Ciega Como La Furia
Ciega Como La Furia
Ciega Como La Furia
Ella andaba lentamente por el sendero, con paso cuidadoso, aunque no vacilante.
El sendero le era familiar; sabía casi por instinto cuándo moverse a la izquierda,
cuándo doblar a la derecha, cuándo permanecer cerca del medio del sendero.
Desde cierta distancia, con su negro vestido y su bonete, se parecía más a una
anciana que a una niña de doce años; y el bastón que siempre llevaba consigo no
hacía nada por disminuir la impresión de vejez.
Tan solo su rostro era joven, sereno y sin arrugas; sus ojos sin vista con
frecuencia parecían ver lo que era invisible para quienes la rodeaban.
Era una niña solitaria; su ceguera la situaba aparte y la colocaba en un mundo
oscuro del cual ella sabía que no podía escapar. Sin embargo, había aceptado su
desgracia como lo aceptaba todo —serena, pacíficamente—, todo procedente de un
Dios cuyos motivos quizás pareciesen turbios, pero cuya sabiduría no se debía
cuestionar.
Al principio había sido difícil, pero al sucederle eso ella era todavía lo bastante
pequeña para que su adaptación fuera casi natural. Ahora se acordaba apenas
tenuemente de lo que había visto, y su dependencia respecto de sus ojos estaba
totalmente olvidada. Sus demás sentidos se habían aguzado. Ahora oía cosas que
nadie más oía, olía en el aire marino, perfumes que habrían sido desconocidos para
cualquiera menos ella, y conocía por el tacto las flores y los árboles.
El sendero por donde andaba ese día era uno de sus favoritos, que serpenteaba
junto a la orilla de un risco junto al mar. En ese sendero, su bastón era casi
innecesario, pues lo conocía tan bien como conocía el hogar de sus padres, pocos
cientos de metros hacia el sur. Contaba sus pasos automáticamente; su marcha
jamás variaba. No había sorpresas en aquel sendero, pero igual su bastón iba
delante de ella, oscilando de un lado a otro, con su blanca punta como un dedo
exploratorio, buscando eternamente cualquier cosa que pudiese bloquear su camino.
El sonido del océano llenaba sus oídos, y la niña vestida de negro se detuvo un
momento, volviendo la cara hacia el mar, mientras una imagen de gaviotas volando
se formaba confusamente en las remotas extensiones de su memoria. Entonces, a
sus espaldas, oyó otro ruido... un ruido que para otros oídos que no fueran los suyos
se habría perdido en el graznido de las golpeteantes marejadas.
Era un sonido de risas.
Lo había oído todo el día y sabía lo que significaba. Significaba que sus
condiscípulos se habían aburrido de sus juegos e iban a enfocar su atención en ella
por un rato.
Sucedía todos los años durante el otoño. A ella le parecía que cada verano,
cuando la escuela estaba cerrada y ella casi nunca se aventuraba más allá de la
playa y el risco, los niños se olvidaban de ella. Después, al llegar setiembre, ella se
convertía por un tiempo en una rareza a la que se miraba, en la que se pensaba con
extrañeza, de la que se hablaba.
Y se la atormentaba.
El primer día de escuela ella oía el susurro en el aula cuando entraba lentamente,
golpeando su bastón, familiarizándose de nuevo con los escalones, los pasillos, las
puertas, las filas de pupitres. Luego vendría el terrible momento, el momento que
ella siempre esperaba que nunca llegara, cuando la maestra le preguntaba dónde le
gustaría sentarse y disponía el aula para su conveniencia.
Era entonces cuando solía comenzar su tormento.
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Eso era lo que debía hacer. Simplemente no hacerles caso. El bastón trazó un
arco delante de ella, luego otro. Los nervios de sus dedos controlaron la lisura del
sendero, y el desnivel donde la orilla del sendero se fundía con el campo.
La niña tomó una decisión y echó a andar.
Inmediatamente empezaron los gritos:
— ¡Cuidado! ¡Hay una piedra delante de ti!
— Estás yendo en la dirección equivocada. ¡Si quieres llegar a tu casa, más vale
que des la vuelta!
— ¡Para allá no! Te caerás por la orilla.
— Y si se cae, ¿qué importa? ¡Ni siquiera verá lo que le va a suceder!
— ¡Pongamos algo en el sendero! ¡A ver si logra darse cuenta de lo que es!
Sin hacerles caso, la niña siguió andando resueltamente por el sendero, mientras
su bastón exploraba el camino para ella, asegurándole que no estaba cometiendo
ningún error. A su alrededor, las voces incorpóreas le seguían el paso,
vituperándola, desafiándola. Se obligó a no responderles, diciéndose que pronto se
detendrían, se darían por vencidos, la dejarían tranquila.
Y entonces una de las voces, la de un niño, llegó hasta ella.
— ¡Mejor que vayas a casa! ¡Quizá tu mamá tenga compañía!
La niña quedó paralizada. Dejó de mover con la mano el bastón, que se detuvo en
el aire, estremeciéndose con indecisión.
—No digas eso —pidió la niña, con voz queda—. Nunca digas eso.
Las risas cesaron, y la niña pensó que tal vez los demás se hubiesen ido.
No se habían ido. En cambio, sus risas se hicieron más crueles.
— ¿Vas a casa a ver a la prostituta?
—Apresúrate a volver, quizá tu madre te enseñe a hacerlo.
— ¡Dice mi madre que habría que echarla de la ciudad!
—Mi papá dice que la próxima vez que tenga dos dólares irá a tu casa!
— ¡Basta! —gritó la niña—. ¡No digan eso! ¡No es verdad! ¡No es verdad!
Súbitamente alzó el bastón, lo tomó con ambas manos y empezó a balancearlo.
Mientras el bastón silbaba en el aire, los niños la hostigaban con sus burlas.
— ¡Tu mamá es una prostituta!
— ¡A tu papá no le importa!
— ¡Me dijeron que él cobra el dinero!
—Cuando tenga dieciséis años ¿puedo visitar a tu madre?
La niña, con su negro vestido arremolinado en torno a ella, las cintas de su bonete
volando alrededor de su cabeza, empezó a moverse hacia las voces, azotando el
aire con su bastón, tratando de acallar sus burlas. Tropezó, empezó a caer, luego se
contuvo. Todo en torno a ella, las voces sonaban en sus oídos, sin hacer caso ahora
de su ceguera, y concentrándose en los pecados de su madre.
No era verdad.
Ella lo sabía. Su madre no haría lo que ellos estaban diciendo que hacía. ¿Por
qué iban a decirlo? ¿Por qué? ¿Por qué la odiaban? ¿Por qué odiaban a su madre y
su padre?
El bastón se agitaba cada vez más violentamente, cortando el aire de manera
inofensiva mientras los niños se apartaban saltando, arreciando en sus risas frente
al espectro de la víctima ciega, que azotaba la nada, impotente, sin poder
defenderse ni huir.
Empezaron a acercársele mientras ella retrocedía, sosteniendo el bastón delante
de sí como para resguardarse de ellos.
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Cuando el suelo se niveló bajo sus pies, supo que estaba de nuevo en el sendero.
Trató de dar vueltas, pero sin la ayuda de su bastón, no tenía idea de en qué
dirección iba,
A su alrededor, los cuatro niños se acercaban más, sus mofas se volvían más
malignas, sus risas más horribles, disfrutaban de su juego.
La niña seguía retrocediendo. Entonces sintió algo bajo el pie derecho. Una
piedra. Empezó a mover el pie, pero de pronto la obstrucción se apartó de ella. Sin
saber que había sucedido, puso el pie donde había estado la piedra.
Ahora no había nada allí.
Demasiado tarde, comprendió dónde estaba.
Permaneció en equilibrio durante un segundo, con una expresión de terror en la
cara.
En sus manos, el bastón se movió desesperadamente mientras ella trataba de
encontrar algún punto de apoyo.
Después, mientras perdía el equilibrio y empezaba a sentirse caer, soltó el
bastón, que cayó en el sendero.
Los cuatro niños se miraron un momento con fijeza; luego sus ojos se posaron en
el bastón que yacía en el sendero. Al principio, ninguno de ellos se movió. Luego el
mayor de ellos se adelantó, levantó el bastón y lo arrojó al mar. En cuanto a ellos
concernía, ella había simplemente desaparecido...
Supo lo que estaba sucediendo. Supo que iba a morir. El tiempo pareci ó hacerse
más lento para ella; oyó la marejada, cuyo estruendo se le acercaba cada vez más.
¡Iba a morir! ¿Por qué? ¿Qué había hecho ella? ¿Qué había hecho su madre? Nada
de ello estaba bien. Nada de ello debía haber ocurrido.
El bramar en sus oídos ya no era la marejada. En cambio oía las voces de los
niños, atormentándola, gritándole, repercutiendo en su mente, estallando en su
cabeza.
Por primera vez en su vida, la ira penetró en su alma. Todo eso estaba mal. Ella
no debía haber sido ciega. No debía haber tenido que escuchar lo que los niños le
dijeron. Debía haber podido verlo ella misma.
Verlo, y enmendarlo.
Y vengarlo.
Su furia creció mientras daba vueltas hacia el mar, y cuando las aguas se
cerraron en torno a ella, ya no tenía conciencia de lo que le estaba ocurriendo. Ya no
tenía conciencia de que su vida estaba terminando.
De lo único que sabía era de su ira.
Su ira y su odio...
LIBRO PRIMERO
CAPITULO 1
El sol de agosto brillaba luminoso cuando los Pendleton llegaron a Paradise Point,
y mientras lentamente cruzaban en auto la población, todos los Pendleton se
encontraron mirándola con nuevos ojos. Antes siempre había sido simplemente un
lugar notablemente lindo. Ahora era su hogar, y June Pendleton, cuyos luminosos
ojos azules resplandecían de anhelo, se encontró de pronto más interesada en la
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detalle de Paradise Point. Era todo tan distinto de Boston y, pensaba ella, todo
perfectamente maravilloso.
June se movió para mirar a su hija, pero el esfuerzo fue excesivo para su dilatado
cuerpo. Mientras se hundía de nuevo en su asiento, reflexionó que, de cualquier
manera, podía ser difícil explicar la vieja costumbre aldeana de los furgones de
bienvenida a una niña de ciudad de doce años. En cambio, cuando pasaban frente a
la escuela de Paradise Point, tocó la mano de su hija, preguntándole:
— ¿No se parece mucho a Harrison, verdad?
Michelle contempló fijamente el pequeño edificio de tablas blancas, rodeado por
un herboso campo de juego; luego sonrió ampliamente, mientras su cara de diablillo
reflejad placer por lo que veía.
— Siempre creí que empedraban automáticamente el campo de juego —dijo—. Y
mira, árboles. ¡Realmente es posible sentarse bajo los árboles mientras se come la
merienda!
Dos manzanas más allá de la escuela, Cal desaceleró el automóvil hasta casi
detenerlo.
— ¿Te parece que debiera detenerme y hablar con Carson? —preguntó
pensativo.
— ¿Esa es la clínica? —inquirió Michelle. Su voz reveló que no le parecía gran
cosa.
—Comparada con la Clínica General de Boston no es mucho, ¿verdad? —dijo
Cal. Luego con voz apenas audible, agregó—: Pero quizás sea mi lugar adecuado.
June miró a su esposo con rapidez; luego se estiró para apretarle la mano.
—Es lo adecuado —le aseguró.
El automóvil se detuvo del todo y los tres Pendleton miraron el edificio de una sola
planta, no mayor que una casa pequeña, que albergaba a la clínica de Paradise
Point. En el despintado cartel de adelante, apenas si pudieron leer el nombre de
Josiah Carson, pero el nombre del mismo Cal resaltaba con claridad en letras
negras recién pintadas.
—Tal vez simplemente me asome para avisarle que llegamos bien —sugirió Cal.
Estaba por bajar del coche cuando la voz de June lo detuvo.
— ¿No puedes ir más tarde? El camión ya está en la casa y hay tanto por hacer.
El doctor Carson no esperará que vayas hoy.
"Tiene razón", se dijo Cal, aunque sintió una punzada de culpa. Debía tanto a
Carson. Pero de todos modos, el día siguiente sería lo bastante pronto. Cerró la
portezuela y puso en marcha el automóvil.
Un momento más tarde la clínica desapareció de la vista, la aldea quedó
repentinamente detrás de ellos y estaban en el camino paralelo a la caleta.
June se permitió tranquilizarse. Ese día, al menos, no tendría que ver al anciano
doctor que de pronto se había convertido en una fuerza tan determinante en su vida,
una fuerza que no le gustaba y en la cual no confiaba. Había crecido un vínculo
entre su marido y Josiah Carson, que parecía volverse más sólido cada día. Habría
querido entenderlo mejor... lo único que sabía, en realidad, era que se relacionaba
con aquel muchacho.
Aquel muchacho que había muerto,
Resueltamente, dejó de pensar en eso. Por el momento se concentraría en
Paradise Point.
Era un lindo paseo, con profundos bosques del lado interior, y una estrecha
extensión de hierbas y heléchos separando el camino de la cresta de los riscos que
se extendían vertiginosamente a la diminuta bahía de abajo.
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June y Cal se miraron indecisos, sin poder pensar ninguno en una objeción
razonable. Entonces Michelle fue hacia el armario y la cuestión quedó resuelta.
Estirándose, Michelle buscó a tientas en el fondo del estante del armario.
—Aquí hay algo —dijo triunfante—. Tenía la sensación de que en este armario
había algo y tenía razón. ¡Miren!
En la mano, Michelle sostenía una muñeca. Vieja y polvorienta, tenía un rostro de
porcelana, enmarcado por cabellos casi tan oscuros como el de la niña, y un
bonetito de encaje. Su vestido gris, desteñido y roto, debía de haber estado antes
cubierto de volantes fruncidos, y en los pies tenía un minúsculo par de abultados
zapatos de charol. June y Cal la miraron sorprendidos.
——¿De dónde suponen que habrá venido? —se maravilló June en voz alta.
—Apuesto a que ha estado allí durante siglos —dijo Michelle—. Pero alguna vez
habrá pertenecido a alguna niña y éste debe de haber sido su cuarto. ¿Puedo
tenerla yo? ¿Por favor?
— ¿La muñeca o la habitación? —preguntó Cal.
—¡Las dos! —exclamó Michelle, segura de que su padre estaba a punto de
aceptar.
— Pues no veo por qué no —dijo Cal—. Probablemente nos vendría mejor tener
la nursery al lado mismo de nuestra habitación, de todos modos. Supongo que
podremos convertir una de las tres alcobas —agregó con una mirada burlona para
June. Luego tomó la muñeca de manos de Michelle y la examinó con cuidado—. Se
parece mucho a ti —observó—. Igual cabello castaño, iguales ojos pardos. ¡Iguales
ropas harapientas!
Michelle arrebató la muñeca a su padre y le sacó la lengua.
—Si mis ropas son harapientas, es culpa tuya. ¡Si no podías darte el lujo de
vestirme, debiste dejarme en el orfanato!
— ¡Michelle! —exclamó June—. Que cosas dices. Tú no saliste de un orfanato...
Hasta que su marido y su hija comenzaron a reír, no se dio cuenta de que era una
broma entre ellos; entonces se tranquilizó. En ese momento, el niño que tenía
adentro se movió, y June se encontró de pronto preguntándose qué sucedería
cuando llegase el pequeño. Michelle había sido hija única durante tanto tiempo.
¿Cómo sería para ella? ¿Se sentiría acaso amenazada? June recordó todo lo que
había leído últimamente sobre la rivalidad entre hermanos. ¿Y si Michelle odiaba al
nuevo crío? June desalojó de su mente esa idea. Sus ojos se posaron en el mar,
del otro lado de la ventana, las gaviotas que volaban en lo alto, el sol que brillaba
luminoso. En un impulso momentáneo, decidió pasar el mayor tiempo posible
disfrutando del sol. Después de todo, no duraría eternamente. Se avecinaba el
otoño, y después el invierno, pero, por el momento, había calidez en el aire.
Impulsivamente, dejó que Cal y Michelle empezaran a desempacar mientras ella
salía a explorar lo que iba a ser su estudio.
Aunque trabajaron lo más rápido posible, la montaña de cajas parecía seguir
siendo tan alta como antes.
— ¿Quieres descansar un rato, princesa? —preguntó finalmente Cal—. Hay dos o
tres gaseosas en el refrigerador.
Con presteza, Michelle dejó la Caja con la que estaba forcejeando y
adelantándose a su padre, cruzó el comedor, la despensa y entró en la cocina. Allí
se dejó caer en una silla, sonriendo muy contenta.
— Imagínate... ¡Una despensa! ¿Tenía mayordomo el doctor Carson cuando vivía
aquí?
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—Me parece que no —replicó Cal, mientras hábilmente hacía saltar las tapas de
dos botellas y ofrecía una a Michelle—. Creo que vivía aquí él solo.
Los ojos de Michelle se dilataron.
— ¿De veras? Debe de haber sido siniestro.
— ¿No te da miedo este sitio? —preguntó Cal, con un tono burlón que hizo
sonreír a Michelle.
—Todavía no. Pero si esta noche algo viene arrastrándose hacia mí por la puerta,
las cosas podrían cambiar.
Desvió la mirada hacia la ventana y quedó callada un momento.
—¿Piensas en algo, princesa? —inquirió su padre.
Michelle asintió con la cabeza, y cuando miró a su padre, en sus ojos había una
seriedad que a Cal le pareció superior a su edad.
—Me alegro de que hayamos venido aquí, papá — dijo finalmente—. No quiero
que sigas siendo desdichado.
—No he sido desdichado... —empezó Cal, pero Michelle no le dejó terminar.
—Sí que lo has sido —insistió—. Siempre me di cuenta. Por un tiempo creí que
estabas enojado conmigo, porque nunca venías a casa desde el hospital...
— Estaba muy ocupado...
Michelle volvió a interrumpirlo.
—Pero entonces comenzaste a venir de nuevo a casa, y seguías siendo
desdichado. No fue hasta que decidimos mudarnos aquí que empezaste a ser feliz
de nuevo. ¿No te gustaba Boston?
—No era Boston —empezó a decir Cal, sin saber bien cómo explicar a su hija lo
que había sucedido. La imagen de un niño pasó veloz por su mente, pero Cal la
apartó en el acto—. Era simplemente yo, me parece. No... no puedo explicarlo en
realidad. —De pronto sonrió—. Creo que simplemente quiero conocer a las
personas con quienes trato.
Michelle examinó mentalmente la cuestión; por último asintió con la cabeza.
—Me parece que sé lo que quieres decir. La Clínica General de Boston era
horripilante.
—¿Horripilante? ¿A qué te refieres?
Michelle se encogió de hombros mientras buscaba las palabras adecuadas.
—No sé. Era como si nunca supieran quiénes eran. Y cuando mamá y yo íbamos
allí, jamás sabían siquiera que éramos tu familia. Esa mujer tan altanera del
vestíbulo principal siempre quería saber por qué queríamos verte. Se diría que
después de tantos años tendría que habernos reconocido... —Michelle guardó
silencio y miró a su padre, preguntándose si la entendería. Cal movió la cabeza
afirmativamente.
— Eso es —dijo, aliviado por no tener que decirle la verdad—. Eso es,
exactamente. Y lo mismo pasaba con las personas a quienes yo trataba. Si
las veía tres días más tarde, yo mismo no las reconocía. Si voy a ser médico, creo
que debo tener el placer de saber a quién estoy ayudando. —Sonrió a Michelle
y decidió cambiar de tema—. ¿Y tú? ¿Estás arrepentida de algo?
— ¿De qué? —preguntó Michelle a su vez.
—De venir aquí. De dejar a tus amigos. De cambiar de escuela. Todas las cosas
por las que se supone se preocupan las niñas de tu edad.
Michelle sorbió su gaseosa, luego miró la cocina a su alrededor.
—Harrison no era una escuela tan maravillosa —dijo por fin—. La de Paradise
Point es mucho más linda.
—Y mucho más pequeña —hizo notar Cal.
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— ¡La encontré! —exclamó triunfante Michelle. Era una caja grande, marcada por
todos lados con el nombre de Michelle—. Subámosla ahora, papá, por favor —
imploró—. Adentro está todo lo que poseo. ¡Todo! ¿No puedo abrirla ahora? Quiero
decir, de todos modos no sabemos adonde quiere poner mamá todo, y yo podría
acomodar estas cosas por mi cuenta. ¿Por favor?
Cal asintió con un gesto y la ayudó a arrastrar la inmensa caja arriba, hasta el
cuarto de la esquina, que Michelle había reclamado como propio.
— ¿Quieres que te ayude a desempacar? —ofreció. Michelle sacudió la cabeza
con vehemencia.
— ¿Y dejarte ver lo que hay adentro? Si supieras lo que hay aquí, me obligarías a
tirar la mitad.
Con los ojos de su pensamiento, Michelle vio el revoltijo de viejas revistas de cine
(precisamente la clase de cosas que sus padres no aprobaban) y los recuerdos
surgidos de su pasada niñez, que no había logrado abandonar.
—Y no te atrevas a contarle a mamá que dije eso —agregó, enredando a su
padre en una conspiración de silencio para ayudarla a proteger sus infantiles
tesoros.
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CAPITULO 2
En la bodega reinaba una atmósfera sólida, una robustez que hizo preguntarse a
June qué se había propuesto exactamente su constructor. Al explorarla por cuarta
vez, le pareció que debía de haber sido destinada para algo más que simple bodega
y taller. Las ventanas desde donde se veía el océano estaban demasiado
cuidadosamente espaciadas; el suelo, con sus tablas de roble apenas desgastadas
después de un siglo de uso, demasiado bien instalado; y sus proporciones eran
demasiado perfectas para que hubiese sido utilizada simplemente por un jardinero.
No, decidió, quien hubiese diseñado ese cuarto, se había propuesto usarlo él mismo.
Era casi como si hubiese sido diseñado como estudio. Las ventanas que daban al
mar estaban situadas tan cerca del norte como lo permitía el risco, y debajo de ellas,
un largo mostrador con armario de almacenaje bellamente fabricado cubría todo el
largo de la habitación. Junto a una punta del mostrador se había instalado un
fregadero grande. Las paredes de ladrillo, chorreadas con suciedad de años, habían
estado antes blanqueadas, y el ribete de madera que rodeaba las puertas y
ventanas, ahora descascarado, estaba pintado de un verde suave, como si alguien
hubiera tratado de armonizarlo con el matiz del follaje exterior. En una punta de la
habitación había un armario grande. Por el momento, June decidió dejar su puerta
cerrada e imaginar en cambio qué podría haber allí escondido. Reliquias, pensó
deliciosamente. Reliquias del pasado, esperando simplemente ser descubiertas.
Depositó su cuerpo en un taburete y contó automáticamente los días que faltaban
para que naciera su hijo. Treinta y siete años, reflexionó, era una edad muy tonta
para tener un hijo. No solo tonta, sino posiblemente peligrosa, tanto para ella como
para el niño. "Ten cuidado", se recordó. Pero ese pensamiento no permaneció con
ella... en cambio, sintió el impulso de empezar a limpiar los años de descuido que
llenaban la pequeña habitación. Se puso de pie sin hacer caso de la pesadez de su
cuerpo, preguntándose cómo era posible que un edificio tan abandonado durante
tantos años pudiera haberse llenado tanto de basura.
En un rincón descubrió un barril para desechos que estaba milagrosamente vacío.
Minutos más tarde ya estaba lleno, y June pensó en la conveniencia de subir
también ella en él, para así compactar su contenido.
Felicitándose por su discreción, descartó la idea, sabiendo que si Cal la
sorprendía en eso, quedaría escandalizado por su descuido. Además, sería muy
propio de ella romperse una pierna y provocar un parto prematuro al mismo tiempo.
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En ese momento tenía demasiado que hacer para arriesgar semejante cosa. En
cambio, se conformó con empujar el revoltijo del barril tan abajo como le fue posible
y luego agregar más, hasta que estuvo en peligro de reventar. Luego se puso a
buscar algo con lo cual limpiar el suelo.
Dentro mismo del armario, decepcionantemente vacío de tesoros ocultos por
mucho tiempo, encontró una escoba, un balde y un estropajo. Entreabriendo un
poco la ventanilla con la esperanza de renovar el aire viciado, June comenzó a
barrer el polvo, amontonándolo. Estaba casi por la mitad del piso cuando de pronto
la escoba se atascó en algo. June hurgó la suciedad apelotonada. Al ver que no se
deshacía, se detuvo para mirarla con más atención.
Era una mancha quién sabe de qué, que cubría unos sesenta centímetros
cuadrados en el suelo. Evidentemente lo volcado allí había sido dejado secar, y al
secarse, se le había asentado polvo encima, introduciéndose hasta que ahora la
escoba no podía penetrar en el revoltijo, que tenía tal vez un cuarto de pulgada de
grosor. Irguiéndose, June echó mano al estropajo, preguntándose qué posibilidades
habría de encontrar la vieja cañería aún en funcionamiento. Pero antes de que
tuviera ocasión de experimentar, Cal y Michelle aparecieron en el vano.
Cal miró a su alrededor y sacudió la cabeza diciendo:
—Pensé que ibas sólo a dar una ojeada y hacer algunos planes.
—No pude resistir —contestó June irónicamente—. Es una habitación tan bonita,
y el revoltijo era tan grande. Creo que sentí compasión por ella.
Michelle paseó su mirada por la revuelta habitación, e involuntariamente se apretó
el cuerpo con los brazos como si la hubiera dominado un repentino escalofrío.
Todavía de pie junto a la puerta, con una expresión de desagrado en el rostro, habló.
— Este lugar es siniestro... ¿Para qué lo usaban?
— Es una bodega —explicó su madre—, y probablemente el centro de
operaciones del jardinero, donde guardaba todas sus herramientas, cultivaba
retoños y esa clase de cosas. —Se detuvo un momento como reflexionando sobre
algo, luego continuó—. Pero tengo la extrañísima sensación de que también usaron
esto para otra cosa.
Cal arqueó las cejas.
— ¿Jugando a la detective?
—En realidad, no —respondió June—. Pero mira. El suelo es de roble sólido. ¡Y
ese armario! ¿Quién iba a construir algo así sólo para el jardinero?
—Hasta unos cincuenta años atrás, muchas personas lo habrían hecho —replicó
Cal riendo entre dientes—. Solían construir las cosas para que duraran, ¿recuerdas?
June sacudió la cabeza.
—No sé. Simplemente parece demasiado lindo para ser un simple cobertizo.
Debe de haber habido algo más...
—¿Qué es esto? —preguntó Michelle. Señalaba la mancha en la que había
estado trabajando June al entrar
—Ojalá lo supiera. Creo que alguien debe de haber volcado un poco de pintura.
Precisamente iba a tratar de limpiarla.
Michelle se acercó a la mancha y, arrodillándose junto a ella, la examinó con
cuidado. Iba a extender la mano para tocarla, pero de pronto la retiró diciendo:
—Parece sangre. Apuesto a que alguien fue asesinado aquí —agregó
incorporándose y enfrentando a sus padres.
— ¿Asesinado? —exclamó June—. ¿Cómo se te ocurre algo tan morboso?
Sin hacer caso a su madre, Michelle se dirigió en cambio a su padre.
—Mírala, papá, ¿no te parece sangre?
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Cal aguardó a que Michelle se perdiera de vista; luego tomó a su esposa entre
sus brazos y la besó. Un instante más tarde, cuando la soltó, June escudriñó su
rostro con expresión intrigada.
— ¿A qué vino todo eso?
—A nada en particular y a todo en general —respondió Cal—. Simplemente estoy
aquí, contento de estar casado contigo, contento de tener a Michelle por hija, y
contento de tener a lo que sea que esté en camino —agregó, palmeando con afecto
el vientre de June—. Pero ojalá fueras un poco más cuidadosa con lo que haces —
agregó—. No dejemos que nada les suceda a ti ni a nuestro hijo.
—Me porto bien —contestó June—. Te comunico que, por decoro, no me metí en
ese barril para apisonar la basura.
Cal lanzó un gemido.
— ¿Y crees que eso me hace feliz?
—Vamos, deja de preocuparte. Voy a estar muy bien y nuestro hijo también. A
decir verdad, la única que me preocupa es Michelle.
— ¿Michelle?
June asintió con la cabeza.
—Me pregunto, nada más, cuánto la afectará nuestro hijo. Quiero decir que ha
tenido toda nuestra atención durante tanto tiempo, ¿no crees que podría molestarle
la competencia?
—A cualquier otra niña tal vez, supongo —reflexionó Cal—. Pero, a Michelle, no.
Es la niña más repulsivamente equilibrada que conozco. Debe ser algo genético...
Dios sabe que no puede ser el hogar que le hemos brindado.
—Oh, basta —protestó June con un matiz de seriedad oculto tras su tono burlón
—. Eres demasiado duro contigo mismo. Siempre lo has sido. —Luego dejó de lado
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
la burla y su voz se volvió apagada—. Sólo temo que ella pueda sentirse amenazada
por un hijo natural. Te diré que no sería algo fuera de lo común.
Cal se sentó pesadamente en el taburete y cruzó los brazos sobre el pecho, en
una actitud que June relacionaba con su modo de hablarle a un paciente.
—Vamos, escucha —dijo—, Michelle absorbe bien las cosas. Dios mío, tan solo
mira cómo ha reaccionado
a nuestra mudanza aquí. Cualquier otra niña habría chillado como un demonio,
habría amenazado con fugarse, habría hecho toda clase de cosas. Pero Michelle,
no. Para ella es solo una nueva aventura.
— ¿Y entonces?
—Entonces, así será también con nuestro hijo. Solo un nuevo miembro de la
familia para conocer, para jugar y disfrutar de él. Tiene precisamente la edad
adecuada para convertirse en niñera. Si conozco a Michelle, ella se hará cargo de la
parte materna y te dejará con tus cuadros.
June sonrió sintiéndose un poco mejor.
—Reservo el derecho de hacer de madre para mi propio hijo. Que Michelle espere
hasta tener uno suyo. —De pronto sus ojos se posaron en la extraña mancha del
suelo y arrugó el entrecejo—. ¿Qué crees que será? —preguntó a Cal cuando su
mirada siguió la de ella.
—Sangre —respondió él alegremente—. Tal como dijo Michelle.
—Habla en serio, Cal —insistió June—. No es sangre y tú lo sabes.
— ¿Por qué te preocupa., entonces?
—Simplemente me gustaría saber qué es, así sabré qué usar para sacarlo —
dijo June.
—Pues te diré qué —ofreció Cal—. Veré lo que puedo hacer con una espátula y
luego probaremos con un poco de trementina. Lo más probable es que sea
simplemente pintura, y la trementina la disolverá.
— ¿Tienes una espátula? —preguntó ansiosamente June.
— ¿Aquí conmigo? Imposible. Pero hay una entre las herramientas, si alguna vez
la encuentro.
—Vamos a buscarla —dijo June con decisión.
— ¿Ahora?
—Ahora mismo.
Decidiendo que lo mejor era seguir la corriente a su esposa grávida, Cal siguió a
June al interior de la casa. Estaba seguro de que June ante el revoltijo de cajas en la
sala de recibo, abandonaría el intento, pero en cambio ella escudriñó el montículo
con cara experta y de pronto señaló diciendo:
—Esta.
— ¿Cómo puedes saberlo? —inquirió Cal, perplejo El rótulo de la caja decía
claramente: "Objetos varios".
—Confía en mí —dijo dulcemente June.
Cal arrastró la caja desde su sitio cerca de lo alto del montón y le arrancó la cinta
adhesiva. Allí, debajo mismo de la tapa, estaba su caja de herramientas.
— ¡Increíble!
—Rotulado de precisión —contestó June, un poco socarronamente—. Ven.
Lo condujo de vuelta al estudio y se instaló en el taburete mientras Cal empezaba
a descascarar la mancha ofensiva. Pocos minutos más tarde alzó la vista diciendo:
—No sé.
— ¿No quiere salir? —preguntó June.
—Ya saldrá, claro —replicó Cal—. Solo que no estoy seguro de lo que—es.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— ¿A qué te refieres?
Bajando del taburete, June se agachó junto a su marido. Lo que había sido el
cuerpo de la mancha en el suelo, era ahora un montoncito de polvo pardusco
disgregado y disperso en torno a los pies de ella. Tendió una mano y, vacilando,
recogió un poquito, frotando el polvo entre los dedos, sintiendo su textura.
— ¿Qué es?
—Podría ser pintura —repuso él con lentitud—. Pero más parece sangre seca. Es
posible que Michelle haya tenido razón, después de todo —agregó, mirando en los
ojos a su esposa antes de incorporarse y ayudar a June a levantarse—. Sea lo que
fuere, hace años y años que está allí. Por cierto que no tiene nada que ver con
nosotros, y no llevará mucho tiempo sacar esa mancha. Cuando esté eliminada,
podrás olvidar todo a su respecto.
Pero cuando salían del estudio, June se volvió y miró de nuevo el revoltijo
pardusco en el suelo.
Deseaba estar tan segura como Cal de que iba a olvidar todo al respecto.
CAPITULO 3
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
están vivas solamente porque la señora Parsons le contó a él cosas que ellos
mismos no querían decirle.
— ¿Qué hace él entonces? —interrumpió Michelle—. ¿Sale y las arrastra al
consultorio?
—Exactamente, no —dijo Cal, riendo entre dientes—. Pero sí va a visitarlas y las
revisa. Evidentemente la señora Parsons tiene un ojo especialmente bueno para
ataques cardíacos potenciales.
—Eso no suena muy profesional —murmuró June.
Cal se encogió de hombros.
—Hasta hace una semana habría estado de acuerdo contigo. Pero ya no estoy
tan seguro. —Levantando su copa, sorbió el Chablis; luego continuó hablando—. Me
he estado preguntando cuántas personas estarían todavía vivas si hubiésemos
tenido una señora Parsons en la Clínica General de Boston, donde teníamos tiempo
solamente para curar enfermedades específicas. Josiah dice que hay muchas cosas
sobre las cuales las personas no se quejan... en cambio se mueren, simplemente,
pensando que las cosas mejorarán.
—Esto es siniestro —dijo Michelle estremeciéndose.
—Lo sé —admitió Cal—. Pero no sucede con tanta frecuencia aquí, porque
Josiah ha tenido siempre tiempo para llegar a conocer a sus pacientes y averiguar
qué les pasa antes de que eso llegue demasiado lejos. Es un buen creyente en la
medicina preventiva.
— ¿Acaso es un médico brujo? —inquirió June. Aunque trató de que el tono fuese
ligero, se estaba
cansando de las alabanzas de Cal para el otro médico, más viejo. "¡Josiah dice!".
Cal parecía estar pendiente de cada palabra que Carson emitía. En ese momento
sin hacer caso de la pregunta de June se volvió hacia Michelle, pero antes de que
pudiera continuar sonó la campanilla de la puerta. Agradecida por la ocasión de
poner fin a la conversación de Josiah Carson, June se incorporó con rapidez para
acudir al llamado. Pero cuando abrió la puerta principal, vio enmarcada en el portal
la figura alta y delgada de Josiah Carson, cuya melena casi blanca brillaba en la
creciente oscuridad del atardecer. June se sintió lanzar una leve exclamación
ahogada; luego se recobró con rapidez.
—Vaya, hablando del diablo...
Carson sonrió apenas.
—Espero no interrumpir su cena. Me temo que sea realmente urgente. —Y
entrando en el vestíbulo, cerró la puerta detrás de sí.
Antes de que June pudiese contestar nada, apareció Cal en la sala.
— ¡Josiah! ¿Qué hace usted por aquí?
—Voy a una visita domiciliaria. Habría telefoneado pero estaba ya en el automóvil
antes de pensar en usted. ¿Quiere venir conmigo?
—Deduzco que no es una emergencia —observó June.
—Bueno, por cierto que no es nada que requiera una ambulancia. A decir verdad
dudo de que sea gran cosa. Se trata de Sally Carstairs. Se queja de dolor en un
brazo y su madre me pidió que la viera. Y entonces se me ocurrió algo —hizo una
pausa mirando hacia el comedor—. ¿Está aquí Michelle?
La voz de Cal delató su curiosidad al repetir el nombre de su hija.
— ¿Michelle?
—Sally Carstairs tiene la misma edad que Michelle, y se me ocurrió que su hija
podría beneficiarla más que usted o yo. Con frecuencia, conocer una nueva amiga
hace que un niño olvide el dolor.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Entre los dos médicos pasó una mirada que casi se le escapó a June. Fue como
si Carson hubiese hecho una pregunta a su marido y Cal hubiese contestado. Sin
embargo hubo algo más, una silenciosa comunicación entre ambos que inquietó a
June. Y entonces Michelle apareció en el vestíbulo y de pronto quedó todo resuelto.
— ¿Quieres ir en una visita a domicilio? —oyó June que Carson preguntaba a su
hija.
— ¿De veras? —Michelle miró a su madre, luego se volvió hacia su padre con los
ojos resplandecientes.
—Según parece, el doctor Carson cree que podrías ser terapéutica para una de
nuestras pacientes.
— ¿Quién? —preguntó ansiosamente Michelle.
—Sally Carstairs. Tiene más o menos tu misma edad y le duele un brazo. El
doctor Carson quiere usarte como analgésico.
Michelle miró a su madre como pidiendo permiso. Pero June vaciló un momento.
— ¿No está enferma?
— ¿Sally? —dijo Carson—. Dios santo, no. Solamente le duele el brazo, pero si
usted quiere que Michelle se quede aquí...
—No... llévenla, por supuesto. Es hora de que conozca a una niña de su misma
edad. En las dos últimas semanas, la única persona a quien ha visto es Jeff Benson.
—Que es un muchacho muy correcto —señaló Cal.
—No dije que no lo fuera, pero una muchacha necesita también amigas.
Michelle se dirigió a la escalera.
—Enseguida vuelvo.
Desapareció escaleras arriba y un momento más tarde reapareció con su
cartapacio verde bajo el brazo.
— ¿Qué es eso? —preguntó Josiah Carson.
—Una muñeca —explicó Michelle—. La encontré arriba, en mi ropero. Pensé que
tal vez a Sally le guste verla.
— ¿Aquí? —preguntó Carson—. ¿La encontraste aquí?
—Sí. Es realmente vieja.
—De pronto la cara de Michelle se nubló, y preocupada miró a Carson—.
Supongo que pertenecerá a su familia, ¿verdad?
—Pues no lo sé —replicó Carson—. ¿Por qué no me dejas verla?
Michelle abrió el cartapacio y sacando la muñeca, la ofreció a Carson, quien la
miró, pero no la tomó.
—Interesante —comentó—. Tal vez haya pertenecido a algún miembro de la
familia, pero es la primera vez que la veo.
—Si la quiere, se la doy —dijo Michelle, con evidente expresión de desilusión.
— ¿Y qué podría hacer yo con ella? —replicó Carson — . Guárdatela y disfruta de
ella. Y mantenla en casa.
June miró bruscamente al anciano doctor.
— ¿Que la mantenga en casa? —repitió.
Estaba segura de que Carson vaciló, pero cuando éste habló, su tono fue
ingenuo.
—Es una hermosa muñeca, y evidentemente una antigüedad. No creo que
Michelle quiera que le ocurra nada, ¿verdad?
—Se apenaría mucho —admitió Cal—. Llévala de vuelta a tu cuarto, linda, y
entonces partiremos. Josiah, ¿lo seguimos?
—Perfecto. Aguardaré en mi automóvil.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Se despidió de June y luego dejó solos a los Pendleton. Cal abrazó rápidamente a
June.
—Ahora, no hagas nada indebido. No quiero estar toda la noche levantado,
contigo de parto.
—No te preocupes, lavaré los platos y luego me iré a la cama con un buen libro —
respondió June, mientras Cal iba hacia la puerta y Michelle bajaba de nuevo las
escaleras.
—Tengan cuidado —agregó de pronto y Cal se volvió.
— ¿Que tengamos cuidado? ¿Qué podría ocurrir?
—No sé —replicó June —. Nada, supongo. Pero de todos modos tengan cuidado,
¿de acuerdo?
Esperó junto a la puerta abierta hasta que ellos se marcharon; luego comenzó a
despejar lentamente la mesa. Cuando terminó, ya sabía qué la estaba
importunando.
Era Josiah Carson.
A June Pendleton simplemente no le agradaba él, pero aún no sabía con certeza
por qué.
Josiah Carson conducía con rapidez, tan familiarizado con las calles de Paradise
Point que no necesitaba concentrarse en la ruta. En cambio, se preguntaba qué iba
a ocurrir cuando Cal Pendleton tuviera que examinar a Sally Carstairs. Sabía que
Cal venía evitando a los niños desde aquel día en Boston, la primavera anterior.
Pero esa noche, Josiah iba a averiguar cuan deteriorado estaba Cal Pendleton. ¿Se
dejaría llevar por el pánico? ¿Lo paralizarían los recuerdos de lo sucedido en
Boston? ¿O habría recobrado su confianza? Josiah lo sabría pronto. Se detuvo
frente a la casa de los Carstairs y esperó a que Cal se detuviera detrás de él.
Encontraron a Fred y Bertha Carstairs, una pareja de poco más de cuarenta años
y aspecto próspero, nerviosamente sentados junto a la mesa de su cocina. Carson
hizo las presentaciones; luego se frotó las manos con vivacidad.
—Bueno, empecemos —dijo—. Michelle, ¿por qué no haces compañía a la
señora Carstairs aquí en la cocina, por si acaso tenemos que cortarle el brazo a
Sally?
Y sin esperar respuesta se volvió, conduciendo a Cal hacia un dormitorio situado
en los fondos de la casa.
Sally Carstairs estaba sentada en su cama, con un libro en precario equilibrio en
el regazo y el brazo derecho flojamente extendido al costado. Cuando vio a Josiah
Carson, sonrió débilmente.
—Me siento muy tonta —empezó.
—Estabas tonta el día en que te traje al mundo —respondió Carson, impertérrito
—, ¿por qué iba a ser distinto hoy?
Sin hacer caso de sus bromas Sally se volvió hacia Cal.
— ¿Es usted el doctor Pendleton?
Cal asintió con la cabeza, sin poder hablar momentáneamente. Su visión pareció
nublarse, y en la cama el rostro dé Sally Carstairs fue reemplazado de pronto por
otro... el rostro de un niño de la misma edad, también en cama, también dolorido.
Cal sintió que el estómago le daba vueltas, y los inicios del espanto brotaron en su
interior. Pero se defendió de él obligándose a guardar calma, mientras procuraba
concentrarse en la niña acostada.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Tal vez usted pueda enseñar a tío Joe a ser médico —estaba diciendo ella—.
Y luego obligarlo a jubilarse.
—Ya te jubilaré yo, jovencita —rió Carson—. Ahora dime, ¿qué pasó?
Sally dejó de sonreír y se mostró pensativa.
—No estoy segura. Tropecé en el patio y me pareció que golpeaba el brazo en
una piedra... —empezó.
—Pues veámoslo —dijo Carson tomando suavemente el brazo de Sally con sus
grandes manos. Enrolló la manga de la niña y escudriñó con cuidado su brazo. No
había rastros de contusión—. No debe de haber sido una piedra muy grande —
comentó.
—Por eso me siento tonta —dijo Sally—. No había ninguna piedra. Yo estaba en
el prado.
Carson se apartó y Cal Pendleton se inclinó para examinar el brazo. Hurgó con
vacilación, sintiendo los ojos de Carson que lo observaban.
— ¿Te duele aquí? Sally asintió con la cabeza.
— ¿Y aquí, qué me dices?
Una vez más, Sally asintió. Cal continuó hurgando. Todo el brazo de Sally desde
el codo hasta el hombro, estaba dolorido al tocarlo él. Finalmente se enderezó y se
obligó a mirar a Carson.
—Podría ser una tercedura —dijo con lentitud.
Carson elevó las cejas, sin comprometer opinión. Luego volvió a bajar
cuidadosamente la manga de Sally.
— ¿Te duele mucho? —preguntó. Sally lo miró enfurruñada.
—Pues no me voy a morir —dijo—. Pero no puedo hacer nada, tampoco. ,
Carson le sonrió, apretándole la mano sana.
—Te diré qué haremos. El doctor Pendleton y yo hablaremos un rato con tus
padres, y para ti trajimos una sorpresa.
De pronto Sally se mostró ansiosa.
— ¿De veras? ¿Qué es?
—No qué... sino quién. Parece que el doctor Pendleton trajo consigo a su
ayudante, y resulta ser de tu misma edad.
Y acercándose a la puerta del dormitorio, llamó a Michelle. Un instante más tarde
Michelle entraba en la habitación, vacilante. Al entrar se detuvo y miró tímida mente a
Cal. Su padre presentó a las dos niñas; luego los adultos las dejaron solas para que
trabaran conocimiento.
—Hola —dijo Michelle algo indecisa.
—Hola —replicó Sally. Hubo un silencio, y luego: — Puedes sentarte en la cama
si quieres.
Michelle se apartó de la puerta, pero antes de llegar a la cama se detuvo de
pronto, con los ojos fijos en la ventana.
— ¿Qué pasa? —preguntó Sally.
Michelle sacudió la cabeza.
—No sé. Me pareció ver algo.
— ¿Afuera?
—Aja.
Sally trató de darse vuelta en la cama pero el dolor se lo impidió.
— ¿Qué era?
—No sé —respondió Michelle. Luego se encogió de hombros—. Fue como una
sombra.
—Ah, eso es el olmo. Me asusta a cada rato.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Sally palmeó la cama y Michelle se instaló cautelosamente a los pies. Pero sus
ojos permanecieron fijos en la ventana.
—Debes de parecerte a tu madre —dijo Sally.
— ¿Eh? —Sorprendida por la observación, Michelle apartó finalmente la mirada
de la ventana y encontró los ojos de Sally.
—Dije que debes de parecerte a tu madre. Por cierto que no te pareces a tu
padre.
—Tampoco me parezco a mamá. Soy adoptada.
— ¿De veras? —exclamó Sally boquiabierta. En su voz hubo un tono de
respetuoso asombro que casi hizo reír a Michelle.
—Bueno, no es gran cosa.
—Creo que sí —dijo Sally—. Me parece sensacional.
— ¿Por qué?
—Bueno, quiero decir, podrías ser cualquiera, ¿verdad? ¿Quiénes crees que
fueron tus verdaderos padres?
Era una conversación que Michelle había tenido antes con sus amigos en Boston
y jamás había podido comprender el interés de ellos por el tema. Por cuanto a ella
se refería, sus padres eran los Pendleton y nada más. Pero en vez de tratar de
explicar todo esto a Sally cambió de tema.
— ¿Qué le pasa a tu brazo?
Sally, fácilmente distraída del tema de los ancestros de Michelle, giró los ojos
hacia arriba en una expresión de disgusto.
—Tropecé y me lo torcí o algo así, y ahora todos están alborotando mucho por
eso.
—Pero ¿no te duele? —preguntó Michelle.
—Un poquito —admitió Sally sin querer demostrar su dolor—. ¿Realmente
eres ayudante de tu padre?
Michelle sacudió la cabeza.
—El doctor Carson le pidió que me trajera —sonrió—. Me alegro de que lo haya
hecho.
—También yo —admitió Sally—. El tío Joe es sensacional en eso.
—¿Es tu tío?
—En realidad, no. Pero todos los chicos lo llaman tío Joe. El ayudó a traernos al
mundo a casi todos. —Tras una pausa Sally miró tímidamente a Michelle.— ¿Podría
ir alguna vez a tu casa?
—Claro. ¿Nunca estuviste en ella?
Sally sacudió la cabeza.
—Tío Joe nunca recibió a nadie allí. Realmente era muy misterioso con respecto
a esa casa... decía siempre que la iba a demoler, pero nunca lo hizo. Y luego,
después de lo sucedido la primavera pasada, todos estaban seguros de que la
demolería. Pero supongo que sabes todo sobre eso, ¿o no?
— ¿Saber sobre qué? —preguntó Michelle.
Los ojos de Sally se dilataron.
— ¿Quieres decir que nadie te habló de Alan Hanley? Alan Hanley. Así se
llamaba aquel muchacho en el hospital de Boston.
— ¿Qué pasa con él?
—Tío Joe le pagó para que hiciese algo en el techo... arreglar unas tejas o algo
así, creo. Y él se cayó. Lo llevaron a Boston, pero igual se murió.
—Ya sé —respondió lentamente Michelle. Luego agregó:— ¿Ese muchacho, se
cayó de nuestra casa?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Magnífico —replicó Cal, antes de volverse hacia Carson—. ¿Nos veremos por
la mañana?
El anciano doctor asintió con la cabeza; un momento más tarde Cal y Michelle se
despedían de los Carstairs. Pero cuando abrían la portezuela del automóvil, Cal tuvo
una sensación peculiar y volvió a mirar hacia la puerta principal de los Carstairs. Allí,
como una oscura sombra contra las luces de adentro, se alzaba la alta figura de
Josiah Carson. Aunque no podía ver en la oscuridad los ojos del anciano, Cal supo
que estaban fijos en él. Podía sentirlos penetrar en él, examinándolo. Presa de un
repentino escalofrío, entró en el automóvil con rapidez y cerró con fuerza la
portezuela. Puso el motor en marcha. Luego, impulsivamente, se estiró y palmeó
una pierna a Michelle.
—No te desilusiones demasiado si Sally no viene mañana, princesa —dijo con
suavidad.
— ¿Por qué? —preguntó Michelle con cara llena de preocupación—. ¿Realmente
le pasa algo malo?
—No lo sé —replicó Cal—. Ninguno de nosotros pudo hallar nada particularmente
mal.
—Puede que se lo haya torcido, como dijiste tú —sugirió Michelle.
— Eso dañaría el codo o el hombro, según cuál se hubiera torcido. Pero el dolor
parece estar entre las articulaciones, no en ellas.
— ¿Qué van a hacer?
— Esperar hasta la mañana —repuso Cal—. Si no mejora mucho, cosa que no
creo, le haremos algunas radiografías. Me temo que podría haber una fractura muy
fina.
Aceleró el motor y partió. Michelle se dio vuelta para contemplar la casa.
Algo atrajo su mirada... un movimiento, o una sombra, muy cerca de la casa. Tuvo
una sensación... la misma sensación que había tenido antes en el cuarto de Sally.
La sensación de que alguien estaba allí. Nada que ella pudiera ver ni oír, pero algo
que podía intuir. Y no era, de eso estaba segura, ningún olmo.
— ¡Papá! ¡Deten el automóvil!
De modo reflejo, el pie de Cal se movió hacia el freno. El auto se detuvo con
rapidez.
— ¿Qué ocurre?
Michelle seguía con la vista fija en la casa de los Carstairs. Los ojos de Cal
Pendleton siguieron a los de su hija. En la oscuridad no pudieron ver nada.
— ¿Qué pasa? —volvió a preguntar.
—No estoy segura —dijo Michelle—. Me pareció ver algo.
— ¿Qué cosa?
—No lo sé —repuso Michelle, vacilante—. Me pareció que había alguien allí...
— ¿Dónde?
—En la ventana. En la ventana de Sally. Por lo menos creo que era la ventana de
Sally.
Cal Pendleton arrimó el automóvil y detuvo el motor.
—Quédate aquí. Iré a mirar —bajó del coche, cerró la portezuela y empezó a
recorrer los pocos pasos que lo separaban de la casa; luego volvió al automóvil—.
Princesa... cierra bien la portezuela ¿quieres? y quédate en el coche.
Michelle lo miró con disgusto.
—Oh, papá, por amor de Dios, esto es Paradise Point, no Boston.
—Pero creíste ver algo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
CAPÍTULO 4
Michelle devoraba con los ojos todos los detalles de la escuela de Paradise Point,
mientras esperaba la llegada de Sally Carstairs. No se parecía en nada a Harrison...
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
comprendía que había cometido un error. Y además, Susan no parecía ser la clase
de muchacha capaz de olvidarlo. Michelle comenzó a preguntarse qué podría hacer
para corregir la situación.
Al sonar la campana, Corinne se levantó y enfrentó a la clase.
— Este año tenemos con nosotros una nueva alumna —dijo—. Michelle, ¿quieres
ponerte de pie? —Sonrió alentadoramente a Michelle que enrojeció, vaciló un
momento y luego, titubeando, se incorporó junto a su asiento—. Michelle viene de
Boston y me imagino que esta escuela debe parecerle muy extraña.
— Es agradable declaró Michelle—. No se parece en nada a las escuelas de
Boston.
—¿Quieres decir que esas no son agradables? —se burló Sally.
Michelle enrojeció todavía más.
—No quise decir eso... —empezó—. Señorita Hatcher —suplicó—, no quise decir
que no me gustara la escuela en Boston...
—Estoy segura de que no quisiste decir eso —intervino Corinne con rapidez—.
¿Por qué no te sientas, así dejamos que todos se te presenten?
Con gratitud Michelle se hundió de nuevo en su asiento y se inclinó para mirar
furiosa a Sally quien a su vez le sonreía traviesamente. Cuando su sentido del
humor superó a su vergüenza, Michelle empezó a reírse entre dientes, pero se
detuvo con presteza al oír una voz detrás de ella.
—Dije que me llamo Susan Peterson —repitió sonoramente la voz.
Michelle se volvió, y al ver la expresión enojada de Susan, se sintió enrojecer de
nuevo. Rápidamente miró al frente del aula, segura de haberse hecho
accidentalmente una enemiga, y deseando otra vez no haberse dejado atrapar en la
artimaña de Sally.
"Pero yo no quise perjudicar a nadie" se dijo. Procuró concentrarse en lo que
decía la señorita Hatcher, pero durante la primera hora no hizo más que recordar los
ojos coléricos de Susan Peterson clavados en ella. Cuando finalmente sonó la
primera campana de recreo, Michelle vaciló, luego se acercó al escritorio de la
maestra.
— ¿Señorita Hatcher? —titubeó. Corinne la miró sonriendo.
—¿Ocurre algo? —preguntó, inquieta al ver la expresión preocupada de Michelle.
—Estaba pensando... ¿podría cambiar de asiento?
— ¿Ya? Pero sólo has estado en él dos horas.
—Lo sé —repuso Michelle. Arrastró los pies, incómoda, preguntándose cómo
decir a la maestra lo sucedido; luego soltó toda la historia—. Iba a ser una broma...
es decir, Sally me dijo que a Susan Peterson le gusta Jeff Benson y pensó que sería
gracioso que ocupáramos los asientos junto a Jeff para que Susan no pudiera
sentarse al lado de él. Y yo le hice caso —continuó Michelle, a punto de llorar—. No
quise que Susan se enojara conmigo... es decir, ni siquiera la conozco y... y...
Su voz se apagó désvalidamente.
—Está bien —le dijo Corinne con dulzura—. Sé cómo pueden ocurrir cosas así,
especialmente cuando todo es nuevo y desconocido. Ve afuera y cuando vuelvas,
cambiaré de asiento a todos. —Hizo una pausa un momento y luego agregó:—
¿Con quién te gustaría sentarte?
—Pues... con Sally, creo, o con Jeff. Son las únicas personas que conozco.
—Veré qué puedo hacer —prometió Corinne Hatcher—. Ahora, anda... quedan
solo diez minutos.
Nada segura de haber hecho lo debido, Michelle salió lentamente al patio de la
escuela. Bajo un arce grande, en un grupo, Sally Carstairs, Susan Peterson y Jeff
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
rostro que había estado buscando. Michelle Pendleton cruzaba de prisa el pasillo
con otra muchacha, a quien él reconoció como Sally Carstairs, y al pasar lo miró
tímidamente. Cuando ella salió del edificio, la pudo ver susurrando algo a su amiga.
Con pensativa expresión, Tim volvió a entrar en su oficina, tomó una carpeta, la
puso en su archivo, después cerró con llave la puerta de la oficina antes de
encaminarse al aula de Corinne Hatcher.
—Y así comienza —dijo con voz solemne—. Otro año de jóvenes mentes que
moldear, futuros a los cuales dar forma...
—Oh, cállate —rió Corinne—. Ayúdame a ordenar esto, así podremos salir de
aquí.
Tim se dirigió al frente de la habitación; luego se detuvo bruscamente al ver el
diagrama de asientos, apoyado todavía en la pizarra.
— ¿Qué es esto? —exclamó con voz levemente burlona—. ¿Un diagrama de
asientos en el aula de Corinne Hatcher, defensora de la libertad de elección? Una
ilusión más destrozada.
—Hoy hubo un problema —suspiró Corinne—. Este año tenemos una nueva
alumna, y al parecer, estuvo por comenzar mal. Por eso traté de corregir la situación
antes de que las cosas se salieran de su cauce.
Le dio los detalles de lo sucedido esa mañana. Cuando terminó, Hartwick dijo: —
Acabo de verla.
— ¿La viste? —preguntó Corinne, mientras apilaba los papeles sobre su escritorio
—. Es bonita, ¿verdad? y además, parece ser inteligente, ansiosa por agradar y
cordial. No es lo que se esperaría viniendo de Boston en esta época. —
Repentinamente arrugó el entrecejo, mirando a Tim con curiosidad—. ¿Cómo dices
que acabas de verla? ¿Acaso sabes cuál es su aspecto?
—Esta mañana encontré en mi escritorio un legajo... la documentación de
Michelle Pendleton. ¿Quieres verla?
—De ninguna manera —repuso Corinne—. Trato de no ver nunca la
documentación hasta que hay alguna razón para hacerlo.
Pensaba que Tim dejaría el tema, pero no lo hizo.
—Es casi demasiado buena para ser verdad —dijo él—. No presenta ni una sola
marca en contra.
Corinne se preguntó adonde quería llegar él.
— ¿Es tan raro eso? Recuerdo muchos alumnos de aquí cuyos antecedentes son
inmaculados.
Tim asintió con la cabeza.
—Pero esto es Paradise Point, no Boston. Es casi como si Michelle Pendleton
hubiese estado viviendo sin percibir lo que la rodea. ¿Sabías que es adoptada? —
agregó tras una pausa.
Corinne cerró los cajones de su escritorio. ¿Adonde quería llegar él?
— ¿Debía saberlo acaso?
—En realidad, no. Pero lo es. Y además, lo sabe.
— ¿Eso es inusitado?
—Un poco. Pero lo decididamente inusitado es que evidentemente ella nunca ha
tenido ninguna reacción al respecto. Por cuanto pudieron ver sus maestros, siempre
lo ha aceptado como una simple circunstancia de la vida.
—Pues me alegro por ella —dijo Corinne, mostrando en su voz algunas huellas
del fastidio que empezaba a sentir. ¿Adonde diablos quería llegar Tim? La respuesta
vino casi inmediatamente.
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—Esto me encanta... ¡de veras que sí! —exclamó Michelle, repitiendo, sin
saberlo, las palabras que acababa de pronunciar su maestra.
Junto a ella, Sally Carstairs y Jeff Benson cambiaron una mirada y giraron los ojos
hacia arriba, disgustados.
—Este pueblo es un estanque —se quejó Jeff—. Aquí nunca pasa nada.
— ¿Adonde preferirías vivir? —lo interpeló Michelle.
— En Wood's Hole —anunció Jeff sin vacilar.
— ¿Wood's Hole? —repitió Sally—. ¿Qué es eso?
—Quiero ir a la escuela allá —dijo plácidamente Jeff—. Al instituto de
Oceanografía.
— ¡Qué aburrido! —exclamó Sally con vivacidad—. Y probablemente no sea
diferente de Paradise Point. Estoy impaciente por irme de aquí.
—Lo más probable es que no lo hagas —se burló Jeff—. Seguramente morirás
aquí, como todos los demás.
—No, yo no —insistió Sally—. Tú espera, nada más, ya verás.
Los tres iban caminando por el risco. Cuando estaban cerca del domicilio de los
Pendleton, Michelle preguntó a Jeff si quería ir con ella a su casa.
Al mirar hacia la suya, Jeff vio a su madre de pie en la puerta observ ándolos.
Entonces desvió la mirada, que pasó por el antiguo cementerio hasta detenerse en
el techo de la casa de los Pendleton, apenas visible detrás dé los árboles. Recordó
todo lo que su madre le había dicho con respecto al cementerio y a aquella casa.
—Me parece que no —decidió—. Prometí a mamá que cortaría el césped esta
tarde.
—Oh, vamos —le insistió Michelle—. Nunca vienes a mi casa.
—Lo haré —repuso Jeff—. Pero hoy no. Es que... es que no tengo tiempo.
Un brillo travieso apareció en los ojos de Sally, que codeó a Michelle antes de
preguntar con voz cuidadosamente inocente:
— ¿Qué ocurre? ¿Acaso le tienes miedo al cementerio?
—No, no le tengo miedo al cementerio —respondió bruscamente Jeff.
Ya estaban frente a su casa y él se disponía a entrar por la calzada. Sally lo
detuvo con sus palabras hirientes, aunque las dirigió a Michelle.
—Se supone que hay un fantasma en el cementerio. Es probable que Jeff le
tenga miedo.
— ¿Un fantasma? —repitió Michelle—. Nunca oí decir eso.
—De todos modos, no es cierto —le dijo Jeff—. He vivido acá toda mi vida, y si
hubiera un fantasma, yo lo habría visto, y no lo vi, así que no hay ningún fantasma.
—Que tú lo digas no quiere decir que sea así —adujo Sally.
—Y que tú digas que hay un fantasma tampoco quiere decir que lo haya —replicó
Jeff—. Hasta mañana.
Dándose vuelta, entró por la calzada; luego saludó con la mano a Michelle cuando
ella le gritó "adiós". Cuando él desapareció dentro de su casa, las dos niñas
continuaron su paseo, saliendo del camino, a instancias de Sally, para seguir la
senda que bordeaba la orilla del risco. De pronto Sally se detuvo y sujetó a Michelle
con un brazo mientras con el otro señalaba—. ¡Allí está el camposanto! ¡Entremos!
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CAPITULO 5
Sally iba adelante cuando las dos niñas abandonaron el sendero y se dirigieron
hacia la ruinosa cerca que rodeaba el cementerio.
Era un solar diminuto, de apenas quince metros cuadrados, y las tumbas parecían
olvidadas. Muchas lápidas habían sido derribadas, o habían caído, y casi todas las
que seguían en pie tenían un aspecto inestable, como si solo esperaran una buena
tormenta para abandonar su solitaria custodia de los muertos. Un roble dañado por
los rayos, seco desde hacía mucho, se erguía esqueléticamente en el centro del
solar, extendiendo desamparadamente sus ramas hacia el cielo. Era un lugar
siniestro, y Michelle vacilaba en entrar.
—Ten cuidado —advirtió Sally a Michelle—. Hay clavos que sobresalen y no se
los ve entre la maleza.
—¿Nadie se ocupa de este lugar? —preguntó Michelle—. Los cementerios de
Boston nunca tienen este aspecto.
—No creo que a nadie le importe ya —respondió Sally—. Tío Joe dice que a él ni
siquiera lo enterrarán aquí... dice que hacerse enterrar es una pérdida de tiempo y
no hace más que ocupar mucho terreno que podría usarse para otra cosa. Una vez
amenazó inclusive con retirar todas las lápidas y dejar que el pasto creciera aquí.
Michelle se detuvo mirando a su alrededor.
—Más valdría que lo hubiera hecho —comentó—. Esto da escalofríos.
Michelle esquivó la maraña de malezas al cruzar el camposanto.
— Espera a ver lo que hay por aquí.
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Michelle estaba por seguirla cuando de pronto sus ojos se posaron en una de las
lápidas. Se alzaba en un ángulo extraño, como si estuviese por caer bajo su propio
peso. Lo que había atraído los ojos de Michelle era la inscripción. La volvió a leer:
—¿Sally?
Delante de ella, Sally Carstairs se detuvo y se volvió para ver qué había ocurrido.
—¿Alguna vez viste esto? —continuó Michelle, señalando una lápida.
Ya antes de regresar a mirar, Sally supo cuál era. Segundos más tarde estaba de
pie junto a Michelle, contemplando con fijeza la extraña inscripción.
— ¿Qué significa? —preguntó Michelle.
— ¿Cómo voy a saberlo?
— ¿Lo sabe alguien?
—Lo ignoro —repuso Sally—. Una vez le pregunté a mi madre pero tampoco ella
sabía. Fuera lo que fuese, sucedió hace cien años.
—Pero es horripilante —dijo Michelle—. ¡"Muerta en el pecado"! ¡Suena tan... tan
puritano!
—Y bueno, ¿qué esperabas tú? ¡Esto es Nueva Inglaterra!
—Pero, ¿quién fue ella?
—Una antepasada del tío Joe, supongo. Todos los Carson lo fueron. —Tomó el
brazo a Michelle y la tironeó diciendo:— Ven conmigo... la que yo quería mostrarte
está allá, en el rincón.
De mala gana, Michelle se dejó apartar de la extraña sepultura, pero mientras se
abría paso a través del cementerio, seguía pensando en la peculiar inscripción.
¿Qué podía querer decir? ¿Quería decir algo? Entonces Sally se detuvo señalando.
—Allí —susurró a Michelle—. Mira eso.
Los ojos de Michelle exploraron el terreno adonde señalaba Sally. Al principio no
vio nada. Luego, casi perdida bajo las zarzas, vio una pequeña losa de piedra. Se
arrodilló y apartó a un costado las espinosas ramas, quitando el polvo de la piedra
con la mano libre.
Era un simple rectángulo de granito, sin adornos y gastado por los años. En él se
leía una sola palabra:
AMANDA
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tarde que se juntaba en el aire, sobre el mar. Después abrió la puerta de un tirón y
entró en pos de Sally.
—Papá...
Los Pendleton se hallaban reunidos en la sala delantera, en una habitación que
habían adoptado rápidamente como guarida familiar, debido a que la sala de recibo
por ser demasiado grande y oscura, no era de su agrado. Cal Pendleton estaba
sentado en su sillón grande, con los pies apoyados en un escabel, y Michelle
estirada en el suelo, cerca de él, con un libro abierto delante. Estaba apoyada en los
codos, con la barbilla descansando en las palmas de sus manos; Cal no podía
entender cómo no le dolía el cuello. "La flexibilidad juvenil", decidió. En un sillón
antiguo de aspecto espantosamente duro, al lado de la chimenea, June tejía
laboriosamente un abrigo para el futuro hijo, alternando las rayas —azules y rosadas
— para mayor seguridad.
— ¿Qué? —repuso Cal, todavía concentrado en la revista médica que estaba
leyendo.
— ¿Crees en los fantasmas?
Cal apartó la mirada de la página que venía leyendo. Mirando a su esposa, vio
que June había abandonado su tejido. Con una sonrisa vacilante, se volvió hacia su
hija.
— ¿Si creo en qué? —preguntó.
— ¿Crees en fantasmas?
La sonrisa de Cal se apagó al comprender que Michelle hablaba en serio. Cerró
entonces la revista, preguntándose qué había originado una pregunta tan extraña.
— ¿No hablamos de eso hace cinco años? —preguntó con indulgencia—.
¿Alrededor de —la misma época en que hablamos de Santa Claus y el conejo de
Pascua?
—Bueno, tal vez no fantasmas —titubeó Michelle—. No como esos, de todas
maneras. Espíritus, supongo.
— ¿De qué estás hablando? —intervino June. Michelle empezó a sentirse tonta.
En ese momento, en la tibieza y la comodidad del cuchitril, las ideas que la habían
preocupado toda la tarde parecían necias. Tal vez no habría debido mencionarlas
para nada. Reflexionó un momento, luego decidió contarles lo sucedido.
— ¿Conocen ese viejo camposanto que está entre aquí y la casa de los Benson?
—empezó—. Sally me lo mostró hoy.
—No me digas que viste fantasmas en el camposanto —exclamó Cal.
—No, no los vi —repuso Michelle desdeñosamente—. Pero allí hay una lápida
extraña. Tiene... tiene el nombre de mi muñeca antigua.
— ¿Amanda? —dijo June—. Sí que es extraño.
Michelle asintió con la cabeza.
—Y dice Sally que en esa tumba no hay ningún cuerpo. Dice que Amanda fue una
niña ciega que se cayó del risco hace mucho tiempo.
Vaciló un instante, sin saber bien si debía continuar. Intuyendo su indecisión, Cal
la apremió.
— ¿Qué más dijo Sally?
—Dijo que algunos chicos creen que el fantasma de Amanda sigue estando por
aquí —respondió Michelle con voz queda.
—No le creíste, ¿o sí? —preguntó CaL
—No... —repuso Michelle, pero en su tono de voz se notó que río estaba segura.
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—Véngase aquí. Hágase cargo de una clientela pequeña, poco exigente, que le
entregará un viejo médico cansado. Aléjese de la presión de la Clínica General de
Boston. Usted está asustado ahora, doctor Pendleton...
—Me llamo Cal.
—Cal, pues. Como quiera que sea, está asustado. Cometió un error y cree que
cometerá más. Y si se queda en la Clínica General de Boston, los cometerá. El
mismo miedo lo obligará a hacerlo. Pero si viene usted aquí, podré ayudarlo. Y usted
podrá ayudarme a mí. Quiero abandonar, Cal. Quiero abandonar a mi clientela y
quiero abandonar mi casa. Y quiero vendérselo todo a usted. Créame; haré que
valga la pena para usted.
Para Cal, todo eso tenía sentido. Una clientela tranquila, con la cual no sucedía
gran cosa.
Y no había gran cosa que pudiera andar mal.
Ni mucho espacio para cometer errores.
Tiempo de sobra para pensar cada caso y para asegurarse de que lo manejara
bien.
Y nadie cerca para darse cuenta de que ya no se sentía competente para ser
médico. Nadie, salvo Josiah Carson, c|ue lo comprendía y simpatizaba con él.
Así habían llegado a Paradise Point, aunque inicialmente June había estado en
contra. Cal recordó sus palabras cuando él le había explicado la idea.
—Pero, ¿por qué la casa? Entiendo por qué quiere ceder su clientela, pero ¿por
qué insiste en que tomemos la casa también? Es demasiado grande para nosotros...
¡No necesitamos tanto lugar!
—Lo sé —replicó Cal—. Pero nos la vende barata y es un excelente negocio.
Creo que deberíamos considerarnos afortunados.
—Es que no tiene ningún sentido —se quejó June—. A decir verdad, es casi
morboso. Estoy segura de que él quiere desprenderse de esa casa debido a lo que
le sucedió a Alan Hanley. ¿Por qué está tan ansioso de que la ocupemos nosotros?
Para lo único que servirá es para que tú también recuerdes constantemente a ese
niño. Es una locura, Cal. El pretende algo de ti. No sé qué es, pero recuerda lo que
te digo. Algo va a suceder.
Pero hasta entonces no había sucedido gran cosa.
Un mal momento con Sally Carstairs, pero él lo había superado.
Y ahora su hija empezaba a tener pesadillas.
CAPITULO 6
Sus ojos se pasearon intranquilos por el estudio. Estaba satisfecha con lo que
había logrado en tan poco tiempo: los últimos desechos viejos ya no estaban, las
paredes habían sido fregadas y vueltas a pintar, y el ribete verde había recuperado
su alegría originaria. Sus utensilios estaban ordenadamente guardados bajo el
mostrador, y en el armario había instalado un bastidor que le permitía tener sus telas
verticales y separadas. Ahora, lo único que le hacía falta era dejar de preocuparse y
empezar a pintar.
Estaba por intentarlo una vez más, cuando hubo un fugaz movimiento del otro
lado de la ventanita que había en el costado del edificio; después un golpecito en la
puerta.
— ¿Hola? —preguntó una voz de mujer, vacilante, casi tímida, como si la persona
que había llegado a la puerta hubiera estado a punto de irse otra vez sin anunciarse
en absoluto.
June iba a levantarse para abrir la puerta, luego cambió de idea.
—Entre —gritó—. Está abierto.
Hubo una ligera pausa; después la puerta se abrió y una mujer menuda, con el
cabello pulcramente recogido en un rodete y el vestido cubierto con un delantal
floreado, entró titubeante en el estudio.
—Ah, ¿está trabajando? —preguntó la mujer, disponiéndose a retroceder y salir
—. Lo lamento terriblemente... no quise molestarla.
—No, no —protestó June poniéndose de pie—. Entre, por favor. La verdad es que
estaba solamente pensando.
Una extraña expresión pasó por el rostro de la mujer. ¿Era desaprobación? Luego
desapareció rápidamente. Avanzó treinta o cuarenta centímetros en la habitación.
—Soy Constance Benson —dijo—. La madre de Jeff. De la casa vecina...
—¡Por supuesto! —replicó June con entusiasmo—. En realidad habría ido a
verla antes, pero temo que... —Interrumpió la frase, mirando irónicamente su
hinchado vientre de embarazada—. Pero realmente eso no es ninguna excusa,
¿verdad? Quiero decir que en realidad debería caminar cantidades enormes de
kilómetros cada día, y en cambio me quedo aquí sentada, pensando cosas. Bueno,
tres semanas más y el crío debe llegar. ¿Quiere usted sentarse?
Señaló un sofá que había sido rescatado del desván de la casa, pero la señora
Benson no se acercó a él. En cambio miró el estudio a su alrededor sin ocultar su
curiosidad.
—Por cierto que usted ha hecho maravillas con esto, ¿verdad? —comentó.
—Principalmente limpieza, nada más, y un poco de pintura —repuso June.
Entonces vio que la señora Benson miraba el suelo con fijeza—. Y por supuesto,
todavía me falta sacar esa mancha —agregó, en tono casi de disculpa.
—No cuente con ello —le dijo Constance Benson—. No sería usted la primera
que lo intentó, y no sería tampoco la última que fracasará.
— ¿Cómo dice? —preguntó June, confusa.
— Esa mancha estará allí, mientras este edificio esté aquí —dijo la señora
Benson enfáticamente.
—Pero ya ha desaparecido casi toda —protestó June—. Mi marido raspó la mayor
parte y parece estar desapareciendo con el fregado.
Constance Benson sacudió la cabeza dubitativamente.
—No sé —dijo—. Tal vez ahora que no hay ningún Carson aquí...
No dijo más, pero siguió arrugando el entrecejo.
—No entiendo —repuso June débilmente—. ¿Qué es la mancha? ¿Acaso
sangre?
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—Tal vez —replicó Constance Benson—. No creo que nadie pueda decirlo con
seguridad, después de tantos años. Pero si alguien lo sabe, habría que
preguntárselo al doctor Carson.
—Comprendo —dijo June, sin comprender nada en realidad—. Supongo que
entonces debo preguntárselo a él, ¿no es así?
—A decir verdad, vine a verla con respecto a esas niñas —anunció la señora
Benson.
Ahora tenía los ojos firmemente clavados en June. En ellos había algo casi
acusatorio, y June se preguntó si Michelle y Sally habrían molestado de algún modo
a Constance Benson.
— ¿Se refiere usted a Michelle y a Sally Carstairs?
Al ver la expresión preocupada de June, la señora Benson sonrió levemente; era
la primera vez que expresaba afecto desde su llegada al estudio. De pronto su cara
fue casi linda.
—No se preocupe —se apresuró a decir—. Ellas no han hecho nada malo. Solo
quise prevenirla.
— ¿Prevenirme? —preguntó June, ya totalmente desconcertada.
—Se trata del cementerio —continuó Constance——. El viejo cementerio de los
Carson que está entre esta casa y la mía...
June asintió con la cabeza.
—Vi a las niñas jugando allí ayer por la tarde. Niñas tan bonitas las dos.
—Gracias.
— Estaba por salir a hablarles yo misma cuando se fueron, por eso decidí no
ocuparme del asunto hasta esta mañana.
— ¿Ocuparse de qué? —preguntó June, deseosa de que se explicara.
—Para los niños no es seguro jugar allí .—declaró Constance Benson—. No es
nada seguro.
June miró extrañada a la señora Benson. Esto, decidió, era un poco demasiado.
Evidentemente, Coínstance Benson era la entrometida local. Eso debía hacer difícil
la vida a Jeff. Podía imaginarse a Constance planeando una objeción a todo lo que
Jeff quisiera hacer. Por su parte, ella podía simplemente ignorar a esa mujer.
—Bueno, admito que no creo que jugar en un cementerio sea la cosa más alegre
del mundo —dijo—. Pero no podría ser especialmente peligroso...
—Oh, no se trata del cementerio —dijo Constance con demasiada rapidez—. Se
trata de la tierra donde está el cementerio. No es estable.
—Pero ¿no es granito acaso? —preguntó June con soltura, sin dar indicios de
que había captado el evidente miedo de la otra mujer—. ¿Como éste, precisamente?
—Pues supongo que sí —repuso Constance, indecisa—. No sé mucho acerca de
esas cosas. Pero esa parte del risco caerá al mar uno de estos días, y yo no querría
que haya niños allí cuando eso ocurra.
—Entiendo —dijo June con voz indiferente—. Bueno, por cierto que diré a las
niñas que no jueguen más allí. ¿Quisiera usted una taza de café? Hay un poco en el
fogón.
—Creo que no —Constance miró el reloj que llevaba firmemente sujeto a la
muñeca izquierda—. Debo regresar a mi cocina. Estoy haciendo conservas, usted
sabe.
Lo dijo de un modo que dio a June la nítida impresión de que Constance Benson
estaba muy segura de que June no lo sabía pero debía saberlo.
—Bueno, venga usted cuando tenga más tiempo —dijo débilmente June—. O tal
vez podría ir yo a visitarla.
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—Pues eso sería agradable. —Las dos mujeres se hallaban entonces de pie,
junto a la puerta abierta del estudio, y Constance contemplaba con fijeza la casa—.
Linda casa ¿verdad? —comentó. Antes de que June pudiese responder agregó:—
Pero nunca me gustó realmente. No, nunca me gustó.
Y luego, sin despedirse, echó a andar resueltamente el sendero hacia su propio
hogar. June aguardó un momento, observándola; luego cerró suavemente la puerta.
Tenía la inequívoca sensación e que había terminado de pintar por ese día.
El sol del mediodía era cálido, y Michelle, a la sombra de un gran arce, comía su
merienda junto a Sally, Jeff, Susan y algunos condiscípulos más. Aunque Michelle
se empeñaba en hacerse amiga de Susan, ésta no quería saber nada. Ignoraba
completamente a Michelle, y cuando hablaba con Sally, era habitualmente para
criticarla. Pero Sally, con su carácter apacible, no parecía afectada por el manifiesto
rencor de Susan.
—Deberíamos hacer una merienda campestre —estaba diciendo Sally—. El
verano casi ha terminado, y dentro de un mes será demasiado tarde.
—Ya es demasiado tarde —declaró Susan Peterson con un tono de superioridad
que fastidió a Michelle aunque todos los demás parecieron no hacerle caso — . Mi
madre dice que cuando pasó el Día del Trabajo, ya no se hacen meriendas
campestres.
—Pero el tiempo sigue siendo bueno —insistió Sally—. ¿Por qué no hacemos uno
este fin de semana?
— ¿Dónde? —preguntó Jeff.
Si iba a ser en la playa, él iría sin falta. Fue como si Michelle hubiese oído sus
pensamientos.
— ¿Qué les parece la caleta, entre la casa de Jeff y la mía? —dijo—. Es
pedregosa, pero nunca hay nadie allí, y es tan linda. Además, si llueve, estaremos
cerca de casa, así podremos entrar.
— ¿Quieres decir bajo el camposanto? —preguntó Sally—. Eso sería siniestro.
Allí hay un fantasma.
—No lo hay —objetó Jeff.
—Tal vez lo haya —intervino Michelle. De pronto fue el centro de la atención;
hasta Susan Peterson se dio vuelta para mirarla con curiosidad—. Anoche soñé con
el fantasma —continuó, iniciando una vivida descripción de su extraña visión.
En la luminosidad del día, su terror la había abandonado, y quería compartir el
sueño con sus nuevos amigos. Absorta en el relato, no advirtió el silencioso cambio
de miradas de los demás. Cuando terminó nadie habló. Jeff Benson se concentró en
su emparedado, pero los demás niños seguían mirando fijamente a Michelle. De
pronto se sintió inquieta, preguntándose si debía haber mencionado siquiera la
pesadilla.
—Bueno, fue solo un sueño —dijo al prolongarse el silencio.
—¿Estás segura? —le preguntó Sally—. ¿Estás segura ce que no estabas
despierta todo el tiempo?
—Vamos, por supuesto que no —replicó Michelle. Auvirtió que algunos niños
cambiaban miradas suspicaces.— ¿Qué ocurre?
—Nada —dijo Susan Peterson con indiferencia—. Salvo que cuando Amanda
Carson se cayó del risco llevaba puesto un vestido negro y un bonete negro, igual
que la niña con que tú soñaste anoche.
— ¿Cómo lo sabes? —quiso saber Michelle.
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— ¿Qué le pasa a ésa? —dijo Susan Peterson una vez segura de que Michelle no
podía oírla.
Ahora sus amigos la miraron con extrañeza.
—¿Qué quieres decir con "qué le pasa a esa"? —preguntó Sally Carstairs—. ¡No
le pasa nada!
— ¿De veras? —dijo Susan, aparentemente fastidiada por la respuesta—. Ayer te
delató, ¿verdad? ¿Por qué crees tú que la señorita Hatcher cambió la distribución de
asientos? Fue porque Michelle le contó lo que hicieron ustedes ayer por la mañana.
— ¿Y qué? —replicó Sally—. Simplemente no quería que estuvieses enojada con
ella, nada más.
—Me parece que es hipócrita —dijo Susan—. Y no creo que debamos tener nada
que ver con ella.
—Eso es una maldad.
— No, no lo es. En ella hay algo realmente extraño.
— ¿Qué cosa?
La voz de Susan bajó hasta un susurro conspirativo.
—El otro día la vi con sus padres y los dos son rubios. Y cualquiera sabe que los
rubios no pueden tener hijos morenos.
—Gran cosa —dijo Sally—. Si quieres saberlo, es adoptada. Ella misma me lo
dijo. ¿Qué tiene eso de tan raro? Susan Peterson cerró los ojos.
—Vaya, eso lo explica.
— ¿Explica qué? —preguntó Sally.
—La explica a ella, por supuesto. Quiero decir que nadie sabe de dónde vino en
realidad, y mi madre dice que si no sabe nada sobre la familia de alguien, no sabe
nada sobre esa persona.
—Yo conozco a su familia —hizo notar Sally—. Su madre es muy simpática y su
padre me curó el brazo junto con tío Joe.
—Me refiero a su verdadera familia —insistió Susan, mirando con desprecio a
Sally—. El doctor Pendleton no es su padre. ¡Su padre podría ser cualquiera!
—Bueno, a mí me agrada —insistió Sally. Susan la miró con enojo.
—Pues claro... tu padre es portero, nada más. El padre de Susan Peterson era
dueño del banco de Paradise Point, y Susan nunca dejaba que sus amigos lo
olvidaran.
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Lastimada por la bajeza de Susan, Sally Carstairs hizo silencio. No era justo que
Susan le tuviese antipatía a Michelle solo porque era adoptada, pero Sally no sabía
con seguridad qué decir. Al fin y al cabo había conocido a Susan Peterson durante
toda su vida, y apenas empezaba a conocer a Michelle. "Bueno" decidió Sally, "no
diré nada. Pero tampoco dejaré de ser amiga de Michelle."
¿Y qué diablos podía significar eso? Si la fecha hubiera sido 1680, ella habría
presumido que la mujer había muerto quemada como bruja, o alguna cosa parecida.
Pero ¿en 1880? Una cosa era segura: la de Louise Carson no podía haber sido una
muerte feliz.
Mientras, inmóvil contemplaba la tumba, June empezó a sentir compasión hacia
esa mujer, muerta mucho tiempo atrás. Probablemente hubiera nacido antes de
tiempo, pensó June. "Muerta en el pecado". Un epitafio para una mujer deshonrada.
Al darse cuenta de las palabras que había elegido, rió entre dientes. Qué
anticuadas sonaban. Y qué insensibles.
Sin darse cuenta bien de lo que hacía, se apoyó en las manos y los pies y
comenzó a arrancar las hierbas que cubrían el sepulcro de Louise Carson. Sus
raíces eran muy profundas. Tuvo que tirar de ellas con fuerza hasta lograr que se
soltaran.
Casi había despejado de malezas la base de la lápida, cuando sintió el primer
dolor.
No fue más que una punzada, pero en seguida la siguió la primera contracción.
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CAPITULO 7
Sonó la campana de las tres y diez. Michelle juntó sus libros, los introdujo en su
bolsa de lona verde y se dispuso a salir del aula.
— ¡Michelle! —Era Sally Carstairs, y aunque Michelle trató de no hacerle caso,
Sally le tomó un brazo para retenerla, diciéndole en tono quejumbroso—: No estés
enojada. Nadie quiso ofenderte.
Michelle observó a su amiga con desconfianza. Cuando vio la expresión
preocupada de Sally, bajó un poco la guardia.
—No entiendo por qué todos seguían insistiendo en que vi algo que no vi —dijo—.
Estaba dormida y tuve una pesadilla, nada más.
—Salgamos al pasillo —dijo Sally, mientras desviaba la vista hacia Corinne
Hatcher.
Interpretando la mirada de Sally, Michelle la siguió al corredor.
— ¿Y bien? —le preguntó esperanzada.
Sally eludió su mirada. Incómoda, cambió su peso de un pie a otro. Después,
clavando los ojos en el suelo, dijo con voz tan queda que Michelle apenas pudo
oírla:
—Tal vez tú hayas tenido un sueño solamente. Pero también yo vi a Amanda, y
creo que lo mismo Susan Peterson.
— ¿Qué? ¿Quieres decir que tuvieron el mismo sueño que yo?
—No lo sé —respondió Sally, pesarosa—. Pero la vi y no fue un sueño.
¿Recuerdas el día en que me lastimé el brazo?
Michelle asintió con la cabeza: ¿cómo podía olvidarlo? Ese fue el día en que
también ella había visto algo. Algo que Sally había procurado dejar de lado diciendo
que era "tan solo el olmo".
— ¿Cómo se explica que no me lo hayas contado antes?
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A las cinco y media, Michelle dejó sus libros y echó a andar por el sendero que
bordeaba el risco. Aún era de día, pero en el aire había un frío húmedo. La niebla se
desprendería del mar mucho antes de que ella llegara a la casa de los Benson. No
estaba muy segura de querer andar por el sendero entre la niebla. Desandando sus
pasos, regresó a la casa y por la calzada bajó al camino. A su alrededor, los árboles
empezaban a cambiar; los atisbos de rojo y dorado entre el verde parecían
neutralizar el gris de las brumas que se estaban juntando sobre el mar. Entonces,
cuando llegaba frente al viejo cementerio, miró hacia el este. En efecto, la niebla
había llegado silenciosamente al risco, y remolineaba despacio hacia ella, mientras
su ondulante blancura se convertía en un dorado brillante donde todavía le daba el
sol, cada vez más débil, y luego daba paso al frío gris de la masa costanera que
tenía atrás.
Deteniéndose, Michelle observó la niebla que se le acercaba lenta e
incesantemente, desbordando sobre el camposanto cuyo único rasgo visible, desde
donde se encontraba ella, era el retorcido roble. Ante su mirada, la niebla devoró el
árbol, que desapareció en lo gris.
De pronto, algo pareció moverse en la niebla.
Al principio fue confuso, apenas una oscura sombra contra el gris.
Titubeando, Michelle dio un paso adelante, abandonando el camino.
La sombra se movió hacia ella, mientras empezaba a oscurecerse y cobrar forma.
La forma de una niña, vestida de negro, cubierta la cabeza con un bonete.
La niña a quien Michelle había visto la noche anterior en su sueño.
¿O acaso no había sido un sueño?
Un miedo incipiente comenzó a hacer presa de Michelle; una sensación de frío la
envolvió.
La extraña figura se desplazaba junto con la niebla, avanzando hacia ella.
Michelle permanecía inmóvil, como hipnotizada, sin saber bien qué estaba viendo.
La niebla flotaba en torno de la niña vestida de negro, y por un momento ésta
desapareció, hasta que el viento cambió y las brumas se abrieron de pronto.
Aún estaba allí, silenciosa, totalmente inmóvil ahora, sus vacíos ojos fijos en
Michelle con esa misma mirada lechosa, ciega, que Michelle había visto la noche
anterior.
Aquella figura alzó un brazo envuelto en negra tela y la llamó con una seña.
Casi involuntariamente Michelle dio un paso adelante.
Y la extraña visión desapareció.
Michelle se quedó totalmente inmóvil, aterrorizada.
La niebla, ya muy cerca de ella, estaba empezando a rodearla; suaves tentáculos
de bruma, fríos y húmedos, se extendían hacia ella, igual que momentos antes de
que la oscura aparición la llamara.
Lentamente, Michelle empezó a retroceder en la niebla.
Cuando su pie tocó el empedrado del camino, la firme sensación del pavimento
debajo de ella pareció quebrar el hechizo. Apenas unos segundos antes, la niebla
parecía haberse convertido casi en una cosa viviente. Ahora volvía a ser tan solo
niebla.
Mientras la luz cada vez más tenue de la tarde se filtraba entre la bruma, Michelle
corrió por el camino hacia el refugio de la casa de los Benson.
—¡Hola! —exclamó Jeff al abrir la puerta—. Iba a ir en tu busca... tenías que estar
aquí a las seis.
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— ¡Pero no pueden ser las seis todavía! —protestó Michelle—. Salí de casa a las
cinco y treinta y cinco y tardé apenas unos minutos en llegar aquí.
—Ya son las seis y media —repuso Jeff, señalando el reloj de pared que
dominaba la sala de los Benson — . ¿Acaso te detuviste en el cementerio?
Michelle fijó en Jeff una mirada penetrante, pero nada vio en sus ojos, salvo
curiosidad. Estaba por contarle lo sucedido cuando volvió a recordar la conversación
de ese día a la hora de la merienda. Bruscamente cambió de idea.
—Parece que nuestro reloj está mal —dijo—. ¿Qué hay de cena?
—Carne asada — respondió Jeff, haciendo una mueca antes de conducir a
Michelle al comedor, donde su madre estaba esperando.
Cuando Michelle entró en la habitación, Constance Benson la observó
críticamente.
—Nos estábamos inquietando, iba a enviar a Jeff en tu busca.
—Disculpe —replicó Michelle, deslizándose en su silla—. Creo que nuestro reloj
debe estar atrasado.
—O eso, o estuviste perdiendo el tiempo —declaró severamente Constance—. No
me gusta que se pierda el tiempo.
—Fue la niebla —contestó Michelle—. Cuando vino la niebla, me detuve a mirarla.
Michelle tendió la mano y se sirvió asado sin advertir que tanto Jeff como su
madre la miraron con fijeza, desconcertados.
Constance miró hacia la ventana. Si había habido niebla, ella no la había visto,
por cierto. El atardecer le parecía perfectamente despejado.
CAPITULO 8
Cal tendió la mano para apretar cariñosamente la de June. Ya casi habían llegado
a su casa. Conducía lentamente, yendo de un lado a otro para eludir los peores
hoyos del camino. Respiró aliviado cuando por fin entraron en la calzada de su casa.
Detuvo el automóvil lo más cerca posible de la vivienda y tomó a la pequeña de
los brazos de su esposa.
—Déjame instalar a Jennifer en su cuarto, después volveré a buscarte.
—No soy una inválida repuso June, mientras bajaba del coche y se encaminaba
hacia la puerta principal—. "Un poco vacilantes, pero estamos de pie". ¿De dónde es
eso?
—De Quién le teme a Virginia Woolf. Salvo que la cita no es oportuna: el
personaje esfaba ebrio.
——Me vendría bien un trago —señaló June sin entusiasmo—. Supongo que no
puedo beber vino...
—Supones bien —repuso Cal, mientras sostenía a Jennifer con un brazo y
ofrecía el otro a June, quien lo aceptó agradecida.
—Está bien, tener un hijo no fue tan fácil como yo sostenía. La cama me hará
sentir bien.
Entraron en la casa a oscuras. June aguardó al pie de la escalera mientras Cal
llevaba arriba a Jennifer. Un instante más tarde regresaba. Apoyándose
pesadamente en él, June subió con lentitud.
—Ojalá no tenga que hacer nada —dijo fatigada cuando ya estaba arriba—. ¿Está
todo listo?
—Solo falta que te metas en la cama, que está ya preparada. Además, Michelle
nos dejó un mensaje. Quiere que la llamemos a casa de los Benson tan pronto como
lleguemos aquí.
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hecho caso en todo el día y probablemente quiera algo de atención. Dios mío,
querido, tiene apenas doce años. A veces creo que lo olvidamos.
—Pero esto no es habitual en ella. Sabe que hay muchísimas cosas por hacer...
—Ya las hizo ella —señaló June—. Vamos, no te demores más y ve a buscarla.
Ya habrías podido ir y estar de vuelta.
Cal se puso la chaqueta, dejó a su esposa y a su hijita y salió de la casa.
Antes de que Cal pudiera tocar la bocina del automóvil, se abrió la puerta principal
de los Benson. Un instante más tarde, Michelle estaba en el auto, junto a él.
—Gracias por venir —dijo mientras su padre hacía los cambios de marcha.
Cal Pendleton la miró con curiosidad.
— ¿Desde cuándo le tienes miedo a la oscuridad?
Michelle se retiró al otro lado del asiento, y Cal lamentó en el acto su crítica
implícita.
—No hay problema —se apresuró a añadir—. Tu madre está en cama,
alimentando a la pequeña y todo está muy bien. Pero, ¿qué fue lo que te afectó?
Apaciguada, Michelle se acercó más a su padre.
—No lo sé —esquivó, pues no quería decirle lo que había visto esa tarde en la
bruma—. Creo que simplemente no quise pasar de noche junto al cementerio.
— ¿Acaso Jeff ha estado contándote cuentos de fantasmas? —inquirió Cal.
Michelle sacudió la cabeza.
—No cree en fantasmas. Por lo menos eso dice —agregó, subrayando apenas la
última palabra—. Pero esta noche es tan oscura que no quise andar sola. Lo siento.
— Está bien.
Hicieron el resto del corto trayecto en silencio.
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—Pues no hay mucho que contar. Estaba dando un paseo cuando me empezaron
los dolores. Eso fue todo.
—Pero, ¿en el cementerio? —insistió Michelle—. ¿No te dio escalofríos?
— ¿Por qué motivo?
—Pero Jenny no debía nacer todavía. ¿Qué ocurrió?
—Nada ocurrió. Simplemente Jenny decidió que ya era tiempo, nada más.
Hubo un silencio mientras Michelle daba vueltas a las cosas en su mente. Cuando
por último volvió a hablar, su voz fue vacilante.
— ¿Por qué estabas junto a la tumba de Louise Carson?
—Tenía que estar junto a una tumba, ¿verdad? Después de todo, estaba en el
cementerio —replicó june con cuidado de que su voz fuese tranquila y convincente.
Y se preguntó el por qué.
— ¿Viste su lápida? —preguntó Michelle.
— Por supuesto que sí.
— ¿Qué te parece que querrá decir?
— Estoy segura de que no quiere decir absolutamente nada —repuso June
tendiendo los brazos para recibir a Jennifer que estaba otra vez despierta y
empezaba a llorar. Casi de mala gana, Michelle devolvió la pequeña a su madre.—
Hay que alimentarla —explicó June—. Después podrás tenerla de nuevo.
Michelle se incorporó, sin saber si debía permanecer en la habitación mientras su
madre amamantaba a la recién nacida.
— ¿Por qué no preparas té? —sugirió June—. Y dile a tu padre que suba ¿De
acuerdo?
June observó a Michelle que salía de la habitación mientras Jennifer empezaba a
chuparle ávidamente el pecho. Trató de imponerse tranquilidad, pero le fue
imposible. Algo le había pasado a Michelle. No lograba imaginarse qué era aunque
estaba casi segura de que se relacionaba con el cementerio, pero ¿qué?
60
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Este le sonrió después apagó las luces. Cerrando despacio la puerta al salir, echó
a andar por el pasillo.
Una vez más Michelle quedó sola en su habitación, escuchando el silencio de la
casa. Mientras la oscuridad se acumulaba opresivamente a su alrededor, acomodó
más a la muñeca y le susurró suavemente:
—No es como yo creía que iba a ser. Anhelaba tanto tener aquí a Jenny. Pero
ahora que llegó, todo es tan distinto. Ellos están todos allí, juntos, y yo estoy sola.
Ahora mamá tiene que cuidar a Jennifer. Pero yo ¿a quién tengo? —Entonces se le
ocurrió algo.— Yo podría cuidarte, Mandy. Realmente podría... —Estrechó más a la
muñeca mientras una lágrima le goteaba por la mejilla.— Cuidaré de ti tal como
mamá cuida de Jenny. ¿Te gustaría eso? Yo seré tu madre, Amanda, y te daré todo
lo que desees. Y tú te quedarás conmigo, ¿verdad? Para que nunca vuelva a estar
sola.
Llorando silenciosamente, con la muñeca apretada muy junto a ella, Michelle se
quedó dormida.
CAPITULO 9
enloqueciendo allá arriba! — Luego, para impedir las protestas de Michelle, señaló
el refrigerador diciendo — : Allí hay jugo de naranja.
Michelle abrió el refrigerador y sacó el jarro de jugo.
— ¿Ayudar a papá en que? —preguntó.
— La despensa. Hoy comienza la remodelación.
—Oh...
— ¿Acaso no quieres ayudarle? —preguntó June, intrigada.
Por lo general, era imposible mantener a Michelle lejos de su padre, pero esta
mañana parecía casi desilusionada por la perspectiva.
—No es eso replicó Michelle vacilante—. Es solo que algunos de nosotros
preparábamos una merienda al aire libre...
—¡Una merienda al aire libre! No dijiste nada al respecto.
—Es que no sabía con seguridad si iría. A decir verdad, me decidí recién, al
levantarme. ¿Puedo... puedo ir, verdad?
—Claro que puedes — replicó June—. ¿Qué tienes que llevar?
—¿Llevar adonde? —preguntó Cal, saliendo de la escalera que conducía al
sótano.
— Hoy habrá una merienda al aire libre ——explicó Michelle— . Yo, Sally, Jeff y
algunos chicos más. Algo así como el último día de playa, supongo.
— ¿Quieres decir que no me vas a ayudar en la despensa?
—¿Acaso tú renunciarías a una merienda al aire libre? —preguntó June mientras
distribuía los huevos en tres platos y conducía a su marido y a su hija al comedor—.
Tal vez yo lleve a Jenny y participe.
— Pero somos solamente nosotros, los chicos ——protestó Michelle.
— Estaba bromeando, nada más —se apresuró a decir June—. ¿Qué tal si
preparo unos huevos con salsa picante?
— ¿Lo harías?
— Claro... ¿A qué hora será la merienda?
— Nos reuniremos todos en la caleta a las diez.
— Ah, magnífico gimió June. Realmente, Michelle ¿no habías podido advertirme
un poco antes? Apenas si tendré tiempo para preparar los huevos, y mucho menos
congelarlos.
—No los prepararás anunció Cal antes de volverse hacia Michelle— . Permití a tu
madre que se levantara a preparar el desayuno, solo si prometía volver en seguida a
la cama. Si quieres huevos con salsa picante tendrás que prepararlos tú misma.
—Es que no sé.
—Entonces tendrás que aprender. Ya eres una muchacha grande y tu madre
tiene que cuidar a una niña pequeña —declaró Cal, pero al ver la expresión
consternada de Michelle, se ablandó—. Te propongo algo. Después del desayuno,
enviaremos a tu madre de vuelta a la cama. Tú lavarás los platos y yo veré qué
puedo hacer en cuanto a los huevos. ¿De acuerdo?
La cara de Michelle se iluminó: Al fin y al cabo, todo iba a estar bien. “Pero todo
es distinto", pensó mientras empezaba a levantar la mesa. "Ahora que ellos tienen a
Jenny, todo es distinto".
Decidió que esto no le agradaba mucho.
Con andar apresurado, Michelle bajó por el sendero hacia la caleta. Eran ya las
diez y media y ella iba a ser la última en llegar. En una mano apretaba la bolsa que
contenía los huevos con salsa picante. Aún estaban tibios, tal como su madre había
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
previsto. Tal vez nadie se diera cuenta. Podía verlos, cien metros al norte, trepando
sobre las rocas, siguiendo la marea menguante, permaneciendo cerca de Jeff que
se desplazaba con soltura sobre los afloramientos de granito. Una sola persona
estaba todavía sobre la playa, pero ya desde el sendero Michelle reconoció el
cabello rubio de Sally Carstairs. Al llegar a la playa, Michelle empezó a correr.
—¡Hola! —gritó. Sally alzó la vista y la saludó con un ademán.— Lamento llegar
tarde. Papá terminó recién los huevos. ¿Crees que alguien se dará cuenta de que no
están fríos?
—¿A quién le importa eso? Temía que no vinieras.
Michelle miró a Sally tímidamente.
— Estuve a punto de no venir. Pero es un día tan lindo...
Su voz se apagó y Sally la vio mirar el reborde de granito donde Susan Peterson
estaba arrodillada junto a Jeff.
—No te preocupes por ella — dijo Sally— . Si empieza a fastidiarte de nuevo, no
le hagas caso simplemente. Se burla de todo.
— ¿Cómo sabías que es eso lo que me preocupaba?
Sally se encogió de hombros.
—También yo solía preocuparme por ello. Solo porque su padre es un personaje
importante, ella cree serlo también.
— ¿No te agrada ella?
— No lo sé —repuso Sally pensativa—. Creo que en realidad no pienso en ello.
Quiero decir, la conozco de toda mi vida y siempre ha sido mi amiga.
—Sensacional — dijo Michelle.
Sentándose en una manta, junto a Sally, tomó una botella de bebida gaseosa.
— ¿Puedo beber un sorbo de esto?
—Bébetela toda —repuso Sally—. Yo ya no puedo beber más. ¿Qué es lo
sensacional?
—Conocer a alguien de toda la vida. No hay nadie a quien haya conocido toda mi
vida —explicó Michelle. Su voz descendió casi hasta un susurro.— A veces me
pregunto quién soy en realidad.
—Tú eres Michelle Pendleton. ¿Quién ibas a ser, si no?
—Es que soy adoptada —dijo lentamente Michelle. Bueno, ¿y qué? Sigues siendo
tú.
Súbitamente deseosa de cambiar de tema, Michelle se puso de pie.
—Bueno, vamos a ver qué encontraron ellos.
A lo lejos, en las rocas, todos se apretujaban en torno a Jeff, quien sosten ía algo
en la mano.
Era un pulpo diminuto, de apenas siete centímetros de diámetro, que se retorcía
indefenso en la palma de Jeff. Al acercarse Michelle y Sally, Jeff lo ofreció
sonriendo.
— ¿Quieren tenerlo?
Era un desafío. Sally se encogió, retrocediendo. Pero Michelle extendió la mano,
al principio titubeante, y tocó la resbaladiza superficie de la piel del pulpo.
—No muerde —le aseguró Jeff, lanzando una mirada desdeñosa a Susan
Peterson.
Vacilante. Michelle tomó al pequeño ser marino y le dio vuelta cuidadosamente.
El diminuto pulpo estiró un tentáculo, se afirmó contra el dedo de ella y se enderezó.
— ¿No se morirá fuera del agua? —preguntó Michelle.
—Por un rato, no — repuso Jeff—. ¿Se aferra a ti?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Michelle tomó uno de los tentáculos y tiró con suavidad. Hubo una ligera
sensación de cosquilleo cuando las ventosas de susción se desprendieron de la
piel de ella.
— ¡Oh! ¡Cómo puedes hacer eso!
Era Susan. Se apartó de Michelle, con las manos en la cara, fruncida por la
repugnancia. Con traviesa sonrisa, Michelle arrojó el serpenteante ser a Susan, que
lanzó un grito y lo esquivó. El pulpo cayó de nuevo en el agua, donde
inmediatamente desapareció, dejando al huir un rastro de arena agitada,
remolineante.
—¡No hagas eso! —exclamó Susan, mirando furiosa a Michelle.
—No es más que un pulpito —rió Michelle—. ¿Quién puede temerle a un pulpo
tan pequeño?
— Es horrible —declaró Susan.
Volviéndose, echó a andar hacia la playa. Lamentando repentinamente lo que
había hecho, Michelle intentó disculparse, pero Susan no le hizo caso. Los demás
niños miraron primero a Susan, luego a Michelle, como si procuraran decidir qué
hacer. Luego, al ver que Susan continuaba alejándose sobre las rocas, todos
comenzaron a seguirla. Solamente Salí y Carstairs se quedó atrás.
—Tal vez no debieras hacer cosas así —dijo suavemente Sally—. La enfurecen.
— Lo siento —replicó Michelle —. Sólo quise hacer una broma. ¿No es capaz de
aceptar una broma?
—Ella no cree que las cosas son graciosas cuando son a costa de ella.
Solamente cuando son a costa de otras personas. Es probable que ahora empiece a
fastidiarte.
— Y si lo hace ¿qué? —preguntó Michelle, sintiéndose de pronto muy valiente— .
Sabré aguantar. Ven conmigo... más vale que volvamos a la playa.
El sol estaba alto en el cielo, y los niños, dispersos por la playa, masticaban
emparedados, regándolos con una provisión aparentemente infinita de bebidas
gaseosas. Michelle estaba sentada con Sally Carstairs, pero percibía
incómodamente a Susan Peterson que, a poca distancia, compartía una manta con
Jeff Benson. Aunque no le había hablado, Susan había estado observándola, como
si la juzgara. En ese momento dejó en el suelo su gaseosa y lanzó a Michelle una
mirada maliciosa.
—¿Viste últimamente al fantasma? — preguntó.
— No hay ningún fantasma — repuso Michelle con voz apenas audible.
— Pero lo viste la otra noche, ¿verdad? —La voz de Susan era ya más sonora e
insistente.
— Fue un sueño — dijo Michelle—. Solamente un sueño.
— ¿Lo fue? ¿Estás segura?
Michelle miró furiosa a Susan, pero ésta le devolvió la mirada sin pestañear.
Michelle sintió que la cólera se acumulaba en su interior. u¿Qué es?", se preguntó.
“¿Por qué siempre la hago enojarse conmigo?"
— ¿No podemos hablar de otra cosa? —preguntó.
— A mí me gusta hablar del fantasma —respondió serenamente Susan.
—¡Pues a mí no! —exclamó Sally Carstairs—. ¡Creo que hablar del fantasma es
tonto! Quiero oír algo sobre la hermanita de Michelle.
Michelle sonrió agradecida a Sally.
— Es hermosa, y se parece mucho a mi madre —declaró.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— ¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Susan Peterson con voz helada; en sus
ojos brillaba una gozosa malicia.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó a su vez Michelle—. Jennifer se parece
mucho a mi madre. Todos lo dicen.
—Pero tú ni siquiera sabes quién es tu madre —dijo Susan—. Eres adoptada.
Súbitamente Michelle sintió que todos los niños la miraban, preguntándose qué
diría luego ella.
—No por eso mis padres dejan de ser mis padres —repuso cuidadosamente.
— ¿Quién dijo lo contrario? —replicó Susan—. Salvo que los Pendleton no son
realmente tus padres, ¿verdad? No sabes quiénes son tus padres, ¿o lo sabes?
—Claro que son mis padres —replicó Michelle. Se incorporó haciendo frente a
Susan—. Ellos me adoptaron cuando yo era muy pequeñita y siempre han sido mis
padres.
— Eso fue antes —dijo Susan, sonriendo ahora al ver cómo aumentaba la cólera
de Michelle.
— ¿Qué quieres decir, antes?
—Antes de que tuvieran su propia hija. La única razón por la cual hay personas
que adoptan niños, es porque no pueden tener uno propio. Entonces, ¿para qué te
necesitan ya tus padres?
—No digas eso, Susan Peterson —gritó Michelle—. Jamás digas eso. Mis padres
me quieren tanto como los tuyos a ti.
—¿De veras? dijo Susan, con una dulce voz que desmentía la expresión de su
cara . ¿De veras te quieren?
— ¿Qué se supone que quiere decir eso?
Tan pronto como esas palabras salieron de su boca, Michelle deseó no haberlas
pronunciado. Debía simplemente ignorar a Susan... recoger simplemente sus cosas
y marcharse. Pero ya era demasiado tarde. Todos los otros niños escuchaban a
Susan, pero miraban a Michelle.
— ¿Acaso no pasan más tiempo con la pequeña que contigo? ¿No la quieren
más en realidad? ¿Y por qué no? Jenny es su verdadera hija. ¡Tú no eres más que
una huérfana cualquiera que ellos recogieron cuando creyeron que no podían tener
hijos propios!
— Eso no es cierto —exclamó Michelle.
Pero al hablar, supo que no estaba tan segura como procuraba aparentar. Las
cosas eran diferentes ahora. Lo habían sido desde que naciera Jenny. Pero eso era
solo porque Jenny era pequeñita y necesitaba más que ella. No significaba que sus
padres no la quisieran. ¿O sí? Por supuesto que no. Ellos la amaban. ¡Sus padres la
amaban!
De pronto Michelle quiso estar en casa... en casa con su madre y su padre, en
casa donde estaría cerca de ellos, sería parte de ellos. Aún era su hija. Ellos aún la
querían... aún la aceptaban... ¡por supuesto que sí! Sin molestarse en recoger sus
cosas, Michelle se volvió y empezó a correr por la playa hacia el sendero.
Sally Carstairs se incorporó de un salto y se dispuso a correr en pos de Michelle,
pero la voz de Susan Peterson la detuvo.
— Déjala ir —dijo Susan—. Si no es capaz de soportar algunas bromas... ¿quién
la necesita?
— Pero eso fue una maldad, Susan —declaró Sally —. Fue una maldad pura y
simple.
— ¿Y qué? —replicó descuidadamente Susan—. Tampoco fue muy amable de su
parte arrojarme ese pulpo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Las palabras de Susan Peterson castigaban los oídos de Michelle al correr por la
playa.
¿Para qué te necesitan?
¿No la quieren más a ella, en realidad?
No era cierto, se dijo. Nada de eso era cierto. Pero al correr, las palabras parecían
seguirla. Arrastradas por el viento, punzándola, hostigándola.
Al llegar al sendero inició la subida.
Su respiración, ya trabajosa debido a su furia y por haber corrido, era cada vez
más dificultosa. Pronto empezó a jadear; sentía que el corazón le golpeaba el pecho
Quería detenerse, quería descansar, quería sentarse un minuto apenas para
tomar aliento, pero sabía que no podía hacerlo.
Ellos estarían allá, en la playa, observándola. Casi podía oír la voz de Susan,
dulce y maliciosa:
— Ni siquiera puede subir por el sendero.
Se obligó a mirar arriba para saber hasta dónde tenía que llegar antes de
encontrarse a salvo en la cima, donde no podían verla desde la playa.
Lejos.
Demasiado lejos.
Y ahora estaba llegando la niebla.
Al principio fue tan solo una cosa gris, una leve nebulosidad que enturbiaba su
visión.
Pero después, mientras ella subía el sendero poniendo con esfuerzo un pie tras
otro, se juntó en torno a ella, fría y húmeda, aislándola, dejándola sola, ya no a la
vista de sus atormentadores de la playa, pero también lejos de casa.
Debía estar cerca de la cima. ¡Tenía que estarlo!
Era como una pesadilla, un sueño en el cual uno tiene que correr, pero sus pies,
atascados en una especie de fango, se niegan a moverse. Michelle sintió que el
pánico la iba dominando.
Fue entonces cuando resbaló.
Durante una fracción de segundo, pareció que no era nada... apenas una leve
tercedura cuando su pie derecho golpeó una piedra suelta y se dobló hacia afuera.
De pronto, no hubo bajo su pie nada que la sostuviera. Fue como si el sendero
hubiera desaparecido.
Se sintió empezar a caer a través de la aterradora niebla gris.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Lanzó un grito, una sola vez, luego la niebla pareció apretarse en torno a ella, y el
gris se volvió negro...
u
Se pondrá bien", se decía. "Estará perfectamente".
Pero mientras subía el sendero, los recuerdos volvían a él. Los recuerdos de Alan
Hanley.
Alan Hanley había caído y se lo había puesto a su cuidado. Y él le había fallado a
Alan... el niño había muerto:
No podía fallarle a Michelle. No a su propia hija. Pero ya mientras la llevaba a la
casa, sabía que era demasiado tarde.
Ya le había fallado.
LIBRO SEGUNDO
CAPITULO 10
La oscuridad era casi como una cosa viva, que se enroscaba alrededor de ella,
sujetándola, estrangulándola.
Tendió las manos, tratando de luchar contra ella, pero era como tratar de luchar
contra el agua: por más que lo intentara, la oscuridad pasaba a través, se derramaba
sobre ella, hacía difícil el respirar. Estaba sola, ahogándose en la oscuridad.
Y entonces, como si un diminuto destello de luz hubiera aparecido en las tinieblas,
supo que no estaba sola.
Algo más estaba allí, extendiéndose hacia ella, tratando de encontrarla en la
oscuridad, tratando de ayudarla.
Sintió que la rozaba, apenas una tenue sensación de cosquilieos en los límites de
su conciencia.
Y una voz.
Una voz suave llamándola como desde gran distancia.
Quiso responder a esa voz, gritar, pero su propia voz le falló.
Sus palabms murieron en su garganta.
Se concentró en sentir aquella presencia, trató de atraerla, trató de buscarla y
acercarla a ella.
Entonces de nuevo la voz, ya más clara aunque todavía lejana.
— Ayúdame... por favor, ayúdame...
Pero era ella quien necesitaba ayuda, ella quien se estaba hundiendo en el negro
abismo. ¿Cómo podía ayudar? ¿Cómo podía hacer nada?
La voz se apagó a lo lejos; la oscuridad empezó a iluminarse.
Michelle abrió los ojos.
Se quedo muy quieta, sin saber con seguridad dónde estaba. Arriba de ella había
un cielorraso.
Lo examinó cuidadosamente, buscando los diseños familiares que ella había
identificado en la pintura resquebrajada.
Sí, allí estaba la jirafa. Bueno, no una jirafa en realidad, pero si se empleaba la
imaginación, podía ser casi una jirafa. A la izquierda, solo un poquito, debía estar el
pájaro con su ala extendida en vuelo, la otra extrañamente doblada, como si
estuviera rota.
Movió muy levemente los ojos. Estaba en su propia cama, en su habitación. Pero
esto no tenía sentido. Era en la caleta. Recordó. Estaba merendando en la caleta
con Sally, Jeff y Susan. Susan Peterson. Había algunos otros, pero fue a Susan a
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
quien recordó cuando lo sucedido esa mañana volvió de pronto a ella. Susan la
había estado fastidiando, diciéndole cosas horribles, diciéndole que sus padres ya
no la querían más.
Había decidido volver a casa. Estaba en el sendero y podía oír la voz de Susan
repercutiendo en su mente.
Y entonces... ¿y entonces? Nada.
Salvo que ahora estaba en casa y en cama.
Y había tenido un sueño.
En el sueño había habido una voz que la llamaba.
— ¿Mamá?
Su propia voz pareció repercutir extrañamente en la habitación; por un instante
deseó no haber llamado. Pero la puerta se abrió y apareció su madre. Todo iba a
estar bien.
— ¿Michelle? —June se acercó apresuradamente a la cama, se inclinó sobre la
niña, la besó con dulzura—. Michelle, ¿estás despierta?
Con ojos dilatados y perplejos, Michelle miró a su madre, viendo el temor que
cubría el rostro de June como una máscara obsesionante.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy en cama?
Michelle iba a sentarse, pero una punzada de dolor le atravesó el costado
izquierdo, arrancándole una exclamación ahogada. Al mismo tiempo, June puso las
manos en los hombros de Michelle y la empujó con suavidad diciendo:
— No intentes moverte. Solo quédate muy quieta, acostada, yo iré en busca de
papá.
—Pero ¿que ocurrió? —suplicó Michelle—. ¿Qué me sucedió?
—Tropezaste en el sendero y caíste —le contestó June—. Ahora quédate
acostada y deja que llame a papá. Entonces te contaremos todo al respecto.
June se apartó del lecho acercándose a la puerta.
— ¡Cal! —llamó—. ¡Cal, ya está despierta! —Sin esperar a que él respondiera
entró de nuevo en la habitación para detenerse junto a la cama de Michelle.—
¿Cómo te sientes, cariño?
—No lo sé balbuceó Michelle—. Me siento como... — vaciló, buscando la palabra
correcta—. Entumecida, creo. ¿Cómo llegué aquí?
— Te trajo tu padre — le dijo June — , Jeff Benson vino a buscarlo, luego...
Cal apareció en el vano, y cuando los ojos de Michelle se cruzaron con los de su
padre, supo que algo había cambiado. Era el modo en que la miraba, como si ella
hubiese hecho algo... algo malo. Pero lo único que había hecho ella era tener un
accidente. ¿Era posible que él estuviese enojado con ella por eso?
—¿Papá?
Cuando susurró la palabra, ésta pareció repercutir en la habitación, y vio que su
padre retrocedía levemente. Pero luego se acercó a ella, le tomó la muñeca, contó
su pulso y procuró sonreír.
—¿Te duele mucho? —preguntó con suavidad.
— Si me quedo quieta, no es más que una especie de dolor sordo ——replicó
Michelle.
Quería tenderle los brazos, abrazarlo y sentirse abrazada por él. Pero sabía que
no podía hacerlo.
—Procura no moverte —le aconsejó el—. Solo quédate acostada, perfectamente
inmóvil, y yo te daré algo para el dolor.
— ¿Qué ocurrió? —volvió a preguntar Michelle—. ¿Caí de muy alto?
— Todo va a ser perfecto, preciosa —le contestó Cal, eludiendo su pregunta.
69
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Con mucha suavidad, echó atrás las cobijas y comenzó a examinar a Michelle,
moviendo lentamente los dedos sobre su cuerpo, deteniéndose cada pocos
centímetros, hurgando, apretando. Cuando se acercó a la cadera izquierda de
Michelle, ésta lanzó un repentino grito de dolor. Instantáneamente, Cal retiró las
manos.
— Trae mi maleta, ¿quieres, querida?
Al hablar, mantuvo los ojos fijos en Michelle y procuró no dejar que su voz
delatara los temores que estaban creciendo en su interior. June salió del cuarto.
Mientras aguardaba su regreso, Cal habló tranquilamente con Michelle, procurando
calmar los temores de ella y también los suyos.
—Nos diste un susto. ¿Recuerdas lo que sucedió? ¿Cualquier cosa?
—Yo volvía a casa —empezó Michelle—. Subía por el sendero, corriendo un
poco, creo, y... y debo de haber resbalado.
Con los ojos azules nublados de preocupación, Cal observaba a Michelle
atentamente.
—Pero ¿por qué volvías a casa? ¿Había terminado la merienda al aire libre?
—No... —titubeó Michelle—. Es que... es que no quería quedarme más tiempo.
Algunos chicos me estaban fastidiando.
— ¿Fastidiándote? ¿Fastidiándote acerca de qué?
"Acerca de ustedes'', quiso exclamar ella. "Acerca de que tú y mamá ya no me
quieren más". Pero en lugar de expresar sus pensamientos, Michelle se limitó a
sacudir la cabeza con incertidumbrc.
—No recuerdo —susurró——. No recuerdo nada.
Cerrando los ojos, procuró expulsar de su mente el sonido de la voz burlona de
Susan Peterson. Pero allí permaneció, resonando fuertemente en su cerebro, casi
tan dolorosa como el sordo malestar que impregnaba su cuerpo.
Cuando June volvió a entrar en la habitación, Michelle abrió los ojos y vio que su
madre sacaba del maletín un frasquito, llenaba con él una aguja hipodérmica y luego
le frotaba el brazo con alcohol.
— Esto no te dolerá —le prometió con forzada sonrisa —. Por lo menos
comparado con lo que ya soportaste. — Administró la inyección, luego se irguió
diciendo:— Ahora, quiero que te duermas. La inyección hará que se vaya el dolor,
pero quiero que te quedes acostada y procures dormir.
—Pero si ya estuve durmiendo —protestó Michelle. —Has estado inconsciente —
la corrigió Cal, mientras una sonrisa suavizaba las arrugas de preocupación que
parecían grabadas en su rostro —. Una hora inconsciente no cuenta como un
sueñecito. Tómate entonces un sueñecito.
Con un guiño para ella, se volvió y se dispuso a salir de la pieza.
— ¿Papá? —La voz de Michelle, clara en el súbito silencio de la habitación, lo
detuvo. Con expresión interrogante se volvió hacia ella. Michelle lo miró con ojos
nublados por el dolor.— Papá — repitió con voz que ahora fue poco más que un
susurro—. ¿Me quieres mucho?
Cal guardó silencio un momento; luego regresó junto a su hija. Inclinándose sobre
ella, le besó dulcemente la mejilla.
—Por supuesto que sí, preciosa. ¿Por qué no iba a quererte así?
Michelle lo miró con gratitud. No hay razón — repuso—. Pensaba, nada más.
Al salir Cal de la habitación. June se acercó y con mucho cuidado se sentó en el
borde de la cama. Tomando una mano de Michelle entre las suyas, dijo:
— Los dos te queremos mucho. ¿Algo te hizo pensar que no?
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Sentado a la mesa de la cocina, Cal miraba por la ventana, fijando sus ojos en el
horizonte, sin ver.
Todo iba a suceder de nuevo.
Solo que esta vez la víctima de su incompetencia no iba a ser un extraño, alguien
a quien él apenas conocía. Esta vez iba a ser su propia hija.
Y esta vez no habría excusas fáciles, no podría calmar su conciencia diciéndose
que cualquiera podía cometer tal error.
Sin darse cuenta bien de lo que hacía, Cal se levantó y se sirvió un alto vaso de
whisky.
June entró en la cocina cuando él había bebido su primer trago de licor. Por un
momento no estuvo segura de que él advirtiera su presencia. Después él habló.
— Es mi culpa.
June supo instantáneamente que estaba pensando en Alan Hanley y conectando
su muerte con el accidente de Michelle.
—No es tu culpa —repuso ella—. Lo que le pasó a Michelle fue un accidente, y
aunque sé que tú no lo crees, la muerte de Alan Hanley también fue un accidente.
Tú no lo mataste, Cal, y tampoco empujaste a Michelle del risco.
Fue como si él no la hubiese oído.
— No debí haberla traído arriba — dijo con voz apagada, sin vida— . Debí haberla
dejado en la playa hasta que pudiera conseguir una camilla.
June lo miró con fijeza.
— ¿De qué estás hablando? Cal, ¿qué estás diciendo? ¡Ella no está tan
gravemente herida! —Esperó una respuesta. Cuando no la obtuvo, empezó a sentir
que el miedo que había disminuido al reaccionar Michelle, la atravesaba de nuevo,
oprimiéndole el estómago, ahogándola—. ¿Lo está? —Preguntó con voz que se
elevó bruscamente.
— No lo sé —respondió Cal Pendleton. Sus ojos vacíos se encontraron con los
de ella, luego se desviaron hacia la botella. Volvió a llenar el vaso; después lo
contempló con fijeza, como si por primera vez comprendiera que estaba bebiendo.—
No debería estar tan dolorida. Debería estar magullada, y debería sentir un dolor
sordo, pero no debería tener esos dolores agudos cuando se mueve.
— ¿Tiene algo roto?
— No, por lo que puedo ver.
71
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
por hablar, tuvo de pronto la sensación de que la estaban observando. Se volvió con
rapidez.
Josiah Carson estaba de pie en la puerta de la cocina. ¿Cuánto tiempo hacía que
estaba allí? June no lo sabía. La saludó con un movimiento de cabeza: luego entró
en el cuarto y puso la mano sobre el hombro de Cal.
— ¿Quiere contarme que sucedió? —preguntó.
Cal se removió levemente, como si el contacto de Carson lo hubiera devuelto a
alguna clase de realidad.
— Yo le hice daño —dijo con voz casi infantil—. Traté de ayudarla, pero le hice
daño.
June se incorporó y deliberadamente empujó la mesa contra Cal. El súbito
movimiento lo distrajo de lo que estaba diciendo. June se apresuró a hablar.
— Está dolorida, doctor Carson —dijo manteniendo neutra la voz—. Dice Cal que
sufre más de lo que debería.
—Cayó de un risco —dijo sin rodeos Josiah—. Por supuesto que está dolorida—.
Sus ojos pasaron de June a Cal —. ¿Acaso trata de ahogar en alcohol el dolor de su
hija, Cal?
Sin hacer caso de la pregunta, Pendleton dijo:
— Es posible que yo mismo la haya lastimado, Josiah.
—Tal vez, o tal vez no. ¿Qué le parece si subo y le echo mu ojeada? ¿Y qué cree
usted precisamente que le hizo?
— La traje a casa, no esperé una camilla.
Carson asintió bruscamente con la cabeza y se apartó, pero cuando el rostro de él
desaparecía de su línea visual, creyó ver algo.
Creyó verlo sonreír.
Michelle permanecía despierta en cama, escuchando las voces abajo. Poco antes
había oído a Sally y en ese momento podía oír al doctor Carson.
Se alegraba de que Sally no hubiera subido, y esperaba que el doctor Carson
tampoco lo hiciera. No quería ver a nadie, al menos por el momento.
Quizás nunca.
Entonces la puerta de su habitación se abrió y entró el doctor Carson. Cerró la
puerta y acercándose a la cama, se inclinó sobre la niña.
— ¿Quieres decirme qué pasó? —preguntó.
Michelle la miró y se encogió de hombros.
—No recuerdo.
— ¿No recuerdas nada?
—Poca cosa. Solamente... —Vaciló, pero el doctor Carson le estaba sonriendo,
sin obligarse a hacerlo, como antes su padre, sino realmente sonriendo.— No sé
que pasó. Subía el sendero corriendo y de pronto todo se nubló. No podía ver y... y
tropecé, creo.
—Así que fue la niebla, ¿verdad?
Había habido niebla el día en que Alan Hanley cayó. Carson lo recordaba con
claridad. Había llegado súbitamente, tal como a veces ocurría con cambios
repentinos de temperatura. Michelle movió la cabeza asintiendo.
—Tu padre cree que te lastimó. ¿Lo crees tú?
Michelle sacudió la cabeza.
— ¿Por qué motivo?
73
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
CAPITULO 11
Para los Pendleton, había una atmósfera de esperar algo... algo imprevisto e
imposible de conocer, algo que los devolvería a todos al mundo real, y que les diría
que la vida iba a ser otra vez lo que antes había sido. Así había sido ya durante diez
días, desde que Michelle fuera traída de vuelta desde el hospital de Boston, viajando
al pueblo en una ambulancia, efectuando el tipo de entrada que le habría encantado
apenas un mes atrás.
Pero algo había cambiado dentro de ella. Era algo más que el accidente... tenía
que serlo.
Al principio se había negado a salir de la cama. Cuando June, con el apoyo de los
médicos, había insistido en que era tiempo de que Michelle empezara a cuidarse
sola, habían descubierto que ya no podía caminar sola.
Se la había sometido a todos los exámenes posibles, y por cuanto pudieron
determinar los médicos, no le ocurría nada, salvo algunos magullones que habían
empezado a curarse mucho tiempo atrás.
Le dolía la cadera izquierda y su pierna izquierda estaba casi inútil.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Le habían hecho más pruebas: una y otra vez le tomaron radiografías del cerebro
y la columna vertebral, inyectaron tintura en su corriente sanguínea, le examinaron el
espinazo, verificaron los reflejos... la examinaron hasta que deseó poder morirse
simplemente. Sin poder todavía determinar la causa de su cojera, los médicos
habían llamado a un terapeuta físico, que había trabajado con Michelle hasta que,
diez días atrás, había podido finalmente caminar aunque penosamente y
apoyándose pesadamente en un bastón.
Entonces la habían traído a su casa. June se repetía que el tiempo lo modificaría
todo.
Con el tiempo, Michelle se recuperaría, empezaría a recuperarse de los
sobresaltos del hospital, empezaría a echar a un lado su cojera, con el mismo humor
con que siempre había echado de lado cualquier problema que había enfrentado.
Michelle fue llevada arriba, a su cuarto, y puesta en su cama.
Pidió su muñeca.
Y allí permaneció tendida durante diez días, con la muñeca acomodada en el
doblez de su brazo, contemplando ociosamente el cielorraso. Respondía cuando se
le hablaba, llamaba pidiendo ayuda cuando necesitaba ir al baño, y se sentaba en
una silla, sin quejarse durante los pocos minutos que June tardaba cada día en
cambiar su cama.
Pero por lo general, permanecía simplemente en la cama, callada, con la mirada
fija en el vacío.
June estaba segura de que en eso había algo más que el accidente, el dolor o la
disminución física. No; era algo más, y June estaba segura de que tenía que ver con
Cal.
Ese día, el sábado de mañana, June miró por sobre la mesa del desayuno a Cal,
que clavaba la vista en su taza de café, con rostro inexpresivo. Sabia en qué estaba
pensando él, aunque no se lo había dicho. Estaba pensando en Michelle y en el
restablecimiento que, según él, estaba teniendo.
Había empezado el día siguiente a la llegada de Michelle a casa, cuando Cal
había anunciado que, en su opinión, la niña estaba mejorando, y cada día, mientras
June estaba horriblemente consciente de que para Michelle nada había cambiado,
Cal había hablado de lo bien que seguía.
June sabía la causa de eso... Cal estaba convencido de que lo que le pasaba a
Michelle era culpa suya. Para que él pudiera vivir consigo mismo, Michelle debía
mejorar.
Y por eso él insistía en que estaba mejorando.
Pero no era cierto.
Mientras lo observaba, June empezó a enfurecerse.
—¿Cuándo vas a poner fin a esta charada? —se oyó preguntar.
Al ver que Cal levantaba la cabeza y entrecerraba los ojos, ella comprendió que
había elegido mal las palabras.
—¿Quisieras decirme de qué estás hablando?
— Estoy hablando de Michelle —replicó June—. Estoy hablando del hecho de que
todos los días dices que está mejor, cuando es obvio que no lo está.
—Sigue muy bien —insistió Cal en voz baja. June estaba segura de haber oído un
tono de desesperación en sus palabras.
—Si tan bien sigue, ¿por qué está todavía en cama?
Cal se movió en el asiento: sus ojos eludieron a los de June.
—Necesita recobrar sus fuerzas, necesita descansar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— ¿Estás bien? —preguntó Sally con los ojos dilatados al advertir la gravedad de
las lesiones de Michelle.
— Lo estaré —repuso Michelle. Hubo una pausa.— Pero duele —agregó,
mirando a Sally y a Jeff con una acusación silenciosa en los ojos.
June titubeó en la entrada, observando la conversación entre los tres niños. Tal
vez era un error... tal vez no habría debido llevar arriba a Sally y Jeff. Pero Michelle
debía hacerles frente, debía hablar con ellos. Eran sus amigos. Sin decir palabra
salió del cuarto, cerrando la puerta.
Cuando June salió, hubo un incómodo silencio mientras cada uno de los niños
esperaba que algún otro hablara primero. Jeff movía los pies, inquieto, y eludía la
mirada de Michelle.
—Bueno, por lo menos no estoy muerta —dijo por fin Michelle.
— ¿Puedes caminar? —preguntó Sally. Michelle asintió con la cabeza.
—Pero no muy bien. Me duele y cojeo una barbaridad.
—Mejorarás, ¿verdad? —preguntó Sally mientras se sentaba cuidadosamente en
el borde de la cama procurando no sacudir a Michelle.
Michelle no contestó.
Los ojos de Sally se llenaron de lágrimas. Aquello simplemente no parecía justo.
Michelle no había hecho nada. Si alguien había debido lastimarse, debía haber sido
Susan Peterson.
— Lo lamento —dijo en voz alta—. Nadie quiso que te sucediera nada. Susan
estaba bromeando, nada más...
—Resbalé —dijo de pronto Michelle—. No fue culpa de nadie. Solo resbalé. Y me
pondré bien... ¡ya verán! iEstaré perfectamente!
Apartó la cabeza, pero no antes de que Sally viera las amargas lágrimas que
empezaban a formarse.
— ¿Nos odias a todos? —preguntó Sally—. Yo odio a Susan...
Michelle miró a Sally con curiosidad.
— Entonces, ¿por qué no la hiciste callar? ¿Por qué no me ayudaste?
Las lágrimas brotaron y corrieron por sus mejillas; en silencio Sally empezó a
llorar también. Jeff procuró no hacer caso de las niñas, deseando no haber venido.
Aborrecía que las niñas lloraran... eso siempre lo hacía sentir como si hubiera hecho
algo malo. Decidió cambiar de tema.
— ¿Cuándo volverás a la escuela? ¿Quieres que te traigamos tus deberes?
Michelle aspiró profundamente por la nariz.
—No tengo ganas de estudiar.
—Pero te atrasarás mucho —protestó Sally.
—Tal vez no regrese a la escuela.
—Tienes que regresar —dijo Jeff—. Todos deben ir a la escuela.
—Tal vez mis padres me envíen a otra escuela.
—Pero ¿por qué? —preguntó Sally, cuyas lágrimas habían desaparecido.
—Porque soy inválida.
—Pero puedes caminar. Lo dijiste.
—Cojeo. Todos se reirán de mí.
—No lo harán —le aseguró Sally—. Nosotros no los dejaremos, ¿verdad, Jeff?
Jeff asintió con la cabeza aunque su expresión era indecisa.
—Susan Peterson lo hará —dijo Michelle con voz inexpresiva, como si no le
importara.
Sally hizo una mueca.
—Susan Peterson se ríe de todo. Tú no le hagas caso.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
June los estaba esperando abajo. En seguida supo que,algo había andado mal.
— ¿Les habló ella?
—Más o menos —contestó Sally con voz insegura.
Viendo que la niña estaba a punto de llorar, la rodeó con un brazo y la apretó
suavemente.
—Procura no dejar que ella te preocupe —le aconsejó—. Esto ha sido terrible
para ella y ha estado continuamente dolorida. Pero se pondrá bien. Solo llevará
tiempo.
Sally asintió con la cabeza sin hablar. Entonces sus lágrimas desbordaron y
hundió el rostro en el hombro de June.
—Oh, señora Pendleton, tengo la sensación de que es culpa nuestra. Todo culpa
nuestra.
—No es culpa tuya ni de nadie. Y estoy segura de que Michelle no lo cree así.
— ¿Realmente van a enviarla a otra escuela, lejos? —preguntó de pronto Jeff.
June lo miró sin entender.
— ¿Lejos? ¿A qué te refieres?
—Michelle dice que tal vez vaya a otra escuela. Creo que una escuela para...
inválidos —terminó, tropezando con la palabra como si le disgustara utilizarla—. ¿Es
cierto? — Sally escudriñó la cara de June, pero ésta permaneció cuidadosamente
inexpresiva.
—Bueno, hemos hablado sobre eso —mintió, preguntándose de dónde había
sacado Michelle semejante idea. Ni siquiera había sido mencionado.
—Espero que pueda quedarse aquí —dijo Sally con voz ansiosa—. Nadie se reirá
de ella... ¡De veras! No lo harán...
—Vamos, ¿de dónde sacaron semejante idea? —exclamó June. Empezaba a
preguntarse qué había acontecido exactamente arriba, pero sabía bien que no debía
tratar de sonsacar a Jeff y Sally.— Bueno, ¿por qué no se van los dos y vuelven
dentro de dos o tres días? Estoy segura de que Michelle se sentirá mucho mejor.
June observó a los dos niños que se alejaban bordeando el risco. Pudo verlos
conversar animadamente. Cuando Jeff se volvió para mirar la casa, June lo saludó
con un ademán, pero él sin hacerle caso, se apartó de manera casi culpable.
El ánimo de June, levantado por la aparición de Sally y Jeff, volvió a decaer.
Subió la escalera para tener una charla con Michelle. Pero cuando estaba por entrar
en la pieza de su hija, Jennifer comenzó de pronto a llorar. Por un momento, June se
detuvo en la puerta de Michelle, indecisa. Al aumentar los alaridos de Jennifer,
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Michelle yacía en cama, con los ojos abiertos, clavados sin ver en el ciclorraso,
escuchando.
Era más cercana, ahora, más cercana que nunca. Aún tenía que escuchar
cuidadosamente para entender las palabras pero estaba perfeccionándose en eso.
Era una voz agradable, casi musical. Michelle estaba casi segura de saber de
dónde venía.
Era la niña.
La niña del vestido negro. La que ella había visto primero en su sueño, luego
aquel día en el cementerio. El día en que había nacido Jennifer.
Al principio la niña se había limitado a llamarla, clamando por ayuda. Pero ahora
estaba diciendo otras cosas. Tendida en su cama Michelle escuchaba.
—Ellos no son tus amigos —canturreaba la voz—. Ninguna de ellos lo es.
—No le creas a Sally. Es amiga de Susan, y Susan te odia.
—Todos ellos te odian.
—Ellos te empujaron.
—Ellos te empujaron del sendero.
—Quieren matarte.
—Pero eso no sucederá. Yo no permitiré que suceda.
—Soy tu amiga y cuidaré de ti. Te ayudaré.
—Nos ayudaremos mutuamente...
La voz se apagó y Michelle advirtió un suave golpeteo en su puerta. Esta se abrió
y entró su madre, sonriéndole, con Jennifer en los brazos.
—¡Hola! ¿Cómo va todo?
—Bien, creo.
— ¿Fue linda la visita de Sally y Jeff?
—Creo que sí.
—Pensé que tal vez te gustaría saludar a tu hermanita.
Michelle contempló a la pequeña con rostro inexpresivo.
— ¿Qué vinieron a decirte Sally y Jeff? —insistió June, que empezaba a sentirse
desesperada. Michelle apenas si respondía a sus preguntas.
—Poca cosa. Solo querían saludar.
—Pero debes haber hablado con ellos.
— En realidad, no.
Un pesado silencio cayó sobre la habitación. June se puso a juguetear con la
manta de Jennifer mientras procuraba decidir qué táctica emplear con Michelle.
Finalmente, de mala gana, se decidió.
—Bueno, creo que es tiempo de que salgas de la cama —dijo sin rodeos.
Por fin hubo una reacción de Michelle. Sus ojos pestañearon, y por un momento
June pensó que se inundaban de temor. Se encogió todavía más bajo las cobijas.
—Pero no puedo... —empezó a decir.
Tranquilamente June la interrumpió.
—Por supuesto que puedes —dijo con soltura—. Sales de la cama todos los días.
Y te conviene... Cuanto antes puedas abandonar la cama y empezar a ejercitarte,
más pronto podrás volver a la escuela.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Es que no quiero volver a la escuela —dijo Michelle. Ahora, de pronto, estaba
sentada erguida, mirando a su madre con intensidad—. No quiero volver jamás a
esa escuela. Todos me odian allí.
—No seas tonta —dijo June —. ¿Quién te dijo eso?
Michelle miró desesperadamente en torno como si buscara algo. Sus ojos fueron
a posarse en su muñeca, sentada en su lugar habitual, junto a la ventana.
—Mandy —dijo—. ¡Amanda me lo dijo!
June quedó boquiabierta de sorpresa. Miró fijamente primero a Michelle, después
a la muñeca. ¡Seguramente ella no creía que fuese real! No, imposible. Entonces
June comprendió lo sucedido. Una amiga imaginaria. Michelle había inventado una
amiga imaginaria para que le hiciera compañía. Y sin embargo, allí estaba la
muñeca: sus ojos de vidrio, grandes y oscuros como los de Michelle, parecían ver a
través de ella. June cerró la boca y se puso de pie.
— Entiendo —dijo con voz hueca—. Bien.
"Dios querido, ¿qué le está pasando?", pensó. "¿Qué nos está pasando a todos?"
Tratando de ocultar su confusión y obligándose a sonreír a Michelle como si iodo
estuviera bien, se puso de pie.
—Más tarde hablaremos de eso.
Inclinándose, besó ligeramente a Michelle en la mejilla. La única reacción de
Michelle fue recostarse, de modo que otra vez quedó tendida en la cama.
Mientras June la observaba, toda expresión pareció borrarse del rostro de
Michelle. Si sus ojos no hubieran permanecido abiertos, June habría jurado que se
había dormido.
Apretando más a Jennifer contra sí, June abandonó la habitación retrocediendo
con lentitud.
Cal llegó a casa al mediar la tarde, y se pasó el resto del día leyendo y jugando
con Jennifer. Habló sólo brevemente con June y no subió para nada al cuarto de
Michelle.
Cuando June terminó de poner la mesa para cenar y se disponía a llamar a Cal a
la cocina, se le ocurrió una idea. Sin detenerse a reflexionar sobre ella, se dirigió a la
sala de recibo, donde estaba sentado Cal con Jennifer en las rodillas.
—Haré que Michelle baje para cenar —anunció.
Notó que Cal se sobresaltaba, pero se repuso con rapidez.
— ¿Esta noche? ¿A qué viene esto?
Su voz fue cautelosa y June se preparó para otra discusión.
— Ella está pasando demasiado tiempo sola. Tú nunca subes a verla...
— Eso no es cierto —empezó a protestar Cal, pero June no lo dejó terminar.
—No se trata de si es cierto o no. Se trata de que ella está pasando demasiado
tiempo sola, compadeciéndose, y no voy a permitir que eso continúe. Voy a subir y a
decirle que se ponga su bata y que baje. Y no aceptaré una respuesta negativa.
Tan pronto como June salió de la habitación, Cal puso a Jennifer en la cuna extra
que habían instalado en la sala de recibo y se preparó un trago. Cuando regresó
June, él ya lo había bebido y había empezado otro, que se llevó consigo cuando
June lo llamó a la mesa.
Permanecieron sentados en silencio, aguardando a Michelle. Mientras el reloj del
pasillo seguía con monótono su tic—tac, Cal empezó a retorcer su servilleta.
— ¿Cuánto tiempo vas a esperar? —preguntó.
—Hasta que baje Michelle.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— ¿Y si no baja?
— Lo hará —dijo June con firmeza—. Sé que vendrá.
Pero interiormente no sentía la seguridad que sugerían sus propias palabras.
Los minutos transcurrieron con lentitud. June tuvo que esforzarse para
permanecer sentada, para no subir, para no rendirse. Y entonces comprendió.
Tal vez Michelle no podía bajar. Levantándose de la mesa, corrió al pasillo.
En lo alto de la escalera Michelle, con su bata apretada alrededor de la cintura,
oprimía la balaustrada con una sola mano, mientras con la otra probaba con su
bastón el escalón más alto.
— ¿Puedo ayudarte? —ofreció June.
Michelle la miró; luego sacudió la cabeza al responder:
—Yo lo haré. Lo haré yo sola.
De pronto June sintió liberarse la tensión que se había venido acumulando en
ella. Pero luego cuando Michelle volvió a hablar, el nudo de miedo que la había
tenido sujeta toda la tarde se ajustó de nuevo, más apretado que nunca.
—Mandy me ayudará —dijo Michelle con voz queda—. Ella me lo dijo.
Con sumo cuidado, Michelle empezó a bajar la escalera.
CAPITULO 12
Con la mirada fija en el cielorraso, Josiah Carson se pasó una mano por la espesa
cabellera casi blanca, mientras con la otra tamborileaba sobre el escritorio que tenía
delante. Como siempre cuando estaba solo, pensaba en Alan Hanley.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Las cosas habían ido bien hasta ese día en que Alan había caído del techo. ¿O
acaso no había caído?
Josiah estaba seguro de que no. En el transcurso de los años, demasiadas cosas
habían ocurrido en su casa, demasiadas personas habían muerto.
Con la mente volvió a su esposa, Sarah, y a los días en que la vida le había
parecido perfecta. El y Sarah iban a tener una familia... una gran familia... pero no
había resultado así. Sarah había muerto dando a luz a su hija. No debía haber
muerto... no existían motivos para eso. Había estado sana. El embarazo había sido
fácil, pero al nacer su hija, Sarah había muerto. Josiah había sobrevivido a la
pérdida volcando su amor en su hija, la pequeña Sarah. Y entonces, cuando Sarah
tenía exactamente doce años, había sucedido aquello.
Carson no sabía aún cómo había sucedido.
Una mañana bajó la escalera y abrió el enorme refrigerador empotrado en la
cocina.
En el suelo, sosteniendo una muñeca que Josiah nunca había visto antes,
encontró a su hija muerta.
¿Por qué había entrado en el refrigerador? Josiah nunca lo supo.
Sepultó a la pequeña Sarah y con ella sepultó a la muñeca.
Después de eso había vivido solo y al transcurrir los años, más de cuarenta,
había empezado a creer que estaba a salvo, que nada más iba a suceder, y
entonces Alan Hanley había caído.
En su fuero interno estaba convencido de que Alan no había perdido simplemente
pie. No: había algo más que eso, y la prueba era la muñeca.
La muñeca que él había sepultado junto con su hija.
La muñeca que él había encontrado bajo el quebrado cuerpo de Alan.
La muñeca que Michelle Pendleton le había mostrado.
Josiah hubiera querido hablar con Alan sobre la muñeca, pero el muchacho nunca
había recobrado el sentido: Cal Pendleton lo había dejado morir.
Lo había matado, en realidad.
Si Cal no lo hubiera matado, Josiah habría podido averiguar lo que realmente
había sucedido aquel día en el tejado... lo que Alan había visto, sentido y oído.
Habría podido averiguar qué estaba sucediendo en su casa. Qué le había sucedido
a su familia. Ahora nunca lo sabría. Cal Pendleton le había arruinado esa posibilidad.
Pero él se desquitaría.
Ya estaba empezando a desquitarse.
Había sido tan fácil, una vez que descubrió cuan culpable se sentía Cal respecto
de Alan. A partir de allí, fue fácil. Venderle la casa. Venderle la clientela. Había dado
resultado.
El había introducido a Cal Pendleton en la casa y la muñeca estaba de vuelta.
Ahora la hija de Cal tenía la muñeca.
Y lo que estaba ocurriendo, fuera lo que fuese, ya no le estaba ocurriendo a los
Carson.
Ahora le estaba ocurriendo a los Pendleton.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por ruido de voces que venían de la sala
de examen, contigua al consultorio donde Cal estaba examinando a Lisa Hartwick.
Cal había tratado de eludir el examen de Lisa, pero Josiah no se lo había
permitido. Sabía lo asustado que Cal estaba ahora de los niños, que tenía la
sensación, razonable o no, que cualquier cosa que él hiciera con un niño iba a ser
errónea y que él iba a dañar al niño.
Josiah Carson comprendía estos sentimientos.
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Cuando Cal entró en el consultorio que ambos compartían, Josiah Carson fingió
estar absorto en una revista médica. Solo levantó la mirada cuando Cal estuvo
sentado junto a su improvisado escritorio.
— ¿Todo fue bien? —preguntó.
—Es una niña difícil —respondió Pendleton, encogiéndose de hombros.
— Es una mocosa —afirmó Carson. —Bueno, la vida no es fácil para ella.
—La vida no es fácil para ninguno de nosotros —dijo intencionadamente Josiah.
Cal dio un respingo visible; luego buscó la mirada de Carson.
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AMANDA
CAPITULO 13
Sally apenas si le había hablado y los demás no habían sabido qué decir.
Pero ella no se rendiría ante ellos.
Abrió la puerta y entró en la sala de descanso, donde se miró con fijeza al espejo,
preguntándose si el dolor se evidenciaba en su cara.
Era importante que no se notara, que nadie supiera cómo se sentía, cuánto era el
dolor.
Cuan enfurecida estaba ella.
Especialmente contra Susan Peterson.
Susan había dicho algo a Jeff.
Le había dicho algo que impidió que el le hablara a Michelle.
Amanda tenía razón... no eran sus amigos, ya no. Después de lavarse la cara
Michelle se miró al espejo.
—No importa —dijo en voz alta—. No los necesito. Amanda es mi amiga. ¡Al
infierno con ellos!
Luego, sorprendida por haber utilizado esa blasfemia, dio un paso hacia atrás y
estuvo a punto de caer. Tomándose del borde del fregadero, se sostuvo. Una
oledada de frustración la inundó y quiso llorar, pero no quería darse por vencida...
"Yo les enseñaré", prometió en silencio. "Les enseñaré a todos".
Penosamente emprendió el regreso al aula.
Después del recreo algo cambió en el aula. El cuchicheo cesó y los niños
parecieron ocupar sus mentes en sus tareas.
Salvo que de vez en cuando uno de los niños miraba a escondidas, primero a
Michelle, luego a Susan Peterson. Si dichas niñas percibieron lo que estaba
ocurriendo, no dieron señales de ello.
Sally Carstairs estaba pasando un mal rato. Cada pocos minutos apartaba la vista
de su tarea, miraba a Michelle, luego, rápidamente, miraba tanto a Michelle y Jeff
Benson como a Susan Peterson. Cuando sus miradas se encontraron, Susan apretó
los labios y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Sally volvió a su trabajo,
mientras su rostro se ruborizaba de culpa.
Cuando sonó la campana de la merienda, ni siquiera Sally Carstairs esperó a
Michelle. En cambio, en pocos segundos el aula quedó vacía, salvo Michelle y
Corinne. Michelle buscó su cartapacio bajo su pupitre y sacó su merienda. Luego se
incorporó, disponiéndose a salir del aula.
— ¿Por qué no te quedas y comes conmigo? —sugirió Corinne.
Por un breve instante, Michelle vaciló. Luego sacudió la cabeza diciendo:
— Iré afuera.
— ¿Estás segura? —insistió Corinne. Michelle asintió con la cabeza.
—Me sentaré en lo alto de la escalera, desde donde puedo ver todo. —Estaba
casi fuera del recinto cuando de pronto se detuvo y se volvió haciendo frente a
Corinne —. Poder ver es importante. ¿Lo sabía usted, señorita Hatcher?
Sin esperar respuesta, Michelle salió del aula.
Cuando sonó la campana de las tres y diez, Corinne Hatcher volvió a pedirle a
Michelle que esperara, y le hizo señas de que se acercara a su escritorio, al frente
del salón vacío.
—Quiero pedir disculpas en nombre de la clase.
Michelle permanecía inmóvil frente a ella, inexpresiva, con el rostro hecho una
máscara de indiferencia.
— ¿Disculpas? ¿Porqué?
—Por el modo en que te trataron hoy. Fue muy grosero.
— ¿Lo fue? No me di cuenta de nada respondió Michelle con voz inexpresiva.
Reclinándose en su silla, Corinne golpeteó el escritorio con un lápiz.
— Noté que no merendabas con tus amigos.
— Ya le dije... era más fácil no tratar de bajar los escalones. ¿Puedo irme
ahora? Hay una larga caminata hasta mi casa.
— ¿Irás caminando? —Corinne quedó espantada. Michelle no podía ir
caminando... era demasiado lejos. Pero la niña asentía tranquilamente.
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—Me hace bien —dijo afablemente. Corinne advirtió que ahora, cuando el tema
nada tenía que ver con sus condiscípulos, Michelle parecía serenarse.— Además,
me gusta caminar. Y ahora que no puedo caminar tan rápido como solía hacerlo,
veo mucho más. Se sorprendería usted.
En la mente de Corinne resonaron las palabras de Michelle: ”Es importante ver".
— ¿Que ves? —preguntó la maestra.
—Oh, toda clase de cosas. Flores, y árboles y rocas... cosas así. —Bajó un poco
la voz.— Cuando se está solo, realmente se mira todo.
Corinne sintió mucha tristeza por Michelle. Cuando habló su voz reflejó sus
emociones.
—Sí —dijo—, estoy segura de que es así.
Se puso de pie y comenzó a juntar sus cosas. Caminando muy despacio para que
Michelle pudiera seguirla, salió del salón y cerró con llave la puerta.
— ¿Estás segura de que yo no podría llevarte a casa? —ofreció Corinne cuando
llegaron a los escalones delanteros.
—No, gracias. De veras estaré perfectamente.
Michelle parecía distraída: sus ojos exploraron el patio de la escuela, como si
buscara a alguien.
— ¿Alguien te iba a acompañar?
—No... no, solo pensé... — Michelle calló, se interrumpió y empezó a bajarlos
peldaños—. Hasta mañana, señorita Hatcher, dijo por sobre el hombro.
Al llegar al pie de la escalera, se colgó del hombro su cartapacio y cojeó hacia la
acera.
Corinne Hatcher la observó hasta verla desaparecer al doblar la esquina; luego se
encaminó hacia su automóvil.
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CAPITULO 14
94
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Esa tarde, cuando Cal Pendleton llegó a casa, June estaba sentada en la cocina,
sosteniendo en su regazo a Jenny, contemplando el mar. Se detuvo en la puerta de
la cocina y la observó. La luz indirecta de la tarde arrojaba sobre ella un suave
resplandor. Por un momento. Cal quedó abrumado por la belleza de la escena... la
madre y la niña, su esposa y su hija, con la ventana y más allá la caleta
enmarcándolas, casi como una aureola. Pero cuando June se volvió hacia él, su
sensación de bienestar quedó destruida.
—Siéntate Cal. Tengo que hablar contigo —empezó June. No hizo falta decirle
que quería hablar sobre Michelle — . Algo anda mal. No es solo su cojera, y Dios
sabe que eso ya es bastante malo. Hoy sucedió algo en la escuela, o después de la
escuela. No quiso decirme qué, pero la asustó.
— Bueno, fue su primer día... ——empezó a decir Cal, pero June no le permitió
terminar.
—Hay más. Esta tarde estaba yo en el estudio, trabajando. Oí llorar a Jenny y
cuando subí a cuidarla, Michelle estaba allí. Sostenía a Jenny y tenía en el rostro
una extrañísima expresión. Y estaba apretando a Jenny...
Su voz se apagó: el recuerdo de la tarde aún era vivido en su mente. Cal
permaneció un momento silencioso. Cuando finalmente habló, su voz fue tensa.
—¿Qué tratas de decir? ¿Crees que algo le pasa a Michelle?
—Sabemos que le pasa algo comenzó June.
Pero esta vez Cal no la dejó terminar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Cayó, sufrió algunas contusiones, y se perdió unas cuantas clases. Pero está
mejorando cada día.
—No está mejorando. Eso querrías tú, pero si pasaras algún tiempo con ella,
verías que no es la misma niña que solía ser —insistió June. Contra su voluntad,
empezó a levantar la voz—. Algo le está pasando, Cal. Se está convirtiendo en una
reclusa, que se pasa todo el día sola con esa maldita muñeca, y yo quiero saber por
qué. Y en cuanto a ti, vas a dedicarle algo de tiempo, Cal. Irás conmigo cuando la
lleve a la escuela mañana, y también irás conmigo cuando pase a buscarla. Y por
las noches dejarás de esconderte en Jenny y en tu periódico, y empezarás a dar
alguna atención a Michelle. ¿Está claro?
Cal se incorporó, con el rostro sombrío, la mirada pensativa.
—Déjame manejar mi vida a mi manera, ¿de acuerdo?
—No es tu vida —replicó June—. ¡Es mi vida, y también la vida de Jenny!
Lamento todo lo que ha ocurrido, y querría ayudarte. Pero, Dios santo. Cal, ¿qué
hay de Michelle? Es una niña y nos necesita. Tenemos que estar presentes para
ella. ¡Los dos!
Pero Cal no oyó estas últimas palabras. Ya había salido de la cocina,
encaminándose hacia la sala de recibo, donde cerró la puerta, se sirvió un trago y
procuró olvidar las palabras de su esposa, acusándolo, siempre acusándolo.
Tendría que demostrar que ella se equivocaba.
Demostrarle que todo estaba perfecto, que Michelle se hallaba muy bien. Que él
mismo se hallaba muy bien.
Esa noche, después de la cena, Michelle se presentó en la sala de recibo, con su
juego de ajedrez bajo el brazo.
—¿Papá?
Cal estaba sentado en su sillón, leyendo una revista, mientras June tejía, sentada
frente a él.
— ¿Qué quieres? —preguntó él, obligándose a sonreír a su hija.
— ¿Quieres jugar una partida? —continuó la niña, haciendo sonar la caja de
piezas.
Cal estaba por negarse amablemente, cuando June le lanzó una mirada de
advertencia.
— Está bien —dijo sin entusiasmo—. Prepáralo mientras yo me sirvo un trago.
Michelle se depositó cuidadosamente en el suelo, con la pierna izquierda
torpemente extendida, y empezó a colocar el tablero de ajedrez. Cuando su padre
regresó, ella ya había hecho su primera jugada. Cal se acomodó en el suelo.
Michelle esperó.
El parecía estar estudiando el tablero, pero Michelle no estaba muy segura.
Finalmente habló.
—Te toca a ti, papá.
—Ah, disculpa.
Automáticamente, Cal tendió la mano para responder a la apertura de Michelle.
Esta arrugó un poco el entrecejo, preguntándose qué pasaba con el juego de su
padre. Tentativamente, comenzó a prepararle una trampa.
De nuevo Cal permaneció silencioso, con la mirada fija en el tablero, bebiendo su
copa, hasta que Michelle le recordó que le tocaba jugar. Cuando hizo su jugada,
Michelle alzó la vista para mirarlo, asombrada. ¿Acaso él no veía lo que se proponía
ella? Antes, nunca le dejaba salirse con la suya en esto. La niña adelantó su reina.
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CAPITULO 15
Después de que Michelle desapareció dentro del edificio escolar, Cal permaneció
largo rato sentado en su automóvil. Observaba la llegada de los otros niños, niños
robustos, sanos, que iban brincando en la mañana otoñal, riendo unos con otros.
¿Acaso se reían de él?
Podía verlos desviar la mirada hacia él de vez en cuando. Sally Carstairs hasta le
hizo un ademán de saludo. Pero después se alejaban riendo por lo bajo y
cuchicheando entre sí, tal como si, de algún modo, supieran lo afectado que él
estaba. Pero no podían saberlo. Eran solo niños. Y él era un médico. Alguien en
quien confiar, a quien admirar.
Todo eso era una impostura. No confiaba en sí mismo ni se admiraba, y estaba
seguro de que ellos lo sabían, sabía todo sobre los instintos de los niños... su
capacidad para captar las vibraciones que los rodeaban. Inclusive los crios muy
pequeños, cuidadosamente protegidos de la realidad, reaccionan a la tensión de sus
padres. Estos niños, los niños por cuya, salud él quería ser responsable... ¿Qué
pensaban de él? ¿Sabían acaso cómo era él en realidad? ¿Sabían que él les tenía
miedo? ¿Sabían que el miedo se estaba conviniendo en odio?
Estaba seguro de que lo sabían.
Un automóvil se detuvo en el parque de estacionamiento contiguo a la escuela y
Cal vio que Lisa Hartwick bajaba, lo miraba, lo saludaba y luego subía los escalones
en pos de los últimos retrasados. Hizo girar la llave en la ignición, puso en marcha el
automóvil y estaba por alejarse cuando vio que un hombre le hacía señas. El padre
de Lisa, evidentemente. Cal puso el auto en neutro y esperó.
98
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Este día fue peor aún. Michelle se sentía como una intrusa, un monstruo. Cuando
sonó la última campana, se alegró de que sus padres fueran a buscarla.
Lentamente recorrió el pasillo. Cuando llegó a los escalones delanteros, todos sus
condiscípulos habían desaparecido. Deteniéndose en lo alto de la escalera, miró
alrededor.
Había todavía un grupo de niñas pequeñas, las de tercer grado, que jugaban
saltando a la cuerda. Como no se veía por ninguna parte a sus padres, Michelle se
instaló en el escalón más alto para mirarlas. Repentinamente una de las niñas
pequeñas se separó del grupo, fue al pie de la escalera y desde allí miro a Michelle.
— ¿Quieres jugar con nosotras?
— No puedo —respondió Michelle ceñuda.
— ¿Por que no?
—Yo no puedo saltar.
La niñita pareció reflexionar sobre esta información. Luego animada, insistió:
—Bueno, podrías dar vuelta la cuerda, ¿verdad? Así yo tendría más vueltas.
Michelle lo pensó. Esa niña no parecía estar burlándose de ella. Finalmente se
incorporó.
99
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
supiera que mentía. Sus preocupaciones volvieron a dominarla: tal vez Michelle
estuviera mejorando. Pero ¿y su esposo?
Una hora más tarde Michelle retiró la tela del caballete, la puso de nuevo en el
armario y volvió a colocar el cuadro de su madre exactamente como había estado
antes.
Cuando salió del estudio, no quedaban señales de que ella hubiese estado alguna
vez allí. Ninguna señal, salvo el boceto al carboncillo sepultado en el revoltijo al
fondo del armario.
Cuando se despertó a la mañana siguiente Michelle se preguntó por que todavía
se sentía cansada.
Había dormido bien esa noche.
Estaba segura de ello.
Y sin embargo sentíase fatigada, y la cadera le palpitaba de dolor.
CAPITULO 16
ocuparse de los huevos. Simplemente no había nada que ella pudiera hacer. Se
sentía impotente, ineficaz y furiosa... consigo misma y con Cal.
—Aquí está mi pequeña —dijo Cal cuando regresó a la cocina, sosteniendo en un
brazo a Jenny. Sentándose frente a la mesa, se puso a hacer saltar suavemente a la
niñita, haciéndola sonreír y gorgotear de placer.
— ¿Puedo tenerla yo? —preguntó Michelle. Después de mirarla, Cal sacudió la
cabeza.
— Está contenta donde está. ¿No es hermosa?
Sin contestar, Michelle se levantó repentinamente de la mesa.
—Olvidé algo arriba. Llámame cuando sea hora de salir, ¿de acuerdo?
Cal asintió distraídamente, todavía absorto en Jenny.
— Eso fue cruel —dijo June cuando Michelle hubo salido de la cocina.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Cal, sorprendido por la expresión en el
rostro de June. ¿Qué había hecho él?
218
— ¿Al menos no habrías podido dejarla tener a Jenny?
—No te entiendo —replicó Cal. Su expresión perpleja indicó a June que no tenía
la más vaga idea de lo que ella quería decir.
—Oh, no importa —dijo June mientras empezaba a servir los huevos.
Mientras viajaban por Paradisc Point es¿i mañana, ni Cal ni Michelle hablaron. No
era un silencio cómodo, no era el tipo de silencio íntimo, cordial, que ambos habían
disfrutado allá en Boston; en cambio era como si entre los dos hubiese un abismo,
un abismo que se estaba ensanchando y que ninguno de ellos sabía trasponer.
Sally Carstairs trataba de no escuchar la monótona voz de Susan Peterson.
Estaban sentadas bajo el árbol, comiendo su merienda, y a Sally le parecía que
Susan no callaría jamás. Ya hacía casi quince minutos que hablaba sin parar.
— Bien podría irse a otra escuela —había empezado Susan. Todos
habían comprendido de quién hablaba, ya que tenía los ojos fijos en
Michelle que estaba sola sentada en lo alto de los escalones. — Quiero
decir, ¿realmente tenemos que mirarla renquear de un lado a otro como un
fenómeno cualquiera? ¿Por qué no la envían a una de esas escuelas
para niños especiales? Si es que se puede llamar especial a una retardada.
— Ella no es retardada —objetó Sally —. Solamente es coja.
— ¿Cuál es la diferencia? —preguntó Susan airosamente—. La que es un
fenómeno es un fenómeno.
Y así siguió, con voz vibrante de malicia, enumerando sus objeciones a que
Michelle estuviera en la misma escuela que los demás, y mucho menos en la misma
aula.
Sally siguió tratando de no escuchar, pero la voz de Susan era como una abeja
zumbando en sus oídos. Cada pocos segundos miraba a ver si Michelle podía oír lo
que Susan estaba diciendo. Pero Michelle parecía no hacerles ningún caso.
Entonces, en el momento en que Sally decidió que ya había oído bastante y se
disponía a levantarse y acercarse a Michelle, vio que Annie VVhitmorc corría a su
lado. Pudo verlas conversar: luego Annie tomó a Michelle por la mano, tirando de
ella para ponerla de pie. Cuando los demás integrantes del grupo que estaban
delante del arce advirtieron lo que sucedía, Susan guardó silencio. Vieron que Annie
bajaba los escalones conduciendo a Michelle y luego se dirigía con ella hacia un
lugar situado a pocos metros de distancia, donde estaban reunidas las demás
alumnas de tercer grado. Un momento más tarde Michelle sostenía una punta de la
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
cuerda de saltar, Annie la otra, y las niñas más pequeñas empezaron a turnarse en
el medio.
— No me digas que no es retardada —comentó Susan Peterson.
Alrededor de ella, sus amigos comenzaron a reír por lo bajo.
Michelle procuró no hacer caso de esos sonidos, diciéndose que ellos se reían de
otra cosa. Pero sabía que no era verdad. Podía sentirlos: mirándola, cuchicheando
entre sí, riendo. Mientras la primera punzada de furia le apretaba el estómago, sujetó
mejor la cuerda de saltar, obligándose a concentrarse en Annie Whitmorc cuyos pies
brincaron hábilmente al ritmo del canto cuando empezó su turno.
220
Pero al aumentar las risas desde el grupo de Susau 'eterson, Michelle
encontró cada vez más difícil no hacerles aso. Su ira aumentó: sintió que el rostro se
le acaloraba, xcrró un momento los ojos, con la esperanza de que al bstruir de
su visión a sus condiscípulos, pudiera excluirlos . e sus pensamientos.
Cuando abrió de nuevo los ojos, algo parecía haber
ocurrido. El sol tan brillante unos segundos atrás, se estaba
cabando en una bruma gris. Y sin embargo era demasiado
emprano para que entrara la niebla. La niebla siempre
entraba al caer la tarde, no a la hora de la merienda...
En sus oídos, las burlas de Susan Peterson se tornaron
más sonoras, atravesando la niebla, atormentándola.
"Haz irirar la cuerda", se decía. "Sólo haz iiirar la
o o
cuerda y finge que no ocurre nada".
Su visión se esfumaba rápidamente: pronto no percibió nada más que la soga en
su mano. Redobló el ritmo del canto, haciendo girar la cuerda más rápido para
seguirlo.
En el rostro de Annie, la sonrisa feliz empezó a apagarse, mientras procuraba
seguir el ritmo de Michelle, súbitamente furioso. Brincaba cada vez más rápido y
pronto renunció a emplear el saltito intermedio que llenaba el tiempo entre las
rotaciones de la soga. Ahora saltaba de frente a Michelle, procurando decidir si
debía continuar o tratar de escaparse. Pero la soga iba demasiado rápido. Annie no
podía escapar ni tampoco continuar.
Cuando la soga le fustigó los tobillos, Annie gritó de dolor, tropezó y cayó al suelo.
Fue el grito lo que llegó hasta Michelle.
Ahogando las risas de Susan Peterson, atravesó la bruma, perforando la niebla
como un relámpago.
La soga, arrancada de su mano al golpear a Annie, yacía a los pies de Michelle.
No recordaba haberla soltado: no recordaba qué había ocurrido exactamente. Pero
allí
estaba Annie, frotándose el tobillo y minando a Michelle con más reproche
que temor.
— ¿Por que hiciste eso? —inquirió Annie—. No puedo saltar tan rápido.
—Disculpa —respondió Michelle. Dio un paso adelante pero Annie pareció
encogerse apartándose de ella . No quise hacerla girar tan rápido. De veras que no.
¿Te sientes bien?
De nuevo se movió hacia Annie, y la nifiita, al no ver otra cosa que preocupación
en el rostro de Michelle, dejó que la ayudara a levantarse.
—Duele —se quejó—. ¡Me arde!
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
En su pierna se estaba formando una roncha que ella frotó de nuevo antes de
incorporarse. Se había congregado un pequeño gentío que observaba con curio-
sidad, señalando primero a Annie y luego a Michelle. Al ver acercarse a Susan
Peterson, Michelle se alejó renqueando lo más rápido que podía. Estaba al pie de
los escalones cuando oyó, detrás de sí, la voz de Sally Carstairs.
—Michelle.,. ¿que pasó?
Michelle se volvió hacia Sally. Aunque en sus ojos no había más que curiosidad,
Michelle desconfió. Después de todo, solo unos instantes atrás Sally había estado
bajo el árbol junto con Susan y los demás.
—Nada —declaró—. Solo que hice girar la cuerda demasiado rápido y Annie
tropezó.
Mientras hablaba, Sally la observaba cuidadosamente, preguntándose si Michelle
estaba diciendo la verdad. Pero al sonar la campana que los llamaba a todos
después de la merienda, decidió no apremiar a Michelle. — ¿Quieres que entre
contigo? —preguntó. —No —respondió Michelle en tono brusco— . ¡Solo
quiero que me dejes tranquila!
Ofendida, Sally retrocedió; luego subió de prisa los escalones. Cuando Michelle
se arrepintió de sus palabras
222
era demasiado tarde... Sally estaba ya dentro del edificio. Lentamente, Michelle
empezó a subir la escalera, aliviada al ver que los demás niños pasaban en tropel
por su lado, parloteando, olvidados ya del incidente con Annie.
—Yo vi lo que hiciste —siseó Susan Peterson a su oído.
Sobresaltada, Michelle estuvo por perder el equilibrio y tuvo que aferrarse a la
barandilla para no caerse.
—¿Qué?
—Lo vi —insistió Susan, cuyos ojos brillaban de malicia—. Vi que
deliberadamente trataste de hacer caer a Annie y se lo diré a la señorita Hatcher.
¡Es probable que te expulsen!
Sin aguardar respuesta, se apresuró a entrar. Súbitamente sola en el patio
escolar, Michelle se detuvo y miró el campo de juego, como si de algún modo
pudiera ver lo que realmente había sucedido. Ella no lo había hecho de intento.
Estaba segura de que no. Pero en realidad no podía recordar qué había sucedido
hasta que Annie Whitmore gritó. Suspirando profundamente, empezó de nuevo a
subir los escalones. "Ojalá que ella estuviera muerta" pensó. "Ojalá Susan Peterson
estuviera muerta".
Al llegar a lo alto de los escalones, Michelle se detuvo. Dentro de su cabeza podía
sentir la voz de Amanda, muy suave, hablándolc.
—Yo la mataré —susurraba Mandy—. Si ella habla, yo la mataré...
June colocó a Jennifer en su cunita, acomodó cuidadosamente una cobija en
torno a ella; luego volvió a su caballete y examinó el paisaje marino. Estaba casi
concluido. Era tiempo de empezar con otra cosa. Abriendo la puerta del armario, tiró
de la cuerdita que colgaba de
la lamparilla sin pantalla instalada adentro y tendió la mano hacia la tela más
cercana. Al ver que su tamaño no le convenía, se internó más en el armario para
revolver entre la maraña de marcos y telas que se apilaban en desorden al fondo.
Finalmente, vio una que le convenía y la apartó de las demás.
Al llevarla al estudio, se dio cuenta de que no estaba en blanco.
Arrugando la frente, miró con fijeza el boceto al carboncillo. No
recordaba haber hecho ese boceto, y sin embargo debía de haberlo hecho.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Michelle empezó a juntar sus libros, sin quitar los ojos del suelo mientras el resto
de la clase salía de prisa al corredor. La tarde había sido desdichada para ella:
itormcntada, ella había esperado el recreo. Estaba segura ie que la señorita Hatcher
querría hablar con ella. Pero recreo había pasado sin que la señorita Hatcher dijera
lada. Ahora había terminado el día. Se puso de pie, tomó el bastón y se dirigió a la
puerta.
—Michelle... ¿quieres aguardar un minuto, por favor?
Lentamente se volvió hacia la maestra. La señorita Hatcher la estaba mirando.
Pero en vez de enojada parecía preocupada.
—Michelle, ¿qué pasó hoy a la hora de la merienda?
— ¿Se... se refiere usted a Annie?
Corinne Hatcher asintió con la cabeza.
—Tengo entendido que hubo un accidente —dijo en un tono que expresaba
inquietud, pero no enojo.
Michelle se permitió tranquilizarse un poco.
—Parece que hice girar la soga un poco rápido. Annie tropezó y la soga le golpeó
la pierna. Pero dice que se siente bien.
— Pero ¿cómo ocurrió eso? —insistió la señorita Hatcher.
Michelle habría deseado saber qué le había dicho Susan Peterson.
—Pues... pues sucedió, simplemente —respondió Michelle, desvalida —. Creo
que no estaba prestando atención —hizo una pausa, luego, vacilando preguntó:—
¿Qué dijo Susan?
—Poca cosa, solo que vio que la cuerda golpeaba a Annie.
—Dijo que yo lo hice de intento, ¿verdad?
— ¿Por qué iba a decir eso? —replicó la maestra. Eso era exactamente lo que
había dicho Susan.
—Dijo que me iban a expulsar por eso —contestó Michelle, le temblaba la voz y
luchaba por contener las lágrimas.
—Bueno, aunque lo hubieras hecho de intento, no creo que te echaríamos por
eso. Tal vez te haríamos escribir "No haré caer a Annie Whitmore" en la pizarra cien
veces. Pero ya que fue un accidente no parece merecer castigo, ¿verdad?
—¿Quiere decir que me cree? —respiró Michelle.
—Por supuesto que sí.
106
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Toda la tensión abandonó a Michelle, Después de todo, las cosas iban a estar
bien. Entonces miró a la señorita Hatcher con expresión implorante.
—Señorita Hatcher, ¿por qué diría Susan que yo hice eso de intento?
"Porque es una mentirosilla maligna y detestable" pensó para sí Corinne.
—A veces algunas personas ven las cosas de modo diferente a otras —respondi ó
con serenidad—. Por eso es importante averiguar lo que otras personas dicen sobre
esas cosas. Por ejemplo, Sally Carstairs dijo que tú no hiciste nada
deliberadamente. También ella dijo que fue un accidente.
—Sí, fue un accidente —asintió Michelle—. Yo no haría daño a Annie. Me agrada
y yo le agrado a ella.
—Agradas a todos, Michelle —respondió Corinne palmeándole el hombro
afectuosamente—. Solo dales una oportunidad y ya verás.
Eludiendo su mirada, Michelle preguntó:
— ¿Puedo irme ya?
—Por supuesto. ¿Vendrá a buscarte tu madre?
— Puedo caminar.
El modo en que lo dijo Michelle hizo pensar a Corinne que era casi un desafío.
—Estoy segura de que puedes —admitió con dulzura. Michelle se dirigió hacia la
puerta pero la maestra volvió a detenerla—. Michelle... —La niña se detuvo, pero no
se volvió, obligando a Corinne a hablarle a su espalda—. Michelle, lo que te ocurrió
también fue un accidente, no debes estar encolerizada por ello ni culpar a nadie, fue
un accidente, tal como lo sucedido hoy a Annie.
—Ya lo sé —replicó Michelle. Su voz fue apagada; las palabras sonaron como
una réplica automática.
—Y los niños se acostumbrarán a ti. Con los de más edad llevará un poco de
tiempo, nada más. Pronto dejarán de burlarse.
— ¿Dejarán? —preguntó Michelle. Pero no esperó una respuesta.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— ¿Por qué? —gritó Susan con voz burlona—. ¿Qué harás para evitarlo?
¡Lisiada!
— No tendrías que estar en el cementerio —comentó Michelle, procurando
contener la furia que crecía en ella.
— Puedo ir adonde quiera y hacer lo que quiera —se mofó Susan—. ¡Yo no soy
renga como algunas personas!
Las palabras resonaron en los oídos de Michelle, aguijoneándola, lastimándola,
penetrando en ella. En su interior creció la furia, y de nuevo la niebla empezó a
cerrarse alrededor de ella. Pero entonces con la niebla llegó Amanda. Pudo sentir a
Amanda antes de oírla, pudo sentir su presencia junto a ella, sosteniéndola. Y luego
Mandy empezó a susurrarle.
—No le permitas decir cosas como esas —decía Mandy—. Hazla callar. ¡Haz que
tenga la boca cerrada!
Michelle penetró en el cementerio, enredándose los pies en la maleza, con su
bastón más de estorbo que de ayuda. Pero a su lado podía sentir a Mandy,
fortaleciéndola, dándole bríos.
Y a través de la niebla podía ver la cara de Susan Peterson que ya no sonreía,
muerta en sus labios la risa.
— ¿Qué estás haciéndo —susurró—. No te me acerques.
Michelle siguió andando, arrastrando su pierna coja, olvidando su dolor,
golpeando con su bastón las zarzas y piedras a su paso, sin hacer caso de lo que
decía Susan, escuchando solamente las palabras de aliento de Mandy.
Al acercarse Michelle, Susan empezó a retroceder.
—Apártate de mí —clamó—. Déjame tranquila. ¡Déjame tranquila!
Con el rostro contraído en una máscara de miedo, se volvió de nievo y echó a
correr a través del camposanto, huyendo hacia la arremolinada niebla gris.
Implacable, Michelle se lanzó tras ella.
—Quédate aquí —le susurró Amanda—. Tú quédate aquí y déjame hacerlo.
Quiero hacerlo...
Entonces también ella desapareció y Michelle quedó repentinamente sola, inmóvil
en el abandonado cementerio, apoyada en su bastón mientras la gris humedad de la
bruma flotaba a su alrededor.
Cuando se lo oyó, el grito fue apagado, flotando casi suavemente a través de la
niebla, después, de nuevo, solo hubo silencio.
Michelle permaneció quieta, escuchando, aguardando. Cuando de nuevo oyó la
voz de Amanda, pudo sentir a la extraña niña otra vez cerca de ella, casi dentro de
ella.
—Lo hice —susurró Mandy—. Te dije que lo haría y lo hice.
Con estas palabras repercutiendo en su cabeza, Michelle echó a andar
lentamente hacia su casa. Cuando llegó a la vieja morada, el sol brillaba otra vez
desde un claro cielo otoñal, y el único ruido que oyó fue el de las gaviotas al chillar.
CAPITULO 17
"Eres un hombre sereno", pensó para sí Carson. "Pero te está afectando. Puedo
verlo en tus ojos". Cuando habló lo hizo con voz amistosa.
— Pensaba en Michelle. ¿Alguna idea nueva sobre lo que está causando esa
cojera?
Antes de que Pendleton pudiera contestar, sonó el teléfono en la oficina exterior.
Carson maldijo en voz baja.
—Lo de siempre... se va la enfermera y suena el telefono —comentó. Como no
dio señales de atenderlo, Cal se estiró y levantó el auricular.
—Aquí la Clínica —dijo.
— ¿Está allí el doctor Carson? —inquirió una agitada voz. Cal tuvo la seguridad
de reconocer a la que llamaba.
—Habla el doctor Pendleton, señora Benson. ¿Puedo serle útil?
—Pregunté por el doctor Carson —respondió secamente Constance Benson, con
voz amplificada por la irritación—. ¿Se encuentra allí?
Tapando la bocina, Cal entregó el teléfono a Josinh.
—Es Constance Benson, está alterada y solo quiere hablar con usted.
Josiah recibió el teléfono.
—Constance, ¿cuál es el problema?
Mientras el anciano doctor escuchaba a la señora Benson, Cal observaba su
rostro. Al verlo palidecer, el miedo empezó a dominar a Cal.
—Llegaremos enseguida —oyó decir a Carson—. No haga usted nada... cualquier
cosa que intentara hacer podría empeorar más las cosas.
Colgó el teléfono y se incorporó.
— ¿Le pasa algo a Jeff?
Carson sacudió la cabeza al responder.
—Susan Peterson. Llama una ambulancia y partamos. Te lo contaré en el camino.
— Ruego a Dios que la ambulancia llegue aquí a tiempo —dijo sombríamente Cal
Pendleton.
Salieron velozmente de la aldea; los neumáticos de su automóvil chirriaron al
tomar al sur por el camino de la caleta.
—Dudo de que la necesitemos —replicó Carson con el rostro inmovilizado en
torvas arrugas—. Si es cierto lo que dijo Constance, no habrá mucho que podamos
hacer.
—Pero ¿qué ocurrió? —quiso saber Pendleton.
—Susan cayó del risco. Salvo que, por lo que dijo Constance, no cayó
exactamente. Según Constance, cruzó corriendo el borde.
— ¿Corriendo? ¿Quiere usted decir… corriendo? —tartamudeó Cal. ¿Qué podía
haber querido decir esa mujer?
— En efecto. A menos que yo no le haya entendido bien. Es posible... Está muy
alterada.
Antes de que Carson pudiera decir a Pendleton todo lo que había dicho
Constance, llegaron a casa de los Benson. Constance los esperaba en la galería,
pálida, retorciendo nerviosamente su delantal con las manos.
— Está en la playa —gritó mientras ellos bajaban del automóvil—. Por favor...
jdense prisa! No sé si... si...
Su voz, desvalida, se apagó. Josiah Carson se acercó a ella diciendo a Cal que
fuese a la playa y viese qué podía hacer por Susan Peterson.
109
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Detrás de la casa hay un sendero. Es el camino más rápido para bajar, y Susan
debe de estar unos cien metros al sur.
Automáticamente los ojos de Cal escudriñaron el risco hacia el sur.
— ¿Quiere usted decir por el cementerio? —preguntó. Josiah asintió con la
cabeza.
—No se sorprenda por lo que encuentre... el risco baja en línea recta por allí.
Echando mano a su maletín, Cal se puso en marcha. Ya podía sentir que el
pánico lo dominaba. Se defendió de él, repitiéndose una y otra vez: "Ella ya está
muerta. No puedo hacerle daño. No puedo hacerle nada. Ya está muerta". A medida
que introducía estas palabras en su conciencia, el pánico comenzó a disminuir. El
sendero, muy parecido al que había en su propia vivienda, era empinado y áspero,
describiendo varias curvas cerradas, al pasar serpenteando a la playa. Medio
corriendo, medio resbalando Cal bajó por el sendero, mientras involuntariamente sus
pensamientos evocaron otra tarde, apenas cinco semanas atrás, cuando también
había pasado corriendo una senda hacia la playa.
Este día no cometería los mismos errores que entonces había cometido.
Este día haría lo que era necesario hacer y lo haría bien.
Salvo que ese día no había nada que hacer. Llegó a la playa y finalmente pudo
echar a correr. Habia recorrido cincuenta metros cuando la vio, inerte e inmóvil.
Sabiendo que era inútil apresurarse, comenzó a trotar; los últimos pasos los dio
caminando.
Susan Peterson, con el cuello roto, la'cabeza retorcida en un ángulo
violentamente forzado, tenía la mirada fija en el cielo, los ojos abiertos, los rasgos
aún contraidos por una expresión de terror. Sus brazos y piernas flojamente
extendidos en torno a ella, parecían grotescos en su inutilidad. La marea entrante la
estaba lamiendo ávidamente, como si el mar estuviese ansioso por devorar esos
extraños restos que poco tiempo atrás habían sido una niña de doce años.
Arrodillándose junto a ella, Cal le tomó la muñeca, apretó su estetoscopio junto a
su pecho. Era un gesto inútil, que verificaba simplemente lo que él ya sabía.
Estaba por alzarla cuando algo lo detuvo. Sus músculos quedaron paralizados,
negándose a obedecer las órdenes que su cerebro les enviaba. Lentamente se
incorporó, con los ojos fijos en la cara de Susan, pero viendo con la mente el rostro
de Michelle. “No puedo moverla", pensó. "Si la muevo podría hacerle daño". Este
pensamiento era irracional, y Cal sabía que era irracional. Y sin embargo, allí inmóvil
en la playa, solo con los despojos de Susan Peterson, no logró obligarse a
levantarla, a llevarla alzada por el sendero como había llevado a su propia hija tan
poco tiempo atrás. Con la mente entumecida por la vergüenza, Cal emprendió el
regreso, dejando sola a Susan con la ondulante marea.
—Está muerta.
Cal Pendleton pronunció esas palabras en un tono positivo, tal como el que habría
podido emplear para anunciar la muerte de un gato a sus dueños que se lo hubieran
llevado para eliminarlo.
—Dios querido —murmuró Constance Benson, desplomándose en un sillón de su
sala de recibo—. ¿Quién se lo dirá a Estelle?
—Yo lo haré —fue la respuesta automática de Josiah Carson, aunque tenía los
ojos fijos en Cal Pendleton—. ¿No la trajo?
—Me pareció mejor que esperáramos a la ambulancia —mintió éste, sabiendo
que no engañaba al viejo doctor—. Tiene el cuello roto, y parece que algunas otras
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Cal Pendleton subió corriendo los escalones hasta la galería delantera, abrió la
puerta, luego la cerró con violencia al entrar.
— ¿Cal? ¿Eres tú?
La voz de June, desde la sala de recibo, expresó alarma, pero no tanta como la
que sintió Cal cuando la encontró tranquilamente sentada en un sillón, bordando.
—Dios santo —exclamó él—. ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo puedes quedarte allí
sentada? ¿Dónde está Michelle?
June lo miró boquiabierta, sorprendida por el tono estrangulado de su esposo.
—Estoy bordando —respondió vacilante—. ¿Y por qué no iba a estar aquí
sentada? Michelle está arriba, en su habitación.
—No puedo creerlo —declaró Pendleton.
— ¿Que es lo que no puedes creer? Cal, ¿qué ocurre?
El médico se desplomó en un sillón, tratando de poner en orden sus ideas.
Repentinamente ya nada tenía sentido.
— ¿Cuándo llegó Michelle a casa? —preguntó por fin.
—Hace unos cuarenta y cinco minutos, una hora tal vez —repuso June, dejando
a un lado su bordado—. ¿Ha ocurrida algo?
—No puedo creerlo —murmuró Cal—. Simplemente no puedo creerlo.
— ¿No puedes creer queé cosa? —interrogó June—, ¿Quieres decírmelo, por
favor?
—¿No te contó Michelle lo que ocurrió hoy?
—No dijo gran cosa de nada —replicó June—. Entró, bebió un vaso de leche, dijo
que la escuela estuvo "muy bien"... lo cual no estoy muy segura de creer… luego
subió.
—¡Jesús! — Era una locura, igual que una pesadilla. — Michelle debe de haber
dicho algo. ¡Debe de haberlo dicho!
—Cal, ¡si no me dices qué está pasando, empezaré a gritar!
— ¡Susan Peterson está muerta!
Por un momento, June se limitó a mirarlo con fijeza como si no encontrara sentido
a esas palabras. Cuando finalmente habló, fue en un susurro.
— ¿Qué quieres decir?
—Simplemente lo que dije. Susan Peterson está muerta, y Michelle lo vio
suceder. ¿Realmente no te lo dijo?
Lo mejor que pudo, Cal repitió lo sucedido en casa de los Benson, y lo que había
dicho Constancc Benson.
Mientras escuchaba, June sintió que en ella penetraba como un puñal el miedo,
afilándose con cada palabra. Cuando Cal terminó, June apenas si pudo contenerse
de temblar. No era posible que Susan Peterson estuviese muerta, y no era posible
que Michelle hubiera visto algo.
De ser así lo habría dicho. Por supuesto que sí.
— ¿Y realmente Michelle no dijo nada cuando llegó a casa esta tarde?
—Nada. Ni una palabra. Es... es increíble.
— Es lo que me repito —Cal se puso de pie—. Mejor será que suba y hable con
ella. No puede simplemente fingir que nada ocurrió.
Iba a salir del cuarto cuando June se levantó para seguirlo.
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CAPITULO 18
Esa noche, la cena fue casi intolerable para June. Michelle permanecía
plácidamente sentada, evidentemente no afectada por lo que había sucedido esa
tarde. El silencio de Cal, un silencio que había comenzado al contarle Michelle lo
ocurrido esa tarde, flotaba sobre la mesa como una mortaja. Durante toda la comida
la mirada de June voló desde su esposo a su hija mayor. Constantemente cautelosa,
constantemente vigilante, a la espera de algo —cualquier cosa— que prestara a la
atmósfera cierta normalidad .
Ese era el problema, comprendió mientras limpiaba la mesa cuando por fin
terminó la comida... la situación se presentaba demasiado normal, y al parecer, era
ella la única persona conciente de que no lo era. Mientras apilaba los platos en el
fregadero, se encontró empezando a cuestionar su propia cordura. Dos veces se
dispuso a salir de la cocina y se detuvo. Finalmente la tensión fue tanta, que no pudo
soportarla.
—Creo que debemos hablar —dijo a Cal, entrando en la sala de recibo.
No se veía a Michelle en ninguna parte: June presumió que estaba en su
habitación. Cal sostenía a Jennifer en las rodillas, haciéndola saltar suavemente y
hablándole. Al oír a June, levantó la vista y observó cautelosamente a su esposa.
—¿Hablar sobre que? —inquirió Cal, mirándola con fijeza. June pudo ver que
ante sus ojos se alzaba un muro, un muro que amenazaba con dejarla totalmente
afuera. El arrugó levemente el entrecejo, mientras la piel en torno a sus ojos se
plegaba en profundas arrugas. Cuando habló lo hizo secamente.— No se que haya
nada que hablar.
June movió un momento la boca; después recobró la voz.
—¡Que no lo sabes! —exclamó, luego repitió la frase en voz más alta—. ¿Que no
lo sabes ? Dios mío, Cal, debemos buscar ayuda para ella.
¿Qué estaba haciendo él? ¿Acaso cerraba los ojos ante todo lo que estaba
ocurriendo? Por supuesto que estaba haciendo eso. Ella pudo verlo en su expresión.
—No creo que haya nada tan terriblememente grave.
Eso era. Por eso él había estado tan silencioso desde que Michelle les relatara su
versión de lo ocurrido por la tarde... simplemente estaba bloqueándolo todo. Pero
June debía encontrar un modo de comunicarse con él.
— ¿Cómo puedes decir eso? —preguntó, esforzándose por mantener la voz
calma y razonable — . Hoy Susan Peterson murió, y Michelle estuvo allí, lo vio, o por
lo menos debió haberlo visto. Si realmente no lo vio, entonces tenemos más
problemas de los que realmente yo misma pensé. No tiene ningún amigo, salvo
Mandy, que es una muñeca, por amor de Dios. Y ahora está este asunto con la
niebla. Cal, hoy no hubo ninguna niebla... lo sé, estuve aquí todo el día, y el sol
brilló. ¡Cal, ella debe de estar perdiendo la vista! ¿Y dices que no crees que ocurra
nada tan grave? ¿Acaso estás ciego tú? —June se interrumpió de pronto, dándose
cuenta de que su voz se estaba poniendo chillona. Pero no importaba. Los ojos de
Cal estaban helados ahora; June supo lo que iba a decir antes de que hablara.
—No quiero oír esto, June. Tú pretendes que crea que Michelle se ha vuelto loca.
No es cierto. Ella está muy bien. Esta tarde sufrió un shock y lo bloqueó. Esa es una
reacción normal. ¿Entiendes? ¡Es normal!
Aturdida, June se dejó caer en un sillón, mientras procuraba ordenar sus
pensamientos con alguna coherencia. Cal tenía razón: no quedaba nada de que
hablar... era necesario hacer algo.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Ahora escúchame —oyó que decía Cal con voz calmada y palabras
maniáticamente razonables—. Tú no estuviste allá esta tarde: yo sí. Oí lo que dijo
Constance Benson, y oí lo que dijo Michelle, y no importa mucho a quién creas...
Michelle nada tuvo que ver con lo ocurrido a Susan. Ni siquiera la señora Benson
dijo que Michelle haya hecho algo... solo dijo que Michelle no reaccionó ante lo que
pasaba. Y ¿cómo habría podido hacerlo? Debe de haberse hallado en estado de
shock. ¿Cómo podía reaccionar entonces?
Con la mitad de su mente, June escuchaba lo que decía Cal, pero la otra mitad
clamaba su protesta. El estaba deformando las cosas, obligándolas a parecer lo que
él deseaba que parecieran.
—Pero ¿y la niebla? —insistió ella—. Michelle dijo que hubo niebla ¡y no la hubo!
Maldito sea, no la hubo.
—No dije que la hubiera —respondió pacientemente Cal—. Tal vez Michelle sí vio
lo que le pasó a Susan, y su reacción... la reacción que la señora Benson dijo que no
huboo... fue simplemente cerrar su mente ante ello. Es posible que su mente haya
inventado la niebla para ocultar lo que no quería ver.
— ¿Tal como tu mente está ocultando lo que tú no quieres ver? —June lamentó
sus palabras tan pronto como las pronunció, pero no había modo de retirarlas.
Parecieron golpear con fuerza física a Cal: hundió el cuerpo en su sillón y levantó
apenas a Jenny, como si la pequeña fuese un escudo.— Lo siento —se disculpó
June—. No debí haber dicho eso.
—Si eso es lo que piensas, ¿por qué no decirlo? —replicó Cal—. Subiré a
acostarme. No veo mucho sentido en continuar con esto.
Observándolo irse, June no intentó retenerlo ni proseguir la conversación. Se
sentía pegada a su sillón, incapaz de reunir fuerzas para levantarse. Escuchó
mientras Cal subía las escaleras. Luego esperó hasta que sus pasos se apagaron
rumbo al dormitorio de ambos. Entonces, cuando la casa quedó en silencio, trató de
pensar, trató de obligarse a concentrarse en Michelle, y en lo que debía hacer por
ella. Acorazándose por lo que podía estar por suceder, June tomó una decisión. No
se dejaría disuadir.
El tiempo parecía haberse detenido para Estelle y Henry Peterson. Ahora, casi a
la medianoche, Estelle permanecía silenciosamente sentada con las manos en el
regazo, sin decir nada. Mostraba una expresión levemente perpleja, como si se
preguntara dónde estaba su hija. Henry se paseaba de un lado a otro, con la cara
muy enrojecida, mientras su indignación aumentaba a cada minuto. Si Susan estaba
realmente muerta, alguien tendría la culpa.
—Dígamelo otra vez, Constance —pidió—. Dígame de nuevo qué pasó.
Simplemente no puedo creer que no haya olvidado usted nada.
Incómodamente instalada en uno de los mejores sillones de Estelle, Constance
Benson sacudió la cabeza, fatigada.
—Ya le conté todo, no queda nada por decir.
—Mi hija no habría corrido hasta caer por el borde de un risco —proclamó Henry,
como si diciéndolo pudiera hacerlo cierto—. Esa niña tiene que haberla empujado.
Tiene que haberlo hecho.
Constance mantuvo los ojos firmemente fijos en sus manos, mientras las retorcía
nerviosamente en su regazo, deseando poder decir a Henry Peterson lo que éste
quería escuchar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—No lo hizo, Henry. Supongo que debe de haber dicho algo, pero no pude oírlo
desde mi cocina. tY ni siquiera estaba muy cerca de Susan. Fue... bueno, fue muy
extraño, nada más.
—Demasiado extraño, diría yo —murmuró Henry. Se sirvió un trago de whisky, lo
bebió, luego se ajustó el sombrero en la cabeza diciendo: —Iré a hablar con Josiah
Carson. Es médico... debe saber qué pasó.
Con paso majestuoso, salió de la habitación. Un momento más tarde la puerta de
calle se cerró con violencia y se oyó ponerse en marcha el motor de un automóvil.
—Dios mío —suspiró Estelle—. Espero que no vaya a cometer ninguna
imprudencia. Tú ya lo conoces. Susan se enoja tanto con él a veces... —Calló al
comprender que Susan ya nunca volvería a enojarse con su padre. Miró a
Constance Benson con expresión suplicante.— Oh, Constancc, ¿qué haremos?
Simplemente no puedo creerlo. Sigo teniendo la sensación de que en cualquier
instante Susan entrará por esa puerta y de que todo habrá sido un sueño. Un
horrible sueño.
Acercándose al sofá, Constance atrajo hacia sí a Estelle, quien con el brazo
consolador de Constance rodeándola, se abandonó a las lágrimas. Le temblaba el
cuerpo y se enjugaba inútilmente los ojos con un pañuelo arrugado.
—Deja salir el llanto —le dijo Constance—. No puedes contenerlo y Susan no
querría que lo hicieras. En cuanto a Henry, no te preocupes... se tranquilizará. Tiene
que alborotar, eso es todo.
Estelle aspiró por la nariz y se enderezó un poco, tratando de sonreír a
Constance, pero fue demasiado esfuerzo para ella.
—Constance, ¿estás segura de habernos contado todo? ¿No hubo algo que tal
vez no quisiste decir frente a Henry?
—Ojalá lo hubiera —suspiró pesadamente Constance—. Ojalá hubiese algo que
diera sentido a todo. Pero no lo hay. Lo único que sé es lo que dije tantas veces a la
gente: no dejen que los niños jueguen cerca de ese cementerio. Es peligroso. Pero
nadie me creyó y ahora mira lo que ha ocurrido.
Los ojos de Estelle se cruzaron con los de Constance Benson. Por un rato, las
dos mujeres se miraron simplemente como si entre ellas hubiese una comunicación
muda. Cuando por fin Estclle habló, lo hizo en voz baja y sumamente contenida.
— Fue esa niña, ¿verdad? ¿Michelle Pendleton? Susan nos contó que le pasa
algo.
— Es lisiada —repuso Constance—. Se cayó del risco.
—Ya lo sé —respondió Estelle—. No me refiero a eso. Había otra cosa. Susan
me lo contó ayer, pero no puedo recordar qué era.
—Pues no veo que importe mucho —resopló Constance—. Me parece que lo que
hay que hacer es ocuparse de que todos estén prevenidos. Creo que deberíamos
advertir a todos que mantengan a sus hijos lejos de ese cementerio y lejos de
Michelle Pendleton. No sé qué dijo, pero sé que dijo algo.
Estelle Peterson asintió con la cabeza.
La noticia no tardó mucho en difundirse por todo Paradise Point. Constance
Benson llamó a sus amigas,y sus amigas llamaron a las de ellas. Mientras avanzaba
la noche, en toda la aldea hubo pequeños grupos familiares, reunidos en cocinas y
salas de recibo, hablando en voz baja a sus adormilados hijos, previniéndoles sobre
Michelle. Los niños mayores asentían sabiamente.
Pero para los más pequeños, eso no tenía sentido...
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
En casa de los Carstairs, fue Bertha quien conversó brevemente con la señora
Benson y luego murmuró algunas palabras de compasión para la señora Peterson
antes de colgar el teléfono y mirar a su marido. Fred la estaba observando.
— ¿No es un poco tarde para llamadas telefónicas? preguntó sentándose en la
cama. Le disgustaba que lo molestaran en plena noche.
— Era Constance Benson —respondió Bertha con tranquilidad—. Parece creer
que Michelle Pendleton tiene algo que ver con lo que ocurrió hoy.
—Siempre la misma Constance —refunfuñó Fred, somnoliento, aunque con
expresión cautelosa — . ¿Qué cree Constance que hizo Michelle?
—No lo dijo. Ni creo que lo supiera con exactitud. Pero dijo que nosotros
deberíamos tener una charla con Sally, advirtiéndole que no se acerque a Michelle.
—Yo no advertiría a un hombre que no se acerque a una trampa para osos
porque lo diga Constance Benson —murmuró Fred—. Se lo pasa hablando de ese
cementerio, pero casi nunca sale de su casa. Debe de ser duro para ese hijo suyo.
Bertha estaba por apagar la luz cuando se oyó un suave golpecito en la puerta y
entró Sally. Evidentemente bien despierta, fue a sentarse en la cama de sus padres.
—¿Quién llamó por teléfono? —preguntó.
—Solo la señora Benson —respondió Bertha—. Quería hablar sobre Susan, y
sobre Michelle —agregó.
—¿Michelle? ¿Qué hay con ella?
—Bueno, ya sabes que Michelle estuvo hoy con Susan —hizo notar Bertha. Sally
asintió con la cabeza, pero se mostró desconcertada.
—Ya sé —respondió—. Pero es raro. Susan odiaba a Michelle. ¿Qué podía estar
haciendo Susan con alguier a quien odiaba?
Bertha no hizo caso de la pregunta; en cambio formuló una a su vez.
— ¿Por qué odiaba Susan a Michelle?
Sally se encogió de hombros, inquieta; luego decidió que era hora de decir a
alguien lo que venía sintiendo.
—Porque es coja. Susan actuaba siempre como si Michelle fuese una especie de
monstruo... se lo pasaba llamándola retardada y cosas así.
—Oh, no... —murmuró Bertha—. Qué terrible para ella.
—Y... y todos nosotros le hicimos caso —continuó Sally acongojada.
—¿Le hicieron caso? ¿Quieres decir que todos estuvieron de acuerdo con
Susan?
Sally movió la cabeza asintiendo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Yo no quise hacerlo... de veras que no quise. Pero entonces... bueno, Michelle
parecía no querer que siguiéramos siendo amigas, y Susan... bueno, Susan actuaba
como si quien quisiera ser amigo de Michelle no pudiera serlo de ella. Y yo... yo
conozco a Susan de toda la vida. —Se puso a llorar mientras su madre la abrazaba
diciendo:
—Vamos, preciosa, no llores más. Todo saldrá bien...
—Pero ahora Susan está muerta —gimió Sally. Al ocurrírscle una idea, se apartó
de su madre—. Michelle no la mató, ¿verdad?
—Por supuesto que no —respondió enfáticamente Bertha. Estoy segura de que
fue solo un accidente.
—Bueno, ¿y qué dijo la madre de Jeff? —preguntó Sttlly.
—Dijo... dijo... —titubeó Bertha, luego buscó ayuda en su marido.
—No dijo nada —declaró éste redondamente—. Susan debe de haber tropezado
y caído, tal como Michelle hace poco tiempo. Michelle fue simplemente más
afortunada que Susan, es todo. Y si me preguntan, pienso que lo que Susan y
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
ustedes, los demás niños, hicieron a Michelle, es una porquería. Pienso que
deberías decirle que lo Iamentas y que quieres ser otra vez su amiga.
—Pero ya le dije eso —objetó Sally.
—Pues díselo de nuevo —insistió Fred Carstairs—. Esa niña ha pasado un mal
rato y si Constance Benson está haciendo lo que yo creo que está haciendo, las
cosas se pondrán todavía peores para ella. Y no quiero que nadie diga que mi hija
fue partícipe de ello. ¿Está claro?
Sally asintió en silencio con la cabeza. En cierto sentido, lo que acababa de
decirle su padre era exactamente lo que ella quería oír. Pero ¿y si realmente
Michelle no quería ser más su amiga? ¿Qué podía hacer ella entonces? Aquello era
muy desconcertante para Sally, que cuando volvió a su cama no pudo dormir.
Algo estaba mal.
Algo estaba muy mal.
Pero ella no lograba imaginar qué era.
Aunque nadie había llamado a los Pendleton esa noche, Cal podía sentir una
tensión en el aire. A veces pensaba que venir a Paradise Point había sido un error.
¿Qué había obtenido él? Estar endeudado hasta las orejas, con una clientela que
apenas le permitía vivir, una nueva hija y otra que estaría inválida por el resto de su
vida.
Pero todos los problemas se resolverían. Es que, al transcurrir las semanas, Cal
había llegado a comprender algo. Por alguna razón, una razón que solo entendía
vagamente, su lugar estaba en Paradise Point. Su lugar era esta casa, y sabía que
no la abandonaría. Por nada, ni siquiera por su hija.
Claro que en realidad, no era su hija. La habían adoptado. No era una verdadera
Pendleton.
Al ocúrrírsele eso, Cal se agitó en la cama, más inquieto aún por el remordimiento
que le causaba semejante idea. Y sin embargo era cierto, ¿o no? De todos sus
problemas, ¿por qué el peor tenía que provenir de alguien que ni siquiera era su
hija?
Dándose vuelta procuró pensar en otra cosa.
En cualquier otra cosa.
Por su mente empezaban a pasar imágenes, imágenes de niños. Allí estaba Alan
Hanley, y Michelle, y ahora también Susan Peterson. Rostros, rostros torcidos de
miedo y dolor, fundiéndose unos con otros, todos mirándolo con fijeza, todos
acusándolo.
Y había otros, Sally Carstairs, y Jeff Benson y las pequeñas, las niñas con
quienes Michelle había estado jugando... ¿cuándo? ¿ayer? ¿Realmente había sido
apenas ayer? En realidad no tenía importancia. Todos estaban allí y todos lo
estaban mirando, interrogándolo.
— ¿Nos harás daño a nosotros también?
El sueño comenzó a dominarlo, pero no le fue fácil dormir. Ellos estaban siempre
allí, indefensos, suplicantes.
Y acusadores.
Durante la noche aumentó la confusión de Cal, y con ella su cólera. De todo esto
nada era culpa suya. ¡Nada! ¿Por qué entonces lo estaban acusando?
La noche, y sus propias emociones lo dejaron exhausto.
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LIBRO TERCERO
CAPITULO 19
El día había sido una dura prueba para todos. Corinne Hatcher miró el reloj, sin
duda por sexta o séptima vez por lo menos. Durante toda la jornada, los niños
habían cuchicheado unos con otros, mientras sus ojos iban constantemente a
posarse aunque fuese un instante en Michelle Pendleton, y luego se desviaban a
otra parte, culpables, cuando advertían que la señorita Hatcher los estaba
observando.
Corinne no sabía más que cualquier otra persona. Había oído todas las hipótesis.
La noche anterior la habían llamado varias mujeres, todas proclamando su deseo de
asegurarse de que la maestra de sus hijos supiese "la verdad", todas ansiosas por
decirle que esperaban que ella se ocuparía de que Michelle Pendleton fuera
"separada" de la clase. Por último ella, desesperada, había llamado a Josiah Carson
pidiéndole la versión autentica de lo sucedido.
Luego dejó su telefono descolgado.
Y ahora, mientras se acercaban las tres de la tarde, aún estaba tratando de
decidir si mencionaría o no a Susan Peterson. Pero mientras iban pasando
lentamente los últimos minutos del día escolar, supo que no lo haría... simplemente
no había nada que pudiera decirles, y por cierto que no había nada que quisiera
decirles estando presente Michelle Pendleton.
Michelle.
Michelle había llegado esa mañana, como todas las mañanas recientes, apenas a
tiempo para deslizarse discretamente en su asiento, al fondo del salón. De todos los
niños, ella parecía ser la única capaz de concentrarse en todas sus lecciones.
Mientras los demás cambiaban miradas y cuchicheos, Michelle permanecía sentada
tranquilamente (¿o acaso estoicamente?) al fondo del salón, como si no advirtiese lo
que estaba pasando en torno a ella. La reacción de Michelle ante la situación había
puesto el ejemplo para la suya propia. Si Michelle podía obrar como si nada hubiese
ocurrido, ella también. "Dios sabe que para Susan no tendrá ya importancia" pensó
para sí "y tal vez si me desentiendo de la situación, los niños harán lo mismo".
Cuando sonó la campana final, Corinne lanzó un silencioso suspiro de alivio,
mientras se hundía en su sillón para observar a los niños que se precipitaban al
pasillo. Notó que ninguno de ellos hablaba a Michelle, aunque le pareció ver que
Sally Carstairs se detenía un instante, vacilaba como si fuera a decir algo, después
cambiaba de idea y salía con Jeff Benson.
Cuando en el salón no quedó nadie salvo ellas dos, Corinne sonrió a Michelle.
—Bueno —dijo con la mayor animación posible—. ¿Qué tal fue tu día?
Si Michelle quería hablar al respecto, Corinne le había dado la oportunidad. Pero
Michelle no quería hablar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Al salir del aula, Michelle miró al otro lado del corredor. Viendo que Sally Carstairs
y Jeff Benson conversaban junto a la puerta principal, tomó hacia el otro lado.
Cuando llegó a la escalera de atrás, se permitió descansar por primera vez en ese
día: ninguno de sus condiscípulos estaba en el patio. Allí estaba Annie Whitmore
jugando con sus amigas. Pero ese día no saltaban a la cuerda, sino que jugaban a la
"pata coja". Michelle las observó un momento, preguntándose si tal vez ella podría
hacerlo, saltando con su pierna sana. Tal vez lo intentaría, después de que las niñas
se fueran.
Empezó a bajar la escalera, pensando salir del patio por la entrada de atrás, pero
cuando pasaba frente a los columpios, un niño de segundo grado la llamó.
— ¿Quieres empujarme?
Michelle se detuvo y miró al niñito.
Tenía siete años y era pequeño para su edad. Encaramado en un columpio,
contemplaba pensativamente a sus amigos que se mecían de un lado a otro. Su
problema era inmediatamente obvio. Como sus piernas no llegaban al suelo, no
podía poner en movimiento el columpio. Miraba a Michelle con ojos pardos, grandes
y confiados, ojos de cachorrito.
— ¿Por favor? —imploró.
Michelle dejó su cartapacio en el suelo y, con esfuerzo, se apostó detrás del
niñito.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó mientras le daba un empujóncito.
—Billy Evans. Yo sé quién eres... eres la niña que se cayó del risco. ¿Te dolió?
—No mucho. Quedé desmayada.
Billy pareció aceptar esto como algo perfectamente normal.
—Ah —respondió—. Empújame más fuerte.
Michelle empujó un poco más fuerte. Pronto Billy se columpiaba muy contento,
lanzando hacia afuera las piernecitas, mientras sus infantiles chillidos resonaban en
el campo de juego.
Corinne Hatcher alzó la vista de las pruebas que estaba corrigiendo. Su sonrisa
automática de bienvenida se convirtió en una expresión preocupada cuando vio a
June Pendleton enmarcada en la puerta del aula. Se la veía ojerosa, aguardando
indecisa, con un malestar que era evidente en ella, desde su despeinado cabello
hasta su falda, un poco arrugada. Levantándose de su sillón, Corinne, con un
ademán, invitó a June a entrar.
— ¿Está usted bien?
Cuando ya era demasiado tarde se dio cuenta de que sus palabras no podían
sino aumentar la evidente incomodidad de June. Esta, sin embargo, no pareció
ofenderse.
—Mi aspecto debe de corresponder a cómo me siento dijo. Trató de sonreír, pero
no lo consiguió.— Necesito... necesito hablar con alguien, y al parecer no hay otra
persona con quien hacerlo.
—Supe lo de Susan Peterson —declaró Corinne—. Debe de haber sido terrible
para Michelle.
Agradecida por la inmediata comprensión de la maestra, June se dejó caer en el
asiento de uno de los pupitres; luego se volvió a incorporar con rapidez: no podía
tolerar la sensación de corpulencia que le daba el diminuto escritorio.
—Esa fue una de las razones por la que vine —anunció—. Notó... bueno, ¿notó
usted algo en Michelle hoy? Quiero decir, ¿algo fuera de lo común?
—Temo que el de hoy no haya sido uno de los mejores días para ninguno de
nosotros —respondió Corinne—. Los niños estaban todos... ¿cómo puedo decirlo?
¿Preocupados? Creo que es el mejor modo de expresarlo.
— ¿Le dijeron algo a Michelle?
Corinne vaciló: luego decidió que no había motivo para ocultar la verdad a June.
—Señora Pendleton, ellos no le dijeron nada, absolutamente nada.
June captó inmediatamente lo que la maestra quería decir.
—Tenía el temor de que ocurriera eso —dijo, más para sí que a Corinne—.
Señorita Hatcher... no sé qué hacer.
June volvió a sentarse, repentinamente demasiado cansada, demasiado
derrotada por toda la situación para que le importara el aspecto que pudiera tener.
Esta vez fue Corinne quien la hizo levantarse.
—Venga conmigo. Vamos al cuarto de los maestros y bebamos una taza de café.
Usted parece necesitar algo más fuerte. Pero lamento que las reglas sean todavía
rígidas por aquí. Y creo que es tiempo de que empecemos a llamarnos June y
Corinne, ¿no le parece?
Asintiendo con desánimo, June se dejó conducir fuera del aula y por el corredor.
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Había relatado a Corinne lo sucedido el día anterior, y lo absurdo que todo eso
había parecido. Primero Michelle regresando a casa... calmada, aparentemente sin
problemas, y luego la vuelta de Cal y el comienzo de la pesadilla.
June repitió todo tal como había sucedido, procurando trasmitir a la maestra la
sensación de irrealidad que todo tenía para ella, era, dijo por fin, como si su mundo
todo hubiera sido convertido en algo salido de "Alicia en el país de las maravillas"...
sucedían las cosas más horribles, y alrededor de ella todos actuaban como si no
ocurriera absolutamente nada. En realidad, no estaba segura de si le preocupaba
más su esposo o su hija, pero la noche anterior, ya tarde, había decidido que
primero debía estar Michelle.
Corinne Hatcher escuchó todo el relato, sin interrumpir, sin preguntar, intuyendo
que June necesitaba simplemente contarlo, externalizar el caos que había estado
agitándose en su mente. Ahora, al terminar June, movió pensativa la cabeza,
asintiendo.
—No veo por qué Tim no podría ayudar —declaró. Levantándose, fue en busca
de la cafetera, meditando mientras volvía a llenar su taza y la de June. Al encararse
otra ve , con June, procuró que su tono fuese alentador.— Tal vez las cosas no sean
tan graves como parecen —titubeó un momento, sin saber bien qué decir—. Sé que
todo parece aterrador —continuó suavemente—, pero creo que se preocupa usted
demasiado.
—¡No! —Fue casi un chillido. Los ojos de June se llenaron de lágrimas.— Dios
mío, si pudiera usted oírla, cómo habla de esa muñeca. Lo juro, creo que realmente
está convencida de que Mandy... ahora la llama Mandy... es real.
Su voz era tan lúgubre que atemorizó a Corinne. Esta tomó una mano de June en
la suya y trató de hablar con tono confiado.
—Es aterrador, pero todo saldrá bien. De veras que sí.
En su fuero interno no estaba tan segura como trataba de aparentar, ni mucho
menos. En la profundidad de su ser, Corinne tenía una sensación... una sensación
de que lo sucedido a Michelle, fuera lo que fuese, estaba más allá de lo que ambas
podían comprender. Y esa sensación la aterrorizaba.
Viendo que Sally desaparecía calle abajo, Michelle procuró olvidar las palabras de
Jeff. Pero ellas persistían en su mente, resonando en su cabeza, burlándose de ella,
atormentándola. Vagamente percibía a Billy Evans, que le gritaba para que lo
empujara más fuerte, pero su voz parecía lejana, como si le llegara a través de una
niebla.
Dejó que el columpio se detuviera y, cuando Billy protestó, le dijo que estaba
cansada, que lo empujaría un poco más en otra ocasión. Después se dirigió
penosamente al árbol y se sentó en la hierba. Aguardaría un rato, hasta que Jeff y
Sally se hubieran alejado mucho, antes de iniciar la larga caminata de regreso a
casa.
Estirándose en la hierba, fijó la mirada en las hojas del árbol, que estaban
cambiando de color con la llegada del otoño. Cuando estaba así, totalmente sola sin
nadie en torno a ella, no era tan malo. Solo cuando podía oírlos o verlos, sus voces
atormentándola, sus ojos burlándose de ella, Michelle realmente odiaba a los niños
que habían sido sus amigos.
Excepto a Sally. Michelle aún no estaba segura con respecto a Sally. Sally
parecía mejor que los demás. Más bondadosa. Michelle decidió hablar con Amanda
sobre Sally. Tal vez, si Amanda lo aceptaba, pudieran ser amigas otra vez. Michelle
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CAPITULO 20
La tarde era fresca, y Corinne caminaba con rapidez, pensando más en la visita
de June Pendleton que en la dirección que ella misma había tomado. Hasta que vio
delante de sí el edificio, en medio de un bosquecillo, los muros cubiertos de rosas
trepadoras, no se dio cuenta de que la clínica había sido su meta desde el primer
momento. Se detuvo un instante, leyendo el cartel pulcramente escrito, con el
nombre desteñido de Josiah Carson y sobre el recién estampado, el de Cal
Pendleton. Por algún motivo la inscripción le pareció triste, y tardó unos segundos en
comprender por que. Era un signo del antiguo orden dando lugar al nuevo. Josiah
Carson había estado allí desde que Corinne podía recordarlo. Resultaba difícil
imaginarse a la clínica sin el.
Penetró en la sala de espera y sintió alivio al ver a Marion Perkins sentada tras el
escritorio, trabajando en los libros. Por lo menos Marión iba a estar todavía allí,
suavizando la transición entre el doctor Carson y el doctor Pendleton. Al tintinear
suavemente la campanita adherida a la puerta, Marion alzó la vista.
—¡Corinne! —exclamó. Al reconocer a la maestra su expresión fue de bienvenida,
mezclada con preocupación y algo de sorpresa.— Sabe usted, tenía la sensación de
que tal vez hoy vendría por aquí. Es raro... bueno, quizá no tan raro en realidad,
teniendo en cuenta lo sucedido. Hoy han estado aquí casi todos, deseosos de hablar
sobre Susan Peterson —continuó la enfermera, chasqueando compasivamente la
lengua—. Es terrible, ¿verdad? Semejante perdida para Estelle y Henry. Y por
supuesto, todos parecen creer que la pequeña Michelle Pendleton tuvo algo que ver
con ello. —Inclinándose un poco bajó la voz hasta un susurro confidencial.—
Francamente no querría repetir algunas de las cosas que la gente ha estado
diciendo.
— Entonces no lo haga —dijo Corinne, atemperando la brusquedad de sus
palabras con una sonrisa cordial—. ¿Está aquí el tío Joe?
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—Sé qué aspecto tiene. Es vieja, sí. Cara de porcelana, ropa anticuada, un
pequeño gorro. La tenía consigo en la cama cuando la vi, poco después del
accidente. ¿Quieres decir que ha decidido que es real?
— Evidentemente —asintió con sobriedad Corinne —. Y ¿sabe usted cómo la ha
bautizado?
—Según me dijo, la bautizó Amanda.
—Amanda —repitió Corinne—. ¿No significa eso nada para usted? —terminó de
beber y tendió su vaso—. ¿Tengo edad suficiente para otro trago?
Sin decir palabra, Carson volvió a llenar el vaso de ella y el suyo.
—Bien —dijo bruscamente—. Es evidente que ella ha oído algunos relatos acerca
de Paradise Point.
Corinne sacudió la cabeza.
— Eso pensé yo. Pero June me dijo que bautizó la muñeca tan pronto como la
encontró. El mismo día que ellos llegaron.
— Entiendo —declaró Carson—. Entonces fue solo una coincidencia.
— ¿Lo fue? —preguntó suavemente Corinne—. Tío Joe, ¿quién fue Amanda?
Quiero decir, ¿existió? ¿O se trata de cuentos, nada más?
Carson se reclinó en su sillón. Nunca había hablado de Amanda, y no quería
empezar entonces. Pero evidentemente la conversación ya había comenzado, como
sabía que iba a ocurrir. Era necesario conducirla.
—A decir verdad, fue mi tía abuela, o lo habría sido de haber vivido —dijo
cuidadosamente.
— ¿Y qué le ocurrió? —preguntó Corinne.
—¿Quién lo sabe? Era ciega y un día tropezó y cayó del risco. Por cuanto se
sabe, eso fue todo.
Pero en su voz hubo algo (¿una vacilación tal vez?) que hizo preguntarse a
Corinne si no había algo más.
—Parece que supiera más que eso —sugirió ella, y al no responder Carson,
insistió—. ¿Es así?
— ¿Quieres decir que creo en cuentos de fantasmas?
—No. ¿Cree usted que eso fue todo?
—No lo sé. Mi abuelo, que fue hermano de Amanda, estaba convencido de que
había algo más.
Corinne no dijo nada. Carson se reclinó otra vez en su sillón y se volvió a mirar
por la ventana.
—Mira —dijo con lentitud—. Cuando los Carson bautizaron Paradise Point a este
pueblo, no pensaban realmente en el paisaje. Fue más bien una idea, creo que
podría llamársela. Una idea de Paraíso aquí mismo, en la Tierra. —Llenaba su voz
una ironía que no escapó a Corinne.
—Sabía qque los Carson fueron clérigos —comentó.
—Fundamentalistas —asintió Josiah—. De esos que siempre hablan del demonio
y el infierno. Pero mi bisabuelo, Lemuel Carson, fue el último de ellos.
— ¿Qué pasó? _
—Muchas cosas, por lo que me dijo mi abuelo. Empezó cuando Amanda perdió la
vista. El viejo Lemuel decidió que era un acto de Dios y trató de presentar a Amanda
como una mártir. Siempre la hacía vestirse de negro. Pobre niñita. Tiene que haber
sido duro para ella... siendo ciega y todo. Debe de haber sido muy solitaria.
— ¿Y estaba totalmente sola cuando se cayó del risco?
—Aparentemente. Mi abuelo nunca lo dijo. Jamás hablaba mucho de eso. Sin
embargo, siempre tuve la idea de que había en ello algo extraño. Por supuesto él
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— Estoy diciendo que quizá los cuentos de fantasmas sean ciertos, y la razón por
la cual todos dicen que no, es que antes nadie vio realmente a Amanda. Las
únicas que sintieron siquiera su presencia fueron niñas de doce años y ¿quién cree
en lo que ellas dicen? Todos saben que las niñas tienen imaginaciones desatadas,
¿verdad? Tío Joe, ¿y si no fue mi imaginación? ¿Y si algunas de nosotras sentimos
realmente su presencia? ¿Y si Michelle no solo la sintió, sino que realmente la vio?
La expresión con que la miraba Josiah Carson indicó que había tocado un nervio.
—¿Usted cree en el fantasma, verdad? —preguntó.
— ¿Y tú? —replicó él, y entonces Corinne tuvo la certeza de que se estaba
poniendo nervioso.
.—No lo sé —mintió Corinne. ¡Sí que lo sabía! — Pero ¿no es lógico acaso?
Quiero decir, ¿de una manera extraña? Si puede usted aceptar que realmente hay
un fantasma y que es Amanda, lo más probable sería que la viera una niña de doce
años, una niña igual que ella.
—Bueno, ha tenido más de cien años para encontrar a alguien —dijo Carson—.
¿Por qué ahora? ¿Por qué Michelle Pendleton? Corinne —prosiguió con voz queda,
apoyando los codos en el escritorio—, sé que estás preocupada por Michelle. Sé
que parece raro que haya inventado una amiga imaginaria llamada Amanda. Parece
una gran coincidencia... demonios, es una gran coincidencia. ¡Pero no es nada más
que eso!
Corinne Hatcher se incorporó, ya verdaderamente furiosa.
—Tío Joe —dijo con voz tensa—. Michelle es mi alumna, y estoy preocupada por
ella. De paso sea dicho, estoy preocupada también por todos los otros miembros de
mi clase. Susan Peterson ha muerto, y Michelle está lisiada y se conduce de manera
muy extraña. No quiero que suceda nada más.
Carson miró con fijeza a Corinne. La maestra estaba de pie frente a su escritorio,
con la espalda muy tiesa, la expresión intensa. Se dispuso a ir hacia ella para
consolarla, pero antes de que abandonara su sillón, ella se había dado vuelta y
había escapado.
Lentamente Josiah se sentó. Permaneció solo largo rato. Aquello no estaba yendo
bien. El no había querido que Susan Peterson muriera. Debía de haber sido
Michelle... debía de haber sido la hija de Cal Pendleton. Una vida por otra, un niño
por otro. Pero no uno de sus niños.
Ahora lo único que podía hacer era esperar. Tarde o temprano, como siempre, la
tragedia volvería a la casa y a quienes estuvieran viviendo allí. Entonces, cuando la
casa hubiera vengado a Alan Hanley en nombre suyo, todo terminaría. Entonces él
podría marcharse y olvidarse para siempre de Paradise Point. Sirviéndose otro trago
de whisky, clavó la vista en la ventana. A la lejos podía ver las revueltas aguas del
Paso del Diablo. Su nombre, pensó, era adecuado. ¿Cuánto tiempo hacía que el
Diablo había llegado para vivir con los Carson? Y ahora, al cabo de tantos años, el
último de los Carson iba a utilizar al Diablo. En cierto modo, pensó Josiah Carson,
era patético.
130
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
CAPITULO 21
asistieran al funeral. June había tratado de razonar con él, había tratado de hacerle
ver que para Michelle sería muy difícil sentarse en la iglesia, rodeada por todos los
niños que habían sido sus amigos y escuchar la ceremonia. ¿Acaso Cal no se daba
cuenta de eso? ¿No comprendía que no importaba que Michelle no le hubiera hecho
nada a Susan? Lo que importaba era lo que la gente creía.
Pero Cal fue inconmovible. Por eso habían ido todos. June había oído a
Constance Benson y estaba segura de que también Michelle la había oído. Había
visto en los ojos de Estelle Peterson esa expresión de congoja, acusación y
perplejidad.
Finalmente la ceremonia tocó a su fin. La congregación se puso de pie mientras el
féretro era lentamente llevado por el pasillo, seguido por Estelle y Henry Peterson.
Cuando pasaron frente a los Pendleton, Henry miró a Cal ceñudo, con ojos duros y
desafiantes; Cal sintió una opresión en el estómago. Tal vez, pensó, June tuvo
razón... tal vez no habríamos debido venir. Pero entonces, mientras los bancos
empezaban a vaciarse en el pasillo, Bertha Carstairs se detuvo y le estrechó la
mano.
—Yo... yo solo quiero que sepan —tartamudeó— que mi familia y yo lamentamos
tanto todo eso. Parece que desde que ustedes vinieron a Paradise Point las cosas
han... bueno... —Se le apagó la voz, pero se encogió de hombros de modo
elocuente.
—Gracias —respondió Cal con suavidad—. Pero no importa. Ahora todo irá bien.
A veces ocurren accidentes...
— ¡Accidentes! —Era Constance Benson, que apretaba con fuerza la mano de su
hijo Jeff—. ¡Lo sucedido a Susan Peterson no fue ningún accidente!
Luego salió de la iglesia tempestuosamente, mientras el rostro de Cal se ponía
mortalmentc pálido.
De pronto los Pendleton quedaron solos. June miró en torno, desvalida, buscando
una cara amistosa, pero no la encontró. Hasta los Carstairs habían desaparecido,
perdidos en la multitud alrededor de los Peterson.
—Vamonos —dijo—. ¿Por favor? Vinimos. Estuvimos aquí. Ahora, ¿no podemos
irnos a casa?
Frente a ella, Michelle permanecía inmóvil, en silencio, mientras las lágrimas le
corrían por la cara.
Corinne Hatcher se había escabullido de la iglesia con Tim y Lisa Hartwick, poco
antes de terminar la ceremonia. A Corinne Hatcher no se le había ocurrido dejar de ir
al funeral, pero sí se le había ocurrido que, si se quedaba después de la ceremonia,
podía verse en una posición insostenible. Se esperaría de ella (en realidad, se la
obligaría) que admitiera que en Paradise Point había muchas personas que
pensaban que Michelle había "hecho" algo a Susan. Además, quizá hubiera que
alinearse ya fuese con los Peterson o con los Pendleton. Pero por fin eso había
terminado.
—Me pregunto si Michelle mató a Susan —dijo Lisa desde el asiento posterior del
auto de Tim.
—No seas tonta —empezó Corinne, pero Lisa la interrumpió con presteza.
—Pues yo creo que lo hizo. Creo que los chicos tienen razón... está loca.
—Ya te lo he dicho antes, Lisa —dijo Tim con calma—. No hables de cosas sobre
las cuales no sabes nada.
—Pero sí sé sobre ella. —La voz de Lisa empezó a cobrar ese tono lloriqueante
que tanto irritaba a Corinne. Esta se volvió para mirar a la niña.
—Ni siquiera la conoces.
133
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—¡Sí que la conozco! Hablé con ella el otro día, allá en esc viejo cementerio, junto
a su casa.
—Creí haberte dicho que no fueras allá —aunque la voz de Tim fue indulgente.
Lisa no desconoció la reprimenda.
—No fui a su casa —declaró—. Solo fui al cementerio. ¿Qué culpa tengo si ella
estaba allí?
— ¿Y por qué piensas que ella está loca? —preguntó .Tim.
—Solo por su modo de hablar. Cree que el fantasma que, según se dice, hay allí,
es su amiga. Dijo que yo podía conocerla si quería.
— ¿Conocerla? —repitió Corinne, arrugando la frente—. ¿Quieres decir que
Michelle creía que el fantasma estaba realmente allí?
Lisa se encogió de hombros.
—No sé. No vi nada. Pero cuando dije a Michelle que Amanda era un fantasma,
se enojó de veras. —Lisa empezó a reírse entre dientes—. Está loca —agregó y se
puso a repetir esta palabra con un extraño canturreo—. ¡Lo—ca, lo—ca, lo—ca!
Corinne, harta ya de escucharla, exclamó secamente:
— ¡Basta ya, Lisa!
Lisa quedó callada, como si la hubieran golpeado. Tim lanzó a Corinne una
mirada de reproche, pero nada dijo hasta que llegaron a su casa y Lisa se fue a su
cuarto.
—Corinne —dijo cuando se quedaron solos—. Quisiera que dejes la disciplina en
mis manos.
— Está consentida —respondió enseguida Corinne—. Y tú lo sabes. Si no haces
algo al respecto, terminará en aprietos. —La tristeza en la mirada de Tim la hizo
retroceder. El tema de Lisa era demasiado doloroso para él. Y por el momento
había un tema de interés más inmediato.— Quiero que hables con Michelle acerca
de esa amiga imaginaria suya —dijo.
Tim quedó pensativo un instante; después asintió con la cabeza.
—Una amiga imaginaria a su edad... de donde quiera que venga... es anormal sin
duda. No quiero emplear las palabras de Lisa, pero es posible que Michelle esté muy
trastornada.
—Tim —dijo Corinne con lentitud—. ¿Supon que Michelle no esté... trastornada,
como dices tú, y supon que en realidad no haya inventado una amiga imaginaria?
¿Supon que Amanda sea realmente un fantasma?
Tim Hartwick la miró extrañado.
—Pero eso es imposible, claro está —dijo. Su tono no dejó lugar para la
discusión.
Michelle cerró el libro y lo apartó. Por más que se esforzaba, no lograba olvidarse
del funeral. La manera en que la había mirado la gente. La había hecho sentirse
como un fenómeno. Estaba cansada de sentirse como un fenómeno.
Torpemente se levantó de su sillón. Se desperezó, luego fue cojeando hasta la
ventana. La luz del crespúsculo otoñal, apagándose con rapidez, coloreaba el mar
de un gris metálico, y el cielo, cuyo tinte rojizo se esfumaba en el azul oscuro del
anochecer, parecía estar bajo esa noche. Abajo se veía el estudio de su madre,
cuyos contornos se enturbiaban con la creciente oscuridad. Michelle lo contempló
fijamente, casi como si esperara que sucediese algo. Y sin embargo, ¿qué podía
suceder? El estudio estaba desierto... abajo oía las voces de sus padres,
ocasionalmente puntuadas por los alegres chillidos de Jennifer.
134
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Jennifer.
Michelle pronunció el nombre para sí, y se preguntó cómo podía haber pensado
que era un lindo nombre. Después lo dijo en voz alta, escuchando las sílabas.
Decidió que detestaba ese nombre. Súbitamente, como si su hostilidad hubiese
fluido de manera directa hasta la pequeña, Jenny empezó a llorar.
Michelle escuchó un momento los sonidos; después, cuando se aquietaron,
levantó su libro y se estiró sobre la cama. Lo abrió en el pasaje que había dejado
pocos minutos antes y empezó a leer.
De nuevo oyó berrear a Jennifer.
Dejando el libro en su mesa de noche, Michelle maniobró cuidadosamente para
salir de la cama y, tomando su bastón, abandonó su cuarto y empezó a bajar la
escalera.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Treinta minutos más tarde, como Cal no había vuelto a bajar aún, June recorrió la
planta baja, cerrando puertas y apagando luces. Después subió la escalera, asomó
la cabeza para dar las buenas noches por última vez a Michelle, y se encaminó por
el pasillo al dormitorio principal. Encontró a su esposo ya en la cama, apoyado en las
almohadas, leyendo un libro. A su lado, tranquilamente dormida en su cunita, estaba
Jennifer. Por un instante, la escena conmovió a June, pero pronto se dio cuenta de
lo que estaba haciendo Cal.
—No estás tan cansado —anunció.
— ¿Qué? —respondió Cal mirándola con extrañeza
—Dije que nostás tan cansado. No finjas que no me oíste. —Su voz temblaba de
cólera, pero Cal seguía mirándola perplejo.
—Ya te oí. Es que no sé a que te refieres.
—Muy sencillo —dijo fríamente June—. Hace media hora, cuando te pedí que
trajeras aquí a Jennifer para que pudieras jugar con Michelle... parecías pensar que
era demasiado temprano. Y hete aquí, muy satisfecho, arropado en la cama.
—June —empezó a decir Cal, pero ella lo interrumpió.
—Oh, vamos. ¿Crees realmente que no sé lo que está pasando? Subiste aquí
para ocultarte. ¡Para ocultarte de tu propia hija! Por amor de Dios, Cal, ¿acaso no
sabes lo que le estás haciendo?
— ¡No estoy haciéndo nada! —exclamó Cal con desesperación—. Solo que....
solo que...
—Solo que no puedes hacerle frente. Pues tendrás que hacerlo, Cal. Lo que
hiciste allá abajo fue cruel. Ella solo quería jugar una partida contigo. Tan solo una
simple partidita. Dios mío, si tanto te pesa tu culpa, yo habría creído que estarías
ansioso de jugar con ella, aunque solo fuese para dejarle ganar. Y luego llamar
princesa a Jenny. ¿No te diste cuenta de lo que eso le haría a Michelle? ¡Siempre la
llamaste con ese apodo!
—Ni siquiera se dio cuenta —respondió Cal.
— ¿Cómo puedes saberlo? Ya ni siquiera. Pues déjame decirte que sí se dio
cuenta, Cal. Casi se puso a llorar. Creo que el único motivo por el cual no lo hizo fue
el temor de que a nadie le importara. Dios mío, ¿no puedes entender lo que le estás
haciendo?
Súbitamente su cólera se disolvió en frustración. Estalló lágrimas y se desplomó
en la cama. Cal la tomó en sus brazos, meciéndola suavemente mientras el cerebro
le d;iba vueltas por sus acusaciones.
—No llores, querida —susurró—. Por favor, no llores.
Con un esfuerzo, June se abandonó en sus brazos. Era su marido y lo amaba. En
realidad, lo que estaba ocurriendo no era más culpa suya que de Michelle. Era algo
que había sucedido, nada más. Algo que tendrían que superar.
Juntos.
Sentándose, se enjugó los ojos con un kleenex que tomó de la mesa de noche.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Luego su madre empezó a gritar, amenazando con irse, diciendo a su padre que
se las llevaría lejos.
Desde el pasillo, Michelle no había oído entonces nada, salvo el fuerte latir de su
propio corazón; no había sentido nada, salvo el agudísimo dolor en su cadera.
Finalmente había oído a su padre, cuyas palabras resonaron en sus oídos: uNo
puedo perderte. No puedo perder a Jennifer".
Sobre ella, nada.
Se arrastró de nuevo a su cuarto y se acostó. Ajustó las cobijas en torno a su
cuello y allí se quedó tendida, mientras su pequeño cuerpo temblaba y su mente
daba vueltas.
Era cierto. El ya no la quería.
No la quería desde ese día en que ella se había caído del risco.
Ese era el día en que las buenas cosas habían terminado, y las malas cosas
habían empezado.
Lo único que le quedaba era Amanda.
En el mundo entero estaba solamente Amanda.
Deseó que Amanda llegara a ella, le hablara, le dijera que todo iría bien.
Y Amanda llegó.
Su tenebrosa figura, como una sombra en la noche, surgió desde un rincón del
cuarto, flotó hacia Michelle, tendiendo la mano, buscándola, tocándola.
El contacto hacía bien. Michelle sintió que su amiga la atraía hacia sí.
—Estaban peleando, Mandy —susurró—. Estaban peleándose por mí.
—No —respondió Amanda—. No se estaban peleando por ti. No les importa
nada, ahora solo quieren a Jennifer.
—No —protestó Michelle.
—Es verdad —susurró la voz de Amanda, suave, pero insistente—. Todo esto
sucede a causa de Jennifer. Si no fuese por Jennifer, ellos te querrían. Si no fuese
por Jennifer, tú no habrías caído. ¿Recuerdas cómo se burlaban de ti? Fue por
Jennifer. Todo es culpa de Jennifer.
— ¿Culpa de Jennifer? Pero... es tan pequeña...
—Eso no importa —susurró Amanda—. Así será más fácil. Michelle, será tan fácil,
y cuando ella ya no exista... cuando Jennifer no exista... todo será como solía ser.
¿No te das cuenta?
Mentalmente, Michelle dio vueltas a las palabras, mientras escuchaba la suave
voz de Amanda, susurrándole, tranquilizándola. Todo empezó a cobrar sentido.
Sí, era culpa de Jennifer.
Si no existiera Jennifer...
Michelle se quedó dormida con Amanda junto a ella, canturreándole,
susurrándole.
Y cuando estuvo dormida, Amanda le mostró lo que tenía que hacer.
Entonces, todo tuvo sentido para Michelle.
Todo...
CAPITULO 22
A medida que la semana transcurría lentamente, June se sintió cada vez más
alterada. Varias veces estuvo tentada de pedir a Tim Hartwick que cambiara sus
horarios para recibir antes a la familia. Pero resistió esta tentación, diciéndose que
se estaba poniendo histérica.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
No. Al menos ahora. Y sobre Jenny no. menos ahora. Y sobre Jenny no.
¡Odio a Jenny!
— Está bien —repuso Hartwick tratando de calmarla—. No hablaremos más de
Jenny.
—¡No quiero hablar más de nada! —exclamó Michelle mirándolo ceñuda, con
expresión empecinada.
— ¿Y qué quieres hacer?
—Quiero irme a casa —dijo Michelle—. ¡Quiero irme a casa y encontrar a
Amanda!
— Está bien —replicó Tim—. Te propongo algo... debo hablar unos minutos con
tus padres. Te conseguiré gaseosa, y cuando la hayas terminado, ya habré
concluido con tu padre y con tu madre. ¿Qué te parece eso?
Michelle pareció estar a punto de discutir con él, pero de pronto su cólera se
disipó, y encogiéndose de hombros repuso:
— Está bien, supongo.
Tim le abrió la puerta del consultorio y sonriendo alentadoramente a June y Cal
Pendleton, les dijo:
—Vamos a buscar una gaseosa para Michelle. Ustedes pueden entrar... en
seguida vuelvo.
—Gracias —murmuró June. Cal no contestó nada.
—¡No es nada grave! —dijo con brusquedad—. Lo único que ella hizo es
inventarse una amiga para sobrellevar un momento difícil. Francamente no entiendo
por qué tanto alboroto.
—Ojalá pudiera estar de acuerdo con usted, doctor Pendleton —dijo Hartwick con
voz queda—. Pero me temo que no pueda. Su hija está en el centro de algunos
problemas muy graves, y a menos que ustedes estén dispuestos a enfrentarlos, no
veo realmente cómo puedo ayudarla.
—Problemas —repitió June—. Dijo usted problemas. ¿Quiere decir, algo más que
el adaptarse a su... su situación?
—En efecto —respondió el psicólogo—. Ni siquiera estoy seguro de que su pierna
sea el principal problema. A decir verdad, estoy casi seguro de que no. Es su
hermana.
— ¿Jenny? —preguntó Cal Pendleton.
—Dios mío, eso temía yo —gimió June, volviéndose hacia su esposo—. Te lo dije.
¡Hace semanas que te lo vengo diciendo, pero tú no quisiste creerme!
—Doctor Pendleton, Michelle piensa que ustedes ya no la quieren. Piensa que por
ser adoptada, ustedes dejaron de quererla cuando tuvieron una hija propia.
—Eso es ridículo —dijo Cal.
— ¿Lo es? —preguntó June con voz hueca—. ¿Lo es en realidad?
—Parece que su amiga Amanda se lo dijo —continuó Hartwick.
June lo miró aturdida.
—No estoy segura de entender.
Tim se reclinó en su sillón.
—Bueno, en realidad no es tan difícil de reconstruir. En este momento Michelle
está teniendo ciertos pensamientos y sentimientos que le son totalmente ajenos. No
le agradan. En realidad, la están destrozando. Por eso ha inventado a Amanda.
Amanda es esencialmente, el lado oscuro de la personalidad de Michelle, que
simplemente le traslada todo sus... ¿cómo puedo decirlo? ¿Más feos? Supongo que
esa palabra es bastante útil... traslada a Amanda todo sus pensamientos e impulsos
más feos... aquellos por los cuales no soporta tomar responsabilidades.
— ¿No es eso lo que llaman proyectar? —preguntó Cal con voz llena de una
hostilidad que Tim optó por desconocer.
— Por cierto que sí, lo es. Salvo que aquí se trata de una forma particularmente
extrema. El término "proyectar" implica habitualmente la proyección de los
problemas propios a otra persona, pero esa otra persona suele ser muy real.
Un buen ejemplo de esto sería el marido infiel que constantemente piensa que su
esposa lo engaña.
—Conozco la definición —dijo Cal.
Tim decidió que ya estaba harto.
—Doctor Pendleton, tengo la sensación de que usted preferiría no estar oyendo
nada de esto. ¿Estoy en lo cierto?
—Me encuentro aquí porque mi esposa me lo exigió. Pero creo que estamos
perdiendo el tiempo.
— Es posible —admitió Tim. Juntó plácidamente las manos y esperó. No tuvo que
esperar mucho.
— ¿Lo ves? —preguntó Cal a su esposa—. Hasta él dice que es posible que
estemos perdiendo el tiempo. Si quieres seguir con esto, tendrás que hacerlo sola.
Yo he oído ya suficiente. —Se dirigió hacia la puerta; luego se volvió.— ¿Vienes
conmigo?
June le sostuvo la mirada, y cuando le habló lo hizo con voz serena.
143
John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Billy trató de saltar, pero era demasiado tarde... bajo sus pies, la valla se movía.
Perdió el equilibrio, trató de recuperarlo, fracasó. Entonces sus brazos se agitaron
en el aire. Estaba cayéndose.
Un instante más tarde, en el patio de la escuela había silencio. Un silencio que,
para Michelle solo rompía el sonido de la voz de Amanda.
— ¿Lo ves? ¿Ves qué fácil es? Ahora puedes hacer que todos dejen de reírse...
La voz se apagó y Amanda desapareció. La niebla empezó a dispersarse.
Michelle aguardó un momento, aguardó a que desapareciera toda, después miró.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Billy Evans, con la cabeza torcida, de modo que sus ojos vacíos la miraban con
fijeza, yacía en el suelo a poca distancia.
Michelle supo que jamás volvería a reírse de ella.
CAPITULO 23
Michelle contempló fijamente el cuerpo diminuto de Billy Evans que yacía inerte
en el suelo, con la cara pálida y sin vida. Titubeante, de mala gana, dio un paso
hacia él.
— ¿Billy? —dijo con voz temblorosa, inquisitiva—. ¿Billy? ¿Estás bien?
Pero al mismo tiempo que hacía la pregunta, supo que él estaba muerto. Dio un
paso más hacia él, luego cambió de idea.
Ayuda. Tenía que buscar ayuda.
Apoyándose en la valla, se agachó cuidadosamente para recoger su bastón.
Luego, tras echar otra mirada rápida a Billy, se encaminó hacia el edificio escolar. En
el patio no quedaba nadie... nadie que fuera en su ayuda, nadie que hiciera algo por
Billy Evans.
Nadie que le dijera qué había sucedido.
Porque Michelle no podía recordar.
Recordaba a Billy trepando el alambre tejido, haciendo equilibrio en lo alto.
Lo recordaba empezando a caminar, y recordaba haberle dicho que tuviera
cuidado.
Y él se había reído.
Entonces la niebla se había cerrado sobre ella, y había llegado Amanda.
Pero después, ¿qué sucedió?
Su mente estaba en blanco.
Empezó a subir los escalones del fondo de la escuela.
—¡Socorro! —gritó—. Oh, por favor, ¿nadie me oye?
Casi había llegado arriba cuando vio abrirse la puerta y apareció su padre.
— ¡Michelle! ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?
—¡Es Billy! —clamó Michelle—. ¡Billy Evans! ¡Se cayó, papá! ¡Trataba de caminar
por la valla y se cayó!
—Oh, Dios mío —exclamó Pendleton. .
Las palabras apenas audibles, se ahogaron en su garganta. Volvieron a él las
visiones, rostros infantiles aparecían en su mente, acusándolo con los ojos. Empezó
a sentirse mareado, pero se obligó a mirar el campo de juego. Ya desde allí, pudo
ver al niñito que yacía inmóvil, en informe montón, junto a la valla.
Ya Michelle había llegado a lo alto de los escalones y se aferraba a él, con los
ojos rebosantes de lágrimas.
—Se cayó, papá. Creo... creo que está muerto.
Tenía que pensar. Tenía que actuar. Pero era casi imposible.
—Ven adentro —masculló—. Ven adentro, tu madre te cuidará.
Apartándose de Michelle, la llevó adentro, al consultorio, donde June y el
psicólogo estaban todavía conversando. Ambos lo miraron sorprendidos; luego la
expresión de su cara les indicó que ocurría algo.
—Llame una ambulancia —dijo él—. Hubo un accidente. Un niñito se cayó de la
valla. Tengo que... tengo que ocuparme de él. Tengo...
Se le apagó la voz; se dio vuelta y salió del consultorio, tambaleante.
Mientras Tim echaba mano al teléfono y comenzaba a discar, Michelle habló de
pronto.
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Media hora más tarde, solo quedaban en la escuela Michelle, June y Tim. La
ambulancia con Billy y Cal atrás había partido hacia la clínica, y la madre de Billy los
había seguido, insistiendo en que podía manejar sola cuando se le aseguró que su
hijo aún estaba vivo. La pequeña multitud que se había congregado en el patio
escolar, se había dispersado con rapidez: la gente salía en pequeños grupos,
cuchicheando y, a veces, mirando hacia la escuela donde sabían que Michelle
Pendleton se encontraba todavía en el consultorio de Tim Hartwick.
Tim hizo señas a June de que se reuniera con él en el pasillo un momento.
Cuando estuvieron solos, le dijo que deseaba hablar con Michelle.
— ¿Tan pronto? —preguntó June—. Pero... ¡ella está muy alterada!
—Tenemos que averiguar qué pasó. Creo que si hablo con ella ahora, antes de
que haya tenido ocasión de pensar realmente en ello, obtendré lo más cercano a la
verdad.
Los instintos maternales de June saltaron en defensa de su hija.
—Quiere decir, ¿antes de que ella haya tenido oportunidad de inventar un
cuento?
—Eso no es lo que dije; ni lo que quise decir —se apresuró a responder el
psicólogo—. Quiero hablar con ella antes de que su mente haya tenido oportunidad
de hacer que lo sucedido le parezca lógico. Y quiero averiguar por qué estaba tan
segura de que Billy había muerto.
—Está bien —repuso por fin June, a regañadientes—. Pero no la presione... ¿por
favor?
—Jamás haría eso —respondió Tim con dulzura.
Dejó a June sola en el pasillo y volvió con Michelle.
— ¿Por qué creíste que Billy estaba muerto? —preguntó Tim con suavidad. Había
tardado diez minutos en convencer a Michelle de que su amiguito no había muerto, y
aún no estaba seguro de que ella le creyera—. No cayó de muy alto...
—Simplemente lo supe —replicó Michelle—. Se nota.
— ¿Se nota? ¿Cómo?
—Pues... pues por... cosas. Usted sabe.
Hartwick esperó un momento pero cuando Michelle no continuó, decidió pedirle
que le volviera a contar lo sucedido. Escuchó sin interrumpirla mientras ella volvía a
relatar la historia.
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Tim Hartwick la miró con fijeza, sin saber si la había oído bien. Entonces, con voz
todavía suave pero muy clara, Michelle repitió las palabras.
—Se que Billy va a morir.
June conducía lentamente; Cal iba junto a ella en el asiento delantero, y Michelle
atrás. Cada uno estaba en su propio mundo privado, aunque tanto Cal como June
estaban pensando en Billy Evans, que yacía en la clínica en estado de coma. Josiah
Carson había hecho todo lo posible por el niño, y había administrado un sedante
ligero a Cal. Al día siguiente vendría un neurólogo de Boston. Pero tanto Cal como
Josiah estaban seguros de que el especialista no haría más que corroborar lo que
ellos ya sabían: la estrangulación de Billy había durado demasiado; había lesión
cerebral. No se sabrían los alcances de la lesión hasta que Billy saliera del coma.
Si alguna vez salía de él.
El silencio que reinaba en el automóvil estaba empezando a afectar a June.
Quedó aliviada cuando finalmente tuvo una excusa para romperlo.
—Debo detenerme en casa de los Benson para recoger a Jenny.
Cal movió una vez la cabeza, asintiendo. Pero no respondió verbalmente. Solo
habló cuando ella se detuvo frente a la casa de los Benson.
—Quisiera que no dejes así a Jenny.
—Bueno, ¿acaso podía llevármela conmigo?
— Habrías podido llamarme. Yo habría salido y las habría traído a las dos.
—Francamente, ni siquiera estaba segura de que estarías en la escuela —repuso
June. Luego recordó la silenciosa presencia de Michelle en el asiento de atrás — .
No importa, la próxima vez te llamare o traeré conmigo a Jenny.
Abrió la portezuela del coche y bajó; luego sostuvo la portezuela trasera para
Michelle. Cal ya estaba en el pórtico de los Benson cuando June y Michelle
empezaron a subir los escalones.
Constance Benson debía estar esperándolos, pues la puerta se abrió justo
cuando Cal estaba por llamar. June creyó ver que la mujer apretaba los labios al
mirar a Michelle. Como no dijo nada, June decidió esperar a que estuvieran adentro
para decirle lo que había ocurrido. Pero pronto se hizo evidente que Constance
Benson ya estaba enterada.
—Acabo de hablar con Estelle Peterson —dijo—. Una cosa terrible... terrible.
Volvió a mirar a Michelle. Esta vez, June tuvo la certeza de que en sus ojos había
hostilidad.
—Fue un accidente —se apresuró a decir June—. Billy trataba de caminar por la
valla y cayó. Michelle intentó sostenerlo.
—De veras —respondió Constance Benson con voz cuidadosamente neutral,
pero June tuvo la certeza de percibir en ella un matiz de sarcasmo—. Traeré a la
pequeña. Está arriba, dormida.
—No sé cómo agradecerle por haberla cuidado —repuso June, con gratitud.
Constance ya subía la escalera, pero se volvió para mirar a June mientras
hablaba.
—Los niños pequeños no son ninguna molestia —dijo—. Los problemas vienen
cuando empiezan a crecer.
Michelle, que estaba de pie junto a la puerta, dio un paso junto a su padre.
—Ella cree que hice algo, ¿verdad? —preguntó cuando Constance continuó
subiendo la escalera.
Cal sacudió la cabeza, pero no dijo nada. Michelle se volvió hacia su madre.
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Michelle empezó a bajar los peldaños, sujetando con fuerza a Jennifer contra el
pecho, mientras empleaba el bastón para encontrar apoyo. No se apartaba de la
baranda, de modo que, si resbalaba, podría apoyarse en ella. Cuando llegó abajo se
detuvo, y lentamente soltó el aliento que venía conteniendo al bajar del pórtico de los
Benson.
— Llegamos —susurró sonriendo a la carita de Jenny.
Jenny la miró como si la entendiera, gorgoteando dichosa. Un hilillo de saliva le
goteaba de una punta de la boca. Michelle lo secó con la manta.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
CAPITULO 24
Corinne Hatcher no perdió los estribos hasta que Tim Hartwick sugirió que tal vez
Michelle debería ser internada, aunque fuese para observación.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó.
Se acomodó los pies bajo el cuerpo en un gesto inconcientemente defensivo,
mientras sujetaba su taza de café con ambas manos. Tim hurgó el fuego mientras se
encogía de hombros, impotente.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
— Algo había en sus ojos —dijo. ¿Cuántas veces había tratado de explicarlo?—
No sé exactamente qué era. Pero ella no me decía todo. Lo siento, Corinne, pero no
creo que Billy Evans se haya caído de esa valla accidentalmente.
—Querrás decir que crees que Michelle Pendleton trató de matarlo — respondió
Corinne fríamente— . Más vale que digas lo que piensas.
— Ya lo hice. Según parece, pretendes hacerme decir que creo que Michelle
Pendleton es una asesina, pero no lo diré. No estoy seguro de que lo sea. Pero sí
estoy seguro de que tuvo algo que ver con la caída de Billy. Y también con la de
Susan Peterson, ya que estamos en eso.
— ¿No crees que sea una asesina, pero crees que mató a Susan? ¿Eso estás
diciendo? —Sin esperar a que él respondiera, Corinne prosiguió.— Dios mío, Tim, si
hubieras hablado con ella hace apenas unas semanas, sabrías que eso no podría
ser cierto. Era una niña dulcísima, agradabilísima. Las cosas no cambian con tanta
rapidez, simplemente.
— ¿Dices que no? Basta con mirarla. —El psicólogo se pasó una mano por el
cabello intentando evitar que sus bucles castaños le cayeran sobre la frente, pero
fue inútil.— Mira, Corinne, tienes que hacer frente a los hechos. Sea lo que sea,
Michelle no es la misma niña que llegó a Paradise Point en agosto. Ha cambiado.
— ¿Por eso quieres encerrarla? ¿Simplemente quieres aislarla donde nadie
tenga que verla? ¡Hablas como los niños de mi clase!
—No fue eso lo que quise decir, y tú lo sabes. Corinne, tienes que aceptar lo
sucedido. Cualquiera que sea la causa, Susan ha muerto y Billy, casi también. Y las
dos veces Michelle estuvo presente. Y nosotros sabemos que algo le ha pasado, —
dijo Tim en tono fatigado. Hacía horas que daban vueltas al tema, desde la cena, sin
haber llegado a ninguna parte. Tim pensó: "Ojalá Michelle hubiera dado otro nombre
a esa maldita muñeca, cualquier otro nombre". Fue como si Corinne le leyera los
pensamientos.
—Todavía no has explicada a Amanda —observó.
—La he explicado quinientas veces.
— jOh, claro! Insistes en decirme que solo existe en la imaginación de Michelle.
Salvo que todavía no has explicado una cosa... ¿Cómo es que todos por aquí han
estado hablando sobre Amanda durante tantos años? Si solo es la amiga imaginaria
de Michelle, ¿por qué ha estado por aquí tanto más tiempo que Michelle?
—No todos han estado hablando sobre Amanda. Tan solo algunas escolares
impresionables.
Corinne entrecerró los ojos, enfurecida, pero antes de que pudiera iniciar su
argumentación, Tim alzó la mano como para contenerla.
—No hablemos más de esto, ¿quieres? ¿No podemos olvidarlo por esta noche?
—No veo cómo —respondió Corinne—. Es como una nube que cuelga sobre
nosotros.
El tintineo del teléfono la interrumpió. Automáticamente Corinne se levantó para
atenderlo antes de recordar que no era su teléfono. Utilizando la distracción para
tratar de cambiar el clima de la velada, Tim le sonrió diciendo: —Si te casaras
conmigo podrías atender ese teléfono cuando quisieras.
Acababa de tender la mano hacia el aparato, cuando dejó de sonar. Tanto él
como Corinne esperaron ansiosos a que Lisa llamara a uno de ellos. En cambio
hubo un silencio, después Lisa bajó la escalera.
—Era Alison. Mañana iré a su casa y vamos a buscar al fantasma.
—Oh, Dios —gimió Tim—. ¿Tú también?
Lisa giró los ojos con desprecio.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
—Bueno, ¿por qué no? Alison dice que Sally Carstairs ya vio una vez el fantasma
y yo creo que sería divertido. ¡Nunca puedo hacer nada!
Tim miró a Connie con expresión desvalida. Estaba por dar su autorización, pero
Corinne lo detuvo.
—No, Tim.
— ¿Por qué no?
—Por favor, Tim. Solo hazme caso, ¿de acuerdo? Además, aunque yo me
equivoque y tú tengas razón, ¿sabes dónde irán a buscar al fantasma? Allá cerca de
la casa de los Pendleton, en el antiguo cementerio de los Carson. Es all í donde está
la tumba de Amanda.
—No es una tumba —se mofó Lisa.
—Hay una lápida —dijo automáticamente Corinne, pero Lisa no le prestaba
ninguna atención. En cambio, siguió implorando a su padre:
— ¿Puedo ir, papá? ¡Por favor!
Pero Tim decidió que Corinne tenía razón. Sucediera lo que sucediese no quería
que su hija se acercara a la casa de los Pendleton.
—No creo que sea una buena idea, preciosa —declaró—. Dile a Alison que irás
en otra ocasión. ¿De acuerdo?
— Ay, papá, nunca me permites hacer nada. ¡Lo único que haces es escucharla
a ella, que está tan loca como Michelle Pendleton!
Lisa dirigió sus palabras a su padre, pero miraba fijamente a Corinne; tenía la
cara arrugada de cólera, la boca fruncida. Corinne se limitó a mirar a otro lado. Por
una vez no haría caso de la grosería de Lisa.
—No puedes ir y basta —dijo Tim —. Ahora sube, llama a Alison y díselo.
Después termina tus tareas escolares y acuéstate.
Silenciosamente, Lisa decidió que haría lo que quería hacer. Hizo una mueca a
Corinne y luego, enfurruñada, salió de la habitación. Un silencio incómodo reinó en
la sala de recibo de Tim, mientras el y Corinne procuraban fingir que la velada no
estaba irremediablemente arruinada. Finalmente Corinne se incorporó diciendo:
—Bueno, se hace tarde...
—Quieres decir que deseas irte a casa, ¿verdad? —preguntó Tim.
—Te llamaré por la mañana —asintió Corinne.
Se dispuso a salir del cuarto, ocupada en recoger su abrigo y su cartera, pero Tim
la detuvo.
— ¿Ni siquiera me darás un beso de buenas noches?
Corinne le tocó apenas la mejilla con los labios, pero se resistió a su abrazo.
—Ahora no, Tim. Por favor. Esta noche no.
Derrotado, Tim la dejó ir, solo e inmóvil en la habitación mientras ella se ponía el
abrigo. Después Corinne volvió a entrar y le sonrió.
—Ahora sé de quien heredó Lisa su gesto de enojo... de su padre. Vamos, Tim,
no es el fin del mundo, te llamaré mañana o llámame tú. ¿Está bien?
Tim movió la cabeza asintiendo.
— ¡Estos hombres!
Corinne pronunció estas palabras en voz alta; después las repitió mientras
conducía el automóvil hasta su casa. Qué tercos podían ser a veces, pensó. Y no
solamente Tim. Cal Pendleton no era mejor en ese aspecto. Decidió que él y Tim
debían ser grandes amigos. Uno de ellos aferrándose a la idea de que todo iba muy
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El tiempo pareció detenerse, y ella flotaba, tranquila, sintiendo que el aire pasaba
veloz junto a ella, contemplando el cielo.
Miró abajo... y vio las rocas.
Dedos de piedra afilados, amenazantes, tendiéndose hacia ella, listos para
despedazarla.
El terror la devoró finalmente, y abrió la boca para gritar... pero era demasiado
tarde, iba a morir...
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—Michelle —dijo con cuidado—. ¿Cerraste la puerta que comunica este cuarto
con nuestra dormitorio?
—No —respondió Michelle con voz titubeante—. Debe de haber estado cerrada
cuando entré. Tal vez por eso no oíste a Jenny.
—Bueno, supongo que no importa.
Pero sí importaba, y June lo sabía. Algo estaba ocurriendo... algo en lo que ella
no quería pensar. Acercándose a la cuna, levantó a Jenny. La pequeña dormía
ahora, emitiendo unos lloriqueos. Cuando ella la levantó, Jenny tosió un poco; luego
se aflojó en los brazos de su madre. June sonrió a Michelle.
— ¿Ves? Solo hacen falta los brazos cariñosos de una madre.
Miró con más atención a Michelle. Tenía los ojos despejados; no parecía haber
estado durmiendo apenas unos minutos atrás.
— ¿No podías dormir, linda?
—No. Solo hablaba con Amanda. Entonces Jenny empezó a llorar, por eso vine.
—Bueno, espera a que la acomode, después hablaremos un poquito, ¿quieres?
Los ojos de Michelle se nublaron. Por un momento, June temió que fuera a
negarse. Pero luego Michelle se encogió de hombros diciendo:
—Está bien.
June acostó de nuevo a Jennifer en la cuna; después ofreció a Michelle su brazo
para que se apoyara.
— ¿Dónde está tu bastón?
— Lo dejé en mi habitación.
— Vaya, es una buena señal —dijo June, esperanzada. Pero al recorrer el
pasillo, le pareció que Michelle apenas podía caminar. Sin embargo no dijo nada
hasta que Michelle estuvo acostada en su cama, apoyada en las almohadas.
— ¿Duele mucho? —preguntó, tocando suavemente la cadera de Michelle.
— A veces. Ahora. Pero otras veces no. Cuando Amanda está cerca es mejor.
— ¿Amanda? —repitió suavemente June—. ¿Sabes quién es Amanda?
— En realidad, no —repuso Michelle—. Pero creo que antes vivía aquí.
— ¿Cuándo?
—Hace mucho tiempo.
— ¿Dónde vive ahora?
—No estoy muy segura. Creo que sigue viviendo aquí.
—Michelle... ¿quiere algo Amanda?
Michelle asintió con la cabeza.
—Quiere ver algo. No sé en realidad qué es, pero se trata de algo que Amanda
tiene que ver. Y yo puedo mostrárselo.
— ¿Tú? ¿Cómo?
— No... no lo sé. Pero se que puedo ayudarla. Y es mi amiga, de modo que
debo ayudarla, ¿verdad?
A June le pareció que esto era un ruego de confirmación.
—Por supuesto —le contestó—. Si ella es verdaderamente tu amiga. Pero ¿y si
no es tu amiga? ¿Y si en realidad quiere hacerte daño?
— Pero no es así —replicó Michelle —. Sé que no. Amanda jamás me haría daño.
Jamás.
June vio que su hija cerraba los ojso y se dormía.
Se quedó con ella largo rato, teniéndole la mano y vigilando su sueño. Más tarde,
cuando la primera débil luz empezaba a brillar entre la oscuridad, June besó
ligeramente a Michelle y volvió a la cama.
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CAPÍTULO 25
Michelle estaba poniendo la mesa. Se la veía cansada, pero cuando June le guiñó
un ojo, sonrió un poco, evidenteniente feliz de estar haciendo algo con su padre,
aunque solo fuera estar poniendo la mesa.
— ¿Dormiste bien? —le preguntó.
—Me dolía bastante la cadera, pero esta mañana está bien.
En la casa reinaba una buena atmósfera, y June sabía la razón de eso: Billy
Evans no había muerto. Cal lo había salvado, no le había hecho daño, y ahora,
estaba segura, todo iba a estar muy bien. Quería decir algo, comentar sobre el
agradable clima, pero temía que, de hacerlo, lo destruiría. En cambio se acercó a la
camita, donde Jennifer dormía pacíficamente.
— Bueno, al menos no fui la única que se quedó dormida —dijo mientras
levantaba a la pequeña. Jenny abrió los ojos y gorgoteó; después volvió a dormirse.
— Ella se despertó antes —declaró Cal—. Le di un biberón hace cosa de una
hora. ¿Los quieres con tostadas?
— Bueno —respondió June, distraída. Con Cal preparando el desayuno, Michelle
terminando de poner la mesa y Jennifer dormida, se sintió inútil de pronto.
— ¿Quieres que siga yo?
— Demasiado tarde —respondió Cal.
Sirvió los huevos, agregó dos o tres tajadas de tocino en cada plato y los llevó a la
mesa. Al sentarse, consultó su reloj.
— ¿Ya tienes que irte? —preguntó June.
— El neurólogo debe llegar a eso de las diez. En realidad, yo tendría que estar ya
allí.
—¿Puedo ir contigo? —inquirió Michelle, Cal arrugó el entrecejo y June sacudió la
cabeza.
—Creo que hoy mejor te quedas aquí —dijo evitando cuidadosamente mencionar
a Billy Evans.
— Pero ¿por que? —insistió Michelle.
Su rostro empezó a ensombrecerse y June tuvo la seguridad de que habría una
discusión. Sintió que la atmósfera matinal, relativamente tranquila, se esfumaba.
Volviéndose hacia Cal preguntó:
— ¿Qué opinas tú?
—No sé. En realidad, supongo que no hay ningún motivo para que ella no venga
conmigo. Pero no sé cuánto tiempo estaré allí— agregó volviéndose hacia Michelle
—. Es posible que te aburras.
— Solo quiero ver a Billy. Después podría ir a la biblioteca. O volver a casa
caminando.
Está bien —aceptó Cal —. Pero no puedes pasarte todo el día merodeando por la
clínica. ¿Está claro eso?
— Antes me lo permitías—, se quejó Michelle. Los ojos de Cal se desviaron,
inquietos.
— Eso fue antes— dijo.
— ¿Antes? ¿Antes de qué?
Como no respondió, Michelle lo miró fijamente; entonces comprendió a que se
refería.
—No le hice nada a Billy —declaró ella.
—Yo no dije... —empezó Cal, pero June lo interrumpió afirmando:
—No quiso decir eso, quiso decir...
Ya sé lo que quiso decir —gritó Michelle —. ¡Pues no quiero ir! ¡No quiero
acercarme siquiera a tu maldita clínica!
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alto antes. Valerosamente procuró mover las piernas, pero aún le faltaba maña para
eso.
Llegó atrás y de nuevo sintió las manos de Michelle en sus hombros.
— ¡Más fuerte! —vociferó—. ¡Empuja más fuerte!
De nuevo se lanzó hacia adelante y agrandó los ojos al ver que el suelo se
precipitaba hacia ella. Luego se niveló, inició el arco ascendente y el suelo fue
reemplazado por el cielo. ¿Qué debía hacer ella? ¿Inclinarse hacia adelante?
¿Patear hacia atrás?
Continuó hacia atrás, y cuando el columpio llegó a la cima delantera, ella perdió
de pronto él equilibrio... las cadenas, tan apretadas en sus manos un momento
antes, se aflojaron bruscamente y Annie sintió que empezaba a caer.
Lanzó un grito, pero luego eso pasó... las cadenas volvieron a estar tensas, y ella
iniciaba el trayecto hacia atrás, como las pesas en la punta del péndulo.
—No tan fuerte esta vez —dijo cuando sintió de nuevo la mano de Michelle en su
espalda.
Pero si Michelle la oyó, no dio señales de ello. Annie se encontró abalanzándose
de nuevo hacia adelante, más alto que nunca. Una vez más, cuando llegó arriba, se
inclinó hacia donde no debía y las cadenas se aflojaron en sus manos.
—¡Para! —gritó desesperada—. ¡Por favor, Michelle, para!
Pero era demasiado tarde. Volaba de un lado a otro, cada vez más alto, y en cada
ocasión la cadena tardaba más en volver a estirarse.
Y luego, inevitablemente, ocurrió aquello. La cadena se soltó en las manos de
Annie, quien se precipitó abajo en línea recta, con el cuerpo tendido sobre el asiento
del columpio, los ojos cerrados, apretados de terror.
Y entonces se acabó la cadena.
Cuando el asiento del columpio llegó abajo y los duros eslabones de la cadena se
tensaron de pronto, la espalda de Annie Whitmore se quebró.
Una estocada de dolor la atravesó, pero terminó casi antes de empezar... su
cabeza se estrelló en el suelo, el ímpetu de su caída le aplastó el cráneo. Se retorció
espasmódicamente y su destrozado cuerpo cayó en informe montón a los pies de
Michelle.
— ¿Ves? —susurró Amanda—. Puedes empujar con toda la fuerza que quieras.
Al cabo de un tiempo ellos aprenderán. Aprenderán y dejarán de reírse.
Tomó la mano de Michelle y la condujo fuera del campo de juego.
Cuando llegaron a la calle, la niebla se había despejado.
Pero Michelle no miró atrás.
Fue en ese momento que Billy Evans murió en la clínica de Paradise Point, ante
la presencia impotente de Cal Peadleton, Josiah Carson y el neurólogo de Boston.
Si alguno de ellos hubiera mirado por la ventana, habría visto a Michelle afuera,
inmóvil, espiando dentro del cuarto donde yacía Billy, mientras una lágrima le corría
lentamente por una mejilla.
La voz de Amanda susurraba en sus oídos.
—Hecho está —canturreaba la extraña voz.
Sabiendo lo que acababa de ocurrir adentro, Michelli se apartó y reanudó su larga
caminata a casa.
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CAPITULO 26
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Tal vez las cosas fueran a estar bien, después de todo. Tal vez después de que
ella hiciera lo que Amanda quería, las cosas iban a estar bien.
Saliendo de la casa, echó a andar lentamente hacia el cementerio.
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CAPITULO 27
Lentamente caminaba Michelle por el sendero en lo alto del risco. Una lluvia ligera
empezaba a caer, y el horizonte, vago contra el cielo gris acero, se esfumaba. Pero
Michelle, escuchando los murmullos de Amanda, no pensaba en el día.
—Más lejos —decía Amanda—. Fue un poco más lejos.
Dieron algunos pasos más; luego Amanda se detuvo, con la frente arrugada, la
expresión indecisa.
—No está bien. Todo está cambiado. —Después agregó:— Por allí.
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Llevó a Michelle unos metros más al norte— y se detuvo cerca de una roca
grande que se alzaba en precario equilibrio sobre la playa.
—Aquí —musitó Amanda—. Aquí mismo fue...
Desde arriba, Michelle contempló la playa. Se encontraban directamente encima
del lugar donde, apenas un mes y medio atrás, ella había merendado con sus
amigos. Al menos, habían sido sus amigos en esa época.
Ahora la playa se encontraba desierta; la marea estaba lejos y las rocas, alisadas
por el fluir de las aguas durante siglos, yacían expuestas al amenazante atardecer.
—Mira —susurró Amanda.
Señalaba la lejana orilla de la playa, donde el mar, al retirarse, había dejado al
descubierto los charcos de marea. Michelle pudo distinguir dos figuras, que la lluvia
enturbiaba.
En seguida reconoció a una de ellas: Jeff Benson. Y la otra... ¿Quién era la otra?
Pero de pronto supo que no importaba.
Jeff era el buscado.
Era a Jeff a quien Amanda quería.
¿A quién mataste hoy?
Las palabras de Jeff resonaron en sus oídos. Y Michelle supo que Amanda
también las escuchaba.
—Vendrá por aquí —ronroneó Amanda—. Cuando entre la marea, vendrá por
aquí. Y entonces...
Su voz se apagó, pero una sonrisa le arrugó la cara. Mantuvo una mano sobre el
brazo de Michelle, pero extendió la otra y tocó la roca.
June estaba todavía sentada junto al teléfono cuando llegaron Cal y Josiah
Carson. Los oyó entrar por la puerta principal, oyó que Cal la llamaba.
—Aquí —respondió ella—. Estoy aquí.
Su voz era apagada y estaba pálida.
Cal se le acercó y se arrodilló junto al sillón.
—June, ¿qué pasa?
—El estudio... está en el estudio.
—¿Qué cosa? ¿Ha sucedido algo? ¿Dónde están las niñas?
June lo miró con expresión perpleja.
— ¿Las niñas? —repitió. Entonces se dio cuenta—. ¡Jenny! Dios mío, ¡dejé a
Jenny en el estudio!
Disipado ya su letargo, se incorporó, pero presa del vértigo, volvió a desplomarse
en el sillón.
— No puedo, Cal. No puedo ir allá. Ve, por favor, y que te acompañe el doctor
Carson. Trae contigo a Jenny.
—¿Que no puedes ir allá? —inquirió Cal con expresión que reflejaba desconcierto
—. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
— Lo sabrás. Simplemente anda y mira. Entonces verás —insistió June. Los dos
hombres iban a salir de la habitación cuando ella los detuvo.
—Cal... el cuadro... el cuadro que está en el caballete no lo pinté yo.
Cal y Josiah se miraron sin comprender, pero como June no dijo nada más, se
encaminaron hacia el estudio.
Antes de llegar, oyeron el llanto de Jenny. Cal echó a correr. Se precipitó adentro,
miró apresuradamente en torno, pero no hizo caso de nada, salvo su hija. Alzando
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Tim Hartwick y Corinne Hatcher llegaron cuando Cal y Josiah Carson regresaban
a la casa. June, todavía pálida, no se había movido de su sillón en la sala de recibo.
El grupo se congregó alrededor de ella.
— ¿Lo viste? —preguntó June a Cal, quien asintió—. Yo no lo pinté —repitió
June.
— ¿De dónde salió?
—Del armario —respondió June inexpresivamente—. Lo encontré en el armario
hace cosa de una semana. Entonces... entonces era solo un boceto. Pero hoy,
cuando entré allí, lo vi sobre el caballete.
— ¿Qué cosa? —interrumpió Hartwick—. ¿A qué se refiere usted?
—A un cuadro —respondió June con suavidad—. Está en el estudio. Más vale
que vayan a verlo... es lo que yo quería que vieran.
Confundidos, Tim y Corinne iban a salir del cuarto cuando se detuvieron al sonar
el teléfono. Aunque era la que más cerca estaba del teléfono, June no intentó
responder al llamado; fue Cal quien lo hizo por último.
—Hola...
— ¿Doctor Pendleton? —preguntó una voz temblorosa.
—Sí.
—Habla Bertha Carstairs. Quisiera... quisiera saber si está con usted Joe Carson.
—Sí, aquí está —respondió Cal arrugando un poco la frente mientras miraba a
Carson inquisitivamente, esperando casi que rechazara el llamado.
Pero Carson parecía haberse repuesto, como si la extraña escena del estudio
nunca hubiese tenido lugar. Tomando el auricular, dijo:
—Habla el doctor Carson.
—Aquí Bertha Carstairs, Joe. Algo terrible ha sucedido. Acaban de entrar Sally y
Alison Adams, diciendo que Annie Whitmore está en el campo de juego. Joe... ellas
dicen que está muerta. Se encuentra bajo los columpios. Sally dice que parecía
haberse caído. Como si fuera un accidente o algo así...
Se le apagó la voz y Carson comprendió que estaba ocultando algo.
— ¿Que más, Bertha? Porque hay algo más, ¿verdad?
Bertlia Carstairs vaciló. Cuando volvió a hablar lo hizo en tono casi de disculpa.
— No estoy segura —declaró con lentitud—. Tal vez no sea importante... tal vez
no signifique absolutamente nada... pero, en fin,... —Se interrumpió un segundo;
luego sus palabras se oyeron con claridad.— Joe, hoy Sally vio a Michelle
Pendleton. Venía por el camino, desde el poblado. Y Sally dijo que la semana
pasada Michelle y Annie estuvieron jugando mucho juntas. Y con lo de Susan
Peterson y lo de Billy Evans... pues no sé... no me gusta decirlo...
La voz de Bertha se volvió a apagar.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
Una vez más rió dichosa, y después, el sonido de su voz se apagó en la distancia.
Ahora se oían otras voces. Voces que llamaban a Michelle, que le gritaban.
Se dio vuelta. Algunas personas corrían hacia ella.
Pronunciaban su nombre.
Michelle sabía qué querían de ella.
Querían atraparla, castigarla, enviarlalejos de allí.
Pero ella no había hecho nada. Era Amanda quien lo hizo. Ella no había hecho
más que obedecer a Amanda. ¿Cómo podían culparla? Pero lo harían... ella sabía
que lo harían.
Era como en su sueño.
Tenía que escapar de ellos. No podía dejar que la atraparan.
Echó a correr, demorada por su pierna coja. La cadera le palpitaba de dolor, pero
procuró no hacerle caso.
Las voces se acercaban a ella... la estaban alcanzando. Se detuvo, tal como
había hecho en su sueño, y miró atrás.
Reconoció a su padre y al doctor Carson. Estaba también su maestra, la señorita
Hatcher. Y ese otro hombre... ¿quién era? Ah, sí, el señor Hartwick. ¿Porqué la
perseguía? Ella había pensado que era su amigo. Pero no lo era, ahora sabía eso.
Había estado tratando de engañarla. También él la odiaba.
Amanda. Solo Amanda era su amiga.
Pero Amanda se había ido.
¿Adonde?
No lo sabía.
Lo único que sabía era que debía escapar y que no podía correr.
Pero en su sueño había logrado huir. Desesperadamente procuró recordar qué
había hecho en su sueño.
Había caído.
Eso era. Había caído, igual que Susan Peterson, Billy Evans y Annie Whitmore.
Y como Jeff Benson, caído bajo la roca.
Esa era la respuesta.
Caería y Amanda se haría cargo de ella.
Mientras las voces la rodeaban, le gritaban, Michelle Pendleton puso un pie fuera
del risco.
Pero Amanda no acudió para hacerse cargo de ella. En el instante anterior a su
caída en las rocas, lo supo.
Amanda no volvería jamás. Las rocas se extendieron hacia ella, tal como en el
sueño. Solo que esta vez ella no gritó.
Esta vez Michelle se abandonó al abrazo de las rocas.
momento de la tarde, Tim había ido al estudio, había contemplado largo rato la
extraña pintura; después empezó a buscar, sin saber exactamente qué estaba
buscando, pero sabiendo que allí, en alguna parte, debía haber algo... algo que les
diera una respuesta.
Había encontrado los bocetos y los había llevado a la casa. Ellos los habían
estudiado y habían visto con sus propios ojos cómo había muerto Susan Peterson y
como había muerto Billy Evans.
Y cada uno de ellos, en uno u otro momento, había ido al estudio para mirar el
cuadro cubierto de trazos carmesí que aún estaba apoyado en el caballete, como un
misterioso eslabón con un pasado que ellos no comprendían.
Fue Corinne la primera en advertir la sombra. Era confusa, casi perdida en la
vivida violencia del cuadro, pero cuando ella la señaló, todos la vieron.
Desde un rincón del cuadro aparecía una sombra que se proyectaba sobre el
suelo hacia la moribunda Louise Carson.
Era en realidad una silueta. La silueta de una niña ataviada con un anticuado
vestido y un gorro. Tenía un brazo levantado y en su mano parecía haber cierto
objeto.
Para cada uno de ellos fue claro que el objeto que la niña tenía en la mano era un
cuchillo.
Todos ellos sabían que Michelle había hecho los bocetos y el cuadro. Tim
Hartwick insistía en que era la expresión del lado oscuro de su personalidad.
Debía de haber visto en alguna parte un retrato de Louise Carson cuya imagen
había quedado en su mente. Y luego, cuando empezó a inventar a "Amanda'', había
empezado a entretejer los cuentos de Paradise Point, la leyenda de esa otra
Amanda, muerta tanto tiempo atrás. Para ella el fantasma había sido
verdaderamente real. Aunque solo existió en su propia mente, había sido real.
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EPILOGO
Jennifer Pendleton cumplía doce años.
Jennifer se había convertido en una hermosa niña, alta, rubia y de ojos azules
como sus padres, con un rostro finamente cincelado que desmentía su juventud. Las
personas que la conocían por primera vez, casi nunca se daban cuenta de lo joven
que era, y a Jenny le gustaba fingirse mayor de lo que era. Si June y Cal se
preocupaban cuando muchachos siete u ocho años mayores que su hija llamaban a
Jenny pidiéndole citas, trataban de no demostrarlo: Jennifer no era solo bella, sino
también inteligente, y si creía poder salirse con la suya, gozaba observando cómo
sus padres se preocupaban por ella.
June Pendleton había llegado a ser una especie de anomalía en Paradise Point.
Al pasar los años, esos doce años desde que los Pendleton llegaron de Boston
anhelando una vida mejor y encontrando en cambio una pesadilla que había
superado finalmente su comprensión, June se había dedicado cada vez más a su
arte. Le había resultado difícil hacerse de amigos en Paradise Point: primero porque
era una extraña, y mas tarde, aunque nunca se le dijo en la cara, porque ciertas
personas en el pueblo jamás la habían perdonado por la locura de su hija. Aunque
Michelle y su extraña demencia se incorporaron a la tradición del lugar, su madre
seguía viviendo con ella, se le recordaba todos los días.
Al principio había querido irse y volver a Boston. Pero Cal se había negado. A
través de todo lo sucedido, su amor por la casa nunca había disminuido. Y aunque
nunca hablaba de eso, ni siquiera con su esposa, nunca había olvidado las extrañas
palabras de Josiah Carson aquel día en el estudio. Fuese verdad o no lo que había
dicho Carson, Cal optó por creerle. Estaba, por fin, libre de la culpa que lo había
atormentado desde el día en que murió Alan Hanley. El no había matado a Alan, lo
había hecho Amanda, tal como los había matado a todos, incluyendo su propia hija.
De modo que se había quedado en Paradise Point sin hacer caso de lo que decían,
y prosperando. Josiah Carson había abandonado Paradise Point casi
inmediatamente después de morir Michelle. En el pueblo casi todos pensaron que
algo había ocurrido con la mente de Carson: había pasado sus últimos días en
Paradise Point, desvariando sobre la "venganza del pasado". Pero nadie le había
prestado mucha atención. En cambio, las confusas murmuraciones de Carson no
hicieron más que causar simpatía hacia Cal. Lentamente al principio, pero de
manera inevitable, habían empezado a aceptarlo como el médico de la aldea.
Después de todo no había ningún otro.
Ni Cal ni June hablaron jamás sobre los acontecimientos de doce años atrás, y
cuando hablaban de Michelle, lo cual no era habitual, hablaban sobre Michelle tal
como había sido antes de la llegada a Paradise Point. Esos dos primeros meses en
Paradise Point los meses que casi habían destrozado a su familia, preferían
desconocerlos. A June no le importaba; los recuerdos eran demasiado dolorosos.
Y así los Pendleton vivían tranquilamente en la vieja casa sobre el mar; Cal
atendiendo satisfecho a su pequeña clientela, y June en su estudio, trabajando
silenciosamente en sus paisajes marinos sombríamente amenazadores.
Mientras tanto, Jennifer había crecido, cuidadosamente protegida de las tragedias
de las primeras semanas de su vida. Por supuesto, oía rumores... habría sido
imposible lo contrario. Pero cada vez que ella preguntaba a sus padres por los
rumores, ellos le aseguraban que no debía creer todo lo que escuchaba a sus
condiscípulos. Los cuentos, le decían, solían exagerarse.
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Pocas veces Jennifer podía convencer a algunos de sus amigos para ir a su casa,
pero esto había dejado de molestarla años atrás: lo atribuía simplemente a la
circunstancia de que vivía demasiado lejos del poblado.
Pero entonces, para su duodécimo cumpleaños, había preguntado si podía dar
una fiesta.
June se había opuesto a la idea, segura de que las madres de Paradise Point
jamás permitirían a sus hijos venir a la casa. Pero Jennifer había acudido como
siempre a su padre. Cal había contradicho a June, diciéndole que en su opinión, era
tiempo de que Jennifer empezara a tener vida social. Y cuando la fiesta tuvo
realmente lugar, y todos los amigos de Jennifer se presentaron, June empezó a
pensar que tal vez se había equivocado... tal vez Paradise Point estaba empezando
a olvidar.
Carrie Peterson observó con curiosidad la vieja casona. Por cuarta vez se
preguntó por qué sus padres habían discutido con ella sobre su visita allí. Le parecía
una casa perfectamente común. ¿Cómo podría creer alguien los cuentos que le
habían contado sus padres? Bueno, pensó Carrie, eran bastante ancianos, y la
gente anciana tenía toda clase de ideas raras. A ella la casa le parecía magnífica.
—Jenny, ¿puedo ver la planta alta? —preguntó.
—Claro —le sonrió Jenny—. Ven conmigo.
Abandonando la fiesta, las dos niñas subieron al primer piso. Jenny condujo a
Carrie por el pasillo hasta la espaciosa habitación de la esquina, donde ella se había
mudado un año atrás.
—Esta es mi habitación —declaró.
Inmediatamente Carrie cruzó la habitación para sentarse en el asiento de la
ventana. Embelesada contempló el mar y suspiró dichosa.
—Creo que podría quedarme en esta habitación para siempre.
—Ya sé —admitió Jenny—. Pero mis padres no querían que la ocupara. Tuve que
discutir y discutir.
— ¿Por qué? —preguntó Carrie.
— Era el cuarto de mi hermana —respondió Jenny.
—Oh... —Carrie recordó los relatos que había oído sobre la hermana de Jenny—.
Estaba loca, ¿verdad?—preguntó.
— ¿Loca? —repitió Jenny—. ¿Qué quieres decir?
Carrie la miró con curiosidad.
—Bueno, Jenny, todos saben que tu hermana mató a cuatro personas, de modo
que debe de haber estado loca, ¿cierto? Quiero decir, si no es eso, tienes que creer
todos los cuentos de fantasmas, ¿y quién puede creer esas viejas mentiras?
Súbitamente Jenny comprendió por qué su madre no había querido que ella diera
la fiesta. Su madre había sabido. Había sabido que los chicos vendrían y mirarían
todo y después empezarían a preguntar por Michelle. Pero Jenny no quería hablar
de Michelle. No sabía gran cosa sobre ella y lo poco que sabía nunca había tenido
mucho sentido.
— ¿No podemos hablar de otra cosa? —pidió. Pero Carrie no se dejó convencer.
—Te diré que mi madre no quería que yo viniera aquí hoy. Dice que esta casa
hace cosas a las personas. Dice que desde que existe ha tenido mala fama, no
lo que eso significa. Supongo que significa que esta casa enloquece a la gente.
¿Lo crees posible?
—No me ha enloquecido a mí —respondió Jenny con calma. La cháchara de
Carrie la estaba encolerizando, pero procuraba no demostrarlo.
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—Sí, pero eres distinta —insistió Carrie—. Naciste sobre una tumba. Vamos, ¡eso
sí que es siniestro!
— ¡No nací sobre una tumba! —exclamó Jennifer acalorada. Al menos de eso
estaba segura.— Nací en la clínica. En el consultorio de mi padre. El que haya
empezado a llegar cuando mi madre estaba en el cementerio, no significa que haya
nacido sobre una tumba.
—Bueno, en realidad no importa, ¿verdad? —dijo Carrie—. Aunque la anciana
señora Benson siempre dijo que era un mal presagio, Y supongo que tenía razón,
¿no te parece?. Quiero decir, porque Michelle mató a su hijo y todo eso.
La furia de Jenny alcanzó de pronto su punto máximo.
— ¡Retira eso, Carrie Peterson! Es mentira y tú lo sabes. ¡Retíralo!
Enfrentada con la ira de Jenny, la expresión de Carrie se volvió empecinada.
—No quiero —respondió—. No quiero y tú no puedes obligarme.
Las dos niñas se miraron ceñudas, pero fue Jenny quien apartó la vista.
—Quiero que te vayas a tu casa —dijo—. ¡Quiero que te vayas a tu casa y que te
lleves a todos tus amigos!
— Pues no me quedaría aquí ni un minuto más todos modos —le contestó Carrie
—. Quizás mi madre tenga razón. ¡Quizás esta casa sí enloquezca a la gente!
Y salió enojada de la habitación. Jenny la oyó bajar la escalera, llamar a todos sus
amigos. Hubo una bulla momentánea; después oyó que la puerta principal se abría y
cerraba; finalmente silencio.
Solo después bajó Jenny.
June estaba de pie en el pasillo, perpleja.
—¿Qué ocurrió, preciosa? ¿Por qué se marcharon todos tan repentinamente?
—Yo les pedí que se fueran —dijo Jenny—. La fiesta era una porquería, por eso
les dije a todos que se marcharan.
La crianza bostoniana de June, el sentido del decoro, un sentido que ella creía
haber dejado atrás muchos años iintes, la inundó de nuevo.
— No debiste haber hecho eso —dijo con suavidad—. Eras la anfitriona de ellos;
si la fiesta no se desarrollaba bien, debiste hacer algo para remediarlo. Ahora quiero
que vayas a tu habitación y lo pienses; luego, esta noche, puedes llamar a esos
niños y pedirles disculpas. ¿He hablado claro?
Jenny miró a su madre con extrañeza. Nunca le había hablado antes así... nunca
en su vida. Y ni siquiera había sido culpa suya... ¡había sido culpa de Carrie
Peterson!
Ofendida, Jenny rompió a llorar y subió la escalera huyendo. Tan pronto como
entró en su cuarto vio el paquete. Estaba sobre su cama, envuelto en papel plateado
con un enorme moño azul.
Jenny arrugó la frente. ¿Por qué no lo había visto antes?
Luego pensó una explicación. Mientras su madre la reprendía, su padre se
había introducido en su cuarto y lo había dejado sobre la cama como sorpresa
especial.
Jenny sonreía ya mientras abría el paquete, y cuando sacó el regalo de la caja, su
sonrisa se hizo más amplia.
Era una hermosa muñeca… ¡y qué vieja! Dándose cuenta de que debía ser una
antigüedad, Jenny se preguntó dónde la habrían conseguido sus padres. Nunca
había visto nada parecido. Tenía un vestido azul, puro volados y encaje, y un rostro
de porcelana perfecto, rodeado por bucles oscuros sujetos con un gorro minúsculo.
Jenny la abrazó mientras susurraba:
— Eres bella. Qué bella eres.
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John Saul Ariano43 Ciega como la Furia
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