Dogma Sacramental I
Dogma Sacramental I
Dogma Sacramental I
T R A T A DO D E S A C R A M E N T O S E N G E N E R A L
SEMINARIO MISIONERO DEL ESPIRITU SANTO
0. PRELIMINARES
0.1. INTRODUCCIÓN
Ser cristiano significa creer en Jesucristo y tratar de vivir la esperanza y la caridad que
su amor ejerce en nuestro corazón inquieto. La historia de ese amor es sencilla y grande:
el Hijo eterno entra en la historia humana y a través de su humanidad, íntegra y
verdadera, revela el rostro del Padre y concede a quien lo recibe la vida nueva del
Espíritu. Cristo es sacramento de Dios, el signo vivo con que el eterno se comunica a
los hombres. Y para poder llegar a cada uno de los seres humanos, en todos los tiempos
y lugares, el Señor Jesús se hace presente en la Iglesia, sacramento de Cristo, lugar
predilecto del encuentro con él en el Espíritu. La Iglesia celebra y vive el encuentro
entre el resucitado y los hombres con algunos acontecimientos, en los que el don divino
llega al corazón de la persona y a la historia por medio de palabras y gestos realizados en
obediencia a la voluntad del Señor: los sacramentos.
Los sacramentos son pues, don de Dios un hecho que, a través de la historia religiosa del
hombre, se han venido efectuando cambios a ritmos acelerados que han llevado a este a
extremos perniciosos. Extremos, como el alejamiento de lo sagrado, por considerarlo
alienante. Otro extremo es el llamado “retorno a lo sagrado”, fruto de una cultura
cansada de lo científico como medio de salvación. Estas dos realidades traen para la
Iglesia nuevos retos pastorales que de algún modo implica la reorientación de su ser
misionero.
0.1.1. Fenómeno de crisis: Particularmente hay que dar una reorientación valorativa de
la vida sacramental, de modo que hable al hombre en su propio lenguaje, el viejo
lenguaje de la salvación. En muchos ambientes de nuestro mundo no se practican los
sacramentos, en otros se practican de forma parcial, en otros como meros hechos
sociales, sin ningún compromiso para la vida, y muchas veces son tenidos como ritos
mágicos sin ningún valor soteriológico, eclesiológico, cristológico ni escatológico.
0.1.2. Por qué de la crisis. Frente a la realidad anterior debemos analizar el por qué de
esa crisis. El ser humano, en su presente, ha experimentado un cambio en su concepción
frente al mundo, al hombre y ante lo absoluto. Este nuevo paradigma ha hecho del
hombre un ser pragmático: es válido lo verificable por la razón positiva. Esta nueva
interpretación del universo y de sus leyes han hecho de lo simbólico no una realidad de
encuentro, sino una realidad intrascendente que sumerge al hombre en lo puramente
inmanente.
Claro está que también existen otras causas que van directamente ligadas a la lista de
efectos negativos por los cuales no se practican los sacramentos en los fieles. Ella se
refiere directamente a los que administran lícita y válidamente los sacramentos,
negligencia, abandono pastoral, mala preparación catequética y la falta de testimonio.
Esto ha alejado a muchos de las prácticas propias de la catolicidad.
Experiencias eclesiales sin auténtica vivencia del mensaje evangélico. Ruptura fe-sacramento
que se da por rutinización, y en muchos casos por ausencia de bases doctrinales. Desconexión
con la vida y con los problemas cotidianos, que genera una falta de compromiso evangélico.
Una mala orientación de la religiosidad popular.
0. 1. 6 Efectos de la crisis.
Obviamente se está ante una deformación de la experiencia religiosa más de las veces
por la inadecuada pastoral que se hace sin bases sólidas. Lo que está en tela de juicio no
es tanto la fe cristiana en cuanto tal, sino la pedagogía de esa fe desarrollada actualmente
en la práctica sacramental.
La falta de bases sólidas lleva a los fieles a vivir lo religioso-cristiano de modo pagano,
dándose la ambigüedad e inconstancia, como la inversión del valor de lo sagrado. Es la
“conversión diabólica” como lo llamaría Ricoeur.
“La ambigüedad de lo religioso consiste... en que un mismo acto o práctica de la religión
puede ser un símbolo del horizonte último que lleva a Dios; o puede ser también un
objeto en el que el ídolo de la ilusión se autosatisface engañosamente” (José María
Castillo, Símbolos de Libertad. pag. 21). Lo ambiguo, lo inconstante y la inversión del
valor religioso se ha contenido en una forma de práctica en el ámbito de la fe que no
responde exactamente a las exigencias del evangelio, antes por el contrario desmeritan
los principios. De esta manera la fe cristiana degenera en la práctica simbólica en
donde la función de los objetos se convierten en ídolos, y muchas personas que practican
asiduamente la religión, no se encuentran con Dios, el Dios vivo, sino con la
objetivación de Dios, de un Dios acomodado a la comprensión humana.
0. 1. 7. Aportes de solución.
¿Cómo recuperar los símbolos perdidos, para que sean efectivamente sacramentos de
libertad? Es evidente que esa recuperación no se da sólo mediante teorías y doctrinas,
sino también con un gran énfasis pastoral de vida de comunión. Por consiguiente, sólo
cuando los cristianos se acerquen a los sacramentos con absoluta libertad llevados por un
verdadero testimonio sacerdotal, podremos decir que los sacramentos expresan las
experiencias profundas y fundamentales de nuestra fe en Jesucristo. “Desde este punto
de vista, es de desear que las autoridades de la Iglesia afronten con toda urgencia el
problema real que representa el hecho de que los creyentes tengan que acercarse a los
sacramentos empujados y obligados por una legislación que con frecuencia les resulta
pesada e incluso oprimente” * lo más urgente es que todos en la Iglesia tomemos
conciencia de lo que representa el mensaje cristiano “en cuanto mensaje de libertad
frente a toda ley” * Sólo a partir de este planteamiento, nuestras celebraciones
sacramentales podrán recuperar su verdadero significado.
0. 2. JUSTIFICACION
El tratado dogmático sobre los sacramentos es fundamental para el conocimiento y
desarrollo de la teología como para la actividad Pastoral de la iglesia, por cuanto hacia él
confluye toda su celebración conceptual y toda su actividad pastoral.
Los sacramentos son las prácticas religiosas fundamentales del cristiano; tanto en la
enseñanza oficial de la Iglesia como en los acontecimientos fundamentales de la vida (El
nacimiento, el matrimonio, etc), los ritos sacramentales son en concreto las prácticas
religiosas que tienen lugar prioritario en la Iglesia cristiana.
En consecuencia, todo aquello que afecte positiva o negativamente, la vida sacramental,
afectará a la vida misma de la Iglesia y el cumplimiento de la Misión que el Señor le
entregó y que constituye el sentido mismo de su existencia. La calidad de la vida
sacramental refleja la calidad de la elaboración teológica en cuanto a su compromiso
soteriológico; y la calidad de la acción pastoral de la comunidad cristiana y de su
condición de testigo del Señor.
Hoy tenemos que decir que se vive una crisis sacramental, sus manifestaciones son
múltiples: Ritualismo y formalismo en las celebraciones litúrgicas, ausencia de una
auténtica y verdadera catequesis, dicotomía entre fe y vida, ausencia de planeación
orgánica y de actualización teológica, con lo cual pierden toda posibilidad de presencia y
de significación cultural, volviéndose extrañas a la misma vida cristiana.
En consecuencia, para asumir la responsabilidad de la teología sacramental en la
superación de esta situación, es importante tener ciertos puntos de referencia que
orienten su reflexión sobre la sacramentalidad en la vida de la Iglesia, en los que los
sacramentos son concebidos como:
- Encuentro personal con Dios, con Cristo, con los hermanos, en un contexto eclesial,
comunitario e histórico, para glorificar a Cristo, el siempre vivo.
- Realización histórica del hombre que se ve realizado progresivamente como tal; y por
ende, inicio de proyecto y programa de vida.
- Expresión ritual de fe personal y comunitaria; entrega personal y compromiso
histórico.
- Actualización de la sacramentalidad de Cristo y de la Iglesia.
En todo este asunto es decisivo comprender que la práctica sacramental no se renueva, ni
siquiera se cambia por el solo hecho de renovar o cambiar la forma externa de celebrar
los sacramentos. Depende esencialmente de la renovación de la práctica sacramental. La
vida cristiana y por lo tanto la Iglesia se renovará en la medida en que se renueven los
sacramentos, es decir, la práctica sacramental del pueblo cristiano.
Con el estudio de este tratado se pretende dar respuesta a la problemática sacramental
que se vive hoy.
Rcchetta C., Sacramentaria fondamentale, se hace la pregunta ¿Por qué una reflexión
fundamental sobre los sacramentos? Entre los años 60-70 la doctrina general sobre los
sacramentos ha sido puesta en discusión no sólo en el plano de la forma y de la
estructuración, sino en su misma razón de ser. ¿Cómo repensar y reorganizar un tratado
general que desde siglos tiene una precisa fisonomía y articulación, evitando anular los
contenidos de base de la reflexión tradicional y acogiendo al mismo tiempo los
desarrollos positivos y más acreditados de la teología sacramental contemporánea?
1
RAHNER K., Chiesa e sacramenti, Brescia, 1965, 42.
6
2
Cf. ROCCHETTA C., Sascramentari fondamentale, 1989, 11.
7
El gran principio de la pedagogía de Dios es expresado por Santo Tomás: "es propio de
la sabiduría de Dios proveer a cada realidad según su condición misma de la realidad. La
trascendencia de la salvación realizada por Dios en la historia y la gratuidad de la gracia
que él da a la humanidad en Cristo, no implica una disminución de la estructura humana.
Al contrario es ley general de la economía revelada, (sea en el orden de la creación, sea
en el de la redención) que Dios se hace presente al hombre según su condición real. Es la
3
Millás comenta que si Rocchetta ha dicho inspirarse en OT. 16, podría haber comenzado su libro con el
Capítulo III (2ªParte), pero el autor justifica la 1ªParte: fundamento antropológico.”La teología
sacramental contemporánea está empeñada en asumir una “lógica justificativa” de los sacramentos,
poniéndola como fundamento del sucesivo discurso dogmático... sólo teniendo presente al hombre se está
en condición de coger el sentido total de los sacramentos...”. Millás piensa que esto es obvio pero no
puede ser el fundamento del discurso dogmático sobre los sacramentos.
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lo anterior, se puede afirmar, que los sacramentales no son algo secundario, accesorio en
el Plan Salvífico de Dios, que es histórico y por lo tanto esencial al mismo hecho de la
revelación como a la respuesta que en la fe el hombre da a su Dios. Entonces, la
relación del hombre con Dios, tiene que ser necesariamente una relación sacramental.
Luego, a través de las realidades corporales y visibles, es decir, históricas, Dios se revela
y se nos comunica a Sí mismo y para que la sacramentalidad se complete y plenifique, es
a través de esas mismas realidades históricas y corporales, como el hombre logra
encontrar el modo más seguro de responderle a Dios que se ha revelado. Es, pues, una
donación divina, que pide una respuesta humana (mutua comunión), que se realiza por
medio de un signo sensible, único, histórico y corporal, que es lo que manifiesta la
realidad del sacramento.
Todas las concepciones del hombre, destacan como rasgo constitutivo y central del ser
humano, su condición significativa y simbólica. De innumerables formas se afirma que
el hombre es un ser significativo y, el alcance de esta afirmación no se reduce a indicar
el hecho fácilmente demostrable de que todo hombre, utiliza en su vida, una serie más o
menos larga de signos y de símbolos, sino que se llega a la concreta afirmación de que el
hombre es el signo originario y por lo tanto, es el ser en el que tiene su origen el
fenómeno de la significación y del simbolismo.
mundo supra-sensible, que se trasparenta en ella y que, a través de ella, refleja la íntima
realidad de su ser, que es lo que al fin de cuentas, se busca.
La comunicación es más rica que la mera información objetiva sobre algo. En ésta se
implica el yo y el tu. Esto constituye el orden simbólico. Si el cuerpo es símbolo real del
hombre y de su ser con, el lenguaje es como la estructura portante. El lenguaje
constituye como un ambiente vital en el que el hombre acontece como sujeto, al punto
de poder decir que no es tanto el hombre que posee el lenguaje cuanto que es el lenguaje
el que posee al hombre, como en «una red lo coge», pero sin el cual él no estaría en
grado de auto conocerse y situarse de modo significativo en un grupo humano.
Algunos autores han descrito la naturaleza del lenguaje según el esquema triangular4:
el
yo tu
K. Buhler y J.P. Rudder hablan de “triple irradiación del lenguaje humano”:
+ El lenguaje como auto revelación del hombre que quiere ser reconocido como ser
personal, con una propia identidad y propio papel.
+ El lenguaje como provocación (pro-vocare, invitar fuera de) dirigido al tú, diálogo.
+ El lenguaje como un llamar la realidad para hacerle existir como significantes del
hombre y para el hombre.
Así, el símbolo es: 1º manifestación visible de una experiencia interior que compromete
a una respuesta de vida. El símbolo tiene la función de asumir las experiencias más
profundas de la existencia humana inexpresables en el ámbito conceptual o categorial.
2º un testimonio de comunión, y al mismo tiempo la hace. La función primaria del
símbolo es la de establecer una relación que promueva un encuentro, un reconocimiento,
un empeño. El símbolo tiene una valencia radicalmente interpersonal: es un testimonio
de comunión. 3º huye de una explicación puramente racional porque “e-voca, pro-voca
y con-voca” una experiencia.
SÍMBOLO SIGNO
1 pone en relación dos significantes un significante y un significado
2 introduce en un orden un orden del cual forma parte en otro orden distinto
1. 4. LA EXPRESIÓN SIMBÓLICA
Se entra en el problema de la competencia frente al símbolo y la expresión simbólica. Si
el símbolo es tal sólo por quien lo conoce y lo reconoce, es claro que sólo quién está en
grado de entrar en la lógica de la fe de la Iglesia está en grado de utilizar los símbolos
sacramentales, de expresar en ellos la propia existencia creyente y de sentirse expresado
por estos.
a) Noción Fenomenológica
Expresión, del latín «ex-pressio», significa sacar fuera lo que está dentro. En este
sentido, la expresión indica un movimiento del interno al externo, opuesto al de
«impresión» («im-pressio») que es recibir en sí una cosa de fuera. A nivel interpersonal
esta palabra significa bien el acto que el efecto de manifestarse o cualquier cosa de sí a
otro(s). La expresión simbólica es la forma de lenguaje que canaliza las intenciones y
los sentimientos interiores; permite reconocerlos, actualizarlos, y manifestarlos. Es
radicalmente distinto al fenómeno funcional. El fenómeno expresivo (un gesto de amor,
una sonrisa...) es una acción que expresa una disposición interior.
símbolo (p. 415); Chauvet quiere repensar el sacramento como símbolo. Dice: “la expresión simbólica no
basta para sí misma, no se puede separar signo y símbolo, versión italiana, Pag. 91
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En cuanto distinta del fenómeno funcional implica una doble referencia o contenido: la
experiencia como presupuesto y la acción como resultado de su actuación. Experiencia-
Expresión-Acción.
1. Experiencia – expresión La expresión simbólica está radicalmente unida a la
experiencia interior y lo es en un doble modo: en cuanto sigue la experiencia y en cuanto
da forma y manifiesta la experiencia misma. Su tarea es la de poner en relación dos
niveles del ser del hombre: el orden de lo vivido-experiencial por sí no temetizable y el
orden lingüístico mediante el cual él se representa y entra en comunicación con el otro.
La expresión simbólica se caracteriza por: 1 una experiencia interior, 2 traducirla a nivel
consciente, 3 su carácter de comunicación interpersonal. Se comprende entonces la
importancia que tiene para la expresión litúrgico-sacramental el asumir una auténtica
experiencia de fe. De lo contrario el acto celebrativo queda sólo en un gesto externo e
inexpresivo.
1. 5. SÍMBOLO Y RITO
El rito es una de las expresiones privilegiadas del lenguaje simbólico del hombre. El acto
ritual tiene esencialmente un carácter simbólico.
1. 5. 3. El rito religioso
16
El rito religioso se presenta como una acción simbólica que hace actual la realidad
significada y la hace revivir al presente. Hay una unión profunda entre la acción ritual y
el contenido expresado y realizado por tal acción. En el acto mismo de significar , el rito
«produce» una evocación que hace unidad entre el evento recordado y la acción
simbólica, introduciendo al hombre en tal ausente-presente.
Si el rito se separa de la vida, la vida se separa del rito y el gesto ritual se transforma casi
siempre en hechizo, superstición religiosa.
c) Eficacia Cuanto se ha dicho reclama la eficacia propia del rito. Esto funciona como
un acto de lenguaje que, conectando con la tradición hace revivir al grupo los propios
orígenes o el sentido de la propia subsistencia; en tal recuerdo el grupo renace,
superando el abismo del tiempo que separa el hoy del arquetipo mítico y haciéndolo
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presente. El rito, en tal modo, no solo manifiesta la identidad del grupo, sino que la
poner en el ser: en el momento en el que el grupo dice el rito, el rito dice el grupo.
En este segundo momento de reflexión nos situamos en clave de lectura diversa, pero
igualmente significativa en orden a la verificación del fundamento antropológico de la
economía sacramental de la Iglesia. Nos ponemos en perspectiva histórico-universal,
con la preocupación de buscar como el hecho sacramental se enraiza en la realidad del
mundo creado por Dios (la creación como realidad simbólica y “existencial crítico”) y
en cierta medida la historia humana en cuanto historia de la búsqueda de Dios por parte
del hombre. Desarrollaremos dos momentos: el mundo como sacramento; el sacramento
en la historia de la humanidad. (Hec. 17,27).
c) Potencialidad del elemento creado: Cuanto se ha dicho nos hace descubrir que el
elemento creado, más allá de su simple existir, es potencialmente susceptible de llegar a
ser más respecto de lo que es en sí y por sí. Encontrarse en el ser es en realidad
encontrarse en el poder ser. La causalidad divina hace posible la potencialidad de ello
hacia una superación, hacia un progreso en el ser. Es Dios al crear quien imprime en lo
creado sus potencialidades para seguir desarrollándose. El desarrollar el poder ser está
fundado desde el principio en Dios. Es Dios quien las ha impreso.. El creado posee en sí
unas potencialidades de poder ser más de lo que es (existir concreto) cuya causalidad
primera y fundamento es Dios.
El sentido de una reflexión teológica de este género salta a los ojos si se tiene presente
que: 1. La creación no representa una realidad inamovible, sino que permanece
potencialmente abierta a una superación de sí misma. 2. Sin embargo, no podemos
considerar esta potencialidad un hecho autónomo respecto al Creador (causa primera). 3.
Dios le ha dado al hombre la tarea de cultivar y guardar el jardín del mundo (Gen.2,15)
con responsabilidad. 4. El hombre debe transformar este mundo hacia su pleno
cumplimiento.
Problemática compleja pero considerada por los Padres y primeros teólogos, como
presupuesto esencial para la comprensión de la novedad de la economía sacramental de
la Iglesia. Ciertamente hasta hace poco la cuestión ha sido considerada en términos
prevalentemente apologéticos y por tanto reductivos (limitado a ser «remedio» contra el
pecado original - influencia agustiniana), con la intención de mostrar como sólo en
relación a la fe en Cristo y en los sacramentos fuese posible a los niños privados de
razón alcanzar la salvación. Se trata de una problemática de gran complejidad.
Queremos ofrecer un cuadro sintético de la cuestión que permita situar los sacramentos
en un contexto suficientemente amplio de teología de la historia, con particular
referencia a la búsqueda de una dimensión, en cierta medida ya sacramental.
La via sacramental que el hombre de las religiones ha tenido y tiene en modo inmediato
a su disposición es la vía del cosmos, con sus fenómenos, que les parecen como
hierofanías.
El hombre de las religiones vive la experiencia del encuentro con Dios, sobre todo a
través de la realidad del cosmos y de los interrogantes que les produce: ¿por qué el
universo, la vida, la muerte...? La búsqueda de una respuesta es el origen del mito
diversamente caracterizado en relación a las diferentes culturas y grupos sociales. El
mito es la expresión ordinaria que el hombre asume para representar la relación entre sí,
el cosmos y el numinoso a partir de la convicción de la existencia de un mundo eterno de
arquetipos divinos de los cuales todas las realidades visibles no son mas que una
participación temporal y limitada. El mito, bajo tal aspecto, está centrado sobre la
afirmación de un universo de ejemplares de todas las realidades humanas.
La mayor parte de los mitos son cosmogónicos. Otros miran la vida del hombre sobre la
tierra. Ellos manifiestan una específica conciencia simbólica de lo invisible y quizá
llegan a descubrir regiones ontológicas inaccesibles al entendimiento empírico-
racionalista (M. Eliade). El mito, según Jung, constituye en cada caso una expresión de
actitudes fundamentales del hombre que se interroga sobre el cosmos, su vida y Dios.
Más compleja es la cuestión de la relación que se pone entre el mito y el culto. Unos
autores dice que no tiene nada que ver y otros, como M. Eliade, afirman que está en
estrecha relación con el rito. El rito religioso está considerado como cargado de una
dynamis, de una misteriosa eficacia para la vida del hombre y del grupo que lo celebra.
El rito realiza la conjunción entre el tiempo mítico y el hoy del grupo. "Un rito es la
repetición del tiempo original"(M.Eliade). La pregunta que surge es: ¿una ritualidad
semejante debe ser considerada extraña a una presencia de Dios al hombre y a una
realidad de gracia salvífica?
Existe una diferencia entre la ritualidad hebráica-cristiana y el rito religioso, que está en
relación con mito atemporal e impersonal; mientras que el hebreo-cristiano está en
relación con las acciones históricas de Dios, que son únicas e irrepetibles, absolutamente
nuevas y permanecen siempre adquiridas. Pero no significa que los ritos religiosos se les
puedan considerar como expresiones de superstición humana, porque Dios siempre
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cuida de los hombres. Los ritos religiosos expresan presencia/realidad de gracia divina
por lo que pueden ser considerados como sacramenta naturalia. Tal presencia/realidad
de gracia hace relación al Cristo origen, centro y fin del cosmos y de la historia. El
mysterion ton Theou revelado en Cristo contiene en sí y permite comprender tal
extensión de la historia sacramental de la salvación. (1Tm.2,4; Rm.5, 20)
8
la teología clásica, dice Millás, hablaba aquí de “sacramentales”.
22
Así mismo en nuestra realidad humana se hace presente Cristo y por eso nuestro
cristianismo es a la vez teocéntrico, tanto que podemos afirmar que “para conocer a Dios
es necesario conocer al hombre” (Pablo VI), incluso con sus mismos sufrimientos como
nos lo dice el documento de Puebla, en sus numerales 31-39 expresando que “la
situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy
concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que
nos cuestiona e interpela, como lo dice el documento mencionado.
Rostros de niños, golpeados por la pobreza desde antes de nacer, por obstaculizar
sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales y corporales
irreparables; niños vagos y muchas veces explotados de nuestras sociedades,
fruto de la pobreza y desorganización moral familiar.
Rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad;
frustrados, sobre todo en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de
oportunidades de capacitación y ocupación.
Rostros de indígenas y con frecuencia de afroamericanos, que viviendo
marginados y en situaciones inhumanas, pueden ser considerados los más pobres
entre los pobres.
Rostros de campesinos, que como grupo social viven relegados en casi todo
nuestro continente, a veces, privados de tierra, en situación de dependencia
interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan.
Rostros de obreros frecuentemente mal retribuidos y con dificultades para
organizarse y defender sus derechos.
Rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias
de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los
trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos.
Rostros de marginados y hacinados urbanos, con el doble impacto de la carencia
de bienes materiales frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores
sociales.
Rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la
sociedad del progreso que prescinde de personas que no producen”.
Los sacramentos son signos visibles por los cuales llega a nosotros la gracia de Dios,
fruto de la obra redentora de Cristo. El signo causa de lo significado en cuanto por él lo
significado se hace a sí mismo efectivo. El signo es causa de la gracia en cuanto que la
gracia se da al manifestarse en el mismo signo. Esta presente manifestación de la gracia
en los sacramentos no es si no la actualidad de la Iglesia misma, en cuanto que ella
misma es presencia tangible de la gracia. Signo es una cosa que nos da a conocer otra.
El humo es signo del fuego, un perfume nos advierte que el capullo de la rosa ha
florecido, las huellas indican al cazador el paso del animal.
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Signo es una cosa convencional utilizada para significar otra cosa y traducirla
sensiblemente. En ese caso es el cuerpo de una realidad espiritual, la expresión de una
intención. Por ejemplo los apretones de manos que se intercambian entre dos amigos.
Como signo, este gesto es un lenguaje que, revela la amistad de dos personas o
testimonia reconciliación; un semáforo en rojo, en los cruces de las carreteras en cuanto
cosa, es una lámpara eléctrica detrás de un cristal rojo; en cuanto signo, es una
prohibición de pasar. En el sentido más estricto, el signo es el único camino de acceso a
una realidad espiritual que sería inconcebible sin él. Entonces, en rigor de términos
estamos ante un símbolo. El símbolo introduce en una realidad misteriosa que no se
puede conocer más que a través de él. De esta manera en el lenguaje de los Padres, el
mundo todo entero es símbolo de Dios, porque nos introduce a él “porque desde la
creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos
mediante las criaturas” (Rm 1,19-20) (La bandera y el escudo de un país son símbolos
patrios).
A lo largo de nuestra vida se dan algunos gestos y expresiones simbólicas: Para expresar
el amor, la amistad y el cariño, los conocidos se dan la mano, los amigos se abrazan, los
padres besan a sus hijos y viceversa; los esposos se acarician y se besan en un abrazo
íntimo. Cuando celebramos un cumpleaños o una fiesta, enviamos flores y regalos y nos
invitan a un plato o a una torta. Cuando se trata de una fiesta de promoción o de
graduación de estudiantes, hay una serie de ritos que no pueden faltar: discursos,
diplomas, cantos, flores, y luego fiesta en la casa.
Si se trata de fiestas cívicas, los símbolos son patrióticos: la bandera, desfile, homenajes
florales a los héroes patrios, procesiones de antorchas, bandas, discursos, conjuntos, etc.
El símbolo es la mejor forma y muchas veces la único medio que tenemos para expresar
lo más profundo de la vida: el amor, el deseo de felicidad, la alegría, el dolor, el sentido
de comunidad, el recuerdo del pasado, la esperanza, nuestra fe. El símbolo es la
expresión de lo más real y profundo. Él creyente ve el mundo y la historia como obra de
Dios; porque él no sólo ve símbolos en la naturaleza, sino también y sobre todo en las
personas y las cosas.
Todo esto nos prepara para comprender que además de símbolos naturales, haya
símbolos humanos e históricos de Dios, y que la Iglesia tenga sus propios símbolos que
se entrelazan con los símbolos humanos, comunitarios y religiosos de la humanidad,
pero que poseen un sentido peculiar a la luz del misterio de la muerte y resurrección de
Jesús. A estos símbolos de Dios y de la Iglesia se les llaman “SACRAMENTOS”.
La humanidad, durante siglos, buscaba a Dios a través de los astros del cielo, la tierra,
los ríos y el mar. Toda la historia de las religiones es una continua búsqueda de Dios,
descubriendo su huella en mil símbolos de la naturaleza. Pero Dios tuvo compasión de la
humanidad y decidió manifestarse. Para ello escogió un hombre, Abraham, para que
fuera el padre de una gran nación (Gn 12,1-3). De Abraham nace el pueblo de Israel,
como una señal de Dios en medio de todas las naciones, un símbolo. A través de los
profetas lo fue guiando y educando. El Antiguo Testamento narra este largo camino de
Israel, lleno de luces y sombras. Al llegar a la plenitud de los tiempos, Dios envió a su
propio hijo, nacido de mujer (Ga 4,4), de María, para que se encarnase por medio del
pueblo de Israel y acompañase a la humanidad en el largo caminar hacia Dios. Fue en
tiempos del emperador romano Octavio Augusto.
A través de Jesús de Nazaret se nos ha manifestado Dios. Jesús es la Palabra hecha carne
(Jn1,14)9, el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) y quien lo ve, ve al Padre (Jn 14,8).
El misterio de Dios se nos hace presente y transparente en la humanidad de Jesús. El es
la imagen del Padre invisible (Col 1,15), la vida de Dios hecha cercanía, la luz que brilla
en medio de las tinieblas (Is 11,1). “Cristo es la presencia real en la historia del triunfo
escatológico de la misericordia de Dios. En la Encarnación Dios abrazó al mundo radical
y definitivamente en su misericordia. En la Encarnación la humanidad entera fue
asumida definitivamente para la salud, en este su miembro y cabeza unidos
definitivamente con Dios en unidad personal. Es el momento en el que Logos asume
esta naturaleza humana es la unidad y humanidad una, la redención no puede detenerse
ni ser retenida”.
contemplaron, Jesucristo. Y les escribimos esto para que la humanidad tenga alegría
perfecta (Cf. 1Jn 1, 1-4).
Es el Espíritu Santo quien hace presente a Cristo en todos los tiempos y en todas las
situaciones de la humanidad, porque el Hijo de Dios, que entró en la historia una vez
para siempre para acercarse y salvar a todos los hombres, quiere hacerse presente en
todos los tiempos y estar cerca de todos los corazones; esto lo realiza por medio de la
acción del Espíritu Santo, a través del cual, la gracia del Redentor se hace presente en
cada una de las situaciones humanas. El Espíritu es la memoria poderosa de Dios, el que
actualiza en el tiempo la obra única y definitiva del Señor Jesús en la historia. El
Resucitado se acerca en el Espíritu a la criatura en cada fragmento de su historia: “El
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis todo lo que yo os
he enseñado” (Jn 14,26). Esta acción del Espíritu se realiza de manera peculiar a través
de una mediación histórica querida por el Señor, que en cierto modo prolonga el misterio
de su Encarnación: la Iglesia pueblo de Dios, lugar del Espíritu, “Sacramento de
Cristo”. “Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo género humano” LG. 1.
le compara, con una noble antología, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la
naturaleza asumida sirve al Verbo Divino como de instrumento vivo de salvación unido
indisolublemente a El, de modo semejante a la articulación social de la Iglesia sirve al
Espíritu Santo, que la vivifica, para el crecimiento de su cuerpo” (cfr. Ef 4, 16; LG. 8).
La Iglesia, comunidad de salvación, es el sacramento de Cristo, como Jesucristo es para
nosotros, en su humanidad, el sacramento de Dios.
su luz, no ceses nunca de enviarnos desde él tus rayos luminosos, para que a través de ti
done a las estrellas su luz y las inflame de ti y para ti” (Atanasio el Sinaíta, Anagógica
cantemplatio in Hexaemeron 4).
el signo por su misma definición es una cosa diáfana que se desvanece ante lo que
representa. * Como solo a través del signo se alcanza la realidad de lo significado, el
signo no puede ser rechazado por haber perdido utilidad, aunque se está pidiendo
continuamente que se mejore lo más posible su capacidad de significar. * La eficacia
significante de la Iglesia, en cuanto signo de salvación, no depende de su extensión
numérica, sino de su fidelidad significadora: a Dios y a su voluntad. * Siempre habrá
una insuficiencia en lo creado para significar lo invisible y eterno. También la Iglesia,
como signo de la voluntad salvífica de Dios, es interpelación del Señor al hombre (O.
Semmelroth)
Pero el lenguaje tal como lo hemos entendido, relación o encuentro vivencia, no logra su
traducción y manifestación adecuada en conceptos ni en palabras, desborda todas las
expresiones verbales. Por eso recurrimos al “símbolo”. Una palabra que originalmente
significa la unión de dos partes de un anillo, que se había partido como expresión de
alianza o pacto entre personas. El símbolo no sólo da conocimiento de la realidad; es
reconocimiento, actualización, presencia real, aunque parcial, de la misma. El abrazo
entre dos personas amigas no sólo notifica que hay amistad; ésta se hace presente, se
celebra y se aviva en el abrazo. La experiencia humana más profunda y auténtica echa
mano del lenguaje simbólico. Pensemos en las caricias de dos enamorados, o en los
besos entrañables de una madre a su hijo que, después de mucho tiempo fuera, vuelve a
casa. Para expresar el amor y el sentimiento en la partida de un ser querido, hacemos
una comida de despedida. El mismo acompañamiento silencioso ante una tragedia
irremediable resulta muchas veces el único simbolismo elocuente. Todas las culturas
tienen sus propios simbolismos para manifestar sus experiencias y algunos ejemplos, son
símbolos de una experiencia tan real como inexpresable conceptualmente.
Jesús de Nazaret habló con este mismo lenguaje simbólico, no sólo en sus parábolas,
sino de modo especial en sus gestos: comidas con los pobres, última Cena con sus
discípulos, lavatorio de los pies, silencio humilde ante sus acusadores. La expresión
frecuente “a qué compararé”, que vemos en los evangelios, nos sugiere la profunda e
intensa experiencia con que Jesús vive la cercanía de Dios o la llegada del Reino. Los
seguidores de Jesús, partícipes de su misma experiencia, tendrán que utilizar también
esas mediaciones simbólicas. El lenguaje religioso cristiano tiene una novedad que
proviene y tiene su explicación en la confesión creyente: el acontecimiento Jesucristo
29
Jesucristo, realiza este Plan de Salvación: Según los evangelios, Jesús vivió de un modo
único la intimidad con Dios, y actuó convencido de que llegaba ya el cumplimiento de
las promesas, la utopía esperada, el reinado de Dios: “El Espíritu del señor está sobre mí
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación
de los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar los oprimidos, proclamar el año de gracia”
(Lc 4, 18ss). Si por el Espíritu de Dios expulsó a los demonios, es que ha llegado a
vosotros el Reino de Dios (Mt 12). Jesús manifestó y celebró su experiencia singular en
algunos gestos simbólicos. Eran símbolos en acción, gestos sacramentales. Después de
la resurrección y a la luz de la misma, los primeros cristianos leyeron e interpretaron los
acontecimientos históricos de Jesús, y le confesaron como Palabra, Hijo de Dios,
Salvador del mundo; el sí de las promesas, la Nueva Alianza, el Único Mediador. En
Jesucristo se ha realizado por fin y de modo pleno la inclinación gratuita de Dios en
favor de todos los hombres, y la entrega libre de la humanidad a su Creador: “La obra de
la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios.” (SC 5).
El Concilio de Trento definió que son siete los sacramentos, ni más ni menos. Es
preciso comprender bien esta definición. Lo esencial no es el número siete, sino los ritos
contenidos en esta enumeración; el número exacto desde luego, no es esencial. Si
alguien, por ejemplo, quisiese decir que son nueve, porque el Diaconado y el
Episcopado constituyen verdaderos sacramentos, no niega por eso la definición
conciliar. Eso sí, debe afirmar que la Confirmación es un sacramento y que sus ritos
hacen presente la gracia de Dios y la comunican. El número siete debe ser entendido
simbólicamente, no como una suma de uno más uno, hasta siete, sino como resultado de
tres más cuatro. La psicología de las profundidades, el estructuralismo, aún antes de la
Biblia y la Tradición, nos enseñan que los números tres y cuatro sumados forman el
símbolo específico de la totalidad de una pluralidad ordenada.
El cuatro es símbolo del cosmos (los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua), del
movimiento y de la inmanencia. El tres es el símbolo del Absoluto (Santísima
Trinidad), del espíritu, del descanso, de la trascendencia. La suma de ambos, el número
siete significa la unión de lo inmanente con lo trascendente, la síntesis entre el
movimiento y el descanso, del encuentro entre Dios y el hombre, vale decir, el Verbo
Encarnado de Dios, Jesucristo. Con el número siete queremos expresar el hecho de que
la totalidad de la existencia humana en su dimensión material y espiritual, está
consagrada por la gracia de Dios. La salvación no se restringe a siete canales de
comunicación; la salvación se comunica a la totalidad de la vida humana y se manifiesta
de forma significativa palpable en los ejes fundamentales de la existencia. En esto
reside el sentido primordial del número siete. Todas las veces que descendemos a la
profundidad de nuestra existencia, sea asistiendo a la emergencia de la vida nueva, sea
viéndola crecer, conservarse, multiplicarse, consagrarse, recuperarse de las rupturas
disolutorias, no sólo tocamos el misterio de la vida, sino, que penetramos en aquella
dimensión del sentido absoluto que llamamos Dios y de su manifestación en el mundo
que llamamos gracia. En la conjunción de la vida se realiza el sacramento, la gracia
vivifica la vida, por eso, es sacramento.
El Sacramento del Bautismo celebra esta nueva vida a la luz de Jesús, pide para este
recién nacido la bendición de Dios y lo introduce en la comunidad de Cristo, la Iglesia,
para recibir por medio de ella la vida de Dios. Después del nacimiento viene la etapa de
crecimiento, el paso de la niñez a la adolescencia, la salida de la escuela, la apertura a
una vida más madura, el ingreso en la vida social. Es un momento difícil, de crisis e
incertidumbre. ¿Qué camino escoger en la vida? ¿Cómo hacer de la vida un servicio a
los demás?.
El Sacramento del Matrimonio: bendice este amor y da la fuerza de Cristo para que
pueda dar frutos permanentes en la familia y el mundo.
Toda sociedad necesita responsables que velen por la unidad y cohesión del grupo.
También la Iglesia necesita estos dirigentes o ministros al servicio de la comunidad de
Jesús.
El Sacramento del Orden confiere la gracia del Señor para que estos ministros lleven
adelante con alegría su misión eclesial. Finalmente, tanto las personas como los grupos
necesitan continuamente recuperar fuerzas a través del alimento. Pero la comida es
mucho más que algo biológico o individual, es un hecho humano y comunitario, un
lugar para reforzar los vínculos de la comunidad.
El sacramento, tiene que ver con Jesús, con la comunidad eclesial y con nuestra tarea en
la vida y en la historia. Es un don de Dios, pero exige respuesta y compromiso. Nos
debemos preparar a los sacramentos, conocer su sentido, su historia, sus consecuencias
prácticas. Cada sacramento tiene su propia significación, que aparece en el símbolo
propio que utiliza. Tiene mucho de fiesta comunitaria, y en toda fiesta hay que saber
qué se celebra y por qué.
32
CAPIULO II.
En el desarrollo del presente tema queremos dar los siguientes pasos: después de afirmar
el hecho del carácter cultual de la comunidad reunida en “qahal”, por la liberación de
Egipto en el desierto, expondremos los elementos fundamentales del culto de Israel,
resumiéndose todo en la consideración de la historia como revelación de Dios. El
aspecto específico de esta revelación, no es de carácter metafísico o moralista, sino su
carácter es netamente histórico, con fondo meta-histórico, eso sí con una derivación
moral bastante fuerte. Luego, pasaremos a establecer la conexión del culto israelita con
la revelación histórica de Dios, revelación que no sólo se da en el pasado, sino también
en el presente y en un futuro de cumplimiento escatológico. Por último, hablaremos algo
de los factores de adulteración del culto, factor también común en nuestros días y a la
consiguiente reacción profética que pretende restablecer el culto en su auténtico sentido.
La primera afirmación que hacemos, es que Israel es una comunidad que nace, vive y se
expresa totalmente por el culto, como expresión de toda la realidad social, política,
económica, cultural y religiosa de este pueblo que lo hace totalmente distinto a todos los
demás pueblos de la tierra. El término “ekklesia” de los LXX, corresponde al hebreo
“qahal”, que designa congregación del pueblo de Israel sobre todo, en cuanto
comunidad religiosa, con fines cultuales (Dt 23,2 ; 1R 8; Ps 22, 6). La escuela
deuteronómica la emplea para referirse a la congregación cultual del pueblo en el Horeb
(Dt 4, 10), en las estepas de Moab (Dt 31, 30), o en la tierra prometida recién
conquistada (Js 8, 35). En el cronista designa con ella, la asamblea litúrgica de Israel, en
tiempo de los reyes después del destierro (1Cro 22, 8; Ne 8, 2).
del cual Dios ha establecido su morada, su tienda, su templo (Lv 26, 11). El pueblo de
la Alianza ha de ser santo porque es pueblo sacerdotal consagrado al culto y al servicio
de Yahveh que habita en medio de él (Lv 19, 2; 20, 7-26; 26, 11ss ). Israel, pues, tiene
como característica esencial ser una comunidad cultual.
la primera es su amor por el pueblo, al cual le ha dedicado “ toda su vida” , es decir, toda
la elección de Yahveh es exclusiva para el pueblo y además, esta acción es “ celosa” por
lo grande, por la dedicación exclusiva, por lo maravillosa (Magnalia Dei); la segunda,
como lógica consecuencia, es el no tolerar el culto a otros dioses, porque El no sólo es el
Dios y Señor de Israel, sino que es el Dios universal, único y verdadero y si Israel tiene
relaciones cultuales con otros dioses, pierde la genial esenciabilidad de su ser político y
social que lo diferencia y lo exclusiviza de todos los demás pueblos de la tierra.
Yahveh, pues, es un Dios, “celoso” y, por lo tanto, tiene derecho a reclamar para El sólo
propiedad particular suya (Ex 19, 5).
Sirvan como ejemplo dos pasajes del Antiguo Testamento: - El primero, es el pecado
del pueblo en el desierto al adorar un becerro de oro (Ex 32). El pecado, en este caso no
consiste solamente en la pretensión de buscar y hacerse representaciones corporales del
Dios trascendente, sino que está fundamentalmente, en atribuirle a una criatura “ hecha
por manos humanas” el mérito de la gesta liberadora del pueblo y más aún, que esa
representación rememora los dioses egipcios. El pecado consiste en decir : “ Israel, ahí
tienes a tu Dios, el que te sacó del país de Egipto” (Ex 32, 4-8). La idolatría, pues, no es
otra cosa que el hombre permita que una criatura cualquiera, aunque sea de oro, pueda
apropiarse el mérito de la historia salvífica. Esta es la misma razón que justifica la
prohibición divina de hacer imágenes de Dios (Ex 20, 3.5-23).
- El segundo pasaje, es la petición que los ancianos de Israel hacen al viejo Samuel, para
que les corone un rey que los gobierne, como lo tienen todas las naciones de la tierra (1
S 8). Tal petición disgusta profundamente a Yahveh quien se lamenta delante de Samuel
porque el pueblo ya no le reconoce como el autor de su liberación de la esclavitud y,
prevé el peligro de que esta apostasía popular se desarrolle con el tiempo, como en
realidad sucedió. La institución monárquica, interpuesta entre Dios y el pueblo, será
más tarde el sujeto de atribución de la prosperidad del país, en la apreciación popular,
cosa que Yahveh no soporta fácilmente, por el contrario, les anuncia que el rey será con
el tiempo, causa de nuevas opresiones.
Por lo que respecta a las acciones rituales, previo un proceso de identificación con la
divinidad de una persona, animal o cosa, dentro de la religión natural, que intervienen
como protagonistas de la ceremonia, los ritos son una mera “actualización” del mito.
Esto. porque en el rito, el hombre alcanza sin reservas la más auténtica realización del
mito arquetípico, intemporal y a-histórico. El papel del rito en esta concepción consiste
en permitir al hombre, de una manera mágica, salirse de “ su tiempo” que
necesariamente obstaculiza, condiciona y frena esa fiel imitación, más aún, frena la
actualización de los mitos arquetípicos, para poder participar en plenitud y sin estorbos
de los atributos y poderes de la divinidad mitológica.
Un ejemplo nos puede servir para comprender mejor esta realidad: la fertilidad de los
campos y la fecundidad del animal (incluso la del hombre), están explicadas por medio
de diversos mitos en las religiones antiguas. Pero en la existencia concreta no siempre
se realizan como el hombre quisiera, por muy diversos factores, biológicos, climáticos,
etc. En este caso, el rito permite al hombre, mediante la identificación de una víctima
con la divinidad, participar de los fecundos poderes de su dios o de su diosa. Así
articula mito-rito; por esto es común el sacrifico de víctimas humanas, especialmente
doncellas para pedir la fecundidad. Este concepto es importante tenerlo en cuenta para
el posterior desarrollo de la teología sacramental descubriéndole sus grandes parecidos,
como también sus esenciales diferencias.
La primera diferencia sería la distinta concepción del concepto del tiempo para los
judíos con respecto a los paganos. Para éstos, el tiempo tiene la función de poner al
alcance de la mano, con su repetición cíclica y por medio de ritos, los modelos
arquetípicos, que se han dado en la intemporalidad de los tiempos míticos. Los hebreos,
en lugar de ver el mundo y la vida de los hombres como una copia del arquetipo donante
de la realidad, en la medida de que es copia reiterada, entienden el tiempo linealmente,
como un “ Proyecto Divino” que Dios va logrando mediante sucesivas intervenciones de
los hombres14.
14
Cf. CULLMAN O., “Cristo y el tiempo”, Barcelona 1967.
35
Así, pues, el tiempo tiene en la intención de Dios una orientación final - teológica (hacia
el escatón); está orientado hacia una meta que El mismo persigue, con la colaboración
libre y espontánea, pero totalmente responsable del hombre. Este avance hacia una meta
escatológica está escalonado históricamente por la irrupción de la fuerza del poder de
Dios en los acontecimientos históricos, en los cuales el hombre actúa. Lógicamente la
perspectiva aquí cambia radicalmente: El Dios de Israel llega hasta el hombre, no por la
salida de éste de “ su tiempo”, sino más bien por la irrupción histórica de Dios en su
tiempo. Ya no es ir hacia atrás, sino un acto actual de recibir. El tiempo es la coyuntura
de la manifestación del poder divino, por lo tanto es la presencia de lo divino, que da la
realidad a las cosas y a las acciones del hombre, haciéndolas semejantes y hasta
identificables con las cosas y acciones divinas. Contemplamos, pues, el espectáculo de
que las acciones y los momentos del hombre, son acciones y momentos de Dios,
adquiriendo con ello, no sólo realidad de ser, sino sobre todo, “ sentido ” de ser. Esta es
la razón por la cual la historia y el tiempo se vuelven sagrados. Pero algo más, es que
esta historia y tiempo sagrados, no son un paréntesis o una excepción dentro de la
historia normal humana, sino que todos los tiempos y momentos de la vida, se
convierten en la coyuntura de la intervención especial y clara del Dios de la historia.
Toda la historia es historia sagrada; toda la historia es una teofanía, porque el Señor de la
historia está presente en todo.
Esto no quiere decir que todos los acontecimientos históricos tengan igual densidad
teofánica. En la línea que forman los acontecimientos de la historia de la salvación,
indudablemente hay momentos más fuertes que otros. Por una parte se dan algunos
acontecimientos con tal densidad teofánica, que dan a la historia salvífica una
dinamicidad inigualable. Este desarrollo progresivo hace posible la gran teofanía que es
la cúspide de todas: La Encarnación de la Palabra de Dios en Jesucristo. El mismo Dios
al hacerse hombre en la persona de Jesús de Nazaret, convierte en teofanía una biografía
humana. Dios no sólo dirige la historia, sino que hace la historia.
Antes de continuar, es necesario hacer acá dos aclaraciones: - Esta concepción bíblica
del acontecimiento como teofanía y del tiempo como historia salvífica, con un desarrollo
lineal que se encamina hacia una meta definitiva, arguye por sí misma, la inalterabilidad
del “Kairos ”; esos momentos cumbres de la revelación divina no se repiten. Si son
muchos, es porque el anterior no sólo tiene el carácter de realización plena, sino también
de anuncio del siguiente, el cual cuando acontece se reviste de carácter de cumplimiento
del primero, sin dejar, a su vez, de ser profecía de uno futuro, posterior, que será de
mayor plenitud y así sucesivamente; pero todos apuntando hacia el fin pleno: “cuando
Jesucristo hará entrega de su reino al Dios y Padre... Para que Dios sea todo en todas las
cosas”. - Por otra parte, el acontecimiento histórico en cuanto teofanía, está dotado de
un doble valor: nocional, porque revela a Dios; y, dinámico, porque va cargado de su
fuerza y de su poder. En este sentido ese acontecimiento podemos llamarlo también “
Sacramento” porque realiza lo que significa.
esta alianza está precedida por la liberación de la esclavitud de Egipto, y cuyo autor
único es Yahveh. Refiriéndose a esta realidad benéfica, Dios habla siempre en primera
persona: El es quien hace la promesa: Yo soy Yahvé; Yo os sacaré de debajo de las
cargas de los Egipcios; Yo os libraré ( Ex. 6, 6). Y el mismo la cumple: Yo soy
Yahveh, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de una casa de esclavos (Ex 20,
2). Vosotros habéis visto lo que yo hice a los Egipcios y cómo (Ex 19, 4). Es muy
importante advertir que la alianza cristaliza en unas estipulaciones con dos vertientes
inseparables, la realidad histórica misma del pueblo:
La horizontal: Sin duda alguna, las cláusulas de los pactos de soberanía de donde están
calcadas las leyes sociales sinaíticas, que prohíben toda enemistad con los demás amigos
del soberano, son las que señalan la obligación de que los Israelitas deben estar siempre
en buenas relaciones entre sí, puesto que todos están ligados y con lazos de amistad con
Yahveh, el Soberano. La fórmula “Amigo de los amigos”, muy frecuente en las
imposiciones de los tratados o alianzas comunes en la época, da origen a los
mandamientos que atañen a las relaciones con el prójimo; la justicia social impuesta por
la segunda parte del decálogo asegura el bienestar y la paz en medio de Israel, y de esta
manera, permite la prolongación de la presencia salvífica de Yahveh en la vida del
pueblo, es decir, permite que la historia de Israel siga siendo “ teofanía”. Esta
dependencia de la ética social respecto a la gran teofanía de la liberación de la opresión
egipcia, dictará más tarde, en el mismo espíritu de la Alianza, leyes ampliadas a la
justicia con el esclavo (Dt 15, 12-15), y a la caridad con el forastero (Ex 23,9). Lo que
demuestra que el reconocimiento de Yahveh como único Señor, lo que es el fundamento
del culto, conlleva el reconocimiento de los derechos de los demás.
Este sacerdocio común entre todos los liberados y escapados de la opresión egipcia, va
unido y dependientemente de la constitución del “ Reino de Dios”, aún antes de la
institución de la monarquía israelítica con el rey Saúl. Las tribus de judíos confederadas
en el desierto, quedan convertidas en “ Reino de Yahveh”, porque El con su mano
fuerte, se ha convertido a su vez, en el director y guía de los destinos históricos de Israel.
(Ex 19,4). El pueblo ejercerá su sacerdocio en el reconocimiento y proclamación de este
hecho, ratificado por la alianza: por esto, el sacerdocio está en función de la historia
salvífica, de la liberación de la opresión egipcia que se cristaliza, o mejor, se significa en
la profética proclamación de las hazañas de Yahveh. Por otra parte, Israel será para
Yahveh un “Reino de Sacerdotes” y una “Nación Santa” si “ de veras escuchan su voz y
guardan su alianza” (Ex 12, 5).
Ya sabemos cuales son las estipulaciones verticales y horizontales de esta alianza, lo que
demuestra que el ejercicio del sacerdocio común está íntimamente ligado al compromiso
histórico de la observancia de los mandamientos. Así, pues, este sacerdocio y el culto al
que da origen, se nos presenta en principio muy poco institucionalizado, muy
dependiente de los hechos de vida, muy profético, muy comunitario y popular y, por lo
tanto, muy determinado por los acontecimientos históricos.
Al pueblo no le basta el ejercicio de su sacerdocio real por mero hecho de haber sido
objeto de la predilección de Dios entre todos los demás pueblos de la tierra, o por el sólo
hecho de haberse comprometido con Yahveh de reconocerlo como único Señor de sus
destinos históricos, y a defender sus intereses, como también a divulgar el monoteísmo.
Es un pueblo de dura cerviz ( Ex 32, 9), que necesita recordar frecuentemente el
contenido del pacto hecho con su Dios; y este recuerdo permanente se hace dentro de
una celebración estrictamente cultual. De ahí la importancia de la Escritura y de la
lectura cultual de la alianza. Este es el origen de las tablas de la ley y de su depósito en
el arca ( Ex 32, 15; 34, 1; Dt 9, 10; 27,3; Js 24, 26).
La alianza sinaítica es concebida como documento escrito entregado por Yahveh a Israel
(Ex 34, 27). Es el procedimiento seguido, aún hoy en los pactos de soberanía como
también en los contratos bilaterales que aspiren a tener obligatoriedad jurídica:
necesitan estar refrendados documentalmente por una escritura ante un notario, para que
adquieran valor público. La escritura contenida en las tablas es obra de Dios (Ex 31,
18b), por esto es necesario guardarlas en el arca y el arca en el santuario ( Ex 40, 20).
De la misma manera que la alianza es registrada y guardada cultualmente, así también,
cada vez que se vuelven a leer en público sus contenidos, durante las asambleas
cultuales, la alianza queda renovada, tanto de parte de Dios como de parte del pueblo.
Así por ejemplo: la asamblea convocada por Josías, precisamente para la solemne
lectura del libro de la ley ( 2R 23, 1-3). También, la nueva restauración de la nación
después del destierro, restauración que está sellada por la lectura solemne del libro de la
alianza (Ne 8). La tradición deuteronómica ha hecho de la palabra, no del sacrificio
como lo hará la tradición sacerdotal, el factor principal de la asamblea cultual nacional
y, por lo tanto, ha visto en la lectura de la ley el primordial memorial de la alianza y de
la teofanía histórica de Dios en el desierto.
Así, pues, la reunión del pueblo emana de la Palabra, puesto que es ella quien convoca
(Dt 4, 10), es ella la que allí se proclama ( Dt 9, 10), es con la palabra de la profesión de
fe, con la que se sella la adhesión de la asamblea (Dt 27, 15-26), el Amén ( Dt 5, 1-8,
13). Es, pues, la palabra el primer “sacramento” del culto judío. Pero, además de la
lectura cultual de las palabras de la ley, no sólo servirán para el pueblo, de memorial de
las gestas divinas y de su pasado histórico, sino que le “ sirven” también a Dios,
reafirmando así en la comunidad la esperanza en la continuidad de su presencia
salvífica. La historia de la salvación y las esperanzas soteriológicas, expresadas y
fomentadas en el culto de la comunidad, van siempre unidas en la liturgia judía de la
palabra y tendrán, por lo tanto, su prolongación en la Iglesia. Realizada en un contexto
cultual y depositado su texto en presencia de Dios, la alianza está íntimamente ligada a
las manifestaciones religiosas cultuales de Israel.
La presencia de Yahveh, por medio del signo de las tablas de la alianza, tiene así mismo
un gran sentido comunitario, ya que es participada por cada uno de los miembros que
componen el pueblo elegido. Corresponde, por lo mismo, al pueblo como tal, como
unidad anfictiónica (confederación de las tribus escapadas de Egipto, confederación
debida precisamente a la alianza), y religiosa, recordar para siempre esa alianza ya
celebrada y que es el fundamento de su misma unidad e identidad. A partir de la alianza,
Dios se desliga de los santuarios locales y de las mismas personas para seguir ligado al
Arca y, por lo tanto, estar continuamente ligado al pueblo, que se reúne alrededor del
39
arca. Así Yahveh se convierte en el Dios nacional, dejando de ser sólo el protector de un
clan o de una tribu: Es el primer paso del camino para Dios revelarse como Dios
universal.
En la alianza Sinaítica encontramos los dos tipos de ritos: el banquete sagrado (Ex 24,
1ss; 9, 11ss), y el sacrificio de animales (Ex 24, 3-9), con la subsiguiente aspersión al
pueblo con la sangre de las víctimas. El significado de los dos ritos es bien claro: en
cuanto al banquete, el comer en una misma mesa viene a sellar la mutua amistad y la
confraternidad y, en consecuencia, sella la exigencia de fidelidad a los compromisos
aceptados por ambas partes en el contrato. Los que comen juntos, o son amigos, o son
miembros de una misma familia. El no cumplimiento de las estipulaciones contractuales
selladas por un banquete común, suponía una traición a la amistad o al parentesco. En el
caso del banquete sagrado que sella la alianza Sinaítica, Moisés, Aarón, Nadab, y Abihú,
con los setenta ancianos de Israel, en representación de todo el pueblo, suben al monte, y
sobre un pavimento de zafiro, tienen acceso a la mesa de Yahveh; en consecuencia la
amistad y el parentesco quedan establecidos entre Dios y el pueblo; y de esta manera,
ritualmente queda ratificada la obligatoriedad moral de la alianza por ambas partes
contratantes.
Pero si la alianza termina con el rito cúltico del sacrificio o del banquete sagrado,
siempre que este banquete se repita en el mismo marco cúltico, quedará renovada la
alianza, así la alianza hecha en tierras de Moab (Dt 27, 6 ) y en Siquém, en la que si no
se hace mención del sacrificio, sí al menos de la erección del altar, que en el fondo es lo
mismo. Así también el rey Josías, después del descubrimiento del libro de la ley y de su
correspondiente lectura solemne para renovar la alianza (2R 23, 3 ) manda a todo el
pueblo a celebrar el sacrificio pascual (2R 23, 21; cf. Lc 22, 20 ). Así, pues, el sacrificio
pascual es otro de los grandes “sacramentos” del culto judío; celebrarlo era volver al
espíritu del desierto y ratificar la misma alianza sinaítica con los presentes actuales.
Esto nos lleva a considerar la acción cúltica ritual, como “ memorial” (Anamnesis), de
las acciones divinas realizadas en los acontecimientos primordiales de la historia
nacional.
Mas no se cierra definitivamente, sino que esta historia queda abierta a realizaciones
ulteriores supereminentes. Aparte de que las generaciones subsiguientes a las del
desierto, tienen que conectarse con la alianza, puesto que el plan de Yahveh, “ subsiste
para siempre y los proyectos de su corazón para todas las edades” (Sal 33, 11; cf. Is 40,
8); sin embargo, esta conexión se establece a través de la fidelidad y a través del culto:
son los dos polos en los que se perpetúa la renovación de la alianza. La historia salvífica
y la alianza que la sella, da origen a ciertas formulaciones literarias muy entroncadas con
el culto. La celebración de las fiestas soteriológicas del Dios de Israel, lleva a la
41
Una expresión más suelta y dilatada de estos mismos credos se encuentra en los cánticos
llamados “Salmos de la historia de la salvación”, como son la letanías del Salmo 136, o
los Salmos 73, 105,106 y 114 (cfr. Ex 19, 3-8; Js 23). Ahora bien, como los credos y la
historia de la salvación, como fórmulas coinciden perfectamente con el prólogo histórico
de las alianzas, resulta patente que aquellos recuerdos cultuales, equivalen a una
renovación de la alianza. El texto del Deuteronomio 31,9 insinúa que la alianza se
renueva anualmente en la fiesta de los tabernáculos, o de una manera más solemne cada
siete años, durante el año jubilar. Pero no cabe duda que toda la celebración litúrgica,
sobre todo en las grandes fiestas de peregrinación, connota una celebración sobre el
primer mandamiento de la ley y significará por lo mismo, una reafirmación de los
compromisos de la alianza. La recitación litúrgica de las hazañas de Yahveh, provoca su
repetición actual. Israel vuelve a experimentar “ misteriosamente” (sacramentalmente)
la “Actio Dei”, o mejor, “La Marabilia Dei”. La salvación entonces, se perpetúa en el
presente; la “Amnanesis” sacramental de la historia salvífica la prolonga a través de las
generaciones que se atan a Yahveh por medio de los sagrados vínculos de la alianza.
La renovación cultual de la alianza significa, por lo demás, una aceptación del Dios
Creador-Salvador; es la respuesta humana a un Dios amor que la solicita y la espera,
aunque sólo después de haber salvado y que condiciona la perpetuidad y continuidad de
la presencia creadora y soteriológica de Dios en la historia de la salvación. Esta
respuesta humana no es otra que la práctica fidelidad a todas las cláusulas de la alianza;
fidelidad que exigida por la recitación cultual del Kerigma histórico, defiende el señorío
de Yahveh en este mundo y, por lo tanto defiende los intereses de los que son de
Yahveh, precisamente porque están vinculados con El y entre sí, por los convenios
estipulados en la alianza.
2. 1. 3. 1. El Templo:
2. 1. 3. 1. 1. En Tiempo de los patriarcas:
El templo es para los judíos, el memorial de la presencia de Dios en medio del pueblo.
El Dios que se aparece a los Patriarcas e interviene en sus vidas tanto personal como de
las tribus. Pero, como los Patriarcas son jefes de tribus transhumantes o semi-nómadas,
no constituyen templos, sino que simplemente erigen una “ estela” por medio de una
42
De esta manera, Dios está con su pueblo y hace de éste su morada. La frecuente promesa
de Yahveh a los caudillos del pueblo: “ Yo estaré contigo”, significa que Dios habita en
medio de su pueblo a través de la asistencia con la que garantiza el éxito de las
promesas históricas. (cfr Gn 46,4; Ex 3,12; Js 1, 9; Jc. 6, 16; 2R 7,9; Jdt 8, 36; Is 43, 2-5;
Jr 1, 8-19).
Así, pues, el verdadero templo o habitación de Dios en la tierra es la comunidad del
pueblo y los signos de su presencia son los fenómenos naturales interpretados en la fe
histórico-salvífica, por lo que se convierten en fenómenos y acontecimientos históricos.
Pero, tanto Dios como el pueblo “ necesitan” un templo como sacramento ritual y sacral
de su mutua presencia. Que la visibilice, que la recuerde, ya que esa presencia de Dios
en su pueblo se ha manifestado por medio de hechos extraordinarios pero esporádicos
(ergeias), pero sobre todo, que de cumplimiento a la promesa del Señor: “Moraré en
medio de los hijos de Israel” (Ex 29, 42-45). Este “templo”, en principio es solamente
una tienda de campaña, la tienda de la reunión. El término “reunión” no deja de ser
llamativo, aunque parece que el pueblo nunca entraba allí para reunirse; la tienda era el
lugar donde Moisés consultaba a Yahveh en nombre del pueblo y Yahveh dirigía desde
allí los pasos del pueblo por la historia (cfr Ex 29, 42; 33, 7s; Nm 1, 1ss; 7, 89; 11, 16;
14, 10; 20, 6; Lv 1, 1). Pero, de todas formas la tienda era el lugar de la convocación de
toda la comunidad que se reunía para esperar los oráculos divinos que eran transmitidos
al pueblo a través de Moisés (Ex. 25, 22). La palabra reunión, quiere decir “ cita” de
Dios para con los suyos, y expresa toda la intimidad de un encuentro sacral.
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Más tarde llegó a ser, la tienda, y esto según las tradiciones más tardías, el lugar donde
se conservaba el arca del “ testimonio”. Por esta razón los LXX varias veces traducen el
término tienda de reunión, por “ tienda del testimonio” (hasta 156 veces). Así, pues, esa
tienda no era sólo el lugar donde Dios hacía conocer al pueblo su voluntad salvífica,
sino, además, el lugar donde se conservaban los documentos oficiales que testificaban
una Historia Santa: las tablas de la Alianza.
Estos textos amalgaman elementos muy antiguos y de las otras tradiciones, como el arca
y su tienda, que con toda seguridad, como el mismo culto, se remontan a Moisés, con
otros elementos muy posteriores que proceden de la evolución de este culto en el
decurso de la historia posterior de Israel. Al atribuir todo a órdenes expresas de Yahveh
a Moisés, el texto pretende respaldar como institución sacral de “derecho divino” una
institución meramente humana.
2. 1. 3. 2. El Sacerdocio.
2. 1. 3. 2. 1. En tiempo de los patriarcas:
En los pueblos que rodean a Israel, Egipto y Mesopotamia, la función sacerdotal es
ejercida por el rey, asistido por un cuerpo clerical, jerarquizado, con características
tribales, formando una casta aparte ya que su permanencia estaba asegurada de padres a
hijos. En la época de los patriarcas no existe esa realidad. No hay ni templos, ni
sacerdotes de profesión del Dios de Abraham. El Génesis nos muestra a los patriarcas
construyendo altares en Canaán (Gn 12, 7 ; 13, 18; 26, 25) y ofreciendo sacrificios (Gn
22, 1-9 ; 31, 54; 46, 1). Es el sacerdocio familiar del jefe de la tribu; en aquel entonces,
la tribu de Leví era “profana”, sin funciones sagradas o sacerdotales específicas.
Ninguna antigua tradición de Israel, habla de sacerdocio de profesión, ni de casta o tribu
sacerdotal.
2. 1. 3. 2. 3. A partir de la Monarquía:
45
2. 1. 3. 3. Las fiestas.
2. 1. 3. 3. 1. Diferencias entre los códigos:
46
Las dos tablas de la ley (Ex 20, 17; cfr. Dt 5, 6-22; Ex. 21-23), son formulaciones éticas,
cuyo objetivo es la justicia y la paz social: las buenas relaciones entre los miembros de
la comunidad israelítica, son garantizadas por Yahveh. En otras palabras, el amor del
Señor es la guía normativa de la vida comunitaria y social. Pero, encontramos una
realidad bastante distinta en Ex 34, 10-28 que, o por lo menos, se refiere a un hecho
histórico distinto al del Sinaí, o es una visión radicalmente distinta con la anterior y esto
aún radicalmente:
- Tiene las características de ser un código cultual con diez mandamientos rituales.
- Ya no importa la justicia ni la convivencia, sino el estricto cumplimiento de los ritos.
El contexto ético ha sido sustituido por el contexto ritual, en el sentido de “ tabú sacral”.
- Si el hombre cumple con los ritos, Yahveh, estará contento con él; por lo tanto, el
hombre no debe preocuparse por más. (Teoría de la evasión ritual).
- A este código corresponde una concepción distinta de Dios y de pecado: Dios está en
los parámetros del “ nacionalismo”, sujeto a impulsos, que aún incita a pecar, para
después castigar despiadadamente (2S 24, 1-17). Este Dios, exige multitud de ritos,
tabúes, que si se violan, desatan su cólera divina (2S 6, 4-7); por lo tanto, es necesario
tenerlo contento por medio de sacrificios innumerables (1S 26, 19), especialmente si se
ha violado el tabú.
El resultado final es que la frondosa institución del culto se apoderó de la moral; la ética
quedó absorbida por el rito, creando unas categorías totalmente artificiales de pureza e
impureza.
Es decir, no sólo se añade a lo social lo litúrgico, sino que se sustituye lo social por lo
ritual, dándole justificaciones sagradas al descanso sabático; realidad que en sí no va
contra el verdadero espíritu de la religión y de la fe, pero que sí va llevando
paulatinamente a un exagerado rubricismo, experiencia que vivió el pueblo de Israel,
como también otros pueblos religiosos de la tierra. Lógicamente esta situación,
tergiversó el sentido del sábado, situación que provocó una reacción profética de Jesús,
quien quiso darle el sentido original que de suyo es social y por lo tanto, sacral. ( cfr. Mc
2, 27).
2. 1. 4. Reacción profética.
Los profetas aparecían casi siempre relacionados con el verdadero culto a Yahveh,
siempre su actividad se desarrolla en torno a un santuario: en algunas ocasiones, hasta
aparecen haciendo sacrificios; pero existen numerosos casos también, de profetas que
nada tienen que ver con un santuario. Afortunadamente hoy está superada la concepción
de que el profetismo en Israel, era simplemente una función cultual, que entre otras
47
cosas fue la única función que nunca se organizó ni recibió institucionalidad alguna.
Esto no quiere decir que el profeta no tuviera relaciones directas con el culto oficial de
Israel y aún en muchos casos lo defendiera del sincretismo común en que continuamente
corría peligro el pueblo. Una de las misiones proféticas preferentes era el defender el
culto verdadero a Yahveh, purificándolo de cualquier contaminación; incluso algunos
profetas son sacerdotes, como Jeremías y Ezequiel. Muy brevemente miremos solo dos
formas de reacción profética a la degradación del culto en Israel.
2. 1. 4. 1. Crítica al Sacerdocio.
El profeta y el sacerdote, son dos signos que representan dos aspectos complementarios,
nunca opuestos o contradictorios, de una misma religión; por esto no pueden estar
simplemente separados o en situación concreta de rechazo mutuo. (cfr. paralelo entre
Juan el Bautista, profeta - Mc 1, 6ss; Jn 3, 7ss - y el sumo sacerdote - Ex 28).
Evidentemente complementarios y unidos; sin embargo, no siempre han estado en
buenas relaciones, ya que por lo general los profetas critican y condenan el culto
sacerdotal mal entendido, hasta el punto extremo de convertirse en sus impugnadores.
Lo contrario también sucede: en muchas ocasiones los sacerdotes tienen que condenar
los falsos profetas. Sin embargo, por las características históricas de las dos realidades,
es más común que el ministerio profético acuse y condene el falso ministerio sacerdotal,
ya que es más común, por la índole de su misión, repetimos, que los sacerdotes sean
infieles a su misión y por lo tanto, los profetas han tenido la oportunidad de estigmatizar
sus fallos. Veamos:
- Condenan la contaminación del culto a Yahveh con los cultos y costumbres de los
cananeos, en los santuarios de circundantes a Jerusalén (Os 4, 4-11; 5, 1-7; 6-9).
- Denuncian el sincretismo pagano en el templo de Jerusalén (Jr 2, 26; 23, 11; Ez 8).
- Por lo demás, también previenen la violación de la ley, engañosamente suplantada por
un falso ritualismo ( Sf 3, 4; Jr 2, 8; Ez 22, 23).
- También denuncia una fuerte opresión por parte de los sacerdotes al ministerio
profético (Am 7, 10-17; Is 28, 7-13; Jr 20, 1-6).
- Denuncian con ardor, los intereses meramente personales en el ministerio sacerdotal
(Mi, 11; 1S 2, 12-17; 2R 12, 5-9; Ez 34).
- La falta de celo por el verdadero culto al Señor ( Ml 2, 1-4).
En esto tenemos que advertir, que no se trata simplemente de una lucha entre dos castas
o tribus opuestas, entre otras cosas, porque históricamente el profetismo no fue
organizado y jerarquizado muy complejamente y su permanencia se garantizaba por la
sucesión familiar. La crítica reside fundamentalmente, en el hecho del alto ideal que de
por sí tiene la misión sacerdotal; se pierde y los profetas les recuerdan a los sacerdotes
sus funciones: el culto puro, de corazón y la fidelidad plena a la alianza. Esta fidelidad,
muchas veces se ve comprometida por la convivencia o contemporización de los
sacerdotes con los poderes y criterios del mundo; por esto dañan y malogran los planes
de Dios para con su pueblo. Los profetas fustigan a los sacerdotes que son más bien
unos cortesanos, aduladores, que respaldan con sus palabras y con sus actitudes una
política contraria al espíritu de la Alianza.
2. 1. 4. 2. Crítica al culto.
Los profetas tienen frente al culto ritual, dos posiciones: Una positiva: por ejemplo
Isaías: su misión está en el templo (Is 6, 1ss; 2, 2ss). Moisés, Samuel, Elías, Jeremías,
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Ezequiel y hasta Juan el Bautista, son de familia sacerdotal y, por lo tanto, ejercían
funciones sacerdotales por lo menos, conocían muy a fondo la realidad interna de la
misión sacerdotal. Ezequiel tiene la visión de un culto nuevo y definitivo (Ez 40, 48ss).
No se puede dudar de la obra de la reconstrucción del templo, como base para la
reconstrucción nacional, se debe a la misión profética de Zacarías y Ageo.
Sin embargo, existe en la misión profética, una actitud negativa contra el culto: las
manifestaciones son frecuentes en los primeros profetas-escritores, especialmente (Am
4, 4ss; 5, 21ss; Os 6, 6; Is 1, 10-17; Jr 6, 20s). Estas diatribas van dirigidas directamente
contra el culto de su tiempo, que estaba adulterado por el sincretismo pagano. Los
profetas son escépticos frente al culto. Tal vez por el peligro que el culto conlleva contra
la auténtica fe; el rito institucional se puede convertir en algo mecánico, mágico en vez
de ser lo que verdaderamente puede y debe ser en el encuentro con Dios; más aún, no
sólo deja de ser medio, sino que en no pocas ocasiones se convierte en un obstáculo y
muro de separación. La reacción de Jesús contra esta degradación del culto, está dentro
de la más pura línea profética (Mt 9,13; 15,7; 21, 13).
El riesgo permanente del culto judío es separar el rito de la vida. El rito se transforma en
ritualismo (un retorno cíclico cerrado en sí mismo). Y el rito termina por ser considerado
como un elemento absoluto, válido por sí mismo y tranquilizador de la conciencia. Ante
la degeneración del culto tiene lugar el anuncio de los profetas, y la proclamación del
culto de los últimos tiempos, caracterizado por: una nueva alianza inscrita en el corazón
del hombre; un culto celebrado en el nuevo Templo. Dios es fiel a sus promesas.
2. 2. NUEVO TESTAMENTO.
Podríamos empezar con una pregunta bastante extraña, por lo menos para la mayoría de
nosotros: ¿Fue Jesús de Nazaret una persona verdaderamente religiosa?. ¿Fue Él, un ser
profundamente religioso, con una auténtica dimensión de fe?. Esta pregunta tiene razón
de ser, en cuanto que Jesús fue acusado de blasfemo por parte de los dirigentes
religiosos más cualificados de la religión judía (cfr. Mt 9, 3; Mc 2, 7; Lc 5, 21; Jn 10,
33-36). Es más, Jesús fue condenado a muerte y rechazado por la suprema autoridad
religiosa, por su posición abiertamente antirreligiosa, por ser un blasfemo francamente
intolerable (Mt 26, 65; Mc 14, 64).
Como respuesta a estos interrogantes hay que decir primero que todo que Jesús es una
persona totalmente religiosa, aún más, es el prototipo y el modelo de la verdadera
religiosidad, fruto maduro de la fe. Sus relaciones con Dios, su padre, son tan estables,
tan íntimas y tan profundas, que en ocasiones lega (rosa) con lo asombroso; en efecto,
los cuatro evangelios nos muestran a Jesús, no sólo dirigiéndose a Dios y hablando con
Él, con inusitada frecuencia, sino que también, en todos los distintos extractos
evangélicos, encontramos el hecho de que Jesús se dirigía a Dios con el nombre directo
de “ Padre mío”. Esta invocación, no sólo era rarísima en todo el A.T., sino que sobre
todo, era considerada absolutamente blasfema y por lo tanto antirreligiosa, por lo que
conllevaba directamente al politeísmo. Y más aún, cuando se trataba de la invocación
“abba” (Mc 14, 36), que pertenecía al lenguaje infantil, ya que era la palabra “
balbuciente” del bebé a sus padres y, seguramente Jesús utilizó en no pocas ocasiones,
en aquel tiempo resultaba impensable para un judío, dirigirse a Dios, con tal expresión.
Desde este punto de vista, la religiosidad de Jesús, no sólo es incuestionable, sino que se
puede afirmar con toda seguridad que El es la persona radicalmente más religiosa, o
mejor, la persona plena en la religiosidad, que alguna vez haya existido en el mundo. Su
religiosidad en este sentido, expresa el misterio supremo de su misión: dar a conocer el
verdadero sentido que para el hombre tiene el ser personal del Dios Padre, ya que “ Dios
se le había revelado como Padre” ( Mt 11, 27ss).
50
Pero, por lo que sabemos y, tenemos que repetirlo ahora, es el hecho de que esta
profunda religiosidad de Jesús, no sólo no encajó con el modelo de religión establecido,
sino que además, resultó desconcertante y escandaloso, hasta tal punto de llegar al
enfrentamiento mortal. Pues bien, este hecho nos viene a plantear el problema que
debemos afrontar ya que se trata del problema de la religiosidad, por una parte y, de la
práctica religiosa por otra, en cuanto relación del hombre con lo sagrado. ¿Qué hay de
aceptable en dicha relación? ¿Qué es lo que en dicha relación se debe rechazar?. Este es
el punto básico que ahora trataremos de analizar.
Jamás los Evangelios nos presentan a Jesús o a sus discípulos (a no ser los hechos de los
Apóstoles y esto en un sólo caso) acudiendo al templo, bien sea para orar, bien sea para
tomar parte de las ceremonias sagradas. Jesús, con frecuencia va al templo, pero en un
sentido totalmente distinto al que habitualmente tenían los judíos. En Efecto, El iba a
predicar, situación que resultaba asombrosa para los oyentes, no sólo por la
extraordinaria novedad de su mensaje, sino también por el hecho mismo de que alguien,
sin la debida autorización, predicara en el lugar sagrado y cosas absolutamente distintas
y hasta contrarias a las que predicaban los maestros de la época, que como ya dijimos,
eran los mismos sacerdotes, quienes por lo demás eran de la secta de los saduceos (Mc
1, 22).
Como el templo era el lugar donde más afluía la gente, se comprende que Jesús lo
escogiera para predicar la Buena Noticia del Reino de Dios (Mt 21, 23; 26, 55; Mc 12,
35; Lc 19, 47 ; 20, 1; 21, 37; Jn 7, 28; 9, 20; 18, 20). Pero, más en concreto, Jesús se
hace presente en el templo para desenmascarar la situación y hacer reflexionar a su
comunidad sobre el verdadero sentido de la religión y de la fe (cfr. Mc 12, 41-44).
Cuando Jesús cura al paralítico de la piscina (Jn 5, 1-15), Juan muestra un detalle
bastante significativo, con respecto al templo y es allí donde le dice que no vuelva a
pecar. No parece que estas palabras de Jesús tengan el sentido que la opinión popular
daba a la enfermedad como efecto del pecado, ya que el mismo Jesús rechaza de plano,
tal interpretación (cfr. Jn 9, 3; 11, 4).
Pero, sin duda, el acontecimiento más importante es la expulsión de los comerciantes del
templo (Mt 21, 12ss ;Mc. 11, 15-16; Lc 19, 45; Jn 2, 14-15), gesto que sin duda alguna,
desautorizó el lugar sagrado, al afirmar que lo habían convertido en una cueva de
ladrones. Sobre este hecho, se ha destacado y con razón, el significado que tuvo para la
51
primitiva comunidad cristiana, la verdadera anulación del templo. Tal es el sentido que
da a este episodio el Evangelio de San Juan, cuando refiere continuamente el templo a la
persona de Jesús. Por esto resulta verdaderamente significativo el hecho de que Jesús no
utilizara el templo para su oración, sino que más bien se retirara para orar, para
comunicarse con su Padre en lugares totalmente distintos al templo y de una manera
continuada, como su fuera una costumbre (Lc 22, 39). Así por ejemplo, se retira a la
montaña (Mt 14, 23; Lc 9, 28-2) o se iba al campo ( Mc 1, 35; Lc 5, 16; 9, 18).
Por consiguiente, Jesús no utiliza el templo como lugar de oración o de encuentro con su
Padre Dios, aunque lo afirma como ideal. Jesús no destruye el templo en sí mismo, sino
su corrupción, por esto lo desprestigia, lo desenmascara, lo anula. Este comportamiento
reviste una importancia decisiva y hasta trágica, porque está fuera de duda que, cuando
Jesús se decidió a expulsar violentamente a los comerciantes del templo, debía saber
claramente que estaba arriesgando su vida; en efecto, esta ocasión, que seguramente por
lo demás, ocurrió en varias ocasiones, fue el motivo o mejor la disculpa para poder
proceder oficialmente contra El. En un sólo pasaje encontramos un argumento donde
Jesús otorga especial consideración al espacio sagrado. Se trata del episodio del Niño
Jesús perdido y hallado en el templo (Lc 2, 41-52). Pero acerca de este relato, hay que
tener en cuenta que según parece no es un relato original. Este pasaje debió ser añadido
en una ulterior redacción. Tal es la conclusión a la que se ha llegado en los estudios de
documentos recientes.
Además parece estar bastante claro que se trata de una historia de origen apócrifo, que
incluso no encaja con el resto de los relatos de la infancia 15, donde es confesado como
Hijo de Dios por boca de otros, no por su propia boca (Los ángeles, Simeón, Isabel...).
Es solamente a partir del bautismo, cuando Jesús empieza a hablar de sí mismo, solo que
ahí se adelanta el proceso, cosa que no encaja con el hecho de que el bautismo de Jesús
señala el punto de partida de la revelación que El hace de sí mismo 16. Más aún, sabemos
que en la literatura religiosa de la antigüedad, es común presentar hechos que exaltan un
niño que luego va a ser históricamente un personaje excepcional, por ejemplo, ese es el
caso de Buda, Osiris, Ciro el Grande, Alejandro Magno, Augusto, etc.
Finalmente hay que recordar que este relato concuerda con la actitud general de Jesús en
todo el Evangelio con respecto a la utilización del templo como lugar de oración; Jesús
no va al templo a los doce años para orar, sino para enseñar, como lo hará después
multitud de veces; lo que por lo demás, indica que aún en los escritos apócrifos neo-
testamentarios influyó notablemente esta actitud del Señor. Por lo demás, Jesús no se
presenta como los maestros de su tiempo, que entre otras cosas, no eran llamados
maestros, sino Escribas o Letrados, quienes, en su actitud, aparecen, con enfrentamiento
contra Jesús. Es importante conocer, no sólo la actividad contraria de Jesús contra el
templo, sino también la directa enseñanza para no quedar sólo con la crítica. El tema del
templo aparece con relativa frecuencia en la enseñanza de Jesús en un sentido de
enfrentamiento o de rechazo; así Jesús afirma que El es más que el templo (Mt. 12, 57).
Para comprender el verdadero significado de este texto, hay que tener presente que todo
el capítulo 12 de San Mateo, está dominado por la idea del rechazo de Jesús por parte de
los dirigentes religiosos. Por lo demás, Jesús cita el texto de Oseas 6, 6: “Misericordia o
15
Cfr. Evangelio del pseudo Tomás, XIX.
16
Cfr. J. JEREMÍAS, Teología del Nuevo Testamento, 324-334.
52
amor quiero y no sacrificios”, lo que significa que Dios prefiere la bondad, el amor, la
ternura para con El y para con los demás que los vanos sacrificios o ritos; esta
afirmación queda indudablemente asociada a las prácticas cultuales que se realizaban en
el templo, por el contexto de todo el capítulo 12 de San Lucas.
Jesús enseña también, que las ofrendas que se hacían en el templo (Korbán) era una
hipocresía y una desobediencia a Dios (Mc. 7, 11-13). Aquí se trata otra vez de
enfrentamientos de Jesús con los dirigentes religiosos, a nivel de las autoridades
centrales, venidas de la capital (Mc 7, 11). A tales personajes Jesús les dice que sus
observancias religiosas conducían a anteponer la tradición humana al mandamiento y a
la voluntad de Dios y hasta llegaban con esta actitud, a invadir lo que Dios mandaba (Mc
7, 13). Como ejemplo, Jesús les echa en cara la práctica, impuesta por los rabinos,
según la cual un hijo podía dejar desamparados a sus padres en el caso de que ofreciera
sus bienes como donativos para el templo. Así el egoísmo de los dirigentes religiosos,
anteponía sus ganancias económicas producidas por el culto, a la observancia de los
deberes familiares más mínimos. Y es claro que en este sucio negocio, estaba
directamente comprometido el templo y lo que allí se maquinaba, para aprovecharse del
pueblo sencillo y crédulo.
Otra enseñanza de Jesús se refiere a que lo importante no es jurar por el templo sino por
Aquel que habita en el santuario, es decir, por Dios (Mt 23, 16-22). También aquí el
contexto es un enfrentamiento radical con los dirigentes religiosos. Jesús afirma que lo
importante no son las mediaciones de lo trascendente, sino el término de esa mediación,
que es Dios mismo. Además, resulta bien significativo que, en ese mismo discurso Jesús
alude otra vez al templo como lugar donde se cometen asesinatos: allí se dio muerte a
Zacarías, al que matasteis entre el santuario y el altar (Mt 23, 35). O sea, en lo más
sagrado del espacio sagrado. Finalmente, el capítulo 23 de San Mateo se concluye con
la tremenda lamentación y el dolorido reproche contra la Ciudad Santa, Jerusalén, la
ciudad santificada por el templo (Mt 23, 37-39). Los participios presentes (apokteina y
lizbolousa) expresan una acción constante y actual (Mt 23, 34) y quieren decir que las
violencias de Jerusalén contra los enviados de Dios, no son solamente en la época actual,
ni son accidentales; esta idea de una resistencia criminal y secularista de Israel, domina
todo el capítulo 23 de San Lucas.
Pero sin duda alguna, más importante que todo lo anterior, es la profecía de Jesús acerca
de la destrucción del templo y la ruina de la cuidad santa ( Mt 24, 1-2). Las palabras de
Jesús no significan en este caso, un vaticinio de un evento o acontecimiento futuro, sino
una afirmación profética de carácter apocalíptico, que se refiere fundamentalmente a la
futura desaparición del templo. En adelante el único y verdadero templo es El mismo;
el viejo mundo desaparece y una nueva era se inicia en las relaciones del hombre con
Dios. Por último, según el Evangelio de San Juan, Jesús anuncia que el verdadero culto
que Dios quiere, no es un culto que se le tributa en el templo, sino el que se le tributa en
Espíritu y en Verdad (Jn 4, 20-24). Sea cual fuere el sentido que la exégesis quiera dar a
esta afirmación referente al culto, una cosa por lo menos es cierta: se trata de un
verdadero culto, que no puede estar limitado a un lugar, es decir, que no puede estar
circunscrito a un espacio determinado, al espacio sagrado. Jesús rechaza
manifiestamente tal concepción del culto y, por consiguiente, toda forma de relajación
con Dios que pretenda ser configurada y delimitada en este sentido.
53
Al hacerlo, Jesús apoya y defiende a sus discípulos cuando lo hacen y aún más ordena
hacerlo (Mc 2, 23-25; Jn 5, 9). Pero, sin duda alguna, la enseñanza fundamental está en
Mc 2, 27: Jesús hace del hombre el centro de la religiosidad, lo que sin duda alguna,
también hoy significa un cambio profundo. La actitud de Jesús no es meramente
caprichosa, sólo como actitud revolucionaria, sino que nace de su propio corazón el más
auténtico sentido de religiosidad y de fe. El conflicto entre la religiosidad judía y la de
Jesús, tiene cinco puntos capitales:
- El perdón de los pecados ( Mc 2, 1-12).
- El comer con los pecadores (Mc 2, 13-17).
- El ayuno ( Mc 2, 18-22).
- El sábado, propiamente como tal (Mc 2, 23-28).
- La curación de enfermos y otros “trabajos” en el día sábado (Mc 3,1-6).
Jesús se declara en contra de la sacralización del tiempo y esto también es una de las
causas de su muerte violenta (Mc 3,6). Lo fundamental, el centro es Dios y el hombre y
de ahí brota el sentido de lo sagrado; por eso la frase decisiva que añade San Mateo:
misericordia quiero y no sacrificios” (Os 6, 6; Mt 12, 7). Lo que Dios quiere es un
culto en el amor, la misericordia y la paz, por encima de las leyes y costumbres sociales,
a las que se les pretendía dar una garantía religiosa.
En sábado, sólo se podía curar y esto en caso de peligro de muerte; sin embargo, Jesús
cura en sábado a un hombre con un brazo atrofiado (Mc 3, 1-6; Mt 12, 9; Lc 6, 6-11).
Jesús constantemente, hace esta curación frente a los que le asechaban para acusarlo y
perderlo. Por esto reaccionan y deciden matarlo: es precisamente el quebrantar el
sábado lo que pone en peligro la vida de Jesús. Jesús realiza en sábado multitud de
prodigios, en bien de la salud del hermano: cura a la mujer encorvada ( Lc 10, 13-17); al
hidrópico ( Lc 14, 1-6); cura al ciego de nacimiento (Jn 9, 1-39); y al paralítico de la
piscina ( Jn 5, 1-18). Esta es una prueba de la proclamación mesiánica hecha y
proclamada por Jesús, precisamente en día de sábado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,
16-30).
54
Sabemos bien, que en el año 37 antes de Cristo, fue desplazado el sacerdocio levítico
que era el legítimo y fue asumido el poder religioso por la familia Sadoc; para lograr
esta especie de “golpe de estado” mataron, intrigaron etc. Y se mantenían en el poder, en
base a estas mismas tácticas: La misma condenación de Jesús es máxima prueba de lo
que venimos diciendo. Estaban totalmente jerarquizados: un Sumo Sacerdote, sus hijos
eran de segundo o tercer grado, sus yernos y demás familiares, eran los guardianes,
vendedores, administradores del templo y hasta criados eran de la misma familia.
Ciertamente era una situación insoportable, ya que no sólo era el detentar un poder
religioso, con características de poder civil, sino que era una traición a la esperanza del
pueblo de liberación, ya que “habían vendido la esperanza” al dominador romano.
Así mismo, es necesario recordar que los sacerdotes de la época de Jesús eran de la secta
de los saduceos, que aceptaban como cosa normal el eclecticismo griego y romano, es
decir, convivían con el paganismo por intereses políticos y económicos; frente a toda
esta realidad, es lógico que los judíos de la época, aún los más sinceros de corazón
esperaran un Mesías político y por eso mismo, un Mesías sacerdote: esperaban un gran
sacerdote que cambiara el estado actual de las cosas; que cumpliera con las profecías de
la tradición sacerdotal (Is 2, 1-5; Mq 4, 1-3; Jr 33, 18; Ez 44, 10-31). A esta plenitud
sacerdotal y política llevaría al pueblo, el Mesías sacerdotal.
55
Pero, ¿Cómo respondió Jesús a esas expectativas? con grandes interrogantes sobre su
persona; es curioso que a Jesús lo podían comparar o aún confundir con Juan el Bautista
o con cualquiera de los profetas; tampoco era fácil que la mayoría del pueblo le diera el
título de Mesías, aunque los discípulos sí; a pesar de que en alguna ocasión quisieron
aclamarlo como rey; pero nunca en los evangelios, ni en los demás escritos del Nuevo
Testamento, a no ser en la Carta a los Hebreos, pero en un contexto totalmente distinto,
aparezca la persona de Jesús vinculada al sacerdocio del templo de Jerusalén; no
solamente que no lo confunden, sino que lo separan del todo. La vida, las palabras y la
obra de Jesús, está totalmente alejada del sacerdocio del Antiguo Testamento, aunque no
sólo alejado del culto, sino también anti-cultual; como ya lo hemos afirmado, la vida de
Jesús está en un contexto anti-sacerdotal y por lo tanto anti-religioso de la época.
Hay algo más: la muerte de Jesús ha sido entendida dentro del cristianismo como un
verdadero y auténtico sacrificio, el único y verdadero sacerdote y de la única y verdadera
víctima; pero bien lo sabemos que esta comprensión de la fe cristiana está en otro
sentido totalmente diverso al del sacerdocio veterotestamentario. Para que en el Antiguo
Testamento, el sacrificio fuera verdaderamente válido, real, santo y digno, se necesitaba:
- Pureza de la víctima: Jesús era un proscrito (desterrado).
- Lugar sagrado: el sacrificio de Jesús se realizaba fuera de la cuidad santa.
- Ritual específico: el rito fue el juicio; la manera fue la de un condenado.
- Con un banquete: no había posibilidad de realizarlo.
- Aspersión al pueblo con la sangre de la víctima: ya Jesús la había derramado toda.
Esto nos deja entrever, que el sacrificio de Jesús, no sólo no está en el contexto
sacerdotal veterotestamentario, sino que es totalmente nuevo y universal. Sus
proyecciones son incalculables, rompe con todo lo anterior y brota como una realidad
nueva; una verdadera creación de todo. Jesús fue condenado por motivos religiosos;
ponía en peligro el lugar santo, el día santo, la pureza legal, la persona sacerdotal, etc.
pero, también hay que afirmar que Jesús fue condenado por motivos políticos, y estos
motivos fueron los que asustaron y de tal manera a Pilato que lo condena : “Se quiere
hacer rey; si lo salvas no eres amigo del rey...”. Así que en la mentalidad religiosa de la
época, la víctima, el altar y el oferente adquirían una máxima glorificación de validez
sacrificial, con la muerte de la víctima; pero en Jesús su muerte es execrable; es fuente
de maldición; por eso la misma muerte de Jesús lo separa del sacerdocio sadoquita. Aún
más: la vida, la obra y la muerte de Jesús son un rechazo total a todo lo que tenga que
ver con el sacerdocio y el culto de su época.
Las parábolas del reino resumen estas dimensiones anunciado por Jesús, al mismo
tiempo, esta salvación está unida a su persona. Esta es su pretensión inaudita para el
ambiente judío en el que se sitúa Jesús. Ej. 5,21-48.
57
3. Los milagros: Originariamente unidos a la venida del reino (Mt 11, 2-6). Son signo de
tal cumplimiento (Mt 11, 13s), revelación del Reino de Dios y constantemente su
actuación requiere la fe en Jesús, adhesión a su persona y a su obra salvífica que él ha
venido a realizar (Mt 12, 40); Lc 11, 30). Los milagros son, por tanto, signos nacientes
del “nuevo reino” ya presente que irrumpirá en la pascua no en figura sino como
realidad.
b) La persona de Cristo como escatón redentivo: La novedad del reino inaugurado por
Cristo se manifiesta en su plenitud en el evento pascual. A la luz de dicho evento los
discípulos comprenden el anuncio pre-pascual (Mc 8,31-33; 9,30-32). La persona de
Jesús como centro del cumplimiento del escatón salvífico, del nuevo culto que la
comunidad cristiana es llamada a vivir y manifestar ante todas las gentes. ¿De qué modo
se presenta la novedad de su escatón salvífico? Tres fases de la que se debe subrayar la
3ª:
1. Un nuevo templo Jn 2,19 “Destruir este templo...”. El templo de piedra será
escatológicamente sustituido por un nuevo templo unido a su persona y a su evento
pascual. Se refiere a una nueva residencia legada al evento pascual. Es esta la
interpretación post-pascual que Juan da: el Señor de la pascua, con su incorporeidad
glorificada, constituye el nuevo templo (2,21-22), templo que supera radicalmente al
antiguo.
2. Un nuevo sacerdocio: Lo quiere ver no en la teología sino en la misma vida de Jesús.
El no pertenece a la tribu de Leví. Su ministerio no es sacerdotal sino que está en la línea
de los profetas y rabinos. En total la palabra sacerdote aparece 11 veces (3 en Mt; 2 en
Mc; 5 en Lc; 1 en Jn). Jesús respeta el sacerdocio judío (Mc 1,44; Lc 17,12-14). En
otros dos textos el sacerdocio hebraico es puesto en relación al culto enseñado por Jesús:
Mc 2, 26; Lc 10, 30-37. La tradición evangélica muestra cómo Jesús respeta el
sacerdocio hebraico y no manifiesta hostilidad hacia él. Pero el testimonio evangélico es
unánime en mostrar cómo entre el sumo sacerdote y Jesús se manifiesta una fortísima
oposición (Mt 21, 23-45; 26, 3-14). Los sumos sacerdotes son los principales
responsables de su condena, de las acusaciones... La conflictividad entre Jesús y la
autoridad sacerdotal se pone con particular evidencia en la pregunta que se le hace para
condenarlo ¿Eres tu el Mesías? (Mt 26, 63-66).
3. Un nuevo sacrificio: Jesús toma distancia del culto ritual y de las reglas de pureza
exterior que culminan en la ofrenda sacerdotal de las victimas inmoladas. Jesús al
mismo tiempo que declara superado el culto sacrificial de la antigua economía, afirma
un nuevo sacrificio identificado con su muerte. Es de gran relieve Mc 10,45 “El Hijo del
hombre no ha venido a ser servido...” El loghion se pone sobre el fondo del tercer
anuncio de la pasión (Mc 10, 32-34). La figura del “Hijo del Hombre” trazada en Dn 7,
13-14 recibe una relectura nueva y original: Jesús se presenta como el Hijo del hombre
que no quiere ser servido sino que se pone al servicio de la humanidad. Al mismo
tiempo se establece una relación estrecha con el Siervo de Yahveh (Mc 3,17 en relación
con Is 42, 1). La pasión se describe con los trazos típicos del siervo sufriente de Yahveh
y el NT al mostrar estos trazos del Siervo de Yahveh deja entrever cómo en él se cumple
la plenitud del culto escatológico mismo. Servicio y dar la vida tiene un sentido de gran
valor: un servicio sacrificial, cultual. Este servicio es nuevo y verdadero sacrificio.
El lavatorio de los pies (Jn 13, 1-15) es interpretado como un gesto de servicio puesto a
disposición de todos para su salvación. Es una diaconía que se convierte en icono, en
representación simbólica que prefigura y en un cierto sentido anticipa la diakonía de la
cruz: un servicio cultual en el que se conjuga la glorificación al Padre haciendo su
voluntad y la salvación del mundo, en un acto de ofrenda total de sí (Jn 17,4). El sistema
cultual antiguo es superado radicalmente y los sinópticos lo expresan con el
desgarramiento de las vestiduras del sumo sacerdote (Mc 14,63) y el del velo del templo
(Mc 15,38). Su sacrificio es un evento escatológico de la salvación que transciende y
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supera los sacrificios de la antigua economía. Jesús se presenta como ofrenda y oferente.
Su persona es el escatón redentivo entregado a la comunidad de los discípulos, centro
del culto escatológico.
Al tomar el pan y el vino, al alzarlos y pronunciar sobre ellos la bendición, Jesús deja
entrever cómo la creación y la historia humana se han inscrito en el dinamismo de la
alianza de Dios con los hombres manifestada en su persona y en el evento de la pascua.
Al mismo tiempo la última Cena se inserta en un contexto profundamente comunitario.
Los gestos de dar... manifiestan la explícita voluntad de hacer de su grupo la comunidad
escatológica de la salvación. Jesús en persona se hará presente en la comunidad como
comida de vida y bebida de salvación y tal presencia legada a la memoria que los
discípulos harán de su pascua. Las palabras haced... anticipación de su presencia que se
actualizará cada vez que los discípulos hagan memoria de su evento de muerte y
resurrección. La celebración de la Cena en la pascua es revelación del escatón.
c) El nuevo culto: Act. 2, 46: “Cada día todos juntos frecuentaban el Templo, partían el
pan por las casas, y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón”. Puede
hablarse de una fase de paso en la que conviven la nueva y la antigua liturgia.
1. El templo y los primeros cristianos: Es difícil determinar la naturaleza de ese
“frecuentar” el templo. ¿era participar en la plegaria, o también el ofrecer sacrificio? Lo
cierto que estaba ligada a la posibilidad de llamar a muchos judíos a la fe en Jesús.
2. El culto en las casas privadas: Junto a la reunión en el atrio del templo, las asambleas
cristianas vivían la alegría mesiánica en sus propias casas donde se juntaban para la
fracción del pan.
3. El día del Señor: El descanso sabático se siguió observando un cierto tiempo, pero
muy pronto en toda el Asia Menor, el domingo viene a destacarse por ser el día de la
resurrección. Es el “primer día de la semana” (el día de la resurrección 1Cor.16 1-3). El
Apocalipsis lo llamará el “día del Señor” (es decir, de Jesús glorificado). El domingo es
memoria de la pascua de Cristo.
4. La pascua cristiana: Con el sábado, también al pascua judía continúa siendo
observada por los primeros cristianos durante un cierto periodo de tiempo (Cf. Act. 20,
6). En correspondencia con ella se celebra una pascua cristiana en relación a la
muerte/resurrección del Señor. Y probablemente a la par que el domingo, también la
pascua como celebración cristiana autónoma, se remonte ala iglesia del s.I.
d) Las asambleas eucarísticas: Act. 2, 42: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones”. Este texto reúne, de
dos en dos, las actividades que caracterizaban las asambleas de la comunidad primitiva:
enseñanza/comunión: expresan las relaciones internas de la joven comunidad;
fracción del pan/ plegaria: la unen directamente con el Señor.
Estos cuatro elementos son el contexto en el que eran vistas las asambleas eucarísticas
en los finales de la iglesia apostólica.
Act. 2,42 no representa sólo una constatación, sino la proclamación de un nuevo modo
de relacionarse derivado del evento escatológico ya operante y del cual las asambleas
eucarísticas representan un signo privilegiado(asociadas a la comunión de bienes
materiales).
2. Fracción del pan / plegaria: La fracción del pan constituía el elemento central de la
cena pascual judía. Las primeras comunidades cristianas lo ponen en relación con el
recuerdo de la última Cena de Jesús. Pablo califica esta fracción del pan como la Cena
del Señor (1Cor. 10, 16-17). No es sólo un ágape fraterno sino la celebración de la
pascua; el anuncio de la muerte del Señor hasta que vuelva. Esta fracción del pan
también se había dado en las comidas pascuales del Señor resucitado con sus discípulos.
La primitiva comunidad adquiere conciencia de la presencia del resucitado en la
celebración eucarística. Esta fracción del pan es inserida en Act. 2, 42 en un contexto
litúrgico caracterizado por la plegaria en común. Ambas cosas juntos nos ofrecen la
imagen de una comunidad caracterizada por los componentes rituales.
2. 6. LA TRADICIÓN
La mirada a la praxis de la comunidad primitiva nos ha permitido ver como la Iglesia
apostólica no se consideraba como un grupo religioso junto a los otros sino como la
comunidad mesiánica de los últimos tiempos.
b) Una nueva conciencia cultual: La Iglesia de los primeros decenios no tiene ningún
problema en adoptar también algunas estructuras cultuales del mundo bíblico-judío
imprimiéndoles la novedad de su anuncio.
1. Un nuevo “credo”: La comunidad refiere el término JHWH (traducido al griego con
Kyrios) a Jesús: Señor Jesús; Cristo Jesús (con toda probabilidad la prclamación de fe
más antigua de la comunidad, Cfr. 1Cor 12,3; Rm 10,9; Fil 2,11). La celebración del
bautismo es el ambiente originario de muchas profesiones de fe. El centro del credo de
la Iglesia es siempre el evento de la persona de Jesús, con su muerte y resurrección,
realizadas conforme al designio del Padre, revelado en las Escrituras y ahora proclamado
en la asamblea litúrgica.
La beraka, acogida muy pronto en el culto público, toma la forma de narración hínnica
transformándose contemporáneamente en un canto liturgico comunitario (unido a
celebraciones solemnes; especialmente a la Pascua). La beraka es un relato de las
maravillas realizadas por Yahvé desde la creación al tiempo presente, y espectante al
futuro. Es como una confesión de fe (Un ejemplo: Nehemias 9,5). La bendición lleva
consigo una exigencia: el pueblo no puede ser espectador pasivo.
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2. 7. LA TEOLOGIA
Insistencia de fundamentar los sacramentos, no en acciones concretas del NT sino en el
evento, Espíritu de Cristo. Los evangelistas y demás autores del NT viven en el ámbito
de la praxis y de la tradición de la que se ha hablado. Reflejan este ámbito. No son
repetidores sino que escogen el dato de la tradición y organizan el material según
perspectivas teológicas propias, especialmente teniendo en cuenta sus comunidades.
Esto hace que el NT no se pueda considerar como un todo homogéneo y uniforme.
65
El núcleo central está constituido sobre la oración común. Antes y después se dan dos
preceptos sobre el perdón con una parábola que precede o sigue:
El pastor que busca la oveja es el responsable de la comunidad.
La condena del deudor reclama a los miembros de la comunidad que sepan perdonar.
La oración común es considerada como un gesto que posee un alto grado de
sacramentalidad: es manifestación del Señor entre los suyos y prescrita como modalidad
de actuación del encuentro con el resucitado (vv 19-20). El “reunirse” litúrgico es
garantía de la presencia de Cristo entre los suyos.
Sobre la corrección fraterna muestra la situación eclesial-disciplinar de la comunidad
de Mateo. Con el pecado el creyente se aleja de la comunidad... El v. 18 precisa que las
decisiones tomadas por la comunidad son sancionadas por Dios extendiendo a los
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responsables de la Iglesia uno de los poderes conferidos a Pedro (16, 19). El texto
reclama dos dimensiones esenciales:
Merece subrayarse:
Lucas conserva la distinción tradicional entre el tiempo de la promesa (espera de
Israel) y el del cumplimiento (el evento de Cristo y de la Iglesia), Juan Bautista, Misterio
de Jesús, el hoy de la salvación Ascensión (tiempo de la Iglesia).
Tanto el tiempo de Jesús como el de la Iglesia están bajo el signo del Espíritu.
1. las cartas más antiguas: En 1Tes 5,1-11 el apóstol reafirma el Kerigma sobre el valor
salvífico del bautismo que ya había proclamado: los bautizados son destinados por Dios
(9-10). de esta conciencia deduce (12-28) diversas consecuencias de vida cristiana, como
la invitación a la caridad , alegría (19) y el sentido escatológico de su venida (23); la
68
En un ambiente análogo pone la eucaristía. El texto de 10,16-17 muestra cómo ésta debe
ser comprendida como evento de comunión para llegar a 11,17-34; los corintios no
celebran ya la cena del Señor. La razón: no es signo de comunión (11, 20-22). La
celebración eucarística no es una simple reunión; es un revivir la fundación misma de la
comunidad mesiánica. En la perspectiva de Pablo, ambos eventos sacramentales
(bautismo-eucaristía) son de comunión que derivan del misterio único de la Pascua, si
finalidad es construir la comunidad. Ser bautizado es asociarse a la crucifixión de Cristo
que nos lleva a la resurrección como nuevas criaturas: el bautismo es un evento de
creación nueva por la pascual (1Cor. 6, 11). En modo análogo al bautismo, la eucaristía
está en relación con la muerte de Cristo: tomar el pan y beber el cáliz es anunciar su
muerte, al mismo tiempo es proclamar que Jesús es el Viviente.
Las cartas a los Gal. y Rom. presentan una doctrina sacramental análoga. Al proclamar
que la salvación viene de la muerte y resurrección y no de la ley ni de las obras, el
apóstol muestra la justificación misma como un evento realizado. La impostación de
Pablo se puede caracterizar con base en dos connotaciones fundamentales:
a) Ser bautizado significa revivir, en primera persona, el itinerario de muerte-sepultura-
resurrección de Cristo, participando de la eficacia salvífica de su pascua. El texto
principal es Rom 6, 1-11; (Gal 3, 27) donde la formulación paulina implica un doble
contexto de referencia.
b) El bautismo, evento pascual, hace vivir la vida del espíritu como hijos y pone a los
bautizados en la espera del mundo escatológico inaugurado por el resucitado (Gal 4, 4-
7).
1.la novedad del sacerdocio de cristo: El autor es consciente de que Jesús no pertenecía
a la familia sacerdotal (7, 14), pero insiste en que los cristianos tienen un sacerdote: un
gran sumo sacerdote (4, 14), dándole un contenido nuevo y original. La primera novedad
es su SOLIDARIDAD, que se extiende a toda su condición humana menos en el pecado
(2, 17), muy distinto al concepto sacerdotal del AT: separación. La segunda novedad la
MEDIACIÓN realizada por Cristo. El romperá el muro de la separación (7,26).
e) La redacción juannea
1. El cuarto evangelio Bajo el aspecto sacramental constituye una obra original y
particularmente rica de elementos. La preocupación teológica de fondo es de afirmar la
identidad absoluta del Señor, viviente en la comunidad, con el Jesús histórico. Parece
que el evangelio se ha pensado según un triple plano:
El del éxodo que prefigura el misterio de la salvación.
El de Jesús de que lo revela y lo cumple.
El de los sacramentos que lo prolonga y lo hace vivir en la Iglesia.
La vida de Jesús parece orientada a hacerse anuncio y tipo de la vida litúrgica de la
Iglesia. La curación del ciego como un abrir los ojos al creyente realizada por el
bautismo. La multiplicación de los panes, figura del verdadero pan. La curación del,
paralítico, las bodas de Cana están llenas de simbolismos bautismales y eucarísticos. Es
un evangelio rico en alusiones a los sacramentos.
2. las cartas: La primera reviste un discreto interés (no las otras dos) y hace referencia a
la existencia bautismal (3, 1-10; 5, 6-13). Es significativa la afirmación de 1, 9: “si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados”. Los
exégetas se preguntan si el texto tiene carácter sacramental. M. Conti llega a la siguiente
conclusión:
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3. “MYSTERION” Y “SACRAMENTUM”
3. 1. EL “MYSTÉRION NEOTESTAMENTARIO
El vocablo “mystérion” deriva de mýein, cerrar la boca, en el sentido de una realidad
incomprensible, indecible o no revelable.
10) y con una acepción parecida a la de los LXX. El “mysterion” se usa para referirse al
acontecimiento de reino de Dios en Jesús. Y en los tres casos es utilizado como
introducción a la cita del texto de Is 6, 9-10.
1. La redacción de Marcos 4, 11: “A vosotros se os ha comunicado el misterio del
reino de Dios”. El genitivo (epesegético) expresa la irrupción del reino mediante la
palabra y la acción de Jesús. El mysterion es Jesús mismo y es dado como don de lo alto.
La peculiaridad es que este acontecimiento del misterio es que viene dado a través de
Jesús, de su persona, su vida y su obra.
2. La redacción de Mateo 13, 11 y de Lucas 8 10: “A vosotros Dios os ha dado a
conocer los misterios del reino de los cielos” (Lc: de Dios). La novedad es que el
término aparece en plural y los “misterios” son objeto de un conocimiento dado. La
revelación de los misterios es puro don de Dios, comunicado por Jesús a los suyos.
5. Dimensión escatológica: El misterio no es algo pasado, es algo que hay que vivir y
anunciar entre las dos venidas de Cristo. Su objeto último es la recapitulación de todas
las cosas en Cristo, la plena redención de la humanidad y del cosmos, siendo así Dios
todo para todos (Cf. Col 1, 13-20).
4. 1. NOCIONES PREVIAS.
4. 1. 1. Afirmación eclesial.
En general, en todas las afirmaciones eclesiales, tanto desde los primeros tiempos hasta
ahora, hemos encontrado la afirmación de que los sacramentos han sido instituidos por
Cristo; en los Santos padres, esta afirmación, lógicamente viene en el sentido amplio de
que sólo de El provienen: El Pan Eucarístico que El mandó confeccionar (San Justino).
Los Sacramentos viene del cielo... (San Ambrosio). Los Sacramentos brotaron del
costado de Cristo abierto por la lanza (San Agustín). Estas son frases que demuestran la
77
fe eclesial de la época de los Padres, sobre la realidad de que todos los sacramentos
tienen su fundamento en Cristo.
4. 2. 4. 1. Respaldo escriturístico:
No con un espíritu crítico interpretativo, sino más bien con ánimo concordista, se ha
pretendido buscar en el evangelio, la institución inmediata de cada sacramento, así:
Bautismo: (Mt 28, 19): El bautizar por medio de un baño con agua, era un rito común
en las sectas judías separatistas del tiempo de Cristo (cf. Jn 3, 4). La fórmula nace del
rito litúrgico posterior, aunque en los Hechos de los Apóstoles 1,5, se habla sólo del
bautismo en el Nombre de Jesús.
Reconciliación: Se fundamenta en Jn. 20, 21-23, sin argumentar rito concreto alguno,
no sólo para el rito primitivo que consistía en una imposición de manos, pero mucho
menos para el actual rito, en el que forma parte integral la “confesión auricular”.
Eucaristía: Es el único sacramento totalmente determinado. Nace de los relatos
llamados de la institución de la Cena (Mt 26, 26- 28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19ss). A los
anteriores relatos que son los básicos, se les añade Jn 6, 50-58 y especialmente 1Co 11,
23-26. Este acontecimiento, lógicamente posterior, es el único relato que San Pablo
hace de algún acontecimiento de la vida de Jesús.
Unción de los enfermos: Nace del poder de Jesús, participando a los Apóstoles y
discípulos, de sanar a los enfermos, ungiéndolos con aceite e imponiéndoles las manos
(Mc 6, 7; 12, 23). Luego fue promulgado y particularizado por Santiago 5, 14ss.
Orden: Clásicamente está puesto en relación directa con la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co
11, 24). Se afirma que en la cena, Cristo ordenó a los primeros sacerdotes y en ellos a
sus sucesores (Dz. 908). Pero el rito de la imposición de las manos con el que se celebra
este sacramento aparece sólo en los Hechos de los Apóstoles pero con una significación
distinta: para los diáconos 6, 5; para los presbíteros 14, 23; para los obispos aparece
mucho mas tarde, 1Tm 4, 14; 5, 22; 2Tm 1, 26. Ciertamente no hace referencia al
“sacerdocio” sino más bien a la dirección de la comunidad y a otros servicios,
ministerios y carismas. La institución crística, pues, nace de la costumbre litúrgica
posterior, especialmente la primitiva comunidad después de recibir la influencia del
judeo-cristianismo. Evidentemente no consta de que Cristo “ordenara” y menos por
medio de la imposición de manos; ciertamente, este uso es tardío, tanto en la forma de
celebración, como en el sentido del ministerio sacerdotal.
Institución implícita y explícita: (Cardenal Newman, Teólogo del siglo XVIII y XIX).
Tres sacramentos son explícitos: “ Institutio explícita”. Los demás están dentro de la
dinámica que va de lo implícito a lo explícito, pero bajo la acción directa del Espíritu
Santo y dentro de la Iglesia. Esta dinámica de explicitación sacramental es fruto del
poder de Cristo difundido en la Iglesia por el Espíritu Santo.
Luego, Cristo instituyó los sacramentos, pero algunos no en forma acabada y definitiva,
sino que los dejó para que la iglesia y dentro de ella se plenificaran, a la manera de un
desarrollo histórico. Es la llamada “Institutio implicita vel in genere”.
Entonces, para afirmar la institución crística de los sacramentos, tanto en general, pero
especialmente en particular, basta decir que el Señor quiso instituirlos y la Iglesia así lo
entendió y lo reconoció; pero es la Iglesia la que inicia el proceso histórico para hacer
reconocer el sacramento dentro de la comunidad; en otras palabras: es la misma Iglesia
la que busca lo necesario para ella misma, entendiéndose como proto-sacramento, por
voluntad del Señor y buscando siempre por la fuerza dinámica del Espíritu, su futura
expansión por el mundo, así:
-El Bautismo crea la comunidad, asegura su supervivencia histórica ya que concede la
afiliación a ella por medio de la incorporación a Cristo. Por medio del bautismo se
pertenece a la comunidad.
-La Confirmación crea el testimonio cristiano dentro y fuera de la comunidad, por medio
de la prometida y asegurada plenitud del Espíritu Santo. Es el sacramento del servicio y
del martirio.
- La Reconciliación, señala la realidad de una Iglesia santa pero continuamente
necesitada de conversión y de penitencia. Es el sacramento del perdón permanente, para
aquellos que se retiraron de la comunidad por el pecado y quieren reingresar a ella. Es
como si fuera un nuevo bautismo.
- El Orden Sagrado, crea dentro de la comunidad servidores cualificados necesarios
para la edificación, crecimiento y progreso de la comunidad, actuando en nombre de
Cristo Sacerdote. Así, quienes celebran este sacramento, se convierten en signos
sacerdotales de Cristo, en medio de la comunidad sacerdotal.
- El Matrimonio, por medio del amor, santifica la vida conyugal y sexual, la familia y la
procreación. Es el sacramento que significa el amor del Señor por su Iglesia.
- La Unción de los enfermos, por medio de la oración común, la imposición de las
manos y la unción con el óleo, cura las enfermedades y prepara al enfermo y al
moribundo, para el encuentro definitivo con el Señor glorificado.
- La Eucaristía, fundamento y cúlmen de todos los demás sacramentos, crea y plenifica
la comunidad, por medio de una “ comunión” real, física y directa con el Señor
glorificado, realizada por la participación en su sacrificio en la cruz; es la plenitud de la
Iglesia, por medio de la reactualización del Misterio Pascual del Señor.
Conclusión: Para conocer lo que es la Iglesia en sí misma, qué es lo que Cristo quiso que
ella misma fuera, es necesario conocerla, vivirla y amarla a partir de sus “
autorrealizaciones” fundamentales, que son los sacramentos, que se concluyen y realizan
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más bien el recuerdo y el anuncio de la pascua de Cristo. En otros textos del mismo
período, la relación misterio - pascua - bautismo o eucaristía aparece notablemente
desarrollada. El “mystérion” es una categoría que abraza tanto la acción salvífica de Dios
en Cristo como su representación cultual.
- “Dios bendice a los que han nacido de las aguas, para que esto fuera signo de que los
hombres recibirían por la penitencia y la remisión de los pecados por medio del agua, el
lavado de la regeneración; y todos cuantos se acercan a la verdad y son regenerados,
reciben la bendición de Dios” (Teófilo Antioqueno. Ad Antólycum. P.G. 6, 1077).
- “El agua por fuera muestra el misterio de la gracia; el Espíritu por dentro obra el beneficio
de la gracia... reengendran al hombre en Cristo, engendrado del único Adán” (San Agustín,
Epist. 98. P.L. 33, 350).
- “Todas las aguas por la antigua prerrogativa de su origen, consiguen el misterio de la
santificación, después de invocar a Dios” (Tertuliano: De Baptismos. P.L. 1, 1204).
77
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Como para concluir, afirmamos que es claro en los Santos Padres el admitir los signos
sagrados externos que llamamos sacramentos. A ellos se les atribuye una índole indicativa
externa de la gracia interna. Pero, además de esta índole indicativa externa, hay en ellos
mismos una naturaleza productiva y eficaz, que hace que de hecho comuniquen la gracia,
atribuido esto por los Padres al mismo rito celebrado, claro está con las condiciones
requeridas.
- La de ser un signo, porque representa algo o alguien que quiere dejar un recuerdo
permanente en algo tangible.
- La de permanencia, porque no se borra,; parte también del deseo de quien graba, de que
su recuerdo sea permanente. Estas dos ideas responden, así mismo, a la noción sicológica
de carácter, porque indica la manera de ser específica, propia y permanente de una persona,
y que muy difícilmente la podría cambiar. Esta es la razón por la cual, Santo Tomás de
Aquino definió el carácter como “ una cierta señal con la que una cosa se designa como
ordenada a algún fin; así como el dinero se marca con un carácter para el uso de los
cambios, y los soldados se señalan con una marca, como destinados a la milicia” (Summa
Theológica III, q. 63, a.3).
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- El Bautismo “ es la señal dada por Cristo a sus fieles: así como el anticristo dará a los
suyos la señal de la bestia” (San Hipolito, “ De Antichristo”, 2 ; P.G. 10, 734).
- “ Es grato al Espíritu Santo el aceite que a El le sirve... conque son designados los
sacerdotes y los ungidos. Porque el Espíritu Santo, mediante el aceite, imprime su sello en
la cera, así el sello oculto del Espíritu se imprime mediante el aceite en el Bautismo; y
entonces aquellas ovejas son marcadas en el bautismo” ( San Efrén. “ De Oleo et Oliva”, 4.
De. Lamy 4. R. de Y. 712).
- Por consiguiente hemos sido sellados por Dios con el Espíritu; porque así como morimos
en Cristo, para renacer, así somos sellados con el Espíritu para poder tener su esplendor e
imagen y, aunque seamos en la apariencia marcados en el cuerpo, en la verdad somos
marcados en el corazón, para que el Espíritu Santo exprese en nosotros la efigie de la
imagen celeste” (San Ambrosio. “ De Spiritu Sancto”, 1.6. 77. P.L. 16, 723).
- Se habla, pues, de un sello que produce un distintivo espiritual, una nueva característica
interna, una “señal impresa en el alma” y por los textos se podría decir que este sello es el
mismo Espíritu Santo, es la gracia, lo mismo que afirmar que es la misma Vida Divina.
Pero este sello, para que la idea quede completa, tiene la característica de ser permanente,
es decir, es para siempre, precisamente por ser Don del Divino Espíritu. Esta permanencia
perdura aún después del pecado y hasta después de la apostasía.
Pero esta realidad de permanencia aún después del pecado, abre uno de los problemas más
serios en la teología sacramental y es el de la eficacia del signo, a partir de la disposición
interna de quien lo realiza. Veamos:
San Agustín afirma que la apostasía no hace perder el bautismo, por lo tanto, a un
convertido no se le puede volver a Bautizar. El compara la “inhesión” del bautismo a la
marca de los militares en el cuerpo. (cf. Contra Epistolam Parmeniani. 2.13. 29. P.L.
43.71). Esta afirmación es válida, tanto para el bautizado como para el confirmado y para
el presbítero; San Agustín censura la frase común de la época y que va contra el sentir
común de la Iglesia: “El apóstata de la Iglesia, no pierde el bautismo, pero sí pierde el
poder y el derecho a darlo”. Luego el bautismo, como también cualquier otro sacramento,
celebrado por apóstatas, es válido; todo esto, porque sin duda, el sacramento no depende
del todo del oficio o ministerio, como tampoco de las cualidades de quien lo celebra, sino
que es eficaz en sí mismo. “Si algún clérigo, por alguna culpa, es removido de su oficio, no
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carecerá del sacramento del Señor que una vez le dieron, aunque este sacramento
permanezca para el juicio” (De Bono Coningali. 24.32 P.L. 40, 394).
Sobre la Confirmación el mismo San Agustín afirma: “hay que distinguir de la invisible
unión de la caridad, que es propia de los buenos, el santo sacramento visible, que puede
estar en los buenos y en los malos” (Contra Litteras Petiliani. 2. 104. 239. P.L. 43, 342).
Así, pues, la idea del “carácter sacramental” queda afirmada con estas palabras: “ No hay
que cambiar ni reprobar la marca regia impresa en un hombre que un desertor le imprimió
para reunir partidarios para sí; si ese hombre obtiene el perdón de su error y obtiene del Rey
el volver a servir en su ejército; ni tampoco hay que cambiar la marca de las ovejas cuando
se reunen con el rebaño del Señor, porque un siervo fugitivo imprimió en ellas, la marca del
Señor” (Contra Cresconium Donatistae. 1.30. 55 P.L. 43. 464).
Así, queda iniciada y aún probada la idea del carácter de los tres sacramentos: Bautismo,
Confirmación y Orden, de tal manera que el sello no se pierde por el pecado, como
tampoco, el haberlo celebrado dentro de la apostasía, requiere el que se vuelva a repetir,
como si el anterior no hubiere servido para nada.
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“Sacramentum” es “signum sacrum”; “signum rei sacræ”; “visibile verbum”. 18 “Se dicen
sacramentos aquellos signos que hacen referencia a las cosas divinas” (Ep. 138,7). Signo es
“una realidad que, más allá de lo que presenta a los sentidos, hace pensar en otra cosa
diversa de sí misma”. La forma visible del sacramento formada por el objeto (ej: agua) y la
palabra nos llevan siempre a algo que les supera. “Se añade la palabra al elemento y se
tiene el sacramento”(In Ioan. ev., 80,3).
2. La “res sacramenti”19
La “res” es concretamente “lo que acontece en el alma”: la fe, el evento pascual, la gracia,
el misterio total de Cristo. Queriendo mostrar cómo los donatistas poseen el “sacramentum”
pero no la “res”, Agustín habla de un “contrasigno”, irrepetible e imborrable, que confiere
el bautismo una vez celebrado válidamente. Será un paso decisivo en la teología del
carácter.20
3. Operatividad del acto sacramental
Triple nivel:
La acción celebrativa manifestada y actuada por la palabra divina.
La acción invisible de Jesús, ministro último del sacramento.
La acción inmediata de la Iglesia católica.
La palabra es eficaz porque es palabra de Cristo confiada a la Iglesia. Por ello, Cristo es el
sujeto activo de los sacramentos. A Cristo compete la “potestas”, al ministro humano el
18
"Sacramentum" es "signum sacrum" (signo sagrado) y "signum rei sacrae". El conocimiento se realiza a través
de signos. En la realidad creada se pueden distinguir "res" (cosas como la madera, la piedra, el ganado) y "signa"
(cosas que son al mismo tiempo signos: con una significación en sí y una refererir a algo más - como la vara de
Moisés -), que nos hacen conocer otra cosa. El signo es una "res" que evoca en el espíritu del hombre la imagen de
alguna otra cosa, por una relación de semejanza que implica participación. Para San Agustín, significar es exterio-
rizar.
19
Ahora bien, en el "sacramentum", la "res" evocada por el "signum" es una "res sacra". El sacramento, como
signo visible, posee una semejanza con lo invisible significado. Según el esquema griego imagen-arquetipo, el
arquetipo se encuentra presente en la imagen, aunque de forma velada. En la historia de la salvación Dios ha
establecido signos nuevos y más diáfanos para relacionarse con el hombre, como son el Bautismo y la Eucaristía
en virtud de la palabra divina. El carácter referencial más denso se encuentra en el signo de la Palabra. "La palabra
es el signo de una cosa, que puede ser comprendida por el oyente cuando es proferida por el locutor". La palabra
tiene la posibilidad de decirlo todo, de explicar los otros signos ("metasigno"). En la palabra se exterioriza lo
pensado, el verbo interior que "nace de un saber inmanente al alma". El verbo exterior es signo del verbo interior.
Por eso para San Agustín el elemento material y visible ("elementum") del sacramento (agua, aceite, pan y vino)
no constituye aún el signo sacramental pleno: es necesario completarlo con el "verbum": la palabra divina que lo
explica. Sólo así puede ser plenamente eficaz. El sacramento es más que el signo; comporta la unidad del signo y
de la palabra: "La palabra accede al elemento y se hace el sacramento, que es, en cierto modo también una
palabra visible". Sólo la unión del signo visible con la palabra divina, creída y proclamada por la Iglesia, hace del
signo la palabra visible de Dios y de esta manera lo hace divinamente operativo. El signo sacramental es una
"commemoratio" (un memorial de la acción salvífica): "el sacramento es una celebración en la que se hace
conmemoración de la cosa realizada, de modo que hace comprender que significa algo que va a ser recibido san-
tamente".
20
S. Agustín afirma que el sacramento de los herejes, por la fuerza objetiva de la palabra de Cristo, es de algún
modo operativo. El Bautismo confiere a quien lo recibe un signo espiritual irrepetible, como la marca que recibía
el soldado en su "sacramentum" o "iuramentum" de fidelidad al Emperador. Este efecto es distinto de la gracia, y
hace que el sacramento "reviva" una vez que el hereje vuelva a la comunión con la Iglesia.
81
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5. 3. 1. En la Edad Media.
La gran mayoría de teólogos de esta época, unánimemente enseñaron el carácter impreso y
permanente de algunos sacramentos:
- El carácter baustismal, distingue ontológica y existencialmente a los bautizados de los no
bautizados (Pagano de Corbeill).
- El carácter del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, es cosa sabida y admitida por
la Revelación en la Tradición de la Iglesia. Por lo tanto estos sacramentos son inalterables
(Alonso de Lille. Pedro Cantor). Son muchos los que han hablado del carácter sacramental
y que ahora no los mencionamos por cuestión del tiempo. Lo mismo fue clásica en el siglo
XIII la definición de Alejandro de Hales: “ Un distintivo impreso por el carácter eterno, en
el alma racional, según la imagen que configura la trinidad creada de la Trinidad que crea y
que restablece y que distingue de las no configuradas con El, según el estado de la fe”.
82
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5. 3. 3. El carácter es un signo distintivo: Es éste el primer oficio del carácter: hace del
bautizado, del confirmado y del ordenado, un ser distinto de los demás. El carácter
distingue de los que no están configurados por medio de él con Cristo, de los demás, según
el estado de la fe. Esta fe puede ser “engendrada”, ya que se ha comunicado por el
bautismo, y que distingue perfectamente y de una manera real, concreta e histórica de los
no bautizados. Esta fe puede ser “robustecida” por la Fuerza del Espíritu del Señor, y que
se comunica por medio del sacramento de la confirmación, y que distingue a quien ya
celebró este sacramento, de los que dentro de la Iglesia son incapaces todavía de un
testimonio total en su vida. Por último, esta fe es “multiplicada”, que es el don del
sacerdocio, comunicado por medio del sacramento del Orden y que distingue dentro de la
comunidad a aquellos que la guían y conducen hasta la plenitud en Dios.
Santo Tomás enseña que esta distinción se realiza en orden a un fin, es decir, a lo que se
destina la vida del bautizado, del confirmado y del ordenado; por esta razón, el carácter
tiene una finalidad eminentemente teocéntrica y por lo tanto eclesial, en orden a la Gloria
de Dios, por medio de la construcción de la comunidad, donde cada uno realiza su propia
misión, en relación a su ser configurado con Cristo. (cf. Summa Theológica III, q. 63. q.
a.3).
Así, pues, por el sacramento del bautismo, quedamos destinados al culto divino, unidos a
Cristo nuestra Cabeza, participando de su Sacerdocio Real. (cf. LG. 10). Por el sacramento
de la Confirmación, el cristiano queda destinado a la defensa del culto y de la fe, al servicio
y a las obras de apostolado, al testimonio externo aún con el martirio, por medio del Don
del Espíritu Santo, recibido en el sacramento. Es el sacramento de la “acción cristiana” (cf.
LG. 12). Por el sacramento del Orden, el cristiano queda destinado al ministerio cultual,
consagrándolo para presidir, guiar, conducir al Pueblo de Dios (cf. LG. 26. 28Ñ PO. 2).
Evidentemente, estos sacramentos conceden o consagran para una destinación especial,
producida por el carácter y que es el verdadero culto a Dios.
5. 3. 4. El carácter produce una configuración especial con el Señor: Por lo que es signo
distintivo, el carácter expresa una peculiar configuración, es decir, semejanza con el Señor,
ya que es su signo. O mejor, el carácter es tal, precisamente por la configuración que es
dada por el mismo Señor. Así se configura con la Trinidad, en su triple misión de Creación,
de Salvación y de Santificación. Sin embargo, la configuración que produce el carácter es
específicamente con Cristo, porque es participación de su sacerdocio. Afirma Santo Tomás
de Aquino: “ Cada uno de los fieles queda preparado para recibir y transmitir a los demás,
lo que pertenece al culto de Dios. Y a esto destina propiamente el carácter sacramental.
Ahora bien, todo el rito de la religión cristiana se deriva del sacerdocio de Cristo, y por esto
es manifiesto que el carácter sacramental es, de modo especial, carácter de Cristo, a cuyo
sacerdocio son configurados todos los fieles, según los caracteres sacramentales, que no son
otra cosa que ciertas participaciones del sacerdocio de Cristo, derivadas del mismo Cristo”
(Summa Theológica III, q. 63, a. 3c).
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Así por el carácter bautismal, el cristiano se configura con el Cuerpo total del Señor que es
El mismo y su Iglesia; por el carácter de la confirmación, el confirmado se configura con
Cristo, el Siervo de Dios, servidor de todos; por el sacramento del Orden, el bautizado y el
confirmado, se configura con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Cabeza de la Iglesia. Esta
configuración, es al fin de cuentas, en diversos aspectos del único misterio del Señor.
Por último, la naturaleza definitiva del carácter sacramental, está definida por el Concilio
Tridentino (Dz. 852) y es clara y lógica: el carácter hace referencia a la realidad de Cristo, y
especialmente a su sacerdocio, y es una obra del Espíritu Santo. Por lo tanto, su
perpetuidad nace no de las condiciones personales, sino de quien lo confiere y por las
características que esa relación conlleva. Por lo tanto, es eterno y definitivo.
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6. EL “SACRAMENTUM” EN LA PRE-ESCOLÁSTICA
EXCURSUS: La Iglesia del primer milenio no parece preocupada por ofrecer una teolo-
gía clara y distinta de los sacramentos. No se detecta en ella un especial afán por definir qué
es un sacramento, ni por determinar su número. La Iglesia del primer milenio centró su
atención en los sacramentos de la iniciación: Bautismo-Confirmación y Eucaristía. En la
teología de los Padres griegos ejerce un poderoso influjo la concepción platónica de la
realidad. Al introducir Tertuliano el término latino “sacramentum”, aportó una variante
digna de consideración. “Sacramentum”, aplicado al Bautismo, resaltaba no tanto la
dimensión mistérica que se exterioriza en el bautismo, sino el compromiso de fe, la
respuesta del creyente a la gracia.
Los misterios-sacramentos son presencia y ausencia, como los símbolos. San Agustín
explicita la reflexión teológica sobre los misterios cristianos: son los signos, es decir, la
exteriorización de la realidad (“res”) invisible del Misterio de la Trinidad en su relación con
nosotros. La concepción teológica del “mysterion” en Oriente y del “mysterium-
sacramentum” en Occidente se fecundan mutuamente y resultan ser categorías
prácticamente intercambiables. Finalmente, el término latino “mysterium” se va
relacionando más con la realidad salvífica invisible, y “sacramentum” con su manifestación
visible, pero siempre se consideran como las dos caras de una misma moneda. El problema
de comprensión vendría después, cuando “mysterium” pasara a significar únicamente ver-
dad revelada y “sacramentum” únicamente signo de la gracia, un signo que por lo demás se
concibe sólo como intelectualmente significativo, pero no operativo.
21
Quizás sea la definición de Isidoro -retomada de otra forma por Hugo de S. Vitor- la que dará origen a la
idea de los sacramentos como “vasa gratiae”; idea que retrasará, en varios autores de la primera escolástica, el
reconocimiento del matrimonio como sacramento en sentido estricto.
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tal punto que pone en duda que el cuerpo eucarístico de Cristo, una vez recibido, esté sujeto a
las mismas leyes naturales de los demás alimentos.
Berengario de Tours entra en el debate reaccionando contra el realismo exagerado de
Lanfranco. De una parte recupera la noción agustiniana de “signo”, y por otra, acentúa la
distinción entre “sacramentum” y “res”, haciéndola pernio de todo el debate. En uno de sus
textos acumula siete descripciones agustinianas de sacramento de las que seis lo califican
como “signo”. El punto decisivo del debate berengariano es que la distinción agustiniana
“signum/res” se transforma en una verdadera disociación hasta el punto de que el sacramento
parece sólo un símbolo vacío separado del todo de la realidad a la que representa. Aplicando
esta concepción de sacramento a la eucaristía, Berengario llega a decir que ella es el
“sacramento” pero no el cuerpo y sangre de Cristo: “aliud sacramentum corporis, aliud
corpus; aliud sacramentum sanguinis, aliud esse sanguinem”.
Varios autores que se oponen a Berengario intentan conciliar la noción agustiniana con la
isidoriana dando lugar a muchas descripciones de sacramento entre las que dos parecen
sobreponerse sobre todas las demás:
sacrum signum: al inicio del S. XII aparecerá ligeramente modificada con la dicción
sacrae rei signum, haciéndose común en todo el Occidente.
invisibilis gratiae visibilis forma: esta fórmula se encuentra “ad litteram” en Agustín
pero concuerda con el contenido de su doctrina.
MYSTÉRION en el NT
(Actio salutaris/oikonomía)
“Mystérion”
en los padres de lengua griega
Eventos de la vida de Cristo
siglos I-III
Figuras y profecías del AT “Sacramentum”
Verdad oculta (Alejandría) en los padres de lengua latina
“Misterio pascual” y Economía cristiana Juramento/consagración bautismal
siglos IV-VI siglo III
Ritos sacramentales de la Iglesia Verdades misteriosas
siglos IV-V
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7. 1. BÚSQUEDA DE UNA DEFINICIÓN DE “SACRAMENTUM” EN LA
PRIMERA ESCOLÁSTICA
7. 1. HUGO DE S. VÍCTOR22
Se esfuerza por dar una definición de sacramento en sentido estricto. “Sacramento es un
elemento corporal o material propuesto externamente de modo sensible, que representa
por su semejanza (ex similitudine), significa porque para tal fin ha sido instituido (ex
institutione) y contiene para la santificación (ex santificatione) una gracia invisible y
espiritual”. Se ha de comprender esta definición en perspectiva trinitaria: la semejanza
depende del Creador; la institución, del Salvador; la santificación es administrada por el
Dispensador.
Lo más destacable de esta definición es decir que el sacramento contiene la gracia. El
sacramento es como “un vaso” que contiene la medicina para el enfermo. Es una
concepción fuertemente cosificante con relación al elemento visible que lo representa; se
identifica demasiado el sacramento con el elemento material. Dentro de la perspectiva
antropológica de toda su reflexión, Hugo de S. Victor destaca que la función prevalente
de los sacramentos es la de ser, de hecho, un remedio para el hombre pecador. Ya en el
siglo XIII tendrá mayor influencia el aspecto de “recipiente de la gracia” que el de
“remedio” para el hombre pecador, pudiendo equipararse la definición de Hugo de S.
Víctor a la de Pedro Lombardo con la única sustitución de la expresión “gratiam
continens” por la de “gratia conferens”23.
22
Con Hugo de San Víctor aparece por primera vez un tratado sobre los sacramentos. Ofrece su definición de
"sacramentum" en el marco de la historia de la salvación; así, distingue:
- el "opus conditionis" (la creación con todos sus elementos [los sacramentos de la ley natural]);
- el "opus restaurationis" (la Redención, la Encarnación del Verbo con todos sus sacramentos, tanto aquellos
que le precedieron históricamente [los de la ley escrita] como aquellos que le siguieron posteriormente [los de
la fe cristiana]). Dios no abandona al ser humano; al pecado corresponde siempre una medicina. Atribuye a los
sacramentos un valor sanante. También concibe a los sacramentos como armas para el combate espiritual;
fueron instituidos cuando el hombre se vio desarmado por el pecado. Hubo un sacramento instituido antes del
pecado: el matrimonio. No lo fue para remedio del pecado, sino para ejercer una función.
23
En cuanto al número de los sacramentos Hugo de San Víctor dice, en primer lugar, que hay tres tipos de
sacramentos:
- aquellos en los que ante todo consiste y se percibe la salvación (agua del Bautismo, Cuerpo y Sangre de Cris-
to);
- aquellos que aunque no son necesarios para la salvación, son útiles para ella (agua de asper sión, la ceniza y
otros);
- aquellos que posibilitan los demás sacramentos (orden).
Como se ve, extiende el término "sacramentum" a toda una serie de realidades: Orden, Bautismo, Confir-
mación, Cuerpo y Sangre de Cristo, los sacramentos "que santifican por medio de la palabra de Dios" (ceniza,
La “Summa Sententiarum”: Dividida en varios tratados, el capítulo primero del tratado
séptimo lleva por título De sacramentis in generali; es la primera vez que se tiene noticia
del empleo de este título. Se incluye claramente el conferir y la eficacia de la gracia en la
definición del sacramento:
7. 2. PEDRO LOMBARDO
El Libro IV de las Sentencias trata de los sacramentos y de escatología. La novedad de su
definición de sacramento está en haber unido por primera vez la noción de “signo” con la
de “causa”. Su definición de sacramento no hace referencia al elemento corpóreo ni a la
institución por parte de Jesucristo, sino que se centra en la noción de sacramento como
signo y, como aportación original dice que el sacramento es causa de la gracia de la que es
imagen. “Se dice propiamente sacramento lo que de tal modo es signo de la gracia de Dios
y forma visible de la gracia invisible, que constituya su imagen y sea su causa” (Lib. IV
Sent. IV, 1,4). El elemento de “causalidad” hizo superar la noción de sacramento solo como
“signum sacrum”, lo cual llevará más fácilmente al número septenario. El elemento
material se integra en la delineación del sacramento como forma visible, imagen y causa a
un tiempo.25
agua bendita, palmas), Matrimonio, votos, Penitencia, Unción de los enfermos y muerte cristiana.
24
La eficacia de los sacramentos se concibe de todas maneras como sanante, ascética. Los sacramentos han
sido instituidos "propter homines", y para:
- su erudición; para que pueda llegar a entender las realidades invisibles;
- su humillación; para que se someta no sólo a Dios, sino a la mediación de las creaturas;
- su ejercitación; para que se ejercite en la práctica de la virtud.
No hay ninguna referencia a un sentido consacratorio, cultual, eclesial de los sacramentos.
25
Pedro Lombardo confina el sentido de la palabra "sacramento" a aquellos signos que "surgieron de la fuerza
de la misma Pasión de Cristo" (Lib. IV Sent., IV, 2,2), pues Cristo fue quien nos alcanzó la gracia. Como se ve,
en esta concepción, los sacramentos no sólo sanan, sino que vinculan con Cristo; no son sólo "remedium", son
también "medium", no todos son ambas cosas a la vez, el Bautismo por ej. es medio y remedio, la Eucaristía
sólo medio, etc. Pedro Lombardo además, no vincula al sacramento toda posibilidad de que el hombre reciba
la gracia de Dios. Dios en su potencia absoluta puede otorgar su gracia al margen de ellos.
Algunos autores consideran que la Iglesia recogió aquellos signos que se podían considerar causa de la gracia
y surgió el septenario. Otros opinan que el septenario surgió por la costumbre de clasificar en siete los diversos
elementos de la vida espiritual: siete pecados capitales, siete virtudes, siete dones del Espíritu Santo... ya que el
significado bíblico del número siete es un significado de plenitud. En realidad, el cómo se fijó el número
septenario es un enigma aún por resolver.
cristología, aunque no habla ni de la Penitencia ni del Orden. Da una definición de
sacramento, donde no alude a la eficacia de la gracia por parte del signo: “Se dice que
sacramento es un signo sacro; y se entiende por signo algo visiblemente exterior, por lo
que se significa la gracia invisible interior”.
a) Situación general: Y. Congar señala tres elementos negativos de este período que
han condicionado el desarrollo posterior de la reflexión general sobre los sacramentos:
1.- La primera escolástica ha elaborado el tratado de Cristo cabeza y de la gratia capitis
sin una adecuada pneumatología que lo integrase y lo completase.
2.- En las síntesis teológicas sistemáticas, la sacramentología seguía a la cristología, sin
que los dos tratados fuesen adecuadamente conectados por la eclesiología.
3.- “Escolática” significa análisis, distinción, definición y clasificación. Con sus grandes
aportaciones también va unido el riesgo de separar a fuerza de distinguir, de empobrecer
a fuerza de precisar26. Se da el paso semántico de la concepción del “mystérion-evento”
a la de “mystérion-verdad” y la consiguiente comprensión del sacramento más como
“dogma” que como “acontecimiento” situado en la economía del encuentro de Dios con
el hombre en Cristo y en la Iglesia. Ciertamente en “cristomonismo imperante” no
permite valorizar el papel del Espíritu y falta un “De ecclesia”.
4. Gracia y carácter : Son los dones conferidos por los sacramentos. En cuanto a la gracia
la opinión prevalente defiende que ésta es creada e infundida por Dios directamente como
“habitus” en el alma. Complejo será el debate sobre el caráter impreso por los sacramentos
del bautismo, confirmación y orden. Se admite la existencia de los tres caracteres pero se
discute su naturaleza. La definición del carácter como signo de gracia prevalece sobre la
eclesiológica, “signum gratiae” más que “signum communionis”; después, como aparece
en Alberto Magno, “signum configurativum” y “signum distinctivum”.
26
Cf. Y. CONGAR, Un popolo messianico, Brescia 1976, pp.49-50 y 51-52. El mismo Congar, en su obra Il
soffio de lo Spirito Santo, suaviza un poco sus afirmaciones a cerca de la separación de la cristología de la
pneumatología, pues la acción de Cristo no se puede separar en ningún momento de la acción del Espíritu.
7. 5. SANTO TOMÁS DE AQUINO
a. Los Escritos: Santo Tomás escribió sobre los sacramentos en varias de sus obras: en
el “Scriptum (Commentarium) in Libros Sententiarum” de pedro Lombardo, en la
“Summa contra gentiles” (IV, cc.56-58), en el opúsculo De articulis fidei et sacramentis
Ecclesiae y en las Quaestiones disputatae “De veritate” y “De potentia” y en las
Quaestiones quodlibetales, pero sobre todo, en la “Tertia pars” de la “Summa
Theologiæ” (S Th III, q. 60-65).
4. De causis sacramentorum: Sólo Dios (per modum principalis agentis) puede producir
los efectos interiores del sacramento como son la gracia y el carácter. El hombre puede
cooperar a tal producción sólo como ministro (per modum instrumenti). Cristo, en cuanto
Dios, obra en los sacramentos como causa suprema; en cuanto hombre, produce los efectos
de los sacramentos “como causa meritoria, eficiente e instrumental”. Afirma que la validez
27
S Th III, q. 60 a. 3, 3.
de los sacramentos no depende de la dignidad de los ministros pero es necesaria la intentio
faciendi quod facit ecclesia.
EXCURSUS:
1) El sacramento como “remedium”
Sobre este punto ya hemos anteriormente.
2) El sacramento como acto de culto
Define el carácter como “deputación al culto” pero en un contexto sólo cristológico y no
eclesial. Concibe la Pasión de Cristo como el inicio del culto cristiano, realidad en la que
precisamente nos introducen los sacramentos. Con esto traza perfectamente el aspecto
cristológico del culto cristiano pero no alude al aspecto eclesiológico (la participación en
el culto de Cristo se da en su Cuerpo, que es la Iglesia).
El argumento de conveniencia: “la vida espiritual guarda cierta conformidad con la vida
corporal”. A la generación corporal corresponde la generación espiritual del Bautismo;
al crecimiento corporal corresponde el crecimiento por el Espíritu Santo de la
Confirmación; a la nutrición que conserva la vida del hombre corresponde el alimento
espiritual de la Eucaristía. El hombre está sujeto también a la enfermedad corporal y
espiritual y necesita de un tratamiento: uno de curación que le restituya la salud, al que
corresponde la Penitencia, y otro de restablecimiento del vigor primero, y a esto
corresponde la Extremaunción, que borra las reliquias del pecado y deja dispuesto al
hombre para la gloria final. Con relación a la comunidad el hombre se perfecciona por el
hecho de recibir el poder de gobernar, lo que corresponde en el plano espiritual al
sacramento del Orden, y por la propagación de la especie, a la cual corresponde el
sacramnmaa3d 2w3wwento del Matrimonio.
Otros argumentos de conveniencia: la correspondencia del septenario al remedio del
pecado y al cultivo de las virtudes. Finalmente, S. Tomás insiste en la excelencia del
sacramento de la Eucaristía sobre los demás, pues éste contiene a Cristo
“sustancialmente” y en los demás se contiene por una fuerza participada. Los demás
sacramentos de alguna manera están finalizados a ella.
11) La institución de los sacramentos: Ya que sólo Dios opera interiormente a los
sacramentos, sólo Él puede instituirlos. “Instituir” es “dar vigor y fuerza a algo”. Al
hablar de la materia y la forma del sacramento, insistió en que debían ser determinadas
por Aquel que instituyó el sacramento. Sin embargo, en las palabras puede haber
variación con tal de que se mantenga el sentido.
7. 6. LA ESCOLÁSTICA TARDÍA Y EL NOMINALISMO (SS. XIV - XV)
Los siglos posteriores a la gran escolástica se caracterizan por cierto escepticismo en los
logros de la razón y por las disputas entre la escuela dominicana y la franciscana sobre el
modo de la causalidad de los sacramentos.
a. La escuela dominicana: Juan Capreolo, habla de causalidad físico-dispositiva. El
efecto causado inmediatamente por los sacramentos no sería el carácter, sino la “gracia
sacramental”, que dispondría a recibir la “gracia santificante”. Tomás de Vio conocido
con el nombre de Cayetano recupera la doctrina de la causalidad instrumental. Refuta
la interpretación de Capreolo recuperando la recta interpretación del pensamiento
tomista y afirmando la capacidad de un instrumento a ser elevado y producir en el alma
un efecto como la gracia, superior a su constitución natural.
Silvestre de Ferrara se opondrá tanto a Capreolo como a Cayetano. Afirma que sólo el
carácter es una transformación del alma, la gracia, a la cual dispone el carácter, sería
creada “ex nihilo”.
b. La escuela franciscana
En general, para explicar las cuestiones teológicas, la escuela franciscana pondrá su
confianza en la voluntad omnipotente de Dios y no se inclinará tanto a buscar explicaciones
en la naturaleza misma de las cosas.
Según San Buenaventura, los sacramentos más que causa serían la “conditio sine qua
non” para recibir la gracia. Dios, en virtud de la Nueva Alianza se habría comprometido a
dar la gracia cada vez que se recibiera dignamente el signo. La relación entre signo y gracia
era puramente extrínseca, concomitante.
Para él, sacramento es: “Un signo sensible que significa de modo eficaz, en fuerza de la
institución divina, la gracia de Dios o un efecto gratuito de Dios ordenado a la salvación
del hombre en camino (“viator”). Es la teoría de la causalidad ocasional: el sacramento
es ocasión para que Dios dé su gracia, porque significa una gracia, y Dios ha pactado
con la Iglesia el dar la gracia realmente cuando ésta sea significada. Para D. Scoto, el
sacramento es eficaz independientemente de las disposiciones subjetivas del creyente,
pero no interpone entre el sacramento y la gracia el carácter, o la “res et sacramentum”:
la recepción misma del sacramento dispone inmediatamente a la recepción de la gracia.
D. Scoto se presenta como precursor de la teoría de la causalidad moral más que de la
teoría de la causalidad necesaria de la “conditio sine qua non”. Podemos decir que, en
general, en la escuela dominicana se hace depender la causalidad de la significación y la
significación de la institución; en la franciscana se hace depender la causalidad
directamente de la institución, entendida jurídicamente como pacto o promesa de gracia.
Esta última idea influirá en Lutero.
Varios son los seguidores de Ockam: Pedro de Ailly que niega que los sacramentos sean
causa en el sentido propio; también Marsilio de Inghem y Gabriel Biel. Representa una
reacción contra el nominalismo, la “mística” alemana con autores como G. Eckart, G.
Taulero y E. Susone. Por otra parte no hay que pensar que con el nominalismo la
escolástica desapareció. En Italia y más todavía en España siguió dominando el campo del
pensamiento teológico.
8. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
28
Cf. DS 790-797.
El Concilio Lateranense IV definió contra cátaros y albigenses la fe en la Eucaristía, en
el Bautismo y en la Penitencia como sacramentos; indirectamente también del Orden y
defendió a los casados; no dijo nada respecto a los demás sacramentos; ni determinó su
número. Posteriormente, en el Concilio II de Lyón, en una profesión de fe impuesta al
emperador Miguel Paleólogo, en el pontificado de Gregorio X, se afirmaba explícita-
mente el número septenario de los sacramentos y el valor salvífico de todos ellos: los
sacramentos son siete, el bautismo, la confirmación, la penitencia y la eucaristía, la
unción de los enfermos, el orden y el matrimonio 29. Casi dos siglos más tarde, el papa
Eugenio IV impuso una profesión de fe a los armenios en vistas a su unión con la Iglesia
romana, en la que se recopilaba la doctrina sobre los siete sacramentos de santo Tomás
de Aquino en su opúsculo De articulis fidei et ecclesiae sacramentis.
8. 2. LA CONTESTACIÓN DE LA REFORMA
8. 2. 1. Doctrina de la Reforma sobre la justificación: A principios del S. XVI son
notables los síntomas de decadencia: el ritualismo, el mero cumplimiento de obras
externas, la liturgia valorada y vivida en términos fuertemente materialísticos, el abuso de
las indulgencias. En tal contexto reacciona Lutero contra esta “falsa justicia de las obras” a
la vez que defiende que la justificación proviene de la “sola gracia”, la cual deriva de la
“sola fe” que radica en la “sola Escritura”. La justificación consiste en la no-imputación del
pecado por una atribución jurídica de los méritos de Cristo, sin cooperación humana ni
participación en la vida divina. La fe consiste en creer que Dios ha prometido salvar al que
cree, sin que el hombre pueda dar alguna contrapartida en obras.
29
Cf. DS 851-861.
2) Reducción del número de los sacramentos: Primero aceptaba tres sacramentos:
Bautismo, Santa Cena y Penitencia; después sólo dos, porque asimila la Penitencia al
Bautismo, considerándola un recuerdo de éste para renovar la fe en la gracia. Para
Lutero el único verdadero sacramento era la Escritura: Si acepta el Bautismo y la
Eucaristía es en obsequio a la misma Escritura, donde consta explícitamente que Cristo
promete una gracia a los que los reciben.
F. Melanton afirma que los sacramentos son signos de la voluntad de Dios, testimonios
añadidos a la promesa de la gracia, signos que se nos dan para reavivar la fe.
G. Calvino sostiene la doctrina de que unos están predestinados a salvarse y otros a
condenarse (doctrina de la predestinación). Sin la fe, la recepción del sacramento no
sirve para nada. Los sacramentos no son más que un apéndice para confirmar, sellar,
ratificar la promesa de la gracia, contenida en la predicación y obrada por el Espíritu
Santo.
Para U. Zwinglio, el Espíritu Santo suscita la fe independientemente de la predicación
(contra Lutero) y del sacramento (contra Calvino). El sacramento es un signo externo
por el que el creyente testimonia la fe que ya tiene y manifiesta su pertenencia a la
Iglesia.
Carlostadio lleva esta doctrina a sus últimas consecuencias: los sacramentos son meros
signos que distinguen a los creyentes de los infieles. Resumiendo, si la justificación
viene por la sola fe, los sacramentos no pueden ser otra cosa que signos que significan,
nutren y testimonian tal fe justificante, con la absoluta exclusión de toda su virtualidad
operativa de gracia.
30
Cf. DS 1600ss.
c. La institución de los sacramentos: El Concilio dijo que la Iglesia no tiene potestad
sobre la “sustancia” de los sacramentos. De hecho no se tiene noticia de Concilio alguno
que haya instituido algún sacramento. La defensa del principio sacramental no significa,
sin embargo, que todos los sacramentos sean iguales. El Concilio distingue entre sacra-
mentos mayores y menores. “Todos los sacramentos fueron instituidos (instituta) por
Cristo”. No obstante, esta afirmación es una fórmula de compromiso entre dos explica-
ciones teológicas diversas presentes en la escolástica:
Unos entendían el verbo “instituir” en sentido específico: si la Iglesia no tiene poder
en la sustancia de los sacramentos y ésta consiste en la materia y en la forma, Cristo
instituyó la materia y la forma de cada sacramento.
Otros explicaban el verbo “instituir” en sentido genérico: la sustancia del sacramento
no se identifica con la materia y la forma del rito, sino con aquellas cosas que el mismo
Cristo determinó que se observaran en el signo; es decir, la significación sacramental,
que remite a la gracia y la capacidad del rito para expresarla. No obstante, Jesús habría
instituido de forma específica los sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Penitencia,
pero genéricamente es decir, sin determinar el rito esencial, los restantes sacramentos.
El debate fundamental del Concilio en esta materia consistía en fin de cuentas en
determinar hasta dónde llegaba el poder sobre los sacramentos del que la Iglesia era
depositaria.
Estamos ante dogmas de fe definidos por el magisterio de la Iglesia como verdades para
creer. Esto no quiere decir que la doctrina de Trento agote y determine toda la teología
sacramental católica. Su intención de defensa frente a la Reforma la hará caer en cierta
unilateralidad que marcará en adelante la reflexión católica sobre los sacramentos,
acentuando la distancia entre el “sacramento” y el “mystérion” del NT.
8. 4. PROBLEMÁTICAS FUNDAMENTALES
8. 4. 1. Constitución del signo sacramental: Recordemos dos opiniones diferentes:
Hugo de San Víctor: habla de signo = elemento utilizado (ej. agua).
La Summa sententiarum y Pedro Lombardo distinguían en el sacramento o tres
elementos (“res, facta, dicta”) o dos (“res et verba”). Un paso posterior será la asunción
de las categorías de materia y forma para designar los dos elementos. Las realidades
sensibles componen la materia, y las palabras la forma. El “signum” sacramental resulta
así perfectamente definido en sus constitutivos esenciales. Después viene la reflexión
sobre la relación entre el “signum” significante y la “res” significada.
b. Investigación de las fuentes: En el siglo XVIII se dio un gran interés por las fuentes
históricas, sobre todo las patrísticas y los antiguos libros litúrgicos. Sin embargo, las
investigaciones en las fuentes litúrgicas no encuentran una efectiva integración en el
tratado de sacramentos en general, ya que la Liturgia se consideraba más bien bajo su
aspecto legal, ornamental, externamente ritual, que bajo su aspecto teológico.
9. 2. LA ESCUELA DE TUBINGA:
J. A. Möhler, define la Iglesia como Cristo visible, realidad viva continuadora del evento
salvífico originario, los sacramentos son los órganos vitales de la Iglesia. Establece una
analogía entre la unión de las naturalezas humana y divina en cristo y la unión entre el
elemento divino y humano de la Iglesia.
J. M. Scheeben en su obra Los Misterios del Cristianismo, además del sentido medieval
de la palabra “misterio” recupera el sentido patrístico: aquello que se revela y cumple
mediante símbolos visibles, como son la palabra de la revelación y el “misterio
sacramental”. La revelación es “misterio”, la Iglesia un gran sacramento; y los sacra-
mentos, misterios de gracia. El sacramento tiene en sí una “virtus” que deriva del Evento
Pascual y se despliega mediante el “misterio” de la Iglesia. de sacramentos” y afirma:
“la existencia y la vida en la Iglesia tienen un carácter de sacramentalidad”.
J.E. Kuhn dice que la Iglesia es “después de la Encarnación del Verbo Divino, el
segundo gran “mysterion”, y al mismo tiempo, el sacramento general que se distribuye
en varios sacramentos particulares”.
J.H. Oswald afirma que la Iglesia misma es sacramento en cuanto instrumento de
salvación en el sentido más comprensivo del término”.
9. 3. J.H. NEWMAN
Define el “principio sacramental” como “el hecho decisivo del cristianismo”, ya que el
cristianismo parte de la doctrina sobre la Encarnación, es decir “el anuncio del don
divino realizado mediante una realidad material y visible. El cristianismo no nos enseña
sólo verdades, nos pone frente a hechos de salvación. Lo que es visible sobre la tierra es
vehículo de una realidad divina, de ahí que Newman insistirá en la visibilidad sacra-
mental y jerárquica de la Iglesia.
La neoescolástica: León XIII con su encíclica Æterni Patris se recomienda retorno a la
filosofía y teología de Santo Tomás.
c. Magisterio de Pío XII: El Papa Pío XII en la Mystici Corporis prepara el reconoci-
miento magisterial de la sacramentalidad de la Iglesia. En su encíclica Mediator Dei
define a la liturgia como “culto público integral del Cuerpo Místico de Cristo, de la
Cabeza junto con sus miembros” y resalta la función cultual de los sacramentos. Tam-
bién se debe a Pío XII la renovación de la celebración de la Semana Santa. En el decreto
Sacramentum Ordinis insiste en la unidad entre causalidad y significación: “los sa-
cramentos significan la gracia que realizan (“efficiunt”) y realizan la gracia que
significan”. Define los poderes de la Iglesia sobre los sacramentos: la sustancia del
sacramento es “aquello que consta, según el testimonio de las fuentes de la revelación,
que el mismo Cristo determinó (“statuit”) que se mantuviera en cada sacramento”. Sobre
esta “sustancia”, según el Concilio de Trento, la Iglesia no tiene poder.
9. 6. LA RENOVACIÓN CONTEMPORÁNEA
I. Problemas preconciliares: A. Los sacramentos como “misterios” Odo Casel rescató
para la teología el lenguaje patrístico sobre los sacramentos los enmarcó en su dimensión
histórico-salvífica y eclesial como prolongación principalmente del Misterio Pascual.
Casel no estaba dispuesto a admitir una derivación del culto cristiano a partir del
hebraico. Reconocía que los judíos tenían una celebración memorial, pero no admitía
que fuera celebración de hechos salvíficos, sino simples beneficios materiales. Pasó por
alto eran para los hebreos signos de la Alianza, de la comunión de vida de Dios con su
pueblo. La principal dificultad especulativa era mostrar cómo un hecho del pasado podía
permanecer en el presente para ser re-presentado en su realidad. Casel lo resuelve
acudiendo al concepto del “hodie” de la Liturgia: el Misterio pascual de Cristo es el
único evento que no pasa, la salvación se prolonga en la humanidad glorificada de
Cristo, por eso la Iglesia lo puede hacer presente en cualquier época.
Los sacramentos en su realidad sensible de signo, son realizados por los hombres que los
celebran en la fe; son los hombres quienes saben interpretar la intencionalidad de los
signos y quienes reciben la eficacia del signo; pero esto no es absolutamente cierto, sino
que lo será en tanto que el signo por sí mismo tenga eficacia, y la tendrá
fundamentalmente a partir de quien lo da. La eficacia de los sacramentos, a pesar de ser
aparentemente acciones humanas, no dependen de éstas, si lo fuera, serían
absolutamente inválidos para significar la gracia; por esto la primera afirmación que
hacemos en este sentido, es que la eficacia sacramental depende del todo de que son
acciones de Cristo en la Iglesia. Luego, debemos afirmar que los sacramentos, siendo
totalmente acciones humanas, por esa misma razón son acciones de Cristo; pero su
fundamento, lógicamente está en ser acciones de Cristo. Ciertamente las dos realidades
se suponen, pero no se excluyen, dentro de nuestro concepto de sacramento y dentro de
la más auténtica concepción eclesial de ser acciones de Cristo y de la Iglesia.
Lógicamente los Santos Padres cimentaron sus enseñanzas a partir de la experiencia del
Evangelio y basados ciertamente en algunos textos, que no son tan precisos ni tampoco
numerosos, porque sí expresan la conciencia de la Iglesia primitiva en su vivencia
sacramental. Sin tratar de historizarlos, citemos muy brevemente algunos:
- En Efesios 5, 26, se atribuye directamente a Cristo la acción bautismal con la que
purifica y santifica a su Iglesia.
- Juan 20, 21-23: Jesús primero les habla y les demuestra su poder; luego se los
transmite a sus discípulos. Él los cualifica y los envía para un ministerio en su nombre.
Los Apóstoles tienen conciencia de que ese ministerio en la fe, lo realizan como
delegados, como enviados de su Señor. Siempre cuando van a realizar algo dicen: “En
el Nombre del Señor yo...”
- Mateo 28, 18-19: Jesús les demuestra su poder; ellos lo reconocen, como que existiera
una mutua apropiación; por ello los discípulos bautizan con el poder de Jesús.
Lo que en los textos anteriores se ha venido afirmando para algunos sacramentos, ya que
lo hicimos como ejemplo para no citar todos los textos, se debe afirmar de todos. Con
especial claridad lo hace el Papa Pío XII en la Encíclica “ Mediator Dei”, al decir: “En
toda acción litúrgica... está presente el Divino Fundador de la Iglesia... Ciertamente hay
que retener que los sacramentos y el sacrificio del altar, tienen íntima eficacia en sí
mismos, porque son acciones del mismo Cristo ( AAS 39, 1947. 58). Para concluir ya
que este tema no es discutible, desde ningún punto de vista, asumimos la afirmación del
Concilio Vaticano II: “Cristo está presente con su fuerza en los sacramentos, de tal modo
que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza” (S.C. 7).
Define el “principio sacramental” como “el hecho decisivo del cristianismo”, ya que el
cristianismo parte de la doctrina sobre la Encarnación, es decir “el anuncio del don
divino realizado mediante una realidad material y visible. El cristianismo no nos enseña
sólo verdades, nos pone frente a hechos de salvación. Lo que es visible sobre la tierra es
vehículo de una realidad divina, de ahí que Newman insistirá en la visibilidad sacra-
mental y jerárquica de la Iglesia.
11. 1.3. La neoescolástica: León XIII con su encíclica Æterni Patris se recomienda re-
torno a la filosofía y teología de Santo Tomás.
La crisis modernista (inicios del s. XX): En el campo sacramental, el modernismo
aplicó la tesis evolucionista al origen de los ritos del culto cristiano. Para el modernismo
los sacramentos no derivaban directamente de Cristo. Jesucristo habría fundado una
religión puramente interior y ética, o en todo caso escatológica. Los sacramentos serían
ritos mistéricos purificados y cristianizados. Contra el modernismo se pronunció el Papa
S. Pío X, con el decreto Lamentabili y la bula Pascendi. La reacción teológica se dedicó
a demostrar, por medio de estudios bíblicos, la procedencia de los ritos cristianos de los
hebraicos. Caso diverso es el de Odo Casel, que aun pensando que la estructura del culto
cristiano y del culto pagano era la misma, no habló nunca de derivación, sino de
disposición providencial de la cultura helénica para recibir el culto cristiano. El fallo de
Casel, en su afán de resaltar la originalidad del culto cristiano, fue negar su proveniencia
del culto hebraico.
c. Magisterio de Pío XII: El Papa Pío XII en la Mystici Corporis prepara el reconoci-
miento magisterial de la sacramentalidad de la Iglesia. En su encíclica Mediator Dei
define a la liturgia como “culto público integral del Cuerpo Místico de Cristo, de la
Cabeza junto con sus miembros” y resalta la función cultual de los sacramentos. Tam-
bién se debe a Pío XII la renovación de la celebración de la Semana Santa.
En el decreto Sacramentum Ordinis insiste en la unidad entre causalidad y significación:
“los sacramentos significan la gracia que realizan (“efficiunt”) y realizan la gracia que
significan”. Define los poderes de la Iglesia sobre los sacramentos: la sustancia del
sacramento es “aquello que consta, según el testimonio de las fuentes de la revelación,
que el mismo Cristo determinó (“statuit”) que se mantuviera en cada sacramento”. Sobre
esta “sustancia”, según el Concilio de Trento, la Iglesia no tiene poder.
Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, según
modos y niveles diversos: en la celebración Eucarística ofreciéndose por el ministerio de
los sacerdotes, y sobre todo bajo las especies eucarísticas, está presente “virtute sua” en
los sacramentos, en su palabra; está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos, y
“donde estén dos o tres reunidos en su nombre” (n. 7). El centro de la vida litúrgica es el
misterio Eucarístico, en el cual se perpetúa el misterio de la Muerte y Resurrección de
Cristo hasta la Parusía final (nn. 6, 47), todos los demás actos de la Iglesia están
ordenados a él (nn. 59-60).
12. 2. 1.) Un pueblo sacerdotal (LG, 10): La Iglesia es un pueblo dedicado a Dios: para
proclamar sus grandes obras como “sacramento universal de salvación” (LG, 48; GS, 45;
AG, 1) a todo el género humano. El sacerdocio pertenece de modo constitutivo a todo el
pueblo de Dios. Este sacerdocio consiste en la participación en el único sacerdocio de
Cristo de dos formas complementarias: la común, que se recibe por el Bautismo, y la
ministerial, que se recibe por el sacramento del Orden. Son diversas entre sí no sólo en
grado, sino también en esencia. El sacrificio Eucarístico no es un acto de la sola
jerarquía, sino de la Iglesia entera. Es posible gracias al sacerdocio del ministro
ordenado, pero implica y actúa el sacerdocio bautismal de todos los fieles.
12. 2. 2) Pueblo sacerdotal y sacramentos (LG 11): La índole sagrada y orgánica de la
comunidad sacerdotal se actúa por medio de los sacramentos y las virtudes. El número
11 describe cómo el sacerdocio común se ejercita en los diversos sacramentos, y cómo
de este modo, los sacramentos construyen la vida de la Iglesia y del cristiano. Cada
sacramento es un evento de gracia, que hace participar en el Evento Pascual de Cristo y
en el don de su Espíritu en la Iglesia. Cada uno reclama una respuesta según la vocación
de todo fiel a la santidad. Cada sacramento fundamenta y desarrolla un aspecto
específico de la pertenencia al Pueblo Sacerdotal y de la vocación común a la santidad.
Suponen una acogida y una respuesta por parte del sujeto en la fe de la Iglesia; existe
pues una unión inseparable entre sacramentos y vida cristiana.
De esta manera, la ausencia de algunos de los elementos señalados acaban con la fiesta,
por eso mismo, todos ellos son esenciales, constitutivos de la celebración. De igual
modo la fiesta se acaba cuando no hay nada que celebrar, y cuando el pretexto de la
fiesta es una mera fachada sin ningún compromiso firme de celebración. Toda
celebración o fiesta en la cultura que sea tiene su sentido y valor propio. En algunos
casos las personas pueden darle más valor a otras acciones del hombre, por ejemplo: El
trabajo, hasta llegar a afirmar: Que lo que no es trabajo es una manera del hombre hacer
pereza, quitándole así el sentido o valor a lo celebrativo. De esta manera los Europeos
consideraron como perezosos a los Indígenas y esclavos Negros. Pero para toda persona
el trabajo debe englobar toda la realidad de la persona: El deporte, el arte, y la fiesta.
“La fiesta supone que sus participantes viven en un campo común de valores
reconocidos y creen importante dedicar, un tiempo de convivencia, libres de toda
urgencia, para expresar la alegría que encuentran en esos valores. La fiesta es entonces
un distanciamiento de lo cotidiano que permite mirar al conjunto (y, dentro de él, el
sentido de la vida diaria). Es una vivencia de la totalidad, ya que expresa dimensiones
comprensivas de la experiencia y de la esperanza humana: Aspiraciones, temores,
tensiones, conflictos, victorias, utopías. De esta forma la fiesta tematiza la persona, su
31
Cf. TABORDA F., Praxis y fiesta, 47.
existencia, su acción, su praxis”32. Hay que tener en cuenta que la fiesta no es perder
tiempo, es una pausa en el trabajo, pero que no es sólo esto, sino que está en alternancia
con el trabajo diario, que no es capaz de asumir todo lo que vive la persona humana, y
menos aún sus aspiraciones ideales. De ahí la necesidad de celebrar las fiestas. El
hombre no puede dejarse esclavizar del trabajo de modo que no le quede tiempo para las
acciones celebrativas, considerando que lo que no produce no es necesario del
acontecimiento celebrado, el hombre ha de sacar enseñanzas para su vida personal y
comunitaria.
La fiesta siempre estuvo ligada a la religión, por ejemplo: Para Israel celebrar la pascua
judía era un gran acontecimiento festivo, donde los misterios revelados por Dios estaban
impregnados de fiesta, de gozo y alegría. Tenemos que llegar a descubrir que sin trabajo
(praxis) no hay fiesta, porque la praxis es fiesta. El peligro de una “praxis” sin fiesta
consiste en que mata, en que lleva a una esclavitud, que no es liberadora y lleva a
desesperaciones y grandes tensiones. Se pierde el sentido de la praxis porque se ha
perdido el sentido de la gratuidad. Las luchas de la vida del hombre, son preciso
interrumpirlas mediante el regocijo tranquilo de la propia existencia de transformar una
realidad de muerte. La praxis sola enloquece, el hombre en su esclavitud se va sintiendo
pequeño ante sus innumerables tareas.
12. 5. 3. Construcción de la Iglesia: Para que haya fiesta es necesario que una
comunidad la valore, la celebre, en el caso de los sacramentos se trata de una comunidad
que lo valore como presencia del Resucitado, pero, solo en la Iglesia comunidad de fe es
posible que se de esta valoración. Por tanto, sin la Iglesia no hay sacramento, no hay
quien lo festeje o celebre. La intercomunicación de los que profesan visible y
solidariamente la fe en el Señor Resucitado es condición para que haya sacramento. “Lo
mismo que en el nivel antropológico no hay fiesta sin comunidad, tampoco en el nivel
teológico hay sacramento sin Iglesia. Y también vale el principio opuesto en el nivel
antropológico no hay comunidad sin fiesta, ya que es la comunidad la que celebra y a la
vez es la fiesta la que “hace” la comunidad ”.
32
Cf. Ibid. 50.
La Iglesia debe celebrar necesariamente los sacramentos, como momentos de su
visibilidad del Cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Y estos la construyen como Iglesia.
Los dos movimientos significan que la Iglesia es sacramento-raíz. Para que haya fiesta
no basta con valorar un acontecimiento, ni con realizar un gesto simbólico cualquiera.
La valoración del hecho y su expresión se da en una comunidad que se reúne en ínter
comunión solidaria. En el caso de los sacramentos, la comunidad que celebra es la
Iglesia, la Ekklesía, la asamblea convocada por Dios, ella los valora “en el Señor”,
haciendo memoria de Cristo. La Iglesia es, por consiguiente, el sujeto actuante de los
sacramentos. Pero sería superficial ver sólo a la Iglesia actuando como un mero
conglomerado de personas. Por ella y en ella actúa el mismo Señor Resucitado, de la
que es Cabeza y con la que forma un sólo Cuerpo. Este es el sentido más profundo de la
afirmación de la presencia dinámica de Cristo en los sacramentos. Sea cual fuere la
comunidad que celebra, sea cual fuere el ministro que preside la comunidad en la
celebración, es Cristo mismo el que actúa.
El ministro ante la celebración no actúa por su propia fuerza, como tampoco la Iglesia
actúa por su propia fuerza, sino por la presencia perenne de Cristo, que la crea, recrea
constantemente y de este modo la instituye y con ella da origen a los sacramentos. “El
sujeto de los sacramentos, quien los realiza, es entonces la Iglesia, la comunidad entera
en su unidad y pluralidad, en la que cada uno actúa según la función que le ha dado el
Espíritu. Pero en la Iglesia y a través de la Iglesia es el mismo Cristo el que por su
Espíritu nos acerca al Padre”. La Iglesia hace los sacramentos, estos están destinados a
los que se adhirieron visiblemente a Cristo y viven así su fe.
Por tanto, se excluyen de los sacramentos los que no quieren asumir el seguimiento de
Cristo. Pero la exclusión de los sacramentos no significan la exclusión de la salvación.
Dios puede salvar y salva también a los que no pertenecen a la Iglesia visible. De ahí
puede nacer la duda sobre la necesidad de los sacramentos. Para qué los sacramentos, si
la gracia de Dios es más amplia que su visibilidad eclesial?. A esto decimos que la
dimensión eclesial es característica de los sacramentos. “Los sacramentos son necesarios
como celebraciones de la Iglesia, que a su vez es necesaria, lo mismo que Cristo es
necesario para la salvación. La necesidad salvífica de los sacramentos no significa que
sin ellos Dios no auto comunique al ser humano la gracia, sino que los sacramentos son
necesarios como celebraciones explícitas de la gratuidad de Dios en Cristo”. De este
modo la Iglesia es sacramento-raíz o sacramento fundamental, como el árbol necesita de
la raíz así la Iglesia necesita de los sacramentos, que celebran la gratuidad del ser Iglesia,
para vivir. Los sacramentos, por tanto hacen la Iglesia. El Bautismo y la Confirmación
incorporan a la Iglesia. La Penitencia reconcilia al pecador con la Iglesia. El Orden
designa a una persona para el servicio de la comunidad eclesial, etc.
12. 5. 4. Culto cristiano, mensaje y celebración: La tarea encomendada por Jesús a los
discípulos fue la evangelización de los pueblos; pero esta evangelización se inicia con el
anuncio de la Palabra a través de la predicación. Pero junto al anuncio de esta Palabra
de Dios, las comunidades cristianas celebraron los sacramentos. Son muchos los textos
en el Nuevo Testamento que nos hablan de esta realidad. ( Hch 2, 42-46 ; 1Co 10, 17-
31). El anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos fueron las dos
tareas a la que se dedicó por completo la Iglesia primitiva. De esta manera la Iglesia
expresó su fidelidad a Dios y su solidaridad con los hombres ( Mt 28, 18-20). Es de esta
manera como la Iglesia inicia su actividad mediante el anuncio de la Palabra y la
recepción de los sacramentos.
Es evidente que en la praxis de la Iglesia de todos los tiempos se han mantenido siempre
estas dos formas de celebración en el culto cristiano. Pero con el paso del tiempo se
nota cambio en estas realidades celebrativas de la fe del pueblo. A lo largo de la Edad
Media, los sacramentos se fueron convirtiendo, cada vez más, en ritos comúnmente
aceptados y obligatorios de la “religión oficial”. Por otra parte la separación de la
celebración homilética del contexto de la celebración eucarística se fue acentuando
progresivamente, de ahí, la mundanización de la proclamación de la Palabra de Dios,
que se fue desplazando al campo de la retórica en la forma de sermón.
Por otro lado con la reforma protestante se da otro cambio con relación a la predicación
de la Palabra, esta era lo fundamental y no la celebración del sacrificio. Pero hay que
afirmar que los elementos fundamentales para la comprensión del culto cristiano son:
La Palabra y el Sacramento, sin necesidad de rechazar uno y darle prioridad al otro, de
la predicación pasamos a la palabra hecha vida y vivida, celebrada y anunciada. Si los
elementos esenciales de la celebración son la Palabra y el Sacramento, eso quiere decir
que la celebración cristiana tiene una estructura dialogal: Dios habla, se comunica y se
dirige al hombre, interpela a la comunidad; y como respuesta, el creyente, la comunidad
reunida, celebra el sacramento. Es decir, el sacramento supone la interpelación de la
Palabra y es respuesta a esa Palabra.
Por lo dicho anteriormente, se comprende que los oyentes de la Palabra, es decir, los
que escuchan el mensaje, no se pueden quedar indiferentes ante semejante interpelación.
Por eso, según aparece repetidamente en el Nuevo Testamento, en la Palabra y el
Sacramento, hay un eslabón fundamental: La Conversión. Así ya en la predicación de
Juan el Bautista, el llamamiento a la conversión ocupa un puesto central, en relación con
el bautismo que administraba. “La conversión no es asunto de un instante, un acto
aislado que pasa y se termina; la conversión equivale a formar una orientación nueva en
la vida, un camino distinto, abandonando el propio camino (Hch 14, 15). El hombre
convertido se integra así a la comunidad eclesial y ha de ajustar su forma de vida al
estilo y las costumbres de la comunidad”33.
Por todo lo dicho anteriormente se puede afirmar, que el único culto que se puede
considerar aceptable en la Iglesia es aquél que respeta debidamente los dos elementos
indispensables de la celebración, La palabra y el Sacramento, pero respetando su
verdadero significado. Lo que quiere decir, que en la celebración cristiana el
participante se debe sentir interpelado por el mensaje, sintiendo así, el llamado a la
conversión cristiana. El culto cristiano es coherente sólo cuando está plenamente de
acuerdo con lo que, de hecho, fue el acontecimiento de Jesús Mesías. Pero este
acontecimiento comporta una interpelación de Dios a los hombres; y una respuesta de
los hombres a Dios. Celebrar el culto cristiano, por consiguiente, no es practicar ritos y
ceremonias sagradas que por sí mismos y de una manera casi automática santifican a la
gente. Celebrar el culto cristiano es hacer actual y presente, en cada situación concreta,
el diálogo de Dios con los hombres; el diálogo que interpela a los hombres en Jesús y
que encuentra su respuesta en lo que fue la vida y la muerte del mismo Jesús.
Por eso para el hombre bíblico Dios, “ tiene que ser santificado y santifica”. Dios se
santifica a sí mismo cuando muestra su santidad (Nm 20, 1-13; Ez 38, 21). En estas
manifestaciones Dios no sólo manifiesta su ira, sino principalmente su amor y su
proyecto de amor que simultáneamente es perdón, salvación y liberación (Os 11, 9).
Dios quiere ser santificado por los hombres, es decir, quiere ser reconocido como
santo, como el Dios de la salvación. Santificar a Dios se expresa también como temer a
Dios, que en su más característico sentido bíblico, equivale al amor confiado y fiel de los
creyentes sobre el que se despliega la misericordia del Señor: “la misericordia de Dios se
extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen” (Lc 1, 50; Sal 103,
17). La santidad de Dios, lo mismo que su justicia, es causativa, se comunica a los
hombres consagrándolos y haciéndolos santos, “temerosos de Dios” y desplegando en
ellos el mismo dinamismo salvífico y liberador de la santidad de Dios. De hecho sólo
serán santos del Altísimo y se incorporarán al reino escatológico (Dn 7, 18-22), los que
33
CASTILLO J. M., Símbolos de Libertad, 129.
fieles en la historia al dinamismo de la santidad de Dios hayan pasado por la prueba de
los pecadores (Sb 12-3.12).
Jesús ha originado su Iglesia (1P 2, 9-10) y muy pronto los cristianos serán designados
como los santos, primero se atribuyó este título a los miembros de la comunidad de
Jerusalén (Hch 9, 13), posteriormente se extendió a los hermanos de Judea (Hch 9, 31-
41) y por último se aplicó a todos los fieles (Rm 16, 2; 2Co 1, 1; 13, 12). La Santidad
cristiana proviene de una elección divina y se realiza en el cuerpo de la Iglesia (Rm 1,
7), exige la ruptura con el pecado y con las costumbres paganas (1Ts 4, 3), los santos
deben obrar “según la santidad que viene de Dios y no según la prudencia carnal” (1Co
1, 12; Ef 4, 30-5, 1). Pero su fuerza no se encuentra en un ideal exterior, en una ley
externa, sino en el hecho de que el cristiano “alcanzado por Cristo”, “debe participar
en su sufrimientos y en su muerte para llegar a su resurrección” (Flp 3, 10-14).
La cristificación es ante todo un don o una gracia que tiene su origen en el mismo Cristo
y cuya primera manifestación en el hombre es la fe, porque “el justo vivirá de la fe (Rm
1, 17); la fe supone siempre, de alguna manera, una manifestación de Cristo, en la que
sólo El tiene la iniciativa, y en la que vital y axiológicamente es captado por el hombre
como vivo y como el único salvador. Aceptar a Cristo en la fe es simultáneamente
dejarse penetrar por una vida salvífica nueva, la del mismo Cristo. Esto permite afirmar
al creyente que Cristo es la vida verdadera (Jn 14, 6), que es nuestra vida (Col 3, 4),
porque es el mismo Cristo el que vive en nosotros (Ga 2, 20). La comunicación de esta
nueva vida desde Cristo salva al hombre, es decir, lo arranca del mundo del pecado (1Jn
3, 4) constituyéndolo en hijo de Dios (1Jn 3, 2), discípulo del Señor y testigo de Cristo.
Es una vida que le permite al hombre vivir la historia de la misma manera que fu vivida
por Jesús.
La verdad de la vida de Cristo, que simultáneamente es la vida verdadera, se ha
realizado y manifestado en su muerte y resurrección. Por eso, cristificarse, conformarse
con y en Cristo, supone esencialmente incorporarse desde la obediencia de la fe y del
amor a la dinámica del misterio de la muerte y resurrección (Col 2, 11-15; Ef 2, 4-6).
Ahora, el cristiano no es solamente un hombre salvado y liberado internamente por
Cristo, sino también miembro de su Cuerpo, que es la Iglesia (1Co 12, 27), del que El es
la Cabeza (Col 1, 18). Es a estos hombre, configurados dinámicamente con Cristo y
vitalmente vinculados con El como miembros de la Iglesia, a los que el NT. de signa
como consagrados, como santificados, o sencillamente como santos.
c. La cristificación del cristiano, por ser también eclesial, es una realidad compleja:
implica simultáneamente un participar de una nueva vida escondida con Cristo en Dios
(Col 3, 3), y una manifestación histórica visible y pública ante el mundo en la
comunidad de la Iglesia. Por eso, cada cristiano es y ha de ser sacramento de Cristo para
sus hermanos en la Iglesia y sacramento salvífico y testimonial de Cristo para toda la
humanidad. Pero la cristificación esencial del creyente, por ser histórica, comunitaria –
reconocida en la Iglesia- pública y proclamada ante el mundo-, ha de tener un tiempo
original y constitucional en el que se realiza. Es el momento de la celebración
sacramental, en la que el hombre queda constituido como cristiano. Por eso el
sacramento no es solo la celebración de un acontecimiento, sino que él mismo es
acontecimiento, dado que mediante él, real y públicamente se inicia la vida nueva de un
cristiano. Sin sacramento no hay miembro del Cuerpo de Cristo.
Por eso los sacramento son fuente, inicio o punto de partida generativo de la nueva vida
del creyente en la Iglesia, o de una nueva vida cualificada del cristiano en la comunidad.
NO se trata de una acción mágica, sino que presuponen la fe, conforman al cristiano con
Cristo como miembros de su cuerpo. Pero una vez realizado el acontecimiento
sacramental hay que vivir como Cristo en la cotidianidad de la vida: “por tanto, ya que
habéis aceptado que Cristo Jesús es el Señor, proceded como cristianos: arraigados en
El, id construyéndoos sobre El y afianzándoos en la fe, como os lo enseñaron, rebosando
en agradecimiento” (Col 2, 6-7). La celebración sacramental es el momento privilegiado
en el que el sarmiento queda injertado en la vid que es Cristo, para que de fruto
abundante (Jn 15, 1-6).
SACRAMENTOS EN GENERAL
JUSTIFICACION
INTRODUCCIÓN