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Consuelo Uranga, La Roja - Jesús Vargas Valdés

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CONSUELO URANGA, LA ROJA

© Jesús Vargas Valdés

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@BRIGADACULTURAL
Jesús Vargas Valdés

CONSUELO URANGA, LA ROJA


Contenido

Introducción................................................................. 9

1. Los Uranga de Rosales............................................. 11


2. La emigración a Chihuahua..................................... 13
3. Los primeros años de escuela.................................. 15
4. En el Colegio Palmore............................................. 21
5. El regreso a Chihuahua............................................ 23
6. Los primeros pasos en el arte y en la política.......... 26
7. Consuelo, oradora en el mitin de Álvaro Obregón.. 30
8. Con el movimiento vasconcelista de Chihuahua..... 32
9. El encuentro con Siqueiros y Barreiro Tablada....... 38
10. El bautizo de Consuelo en la cárcel....................... 67
11. Los ojos verdes de Consuelo.................................. 70
12. Consuelo Uranga, precursora del voto femenino... 74
13. Consuelo Uranga en la fundación del sindicato
petrolero.................................................................. 85
14. El Partido Comunista de Chihuahua...................... 92
15. Consuelo y Valentín............................................... 97
16. El asesinato de León Trotsky................................. 106
17. La fundación del Partido Obrero Campesino de
México (pocm)......................................................... 114
18. La huelga de Nueva Rosita.................................... 119
19. Movimiento electoral en apoyo a Miguel Hen-
ríquez....................................................................... 121
20. Solidaridad internacionalista.................................. 125
21. Con los maestros del Movimiento Revolucio-
nario......................................................................... 126
22. Con Rubén Jaramillo.............................................. 129
7
23. En el corazón de Fernanda..................................... 133
24. En los ojos de Salvador, su hermano..................... 147

Epílogo......................................................................... 153
Apéndice...................................................................... 171

8
Introducción

Consuelo Uranga nació el 9 de noviembre de 1903, en


Rosales, Chihuahua, y murió el 10 de noviembre de 1977,
en la Ciudad de México, un día después de haber cum-
plido 74 años.
Desde los primeros años de la década de 1920, se hizo
notar en los eventos cívicos de la ciudad de Chihuahua,
declamando poemas de Alfonsina Storni, Gabriela Mis-
tral y Manuel Aguilar Sáenz.
En 1923 se presentó en varias ocasiones en los programas
que se transmitían desde el Teatro de los Héroes a través de
la czf, primera estación de radio en el estado de Chihuahua.
En 1929 emprendió sus primeras actividades políticas,
participando al lado de su hermano Rodolfo en la cam-
paña electoral de José Vasconcelos, pero al año siguiente
se incorporó a los círculos de estudios marxistas y luego
emigró a la capital de la república, afiliándose como mili-
tante del Partido Comunista Mexicano, destacando muy
pronto por su inteligencia y arrojo. De ahí en adelante,
hasta el día de su muerte, se distinguió por su gran ca-
pacidad para comunicarse con los trabajadores, por sus
elevadas convicciones ideológicas, y por su inteligencia y
constancia en las luchas del pueblo de México.
Entre 1931 y 1934, participó como representante de las
mujeres comunistas en los congresos que se organizaron
para la discusión del voto femenino, destacando entre
todas las delegadas por sus intervenciones en los debates.
También participó en la fundación del Partido Comunista
y en la organización de los sindicatos mineros del estado
9
de Chihuahua, y en 1937 acompañó a las comisiones de
republicanos españoles que recorrieron esta entidad y
otras partes del país, solicitando el apoyo solidario.
El nombre de Consuelo Uranga lo encontré en 1990,
en el archivo del periódico local El Heraldo de Chihuahua
(1937-1938), en donde quedaron registradas algunas de sus
actividades políticas como oradora en los mítines de los tra-
bajadores mineros y en las reuniones para fundar el Partido
Comunista local. Al año siguiente conocí en Chihuahua al
ingeniero Salvador Uranga, hermano de Consuelo, quien
se convirtió en mi principal informante, presentándome
además a algunas personas que la habían conocido antes
de que ella emigrara a la Ciudad de México.1 Aparte de
los recuerdos familiares, Salvador tenía varias fotografías y
algunos libros que habían pertenecido a su hermana; entre
otros, el folleto Pueblo heroico, que ella había escrito en 1964.2
Consuelo Uranga reunió tantas cualidades en su vida,
que puede ser considerada una de las mujeres mexicanas
más destacadas en todo el siglo xx. Que estas páginas
sirvan para recuperar y resaltar esos méritos, es el único
objetivo que nos ha conducido a lo largo de esta búsqueda.
1
  Al ingeniero Salvador Uranga lo conocí a principios de la década
de los noventa, y fue uno de mis principales informantes en todo
lo relativo a la biografía de Consuelo Uranga y su familia. Él
había nacido en 1912, y no obstante que sólo había convivido con
su padre los tres primeros años de su vida, conservó en la memoria
mucho de lo que su madre le contó de esos años difíciles.
2
  Pueblo heroico lo escribió Consuelo para honrar la memoria de los
héroes de El Gatuño, quienes en 1864 habían aceptado la enco-
mienda del presidente Juárez para ocultar y proteger el Archivo de
la Nación, mientras la patria se liberaba de los invasores franceses.
El ensayo fue publicado por la Secretaría de Educación Pública
en 1964, bajo el seudónimo de Rosario Fernández. En veintitrés
páginas, Consuelo reconstruyó la epopeya de los habitantes de
El Gatuño, municipio de Matamoros, Coahuila, tal y como se la
contaron los descendientes cien años después.
10
1. Los Uranga de Rosales

Los Uranga quedaron registrados entre los primeros po-


bladores de la ciudad de Chihuahua;3 muchos personajes
sobresalientes en la historia de la ciudad llevan el apelli-
do, como protagonistas en actividades militares, como
mineros, empresarios, músicos, religiosos, periodistas,
revolucionarios, escritores, etcétera.
Una de las ramas de esta familia se desarrolló durante
el siglo xix en Rosales, pequeño pueblo agrícola ubicado
hacia el sur del estado. Este poblado registraba en 1903
mil setecientos habitantes, muchos de los cuales llevaban
el apellido Uranga. A esta rama perteneció el padre de
Consuelo, Arnulfo Uranga, quien se casó con María del
Rosario Fernández a mediados de la década de 1890, y
en los años siguientes procrearon siete hijos:

- Ramiro Uranga Fernández, que nació en 1896 y


murió muy pequeño.
- Ernesto Uranga Fernández, nació en 1897.
- Ramiro Uranga Fernández, nació en 1899 (el se-
gundo Ramiro).
- Rodolfo Uranga Fernández, nació en 1901.
- Consuelo Uranga Fernández, nació en 1903.
- Agustín Uranga Fernández, nació en 1910.
- Salvador Uranga Fernández, nació en 1912.

  El primer Uranga que registró en su diccionario don Francisco


3

R. Almada, fue el capitán español Manuel Uranga, alcalde de


Chihuahua en 1723, y encargado del gobierno durante 1738-1739.
11
Las ocupaciones predominantes en esta región eran
la agricultura y la ganadería, y la villa de Rosales era el
principal centro geográfico de los productores de algunas
haciendas y ranchos aledaños. El señor Arnulfo Uranga
había logrado acumular buen número de reses en un pre-
dio que rentaba a la hacienda de San Lucas, propiedad
del señor Miguel Salas; gracias a ello, había logrado una
buena posición.
En 1911, el futuro de la familia Uranga Fernández
se presentaba promisorio: gozaban de un hogar estable
y un futuro sin problemas económicos; sin embargo, la
revolución transformó por completo esta perspectiva, ya
que el pueblo de Rosales, al igual que muchos otros del
estado, fue sometido a una intensa presión, debido a que
llegaban frecuentemente los ejércitos de uno y otro bando,
imponiendo aportaciones de alimentos y dinero, provo-
cando temor y desazón entre los pacíficos habitantes que
nada querían saber de la guerra. Por esta razón, a partir
de 1911, cientos de familias tuvieron que abandonar sus
hogares, sus tierras y sus raíces, buscando la protección en
la capital del estado o al otro lado de la frontera, en terri-
torio de Estados Unidos. El ingeniero Salvador Uranga
recordó que el pueblo había quedado casi vacío, y que los
Uranga Fernández se contaron entre las primeras familias
que emigraron a la ciudad de Chihuahua, estableciendo
su nueva residencia en una casa de la calle Once, soste-
niéndose en los primeros meses con una lechería.4

  La casa donde vivieron los Uranga, se encontraba enseguida del


4

templo de La Sagrada Familia.


12
2. La emigración a Chihuahua

Muy poco tiempo después de que Arnulfo perdiera los


bienes que tenía en Rosales y emigrara a Chihuahua,
su salud decayó de manera acelerada. No pudo superar
el dolor por la pérdida de la estabilidad económica que
había logrado a base de mucho esfuerzo, y a cuatro años
de que salieron de Rosales, en 1915, falleció a causa de
la tuberculosis.5
La casa de Chihuahua se encontraba en una zona muy
populosa, muy cerca del templo católico, del mercado, del
molino de nixtamal, la carnicería y la panadería. María
del Rosario, la madre de los Uranga Fernández, era to-
davía una joven y hermosa mujer, pero no esperó a que
alguien le resolviera la vida; sin pensarlo mucho, invirtió
lo que le quedaba de ahorros familiares en un modesto
negocio de abarrotes, y así fue como se sostuvo en los
años más difíciles.6 Desde entonces mostró la fuerza de

5
  Al igual que en todo el resto del estado, las enfermedades pulmo-
nares representaban la causa principal de muerte en los jóvenes y
adultos de la capital; según las estadísticas de José María Ponce
de León, publicadas en 1908, en una población de trescientos mil
habitantes que vivían en ese entonces en el estado de Chihuahua,
se registraron en un año trescientas muertes por afecciones pulmo-
nares, y de éstas más de sesenta fueron por tuberculosis. En base a
lo anterior, se debe considerar que en aquellos años la tuberculosis
era una enfermedad común, y que los chihuahuenses estaban más
o menos familiarizados con ella.
6
  Cuando vivían en Rosales, Arnulfo había adquirido un modesto
seguro de vida con una compañía inglesa, que fue con lo que
Rosario sostuvo a la familia los primeros meses; y antes de acabar
13
su carácter, enfrentándose con entereza a las dificultades
y enseñando a sus hijos con el ejemplo.
Recordaba Salvador que su joven madre se ocupó
primeramente de ahuyentar la sombra de la tristeza, an-
teponiéndole a la fatalidad la alegría de vivir. La gente
que la rodeaba, vecinos y conocidos, se extrañaban de que
en lugar de guardar el luto y refundirse en la oscuridad
de los cuartos, ella se pusiera en movimiento llevando de
la mano a sus niños, a quienes sacaba frecuentemente a
purificarse en el campo; sobre todo a Salvador, quien sola-
mente tenía 3 años y había sido el más mimado durante
los últimos meses de la enfermedad de Arnulfo.7
También recordó Salvador el esmero de su madre en
proporcionarles una buena educación:

Mi mamá, desde el principio, nos dio una educación


muy abierta, muy liberal; platicaba con todos nosotros
con plena confianza, y nos enseñó desde muy niños a
expresarnos libremente. Era una mujer liberal que leía
mucho, y aunque era creyente, no le dedicaba tiempo a
la iglesia. Inculcó en todos sus hijos una responsabili-
dad de los mayores para que ayudaran a los más chicos
en su formación; todos nosotros crecimos con la inquie-
tud de prepararnos, aunque los tiempos eran difíciles.

con todo, invirtió lo que le quedaba en la tienda. Para atender su


tienda se apoyó en los hijos mayores; y así, desde muy pequeños
los hermanos se acostumbraron al trabajo y a compartir todas las
tareas cotidianas del hogar.
7
  El ingeniero nos contó lo siguiente: “Mi papá tenía ganado en la
hacienda de San Lucas, cercana al cerro de La Silla, por donde pasa
el río San Pedro; el ganado se acabó con la revolución y la familia
se quedó sin nada. Yo creo que mi papá murió de pura tristeza, y
su enfermedad acabó con lo poco que se tenía en la casa: escritorio,
roperos y todo lo que tenía un valor, se fue vendiendo para pagar
doctores y medicinas.”
14
3. Los primeros años de escuela

Consuelo tenía doce años cuando murió su padre, y en ese


tiempo estaba concluyendo la primaria en la escuela para
niñas Benito Juárez (número 140), ubicada en el centro
de la ciudad, en el mismo edificio que ocupa actualmente
el Museo de la Lealtad Republicana.8
Lupe Hermosillo y Consuelo fueron condiscípulas en
sexto año, y cuando la entrevisté, en 1994, conservaba una
memoria privilegiada, no obstante que andaba cumplien-
do 92 años. Ella recordó especialmente que su compañera
Consuelo era líder entre todas las alumnas del sexto año, y
también de las más ingeniosas para organizar travesuras.9
Una de las primeras anécdotas que recordó doña Lupe,
fue la de la Banda de los Siete Músicos de Malajandrine,
y esto fue lo que nos relató:

Consuelo era tremenda… de ideas muy raras desde


chiquita. Su trato era muy amable, muy amigable…
8
  La escuela primaria Benito Juárez se conoció también como la
escuela número 140 para niñas. En la Revista Escolar Chihuahuense
del año 1906, aparece una curiosa fotografía con todas las profeso-
ras y la directora, Rita Alvarado; también aparece una fotografía
panorámica del interior, de lo que ahora es el Museo de la Lealtad
Republicana, y decenas de niñas formadas en escuadra y casi todas
de vestido blanco.
9
  Lupe Hermosillo perteneció a una familia de ilustres intelectuales;
su padre fue Ysidro Hermosillo, editor y propietario del periódico
liberal La Idea Libre, que se editó a finales de siglo pasado; y su
hermano Federico Hermosillo y Silva, fue fundador de la primera
estación de radio que tuvo Chihuahua.
15
pero cuando se enojaba, decía unas palabras tremen-
das. Recuerdo que hubo un tiempo en que llegaba a la
escuela con el cuello torcido, y una de las compañeras
de grupo, de nombre Consuelo Ramos, la tomó de la
cabeza y se la giró con fuerza al mismo tiempo que
le decía: “No te hagas, te estás haciendo”; y ha reac-
cionado Consuelo de tal manera, que le dijo todas las
palabrotas del mundo y casi se le echa encima.
Una vez sacamos muy bajas calificaciones, y como
no encontrábamos la manera de llevar las boletas a la
casa, para pronto Consuelo firmó la de cada una y al
día siguiente se las entregamos a la maestra sin que se
diera cuenta; y cuando preguntaban en la casa, sim-
plemente decíamos que no habían entregado boletas.
Esto terminó un día que la maestra Rita Alvarado nos
sorprendió a Lupe Richard y a mi frente al pizarrón,
admirando la forma en que Consuelo falsificaba aque-
lla firma de la maestra, que temporalmente nos salvó
de las regañadas. Nos castigaron duramente a las tres.
A Consuelo la internaban en las vacaciones en un
convento que estaba por la calle Morelos vieja; antes
todo eso eran huertas y caballerizas. Cuando regresaba
de esos enclaustramientos, se la pasaba rezongando e
injuriando a las monjas: “Monjas diantres para allá
y monjas diantres para acá”; pero era muy curiosa,
porque ya cuando se calmaba reconocía que después
de todo eran buenas, y nos mostraba la forma en que
las ponían a coser formando un círculo todas las mu-
chachas internas, cantando y moviendo las agujas a
la vez: “Sentadas en orden, la aguja enhebremos…”
Éramos siete amigas las que más nos juntábamos
en el sexto año. Un día, Consuelo se apareció con
unas flautas de esas de barro y dijo: “Vamos a formar
la Banda de los Siete Músicos de Malajandrine”, y a
16
partir de ese día ya teníamos nombre; la banda estaba
integrada por Lupe Richard, Angelita Acosta, Angelita
Gil, Consuelo Ramos, María de los Ángeles Ramos,
Consuelo Uranga –que era la capitana– y yo. Cuando
daban el toque de entrada, nosotras no hacíamos caso
y seguíamos jugando… hasta que nos castigaron de la
manera acostumbrada en aquel tiempo: nos dejaban
paradas en el centro del patio, donde recuerdo que
estaba un resumidero y que ahora es un jardín muy
bonito en el museo.
Una vez, cuando se organizó el homenaje a don
Abraham González y se trasladaron sus restos al pan-
teón de La Regla, me enseñaron la recitación; las
maestras siempre escogían a una o dos niñas para que
se aprendieran la recitación, por si acaso fallaba la en-
cargada. Pues ese día llegue muy temprano, reluciente,
con un vestido blanco nuevo que tenía tiras caladas; me
compraron zapatos de charol negro y me pusieron un
moño negro grandote, que lucía arriba de los bucles.
Al pasar por la dirección, me vio la señora Antonia
Villalba viuda de Bello, y se sonrió complacida, como
diciendo: “¡Qué bonita vienes!” Pero luego que llego al
patio y me topo con las de la banda de Malajandrine,
y pa’ pronto me empezaron a chulear mis bucles; como
burlándose, me decían: “¡Qué bonitos! ¿Quién te los
hizo?”, y cometí el error de decirles que yo misma,
porque inmediatamente entre todas me dijeron que
era una mentirosa y me llevaron al lavabo, donde me
bañaron con el agua de la llave, que salía muy chocola-
tosa, y me dejaron hecha un desastre.
Ahí me quedé, decidida a no salir. Pero dieron el
toque para formarnos, y como yo no me aparecía, la di-
rectora mandó por mí; y cuando vio las condiciones en
que me encontraba, después de que me había visto relu-
17
ciente, preguntó qué me había pasado, y tuve que decir
la verdad de lo que me habían hecho las muchachas.
Me despacharon a la casa, y cuando llegué no hubo
tiempo de explicaciones: me dieron una zurra de aque-
llas que se acostumbraban. Era viernes en la mañana y
no me dejaron bajar de mi cuarto a jugar en el patio en
todo el día, ni el sábado; me la pase encerrada viernes
y sábado. El domingo me llevaron a misa, pero no me
dieron domingo ni el paseo acostumbrado: me regresa-
ron a seguir en el castigo.
El lunes me mandó llamar la directora, y apenas
empezaban las preguntas cuando se me vino el sen-
timiento y el llanto. Luego que me calmé un poco, le
conté todo y le di los nombres de cada una; inmedia-
tamente las trajeron y después de una buena regañada
las pararon castigadas en el centro del patio, donde
estuvieron toda la semana; nomás me volteaban a ver
muy enojadas, y refunfuñando me reclamaban que por
qué las había delatado. Yo les contestaba: “¿Y la zurra
que me pusieron?… ¿Y el encierro?… ¿Y el domingo
que no me dieron?…”
¡Ah muchachas, cómo eran tremendas! Nos casti-
gaban muy duro, y yo creo que por eso y a pesar de ser
tan inquietas, aprendíamos a respetar. Y ahora que se
dice que a los niños no hay que tocarlos, no respetan
a nadie. ¡Está bien que no se les pegue, pero que se les
enseñe a respetar!
En la escuela había una covacha en las azoteas, y
nos tenían estrictamente prohibido subir a esos luga-
res. Quién sabe cómo fue que un día conseguimos la
escalera y nos trepamos entre las vigas. Por ahí nos
encontramos una viga suelta, y para pronto a Consuelo
se le ocurrió hacer un subibaja, subiéndose ella en un
extremo y Angelita Herrera en el otro, quedando ambas
18
al vacío; de repente se levanta Consuelo y a punto es-
tuvo Angelita de caer, si no es que yo alcanzo a jalarla.
El año escolar empezaba en enero y terminaba
en noviembre; mi mamá murió en junio de ese año
(1916) y ya no pude continuar en la escuela, me falta-
ron algunos meses para recibir el certificado. Fueron
días muy tristes, pues me quedé muy sola. Mis tíos no
vivían en Chihuahua y Consuelo quería que me fuera
a vivir a su casa, porque me querían dejar de interna
en el asilo. Finalmente me revelé y me llevaron a San
Isidro, Guerrero, donde estuve más de tres años. Así
terminaron para mí los días de la Banda de los Siete
Músicos de Malajandrine.
La pasábamos haciendo bromas; a unas les tocaba
un día y a otras después; nos enojábamos y nos en-
contentábamos. Solamente a Consuelo no le hacíamos
maldades, pues ella era la capitana. Creo que ya se
murieron todas, nomás yo sigo aquí; Angelita Gil
murió en agosto del año pasado, y Concha se fue hace
como dos años.

En 1917, María del Rosario Fernández inscribió a su


hija Consuelo en la Escuela Industrial para Señoritas, que
era una de las pocas secundarias oficiales en la ciudad de
Chihuahua.10 La profesora María Artalejo era la directora,
  La Escuela Industrial para Señoritas fue fundada por el gobernador
10

Miguel Ahumada el 14 de septiembre de 1895, como resultado


del proceso modernizador que se vivía en todos los aspectos de la
vida económica, política y cultural en el estado de Chihuahua. El
gobernador Ahumada estaba convencido de que la mujer merecía
la oportunidad de desarrollarse en actividades profesionales que
le permitieran competir eficientemente en el mercado laboral, con
una formación práctica adecuada; o sea que, aparte de brindarle a
la mujer la posibilidad de estudiar la secundaria, se les capacitaba
en actividades prácticas de contabilidad, taquigrafía, mecanografía,
19
y el edificio se encontraba en la casa número 1000 del
Paseo Bolívar, donde había funcionado durante varios
años la escuela primaria número 141.
Las alumnas que transitaron por esta institución, re-
cordaron toda su vida un imponente cuadro que colgaba
en una de las paredes de la dirección, mostrando el gesto
adusto de la Corregidora de Querétaro; y también recor-
daron los talleres de telegrafía, de tejidos de punto, de
corte y confección, y el de lavado y planchado, con sus
lavabos de zinc, sus grandes tinas galvanizadas y aquellas
tremendas planchas de lustre. En el salón de mecanografía
tenían máquinas Remington y Smith Premier, donde las
alumnas aprendieron a elaborar los impecables oficios
de correspondencia.
Consuelo Uranga no se adaptó al sistema de enseñanza
ideado por don Miguel Ahumada, y por ello, antes de
concluir su primer año en la Escuela Industrial para Se-
ñoritas, fue enviada por su madre a la ciudad de El Paso,
Texas, a estudiar en el Colegio Palmore, bajo la tutela del
profesor Salvador Esquivel, quien había hecho fama en
los años previos a la Revolución como director de esta
institución en la ciudad de Chihuahua.

teneduría de libros, cocina, repostería, corte y confección de ropa y


elaboración de casas de cartón. La idea de fundar la Escuela Indus-
trial para Señoritas, era el resultado de un proyecto de capacitación
que dio lugar, simultáneamente, a otra escuela que jugó un papel
muy importante en esa época: la Escuela de Artes y Oficios.
20
4. En el Colegio Palmore

La señora Margarita Guillén, esposa del periodista Ro-


dolfo Uranga, hermano de Consuelo, recordó que cuan-
do ella fue alumna del profesor Esquivel había quedado
marcada positivamente para toda la vida, pues “era un
educador de mucho carácter, que influía de manera deter-
minante en la formación intelectual de los jóvenes: cada
sábado programaba sesiones de estudio en las que nos
estimulaba a los alumnos a debatir sobre diversos temas,
y también procuraba inculcarnos el gusto por la poesía,
la lectura y el pensamiento científico.”
No obstante que era una escuela protestante, en el
Colegio Palmore de El Paso, Texas, se educaron algu-
nos jóvenes chihuahuenses, hombres y mujeres hijos de
familias católicas que buscaban una mejor preparación
académica para sus hijos.
De la familia Uranga, fueron alumnos de esta escuela
Consuelo y Rodolfo, su hermano mayor. De acuerdo
al testimonio del ingeniero Salvador Uranga, su mamá
recibió muchas críticas cuando envió a sus hijos a este
colegio de El Paso; sin embargo, la educación que reci-
bieron en dicha escuela influyó de manera determinante
en la formación ideológica y política de ambos.
Consuelo estuvo dos años como estudiante, y en ese
tiempo se empezaron a forjar sus primeras inquietudes
sociales y el gusto por la poesía. En las prácticas de dis-
cusión provocadas por el profesor Esquivel, encontró el
mejor estímulo para expresar sus inquietudes, ubicándose
en las posiciones justas, sin ataduras ni obstáculos que
21
inhibieran su libertad de decidir. Si desde pequeña había
conocido la libertad para pensar y actuar, la relación y la
influencia de Esquivel impulsaron y reforzaron esa na-
turaleza juvenil, además de que en esa escuela conoció a
muchos jóvenes chihuahuenses que miraban el horizonte
con grandes ideales, como fue el caso de Carolina Escu-
dero Luján, quien también fue alumna en aquellos años.11
Cuando Consuelo regresaba a Chihuahua en tiempo
de vacaciones, sus amigas se asombraban de su compor-
tamiento con los jóvenes, a quienes les tomaba el pelo y
metía en apuros cada vez que se proponía hacerlo. Doña
Julia Sánchez Pareja recuerda que, en Chihuahua, Con-
suelo fue de las primeras señoritas en bailar pegado y de
cachetito; la criticaban mucho, pues era una costumbre que
venía de Estados Unidos y en esta ciudad todavía nadie se
atrevía a hacerlo: “Antes todo era pecado y una siempre
estaba espantada con el susto del infierno. Chihuahua era
muy católica. Consuelo era muy bonita y le sobraban pre-
tendientes; era muy blanca, con su carita redonda y unos
ojos grandotes de color verde oscuro; esbelta, delgada, su
voz muy femenina… y decía recitaciones de una manera
admirable…”12
Rodolfo fue el más sobresaliente entre los estudiantes
de su generación. Por sus inquietudes intelectuales, se
ganó el aprecio del profesor Esquivel, director académico
y principal guía de los estudiantes.

11
  Carolina Escudero Luján, originaria de Chihuahua, fue la esposa
del general Francisco José Mújica, uno de los principales colabo-
radores del general Lázaro Cárdenas. El Instituto Michoacano
de Cultura publicó, a fines del siglo pasado, el libro testimonial
Carolina Escudero Luján, una mujer en la historia de México, de la
investigadora Guadalupe García Torres.
12
  Entrevista de Jesús Vargas con la señora Julia Sánchez Pareja, en
la ciudad de Chihuahua, el 11 de marzo de 1989.
22
5. El regreso a Chihuahua

A finales de 1919, Consuelo regresó de El Paso. Encon-


trándose aún en Chihuahua, le tocó observar los sucesos
que rodearon el juicio y la muerte del general Felipe Ánge-
les. Durante esos días vivió una enorme agitación interior,
y se puede sugerir que este acontecimiento representó una
lección imborrable para todos los jóvenes de la época, que
se encontraron ante un hombre sereno e inteligente que se
burlaba de sus jueces y verdugos, desenmascarando a cada
paso las verdaderas intenciones del régimen carrancista.
Consuelo fue testigo del acontecimiento, porque su casa
estaba a unos metros del Teatro de los Héroes, lugar
donde se montó el escenario para cubrir de “legalidad”
el asesinato de Ángeles.
La prensa de la época siguió paso a paso el desarrollo
del juicio, y el teatro se vio repleto de gente sencilla, del
pueblo, que no encontraba otra forma de expresarle su
apoyo a este buen hombre, idealista convencido hasta el
final de sus días. Cuando Ángeles iba a ser fusilado, el pa-
dre Valencia permaneció con él durante varias horas de
la noche, tratando de convencerlo para que se confesara,
pero todos sus intentos fracasaron: Ángeles le respondió
que él no podía confesarse porque ni siquiera creía en la
existencia de Dios, y que no iba a cambiar repentinamente
sus convicciones.
El Chihuahua de 1920 había cambiado: Francisco Villa
había firmado los convenios de paz, y los carrancistas, que
durante cuatro años habían establecido un régimen militar
en el estado, dejaron que se celebraran en Chihuahua las
23
primeras elecciones después de nueve años. El general
Ignacio Enríquez se hizo cargo del gobierno, y se inició
propiamente la reconstrucción de la economía y la política
en el estado, después de diez años de guerra.
Como consecuencia del resurgimiento de la minería,
la devolución de las propiedades incautadas durante la
Revolución y la pacificación de las fuerzas villistas, los
bancos empezaron a revivir; ese fue el caso del Banco
Minero, que no había logrado recuperarse desde los años
en que se inició la Revolución.
Habían pasado los momentos más difíciles para la se-
ñora María del Rosario Fernández; todos sus hijos habían
aprovechado la oportunidad del estudio y ella no era una
mujer que se resignara al enclaustramiento de la viudez.
En esos años conoció al licenciado Antonio Horcasitas,
con quien estableció una relación muy cercana. Poco
tiempo después de haber regresado, Consuelo trabajó du-
rante unos meses en el despacho del licenciado Horcasitas,
pero a principios de 1921 fue contratada como secretaria
y traductora del inglés al español en el Banco Minero,
mejorando con esto notablemente la economía familiar.
Recién que había empezado a trabajar, tuvo lugar una
anécdota que refleja su temperamento: una anciana había
acudido a solicitarle una prórroga al gerente del banco,
Juan Creel, para que no le recogieran su casa, que estaba
embargada; le expuso las calamidades que había pasado,
pero el gerente, impasible, no quiso atender a las súplicas.
Enardecida, Consuelo le gritó al gerente, casi en su cara:
“¡Con razón hubo revolución!” Le salió tan natural y
convincente, que nadie le dijo nada y siguió laborando
en el Banco Minero.
A sus amigos de estos años, les resultaba extraña su
personalidad: la admiraban por su espontaneidad e in-
teligencia, por su alegría y ocurrencias oportunas; pero
24
a la vez se desconcertaban por sus opiniones políticas y
su gran sensibilidad ante cualquier motivo de injusticia.
Se distinguía también porque todo el tiempo les hablaba
de los libros que estaba leyendo y que casi siempre se
referían a temas sociales. Consuelo estaba fuera de época;
reunía las cualidades más preciadas por el común de las
muchachas: era bella, inteligente, alegre y popular… pero
rompía con los esquemas establecidos, por sus ideas y sus
actitudes políticas. Las mujeres en aquellos años “nada
tenían que andar haciendo en la política”, e incluso leer
libros resultaba un atrevimiento. Según la opinión de las
amigas que la conocieron en aquellos años, se le miraba
como rara, como una muchacha muy adelantada… pero
que sabía ejercer un liderazgo que se irradiaba más allá
de sus amigas cercanas.
Su espíritu justiciero fue encontrando cauce poco a
poco, de tal manera que a finales de los años veinte se
involucró en el movimiento vasconcelista, y casi al mismo
tiempo se cruzaron en su vida los jóvenes amigos que
despertaron su interés por el marxismo revolucionario.

25
6. Los primeros pasos en el arte y en la política

En la formación ideológica de Consuelo, influyeron algu-


nas personas que estuvieron relacionadas con la familia;
pero seguramente fue su propia madre quien cultivó en la
hija una mente abierta al razonamiento crítico, así como
la fortaleza para enfrentar la vida desde la posición más
valiente y creativa. Hubo entre las dos una relación de
complicidad e identificación, porque Rosario también
perteneció a ese tipo de mujeres adelantadas; ella fue la
que descubrió que su hija era la que más se le parecía,
apoyándola desde entonces y hasta los últimos días de
su vida.
La relación amorosa de Rosario con el licenciado An-
tonio Horcasitas, también marcó influencia en Consuelo,
conociendo durante el período en que trabajó en su despa-
cho, a los primeros intelectuales que criticaban al gobierno
y que leían libros sobre la situación social del país; algunos
de ellos participaron en 1929 en la publicación de la revista
Chihuahua, que se distinguió como una de las mejores del
estado.13 También marcó una poderosa influencia en la
vida intelectual de Consuelo, el profesor Manuel Aguilar
Sáenz, quien estaba casado con una tía de ella.14

13
  Al licenciado Horcasitas le interesaba mucho el tema de la delin-
cuencia social, y en esa época era de los colaboradores de la revista
Chihuahua. En una serie de artículos anunciaba que eran los ade-
lantos de un libro que estaba preparando.
14
  Don Manuel Aguilar Sáenz fue una de las personalidades intelectua-
les más destacadas en las primeras décadas del siglo xx. Desde los
primeros años de 1900, don Manuel colaboraba en los principales
26
Algunos periódicos locales, como El Correo de Chihua-
hua, registraron el nombre de Consuelo recitando compo-
siciones patrióticas en eventos cívicos, y las declamaciones
favoritas de Consuelo se escucharon en los primeros
programas radiofónicos de la ciudad de Chihuahua.
El martes 19 de mayo de 1923, presentó la estación
czf dos declamaciones, alternando con el trío Mozart, de
los profesores Llanos, Sifuentes y Rivera, con la cantante
Lucía Évora y con el cellista Álvaro Rivera. Todos los
artistas que participaban en estos programas radiofónicos
se beneficiaban en una relación de intercambio, debido a
que cada programa se convertía en una especie de tertulia
en la que todos permanecían en la cabina durante las dos
horas de transmisión.15
La joven Consuelo Uranga tenía una predilección
especial por la poesía de Alfonsina Storni, pero también
escogía composiciones de poetas chihuahuenses, como
Guadalupe Artalejo del Avellano, Manuel Rocha y Cha-
bre y Manuel Aguilar Sáenz, entre otros. En la revista
Chihuahua del mes de marzo de 1930, Consuelo incluyó
un pequeño poema de Alfonsina Storni.

Pasé
Pasé como una llama entre pálidas luces,
un torrente de fuego –y un grito– fue mi voz;
más que mi propia cruz, cargué todas las cruces,
y no acunó mis noches la sonrisa de Dios.

periódicos de la ciudad, y todo parece indicar que orientó el gusto


de ella por la poesía y la declamación, que fueron las actividades
artísticas con las que se dio a conocer Consuelo durante la década
de los años veinte.
15
  La czf fue una de las primeras estaciones de radio en la república,
y la primera que transmitió una radionovela en vivo, desde el salón
que se utilizaba como cabina.
27
Me anuló la mirada un velo de inocencia,
y un pétalo de luna me fingió corazón,
entre oscuras conciencias fue clara mi conciencia,
nadie miró aquel velo ni entendió mi canción.

Todo parece indicar que Consuelo escribió algunos


poemas, pues en la revista citada, correspondiente al mes
de febrero de 1930, se publicó una composición con su
firma, y es la siguiente:

Sehnsucht
El mundo se ha ceñido
su hábito negro,
lenta, gris y pesada,
cual plomo derretido,
cae la lluvia,
con todo su coraje azota el viento,
da su tañido
lúgubre la última campana,
y un silencio
letal y denso
flota sobre la tierra desolada…
Algo allá dentro
lucha por desprenderse
de la cárcel del pecho,
y en el denso silencio
hay un furor de alas
golpeando el hierro,
el ave enloquecida
clava la garra indómita
en mitad del silencio,
y de la negra herida
brota un lamento
y queda el desgarrón de la tiniebla,
28
con un temblor de plata
dentro el seno…
con un temblor que fuera una esperanza
o de una estrella el beso.16

Del año 1926 a 1930, según testimonio del ingeniero


Uranga, Consuelo trabajó en el Banco Minero e impartió
la clase de literatura en la preparatoria del Instituto Cientí-
fico y Literario. A pesar de que solamente había estudiado
la carrera de comercio, la dirección le ofreció impartir esta
clase sabiendo que había adquirido una formación muy
completa bajo la asesoría de don Manuel Aguilar Sáenz,
uno de los profesores más prestigiados del instituto. En
este trabajo también demostró su personalidad, pues poco
a poco hizo a un lado las formas tradicionales que tanto
aburrían a los estudiantes; Consuelo, con su juventud y
aptitudes declamatorias, logró interesar a sus alumnos en
el hábito de la lectura y la poesía. Una de las actividades
que más gustaba en esta clase, era cuando Consuelo leía
algunos textos seleccionados por ella misma.

  Este poema refleja el fin de una etapa en la vida de Consuelo


16

Uranga, pues 1930 es el año en que toma la decisión de abando-


nar Chihuahua para lanzarse a la Ciudad de México, en donde se
convirtió en una de las principales activistas del Partido Comunista
Mexicano, en aquellos tiempos en que ser comunista era cosa seria.
29
7. Consuelo, oradora en el mitin de Álvaro
Obregón

La primera referencia sobre las actividades políticas de


Consuelo Uranga, se encontró en el periódico El Correo de
Chihuahua del 20 de mayo de 1928. Ese día, el candidato
a la presidencia de la república, general Álvaro Obregón,
llegó a la ciudad de Chihuahua acompañado del gene-
ral Marcelo Caraveo –candidato a gobernador–, Aarón
Sáenz, Luis L. León y Fernando Torreblanca.
En el Teatro de los Héroes se preparó el mitin de cam-
paña, con la intervención de varios oradores, y alguien
propuso la participación de Consuelo, considerando su
fama como buena declamadora.
En la crónica de la prensa se informó que, previamente
al evento del teatro, se organizó una gran manifestación
a lo largo de la avenida Juárez, con la participación de
los charros de Chihuahua, encabezados por la bella Tili
Falomir. Según los cálculos de El Correo de Chihuahua, la
multitud sumaba quince mil personas, convocadas por el
grupo político Mártires de Chapultepec.
El Teatro de los Héroes estaba rebosante de entusias-
mo por la presencia del caudillo triunfante. Los oradores
fueron desfilando por la tribuna, hasta que se agotaron
los discursos; y cuando le tocó el turno a Consuelo, se
le presentó a nombre de la sociedad chihuahuense, y en
nombre de esta sociedad le lanzó al general Obregón un
discurso incendiario, donde le reclamaba al gobierno de la
revolución no haber cumplido con los ideales que habían
llevado a la muerte a miles de mexicanos.
30
Los directivos del grupo Mártires de Chapultepec,
los políticos y militares presentes, no hallaban dónde
meterse ni cómo parar la voz de aquella muchacha. Al
final, el propio general Obregón asumió la posición más
inteligente: felicitó a Consuelo por su valentía y su belle-
za. Nunca más la volvieron a invitar para que hablara en
nombre de la sociedad.
Al respecto, en entrevista, el ingeniero Salvador Uranga
recordó lo siguiente:

En el año 1928, Obregón llegó a Chihuahua en su cam-


paña para reelegirse, y se pensó en Consuelo para que
dijera el discurso de bienvenida; la fueron a buscar y
le entregaron el escrito que tenía que exponer al día si-
guiente. Cuando llegó a casa lo leyó, y como no le gustó
se puso a cambiarlo, o mejor dicho a escribir uno nue-
vo; se fue acostar después de la una de la madrugada.
A la mañana siguiente llegó muy arregladita, pero a
nadie le dijo nada. La plana mayor de políticos estaba
en la terraza del Teatro de los Héroes; abajo, miles
de acarreados esperaban el momento en que llegara el
candidato. Mi mamá y yo estábamos allí, a un lado de
Consuelo. Llegó el general Obregón, lo presentaron…
y le tocó el turno a Consuelo.
Recuerdo cómo empezó su discurso: “No vengo a
recibir al héroe de Celaya, porque yo reconozco que Vi-
lla fue muy superior a todos ustedes…”, y así se siguió,
echándole a todos los que se decían revolucionarios.
El gobernador y todos los que querían quedar bien,
nomás se rascaban y volteaban a ver con mirada de
cuchillo al que compuso el discurso, que no hallaba
donde meterse para que no lo vieran; pero qué podía
hacer aquel pobre, si el discurso era muy diferente al
que le había entregado un día antes.
31
8. Con el movimiento vasconcelista de Chihuahua

Las elecciones se realizaron el primer domingo de julio;


Caraveo triunfó como candidato al gobierno del estado,
y el general Obregón como presidente de la república; sin
embargo, días después, el 17 de julio de 1928, fue asesi-
nado el presidente electo en el restaurante La Bombilla y
se convocaron nuevas elecciones.
En la nueva coyuntura se presentó José Vasconcelos
como candidato a la presidencia, postulado por el Partido
Nacional Antirreeleccionista.
El 21 de octubre de 1928, en El Correo de Chihuahua se
publicó una carta de José Vasconcelos, en cuyas líneas se
refirió a las tradiciones democráticas de los chihuahuen-
ses. El mensaje que Vasconcelos dirigió a los chihuahuenses
durante aquellos días en que Consuelo Uranga se dedicaba
con todas sus energías a la actividad política en su tierra
natal, fue el siguiente:

Aprovecho la hospitalidad que me ofrecen las colum-


nas de El Correo de Chihuahua, respetado y antiguo ór-
gano de la prensa nacional, para decir que tengo la
más absoluta confianza en que el estado de Chihuahua
sabrá mantenerse a la altura de su tradición maderista
y de su tradición juarista en la próxima lucha electoral.
Es decir, que Chihuahua votará por la libertad y en
contra de la imposición, si la imposición se intentase.
Chihuahua ha sabido ser digna siempre; y cuando
se hace necesario, heroica. Por eso, en Chihuahua

32
siempre ha puesto su confianza la patria, y la pone en
todas las causas dignas.
Espero tener ocasión de visitar Chihuahua, a media-
dos del año entrante; pero quiero hacerlo despacio,
para hablar con sus hombres, para ver sus paisajes y
recorrer sus caminos. Tengo la seguridad de que en el
nuevo orden de cosas que la Revolución va a imponer,
Chihuahua será, como en otras ocasiones, factor im-
portante, decisivo y desinteresado. Recuerdo los días
en que Chihuahua fue el baluarte de la revolución
maderista. Después de esa época, Chihuahua parece
haber tenido menos influencia en el desarrollo de la
Revolución, lo que probablemente se debe a que los
hombres de Chihuahua no se han convertido en nin-
guna época en los explotadores del triunfo… son de
los primeros en el peligro, pero no se les descubre des-
pués a la hora del cobro de la victoria. Esto hace que
Chihuahua ocupe un lugar preferente en el corazón
de los patriotas. Así pues, iré a Chihuahua en busca de
fuerza, de virtud y de inspiración.

La candidatura de José Vasconcelos sacó a flote a mu-


chos ciudadanos que estaban inconformes con el régimen
de la Revolución; en Chihuahua, el más destacado fue el
joven periodista Rodolfo Uranga, quien se convirtió en el
representante de Vasconcelos y el principal organizador
de su campaña electoral… y junto con él siempre estuvo
presente su hermana Consuelo.17

  Rodolfo Uranga Fernández, el otro político de la familia, era dos


17

años mayor que Consuelo, y se cuenta de él que en mayo de 1911,


cuando se recibió la noticia del triunfo de la revolución en ciudad
Juárez, llegó corriendo a su casa aventando cuadernos y libros, y
gritando: “¡Hemos triunfado! ¡Hemos triunfado!”
33
El lunes 11 de febrero de 1929, celebraron el primer
mitin de apoyo en la plaza Hidalgo, enfrentando todo
tipo de obstáculos impuestos por el gobierno, que tenía
el control absoluto de las actividades políticas y electo-
rales. Durante los meses siguientes, se extendieron las
actividades por todo el estado; se formaron los comités
en cada ciudad, involucrándose cientos de personas en
la campaña.18
El 24 de septiembre llegó Vasconcelos a la capital, y en
alguno de los periódicos se afirmó que desde los tiempos
de la revolución no se había visto tanto entusiasmo y
combatividad de parte de los chihuahuenses: “era un mar
de gente que acudió para recibirlo y escucharlo”.19 Era
una gran concurrencia que por primera vez tenía la opor-
tunidad de expresarse libremente. En realidad, ese mitin
de campaña se convirtió en la primera movilización de
oposición al gobierno desde los tiempos de la revolución.

Entre las anécdotas familiares, se recordaba también que


cuando Madero pasó por Chihuahua en junio de 1911, en el viaje
triunfal hacia la capital, el mismo Rodolfo alcanzó a treparse en
una de las salpicaderas del carro, y allí se mantuvo a lo largo de
todo el recorrido del presidente provisional.
Años después, este muchacho se convirtió en el principal orga-
nizador del movimiento vasconcelista, y así apareció en el año 1929
como líder de este movimiento, cuando el entonces candidato a
la presidencia, José Vasconcelos, visitó triunfalmente la capital
del estado, donde nuevamente las calles se vieron abarrotadas de
simpatizantes, en un acto igual al que se le había organizado al
general Obregón.
18
  En todos los preparativos participó Consuelo, junto con Juan Ma-
nuel Terrazas, Luis Magallanes, Alfonso Gómez, Juan Magalla-
nes, José Vela, Juan Ortiz, Candelario Espino y Miguel Barrera.
19
  Ver reseña de la visita en El Correo de Chihuahua, donde se infor-
mó que miles de chihuahuenses habían inundado el centro de la
ciudad, y al pie de una fotografía se indicó que se habían reunido
aproximadamente diez mil personas.
34
Antes del mitin se le preparó una multitudinaria recep-
ción, encabezada por un grupo de señoritas entre quienes
se encontraban Consuelo Uranga, Amelia y Trinidad
Meléndez, Guadalupe Hermosillo, Silvia Luz Gómez,
Margarita y Lola Aguirre, Cuca Jiménez Romo y Ventura
y Toña Ortiz, quienes lo acompañaron en el recorrido
multitudinario desde las avenidas Colón y Juárez, y luego
por la calle Libertad hasta llegar a la plaza Constitución,
en donde se instaló una improvisada tribuna en el balcón
del hotel Francia, desde la cual Rodolfo Uranga inició el
mitin con las siguientes palabras:

Pueblo libre de Chihuahua: como un nuevo domingo


de palmas ha sido este domingo para los chihuahuen-
ses, porque ha entrado a ella, humildemente, este me-
sías de la libertad, escoltado por todas clases sociales,
con azote en las manos para arrojar del templo de la
ley a los que allí están. Porque el licenciado Vasconce-
los, así como es todo bondad y sabiduría, así también
es todo cólera cuando defiende a los humildes, para
echar por tierra privilegios políticos y perseguir a los
que están encumbrados…20

La campaña de Vasconcelos por el estado de Chihua-


hua, fue como un sacudimiento que sacó del marasmo
político a una sociedad que no se acababa de reponer de
  Los chihuahuenses manifestaron de manera contundente su apoyo
20

a Vasconcelos, como lo habían hecho diecinueve años antes a favor


de Francisco I. Madero. Los interesados en investigar la tradición
electoral en nuestro estado, deben remitirse a estos acontecimientos;
y de igual manera, se deben de buscar las raíces más profundas del
Partido Acción Nacional en el movimiento vasconcelista y en el
fraude electoral que se cometió el 17 de noviembre de 1929, para
impedir que llegara a la presidencia de la república un candidato
que no pertenecía a “la familia revolucionaria”.
35
las calamidades y las derrotas que habían dejado diez años
de revolución y guerra civil. Vasconcelos no dejó de visitar
ninguna de las ciudades o pueblos grandes: desde Escalón,
Jiménez, Parral, Santa Bárbara, San Francisco del Oro,
Camargo, Chihuahua… hasta ciudad Juárez, y en cada
uno de estos lugares dejó sembradas poderosas ideas, que
empezaron a desarrollarse y a crecer desde ese momento.
En aquellos días se aseguraba que de no respetarse el
triunfo, estallaría una nueva revolución. Con ese ánimo, la
juventud de Chihuahua se entregó a un movimiento que
prometía grandes cambios en el rumbo de la vida política
de México. Los gobiernos revolucionarios habían dejado
una secuela de desprestigio, de incredulidad y en muchos
casos de coraje; entre los viejos revolucionarios prevale-
cía la idea de que la corrupción y las injusticias habían
aumentado con los gobiernos de Carranza, Obregón y
Calles; mucha gente añoraba silenciosamente la época
porfirista, y en los campos y serranías la gente más sencilla
lloraba la ausencia de un Francisco Villa.
Nada sucedió después del fraude del 17 de noviembre
de 1929, a pesar de todo lo que se había advertido a lo lar-
go de la campaña y a pesar de que las condiciones para la
rebelión vasconcelista eran óptimas, dado que la “familia
revolucionaria” se encontraba muy dividida después de
una ola de asesinatos entre generales y caudillos en los dos
años anteriores.
El 1 de diciembre de 1929, Vasconcelos se declaró
presidente electo y publicó su plan desde el pueblo de
Guaymas, comunicando a todos los mexicanos que
abandonaba el país, pero que regresaría en el momento
en que un grupo de hombres libres y con el fusil en la
mano estuvieran listos para hacer respetar la decisión de
todo el pueblo y expulsaran del gobierno al usurpador
Pascual Ortiz Rubio. Vasconcelos no regresó y muchos
36
mexicanos se resignaron a seguir soportando fraudes y
mentiras por mucho tiempo.
Consuelo Uranga era una entre muchos jóvenes que
esperaban más atrevimiento de parte de Vasconcelos; su
salida del país se interpretó como una claudicación, y
poco a poco los ánimos se fueron enfriando y la gente
siguió en lo suyo. Pero Consuelo ya había encontrado lo
que deseaba hacer en la vida: la lucha en el vasconce-
lismo le había mostrado que, por encima de todo, a ella
le importaba dedicar su vida a la revolución. Las alas
crecieron conforme fueron llegando relaciones, ideas y
metas nuevas.

37
9. El encuentro con Siqueiros y Barreiro Tablada

Después de las elecciones de 1929, los destinos de Ro-


dolfo y Consuelo se bifurcaron: el hermano siguió en el
periodismo la ruta trazada por Vasconcelos, y diez años
después, en 1939, se unió al Partido Acción Nacional,
participando muy cerca de Manuel Gómez Morín. Con-
suelo se relacionó con David Alfaro Siqueiros e Ignacio
Asúnsolo, quienes visitaban esporádicamente el estado de
Chihuahua, y por medio de ellos se inició su formación
marxista.
Según testimonio de la señora Julia Sánchez Pareja,
durante estos meses hubo otro personaje que influyó en
la formación marxista de Consuelo: se llamaba Enrique
Barreiro Tablada, quien había llegado a Chihuahua pro-
cedente de Xalapa, Veracruz.21
El joven abogado se había incorporado al grupo de los
estridentistas, que desde 1924 proyectaba sus actividades
desde el estado de Veracruz. Los dirigentes más conoci-
dos de este grupo eran German List Arzubide y Manuel
Maples, quienes a la vez eran los editores de la revista
Horizonte.22 Por su carácter vanguardista y revoluciona-
21
  Doña Julia Sánchez Pareja, amiga de Consuelo en aquellos años,
platicó que Barreiro Tablada tenía una hermana en Chihuahua que
estaba casada con el director general de ensayes, un ingeniero de
apellido Graff.
22
  Xalapa fue una de las ciudades donde registró más actividades
el grupo de los estridentistas, quizá porque recibió el apoyo del
gobernador Heriberto Jara, quien sostenía relación amistosa con
algunos de los miembros del grupo, entre ellos el mismo Germán
List Arzubide.
38
rio, aquel grupo de jóvenes no podía permanecer mucho
tiempo en el reducido espacio de Xalapa, y es así como
en el año de 1929 deciden dispersarse en el territorio na-
cional, y Enrique Barreiro encuentra su lugar propicio en
la ciudad de Chihuahua.
Otra relación importante en la formación ideológica e
intelectual de Enrique Barreiro, era la de su tío, el escritor
José Juan Tablada, quien simpatizaba con el estridentis-
mo, no obstante que no formaba parte del grupo. Esta
relación se puede apreciar en una carta que José Juan
dirigió a su sobrino el 4 de abril de 1927, donde expresó
su simpatía con los estridentistas utilizando el mismo
estilo que éstos usaban en sus escritos.

Mi querido Enrique, me complace verte en medio de


ese grupo afirmativo, vivaz y agreste, que está redimien-
do a las letras de la erudición virreinal y de la clorosis
contemporánea…
Bello grupo mugaseta de alaridos caníbales entre
músicas de salterios náufragos, cuyas manos sangrien-
tas tienen un dedo crisógeno de rey Midas, que en los
laberintos de la retórica y en las encrucijadas del arte,
degollaron a los bastardos recién nacidos del roman-
ticismo senil, y crucificaron sobre la x incógnita de las
aspas del Moulin Rouge a la impostora doncella del
falso sentimentalismo…23

También, por testimonio de doña Julia Sánchez Pareja,


se sabe que Barreiro se inscribió en la escuela de Derecho,
ubicada en la Quinta Gameros. Desde allí se empezó a
relacionar con la juventud progresista de la escuela pre-
paratoria y con las muchachas chihuahuenses, que encon-

  Ver el libro Los estridentistas, de List Arzubide.


23

39
traban un gran atractivo en este joven de elevada estatura,
finos modales y plática subyugante, que por elocuente
y atrevida hacía estragos en una sociedad provinciana
deseosa de ponerse al nivel de los tiempos nuevos.
En 1930, David Alfaro Siqueiros y su hermano Jesús
organizaron un círculo de estudios marxistas, en el que
participó Consuelo junto con otros jóvenes chihuahuen-
ses. Poco tiempo después, en julio de ese año, ella decidió
trasladarse a la Ciudad de México, en donde muy pronto
se incorporó al Partido Comunista.24
El ingeniero Salvador Uranga aseguró que Consuelo
había decidido irse a la Ciudad de México porque había
crecido y tenía aspiraciones muy grandes en la vida. Dijo
que su hermana tenía muy buenas amigas y se le aprecia-

  El 24 de noviembre de 1924 se fundó el Partido Comunista Mexi-


24

cano, bajo la dirección de José Allen como secretario general.


Las acciones comunistas durante los primeros diez años de fun-
dación del partido, se concentraron en el movimiento inquilinario,
y principalmente en el movimiento agrarista de 1920 a 1930. En
estos años fueron asesinados muchos militantes y simpatizantes,
como fue el caso de Felipe Carrillo Puerto, tres de sus hermanos y
nueve compañeros, todos ellos dirigentes en el estado de Yucatán
(enero 3 de 1924). En este mismo año cayeron asesinados los diri-
gentes poblanos Martín Paleta, Francisco Moreno, así como José
Arenas, Primo Tapia, José Molinero, José Guadalupe Tinoco, Julio
Cruz (1928) y Julio Antonio Mella (enero 10 de 1929). El 14 de
mayo de 1929, son asesinados en Durango José Guadalupe Ro-
dríguez y catorce de sus compañeros, dirigentes agraristas en esta
ciudad.
Todo esto sucedía en México, mientras en Estados Unidos se
desataba una intensa campaña contra todo lo que oliera a comunis-
mo; así, el 23 de agosto de 1927, en Denham, Masachussets, caían
asesinados en la silla eléctrica los dirigentes obreros Nicola Sacco
y Bartolomeo Vanzetti, después de un largo proceso de siete años
en que no se les había demostrado ningún delito… pero el gobierno
norteamericano definía con este acto el trato hacia los dirigentes
obreros independientes.
40
ba mucho, pero que sus ideas ya no cabían en la sociedad
conservadora de Chihuahua. Se fue el 30 de julio de 1930,
con el firme propósito de prepararse bien para luchar por
el comunismo. En la misma entrevista, Salvador indicó
que muy pronto había conseguido trabajo como secre-
taria del doctor Viguri, un médico de mucho prestigio y
fama porque era el que atendía de los ojos al presidente
Calles. Esta relación le ayudó mucho, porque tenía cierta
protección por las influencias del médico, quien intervino
en algunas ocasiones para que la dejaran en libertad.
Coincidió que en ese año se iniciaba un nuevo frente
de actividad comunista en la lucha electoral; había una
corriente que impulsaba la participación en esta activi-
dad, pero muy pronto quedó demostrado que el gobierno
callista no estaba dispuesto a permitirles participar en la
legalidad.
La actividad principal de los comunistas se concentró
en la capital de la república, donde los habitantes se acos-
tumbraron muy pronto a ver cómo los policías reprimían
cualquier acto convocado por éstos. La prensa los identi-
ficaba como “los bolcheviques”, y no obstante los golpes
y la persecución, se afiliaron a este partido cientos de
artistas e intelectuales como Diego Rivera, David y Jesús
Alfaro Siqueiros, José Revueltas, German List Arzubide,
Aurora Reyes, etcétera.
En todo el país era lo mismo: estaba prohibido el
partido de “los bolcheviques”, y por eso el 29 de junio
de 1930, en Matamoros, Coahuila, fueron masacrados
diecisiete comunistas mientras realizaban un mitin frente
al mercado del pueblo.

41
01. Alfonso Fernández y María del Rosario Fernández,
mamá de Consuelo Uranga.
02. Señora María del Rosario Fernández, mamá de
Consuelo.
03. Arnulfo Uranga Acosta, padre de Consuelo.
Falleció en 1915.
04. Señora Guadalupe Ortiz de Fernández, abuela de
Consuelo Uranga.
05. María del Rosario Fernández con su bisnieta,
Valentina Álvarez Campa.
06. Consuelo, en el extremo derecho, el día de la boda de su hermano Rodolfo con la señorita Margarita
Prado. Rodolfo fue el representante de Vasconcelos en Chihuahua, y después director del periódico
La Antorcha (1937). En 1939 se distinguió entre los seguidores del almazanismo, y al año siguiente se
convirtió en uno de los principales promotores del Partido Acción Nacional. Durante muchos años,
su periódico La Antorcha sirvió como plataforma de este partido. Falleció en 1977.
07. Sentada, doña Margarita Prado, viuda de Rodolfo
Uranga. De pie, Salvador Uranga y la señora Carmen
Guillén.
08. Ramiro Uranga y su esposa, Enriqueta Gil (1949). Fue
uno de los líderes de la empresa chihuahuense durante los
años cincuenta y sesenta. De todos los hermanos Uranga
Fernández quedó huella en la historia de Chihuahua, pero
los más sobresalientes fueron: Consuelo, como fundadora
del Partido Comunista; Rodolfo, como fundador del PAN;
Agustín, misionero católico en la sierra Tarahumara; y
Ramiro, reconocido líder empresarial.
09. Salvador Uranga, Chavol, hermano menor de
Consuelo.
10. Ernesto Uranga, sacerdote jesuita sobrino de
Consuelo.
11. En la escuela primaria 138 de Chihuahua, hoy Museo de la Lealtad Republicana. Consuelo en
la segunda fila, penúltima de izquierda a derecha.
12. Con un grupo de amigos, cuando estudiaba en la
Escuela Industrial para Señoritas (1918).

13. Probablemente en 1920, cuando estudiaba en Colegio


Palmore de El Paso, Texas.
14. En Majalca, Consuelo agitando un pañuelo. Sentado, de boina, Salvador Uranga; sentada junto
a Consuelo, Victoria Gil; también están Agustín, Ramiro y Ernesto.
15. Consuelo, en Majalca.
16. Consuelo, poco antes de emigrar a la Ciudad de
México.
17. Consuelo, a la entrada del Banco Minero (1923).
18. Luciendo el rifle revolucionario en la casa de su
mamá, en la colonia Nombre de Dios (1925).
19. En 1920, después del Colegio Palmore de El Paso,
Texas.
20. De izquierda a derecha, Max Uranga, Consuelo, el
contador Norberto Fernández y Josefina Anchondo.
21. Mostrando una gran bola de nieve, en la plaza
Merino, en Chihuahua.
22. En la plaza Merino, del centro de Chihuahua; al fondo,
el mercado de la Reforma. A la derecha de Consuelo, Jesús
Falomir; a la izquierda, Norberto Fernández.
23. Consuelo, la poetisa de Chihuahua, cuando
participaba en un programa de radio (1923).
24. Consuelo con un admirador (1920).
25. Fotografía de Consuelo, con la siguiente dedicatoria:
“A mi novio Carlos, soy tuya para siempre.
2 de julio de 1927.”
10. El bautizo de Consuelo en la cárcel

A ese partido, al de los comunistas, fue al que se integró


con todo el entusiasmo e idealismo Consuelo Uranga, y
muy rápidamente la joven norteña modificó sus hábitos
radicalmente: dejó de vestir como lo hacían las demás
señoritas de Chihuahua, abandonó toda actividad que
no tuviera que ver con la lucha social, y en una de las
cartas que le escribió a su madre le decía que se preparara,
porque muy pronto cambiaría su residencia a un lugar
hermoso y tranquilo: las Islas Marías. A pesar del cam-
bio y de las dificultades que estaba pasando en su nueva
posición de militante de un partido ilegal, no abandonaba
su buen humor. Salvador recordaba la primera ocasión
en que Consuelo fue encarcelada:

En 1931 cayó por primera vez en la cárcel. Había un


mitin muy grande y llegó la policía y los agarró a todos
en el Zócalo; ella logró meterse a la Catedral, pero
traía un saco rojo y cuando salió por la puerta de atrás
la reconocieron, pues se le había olvidado quitarse el
saco y de inmediato la identificaron.
Nosotros nos dimos cuenta porque no llegó en
toda la noche. En aquellos años vivíamos juntos mi
hermano Agustín, ella y yo, en una casa de la colonia
Álamos. Mi mamá nos visitaba cuando menos una vez
por año, y coincidió que ese día estaba con nosotros
y no pudo dormir en toda la noche. Al día siguiente
vimos la foto de Consuelo en el periódico. Creo que

67
en La Prensa está una foto de ella, y a un lado un galgo
que mató a una niña.
Esa mañana le avisaron a mi mamá y yo la acom-
pañé; estaba Consuelo en la cárcel de Belén. Allí per-
maneció tres o cuatro días, y la soltaron gracias a la
ayuda del doctor con el que trabajaba ella.
Para mi mamá fue una experiencia que no le había
tocado vivir, pero en los años siguientes se acostum-
bró a los sobresaltos que le provocaba la actividad de
Consuelo. La quería mucho y nunca le expresó algún
comentario de censura o de oposición a sus ideas; al
contrario, la ayudó en todo lo que pudo, porque en
el fondo estaba de acuerdo con ella y se identificaba,
porque mi mamá era igual de libertaria y atrevida. Yo
creo que Consuelo era revolucionaria porque así la
había educado mi mamá, aunque ella era liberal por
intuición y Consuelo ya había estudiado las ideas del
marxismo.25

Cuando María del Rosario Fernández, su madre, se


enteró de este acontecimiento, recordó seguramente la
broma aquella que le había escrito su hija en una carta,
refiriéndose a las Islas Marías.
En aquellos días el periódico de los comunistas era El
Machete, que tenía como emblema, en la parte superior
de la primera plana, un puño sosteniendo esta herramien-
ta de los cañeros, y a un lado la estrella con la hoz y el
martillo. En el número 215, del 10 de diciembre de 1931,
apareció una noticia con el encabezado: “Presos por exi-
gir castigo para los asesinos de Mella”, y a continuación
  Entrevista de Jesús Vargas con el ingeniero Salvador Uranga, en
25

Chihuahua, el 5 de mayo de 1993. (Ver también la referencia de


la conferencia de Salvador Uranga: Historia de México en fotografías,
“Consuelo Uranga en un mitin comunista”.)
68
se hacía la reseña del mitin del día 8 de diciembre en la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, para denunciar
las irregularidades en el proceso contra los asesinos de
Mella. Entre los oradores estuvieron presentes Consuelo
Uranga –por parte de la Federación Juvenil Comunista–,
Manuel Moreno Sánchez, Rubén Salazar, José Revueltas
e Ignacio Guzmán Guzmán.26 Al terminar el mitin fue-
ron aprehendidos Consuelo Uranga y Rubén Salazar; de
esta manera se registró en El Machete lo que fue quizá la
segunda entrada de Consuelo Uranga a la cárcel.
Después del encarcelamiento de 1931, Consuelo visitó
en muchas ocasiones la cárcel en la Ciudad de México,
pues toda actividad organizada por el Partido Comunista
era considerada como ilegal; cualquier mitin o manifes-
tación culminaba con la aprehensión de los oradores y
propagandistas.
En los primeros días de militancia comunista, Consue-
lo hizo mancuerna con Benita Galeana, otra joven mujer
comunista, quien muchos años después se refirió a una
experiencia que habían vivido juntas en la cárcel de la
Ciudad de México, en un libro que tituló precisamente
así, Benita Galeana, que se publicó en el año 1990.27

26
  El Machete fue fundado el 13 de marzo de 1924, y en varias ocasiones
sus editores fueron encarcelados y las prensas destruidas, dejando
de circular durante varias semanas.
27
  Ver el libro Benita Galeana, México, df, Lince Editores, 1990.
69
11. Los ojos verdes de Consuelo

Desde la fundación del Partido Comunista Mexicano,


una de las fechas que los militantes celebraban con mayor
fervor era el aniversario de la revolución rusa. En una de
esas celebraciones, se escogió un salón social con suficien-
te espacio para cientos de concurrentes. Cuenta Benita
Galeana que ella recién había salido de la cárcel, y para
evitar que la volvieran a tomar presa se había disfrazado,
plantándose en la cabeza un sombrero muy elegante.

Lo primero que vi llegando al mitin fue a Sotomayor,


que andaba disfrazado de papelero, con un parche en
la cara; como él, muchos agentes también andaban
disfrazados. Se empezó a correr la voz de que en la sala
había policías disfrazados y se avisó a los oradores. A
los diez minutos ya habían empezado a querer hacer
aprehensiones. Se armó la trifulca. Cuando terminó el
acto, los agentes se apostaron en la puerta para ver a la
gente que iba saliendo y aprehender a los comunistas.
Entonces yo me disfracé, poniéndome el sombrero.
Parecía yo toda una burguesa y creí que no me recono-
cerían los agentes. Al pasar frente a ellos, me dijeron:
—Benita, quítate el sombrero; ya te conocimos.
—Ay desgraciados, yo también ya los conocí; a poco
creían que andaban muy bien disfrazados.
Ahí vamos a la jefatura. Lo mismo de siempre, pre-
guntas y más preguntas: ¿Cómo se llama?, ¿por qué la
traen?, huellas digitales… y todo.

70
Nos agarraron a varios comunistas: Consuelo Uran-
ga, Rosa Pérez, Pedro Juliac y muchos otros. Natural-
mente: ¡Detenidas por insultos al primer magistrado!
Al mismo tiempo, la policía había aprehendido a
un gringo que andaba estafando con un aparato para
localizar tesoros. Al gringo lo metieron en una celda
cerca de la nuestra.
A Consuelo y otras compañeras las habían sacado
a media noche para llevarlas a Belén. Al día siguiente,
el gringo empezó a gritar:
—¡Consuelo! ¡Consuelito!
Yo dije: “Voy a hacerme pasar por Consuelo, para
vacilar a este gringo”. Le contesté:
—¡Aquí estoy! ¿Pero quién te dijo que me llamaba
Consuelo?
—¡Oh!, yo saberlo cuando ellos tomarte declaración.
—¿Y a ti por qué te trajeron?, ¿por bandido?
—¡Oh no! Yo no ser bandido. Yo ser hombre de
negocios. Y tú, ¿por qué estás aquí?
—¡Yo, por comunista!
—¡Oh, mocho malo!
Nos callábamos, y al poco rato el gringo volvía a
gritar:
—¡Aló, Chelo! ¿Tienes colchón?
—¡No!
—¿Y jabón?
—Tampoco
—¿Ya comiste?
—No he comido, figúrate.
El gringo, que tenía mucho dinero, hizo que me
llevaran una colchoneta nueva, jabón Palmolive y
encargó una comida al Regis con gelatinas, pollo
y un montón de cosa buenas. Mis compañeros y yo,
encantados de la vida. Yo repartía las comidas que me
71
mandaba el gringo entre todos los compañeros. ¡Nos
estábamos dando la gran vida!
—¡Consuelito! –volvía el gringo.
—¡Quiúbole!
—¿Has recibido lo que te mandé?
—Sí, muy agradecida.
—¿Sabes, Consuelito? Yo estar enamorrado de ti.
—¡Pues qué bueno! Yo también estoy enamorada
de ti.
—¿Si? ¿Y cuándo enamorrarte de mí?
—Pues cuando te estaban tomando las huellas
digitales.
—¡Oh!, no ser momento oportuno.
El gringo era muy bruto y no se daba cuenta de que
me lo estaba vacilando. Por lo pronto, él seguía cada
vez más enamorado mandándome cosas: desayunos,
comidas y cenas del Regis, en una charola llena de
cosas magníficas. Y así pasaron ocho días.
—¡Consuelito!
—¡Qué hay!
—Voy a pedir cambio a otra celda más cerca de la
tuya.
—¿Pero, para qué?… ¿No estás cómodo allí?
—Sí, pero yo querer ver otra vez tus ojos verdes…
“¡Ahora sí ya la amolamos! –pensé yo– ¡Se acaba-
ron las comidas del Regis! Volveremos al rancho de la
cárcel.”
Como el gringo tenía dinero, consiguió que lo pa-
saran a una celda frente a la de nosotras. Un día de
esos se nos presenta; yo me acuesto con la cara hacia
la pared, para que no me viera:
—¡Consuelito!
—¿Qué quieres?
—Yo querer mirarte.
72
—Estoy enferma. No me molestes.
Al fin del cuento, no pude evitar que el gringo me
viera:
—¡Oh, tú no ser Consuelo!
—¡Bueno y qué!
—Tú ser muy fea… ¡Infeliz! Estarme estafando una
semana… ¡Bandida!
Se puso furioso. Me la rayó en inglés y en español.
Pidió que lo cambiaran a la celda que tenía antes…
Pero durante ocho días, el nombre y los ojos verdes de
Consuelo Uranga nos dieron de comer, como hacía
mucho no habíamos comido.
Unos dicen que hice mal; otros, que hice bien al
explotar al gringo. Yo lo único que sé es que los que
estaban conmigo en la cárcel, se ponían muy conten-
tos cuando llegaban las charolas del Regis. Y luego,
yo pienso: “Al cabo el dinero el gringo lo robó a los
mexicanos, entonces es justo que lo aprovechen los
mexicanos…”

73
12. Consuelo Uranga, precursora del voto
femenino

De diferentes maneras, el triunfo de la revolución bol-


chevique de 1917 estimuló en México la lucha por la
igualdad de derechos de la mujer. En 1921, durante los
días del 20 al 30 de mayo, se organizó en la Ciudad de
México el primer Congreso Nacional Feminista, en la Es-
cuela Superior de Comercio y Administración. Asistieron
cien delegadas, presentando las inquietudes de diversas
regiones; no obstante, esta actividad no logró continuidad
y quedó registrada sólo como antecedente del movimiento
por los derechos de la mujer.
Una de las propuestas importantes en este congreso,
la presentó la delegada Luz Vera, quien exhortó a luchar
por el voto femenino; sin embargo, no tuvo mucha reso-
nancia entre las demás delegadas. No obstante, se trataron
muchos puntos relacionados con la problemática de la
mujer: igualdad civil para que la mujer ocupara cargos
administrativos, la creación de las casas de maternidad,
de guarderías infantiles, la clausura y prohibición de las
casas de asignación, así como asesoría a las mujeres solas
que vivían en las fronteras y puertos, etcétera.
Cinco años después, en agosto de 1928, el presidente
Plutarco Elías Calles expidió un nuevo código civil, en
el cual se consideraron buena parte de las demandas que
se habían expuesto en aquel congreso –por ejemplo, la
igualdad en el matrimonio y a la actividad profesional–;
pero respecto al voto femenino, éste no tuvo cabida en los

74
proyectos de Elías Calles, ni tampoco en la plataforma
que le dio sustento a la fundación del pnr.
Al iniciarse la década de 1930, se expresaron con más
claridad y contundencia las demandas del movimiento
feminista revolucionario, y por primera vez el partido de
la revolución (oficialista) tomó en serio los reclamos de
las mujeres y se generalizó la realización de congresos y
agrupaciones femeninas.

El primer congreso (1931)


Desde su llegada a la Ciudad de México, Consuelo se
distinguió por su actividad en la organización de los sin-
dicatos, pero también por su dedicación al estudio. No
desperdiciaba ocasión para preparase ideológicamente,
y le apasionaba todo lo relacionado con los derechos de
la mujer; estudiaba el movimiento feminista en artículos
publicados en la urss, que eran lo más avanzado de la
época, de Nadedja Krupskaia (esposa de Lenin), su com-
pañera de partido Clara Zetking y otras revolucionarias
de aquel país, que estaban a la cabeza del movimiento
feminista revolucionario. Muy pronto tuvo la oportunidad
de expresar sus avances en este tema.
En 1931, durante los días del 1 al 5 de octubre se cele-
bró el Primer Congreso Nacional de Mujeres Obreras y
Campesinas, convocado por el sector femenil del Partido
Nacional Revolucionario. Este evento contó con el apoyo
de varias instituciones de gobierno. El programa de acti-
vidades incluyó los siguientes temas:

a) Implantación del cooperativismo entre las mujeres


obreras y campesinas.
b) Organización de la mujer para los cultivos campe-
sinos.
c) El desarrollo de la campaña nacionalista.
75
d) El establecimiento de un banco familiar campesino.
e) La definición de la situación civil y política de la
mujer.
f ) Establecimiento de un “cuerpo protector del niño”,
que orientara la educación de las criaturas.

No obstante que Consuelo Uranga había llegado


recientemente a la Ciudad de México, le correspondió
participar como delegada del Partido Comunista, junto
con Refugio García y Concha Michel.
En la sesión del 4 de octubre de 1931, cuando se discu-
tía el punto correspondiente a la situación civil y política
de la mujer, Consuelo se hizo notar por sus intervenciones
en favor de la igualdad electoral. Sus argumentos fueron
recibidos con simpatía por muchas delegadas, pero la de-
manda del voto femenino iba en contra de la posición del
partido de la revolución (pnr). Las delegadas comunis-
tas quedaron en minoría y hasta fueron expulsadas del
congreso.
En la historia de la lucha por el voto de la mujer, este
congreso fue importante porque se intentó por primera
vez la unificación de todas las asociaciones feministas que
habían surgido hasta ese momento; sin embargo, durante
los trabajos se expresaron fuertes contradicciones por
parte de la mayoría de las delegadas, que defendían las
políticas del gobierno no solamente contra las posiciones
avanzadas de las comunistas, sino también contra las que
defendían las posiciones de la iglesia católica.

El congreso feminista de 1933


Dos años después, el 25 de noviembre de 1933, se cele-
bró el Segundo Congreso Nacional de Mujeres Obreras
y Campesinas, en la Ciudad de México. Este congreso
contó con la participación de muchas delegaciones de
76
provincia, así como nuevas agrupaciones de la Ciudad,
las cuales se habían formado en los dos años anteriores.
Consuelo Uranga participó como representante de
la Confederación Sindical Unitaria de México (csum) y
además fue delegada del Sindicato Unitario del Vestido.
Los principales puntos giraron en torno a la organización
de las mujeres trabajadoras y el papel de la mujer en la
lucha de clases.
Durante más de siete días se presentaron aproximada-
mente quince ponencias diarias, y Consuelo se distinguió
con varias intervenciones criticando la política del gobier-
no. La prensa de la época destacó su participación, seña-
lando que entre todas las delegadas merecían mención
especial las señoritas Elvira Vargas (de Nayarit), María
Díaz (de Jalisco) y Consuelo Uranga.
Asistieron delegadas de la mayoría de los estados de
la república, y el nivel de las discusiones y de los discur-
sos fue muy superior al de 1931. En la lista de delegadas
no aparece ninguna mujer representante de Chihuahua.
Por el estado de Durango asistió la señorita Lydia Trejo,
quien el día 26 de noviembre, en la sesión dedicada a las
obreras, presentó un bosquejo de la problemática general
de la mujer obrera; y después de considerar la desigualdad
política en que vivían las mujeres de México, arremetió
contra los hombres por el dominio tiránico que éstos
ejercían en la mujer, y exhortó a las mujeres a luchar
para conseguir una legislación que dejara de ser parcial,
especialmente en lo referente al voto.
El congreso de 1933 fue preparado cuidadosamente
por el comité organizador, formado exclusivamente por
el sector femenino del Partido Nacional Revolucionario;
la pretensión de las organizadoras era que durante los
siete días de trabajo, en todas las sesiones se programara
un tema, y que en torno al mismo se hiciera una lista de
77
ponentes bajo previa inscripción; los dos primeros días
se logró este propósito y todo caminó sobre ruedas; sin
embargo, el día 26 entraron en acción las delegadas comu-
nistas y, según la prensa: “El Congreso (sic) se convirtió en
una asamblea de agitación, en la cual se lanzaron duros
ataques contra los principales funcionarios públicos. Con-
suelo Uranga, una de las jóvenes comunistas, pronunció
varios discursos contra el gobierno, y esto dio por resul-
tado que algunas delegadas del congreso se retiraron.”
El Excélsior del 27 de noviembre de 1933, informaba
en su primera plana: “El comunismo se ha colado en el
congreso femenil.” Ese día (27 de noviembre) las orga-
nizadoras decidieron no hacer acto de presencia, como
una medida de presión para que fueran expulsadas las
delegadas comunistas; pero esta acción no prosperó, a
pesar de que se trató de impedir la entrada de algunas
delegadas que no tenían credencial que las acreditara
como representantes.
El día 27 de noviembre, la delegada del estado de
Nayarit, Elvira Vargas, después de haber presentado una
ponencia referente a salario mínimo y jornada de traba-
jo, propuso la creación de un departamento de trabajo
local, “debido a que la ley no protege a los obreros, o en
su defecto se federalice la industria del Distrito Federal”;
las congresistas aprobaron, en general, la propuesta de
Elvira Vargas, pero Consuelo Uranga tomó la palabra
para señalar que dicho proyecto debería estudiarse desde
una posición marxista, y no en base a la Ley Federal del
Trabajo, la cual era producto de un gobierno burgués.
De inmediato se respondió a Consuelo Uranga y,
entre otras, la delegada Guadalupe Martínez afirmó que
la mujer mexicana no comulgaba con las ideas exóticas
y teorías que proponía la señorita Uranga; finalmente,
esta controversia se resolvió nombrando una comisión
78
que estudiara la propuesta de Elvira Vargas, quedando
Consuelo integrada a la misma.
El 28 de noviembre, cuando apenas se había iniciado
la sesión matutina del congreso, se presentó un grupo de
policías encabezado por el comandante Sotomayor, con
la misión de desalojar a todas las señoritas de filiación
comunista, en virtud de que “habían injuriado al gobier-
no”. En cuanto se dio a conocer el mandato se produjo
el desorden, y entre gritos tomó la palabra la señorita
María Ríos Cárdenas, quien expuso: “Es natural que
las autoridades procedan no a coartar el pensamiento,
sino únicamente a hacer que se respete el sitio que estas
autoridades nos han cedido; y al mismo tiempo, que
este procedimiento tienda a dar mayores garantías a los
grupos mayoritarios, que son los que sustentan doctrinas
contrarias al comunismo.”
Otra congresista manifestó que lo que trataban a toda
costa las comunistas, era impedir el lucimiento del congre-
so, y que los ataques injustificados contra los funcionarios
públicos deberían tener un límite. La situación se calmó
en esos momentos, pero más adelante se desató una nueva
polémica entre moderadas y comunistas, y entonces sí los
policías se lanzaron sobre las comunistas, capturando a
Leonor Pérez Talavera y Alicia Gallardo.
El Excélsior del 29 de noviembre, informaba en su
primera plana que “la policía puso en desbandada a las
comunistas”, mientras que en el periódico El Mundo se
informaba:

La sesión de ayer, fuera de los incidentes señalados, de-


batió sobre la ponencia de la señorita Consuelo Uran-
ga, relativa al papel de la mujer en la lucha de clases;
durante el debate reinó el más completo descontrol,
pues la misma ponente con frecuencia abandonaba su
79
tema para entrar en terrenos de doctrina marxista, de la
cual hizo profesión de fe pública, habiendo terminado
la asamblea sin llegar a ningún acuerdo definitivo.

En los comentarios a los trabajos del día 30 de noviem-


bre, se escribió:

La señora Díaz no fusionó bien sus tesis, y aunque me-


reció aplausos no llegó a nada práctico; en cambio, la
señorita Uranga hizo un fundamento verdaderamente
indestructible de sus puntos de vista, pues sostuvo que
si la mujer no está preparada para ejercer derechos
cívicos, el hombre en su inmensa mayoría tampoco
lo está; tachó el argumento del voto indirecto como
procedimiento sucio, y repudió el uso de los atractivos
sexuales de la mujer como arma política (el origen de
la discusión en esa sesión se concentró en la propuesta
de la delegada Florinda Lazos León, quien propuso
la tesis de que las mujeres no necesitaban ejercer sus
derechos políticos de manera directa, ya que –según
ella– eso lo hacían de manera permanente las mujeres
a través de sus hombres). Según la crónica, al final de
la sesión Consuelo concluyó proponiendo la organi-
zación de grupos clasistas que integraran todas las rei-
vindicaciones de la mujer, para exigir el otorgamiento
irrestricto de los derechos cívicos (esta propuesta se
aprobó en los resolutivos).

En los debates aludidos por el periódico El Mundo,


Consuelo Uranga expuso un programa para encauzar la
lucha de la mujer hacia su emancipación integral, afirman-
do que el feminismo es una teoría burguesa que sirve a los
intereses de la burguesía, y que la única alternativa es el
comunismo, en el cual se aboga por la lucha de clases y no
80
por la lucha de sexos. La propuesta de Consuelo Uranga
se resumió en nueve puntos, que son los siguientes:

a) Iguales salarios para igual trabajo de los hombres


adultos;
b) vacaciones para la mujer, antes y después del parto;
c) lucha contra la disminución del salario y para el
aumento de éste;
d) derecho a votar y ser electa para los cargos públicos;
e) conferencias y pláticas sobre temas femeninos en
lugares públicos;
f ) que en cada región se registren las demandas de las
mujeres, se impriman y se hagan circular profusa-
mente;
g) apertura de centros culturales para obreras;
h) que se formen secciones femeninas dentro de los
sindicatos mixtos; y
i) que se formen comités de lucha y de huelga en todas
las fuentes de trabajo.

Durante muchos años, éste fue el programa reivindi-


cativo de las mujeres de México. Algunos puntos todavía
no se cumplen cabalmente, pero a Consuelo Uranga le
corresponde el mérito de haber presentado, en el congreso
de 1933, una alternativa de lucha que unificó a todas las
mujeres mexicanas que habían tomado conciencia de
las desigualdades que las afectaban.
Como ha quedado comprobado, en las sesiones de este
congreso aparece frecuentemente la referencia a la parti-
cipación de Consuelo Uranga en la organización de los
trabajos y en las discusiones.28

  Ver publicación del Centro de Estudios Históricos del Movimiento


28

Obrero Mexicano, volumen 2, número 5, junio de 1975.


81
Al finalizar los trabajos quedaron definidas dos posi-
ciones, y así se expresaron públicamente a través de la
prensa: por una parte, las conclusiones del Bloque Nacio-
nal de Mujeres Revolucionarias (grupo organizador del
congreso, que representó la posición oficial del pnr); y por
la otra, la comisión permanente del Segundo Congreso de
Obreras y Campesinas (en donde se integraron todas las
delegadas que no tenían compromiso disciplinario con el
pnr, y donde se marcó fuertemente la influencia de Con-
suelo Uranga, única militante comunista que participó
dentro de la dirección de dicha comisión permanente).
No obstante que los congresos fueron convocados por
el Partido Nacional Revolucionario, las delegadas del
Partido Comunista Mexicano influyeron notablemente, y
particularmente Consuelo Uranga. El Congreso de 1933
marcó el surgimiento del feminismo revolucionario; es
decir, de la lucha de la mujer desde la posición de clase
social, y no únicamente desde la perspectiva de la lucha
entre los sexos, como se había concebido inicialmente.
Las aportaciones de Consuelo Uranga fueron determi-
nantes, especialmente en lo referente al contenido ideo-
lógico que caracterizó a las principales organizaciones
femeninas desde la década de 1930 hasta el otorgamiento
del voto, lo cual tuvo lugar el 24 de diciembre de 1946,
cuando la Cámara de Diputados aprobó las modifica-
ciones al artículo 115 constitucional, que estableció la
participación de las mujeres en igualdad con los hombres
en las votaciones municipales. Pero fue hasta el 6 de abril
de 1952, cuando Ruiz Cortines finalmente reconoció que
también las mujeres eran ciudadanas de la república al
igual que los hombres, y finalmente pudieron votar en las
elecciones para gobernador y presidente de la república.

82
El Tercer Congreso Nacional de Mujeres (1934)
A punto de iniciarse el sexenio 1934-1940, y cuando a
nivel nacional se vivía un ambiente de gran movilización
política, provocado por la campaña electoral y los discur-
sos del recién electo presidente de la república Lázaro
Cárdenas, el 13 de septiembre de 1934 se inauguró en
Guadalajara el Tercer Congreso Nacional de Mujeres
Obreras y Campesinas, con la asistencia de seiscientas
delegadas de todo el país.
En general, este congreso fue controlado por la po-
sición oficialista del Partido Nacional Revolucionario,
expresándose en las ponencias y en los debates las preocu-
paciones ideológicas que caracterizaron ese sexenio de
gobierno: el anticlericalismo, la educación socialista y el
populismo paternalista. En calidad y en cantidad repre-
sentó un retroceso con respecto al anterior, y en las cróni-
cas se nota la ausencia de las feministas militantes del pcm
(Partido Comunista Mexicano); especialmente se notó
la ausencia de Consuelo Uranga, quien había jugado un
papel determinante en el congreso del año anterior. Una
característica contrastante de este congreso con respecto
al anterior, fue la ausencia de planteamientos exigiendo
el derecho al voto femenino.
Al año siguiente, en respuesta a este congreso, las
feministas independientes promovieron el Frente Único
pro Derechos de la Mujer. Esta organización surgió como
una nueva alternativa, a la cual se afiliaron militantes
de agrupaciones de todo el país. El comité organizador
estuvo integrado por Consuelo Uranga, María del Re-
fugio García, Matilde Rodríguez Cabo, Esther Chapa,
Soledad Ávila Orozco, María Efraína Rocha, Sinosura
Constantino, Rosa Amelia Aparicio, Adelina Zendejas,
Clementina Parra, Sara Miranda, Frida Kahlo, Aurora
83
Reyes, Lázara Meldiu y Dolores Uribe Torres. Los ob-
jetivos principales del Frente Único pro Derechos de la
Mujer, eran los siguientes:

1. Obtener el derecho al voto.


2. Defender la soberanía de la nación frente al impe-
rialismo.
3. Leyes de protección a la niñez.
4. Generalizar los servicios de alfabetización, guar-
derías, maternidades y hospitales para las zonas
rurales y urbanas de todo el país.

A pesar del discurso radical del presidente Lázaro


Cárdenas, y a pesar de que en 1938 él mismo propuso a
las cámaras de senadores y diputados reformar el artícu-
lo 34 constitucional para otorgar el voto a la mujer, nada
se avanzó en este sentido; los diputados se negaron bajo
el pretexto de que la mayoría de las mujeres estaban con-
troladas ideológicamente por la iglesia católica, y que eso
significaría entregarle el gobierno a la reacción. Fue tanta
la oposición oficial, que el año de 1937 hubo dos casos de
mujeres que ganaron las elecciones para ocupar un lugar
en el Congreso de su entidad, y en ninguno de ellos las
diputadas electas fueron reconocidas; esto sucedió en los
estados de Guanajuato y Michoacán.
Los conflictos políticos durante el régimen cardenista
(1934-1940), sindicalismo, agrarismo, expropiación petro-
lera, etc., desplazaron políticamente las demandas de las
mujeres revolucionarias; durante estos años, a pesar de la
intensa actividad que desplegaron, no lograron grandes
avances, y tuvieron que transcurrir otros dos sexenios para
que se llegara a obtener el derecho al voto (aunque cabe
señalar que esto no significó la solución de los problemas
que aquellas mujeres pensaban que se iban a resolver).
84
13. Consuelo Uranga en la fundación del sindicato
petrolero

A menos de tres años de haber llegado a la capital, Con-


suelo se convirtió en una de las militantes más apreciadas
y reconocidas por sus compañeros y compañeras militan-
tes del Partido Comunista.
Después de los congresos feministas y de haber asis-
tido al Congreso Mundial de Mujeres por la Paz (París,
año 1933), le esperaban nuevas tareas, cada vez más im-
portantes; algunas como representante del partido, otras
en la dirección. Pero ella deseaba estar con los obreros,
convertirse en militante obrera con todos los riesgos y
sacrificios que eso implicaba, pues se debe recordar que
este partido era ilegal y las actividades de organización
se tenían que hacer en la clandestinidad.
A pesar de la persecución y las amenazas de cárcel,
eran buenos tiempos para el Partido Comunista, que esta-
ba creciendo en la organización de la clase proletaria, así
como también entre los agraristas y maestros. Los militan-
tes comunistas estaban muy integrados con los obreros,
principalmente con los petroleros, donde apenas se estaba
fundando el sindicato.
Los trabajadores petroleros de la compañía El Águila,
habían concluido en 1933 la primera etapa de lucha para
lograr mejores salarios y condiciones de trabajo; esta etapa
había culminado con la formación de la Federación de
Trabajadores Petroleros de la Zona Sur, la cual desempeñó
un papel muy importante durante el periodo del gobierno
cardenista.
85
Como siguiente paso a la formación de la Federación,
en mayo de 1934 estalló la huelga con la que se logró la
firma de un contrato colectivo, y en donde se incluyó por
primera vez en la historia petrolera de México, el pago
del séptimo día, servicio médico y algunas otras presta-
ciones; no obstante, las compañías petroleras se resistían
a cumplir sus propios compromisos con los trabajadores,
por lo cual el recurso de la huelga se hizo frecuente.
En este contexto de gran actividad sindicalista, el
partido comisionó a Consuelo, y así fue como a finales
de 1935 se integró con los obreros que organizaban las
actividades sindicales contra la empresa El Águila-Shell,
que explotaba los yacimientos en Tabasco y Veracruz.
Uno de los compañeros de Consuelo fue el obrero
Vicente Torres, quien muchos años después recordó al-
gunos pasajes de su vida desde su origen y niñez, hasta
su llegada a las actividades sindicalistas y su encuentro
con Consuelo Uranga:29

Mi vida fue muy dura; a mi padre y a dos hermanos los


mataron en 1913, durante la revolución, cuando Victo-
riano Huerta asesinó al presidente Madero. Entonces

  Al principio de la década de 1990, Fernanda Campa Uranga y


29

su hija, Manuela Álvarez Campa, entrevistaron al señor Vicente


Torres en la colonia Azcapotzalco del Distrito Federal. Este docu-
mento es muy importante porque ofrece información de primera
mano respecto a las actividades de Consuelo en la fundación del
sindicato de los trabajadores petroleros.
Fernanda lo había conocido desde niña. En aquellos días
de la entrevista tenía más de noventa años, pero conservaba viva
la imagen de Consuelo, así como la veneración que cultivaron
todos aquellos jóvenes trabajadores que un día vieron llegar a la
selva a una bella mujer con ojos de esmeralda, manos de artista
y convicción de acero.
86
quedó mi madre desamparada y logró salir adelante
con el apoyo de mis tíos.
Mi niñez transcurrió en el campo; en ese tiempo se
vivía una vida natural en Tabasco, y en todos los lados
del sureste había selvas cargadas de árboles, animales
y aves; los ríos de agua dulce corrían cargados con
todas las especies de peces; la selva, llena de animales,
venados, cochinos de monte, mapaches y todo tipo de
animalitos, como aquel que se le llamaba tepezcuintle,
que es como una cochinita muy bonita, gordita y que
vive en la tierra, pero cuando se ve en peligro, porque
siente a los perros o a alguna persona, se tira al agua y
luego busca la orilla para respirar. En Chapultepec, yo
vi uno de esos animalitos cuando llevaba a mis hijos
a visitarlo.
Mi vida fue ésa, del campo, de la selva… andar en
el monte, mejor que ir al pueblo. Ahí fui creciendo,
pero tuve que emigrar y agarré para la capital, Villa-
hermosa. En abril de 1931, a los 28 años, empecé a
trabajar con la compañía El Águila, en Aguadulce,
Veracruz; allí conocí otro mundo, el de la operación
industrial petrolera, porque mentiría si dijera que en
el campo se conocían otras ideas que no fueran las de
la vida natural.
Poco antes de esto, cuando era más joven y aún
vivía en Frontera, Tabasco, trabajaba con un primo
hermano que tenía un negocio; había muchos mari-
nos y muchos movimientos de altura, de embarque de
banano y madera.
Tabasco estaba muy levantado, muy rico, y el primo
mío tenía contacto con uno de los administradores de
un barco español que traía fayuca europea, la cual cam-
biaban por mercancías; ese marino español le regaló

87
a mi primo el libro La dictadura del proletariado, y yo, a
pesar de mi ignorancia, lo estuve leyendo.
Era la época cuando en Tabasco, don Tomás Ga-
rrido, el amigo de Carrillo Puerto, organizó el Partido
Socialista del Sureste y formó la Liga de Trabajadores
con la bandera roja y negra; quizás 1923, porque des-
pués mataron a Carrillo Puerto, cuando la revuelta de
Adolfo de la Huerta.

Recordando los primeros años de trabajo en la compa-


ñía petrolera, Vicente Torres contó cómo había sabido lo
que era un mitin obrero y cómo escuchó por primera vez
La Internacional, himno de lucha de todos los proletarios
del mundo:

Cuando me fui al pueblo Aguadulce (probablemente en


1934), llegué a vivir en una galera donde estaban puros
tabasqueños; había otras galeras para los veracruzanos.
Un día estaba durmiendo, cuando escuché una músi-
ca tan rara… rarísima y fuerte para mí; la marimba y
el saxofón sonaban con fuerza. En eso me levanto y
corriendo voy a ver qué cosa era: estaban izando una
bandera rojinegra en una ceiba30 que estaba pegada a
una construcción, y ahí estaba la música de varias to-
nadas que a mí me conmovió, y luego empieza la gente
a cantar canciones que yo en mi vida había escuchado
y, total, terminaron de izar la bandera.
Luego me fui a desayunar en un lugar frente a la
presidencia municipal, y como a las diez empezaron a
llegar los niños de la escuela primaria y gente trabaja-
dora, cuando empiezo a escuchar esa música con las
mismas tonadas; y luego que comienzan los discursos

  Especie de árbol tropical de gran tamaño.


30

88
con palabras para los trabajadores, pues había también
ferrocarrileros que se habían quedado sin trabajo y
que eran gente de experiencia sindical. Hablaron mu-
chos, como un cubano, Marichal; pero quien más me
impresionó fue Consuelo Uranga, a quien conocí en
esa ocasión.
Cuando terminó el mitin nos quedamos ahí plati-
cando, y así me enteré que ese día se estaba celebrando
el 1º de Mayo, y que la música que tanto me había
gustado eran las notas de La internacional y el Himno
agrarista. Yo jamás había escuchado el himno de los
campesinos, y ese día se cantó ahí porque ya existía
una organización conocida como célula del Partido
Comunista Mexicano, cuyos miembros participaban
en la organización del pueblo por mejores condiciones
de vida, tanto entre los campesinos como entre los
obreros, que apenas estaban conociendo los trabajos
de la industria petrolera.

Pasaron cuatro años. Consuelo llegó a finales de 1935,


para ayudar en la preparación del movimiento sindical.
La integración con los obreros fue total: ella vivía y comía
con ellos, y caminaba hasta los lugares más apartados a
buscar a las cuadrillas que trabajaban en las zonas más
agrestes. Al respecto, el señor Vicente Torres comenta en
su testimonio lo siguiente:

Consuelo Uranga, como dirigente política reconocida,


después de haber participado en el Congreso Mundial
de Mujeres por la Paz, en París, nos apoyaba en los
recorridos de toda la zona sur para explicar que no
era una huelga comunista, sino una huelga por vio-
laciones al contrato, ya que la compañía se oponía a
concederlas, acusando a la Federación de comunista.
89
La comunicación era por mar –no había carreteras–,
o caminando o a caballo por la brecha para llegar a
Coatzacoalcos, lo que no era obstáculo para aquella
joven que venía a ayudarnos en el conflicto planteado
entre la huelga por violaciones al contrato colectivo y
la declaración de inexistente de la junta federal.
Yo la conocí como dirigente política, pues no sólo
atendía el sector femenil, que luchaba por sus propios
derechos, sino al movimiento obrero en general, y en
particular en aquellos momentos políticos tan difíciles
del conflicto de orden económico entre los trabajadores
y las compañías extranjeras, que condujo a la expro-
piación petrolera.

Al iniciarse 1936, los trabajadores de Coatzacoalcos y


Aguadulce emplazaron a la compañía El Águila a huelga
para el día 1º de febrero de ese año. Los representantes de
la empresa recurrieron a todos los medios para confundir
y desanimar a los trabajadores, propalando que era una
huelga de comunistas, de “rojos”, a quienes se adjudicaba
todo tipo de calumnias.
De acuerdo al testimonio de don Vicente Torres, Con-
suelo Uranga fue la principal asesora de los trabajadores
de esta zona durante los días más difíciles del movimiento.
Después de varias semanas de preparativos, la huelga es-
talló el 1º de febrero de 1936; y veintiséis días después, las
autoridades federales de trabajo no soportaron la presión
de las compañías y declararon la inexistencia de la huelga,
obligando a los trabajadores a retornar a sus actividades.
Después del levantamiento de la huelga, se desató una
persecución selectiva con el fin de aprehender a Consuelo
y a otros elementos identificados como comunistas. El
mismo Vicente Torres dice en su testimonio que, para
poner a salvo a Consuelo Uranga, tuvieron que atravesar
90
durante la noche pantanos y ríos, hasta que la llevaron
fuera de la zona del conflicto.
La huelga del 1º al 26 de febrero de 1936, fue un
eslabón importante en la cadena de acontecimientos
que llevó al gobierno mexicano a decidir finalmente la
cancelación de las concesiones que había otorgado el
gobierno de Porfirio Díaz a las compañías extranjeras,
desde el año de 1906. Esta huelga no fue ni la primera
ni la última, y cuando se definió la política petrolera de
México, Consuelo ya andaba recorriendo otros caminos
en las luchas populares, después de haber dejado sus
huellas en las tierras y en la memoria de los habitantes
de esta región del país.

91
14. El Partido Comunista de Chihuahua

Consuelo viajaba regularmente a visitar a su familia en


Chihuahua; pero con la experiencia adquirida en los años
anteriores, aprovechaba cualquier ocasión para reunirse
con sus compañeros y hacer nuevas relaciones entre los
mineros de Santa Eulalia y de otras secciones del estado.
De 1935 a 1938, la prensa registró varias huelgas. En todo
el estado, los mineros luchaban tenazmente por lograr el
contrato único a nivel nacional y fueron los más aguerri-
dos; pero al mismo tiempo, los telefonistas, electricistas,
panaderos, trabajadores textiles, maestros y trabajadores
postales, realizaban paros y huelgas parciales en reclamo
de sus derechos laborales. El gobierno de Rodrigo M.
Quevedo (1932-1936) instrumentó bien una postura de-
magógica, declarándose en favor de los derechos de los
trabajadores y promoviendo congresos agrarios.31
En 1935, varias secciones mineras del estado de Chi-
huahua se lanzaron a la huelga: el 10 de agosto, dos mil
trabajadores de la fundición de Ávalos proclamaron la
huelga por violaciones al contrato colectivo; en los días
siguientes se realizaron varias manifestaciones de apoyo,
y después de resolverse el conflicto de Ávalos, se iniciaron
otros movimientos en Santa Eulalia, Parral y San Fran-

  Durante su periodo de gobierno, el general Rodrigo M. Quevedo


31

se asumió como seguidor de los ideales del líder revolucionario


Práxedis G. Guerrero, y se declaró en favor de los trabajadores y
campesinos… pero en realidad fue una posición demagógica que
no produjo cambios de fondo en el trato que el gobierno le daba a
los trabajadores independientes.
92
cisco del Oro. Consuelo estuvo bien informada de estas
movilizaciones.
En 1936, los militantes del Partido Comunista concen-
traron sus fuerzas en la campaña nacional de apoyo a los
republicanos españoles; el 21 de septiembre de 1936, se
organizó una gran manifestación en la capital del estado,
participando miles de trabajadores. En el mitin tomaron
la palabra varios dirigentes obreros y los representantes
de las secciones mineras.32
Consuelo participó en la organización de estas movili-
zaciones, y al calor de la lucha fue creando un numeroso
grupo de simpatizantes, entre los que se encontraban
obreros, profesores y estudiantes. En ese ambiente de
efervescencia política, Consuelo Uranga participó de ma-
nera relevante en la creación del Partido Comunista en
Chihuahua, y a finales del año decidieron que había con-
diciones para convocar a una asamblea estatal. El Heraldo
de Chihuahua, en su edición del 3 de diciembre de 1936,
anunció en primera plana la fecha y algunas actividades
de la convención comunista: “El partido rojo ha fijado
para el 18, 19 y 20 del actual este acontecimiento, e invita
a todas las organizaciones proletarias.”33

32
  El Heraldo de Chihuahua informó al día siguiente, que habían par-
ticipado como oradores: Carlos Miramontes, por la Sección x de
Mineros (Aquiles Serdán); Adrián Sancristóbal, por los tipógrafos;
Benjamín Sánchez, por la Logia Mariano Escobedo; Antonio Del-
gado, por el Sindicato de Panaderos; Javier Álvarez, por la Cámara
del Trabajo; Ladislao Loya, por la de los carpinteros; y Aurelio Jazo,
por la Sociedad de Padres de la Escuela Práxedis G. Guerrero.
33
  Se informaba también que el Partido Comunista se encontraba ins-
talado en la casa número 519 de la calle Juárez, en donde se reunían
sus miembros para tratar sobre los trabajos de organización general.
La convención tendría lugar en el local sindical de la sección 5 de
trabajadores ferrocarrileros.
93
Programa de la convención estatal del Partido
Comunista:
1. “Situación política del estado de Chihuahua, en co-
nexión con la situación nacional e internacional. Apli-
cación de la nueva política del Partido Comunista.”
Expone: Consuelo Uranga.
2. “La penetración imperialista en el estado de Chihua-
hua y la creación del Frente Popular Mexicano.”
Expone: Manuel Gómez Ornelas.
3. “El problema electoral, participación de los traba-
jadores en el gobierno actual. El apoliticismo como
arma de los explotadores.”
Expone: Manuel Reynaldo Gaytán.
4. “La unificación obrera en el estado, su alianza con
el campesino.”
Expone: Jesús Pallares.
5. “Cuestiones de organización.”
Expone: Jesús Pallares.

La convocatoria fue firmada por la dirección del parti-


do, el secretario general E. Valles, y el secretario de orga-
nización Jesús Pallares.
El 18 de diciembre de 1936, al mismo tiempo que se
realizaba la primera convención de comunistas en Chihua-
hua, se realizó un mitin en el Teatro de los Héroes, donde
estuvo presente una delegación de obreros españoles
encabezada por las señoritas Caridad Mercader y Lena
Imbert, ambas milicianas que se encontraban en México
para dar a conocer la situación en España.
En todos estos acontecimientos estuvo presente el tra-
bajo organizador de Consuelo Uranga; ella se encargó de
relacionar a los dirigentes obreros locales con las comisio-
nes españolas y con los dirigentes nacionales del Partido
94
Comunista, y fue tanto el interés que provocó el movi-
miento obrero en Chihuahua, que en marzo de 1937 el
dirigente principal de este partido, Hernán Laborde, se
trasladó a estas tierras, realizando una intensa labor entre
los trabajadores.
El Heraldo del 5 de marzo de 1937, reseñó un mitin
en el Paraninfo del Instituto Científico, al que asistieron
la Cámara Sindical Obrera, las secciones x y xii del sin-
dicato de mineros, ferrocarrileros, estudiantes, maestros
y empleados de gobierno. Después de los discursos, un
grupo de estudiantes de secundaria cantó La internacional,
secundado por buena parte del público, que levantaba el
brazo derecho con el puño cerrado. Al final, todos can-
taron el Himno nacional.
Tres días después, el 8 de marzo, Consuelo participó
en la organización del Festival Literario Musical por la
Igualdad de la Mujer. El evento se presentó en la escue-
la Práxedis Guerrero. Hubo varias oradoras; entre ellas, la
profesora Odalmira Mayagoitia, quien habló sobre los
derechos de la mujer. Por su parte, la estudiante María
Elena Mylin, representante de la Sociedad Estudiantil
Mariano Irigoyen, habló sobre la necesidad de construir
el Frente Único por los Derechos de la Mujer en Chihua-
hua; de inmediato se aprobó la propuesta, y se le confirió
a ella misma el cargo de secretaria general; la profesora
María del Refugio Barrios quedó como secretaria del in-
terior, y como secretaria de actas la profesora Odalmira
Mayagoitia.
Esta fue la primera ocasión en que celebraron las
mujeres chihuahuenses el Día Internacional de la Mujer,
y uno de los temas recurrentes entre las oradoras fue el
reclamo del derecho al voto para la mujer.
La participación de Consuelo en la formación del
Partido Comunista de Chihuahua, fue determinante;
95
ella integró a los jóvenes militantes que no habían tenido
experiencias anteriores de organización.34
Consuelo les indicó el camino para aplicar las elemen-
tales reglas de disciplina como militantes del Partido Co-
munista, pero sobre todo para que supieran cómo tenían
que orientar a los trabajadores en la formación de sus
sindicatos. Eran momentos propicios para la organización
nacional de los trabajadores. Los jóvenes militantes del
Partido Comunista Mexicano desplegaron gran actividad,
especialmente entre los petroleros, los ferrocarrileros, los
electricistas y los mineros; pero no eran tantos militantes
como para consolidar la ideología y las tácticas de orga-
nización entre las masas de trabajadores.
La coyuntura fue muy breve, solamente cuatro o cinco
años, en que las instancias del gobierno nacional cumplie-
ron con las leyes, dejando en libertad a los trabajadores
para defender sus derechos. Después de la llegada de
Manuel Ávila Camacho, se dio marcha atrás a la pos-
tura del gobierno respecto a la libertad de organización
sindical, se endurecieron las formas de represión y se
instauraron las prácticas de corrupción que se habían
aplicado antes en los Estados Unidos. Se les puso precio
a los dirigentes sindicales y se erigieron las grandes figuras
del charrismo nacional. El Partido Comunista Mexicano
no logró contrarrestar las tácticas oficiales, y a pesar de
que intentaron negociar con el gobierno fueron barridos
de los sindicatos.35

34
  El comunista chihuahuense con más experiencia, era el profesor
de música Jesús Pallares, quien a principios de la década de 1920
había participado en las luchas de los mineros de Santa Bárbara,
influidos por las ideas del Partido Liberal Mexicano.
35
  Ante las derrotas que habían sufrido como organización, los
dirigentes del Partido Comunista Mexicano decidieron apoyar la
candidatura de Miguel Alemán a la presidencia de la república,
96
15. Consuelo y Valentín

De la vida íntima de Consuelo es poco lo que se conoce,


porque ella fue reservada, y ni siquiera su hermano Sal-
vador tenía información al respecto. Uno de sus novios
en la Ciudad de México fue Manuel Moreno Sánchez.36
pero en nada les benefició y la persecución de los comunistas se
hizo más intensa desde el gobierno de Alemán en adelante.
36
  Manuel Moreno Sánchez (1908-1993), originario de Aguascalientes,
participó en la lucha por la autonomía de la unam, y en la campaña
electoral de 1929, apoyando a José Vasconcelos; probablemente fue
en estos años que se relacionó con Consuelo. Después se afilió al
prm durante el cardenismo, y más adelante siguió en las filas del pri.
Participó en diversos cargos como funcionario, como diputado y
senador, y en la campaña política de Adolfo López Mateos. Se dis-
tinguió como diplomático de ideas progresistas, en varias misiones
que desempeñó en nombre de México (ante el bloqueo norteame-
ricano contra la isla de Cuba y durante la crisis de los misiles).
En 1964 entró en conflicto con el presidente López Mateos,
cuando éste designó a Gustavo Díaz Ordaz como candidato a
la presidencia. Se asegura que por este motivo decidió retirarse
de la vida política, para dedicarse a su rancho El Huasteco, que
tenía en Michoacán.
Seis años después regresó a la Ciudad de México, incorpo-
rándose como articulista del periódico Excélsior. En 1970 publicó
el libro Crisis política de México. Dejó el periódico cuando Julio
Scherer fue atacado por el gobierno de Echeverría, y se sumó a los
periodistas independientes que fundaron Uno más Uno y después
se integró a la revista Siempre.
En 1982 participó como candidato a la presidencia por el Parti-
do Social Demócrata; en 1986 se sumó a la corriente democrática
del pri encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, y en 1988 lo apoyó
como candidato a la presidencia de la república.
Murió en Aguascalientes, el 25 de abril de 1993.
97
Ella tenía muchos amigos entre los artistas e intelectua-
les, porque había participado en la fundación de la Liga de
Escritores, pero entre los más entrañables figuraban Silves-
tre Revueltas, Juan de la Cabada y David Alfaro Siqueiros.
Después, en 1935, se relacionó amorosamente con Va-
lentín Campa, compartiendo con él la vida en pareja, en
unión libre, durante seis o siete años. Esta relación surgió
en medio de las actividades políticas que ambos realizaban
y en las que sus vidas se cruzaron frecuentemente.
En una de las entrevistas que le hice a Fernanda Cam-
pa, recordó una anécdota que le contó su madre y que
ilustra estos encuentros:

En una ocasión, fue junto con Valentín y otros com-


pañeros a asesorar a los obreros que habían iniciado
una huelga en Cuautla. Ella había adquirido mucha
experiencia para hablarle a los obreros; se subió sobre
unos cajones y empezó a explicarles de su condición
de clase, de sus derechos y la manera en que tenían que
defenderlos. De repente, cuando estaba más entusias-
mada y eufórica, se escucharon gritos de: “¡La policía,
la policía!”, pero ella estaba arriba de varios cajones y
no podía bajarse sola. En eso llegaron corriendo dos
hombres, la jalaron y se la montaron en los hombros,
pero como ella les vio trazas de policías, pensó resig-
nada que la llevarían a una patrulla y luego a la cárcel,
y ya no vería a Valentín. Después de recorrer un gran
trecho, finalmente la bajaron y al mismo tiempo le
dijeron: “¡Bueno, señorita, qué bonito nos estaba ha-
blando! ¿A dónde la dejamos?” O sea que eran obreros
que la habían cargado para salvarla de la cárcel.

El encuentro de Consuelo y Valentín como pareja fue


en 1935, y meses después ella se fue a Tabasco, donde
98
permaneció una temporada dedicada de tiempo completo
a la organización del sindicato de los petroleros en esta
zona. Por las intensas actividades y compromisos que
ambos tenían que cumplir, se infiere que llevaban una vida
de pareja poco regular; sin embargo, en 1936 Consuelo
esperaba a su primer hijo, pero éste nació muerto.
Según el ingeniero Salvador Uranga, Consuelo perdió
a su hijo porque durante los últimos meses del embarazo
ella tuvo una actividad extenuante, haciéndose cargo de
todo lo necesario para organizar a los voluntarios mexi-
canos que se integraron en las brigadas internacionalistas
que partían a España a brindar su apoyo a los republicanos
contra el fascismo, y específicamente a los voluntarios que
se integraron al v Regimiento, formado por militantes del
Partido Comunista Mexicano.
Ella misma le explicó a Salvador que no se había cui-
dado, pero que la situación de los republicanos había sido
tan dramática que no había podido detenerse y cuidarse.
Con ternura y resignación le dijo que ella sentía como si
le hubiera dado un hijo al heroico pueblo español.
Salvador, su hermano, recordaba que ese mismo año
también había participado Consuelo en una huelga de
trabajadores metalúrgicos del estado de Coahuila, y que
la huelga se había ganado.
En 1938 nació Valentina, su hija mayor, y dos años des-
pués llegó María Fernanda. Se iniciaba la década de 1940
y la vida se estaba complicando para la pareja; pero más,
mucho más, para ella. Ese año murió María del Rosario,
su madre, y fue el primer gran golpe que le dio la vida;
nunca antes se había enfrentado a una pena tan grande,
era como si en ella misma hubiera muerto una parte de
su vida.
María del Rosario había sido su guía y su ejemplo
desde los primeros años; de ella había aprendido lo que
99
significaban el albedrío, la tolerancia y el trato justo ha-
cia los demás, y a luchar y a recibir las desgracias con el
ánimo en alto; porque toda su vida había sido de lucha,
pero nunca había perdido el asombro ni la sonrisa.
Su madre nunca se había enredado en los lamentos,
ni había permitido que la frenara la autocompasión, pero
tampoco había dejado que se arraigara el dogma en la
mente de sus hijos y de su hija; a cada uno lo empujó
por los caminos del albedrío, para que encontraran por sí
mismos y en su momento el qué hacer con el “espíritu”;
por eso, entre los Uranga Fernández hubo de todo en la
vida: Ramiro fue un empresario emblemático de Chi-
huahua; Rodolfo, fundador y leal militante del Partido
Acción Nacional; Salvador, el equidistante entre todos, el
que no se comprometía con la ideología de ninguno, pero
siempre estaba presente para ayudar a cualquiera de los
hermanos; Agustín, el que se hizo sacerdote y murió al
estrellarse la avioneta en que trasladaba a una mujer con
parto complicado; y Consuelo, la atea, la roja.
La mejor imagen de la mujer la encontró Consuelo
en su madre, desde que empezó a ir a la escuela y desde
que empezó a relacionarse con otras niñas; ella nunca le
puso límites, dejó que su hija probara y aprendiera por sí
misma lo que estaba bien y lo que tenía que evitar; no le
impuso modelos de comportamiento. Y cuando Consuelo
descubrió que tenía cerca a algunos adultos que poseían
algo diferente, como la poesía, la filosofía y la libertad de
pensamiento, no recibió ninguna limitante por parte de su
madre; al contrario, ella la empujaba para que se elevara
en pos del conocimiento.
Consuelo aprendió a ser mujer mirándose en el espejo
de su madre; de ella aprendió que una mujer no tenía
por qué atarse a la vida del hombre… y mucho menos
al recuerdo. Después de haber quedado viuda, María del
100
Rosario digirió la pena y levantó la cabeza para mirar
hacia el frente; no se amarró a la tumba del marido, y
cuando llegó el momento, abrió los brazos y el corazón
para recibir el amor nuevo.
Consuelo decidió hacerse roja, salir a buscar su libertad
en las filas del naciente partido de los comunistas, y su
madre la apoyó; decidió romper con el Dios que había
conocido en la infancia, y María del Rosario le regaló
una bendición; aceptó que la cárcel podía ser una de sus
moradas, y cada vez su madre la acompañó y permaneció
lo más cerca que pudo. Entre María del Rosario y Consue-
lo se confundía la relación de la madre y la hija, porque
igual eran compañeras, hermanas, amigas y cómplices.
Por todo lo anterior, la muerte de María del Rosario
fue un tremendo golpe; fue el primer gran sobresalto en
su vida y llegó en el peor de los momentos. Pero Consuelo
no se detuvo un solo momento, no había tiempo y la vida
estaba muy complicada: se derrumbaba la imagen del gran
líder y del partido que encabezaría la construcción del
socialismo mundial; se derrumbaba la organización que
la había traído desde Chihuahua, y se iniciaba la caída de
su ideal como pareja igualitaria; la relación con Valentín
se complicaba, entre picos invisibles y nudos ciegos.
La fractura que sufrió el Partido Comunista Mexicano
como consecuencia del asesinato de León Trotsky, el 20
de agosto de 1940, provocó una gran división dentro del
partido y mucho desprestigio internacional. Desde los
primeros años de la fundación del Partido Comunista
Mexicano, los dirigentes acataban las órdenes que recibían
de Moscú, con el supuesto de que se tenía que actuar así
para defender y salvaguardar la primer revolución socia-
lista; así se dictó la sentencia de muerte contra Trotsky,
y así se dictaron nuevas medidas erróneas que los líderes
mexicanos acataron, ignorando la oposición de varios
101
militantes y algunos dirigentes que no estaban de acuerdo;
entre ellos, Valentín Campa, Hernán Laborde y Consuelo
Uranga, quienes finalmente fueron expulsados. En este
contexto se precipitó la separación de la pareja.
María Fernanda Campa hizo algunos comentarios
sobre la separación de sus padres:

En 1940 ya habíamos nacido mi hermana Valentina


y yo. Mis papás estaban sin trabajo; expulsados del
partido, que los había tachado de indisciplinados. Mis
papás estaban muy indignados porque consideraban
que la dirección del partido estaba subordinando los
intereses del movimiento revolucionario al gobierno; se
había obligado a los líderes sindicales a subordinarse a
la ctm, y a nivel nacional se estaba ordenando a todos
los militantes apoyar la campaña electoral del candi-
dato del gobierno, Manuel Ávila Camacho.
A pesar de todos los problemas económicos, siguie-
ron en la misma línea política, pero no lograron resolver
sus problemas como pareja: ella involucrada con dos
hijas, y él asumiendo que ella se tenía que hacer cargo
en una situación muy complicada… hasta que se separa
de mi papá. Yo creo que él nunca comprendió la rela-
ción con ella ni la ayudaba con las responsabilidades.
Fueron días muy complicados; la situación interna
del partido y la expulsión los afectó como pareja, pero
mi mamá me decía que ella tenía que “cargar con
todo”, y que no iba a sostener una relación que no tenía
sentido, y así fue como se separaron.37

  Entrevista a María Fernanda Campa en la Ciudad de México, el 8 de


37

mayo de 1993.
102
Ni Consuelo ni Valentín tuvieron más hijos. Ella no se
volvió a casar ni regresó al partido como lo hizo él, sino
que enfrentó sola el cuidado y la educación de sus dos
hijas; pero a pesar de esa responsabilidad, no abandonó
las actividades políticas.
Él estuvo presente en la vida de sus hijas, pero desde
una posición muy tangencial, sin compromiso. La rela-
ción posterior entre ellos no dejó huellas, no dejó historia,
y hasta puede sugerirse que no fue entrañable, como si
Valentín hubiera quedado resentido por algo que sucedió
durante o después de la separación, y como si ella no
hubiera aceptado un trato desigual de parte de él respecto
a las responsabilidades de la pareja con sus hijas. ¿Hasta
dónde la posición de Valentín Campa en esta relación fue
solidaria y justa?
Años después de la separación, Valentín se unió a Espe-
ranza García, con quien sostuvo una relación permanente
hasta el fin de sus días. En el libro de sus memorias, el
único dato, la única referencia que le dedica a Consuelo,
es una foto donde ella está dirigiéndose a los trabajadores
en la celebración del 1º de Mayo de 1935, pero ni siquiera
aparece su nombre en el índice onomástico; sin embargo,
en otra parte del libro (p. 267) le dedica un entrañable
reconocimiento a su compañera Esperanza García.38
Desde que me propuse escribir esta biografía, busqué
los testimonios de personas que conocieron a Consuelo
y convivieron con ella en alguna de las tantas facetas de
su vida; lamentablemente, casi todos los informantes con-
temporáneos de Consuelo habían muerto, y cuando por
fin logré una entrevista con el señor Valentín Campa, a
principios de la década de 1990, casi se habían borrado de
  Ver el libro de Valentín Campa Mi testimonio, memorias de un
38

comunista mexicano, Valentín Campa, primera edición, México,


Ediciones de Cultura Popular, 1978.
103
su memoria los detalles y las anécdotas… o quizá asumió
deliberadamente el olvido, con tal de no hablar de ello.39
Sin embargo, he obtenido algunos testimonios como
el de la pintora Mercedes Quevedo, más conocida como
Meche. Ella fue militante del Partido Comunista Mexi-
cano desde los años cuarenta, y formó parte de la célula
de los pintores donde se encontraban, entre otros, David
Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Arturo García Bustos,
José Chávez Morado, Lorenzo Guerrero, Arturo Estrada,
Guillermo Monroy, Óscar Frías Treviño y Susana Neve,
quien no era militante pero participaba como si lo fuera,
además de que muchas de las reuniones de trabajo se
celebraron en su casa de la colonia Del Valle.
Solamente los viejos militantes comunistas, pueden
comprender las razones o las motivaciones que impulsa-
ron a aquella generación de pintores a dedicar gran parte
de su tiempo a la elaboración de mantas destinadas a de-
fender una huelga o una lucha agrarista. En los escenarios
de la lucha popular de aquellos años, en las calles y en
las fábricas, se expuso fugazmente el arte de estos grandes
pintores en las mantas y en las pancartas, como un arma
revolucionaria.
Conociendo la relación de militantes y amigas entre
Consuelo y Mercedes, recurrimos a ella y esto fue lo que
contó:

Desgraciadamente, todas las amigas y compañeras


de actividades políticas que podrían aportar algo,
o mucho, han muerto. Yo en lo personal he olvidado
muchísimas anécdotas; sólo puedo decirles, porque

  Casi todos los viejos militantes revolucionarios asumen, como un


39

rasgo de modestia, no hablar de la vida íntima o personal, por


considerar esto como una expresión burguesa.
104
me consta, que Consuelo fue una mujer admirable,
una luchadora incansable para todo lo que es justo y
necesario en la vida humana y decorosa de los pueblos
oprimidos en el mundo entero.
De Consuelo recuerdo, en especial, el enorme es-
fuerzo que realizó para darle profesión a sus dos hijas,
Valentina y Fernanda; a la vez que desplegaba una in-
tensa actividad política, trabajaba como traductora de
francés e inglés, como digo, sin descuidar para nada
sus actividades políticas.40

  Carta de Mercedes Quevedo dirigida a Marcela Frías Neve, el 3 de


40

mayo de 1993.
105
16. El asesinato de León Trotsky41

Desde los primeros años del gobierno del general Lázaro


Cárdenas, el imperialismo yanqui y sus aliados desata-
ron una campaña de calumnias y falsedades contra el
presidente, por sus declaraciones y posturas respecto a la
Unión Soviética y a Stalin. Una de las mentiras que difun-
dían internacionalmente, en forma reiterada, los voceros
yanquis e ingleses, consistía en afirmar que Cárdenas era
manejado por Stalin y que el gobierno soviético mandaba
en México. El general Cárdenas reconocía que en el mun-
do se destacaba la solidaridad de los partidos comunistas
con México, y llegó a expresar su reconocimiento a los
partidos comunistas de Estados Unidos e Inglaterra.
Ante los ataques del Imperio, diversas fuerzas pro-
gresistas se manifestaron solidarias con la posición del
gobierno mexicano; sin embargo, en el Partido Comu-
nista Mexicano surgieron voces en el sentido de que el
presidente Cárdenas se había dejado impresionar por la
campaña tendenciosa del imperialismo, y en un momento
dado sus asesores lo habían convencido de que le otorgara
asilo en México a León Trotsky, para demostrar con esa
acción que no estaba subordinado a Stalin. Se asegura que
el general Francisco Mújica fue uno de los que insistió

  En 1929, la dirección del pcus expulsó a Trotsky de la urss; tras


41

su exilio de la Unión Soviética, fue el líder de un movimiento


internacional de izquierda revolucionaria caracterizado por su
propuesta de la «revolución permanente», y en 1938 fundó la
iv Internacional.

106
en esa maniobra, y Diego Rivera, como dirigente de la iv
Internacional Trotskista, fue uno de los gestores del asilo.
Como quiera que sea, Trotsky recibió asilo en México
el 9 de enero de 1937. El presidente Cárdenas ordenó un
tren especial para transportarlo del puerto de Veracruz a la
Ciudad de México, y el gobierno mexicano se hizo cargo
de habilitar la residencia de la calle de Viena número 5,
en Coyoacán.
El licenciado Narciso Bassols atacó con gran fuerza
la medida, subrayando que era una maniobra debida a
un complejo de inferioridad y que constituía un replie-
gue frente al imperialismo, lo que resultaba sumamente
dañino para México.
En su libro de testimonio, Valentín Campa abordó
la situación en aquellos momentos, explicando que los
militantes comunistas mexicanos habían redoblado la
lucha contra Trotsky, siendo uno de los primeros resulta-
dos una pugna entre el presidente Cárdenas y el Partido
Comunista, y agrega que:

En la campaña contra Trotsky se promovió un mitin


convocado por el Partido Comunista en la Arena
México, el viernes 26 de septiembre de 1938, en el cual
hablaron Carlos Rivera, líder colombiano; Margarita
Nelken, diputada comunista en la España republicana;
Jacques Giesa, diputado comunista de la república
francesa; y Hernán Laborde, secretario general del
Partido Comunista Mexicano.
Al analizar la situación internacional en ese mitin
(eran las vísperas de la Segunda Guerra Mundial),
Trotsky fue desenmascarado; estaba derrotado polí-
ticamente, exhibido por sus excesos reaccionarios al
hacerle el juego a Hitler y Mussolini contra la Unión
Soviética.
107
En esos días, Hernán Laborde llamó a Rafael Ca-
rrillo y Valentín Campa, ambos miembros del secre-
tariado del Comité Central, para tratar un problema
confidencial sumamente delicado. Se trataba de lo que
le había comunicado un camarada que se acreditaba
como delegado de la iii Internacional Comunista; éste
le había planteado la decisión de eliminar a Trotsky,
y le requería su cooperación personal como secretario
general del partido, y la de un equipo adecuado para
asegurar la eliminación de aquél. Laborde le dijo que
era un problema sumamente delicado, que el Partido
Comunista consideraba a Trotsky como un político
derrotado y que necesitaba unos días para resolverle.
El enviado de la iii Internacional le indicó que nadie
más debería saber de este asunto, pues era estrictamente
confidencial.
Sin embargo, Laborde decidió tratar el caso con
Carrillo y Campa, coincidiendo los tres en que era un
problema sumamente grave y estrictamente secreto.
Con mucha calma y cuidado examinaron el problema.
Después del análisis, concluyeron que Trotsky estaba
políticamente derrotado, que su influencia era casi
nula, y que además lo estaban exhibiendo en todo el
mundo. Su eliminación, por otra parte, traería como
consecuencia un gran daño para el Partido Comunis-
ta Mexicano y para el movimiento revolucionario en
México, así como para el Partido Comunista Sovié-
tico, la Unión Soviética y el movimiento comunista
internacional en su conjunto. Decidieron que era
evidentemente un grave error el planteamiento de la
eliminación de Trotsky.
Expuesto este punto de vista, Laborde le expresó
al delegado de la iii Internacional la decisión. Dicho
representante lo amenazó, le dijo que se atuviera a las
108
consecuencias derivadas de su actitud, puesto que la
indisciplina a la iii Internacional se pagaba muy cara.
Ante las amenazas del enviado de la iii Internacio-
nal, examinaron en el secretariado el problema y se de-
cidió ir a Nueva York para entrevistar a Earl Browder,
miembro del comité ejecutivo de la iii Internacional.
Laborde, Carrillo y Campa se trasladaron en automó-
vil hasta Nueva York y hablaron con Browder, expo-
niéndole en detalle todo el problema, y sin meditarlo
demasiado Browder les manifestó categóricamente que
estaba de acuerdo con ellos, conminándolos a no tratar
ya nada con el enviado, él iría a Moscú y explicaría el
problema.
A las pocas semanas, se presentaron movimientos
muy sospechosos. Llegó a México Vittorio Codovilla,
argentino; Martínez, venezolano; y otros enviados
por la iii Internacional Comunista, supuestamente a
cooperar con el Partido Comunista Mexicano, ante la
situación crítica en que se encontraba. Luego se obser-
vó la intervención directa de los enviados en todos los
asuntos del pcm. Se colocó a Laborde y a Campa en el
banquillo de los acusados, por seguir –según señaló
el partido– una línea sectaria oportunista.
El oportunismo residía en la línea de “unidad a toda
costa”. En efecto, era oportunista; pero ellos se hacían
de la vista gorda, pretendían no saber que dicha línea
había sido en cierto sentido impuesta por la Interna-
cional Comunista, no obstante nuestra resistencia, en
junio de 1937. De tal suerte que resultaba bastante gro-
tesco que, siendo una línea establecida en México en
forma indicativa, en disciplina a la Internacional y con
la intervención directa de Browder, ahora por aplicarla
se nos acusara de oportunistas. Así fue como se desen-
volvió toda una actividad muy deshonesta, basada en
109
intrigas, particularmente contra Laborde y contra mí.
Se suspendió a Laborde de la secretaría general; a mí,
del Buró Político; y se integró una llamada Comisión
Depuradora de la Dirección del Partido, encabezada
por Andrés García Salgado. Pocos años después, éste
se convirtió en un sindicalero gobiernista.
Yo siempre, con toda buena fe, había sostenido que
la categoría marxista-leninista no debería extenderse a
Stalin, pero internacionalmente ya era una costumbre
hablar de marxismo-leninismo-estalinismo. Yo me
rehusaba, al mismo tiempo que manifestaba la admi-
ración que tenía por Stalin y lo valioso de su actuación,
aduciendo que si estaba en contra de que se elevara a
la categoría de Marx y de Lenin, era porque al fin y al
cabo todavía vivía, y esas categorías se hacían con el
balance definitivo de los que ya habían muerto. Yo dicté
el material diciendo marxista-leninista a propósito de
un tópico, pero la compañera que lo hizo le agregó
“estalinista”. Cuando le reclamé, me dijo que todo el
mundo decía marxismo-leninismo-estalinismo. “Será
todo el mundo, pero yo no”, le dije, y taché estalinismo.
El original con las tachaduras se presentó como prueba
de que yo era trotskista.
Llegamos así al congreso extraordinario en el cual se
nos expulsó. Yo me presenté a él y rechacé los cargos
que se nos imputaban. Laborde no se presentó, por-
que dijo que era evidentemente una farsa; él ya estaba
convencido de que Stalin estaba participando en todo
el problema de la liquidación de Trotsky y en la utiliza-
ción de la Internacional Comunista en contra nuestra,
por la actitud que asumíamos. Él siempre había tenido
un buen concepto de Stalin, pero ahora lo rectificaba,
pues esto era un hecho sumamente grave. Indignado
por sus maniobras, en una ocasión llegó a decir que
110
Stalin era “un cabrón”. Examinamos la situación en que
se nos colocaba. Al ser expulsados, todas las agencias
internacionales, particularmente las norteamericanas,
nos asediaron; querían declaraciones de nuestra parte,
pues Trotsky había escrito un artículo señalando que
nuestra expulsión tenía relación con las intenciones
de Stalin de liquidarlo.

El ambiente general en el movimiento comunista inter-


nacional, era de una disciplina incondicional a la iii In-
ternacional, dirigida por el pcus; plantear discrepancias,
implicaba expulsión del movimiento comunista, con la
satanización correspondiente.
Mientras Laborde y Campa eran juzgados por el par-
tido, comenzaron a circular rumores de que Siqueiros
estaba organizando un equipo para asaltar la casa de
Trotsky. Sobre el atentado, el mismo Siqueiros comentó:

Stalin estaba preocupado de que en su exilio en Méxi-


co, Trotsky pudiera ser el centro de otro movimiento
chovinista que buscara sustituirse a sí mismo por el
poder soviético, así que ordenó a un alto funcionario
de la nksd, Leonid Eitington, organizar la liquidación
física de Trotsky, y le concedió medios ilimitados.
Pero el líder del Partido Comunista Mexicano,
Laborde, se mostró renuente a apoyar este acto de vio-
lencia, y en la práctica se negó a ayudar… Finalmente,
Laborde y su gente fueron expulsados y el partido fue
dejado bajo nuestro control.42

Fracasado el intento de Siqueiros y su equipo en el


asalto a la casa de Trotsky, se puso en práctica una ter-

  Guadalupe Pacheco et al, Cárdenas y la izquierda mexicana, p. 59.


42

111
cera variante: Ramón Mercader, que operaba bajo el
seudónimo de Jacques Monard, asesinó a Trotsky la
tarde del 20 de agosto de 1940.43 Estos hechos fueron
el detonante de un conflicto político para el pc y para el
movimiento comunista internacional. La liquidación de
Trotsky provocó una campaña de grandes proporciones
contra el Partido Comunista Mexicano, el movimiento
comunista internacional y la Unión Soviética.44

De acuerdo al testimonio de Fernanda Campa:


43

Trotsky vivió en la «Casa Azul» de Frida y Diego, en Co-


yoacán, hasta la ruptura política que se dio con Diego Rivera
en 1939. En ese año, cambió su residencia a la calle de Viena,
también en Coyoacán, donde vivió hasta el día de su muerte.
En esa casa, Trotsky sufrió dos atentados; el primero de ellos
ocurrido en mayo de 1940. Se dice que durante la madrugada,
un comando de veinte hombres armados, comandados por
Leopoldo Arenal Bastar, y entre los que se encontraba su cu-
ñado el pintor David Alfaro Siqueiros, logró penetrar a la casa
con la complicidad de Robert Sheldon Hart, un guardaespal-
das de Trotsky que era un agente doble. Hay un relato increíble
donde los intrusos dispararon cerca de cuatrocientos tiros con
armas de grueso calibre, pero que los guardias de Trotsky repe-
lieron a los intrusos, quienes huyeron sin lograr su cometido.
Tres meses más tarde, el 20 de agosto de 1940, Trotsky
sufrió un segundo atentado en esa misma casa, atentado que
le costó la vida.

  Como antecedente, se debe tomar en cuenta la versión que Va-


44

lentín Campa escribió en su libro testimonial:

A fines de 1936, se había integrado en Washington un comité


conocido con el nombre de Dies, presidido por un congresista
de ese apellido, quien junto con otros influyentes reaccionarios
de aquel país, realizó intensa propaganda para que Estados
Unidos participara en la Segunda Guerra Mundial al lado de
Hitler, de Mussolini y del imperio japonés, y contra la Unión
Soviética. El comité Dies organizó una serie de audiencias
112
Al respecto, Fernanda Campa señaló que el asesinato
de Trotsky produjo la brusca interrupción artificial de
un proceso político en la evolución natural de los comu-
nistas mexicanos, y sentó las bases de una división entre
revolucionarios radicales desobedientes de la burocracia
internacional encabezada por la Comintern en ese en-
tonces y aquellos colaboracionistas obedientes del estali-
nismo mundial. Cuando la Comintern decidió eliminar
a Trotsky, hubo una serie de tentativas encabezadas por
Earl Browder, secretario general del pc de Estados Uni-
dos, quién les planteó directamente a Hernán Laborde y
a Valentín Campa esa posibilidad.
Consuelo era la traductora en esas reuniones, y por ello
quedó como testigo de la tajante respuesta de Hernán y
Valentín: “Nosotros somos revolucionarios, no asesinos.”
A partir de entonces, se dio en la Comintern la decisión
de expulsarlos de la dirección del pcm, para lo cual usaron
maniobras diversas.45

públicas e invitó a Trotsky y a Diego Rivera para acudir ante


la Cámara de Representantes de Washington.
Diego Rivera, como dirigente de la iv Internacional de
Trotsky, participó en esa campaña anticomunista y ultrarreac-
cionaria encabezada por el comité Dies, haciendo un claro
juego a los fascistas y sirviendo, evidentemente, a los intereses
del imperialismo. Trotsky también fue invitado personalmente
para concurrir ante el comité Dies, pero, más inteligente, se
rehusó a acudir. Lo que hizo, en cambio, fue cooperar con
declaraciones, con escritos y en otras formas.
Diego Rivera, en calidad de dirigente de la iv Internacional,
cooperó ampliamente con toda la actividad del comité Dies
contra la urss, contra el Partido Comunista Mexicano y, en
particular, contra el camarada Hernán Laborde.

  La política de unidad a toda costa, fue implementada en México


45

por la Comintern, con Lombardo Toledano por delante, muy


acorde con los frentes amplios promovidos en aquella época, y
113
17. La fundación del Partido Obrero Campesino
de México (pocm)

La consigna de asesinar a Trotsky, provocó una grave


crisis en el Partido Comunista Mexicano; las medidas
erróneas que se dictaron después desde la dirigencia,
condenaron al fracaso el futuro de este joven partido. La
crisis al interior del pcm se hizo pública y notoria una vez
expulsados Hernán Laborde y Valentín Campa, durante
la celebración de su congreso extraordinario en 1940. No
fueron las únicas expulsiones; aparte de ellos salieron de-
cenas de dirigentes que habían contribuido notablemente
a la organización y crecimiento del partido en los años
anteriores, y entre esos dirigentes expulsados se encon-
traba también Consuelo Uranga.
Ya designado Dionisio Encina como secretario general
del pcm, se antepuso la disciplina monolítica del partido
por encima del derecho de sus militantes a proponer y
a disentir. Mucho tuvieron que ver en la línea errática
del partido, las consignas que desde el exterior dictaba
la dirigencia de la iii Internacional, encabezada por Earl
Browder.
El pcm contaba en esos primeros años de la década
de 1940, con tan sólo unos tres mil miembros, contra
unos diecisiete mil que había llegado a tener a fines de los
años treinta; pero el sectarismo era tal, que a pesar de
este pequeño número de militantes y de sus repercusio-

continuó con el apoyo del pcm a la candidatura de Miguel Alemán,


ya expulsados Laborde y Campa.
114
nes limitadas en su trabajo político, la dirigencia del pcm
se autocalificaba como la vanguardia del proletariado
mexicano.
El descontento latente desde la expulsión de Laborde
y Campa, estalló en septiembre de 1943; el buró político
suspendió la convención del Distrito Federal y disolvió
el comité respectivo. Protestaron por ese hecho Miguel
Ángel Velasco, Enrique Ramírez y Ramírez, Ángel Olivo,
Genaro Carnero Checa y Luis Torres. Pero no bien se
hacía la protesta, cuando ya la dirección política la califi-
caba de “conspiración”, expulsando a todos ellos del pcm.
Fue así como se creó, hacia fines de 1944, el Círculo
de Estudios y Acción José María Morelos (que después
simplificó su nombre por el de Círculo Morelos), y que,
como su nombre lo indica, se avocó al estudio de los
problemas nacionales y editaba un periódico, El Tricolor.
Pero las divisiones no terminaron ahí; después de que el
análisis erróneo de la dirección del pcm derivó en el apoyo
a la candidatura de Miguel Alemán en 1946, se provocó
un gran descontento entre sus militantes. Los inconformes
levantaron su voz durante la celebración del X Congreso
Nacional, en noviembre de 1947, pero sus ideas fueron
calificadas de labor fraccional.
En febrero del año siguiente, durante el pleno nacional
se señaló con índice de fuego a Carlos Sánchez Cárdenas,
Alberto Lumbreras, Alejandro Martínez Camberos y
otros camaradas más. Un mes después, el pleno extraor-
dinario del pcm acordó entre sus resoluciones suspender
a Prisciliano Almaguer, Sánchez Cárdenas, Martínez
Camberos, Aroche Parra, Lumbreras, Dolores Bravo,
Noé Barra y Luis Eduardo Delabra, que fueron expulsa-
dos. Se dijo que este grupo había tenido intenciones de
“apoderarse de la dirección”, y también se señalaba que
al mismo tiempo que se habían estado oponiendo a las
115
directrices del partido, habían buscado acercarse a los
expulsados de 1940 y 1943.
Los disidentes no tardaron ni un mes en reagruparse
para dar origen a un movimiento reivindicador, cuyas
ideas, expresadas en su órgano de difusión El Machete
Comunista, hacían énfasis en que el partido transitaba
por una profunda crisis, que era avivada aún más por la
dirección de Dionisio Encina, subordinada al gobierno
federal.
Finalmente, como fruto de un trabajo titánico entre
los comunistas expulsados, surgió en 1950 el Partido
Obrero Campesino Mexicano. Este nombre se adoptó
por propuesta de Valentín Campa, durante el congreso
del 18 al 22 de julio de ese año, enfatizándose que “el
partido seguía como línea el marxismo-leninismo”, y que
era un partido de “clase” de los obreros y los campesinos
de México, adoptando como lema: “Por la revolución
mexicana al socialismo”.
El Partido Obrero Campesino Mexicano (pocm ), se
había propuesto como meta inmediata la unidad de la
izquierda marxista, como un paso indispensable hacia
la consecución de la meta final: el socialismo. También
contó el nuevo partido con su himno:

Himno del pocm


Nuestros padres y abuelos sufrieron
junto a Hidalgo tormento feroz,
y con Juárez se hicieron chinacos
que después traicionó el dictador.
Con Zapata y con Villa pelearon
por la tierra y por la libertad…
hoy luchamos sabiendo que el tiempo
por la ruta de Lenin vendrá,
el partido es la senda y el rumbo,
116
proletario, tu puesto aquí está;
proletario, tu puesto aquí está.
Ya no más demagogos caudillos,
basta ya de seguir al burgués,
que claudica ante el imperialista
por salvar su mezquino interés.
A la luz de la idea comunista,
lucharemos por nuestro país;
somos fiel, intrépida vanguardia,
de la clase más firme en la lid,
la victoria será de sus armas,
y esas armas se forjan aquí,
y esas armas se forjan aquí.
Aquí estamos los trabajadores
que ganamos el pan con sudor,
más unidos y alertas marchamos
construyendo una vida mejor.
Aquí van expoliados obreros,
campesinos que herró el capataz,
aquí van los sepultureros
del burgués y del amo feudal,
aquí estamos los parias y esclavos
cuyos hijos ya no lo serán,
cuyos hijos ya no lo serán.

Muy pronto se formó también el periódico del partido,


al que se dio por nombre Noviembre, siendo nombrada
Consuelo Uranga como la directora; sin embargo no
permaneció mucho tiempo en ese puesto, porque ella no
aceptaba fácilmente los lineamientos dogmáticos y aquí
se enfrentó de nuevo a lo mismo. Entre las notas que se
publicaron en aquellos años, se incluyeron los avances
de la guerrilla rebelde de Cuba, encabezada por el joven
Fidel Castro, contra el dictador Batista; pero en la di-
117
rección del pocm, algunos externaron dudas acerca del
aventurerismo de la guerrilla y censuraron el apoyo que
en las páginas de Noviembre se le estaba externando. Por
esta censura, que consideró injusta, Consuelo renunció
a la dirección, convencida de que era una guerrilla que
requería de toda la solidaridad posible en ese período
antes del triunfo.
Aunque fue un partido formado por un reducido
número de militantes, el pocm logró en muy pocos años
incidir en el movimiento general de la izquierda mexicana;
nunca cejaron sus militantes en el proyecto unitario de la
izquierda mexicana y en la organización del proletariado,
participando de lleno en grandes huelgas ferrocarrileras
y magisteriales de finales de la década de los cincuenta.46

  Para conocer en detalle la historia del partido, se recomienda:


46

Alonso Jorge, En busca de la convergencia, El Partido Obrero


Campesino Mexicano, México, pocm, Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropología Social, Ediciones de la
Casa Chata, 33, 1990, 442 pp.
118
18. La huelga de Nueva Rosita

El 20 de enero de 1951, los mineros de Nueva Rosita,


Coahuila, de la Sección 14 del sindicato, iniciaron una
marcha de mil cuatrocientos kilómetros, de ahí a la Ciudad
de México; habían sostenido una huelga de tres meses. El
grupo democratizador, disidente del sindicalismo oficial
liderado por Antonio García, había tomado la decisión de
lanzarse a la huelga después de que las empresas se nega-
ron a negociar con ellos, argumentando que no tenían la
representación legal ni el reconocimiento de la Secretaría
del Trabajo. Con todo el apoyo del gobierno y del propio
sindicato minero, la asarco despidió a varios mineros
inconformes, contrató esquiroles, retuvo salarios, congeló
los fondos sindicales y clausuró la cooperativa y la clínica,
mientras el ejército se apoderaba de las calles y se prohi-
bían las reuniones públicas. Sin tener plena conciencia de
ello, los mineros estaban emprendiendo una lucha en la
que se enfrentaban contra el proyecto impulsado por el
presidente Miguel Alemán, en favor del capital extranjero.
En estas condiciones, el 20 de enero, cuatro mil qui-
nientos mineros decidieron llevar su movimiento al co-
razón de la república. Llegaron al Zócalo el 10 de marzo
de 1951 y luego se trasladaron al Deportivo 18 de Mar-
zo, de Azcapotzalco, donde permanecieron 112 días sin
que nadie atendiera sus justas demandas laborales.
Durante las diez semanas de caminata, los mineros
fueron auxiliados en cada una de las poblaciones que fue-
ron tocando desde el estado de Coahuila, pero fue en la
Ciudad de México donde la solidaridad se expresó con
119
mayores bríos. Una gran multitud los recibió en su trayec-
to desde Indios Verdes hasta el Monumento de la Revolu-
ción, en donde montaron una guardia de honor antes de
continuar hasta el Zócalo, para demandar al presidente
Miguel Alemán audiencia y solución a sus demandas.
Al respecto, comenta Fernanda:
Mi madre estuvo entre las mujeres más solidarias y
combativas, luchando al lado de los mineros todo el
tiempo que permanecieron en su campamento: partici-
paba en los mítines, hacía escritos y organizaba cuadros
artísticos para despertar la conciencia de la gente y el
apoyo a los mineros. Desde el principio, nuestra casa
se convirtió en un lugar de refugio para las familias de
los mineros; decenas de mujeres acudían a comer, a
descansar, a bañarse y a lavar su ropa.
El 10 de abril, los mineros intentaron realizar un mi-
tin frente al edificio de la Suprema Corte y fueron bru-
talmente dispersados por la policía, en las calles 20 de
Noviembre, Venustiano Carranza y Pino Suárez; cien-
tos de personas fueron golpeadas y mi madre se en-
contraba entre ellas. La Suprema Corte emitió un fallo
desfavorable; enseguida, Miguel Alemán declaró ilegal
la huelga y el 20 de abril los mineros de la Caravana
del Hambre fueron sacados del parque 18 de marzo
y obligados a regresar a Nueva Rosita. Solamente
ochocientos mineros fueron reinstalados, pero en
condiciones humillantes; algunos tomaron la opción
de créditos que el gobierno les ofreció para trabajar las
tierras, y otros más se fueron a trabajar en las piscas de
Estados Unidos.47

  Esta fue una de las luchas heroicas que hicieron historia durante
47

la década de los cincuenta. El 28 de noviembre, más de sesenta


voces, entre ex caravaneros, familiares y descendientes, se reunie-
120
19. Movimiento electoral en apoyo
a Miguel Henríquez

En 1952, Consuelo se incorporó al movimiento electo-


ral apoyando la campaña del general Miguel Henríquez
Guzmán, opositor de Adolfo Ruiz Cortines, candidato
del partido oficial a la presidencia de la república. El
presidente Miguel Alemán, cuyo gobierno se había carac-
terizado por el entreguismo hacia los Estados Unidos y
por las prácticas autoritarias de control político, evidenció
en 1950 su intención de reelegirse, al anunciar la reforma
del artículo 39 de la Constitución. Esta acción desató una
intensa ola de opiniones adversas y no tuvo más opción
que dar marcha atrás a sus pretensiones reeleccionistas.48
En este contexto, el expresidente Lázaro Cárdenas ani-
mó al general Miguel Henríquez Guzmán para que parti-
cipara, y la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano
(fppm) lo registró como candidato.49
Adolfo Ruiz Cortines fue el candidato del pri , del
Partido Nacionalista Mexicano, del Partido Popular de
Vicente Lombardo Toledano, y a esta candidatura se su-

ron para dar fe de su historia, con la única consigna de que no se


olvidara esta gesta, para que no se volviera a repetir nada igual.
48
  Ver artículo de Guadalupe Ángeles, en revista Sexenio del 14 de
octubre de 2014.
49
  Esta organización se había fundado en 1946, y estaba muy in-
fluida por el ex presidente Lázaro Cárdenas. Participaban en ella
políticos y ex funcionarios que habían estado en la administración
cardenista y durante el gobierno de Ávila Camacho; incluso al-
gunos militares de alto rango, como Marcelino García Barragán.
121
maron también el Partido Comunista y el Partido Obrero
Campesino Mexicano, ambos sin registro oficial.
Consuelo Uranga y varias decenas de compañeros
militantes del pocm, se habían opuesto tajantemente a
darle su apoyo a Ruiz Cortines, y al no lograr evitar su
postulación por el pocm decidieron indisciplinarse, apo-
yando activamente la candidatura de Henríquez.
En julio de 1951, el general Henríquez tomó posesión
formal como candidato oficial de la fppm. La campaña
duró casi once meses, y en ese tiempo Consuelo se en-
tregó con entusiasmo a la campaña en las colonias de
la periferia de la Ciudad de México. El discurso central
giraba en torno a la necesidad de retomar el proyecto
nacional revolucionario, traicionado por el gobierno de
Alemán. Sus principales propuestas se basaron en la rei-
vindicación de la política agraria, el respeto a las leyes en
materia de legislación laboral, en particular respecto a la
independencia de los sindicatos del Estado y al respeto
al derecho a huelga, la defensa de la soberanía nacional,
el impulso a la iniciativa privada nacional y el derecho
al voto femenino, así como la reivindicación de los de-
rechos democráticos de los ciudadanos y el rechazo a la
imposición de un candidato oficial.
El pri, con todo el apoyo del gobierno de Miguel Ale-
mán, desató una campaña de ataques contra Henríquez,
acusándolo de promover la violencia y la división, aprove-
chando que éste era militar y que junto con él participaban
varios militares de alto rango, que se identificaban con los
ideales de la revolución y llamaban al pueblo a defenderla
contra los traidores.
Durante la campaña electoral, se difundieron por todo
el país miles de carteles en los que se presentaba al joven
Ruiz Cortines brindándole su apoyo a los invasores yan-
quis que ocuparon el puerto de Veracruz en el año 1914.
122
Alarmados por el rechazo a su candidato y por la gran
simpatía que estaba logrando Henríquez, los del Partido
Revolucionario Institucional, el día de las elecciones, saca-
ron al ejército de los cuarteles y a la policía para intimidar
a los electores, con el pretexto de vigilar las casillas. Por
otra parte, se prepararon con todas las trampas fraudulen-
tas que hasta entonces habían experimentado, principal-
mente en la elaboración del padrón, en el nombramiento
de los funcionarios de casillas y en la ubicación de las
mismas, mientras que a muchos de los que identificaban
en cada pueblo como opositores, les obstaculizaron la
entrega de la credencial para votar. Durante el conteo de
sufragios no se permitió el acceso a representantes de la
oposición, y con todo esto consumaron el mayor fraude
realizado por un gobierno “de la revolución”.
No obstante, al final de la votación los simpatizantes
de Henríquez asumieron que habían triunfado y convo-
caron al día siguiente a la celebración de la victoria en
la Alameda Central de la Ciudad de México. Entre los
miles de concurrentes estuvo presente Consuelo Uranga,
cuando fueron atacados por la policía y el ejército.50
El Partido Acción Nacional, que participaba por pri-
mera vez en una elección presidencial desde su fundación
en 1939, con el candidato Efraín González Luna, se
mantuvo en silencio después de los acontecimientos de
La Alameda.
El gobierno de Ruiz Cortines se impuso contra toda
evidencia de que se había cometido fraude. A la Fede-
ración de Partidos del Pueblo Mexicano se le retiró el
registro en 1954, aprovechando que en la madrugada
  Nunca se supo el número real de muertos y heridos. Oficialmente
50

se reconoció que habían resultado unos cuantos heridos y un


muerto; sin embargo, el 7 de julio de 1952 quedó en la historia
como la primera masacre del gobierno contra el pueblo de México.
123
del 15 de enero de 1954, en Delicias, Chihuahua, se había
levantado en armas Emiliano Julio Laing, ex presidente
municipal, identificado como dirigente local del movi-
miento henriquista.

124
20. Solidaridad internacionalista

En 1953, Consuelo participó en las acciones solidarias


en favor de Ethel y Julius Rosenberg, que habían sido
acusados de simpatizar con el comunismo y de haber
revelado los secretos de la bomba atómica a los soviéti-
cos. Poco después fueron procesados y condenados, por
el gobierno de los Estados Unidos, a morir ejecutados
en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953, siendo ésta la
primera ejecución de civiles por espionaje en la historia
de Estados Unidos.
En 1966, David Greenglass, hermano de Ethel, que
había sido señalado como el autor del espionaje y directo
responsable, manifestó haber acusado falsamente a su
hermana y cuñado bajo las amenazas del fbi. Este injusto
y lamentable acontecimiento, confirmó el ambiente de
histeria macartista anticomunista que desató la persecu-
ción contra todos los ciudadanos norteamericanos que
simpatizaran o que fueron sospechosos de simpatizar con
la izquierda y el comunismo. David Greenglass había sido
sentenciado a sólo quince años de condena por su confe-
sión y colaboración; salió libre cuando cumplió diez años,
y después fue cuando declaró su complicidad con el fbi.
Al año siguiente (1954), Consuelo participó en la
defensa de la democracia en Guatemala y en contra del
golpe militar auspiciado por la cia en aquel país, y tam-
bién en esos años se mantuvo muy atenta a las acciones
de los guerrilleros cubanos en contra de la dictadura de
Fulgencio Batista.

125
21. Con los maestros del Movimiento
Revolucionario

En 1958, mientras se desarrollaba en Cuba la exitosa cam-


paña de los guerrilleros castristas, en México el movimien-
to magisterial de 1958 evolucionó como un movimiento
social de desobediencia, con una gran huelga en la que
participaron maestros, intelectuales, obreros y profesio-
nistas, y que fue reprimido por el gobierno mexicano.
En el mes de abril de 1958, el Movimiento Revolucio-
nario del Magisterio (mrm) salió de nuevo a las calles, pues
ya en 1956 el Frente Sindical Magisterial, encabezado por
el gran líder magisterial Othón Salazar, había organizado
la lucha de la sección novena del snte, con el fin de pedir
mejoras salariales y democracia sindical. Contagiados por
la lucha de otros sindicatos, como el de los telegrafistas,
el de los ferrocarrileros y el de los médicos, en pleno
periodo electoral, los maestros de primaria emplazaron
a la Secretaría de Educación Pública el 14% de aumento
salarial, o en su defecto estallarían la huelga, de acuerdo
con la ley.
El 12 de abril de 1958 se desbordó ese descontento,
pues los maestros de primaria invadieron el Zócalo. La
respuesta represiva de las autoridades no se hizo esperar,
habiendo varios muertos y decenas de heridos. Lejos de
resolver el movimiento, la política de intolerancia gobier-
nista le dio un nuevo sesgo.
El 19 de abril, el mrm organizó una marcha del Monu-
mento a la Revolución hasta la Plaza de la Constitución,
exigiendo, además de su aumento salarial, castigo a las
126
autoridades culpables de la represión. Ese mismo día,
los maestros de la sección novena suspendieron labores
y los dirigentes del mrm desconocieron a los líderes sindi-
cales y entregaron el pliego petitorio a la sep, que intentó
evadir el conflicto y cerrar las puertas. La respuesta de la
sep fue una provocación, ya que decían que la solución
magisterial tendría que hacerse por conducto del sindi-
cato charro, pues no se podían resolver los problemas con
movimientos calificados de ilegales.
A pesar de la evasión de las autoridades, el movimiento
magisterial no se desalentó. El 30 de abril, el mrm decidió
tomar los patios de las oficinas de la sep, hasta no ver
una solución al conflicto. La ocupación de la sep por los
othonistas fue durante casi un mes; más de mil quinientos
maestros realizaron dos mítines diarios, en los patios del
edificio de las calles de Argentina y González Obregón.
Al mismo tiempo, el magisterio del df, encabezado
por Othón Salazar, tomó los patios de la Normal y las
primarias anexas, desde donde había asambleas diarias
y se organizaba la solidaridad con los diversos sectores
movilizados –en donde, entre otros camaradas, participa-
ba Consuelo Uranga–, especialmente con los estudiantes
politécnicos del Casco de Santo Tomás. Se realizaban
pintas por las noches, ya que estaban prohibidas, organi-
zadas en brigadas especiales, y durante el día se repartían
volantes en brigadas distribuidas por la ciudad.
Los maestros, que exigían el cese de la violencia, im-
ponían de facto el derecho de huelga y emplazaban al
gobierno en sus propios recintos. La ocupación de la sep,
encendió pasiones nada ocultas de la controladora e in-
jerencista iniciativa privada, que pedía el desalojo por la
fuerza: la canacintra exigía el control de la situación al
costo que fuera; la Asociación de Banqueros pedía una
limpieza total de socialistas y comunistas de las escue-
127
las, y los empresarios regiomontanos pedían que fuera
declarado un estado de sitio. Sin embargo, la indecisión
del gobierno, provocada por la campaña electoral, dio
solución al conflicto.
El 7 de septiembre, cuando el mrm se proponía realizar
una manifestación para exigir el reconocimiento de la
nueva dirigencia sindical y apoyar las demandas de los
ferrocarrileros, los maestros fueron reprimidos de forma
violenta. Antes de la realización del mitin, Othón Salazar
y los principales dirigentes fueron aprehendidos, tortura-
dos y encarcelados.

128
22. Con Rubén Jaramillo

En los años siguientes, Consuelo apoyó de diversas mane-


ras el movimiento de los ferrocarrileros (1959), y después
participó en las movilizaciones en defensa de la revolución
cubana (1961). En estos años se había integrado junto con
Fernanda, su hija, a una organización de campesinos que
dirigía Rubén Jaramillo en Xochimilco, sur del df y Mo-
relos. Recuerda Fernanda Campa:51

Jaramillo y su mujer, Epifanía, realizaban grandes


esfuerzos por la reorganización de las luchas campe-
sinas, y Consuelo Uranga estaba comprometida en
este esfuerzo.
En el verano lluvioso de 1961, Consuelo, junto con
un grupo de compañeros de lucha, así como con Ja-
ramillo y Epifanía, estuvieron presentes en una de las
asambleas comunitarias de hombres, mujeres y jóvenes,
donde debíamos ayudar a organizar por comunidad
a cada sector, para la lucha por sus reivindicaciones
básicas; en esas estábamos cuando llegó una comisión
a avisar que más adelante había una emboscada para
Jaramillo y que debíamos retirarnos.
Ya era tarde y comenzó la retirada por los cañavera-
les, en plena lluvia, hasta llegar a una humilde chocita
donde nos secamos y nos dieron café caliente, además
de las noticias de la evolución del asedio. Con esa in-

  Entrevista a María Fernanda Campa en la Ciudad de México,


51

el 8 de mayo de 1993.
129
formación, retomamos las caminatas divididos, hasta
el amanecer, sin que se hubiera producido ningún
encuentro ni con los federales ni con los paramilita-
res, que vigilaban muy de cerca a Jaramillo, como se
confirmó unos meses después, con el asesinato de la
familia completa en Xochicalco.

Aquel día, el 23 de mayo de 1962, un destacamento


militar, apoyado por policías judiciales, sacó de su casa en
Tlalquitenango, Morelos, al dirigente campesino Rubén
Jaramillo, a su esposa Epifanía, que estaba embaraza-
da, y a sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Dos horas
después, la familia fue asesinada en las cercanías de las
ruinas de Xochicalco, consumándose así uno de los atro-
ces crímenes políticos del siglo xx mexicano, a cargo del
gobierno de Adolfo López Mateos, sin que a la fecha se
haya investigado ese crimen de lesa humanidad.
En 1962, Consuelo formó parte del comité directivo
del Movimiento de Liberación Nacional (mln), en el que
participó Lázaro Cárdenas como uno de los más intere-
sados.52 Ese mismo año participó en la organización del

  El Movimiento de Liberación Nacional tuvo muy corta vida.


52

En 1965 renunciaron algunos de sus dirigentes más reconocidos;


para entonces ya se había retirado también el general Lázaro
Cárdenas, y su salida influyó mucho para que se retiraran Con-
suelo Uranga y algunos integrantes del comité identificados con
el Partido Comunista.
En la última etapa de su vida, el mln se convirtió en un
pequeño grupo político que había dejado atrás su carácter de
frente amplio y unitario, a la sazón dirigido por Heberto Castillo.
A mediados de 1967, el Movimiento de Liberación Nacional
participó en la Conferencia Latinoamericana de Solidaridad, ce-
lebrada en La Habana, Cuba. De acuerdo con Fernanda Campa,
con la desaparición del mln terminó una etapa de la historia de
la lucha por la unidad de la izquierda mexicana.
130
congreso constituyente de la Central Campesina Indepen-
diente (cci), con el objetivo de organizar a los campesinos
fuera del control oficial.
En la fundación de la cci intervinieron decididamente
los integrantes del Movimiento de Liberación Nacional,
provocando entre las demás agrupaciones campesinas
una reacción feroz, bajo la acusación de que se pretendía
dividir al movimiento campesino. Estos ataques los enca-
bezaron los representantes de la Confederación Nacional
Campesina (cnc), quienes contaron con todo el apoyo de
la prensa nacional. También se unió a la campaña Jacinto
López, líder de la Unión General de Obreros y Campesi-
nos de México, y Vicente Lombardo Toledano, dirigente
del pps. Pero a pesar de la campaña, el congreso consti-
tuyente de la cci tuvo lugar del 6 al 8 de enero de 1963.
En la declaración de principios de dicha organización,
se señaló con claridad: “Esta central campesina es inde-
pendiente del poder público, de los terratenientes y de la
burguesía agraria, declarándose autónoma y libre frente a
sus enemigos de clase, además de fuerzas y personas que
confunden y frenan las luchas, en servicio de los intereses
de los viejos y nuevos ricos del campo y la ciudad.”
Con el fin de reclamar el respeto a los derechos huma-
nos y la justicia social, pero principalmente para denun-
ciar la política genocida de Estados Unidos en Vietnam,
el 28 de marzo de 1963 inició sus trabajos el Tribunal
Internacional de Crímenes de Guerra, conocido como el
Tribunal Russell, donde participaron muchos intelectuales
del mundo. En México, este organismo estuvo represen-
tado por Fernanda Navarro, secretaria del Tribunal, y
Consuelo Uranga.
El 19 de abril de 1963 se conocieron, a través de un
boletín, los primeros informes para la creación del Fren-
te Electoral del Pueblo (fep). Se señaló la necesidad de
131
formar un partido de izquierda para enfrentar al Partido
Revolucionario Institucional en las elecciones del año
siguiente, y se informaba que se seguirían todos los pasos
indicados en la ley electoral para lograr el registro formal
del nuevo partido.
Días después, el 22 de abril, se dio a conocer la plata-
forma electoral del fep, y se presentó públicamente a los
integrantes de la junta nacional organizadora: Ramón
Danzós Palomino, Mario Hernández, Braulio Maldona-
do, Manuel Terrazas y Genaro Vázquez.
Uno de los principales requisitos para que el fep reci-
biera su registro, consistía en que presentaran la solicitud
acompañada de setenta y cinco mil firmas, según la ley
electoral; esto lo resolvieron sin problemas, logrando
reunir 83,483 afiliados en veinticinco estados de la re-
pública.
El 23 de junio presentaron toda la documentación
requerida; sin embargo, se les negó el registro con el pre-
texto de que los documentos entregados eran fraudulentos
porque, según expertos en grafología y dactiloscopia de
la Procuraduría General de la República, se habían falsi-
ficado muchas firmas.
A pesar de no haber obtenido el registro, los militantes
del Frente Electoral del Pueblo realizaron una intensa
campaña, y en muchos distritos electorales del país par-
ticiparon con sus propios candidatos. Consuelo Uranga
fue candidata a diputada por el distrito de Xochimilco, y
realizó una gran campaña con un comité encabezado por
Rosa Puig y Hugo Ponce de León, en un Buick viejo que
se movía en todo el territorio para distribuir propaganda
y realizar mítines.

132
23. En el corazón de Fernanda53

Ella era una mujer de colores vivos. Poseía cierta cadencia


en el vivir, a partir de una reflexión profunda de la que
emergía para transmitir con pasión sus pensamientos.
Nunca vana y menos solemne, la lastimaban profunda-
mente la vulgaridad y la ignorancia pretenciosas. Siempre
digna, envuelta en una atmósfera propia de honestidad,
delicadeza y valentía, por donde quiera que anduviera
imponía. Y era un ser orgulloso de nuestros pueblos,
conscientemente comprometida con todas las batallas de
los mejores hombres y mujeres por un mundo mejor. Fue
una mujer universal.
Única hija mujer, en medio de cinco hermanos; por
eso la llamaron Consuelo: el consuelo de su madre, el
consuelo de mi abuela, el consuelo de Mamamía… In-
quieta, nerviosa, “rebelde como los caballos finos”, decía
ella. De entre su cabello alazán y piel rosada, sobresalían
sus ojos inteligentes, verdes, extrañamente separados. Sus
enormes y bellas manos eran su orgullo. Sus piernas, dos
gruesos tubos que caían en unos pies fuertes, descalzos
siempre que podía. Era muy atractiva, sin ser hermosa,
y siempre sobresalía a pesar de sus esfuerzos por pasar
inadvertida. Cambió el sombrero y los guantes de su
juventud, por el rebozo y las blusas bordadas por manos
indígenas. Cambió los poemas y prosa existencial de su
juventud, por los volantes, manifiestos y periódicos de

  Testimonio de su hija María Fernanda Campa.


53

133
denuncia. Cuando murió, y aun antes, estaba orgullosa
de sus decisiones.
En relación con esto, hay una historia que ella me con-
tó; tú la ves en las fotos y éstas te confirman que de joven
andaba con guantes, sombrero y era muy elegante. Ella me
lo decía y yo lo creía, aunque, desde que yo me acuerdo,
siempre tuvo en la casa tres faldas, cuatro blusas mexi-
canas y su rebozo. Mi mamá siempre fue muy femenina,
y hay dos factores en el cambio de su arreglo personal:
uno, la capacidad de compra –la situación económica de
ella, que está relacionada con tener más lujos– es nula;
y otra, que es su visión estética de la vida… le fascinaba
la ropa del pueblo.
Consuelo nos comentaba que había devenido en ideas
ateas, reflexionadas a partir de las creencias de una familia
católica, plena de contradicciones con su educación en
un colegio cristiano protestante. Según ella, eso la había
hecho pensar acerca de la existencia, sobre la vida misma,
y a cuestionar los dogmas y explicaciones místicas, hasta
que finalmente se asumió como atea.
De mis recuerdos familiares, mi madre era atea pública,
y sus hermanos, católicos en mayor o menor grado; con
ellos aprendí algo de los rituales cristianos y mucho del
respeto y cariño mutuos, a pesar de las ideologías discre-
pantes de cada uno.
Mi papá contaba que la vio por primera vez en un mitin
que se había organizado afuera de una fábrica, en plena
persecución anticomunista, y que a la hora en que llegó la
policía a aprehenderlos se enfrentaron con lo que tenían
a la mano. Ella no estaba acostumbrada todavía a esos
zafarranchos, y se angustió tanto que gritaba: “¡Válgame
Dios!” “¡Ave María purísima!”… y por esa razón se ganó
el apodo de la monja; pero no le duró mucho, porque muy

134
pronto se transformó y superó la formación que había
recibido en Chihuahua.
Ella estudió en el Colegio Palmore de El Paso, Texas,
y contaba que cuando salía de vacaciones tomaba uno
de los camiones gringos que circulaban de ahí a ciudad
Juárez; en aquellos años, los asientos estaban separados:
una hilera era para los viajantes negros y otra para los
blancos; ella se sentaba invariablemente en la sección para
negros, y siempre los inspectores le llamaban la atención
y le exigían que ocupara el asiento que le correspondía
en la fila de los blancos… y como siempre se negaba, la
cosa terminaba en bronca y la echaban del camión.
Contaba también que cuando emigró a la Ciudad de
México, llevaba la intención plena de buscar a los del
Partido Comunista, porque deseaba participar activa-
mente en las luchas políticas; tenía como antecedente su
participación en la defensa de Sacco y Vanzetti (1927),
y su polémico discurso ante Álvaro Obregón en el mitin
principal de su campaña electoral en Chihuahua.
La década de 1930-1940 fue para ella muy importante;
sale de Chihuahua y se encuentra con un mundo y unos
compañeros totalmente diferentes a lo que había cono-
cido. La amistad entre ella y Siqueiros en esta etapa, fue
determinante. La primera vez que mi papá (Valentín) la
vio en ese mitin en que llegó la policía golpeando, ella
se defendió con valentía junto con los compañeros… y
entonces él se enamoró de ella.
En 1933 está en París, junto a las mujeres del más
elevado nivel ideológico e intelectual. Tenía la ventaja
de que hablaba perfectamente el inglés, y eso le permitió
estar presente en reuniones del más alto nivel; por eso
el asesinato de Trotsky y los más grandes problemas del
momento, los vivió antes que nadie. Cuando viajaba a
México el norteamericano Browder en representación
135
de la Internacional Comunista, ella era la encargada de
traducir los diálogos entre éste y Hernán Laborde. En
aquellos momentos estaba en pleno la lucha a muerte
entre los republicanos españoles contra el fascismo, la
segunda guerra mundial… y los conflictos entre algunos
líderes del comunismo mexicano y Stalin, a la vuelta de
la esquina.
En los treinta, es de las pioneras del movimiento re-
volucionario y participa en una serie de cuestiones muy
importantes, como la fundación de la Liga de Escritores y
Artistas Revolucionarios, la organización del movimiento
obrero nacional, la lucha por los derechos civiles de la
mujer, la fundación del Frente Democrático de Mujeres,
y en las comisiones de apoyo a la república española.
La Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (lear)
fue, como su nombre lo indica, una asociación de artistas
y escritores mexicanos con conciencia social, emanada
de la entonces reciente revolución mexicana.54
Los miembros de la lear difundían las ideas revolucio-
narias en sus escritos y trabajos artísticos, luchando contra
el sistema político y, en particular, contra la censura del
gobierno en el arte. Se oponían a la guerra, a las políticas
de Hitler y Mussolini, y estaban a favor de la República
durante la guerra civil española, donde Consuelo Uranga

  Se fundó en 1933, en la casa del famoso grabador Leopoldo


54

Méndez, quien sería el primer presidente de la asociación, luego


de la disolución del Sindicato de Trabajadores Técnicos, Pintores
y Escultores. Se definió como la sección mexicana de la Unión
Internacional de Escritores Revolucionarios; la última, fundada
por la Comintern en la Unión Soviética en 1930.
El primer secretario de la lear, fue Luis Arenal Bastar; otros
miembros fundadores fueron: Juan de la Cabada, Pablo O’Higgins,
Xavier Guerrero, Ermilo Abreu Gómez, Alfredo Zalce, Fernando
Gamboa, Santos Balmori, Clara Porcet, Ángel Bracho y Consuelo
Uranga, entre otros.
136
destacó en el envío de voluntarios, entre los cuales estuvo
Siqueiros.
El órgano de la lear fue el periódico Frente a Frente,
ilustrado por Pablo O’Higgins y otros. Después de que
los artistas mexicanos obtuvieran más libertades artísticas
en su trabajo durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, la
lear se dispersó en 1938.55
Ella era mujer muy abierta y muy tolerante; además
era muy culta y entendía muy bien los problemas, se mo-
vía muy bien en la complejidad del movimiento comunista
nacional y en la cotidianeidad de su vida como mujer y
como madre, donde se comprometía con la gente y con
sus problemas elementales.
Uno de los grandes méritos de mi mamá, fue que ella
participó de lleno en la formación del sindicato petrolero
en la región de Tabasco, siendo muy joven, soltera y entre
puros hombres. Pero ese no era problema, ella sabía cómo
tenía que moverse entre los trabajadores; las dificultades
mayores estaban en la forma en que las compañías contro-
laban, por medio de guardias blancas y espías, cualquier
actividad de organización.
Cuando ella llegó a la región petrolera, se dedicó de
inmediato a organizar; y aunque hacía el trabajo clan-
destinamente, llegó el día en que las guardias blancas y
la policía se enteraron de que algo se estaba gestando;
investigaron, y cuando la descubrieron, ella enfrentó la
situación abiertamente, junto con los líderes locales, que
eran personas muy capaces. La represión fue bestial; de
tal magnitud, que los guardias de la empresa empezaron
a buscar la manera de asesinarlos a ella y a los dirigentes,
y tuvieron que sacarla de noche y oculta, con mucho cui-
  Ver Leopoldo Méndez, Artista de un pueblo en lucha, México, Centro
55

de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, e Instituto


de Investigaciones Estéticas, unam, 1981, p. 50.
137
dado; para entonces ya había dejado una organización,
que funcionó muy bien.
Esos trabajos de los pioneros fueron los que sentaron
las bases para la defensa del petróleo y la posibilidad de la
expropiación; sin esa organización previa, no se hubiera
podido expropiar el petróleo.
Cuando se decretó la expropiación del petróleo, Con-
suelo ya estaba en México participando en todas las acti-
vidades del partido, organizando las famosas campañas de
colectas masivas en el Zócalo: colectas de dinero, pollos
y todo lo que traía el pueblo para juntar dinero para “in-
demnizar” a las empresas.
Nadie mejor que ella supo que el voto para las muje-
res no fue una concesión gratuita de Ruiz Cortines, sino
resultado del trabajo de muchos años y del sacrificio de
muchas mujeres que, desde principios de siglo, habían le-
vantado la voz; pero especialmente durante los congresos
de los años treinta, donde las propuestas que ella presentó
le dieron bandera al movimiento.
Entre 1930 y 1940, hizo también trabajo campesino con
la gente de Chiapas y Oaxaca; y esos trabajos los hacía en
condiciones de miseria… pero también en condiciones de
igualdad y aplicando unos valores éticos tremendos: se
moría de hambre antes que utilizar el dinero del partido
que tenía destinado para otras tareas.
Consuelo tenía una gran facilidad para establecer rela-
ciones rápidamente con la gente, con toda clase de gente,
y una gran capacidad y sensibilidad para integrarse en
cualquier círculo. Mucha gente la recuerda con cariño.
Después de su separación del Partido Comunista, pasó
por momentos sumamente difíciles, pues Valentín, mi
papá, no le podía ayudar económicamente con la casa
ni con nada. Fueron sus hermanos Agustín y Salvador
quienes le ayudaban. Entonces ya era madre y tenía que
138
trabajar para mantenernos a Valentina y a mí, en un
ambiente hostil de anticomunismo y de misoginia. Un
ejemplo que mi madre solía platicar acerca de la cultura
de discriminación hacia las mujeres, tiene que ver con el
nacimiento de mi hermana, cuando en el hospital unos
compañeros de lucha expresaron su desilusión por ver una
niña (la primera hija de Valentín). Mi mamá, indignada,
simplemente les respondió que entre hombres como ellos
y mujeres como Rosa Luxemburgo, prefería sin dudar a
una niña.
No obstante las dificultades económicas, participó en
la fundación del Partido Obrero Campesino; allí trabajó
intensamente durante muchos años.
Nunca tuvo alguna pretensión para consigo misma,
nada de acumular riquezas; pero además tampoco he-
redó nada, pudiendo haberlo hecho, pues cuando murió
su mamá tenía algunas propiedades, pero ella les mandó
a sus hermanos su firma en blanco para que hicieran lo
que quisieran, manifestándoles que no tenía ningún interés.
Nosotras crecimos sin dios, pero mi mamá siempre nos
enseñó a respetar. Cuando éramos chiquitas, mi hermana
Valentina y yo éramos “pioneritas”, junto con los hijos
de otros comunistas. En una ocasión nos metimos en
una iglesia y empezamos a jugar con el agua bendita, y
mi mamá nos sacó, nos puso una reprimenda y nos dijo:
“Si quieren que les respeten las ideas, y eso es lo correcto,
ustedes tienen que respetar a los demás.” Eso no lo olvidé
nunca; tendría ocho años, pero ¡esa era Consuelo!
Mi hermana y yo estudiamos en el Politécnico; las dos
hicimos carrera de ingeniería, pero la única que se graduó
aquí fui yo, porque mi hermana se fue en 1967 a hacer el
postgrado a la urss. Ella fue una mujer muy inteligente;
se acordaba de cosas desde que tenía 3 años, edad en la
que aprendió a leer y escribir en el kínder.
139
Crecimos en el ambiente de una colonia de obreros
trabajadores, con casitas y con vida de barrio, que lindaba
con el campo (la Magdalena Mixchuca). Había establos,
un río, un ferrocarril y un canal ya seco, que transportaba
las verduras de Xochimilco hacía el mercado de Jamaica,
ubicado entonces en la calle de la Viga. El ferrocarril era el
límite con los llanos que ocupaba el campo aéreo militar.
Consuelo provenía de Chihuahua, así que en nuestro
hogar se continuaban las costumbres norteñas. Mi mamá
era la única mujer que vivía sola y con dos niñas pequeñas,
pero era una mujer muy querida en el barrio. Entre otras
cosas, los sábados y domingos nos íbamos con ella en
camión, a la manera pobre, a conocer algún lugar; pero
nos sacaba a pasear con toda la chiquillada, convertida
en la excursionista del colectivo. En ocasiones, íbamos
varios vecinos y nosotras con ella a un café de chinos, de
esos que proliferaban en el centro de la ciudad, y se ponía
a hablar con el dueño en otro idioma. De ahí se decía en
el vecindario que la “doña” hablaba chino. También nos
llevaba a mi hermana y a mí a los mítines y reuniones
políticas; le ayudábamos a repartir propaganda junto con
los hijos de otros militantes, nos hacía copartícipes de las
campañas por la paz y participábamos de su ambiente.
Era admirada, pues era muy culta pero de una sencillez
total. Se involucraba en todo lo que tenía que ver con la
vida social del barrio: participaba de las fiestas familiares,
de la noche del 15 de septiembre… pero se abstenía de
las actividades religiosas y nadie decía nada; aceptaban
que ella no acudía a la iglesia. En varias ocasiones en que
ella fue detenida por alguna protesta, nos socorrían los
vecinos; no me acuerdo haber sufrido la soledad.
Mi madre siempre estaba rodeada de amigos; en la
casa siempre teníamos visitas, tomaban café y fumaban.
Yo creo que entre mi mamá y Hernán Laborde hubo,
140
en algún momento, un sentimiento que iba más allá de
la amistad; espero no equivocarme, pero creo que hasta
pensaron en casarse, aunque no lo puedo afirmar, pero
era un hombre extraordinario. Me acuerdo que sabía de
Biología… de mil cosas… y venía mucho a mi casa y
mi mamá iba mucho con él, y él decidió ayudarle en sus
últimos años. Su compañera en De mujeres era Concha
Michel, la poetisa también feminista, y después se sepa-
raron. Pero mi mamá con él tenía una relación cultural
muy fuerte, porque Laborde tenía esa sensibilidad de una
cultura más universal que mi papá no tiene; eso también
mi mamá lo decía. Y así como Laborde, pues venían to-
dos sus cuates. Yo no sé quiénes pudieron haber sido sus
amantes o no; finalmente, es su vida. Lo que yo creo, es
que no era mojigata para nada.
Ella nos educó por la vía de los hechos, no de los rollos.
Sin ponerse a discutir las cuestiones del aborto, ella apoya-
ba moralmente a las muchachas que vivían en condiciones
difíciles en su casa; sustentaba el derecho de la mujer de
decidir dentro y fuera del matrimonio. Estaba muy ente-
rada de la vida en las casas, porque era la que inyectaba;
si le hablaban en la noche, se levantaba y se iba a inyectar
a quien lo necesitaba. No utilizaba sus servicios a cambio
de nada; lo hacía por generosidad, por solidaridad y ge-
nuino interés. Era muy observadora de todas las cosas en
la vida; incluso de aquéllas que para otras personas pasan
desapercibidas, como el timbre de voz, las manos, los
colores… Ella comparaba, en la cultura de rancho, con
los caballos; a ella le gustaban mucho los caballos y sabía
bastante; de joven, soñaba con tener un caballo.
Cuando era joven, ella tenía dinero y le gustaba arre-
glarse. “Las viejas gringas –decía– son una maravilla, por
detrás parecen jóvenes, porque siempre están arregladas
y en línea.”
141
Era muy práctica en todo; era femenina, tradicional…
y al mismo tiempo era feminista intransigente.
Cuando decía “yo era muy elegante”, lo decía riéndo-
se, y pensaba que si tuviera dinero no se volvería a vestir
así. Pasó a ser gente con aspiraciones muy grandes, pero
nunca dejó de arreglarse. Apreciaba la belleza, apreciaba
el mundo del México popular con su belleza.
Ella estuvo trabajando entre 1945 y 1950, creo que en
la Junta de Conciliación y Arbitraje; era inspectora. La
corrieron por todos los problemas de mordidas y corrup-
ción, porque ella tomaba en serio su trabajo. Luego entró
a trabajar en el sindicato del Seguro Social, en educación
y propaganda; aprovechaba para orientar sindicalmente y
al mismo tiempo recibía su salario.
Mi madre sobrevivía, con muchas limitaciones, hacien-
do traducciones, porque traducía bien el inglés y el francés.
Yo era una muchacha y me comentaba algunas de las
traducciones que le gustaban; por ejemplo, El marqués
de Sade y sus obras completas. Ella participó en la primera
traducción al español, y decía: “Qué hombre tan impor-
tante por sus posiciones filosóficas, y mal visto por esas
posiciones.” También hizo la primera traducción en
México de El viejo y el mar, porque siempre estuvo muy
ligada a la poesía y a la literatura cultural. En la casa
había libreros y papeles por todos lados, y recuerdo que
tenía dos retratos: uno de imprenta de Lázaro Cárdenas,
y un pequeño retrato en blanco y negro de una enigmática
joven mujer, Tina Modotti.
Hay otra actividad que empieza desde los cuarenta,
pero cuyos resultados se pueden apuntar en la década de
los sesenta: es un trabajo en el campo de la pedagogía.
Al final de su vida, estuvo en el Museo Pedagógico de
la sep. También participó en un proyecto piloto de mo-
dernización de la enseñanza, haciendo una combinación
142
de Montessori con otros métodos, sobre todo para la
enseñanza de las matemáticas modernas. Ella misma lo
aplicó en algunas escuelas.
Comentaba que en una escuela le dejaron un grupo de
alumnos que “era un desorden completo”; los acomodó
en mesitas, compró mucho material y unas barritas para
sumar y restar. El director llegó, abrió la puerta y vio
el desorden; mi mamá, como resorte, se paró y le dijo:
“Hágame el favor de salirse.”
Platicaba radiante de felicidad que les daba gran liber-
tad a los niños, y decía que si tenían energía la sacaran y
aun así aprenderían, pues no se les podía obligar a callarse.
Hacía todo con mucha profundidad, con muchas ganas.
Desde chiquitas nos enseñó a ser muy independientes;
recuerdo que cuando yo tenía 10 años y Valentina andaba
por los 12, a veces me daba miedo quedarme sola mientras
mamá se iba a trabajar. A cada una nos dio la llave de la
casa, y nos decía: “Ahí están las llaves, en la estufa hay
comida; tengan cuidado y aquí está la pistola. Están re
duros los robos, cuídense de los ladrones; si es de noche
y algo pasa, griten; si se pierden, pidan un taxi, le dicen
en dónde viven y le piden dinero a algún vecino.”
La educación que nos dio fue totalmente libre; nada
de aprehensible, pero muy responsable. Ya para la ado-
lescencia fuimos muy precoces, pero por esa educación
que aún hoy es excepcional.
Por otra parte, decía: “Las que me pusieron en paz son
ustedes, me ataron”, y brincaba contra mi papá; en con-
creto, porque no había recibido su apoyo. Valentina y yo
fuimos de las primeras ingenieras de México, pero desde
que le dijimos a mi mamá que eso era lo que queríamos
estudiar, ella nos dijo: “Ustedes hagan lo que quieran.”
Por cierto, después de que Valentina y yo terminamos
la carrera, mi papá declaró que se sentía muy orgulloso
143
de que sus hijas se hubieran hecho ingenieras, y mi mamá
decía: “Diantres de cabrón, ahora presume de algo en lo
que nada tuvo que ver.”
Mi mamá tuvo tres partos: en el primero, un hijo va-
rón que murió al nacer, en 1936; el segundo fue Valen-
tina, en 1938; y finalmente yo, María Fernanda, que
nací en 1940. Sobrevivimos las dos mujeres.
Ella siguió su línea de actividades muy independiente,
y nos formó con libertad pero sin dejarnos sueltas. Ella
dormía con una pistola de calibre 38; a mí me parecía
inmensa, la tenía bajo la almohada. Desde muy chicas
nos enseñó cómo usar la pistola y cómo guardarla. Ella
dormía en el sillón; la cama la usábamos mi hermana y yo.
Solía perder el trabajo; era despedida por sus cotidianas
luchas y denuncias públicas contra la corrupción de los je-
fes. Entonces nos explicaba que tanto ella como mi padre
habían decidido luchar contra el gobierno priista, por un
nuevo país donde no hubiera injusticia ni miseria; que por
ello eran reprimidos y encarcelados, que por ello a veces
no había para comer más que frijoles y papas –costales
que le enviaban sus hermanos.
A la hora de organizarnos para el quehacer de la casa,
las tres lo hacíamos. Decía que en una casa, cuando me-
nos los trastes se debían lavar y hacer las camas; lo demás
se podía caer; si no había tiempo no se hacía, ni pasaba
nada. Era práctica y odiaba los quehaceres caseros; decía
que ahí estaba el atraso de la mujer. Cocinaba rápido y
sencillo; solíamos comer en fondas y cocinas económicas,
y cuando tenía posibilidades, nos festejaba los cumpleaños
en restaurantes como el Prendes, que yo conocí con ella.
Fue siempre totalmente desprendida, jamás acumuló
nada que no fueran libros y papeles; sus lujos eran su
máquina de escribir –con la que hacía traducciones–,

144
su lavadora y todos los enseres que le ayudaban a man-
tener cierta limpieza en nuestro hogar.
Tenía un jardín medio salvaje, pero yo lo regaba; le
gustaban mucho las plantas y decía que los animales eran
muy importantes en la educación de los niños; entonces,
en mi casa había toda la vida gatas teniendo gatitos –tuve
una gata que tuvo noventa gatitos en serie–, y además los
veíamos nacer y nos enseñaba a cuidarlos y luego a rega-
larlos y a tratarlos bien. Yo, muy chiquilla, debo de haber
tenido unos cinco años, tuve una gallina que la llevaba a
dormir conmigo a la cama y ahí ponía los huevos.
Mi casa siempre fue refugio de todos los necesitados,
incluidos nuestros amigos. En la huelga del 56 del ipn,
cuando el ejército tomó el internado, muchos de nuestros
amigos de provincia se quedaron en la calle, y ella dividía
la comida entre todos. Revisando su vida y sus recuerdos,
ella decía que estaba muy contenta de todo lo que había
hecho, y que no se arrepentía de nada absolutamente; si
volviera a vivir, volvería a vivir lo que hizo y dar sus es-
fuerzos a lo que ella pensaba que era lo más importante,
que era luchar por las causas mejores.
Ella pensaba vivir cien años; la muerte nunca estuvo en
su pensamiento y nunca quiso hablar de esas cuestiones.
Me había contado que cuando Matilde Rodríguez Cabo
murió, que la habían incinerado y que a ella le había
impactado violentamente el hecho. La mañana en que
ella murió, estaba en la cocina con doña Mary y Tola,
y le dio un dolor muy fuerte y la trajeron a un asientito
que teníamos aquí de toda la vida, y murió precedida de
un rato de dolor, pero atendida; fueron por un médico
de la esquina y ya. Ella no era necrológica en su cultura;
decía: “el día que uno muere, ese día muere; y el dolor es
la ausencia, y no hay más mundo ni más vida…” Creo
que hasta el final fue absolutamente lúcida y clara.
145
Una de las cosas que yo tengo en mi recuerdo, es que
la enterramos en un cementerio al que yo obviamente
nunca volví, porque no tengo esa cultura tampoco… ni
religiosa ni nada; pero era un cementerio municipal de
un pueblito aquí cercano, digamos de acá del df, donde
va toda la gente pobre, y me dio mucho gusto porque
es en Ixtapalapa, cerca de Xochimilco, y pensé que ella
estaría muy contenta de venir aquí a descansar junto con
el populacho, en un jardín tranquilo.
El funeral fue muy sencillo, muy de pueblo, nada de
acto político; porque además yo estoy segura que a ella
no le hubiera gustado. Yo lo único que hice fue decir:
“Quiten el Cristo –porque estábamos en un velatorio del
issste del centro–, quiten todo lo religioso, porque ni ella
era religiosa ni yo lo soy”… y hubo flores de los colores
que llegaban y nada más.
De Chihuahua vinieron mi tío Ramiro, mi tío Rodolfo
–ya estaba muy enfermo– y su esposa, mi tía Enriqueta;
ellos vinieron especialmente al sepelio. Y bueno, la familia
de México y Tina, que también estuvo, y Carmela, que es-
tuvo con ella cuando estaba enferma (como un día que nos
fuimos a un trámite del pasaporte, y ella se pasó aquí todo
el día acompañándola).
La relación familiar siempre la llevó bien; era muy
amiguera y la sobrina también la quería por lo que era ella.
Mi papá no estaba en México, estaba en Monterrey ha-
ciendo sus memorias, y se vino a acompañarla. Salió un
desplegado en el Excélsior dando la noticia de la muerte
de Consuelo Uranga.

146
24. En los ojos de Salvador, su hermano56

Mi papá tenía ganado en San Lucas, en una hacienda


junto al Cerro de la Silla, entre Santa Isabel y El Charco;
rentaba la hacienda. Pero al venir la revolución, se acabó
el ganado; llegaban los villistas y recogían algunas reses,
llegaban los carrancistas y se llevaban lo que quedaba; así
fue como mi papá se quedó sin nada, casi casi por eso
murió. Para pagarle a los doctores, se tuvieron que vender
los muebles. Mi mamá nos trajo a Chihuahua y rentó una
casa enseguida del templo de la Sagrada familia, por la
calle Once; mis hermanos tuvieron que trabajar desde
los 12 o 13 años; el mayor tenía 14 años.
Mi mamá era muy abierta, muy franca, no muy afecta
a la religión; leía mucho, sobre todo ya cuando quedó
sola. A los más chicos nos inscribió en El Palmore, y nos
criticaban mucho cuando íbamos al templo de la Sagra-
da Familia; hasta le mandaron hablar a mi mamá, y le
dijeron que tenía que sacarnos de ahí si no quería que la
excomulgaran. Ella no se quedó callada y les dijo que
pusieran ellos una escuela mejor y que nos cambiaría de
inmediato. Pasado un tiempo, le mandaron decir con una
tía que si les permitía abrir una puerta por el corral para
que ellos pudieran entrar y salir cuando quisieran, y les
negó el permiso; le dijo a mi tía: “¡Mi casa no la pisan!”
Pero ella nunca se hizo protestante, ni nosotros… nos
quedamos igual: ¡Ni protestantes, ni católicos!

  Entrevista de Jesús Vargas con el ingeniero Salvador Uranga, en


56

Chihuahua, el 5 de mayo de 1993.


147
Sus amigos le aconsejaban: “¿Para qué les dices que
tienes a tus hijos en el Palmore?”, y ella respondía con
franqueza: “Yo no voy a engañar a nadie; y les voy a decir
además una cosa: estoy más a gusto sin confesarme. ¡No
tengo pecados!”
Los que vivimos más con mi mamá, Agustín, Consuelo
y yo, fuimos los que nos separamos más de la religión;
Rodolfo y Ramiro sí la practicaron toda la vida.
Mi mamá era muy liberal, y según la edad de nosotros
nos iba soltando; eso pudo haber influido en Consuelo.
Consuelo era muy bailadora, fiestera y noviera, y de-
clamaba muy bien; no escogía cualquier poesía, siempre
aquéllas donde se defendía a la mujer. Gabriela Mistral
era de sus favoritas, y Alfonsina Storni era muy feminista
y le gustaba mucho. Ella compraba de todo en cuanto a
libros; le gustaban el teatro, el cine y la música; no paraba.
En alguna ocasión escribió en La Voz de Chihuahua, pero
no sobre política; escribió su artículo sobre Majalca, para
que fuera la gente a conocer allá. Ella era de carácter muy
fuerte. Igual que su papá, traía la política adentro.
Yo admiraba a mi mamá, por su carácter tan fuerte;
cuando nos poníamos difíciles, inmediatamente nos metía
al orden. Un hermano de nosotros empezó a tomar muy
joven y mi mamá se fue a El Paso y habló con el profesor
Servando Esquivel, que tenía una escuela de comercio
allá; era protestante y le pidió que lo recibiera. Le dijo que
no tenía suficiente dinero para sostenerlo, pero que si le
hacía un descuento lo mandaba, pues ya estaba tomando
mucho. El profesor le contestó: “Sí, mándemelo, le cobro
la mitad”, y lo mandó.
El profesor Esquivel se fue de Chihuahua a principios
de 1900, y allá fundó un colegio particular al que se le
puso también Colegio Palmore. Había muchas señoritas
de Juárez, de El Paso, de Torreón y de Sonora en la es-
148
cuela; también Consuelo estuvo ahí. El profesor Esquivel
les desarrollaba el carácter. Los sábados siempre había
debates y muchas actividades culturales. El Paso era muy
chico, pero creció mucho durante la revolución, porque
muchas familias chihuahuenses se fueron a vivir ahí.
Después de que Consuelo se regresó de El Paso, le ha-
blaron para que diera la clase de Literatura en el Instituto
Literario. No había secundaria, sino cinco años de prepa-
ratoria, y ella aceptó, pero las dio totalmente cambiadas.
El procurador le mandó hablar y ella le dijo: “Yo no sé
nada, yo solo estudié cursos comerciales y lo que sé es
porque he comprado libros y los he leído, pero nada más”.
Impartió clases de 1926 hasta que se fue a México, y les
promovía mucho a sus alumnos la lectura. En ese tiempo
platicaba mucho con el profesor Manuel Aguilar Sáenz,
gran escritor, historiador y poeta, que estaba casado con
una hermana de mi papá que se llamaba Rosa Uranga.
Consuelo trabajó en el despacho del licenciado Anto-
nio Horcasitas y luego pasó al Banco Minero, aproxi-
madamente de 1921 a 1930; toda su vida trabajó, desde
que cumplió los 18 años. Recuerdo que en la Ciudad
de México fue secretaria de un doctor y estuvo un buen
tiempo en un juzgado; también tuvo una plaza en la sep y
estaba en el Museo Pedagógico, allá por el Conservatorio,
hasta jubilarse; no recuerdo en qué año, pero sería unos
cuatro o cinco años antes de que falleciera.
La razón por la que se fue a México en 1930, es porque
“ya no cabía aquí”, pues ella era socialista. En Chihuahua
era muy elegante en su vestir, le gustaba la ropa buena;
después fue muy austera, sin pintura en la cara y con su
pelo natural. En México se dedicó a traducir libros, creo
que principalmente novelas policiacas. Con el tiempo fue
dejando la poesía y la declamación, pero siempre leyó de
política y de todo lo relacionado con las luchas del pueblo.
149
Sus amigos muy queridos e íntimos la visitaban en
México: Natalia García, Julia Sánchez Pareja, Carmen
Rojo y sus hermanas. Aunque no pensaban igual, siem-
pre le guardaron mucho respeto, mucho cariño. Siempre
que regresaba a Chihuahua, la buscaban y la invitaban
a sus casas.
Me acuerdo una vez que iba saliendo de la escuela y
había un lío de tránsito terrible frente al correo de Bellas
Artes. Pararon un libre, y Consuelo iba trepada en el techo
echando un discurso y deteniendo todo el tránsito, cuando
llegó la policía y la desaparecieron luego luego.
En Torreón dirigió otra huelga en la compañía meta-
lúrgica de Peñoles, que fue entre 1936 y 1937, y la ganó
completa. Una prima mía estaba casada con uno de los
gringos jefes de ahí, y dijo: “¡Hasta yo salí ganando con
la huelga de Consuelo!” Les subieron el salario a todos;
incluso a ellos, aunque eran de confianza.
Cuando Consuelo iba a dirigir las huelgas, mi mamá
la acompañaba y le decía que estaba de acuerdo con ella
en los aumentos de salario a los trabajadores, pero ya no
estaba de acuerdo si se planteaba que las fábricas pasaran
a manos de los trabajadores. O sea que mi mamá estaba
de acuerdo con las demandas de los trabajadores, pero
con quitar la propiedad privada no.
En 1936, Laborde era el jefe del partido; era de la mis-
ma edad de Consuelo. Ella, junto con Jesús Pallares, fue
de las fundadoras del partido en Chihuahua, y también
estaba Jesús J. Barrón.
Consuelo dirigió la repartición de las tierras de la
Quinta Carolina. Ya era don Jorge el dueño, y ella orga-
nizó todo. Eulogio Ortiz era jefe de la zona, y le dijo que
repartiera todo lo que quisiera, pero que no le tocara los
manantiales que estaban frente a un edificio antiguo que
se llamaba La Maestranza.
150
Consuelo viajaba cada año a Chihuahua; una de las
veces que me acuerdo, vino a organizar una huelga de la
América Smelting, la de Ávalos, que duró dos meses. Mi
mamá la acompañaba a los mítines y reuniones Yo creo
que fue en 1935; ya se había formado en 1934 el sindicato
“Sección pro de mineros”.
Antes de Valentín Campa, fue novia de Manuel More-
no Sánchez, pero todos la relacionan más con Campa. Se
juntaron en 1934 o 1935, y vivieron como matrimonio seis
o siete años, hasta que se separaron en 1942. Después se
quería casar con ella un pintor muy conocido, un hombre
americano; me consultó y yo le dije que no se metiera en
líos, que pensara en sus hijas, y no se casó.
Chihuahua nunca se le olvidó, le tenía mucho cariño
y apego. Venía a pasar vacaciones con Tina y con Chata,
y en alguna ocasión estuvieron casi un mes. En 1940,
cuando mi mamá murió, ella vino al sepelio. Yo me fui
en 1950 a México, y casi estoy seguro de que ya no volvió.
Consuelo fue dos veces a la urss; ella fue a llevar a la
hija de Valentina a Leningrado, y después volvió a visitarla
cuando Tina estaba en Moscú.
Nunca hubo contradicciones entre la familia y Consue-
lo; al contrario, todos la queríamos mucho, aun sin pensar
exactamente como ella. Ernesto fue un poco más desli-
gado de todos nosotros, pero nunca hubo otra cuestión.
En la Ciudad de México, yo iba a visitar con frecuencia
a Consuelo; vivía en Compás 38, colonia Aarón Sáenz,
por el aeropuerto, pegado al mercado; después se cam-
bió a la Casa del Maestro, en Santa María, enseguida de
donde estaba un teatro.
Consuelo estaba escribiendo su biografía. Un día me
dijo que quería hablar con Rosario, mi hija, y fuimos y
le dijo: “Te voy a entregar mi biografía, y quiero que tú
me la corrijas.”
151
Un día que estaba sola se cayó abajo del lavabo, y ahí
estuvo horas y horas y no se podía levantar. Entonces
Chata le propuso que se fuera a vivir con ella y ahí estuvo
los últimos tres o cuatro años, pero nunca dejó de hacer
algo; todavía después de los 70 seguía igual, organizando
a los maestros, etcétera.
El 10 de noviembre de 1977 ella murió, probablemente
del corazón; le habían puesto un tratamiento para que
bajara de peso, pero quizá no resistió; estaba en casa de
Chata. Al día siguiente era su cumpleaños y por eso fui a
visitarla; le llevé de regalo un libro. Se levantó y mientras
le preparaban el desayuno estaba leyendo el periódico,
y de repente se quedó así… ya estaba muerta. Siempre
dijo que un día iba a tener un caballo, y cuando la vi ahí
pensé que no se le había concedido.

152
Epílogo

Consuelo Uranga fue una mujer que se adelantó a su tiem-


po; no sólo como militante comunista, sino como mujer
plena. Desde niña fue una adelantada, que sorprendía
a sus compañeras de la banda de Malajandrine por sus
ocurrencias y sus genialidades. Después, en su juventud,
asustaba a las señoritas decentes de Chihuahua por su
osadía; pero sus amigas la seguían, la admiraban. Unas
la seguían y tomaban como ejemplo; otras se quedaba
rezagadas, pero todas la respetaban y la querían.
En ninguna parte y en ningún momento de su vida
pasó desapercibida; siempre estuvo al frente de los acon-
tecimientos, asumiendo una posición, moviendo obstá-
culos, inventándose ella misma, una y otra vez, desde su
concepción comunista del mundo.
Fue una mujer de muchas aristas y de muchas gran-
dezas; una mujer que nunca esperó ni reclamó recono-
cimientos de nadie, y que hasta el último de sus días fue
congruente con su ideología.
Se nos escapa en estas notas su intervención en el movi-
miento estudiantil de 1968, en donde participó muy cerca
de María Fernanda, su hija, y Raúl Álvarez, su yerno; pero
sólo queda pendiente para recuperar en algún momento.
Algunos lectores se preguntarán: ¿por qué el nombre
de Consuelo ha quedado fuera de los anales del Partido
Comunista?, ¿por qué no se recuperaron sus pasos como
precursora del voto de la mujer?, ¿por qué no aparece en
tantas obras dedicadas al nacimiento del sindicato de los
trabajadores petroleros?... La única respuesta que yo tengo
153
es que cuando el Partido Comunista Mexicano hacía sus
historias, escogía los nombres, relegando a quienes hubie-
ran manifestado posiciones críticas. Como ha quedado
demostrado en estas notas, Consuelo, junto con Valentín
Campa, Laborde y otros militantes, se opusieron a la línea
general y fueron expulsados.
Pero, a mi juicio, lo más relevante en la vida militante
de Consuelo, fue su sentido humano en relación con el
pueblo, con las bases sociales donde se insertaba como
organizadora. A diferencia de casi todos los militantes
comunistas, Consuelo no fue dogmática, no admitía los
prejuicios de la izquierda y descifró perfectamente las cla-
ves del comportamiento de la gente, donde quiera que se
encontraba.
No creo que esta sea la biografía que ella se merezca,
pero estoy seguro que en el futuro inmediato este modesto
libro provocará muchas inquietudes y afanes entre los
jóvenes, y especialmente entre las investigadoras com-
prometidas en el rescate del nombre y trayectoria de las
mujeres importantes de este país… y entre éstas, Consuelo
es quizá la más roja, la más entrañable.

154
26. En 1929, durante la campaña vasconcelista.
27. En 1934, Consuelo, en un acto agrarista en la Ciudad
de México.
28. En el mismo evento de 1934.
29. A mediados de la década de 1930, poco después de los congresos de mujeres.
30. Consuelo, al centro, en un mítin del Frente Electoral del Pueblo a principios de los sesenta.
31. Niñas Fernanda y Valentina, hijas de Consuelo y Valentín Campa.
32. En Chapultepec, con Valentina en el caballito y
Fernanda en los brazos (aproximadamente en 1938).
33. En el río Sacramento, cerca de la Quinta Carolina,
en Chihuahua.
34. Reunión de compañeros de partido. Al fondo de la mesa Consuelo Uranga, y al centro, de pelo
blanco y lentes, Hernán Laborde.
35. Consuelo, aproximadamente a los 49 años, en los días
en que apoyó la candidatura de Henríquez.
36. Consuelo, de pie y al centro de la segunda fila.
37. Consuelo, en un evento político en la Ciudad de México.
38. Consuelo, caminando por el centro de la Ciudad de
México.
39. Consuelo con la niña Ireri de la Peña, sobrina de
Fernanda.
40. A la izquierda, Consuelo y Fernanda Campa,
enseguida de su hijo Santiago.
41. En la segunda fila, de izquierda a derecha, Rosario Uranga,
Consuelo, Fernanda Campa, su hija Manuela Álvarez Campa
y Salvador Uranga; frente a Consuelo, el niño Santiago
Álvarez (hijo de Raúl). Esta es una foto muy significativa,
porque fue de las últimas que se tomaran de Consuelo.
Apéndice
Documento 1. A los héroes del pueblo El Gatuño,
Coahuila

En 1964, Consuelo Uranga tenía plaza en la Secretaría


de Educación Pública, y como parte de su trabajo viajó
a la ciudad de Matamoros, Coahuila, y de allí al poblado
Congregación Hidalgo, antiguamente conocido como El
Gatuño. El propósito de este viaje consistía en buscar a
los descendientes de los habitantes del lugar, quienes cien
años antes habían recibido la encomienda del presidente
Juárez de hacerse cargo de la custodia del Archivo de la
Nación.
Durante una temporada estuvo recabando los testimo-
nios y copiando documentos que le facilitaron, incluyendo
fotografías. De regreso en la Ciudad de México, redactó
un ensayo en el que recupera la historia del acontecimien-
to. Cuando estuvo concluido el ensayo, fue revisado por
una comisión y finalmente se envió a la imprenta, donde
se hizo un tiraje de varios miles de ejemplares, que se dis-
tribuyeron de manera gratuita a partir del 4 de septiembre
de 1964, como parte de la celebración de los cien años
del acontecimiento.
Como autora aparece el nombre de la madre de Con-
suelo, porque ella decidió rendirle tributo de esa manera.

173
Pueblo Heroico

Por Rosario Fernández

A los vecinos de Congregación Hidalgo,


municipio de Matamoros de la Laguna,
Coahuila, con admiración y cariño.

El 4 de septiembre de 1964, habrán transcurrido cien años


desde la fecha en que el gran patricio don Benito Juárez,
a su paso por Congregación Hidalgo, municipio de Mata-
moros, Coahuila, determinó dejar bajo la custodia de los
vecinos del lugar los archivos de la nación. El ejemplo de
fervor cívico de los ciudadanos de Congregación Hidalgo,
que ofrecieron en holocausto su vida para cumplir con tan
honrosa encomienda, acrecienta nuestra admiración hacia
ese pueblo y hacia todos los mexicanos que lucharon por
engrandecer a la patria, brindándole, con su vida, toda su
abnegación y su lealtad.
El señor secretario de educación pública, don Jaime
Torres Bodet, como una contribución al homenaje que los
vecinos de Congregación Hidalgo y el pueblo de Coahuila
rendirán a don Benito Juárez el 4 de septiembre próxi-
mo, ha dictado el acuerdo de fundar en dicho lugar una
escuela de organización completa, que brinde a todos los
niños de las comunidades circunvecinas la oportunidad
de terminar su educación primaria.
Con el mismo fin, propició también la publicación
del presente folleto, cuya elaboración fue encomendada
a la maestra Rosario Fernández, secretaria técnica de la
174
Sección de Pedagogía Contemporánea del Museo Peda-
gógico Nacional, quien con veneración y celo patriótico,
reunió los informes y datos que en el relato se asientan,
para dejar constancia a las generaciones venideras, del
heroísmo de aquellos mártires cuyos nombres acogerá
la historia.
México, df, septiembre de 1964.
El oficial mayor, Mario Aguilera Dorantes.

El Pueblo
Desde aquí hasta donde la vista alcanza, nada hay que
turbe la grandeza de la planicie, amplia como el mar, mar
de limo y arena.
Tierra y cielo. Cielo azul profundo, limpio, que en
el confín del horizonte se corta bruscamente por el filo
moreno de la tierra.
En el centro de la vasta planicie, como una duna alzada
por el viento, emerge el poblado: de la misma tierra, del
mismo color, de bajas techumbres. Los hombres batieron
su limo y arena con agua, formaron adobes secados al
sol y construyeron su morada, hace siglos. Arquitectura
perfecta dentro del paisaje.
Tierra y hombres engañan a primera vista. Reseca y
agrietada se nos presenta la primera, como si en su seno
fuera incapaz de germinar semilla alguna. Seco y callado,
el hombre nos parece impenetrable, con la rudeza de sus
monosílabos, cuando llega a hablar.
Pero la tierra es limo que por milenios fue asentándose
en el fondo de la laguna, desaparecida poco a poco; limo
cargado de materias orgánicas, que esperan sólo el riego
para henchir la llanura de verdor. Y el hombre, cuando
se llega a hallar el camino de su corazón, es venero de
sensibilidad, de simpatía humana, de amor.
175
Pues bien, dentro de este paisaje y con estos hombres,
la historia forjó el drama que enseguida se narra.

Polvo hierro y sudor…


La calesa negra, tirada por una pareja de mulas, rodaba
por el único y polvoriento camino –el camino real– que
unía a la capital de la república con el norte. Venía de
El Saltillo. La precedía un puñado de hombres a caballo,
armados, bajo el mando del general Meoqui. Tras la calesa
se movían lentamente once carretas tiradas por bueyes.
La rara caravana avanzaba rumbo al norte.
Dentro del carruaje, con vestido negro, el mismo que
usaba en el Palacio Nacional, y con la misma serena
dignidad con que presidía las reuniones de sus ministros,
venía Juárez. Era el éxodo de los Poderes de la Unión, la
encarnación de la República perseguida de cerca por las
hordas invasoras y por los traidores.
Y sin embargo, no era una huida. Ni Juárez ni sus
hombres mostraban el más mínimo rasgo de derrota.
El recorrido no era una marcha silenciosa para ponerse
a salvo; era uno de tantos otros episodios de su batalla
constante, los que casi siempre coronaba una victoria
parcial. En Nuevo León había vencido primero la actitud
vacilante de sus generales González Ortega y Doblado,
que le proponían la renuncia a la presidencia para calmar
las iras de Napoleón y hallar alguna componenda que
terminara con la tormenta que se desencadenaba sobre
México. Juárez había respondido con su “¡No!” sereno,
y les había explicado que aquello “nos pondría en ridí-
culo, nos traería el desconcierto y la anarquía, y a mí me
cubriría de ignominia, porque traicionaría a mi honor y
a mi deber, abandonando, voluntariamente y en los días
más aciagos, el puesto que la nación me ha encomenda-
do”. Después, tras una derrota que Vidaurri, el cacique
176
de Nuevo León y Coahuila, le infligió, obligándolo a una
retirada, había vuelto victorioso a la capital del estado
norteño, mientras aquél huía hacia Texas, él sí vencido.
Nuestros historiadores hablan siempre de la fe incon-
movible de Juárez en la victoria de la República, como
si se tratara de algo innato en la conciencia del indio. Le
llaman el impasible, el insensible, incapaces de traspasar la
máscara obscura de su rostro. Si Juárez encontró la duda
en algunos de sus hombres y la traición en mexicanos
como Vidaurri, su fina sensibilidad, en cambio, se nutrió
de fe en la fe ciega, de una pieza, de los peones, de los arte-
sanos, de las mujeres y los hombres del pueblo de México,
que lo acogieron a lo largo del camino, lo alimentaron y
le dieron escolta con sus armas y sus pechos.
Era la mañana del 4 de septiembre de 1864, cuando
la comitiva presidencial se detuvo frente al caserío de
El Gatuño, a la puerta misma del desierto.
Se detuvo allí para dar descanso y pienso a los anima-
les; para descansar, enjugarse el sudor y sacudirse el polvo
los hombres. Y lo hace precisamente allí, en El Gatuño,
porque el presidente, en años anteriores, había recibido
en el Palacio Nacional a tres hombres de la región –don
Darío L. Orduña, don Leonardo Ibarra y don Sabino
Reyes–, que habían ido en comisión a pedirle justicia
contra los desmanes del terrateniente español Leonardo
Zuloaga. Éste, apoyado por Vidaurri, les había arrebatado
los once sitios de tierra que cediera el gobierno federal.
La lucha fue terrible. Zuloaga había armado una fuerza
de ciento ochenta hombres montados, con órdenes de
arrasarlo todo. Las familias serían deportadas o destruidas
al grito de “religión y fueros”. Los vecinos de la región,
por su parte, encabezados por Jesús González Herrera,
se reunieron y armaron también, dispuestos a morir por
su tierra y sus familias, así como por la causa liberal.
177
Del furor de la lucha y la valentía de los matamorenses,
da fe aquel corrido que cantaban los soldados:

Tulises de Matamoros,
que de todos son asombro,
ya les quemaron sus casas,
les quedaron los escombros.

Darío L. Orduña y otros guerrilleros que se encontra-


ban presos en Monterrey, fueron puestos en libertad por
el gobernador Vidaurri; pero antes se les hizo prometer
que militarían al lado del Imperio. Se les ofreció la entrega
de los terrenos que les había arrebatado el señor Zuloaga,
pero una vez libres, los tulises rechazaron la dádiva y se
unieron a la causa liberal. En Saltillo, al paso del presi-
dente constitucional licenciado Benito Juárez, se alistaron
más de cien hombres, que bajo el mando de don Jesús
González Herrera, dieron escolta a los Supremos Poderes.
Por todo esto, Juárez y sus hombres se detienen en
El Gatuño aquella mañana.

Aquí estuvo él
“Sí –afirman los nietos de los valientes guerrilleros–, aquí
estuvo don Benito. En esta mera casa.” Entramos en el
amplio aposento cuadrangular, vastísimo, tan usado como
habitación única por nuestros campesinos del norte. Es
estancia, comedor y alcoba. En él no hay promiscuidad;
sugiere, eso sí, la entrañable unidad de los seres que se
refugian bajo el mismo techo en su pobreza, con su temor
a los animales salvajes y su aversión al amo.
“En este rincón –continúan nuestros informantes– es-
tuvieron sentados en derredor de una mesa, hablando con
voz queda, don Benito y sus compañeros de lucha: José
María Iglesias, Guillermo Prieto, Lerdo de Tejada…”
178
Después del almuerzo, camina el señor Juárez bajo una
enramada que había frente a la casa; las manos hacia atrás,
los ojos clavados en el suelo. Preocupado, se detiene de
pronto y pide que llamen a González Herrera, jefe de la
guerrilla liberal. Tiene un encargo que hacerle: necesita
un hombre capaz de cumplir una misión de importancia
suma, de vida o muerte. Se ausenta don Jesús y al rato
regresa con el hombre. Alto, barbado, de complexión
atlética, se llama Juan de la Cruz Borrego y es agricultor
de la región.
Se sientan los tres bajo la enramada. Juárez, con su
habitual actitud solemne, les explica: Las once carretas
colmadas de fardos, traen los archivos de la nación.
Los invasores y los traidores quieren apoderarse de esos
documentos. Hasta Chihuahua, a donde él se dirige, el
camino es largo y lleno de acechanzas. Quiere poner en
manos de los tulises esos tesoros, seguro de que sabrán
guardarlos a riesgo de sus propias vidas. Don Juan de la
Cruz Borrego contesta con un parco: “Descuide usted,
señor”, e informa que tiene un puñado de hombres a la
altura de tal misión. Es todo; el indio y el norteño se es-
trechan la mano fuertemente, sin más palabras.
Juárez se apresta a continuar su camino, pero antes
firma dos decretos: uno, dotando a los campesinos de
la región con dieciocho sitios que forman el llamado
Cuadro de Matamoros, dividido en 352 lotes de 113 hec-
táreas 16 áreas 28 centiáreas cada lote; así inicia Juárez
la reforma agraria; el otro decreto concede el grado de
general al valiente Jesús González Herrera.
Por último, con gentileza también innata en él, Juárez
firma y obsequia a la señora de la casa, quien le había
atendido con cálida sencillez, su retrato, con la firma al
reverso. Conocimos a la hija de esta señora, Paula Reyes
Rojas, de 93 años. Ella narra con una claridad excepcio-
179
nal, lo que su madre le contó de la estancia del presidente
Juárez en El Gatuño. Es hija también de Telésforo Reyes,
uno de los guardianes del archivo de los Supremos Po-
deres de la Nación.
Cuentan que, mientras departía con los guerrilleros,
Juárez les sugirió que cambiasen el nombre tan feo de
El Gatuño, por el de Congregación Hidalgo; así se hizo,
como un homenaje del líder de la Reforma al líder de la
Independencia, don Miguel Hidalgo y Costilla, quien por
el mismo camino, 53 años antes, había pasado prisionero
de los gachupines, para ser inmolado en Chihuahua.
Congregación Hidalgo, por su actual población, podría
ya ser erigida en villa; pero los descendientes de los tulises
aseguran que el nombre no cambiará ni aun llegando a
los cien mil habitantes: Congregación Hidalgo le puso él
y así seguirá llamándose siempre.

La gruta del tabaco


El presidente Juárez continuó su peregrinar precedido
por su escolta, a la cual se habían agregado las fuerzas
del general Jesús González Herrera, hasta los límites con
Durango. Llegó la caravana a la hacienda de San Fernan-
do, hoy Lerdo; después, a la hacienda de Avilés, hoy Villa
Juárez, y se internó en Mapimí (México se refugió en el
desierto, como diría después Fuentes Mares) hasta entrar
en Chihuahua, por la ruta del río Florido.
Entretanto acá, en Matamoros de la Laguna, don Juan
de la Cruz Borrego ponía manos a la obra. De dicho mu-
nicipio seleccionó hombres de confianza en El Gatuño,
El Huarache y La Soledad; fueron éstos Ángel Ramírez,
Julián Argumedo, Vicente Ramírez, Cecilio Ramírez,
Andrés Ramírez, Diego de los Santos, Epifanio e Ignacio
Reyes, Telésforo y Gerónimo Reyes, Mateo Guillén, Fran-
cisco, Julián y Guillermo Caro, Marino Ortiz, Guadalupe
180
Sarmiento, Gerónimo Salazar, Pablo y Manuel Arreguín,
nombres de héroes y mártires que la historia debe recoger.
Se discutió afanosamente en qué sitio esconder el
archivo de la nación. Al sur del poblado de La Soledad
existía un arroyo que llamaban de El Jabalí, por donde
nadie transitaba; este lugar les pareció el más adecuado.
Los hombres trasladaron los paquetes y los ocultaron. Re-
cordaron después que en el mes de septiembre llegaban las
crecientes del arroyo, y los valiosos documentos podrían,
indudablemente, ser dañados por el agua. Buscando un
sitio más seguro, fue Vicente Ramírez, un salteador de
caminos que conocía como la palma de su mano la sierra
que se levanta al occidente de Congregación Hidalgo,
quien propuso la gruta llamada de El Tabaco, guarida en
otro tiempo de contrabandistas de dicha yerba.
La gruta era el lugar perfecto: entrada estrecha y la
roca formando un muro natural que casi la ocultaba.
Reforzando estas condiciones de seguridad, un macizo
de mezquites y un granjeno [sic] cubrían con sus ramajes
la boca de la cueva.
Del arroyo de El Jabalí a la gruta de El Tabaco hay
más de diez kilómetros; calcúlese el esfuerzo de aquel
puñado de hombres para trasladar, en las noches, los
bultos de los valiosos documentos dejados a su cuidado.
Una vez que quedaron guardados en la gruta, se es-
tableció una guardia constante que desde la cresta de la
sierra avizoraba las llanuras. Quien hubiese osado acer-
carse, caería acribillado por las balas. Juárez se los había
dicho: el asunto era de vida o muerte.
Los invasores franceses y los traidores llegaron por
esos rumbos buscando los archivos. Algún soplón debió
haberles informado que allí arribaron las once carretas
que no formaban parte ya de la comitiva presidencial;
entonces, allí debían de estar.
181
El terror, el asesinato y la barbarie, son condición
natural de todos los opresores; los invasores franceses no
fueron excepción. Algunos historiadores reaccionarios
pretenden presentarnos un Maximiliano humano y refi-
nado. Nosotros nos quedamos con los calificativos que
le aplica Juárez en una carta enviada a los obreros de
Francia: “es un bandido y un asesino”. Bandidos y ase-
sinos formaban el ejército de Bonaparte: que lo digan los
tulises de Matamoros de la Laguna. Para nuestro objeto
relatamos sólo lo que aconteció en esa región; pero todo
México, en donde se posó la pezuña de los invasores,
quedó bañado en sangre, robado y mancillado.
La guardia de la gruta cumplía con honor su cometido.
Mientras unos cuidaban el lugar, otros bajaban a poblados
y ranchos en busca de provisiones de boca. Una noche,
cuando los hermanos Pablo y Manuel Arreguín cumplían
su misión de proveedores e iban camino de la sierra con
sus costales a cuestas, fueron sorprendidos por un grupo
de traidores. Interrogados, los hermanos contestaron que
se dirigían a La Soledad, a llevar alimento a sus familias.
—¡Mentira! –gritó un traidor–, ustedes tienen que ver
algo con los papeles del indio.
—¿Qué papeles? –preguntó Pablo.
—Ya sabrás de qué papeles hablo…
Y golpearon brutalmente a Manuel, quien continuó
negando. Le sujetaron por las piernas, un traidor de
cada lado, hasta abrírselas casi en forma horizontal. El
muchacho apenas se quejaba. Volvían a interrogarlo y
volvía a negar. Le extrajeron las uñas de los dedos de los
pies… nada. Entretanto, su hermano Pablo, sujeto por los
brazos, era obligado a contemplar las salvajes torturas.
Cansados los traidores, colgaron a Manuel de un arbusto.
Se volvieron al hermano:

182
—¡Mátenme de una vez, yo tampoco he de decir
nada! –y lo acribillaron a tiros.
El archivo continuaba intacto en la Gruta del Tabaco.
Los restantes siguieron haciendo sus guardias, sin inmu-
tarse apenas, listos a matar o morir.
Cayeron otros dos bajo tormentos terribles. A Marino
Ortiz, el más perseguido, lograron atraparlo. Cedemos
la palabra a un relator anónimo, que en un importante
documento manuscrito, cuya copia fotostática tenemos
a la vista, dice:

Sería el día 9 o 10 de febrero de 1866, que se encontra-


ba parado (Marino Ortiz) hacia la puerta de un jacal
ubicado en un paraje conocido por la Noria del Jabalí,
antes de la salida del sol, cuando se presentó en aquel
sitio un grupo de hombres bien armados, bajo el man-
do de un hombre que fue vaquero de la hacienda de
Hornos, del municipio de Viesca… nada menos que
don Toribio Regalado; éste, después de saludar como
de costumbre, hizo que el señor Ortiz hablara a solas
con él; el vaquero, no pudiendo apercibirse de lo que
trataban y ya para terminar la entrevista, oyó clara-
mente que el referido señor Ortiz dijo estas palabras
en alta voz: “Pues ya te digo, hombre, que ningunos
papeles tengo alzados, y si los tuviere, como dices, no
te los entregaría y puedes hacer de mí lo que te plazca.”
Que terminado el acto funesto, se le significó al
entrevistado que iba preso para Matamoros, no permi-
tiéndoles que lo acompañaran, constándoles de vista
que tanto le asestaban golpes con los sables como a
caballazos, llegando al lugar del suplicio con la ropa
muy manchada de sangre, donde les dio en cara su
perfidia…

183
Este hombre extraordinario “fue asesinado por las
huestes francesas en desempeño de su cometido como
guardián de los Supremos Poderes de la Unión, en un
paraje conocido por el Charco Seco, al sur y a tres millas
de distancia de la Sierra del Tabaco, donde ahora es co-
nocida la Gruta de los Poderes”.
Otros descendientes de los tulises nos narraron cómo
antes de colgarlo, los franceses y traidores atormentaron
a Marino Ortiz: Le desollaron las plantas de los pies y así
le obligaron a caminar sobre brasas de mezquite; interro-
gado, negó todo. Le quemaron el bajo vientre con brasas,
y nada. Por último, lo colgaron de un árbol y murió sin
revelar el secreto.
Mientras esto pasaba con los guardianes, Congregación
Hidalgo, La Soledad y otras rancherías eran asaltadas por
la caballería invasora que, sable en mano, sacaba a las mu-
jeres y a los niños, se robaban los animales e incendiaban
el maíz, el frijol y todo lo que guardaban los campesinos
en sus casas. El pueblo entero de Congregación Hidalgo
sabía de los archivos; amenazado, jamás dio a los fran-
ceses el más mínimo indicio de su paradero.

Un soldado en cada hijo te dio


Ninguno de los investigadores que han ido formando la
vasta bibliografía juarista, se ha ocupado de los hechos que
aquí narramos; y es que por lo general se va a las fuentes
documentales que, con ser tan importantes para la histo-
ria, nunca sustituirán a la fuente viva de la tradición, de la
historia oral trasmitida de padres a hijos, palpitante de
calor y pasión humanas.
El hecho de que el traslado y la guarda del Archivo de
los Poderes de la Unión hubiera sido hecho en secreto, con
el mayor sigilo por la amenaza constante de los invasores,
explica la falta de documentos en este caso. Pero, ¿cuántos
184
hechos más habrán sucedido sin ser registrados en esos
momentos angustiosos para la patria?
Una mañana de julio, realizamos la investigación de
los hechos que aquí se narran. Armados de lupa y libre-
ta de notas, nos presentamos en Congregación Hidalgo
para recoger o copiar documentos, fotografías, etcétera.
El pueblo, cuya primera generación había participado en
masa en los hechos heroicos, participaba también en la
investigación. Mujeres con sus hijos en brazos, campesi-
nos ancianos y jóvenes, autoridades de la región, todos
explicaban y aportaban datos preciosos. “Mi madre me
contó esto…” “Mi padre fue guardián”, “Aquel es des-
cendiente directo de los tulises”… y la investigación se
realizaba de manera natural y hermosa. Nos resistimos a
imponer un orden, que hubiera hecho callar a los narrado-
res; la dejamos fluir como agua de río. El ordenamiento
lo hicimos ya en el silencio del cuarto de hotel. Posible-
mente nuestro breve relato no tenga la congruencia que
el historiador exige, pero tiene, en cambio, la emoción y
el palpitar de la vida.
La conmovedora devoción conque el pueblo matamo-
rense guarda el recuerdo de sus mártires y sus héroes, no
está contenida en ningún documento; pero toda la región
está sembrada de monumentos humildes y placas conme-
morativas de hazañas de impresionante valor.
En 1899, por primera vez se conmemoró en el sitio
mismo de la gruta, el sacrificio de los hombres que en-
cabezaba Juan de la Cruz Borrego. El acta, cuya copia
tengo a la vista, dice entre otras cosas:

Los suscritos fueron testigos presenciales de todos estos


hechos que hacen honor a nuestro patriota estado de
Coahuila, constándoles que ni al ciudadano Borrego
ni a ninguno de los demás ciudadanos que prestaron
185
al país tan importante servicio, se les ha decretado
hasta la fecha recompensa alguna, ni recibieron jamás
remuneración de ningún género.
A iniciativa del ciudadano Apolonio Ibarra […] se
coloca hoy una placa conmemorativa de este hecho
histórico a la entrada de la gruta, y se enarbola por la
vez primera sobre ella nuestro pabellón nacional por
la autoridad municipal de esta villa y ante un inmenso
concurso de entusiastas ciudadanos que vienen a tribu-
tar el homenaje de su amor y gratitud a los ignorados
patriotas coahuilenses que merecieron bien de la patria.
[…]
La placa, de precioso mármol, ha sido donada por
el ciudadano Amador Cárdenas, de sus canteras de
Jimulco; la inscripción fue dictada por el licenciado
José Agustín Escudero, quien hizo grabarla en la
ciudad de Monterrey por el hábil artista italiano S. L.
Orsini, habiéndola conducido él mismo hasta la gruta
y pronunciado el primer discurso patriótico de esta
solemnidad, siendo ésta la mejor recompensa que,
llenando de la más noble satisfacción a los deudos
de las víctimas sacrificadas, puede servir de poderoso
ejemplo a la presente y futura generación.
[…]
Matamoros de la Laguna, 5 de mayo de 1899. Firman
los testigos presenciales siguientes: Mariano Espinosa,
Justo Álvarez, Rafael Reyes, Juan Orduña, Joaquín Ce-
niceros, Apolonio Montellano, Jesús Flores, Jacinto Or-
duña, Plutarco Pérez, Atilano Fabela y Rafael Orduña.

Más tarde, el pueblo levantó un monumento de granito


rematado con la estatua de Juárez, a la entrada misma
de la gruta de El Tabaco; en uno de cuyos costados están
grabadas las palabras que Marino Ortiz pronunció al ser
186
asesinado, las que ya transcribimos pero queremos repetir
aquí: “Pues ya te digo que ningunos papeles tengo alza-
dos, y si los tuviera no te los entregaría. Puedes hacer de
mí lo que quieras.”
Nos llamó la atención que del monumento mencio-
nado hubiera sido removida la estatua del Benemérito, y
al inquirir el motivo nos informaron los campesinos que
estaba guardada en la Congregación Hidalgo; es la ter-
cera estatua que mandan labrar, ya que las dos anteriores
fueron robadas por antijuaristas –contrarrevolucionarios
de hoy–, y están resueltos a cuidarla. No teniendo esta-
tua que llevarse, los mochos han producido desperfectos
en el monumento: dentro de la gruta, de constitución
marmórea, hay señales de que han intentado volarla con
cartuchos de dinamita. La grandeza de la obra de la Re-
forma puede medirse tanto por el fervor del pueblo para
sus héroes, cuanto por el odio de los traidores.
El 8 de septiembre de 1924, para conmemorar la
erección en villa de la ciudad de Matamoros, Coahuila
(decreto de Juárez del 8 de septiembre de 1864), se erigió
otro monumento, bajo cuyo pedestal fueron reinhuma-
dos los restos de los patriotas Juan de la Cruz Borrego y
Marino Ortiz.
En sus costados, aparecen estas sencillas inscripciones:

Juárez, Benemérito de las Américas, político probo, pa-


triota sin vanidad, hizo de México un país de hombres
libres, por eso le amamos todos los mexicanos, y en
prueba de gratitud honramos su memoria.

Juárez, férreo por naturaleza, genio por talento y pa-


triota por ideas, la historia te llama Benemérito, com-
parado con Lincoln y Bolívar, y tus hijos matamorenses
sintetizan en este sencillo monumento, que encierra
187
las cenizas de héroes ignorados, la grandeza colosal
de tu obra.

Pero lo más notable de todos estos testimonios del


recuerdo amoroso de un pueblo, es el Museo Juarista, for-
mado por el tesón del campesino Luis Treviño Anzalde,
ejidatario de Matamoros que, según sus propias palabras,
aprendió a leer a la edad de 17 años, cuando Cárdenas fue
presidente. Posee una gran intuición e inteligencia, que
ha dedicado cívicamente a formar dicho museo.
Las valiosas fotografías publicadas aquí, fueron toma-
das del museo, donde también hay importantes documen-
tos y una carta manuscrita de Juárez, en la que agradece
los servicios del pueblo en la guarda de los archivos de
la nación e invita a sus moradores a continuar la lucha a
muerte contra los invasores.

Un laurel para ti, de victoria


En el año 1867, cuando el señor presidente de la república
se dirigía de regreso a la capital, el señor don Juan de la
Cruz Borrego, teniendo en su poder el voluminoso archivo
nacional, lo conducía rumbo a la ciudad de Zacatecas
para entregarlo debidamente, llevando bajo sus órdenes,
como jefes y oficiales de una escolta de más de treinta
hombres, a don Bernardino Altamirano y don Francisco
Vallejo. En su tránsito pernoctaron en la hacienda de Paso
Hondo, de donde se pusieron en camino, y al dar vista
a la villa de Cos tuvieron noticia cierta de que el general
imperialista Miguel Miramón había tomado la plaza
de aquella ciudad y que no se sabía la suerte que había
corrido el supremo gobierno, y por esta circunstancia los
conductores se volvieron hasta Viesca, donde después
de algunos días se verificó la entrega a jefes y oficiales de
nuestro gobierno, por el mismo señor De la Cruz Borrego
188
y el señor don Jesús Chavero, en un lugar llamado La
Punta, al sur de la misma villa de Viesca.
Así narra un autor anónimo la entrega del valioso
encargo a “jefes y oficiales de nuestro gobierno”, con
la misma sencillez con que aquellos valientes recibieron
el tesoro de la nación, emprendieron la ardua tarea de
trasladarlo y esconderlo, sufrieron atroces tormentos y
murieron en el martirio.

Mil ochocientos sesenta y siete fue el año de la victoria.


Juárez regresaba de Paso del Norte por el mismo ca-
mino, entre aclamaciones de triunfo. Los que dudaban
–y fueron casi todos los hombres que lo rodeaban–,
recibían ahora, junto con él, las manifestaciones jubilo-
sas. Juárez, que en las horas aciagas tuvo la tenacidad
y la firmeza de su pueblo, tiene la misma sencillez y
sobriedad en la victoria.
Grandes fueron –y muy grandes, sin duda– los ma-
les de todo género que nos trajo la Intervención; pero
fueron mayores, por fortuna, los prodigios asombrosos
de valor y los rasgos sublimes de abnegación que tuvie-
ron nuestros pueblos para combatirla; y gracias a ese
esfuerzo supremo del más puro patriotismo, la nación
ha recobrado con gloria su independencia, y goza de
paz completa bajo las instituciones republicanas, que
las maquinaciones monárquicas del Viejo Mundo
intentaron derrocar.57

Y aquí termina el relato de un hecho breve y grande a


la vez, sencillo e intenso al propio tiempo. Una pequeña
pieza, como debe haber muchas más, para completar el
mosaico de nuestra historia.

  fce, Episodios de Benito Juárez, pág. 403.


57

189
Documento 2. Un crimen

En 1985, la Comisión Nacional para las Celebraciones del


clxxv Aniversario de la Independencia Nacional, publicó
una antología de cuentistas mexicanos seleccionada por
Xorge del Campo, y allí se incluyó el cuento Un crimen,
de Consuelo Uranga, publicado originalmente en 1932 en
Hacia una literatura proletaria, otra antología de Lorenzo
Turrent Rosas.

190
Un crimen

Nací en un pueblo de Chihuahua:


Rosales. En Rosales –dos mil ha-
bitantes–, junto con el boticario y
el juez, fui de la aristocracia. Muy
niña, la revolución me empujó a la
capital del estado. En Chihuahua
ascendí a pequeño-burguesa. Hace
año y meses que estoy aquí: soy
proletaria. Lucho, vivo, siento…
Sintiendo y luchando, he depura-
do mi escala social.
Consuelo Uranga

Cambió de posición; sentía adoloridas las caderas y los


hombros. La cabeza, sin almohada, era un badajo de
campana. Ni para abrir los ojos tenía fuerzas.
Al voltearse, sintió que le arreciaba el dolor en la cin-
tura. Horrible, como si le jalaran las entrañas hacia los
pies, y cada jalón la hacía estremecerse como un toque
eléctrico; su cerebro se iluminaba como si dentro le pren-
dieran una chispa eléctrica, luego nada. Entre punzada
y punzada, un intervalo negro en que el cuerpo todo se
iba enfriando.
“Salir a trabajar. Levantarse. Salir a trabajar. Levan-
tarse…” Una ruleta que en vez de números tenía estas
palabras imperativas repetidas mil veces, le daba vueltas
en el cerebro. Pero el cuerpo rehuía la orden; inerte, sólo
sacudido de vez en cuando por la punzada aquella.
191
Como polea que a medida que rueda va tomando ma-
yor velocidad, el intervalo entre los dolores se acortaba.
Toque tras toque, un estremecimiento tras otro se iban
sucediendo. El cráneo parecía una tempestad, una cadena
de relámpagos. Apretaba los ojos, rendidos a aquella luz
tremenda.
“¡Ay!, ¡ay!” Llegó un momento en que las punzadas
se ensamblaban y los dolores se hicieron un dolor de una
sola pieza, cruel, insoportable… La chispa, congelada, se
le clavó como un arpón estático de sien a sien.
Una mano monstruosa penetraba en su vientre, trizaba
sus caderas y se agarraba a las entrañas, jalándolas inmise-
ricorde hacia los pies con fuerza arrolladora, implacable.
—¡Ay!, ¡ay! –pudo decir cuando el dolor cesó de golpe
y el frío arpón se disolvió en la tiniebla grata del cerebro.
—¿Pero qué diablos tienes?
Se abrió con brusquedad la puerta del cuarto y entró
una mujer gruesa y desgreñada. El sol, como un chico
curioso, se abalanzó tras ella, clavando sus mil ojos en
las sórdidas paredes de tierra, en el brasero de hojalata
tiznada, en el cuerpo de la mujer, tendido entre hilachas
mugrientas.
—¡Señor de Chalma! ¡Sangre! ¡Está muerta!
Entreabrió los ojos y se movió ligeramente. Un “¡ay!”
opaco, más bien dibujado con el gesto, fue todo el indicio
de vida.
—¿Qué diablos tienes, por María Santísima, mujer?
Desde la madrugada has estado fastidiando con tus que-
jidos y ni un diantre que pueda dormir.
—¡Ay!
—Habla de una vez, mejor… Una bebida de hojas y
todo bien… No que así… A ver, ¿dónde te duele, o qué?
—Le…van…tar…me, tra…ba…jo…

192
—¡Madrecita de Guadalupe, si has parido! ¡Ora sí esta-
mos bien! Voy por la comadrona, espera, no te muevas…
Nada le dolía. Sentía el cuerpo hueco, como si sólo
la piel inflada le hubiese quedado. Empezó a sentir frío.
Los papeles de anuncio que le servían de cama estaban
empapados. Quiso moverse y sintió algo tibio y pegajoso
junto a las piernas. Medio se enderezó: ¡Sangre! Los pa-
peles eran de un rojo desvaído y húmedo. Levantó los ha-
rapos y abrió los ojos redondos y enloquecidos. “¿Qué?…
¿Un hijo?… ¿Ella?… Le…van…tar…se, tra…ba…jo…”
Las ideas pasaban bailoteando sin poder asirlas. Se
irguió. Entre las piernas veía un trocito tibio, rojo, los
bracitos acomodados contra el pecho, las piernas encogi-
das sobre el papel húmedo. “¿Qué?… ¿Un hijo?… ¿Y su
trabajo?… ¿De dónde iba a coger leche, ropa…?”
—¡No! ¡No! –gritó, con un aullido ronco.
Se incorpora. Las manos temblonas y crispadas llegan
hasta el cuerpecito inerme, se cogen a los hombros exi-
guos y… lentamente, lentamente, van resbalando con la
baba sanguinolenta hasta llegar al cuello. Allí se agarran
bien fuerte; tenazas de muerte que se hunden en la vida
nueva y tibia…
—¡Infame! ¡Perra! ¡Señora, por María Santísima, lo
ha matado la hiena!
—Le…van…tar…me. Mi tra…ba…jo. A…ho…ra sí…
Los ojos giran en las órbitas ensanchadas. Una risa de
triunfo mezclada con una tos seca, enciende el rostro con
lívidas flamas de locura.
—Le…van…tar…me… ¿A des…tajo? Me…jor…
¿Tos…tón?… Leche, sí… ja, ja, ja…
Las viejas y los chiquillos de la vecindad callaban,
amontonados junto a la puerta. La comadrona y la vecina,
mudas, junto al cuerpo en delirio.

193
—¿Otro zafarrancho, viejas?
—¡El cuico!
El grupo de curiosos se disolvió al momento; sólo la
vecina y la partera no pudieron huir.
Nada, no conocían mucho a aquella mujer. Salía a las
seis de la mañana, a trabajar tal vez, y regresaba al cuarto
ya de noche, a dormir. Hacía tres días que no salía; pero
ellas ¡tan ocupadas!… Con cinco muchachos una, y los
trapos de fuera que le daban a lavar, no tenía tiempo ni de
volver la cabeza… Hasta hoy en la madrugada, ¡maldita
lata!, no había dejado dormir con sus lamentos. En la
mañanita gritó muy fuerte, y a la buena de Dios que era
domingo; si no, no habría podido oírla.
—¿El marido? ¿No tiene?
—Vaya usté a averiguar. Todo lo que sé, lo dije. (¡Ya
voy, condenadas sanguijuelas!) Ve usté? No es que una
no quiera…
La voz quemada de tabaco y pulque sigue sonando
cada vez más lejana, con su reguero de imprecaciones y
jaculatorias.
Y a la mañana siguiente, en primera plana: “… la
madre desnaturalizada fue puesta a disposición de las
autoridades competentes…”

194
Documento 3. Día internacional de la mujer

Discurso pronunciado por Consuelo,


el 8 de marzo de 1965.

Amigas y camaradas:
Hoy en la celebración del día internacional de la mujer,
razones profundas, anhelos y necesidades enraizadas en
el centro mismo de la vida de la mujer.
La que por milenios, dolida y esclavizada, arrastra una
vida sin derechos y es considerada como una propiedad
más del hombre, de pronto se yergue y se rebela, cuando
la estructura capitalista se ve obligada a echar mano de la
fuerza de trabajo femenino. Por estas razones históricas, el
siglo xix es el siglo del despertar de la mujer trabajadora.
Balbucientes, surgen los primeros grupos y las primeras
heroínas de esta lucha que se prolonga hasta nuestros
días: Ernestina Rose, polaca que lucha en Estados Uni-
dos a mediados del siglo xix; Berta von Sutter, austriaca,
premio Nobel de la Paz; Ana Betancourt, cubana, nacida
en 1834; Kartini, precursora del movimiento femenino
indonesio; las egipcias Hoda Charini y Ceza Nabaraui;
en la Rusia zarista, Vera Sazúlitch y Krúpskaia; y una
de las más grandes defensoras de nuestros derechos, la
alemana Clara Zetkin.
En Europa y Norteamérica, en los países más indus-
trializados, se libran las primeras batallas. Las mujeres
exigen el derecho de voto, sus derechos políticos, porque,
pensaban, con ello tendrían un arma eficaz para la de-

195
fensa de sus intereses. Lentamente va robusteciéndose el
movimiento femenino.
Es en marzo de 1847, cuando las obreras de un taller
de costura de Nueva York realizan la primera huelga de
mujeres en el mundo. Obreras, comprenden que la lucha
esencial es por sus demandas económicas; suspenden el
trabajo y salen a la calle. El grupo de mujeres, humilde-
mente vestidas, se acerca a los barrios elegantes de Nueva
York y son reprimidas bárbaramente por la policía yanqui;
se repliegan y continúan su huelga porque la jornada de
catorce horas sea rebajada a diez horas y por aumento a
sus miserables salarios, y vencen.
Sesenta y tres años después, en 1910, un puñado de
unas cien mujeres, procedentes de diecisiete países, entre
los cuales se hallaban representadas las mujeres de Es-
tados Unidos, celebran en Copenague la II Conferencia
de Mujeres Socialistas, y a moción de la gran luchadora
Clara Zetkin acuerdan celebrar cada año la Jornada In-
ternacional de la Mujer. Se escoge marzo y el día 8, como
un homenaje y en recuerdo de la huelga victoriosa de las
obreras norteamericanas. Poco a poco se van añadiendo
grupos de mujeres de diversos países a esta celebración,
hasta hoy, en que millones y millones de mujeres, de
diversas ideologías y matices políticos, y de los más
variados credos religiosos, de todas las clases sociales,
nos reunimos en el mundo. Las que no hemos logrado
aún nuestra emancipación total, para hacer un balance y
proseguir la lucha; las que ya obtuvieron, heroicamente,
al lado de sus pueblos, esa emancipación, para celebrar
la gran fiesta de la mujer liberada.
Esta es, a grandes rasgos, a muy grandes rasgos, la gé-
nesis del día que hoy nos congrega aquí. El 8 de marzo es
una fecha ya grabada en amplios sectores del pueblo mexi-
cano, ya que llevamos casi treinta años de celebrar esta
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jornada. No obstante, nos vemos obligadas a tener que
repetir su génesis por circunstancias especiales. Querer
cambiar el día de la mujer, que es la jornada por los dere-
chos de las mujeres del mundo entero, es obra de cerebros
calenturientos, y equivale a que los caballeros de la orit,
brazo “obrero” del Pentágono, en un mal rato, intentaran
que el glorioso primero de mayo, día de los trabajadores,
fuese trasladado al 15 de abril aquí en México.
No. El 8 de marzo, que responde a imperativos his-
tóricos, se impondrá, ¡qué duda cabe! El incentivo de su
demanda capital: la liberación total de la mujer. Inscrita
en sus banderas, su tradición de 55 años de luchas y de
triunfos, son la mejor garantía de supervivencia. La mar-
cha de los pueblos es irreversible.
Sin embargo, no es por casualidad que haya surgido en
México, precisamente, este intento de confusión; ahondar
y analizar bien sus causas, es nuestro deber. No hay uni-
dad entre las mujeres que anhelan el progreso de México,
ochenta y tantos grupos femeninos viven desunidos y
aparte; cuando todos coinciden, estamos seguras en dos
o tres de las demandas fundamentales de la mujer mexi-
cana: la igualdad –en todos los órdenes de la vida– de la
mujer con respecto al hombre, la defensa de los derechos
del niño, la liberación de toda dependencia extranjera de
nuestra patria, y la lucha por la paz mundial.
Desunidas jamás lograremos ninguna de estas deman-
das; unidad es la meta impostergable. ¿Que es una tarea
difícil la unidad? Por supuesto. Todo lo que vale, cuesta.
Es necesario que emprendamos, con clara visión, la lucha
a muerte contra el sectarismo; más amplitud de miras, más
tolerancia, más comprensión… Tú eres creyente, yo no;
pero ambas anhelamos la independencia de nuestra pa-
tria, como premisa insoslayable para el logro de nuestra
emancipación total. Unámonos por esto. Tú crees en un
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sistema de propiedad privada, yo estoy por el socialismo;
pero ambas nos sentimos discriminadas en nuestro tra-
bajo. Luchemos juntas por nuestra igualdad. Soy obrera
yo, profesionista tú, pero sobre las dos pesa como lápida
el actual sistema de impuestos. Unámonos para luchar
contra esto.
El respeto absoluto a los fines específicos de cada or-
ganización de mujeres, a su manejo interno, y la unión
en uno, en dos o en tres puntos concretos, es la clave de
la unidad. Que este 8 de marzo sea el punto de arranque
para esta unidad.
Las mujeres de México conquistamos nuestros dere-
chos políticos. Hay que enseñarle a la generación de mu-
jeres que es nuestro relevo, que esos derechos no se nos
dieron graciosamente: Los conquistamos en lucha abierta,
con represión y cárceles, en medio de mil renunciaciones,
porque ni nuestros propios maridos aceptaban que no
llegáramos a la hora de comer, o que no tuviésemos los
calcetines remendados por andar de mitoteras exigiendo
el voto. Y tras de nosotras, otra oleada de mujeres de
vanguardia ya había luchado y sufrido por ese derecho…
y otra y otra, a través de nuestra historia.
El derecho de voto se nos concedió por el presidente
Ruiz Cortines; pero hay que recordar que en ese perio-
do electoral, los cuatro candidatos a la presidencia de
la república –Lombardo Toledano, Enrique Guzmán,
Cándido Aguilar y Adolfo Ruiz Cortines– levantaron en
sus plataformas electorales la concesión de los derechos
políticos a la mujer, de llegar a la presidencia. Ninguno
de ellos nos otorgaba una gracia; éramos las mujeres de
México las que habíamos arrancado ese derecho.
Y sin embargo, miles y miles de mujeres no lo aquilatan
en todo lo que vale; nuestra indigente democracia es la
mejor fuente de desánimo. Votar, ¿para qué?, se dicen, si
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queda el que quieren los de arriba. Sabemos muy bien la
enorme fuerza en potencia que significa el voto en manos
de la mujer. Unidas en el más amplio frente, realicemos
una cruzada a lo largo de México para hacer comprender
a todas las mujeres el arma valiosa que tenemos en nues-
tras manos. Enseñémosles que la democracia tampoco es
una gracia, se conquista en lucha de cada día, se impone.
Llevar a hombres y mujeres a puestos de elección, capaces
de servir a su pueblo y no para enriquecerse a costa del
hambre de ese mismo pueblo, no es cosa irrealizable, a me-
nos que hayamos perdido la fe en la fuerza de las masas.
Luchar cada día y cada hora contra el conformismo,
contra la resignación; darle al pueblo –y con él a la mujer
mexicana– fe en sí mismo, en su fuerza que puede hacer
cambiar el curso de la historia, he allí una tarea urgente.
Unidas podremos lograrlo. Que este 8 de marzo sea al
punto de arranque de esta jornada cívica urgente, que
abarque a millones de mujeres.
En fin, no voy a detenerme en narrar las condiciones
infrahumanas en que vive la mayoría de nuestras mujeres,
porque de sobra lo sabemos.
El remedio está en la organización, la unión y la lu-
cha. Nuestra Constitución nos otorga estos derechos. No
esperemos a reunir grandes contingentes de mujeres en
teatros o locales enormes. Una casa de vecindad, de esas
que ha denunciado tan certeramente Adelina Zendejas;
las puertas de las fábricas donde laboran mujeres obreras,
nuestro propio barrio, el centro de trabajos donde gana-
mos nuestro pan, son la tribuna adecuada para emprender
esta cruzada. Manos a la obra.
Hay que hacer notar cómo, desde su nacimiento, la
organización de la mujer ha tenido un carácter inter-
nacional. Se ha elogiado mucho la intuición femenina,
y creo que en esto hemos demostrado una visión muy
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amplia. Así, repudiamos el nacionalismo ciego. Somos
mexicanas, amamos nuestra patria y estamos orgullosas
de nuestras ricas tradiciones; pero sabemos que la coope-
ración con todas las mujeres del mundo es la clave de
nuestro triunfo.
Baste recordar cómo, en los momentos de la invasión
yanqui a Playa Girón, las mujeres y el pueblo de México
vibraron al unísono para apoyar a la Revolución Cubana,
a la mujer cubana, al pueblo de Cuba.
Recordemos en qué forma las mujeres y el pueblo y el
gobierno de México, se alzaron en ayuda de la república
española, agredida por las hordas de Franco; y en qué
forma, ahora, siguen con interés la lucha creciente y he-
roica que las mujeres, los estudiantes y el pueblo español,
libran hoy día para derribar la tiranía que por más de un
cuarto de siglo los ha oprimido.
Recordemos cómo, en 1917, nuestro gran Emiliano
Zapata, desde sus montañas sureñas, enviaba una carta
a Lenin –a nuestro Lenin, también– en apoyo de la Gran
Revolución de Octubre. Y es que, aparte de ideologías, las
mujeres y el pueblo mexicano se sienten hermanados a ese
pueblo señero que, a sangre y fuego, abrió el camino de
su liberación. Las mujeres soviéticas se nos adelantaron,
y por lo mismo son paradigma y ejemplo; que no traten
los reaccionarios trasnochados de separarnos de ellas,
aduciendo la diferencia de regímenes. Son mujeres como
nosotras que, al liberar su patria, alcanzaron su propia
liberación; que ellas abrieron el camino a las demás mu-
jeres del mundo, con su sangre y su vida.
No olvidamos, por supuesto, este Día Internacional
de la Mujer, a nuestras queridas hermanas chinas, que lu-
chan denodadamente por construir una patria feliz, como
tampoco olvidamos a las mujeres de Checoslovaquia, de
Hungría, de Polonia y demás países del campo socialista.
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Enviamos nuestro encendido saludo a las guerrilleras
de Guatemala, de Colombia, de Nicaragua, de Venezuela,
y muy especialmente a las gloriosas mujeres del Paraguay.
La sangre derramada por ellas y sus hombres, no será
inútil. En su acción heroica está la semilla de la libera-
ción de todos nuestros pueblos de América Latina. Por
último, aun cuando no al último, desde acá va nuestra
mano a estrechar la mano de las mujeres del continente
negro, de África.
Lucha, heroísmo por doquier. Alegría inenarrable de
la lucha y del triunfo. La libertad se conquista así.
Gabriela Mistral dice en un verso que “la tierra está
ceñida de caminos”. Que por un camino o por otro, las
mujeres de México logremos unirnos en la meta: un mun-
do de niños que rían, de jóvenes que logren sus sueños
en plenitud, de mujeres y hombres felices; un mundo de
unidad humana, de paz, de amor.

Consuelo Uranga
Primera versión, 8 de marzo 1965.

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Documento 4. Campaña de Hernán Laborde

202
Este libro se editó en la Ciudad de México.

Todos los derechos reservados.

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