De Ente Et Essentia
De Ente Et Essentia
LA ESENCIA
Tercera edición
TOMÁS DE AQUINO
T raducción, e s tudio preliminar y nota s de
Eudaldo Form e n t
COLECCIÓN DE PENSAMIENTO
MED I EVAL Y R E NACE N TIS T A
TOMÁS DE AQUINO
EL ENTE Y LA ESENCIA
Tercera edición
€UN"SA.
EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA , S.A.
PAMPLONA
COLECCIÓN DE PENSAMIENTO MEDIEVAL Y RENACENTISTA
CONSEJO EDITORIAL
DLRECTOR
JUAN CRUZ CRUZ
SUBDIREC1DRES
Mª JESÚS SOTO-BRUNA
JOSÉ A . GARCÍA CUADRADO
SECRETARIA
M" IDOYA ZORROZA
www.unav.es/pensamientoclasico
Nº 25
Tomás de Aquino, El ente y la esencia,
Traducción, estudio preliminar y notas de Eudaldo Formen!
ISBN: 978-84-313-4917-2
ESTUDIO PRELIMINAR
Eudaldo Forment
V. E L C OMPUES TO H UMANO
l. El alma humana .................................................................................... 159
2. El ser del alma ...................................................................................... 162
3. La muerte .............................................................................................. 165
4. El alma y el cuerpo. .............................................................................. 173
5. El cuerpo ............................................................................................... 177
6. La persona y el ser.. .............................................................................. 181
7. La persona y el amor ............................................................................ 192
EL ENTE Y LA ESENCIA
Tomás de Aquino
É. Gil son, La Filosofía en la Edad Media, Madrid, Gredos, 1965 (trad. de La Philosophie au
Mayen Age, Payot, Parí s, 2 1952), p. 502.
10 Eudaldo Forment
alguna verdad en armonía con nuestra fe, debemos reivindicarla para nuestro
uso, como a injustos poseedores, pues hay en las doctrinas de los gentiles ciertas
fábulas supersticiosas que debe evitar todo cristiano que proceda del paga-
nismo ' . Y por esto San Agustín, imbuido de las doctrinas de los platónicos,
recogió cuanto en ellas halló conforme con la fe y corrigió lo que era contrario a
ella" .
Añade Santo Tomás, en esta cuestión de la Summa Theologiae, dedicada al
conocimiento intelectual de las cosas materiales: "Platón afirmaba que las
formas de las cosas, que llamó ' ideas', subsisten con independencia de la mate-
ria, por cuya participación decía que nuestro entendimiento conoce todas las
cosas; de modo que, así como la materia corporal se hace piedra por la
participación de la idea de piedra, así también nuestro entendimiento conoce por
participación de la misma idea. Pero, como parece contrario a la fe que las for-
mas de las cosas subsistan fuera de éstas por sí mismas y s in materia [ . . .] por
eso San Agustín admitió, en lugar de las ideas de Platón, la existencia en la
mente divina de las razones de todas las cosas, en conformidad con las cuales
han sido hechas todas las cosas y conforme a ellas conoce las cosas el alma
humana" 2 •
Con estas palabras, advierte Santo Tomás que la afirmación de la subsisten-
cia de las esencias de los distintos entes fuera de ellos mismos es incompatible
con la fe cristiana. No acusa, sin embargo, a San Agustín de haber mantenido
esta tesis. A la inversa, muestra que éste fue el límite que le impidió seguir com-
pletamente a Platón. La doctrina del ejemplarismo, característica esencial del
agustinismo, se debe precisamente a la rectificación de San Agustín a este punto
del ideal-realismo platónico. Del platonismo, aceptó, por tanto, lo que era con-
forme a la fe, y lo contrario lo rectificó o bien lo excluyó.
Como dice en otro lugar: "San Agustín siguió a Platón hasta donde lo sopor-
taba la fe católica" 3• Incorporó aquellos elementos platónicos, que eran verdades
de orden racional, porque por serlo podían adicionarse a las verdades reveladas
por Dios. Además, con estos argumentos Santo Tomás, manifestaba que el
mismo San Agustín asumió verdades del paganismo, integrando una filosofía
que, como la de Platón, no era fácilmente asimilable por la religión cristiana.
También, indirectamente mostraba que ya había componentes filosóficos paga-
nos en la Teología escolástica.
2. Platonismo y aristotelismo
modo participa del ser. De ahí que sea una semejanza general o vestigio de
Dios.
En cambio: "Los platónicos, que no distinguían la materia de la privación,
decían que la materia no era ente" 9. La materia no participaba de nada, porque:
"Ningún ente se dice malo por participación, sino por privación de participa-
ción" 'º. Por el contrario, la materia no es un mal, "la privación de algo que co-
rresponde por naturaleza y no se tiene" ". La materia es la capacidad de acto del
ser, creada por Dios. Simultáneamente crea la capacidad para recibir los bienes
comunicados y estos bienes creados por pura generosidad.
Dios, bien infinito, por el acto libre de la creación, comunica el bien; y lo
hace poniendo en las criaturas la capacidad de participarlo por semejanza. Dios
otorga así el bien participado y la capacidad de poseerlo. Como consecuencia,
por una parte, las limitaciones de las criaturas no suponen un mal, el denomi-
nado mal metafísico. No existe este mal, porque la finitud es un bien, aunque
limitado. La limitación o finitud es un modo de participar del bien, es la condi-
ción para poder poseer el bien. Por otra, según esta doctrina hilemórfica, se
concebirá el hombre como una unidad substancial, en la que la sensibilidad, las
dimensiones vegetativas y corpóreas son consideradas esenciales y positivas.
En segundo lugar, desde el platonismo, al afirmarse sólo el valor del mundo
inteligible, despreciando el de lo sensible, por su carácter mutable y contin-
gente, podría despreciarse el sentido literal e histórico de la Sagrada Escritura,
por referirse a cosas y a hechos concretos, que están situadas en el mundo sen-
sible. Este sentido, sin embargo, es el fundamental.
Explica Santo Tomás que: "El autor de la Sagrada Escritura es Dios, el cual
puede no sólo acomodar las palabras a lo que quiere decir (que esto pueden
hacerlo los hombres), sino también las cosas mismas . Por tanto, así como en
todas las ciencias la palabra significa alguna cosa, lo propio de esta ciencia es
que las cosas significadas por las palabras signifiquen algo a su vez. Así, pues,
la primera acepción en que se toma la palabra, que es la de significar alguna
cosa, pertenece al primer sentido, llamado histórico o literal , y lo que a su vez,
significa la cosa expresada por la palabra llámase sentido espiritual, que se
apoya en el literal y lo supone" .
El sentido espiritual se subdivide en: alegórico, "en cuanto el contenido de la
antigua Ley es figura de lo que contiene la nueva"; moral, "en cuanto que lo
12
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql , a!O, c.
13
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q l , alO, ad l.
14
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 1, al O, ad3.
16 Eudaldo Forment
El doble orden de conocimiento intelectual, por sus principios -la razón na-
tural y la fe divina- y por sus objetos -lo alcanzable de hecho por la razón natu-
ral y los misterios escondidos en Dios, junto con otras verdades que la razón
humana podría haber alcanzado-, era preciso establecerlo. Los teólogos, mante-
niéndose fieles a la concepción unitaria y amplia de sabiduría cristiana de San
Agustín, que englobaba la religión y la filosofía, sin identificarlas, ni relacio-
narlas, aunque se afirmaba la anterioridad y la primacía de la fe sobre la razón,
no habían trazado los límites entre lo natural y lo sobrenatural. Así, algunos
reconociendo la incapacidad del hombre para acceder a la comprensión del
misterio trinitario, lo atribuían a los efectos del pecado original. Por haber in-
merso a la inteligencia humana en lo sensible, le había hecho incapaz de enten-
der lo que es más inteligible, Dios y sus misterios 15 •
3. La naturaleza y la gracia
15
Véase: A lejandro de Hales, Summa universae theologiae, Quaracchi, Biblioteca Franciscana
Scholastica Medii Aevü, 6 vols., 1924-1 979, Introd. , ql.
16
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 1, a8, ad2.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 17
17
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q2, a2, adl.
18
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, ql09, a3, c.
19
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, ql 12, a2, ad3.
18 Eudaldo Forment
pedimento para la gracia. El hombre sin la gracia de Dios no puede, por tanto,
prepararse de ningún modo para recibir la gracia inicial.
El hombre necesita la primera gracia, que Dios no niega a nadie y da a todos
por igual, para recibir ulteriores gracias . Aunque puede rechazarla, siempre que
una gracia extraordinaria no lo impida. Al igual que la obtención de la vida na-
tural no depende del hombre, tampoco la vida sobrenatural, en el primer mo-
mento, es una opción humana o efecto de alguno de sus actos, aunque como la
anterior puede después el hombre aceptarla o rechazarla. Si deja que la gracia
inicial siga su curso recibirá otras gracias.
De esta doctrina, se desprende que ninguna obra meritoria es anterior a la
gracia, sino que todas ellas son una consecuencia de la misma. Santo Tomás no
ve ninguna oposición entre la afirmación de San Pablo: "Juzgamos que el hom-
bre es justificado por la fe sin las obras de la ley" 2º, y la de Santiago, "La fe sin
las obras es muerta" 21. Sostiene el Aquinate que el hombre se salva: "Por la fe, y
esto sin las obras de la Ley [.. .] sin las obras de los preceptos morales; de tal
manera, sin embargo, que se entienda, sin obras que precedan a la justicia: pero
no sin obras que se sigan de !a justicia, porque como se dice en Santiago (2), ' la
fe sin las obras', quiere decir subsiguientes a !a justicia ' es muerta"'22 .
También siguiendo a San Agustín, Santo Tomás divide la gracia en operante
y cooperante. "En aquellos efectos en que nuestra mente es movida y no motor,
sino que es Dios sólo el motor, la operación se atribuye a Dios, y en este sentido
se llama 'gracia operante' ; más en aquel efecto en el cual nuestra mente es mo-
vida y mueve, la operación no sólo se atribuye a Dios, sino también al alma, y
en este sentido se llama 'gracia cooperante"'23 .
Con esta distinción, puede precisar Santo Tomás que "La j ustificación del
pecador es efecto de la gracia operante", y el "mérito es efecto de la gracia coo-
perante"24. El ser justificado, o pasar del estado de pecado al estado de justicia o
de orden, es un efecto de la gracia operante, que es radicalmente anterior y fun-
dante del mérito de las buenas obras. Éstas son efecto de la gracia cooperante,
que es a su vez fruto de la justificación.
La salvación o justificación no proviene de la gracia y de las obras conjunta-
mente, sino que proviene de la sola gracia, raíz y fundamento de justificación.
Las buenas obras tienen mérito porque son fruto de la justificación. Al igual que
un árbol que no da frutos esta muerto, sin buenas obras meritorias no hay fe o
20
Romanos, 3, 28.
21
Santiago, 2, 26.
22
Tomás de Aquino, In Romanos, III, lect4, 113 17.
23
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q ll l , a2, c.
24
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q l 13, Intr.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 19
gracia. Sin embargo, así como tampoco en sus frutos el árbol tiene el principio
radical de su vida y de su misma fructificación, en las obras meritorias no está
la explicación de la salvación.
Por consiguiente, por una parte, como indica Santo Tomás: "Es necesario
que sea primeramente justificado internamente el corazón del hombre por Dios,
para que el hombre haga obras proporcionadas a la gloria divina" 25 . Este es el
sentido de la afirmación de San Pablo. Por otra, que: "Después que el hombre
ha sido justificado por la fe, es necesario que su fe obre por la caridad para
conseguir la salvación" 26 • Si no lo hace es que no esta viva, tal como indica el
pasaje de Santiago.
La afirmación de la primacía y necesidad de la gracia no implica la negación
a la libertad humana. Después de la previa moción divina de la gracia inicial, el
hombre puede aceptar la gracia o ponerle impedimento. De manera que: "Está
al alcance del libre albedrío el impedir o no impedir la recepción de la gracia".
Por ello: "No sin razón se le imputa como culpa a quien obstaculiza la recep-
ción de la gracia, pues Dios, en lo que de Él depende, está dispuesto a dar la
gracia a todos, 'Quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conoci-
miento de la verdad (1 Timoteo, 2, 4). Y sólo son privados de la gracia quienes
ofrecen en sí mismos obstáculos a la gracia; tal como se culpa al que cierra los
ojos, cuando el sol ilumina al mundo, si de cerrar los ojos se sigue algún mal,
aunque él no pueda ver sin contar con la luz del sol" 27 •
En el estado actual de naturaleza humana, afectada por el pecado, el hombre
por sí mismo, sin la gracia, no podrá, por mucho tiempo o en acciones difíciles,
no poner impedimentos a la gracia. Como precisa el Aquinate: "Lo que se ha
dicho, de que depende del poder del libre albedrío el no poner obstáculos a la
gracia, corresponde a aquellos en quienes está íntegra la potencia natural. Más
si por un desorden precedente se desviase hacia el mal , no dependería absoluta-
mente de su voluntad el no poner ningún obstáculo a la gracia. Pues aunque en
un momento pueda por su propia voluntad abstenerse de un acto particular de
pecado, sin embargo, si se abandona a sí mismo por largo tiempo caerá en el
pecado, con el cual se pone un obstáculo a la gracia. Así, pues, cuando se elige
algo que es contrario al fin último, se pone un obstáculo a la gracia que conduce
al fin. Por lo tanto, es manifiesto que, después del pecado, el hombre no puede
abstenerse de todo pecado antes de ser reducido de nuevo por la gracia al orden
debido " 28 •
25
Tomás de Aquino. In Romanos. IV, lectl , 11325.
26
Tomás de Aquino, In Romanos, X , lect2, 11831.
27
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c159.
28
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, el 60.
20 Eudaldo Forment
29
Tomás de Aquin o, Contra Gentes, III, el 6 1.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 21
más comunes de la ley natural; pero con la costumbre de pecar hace que se obs-
curezca su juicio en los casos particulares . Más sobre los otros preceptos mora-
les, que son a manera de conclusiones deducidas de los principios más comunes
de la ley natural, muchos yerran reputando lícitas cosas que de suyo son malas.
Fue, pues, conveniente que la ley divina proveyese a esta necesidad del hombre,
a la manera que entre las cosas de fe se proponen no sólo las que superan la
razón, como que Dios es trino, sino las que están al alcance de ella, como que
Dios es uno, a fin de poner remedio a los errores en que muchos incurren" 30•
En segundo lugar, es necesaria la gracia interna para querer y obrar bien, in-
cluso más que en el entendimiento, porque como también indica el Aquinate:
"La naturaleza humana quedó más corrompida por el pecado en cuanto al ape-
tito del bien que en cuanto al conocimiento de la verdad" 3 1• La razón que aporta
es la siguiente: "La infección del pecado original [ . . .] mira primariamente a las
potencias del alma. Luego, debe fijarse, ante todo, en aquella que nos da la pri-
mera inclinación al pecado. Como ésta es la voluntad, síguese que el pecado
original se fija, ante todo, en la voluntad" 32 •
Sin embargo, en el orden del querer y obrar el bien honesto natural, en el es-
tado de naturaleza humana caída, cabe, sin la gracia de Dios, acciones morales
honestas. En este estado el hombre conserva la potencia física o natural de que-
rer y obrar el bien natural honesto, aunque no así toda la potencia moral, o libre
de obstáculos. El pecado no ha disminuido ni destruido la potencia física de
querer y obrar el bien honesto.
El mal moral es como una enfermedad, que no extingue la vida, pero atenúa
las fuerzas o la debilita. Impide, por tanto, la potencia moral, aunque tampoco
para todo bien. Indica Santo Tomás que: "Como la naturaleza humana no está
de tal modo corrompida por el pecado que esté privada de todo bien de la natu-
raleza, puede uno -también en el estado de naturaleza caída- , por virtud de su
naturaleza, hacer algún bien particular, como edificar casas, plantar viñas y
otras cosas semejantes, pero no todo el bien que le es connatural, hasta el punto
de que en ninguna cosa sea deficiente; lo mismo que el enfermo puede hacer
algunos movimientos, aunque no con la perfección del hombre sano, mientras
no se restablezca con el auxilio de la medicina" 33 .
Puede, por tanto, el hombre hacer algún bien, pero no todo el bien honesto
proporcionado a su naturaleza, ya que ello exige todas sus fuerzas sanas. En la
situación actual del hombre, aunque esté afectado por el pecado: "En un mo-
30
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1-11, q99, a2, ad2.
31
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-11, qi09, a3, ad3.
32
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I-II, q83, a3, c.
33
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q109, a2, c.
22 Eudaldo Forment
34
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, el 60.
35
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q l , a6, c.
36
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, III, q 1, a2, c.
37
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q2, pró l.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 23
4. El ejemplarismo
38
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, III, q8, al , ad! 9.
39
Cfr. F. Canals Vida], "Actualidad teológica de Santo Tomás", Verbo, 1976 (141-142), pp.
127-150, p. 13 1.
40
Paradójicamente el agustinismo ulterior, que se enfrentó al to mismo, fue desplatonizando en
sucesivos momentos la tradición agustiniana.
24 Eudaldo Forment
41
Tomás de Aquino, Summa Theo !ogiae, 1, q 15, al , c.
42
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql5 , a3, c.
43
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, ql5 , al , ad l.
44
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 15, al , ad3.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 25
45
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q 15, a2, c.
46
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q!S , a2, adl.
47
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, ql5 , a2, c.
48
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql4, a8, ad3.
26 Eudaldo Forment
por esto decimos que un artista hace obra verdadera cuando ésta coincide con la
idea artística49 .
Las tesis del conocimiento divino en la propia esencia y en causa, que Santo
Tomás tomó de Averroes 50, implica que Dios lo conozca todo en sí mismo.
"Dios se ve a sí mismo en sí mismo, ya que a sí mismo se ve por esencia; y las
otras cosas no las ve en ellas mismas, sino en sí mismas, por cuanto su esencia
contiene la imagen de lo que no es Él" 51 • Estas cosas son conocidas por Dios en
su propio interior, en su propia esencia, modelo ejemplar de todo, y además las
conoce como en causa, porque Dios también es su causa eficiente.
La intelección de Dios es un conocimiento desde su esencia y como causa de
las cosas. Frente a Avicena y Algazel 52 , declara el Aquinate: "Tomando otro
camino -que es el de Averroes-, se ha de decir que como Dios es causa de las
cosas por su ciencia, tanto se extenderá la causalidad de Dios cuanto se extienda
la ciencia divina" 53 •
Precisa además que la ciencia de Dios es causa efectiva de todo lo creado, en
cuanto determinada por su divina voluntad . "La ciencia de Dios es causa de las
cosas [ ... ]. Si, pues, no hay duda que Dios produce las cosas por su entendi-
miento, ya que su ser es su entender, es necesario que la ciencia divina sea cau-
sa de las cosas en cuanto lleva adjunta la voluntad"54 .
Hay que tener en cuenta que, para Santo Tomás, en la ciencia divina se
puede distinguir la ciencia de visión y ciencia de simple inteligencia. Si la cien-
cia divina se extiende tanto como su causalidad, Dios contemplándose a sí
mismo, verá todo lo creado, en el pasado, en el presente y en el futuro. "Algu-
nas cosas no son actualmente entes, pero lo fueron o lo serán y de éstas se dice
que Dios tiene ciencia de visión. Y se llama así, porque como el entender de
Dios, que es su ser, se mide por la eternidad, y ésta incluye en su simultaneidad
sin sucesión la duración de todos los tiempos, la mirada de Dios se posa en el
tiempo en cuanto en cualquier instante del tiempo existe, como en cosas que
están en presencia suya".
49
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q21 , a2, c.
50
Averroes, Destructio destructionum philosophiae A/gaza/is, (versión Calo Calonymos), edi-
ción e introducción de B. H. Zedler, The Marquette University Press, Milwaukee, Wisconsin,
196 1, VI, 7, p. 277; VI, 9, pp. 282-283. Véase: A. García Marqués, Necesidad y substancia. Ave-
rroes y su proyección en Tomás de Aquino, Eunsa, Pamplona, 1989, pp. 136-1 38.
51
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, I, q 14, a5 , c.
52
Véase: Averroes, Destructio destructionum philosophiae A/gaza/is, VI.
53
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, ql4, al 1, c.
54
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql4, a8, c.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 27
55
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q l 4, a9, c.
56
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql4, a9, ad3.
28 Eudaldo Forment
que Dios, sea eterna, porque la verdad del entendimiento divino es el mismo
Dios" 57 .
5. La iluminación divina
57
Tomás de Aqu ino, Summa Theo!ogiae, 1, q 16, a7, c.
58
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, ql5 , a3, c.
59
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I, q84, a5 , c.
60
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q I 5, a3, c.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 29
alma no puede en el presente estado de vida ver todas las cosas en las razones
eternas ; en cambio, así es como conocen los bienaventurados, los cuales ven a
Dios y todas las cosas en Dios" .
El entendimiento humano en su estado actual no adquiere su conocimiento
de las esencias corporales viéndolas en la mente Dios, como en un espejo, en un
objeto conocido, sino de una segunda manera, que señala a continuación. "Otra,
como en su principio de conocimiento. Como si dijéramos que vemos en el sol
lo que vemos por su luz. En este sentido es necesario decir que el alma humana
conoce las cosas en las razones eternas, por cuya participación lo conocemos
todo. Pues la misma luz intelectual que hay en nosotros no es más que una
cierta semejanza participada de la luz increada en la que están contenidas todas
las cosas" 61 •
A la luz participada por la que conocemos, Santo Tomás la denomina
"entendimiento agente", utilizando la terminología aristotélica. "Es menester
que haya en el alma una potencia activa inmaterial que abstraiga las mismas
imágenes de sus condiciones materiales, lo cual pertenece al intelecto agente; de
suerte que éste es como una 'virtualidad' participada de una substancia superior,
a saber, Dios" 62 •
En virtud de su misma espiritualidad, el alma tiene el entendimiento agente,
un poder activo connatural, que le permite entender, y que es una participación
del divino por el que Dios realmente posee las verdades eternas. De manera
que: "El intelecto agente es cierta virtualidad de la que participan nuestras al-
mas, algo así como cierta luz", y añade: "la causa exterior de la cual participa
está luz decimos que es Dios, quien nos instruye interiormente infundiendo a
nuestra alma una luz de este tipo" 63 .
Para mostrar la compatibilidad del agustinismo y el platonismo, en este
punto con el aristotelismo, añade, Santo Tomás: "Por esto, afirma Aristóteles
(De anima, III, 5) que el intelecto agente es como un hábito y una luz, y en los
Salmos (IV, 7) se dice: 'Señor, sobre nosotros, está sellada 'la luz de vuestro
rostro' . Y algo semejante sucede en los animales, que ven de noche; sus pupilas
están en potencia para todos los colores, sin tener en acto ningún color determi-
nado. Pero en virtud de una especie de luz inmanente a ellos, de alguna manera
hacen los colores visibles en acto" 64 • Sobre este versículo del Salmo, comenta
61
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q84, a5 , c.
62
Tomás de Aquino, De anima, a5 , c.
63
Tomás de Aquino, De anima, a5 , ad6.
64
Tomás de Aquino, De anima, a5 , c.
30 Eudaldo Forment
65
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q84, a5 , c.
66
Tomás de Aqutno, De anima, a5 , ad6.
67
Tomás de Aquino, In de anima, III, lectlO, n732.
68
Tomás de Aqutno, In de anima, III, lectlO, n739.
69
Tomás de Aquino, In de anima, I, lect8, n 131.
70
San Agustín, De Trinitate, IV, cl6, ML 42, 902. Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae,
I, q84, a5, c.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 31
ción: "Está claro por los que dice en Liber de diversis quaestionibus LXXXIII
(46, 2): 'No toda ni cualquier alma racional es considerada apta para esta vi-
sión", es decir, las de las razones eternas, ' sino la que fuere santa y pura', como
son las almas de los bienaventurados" 71 •
Con su exégesis de la doctrina de la iluminación divina, Santo Tomás no
sólo cree que ese salvan todas sus tesis, sino que también se evitan todas la im-
precisiones y confusiones de las interpretaciones tradicionales. No considera,
por tanto, que derogue el iluminismo agustiniano. No sólo en cuanto que Dios
ilumina a todos los hombres con su luz espiritual, sino también en relación a sus
mismas ideas o verdades inteligibles iluminadas por Dios, que actúan sobre la
mente humana y, por tanto, ésta tiene algún contacto con estas verdades inmu-
tables y necesarias de la mente divina.
Este segundo aspecto es igualmente afirmado explícitamente por San Agus-
tín, al escribir: "Es más creíble que hasta los ignorantes respondan cosas verda-
deras sobre algunas disciplinas, cuando son bien interrogados, precisamente
porque, en cuanto pueden comprenderlo, tienen presente la luz de la razón
eterna, en la cual ven estas verdades inmutables, no porque alguna vez las hayan
conocido y se hayan olvidado, como creyeron Platón y otros" 72 •
Para explicar cómo se ven estas verdades inmutables, Santo Tomás co-
mienza indicando que: "Platón [... ] para establecer la certeza de la ciencia,
puso, por una parte, las especies de las cosas separadas de lo sensible e inmuta-
bles, sobre las que estableció que era la ciencia. Por otra, puso en el hombre una
virtud cognoscitiva superior al sentido, a saber, la mente o entendimiento, que
dijo que era iluminada por cierto superior sol inteligible, así como la vista es
iluminada por el sol visible"73 •
Esta iluminación implica un cierto conocimiento de las Ideas. Sin embargo,
advierte que: "Platón dijo que las ciencias eran sobre las especies separadas, no
porque éstas mismas fuesen vistas; sino según que nuestra mente, participando
de ellas, tiene ciencia de las cosas. Por lo que en cierta glosa, sobre aquello del
Salmo (11): 'Han sido disminuidas las verdades por los hijos de los hombres, se
dice que, al modo como en muchos espejos se reflejan muchas imágenes de un
mismo rostro, así resultan muchas verdades en nuestras mentes procedentes de
una sola verdad primera" 74 •
71
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q84, a5 , c.
72
San Agu stín, Las Retractaciones, I, 4, 4.
73
Tomás de Aquino, De spiritualibus creaturis, a l O, ad8.
74
Tomás de Aquino, De spiritualibus creaturis, alO, ad8. San Agustín al comentar este ver-
sículo dice: "Una sola es la verdad, por la que son iluminadas las almas santas; pero como hay
32 Eudaldo Forment
Siguiendo a Platón, sin embargo, San Agustín: "No afirmó que las especies
de las cosas eran por sí subsistentes, sino que en su lugar puso las razones de las
cosas en la mente divina, y sostuvo que por ellas juzgamos sobre las cosas se-
gú n el entendimiento iluminado por la luz divina". Mantuvo, por tanto, los dos
elementos de la doctrina del conocimiento platónico: la iluminación y la inter-
vención las ideas. "Pero no de manera que veamos las mismas razones divinas,
pues esto sería imposible, a no ser que viésemos la esencia de Dios; sino según
que aquellas razones supremas imprimen en nuestras mentes" . Las Ideas actúan
en nuestra mente imprimiendo sus imágenes en ella, como un objeto en un es-
pejo, o un sello en la cera75•
Nota Santo Tomás que: "Aristóteles procedió por otro camino [ .. .] afirma
que por encima de los sentidos está la virtud intelectiva, que juzga sobre la ver-
dad, no por algunos inteligibles que existan fuera del alma, s ino por la luz del
entendimiento agente, que hace los inteligibles. Y no importa mucho el que se
diga que de Dios participan los mismos inteligibles, o bien que de él se recibe la
luz que hace los inteligibles"76 • Todos los elementos de la iluminación divina se
pueden explicar por las actividades naturales puestas por Dios. Interpretación
que está inspirada en un pensamiento característico de Santo Tomás, que no
disminuye el teocentrismo: hay que reconocer la actividad de las criaturas en
virtud de los principios activos puestos en ellas por Dios. De este modo incluso
queda mejor afirmada la omnipotencia divina.
Es innegable, por todo ello, que, aún siendo esencial el aristotelismo, que in-
corpora Santo Tomás a la filosofía cristiana, es profundamente agustiniano. No
sólo por su teocentrismo, con las doctrinas del ejemplarismo e iluminismo, sino
también por su visión del hombre, como imagen de Dios. Desde su ontología
del bien, San Agustín estableció los niveles metafísicos de las criaturas como
vestigios y como imágenes de Dios.
También para Santo Tomás el hombre es imagen espiritual de Dios, porque,
como explica, siguiendo a San Agustín, existe en él: "Cierta semejanza imper-
muchas almas, puede decirse que hay muchas verdades en ellas, así como de una cara aparecen
muchas imágenes en los espejos"; San Agustín, Comentarios a los Salmos, I, 11 , 1.
75
Tomás de Aqu ino, De spiritualibus creaturis, alO, ad8.
76
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q84, a5 , c.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 33
fecta con Dios, en cuanto creado a su imagen[ .. . ] por esto[ . . .] puede decirse el
hombre hijo de Dios, por ser creado a imagen de Dios" 77 .
Entre los demás seres del mundo y el hombre, aunque todos han sido creados
por Dios, hay una gran diferencia. Los primeros, como había indicado San
Agustín, son sólo un vestigio de Dios, son una huella o señal de su Creador. En
cambio, el hombre es imagen de Dios. "En todas las criaturas hay alguna seme-
janza de Dios, sólo en la criatura racional se encuentra la semejanza de Dios
como imagen [... ]ésta representa en semejanza específica, mientras que el ves-
tigio representa como efecto, que imita su causa sin llegar a la semejanza espe-
cífica"78.
Sobre esta semejanza en la especie, y, por tanto, en la esencia completa co-
mún, explica también Santo Tomás que: "Para constituir imagen no basta cual-
quier semejanza, aunque esté tomada de otro. Pues, si sólo es semejanza en el
género o en algún accidente común, no por ello se dice que una cosa es a ima-
gen de otra[ ... ]. Para construir imagen es necesaria la semejanza de especie" .
Hay, por tanto, tres tipos de semejanza. Una semejanza genérica, que se da
en lo genérico o más común; una semejanza específica, que es entre las especies
o esencias concretas; y una semejanza accidental, o entre constitutivos no esen-
ciales.
En los vestigios se da una semejanza genérica, como la que hay entre una
obra de arte y su autor, o bien, una semejanza accidental, como la de una huella
de una pisada con el caminante. En las imágenes, por el contrario, la semejanza
es total o específica.
Tanto en la noción de vestigio como en la de imagen, además del concepto
de semejanza, se incluye el de origen o procedencia. Así, por ejemplo: "Un
huevo, por más que sea semejante e igual a otro huevo, no es imagen del
mismo, puesto que no procede de él" 79.
Por ser efectos de Dios, todas las criaturas, guardan, por ello, alguna seme-
janza con su causa. Estas semejanzas se pueden reducir a tres contenidos fun-
damentales : en el ser, en el vivir y en el entender. "A Dios se asemejan las co-
sas, en primer lugar, en cuanto que son; en segundo lugar, en cuanto que viven;
finalmente en cuanto que saben o entienden".
Los entes inertes se asemejan a Dios en el ser, ya que lo participan en alguna
medida. Su semejanza con Dios es genérica. Los seres vivos, con vida vegeta-
tiva o con vida sensitiva, por participar del ser y del vivir, pero no de la vida
intelectiva, guardan también una semejanza genérica con Dios. Sólo los seres
77
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q32, a3, c.
78
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q93, a6, c.
79
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, al , c.
34 Eudaldo Forment
80
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q93, a2, c.
81
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, 1, q93, a6, c.
82
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, a2, c.
83
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q93, al , ad l.
84
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, a6, c.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 35
85
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q93, al , c.
86
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, al , ad2.
87
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, al , ad2.
88
Génesis, 1, 27.
89
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, a8, ad3.
36 Eudaldo Forment
90
Tomás de Aquino, Summa Th.eologiae, I, q93 , a4, c. Añade Santo Tomás, siguiendo a los
Padres de la Iglesia, que además de esta imagen natural de Dios, o imagen de creación, se puede
dar en el hombre la imagen de "recreación" o de la gracia, que por ser sobrenatural supone una
mayor perfección en la semejan za con Dios, y también la sobrenatural de la "gloria", en la otra
vida, todavía más perfecta.
91
Tomás de Aquino, Summa Th.eo!ogiae, 1, q93, a8, ad3.
92
San Agustín, Confessiones, I, l , 1.
93
Tomás de Aquino, Summa Th.eo/ogiae, I, q93, a7, obl.
94
Tomás de Aquino, Summa Th.eologiae, I, q93, a7, ad l.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 37
tres cosas son una sola substancia. Ni es menor la prole cuanto la mente se co-
noce tal como es, ni menor el amor si se ama cuanto se conoce y es" 95 .
La esencia del espíritu es tridimensional, por incluir: la mente, o su mismo
ser, la noticia, o el conocimiento que tiene la mente de sí misma, y el amor, con
que se ama a sí misma en su ser y en su conocimiento. La noticia que la mente
tiene de sí misma, y el amor por el que la mente se ama a sí misma y a su noti-
cia, constituyen una unidad o identidad substancial. En cuanto tales son relacio-
nes, pero que se dan en una unidad substancial. Además, si estas tres dimensio-
nes son perfectas entonces son iguales. Si la noticia que la mente tiene de sí
misma es perfecta, si alcanza a la mente totalmente, entonces es igual a ella. Si
el amor es perfecto, es igual a la mente y a su noticia, tal como ocurre en Dios.
En cambio, no ocurre así en la mente humana, por su noticia no alcanza la esen-
cia de la mente, sólo su existencia; y se ama como algo inferior o como algo
superior.
El hombre, concluye, por ello, Santo Tomás, es imagen de Dios por su espí-
ritu, que se manifiesta en sus dimensiones de mente, noticia y amor. La mente,
tal como se afirma en la metafísica del espíritu de San Agustín, es el mismo ser
espiritual, inmaterial, subsistente, inteligible a sí mismo e intelectual; la noticia
o conocimiento es el conocimiento que tiene el alma de sí misma; y el amor es
el que se tiene a sí misma. Por las tres, es imagen de la Trinidad.
Todavía hay una imagen de la Trinidad más manifiesta en el espíritu humano
gracias a sus tres facultades : memoria, entendimiento y voluntad . Ahora: "Se
toma la imagen de la Trinidad en cuanto a los actos, es decir, en cuanto que por
el conocimiento adquirido, pensando interiormente, formamos el verbo y de
este pasamos al amor" 96.
El alma humana, tiene noticia existencial de sí de una manera inmediata.
Siempre tiene noticia de sí misma, ya que constantemente está presente a sí
misma por sí misma. Santo Tomás cita el siguiente texto de San Agustín: "la
mente siempre se recuerda, siempre se conoce y ama a sí misma" 97, pero precisa
que ello no significa que: "en el alma se da el conocimiento y amor actual de
sí"98 • Nota que el mismo San Agustín añade: "aunque no siempre crea que es
diferente de todas aquellas cosas que no son lo que es ella" 99 .
No siempre esta el alma en presencia de sí misma con la misma plenitud. Ex-
plica San Agustín que: "Su mirada es algo que pertenece a su misma naturaleza
95
San Agu stín, De Trinitate, IX, 12, 18.
% Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q93, a7, c.
97
San Agu stín, De Trinitate, XIV, 7, 9.
98
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q93, a7, ad4.
99 San Agustín, De Trinitate, XIV , 7, 9.
38 Eudaldo Forment
100
San Agustín, De Trinitate, XIV, 6, 8.
101
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q93, a7, ad3 .
102
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q93, a7, ad4.
103
Tomas de Aquino, De anima, al 5, ad 17.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 39
alma, como afirma San Agustín: "se conoce a sí misma por sí misma, pues es
inmaterial" '04 •
La memoria o el conocimiento habitual fáctico y existencial de sí mismo, la
unidad originaria de mente, noticia y amor, es la que permite el despliegue de la
actividad inmanente del alma, la trinidad: memoria, inteligencia y voluntad. De
la memoria nace la inteligencia, y de ella, por medio de la inteligencia, emana la
voluntad.
Santo Tomás ofreció los ejes sobre los que se sitúa su visión de la realidad
con la exposición de su doctrina de los trascendentales, del ente y de sus seis
propiedades, y de su estructura analógica. Sin embargo, también integró en su
metafísica la concepción de la realidad de San Agustín como participación del
bien, en la que se centra su concepción ejemplarista y descendente del universo.
La jerarquización de los bienes finitos se dispone en distintos niveles según la
triada: modo, especie y orden.
La ontología agustiniana del bien, con esta caracterización trinitaria del bien
finito, como vestigio o imagen de la Trinidad divina, está plenamente incorpo-
rada en la metafísica tomista. Santo Tomás también considera que son tres los
elementos constitutivos de toda perfección en el ente finito : la especie, el modo,
y el orden.
Justifica su existencia desde el constitutivo esencial de los entes, que expresa
la especie, ya que ésta exige algo que le anteceda, el modo, y algo que se derive,
el orden. "Se llaman buenas las cosas en cuanto son perfectas, pues así es como
son apetecibles, y perfecto llamamos a lo que nada le falta de cuanto requiere el
modo de su perfección. Como quiera que cada cosa es lo que es por la forma, y
hay cosas que la forma presupone y otras que necesariamente se siguen de ella,
para que algo sea perfecto y bueno es indispensable que tenga, además de la
forma, lo que la forma presupone y lo que de ella se sigue. La forma presupone
que sus principios, sean los materiales o los eficientes, se adapten a ella, y a esto
llamamos su modo, y por esto se dice (San Agustín, De Genesi ad litteram, IV,
c. 3, ML 34, 299) que 'la media establece el modo'" 1º5 •
104
San Agustín, De Trinitate, IX, 3, 3.
105
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q5, a5, c.
40 Eudaldo Forment
En este lugar, San Agustín cita estas palabras de la Escritura: "ordenaste to-
das las cosas en medida, número y peso" 1º6, y considera que hay que entender
por "medida lo que establece el modo de existir de todo ente, y por número lo
que da la forma de la existencia, y por peso lo que reduce a la estabilidad y
quietud a todo ente"'º7 •
Continúa explicando Santo Tomás que: "A la propia forma llamamos espe-
cie, porque las cosas pertenecen a alguna especie en virtud de ella, y la frase ' el
número proporciona la especie' quiere decir que las definiciones que determi-
nan la especie son como los números, según dice el filósofo en Metaphysica
(VII, c. 3, n. 8, 1043 b 34); porque así como la adición o substracción de una
unidad varía la especie del número, así también varía la definición si se añade o
quita una diferencia. De la forma se deriva la inclinación al fin, a la acción y a
otras cosas, porque los entes que están en acto obran y tienden a lo que les es
provechoso con arreglo a su forma, y esto es lo que entendemos por 'peso y
orden'. De ahí que el concepto de bien, atendiendo a la perfección, consista
también en el modo, especie y orden" 1º8•
El modo constituye la vertiente existencial y singular de las realidades fini-
tas, por el que pueden estar y actuar determinadamente en un lugar concreto. El
modo no es sino la medida adecuada, según la cual esta perfección se da en el
ente. La especie es el aspecto conceptualizable de la entidad, lo que atrae la
atención de la inteligencia. La especie no es sino la forma misma del ente, es
decir, el principio intrínseco de la perfección del mismo. El orden es el ele-
mento relativo, fundado en los otros dos. Da razón de la referencia y orientación
de las cosas, de su dinamismo tendencia!, tanto en su aspecto de apetición o de
búsqueda como de difusión de sí. El orden es, por tanto, la inclinación o tenden-
cia que el ente según su forma, o perfección intrínseca, tiene a otras cosas dis-
tintas, a su acciones, a la comunicación de sus perfecciones y a su fin .
La perfección y el bien de la criatura es según la plenitud del modo la espe-
cie y el orden. La distinción en el bien es por esta triada, que ejemplifica el bien
infinito, que como dice San Agustín, está sobre todo modo, especie y orden' 09 •
La argumentación que da Santo Tomás es la siguiente: "La medida, especie y
orden siguen a todo bien creado, en cuanto tal y aun a todo ente. Todo ente y
bien es considerado como tal por una forma que les da la especie. Igualmente
toda forma, cualquiera que sea, substancial o accidental, es según una medida.
De ahí que se diga en Metaphysica (VII, c. 3, n. 4, 1043 b 33): 'Las formas de
106
Sabiduría, 11 , 21.
17
º San Agu stín, De Genesi ad littera,n., IV, 3, 7.
108
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q5, a5, c.
109
San Agustín, De natura boni, c. 22. "No puede decirse que en Dios se dé algún modo, de
suerte que se le a signe a lguna limitación".
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 41
las cosas son como los números'. Por ello, tienen un cierto modo que les da la
medida. Y por su forma cada cosa se ordena a otra. Así, pues, según los diver-
sos grados de bienes hay grados diversos de modo especie y orden" 11 0 •
El modo y especie son los que causan el orden. "La razón de bien implica
respecto, no porque el mismo nombre de bien signifique sólo el mismo res-
pecto, sino porque significa eso a lo que sigue el respecto, con el mismo res-
pecto. Pero el respecto que conlleva el nombre de bien es la disposición de lo
perfectivo, según que algo está llamado por naturaleza a perfeccionar a otro no
sólo según la razón de especie, sino también según el ser que tiene en las reali-
dades; pues por este modo el fin perfecciona aquellas realidades que son hacia
el fin. Pero como las criaturas no son su ser, es necesario que tengan el ser reci-
bido, y por esto su ser es finito y determinado según la medida en la que se re-
cibe. Así pues entre estos tres elementos que San Agustín establece, el último, a
saber, el orden, es el respecto que el nombre de bien importa, pero los otros dos
causan aquel respecto" 111 • Puede decirse, por tanto, que el orden implica un or-
den específico y un orden particular.
Modo, especie y orden no son buenos en sí mismos, en cuanto supongan esta
triple dimensión, porque implicaría una regresión al infinito, sino en cuanto
principios del bien. "El modo, la especie y el orden es bien cada uno de ellos, no
según aquella manera de decir según la cual el bien es lo que subsiste en la bon-
dad, sino por aquella según la cual el principio de la bondad es bueno. De donde
no es necesario que cada uno de ellos tenga modo, especie y orden" 112.
Como explica Santo Tomás, en otro lugar: "Se dicen buenos el modo, la es-
pecie y el orden, en el mismo sentido que son entes, esto es, no porque ellos
sean algo que subsiste, sino porque otras cosas son mediante ellos son entes y
buenos, y por eso no es preciso que tengan en sí otras cosas por las que sean
buenos. No se llaman, pues, buenos en el sentido de que ellos formalmente lo
sean por otra cosa, sino porque otras cosas son formalmente buenas por ellas, lo
mismo que llamamos ente a la blancura, no, porque ella lo sea en virtud de algo
distinto, sino porque hay cosas que por ella adquieren su accidentalidad:
blanco" 113 • Modo, especie y orden son tres dimensiones del bien finito, pero que
no constituyen una estructura de composición, sino que suponen una misteriosa
identidad y diferenciación.
Los entes son así buenos por esta triada, y, por tanto, no únicamente por su
naturaleza, sino también por su modalización propia y por su ordenación o fina-
110
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1-11, q85 , a4, c.
111
Tomás de Aquino, De veritate, q2 I , a6, c.
11 2
Tomás de Aquino, De veritate, q21 , a6, ad7.
11 3
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a4, ad2.
42 Eudaldo Forment
114
Tomás de Aquino, De virtutibus, a8, ad 12.
11 5
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, qS, a5, ad3.
116
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a4, c.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 43
tinúa siendo hombre, con su misma naturaleza y facultades . Conserva, por tanto,
su modo, especie y orden.
La inclinación al bien, que es igualmente un bien de la naturaleza del hom-
bre, sin embargo, disminuye por causa del pecado. Las facultades humanas,
como consecuencia del pecado, aunque continúen siendo fac ultades, quedan
afectadas en su funcionamiento, disminuyendo su inclinación natural a su bien.
Sufren una pérdida parcial de las fuerzas naturales con relación a la práctica de
la virtud. Con ello, disminuyen el modo, la especie y el orden de este bien.
La inclinación natural a la virtud, con sus tres dimensiones, no pueden dis-
minuir hasta su total extinción, a pesar de que "ese bien se va disminuyendo de
continuo por el pecado". Es imposible, porque: "La virtud conviene al hombre
en cuanto racional, pues de ahí procede el que obre según la ley de la razón, que
es obrar según la virtud. Y por el pecado no es posible que pierda el hombre su
ser racional, pues dejaría de ser sujeto capaz de pecado. Luego no es posible
que ese bien de la naturaleza se destruya totalmente" 117 .
Para desaparecer la inclinación natural a la virtud, tendría que desaparecer la
racionalidad de la naturaleza humana. Sin embargo, como con cada pecado se
va reduciendo esta inclinación parece que puede llegar a desaparecer, ya que
tiene que ser finita. Dificultad a su explicación, que presenta Santo Tomás en la
siguiente objeción: "El bien de la naturaleza humana es finita, ya que ella
misma es finita. Más cualquier cosa finita se consume totalmente con una sus-
tracción continua. Luego, como el bien de la naturaleza puede disminuirse con-
tinuamente por el pecado, parece que alguna vez pueda consumirse total-
mente" 118.
Explica Santo Tomás que: "Algunos para explicar esto, se valieron de un
ejemplo, en el que se ve que algo finito disminuye hasta el infinito, pero sin
consumirse nunca totalmente. Pues dice el Filósofo en Physica (II, c. 6, n. 4,
206 b 3), que si a una magnitud finita se le quitara continuamente algo según la
misma cantidad, finalmente se consumiría del todo: por ejemplo, sí yo sustrajera
siempre la medida de un palmo a cualquier cantidad finita. Pero si la sustracción
se hiciera siempre según la misma proporción y no según la misma cantidad - v.
gr., si la cantidad se divide en dos partes y a la mitad, se le sustrajese la mitad-,
así se podría proceder hasta el infinito, de modo, sin embargo, que lo que poste-
riormente se sustrae siempre será menor que lo sustraído antes. Mas esto no
tiene lugar en nuestro caso, pues el pecado siguiente no disminuye menos el
bien de la naturaleza que el precedente, si acaso más, si es más grave" 11 9.
11 7
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q85 , a2, c.
118
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q85, a2, obl.
119
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a2, c.
44 Eudaldo Forment
9. El bien y el mal
120
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q85 , a2, ad!.
12 1
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q85, a2, c.
122
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a4, ad3.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 45
nes del bien-, que Santo Tomás conexiona utilizando la filosofía de Aristóteles,
podría decirse incluso que es un platónico que anexionó el aristotelismo. No
sólo por ser agustiniano, sino también porque los mismos elementos platónicos
de San Agustín, que acepta el Aquinate, los enriquece con otros tomados del
Pseudo-Dionisio. Entre ellos, la teoría de la naturaleza difusiva del bien, que
sería la séptima doctrina platónica fundamental, que asume Santo Tomás.
La tesis de que todo lo potencial es capacidad receptiva del bien, y, por
tanto, el concebir la potencia como algo medio entre el ente y el no ente, no
como negación absoluta de la entidad, sino como capaz de ella, supone otra
anterior también en la línea de lo bueno: el carácter difusivo del bien, que toma
del Pseudo-Dionisio. El carácter difusivo del bien, en la síntesis tomista, tiene
una importancia extraordinaria. Santo Tomás, desde la tesis de la naturaleza
difusiva del bien, explica el motivo de la creación y el fin de lo creado.
Sin embargo, aunque el bien tenga una primacía en la línea de la causalidad ,
no tiene una primacía absoluta, en el sentido que esté por encima del ente o de
las esencias. Su carácter difusivo se explica por la perfectividad del acto.
Afirma el Aquinate que: "es de la naturaleza del acto que se comunique a sí
mismo" 123 • Lo que es en acto, no sólo es perfecto, sino perfectivo, y, como con-
secuencia, es bueno y difusivo de su mismo bien, que no está así más allá o
fuera del acto, sino que se fundamenta y constituye en él.
Al centrarse la metafísica difusiva del bien, en la del acto, puede corregir su
tendencia a un emanatismo esencialista. Al mismo tiempo puede explicar la
constitución ontológica del ente finito y creado, numéricamente múltiple en la
identidad específica y sujeto de movimiento y cambio, sin acudir a un no-ente,
tal como se hizo en el último platonismo y en la modernidad. La concepción
aristotélica del ente en potencia análogo al ente en acto, y referido trascenden-
talmente al acto que es capaz, le permite asumir la tesis platónica de la difusión
del bien.
Otra importantísima doctrina, la octava, que toma también del Pseudo-Dio-
nisio, de quien heredó muchos contenidos de la patrística griega, es la de la
escala de los entes, según su triple nivel de perfección de ser, vida y espíritu.
Desde la concepción del ente como bueno considera el universo como una je-
rarquización de bienes, en el que cada uno de ellos está dispuesto en distintos
niveles de bondad, según su participación en el bien, que son así expresados
analógicamente.
En la Summa Theologiae , explica los tres grados de perfección no como con-
creciones o determinaciones categoriales, sino como distintas participaciones de
la perfección de ser. Lo hace contestando a la siguiente objeción a la afirmación
123
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q2, al , c.
46 Eudaldo Forment
de que en Dios están las perfecciones de todos los entes: "El viviente es más
perfecto que el ente, y el inteligente lo es más que el viviente. Luego, vivir es
más perfecto que ser, y saber es más perfecto que vivir. Pero la esencia de Dios
es su mismo ser. Luego, no tiene en sí la perfección de la vida y la sabiduría y
otras perfecciones parecidas" 124.
Reconoce Santo Tomás que tal como se afirma en esta objeción, el viviente
es más perfecto que el que sólo es ente, y carece de vida; y el que tiene una
naturaleza cognoscente intelectual es más perfecto que el viviente carente de
inteligencia. A pesar de ello, afirma que puede sostenerse que en Dios, aunque
sea el mismo ser, se hallan las perfecciones de todo, que es universalmente per-
fecto.
La argumentación que da es la siguiente: "Dionisio dice en De divinis
nominibus (c. 5) que el ser es más perfecto que la vida, y la misma vida más
perfecta que la misma sabiduría, aunque el viviente es más perfecto que el ente
sólo, porque además de viviente es también ente; y el inteligente es ente y vi-
viente, si se consideran según que se distinguen por la razón. Así, pues, aunque
el ente no incluya en sí al viviente y al inteligente, porque no es preciso que
todo aquello que participa del ser, participe el mismo del ser en todos sus gra-
dos; sin embargo, el ser de Dios incluye en sí la vida y la sabiduría, porque nin-
guna de las perfecciones del ser puede faltarle a quien es el mismo ser subsis-
tente"1 25.
La mayor universalidad del concepto de vida respecto al de inteligente, y del
concepto de ente respecto a ambos, no supone una mayor potencialidad a modo
de género, sino una mayor perfección y en todos sus grados. Si consideramos el
ser, la vida y la sabiduría en su concepto esencial nos aparecen en una perspec-
tiva aparentemente inversa con que se nos muestran las perfecciones de ser,
vivir y entender en la escala de los entes, porque hay que reconocer que el ser es
más perfecto que la vida, y la misma vida más perfecta que la sabiduría.
La concepción del ser, como perfección suprema por que es acto, y, por
tanto, como que hace que algo sea ente, viviente e inteligente, permite, por
tanto, la superación de la antinomia por la que la vida y la inteligencia se pre-
sentaban situados por encima del ente, ya que éstas están constituidas por la
propia perfección y actualidad del ser mismo. Si el ser no fuese más profundo
que el vivir, quedaría, entonces, sin explicar la vida. Igualmente si el vivir no
fuese más profundo que el entender, quedaría el espíritu desvirtualizado. Ade-
más con ello se superan las escisiones que se dan en la historia del pensamiento
124
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q4, a2, ob3.
125
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q4, a2, ad3.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 47
126
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q48, a2, ad2.
127
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1, q48, al , c.
128
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q48, a3, c.
129
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c6.
130
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c7.
48 Eudaldo Forment
ron que el mal era una cosa determinada" 13 1• El mal existe, y por esta existencia
se llaman malos a los entes que la posen, pero no es un ente. "Debe decirse que
lo mismo que lo blanco, así también lo malo se dice de dos maneras. Pues de un
modo, cuando se dice blanco, puede entenderse lo que es sujeto de la blancura,
de otro modo, blanco se dice de lo que es blanco, en cuanto blanco, es decir, del
accidente mismo. Y de manera semej ante, el mal puede entenderse, de un
modo, como lo que es sujeto del mal, y en este sentido éste es algo; de otro
modo, puede entenderse como el mal mismo, y en este sentido, éste no es algo,
sino que es la privación misma de algún bien particular" 132 •
El mal tiene, por ello, existencia en un sujeto bueno. "El sujeto de la forma y
de su privación es uno e idéntico, a saber: el ente en potencia [ . . .]. Es evidente
que la forma por la que algo está en acto es una cierta perfección y un bien de-
terminado. Así todo ente en acto es un determinado bien. De manera parecida,
todo ente en potencia, en cuanto tal, es un determinado bien, en cuanto que está
ordenado al bien. Es un ente en potencia como es un bien en potencia. Hay que
concluir, por tanto, que el bien es el sujeto del mal" 133 •
El sujeto del mal es el ente en potencia, porque: "No existiendo la privación
sino en un ente en potencia, puesto que decimos que algo está privado cuando le
corresponde tener algo por naturaleza y no lo tiene, se sigue que el mal existe en
el bien, según que el ente en potencia se dice bueno" 134 .
Debe advertirse, en primer lugar, que el sujeto del mal es el bien, pero puede
decirse que lo malo es un cierto bien. El sujeto es deficiente y, por tanto, malo
en cuanto esta privación, pero el sujeto en cuanto tal es bueno. En segundo lu-
gar, al afirmarse que el mal tiene como sujeto al bien, no quiere decirse con ello
que un mal esté en el correspondiente bien opuesto. "El mal no está como en
sujeto en el bien que le es opuesto, sino en algún otro bien; el sujeto, por ejem-
plo, de la ceguera no es la vista, sino el animal" 135 •
Como consecuencia, el mal no puede suprimir todo bien. "Por mucho que se
multiplique el mal, jamás podrá destruir todo bien", porque: "para que persista
un mal es inevitable que persista también su sujeto, que es el bien. Luego, el
bien siempre persiste" 136 •
Lo que no quiere decir que no suprima algún bien. Precisa Santo Tomás que:
"Para comprender esto debemos considerar que hay tres clases de bien. Uno que
13 1
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1, q48, a2, ad32.
132
Tomás de Aquino, De malo, q 1, a l , c.
133
Tomás de Aqu ino, Summa Theo logiae, 1, q48, a3, c.
134
Tomás de Aquino, De malo, q 1, a2, c.
135
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q48, a3, ad3.
136
Tomás de Aquino, Contra Gentes, 111, el 2.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 49
se suprime totalmente por el mal, y este tal es el bien que directamente se opone
al mal, como la iluminación es totalmente suprimida por las tinieblas, y la vista,
que lo es igualmente por la ceguera completa. Hay otro bien, que no es total-
mente suprimido por el mal, ni aun disminuido; tal es el bien que es sujeto del
mal, puesto que no se disminuye en nada la substancia del aire al hacerse sujeto
de la obscuridad . Hay un tercer bien, que se disminuye ciertamente por el mal,
pero sin llegar a ser suprimido por completo, y este tercer bien es la capacidad o
aptitud del sujeto para el acto" 137 •
Respecto a este ente en potencia, sujeto del bien, indica que: "En el mundo
de la naturaleza, está disminución del bien por el mal no puede prolongarse
indefinidamente. En efecto, tanto las formas como las virtudes naturales tienen
todas sus límites y llegan a un término que no pueden traspasar. Según esto, ni
una forma contraria cualquiera ni tampoco la virtud de un agente contrario pue-
den aumentar indefinidamente, de modo que resulte que el bien disminuya inde-
finidamente a causa del mal. Sin embargo, en lo moral cabe esta disminución
indefinida, pues el entendimiento y la voluntad no tienen límites señalados a sus
actos. En efecto, el entendimiento, entendiendo, puede proceder indefinida-
mente; por eso se dice que las especies matemáticas de números y figuras son
infinitas. Igualmente, también la voluntad puede progresar en su querer indefi-
nidamente; por ejemplo, quien quiere cometer un hurto, puede querer cometerlo
nuevamente e infinitas veces. Y cuanto más persigue la voluntad los fines inde-
bidos, tanto más difícilmente vuelve al fin propio y debido, como se ve en quie-
nes por la costumbre de pecar han contraído hábitos viciosos. Luego el bien de
una disposición natural puede disminuir indefinidamente por el mal moral. No
obstante, jamás desaparecerá completamente, pues le acompaña siempre la na-
turaleza que permanece" 138, y, con ella la misma aptitud ilimitada.
También se sigue, que hay que: "rechazar el error de los maniqueos, que
afirmaban la existencia de un sumo mal, primer principio de todos los males",
porque: "El mal obra en virtud del bien. Pero el primer principio obra por propia
virtud. Luego, el mal no puede ser el primer principio" 139 .
Parece que: "El mal obra en cuanto mal, pues se opone al bien y lo co-
rrompe". Sin embargo: "La privación en cuanto tal, no es principio de acción
alguna. Por esto Dionisio dice en De divinis nominibus (IV), acertadamente: ' El
mal no lucha contra el bien sino en virtud del mismo bien, pues de sí es impo-
tente y débil' (IV, c. 20, PG 3, 720A), o sea que no es principio alguno de ac-
ción". Sobre esta cita del Pseudo-Dionisio, explica que cuando se atribuye al
mal algo se hace: "accidentalmente[ ... ] como se dice que la ceguera corrompe
137
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q48, a4, c.
138
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c1 2.
139
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, el 5.
50 Eudaldo Forment
140
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c9.
14 1
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, I, q49, a l , c.
142
Tomás de Aquino, De malo, q 1, a3, ad 6.
143
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, el O.
144
Tomás de Aquino, De malo, ql , a3, c.
145
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q49, a2, c.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 51
esto consiste precisamente la razón de mal, a saber, en que alguna cosa decaiga
de su bondad" 146•
Dios permite el mal, pero se podría preguntar por qué no lo impide, ya que lo
propio de Dios es "conservar las naturaleza, no destruirla" 147 . Santo Tomás da la
siguiente razón: "Todo lo que es prudente soporta un mal pequeño para no im-
pedir un bien grande, ahora bien, cualquier bien particular es pequeño respecto
al bien de una naturaleza universal; no se podría impedir un mal que derive de
algunas cosas sin suprimir su naturaleza, que es tal que puede fallar o no fallar,
y que comporta un daño a una cosa particular y sin embargo añade una cierta
belleza en el universo, y, por tanto, Dios, por ser prudentísimo, con su provi-
dencia no prohibe los males, sino que permite que cada cosa actúe según lo que
su naturaleza requiere; como afirma Dionisio en el De divinis nominibus (c. 4),
es propio de la providencia no perder sino salvar la naturaleza" 148•
Todavía se podría preguntar por qué no ha creado las cosas de tal manera
que no puedan fallar. La respuesta de Santo Tomás es la siguiente. "El agente
que es óptimo debe producir el efecto en conjunto óptimo, pero no hace que
cada una de sus partes sea óptima sep aradamente, sino óptima según su relación
al conjunto, así, por ejemplo, sería contra la bondad del animal, si cada una de
sus partes tuviese la dignidad del ojo. Dios hizo, por consiguiente, el universo
en conjunto óptimo, según el modo de la criatura, no en cambio las criaturas
particulares, sino unas mejores que otras. Por eso en el Génesis se dice: 'Y vio
Dios ser buena la luz' (1,4) y así de cada una de las cosas, pero de todo en con-
junto se dice: Y vio Dios que lo que había hecho todo junto era muy bueno'
(1,31)"'49_
En definitiva, el sentido del mal en el mundo lo había dado ya San Agustín
en el siguiente pasaje, que también cita el Aquinate: "Dios omnipotente, siendo
sumamente bueno no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus
criaturas si no fuese lo bastante poderoso y lo bastante bueno para sacar bien
incluso del mismo mal" 150 •
Con respecto al mal en el mundo, Santo Tomás profesa un optimismo rela-
tivo, porque frente a una actitud pesimista escribe: "En la objeción, que el mal
acontezca las más veces es absolutamente falso. En efecto, las cosas generables
y corruptibles, únicas en que se da el mal de naturaleza, son una parte insignifi-
cante de todo el universo. Y, además, en cada especie acontece las menos veces
146
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, I, q48, a2, c.
147
Tomás de Aqu ino, Summa Theologiae, 1, q47, a2, c.
148
Tomás de Aquino, De veritate, q5 , a4, ad4.
149
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I , q47, a2, ad l.
150
San Agustín, Enchiridion, n. 3 , c. 11.
52 Eudaldo Forment
15 1
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q49, a3, ad5.
152
C. Fabro, "Presentazione", en A . Lobato, Tommaso d'Aquino, Opuscoli jilosofici, Citta
Nuova, Roma,! 989, pp. 9-20, p. 11.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 53
153
Tomás de Vío, Cayetano, In De ente et essentia D. Thomae Aquinatis Commentaria, ed. M.
H. Laurent, Marietti, Taurini , 1934.
154
Tomás de Vío , Cayetano , In De ente et essentia, Proem. , l.
155
Véase: M. Grabmann, "De commentariis in opu sculum S. Thomae Aquinatis De e nte et
essentia", en Acta Pontificia Academia Romana S. Thomae Aquinatis, 1938, pp. 7-20; C. Feckes,
Das Opusculum des hl. Thomas von Aquin 'De ente et essentia ' in Lichte seiner Kommentare,
Feetschrift Grabamann , Münster, 1935, pp. 667-681; W. Senko, "Les commentaires anonymes du
XV s. sur le De ente et essentia", Medievalia Philosophica Polonorum, 1959 (3), pp. 7-16, y C.
Stroik, Ein anonymer Kommentar zum opusculum De ente et essentia des Thomas von Aquino,
Universitiitsverlag, Freiburg, Schweiz, 1985.
156
R. Ripa, Commentaria in de ente et essentia, Romae, 1598, Praef. Véase: R. M. Spiazzi,
Santo Tomás. Opuscula Philosophica, Marietti , Taurini , 1973, "lntroductio al De ente est essen-
tia", p. 2.
157
J. Pecci, "Parafrasi e dichiarazione dell ' opu sculo di S. Tommaso De ente et essentia",
L'Accademia Romana di San Tommaso d'Aquino, Roma, 1882, vol. II, pp. 101-1 82. Véase: N.
del Re, "Il tomi sta cardinale Giuseppe Pecci", en A. Piolanti (ed.), Atti del VIII Congreso Tomis-
tico lnternazionale, Ciudad del Vaticano, 198 1, vol. II, pp. 468-475.
158
C. Boyer, S. Thomae Aquinatis, opusculum De ente et essentia, Textus et Documenta, Series
Philosophica, V, Pontificia Universitas Gregoriana, Roma, 1933, p. 7.
54 Eudaldo Forment
Algo parecido ha afirmado Abelardo Lobato, autor de uno de los mejores co-
mentarios recientes del De ente et essentia 159 , que ha advertido asimismo que:
"Ciertamente no sería justo tomarlo como la más completa síntesis de la filoso-
fía tomista, sin embargo el opúsculo señala el primer paso, bien seguro, en el
largo itinerario tomista"' 60 .
Siempre se ha considerado que el opúsculo De ente et essentia es una obra
auténtica de Santo Tomás. Se ha podido probar gracias a su presencia en el ca-
tálogo de sus obras, realizado por sus discípulos para el proceso de la Canoniza-
ción de Santo Tomás, que tuvo lugar en 1323, e incluido en las actas del mismo.
De los solo veinticinco opúsculos que se citan, el que hace el número diecisiete
se titula: "De ente et essentia, ad fratres socios" 161 .
Es probable, según Roland-Gosselin, que, como el tratado estaba dirigido a
un grupo de estudiantes, que seguirían su enseñanza filosófica de bachiller, haya
que datarlo, por consiguiente, alrededor del año 1254, cuando Santo Tomás era
bachiller sentenciario de la Universidad de París y contaba unos veintinueve
años de edad 162 • Confirman esta fecha de composición las siguientes palabras de
Ptolomeo de Lucca (h. 1245-1326), discípulo de Santo Tomás en Italia y uno de
sus primeros biógrafos : "El tratado Sobre el ente y la esencia lo escribió a los
hermanos y compañeros, cuando todavía no era maestro 163 • El Aquinate, por
tanto, lo escribió antes de cumplir treinta y un años, mientras comentaba los
Libros de las Sentencias de Pedro Lombardo 164 •
159
Véase: A. Lobato, Commentarium in De ente et essentia Sti. Thomae Aquinatis, PUST,
Romae, 1968.
160
A. Lobato, Tommaso d'Aquino, opuscoli Filosofici. L'ente e l'essenza, L'unita dell'illleletto,
e Le sostanze separa/e, Traduzione, introduzione e note, Citta Nuova Editrice, Roma, 1989, p. 39.
161
Véase: P. Mandonnet, "Les opuscules de Saint Thomas d' Aquin, Introductio n", en S. Tho-
mae Aquinatis, Opuscula Omnia, Lethielleux, París, 1927, 5 vols., vol. I, pp. 1-XXJV; Ecrits
authentiques de Saint Thomas d 'Aquin, Fribourg, 2191O, p. 30.
162
M. D. Roland-Gosselin, Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d 'Aquin, Vrin, París, 1948, pp.
XXVI-XXVIII.
163
P. de Lucca, "Historia eclesiástica", en Muratori , Scriptores Rerum ltalicarum, Milán, 1727,
t. XI, pp. 75 1 y ss. ; texto citado por P. Mandonnet, Ecrits authentiques de Saint Thomas d'Aquin,
vol. I, pp. I-XXIV.
164
Ésta es también la opinión de Weisheipl, que afirma resaltando su originalidad: "De ente et
essentia, del cual se conservan más de 179 manuscritos, es un trabajo de metafísica donde la
mayor parte de las ideas filosófi cas fundamentales de Tomás se expresan claramente, incluso en
esta primera época de su carrera [ ... ]. El opúsculo es una expresió n inequívoca de: 1°. la di stin-
ción real entre la esencia creada y la exi stencia; 2º. la pura potencialidad de la materia prima; 3º.
la negación de la mate rialidad en las substancias separadas; 4°. la participación de toda la realidad
creada, material e inmaterial , del ser divino; 5º. la dependencia -según Aristóteles- tanto de los
predicados lógicos, como de las formas abstraídas, de las realidades indi viduales existentes" ; J. A.
J. La síntesis filosófico -teológica de Santo Tomás 55
Wei sheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina, trad. esp. de Frank Hevía, Eunsa, Pamplona,
1994.
165
L. Baur, S. Thomae Aquinatis, De ente et essentia. Opusculum., Monaterii , Münster, 1926, p.
5.
166
P. Mandormet, Les opuscu.les de Saint Thom.as d 'Aquin, lntroduction, vol. I, pp. I-XXIV.
167
A. Wal z, "Chro notaxis vitae et operum S. Thomae de Aquino" , Angelicum., 1939 ( 16), pp.
463-473: "Ecrits de Saint Thomas" , e n A . Vacant / E. Mangenot, Dictionnaire de Theologie
Catholique, Librairie Letou zey et Ané , París, 1946, vol. XXIX, col s. 635-641.
168
L. Baur, S. Tho,nae Aqiúnatis, De ente et essentia. Opuscu!u,n, pp. 5-6.
169
M . D . Ro land-GosseLin, Le 'De en.te et essentia ' de S. Thomas d 'Aquin, p. XV, n. l.
170
Divi Thomae Aquinatis, Doctoris Angelici, Ordini Praed., Opera Om.nia, Gratiis priviligiis-
qu.e Pii V pontificis maxim.i typis excussa, Iulium Accoltum, Romae, 1570-1571 , 18 vols., v. IV.
17 1
Venecia, 1592-1594, 8 vols., v. IV.
172
Amberes , 1610-1612, 18 vols., v. IV.
173
París, 1660, 23 vo ls. , v. IV, en los Commentaria de C ayetano, pp. 515-660.
56 Eudaldo Forment
IX 174 • En la edición segunda de París, conocida por Edición Vives 175 es el nú-
mero veintisiete de los opúsculos, y aparece en el volumen veintisiete, que lleva
por título Opuscula varia 176 .
En 1973 apareció en tomo XLIII de la llamada edición Leonina 177, que,
desde que en 1880 el papa León XIII ordenó la nueva edición crítica de las
obras completas de Santo Tomás, van publicadas ya más de la mitad de las
obras 178 • Por último hay que añadir la edición de R. Busa con el Indice thomis-
tico179.
También el De ente et essentia ha aparecido en las ediciones de los opúscu-
los de Santo Tomás . La primeros fueron Opuscula selecta, publicados en 1881 ,
que incluyeron el tratado en el volumen180 • Asimismo se encuentra en el volu-
men I de la edición de los Opuscula, de Miguel de María 181• Ocupa el número
ocho en la edición de los Opuscula omnia 182 , de P. Mandonnet, que reproduce el
texto de la edición Vives, que a su vez trae el de la edición Piana, con unas po-
cas variaciones.
En 1949, J. Perrier presentó una nueva edición, reproduciendo básicamente
un manuscrito de París (Mn. París Nat. lat. 14546), titulada Opuscula omnia
necnon Opera minora, pero sólo salió a la luz el tomo primero, en donde el De
ente et essentia es el número tres de los opúsculos 183 • Por último, hay que men-
cionar que, en las ediciones manuales de las obras de Santo Tomás, llamadas
174
S. Thomae Aquin.atis, doctoris An.gelici, opera omn.ia, ad fidem optimarum edition.um accu-
rate recogn.ita, Ed. Fiaccadori, Parma, 1852-1 872, 25 vols., v. XXVI, pp. 330-337. Reimpresión:
Musurgia Press, New York, 1948-1 950.
175
Doctoris Angelici, Divi Thomae Aquin.atis... Opera Omnia, sive antehac excussa, sive etiam
anecdota ..., n.otis historicis, cristicvis, philosophicis... ornata, Vives, París, 187 1-1 880; 2 1889-
1890, 34 vols.
176
Opúsculo varia, pp. 468-479.
177
Sancti Thomae de Aquino, Opera Omnia, iussi Leonis XIII P.M. Edita, T. XLIII, Editori de
San Tommaso / Ad Santae Sabiane, Roma, 1976, pp. 369-38 1.
178
Sancti Thomae de Aquino, Opera Omnia, iussi Leonis Xi!! P. M. Edita, Editori de San Tom-
maso, Roma, 1882; en curso de publicación.
179
Opera Omnia, ut sunt in Indice thomistico, additis 6 1 acriptis ex alüs medii aevi auctoribus,
curante Roberto Busa, S. J. , vol. 7, Frommann-Holzboog, Stuttgart-Bad Constatt, 1980.
180
S. Thomae Aquinatis, Opuscula selecta, París, 188 1, v. JV, pp. 223-242.
18 1
S. Thomae Aquinatis, Opuscula, ed. rev isada por Miguel de María, S. l. , C itta di Castello,
1886; reedición. Roma, Desclée et Socci, 19 13, pp. 221-255.
182
S. Thomae Aquinatis, Opuscula omn.ia, Lethielleux, París, 1927, 5 vols.; v. 1: Opuscula
genuina philosophica, De ente et essentia, pp. 145-1 64.
183
S. T homae Aquinatis, Opuscula omnia necnon Opera minora. Opuscula Philosophica,
Lethielleux, París, 1949, pp. 22 1-1 55.
J. La síntesis filosófico-teológica de Santo Tomás 57
184
S. Thomae Aquinatis, Opuscula Phi/osophica, ed. de R. Spiazzi, Marietti, Taurini, 1926;
1948; 1954; 1957; 1973,pp. 1-18.
185
S. Thomae Aquinatis, De ente et essentia. Opusculum. Ad acto codi codicum. m.anu scripto-
rum. (saec. XIII et XIV) nec non editionis Pianae fidem in usum. scholarum. edidit, Monasterii,
Typis Aschendorff, 1926, segunda edición corregida, Münster, 1933.
186
M. D. Roland-Gosselin, O. P., Le 'De ente et essentia' de S. Thom.as d'Aquin, Texte établi
d'aprés les manuscrits parisiens, Introduction, Notes et Etudes historique, Le Saulchoir, Kain,
1926; y en Bibliotheque Thomiste , VIII, J. Vrin, París, 1948.
187
S. Thomae Aquinati s, Opusculum De ente et essentia, Textu s e documenta, Series philoso-
phica V, Pontificia U niversitas Gregoriana, Romae, 1933; 2ª ed. J946; 3ª ed. 1950; y 4ª ed. 1970.
188
Sancti Thomae de Aquino, Opera Omnia, Iu ssu Leonis XIII P.M. Edita, T. XLlII (De princi-
piis naturae, De aeterniate mundi; De motu cordis; De mixtione elementorum; De operationibus
occultis naturae, De iudicis astrorum, de sortibus, De unitate intellectus, De ente et essentia, De
fallaciis de propositionibus 111.odalibus), pp. 369-381.
189
A. Lobato, Tommaso d 'Aquino, opuscoli Fi/osofici. L'ente e l'essenza, L'unita dell'inteletto,
e Le sostanze separate, p. 40.
190
Las publicaciones recientes sobre el De ente et essentia, que tienen mayor interés son las
siguientes: P. Cardoletti , "Analisi logica de l linguaggio e costruzione metafísica ne! De ente et
essentia di S. Tommaso d' Aquino", en Miscellanea di A. Gazzana, Marzorati, Milano, 1960, pp.
51-11 ; J. G. Deninger, "Platonische Elemente in Thomas von Aquin Opusculum De ente et es-
sentia", en Miscel/anea Hirsberger, Minerva, Frankfurt, 1965, pp. 377-39 1; E. Formen!, Filosofía
del ser. Introducción comentario, texto y traducción del 'De ente et essentia' de Santo Tomás,
PPU, Barcelona, 1988; M. Gogaz, "Le R. Gumpenbergh, Zur Sienslehre in De ente et essentia des
58 Eudaldo Forment
A pesar de que son muy numerosos los comentarios y los estudios dedicados
al De ente et essentia, no es superfluo otro nuevo, porque, como ha señalado
Lobato: "El pequeño tratado, tan estudiado, no está nunca agotado. Podemos
afirmar que si fuese posible poner sobre una balanza en una parte el opúsculo y
en la otra todos los comentarios, y si la balanza pudiese indicar el valor filosó-
fico, aún hoy la aguja de la balanza se inclinaría hacia el opúsculo" 191•
La traducción castellana, que sigue a esta Introducción se ha realizado sobre
edición crítica de la Leonina, aunque se han tenido en cuenta las variantes del
texto de las ediciones de Roland-Gosselin, Baur y Boyer. No obstante, la divi-
sión de los capítulos y de los correspondientes párrafos se conserva la de la
primera. A diferencia de otras traducciones en español 192 , se ha procurado que la
nueva versión sea lo más lo más fiel posible a la estructura de la frase latina y al
sentido estricto de cada uno de sus términos 193 . Con ello, quizás se ha perdido
agilidad y viveza y hasta calidad literaria, pero se ha podido ganar en exactitud,
rigor filosófico e incluso probablemente en claridad, que posee indiscutible-
mente el texto latino de Santo Tomás.
Thomas von Aquin", e n Freiburger Zeitschrift f ur Theologie und Philosophie, 1974 (21 ), pp.
420-438; A. Lobato, Tommaso d 'Aquino, opuscoli Filosofici. L'ente e l'essenza, L'unita dell'inte-
/etto, e Le sostanze separate, Tradu zione, introduzione e note, Citta Nuova Editrice, Roma, 1989;
J. Lohmann, "Saint Thomas et las Arabes", Revue de Philosophie de Louvain, 1976 (74), pp. 30-
44 ; B. Negroni , "E ssenza ed esiste nza nell ' omo nimo opusculo di S. Tommaso d ' Aquino", Atti del
Congresso Internationale Tommaso d 'Aquino nel suo VII Centenario, Roma-NapoLi, 1974, v. VI,
pp . 283-289; J. Owens, "Stages and distinction in De ente et essentia", Thomist, 1981 (45), pp.
99-123; M. D. Roland-Gosse lin, Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d 'Aquin, Texte éstabli d '
apres les manu scripts parisie nsa, lntroduction, notes et études historiques, Vrin, París, 1948; C.
Stevens, " A prologue to De ente et essentia", Angelicum, I 980 (57), pp. 389-400; F. Van Steen-
berghen, "Le proble me de l 'ex iste nce de Dieu dans le De ente et essen.tia de saint Thomas
d' Aquin", Metan.ges De Ghellinck, Duculot, Gembloux, 195 I , pp. 837-847; J. F. Wippel, "Aqui-
nas' route to the real distinction. A note on the En.te et essentia", Ange/icum, 1980 (57), pp. 389-
400.
191
A. Lobato , Tommaso d 'Aquino, Opuscoli Filosofici, lntrodu zio ne, p . 48.
192
Las traducciones caste llanas más conocidas son las siete siguie ntes: I) Juan R. Sepich, Uni-
versidad de Buenos Aires, Bu enos Aires, 1940; 2) Luis Lituma y Alberto Wagner de Reyna, Lo-
sada, Buenos Aires, I 940, 2 I 954; 3) Antonio Tomás y Ballú s, e n Opúsculos .filosóficos genuinos,
Poble t, Buenos Aires, 1947, pp. 281 -314; 4) Juan Planella Guille , Atlántida, Barcelona, 1949; 5)
Manue l Fuentes Benot, Aguilar, Buenos Ai res, 1954, 8 1977, reed. Sarpe, Madrid, 1985 ; 6) C. l.
González, S. J. , Tradició n, México, 1979; 7) Eudaldo Forment, PPU , Barcelona, 1988.
193
Algo parecido se hace e n la traducción francesa de C. Capelle (Saint Thomas d ' Aquin, L 'étre
et l 'essence (De ente et essentia), Texte, traductio n et notes par Catherine C apelle, O. P. , J. Vrin ,
París, 1978); también la italiana de P. Orlando (Tommaso d ' Aquino, De ente et essentia, L'essen-
za dell 'esistente, D eho niane, Napoli , 1986) y la de A. Lo bato, Tommaso d 'Aquino, Opuscoli Filo-
sofici, L'ente e l'essenza, pp. 37-73.
II. ENTE, ESENCIA Y SER
11
Cayetano, In De ente et essentia, Proem. q . 1, n. 3, p. 2.
12
Cfr. Cayetano, In De ente et essentia, Proem., q. 1, n. 3, pp. 3-4.
62 Eudaldo Forment
2. El orden de exposición
Estas tres tesis sobre el conocumento del ente, con cuya expos1c1on co-
mienza el opúsculo, imponen, continúa explicando Santo Tomás en el Proemio,
que se inicie el estudio del ente y de la esencia, examinando, en primer lugar, el
significado de sus nombres. A partir de lo cual, en segundo lugar, hay que de-
terminar su contenido en las diversas clases de entes, es decir, en los entes subs-
tanciales, tanto los simples -las inteligencias o ángeles, las almas humanas y la
causa de ambas, Dios o la primera causa increada-, como los compuestos, y en
13
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q85 , a8, c.
14
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q84, a7.
JI. Ente, esencia y ser 63
los entes accidentales. Por último, en tercer lugar, averiguar los modos en que
se expresan estos contenidos en las intenciones lógicas de género, especie y
diferencia.
El término intención, "intentio", que utiliza aquí Santo Tomás, no tiene el
sentido usual por el que se designa una fase del acto voluntario, el propósito de
lograr un fin, que es anterior a las de deliberación y ejecución, sino que signi-
fica el acto del entendimiento que se refiere a la realidad entendida. Desde esta
segunda acepción, el término puede nombrar también a esta misma realidad. De
manera que se amplía el significado del acto a lo alcanzado por el mismo.
Las intenciones, con esta extensión de la noción, pueden ser de primera in-
tención, cuando son el resultado de un acto intelectual directo, o no reflexivo, y
de segunda intención, si lo son de una reflexión intelectual, por la que el enten-
dimiento conoce sus propios actos y las relaciones que adquieren los contenidos
por el hecho de ser conocidos por estos actos. Como la Lógica tiene por objeto
estas segundas intenciones, se les puede denominar, como hace Santo Tomás en
el texto, intenciones lógicas.
En este lugar, se refiere a las intenciones lógicas, denominadas también pre-
dicables, porque son las distintas maneras de predicar o atribuir lo entendido a
la realidad. Estos modos son cinco, porque, como indica Santo Tomás en otro
lugar: "Todo lo que se predica unívocamente de muchos no puede ser más que
género, especie, diferencia, accidente o propio" 15 • Sin embargo, en este Proemio
únicamente cita a los tres primeros predicables, porque sólo el género, la espe-
cie y la diferencia expresan el contenido de las esencias, aunque de modos di-
versos. En cambio, la propiedad y el accidente, indican una característica no
esencial, necesaria o contingente respectivamente.
El breve preámbulo finaliza señalando los principios que determinan el or-
den, en que la segunda y tercera de las tres cuestiones generales, que van a tra-
tarse, aplicadas a las diferentes clases de entes, deben investigarse y exponerse.
Estos principios se desprenden de la modalidad de entendimiento, que tiene el
hombre, que le obliga a conocer lo simple a partir de lo compuesto y, por tanto,
lo que es primero en la realidad a partir de lo que es posterior.
Las reglas metodológicas serán las tres siguientes. Primera: el estudio de lo
compuesto debe ser previo del de lo simple. Segunda: lo ulterior en el orden real
debe estudiarse antes que lo anterior. Tercera: hay que empezar las investiga-
ciones por lo más fácil para nosotros a fin de llegar a lo difícil, o como dice
Santo Tomás, en otro lugar: " En el orden que conviene proceder en cualquier
15
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c32.
64 Eudaldo Forment
materia, hay que considerar que es preciso empezar por lo más conocido, por-
que llegamos a lo desconocido por lo más conocido" 16.
Estas tres reglas no sólo deben regir la investigación sino también la exposi-
ción, porque para Santo Tomás, los puntos de partida, desarrollos y conclusio-
nes que se utilizan en el método de investigación deben ser los mismos que los
del método de enseñanza o de exposición. En la cuestión titulada De magistro,
del De veritate, escribe: "El que enseña a otro le lleva al conocimiento de lo
ignorado del mismo modo que alguien se lleva a sí mismo descubriendo el
conocimiento de lo que ignoraba" 17 . Únicamente diferirán en que en el método
de exponer el saber se excluyen las vacilaciones, los ensayos y los caminos
perdidos.
Este principio pedagógico es una aplicación de este otro más general: "Del
mismo modo que el médico trata de sanar al enfermo de acuerdo con la natura-
leza del enfermo[ ... ], así el maestro lleva al alumno al conocimiento de la cien-
cia por el mismo procedimiento, mediante el cual el alumno descubrirá por sí
mismo la ciencia, a saber, deduciendo las cosas desconocidas de las conoci-
das"18.
En realidad, estos principios importantísimos se desprenden del aristotélico,
que se encuentra formulado en los Analytica Posteriora: "Toda doctrina y toda
disciplina racional se genera desde un conocimiento preexistente" 19. Ello no
supone un innatismo, porque como ha notado Francisco Canals: "Lo que se
afirma es la anterioridad de conocimientos sensibles e intelectuales, a los que
las facultades humanas están ordenados por su naturaleza, y que se adquieren
por medio 'connatural' y como espontáneo, con anterioridad a toda construc-
ción reflexiva de carácter metódico y generadora de hábitos intelectuales cientí-
ficos"20.
El orden de la exposición explicativa tiene que ser el mismo que el seguido
en la adquisición de la ciencia, porque, como indica Santo Tomás: "Hay dos
modos de adquirir ciencia: uno, cuando la razón natural llega por sí misma al
conocimiento de lo que no sabía; y este modo se llama invención. El otro,
cuando la razón natural es exteriormente ayudada por alguien, y este modo se
llama aprender mediante disciplina". Ambos procedimientos se basan en la ra-
zón. "El proceso de la razón del que llega al conocimiento de lo desconocido
por vía de invención, es que aplique a determinadas materias los primeros prin-
16
Tomás de Aquino, In Ethicam, I, lect4.
17
Tomás de Aquino, De veritate, ql 1, a l , c.
18
Tomás de Aquino, De unitate intellectus, c5.
19
Aristóteles, Analytica Posteriora, I, c. 1, 71 a.
20
F. Canals Vid al, Sobre la esencia del conocimiento, PPU, Barcelona, 1987, p. 4 1, n. l.
JI. Ente, esencia y ser 65
21
Tomás de Aquino, De unitate intellectus, c5. Cfr. De veritate, qll , a l , c.
22
Tomás de Aqutno, Summa Theologiae, Pro!.
23
A. Lobato, Dignidad y aventura humana, Col. Hori zonte dos mil. Textos y monografías, nº
5, San Esteban / Edibesa, Salamanca / Madrid, 1997, p. 139.
24
Cayetano, Commentaria in Summa Theologiae, II-II, q148, a4, c.
66 Eudaldo Forment
3. Ente y esencia
25
A. Lobato, Santo Tomás de Aquino, arquitecto de la vida universitaria. El profesor ideal en
la paideia tomista, Lección mag istral en la ce lebración de la festividad de Santo Tomás de
Aquino, Universidad San Pablo CEU, Madrid, 1996, p. 34.
26
Guillermo de Tocco, Hystoria beati Thom.ae, 15, 236.
27
A. Lobato , Santo Tomás de Aquino, arquitecto de la vida universitaria, p. 35.
JI. Ente, esencia y ser 67
esencia concreta. Por esto, se significa a modo de parte. Aunque incluya el todo
esencial no, en cambio, la totalidad de lo concreto. La esencia abstracta es un
todo que se significa como parte.
La esencia concreta significa también los principios esenciales, pero de otro
modo. " Hombre significa los principios esenciales de la especie, pero no ex-
cluye los principios individuantes de su significación, pues hombre es el que
tiene la humanidad, pero sin excluir que otro pueda tenerla. Y por esto hombre
se significa por modo de todo; significa por tanto los principios esenciales de la
especie en acto, los individuantes, en cambio, en potencia". En este sentido la
esencia concreta puede llamarse individual en potencia.
La esencia concreta común incluye los principios esenciales y además indi-
vidualizados en potencia. No contiene la potencia unos principios individuantes
determinados, sino que estos están de un modo general, indistinta e indetermi-
nadamente. Hombre es el que tiene la humanidad , aunque de una manera co-
mún, porque no se descarta que pueda estar en otros sujetos. Contiene, por
tanto, los principios esenciales y los individuantes, todo lo que se encuentra en
el singular. Hombre es, por ello, un nombre concreto. De ahí que se signifique
por modo de todo. Sin embargo, los primeros, al igual que la esencia abstracta,
los significa en acto, y los segundos únicamente en potencia. Por ello, siendo
individual, pero de un modo potencial e indefinido, en acto es sólo un concreto
común o en general.
Añade Santo Tomás: "Sócrates en cambio significa ambos principios en
acto, como el género tiene en potencia la diferencia, la especie en cambio la
tiene en acto" 28 • La esencia concreta singular expresa en acto todos los princi-
pios tanto esenciales como los individuantes determinados. Sócrates como hom-
bre es un todo, y, por tanto, una esencia concreta, y por incluir la individuación,
es también individual; pero, a diferencia de hombre -un todo concreto, indivi-
dual, potencial e indistinto, y, por ello, común- es singular, porque lo indivi-
duante está en acto.
Otro nombre, el tercero, con que puede significarse la esencia, es el de natu-
raleza. Con este término, indica Santo Tomás, a veces se designa lo que es inte-
ligible para el entendimiento, y como las cosas lo son por su esencia, se identi-
fican ambos. No obstante, el término naturaleza s ignifica generalmente la esen-
cia en cuanto principio de operaciones.
De estos nombres utilizados para denominar la esencia -quididad, forma y
naturaleza- , aunque los tres precisen su definición en algún aspecto determi-
nado, Santo Tomás considera que el mejor es el de quididad, porque es el único
que sólo tiene un sentido. Sin embargo, considera que todavía es preferible el
28
Tomás de Aquino, Contra Gentes, IV, c8 I.
70 Eudaldo Forment
nombre de esencia, ya que se le llama así por cuanto "por ella y en ella el ente
tiene ser".
Esta doble relación de la esencia con el ser, el "esse", viene ya sugerida en
su nombre latino de "essentia", que revela un claro parentesco con este infini-
tivo del verbo "sum". Para Santo Tomás, la esencia siempre está referida al ser,
y no puede definirse propiamente sin recurrir a él. De ahí que "esencia" sea su
nombre propio.
29
Tomás de Aquino, In Metaphysicam, I, lectl , 1124 19.
30
Tomás de Aquino, De veritate, q2l , al , c.
31
Avicena, Metaphysica, lntrod.
JI. Ente, esencia y ser 71
32
Tomás d e Aquino, In I Sententiarum, d33, q 1, a 1, ad 1.
72 Eudaldo Forment
algo constatable por los sentidos. Explícitamente declara Santo Tomás, que: "el
ser es por lo que algo es"33, aquello que hace estar en la realidad. No es un mero
estado, sino su causa. La existencia, con respecto al ser, es uno de sus efectos.
Se distinguen, por tanto, como un efecto secundario de la causa que lo origina.
La existencia que proporciona el ser al ente no es una existencia indetermi-
nada o general. Después de indicar que el ente está constituido intrínsecamente
por dos realidades, la esencia y el ser, añade Santo Tomás que: "por el ser el
ente subs iste en la especie" 34. El ser es lo que hace subsistir. Declara en otro
lugar que: "se dice subsistir al existir por sí y no en otro" 35 • El subsistir es un
modo especial de existir, el existir por sí y en sí, o por propia cuenta, de una
manera autónoma e independiente. El subsistir es propio de la substancia. El
otro modo de existir, el inherir, o el existir por otro y en otro, es privativo de los
accidentes.
Lo que hace existir o encontrarse en la realidad, del modo que sea es siempre
el ser. El ser que hace existir por propia cuenta y no en otro, será el ser propio
de la substancia, pues si ésta existiera por otro ser, que no fuese el de substan-
cia, ya no existiría por sí misma sino por otro. En cambio, los accidentes no
existen por un ser propio, sino por el de la substancia.
La primera función del ser es la de llevar a cabo esta existencial o realiza-
dora, que hace que el ente ya constituido esté presente en la realidad. Además,
ejerce otra segunda más básica, que podría llamarse entificadora, porque con-
siste en convertir a la misma esencia en ente.
La esencia y el ser no son dos entidades, sino dos principios, que constituyen
el ente. Ellos mismos no son entes, aunque son reales por encontrarse en el ente,
ya que si éste es real también lo serán sus constitutivos. Si se determinara la
composición del ente por otros dos entes, no se explicaría verdaderamente la
entidad. Es posible, en cambio, hacerlo por dos principios entitativos, que son
de un orden distinto del ente. Si se consideran desde el espacio de la entidad,
cada uno de ellos no encaja en él, ya que sólo lo hacen los entes. Además no son
objeto del entendimiento, porque su objeto formal es la entidad. Únicamente se
ajustan a las dimensiones entitativas, si se componen y, por tanto, si tienen una
referencia al ente. También desde el ente, pueden entenderse, aunque como
principios del ente, que son inseparables, porque en cuanto tales no son objeto
del entendimiento, lo trascienden.
La esencia se constituye en su misma esencialidad por el ser que la entifica.
"El ser es la actualidad de toda forma o naturaleza, pues no se significa la bon-
33
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c22.
34
Tomás de Aqu ino, De veritate, q21 , al , c.
35
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, al , c.
JI. Ente, esencia y ser 73
dad o humanidad en acto, sino en cuanto significamos el ser. Así, pues, es pre-
ciso que el mismo ser sea comparado con la esencia, que, por esto es algo dis-
tinto de ella, como el acto a la potencia" 36.
La caracterización de Santo Tomás del ser como acto es completamente iné-
dita. Ciertamente se basa en la doctrina del acto de Aristóteles, pero implica una
profunda modificación de la misma. Se comprende la esencia no sólo como acto
esencial, sino también como potencia o capacidad con respecto al ser, el cual es
así su acto, un acto no constitutivo de la esencia sino del ente. Esta relación
potencial-actual entre la esencia y el ser no tiene un significado idéntico a la
potencia y acto aristotélica, porque no se toma con un sentido unívoco sino
análogo. La esencia y el ser no se relacionan igual que la materia y la forma, ni
la substancia y los accidentes, porque los dos constitutivos del ente no sólo son
diferentes, sino que además pertenecen a un orden distinto.
La esencia no es así un no-ente, una nada, que explicaría la multiplicidad y
el movimiento, sino una capacidad de ser, referida por tanto trascendentalmente
al acto de que es capaz, a su acto de ser. Toda su realidad es una relación tras-
cendental al ser, en cuanto que es una relación que se identifica íntegramente
con su contenido, a diferencia de la relaciones predicamentales, que se distin-
guen de su sujeto. Su sentido y realidad está en su capacidad finita del ser, y,
por tanto, en la estructura entitativa que constituyen. La esencia, que en cuanto
tal es acto, acto esencial, se comporta con respecto al ser como potencia o capa-
cidad sustentante.
El ser, acto del ente, es la actualidad de todos los actos esenciales. Es el acto
de los actos. Por esta razón, el ser no puede advenir al ente como un "acto úl-
timo" o como la "última actualidad", como han enseñado algunos, que comple-
taría a los actos esenciales ya perfectamente constituidos como tales, comuni-
cándoles la actualidad de la existencia. Insiste, en cambio, Santo Tomás, en
afirmar que el ser es la actualidad de todas las formas, de todas la esencias o
naturalezas. Es la primera actualidad, el acto primero o fundamental.
El ser es la primera actualidad, que fundamenta y constituye a todos los de-
más actos. Dirá, por ello, el Aquinate que: "El ser está en lo más profundo de
todo, puesto que es lo formal respecto de todo lo que está en las cosas" 37 • El ser
es lo más íntimo del ente. "El ser es lo más íntimo de cada cosa, que por él sea
determinada" 38 . El ser es lo más formal respecto a todo. "Aquello que es lo más
formal de todo es el mismo ser" 39. El ser es la forma de las formas.
36
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q3, a4, c.
37
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q8, al , c.
38
Tomás de Aquino, In ll Sententiarum, dl , ql , a4, c.
39
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q7, al , c.
74 Eudaldo Forment
Por encontrarse el ser en el ente como lo formal, hay que considerarlo como
su constitutivo formal y a su vez la esencia, su constitutivo material. La esencia
y el ser propio, por comportarse de modo analógico como la materia y la forma
en la esencia substancial, son el constitutivo material y el constitutivo formal
del ente.
El ser, como acto del ente, no es pues meramente el hecho darse fuera de la
mente, y fuera de la nada y de las causas. No es la mera actualidad fáctica. Es
acto y perfección, y lo es de la misma forma o esencia. Es aquello que consti-
tuye su actualidad y perfección. Sin embargo, a veces, para denominar el ser, se
utiliza el término existencia "existentia". No significa entonces este último
nombre el hecho de hallarse en la realidad, fuera de la nada y de las causas, sino
la causa de este hecho. Esta modificación no es incorrecta, pero sí arriesgada,
porque puede provocar malentendidos. No sólo se han dado confusiones, en este
sentido, en algunos autores, que no han aceptado la doctrina del ser tomista,
sino también entre los que la han comprendido y asumido. A menudo, al em-
plear este cambio de significado, sin advertirlo, se vuelve a utilizar "existencia"
con el suyo propio, llegando a incorrectas conclusiones.
El ser, por ser acto, es perfección, porque: "Toda cosa es perfecta en cuanto
está en acto. Imperfecta, por el contrario, en cuanto está en potencia, con priva-
ción del acto" 40 • Asimismo, de que sea acto primero y fundamental, se sigue que
no es una mera perfección, sino la máxima, constitutiva de todas las del ente.
"Todas las perfecciones pertenecen a la perfección de ser, según esto, pues, las
cosas son perfectas en cuanto de algún modo tienen ser"41 • Las perfecciones del
ente tienen su origen último en el ser, no, en la esencia.
El ser no es una perfección más que se añada a otras, que, por tanto, surgi-
rían de la esencia, sino que es la perfección suprema, y, como tal, no puede
perfeccionarse . Dirá, por ello, que: "El ser es lo más perfecto de todo, pues es
comparado a todo como acto. Pues nada tiene actualidad a no ser en cuanto es;
de donde el mismo ser es la actualidad de todas las cosas, y aún de las mismas
formas. De donde no es comparado a otro como el recipiente a lo recibido, sino
más bien, como lo recibido al recipiente" 42 .
No es posible que el ser sea completado o perfeccionado por algo, que de
este modo sería recibido por él, y, por consiguiente, estaría en potencia con
respecto al mismo. Por el contrario, el ser siempre es recibido, y siempre com-
pleta o perfecciona al recipiente, que es así su sujeto o potencia.
40
Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, c68.
41
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q4, a2, c.
42
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q4, a3, ad3.
JI. Ente, esencia y ser 75
43
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q7, a2, ad9.
44
Tomás de Aquino, Quodlibeta, XII, q5 , aS , c.
76 Eudaldo Forment
Asimismo, la esencia, en el ente, realiza una doble función. Los dos oficios
están indicados en la definición de esencia de este primer capítulo del opúsculo:
"por ella y en ella el ente tiene ser". La primera es la de diferenciar los entes. La
esencia es la condición para que se dé la multiplicidad entitativa. "Por ella", o
gracias a ella, el ente puede estar constituido por el acto de ser en distintos mo-
dos. La esencia es lo que hará posible que el ser pueda ser proporcionado según
una determinada medida, que sea un ser propio y, por tanto, no idéntico a los
demás.
En un texto parecido al último citado del De potentia, que se encuentra en la
Summa Contra Gentes, explica Santo Tomás: "Las cosas no se distinguen entre
sí según que tienen ser, pues en esto todas convienen. Luego, si las cosas se
diferencian entre sí, es preciso o que el mismo ser sea especificado por algunas
diferencias añadidas, de modo que a cosas diversas sea diverso el ser según la
especie, o que las cosas difieran porque el mismo ser convenga a diversas
naturalezas según la especie. Lo primero es imposible, porque al ente no se le
puede añadir algo, según el modo que la diferencia es añadida al género. Luego,
queda que las cosas se diferencien porque tienen diversas naturalezas, mediante
las cuales reciben el ser de diversa manera" 45 .
Podría explicarse la diferenciación de los entes, por diferencias que se adi-
cionaran al ser, constitutivo común de todo ente. El ser sería en este caso espe-
cificado o determinado por ellas, de manera parecida como el género lo es por
la diferencia específica, que lo perfecciona y complementa, convirtiéndolo en
especie. Otra explicación posible de la multiplicidad entitativa sería que el ser
se diversifique según las esencias, por convenir o adecuarse a cada una de ellas,
convirtiéndose así en un ser proporcionado a la correspondiente esencia, en su
ser propio. La primera posibilidad no puede aceptarse, porque el ser no es un
género al que puedan añadírsele diversas diferencias. Es preciso admitir la se-
gunda, que los entes difieran porque sus esencias tengan el ser de diverso modo.
De manera que cada esencia limite al ser en un determinado grado o medida de
la perfección del ser.
En su máxima perfección, el ser siempre es limitado o imperfeccionado por
la esencia, que expresa esta medida grado de limitación. Si dos entes difieren es
porque el ser propio de uno está limitado en una determinada medida, y el ser
del otro está restringido en distinto grado. Y si uno de ellos posee una mayor
perfección no es por advenirle una determinación esencial, sino porque su ser
esta menos imperfeccionado.
45
Tomás de Aquino , Contra Gentes, I, c26 , c.
JI. Ente, esencia y ser 77
46
D . Báfíez, Scholastica Co111m.entaria in prim.am, partem Sum,1na Theologicae, Ed. L. Urbano ,
FEDA , Madrid, 1934 , vol. I, p. 14 1a.
78 Eudaldo Forment
Según estas funciones del ser y de la esencia en el ente, si los entes difieren
entre sí es porque el ser propio de cada uno está limitado en distintos grados. La
esencia expresa este nivel de imperfección. La menor o mayor perfección de un
ente, por consiguiente, no tendrá su origen en una determinación esencial, sino
en que su ser se encuentre menos limitado o imperfeccionado por el otro cons-
titutivo entitativo, tal como ocurre en las criaturas; o bien en que no tenga limi-
tación alguna, porque su esencia no sea limitante, ni, por tanto, receptora, por
identificarse completamente con el ser. Esta última posibilidad se da única-
mente en Dios, porque, después de demostrar su existencia, la Metafísica des-
cubre que es el "mismo Ser Subsistente" 47 . Puede decirse, por ello, que, como
había descubierto Aristóteles: "Dios es acto puro" 48 .
Al decir que Dios es "el mismo ser" o que su esencia coincide con su ser,
porque no es ya un receptáculo lirnitador, tal como ocurre en los entes creados
se le atribuyen todas las perfecciones, ya que el ser es la perfección suprema.
"Dios por su esencia es el mismo ser subsistente y no es posible que exista otro
de este modo, así como no es posible que existan dos ideas separadas de hom-
bre, o dos blancuras por sí subsistentes. De donde, todo lo otro que sea por Él es
necesario que sea como participante del ser, ya que no puede ser igual a Él, que
es esencialmente el mismo ser" 49.
Todos los entes creados, que a diferencia de Dios, que es el mismo ser sub-
sistente, poseen el ser limitadamente, según la esencia en que lo reciben, es
preciso que sean participantes del ser, que participen del ser. Por consiguiente el
ser propio, que poseen los entes es un ser participado y la esencia la medida de
la participación.
Santo Tomás explica el concepto de participación con la siguiente defini-
ción: "Participar es como coger una parte, y por ello, cuando algo de modo par-
ticular recibe lo que a otro pertenece de modo total se dice participar de aque-
llo"5º. Participar de algo no es ser una parte de ello, sino tener en parte, particu-
lar o limitadamente este algo, que, sin embargo otro lo es o le pertenece total-
mente, o sin limitación alguna.
Puede así decirse que el ser, caracterizado con la noción aristotélica de acto,
"es participable por todos; él mismo, en cambio, no participa de nada" 51 . Del
47
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q4, a2, c.
48
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1, q25 , al , c.
49
Tomás de Aquino, De malo, q 16, a3, c.
50
Tomás de Aquino, In de Hebdomadibus, lect2.
51
Tomás de Aquino, De anima, a6.
JI. Ente, esencia y ser 79
acto de ser participan todos los entes creados. Los entes no son el acto de ser,
pero lo tienen en cierto grado y medida, que expresa la esencia que lo recibe.
Por tanto: "así como lo que tiene fuego y no es el fuego está encendido por par-
ticipación, así aquello que tiene ser y no es el ser, es ente por participación" 52 •
El ente creado, constituido por la esencia, su constitutivo material, y por su ser
propio, su constitutivo formal, es una participación del ser, según cierto grado o
medida.
La limitación de las perfecciones de los entes se explica por la participación
del ser. Los entes, como indica Santo Tomás: "No son imperfectos por causa del
mismo ser en absoluto, pues no tienen el ser según toda su posesión, sino que
participan del ser por un cierto modo particular e imperfectísimo" 53. La finitud
entitativa no obedece al ser considerado absolutamente, sino a su posesión rela-
tiva o parcial, expresada por una esencia, que lo recibe y lo limita.
Esta doctrina de la participación es la que permite establecer la distinción
real adecuada o sin ningún tipo de identificación, ni siquiera parcial, entre la
esencia y el ser proporcionado, constitutivos intrínsecos del ente, necesarios e
inseparables. Declara explícitamente el Aquinate que "todo lo que es después
del primer ente, puesto que no es su ser, tiene el ser en algo recibido, por el que
el mismo ser es contraído; y, así, en cualquier ente creado una cosa es su natu-
raleza, que participa del ser y otra el mismo ser participado" 54.
El ser, en los entes creados, es disminuido en sus perfecciones. Esta imper-
fección se debe a la esencia. De ahí que sea preciso distinguir realmente la esen-
cia, que limita al ser, que determina la medida de su participación, del co-
rrespondiente ser limitado o participado. Tal distinción tiene que ser real, por-
que ambos constitutivos componen al ente real.
También esta doctrina de la participación del ser permite una confirmación,
desde lo que podría denominarse un ámbito platónico, de lo que pertenece al
campo aristotélico, la estructuración del ente en acto y potencia. Afirma Santo
Tomás: "Todo participado es comparado al participante como su acto [ ... ]. El
ser participado es limitado a la capacidad del participante. De donde Dios, que
es el mismo ser, es acto puro e infinito. En cambio, las substancias intelectuales
están compuestas de potencia y acto, no de materia y forma, sino de forma y ser
participado. De donde algunos dicen que están compuestas de 'lo que es' y de
'por lo que es', pues el mismo ser es 'por lo que' algo es" 55 .
52
Tomás de Aquino, Summa Theo !ogiae, 1, q3, a4, c.
53
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c28.
54
Tomás de Aquino, De spiritualibus creaturis, a l , c.
55
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q75, a5 , ad4.
80 Eudaldo Forment
Nota Santo Tomás que lo participado se comporta siempre con el sujeto par-
ticipante como su acto, que a su vez estaba en potencia con respecto a él. El ser,
por consiguiente, será el acto del ente. El ser participado quedará así limitado
por la potencia esencial, que tendrá un cierto grado de capacidad de ser y según
esta medida lo recibirá. En cambio, lo que no participa del ser, sino que lo es,
porque su esencia no es !imitadora, sino que se adapta perfectamente al ser en
toda su plenitud, se identifica con el ser, será acto puro. Dios, por tanto, no es
ente por participación, sino ente por esencia. La entidad se atribuye a Dios de
manera analógica, porque no es por composición, no es compuesta de potencia
y acto, sino que es acto, acto puro, acto de ser. No puede decirse que Dios, su
naturaleza o esencia tiene ser, sino que lo es.
Los entes creados inmateriales, los ángeles y las almas humanas, poseerán
una composición acto-potencial. Estarán compuestos de una esencia inmaterial ,
sin la potencialidad de la materia y, por tanto, con una actualidad simple, pero
en potencia con respecto a su ser propio, y de un ser propio o proporcionado a
ella, que será su acto último y fundamental, que da razón de la misma esencia
simple.
En cambio, los entes creados materiales, aquellos que en cuya esencia in-
cluye la materia, se encontrará una doble composición acto-potencial. En un
nivel de orden esencial, tendrán la composición de materia y forma. En otro
nivel más profundo, el de orden entitativo, la composición de la esencia com-
puesta y de ser participado, proporcionado a ella.
Puede así concluirse que todos los entes que participan del ser están com-
puestos de potencia y acto, por su necesaria composición de esencia y ser, de
potencia y acto entitativos, o de " lo que es" y "por lo que es", según estas ex-
presiones de Boecio, que utiliza el Aquinate.
56
Tomás de Aquino, In/ Sententiarum, d 19, q5 , a2 , adl .
57
Cayetano, De nominum analogía, en Scripta Philosophica. De nominum analogía. De
conceptus entis, Institutum Angel.icum, Roma, 1952, c. I.
82 Eudaldo Forment
58
Cfr. Cayetano, De nom.inum. analogía, c. 11.
59
Cayetano, De nominum analogía, c. II, n. 1O.
JI. Ente, esencia y ser 83
Como indica Cayetano, todo género podría llamarse análogo según este tipo
de analogía. En la predicación genérica cada una de las esencias de las diferen-
tes especies realiza esencialmente en mayor o menor grado la perfección de la
esencia genérica, ya que las diferencias de las especies son esenciales y la modi-
fican en su participación. En cambio, en la predicación específica hay estricta
univocidad, porque las diferencias entre los individuos de la especie no son
esenciales y, por tanto, todos los individuos cumplen la esencia específica con
la misma intensidad y en el mismo grado. Todos los que pertenecen a la misma
especie son esencialmente iguales, aunque accidentalmente son más o menos
perfectos6().
Indica Cayetano que no se da una auténtica analogía, que requiere siempre
que se realice en el orden conceptual. La analogía es la correspondencia de la
participación en la predicación, y no basta, por tanto, que exista la primera para
que pueda hablarse de analogía. "Esto es un abuso de las palabras" 61•
La tercera analogía, la de proporcionalidad, lo es verdaderamente, porque es
según el concepto y además según la realidad, o como dice Cayetano "los ana-
logados [ .. .] convienen proporcionalmente tanto en el concepto significado por
el nombre como en la realidad a que se refiere el mismo" 62 • El concepto del
nombre análogo expresa una proporcionalidad. Como esta analogía está rela-
cionada con el concepto matemático de "proporción", que significa la igualdad
de dos razones, de dos relaciones entre dos cantidades, se caracteriza por una
semejanza de relaciones o de proporciones. No implica igualdad, como en la
significación matemática. La significación filosófica de proporcionalidad es una
semejanza.
Explica Cayetano que: "se llaman análogas según la proporcionalidad aque-
llas cosas cuyo nombre es común y la razón significada por ese nombre es se-
mejante según la proporción. Así, el ver con visión corporal y el ver intelec-
tualmente se llaman con el nombre común de ver, porque así como el entender
ofrece la cosa al alma, así el ver la ofrece al cuerpo animado" 63 • Lo mismo ocu-
rre con el término metafísico de entidad, que expresa la semejanza entre las
relaciones de posesión del ser propio por las esencias individuales.
El concepto análogo no tiene, por tanto, una unidad estricta, sino una unidad
proporcional. El concepto significa la semejanza proporcional que se da en la
realidad graduada o participada. Se diferencia de los conceptos genéricos, en
primer lugar, en que el concepto análogo no es unívoco, no tiene idéntico signi-
60
Cayetano, De nominum analogía, c. I, n. 5.
61
Cayetano, De nominum analogía, c. I, n. 7.
62
Cayetano, De nominum analogía, c. III, n. 30.
63
Cayetano, De nominum analogía, c. III, n. 23.
84 Eudaldo Forment
ficado en toda predicación sino que cada vez que se aplica es distinto, aunque
semejante con todas las otras predicaciones posibles. En segundo lugar, el tér-
mino análogo no significa un carácter común, desconociendo los caracteres
diferenciales, sino toda la esencia, aunque en semejanza proporcional. Por úl-
timo, si el género contiene en potencia todas las diferencias de las realidades
que se predica, el análogo con analogía de proporcionalidad, las contiene todas
actualmente, pero sin determinar tal o cual modo particular de realización
Son análogos con analogía de proporcionalidad no sólo el ente y la esencia,
sino también las criaturas y Dios. La realidades significadas son denominadas
intrínsecamente, aunque pueden coincidir con una analogía de atribución extrín-
seca, tal como ocurre entre Dios y las criaturas.
III. LAS SUBSTANCIAS COMPUESTAS
2. El principio de individuación
Después de probar la primera tesis del opúsculo, que la esencia de las subs-
tancias compuestas incluye todo el compuesto, la materia y la forma, en este
mismo capítulo segundo, Santo Tomás enuncia otra. La segunda tesis sobre las
substancias compuestas es que la materia es su principio de individuación o lo
que hace posible la pluralidad en una misma especie y, por tanto, la singularidad
de los diversos individuos, que realizan la especie'º.
De estas dos tesis, añade, parecen surgir dos dificultades conexionadas. La
primera, que la esencia de las substancias compuestas, si incluye la materia,
tendrá que ser siempre singular, o individual, actual y determinadamente. Se-
gu nda, que de ser ciertas las dos y dado que las definiciones expresan las esen-
cias de las cosas, sólo tendría definición lo concreto singular, cuando en reali-
dad lo individual es inefable, porque incluye principios no esenciales, que no
entran en la definición.
Santo Tomás resuelve estos dos inconvenientes, notando que la materia, que
comprende la esencia de las substancias compuestas no es preciso que sea la
materia que individúa. El principio de individuación es la materia, pero enten-
dida ésta en su acepción de " materia signada". Aunque el principio de indivi-
duación es la materia, no es ella sola, sino en cuanto está afectada por la canti-
dad. Este accidente hace, por un lado, que la materia adquiera las tres dimensio-
nes, y se disponga así en distintas partes, quedando cada una de ellas en un sitio
o posición determinada y puedan distinguirse numéricamente, de manera que
una parte de la materia sea distinta de otra parte. Por otro, que la materia, ya
cualificada de este modo por la cantidad, individúe a la forma substancial que
recibe, constriñiéndola a ser forma de esta materia y no de otra.
ejemplo, la carne y los huesos, e individual, esta carne y estos huesos. El enten-
dimiento abstrae la especie de la materia sensible individual, no de la materia
sensible común". El entendimiento puede prescindir de la singularidad. De la
materia sensible individual se puede obtener la materia sensible común, que está
incluida en el objeto de las ciencias de la naturaleza, junto con las determina-
ciones formales que dan origen a las cualidades sensibles y a éstas últimas, to-
madas ambas en común.
Se puede profundizar en esta abstracción y obtener la materia inteligible y
considerarla como materia inteligible individual o como materia inteligible co-
mún, según se prescinda o no de la individualidad. Explica Santo Tomás que:
"el entendimiento puede abstraer las especies matemáticas no sólo de la materia
sensible individual, sino también de la común [.. . ] . Se llama materia sensible a
la materia corporal en cuanto sujeto de cualidades sensibles, como el calor, el
frío, la dureza, la blandura, etc.; y materia inteligible a la substancia en cuanto
sujeto de la cantidad [... ]. Las cantidades pueden ser consideradas sin las cuali-
dades sensibles, lo cual es abstraerlas de la materia sensible, más no pueden
concebirse sin la referencia a la substancia sujeto de la cantidad, lo cual sería
abstraerlas de la materia inteligible común" 11 •
La materia inteligible común, la materia primera con la primera determina-
ción de la forma substancial está incluida, por tanto, en el objeto de las ciencias
matemáticas, junto con la cantidad tomada también común. De ahí que estas
ciencias no sólo estudien las cantidades con su referencia a la materia inteligi-
ble, sino también los cuerpos, pero sin considerarlos con sus cualidades sensi-
bles, únicamente con su materia inteligible y la cantidad, consideradas en co-
mún.
La materia corpórea, la que se encuentra en todas las substancias individua-
les existentes y que incluye la materia primera, la primera determinación de la
forma substancial y el accidente de la cantidad, es la materia signada por la
cantidad, la que por la primera actualización de la forma substancial se encuen-
tra cuantificada. Según Santo Tomás la materia signada por la cantidad o la
materia corpórea es el principio de individuación. Esta doctrina fue enseñada
por los tomistas Capreolo 12, Pedro Nigri 13, Domingo de Flandes 14, Pablo
11
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q85 , a l , ad2.
12
Juan Capreo lo, Defensiones Theologiae Divi Thomae Aquinatis, III, d3, ql , a3. Véase: To-
más de Aquino, Sobre el principio de individuación, Introducció n, texto bilingüe y notas de P.
Faitanin , Cuadernos de Anuario Filosófico , Serie Uni versitaria, nº 85, Servicio de Publicaciones
de la Universidad de Navarra, Pamplona, 1999.
13
Pedro Nigri, Clypeus Thomistarum, q. 5 1, fol. s2va.
14
Domingo de Flandes, Quaestionwn super Metaphysice, VII, q. 22.
m. Las sustancias compuestas 91
15
Pablo Soncinas, Quaestiones Metaphysicales acutiussiamae, VII, q . 32.
16
Francisco Ferrariense, Commentaria in Summa Contra Gentiles, II, c. 75, n. V.
17
Juan Pablo Nazari, Commen.taria et controversiae in primam partem Summae, pp. 108-112.
18
Ton1ás De Vío, Cayetano, In De ente et essentia, cap. 2, q. 5, n. 37; Co111111entaria in Su111ma
Theologiae, l , q. 29, a. 1, n. lX.
19
Crisóstomo Javelli, In omnibus Metaphysicae, V, q. 15.
20
Domingo Báñez, Scholastica Commentaria in primam partem, l, q. 3, a. 2.
21
Juan de Santo Tomás, Philosophia Natura/is, 111, q. lX, a. 4.
22
U. Degl 'Innocenti , ll principio d'individuazi.one nelle scuola ton1istica, Libreria Editrice
della pontificia Universitá Lateranense, Roma, 1971.
92 Eudaldo Forment
cible con respecto a las anteriores, pero continuará siendo el mismo. No pueden,
por ello, intervenir en la individuación.
Sin embargo, como añade el Aquinate: "De otro modo, las dimensiones se
pueden considerar en su misma naturaleza, sin la determinación mencionada,
aunque, de hecho, no pueden existir sin alguna determinación, como tampoco la
naturaleza ' color' sin la determinación 'blanco' o ' negro' . De este modo, se
sitúan en el género de la cantidad, pero como algo imperfecto. En virtud de
estas dimensiones interminadas, la materia se convierte en esta materia signada,
y así individúa a la forma: de este modo la materia causa la diversidad numérica
dentro de la especie" 23 .
Si se consideran las dimensiones terminadas sin lo que las finaliza, la figura
y la medida concretas de un instante singular, se obtienen las dimensiones in-
terminadas . Estas dimensiones interminadas son las que determinan o signan la
materia, permitiendo que se disponga en distintas partes, que cada porción de
materia esté en un sitio y sea distinta de las demás. Por esta determinación que
causan en la materia las dimensiones interminadas Santo Tomás las llama, en
este capítulo segundo del opúsculo, "dimensiones determinadas".
Con estas dimensiones no terminadas con ninguna figura y cantidad, aunque
siempre existen con algunas concretas, que confieren el accidente de la canti-
dad, se puede ya señalar o determinar la materia primera. Por ello, en este lugar
identifica la expresión ' materia signada' con la materia con las dimensiones
interminadas . Puede as í decirse que la materia signada por la cantidad, que si-
gue a la primera determinación de la forma substancial, es equivalente a la ma-
teria determinada por las dimensiones interminadas, conferidas por la cantidad.
La segunda tesis sobre las substancias compuestas deberá formularse con más
precisión del siguiente modo: el principio de individuación de estas substancias
es la materia signada por la cantidad y esta determinación se realiza por las
dimensiones interminadas 24 •
Con esta exposición de la difícil docttina de la individuación, Santo Tomás
puede ya solucionar las dos dificultades. La primera queda resuelta, porque la
esencia de las substancias compuestas, comprendiendo la materia, puede consi-
derarse de un modo universal, ya que no es necesario que incluya también en
acto los otros principios, que con ella, son individuantes, y que, en cambio,
están actualmente en la esencia substancial individualizada. Puede así afirmarse
23
Tomás de Aquino, In de Trinitate, q4, a2, c. Véase: A. García Marquéz y J. A. Fernández,
Santo Tomds de Aquino. Exposición del 'De Trinitate' de Boecio, E unsa, Pamplona, 1986, pp. 39-
41 y 172-1 73.
24
Cfr. Tomás de Aquino, Sobre la naturaleza de la materia, Introducción, texto bilingüe y
notas de P. Faitanin, Cuadernos de Anuario Filosófico, Serie Universitaria, nº 115, Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2000.
m. Las sustancias compuestas 93
25
Tomás de Aquino, Swnma Theologiae, I, q79, a3, ad3. Añade seguidamente: "Y por esto no
bastaría la inmaterialidad del entendimiento posible para entender si no existiese además el enten-
dimiento agente que causase los intelig ible s en acto mediante la abstracción".
94 Eudaldo Forment
No niega con ello que la esencia exista en las substancias materiales. Afirma,
por el contrario, que "la esencia de la cosas no difiere de la cosa misma, pero sí
accidentalmente" 26 . La esencia inteligible abstracta de las cosas es idéntica a las
mismas cosas individuales en cuanto a la esencialidad. Sólo difieren de una
manera accidental, porque éstas incluyen los principios individuantes, que no
son esenciales, y que, por ello, impiden la inteligibilidad actual. La quiddidad y
el concreto singular son idénticos esencialmente y distintos accidentalmente.
Esta esencia se encuentra realmente pero sólo es inteligible en potencia por su
individuación material.
Por no ser inteligibles en acto, las substancias materiales individuales no
pueden estar presentes en el entendimiento humano, ni tampoco actuar sobre el
mismo. El entendimiento del hombre necesita de los sentidos. "Hay que decir
que las potencias sensitivas son necesarias al alma para entender, no acciden-
talmente a modo de excitantes, como afirmó Platón, sino como representando al
alma intelectiva su propio objeto"27 • La función de las facu ltades sensibles es
por naturaleza la de hacer presente al entendimiento su propio objeto, aunque en
su concreción individual, en una imagen interna del objeto sensible, expresada
por estas facultades orgánicas, capaces, al ser inmutadas pasivamente, de recibir
las formas singularizadas de las cosas materiales. De ahí la necesidad de la abs-
tracción de la quiddidad de las determinaciones individuales.
3. El género y la especie
26
Esta afirmación se encuentra en un pasaje que comenta estas palabras de Aristóteles: "es
distinta la magnitud y el ser de la magnitud, y el agua y el ser del agua"; Aristóteles, De anima,
ID , c. 4,429 b 10-12. Santo Tomás expEca lo siguiente: "Inquiere el Filósofo si lo que algo es, es
decir, la quididad o la esencia de la cosa, que la definición significa, es lo mismo que la cosa. Y
porque Platón afirmaba que las esencias de las cosas existen separadas de los singulares, y las
llamaba ideas o especies, por esto muestra que la esencia de la cosa no difiere de la cosa mi sma,
pero sí accidentalmente [ ... ]. Y esto ocurre en todo lo que tiene forma en la materia, pues en todas
estas cosas, hay algo fu era de los principios de la especie"; In de anima, III, lect8, nn705-706. La
esencia de la magnitud o del agua es distinta de la magnitud y el agua reales sólo accidentalmente;
en el orden esencial son idénticas. Con esta identidad esencial queda afirmado que la esencia se
encuentra realmente en las cosas individuales, como sostenía Aristóteles frente a Pl atón.
27
Tomás de Aquino, De anima, a15, c.
m. Las sustancias compuestas 95
Es preciso que el género contenga por completo todo lo que hay en la espe-
cie, pues de lo contrario no se podría predicar de ella. De un todo no se puede
predicar una de sus partes. En cambio, puede decirse "el hombre es animal". Se
predica, por tanto, el género animal a una de sus especies, hombre.
Santo Tomás explica esta tesis con dos ejemplos. El primero es el género
"cuerpo" con relación a la especie " animal". El término "cuerpo" puede enten-
derse con dos significados totalmente distintos. En uno, cuerpo es aquello que
tiene una forma substancial que hace que se tengan tres dimensiones, pero en-
tendiéndolo de tal manera que, si esta misma forma proporciona otras perfec-
ciones que sigan a ésta, se consideren como sobrevenidas a la misma. Cuerpo se
concibe entonces como la parte material y las determinaciones formales si-
guientes como la parte formal. Se toma cuerpo, por tanto, en el sentido de mate-
ria corpórea o de substancia corpórea. Con este significado se dice que el ani-
mal está constituido por dos partes: cuerpo y alma. Realmente, sin embargo, sus
constitutivos esenciales son la materia prima y la forma substancial alma, que es
la única forma que confiere la corporeidad y todas las determinaciones de la
vida animal.
Capreolo para explicar el sentido del término " implícitamente", que utiliza
aquí Santo Tomás, lo relaciona con otros parecidos, en el texto siguiente: "Lo
abstracto excluye de su significación todo aquello que no pertenece a la especie;
el concreto, en cambio, incluye no en acto, sino en potencia no explícita, sino
m. Las sustancias compuestas 97
28
Capreolo, Defensiones Theo/ogiae Divi Thomae Aquinatis, Ed. Ceslai Paban / Thomas
Pegues, Alfred Catire / Bibliopolaea Editoris, Turonibus, 1908-1 909, vol. I, p. 23 8b.
29
Véase: E. Forment, Ser y persona, Publicaciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona,
1982.
30
Cap reo lo, Defensiones Theologiae Divi Thomae Aquinatis, vol. V, p. 1OS a.
98 Eudaldo Forment
4. La diferencia específica
31
Véase: Capreolo, Defensiones Theologiae Divi Thomae Aquinatis, vol. I, p. 234a.
32
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q85, a3, ad4.
m. Las sustancias compuestas 99
todo aquello que tiene una perfección que le confiere tres dimensiones, sea el
material sustentante y receptivo de las posteriores perfecciones que reciba.
Semejantemente se expresa la esencia de la diferencia específica, el univer-
sal que indica la parte característica de una especie por la que se distingue de las
demás. En la diferencia se significa el todo que está en la especie y también en
potencia e implícitamente, pero no de la misma manera que el género.
En la diferencia específica se incluye determinadamente lo que es formal en
la cosa y también lo que es material, pero indeterminadamente y significado de
manera implícita. También se deduce que, por ello, la diferencia específica se
constituye por lo formal, aunque no únicamente por ella, porque implica loma-
terial. Así, por ejemplo, la diferencia específica "lo animado" es la determina-
ción de una forma substancial, la de poseer alma, y aunque no se indica cuál es
su sujeto, sin embargo, se presupone que debe haber alguno, como "cuerpo" o
una substancia inmaterial.
Estas dos precisiones sobre el contenido del género y de la diferencia especí-
fica explican por qué el género y la diferencia específica pueden predicarse de
la especie. Puede decirse de hombre que es animal y que es racional. Por conte-
ner la especie lo material determinado, que es nombrado por el género, y lo
formal determinado, que lo es por la diferencia, puede predicársele el género y
la diferencia, ya que sólo se diferencian de la especie en la inclusión de lo for-
mal indeterminado y de lo material indeterminado respectivamente.
En cambio, el género no puede atribuirse a la diferencia. No es posible decir
lo racional es animal. El género tiene determinado lo material, que, por el con-
trario, está indeterminado en el sujeto de la predicación. Tampoco es posible
predicar la diferencia específica del género. No se predica lo animal es racional.
La diferencia tiene determinado lo formal y en el género se encuentra indeter-
minado. El género y la diferencia no coinciden en lo que poseen determinada e
indeterminadamente, y, por ello, no es posible su predicación. No hay identifi-
cación ni total ni parcial. Con la especie, el género y la diferencia pueden identi-
ficarse parcialmente en lo material determinado o en lo formal determinado y es
posible que ambas se prediquen de ella.
Santo Tomás expresa estas nuevas afirmaciones en esta cuarta tesis sobre las
substancias compuestas: los conceptos universales de género, diferencia y espe-
cie guardan una relación proporcional con las realidades individuales de mate-
ria, forma y compuesto.
Esta relación no significa que los predicables esenciales género y diferencia
signifiquen respectivamente sólo lo tomado por la materia y sólo lo tomado por
la forma, porque cada uno de ellos significa toda esencia substancial. El género
se origina de lo material de la cosa, pero por incluir también indeterminada-
mente lo formal, significa todo el compuesto. La diferencia proviene de lo for-
100 Eudaldo Forment
33
Cfr. Tomás de Aquino, In I Sententiarum, d23, q 1, a 1, c.
34
Capreolo, Def ensiones Theologiae Divi Thomae Aquinatis, vol. I, p. 359b.
35
Las defini ciones de ente como "lo constituido intrínsecamente por la esencia, su co nstituti vo
material y su ser propio y proporcionado, su constituti vo formal " y como " la esencia que tiene
ser" expresan respectivamente una composición "e x hi s" y una composición " cum his". La pri-
mera se hace desde el espacio entitativo y la segunda desde el espacio esencial. En la primera se
advierte la estrnctura acto pote ncial del ente y en la segunda la distinción real de sus constitutivos.
m. Las sustancias compuestas 101
En esta última, puede decirse que el ser se incluye de modo implícito, entra oblicuamente en la
definición y es cosignifi cado.
102 Eudaldo Forment
5. La esencia abstracta
En este mismo capítulo, Santo Tomás indica otro modo, además del de las
intenciones lógicas, de expresar la esencia de las substancias compuestas, siem-
pre constituida por materia y forma, tal como se dice en la primera tesis. En este
nuevo modo de expresarse la esencia no se significa como un todo, tal como se
hace en las tres intenciones lógicas, sino como una parte, aunque continúa in-
cluyendo los dos constitutivos esenciales de materia y forma.
Tal como ha dicho al principio del capítulo, la esencia del concreto común,
que expresa la especie, es indeterminada, si se compara con la esencia del indi-
viduo o concreto singular, en cuanto éste último contiene la materia signada por
la cantidad, y la especie la incluye indeterminadamente. También como se ha
dicho, la esencia del género es indeterminada en relación a la de la especie,
porque ésta incluye una diferencia específica determinada y el género indeter-
minadamente. De todo ello infiere ahora que de la misma manera que el género
se puede predicar de la especie, ya que significa indeterminadamente todo lo
que se contiene en la especie de un modo determinado, si la especie se predica
del individuo, deberá significar todo lo que está en la esencia individual, pero de
un modo indeterminado.
Puede así considerarse como la quinta tesis sobre la substancias compuestas
la siguiente afirmación: todo lo que está en el individuo está también en la espe-
cie como no determinado, o bien, la especie significa indeterminadamente todo
lo que está en el individuo. Un ejemplo de esta tesis es la especie "hombre", que
se predica del individuo Sócrates, porque contiene indeterminadamente todo lo
que hay en este singular.
La esencia de la especie es un todo, con constitutivos parecidos al los de la
totalidad individual. Comprende, como esta última, la materia y la forma, y la
materia es la signada por la cantidad, pero que, a diferencia de la propia del
individuo, está de una manera indeterminada. Si, en la esencia de la especie, no
se considera esta materia signada, se obtiene una esencia expresada como una
parte. La materia signada sólo individualiza la esencia y no pertenece a ella, a la
quididad. Sin embargo, está incluida en la especie, aunque de un modo indeter-
minado. Si se prescinde de ella, queda únicamente una parte de la esencia de la
especie, aquello por lo que algo es lo que es, la quididad o esencia abstracta.
Santo Tomás ilustra esta explicación con el ejemplo anterior de la especie
"hombre". Si se suprimen los principios individuantes, que contiene indetermi-
nadamente "hombre", se obtiene la "humanidad", aquello por lo que el hombre
es hombre. La esencia abstracta "humanidad" significa una parte de la esencia
"hombre", porque sólo expresa sus principios esenciales, la materia y la forma,
y no incluye en modo alguno la materia signada por la cantidad. No se dice, por
m. Las sustancias compuestas 103
Puede así enunciarse una sexta tesis sobre las substancias compuestas: la
esencia abstracta es un todo, por contener por completo los principios esencia-
les, pero que se significa como una parte, por carecer de los principios indivi-
duantes.
Como esta totalidad esencial abstracta es recibida en la materia signada por
la cantidad, tomada indeterminada o determinadamente, según sea el concreto
común o el concreto singular, se comportará como su parte formal. La esencia
abstracta se significa como una parte formal y los principios individuantes como
la parte material.
Así, por ejemplo, la especie "hombre" puede considerarse constituida por la
esencia abstracta humanidad y por los principios individuantes, aunque conteni-
dos indeterminadamente. Ambos constitutivos se comportan como parte formal
y parte material respectivamente. Igualmente el individuo "Sócrates" contiene
una parte material, la materia signada por la cantidad, pero ya determinada, que
le da sus características singulares, y una parte formal, el abstracto "humani-
dad", que es por lo que es hombre.
Finaliza este capítulo segundo del opúsculo, con la conclusión de que la
esencia de las substancias compuestas puede expresarse de dos grandes modos
distintos y opuestos. En uno, propio de la especie, se significa como un todo,
porque se incluyen los principios esenciales, la materia y la forma, y los princi-
pios individuantes, aunque contenidos indeterminadamente y significados im-
plícitamente, lo que no impide que se signifique todo lo que está en el indivi-
duo. Por ello, con esta significación, la esencia puede predicarse de los indivi-
duos.
Además, por contener la materia signada por la cantidad, esta esencia no es
abstracta, sino concreta. Sin embargo, por poseer los principios individuantes de
una manera indistinta, es una esencia concreta común a todos los individuos de
la especie. El término "hombre", por ejemplo, significa tanto la esencia humana
con todo lo que acompaña, es así un concreto común y puede predicarse de
Sócrates.
En otro modo general, la esencia se significa como una parte, ya que sólo in-
cluye los principios esenciales, la materia y la forma. Es esencia que se deno-
mina quididad. No contiene de ninguna manera significados los principios indi-
viduantes. No expresa así todo lo que contiene el individuo. Por este motivo la
esencia como parte no se predica de los individuos que la contienen. Por faltarle
los principios individuantes, la materia signada por la cantidad, la esencia ex-
presada es abstracta. De manera que, por ejemplo, el nombre "humanidad",
aq uello que hace que el hombre sea hombre, significa únicamente la esencia, sin
los otros contenidos del individuo y de la especie. Es, por ello, la esencia abs-
tracta del hombre, por lo que no puede predicarse ni del concreto común "hom-
bre" ni del individuo "Sócrates".
m. Las sustancias compuestas 105
36
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VII, lect 11 , nn 1535-1536.
106 Eudaldo Forment
Tampoco esta esencia absoluta guarda relación alguna con el ser, ni con su
efecto, la existencia, ni con los modos de existir. El ser no es un predicado esen-
cial, no es algo que se incluya en la esencia, sino que le sobreviene. En esta
perspectiva de la esencia ni se afirma ni se niega el ser, porque no se considera.
Lo mismo se hace con la existencia o el hecho de estar presente en la realidad.
Resulta vano, por ello, preguntar si existe o no.
En este estado relativo, la esencia puede tener dos tipos generales de ser di-
ferentes. Puede estar en entes singulares y en las almas de quienes los conocen.
Habrán, por consiguiente, dos grandes tipos de accidentes sobrevenidos a la
esencia: los adquiridos por estar en la realidad objetiva y los que obtiene por
estar en el entendimiento.
Respecto a la esencia real, hay que notar que la esencia tiene tantos tipos de
ser como diferentes individuos en los que se encuentra. Tampoco ninguno de
ellos posee su ser porque se lo haya proporcionado la esencia en cuanto tal que
realiza. La esencia en su consideración absoluta prescinde de todo ser, aunque
no excluye que pueda poseerlo.
No es posible decir, por ejemplo, que la esencia de hombre, tomada absolu-
tamente, posea el ser en un determinado individuo, y, por tanto, que exista en él.
Si incluyese el ser de este individuo, necesariamente sólo podría estar en él y no
también en los otros hombres. A idéntica conclusión llega Santo Tomás en la
Summa Theologiae, aunque partiendo del individuo, al explicar que: "Aquello
por virtud de lo cual una cosa singular es precisamente esta cosa, no puede
comunicarse a otros. Por ejemplo, lo que hace que Sócrates sea hombre pueden
tenerlo muchos; pero lo que hace que sea 'este hombre' sólo puede tenerlo uno.
Por consiguiente, si lo que hace que Sócrates sea hombre hiciese también que
fuese este hombre, por lo mismo que no puede haber muchos Sócrates, tampoco
podría haber muchos hombres" 37 • Igualmente si la esencia absoluta descartara
que pudiese tener el ser en tal individuo, no podría estar en ninguno de otro
modo.
No es posible, por consiguiente, predicar a todos los individuos que la po-
seen, la esencia en sus estados relativos, ni existiendo en la realidad ni en el
pensamiento. Cuando la esencia es relativa tiene unas características recibidas,
que dependen del ser propio que posee. No son, por tanto, comunes a la totali-
dad de los individuos que realizan la misma esencia. Es preciso, por consi-
guiente, afirmar que, según esta doctrina de Santo Tomás de los tres estados de
la esencia, la única que se puede predicar a todos los individuos que la poseen
es la esencia absoluta. Afirmación que puede tomarse como una novena tesis
sobre las substancias compuestas.
37
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 11 , a3, c.
108 Eudaldo Forment
ser, y, por ello, apta para existir en una pluralidad de individuos, de manera que
una misma esencia exista en muchos concretos singulares diferentes. Por no ser
universal, la esencia en este estado no está dotada de una extensión que sea
género o especie. La esencia absoluta no es algo uno que a la vez sea múltiple.
No incluye en sí misma las notas de unidad y comunidad, propias del concepto
universal. Si, por ejemplo, estuvieran contenidas en la esencia del hombre en
cuanto tal, entonces en un individuo, Sócrates, se daría una generalidad, cuando
todo él es individual.
Añade Santo Tomás que tampoco puede sostenerse que convenga la noción
de universal, y con ella, los modos de predicarse, a las esencias reales , las que
tienen el ser en los entes singulares. El motivo es el mismo, porque no contie-
nen la unidad y la comunidad. En las esencias reales, estas dos propiedades son
opuestas, porque son esencias únicamente singulares.
Queda así por concluir que la universalidad y los predicables advienen a la
esencia según el ser que tiene en el entendimiento. La décima y última tesis
sobre la esencia de las substancias compuestas puede enunciarse, por tanto, del
siguiente modo: las esencias son universales y se predican como géneros y es-
pecies por estar en el entendimiento.
Confirma esta tesis el hecho de que la esencia que está en el entendimiento
se ha abstraído de la esencia individualizada, de una esencia que incluye princi-
pios individuantes. En la abstracción se desmaterializa la esencia, en cuanto que
no se considera la materia signada por la cantidad, que no es inteligible, e im-
pide que la forma sea inteligible en acto, sino solamente en potencia. Con ello la
esencia abstraída pierde los caracteres individuales. La esencia real, la esencia
existente en la realidad, es siempre individual, y cuando es abstracta es univer-
sal. Abstracción que realiza el entendimiento, que es así también causa de su
universalidad.
El mismo entendimiento descubre que, por ser abstracta, la esencia enten-
dida también es universal. No sólo la comprende conociendo su comprensión, o
el conjunto de caracteres que la constituyen, sino que también descubre que
guarda una relación uniforme con todos los individuos de donde se ha abstraído,
o se puede abstraer, representándolos igual e indistintamente, permitiendo que
se puedan conocer cada uno de ellos en lo que tienen de esencial. Encuentra,
por tanto, que la esencia abstraída, además, de una comprensión, posee una
extensión, un conjunto de individuos a los que se puede predicar. Se revela, por
consiguiente, que es a esta esencia entendida a quien convienen las intenciones
lógicas de los modos de predicación 38 .
38
Tomás de Aquino, In II Sententiarum, di? , ql , a l , e; Contra Gentes, I, c26; In Metaphysi-
cam, VI, lect5; In de anima, II, lectl 2; In Analytica Posteriora, II, lect20.
m. Las sustancias compuestas 109
Puede ahora advertirse con mayor claridad que el hecho de que sea la esen-
cia absoluta la que se predica o atribuye a los individuos en toda predicación no
implica que también a ella tengan que convenirle los predicables, las maneras
como puede atribuirse una esencia a los individuos que comprende. Basta repa-
rar en que no es lo mismo el contenido de la predicación, aquello que se atri-
buye al sujeto, que el modo como se predica este contenido, que puede ser
como género, como especie o como diferencia.
De ahí, añade Santo Tomás, que no se prediquen del individuo estos mismos
predicables. No se dice, por ejemplo, "Sócrates es especie". En cambio, si le
correspondiera a la esencia tomada absolutamente, el género, la especie y la
diferencias, deberían predicarse del individuo estas mismas intenciones lógicas,
pues todo lo que incluye la esencia absoluta se predica del individuo39.
Parece que a la esencia tomada en sí misma o absolutamente le convengan
los predicables, las relaciones que se establecen entre los conceptos por su ex-
tensión universal, porque, por ser aquello que se predica, y, por tanto, clasifica-
ble en los distintos predicables, recibe también el nombre de predicable. Se
llama así, por consiguiente, en cuanto entra en una de estas clases de predica-
ción, pero entonces se tratan las relaciones predicables como si fueran cualida-
des.
La atribución del predicable al contenido del concepto universal no es inco-
rrecta. Aunque el predicable no se predique del individuo, en sí mismo incluye
la predicabilidad, que sería la de su contenido. La denominación de predicable a
este contenido se explica, porque, por una parte, la predicación es el resultado
de un acto del entendimiento que compone, o sintetiza, y divide, o analiza, es
decir, que juzga, aunque con un fundamento en la realidad, la unidad de los
entes que se atribuyen unos a otros. Por otra, también los predicables se han
constituido por un acto del entendimiento, en una segunda intención, en una
reflexión sobre el acto de predicación. De ahí que se llamen como los predica-
bles a los mismos contenidos de la predicación, en cuanto son asimismo conte-
nidos de un modo de predicación o de los predicables. Así, por ejemplo, se
llama género no sólo al modo de atribuirse como tal, el hecho de predicarse
como una parte de la esencia común a otras especies, sino también al mismo
contenido. Se denomina, por ello, género a "cuerpo" o " animal", porque son
predicados de este modo.
39
Cfr. Tomás de Aquino, In de anima, II, lectl 2; In I Sententiarum, d 19, q5 , c.
IV. LAS SUBSTANCIAS SIMPLES
lo que es común a todas las almas. El conocimiento que se tiene del alma en
cuanto de lo que es común a todas las almas es un conocimiento de la naturaleza
del alma; el que tiene de su alma cada uno en cuanto a lo que le es propio, es el
conocimiento que cada uno tiene de su alma según que tiene ser en sí mismo
como tal individuo. Y así por este conocimiento se conoce si existe el alma,
como cuando alguien percibe que tiene alma; en cambio, por otro conocimiento
se sabe qué es el alma y cuáles son sus propiedades" 3 •
Otra manera de conocer la existencia del alma y de algún modo su naturaleza
es inmediata, porque es por la percepción intelectual de la existencia de la pro-
pia alma. Según Santo Tomás, en el alma humana, con anterioridad a la recep-
ción de las formas sensibles, a la abstracción de las imágenes sensibles, y al
acto de intelección, hay una disposición permanente para conocerse a sí misma
conscientemente, que es como un hábito intelectual. "Nuestro entendimiento no
puede conocer nada en acto con anterioridad a la abstracción de las imágenes ni
puede tampoco poseer un conocimiento habitual de las cosas distintas de sí
misma, pero su esencia le es presente e innata, de modo que no necesita reci-
birla de las imágenes. Así la mente, antes de que abstraiga de las imágenes tiene
conocimiento habitual de sí misma, por el que puede percibir que existe" 4 •
Este conocimiento habitual existencial no es idéntico a los hábitos cognosci-
tivos del entendimiento. Por ellos, los conceptos del entendimiento "están allí
de un modo intermedio entre la potencia y el acto, o sea, en hábito, y entonces
el hombre puede entender cuando quiera" 5 • Así se encuentran los contenidos de
la llamada memoria intelectual, que después de adquiridos por el cognoscente,
éste posee ya todo lo necesario para su actualización. También los hábitos natu-
rales del conocimiento de los primeros principios.
El conocimiento habitual de la existencia de la propia alma, sin embargo, no
es como los otros habituales, porque no se refiere a conceptos, no está en la
línea esencial. No obstante tiene una semejanza con los demás hábitos intelecti-
vos, porque también el cognoscente puede actualizarlo por sí mismo.
El alma humana, respecto a la intelección de las esencias de las cosas, nece-
sita recibir algo de fuera, porque se encuentra solamente en potencia de cono-
Tomás de Aquino, De veritate, qlO, a8, c. En el texto citado de San Agustín se dice: "Todo
hombre, atento a lo que en su interior experimenta expresa de una manera su mente al hablar y de
otra mu y diferente define lo que es la mente , sirviéndose de un conocimiento general o específico.
Y así, cuando uno me habla de su propia mente y me dice que comprende o no comprende esto o
aquello, o que quiere o no quiere esto o lo otro , le creo, más cuando de una manera general o
específica dice la verdad acerca de la mente humana, reconozco y apruebo"; San Agustín, De
Trinitate , IX, 6, 9.
Tomás de Aquino, De veritate, qlO, a8, adl.
Tomás de Aquino, De anima, a15, adl 7.
JV. Las sustancias simples 113
muchas verdades demostradas se introduce de vez en cuando algo falso [... ] que
se acepta por una razón probable o sofística"'º.
Concluye, por ello, el Aquinate: "Por eso, fue conveniente presentar a los
hombres por vía de fe, una certeza fija y una verdad pura de las cosas divinas" .
Para que todos y cada uno de los hombres pueda conocer desde el principio, con
certeza y seguridad la existencia de Dios y otras verdades naturales parecidas ha
sido moralmente necesaria la revelación.
El hombre puede, sin la revelación, conocer la existencia de Dios, la inmor-
talidad del alma, la ley natural impresa en su mente. Si bien ha sido conveniente
que estas verdades fuesen divinamente reveladas, por todas estas dificultades,
para que fuesen conocidas en conjunto a tiempo y con seguridad.
En el estado actual, el hombre conserva las fuerzas necesarias para poder co-
nocer con certeza las verdades naturales, pero no puede decirse lo mismo res-
pecto de aquellas verdades naturales difíciles cuyo conocimiento le es urgente
intelectual y moralmente, como son la existencia de Dios y su providencia; la
espiritualidad, inmortalidad y responsabilidad del hombre; la ley moral en toda
su extensión desde el comienzo hasta el fin de la vida. Para esa forma de cono-
cimiento de estas verdades trascendentales, la revelación es conveniente.
Para estas verdades naturales, necesarias para la orientación de la vida per-
sonal es, por tanto, necesaria moralmente la revelación. Aunque absolutamente,
prescindiendo de la facilidad, prontitud y universalidad, el hombre sí es capaz,
puesto que toda la verdad natural es el objeto adecuado de la inteligencia, su
propio bien.
Sostiene Santo Tomás que la Encarnación fue conveniente en el mismo or-
den de la naturaleza, porque. "Si se hubiese aplazado este remedio hasta el úl-
timo día, hubiesen desaparecido totalmente de la tierra el conocimiento de Dios,
la reverencia a Él debida y la honestidad de las costumbres"".
Incluso afirma que ha sido necesario conocer el misterio de la Santísima Tri-
nidad para comprender rectamente la verdad racional de la creación. "Hemos
necesitado conocer las divinas personas, para tener ideas correctas acerca de la
creación de las cosas, pues al confesar que Dios hizo todas las cosas por su
Verbo, se excluye el error de los que sostienen que las produjo por necesidad de
naturaleza" 12 •
El estudio de los ángeles, en cambio, no pertenece a la filosofía. La
"angeología" no pertenece a la metafísica, porque la existencia de los ángeles
solamente se conoce por la fe y, por ello, también la esencia, conocida igual-
10
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c4.
11
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, III, q 1, a6, c.
12
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q32, al , ad3.
116 Eudaldo Forment
2. El conocimiento intelectual
Sobre estas tres substancias inmateriales, Santo Tomás sostiene esta primera
tesis: su esencia no está compuesta de materia y forma como la de las substan-
cias materiales, sino que únicamente es forma. Con esta tesis se enfrenta a la
corriente "agustiniana", que defendía la doctrina del hilemorfismo aplicado a las
substancias espirituales, y que Santo Tomás considera que su autor fue Avice-
brón.
Indica seguidamente el Aquinate que la absoluta inmaterialidad del alma
humana se demuestra por su intelectualidad. Comienza la demostración pre-
sentando la tesis aristotélica sobre la no inteligibilidad en acto de las formas de
los entes materiales, a causa de la materia que las individualiza. La ininteligibi-
lidad de lo singular sensible se explica, por tanto, por su estructura hilemórfica.
La materia, elemento potencial y recipiente de la forma, que es el constitutivo
actual, da razón de su "accidentalidad", por ser principio de individuación. De
manera que sólo la forma permite que del singular se pueda predicar su esencia.
Esta tesis aristotélica es correlativa con la otra de que lo conocido directa-
mente por el entendimiento humano es lo universal, obtenido por la abstracción
de lo singular. Santo Tomás las presenta ambas en el siguiente pasaje: "Lo sin-
gular en las cosas materiales no puede nuestro entendimiento conocerlo directa
y primeramente. La razón de ello es que el principio de la singularidad en las
cosas materiales es la materia individual [. .. ] por lo que nuestro entendimiento
no es cognoscitivo directamente más que de lo universal" 13 .
El hilemorfismo no es la doctrina que fundamenta estas dos tesis, que pue-
den sintetizarse con las afirmaciones: lo universal es entendido y lo singular es
13
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q86, al , c.
JV. Las sustancias simples 117
14
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q79, a3, c.
15
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c51.
16
Tomás de Aquino, De veritate, q8, a6, c.
118 Eudaldo Forment
17
Cfr. F. Ca11als V ida!, Sobre la esencia del conocimiento; y E. Forme11t, Lecciones de Meta.fí-
sica., Ria lp, Madrid, 1992.
18
Cayeta110, In de anima, II, c. 5. Cfr. F. Can als V idal , Sobre la esencia del conocimiento, p.
290, 11. 15.
19
Cfr. F. Ca11als Vidal, Sobre la esencia del conocimiento, p. 300, 11. 24.
20
Aristóteles, De anima, II, e 8, 43 1 b 2.
JV. Las sustancias simples 119
nes de todas las cosas singulares unidas entre sí". Por ser parte del todo, el hom-
bre posee esta clase de perfección, que, en realidad, es una perfección imper-
fecta.
El hombre, sin embargo tiene otra perfección que compensa esta limitación,
porque: "Para que hubiese algún remedio a esta imperfección, se encuentra otro
modo de perfección en las cosas creadas, según el cual la perfección, que es
propia de una cosa, se encuentra en otra; y esta es la perfección del cognoscente
en cuanto tal, porque, según esto, al ser conocido algo por el cognoscente, el
mismo conocido de algún modo está en el cognoscente; y, por esto, dice Aris-
tóteles, en De anima (III) que 'el alma es en cierto modo todo', porque está
hecha para conocerlo todo. Y según este modo, es posible que en una cosa
exista toda la perfección del universo. De donde ésta es la última perfección a
que podría llegar el alma, según los filósofos, que en ella se describiese todo el
orden del universo y sus causas, en lo que pusieron el fin último del hombre" 2 1•
Esta doctrina del conocimiento de Santo Tomás , como ha evidenciado clara-
mente Canals, se puede sintetizar en dos tesis nucleares. La primera es la del
carácter locutivo del entender. El concepto o verbo mental surge del entender en
acto por este mismo acto. Esta locución intelectiva no es un acto distinto, sino
que pertenece intrínsecamente al mismo acto intelectivo. El entendimiento es,
por tanto, activo o creativo, porque, como afirma explícitamente el Aq uinate:
"Lo entendido, o la cosa entendida, se comporta como algo constituido y for-
mado por el entender" 22 •
La actividad locutiva se fundamenta ontológicamente en el mismo entendi-
miento en acto. "La palabra mental no surge de nuestro entendimiento sino en
cuanto éste existe en acto: pues simultáneamente es existente en acto y está ya
en él el verbo concebido". La palabra mental no emana: "Según el brotar de la
potencia al acto, sino que es al modo como surge el acto del acto, como el res-
plandor de la luz" 23 • El entendimiento es, por tanto, doblemente activo. En
cuanto tiene el entendimiento agente y en cuanto tiene el entendimiento pa-
ciente, en acto. La actividad es lo que lo constituye en cuanto tal24 •
La segunda tesis es que este verbo mental es lo entendido. También formu-
lada por Santo Tomás al indicar que: "Lo entendido en el inteligente es la inten-
ción entendida o el verbo"25 . Esta tesis junto con la anterior se encuentran arti-
21
Tomás de Aqui.n o, De verilate, q2 , a2, c.
22
To más de Aquino, De spiritualibus creaturis, a9, ad6.
23
Tomás de Aquino, Contra Gentes, IV, el 1.
24
Cfr. F. Canals V ida!, "La naturaleza de la acti vidad intelectual", en A. Lobato, O.P. (ed.),
Giovanni di San Tommaso O. P. !l suo pensiero filosofico, teologico e místico, Atti del convegno
di Studio della SITA, Pontificia U ni versita S. Tommaso d 'Aquino, Roma, I 989, pp. 90- 107.
25
Tomás de Aquino, Contra Gentes, IV el 1.
120 Eudaldo Forment
culadas en este otro texto del Aquinate: "Siendo el verbo interior aquello que es
entendido, y no existiendo en nosotros sino en cuanto entendemos en acto, el
verbo interior requiere siempre el entendimiento en su acto, que es el enten-
der"26.
Estas dos tesis capitales sobre el entendimiento presuponen, en primer lugar,
la afirmación de la apertura del entendimiento. El conocimiento intelectual no
está encerrado en sí mismo, porque es manifestador de la realidad. El entendi-
miento en acto constituye un concepto, y en este decir interno, que es una pala-
bra expresada, se entiende la realidad.
La doctrina de Santo Tomás es realista porque implica la comprensión del
entender como la constitución del concepto, o palabra mental, y que con este
decir se expresa la realidad, lo que las cosas son. Declara el mismo Santo To-
más: "Tal concepción, o palabra mental [ ... ] nace de algo y representa algo
otro. Pues nace del entendimiento por su acto; pero es semejanza de la cosa
entendida" 27.
El segundo presupuesto de las tesis centrales de la doctrina del conocimiento
tomista -la locución intelectiva y la interioridad de lo entendido- , es que la
presencia íntima del alma en su ser es anterior y originante de la intelección. La
locución intelectual está inseparablemente unida a la autoconciencia. En el alma
humana se da como un conocimiento habitual de sí misma, que proporciona la
percepción intelectual de su existencia.
La conciencia de sí tiene un papel fundamental en la intelección. La autopre-
sencia intelectiva, aunque sea mínima, como en el alma humana, es necesaria
para explicar la intelectualidad propia del entendimiento humano, potencia in-
telectual, o capacidad receptiva respecto a los inteligibles, que han tenido que
ser abstraídos de las imágenes. Si no se tiene conciencia de s í, no se puede asi-
milar de un modo consciente y objetivo ninguna esencia.
La autoconciencia además posibilita la intelección en cuanto que es la raíz
del entendimiento agente. "La mente misma es inteligible en acto, y según esto
le compete el entendimiento agente que hace los inteligibles en acto"28. La
mente humana es inteligible en acto no por su intrínseca inteligibilidad, sino en
cuanto es inteligible en hábito, y por esta actualidad el entendimiento puede ser
activo con su entendimiento agente.
Lo más fund amental en el conocimiento no es la intencionalidad, aunque sea
perfectivo del sujeto por remediar su finitud entitativa, es la autopresencia en el
26
Tomás de Aqutno, De veritate, q4 , a l , ad l .
27
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q8, al , c.
28
Tomás de Aquino, De veritate, qlO, a6, c. Véase: F. Canals Vida!, "El ' lumen intellectus
agentis' en la ontología del conocimiento de Santo Tomás", Convivium, 1956 ( 1), pp. 99-11 6.
JV. Las sustancias simples 121
29
Tomás de Aquino, De veritate, q I O, a6, c.
122 Eudaldo Forment
Pero nadie percibe que entiende sino porque entiende algo, porque es primero
entender algo, que percibirse como inteligente, y así el alma alcanza a percibir
actualmente que existe, por cuanto entiende y siente" 3º.
El acto de entender y la autoconciencia que le acompaña, no son dos actos
distintos. Ambos pertenecen a la simplicidad del acto de entender. Pueden con-
siderarse como dos actos implicados o comprendidos mutuamente, o como dos
fases de un mismo acto, que es el entender, que no suponen una estructura acto-
potencial o una inherencia accidental-substancial. En un mismo acto el alma
entiende lo inteligible, expresándolo en la locución mental, y se entiende, en
cuanto se percibe intelectivamente, a sí misma.
Mientras entiende la realidad, en la fase locutiva del entender, el alma nota
su presencia íntima, pero además la especie inteligible impresa, porque, aunque
sea un principio del acto de conocer está también presente en la conciencia.
Afirma Santo Tomás que: " Es connatural al entendimiento humano el ver las
especies inteligibles en las imágenes [ . .. ]. Sin embargo, el conocimiento inte-
lectual no consiste en aquellas imágenes, sino contemplar en ellas la pura ver-
dad"31.
Se conoce de esta manera también la imagen. Explica el Aquinate que
"Nuestro entendimiento abstrae la especie inteligible de la imagen, en cuanto
considera la naturaleza de las cosas en general; porque no puede entender a la
imagen de la que se abstrae la especie, a no ser por la conversión a la imagen" 32.
La conversión a la imagen es una "cierta reflexión", que se realiza por la vía
perceptiva de los principios concretos que dan lugar a la intelección. Por la
misma reflexión se entiende el acto de entender, la especie por la que se en-
tiende, y la imagen de la que procede. Sin embargo, se va profundizando desde
el acto de entender, que puede considerarse un elemento objetivo, en cuanto que
"el acto es más próximo al objeto que la especie" 33, hasta los principios subjeti-
vos como la especie y la imagen.
La reflexión sobre la autoconciencia, en definitiva, permite demostrar la ab-
soluta inmaterialidad de la facultad de entender y su sujeto el alma, tanto de la
propia como la de los demás almas humanas. Sin la conciencia del propio ser,
no podría atribuirse el ser a las cosas, ni tampoco su posesión inmaterial por las
almas humanas. No sería tampoco posible conocer algo del ser divino no parti-
cipado, el mismo Ser Subsistente.
30
Tomás de Aqu ino, De veritate, qlO, a8, c.
31
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, TI-TI, q 180, a5, ad2.
32
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q85 , a2, ad5.
33
Tomás de Aquino, De veritate, q I O, a9, ad5 .
JV. Las sustancias simples 123
3. La simplicidad espiritual
34
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I, q55 , a2, ad l.
35
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q89, a2, c.
124 Eudaldo Forment
formas las que realmente lo impedirían. No podría ser la materia, porque úni-
camente se dice en la objeción que impide la intelección en cuanto corporal, no
en sí misma. Sin embargo, es imposible, porque toda forma separada de la ma-
teria, o considerada en cuanto tal, es inteligible en acto, y, por tanto, también lo
sería la forma corporal. De este modo lo inteligible impediría la inteligibilidad.
No hay materia alguna ni en la esencia de las almas humanas, ni en la de los
ángeles , porque la materia es siempre la que impide la intelectualidad y la inte-
ligibilidad. Estas substancias son inmateriales absolutamente. Su esencia es sólo
forma. Sin embargo entitativamente no son simples, porque su esencia, o forma,
se compone con un ser proporcionado a ella.
La primera tesis sobre las substancias compuestas queda probada con esta ar-
gumentación, pero Santo Tomás muestra además que es totalmente coherente
con la doctrina hilemórfica, que su esencia sea simple por ser sólo forma. Para
mostrarlo recuerda, en primer lugar, que la forma con respecto a la materia está
en la relación de causa y efecto, ya que la forma da el ser a la materia, en cuanto
que gracias a ella la materia puede ser también ser sujeto capaz de recibir el ser.
Además, indica que la relación de causalidad supone que lo que es causa puede
tener ser sin que lo posea su efecto, y, por tanto, sin que se haya causado, pero
no a la inversa, porque sin el ser de la causa el efecto no podría adquirir el suyo
propio. Por ello, es perfectamente admisible que la forma pueda tener ser sin la
materia, pero, no, en cambio, que ésta lo posea sin ninguna forma .
En segundo lugar, indica el Aquinate que la forma en sí misma o en cuanto a
su contenido, no depende en absoluto de la materia. Si se dan formas que tienen
el ser junto con la materia a la que se encuentran unidas, tal como les ocurre a
las formas de las substancias materiales, hay que tener en cuenta que en la es-
cala de los entes ocupan los lugares más distantes de Dios, que es Acto puro y
Perfección suprema. Hay otras, en cambio, como las formas de las substancias
inmateriales creadas, que están más cerca del Acto puro y ya poseen su ser sin
informar a ninguna materia.
Probada esta primera tesis sobre el contenido de la esencia de las substancias
simples, Santo Tomás la compara con la primera tesis de las substancias com-
puestas. Se advierte con ello que la diferencia principal entre estas dos clases de
esencias substanciales estriba en que las esencias de las substancias compuestas
incluyen materia y forma. En cambio, las de las substancias simples únicamente
la forma.
De esta diferencia se derivan otras dos. La primera se basa en la sexta tesis
sobre la substancias compuestas. Según ella la esencia de las substancias com-
puestas, además de poder expresarse como un todo, por considerarse sus princi-
pios esenciales y los individuantes, aunque indeterminada e implícitamente, es
posible hacerlo también como parte, incluyendo sólo los principios esenciales.
JV. Las sustancias simples 125
36
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q25, a l , c.
126 Eudaldo Forment
37
Tomás de Aqu ino, Summa Theo!ogiae, 1, q3, al , c.
38
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, el 6.
39
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q4, a7.
40
Avicena, Metaphysica, lntrod.
JV. Las sustancias simples 127
41
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, cl 3.
42
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q3, a4, c.
JV. Las sustancias simples 129
su ser de Dios, estará en potencia en relación a este ser, que será, por consi-
guiente, su acto, y como tal habrá sido recibido. De manera que, por tener esen-
cia y ser, en estas substancias hay recipiente y lo recibido, potencia y acto.
Insiste seguidamente Santo Tomás en advertir que no tienen materia y
forma, aunque se haya demostrado que en ellas hay potencia y acto. Esta es-
tructura se da en el orden entitativo, en la composición de esencia y ser, no, en
el esencial, en una composición de materia y forma. Además las relaciones de
potencia y acto en la composición de materia y forma y en la composición de
esencia y ser, no son unívocas, sino análogas, Por consiguiente si se atribuye
una "materia" a la esencia angélica se hace de una manera equívoca. El agusti-
nismo contemporáneo del Aquinate, al aplicar el hilemorfismo a estas substan-
cias introduciendo una materia espiritual o "inmaterial", lo que intentaba en el
fondo era nombrar su potencialidad. Esta materia hacía, en realidad, la función
de potencia entitativa de la misma. Caían en una equivocidad, como la que se
daría si se les atribuyesen propiedades y accidentes, que tienen las substancias
en cuanto que poseen materia.
En cambio, para Santo Tomás , como explica en otro lugar: "En la substancia
intelectual creada se encuentran dos cosas: la misma substancia y su ser, que no
es la misma substancia. Su ser es el complemento de la substancia existente, ya
que una cosa está en acto, porque tiene ser" 43 • En la substancia angélica sola-
mente se encuentra una relación de potencia y acto, la de la esencia substancial
con respecto a su ser, que la complementa para convertirla en ente y para ha-
cerla existir.
En las substancias materiales se encuentra una doble estructura acto-poten-
cial. Como manifiesta explícitamente Santo Tomás: "en las cosas compuestas
hay que considerar doble el acto y doble la potencia. Pues, por un lado, la mate-
ria es potencia respecto a la forma, y la forma es acto suyo, y, por otro lado, la
naturaleza, constituida de materia y forma, es potencia respecto al mismo ser, en
cuanto es sujeto suyo"44 • Las dos estructuras de acto y potencia están situadas,
por ello, en distintos planos, en el esencial y en el entitativo.
Finalmente, Santo Tomás termina toda la exposición sobre la simplicidad de
las substancias inmateriales creadas corroborando las cuatro tesis demostradas
con la cita de un texto de Boecio45 • Interpreta las expresiones "lo que es" y "por
lo que es", que aparecen en él, como referidas a la esencia y al ser respectiva-
mente, porque la esencia es lo que algo es y el ser aquello por lo que este algo
existe.
43
Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, c53.
44
Tomás de Aquino, De spiritualibus creaturis, al , c.
45
Cfr. Boecio, De Hebdomadibus, PL, 54, 131 l c.
130 Eudaldo Forment
46
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q75.
JV. Las sustancias simples 131
47
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql4, a2, ad!.
48
Tomás de Aqu ino, De spiritualibus creaturis, a l , ad l 2.
49
Véase: Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q4, a2, ad3.
132 Eudaldo Forment
50
Tomás de Aquino, In de anima, II, lect7, n319.
51
Tomás de Aquino, Surnrna Theo logiae, I, q 18, a2, c.
JV. Las sustancias simples 133
forma propia, sino a impulso del agente principal, de suerte que al instrumento
sólo corresponde la ejecución del acto".
El primer grado es el de la vida vegetal. "Hay algunos entes que se mueven a
sí mismos, pero no en orden a una forma ni a un fin, que esto se lo da y señala
la naturaleza, sino sólo en cuanto a la ejecución del movimiento, y tales son las
plantas, que, en virtud de una forma infundida por la naturaleza, se mueven a sí
mismas desarrollándose y marchitándose".
Puede decirse que los vegetales son meros ejecutores. En las plantas, el fin
de sus acciones no lo han concebido, sino que está fijado de antemano por la
naturaleza; igualmente la forma que determina su acción no es adquirida, sino
dada por la naturaleza. Solamente se mueven a sí mismas en cuanto a la ejecu-
ción del movimiento, que sigue un plan propio de la especie.
El segundo grado de la vida es la de la animalidad. En la vida animal hay ya
una mayor autonomía en la acción. "Hay otros entes que se mueven no sólo en
orden a la ejecución del movimiento, sino además, para adquirir la forma que le
da origen. Y de esta clase son los animales, que tienen como principio de su
movimiento una forma, no aneja a la naturaleza, sino adquirida por sus sentidos;
por lo cual cuanto más perfectos sean éstos, con tanta mayor soltura se mueven.
Por esto vemos que los que no poseen más que el sentido del tacto, como las
ostras, sólo ejecutan movimientos de dilatación y contracción, muy poco supe-
riores a los de las plantas, y, en cambio, los que tienen facultades sensitivas
capaces de conocer no sólo lo que está en contacto con ellos, sino también lo
distante, recorren el espacio con movimiento progresivo".
Los animales, gracias a los sentidos, poseen una forma activa, que tienen
como propia, a pesar de que ha venido de afuera. Por ello, a mayor número de
sentidos y a mayor perfección de los mismos, se posee una más plena autono-
mía. "Pero si bien esta clase de animales se procuran con sus sentidos las for-
mas que les sirven de principio para sus operaciones, no son ellos, sin embargo,
los que se determinan a sí propios el fin de sus actos o movimientos, sino que
esto lo llevan anejo a su naturaleza, cuyo instinto los inclina a hacer lo que ha-
cen movidos por la forma que perciben sus sentidos". En la vida animal, el fin
no es concebido, viene determinado por la naturaleza, ni tampoco lo conoce ni
juzga.
El tercer grado de vida es el del espíritu. Supone ya un mayor enriqueci-
miento en la actividad autónoma. "Por encima de estos animales están los entes
que se mueven también en orden a un fin que ellos mismos se fijan, cosa impo-
sible de hacer si no es por medio de la razón y del entendimiento, al que corres-
ponde conocer la relación que hay entre el fin y lo que a su logro conduce y
subordinar esto a aquello. Por tanto, el modo más perfecto de vivir es el de los
entes dotados de entendimiento que son, a su vez, los que con mayor perfección
se mueven a sí mismos".
134 Eudaldo Forment
Para confirmarlo, añade Santo Tomás: "En prueba de lo cual vemos cómo en
el mismo hombre es la facultad intelectual la que mueve las potencias sensiti-
vas, y éstas, las que mandan la actividad de los órganos ejecutores del movi-
miento. Cosa que, por lo demás, ocurre también en las artes, pues se observa,
por ejemplo, que el arte a que corresponde el empleo de una nave, que es el arte
de navegar, da reglas al constructor, y éste al que se limita a ejecutar el pro-
yecto".
En las substancias espirituales, el fin es determinado por la inteligencia, que
mide los medios y los fines, y los coordina. La forma por la que obra se la con-
fiere también su inteligencia, y ejecuta sus acciones por sí mismo. Esta mayor
autonomía se debe, por tanto, al entendimiento. La locución mental, emanada de
la actividad del espíritu, consciente de sí mismo, por subsistir sin materia es as í
un principio de una nueva inclinación vital, la voluntad, inclinación consciente
intelectivamente.
La autonomía es más plena en el espíritu creado, pero no es perfecta. "Aun-
que nuestro entendimiento tenga la iniciativa en orden a conseguir algunas co-
sas, otras hay, sin embargo, que de antemano le impone la naturaleza, como son
los primeros principios, acerca de los cuales no puede cambiar de parecer, y el
último fin, que no puede por menos de querer y, por consiguiente, si en orden a
algunas cosas se mueve a sí mismo, respecto de otras es necesario que sea mo-
vido"52.
Razonar implica partir de unos primeros principios, porque como explica el
Aquinate, "Siendo el raciocinio del hombre una especie de movimiento [.. . ]
parte como de un principio inmóvil, de la intelección de ciertas verdades natu-
ralmente evidentes sin necesidad de investigación racional; y termina en otro
conocimiento, por cuanto juzgamos a la luz de los principios en sí mismos y
naturalmente conocidos sobre las verdades que hemos descubierto en nuestra
investigación racional".
También para obrar bien son necesarios primeros principios de orden prác-
tico moral. "De igual modo que la razón especulativa discurre sobre lo especu-
lativo, discurre también la razón práctica acerca de lo operable. Es preciso, por
tanto, que hayamos sido naturalmente dotados, lo mismo que de principios es-
peculativos, también de principios prácticos" 53 .
Estos primeros principios prácticos constituyen los contenidos de la llamada
ley natural. De manera que: "Los preceptos de la ley natural son respecto de la
razón práctica lo mismo que los primeros principios de la demostración en el
orden especulativo, pues unos y otros son evidentes por sí mismos" .
52
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q 18, a3, c.
53
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q79, a l 2, c.
JV. Las sustancias simples 135
Precisa Santo Tomás, en primer lugar, que esta evidencia, tanto en los prin-
cipios teóricos como en los prácticos, es absoluta, porque con respecto al cono-
cimiento humano, la evidencia puede ser absoluta o relativa: "De manera abso-
luta es evidente por sí misma cualquier proposición cuyo predicado pertenece a
la esencia del sujeto, pero tal proposición puede no ser evidente para alguno,
porque ignora la definición de su sujeto. Así, por ejemplo, la enunciación 'el
hombre es racional' es evidente por naturaleza, porque el que dice hombre dice
racional; sin embargo, no es evidente para quien desconoce lo que es el hombre
[... ] hay proposiciones que son evidentes por sí mismas sólo para los sabios,
que entienden la significación de sus términos". Los enunciados evidentes, en
relación al hombre, por tanto, pueden ser evidentes para todos, o de evidencia
absoluta, y evidentes sólo para algunos, o de evidencia relativa.
Nota, en segundo lugar, que en los primeros principios especulativos hay un
orden. "Porque lo primero que alcanza nuestra aprehensión es el ente, cuya
noción va incluida en todo lo que el hombre aprehende. Por eso, el primer prin-
cipio indemostrable es que 'no se puede afirmar y negar a la vez una misma
cosa'; principio que se funda en las nociones de ente y no-ente y sobre el cual se
asientan todos los demás principios" . Este principio de no contradicción es el
primer principio, que posibilita el conocimiento de todos los demás, como el
principio de identidad.
Igualmente se da un orden parecido en los principios evidentes por todos del
entendimiento práctico. " Así como el ente es la noción absolutamente primera
del conocimiento, así el bien es lo primero que se alcanza por la aprehensión de
la razón práctica, ordenada a la operación, porque todo agente obra por un fin,
el cual tiene naturaleza de bien. De ahí que el primer principio de la razón prác-
tica es el que se funda sobre la noción de bien, que es ' lo que todos apetecen' .
Este, pues, será el primer precepto de la ley: ' Hay que hacer el bien y evitar el
mal' . Y sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural" 54.
Si "Lo primero que cae en el entendimiento es el ente" y "lo segundo es la
negación del ente" 55 , se establece entonces, en tercer lugar, la oposición contra-
dictoria entre ambos, que es expresada en el principio de no contradicción.
Igualmente, a la captación del bien -que como concepto trascendental o máxi-
mamente universal, al igual que el de la verdad, se encuentra en todo ente, aun-
que de modo proporcional o analógicamente-, sigue el precepto primario y
universalísimo: "Hay que hacer el bien y evitar el mal". Los principios que se le
añaden a veces -como la regla áurea: " no hacer a otro lo que uno no quiere para
sí mismo", o su formulación positiva: "dar a cada uno lo suyo", o bien "vive
conforme al dictamen de la recta razón", "no hagas nada contra tu conciencia",
54
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q94, a2, c.
55
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a7, ad 15.
136 Eudaldo Forment
etc.- son sólo diversas formulaciones de este mismo precepto. Los demás pri-
meros principios de la razón práctica, como la conservación y no destrucción de
la vida humana, y la convivencia social, se fundamentan en éste, que es así el
conocido con mayor claridad.
El entendimiento humano puede conocer el principio de no contradicción,
así como los otros principios de la inteligencia, porque: " Los primeros princi-
pios especulativos que nos han sido naturalmente infundidos no pertenecen a
ninguna potencia especial, sino como dice Aristóteles, en Ethica (VI), a cierto
hábito especial llamado 'entendimiento de los principios"'. Este conocimiento
por ser habitual, a diferencia del conocimiento potencial, no necesita recibir
nada externo, para pasar al conocimiento actual.
Para que el conocimiento habitual del primer principio intelectual se actua-
lice, no se necesita una determinación o un nuevo concepto, sino que basta que
el entendimiento esté en acto, esté entendiendo el ente. De modo parecido ocu-
rre con los demás principios, que están a su vez conexionados con los otros
conceptos trascendentales unidad, "res" o cosa, algo, verdad, bondad y belleza.
Con respecto a la razón práctica: "Tampoco los principios prácticos que nos
han sido naturalmente infundidos pertenecen a una potencia especial, sino a un
hábito natural especial, que se llama sindéresis" 56 . Desde el conocimiento del
primer precepto de la ley natural, que se evidencia, ante la presencia del bien, se
descubren los otros principios, que en este sentido son principios derivados.
Aplicando el primer principio a los bienes humanos, aquellos que constitu-
yen la perfección del hombre, y a las que el mismo hombre se siente inclinado
de un modo natural, se descubren estos preceptos o conclusiones próximas. De
este modo: " Encontramos , ante todo, en el hombre una inclinación que le es
común con todas las sustancias, consistente en que toda sustancia tiende por
naturaleza a conservar su propio ser. Y de acuerdo con esta inclinación perte-
nece a la ley natural todo aquello que ayuda a la conservación de la vida hu-
mana e impide su destrucción". Un primer precepto manda todo aquello rela-
cionado con la conservación del propio ser substancial.
Un segundo precepto ordena todo lo referente a la conservación de la espe-
cie, porque: "En segundo lugar encontramos en el hombre una inclinación hacia
bienes más determinados, según la naturaleza que tiene en común con los demás
animales. Y a tenor de esta inclinación se consideran de ley natural 'las cosas
que la naturaleza ha enseñado a todos los animales' (Digesta, 1,1,1, KR I 29a),
tales como la conjunción de los sexos, la educación de los hijos y otras cosas
semejantes".
56
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q79, a l 2, c.
JV. Las sustancias simples 137
Por último, un tercer precepto, manda la convivencia social, y, por ello, tam-
bién la sabiduría y el amor, que la posibilitan. "En tercer lugar, hay en el hom-
bre una inclinación al bien correspondiente a la naturaleza racional, que es la
suya propia, como es, por ejemplo, la inclinación natural a buscar la verdad
acerca de Dios y a vivir en sociedad. Y, según esto, pertenece a la ley natural
todo lo que atañe a esta inclinación, como evitar la ignorancia, respetar a los
conciudadanos y todo lo demás relacionado con esto" .
El primer principio, "hay que hacer el bien y evitar el mal" y estos tres prin-
cipios derivados, constituyen el contenido primario de la ley natural. Puede
afirmarse de esta ley natural que es humana, porque entre esta ley natural y el
sujeto moral hay un perfecto acuerdo. De manera que aquello que obliga es a la
vez deseado por el hombre, desde lo más profundo. El deber coincide con el
deseo.
La ley natural no quita la autonomía. Su regulación de los actos humanos no
se hace de manera violenta, como una coacción exterior, sino que surge del
mismo sujeto, como una aspiración suya. La ley natural no es algo sobreañadido
al hombre, sino que por coincidir totalmente con el deseo natural, puede decirse
que surge de su interior. Afirma Santo Tomás: "Puesto que el bien tiene natura-
leza de fin y el mal naturaleza de lo contrario, todas las cosas hacia las que el
hombre siente inclinación natural son aprehendidas naturalmente por la inteli-
gencia como buenas, y por consiguiente como necesariamente practicables; y
sus contrarias como malas y vitandas"5 7 .
Todo aquello, a lo que el hombre se siente inclinado por naturaleza, es lo que
conoce y siente como bueno; y esto conocido como su bien, como bien humano,
es a lo que se siente imperado, a lo que se siente obligado por ley natural. La
naturaleza humana tiene unas inclinaciones, que todo hombre conoce como
buenas y perfectivas para él.
A veces estas inclinaciones naturales no coinciden con las concretas inclina-
ciones de una persona, porque puede haberlas modificado accidentalmente, por
desorden moral, continuando siendo espontáneas, pero habiendo perdido ya su
naturalidad objetiva. Sin embargo, es imposible para cualquier hombre con uso
de razón la ignorancia del primer principio de la ley natural, "hay que hacer el
bien y evitar el mal" . Algo parecido ocurre con los preceptos derivados, que son
conocidos casi sin ningún esfuerzo o por un mínimo raciocinio. De manera que:
"En los primeros principios prácticos no cabe error" 58.
El contenido de la ley natural no se limita a estos primeros principios, el pri-
mer principio y los principios derivados, porque incluye asimismo otros se-
57
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, 1-II, q94, a2, c.
58
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q79, a l 2, ad3.
138 Eudaldo Forment
cundarios. Sin embargo, no del mismo modo, porque: "Pertenecen a la ley natu-
ral, primariamente, ciertos preceptos comunísimos, que son de todos conocidos,
en segundo lugar, otros preceptos secundarios, más particulares, que son a
modo de conclusiones próximas a los principios".
Además de la diferencia en la universalidad, hay una segunda diferencia en-
tre los principios secundarios y los primarios de la ley natural. "En lo que toca a
esos principios generales, la ley natural no puede ser borrada de los corazones
de los hombres en general; pero se borra en las obras particulares, por cuanto la
razón es impedida de aplicar los principios comunes a las obras particulares por
la concupiscencia o por la pasión" . Los principios primarios no se pueden borrar
nunca. Aunque a veces se olvidan por causa de los deseos desordenados y las
pasiones.
En cambio: "En los principios secundarios, la ley natural puede borrarse del
corazón humano, sea por las malas persuasiones, como en las materias especu-
lativas se dan errores sobre conclusiones necesarias; sea por las costumbres
perversas y los hábitos corrompidos, como en algunos pueblos no se reputaban
pecados los robos y aun los vicios contra la naturaleza" 59 .
Estas influencias de los errores, de las malas costumbres y de los vicios, úni-
camente borran la ley natural temporalmente y sólo alguno de estos preceptos.
Tal ignorancia sería, por tanto, culpable60 . Debe tenerse siempre en cuenta que
además de la ley natural, que "Dios ha impreso en las mentes de los hombres, y
por esta impresión es naturalmente cognoscible" 6 1, impera en el estado actual de
la naturaleza humana la "ley de la concupiscencia", o la ley del deseo desorde-
nado, consecuencia de que la falta de sujeción de las facultades inferiores a la
razón62.
Sobre este tercer género de preceptos, o principios secundarios, explica asi-
mismo Santo Tomás que son "Aquellos otros que por diligente investigación de
los sabios se demuestra estar conformes con la razón. Estos preceptos llegan al
pueblo mediante la enseñanza de los doctos" 63 . Los principios secundarios son
59
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I-II, q94, a6, c.
60
El mi smo Santo Tomás, ante la objeción de que si " la ley de la gracia se borra por la culpa,
mucho más puede borrarse la ley natural"; Summa Theologiae, I-II, q94, a6, ob3, precisa: "Aun-
que la gracia tiene más fu erza que la naturaleza, ésta es más esencial al hombre , y por eso más
permanente"; I-TI, q94 , a6, ad3. La gracia puede perderse, la naturaleza nunca.
61
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q90, a4, ad !.
62
Tomás de Aquino, Exposición de los dos mandamientos del amor y de los diez mandamien-
tos de la ley, Pro!.
63
Tomás de Aquino, Summa. Theologiae, I-II, q 100, a3, c. Añade el Aquinate : "Unos y otros
preceptos se hallan contenidos en el Decálogo, pero diversamente, porque los primero s y univer-
sales se hallan contenidos como los principios en sus próximas conclusiones; los que por sólo los
JV. Las sustancias simples 139
como conclusiones remotas del primer principio, ya que se obtienen del mismo
y también de sus primeros principios derivados. De ambos por complejos racio-
cinios. Por ello, pueden ignorarse sin culpa, si se carece de formación y estudio.
Si el bien humano concuerda con el deber, que impone la ley natural, se in-
fiere que: "Todas las cosas que deben hacerse o evitarse, en tanto tendrán ca-
rácter de preceptos de ley natural, en cuanto la razón práctica los juzgue natu-
ralmente como bienes humanos" . El criterio para descubrir si los preceptos
pertenecen o están conexionados con la ley natural será, por consiguiente, ave-
riguar si a lo que obligan es a lo deseado por el hombre desde su interioridad
más profunda, a su bien, a lo que le hará feliz.
Los deberes éticos tendrán una mayor o menor importancia según su relación
con las inclinaciones naturales. Por este total acuerdo entre esta ley y la natura-
leza humana, Santo Tomás determina el orden de los preceptos primarios de la
ley natural, examinado el orden de los fines o bienes humanos. Declara: " Según
el orden de las inclinaciones naturales es el orden de los preceptos de la ley
natural" 64 .
El espíritu creado quiere por su misma naturaleza un bien supremo, que le
perfeccione o le lleve a su plenitud , y, por tanto, que le proporcione la felicidad,
que como decía Boecio es "el estado perfecto con la acumulación de todos los
bienes" 65 . Aspira a la felicidad, a su fin último y no puede renunciar a él. "No
puede dejar de querer ser feliz" 66 .
Esta apetición necesaria a la felicidad, no impide su autonomía. Representa
únicamente una limitación que, sin embargo, no es un defecto. No es su nega-
ción, sino precisamente la condición para poseer autonomía, ya que el espíritu,
por su potencialidad, sólo puede tenerla en un cierto grado.
De la misma manera los primeros principios del entendimiento, conocidos
con evidencia inmediata, son la condición indispensable de todo conocimiento
intelectual. No impiden el entender, sino que lo posibilitan y permiten. Al igual
que desde ellos es posible pensar en contenidos muy diversos y hasta opuestos,
sabios son conocidos, se contiene n en ellos como conclusiones en sus principios"; Summa Theo-
logiae, 1-11, q 100, a3, c. "Como la ley natu ral había quedado malparada con la ley de la concupis-
cencia, se hacía necesario encaminar al hombre de nuevo a la práctica de la virtud y apaitarlo del
vicio. Para ello fu e precisa la ley de la E scritura"; Exposición de los dos mandamientos del amor
y de los diez mandamientos de la ley, Pro!., que está preceptuada en el Decálogo. Los diez man-
damientos son así la revelación de todos los preceptos de la ley natural.
64
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-11, q94, a2, c.
65
Boecio, De consolatione philosophiae, 3, p. 2.
66
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-11, q5, a4, ad2.
140 Eudaldo Forment
67
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q 18, a3, e.
68
Tomás de Aqu ino, De veritate, q4, a l , ad 1, se.
69
Tomás de Aquino, Contra Gentes, IV, e l 1.
JV. Las sustancias simples 141
70
Tomás de Aquino, Summa Theo !ogiae, 1, q5, al , ad l .
71
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q5, a5, c.
72
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q44, a4, c.
73
Tomás de Aquino, Quodlibeta, l, q4, a8, ad2.
142 Eudaldo Forment
agente obra según que es en acto. Y obrar no es otra cosa sino comunicar aque-
llo por lo que el agente es en acto" 74 .
En el texto sobre la gradación de los entes, se advierte, desde esta perspec-
tiva que: "En todas las cosas, los cuerpos inanimados ocupan el último lugar, y
en ellos no se dan otras emanaciones que las producidas por la acción de unos
sobre otros. Así vemos que del fuego nace el fuego cuando éste altera un cuerpo
extraño convirtiéndolo en su especie y cualidad" . Los entes sin vida ocupan el
lugar inferior en la escala de los entes, por no poseer una unidad interior activa,
que se despliegue en una acción inmanente. Sólo emana algo de ellos, por la
acción transitiva de otro ente. En el modo de su actividad manifiesta una extro-
versión completa.
Siguen a los cuerpos inanimados, los animados. "Entre los cuerpos anima-
dos, el lugar próximo lo ocupan las plantas, en las cuales la emanación ya pro-
cede de dentro, puesto que el ' humor' interno de la planta se convierte en semi-
lla, y ésta confiada a la tierra, se desarrolla en planta. Esto es ya un primer grado
de vida, pues son vivientes los entes que se mueven a sí mismos para obrar, en
cambio, los que no tienen movimiento interno carecen en absoluto de vida. Y un
indicio de vida en las plantas es que lo que hay en ellas tiende hacia una forma
determinada".
En la vida vegetativa, el primer grado de vida, se da ya un primer indicio de
interioridad. La planta genera la semilla, emanación que surge de su propia sa-
via, y que asegurará la permanencia de su especie. Sin embargo, este modo de
emanación no es perfecto. "La vida de las plantas es imperfecta, porque, aunque
la emanación proceda en ellas del interior, sin embargo, lo que emana saliendo
poco a poco desde dentro, acaba por convertirse en algo totalmente extrínseco.
Pues el humor del árbol, saliendo primeramente de él, se convierte en flor y
después en fruto, separado de la corteza del árbol, pero sujeto a él; y llegando a
su madurez, se separa totalmente del árbol y, cayendo en tierra, produce por su
virtud seminal otra planta".
La generación vegetativa, que se da también en los animales, pero no en
cuanto a su animalidad, es imperfecta todavía, porque, por una parte, el fruto de
la planta se exterioriza; por otra, porque, como indica Santo Tomás: "Reflexio-
nando atentamente, se verá que el principio de esta emanación proviene del
exterior, puesto que el humor interno del árbol se toma mediante las raíces de la
tierra, de la cual recibe la planta su nutrición". La exteriorización, en la genera-
ción vegetativa, se da en su inicio y en su fin.
La gradación según el orden ascendente de perfección se continúa, porque:
"Hay otro grado de vida superior al de las plantas y correspondiente al alma
74
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q2, al , c.
JV. Las sustancias simples 143
cimiento, ya que es imposible entender sin contar con una representación sensi-
ble" .
En el alma humana hay una disposición para conocerse conscientemente,
para poseer intelectualmente su ser, a modo de un hábito intelectual. Este cono-
cimiento habitual no se refiere al concepto del alma, no pertenece a la línea de
la esencia, sino a su existencia y singularidad. Disposición que se actualiza en el
acto de pensar. En todo pensamiento en acto está implicada la percepción inte-
lectual inmediata de la existencia del yo pensante, de la mente misma, la con-
ciencia intelectual no objetiva de su propio ser.
El alma, por ser una substancia inmaterial, por subsistir en sí misma y, por
tanto, por tener un ser propio, no compartido con la materia, posee este ser de
modo consciente, está presente a sí misma. Sin embargo, por su emplazamiento
inferior en el grado de las substancias inmateriales, por su menor participación
en el ser, al igual que su intelectualidad, su inteligibilidad propia es imperfecta.
No se manifiesta de un modo puramente espiritual. Su entendimiento es poten-
cial con respecto a los inteligibles y su inteligibilidad está en hábito, pero por
esta cierta actualidad del hábito, puede ser intelectual y percibir intelectiva-
mente su propio ser. Conserva, por tanto, algo de la inteligibilidad propia, de la
autoconciencia, característica esencial del espíritu.
Continúa explicando Santo Tomás en este pasaje de la Summa Contra Gen-
tes que: "La vida intelectual de los ángeles, cuyo entendimiento no parte de algo
exterior para conocerse, porque se conoce en sí mismo, es más perfecta. A pesar
de ello, su vida no alcanza la última perfección, porque aunque la idea enten-
dida sea en ellos totalmente intrínseca, sin embargo, no es su propia substancia,
puesto que en ellos no se identifica el entender y el ser". En este segundo grado
de vida intelectual, se da una mayor inmanencia.
Hay una más plena interioridad, porque la emanación de esta vida intelectual
no procede ya del exterior. Desde el principio, el ángel goza de la plenitud de su
sabiduría, debido a que en su propia naturaleza encuentra las especies inteligi-
bles infundidas por Dios. No obstante, su entender no lo tiene en un grado en
que se alcance la perfección total, ya que lo entendido, a pesar de su inmanencia
perfecta, no es su misma substancia. En él, no se identifica el entender con su
ser, no hay una inmanencia absoluta.
Concluye, por ello, el Aquinate: "Luego, la última perfección de vida corres-
ponde a Dios, en quien no se distinguen el entender y el ser, y así es preciso que
en Dios se identifique la intención entendida con su divina esencia". Con esta
identificación, se llega al último y perfecto grado de v ida espiritual, al espíritu
perfecto, en la que hay una interioridad perfecta.
Precisa a continuación: "Digo intención entendida a lo que el entendimiento
concibe en sí mismo acerca de la cosa entendida. Intención que, en nosotros, ni
JV. Las sustancias simples 145
7. El espíritu y la libertad
75
Tomás de Aquino, Contra Gentes, IV, e l l.
146 Eudaldo Forment
que se posee por la naturaleza y lo que se obra o realiza según lo adquirido por
el conocimiento, en distintos grados, que permiten una mayor autonomía. El se-
gundo, por el contrario, presenta los niveles de perfección de la vida, hasta lle-
gar a la vida espiritual, en ella hasta su grado supremo de Dios, como grados de
perfección de la naturaleza de los entes.
Se tendrían así dos conceptos distintos de vida espiritual. El espíritu, en el
primer texto, parece definirse por la autonomía y hasta la independencia res-
pecto de las operaciones propias de la naturaleza. En el segundo el espíritu re-
presenta la perfección la naturaleza en su emanación interior.
Sin embargo, no existe esta equivocidad, ni la oposición entre los dos pasa-
jes, porque, entonces, en el primero, hubiera tenido que excluir del espíritu di-
vino la naturaleza y caracterizarlo como sola libertad activa. Para su adecuada
comprensión hay situarlos en la caracterización de la vida creada como perfec-
ción, como bien y con las tres dimensiones de modo, especie y orden. El modo
viene determinado en cada grado por la distinta participación en el ser. La espe-
cie queda caracterizada en el segundo pasaje dedicado al entender. El orden se
trata en el primero, que sigue la línea de la voluntad libre.
Entre los dos pasajes, no hay, por consiguiente, oposición antitética. Ni tam-
poco por tanto, entre la naturaleza y espíritu, ni entre el entendimiento y la li-
bertad . En realidad, la comparación muestra que es la inmaterialidad plena la
que caracteriza al espíritu , porque posibilita su naturaleza intelectual, y una
inclinación, no determinada por la naturaleza, sino que surge de la conciencia
intelectiva76 • El espíritu queda así definido por una unidad subsistente, que obra
con autarquía en sus operaciones y con la interioridad en su origen y su término,
que hace viable su autonomía.
La actividad libre se presenta como posibilitada por el conocimiento intelec-
tual, tanto en el espíritu creado como en el espíritu divino. Sostiene Santo To-
más "Toda la razón esencial de la libertad depende del modo de conocimiento
[... ]. Si el juicio de la facultad cognoscitiva no está en poder de alguien, sino
que es determinado desde fuera de él, tampoco el apetito estará en su poder, y
por consiguiente tampoco el movimiento u operación. Pero el juicio está en la
potestad del que juzga según que puede j uzgar de su j uicio. Pero j uzgar de su
juicio es únicamente propio de la razón, que reflexiona sobre su acto, y conoce
el modo de tener de las cosas de las que juzga y por las que juzga. Por lo cual, la
raíz de toda libertad está constituida en la razón" 77 .
Santo Tomás prueba la existencia de la libertad en las substancias espiritua-
les partiendo de su racionalidad. "Hay entes que obran sin j uicio previo alguno;
76
Véase: F. Canals Vida!, Sobre la esencia del conocimiento, pp. 607-608.
77
Tomás de Aquino, De veritate, q24, a2, c.
JV. Las sustancias simples 147
por ejemplo, una piedra que cae y cuantos entes carecen de conocimiento. Otros
obran con un juicio previo, pero no libre; así los animales. La oveja que ve venir
al lobo, juzga que debe huir de él; pero con un juicio natural y no libre, puesto
que no juzga por comparación, sino por instinto natural. De igual manera, son
todos los juicios de los animales. El hombre, en cambio, obra con juicio, puesto
que por su facultad cognoscitiva juzga sobre lo que debe evitar o procurarse; y
como este juicio no proviene del instinto natural ante un caso práctico concreto,
sino de una comparación hecha por la razón, síguese que obra con un juicio
libre, pudiendo decidirse por distintas cosas" .
Establece la necesidad de este juicio racional y libre, propio del espíritu. dis-
tinto del juicio natural e instintivo, que se da en la animalidad, con el siguiente
argumento: "Cuando se trata de lo contingente, la razón puede tomar direccio-
nes contrarias, como se comprueba en los silogismos dialécticos y en las argu-
mentaciones de la retórica. Ahora bien, las acciones particulares son contingen-
tes, y, por tanto, el juicio de la razón sobre ellas puede seguir direcciones diver-
sas, no estando determinado en una sola dirección. Luego, es necesario que el
hombre posea libre albedrío, por lo mismo que es racional" 78•
Como ya enseñaba Aristóteles, Santo Tomás considera que la libertad o libre
albedrío, es un poder radicado en la razón y más inmediatamente en la voluntad,
de hacer o de no hacer, de hacer esto o aquello. Por ella, cada hombre ejerce el
dominio de sus obras, dispone de sí mismo, se autoposee por su voluntad o se
autodetermina. En este sentido: "libre es lo que es causa de sí'' 79 •
La libertad, así definida, es una libertad de indiferencia, una libertad que po-
dría denominarse psicológica y que supondría la pura licencia para hacer cual-
quier cosa, sea buena o mala. Si se la concibiese únicamente como esta capaci-
dad para hacer lo que sea, con su respeto habría que permitir todos los delitos.
Sin embargo, la libertad es un bien que hace referencia al bien de la misma
persona, siempre es una libertad "moral", aunque puede equivocarse en la elec-
ción del bien. La libertad implica la posibilidad de realizar lo mejor que se es
capaz. El que hace el mal, que es elegido como un bien, no ejercita propiamente
su libertad . Con el mal, la libertad deja de ser un medio de perfección en la bon-
dad. Con su libertad, el hombre, por tanto, tiene la posibilidad de hacer lo ade-
cuado o no hacerlo.
Afirma Santo Tomás que únicamente se desea el bien. Lo prueba con el si-
guiente argumento: "La voluntad es un apetito racional, y todo apetito sola-
mente desea el bien. La razón es que el apetito se identifica con la inclinación
de todo ser hacia algo que se le asemeja y le conviene. Mas como toda cosa, en
78
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q83, al , c.
79
Aristóteles, Metaphysica, l , c. 2, n. 9, 982 b 26.
148 Eudaldo Forment
80
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q8, al, c.
81
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q8, a l , c.
82
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q77, a2, c.
JV. Las sustancias simples 149
83
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, al , ad4.
150 Eudaldo Forment
hacerse'; y tal es propiamente el que peca por debilidad. Y por esto es patente
que aunque conozca de modo universal, con todo no conoce de modo universal;
pues no lo asume según la razón, sino según la concupiscencia" 84.
En este caso, la premisa mayor que introduce, "Todo lo placentero debe ha-
cerse", no es propiamente universal, porque no es de evidencia mediata ni in-
mediata. Se admite únicamente por interés de la concupiscencia o del deseo
desordenado. La deducción, por tanto, no lo es verdaderamente, por carecer de
premisa mayor. Si se le da la forma de un juicio general, es para poder concluir,
ya que de dos premisas particulares no se concluye nada.
De este modo el razonamiento defectuoso es tomado para invalidar el pri-
mero del hombre virtuoso. Admite, por tanto, la veracidad del razonamiento y si
puede concluir lo contrario -que tiene que hacerse-, es porque, en esta situa-
ción: "Quien tiene la ciencia en universal se siente impedido por la pasión para
hacer su aplicación y sacar las conclusiones, y acude a otro principio universal
que la misma pasión le sugiere; y mediante ella concluye. Por eso dijo el Filó-
sofo que el silogismo del incontinente tiene cuatro proposiciones: dos univer-
sales, una de razón -por ejemplo, que ' ninguna fornicación se puede cometer'-,
otra de la pasión -por ejemplo, que 'la delectación hay que seguirla'-. Lapa-
sión impide que la razón siga y concluya a base de la primera, y, dominándola,
le hace tomar y seguir la segunda" 85 , la que se ha denominado la cuarta premisa.
Las cuatro proposiciones de este silogismo incorrecto, serían, por consi-
guiente: Todo lo placentero debe hacerse; Ninguna fornicación debe cometerse;
Este acto es placentero; Luego, este acto debe hacerse. Este pseudorazona-
miento implica un conocimiento universal de la virtud, un saber ético, y sin
embargo, contra la doctrina socrática, no concluye en el bien. La primera propo-
sición que tiene una forma universal, fund ada en la pasión, y que fue descono-
cida por Sócrates, es la que lleva a la justificación errónea de la bondad del acto
malo.
Por otra parte, el mal en el hombre es posible, porque además, hay otro tipo
de mal moral, que también supone un defecto del entendimiento, aunque no de
ignorancia, como el causado por las pasiones, sino de inconsideración. "El otro
modo de pecar por el libre albedrío consiste en hacer algo que de por sí es
bueno, pero no con arreglo a la debida regla y medida, sino por parte de la elec-
ción, que no guarda el orden debido [ .. . ]. Estos pecados no presuponen igno-
rancia, sino solamente falta de consideración de aquello que se debe conside-
rar"86. Los de orden puramente espiritual, como la soberbia, serían de este tipo.
84
Tomás de Aquino, De malo, q3, a9, ad7.
85
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q77, a2, ad4.
86
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, al , ad4.
JV. Las sustancias simples 151
8. Necesidad y elección
87
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, q27, a l , ad l.
88
Tomás de Aqu ino, Summa Theo/ogiae, I-II, q29, a4, c.
89
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-1, q64, a2, ad3.
152 Eudaldo Forment
90
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, I, q82, al , c.
91
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, ql 3, a6, c.
92
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I-II, ql 34, a3, c.
93
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q 18, a4, c.
JV. Las sustancias simples 153
[... ] voluntad como razón" 94 . Ambas son los dos constitutivos de la libertad
humana95 .
Sin embargo, debe precisarse que con respecto al fin último o bien supremo
-cuya posesión se identifica con la felicidad-, también hay elección, aunque en
otro sentido. Debe quererse de modo racional y electivo la concreción o parti-
cularización del fin supremo, al que se tiende ya natural y necesariamente en su
modo abstracto o general.
Explícita y claramente afirma Santo Tomás que: "El fin último puede consi-
derarse de dos modos; uno, refiriéndose a lo esencial del fin último, y otro, a
aquello en lo que se encuentra este fin. En cuanto a la noción abstracta de fin
último, todos concuerdan en desearlo, porque todos desean alcanzar su propia
perfección y esto es lo esencial del fin último. Pero respecto a la realidad en que
se encuentra el fin último no coinciden todos los hombres, pues unos desean
riquezas como bien perfecto, otros desean los placeres y otros cualquier otras
cosas"96 •
El fin en general, o la tendencia a la felicidad abstracta, no es elegible por la
libertad, pero sí que lo es la determinación de esta finalidad última. Tanto en la
elección de su fin último concreto, que, sin estar fijado, ya se desea por una
tendencia natural y necesaria de una manera universal, como en la elección de
los medios que llevan al bien supremo determinado hay la posibilidad de hacer
una mala elección, de elegir el mal. La verdad moral es la que impone el deber
de hacer el bien en ambas elecciones y evitar el mal.
Cuando el hombre hace el mal, no obra, en sentido propio, con libertad. Si
elige entre los diversos medios apropiados que conducen a su fin concreto, que
ha sido también elegido, actúa con auténtica libertad. En cambio, si no elige su
verdadero fin último o toma los medios inadecuados, pierde en realidad la
misma libertad.
94
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q 18, a3, c.
95
Estos dos constituti vos de la libe1tad humana le permiten expl.i car por qué , en C risto, no hubo
contrariedad de su voluntad humana con la di vina, salvando así la libertad de su voluntad humana
y su o bediencia a Dios. "Era voluntad de Dios que Cristo padeciese dolores y también la pasión y
la mue1te; mas estas cosas las quería Dios no por sí mismas, sino por orden a un fin, la salvación
de los hombres. Por tanto, se ve cla ro que Cristo, con su voluntad racional considerada como
naturaleza, podía que rer algo di stinto de lo que Dios quería. Sin e mbargo, con su voluntad como
razón quería s ie mpre lo mismo que Dios. Lo cual queda de manifiesto e n e l texto: ' No se haga
como yo quiero, sino como quieres tú'. En efe cto, con la voluntad como razón quería cumplir la
voluntad de Dios, aunque con la otra voluntad quis iera a lgo di stinto"; Tomás de Aquino, Summa
Theologiae, III, ql 8, a5 , c.
96
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, 1-II, ql , a7, c.
154 Eudaldo Forment
97
Tomás de Aquino, De veritatem , q22, a6, c.
98
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 19, a l O, ob2.
JV. Las sustancias simples 155
99
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q l 9, alO, ad2.
100
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q 18, a4, ad3.
156 Eudaldo Forment
10 1
Tomás de Aqu ino , De p otentia Dei, q l O, a2, ad5.
102
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 19, a3, c.
JV. Las sustancias simples 157
103
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q 19, a l O, c.
104
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c88.
1 5
º Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q l 9, alO, ad2.
106
Tan esencial es la elección, o el acto del libre albedrío, en el sujeto libre, que la tie ne Cristo y
también la poseen los bie naventurados, aunque ya no elijan entre el bien y el mal, sino siempre
entre bienes, inde pendie ntes del último fin. A la pregunta de si Cristo gozó de libre albedrío, no
pudiendo, no obstante, no pecar, contesta: " Aunque la voluntad de Cristo está determinada al
bien, no lo está, sin embargo, a este bien en concreto. Por tanto, Cristo, como los bienaventurados,
podía elegir por su libre albedrío, ya confinnado en el bien"; Tomás de Aquino, Summa Theolo-
giae, III, ql 8, a4, ad3.
V. EL COMPUESTO HUMANO
l. El alma humana
El capítulo cuarto del opúsculo finaliza presentando unas tesis especiales so-
bre el alma humana, porque, como se indica en el mismo, la escala de las subs-
tancias inmateriales de la multitud de ángeles y de Dios queda completada con
las almas humanas, por ser también substancias inmateriales. El alma es una
substancia inmaterial, un espíritu, porque realiza operaciones, como las intelec-
tivas y las volitivas, en las que no interviene intrínsecamente lo corpóreo. Con
respecto a la intelectualidad afirma Santo Tomás que: "Es imposible que en-
tienda por medio de un órgano corpóreo, porque la naturaleza concreta de tal
órgano impediría también el conocimiento de todos los cuerpos [ ... ] . Por consi-
guiente, el principio de intelección llamado mente o entendimiento tiene una
operación propia en la cual no participa el cuerpo"'.
El cuerpo humano, en los actos de entender y querer, es sólo su condición,
porque concurre en ellos de una manera extrínseca e indirecta. "El hecho de que
el cuerpo se fatigue por la intelección es algo accidental y se debe a que el en-
tendimiento necesita la cooperación de las fuerzas sensitivas, que son las que le
preparan las imágenes" 2 •
Toda operación intelectiva no sólo revela que son inmateriales, sino también
que: "Este modo de actividad es propia de una realidad subsistente, pues el
obrar responde al ser en acto; de ahí que cada cosa obre según lo que es [ .. . ].
Luego, el alma humana llamada entendimiento o mente, es un ente incorpóreo y
subsistente"3 • Por ser subsistente, inmaterial intelectiva y volitiva, el alma es un
espíritu.
Santo Tomás asume la imagen clásica del hombre, cuya procedencia es neo-
platónica en la que el hombre es concebido como horizonte. En la parte supe-
rior, está el mundo infinito de lo espiritual. En la inferior, se encuentra el uni-
verso corpóreo, que tiene el peso de la materia. El hombre es el confín de dos
mundos.
La representación del hombre como límite del mundo material y del mundo
espiritual implica la concepción de un universo jerarquizado en una escala de
entes superiores e inferiores, que, a pesar de su discontinuidad, por sus diferen-
tes grados de ser, guardan una continuidad de orden. Tal graduación sigue el
siguiente principio neoplatónico: "Siempre está unido lo ínfimo del género su-
premo con lo supremo del género inferior [ ... ]. Dionisio, en De divinis nomini-
bus (c. 7), dice que 'La sabiduría divina unió los fines de las cosas superiores
con los principios de las inferiores "'4 •
El principio de la escala de los entes se cumple en el hombre, porque su en-
tendimiento es puramente potencial. No sólo en cuanto que posee una capacidad
receptiva de lo inteligible, al igual que las substancias intelectuales inmediata-
mente superiores, sino también en cuanto que, por carecer del modo de conoci-
miento por inteligibles innatos, únicamente puede recibirlos a través de los sen-
tidos sensibles, de las cosas materiales. En cambio, el cuerpo humano es supe-
rior al de los demás animales por el conocimiento sensible, especialmente por
los sentidos internos. Hay una suprema superioridad del cuerpo humano, con
respecto a los animales, e inferioridad del espíritu humano, con respecto a otras
substancias inmateriales y subsistentes.
El alma humana es espiritual, pero como declara Santo Tomás, en este capí-
tulo cuarto, ocupa la última posición en la escala de los espíritus. Afirmación
que es la octava tesis de las substancias espirituales y que, siguiendo las pala-
bras del De ente et essentia, se puede expresar del siguiente modo: el alma hu-
mana es el último grado de las substancias espirituales.
De esta tesis, el Aquinate seguidamente obtiene dos consecuencias. La pri-
mera es el carácter puramente potencial de su entendimiento. Lo que explica
que no sólo posea una capacidad receptiva de lo inteligible, como las otras subs-
tancias espirituales creadas, sino que además carezca del modo de conocimiento
por inteligibles innatos, propio de estas substancias, por lo que debe recibirlos, a
través de los sentidos, de las cosas materiales.
La relación entendimiento posible del alma humana con las formas inteligi-
bles, la compara Santo Tomás con la que tiene la materia primera respecto de
las formas materiales, por ser el entendimiento posible pura potencia en el orden
de las substancias intelectuales. Queda así justificada la equiparación de Aris-
tóteles del entendimiento humano con "una tabla rasa en la que nada hay escrito
en acto" 5 •
La segunda conclusión es que el alma humana es la substancia espiritual que
posee la menor participación del ser. Por ello, su esencia tiene más potencia o es
más limitante que la de los otros espíritus. En la escala de los entes espirituales
es la que está más próxima a los entes materiales. Su emplazamiento en la es-
cala de los entes es el de un límite, porque a partir de su puesto están colocadas
las substancias materiales. No obstante, conserva la inteligibilidad e intelectua-
lidad propias de las substancias inmateriales creadas. Sólo que en ella están de
un modo más imperfecto por su menor grado de participación en el ser.
El alma humana es medianera entre las substancias inmateriales y las mate-
riales, porque ella misma está unida substancialmente a un cuerpo, a la materia
con la primera actualización o determinación de la forma del alma, que son
sujeto de las otras perfecciones conferidas también por el alma espiritual hu-
mana. Se trata, por tanto, de un cuerpo, tomado como la parte material y las
actualizaciones formales superiores, que le siguen, como la parte formal. Sin
embargo, el alma espiritual es la única forma que confiere todas las determina-
ciones a la materia, incluida la de la corporeidad
Para expresar este carácter fronterizo del hombre, en el pensamiento griego,
se utilizaba la expresión " microcosmos". El hombre es un mundo menor. Es la
síntesis de todo el universo, de todo cuanto se encuentra disgregado en la reali-
dad. En esta imagen, que fue asumida por Aristóteles, el hombre aparece no
sólo estando en el mundo, sino formando parte de el, de un modo completo,
como su compendio. Santo Tomás, la expresó con la imagen del mar, al que van
a parar todos los ríos. El hombre es como el mar en el que desembocan los ríos
de las demás criaturas6 •
Por ser un microcosmos, explica el Aquinate, comentando las palabras del
Génesis "domine sobre toda criatura" 7 , que: "En el hombre en cierto modo, se
encuentran todas las cosas . Así pues, el modo de su dominio sobre lo que hay en
él es una imagen del dominio sobre las demás cosas. Cuatro cosas cabe conside-
rar en el hombre: la razón, que le es común con los ángeles; las potencias sensi-
tivas, que le son comunes con los animales; las naturales, que le son comunes
con las plantas, y el cuerpo, que le iguala a los seres inanimados. Pues bien, la
razón en el hombre es lo que contribuye a hacerle dominador y no sujeto a do-
minio. Por consiguiente, el ho mbre en el primer estado no dominaba a los án-
geles; y lo de 'a toda criatura' ha de entenderse de ' la que no es a imagen de
Dios' . Tocante a las potencias sens itivas, como la irascible y la concupiscible,
que obedecen algún tanto a la razón, el alma las domina imperando. Así pues,
también en el estado de inocencia con su imperio dominaba a los animales. Las
potencias naturales y el mismo cuerpo no están sometidos a su impulso, sino a
su uso. Por ello, el hombre en estado de inocencia, no tenía sobre las plantas y
seres inanimados un dominio imperativo y constante, sino que libremente se
servía de ellos"8 •
11
Tomás de Aqu ino, Contra Gentes, 11, c68.
12
Tomás de Aquino, De spiritualibus crearuris, a2, ad3.
164 Eudaldo Forment
forma una sola entidad, de este modo el ser que tiene el compuesto es también
el ser del alma. Lo que no sucede en las otras formas que no son subsistentes" 13 •
Estas formas no tienen un ser propio, sino que el ser que las actualiza pertenece
a toda la substancia. Son, por ello, únicamente formas, destinadas sólo a deter-
minar la materia.
Una primera observación sobre esta segunda función del alma es que el espí-
ritu humano no preexiste a su unión corpórea. Por su relación esencial al
cuerpo, el alma recibe el ser en el momento que se une al mismo. No existe
antes de la unión. Aunque posea un ser propio, que la convierte en substancia, el
alma necesita unirse al cuerpo.
Santo Tomás expone la razón de que el alma, substancia espiritual, deba
unirse a un cuerpo, en este mismo capítulo cuarto. Explica que el alma humana,
a diferencia de los otros espíritus, " atrae" a lo material porque es más potencial
que ellos, ya que es menor su participación del ser, acto supremo.
En la Summa Contra Gentes desarrolla esta explicación. Comienzan por re-
cordar que en el alma humana, "el entender no se ejecuta con órgano corporal" ,
porque: "el principio por el que el hombre entiende, que es el alma intelectiva, y
excede la condición de la materia corporal, no está sujeto totalmente a la mate-
ria ni inmerso en ella, como las otras formas materiales" . Añade, a continuación
que: "Como el entender del alma humana precisa de potencias que obran me-
diante órganos corpóreos, es decir, de la imaginación y del sentido, por esto
mismo se comprende que naturalmente se una al cuerpo para completar la espe-
cie humana" 14 •
Por ser la ínfima de las substancias espirituales, el alma humana por su
misma naturaleza necesita unirse al cuerpo, para que su entendimiento pueda
recibir los inteligibles a través de los sentidos. Sobre las imágenes proporciona-
das por el conocimiento sensible, y que representan las cosas materiales, actúa
su virtud activa, su entendimiento agente, "para hacerlas inteligibles en acto
mediante la abstracción" 15 .
El alma, por consiguiente, necesita las sensaciones, que son actos de órganos
corporales . A diferencia del alma intelectiva: " El alma sensitiva no tiene opera-
ción propia alguna que ejecute por sí misma, sino que todas sus operaciones
pertenecen al compuesto" 16• Lo confirma el que: "Se recibe la acción del objeto
sensible con inmutación corporal y, por eso objetos de una gran intensidad o
13
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q76, al , ad5.
14
Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, c68.
15
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q79, a3, ad2.
16
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q75, a3, c.
V. El compuesto humano 165
3. La muerte
17
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q75 , a3, ad2.
18
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, TI-TI , ql 64, al , adl.
19
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85, a6, c.
166 Eudaldo Forment
El cuerpo humano esta compuesto de elementos contrarios entre sí, que tien-
den de suyo a disgregarse, tal como ocurre cuando falta el alma, que da su uni-
dad. Sin el alma, el cuerpo se descompone, se separan sus elementos. De ahí
que la muerte, al igual que el sufrimiento corporal, sean consecuencias naturales
de la constitución del cuerpo.
Esta composición corporal, cuya unidad sólo se puede mantener por un
tiempo, es necesaria. Explica Santo Tomás que: "Esta condición de m01talidad
ha sido impuesta al cuerpo por exigencia de la materia, ya que era indispensable
que el cuerpo humano fuese órgano del tacto y medio, por consiguiente, entre
los elementos táctiles, cosa que no podría darse sin la composición de elementos
dispares".
No obstante, como nota seguidamente Santo Tomás, el cuerpo, en cuanto
unificado y unido al alma humana, substancia espiritual inmortal, que le da
además el ser y el existir, podría participar de su inmortalidad y no descompo-
nerse nunca. Parece por tanto que la muerte: " No es condición del cuerpo en
cuanto sometido y adaptado al alma, pues, si fuera posible, siendo el alma inco-
rruptible, debería serlo también la materia. Pongamos un ejemplo, la sierra hace
falta que sea de hierro para que pueda cumplir la función que se le destina, y
para la cual se requiere la dureza, pero el que sea oxidable no depende de la
voluntad del agente, sino de la condición intrínseca de la materia. Si el fabri-
cante pudiese, fabricaría sierras inoxidables".
Este ejemplo, le sirve para explicar, como enseña la fe, el carácter penal que
tiene también la muerte para el hombre. Añade a continuación que: " Dios, crea-
dor del hombre, es omnipotente y por su benevolencia anuló la necesidad de
morir que se deriva de la composición del cuerpo humano. Ese beneficio lo
perdimos por el pecado de los primeros padres, viniendo a ser la muerte, desde
ese momento, natural por la condición de la materia" 2º.
Desde la teología, explica Santo Tomás que el hombre fue creado en un es-
tado que denomina de "justicia original", con una naturaleza pura y una serie de
dones, sobrenaturales y preternaturales. Los primeros, que eran gracias sobre-
naturales, estaban ordenados al fin sobrenatural a que fue destinado el hombre.
Los segundos, que se denominan preternaturales, porque no son sobrenaturales,
pero son más elevados que los propios de la naturaleza humana. Su función era
la de completar las deficiencias de la naturaleza humana y en este sentido eran
convenientes. De ahí que no fuesen sobrenaturales, porque éstos están por en-
cima de toda conveniencia.
Este "estado de inocencia", denominado porque todavía no había mal moral
en el hombre, era un estado de rectitud, porque: "En el estado primitivo, según
20
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 164, a l , ad l.
V. El compuesto humano 167
el Eclesiástico (7, 30): 'Dios hizo al hombre recto'. En efecto, esta rectitud
consistía en que la razón estaba sometida a Dios; las facultades inferiores a la
razón; y el cuerpo, al alma. La primera sujeción era causa de las otras dos, ya
que, en cuanto que la razón permanecía sujeta a Dios, se le sometían a ella las
facultades inferiores 21 .
La ordenación recta de la mente a Dios era el efecto necesario de la gracia.
Las otras dos ordenaciones de las facultades a la facultad de la razón y del
cuerpo al alma, implicaban los dones preternaturales, que le fueron concedidos
en razón del de la gracia, pero que eran así efectos no necesarios de la misma.
Según Santo Tomás, la dos últimas ordenaciones implicaban principalmente
estos cuatro dones, para todos los hombres: la inmortalidad, la impasibilidad, la
integridad, y el dominio perfecto.
El don de la inmortalidad removía el peligro de la muerte. El de la impasibi-
lidad proporcionaba la exención de dolores y sufrimientos. El de la integridad
consistía en la inmunidad total y perfecta de concupiscencia o de los deseos
desordenados. Por él, eran removidos los obstáculos de orden moral. Sentía la
concupiscencia o deseos de las cosas necesarias para la conservación de su vida
y para la propagación de la especie, pero no de modo desordenado. Tenía pasio-
nes, porque: "La virtud moral perfecta no suprime, sino que ordena las pasio-
nes"22. No se oponía la "carne" al "espíritu", porque: "La carne tiene tendencias
contrarias al espíritu, en cuanto que las pasiones se oponen a la razón, lo cual no
se daba en el estado de inocencia"23 . Por último, poseía el don preternatural del
dominio sobre las cosas. Sobre los animales tenía un dominio perfecto y utili-
zaba libremente las plantas y las cosas inertes.
El hombre, sin estos dones preternaturales y los de la gracia, con los que fue
creado 24, se hubiera encontrado en un estado de "naturaleza pura". En esta si-
tuación, que no se ha dado nunca, el hombre no hubiera tenido una armonía
perfecta, porque ni las facultades inferiores a la razón, ni el cuerpo estarían so-
metidas totalmente a la razón. Su armonía sería completa e imperfecta.
En el estado primitivo de inocencia o de justicia original todos los dones so-
brenaturales y preternaturales proporcionaban una completa y perfecta armonía.
En ella, como indica Santo Tomás: "La razón dominaba las fuerzas inferiores y,
al mismo tiempo ella estaba sometida a Dios" 25 . Sin embargo, la armonía no era
absolutamente perfecta, porque tenía la posibilidad de perderla. Por su libertad
21
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q95 , al , c.
22
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1, q95 , a2, ad3.
23
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q95 , a2, adl.
24
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q95 , al , e l.
25
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a3, c.
168 Eudaldo Forment
26
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q82, a3, c.
V. El compuesto humano 169
27
Tomás de Aqu ino, Summa Theo!ogiae, 1-11, q85 , a l , c.
28
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-11, q82, a l , c.
29
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I-II, q85, a3, c.
30
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q85 , a2, c.
170 Eudaldo Forment
que el ciego es impotente para ver. Luego, el pecado puede destruir totalmente
el bien de la naturaleza", en este tercer sentido31 •
Acudiendo a la distinción entre el principio y el fin de la inclinación al bien,
responde: "Incluso en los condenados permanece la natural inclinación a la
virtud; de lo contrario no existiría en ellos el remordimiento de la conciencia. El
que nunca pase al acto se debe a la carencia de la gracia divina, por obra de la
divina justicia. Es como en el ciego; permanece la radical aptitud para ver, pero
no se actualiza, porque falta la causa que puede formar el órgano que se re-
quiere para ver" 32.
Sobre esta herida o enfermedad producida por el pecado precisa, por último,
que "Como son cuatro las potencias del alma que pueden ser sujeto de la virtud,
a saber: la razón, en quien radica la prudencia; la voluntad, que sustenta a la
justicia; el apetito irascible, que sostiene a la fortaleza; y el concupiscible, en
que está la templanza; tenemos que, en cuanto que la razón pierde su trayectoria
hacia la verdad, aparece la herida de la ignorancia; en cuanto que la voluntad es
destituida de su dirección al bien, la herida de la malicia; en cuanto que el ape-
tito irascible reniega de emprender una obra ardua, la herida de la flaqueza; y en
cuanto que la concupiscencia se ve privada de su ordenación al bien deleitable,
conforme a la ley de la razón, la herida de la concupiscencia".
Puede decirse, por consiguiente que: "Son cuatro las heridas grabadas en la
naturaleza a causa del pecado original. Pero, como la inclinación al bien de la
virtud va disminuyendo en cada hombre a causa del pecado, estas mismas cua-
tro heridas son las que proceden de cualquier clase de pecados, ya que por el
pecado la razón pierde agudeza, principalmente en el orden práctico, la voluntad
se resiste a obrar el bien; la dificultad para el bien se hace cada vez mayor; y la
concupiscencia se inflama sin cesar" 33 •
La ignorancia del conocimiento directivo de la actividad moral no ayuda a la
voluntad a abrazarse con el verdadero bien, con el bien de la razón; la malicia o
maldad de la voluntad libre, que inclina a lo malo, en cuanto bien aparente y
que explica el origen de los pecados capitales la soberbia y de la acedia; la de-
bilidad o falta de fuerzas en el apetito inferior, que influye en la voluntad, y la
concupiscencia, tendencia exagerada al bien sensible, desorden que dificulta la
vida honesta, la vida según la razón, impiden toda la armonía humana. En este
sentido, la naturaleza humana ha quedado en peores condiciones de lo que se
hubiera encontrado en un estado de naturaleza pura.
31
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, q85 , a2, ob3.
32
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I-II, q85, a3; a2, ad3.
33
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a3, c.
V. El compuesto humano 171
34
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q81, a3, ad2.
35
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q85 , a5, c.
172 Eudaldo Forment
concedido por voluntad divina el que las fuerzas inferiores del alma estuviesen
sometidas a la inteligencia, mientras que ésta se mantuviera sometida a la ley de
Dios, y que el cuerpo estuviese sometido al alma. Como, por el pecado, la parte
superior del hombre se apartó de Dios, de ahí se originó el que las fuerzas infe-
riores se alzarán, estableciéndose la lucha del apetito carnal contra la razón, e
incluso la lucha del cuerpo contra el espíritu, dando lugar a la muerte y demás
defectos corporales. La vida e integridad del cuerpo consiste en estar sometida
al alma, lo mismo que lo imperfecto se somete a lo perfecto; de ahí que, por el
contrario, la muerte, la enfermedad o cualquier otro defecto corporal tienen su
origen en la falta de sujeción del cuerpo al alma" 36 •
Ciertamente que la muerte y la enfermedad, así como la falta de integridad o
de dominio, son naturales al hombre, pero ello no impide que, al mismo tiempo,
sean penas del primer pecado. También hay que tener en cuenta que, aunque la
enfermedad y los otros defectos corporales sean efecto indirecto del pecado
original, no se dan en todos los hombres en el mismo grado. "Hablando de
causa propiamente dicha, a igualdad de causa sigue igualdad de efecto, y, au-
mentada o disminuida la causa, el efecto sufre la misma alternativa. Pero la
causalidad indirecta o accidental, que es remoción de obstáculos, no exige
igualdad de defectos. De que uno con idéntico impulso remueva dos columnas
no se sigue que las piedras superpuestas adquieran idéntico movimiento, sino
que la más pesada por naturaleza caerá más rápidamente que la otra, ya que al
quitar los obstáculos se les deja a merced de sus propiedades naturales. Así
quitada la justicia original, la naturaleza del cuerpo humano quedó dejada a su
suerte, y en virtud de la complexión natural de cada uno, aún siendo uno el pe-
cado original, hay quienes están bajo el peso de más defectos corporales que los
otros" 37 .
De ahí que en el estado de inocencia, además de la "disparidad en j usticia y
ciencia", propias del alma y de su libertad, "aun por parte del cuerpo podía ha-
ber disparidad, pues el cuerpo no era ajeno a las leyes naturales. Podían, por
tanto, los agentes exteriores servirles de mayor o menor ayuda o utilidad, dado
que su vida se sustentaba con alimentos. Y así no hay inconveniente en decir
que unos fuesen más robustos, de mayor talla, de mayor belleza o complexión
que otros, debido a las influencias de la atmósfera o de los astros, bien enten-
dido que en los inferiores no se daría ningún defecto ni pecado en el alma ni en
el cuerpo 38 .
La transmisión del pecado original se explica porque es propio de la natura-
leza humana, pero no de la persona individual, que es cada hombre. "El hombre
36
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, TI-TI, q 164, a l , c.
37
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q85, a5, ad l.
38
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q96, a3, c.
V. El compuesto humano 173
4. El alma y el cuerpo
Una tercera observación sobre la función del alma de comunicar del ser es
que siempre conserva su unibilidad al cuerpo. El alma humana es inmortal. Por
poseer un ser propio, no puede quedar privada de la existencia, efecto del ser, al
quedar separada del cuerpo. "Por esto, permanece el alma en su ser una vez
destruido el cuerpo, y no, en cambio, las otras formas" 40 • Sin embargo, conserva
siempre una inclinación a unirse al cuerpo.
El motivo es porque su unión al cuerpo no le conviene de modo accidental ,
sino esencial. "El estar unido al cuerpo, le compete esencialmente al alma,
como le corresponde esencialmente al cuerpo leve el mantenerse en lo alto. Y
de igual manera que el cuerpo ligero continúa siendo leve cuando se le aparta de
su lugar propio, aunque con aptitud e inclinación a ocuparlo, así también el
alma humana permanece en su ser cuando esta separada del cuerpo, conser-
vando su aptitud e inclinación natural a unirse a él" 41 •
En cuanto posee esta aptitud e inclinación al cuerpo, a unirse con él, para
que "participe" de su ser propio, puede decirse, en este sentido, que el alma es
una "substancia incompleta". El alma por sí misma ya es una substancia, por
poseer un ser propio. En cuanto substancia, por ello, está completa. No es una
substancia incompleta. Sólo necesita unirse substancialmente al cuerpo para
realizar sus operaciones propias, entender y querer, no para constituirse en subs-
tancia. El alma racional humana para la intelección, que es completamente
39
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, q8 1, a3, c.
40
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-II , ql 64, a l , adl.
41
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q76, al , ad6.
174 Eudaldo Forment
inmaterial, necesita las sensaciones, los actos de los órganos corporales, y, por
tanto, el cuerpo y, en este sentido, es una substancia que está incompleta.
En cambio, a diferencia del alma intelectiva, ni el alma sensitiva ni el alma
vegetativa son subsistentes, ni, por ello, substancias . Tampoco tienen ninguna
actividad propia. Toda sus acciones son del compuesto substancial al que perte-
necen, que es el que tiene un ser propio, "ya que las cosas obran según su pro-
pio modo de ser" 42 . El alma humana necesita del cuerpo para entender y querer
libremente, y, por ello, además de estas operaciones propias, realiza las de las
almas sensitiva y vegetativa en el cuerpo.
Una cuarta observación sobre la función del alma humana de aportar el ser al
cuerpo es que el alma penetra todo lo humano y lo cualifica y dignifica. Todo
en el hombre queda modificado por la intelectualidad y la libertad. El cuerpo
del hombre, por consiguiente, no es idéntico a los otros cuerpos, ni siquiera al
de los animales, ya que está constituido en parte por el alma humana, partici-
pando así de su dignidad espiritual. La presencia del alma espiritual se mani-
fiesta en todo el ser y el obrar humano.
Esta superioridad del cuerpo humano sobre el de los animales, se patentiza
claramente en su mismo conocimiento sensible. Algunos animales superan al
hombre en los sentidos externos, pero no, en los internos -la imaginación, la
memoria, el sentido común y la cogitativa-. De ahí que: "El hombre posea la
complexión más equilibrada entre todos los animales"43 . La superioridad corpó-
rea humana se manifiesta también por su posición erecta. Argumenta Santo
Tomás que: "El tener la estatura recta le fue conveniente al hombre[ . .. ] porque
los sentidos le fueron dados no sólo para proveerse de lo necesario para vivir,
como sucede en los animales, sino para conocer. De ahí que, mientras los demás
no se deleitan en las cosas sensibles más que en orden al alimento y a la pro-
creación, sólo el hombre se deleita en la belleza del orden sensible por la belleza
misma. Por eso, dado que los sentidos están situados la mayor parte en el rostro,
los demás animales lo tienen inclinado hacia la tierra, como para buscar el ali-
mento y proveer a su nutrición, mientras que el hombre tiene el rostro erguido,
para que por medio de los sentidos, sobre todo por medio de la vista, que es el
más sutil y percibe muchas diferencias de las cosas, pueda conocer libremente
todas las cosas sensibles, tanto en la tierra como en el firmamento, en orden a
descubrir la verdad"44 .
42
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q75 , a3, c.
43
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q9 1, a3, ad l.
44
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q91 , a3, ad3.
V. El compuesto humano 175
45
Aristóteles, De anima, II, 8, 432 a 1.
46
Tomás de Aquino, In de anima, III, lectl 3, n790.
47
Tomás de Aquino, De spiritualibus crearuris, a9, ad4.
176 Eudaldo Forment
48
Tomás de Aqui.no, Summa Theologiae, I, q76, a2, ob2.
49
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q76, a2, ad2.
50
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q90, a4, c.
51
La expresión "género" en este caso se utiliza en el sentido de lo que corresponde en la
naturaleza de los animales, a los géneros o accidentes gramaticales de los nombres, adjetivos,
artículos y pronombres.
V. El compuesto humano 177
5. El cuerpo
52
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q47, a2, c.
53
Tomás de Aquino, In de anima, 11, lect56.
54
A. Lobato, "El cuerpo humano", en El pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el hom-
bre de hoy, vol. J: A. Lobato / A. Segura / E. Formen!, El hombre en cuerpo y alma, Edicep,
Valencia, 1994; pp. 101-335, p. 101.
55
A. Lobato , "El cuerpo humano", p. 102.
56
A. Lobato , "El cuerpo humano", pp. 102-103.
57
A. Lobato , "El cuerpo humano", p. 11 O.
178 Eudaldo Forment
sobre el hombre, cuerpo y alma en una perfecta unidad, está bien lejos de incu-
rrir en contradicción, porque no afirma y niega lo mismo y bajo el mismo res-
pecto. Afirma que en la naturaleza del hombre se unen de modo profundo y
misterioso dos niveles distintos de lo real, el corporal y el espiritual" 58 .
Asimismo Santo Tomás establece siempre que: "La corporeidad está consti-
tuida por la forma, y por tanto, no hay comprensión del cuerpo humano sino
desde lo que tiene de humano, y eso lo da el alma. Aristóteles había iniciado
esta senda de acceso a la comprensión del cuerpo desde el alma como acto pri-
mero de la materia. 'No es el cuerpo el que contiene al alma, sino el alma la que
contiene al cuerpo', había afirmado con toda exactitud el Filósofo. Tomás am-
pliará ese principio a todas las realidades espirituales, que en vez de ser conte-
nidas, contienen las cosas donde se encuentran. Así el alma contiene el cuerpo y
Dios al mundo" 59 •
Para aclarar esta tesis, explica que: "El hombre tiene analogía con las plan-
tas. Ya Aristóteles lo compara con ellas y dirá que la boca del árbol son sus
raíces, de donde se puede decir también que el hombre es un árbol con las raíces
hacia arriba"6(). Lo completa añadiendo que: "Su savia son los ideales, las razo-
nes de vivir" 61 •
La segunda función de la corporeidad es la de ser: "principio perfectivo del
hombre, sin el cual no puede darse el hombre en plenitud" 62 . El cuerpo: "concu-
rre a la perfección del ser humano, en tres dimensiones radicales: en la conexión
con el mundo, en la individuación del sujeto, y en la distinción radical de hom-
bre y mujer" 63 .
Indica Santo Tomás que: " El alma no consigue la perfección de su natura-
leza fuera del cuerpo, porque no es en sí misma una especie completa de alguna
naturaleza, sino que es sólo parte de la naturaleza humana" 64, porque, actúa
como la parte formal. "Puesto que el alma intelectiva es forma del hombre, está
en el mismo género que el cuerpo: ambos entran en el género animal y en la
especie humana por reducción" 65 .
58
A. Lobato, "El cuerpo humano", p. 111.
59
A. Lobato, "El cuerpo humano", p. 103. Cfr. Aristóteles, De anima, III, 414 b 28.
60
A. Lobato, Dignidad y aventura humana, col. Horizonte dos mil. Textos y Monografías, n. 5,
San Esteban-Edibesa, Salamanca-Madrid, 1997 , p. 86.
61
A. Lobato, Dignidad y aventura humana, p. 3 1.
62
A. Lobato, "El cuerpo humano", p. 111 .
63
A. Lobato, "El cuerpo humano", pp. 109-110.
64
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q3, alO, c.
65
Tomás de Aquino, De anima, a2, ad 10.
V. El compuesto humano 179
66
A. Lobato , "El cuerpo humano", p. 163.
67
Tomás de Aquino, De anima, al , ad7.
68
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q89, al , c.
69
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q89, al , ad3.
70
A. Lobato , "El cuerpo humano", p. 163.
180 Eudaldo Forment
71
A. Lobato , "El cuerpo humano", pp. 163-164.
72
A. Lobato , "El cuerpo humano", p. 110.
73
A. Lobato, "La humanidad del hombre en Santo Tomás de Aquino", en VV.AA. , San Tom.-
maso d'Aquino Doctor Hum.anitatis. Atti del IX Congresso tom.istico lntern.azjonale, Pontificia
Accademia di S. Tommaso e di Religione Cattolica, Libreria Editrice Vaticana, Citta de l Vati ca-
no , 1991, vol. 1, pp. 44-82 , p . 65.
74
A. Lobato , "E l cuerpo humano", p. 111.
V. El compuesto humano 181
6. La persona y el ser
75
Cfr. Tomás de Aqu ino, Summa Theologiae, 1-II, q8 1, a2, c.
76
Boecio, Liber de persona et duabus naturis, ML, 64, 1343.
77
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a4, c.
78
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q 19, a l , ad4.
182 Eudaldo Forment
79
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q29, a3, c.
80
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a3, c.
V. El compuesto humano 183
81
Tomás de Aquino, De p otentia Dei, q9, a6, c.
184 Eudaldo Forment
82
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q29, al , ad5.
83
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a4, c.
V. El compuesto humano 185
84
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q29, a4, c.
85
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a4, c.
86
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q36, a2, c.
87
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a4, c.
88
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q3, a4, c.
186 Eudaldo Forment
89
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q28, a3, obl.
90
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q28, a3, adl.
91
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q28, a2, ad!.
92
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q28, a2, c.
V. El compuesto humano 187
93
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q28, al , c.
94
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I, q28, a2, c.
95
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q39, al , c.
188 Eudaldo Forment
Las tres relaciones divinas son idénticas realmente con la esencia divina,
únicamente se distinguen de ella con una distinción de razón con fundamento en
la realidad, pero fundamento imperfecto, porque entre sus nociones no hay una
distinción como la que se da en la composición, que tiene estructura acto poten-
cial, sino entre lo explícito y lo implícito, que no supone composición alguna.
Como indica Santo Tomás: " La pluralidad en Dios es una pluralidad de relacio-
nes subsistentes opuestas, de la cual no se sigue compos ición alguna en lo
divino. Puesto que la relación comparada con la divina esencia, no se distingue
de ella realmente, sino tan sólo con distinción de razón, y, por lo mismo no hace
composición con la misma [.. . ] . La pluralidad existente en Dios es por
comparación de relaciones opuestas, no por composición, puesto que las
relaciones opuestas se distinguen por sí mismas en cuanto tales, y la composi-
ción no puede resultar de los que son distintos en cuanto que son distintos"96 •
La distinción de razón con fundamento imperfecto en la realidad entre la
esencia divina y las relaciones divinas, que entre ellas se distinguen realmente,
es la que permite resolver la objeción de que hay contradicción en que las per-
sonas divinas como realidad sean idénticas con la esencia divina, sin ser idénti-
cas entre sí. Aunque se identifiquen con la esencia divina, son distintas de ella
nocionalmente. De la misma manera que la acción de mover algo es distinta de
la pasión que recibe este objeto, aunque el movimiento en la realidad sea único.
No se puede aplicar, por tanto, entre ellas y la esencia el principio de identidad
comparada.
Las personas divinas son idénticas en todo, menos en la relación subsistente
que las constituye como personas y por la que se distinguen realmente entre sí.
En cambio: "En las criaturas, la distinción de las personas no puede provenir de
las relaciones, sino de sus principios esenciales, porque las relaciones en las
criaturas no son subsistentes. Pero en Dios las relaciones son subsistentes, y, por
consiguiente, en cuanto que se oponen unas a otras, pueden distinguir a las per-
sonas. Y, sin embargo, la esencia permanece indistinta, porque las relaciones no
se distinguen unas de otras en cuanto son realmente una misma cosa con la
esencia" 97 •
Las relaciones en cuanto tales, e igualmente las personas divinas, se distin-
guen entre sí realmente. Sin embargo, sin su identificación con la esencia abso-
luta divina, no podrían ser el constitutivo personal. La relación en cuanto tal
96
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a5, ad 15.
97
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q39, a l , ad 1.
V. El compuesto humano 189
98
F. Canal s Vida!, "Se r personal y re lación interpersonal", en E. Forment (ed.), Dignidad per-
sonal, comunidad humana y orden jurídico, Editorial Balmes, Barcelona, 1994, 2 vols., v. I, pp.
25 -35; p. 29.
99
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q9, a4, c.
190 Eudaldo Forment
sistente. Esto es significar la relación por modo de substancia, que es una hi-
póstasis subsistente en la naturaleza divina; aunque lo que subsiste en la natu-
raleza divina no sea cosa distinta de la naturaleza divina".
La identidad de la relación subsistente con la naturaleza divina, también sub-
sistente, hace que pueda decirse que en la relación subsistente, que define a la
persona divina, quede expresada también la esencia divina. De manera que: " El
nombre persona significa directamente la relación, e indirectamente la esencia;
pero la relación no en cuanto relación, sino en cuanto significada por modo de
hipóstasis" 1ºº.
Por último, la persona no posee la sexta comunicabilidad, la comunicabili-
dad de la substancia individual completa, que es asumida por una persona supe-
rior. Esta es la comunicabilidad de la naturaleza humana de Cristo, que es una
substancia completa y distinta, con los cinco tipos de incomunicabilidad ante-
riores, pero no es completamente incomunicable, por estar unida a la persona
del Verbo, y no es, por ello, persona humana.
La naturaleza humana de Cristo no subsiste por un ser propio, sino por el ser
divino. Esto no quiere decir que Cristo no sea más o menos hombre que los
demás, porque lo que hace que un hombre sea hombre es su naturaleza. Sin
embargo, la unión de su alma y cuerpo humanos, la substancia individual hu-
mana, no posee un ser proporcionado a ella, sino un ser superior, el ser divino,
que le hace subsistir, porque la ha asumido la persona divina, constituida por
este ser divino.
El misterio de que en Cristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana
concurrentes en una sola persona, la divina, se explica porque Cristo posee un
sólo ser, el divino del Verbo 10 1• Como el ser es lo que hace existir, la naturaleza
humana de Cristo existirá por el ser del Verbo. Sin embargo, como este ser no
es el propio de la naturaleza humana, ésta no se podrá constituir en persona
humana. En cambio, la naturaleza divina del Verbo, que posee un ser propio, el
mismo el ser subsistente divino, en cuanto afectado y diversificado por el Verbo
o por su relación subsistente, es persona divina. De ahí, que la unión de las dos
naturalezas fue hecha en la persona, en el ser divino y no en la naturaleza.
Tal incomunicabilidad metafísica no implica la incomunicación con los de-
más entes. La persona es lo más incomunicable metafísicamente , pero es lo más
100
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q29, a4, c.
101
Podría hablarse de un ser humano de Cristo en cuanto que el único ser divino comunica la
existencia a la naturaleza humana de Cristo y la constituye en su actualidad, y, por tanto, que, e n
este sentido , es limitado por este suje to, o afectado por una naturaleza creada. Sin embargo, el ser
que posee Cristo no es limitado porque es el ser divino, el ser de la pe rsona divina. Sólo e n este
sentido se puede habl ar de una dualidad del ser en Cristo. Veáse: Tomás de Aquino , De unione
Verbi.
V. El compuesto humano 191
102
Las personas tienen nombre propio y si éste se da también a objetos, co mo lugares geográ-
ficos, casas, barcos, etc., o a otros seres vivos, como los animales domésticos, es por que tienen
una relación directa con personas. Se les ha nombrado con un nombre propio no por sí mismos
sino por estar en el contorno de la persona.
192 Eudaldo Forment
7. La persona y el amor
En séptimo lugar, la persona, por su mayor posesión del ser, en el grado pro-
pio del espíritu , es "un ente capaz de ser un fin en sí mismo" 1º3• La persona, en
su singularidad es un fin y no puede concebirse como medio hacia las demás
cosas.
Cada persona, en su singularidad, es lo sumo y lo supremo de todo lo creado,
en el ser y los trascendentales que fund amenta, la entidad, la realidad, la unidad,
la aliquidad, la verdad, la bondad y la belleza. Por poseer "más" ser, es "más"
ente, que los demás entes creados. Por ello, su esencia es más completa y exce-
lente que las demás, en este sentido es más "cosa" o más real. De ahí que no se
utilice la expresión "cosa" para referirse a las personas, incluso se presentan
como opuestas, tal como de hace en derecho, en el que cosa se toma por objeto
de relación jurídica. Por lo mismo, se emplea el pronombre "quien" sólo para
las personas, igual que la compuestas "quienquiera" o "quienesquiera"
La prioridad en la unidad trascendental se manifiesta en su individualidad.
En la aliquidad, en el cambio de la expresión "algo" por "algu ien", siempre
referido a la persona y a su dignidad. Con las expresiones "ser alguien" o
"creerse alguien", se significa, por ello, ser un hombre importante.
En la del orden de la verdad trascendental, la supremacía de la persona ex-
plica que sea el único ente que está vinculado con la verdad que está en el en-
tendimiento. La persona es aquel ente capaz de tener la verdad en el entendi-
miento, o capaz de manifestar y declarar lo que las cosas son; pero también es el
único ente capaz de ser el fin de esta verdad, en el sentido de que sólo a la per-
sona es a quien va dirigida esta expresión de la realidad. La persona puede tam-
bién definirse como sujeto y término de la verdad en el entendimiento. Esta
superioridad de la persona en todos los sentidos de la verdad permite que, de
manera similar a la afirmación del Aquinate de que: "la persona es lo más per-
fecto que hay en toda la naturaleza", pueda decirse que la persona es lo más
verdadero que hay en toda la naturaleza.
La máxima bondad y belleza de la persona, el que sea lo más bueno y lo más
bello en lo creado, hacen que sea un fin en sí misma. Santo Tomás inicia una de
sus obras, el comentario a la Metaphysica de Aristóteles, afirmando que: "Todas
las ciencias y las artes se ordenan a una sola cosa, a la perfección del hombre,
que es su felicidad" 104 •
Según esta afirmación, por su rango metafísico, todas las criaturas del
mundo -inertes, vegetales y animales- están al servicio del hombre, pero tam-
1 3
º J. Bofill, Obra filosófica, Barcelona, Ariel, 1967, pp. 18-1 9.
104
Tomás de Aquino, In Metaphysicam, Proem.
V. El compuesto humano 193
bién lo realizado por el mismo hombre. Únicamente a las personas, a cada una
de ellas en su concreción y singularidad, tal como significa el término persona,
se subordinan todas las ciencias, teóricas y prácticas, las técnicas, las bellas
artes, toda la cultura y todas sus realizaciones, en definitiva. Siempre y todas
están al servicio de la persona humana. A la felicidad de las personas, a su ple-
nitud de bien, es aquello a lo que deben estar dirigidos todos los conocimientos
científicos, sean del orden que sean, e igualmente la misma tecnología, y todo lo
que hace el hombre.
Tal prioridad de la persona se da no sólo en el orden natural, sino también en
el cultural o humano. Si las más geniales creaciones culturales, cientifico-técni-
cas, artísticas, o de cualquier otro tipo, no tendiesen a la perfección -espe-
culativa, moral, estética, o de otra dimensión-, al bien, de las personas en su
singularidad, que son solamente las que pueden ser felices, carecerían de todo
sentido y, por tanto, de interés alguno. Todas son siempre relativas a la persona.
No hay nada, en este mundo, que sea un absoluto, todo esta siempre referido a
la felicidad de las personas, el único absoluto en el orden creado.
La primacía de la persona en todo orden humano o natural, justificada por la
máxima participación directa en el ser y en los trascendentales, se puede rela-
cionar con otra de Santo Tomás, que se encuentra en la respuesta a la siguiente
afirmación de una objeción: "Lo que es propio de los mejores, es más digno de
lo que es común a todos; como el razonar, que es propio del hombre, es más
digno que el sentir, que es común a todos los animales" 105 .
Parece evidente que siempre las cosas más perfectas son escasas. Así, en el
universo hay menos hombres que animales; hay menos animales que plantas; y
menos plantas que seres inertes. Igualmente, en el mundo cultural, son pocos los
grandes investigadores, artistas, etc. Lo más común se presenta, por tanto, como
menos valioso y digno de estimación. Si se aplica este hecho a la afirmación
sobre la supremacía de la persona, parece, por tanto, que el ser persona no sea lo
más digno del hombre, ya que es común a todos.
Desaparece esta dificultad si se tiene en cuenta lo que dice Santo Tomás en
la respuesta a esta objeción, basada en que cantidad y perfección se presentan
en relación inversa: "La comparación entre lo más común y lo menos común
[. .. ] no es válida, porque no siempre se cumple que lo menos común es lo más
perfecto. No es la escasez o la menor cantidad lo que revela una mayor perfec-
ción sobre lo abundante, sino el ser fin respecto a unos medios" 106 • Lo que des-
cubre una mayor perfección no es la menor cantidad, sino el ser fin de otros,
sean abundantes o escasos.
1 5
º Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q ll l , a5, ob3.
106
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q l 11 , a5, ad3.
194 Eudaldo Forment
Según esta última tesis, si todo se ordena o está al servicio de las personas
humanas, si todo es un medio para que consigan la felicidad , es, porque es me-
nos perfecto que ellas. Por ello, cualquiera que cultive algún ámbito de la cul-
tura, está al servicio de las personas, de lo que son todos los hombres, lo más
común y corriente. Aunque la persona sea como el común denominador de to-
dos los hombres, que difieren en salud, biológica o psíquica, en riquezas, mate-
riales o espirituales, poder, cultura y en todas las determinaciones esenciales, en
ella está la dignidad del hombre y su mayor dignidad. Lo más común, lo más
ordinario, es precisamente lo más noble y perfecto. La persona, en su singulari-
dad, es lo sumo y lo supremo.
Por ser un fin en sí misma, la persona es también "un ser capaz de amar y ser
amado con amor de donación" 107 • La persona es capaz de ser un fin de las otras
personas.
Santo Tomás , siguiendo a Aristóteles sostiene que amar es querer el bien
para alguien 108 . También que hay dos especies de amor humano: el amor de
posesión y el amor de benevolencia o de donación. El amor de deseo, que se
tiene a los seres irracionales, y que por aberración puede tenerse a las personas,
no es desinteresado, porque en el fondo es amor de sí. Aunque hay un objeto
amado, el amor no se detiene en él, sino que vuelve al sujeto del que parte. Lo
amado se toma sólo como un medio.
En cambio, el amor de donación, que merecen y exigen las personas, no es
interesado, porque sólo se busca el bien de lo amado, que aparece como un fin
del mismo sujeto. La persona es el máximo bien y, por tanto, un fin en sí
misma. Los derechos humanos derivan directamente de este carácter esencial de
la persona. Todo ser humano posee derechos por el mero hecho de ser persona.
La universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos, así como su carác-
ter indisponjble e inalienable se fundamenta en esta "dignidad intrínseca" del
hombre, que es un efecto de su ser propio, su ser personal.
Según Santo Tomás, cuando el amor de donación es bilateral, entonces se
convierte es amor de amistad. La reciprocidad es una exigencia de la comunica-
ción plena a que aspira todo amor. El amor de amistad es esencialmente amor
mutuo. En la amistad siempre se precisa la correspondencia, aunque el grado de
amor entre ambas personas no sea exactamente el mismo y exista una cierta
desnjvelación. Al igual que en el amor de donación, en la amistad se dan tam-
bién distintos grados.
La amistad, además de las propiedades de benevolencia y reciprocidad, debe
poseer una tercera cualidad esencial: la unión afectuosa. El amigo, en la verda-
17
º J. Bofill , Obraftlosófica, pp. 18-1 9 .
'º8 Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q26, a4, c.
V. El compuesto humano 195
dera amistad, es "sentido" como "otro yo", está unido afectivamente con él.
Sentimentalmente la persona se transforma en el amigo, aunque real y efecti-
vamente continúa conservando su propio ser.
Además de la unión afectiva en la amistad se da una unión efectiva. En el
amor de amistad, hay la real o efectiva, que es un efecto de este amor personal.
Se trata de una unión que es una comunicación o comunión de vida, una convi-
vencia. La vida que se comunica en la amistad es la vida personal, la propia-
mente humana. Por ello, en la donación recíproca amistosa, los amigos se inter-
cambian sus pensamientos, voluntades y afectos, que pertenecen a la propia
intimidad personal y son sus mejores bienes propios. Por ello, Santo Tomás
define, con Aristóteles, la amistad como "mutua benevolencia y comunicación
en las operaciones de la vida" 109 .
Se infiere de esta importante consecuencia de la amistad, en primer lugar,
que no es posible tener amor de amistad, en sentido estricto, con los seres irra-
cionales, tanto los inertes como los vivientes, plantas y animales, porque con
ellos no se puede entablar una comunicación en la vida humana, la cual es se-
gún la razón. Sólo la persona puede despertar un amor pleno, el amor de dona-
ción recíproca, que se constituye por una unión afectuosa y origina una comuni-
cación de vida personal.
En segundo lugar, que por ello sólo la persona tiene biografía. En las narra-
ciones de las vidas de las personas no se determinan características o propieda-
des universales del hombre, sino que se intenta explicar de alguna manera la
vida del hombre individual, la vida de una persona. La vida personal es la que
se comunica en las relaciones de amor de donación desinteresada. En la dona-
ción recíproca amistosa, los que se aman se intercambian los pensamientos, las
voluntades, los afectos y todo aquello que pertenece a la propia intimidad per-
sonal, y que son sus mejores bienes propios.
A diferencia de los otros vivientes, las personas tienen una vida personal,
una vida biográficamente descriptiva, de la cual merece la pena ocuparse y
comprenderla en lo posible. Son las únicas que tienen biografía, porque tienen
una vida individual, única, una vida como proceso unitario que no se explica
únicamente por las características o propiedades de la naturaleza humana en
general.
El amor de amistad permite que por esta capacidad de amar pueda darse una
nueva definición de persona. Por su bondad individual, la persona es un ente
capaz de ser fin en sí mismo; y, por tanto el ente capaz de ser amado por sí
mismo. Sólo la persona puede despertar un amor pleno, el amor de donación
recíproca, que se constituye por una unión afectuosa y origina una comunica-
109
Aristóteles, Ethica, VIII, 2, 3; y Tomás de Aquino, Summ.a Theologiae, II-II, q25, a3 , c.
196 Eudaldo Forment
ción de vida personal. Por ello, podría definirse la persona como lo que es su-
jeto y objeto de amor no posesivo, amor de donación o amor personal.
El arraigo del amor de amistad en la persona explica que, en ninguna de las
etapas de la vida, la persona humana pueda vivir incomunicada. La persona no
está hecha para la soledad, y ésta se supera siempre con el amor. Las personas
han nacido para la amistad, para no vivir en soledad. Es el amor el que le sitúa
en la familia y en la sociedad. Hay que notar que la aspiración a la amistad no
es únicamente a ser comprendidos, apreciados, amados, sino también a derra-
mar afecto. La persona no sólo necesita ser comprendido, apreciado, acogido y,
por tanto, a ser amado, sino también necesariamente a dar, a impartir amor.
El amor en su plenitud es donación, y siempre es perfeccionante. La persona
es un ente singular que vive entre otros entes singulares de muy distinto tipo y
tiene necesidad de relacionarse con ellos para perfeccionarse, y lo hace, en pri-
mer lugar, con su entendimiento. Con la universalidad e infinitud de su conoci-
miento intelectual, supera y trasciende su misma singularidad, que le hace que
sea sólo parte de toda la realidad creada.
Aunque este conocimiento sirve para compensar la limitación de la persona
con respecto a la totalidad, sin embargo, sólo proporciona un conocimiento
universal o común de los entes, se pierde su individualidad. El amor de la vo-
luntad remedia esta fragmentariedad del conocer con respecto a la realidad.
Complementa el carácter perfeccionante del conocimiento. La función de la
facultad volitiva no es sólo querer el bien de la inteligencia, que es siempre
universal, sino también el bien en su propia individualidad . No sólo la persona
se puede unir con la esencia necesaria u universal de los entes, sino también con
el amor en su misma individualidad. El conocer está referido a la especie de los
entes, el amar, al modo 110 •
La compensación de la limitación con respecto al todo de la persona hu-
mana, por medio del conocimiento, que se une a lo esencial del ente y de la
voluntad, que se une a lo singular y existencial, se realiza en un proceso, que se
puede dividir en cuatro fases . En la primera, el conocimiento intelectivo capta la
esencia abstracta y universal de todo objeto, incluida la de otra persona. Des-
pués, en la segunda, también la inteligencia valora su bondad o participación en
el ser.
En la tercera, la voluntad lo querrá si es bueno o lo rechazará, si es malo.
Ello implica que la persona tomará personalmente posición ante el objeto, no
sólo en el orden cognoscitivo sino en el real. Se define él mismo ante él. Ten-
drá, por tanto, una unión afectuosa con lo amado. En la cuarta y última,
110
Podría decirse que el orden e s objeto de la relación de ambos, porque es conocido y querido.
V. El compuesto humano 197
111
Tomás de Aqu ino , De anima, al, ad5.
112
Tomás de Aquino , De veritate, q2, a2, ad4.
198 Eudaldo Forment
11 3
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q56, a l , ad2.
114
Tomás de Aquino, De anima, a2, ad5.
11 5
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q5, a4, adl.
V. El compuesto humano 199
l. El ser de Dios
Éxodo, 3, 13-14.
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, ql 3, al 1, c.
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 13, a3, c.
VI. La escala de los entes 203
pudiera aplicar a Él, y que le distinguiera en todos los ordenes de todo lo demás.
De manera que: "Si hubiese algún nombre que significase a Dios, no por parte
de la naturaleza, sino de la substancia individual, queriendo decir ' éste' , dicho
nombre sería totalmente incomunicable, como quizá ocurre con el nombre Te-
tragrammaton para los Hebreos" 5 • Dicho nombre no expresaría una naturaleza
abstracta universal, sino alguien, la persona, un no mbre propio.
Indica, por ello, un poco más adelante de este pasaje: "Y más propio todavía
es el nombre Tetragrammaton, impuesto para significar la substancia de Dios
incomunicable, o, por decirlo así singular" 6 • Yavhé es el más propio nombre de
Dios porque expresa no algo común sino lo singular.
La esencia de Dios, tal como es conocida por la razón, de un modo indirecto,
imperfecto y limitado, e identificada con el ser, no es posible expresarla como
género, especie o diferencia. A Dios no le son aplicables las intenciones lógicas.
Dios no puede pertenecer a ningún género ni a ninguna especie. Todas las espe-
cies, que están contenidas en un género, o todos los individuos contenidos en
una especie, poseen una esencia, genérica o específica, idéntica. En cambio, su
ser es distinto, porque lo poseen proporcionado a toda su esencia. Su esencia,
genérica o específica, por consiguiente, no se identifica con su ser. La esencia
genérica y la específica son comunes y el ser es individual. Por el contrario, en
Dios, la esencia queda identificada totalmente con su ser.
Este mismo argumento de este capítulo quinto del opúsculo, se encuentra
más desarrollado en la Summa Theologiae. Demuestra en ella que Dios no
pertenece a ningú n género, porque: "Las cosas que pertenecen a un mismo
género tienen de común la esencia o naturaleza de aquel género, ya que se les
atribuye esencialmente, pero se diferencian en el ser, pues el ser del hombre no
es el mismo que el del caballo, ni tampoco es el mismo el ser de éste y el de
aquel hombre, y por esto es preciso que en las cosas que pertenecen a un mismo
género se distingan en ellos el ser y lo que es o la esencia. Pero en Dios no se
distinguen, como ya se ha dicho, de donde es evidente que Dios no es como una
especie en un género. Y por esto se comprende que Dios no tiene género, ni
diferencia, ni tampoco definición; ni demostración, a no ser por sus efectos" 7 •
La exclusión de las intenciones lógicas en la esencia divina, puede conside-
rarse la undécima tesis sobre las substancias simples . Como la ha probado por la
identificación de la esencia y ser divinos, Santo Tomás hace seguidamente dos
advertencias sobre la simplicidad absoluta de Dios.
mentos propios. Luego, así como la materia prima no está en Dios , tampoco
debe atribuirse el ser a la substancia divina"'º
La respuesta es la siguiente: por lo mismo que Dios es ser, tiene todas las
perfecciones 11 . Dios es el mismo ser subsistente, y a partir de esta afirmación se
deduce la ornniperfección divina. "Si Dios es el mismo ser subsistente no puede
faltarle ninguna de las perfecciones del ser". Todas las perfecciones están en el
ser y si los entes no las poseen es por la limitación de esencias, que limitan o
irnperfeccionan al ser. En cambio, la esencia de Dios no es receptora lirnitante
del ser, porque coincide totalmente con él. " De donde en Dios no puede faltar la
perfección de cosa alguna".
Por su ser sin limitar o no participado: "En Dios se hallan las perfecciones de
todos los entes, y, por esto, se llama perfecto universalmente, porque no le fal-
tan ni una sola de cuantas se encuentran en cualquier género" 12.
Además, Dios las posee del modo más excelente, precisamente por su abso-
luta simplicidad, porque: "Lo que en sí mismo es diverso y opuesto, preexiste
en Dios como uno, sin detrimento de la simplicidad divina" 13 . De manera que:
"las perfecciones preexisten en Dios en estado de unidad y simplicidad, y en las
criaturas se reciben en el de multiplicidad y división" 14.
La excelsa perfección de Dios queda confirmada, porque, como ya se ha de-
mostrado, es la primera causa de los entes; pues " Si Dios es la primera causa
eficiente de las cosas, es necesario que preexistan en Él las perfecciones de
todos los entes del modo más eminente" 15 •
No obstante, hay que distinguir dos tipos de perfecciones en los entes crea-
dos. Unas que son expresadas por: "Nombres que significan las perfecciones
procedentes de Dios, de modo tal, que en su mismo significado va incluido el
modo tan imperfecto en que las participa la criatura, por ejemplo, el término
piedra, que significa una cosa material". Estas perfecciones, que se llamarán
perfecciones "mixtas", por incluir esencialmente la imperfección, sólo convie-
nen a Dios metafóricamente. Otras designan los nombres: "Que significan las
mismas perfecciones en absoluto, sin que se incluya ya modo alguno de ser
participadas, como ente, bueno, vivientes" 16• Dios contiene todas estas perfec-
10
Tomás de Aqu ino, De potentia Dei, q7, a2, ob9.
11
Cfr. Tomás de Aquino, De potentia Dei, q7, a2, ad9.
12
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q4, a2, c.
13
Tomás de Aqu ino, Summa Theo logiae, 1, q4, a2, ad l .
14
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, ql 3, a4, c.
15
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q4, a2, c.
16
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 13, a3, ad3.
206 Eudaldo Forment
17
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q4, a3, ad3.
18
Liber de causis, O. Bardenhewer (ed.), p. 167.
VI. La escala de los entes 207
novena, no por ser una substancia inmaterial, sino porque es a la vez, por su
misma naturaleza forma del un cuerpo, al que está unida, por ello, substancial-
mente.
Santo Tomás no admite la existencia de una única alma humana intelectiva,
afirmada por la filosofía musulmana, porque: "Aunque el alma no tenga materia
de la cual sea hecha, como tampoco el ángel, es, sin embargo, forma de una
materia, lo que no es propio del ángel. Por eso, en conformidad con la división
de la materia, son muchas las almas dentro de una misma especie; en cambio, es
totalmente imposible que existan varios ángeles de igual especie" 19.
El ser del alma, que le da la subsistencia, propia de la substancia, lo com-
parte con el cuerpo, tal como se afirma en la tesis décima, pero adquiere su ser
en el cuerpo. Es simultánea la recepción del ser, y por tanto la individuación y
la información a un cuerpo. De ahí que, como expresa la decimotercera tesis de
las substancias simples, el alma es individual por sí misma y el cuerpo sólo
causa ocasional de esta individuación. Después , es independiente de la indivi-
dualidad del cuerpo, y, por ello, conserva su ser cuando desaparece la unión o
información al cuerpo. Santo Tomás, citando al pensador musulmán Avi cena,
dice que el alma humana depende el cuerpo en cuanto a su principio, pero no en
cuanto al fin.
La dependencia del cuerpo se nota también en la individualidad moral del
hombre. Además de la individualización natural y de la que da Dios con sus
mociones al bien, que incluso pueden ser incluso extraordinarias, que impiden
el que el hombre use mal de sus mociones ordinarias, el hombre puede indivi-
dualizarse por sí mismo en la línea del mal. Con las mociones naturales gene-
rales de Dios al bien honesto, que da a todos los hombres, se puede hacer el
bien, obrar conforme a la recta razón. No obstante, no todo el bien proporcio-
nado a la naturaleza humana, porque por la "herida" del pecado, ha quedado
debilitada. Puede hacer actos imperfectos, actos morales que ni por su magnitud
ni por la dificultad que requieren, no exigen todas las fuerzas de una naturaleza
sana, sino que bastan algunas, como las que tiene un enfermo para realizar los
actos que puede hacer en su situación.
En el estado de naturaleza íntegra, en el que hombre poseía una armonía
completa y peifecta, podía, por su misma naturaleza, hacer todo el bien natural
honesto, sin dificultad, sin encontrar obstáculos ni dificultades. Si se hubiera
encontrado en estado de naturaleza pura, sin la gracia y sin los dones preternatu-
rales, con una armonía completa pero imperfecta, el hombre hubiera podido
hacer todo el bien honesto, aunque con dificultad, por la falta de completa sumi-
sión de la parte inferior del hombre a la razón. En estos dos estados es posible,
por tanto, realizar actos perfectos, los que por la magnitud de la obra o la difi-
19
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q76, a2, ad 1.
208 Eudaldo Forment
cultad que entrañan, necesitan de todas las fuerzas de la voluntad y que, por
tanto, son imposibles para una naturaleza enferma.
En el estado de naturaleza caída, por la pérdida de toda armonía y por la re-
belión de sus facultades, no puede hacer todo el bien natural honesto, aunque si
algunos actos buenos y honestos, con también trabajos y dificultades, los llama-
dos actos imperfectos. Incluso en el estado de naturaleza reparada, como enseña
la fe, por la gracia de Dios, no se recupera toda a armonía, que es solamente
incompleta e imperfecta. Para poder realizar actos perfectos se necesita siempre
la moción especial de Dios, que concede individualmente a cada hombre, si no
pone impedimentos a la moción general.
Cada hombre se puede distinguir de los demás por los obstáculos e impedi-
mentos que ponga a la moción general que recibe, que le permiten realizar actos
imperfectos, que son por tanto frustrables por la libertad humana. Con ello im-
pide también la recepción de las mociones especiales para los actos perfectos,
que son ya totalmente infrustrables. El hombre cuando actúa sin honestidad, sin
mirar a la razón, o cesa la acción, a la que Dios mueve siempre y de una manera
honesta, cuando hace menos de lo que Dios le promueve, cae en el mal, realiza
un acto malo, que puede convertirse en habitual, en un vicio.
Para la comprensión adecuada de los vicios humanos hay que tener en
cuenta, en primer lugar, que el deseo humano tiene dos modos generales. El
primero es el deseo concupiscible o simple deseo, que es la atracción hacia un
bien o el rechazo ante un mal, considerados en sí mismos. El segundo es el de-
seo irascible, la atracción hacia bienes difíciles.
En segundo lugar, que se puede dividir al simple deseo en dos clases: "El na-
tural, que tiende a las cosas de que nuestra naturaleza se sustenta, ya sea en
orden a la conservación del individuo, como en la comida, la bebida y cosas de
este género, ya sea en cuanto a la conservación de la especie, como en lo refe-
rente a lo sexual"; y "el anímico, es decir el deseo de aquellas cosas que no
procuran sustento o delectación corporal, sino que son deleitables por medio de
la aprehensión imaginativa o similar, como son el dinero, el ornato de los vesti-
dos y cosas semejantes" 2º.
El deseo anímico o espiritual, se llama así, porque requiere principalmente
las facultades superiores del alma. En un cierto sentido es "no natural" 2 1, por-
que, como indica Santo Tomás: "El primer modo de deseo, o sea el natural, es
común a los hombres y a los otros animales, puesto que para unos y para otros
hay algo conveniente y deleitable según la naturaleza" . En cambio, el deseo
20
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q77, a5, c.
21
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, 1-II, q30, a3, c.
VI. La escala de los entes 209
22
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-11, q77, a5, c.
23
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-11, q84, a4, c.
24
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1-11, q30, a3, ad!.
25
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q84, a4, e; II-11, ql 18, al , c.
26
Cfr. Tomás de Aqu ino, Summa Theologiae, I-11, q84, a4, c.
27
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, ql 18, a6, ad l , c.
210 Eudaldo Forment
el apetito como fin último. Y las riquezas prometen esta plena y perfecta sufi-
ciencia"28.
En las riquezas no puede encontrar el hombre la felicidad. "El sumo bien del
hombre no puede estar sometido al azar, porque lo fortuito acontece sin que
suceda por el estado de la razón, y es preciso que el hombre conozca su último
fin racionalmente. En la consecución de las riquezas ocupa un lugar preemi-
nente el azar. Luego la felicidad humana no consiste en la riqueza" 29 .
De manera que: "El dinero no es fin, sino que está subordinado a otro como
a su fin. Sin embargo, en cuanto sirve de medio para obtener todos los bienes
sensibles, los comprende virtualmente a todos ellos y proporciona por lo mismo
cierta semejanza de felicidad" 3º.
Además, advierte Santo Tomás que: "No es del mismo modo infinito el de-
seo de las riquezas que el deseo del supremo bien, porque cuanto más perfecta-
mente se posee el bien sumo, tanto más se le ama y más se desprecian las otras
cosas, pues mejor se le conoce [ ... ]. Pero con el deseo de riquezas y de cual-
quier otro bien temporal ocurre lo contrario: cuando ya se tienen se desprecian y
se desean otras cosas [ ... ]. El motivo es porque se conoce más su insuficiencia
cuando se poseen. Por lo tanto, en esto mismo manifiesta su imperfección y que
el bien sumo no consiste en ellas" 31.
El hombre puede desear tres tipos generales de bienes: los bienes exteriores
a él, los bienes del cuerpo y los bienes del alma. El vicio de la gula y de la luju-
ria, arraigados en deseos naturales, buscan exclusivamente un bien del cuerpo.
La avaricia, que responde a un deseo anímico, se dirige sin moderación a los
bienes exteriores. La vanagloria, también fruto de un deseo espiritual, procura,
también desordenadamente, el bien del alma. Se desea la propia alabanza, el
honor y la gloria, sin méritos o sin ordenarla a su verdadero fin, que es bien del
prójimo y la gloria de Dios32.
También pueden darse vicios que no se originen directamente en los deseos
de bienes, sino en su huida por el mal que les acompaña. Todos ellos responden
a deseos concupiscibles anímicos. Los más generales son la acedia, tristeza por
los bienes espirituales, que origina falta de animo y desgana 33; la envidia, en-
28
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q 11 8, a7, c.
29
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c30.
30
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, II-II, q 1 18, a7, ad2.
31
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q2, a l , c.
32
Cfr. Tomás de Aqu ino, Summa Theologiae, II-II, ql03, a l , ad3.
33
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q84, a4, e; 11-II, q35.
VI. La escala de los entes 211
34
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q84, a4, e; 11-II, q36.
35
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q84, a4, e; 11-II, q 158, a2, c.
36
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, 1-11, q77, a5, c.
37
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q 162, a8, ad2.
38
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 162, a4, c.
39
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 11-11, ql 62, a2, adl.
40
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 162, a5, ad2.
212 Eudaldo Forment
41
Tomás de Aqutno, Summa Theo!ogiae, 11-II, q 162, a7, c.
42
Tomás de Aqumo, Summa Theologiae, II-IJ, ql 62, a6, c.
43
Tomás de Aqutno, Summa Theo logiae, 11-II, ql 62, a5 , c.
44
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-Il , q 162, a6, c.
45
Son los llamados pecados contra el Espíritu Santo, por implicar el desprecio de sus dones
sobrenaturales, que apartan directamente del pecado
VI. La escala de los entes 213
46
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, II-II, ql 62, a5, ad l.
47
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q 162, a2, c.
48
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-II, q 162, a8, c.
49
Tomás de Aqu ino, Summa Theo !ogiae, 1-II, q84, a2, c.
50
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, q84, a2, c.
51
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I-II, q84, a l , c.
52
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-11, q77, a4, c.
214 Eudaldo Forment
53
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q77, a4, c.
54
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 162, a2, c.
VI. La escala de los entes 215
55
1 Juan, 2, 15.
56
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, 1-II, q77, a5, c.
57
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 162, a4, c.
216 Eudaldo Forment
orgullo expresaría este vicio por el que el hombre se siente superior a los demás
y les muestra desprecio, alejándose de su trato.
3. La situación de la criatura
58
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q44, al , ad l.
59
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q44, al , c.
60
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q45 , a2, c.
61
Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, e l 8.
VI. La escala de los entes 217
62
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q25 , a3, c.
63
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q8, al , c.
64
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q l 9, a3, ad5.
65
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c66.
218 Eudaldo Forment
una causa eficiente primera"66 . De manera que: "En lo que hace la naturaleza
interviene Dios como causa primera" 67 .
Aún admitiéndose que Dios da el ser, lo conserva, y continúa su acción in-
fluyendo en el obrar de las criaturas, podría pensarse que: "Al decirse que Dios
es causa de las acciones de las criaturas, se habrá de entender esto en cuanto que
les da la virtud por la que ellas obran. Mas esto lo realiza Dios todo al principio,
al hacer las cosas. Luego , parece que después ya no obra en las criaturas al
obrar éstas" 68 .
Santo Tomás responde a esta dificultad presentando de modo conciso su te-
sis central sobre la relación entre el obrar de Dios y el obrar de la criatura:
"Dios no sólo da las formas a las cosas, más también las conserva en el ser, y
las aplica a obrar, y es fin de todas las acciones" 69 •
Por una parte, la justifica indicando que: "Obrar Dios en las cosas, se ha de
entender de tal modo que tengan ellas, no obstante, sus propias operaciones
respectivas". Lo contrario, el negar el carácter de verdaderas causas a la acción
de las criaturas , no es posible defenderlo. "En primer lugar, porque con esto se
eliminaría de las cosas creadas el orden de causa y efecto; lo cual podría supo-
ner falta de poder en el Creador, pues del poder del agente depende el que éste
comunique a su efecto la virtud de obrar" 7º.
Como indica Santo Tomás, en otro lugar, la intervención divina en la acción
de las criaturas, al igual que la creación y la conservación por Dios de las mis-
mas, se explica: "No porque sea insuficiente su poder, sino porque es tanta su
bondad, que comunica a las mismas criaturas la prerrogativa de la causalidad" 71•
Dios crea y actúa en el mundo, pero no necesita de él, ni de nada, ni de nadie.
"El obrar a impulsos de alguna indigencia es exclusivo de agentes imperfectos,
capaces de obrar y de recibir. Pero esto está excluido de Dios, el cual es la gene-
rosidad misma, puesto que nada hace por su utilidad, sino todo solo por su bon-
dad"72.
Tampoco puede negarse el obrar criatura!: "En segundo lugar, porque en
vano se les habrían dado a las cosas las potencias operativas que en ellas vemos,
si no obrasen nada tales potencias. Más aún, de algún modo, las mismas cosas
66
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q2, a3, c.
67
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q2, a3, ad2.
68
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, ql05, a5, ob3.
69
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q 105, a5, ad3.
70
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql05, a5, c.
71
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q22, a3, c.
72
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q44, a4, ad 1.
VI. La escala de los entes 219
73
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q I05, a5, c.
220 Eudaldo Forment
primera, sin que por eso resulte superflua la operación de las criaturas como
causa segunda" 74 .
Por consiguiente, la acción de la criatura procede de dos agentes: de la
misma criatura, que realmente obra, y de Dios, que actúa para toda acción de la
criatura. "La misma acción no puede proceder de dos agentes de un mismo or-
den; pero no hay inconveniente en que una sola y misma acción proceda de dos
agentes como primero y segundo" 75 . El obrar de la criatura tiene el carácter de
auténtica y total causa, porque actúa como causa segunda. Al mismo tiempo
Dios es auténtica y total causa del obrar de la criatura, porque lo es como Causa
primera, de manera que no hay ninguna actividad que no reciba su influjo.
Las criaturas al actuar por su propia virtud son movidas por Dios, porque:
"Dios es causa de toda acción: en cuanto da la facultad de obrar, en cuanto la
conserva, en cuanto la aplica a obrar, y en cuanto en virtud suya obra toda vir-
tud. Y si a esto añadimos que Dios es su propio poder de obrar, y que está den-
tro de cada una de las cosas no como parte constitutiva, sino como conservador
de su ser, se sigue que Él obra inmediatamente en todo el que obra, sin excluir
el obrar de la voluntad" 76 .
Este influjo activo de Dios sobre las causas segundas es inmediato, porque
da la eficacia actual a la causa segunda, y así Dios interviene directamente en la
acción. Dios no se limita a dar el poder de obrar, sino que interviene asimismo
en las mismas acciones hasta el final. También es físico, porque actúa como
causa eficiente con su propia acción, no de una manera atractiva o persuasiva
sobre cada acción del agente creado para que éste actúe, sino real y eficazmente.
Por último, es anterior por naturaleza a la acción, al igual que la causa es ante-
rior naturalmente a su efecto.
Por este carácter de ser previo, aunque continúa después, se ha denominado
a este influjo divino "premoción", término que no fue utilizado por Santo To-
más, porque, en realidad, no es más que una explicitación de esta propiedad, ya
que la moción siempre es previa. Él mismo declara explícitamente: "La moción
del motor precede al movimiento del móvil en naturaleza y causa" 77.
Si todo ente creado depende de Dios, tanto en su ser como en su obrar, la de-
pendencia es constitutiva de la criatura. Declara el Aquinate: "Dios no sólo dio
el ser a las cosas cuando comenzaron a ser, sino que también lo produce en ellas
mientras son, conservándolas en el ser e igualmente no sólo les dio, al crearlas
en un principio, las virtudes operativas, sino que también las causa constante-
74
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q 105, a5, adl.
75
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql05, a5, ad2.
76
Tomás de Aquino, De potentia Dei, q3, a7, c.
77
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, cl49.
VI. La escala de los entes 221
mente en las cosas". Tanto es así que afirma: "Si cesara la influencia divina,
cesaría toda operación" 78 •
Dios obra en y por todas las causas segundas. Dios actúa como Causa pri-
mera y todo agente creado, incluida la voluntad libre como causa segunda, su-
bordinada a la primera. " Ya en la misma ejecución, Dios se relaciona inmedia-
tamente de alguna manera con todos los efectos, pues todas las causas segundas
obran en virtud de la causa primera, de tal modo que parece obrar en todo, por-
que pueden serle atribuidas todas las obras de las causas segundas, como se
atribuye al artesano la obra del instrumento, pues es más propio decir que el
cuchillo es obra del artesano, que obra del martillo" 79 . Con su moción, análoga a
las mociones creadas, e incomprensible para nosotros, Dios obra como sirvién-
dose de las causas segundas.
La afirmación de la premoción divina, sin embargo, parece incompatible con
la afirmación de la libertad de las substancias espirituales. El mismo Santo To-
más presenta esta aparente dificultad en la siguiente objeción: "Todo lo que es
movido por algún agente extrínseco es coaccionado. Pero la voluntad no puede
ser coaccionada. Luego no es movida por agente alguno extrínseco. Y, por
tanto, no puede ser movida por Dios" 8º.
El problema lo resuelve con esta breve respuesta: " Se entiende que es coac-
cionado lo que es movido por otro cuando es movido contra su propia inclina-
ción; pero si es movido por otro que le da la propia inclinación no se dice que
haya coacción [. . .]. Así, pues, Dios al mover la voluntad, no ejerce sobre ella
coacción alguna, ya que es Él quien le da su propia inclinación" 81 .
La moción divina no afecta, por tanto, al poder de autodeterminación de la
libertad, ni a su acto propio con respecto a aquello que no se quiere necesaria-
mente, la elección. Por ello: "El dominio que ejerce la voluntad sobre sus actos,
y que le da el poder de querer o no querer, excluye la determinación de la virtud
a una cosa y la violencia de la causa exterior. Sin embargo, no excluye la in-
fluencia de la causa superior, de quien ella recibe su ser y su obrar. Y, por con-
siguiente, existe siempre la causalidad de la causa primera, que es Dios, res-
pecto de los movimientos de la voluntad" 82 .
La libertad creada no tiene una independencia o autosuficiencia absoluta.
Únicamente Dios es total y plenamente independiente. Las criaturas, en cambio,
por ser creadas son seres participados, lo que implica que se distinga su esencia
78
Tomás de Aquino, Contra Gentes, III, c67.
79
Tomás de Aquino, Compendium. Theologiae, c. 135, 274.
80
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, ql05, a4, ob l.
81
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q l05, a4, ad!.
82
Tomás de Aquino, Contra Gentes, I, c68.
222 Eudaldo Forment
83
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I, q!OS, a4, ob2.
84
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q!OS, a4, ad2.
85
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q83, al , ob3.
VI. La escala de los entes 223
86
Tomás de Aqu ino, Summa Theo!ogiae, I, q83, al , ad3.
87
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, I-II, q55 , a4, ad6.
88
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q l 9, a8, ob2.
89
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q 19, a8, ad2.
224 Eudaldo Forment
90
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, 1-11, q I O, a4, c.
91
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q22, a4, c.
92
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 1-11, qlO, a4, ad l.
93
Esta tesis la expresa el conocido texto de Santa Teresa de Jesús: " La humildad es andar en
verdad; que lo es mu y grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien
esto no entiende, anda en mentira"; Santa Teresa de Jesú s, Moradas del castillo interior, en Obras
Completas , Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 6 1979, pp. 363-450, Moradas sextas, c. 10,
8, p. 434). A veces se utili za esta afirmación como justificación del reconocimiento de las cuali-
dades propias. Con esta parcialización de su sentido se convierte en lo contrario de lo que qu iere
significarse en ella. Su auténtico significado es que la humildad permite vivir en la verdad.
VI. La escala de los entes 225
95
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q 160, a l , c.
% Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-II, q 160, al , ad2.
97
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 11-II, q 16 1, a4, c.
98
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-TT, q 161 , a2, c.
99
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-II , ql61 , a2, ad2.
100
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q 161 , a l , ad3.
VI. La escala de los entes 227
cuenta que: "El fin propio de toda virtud moral es conformarse con la recta ra-
zón [... ]. Y este fin le es impuesto al hombre por la razón natural, la cual dicta
al hombre obrar siempre conforme a la razón" 10 1.
La humildad y la magnanimidad son, sin embargo, virtudes distintas. "Aun-
que la humildad y magnanimidad coincidan en la materia, difieren en el modo
de obrar; en virtud de esta distinción, la magnanimidad es parte de la fortaleza,
y la humildad, parte de la templanza" 1º2 . Las partes potenciales o virtudes
derivadas de la fortaleza son la magnanimidad, la magnificencia, la paciencia, la
longanimidad y la constancia.
Aparentemente la humildad y la magnanimidad siguen direcciones opuestas,
pero van juntas regulando, una moderando y otra fortaleciendo, al apetito iras-
cible. "En tomo al apetito del bien arduo se precisa una doble virtud: la primera,
para moderar y refrenar el espíritu a fin de que no aspire desmedidamente a
cosas altas, misión que cumple la humildad; la segunda, que dé firmeza al
ánimo contra la desesperación y le empuje a la consecución de los grandes bie-
nes conforme a la recta razón. Esta función se confía a la magnanimidad" 103.
A pesar de su inmediatez y facilidad, la humildad tiene un valor fundamental
en la vida humana. Sobre la humildad se edifica todo el edificio moral. La hu-
mildad no impide, por ello, el ejercicio de las otras virtudes, sino que las posi-
bilita y hasta las exige, como se advertido con respecto a la virtud de la magna-
nimidad.
Santo Tomás explica que: "El conjunto ordenado de las virtudes se asemeja
a un verdadero edificio, en el que con toda propiedad se puede aplicar el nom-
bre de fundamento a la virtud que primero se adquiere y es la base de la cons-
trucción [ ... ]. En cuanto que remueve los obstáculos de la virtud, en este sen-
tido, la humildad ocupa el primer puesto; expulsa a la soberbia, a la que Dios
resiste [ ... ]. Tal es el modo como la humildad tiene razón de fundamento del
edificio espiritual" 104 .
Por esta función de la humildad, que es comparable a la de dejar un hueco,
se pueden cimentar y construir las otras virtudes. La virtud de la caridad es la
primera de ellas. "La caridad se compara con el fundamento y la raíz por sus-
tentarse y nutrirse de ella todas las virtudes"105 _ La caridad es el cimiento, que se
podrá recibir gracias al fundamento negativo de la humildad. La humildad es
"humilde" o "modesta" no sólo por los objetos que regula sino también en su
101
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I-II, q7 l , a7, c.
102
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q 16 1, a4, ad3.
103
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-TT, q 161 , a l , c.
104
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-II , ql61 , a5, ad2.
º
15
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q23, a8, ad2.
228 Eudaldo Forment
106
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, TI-TI, q 161 , a5 , ad l.
17
º San Ju an Crisóstomo, Sobre la incomprensibilidad de Dios, hom. 5, MG 48,745.
108
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q91 , a3, ad3.
VI. La escala de los entes 229
Aporta otra razón que también revela la racionalidad del hombre. "Si el
hombre anduviera curvado, sus manos deberían hacer de patas anteriores y no
podría utilizarlas para la ejecución de diversas operaciones" 109 • En lugar de las
"armas naturales", que poseen los animales: "El hombre tiene el entendimiento
y las manos, de los cuales puede servirse de mil maneras para buscarse las ar-
mas, vestido y demás elementos necesarios para vivir. Por eso, llama Aristóte-
les, en De anima, a las manos 'órgano de los órganos' (c. 8, n. 2,432 a 1). Y era
conveniente que la naturaleza racional, que puede concebir un número infinito
de cosas, pudiera procurarse instrumentos infinitos" 11 º.
Sin embargo, este procedimiento no es posible aplicarlo a los ángeles, ya
que, por ser inmateriales, carecen de accidentes propios sensibles, que pudieran
servir como signos de las diferencias esenciales. El entendimiento humano, por
consiguiente, ignora toda diferencia entre cada una de estas substancias.
En segundo lugar, advierte también Santo Tomás, las intenciones lógicas, en
los ángeles, tampoco se pueden constituir de la misma manera que en las subs-
tancias sensibles. Como se establece en la cuarta tesis de las substancias com-
puestas, en ellas, el género, aunque significa toda la esencia, y no únicamente lo
material, porque expresa indeterminadamente lo formal, proviene de lo material
del compuesto, que significa determinadamente. Parecidamente, la diferencia
también significa toda la esencia y no es solamente lo formal, porque expresa
indeterminadamente lo material , pero se origina de lo tomado por lo formal del
compuesto. De manera que el género guarda una relación proporcional con la
materia, y la diferencia, con la forma.
En cambio, en las substancias separadas, no es posible constituir el género y
la diferencia de las partes de la esencia, porque por ser simples, como ya se ha
probado, carecen de partes. Por consiguiente, tanto su género como su diferen-
cia deberán tener como principio a toda la esencia, pero ambos de una manera
diferente.
En estas substancias inmateriales, las intenciones lógicas son posibles, por-
que, por una parte, todas ellas coinciden entre sí en la inmaterialidad . Por otra,
se diferencian por los distintos grados de perfección o participación en el ser, y,
por tanto, en la mayor o menor limitación o potencialidad, que hace que no
109
Tomás de Aqu ino, Summa Theologiae, I, q9 l , a3, ad3. También podría considerarse esta otra
razón, que añade a continuación: "De poseer estatura inclinada y usar de las manos como patas,
debería tomar los alimentos con la boca, con lo cual tendría la boca prolongada, los labios duros y
gruesos y la lengua también dura, para que no sufriera daño de los objetos exteriores, como suce-
de en los animales. Pero tal disposición le impediría hablar, que es obra propia de la razón"; I,
q9l , a3, ad3.
"º Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q9 1, a3, ad2.
230 Eudaldo Forment
ocupen el mismo lugar en la escala de los entes, y tengan una menor o mayor
proximidad al Acto puro.
Sin embargo, la inmaterialidad no puede constituir el género, porque no es
únicamente común a los ángeles. En todo caso, es sólo un género remoto. No es
el género próximo o común a sólo las especies angélicas. Su género se tomará,
por consiguiente, de aquello que en los ángeles se derive necesariamente de su
inmaterialidad, como es, por ejemplo, su modo de intelectualidad u otros ca-
racteres parecidos.
Las diferencias específicas, que constituyen junto con el género común, cada
especie o individuo se tomarán de aquellas características que se deriven de
cada grado de participación, que implica cada especie angélica, que, como se ha
indicado, son completamente desconocidos para nosotros. Puede decirse, por
ello, que "los ángeles difieren específicamente según diversos grados de la natu-
raleza intelectual" 111 • De manera que: "Cuanto más elevado sea el ángel, con
tantas menos especies puede entender la universalidad de los inteligibles, para
lo cual es necesario que éstas sean más universales, en el sentido de que cada
una de ellas se extienda a más cosas. Un ejemplo aproximado de esto lo tene-
mos en nosotros mismos. Hay quienes no pueden captar la verdad intelectual a
menos de que se les explique con todos sus pormenores, cosa que proviene de la
debilidad de su entendimiento, y, en cambio, hay quienes, por tener un enten-
dimiento más poderoso, pueden en pocos principios ver muchas cosas" 11 2.
También podría establecerse las diferencias específicas por el grado de liber-
tad que poseen, porque: "el libre albedrío tiene un modo de ser más noble en los
ángeles superiores que en los inferiores, como asimismo lo tiene el juicio de su
entendimiento" 11 3 . Igualmente se podría hacer por sus actos, aunque hay que
tener en cuenta que: "El que conoce perfectamente algunas cosas, puede distin-
guir hasta en los más mínimos detalles los actos, las potencias y las naturalezas
de las mismas. Pero el que las conoce imperfectamente, sólo puede distinguirlas
en general, y tal distinción constará de menos partes [ .. . ].Nosotros conocemos
imperfectamente los ángeles y sus oficios [ ... ] de ahí que no podamos distinguir
más que en general los oficios y los órdenes de los mismos; y así es como se
contienen muchos ángeles en un mismo orden . Pero si conociésemos perfecta-
mente los ministerios de los ángeles y las peculiaridades de cada uno, sabríamos
perfectamente que en realidad cada ángel tiene su propio ministerio y su propio
111
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q50, a4, c.
11 2
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q55 , a3, c.
11 3
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q59, a3, c.
VI. La escala de los entes 231
orden, en mayor grado incluso que cada una de las estrellas, aunque para noso-
tros sea ahora desconocido" 114 •
Para lograr un perfecto conocimiento de la naturaleza angélica habría tam-
bién que tener en cuenta la maldad de algunos de ellos, que les supuso el estado
de condenación, ya que, como substancias intelectuales y libres, el abandono
del bien supone la culpa y el castigo. "Pecar[ . . .] consiste en que el acto se des-
vía de la rectitud que debe tener. El único acto que no puede desviarse de la
debida rectitud es aquel cuya regla es la virtud del mismo sujeto que obra; y as í,
por ejemplo, si la mano del artesano fuese la regla de cortar la madera, nunca
podría por menos de cortarla como se debe, pero si la rectitud del corte está
sujeta a otra regla, sucederá que a veces corta derecho y a veces torcido. Sólo la
voluntad de Dios es la regla de sus acciones, porque no está ordenada a otro fin
superior, y, en cambio, ninguna voluntad creada consigue la rectitud de su acto
sino en cuanto está conforme con la voluntad divina, que tiene por objeto el
último fin[ ... ]. Por tanto, únicamente la voluntad divina está exenta de pecado,
y, en cambio, en toda voluntad de la criatura puede haber pecado, conforme a la
condición de su naturaleza" ' 15 •
La posibilidad del mal está en la libertad participada del ángel. Toda libertad
que no es absoluta ni omnímoda, antes de alcanzar el último fin, antes de con-
seguir la bienaventuranza, tiene la posibilidad del mal. Santo Tomás aporta la
siguiente razón: "El libre albedrío se conduce, en cuanto a la elección de medios
para conseguir un fin, como la inteligencia respecto a las conclusiones. Pero es
indudable que la inteligencia tiene la virtud de llegar a diversas conclusiones
ateniéndose a principios conocidos, y, en cambio, cuando se encamina a las
conclusiones prescindiendo del orden de los principios, da muestras de ser de-
fectuosa. Por consiguiente, que el libre albedrío pueda elegir entre diversas co-
sas, conservando el orden al fin, pertenece a la perfección de la libertad, y, en
cambio, que elija algo apartándose del orden al fin, en que consiste el pecado, es
un defecto de la libertad"' 16•
Por su defectibilidad natural, algunos ángeles pecaron y Santo Tomás se in-
clina por sostener que el ángel: "pecó inmediatamente después del primer ins-
tante de su creación"' 17, realizando un acto intelectual y otro de libertad. "El
primer instante de los ángeles corresponde a la operación con la cual la mente
114
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, ql08, a3, adl.
11 5
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, l , q63, al , c. Precisa Santo Tomás, que : "Si hay algu-
na criatura que no pueda pecar, lo debe a un don de la gracia y no a la condición de su natu ra-
leza"; I, q63, a l , c. Enseña la fe la impecabilidad gratuita de la naturaleza humana de Cristo, de la
Virgen María y de los bienaventurados.
116
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q62, a8, ad3.
11 7
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a6, c.
232 Eudaldo Forment
118
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a6, ad4. Advierte el Aquinate que se entiende
por tie mpo e n lo s ángeles: "la sucesión de sus operaciones intelectuales y también la de las afec-
tivas"; I, q63, a6, ad4, ya que ellos no están sujetos a l tiempo de lo corpóreo .
119
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q62, a5 , adl.
120
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q62, a5 , adl.
12 1
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a6, ad3.
VI. La escala de los entes 233
122
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, I, q63, a3, c.
123
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a3, c.
234 Eudaldo Forment
124
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 1, q63, a3, c.
125
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a2, c.
126
Tomás de Aqu ino, Summa Theo/ogiae, 11-11 , q36, a2, c.
127
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q63, a2, c.
VI. La escala de los entes 235
128
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, 11-II, ql63, a l , c.
129
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q 163, a2, c.
236 Eudaldo Forment
Puede decirse que la decimocuarta tesis sobre las substancias simples es que
el género se toma de aquello que deriva de su inmaterialidad, y las diferencias
de aquello que se deriva de los diferentes grados de participación en el ser. So-
bre la última afirmación, Santo Tomás hace dos observaciones.
La primera observación sobre la constitución de la diferencia específica en
los ángeles consiste en la siguiente aclaración: aunque las diferencias tengan su
origen en una escala gradual de perfección, no implica que sean accidentales. Si
lo fueran no diversificarían las especies. Así, por ejemplo, el mayor o menor
grado en al posesión de la blancura, es decir, la distinta participación en esta
forma, no supone un cambio de especie en el color, únicamente que se es más o
menos blanco, una diferencia accidental dentro de la misma especie de blanco.
Las diferencias son esenciales porque provienen de una gradación de las mis-
mas formas o esencias respecto a la suprema perfección de ser, que es la que
produce la diversificación de las especies, tal como ocurre, por ejemplo, en la
escala de la vida vegetativa y sensitiva, que hay una jerarquía continua de gra-
dos de vida, que van constituyendo las distintas especies.
Según lo expuesto, la decimoquinta y última tesis sobre las substancias com-
puestas manifestaría que las diferencias accidentales o en los distintos modos,
en que se realiza la esencia, como hombre y mujer en la esencia humana, no
diversifican la especie. Lo que convierte en distintas a las especies es su distinto
grado de participación en el ser.
La segunda observación es que la distinción de las especies de las substan-
cias inmateriales creadas no es preciso que sea por dos diferencias, es decir, una
en cada una de las especies que se distinguen. En ellas sucede lo mismo que en
los otros entes, como, por ejemplo, en los animales, que es suficiente, para per-
tenecer a otra especie, una sola diferencia. De manera que la negación de una
característica, que entra en una especie, es bastante ya para especificar otra.
La tercera manera de estar la esencia en las substancias compuestas, ya se ha
tratado en los anteriores capítulos. En estas substancias, la esencia no es simple,
sino que se encuentra compuesta por dos principios intrínsecos, la forma y la
materia, pero también como la de las simples creadas, se compone con el ser
propio, que recibe y que, por tanto, limita según su capacidad. Este ser, igual
que el de las substancias simples creadas no es causado por su esencia, sino por
la causa primera o Dios.
Las substancias compuestas se diferencian también de las simples por otras
dos características de su esencia, además de la indicada de su composición real
esencial. Una es que, en los individuos, esta esencia se encuentra en una materia
signada. Otra, porque por esta materia corpórea, se individúa la misma esencia,
encontrándose, por tanto, varios individuos de cada especie.
VI. La escala de los entes 237
Estas tres diferencias, ya tratadas por Santo Tomás en los capítulos anterio-
res, le permiten obtener una nueva conclusión. La esencia de las substancias
compuestas no es absoluta, por ser limitada por la materia, al igual que lo es su
ser, que por estar limitado a su vez por la esencia, no es absoluto, sino finito. Si
se ha dicho que las substancias inmateriales son finitas e infinitas, por recibir el
ser y no ser recibida su esencia, puede también afirmarse que las substancias
materiales son completamente finitas, porque reciben el ser de lo superior y sus
esencias son recibidas por lo inferior.
Con esta conclusión de esta cuarta diferencia, Santo Tomás termina la expo-
sición del tercer modo de encontrarse la esencia en las diferentes clases de subs-
tancias. No lo complementa con el estudio de cómo es significada en las
intenciones lógicas, tal como ha hecho en este capítulo con los otros tipos de
substancias, porque indica que ya se ha efectuado en los capítulos anteriores. De
acuerdo con los criterios señalados en el Proemio de la obra, se ha empezado la
investigación por las substancias compuestas.
VII. LOS ENTES ACCIDENTALES
El sexto y último capítulo del opúsculo está dedicado a los accidentes. Deter-
minados los contenidos de las esencias de todas las clases de substancias y los
modos en que son expresadas en las intenciones lógicas, para completar este
estudio sobre el ente y la esencia, queda hacerlo en las esencias accidentales.
Comienza indicando Santo Tomás que los entes accidentales poseen también
esencia, aunque no sean entes en sentido propio. La entidad conviene de modo
principal a la substancia. Como se ha dicho al examinar la esencia de las subs-
tancias compuestas, los entes substanciales son los que tienen un ser propio.
Hay que admitir que los accidentes tienen esencia, porque la definición significa
lo que una cosa es y los accidentes pueden definirse, y, por consiguiente, deben
incluir una esencia.
No obstante, precisa seguidamente Santo Tomás, la esencia accidental es in-
completa. Afirmación que es la que constituye la primera tesis sobre la esencia
de los accidentes. Por ello: " De cualquier manera que se considere el accidente
tiene dependencia al sujeto, en cuanto a su noción" '.
Se prueba esta tesis también por su definición. En ella es necesario poner un
sujeto, la substancia en la que mediata o inmediatamente se encuentran inheri-
dos. Por tanto, su definición por necesitar un complemento, es incompleta. La
razón de que los accidentes se deban definir con su sujeto, del cual dependen,
está en que carecen de un ser propio. Por ello, tampoco subsisten o existen por
sí y en sí, sino que existen por el ser de la substancia. Son, por tanto, por otro y
en otro, dependiendo así del mismo.
Los accidentes tienen una existencia accidental, se encuentran como acci-
dentes en la realidad, pero carecen de ser propio, o un ser accidental. "Ningún
accidente tiene ser, sino que lo tiene su substancia por ellos" 2 • Su ser es el de la
substancia, a quien propiamente pertenece. "Los accidentes y formas no sub-
sistentes llevan el nombre de ' entes' no porque posean el ser por sí mismas, sino
porque algo es por ellas" 3 • De ahí que sean entes en otro sentido que el de las
substancias. "Como dice Boecio, ' el ser del accidente es estar en' . De donde el
accidente no se le llame ente como si tuviera ser él mismo, sino en cuanto algo
existe por él, por lo cual se llama mejor 'del ente' que 'ente' , como dice Aristó-
teles en la Metafísica, libro VII"4 .
No obstante, Santo Tomás , a continuación, se refiere a un "ser accidental", al
añadir que hay una primera coincidencia entre las formas substanciales y las
formas accidentales. Así como por la composición de los principios esenciales,
en las substancias compuestas de materia y forma, al quedar la esencia com-
pleta, puede advenirles el ser substancial propio y proporcionado a dicha esen-
cia; también de la composición de las entidades substancia y accidentes, que
constituyen el ente, en sentido propio, el ente completo, se sigue un ser acci-
dental.
Una segunda coincidencia, indicada también por Santo Tomás, se deriva de
esta primera. La forma substancial no es una esencia completa, como se advier-
te en su definición, ya que ésta incluye a la materia o el sujeto de la forma, y
ambas se distinguen realmente. Por ello, en la definición del alma como forma,
entra el cuerpo al que informa. Igualmente la forma accidental, como se ha di-
cho, es una esencia incompleta, porque se une a la substancia, como a su sujeto,
y por este motivo, debe ponerse también en su definición.
Con la expresión "ser accidental", que emplea Santo Tomás en este pasaje, y
a veces en otros de otras obras, no designa un ser propio del accidente, sino el
mismo ser substancial, pero en cuanto es poseído por las formas accidentales,
que lo hacen de un modo extrínseco y relativo, ya que quien lo posee intrínseca
y absolutamente es la substancia, a la que inhieren dichas formas. Respecto a
ellas, el ser propio de la substancia es un "ser accidental". Podría decirse, como
segunda tesis sobre los accidentes, que poseen un ser accidental, en cuanto el
único ser substancial es poseído por la esencia accidental de una manera extrín-
seca y relativa.
El ser en sí mismo, sin embargo, no es ni substancial ni accidental. Es única-
mente acto y perfección suprema, que entifica comunicando todas las perfec-
ciones del ente y le confiere la existencia. De manera que: "El ser, en cuanto tal,
no admite diversidad" 5 • La diversificación proviene de las esencias substancia-
les y accidentales que lo limitan a los distintos tipos de ente. Las substanciales
lo determinan fund amental y primariamente. Las accidentales, de modo com-
plementario y secundario. Por ello, en un ente substancial completo solamente
hay un único ser proporcionado a la esencia substancial, el cual es múltiple en
cuanto es determinado accidentalmente por las varias esencias accidentales de
esta substancia. En el ente, el ser accidental no sólo está en el mismo sino que
además es múltiple.
2. Primacía y causalidad
Una cuarta tesis sobre los accidentes , que completa la explicación de su na-
turaleza, es que la substancia es la causa de las formas accidentales propias.
Santo Tomás la prueba con el siguiente principio general: lo superior de un
género es la causa de todo lo demás que se encuentra en él. Así, por ejemplo, en
que a otro cualquiera [ ... ] pues Dios es amado cual principio del bien sobre el
que se funda el amor de caridad. Y el hombre se ama a sí mismo por razón de
que es partícipe de dicho bien; mientras que al prójimo, a causa de su asociación
a este bien . La asociación motiva el amor, pues implica una cierta unión en or-
den a Dios. Por eso, así como la unidad es superior a la unión, así también es
mayor incentivo de amor que el hombre participe del bien divino que el que
otro se le asocie en esta participación, y en consecuencia, el hombre debe
amarse más a sí mismo que al prójimo"'4. El hombre se ama a sí mismo, porque
es el que participa de la bienaventuranza, y después al prójimo porque está aso-
ciado a ella.
Dios comunica su infinita bondad al hombre, haciéndole así participar de su
misma bienaventuranza o felicidad. Sin esta primera comunicación divina no le
sería posible al hombre alcanzar el bien divino, ni, por tanto, tenerlo como pro-
pio. Por esa comunicación de bien al hombre es posible su caridad o amistad
con Dios, porque: "Habiendo cierta comunicación del hombre con Dios, en
cuanto nos comunica su bienaventuranza, sobre tal comunicación es menester
cimentar alguna amistad [ ... ]. Y el amor fundado en esta comunicación es la
caridad. Por donde es claro que la caridad es una amistad del hombre con
Dios" 15 •
Desde las criaturas la razón humana puede ascender hasta Dios como Crea-
dor, obteniendo un concepto filosófico de Dios en su naturaleza, porque: "El
poder creador de Dios es común a toda la Trinidad, y, por ello, pertenece a la
unidad de su esencia" 16 • Igualmente la razón humana permite que "se pueda
considerar la naturaleza divina como subsistente y como persona" 17, porque: "en
Dios, es idéntico lo que es y aquello por lo que es; por tanto, todo lo que se
atribuye a Dios en abstracto, considerado aparte del resto, será algo subsistente,
y, por lo tanto, una persona, ya que tal atributo pertenece a una naturaleza inte-
lectual"' 8. Este conocimiento racional de Dios como Creador y como Persona
no posibilita un amor de amistad con Él, únicamente un amor de benevolencia,
fruto del deseo natural de amar a Dios más que a sí mismo.
Incluso el ser humano puede conocer la infinita Bondad de Dios, pero por sí
mismo no puede alcanzar este bien, tener amistad con Dios. Si el mismo Dios
no se da al hombre como amigo, éste no puede tener amistad con Él, compartir
la misma vida de Dios, tener comunicación con ella.
14
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-II, q26, a4, c.
15
Tomás de Aquino, Summa Theo logiae, 11-IJ, q23, al, c.
16
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q32, al , c.
17
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, IIJ, q3, a3, ad!.
18
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q3, a3, ad 1.
244 Eudaldo Forment
Dios se da al hombre como amigo y, por ello, éste puede corresponderle, te-
ner amistad con Él. Esta amistad le supone que pueda poseer de algún modo su
infinita bondad en cuanto bienaventuranza comunicada o en común compartida
de alguna manera. Gracias a la comunicación vital divina, por la que Dios hace
feliz al hombre, éste comparte la vida de Dios, está en comunión con ella. Dios
hace partícipe al hombre de su vida y, por tanto, de su felicidad, lo que permite
que el hombre le tenga amistad o caridad.
Esta amistad con Dios, tiene, por tanto, un origen sobrenatural. Se posee por
infusión divina. "La caridad es una amistad del hombre con Dios fundada en la
comunicación de la bienaventuranza eterna. Esta comunicación no se da según
dones naturales, sino gratuitos [ ... ] por lo cual, no podemos tener la caridad
naturalmente, ni adquirirla por las fuerzas naturales, sino por la infusión del
Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, cuya participación en noso-
tros es la misma caridad creada" 19•
La comunicación por Dios de su vida divina al hombre hace posible el amor
teologal. La amistad entre el hombre y Dios es por esta comunicación. Puede
decirse además que el primer amor con que Dios ama a los hombres es el
mismo con que estos pueden amar a Dios. "En cuanto a cierta unión espiritual el
hombre de alguna manera se transforma en aquel fin último, lo cual hace la
caridad" 2º. El amor de Dios, que es creador, crea en el hombre la vida divina,
que es la que permite amar a Dios.
La perfección natural, por su carácter de natural y, por tanto, por su despro-
porción, no es merecedora del don de la caridad. Ni tampoco la disposición
previa o la preparación del sujeto, porque: "Incluso esa misma disposición o
impulso los causa el Espíritu Santo, moviendo más o menos la mente del hom-
bre según su voluntad"21 • Además: "La cantidad de caridad no depende de la
condición de la naturaleza o de la capacidad de la virtud natural, sino sólo de la
voluntad del Espíritu Santo, que reparte sus dones como quiere" 22 •
Sostiene asimismo Santo Tomás que: "Siendo el fin de la caridad uno, asa-
ber: la Bondad Divina, es también una la comunicación de la bienaventuranza
eterna sobre la que se cimienta esta amistad". Por ello: "es el mismo específica-
mente el acto con que se ama a Dios y el acto con el que se ama al prójimo" 23 •
El amor de caridad es único. Con el mismo movimiento y, por tanto, a la vez, el
hombre ama a Dios, más que todo, se ama a sí mismo, aunque con un amor
19
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-II, q24, a2, c.
20
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-11, q62, a3, c.
21
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, TI-TI, q24, a3, adl.
22
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-11 , q24, a3, c.
23
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q25, a l , c.
VIL Los entes accidentales 245
24
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q2, a2, adl.
25
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q23, a8.
26
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q23, a7.
27
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q23, a8, c.
28
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-11, q23, al , c.
29
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 11-11, q23, a7, ad !.
30
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q24, a2, c.
31
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-11 , q26, a4, c.
32
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q25, a7, c.
246 Eudaldo Forment
Se debe amar también al cuerpo no sólo con amor natural, que ordenado es
lícito e incluso obligatorio, por ser parte esencial de la naturaleza humana, sino
también con amor de caridad. Santo Tomás da dos razones. La primera, porque
es un instrumento para alcanzar la felicidad eterna. " La naturaleza de nuestro
cuerpo no ha sido creada por el principio del mal, como dicen las fábulas mani-
queas, sino por Dios ; por lo cual podemos usarlo en servicio de Dios [ . .. ]. Y
así, por el amor de caridad con que amamos a Dios, debemos también amar
nuestro cuerpo" 33 .
La segunda razón es porque el cuerpo es capaz de bienaventuranza por re-
dundancia de la gloria del alma. " Aunque nuestro cuerpo no puede gozar de
Dios conociéndole y amándole, con todo, por las obras que hacemos con el
cuerpo podemos llegara a la acabada fruición de Dios. Por lo cual, del gozo del
alma redunda cierta bienaventuranza en el cuerpo [ .. . ]. De esta manera, por ser
el cuerpo de algún modo partícipe de la bienaventuranza, puede amarse con
amor de caridad" 34 .
De acuerdo con el mandato "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y puesto
que antes que el ejemplado está el ejemplar, "el hombre debe amarse a sí mismo
más que al prójimo" 35 , en cuanto a lo espiritual, como se ha dicho. Pero con una
precisión: se debe amar más el bien espiritual del prójimo que el propio bien
corporal. El motivo es porque el alma participa directamente de la bienaventu-
ranza eterna, mientras que los cuerpos sólo lo hacen indirectamente. "Nuestro
cuerpo es más allegado a nuestra alma que el prójimo en razón de constituir la
propia naturaleza; pero, en cuanto a la participación de la bienaventuranza, ma-
yor es la alianza del alma del prójimo con la nuestra que la del cuerpo propio" 36 .
De esta doctrina se infiere que es más valiosa la vida eterna del prójimo que
la propia vida corporal. Sin embargo, es más valiosa la propia que la del pró-
jimo. "La confirmación de esto es que el hombre no debe incurrir en el mal del
pecado, que contraría a la participación de la bienaventuranza, para librar al
prójimo de un pecado" 37.
La tesis de la primacía del amor a sí sobre el del prójimo es algo natural para
el hombre. Es una inclinación de su naturaleza que cada hombre se ame a sí
mismo. Incluso este amor es necesario para que pueda tenerse amistad con el
prójimo. Sobre esta inclinación natural de amor a sí mismo se funda el precepto
de ley de naturaleza de amor a sí y de amistad. Este deber natural es a su vez
33
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-II, q25, a5, c.
34
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-IJ, q25, a5, ad2.
35
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-TT, q26, a4, se.
36
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, II-II , q26, a5, ad2.
37
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q26, a4, c.
VIL Los entes accidentales 247
38
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q25, a4, c.
248 Eudaldo Forment
39
Tomás de Aquino, Summa Theo!ogiae, 11-II, q26, al 3, se.
40
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, TI-TI, q26, al 3, ob3.
41
Tomás de Aquino, Summa Theo /ogiae, II-II , q24, a8, c.
42
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-II, q24, a l 2, c.
VIL Lo s entes accidentales 249
43
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 11-11, q26, a l 3, ad3.
250 Eudaldo Forment
44
Juan de Santo Tomás, De caritate, E. Québec, n. 89, 25 -26.
45
Sobre el objeto del acto contemplativo, el bien divino, se lee en la Escritu ra: "Ahora vemos
en espejo y en enigma, entonces cara a cara" (1 Corintios, 13, 12), de manera que: "Seremos se-
mejantes a Él porque le veremos como es" (Juan, 3, 2).
VIL Lo s entes accidentales 251
46
Cfr. R. Orlandis, "El último fin del hombre en Santo Tomás", Manresa (Madrid), 1942 (14),
pp . 7-25; 1942 ( 15), pp. 107-11 7; y 1943 (19), pp. 34-53.
47
Tomás de Aquino, De veritate, ql , a l , c.
252 Eudaldo Forment
48
Cfr. A. L. González, Ser y participación, Eu nsa, Pamplona, 1979, p. 163.
49
Tomás de Aquino, De malo, q 1, a l , ad I J.
50
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, I, q77, a6, c.
51
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a6, ad2.
254 Eudaldo Forment
feccionada por los actos accidentales, ya que "la forma accidental sobreviene
para complementar el sujeto" 52 , la substancia es su causa final. Es causa efi-
ciente de los accidentes, en cuanto que los produce en acto. "Los accidentes
propios no emanan del sujeto por medio de transformación alguna sino por na-
tural resultancia, al modo como de una cosa resulta naturalmente otra; por ejem-
plo, de la luz el color" 53 •
La substancia puede ser causa de los accidentes, aunque esté en potencia
para recibirlos, porque es ente en acto. De manera que: "El accidente es causado
por el sujeto en cuanto que el sujeto está en acto, y es recibido en él en cuanto
que está en potencia" 54.
En las substancias compuestas, continúa explicando el Aquinate los acciden-
tes pueden distinguirse por su origen substancial. Como, en ellas, la esencia está
constituida por la forma y por la materia, es posible clasificar los accidentes
según que se deriven principalmente de uno u otro de los dos principios esen-
ciales substanciales. Aunque los accidentes proceden de ambos principios, uno
de ellos tiene una mayor influencia en su producción y se manifiesta más clara-
mente en el accidente correspondiente. La quinta tesis de los accidentes expresa
esta división entre los que derivan sólo o principalmente de la forma y los que
lo hacen principalmente de la materia.
Advierte, no obstante, Santo Tomás que, entre los accidentes que se originan
de la forma, no siempre interviene también la materia en su producción. Lo que
ocurre cuando a la forma le pertenece el ser del compuesto, y es, por tanto, sub-
sistente, como sucede, según se ha dicho, en el alma humana, substancia inma-
terial, que es forma del cuerpo. De ahí que los accidentes que causa no tengan
una relación esencial con la materia. Por ejemplo, el entender, que, como tam-
bién se ha explicado, no requiere la intervención intrínseca de la materia para su
ejercicio, únicamente de manera extrínseca e indirecta, en cuanto que es una
condición para su ejercicio humano. Por ello, indica Santo Tomás, que el enten-
der en sí mismo no necesita de ningún órgano corporal.
No sucede lo mismo con los accidentes emanados de las otras formas, las
que reciben el ser conjuntamente con la materia, se relacionan intrínsecamente
con ésta última. Así, por ejemplo, el sentir, que es un accidente que se deriva
principalmente de la forma sensitiva o alma animal, la cual depende del cuerpo
en la posesión del ser, guarda una relación intrínseca con los órganos corpora-
les, que deben concurrir necesariamente en esta operación sensible.
52
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a6, c.
53
Tomás de Aquino, Summa Theo/ogiae, I, q77, a6, ad3.
54
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a6, c.
VIL Lo s entes accidentales 255
55
Tomás de Aquino, De anima, a14, c.
256 Eudaldo Forment
sarla como género y especie, tal como se hace con la esencia substancial, com-
puesta de materia y forma.
En segundo lugar, el compuesto substancial puede colocarse adecuadamente
en el predicamento de la substancia. Por esto, se puede afirmar de los términos
que significan toda la esencia del compuesto, su esencia concreta, pertenecen
directamente al género supremo de substancia, tanto si se refieren la concreto
singular o individuo, como al concreto común, que expresan el género y la es-
pecie. Así, por ejemplo, Sócrates, hombre y animal pueden incluirse propia-
mente en la categoría de substancia.
Por el contrario, el compuesto de substancia y accidentes no puede, colo-
carse en los predicamentos de los accidentes. A diferencia del compuesto subs-
tancial no pertenecen directamente a ninguna categoría.
En tercer lugar, de los constitutivos de la esencia substancial, no puede de-
cirse que estén comprendidos de modo propio o directo en el predicamento de la
substancia. La materia y la forma en sí mismas no son ni substancia ni acciden-
tes. No pueden situarse en ninguna categoría. No obstante, se encuentran inclui-
das de una manera indirecta, y, por ello, impropia, en el predicamento substan-
cial. Por consiguiente, sólo se colocan en esta categoría por reducción en cuanto
constitutivos intrínsecos, no, en cambio, en cuanto a lo que son. Pertenecen al
predicamento de la substancia en cuanto se convierten en principios de la subs-
tancia. De un modo parecido, de los términos que significan el compuesto subs-
tancial accidental no es posible decir que pertenecen a las categorías accidenta-
les. Ni en cuanto designan a un compuesto individual, ni al compuesto de una
manera común, expresado como género o especie, como, por ejemplo, blanco o
músico.
No obstante, los términos que expresan el compuesto de substancia y acci-
dentes, al igual que los constitutivos de la substancia, pueden considerarse como
incluidos en los predicamentos accidentales, aunque no de una manera propia y
directa. Su pertenencia a ellos, a semejanza de los constitutivos intrínsecos de la
esencia substancial con respecto al predicamento de la substancia, es por reduc-
ción a una parte de su significado.
Sin embargo, también en este parecido hay una diferencia con los entes subs-
tanciales. Los nombres que expresan todo el compuesto accidental, los nombres
que significan la esencia concreta, están en la categoría accidental reductiva-
mente solamente en cuanto también significan uno de los dos constitutivos del
compuesto, el accidente, de un modo abstracto, como una parte de su significa-
ción total. Así, por ejemplo, los nombres concretos de blanco y músico entran,
como género o especie, en el correspondiente predicamento o género supremo,
por manifestar la blancura o la música.
258 Eudaldo Forment
56
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, 1-II, q53, a2, ad3.
VIL Los entes accidentales 259
57
Tomás de Aquino, In Metaphysicam, V, lect9, 1111889-890.
260 Eudaldo Forment
Con este estudio sobre los accidentes, Santo Tomás finaliza el opúsculo, re-
cordando para concluir, que en él se ha determinado, tal como se había pro-
puesto en el Proemio, lo que es el ente y sus contenidos en todas las clases de
entes. Por tanto, en las substancias, tanto en las simples, es decir, Dios, los án-
geles y las almas humanas, como en las compuestas, y también en los acciden-
tes. Igualmente se han expuesto los distintos modos en que sus contenidos se
encuentran expresados en las intenciones lógicas de todos los entes, a excepción
de Dios que, por su atributo de la simplicidad absoluta, no tiene género, especie
o definición, ni diferencia.
La lectura del opúsculo De ente et essentia revela, en definitiva, que es un
resumen esencial de toda la visión filosófica de la realidad, que después Santo
Tomás fue exponiendo en sus posteriores obras. En el orden admirable, con que
está expuesto, se descubren treinta y tres tesis, que articulan toda la explicación.
Las tesis, que en este estudio introductorio, se han ido explicitando, comentando
58
Tomás de Aqu ino, Summa Theo /ogiae, 1-II, q53, a2, ad3.
59
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q28, a4, c.
VIL Lo s entes accidentales 261
EL ENTE Y LA ESENCIA
PROEMIO
Aristóteles, De cae/o et mundo, I, 5, A 27 1b 8-1 3: " Porque una ligera desviación de la verdad
muchas veces se hace mucho mayor[ ... ] por lo cual lo que al principio es pequeño se hace mu cho
más grande al final ". Cfr. Tomás de Aquino, In de cae/o, I, lect9.
Cfr. Tomás de Aquino, De veritate, q 1, a l ; Summa Theologiae, I, q5, a2.
Avicena, Metaphysica, tract. I, c. 6 (Ed. Venet. , 1508, f. 72b, A) : " El ente, la cosa y lo nece-
sario son tales que al instante se imprimen en el alma en una primera impresión, que no se ad-
quiere de otras más conocidas".
CAPÍTULO PRIMERO
3. Hay que saber que, como dice Aristóteles en Metaphysica 1 , el ente en sen-
tido propio se dice doblemente: de un modo, que se divide en los diez géneros;
de otro modo, que significa la verdad de las proposiciones. La diferencia entre
ellos es porque, por el segundo modo, puede decirse ente a todo aquello sobre lo
que puede formarse una proposición afirmativa, aunque esto no ponga nada en
la realidad; por este modo las privaciones y las negaciones se dicen entes, así
decimos que la afirmación es opuesta a la negación, y que la ceguera está en el
ojo. Pero, por el primer modo, no puede decirse ente si no a lo que pone algo en
la realidad. Por eso, por el primer modo, la ceguera y similares no son entes .
4. Así pues, el nombre de esencia no se obtiene del ente dicho por el segundo
modo; pues algunas cosas, que no tienen esencia, se dicen entes por este modo,
como es patente en las privaciones; sino que la esencia se toma del ente dicho
por el primer modo. Por eso, el Comentador, en el mismo lugar, dice que " el
ente dicho por el primer modo es lo que significa la substancia de la cosa" 2 • Y
porque, como se ha dicho, el ente dicho de este modo se divide en diez géneros,
es necesario que la esencia signifique algo común a todas las naturalezas, por
las que los diversos entes se colocan en los diversos géneros y especies, como la
humanidad es la esencia del hombre, y así en las otras.
5. Y porque aq uello por lo que la cosa se constituye en su propio género o
especie es lo que se significa por medio de la definición, que indica lo que la
cosa es, de ahí que el nombre de esencia haya sido cambiado por los filósofos
en el término de quiddidad; y esto es lo que el Filósofo frecuentemente llama
"el ser aquello que era"3 , esto es, aquello por lo cual una cosa ha de ser tal cosa.
primera y simple que es Dios. Pero, porque las esencias de aquellas substancias
concibe como la forma universal en cuanto determina al ente e n lo que es, "quid est", al unirse a
la materia.
Avicena, Metaphysica, II, c. 2 (Ed. Venet., f. 76r): "Ni la certeza extrínseca que llega por la
forma"; A Roland-Gosselin (Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d 'Aquin, p. 4, n. 1) le parece
que puede ser el sigui ente pasaje: "Cada uno de lo s números tiene ce1teza propi a y forma propi a,
que el alma concibe de ellos, y la misma certeza es su unidad, que es lo que es"; Metaphysica, III,
c. 5 (Ed. Venet., 1508, f. 80b).
Boecio , De persona et duabus naturis, c. l : "Pues si es válido que la naturaleza se diga de
todas las cosas, se dará tal definición, que puede incluir todas las cosas que son. Por tanto, será de
este modo: la natural eza es propia de las cosas que, en cuanto son, pueden concebirse de algún
modo".
Aristóteles, Metaphysica, V, 4 10 15 a 12. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, V, lect5,
n823.
Cfr. Aristóteles, Metaphysica, VII, 2, 1028 b 28. En este libro, que, como indica Roland-
Gosselin : "E l mismo Aristóteles llama 'de la esencia y el ente' , e ncontramos no sólo uno de los
títulos dados al opúscu lo de Santo Tomás, sino preocupaciones semejantes a las del De ente et
essentia y un orden idé ntico"; M. D. Roland-Gosselin, Le 'De ente et essentia ' de S. Thomas
d'Aquin, pp. 5-6, n. 2.
El ente y la esencia, e l 269
son más ocultas para nosotros, por ello se debe empezar por la esencia de las
substancias compuestas, para que por lo más fácil el aprendizaje sea más ade-
cuado8.
Cfr. Tomás de Aquino, In. Physicam, IJ, lect4, n2; In Metaphysicam, VIJ, lect2.
Alude a un texto, citado en el sig lo XIJ (cfr. San Alberto Magno, In I Sen.tentiarum., d22, a4,
c.) que se refería a un pasaje del capítulo I, titulado La substancia, de su Comentario a las Cate-
gorías (J. P. Migne, PL 64, c. 184a), y que no se encuentra en las obras de Boecio. En este lugar,
sobre el compuesto substancial, se puede leer: "Porque hay tres cosas en la substancia: la materia,
la especie y lo que resulta de ambas, la substancia compuesta y unida en todos los sentidos". Sin
embargo, como advierte Roland-Gosselin: "En este párrafo, no se trata la cuestión de equivalencia
con los términos griegos"; M. D. Roland-Go sselin, Le 'De ente et essentia' de S. Thomas
d'Aquin., p. 8, n. 1.
Boecio , De persona et duabus naturis, c. IJ, J. P. Migne, PL, 64, c. 1344: "En efecto, ni
Grecia es pobre en palabras, como alude Marco Tulio, pues traduce esencia, subsistencia, persona
en otras tantas palabras; la esencia que llaman ousía ( .. .]. Así pues, es lo mismo ousía que esen-
cia".
A vicena, Metaphysica, V, c. 5 (Ed. Yenet. , 1508, f. 90a F): "El compuesto no tiene esta in-
tención (la intención de la form a), porque está compuesta (la quiddidad) de materia y form a, ya
que ésta es la quiddidad del compuesto, y la quiddidad tiene esta composición".
Averroes, Aristotelis Metaphysicorum libri, VII, 7, comen. 27 (Ed. Yenet. , 1552, f. 83c 41 ):
"Y he mostrado esto, tal como aparece, que la naturaleza, que tiene la especie en las cosas gene-
rables, es algo medio, esto es, compuesto de materia y forma".
Cfr. Tomás de Aquino, In I Sententiarum, d23, q 1, a l ; Quodlibeto, IJ, a4.
El ente y la esencia, c2 273
Cfr. Tomás de Aquino, In de Trinitate, l, q2, a2; Summa Theologiae, l , q76, a6.
11
Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q85, al , ad2. Explica Roland-Gosselin que: "El
término ' materia signata' , cuyo primer origen se ha de fij ar quizá en algunos textos de Boecio, es
con-ientemente empleado por el traductor de Avicena, y parece que fue él quien lo introdujo en la
terminología esco lástica. El traductor de A ven-oes emplea en el mi smo sentido, el término ' mate-
ria demostrata' . El primer sentido de los dos términos es el de designar, mostrar"; M. D. Roland-
Gosselin , Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d'Aquin, p. 11 , n. l.
12
A veIToes, Aristotelis Metaphysicorum. libri,, VII, 5, co1n. 20 (Ed. Venet., 1552, f. 80a 23):
"Sócrates, en efecto , nada más es que animalidad y racionalidad, que son su quiddidad".
13
Cfr. Avicena, Metaphysica, V, 6 (Ed . Venet., 1508, F. 88a A).
274 Tomás de Aquino
pues, el término cuerpo puede tomarse de varias maneras 14• En efecto, cuerpo,
en cuanto está en el género de la substancia, se llama así por el hecho de tener
tal naturaleza, que se le puedan designar tres dimensiones, pero las mismas
dimensiones designadas son el cuerpo que está en el género de la cantidad.
Ahora bien, sucede en la realidad que lo que tiene una perfección, llega a tener
también una perfección ulterior, como es patente en el hombre, que tiene natu-
raleza sensitiva y además la intelectiva. También semejantemente y sobre esta
perfección, que es tener una forma tal que en ella puedan designarse las tres
dimensiones, puede añadirse otra perfección, como la vida o alguna semejante.
Por consiguiente, el término cuerpo puede significar una cosa que tenga tal
forma, de la cual se siga la posibilidad de designársele las tres dimensiones
exclusivamente, es decir, de manera que ninguna perfección ulterior se siga de
aquella forma, pero si se sobreañade alguna otra cosa, que sea fuera de la signi-
ficación del cuerpo así considerado, y de este modo el cuerpo será una parte
material e integral del animal, porque así el alma estará fuera de lo significado
por el término cuerpo, y será añadida al cuerpo mismo, de modo que de los dos,
es decir, del alma y del cuerpo, como de dos partes, se constituye el animal.
13. El término cuerpo también puede tomarse de modo que signifique algo
que tiene tal forma, por la que pueden designarse en él tres dimensiones, cual-
quiera que sea aquella forma, ya pueda provenir de ella alguna perfección ulte-
rior, ya no; y de este modo cuerpo será el género de animal, porque en animal
nada se puede tomar que no esté contenido implícitamente en cuerpo. En efecto,
el alma no es otra forma de aquella por la que podrían designarse en ella tres
dimensiones, y, por esto, cuando se decía: "cuerpo es aquello que tiene tal
forma, por la que pueden designarse en él tres dimensiones", se entendía que
fuera cualquier forma, ya sea la animalidad, ya sea la petreidad , ya sea cual-
quiera otra forma. Y así la forma del animal se contiene implícitamente en la
forma de cuerpo, en cuanto cuerpo es su género .
14. Y también tal es la relación del término animal respecto al del hombre.
En efecto, si animal nombrara sólo una cosa, que tuviera tal perfección que
pudiera sentir y moverse por un principio existente en ella, con exclusión de
otra perfección, entonces cualquier otra perfección ulterior que se añadiera, se
relacionaría al animal a modo de parte, y no como contenida implícitamente en
la noción de animal, y así animal no sería género; pero es género en cuanto
significa una cosa de cuya forma puede provenir la sensación y el movimiento,
cualquiera que sea aquella forma, ya sea solamente alma sensible, ya sea sensi-
ble y racional a la vez.
15. De este modo, por consiguiente, el género significa indeterminadamente
todo lo que está en la especie, no significa, en efecto , sólo la materia. También
14
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VII, lect l 2, ni 547.
El ente y la esencia, c2 275
15
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q85, a3, ad4.
16
Avicena, Metaphysica, V, c. 6 (Ed. Venet., f. 90c B-C): "Diremos también que el género se
predica de la especie, en cuanto que es parte de su quiddidad; y se predica de la diferencia en
cuanto que es el que la acompaña, no parte de su quiddidad [... ]. Diremos, por consiguiente,
ahora que la diferencia no conviene con el género, en la quiddidad, que se le predica; difiere, por
consiguiente, de él por sí misma".
17
Cfr. Averroes, Aristotelis Metaphysicorum. libri, VII, 3, com. 17 (Ed. Venet. , f. 78b l 7ss. ).
18
Aristóteles, Metaphysica, III, 3, 998 b 24. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, II, lect8.
19
Aristóteles, Topica, IV, c. 2, 122 b 20; VI, c. 6, 144 a 32.
20
Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VII, lectl 2, nl 549; In Analytica Posteriora, I lectl 2.
21
Avicena, Metaphysica, V, 5 (Ed. Venet., f. 89a D): "Las diferencias de las especies salen de
sus formas y los géneros de sus materias correspondientes a sus formas; aunque los género s y las
diferencias, en cuanto que son materias y forma s, no son sus materias ni sus formas". Cfr. Ave-
rroes, Aristotelis Metaphysicorum libri, VIII, com. 6 (Ed. Venet., 1552, f. 101 a 16); y Tomás de
Aquino, In II Sententiarum, d3, q 1, a5, c.
276 Tomás de Aquino
22
A verroes, Aristotelis Metaphysicorum libri, V, 5 (Ed. Venet. , 1508, f. 89b A): "Cuando defi-
nimos diciendo, por ejemplo , que hombre es animal racional, no queremos decir con esto que
hombre sea la unión de animal y racional , sino que queremos decir con ello que el mismo que es
animal es racional, porque, por así decirlo, animal en sí es algo, cuyo ser no está terminado, como
antes hemos dicho, sino cuando el mi smo animal habrá sido racio nal" . Cfr. V, 5 (Ed. Venet. , f.
89b E).
23
A ve1rnes, Aristotelis Metaphysicorum libri, V, 5 (Ed. Venet. , 1508, f. 89b D).
24
Averroes, Aristotelis Metaphysicorum libri, XI, com. 14 (Ed. Venet. , 1552, f. 141 c 53d 18);
Cfr. I, com. 17 (Ed. Venet., 1552, f. 7b 25.40).
El ente y la esencia, c2 277
ahí se sigue que así como lo que es género, en cuanto se predica de la especie,
implica en su significación, aunque indistintamente, todo lo que determinada-
mente está en la especie, así también lo que es especie, según que se predica del
individ uo, es preciso que signifique todo lo que esencialmente está en el indivi-
duo, aunque indistintamente. Y de este modo la esencia de la especie se signi-
fica por el nombre de hombre, por eso hombre se predica de Sócrates. Pero si se
significa la naturaleza de la especie con supresión de la materia designada, que
es el principio de individuación, se tendrá por modo de parte; y de este modo es
significada con el término de humanidad; pues humanidad significa aquello por
lo cual el hombre es hombre. Pero, la materia designada no es aquello por lo
cual el hombre es hombre, y así no está contenida de ningún modo en las cosas
por las que el hombre se constituye como hombre. Por consiguiente, porque
humanidad en su concepto incluye sólo aquello por lo que el hombre se consti-
tuye como hombre, es patente que de su significación se excluye o se suprime la
materia designada; y porque la parte no se predica del todo, se sigue que huma-
nidad no se predica ni del hombre ni de Sócrates 25 . Por eso, dice Avicena26 que
la quiddidad del compuesto no es el mismo compuesto del cual es la quiddidad,
aunque también la misma quiddidad sea compuesta, como humanidad, aunque
sea compuesta, no es, sin embargo, el hombre; es más, es preciso que sea reci-
bida en algo que es la materia designada.
19. Pero porque, como se ha dicho, la designación de las especie respecto del
género es por las formas, y la designación del individuo respecto de la especie
es por la materia, por esto es preciso que el término que significa aquello de
donde se toma la naturaleza del género con exclusión de la forma determinada
que perfecciona a la especie, signifique la parte material del todo, como el
cuerpo es la parte material del hombre. En cambio, el término que significa
aquello de donde se toma la naturaleza de la especie, con exclusión de la mate-
ria designada, significa la parte formal. Y, por esto, humanidad se significa
como una cierta forma, y se dice que es la forma del todo 27 ; pero no como aña-
dida a las partes esenciales, es decir, a la forma y a la materia, como la forma de
la casa se añade a sus partes integrales, sino más bien es una fo rma que es el
todo, es decir, que comprende la materia y la forma, con exclusión, sin em-
bargo, de aquello por lo que la materia es naturalmente designada.
25
Tomás de Aquino, In I Sententiarum, d23, ql , a l , c.
26
Avicena, Metaphysica, V, 5 (Ed. Venet., 1508, f. 90a F).
27
La expresión "forma del todo" [fo rma totius], indica Roland-Gosselin: "no se encuentra en la
traducción de las obras de Avicena. Su origen verbal se ha de bu scar indudablemente en las fór-
mulas aristotélicas. Pero la influencia del neoplatonismo parece que condicio nó su empleo siste-
mático"; M. D. Roland-Gosselin, Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d 'Aquin, p. 22, n. 1.
278 Tomás de Aquino
20. De este modo, por consiguiente, es patente que la esencia del hombre es
significada por el término hombre y el término humanidad la significan, pero de
diverso modo, como se ha dicho: porque este término hombre la significa como
un todo, o sea, en cuanto que no suprime la designación de la materia, sino que
la contiene implícita e indistintamente, como se ha dicho que el género contiene
la diferencia, y por tanto este término se predica de los individuos. En cambio,
este término humanidad la significa como parte, porque en su significado no
contiene sino lo que es del hombre en cuanto es hombre, y excluye toda desig-
nación de la materia, por eso no es predicada de los hombres individuales. Y
por esto, algunas veces el término esencia se predica de la cosa; se dice, en
efecto, que Sócrates es una cierta esencia; y, otras veces, se niega, tal como
decimos que la esencia de Sócrates no es Sócrates 28 .
28
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VII, lect 11 , nn 1535-1536.
CAPÍTULO TERCERO
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, ql 1, a3. Segú n Roland-Gosselin: "En todo este
texto hasta el fin del capítulo, Santo Tomás sigue muy de cerca el texto de Avicena: Metaphysica,
V, I, 2"; M. D. Roland-Gosselin, Le 'De ente et essentia' de S. Thomas d 'Aquin, p. 24, n. l.
Cfr. Tomás de Aquino, STh I q55 a3 ad l. ****
El ente y la esencia, c3 281
29. Ahora queda por ver cómo se encuentra la esencia en las substancias se-
paradas, es decir, en el alma, en las inteligencias y en la causa primera. Aunque
todos admitan la simplicidad de la causa primera, sin embargo, algunos se es-
fuerzan por introducir la composición de materia y forma en las inteligencias y
en las almas, el autor de esta posición parece haber sido Avicebrón, en el Fons
vitae 1• Pero esto se opone a la afirmación común de los filósofos, que llaman a
estas substancias separadas de la materia y prueban que son sin materia nin-
guna. La mejor demostración de esto es por la virtud de entender que hay en
ellas 2 . Vemos, en efecto, que las formas no son inteligibles en acto, sino en
cuanto están separadas de la materia y de sus condiciones; ni se hacen inteligi-
bles en acto sino por virtud de las substancias inteligentes, según que son recibi-
das en ella y según que son actuadas por ella. Por eso es preciso que en cual-
quier substancia inteligente sea total la inmunidad de la materia, de modo que ni
tenga la materia como parte de sí, ni tampoco sea como la forma impresa en la
materia, como es propio de las formas materiales 3 .
30. Ni puede sostenerse que no impida la inteligibilidad cualquier materia,
sino sólo la materia corporal. Pues, si esto fuese sólo por razón de la materia
corpórea, como la materia no se dice corpórea sino en cuanto está bajo la forma
corpórea, entonces sería preciso que el impedir la inteligibilidad de la materia
fuese por la forma corpórea. Y esto no puede ser, porque la misma forma corpó-
rea es inteligible en acto, como las otras formas, según son abstraídas de lama-
teria. Por eso, en el alma o en la inteligencia no hay en ningún modo composi-
ción de materia y forma, como si en ellas se diese la materia como sucede en las
substancias corpóreas, sino que en ellas hay composición de forma y ser. Por
eso en el comentario de la novena proposición del De causis, se dice que la
inteligencia es aquello que tiene forma y ser4, y se toma aquí la forma por la
misma quiddidad o naturaleza simple.
31. Y es fácil de ver cómo es esto posible. En efecto, todas aquellas cosas
que se relacionan entre sí, de manera que una es la causa del ser de la otra,
aquella que tiene la razón de causa puede tener el ser sin el otro, pero no vice-
versa. Ahora bien, tal es la relación que se da entre la materia y la forma, porque
la forma da el ser a la materia, y por esto es imposible que la materia sea sin al-
guna forma; sin embargo no es imposible que sea alguna forma sin la materia.
En efecto, la forma en cuanto forma no dependiente de la materia. Pero si se
encuentran algunas formas, que no pueden ser sino en la materia, esto les su-
cede en cuanto están distantes del primer principio, que es Acto Primero y Puro.
Por eso, aquellas formas que están muy próximas al primer principio, son for-
mas subsistentes por sí sin materia. En efecto, como se ha dicho, la forma, to-
mada en su generalidad, no necesita de la matera; y formas de este tipo son las
inteligencias; y por esto no es preciso que las esencias o quiddidades de estas
substancias sean otras que la misma forma.
32. La esencia de la substancia compuesta y la esencia de la substancia sim-
ple difieren en cuanto la esencia de la substancia compuesta no es tan sólo
forma, sino que comprende materia y forma; en cambio, la esencia de las subs-
tancias simples es sólo forma. Y de esto se derivan otras dos diferencias. Una,
que la esencia de la substancia compuesta puede significarse como todo o como
parte, lo que sucede por causa de la designación de la materia, como se ha di-
cho. Y por esto la esencia de una cosa compuesta no se predica de cualquier
modo de la misma cosa compuesta; en efecto, no se puede decir que el hombre
sea su quiddidad. En cambio, la esencia de una cosa simple, que es su forma, no
puede significarse sino como un todo, puesto que nada hay en ella, aparte de la
forma, que sea recipiente de la forma; y por esto, la esencia de la substancia
simple se predica de ella de cualquier modo que se tome. Por eso afirma Avice-
na que "la quiddidad de la substancia simple es lo mismo que la substancia sim-
ple", puesto que no hay ninguna otra cosa que la reciba5 . La segunda diferencia
es que la esencias de las cosas compuestas, por el hecho que sean recibidas en la
materia designada, se multiplican según su división, por eso sucede que algunas
cosas son idénticas en la especie y diversas en el número. Pero puesto que la
esencia de las cosas simples no es recibida en la materia, no puede aquí darse tal
multiplicación; y por esto es preciso que no se encuentren en estas substancias
De causis, en O. Bardenhewer, Die pseudo-aristotelische Schrift über das reine C ut, bekennt
unter dem Namen Líber de Causis, Freiburg in Br., 1892, p. 78 y p. 173.
Avicena, Metaphysica, trat. V, c. 5: "La quiddidad de lo simple es lo simple mismo, pues no
hay nada que sea receptor de su quiddidad".
El ente y la esencia, c4 285
muchos individuos de la misma especie, sino todos los que son aquí individuos,
todos son especies, como dice expresamente Avicena 6 •
33. Tales substancias, por consiguiente, aunque sean sólo formas sin materia,
sin embargo, no hay en ellas una simplicidad absoluta, de modo que sean acto
puro, sino que tienen mezcla de potencia. Y esto es patente del modo siguiente.
En efecto, todo lo que no pertenece al concepto de esencia, o de quiddidad, es lo
que proviene de fuera y se compone con la esencia, porque ninguna esencia
puede ser entendida sin lo que es parte suya. Ahora bien, toda esencia o quiddi-
dad puede ser entendida sin que se entienda algo de su ser; puedo, en efecto,
entender qué es el hombre o el fénix, y, sin embargo, ignorar si tiene ser en la
naturaleza de las cosas. Por consiguiente, es patente que el ser es distinto de la
esencia o quiddidad. A no ser que sea alguna cosa cuya quiddidad sea lo mismo
que su ser; y esta cosa no puede ser sino una y primera, porque es imposible que
se haga una pluralidad de alguna cosa, sino por adición de alguna diferencia,
como se multiplica la naturaleza del género en la especie, o porque la forma sea
recibida en diversas materias, como es multiplicada la naturaleza de la especie
en diversos individuos; o porque una cosa sea absoluta y otra recibida en alguna
cosa, como si hubiese algún calor separado, sería distinto del calor no separado,
por su misma separación. A no ser que si se pone alguna cosa que sea sólo su
ser, de tal manera que el mismo ser sea subsistente, este ser ya no recibirá la
adición de una diferencia, porque entonces ya no sería sólo ser, sino ser y ade-
más alguna forma; y mucho menos recibirá la adición de materia, porque enton-
ces ya no sería ser subsistente sino material. Por tanto, queda que una cosa que
sea su ser, no puede ser sino única. Por consiguiente, es preciso que en cual-
quier otra cosa, excepto ella, sea uno su ser y otra su quiddidad, o naturaleza o
forma. Por eso, es preciso que en las inteligencias haya el ser además de la
forma, y por esto, se ha dicho que la inteligencia es forma y ser.
34. Por otra parte, todo lo que conviene a una cosa, o es causado por los
principios de su naturaleza, como la propiedad de reír en el hombre, o provienen
de un principio extrínseco, como la luz en el aire por el influjo del sol. Pero no
es posible que el mismo ser sea causado por la misma forma o quiddidad de la
cosa, como si fuera su causa eficiente; porque, de este modo una cosa sería
causa de sí misma, una cosa se produciría a sí misma en el ser, lo que es impo-
sible. Por consiguiente, es necesario que toda cosa cuyo ser es otro que su natu-
raleza, tenga el ser por otro. Y porque todo lo que es por otro se reduce a lo que
es por sí, como a su causa primera, es necesario que exista una cosa, que sea
Avicena, Metaphysica, trat. V, c. 2: "De estas naturalezas aquella que no tiene materia al
empezar a ser y permanecer en él es imposible su multiplicación, y de este modo su especie es
única"; Avicena, Sobre el alma, lib. V, trat. 3. Véase: M. D. Roland-Gosselin, Le 'De ente et
es sentía' de S. Thomas d 'Aquin, Eudes, I, c. 3, p. 65.
286 Tomás de Aquino
causa del ser de todas las cosas, porque ella misma es sólo ser, de otra manera
se iría al infinito en las causas, puesto que toda cosa que no es sólo ser, tiene
una causa de su ser, como se ha dicho. Por consiguiente, es patente que la inte-
ligencia es forma y ser; y que tiene el ser del primer ente, que es sólo ser, y éste
es la causa primera, que es Dios 7 •
35. Ahora bien, todo lo que recibe alguna cosa de otro, está en potencia res-
pecto a éste; y esto que es recibido en él es su acto. Por consiguiente, es necesa-
rio que la misma quiddidad o forma, que es la inteligencia, esté en potencia
respecto al ser que recibe de Dios, y aquel ser es recibido como acto. Y así se
encuentra la potencia y el acto en las inteligencias, no, sin embargo, la forma y
la materia, a no ser en sentido equívoco. Por eso, también, el padecer, el recibir,
el ser sujeto y todas las cosas semejantes, que parecen convenir a las cosas por
razón de la materia, convienen en sentido equívoco a las substancias intelec-
tuales y las corpóreas, como dice el Comentador en De anima (Ill) 8 . Y puesto
que, como se ha dicho, la quiddidad de la inteligencia es la misma inteligencia,
por esto su quiddidad o esencia es lo mismo que es ella, y su ser recibido de
Dios es aquello por lo que subsiste en la naturaleza de las cosas; y por esto afir-
man algunos que estas substancias se componen de por lo que y de lo que es, o
de lo que es y de ser, como dice Boecio9 •
36. Y porque en las inteligencias se pone la potencia y el acto, no será difícil
encontrar una multitud de inteligencias, lo que sería imposible, si ninguna po-
tencia hubiese en ellas 10. Por eso dice el Comentador, en De anima (III)'1, que si
fuese desconocida la naturaleza del entendimiento posible, no podríamos encon-
trar pluralidad en las substancias separadas. Por consiguiente, hay distinción de
ellas entre sí, según el grado de potencia y acto, de tal manera que la inteligen-
cia superior, que está más próxima al primero, tiene más acto y menos potencia
y así en las otras.
37. Y esto se completa en el alma humana, que ocupa el último grado entre
las substancias intelectuales. Por eso, su entendimiento posible se relaciona con
las formas inteligibles como la materia prima, que tiene el último grado en el ser
sensible, con las formas sensibles, como dice el Comentador en De anima
(III) 12. Y por eso el Filósofo la compara a la tabla rasa, en la cual nada hay es-
crito13. Y, por eso, porque tiene más potencia entre las otras substancias inte-
ligibles, de tal manera está próxima a las cosas materiales, que la cosa material
es atraída a participar su ser, así que del alma y del cuerpo resulta un único ser
en un único compuesto; aunque aquel ser, en cuanto es del alma, no sea depen-
diente del cuerpo. Y, por esto, después de esta forma, que es el alma, se en-
cuentran otras formas, que tienen más potencia y que están más próximas a la
materia, tanto que su ser no es sin la materia. En las cuales también se encuentra
orden y grado hasta las primeras formas de los elementos, que son las más pró-
ximas a la materia; por eso no tienen operación alguna, a no ser según la exi-
gencia de las cualidades activas y pasivas, y de otras, por las que la materia se
dispone a la forma.
12
A ve1rnes, In de anima, III, com. 5: " Y como ésta es la definición del entendimiento poten-
cial, es patente que difiere de la materi a en que éste es en potencia todas las intenciones de las
formas universales materiales. En cambio, la materia primera es en potencia todas estas formas
sensibles no cognoscentes ni inteligentes".
13
Aristóteles, De anima, III, c. 4, 429 b 3 1: "Es preciso que así como en la tabla nada hay
escrito en acto, que aún más suceda en el entendimiento". Cfr. Tomás de Aquino, In de anima, 111,
lect9.
CAPÍTULO QUINTO
Avicena, Metaphysica, VIII, 4: "Así pues, todo lo que tiene quiddidad es causado, y, excepto
el ser necesario, todos los demás, que son posibles por su el ser, que se les añade de manera ex-
trínseca, tienen quiddidad [ ... ). A sí pues, es patente que el primero no tiene género ni quiddidad".
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q3, a5, c.
Se refiere a la doctrina de Amalrico de Bene (m. 1206-1 207), profesor e n París. Fue conde-
nada por panteísta en el IV Concilio de Letrán, en 12 15. Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theolo-
giae, I, q3, a8, c: "Dijeron otros que Dios es el principio fonnal de todas las cosas. Y se cree que
ésta fu e la opinión de lo s almarianos".
De causis: " y su individualidad es pura bondad". Cfr. Tomás de Aquino, In de causis, lect9.
290 Tomás de Aquino
el cuerpo". Cfr. Tomás de Aquino, De potentia Dei, q3, a lO; Summa Theologiae, I, q90, a4;
Contra Gentes, II, c83.
10
Cfr. Tomás de Aqu ino, In II Sententiarum, d3, ql , a5.
11
Cfr. Tomás de Aquino, In 11 Sententiarum, d3, q 1, a6; d37, q 1, a2, ad3.
12
Cfr. Tomás de Aquino, De spiritualibus creaturis, a l 1, ad3.
13
Cfr. Tomás de Aqu í.no, In II Sententiarum, d3, ql , a5.
14
Avicena, De anima, I, 1 (Ed. Venet., 1508, f. lb E): " No tie nen sino especies cuyas esencias
están compuestas de materia y forma ; y la forma en ellas es la diferencia simple de aquello cons-
tituido por ella" .
15
Avicena, Metaphysica, V, 5: "Luego es más conveniente que estos sean principios de
diferencias, no diferencias".
16
Avicena, De anüna, I, 1: "Cada especie no tiene diferencia simple. Sólo la tienen las especies
cuyas esencias están compuestas de materia y forma".
292 Tomás de Aquino
17
Cfr. Tomás de Aquino, In // Sententiarum, d3, ql , a5.
18
Aristóteles, Historia de los animales, VIII, 1, 588b 4-14. En esta referencia y en la siguiente,
Santo Tomás cita De an.imalibus, porque la traducción del árabe que utilizaba, con este título ,
incluía todas las obras de Ari stóteles sobre los animales. Los libro s 1-X correspondían a Historia
anúnalium., del X I-XIV a De partibus an.imalium., y de l XV-XIX, De generatione animaliwn.
19
Aristóteles, De partibus animalium., I, 2 642 b 5-7.
CAPÍTULO SEXTO
46. Ahora queda por ver cómo está la esencia en los accidentes, pues ya se
ha dicho cómo está en todas las substancias. Y porque, como se ha visto, la
esencia es lo que se significa por la definición, es preciso que los accidentes
tengan esencia en la medida que tienen definición 1• Pero tienen una definición
incompleta, porque no se pueden defi nir sin que se ponga el sujeto en su defini-
ción2; y esto ocurre porque no tienen un ser por sí independiente del sujeto;
pero, así como de la forma y de la materia, cuando se componen, resulta un ser
substancial, así del accidente y del sujeto, cuando el accidente adviene al sujeto,
resulta un ser accidental, Y por esto, aún ni la forma substancial tiene una esen-
cia completa, ni la materia; porque en la definición de la forma substancial se
debe poner aquello de lo cual es forma, y así su definición es por la adición de
algo que está fuera de su género, como también en la definición de la forma
accidental; por eso, también en la definición del alma el filósofo de la natura-
leza, que considera el alma sólo en cuanto es forma del cuerpo físico, pone tam-
bién el cuerpo 3 .
47 . Pero todavía entre las formas substanciales y las accidentales hay gran
diferencia, porque así como la forma substancial no tiene un ser por sí indepen-
diente sin aquello a lo que se añade, tampoco lo tiene esto a lo que se añade, o
sea la materia; y por esto de la conjunción de ambas res ulta aquel ser en el que
la cosa subsiste por sí, y de ellas se hace una sola cosa por sí4; por lo que de su
unión resulta una cierta esencia. Por eso, la forma, aunque considerada en sí no
tenga razón de esencia completa, sin embargo, es parte de la esencia completa.
Pero aquello a lo que se añade el accidente es un ente completo en sí, subsis-
tente en su ser, porque, sin duda, el ser precede naturalmente al accidente que
sobreviene. Y por esto, el accidente que sobreviene, por su conjunción con
aquello a lo que adviene, no causa aquel ser en que la cosa subsiste, por el cual
la cosa es un ente por sí; pero causa un cierto ser secundario, sin el cual la cosa
subsistente puede entenderse que subsista, como lo primero puede entenderse
Cfr. Aristóteles, Metaphysica, VII, 4 1030 a 6. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VII,
lect3.
Tomás de Aquino, In I Sententiarum, d8, q4, a3; In IV Sententiarum, d l 2, q 1, al , soll.
Cfr. Aristóteles, De anima, II, 6.
Cfr. Aristóteles, Metaphysica, VIl, 11 , 1037 b 8ss. ; VIIl, 5, 1045 a 7ss.
294 Tomás de Aquino
sin lo segundo5 . Por eso del accidente y del sujeto no resulta una sola cosa por
sí, sino una cosa accidental. Y, por tanto, de su unión no resulta una cierta esen-
cia, como de la unión de la materia y de la forma; por esto el accidente ni tiene
razón de esencia completa, ni es parte de una esencia completa, sino que as í
como es un ente relativamente, así tiene también esencia relativamente.
48. Pero, puesto que lo que se dice del modo mas propio y más verdadero en
cualquier género es causa de aquellas cosas que están después en aquel género,
como el fuego que está en el grado más alto del calor, es causa del calor en las
cosas calientes, como se dice en Metaphysica (II)6; por esto la substancia, que
es el principio en el género del ente, que posee la esencia del modo más verda-
dero y propio7, es preciso que sea causa de los accidentes, que participan de la
noción de ente de manera secundaria y casi en un cierto punto8 . Lo que, sin
embargo, sucede de diversas maneras. Porque, en efecto, la materia y la forma
son partes de la substancia, por esto, algunos accidentes se siguen principal-
mente de la forma y otros de la materia. Se encuentra pues alguna forma, cuyo
ser no depende de la materia, como el alma intelectiva; la materia, en cambio,
no tiene el ser sino por la forma. Por eso en los accidentes que se siguen de la
forma, hay alguno que no tiene comunicación con la materia, como el entender,
que no actúa por órgano corpóreo, como prueba el Filósofo en De anima (III)9.
En cambio, hay algunos, de los que se siguen de la forma, que tienen comunica-
ción con la materia, como el sentir; pero ningún accidente se sigue de la materia
sin comunicación con la forma.
49. Sin embargo, en estos accidentes, que se siguen de la materia, se encuen-
tra una cierta diversidad. En efecto, algunos accidentes se siguen de la materia
según el orden que tienen respecto a una forma especial, como masculino y
femenino en los animales, diversidad que se reduce a la materia, como se dice
en Metaphysica (X)'º, por eso, removida la forma del animal, dichos accidentes
no permanecen, a no ser equívocamente. Otros, en cambio, se siguen de la
materia según el orden que tienen a una forma general; y, por esto, removida la
forma especial, aún permanecen en ella; como la negrura de la piel en el etíope
es por la mezcla de los elementos, y no por razón del alma, y por esto después
de la muerte permanece en él.
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q l 7, a2; III, q77, al , ad4; Contra Gentes, IV,
cl 4 ; In N Sententiarum., di 2, ql , a l , adS.
Aristóteles, Metaphysica, II , l , 993 b 24-26. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, II, lect2.
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, XII, lect 1, n24 l 9.
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q77, a6.
Aristóteles, De anima, III, 4, 429 a 24-27; 429 b 3. Cfr. Tomás de Aquino, In de anima, III,
lect7.
10
Aristóteles, Metaphysica, X, 9, 1058 b 21-23. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, X , lect4.
El ente y la esencia, c6 295
11
Aristóteles, Metaphysica, IV, 2, 1003 a 33-b 10. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam,
IV, lectl.
296 Tomás de Aquino
53. Las diferencias, por otra parte, se toman en ellos de la diversidad de los
principios por los que son causados. Y puesto que los atributos propios son cau-
sados de los principios propios del sujeto, por esto el sujeto se pone en su defi-
nición en lugar de la diferencia, si se definen en abstracto, en cuanto están pro-
piamente en el género, como se dice que la chatura es la curvatura de la nariz;
pero sería al contrario si su definición se tomase en cuanto se dicen concreta-
mente '2; así en efecto, el sujeto se pondría en la definición como género porque
entonces se definirían por el modo de las substancias compuestas, en las cuales
la noción de género se toma de la materia, como decimos que chato es la nariz
curva 13 . Así también si un accidente es principio de otro accidente, como la ac-
ción, la pasión y la cantidad son principios de la relación; y por eso, según esto,
el Filósofo divide la relación en Metaphysica (V) 14 • Pero porque los principios
propios de los accidentes no son siempre manifiestos, por eso a veces tomamos
las diferencias de los accidentes de sus efectos, como lo congregado y lo disgre-
gado se dicen diferencias de colores, porque son causados por la abundancia o
escasez de luz, de la que se causan las diversas especies de color.
54. De este modo, por consiguiente, queda aclarado cómo es la esencia en
las substancias y en los accidentes; y cómo es en las substancias compuestas y
en las simples; y de qué manera en todas se encuentran las intenciones lógicas
universales ; exceptuado el Primer Principio, que tiene infinita simplicidad, al
cual no conviene la noción de género o de especie, y, por consiguiente, ni la
definición, por causa de su simplicidad; en Él cual sea el fin y la conclusión de
este discurso. Amen.
12
Cfr. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-11, q53, a2, ad3.
13
Cfr. Ari stóteles, Metaphysica, VII, 1030 b 14ss. ; VII, 11 , 1037 a 29-b 7; X, 8, 1058 a 29ss.
Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, VIJ, lect2; X, lect4.
14
Aristóteles, Metaphysica, V, 15, 1020 b-1021 b. Cfr. Tomás de Aquino, In Metaphysicam, V,
lectl7.
,
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