacer saltar suavemente a la
niñita, haciéndola sonreír y gorgotear de placer.
— ¿Puedo tenerla yo? —preguntó Michelle. Después de mirarla, Cal sacudió la
cabeza.
— Está contenta donde está. ¿No es hermosa?
Sin contestar, Michelle se levantó repentinamente de la mesa.
—Olvidé algo arriba. Llámame cuando sea hora de salir, ¿de acuerdo?
Cal asintió distraídamente, todavía absorto en Jenny.
— Eso fue cruel —dijo June cuando Michelle hubo salido de la cocina.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Cal, sorprendido por la expresión en el
rostro de June. ¿Qué había hecho él?
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— ¿Al menos no habrías podido dejarla tener a Jenny?
—No te entiendo —replicó Cal. Su expresión perpleja indicó a June que no tenía
la más vaga idea de lo que ella quería decir.
—Oh, no importa —dijo June mientras empezaba a servir los huevos.
Mientras viajaban por Paradisc Point es¿i mañana, ni Cal ni Michelle hablaron. No
era un silencio cómodo, no era el tipo de silencio íntimo, cordial, que ambos habían
disfrutado allá en Boston; en cambio era como si entre los dos hubiese un abismo,
un abismo que se estaba ensanchando y que ninguno de ellos sabía trasponer.
Sally Carstairs trataba de no escuchar la monótona voz de Susan Peterson.
Estaban sentadas bajo el árbol, comiendo su merienda, y a Sally le parecía que
Susan no callaría jamás. Ya hacía casi quince minutos que hablaba sin parar.
— Bien podría irse a otra escuela —había empezado Susan. Todos
habían comprendido de quién hablaba, ya que tenía los ojos fijos en
Michelle que estaba sola sentada en lo alto de los escalones. — Quiero
decir, ¿realmente tenemos que mirarla renquear de un lado a otro como un
fenómeno cualquiera? ¿Por qué no la envían a una de esas escuelas
para niños especiales? Si es que se puede llamar especial a una retardada.
— Ella no es retardada —objetó Sally —. Solamente es coja.
— ¿Cuál es la diferencia? —preguntó Susan airosamente—. La que es un
fenómeno es un fenómeno.
Y así siguió, con voz vibrante de malicia, enumerando sus objeciones a que
Michelle estuviera en la misma escuela que los demás, y mucho menos en la misma
aula.
Sally siguió tratando de no escuchar, pero la voz de Susan era como una abeja
zumbando en sus oídos. Cada pocos segundos miraba a ver si Michelle podía oír lo
que Susan estaba diciendo. Pero Michelle parecía no hacerles ningún caso.
Entonces, en el momento en que Sally decidió que ya había oído bastante y se
disponía a levantarse y acercarse a Michelle, vio que Annie VVhitmorc corría a su
lado. Pudo verlas conversar: luego Annie tomó a Michelle por la mano, tirando de
ella para ponerla de pie. Cuando los demás integrantes del grupo que estaban
delante del arce advirtieron lo que sucedía, Susan guardó silencio. Vieron que Annie
bajaba los escalones conduciendo a Michelle y luego se dirigía con ella hacia un
lugar situado a pocos metros de distancia, donde estaban reunidas las demás
alumnas de tercer grado. Un momento más tarde Michelle sostenía una punta de la

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

cuerda de saltar, Annie la otra, y las niñas más pequeñas empezaron a turnarse en
el medio.
— No me digas que no es retardada —comentó Susan Peterson.
Alrededor de ella, sus amigos comenzaron a reír por lo bajo.
Michelle procuró no hacer caso de esos sonidos, diciéndose que ellos se reían de
otra cosa. Pero sabía que no era verdad. Podía sentirlos: mirándola, cuchicheando
entre sí, riendo. Mientras la primera punzada de furia le apretaba el estómago, sujetó
mejor la cuerda de saltar, obligándose a concentrarse en Annie Whitmorc cuyos pies
brincaron hábilmente al ritmo del canto cuando empezó su turno.
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Pero al aumentar las risas desde el grupo de Susau 'eterson, Michelle
encontró cada vez más difícil no hacerles aso. Su ira aumentó: sintió que el rostro se
le acaloraba, xcrró un momento los ojos, con la esperanza de que al bstruir de
su visión a sus condiscípulos, pudiera excluirlos . e sus pensamientos.
Cuando abrió de nuevo los ojos, algo parecía haber
ocurrido. El sol tan brillante unos segundos atrás, se estaba
cabando en una bruma gris. Y sin embargo era demasiado
emprano para que entrara la niebla. La niebla siempre
entraba al caer la tarde, no a la hora de la merienda...
En sus oídos, las burlas de Susan Peterson se tornaron
más sonoras, atravesando la niebla, atormentándola.
"Haz irirar la cuerda", se decía. "Sólo haz iiirar la
o o
cuerda y finge que no ocurre nada".
Su visión se esfumaba rápidamente: pronto no percibió nada más que la soga en
su mano. Redobló el ritmo del canto, haciendo girar la cuerda más rápido para
seguirlo.
En el rostro de Annie, la sonrisa feliz empezó a apagarse, mientras procuraba
seguir el ritmo de Michelle, súbitamente furioso. Brincaba cada vez más rápido y
pronto renunció a emplear el saltito intermedio que llenaba el tiempo entre las
rotaciones de la soga. Ahora saltaba de frente a Michelle, procurando decidir si
debía continuar o tratar de escaparse. Pero la soga iba demasiado rápido. Annie no
podía escapar ni tampoco continuar.
Cuando la soga le fustigó los tobillos, Annie gritó de dolor, tropezó y cayó al suelo.
Fue el grito lo que llegó hasta Michelle.
Ahogando las risas de Susan Peterson, atravesó la bruma, perforando la niebla
como un relámpago.
La soga, arrancada de su mano al golpear a Annie, yacía a los pies de Michelle.
No recordaba haberla soltado: no recordaba qué había ocurrido exactamente. Pero
allí
estaba Annie, frotándose el tobillo y minando a Michelle con más reproche
que temor.
— ¿Por que hiciste eso? —inquirió Annie—. No puedo saltar tan rápido.
—Disculpa —respondió Michelle. Dio un paso adelante pero Annie pareció
encogerse apartándose de ella . No quise hacerla girar tan rápido. De veras que no.
¿Te sientes bien?
De nuevo se movió hacia Annie, y la nifiita, al no ver otra cosa que preocupación
en el rostro de Michelle, dejó que la ayudara a levantarse.
—Duele —se quejó—. ¡Me arde!

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

En su pierna se estaba formando una roncha que ella frotó de nuevo antes de
incorporarse. Se había congregado un pequeño gentío que observaba con curio-
sidad, señalando primero a Annie y luego a Michelle. Al ver acercarse a Susan
Peterson, Michelle se alejó renqueando lo más rápido que podía. Estaba al pie de
los escalones cuando oyó, detrás de sí, la voz de Sally Carstairs.
—Michelle.,. ¿que pasó?
Michelle se volvió hacia Sally. Aunque en sus ojos no había más que curiosidad,
Michelle desconfió. Después de todo, solo unos instantes atrás Sally había estado
bajo el árbol junto con Susan y los demás.
—Nada —declaró—. Solo que hice girar la cuerda demasiado rápido y Annie
tropezó.
Mientras hablaba, Sally la observaba cuidadosamente, preguntándose si Michelle
estaba diciendo la verdad. Pero al sonar la campana que los llamaba a todos
después de la merienda, decidió no apremiar a Michelle. — ¿Quieres que entre
contigo? —preguntó. —No —respondió Michelle en tono brusco— . ¡Solo
quiero que me dejes tranquila!
Ofendida, Sally retrocedió; luego subió de prisa los escalones. Cuando Michelle
se arrepintió de sus palabras
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era demasiado tarde... Sally estaba ya dentro del edificio. Lentamente, Michelle
empezó a subir la escalera, aliviada al ver que los demás niños pasaban en tropel
por su lado, parloteando, olvidados ya del incidente con Annie.
—Yo vi lo que hiciste —siseó Susan Peterson a su oído.
Sobresaltada, Michelle estuvo por perder el equilibrio y tuvo que aferrarse a la
barandilla para no caerse.
—¿Qué?
—Lo vi —insistió Susan, cuyos ojos brillaban de malicia—. Vi que
deliberadamente trataste de hacer caer a Annie y se lo diré a la señorita Hatcher.
¡Es probable que te expulsen!
Sin aguardar respuesta, se apresuró a entrar. Súbitamente sola en el patio
escolar, Michelle se detuvo y miró el campo de juego, como si de algún modo
pudiera ver lo que realmente había sucedido. Ella no lo había hecho de intento.
Estaba segura de que no. Pero en realidad no podía recordar qué había sucedido
hasta que Annie Whitmore gritó. Suspirando profundamente, empezó de nuevo a
subir los escalones. "Ojalá que ella estuviera muerta" pensó. "Ojalá Susan Peterson
estuviera muerta".
Al llegar a lo alto de los escalones, Michelle se detuvo. Dentro de su cabeza podía
sentir la voz de Amanda, muy suave, hablándolc.
—Yo la mataré —susurraba Mandy—. Si ella habla, yo la mataré...
June colocó a Jennifer en su cunita, acomodó cuidadosamente una cobija en
torno a ella; luego volvió a su caballete y examinó el paisaje marino. Estaba casi
concluido. Era tiempo de empezar con otra cosa. Abriendo la puerta del armario, tiró
de la cuerdita que colgaba de
la lamparilla sin pantalla instalada adentro y tendió la mano hacia la tela más
cercana. Al ver que su tamaño no le convenía, se internó más en el armario para
revolver entre la maraña de marcos y telas que se apilaban en desorden al fondo.
Finalmente, vio una que le convenía y la apartó de las demás.
Al llevarla al estudio, se dio cuenta de que no estaba en blanco.
Arrugando la frente, miró con fijeza el boceto al carboncillo. No
recordaba haber hecho ese boceto, y sin embargo debía de haberlo hecho.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Colocó la tela en el caballete. Luego se apartó y la miró de nuevo. Era algo


extraña.
El boceto de dos figuras desnudas haciéndose el amor, no era malo.
Pero no era de ella. No correspondía el estilo ni el tema. Durante años ella había
bosquejado muchos cuadros; luego, insatisfecha con ellos, los había apartado,
pensando rehacerlos o borrarlos.
Cuando encontraba alguno de ellos, invariablemente recordaba la imagen, o por
lo menos la reconocía como propia: por su técnica o por un tema que le interesaba.
Pero este cuadro era diferente. Los trazos eran audaces, más audaces que los
suyos y más primitivos. Y sin embargo las figuras estaban bien... las proporciones
eran correctas; casi parecían moverse sobre la tela. Pero ¿quién podía haberlas
hecho?
La obra tenía que ser de ella. ¡Tenía que ser! Y sin embargo no podía recordarla
en absoluto. Estaba por limpiar la tela cuando cambió de idea. Sintiendo una extraña
inquietud, la volvió a guardar en el armario.

Michelle empezó a juntar sus libros, sin quitar los ojos del suelo mientras el resto
de la clase salía de prisa al corredor. La tarde había sido desdichada para ella:
itormcntada, ella había esperado el recreo. Estaba segura ie que la señorita Hatcher
querría hablar con ella. Pero recreo había pasado sin que la señorita Hatcher dijera
lada. Ahora había terminado el día. Se puso de pie, tomó el bastón y se dirigió a la
puerta.
—Michelle... ¿quieres aguardar un minuto, por favor?
Lentamente se volvió hacia la maestra. La señorita Hatcher la estaba mirando.
Pero en vez de enojada parecía preocupada.
—Michelle, ¿qué pasó hoy a la hora de la merienda?
— ¿Se... se refiere usted a Annie?
Corinne Hatcher asintió con la cabeza.
—Tengo entendido que hubo un accidente —dijo en un tono que expresaba
inquietud, pero no enojo.
Michelle se permitió tranquilizarse un poco.
—Parece que hice girar la soga un poco rápido. Annie tropezó y la soga le golpeó
la pierna. Pero dice que se siente bien.
— Pero ¿cómo ocurrió eso? —insistió la señorita Hatcher.
Michelle habría deseado saber qué le había dicho Susan Peterson.
—Pues... pues sucedió, simplemente —respondió Michelle, desvalida —. Creo
que no estaba prestando atención —hizo una pausa, luego, vacilando preguntó:—
¿Qué dijo Susan?
—Poca cosa, solo que vio que la cuerda golpeaba a Annie.
—Dijo que yo lo hice de intento, ¿verdad?
— ¿Por qué iba a decir eso? —replicó la maestra. Eso era exactamente lo que
había dicho Susan.
—Dijo que me iban a expulsar por eso —contestó Michelle, le temblaba la voz y
luchaba por contener las lágrimas.
—Bueno, aunque lo hubieras hecho de intento, no creo que te echaríamos por
eso. Tal vez te haríamos escribir "No haré caer a Annie Whitmore" en la pizarra cien
veces. Pero ya que fue un accidente no parece merecer castigo, ¿verdad?
—¿Quiere decir que me cree? —respiró Michelle.
—Por supuesto que sí.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Toda la tensión abandonó a Michelle, Después de todo, las cosas iban a estar
bien. Entonces miró a la señorita Hatcher con expresión implorante.
—Señorita Hatcher, ¿por qué diría Susan que yo hice eso de intento?
"Porque es una mentirosilla maligna y detestable" pensó para sí Corinne.
—A veces algunas personas ven las cosas de modo diferente a otras —respondi ó
con serenidad—. Por eso es importante averiguar lo que otras personas dicen sobre
esas cosas. Por ejemplo, Sally Carstairs dijo que tú no hiciste nada
deliberadamente. También ella dijo que fue un accidente.
—Sí, fue un accidente —asintió Michelle—. Yo no haría daño a Annie. Me agrada
y yo le agrado a ella.
—Agradas a todos, Michelle —respondió Corinne palmeándole el hombro
afectuosamente—. Solo dales una oportunidad y ya verás.
Eludiendo su mirada, Michelle preguntó:
— ¿Puedo irme ya?
—Por supuesto. ¿Vendrá a buscarte tu madre?
— Puedo caminar.
El modo en que lo dijo Michelle hizo pensar a Corinne que era casi un desafío.
—Estoy segura de que puedes —admitió con dulzura. Michelle se dirigió hacia la
puerta pero la maestra volvió a detenerla—. Michelle... —La niña se detuvo, pero no
se volvió, obligando a Corinne a hablarle a su espalda—. Michelle, lo que te ocurrió
también fue un accidente, no debes estar encolerizada por ello ni culpar a nadie, fue
un accidente, tal como lo sucedido hoy a Annie.
—Ya lo sé —replicó Michelle. Su voz fue apagada; las palabras sonaron como
una réplica automática.
—Y los niños se acostumbrarán a ti. Con los de más edad llevará un poco de
tiempo, nada más. Pronto dejarán de burlarse.
— ¿Dejarán? —preguntó Michelle. Pero no esperó una respuesta.

Cuando salió de la escuela, los alrededores estaban desiertos. Michelle cojeaba


lentamente, entre contenta de que no hubiera nadie viéndola y desilusionada de que
no hubiera nadie con quien hablar. Casi había esperado que Sally la estuviera
esperando. Pero ¿por qué iba a hacerlo?, reflexionó Michelle. ¿Por qué iba a
desperdiciar Sally su tiempo con una lisiada?
Procuró convencerse de que lo dicho por la señorita Hatcher era lo cierto, que
pronto sus condiscípulos se acostumbrarían a su cojera y encontrarían otra cosa de
que hablar, otra persona de quien reírse. Pero al andar, con la cadera más dolorida
a cada paso, supo que no era verdad. Ella no mejoraría... iba a empeorar.
Cuando llegó al camino del risco se detuvo y se apoyó un rato en su bastón,
contemplando el mar, observando las gaviotas que se remontaban fácilmente sobre
el viento.
Deseó ser un pájaro para poder volar también, volar en alto sobro el mar, volar
lejos y nunca volver a ver a nadie. Pero no podía volar, ni siquiera podría correr
jamás otra vez. Echó a andar con una cojera más pronunciada que nunca.
Al pasar por el cementerio, oyó una voz:
— ¡ Lisiada... lisiada... lisiada!
Antes ya de mirar, supo quién era. Se quedó inmóvil, luego finalmente se volvió
para enfrentar a Susan Peterson.
—Termina con eso.

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— ¿Por qué? —gritó Susan con voz burlona—. ¿Qué harás para evitarlo?
¡Lisiada!
— No tendrías que estar en el cementerio —comentó Michelle, procurando
contener la furia que crecía en ella.
— Puedo ir adonde quiera y hacer lo que quiera —se mofó Susan—. ¡Yo no soy
renga como algunas personas!
Las palabras resonaron en los oídos de Michelle, aguijoneándola, lastimándola,
penetrando en ella. En su interior creció la furia, y de nuevo la niebla empezó a
cerrarse alrededor de ella. Pero entonces con la niebla llegó Amanda. Pudo sentir a
Amanda antes de oírla, pudo sentir su presencia junto a ella, sosteniéndola. Y luego
Mandy empezó a susurrarle.
—No le permitas decir cosas como esas —decía Mandy—. Hazla callar. ¡Haz que
tenga la boca cerrada!
Michelle penetró en el cementerio, enredándose los pies en la maleza, con su
bastón más de estorbo que de ayuda. Pero a su lado podía sentir a Mandy,
fortaleciéndola, dándole bríos.
Y a través de la niebla podía ver la cara de Susan Peterson que ya no sonreía,
muerta en sus labios la risa.
— ¿Qué estás haciéndo —susurró—. No te me acerques.
Michelle siguió andando, arrastrando su pierna coja, olvidando su dolor,
golpeando con su bastón las zarzas y piedras a su paso, sin hacer caso de lo que
decía Susan, escuchando solamente las palabras de aliento de Mandy.
Al acercarse Michelle, Susan empezó a retroceder.
—Apártate de mí —clamó—. Déjame tranquila. ¡Déjame tranquila!
Con el rostro contraído en una máscara de miedo, se volvió de nievo y echó a
correr a través del camposanto, huyendo hacia la arremolinada niebla gris.
Implacable, Michelle se lanzó tras ella.
—Quédate aquí —le susurró Amanda—. Tú quédate aquí y déjame hacerlo.
Quiero hacerlo...
Entonces también ella desapareció y Michelle quedó repentinamente sola, inmóvil
en el abandonado cementerio, apoyada en su bastón mientras la gris humedad de la
bruma flotaba a su alrededor.
Cuando se lo oyó, el grito fue apagado, flotando casi suavemente a través de la
niebla, después, de nuevo, solo hubo silencio.
Michelle permaneció quieta, escuchando, aguardando. Cuando de nuevo oyó la
voz de Amanda, pudo sentir a la extraña niña otra vez cerca de ella, casi dentro de
ella.
—Lo hice —susurró Mandy—. Te dije que lo haría y lo hice.
Con estas palabras repercutiendo en su cabeza, Michelle echó a andar
lentamente hacia su casa. Cuando llegó a la vieja morada, el sol brillaba otra vez
desde un claro cielo otoñal, y el único ruido que oyó fue el de las gaviotas al chillar.

CAPITULO 17

En la Clínica había sido un día tranquilo. El último paciente se había marchado y


ahora estaban los dos solos. Josiah Carson sacó una botella de whisky de un cajón
del escritorio y llenó dos vasos. Este era uno de sus rituales favoritos... un trago a la
tarde en días tranquilos.
— ¿Alguna novedad en casa? —preguntó como al descuido.
—No sé con seguridad a qué se refiere —respondió Cal Pendleton.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

"Eres un hombre sereno", pensó para sí Carson. "Pero te está afectando. Puedo
verlo en tus ojos". Cuando habló lo hizo con voz amistosa.
— Pensaba en Michelle. ¿Alguna idea nueva sobre lo que está causando esa
cojera?
Antes de que Pendleton pudiera contestar, sonó el teléfono en la oficina exterior.
Carson maldijo en voz baja.
—Lo de siempre... se va la enfermera y suena el telefono —comentó. Como no
dio señales de atenderlo, Cal se estiró y levantó el auricular.
—Aquí la Clínica —dijo.
— ¿Está allí el doctor Carson? —inquirió una agitada voz. Cal tuvo la seguridad
de reconocer a la que llamaba.
—Habla el doctor Pendleton, señora Benson. ¿Puedo serle útil?
—Pregunté por el doctor Carson —respondió secamente Constance Benson, con
voz amplificada por la irritación—. ¿Se encuentra allí?
Tapando la bocina, Cal entregó el teléfono a Josinh.
—Es Constance Benson, está alterada y solo quiere hablar con usted.
Josiah recibió el teléfono.
—Constance, ¿cuál es el problema?
Mientras el anciano doctor escuchaba a la señora Benson, Cal observaba su
rostro. Al verlo palidecer, el miedo empezó a dominar a Cal.
—Llegaremos enseguida —oyó decir a Carson—. No haga usted nada... cualquier
cosa que intentara hacer podría empeorar más las cosas.
Colgó el teléfono y se incorporó.
— ¿Le pasa algo a Jeff?
Carson sacudió la cabeza al responder.
—Susan Peterson. Llama una ambulancia y partamos. Te lo contaré en el camino.

— Ruego a Dios que la ambulancia llegue aquí a tiempo —dijo sombríamente Cal
Pendleton.
Salieron velozmente de la aldea; los neumáticos de su automóvil chirriaron al
tomar al sur por el camino de la caleta.
—Dudo de que la necesitemos —replicó Carson con el rostro inmovilizado en
torvas arrugas—. Si es cierto lo que dijo Constance, no habrá mucho que podamos
hacer.
—Pero ¿qué ocurrió? —quiso saber Pendleton.
—Susan cayó del risco. Salvo que, por lo que dijo Constance, no cayó
exactamente. Según Constance, cruzó corriendo el borde.
— ¿Corriendo? ¿Quiere usted decir… corriendo? —tartamudeó Cal. ¿Qué podía
haber querido decir esa mujer?
— En efecto. A menos que yo no le haya entendido bien. Es posible... Está muy
alterada.
Antes de que Carson pudiera decir a Pendleton todo lo que había dicho
Constance, llegaron a casa de los Benson. Constance los esperaba en la galería,
pálida, retorciendo nerviosamente su delantal con las manos.
— Está en la playa —gritó mientras ellos bajaban del automóvil—. Por favor...
jdense prisa! No sé si... si...
Su voz, desvalida, se apagó. Josiah Carson se acercó a ella diciendo a Cal que
fuese a la playa y viese qué podía hacer por Susan Peterson.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Detrás de la casa hay un sendero. Es el camino más rápido para bajar, y Susan
debe de estar unos cien metros al sur.
Automáticamente los ojos de Cal escudriñaron el risco hacia el sur.
— ¿Quiere usted decir por el cementerio? —preguntó. Josiah asintió con la
cabeza.
—No se sorprenda por lo que encuentre... el risco baja en línea recta por allí.
Echando mano a su maletín, Cal se puso en marcha. Ya podía sentir que el
pánico lo dominaba. Se defendió de él, repitiéndose una y otra vez: "Ella ya está
muerta. No puedo hacerle daño. No puedo hacerle nada. Ya está muerta". A medida
que introducía estas palabras en su conciencia, el pánico comenzó a disminuir. El
sendero, muy parecido al que había en su propia vivienda, era empinado y áspero,
describiendo varias curvas cerradas, al pasar serpenteando a la playa. Medio
corriendo, medio resbalando Cal bajó por el sendero, mientras involuntariamente sus
pensamientos evocaron otra tarde, apenas cinco semanas atrás, cuando también
había pasado corriendo una senda hacia la playa.
Este día no cometería los mismos errores que entonces había cometido.
Este día haría lo que era necesario hacer y lo haría bien.
Salvo que ese día no había nada que hacer. Llegó a la playa y finalmente pudo
echar a correr. Habia recorrido cincuenta metros cuando la vio, inerte e inmóvil.
Sabiendo que era inútil apresurarse, comenzó a trotar; los últimos pasos los dio
caminando.
Susan Peterson, con el cuello roto, la'cabeza retorcida en un ángulo
violentamente forzado, tenía la mirada fija en el cielo, los ojos abiertos, los rasgos
aún contraidos por una expresión de terror. Sus brazos y piernas flojamente
extendidos en torno a ella, parecían grotescos en su inutilidad. La marea entrante la
estaba lamiendo ávidamente, como si el mar estuviese ansioso por devorar esos
extraños restos que poco tiempo atrás habían sido una niña de doce años.
Arrodillándose junto a ella, Cal le tomó la muñeca, apretó su estetoscopio junto a
su pecho. Era un gesto inútil, que verificaba simplemente lo que él ya sabía.
Estaba por alzarla cuando algo lo detuvo. Sus músculos quedaron paralizados,
negándose a obedecer las órdenes que su cerebro les enviaba. Lentamente se
incorporó, con los ojos fijos en la cara de Susan, pero viendo con la mente el rostro
de Michelle. “No puedo moverla", pensó. "Si la muevo podría hacerle daño". Este
pensamiento era irracional, y Cal sabía que era irracional. Y sin embargo, allí inmóvil
en la playa, solo con los despojos de Susan Peterson, no logró obligarse a
levantarla, a llevarla alzada por el sendero como había llevado a su propia hija tan
poco tiempo atrás. Con la mente entumecida por la vergüenza, Cal emprendió el
regreso, dejando sola a Susan con la ondulante marea.

—Está muerta.
Cal Pendleton pronunció esas palabras en un tono positivo, tal como el que habría
podido emplear para anunciar la muerte de un gato a sus dueños que se lo hubieran
llevado para eliminarlo.
—Dios querido —murmuró Constance Benson, desplomándose en un sillón de su
sala de recibo—. ¿Quién se lo dirá a Estelle?
—Yo lo haré —fue la respuesta automática de Josiah Carson, aunque tenía los
ojos fijos en Cal Pendleton—. ¿No la trajo?
—Me pareció mejor que esperáramos a la ambulancia —mintió éste, sabiendo
que no engañaba al viejo doctor—. Tiene el cuello roto, y parece que algunas otras
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

cosas también. —Desvió su atención hacia Constance Benson—. ¿Qué ocurrió?


Josiah dijo que al correr cayó del risco.
Vaciló un poco en la palabra "correr", como si aún le costase creer que semejante
cosa pudiese haber sucedido.
En vez de responder, Constance miró a Josiah Carson, quien asintió levemente
con la cabeza.
—Creo que será mejor que se lo diga —sugirió.
Cal sintió que una punzada de miedo lo atravesaba. Antes de que la señora
Benson empezara, supo que en el relato había algo más, algo terrible. Pese a ello,
no estaba preparado para lo que oyó.
—Yo estaba junto al fregadero, pelando unas manzanas —dijo Constance
Benson. Mantenía los ojos fijos en un lugar del suelo como si el mirar a cualquiera
de los dos médicos le hiciera imposible repetir el relato—. Miré por la ventana y vi a
Susan Peterson en el cementerio. No sé qué estaría haciendo... he dicho a Estelle
que debía mantener a Susan alejada de allí, tal como dije a su esposa, doctor
Pendleton, que debía mantener alejada a Michelle, pero supongo que simplemente
no me escuchan. Bueno, tal vez ahora lo hagan. Como sea, yo estaba medio
vigilando mis manzanas y medio vigilando a Susan, sin prestar demasiada atención.
Entonces, de pronto, apareció Michelle por el camino. Susan debe de haberle dicho
algo, porque se detuvo y miró fijo a Susan.
— ¿Qué le dijo? —inquirió Cal.
Por primera vez desde que iniciara su recitación, Constance levantó la vista del
suelo.
—No pude oír. La ventana estaba cerrada y hay cierta distancia hasta el
cementerio. Pero ellas estaban hablando, sin duda, y Susan debe haber querido
mostrar algo a Michelle porque Michelle empezó a internarse en el cementerio. Pasó
trepando sobre la cerca, casi enredándose en la maleza... no me explico cómo lo
hizo con esa cojera suya, pero lo hizo. Susan la esperaba, al menos eso parecía.
Salvo lo que ocurrió después. Esa es la parte que no logro entender para nada.
Se interrumpió, sacudiendo la cabeza como si tratara de juntar las piezas de un
rompecabezas sin conseguirlo.
—Bueno, ¿qué pasó? —la apremió Cal.
— Fue algo extrañísimo —meditó Constance, luego clavó en Cal una mirada
helada—. Michelle debe haberle dicho algo a Susan. No pude oírlo, por supuesto,
pero fuera lo que fuese, debe haber sido algo muy espantoso. Porque de pronto vi
en la cara de Susan una expresión tal como ojalá no vuelva nunca a ver. Miedo, eso
es lo que era. Miedo puro y simple.
Una imagen de Susan atravesó la mente de Cal Pendleton. La "expresión
descripta por Constance Benson concordaba exactamente con la que Pendleton
había visto en el rostro de la niña muerta.
—Y entonces echó a correr —oyó que decía la señora Benson—. Simplemente
echó a correr como si el mismo demonio la persiguiera. Y corriendo pasó por la orilla
del risco.
Las últimas palabras fueron susurradas, apenas audibles, pero quedaron flotando
en la sala de recibo, congelando la atmósfera.
— ¿Pasó corriendo la orilla del risco? —repitió Cal estúpidamente, como si no
pudiera dar crédito a sus oídos—. ¿Se fijaba adonde iba? No es posible.
—Se fijaba. Miraba derecho adelante, pero ni siquiera se detuvo.
—Dios santo —murmuró Cal cerrando los ojos en un inútil esfuerzo por borrar la
imagen que estaba viendo. Entonces recordó que su propia hija también había visto
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

lo sucedido. Volvió a abrir los ojos y casi temerosamente enfrentó a Constance


Benson—. Y ¿qué me dice de Michelle? ¿Qué hizo?
El rostro de Constance Benson se endureció; lo miró ceñuda y fríamente.
—Nada —respondió escupiendo la palabra.
—¿Qué quiere decir, nada? —preguntó Cal, sin hacer caso de su tono—. Debe
de haber hecho algo.
—Se quedó allí de pie. Simplemente se quedó allí de pie como si ni siquiera
hubiese visto lo sucedido. Y entonces, cuando Susan gritó, ella esperó un minuto y
luego echó a andar hacia su casa, caminando.
Cal se quedó clavado al suelo, sin poder moverse, sin poder absorber lo que
aquella mujer estaba diciendo.
— No lo creo —dijo finalmente.
— Puede usted creerlo o no, como le parezca conveniente —respondió
Constance Benson —. Pero es la verdad de Dios y nada más. Ella obró como si no
hubiese ocurrido absolutamente nada.
Cal se volvió hacia Josiah Carson como si pudiese apelar a él, pero Josiah estaba
sumido en sus pensamientos. Cuando Cal pronunció su nombre, volvió a la realidad.
Tendiendo una mano, apretó el brazo de Cal, pero cuando habló, lo hizo con voz
extraña, como si estuviese pensando en otra cosa.
—Tal vez sea mejor que se vaya a casa —dijo—. Yo puedo ocuparme de las
cosas aquí. Más vale que vaya a ver si Michelle se encuentra bien. Ya sabe que
podría estar sufriendo una conmoción.
Asintiendo en silencio, Cal se dispuso a salir del cuarto. Se detuvo un momento.
Se dio vuelta como para decir algo. Ante la helada expresión de Constance Benson,
pareció cambiar de idea. Luego se marchó.

Josiah Carson y Constance Benson aguardaron en silencio hasta que llegó la


ambulancia. Entonces, cuando Carson estaba por partir, Constance habló
repentinamente.
— Ese hombre no me agrada —dijo.
—Vamos, Constance, ni siquiera lo conoce.
—Ni quiero conocerlo. Creo que cometió un error al traer a su familia aquí —
continuó, fijando en Carson una mirada casi hostil—. Y tampoco creo que le haya
hecho usted ningún favor vendiéndole esa casa. Debió usted haber demolido esa
casa años atrás.
Ahora la expresión del mismo Carson se endureció.
— Está diciendo tonterías, Constance, y lo sabe. Esa casa nada tiene que ver
con lo sucedido aquí.
—¿Que no? —Apartándose de Carson, Constance Benson se acercó a la
ventana, donde se quedó mirando hacia el cementerio. A la distancia, como
grabadas contra el cielo, se dibujaban las líneas victorianas de la casa de los
Pendleton.— No comprendo cómo pueden vivir allí —murmuró la mujer—. Ni
siquiera usted pudo vivir allí después de lo de Alan Hanley. No tiene sentido alguno.
Si yo fuera June Pendleton, empacaría mi ropa, tomaría a mi hijita y saldría de allí
mientras aún pudiera hacerlo.
—Pues lamento que opine usted así —dijo bruscamente Josiah Carson—. Por mi
parte creo que se equivoca, y me alegro de que los Pendleton estén aquí. Y espero
que se queden, a pesar de lo sucedido. Ahora mejor será que vaya a ver a Estelle y
Henry Peterson.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Cuando el médico salió de su casa, sin despedirse, Constance Benson estaba


todavía de pie junto a la ventana, mirando a la distancia, sin revelar sus
pensamientos.

Cal Pendleton subió corriendo los escalones hasta la galería delantera, abrió la
puerta, luego la cerró con violencia al entrar.
— ¿Cal? ¿Eres tú?
La voz de June, desde la sala de recibo, expresó alarma, pero no tanta como la
que sintió Cal cuando la encontró tranquilamente sentada en un sillón, bordando.
—Dios santo —exclamó él—. ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo puedes quedarte allí
sentada? ¿Dónde está Michelle?
June lo miró boquiabierta, sorprendida por el tono estrangulado de su esposo.
—Estoy bordando —respondió vacilante—. ¿Y por qué no iba a estar aquí
sentada? Michelle está arriba, en su habitación.
—No puedo creerlo —declaró Pendleton.
— ¿Que es lo que no puedes creer? Cal, ¿qué ocurre?
El médico se desplomó en un sillón, tratando de poner en orden sus ideas.
Repentinamente ya nada tenía sentido.
— ¿Cuándo llegó Michelle a casa? —preguntó por fin.
—Hace unos cuarenta y cinco minutos, una hora tal vez —repuso June, dejando
a un lado su bordado—. ¿Ha ocurrida algo?
—No puedo creerlo —murmuró Cal—. Simplemente no puedo creerlo.
— ¿No puedes creer queé cosa? —interrogó June—, ¿Quieres decírmelo, por
favor?
—¿No te contó Michelle lo que ocurrió hoy?
—No dijo gran cosa de nada —replicó June—. Entró, bebió un vaso de leche, dijo
que la escuela estuvo "muy bien"... lo cual no estoy muy segura de creer… luego
subió.
—¡Jesús! — Era una locura, igual que una pesadilla. — Michelle debe de haber
dicho algo. ¡Debe de haberlo dicho!
—Cal, ¡si no me dices qué está pasando, empezaré a gritar!
— ¡Susan Peterson está muerta!
Por un momento, June se limitó a mirarlo con fijeza como si no encontrara sentido
a esas palabras. Cuando finalmente habló, fue en un susurro.
— ¿Qué quieres decir?
—Simplemente lo que dije. Susan Peterson está muerta, y Michelle lo vio
suceder. ¿Realmente no te lo dijo?
Lo mejor que pudo, Cal repitió lo sucedido en casa de los Benson, y lo que había
dicho Constancc Benson.
Mientras escuchaba, June sintió que en ella penetraba como un puñal el miedo,
afilándose con cada palabra. Cuando Cal terminó, June apenas si pudo contenerse
de temblar. No era posible que Susan Peterson estuviese muerta, y no era posible
que Michelle hubiera visto algo.
De ser así lo habría dicho. Por supuesto que sí.
— ¿Y realmente Michelle no dijo nada cuando llegó a casa esta tarde?
—Nada. Ni una palabra. Es... es increíble.
— Es lo que me repito —Cal se puso de pie—. Mejor será que suba y hable con
ella. No puede simplemente fingir que nada ocurrió.
Iba a salir del cuarto cuando June se levantó para seguirlo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Más vale que vaya contigo. Debe de estar horriblemente alterada.


Encontraron a Michelle tendida en su cama, con un libro apoyado en el pecho, su
muñeca acomodada en la curvatura de su brazo izquierdo. Cuando sus padres
aparecieron en la puerta, alzó la vista mirándolos con curiosidad. Cal fue
directamente al grano.
— Michelle, creo que mejor nos dices que pasó esta tarde.
Michelle arrugó un poco la frente, después se encogió de hombros.
— ¿Esta tarde? No ocurrió nada. Volví simplemente a casa.
— ¿No te detuviste en el cementerio? ¿No hablaste con Susan Peterson?
—Tan solo un minuto —repuso Michelle.
Su expresión reveló a June que evidentemente no creía que valiera la pena hablar
de eso. Cuando Cal empezó a exigir los detalles de la conversación, June lo
interrumpió.
—No me dijiste que habías visto a Susan —dijo cuidadosamente, procurando no
delatar nada.
Por alguna razón, parecía importante oír la versión de Michelle de lo sucedido
desde su propio punto de vista y no como respuesta al impaciente interrogatorio de
Cal.
— La vi solo durante uno o dos minutos —declaró Michelle—. Andaba
correteando por el cementerio, y cuando le pregunte qué hacía, se puso a burlarse
de mí. Me... me Ilamó lisiada y dijo que yo renqueaba.
— ¿Y qué hiciste tu? —preguntó June con suavidad. Sentándose en la cama,
tomó en la suya la mano de Michelle, apretándola de manera tranquilizadora.
—Nada, iba a entrar en el camposanto, pero entonces Susan huyó corriendo.
— ¿Huyó corriendo? ¿Hacia adonde?
—No lo sé. Solo desapareció en la niebla.
Los ojos de June fueron hacia la ventana. Como durante todo el día, el sol
resplandecía sobre el mar.
— ¿Niebla? Pero hoy no ha habido ninguna niebla.
Michelle miró perpleja a su madre; luego desvió la mirada hacia su padre. Parecía
estar enojado. Pero ¿qué había hecho de malo? No lograba entender que
pretendían de ella. Se encogió de hombros, desvalida.
— Lo único que sé es que cuando estaba en el cementerio, la niebla cayó de
pronto. Era realmente espesa y no pude ver gran cosa. Y cuando Susan huyó
corriendo, simplemente desapareció entre la niebla.
— ¿Oíste algo? —preguntó June.
Michelle pensó un momento; luego asintió con la cabeza.
—Hubo algo... una especie de grito. Creo que Susan debe de haber tropezado o
algo así.
"Dios mío", pensó June. "No sabe. Ni siquiera sabe qué ocurrió".
— Entiendo —dijo con lentitud—. Y después de que oíste gritar a Susan, ¿qué
hiciste?
— ¿Qué hice? Pues... pues me vine acá.
—Pero, querida —insistió June—. Si la niebla era tan densa ¿cómo pudiste
encontrar el camino a casa.
Michelle le sonrió al responder:
—Fue fácil. Mandy me guiaba. La niebla no molesta a Mandy para nada.
Solo por pura fuerza de voluntad, June se contuvo de gritar.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

CAPITULO 18

Esa noche, la cena fue casi intolerable para June. Michelle permanecía
plácidamente sentada, evidentemente no afectada por lo que había sucedido esa
tarde. El silencio de Cal, un silencio que había comenzado al contarle Michelle lo
ocurrido esa tarde, flotaba sobre la mesa como una mortaja. Durante toda la comida
la mirada de June voló desde su esposo a su hija mayor. Constantemente cautelosa,
constantemente vigilante, a la espera de algo —cualquier cosa— que prestara a la
atmósfera cierta normalidad .
Ese era el problema, comprendió mientras limpiaba la mesa cuando por fin
terminó la comida... la situación se presentaba demasiado normal, y al parecer, era
ella la única persona conciente de que no lo era. Mientras apilaba los platos en el
fregadero, se encontró empezando a cuestionar su propia cordura. Dos veces se
dispuso a salir de la cocina y se detuvo. Finalmente la tensión fue tanta, que no pudo
soportarla.
—Creo que debemos hablar —dijo a Cal, entrando en la sala de recibo.
No se veía a Michelle en ninguna parte: June presumió que estaba en su
habitación. Cal sostenía a Jennifer en las rodillas, haciéndola saltar suavemente y
hablándole. Al oír a June, levantó la vista y observó cautelosamente a su esposa.
—¿Hablar sobre que? —inquirió Cal, mirándola con fijeza. June pudo ver que
ante sus ojos se alzaba un muro, un muro que amenazaba con dejarla totalmente
afuera. El arrugó levemente el entrecejo, mientras la piel en torno a sus ojos se
plegaba en profundas arrugas. Cuando habló lo hizo secamente.— No se que haya
nada que hablar.
June movió un momento la boca; después recobró la voz.
—¡Que no lo sabes! —exclamó, luego repitió la frase en voz más alta—. ¿Que no
lo sabes ? Dios mío, Cal, debemos buscar ayuda para ella.
¿Qué estaba haciendo él? ¿Acaso cerraba los ojos ante todo lo que estaba
ocurriendo? Por supuesto que estaba haciendo eso. Ella pudo verlo en su expresión.
—No creo que haya nada tan terriblememente grave.
Eso era. Por eso él había estado tan silencioso desde que Michelle les relatara su
versión de lo ocurrido por la tarde... simplemente estaba bloqueándolo todo. Pero
June debía encontrar un modo de comunicarse con él.
— ¿Cómo puedes decir eso? —preguntó, esforzándose por mantener la voz
calma y razonable — . Hoy Susan Peterson murió, y Michelle estuvo allí, lo vio, o por
lo menos debió haberlo visto. Si realmente no lo vio, entonces tenemos más
problemas de los que realmente yo misma pensé. No tiene ningún amigo, salvo
Mandy, que es una muñeca, por amor de Dios. Y ahora está este asunto con la
niebla. Cal, hoy no hubo ninguna niebla... lo sé, estuve aquí todo el día, y el sol
brilló. ¡Cal, ella debe de estar perdiendo la vista! ¿Y dices que no crees que ocurra
nada tan grave? ¿Acaso estás ciego tú? —June se interrumpió de pronto, dándose
cuenta de que su voz se estaba poniendo chillona. Pero no importaba. Los ojos de
Cal estaban helados ahora; June supo lo que iba a decir antes de que hablara.
—No quiero oír esto, June. Tú pretendes que crea que Michelle se ha vuelto loca.
No es cierto. Ella está muy bien. Esta tarde sufrió un shock y lo bloqueó. Esa es una
reacción normal. ¿Entiendes? ¡Es normal!
Aturdida, June se dejó caer en un sillón, mientras procuraba ordenar sus
pensamientos con alguna coherencia. Cal tenía razón: no quedaba nada de que
hablar... era necesario hacer algo.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Ahora escúchame —oyó que decía Cal con voz calmada y palabras
maniáticamente razonables—. Tú no estuviste allá esta tarde: yo sí. Oí lo que dijo
Constance Benson, y oí lo que dijo Michelle, y no importa mucho a quién creas...
Michelle nada tuvo que ver con lo ocurrido a Susan. Ni siquiera la señora Benson
dijo que Michelle haya hecho algo... solo dijo que Michelle no reaccionó ante lo que
pasaba. Y ¿cómo habría podido hacerlo? Debe de haberse hallado en estado de
shock. ¿Cómo podía reaccionar entonces?
Con la mitad de su mente, June escuchaba lo que decía Cal, pero la otra mitad
clamaba su protesta. El estaba deformando las cosas, obligándolas a parecer lo que
él deseaba que parecieran.
—Pero ¿y la niebla? —insistió ella—. Michelle dijo que hubo niebla ¡y no la hubo!
Maldito sea, no la hubo.
—No dije que la hubiera —respondió pacientemente Cal—. Tal vez Michelle sí vio
lo que le pasó a Susan, y su reacción... la reacción que la señora Benson dijo que no
huboo... fue simplemente cerrar su mente ante ello. Es posible que su mente haya
inventado la niebla para ocultar lo que no quería ver.
— ¿Tal como tu mente está ocultando lo que tú no quieres ver? —June lamentó
sus palabras tan pronto como las pronunció, pero no había modo de retirarlas.
Parecieron golpear con fuerza física a Cal: hundió el cuerpo en su sillón y levantó
apenas a Jenny, como si la pequeña fuese un escudo.— Lo siento —se disculpó
June—. No debí haber dicho eso.
—Si eso es lo que piensas, ¿por qué no decirlo? —replicó Cal—. Subiré a
acostarme. No veo mucho sentido en continuar con esto.
Observándolo irse, June no intentó retenerlo ni proseguir la conversación. Se
sentía pegada a su sillón, incapaz de reunir fuerzas para levantarse. Escuchó
mientras Cal subía las escaleras. Luego esperó hasta que sus pasos se apagaron
rumbo al dormitorio de ambos. Entonces, cuando la casa quedó en silencio, trató de
pensar, trató de obligarse a concentrarse en Michelle, y en lo que debía hacer por
ella. Acorazándose por lo que podía estar por suceder, June tomó una decisión. No
se dejaría disuadir.

El tiempo parecía haberse detenido para Estelle y Henry Peterson. Ahora, casi a
la medianoche, Estelle permanecía silenciosamente sentada con las manos en el
regazo, sin decir nada. Mostraba una expresión levemente perpleja, como si se
preguntara dónde estaba su hija. Henry se paseaba de un lado a otro, con la cara
muy enrojecida, mientras su indignación aumentaba a cada minuto. Si Susan estaba
realmente muerta, alguien tendría la culpa.
—Dígamelo otra vez, Constance —pidió—. Dígame de nuevo qué pasó.
Simplemente no puedo creer que no haya olvidado usted nada.
Incómodamente instalada en uno de los mejores sillones de Estelle, Constance
Benson sacudió la cabeza, fatigada.
—Ya le conté todo, no queda nada por decir.
—Mi hija no habría corrido hasta caer por el borde de un risco —proclamó Henry,
como si diciéndolo pudiera hacerlo cierto—. Esa niña tiene que haberla empujado.
Tiene que haberlo hecho.
Constance mantuvo los ojos firmemente fijos en sus manos, mientras las retorcía
nerviosamente en su regazo, deseando poder decir a Henry Peterson lo que éste
quería escuchar.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No lo hizo, Henry. Supongo que debe de haber dicho algo, pero no pude oírlo
desde mi cocina. tY ni siquiera estaba muy cerca de Susan. Fue... bueno, fue muy
extraño, nada más.
—Demasiado extraño, diría yo —murmuró Henry. Se sirvió un trago de whisky, lo
bebió, luego se ajustó el sombrero en la cabeza diciendo: —Iré a hablar con Josiah
Carson. Es médico... debe saber qué pasó.
Con paso majestuoso, salió de la habitación. Un momento más tarde la puerta de
calle se cerró con violencia y se oyó ponerse en marcha el motor de un automóvil.
—Dios mío —suspiró Estelle—. Espero que no vaya a cometer ninguna
imprudencia. Tú ya lo conoces. Susan se enoja tanto con él a veces... —Calló al
comprender que Susan ya nunca volvería a enojarse con su padre. Miró a
Constance Benson con expresión suplicante.— Oh, Constancc, ¿qué haremos?
Simplemente no puedo creerlo. Sigo teniendo la sensación de que en cualquier
instante Susan entrará por esa puerta y de que todo habrá sido un sueño. Un
horrible sueño.
Acercándose al sofá, Constance atrajo hacia sí a Estelle, quien con el brazo
consolador de Constance rodeándola, se abandonó a las lágrimas. Le temblaba el
cuerpo y se enjugaba inútilmente los ojos con un pañuelo arrugado.
—Deja salir el llanto —le dijo Constance—. No puedes contenerlo y Susan no
querría que lo hicieras. En cuanto a Henry, no te preocupes... se tranquilizará. Tiene
que alborotar, eso es todo.
Estelle aspiró por la nariz y se enderezó un poco, tratando de sonreír a
Constance, pero fue demasiado esfuerzo para ella.
—Constance, ¿estás segura de habernos contado todo? ¿No hubo algo que tal
vez no quisiste decir frente a Henry?
—Ojalá lo hubiera —suspiró pesadamente Constance—. Ojalá hubiese algo que
diera sentido a todo. Pero no lo hay. Lo único que sé es lo que dije tantas veces a la
gente: no dejen que los niños jueguen cerca de ese cementerio. Es peligroso. Pero
nadie me creyó y ahora mira lo que ha ocurrido.
Los ojos de Estelle se cruzaron con los de Constance Benson. Por un rato, las
dos mujeres se miraron simplemente como si entre ellas hubiese una comunicación
muda. Cuando por fin Estclle habló, lo hizo en voz baja y sumamente contenida.
— Fue esa niña, ¿verdad? ¿Michelle Pendleton? Susan nos contó que le pasa
algo.
— Es lisiada —repuso Constance—. Se cayó del risco.
—Ya lo sé —respondió Estelle—. No me refiero a eso. Había otra cosa. Susan
me lo contó ayer, pero no puedo recordar qué era.
—Pues no veo que importe mucho —resopló Constance—. Me parece que lo que
hay que hacer es ocuparse de que todos estén prevenidos. Creo que deberíamos
advertir a todos que mantengan a sus hijos lejos de ese cementerio y lejos de
Michelle Pendleton. No sé qué dijo, pero sé que dijo algo.
Estelle Peterson asintió con la cabeza.
La noticia no tardó mucho en difundirse por todo Paradise Point. Constance
Benson llamó a sus amigas,y sus amigas llamaron a las de ellas. Mientras avanzaba
la noche, en toda la aldea hubo pequeños grupos familiares, reunidos en cocinas y
salas de recibo, hablando en voz baja a sus adormilados hijos, previniéndoles sobre
Michelle. Los niños mayores asentían sabiamente.
Pero para los más pequeños, eso no tenía sentido...

117
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

En casa de los Carstairs, fue Bertha quien conversó brevemente con la señora
Benson y luego murmuró algunas palabras de compasión para la señora Peterson
antes de colgar el teléfono y mirar a su marido. Fred la estaba observando.
— ¿No es un poco tarde para llamadas telefónicas? preguntó sentándose en la
cama. Le disgustaba que lo molestaran en plena noche.
— Era Constance Benson —respondió Bertha con tranquilidad—. Parece creer
que Michelle Pendleton tiene algo que ver con lo que ocurrió hoy.
—Siempre la misma Constance —refunfuñó Fred, somnoliento, aunque con
expresión cautelosa — . ¿Qué cree Constance que hizo Michelle?
—No lo dijo. Ni creo que lo supiera con exactitud. Pero dijo que nosotros
deberíamos tener una charla con Sally, advirtiéndole que no se acerque a Michelle.
—Yo no advertiría a un hombre que no se acerque a una trampa para osos
porque lo diga Constance Benson —murmuró Fred—. Se lo pasa hablando de ese
cementerio, pero casi nunca sale de su casa. Debe de ser duro para ese hijo suyo.
Bertha estaba por apagar la luz cuando se oyó un suave golpecito en la puerta y
entró Sally. Evidentemente bien despierta, fue a sentarse en la cama de sus padres.
—¿Quién llamó por teléfono? —preguntó.
—Solo la señora Benson —respondió Bertha—. Quería hablar sobre Susan, y
sobre Michelle —agregó.
—¿Michelle? ¿Qué hay con ella?
—Bueno, ya sabes que Michelle estuvo hoy con Susan —hizo notar Bertha. Sally
asintió con la cabeza, pero se mostró desconcertada.
—Ya sé —respondió—. Pero es raro. Susan odiaba a Michelle. ¿Qué podía estar
haciendo Susan con alguier a quien odiaba?
Bertha no hizo caso de la pregunta; en cambio formuló una a su vez.
— ¿Por qué odiaba Susan a Michelle?
Sally se encogió de hombros, inquieta; luego decidió que era hora de decir a
alguien lo que venía sintiendo.
—Porque es coja. Susan actuaba siempre como si Michelle fuese una especie de
monstruo... se lo pasaba llamándola retardada y cosas así.
—Oh, no... —murmuró Bertha—. Qué terrible para ella.
—Y... y todos nosotros le hicimos caso —continuó Sally acongojada.
—¿Le hicieron caso? ¿Quieres decir que todos estuvieron de acuerdo con
Susan?
Sally movió la cabeza asintiendo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Yo no quise hacerlo... de veras que no quise. Pero entonces... bueno, Michelle
parecía no querer que siguiéramos siendo amigas, y Susan... bueno, Susan actuaba
como si quien quisiera ser amigo de Michelle no pudiera serlo de ella. Y yo... yo
conozco a Susan de toda la vida. —Se puso a llorar mientras su madre la abrazaba
diciendo:
—Vamos, preciosa, no llores más. Todo saldrá bien...
—Pero ahora Susan está muerta —gimió Sally. Al ocurrírscle una idea, se apartó
de su madre—. Michelle no la mató, ¿verdad?
—Por supuesto que no —respondió enfáticamente Bertha. Estoy segura de que
fue solo un accidente.
—Bueno, ¿y qué dijo la madre de Jeff? —preguntó Sttlly.
—Dijo... dijo... —titubeó Bertha, luego buscó ayuda en su marido.
—No dijo nada —declaró éste redondamente—. Susan debe de haber tropezado
y caído, tal como Michelle hace poco tiempo. Michelle fue simplemente más
afortunada que Susan, es todo. Y si me preguntan, pienso que lo que Susan y
118
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

ustedes, los demás niños, hicieron a Michelle, es una porquería. Pienso que
deberías decirle que lo Iamentas y que quieres ser otra vez su amiga.
—Pero ya le dije eso —objetó Sally.
—Pues díselo de nuevo —insistió Fred Carstairs—. Esa niña ha pasado un mal
rato y si Constance Benson está haciendo lo que yo creo que está haciendo, las
cosas se pondrán todavía peores para ella. Y no quiero que nadie diga que mi hija
fue partícipe de ello. ¿Está claro?
Sally asintió en silencio con la cabeza. En cierto sentido, lo que acababa de
decirle su padre era exactamente lo que ella quería oír. Pero ¿y si realmente
Michelle no quería ser más su amiga? ¿Qué podía hacer ella entonces? Aquello era
muy desconcertante para Sally, que cuando volvió a su cama no pudo dormir.
Algo estaba mal.
Algo estaba muy mal.
Pero ella no lograba imaginar qué era.

Aunque nadie había llamado a los Pendleton esa noche, Cal podía sentir una
tensión en el aire. A veces pensaba que venir a Paradise Point había sido un error.
¿Qué había obtenido él? Estar endeudado hasta las orejas, con una clientela que
apenas le permitía vivir, una nueva hija y otra que estaría inválida por el resto de su
vida.
Pero todos los problemas se resolverían. Es que, al transcurrir las semanas, Cal
había llegado a comprender algo. Por alguna razón, una razón que solo entendía
vagamente, su lugar estaba en Paradise Point. Su lugar era esta casa, y sabía que
no la abandonaría. Por nada, ni siquiera por su hija.
Claro que en realidad, no era su hija. La habían adoptado. No era una verdadera
Pendleton.
Al ocúrrírsele eso, Cal se agitó en la cama, más inquieto aún por el remordimiento
que le causaba semejante idea. Y sin embargo era cierto, ¿o no? De todos sus
problemas, ¿por qué el peor tenía que provenir de alguien que ni siquiera era su
hija?
Dándose vuelta procuró pensar en otra cosa.
En cualquier otra cosa.
Por su mente empezaban a pasar imágenes, imágenes de niños. Allí estaba Alan
Hanley, y Michelle, y ahora también Susan Peterson. Rostros, rostros torcidos de
miedo y dolor, fundiéndose unos con otros, todos mirándolo con fijeza, todos
acusándolo.
Y había otros, Sally Carstairs, y Jeff Benson y las pequeñas, las niñas con
quienes Michelle había estado jugando... ¿cuándo? ¿ayer? ¿Realmente había sido
apenas ayer? En realidad no tenía importancia. Todos estaban allí y todos lo
estaban mirando, interrogándolo.
— ¿Nos harás daño a nosotros también?
El sueño comenzó a dominarlo, pero no le fue fácil dormir. Ellos estaban siempre
allí, indefensos, suplicantes.
Y acusadores.
Durante la noche aumentó la confusión de Cal, y con ella su cólera. De todo esto
nada era culpa suya. ¡Nada! ¿Por qué entonces lo estaban acusando?
La noche, y sus propias emociones lo dejaron exhausto.

119
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

La luna entraba en su última fase, había alcanzado su cima cuando despertó


Michelle; su luz fantasmagórica llenaba la habitación. La niña se sentó en su cama,
segura de que Amanda estaba junto a ella.
— ¿Mandy?
Susurró el nombre de su amiga después aguardó una respuesta en la quietud de
la noche iluminada por la luna. Cuando llegó, la voz de Amanda fue tenue, lejana,
pero sus palabras fueron claras.
—Afuera. Ven afuera, Michelle...
Bajando de su cama, Michelle se acercó a la ventana. El mar rutilaba a la luz de la
luna, pero Michelle apenas lo miró; luego desvió la vista hacia el claro de abajo,
buscando en las sombras algún fugaz movimiento que le indicara dónde estaba
Amanda.
Y entonces la vio. Una sombra, más oscura que las demás penetró súbitamente
en el prado.
Con la cara inclinada hacia atrás, recibiendo la extraña luz de la luna que se
deslizaba, Amanda la llamó con una seña.
Michelle se cubrió con su bata y sigilosamente abandonó su habitación. En el
pasillo se detuvo, escuchando. Cuando no oyó ningún sonido en la habitación de sus
padres, empezó a bajar las escaleras.
Afuera la esperaba Amanda.
Al acercarse, Michelle sintió la presencia de su amiga que la arrastraba, la guiaba.
Bajó el sendero y luego, bordeando el risco, se dirigió al estudio.
Al entrar, Michelle no intentó encender la luz. En cambio, sabiendo lo que
Amanda quería, fue al armario y sacó una tela.
La puso en el caballete, tomó un trozo de carboncillo de su madre y esperó.
Cualquier cosa que Amanda quisiera ver, Michelle sabía que podía dibujarla. Un
momento más tarde empezó. Como antes, sus trazos eran audaces, rápidos y
seguros, como si la guiara una mano invisible. Y mientras trabajaba, su rostro fue
cambiando. Sus ojos, sus ojos pardos que siempre habían parecido tan vivaces, se
enturbiaron y luego parecieron ponerse vidriosos. En cambio los ciegos ojos pálidos
y lechosos de Amanda cobraron vida, revoloteando ávidamente sobre la tela,
paseándose por todo el estudio, absorbiendo las imágenes que durante tanto tiempo
le fueron negadas.
El cuadro surgía rápidamente, con los mismos trazos audaces que Michelle había
utilizado la noche anterior.
Solo que esa noche Michelle dibujó a Susan Peterson con la cara deformada por
el miedo, en la orilla del risco. Susan parecía estar suspendida en el aire, con el
cuerpo lanzado hacia adelante, agitando los brazos. Y sobre el risco, con la boca
curvada con una siniestra sonrisa, había otra niña, vestida de negro, con la cara casi
tapada por su gorro. Era Mandy. Parecía observar a Susan con ojos sin luz, los
brazos extendidos, no de temor, sino como si acabara de empujar algo.
Su sonrisa, aunque carente de alegría, parecía de algún modo victoriosa.
Michelle puso fin al dibujo; luego se apartó. Detrás de sí sentía la presencia de
Amanda, que respiraba suavemente, escudriñando la tela por sobre su hombro.
—Sí —susurró en su oído la voz de Amanda—. Así es como fue.
Casi de mala gana, Michelle volvió a guardar la tela en el armario, obedeciendo la
orden susurrada por Amanda: esconderla bien al fondo, en un rincón alejado, donde
no se la encontraría.
Después, dejando el estudio tal como había estado al entrar ella, Michelle
emprendió el regreso hacia la casa. Mientras cruzaba el prado, Amanda le susurró:
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Ahora te odiarán todos, pero no importa. También me odiaban a mí y se reían.


Pero no importa, Michelle, yo cuidaréde ti. Ellos no se reirán de ti. Nunca se reirán
de ti. Yo no les permitiré que lo hagan.
Y entonces Amanda desapareció en la noche...

LIBRO TERCERO
CAPITULO 19

El día había sido una dura prueba para todos. Corinne Hatcher miró el reloj, sin
duda por sexta o séptima vez por lo menos. Durante toda la jornada, los niños
habían cuchicheado unos con otros, mientras sus ojos iban constantemente a
posarse aunque fuese un instante en Michelle Pendleton, y luego se desviaban a
otra parte, culpables, cuando advertían que la señorita Hatcher los estaba
observando.
Corinne no sabía más que cualquier otra persona. Había oído todas las hipótesis.
La noche anterior la habían llamado varias mujeres, todas proclamando su deseo de
asegurarse de que la maestra de sus hijos supiese "la verdad", todas ansiosas por
decirle que esperaban que ella se ocuparía de que Michelle Pendleton fuera
"separada" de la clase. Por último ella, desesperada, había llamado a Josiah Carson
pidiéndole la versión autentica de lo sucedido.
Luego dejó su telefono descolgado.
Y ahora, mientras se acercaban las tres de la tarde, aún estaba tratando de
decidir si mencionaría o no a Susan Peterson. Pero mientras iban pasando
lentamente los últimos minutos del día escolar, supo que no lo haría... simplemente
no había nada que pudiera decirles, y por cierto que no había nada que quisiera
decirles estando presente Michelle Pendleton.
Michelle.
Michelle había llegado esa mañana, como todas las mañanas recientes, apenas a
tiempo para deslizarse discretamente en su asiento, al fondo del salón. De todos los
niños, ella parecía ser la única capaz de concentrarse en todas sus lecciones.
Mientras los demás cambiaban miradas y cuchicheos, Michelle permanecía sentada
tranquilamente (¿o acaso estoicamente?) al fondo del salón, como si no advirtiese lo
que estaba pasando en torno a ella. La reacción de Michelle ante la situación había
puesto el ejemplo para la suya propia. Si Michelle podía obrar como si nada hubiese
ocurrido, ella también. "Dios sabe que para Susan no tendrá ya importancia" pensó
para sí "y tal vez si me desentiendo de la situación, los niños harán lo mismo".
Cuando sonó la campana final, Corinne lanzó un silencioso suspiro de alivio,
mientras se hundía en su sillón para observar a los niños que se precipitaban al
pasillo. Notó que ninguno de ellos hablaba a Michelle, aunque le pareció ver que
Sally Carstairs se detenía un instante, vacilaba como si fuera a decir algo, después
cambiaba de idea y salía con Jeff Benson.
Cuando en el salón no quedó nadie salvo ellas dos, Corinne sonrió a Michelle.
—Bueno —dijo con la mayor animación posible—. ¿Qué tal fue tu día?
Si Michelle quería hablar al respecto, Corinne le había dado la oportunidad. Pero
Michelle no quería hablar.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Muy bien —respondió con indiferencia. Se había pursto de pie y estaba


juntando sus libros. Poco antes de salir del cuarto sonrió brevemente a Corinne.—
Hasta mañana —dijo, y se marchó.

Al salir del aula, Michelle miró al otro lado del corredor. Viendo que Sally Carstairs
y Jeff Benson conversaban junto a la puerta principal, tomó hacia el otro lado.
Cuando llegó a la escalera de atrás, se permitió descansar por primera vez en ese
día: ninguno de sus condiscípulos estaba en el patio. Allí estaba Annie Whitmore
jugando con sus amigas. Pero ese día no saltaban a la cuerda, sino que jugaban a la
"pata coja". Michelle las observó un momento, preguntándose si tal vez ella podría
hacerlo, saltando con su pierna sana. Tal vez lo intentaría, después de que las niñas
se fueran.
Empezó a bajar la escalera, pensando salir del patio por la entrada de atrás, pero
cuando pasaba frente a los columpios, un niño de segundo grado la llamó.
— ¿Quieres empujarme?
Michelle se detuvo y miró al niñito.
Tenía siete años y era pequeño para su edad. Encaramado en un columpio,
contemplaba pensativamente a sus amigos que se mecían de un lado a otro. Su
problema era inmediatamente obvio. Como sus piernas no llegaban al suelo, no
podía poner en movimiento el columpio. Miraba a Michelle con ojos pardos, grandes
y confiados, ojos de cachorrito.
— ¿Por favor? —imploró.
Michelle dejó su cartapacio en el suelo y, con esfuerzo, se apostó detrás del
niñito.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó mientras le daba un empujóncito.
—Billy Evans. Yo sé quién eres... eres la niña que se cayó del risco. ¿Te dolió?
—No mucho. Quedé desmayada.
Billy pareció aceptar esto como algo perfectamente normal.
—Ah —respondió—. Empújame más fuerte.
Michelle empujó un poco más fuerte. Pronto Billy se columpiaba muy contento,
lanzando hacia afuera las piernecitas, mientras sus infantiles chillidos resonaban en
el campo de juego.

Sally Carstairs y Jeff Benson bajaron lentamente los escalones delanteros,


renuentes a volver a casa, prolongando su consoladora camaradería. Entre ellos se
había formado un vínculo... nada explícito, pero sí algo que, sin embargo, existía. Si
se les hubiera preguntado, ninguno de ellos habría podido explicarlo... a decir
verdad, quizás ninguno de ellos lo habría admitido. No obstante, cuando llegaron al
patio delantero, se demoraron.
Se detuvo un automóvil y los dos niños vieron bajar a June Pendleton.
Tímidamente, cada uno de ellos murmuró un tenue saludo cuando pasó junto a
ellos, pero June no pareció oírlos. La vieron desaparecer dentro de la escuela.
—No creo que Michelle haya tenido nada que ver con lo sucedido —dijo
repentinamente Sally.
Aunque no habían estado hablando de Michelle y de Susan, Jeff supo a qué se
refería.
—Mi madre dijo que ella estaba presente —respondió Jeff.
—Pero eso no quiere decir que haya hecho nada —objetó Sally.
122
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Bueno, lo cierto es que no le gustaba Susan.


— ¿Por qué iba a gustarle? —inquirió Sally, cuya voz cobró calor por primera vez
—. Susan fue malvada con ella. Desde el primer día de escuela Susan fue siempre
Malvada con ella.
Jeff arrastró los pies, incómodo, pues aunque sabía que lo dicho por Sally era
cierto, no quería aceptarlo.
—Bueno, todos nosotros le hicimos caso, más o menos.
—Lo sé. Tal vez no debimos hacerlo.
Jeff miró bruscamente a Sally.
— ¿Quieres decir que si no lo hubiéramos hecho, Susan no estaría muerta
ahora?
—¡No dije eso! —exclamó Sally, aunque se preguntó en silencio si eso había
querido decir—. ¿Está bien si te .u ompaño hasta tu casa?
—Si quieres —respondió Jeff encogiéndose de hombros—. Pero después tendrás
que volver caminando al pueblo.
—No importa.
Los dos echaron a andar por la acera; luego doblaron la esquina por la calle que
pasaba frente al campo de juego.
—Tal vez vaya a ver a Michelle —dijo Sally indecisa.
Jeff se detuvo y la miró.
—Mi madre dice que no debemos tener ninguna relación con ella. Dice que es
peligroso.
—Qué tontería —replicó Sally—. Mis padres me dijeron que tenía que volver a ser
su amiga.
—No veo por qué. Ella ya no puede hacer nada más. En mi opinión, su pierna no
fue lo único que se lastimó al caer. ¡Creo que debe de haber caído de cabeza!
— ¡Jeff Benson, termina con eso! —exclamó Sally—. Esa es precisamente la
clase de cosas que Susan solía decir. ¡Y mira lo que le ocurrió!
Entonces Jeff se detuvo, y sus ojos se clavaron en Sally.
—Tú sí crees que Michelle hizo algo, ¿verdad? —preguntó. Sally se mordió los
labios y miró,el suelo.— Bueno, si lo crees está bien —continuó Jeff—. En el pueblo
todos creen que ella le hizo algo a Susan. Salvo, creo, que nadie? sabe
exactamente qué.
Estaban ya cerca del campo de juego; de pronto Sally experimentó una sensación
pavorosa, como si la estuvieran observando. Al darse vuelta, contuvo el aliento
súbita e involuntariamente: a pocos metros de distancia, del otro lado de la cerca
estaba Michelle, frente a ella, empujando suavemente un columpio, mientras Billy
Evans sonreía contento y rogaba que lo empujase más fuerte.
Durante una fracción de segundo, los ojos de Sally se encontraron con los de
Michelle. En ese instante tuvo la certeza de que Michelle había oído lo dicho por
Jeff. En los ojos de Michelle había una expresión que aterró a Sally. Tendiendo una
mano, tomó la de Jeff.
—Ven —dijo, con voz apenas más fuerte que un susurro—, ¡Ella te oyó!
Jeff arrugó el entrecejo, luego miró en torno para ver por qué Sally susurraba de
pronto.
Vio a Michelle que lo miraba fijamente.
Su primer impulso fue sostenerle la mirada, y entrecerró los ojos. Pero la mirada
de Michelle jamás vaciló, y su cara permaneció inexpresiva. Jeff sintió que perdía el
control. Cuando finalmente se dio por vencido y apartó la vista, procuró simular que
lo había hecho de intento.
123
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Vamos, Sally —dijo en voz alta, asegurándose de que Michelle lo oyera—. Si


Michelle quiere jugar con los crios ¿qué nos importa?
Echó a andar, dejando sola a Sally. Esta esperó unos segundos, confusa,
queriendo alcanzarlo. Sin embargo, una parte de ella se demoraba, deseando poder
disculparse con Michelle de algún modo. Incapaz de resolverlo, corrió tras la figura
de Jeff que se alejaba.

Corinne Hatcher alzó la vista de las pruebas que estaba corrigiendo. Su sonrisa
automática de bienvenida se convirtió en una expresión preocupada cuando vio a
June Pendleton enmarcada en la puerta del aula. Se la veía ojerosa, aguardando
indecisa, con un malestar que era evidente en ella, desde su despeinado cabello
hasta su falda, un poco arrugada. Levantándose de su sillón, Corinne, con un
ademán, invitó a June a entrar.
— ¿Está usted bien?
Cuando ya era demasiado tarde se dio cuenta de que sus palabras no podían
sino aumentar la evidente incomodidad de June. Esta, sin embargo, no pareció
ofenderse.
—Mi aspecto debe de corresponder a cómo me siento dijo. Trató de sonreír, pero
no lo consiguió.— Necesito... necesito hablar con alguien, y al parecer no hay otra
persona con quien hacerlo.
—Supe lo de Susan Peterson —declaró Corinne—. Debe de haber sido terrible
para Michelle.
Agradecida por la inmediata comprensión de la maestra, June se dejó caer en el
asiento de uno de los pupitres; luego se volvió a incorporar con rapidez: no podía
tolerar la sensación de corpulencia que le daba el diminuto escritorio.
—Esa fue una de las razones por la que vine —anunció—. Notó... bueno, ¿notó
usted algo en Michelle hoy? Quiero decir, ¿algo fuera de lo común?
—Temo que el de hoy no haya sido uno de los mejores días para ninguno de
nosotros —respondió Corinne—. Los niños estaban todos... ¿cómo puedo decirlo?
¿Preocupados? Creo que es el mejor modo de expresarlo.
— ¿Le dijeron algo a Michelle?
Corinne vaciló: luego decidió que no había motivo para ocultar la verdad a June.
—Señora Pendleton, ellos no le dijeron nada, absolutamente nada.
June captó inmediatamente lo que la maestra quería decir.
—Tenía el temor de que ocurriera eso —dijo, más para sí que a Corinne—.
Señorita Hatcher... no sé qué hacer.
June volvió a sentarse, repentinamente demasiado cansada, demasiado
derrotada por toda la situación para que le importara el aspecto que pudiera tener.
Esta vez fue Corinne quien la hizo levantarse.
—Venga conmigo. Vamos al cuarto de los maestros y bebamos una taza de café.
Usted parece necesitar algo más fuerte. Pero lamento que las reglas sean todavía
rígidas por aquí. Y creo que es tiempo de que empecemos a llamarnos June y
Corinne, ¿no le parece?
Asintiendo con desánimo, June se dejó conducir fuera del aula y por el corredor.

— ¿Cree usted que su amigo podrá ayudar? —preguntó June.

124
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Había relatado a Corinne lo sucedido el día anterior, y lo absurdo que todo eso
había parecido. Primero Michelle regresando a casa... calmada, aparentemente sin
problemas, y luego la vuelta de Cal y el comienzo de la pesadilla.
June repitió todo tal como había sucedido, procurando trasmitir a la maestra la
sensación de irrealidad que todo tenía para ella, era, dijo por fin, como si su mundo
todo hubiera sido convertido en algo salido de "Alicia en el país de las maravillas"...
sucedían las cosas más horribles, y alrededor de ella todos actuaban como si no
ocurriera absolutamente nada. En realidad, no estaba segura de si le preocupaba
más su esposo o su hija, pero la noche anterior, ya tarde, había decidido que
primero debía estar Michelle.
Corinne Hatcher escuchó todo el relato, sin interrumpir, sin preguntar, intuyendo
que June necesitaba simplemente contarlo, externalizar el caos que había estado
agitándose en su mente. Ahora, al terminar June, movió pensativa la cabeza,
asintiendo.
—No veo por qué Tim no podría ayudar —declaró. Levantándose, fue en busca
de la cafetera, meditando mientras volvía a llenar su taza y la de June. Al encararse
otra ve , con June, procuró que su tono fuese alentador.— Tal vez las cosas no sean
tan graves como parecen —titubeó un momento, sin saber bien qué decir—. Sé que
todo parece aterrador —continuó suavemente—, pero creo que se preocupa usted
demasiado.
—¡No! —Fue casi un chillido. Los ojos de June se llenaron de lágrimas.— Dios
mío, si pudiera usted oírla, cómo habla de esa muñeca. Lo juro, creo que realmente
está convencida de que Mandy... ahora la llama Mandy... es real.
Su voz era tan lúgubre que atemorizó a Corinne. Esta tomó una mano de June en
la suya y trató de hablar con tono confiado.
—Es aterrador, pero todo saldrá bien. De veras que sí.
En su fuero interno no estaba tan segura como trataba de aparentar, ni mucho
menos. En la profundidad de su ser, Corinne tenía una sensación... una sensación
de que lo sucedido a Michelle, fuera lo que fuese, estaba más allá de lo que ambas
podían comprender. Y esa sensación la aterrorizaba.

Viendo que Sally desaparecía calle abajo, Michelle procuró olvidar las palabras de
Jeff. Pero ellas persistían en su mente, resonando en su cabeza, burlándose de ella,
atormentándola. Vagamente percibía a Billy Evans, que le gritaba para que lo
empujara más fuerte, pero su voz parecía lejana, como si le llegara a través de una
niebla.
Dejó que el columpio se detuviera y, cuando Billy protestó, le dijo que estaba
cansada, que lo empujaría un poco más en otra ocasión. Después se dirigió
penosamente al árbol y se sentó en la hierba. Aguardaría un rato, hasta que Jeff y
Sally se hubieran alejado mucho, antes de iniciar la larga caminata de regreso a
casa.
Estirándose en la hierba, fijó la mirada en las hojas del árbol, que estaban
cambiando de color con la llegada del otoño. Cuando estaba así, totalmente sola sin
nadie en torno a ella, no era tan malo. Solo cuando podía oírlos o verlos, sus voces
atormentándola, sus ojos burlándose de ella, Michelle realmente odiaba a los niños
que habían sido sus amigos.
Excepto a Sally. Michelle aún no estaba segura con respecto a Sally. Sally
parecía mejor que los demás. Más bondadosa. Michelle decidió hablar con Amanda
sobre Sally. Tal vez, si Amanda lo aceptaba, pudieran ser amigas otra vez. Michelle
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

esperaba que sí... Realmente, en lo profundo, le agradaba Sally. De todos modos,


Amanda decidiría.
Desde la ventana de su aula, Corinne observó a June que cruzaba el campo de
juego. Le pareció que en June había cierta renuencia a molestar a Michelle, como si
mientras estuviera dormida bajo el árbol se hallara a salvo del caos desatado en su
mente. Pero luego Corinne vio que June se arrodillaba y dulcemente despertaba a
Michelle.
Michelle se incorporó rígidamente; el dolor que sentía en la cadera era visible en
su rostro, aún desde el otro lado del patio. Al ver a June pareció sorprendida, pero al
mismo tiempo agradecida. Tomando la mano de su madre, Michelle dejó conducir
hasta que, al doblar la esquina del edificio, Corinne las perdió de vista.
Aun después de que ambas desaparecieron, Corinne permaneció en la ventana,
con la imagen de Michelle grabada en su mente: sus hombros agobiados, su cabello
colgante y lacio, su ánimo derrotado por el accidente que la había dejado inválida.
Mucho tiempo parecía haber pasado desde aquel primer día de escuela, cuando
Michelle había entrado brincando en su aula, brillante la mirada, sonriente, ansiosa
por iniciar su nueva vida en Paradise Point.
Y ahora, apenas unas semanas más tarde, todo eso había cambiado. ¿Paradise
Point, Punta Paraíso? Bueno, para algunas personas tal vez, pero no para Michelle
Pendleton.
Ahora no. Y de pronto Corinne estuvo segura, probablemente nunca más.

CAPITULO 20

La tarde era fresca, y Corinne caminaba con rapidez, pensando más en la visita
de June Pendleton que en la dirección que ella misma había tomado. Hasta que vio
delante de sí el edificio, en medio de un bosquecillo, los muros cubiertos de rosas
trepadoras, no se dio cuenta de que la clínica había sido su meta desde el primer
momento. Se detuvo un instante, leyendo el cartel pulcramente escrito, con el
nombre desteñido de Josiah Carson y sobre el recién estampado, el de Cal
Pendleton. Por algún motivo la inscripción le pareció triste, y tardó unos segundos en
comprender por que. Era un signo del antiguo orden dando lugar al nuevo. Josiah
Carson había estado allí desde que Corinne podía recordarlo. Resultaba difícil
imaginarse a la clínica sin el.
Penetró en la sala de espera y sintió alivio al ver a Marion Perkins sentada tras el
escritorio, trabajando en los libros. Por lo menos Marión iba a estar todavía allí,
suavizando la transición entre el doctor Carson y el doctor Pendleton. Al tintinear
suavemente la campanita adherida a la puerta, Marion alzó la vista.
—¡Corinne! —exclamó. Al reconocer a la maestra su expresión fue de bienvenida,
mezclada con preocupación y algo de sorpresa.— Sabe usted, tenía la sensación de
que tal vez hoy vendría por aquí. Es raro... bueno, quizá no tan raro en realidad,
teniendo en cuenta lo sucedido. Hoy han estado aquí casi todos, deseosos de hablar
sobre Susan Peterson —continuó la enfermera, chasqueando compasivamente la
lengua—. Es terrible, ¿verdad? Semejante perdida para Estelle y Henry. Y por
supuesto, todos parecen creer que la pequeña Michelle Pendleton tuvo algo que ver
con ello. —Inclinándose un poco bajó la voz hasta un susurro confidencial.—
Francamente no querría repetir algunas de las cosas que la gente ha estado
diciendo.
— Entonces no lo haga —dijo Corinne, atemperando la brusquedad de sus
palabras con una sonrisa cordial—. ¿Está aquí el tío Joe?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Súbitamente avergonzada por la indiscreción que había estado por cometer,


Marión echó mano al telefono.
— Lo llamaré a ver si está ocupado —dijo mientras oprimía el botón
intercomunicador—. ¿Doctor Joe? Una sorpresa para usted... Corinne Hatcher está
aquí.
Un momento más tarde se abría la puerta interior y aparecía Josiah Carson con
los brazos extendidos, el rostro arrugado por una ancha sonrisa, aunque por un
instante Corinne creyó ver en sus ojos otra cosa. ¿Tristeza? Cuando moría uno de
sus pacientes, en particular un niño, Josiah Carson lo tomaba muy mal. Desde la
muerte de su propia hija, mucho antes de nacer Corinne, Carson había volcado sus
instintos paternales sobre los niños de Paradise Point. Pero este día había en sus
ojos algo más que tristeza. Algo que ella no pudo identificar del todo.
Abrazando a Corinne dijo:
— ¿Qué te trae aquí? ¿Te sientes bien?
—Estoy perfectamente —respondió Corinne, soltándose—. Creo... bueno, creo
que simplemente estaba preocupada por usted. Se cómo se pone cuando algo
ocurre a uno de sus niños.
Carson asintió con la cabeza.
—Nunca es fácil —dijo—. Entra en el consultorio, te invitaré a un trago.
El médico le señaló una silla y cerró la puerta, luego sacó una botella de whisky
del último cajón de su escritorio y sirvió un poderoso trago para cada uno, mientras
observaba cuidadosamente a Corinne.
—Muy bien —dijo mientras servía—. ¿Qué pasa?
Corinne probó el whisky, hizo una mueca y lo dejó de lado. Luego, sosteniendo la
mirada de Carson, dijo:
—Michelle Pendleton.
—No me sorprende —asintió Carson—. A decir verdad, pensé que vendrías
antes. ¿Las cosas empeoran?
—No estoy segura —respondió Corinne—. El día de hoy debe de haber sido
horrible para ella... ningún niño quiso tener nada que ver con ella. Hasta ayer, pensé
que se debía solamente a su cojera... Pero ahora... bueno, usted sabe cómo puede
ser este pueblo. Se culpa a alguien por algo, aunque sea inocente, y nadie olvida
jamás. Tío Joe —agregó de pronto—, ¿está bien Michelle?
—Depende de a qué te refieras. Hablas de su mente, ¿verdad?
Corinne se movió en su silla.
—No estoy segura —dijo—. A decir verdad, no sabía realmente que vendría hasta
que me encontré aquí. Pero supongo que mi subconciente trataba de decirme algo.
—Hizo una pausa momentánea y, súbitamente, bebió la mitad de su whisky.— ¿Ha
oído hablar de la amiga imaginaria de Michelle? —preguntó con toda la naturalidad
posible.
Carson arrugó el entrecejo.
— ¿Amiga imaginaria? —repitió como si estas palabras no tuvieran sentido para
él—. ¿Te refieres a la clase de cosas que hacen los niños muy pequeños?
—Exactamente —repuso Corinne—. Parece ser que todo empezó con una
muñeca. No sé con exactitud de que clase, pero la señora Pendleton me dijo que es
vieja... muy vieja. Michelle la encontró en el armario del dormitorio cuando se
mudaron.
Carson se rascó la cabeza como si estuviera desconcertado, luego asintió
diciendo:

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Sé qué aspecto tiene. Es vieja, sí. Cara de porcelana, ropa anticuada, un
pequeño gorro. La tenía consigo en la cama cuando la vi, poco después del
accidente. ¿Quieres decir que ha decidido que es real?
— Evidentemente —asintió con sobriedad Corinne —. Y ¿sabe usted cómo la ha
bautizado?
—Según me dijo, la bautizó Amanda.
—Amanda —repitió Corinne—. ¿No significa eso nada para usted? —terminó de
beber y tendió su vaso—. ¿Tengo edad suficiente para otro trago?
Sin decir palabra, Carson volvió a llenar el vaso de ella y el suyo.
—Bien —dijo bruscamente—. Es evidente que ella ha oído algunos relatos acerca
de Paradise Point.
Corinne sacudió la cabeza.
— Eso pensé yo. Pero June me dijo que bautizó la muñeca tan pronto como la
encontró. El mismo día que ellos llegaron.
— Entiendo —declaró Carson—. Entonces fue solo una coincidencia.
— ¿Lo fue? —preguntó suavemente Corinne—. Tío Joe, ¿quién fue Amanda?
Quiero decir, ¿existió? ¿O se trata de cuentos, nada más?
Carson se reclinó en su sillón. Nunca había hablado de Amanda, y no quería
empezar entonces. Pero evidentemente la conversación ya había comenzado, como
sabía que iba a ocurrir. Era necesario conducirla.
—A decir verdad, fue mi tía abuela, o lo habría sido de haber vivido —dijo
cuidadosamente.
— ¿Y qué le ocurrió? —preguntó Corinne.
—¿Quién lo sabe? Era ciega y un día tropezó y cayó del risco. Por cuanto se
sabe, eso fue todo.
Pero en su voz hubo algo (¿una vacilación tal vez?) que hizo preguntarse a
Corinne si no había algo más.
—Parece que supiera más que eso —sugirió ella, y al no responder Carson,
insistió—. ¿Es así?
— ¿Quieres decir que creo en cuentos de fantasmas?
—No. ¿Cree usted que eso fue todo?
—No lo sé. Mi abuelo, que fue hermano de Amanda, estaba convencido de que
había algo más.
Corinne no dijo nada. Carson se reclinó otra vez en su sillón y se volvió a mirar
por la ventana.
—Mira —dijo con lentitud—. Cuando los Carson bautizaron Paradise Point a este
pueblo, no pensaban realmente en el paisaje. Fue más bien una idea, creo que
podría llamársela. Una idea de Paraíso aquí mismo, en la Tierra. —Llenaba su voz
una ironía que no escapó a Corinne.
—Sabía qque los Carson fueron clérigos —comentó.
—Fundamentalistas —asintió Josiah—. De esos que siempre hablan del demonio
y el infierno. Pero mi bisabuelo, Lemuel Carson, fue el último de ellos.
— ¿Qué pasó? _
—Muchas cosas, por lo que me dijo mi abuelo. Empezó cuando Amanda perdió la
vista. El viejo Lemuel decidió que era un acto de Dios y trató de presentar a Amanda
como una mártir. Siempre la hacía vestirse de negro. Pobre niñita. Tiene que haber
sido duro para ella... siendo ciega y todo. Debe de haber sido muy solitaria.
— ¿Y estaba totalmente sola cuando se cayó del risco?
—Aparentemente. Mi abuelo nunca lo dijo. Jamás hablaba mucho de eso. Sin
embargo, siempre tuve la idea de que había en ello algo extraño. Por supuesto él
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

nunca hablaba mucho sobre la familia... en el paraíso de Lemuel había demasiadas


serpientes.
— ¿No las hay siempre acaso? —observó Corinne, pero Josiah no pareció oírla.
— Fue la esposa de Lemuel —continuó—. Al parecer era un poco casquivana.
Mi abuelo pensó siempre que era una una reacción contra los constantes sermones
de Lemuel sobre el infierno y la condenación eterna.
— ¿Quiere usted decir que su bisabuela tuvo amoríos?
—Debe de haber sido una mujer extraordinaria —sonrió Carson—. Mi abuelo
decía que era hermosa, pero que jamás debía haberse casado con el padre de él.
—Louise Carson —susurró Corinne—. "'Muerta en el pecado".
—Asesinada —dijo suavemente Josiah. Los ojos de Corinne se dilataron de
sorpresa—. Sucedió allá, en ese edificio que June Pendleton utiliza como estudio.
Allí la encontró Lemuel con uno de sus amantes. Los dos estaban muertos.
Apuñalados.
—Dios mío —suspiró Corinne. Sintió que se le apretaba el estómago y por un
momento pensó que se iba a descomponer.
—Por supuesto, todos presumieron más o menos que Lemuel lo había hecho —
continuó Josiah—, pero tenía a todo el pueblo bastante dominado, y en esa época
no se tenía una consideración especialmente alta por una esposa infiel.
Probablemente hayan pensado que ella había recibido su merecido. Lemuel ni
siquiera quiso ofrecerle un funeral.
—Siempre imaginé que la inscripción de la lápida quería decir algo parecido —
declaró Corinne—. Cuando yo era pequeña solíamos ir allá y leer las lápidas.
— ¿Y buscar al fantasma?
Una vez más Corinne asintió con la cabeza.
— ¿Y alguna vez lo vieron?
La maestra meditó largo rato su respuesta. Por último de mala gana, sacudió la
cabeza. Carson notó su vacilación.
— ¿Estás segura, Corinne? —preguntó con voz muy suave.
—No lo se —respondió ella. De pronto se sintió estúpida, pero un recuerdo flotaba
en su mente, un poco fuera de su alcance—. Hubo algo —agregó—. Sucedió una
sola vez. Yo estaba allá, en el cementerio, con una amiga... ni siquiera recuerdo
quién... y entró la niebla. Bueno, usted sabe lo fantasmal que puede ser un
cementerio en la niebla. No sé... tal vez me dejé llevar por la imaginación, pero de
pronto sentí algo. Nada que pueda señalar, en realidad... tan solo la sensación de
que allí había algo, cerca de mí. Me quedé totalmente inmóvil, y cuanto más tiempo
permanecía allí, más parecía acercarse lo que fuera.
Guardó silencio y se estremeció un poco por el frío que le causaba el recuerdo de
aquella tarde brumosa.
— ¿Y tú crees que fue Amanda? —inquirió el médico.
—Bueno, algo fue —repuso Corinne.
—Tienes razón —admitió Carson con acritud—. Fue algo. Fue tu imaginación.
Una niñita en un cementerio, en un día de niebla, y que ha crecido oyendo todos
esos cuentos de fantasmas. ¡Me asombra que no hayas tenido una larga
conversación con Amanda! ¿O la tuviste?
—Por supuesto que no —dijo Corinne, sintiéndose tonta ahora—. Ni siquiera la vi.
Carson la observaba.
— ¿Y tu amiga? ¿Sintió lo mismo que tú?
— ¡Por cierto que sí! —exclamó Corinne, sintiendo que se enfurecía. No creerle
era una cosa... burlarse de ella era otra.— Y si quiere usted saberlo, no fuimos las
129
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

únicas. Muchas tuvieron la misma sensación. Y éramos todas niñas, y teníamos


todas doce años. Igual que Amanda. Y, por si no lo sabía, igual que Michelle
Pendleton.
La mirada de Carson se endureció.
—Corinne —dijo con lentitud — , ¿sabes lo que estás diciendo?
Y súbitamente Corinne lo supo.

— Estoy diciendo que quizá los cuentos de fantasmas sean ciertos, y la razón por
la cual todos dicen que no, es que antes nadie vio realmente a Amanda. Las
únicas que sintieron siquiera su presencia fueron niñas de doce años y ¿quién cree
en lo que ellas dicen? Todos saben que las niñas tienen imaginaciones desatadas,
¿verdad? Tío Joe, ¿y si no fue mi imaginación? ¿Y si algunas de nosotras sentimos
realmente su presencia? ¿Y si Michelle no solo la sintió, sino que realmente la vio?
La expresión con que la miraba Josiah Carson indicó que había tocado un nervio.
—¿Usted cree en el fantasma, verdad? —preguntó.
— ¿Y tú? —replicó él, y entonces Corinne tuvo la certeza de que se estaba
poniendo nervioso.
.—No lo sé —mintió Corinne. ¡Sí que lo sabía! — Pero ¿no es lógico acaso?
Quiero decir, ¿de una manera extraña? Si puede usted aceptar que realmente hay
un fantasma y que es Amanda, lo más probable sería que la viera una niña de doce
años, una niña igual que ella.
—Bueno, ha tenido más de cien años para encontrar a alguien —dijo Carson—.
¿Por qué ahora? ¿Por qué Michelle Pendleton? Corinne —prosiguió con voz queda,
apoyando los codos en el escritorio—, sé que estás preocupada por Michelle. Sé
que parece raro que haya inventado una amiga imaginaria llamada Amanda. Parece
una gran coincidencia... demonios, es una gran coincidencia. ¡Pero no es nada más
que eso!
Corinne Hatcher se incorporó, ya verdaderamente furiosa.
—Tío Joe —dijo con voz tensa—. Michelle es mi alumna, y estoy preocupada por
ella. De paso sea dicho, estoy preocupada también por todos los otros miembros de
mi clase. Susan Peterson ha muerto, y Michelle está lisiada y se conduce de manera
muy extraña. No quiero que suceda nada más.
Carson miró con fijeza a Corinne. La maestra estaba de pie frente a su escritorio,
con la espalda muy tiesa, la expresión intensa. Se dispuso a ir hacia ella para
consolarla, pero antes de que abandonara su sillón, ella se había dado vuelta y
había escapado.
Lentamente Josiah se sentó. Permaneció solo largo rato. Aquello no estaba yendo
bien. El no había querido que Susan Peterson muriera. Debía de haber sido
Michelle... debía de haber sido la hija de Cal Pendleton. Una vida por otra, un niño
por otro. Pero no uno de sus niños.
Ahora lo único que podía hacer era esperar. Tarde o temprano, como siempre, la
tragedia volvería a la casa y a quienes estuvieran viviendo allí. Entonces, cuando la
casa hubiera vengado a Alan Hanley en nombre suyo, todo terminaría. Entonces él
podría marcharse y olvidarse para siempre de Paradise Point. Sirviéndose otro trago
de whisky, clavó la vista en la ventana. A la lejos podía ver las revueltas aguas del
Paso del Diablo. Su nombre, pensó, era adecuado. ¿Cuánto tiempo hacía que el
Diablo había llegado para vivir con los Carson? Y ahora, al cabo de tantos años, el
último de los Carson iba a utilizar al Diablo. En cierto modo, pensó Josiah Carson,
era patético.
130
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Sólo esperaba que en el proceso no tuvieran que morir demasiados de sus


propios niños, los niños de la aldea.

Entrada ya la tarde, Michelle se encaminó hacia el antiguo cementerio.


Torpemente se asentó en el suelo, cerca del extraño monumento a Amanda y
aguardó, segura de que su amiga iría por ella. Pero antes de que la ya familiar niebla
gris se cerrase en torno de sí, sintió que alguien la observaba. Al volverse, reconoció
a Lisa Hartwick que, de pie a pocos metros de ella, la miraba fijamente.
— ¿Estás bien? —preguntó Lisa.
Michelle asintió con la cabeza, y Lisa dio un paso titubeante hacia ella.
—Te... te estaba buscando —dijo Lisa. Parecía casi asustada, y Michelle se
preguntó qué ocurría.
— ¿A mí? ¿Por qué motivo? —preguntó mientras empezaba a incorporarse.
—Quería hablar contigo.
Michelle miró a Lisa con desconfianza. Nadie simpatizaba con Lisa... todos decían
que era una mocosa insoportable. ¿Qué quería? ¿Acaso iba a burlarse de ella? Pero
Lisa se acercó más y se sentó junto a ella. Aliviada Michelle se dejó caer de nuevo
en la blanda tierra.
— ¿Es verdad que eres adoptada? —preguntó de pronto Lisa.
—¿Y qué?
—No estoy segura —replicó Lisa. Luego agregó:— Mi madre murió hace cinco
años.
Ahora Michelle estaba intrigada. ¿Por qué había dicho eso Lisa? ¿Acaso trataba
de trabar amistad con ella? ¿Por qué razón?
—No sé qué pasó con mis padres —aventuró —. Es posible que hayan muerto. O
tal vez simplemente no me quisieron.
—Mi padre no me quiere —dijo Lisa con voz queda.
— ¿Cómo lo sabes? —Michelle se permitió tranquilizarse: Lisa no iba a burlarse
de ella.
— Está enamorado de tu maestra. Desde que la conoció ella le ha gustado más
que yo.
Michelle reflexionó sobre esto. Tal vez Lisa tuviera razón Tal vez las cosas
hubieran ocurrido para ella de igual modo que habían ocurrido para Michelle cuando
nació Jenny.
—A veces pienso que nadie gusta de mí —dijo.
—Sé que se siente. Nadie gusta de mí tampoco. Quizá podríamos ser amigas —
sugirió Michelle.
Entonces los ojos de Lisa parecieron nublarse.
—No se. He... he oído cosas acerca de ti.
Michelle se puso tensa.
— ¿Qué clase de cosas?
—Bueno, que desde que te caíste del risco te ocurre algo malo.
— Soy coja —respondió Michelle—. Eso lo saben todos.
—No me refiero a eso. Oí decir... bueno, dicen que tú crees haber visto al
fantasma.
Michelle se volvió a tranquilizar.
— ¿Te refieres a Amanda? No es un fantasma. Es mi amiga.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Lisa—. Por aquí no hay nadie que se llame
Amanda.
131
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Sí que la hay —insistió Michelle—. Es mi amiga. ¿Adonde vas?


De pronto Lisa se puso de pie y empezó a alejarse de Michelle.
—Tengo... tengo que volver a casa ya —dijo nerviosamente Lisa.
Michelle se incorporó trabajosamente, con la mirada furiosa fija en Lisa.
—Me crees loca, ¿verdad?
Lisa sacudió la cabeza, indecisa.
Repentinamente la niebla empezaba a cerrarse alrededor de Michelle. Desde muy
lejos podía oír la voz de Amanda llamándola.
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—No estoy loca —dijo a Lisa en tono desesperado—, Amanda es real, y ahora
está llegando. ¡Podrás conocerla!
Pero Lisa seguía retrocediendo ante ella. Poco antes de que las grises brumas la
rodearan, Michelle la vio darse vuelta y echar a correr.
Igual que había corrido Susan Peterson.

CAPITULO 21

El funeral de Susan Peterson se llevó a cabo el sábado.


Estelle Peterson estaba sentada en el primer banco de la Iglesia Metodista, con la
cabeza inclinada y los dedos retorciendo compulsivamente un pañuelo húmedo.
El ataúd de Susan estaba a solo unos metros de distancia, cubierto de flores con
la tapa abierta. Junto a Estelle, Henry tenía la mirada estoicamente fija adelante, con
el rostro cuidadosamente impávido.
Un murmullo bajo empezó a correr lentamente por la congregación. Estelle
procuró no hacerle caso, pero cuando oyó cjue la voz de Constance Benson
atravesaba los ininteligibles sonidos, finalmente se volvió.
Michelle Pendleton, ataviada con un traje gris y pesadamente apoyada en su
bastón avanzaba lentamente por el pasillo central. La seguían sus padres, June
llevando a la pequeña. Durante una fracción de segundo, los ojos de Estelle se
encontraron con los de June. Rápidamente apartó la mirada. Volvió a oír la voz de
Constance Benson.
—Vaya lugar para que ellos se presenten... —empezó a decir ésta, pero Bertha
Carstairs, sentada junto a ella, le dio un codazo y Constance calló. Cuando los
Pendleton se sentaron en un banco situado entre la puerta y el altar, comenzó la
ceremonia por Susan Peterson.

Michelle podía sentir la hostilidad en torno a ella.


Era como si, en la iglesia, todas las miradas estuvieran fijas en ella, vigilándola,
acusándola. Quería irse, pero sabía que no podría hacerlo. Si tan solo no fuera
inválida... si tan solo pudiera levantarse y escabullirse en silencio. Su bastón,
golpeteando en el suelo de madera dura, resonaría en toda la iglesia: el clérigo
interrumpiría sus oraciones y entonces todos la mirarían abiertamente. Por lo menos
mientras ella estaba sentada y quieta, ellos procuraban fingir que no la observaban,
aunque ella sabía que lo hacían.
También June tuvo que obligarse a permanecer inmóvil, a mantener el rostro
impasible, a soportar la interminable ceremonia. Ir al funeral había sido un error. Si
Cal no hubiera insistido, ella jamás hubiera ido. Había discutido con él, pero
inútilmente. El había insistido rígidamente en que Michelle no había tenido nada que
ver con la muerte de Susan; por consiguiente no había motivos para que ellos no
132
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

asistieran al funeral. June había tratado de razonar con él, había tratado de hacerle
ver que para Michelle sería muy difícil sentarse en la iglesia, rodeada por todos los
niños que habían sido sus amigos y escuchar la ceremonia. ¿Acaso Cal no se daba
cuenta de eso? ¿No comprendía que no importaba que Michelle no le hubiera hecho
nada a Susan? Lo que importaba era lo que la gente creía.
Pero Cal fue inconmovible. Por eso habían ido todos. June había oído a
Constance Benson y estaba segura de que también Michelle la había oído. Había
visto en los ojos de Estelle Peterson esa expresión de congoja, acusación y
perplejidad.
Finalmente la ceremonia tocó a su fin. La congregación se puso de pie mientras el
féretro era lentamente llevado por el pasillo, seguido por Estelle y Henry Peterson.
Cuando pasaron frente a los Pendleton, Henry miró a Cal ceñudo, con ojos duros y
desafiantes; Cal sintió una opresión en el estómago. Tal vez, pensó, June tuvo
razón... tal vez no habríamos debido venir. Pero entonces, mientras los bancos
empezaban a vaciarse en el pasillo, Bertha Carstairs se detuvo y le estrechó la
mano.
—Yo... yo solo quiero que sepan —tartamudeó— que mi familia y yo lamentamos
tanto todo eso. Parece que desde que ustedes vinieron a Paradise Point las cosas
han... bueno... —Se le apagó la voz, pero se encogió de hombros de modo
elocuente.
—Gracias —respondió Cal con suavidad—. Pero no importa. Ahora todo irá bien.
A veces ocurren accidentes...
— ¡Accidentes! —Era Constance Benson, que apretaba con fuerza la mano de su
hijo Jeff—. ¡Lo sucedido a Susan Peterson no fue ningún accidente!
Luego salió de la iglesia tempestuosamente, mientras el rostro de Cal se ponía
mortalmentc pálido.
De pronto los Pendleton quedaron solos. June miró en torno, desvalida, buscando
una cara amistosa, pero no la encontró. Hasta los Carstairs habían desaparecido,
perdidos en la multitud alrededor de los Peterson.
—Vamonos —dijo—. ¿Por favor? Vinimos. Estuvimos aquí. Ahora, ¿no podemos
irnos a casa?
Frente a ella, Michelle permanecía inmóvil, en silencio, mientras las lágrimas le
corrían por la cara.
Corinne Hatcher se había escabullido de la iglesia con Tim y Lisa Hartwick, poco
antes de terminar la ceremonia. A Corinne Hatcher no se le había ocurrido dejar de ir
al funeral, pero sí se le había ocurrido que, si se quedaba después de la ceremonia,
podía verse en una posición insostenible. Se esperaría de ella (en realidad, se la
obligaría) que admitiera que en Paradise Point había muchas personas que
pensaban que Michelle había "hecho" algo a Susan. Además, quizá hubiera que
alinearse ya fuese con los Peterson o con los Pendleton. Pero por fin eso había
terminado.
—Me pregunto si Michelle mató a Susan —dijo Lisa desde el asiento posterior del
auto de Tim.
—No seas tonta —empezó Corinne, pero Lisa la interrumpió con presteza.
—Pues yo creo que lo hizo. Creo que los chicos tienen razón... está loca.
—Ya te lo he dicho antes, Lisa —dijo Tim con calma—. No hables de cosas sobre
las cuales no sabes nada.
—Pero sí sé sobre ella. —La voz de Lisa empezó a cobrar ese tono lloriqueante
que tanto irritaba a Corinne. Esta se volvió para mirar a la niña.
—Ni siquiera la conoces.
133
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—¡Sí que la conozco! Hablé con ella el otro día, allá en esc viejo cementerio, junto
a su casa.
—Creí haberte dicho que no fueras allá —aunque la voz de Tim fue indulgente.
Lisa no desconoció la reprimenda.
—No fui a su casa —declaró—. Solo fui al cementerio. ¿Qué culpa tengo si ella
estaba allí?
— ¿Y por qué piensas que ella está loca? —preguntó .Tim.
—Solo por su modo de hablar. Cree que el fantasma que, según se dice, hay allí,
es su amiga. Dijo que yo podía conocerla si quería.
— ¿Conocerla? —repitió Corinne, arrugando la frente—. ¿Quieres decir que
Michelle creía que el fantasma estaba realmente allí?
Lisa se encogió de hombros.
—No sé. No vi nada. Pero cuando dije a Michelle que Amanda era un fantasma,
se enojó de veras. —Lisa empezó a reírse entre dientes—. Está loca —agregó y se
puso a repetir esta palabra con un extraño canturreo—. ¡Lo—ca, lo—ca, lo—ca!
Corinne, harta ya de escucharla, exclamó secamente:
— ¡Basta ya, Lisa!
Lisa quedó callada, como si la hubieran golpeado. Tim lanzó a Corinne una
mirada de reproche, pero nada dijo hasta que llegaron a su casa y Lisa se fue a su
cuarto.
—Corinne —dijo cuando se quedaron solos—. Quisiera que dejes la disciplina en
mis manos.
— Está consentida —respondió enseguida Corinne—. Y tú lo sabes. Si no haces
algo al respecto, terminará en aprietos. —La tristeza en la mirada de Tim la hizo
retroceder. El tema de Lisa era demasiado doloroso para él. Y por el momento
había un tema de interés más inmediato.— Quiero que hables con Michelle acerca
de esa amiga imaginaria suya —dijo.
Tim quedó pensativo un instante; después asintió con la cabeza.
—Una amiga imaginaria a su edad... de donde quiera que venga... es anormal sin
duda. No quiero emplear las palabras de Lisa, pero es posible que Michelle esté muy
trastornada.
—Tim —dijo Corinne con lentitud—. ¿Supon que Michelle no esté... trastornada,
como dices tú, y supon que en realidad no haya inventado una amiga imaginaria?
¿Supon que Amanda sea realmente un fantasma?
Tim Hartwick la miró extrañado.
—Pero eso es imposible, claro está —dijo. Su tono no dejó lugar para la
discusión.

Michelle cerró el libro y lo apartó. Por más que se esforzaba, no lograba olvidarse
del funeral. La manera en que la había mirado la gente. La había hecho sentirse
como un fenómeno. Estaba cansada de sentirse como un fenómeno.
Torpemente se levantó de su sillón. Se desperezó, luego fue cojeando hasta la
ventana. La luz del crespúsculo otoñal, apagándose con rapidez, coloreaba el mar
de un gris metálico, y el cielo, cuyo tinte rojizo se esfumaba en el azul oscuro del
anochecer, parecía estar bajo esa noche. Abajo se veía el estudio de su madre,
cuyos contornos se enturbiaban con la creciente oscuridad. Michelle lo contempló
fijamente, casi como si esperara que sucediese algo. Y sin embargo, ¿qué podía
suceder? El estudio estaba desierto... abajo oía las voces de sus padres,
ocasionalmente puntuadas por los alegres chillidos de Jennifer.
134
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Jennifer.
Michelle pronunció el nombre para sí, y se preguntó cómo podía haber pensado
que era un lindo nombre. Después lo dijo en voz alta, escuchando las sílabas.
Decidió que detestaba ese nombre. Súbitamente, como si su hostilidad hubiese
fluido de manera directa hasta la pequeña, Jenny empezó a llorar.
Michelle escuchó un momento los sonidos; después, cuando se aquietaron,
levantó su libro y se estiró sobre la cama. Lo abrió en el pasaje que había dejado
pocos minutos antes y empezó a leer.
De nuevo oyó berrear a Jennifer.
Dejando el libro en su mesa de noche, Michelle maniobró cuidadosamente para
salir de la cama y, tomando su bastón, abandonó su cuarto y empezó a bajar la
escalera.

Apartando la vista de su bordado, June escuchó el ruido del bastón de Michelle;


luego habló en voz baja a su esposo.
—Está bajando.
Cal, que tenía a Jennifer en las rodillas y estaba jugando con los dedos de sus
pies, no contestó nada.
Mientras el golpetear del bastón de Michelle se acercaba incesantemente, June
volvió a levantar su bordado. Cuando Michelle apareció en el pasaje abovedado que
separaba la sala de recibo del pasillo de entrada, June fingió sorpresa.
— ¿Ya terminaste tus tareas escolares? —preguntó. Michelle asintió con la
cabeza.
— Estaba tratando de leer, pero no pude concentrarme. Pensé que tal vez papá y
yo podríamos jugar a algo.
A Cal se le endureció el rostro. Recordaba la ultima vez que habían intentado eso.
—Ahora no. Estoy enseñando a tu hermana lo referente a sus pies.
Desconoció el dolor en la mirada de Michelle, pero June no pudo hacerlo.
— ¿No crees que es hora que Jenny se acuesta? —decidió. Cal miró el reloj que
estaba sobre la chimenea.
— ¿A las siete y media? Estará toda la noche despierta y tú también.
—Igual está toda la noche despierta —argüyó June—. Cal, realmente pienso que
deberías llevarla arriba.
No estaba dispuesta a ceder. Cal se incorporó y sostuvo a la pequeña en alto,
sobre su cabeza. Mirando su sonriente carita, le hizo un guiño.
—Vamos, princesa, la reina dice que es hora de acostarse.
Iba a salir del cuarto cuando Michelle lo detuvo.
— ¿Podemos jugar una partida cuando bajes? Siempre sin mirarla Cal siguió
andando hacia la escalera.
—No se —respondió por sobre el hombro—. Esta noche estoy bastante cansado.
Tal vez en otra ocasión.
Como le daba la espalda, no vio las lágrimas que brotaban de los ojos de
Michelle. En cambio, June las vio y se apresuró a dejar su labor.
—Ven... ¿Qué te parece su preparamos una hornada de pastelillos?
Pero era demasiado tarde. Michelle ya salía de la habitación.
—No tengo apetito —respondió con indiferencia—. Volveré a subir y leeré un rato.
Buenas noches.
— ¿No me vas a besar?

135
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Desanimada, Michelle se acercó a su madre y le dio un beso en la mejilla. June la


rodeó con los brazos y trató de atraerla, pero sintió que su hija se ponía rígida.
—Lo siento —dijo June—. Realmente él está cansado esta noche.
—Ya lo sé —respondió Michelle mientras se zafaba de los brazos de su madre.
Sintiéndose impotente, June la dejó ir. Nada que ella pudiera decir haría que
Michelle se sintiese mejor. Solamente Cal podía brindarle la tranquilidad que ella
necesitaba, y June estaba segura de que eso no iba a suceder. A menos que ella lo
obligara.

Treinta minutos más tarde, como Cal no había vuelto a bajar aún, June recorrió la
planta baja, cerrando puertas y apagando luces. Después subió la escalera, asomó
la cabeza para dar las buenas noches por última vez a Michelle, y se encaminó por
el pasillo al dormitorio principal. Encontró a su esposo ya en la cama, apoyado en las
almohadas, leyendo un libro. A su lado, tranquilamente dormida en su cunita, estaba
Jennifer. Por un instante, la escena conmovió a June, pero pronto se dio cuenta de
lo que estaba haciendo Cal.
—No estás tan cansado —anunció.
— ¿Qué? —respondió Cal mirándola con extrañeza
—Dije que nostás tan cansado. No finjas que no me oíste. —Su voz temblaba de
cólera, pero Cal seguía mirándola perplejo.
—Ya te oí. Es que no sé a que te refieres.
—Muy sencillo —dijo fríamente June—. Hace media hora, cuando te pedí que
trajeras aquí a Jennifer para que pudieras jugar con Michelle... parecías pensar que
era demasiado temprano. Y hete aquí, muy satisfecho, arropado en la cama.
—June —empezó a decir Cal, pero ella lo interrumpió.
—Oh, vamos. ¿Crees realmente que no sé lo que está pasando? Subiste aquí
para ocultarte. ¡Para ocultarte de tu propia hija! Por amor de Dios, Cal, ¿acaso no
sabes lo que le estás haciendo?
— ¡No estoy haciéndo nada! —exclamó Cal con desesperación—. Solo que....
solo que...
—Solo que no puedes hacerle frente. Pues tendrás que hacerlo, Cal. Lo que
hiciste allá abajo fue cruel. Ella solo quería jugar una partida contigo. Tan solo una
simple partidita. Dios mío, si tanto te pesa tu culpa, yo habría creído que estarías
ansioso de jugar con ella, aunque solo fuese para dejarle ganar. Y luego llamar
princesa a Jenny. ¿No te diste cuenta de lo que eso le haría a Michelle? ¡Siempre la
llamaste con ese apodo!
—Ni siquiera se dio cuenta —respondió Cal.
— ¿Cómo puedes saberlo? Ya ni siquiera. Pues déjame decirte que sí se dio
cuenta, Cal. Casi se puso a llorar. Creo que el único motivo por el cual no lo hizo fue
el temor de que a nadie le importara. Dios mío, ¿no puedes entender lo que le estás
haciendo?
Súbitamente su cólera se disolvió en frustración. Estalló lágrimas y se desplomó
en la cama. Cal la tomó en sus brazos, meciéndola suavemente mientras el cerebro
le d;iba vueltas por sus acusaciones.
—No llores, querida —susurró—. Por favor, no llores.
Con un esfuerzo, June se abandonó en sus brazos. Era su marido y lo amaba. En
realidad, lo que estaba ocurriendo no era más culpa suya que de Michelle. Era algo
que había sucedido, nada más. Algo que tendrían que superar.
Juntos.
Sentándose, se enjugó los ojos con un kleenex que tomó de la mesa de noche.
136
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—He hecho algo —anunció—. No te va a gustar, pero debemos hacerlo.


— ¿Dices que has hecho algo? ¿Qué cosa?
—Pedí a Corinne Hatcher que nos fijara una entrevista con su amigo, el psicólogo
de la escuela.
— ¿Para todos nosotros?
—Sí —asintió June.
—Comprendo.
La preocupación que June había visto en sus ojos pocos minutos atrás se esfumó
bruscamente, igual que un telón al correrse. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz
helada.
— ¿Estás segura de que todos necesitamos ir? —preguntó mientras se estiraba
las cobijas.
— ¿A qué te refieres? —La voz de June fue cautelosa; sentía que algo se
avecinaba, pero no sabía con seguridad qué era.
—Ojalá hubieras podido escucharte hace algunos minutos —dijo Cal con soltura
— . No sonabas del todo... bueno, creo que la palabra es "racional".
June quedó boquiabierta de asombro. Por un momento solo pudo mirarlo con
fijeza. ¿Estaba diciendo él realmente lo que ella creía? No parecía posible.
—Cal, no puedes hacer esto —le dijo. Tenía la sensación de perder el control. De
nuevo le brotaban lágrimas y la cólera que ella había creído disipada la estaba
dominando otra vez.
— No dije nada, June —contestó razonablemente Cal—. Lo único que hice fue
traer aquí a Jenny, acostarla y luego acostarme yo. Y de pronto entras tú,
desvariando como una demente, insistiendo en que soy no se que monstruo y
diciéndome que necesito una terapia ¿Eso te parece racional?
Con los ojos llameantes, June se levantó de la cama.
— ¿Cómo te atreves? —gritó—. Has perdido totalmente la razón. ¿Realmente vas
a hacer eso? ¿Realmente piensas seguir defendiéndote, tratando de simularque
todo va bien? Pues escúchame, Calvin Pendleton. No lo toleraré. O aceptas ahora
mismo ir conmigo a ver a Tim Hartwick o, lo juro, me llevaré a Michelle y Jennifer y
te abandonaré. Ahora mismo. ¡Esta noche!
Se quedó inmóvil en medio de la habitación, aguardando a que él hablara.
Durante largo rato, los ojos de ambos permanecieron clavados en furioso desafío.
Cuando por fin llegó el momento en que uno de ellos tendría que rendirse, fue Cal.
Sus ojos parpadearon. Luego se alejaron de ella. Pareció hundirse en la cama, al
liberarse de pronto la tensión de su cuerpo.
— Está bien —dijo suavemente—. No puedo perderte. No puedo perder a
Jennifer. Iré.

Michelle emprendió el regreso a su habitación. Le dolía mucho la cadera: apenas


lograba que funcionara su pierna lisiada.
Había oído que su madre le gritaba a su padre. Al principio había procurado no
escuchar, pero luego, al interrumpirse de pronto los gritos de su madre, se había
levantado saliendo sigilosamente al pasillo. Como seguía no oyendo nada, había
recorrido penosamente el pasillo, hasta detenerse solo cuando estuvo junto a la
puerta de ellos.
Y había escuchado.
Al principio había oído solamente un bajo murmurar (Ir voces, pero no pudo
distinguir las palabras.
137
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Luego su madre empezó a gritar, amenazando con irse, diciendo a su padre que
se las llevaría lejos.
Desde el pasillo, Michelle no había oído entonces nada, salvo el fuerte latir de su
propio corazón; no había sentido nada, salvo el agudísimo dolor en su cadera.
Finalmente había oído a su padre, cuyas palabras resonaron en sus oídos: uNo
puedo perderte. No puedo perder a Jennifer".
Sobre ella, nada.
Se arrastró de nuevo a su cuarto y se acostó. Ajustó las cobijas en torno a su
cuello y allí se quedó tendida, mientras su pequeño cuerpo temblaba y su mente
daba vueltas.
Era cierto. El ya no la quería.
No la quería desde ese día en que ella se había caído del risco.
Ese era el día en que las buenas cosas habían terminado, y las malas cosas
habían empezado.
Lo único que le quedaba era Amanda.
En el mundo entero estaba solamente Amanda.
Deseó que Amanda llegara a ella, le hablara, le dijera que todo iría bien.
Y Amanda llegó.
Su tenebrosa figura, como una sombra en la noche, surgió desde un rincón del
cuarto, flotó hacia Michelle, tendiendo la mano, buscándola, tocándola.
El contacto hacía bien. Michelle sintió que su amiga la atraía hacia sí.
—Estaban peleando, Mandy —susurró—. Estaban peleándose por mí.
—No —respondió Amanda—. No se estaban peleando por ti. No les importa
nada, ahora solo quieren a Jennifer.
—No —protestó Michelle.
—Es verdad —susurró la voz de Amanda, suave, pero insistente—. Todo esto
sucede a causa de Jennifer. Si no fuese por Jennifer, ellos te querrían. Si no fuese
por Jennifer, tú no habrías caído. ¿Recuerdas cómo se burlaban de ti? Fue por
Jennifer. Todo es culpa de Jennifer.
— ¿Culpa de Jennifer? Pero... es tan pequeña...
—Eso no importa —susurró Amanda—. Así será más fácil. Michelle, será tan fácil,
y cuando ella ya no exista... cuando Jennifer no exista... todo será como solía ser.
¿No te das cuenta?
Mentalmente, Michelle dio vueltas a las palabras, mientras escuchaba la suave
voz de Amanda, susurrándole, tranquilizándola. Todo empezó a cobrar sentido.
Sí, era culpa de Jennifer.
Si no existiera Jennifer...
Michelle se quedó dormida con Amanda junto a ella, canturreándole,
susurrándole.
Y cuando estuvo dormida, Amanda le mostró lo que tenía que hacer.
Entonces, todo tuvo sentido para Michelle.
Todo...

CAPITULO 22

A medida que la semana transcurría lentamente, June se sintió cada vez más
alterada. Varias veces estuvo tentada de pedir a Tim Hartwick que cambiara sus
horarios para recibir antes a la familia. Pero resistió esta tentación, diciéndose que
se estaba poniendo histérica.

138
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Cuando llegó el viernes, se preguntó si sería demasiado tarde. Ya casi no se


podía llamar familia a los Pendleton. Michelle se había replegado más aún; cada día
se iba a la escuela en silencio y luego regresaba a casa solo para desaparecer en su
habitación.
June se encontró deteniéndose con demasiada frecuencia en el pasillo de arriba,
frente a la puerta de Michelle, escuchando.
Solía oír la voz de Michelle, suave, apenas audible, las palabras indescifrables.
Luego había pausas, como si Michelle estuviera escuchando a otra persona, aunque
June sabía que estaba sola en su cuarto.
Sola, salvo por Amanda.
En varias ocasiones, durante esos días, June trató de franquear el abismo que se
ensanchaba entre ella y su marido, pero Cal parecía impermeable a sus
insinuaciones. Todas las mañanas salía rumbo a la clínica temprano, y todas las
noches se quedaba hasta tarde, llegando a casa apenas a tiempo para jugar unos
minutos con Jennifer, para luego acostarse temprano.
Y Jennifer.
Era como si Jennifer intuyera la tensión que reinaba en la casa. Su risa, el
satisfecho murmullo al cual tanto se había acostumbrado June, había desaparecido
totalmente. Inclusive casi nunca lloraba, como si temiera causar cualquier clase de
disturbios.
June pasaba todo el tiempo posible en el estudio, tratando de pintar, pero lo m ás
frecuente era que se quedara mirando su tela vacía, sin verla en realidad. Varias
veces empezó a revolver el armario, en busca del extraño boceto que, lo sabía, no
había hecho ella. Algo la detuvo... el miedo.
Temía que, si lo miraba el tiempo suficiente, pensaba en él con suficiente
empeño, llegaría a imaginarse de dónde provenía. No quería hacerlo.
Cuando por fin llegó la mañana del viernes, June se sintió repentinamente
liberada. Ese día, por fin, ellos verían a Tim Hartwick. Y ese día, quizás, las cosas
empezarían a mejorar.
Por primera vez en esa semana, June rompió el silencio que tanto había pesado
sobre la mesa del desayuno.
—Hoy iré a buscarte a la escuela —dijo a Michelle. La niña la miró
inquisitivamente. June trató de que su sonrisa fuese tranquilizadora.— Hoy me
encontraré con tu padre después de la escuela. Iremos todos a hablar con el señor
Hartwick.
— ¿El señor Hartwick? ¿El psicólogo? ¿Por qué?
—Solo creo que sería una buena idea, nada más —declaró June.

Cuando Michelle entró en su consultorio, Tim Hartwick Ie sonrió y le señaló una


silla. Después de instalarse en ella, Michelle inspeccionó la habitación.
Tim aguardó en silencio hasta que los ojos de la niña volvieron finalmente a él.
—Pensé que mis padres iban a estar también aquí.
—Con ellos hablaré un poco más tarde. Antes pensé que podíamos conocernos.
—No estoy loca —declaró Michelle —. No me importa lo que le haya dicho
cualquiera.
—Nadie me dijo nada —le aseguró Hartwick—. Pero supongo que sabes lo que
hago aquí.
Michelle asintió.
— ¿Cree usted que le hice algo a Susan Peterson?
139
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Tim quedó sorprendido.


— ¿Lo hiciste? —preguntó.
—No.
— Entonces, ¿por qué iba a pensar que sí?
—Todos los demás lo creen —Michelle hizo una pausa, luego agregó:— Excepto
Amanda.
— ¿Amanda? —repitió el psicólogo—. ¿Quién es Amanda?
— Es mi amiga.
—Creía conocer a todos aquí —dijo Tim cuidadosamente—. Pero no conozco a
nadie que se llame Amanda.
— Ella no va a la escuela, —respondió Michelle.
Tim la observó cautelosamente, procurando interpretar su expresión, pero no
había nada que interpretar. Por lo que pudo darse cuenta, Michelle estaba muy
tranquila.
— ¿Por qué no va a la escuella ella? —inquirió Tim.
—No puede, es ciega. —¿Ciega?
Michelle asintió de nuevo.
—No puede ver nada, salvo cuando está conmigo. Sus ojos son raros, todos
lechosos.
— ¿Y dónde la conociste?
Michelle pensó largo rato antes de contestarle; finalmente se encogió de hombros.
—No estoy segura. Creo que debo de habérmela encontrado cerca de nuestra
casa. Por allí vive.
Hartwick decidió abandonar un momento el tema.
— ¿Cómo está tu pierna? ¿Te duele mucho?
—Está bien. —Hizo una pausa, luego pareció cambiar de idea.— Bueno, algunas
veces duele más que otras. Y a veces casi no me duele.
— ¿Cuándo ocurre eso?
—Cuando estoy con Amanda. Creo... creo que ella me hace olvidar. Me parece
que por eso somos tan buenas amigas. Ella es ciega, y yo, renga.
— ¿No eran amigas antes de la tu caída? —preguntó Tim, intuyendo algo
importante.
—No. La vi un par de veces, pero no llegué realmente a.conocerla hasta después
del accidente. Entonces comenzó a visitarme.
— ¿No tenías una muñeca llamada Amanda? —preguntó de pronto el psicólogo.
Michelle se limitó a mover la cabeza asintiendo.
—Todavía la tengo. Aunque no es verdaderamente mía. En realidad era de
Mandy, pero ahora la compartimos.
—Entiendo.
—Me alegro de que alguien entienda.
— ¿Quieres decir que algunas personas no entienden?
—Mi madre no. Ella cree que yo inventé a Amanda.
Supongo que lo cree así porque se llaman igual. Quiero decir, la niña y la
muñeca.
—Bueno, eso podría causar confusiones.
—Tal vez —admitió Michelle—. A decir verdad, al principio también yo creía que
eran iguales. Pero no lo son, Amanda es real, la muñeca no.
— ¿Qué hacen juntas tú y Amanda?
—Principalmente hablar, pero a veces vamos a caminar juntas.
— ¿De qué hablan?
140
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—De toda clase de cosas.


Tim decidió hacer un intento a ciegas.
—¿Estaba Amanda contigo el día en que Susan Peterson < ,iyó del risco?
—Sí —respondió Michelle.
— ¿Estaban en el cementerio?
—Sí —repitió la niña—. Susan me estaba diciendo maldades, pero Mandy la hizo
callar.
— ¿Cómo lo consiguió?
—La echó de allí.
— ¿Quieres decir que la echó del risco?
—No lo sé —respondió Michelle con lentitud. Jamás se le había ocurrido
pensarlo.— Es posible. No pude ver... ese día había niebla... mamá dijo que no, pero
la había.
Tim se inclinó hacia adelante poniéndose serio.
—Michelle, ¿siempre hay niebla cuando Amanda está contigo?
Michelle pensó un momento: luego sacudió la cabeza.
—No. A veces sí, pero no siempre.
— ¿Y qué me dices de tus otros amigos? ¿Conocen ellos a Amanda?
—No tengo ningún otro amigo.
— ¿Ninguno?
Michelle bajó la voz. Sus ojos parecieron nublarse.
—Desde que me caí del risaco, nadie quiere ser mi amigo.
— ¿Y tu hermana, qué? —preguntó Hartwick—. ¿Acaso tu hermanita no es tu
amiga?
— Es muy pequeña —respondió Michelle. Hubo un largo silencio, pero el
psicólogo no quería interrumpirlo, seguro de que la niña estaba por decir algo.
Tenía razón.
— Además —agregó Michelle con voz un poco más fuerte que un susurro—, ella
no es mi hermana, en realidad.
— ¿No lo es?
—Soy adoptada. Jenny no lo es.
— ¿Te molesta eso?
—No lo se —respondió Michelle evasiva—. Amanda dice...
— ¿Qué dice Amanda? —la apremió Tim.
—Amanda dice que desde que Jenny nació, mamá y papá ya no me quieren.
— ¿Y tú le crees?
Michelle adoptó una expresión belicosa.
—Bueno, ¿y por qué no? Papá ya casi no me habla, mamá se pasa todo el
tiempo ocupándose de Jenny y... y...
Se le apagó la voz, y una lágrima resbaló por la mejilla.
—Michelle —preguntó Tini con suavidad—. ¿Quisieras que Jenny nunca hubiera
nacido?
—No... no lo sé.
—Si es así, no te preocupes —le dijo Tim —. Sé lo enojado que estaba yo cuando
nació mi hermanita. Simplemente parecía injusto. Había tenido a mis padres para mí
solo durante tanto tiempo y entonces, de repente, aparecía alguien más. Pero luego
comprobé que mis padres me querían tanto como antes.
—Pero usted no era adoptado — objetó Michelle—. No es lo mismo. ¿Puedo irme
ahora? —agregó incorporándose.
— ¿Ya no quieres hablar más conmigo?
141
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

No. Al menos ahora. Y sobre Jenny no. menos ahora. Y sobre Jenny no.
¡Odio a Jenny!
— Está bien —repuso Hartwick tratando de calmarla—. No hablaremos más de
Jenny.
—¡No quiero hablar más de nada! —exclamó Michelle mirándolo ceñuda, con
expresión empecinada.
— ¿Y qué quieres hacer?
—Quiero irme a casa —dijo Michelle—. ¡Quiero irme a casa y encontrar a
Amanda!
— Está bien —replicó Tim—. Te propongo algo... debo hablar unos minutos con
tus padres. Te conseguiré gaseosa, y cuando la hayas terminado, ya habré
concluido con tu padre y con tu madre. ¿Qué te parece eso?
Michelle pareció estar a punto de discutir con él, pero de pronto su cólera se
disipó, y encogiéndose de hombros repuso:
— Está bien, supongo.
Tim le abrió la puerta del consultorio y sonriendo alentadoramente a June y Cal
Pendleton, les dijo:
—Vamos a buscar una gaseosa para Michelle. Ustedes pueden entrar... en
seguida vuelvo.
—Gracias —murmuró June. Cal no contestó nada.

Cuando él regresó, estaban esperando; June sentada nerviosamente en el sillón


ocupado por Michelle pocos minutos atrás, Cal de pie junto a la ventana, muy rígido.
Aunque le daba la espalda, Hartwick intuyó su enojo. Sentándose en su sillón, tocó
el legajo de Michelle.
— ¿Qué pasó? —preguntó June. —Tuvimos una larga conversación.
— ¿Y está de de acuerdo con mi esposa? ¿Cree que Michelle está loca? —
intervino Pendleton.
—Jamás dije eso, Cal —protestó June.
—Pero es lo que crees. —Se dirigió al psicólogo.— Mi esposa cree que tanto
Michelle como yo estamos locos.
La expresión de June, donde se combinaba la exasperación y la piedad, dijo a
Tim todo lo que necesitaba saber.
— Señor Hartwick —empezó June. Luego se interrumpió, confusa.
— ¿Por qué no me llama Tim? Así será todo más fácil. ¿Doctor Pendleton? ¿Me
permite ofrecerle un asiento?
—Me quedaré de pie —contestó rígidamente Cal, manteniendo su posición frente
a la ventana. June se encogió de hombros, levantando el rostro hacia él, y Tim
Hartwick comprendió el gesto. Por el momento decidió no presionar a Pendleton.
—Hablamos acerca de esa amiga de ella... Amanda —dijo a June.
—¿Y?
—Bueno, por cuanto puedo advertir, ella parece creer que Amanda es verdadera.
No necesariamente verdadera en lo físico, pero sí indudablemente una persona que
no es ella misma. Una persona que existe independientemente de ella.
— ¿Eso es... eso es normal?
— En una niña pequeña, digamos de tres años, es bastante común.
—Entiendo... —dijo June—. Pero para Michelle, no. ¿Estoy en lo cierto?
— Es posible que no sea tan grave —empezó Tim, pero Cal, que se había
apartado de la ventana, lo interrumpió.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—¡No es nada grave! —dijo con brusquedad—. Lo único que ella hizo es
inventarse una amiga para sobrellevar un momento difícil. Francamente no entiendo
por qué tanto alboroto.
—Ojalá pudiera estar de acuerdo con usted, doctor Pendleton —dijo Hartwick con
voz queda—. Pero me temo que no pueda. Su hija está en el centro de algunos
problemas muy graves, y a menos que ustedes estén dispuestos a enfrentarlos, no
veo realmente cómo puedo ayudarla.
—Problemas —repitió June—. Dijo usted problemas. ¿Quiere decir, algo más que
el adaptarse a su... su situación?
—En efecto —respondió el psicólogo—. Ni siquiera estoy seguro de que su pierna
sea el principal problema. A decir verdad, estoy casi seguro de que no. Es su
hermana.
— ¿Jenny? —preguntó Cal Pendleton.
—Dios mío, eso temía yo —gimió June, volviéndose hacia su esposo—. Te lo dije.
¡Hace semanas que te lo vengo diciendo, pero tú no quisiste creerme!
—Doctor Pendleton, Michelle piensa que ustedes ya no la quieren. Piensa que por
ser adoptada, ustedes dejaron de quererla cuando tuvieron una hija propia.
—Eso es ridículo —dijo Cal.
— ¿Lo es? —preguntó June con voz hueca—. ¿Lo es en realidad?
—Parece que su amiga Amanda se lo dijo —continuó Hartwick.
June lo miró aturdida.
—No estoy segura de entender.
Tim se reclinó en su sillón.
—Bueno, en realidad no es tan difícil de reconstruir. En este momento Michelle
está teniendo ciertos pensamientos y sentimientos que le son totalmente ajenos. No
le agradan. En realidad, la están destrozando. Por eso ha inventado a Amanda.
Amanda es esencialmente, el lado oscuro de la personalidad de Michelle, que
simplemente le traslada todo sus... ¿cómo puedo decirlo? ¿Más feos? Supongo que
esa palabra es bastante útil... traslada a Amanda todo sus pensamientos e impulsos
más feos... aquellos por los cuales no soporta tomar responsabilidades.
— ¿No es eso lo que llaman proyectar? —preguntó Cal con voz llena de una
hostilidad que Tim optó por desconocer.
— Por cierto que sí, lo es. Salvo que aquí se trata de una forma particularmente
extrema. El término "proyectar" implica habitualmente la proyección de los
problemas propios a otra persona, pero esa otra persona suele ser muy real.
Un buen ejemplo de esto sería el marido infiel que constantemente piensa que su
esposa lo engaña.
—Conozco la definición —dijo Cal.
Tim decidió que ya estaba harto.
—Doctor Pendleton, tengo la sensación de que usted preferiría no estar oyendo
nada de esto. ¿Estoy en lo cierto?
—Me encuentro aquí porque mi esposa me lo exigió. Pero creo que estamos
perdiendo el tiempo.
— Es posible —admitió Tim. Juntó plácidamente las manos y esperó. No tuvo que
esperar mucho.
— ¿Lo ves? —preguntó Cal a su esposa—. Hasta él dice que es posible que
estemos perdiendo el tiempo. Si quieres seguir con esto, tendrás que hacerlo sola.
Yo he oído ya suficiente. —Se dirigió hacia la puerta; luego se volvió.— ¿Vienes
conmigo?
June le sostuvo la mirada, y cuando le habló lo hizo con voz serena.
143
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No, Cal, no iré contigo. No puedo obligarte a escuchar. Pero yo lo haré. Si


quieres, puedes esperarme. De lo contrario puedes llevar a Michelle y yo regresaré a
casa a pie.
Tim que venía observando atentamente a Cal, tuvo la seguridad de verlo
sobresaltarse un poco cuando se mencionó a Michelle, pero nada dijo, esperando
ver qué haría el médico.
— Esperaré —dijo Cal.
Y salió del consultorio cerrando la puerta. Cuando se marchó, June se volvió
hacia Tim Hartwick diciendo:
— Lo lamento. Parece... parece simplemente incapaz de hacer frente a todo esto.
Ha sido terrible.
Tim guardó silencio un momento, respetando su angustia. Luego dijo con mucha
suavidad:
—Creo poder ayudar a Michelle. Ha sufrido mucha presión... Para empezar, su
estado físico. Para una niña no es muy fácil convertirse de pronto en lisiada. Encima
de eso está todo el asunto con Jennifer. Y el colmo es, por supuesto, la actitud de su
padre. Todo junto está sometiendo a Michelle a mucha presión, y las cosas se están
desbaratando.
— Entonces yo tenía razón... —suspiró June. Fue como si le quitaran una carga
de los hombros.— ¿Por qué eso me hace sentir tanto mejor?
—Siempre es mejor comprender un problema —le aseguró el psicólogo—.
Cuando no se sabe lo que pasa es cuando uno se siente totalmente perdido. Y con
Michelle, por lo menos sabernos qué está pasando.

Michelle permaneció sentada unos minutos en la sala de los maestros, bebiendo


lentamente su gaseosa. Le agradaba el señor Hartwick... la escuchaba y le creía
cuando ella le hablaba de Amanda. No le decía que Amanda era un fantasma, o que
no era real, o algo parecido. Distraídamente se preguntó qué estaría diciendo a sus
padres. Aunque eso no tenía ninguna importancia. A pesar de lo que él les dijera,
ellos ya no la querrían más.
Abandonando la sala de los maestros, se dirigió a la escalera del fondo de la
escuela. En un columpio estaba sentado Billy Evans, que pateaba el suelo tratando
de impulsar el columpio. Estaba solo y cuando vio a Michelle le hizo señas
llamándola. La niña arrojó lejos el vaso vacío de gaseosa y bajó la escalera
apoyándose pesadamente en su bastón.
— Hola —le dijo Billy—. ¿Quieres empujarme?
—Bueno.
Comenzó a empujarlo. Billy reía muy contento, y empezó a pedirle que lo
empujara más fuerte.
— Es demasiado alto —le dijo Michelle—. Ni siquiera deberías estar en estos
columpios. Deberías estar en los más pequeños.
—Ya soy bastante grande —respondió Billy—. Hasta puedo caminar por la valla.
Michelle miró hacia la cancha de béisbol, donde se había construido una valla
improvisada con una viga y un poco de alambre tejido. Tenía unos dos metros y
medio de altura y más o menos seis metros de largo. Michelle había visto que
algunos niños mayores, los de su edad, la trepaban y luego caminaban a lo largo.
Pero los más pequeños, como Billy, nunca se atrevían a hacerlo.
—Jamás te vi —dijo Michelle.
—Nunca miraste. Deja que se detenga el columpio y te lo mostraré.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle dejó de empujar, y cuando el columpio se detuvo, Billy saltó y echó a


correr hacia la cancha de béisbol.
— ¡Ven! —la llamó por sobre el hombro.
Michelle echó a andar detrás de él moviéndose lo más rápido que podía, pero
cuando lo alcanzó él ya estaba trepando por el alambre. .
—Ten cuidado —le previno ella.
— Es fácil —se burló Bily. Cuando llegó arriba, se montó en la viga, sonriéndole
—. Sube —le dijo.
—No puedo —respondió Michelle—. Tú lo sabes.
Billy subió primero un pie, luego el otro. Lentamente, haciendo equilibrio con las
manos, logró agacharse. Entonces, siempre bamboleándose, se levantó con cuidado
hasta quedar erguido, con los brazos tendidos.
—¿Ves?
Michelle podía verlo tambalear. Tuvo la certeza de que se caería.
—Billy, bájate de allí. Te caerás y te harás daño, y yo no podré ayudarte.
— ¡No me caeré! ¡Mírame!
Dio un paso vacilante; casi perdió pie, luego recobró el equilibrio y dio otro.
—Por favor, Billy —imploró Michelle.
Billy se alejaba de ella, avanzando lenta y cuidadosamente por la viga,
mejorando su equilibrio a cada paso.
—No me caeré —repitió el niño. Luego, dándose cuenta de que Michelle estaba
por insistirle en que bajara, decidió burlarse de ella.— Solo estás enojada porque tú
no puedes hacerlo. Si no fueras renga, podrías. ¡Pero como lo eres, no puedes! —y
se echó a reír.
Michelle lo miró por un segundo con fijeza, mientras su risa resonaba en sus
oídos.
Hablaba igual que Susan Peterson y todos los demás.
Alrededor de ella empezó a cerrarse la bruma, las frías nieblas que, lo sabía,
traerían consigo a Amanda. Billy Evans, que le sonreía burlón, desapareció de su
vista, pero su voz, siempre risueña, atravesaba la niebla como un puñal.
Y entonces, Amanda estuvo allí, de pie tras ella, susurrándole.
—No le dejes hacer eso, Michelle —decía Mandy con suavidad—. Se está riendo
de ti. No le dejes. Nunca dejes que ninguno de ellos vuelva a reírse de ti.
Michelle vaciló. Una vez más oyó la burlona risa de Billy y sus pullas.
— ¡Tú no podrías hacerlo! ¡Si no fueras renga!
— ¡Hazlo callar! —siseó Mandy a su oído.
—No sé cómo —gimió Michelle, mientras miraba desesperadamente en torno,
buscando a Amanda.
—Yo te mostraré —susurró Amanda—. Déjame mostrarte...
La risa, la burlona risa, cesó de pronto y fue reemplazada por un alarido de terror.

Billy trató de saltar, pero era demasiado tarde... bajo sus pies, la valla se movía.
Perdió el equilibrio, trató de recuperarlo, fracasó. Entonces sus brazos se agitaron
en el aire. Estaba cayéndose.
Un instante más tarde, en el patio de la escuela había silencio. Un silencio que,
para Michelle solo rompía el sonido de la voz de Amanda.
— ¿Lo ves? ¿Ves qué fácil es? Ahora puedes hacer que todos dejen de reírse...
La voz se apagó y Amanda desapareció. La niebla empezó a dispersarse.
Michelle aguardó un momento, aguardó a que desapareciera toda, después miró.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Billy Evans, con la cabeza torcida, de modo que sus ojos vacíos la miraban con
fijeza, yacía en el suelo a poca distancia.
Michelle supo que jamás volvería a reírse de ella.

CAPITULO 23

Michelle contempló fijamente el cuerpo diminuto de Billy Evans que yacía inerte
en el suelo, con la cara pálida y sin vida. Titubeante, de mala gana, dio un paso
hacia él.
— ¿Billy? —dijo con voz temblorosa, inquisitiva—. ¿Billy? ¿Estás bien?
Pero al mismo tiempo que hacía la pregunta, supo que él estaba muerto. Dio un
paso más hacia él, luego cambió de idea.
Ayuda. Tenía que buscar ayuda.
Apoyándose en la valla, se agachó cuidadosamente para recoger su bastón.
Luego, tras echar otra mirada rápida a Billy, se encaminó hacia el edificio escolar. En
el patio no quedaba nadie... nadie que fuera en su ayuda, nadie que hiciera algo por
Billy Evans.
Nadie que le dijera qué había sucedido.
Porque Michelle no podía recordar.
Recordaba a Billy trepando el alambre tejido, haciendo equilibrio en lo alto.
Lo recordaba empezando a caminar, y recordaba haberle dicho que tuviera
cuidado.
Y él se había reído.
Entonces la niebla se había cerrado sobre ella, y había llegado Amanda.
Pero después, ¿qué sucedió?
Su mente estaba en blanco.
Empezó a subir los escalones del fondo de la escuela.
—¡Socorro! —gritó—. Oh, por favor, ¿nadie me oye?
Casi había llegado arriba cuando vio abrirse la puerta y apareció su padre.
— ¡Michelle! ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?
—¡Es Billy! —clamó Michelle—. ¡Billy Evans! ¡Se cayó, papá! ¡Trataba de caminar
por la valla y se cayó!
—Oh, Dios mío —exclamó Pendleton. .
Las palabras apenas audibles, se ahogaron en su garganta. Volvieron a él las
visiones, rostros infantiles aparecían en su mente, acusándolo con los ojos. Empezó
a sentirse mareado, pero se obligó a mirar el campo de juego. Ya desde allí, pudo
ver al niñito que yacía inmóvil, en informe montón, junto a la valla.
Ya Michelle había llegado a lo alto de los escalones y se aferraba a él, con los
ojos rebosantes de lágrimas.
—Se cayó, papá. Creo... creo que está muerto.
Tenía que pensar. Tenía que actuar. Pero era casi imposible.
—Ven adentro —masculló—. Ven adentro, tu madre te cuidará.
Apartándose de Michelle, la llevó adentro, al consultorio, donde June y el
psicólogo estaban todavía conversando. Ambos lo miraron sorprendidos; luego la
expresión de su cara les indicó que ocurría algo.
—Llame una ambulancia —dijo él—. Hubo un accidente. Un niñito se cayó de la
valla. Tengo que... tengo que ocuparme de él. Tengo...
Se le apagó la voz; se dio vuelta y salió del consultorio, tambaleante.
Mientras Tim echaba mano al teléfono y comenzaba a discar, Michelle habló de
pronto.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Mamá? —dijo. Parecía aturdida, y June la tomó en sus brazos, susurrándole:


—No te preocupes, preciosa. Papá se hace cargo y pronto vendrá una
ambulancia. ¿Qué ocurrió?
Michelle hundió el rostro contra su madre mientras sollozaba de manera
incontrolable. Escuchando a Tim Hartwick que hablaba por teléfono, June procuró
tranquizar a su hija. Lentamente, Michelle se recuperó.
Tim colgó el teléfono cuando Michelle empezaba a relatar lo sucedido. La
escuchó con atención, observando a Michelle mientras hablaba, procurando leer en
su cara la verdad de lo que decía. Una vez que terminó,Jjune la tomó de nuevo en
sus brazos.
—Qué terrible —dijo con suavidad—. Pero no te preocupes, es probable que
sane.
—No —respondió Michelle con voz hueca—. Está muerto. Sé que está muerto.

Era como una pesadilla que se repetía.


Cal Pendleton cruzó el patio escolar ofuscado, como si los pies lo arrastraran
hacia atrás aunque procuraba correr. Los segundos que tardó hasta llegar a Billy
Evans le parecieron horas; inundaba su mente la certidumbre previa de lo que
encontraría.
Por fin llegó hasta Billy y se arrodilló junto al cuerpo inerte del niño. Le miró la
cara, advirtió el cuello roto; después, automáticamente, tomó entre los dedos la
muñeca del niño.
Había pulso.
Al principio Cal creyó que lo estaba imaginando, pero un momento más tarde lo
supo: Billy Evans estaba aún vivo.
"¿Por qué no puede estar muerto?", preguntó en silencio Cal. "¿Por qué tiene que
defenderse de mí"?
De mala gana se inclinó sobre Billy, obligándose a examinarlo.
Tendría que mover al niño.
Vaciló. Apenas unas semanas antes, había levantado a su propia hija. Ahora ella
estaba lisiada. El pánico lo dominó y durante una fracción de segundo se sintió
paralizado. Después, lentamente, su cerebro empezó a razonar.
Cuando llegara la ambulancia, los enfermeros moverían a Billy. Tal vez él debía
esperar.
Pero era médico. Tenía que hacer algo.
Además, si no lo hacía, estaba seguro de que Billy habría muerto cuando llegara
la ambulancia... podía ver la constricción en el cuello del niño que se ahogaba
lentamente. Para que Billy sobreviviera, Cal debía enderezarle el cuello.
Empezó a mover la cabeza de Billy.
Cuando el flujo de aire penetró más libremente en sus pulmones, Billy empezó a
cambiar de color. Desapareció el tinte azulado. Luego, bajo la mirada de Cal el niño
comenzó a respirar con más facilidad.
Cal se permitió tranquilizarse.
Billy Evans iba a vivir.
A lo lejos se oyó la sirena de la ambulancia. Para Cal, ese sonido fue una sinfonía
de esperanza.

147
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Cuando el sonido de la ambulancia se hizo más intenso, June se puso de pie y se


acercó a la ventana. Desde donde se hallaba, no pudo ver nada... solo una punta de
la valla, siniestramente visible, mientras el edificio le bloqueaba la visión del resto.
—No puedo soportarlo —dijo—. Tim, por favor, vaya a ver lo que está pasando.
Tim Hartwick asintió. Iba a salir del consultorio cuando se detuvo en la puerta.
—Dije a la señora Evans que viniera aquí. ¿Seguro que no quiere que espere con
usted?
Miró sutilmente a Michelle que estaba sentada en una silla de respaldo recto con
la mirada fija en el vacío, el rostro congelado en una expresión atónita.
—Si ella llega antes de que usted regrese, yo me haré cargo —insistió June — .
Usted solo averigüe... averigüe si está vivo.

Media hora más tarde, solo quedaban en la escuela Michelle, June y Tim. La
ambulancia con Billy y Cal atrás había partido hacia la clínica, y la madre de Billy los
había seguido, insistiendo en que podía manejar sola cuando se le aseguró que su
hijo aún estaba vivo. La pequeña multitud que se había congregado en el patio
escolar, se había dispersado con rapidez: la gente salía en pequeños grupos,
cuchicheando y, a veces, mirando hacia la escuela donde sabían que Michelle
Pendleton se encontraba todavía en el consultorio de Tim Hartwick.
Tim hizo señas a June de que se reuniera con él en el pasillo un momento.
Cuando estuvieron solos, le dijo que deseaba hablar con Michelle.
— ¿Tan pronto? —preguntó June—. Pero... ¡ella está muy alterada!
—Tenemos que averiguar qué pasó. Creo que si hablo con ella ahora, antes de
que haya tenido ocasión de pensar realmente en ello, obtendré lo más cercano a la
verdad.
Los instintos maternales de June saltaron en defensa de su hija.
—Quiere decir, ¿antes de que ella haya tenido oportunidad de inventar un
cuento?
—Eso no es lo que dije; ni lo que quise decir —se apresuró a responder el
psicólogo—. Quiero hablar con ella antes de que su mente haya tenido oportunidad
de hacer que lo sucedido le parezca lógico. Y quiero averiguar por qué estaba tan
segura de que Billy había muerto.
—Está bien —repuso por fin June, a regañadientes—. Pero no la presione... ¿por
favor?
—Jamás haría eso —respondió Tim con dulzura.
Dejó a June sola en el pasillo y volvió con Michelle.

— ¿Por qué creíste que Billy estaba muerto? —preguntó Tim con suavidad. Había
tardado diez minutos en convencer a Michelle de que su amiguito no había muerto, y
aún no estaba seguro de que ella le creyera—. No cayó de muy alto...
—Simplemente lo supe —replicó Michelle—. Se nota.
— ¿Se nota? ¿Cómo?
—Pues... pues por... cosas. Usted sabe.
Hartwick esperó un momento pero cuando Michelle no continuó, decidió pedirle
que le volviera a contar lo sucedido. Escuchó sin interrumpirla mientras ella volvía a
relatar la historia.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Y eso es todo? —preguntó cuando ella hubo terminado. Michelle movió la


cabeza, asintiendo.— Ahora quiero que pienses con mucho cuidado. Quiero que
repases todo de nuevo y trates de recordar si omitiste algo.

Michelle volvió a relatar de nuevo lo sucedido. En esta misión, Tim la interrumpió


a veces, tratando de aguijonear su memoria en busca de detalles.
—Dime, cuando Billy empezó a caminar en lo alto de la valla, ¿dónde te
encontrabas tú?
—En el extremo de ella, justo donde él la trepó.
— ¿La estabas tocando? ¿Apoyándote en ella? Michelle arrugó un poco la frente,
procurando recordar.
—No. Estaba usando el bastón. Me apoyaba en mi bastón.
—Muy bien —repuso Tim—. Ahora, cuéntame de nuevo lo que pasó mientras Billy
caminaba por la baranda.
La niña lo contó exactamente igual que antes.
—Yo lo estaba mirando —dijo Michelle—. Le estaba diciendo que tuviera cuidado,
porque temía que pudiera caerse, y entonces él tropezó, solo tropezó y cayó. Traté
de sostenerlo, pero no pude... estaba demasiado lejos y yo... bueno, ya no puedo
moverme muy rápido.
—Pero, ¿en qué tropezó? —insistió Tim.
—No lo sé, no pude ver.
— ¿No pudiste ver? ¿Por qué? —Se le ocurrió una idea—. ¿Había niebla acaso?
Durante una fracción de segundo, hubo un resplandor en los ojos de Michelle;
pero luego sacudió la cabeza.
—No. No pude ver porque no soy lo bastante alta. Tal vez... tal vez sobresaliera
un clavo.
—Tal vez —admitió Tim. Luego agregó — : ¿Y Amanda? ¿Estaba allí?
De nuevo, durante apenas una fracción de segundo, hubo ese resplandor en los
ojos de Michelle. Pero luego volvió a sacudir la cabeza diciendo:
—No.
— ¿Estás segura? —le insistió Tim—. Podría ser muy importante.
Entonces Michelle sacudió la cabeza de modo más terminante.
—¡No! —exclamó—. No había niebla y Amanda no estaba conmigo. ¡Billy tropezó!
Eso fue todo, solo tropezó. ¿No me cree usted?
Tim pudo ver que la niña estaba al borde de las lágrimas.
—Por supuesto que sí —le dijo, sonriéndole—. Te gusta Billy Evans, ¿verdad?
—Sí.
— ¿Alguna vez te fastidió?
— ¿Fastidiarme?
—Ya sabes... como lo hacía Susan Peterson y algunos otros chicos.
—No —respondió Michelle. De nuevo Tim creyó advertir una vacilación.
Algo había que Michelle no le estaba diciendo. Pero el psicólogo no estaba
seguro de poder sonsacárselo. Algo la retenía. Era como si estuviese protegiendo
algo. Tim creía saber que era.
Amanda.
Amanda, el lado oscuro de Michelle, había hecho algo, y Michelle la estaba
protegiendo. Tim sabía que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera convencer a
Michelle de que abandonara a su "amiga".
Mientras se preguntaba qué decir luego, Michelle buscó de pronto su mirada.
— El morirá, —dijo con voz clara.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Tim Hartwick la miró con fijeza, sin saber si la había oído bien. Entonces, con voz
todavía suave pero muy clara, Michelle repitió las palabras.
—Se que Billy va a morir.

June conducía lentamente; Cal iba junto a ella en el asiento delantero, y Michelle
atrás. Cada uno estaba en su propio mundo privado, aunque tanto Cal como June
estaban pensando en Billy Evans, que yacía en la clínica en estado de coma. Josiah
Carson había hecho todo lo posible por el niño, y había administrado un sedante
ligero a Cal. Al día siguiente vendría un neurólogo de Boston. Pero tanto Cal como
Josiah estaban seguros de que el especialista no haría más que corroborar lo que
ellos ya sabían: la estrangulación de Billy había durado demasiado; había lesión
cerebral. No se sabrían los alcances de la lesión hasta que Billy saliera del coma.
Si alguna vez salía de él.
El silencio que reinaba en el automóvil estaba empezando a afectar a June.
Quedó aliviada cuando finalmente tuvo una excusa para romperlo.
—Debo detenerme en casa de los Benson para recoger a Jenny.
Cal movió una vez la cabeza, asintiendo. Pero no respondió verbalmente. Solo
habló cuando ella se detuvo frente a la casa de los Benson.
—Quisiera que no dejes así a Jenny.
—Bueno, ¿acaso podía llevármela conmigo?
— Habrías podido llamarme. Yo habría salido y las habría traído a las dos.
—Francamente, ni siquiera estaba segura de que estarías en la escuela —repuso
June. Luego recordó la silenciosa presencia de Michelle en el asiento de atrás — .
No importa, la próxima vez te llamare o traeré conmigo a Jenny.
Abrió la portezuela del coche y bajó; luego sostuvo la portezuela trasera para
Michelle. Cal ya estaba en el pórtico de los Benson cuando June y Michelle
empezaron a subir los escalones.
Constance Benson debía estar esperándolos, pues la puerta se abrió justo
cuando Cal estaba por llamar. June creyó ver que la mujer apretaba los labios al
mirar a Michelle. Como no dijo nada, June decidió esperar a que estuvieran adentro
para decirle lo que había ocurrido. Pero pronto se hizo evidente que Constance
Benson ya estaba enterada.
—Acabo de hablar con Estelle Peterson —dijo—. Una cosa terrible... terrible.
Volvió a mirar a Michelle. Esta vez, June tuvo la certeza de que en sus ojos había
hostilidad.
—Fue un accidente —se apresuró a decir June—. Billy trataba de caminar por la
valla y cayó. Michelle intentó sostenerlo.
—De veras —respondió Constance Benson con voz cuidadosamente neutral,
pero June tuvo la certeza de percibir en ella un matiz de sarcasmo—. Traeré a la
pequeña. Está arriba, dormida.
—No sé cómo agradecerle por haberla cuidado —repuso June, con gratitud.
Constance ya subía la escalera, pero se volvió para mirar a June mientras
hablaba.
—Los niños pequeños no son ninguna molestia —dijo—. Los problemas vienen
cuando empiezan a crecer.
Michelle, que estaba de pie junto a la puerta, dio un paso junto a su padre.
—Ella cree que hice algo, ¿verdad? —preguntó cuando Constance continuó
subiendo la escalera.
Cal sacudió la cabeza, pero no dijo nada. Michelle se volvió hacia su madre.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Cree eso, ¿verdad? —repitió.


—Por supuesto que no —replicó June.
Acercándose a Michelle, puso un brazo protector en torno a los hombros de su
hija. Un momento más tarde, cuando Constance reapareció trayendo a Jenny en los
brazos, se detuvo como si no quisiera entregar la niñita a June, mientras ésta se
hallaba tan cerca de Michelle. Hubo un silencio, roto al fin por Michelle.
—No hice daño a Billy —declaró—. Fue un accidente.
—Lo sucedido a Susan Peterson también fue un accidente —respondió
Constance—. Pero no querría tratar de convencer de eso a su madre.
June se enfureció y decidió no ocultarlo.
— Eso que ha dicho es una crueldad, señora Benson. Usted vio lo que le pasó a
Susan Peterson, y sabe perfectamente bien que Michelle nada tuvo que ver con ello.
Y hoy trató de ayudar a Billy Evans. Si hubiera podido moverse más rápido, lo habría
logrado.
—Bueno, yo solo sé que los "accidentes" no ocurren simplemente. Algo los causa,
y nadie me convencerá de lo contrario! —Entregó la niña a June, pero de pronto sus
ojos se desviaron hacia Michelle—. En su lugar, yo tendría cuidado con esta niñita
—dijo, mirando siempre con fijeza a Michelle—. No hace falta una gran caída para
matar a una niñita de esta edad.
June abrió la boca, atónita, al comprender las implicancias de lo que había dicho
Constance Benson. Buscó una respuesta adecuada. Como no halló palabras,
simplemente entregó a Jenny a Michelle.
—Llévala alautomóvil, ¿quieres, cariño? —pidió.
Cuidadosamente, Michelle tomó a la niña con un brazo, mientras usaba el otro
para apoyarse en el bastón. June mantuvo los ojos fijos en Constance Benson como
desafiándola a decir algo más. Acunando a la pequeña en su brazo izquierdo,
Michelle echó a andar hacia la puerta temblorosamente.
— ¿Quieres ir con ella? —pidió June a su marido—. No veo cómo podrá también
abrir la portezuela del coche. Pero me imagino que podría hacerlo si fuese
necesario.
Intuyendo la tensión entre ambas mujeres, Cal salió rápidamente detrás de
Michelle. Ya sola con Constance Benson, June procuró controlar la voz.
—Gracias por cuidar a Jennifer —dijo por fin—. Ahora que dije eso, debo decirle
que en mi opinión, es usted la persona más cruel e ignorante que he tenido la
desgracia de conocer en mi vida. En el futuro, ni yo ni mi familia volveremos a
molestarla. Encontraré otra persona que cuide a Jenny o lo haré yo misma. Adiós.
Se dirigió a la puerta, pero de pronto la detuvo la voz de Constance Benson.
—No le guardaré rencor por esto, señora Pendleton —dijo Constance — . Usted
no sabe lo que está ocurriendo. Simplemente no lo sabe.

Michelle empezó a bajar los peldaños, sujetando con fuerza a Jennifer contra el
pecho, mientras empleaba el bastón para encontrar apoyo. No se apartaba de la
baranda, de modo que, si resbalaba, podría apoyarse en ella. Cuando llegó abajo se
detuvo, y lentamente soltó el aliento que venía conteniendo al bajar del pórtico de los
Benson.
— Llegamos —susurró sonriendo a la carita de Jenny.
Jenny la miró como si la entendiera, gorgoteando dichosa. Un hilillo de saliva le
goteaba de una punta de la boca. Michelle lo secó con la manta.

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Y entonces, súbitamente, la niebla empezó a cerrarse en torno a ella. Levantó


rápidamente la mirada, viendo acercarse veloces las brumas y oyendo los primeros
tenues susurros de la voz de Amanda. Vio a su padre que, de pie junto al automóvil
la observaba.
—¿Papá?
Cal dio un paso titubeante hacia ella, pero entonces la niebla se cerró sobre
Michelle y él desapareció.
— ¡Papá! ¡Pronto! —gritó Michelle.
Iba a soltar a Jennifer.
Podía sentir a Amanda que, a su lado, la aguijoneaba le susurraba, diciéndole que
soltara a la pequeña, que dejara caer al suelo a Jennifer... a Jennifer, que le había
quitado a su padre.
A medida que la voz de Amanda se hacía más insistente, Michelle se sintió ceder,
se sintió obedecer a la voz de su amiga. Quería hacer daño a Jenny, quería verla
caer.
Lentamente comenzó a aflojar el brazo izquierdo.
—No te preocupes —oyó decir a su padre—. Ya la tengo yo. Puedes soltarla.
Sintió que le quitaban a Jenny de los brazos. La niebla se dispersó tan rápido
como había venido. Junto a ella estaba su padre, sosteniendo a la pequeña,
observándola.
— ¿Qué pasó? —Le oyó preguntar.
—Me... me cansé —balbuceó Michelle—. Simplemente ya no podía sostenerla
más. ¡Creí que iba a soltarla, papá!
—Pero no lo hiciste, ¿cierto? —respondió Cal—. Es tal como le dije a tu madre.
Estás perfectamente bien. No quisiste hacer daño a Jenny, ¿verdad? No quisiste
dejarla caer.
En la voz de Cal Pendleton había desesperación, el tono de un hombre tratando
de convencerse de la veracidad de sus propias palabras. Sin embargo, Michelle
estaba demasiado perdida en su propia confusión para oír la súplica en las palabras
de su padre. Cuando respondió, también su tono fue indeciso.
—No. Solo... solo me cansé, nada más —dijo.
Pero mientras subía al automóvil, le pareció oír la voz de Amanda, muy lejana,
gritándole. Entonces su madre entró también en el auto, y partieron hacia su casa.
Pero durante todo el trayecto, Michelle pudo oír la voz de Amanda.
Amanda estaba furiosa con ella.
Se daba cuenta por el modo en que Amanda le gritaba.
Michelle no quería que Amanda se enojara.
Amanda era la única amiga que tenía. Sucediera lo que sucediese no podía
permitir que Amanda siguiera enojada.

CAPITULO 24

Corinne Hatcher no perdió los estribos hasta que Tim Hartwick sugirió que tal vez
Michelle debería ser internada, aunque fuese para observación.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó.
Se acomodó los pies bajo el cuerpo en un gesto inconcientemente defensivo,
mientras sujetaba su taza de café con ambas manos. Tim hurgó el fuego mientras se
encogía de hombros, impotente.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— Algo había en sus ojos —dijo. ¿Cuántas veces había tratado de explicarlo?—
No sé exactamente qué era. Pero ella no me decía todo. Lo siento, Corinne, pero no
creo que Billy Evans se haya caído de esa valla accidentalmente.
—Querrás decir que crees que Michelle Pendleton trató de matarlo — respondió
Corinne fríamente— . Más vale que digas lo que piensas.
— Ya lo hice. Según parece, pretendes hacerme decir que creo que Michelle
Pendleton es una asesina, pero no lo diré. No estoy seguro de que lo sea. Pero sí
estoy seguro de que tuvo algo que ver con la caída de Billy. Y también con la de
Susan Peterson, ya que estamos en eso.
— ¿No crees que sea una asesina, pero crees que mató a Susan? ¿Eso estás
diciendo? —Sin esperar a que él respondiera, Corinne prosiguió.— Dios mío, Tim, si
hubieras hablado con ella hace apenas unas semanas, sabrías que eso no podría
ser cierto. Era una niña dulcísima, agradabilísima. Las cosas no cambian con tanta
rapidez, simplemente.
— ¿Dices que no? Basta con mirarla. —El psicólogo se pasó una mano por el
cabello intentando evitar que sus bucles castaños le cayeran sobre la frente, pero
fue inútil.— Mira, Corinne, tienes que hacer frente a los hechos. Sea lo que sea,
Michelle no es la misma niña que llegó a Paradise Point en agosto. Ha cambiado.
— ¿Por eso quieres encerrarla? ¿Simplemente quieres aislarla donde nadie
tenga que verla? ¡Hablas como los niños de mi clase!
—No fue eso lo que quise decir, y tú lo sabes. Corinne, tienes que aceptar lo
sucedido. Cualquiera que sea la causa, Susan ha muerto y Billy, casi también. Y las
dos veces Michelle estuvo presente. Y nosotros sabemos que algo le ha pasado, —
dijo Tim en tono fatigado. Hacía horas que daban vueltas al tema, desde la cena, sin
haber llegado a ninguna parte. Tim pensó: "Ojalá Michelle hubiera dado otro nombre
a esa maldita muñeca, cualquier otro nombre". Fue como si Corinne le leyera los
pensamientos.
—Todavía no has explicada a Amanda —observó.
—La he explicado quinientas veces.
— jOh, claro! Insistes en decirme que solo existe en la imaginación de Michelle.
Salvo que todavía no has explicado una cosa... ¿Cómo es que todos por aquí han
estado hablando sobre Amanda durante tantos años? Si solo es la amiga imaginaria
de Michelle, ¿por qué ha estado por aquí tanto más tiempo que Michelle?
—No todos han estado hablando sobre Amanda. Tan solo algunas escolares
impresionables.
Corinne entrecerró los ojos, enfurecida, pero antes de que pudiera iniciar su
argumentación, Tim alzó la mano como para contenerla.
—No hablemos más de esto, ¿quieres? ¿No podemos olvidarlo por esta noche?
—No veo cómo —respondió Corinne—. Es como una nube que cuelga sobre
nosotros.
El tintineo del teléfono la interrumpió. Automáticamente Corinne se levantó para
atenderlo antes de recordar que no era su teléfono. Utilizando la distracción para
tratar de cambiar el clima de la velada, Tim le sonrió diciendo: —Si te casaras
conmigo podrías atender ese teléfono cuando quisieras.
Acababa de tender la mano hacia el aparato, cuando dejó de sonar. Tanto él
como Corinne esperaron ansiosos a que Lisa llamara a uno de ellos. En cambio
hubo un silencio, después Lisa bajó la escalera.
—Era Alison. Mañana iré a su casa y vamos a buscar al fantasma.
—Oh, Dios —gimió Tim—. ¿Tú también?
Lisa giró los ojos con desprecio.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Bueno, ¿por qué no? Alison dice que Sally Carstairs ya vio una vez el fantasma
y yo creo que sería divertido. ¡Nunca puedo hacer nada!
Tim miró a Connie con expresión desvalida. Estaba por dar su autorización, pero
Corinne lo detuvo.
—No, Tim.
— ¿Por qué no?
—Por favor, Tim. Solo hazme caso, ¿de acuerdo? Además, aunque yo me
equivoque y tú tengas razón, ¿sabes dónde irán a buscar al fantasma? Allá cerca de
la casa de los Pendleton, en el antiguo cementerio de los Carson. Es all í donde está
la tumba de Amanda.
—No es una tumba —se mofó Lisa.
—Hay una lápida —dijo automáticamente Corinne, pero Lisa no le prestaba
ninguna atención. En cambio, siguió implorando a su padre:
— ¿Puedo ir, papá? ¡Por favor!
Pero Tim decidió que Corinne tenía razón. Sucediera lo que sucediese no quería
que su hija se acercara a la casa de los Pendleton.
—No creo que sea una buena idea, preciosa —declaró—. Dile a Alison que irás
en otra ocasión. ¿De acuerdo?
— Ay, papá, nunca me permites hacer nada. ¡Lo único que haces es escucharla
a ella, que está tan loca como Michelle Pendleton!
Lisa dirigió sus palabras a su padre, pero miraba fijamente a Corinne; tenía la
cara arrugada de cólera, la boca fruncida. Corinne se limitó a mirar a otro lado. Por
una vez no haría caso de la grosería de Lisa.
—No puedes ir y basta —dijo Tim —. Ahora sube, llama a Alison y díselo.
Después termina tus tareas escolares y acuéstate.
Silenciosamente, Lisa decidió que haría lo que quería hacer. Hizo una mueca a
Corinne y luego, enfurruñada, salió de la habitación. Un silencio incómodo reinó en
la sala de recibo de Tim, mientras el y Corinne procuraban fingir que la velada no
estaba irremediablemente arruinada. Finalmente Corinne se incorporó diciendo:
—Bueno, se hace tarde...
—Quieres decir que deseas irte a casa, ¿verdad? —preguntó Tim.
—Te llamaré por la mañana —asintió Corinne.
Se dispuso a salir del cuarto, ocupada en recoger su abrigo y su cartera, pero Tim
la detuvo.
— ¿Ni siquiera me darás un beso de buenas noches?
Corinne le tocó apenas la mejilla con los labios, pero se resistió a su abrazo.
—Ahora no, Tim. Por favor. Esta noche no.
Derrotado, Tim la dejó ir, solo e inmóvil en la habitación mientras ella se ponía el
abrigo. Después Corinne volvió a entrar y le sonrió.
—Ahora sé de quien heredó Lisa su gesto de enojo... de su padre. Vamos, Tim,
no es el fin del mundo, te llamaré mañana o llámame tú. ¿Está bien?
Tim movió la cabeza asintiendo.

— ¡Estos hombres!
Corinne pronunció estas palabras en voz alta; después las repitió mientras
conducía el automóvil hasta su casa. Qué tercos podían ser a veces, pensó. Y no
solamente Tim. Cal Pendleton no era mejor en ese aspecto. Decidió que él y Tim
debían ser grandes amigos. Uno de ellos aferrándose a la idea de que todo iba muy

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bien y el otro aferrándose a la idea de que lo que sucedía, sucedía en el cerebro de


Michelle.
Pero no era así. Corinne estaba segura de ello, pero no sabía qué hacer ahora.
¿Debía hablar al respecto con June Pendleton? Debía hacerlo. En ese mismo
momento. Dando un brusco viraje con el automóvil, se dirigió hacia la casa de los
Pendleton, pero cuando llegó la encontró a oscuras. Se quedó unos minutos sentada
en su auto, discutiendo consigo misma. ¿Debía despertarlos? ¿Para qué? ¿Para
contarles un cuento de fantasmas?
En definitiva, se fue simplemente a su casa.
Pero esa noche, antes de dormirse, Corinne Hatcher tuvo la sensación de que los
acontecimientos se precipitaban, como si lo que finalmente fuera a suceder, fuera a
suceder pronto.
Y cuando sucediera, fuera lo que fuese, todos sabrían la verdad.
Ella solo esperaba que, mientras tanto, nadie más muriera...

La cadera le reventaba de dolor. Quería detenerse a descansar, pero sabía que


no podía hacerlo. Tras ella, pero acercándose cada vez más, oía gente que la
llamaba... gente enfurecida... gente que quería hacerle daño.
No podía dejarq ue le hicieran daño… tenía que escapar, lejos donde ellos no
pudieran encontrarla. Amanda la ayudaría. Pero ¿dónde estaba Amanda?
Llamó en voz alta, implorando a su amiga que viniera y la ayudara, pero no hubo
respuesta... tan solo esas otras voces, gritándole, asustándola.
Trató de moverse más rápido, trató de obligar a su pierna izquierda a responder
como ella quería, pero fue inútil. Iban a alcanzarla.
Se detuvo y se dio vuelta.
Sí, allí estaban, acercándose a ella.
No podía ver sus rostros con claridad, pero le pareció conocer las voces.
La señora Benson.
Eso no la sorprendió.
La señora Benson siempre la había odiado.
Pero había otros.
Sus padres. En fin, no sus padres, sino esos dos desconocidos que habían fingido
ser sus padres.
Y alguien más... alguien que ella creía que simpatizaba con ella. Era un hombre,
pero ¿quién? No importaba en realidad. Fuera quien fuese, también él quería
hacerle daño. Sus voces se hacían más fuertes y se aproximaban. Para escapar,
ella tendría que correr.
Miró en derredor frenéticamente, segura de que Amanda vendría y la ayudaría,
pero Amanda no estaba allí.
Tendría que escapar sola.
Si podía llegar al risco, estaría a salvo.
Hacia él echó a andar, mientras el corazón le latía con violencia y el aliento le
brotaba en cortos jadeos.
Su pierna izquierda la retrasaba. ¡No podía correr! ¡Pero tenía que correr!
Y entonces se encontró allí, encaramada en lo alto del risco, debajo de ella el
mar, y detrás esas voces, insistentes, exigiendo... lastimando. Una vez más miró por
sobre su hombro. Ya estaban más cerca, casi junto a ella. Pero no la atraparían.
Con un último estallido de energía, se arrojó desde el risco.
Caer era tan fácil.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

El tiempo pareció detenerse, y ella flotaba, tranquila, sintiendo que el aire pasaba
veloz junto a ella, contemplando el cielo.
Miró abajo... y vio las rocas.
Dedos de piedra afilados, amenazantes, tendiéndose hacia ella, listos para
despedazarla.
El terror la devoró finalmente, y abrió la boca para gritar... pero era demasiado
tarde, iba a morir...

Michelle despertó temblando, con la garganta oprimida por un grito no emitido.


—¿Papá?
Su voz fue suave, diminuta en la noche. Sabía que nadie la había oído. Nadie,
excepto...
—Yo te salvé —le susurró Amanda—. No permití que murieras.
— ¿Mandy?... —murmuró Michelle. Ella había venido. Se sentó en la cama,
mientras el temor la abandonaba al darse cuenta de que Amanda estaba allí,
ayudándola, cuidándola—. Mandy, ¿dónde estás?
— Aquí estoy —respondió Mandy con suavidad. Surgió de las sombras de la
habitación, de pie cerca de la ventana, con su negro vestido que resplandecía
espectralmente a la luz de la luna. Tendió la mano y Michelle abandonó su lecho.
Sosteniéndola de la mano, Amanda la condujo al bajar la escalera y salir de la
casa. Solo al llegar al estudio, advirtió Michelle que había olvidado su bastón. Pero
no importaba... allí estaba Amanda para sostenerla.
Además, la cadera no le dolía nada. ¡Absolutamente nada!
Se introdujeron en el estudio y Michelle supo inmediatamente que hacer. Era
como si Amanda pudiese hablarle en silencio, como si Amanda estuviese
verdaderamente dentro de ella.
Encontró un block de dibujo y lo colocó en el caballete de su madre. Trabajaba
rápidamente, con trazos audaces y seguros. El cuadro surgió con rapidez.
Billy Evans, su cuerpecito encaramado en lo alto de la valla, manteniendo un
equilibrio precario. La perspectiva era extraña. Parecía estar muy alto, muy por
encima de la figura de la misma Michelle que estaba inmóvil en tierra, olvidando su
bastón mientras, impotente, miraba con fijeza hacia arriba.
Junto a ella, aferrando el poste de sostén, estaba Amanda, con una sonrisa en la
cara, sus ojos vacíos aparentemente vivos de entusiasmo mientras Billy empezaba a
caer.
Michelle contempló el cuadro y en la penumbra del estudio, sintió la mano de
Amanda en la suya. Permanecieron juntas un momento en callada intimidad. Luego
sabiendo lo que tenía que hacer, Michelle soltó la mano de Amanda, arrancó del
block el boceto y lo llevó al armario. Encontró con facilidad lo que buscaba, aunque
no había encendido ninguna luz. Retiró esa primera tela que había dibujado para
Amanda y dejó su nuevo boceto... el boceto de Billy Evans, junto con el de Susan
Peterson.
Acomodó la tela en el caballete y tomó la paleta de June.
Aunque la mortecina luz diluía los colores de la paleta, convirtiéndolos casi en
tonos grises, Michelle sabía dónde tocar con el pincel para encontrar los tonos que
deseaba.
Trabajaba con rapidez, inexpresivo el rostro. Detrás de ella, mirando por sobre su
hombro, la mano ligeramente en su codo, Amanda observaba fascinada, con sus

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

blancos ojos lechosos fijos en el cuadro, la expresión ávida. El cuadro le estaba


contando lo sucedido... pronto lo vería todo. Michelle le mostraría todo.
Al trabajar, Michelle no tuvo sentido del tiempo. Cuando finalmente dejó de lado la
paleta y se apartó para mirar la tela, se preguntó cómo no se sentía cansada. Pero
en realidad, lo sabía... era Amanda quien la ayudaba.
—¿Está bien? —preguntó tímidamente.
Amanda asintió, con los ciegos ojos aun clavados en el cuadro. Al cabo de
algunos segundos, habló.
— Pudiste haberla matado, esta tarde —dijo. Jennifer. Mandy hablaba de Jennifer
y estaba enojada con Michelle.
— Lo sé —respondió Michelle con voz queda.
— ¿Por qué no lo hiciste? —preguntó Mandy. Su voz, suave, pero dura, acarició
a Michelle.
— No.., no lo sé —susurró.
— Podrías hacerlo ahora —sugirió Amanda.
—¿Ahora?
— Duermen. Todos duerme. Podrías ir a la nursery…
Tomando la mano de Michelle, Amanda la condujo fuera del estudio.
Cuando cruzaban el prado hacia la casa, una nube flotó a través de la luna, y la
plateada luz se esfumó en la oscuridad. Pero la oscuridad no importaba.
Amanda la estaba guiando.
Y llegaba la niebla.
La maravillosa niebla que abrazó a Michelle, ocultándola del resto del mundo,
dejándola sola con Amanda. Michelle sabía que haría cualquier cosa que Amanda
quisiera...

June despertó en la oscuridad; algún sexto sentido maternal le anunciaba que


algo malo pasaba. Escuchó un momento.
Un grito.
Ahogado, pero un grito.
Venía de la nursery.
June abandonó la cama. Echó mano a su bata y cruzó el dormitorio.
La puerta de la nursery estaba cerrada.
Recordaba nítidamente haberla dejado abierta... siempre la dejaba abierta.
Miró a Cal, pero él dormía profundamente en la misma posición.
¿Quién había cerrado la puerta entonces?
La abrió de un tirón y entró en el cuarto, encendiendo la luz al trasponer la
entrada. Michelle estaba de pie junto a la cuna de Jennifer. Al llenarse de luz la
habitación, alzó la vista, con expresión desconcertada.
— ¿Mamá?
— ¡Michelle! ¿Qué haces levantada?
—Yo... yo oí llorar a Jenny y como no te oía vine a ver qué pasaba.
Cuidadosamente, Michelle acomodó bajo la cabeza de Jennifer la pequeña
almohada que tenía en las manos.
¡Su llanto era ahogado!
La idea atravesó la mente de June pero ésta la silenció de inmediato.
"La puerta estaba cerrada", se dijo. "Por eso no pude oírla. ¡La puerta estaba
cerrada!"

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Michelle —dijo con cuidado—. ¿Cerraste la puerta que comunica este cuarto
con nuestra dormitorio?
—No —respondió Michelle con voz titubeante—. Debe de haber estado cerrada
cuando entré. Tal vez por eso no oíste a Jenny.
—Bueno, supongo que no importa.
Pero sí importaba, y June lo sabía. Algo estaba ocurriendo... algo en lo que ella
no quería pensar. Acercándose a la cuna, levantó a Jenny. La pequeña dormía
ahora, emitiendo unos lloriqueos. Cuando ella la levantó, Jenny tosió un poco; luego
se aflojó en los brazos de su madre. June sonrió a Michelle.
— ¿Ves? Solo hacen falta los brazos cariñosos de una madre.
Miró con más atención a Michelle. Tenía los ojos despejados; no parecía haber
estado durmiendo apenas unos minutos atrás.
— ¿No podías dormir, linda?
—No. Solo hablaba con Amanda. Entonces Jenny empezó a llorar, por eso vine.
—Bueno, espera a que la acomode, después hablaremos un poquito, ¿quieres?
Los ojos de Michelle se nublaron. Por un momento, June temió que fuera a
negarse. Pero luego Michelle se encogió de hombros diciendo:
—Está bien.
June acostó de nuevo a Jennifer en la cuna; después ofreció a Michelle su brazo
para que se apoyara.
— ¿Dónde está tu bastón?
— Lo dejé en mi habitación.
— Vaya, es una buena señal —dijo June, esperanzada. Pero al recorrer el
pasillo, le pareció que Michelle apenas podía caminar. Sin embargo no dijo nada
hasta que Michelle estuvo acostada en su cama, apoyada en las almohadas.
— ¿Duele mucho? —preguntó, tocando suavemente la cadera de Michelle.
— A veces. Ahora. Pero otras veces no. Cuando Amanda está cerca es mejor.
— ¿Amanda? —repitió suavemente June—. ¿Sabes quién es Amanda?
— En realidad, no —repuso Michelle—. Pero creo que antes vivía aquí.
— ¿Cuándo?
—Hace mucho tiempo.
— ¿Dónde vive ahora?
—No estoy muy segura. Creo que sigue viviendo aquí.
—Michelle... ¿quiere algo Amanda?
Michelle asintió con la cabeza.
—Quiere ver algo. No sé en realidad qué es, pero se trata de algo que Amanda
tiene que ver. Y yo puedo mostrárselo.
— ¿Tú? ¿Cómo?
— No... no lo sé. Pero se que puedo ayudarla. Y es mi amiga, de modo que
debo ayudarla, ¿verdad?
A June le pareció que esto era un ruego de confirmación.
—Por supuesto —le contestó—. Si ella es verdaderamente tu amiga. Pero ¿y si
no es tu amiga? ¿Y si en realidad quiere hacerte daño?
— Pero no es así —replicó Michelle —. Sé que no. Amanda jamás me haría daño.
Jamás.
June vio que su hija cerraba los ojso y se dormía.
Se quedó con ella largo rato, teniéndole la mano y vigilando su sueño. Más tarde,
cuando la primera débil luz empezaba a brillar entre la oscuridad, June besó
ligeramente a Michelle y volvió a la cama.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Intentó dormir, pero sus pensamientos, tan cuidadosamente relegados, volvieron


para atormentarla.
No había oído llorar a Jenny porque la puerta estaba cerrada.
Pero ellos nunca cerraban la puerta.
Y Michelle había tenido en las manos una almohada.
Saliendo otra vez de la cama, June regresó a la nursery.
Cuidadosamente, cerró la puerta que comunicaba con el pasillo y guardó la llave
en el bolsillo de su bata.
Solo entonces pudo dormir, y se odió por ello.

CAPÍTULO 25

Sábado por la mañana.


En cualquier mañana común de sábado, June habría despertado lentamente, se
habría desperezado con exuberancia y habría deslizado sus brazos en torno a su
marido.
Pero desde mucho tiempo atrás no hacía eso, ni la mañana del sábado ni
cualquier otra mañana.
En esta mañana de sábado, estaba bien despierta pero cansada.
Miró el reloj: las nueve y media.
Se volvió del otro lado, para ver si Cal estaba todavía durmiendo.
Se había ido.
June se sentó, dispuesta a levantarse; luego se permitió reclinarse otra vez en la
almohada.
Su mirada se desvió hacia la ventana.
Afuera el cielo estaba plomizo y los árboles, donde las hojas que aún quedaban
habían perdido su brillo bajo la luz gris, empezaban a verse ralos y fatigados. Pronto
las hojas desaparecerían totalmente. June tembló un poco, anticipando el invierno
venidero.
Se puso a escuchar los sonidos habituales de la mañana... Jennifer debía de
estar llorando y ella debía poder oír a Cal haciendo ruido en la cocina, simulando
preparar su desayuno cuando en realidad solo procuraba despertarla a ella.
Pero esa mañana reinaba el silencio en la casa.
— ¿Hola?—llamó June, titubeante.
Como no hubo respuesta, abandonó la cama, se puso la bata, luego fue a la
nursery.
La cuna de Jennifer estaba vacía y la puerta del pasillo se encontraba abierta.
Arrugando la frente, June se dirigió al pasillo, cruzando el cuarto. Cuando llegó a los
altos de la escalera, volvió a llamar con voz más fuerte.
— ¡Hola! ¿Dónde están todos?
— ¡Estamos aquí abajo!
Era Michelle, y al oírla, June sintió que se tranquilizaba. "Todo está bien", se dijo.
"No ha ocurrido nada. Todo está bien". Solo en la mitad de la escalera se dio cuenta
de cuan preocupada había estado, cuánto la había asustado el silencio matinal.
Ahora, al entrar en la cocina, se dijo con seguridad que se estaba portando como
una tonta. Todo lo imaginado la noche anterior, voló de sus pensamientos.
— ¡Que tal! Qué temprano se han levantado todos.
Después de mirarla, Cal siguió revolviendo unos cuantos huevos.
— Esta mañana estabas muerta para el mundo y alguien tenía que preparar el
desayuno. Michelle me ayudó para que el desastre no fuera total.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Michelle estaba poniendo la mesa. Se la veía cansada, pero cuando June le guiñó
un ojo, sonrió un poco, evidenteniente feliz de estar haciendo algo con su padre,
aunque solo fuera estar poniendo la mesa.
— ¿Dormiste bien? —le preguntó.
—Me dolía bastante la cadera, pero esta mañana está bien.
En la casa reinaba una buena atmósfera, y June sabía la razón de eso: Billy
Evans no había muerto. Cal lo había salvado, no le había hecho daño, y ahora,
estaba segura, todo iba a estar muy bien. Quería decir algo, comentar sobre el
agradable clima, pero temía que, de hacerlo, lo destruiría. En cambio se acercó a la
camita, donde Jennifer dormía pacíficamente.
— Bueno, al menos no fui la única que se quedó dormida —dijo mientras
levantaba a la pequeña. Jenny abrió los ojos y gorgoteó; después volvió a dormirse.
— Ella se despertó antes —declaró Cal—. Le di un biberón hace cosa de una
hora. ¿Los quieres con tostadas?
— Bueno —respondió June, distraída. Con Cal preparando el desayuno, Michelle
terminando de poner la mesa y Jennifer dormida, se sintió inútil de pronto.
— ¿Quieres que siga yo?
— Demasiado tarde —respondió Cal.
Sirvió los huevos, agregó dos o tres tajadas de tocino en cada plato y los llevó a la
mesa. Al sentarse, consultó su reloj.
— ¿Ya tienes que irte? —preguntó June.
— El neurólogo debe llegar a eso de las diez. En realidad, yo tendría que estar ya
allí.
—¿Puedo ir contigo? —inquirió Michelle, Cal arrugó el entrecejo y June sacudió la
cabeza.
—Creo que hoy mejor te quedas aquí —dijo evitando cuidadosamente mencionar
a Billy Evans.
— Pero ¿por que? —insistió Michelle.
Su rostro empezó a ensombrecerse y June tuvo la seguridad de que habría una
discusión. Sintió que la atmósfera matinal, relativamente tranquila, se esfumaba.
Volviéndose hacia Cal preguntó:
— ¿Qué opinas tú?
—No sé. En realidad, supongo que no hay ningún motivo para que ella no venga
conmigo. Pero no sé cuánto tiempo estaré allí— agregó volviéndose hacia Michelle
—. Es posible que te aburras.
— Solo quiero ver a Billy. Después podría ir a la biblioteca. O volver a casa
caminando.
Está bien —aceptó Cal —. Pero no puedes pasarte todo el día merodeando por la
clínica. ¿Está claro eso?
— Antes me lo permitías—, se quejó Michelle. Los ojos de Cal se desviaron,
inquietos.
— Eso fue antes— dijo.
— ¿Antes? ¿Antes de qué?
Como no respondió, Michelle lo miró fijamente; entonces comprendió a que se
refería.
—No le hice nada a Billy —declaró ella.
—Yo no dije... —empezó Cal, pero June lo interrumpió afirmando:
—No quiso decir eso, quiso decir...
Ya sé lo que quiso decir —gritó Michelle —. ¡Pues no quiero ir! ¡No quiero
acercarme siquiera a tu maldita clínica!
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Se levantó de la mesa, tomó su bastón y salió de la cocina. La puerta del fondo se


había cerrado con violencia tras ella antes de que June o Cal se recobraran de su
arranque. June se incorporó, pensando ir tras Michelle, pero Cal la retuvo.
— Déjala ir —le dijo—. Tiene que aaprender a encarar sola las cosas. Tú... tú
no puedes protegerla del mundo.
— Pero no tendría por qué protegerla de su propio padre— respondió June con
amargura—. Cal, ¿por qué haces cosas así? ¿Crees acaso que esas cosas no le
hacen daño?
Cal no contestó nada. June, sabiendo que todo lo agradable que la mañana había
prometido estaba ya destruido, levantó a Jenny y salió de la cocina.

Annie Whitmore estaba sentada en el tiovivo de la escuela cuando vio a Michelle


que venía por la calle. Michelle caminaba con lentitud y Annie pensó que parecía
muy enojada. Annie miró en derredor con rapidez, preguntándose si estaba presente
otra persona. Quería jugar con Michelle, pero sabía que no tenía que hacerlo. La
noche anterior la madre le había hablado largo rato, advirtiéndole que desde ese
momento no debía hablar con Michelle, y si ésta pretendía jugar con ella, debía
regresar enseguida a casa.
Pero Annie estimaba a Michelle, y como su madre no quiso decirle por qué debía
permanecer alejada de ella, decidió no hacer caso de la orden.
Además, no había nadie cerca que la delatara si desobedecía.
— ¡Michelle!
Como Michelle no respondió, Annie volvió a llamarla con voz más fuerte. Esta vez
Michelle miró en su dirección y Annie le hizo señas.
—¡Hola! ¿Qué haces?
—Caminaba, nada—más —repuso Michelle, deteniéndose y apoyándose en la
cerca—. Y tú, ¿qué haces?
—Juego. Pero no logro que el tiovivo vaya lo bastante rápido. Es demasiado
pesado.
— ¿Quieres que te empuje? —ofreció Michelle.
Annie asintió, diciéndose que estaba bien... en realidad, no había pedido a
Michelle que jugara con ella.
Michelle abrió el portillo y entró cojeando en el patio escolar. Annie esperaba
pacientemente en el tiovivo. Cuando Michelle se le acercó, sonrió diciendo:
— ¿Cómo es que estás aquí un sábado?
—Caminaba simplemente —repuso Michelle.
— ¿Cómo es que no estás jugando con nadie?
—Sí, estoy jugando contigo.
—Pero no lo hacías. Estabas totalmente sola. ¿Acaso no tienes amigos?
—Claro, te tengo a ti, y además está Amanda.
— ¿Amanda? ¿Quién es Amanda?
—Es mi amiga especial —repuso Michelle—. Ella me ayuda.
— ¿Te ayuda? ¿Te ayuda a qué?
Annie golpeó el suelo con el pie y el tiovivo empezó a moverse con mucha
lentitud. Michelle se estiró y le dio un empujón, entonces aceleró un poco. Annie
levantó los pies y esperó hasta que llegó de nuevo junto a Michelle antes de insistir:
— ¿Qué te ayuda a hacer Amanda?
—Cosas —replicó Michelle.
— ¿Qué clase de cosas?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—No importa —respondió Michelle, sin saber exactamente cómo explicar a


Amanda—. Quizás algún día la conozcas.
Annie dio algunas vueltas en el tiovivo, luego bajó de un salto.
—¿Cómo es que nadie simpatiza contigo? —preguntó—. Yo pienso que eres
gentil.
—Y yo pienso que también tú eres gentil —repuso Michelle, sin hacer caso de la
pregunta de Annie—. ¿Qué quieres hacer ahora?
— ¡Los columpios! —exclamó Annie—. ¿Me empujarás en los columpios?
—Claro —repuso Michelle—. Ven... ¡Te juego una carrera!
Inmediatamente Annie se precipitó hacia los columpios y Michelle salió tras ella,
moviéndose tan rápido como podía y jadeando con gran aparato. Cuando alcanzó a
Annie, la niñita reía, dichosa.
— ¡Gané! ¡Gané!
—Espera no más —dijo Michelle—. ¡Algún día aprenderé a correr otra vez y
entonces, mejor que te cuides!
Pero Annie no la escuchaba, ya estaba en los columpios, rogando que la
empujara. Michelle dejó su bastón en el suelo y se puso detrás de Annie, un poco de
costado. Lentamente empezó a empujar a la niñita...

Sentada tras su escritorio, Corinne Hatcher procuraba concentrarse en los


deberes escolares que estaba calificando. Habitualmente no les habría hecho caso
hasta el lunes y habría pasado el sábado con Tim Hartwick, pero esta mañana él no
la había llamado, y Corinne sabía que, aunque lo hubiera hecho, ella habría
encontrado alguna excusa. Probablemente habría utilizado esas mismas pruebas.
Y solo eran una excusa. Habría querido poder llamar simplemente a Tim, decirle
que ojalá nunca hubiera tenido lugar la pelea de la noche anterior, y sugerirle que la
olvidara. Pero sabia que no iba a llamar hasta que pudiera sentir que era cuestión
profesional. Hasta sabía que no engañaría a nadie, salvo a sí misma, pero no
importaba... aun así, necesitaba ese pretexto, esa razón para llamar, aparte de
hacer las paces. Disgustada consigo misma, dejó su estilográfica roja y miró por la
ventana.
Y vio a Michelle.
Contuvo bruscamente el aliento e instintivamente se levantó de su sillón. Michelle
entraba en el patio de la escuela y evidentemente Annie Whitmore la estaba
esperando. Corinne vio que Annie subía al tiovivo y que Michelle empezaba a
empujarla. Podía ver que las dos niñas hablaron, pero no pudo oír lo que decían. Sin
embargo, no importaba... las dos sonreían.
Entonces Annie bajó del tiovivo y se encaminó hacia los columpios, lentamente al
principio y después corriendo. Por un momento Corinne se preocupó, temiendo que
Annie se estuviera burlando de Michelle, pero luego vio que era un juego, y que
evidentemente Michelle lo había iniciado, porque hacía un gran espectáculo tratando
de correr, agitando los brazos, jadeando locamente mientras Annie la miraba riendo.
Corinne se encontró riendo también. Comprendió entonces que allí estaba su
excusa para llamar a Tim. Si él creía que Michelle era peligrosa, que esperara a
enterarse de esto... ¡ella empezaba realmente a parodiar su propia cojera!
Saliendo del cuarto, echó a andar por el pasillo hacia la oficina. Pero cuando
empezaba a discar, tuvo una idea mejor... aún no era mediodía, y si conocía a Tim,
estaría en su casa demorándose con su café.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

No lo llamaría por teléfono. En cambio iría a verlo, a hablarle de Michelle. Podrían


pasar el día juntos. Al salir de la escuela, Corinne sonreía; ese día era capaz de
tolerar inclusive a Lisa Hartwick. Subió a su automóvil y partió. Al pasar frente al
campo de juego, vio a las dos niñas en los columpios; Annie se balanceaba y
Michelle la empujaba suavemente. Corinne decidió que, después de todo, era un
buen día.
— ¡Empújame más fuerte, Michelle!
Annie se echaba atrás en el columpio, lanzaba en alto sus piernecitas y se
esforzaba por mover el columpio. Pero le salía mal; en lugar de moverse más rápido,
el columpio se movió más despacio.
— ¡Más fuerte! ¡Me estoy deteniendo!
—Ya estás bastante alta —respondió Michelle—. Lo estás haciendo mal... ¡tienes
que echarte atrás cuando te balanceas hacia atrás, e inclinarte hacia adelante
cuando vas para adelante!
— Lo estoy intentando —chilló Annie, que redobló sus esfuerzos, haciendo lo
posible para seguir las instrucciones de Michelle—. No puedo hacerlo. ¡Empújame
más fuerte! Por favor...
— ¡No! Del modo en que te mueves, es peligroso. Cuando lo haces mal, las
cadenas no funcionan. ¿Ves? Cada vez que llegas arriba sucede algo. Se aflojan y
tú caes un poquito.
—No lo haría si tú empujaras más fuerte.
Michelle no le hizo caso; siguió empujando firmemente, tendiendo la mano
derecha para dar un pequeño empujón a Annie cada vez que pasaba
balanceándose.
Pero Annie se estaba impacientando. Quería que Michelle la empujara más
fuerte. Tenía que haber una manera de obligarla. Entonces tuvo una idea. Ya al
pensar en ella supo que era mezquina. Pero igual, si con eso iba a lograr que
Michelle la empujara más fuerte...
—Lo que pasa es que no puedes empujarme más fuerte. ¡Eres lisiada, por eso no
puedes empujarme!
¡Lisiada!
La palabra la golpeó como siempre lo hacía, igual que un martillo. Le dio vuelta el
estómago y se sintió aturdida, aturdida y furiosa.
Esta vez la niebla le cayó encima de pronto, surgiendo del vacío. No podía ver
nada... solo las brumas grises e impenetrables que giraban en torno a ella
bloqueando su visión.
Y Amanda.
Amanda que iba hacia ella desde la gris penumbra, sonriéndole, alentándola.
—Tú puedes empujarla, Michelle —decía Amanda—. Muéstrale qué fuerte
puedes empujarla.
De pronto el dolor que sentía Michelle en la cadera, el palpitar constante, casi
insoportable, desapareció. Sintió que podía moverse fácilmente, sin ayuda de su
bastón. Y si necesitaba ayuda, allí estaba Amanda... Amanda la ayudaría. .
Pasó detrás del columpio y, la próxima vez que Annie llegó flotando hacia ella
entre la niebla, Michelle estaba lista. Puso las manos en la espalda de Annie y
cuando la niñita llegó a la cúspide de su arco y empezó de nuevo a retroceder,
Michelle se dispuso a empujarla.
Annie lanzó un silbido de regocijo mientras arremetía de nuevo hacia adelante y
se aferraba con más fuerza a las cadenas. Esto era mejor... nunca había estado tan

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

alto antes. Valerosamente procuró mover las piernas, pero aún le faltaba maña para
eso.
Llegó atrás y de nuevo sintió las manos de Michelle en sus hombros.
— ¡Más fuerte! —vociferó—. ¡Empuja más fuerte!
De nuevo se lanzó hacia adelante y agrandó los ojos al ver que el suelo se
precipitaba hacia ella. Luego se niveló, inició el arco ascendente y el suelo fue
reemplazado por el cielo. ¿Qué debía hacer ella? ¿Inclinarse hacia adelante?
¿Patear hacia atrás?
Continuó hacia atrás, y cuando el columpio llegó a la cima delantera, ella perdió
de pronto él equilibrio... las cadenas, tan apretadas en sus manos un momento
antes, se aflojaron bruscamente y Annie sintió que empezaba a caer.
Lanzó un grito, pero luego eso pasó... las cadenas volvieron a estar tensas, y ella
iniciaba el trayecto hacia atrás, como las pesas en la punta del péndulo.
—No tan fuerte esta vez —dijo cuando sintió de nuevo la mano de Michelle en su
espalda.
Pero si Michelle la oyó, no dio señales de ello. Annie se encontró abalanzándose
de nuevo hacia adelante, más alto que nunca. Una vez más, cuando llegó arriba, se
inclinó hacia donde no debía y las cadenas se aflojaron en sus manos.
—¡Para! —gritó desesperada—. ¡Por favor, Michelle, para!
Pero era demasiado tarde. Volaba de un lado a otro, cada vez más alto, y en cada
ocasión la cadena tardaba más en volver a estirarse.
Y luego, inevitablemente, ocurrió aquello. La cadena se soltó en las manos de
Annie, quien se precipitó abajo en línea recta, con el cuerpo tendido sobre el asiento
del columpio, los ojos cerrados, apretados de terror.
Y entonces se acabó la cadena.
Cuando el asiento del columpio llegó abajo y los duros eslabones de la cadena se
tensaron de pronto, la espalda de Annie Whitmore se quebró.
Una estocada de dolor la atravesó, pero terminó casi antes de empezar... su
cabeza se estrelló en el suelo, el ímpetu de su caída le aplastó el cráneo. Se retorció
espasmódicamente y su destrozado cuerpo cayó en informe montón a los pies de
Michelle.
— ¿Ves? —susurró Amanda—. Puedes empujar con toda la fuerza que quieras.
Al cabo de un tiempo ellos aprenderán. Aprenderán y dejarán de reírse.
Tomó la mano de Michelle y la condujo fuera del campo de juego.
Cuando llegaron a la calle, la niebla se había despejado.
Pero Michelle no miró atrás.

Corinne Hatcher abrió la puerta de Tim Hartwick" sin llamar y entró.


—¿Tim? ¡Tim!
—En la cocina —gritó Tim.
Corinne cruzó la casa con rapidez y encontró a Tim junto al fregadero, con los
brazos metidos hasta los codos en agua de lavar los platos.
— ¿Adivina que?
Tim la miró con curiosidad.
— Bueno, debe de ser algo especial, o no estarías aquí. Y debe tener algo que
ver con Michelle Pendleton, dado que fue por eso que disputamos. No se te nota
especialmente alterada, de modo que no puede ser nada malo. Así que debes de
haber visto a Michelle y ella debe de estar mejor;
Desinflada, Corinne se sirvió una taza de café y se sentó.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Sabes una cosa? Me conoces dmasiado bien.


— ¿Entonces acerté?
—Sí... Hoy vi a Michelle, estaba en el patio de la escuela, jugando con Annie
Whitmore. ¡Y se estaba burlando de su propia cojera! Deberías haberla visto, Tim.
Arrastraba la pierna, agitaba los brazos, jadeaba como loca y todo nada más que
para hacer reír a Annie Whitmore. ¿Qué opinas de eso?
—Me parece magnífico —repuso el psicólogo—. Pero no comprendo por qué
tanto alboroto... tenía que empezar tarde o temprano.
— ¡Pero yo creí... anoche dijiste...
Secándose las manos, Tim fue a sentarse con ella.
— Anoche estuve formulando muchas teorías arriegadas y tal vez haya dicho
cosas no quise decir. Y es posible que tú también. Por eso, ¿qué tal si hacemos una
tregua?
Corinne lo abrazó.
—Oh, Tim, te amo. —Lo besó minuciosamente; luego sonrió—. Pero ¿no te
parece emocionante? ¿Me refiero a lo de Michelle? Es la primera vez que la he visto
hacer algo parecido. Habitualmente su cojera la avergüenza mucho, y si alguien
trata de hablarle al respecto, se encierra en sí misma. ¡Pero se estaba burlando de
eso!
—Bueno, antes de que la declares una niña perfectamente adaptada, veamos qué
ocurre, ¿te parece? —le aconsejó Tim—. Tal vez no haya sido lo que tu creíste que
era, y tal vez haya sido tan solo algo momentáneo. —Luego sonrió con picardía.— Y
¿qué me dices de Amanda? ¿Has olvidado todo acerca de la famosa Amanda?
—No. Bueno, en realidad no. Oh, no hablemos de ella —gimió Corinne—. Solo
conseguiré alterarme otra vez. Es problable que yo también exagerara anoche y que
tú tengas razón... lo más probable es que solo sea un invento de mi imaginación.
—Pues en tal caso, Lisa se inquietará mucho.
—¿Lisa?
Tim asintió con la cabeza.
—Temo que cambié de idea. Después de todo tuvimos una disputa. Por eso esta
mañana, cuando Lisa insistió, acepté. Salió a cazar fantasmas.
Corinne lo miró con fijeza.
— ¡Oh, Tim, por qué hiciste eso!
La sonrisa de Hartwick se borró ante su expresión consternada.
—Bueno, ¿y por qué no? —dijo con irritación—. Está con Alison y Sally. ¿Qué
puede suceder?

Fue en ese momento que Billy Evans murió en la clínica de Paradise Point, ante
la presencia impotente de Cal Peadleton, Josiah Carson y el neurólogo de Boston.
Si alguno de ellos hubiera mirado por la ventana, habría visto a Michelle afuera,
inmóvil, espiando dentro del cuarto donde yacía Billy, mientras una lágrima le corría
lentamente por una mejilla.
La voz de Amanda susurraba en sus oídos.
—Hecho está —canturreaba la extraña voz.
Sabiendo lo que acababa de ocurrir adentro, Michelli se apartó y reanudó su larga
caminata a casa.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

CAPITULO 26

—Sigo pensando que no deberíamos estar aquí —dijo Jeff Benson.


Miró por sobre el hombro hacia su casa, casi esperando que su madre apareciera
en la ventana de la cocina, llamándolo para que volviera a casa. De haberse salido
con la suya, no habría entrado nunca en el cementerio, pero esta mañana, cuando
se presentaron Sally Carstairs, Alison Adams y Lisa Hartwick, las había
acompañado, creyendo que ellas querían bajar a la caleta.
Pero no era así.
En cambio, habían querido ir en busca del fantasma. Jeff se daba cuenta de que
eran principalmente Alison y Lisa quienes querían encontrar a Amanda, aunque las
dos afirmaban que no existía. Empezar por el cementerio había sido idea de Sally, y
al protestar Jeff, lo había acusado de tener miedo. Bueno, él no tenía miedo... no
tenía miedo al fantasma, si realmente lo había, y no tenía miedo al cementerio, pero
no quería tener problemas con su madre.
— ¡Si me preguntan, no creo que aquí haya absolutamente nada!
Alison Adams movió la cabeza, asintiendo. Se detuvo en medio del cementerio,
con las manos apoyadas en las laderas.
— ¿A quién le interesa una vieja lápida? Bajemos a la playa... ¡por lo menos eso
puede ser divertido!
Los cuatro niños emprendieron el regreso hacia la casa de los Benson Benson y
hacia el sendero que les permitiría bajar por la faz del risco. Fue Lisa quien de
pronto se detuvo y señaló la figura de Michelle que lentamente subía hacia ellos por
el camino.
—Aquí viene —dijo Lisa—. La loca Michelle.
— No está loca —respondió Sally—. Quisiera que dejen de hablar así.
— Pues si no está loca, ¿cómo se explica que nadie haya visto el fantasma, salvo
ella? —inquirió Lisa.
— ¡Deja de decir eso! —exclamó Sally que se estaba poniendo furiosa y no
trataba de ocultarlo—. Todo porque no hayas visto el fantasma, no significa que no
lo haya.
—Pues si lo hay, ¿por qué no haces que Michelle nos lo muestre? —se burló
Lisa.
Sally ya estaba harta.
—¡No te soporto más, Lisa Hartwick! ¡Eres peor de lo que fue Susan!
Y apartándose del grupo, echó a andar hacia Michelle, llamándola:
—¡Michelle! ¡Michelle espera!
En el camino, Michelle se detuvo y miró a los cuatro niños con curiosidad. ¿Qué
querían? Pero mientras Sally se acercaba oyó la voz de Jeff Benson.
—Oye, Michelle... ¿a quién mataste hoy?
Sally se detuvo de pronto y se volvió para clavar la mirada en Jeff. Michelle se
quedó inmóvil un momento, tratando de entender a qué se refería él. Luego
comprendió.
Susan Peterson.
Billy Evans.
Jeff creía que ella los había matado. Pero no lo había hecho... sabía que no lo
había hecho.
Sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas, se esforzó por controlarlas. No
permitiría que ellos la vieran llorar... ¡no lo permitiría! Una vez más echó a andar por

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

el camino, moviéndose lo más rápido que podía. De pronto la cadera le palpitaba de


dolor, pero procuró no hacerle caso.
¿Dónde estaba Amanda? ¿Por qué Amanda no venía en su ayuda?
Y entonces Sally la alcanzó.
— ¿Michelle? ¡Michelle, lo siento! No sé por qué él dijo eso. ¡No quiso decirlo!
—Sí que quiso —respondió Michelle suavemente, con voz temblorosa por el llanto
que desesperadamente trataba de contener—. Cree que yo los maté. ¡Todos creen
que yo los maté! ¡Pero no lo hice!
—Lo sé. Te creo. —Sally hizo una pausa, sin saber qué hacer—. ¿Por qué no
vienes a mi casa? —sugirió—. No tenemos por qué quedarnos aquí escuchándolos.
Michelle sacudió la cabeza negativamente.
—Me voy a casa —respondió—. Solo déjame tranquila. Quiero irme a casa.
Sally tendió una mano para tocar a Michelle, pero ésta se encogió, apartándose
de ella.
— ¡Solo déjame tranquila! ¿Por favor?
Sally retrocedió, preguntándose qué hacer. Rápidamente miró a los tres niños,
que parecían estar esperándola; luego otra vez a Michelle.
—Está bien —dijo—. ¡Pero le diré a Jeff Benson lo que opino de él!
—Eso no importará —repuso Michelle—. No cambiará nada. —Y sin despedirse
de Sally se alejó.
Sally la miró irse; luego emprendió el regreso hacia Jeff y las dos niñas. Cuando
estuvo a pocos metros de ellos se detuvo y apoyó las manos en las caderas.
— Eso fue mezquino y cruel, Jeff Benson.
— ¡No fue nada de eso! —replicó Jeff con brusquedad—. ¡Dice mi madre que no
entiende por que no la encierran! ¡ Está loca!
— ¡No tengo por que seguirte escuchando! Me voy a casa. Vamos, Alison.
Con expresión de enojo, Sally giró sobre sí misma y se dirigió al camino. Después
de vacilar un instante, Alison la siguió.
— ¿Vienes, Lisa?
—Quiero bajar a la caleta —gimoteó Lisa.
— Pues ve a la caleta —le contestó Alison —. Yo me voy con Sally.
— ¿Qué importa? —gritó Lisa a las niñas que se marchaban—. ¿Qué importa lo
que ustedes hagan? ¿Por qué no van a ver a su amiga, la loca?
Sin hacerle caso, Sally y Alison siguieron alejándose. Cuando vio que no
obtendría una reacción de ellas, Lisa se encogió de hombros.
—Ven —dijo a Jeff—. Te juego una carrera por el sendero.

Cojeando penosamente, Michelle subió los escalones delanteros y cruzó la


galería. Abrió la puerta, penetró en la casa y permaneció un momento inmóvil,
escuchando.
No se oía ruido alguno, salvo el suave tic—tac del reloj en la sala.
— ¿Mamá?
Al no obtener respuesta, Michelle empezó a subir la escalera. En su cuarto estaría
a salvo.
A salvo de las terribles palabras de Jeff Benson.
A salvo de sus acusaciones.
A salvo de las sospechas que sentía en torno de ella.
Por eso su madre no había querido que fuera esa mañana con su padre.
Su madre creía lo mismo que creía Jeff Benson.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Pero no era cierto… ella sabía que no era cierto.


Entró en su pieza, cerró la puerta y se acercó a la ventana. Levantó su muñeca y
la acunó en sus brazos.
— ¿Amanda? Por favor, Amnda dime que está pasando. ¿Por qué todos me
odian?
— Están diciendo mentiras sobre ti —le susurró la voz de Amanda—. Quieren
llevarte lejos, por eso dicen mentiras acerca de ti.
— ¿Llevarme lejos? ¿Por qué quieren llevarme lejos?
— A causa mía.
—No... no comprendo.
— A causa mía —repitió Amanda—. Ellos siempre me odian. No quieren que
tenga ningún amigo. Pero tu eres mi amiga. Por eso ahora te odian también. Y te
llevarán lejos.
— No me importa —repuso Michelle—. Esto ya no me gusta. Quiero irme lejos.
Michelle ya podía ver a Amanda. Estaba a corta distancia de ella, y sus ojos
pálidos y relucientes a la luz gris del día nublado, parecían penetrar en Michelle.
— Pero si dejas que te lleven lejos —oyó decir a Amanda—, ya no podremos ser
amigas.
—Tú también puedes venir —sugirió Michelle—. Si me llevan lejos, puedes venir
conmigo.
—¡No! —De pronto la voz de Amanda fue brusca y Michelle retrocedió
instintivamente, apretando la muñeca contra su pecho. Amanda se acercó a ella con
una mano extendida.— No puedo ir contigo. Tengo que quedarme aquí —agregó
tomando la mano de Michelle—. Quédate conmigo, Michelle. Quédate conmigo y
obligaremos a todos a que dejen de odiarnos.
— ¡No quiero hacerlo! —protestó Michelle—. No sé qué quieres tú. Siempre
prometes ayudarme, pero siempre ocurre algo. Y me culpan a mí por eso. ¡Es culpa
tuya, pero me culpan a mí! ¡No es justo! ¿Por qué iban a culparme, cuando eres tú?
—Porque somos lo mismo —respondió Amanda con voz queda—. ¿No entiendes
eso? Somos exactamente lo mismo.
—Pero yo no quiero ser como tú —replicó Michelle—. Quiero ser como yo. Quiero
ser como solía ser antes de que tú vinieras.
—No digas eso —siseó Amanda. Su rostro, ahora furioso, estaba retorcido en una
expresión de odio.— Si vuelves a decir eso, te mataré. —Hizo una pausa mientras
sus ojos lechosos parecían brillar con luz propia—. Puedo hacerlo. Tú sabes que
puedo —dijo con suavidad.
Aterrorizada, Michelle se apartó de la figura ataviada de negro. Quería huir, pero
sabía que no era posible. Sabía que Amanda le estaba diciendo la verdad.
Si no hacía lo que Amanda quería que hiciera, ésta la mataría.
— Está bien —dijo—. ¿Qué quieres que haga?
Cuando pronunció estas palabras, la cólera pareció extinguirse en el rostro de
Amanda, que sonrió diciendo:
— Llévame al risco. Quiero ir al risco, allá junto al cementerio. —Volvió a tomar
la mano de Michelle para conducirla fuera de la habitación.— Esta es la última vez
—agregó con suavidad—. Después de esto, todo habrá terminado y ya no se
volverán a reír de mí.
Michelle no estaba segura a qué se refería Amanda, pero no importaba, solo
sabía que aquello casi había terminado.
"Esta es la última vez", había dicho Amanda.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Tal vez las cosas fueran a estar bien, después de todo. Tal vez después de que
ella hiciera lo que Amanda quería, las cosas iban a estar bien.
Saliendo de la casa, echó a andar lentamente hacia el cementerio.

June Pendleton permanecía muy quieta, contemplando fijamente la tela que


estaba sobre su caballete.
Corno había llegado allí, no lo sabía.
Sin embargo allí estaba, aterrorizándola. Largo rato la había estado
contemplando... era como si aquel cuadro la hubiera atrapado en quién sabe qué
estado hipnótico.
Era el mismo cuadro que ella había encontrado en el armario.
Solo que ahora estaba terminado.
Lo contemplaba con absoluto horror, incapaz de captarlo totalmente.
El boceto era ahora una pintura completa.
Había dos personas, un hombre y una mujer.
La cara del hombre seguía oculta a la vista. Pero la cara de la mujer, no.
Era una cara hermosa, con pómulos altos, labios gruesos y frente despejada. Los
ojos, verdes y brillantes, tenían forma de almendra y parecían reír.
El cuadro habría sido bello, salvo por dos cosas.
La mujer sangraba.
De su pecho y de su garganta brotaba sangre a raudales, que se derramaba por
su cuerpo, goteando en el suelo. En contraste con la serena expresión del rostro, la
sangre tenía una cualidad grotesca. Era casi como si la mujer no supiera que se
estaba muriendo.
Y garabateado sobre el cuadro, en el mismo color carmesí de la sangre que
brotaba de la mujer moribunda, había una sola palabra: ¡Prostituta!
A June le resultaba difícil mirar nada en el cuadro, salvo la cara de la mujer, pero
mientras la observaba, tratando de desentrañarla, empezó a darse cuenta de que el
trasfondo del cuadro, le resultaba conocido.
Era el estudio.
Allí estaban las ventanas, y más allá el océano. Las dos figuras se hallaban sobre
un diván. June cruzó lentamente el estudio, hasta que su perspectiva de las
ventanas y del mar fue la misma que se veía en la tela.
Miró en derredor, tratando de ubicar al diván del cuadro. Había estado un poco a
la izquierda, separado de la pared, más o menos un metro y medio.
Comprendió dónde había estado antes de mirar en realidad.
La mancha.
La antigua mancha que ella había procurado limpiar con tanto empeño.
Se obligó a mirar el sitio.
— ¡No! —Gritó esta palabra; después la volvió a gritar.— iDios santo, no! ¡Esto no
está ocurriendo!
En el suelo, sin que se viera desde dónde, se estaba extendiendo una mancha.
June se quedó paralizada, sin poder apartar los ojos de este sitio.
Sí, era sangre.
—¡No! —Emitió una vez más esta palabra; luego recurriendo a toda su fuerza de
voluntad, huyó del estudio.
Acostada en su cuna, Jennifer, olvidada por su madre, empezó a llorar,
suavemente al principio, después más fuerte.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

En la clínica, Josiah Carson y Cal Pendleton permanecían silenciosos en su


consultorio, aguardando que el neuro—cirujano terminara su autopsia.
En el instante en que murió Billy Evans, Cal se había tomado la responsabilidad
de su muerte.
—Yo lo moví. Debí haber esperado.
—Tuvo que moverlo —le contestó Josiah—. Llegó demasiado tarde, nada más. Si
tan solo hubiera llegado antes a su lado... —Carson dejó que su voz se apagara
permitiendo que las palabras penetraran en el hombre aturdido que tenía adelante,
seguro de que Pendleton estaba recordando el pánico que lo había dominado el día
anterior. Entonces, ya seguro de que Cal lo entendía, agregó en tono consolador:—
Cuando usted llegó a su lado, el daño ya estaba hecho. En realidad no es culpa
suya, Cal.
Antes de que Cal pudiera responder, sonó el teléfono. Al atender, Carson
reconoció la voz de June Pendleton, supo que estaba llorando.
Algo había ocurrido.
Sollozaba, casi incoherente, pero Josiah comprendió que quería que ellos fueran
inmediatamente a la casa.
—Cálmese, June —le dijo—. Cal está aquí mismo, conmigo. Estaremos allí lo
antes posible. —Tras una pausa agregó:— June, ¿hay alguien lastimado?
Escuchó un momento, luego le indicó quedarse donde estaba. Mientras volvía a
poner el auricular en la horquilla, Cal lo miró con fijeza.
— ¿Qué pasó? Josiah, ¿qué pasó?
—No estoy seguro —replicó Carson—. June quiere que vayamos a su casa
enseguida. No hay nadie lastimado, pero algo ocurre. Venga.
Se puso de pie, pero Cal vaciló.
—¿Y qué hay de... ?
—¿Billy? Ya está muerto, Cal. Nada podemos hacer por él. Vamos.
—¿No explicó ella qué pasaba? —preguntó Pendleton mientras tomaba su
chaqueta.
Sin hacer caso de la pregunta, Carson condujo a Cal fuera de la oficina.
Cuando salían de la clínica, Josiah Carson comprendió qué estaba ocurriendo.
Todo estaba a punto de concluir. No sabía cómo, pero estaba seguro. June
Pendleton había descubierto algo.
Algo que lo explicaría todo.
O lo empeoraría.
June acababa de colgar el teléfono y se preguntaba qué hacer luego, cuando de
pronto empezó a sonar. "No viene", pensó. "Es Cal y no viene. Me dirá que está
ocupado y que no puede venir. ¿Qué voy a hacer?"
Levantó el auricular.
—¿Cal?
— ¿June? Habla Corinne Hatcher.
—Oh... —la voz de June titubeó—. Lo lamento. Recién estuve hablando con Cal.
Pensé... pensé que tal vez me estaría llamando nuevamente.
—No la demoraré mucho. Oiga, quizás esto suene a locura, pero ¿ha visto usted
hoy a Lisa Hartwick? Estoy con Tim y la estamos buscando. Ella y unos amigos
suyos... bueno, parece una tontería, pero fueron a buscar fantasmas.
June no había oído nada, salvo que Corinne estaba con Tim Hartwick.
—Corinne ¿pueden venir aquí, usted y Tim?—preguntó, tratando de mantener un
tono calmado, razonable—. Algo extraño ha sucedido.
La maestra guardó silencio un momento. Luego repitió:
170
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— ¿Extraño? ¿A qué se refiere?


—Ni siquiera puedo empezar a describirlo —respondió June—. Vengan, por favor.
En su voz había un matiz de pánico que hizo responder a Corinne:
—En seguida estaremos allí.

Sally Carstairs y Alison Adams cruzaron la calle y se encaminaron hacia la


escuela, pensando tomar un atajo hasta la casa de Sally, del otro lado.
—No habríamos debido dejar a Lisa —estaba diciendo Sally—. Cuando lo sepa
mamá, se enojará.
—No hay nada que pudiéramos haber hecho para evitarlo —replicó Alison—. Lisa
es así... siempre hace lo que se le ocurre. Si tú también quieres hacerlo, perfecto,
pero si no, ¡lástima!
—Creí que la estimabas.
Alison se encogió de hombros al responder:
—Creo que es buena persona. Solamente que está consentida.
Caminaron un momento en silencio; luego algo se le ocurrió a Alison.
—Pensé que eras su amiga.
— ¿De quién?
—De Michelle. Antes de que quedara lisiada, quiero decir.
— Lo era —respondió Sally, recordando cómo había sido Michelle apenas unas
pocas semanas atrás—. Era gentil. Probablemente habría sido mi mejor amiga.
Pero desde que se cayó ha permanecido más o menos sola.
— ¿Crees que está loca?
—Por supuesto que no —respondió Sally —. Solo que... bueno, ahora es
diferente, nada más.
Repentinamente, Alison se detuvo. Su rostro se puso pálido.
— ¡Sally! —exclamó con voz ahogada —. ¡Mira!
Estaban cerca de los columpios, y Sally vio enseguida lo que señalaba Alison.
El cuerpo de Annie Whitmore yacía retorcido en tierra, con una pierna todavía
enganchada en el asiento del columpio.
Las palabras de Jeff Benson resonaron fuertemente en los oídos de Sally.
¿A quién mataste hoy?
Retordó la semana anterior, cuando Michelle había estado jugando con Annie
Whitmore,
¿A quién mataste hoy?
Recordó a Michelle que venía por el camino, desde el poblado.
¿A quién mataste hoy?
Tomando la mano de Alison, Sally Carstairs echó a correr cruzando el campo de
juego... corriendo a casa, corriendo a contar a su madre lo que había sucedido.

CAPITULO 27

Lentamente caminaba Michelle por el sendero en lo alto del risco. Una lluvia ligera
empezaba a caer, y el horizonte, vago contra el cielo gris acero, se esfumaba. Pero
Michelle, escuchando los murmullos de Amanda, no pensaba en el día.
—Más lejos —decía Amanda—. Fue un poco más lejos.
Dieron algunos pasos más; luego Amanda se detuvo, con la frente arrugada, la
expresión indecisa.
—No está bien. Todo está cambiado. —Después agregó:— Por allí.
171
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Llevó a Michelle unos metros más al norte— y se detuvo cerca de una roca
grande que se alzaba en precario equilibrio sobre la playa.
—Aquí —musitó Amanda—. Aquí mismo fue...
Desde arriba, Michelle contempló la playa. Se encontraban directamente encima
del lugar donde, apenas un mes y medio atrás, ella había merendado con sus
amigos. Al menos, habían sido sus amigos en esa época.
Ahora la playa se encontraba desierta; la marea estaba lejos y las rocas, alisadas
por el fluir de las aguas durante siglos, yacían expuestas al amenazante atardecer.
—Mira —susurró Amanda.
Señalaba la lejana orilla de la playa, donde el mar, al retirarse, había dejado al
descubierto los charcos de marea. Michelle pudo distinguir dos figuras, que la lluvia
enturbiaba.
En seguida reconoció a una de ellas: Jeff Benson. Y la otra... ¿Quién era la otra?
Pero de pronto supo que no importaba.
Jeff era el buscado.
Era a Jeff a quien Amanda quería.
¿A quién mataste hoy?
Las palabras de Jeff resonaron en sus oídos. Y Michelle supo que Amanda
también las escuchaba.
—Vendrá por aquí —ronroneó Amanda—. Cuando entre la marea, vendrá por
aquí. Y entonces...
Su voz se apagó, pero una sonrisa le arrugó la cara. Mantuvo una mano sobre el
brazo de Michelle, pero extendió la otra y tocó la roca.

June estaba todavía sentada junto al teléfono cuando llegaron Cal y Josiah
Carson. Los oyó entrar por la puerta principal, oyó que Cal la llamaba.
—Aquí —respondió ella—. Estoy aquí.
Su voz era apagada y estaba pálida.
Cal se le acercó y se arrodilló junto al sillón.
—June, ¿qué pasa?
—El estudio... está en el estudio.
—¿Qué cosa? ¿Ha sucedido algo? ¿Dónde están las niñas?
June lo miró con expresión perpleja.
— ¿Las niñas? —repitió. Entonces se dio cuenta—. ¡Jenny! Dios mío, ¡dejé a
Jenny en el estudio!
Disipado ya su letargo, se incorporó, pero presa del vértigo, volvió a desplomarse
en el sillón.
— No puedo, Cal. No puedo ir allá. Ve, por favor, y que te acompañe el doctor
Carson. Trae contigo a Jenny.
—¿Que no puedes ir allá? —inquirió Cal con expresión que reflejaba desconcierto
—. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
— Lo sabrás. Simplemente anda y mira. Entonces verás —insistió June. Los dos
hombres iban a salir de la habitación cuando ella los detuvo.
—Cal... el cuadro... el cuadro que está en el caballete no lo pinté yo.
Cal y Josiah se miraron sin comprender, pero como June no dijo nada más, se
encaminaron hacia el estudio.
Antes de llegar, oyeron el llanto de Jenny. Cal echó a correr. Se precipitó adentro,
miró apresuradamente en torno, pero no hizo caso de nada, salvo su hija. Alzando

172
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

en sus brazos a la pequeña, que berreaba, la acunó contra su pecho mientras


canturreaba:
—Todo está bien, princesa. Llegó papá y todo estará perfecto.
La meció suavemente un rato, hasta que sus berridos cesaron. Solo entonces
miró el cuadro que estaba en el caballete, el cuadro que June tanto había insistido
en decir que no había pintado ella.
Lo contempló fijamente, con la frente un poco arrugada. Al principio no le encontró
sentido. Y luego comprendió lo que era... una mujer que moría mientras hacía el
amor, en cuya expresión se mezclaban el éxtasis y otra cosa. Pero ¿qué era?
—No lo entiendo... —empezó a decir en tono perplejo e indeciso.
Pero entonces vio la expresión de Josiah Carson y las palabras se extinguieron
en su garganta. Mientras Carson observaba fijamente el cuadro, en su rostro
aparecía lentamente una expresión comprensiva.
—De modo que así fue —susurró—. Eso fue lo que ocurrió.
Cal fijó la mirada en el anciano doctor.
—Joe, ¿qué pasa? ¿Se siente usted bien?
Dio un paso hacia Carson, pero el anciano lo apartó con un ademán, diciendo:
—Ella lo hizo. Finalmente Amanda vio a su madre y la mató. Cien años más tarde
la mató. Ahora será libre. Ahora todos seremos libres. —Se volvió hacia Cal,
diciendo con voz queda—. Fue justo que viniera usted aquí. Nos lo debía. Mató a
Alan Hanley, por eso nos lo debía.
Desesperado, Cal miró a Josiah, luego al cuadro, después a Josiah de nuevo.
—¿De qué demonios está usted hablando? —vociferó—. ¿Qué está pasando
aquí? ¿De qué se trata?
— El cuadro —respondió Carson con suavidad—. Todo está en el cuadro. Esa
mujer es Louise Carson.
— No... no comprendo...
—Procuro explicárselo, Cal —continuó Carson. Su tono era razonable, pero en
sus ojos brillaba un extraño resplandor.— Esa mujer es Louise Carson. Está
sepultada en el cementerio. Dios mío, Cal, June empezó a sentir dolores sobre su
tumba... ¿acaso no lo recuerda?
—Pero es imposible —objetó Cal—. ¿Cómo iba a saber June...?
Entonces recordó.
"Yo no lo pinté"...
Cal se acercó más al cuadro para examinarlo cuidadosamente. La pintura era
fresca, apenas seca. Se apartó otra vez. Solo entonces advirtió que la escena del
cuadro era el estudio. Eso le causó una sensación escalofriante. Su mirada se
apartó de la tela para recorrer la habitación.
Detrás de si, percibía vagamente a Josiah Carson que murmuraba de manera
confusa.
— Ella está aquí —susurraba Carson—. ¿No lo entiende, Cal? Es Amanda. Está
usando a Michelle. Está aquí. ¿No lo siente usted? ¡ Ella está aquí!
Entonces comenzó a reír; suavemente al principio, luego cada vez más fuerte,
hasta que Cal ya no lo pudo soportar.
— ¡Basta! —gritó.
Fue como si hubiera roto un hechizo. Carson se estremeció, después volvió a
mirar el cuadro. Con una peculiar expresión triunfante en el rostro, se dirigió a la
puerta diciendo:
—Venga. Mejor será que volvamos a casa. Tengo la sensación de que las cosas
apenas han empezado.
173
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Pendleton se disponía a seguirlo cuando vio la mancha en el suelo.


—Jesús —susurró entonces.
Estaba tal como había estado el día en que ellos llegaron. De un color pardo
rojizo, espesa, cubierta de polvo, casi inidentificable. Pero se la había limpiado. Lo
recordaba con claridad, recordaba a June, de rodillas en el suelo, desmenuzándola.
Y ahora allí estaba otra vez. De nuevo miró el cuadro. La sangre chorreaba del
pecho herido de Louise Carson, brotaba a raudales de su garganta abierta...
Era como si de algún modo el pasado, tan claramente pintado en la tela,
estuviese otra vez vivo en el estudio.

Tim Hartwick y Corinne Hatcher llegaron cuando Cal y Josiah Carson regresaban
a la casa. June, todavía pálida, no se había movido de su sillón en la sala de recibo.
El grupo se congregó alrededor de ella.
— ¿Lo viste? —preguntó June a Cal, quien asintió—. Yo no lo pinté —repitió
June.
— ¿De dónde salió?
—Del armario —respondió June inexpresivamente—. Lo encontré en el armario
hace cosa de una semana. Entonces... entonces era solo un boceto. Pero hoy,
cuando entré allí, lo vi sobre el caballete.
— ¿Qué cosa? —interrumpió Hartwick—. ¿A qué se refiere usted?
—A un cuadro —respondió June con suavidad—. Está en el estudio. Más vale
que vayan a verlo... es lo que yo quería que vieran.
Confundidos, Tim y Corinne iban a salir del cuarto cuando se detuvieron al sonar
el teléfono. Aunque era la que más cerca estaba del teléfono, June no intentó
responder al llamado; fue Cal quien lo hizo por último.
—Hola...
— ¿Doctor Pendleton? —preguntó una voz temblorosa.
—Sí.
—Habla Bertha Carstairs. Quisiera... quisiera saber si está con usted Joe Carson.
—Sí, aquí está —respondió Cal arrugando un poco la frente mientras miraba a
Carson inquisitivamente, esperando casi que rechazara el llamado.
Pero Carson parecía haberse repuesto, como si la extraña escena del estudio
nunca hubiese tenido lugar. Tomando el auricular, dijo:
—Habla el doctor Carson.
—Aquí Bertha Carstairs, Joe. Algo terrible ha sucedido. Acaban de entrar Sally y
Alison Adams, diciendo que Annie Whitmore está en el campo de juego. Joe... ellas
dicen que está muerta. Se encuentra bajo los columpios. Sally dice que parecía
haberse caído. Como si fuera un accidente o algo así...
Se le apagó la voz y Carson comprendió que estaba ocultando algo.
— ¿Que más, Bertha? Porque hay algo más, ¿verdad?
Bertlia Carstairs vaciló. Cuando volvió a hablar lo hizo en tono casi de disculpa.
— No estoy segura —declaró con lentitud—. Tal vez no sea importante... tal vez
no signifique absolutamente nada... pero, en fin,... —Se interrumpió un segundo;
luego sus palabras se oyeron con claridad.— Joe, hoy Sally vio a Michelle
Pendleton. Venía por el camino, desde el poblado. Y Sally dijo que la semana
pasada Michelle y Annie estuvieron jugando mucho juntas. Y con lo de Susan
Peterson y lo de Billy Evans... pues no sé... no me gusta decirlo...
La voz de Bertha se volvió a apagar.

174
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

— Entiendo. No se preocupe, Bertha —dijo Carson. Colgó el teléfono y se volvió


hacia las cuatro personas que lo observaban.— Se trata de Annie Whitmore. Algo le
ha sucedido —anunció.
Les contó lo dicho por Bertha Carstairs sin omitir nada.
—Dios santo —gimió June cuando él hubo terminado—. Ayuda a Michelle. ¡Por
favor, ayúdala! —Luego se incorporó de un salto, con los ojos dilatados—. Pero
¿dónde está ella? —exclamó—. Si Sally la vio venir por aquí, debía de estar
volviendo a casa. —Con ojos súbitamente enloquecidos, echó a correr hacia el
pasillo.— Michelle... ¡Michelle!
La oyeron repetir el nombre de su hija mientras subía la escalera. De pronto hubo
un silencio; después la oyeron bajar de nuevo.
— No está aquí. ¡Cal, ella no está aquí!
—No te preocupes —le contestó su esposo—. La encontraremos.
—¡Lisa! —exclamó Tim con voz apagada. Pero solamente Corinne supo lo que él
quiso decir.
—Sally y Alison —declaró ella—. Tío Joe, ¿dijo algo la señora Carstairs respecto
de Lisa?
Josiah Carson sacudió la cabeza. Tim echó mano al teléfono mientras
preguntaba:
— ¿Cuál es su número? Pronto, ¿cuál es el número de los Carstairs?
Arrebatándole el teléfono, Corinne disco. El teléfono sonó una vez, luego dos
veces más antes de que se oyera la voz angustiada de Bertha Carstairs.
— ¿Señora Carstairs? Habla Corinne Hatcher. ¿Qué sabe de Lisa Hartwick?
Estaba con Sally y Alison. ¿Volvió junto con ellas?
—Pues no —respondió Bcrtha—. Aguarde un minuto... —Después de un silencio,
Bertha volvió al aparato.— Se quedó allá, cerca de la casa de los Benson. Ella y Jeff
iban a bajar a la caleta. Ojalá los niños no jugaran allá abajo... las corrientes son tan
peligrosas...
Pero Corinne la interrumpió diciendo:
—No se preocupe, estoy en casa de los Pendleton y no dudo de que la
encontraremos. —Colgó el teléfono y se volvió hacia Tim—. Está por aquí. Ella y Jeff
Benson iban a bajar a la playa.
— Es esa muñeca —gritó de pronto June—. ¡Es esa maldita muñeca! —Todos la
miraron extrañados, pero solo Josiah Carson comprendió lo que ella decía.— ¿No
se dan cuenta? —continuó ella—. ¡Todo empezó con esa maldita muñeca!
Una vez más June subió la escalera corriendo e irrumpió en el cuarto de Michelle.
Miró frenéticamente alrededor, buscando la muñeca.
¡Amanda! Todo era culpa de Amanda.
¡Si tan solo pudiera librarse de la muñeca!
Y entonces la vio, apoyada en el alféizar de la ventana, con sus ojos de vidrio
mirando vacuamente hacia el Paso del Diablo. Cruzó la habitación y la levantó. Pero
cuando estaba por apartarse de la ventana, un fugaz movimiento atrajo su mirada.
Miró hacia afuera, tratando de ver a través del cristal enturbiado por la lluvia.
Allá en el risco, al norte. Cerca del cementerio.
Era Michelle.
Inmóvil sobre el risco, apoyada contra una roca, mirando hacia la playa.
Pero no estaba apoyándose en la roca.
¿Qué estaba haciendo?
La estaba empujando.
—Oh, no —exclamó June con voz ahogada.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Tomando la muñeca se precipitó fuera del cuarto mientras gritaba:


— Está afuera. ¡Michelle está afuera! Cal, ve a buscarla. ¡Por favor, ve a buscarla!

La niebla se estaba juntando rápidamente en torno a Michelle; la playa había


desaparecido. Solo percibía a Amanda, inmóvil junto a ella, tocándola, susurrándole.
—Ya vienen. Puedo verlos, Michelle. ¡Puedo verlos! Se acercan... ya casi han
llegado... ¡Ahora! Ayúdame, Michelle. ¡Ayúdame!
Michelle tendió una mano, tocó la roca, que parecía vibrar bajo sus dedos como si
estuviera viva.
—Más fuerte —siseó Amanda—. Tenemos que empujarla más fuerte, antes de
que sea demasiado tarde.
De nuevo Michelle sintió que la roca se movía; luego la vio balancearse. Quiso
apartarse de ella, pero no pudo. La sintió resbalar, sacudirse un poco, después
soltarse...
Fue un ruido bajo, que casi se perdió en el estruendo de la marejada, pero Jeff lo
oyó y alzó la vista.
Arriba de él.
El ruido había venido desde arriba de él.
Después vio la roca que se precipitaba.
Supo que la roca lo iba a alcanzar, supo que debía moverse rápidamente, saltar al
costado... hacia atrás... a cualquier parte. Pero no pudo moverse. Le tembló la boca
y se le apretó el estómago. Iba a morir... lo sabía.
Pero estaba paralizado. Tan solo en el último segundo, sus músculos le
obedecieron de pronto. Demasiado tarde.
La roca, que tenía un metro y medio de diámetro, lo golpeó. Se encorvó hasta el
suelo, sintiendo su peso aplastante, y creyó poder oírla, triturándolo bajo su mole.
Y pudo oír también otra cosa.
Una risa.
Flotó sobre él mientras moría y Jeff se preguntó de dónde venía.
Era un niñita y se estaba riendo de él. Pero, ¿por qué?
¿Qué había hecho él?
Entonces Jeff Benson murió.

También Michelle oyó la risa y supo que era Amanda.


Amanda estaba complacida con ella y eso la ponía contenta. Pero no estaba
segura de por qué Amanda estaba complacida.
La niebla empezó a despejarse y Michelle miró abajo.
Podía ver de nuevo la playa.
Había una niña en la playa, inmóvil, contemplando fijamente la roca caída.
Michelle comprendió que podía haberla alcanzado a ella. Pero no había sido así.
Entonces, ¿por qué gritaba la niña?
Era la roca. Algo sobresalía de la roca. Pero, ¿que era?
Los últimos rastros de la niebla flotaron, alejándose; Michelle pudo ver con
claridad. Era una pierna. La pierna de alguien sobresalía bajo la roca.
Y Amanda se estaba riendo. Amanda reía y le decía algo. Escuchó con atención,
procurando oír las palabras de Amanda.
— Hecho está —decía Amanda—. Hecho está ya todo, y ahora puedo irme.
Adiós, Michelle.
176
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Una vez más rió dichosa, y después, el sonido de su voz se apagó en la distancia.
Ahora se oían otras voces. Voces que llamaban a Michelle, que le gritaban.
Se dio vuelta. Algunas personas corrían hacia ella.
Pronunciaban su nombre.
Michelle sabía qué querían de ella.
Querían atraparla, castigarla, enviarlalejos de allí.
Pero ella no había hecho nada. Era Amanda quien lo hizo. Ella no había hecho
más que obedecer a Amanda. ¿Cómo podían culparla? Pero lo harían... ella sabía
que lo harían.
Era como en su sueño.
Tenía que escapar de ellos. No podía dejar que la atraparan.
Echó a correr, demorada por su pierna coja. La cadera le palpitaba de dolor, pero
procuró no hacerle caso.
Las voces se acercaban a ella... la estaban alcanzando. Se detuvo, tal como
había hecho en su sueño, y miró atrás.
Reconoció a su padre y al doctor Carson. Estaba también su maestra, la señorita
Hatcher. Y ese otro hombre... ¿quién era? Ah, sí, el señor Hartwick. ¿Porqué la
perseguía? Ella había pensado que era su amigo. Pero no lo era, ahora sabía eso.
Había estado tratando de engañarla. También él la odiaba.
Amanda. Solo Amanda era su amiga.
Pero Amanda se había ido.
¿Adonde?
No lo sabía.
Lo único que sabía era que debía escapar y que no podía correr.
Pero en su sueño había logrado huir. Desesperadamente procuró recordar qué
había hecho en su sueño.
Había caído.
Eso era. Había caído, igual que Susan Peterson, Billy Evans y Annie Whitmore.
Y como Jeff Benson, caído bajo la roca.
Esa era la respuesta.
Caería y Amanda se haría cargo de ella.
Mientras las voces la rodeaban, le gritaban, Michelle Pendleton puso un pie fuera
del risco.
Pero Amanda no acudió para hacerse cargo de ella. En el instante anterior a su
caída en las rocas, lo supo.
Amanda no volvería jamás. Las rocas se extendieron hacia ella, tal como en el
sueño. Solo que esta vez ella no gritó.
Esta vez Michelle se abandonó al abrazo de las rocas.

En la sala de recibo de la casa de los Pendleton reinaba el silencio, pero éste no


ofrecía paz alguna a las cuatro personas que se hallaban rígidamente sentadas en
torno a la chimenea. June parecía casi impasible, con los ojos fijos en el fuego que
había encendido más temprano, que había encendido tan solo para quemar la
muñeca. La había quemado, sí, y luego, como por un tácito consentimiento, el fuego
había sido mantenido encendido.
Aún no sabían qué había ocurrido.
Josiah Carson se había ido a su casa, negándose a revelar a ninguno de ellos a
qué se había referido en el estudio. Cal había tratado de repetir los confusos
bisbiseos de Josiah, pero al parecer no tenían sentido. Finalmente, en algún
177
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

momento de la tarde, Tim había ido al estudio, había contemplado largo rato la
extraña pintura; después empezó a buscar, sin saber exactamente qué estaba
buscando, pero sabiendo que allí, en alguna parte, debía haber algo... algo que les
diera una respuesta.
Había encontrado los bocetos y los había llevado a la casa. Ellos los habían
estudiado y habían visto con sus propios ojos cómo había muerto Susan Peterson y
como había muerto Billy Evans.
Y cada uno de ellos, en uno u otro momento, había ido al estudio para mirar el
cuadro cubierto de trazos carmesí que aún estaba apoyado en el caballete, como un
misterioso eslabón con un pasado que ellos no comprendían.
Fue Corinne la primera en advertir la sombra. Era confusa, casi perdida en la
vivida violencia del cuadro, pero cuando ella la señaló, todos la vieron.
Desde un rincón del cuadro aparecía una sombra que se proyectaba sobre el
suelo hacia la moribunda Louise Carson.
Era en realidad una silueta. La silueta de una niña ataviada con un anticuado
vestido y un gorro. Tenía un brazo levantado y en su mano parecía haber cierto
objeto.
Para cada uno de ellos fue claro que el objeto que la niña tenía en la mano era un
cuchillo.
Todos ellos sabían que Michelle había hecho los bocetos y el cuadro. Tim
Hartwick insistía en que era la expresión del lado oscuro de su personalidad.
Debía de haber visto en alguna parte un retrato de Louise Carson cuya imagen
había quedado en su mente. Y luego, cuando empezó a inventar a "Amanda'', había
empezado a entretejer los cuentos de Paradise Point, la leyenda de esa otra
Amanda, muerta tanto tiempo atrás. Para ella el fantasma había sido
verdaderamente real. Aunque solo existió en su propia mente, había sido real.

A Lisa Hartwick se le administró un sedante y se la acostó. Cuando despertó se


sintió confusa, después recordó dónde estaba.
Estaba en la cama de Michelle Pendleton, en la casa de Michelle Pendleton.
Bajando de la cama se acercó a la .puerta. Escuchó y oyó sonidos de voces que
murmuraban abajo. Abrió la puerta y llamó a su padre.
—¿Papá?
Un instante más tarde apareció Tim al pie de la escalera.
—No puedo dormir —se quejó Lisa.
—Bueno, no te preocupes. De todos modos, pronto nos iremos a casa.
— ¿Podemos irnos ya? —preguntó Lisa—. No me gusta estar aquí.
— Enseguida, linda —prometió Tim—. Vístete, entonces nos iremos.
Lisa volvió al dormitorio y empezó a vestirse. Sabía de qué estaban hablando
abajo. Estaban hablando de Michelle Pendleton.
También Lisa quería hablar de ella y contar a todos lo que había visto en la playa.
Pero temía hacerlo.
Estaba segura de que si se los decía, ellos creerían que también ella estaba loca.
Mientras bajaba la escalera decidió que jamás les contaría lo que había visto.
Además, tal vez no lo hubiera visto en realidad.
Tal vez en realidad no había habido nadie allá arriba, con Michelle. Tal vez lo que
ella había visto no había sido una niñita de vestido negro, con un gorro.
Tal vez había sido tan solo una sombra.

178
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

EPILOGO
Jennifer Pendleton cumplía doce años.
Jennifer se había convertido en una hermosa niña, alta, rubia y de ojos azules
como sus padres, con un rostro finamente cincelado que desmentía su juventud. Las
personas que la conocían por primera vez, casi nunca se daban cuenta de lo joven
que era, y a Jenny le gustaba fingirse mayor de lo que era. Si June y Cal se
preocupaban cuando muchachos siete u ocho años mayores que su hija llamaban a
Jenny pidiéndole citas, trataban de no demostrarlo: Jennifer no era solo bella, sino
también inteligente, y si creía poder salirse con la suya, gozaba observando cómo
sus padres se preocupaban por ella.
June Pendleton había llegado a ser una especie de anomalía en Paradise Point.
Al pasar los años, esos doce años desde que los Pendleton llegaron de Boston
anhelando una vida mejor y encontrando en cambio una pesadilla que había
superado finalmente su comprensión, June se había dedicado cada vez más a su
arte. Le había resultado difícil hacerse de amigos en Paradise Point: primero porque
era una extraña, y mas tarde, aunque nunca se le dijo en la cara, porque ciertas
personas en el pueblo jamás la habían perdonado por la locura de su hija. Aunque
Michelle y su extraña demencia se incorporaron a la tradición del lugar, su madre
seguía viviendo con ella, se le recordaba todos los días.
Al principio había querido irse y volver a Boston. Pero Cal se había negado. A
través de todo lo sucedido, su amor por la casa nunca había disminuido. Y aunque
nunca hablaba de eso, ni siquiera con su esposa, nunca había olvidado las extrañas
palabras de Josiah Carson aquel día en el estudio. Fuese verdad o no lo que había
dicho Carson, Cal optó por creerle. Estaba, por fin, libre de la culpa que lo había
atormentado desde el día en que murió Alan Hanley. El no había matado a Alan, lo
había hecho Amanda, tal como los había matado a todos, incluyendo su propia hija.
De modo que se había quedado en Paradise Point sin hacer caso de lo que decían,
y prosperando. Josiah Carson había abandonado Paradise Point casi
inmediatamente después de morir Michelle. En el pueblo casi todos pensaron que
algo había ocurrido con la mente de Carson: había pasado sus últimos días en
Paradise Point, desvariando sobre la "venganza del pasado". Pero nadie le había
prestado mucha atención. En cambio, las confusas murmuraciones de Carson no
hicieron más que causar simpatía hacia Cal. Lentamente al principio, pero de
manera inevitable, habían empezado a aceptarlo como el médico de la aldea.
Después de todo no había ningún otro.
Ni Cal ni June hablaron jamás sobre los acontecimientos de doce años atrás, y
cuando hablaban de Michelle, lo cual no era habitual, hablaban sobre Michelle tal
como había sido antes de la llegada a Paradise Point. Esos dos primeros meses en
Paradise Point los meses que casi habían destrozado a su familia, preferían
desconocerlos. A June no le importaba; los recuerdos eran demasiado dolorosos.
Y así los Pendleton vivían tranquilamente en la vieja casa sobre el mar; Cal
atendiendo satisfecho a su pequeña clientela, y June en su estudio, trabajando
silenciosamente en sus paisajes marinos sombríamente amenazadores.
Mientras tanto, Jennifer había crecido, cuidadosamente protegida de las tragedias
de las primeras semanas de su vida. Por supuesto, oía rumores... habría sido
imposible lo contrario. Pero cada vez que ella preguntaba a sus padres por los
rumores, ellos le aseguraban que no debía creer todo lo que escuchaba a sus
condiscípulos. Los cuentos, le decían, solían exagerarse.

179
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

Pocas veces Jennifer podía convencer a algunos de sus amigos para ir a su casa,
pero esto había dejado de molestarla años atrás: lo atribuía simplemente a la
circunstancia de que vivía demasiado lejos del poblado.
Pero entonces, para su duodécimo cumpleaños, había preguntado si podía dar
una fiesta.
June se había opuesto a la idea, segura de que las madres de Paradise Point
jamás permitirían a sus hijos venir a la casa. Pero Jennifer había acudido como
siempre a su padre. Cal había contradicho a June, diciéndole que en su opinión, era
tiempo de que Jennifer empezara a tener vida social. Y cuando la fiesta tuvo
realmente lugar, y todos los amigos de Jennifer se presentaron, June empezó a
pensar que tal vez se había equivocado... tal vez Paradise Point estaba empezando
a olvidar.
Carrie Peterson observó con curiosidad la vieja casona. Por cuarta vez se
preguntó por qué sus padres habían discutido con ella sobre su visita allí. Le parecía
una casa perfectamente común. ¿Cómo podría creer alguien los cuentos que le
habían contado sus padres? Bueno, pensó Carrie, eran bastante ancianos, y la
gente anciana tenía toda clase de ideas raras. A ella la casa le parecía magnífica.
—Jenny, ¿puedo ver la planta alta? —preguntó.
—Claro —le sonrió Jenny—. Ven conmigo.
Abandonando la fiesta, las dos niñas subieron al primer piso. Jenny condujo a
Carrie por el pasillo hasta la espaciosa habitación de la esquina, donde ella se había
mudado un año atrás.
—Esta es mi habitación —declaró.
Inmediatamente Carrie cruzó la habitación para sentarse en el asiento de la
ventana. Embelesada contempló el mar y suspiró dichosa.
—Creo que podría quedarme en esta habitación para siempre.
—Ya sé —admitió Jenny—. Pero mis padres no querían que la ocupara. Tuve que
discutir y discutir.
— ¿Por qué? —preguntó Carrie.
— Era el cuarto de mi hermana —respondió Jenny.
—Oh... —Carrie recordó los relatos que había oído sobre la hermana de Jenny—.
Estaba loca, ¿verdad?—preguntó.
— ¿Loca? —repitió Jenny—. ¿Qué quieres decir?
Carrie la miró con curiosidad.
—Bueno, Jenny, todos saben que tu hermana mató a cuatro personas, de modo
que debe de haber estado loca, ¿cierto? Quiero decir, si no es eso, tienes que creer
todos los cuentos de fantasmas, ¿y quién puede creer esas viejas mentiras?
Súbitamente Jenny comprendió por qué su madre no había querido que ella diera
la fiesta. Su madre había sabido. Había sabido que los chicos vendrían y mirarían
todo y después empezarían a preguntar por Michelle. Pero Jenny no quería hablar
de Michelle. No sabía gran cosa sobre ella y lo poco que sabía nunca había tenido
mucho sentido.
— ¿No podemos hablar de otra cosa? —pidió. Pero Carrie no se dejó convencer.
—Te diré que mi madre no quería que yo viniera aquí hoy. Dice que esta casa
hace cosas a las personas. Dice que desde que existe ha tenido mala fama, no
lo que eso significa. Supongo que significa que esta casa enloquece a la gente.
¿Lo crees posible?
—No me ha enloquecido a mí —respondió Jenny con calma. La cháchara de
Carrie la estaba encolerizando, pero procuraba no demostrarlo.

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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia

—Sí, pero eres distinta —insistió Carrie—. Naciste sobre una tumba. Vamos, ¡eso
sí que es siniestro!
— ¡No nací sobre una tumba! —exclamó Jennifer acalorada. Al menos de eso
estaba segura.— Nací en la clínica. En el consultorio de mi padre. El que haya
empezado a llegar cuando mi madre estaba en el cementerio, no significa que haya
nacido sobre una tumba.
—Bueno, en realidad no importa, ¿verdad? —dijo Carrie—. Aunque la anciana
señora Benson siempre dijo que era un mal presagio, Y supongo que tenía razón,
¿no te parece?. Quiero decir, porque Michelle mató a su hijo y todo eso.
La furia de Jenny alcanzó de pronto su punto máximo.
— ¡Retira eso, Carrie Peterson! Es mentira y tú lo sabes. ¡Retíralo!
Enfrentada con la ira de Jenny, la expresión de Carrie se volvió empecinada.
—No quiero —respondió—. No quiero y tú no puedes obligarme.
Las dos niñas se miraron ceñudas, pero fue Jenny quien apartó la vista.
—Quiero que te vayas a tu casa —dijo—. ¡Quiero que te vayas a tu casa y que te
lleves a todos tus amigos!
— Pues no me quedaría aquí ni un minuto más todos modos —le contestó Carrie
—. Quizás mi madre tenga razón. ¡Quizás esta casa sí enloquezca a la gente!
Y salió enojada de la habitación. Jenny la oyó bajar la escalera, llamar a todos sus
amigos. Hubo una bulla momentánea; después oyó que la puerta principal se abría y
cerraba; finalmente silencio.
Solo después bajó Jenny.
June estaba de pie en el pasillo, perpleja.
—¿Qué ocurrió, preciosa? ¿Por qué se marcharon todos tan repentinamente?
—Yo les pedí que se fueran —dijo Jenny—. La fiesta era una porquería, por eso
les dije a todos que se marcharan.
La crianza bostoniana de June, el sentido del decoro, un sentido que ella creía
haber dejado atrás muchos años iintes, la inundó de nuevo.
— No debiste haber hecho eso —dijo con suavidad—. Eras la anfitriona de ellos;
si la fiesta no se desarrollaba bien, debiste hacer algo para remediarlo. Ahora quiero
que vayas a tu habitación y lo pienses; luego, esta noche, puedes llamar a esos
niños y pedirles disculpas. ¿He hablado claro?
Jenny miró a su madre con extrañeza. Nunca le había hablado antes así... nunca
en su vida. Y ni siquiera había sido culpa suya... ¡había sido culpa de Carrie
Peterson!
Ofendida, Jenny rompió a llorar y subió la escalera huyendo. Tan pronto como
entró en su cuarto vio el paquete. Estaba sobre su cama, envuelto en papel plateado
con un enorme moño azul.
Jenny arrugó la frente. ¿Por qué no lo había visto antes?
Luego pensó una explicación. Mientras su madre la reprendía, su padre se
había introducido en su cuarto y lo había dejado sobre la cama como sorpresa
especial.
Jenny sonreía ya mientras abría el paquete, y cuando sacó el regalo de la caja, su
sonrisa se hizo más amplia.
Era una hermosa muñeca… ¡y qué vieja! Dándose cuenta de que debía ser una
antigüedad, Jenny se preguntó dónde la habrían conseguido sus padres. Nunca
había visto nada parecido. Tenía un vestido azul, puro volados y encaje, y un rostro
de porcelana perfecto, rodeado por bucles oscuros sujetos con un gorro minúsculo.
Jenny la abrazó mientras susurraba:
— Eres bella. Qué bella eres.
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Con su dolor y su ira totalmente disipados por el regalo, bajó corriendo.


—¿Mamá? ¡Mamá! ¿Dónde estás?
—En la cocina —respondió June—. ¿Qué pasa?
Jenny irrumpió en la cocina y echó los brazos al cuello de su madre.
— jOh, mamá, gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! Es hermosa. ¡Es simplemente
perfecta!
Perpleja, June se desprendió de los brazos de su hija mientras riendo decía:
—Vaya, me alegro de que te guste. Pero ¿te importaría decirme de qué estás
hablando?
—De mi muñeca —exclamó Jenny—. De mi hermosa muñeca. —Luego, mientras
June se quedaba mirándola desconcertada, Jenny tuvo una inspiración—. ¡Ya sé
cómo la voy a llamar! ¡La llamaré Michelle! Es un nombre tan lindo, y yo siempre
deseé que Michelle y yo hubiéramos podido ser amigas. Era hermosa, ¿verdad?
¿Con cabello oscuro y bellos ojos pardos? ¡Apuesto a que la muñeca se parece
exactamente a ella! Así que ahora podemos ser amigas. Oh, mamá, es simplemente
maravilloso. ¿Dónde está papá? ¡Tengo que encontrarlo y darle las gracias!
Y luego se marchó, saliendo en busca de su padre.
June permaneció muy quieta, tratando de reconstruirlo todo. ¿Una muñeca?
¿Qué muñeca?
¿De qué estaba hablando Jenny?
Con lentitud, una idea comenzó a brotar en su mente. Entonces June salió de la
cocina, rumbo a la escalera.
No podía ser cierto.
Sabía que no podía serlo.
Era totalmente imposible.
Pero Jenny iba a bautizar Michelle a la muñeca.
June subió la escalera.
Se detuvo ante la puerta de la habitación de Jenny.
La habitación que ella no había querido que Jenny ocupara.
Pero Jenny había insistido y ella había cedido.
Titubeante abrió la puerta y entró.
La muñeca estaba sobre la cama, y al verla June sintió que un alarido crecía en
su interior.
Ella había quemado esa muñeca. Recordaba claramente haberla quemado doce
años atrás.
Pero allí estaba, y no estaba quemada, y sus vidriosos ojos sin luz miraban fija y
ciegamente a June.
Mientras los comienzos del pánico empezaban a dominar su mente, un recuerdo
brotó en su interior, un recuerdo de su juventud.
Era un fragmento de una poesía de Milton:

"Viene la furia ciega con las aborrecidas tijeras


y corta el fino hilo de la vida".

Muy silenciosamente, June Pendleton empezó a llorar.

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