La Adolescencia Constituye Un Período Especial Del Desarrollo

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LA ADOLESCENCIA

La adolescencia constituye un período especial del desarrollo, del


crecimiento y en la vida de cada individuo. Es una fase de transición entre
un estadio, el infantil, para culminar en el adulto. Se trata de una etapa de
elaboración de la identidad definitiva de cada sujeto que se plasmará en su
individuación adulta. Todo ello supone un trabajo mental gradual, lento y
lleno de dificultades que hacen de la adolescencia un episodio del que casi
todo el mundo se avergüenza, se relega al olvido y que como dice J.
Marías. (1992) "con facilidad o esfuerzo se confina... a la esfera de los malos
sueños, o de lo que no ha existido". Esta labor se manifestará en un
conjunto de complejos sintomáticos que resumen las luchas y en ocasiones
violentos esfuerzos por resolver los retos que plantea el crecimiento y poder
alcanzar el estadio adulto. Es lo que se ha venido en llamar el Síndrome
Normal de la Adolescencia o la Crisis de la Adolescencia.

En la adolescencia se despliegan un conjunto de cambios corporales que


incluyen desde el crecimiento físico hasta los neuroendocrinos que ponen en
marcha unas modificaciones corporales que culminarán en la consolidación
de un cuerpo adulto y facilitarán la aparición de los caracteres sexuales
secundarios, diferenciados en el varón y en la mujer. Aparecen por primera
vez manifestaciones de la capacidad genésica y reproductiva con la
menstruación y la primera emisión seminal. Estos cambios se acompañan
también por el desarrollo de los deseos y las pulsiones sexuales, con una
intensidad que desconocía hasta ese momento y que constituyen uno de los
elementos más difíciles de asimilar emocionalmente. Este conjunto de
cambios físicos reciben la denominación desde la perspectiva biológica de
pubertad. Igualmente cambia la ubicación social del adolescente que pasa
de la infancia como etapa bien determinada del ciclo de la vida a una nueva,
aunque poco definida y de límites cada vez menos precisos y variables
según el contexto cultural. Esta nueva etapa social es transitoria y no tiene
la delimitación tan clara como la pueden tener otras. Estos cambios dan
lugar a la calificación desde la perspectiva social y antropológica del
adolescente como joven, adquiriendo así un nuevo status social. Este
concepto de juventud hace referencia a un criterio cronológico en el
desarrollo vital y remite a la idea de nuevo y a la vez de inexperto e
inmaduro, de algo que requiere tiempo para acabar su proceso de
maduración. El adolescente que no ha logrado la mayoría de edad legal es
calificado judicialmente como menor, con unos derechos específicos así
como de unas determinadas responsabilidades penales que han recibido la
denominación de Derecho del menor. Este período de la vida se puede y se
aborda desde diversas perspectivas dependiendo del vértice desde el que se
lo contemple. Sin embargo creo que el concepto de adolescencia es más
abarcativo e incluye a todos ellos: el psicológico, el biológico, el sociológico,
el antropológico y el judicial, porque se trata de un proceso de cambio que
incluye la mente, el cuerpo y todo el complejo entramado de relaciones con
su medio social y en su calidad de ciudadano de la comunidad donde vive.

Varían en cada sociedad y en cada etapa histórica las circunstancias y


avatares de lo que hemos venido en llamar adolescencia. Incluso una
misma sociedad puede tener criterios diferentes según los conceptos de
referencia. Hay sociedades o comunidades donde se facilita el tránsito
adolescente mediante ritos de iniciación cuya superación supone la
consideración de adulto, al igual que en los propios grupos adolescentes
podemos encontrar con relativa frecuencia la exigencia de cumplimiento de
unos ritos o pruebas para la admisión de un nuevo miembro. Estos ritos y
pruebas son unas medidas que el adolescente tiene que superar para ser
considerado adulto y admitido entre sus congéneres adultos. La dureza e
incluso la crueldad de algunas de esas pruebas nos dan una idea de las
dificultades que siente el adolescente que tiene que superar para alcanzar la
madurez. El adolescente sabe en estos casos a lo que atenerse, frente a la
indefinición y dudas sobre lo que se le está solicitando como ocurre en la
mayoría de las sociedades de ámbito occidental.

Estas pruebas de iniciación dejan claro lo que se espera de él. El


adolescente deja de ser un niño pero a la vez esos cambios no se
concretan, no están estipulados o no están claros. Se le pide que se
comporte como un adulto aunque aún no se le reconoce esa cualidad. Se le
deja en tierra de nadie, no es un niño y ha de comportarse como un adulto
aunque no se le considere como tal aún. Entre nosotros este tránsito se
produce de forma borrosa, con una amplia gama de variaciones y a lo largo
de un período más prolongado de tiempo en los cuales el adolescente se
encuentra atemorizado a quedar descolgado de los procesos de desarrollo y
crecimiento como un nuevo Moisés que contempla la posibilidad de no
entrar en la tierra prometida de ser un adulto y considerado como tal por
los demás, o como el cojito del cuento del flautista de Hamelin.

En las sociedades occidentales podemos encontrar diversos criterios que


establecen umbrales diferentes para la entrada en la vida adulta. En los
Estados Unidos recientemente hemos podido comprobar que al adolescente
se le encuentra maduro para ser juzgado como un adulto por actos
delictivos que haya cometido en este período de tiempo y sin embargo esta
edad penal puede ser totalmente diferente de la edad para votar, o la edad
en la que se considera útil su aportación al mundo laboral en la explotación
infantil o la edad en la que se le considera apto para matar o morir en la
sucesivas guerras que asolan a gran número de países en calidad de niño-
soldado, etc... Globalmente podemos considerar que los límites de lo que
consideramos como adolescencia se han visto ampliados tanto en la edad
de inicio como en su terminación. La inclusión de los estudios de E.S.O. en
el ámbito de los Institutos ha acelerado la entrada en la adolescencia al
aproximar a los niños de 1º de ESO a compañeros ya adolescentes. Las
dificultades y trabas sociales que obstaculizan el desarrollo y elaboración de
la Crisis de la Adolescencia así como el aprovechamiento consumista de los
jóvenes, entre otros factores, ha tenido como consecuencia la prolongación
de la adolescencia, llegando en ocasiones a superar la veintena de años.

Lo que caracteriza a la adolescencia en resumidas cuentas es la


simultaneidad de funcionamientos infantiles y adultos en su mundo interno,
presentándose un gradiente según la edad del adolescente. En su inicio
encontraremos más manifestaciones de su funcionamiento infantil y
tentativas del adulto hasta que a medida que va transcurriendo el tiempo
irán predominado los comportamientos adultos sobre los infantiles. Esta
simultaneidad es lo que da esta impronta característica a la adolescencia
que se expresará en la Crisis de la Adolescencia, donde nos podemos
encontrar a adolescentes con una amplia gama de conductas y
comportamientos tanto infantiles como adultos simultáneamente y sin
diferenciar o discriminar y que en ocasiones ni siquiera los adultos pueden
diferenciar dando lugar a las confusiones en el diálogo con los adolescentes.

La adolescencia sería la etapa de la vida que por sus características de crisis


del desarrollo, presenta un potencial mayor de trastornos en múltiples
áreas, que la hacen susceptible de manifestaciones patológicas. Resulta de
interés considerar la adolescencia como un período en que el adolescente se
encuentra sometido a enormes presiones, tanto internas como externas. El
adolescente para alcanzar la etapa adulta tiene que hacer frente a una
laboriosa elaboración psíquica de suma trascendencia para su vida futura.
Entre los factores comunes a todos los adolescentes, que ejercen un efecto
especial sobre su conducta y comportamiento destacaríamos tres:
1. Sus relaciones con sus padres: supone su capacidad de ir cambiando de
un estadio de dependencia emocional infantil a uno de mayor independencia
afectiva, en el que el adolescente adquiere conciencia de que sus
pensamientos y sentimientos son propios, no dependiendo totalmente de
como pudieran influir, condicionar o reaccionar sus padres. Adquieren
conciencia de tener una vida íntima propia que procuran mantener alejada
de los ojos de los adultos, una vida que busca que sea secreta y propia.
Esto es fuente de enriquecimientos lingüísticos ya que es la forma de crear
un código de comunicación entre ellos que sea diferente e ininteligible para
los adultos.
2. Sus relaciones con sus amigos: donde se muestra su capacidad para
encontrar y escoger a otros adolescentes, que aumenta, en grupo, sus
esfuerzos y deseos de hacerse adulto. Un grupo donde ensayar a través de
las múltiples identificaciones proyectivas en sus miembros, su identidad y
sus nuevas capacidades.
3. La visión que tiene el adolescente de sí mismo como persona: si se ve o
no como una persona físicamente madura, que incluye su capacidad para
cambiar su visión de su self, pasando de un self dependiente de los
cuidados paternos a un self en el que se siente dueño de un cuerpo
masculino o femenino. Su visión de sí mismo como persona le tiene que
llevar a la exploración del mundo externo, donde ensayar y probar las
nuevas posibilidades adquiridas, donde aparecen nuevos intereses y
preocupaciones. Es la proyección en el mundo exterior de la transformación
que está viviendo, con el consiguiente cambio en sus relaciones sociales.

El duelo en la adolescencia

La adolescencia se caracteriza por ser una etapa de pérdida y de


renovación. Una etapa en la que gradualmente tiene que ir abandonando el
funcionamiento infantil, las relaciones infantiles con los padres, un cuerpo
infantil y unas vivencias psíquicas de tipo infantil. Es un período en el cual
destacan los elementos de ruptura, de pérdidas y abandonos necesarios
para seguir adelante en el desarrollo, un período donde el adolescente debe
elaborar ese duelo con las ansiedades y dolor depresivo consiguiente.
Podemos agrupar la labor de duelo y dolor depresivo del adolescente en tres
ámbitos fundamentales: a) duelo por el cuerpo infantil perdido. El
adolescente no pocas veces ve sus cambios como algo externo, como
espectador impotente de lo que sucede en su propio organismo; b) el duelo
por el rol y la identidad infantil que le obliga a una renuncia de la
dependencia infantil y a una aceptación de responsabilidades, que en
muchas ocasiones desconoce; c) y el duelo por los padres de la infancia a
los que persistentemente trata de retener en su mundo interior, buscando
el refugio y la protección que ellos significan. Esta situación se ve
complicada por la actitud de los propios padres que también tienen que
aceptar su envejecimiento y el hecho de que sus hijos ya no son niños, y sí
en cambio adultos o como mínimo están en vías de serlo. A estos duelos
hay que añadir el duelo por la bisexualidad infantil que también se perderá
en aras de conseguir una identidad sexual clara y definida.

Este período supone un cambio, en concreto, en la relación con los padres,


quienes para el niño lo sabían y lo podían todo, y ahora para el adolescente
ya no saben ni pueden tanto, lo que, si bien provoca dolor e inseguridad al
perder también la seguridad y contención que proporcionaba, permite al
niño liberarse de la sumisión y obediencia a ellos. Este cambio es vivido
como una pérdida y se expande a sus creencias, relaciones de objeto y al
mundo en general, tal como lo conocía de niño. En definitiva, afecta a todo
el sistema de valores infantiles. Las modificaciones corporales incontrolables
e irreversibles, junto a la presión del medio que exige del adolescente
nuevas pautas de comportamiento y convivencia, pueden hacer el proceso
de duelo persecutorio. Esto obliga al adolescente, en ocasiones, a retener
como defensa muchos de sus logros infantiles, como un refugio temporal,
de acopio de fuerzas psíquicas para dar el siguiente paso. Estamos hablando
del concepto de "Regresión al servicio del desarrollo". El niño necesita
tomarse tiempo para terminar de asumir y conformarse a esos cambios, en
definitiva para aceptarse a sí mismo. Pero sólo llega a esta conformidad
mediante un largo proceso de duelo a través del cual puede tolerar
renunciar a su cuerpo de niño y abandonar la fantasía omnipotente de la
bisexualidad. El niño pide tiempo para crecer y dejar de ser niño.

El adolescente se puede sentir amenazado si se ve forzado a asumir


precozmente su identidad genital. Esto supondría la pérdida de su
dependencia infantil en un momento de confusión, de duelo, en el que esa
dependencia se hace aún más necesaria si cabe por lo que necesita tomarse
su tiempo. Necesita realizar ensayos y pruebas de pérdida y recuperación
de ambas edades: la infantil y la adulta, para consolidar así una mayor
confianza en su nueva identidad, en esa nueva independencia.

La adolescencia es el período entre la triste despedida de la infancia, del self


y de los objetos del pasado, y una gradual entrada en el mundo adulto, lo
que requiere una reorientación, transformaciones energéticas y
estructurales, y una drástica recomposición de toda la organización
psíquica. En afortunada expresión de L. Kaplan ( 1991), la adolescencia es
" El adiós a la infancia".

Para comprender cabalmente el significado profundo y el dolor del duelo


que tiene que efectuar el adolescente ante esas pérdidas, podríamos decir
que: "Aceptar la pérdida de la niñez, significa aceptar la muerte de una
parte del yo y sus objetos para poder ubicarlos en el pasado " (Aberastury y
Knobel) (1989).
 

La renovación en la adolescencia

El adolescente tiene que ir abandonando paulatinamente el mundo de la


infancia y niñez, pero a la vez tiene que ir haciendo frente a los cambios
puberales. Tiene que asumir las pérdidas y a la vez abordar la propuesta de
lo nuevo que surge en su vida con la aparición de la genitalidad y su
potencial de devenir un adulto. Lo nuevo puede ser vivido como una
amenaza al equilibrio obtenido durante el período de latencia.

Lo característico de la adolescencia es la ansiedad del Yo ante la amenaza


del desarrollo instintivo, un Yo que quedó formado en la infancia y que tiene
que desplegar las más variadas defensas para sobrevivir ante la presión
instintivo-pulsional. La emergencia pulsional es una amenaza en la medida
en que pone en peligro el equilibrio obtenido y configurado en la latencia.
En la adolescencia los deseos edípicos son experimentados dentro del
contexto de una persona que posee genitales maduros físicamente pero un
Yo inmaduro todavía, por lo que se instrumentan defensas que alejen el
peligro del incesto, buscando un equilibrio de compromiso entre lo que es
deseado y lo que superyoicamente es permitido.

El adolescente se ve sometido a los impulsos sexuales que emergen en la


pubertad, resignificando sus fantasías edípicas y preedípicas. El adolescente
se ve con deseos incestuosos y con el temor de actuarlos. Sus defensas irán
encaminadas a atajar los deseos pulsionales, rechazando la sexualidad o
deformando los deseos inconscientes. Busca controlar sus pulsiones edípicas
porque en caso contrario, si pierde su control se vería perturbado por sus
ansiedades edípicas y preedípicas. Podríamos considerar y describir las
siguientes defensas, siguiendo a A. Freud (1992):
1. Defensas yoicas contra los vínculos objetales infantiles, en la medida en
que las pulsiones genitales, si entraban en contacto con objetos infantiles,
podían materializar y hacer realidad las fantasías pregenitales. Éstas las
podríamos dividir a su vez en:
a) Defensa por desplazamiento de la libido: que consiste en que en lugar de
permitir una gradual separación de los padres, retiran la libido depositada
en ellos de manera repentina y completa.
b) Defensa por inversión de los afectos: en ésta en lugar de retirar la libido
depositada en los padres, el yo del adolescente se defiende convirtiendo los
afectos experimentados hacia ellos en sus opuestos, en una forma de acting
out.
c) Defensa por la retirada de la libido hacia la propia persona: si las
ansiedades e inhibiciones bloquean el camino hacia objetos ajenos a la
familia, la libido permanece en la persona del propio adolescente,
utilizándola para catectizar al yo y al superyo, exagerando así su
significación.
d) Defensa por regresión: en la que los límites yoicos se amplían hasta
abarcar también partes del objeto, desvaneciéndose la distinción entre
mundo interno y externo.
2. Defensas contra los impulsos: que se manifiesta en dos variantes;
a) El adolescente ascético que lucha contra sus impulsos preedípicos y
edípicos, tanto sexuales como agresivos y abarca también las satisfacciones
de las necesidades físicas como alimento, sueño y bienestar físico.
b) El adolescente intransigente: cuya intransigencia se extiende a procesos
esenciales para la vida como por ejemplo la cooperación entre impulsos, la
fusión de pulsiones opuestas o la mitigación de pulsiones por intervención
del yo, es decir separando intransigentemente su yo de su ello.

El adolescente se ve sometido a los impulsos sexuales que emergen en la


pubertad. Sus defensas irán encaminadas a atajar los deseos pulsionales,
rechazando la sexualidad, su cuerpo o deformando los deseos
inconscientes. Teme perder el control, verse anormal, perturbado por
ansiedades edípicas y preedípicas, que no vive como pasadas sino como
presentes.

El adolescente puede sentirse aterrado por la incapacidad yoica de tratar


con los cambios cualitativos y cuantitativos de las demandas instintivas que
tienen lugar en la pubertad. Lo que normalmente es fantasía inconsciente
se hace ahora pensamiento consciente y puede convertirse en acción. El
adolescente puede entrar en una crisis de su desarrollo caracterizado por el
rechazo al cuerpo sexual y a sus propios genitales, de rechazo básico al
desarrollo. La crisis del desarrollo la podríamos definir, siguiendo a M. y E.
Laufer (1988): " ... como el rechazo inconsciente al cuerpo sexual y un
sentimiento acompañante de estar pasivo frente a las demandas del propio
cuerpo, con el resultado de que los propios genitales son ignorados o
negados o, en los casos más severos, el sentimiento de que son diferentes
de los que necesitaría" (pp. 40). Representa la incapacidad del adolescente
de permitir un cambio en su imagen corporal de manera que incluya a los
genitales sexualmente maduros y diferenciarse en varón o hembra. La
patología de la crisis del desarrollo representa las medidas defensivas que el
adolescente tiene a mano para evitar o impedir que tales cambios tengan
lugar. El adolescente entra en una crisis de su desarrollo caracterizado por
el rechazo al cuerpo sexual y a sus propios genitales, de rechazo básico al
desarrollo.

La adolescencia es considerada como una etapa de turbulencia emocional


que irrumpe tras el período de latencia por la transformación puberal,
cuestiona su identidad, desorganizando su sistema psíquico. Se subraya la
conmoción que supone la aparición de la pubertad, cómo amenaza su
equilibrio psíquico logrado en el período de latencia, generando un estado
confusional donde se reactivan las defensas narcisistas y la conflictiva
edípica y preedípica, dando lugar a un "estado de resignificación del mundo
infantil".

Durante la adolescencia se produciría una regresión en dirección al mundo


infantil, volviendo a vivir, aunque en otro plano yoico, el desarrollo por el
que pasó en los primeros cinco años de su vida. Se trataría pues de una
recapitulación, una reactivación, una reanimación, un "refrescamiento de la
sexualidad infantil". La adolescencia es como un vaivén repetido hacia
varios y cambiantes niveles infantiles, restableciendo los primitivos tipos de
relación objetal e identificaciones, reanimándose arcaicas fantasías de
fusión con los objetos. Cada nuevo paso en el camino hacia la madurez
supondría experimentar ansiedad, confusión, desorganización psíquica y un
retorno a posiciones infantiles, seguidas de una propulsión y reorganización
hacia niveles más avanzados y adultos.
No está restablecido el pasado tal como fue, sino que el pasado se infiltra
en el presente y el adolescente recurre a un modo primitivo de
funcionamiento mental para elaborar y resolver una crisis presente. Cuando
el pasado está disponible en el presente se le puede transformar y
reinterpretar. La adolescencia proporciona así la posibilidad de seleccionar
lo que habrá de continuar y lo que permanecerá en el pasado, ya que el
futuro del adolescente no sería posible en tanto el pasado no haya sido
recordado y revisado. Cuando el adolescente presenta el pasado en el
presente, estas representaciones reflejan el modo que esas primeras
relaciones quedaron encaminadas en su mente y por eso se puede hablar
de que en la adolescencia, la infancia adquiere nuevas intensidades o
nuevos significados en el presente. Esto conllevaría la capacidad de regresar
para retrabajar aquellas tareas infantiles pero ahora abordadas por un Yo
que a través de los años ha adquirido las habilidades necesarias. Esta
regresión es una "Regresión al servicio del desarrollo" (9), bien diferente de
la regresión patológica que también se puede dar en la adolescencia y que
no hay que confundir. No toda regresión es patológica, sino que en
ocasiones forma parte del proceso benéfico de crecimiento.

El impulso hacia adelante del crecimiento busca integrar a las antiguas


modalidades de funcionamiento psíquico para mantener el equilibrio. Esa
integración preserva la continuidad psíquica a expensas del Yo que facilita la
sensación de estabilidad o un mínimo sentido de la identidad. Esta
continuidad en la cesura adolescente también se denomina "Segundo
proceso de individuación" según P. Blos (1971), a diferencia de la primera
que permitió al niño pequeño la existencia como una entidad psicológica
diferenciada gracias a la internalización de la madre. Se separa así de su
pasado, para resucitar a una nueva forma de vida, a una nueva experiencia
como adulto. Es un segundo nacimiento que le hace accesible a un nuevo
universo social y cultural. Este segundo proceso de individuación supondría
para el adolescente la tarea de lograr su independencia de los objetos
paternos y sustraerse a su influencia.

En resumidas cuentas, podríamos decir que la tarea del adolescente se


aboca a que los conflictos infantiles tienen que ser reelaborados
nuevamente a la luz de los nuevos e intensos impulsos genitales que ponen
a prueba la calidad de la interiorización de anteriores relaciones objetales e
identificaciones.

La ilusión ante la madurez

El adolescente lo estrena todo: cuerpo, relaciones, capacidades, sexualidad,


ideas, relaciones con los demás y con el mundo que le rodea etc. revelando
denodados esfuerzos progresivos por conseguir su identidad adulta. Se
esfuerza por adquirir su madurez y el temor de verse dominado por
ansiedades y conflictos infantiles. No solo tenemos a un adolescente
aterrorizado por descubrir un cuerpo sexual, sino a un adolescente
atemorizado por no lograr su anhelo de desarrollarse. El modo de
comprobación de estas nuevas facultades es mediante la actuación. La
actuación es una expresión de sus tentativas de ponerse a prueba y
verificar en el mundo externo sus habilidades y capacidades recién
adquiridas. El adolescente actúa también para lograr deshacer la ligazón, el
vínculo con los padres de la infancia. Esta actuación conviene diferenciarla
de la psicopatía donde nos encontraríamos acciones repetidas e impulsivas,
que no proporcionan experiencia y en las que predomina la insinceridad y la
amoralidad. El adolescente se pone a prueba para experimentar la
idoneidad de las nuevas capacidades adquiridas y acomodarse a las nuevas
posibilidades que se le ofrecen.

Podemos resaltar las similitudes con los niños pero las actividades
imaginativas del adolescente se adaptan más a la realidad y a sus intereses
yoicos. El adolescente necesita dar pruebas de coraje en el mundo real.
Sobresalen más sus deseos de competir con otros y la necesidad de lograr
la admiración por brillantes proezas. Una de las dificultades en el desarrollo
de los adolescentes es la ansiedad y culpa producidas por el hecho de que
sus impulsos sádicos hubieran podido destruir su interior, sus capacidades.
Esta destructividad y el daño efectuado conllevarían el temor a no poder
seguir adelante en su desarrollo. Sus ataques a las figuras de los padres y
de los adultos, expresión de sus sentimientos envidiosos pueden generar la
convicción de haberlo estropeado todo, tanto a sí mismo como los objetivos
que anhela alcanzar. Por eso podemos observar adolescentes que sienten
que su desarrollo sólo pueden realizarlo parcialmente, principalmente en el
aspecto intelectual, mientras que su vida sexual y personalidad se fijan en
la latencia, dando como resultado una inhibición general. El adolescente
puede ver obstaculizado su desarrollo por sus dificultades en resolver sus
sentimientos de culpa por sus ataques sádicos a los padres, o por su
masturbación que ha destruido y/o dañado su cuerpo, dejándolo insuficiente
para una relación adulta.

El adolescente puede sentirse extremadamente sensible frente a la presión


de ser adulto y de verse en evidencia ante los demás. Vemos el intenso
anhelo de crecer y madurar que entra en conflicto con el desagradable
reconocimiento de no poder enfrentar sus problemas solos, y de no hacerlo
se convertiría en un infante desvalido. Se muestran sensibles al rechazo o a
una observación que suponga su descalificación como adulto, y su
necesidad de sentirse entendidos también con relación a nuevos desarrollos
verdaderos que incluyan contribuciones reparatorias al objeto y al self. El
desarrollo puberal despierta en el adolescente un hambre de objetos, busca
formar pareja, con la ansiedad de que si no lo consigue, si no obtiene en la
realidad pruebas de su adecuación adulta sexual, puede quedar excluido del
"Arca de Noé". Así sus posibilidades de ser adulto se alejarán
definitivamente y con el convencimiento de que será para siempre. Esta
vivencia de ser excluido del Arca de Noé también aparece en adultos y
persiste a lo largo de su vida, en los que podremos encontrar que su
personalidad se caracteriza por ser "una organización adolescente de la
personalidad" según la formulación de D. Meltzer (1974).

En definitiva, podríamos resumir este vértice diciendo que el adolescente


presenta miedo claustrofóbico a sentirse invadido por el pasado y no poder
realizar así su anhelo de ser adulto en el futuro.

Adolescencia y cuerpo
Veamos ahora la relación entre la adolescencia y el desarrollo corporal. La
adolescencia se inicia por unos cambios corporales que se recogen bajo el
concepto de pubertad. Unos cambios neuroendocrinológicos que ponen en
marcha unas modificaciones corporales que culminarán en la consolidación
de un cuerpo adulto.

Estos cambios se pueden concretar en dos ámbitos:


1. Los cambios anatómico-estructurales consistentes en los desarrollos de
los caracteres sexuales secundarios: tamaño, masa muscular, ósea...
2. Los cambios funcionales: se desarrolla la capacidad de procrear, de
reproducción, iniciándose con la aparición del período menstrual y la
primera emisión seminal.

Estos cambios tienen dos consecuencias de amplia resonancia emocional:


- la pérdida del cuerpo infantil, que conlleva la necesidad de elaboración del
duelo consiguiente.
- y la renovación y el estreno que supone la adquisición de un cuerpo
nuevo, con posibilidades y funciones también nuevas.

Es decir, la pérdida de lo conocido, el cuerpo infantil, para pasar a estrenar


un cuerpo nuevo que se desconoce y teme. Como ante cualquier cambio,
frente a lo nuevo y desconocido, el adolescente puede reaccionar
aferrándose al cuerpo infantil y los logros obtenidos porque es algo que ya
conoce y domina, negando el desarrollo y su crecimiento. Pero también
puede reaccionar ante lo nuevo y que estrena: verificando, probando y
comprobando su idoneidad a fin de poderse acomodar a las experiencias y
posibilidades que el cuerpo proporciona. Por eso en muchas ocasiones busca
los medios que le faciliten un control sobre su cuerpo, principalmente a
través de la gimnasia, actividades deportivas, etc...

El adolescente siente el cuerpo como algo extraño a él, que le viene


impuesto, ajeno a su voluntad y control. El cuerpo proporciona unas
referencias espaciales nuevas que hacen sentir al adolescente como un
ciego en medio de unas dimensiones espaciales que han cambiado, le han
cambiado las medidas. Por éso puede aparecer una torpeza psicomotórica
en su respuesta a estímulos súbitos porque carece de las pautas aprendidas
al no estar familiarizado con las nuevas medidas de su cuerpo.
El adolescente se siente invadido por un cuerpo que siente ajeno, que no
controla ni puede guiar y que supone la pérdida dolorosa del cuerpo de la
infancia, pérdida que es vivida de forma irreversible e irrectificable,
viéndose obligado a aceptar un cuerpo que no ha elegido. El adolescente
necesita y pide tiempo para aceptar su nuevo cuerpo.
Todo ello le hace temer su inadecuación, tanto en su evolución y
capacidades psicomotoras, como en su función sexual. Así se compara con
los demás. Necesita saber si es normal o no, qué piensan los demás de él.
Necesita diferenciarse de los demás en las pirámides de edad, busca su
reaseguramiento con los de su edad, se burla de las discapacidades de los
demás en la medida en que suponen una amenza para la propia integridad
y normalidad. Vigila, observa y sigue atentamente cada uno de los cambios
que se producen en su cuerpo. Como consecuencia de su estudio minucioso
pueden aparecer ansiedades hipocondríacas, dismorfofóbicas; como los
cambios son nuevos y extraños proporcionan la base de los sentimientos de
extrañeza y de despersonalización.

Los intentos de dominar los cambios corporales pueden estimular su interés


por los regímenes dietéticos, tatuajes, perforaciones de orejas, adornos...
Presentan una enorme sensibilidad a los comentarios que hacen los demás,
que pueden ser vividos como confirmación de sus temores de inadecuación.
Su observación de los cambios corporales le lleva, junto a los comentarios
de los familiares y allegados, a encontrar parecidos físicos con padres,
abuelos y otros antepasados, proporcionándose así la vivencia de que su
cuerpo está hecho de pedazos, fragmentos de otros reunidos en él, que
crea la sensación de un cuerpo y una identidad configurada como un puzzle
de retazos, lo que perturba su sentido de la identidad. Mención aparte
merecen dos situaciones de disociación entre el crecimiento físico-hormonal
y el psíquico: se puede dar el caso del adolescente que psíquica y
mentalmente ha seguido su desarrollo, hecho que no ha ido acompañado
del correspondiente crecimiento físico-anatómico. Se trataría pues del caso
del adolescente psíquico en un cuerpo aún infantil que lo atrapa o que
amenaza su anhelo de evolución como adulto, con un cuerpo que no le
acompaña. Igualmente se puede dar el caso del adolescente cuyo cuerpo ha
seguido su crecimiento y desarrollo mientras que mentalmente aún se
encuentra en la latencia. Se trataría pues del adolescente cuyo cuerpo
reclama su presencia adulta cuando aún está en la latencia internamente,
incapacitado para comprender los cambios que se suceden
vertiginosamente y sin control, desbordando su capacidad de comprensión.

La necesidad de una identidad hace que en estas edades se plantee sus


raices genéticas, que quiera investigar en sus orígenes biológicos, aspecto
que adquiere una gran relevancia en aquellos adolescentes adoptados en su
infancia. Es la búsqueda de la continuidad biológica que proporciona
elementos reaseguradores para la asunción de su nueva identidad como
adulto. Seguramente este será un hecho cada vez más frecuente en la
medida en que las nuevas técnicas de fertilización o de uso de embriones de
los correspondientes bancos aumentarán el número de niños nacidos por
estos métodos.

Imagen corporal

La adquisición de la imagen corporal dependerá de:


1. La percepción subjetiva del aspecto físico y su capacidad funcional
sexual, que supone una reconstrucción radical de su imagen al perder la de
la infancia. Tiene que renovarla con la adulta. El cuerpo adquiere un nuevo
valor: el sexual. Cualquier rasgo corporal puede ser vivido como prueba de
ello y por lo tanto las diferencias (estatura, vello, pechos, caderas...)
adquieren un valor global de si es adecuado o no para la función sexual.
2. Las relaciones de objeto y de sus configuraciones internas. Si el
adolescente tuvo una infancia marcada por fracasos en su adaptación,
aumentará sus fracasos en la adolescencia. La imagen corporal es una
representación simbólica condensada de las experiencias presentes y
pasadas del individuo con su propio cuerpo, ya sean reales o imaginarias. El
adolescente se puede sentir abrumado por los efectos del proceso de
maduración. Así por ejemplo, en el varón su pene está orientado hacia
afuera y a la vista, se nota visual y táctilmente, lo que puede poner en
peligro su mundo interno de deseos y excitaciones, que se exteriorizará en
el pene, poniéndose al descubierto. Hablamos de un adolescente en el que
su sexualidad se pone de manifiesto al mundo exterior y no siempre
controlando sus excitaciones e impulsos que le harán sentir en evidencia.
Todo ello configura un adolescente muy sensibilizado hacia cualquier cosa
que pudiera suponer una crítica o que se le parezca como una
descalificación o que le hiciera sentir inferior.
3. Su entorno: La valoración del cuerpo aumentará o disminuirá
dependiendo de si percibe que satisface o no las expectativas de quienes le
rodean: los padres, y de lo que éstos proyectan inconscientemente sobre él:
deseos de otro sexo en el hijo, obesidad, etc..., que aumenta la vivencia de
inadecuación. El adolescente muestra una enorme vulnerabilidad ante la
aprobación o desaprobación de los demás.
4. Imagen corporal ideal: con la que se compara y que constituye el ideal
del Yo.

Resumiendo o modo de conclusión

1. En la adolescencia no se inicia la actividad sexual sino que se intensifica.


2. El cuerpo actúa y sirve como representante simbólico, como pantalla de
proyección donde expresar conflictos, formas de relación de objeto,
ansiedades, defensas...
3. En el cuerpo se centran también los aspectos y defensas narcisistas, en
forma de un hiperinvestimiento del mismo.
4. Las dificultades de aceptarse se proyectan en el cuerpo, en su apariencia
y en sus realizaciones, fundamentalmente en su adecuación sexual,
afectando la autoestima y generando sentimientos intensos de humillación.

Movimientos y tendencias en la adolescencia

A tenor de lo que hemos venido exponiendo hasta ahora podríamos resumir


y concretar las líneas del desarrollo y crecimiento del adolescente en las
siguientes tendencias y movimientos:
1. Movimientos o expresiones de funcionamiento infantil que no se pueden
calificar de regresivos en la medida en que son expresión de los
componentes infantiles presentes en el momento adolescente.
2. Movimientos regresivos a posiciones y satisfacciones infantiles normales
para adquirir nuevamente vigor y fuerza para nuevos logros y pasos en su
crecimiento y madurez. Es lo que hemos denominado "Regresiones al
Servicio del Desarrollo".
3. Movimientos regresivos patológicos de características polimorfas y/o
perversas tendentes a bloquear e impedir o como mínimo dificultar el
desarrollo adulto, tanto por las dificultades en la aceptación y elaboración
de las pérdidas y duelos como por el temor a la aparición de todo el
apremio instintivo-pulsional de la pubertad del que se huiría hacia la
infancia, en un repliegue patológico.
4. Tendencias progresivas, ilusión por seguir hacia delante, expresión de los
deseos de crecimiento adulto y de verificar sus posibilidades.
5. Tendencias de pseudomadurez de características maníaco-omnipotentes
y narcisistas como una huida hacia delante ante el temor claustrofóbico de
quedar atrapado y anclado en la infancia. Intentan imitar lo que considera
que es un adulto y huir así de las tendencias regresivas y de dependencia
de los adultos para seguir su desarrollo.
6. Tendencias a saltarse la Crisis de la Adolescencia, negando su existencia
y asegurándose así que llegarán a la edad adulta sin sufrir el dolor que
supone la adolescencia.

1
Texto de la conferencia pronunciada en el VII curso «Latenció específica a los
adolescentes», organizado por el Centre Jove d»Anticoncepció i Sexualitat y
celebrado en Barcelona, abril del 2002.

Bibliografía

Aberastury, A. y Knobel, M. (1989). La adolescencia normal: un enfoque


psicoanalítico. Buenos Aires. Paidós

Blos, P.  (1971). Psicoanálisis de la Adolescencia. México. Ed. Joaquin Mortiz


S.A.
Feduchi, L. (1977). ¿Qué es la adolescencia? Barcelona. La Gaya Ciencia.

Freud, A. (1992). El desarrollo adolescente. En Psicoanálisis del desarrollo del niño


y del adolescente. Barcelona. Paidós.        

Kaplan, L.J. (1991). Adolescencia: el adiós a la infancia. Barcelona. Paidós     

Laufer, M. y Laufer, E. (1988). Adolescencia y crisis del desarrollo. Barcelona,


Expaxs S.A..        

Marías, J. (1992). Corazón tan blanco. Barcelona, Anagrama. 

 Meltzer, D. (1974).   Los estados sexuales de la mente. Buenos Aires.

Kargieman 

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