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La poesía en el siglo XIX

Se diferencia dos etapas. Durante la primera mitad del siglo se cultiva la poesía
propiamente romántica, cuyo autor más destacado es José de Espronceda. En la
segunda mitad surge la poesía post romántica, representada por Rosalía de
Castro y Adolfo Bécquer
Características de la poesía del siglo XIX:
 Temas: La libertad individual; la soledad; el amor imposible; la mujer
idealizada; a veces tierna y a veces inalcanzable; la naturaleza.
 Estilo: Estilo retorico y grandilocuente, con abundancia de
exclamaciones, interrogaciones, interjecciones y apostrofes.
 Métrica: Gran diversidad y libertad métricas: se emplean versos de
diferentes medida y estrofas distintas en una misma composición. Se
revitalizan las medidas más populares, como los versos octosílabos y de
arte menor.
 Tipos: – Poesía narrativa: trata temas históricos, legendarios y exóticos.
Destacan autores como José de Espronceda y José Zorrilla.
 – Poesía lírica: subjetiva y sentimental; trata temas íntimos, como el
amor, la sociedad, el desengaño… También figuran temas como el amor
a la patria o la lucha por la libertad. Destacan Gustavo Adolfo Bécquer y
Rosalía de Castro.

José de Espronceda
Rosalía de Castro

Gustavo Adolfo Béquer


La victoria de Junín
" El trueno horrendo que en fragor revienta
y sordo retumbando se dilata
por la inflamada esfera,
al Dios anuncia que en el cielo impera.
Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que, más feroz que nunca, amenazaba,
a sangre y fuego, eterna servidumbre,
y el canto de victoria
que en ecos mil discurre,
ensordeciendo el hondo valle y enriscada cumbre,
proclaman a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y de la guerra.

Las soberbias pirámides que al cielo


el arte humano osado levantaba
para hablar a los siglos y naciones,
- templos do esclavas manos
deificaban en pompa a sus tiranos -
ludibrio son del tiempo, que con su ala
débil las toca y las derriba al suelo,
después que en fácil juego el fugaz viento
borró sus mentirosas inscripciones;
y bajo los escombros, confundido
entre la sombra del eterno olvido,
-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!
el sacerdote yace, el dios y el templo.

Mas los sublimes montes, cuya frente


a la región etérea se levanta,
que ven las tempestades a su planta
brillar, rugir, romperse, disiparse,
los Andes, las enormes, estupendas
moles sentadas sobre bases de oro,
la tierra con su peso equilibrando,
jamás se moverán. Ellos, burlando
de ajena envidia y del protervo tiempo
la furia y el poder, serán eternos
de libertad y de victoria heraldos,
que, con eco profundo,
a la postrema edad dirán del mundo;
`Nosotros vimos de Junín el campo,
vimos que al desplegarse
del Perú y de Colombia las banderas,
se turban las legiones altaneras,
huye el fiero español despavorido,
o pide paz rendido.
Venció Bolívar, el Perú fue libré,
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del Sol fue colocada`.

¿Quién me dará templar el voraz fuego


en que ardo todo yo?
-Trémula, incierta,
torpe la mano va sobre la lira
dando discorde son. ¿Quién me liberta
del dios que me fatiga ... ?

Siento unas veces la rebelde Musa,


cual bacante en furor, vagar incierta
por medio de las plazas bulliciosas,
o sola por las selvas silenciosas,
o las risueñas playas
que manso lame el caudaloso Guayas;
otras el vuelo arrebatada tiende
sobre los montes, y de allí desciende
al campo de Junín, y ardiendo en ira,
los numerosos escuadrones mira
que el odiado pendón de España arbolan,
y en cristado morrión y peto armada,
cual amazona fiera,
se mezcla entre las filas la primera
de todos los guerreros,
y a combatir con ellos se adelanta,
triunfa con ellos y sus triunfos canta.

[...]

¿Quién es aquel que el paso lento mueve


sobre el collado que a Junín domina?
¿que el campo desde allí mide, y el sitio
del combatir y del vencer designa?
¿que la hueste contraria observa, cuenta,
y en su mente la rompe y desordena,
y a los más bravos a morir condena,
cual águila caudal que se complace
del alto cielo en divisar su presa
que entre el rebaño mal segura pace?
¿Quién el que ya desciende
pronto y apercibido a la pelea?
Preñada en tempestades le rodea
nube tremenda; el brillo de su espada
es el vivo reflejo de la gloria;
su voz un trueno, su mirada un rayo.
¿Quién, aquel que, al trabarse la batalla,
ufano como nuncio de victoria,
un corcel impetuoso fatigando,
discurre sin cesar por toda parte ... ?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?

Sonó su voz: `Peruanos,


mirad allí los duros opresores
de vuestra patria; bravos Colombianos
en cien crudas batallas vencedores,
mirad allí los enemigos fieros
que buscando venís desde Orinoco:
suya es la fuerza y el valor es vuestro,
vuestra será la gloria;
pues lidiar con valor y por la patria
es el mejor presagio de victoria.
Acometed, que siempre
de quien se atreve más el triunfo ha sido;
quien no espera vencer, ya está vencido`.

Dice, y al punto cual fugaces carros


que, dada la señal, parten y en densos
de arena y polvo torbellinos ruedan;
arden los ejes, se estremece el suelo,
estrépito confuso asorda el cielo,
y en medio del afán cada cual teme
que los demás adelantarse puedan;
así los ordenados escuadrones
que del iris reflejan los colores
o la imagen del sol en sus pendones,
se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera,
quién, que su ímpetu mismo los perdiera!

¡Perderse! no, jamás; que en la pelea


los arrastra y anima e importuna
de Bolívar el genio y la fortuna.
Llama improviso al bravo Necochea,
y mostrándole el campo,
partir, acometer, vencer le manda,
y el guerrero esforzado,
otra vez vencedor, y otra cantado,
dentro en el corazón por patria jura
cumplir la orden fatal, y a la victoria
o a noble y cierta muerte se apresura.

Ya el formidable estruendo
del atambor en uno y otro bando,
y el son de las trompetas clamoroso,
y el relinchar del alazán fogoso
que, erguida la cerviz y el ojo ardiendo
en bélico furor, salta impaciente
do más se encruelece la pelea,
y el silbo de las balas que, rasgando
el aire, llevan por doquier la muerte,
y el choque asaz horrendo
de selvas densas de ferradas picas,
y el brillo y estridor de los aceros
que al sol reflecten sanguinosos visos,
y espadas, lanzas, miembros esparcidos
o en torrentes de sangre arrebatados,
y el violento tropel de los guerreros
que más feroces mientras más heridos,
dando y volviendo el golpe redoblado,
mueren, mas no se rinden ... todo anuncia
que el momento ha llegado,
en el gran libro del destino escrito,
de la venganza al pueblo americano,
de mengua y de baldón al castellano.

[...]

En tanto el Argentino valeroso


recuerda que vencer se le ha mandado,
y no ya cual caudillo, cual soldado
los formidables ímpetus contiene
y uno en contra de ciento se sostiene,
como tigre furiosa
de rabiosos mastines acosada,
que guardan el redil, mata, destroza,
ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,
sale con la victoria y con la vida.

Oh capitán valiente,
blasón ilustre de tu ilustre patria,
no morirás, tu nombre eternamente
en nuestros fastos sonará glorioso,
y bellas ninfas de tu Plata undoso
a tu gloria darán sonoro canto
y a tu ingrato destino acerbo llanto,

Ya el intrépido Miller aparece


y el desigual combate restablece.
Bajo su mando ufana
marchar se ve la juventud peruana
ardiente, firme, a perecer resuelta,
si acaso el hado infiel vencer le niega.
En el arduo conflicto opone ciega
a los adversos dardos firmes pechos,
y otro nombre conquista con sus hechos.

¿Son esos los garzones delicados


entre seda y aromas arrullados?
¿los hijos del placer son esos fieros?
Sí, que los que antes desatar no osaban
los dulces lazos de jazmín y rosa
con que amor y placer los enredaban,
hoy ya con mano fuerte
la cadena quebrantan ponderosa
que ató sus pies, y vuelan denodados
a los campos de muerte y gloria cierta,
apenas la alta fama los despierta
de los guerreros que su cara patria
en tres lustros de sangre libertaron,
y apenas el querido

Tal el joven Aquiles,


que en infame disfraz y en ocio blando
de lánguidos suspiros,
los destinos de Grecia dilatando,
vive cautivo en la beldad de Sciros:
los ojos pace en el vistoso alarde
de arreos y de galas femeniles
que de India y Tiro y Menfis opulenta
curiosos mercadantes le encarecen;
mas a su vista apenas resplandecen
pavés, espada y yelmo, que entre gasas
el Itacense astuto le presenta,
pásmase ... se recobra, y con violenta
mano el templado acera arrebatando,
rasga y arroja las indignas tocas,
parte, traspasa el mar, y en la troyana
arena muerte, asolación, espanto
difunde por doquier; todo le cede ...
aun Héctor retrocede ...
y cae al fin, y en derredor tres veces
su sangriento cadáver profanado,
al veloz carro atado
del vencedor inexorable y duro,
el polvo barre del sagrado muro.

Ora mi lira resonar debía


del nombre y las hazañas portentosas
de tantos capitanes, que este día
la palma del valor se disputaron
digna de todos ... Carvajal... y Silva...
y Suárez ... y otros mil ...; mas de improviso
la espada de Bolívar aparece,
y a todos los guerreros,
como el sol a los astros, oscurece.

Yo acaso más osado le cantara,


si la meonia Musa me prestara
la resonante trompa que otro tiempo
cantaba al crudo Marte entre los Traces,
bien animando las terribles haces,
bien los fieros caballos, que la lumbre
de la égida de Palas espantaba.

Tal el héroe brillaba


por las primeras filas discurriendo.
Se oye su voz, su acero resplandece,
do más la pugna y el peligro crece.
Nada le puede resistir ... Y es fama,
-¡oh portento inaudito!-
que el bello nombre de Colombia escrito
sobre su frente, en torno despedía
rayos de luz tan viva y refulgente
que, deslumbrado el español, desmaya,
tiembla, pierde la voz, el movimiento,
sólo para la fuga tiene aliento.

Así cuando en la noche algún malvado


va a descargar el brazo levantado,
si de improviso lanza un rayo el cielo,
se pasma y el puñal trémulo suelta,
hielo mortal a su furor sucede,
tiembla y horrorizado retrocede.
Ya no hay más combatir. El enemigo
el campo todo y la victoria cede;
huye cual ciervo herido, y a donde huye,
allí encuentra la muerte. Los caballos
que fueron su esperanza en la pelea,
heridos, espantados, por el campo
o entre las filas vagan, salpicando
el suelo en sangre que su crin gotea,
derriban al jinete, lo atropellan,
y las catervas van despavoridas,
o unas en otras con terror se estrellan.

Crece la confusión, crece el espanto,


y al impulso del aire, que vibrando
sube en clamores y alaridos lleno,
tremen las cumbres que respeta el trueno.
Y discurriendo al vencedor en tanto
por cimas de cadáveres y heridos,
postra al que huye, perdona a los rendidos.

Padre del universo, Sol radioso,


dios del Perú, modera omnipotente
el ardor de tu carro impetuoso,
y no escondas tu luz indeficiente ...
Una hora más de luz. . . -Pero esta hora
no fue la del destino. El dios oía
el voto de su pueblo, y de la frente
el cerco de diamante desceñía,
el fugaz rayo el horizonte dora,
en mayor disco menos luz ofrece
y veloz tras los Andes se oscurece.
Tendió su manto lóbrego la noche:
y las reliquias del perdido bando,
con sus tristes y atónitos caudillos,

corren sin saber dónde, espavoridas,


y de su sombra misma se estremecen;
y al fin en las tinieblas ocultando
su afrenta y su pavor, desaparecen.

¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!


¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!  "

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