Anna Cambell - Pasion Salvaje A Medianoche
Anna Cambell - Pasion Salvaje A Medianoche
Anna Cambell - Pasion Salvaje A Medianoche
Capítulo 01
Londres
Abril 1827
Por debajo de los párpados entornados, Nicholas Challoner, Marqués de Ranelaw, vigilaba el
torbellino de vestidos blancos. Un baile de debutantes era el último lugar en el que la alta sociedad
esperaba encontrar a un calavera como él con su terrible reputación. Un calavera con su terrible
reputación debería ser más sensato que aparecer en cualquiera de estas respetables fiestas.
Con su llegada, las conversaciones titubearon hasta silenciarse. Ranelaw estaba acostumbrado a
causar agitación. Ni la curiosidad ni la desaprobación le distraían. Cuando la orquesta empezó a
tocar un trillado escocés, recorrió la habitación con la mirada en busca de su presa.
Ah, sí.
Su mirada hastiada se fijó en su blanco.
La chiquilla vestía de blanco. Por supuesto. El color simbolizaba la pureza. Convencía a los
compradores en este mercado particular de que ninguna mano humana había mancillado la
mercancía.
Para la señorita Cassandra Demarest, se aseguraría que dicha promesa fuera mentira. Estos días
nada le excitaba mucho, pero al contemplar a su víctima, la satisfacción agitó sus entrañas.
Después del breve y sorprendido silencio, la sala estalló en bullicio. Claramente Ranelaw no era
la única persona convencida de que él pertenecía a otro lugar.
A otro lugar ardiente y subterráneo.
Los invitados estaban a punto de ser perturbados. Él llevaba el caos en su alma.
Una sonrisa malvada de anticipación jugueteó en sus labios mientras observaba a la chica. Hasta
que una caricatura de negro se interpuso entre él y el objeto de su interés, arruinándole la vista.
Frunció el ceño y se volvió cuando el vizconde Thorpe habló a su lado.
—¿Estás seguro de que estás listo para esto, viejo? Las chismosas te están mirando
despectivamente y todavía no le has pedido a la señorita Demarest que baile contigo.
—Un hombre llega a la edad de formar una familia, Thorpe. —Levantó la vista de nuevo,
buscando su presa. La negra barrera que le obstaculizaba su inspección fue sustituida por una
mujer alta, de rostro anodino. Por lo menos lo que veía era indescriptible, bajo las gafas tintadas y
una gorra de encaje con feas orejeras colgando.
Thorpe se burló.
—La señorita Demarest no te dará ni la hora, mi querido amigo.
La sonrisa de Ranelaw se volvió cínica.
—Soy uno de los hombres más ricos de Inglaterra y mi apellido se remonta a la Reconquista.
Thorpe lanzó un bufido poco impresionado.
—Apellido que has hecho todo lo posible por deshonrar. Tu noviazgo no será el juego de niños
que imaginas, mi buen amigo. La señorita Demarest tiene la carabina más temible del reino. Podrías
2
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
engañar a la potranca, pero la temible señorita Smith te despachará antes de que pongas tus garras
en la fortuna de la joven. Apostaría a que antes de que llegues siquiera a olerla.
—No estoy interesado en la fortuna de la señorita Demarest —dijo Ranelaw con total
franqueza—. Y seguramente no creerás que una inocente solterona vaya a eludirme. Yo como
carabinas para el desayuno.
Él comía cortesanas y viudas, y las esposas de otros hombres para el almuerzo y la cena, con un
resultado mucho más agradable. Confiaba en muy pocas cosas en su vida, pero desde su primera
emocionante experiencia sexual, había confiado en el placer fugaz que encontraba en el cuerpo de
una mujer. No pedía nada más de sus amantes, a menudo para disgusto de ellas.
Los ojos de Thorpe se iluminaron con codicia.
—Cien guineas a que la señorita Smith te rechaza de malas maneras en cuanto hagas tu
reverencia.
—¿Cien? Un riesgo insignificante para una cosa segura. Que sean quinientas.
—Hecho.
Lady Wreston zigzagueaba entre la multitud para saludar a los recién llegados. Thorpe se había
asegurado que su tía le enviara a Ranelaw una invitación para el baile. Sin embargo ella parecía
menos que contenta de verlo.
Una lástima. Ayer por la tarde parecía encantada de verle en su casa de verano. Ella había
parecido más que encantada media hora más tarde con sus calzones alrededor de los tobillos y un
rubor febril agudizando su famosa tez.
Al diablo con sus delicias ocultas, pero las mujeres eran un sexo caprichoso.
Ranelaw miró por encima de su atractiva anfitriona hacia donde Cassandra Demarest estaba de
nuevo a la vista. Había hecho que siguieran a la joven desde su llegada a Londres hace una semana
y él mismo la había observado desde la distancia. Era una pieza poco atractiva. Rubia. Una figura
elegante. Ranelaw nunca había estado lo suficientemente cerca para leer su expresión con
exactitud. Sin duda revelaría la misma dulzura vacía que brillaba en el rostro de cada doncella
presente.
Si se exceptúan las carabinas.
Su atención regresó a la mujer inclinada sobre la señorita Demarest como un árbol que cobija
más de una oveja. Como si adivinara sus pensamientos, la carabina se puso rígida. Su cabeza se alzó
y se centró en él.
Incluso a través de la habitación, incluso a través de sus gafas, su mirada ardía. Severa,
evaluando, inquebrantable. Absolutamente ningún atractivo ahí, pero se vio incapaz de apartar la
mirada. Misteriosamente la cacofonía circundante se volvió un silencio expectante.
Tan evidente como un guante lanzado, ella le lanzó un desafío.
Luego se volvió a contestar algo que dijo su pupila, Lady Wreston apareció en toda su regordeta
gloria, y el instante de conciencia hostil se astilló.
Inexplicablemente desconcertado por ese intercambio mudo de fuego, Ranelaw se inclinó sobre
la mano de su anfitriona y pidió conocer a la heredera Demarest. Millicent, Lady Wreston, no pudo
ocultar su destello de resentimiento, pero sabía lo que su mundo demandaba. Las jóvenes nacían
para ser casadas y luego acostadas. Los hombres solteros hacían los honores. Incluso los hombres
solteros que habían sembrado un continente de avena silvestre requerían un legítimo heredero.
Su ficticio y cortés interés en el mercado del matrimonio era conveniente, a pesar de que rara
vez utilizaba la respetabilidad para encubrir intenciones más oscuras. La hipocresía se contaba
3
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
entre los raros pecados que no había cometido de forma regular. Tampoco caía en el autoengaño
deliberado. Sabía que se quemaría en el infierno por lo que había tramado. Cassandra Demarest era
una inocente que no se merecía el destino que él había planeado. Pero lo que él hacía era
demasiado importante como para hacer caso omiso de lo perfectamente que la chica encajaba para
sus propósitos. No podía permitir que los escrúpulos lo desalentaran.
Los escrúpulos y él habían sido durante mucho tiempo unos desconocidos corteses.
Se demoró para calmar la vanidad de su anfitriona, mirando todo el tiempo cada movimiento de
la señorita Demarest. Ella había aceptado un baile, y ahora su pareja la llevaba de regresó a la
temible carabina. La temible carabina parecía una enorme montaña bajo ese vestido suelto, negro
enmohecido y por lo menos cinco temporadas pasado de moda.
Entonces la chiquilla Demarest le habló y la poco interesante señorita Smith sonrió.
Y dejó de ser poco interesante.
Ranelaw se quedó sin aliento, como si alguien lo hubiera golpeado en el estómago.
Era ridículo sentirse intrigado. Así que la bruja tenía una boca exuberante. Excepto que ahora
que él se paseaba más cerca, reconoció que la señorita Smith no era una arpía después de todo. Su
piel era clara y sin arrugas, con un suave rubor de color, como el rosa del amanecer. Se encontró a
si mismo preguntándose cómo serían los ojos detrás de esas gafas poco favorecedoras.
Por Dios, ¿qué estaba mal con él?
La fea carabina demostraba signos de atractivo. ¿A quién diablos le importa? Tenía otras cosas
que hacer. Atrapar a un incauto pequeño pez en una red de venganza.
Lady Wreston realizó las presentaciones.
—Lord Ranelaw, ¿puedo presentarle a la señorita Cassandra Demarest, la hija del señor Godfrey
Demarest, de Bascombe Hailey en Somerset? Esta señora es su acompañante, la señorita Smith.
Por el rabillo del ojo, Ranelaw vio que la carabina se enderezaba como si oliera el peligro. Estaba
más alerta que su pupila, que se ruborizó y se agachó en una reverencia encantadora.
—Encantado, señorita Demarest —murmuró, inclinándose sobre su mano enguantada con una
deferencia que él sabía que la joven, y su adusta compañera, notarían.
—Milord. —Casandra Demarest tenía pestañas largas e infantiles con las puntas de un dorado
más oscuro que los rizos que enmarcaban su agudo rostro. Ella inspeccionó a Ranelaw por debajo
de su sombra.
Una coqueta innata.
No le sorprendió. Tampoco lo sorprendió descubrir a una belleza. Era tan brillante como un
narciso.
Su piel hormigueó bajo la mirada de la carabina. Maldición la Sra. Smith era como un cuervo.
Tenía que concentrarse en su objetivo, no en una desaprobadora e insignificante solterona. Aunque
con cada segundo que pasaba el revisaba su estimación sobre su edad a la baja.
—¿Puedo tener el placer de este baile? —Un vals comenzaba a sonar.
—Me encantaría…
La señorita Smith la interrumpió.
—Lo siento, Lord Ranelaw, pero el padre de la señorita Demarest prohíbe estrictamente el vals.
Ella tiene un baile local libre después de la cena.
El dragón no parecía arrepentido. Su voz ronca era sorprendentemente firme, teniendo en
cuenta que había reprendido a un hombre muy por encima de su rango.
4
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Toni, a papá seguro que no le importaría bajo estas circunstancias —dijo la señorita Demarest
en un tono encantador.
Toni, un nombre bastante intrigante para una tabla almidonada, arqueó una ceja rubia.
—Conoces las reglas de tu padre.
La señorita Demarest estaba claramente acostumbrada a salirse con la suya. Ranelaw se preparó
para una rabieta infantil, pero la joven se tomó la negativa con buen espíritu. Al parecer se había
equivocado con ambas mujeres. La señorita Demarest no era del todo una cabeza de chorlito
descerebrada. El escarabajo negro era una promesa inesperada.
Qué interesante.
Más mariposas vestidas de blanco se unieron al grupo. Las presentaciones se realizaron. La
carabina se cernía protectoramente.
Carabina sensata.
Lady Wreston se marchó mientras Thorpe le preguntaba a la señorita Demarest sobre conocidos
comunes en Somerset. Thorpe estaba emparentado con la mitad de la nación y cualquiera que no
estuviese emparentado con él parecía ser un conocido querido. El interrogatorio podría continuar
hasta mañana. Aprovechando la distracción, Ranelaw se acercó más a la acompañante. Era aún más
alta de lo que había pensado. En la cama, encajaría perfectamente con él.
¿Qué demonios había generado ese pensamiento?
—La chiquilla no se casará si aterroriza a todos los caballeros solteros, señorita Smith. —La
música y la conversación redujeron su comentario burlón sólo a sus oídos.
Ella dio un respingo pero no retrocedió. Se encontró a si mismo respetando su valor si no su
sentido de auto-preservación. Ella mantuvo la mirada fija en la señorita Demarest, que se reía
tontamente de una de las ocurrencias de Thorpe de una forma que Ranelaw encontró
notablemente irritante. ¿Se reiría tontamente cuando la follara? Se temía que probablemente fuera
así.
—Milord, espero que me permita ser sincera —dijo la señorita Smith severamente.
Podía imaginarse lo que el dragón quería decir. Sólo había mostrado consternación cuando Lady
Wreston le presentó a la señorita Demarest. Su reputación le precedía. Contaba con ella como
arma en su arsenal de seducción. Las jovencitas encontraban su salvajismo lamentablemente
romántico.
Muñequitas tontas.
—¿Y si digo que no? —preguntó perezosamente.
—Todavía me vería obligada a hablar.
—Es lo que me imaginaba —dijo con un aburrimiento que era completamente fingido. La
mayoría de la gente lo desaprobaba. Pocos tenían las agallas para decírselo a la cara.
—No se lo tome como un insulto cuando le diga que no lo considero ni candidato ni caballero,
milord. La señorita Demarest puede conseguir algo mejor que el Marqués de Ranelaw, incluso si sus
intenciones son honorables, lo que debo dudar.
Él se echó a reír. Su primera respuesta espontánea desde que había entrado en el salón mal
ventilado.
La mujer tenía valor. Que lo maldijeran si no lo tenía. Su interés, a regañadientes despertado, se
volvió decidido. Tendría a la joven. Sin duda. Y antes de llevarlo a cabo, tendría a la carabina
también.
5
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La despojaría de ese feo vestido. Le quitaría las horquillas de ese pelo estirado hacia atrás,
cualquiera que fuera su color bajo ese horrible sombrero, hasta que cayera alrededor de sus
hombros. Besaría esos pechos intocables. Le enseñaría a disfrutar de las caricias de un hombre.
Se recordó a sí mismo que la chaperona era una ventaja adicional del juego principal. Pero sus
instintos no lo aceptaban. En este momento, sus instintos estaban orientados nítidamente hacia la
caza, a causa de una doncella disecada de edad incierta.
—No se anda con rodeos, señorita Smith.
—No, no lo hago —dijo con calma. Aún, maldita fuera, sin moverse. ¿No sabía que él era
peligroso?
Despidió con la mano a un lacayo que llevaba una bandeja con horchata. Despreciaba esa
bazofia empalagosamente dulce. Joder, quería una bebida real. Quería mantener los pies en la
tierra. Por el amor de Dios, era conocido como experto del sexo débil. Se negaba a dejar que una
virgen con cara de ciruela le desviara de su misión.
Una virgen con cara de ciruela que estaba tan cerca que pudo tener indicios de su olor. Algo
sano y limpio. Algo que indicaba inocencia.
Por supuesto que lo hacía.
—Soy un enemigo difícil —dijo en voz baja.
Ella se encogió de hombros, todavía sin mirarlo.
—Ponga sus miras en otra heredera, Lord Ranelaw.
—¿Y eso es una orden de Milady Arrogante?
Por fin le miró a los ojos. Los vidrios polarizados oscurecían sus ojos, pero no se podía equivocar
con la línea terca de su mandíbula.
—No puede considerar esto como un reto. ¿Una joven de provincias y una bruja carabina?
Sintió un impulso poco habitual de reír de nuevo. Tenía la extraña convicción de que ella lo
conocía mejor que nadie aquí.
—¿Por qué no?
El que frunciera la boca le llamó la atención de su plenitud rosa. Una acompañante solterona no
tenía derecho a tener unos labios tan apetecibles.
Ahora que en realidad la había conocido, la perspectiva de acostarse con Cassandra Demarest le
llenó de hastío. La idea de cerrar con besos apasionados la deliciosa pero gruñona boca de la
señorita Smith, y luego empujar con fuerza entre sus delgados muslos, le hizo vibrar con
anticipación. El vinagre se convirtió en su bebida preferida. Debía tener un parásito en el cerebro.
Rara vez encontraba atractivas a las mujeres conflictivas. La señorita Smith tenía escrito conflictiva
por toda su escuálida forma.
Años de práctica le ayudaron a ocultar estas inquietantes reacciones. En cambio, curvó una ceja
y habló con una monótona voz indolente que la irritaría hasta su, sin duda, gruesa y áspera ropa
interior
—Ya sabe, que para una mujer, un poco por encima de un sirviente, tiene usted una condenada
actitud descarada.
De nuevo ella no retrocedió. Su tono de voz casi igualó al suyo en confianza en sí misma.
—¿Quién era esa mujer? ¿Sólo descarada? Que decepcionante. Cuando me he esforzado por
insolente, milord.
6
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Esta vez un bufido de risa se le escapó. Ninguna mujer le replicaba, no importaba de cuán alta
cuna.
La señorita Smith le proporcionaba un cambio refrescante.
Tal vez por eso la encontraba tan irresistible. No podía haber desarrollado un gusto por un palo
con la cara demacrada y una lengua afilada y sin sentido de la moda.
—Señorita Smith —murmuró con voz sedosa—, si está intentando disuadirme, está fallando
miserablemente. La perspectiva de superarla se vuelve irresistible.
Aun así ella no se dio por advertida. Su barbilla se inclinaba en un ángulo desafiante.
—Demuéstrese a sí mismo que es mejor hombre de lo que el mundo cree y resista la tentación,
Lord Ranelaw.
Una sonrisa curvó sus labios. Ella era exquisita. Tarta de limón como cuajada. Un sabor fuerte y
fresco del que no se aburriría. Oh, él la tendría en su cama. Ella sería su recompensa por haber
arruinado a la chiquilla.
—La tentación es imposible de resistir. Es por ello que la hace ser tentación.
—Usted sabrá.
—Señorita Smith, le sorprendería lo que yo sé —dijo con tanto énfasis obsceno como pudo. Y un
hombre con su experiencia podía manejar una gran cantidad.
A través de sus gafas, sintió su mirada fulminante. Bien hecho, señorita Smith. Seducir a esta
mujer sería como entrenar a un leopardo a comer de su mano. Ahora ella siseaba y gruñía, pero
bajo la tutela de un maestro, aprendería a ronronear.
—Lord Ranelaw… —empezó, en tono amenazante.
La promesa de una reprimenda era diabólicamente emocionante. Qué lástima que no pudiera
llevársela lejos y enseñarle a usar enteramente esa lengua para otros fines.
La chica tendría una apoplejía si pudiera leerle la mente.
Aunque algo le decía que pocas cosas desconcertaban a la leal señorita Smith. No era de
extrañar que fuera reconocida como el dragón de las carabinas. A Ranelaw no le gustaba hacer el
papel de San Jorge. Y este San Jorge secuestraría a las dos chicas y al monstruo. Hombre
afortunado.
—¿Toni?
La pregunta incierta de Cassandra Demarest explotó en la erizada tensión entre la carabina y él
como una granada arrojada a una línea enemiga. Con reticencia resentida, Ranelaw apartó su
mirada de la aparentemente poco interesante mujer que tan inexplicablemente le había
despertado el mayor interés que había sentido en muchos años. Se encontró que la señorita Smith
y él eran el blanco de todas las miradas, y la mayoría de esos ojos brillaban con la especulación y la
curiosidad.
Diablos, esto era lo último que quería. Su repentina decisión de perseguir a la carabina era
puramente un asunto privado, mientras que quería que su interés en la chica Demarest se
convirtiera en la comidilla de la alta sociedad.
La fina y pálida piel de la señorita Smith enrojeció por la humillación. Sus manos enguantadas
estrujaron su bolso de mano. Los labios de Ranelaw se crisparon, sabía a quién quería ella
estrangular realmente.
El trabajo de un acompañante se basaba en una reputación inmaculada. Una larga conversación
con el famoso Marqués de Ranelaw no le haría ningún bien a la señorita Smith. No era de extrañar
7
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
que pareciera lo suficientemente furiosa como para liberar una ráfaga de fuego de dragón sobre su
torturador.
No es que ella lo mirara.
—Cassie, ¿necesitas algo?
Ranelaw oyó lo mucho que le había costado estabilizar su voz baja.
Cassandra, para su mérito, parecía preocupada y no molesta con el descuido de su carabina.
—Me preguntaba si habíamos recibido las invitaciones para el musical Bradhams.
El color de la señorita Smith se acentuó. En ese momento, cuando un rubor calentó su cremosa
piel, las sospechas de Ranelaw cimentaron en certeza. No era una solterona envejecida. La mujer
tras esas gafas tintadas era joven. Joven y madura para la cosecha de un hombre.
Su cosecha.
8
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 02
9
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Es demasiado viejo para ti —dijo Antonia bruscamente, luego se arrepintió cuando vio crecer
la curiosidad de Cassie.
—No puede pasar de los treinta años. Un hombre en su mejor momento. Hace que todos los
demás caballeros del salón parezcan inexpertos o anticuados. —Sobre el crujido del carruaje,
Antonia escuchó la agitada admiración en la voz de la chica.
—Cassie, a tu padre le daría un ataque si supiera que animas a sinvergüenzas como Ranelaw.
—Mi padre está en París y probablemente se quede allí.
Con su habitual falta de previsión, su primo segundo y empleador, Godfrey Demarest había
salido pitando a Francia hacia un mes, determinado a sumergirse nuevamente en los antros de
perdición. Una ocupación que se tomaba mucho más en serio, que gestionar su patrimonio o criar a
su hija.
Había dejado a Antonia responsable de su hija, no importaba cuan inadecuada se sintiese para
esa tarea, fuera de los límites de su propiedad. A pesar de la enorme gratitud que le debía, habían
estado a punto de tener su primera pelea cuando había insistido en que supervisar el debut de
Cassie durante la temporada, representaba pocos riesgos para Antonia.
Antonia había manifestado que alguien de Northumberland podría reconocerla. El señor
Demarest replicó que su hermano era el único candidato probable y que se había convertido en un
ermitaño desde que heredó. Demarest también comentó, correctamente hasta ahora, a excepción
de ese zorro astuto de Ranelaw, que nadie miraba con atención a una acompañante. Incluso si lo
hicieran, ¿quién sospecharía que la poco elegante señorita Smith era la hija renegada de Lord
Aveson? Con su habitual desmesurado optimismo, el señor Demarest prometió que si Antonia
estaba a salvo al exponerse en Somerset, también lo estaría en Londres.
Después de esta noche, ya no se sentía segura. Un paso en falso y su identidad no se mantendría
en secreto por mucho tiempo. Con esa revelación, el escándalo podría arrastrarla no sólo a ella,
sino a sus primas, en una ola de vergüenza. Y todavía tenía que convencer a Cassie que Ranelaw no
era para ella.
—Hay entregas regulares de correo, incluso a los parajes remotos de París —dijo secamente—.
No imagines que estás fuera del alcance de los cotilleos más desagradables, mi niña.
—¿No crees que es apuesto?
Sabiendo que se enfrentaba a una batalla perdida, Antonia trató de distraerla.
—¿Tu padre? Sí, es un hombre de buena apariencia.
Cassie sofocó una carcajada que sorprendería a muchos de sus admiradores que elogiaban su
delicadeza.
—Papá no. Lord Ranelaw. Toni, no finjas que no te diste cuenta. Te vi hablando con él.
—Le estaba advirtiendo que se alejara de ti —dijo con perfecta verdad, si no, con perfecta
integridad. Mucho más había sucedido durante esa intensa conversación a la vista de la alta
sociedad. Una vez más se reprendió. ¿Cómo podía haber sido tan imprudente?
—Apostaría a que besa de maravilla —dijo Cassie con voz soñadora.
—Ese pensamiento es impropio de una dama —dijo Antonia, a la vez que no podía dejar de
imaginarse ese largo y esbelto cuerpo. Ella era una mujer alta, pero él era mucho más alto que ella.
Cassie tenía razón. Esta noche él había vuelto a cada hombre un cero a la izquierda. Eso es lo que
hacían los libertinos. Debería saberlo.
Después de sus experiencias, había creído que era inmune. No había encontrado a un hombre
atractivo en diez años. Gato escaldado del agua fría huye.
10
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Entonces, ¿por qué el antiguo e insidioso ardor, que le provocaba la visión del depravado
Marqués de Ranelaw? Un hombre que hacía parecer a los otros libertinos que conocía, completos
espantapájaros. Debería sentir repulsa por su confianza en sí mismo y sus descarados juegos
sexuales.
No había sentido repulsión, maldición.
Encima, ahora Cassie estaba deslumbrada por el granuja. El dolor de cabeza que la había
amenazado durante toda la noche, palpitaba seriamente en la sien de Antonia.
—No me has contestado. —Cassie era una chica buena y sensible, pero obstinada. Otra cosa que
sorprendería a los numerosos pretendientes que había reunido desde su aparición en sociedad.
Antonia creía firmemente que una chica con un poco de obstinación estaba bien. Aunque a
veces deseaba que Cassie fuese la preciosa muñeca cabeza hueca, que todo el mundo consideraba.
—Su piel morena no contrasta muy bien con su cabello claro.
Eres una mentirosa, Antonia.
El inusual color de piel de Ranelaw era sorprendente, llamaba la atención, al igual que su
impresionante altura y sensualidad relajada.
Que se fuera al infierno.
Cassie soltó otra risa desdeñosa.
—Toni, que mentira. Es tan guapo como Adonis y lo sabes.
—Olvídate de su aspecto. Es una rata de alcantarilla. —Su voz se tornó urgente—. Cassie, por mi
bien, por el bien de tu padre y por el tuyo propio, no le eches el lazo. Los hombres como él son
unos rompecorazones.
Esperó que la chica objetara. O tal vez peor, que continuara alabando al Marqués. Para su
sorpresa, Cassie la tomó de la mano.
—Lo siento, Toni. No soy tonta. Sé lo que está en juego.
Era lo suficientemente sutil como para no decir, sé lo que te costó un libertino. Aunque bien
podría haberlo hecho. Una vez se le había presentado a Antonia Hilliard un futuro tan brillante
como el de Cassie. Ya no.
Antonia devolvió el apretón de manos a Cassie y miró por la ventana. Estaban cerca de casa.
—No sería un marido apropiado —Lo decía por su propio bien.
—Tal vez no. —Antes de que Antonia pudiese soltar un suspiro de alivio, continuó—. Aunque
estoy segura de que es un amante inolvidable. Una mirada bajo sus párpados y me estremezco.
Cuando tomó mi mano durante el baile, juro que casi me desmayo.
—Cassie.
—Lo sé. Es peligroso. Pero nunca he conocido a nadie como él. Me hace pensar en sementales,
en rayos, en el mar y en largos galopes a través de los páramos.
Para su disgusto, Antonia sabía exactamente lo que quería decir Cassie. Cuando era niña no
mucho más joven que Cassie, experimentó todos esos emocionantes impulsos, permitiéndoles
arruinar su vida. La brillante vida para la que había nacido, le había sido negada para siempre
debido a su fatal debilidad. De ninguna manera permitiría que la locura destruyera a esta muchacha
inocente, que quería como a una hermana o la hija que nunca tendría.
A pesar de lo apuesto y perverso que fuese Lord Ranelaw.
A pesar de la intensidad de sus propios recuerdos de sementales, tormentas y precipitados
galopes que se removieron cuando se encontró con sus sagaces y oscuros ojos.
11
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw regresó a su casa de Londres quinientas libras más pobre. Como señaló Thorpe
satisfecho, la señorita Smith había rescatado a su pupila de un escandaloso vals con un libertino,
por lo tanto había ganado la apuesta. El encuentro de Ranelaw con el dragón, había sido muy
entretenido, que casi valió la pena haber perdido quinientas libras contra su amigo.
Casi.
Sonriendo con ironía ante el sorprendente regocijo que había obtenido con la mordaz
chaperona, se sirvió una generosa cantidad de brandy de la botella en el aparador de la biblioteca.
Se bebió rápidamente el brandy, volvió a llenar el vaso y se volvió hacia la correspondencia en su
escritorio. No solía estar sobrio a esa hora. Demonios, no solía estar en casa a esa hora. Apenas
eran las dos. Debería estar de juerga en algún antro o perdido en los brazos de una mujer.
Tras el baile de Lady Wreston, podría haber continuado con el entretenimiento nocturno. Una
nueva bailarina de ópera le había llamado la atención y tenía la intención de fijar su interés en ella.
Era una exquisita paloma, pequeña y de cabello marrón rojizo. La noche anterior se había ajustado
exactamente a sus actuales gustos.
De alguna manera esta noche, después del baile, ella… no lo hacía.
Tomó un largo trago de brandy y el calor quemó su garganta. Dejando el vaso sobre el escritorio,
levantó el paquete de encima de la pila.
Echó un vistazo a los informes de sus administradores de fincas, decidió que nada requería
acción inmediata y volvió su atención al resto. Las solicitudes de apoyo parlamentario, fueron
destinadas al fuego. Una declaración perfumada de una amante desechada, que no había aceptado
su abrupto despido. Esto también alimentó las llamas.
Mantenía pocos principios, pero uno era que nunca mentía a sus amantes. Cuando comenzaba
un romance, informaba a la dama que el enlace duraría exactamente tanto como su interés;
generalmente un período no muy largo. No era una buena apuesta por una fiel devoción. Su familia
le había enseñado desde muy joven, el incontrolable daño que causaba la pasión. Desde entonces
no había visto nada que cambiara su opinión. Era esencialmente solitario y estaba contento de
serlo. Sólo sus frecuentes encuentros sexuales se lo recordaban y los necesitaba como recordatorio
de su permanente vínculo con el resto de la humanidad.
Lúgubres pensamientos para tan tempranas horas. Tal vez debería haber pasado la noche fuera
después de todo. Una sonrisa burlona torció sus labios y seleccionó otro paquete de la pila.
Finalmente quedó una carta. Sus entrañas se retorcieron por su habitual mezcla de culpa y
arrepentimiento, al reconocer la mano limpia y femenina de la misiva manchada con agua de mar.
Ella escribía todas las semanas desde Irlanda y cada semana se obligaba a leer la carta y contestarla.
Resistió la tentación de volver a llenar su copa de brandy, antes de abrir la carta de su media
hermana. En su lugar se la llevó al otro lado de la chimenea. Se dejó caer en un sillón, vació su vaso
y lo colocó con precisión en la mesita. Luego, con un gesto violento, rompió el sello y leyó el saludo
cariñoso de Eloise.
Durante mucho tiempo, Ranelaw permaneció con la mirada perdida en las fluidas líneas. En su
lugar, su visión se llenó con los desgarradores acontecimientos de hace veinte años. Rabia
impotente y pena le atravesaban cuando revivía aquellos infernales días de la desgracia de Eloise.
12
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cuando tenía once años y su querida media hermana dieciocho, Godfrey Demarest visitó Keddon
Hall. El difunto Marqués y Demarest se conocieron en algún antro de juego o de otra forma. Con su
usual manera descuidada, el Marqués invitó al hombre a pasar el verano a orillas del mar con la
familia Challoner. Cualquier hombre sensato se detendría antes de llevar a un joven ya endurecido
por el vicio a una casa llena de muchachas bonitas. Muchachas bonitas, que gracias a la negligencia
de los padres, deambulaban en gran parte sin supervisión. Por entonces, nadie había acusado
jamás el anterior Marqués de Ranelaw de ser un hombre prudente.
Durante un sofocante junio, Demarest persiguió tenazmente a la más bella de las bastardas de
Challoner. La ingenua y solitaria Eloise, rápidamente fue víctima de los experimentados engaños del
libertino, endulzándola con bonitos elogios y falsos juramentos de devoción. Demarest la arruinó
tan fácilmente como arrancar una flor de madreselva.
Nicholas había estado celoso de la atención que su hermana favorita le prestaba al apuesto
visitante de Somerset. Debería haber previsto los desastres y empujado a Demarest por un
precipicio antes de que arruinara la vida de Eloise. Después de todo, ningún niño criado en el
irreflexivo hogar Challoner era consciente del comportamiento entre hombres y mujeres. Aunque
había permanecido ajeno al desarrollo de la calamidad.
En el momento en que se enteró, ya era demasiado tarde. Demarest se pavoneó de regreso a
Londres, abandonando a una desolada y embarazada Eloise. Era evidente que había considerado al
Marqués blanco de sus burlas y creía que no le debía nada a cambio de su virginidad. A pesar de sus
bravatas, el padre de Ranelaw era demasiado cobarde para hacer algo más que golpear a Eloise y
encerrarla en su habitación. El falso amante nunca enfrentó el ultimátum de un furioso padre. Por
el contrario, Demarest brillaba con una buena posición en una vida sin preocupaciones y un
acaudalado matrimonio, como si Eloise no existiera.
Eloise tuvo su parte de orgullo y arrojo. Había sido testaruda y estado poco dispuesta a aceptar
el rechazo en sentido literal. Había salido de su habitación y le había suplicado a Ranelaw que la
llevara a Demarest. El amargo recuerdo de ese viaje todavía hacía que Ranelaw se avergonzase.
Veinte años más tarde. Su mano apretaba su última carta, aplastándola.
Se habían precipitado a través de una noche de tormenta, en un calesín robado de los establos
de su padre, llegando al alojamiento temporal de Demarest en Londres antes del amanecer. Eloise
saltó del calesín con entusiasmo, agarrando su pequeño bolso. Nicholas esperó en el calesín
mientras ella se precipitaba hacia la imponente casa de la ciudad. Él había esperado cuando un
lacayo abrió y la dejó esperando de pie mientras él entraba al interior. Nicholas continuaba
esperando cuando el lacayo regresó e informó a Eloise que el señor Demarest no estaba en casa,
cerrándole la puerta en las narices.
Su hermana se mantuvo firme e insistió en que su amante la viese. El lacayo salió de nuevo.
Esperó más tiempo bajo la lluvia; su alegre y nuevo vestido tornándose húmedo y pesado.
Incluso desde la distancia, Nicholas podía verla temblar en el momento en el que el sirviente volvió
a aparecer.
El lacayo le pasó una nota y cerró la puerta.
Ranelaw nunca supo lo que decía esa nota. Pero su hermana se puso pálida como la nieve
cuando regresó al calesín. Las únicas palabras que pronunció fueron la petición de regresar a
Hampshire. Parecía como si quisiera morir. Toda la radiante y alegre vida, la radiante y alegre vida
que había atraído el interés de Demarest, se daba cuenta ahora, se apagó. Tenía sólo dieciocho
años, pero parecía más vieja.
13
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Fue entonces cuando Ranelaw juró que un día vería que la vida de Demarest no valiera la pena
vivir. Un día destruiría a la comadreja, al igual que la comadreja había destruido a Eloise.
La tragedia sucedió cuando Ranelaw hizo ese furioso voto, las consecuencias más angustiosas de
la locura de Eloise todavía estaban por llegar.
Cerró los ojos y trató de bloquear los corrosivos recuerdos. La ira, el dolor y la traición surgieron
desde su vientre, amenazando con estrangularlo. Expulso una temblorosa respiración y se pellizcó
la nariz con fuerza mientras cerraba los ojos, rezando a un Dios en el que no creía por…
¿Para qué?
¿Para tener la oportunidad de cambiar el pasado? ¿Por tener la oportunidad de salvar a Eloise?
No era tan estúpido como para creer que fuese posible.
Lo que era posible, era esta milagrosa oportunidad de hacerle pagar al hombre que había
arruinado a su hermana. Con la misma moneda que Demarest había usado para destruir a una
mujer, cuyo único defecto era su sincero corazón.
Con los años, Ranelaw solo se había encontrado ocasionalmente al canalla. Sin embargo, la mala
reputación de Ranelaw podría ser su rango de entrada al más alto nivel de la sociedad. Demarest
tenía casi la misma mala reputación, pero su fortuna apestaba a comercio, por lo que él estaba
lejanamente relacionado con la poderosa familia Hilliard.
Ranelaw había pasado años esperando a que el hijo de puta cometiera el error que le llevara a la
ruina. Pero Demarest, a pesar de toda su juerga salvaje, nunca lo hizo.
Pero entonces la única hija de Demarest, al margen de escándalo, preciosa y vulnerable al igual
que lo había sido preciosa y vulnerable Eloise, hizo su debut.
Era como si el diablo le sirviera en bandeja de plata la oportunidad perfecta. A través de Cassie,
Ranelaw finalmente vengaría los sufrimientos de Eloise.
Entonces, tal vez, tal vez Ranelaw dejaría de sentir que le había fallado a la única persona que
alguna vez lo había amado.
14
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 03
Evitar a Lord Ranelaw durante la siguiente semana resultó ser más difícil de lo que Antonia
había esperado.
Para un hombre con la reputación de eludir reuniones respetables de la misma manera en que
una persona sana evita las plagas, se presentó en todos los bailes, salidas y veladas musicales a las
que Cassie asistía. Siempre bailaba con Cassie y saludaba a Antonia con una inclinación de cabeza,
pero gracias a Dios, no le hablaba. Después del intercambio hostil de la noche que se conocieron,
Antonia se mostró cautelosa, pero su actitud también le molestaba. Se moría de ganas de darle al
presuntuoso Marqués la reprimenda que se merecía.
Invariablemente, cuando regresaban a casa en la madrugada, Antonia reprendía a Cassie por
mostrarle su favor al depravado. Cassie, sin embargo, se había convertido de la noche a la mañana
en una señorita testaruda que se negaba a seguir el consejo de los amigos más mayores y sabios.
Con una precisión total, señaló que Lord Ranelaw no había hecho nada excepcional y nunca le pedía
más que los dos bailes admisibles.
Después de días de lucha para reducir las atenciones del Marqués sobre su pupila, la paciencia
de Antonia disminuyó. Le dolía la cabeza por la constante tensión. En parte debido a la presencia no
deseada del Marqués durante las noches que supervisaba a Cassie. Pero más por su presencia no
deseada en sus pensamientos, incluso cuando físicamente estaba ausente.
Cada vez que veía a Ranelaw, buscaba desesperadamente algo desagradable en él. En cambio, la
lista de atractivos se alargaba. Era, como Cassandra continuamente e irritantemente le recordaba,
un hombre muy guapo con el pelo dorado y oscuros rasgos agitanados.
Antonia era inmune a la mera buena apariencia, o por lo menos lo había creído así, pero era
menos inmune al humor mordaz de Ranelaw. No era en absoluto inmune al chisporroteo en el aire
cuando él merodeaba cerca de su pequeño grupo como una pantera en un gallinero.
Esta noche Cassie y ella asistían a la velada musical de los Bradhams, y por supuesto el Marqués
de Ranelaw estaba presente. Consiguió un lugar al lado de Cassandra cuando comenzó el concierto.
Antonia se sentó en el otro lado de Cassandra, echando humo y mirando a escondidas al granuja
por si hacía algún avance. No encontró ninguna satisfacción cuando él se sentó inmóvil con una
maniobra sorprendentemente experta. Antonia no podía culpar a la música de su floreciente dolor
de cabeza, raro en un círculo musical donde el entretenimiento era por lo general odioso.
Cuando la primera parte del concierto terminó, todo el mundo se trasladó al comedor. No había
una gran multitud y Cassandra permaneció bajo la atenta mirada de la señora Merriweather, quien
también presentaba a su hija esta temporada. Antonia suspiró y trató de relajar los hombros
tensos. Probablemente unos minutos para sí misma no causarían un desastre.
Se deslizó hacia la oscura y afortunadamente vacía terraza. Era demasiado a principios de año
para que la gente buscase estar al aire libre, pero la noche fría y la soledad eran exactamente lo que
quería.
Respirando sin restricciones por primera vez en horas, dio un paso hacia adelante para apoyarse
en la balaustrada. Se quitó las gafas y se frotó los cansados ojos. Lord Ranelaw no sólo había
estropeado su buena relación con su prima. También le había hecho perder el sueño. Rogó para
que se aburriese rápidamente de perseguir a una joven que era tan evidentemente inadecuada.
15
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
16
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y lo vio con más claridad de lo que quería. El fantasma
de una sonrisa parpadeó.
—Ella tiene mejores modales que su acompañante, voy a concederle eso.
—Deje que encuentre a un hombre joven decente para hacerla feliz.
—Aburrido y severo, ¿quiere decir?
—La decencia no es necesariamente aburrida.
—¿No lo encuentra usted así?
Sin hacer ningún movimiento evidente, estaba demasiado cerca. Cerniéndose por encima de su
cabeza bloqueándole las estrellas. La iluminación tenue desde el interior emitía un brillo a través de
su pelo dorado como si incluso la luz de las velas no pudiera resistirse a tocarlo.
La desesperación envolvió a Antonia cuando su mirada se aferró ávidamente a su cuerpo
delgado y esbelto. Estaba mal, mal, mal que él fuera tan guapo. No estaba bien que fuera tan
susceptible a su belleza. La belleza era un accidente, una disposición aleatoria de músculos y huesos
y colorido. No debía tener ese poder para devastar su corazón.
—¿Qué… qué está haciendo? —preguntó nerviosa, abandonando su pretensión de valentía.
Retrocedió, para encontrarse atrapada contra la balaustrada.
—Demostrando sus correctas expectativas, por supuesto —murmuró, inclinándose más cerca.
Maldita fuera esa voz profunda y musical. Siempre hacía que sus sentidos vibrasen, incluso en
una sala abarrotada. Aquí donde sólo había noche y el silencio, la rica voz era tan atractiva como un
tesoro para un avaro.
Su aroma llego a sus fosas nasales. Jabón. Varón sano. Debería oler como el fuego y el azufre. En
su lugar, olía como a limpio y bueno. Resistió el impulso de atraer ese delicioso aroma
profundamente en sus pulmones. Por Dios, ya tenía suficientes problemas.
Aunque el movimiento los acercó, Antonia se irguió hasta su máxima altura. Una vez había sido
una caña flexible en las garras de un libertino. Nunca más. Tenía veintisiete años, no diecisiete.
Podía imaginar cómo el aire se estremecía sensualmente, pero en realidad, Ranelaw se disponía a
manipularla. A menos que demostrara cierta fuerza, tendría éxito, maldito fuera.
Forzó el desdén en su voz. La voz de señorita Smith, no la de Lady Antonia Hilliard.
—¡Venga, Lord Ranelaw! Si los chismosos lo pillan coqueteando con una chica vieja como yo, su
reputación nunca se recuperará. Dejemos la indiferente seducción como algo pasado y
continuemos desalentando sus atenciones a la señorita Demarest.
Otra risa suave.
—Señorita Smith, usted se menosprecia, y mi capacidad de observación.
Un miedo helado atravesó la bruma de atracción. Se había acostumbrado tanto a que las
personas dieran por hecho lo que veían, que no se le había ocurrido que un par de ojos
particularmente perspicaces pudiesen intuir su disfraz.
No seas ridícula, Antonia. Nadie ha cuestionado tu identidad durante diez años. Este
sinvergüenza de mala fama quiere asustarte para que le des acceso a Cassandra.
—¿Alcanza sus objetivos con la adulación grosera? —Su voz era aguda—. Estoy decepcionada.
Me esperaba algo mejor.
Él le acarició la mejilla. Dentro, él había usado guantes. En algún momento se los había quitado.
—Ah, raras veces decepciono.
17
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
El roce de su piel desnuda sobre la suya hizo que se apartara. Ella tomó un tembloroso aliento,
pero se arrepintió cuando el olor de Ranelaw inundó sus sentidos.
Buen Dios, el hombre era un bocado delicioso. Con razón estaba tan seguro de su atractivo.
Incluso una vieja solterona como ella deseaba explorar ese duro pecho, tantear los amplios
hombros, y probar el calor que irradiaba de su largo cuerpo.
—¿Se cree que su interés poco convincente disolverá por arte de magia mis objeciones a su
cortejo? Usted sobreestima sus encantos y subestima mi buen juicio.
—Nunca. —Le acarició la mejilla con suavidad como si fuera una reprimenda—. ¿Y por qué
debería usted encontrar mi interés poco convincente? Le aseguro por mi honor que es sincero.
Retuvo el aliento ante la fortuita caricia, aunque había terminado en un instante. Luchó por
darle la habitual respuesta espinosa que usaba con caballeros importunos. No es que hubiera
tratado con muchos en los últimos diez años.
—Tal juramento confirma su falsedad. Debe estar desesperado por Cassandra o apenas perdería
el tiempo amedrantando a su chaperona.
Era extraño que aunque sin pruebas obvias, creyera que su interés por Cassandra no era sexual.
No había chispas cuando estaban juntos. Nada que se pareciera al chispeante rayo que se arqueaba
entre él y Antonia ahora.
Muchacha estúpida, estúpida. Ese era el talento de un libertino, la capacidad de hacer que
cualquier mujer se imaginara ser su único interés. El sentido común, hasta ahora muy deficiente,
insistía en que no podía sentirse atraído por la amenazadora chaperona de Cassandra. Había usado
su formidable encanto para abrumarla. Ella, el ganso tonto, se lo había permitido.
Sintió que la miraba fijamente a través de las sombras. Pero estaba a salvo. Su disfraz la había
protegido durante diez años. Lord Ranelaw sólo la ponía nerviosa.
Era como si él leyera sus pensamientos.
—Sabe, su suposición de ser invencible es malditamente desafiante.
Ella se encogió de hombros.
—¿Por qué se molestaría usted? Estoy muy por debajo de su aviso, milord. Excepto en mi papel
de perro guardián de Cassandra. Está advertido, me tomo esto en serio. Usted no es un buen
partido. Su padre nunca aceptará un matrimonio, si esa es su esperanza. Si tiene otra cosa que el
matrimonio en mente, está perdiendo el tiempo. Ella es demasiado sensata para permitir que la
arruinen.
—¿Es eso verdad? —Preguntó con una voz reflexiva—. ¿Qué hay de usted?
Su indiferencia la cogió desprevenida. La ira la rescató de caer en el encanto. La ira que había
acumulado profundamente en su interior durante años. Era tan fácil para los hombres como
Ranelaw. Ninguna consecuencia. Ningún peligro. Sus fanfarronerías habían dejado un rastro
sangriento de corazones y vidas rotas, pero ¿qué les importaba a ellos mientras complacieran sus
deseos egoístas?
Por una vez, Lord Ranelaw no conseguiría sus propósitos.
Ella habló con total convicción.
—Sus atenciones no son bienvenidas. Déjeme sola. Deje a Cassandra en paz. —Empujó con
fuerza su pecho. Su fuerza no podía igualar a la suya por lo que se sorprendió cuando él dio un paso
atrás—. Buenas noches, milord. Espero que esta sea nuestra última conversación.
—Estaría desolado si fuera así —dijo él con voz sedosa que hizo que se le erizara el vello.
18
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Estoy segura de que se recuperará. —Recogió sus escasas faldas y se marchó a través de las
puertas francesas.
Debería sentirse triunfante por haber puesto al arrogante Lord Ranelaw en su lugar.
Lamentablemente, era consciente que había escapado porque él la había dejado ir.
Este duelo particular apenas había comenzado.
Ranelaw miró como el dragón se alejaba haciendo aspavientos. Un irracional entusiasmo
burbujeaba en su sangre. Con cada encuentro, ella lo intrigaba más, con su espíritu y su resistencia
y sus secretos, uno de los cuales había adivinado hace mucho.
Por mucho que ella quisiera odiarlo, estaba lejos de ser inmune al calor que surgía entre ellos.
Un búho ululó entre la maleza, recordándole que no estaba allí para satisfacer sus deseos, sino
para poner su marca en la chica Demarest. Con suerte, y con las mujeres, él siempre era muy
afortunado, la abordaría después de la cena.
Deseando obtener más entusiasmo por la tarea, se puso los guantes con expresión seria y se
dirigió al interior.
Estaba al acecho en la galería del comedor y se quedó encantado al ver a Cassie aparecer a la
cabeza de la multitud acompañada por otra debutante. Aún mejor, la penetrante señorita Smith no
estaba por ninguna parte.
A lo mejor sus sutiles amenazas la habían intimidado.
Infiernos, otra vez estaba pensando en la guardiana y no en su pupila. Tenía que tener cuidado.
Cassie era inocente y fácil de adular, pero él no podía ser demasiado indiferente sobre seducirla. El
premio en este juego era demasiado importante para él como para estropear sus posibilidades por
el exceso de confianza.
—Señorita Demarest, ¿ha visto usted a este hermoso Claudio? Permítame que se lo muestre. —
Puso una mano posesiva alrededor del brazo de Cassie. La joven se sobresaltó pero no hizo ninguna
tentativa de escaparse.
La compañera de la señorita Demarest estalló en una carcajada de risitas irritantes y se ruborizó
como un tomate. Cassie le lanzó una mirada escéptica que resultó ser un desagradable recordatorio
de la forma que su chaperona había recibido sus propuestas de seducción.
La voz de Cassie surgió paulatinamente.
—La Señorita Smith y yo admiramos los Claudios en la Galería Nacional la semana pasada. Me
encantaría ver más de la obra del artista.
—Voy a buscar a mamá —gorjeó la otra muchacha y se lanzó al comedor en un susurro de faldas
blancas.
—Que amable su amiga por concedernos un poco de privacidad —murmuró Ranelaw, mirando
fijamente a Cassie con sus mejores maneras de libertino y apretando su agarre en su brazo—. Llevo
tiempo esperando un momento a solas con usted.
—No vamos a estar solos mucho tiempo —señaló la joven con frialdad.
—Razón de más para aprovechar nuestra oportunidad —dijo él, luego añadió con total
honestidad—, es usted una joven diabólicamente bonita, señorita Demarest.
—Gracias.
¿Qué demonios? Había esperado un poco más de reacción ante su evidente interés. Maldita
chiquilla malcriada, no había mostrado ni una pizca de nerviosismo. En cambio, lo estudiaba con
una curiosidad completamente asexuada.
19
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cuando habían estado juntos en público, había parecido deslumbrada por sus atenciones. Ahora,
no tanto. Brevemente se preguntó si su toque mágico con las mujeres fallaba. Seguramente no. Por
mucho que ella luchara por ocultar sus reacciones, había conseguido que la señorita Smith
temblara de excitación. El problema con la señorita Smith era que, a cambio, ella también lo había
hecho temblar de excitación.
Él mantuvo su voz baja y persuasiva.
—Supongo que un centenar de hombres le han dicho esto.
La diversión iluminó sus ojos azules. Ella realmente era un melocotón. Qué tonto que era al no
estar más emocionado por la perspectiva de tenerla.
—Oh, miles.
Él se rió suavemente. Este juego en particular de avance y retroceso le era vigorosamente
familiar. A menudo se imponía con encanto ante una mujer que se debatía entre la incertidumbre y
la rendición, y con muchas menos razones que las que tenía para seducir a Cassandra Demarest.
Seguramente, era sólo un humor pasajero, por mucho que lo intentara, tenía muy poco interés en
la caza.
—Somerset debe estar inundado de corazones rotos ahora que ha abandonado el campo por
Londres.
—Se está burlando de mí, milord. —Tal como la había visto hacer tantas veces antes, ella bajó
las pestañas coquetamente—. No estoy segura de que sea muy apropiado cuando estamos solos.
—Estoy seguro de que no lo es. —Dejó que una sonrisa lobuna encorvara sus labios y la atrajo
más cerca, pero no tan cerca que ella le tomara miedo y corriera—. Señorita Demarest, usted hace
imposible que no la bese.
Sus ojos destellaron al encontrar los suyos.
—Si alguien nos ve, habrá un terrible escándalo.
La muchacha bien era una coqueta empedernida o demasiado estúpida para adivinar sus
malvadas intenciones. Al menos, su impropia declaración debería hacerla sonrojar. Él era el famoso
Marqués de Ranelaw. Las madres de toda Inglaterra usaban su nombre para asustar a sus virginales
hijas para que tuvieran buena conducta.
—Dios no lo quiera. —Su voz se profundizó a un ronroneo—. Es una pena apresurar esta…
conversación. Déjeme llevarla a algún lugar donde no seamos interrumpidos.
Con una marea de risas tontas, el cuarto se vio inundado por una docena de debutantes,
incluyendo a la amiga de Cassie con cara escarlata. Con un destello de irritación, Ranelaw
comprendió que su momento había pasado.
—No esta noche, milord —dijo con una leve sonrisa. Se alejó para darse la vuelta tranquilamente
hacia la pintura detrás de ellos. No hacia el Claudio.
Su venganza no marchaba por buen camino y esto era su propia maldita culpa. Debería haber
perseguido a la joven con más convicción. No era de extrañar que su cortejo la dejara menos que
abrumada.
Condenada Antonia Smith, si pasara menos tiempo pensando en ella y más tiempo atrayendo a
su presa, bien podría estar en el buen camino de alcanzar la ruina de la señorita Demarest
Cuando Ranelaw se alejó de la sala de música, contempló una vez más a la espinosa pero cada
vez más atractiva señorita Smith. Lo que no le gustó exactamente. Por fin tenía a Cassie Demarest
en su punto de mira. Debería concentrarse en su demorada venganza. En cambio, su mente se
desviaba hacia la poca acogedora acompañante.
20
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Excepto que mientras los labios de señorita Smith le decían un continuo no, su cuerpo susurraba
un seductor sí. El cuerpo que había remarcado hace días era bastante más voluptuoso de lo que le
había parecido al principio. Esos horribles vestidos enmascaraban una gran cantidad de promesas.
La señora tenía las defensas fuertes. No se engañaba a sí mismo, pensando que penetrar sus
espinosas fronteras sería un trabajo rápido. Pero tenía un aliado dentro de la casa, el hecho que
ella, aunque de mala gana, lo encontraba fascinante.
Tras años de conquistas fáciles, agotar la resistencia de la señorita Smith demostraba ser un
juego agradable. Un juego cuyo resultado no estaba en duda.
Su hastiado corazón golpeó contra sus costillas con entusiasmo cuando se la imaginó cayendo en
sus manos como una manzana madura. Ella tendría un sabor dulce, con ese toque ácido que él
había llegado a apreciar. Se había aburrido de las mujeres dóciles. Su paladar se imaginaba algo
más complejo.
Mejor aún, su seducción aseguraría su venganza. Una vez que hubiera neutralizado a la señorita
Smith, tendría acceso libre a Cassandra.
Qué extraño que él, que había silenciado su conciencia años atrás, se sintiera incómodo ante la
idea de chantajear al dragón. No es que los reparos éticos lo detuvieran. Era un bastardo
despiadado y la señorita Smith lamentaría el momento que entró en su órbita.
Sofocó una risa burlona. La mayoría de los hombres lo considerarían un idiota por preferir los
encantos sutiles, casi invisibles de la mujer más mayor frente a la belleza de la debutante. Pero con
cada momento que pasaba en su compañía, estaba más convencido de que la enigmática señorita
Smith ofrecía un rico banquete al amante perspicaz. Bajo ese exterior imponente, había notado
indicios de una belleza salvaje, inolvidable. Estaba convencido que había mucha pasión en Antonia
Smith.
En comparación con la debutante Cassandra Demarest sería como ahogarse en merengue.
Sin tomar una decisión consciente sobre su destino, no se sorprendió cuando se encontró de pie
frente a la residencia Demarest en la calle Curzon. Después de la velada musical, una multitud se
había formado para tomar los carruajes, por lo que ni la señorita Demarest ni su acompañante
estarían en casa todavía. Una luz brilló a través del tragaluz encima de la puerta principal pero las
otras ventanas estaban a oscuras.
Aferrándose a las sombras, se escabulló en torno a las caballerizas. Luces ardían en los establos,
pero nadie surgió para desafiarlo. Cuando probó la puerta, descubrió que estaba abierta. Tal
descuido en la ciudad era sinónimo de problemas.
El problema llegó en la persona del Marqués de Ranelaw.
Sin hacer ruido se metió en el jardín e inmediatamente se imaginó a sí mismo en el campo. El
aroma de las flores y la tierra recién removida superaron el penetrante hedor a polvo de carbón y a
río húmedo de Londres. Incluso su alma libertina evidenció un rastro de la inocencia de la
primavera.
Estudió la parte trasera de la casa. Tenía un espía en el interior, uno de los lacayos, que le había
suministrado un plano del edificio. La disposición era tan normal, que podría haber adivinado sin
esfuerzo cuál era la habitación de la señorita Demarest. Lo que le había sorprendido era que la
señorita Smith ocupaba una habitación en el mismo piso que la familia. La mayoría de las
acompañantes eran destinadas a las dependencias del servicio.
21
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
22
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 04
Con un suspiro de cansancio, Antonia cerró la puerta del dormitorio detrás de ella. Amaba
entrañablemente a Cassandra pero la muchacha estaba tan sobreexcitada por su éxito social que
invariablemente llegó a casa burbujeante con un deseo sin fin de revivir las aventuras de la noche.
Esta noche le había tomado a Antonia más de una hora para tranquilizarla, y ella sospechaba que su
prima estaba todavía despierta contando los triunfos de la noche.
Antonia lamentó que, entre esos triunfos, Cassie incluyera su coqueteo con el Marqués de
Ranelaw. Después de aquel encuentro inquietante en la terraza, Ranelaw había mostrado a Cassie
una especial deferencia. Era como si la advertencia de Antonia le hubiera despertado un deseo
infantil de desobedecerla. Salvo que el Marqués era inquietantemente adulto y sus propósitos no
albergaban ninguna inocencia infantil. Y lo había hecho de una manera que dejó a Antonia
impotente para reprenderle a él o a Cassie.
Era condenadamente demasiado inteligente para su propio bien, era el Marqués de Ranelaw.
Ella le deseó un viaje rápido al Hades. Sin duda, entre las miles de mujeres que había corrompido,
alguna tendría un marido celoso con un juego de pistolas.
Sofocó una inoportuna punzada de pesar cuando se imaginó toda esa gloriosa masculinidad
yaciendo fría y quieta. Ranelaw era guapo pero era malvado. El significaba problemas para Cassie.
Y para ella.
―Qué ceño tan feroz, mi querida señorita Smith. ¿Debería estar nervioso?
Ella se puso rígida en incrédulo horror. Con mano temblorosa, levantó la vela para revelar lo que
había más allá de la luz parpadeante del fuego.
Seguramente ni siquiera Lord Ranelaw irrumpiría en su habitación. No podía ser tan atrevido.
Podía efectivamente.
Estaba recostado en el asiento de brocado de la ventana, la ventana abierta detrás de él daba al
viejo cerezo. La brisa movió las cortinas abiertas, llenando la habitación con un olor ligeramente
almendrado, revolviendo su espeso pelo rubio. Parecía más delicioso que un plato de carne asada
para un hombre hambriento.
―Fuera ―dijo ella rotundamente sin moverse. El shock la inundó de ira.
Él se rió suavemente, con esa risa baja y musical que nunca fallaba en tensar su piel al percibirla.
―He aquí que pensé que caería víctima de los vapores. O de un ataque de histeria.
―Nunca me desmayo ―dijo, todavía con voz severa.
Su cerebro trabajaba febrilmente en la manera de deshacerse de él. Querido Dios, las
consecuencias de que alguien lo encontrara allí eran impensables. Cuando la sorpresa menguó, una
marea de miedo emergió. Cassie y su padre la habían acogido, le habían permitido que ella
construyera una vida que, con todas sus frustraciones, significaba que estaba alimentada y alojada.
Si pensasen que ella había vuelto a sus malos y viejos hábitos, la sacarían de la oreja.
Ranelaw se levantó con una gracia lánguida que, incluso a través de su terror, hizo que su sangre
palpitara dura y caliente. Casualmente cepilló pétalos blancos de sus anchos hombros. Todavía
llevaba la ropa elegante de la velada musical. Para un libertino, tenía un gusto espartano. Sus
23
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
abrigos estaban siempre perfectamente cortados para su impresionante físico y sus chalecos eran
obras maestras de sencillez.
Santo cielo, era la tentación personificada, por todo el mal que sabía de él. En comparación con
Lord Ranelaw, el apuesto Johnny Benton, que había provocado su ruina, era un completo espanto.
Ranelaw le hizo anhelar arrojar a un lado toda su aburrida moral y saborear de nuevo el vino
embriagador de la pasión.
Pero el vino de la pasión era un veneno mortal.
―Debería haber sabido que sería demasiado leal para gritar al ver a un hombre en su
dormitorio. Aunque estoy seguro de que está escandalizada desde las sensibles plantas de sus
cómodos zapatos, señorita Smith.
Si no hubiera estado tan asustada de las consecuencias de su presencia, se reiría. Qué irónico
que este Adonis de mala reputación siguiera convencido de que hablaba con una virgen intacta.
―¿Qué quiere? ―Su habitación estaba tan aislada que no tenía necesidad de susurrar.
―¿Me creería si se lo dijese?
Esta vez, ella se rio, un resoplido de desdén. No iba a darle la satisfacción de revelarle su
creciente aprensión. Se aventuró más cerca, porque revolotear cerca de la puerta parecía una
cobardía.
―No. No lo haría. Por lo menos me alegro de que eligiese la habitación equivocada. Me
aseguraré de que Cassie mantenga sus ventanas cerradas a partir de ahora.
―Yo no elegí el dormitorio equivocado ―dijo sin prisa, mirándola firmemente mientras ella
encendía la lámpara en el tocador.
―Por supuesto que no. ―Ella no hizo ningún intento de ocultar su escepticismo. Él estaba por
tocarla. Eso hizo maravillas en su tambaleante confianza―. Supongo que subió por el cerezo. Voy a
tener que pedir a los jardineros que lo corten de nuevo.
―Esa es una respuesta prosaica para un hombre que desafía los convencionalismos para robar
unos momentos a solas con usted, señorita Smith. Su corazón virginal debería correr con
entusiasmo.
Ella apagó de un soplo la vela y se volvió. Una vez más, desesperada, buscó algún signo externo
de vileza moral. Como siempre, no encontró nada menos que un impresionante macho varonil.
Reviviendo la ira que crecía por encima del temor y del deseo renuente. A él no le importaba que
sus acciones pudieran destruirla. Ella le importaba menos que la tierra bajo sus pies. Era un cerdo
egoísta.
―Muy romántico, estoy segura. ―Arqueó las cejas y se apoyó en la mesa, enganchando sus
manos sobre el borde para ocultar su temblor―. Ha dejado clara mi vulnerabilidad. Estoy
debidamente advertida. Puede irse.
Él parecía divertido y demasiado seguro de sí mismo.
―Señorita Smith, debería mostrar más respeto a sus superiores.
―Usted no es mi superior ―espetó antes de recordar con una punzada simplemente quién era
ella. Ya no era la hija mimada de Lord Aveson. Ya no era Lady Antonia Hilliard, con un brillante
futuro por delante.
Él se echó a reír de nuevo.
―No, no creo que lo sea.
24
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Hizo una pausa, sin dejar de mirarla. La cautela se deslizó a través de sus venas. Él no era sólo
decorativo, era inteligente. Temía más a la astucia que a la belleza. Como para demostrar que era
así, continuó, con voz desapasionada.
―Antonia es un nombre incongruentemente discordante para una humilde empleada
doméstica.
Un frío terror se deslizó por su espina dorsal. Terror de que él pudiera descubrir que tan
monótona era la Señorita Smith.
Nunca dejes que tu enemigo vea su ventaja. Nunca le dejes pensar que ha ganado.
El orgullo Hilliard inyectó frialdad a su tono.
―Lord Ranelaw, tan encantadora como me parece esta conversación, tiene que irse. Si los
sirvientes escuchan a un hombre en mi habitación, o peor, lo ven, mi reputación quedará hecha
cenizas.
Él ladeó un hombro contra la pared y cruzó los brazos con una seguridad en sí mismo que la hizo
rechinar los dientes.
―Buen intento, querida. Sin embargo, esta habitación está muy lejos de los otros dormitorios. A
menos que grite, estamos a salvo.
Con las piernas temblorosas, se apartó del tocador.
―Mi doncella llegará en cualquier momento.
―Usted cuida de sí misma. Mis fuentes de información indican que usted es una carga
independiente.
―Ellos indican… ―Ella vaciló en silencio horrorizado.
Nerviosa, subió las gafas por la nariz. Santo cielo, se había equivocado al dudar de él antes. No
había querido ir a la habitación de Cassie. Había querido ir a la suya. Se había tomado la molestia de
descubrir que no tenía criada. El disoluto Marqués la había fijado como blanco. El miedo al
escándalo se convirtió en un miedo más agudo, el miedo más primitivo del hombre. Y por su
debilidad femenina.
―Cuando persigo a una mujer, dejo poco a la casualidad ―Él habló como si considerara la
admisión sin importancia.
Ella no iba a acobardarse. Y no se rendiría. De alguna manera él había descubierto los secretos
de la casa. Querido Dios, evita que descubra sus otros secretos. Secretos dolorosos y destructivos
que la pondrían en poder de Lord Ranelaw.
Recordándose a sí misma que era una superviviente, ella aplastó la alarma. Si Ranelaw esperaba
una conquista fácil, estaría decepcionado. Tensó su columna y lo fulminó con la mirada, luchando
porque pelear eran todo lo que ella sabía hacer. Una vez ella había estado tan indefensa como un
gatito. Eso fue hace muchos difíciles años atrás.
―A no ser que me esté utilizando para llegar a Cassie. ―El tono de Antonia cortó como una
navaja de afeitar―. Se cree que dispersando unas migajas de atención en mi camino, me convertiré
en su instrumento.
Sus ojos viajaron sobre ella, desde sus pies en sus cómodos zapatos, blasfemando su cofia poco
halagüeña. Durante los últimos diez años, ella se había vestido así, lisa y llanamente, poco atractiva,
con ropas poco elegantes. Alguien como unos treinta años más vieja. Seguramente, era su
imaginación que esos ojos perspicaces vieran a través del atuendo poco elegante a la mujer real.
25
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
26
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Él arrastró su mano libre por su mejilla con una suavidad pausada que sintió hasta los dedos de
sus pies.
―No, no lo hará.
No, no iba a gritar. No podía arriesgarse a que cualquier persona entrara y les encontrara. Con su
historia, nadie creería que ella era inocente de invitarlo.
―Basta. ―La protesta surgió como un jirón de sonido.
Él trazó la línea de su mandíbula. Nadie, especialmente no un hombre, la había tocado con
ternura en años. La dulzura era una mentira, pero su corazón no lo reconocía. Su corazón se
expandió con un anhelo incontrolable. Oh, era una idiota. Se tragó las lágrimas que obstruían su
garganta y apartó la cara.
―¿Puedo quitarle las gafas? ―susurró, inclinándose hacia delante para rozar su mejilla contra la
suya.
Tampoco había estado tan cerca de un hombre en años. Ella fue consciente de que tan diferente
era Ranelaw comparado con ella. La altura. La fuerza. La energía contenida. La barba en su
mandíbula.
Ella era un pequeño conejo estúpido, que había dejado de luchar. Su corazón golpeaba tan
locamente, cada golpe la sacudió. A través de su aturdimiento, le tomó unos segundos darse cuenta
de lo que había dicho. Él ya había le había desenganchado sus gafas.
―¡No! ―Ella se apartó, sorprendiéndole lo suficiente como para forzar un poco de espacio entre
ellos, aunque él no la soltó―. Le dije que se detuviera.
―¿No quiere saber cómo es un beso? ―murmuró―. Me parece una mujer inteligente llena de
curiosidad.
―Es usted completamente condescendiente ―le espetó, enderezando sus gafas.
―Y usted es absolutamente seductora.
Maldita sea, sonaba sincero. Se recordó a sí misma que la sinceridad era un truco de libertino.
―No me haga reír.
Levantó la mano de nuevo hacia su cara, agarrándola cuando ella trató de alejarse.
―Antonia, béseme.
Ella luchó por no oír la urgencia. Los libertinos nunca tenían prisa. Los libertinos trataban al
mundo como una gran despensa para sus apetitos. Si un plato no los satisfacía, saciaban sus antojos
con otro.
―Usted no tiene derecho a usar mi nombre de pila ―protestó, sonando a su pesar como una
virgen sin aliento.
Él le sonrió, suavizando algunos mechones de pelo sueltos que escaparon de su cofia. Más
dulzura. Más anhelo de su corazón imprudente.
―Chica tonta.
Su abrazo permaneció implacable. Y si era sincera, la magia de su toque la paralizó.
Muchacha tonta en efecto.
Ella trató de inyectar algo de fuerza en su voz y fracasó rotundamente.
―No voy a traicionar a Cassie por sus bellos ojos.
Él aún le acariciaba las sienes. Ella deseaba que parara.
Deseaba que nunca parara.
27
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―Yo no sé si tiene unos ojos hermosos. De hecho, sé tan poco de usted. Es hora de que cambie.
Incluso a través del placer, aquello sonaba inquietante. Trató de escapar, pero fue demasiado
tarde. Él agarró su cofia de encaje y la arrojó al suelo.
―¡Maldito sea, Lord Ranelaw! ―dijo en un arranque de ira, y esta vez se liberó.
Rebuscó la gorra. No se había dado cuenta de cómo se aferraba con fuerza a los elementos de su
disfraz hasta que Ranelaw amenazó con privarla de ellos uno por uno.
Temblaba tanto que tardó más de lo debido para recuperar el trozo de encaje. Se puso de pie,
agarrándolo con ambas manos con un asimiento lo suficientemente apretado como para rasgarlo.
―Váyase ―dijo en voz baja, palpitante. Las lágrimas que habían amenazado salir anteriormente
subieron más cerca de la superficie―. Sólo… váyase.
Debería haber sabido que no la obedecería. En su lugar, se quedó inmóvil. Desde su primer
encuentro, su atención había sido intensa. Ahora su interés se incrementaba a otro nivel.
Casi con reverencia le tocó el pelo, sus dedos tan ligeros como plumas.
―¿Por qué lo cubre?
―Soy una carabina, no una cortesana ―le espetó, intentando arreglar la cofia. Y de alguna
manera en el proceso restaurar su sangre fría, su confianza y su resistencia a las artimañas
masculinas.
Contra sus mejores instintos, le dio la espalda a Ranelaw para comprobar que su pelo quedaba
cubierto. Se detuvo horrorizada cuando captó su reflejo en el espejo. La mano que agarraba la cofia
cayó colgando a su costado. A pesar de las feas gafas, parecía viva, y viva de una manera que no lo
había estado en años. La última vez que tenía esta apariencia, su vida se había derrumbado a su
alrededor en ruinas humeantes. Ella se negó a permitir que eso volviera a suceder.
Tenía las mejillas sonrojadas y sus labios estaban rojos, rogando por el beso de un hombre.
No cualquier hombre.
Por desgracia, los besos que quería pertenecían al bribón que se alzaba detrás de ella y que le
puso la mano en el hombro con un gesto que ella leyó como posesivo. Una furiosa desesperación la
inundó. Jamás, en la vida iba a permitir que otro hombre la destruyera. Debía poner fin a esta
atracción insidiosa. La soledad era infinitamente mejor que la prostitución.
Ranelaw no desvió su mirada de las pálidas trenzas enroscadas alrededor de su cabeza. El estilo
severo hacía poco para ocultar el color inusual de su pelo o su grosor.
―Es un pecado ocultar tal belleza bajo ese trapo horrible. ―Ranelaw la giró para enfrentarlo.
Después de un momento de resistencia, lo dejó salirse con la suya. Un desconcierto enojado
anudó su vientre. ¿Cómo habían llegado a un punto en el que la tocaba con tanta autoridad,
hablándole con tanta intimidad? Eran extraños. Extraños hostiles en eso.
La miró como si nunca hubiera visto a una mujer.
Así que a él le gustaba su pelo. Eso no era ninguna razón para estar radiante de felicidad. A
Johnny Benton también le había gustado su pelo. En particular, había amado el peinarlo con los
dedos y colocarlo sobre sus pechos desnudos.
Eso no lo había detenido de seducirla lejos de su noble familia y dejarla sola para hacer frente a
las consecuencias.
Miró a los brillantes ojos negros de Ranelaw y reconoció que él se recreaba con fantasías
similares acerca de su cabello cubriendo su cuerpo desnudo. La agarró por las muñecas con manos
firmes, impidiéndole tirar del cordón destrozado sobre su cabeza.
28
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
29
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
común en serrín. Antes de que pudiera pensar en una réplica aplastante, su toque se suavizó con
seducción y una luz calculadora apareció en sus ojos.
Corre, Antonia, corre.
Sus pies no hicieron caso del mensaje de pánico de su mente. En su lugar, esperó en un silencio
trémulo a que su boca reclamara la suya.
Con el contacto de sus labios, ella hizo un sonido ahogado en la garganta. Agarró su chaqueta
con las manos, lista para empujarlo. Hasta que comenzó a saquear su boca y sus rodillas
flaquearon. El sabor salado y picante de Ranelaw inundó sus sentidos.
En pocas palabras todo menos el placer se desvaneció. Con un suspiro, se dejó caer en sus
brazos. Increíblemente lo sintió vacilar, como si su abrupta rendición lo desconcertase. Antes de
que pudiera aprovechar el fugaz respiro, su boca se movió con una demanda inconfundible. Todo
se disolvió en el calor. Su boca se abrió, su lengua enroscó la suya dándole la bienvenida, sus brazos
rodearon su poderoso cuerpo, acercándolo.
Antonia cerró los ojos y se ahogó en el placer caliente y oscuro. En lo profundo de los recovecos
de su mente, admitió que esto era lo que quería de él. Siempre lo había querido. Era un error, pero
su beso la hizo sentir más viva que cualquier otra cosa en los últimos diez años.
―Sabes tan dulce, Antonia ―murmuró contra su cuello. Le mordió los tendones hasta que ella
tembló.
Volvió a sus labios y la besó con tanta fuerza que se tambaleó. Cuando ella tropezó, él la agarró y
la arrastró con más fuerza contra él. Sintió el pellizco de sus dientes, el terciopelo áspero de su
lengua contra la suya.
A través de la sinfonía del deseo, campanas discordantes sonaron en advertencia. Debía poner
fin a este placer estremecedor. Antes de que ella se perdiese.
Débilmente empujó su pecho, incluso mientras se estiraba hacia arriba para buscar más del
delicioso tormento. Su cuerpo se arqueó descaradamente contra el suyo, disfrutando de la pesada
carga de su vara contra su vientre. Quería tocarlo allí. Quería tenerlo en la mano. Quería que él
empujara su dura longitud dentro de ella hasta que esta inquietante y palpitante necesidad, le
provocara un orgasmo que eclipsara cualquier cosa que hubiera conocido con Johnny Benton.
Detente.
No te detengas.
Su intento de mantener lejos a Ranelaw se convirtió en una exploración febril de su pecho.
Estaba tan caliente como un gran fuego abierto. Quería que su chaleco y su camisa de lino fino
desaparecieran. Quería su piel contra la suya.
Lo quería... a él.
Sus manos se deslizaban arriba y abajo de su espalda al ritmo del movimiento de sus labios. Se
sumió en una bruma de sensación. Un lugar que sólo sostuvo Ranelaw y su rico aroma. Aun así él la
presionó, sin darle cuartel. Se sintió mareada, sin equilibrio, embrujada.
Incapaz de protestar.
Hasta que una mano fuerte se cerró sobre su pecho. Su pezón se endureció, y un placer agudo
atravesó su cuerpo como un rayo a través de un cielo nublado.
Se dio cuenta de lo que hacía. La besó y ella le dejó. Peor aún, lo alentó a seguir este encuentro
hasta el final.
Dónde sólo el sufrimiento la acechaba.
30
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
En aras de un placer voluble, una vez había sacrificado todo. Nunca lo volvería a hacer, no
importaba lo embriagadores que fueran los besos de Ranelaw.
Arrancó los labios de los suyos y se obligó a salir la palabra que debía decir.
―No.
La negación casi la mató. La Antonia salvaje, desenfrenada, deleitándose en su primera libertad
durante años, gritó en protesta. La Antonia salvaje, desenfrenada exigía más de Lord Ranelaw, de la
misma forma en que un borracho ansiaba ginebra.
El volvió a besarle el cuello, disparando flechas de calor directamente a su vientre. Su mano se
abrió y se cerró sobre su pecho, haciéndola temblar de excitación. Contuvo la respiración. Se aferró
a sus brazos. El orgullo insistió en que la acción tenía por objeto controlar posteriores incursiones.
Una honestidad brutal la hizo admitir que ella sólo quería que la tocara.
―Ranelaw, no. ―Esta vez su negativa surgió con cierta convicción. Ella retrocedió hacia la
chimenea. Al final se había quedado sin espacio, entonces, ¿qué pasaría?
Lamentablemente, sabía exactamente lo que iba a suceder.
―No quisiste decir eso ―dijo vacilante, levantando la cabeza para examinarla por debajo de los
sensuales párpados pesados.
―Sí ―dijo, y luego jadeó cuando él comenzó a abrir los botones que sujetaban su modesto
corpiño―. Deja de hacer eso. ―Ella apartó su mano.
―Quiero verte. ―Su voz grave era una seducción en sí misma. Pero ella se había recompuesto lo
suficiente como para estar horrorizada por lo cerca que estaba del desastre.
―No vas a conseguir lo que quieres.
Su vestido se abrió, revelando una simple combinación blanca de algodón. Él debía haber visto a
mujeres con ropas más escasas, ropa interior más seductora, pero aun así, ella no pudo confundir
cómo su atención se concentraba en su escote.
―Te prometo que solo miraré.
Ella le lanzó una mirada sofocada.
―Sí, lo creo. Por supuesto que sí.
Su brazo se consolidó alrededor de su cintura.
―Me gustas más cuando te estoy besando.
―No voy a ser víctima de tu mezquino encanto.
Trató de sujetar su vestido, pero sus dedos temblaban con tanta violencia que no podía unir un
solo botón con su ojal. Una furiosa tristeza cerró su garganta. Maldito Ranelaw. Su encanto podía
ser mezquino, pero no podía resistirse. El brillo en sus ojos le dijo que el diablo lo sabía.
―¿Cómo pueden esos lindos labios decir cosas tan desagradables? ―Su boca se torció con
diversión.
El toque de humor la hizo quemarse por besarlo de nuevo. Ella silenció a la Antonia salvaje y
levantó la barbilla.
―¡Fuera, Ranelaw!
Se veía increíblemente apuesto con el pelo revuelto. Para su vergüenza, sabía cómo esas gruesas
ondas de oro llegaron a estar tan despeinadas. Había enterrado sus dedos en su pelo mientras él
complacía su boca.
31
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Que Dios la ayudara, ¿por qué era tan débil? Sabía lo que arriesgaba, pero un toque de las
manos hábiles Ranelaw y se olvidaba de todo lo demás.
Él agarró su barbilla. Su rostro estaba iluminado con una mezcla de evidente interés sexual y risa
descarada.
―Oh, no, querida. Este encuentro es muy interesante para abandonarlo en este momento
crítico.
Inevitablemente la volvería a besar. La determinación tensó la mandíbula angular y la arrogancia
chispeó en sus ojos. Él creía que su oposición era meramente simbólica.
¿Por qué no habría de hacerlo cuando ella lo había besado como si él le mostrara la puerta de
entrada al cielo?
―No ―dijo firmemente, poniéndose rígida sin lograr alejarse.
―Sí. ―Él inclinó su cara hacia arriba.
Su boca cubrió la de ella. Ella se preparó para otro asalto a sus sentidos, pero esta vez, él la
cortejó con una dulzura tan implacable como su pasión. Por un momento perdido, sucumbió al
placer.
La agarró por los brazos, su beso se profundizó. Con los pies inestables, ella se retiró. El calor en
la parte posterior de sus piernas le dijo que se acercaba al fuego, pero las llamas realmente
peligrosas en la habitación sólo eran las que Lord Ranelaw encendía en su alma.
Deslizó una mano bajo su corpiño. Por fin le tocó el pecho desnudo. Una ráfaga de excitación la
hizo estremecer. A medida que su pulgar rozaba su pezón perlado, se quedó sin aliento en su boca
abierta. Sus músculos se aflojaron, la resistencia se desvaneció en un susurro en los confines de su
mente nublada.
Desesperada, sabiendo que tenía segundos antes de que le suplicara que hiciera lo que quisiera,
y lo que él quería no era ningún misterio en, tanteó detrás de ella con una mano.
Maldita sea, ¿dónde estaba?
Por fin su mano se cerró sobre lo que quería. Su agarre se afirmó, y convocó los jirones
vacilantes de voluntad.
Y le golpeó tan duro como pudo con el atizador.
32
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 05
33
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
34
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Seguramente podría revivirlo, enviarlo a su camino, olvidando esta noche. Una cosa era segura.
Después de esto, nunca querría acercarse a ella de nuevo.
Lo que debería hacerla feliz.
Pero en esta habitación tranquila, admitió algo que nunca admitiría a otra alma viviente, algo
atroz, pero crudamente cierto. Después de tantos años aburridos y castos, había disfrutado
probando el deseo de un hombre de nuevo.
Y de este hombre. Fuerte. Viril. Hermoso.
Era irremediablemente perversa. Ranelaw tiraba de sus sentidos como un imán atraía un clavo
oxidado. Con férrea determinación, aplastó la molesta percepción en lo más profundo de su alma,
en la oscuridad, donde nunca se levantaría a la luz. Una vez, hace diez años, había mirado a un
abismo donde la prostitución se había alzado como un futuro ineludible. Nunca se dejaría caer tan
bajo de nuevo.
Tenía que hacer que se levantase y enviarlo a su camino. Rápido. Le limpió de nuevo la sangre.
―Despierta. Por favor. ―Por debajo del charco rojizo, se extendía un largo arañazo. No parecía
grave, pero no estaba cualificada para decirlo con certeza―. Ranelaw, te lo ruego, despierta.
―Antes me llamaste Nicholas ―murmuró, sin abrir los ojos.
Su ayuda se detuvo mientras la gratitud competía con la exasperación. Como sucedía a menudo
cuando estaba en presencia de Ranelaw, la exasperación salió triunfante.
―Estás vivo ―dijo rotundamente.
―Por supuesto que estoy vivo. ―Él no abrió los ojos―. Se requiere algo más que un desliz de
una chica para enviarme a mi recompensa celestial.
A pesar del vertiginoso alivio que se cocía en su vientre, gruñó despectivamente.
―No habrá nada celestial sobre tu recompensa final. ¿Por qué no me lo dijiste antes? He estado
enferma de preocupación.
―Te lo mereces. Eso fue un infierno de golpe.
―No te detenías ―dijo, mientras su conciencia le pinchó. Nunca antes había golpeado a nadie
con violencia. Ranelaw sacaba lo peor de ella.
Por fin la miró. O por lo menos abrió un ojo. El lado que ella había golpeado estaba hinchando. Al
día siguiente tendría un impresionante ojo negro.
―Tú no querías que lo hiciera.
Volviendo a vencer otra punzada de remordimiento, presionó con más fuerza sobre su lesión.
―Eres un mequetrefe superficial.
Él hizo una mueca.
―No hay necesidad de tratar de matarme otra vez.
―Estoy limpiando la sangre ―espetó. ¿Cómo podía haber lamentado tratar de asesinar al
zoquete? Se merecía un tortazo con un atizador. Se merecía un tortazo con el mástil de un barco.
Sus labios se curvaron con diversión familiar.
―¿No puedes mejor besarla?
―No, no puedo. ―Retorció el paño sobre el recipiente. A pesar de su irritación, su garganta se
apretó cuando la sangre tiñó el agua de color rojo brillante.
Se movió con dificultad a una posición sentada.
―Te ves un poco pálida, señorita Smith.
35
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
36
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
37
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Qué raro tener a un hombre en su cama. Una presencia extraterrestre en este dominio
eternamente femenino. Pero no había cambios y sabía que con toda su bravuconería, no estaba
fingiendo debilidad. Lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente, por amor de Dios. Tuvo suerte
de que no lo hubiera matado.
Antonia no quería verlo muerto. Lo quería fuera de su vida. A pesar de que no había pasado una
noche tan interesante en años. Frunció el ceño y luchó contra el impulso de alisar el grueso cabello
dorado de la frente de la Ranelaw. No era un niño indefenso. Cualquier cosa menos eso.
―Necesitas un médico.
Cerró los ojos y se veía notablemente en casa, maldita sea.
―A menos que tengas la intención de convocar uno, el matasanos debe esperar.
Frunciendo el ceño, le colocó las mantas alrededor del pecho. Él no se movió cuando apagó la
lámpara, dejando el fuego para iluminar la habitación. Cerró la ventana, tomó otra manta y se
acurrucó en el sillón acolchado, cerca de la chimenea, decidida a velar por él.
Un trueno distante perturbó los sueños inquietos de Ranelaw. Parpadeó en la oscuridad teñida
de oro y se preguntó dónde estaba.
Estaba acostumbrado a despertar en habitaciones que no conocía, pero rara vez solo y nunca en
una cama que olía a fresco y limpio. Volvió la cabeza, sólo para cerrar los ojos mientras una legión
de demonios chocaban platillos dentro de su cráneo.
Recordó.
Se había subido a un árbol de cerezo luego besó a esa arpía de Antonia Smith. Y ella lo había
golpeado con un atizador.
Hurra, Antonia.
El temible dragón estaba dormido en un sillón junto al fuego. Con cuidado, en parte por su
cabeza palpitante y en parte porque no quería despertarla a ella y a sus defensas, se levantó. Luchó
de nuevo con una oleada de vértigo.
La temible Antonia no se parecía a un terrorífico dragón en estos momentos. Parecía joven y
dolorosamente hermosa.
Se acercó más y sólo entonces se dio cuenta de lo que era diferente. De alguna manera a través
de todo el caos, había mantenido esas deformes gafas en su lugar, pero se las había quitado antes
de dormir. Su esfuerzo había soltado el precioso pelo. Las trenzas caían y zarcillos sueltos de plata
formaban un halo iluminado por el fuego. Una larga cadena arrastraba por encima del hombro
hacia sus exuberantes pechos. Su mano se enroscó como si aún tomara ese pecho, acariciando el
floreciente pezón.
¿Quién iba a imaginar que debajo de su armadura de solterona, acechaban tales curvas
espectaculares? Estaba encantado de que no hubiera cerrado su vestido. Había estado demasiado
aterrorizada pensando que lo había asesinado para darse cuenta, supuso. Había oído su miedo
cuando le suplicó que viviera. Bastardo manipulador que era, había fingido inconsciencia tiempo
después de regresar al estado de alerta.
Sus pechos ascendían por encima del feo corsé. Si fuera responsable de vestirla, quemaría toda
la ropa que tenía. La cubriría de encaje negro. O escarlata. Algo para hacer resaltar la pureza
cremosa de su piel.
Extendió la mano para agarrar la repisa de la chimenea. No estaba tan seguro sobre sus pies
como le habría gustado y le dolía la cabeza como el mismo diablo. Su mirada no se apartaba de la
mujer dormida que había probado este tipo de inesperadamente delicioso abrazo.
38
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
¿Por qué una criatura tan hermosa ocultaba sus generosos atractivos? ¿Por qué una potra como
ella se conformaba con una existencia tan limitada?
Su temperamental madre había empleado una serie de acompañantes, ninguna de las cuales
duró más de unos pocos meses. Para Ranelaw, ese tipo de vida siempre le había parecido un ser
ingrato. A entera disposición de alguien y su llamada. Un pequeño salario a cambio de una módica
respetabilidad y un techo sobre la cabeza. Supuso que los Demarests trataban a la señorita Smith
con más consideración que su insensata y frívola madre había tratado alguna vez a sus
acompañantes. Pero, en esencia, había poca diferencia entre la señorita Smith y esas mujeres sin
rostro.
Seguramente Antonia tenía una opción en la materia. Miles de hombres gustosamente
cambiarían su fortuna por una mujer tan hermosa. Ella tendría su propia casa, su propia vida, niños,
un marido para calentar su casta cama.
Salvo que lo había sorprendido, él que decía ser imperturbable. Antonia Smith no besaba como
una virgen. Le besó como una mujer que conocía el tacto de un hombre. Había tenido la intención
de convencerla palmo a palmo para que revelara sus delicias. Pero después de la más mínima
vacilación, respondió con un fervor que casi le había volado la cabeza.
Con aire ausente recogió las gafas de la mesilla donde las había dejado. Las hizo girar
distraídamente, luego las levantó, preguntándose cómo era de miope.
Los lentes eran lisas de vidrios polarizados, sin aumento.
Bueno, bueno.
La señorita Smith se volvía más interesante por momentos.
Después de las revelaciones de esta noche, la deseaba más que nunca. No iba a pelear con él si
se apoderaba de ella ahora. O podría luchar al principio, pero cedería muy pronto.
Entonces, ¿por qué estaba de pie soñando despierto con ella como un maldito Romeo en lugar
de demostrar lo explosivo que sería el sexo? No tenía ningún sentido.
Asimismo, no tenía sentido que encontrara placer simplemente mirándola. Incluso dormida, su
rostro estaba lleno de carácter y una viva belleza femenina.
¿Por qué ningún otro hombre había visto lo que él había visto? Su disfraz era rudimentario.
Cabello raspado bajo esa gorra, gafas, el vestuario poco favorecedor.
Forzando a remitir los tambores golpeando en su cabeza, se inclinó sobre ella. No podía dormir
en ese sillón toda la noche. Con una dulzura que se negó a categorizar como cuidado, deslizó sus
brazos por debajo de ella y la levantó contra su pecho.
Ella era alta, pero esbelta. Normalmente llevarla le costaría poco esfuerzo. Su cabeza le daba
vueltas y la habitación giró a su alrededor. Brevemente se preguntó si ambos terminarían
derribados en la alfombra. Desde que lo había noqueado, él no estaba para llevar dragonas
dormidas.
Ella murmuró algo incomprensible que podría haber sido su nombre, estaba seguro de que no
podía ser, y se enroscó en su cuerpo. Su agarre se apretó y sintió algo a través de él que otro
hombre podría llamar posesividad. Se quedó quieto, disfrutando de su peso caliente a pesar de que
sus rodillas amenazaron con colapsar bajo él.
Su familiar aroma provocó a su nariz. Todavía no podía ubicarlo, aunque le hizo pensar en todo
lo que no tenía cabida en su vida. Inocencia. Alegría. La belleza de la campiña abierta. Flores de
primavera. Lluvia. Como para confirmar el pensamiento, la lluvia golpeaba contra el cristal de la
ventana, haciendo sonar el marco.
39
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La miró fijamente, paralizado por lo bonita que era. En este momento, Antonia parecía tan joven
como Cassie Demarest y mucho más vulnerable. Si tuviese una gota de piedad, la dejaría ir. Sólo iba
a terminar destruyéndola.
Ya era demasiado tarde. Él la quería y la tendría. Ella también lo quería, aunque no podía
imaginarla admitiéndolo a este lado del Hades.
La corta distancia a la cama eran como millas, pero extrañamente nunca se le ocurrió
despertarla y hacerla caminar. Con cuidado, la depositó sobre las sábanas, para que cuando la
doncella llegara por la mañana, Antonia estuviera donde se suponía que debía estar. Sólo por esta
noche, no quería que sufriera por su temeraria invasión. Ya le había causado problemas. No se
perdió los signos de falta de sueño y la tensión en su rostro, incluso en reposo.
Debería sacarle el vestido. Pero no confiaba en sus buenas intenciones tan lejos. Ella tendría que
inventarse alguna excusa acerca de quedarse a medio vestir.
Renuente a liberarla, pero sabiendo que debía, aunque sólo fuera porque el impulso de
abrazarla era tan fuerte, deslizó sus brazos libres. Ella se acomodó sobre el colchón con otro de
esos malditos suspiros excitados.
Tenía que irse. Los sirvientes estarían alrededor pronto. Tendría que tener cuidado de no alertar
a los mozos de cuadra de su presencia. Y aún tenía que lograr un descenso en la lluvia con una
cabeza que le dolía lista para explotar.
Ella suspiró de nuevo y sus párpados se abrieron. Tenía los ojos azul claro como el cielo en una
clara mañana de enero.
No debería estar sorprendido. Desde su cabello pálido y plateado, a su piel blanca, la suya era
una belleza invernal. Pero la pureza de esa mirada inconsciente cortaba como un cuchillo. Sus
manos se apretaron a sus costados.
―Nicholas. ―Una sonrisa somnolienta curvó su boca.
Él sabía que todavía flotaba en el sueño. Pero no pudo evitar inclinarse y susurrarle.
―Duerme, Antonia.
Ella volvió la cabeza y apretó los labios con los suyos brevemente. La dulzura lo traspasó hasta
los huesos. Soportó el beso sin profundizar en ella, aunque su estómago dio un vuelco a la
invitación silenciosa.
―Estoy soñando, ¿no?
―Sí ―forzó desde un nudo en la garganta. Incapaz de resistir un último gusto, rozó su boca
sobre la de ella en un beso poco menos inocente.
Si no se iba ahora, no se iría en absoluto. Esperaba que el infierno lo hiciera bajar del árbol.
Después de la noche húmeda, sería tan resbaladizo como un cerdo engrasado. Si se caía de culo, la
señorita Smith aún tendría que dar explicaciones, no obstante él trataría de proteger su reputación.
Lentamente se enderezó y echó una mirada final, persistente. Quería imprimir esta Antonia en
su memoria, para recriminárselo la próxima vez que la viera engalanada como un maldito
espantapájaros.
Se volvió y fue hacia la ventana.
Antonia abrió los ojos a una mañana soleada. Estaba tumbada con su vestido negro bombasí
encima de la cama. No hubo desorientación. Recordaba exactamente lo que había pasado, aunque
los detalles hacia el final se volvieron borrosos. Lo más extraño de todo, tenía un vago recuerdo de
Lord Ranelaw besándola tiernamente antes de irse.
40
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ella debía haberlo conjurado a partir de su imaginación. Incluso si cada otro evento increíble era
real.
Aturdida se sentó y empujó el pelo enmarañado de la cara. El agotamiento pesaba en sus
miembros. Una taza de chocolate congelado colocada en la mesilla de noche. Había estado tan
profundamente dormida, que no había oído la doncella. Un hecho inusual para la señorita Smith,
quien por lo general rondaba por la casa mucho antes del desayuno.
Sonó un golpe suave antes de que Cassie corriera adentro, con un vestido de muselina de color
de sol.
―Toni, dormilona. He estado despierta durante horas.
Antonia puso sus pies en el suelo y trató de forzar su mente cansada para que funcionara.
―Buenos días, Cassie.
El enfoque de Antonia permaneció en la noche anterior. ¿Estaría Ranelaw bien? Esperaba que el
atizador no le hubiera hecho un grave daño. ¿Qué haría con ella esta mañana? No era lo
suficientemente optimista como para imaginar que ignoraría lo que había descubierto. Era
demasiado inteligente para eso, maldito fuera.
―Y ni siquiera te desvestiste. ―Un ceño fruncido cruzó la bonita cara de Cassie―. ¿Te estoy
haciendo trabajar demasiado? Nunca te quedaste dormida.
Antonia empezó a negar con la cabeza, y luego decidió que el cansancio podría excusar su
comportamiento inusual.
―No estoy acostumbrada a trasnochar tanto. No soy una ramita joven como tú.
Cassie le dio uno de sus bufidos.
―Sí, a los veintisiete años, estás en tu chochez. ¿Estás preparada para el viaje a Surrey?
―¿Surrey?
Cassie le cogió la mano y la apretó.
―Vamos a casa de los Humphreys durante quince días. ¿Lo has olvidado?
Los Humphreys.
Dos semanas en Surrey. Dos semanas lejos de las tentaciones y distracciones de Londres. Dos
semanas lejos de un fascinante libertino en particular.
La mirada de Antonia se dirigió a la ventana, deslizándose sobre los pétalos blancos como la
nieve que cubrían el suelo. Nicholas Challoner era peligroso y cada día se volvía más peligroso. Si el
cielo tuviera misericordia, hasta que regresaran, él se aburriría con su presa ausente y cazaría en
otros dominios.
El destino la rescataba de nuevas invasiones nocturnas. Que traviesa y malvada chica que era. En
este momento, no se sentía especialmente agradecida.
41
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 06
Después de varios días en el campo, Antonia finalmente había logrado controlar su breve
locura pasajera. La constante, aunque poco excitante, rutina que la había sostenido durante diez
años se reanudó, a pesar de que estaba en una casa diferente y con gente diferente. Cassie también
había vuelto a su antigua personalidad alegre. La veta febril que caracterizaba sus actividades en
Londres se había evaporado.
La fiesta campestre estaba integrada en gran parte por personas de la edad de Cassie y sus
familias. Era más del tipo de entretenimientos que disfrutaban en Bascombe Hailey. Rural.
Inocente. Poco sofisticado. Caballos. Perros. Paseos por el campo. Juegos al atardecer y luego ir a
acostarse temprano.
Ninguna excitante amenaza de peligro.
No había granujas endiabladamente apuestos, al acecho para tentar a alguna dama
desprevenida. O la desprevenida acompañante de una dama.
Pelham Place estaba ubicada en un bonito rincón de Surrey. Más salvaje que la mayoría de las
casas de ese cultivado condado, con bosques y un rio y un área salvaje que casi podría pasar como
un páramo.
Antonia dedicó agradables horas a explorar las inmediaciones. Horas en las que se convenció a sí
misma que era aceptable dedicar algún pensamiento ocasional al poco respetable Marqués de
Ranelaw y sus besos.
Por un único, brillante e incandescente momento, había sido Lady Antonia Hilliard nuevamente.
Pero con cada día que transcurría, recordaba que Lady Antonia ya no existía, destruida por sus
lascivas pasiones. En su lugar se hallaba la señorita Smith, con demasiado en juego como para
apostar su futuro en la sonrisa de un libertino. Especialmente un libertino que la perseguía
únicamente para facilitar su flirteo con otra mujer.
Aunque sin importar cuánto insistiera en que él quería a Cassie, una parte en lo más hondo de
ella no podía aceptar aquello como cierto.
Seguramente era la vanidad la que hablaba. Vanidad y una testaruda estupidez. Cassie era
bonita y estaba lejos de ser una cabeza de chorlito. Cualquier hombre estaría orgulloso de
reclamarla como suya.
Cinco días después de su llegada, Cassie y Antonia avanzaban cruzando los ondulantes prados
hacia Pelham Place. Habían disfrutado de un prolongado paseo vespertino junto al rio. El inestable
clima que había caracterizado su estadía en Londres, se había transformado en una primavera
perfecta. Antonia se había alegrado de su deteriorado sombrero, sin importar lo feo que fuera, y
había regañado a Cassie para que llevara puesto el suyo, mucho más bonito. Cassie tenía tendencia
a tener pecas, algo que Antonia pensaba que era encantador, pero que podía provocar la
desaprobación de los árbitros de la moda.
42
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Un grupo en la terraza se giró para observarlas acercarse. Lady Humphrey solía servir el té fuera,
por lo cual la reunión no alertó inmediatamente a Antonia.
Una veintena de huéspedes se alojaban en la casa. Al aproximarse a la terraza se dio cuenta que
su número había crecido, y que le resultaban familiares los recién llegados, o al menos uno de ellos.
—¡Lord Ranelaw! —chilló Cassie sin aliento, subiendo rápidamente los planos escalones hacia la
terraza.
Cuando Ranelaw se quitó el sombrero para saludar a Cassie, Antonia observó que su cara aún
mostraba señales del ataque. Tenía un cardenal alrededor del ojo y el rasguño había sanado a una
irritante y elegante línea a lo largo de su altivo pómulo. Sus heridas solo enfatizaban su atractivo.
—Señorita Demarest. —Ranelaw le tomó la mano y se inclinó sobre ella. Cuando miró a una
consternada Antonia, de pie detrás de Cassie, sus párpados cubrieron sus ojos. Nada más grosero
que un guiño.
El horror la atravesó de pies a cabeza, dejándola aturdida. Con las manos apretadas en puños a
sus costados, miró al réprobo.
Que el Dios de los cielos la ayudara.
Había pensado que estaba a salvo. Pero el peligro en que se hallaba era más grande que nunca.
Y Cassie también estaba en peligro.
Antonia se movió para arrastrar a su embelesada prima lejos de él antes que pudiera recordar
donde se hallaba. Se inclinó en una breve reverencia que rozaba la ofensa.
Lady Humphrey dio un paso adelante.
—Lord Thorpe ha invitado a algunos caballeros adicionales para que se unan a nuestros festejos,
señorita Demarest. Nuestras tranquilas noches deberían volverse bastante más animadas.
Demasiado animadas, pensó Antonia amargamente. Observó a Cassie y no se sorprendió al ver
que la joven no demostraba ninguna sorpresa ante la llegada de Ranelaw. Ahora entendía por qué
su pupila había accedido de tan buena gana a ser enviada al campo. Quería arremeter contra Cassie
por ser una jovenzuela tonta e inocente, pero la mayor parte de su rabia iba dirigida hacia el
engreído Marqués.
Ranelaw observaba a Cassie con ojo evaluativo. ¿Por qué no? La joven se veía encantadora con
sus mejillas arreboladas por el ejercicio y la emoción que iluminaba sus ojos azules.
Ay Cassie, eres tan fácil de leer.
Antonia poco podía hacer para anular el deleite de su prima. Le habría gustado pensar que
Ranelaw se aburriría de la ostensible admiración de la joven, pero la experiencia le indicaba que los
hombres nunca se cansaban de la adulación. El deslumbramiento de Cassie solo alimentaba su
interés. No era de extrañar que fuera un canalla tan arrogante.
A través de una neblina roja de ira, Antonia apenas oyó a Lady Humphrey presentar a los cuatro
recién llegados. Lord Thorpe resultó ser el sobrino de la dama. El hombre no solo era su pesadilla
preferida más reciente, también estaba emparentado con la mitad de la alta sociedad.
Cuando dejó de echar chispas, escuchó a uno de los caballeros preguntar a Ranelaw por el
estado de su cara. Sus ojos se posaron burlonamente sobre ella, pero Antonia se negó a darle la
satisfacción de verla avergonzada.
—¿Me creería si le dijera que un tigre me atacó?
43
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—¿Un tigre? —preguntó Cassie llevándose una mano al pecho en un coqueto gesto que Antonia
nunca le había visto hacer. Ranelaw ejercía un lamentable efecto en su prima, quien hasta ahora
había estado deliciosamente carente de artificio alguno.
—No seas exagerada —le espetó Antonia en voz baja.
Ranelaw se echó a reír.
—Tal vez debería decir que fue una tigresa.
Thorpe le dio una palmada en el hombro.
—¡Ten cuidado con los animales salvajes en Piccadilly, viejo!
Una carcajada general siguió a esa declaración, y esta vez Antonia no pudo resistir la tentación
de buscar su oscura y pícara mirada. Su leve sonrisa despertó a los demonios en su interior, los
mismos que había esperado que el aire del campo hubiera desterrado.
Que él invadiera sus pensamientos había sido penitencia suficiente. Ahora no tenía escapatoria.
Iba a infectar los próximos quince días con miedo, rabia y un inoportuno deseo. Esta fiesta
campestre prometía convertirse en la definición misma de purgatorio.
¡Maldito Ranelaw! ¿Es que nunca iba a conseguir un momento de paz?
Cassie, como era comprensible, hizo todos los intentos habidos y por haber para evitar tener una
conversación privada con Antonia. A pesar de su desaliño, se quedó fuera para tomar el té y
participar del coqueteo que los caballeros habían generado en lo que hasta este momento había
sido una reunión deliciosamente apacible.
Lord Ranelaw y Cassie se unieron a la alegría general, sin concentrarse exclusivamente el uno en
el otro, como pudo notar Antonia con cierto alivio. Pero entonces, pensó con amargura, ¿por qué
iban a apurarse en expresar sus preferencias? Tenían varios días por delante para hacer travesuras
y una gran propiedad en donde hacerlas.
No por primera vez, maldijo a Godfrey Demarest por haberla dejado sola para guiar con
prudencia a Cassie en su primera temporada. Sólo por una vez, podría haber puesto a su hija por
sobre sus mundanos placeres.
Su dolor de cabeza volvió con una venganza y, finalmente se excusó murmurando una disculpa.
Con tantos ojos observando, no parecía posible que Cassie se escabullera con su pretendiente.
Nadie observó a Antonia irse. A excepción de Ranelaw. Él simuló espléndidamente estar
totalmente inmerso en la conversación, pero Antonia sabía que su atención sobre ella no había
disminuido ni por un segundo. No tenía intención de permitirle olvidar que existían asuntos
pendientes entre ellos.
Antonia se retiró al pequeño y oscuro cuarto que le habían asignado junto al de Cassie. La
recámara era apropiada para un sirviente de rango superior. Lejos de casa, no podía ser tratada
como un miembro de la familia sin que hubiera murmuraciones.
En un intento de calmar el enloquecido ritmo de su corazón, se echó agua helada en la sonrojada
cara. Utilizó una raída toalla y se repitió a si misma por enésima vez que debía acostumbrarse a su
humilde alojamiento.
Para el final de la temporada, era muy probable que Cassie estuviera comprometida. Y por Dios
que esperaba que no fuera con Ranelaw, aunque en realidad no era candidato a la mano de Cassie.
El señor Demarest jamás consentiría que su única hija se casara con un libertino impertinente,
incluso si el Marqués actuara como era debido y pidiera su mano. Siendo él mismo un libertino
impertinente, Demarest era muy insistente en que su hija permaneciera bien lejos de los de su raza.
44
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Una vez que Cassie estuviera casada ya no necesitaría una acompañante. Su prima hacía tiempo
que le había dicho que planeaba llevarla con ella a su nuevo hogar, pero pocos jóvenes recién
casados aprobarían ese plan.
No, el futuro más probable para Antonia Smith era emplearse en otra casa. Mientras recorría su
poco atractiva habitación, sofocó un deprimente suspiro frente a la perspectiva de una vida en
aquel tipo de ambiente.
Cassandra volvió mucho más tarde a cambiarse para la cena, sonriendo y moviéndose con
ligereza por la habitación. Su sonrisa flaqueó cuando observó a Antonia esperándola en la silla junto
al fuego. El día había sido cálido pero las noches aún eran frías.
—Toni —Cassie se ruborizó y desvió la mirada con aire de culpabilidad mientras dejaba el
sombrero sobre la cama—. ¿No vas a cambiarte?
—Puedo cambiarme en cinco minutos y lo sabes —dijo Antonia con reprobación—. Me has
decepcionado.
—Yo… no sé a qué te refieres. —La joven no la miraba a los ojos. Caminó hacia el tocador
haciendo gala de un poco convincente aire de despreocupación y comenzó a quitarse las horquillas
que sujetaban su peinado—. Bella estará aquí en un momento.
—La llegada de Bella puede retrasar lo que tengo que decir. No te vas a salvar de escucharlo.
Cassie se volvió, su barbilla en un ángulo que Antonia reconoció. Cassie raramente se plantaba,
pero cuando lo hacía podía ser tan obstinada como su padre.
—Si te hubiera dicho que Lord Ranelaw vendría a Surrey habrías encontrado alguna excusa para
quedarnos en Londres.
—Al menos admites que había un plan.
Cassie tuvo la decencia de parecer avergonzada.
—No fue un plan.
Antonia arqueó una ceja escéptica.
—¿No?
Cassie jugueteó con el lazo rosado de su corpiño.
—Lord Ranelaw me preguntó si asistiría al baile de los Scanlan. Le contesté que nos iríamos de la
ciudad durante dos semanas. No es mi culpa que él nos siguiera.
¿Nos? Ah no. No "nos". El poco respetable Ranelaw perseguía a su pupila y si Antonia no tenía
cuidado, la conseguiría.
—Cassie, él es atractivo y encantador. Sus atenciones harían girar la cabeza de cualquier dama.
Incluso una dama tan sensata como tú.
Cassie continuaba mostrándose terca.
—Me tratas como a una niña.
Antonia negó con la cabeza.
—No. Pero sé mejor que muchos lo que estás arriesgando.
—Sus intenciones son honorables.
El corazón de Antonia se hundió. Se dijo a sí misma que era porque no había comprendido que
las cosas hubieran llegado a tal extremo. La honestidad la impulsaba a admitir que algo de su
consternación provenía de desear a Lord Ranelaw para ella.
—¿Él te ha dicho eso?
45
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La joven se encogió de hombros y comenzó a cepillar su cabello con el pesado cepillo de plata
maciza que su padre le había regalado cuando cumplió doce años. Cassie era buena de corazón y
muy lejos de ser estúpida, pero Antonia no podía olvidar que también increíblemente mimada. Si
esto se transformaba en una lucha de voluntades, los problemas no harían más que aumentar.
Durante años había sido la confidente y acompañante de Cassie. La mayor parte de ese tiempo, la
tarea había sido ridículamente fácil.
Claramente Antonia debía considerar esa fase finalizada.
—¿Cassie? —Cuando la joven no contestó Antonia mantuvo deliberadamente suave el tono de
su voz—. ¿Lord Ranelaw ha mencionado el matrimonio?
Durante la tensa pausa su mente se inundó de salvajes y apasionados recuerdos, de Ranelaw
besándola. Una vez había sido lo suficientemente ingenua para pensar que un hombre que besaba
tan desesperadamente a una mujer no podía tener interés en otras conquistas.
Finalmente Cassie a negó con la cabeza de mala gana.
—No, es demasiado pronto —continuó en un tono estridente, como si intentara convencerse a
sí misma y a Antonia—. Se comporta como un hombre respetable cuando corteja a una dama. Si
sus intenciones no fueran honorables no lo haría en público.
—Cassie, es demasiado viejo para ti. Demasiado experimentado. Incluso si planeara casarse, no
creo que pudieras ser feliz con él. Un hombre como ese no conoce el significado de la palabra
fidelidad.
La joven sacudió la cabeza.
—¿No crees que soy lo suficientemente mujer como para mantenerlo a raya?
—Cassie… —Antonia hizo una pausa, sin palabras. El problema era que realmente lo creía. No
estaba segura de que nadie fuera lo suficientemente mujer como para torcer la lascivia de Ranelaw.
Insistió en algo que ya había dicho—. No quiero que te lastimen.
Su respuesta, en vez de apaciguarla, la enfureció más.
—Solo porque tú perdiste la cabeza por una cara bonita no significa que otras jóvenes también la
pierdan.
Antonia se puso rígida, herida por el tono despreciativo de Cassie. La joven nunca había sido
rencorosa, pero había notado cambios en la chica en Londres. Tanta admiración general podía
confundir a cualquiera. Hasta ahora, Antonia no había notado hasta donde se había extendido el
daño.
Se dijo a sí misma que Cassie no quería ser hiriente. Pero al leer el desafío en la enojada cara de
la joven, no podía acabar de convencerse de que fuera cierto.
—Sé qué piensas que estoy siendo demasiado cuidadosa, pero…
—No soy tan inocente —dijo con resentimiento para luego alejarse airadamente—. Sé más de lo
que piensas.
Antonia sintió una punzada de miedo culpable. ¿Era su pupila consciente de la punzante tensión
sexual entre ella y Ranelaw?
Seguro que no. En público, Ranelaw era muy cuidadoso de no develar su interés por Antonia.
Querido Dios, por favor sálvala de su propia estupidez. No había nada que ocultar. Su interés no
era real.
46
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Después de una noche agitada, plagada de ansiedad por Cassie y el abierto flirteo que Lord
Ranelaw le dispensaba, Antonia se levantó temprano. Pronto ya no necesitaría un disfraz para
representar el papel de vieja bruja. Cuando se miró al espejo, lucía tan cansada y consternada que
era un alivio ocultarse detrás de sus gafas.
El sol apenas si había asomado por el horizonte. Los invitados no se moverían durante horas.
Esta era su momento favorito del día aquí. Antes de abandonar la casa se asomó a la habitación
contigua para observar a Cassie dormida y luciendo como el ángel perfecto que ciertamente no era
estando despierta.
En los establos, los mozos ya le tenían el castaño castrado ensillado. El caballo la saludó con un
suave relincho.
—Hola precioso —murmuró, extendiendo su mano con un trozo de manzana.
Se había comido el resto de la manzana en su caminata a través del prado cargado de rocío. El
mundo lucía renovado. Su agitación se desvaneció. El diablo no podía prevalecer en esta radiante
mañana.
No era tan tonta como para creer que su felicidad duraría, pero los momentos de
despreocupación eran tan raros últimamente que se apegaría a éste. Momentos sin
preocupaciones cuando estaba sola y no era observada. Esa era una de las razones por las que
atesoraba estos paseos a caballo en la quietud del amanecer. Al principio había esperado que los
caballeros más enérgicos hiciesen su aparición pero la tentación del oporto y el salón fumador
hasta pasada la medianoche, habían probado ser demasiado fuertes.
Sus dos primeras mañanas, había solicitado diligentemente que un mozo la acompañara. Ahora
que conocía la propiedad, cabalgaba sola. Por una breve hora, saboreó la libertad. Por un instante
fugaz volvía a ser Lady Antonia Hilliard, no la adusta señorita Smith.
47
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
En cuanto la casa estuvo fuera de la vista, se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo.
Inmediatamente los colores cobraron vida. Inhalando profundamente una bocanada de aire
fragante, instó a su caballo a un galope sostenido en dirección a un sendero densamente arbolado.
Debería haber adivinado que su alegría gozaría de una vida breve.
Rodeó una cerca y delante de ella, en un enorme caballo gris, la esperaba el diablo que maldecía
su existencia. Iba vestido para estar en el campo, con una chaqueta de piel de ante marrón,
pantalón de montar y botas negras tan relucientes que parecían espejos. Con el estómago anudado
en una mezcla inestable de irritación y nerviosismo, Antonia detuvo su caballo a unos pocos
metros.
—Señorita Smith, que agradable sorpresa. —Su burlona sonrisa le torcía la boca mientras se
quitaba el sombrero. La luz del sol se reflejó en su dorado cabello, compitiendo con el brillo de sus
ojos negros.
Devorándola con la mirada, como si fuera la mujer que él deseaba, Ranelaw volvió a colocarse el
sombrero en un gallardo ángulo. Resentida, Antonia lo miró fijamente.
Se había pasado la noche anterior haciendo puntos con Cassie, durante la cena y luego en un
divertido juego de prendas que había llamado la atención de todos. Evidentemente, la cautelosa
regañina de Antonia no había hecho otra cosa que incentivar a Cassie a demostrarle que no quería
ser aconsejada en lo que al cortejo de Ranelaw se refería. Antonia bien podría haberla dejado sola.
Por supuesto, los celos la habían apuñalado, cuando lo observó flirteando con su prima. No sería
humana si no los hubiera sentido. Pero su reacción predominante era la preocupación por la
felicidad de Cassie. En lo más profundo de su ser, Antonia estaba convencida de que Ranelaw no
quería nada bueno para la joven.
—Lord Ranelaw —le dijo con tono aprensivo—. Me ha seguido.
—Por supuesto que no la he seguido —dijo su némesis con calma.
Se dio cuenta de que no llevaba puestas las gafas. Con el corazón agitado, hurgó en su bolsillo.
—No me trate como si fuera tonta.
Él la miraba con esa misma mirada predatoria que le había visto en Londres. Esos pocos días en
Surrey la habían hecho olvidar su efecto devastador.
—No la seguí por la sencilla razón de que sabía exactamente donde estaría. Ayer mantuve una
larga conversación sobre sus paseos matutinos con un mozo de cuadra. Para beneficio del joven.
Lograba que su ardid sonara como la conducta de un hombre razonable.
—Seguramente sobornar a los criados debe ser una tarea tediosa —dijo ella con acritud, todavía
tratando de encontrar sus gafas.
—Las recompensas valen la pena. —Centró su atención en lo que ella hacía—. Es demasiado
tarde para que te preocupes por esconderte de mí, Antonia.
Y así, de repente, se encontraba de vuelta en Londres, en sus brazos. Había sido tan rápido como
si la hubiera besado con su boca ardiente y voraz, como si la hubiera presionado contra su largo y
esbelto cuerpo. Se quedó inmóvil con la humillación y una punzante oleada de calor le inundó el
rostro.
—¿Por qué estás aquí, Ranelaw? —Le preguntó con rudeza, mientras sacaba la mano
temblorosa del bolsillo, y las enroscaba alrededor de las riendas. El castaño percibió su inquietud y
se removió, resoplando inquieto.
Ranelaw miró a su alrededor, con la cara iluminada por la diversión.
48
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
49
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Para su amarga vergüenza, él decía la verdad. Podía ver que él esperaba alguna molesta negativa
que confirmara su susceptibilidad. Bueno, podía esperar hasta que el infierno se congelase.
—Está arruinando mi mañana, Lord Ranelaw —le respondió fríamente, y espoleó su caballo en
un agitado galope por el sendero. Se inclinó sobre el cuello de su montura y dejó que el viento
borrara sus ardientes lágrimas.
50
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 07
51
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw se rio, el efervescente entusiasmo corriendo por sus venas como champán. Nunca
antes había sentido ese extravagante hambre por empujar a una mujer a sus límites, tomándola
hasta que ella gritara.
—No me pegues, Antonia.
—¿Por qué? —Gruñó—. ¿Por qué podría hacerte daño?
Él se rio. Ella tenía una opinión tan exagerada de su capacidad para resistirlo. Era una de las
cosas que encontraba encantadora sobre confundirla. ¡Qué delicia cuando por fin estuviera debajo
de él, jadeando con rendición incondicional!
—No, porque esta maldita vez, le diré a cualquiera que pregunte exactamente de dónde vienen
mis contusiones.
Sus ojos azules destellaron. Una vez más, se maravilló de su belleza, por lo general oculta detrás
de sus gafas. Grandes, claros y ligeramente inclinados. Gruesas pestañas más oscuras que su pálido
pelo. Con una punzada de remordimiento no deseado se dio cuenta que las pestañas estaban
apelmazadas con lágrimas secas.
Sin embargo, enojada como estaba, la mirada que le clavó no contenía ninguna suavidad. Sólo
rabia y algo que en una mujer menos compleja, habría interpretado como deseo.
—Estoy dispuesta a correr el riesgo —espetó ella.
—Yo no. —Le arrebató la fusta de sus manos enguantadas—. Eres una moza violenta, ¿verdad?
Había un encantador rubor rosado en sus mejillas. ¿Cómo podría haber considerado a esta mujer
simple? Incluso bajo su disfraz, debería haber reconocido su esplendor. Mientras la miraba
fijamente con admiración, algo sobre su tez le pareció familiar. El pensamiento fugaz se alejó antes
de que pudiera atraparlo.
—Sólo cuando me incitan. —Trató de liberar a su caballo de un tirón, pero el mantuvo un firme
control. Todo lo que consiguió fue un inquieto movimiento lateral de su montura.
—Tanta pasión, Antonia. —Con un gesto deliberadamente desdeñoso, dejó caer la fusta al
suelo—. Esto hace a un hombre desear tomarte en sus brazos. Subirías como el fuego.
La luz se atenuó en sus ojos azules como el hielo y su boca se apretó en lo que reconoció como
vergüenza. Ácida cólera se removió en las entrañas de Ranelaw. Alguien en algún lugar la había
enseñado a aborrecer a la apasionante mujer que era.
Su mirada vaciló lejos de él.
—Por favor, deja que me vaya —dijo con voz apagada.
Había tratado de intimidarla, para ganar ventaja. Ahora que no podía confundir la caída de sus
hombros, se dio cuenta de que quería su espíritu, no su abatida sumisión. Quería que luchara.
¿A quién diablos estaba tratando de engañar? La deseaba de cualquier manera en que pudiera
tenerla. Cada minuto con ella aumentaba su anhelo.
No era por naturaleza un hombre amable, pero sabía cómo fingir amabilidad para conseguir lo
que quería. Soltó el agarre de sus riendas y bajó la voz al tono de persuasión que nunca dejaba de
atraer a una mujer a la ruina.
—La mañana es demasiado bonita para pelearse. Camina conmigo, Antonia.
Ella se puso rígida y lo miró con nerviosismo.
—Tengo que volver.
—Tonterías. Todavía es temprano.
52
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
53
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Mientras seguían un sendero tenue a través de los árboles, se puso a caminar a su lado. La
hojarasca amortiguaba el ruido de los cascos de los caballos, hasta llegar a un ritmo calmante.
Incluso bajo los árboles, la mañana se hizo incómodamente caliente. Se quitó la chaqueta y se la
echó al hombro. Ella le lanzo una mirada penetrante. Esperó una protesta contra esa violación del
decoro, pero permaneció en silencio.
El sendero era tan estrecho, que a veces se rozaban con los brazos. La primera vez que sucedió,
ella saltó como un gato escaldado, pero cuando él no intentó tomarse ninguna libertad adicional,
finalmente se relajó.
Ranelaw se aprovechó de sus inusitadamente confiadas maneras. La quería en su cama. Pero
con ese deseo sin fin llegó su curiosidad que le corroía acerca de sus opciones aparentemente
inexplicables.
—¿Creciste en el campo?
Ella asintió con la cabeza, chasqueando con su fusta la larga hierba que ribeteaba el camino. En
los salones de baile de la capital ella reprimía su energía natural. Aquí revelaba más de su
verdadero yo cada segundo, lo hacía sin saberlo.
—Sí. Pero en un lugar mucho más salvaje que este.
Ella se sentía en casa en esta finca, y el mozo de cuadra había comentado su aplomo manejando
un caballo difícil. Desde el principio, el título de Ranelaw no le había golpeado con especial
admiración.
Inusual en una dama de compañía.
Todo apuntaba a una mujer del nivel de Ranelaw en la sociedad.
Si era así, ¿por qué desempeñaba el ridículo papel de acompañante de una frívola mimada como
Cassandra Demarest? Incluso el padre de Cassie no era de un escalón superior. El hombre era el
segundo o el tercer primo del Conde de Aveson, un vínculo demasiado tenue para endulzar el
olorcillo de comercio que se aferraba a la fortuna de Demarest.
Esperando animarla a continuar, Ranelaw se encontró confiándose por su parte.
—Yo también. En Hampshire. Cerca del mar. En una casa de campo en ruinas infestada de niños
ingobernables y adultos aún más ingobernables.
Raramente hablaba de su infancia. El tema movía pocos recuerdos felices.
En su opinión, su educación le proporcionaba un argumento infalible contra el matrimonio como
institución. Sus padres se habían odiado entre sí. Había odiado a su padre más con cada año, y una
vez que fue lo bastante mayor para formarse una opinión independiente, había sentido poco más
que desprecio por su simple y auto-indulgente madre.
La casa había estado llena a rebosar con una marea de humanidad rebelde que cambiaba
continuamente, hijos, amantes, criados, varios parientes y aduladores. La intriga política que no
habría deshonrado a un tribunal otomano había envenenado su infancia. Hasta los once años, el
afecto que Eloise le había proporcionado fue su única constante, pero entonces su padre la había
desterrado para siempre.
No, estaba más que feliz de renunciar a las dudosas alegrías de la vida familiar para las personas
cuyo optimismo superaba la triste realidad.
Ella le lanzó una mirada de cautelosa curiosidad.
—Eso no era lo que me imaginaba.
54
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Sabía que tenía que pensar en él en su ausencia, aunque solo fuera para relegarle a la perdición.
Pero su admisión le llenó de placer. Si se instalaba en sus pensamientos, pronto se instalaría en su
cama.
—¿Qué te imaginabas?
Sus labios se curvaron con humor irónico.
—Que fuiste completamente engendrado como siervo de Satanás.
Con cada segundo, su tensión se escurría. Levantó la mano para agarrar una hoja colgante. Esta
vez, cuando su brazo rozó el suyo, apenas lo notó en absoluto.
Incluso a través de la manga de su camisa, su calor quemaba. El deseo surgió. Y aun así se tragó
el impulso de agarrarla.
Todavía no.
Él soltó una suave carcajada, en absoluto ofendido.
—Yo fui un niño como cualquier otro.
—Dudo eso. —Se pasó la fusta bajo el brazo y distraídamente rompió la hoja, dispersando los
fragmentos en el camino a sus pies—. Siempre te he considerado un lobo solitario. Ahora descubro
que tienes un grupo de hermanos y hermanas.
Él se encogió de hombros. Si ella quería, estaba dispuesto a hablar de su pasado. Sabía que esta
charla aparentemente inofensiva disipaba sus persistentes temores.
—Soy un lobo solitario. Era la única manera de mantenerme cuerdo en ese caos. De los tres
matrimonios de mi padre, tengo seis hermanos legítimos. Mi madre dio a luz a dos bastardos de los
diferentes amantes que tuvo antes de morir en un accidente de carruaje cuando yo tenía ocho
años. Mi padre reconoció otros cinco bastardos propios. Había rumores de más. En la aldea local, el
colorido familiar sin duda prolifera. Mi primera madrastra trajo dos hijos al matrimonio, y mi
segunda madrastra a tres niñas. Keddon Hall es un granero, lo suficientemente grande para alojar a
un ejército, pero los Challoners en masa amenazan con reventarlo por las costuras. Fue un alivio
irse a Eton y escapar del caos.
Hizo una pausa para mirarlo con una expresión extraña. No la sospecha habitual. Y, por
desgracia, no la disuelta rendición que conspiraba ver.
Una especie de curiosidad dura, especulativa.
Él también se detuvo, por lo que la nariz de su caballo le golpeó en el hombro.
—¿Qué?
—Hablas de tu familia como si fueran extraños.
Él se encogió de hombros.
—Con tanta gente, era como vivir en una casa de fieras. La mayoría de ellos son extraños.
La mayoría. No todos. Razón por la cual ahora estaba aquí.
El recordatorio le proporcionó el impulso para su determinación de venganza. Se reprendió por
permitir que Antonia le distrajera. Pero cuando se encontró con su mirada claramente interesada,
la advertencia se desvaneció hasta convertirse en un susurro distante.
—¿Dónde están ahora?
—Mi padre era descuidado en cuanto a engendrar hijos, pero una vez que los tenía, miró que se
dotaran a las chicas y que los muchachos tuvieran empleos adecuados. Los niños más pequeños
todavía están en la escuela. Mis otras hermanas, en su mayoría, están casadas. Algunos de mis
hermanos entraron en el ejército, otros en la iglesia y otros en las leyes.
55
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
56
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Por supuesto, una vez que la hubiera tenido, perdería su fascinación. Todas lo hacían. Pero tenía
que admitir que ella había convertido esta persecución interesante.
Ahora, por fin la tenía a solas. Y la persecución terminaría con su victoria como había sido
decretado desde el principio. Estaba desesperado por tumbarla.
Ya que la desesperación era una sensación rara en su vida de placeres fáciles, se demoró para
saborearlo.
Con un gesto elegante, ella se quitó su sombrero y lo dejó en el suelo. Agradeció verla salir de su
habitual negro polvoriento. El traje de montar verde oscuro destacaba sus suntuosas curvas y la luz
del sol brillaba sobre su pelo rubio, recogido en un moño. Unos mechones sueltos suavizaban su
seriedad. Su pelo claro y la luz dorada deberían recordarle a los ángeles y las aureolas, pero la
señorita Smith, seguramente no era su nombre real, no era tan etérea. Era terrenal y real, y apenas
podía esperar para mostrarle lo que un hombre podía hacerle a su cuerpo.
Su atención regresó a su rostro. Ella parecía pensativa y sus labios caídos en sus esquinas.
Debería haber tenido más cuidado de su conversación. No debería haber mencionado a su familia.
La próxima vez lo haría mejor.
¿Habría una próxima vez? Se había imaginado que tenerla sería suficiente. Una vez para
satisfacer su picazón y ganar el poder que usaría para lograr su verdadero objetivo, la chica
Demarest.
Ahora que el premio estaba a su alcance, no estaba tan seguro.
Si esta fiesta campestre era como todas las demás a las que había asistido, los invitados se
dispersarían por la finca y nadie consideraría ni su ausencia ni la de la señorita Smith significativa.
Tenía varias horas para disfrutar de ella antes de que tuvieran que volver.
Gloriosa perspectiva.
Sus pies calzados con botas fueron silenciosos por la espesa hierba, merodeó detrás de ella y
deslizó sus brazos alrededor de su cintura. La atrajo hacia su pecho.
—¡Ranelaw! —Jadeó ella, poniéndose rígida. Por un breve momento palpitante, sus nalgas
descansaron contra su polla que se engrosaba, entonces ella se apartó y se giró para mirarlo—.
¿Qué estás haciendo?
Claramente, se requería más seducción. Suponía que era demasiado optimista esperar que una
mujer virtuosa cayera en sus brazos con sólo pedirlo. Una lástima. Disfrutaba de estos juegos, pero
con cada segundo, ardía más caliente por ella.
De todos modos, no quería asustarla y que se marchara. Se resistió al impulso de cogerla de
nuevo.
—No finjas que ignoras lo que espero.
Ella frunció el ceño, pareciendo adorablemente confundida y mucho más joven de lo que la
había visto alguna vez, excepto aquellos dulces y malditamente frustrantes momentos cuando la
había visto dormir.
—Pero lo prometiste.
Soltó una carcajada desdeñosa.
—No me tomes por un bobo. Me trajiste aquí para que te hiciera el amor.
Antonia se enderezó en toda su estatura, su resistencia endureciendo su expresión.
—No.
57
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Sí —dijo implacablemente, dando un paso más cerca—. Estoy más que dispuesto. Estoy
incluso dispuesto a pasar por los movimientos de pretender lisonjear a una mujer de una castidad
inquebrantable si eso hace que tu conciencia se tranquilice más fácilmente.
Se la veía devastada de nuevo. Deseaba que ella no lo estuviera. Odiaba su vulnerabilidad. Esto
creó una extraña e incómoda punzada en su pecho que no pudo identificar completamente.
—¿Crees que te animé? —preguntó en un susurro. Dio un paso atrás—. En verdad no era mi
intención.
Oh, no, ahora ella se sentía culpable. Él frunció el ceño mientras contemplaba la inimaginable
perspectiva del fracaso, de no pasar las próximas horas entrelazado en sus brazos.
Al diablo con esa idea.
—Por supuesto que lo hiciste.
Su mirada dolida se aferró a su cara.
—Me prometiste que te comportarías como un caballero.
Dio otro paso hacia ella.
—Siempre has sabido que soy un mentiroso. ¿Qué te hizo creerme esta mañana?
Ella sacudió la cabeza inútilmente y se movió hacia atrás.
—No lo sé. Soy tan estúpida.
—Debías saber que tu cooperación indicaba consentimiento.
—No. —Ella se retiró de nuevo.
—Ten cuidado. —La agarró por los antebrazos y la arrastró lejos de la orilla que se desmoronaba
antes de que terminara cayendo. Ella temblaba entre sus brazos. Si era por estar cerca de caer o
por su proximidad, no estaba seguro.
—Llévame de vuelta —dijo en un susurro, sin tratar de liberarse.
—¿Después de que haber trabajado tan duro para estar a solas contigo? No lo creo.
Los ojos que se elevaron eran completamente azules. Nerviosa, se lamió los labios, y la vista de
la punta rosada de su lengua inyectó calor a través de él.
—No vas a conseguir lo que quieres.
Él no pudo menos que reírse, retrocediendo y atrayéndola con él.
—Los dos sabemos que puedo tenerte sobre tu espalda en diez minutos. Cinco si realmente lo
intento.
La arrogancia era el enfoque incorrecto. Se dio cuenta en el instante en que el temperamento
brilló en sus ojos. Por lo menos la ira disipó la vulnerabilidad que le dejaba tan incómodo.
Su cuerpo se puso tan rígido como una tabla.
—Sólo si tienes la intención de coaccionarme.
Ella trató de despertar a su mejor yo. Qué poco sabía ella que su mejor yo había renunciado al
fantasma años atrás.
—Valientes palabras.
Levantó la barbilla y lo miró
—Verdaderas palabras.
—Ya veremos.
—Estás tan seguro de ti mismo. No es atractivo.
58
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw sonrió. Le encantaba que ella luchara contra él. Lo adoraría más si se detuviera.
—Entonces, ¿por qué estás todavía en mis brazos?
—Porque no me vas a soltar.
Él levantó las palmas de sus manos hacia arriba en un gesto de fingida disculpa.
—Eres libre, señora.
Sus ojos se oscurecieron con una emoción tempestuosa. ¿Cólera? ¿Deseo? Entonces sus
pestañas cayeron y su boca se apretó con determinación.
¿Se quedaría?
¿Correría?
La incertidumbre tensó cada músculo de su cuerpo mientras esperaba su decisión. Después de
un segundo aliento, ella azotó sus faldas a un lado con la altivez digna de una duquesa. Con la
cabeza en alto, se dirigió hacia su caballo castaño, pastando pacíficamente en la rica hierba.
Maldita sea. Ya debía saber que era mejor no desafiarla.
59
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 08
Antonia se tambaleó cuando una mano fuerte y masculina se curvó sobre su hombro y le dio
la vuelta.
—Oh, no, mi preciosa —dijo Ranelaw entre dientes.
Ella lo miró fijamente, jadeando con indignación. Y, por mucho que ella deseaba lo contrario,
excitación. Sabía que no la dejaría ir. La promesa hecha era sólo otro juego en esta hermosa
mañana que de repente se erizó de peligros.
¿Por qué en nombre del cielo ella estaba aquí? Había tenido un centenar de oportunidades para
volver atrás. Pero Ranelaw la había atraído con un cebo al que no pudo resistirse. La tentación
abrumadora para averiguar más sobre él. A pesar de los rumores, no sabía prácticamente nada del
hombre real.
—Sabías que pasaría si venías conmigo.
¿Lo sabía? Nunca había imaginado que estaba en peligro real de perder su inexistente virtud.
Pero el propósito en la luz de sus ojos y la línea dura de su mandíbula, indicaban su intención de
tumbarla en esta orilla del arroyo verde.
—Quiero regresar a la casa —dijo ella con voz pétrea, encontrando su mirada determinada con
una mirada determinada por su cuenta.
—No, no quieres.
El agarre en su hombro se convirtió en una caricia. Incluso a través de varias capas de ropa, el
calor llegó a su piel. Maldita sea su debilidad, no podía reunir la voluntad de luchar, a pesar de que
ya no la restringía.
—Crees que me conoces mejor de lo que yo me conozco —le espetó ella.
—En algunas cosas, creo que sí. —Él arrastró un largo dedo por su mejilla. Ella leyó la ternura en
el gesto. Pero, por supuesto, los dos sabían que era un mentiroso.
—Basta. —Ella se sacudió tambaleándose de su control—. No soy ninguna chiquilla malcriada
dispuesta a una seducción barata.
Su sonrisa tenía más de un toque de crueldad.
—Sin embargo, aquí estás y no estás tratando demasiado duro de escapar. La seducción barata
parece estar funcionando.
—Usted se engaña milord —dijo bruscamente, y sin mirar atrás, echó a correr hacia su caballo.
Una vez más él fue demasiado rápido. Para un hombre de tal perezoso encanto, se movía más
rápido que una víbora sorprendente cuando quería.
Con una eficiencia de acero que le hizo latir el corazón de espanto y más de esa insidiosa
excitación, la agarró por la cintura y la apoyó contra un roble. Apoyó los brazos a cada lado,
atrapándola.
Él jadeaba, no con esfuerzo sino con excitación. Su cuerpo irradiaba calor, y así de cerca, la
limpia, almizclada fragancia de su piel la embriagaba.
Frenética Antonia miró a su alrededor en busca de un arma. No había nada a su alcance. Él
deslizó las manos más cerca, en su dobladillo. Se dijo que temía la posibilidad de sus manos sobre
ella. La verdad no era ni de lejos tan simple. Ni tan halagador para su rectitud.
60
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Ni atizador. Ni fusta. Ni siquiera una rama caída con que golpearme. —Ella luchó por no
responder a la risa en su profunda voz. Él no se tomaba nada de esto en serio, mientras que era de
vital importancia para ella—. No vas a ninguna parte, mi encantadora señorita Smith.
Ella ladeó la barbilla para mirarlo a los ojos. Muy arriba. Mantenía la postura con tanta facilidad,
que sólo recordaba lo alto que era en momentos como éste cuando estaba increíblemente cerca. La
observó con una atención fija que estremeció la conciencia sensual a través de su piel.
Se inclinó y respiró profundamente, como si tomara su aroma en sus pulmones. La acción fue
increíblemente emocionante.
Durante diez estériles años, ella había caminado por el camino de la virtud. Lord Ranelaw
despertó su salvajismo. Era tan incapaz de resistirse a él como en sus virginales diecisiete años de
edad lo había estado de resistirse al embustero, y encantador Johnny Benton.
Si caía otra vez, se merecía todo lo que le pasó.
—No voy a cooperar —dijo con frialdad, aunque su pulso tamborileaba errático en sus oídos y su
piel se tensaba con la excitación.
—Por supuesto que no —murmuró Ranelaw, en el mismo tono que había usado para calmar a su
caballo. Por mucho que le molestaba el hecho, la voz grave y aterciopelada la calmó justo como
había calmado al animal inquieto.
Ella se esforzó por otra réplica fuerte. Mientras la batalla verbal continuara, mantenía la
esperanza de la seguridad. Sin embargo, su cercanía, su calor, su hambre descarada desterró su
capacidad de citar algo ingenioso y corto. En cambio, un sonido bajo, casi un sonido de lamento
salió de su garganta.
Una sonrisa triunfante levantó las comisuras de los labios e inclinó su cabeza. La última vez que
la había besado, había exigido la rendición. Al menos al principio. Se preparó para otro asalto, pero
el beso era tan fresco como la mañana de primavera en torno a ellos.
Antonia cerró los ojos, ni alentando ni impidiéndole. La suave y satinada exploración de su boca
exigió no más de lo que ella quería dar. El momento era penetrantemente dulce, suspendido en un
prisma de oro, separado de cualquier cosa antes o después, no contaminado por la maldad.
En una gran ola, la tensión menguó y ella se recostó contra el árbol, con las rodillas temblando.
Se agarró a sus hombros, sintiendo el poder que corría bajo el fino lino de la camisa.
A pesar de que no debía, ella había amado sus besos en Londres. Esos besos habían sido
maravillosos, embriagadores e intoxicantes.
Este beso fue diferente a todo lo que alguna vez había experimentado.
El beso de un libertino tan puro e inocente como el roce de las alas de un ángel.
Demasiado pronto, todo había terminado. Levantó lentamente la cabeza y la estudió. Sus ojos
negros estaban sin defensas y tenían una expresión que nunca había visto. En shock haciéndose eco
de la suya. En apreciación. Algo que casi podría ser ternura.
—Ranelaw... —Su nombre surgió como un susurro ronco.
¿Qué podía decir después de ese beso? Las palabras parecían blasfemia en comparación con lo
que había comunicado sin palabras en esos mágicos segundos.
Tragó saliva y luchó para volver a la realidad. Una sombría y peligrosa realidad donde el Marqués
de Ranelaw era la personificación del pecado, no un hombre que la había besado como si temiera
hacerle lastimarla si presionaba demasiado duro. Un hombre cuyos labios tocaron los de ella tan
suavemente como el golpe del pétalo de una flor.
61
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cuando luchó para formar una demanda para su liberación, vio como su rostro cambiaba. La
suavidad decayó, todo rastro de vulnerabilidad se evaporó. Lo conocía lo suficientemente bien
como para entender que la verdad emocional de ese beso le disgustaba enormemente. Ranelaw no
revelaba fácilmente su corazón a nadie, pero ese beso había hecho alusión a una conexión más
profunda y dulce entre ellos que la mera lujuria.
Una conexión más profunda y dulce que claramente él no tenía ninguna intención de reconocer.
Esta vez, la intención en su rostro no se podía negar. Sus labios le separaron los suyos y deslizó
su lengua dentro. Ella le dio una negación sofocada y empujó sus hombros. Él estaba tenso y rígido
bajo sus manos. Era como tratar de mover un gran monolito calentado por el sol.
El miedo la inundó al darse cuenta de que podría haber perdido su oportunidad de salvarse. Si
seguía luchando, él se detendría. Dudaba que la forzara. No era un completo bruto.
Incluso ahora, cuando Ranelaw desplegaba una determinación inquebrantable que debería
horrorizarla, su sangre latía caliente y fuerte. Su desenfrenada pasión la llenó de prohibida
excitación. Una pérfida voz en su cabeza le susurró que si permitía que la tomase, no sería su culpa.
Había hecho lo imposible por escapar.
Ella amortiguó esa malvada, malvada voz y lo empujó de nuevo. Pero nunca Ranelaw había
parecido tan grande, tan invencible. Se inclinó más cerca, no importó lo que ella se retorció para
crear algo de espacio. La apretó contra el tronco del árbol hasta que casi no podía respirar. O tal vez
el deseo oprimía sus pulmones.
Se sentía a sí misma cayendo hacia la rendición.
Su lengua se enredó con la suya, le acarició la parte inferior suave, la superficie superior más
rugosa. Exploró los bordes duros de los dientes, el colchón de sus labios. Tenía los labios
maravillosos, firmes, llenos y sensuales. Podía seducirla simplemente con su boca.
A través de la niebla de excitación, se dio cuenta de que él hacía exactamente eso. Sus manos
permanecían apoyadas junto a ella.
Con un gemido, él levantó la cabeza. Su hambre por ella era evidente, pero ella juraría que otras
reacciones más complejas se escondían detrás del muro que vio en sus ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó ella con voz temblorosa. Su corazón oprimido por el miedo y la
angustia—. ¿Qué hay de malo?
—No hay nada de malo. —Un músculo saltó en su mejilla mientras la observaba bajo los pesados
párpados. Sus ojos duros y brillantes y la magullada cara transmitían un aire satánico con lo cual su
voz descendió a un ronroneo seductor—. Deja de pelear conmigo. Los dos queremos lo mismo.
Ella se estremeció como si la hubiera golpeado. Por un desconcertante y devastador momento,
lo miró fijamente.
—¿Por qué estás tan enojado? ¿Qué he hecho?
—Esta es la primera vez que suenas como una virgen tonta, Antonia. Los juegos han sido
agradables, pero ha llegado el momento de pagar tu multa.
—Nunca —prometió ella, curvando los dedos en garras y con el objetivo de su cara. Atrapada
entre su cuerpo y el árbol, no tenía espacio para abofetearlo aunque le encantaría.
Su risa suave susurró a lo largo de sus venas como una droga. Como siempre lo hacía. Él atrapó
su mano antes de que hiciera contacto. Se las ingenió para subir su rodilla, pero él fácilmente la
maniobró para su impotencia.
—No, cariño. Ya has hecho bastante daño.
62
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
63
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Ranelaw, no podemos.
Él se inclinó para acariciar el costado de su cuello.
—Por supuesto que podemos.
—Esto no te ayudará a llegar a Cassie —se obligó a decir. Pronunciar el nombre de su prima
parecía un sacrilegio cuando Antonia estaba tendida debajo de él.
Soltó un jadeo de risa.
—¿Quién es Cassie?
—Ranelaw.
—Nicholas.
¿Cuál era el punto de pretender cualquier formalidad existente entre ellos?
—Nicholas.
—Ahora di: Sí, Nicholas. —Él acarició su cuello, deteniéndose donde su pulso revoloteaba contra
su piel. Su tacto era caliente y avivó su necesidad.
—No, Nicholas.
Se levantó sobre sus brazos y la miró fijamente. Nunca había parecido tan guapo. Su dorado
cabello se agitaba y un mechón caía sobre su alta frente, suavizando las características que podrían
parecer austeras para toda su belleza. Sus ojos brillaban bajo los pesados párpados y sus fosas
nasales se dilataron como si viviera por su aroma.
Ella estudió su cara, buscando algún indicio del hombre que la había besado con tanta dulzura.
No existía. El apetito se apoderó de él. Y debajo de la excitación, él todavía estaba enojado. Ella lo
sintió en sus manos y su boca, incluso a través del placer, incluso a través de las palabras
seductoras.
Él la quería. Pero también se propuso demostrar algo. Algo que requería su degradación,
mientras él mantenía la distancia.
¿Estaba preocupado debajo de esa perfecta fachada? ¿Estaba equivocada al imaginar a un
hombre mejor vagar perdido en las tinieblas del alma del Lord Ranelaw? ¿O acaso ella lo idealizaba
en la manera que Cassie lo idealizaba? ¿La misma forma en que ella había idealizado
irremediablemente al débil Johnny Benton?
Sin embargo mientras miraba fijamente a sus llameantes ojos, su corazón se contrajo con
anhelo. Percibió que Ranelaw la necesitaba. Más allá de la gratificación sexual como una picazón,
exigía algo esencial y profundo de ella. Algo que ni siquiera él reconocía.
Basta, Antonia. Conoces los trucos de un libertino. Sin embargo, te enamoras de ellos tan
fácilmente ahora como lo hiciste hace diez años.
—Admítelo, Antonia. Has perdido la batalla.
—¿Lo crees realmente? —Ella no pudo resistirse a acariciar el mechón rebelde que había caído
sobre su frente.
—Sí —le espetó, con la seductora máscara rota. De esa forma, el tembloroso momento que
prometía más que mera satisfacción física se desvaneció.
Él hizo un gesto con la cabeza lejos de su tacto suave, como si lo quemara. A pesar de la
hostilidad erizada entre ellos, su rechazo hirió. Esta vez, su boca era dura cuando la besó. Se
arrancó su chaqueta y toscamente ahuecó su pecho a través de la fina camisa.
—Espera —jadeó ella, empujando sus hombros.
64
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Para su sorpresa, él escuchó. Levantó la cabeza y miró sin verla. Antes de que la máscara sin
emociones descendiera, captó algo en sus ojos negros que podría haber sido la vergüenza.
—Yo no quiero esperar. —Él sacudió sus caderas contra las de ella para enfatizar su buena
disposición.
La humedad de su boca se secó mientras se imaginaba su poderosa fuerza empujando dentro de
ella. Incluso en su estado actual, anhelaba sentirlo dentro de ella.
—Déjame ir. —Luchó por decir las palabras para persuadirlo a parar—. No debería ser así.
Enseñó los dientes en una mueca y, por primera vez, se dio cuenta de que su ira iba mucho más
allá de la momentánea impaciencia o irritación. Surgía desde su interior.
—¿Cómo diablos debería ser?
Con amor.
Dios mío, ella no había realmente pensado eso, ¿verdad? Lo que existía entre ella y Lord
Ranelaw era lujuria animal. Era tonta si se imaginaba otra cosa.
—Levántate, Ranelaw —dijo con una voz decidida—. Esto no va a suceder.
Por un momento, Ranelaw se quedó inmóvil sobre ella, con sus piernas atrapando las suyas. No
podía leer su expresión, aunque la amenaza estaba implícita en su vibrante tensión. Sus músculos
se tensaron mientras esperaba que la asaltara de nuevo. Esta vez, ella era sombríamente
consciente de que él ganaría.
Luego, con un gruñido indicando infinita irritación masculina, se apartó. Se sentó de espaldas a
ella, con la cabeza inclinada sobre las rodillas levantadas.
Sorprendida de que esta apelación final hubiese funcionado, el desconcierto reinó, Antonia
quedó tendida donde estaba, aspirando el aire a los pulmones hambrientos. Luchó por calmar la
primitiva oleada de su sangre.
El sombrío encorvar de los hombros de Ranelaw, el silencio cargado de tantas cosas que ella no
comprendía, la atravesaron. Por lo general, él parecía inmune a la vulnerabilidad humana. En este
momento se veía como el hombre más solo en Inglaterra.
Tal vez lo era.
Había sonado tan frío cuando pronunció esa descripción concisa, sin adornos de su infancia. Sus
padres claramente no habían conocido el significado de la fidelidad y al parecer no había formado
ninguna relación estrecha con ninguno de sus muchos hermanos. Su imperturbable relato la había
tocado, se agitó reticente con compasión. Todas esas personas. Pero de alguna manera Ranelaw le
pareció completamente aislado en su corazón.
—Ranelaw, mírame —susurró, preguntándose por qué le importaba después del modo en que la
había tratado.
En un gesto sin palabras de consuelo, ella le puso una mano temblorosa entre sus omóplatos.
Algo le decía que estaba totalmente desolado.
Él se estremeció alejándose de su reacia ternura igual que se había estremecido cuando ella le
acarició el cabello.
Está bien. Podría ser lenta para aprender, pero ahora entendía. La humillación era un sabor
amargo en su boca. Apartó la mano. Quería cruda pasión de ella. Nada más.
Tal vez después de esta mañana, ni siquiera quisiera eso.
65
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Se mordió el labio y se dijo que era ridículo dejar que eso la molestase. Era un libertino sin valor,
malvado. Si él la ignoraba, sería para su beneficio. Debería estar agradecida de que él hubiera
probado sus encantos y decidido que ella no valía la pena.
A medida que su corazón se encogía en la miseria, no era así como eso se sentía.
—Vete, Antonia —dijo en voz baja, todavía sin mirarla.
—Ranelaw. —Ella se sentó y se deslizó hacia atrás para apoyarse en el árbol. Se sentía débil, al
borde de las lágrimas.
Sus hombros se tensaron hasta que estuvieron tan rígidos como tablas. Todavía él no la miraba.
—Por el amor de Dios, toma tu indulto y vete. —Parecía salvaje, como un hombre al límite de su
resistencia.
Confundida, asustada, mareada por el deseo insatisfecho, Antonia se puso de pie. Sus piernas
estaban todavía terriblemente inestables. Su cabello caía sobre sus hombros. Se miró a sí misma, y
el horror apretó sus pulmones. Su pañuelo había desaparecido, su chaqueta estaba abierta, la
mitad de los botones habían desaparecido. Su camisa estaba aplastada y fuera de su sitio.
Cualquier persona que la viera sabría exactamente lo que había estado haciendo. Se imaginaría
más de lo que realmente había pasado. Apenas podía creer, que no hubiera ocurrido nada más.
Dada su locura, debería estar tendida sobre su espalda con la semilla del Lord Ranelaw en su
interior.
En una temblorosa inhalación, recogió su sombrero y se tambaleó hacia su caballo. Con
dificultad, se arrastró sobre la silla. Ranelaw todavía no se volvía para mirarla.
En un grito inarticulado, instó al caballo a un torpe galope a través de los árboles.
66
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 09
Ranelaw permaneció inmóvil mientras Antonia se levantaba y hacia una pausa. Aunque no
habló, el confuso murmullo de sus preguntas era tan fuerte como un trueno. Luego como si su
hosco silencio le diera una respuesta, ella se escabulló a través del claro y se alejó.
Aun así no se movió. Sólo cuando el sonido de los cascos se desvaneció en la nada y finalmente
estaba solo dejó caer la cabeza entre sus manos y soltó un gemido profundo.
Maldito, maldito, maldito bastardo, tres veces maldito idiota.
Se clavó los dedos en el cráneo con tanta fuerza, que le dolió. Nada podía contener su propia
repulsión.
¿Qué diablos le pasaba?
Había conspirado arduamente para sobornar a Antonia Smith. Había comprado a los criados.
Había escalado un maldito árbol de cerezo para seducirla. Había afrontado una agresión con un
atizador. La había perseguido a Surrey.
Había manipulado y maniobrado para quedarse a solas con ella. La había besado hasta dejarla
maleable y sin aliento. El éxito había estado tan cerca. La posesión de su cuerpo, aprovecharlo para
promover la ruina la chica Demarest, un placer efímero pero memorable.
Nada terriblemente complicado.
Entonces ella lo miró con esos radiantes ojos azules y le pidió que la dejara ir.
Y mierda, mierda, mierda, de repente se había imaginado que era el jodido Sir Galahad.
No había sentido lástima por una mujer desde que era un niño. Las mujeres que se follaba
estaban perfectamente dispuestas cuando las tomaba, sin embargo, muchas, por mucho que se
arrepintieran de su comportamiento después.
Sin embargo, se había compadecido de Antonia Smith. Aunque compasión parecía una
descripción demasiado débil para la emoción que había cerrado su garganta y lo había hecho ser
muy de repente un hombre de honor.
Se había entristecido al pensar en decepcionarla.
Lastimarla.
Era un libertino. Lastimar y decepcionar mujeres eran los pilares de su existencia.
Aquel beso había sido un condenado error.
No los besos que exigieron su respuesta. Ese otro beso. El conmovedor, desgarrador.
El beso que lo había arrojado a un mundo diferente, que le había prometido un nuevo comienzo.
Salvación. Bondad. Algo más allá del desfile poco memorable de mujeres.
Él ya sabía que Antonia Smith no se uniría a ese desfile. La recordaría para siempre.
Que se fuera al infierno.
Como se atrevía a hacerle recordar.
¿Recordar qué? ¿Su soledad esencial? ¿Su falta de rumbo, más allá de esta búsqueda de
venganza que terminaría uno de estos días? ¿Su deseo por algo mejor de lo que merecía?
¿Su anhelo por una mujer como Antonia Smith?
67
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Si hubiera desayunado, lo estaría arrojando sobre sus botas. ¿Qué le inspiraba esta tontería
sentimental?
Sólo en caso de que ella hubiera malinterpretado quién era él, se había propuesto a asustarla,
convencerla de que era una bestia sin corazón. Nunca había tratado a una amante así. La vergüenza
era una emoción extraña, pero reconoció la vergüenza al recordar esos besos bruscos a los que la
había forzado.
Besos que había pagado con una ternura desgarradora que le hizo sentir náuseas de lo bastardo
que era.
La había mirado a los ojos, oscuros con la confusión y la pasión reticente, y por un duro y
horrible instante, deseó ser ese hombre diferente. Deseó ser digno de ella.
Diablos, no. Era perfectamente feliz con lo que era. Tenía más libertad que cualquiera que
conocía. Tomaba lo que quería y lo desechaba cuando se hartaba. Su mundo no tenía límites.
En sus brazos, Antonia había estado cercana a la rendición. Se habría rendido si hubiera
persistido después de ese asombroso beso que envió su cerebro a mendigar. Ahora podría estar
embistiendo en su interior.
En lugar de eso, la había dejado ir.
La había dejado ir.
Nunca más.
Dos veces se había escapado. Y dos veces, por el amor de Dios, la había liberado. Ni siquiera
podía fingir que había evadido su persecución.
Con una oleada de determinación, se levantó. Antonia Smith había tenido su amnistía. El juego
entre ellos se había convertido en algo tan importante como la vida y la muerte. El hombre que él
creía que era, el sinvergüenza que quería ser, no permitiría que la compasión lo persuadiera la
próxima vez.
El dragón sería suyo. Al diablo con la compasión.
Antonia se coló en su habitación sin que nadie, excepto los mozos de cuadra la vieran. No se
engañaba a sí misma, ellos no tenían la menor duda de lo que había estado haciendo. Incluso sin
Lord Ranelaw sobornándolos para obtener información sobre ella, su aspecto desaliñado la
traicionaba. Se había ido vestida como una mujer respetable. Regresó luciendo como si hubiera
sido arrastrada por un seto. No costaba mucho adivinar el motivo.
Podría capear unos cuantos chismes de la servidumbre, siempre y cuando no llegaran a los
invitados. Dios mío, no dejes que el chisme se propague.
Maldito Ranelaw, había vuelto su vida patas arriba. Si alguien debería estar furioso, era ella, no
él.
Recordó como lucía él cuando se fue. No estaba enojado, aunque había ira en su toque.
Se veía totalmente devastado.
El dolor de su corazón se agudizó. Era estúpido querer sanarlo, redimirlo. Sobre todo cuando no
pretendía más que dañarla.
La puerta de Cassie estaba cerrada cuando pasó sigilosamente por delante. Todavía era
temprano. Era difícil de creer, después de todo lo que había pasado esta mañana. Por suerte los
68
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
caballeros estaban cazando conejos en uno de los rincones más lejanos de la finca y las damas
todavía no habían aparecido.
Antonia estaba recogiéndose el cabello y diciéndose a sí misma que había tenido una huida
afortunada, cuando Bella llamó a la puerta y arremetió sin invitación.
—Tiene que venir ―dijo sin aliento, por una vez sin someter a Antonia a una inspección crítica.
Gracias a Dios. Antonia ya se había cambiado su traje de montar manchado y desgarrado, pero
incluso una mirada superficial revelaría que la señorita Smith estaba inusualmente ruborizada y con
los ojos humedecidos.
Antonia dejó el cepillo y se volvió hacia la doncella.
―¿Qué pasa? ¿Es Cassie?
Bella asintió con la cabeza.
―Sí, señorita. Está muy enferma.
¿Enferma? La culpa sofocó a Antonia. Mientras se encontraba en los brazos de Ranelaw, Cassie
había enfermado. Era ilógico, pero no podía evitar conectar los dos hechos y culparse por su
ausencia.
―Cuando la comprobé, estaba durmiendo pacíficamente.
―Bueno, no está durmiendo pacíficamente ahora. ―Un toque de sarcasmo se coló en la voz de
Bella―. No la comprobó muy bien, ¿no?
Las maniobras por competir de la doncella eran demasiado comunes para que Antonia prestara
atención. En cambio, entró rápidamente por la puerta de la habitación de Cassie, su corazón
acelerado con temor.
Las cortinas estaban echadas y la habitación estaba oscura. A Antonia le tomó unos momentos
distinguir a Cassie acurrucada en el sillón junto al fuego abrasador. La muchacha se había envuelto
con un chal alrededor de su camisón de batista blanco, pero incluso sentada tan cerca de la
chimenea, se estremeció.
―Cassie, cariño ―dijo Antonia suavemente, acercándose y mirando a través de la oscuridad―.
¿Qué te pasa?
―Antonia, me siento muy mal ―dijo, y se echó a llorar. Antonia se puso de rodillas y envolvió el
cuerpo tembloroso de Cassie en sus brazos.
―Estás ardiendo ―dijo consternada, mirando a Bella, que parecía tan desconcertada como
Antonia.
―Pero tengo f… frío ―tartamudeó Cassie, castañeando sus dientes―. Tanto frío.
―Vamos a meterte en la cama. ―Cuidadosamente ayudó a su prima a levantarse antes de
girarse hacia Bella―. Bella, que las sirvientas traigan toallas y agua. Necesitamos lavarla y bajarle la
temperatura.
A pesar de su aversión hacia Antonia, Bella parecía aliviada de que alguien tomara el control.
Mientras Antonia ayudó a una débil Cassie a volver a su cama revuelta, le preocupaba que la
confianza de la doncella fuera inmerecida. Esta enfermedad había llegado tan rápidamente y
parecía tan virulenta, que se sentía impotente contra ella.
Los días siguientes fueron borrosos por los deberes de enfermería. Cuando la enfermedad de
Cassie empeoró, Antonia buscó un poco de tiempo para dormir cuando pudo, dejándola a cargo de
la mirada atenta de Bella. De lo contrario estaba en la cabecera de la muchacha, enfriando su
69
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
fiebre, forzando líquido en su deshidratado cuerpo, ayudándola cuando vomitaba, hablándole con
suave ánimo cuando no podía hacer nada más.
A su alrededor, la casa se desintegró en el caos. Lo que aquejaba a Cassie era contagioso. La
mayoría de los invitados estaban confinados en sus habitaciones, y el poco personal sano estaba
ocupadísimo. Fue una suerte que Antonia y Bella permanecieran lo suficientemente bien para
cuidar a Cassie.
El médico local la visitó de manera regular y cada vez comentaba que la enfermedad era una
fiebre perniciosa. Lo que no significaba absolutamente nada. Antonia tuvo conocimiento, sin
embargo, que un gran número de la población local también había sido abatida.
A través de una ansiedad desgarradora, una ansiedad que rayaba en el pánico cuando Antonia
escuchó de una doncella que tres personas en el pueblo habían muerto y más estaban al borde de
la muerte, y cansancio, dedicó un pensamiento ocasional para Lord Ranelaw. ¿También estaba
enfermo? Parecía demasiado invulnerable para sucumbir, pero ¿qué sabía ella?
Se armó de valor para preguntar a una doncella cómo les iba a los otros invitados, con la
esperanza de obtener noticias de él. Pero la chica estaba distraída, haciendo el trabajo de varios
criados, y solo le informó que la mayoría de la casa estaba enferma, algo que Antonia ya sabía.
A lo mejor Ranelaw se había ido. Los visitantes que no estaban afectados se habían ido una vez
que la escala de desastres se hizo evidente.
Quizás no lo volvería a ver. Si la recuperación de Cassie era lenta, o querido Dios que no sea así,
si no se recuperaba, Antonia no tendría ningún motivo para volver a Londres y las perversas
tentaciones de Ranelaw.
Debería sentirse aliviada de desterrarlo de su vida. Era un triste reflejo de su carácter que su
reacción no fuera tan sencilla.
Como actuaba en una bruma de agotamiento, sus días ocupados en el cuidado de Cassie, esos
momentos tórridos de la corriente retrocedieron, se convirtieron en un sueño. Como si le pasaran a
otra persona o como si lo hubiera visto en una obra de teatro. En comparación con su lucha por
salvar a su prima, incluso la pasión y el arrepentimiento de ese encuentro perdió su escozor.
Sin embargo, Antonia estaba esclavizada y preocupada, el agarre de Cassie por la vida disminuía
con cada débil respiración. ¿Cómo podía una mujer tan joven y vital caer tan rápido? Esta
enfermedad misteriosa y aparentemente invencible abrumó a Antonia con una rabia inútil e
irritante. Su rabia era todo lo que reforzaba su fuerza mientras el día a día pasaba pesarosamente y
Cassie se volvió más y más débil.
Antonia estaba en una agonía de indecisión por si debía enviar a buscar al Señor Demarest. Al
final, decidió que si la fiebre daba un giro fatal, Cassie estaría muerta mucho antes de que su padre
llegara. Mucho mejor luchar con la ayuda de Bella y esperar que el vigor y la juventud de Cassie la
salvaran.
Rezó todo el tiempo. Rezó hasta que las palabras perdieron su significado.
Por favor, Dios, no dejes que Cassie muera. Por favor, Dios, no dejes que Cassie muera.
A pesar de la diatriba de Antonia al cielo, la fuerza de Cassie siguió disminuyendo. Antonia solo
podía asumir que la Deidad se negó a atender las suplicas de una miserable pecadora como ella.
70
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw se dirigió hacia Pelham Place desde los establos. Entró por las dependencias de los
criados. Era más conveniente y no era un hombre que se anduviera con ceremonias cuando las
ceremonias no servían para nada.
Durante su disgregada niñez, los sirvientes habían parecido tener el mismo nivel social que la
familia. De hecho, los sirvientes con más rango se habían considerado a sí mismos varias escalas por
encima de los Challoners de dudosa reputación. Por supuesto los sirvientes de más rango tendían a
no quedarse en Keddon Hall. La multitud desordenada de niños y perros y subalternos, incluyendo
a las amantes de su padre, no constituía un hogar bien administrado.
Por el contrario, cuando sondeó a través del tenue pasillo hacia la escalera trasera, Pelham Place
estaba extrañamente tranquilo. Habían pasado cinco días desde que la mayoría de los residentes,
de los pisos de arriba y abajo, habían sucumbido a la fiebre. Los sanos habían huido, dejando la casa
a los enfermos, los que pagaban para que los cuidasen, y el Marqués de Ranelaw, quien seguía
disfrutando de muy buena salud.
Claramente la suerte estaba al lado de los que menos se lo merecían.
Hacía dos días, su ayuda de cámara había sido incapaz de continuar con sus funciones. Una vez
más, gracias a su educación poco convencional, Ranelaw era más que capaz de cambiarse por sí
mismo hasta que el hombre se recuperara. Aunque su idea de cambiarse por sí mismo difiriera de
la idea de Morecombe. Echó un vistazo a sus botas opacas, usualmente pulidas hasta brillar, y una
sonrisa triste curvó sus labios. A Morecombe le daría un ataque si pudiera verlo con sus botas
sucias, con la camisa abierta y sin abrigo.
Ranelaw había intentado cuidar al hombre, pero Morecombe había estado tan horrorizado al
respecto que había sufrido una recaída. Así que Ranelaw se había retirado a las diversiones al aire
libre que pudo encontrar. Acababa de disfrutar de una cabalgata rápida por el bosque y ahora se
dirigía escaleras arriba para quitarse el polvo.
Su anfitriona estaba bien, pero completamente ocupada con los afectados, incluyendo varios
miembros de la familia. Ocasionalmente se la encontraba, revoloteando con distracción. Había
dejado muy claro que prefería que se fuera, así el personal no tenía la necesidad de preocuparse de
alguien que era capaz de cuidarse de sí mismo en otro lugar.
Ranelaw fingió no darse cuenta.
Aunque el sentido común le decía que debería cortar por lo sano y volver a Londres. Por lo que
había oído, la chica de Demarest probablemente no sobreviviría para ser arruinada.
Ahora era el destino quien estaba tomando un paso drástico para proteger la inocencia.
Decía algo acerca de su estado desesperado que no ver Antonia parecía considerablemente más
importante que su búsqueda vacilante de venganza. Estaba muy bien decidir que seduciría a Miss
Smith sin escrúpulos. No podía hacerlo mientras ella permanecía día y noche junto a la cama de su
pupila.
Como para demostrar que estaba equivocado, escuchó a alguien salir de la cocina detrás de él.
Cuando se volvió, vio a Antonia, cargando dos cubos de agua.
―Antonia ―dijo, por primera vez en su vida se quedó sin palabras.
―Lord Ranelaw.
Parecía igualmente sorprendida al verlo. Dio un paso vacilante hacia atrás y el agua se derramó
de los cubos en las losas polvorientas. No solo se veía sorprendida, se veía pálida y cansada hasta el
punto del colapso. Esa extraña punzada en su pecho se hizo sentir de nuevo.
71
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
72
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
73
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Esperó algún comentario desalentador acerca de que nunca dejaría que pasara nuevamente.
Pero se mantuvo en silencio. Realmente no era ella misma. Una vez más esa aguda punzadita.
―¿Dónde quieres esto? ―Su voz seguía siendo ruda―. ¿Tu habitación o la de Cassie?
―¿Cómo…? ―Se detuvo y dio un paso adelante para abrir la puerta de su habitación―. Supongo
que sobornaste a los criados otra vez. Menos mal que eres uno de los hombres más ricos del reino y
puedes permitirte todas esas artimañas.
No parecía indignada. Sonaba como si no esperara nada mejor de él. Sonaba casi… cariñosa.
Niña tonta. Uno no debería ser cariñoso con un tigre hambriento. Uno debería estar
aterrorizado.
En este momento, no se sentía como un tigre. Se sentía como un hombre incapaz de ofrecer
ayuda a la mujer que él… deseaba. Se sentía excluido, privado y furioso porque el breve instante de
su compañía casi había terminado.
¿Su compañía? Dios mío, consíganle un arma. Necesitaba pegarse un tiro antes de que empezara
a escribir poesía alabando el arco de la ceja de la muchacha.
La siguió al interior y dejó los cubos en las tablas del suelo desnudo. El aire estaba impregnado
con el olor de Antonia, recordándole que la sostuvo en sus brazos. La habitación era pequeña, con
una ventana sencilla y pequeña sobre la cama. En comparación con su lujoso dormitorio en
Londres, esta era un cuchitril. Pequeña y mal ventilada. Vieja y espartana.
Había caos por todas partes. Pero por supuesto había estado muy ocupada los últimos cinco días
cuidando a Cassie. Este desorden era un mudo testimonio de lo frenética que había estado.
Había tirado la ropa de cualquier manera a través de la estrecha cama. Vio un camisón blanco
virginal entre los marrones, grises y negros oxidados. Realmente ridículo, pero la visión de su ropa
de dormir hizo que su corazón latiera más rápido.
Había jurado que no mostraría ninguna vacilación cuando la tuviera para sí mismo. La tenía para
sí mismo, pero tristemente reconoció que este no era ni el momento ni el lugar. Incluso en una casa
al revés, si lo cogieran en la habitación de Antonia, habría serios problemas.
Y ella, dado el mundo en el que vivían, lo pagaría.
―Gracias ―dijo en voz baja, mirándolo con una inexpresividad que encontró desconcertante.
Diablos, que no llore. No podría soportarlo si lloraba.
―Oh, por Dios, siéntate ―gruñó, cruzando los brazos y mirándola. Mantuvo la voz baja,
consciente de que podían ser escuchados―. Estás bastante segura.
Estaba demasiado desconcertada para discutir. En cambio, se dejó caer en la cama en medio del
caos monótono de lo que parecía ser su vestuario completo.
La frustración se arremolinaba en su vientre, junto con el deseo y la curiosidad y la admiración
no deseada que Antonia siempre despertaba. Supuso que quería ir rápidamente a comprobar a
Cassie en el minuto en que se fuera. Quería demandar que se tomara un momento de respiro, pero
no tuvo el coraje de decirlo. La miseria y la ansiedad en su expresión eran indicaciones de que ella
amaba a la chica. Una mujer de su naturaleza obstinada lucharía hasta la muerte para salvar a
alguien que amaba.
Afortunada Cassie.
Ahogó el pensamiento antes de que clavara sus garras en él. El amor era una emoción agobiante.
No quería nada de eso. Nunca había querido. Su experiencia indicaba que cualquier declaración de
74
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
amor enmascaraba un millón de demandas egoístas. Pero aún así, la devoción constante de Antonia
hacia su pupila tocó algo profundo en su interior.
El momento se extendió. Se volvió incómodo.
―Debería irme. ―Se volvió hacia la puerta pero no dio los dos pasos a través la habitación.
―Sí. ―Ella inclinó la cabeza y se quedó mirando sus manos entrelazadas en su regazo.
75
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 10
Ranelaw tenía toda la intención de irse. Este no era lugar para un demonio desalmado
como él. Con Cassie en la puerta de al lado, no podía seducir a Antonia. De todos modos, aun
desesperado como estaba, se rebeló a tomarla por primera vez en ese estrecho catre.
Sus pies parecían clavados al suelo.
Antonia parecía frágil. Una palabra que nunca antes había asociado con la valiente señorita
Smith. Sus ojos se mortificaban por la caída elegante de su esbelto cuello bajo lo que parecía un
peso imposible de cabello plateado. Se lo había recogido en un estilo suelto que la señorita Smith
generalmente despreciaba, pero que se estaba convirtiendo en infernal. Los hombros redondeados
y las gráciles manos recogidas en su regazo estaban alarmantemente delgados.
Era evidente que no había estado comiendo. Era evidente que casi no había dormido. Incluso
antes de que Cassie cayera enferma, Ranelaw había afligido sus noches. Porque así era él, había
estado orgulloso de su capacidad de perturbar su paz. Ahora no se sentía orgulloso.
Debería irse. Estaba cansada y distraída. Quería estar sola.
Se movió. Y terminó sentado a su lado.
—¿Ranelaw? —susurró ella, disparándole una mirada nerviosa.
Parecía tan joven, ni mucho menos la carabina dragón de la sala de baile de Millicent Wreston.
Ahora era ridículo pensar que su disfraz le había engañado, aunque fuera brevemente.
—Shh —dijo suavemente, sintiéndose incómodo consigo mismo.
No estaba acostumbrado a entrar en la habitación de una dama con fines distintos a la
fornicación. En este momento, no tenía ninguna intención de arrastrarla bajo él, por mucho que la
deseaba.
Se moriría antes de dejar de desearla.
Ella se tensó ante su proximidad. Probablemente sospechaba de algún fin maligno. ¿Quién
podría culparla?
Con vacilación, y él no se había mostrado vacilante con una mujer desde su primera juventud,
extendió un brazo y lo enroscó alrededor de sus hombros. Sus músculos se tensaron y el recelo
ensombreció su expresión.
—¿Qué quieres? —Su aspereza carecía de la dentellada habitual.
Oh, Antonia, eres tan fuerte. Demasiado fuerte. Dóblate un poco o te romperás.
—Estamos en mi habitación y Cassie solo está a unos metros de distancia. Está enferma, no
sorda —dijo con voz profunda—. Si crees que voy a dejar que hagas lo que quieras aquí, estás loco.
—Señorita Smith, sus sospechas me hieren —dijo con una sonrisa. Él la atrajo, rígida y poco
dispuesta, a su lado. Inmediatamente, su calor se filtró en sus venas. Sabía que la había echado de
menos, pero solo ahora se daba cuenta de cuánto—. No quiero hacerte daño.
—Mientes.
—A menudo —admitió él afablemente, sintiendo que la resistencia la abandonaba—. No esta
vez.
76
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—No estoy en condiciones de luchar contra ti —murmuró ella, curvándose hacia él como si
hubiera sido creada para adaptarse a su cuerpo.
—Lo sé —reconoció con pesar, preguntándose por qué, de todas las mujeres del mundo, ella era
la única que encendía cualquier atisbo de caballerosidad en su alma—. Pero no tiene gracia cuando
simplemente te rindes. Esperaré hasta que estés lista para otra pelea.
Ella escondió la cara en su hombro. Inspiró con un estremecimiento, como si no hubiera tomado
aire en días.
—Eres un demonio malvado, Ranelaw.
—Por supuesto —dijo en voz baja, reafirmando su agarre mientras se movía, no a otra parte
como debería, sino más cerca.
Esperó a que continuara con sus críticas sobre su carácter, pero ella permaneció en silencio. Ni
siquiera intentó liberarse.
La habitación no tenía chimenea, pero el día era suave para principios de mayo. Antonia era
suave y cálida en su agarre. Olía a campos de flores y a un vestigio de sudor. La combinación era
inexplicablemente evocadora.
Volvió la cabeza y apoyó la barbilla sobre el suave almohadón de cabello. Nunca había tocado a
una mujer con la única intención de consolarla. A menos que contara a Eloise cuando era niño.
—¿Estás llorando? —susurró después de un largo intervalo sorprendentemente pacífico.
—No —dijo ella con voz ahogada, enterrando el rostro más profundamente en su camisa. Un
brazo se deslizó alrededor de su cintura, casi como si ella esperase que la apartara. Como si quisiera
hacerlo.
Las lágrimas de las mujeres nunca le habían afectado. Había presenciado demasiadas,
remontándose a su madre, que utilizaba el chantaje emocional con más eficacia que cualquier
mujer que él había conocido desde entonces. Y había encontrado virtuosas en el arte.
Las lágrimas renuentes de Antonia le hacían desear golpear algo.
Trató de volver a despertar su yo cínico. Recordarse a sí mismo que antes de terminar con ella,
Antonia Smith estaría llorando en serio.
Su yo cínico desdeñó entrar en esta habitación desordenada.
Colocó una mano bajo su barbilla. Ella se resistía mientras alzaba su rostro.
—¿Ahora quién está mintiendo?
—Es... es solo el cansancio —dijo vacilante—. Estoy bien. De verdad.
Aun así, ella siguió luchando. No podía evitar respetarla por ello. Aunque debía reconocer que se
acercaba al límite de su resistencia. Lo sentía en su peso sin contar los huesos. Lo leía en su rostro
demacrado y pálido bañado en lágrimas.
—Puedo ver eso. —Frunció el ceño—. ¿Está Cassie realmente tan enferma?
—Sí.
Las lágrimas corrían por sus mejillas. Más caían para ocupar su lugar.
No quería sentir pena por la señorita Demarest. Preferiría que permaneciera siendo una extraña,
porque todo lo que él quería era acostarse con ella. Si empezara a pensar en Cassie como en algo
más que solo un instrumento de venganza, no podría contener su crueldad.
Pero era imposible permanecer impasible ante el sufrimiento de Antonia. No se molestó en decir
obviedades sobre Cassie, que era joven, sana y que sobreviviría a esta crisis. Antonia era demasiado
inteligente para tales tonterías.
77
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Lo siento.
—Voy a salir de ésta, lo haré. —El puño de ella apretaba su camisa—. Ella no va a morir.
Había estado en lo cierto acerca de su determinación para salvar a la gente a la que amaba. Se
preguntó con una punzada repentina que no podía identificar lo que se sentiría al tener a alguien
como Antonia a su lado.
Se inclinó y le dio un beso suave y casto en la comisura de su boca. Sabía a sal, sabía a lágrimas.
—Si alguien puede hacer que salga de esta eres tú. Descansa un momento. Luego entra y gana la
batalla.
Alisó los rizos sueltos de su pelo y los alejó de la cara caliente. Se veía un miedo absoluto con
ojos rojos y nariz rosa. Además, otra revelación: él, el experto de diamantes de primer orden, casi
carecía de importancia.
—Es como mi hermana —dijo Antonia con voz ronca—. No puedo soportar perderla. He
perdido... He perdido a mucha gente.
Era casi una confidencia. En algún lugar en las partes lejanas de su cerebro, una voz insistió en
que era el momento de husmear en sus secretos. La voz le instó a seducirla ahora, cuando se
derrumbaban sus defensas, el resto de la familia estaría condenada. Nadie lo había visto entrar y el
silencio de la habitación de al lado indicaba que las interrupciones eran poco probables.
Hizo caso omiso de la voz. Con más facilidad de lo que esperaba.
Era un canalla de la cabeza a los pies. Incluso el peor canalla del mundo no se aprovecharía de
una mujer en este estado.
—Tiene suerte de tenerte. —Lo decía en serio.
—¿Por qué estás siendo amable conmigo? —La conocida y atenta Antonia regresó.
—No tengo ni idea —respondió con completa sinceridad. La sinceridad se sentía como un lujo,
que decía mucho de sus relaciones.
Su risa ahogada terminó con un sollozo roto.
—Ya somos dos.
Siguió acariciándole el pelo y retirándoselo de la cara pegajosa. Las lágrimas se amontonaban en
sus pestañas y su boca estaba llena e hinchada. Se resistió al deseo de besarla.
Algo cambió en su interior mientras la miraba. La sensación era bastante sorprendente para
comprobar sus impulsos habituales de libertino. Y para despertar la necesidad de restablecer la luz
de sus ojos. Luchó para encontrar palabras para animarla.
—Cassie te estará llevando a una gran persecución a través de todas las salas de baile de Londres
antes de que te des cuenta —dijo, sin ningún fundamento para su afirmación.
La boca exuberante de Antonia se arqueó como si ella también reconociera la débil lógica detrás
de su aseveración.
—Con tu apoyo.
Se le descompuso el rostro y respiró temblorosa.
—Espero que tengas razón, Nicholas. Le ruego al cielo que estés en lo cierto.
La conmoción lo mantuvo inmóvil mientras ella aplastaba la cara contra su pecho, agarrando su
camisa con manos temblorosas. Solo había usado su nombre de pila una vez antes sin que él la
incitara a ello, cuando se le escapó después de que pensara que lo había matado. Era difícil igualar
a ese ángel vengador de la castidad con esta mujer rota.
78
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
A excepción de que el núcleo interno de fuerza se mantenía. Incluso mientras yacía en sus
brazos, llorando como una Magdalena, reconoció su valor fundamental. Sospechaba que ella no se
había permitido el alivio de una buena llorera desde que Cassie cayó enferma.
Sentía la humedad caliente contra su piel. Algún instinto le hizo poner la mano detrás de su
cabeza y empujarla hacia sí. El mismo instinto que le hizo murmurar un tonto consuelo.
No tenía ni idea de si ayudaba. No tenía ni idea de si sus palabras penetraban su niebla de
tristeza. Solo se acurrucó contra él, llorando con una desesperación desconsolada que le dieron
ganas de golpear a alguien.
Finalmente se tranquilizó.
Siempre le había gustado cómo ella luchaba contra él. Le encantaba el chisporroteo y la chispa
de su ingenio. Ahora descubría que también le encantaba la forma en que ella descansaba apoyada
en él en lo que parecía perfecta confianza.
Sabía que no había tal cosa y, como la mayoría de la gente, ella lo traicionaría al final. Aunque
solo fuera por defraudarle después de que lo incitara a tal ilusión.
Ahora mismo no se atrevía a creerlo.
Antonia era una mujer alta y vital, no una señorita venida a menos. Ahora se sentía frágil y
vulnerable. Apretó su abrazo y se dijo que la oleada de actitud protectora no significaba nada.
Una vez más, no podía creerlo.
Rozó la mejilla contra su pelo despeinado. Le sorprendió que ella permaneciera en sus brazos.
Después de todo, sabía exactamente lo que era. Siempre lo había sabido. Era una señal de las
tribulaciones de estos últimos días que sus barreras habitualmente de punta estaban ausentes.
Aprovéchate, insistió la voz.
La próxima vez, aseguró a la voz, preguntándose por qué se retrasaba.
No podía ser consideración hacia Antonia. La única persona a la que tenía en cuenta cuando
quería algo era él mismo.
Todavía la sostenía sin forzar el enfrentamiento. Todavía el abrazo ofrecía consuelo y nada más.
Cuando se sentó, él reconoció cómo la había soltado a regañadientes. Con manos temblorosas,
se limpió las últimas lágrimas de las mejillas. La acción era infantil, encantadora.
—Gracias. Has sido muy amable.
Se apartó y frunció el ceño.
—No soy un hombre amable.
—Sin embargo, eso es lo que has sido hoy. —Sus labios se curvaron en una de sus sonrisas
irónicas—. No te preocupes. No se lo diré a nadie. Dudo que alguien se lo creyera de todas formas.
¿El libertino Lord Ranelaw en el dormitorio de una dama durante una hora entera sin desabrocharle
un solo botón? Increíble.
—Estás de mejor humor —dijo secamente.
—Lo estoy.
Sonaba sorprendida, aunque no podía decir si era por cautela o por el hecho de que las lágrimas
le habían sentado bien. Definitivamente, parecía menos tensa que cuando se había encontrado con
ella en el piso de abajo.
Debía de estar perdiendo su toque. Con el Marqués de Ranelaw en su dormitorio, debería estar
tan nerviosa como un gato en una galería de tiro.
79
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Pero solo pocas veces se había asustado de él, incluso antes de que agitara sus anticuados
instintos protectores. Nunca había reaccionado con la agitación apropiada cuando había expresado
su interés por ella.
Mujer tonta.
Inspiró delicadamente y rebuscó en su bolsillo. Él suspiró y le pasó su pañuelo.
—Aquí.
—Gracias. —La diversión aún permanecía en su rostro, que contrastaba de manera extraña con
las lágrimas secas—. Otra amabilidad. Vas a tener que pulir tu aureola pronto, Ranelaw.
—No te acostumbres. Ya sabes lo que quiero.
La mirada que le dirigió bajo sus rectas cejas rubias era penetrante.
—Pensé que lo hacía.
Él, famoso por su elocuencia, no estaba seguro de qué decir. Insistir en que era tan insensible y
carente de principios como siempre parecía un poco desesperado. Y poco convincente a la luz de su
reciente comportamiento.
Se puso de pie, sintiéndose incómodo una vez más. Y él era un hombre que nunca se sentía
incómodo. Nunca se interesaba lo suficiente para preocuparse por la impresión que daba.
—Debería comprobar cómo está Cassie.
Todavía lo observaba.
—Sí.
Una vez más, no podía obligarse a sí mismo a marcharse. Aunque era obvio, siempre había sido
obvio si era sincero consigo mismo, que no se la iba a follar hoy. Quería que viniera a él con el
espíritu y la pasión intactos. No quería tomarla mientras ella luchaba contra la derrota y la miseria.
—Déjame ver el pasillo —dijo ella, levantándose.
—El pasillo. Sí.
Se sentía desorientado. Tal vez se había venido abajo con la misteriosa enfermedad después de
todo. Algo andaba muy mal. No era así como actuaba con una mujer que acosaba.
Se deslizó por delante de él, las descoloridas faldas de algodón rozaban sus piernas con un
susurro seductor. En un cuarto tan pequeño, algo de contacto físico era inevitable cuando dos
personas se reunían en el interior.
El deseo hervía a fuego lento bajo la superficie. Ahora se endurecía y las manos le picaban por
agarrarla. No para consolarla, sino como un hombre tomaba a la mujer que quería.
Con cuidado, ella abrió la puerta y se asomó, luego la cerró y se volvió.
—No hay nadie ahí.
Necesitaba más de ella. Necesitaba una promesa que llevarse con él. El hambre se apoderaba de
él como una fiebre. Tal vez era una fiebre. Se sentía alarmantemente mareado.
—Encuéntrate conmigo esta noche —dijo con urgencia, agarrando su mano y llevándosela a los
labios.
Le dio un beso apasionado en la palma de su mano y la sintió temblar.
Frunció el ceño, deliciosamente confundida. Vio que con cada segundo, la tierna Antonia se
sumergía en la mujer que lo esquivaba continuamente.
El dilema infernal era que encontraba que las dos versiones de su atractivo le quitaban el
aliento.
80
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Sabes que no puedo. —Su voz era ronca. Tal vez de las lágrimas. Tal vez porque su deseo se
agitaba demasiado.
—Yo sé que puedes. —El agarre de su mano se tensó como si él intentara convencerla solo a
través del tacto—. Con el desorden que hay en la casa, nadie va a prestarte atención a ti. O a mí,
por una vez en mi vida. ¿Qué daño puede hacer?
Tiró para liberar su mano y le lanzó una mirada impasible. Era difícil creer que momentos antes
ella había descansado en sus brazos en posición supina como un gatito dormido.
—No seas ingenuo a propósito, Ranelaw. Sabes exactamente el daño que podría hacer. Quieres
causar daño.
Sí, el dragón de Antonia había revivido. Pero había tenido una visión de infarto de una mujer más
suave, más maleable. Sospechaba que si conseguía estar con ella a solas, podría revivir a esa
criatura dócil.
—Sé valiente, Antonia. Compartimos un deseo poderoso.
Esperaba que lo negara. Como tantas otras veces, lo sorprendió.
—Sería absurdamente autodestructivo actuar en consecuencia.
Hizo una pausa para digerir la facilidad con que era dueña de lo que sentía. Lo dejó mareado.
—Hay una glorieta al otro lado del lago. ¿La conoces?
—Sí, la conozco.
—Reúnete conmigo ahí una vez que la familia esté dormida.
Sacudió la cabeza y no leyó ninguna incertidumbre.
—Tengo que quedarme con Cassie.
—Deja que su doncella cuide de ella esta noche.
Ella retrocedió, chocando contra la cama. Realmente esta habitación no era más grande que una
madriguera de conejos. Algo dentro de él se ofendía por su entorno pobre. Ella era una mujer
nacida para llevar sedas y diamantes y estar en salones de mármol. Si la seducía, ¿aceptaría ella ser
su amante? La emoción envió llamas de excitación a través de él.
Negó con la cabeza de nuevo y las manos apretadas a los costados.
—No me reuniré contigo.
Dio un solo paso para arrinconarla y deslizó la mano detrás de su cabeza. Desde que la había
liberado, había echado de menos tocarla. El cabello suave le hacía cosquillas en los dedos. Se la
quedó mirando fijamente a los ojos, buscando las concesiones que sabía que quería hacer, maldito
fuera el sentido común.
—Esta noche, Antonia.
De nuevo, esperó que escapara de él, pero se mantuvo temblorosamente quieta. Se inclinó hacia
delante y la besó, un beso rico de promesas. Sus labios se movían suavemente con silencioso
consentimiento.
Cuando levantó la cabeza, vio un deseo en su rostro que hizo que la sangre le tronara con
anticipación. Sí, lo quería. Tal vez casi tanto como él la deseaba, aunque con su inexperiencia,
probablemente no lo reconociera.
Se giró sobre sus talones y se fue.
81
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 11
—T oni, deja de quejarte. —Con un gesto irritado, Cassie se apartó de los intentos de
Antonia para bañarla.
La chica había empezado a mejorar la noche después de esa hora asombrosa que Antonia pasó
con Lord Ranelaw en su habitación. Todavía no podía creer que él la hubiera tenido en sus brazos
en una cama y no se hubiera aprovechado. Todavía no podía creerse que hubiera sido tan amable.
La amabilidad era una palabra que nunca había relacionado con Lord Ranelaw. Aunque tal vez
debería. La había tenido a su merced en su dormitorio en Londres. La había tenido a su merced en
el río. Y de nuevo aquí, en la mansión. Las tres veces, se había escapado. Únicamente gracias a su
buena voluntad. La honestidad la obligaba a admitir que sus principios no le habían proporcionado
ninguna defensa en absoluto.
Esa hora fue hace tres días. Tres días ofreciéndole a Antonia la oportunidad de estar contenta de
haber resistido a la tentación de reunirse con él. Siempre había sido más fácil ser sensata cuando no
estaba realmente con Ranelaw.
Por supuesto que no había ido a la glorieta. No era una completa idiota, por mucho que el
Marqués le revolviera el cerebro cuando la besó. Ah, sus besos. Si cerraba los ojos, todavía podía
sentir su boca dura y exigente contra su mano, luego dulce en sus labios.
Ranelaw era una combinación contradictoria. No era de extrañar que la dejara tan aturdida.
Lejos de él, sin embargo, veía su camino con claridad. No podía arriesgarse a romper las reglas
de la sociedad de nuevo. Aunque a menudo se sentía estrangulada como Antonia Smith, al menos
estaba a salvo.
La mejora repentina de Cassie la salvó de tener que decidir. Antonia sonrió al recordar su
asombrosa gratitud cuando Cassie se había vuelto hacia ella y había dicho una frase completa. Nada
profundo. Pedía agua. Pero eran las primeras palabras coherentes que la chica había dicho en dos
días, desde que se había sumido en una fiebre empapada en sudor.
Después de eso, Antonia había observado a Cassie dormir sin dolor por primera vez en cinco
días. Había elevado una alegre plegaria de agradecimiento cuando su prima se despertó con los
ojos claros y lúcidos, aunque exhausta.
Tres días más tarde, Cassie estaba lo suficientemente fuerte como para resentirse por su
confinamiento. Aún no podía valerse por sí misma, pero estaba lo suficientemente bien como para
quejarse. Una y otra vez. Antonia estaba a punto de gritar. Incluso la fiel Bella perdió la paciencia
con la irritabilidad de la niña.
—Quiero ir abajo —dijo Cassie por enésima vez en la última hora, luego resultó ser incapaz de
salir de su cama porque le asaltó un ataque prolongado de tos.
Con gesto irritado, Antonia dejó caer la toalla de la cara en el cuenco de agua tibia.
—Intentaste levantarte esta mañana cuando no estábamos mirando y tuve que recogerte,
¿recuerdas?
—Me siento mejor ahora —dijo Cassie hoscamente, tirando de su camisón por la cabeza.
—Tal vez puedas bajar mañana. —Antonia había dicho lo mismo ayer.
82
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Con un profundo suspiro, se dio la vuelta. Estaba mortalmente cansada. La mayoría del personal
doméstico todavía estaba incapacitado, así que ella y Bella continuaban de enfermeras a tiempo
completo. Aunque con cada hora, parecía más improbable que Cassie sufriera una recaída. Antonia
empezó a pensar que la mayor amenaza para la recuperación de Cassie era la posibilidad de que su
fiel acompañante, la señorita Smith, la estrangulara con la cuerda de la cortina.
—Quiero bajar ahora.
—No hay nadie ahí. Las personas que no estaban enfermas se han ido y todos los demás están
en sus habitaciones, enfermos o recuperándose. Estarás tan aburrida abajo como lo estás aquí.
Afortunadamente, aparte de una desafortunada doncella, no había habido muertes en Pelham
Place. Al pueblo no le había ido tan bien, pero incluso allí, la epidemia retrocedía.
—Estoy completamente aburrida. —Cassie se dejó caer sobre la cama y se quedó mirando
descontenta al techo—. ¿Cuándo vamos a volver a Londres? Lamento que viniéramos. ¿Lord
Ranelaw se ha puesto enfermo?
Antonia escondió otro suspiro. Era la primera vez que Cassie había mencionado a su
pretendiente libertino desde que había caído enferma.
—No.
Cassie todavía miraba al techo.
—Supongo que regresó a Londres.
—No lo sé —dijo Antonia con total sinceridad, dándole la espalda para ordenar las cosas del
lavado de Cassie en la cama. No se atrevía a encontrarse con los ojos de Cassie en caso de que
revelara que ella y Ranelaw ya no eran extraños hostiles. Aunque para la vida de ella, no podría
decir exactamente lo que eran en su lugar.
—Estoy harta del campo —dijo Cassie de mala gana, tirando de la sábana debajo de ella.
—Si estás mejor mañana, nos iremos. Estás preparada para viajar en etapas cortas y estoy
segura de que Lady Humphrey está cansada de que su casa se haya convertido en un hospital.
Cassie la miró radiante.
—Eso sería maravilloso, Toni.
Antonia se atrevió a hablar de algo que sabía que no contaría con su aprobación.
—Tal vez deberíamos regresar a Bascombe Hailey. Has estado terriblemente enferma, Cassie.
Pensé que te estabas muriendo. No recuerdo estar tan preocupada.
Con un gesto irritado, Cassie descartó la preocupación de Antonia.
—Por supuesto que no me estaba muriendo. Voy a deslumbrar a la alta sociedad.
—Tendrás que ponerte mucho mejor de lo que estás ahora antes de que empieces a bailar
contigo misma en un estado de estupor —dijo Antonia represiva.
Como era de esperar, Cassie no se lo tomó muy bien.
—Vete, Toni. Bella estará aquí pronto y estoy harta de tus reprimendas.
—Iba a leer para ti. Hará que pase el tiempo.
Cassie miró hacia otro lado con un puchero.
—Puedo leer por mí misma.
Ayer, incluso esta mañana, Antonia habría hecho caso omiso del comportamiento mimado de
Cassie. Pero no podía dejar de pensar que si Cassie estaba lo suficientemente bien para ser
83
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
maleducada, estaba lo suficientemente bien para arreglárselas con la exclusiva atención de Bella
durante unas horas.
Cassie no era la única aburrida de la habitación. Aunque por lo menos esta habitación estaba
ventilada, iluminada y amueblada con todo tipo de lujos, a diferencia del diminuto armario
asignado a Antonia.
Cerró los ojos brevemente mientras la se le aparecía la imagen del cuerpo poderoso de Lord
Ranelaw hacía que su habitación pareciera aún más pequeña. Había intentado no obsesionarse con
ese encuentro, pero era imposible. Sobre todo desde que Cassie empezó a recuperarse y la labor de
enfermera ya no ocupaba todos los pensamientos de Antonia.
Una cosa estaba clara. Ranelaw no era exactamente el réprobo demonio por el que le había
considerado.
Por supuesto que no lo era. Su complejidad era parte de su encanto.
Su atracción por Ranelaw hacía que su enamoramiento juvenil por Johnny pareciera una fantasía
caprichosa. Esa fantasía caprichosa había destruido su vida. Entonces, ¿qué desastre amenazaba
por su interés en Ranelaw?
—Toni, he dicho que te vayas —repitió Cassie cuando Antonia no respondió de inmediato—.
Quiero estar sola. Entre tú y Bella, no he tenido un minuto de privacidad.
—Si te hubiéramos dejado sola cuando estabas enferma, no hubieras vivido para ver otro día —
dijo Antonia con un toque de ácido—. Podrías expresar un poco de gratitud. La pobre Bella se
deshizo en lágrimas ayer.
Cassie, en su honor, parecía incómoda.
—Se agita como una anciana.
—Te quiere.
—Lo sé. —Cassie le dirigió una mirada agobiada por la culpa. El resentimiento desapareció de su
voz—. Estoy tan cansada de estar metida en la cama. Sinceramente, algo de tiempo a solas me
haría bien.
—Como quieras. —Antonia sirvió un vaso de agua fresca y lo colocó en la mesita de noche—. No
seas mala con Bella. Apenas durmió mientras estabas enferma.
Cassie agarró la mano de Antonia.
—Soy una bruja.
Antonia presionó los labios en un acuerdo ferviente. En lugar de eso respondió menos
beligerante.
—A todos nos han presionado hasta nuestros límites.
El agarre de Cassie se tensó.
—No te merezco.
Antonia se encontró con los ojos de su prima y dijo nada menos que la verdad.
—Tengo una deuda contigo y con tu padre que nunca podré pagar. Pero cuido de ti porque te
quiero. Sé que quieres algo de diversión. No puedo culparte. Pero no es ni culpa mía ni de Bella que
tus fuerzas no hayan regresado todavía.
Cassie se sonrojó y desvió la mirada.
—Lo sé. Lo siento.
—Gracias —dijo Antonia en voz baja.
84
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
85
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
No se sorprendió al mirar atrás a la glorieta y ver que Lord Ranelaw la observaba desde el vuelo
poco profundo de sus pasos. Su presencia parecía formar parte del hechizo. O tal vez ella estaba tan
cansada que vagaba en una imagen borrosa en la que nada parecía bastante real.
—Lord Ranelaw —dijo en voz baja. Una brisa a través del lago le revolvió el pelo libremente
arreglado.
—Nicholas —dijo él también en voz baja. Estaba apoyado en una de las cuatro columnas
corintias que sostenían el pórtico y se cruzó de brazos.
—Nicholas. —Su nombre marcó una concesión que ambos reconocieron.
La luz de las estrellas brillaban en su camisa blanca, ¿el hombre nunca iba decentemente vestido
con una chaqueta y un pañuelo en el cuello?, pero ella percibió algunos otros detalles. No
necesitaba verlo. Su imagen estaba grabada en su corazón. Hermoso, descuidado, malvado.
Amado.
—Sabía que vendrías. —Parecía tranquilo, seguro.
La oscuridad agudizó otros sentidos además de la vista. Oyó el susurro de los árboles, olió el
ligero frío y la humedad del lago detrás de ella, sintió la brisa fresca de la noche sobre su piel. La
piel enrojecida con el conocimiento.
—Has esperado tres días.
—Puedo ser paciente —respondió con firmeza.
Se mordió el labio. ¿Había esperado verlo? ¿Su presencia significaba que harían el amor? En
alguna parte, ella ya había dicho que sí.
—¿Vas a salir corriendo? —preguntó con voz relajada, como si el consentimiento o la negativa
fueran lo mismo para él. Pero incluso en la penumbra, vio que se tensaba con anticipación.
—Debería.
Se enderezó y merodeó hacia el último escalón. Sabía que él esperaba que huyera como un
pájaro asustado. Como una mujer con una pizca de instinto de conservación.
Se quedó inexplicablemente quieto. Su voz era baja, persuasiva, espesa y profunda como el
terciopelo.
—¿Qué va a ser, Antonia?
—No me intimides, Ranelaw —dijo ella bruscamente.
—¿Estás fingiendo que sólo has salido para dar un paseo nocturno?
Eso es lo que se había dicho a sí misma. Ni siquiera ella se lo creía.
Había salido de la casa, deambulado hacia la glorieta porque sabía que Ranelaw la esperaba.
Admitió eso para sí misma. No estaba muy dispuesta a admitirlo ante él.
—No sabía que ibas a estar aquí.
Sus ojos se habían acostumbrado lo suficiente para ver el destello de sus dientes al sonreír.
—Sí, lo sabías.
¿De qué servía luchar para preservar el orgullo? Pronto sabría que era incapaz de resistirse a él.
Él ya lo sabía.
—Sí, lo sabía —contestó casi sin hacer ruido.
Las palabras se extendían entre ellos como un reto.
86
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ella estaba preparada, jadeante y en vilo, para que él la arrastrara a sus brazos. A través de los
varios metros que los separaban, no podía malinterpretar su urgencia. El silencio desarrolló una
calidad vibratoria. Incluso la brisa se paró a la espera.
¿Por qué no la había tocado todavía? Los dos sabían que no iba a pelear.
Volvió la cara al cielo resplandeciente, luego la miró directamente a ella. A través de la
oscuridad, esa mirada ardía.
—¿Por qué? —La pregunta cortó a través de la noche como una cuchilla.
Ella lanzó un grito sofocado incrédulo de la risa.
—No puedo creer que estés indeciso. Has conspirado a mis espaldas para conseguirme desde
que nos conocimos.
Oyó el roce de sus botas mientras él se desplazaba. Aún sin acercarse.
—Y tú has luchado con toda la determinación que has podido reunir.
—No siempre —dijo con honestidad renuente.
—Lo que has cedido, lo has cedido contra tu voluntad.
—Estoy aquí sabiendo que es un error. —Apretó las manos en las faldas del vestido que había
elegido porque, en lo más recóndito de su mente, había esperado encontrarse con Ranelaw. Un
vestido que pertenecía a Antonia Hilliard, no a Antonia Smith. Él nunca sabría su identidad, pero
esta noche le haría el amor a su verdadero yo.
—Estoy seguro de que lo estás.
Algo desconcertante estremeció todo su cuerpo. Algo que se parecía al desasosiego.
—¿Has cambiado de opinión?
—No. Mi mente siempre ha estado puesta en ti.
Sonaba como si lo dijera en serio. Deseó poder creerle.
—Al menos eso es lo que te gustaría que creyera —dijo con resentimiento.
—Mi hambre es lo suficientemente real.
Ella dio un paso más cerca.
—¿No quieres besarme? —preguntó con un deje de desesperación—. Estoy aquí. Estamos solos.
No hay nadie que nos detenga.
—Crees que estoy desquiciado.
—Sí.
Él se rió en voz baja.
—Tal vez estoy así. ¿Por qué estás aquí?
El impulso era decirle alguna tontería para contentarle y, así, dejaría de hablar y la besaría. En
vez de eso, respondió con total sinceridad.
—Es Cassie.
—¿Cassie? —Oyó curiosidad en su voz.
Hizo una pausa, preguntándose cómo hacerle entender. Preguntándose por qué le importaba
que él debiera entenderlo.
—Estuvo a punto de morir.
—Lo sé.
87
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ella esperó a que dijera algo más, pero él permaneció en silencio, engatusándola para que
soltara sus secretos. Esta intimidad era peligrosa, pero no podía reunir la voluntad para romperla.
—La enfermedad de Cassie me recordó que la vida es corta y que debería conseguir lo que
quiero mientras pueda.
—¿Eso significa que me deseas?
Ah, ella vio su estrategia. Tenía la intención de despojarla de su orgullo. O de cualquier ilusión de
que ella cedía bajo los auspicios de alguien, excepto los de ella misma.
Desafiantemente, levantó la barbilla. Descendía de una de las más grandes líneas del país. Se
remontaba a la Edad Media, la sangre de los guerreros corría por sus venas. Sin embargo, a pesar
de su valentía, su estómago se retorcía por los nervios.
—Sí, te deseo.
—Por fin —susurró, en voz tan baja que apenas lo oyó.
Permaneció de pie en un silencio tenso, mientras él saltaba el último paso para estar de pie
delante de ella. Con una lentitud que sentía en cada latido de su corazón anhelante, deslizó la mano
detrás de su cabeza e inclinó su rostro hacia el suyo.
—Estás temblando —dijo en voz baja.
—Por supuesto que estoy temblando. Estoy muerta de miedo. Pero el deseo es más fuerte que
el miedo.
La engañosa luz de las estrellas brindó a su sonrisa una ternura en la que ella sabía que no debía
confiar. Incluso habiendo accedido a ser su amante, no la engañaba acerca de su naturaleza
esencial. Él era un depredador. Si se olvidaba de eso, estaba perdida.
—Me alegro.
Ahora en cualquier instante, presionaría esa boca apasionada y hermosa contra la de ella y la
razón desaparecería. Reunió los últimos vestigios de cordura.
—Antes... antes de empezar…
Se detuvo y se pasó la lengua por los labios con nerviosismo. ¿Había sido tan torpe con Johnny?
No lo creía. Había estado demasiado embriagada con la visión de sacrificarlo todo por amor.
No era tan tonta ahora.
—¿Reglas, hermosa Antonia? —murmuró él, acariciando su cuello y amenazando el poco sentido
común que mantenía. Se estremeció. Era bastante difícil mantener dos pensamientos en su cabeza
cuando no la estaba tocando.
—S... sí —dijo con un suspiro ronco.
Intentó sin mucha convicción establecer algo de espacio entre ellos. Solo la había agarrado tres
veces antes. ¿Por qué su toque era más familiar que su propia piel?
—Deja que lo adivine. —Rozó su cara contra el lado de la suya—. Esto debe permanecer en
secreto.
Los ligeros toques deberían parecer inocentes. Por supuesto que no lo eran. La preparaban para
él, la hacían humedecerse, la seducían a un estado de excitación borroso donde le dejaría hacer lo
que quisiera. No estaba muy lejos de ese estado ahora. Pero aún no estaba lista para lanzar más de
diez años de circunspección sin una protección o dos.
—Sí.
—¿Confías en que siga tus reglas?
88
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La pregunta era un susurro a través de la clavícula y se dio cuenta de que había apartado la
manga para que pudiera saborear su hombro. Otro de esos estremecimientos sensuales. Otro brote
de humedad entre sus piernas. La llevaba al borde de la locura. Debería haber empezado esta
conversación cuando lo tenía a diez metros de distancia, no cuando la tocaba y convertía su mente
en natillas.
—Tengo que confiar en ti —dijo gravemente aun cuando el dolor necesitado de su sexo se
intensificó—. ¿Qué otra opción tengo?
—Pobre Juana de Arco, con tanta valentía yendo a la hoguera. —El atisbo de risa lanzó otra
sacudida de conciencia a través de ella.
Reforzó su deteriorada determinación.
—Nunca me usarás contra Cassie, incluso si haces público mi descaro al mundo.
—Qué horrible opinión tiene de mí, dulce señorita Smith. ¿Me consideras tan manipulador?
—Sí —admitió ella con un suspiro mientras le mordía suavemente un nervio en el cuello. Frotó
los muslos para aliviar el vacío, pero la fricción suave solo aumentó sus ansias. Si no fijaba las
condiciones rápidamente, se desmayaría en sus brazos.
—Sabia mujer. —Besó el lugar que había mordido—. Sin embargo, todavía estás aquí. —Recorrió
con las manos sus costillas arriba y abajo, parando increíblemente cerca de sus pechos. Incluso a
través de la ropa, su toque arrastraba fuego.
—No soy sabia. —Reunió sus pensamientos, difícil cuando su sexo se fundía con el calor y los
pechos le dolían por sus manos.
—Tienes mi palabra de que esto no está relacionado con mi persecución a Cassie.
—Gracias —susurró ella, pero él no había terminado de hablar.
—Sin embargo, nada va a desviar mi interés por la señorita Demarest.
Se puso rígida. ¿Dónde estaba su orgullo? Debería marcharse lejos cuando se negaba a renunciar
a su búsqueda de otra mujer. Patéticamente había llegado demasiado lejos por su voluntad como
para que esta prevaleciera sobre el hambre.
—No voy a dejar que le hagas daño.
—Lo harás lo mejor posible. —Su tono duro contrastaba con el toque lánguido tan cerca de sus
pechos hinchados—. ¿Eso es todo?
¿Eso era todo? Desenterró un pensamiento esquivo del mar de placer sensual.
—Tienes que protegerme de concebir un hijo.
Él retrocedió y sus caricias provocativas pararon. Sintió que la observaba a través de la
oscuridad.
—Sí.
—¿Eso es todo? —El asombro traspasó las nieblas de su mente—. ¿Simplemente sí?
—Bueno, haré todo lo que pueda. Nada es infalible. —Sus manos se apretaron en su cintura. El
aire hormigueaba con anticipación—. ¿Más condiciones? ¿Quizás quieras garantías por escrito?
—Esto es un juego para ti —dijo con amargura, agarrando sus antebrazos. No se engañaba a sí
misma con que este hombre se atuviera a algo tan incómodo como un principio. En este momento
ardiente, no le importaba.
Su voz era entrecortada mientras estrechaba la distancia entre ellos.
—Esto dejó de ser un juego hace mucho tiempo.
89
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 12
Ranelaw asió fuertemente las caderas de Antonia a través del vaporoso vestido y la frotó
contra su cuerpo. La esencia de su excitación hizo que su cabeza diera vueltas. Despiadadamente se
apretó contra su vientre permitiéndole sentir cuanto la deseaba, que se encontraba bajo su poder y
que no le permitiría marcharse.
Ella ahogó una protesta cuando estrelló su boca contra la suya. Sus dedos formaron garras sobre
sus antebrazos, clavándolos en su piel a través de su fina camisa de batista. El pinchazo alimentó la
tormenta de pasión en su interior.
Despiadadamente la forzó a separar los labios, saqueando el interior de su boca con su lengua.
Mordió, lamió y probó. La trataba como a la más experimentada cortesana.
Una voz dentro de su cabeza gritaba que se detuviera. Era una inocente. Debería cortejarla,
persuadirla, seducirla. Pero su hambre alcanzaba tal punto, que él, que se enorgullecía de su
control, no podía refrenar su deseo.
Se mantuvo rígida, temblorosa e inflexible; todo ello afirmaba que lo deseaba. Su agarre se
estrechó. Ella había dado el paso a esta particular guarida de león, por su propia voluntad. Si la
devoraba, solo podía culparse a sí misma.
Incluso indiferente, era deliciosa. La mujer más deliciosa que jamás había besado. Una voz en el
fondo de su mente le gritaba que no había sido tocada, era virgen y merecía cuidado. Debía estar
asustándola.
Para su vergüenza, él tenía miedo de ella ahora.
Por primera vez en su vida, no sabía si podría contenerse. La deseaba tanto. Sus senos se
aplastaban contra su pecho, la atrajo más cerca. La ropa se convirtió en una barrera insoportable.
Debía detenerse. Debía detenerse.
Con una sorprendente rapidez, ella puso los brazos alrededor de su cuello. Ella dejó salir un
gemido ahogado y le devolvió el beso con pasión desenfrenada. Su lengua se hundió en el interior
de su boca, danzando junto con la suya con vertiginoso fervor. Gruñó con masculina satisfacción y
dejó caer sus manos sobre su trasero, presionándola contra su erección. La sensación, incluso a
través de su falda, casi hizo volar la parte superior de su cabeza.
Sus besos anteriores fueron intensos. Esto… esto era como ser aplastado en un terremoto,
arrastrado lejos por un río desbordado, expulsado hacia el cielo. Siempre supo que era
extraordinaria. Pero ahora prometía arrojar al famoso libertino, a un universo más allá de su
experiencia.
Con reticencia, arrancó los labios de los suyos. Aún mantenía un minúsculo trazo de razón.
Estaba loco por ella, pero no podía tomarla allí sobre el suelo. No su primera vez. La acunó entre
sus brazos y rápidamente subió los escalones. Estaba inquieta, tocando, besando su cuello,
temblando y jadeando por el crepitante deseo entre ellos.
Estaba más oscuro en el interior de la glorieta. Sintió un momentáneo ardiente deseo de luz.
Deseaba mirarla a los ojos en ese momento y conocerla perdida de pasión. Como lo estaba él.
La próxima vez.
90
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Sus brazos la envolvieron firmemente y de nuevo la besó. Su corazón retumbaba tan rápido y sus
sentidos se encontraban tan atiborrados con su aroma y sabor, que no estaba seguro de sobrevivir
la noche. Así era como la había percibido desde el principio. A esta diosa voraz. Una mujer que
igualaba su pasión onza a onza.
Más por suerte que por planificación, la planificación estaba más allá de su comprensión-, se
topó con el banco acolchado que rodeaba la habitación. Con la aspereza nacida de la urgencia, bajó
a Antonia y descendió sobre ella, levantando su falda mientras se sentaba a horcajadas sobre ella.
La voz que insistía que tuviese cuidado, gritó en protesta.
Hizo oídos sordos a sus gritos. El rugido de su sangre lo inundó todo, precaución, maquinación,
incluso ese chillido, de su por mucho tiempo desatendida conciencia. Había esperado mucho
tiempo por Antonia. Sentía que millones de años. La tendría y la tendría ahora.
Ella no estaba tumbada inmóvil debajo de él. Sus manos tiraban y rompían su ropa, las frotaba
por su costado y las curvaba a su alrededor presionando sus nalgas.
Su mano temblorosa, acarició su muslo hacia la brillante y sedosa hendidura. Para su asombro,
sus dedos no encontraron nada en su camino, excepto piel caliente y desnuda. La imprudente
señorita Smith no llevaba bragas. Gracias señor todopoderoso. Debió adivinar que la barrera de la
ropa interior, terminaría destrozada en el suelo.
Imprudente de hecho. Con un afán impresionante, enroscó las piernas alrededor de sus caderas.
A la deriva su caliente olor almizclado lo volvió loco. Su cuerpo respiraba su anhelo por él. Sus fosas
nasales se abrieron para extraer su esencia femenina profundamente en sus pulmones.
—Espera —gruñó él, tratando de sacarse la camisa por la cabeza.
—No —jadeó ella, inclinándose hacia él—. No hay espera.
Ella agarró su camisa y la rompió por la parte delantera. Sus palmas se aplanaron contra su
jadeante pecho. Presionó su boca de un lado al otro de su torso con pequeños mordiscos que
dispararon aún más su excitación. Sus dientes arañaron su pezón y soltó un gemido ronco.
Campanas del infierno, realmente lo mataría.
La acarició profundamente, hundiendo un dedo en su cremoso calor. Estaba tan apretada. La
abrasadora perspectiva de ese ajustado pasaje cerrándose fuertemente alrededor de su polla, le
hizo temblar. Con un grito ahogado de placer, ella empujó hacia su mano, pidiendo más,
exigiéndolo todo.
Probándola lentamente, hundió un segundo dedo, el primer nudillo y luego empujó hasta el
segundo nudillo. Su apretado pasaje y una oleada de ardiente deseo empaparon su mano.
De nuevo se esforzó por ir más despacio. Vagamente permaneció consiente de la necesidad de
llevarla al clímax, de prepararla con su mano antes de penetrarla. Pero estaba más allá del punto
donde podía esperar. Su femenina esencia lo intoxicó y embriagó hasta el siguiente domingo. Su
cuerpo se tensó alrededor de sus dedos. Su incoherente letanía mientras ella dispersaba ansiosos
besos sobre su pecho, le indicaba que lo necesitaba ahora.
—Detenme —gimió él, apenas consciente de lo que decía—. Detenme antes de que te haga
daño.
—No —gimió, retorciéndose íntimamente contra su mano, temblando de impaciencia. Sus
dedos se curvaron en una sutil caricia que la hizo sacudirse—. Nunca.
Enredó sus manos en su cabello, arrastrándolo hacia abajo para otro agitado beso. Nunca había
visto tanta pasión en una mujer. Cada aliento que emergía de su garganta era un sollozo. Su
necesidad alimentaba la suya, haciéndola insoportable.
91
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La acarició una vez más, disfrutando del tirón suculento de sus músculos, entonces se retiró. Se
merecía lo mejor de él, pero no podía resistir más tiempo. Con las manos temblorosas rasgó sus
pantalones, desesperado por liberarse.
Por el amor de Dios, hombre, ve con cuidado. Es una virgen. Puedes partirla en dos si no te
controlas.
Había pasado a algo que iba más allá de la excitación. Ella clavó los dientes con fuerza en su
hombro, infringiéndole un genuino dolor que avivaba las llamas del deseo. La oscuridad llenó su
cabeza. Tenía que tenerla. Apretó sus nalgas, aspiró ruidosamente a través de sus dientes
apretados y empujó con fuerza entre sus delgados muslos.
Se hundió en un suave y perfecto pasadizo. Ella cerró sus músculos a su alrededor y se arqueó
con un grito gutural. Cerró los ojos, la maravilla de finalmente estar dentro de ella, ahogaba en miel
sus sobrecargados sentidos.
Calor. Deseo. Consumación. Lo mantuvo en su interior como si nunca quisiera dejarlo ir. El
tiempo, el mundo, todo lo que había sido antes, todo lo que prometía llegar a ser, desapareció en
un sublime momento de radiante comunión.
Era perfecta. Era todo lo que había soñado que sería. Era suya. Al fin.
A regañadientes abrió los ojos. En la oscuridad, distinguió sólo los más tenues detalles de su
rostro. Pero su aroma llenó su cabeza, drogándolo de Antonia. Su cuerpo lo apretó mientras ella
enroscaba los brazos alrededor de su espalda. Ella suspiró exuberantemente, moviéndose tanto,
que se deslizó aún más en su interior.
En el paraíso.
Ella se movió de nuevo y levantó sus rodillas acunándolo. Tenía que aferrarse a ese instante.
Tenía que moverse o se volvería loco.
Con una respiración irregular, se retiró lentamente, amando el poderoso deslizamiento de su
polla en su humedad satinada. Se detuvo en un jadeante instante de suspenso, luego empujó
profundamente una vez más.
De nuevo ese sentimiento inefable de bienvenida.
Ella suspiró como si también midiese los límites del placer. Con una aceptación natural que hacía
que su corazón golpeara contra sus costillas, ella ladeó sus caderas para tomar más de él.
El mundo estalló en luz. Todo se volvió físico. Un violento calor crepitó a través de sus venas. El
tirón y liberación de su cuerpo al moverse dentro del suyo. Sus gemidos entrecortados lo
estimulaban. Quería que ella se corriera, más de lo que quería la promesa del cielo.
Ella estaba cerca. Tan cerca. Sintió el dulce cambio en el agarre de sus músculos internos. Se
levantó sobre sus brazos para observar su rostro, aunque sólo fuera una forma pálida en la
penumbra.
Su cambio de posición la hizo jadear y apretarse contra él. Su desesperada búsqueda de la
consumación le hacía arder por satisfacerla. Sus pelotas de endurecieron por la agonía, pero venció
la feroz urgencia de perderse el mismo.
Todavía no. Todavía no.
Sintió las ondas comenzar dentro de ella. No era suficiente. Quería que se rompiera en mil
pedazos. Quería producirle algo nuevo por lo que nunca lo olvidará. Quería que admitiera que
estaba indefensa bajo el dominio de esta magia.
92
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cambió el ritmo y la penetró tan profundo como pudo y lo sostuvo hasta el final de cada
embestida.
Aún no le daba lo que él quería.
Se impulsó más fuerte en su interior, haciéndola deslizarse sobre el banco. Ella gimió y se aferró
a sus hombros. Las ondas se intensificaron, atormentándolo hasta el frenesí. Aun así ella no
explotó.
Despiadadamente la tocó entre las piernas. Ella soltó un rudo grito y un calor líquido lo roció. La
acarició de nuevo y sintió su estremecimiento. Cada movimiento suyo amenazaba con hacerlo
llegar. Contenerse prometía acabar con él. Su mandíbula le dolía de apretar los dientes. El hambre
estalló en él como el fuego de un cañón.
Tan solo al final, no pudo sostener el juego de poder. La deseaba demasiado condenadamente.
Con un gemido que expresaba tanto derrota como necesidad, se sumergió en ella,
introduciéndose progresivamente más y más fuerte.
Más cerca y más cerca.
Su sollozó fue una tormenta en su oído. No sabía si ella temblaba de éxtasis o de dolor. Había
pasado ya el tiempo de detenerse. Su sangre golpeaba con la febril necesidad de liberación.
Justo cuando se acercaba a su clímax, ella comenzó a sacudirse. Sus gemidos se rompieron en un
alargado grito. Por un momento, mientras se encontraba al límite, recordó su promesa. Ardía por
derramarse en su interior, por marcarla de la forma más primitiva. Pero había confiado en él.
Apretó sus dientes con una dolorosa fuerza, contuvo la liberación de su hinchazón y la
agonizante necesidad de responder a su vibrante éxtasis con el torrente de su semilla. Cuando su
estado de desenfreno aminoró, él se liberó y se derramó sobre su arrugada falda.
Ranelaw se desplomó de espaldas junto a Antonia, su pecho jadeaba por el agotamiento. Poco a
poco su cuerpo se tranquilizó. La satisfacción latía a través de él. El aire era penetrante por el sexo
mezclado con el olor fangoso del lago y el polvo de la descuidada glorieta.
Su mente estaba agradablemente en blanco. Por un momento, todas sus sensaciones fueron
animales. Esa poderosa liberación lo dejó a la deriva en un glorioso océano.
No se resistió a la inconsciencia. Parecía un regalo. Al igual que el chispeante éxtasis parecía un
regalo.
Lentamente, navegó de vuelta desde los confines de la experiencia. Su mente se removió.
Como si también ella emergiera de otro mundo, la oyó exhalar un tembloroso suspiro. Esperó a
que hablara. Deseaba de todo corazón que no lo hiciera. No todavía. Su unión había sido tan
perfecta, que no necesitaba palabras.
Las palabras inevitablemente implicaban discutir.
No quería discutir. Quería recordar cómo se había sentido al moverse dentro de su magnífico
cuerpo y pensar que era irrevocablemente suya. Quería recordar su participación incondicional.
Nunca había conocido a una mujer que buscara su placer con tal honestidad.
Por encima de todo, quería pensar en hacerlo todo de nuevo.
Ella se movió suavemente y se le escapó un débil gemido. Un pinchazo de culpabilidad atravesó
su bienestar. Debía estar incómoda. Finalmente él se había clavado en su interior como un ariete.
Debería estar malditamente avergonzado. Por el contrario, sentía que era el dueño del mundo.
Como si su brazo pesara un quintal, lo levantó y lo puso sobre su vientre desnudo. Sus faldas
estaban recogidas bajo sus pechos. Incluso ni se había molestado en desnudarla, era un bárbaro.
93
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Un bárbaro muy feliz. Ella lo había agotado hasta el poso. Ninguna mujer lo había hecho. Le
encantaba el sexo, pero siempre persistía la insatisfacción.
Como si debiera haber más.
Necesitó que la desafiante, difícil y solterona Antonia Smith le mostrase que había más.
Dios la bendiga.
Bajo su brazo sentía su respiración irregular. Estaba temeroso de no poder silenciarla por más
tiempo. No a su enérgica Antonia.
Cerró los ojos y apoyó la frente contra su hombro. Respiró profundamente para llenar sus
pulmones con ella. Le encantaba la forma en que olía. Esa fresca esencia, combinada con el almizcle
de mujer satisfecha.
Si solo la vida fuera siempre así.
Ella tocó su cabello con una vacilante caricia y luego levantó su mano. Cuando él hizo un sonido
inarticulado de aliciente, lo acarició nuevamente. Era un tonto, pero la caricia parecía transmitirle
más, acerca de lo que había sucedido esa noche, de lo que las palabras jamás podrían.
Por un tiempo infinitamente largo, yacieron inmóviles. La mente de Ranelaw se asentó en una
apacible somnolencia. A su lado, Antonia deslizó la mano hacia su nuca. Un gesto que sintió
absurdamente protector. Nadie lo había protegido desde Eloise.
Estar tumbado allí era completamente delicioso. La paz era demasiado rara en su vida como para
sacrificarla precipitadamente. Qué curioso que de todos los regalos ofrecidos por Antonia,
incluyendo el espectacular placer, esta paz fuera lo más dulce.
Se dejó llevar. Saboreando la tranquila cercanía de la mujer.
Y se dio cuenta de algo que el placer había bloqueado de su conciencia.
La desafiante y difícil solterona Antonia Smith no era virgen.
El hecho fue tan sorprendente, que difícilmente lo creía.
Otro hombre la había poseído. Supuso que hacía algún tiempo. A pesar de toda su pasión, su
respuesta no practicada, le indicaba que no estaba acostumbrada a mentir bajo de un amante.
No era una virgen.
Cuando miró a Antonia, se sintió orgulloso de sí mismo por haber visto más que cualquier otro.
Su arrogancia era inmerecida.
No estaba seguro de lo que sentía. Conmoción, sin duda. Siempre había sabido que ella ocultaba
secretos sobre secretos. Capas que permanecían ocultas, tal vez siempre permanecerían ocultas.
Se había preguntado si al poseer a Antonia rompería su misterio. Si una vez que se abriera de
piernas para él, se volvería igual a todas las demás mujeres. Esperaba que lo hiciera. Le molestaba
la manera en que ella afectaba sus decisiones, lo mantenía despierto por las noches, lo volvía
desesperado por tenerla.
Una muestra de su exuberante y hermoso cuerpo, solo hacía que enloqueciera por más. Quería
desnudar su desnudez. Quería observarla cuando se deslizara en su interior. Quería tocar cada
centímetro de ella. Quería darle placer de todas las formas que conocía.
Su falta de inocencia la hacía más intrigante.
Si esa noche se suponía que se rompería el hechizo, había resultado un total fracaso. La última
hora sólo lo había enganchado más profundamente en el encantamiento.
94
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Aún sin hablar, ella deslizó la mano de su cuello. Tiró de su falda hacia abajo, se desplazó para
sentarse con su codo doblado sobre el alféizar. No pudo evitarlo, pero sintió su movimiento como
ausencia.
Ni él ni Antonia fueron creados para una tranquila comunión. No podría tomar el sol sin recordar
para siempre este éxtasis. Sosegado, sólo con la más grande renuencia, se levantó para apoyarse
contra la pared a su espalda.
Las estrellas a través de las ventanas de la glorieta, le dejaban ver a Antonia con el cielo a su
alrededor. Ella levantó sus rodillas y entrelazo las manos a su alrededor. Su cabello a la luz de la
luna colgaba suelto sobre sus hombros, oscuro y suave en la penumbra.
No podía recordarlo suelto. Había estado tan ansioso, que no recordaba mucho, aparte del
exquisito placer de tomarla. Realmente había sido un salvaje.
—Esto ha sido... esto ha sido —su voz ronca se desvaneció.
Cerró los ojos y recordó el momento de deliciosa resistencia cuando penetró su cuerpo.
—Sí, lo fue.
—No es de extrañar que seas el brindis de las damas de Londres. —Notó el toque sarcástico y
desagradable de la señorita Smith.
No quería hablar de sus otras amantes. Maldita sea, no quería hablar en absoluto. La quería
debajo de él nuevamente. Después de la jadeante liberación, se creía agotado, pero ella ya lo había
vuelto a endurecer. No había estado tan caliente por una mujer desde la adolescencia. Cualquiera
que fuera la magia que poseía, era poderosa.
—Ven aquí —dijo perezoso—. Estás demasiado lejos.
Ella se giró para mirar hacia los árboles y las estrellas, lo que esculpía su perfil, frente alta, nariz
recta y mandíbula delicada y tenaz. De nuevo un breve destello de un recuerdo lo preocupó. Había
visto antes esos rasgos o unos muy parecidos. Pero ahora estaba demasiado distraído para
perseguir el tenue recuerdo.
Se dio cuenta de sus labios fruncidos. ¿Por qué? Sabía que había encontrado su placer.
—¿Antonia? —preguntó cuándo no respondió inmediatamente.
No le gustaba verla triste. Lo cual era absurdo. Él la haría extremadamente desgraciada antes
que él lo hiciera. Incluso aparte de la ruina de Cassie, él no era un hombre que ofreciera finales
felices.
Ella se dio la vuelta y lo miró a través de la oscuridad. No se acercaba, que el diablo se la llevara.
—Van a echarme de menos si estoy fuera más tiempo.
¿Qué? Se sentía desorientado. Quería más que un revolcón, había sido impresionante.
Se enderezó y tomó su mano.
—No hemos terminado.
—Sí, lo hicimos —dijo con una implacabilidad que no podía equivocarse. Apartó la mano y se
deslizó del banco alejándose de él.
Estaba tan seguro que ella quería explorar el resplandeciente universo del deseo. De nuevo su
arrogancia lo llevaba a suposiciones. Ya debería saber que las suposiciones sobre Antonia, eran
probablemente erróneas. Nunca le había rogado a una mujer. Ahora mismo se encontraba
haciéndolo.
—No hay peligro de ser descubiertos. Quédate.
95
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La suave petición flotó en el aire durante un segundo. Fue como si se lo hubiese preguntado
hacía más de una hora. Como si se le hubiese pedido un para siempre.
Maldición. El nunca pedía un para siempre.
Esta era la primera vez que lamentaba esta cruda realidad.
Maldición, follarla se suponía que lo simplificaría todo, rascaría su picazón y se iría con algunos
buenos recuerdos y un suspiro de alivio porque la locura había terminado.
En cambio, el sexo lo había dejado tambaleante como a un hombre que se ahoga. El placer que
había descubierto, sólo prometía los más y más grandes placeres. Su mente se agitó por la
confusión. Lo único que sabía era que no quería que Antonia se fuera.
La pasión nubló sus pensamientos. Alejándose de ella, sería libre. Lo peor de todo era que no
quería alejarse de ella.
—Nicholas.
Ella se detuvo, dándole tiempo para saborear con qué facilidad utilizaba su nombre de pila.
Quería que gritara su nombre cuando se introdujera dentro de ella. Quería borrar todos los
recuerdos de sus anteriores amantes. Que solo pensara en él.
Era un bastardo egoísta, lo sabía. Ella podía irse ahora y mantenerse relativamente indemne.
Pero odiaba la idea de que lo tratara como a un capricho pasajero.
—Quédate —repitió suavemente. En esa sola y profunda palabra, inyectó toda la persuasión que
había aprendido a través de años de libertinaje.
Toda su persuasión no sirvió de nada.
—No puedo.
Demonios, seguramente podría hacerla cambiar de opinión. Tuvo el impulso repentino de
tomarla, pero primero quería su consentimiento.
—Te traté con rudeza. —Su ronca sinceridad envolvió su voz. Solo porque estuviera dispuesto a
poner en entre dicho su voluntad, no significaba que cada cosa que dijera fuera una mentira—. Mi
comportamiento fue inexcusable. Mi única explicación es que me has conducido a la locura. Seré
más amable la próxima vez.
Había pensado que implorar era más difícil. Ahora, en cualquier momento pediría disculpas. Él
nunca pedía disculpas.
Su corta risa no contenía diversión.
—No seas tonto Nicholas. No has hecho nada que yo no quisiera.
Un avergonzado alivio inundó sus venas. Normalmente estaba demasiado seguro de sí mismo
para necesitar confianza. Nada era usual con Antonia Smith.
Ella hizo una pausa con la voz tensa de amargura.
—Lo que sucedió por lo menos tuvo la virtud de la honestidad. La ternura sería una falsedad.
Contuvo el loco impulso de discrepar. Bajo ese tumultuoso deseo, acechaba el respeto, el gusto
y sí, el afecto. Esos momentos posteriores cuando acarició su cabello con suavidad ¿habían
agrietado su corazón de piedra? Esos momentos fueron de afecto. Cuando la tomó, la pasión fue
primordial. No significaba que pasión fuera todo lo que tenían.
—No te vayas tan deprisa. Todavía es temprano. —Cruzó la distancia entre ellos y ahuecó su
mandíbula con la mano.
Temblaba, no estaba tan bajo control como quería parecer. Continuó en ese tono persuasivo.
96
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
97
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Entonces asombrosamente lo besó. El casto y poco exigente beso lo hizo estallar debido a la
sorpresa. Ella rara vez lo tocaba sin su incitación.
—Tengo que irme, Nicholas.
Estaba tan sorprendido por su beso que le llevó un momento comprender. Tomó su mano, pero
ella se levantó y se movió al centro de la habitación.
—Antonia.
—Por favor no lo hagas más difícil.
Captó algo en su voz que sonaba como lágrimas. Esa punzada en el pecho lo apuñaló una vez
más.
—Reúnete conmigo mañana —dijo con urgencia, de pie, pero sin acercarse. Se dio cuenta que
sus pantalones estaban abiertos. Los abrochó torpemente. Algo en su vibrante tensión le decía que
el instante en que podía haberse rendido, ya había pasado—. Estaré aquí.
Sus puños se cerraron a sus costados, luchando por obligarla a quedarse. Quería más de lo que
ella le había dado, pero la promesa del mañana le ayudaría.
Ranelaw, vas por el mal, mal camino.
Era otra señal de su mal, mal camino que no experimentara su habitual ardiente deseo de
escapar de las dificultades o complicaciones. Incluso cuando Antonia Smith con su espinosa y
atrincherada alma, era la personificación de las dificultades y complicaciones.
—No puedo —dijo ella alejándose. Tenía la horrible y escalofriante sensación de que si la dejaba
marchar, no la encontraría de nuevo—. No me lo pidas.
—Tengo que hacerlo. —Tragó saliva y se dijo a si mismo que no podía robarla como si fuera
contrabando y largarse a un lugar en el que nunca pudiesen ser molestados. Tales lugares sólo
existían en los cuentos de hadas—. Te esperaré.
Ella negó con la cabeza.
—No lo hagas. Por favor, no lo hagas —su voz se resquebrajó. No estaba equivocado acerca de
las lágrimas.
—Tenemos mucho más por descubrir.
¿Ese realmente era él? ¿El célebre y sin corazón Ranelaw? Justamente ahora, no se merecía
ninguna de las dos descripciones. Se sentía miserable y hambriento de alguna señal que Antonia no
lo abandonara para siempre.
Peor aún, su amor propio, estaba hambriento de alguna señal de que lo que había ocurrido,
significaba algo para ella. Estaba molesta, pero necesitaba saber que sentía algo más que
arrepentimiento.
—Buenas noches, Nicholas —susurró, y se volvió en un remolino de pálidas faldas.
Podría perseguirla. Si la atrapaba, ella no lucharía.
No obstante la dejó ir. Mientras escuchaba el rápido golpeteo de las pisadas a lo largo del
camino, se dejó caer en el banco que había sido testigo de tan incomparable pasión.
98
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 13
99
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Finalmente se quedó desnuda y jadeante junto a la mesita de noche. Con las manos
temblorosas, encendió una vela, y luego vertió agua en un recipiente. Temblaba tan fuerte, que el
agua salpicó el suelo desnudo. Estaba desesperada por lavar a Ranelaw de su piel.
Nada lavaría la mancha de su alma.
Ranelaw fue firme en que no iba a perder el tiempo después de Antonia como un bobo
calavera enfermo de amor. Pero tras una noche afligido por el deseo frustrado, buen Dios desearla
era peor ahora que la había tenido, se dirigió a la glorieta.
A la luz brillante de la mañana, el lugar ya no era un misterioso templo de placer sensual. En
cambio, mantenía un aire abandonado que la oscuridad había ocultado. Subió las escaleras y entró,
recordando cómo había llevado a Antonia. Sus impulsos corrieron con anticipación, sin importar
que fuera demasiado pronto para esperarla.
No podía escapar de su presencia fantasmal. La brisa levantó su cabello, recordándole el toque
de Antonia. ¿Se imaginó un rastro de su olor? Las huellas se veían en el suelo de mármol
polvoriento. Distraídamente arrastró una bota a través de las marcas.
Encendiendo un puro, se acercó al banco. Una pequeña mancha ensuciaba el asiento. El calor
entre ellos debería haber dejado algunas marcas de quemaduras, por lo menos. Pero mientras
fumaba su puro y miraba a su alrededor, nada aquí indicaba que el mundo hubiera cambiado.
No, los cambios estaban en su interior, al diablo, maldita seas Antonia Smith.
Con un suspiro de cansancio, se dejó caer hacia abajo, estirando las piernas por el suelo e inclinó
su cabeza contra el marco de la ventana. Era otro día soleado y cálido de mayo. Tal vez mas tarde
podría convencer a Antonia a nadar en el lago.
Su sangre se arremolinaba con deseo mientras se imaginaba su magnífico cuerpo brillando por el
agua. Todavía no había visto ese cuerpo magnifico desnudo. Anoche había tenido mucha prisa, que
Dios lo perdone.
Algo en Antonia derritió su frio y duro corazón, mermando su orgullosa autosuficiencia. Sabía
que buscaba problemas. El placer había sido tan extraordinario que ahora mismo no podía
obligarse a preocuparse demasiado.
Terminó su puro. Fumó otro. El sol lo llenó de languidez, silenció el clamor de la necesidad a un
apacible tarareo en lugar de una estridente demanda. Cerró los ojos, prometiéndose una siesta.
Después de todo, casi no había dormido la noche anterior y sus esfuerzos de antemano habían sido
notables.
Cuando abrió los ojos, las sombras lo bañaban. Miró hacia afuera, asombrado de ver que la
mañana se había convertido en la tarde. Su estómago gruñó, recordándole que no había comido
nada desde el desayuno apresurado. Había estado demasiado ansioso por ver a Antonia para
entretenerse en la comida.
Antonia, que todavía estaba ausente. Incluso dormido, sabría el momento en que se presentara.
Sus sentidos estaban tan en sintonía con ella que sentía su respiración cuando estaba cerca.
Era evidente que no había podido posponer sus deberes.
¿Esta noche?
El aumento de la expectativa debería consternarlo.
100
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Debería dirigirse a la casa, buscar algo de comida, quizás robar algunos manjares para
sustentarles a Antonia y a él más tarde. Una vez que ella llegara, se quedaría hasta que estuviera
satisfecho.
Lo que podría requerir los próximos seis meses, por la manera en que se sentía en estos
momentos.
Haciendo caso omiso de la sorda protesta de sus músculos cansados, se levantó y se estiró. Se
dirigió a la casa en una carrera perezosa.
Las cocinas estaban más concurridas de lo habitual. El personal había regresado a su rutina. A
pesar de su egoísmo, Ranelaw no deseaba una enfermedad mortal a nadie. Sin embargo, lamentó
que el intervalo hubiera llegado a su fin, cuando Antonia era libre para reunirse con él con un
mínimo riesgo de ser descubiertos.
Las criadas estaban acostumbradas a su presencia. Al principio le habían tratado como un
intruso a pesar de su amabilidad para alguien de superior posición. Pero había guardado sus manos
para sí mismo incluso cuando había coqueteado descaradamente. Era extraño que no estuviera
tentado a darse un revolcón con una o dos. Había algunas muchachas bonitas bajo las escaleras y
algunas habían manifestado su disposición. Pero ya tenía más que suficientes seducciones de las
que ocuparse.
—Aquí tiene, milord. Un poco del asado de anoche y un trozo de queso cheddar de la finca. —
Mary, su favorita entre las criadas, deslizó un plato de peltre ante él, lleno de pan y fruta, así como
carne y queso—. Y un poco de cerveza para bajar la comida.
—Gracias, Mary. Estoy hambriento. —Bajo la aprobación considerada de la muchacha, comió
con apetito.
—Me gusta un hombre con un gran apetito.
Normalmente hubiera seguido la pesada insinuación sexual. Hoy no. Hoy tenia cosas más
importantes en mente. Como dónde demonios estaba Antonia.
Por razones de discreción, no podía preguntar abiertamente por la severa compañera de la
señorita Demarest, así que tomó el camino indirecto. Preguntó por miembros de la familia
enfermos. Después por invitados enfermos. Y gradualmente mencionó a Cassie.
Todo esto de andarse por las ramas lo puso nostálgico por el trato abierto con una puta honesta.
Por todo eso, no avergonzaría a Antonia más de lo que ya lo había hecho cuando había sobornado a
los novios. Era extraño, su reputación era más valiosa ahora que la había tenido que cuando la
había deseado desde lejos.
A su pesar, hoy todavía la deseaba desde lejos.
Bebió un largo trago de cerveza y miro a Mary.
—¿Qué pasa con la linda señorita Demarest? ¿Está mejor hoy?
—Debe de estarlo, milord. —Jean, otra criada, empezó a hablar desde donde amasaba el pan—.
Se levantó y se marchó la primera, sin detenerse siquiera por una corteza para el desayuno. No
provocó ni la mitad de agitación debajo de las escaleras. Pero esa acompañante suya, esa agradable
señorita Smith, no tardó ni una hora para decir adiós a la señora Humphrey. No es que a Lady
Humphrey le importara que más visitantes se fueran. Ha sido un raro tipo de casa festiva, eso ha
sido.
Un cargado silencio descendió. Ranelaw se dio cuenta que miraba a Jean con furiosa conmoción.
Se obligó a recoger la cerveza y beberla, aunque no saboreó nada.
Los pájaros habían volado.
101
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
102
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 14
Con una maldición, Ranelaw desmontó fuera de la prospera posada. El clima veraniego había
degenerado en una noche fría y ventosa, más como de febrero que de mayo. Tenía un repentino
recuerdo amargo de sus frustrados planes de llevar a nadar a Antonia.
Sombríamente pasó las riendas al tembloroso mozo de cuadra y entró en la taberna frotándose
las manos enguantadas para restablecer la circulación. Solo pura obstinación le había mantenido en
el camino. El sentido común le insistió a descansar, refugiarse de la tormenta. Especialmente
porque podría estar en la más descabellada e inútil búsqueda. No tenía ni idea de si Antonia había
llegado a Londres. Incluso si lo hizo, no podía enfrentarla en medio de la noche. Sabía que iba a
tomar medidas para impedirle subir a su habitación otra vez.
En estos días el sentido común estaba lamentablemente ausente.
Como fuera, había aplazado detenerse todo el tiempo que pudo. Pero estaba helado y
hambriento y su caballo estaba agotado. La bestia necesitaba un poco de calor y comida antes de
que Ranelaw lo apresurara las ultimas quince millas a Londres.
La posada no estaba llena. Era tarde y la noche desterró a los lugareños a sus propios hogares.
Solo los locos desesperados como Ranelaw viajarían con semejante tiempo.
Sentándose en un banco cerca del fuego ordenó lomo con patatas y una jarra de cerveza. Estaba
agradecido de que ninguno de los clientes dispersos le prestara un momento de atención. Cuando
la criada regordeta de la taberna le envió una mirada significativa, la ignoró.
Tenía suficientes problemas con mujeres.
La cerveza llegó rápidamente. Ranelaw tomó un largo trago para limpiar el polvo de su garganta
y echó la cabeza hacia atrás contra el revestimiento de madera oscura detrás de él. Daria lo que
fuera por que sus pensamientos no corrieran inmediatamente a Antonia.
Después de lo de anoche, ¿cómo había podido marcharse? Si había alcanzado tal grado de deseo
que se había entregado a él, seguramente era tan víctima de esta atracción como él. Había
considerado el acto un comienzo. Ella evidentemente creía que era un final.
Bien, tenía noticias para ella.
Se había tomado su tiempo hasta ahora, dándole libertad para elegir sin excesiva obligación.
Escapándose, ella cambió el juego. Eso y el placer incomparable que había encontrado en sus
brazos.
La tendría otra vez. Pronto.
Abrió los ojos y se encontró mirando a un hombre desplomado sobre la mesa al otro lado de la
habitación. Un viajero bien vestido, como Ranelaw, bebiendo solo.
Algo sobre la forma de su cabeza y sus rizos oscuros le pareció tan familiar a Ranelaw. Lo último
que quería era sentirse cómodo con algún desconocido. Estaba a punto de apartar la mirada
cuando fue demasiado tarde. El hombre giró la cabeza y miró fijamente a Ranelaw.
Johnny Benton.
Buen Dios, vaya sorpresa. No podía recordar la última vez que había oído hablar incluso en un
susurro sobre el mequetrefe.
103
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Durante su corta carrera en Eton, Benton había estado un año por debajo de él. La temporada
que Ranelaw llegó de Oxford, Benton había sido el héroe de la alta sociedad. Él mismo se imaginó
un poeta. Más hermoso que Byron, aunque por desgracia ni de lejos tan talentoso, Benton había
roto corazones por toda la ciudad y probablemente más allá. Había sido considerado el hombre
más guapo de Inglaterra. Talleres de cerámica habían acuñado medallones de su perfil. Un retrato
en la Academia Real había provocado disturbios. Ranelaw recordó vagamente al hombre viajando al
continente tras las huellas de Byron y Shelley.
Fingiendo que no reconocía al cachorro. Ranelaw miró fijamente a su cerveza.
Desafortunadamente, su color característico, significaba que nadie podía confundir su identidad.
—¿Gresham? Eres tú, ¿no es así? Por Dios, no creo lo que ven mis ojos.
Con una sensación de hundimiento en su estómago, Ranelaw encontró a Benton cerniéndose a
su lado, sosteniendo una copa de coñac, y ansioso como un perro dando la bienvenida a casa a su
amo.
—Ahora es Ranelaw —dijo fríamente. En la escuela había sido conocido como el conde de
Gresham, uno de los títulos menores de su padre. Llamarlo Gresham demostró cuan fuera de
contacto estaba Benton.
Benton frunció el ceño.
—Tu padre falleció, ¿no? Mi más sentido pésame.
—Hace ocho años —dijo Ranelaw con una falta de emoción que no tuvo que fingir.
—He estado en Italia. —Sin invitación Benton se sentó frente a Ranelaw—. Solo volví hace una
semana.
Era evidente que había dejado sus modales en la Toscana o en cualquier parte donde hubiera
estado escondiéndose. Ranelaw se echó hacia atrás, tomó un trago de cerveza y observó al tipo.
Él parecía... menos.
Todavía era demasiado guapo para un hombre, con sus cabellos negros rizados y perfil romano.
Pero había un suave borde en sus rasgos como si en el transcurso de los años, hubiera disfrutado de
demasiada comida y vino y la fácil vida italiana. Los oscuros ojos brillantes, famosos en los
periódicos de la alta sociedad y no pocas poetisas, estaban apagados y hundidos.
Ranelaw se preguntó por un momento si el hombre había caído víctima del opio o la bebida.
Debía de hacer al menos una década desde que se había encontrado al afeminado, pero Benton
parecía haber envejecido por lo menos veinte años.
—De vuelta a casa, ¿verdad? —Ranelaw frunció el ceño—. Tu gente está en Devon, ¿no es así?
—Sí. Estoy de camino al sur ahora. —Con una expresión indescifrable Benton meditaba en su
brandy. Fugazmente se parecía al galán poético que había conquistado a la sociedad hacía diez
años—. Tenía negocios en Northumberland.
Un silencio difícil cayó. ¿Qué demonios pasaba con el mentecato? Actuaba como si su perro
acabara de morir.
—¿Quieres otra copa? —preguntó Ranelaw de mala gana mientras la doncella deslizaba un plato
frente a él.
Benton seguía contemplando su vaso vacío.
—Trae la botella.
La muchacha envió a Benton la misma mirada coqueta que había lanzado a Ranelaw. Pero
Benton ni siquiera miró hacia arriba mientras hablaba. Ella salió haciendo aspavientos y volvió para
104
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
poner de golpe una botella de coñac en la mesa. Benton volvió a llenar su vaso con una mano
temblorosa. En su prisa, derramó un poco sobre la mesa.
Sintiéndose claramente incómodo, Ranelaw comenzó a comer. Cuanto antes saliera de aquí,
mejor. Benton no mostró ninguna señal de continuar y estaba resultando una compañía incluso
peor de lo previsto. El hombre vació su vaso y lo lleno de nuevo, todavía con esa torpeza prodiga.
—Estas borracho, hombre —dijo Ranelaw suavemente.
Benton negó con la cabeza y para horror de Ranelaw, una lágrima resbaló por su mejilla.
—Todavía no. Pero lo estaré. —Antes de que Ranelaw pudiera pensar en algo que decir, Benton
fijó una mirada llorosa en el—. ¿Crees en el único?
Ranelaw vació su jarra y se preguntó cómo demonios se desharía de Benton.
—¿El único que? ¿Dios? ¿Rey? ¿Papa? ¿El maldito arzobispo de Canterbury?
Benton no reaccionó ante el enojado sarcasmo.
—La única mujer. La muchacha que es dueña de tu corazón para siempre. El amor verdadero.
Las almas gemelas. Ya sabes, la única.
—No —dijo Ranelaw brevemente.
Estaba atrapado en el infierno. ¿Estaba lo bastante hambriento como para que quedarse valiera
la pena?
—Yo sí, maldita sea. —Benton vació su vaso de un solo trago y lo llenó de nuevo con más
delicadeza.
—Asumo que las felicitaciones son adecuadas. —Aunque si el cabrón contemplaba el
matrimonio, no parecía particularmente alegre ante la perspectiva.
—Maldita sea. —La mano de Benton apretó el vaso antes de que lo lanzara a la chimenea. El
choque hizo que se volvieran cabezas con curiosidad inoportuna.
Ranelaw apretó los dientes. Mucho más de esto y le diría al zoquete que se fuera a la mierda. Era
la clase de gesto extravagante que había hecho que Ranelaw despreciara a Johnny Benton cuando
eran más jóvenes. A pesar de ello, no podía equivocarse, que bajo el llamativo dramatismo, el
hombre estaba realmente angustiado.
—¿No la tendrás? —La furiosa desesperación de Benton exigía algún tipo de respuesta, incluso
de un despiadado bastardo como Ranelaw.
Benton enfocó los ojos ardientes en él.
—Ella está muerta.
Buen Dios.
Ranelaw no estaba seguro de que decir. No había sido un camarada de Benton. Pero parecía
cruel abandonar al hombre en su pena.
—Lo siento —dijo Ranelaw, sabiendo que sus palabras eran inadecuadas.
Los ojos de Benton nadaban en lágrimas, que condenadamente incomodaron a Ranelaw, incluso
si ellas no le avergonzaran.
—Ella es la única que nunca olvidaré. Ha escrito su nombre en mi corazón. ¿Alguna vez te ha
pasado esto?
—Diablos, no —dijo Ranelaw con sincero horror, mientras esa voz inoportuna le recordó sus
asombrosamente profundas emociones cuando había empujado en el interior de Antonia. Dio a la
voz burlona el corte directo.
105
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Entonces lo siento por ti. —Benton llenó su vaso otra vez, pero no lo levantó.
Ranelaw reprimió una réplica acalorada. ¿Cómo se atrevía una ruina estropeada como Benton
compadecer al magnífico Marqués? Dio un golpe feroz a su solomillo y sinceramente lamentó no
haber cabalgado hasta Londres.
Benton se dirigió a su vaso.
—Durante diez años de exilio, no pude olvidarla. Le hice daño y ahora estoy de vuelta para
remediar mi maldad. Recé para que ella todavía fuera libre, que se casaría conmigo, a pesar de lo
que le había hecho.
Ranelaw se abstuvo de preguntar lo que Benton había hecho. Francamente no le importaba
mucho. La historia parecía banal en extremo. Toda esta emoción lacrimosa estropeó su cena. Con
un gruñido empujó su plato medio lleno lejos.
La frivolidad continuaba.
—Cabalgué hasta esa mansión sombría en Northumberland y pregunté por ella. Su hermano me
recibió. Más de lo que merecía. Su padre me habría perseguido con una escopeta. Cuando declaré
mis buenas intenciones, me dijo que la dama murió poco después de nuestra última reunión.
Levantó la vista con tanta miseria que Ranelaw se impacientó cada vez más, no se atrevía a
levantarse e irse. Por mucho que lo quisiera. Se esforzó por pensar en algo para detener el torrente
de confidencias del hombre, pero el cansancio y la confusión sobre su propia caótica vida amorosa
lo mantuvieron en silencio.
Benton continuo, su voz cruda, con desesperación.
—¿Cómo pudo el amor de mi corazón estar muerta una década sin que lo supiera? ¿Cómo
puedo hacer las paces con ella, después de dañarla tan atrozmente?
Ranelaw se estremeció al oír la palabra atroz, incluso cuando arrastró las palabras con la bebida.
¿No podía el sinvergüenza hablar como una persona real?
—Anímate, viejo.
La boca de Benton tembló y bajó la vista a la mesa. Ranelaw no tenía duda de que el hombre
luchaba con más lágrimas.
—No lo entiendes. Solo alguien que ha amado como yo entendería.
—Estoy seguro.
Benton estaba demasiado triste para notar la falta de apoyo entusiasta de su audiencia.
—Gresham, si la hubieras visto. Tenía diecisiete años cuando nos conocimos y nunca hubo una
mujer que la igualara. Alta, cabello de un perfecto rubio plateado, ojos del azul del cielo al
amanecer, piel como una rosa blanca, labios como suaves pétalos rosados, una silueta que la propia
Venus envidiaría. Una voz grave, suave como la música de un violonchelo. Inteligente, sabia e
ingeniosa. Un espíritu valiente, orgulloso. Montaba a caballo como una amazona. Y me amaba,
arriesgó todo por mí, y aun así la engañe.
No podía ser.
La conmoción se disparó a través de Ranelaw, se colocó como un peso de plomo en su estómago
vacío. Esta descripción sonaba asquerosamente familiar.
Debía estar equivocado. Estaba obsesionado con Antonia Smith. Benton no podría estar
hablando de ella. Era demasiada coincidencia.
De todos modos, la muchachita por la que Benton lloriqueaba estaba muerta. Había estado
muerta diez años.
106
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Y sin embargo.
Todavía difícil de creer, pero Antonia no había sido virgen cuando Ranelaw la tomó. Al menos un
amante se escondía en su pasado. La incredulidad se mezclaba con la sospecha imposible que el
amante anterior de Antonia pudiera ser esta lúgubre comadreja.
¿Cuántas mujeres tenían ojos con ese particular tono de azul, que el maldito Benton, podía
describir inmediatamente? ¿Ojos de ese azul inusual y cabello como luz de luna? Benton no podría
haberla descrito con más precisión si Antonia hubiera estado frente a ellos en todo su esplendor.
No, era absurdo. Ella carcomía su mente y le inspiró una ridícula imaginación.
Pero no podía dejarlo en paz. Si sumara los años que Benton mencionó, ella tenía la edad
correcta. El temor a un escándalo podría explicar porque se envolvía en esos harapos espantosos,
se escondía detrás de esas gafas teñidas, y fingía ser una acompañante humilde cuando cualquiera
con ojos podía decir que la sangre azul corría por sus venas.
Luego estaba el anómalo trato de parte de los Demarest. Su habitación era adecuada para una
dama aristocrática. Sin embargo, Cassie estaba encariñada de su acompañante, parecía la generosa
provisión para alguien un poco por encima de un criado.
¿Antonia, amante de Benton? Ranelaw no lo podía creer. Se negó a creerlo. Ella era mil veces
demasiado buena para el gusano.
Benton aspiró en un aliento tembloroso, y luego para absoluto disgusto de Ranelaw, bajó la
cabeza sobre la mesa, y estalló en sollozos teatrales. La camarera corrió a su lado, gimoteando
consuelo, pero Benton estaba más allá del consuelo.
Ranelaw frunció el ceño a los hombros agitados del granuja mientras su cerebro trabajaba
afanosamente en lo que había descubierto. ¿Podría Antonia ser el amor perdido de Benton?
Seguramente no. Después de todo Benton mencionó un hermano y Antonia no tenía familia.
Debía haber otra mujer en Inglaterra que podía abrir una grieta en el corazón de un hombre tan
profunda que nunca cicatrizara. Otra mujer que era alta y rubia y tenía los ojos del color del cielo.
Tratando de controlar su revuelta imaginación, desvió la mirada del alterado Benton a los
congelados restos de su comida. Su instinto insistía en que Antonia era la misteriosa amada de
Benton. Su cerebro insistía en que no podía ser.
La Antonia que él conocía no tendría un listón de la vanidad desmesurada de este hombre. Era
demasiado astuta, demasiado suspicaz, y tenía una visión hastiada de la humanidad, o al menos de
la mitad masculina.
¿Y si esa visión hastiada era el resultado de su romance con Benton?
Porque Ranelaw no podía confundir el origen de la culpa de Benton. Hace diez años Benton
había sido impresionantemente guapo. Antonia a los diecisiete años habría visto mucho menos del
mundo de lo que había visto desde entonces. No sería la primera mujer en enamorarse de una cara
bonita sin carácter detrás de esta.
¿La había arruinado este bastardo?
Ranelaw apretó los puños sobre la mesa. El deseo por la violencia era un sabor rancio en su
boca. Deseaba golpear al haragán hasta reducirlo a una pulpa sangrienta.
Tranquilo, hombre, ni siquiera sabes si está hablando de Antonia. Precipitas conclusiones más
rápido que una trucha hambrienta salta tras una mosca.
Sin embargo su instinto le aseguraba que tenía razón. Su instinto nunca se equivocaba.
107
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
El perro merecía asarse en el último círculo del infierno. ¿Qué derecho tenia a poner sus manos
sobre Antonia?
Ranelaw cerró los ojos mientras la furia aumentaba, bañándolo en acido punzante. Benton había
conocido a Antonia. Benton había oído aquellos gemidos roncos que ella hizo en la agonía del
clímax. Benton había sentido su conducto apretarse alrededor de él.
Ranelaw no pudo contener su ira cuando la imaginó en los brazos de Benton. Inocente,
desprotegida, y reducida por la pasión egoísta de este hombre.
Benton tenía que morir lentamente y con insoportable dolor. Y Ranelaw quería el placer de
matar al cobarde hijo de perra.
Pero a medida que fulminaba con la mirada al cobarde sollozando, no podía invocar el estómago
para desafiarlo.
Ranelaw necesitaba saberlo con certeza pero no podía lanzar el nombre de Antonia en torno a
una vulgar taberna. ¿Y quién podría decir que el nombre seria familiar? Hace mucho que él había
decidido que Smith era un alias.
—Oh, mi amor, mi amada. —Benton gemía entre sus brazos doblados.
Ranelaw cerró sus oídos a más de lo mismo mientras trataba de calmar el caos de preguntas
bullendo en su cabeza. ¿Antonia amante de Benton? Imaginaciones, seguramente.
—Dulce, dulce Antonia.
—¿Antonia?
¿Qué demonios? Seguramente había oído mal.
Incluso si lo hubiera hecho, no era como si otra mujer se llamara Antonia, especialmente en las
altas esferas de la sociedad. Esto todavía no era una prueba irrefutable, incluso mientras su instinto
obstinadamente insistiera en que, por supuesto, Benton estaba hablando de su Antonia.
Su Antonia que tal vez había sido una vez la Antonia de Benton, Dios pudra al bastardo.
De pronto se sintió atrapado, sofocado. Tenía que salir de allí. Antes de hacer algo precipitado
como asesinar al perro. Suponer que Antonia era la amante largamente perdida y supuestamente
muerta de Benton era una locura. No podía respirar sin pensar en ella. Ella le volvía loco. El aire
fresco le podría aclarar la cabeza.
De repente se levantó y esparció un puñado de monedas sobre la mesa. Aterrizaron con un
traqueteo, pero Benton no alzó la vista. Estaba demasiado hundido en la autocompasión.
Su estómago revuelto con la frustrada sed de sangre y su mente zumbando con mil preguntas
airadas. Ranelaw caminó en la noche helada y cortante pidió su caballo.
108
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 15
Durante quince días después de regresar a Londres, Antonia logró limitar a Cassie con
paseos tranquilos en el parque y unas pocas reuniones en la casa. Las fuerzas de la muchacha no
habían vuelto por completo, pero su determinación de volver al torbellino social era tan poderosa,
que apenas importaba. Antonia intentó una y otra vez convencer a Cassie para volver a Somerset
para reponerse, pero ella se sintió tan molesta de perderse su primera temporada que parecía
menos perjudicial para su salud el permanecer en la ciudad.
Al final Antonia accedió a regañadientes a acompañar a Cassie al baile de Merriweather. Pero
sólo después de conseguir la promesa más solemne de que si Cassie se sentía mal, se marcharían.
Antonia era muy consciente que no era sólo el bienestar de Cassie lo que le hacía estar
desesperada por escapar de Londres. Sería un hipócrita de primera si fingiera que era así.
Había esperado que al entregarse a Ranelaw enfriaría el calor en su sangre. En su lugar, sólo
agitó los demonios que creía haber conquistado hace diez años. Demonios que ahora la
atormentaban, interrumpían su sueño, la hacían excepcionalmente intolerante con todo el mundo
a su alrededor.
Esta noche vería a Ranelaw. Él tenía al menos un espía en la casa por lo que él sabría sus planes.
Había considerado despedir a todo el personal, pero eso parecía injusto para los honestos
sirvientes. De todos modos, tenía un gran respeto por el encanto de Ranelaw, y no digamos por su
dinero. Ella también podría aferrarse a la gente familiarizada con la rutina doméstica
Desde su visita a Surrey, ni ella ni Cassie habían mencionado la mala reputación del Marqués. Le
había enviado flores y una nota deseándole a Cassie una recuperación rápida, pero Antonia no
había hecho un comentario sobre su ramo, entre los cientos que Cassie había recibido.
Cuando entraron en el abarrotado salón de baile de Merriweather, Antonia inmediatamente
echó un vistazo a la multitud, buscando a un hombre alto con el pelo dorado como una guinea. Se
dijo que era por el bien de Cassie. Sabía que eso era mentira.
La presión alrededor de su pecho se alivió cuando se dio cuenta de que Ranelaw no estaba
presente. Él era un hombre tan notable, que no podía pasarlo por alto.
Tal vez el destino le había concedido una bendición manteniendo a Lord Ranelaw lejos por la
noche. La Antonia salvaje ardía por verlo, pero su yo más sensato había tenido tiempo desde aquel
encuentro estremecedor en la glorieta para reconocer los riesgos que tomó.
Ella se volvió hacia Cassie con su primera sonrisa genuina en toda la noche.
—Hay una gran multitud.
Cassie lucía etérea e impresionantemente hermosa en seda blanca, como una visitante de los
reinos celestiales. Antonia ya había notado que las cabezas masculinas se giraban en su dirección. Si
fuera capaz de desviar la atención de Cassie de Lord Ranelaw, varios hombres presentes serían un
marido adecuado para su prima.
—Va a ser un baile maravilloso. —Cassie le devolvió la sonrisa a Antonia.
Antonia brevemente olvidó todo excepto el entusiasmo en los ojos de la muchacha. Que
maravilloso estar tan lleno de vida y esperanza. Dijo una oración silenciosa pero ferviente para que
Cassie mantuviera este espíritu alegre, y que nadie aplastara sus sueños de niña de la forma en que
los de Antonia habían sido aplastados.
109
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
110
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Tras una pausa sin aliento, se arriesgó a echarle otro vistazo y captó un atisbo de una sonrisa de
satisfacción. Oh, sí, él adivinó las tórridas imágenes que inundaban su mente.
Maldito fuera.
Cassie bailaba con Lord Soames pero su mirada estaba fija en la puerta. Le envió una sonrisa
brillante a Ranelaw por encima del hombro de su compañero. Ranelaw se inclinó con una
profundidad que indicaba su interés.
El corazón de Antonia se desplomó. La fascinación de Cassie por ese infame calavera no se había
desvanecido. ¿Cómo podría? Ranelaw era un hombre intrínsecamente fascinante. ¿Quién lo sabía
mejor que ella?
Había olvidado como su estómago se tensó con consternación ante cada mirada coqueta entre
Cassie y Lord Ranelaw. ¿Por qué en nombre de Dios se había involucrado con él? Era una estúpida
gruñona.
Entonces él le lanzó una mirada burlona rebosante de promesas calientes, y ella contestó esa
pregunta. Con una mirada, él la transportó de vuelta a Pelham y la ardiente necesidad sexual que la
había lanzado a sus brazos más allá del sentido, más allá de la voluntad, más allá del instinto de
conservación. Se había involucrado con él porque no había podido resistirse.
Era tristemente consciente de que se había unido a una larga lista de mujeres que aceptaban el
desastre por el bien de su sonrisa perezosa. Una larga lista de mujeres vendría después de ella.
Pero nada controlaba el retumbar de su corazón o la sobrecarga de su sangre ahora que estaba
en la misma habitación que este depravado libertino. Nada detenía el dolor de su piel por su toque.
Lo había deseado desde el momento en que lo vio. Ahora, habiendo conocido su posesión, el deseo
amenazaba con quemarla donde estaba sentada.
La banda terminó y Soames escoltó a Cassie de nuevo hacia sus amigos, deteniéndose a hablar
con ella. La mirada de Antonia se agudizó mientras observaba al joven conde. Soames era un
partido indicado. Rondaba los veinte y no había oído ningún chisme vicioso sobre él.
En comparación con Ranelaw, parecía un muchacho imberbe. Por desgracia, eso era cierto para
la mayoría de los hombres en esta habitación.
Con su mente animada, Antonia recordó los espectáculos a los que habían asistido. ¿Había
mostrado Cassie alguna preferencia por el conde? Había estado demasiado preocupada por el
cortejo de Ranelaw por Cassie, y su persecución de ella, para notarlo.
Un vals empezó a sonar. Ranelaw había respetado la prohibición del baile por el Sr. Demarest.
Antonia lo vio merodear por el salón de baile y no pudo evitar estirar el cuello para ver a que lady
prefería.
Antes de su visita a Surrey, él había ido al grano bailando sólo con Cassie. Tal vez las cosas habían
cambiado. Sorprendentemente, él aún no había hablado con la muchacha.
¿Se había centrado su interés en otra mujer? ¿Había terminado su flirteo con Cassie? Parecía
demasiado bueno para ser verdad.
A través de su confusión, lo vio pasar entre la multitud como un tiburón surcando aguas
profundas.
Cuando viró más cerca, notó detalles que no podía discernir a distancia. Era imposible insistir en
que no mirara. Estaba ansiosa por verlo. Había sido así desde que había huido de la glorieta.
Su brillante pelo era más largo y ligeramente despeinado, como si hubiera pasado su mano a
través de él. Parecía cansado, a pesar de ello estaba lleno de energía y determinación.
111
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
112
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 16
Cuando Ranelaw se aproximó, vio como el terror cruzaba el hermoso rostro de Antonia. Ella
llevaba su disfraz desaliñado, pero estos días, no podía mirarla como algo más que espectacular.
—Vete —gruñó por lo bajo. Detrás de sus feas gafas, sus ojos se movían de un lado a otro, como
si buscara alguna manera de defenderse de Ranelaw sin llamar la atención.
—¿Señorita Smith? —Él no bajó la voz. Desafiar a Antonia era siempre estimulante.
—Basta. No voy a escuchar —siseó, tratando de esquivarlo.
Él la acorraló, fácil cuando estaban rodeados de tantas sillas, la mayoría ocupadas. Finalmente
las viejas viudas notaron el pequeño drama. Él leyó sorpresa y curiosidad lasciva en sus rostros.
—Despertarías menos interés si estuvieras de acuerdo en bailar conmigo —dijo en voz baja,
agarrando su brazo en un apretón que no admitía ninguna resistencia.
Durante dos semanas la había deseado, con un ansia tan dolorosa y persistente que era como
una enfermedad. Tocarla tuvo el efecto de que su corazón fuera a mil por hora. A través de varias
capas de tela, sintió su fuerza y vigor. El mismo poder y vigor que hacía que poseerla fuera una
experiencia que sacudía su mundo.
Incluso para un libertino como él.
—Crearías menos interés si te marcharas —murmuró entre dientes.
La vio considerar las dificultades, luego decidir, con sensatez, que la confrontación física sólo
avivaría los cotilleos.
Muchacha inteligente.
—Pero no me voy a ir —dijo él con serenidad, caminando hacia las parejas que se formaban en
el centro de la sala. Para evitar que la arrastrara tras él sin miramientos, Antonia se vio obligada a
seguirlo.
Ella cubrió su mano que estaba en su brazo y le clavó las uñas con fuerza. Guantes de encaje
negros protegían sus garras. El calor le hizo estremecer al recordar sus manos agarrando su camisa.
Ella le habría hecho sangre esa noche si hubiera tenido la delicadeza de desnudarse antes de
abalanzarse sobre ella.
—Te odio —dijo con saña.
—No, no lo haces. —Con un movimiento autoritario, la hizo girar para afrontarlo—. Ahora baila
conmigo como un pequeño y dulce amorcito o deja que la gente empiece a hablar.
—Espero que te pudras en el infierno. —Bajo sus manos, ella vibraba de indignación. Él había
dicho intencionadamente lo de amorcito para hacerla enfadar.
—Ese resultado está fuera de discusión, dulce Antonia. —Su sonrisa indiferente era capaz de
incitar a cualquier imperturbable amorcito enfadado.
El vals comenzó y él la hizo girar. La excitación zumbaba en sus venas.
Alrededor de ellos, la curiosidad creció a una cacofonía.
—Saben que te estás burlando de mí —dijo sin inflexión, realizando un paso de vals perfecto.
Ella lo siguió con una ligereza que hizo que su corazón se llenase de admiración. Había sabido que
ella bailaría como un ángel.
113
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
114
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Quiero bailar contigo —dijo tercamente, aunque no podía obviar la tristeza palpitante en su
voz. Su mano se apretó, sintiendo el calor de su piel a través de sus guantes.
—No quiero bailar contigo —dijo con desafío renovado. Detrás de esas gafas de distracción,
captó el destello de la ira. Ella no actuaba como una sirvienta. Actuaba como una dama jugando a
disfraces.
—¿No puedo bailar contigo, pero te entregarás a mí? —preguntó con picardía.
La sangre se drenó de su rostro y lanzó una mirada horrorizada alrededor de la multitud que
miraba.
—No podemos hablar de esto —insistió en un susurro frenético—. No aquí.
Él la ignoró despreocupadamente. Estaban lo suficientemente lejos de las otras parejas para
tener privacidad.
—Quiero hacerlo otra vez.
Lo miró fijamente horrorizada.
—No.
Él la sonrió. Seguramente ella no podía estar sorprendida. La había tenido una vez, muy
brevemente. Aun así, era el sexo más intenso del que alguna vez había disfrutado.
—Sí.
La perspectiva de otro encuentro era tan embriagadora, que él omitió un paso. Ella tropezó y por
un momento sin aliento, sus pechos golpearon contra su pecho.
Automáticamente su brazo se agarró alrededor de su espalda, aplastándola. Su corazón aporreó
sus costillas.
—¡Ranelaw! —Jadeó, luchando para mantener el equilibrio. Mientras luchaba para enderezarse,
se restregó contra él. Su cabeza se irguió y le miró el rostro paralizada.
Había descubierto cuan excitado estaba. La había deseado desde el momento en que la vio.
Después de todo este contacto físico, estaba tan duro como una barra de hierro.
Él miró con ansia las acristaladas puertas abiertas. Tras ellas les esperaba un jardín con senderos
oscuros y cenadores ocultos. Dos o tres pasos de baile y se la llevaría hacia la noche.
Dos pasos.
Una brisa suave entraba por las puertas, pidiéndolo hacerle caso al impulso. Llevarse a Antonia
lejos para el placer desenfrenado.
A pesar de la tentación de lo prohibido, no hizo ese movimiento final. Diablos, ahora estaba
atrapado teniendo que recomponerse decentemente. No podía avergonzarla anunciando al mundo
que ella lo había puesto tan cachondo como un muchacho inexperto.
Rápidamente ella encontró pie, forzando un pequeño espacio entre ellos. Se quemó para
apretujarla contra él. La maldita agonía de ello era que no podía. No aquí.
Esto era la muerte por deseo.
Ella bajó la mirada a su descontrolada polla y se mordió el labio. Un fugaz color dulce se filtró
bajo su piel.
—No deberías haber empezado esto. —Por primera vez, la animosidad estaba ausente. Una risa
pesarosa se le escapó.
—No pude evitarlo. —Nada menos que la verdad—. Eres absolutamente irresistible. —Una vez
más la verdad.
115
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Basta, Ranelaw —le espetó, sus ojos se elevaron para entrar en conflicto con los suyos.
—En Surrey me llamaste Nicholas.
—Te llamaré un montón de cosas antes de que acabe —dijo bruscamente—. Llévame de vuelta
con las carabinas. Ya has dado tu punto de vista.
—¿Me pregunto, qué punto es ese?
Sus labios se convirtieron en una línea en señal de desaprobación y volvió a mirar alrededor de la
sala. Ávidos ojos se fijaron en ellos y risitas burlonas se elevaron por encima de la música.
—Que soy completamente susceptible a tus maquinaciones.
Él frunció el ceño, reafirmando su agarre en su cintura mientras le daba vueltas y vueltas.
—Eso no es cierto.
—Sí, lo es. —Levantó la barbilla con un orgullo que provocó el ahora familiar dolor en el pecho.
Para su lacerante pesar, el vals llegaba a su fin. Había logrado restaurar un cierto control de su
rebelde cuerpo. El final de la música anunciaba el final de tocarla. Por esta noche por lo menos. Los
subterfugios en torno a las convenciones sociales eran una maldita molestia. No podía esperar
conseguir otro baile. Incluso uno era peligroso.
—Te quiero para mí. —Por mucho que se esforzara por parecer el hombre más seguro del
mundo, la precaria emoción afiló las palabras. Cada momento que se movía tan maravillosamente
en sus brazos le hacía ansiar estar a solas con ella. Su mano bajó por su espalda en una caricia
furtiva.
—Ranelaw.
Hizo una pausa y tragó saliva y durante un instante abrasador, su mano se cerró sobre la suya
como si también lamentara marcharse. Su voz era tan baja, que él tuvo que inclinarse para
escuchar. Otra ráfaga de ese aroma limpio y diabólicamente seductor le llenó la cabeza. Estaba
sobrio como un juez, sin embargo, se sintió borracho del brandy más fino.
Ella habló con dificultad.
—Nicholas, tuvimos… tuvimos nuestra oportunidad. No puedo. No lo lamento. Pero no se puede
repetir.
—Me niego a aceptar eso.
—Me podrías destruir tan fácilmente. —La mirada de Antonia era una marca ardiente—.Si
alguien descubre lo que hicimos en Surrey, estaría en la calle.
—No estarías en la calle —dijo con voz áspera—. Estarías en mi cama.
—¿Durante cuánto tiempo? —Preguntó con voz apagada.
Algo en él quiso insistir en que no la usaría y luego descartaría de la forma en que usaba y
descartaba a cada mujer que había seducido. La honestidad innata sofocó promesas fáciles. Ella no
esperó su respuesta.
—Sólo puedo apelar a tu negro corazón. Por favor, si posees una pizca de bondad, déjame en
paz. Deja en paz a Cassie.
La vergüenza agitó sus entrañas. Lo odiaba. Y odiaba a Antonia Smith por hacerle reconocer el
abismo sin fondo de egoísmo en su interior.
Incluso odiándola, no podía dejarla ir.
—No puedo dejarte en paz. —La hizo dar vueltas para los últimos compases del vals, odiando
que en cuestión de segundos, tendría que dejarla ir.
116
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Por favor.
Antonia Smith era una mujer nacida para mandar, no para suplicar. Otro golpe amargo de
vergüenza en sus entrañas. Le había relegado a la esquina más baja del infierno antes de que
hubieran terminado.
—Deberías ahorrarte tu regañina para un hombre mejor —dijo con auténtico pesar.
Sus labios se curvaron hacia abajo en señal de cínica desaprobación. Incluso bajo el espantoso
disfraz, parecía una diosa enojada.
—Es fácil ser un hombre mejor, Nicholas. Acabas de decidir hacer lo correcto.
A medida que la música descendía a su cadencia final, se consumía por discutir con su inflexible
declaración. En cambio, permaneció callado. Ella había mirado impávida en su corazón, y la
esterilidad que vio sólo despertó su desprecio.
El vals terminó y Ranelaw soltó a Antonia con una reticencia que ella sintió en su sangre.
Esperaba que su prolongada retirada no fuera tan obvia para su audiencia. La sala aún zumbaba con
risitas de curiosidad. Toda la atención se centró en Ranelaw y su monótona pareja.
Ranelaw extendió su brazo con una risa sardónica. Antonia cerró los dedos alrededor de su codo
y levantó la barbilla para ocultar su agitación. ¿Qué otra opción tenía, sino pasando por ello con
gran estilo? Si mostraba vergüenza, las viejas de la alta sociedad la destruirían.
Después de diez años nada excepcionales, cada paso en las últimas semanas la habían dejado
tambaleándose al borde del desastre. El cambio abrupto la dejó aturdida.
Para su sorpresa y alivio, Ranelaw no la llevó hacia las chaperonas, sino que la escoltó hacia
Cassie y sus amigos. Se preguntó qué pensaría Cassie de su baile con Ranelaw. Se preguntó lo que
Cassie pensaría que bailara en absoluto.
No había bailado desde sus escasos encuentros en Blaydon Park durante su niñez. Después de su
fuga, las oportunidades para bailar se volvieron inexistentes. Había olvidado lo mucho que le
gustaba. Furiosa como estaba con Ranelaw por hacer alarde de ella, la alegría se había desplegado
dentro de ella al bailar el vals en un remolino de música y color.
—Toni, nunca te he visto bailar. —La voz de Cassie era cálida.
Media docena de pares de ojos se fijaron en Antonia con interés malévolo. Forzó una sonrisa a
pesar de que se sentía agitada y nerviosa después de tocar a Nicholas por primera vez desde que
habían hecho el amor. Ella lo soltó y se movió para crear algo de distancia entre ellos.
Era aterrador lo difícil que era renunciar al privilegio de tocarlo. El vínculo que habían forjado en
la glorieta parecía fortalecerse minuto a minuto.
—Lord Ranelaw apostó con un compinche que conseguiría bailar con la más feroz de las
carabinas —dijo ella, agradecida de que las palabras surgieran con diversión mordaz. Una nota de
risa tolerante que los chichos siempre serán chicos.
La mirada que él le lanzó lo decía todo. Se preparó para que él la contradijera.
—No se me ocurriría emplear una descripción tan poco halagüeña, señorita Smith. —Se inclinó
sobre su mano. A través de su guante, su piel se tensó con el anhelo del roce de sus labios. A su
favor y su reacio pesar, él no hizo contacto.
Exhaló un sigiloso suspiro de alivio. Él tenía la intención de cooperar. Su mano la apretó
brevemente y sus ojos negros centellearon, resplandecientes con deseo.
Él se volvió hacia Cassie.
117
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Señorita Demarest, ¿se siente usted bien otra vez? Siento que su enfermedad empañase su
visita a Surrey.
Se inclinó sobre la mano de Cassie con la misma elegancia que había dirigido a Antonia. ¿Era una
tonta al imaginar sus modales menos comprometidos?
Realmente era una tonta.
Cassie y Ranelaw comenzaron su coqueteo habitual. Antonia debería abreviar el encuentro.
Estaba tan desbordada por el baile, que no podía reunir la voluntad. Su corazón latía con fuerza y
sus rodillas se sentían inestables. No por la atención que había atraído, sino porque un notorio
libertino se había dignado a tocarla. Ella se hundió más y más en el lodazal de hambre sexual. Nada
de lo que había sentido con Johnny la había preparado para este insistente, eterno anhelo por
Ranelaw.
Cuando se entregó a él, se había sentido libre e imprudente, como si hiciera un último
lanzamiento de los dados. Pero después del juego, los jugadores se fueron a casa con sus ganancias.
No había calibrado cómo reaccionaría a su continua presencia, fingiendo que no había nada entre
ellos, aparte del abismo que separaba sus posiciones.
Era imposible estar de pie junto a él sin recordar como la había cautivado. O escuchar el tono
profundo de su voz sin oír sus roncos gemidos de liberación. Sus sentidos se inundaron con su
aroma. Como si él la hubiera marcado esa noche de la forma que un animal marca a su pareja.
Antes de Surrey, tratar con Lord Ranelaw había sido difícil. Ahora que se habían convertido en
amantes, amenazaba con derrotarla.
Al menos su comodidad pública dentro del círculo de Cassie hacía que el vals pareciese menos
chocante, menos una declaración de intenciones depredadoras. No es que nadie imaginara que el
tan exigente Ranelaw jamás pudiera inmutarse por perseguir a una bruja como ella.
Por supuesto su interés podría hacer que la gente la observara más detenidamente. Si él había
descubierto su disfraz, otros ojos de águila podrían. Ansiosamente sondeó el salón de baile, pero la
gente ya no le prestaba atención. El siseo de murmullos escandalizados decayó cuando quedó claro
que esto era una broma para poner a una chaperona demasiado escrupulosa en desventaja. La
broma era sobre Antonia. Pero la broma era también sobre Ranelaw por ser cómplice de tal miedo.
Ranelaw bailó con Cassie, luego se disculpó después de una lluvia de bonitos elogios. Apenas
echó otra mirada a Antonia. Pero ella sabía, sabía, que él observó cada movimiento.
Cassie se fue a cenar con Lord Soames. Antonia aprovechó la oportunidad de desaparecer.
Cassie estaba salvo con sus amigos. Y esta noche Nicholas había sido inusualmente discreto acerca
de su interés en la muchacha.
Los servicios estaban abajo por un largo pasillo en el piso superior del salón de baile. Con todo el
mundo en la cena, Antonia lo tenía para ella sola. Hizo su camino de regreso cuando unos fuertes
brazos se entrelazaron alrededor de su cintura desde atrás.
—¡Déjeme ir! —Jadeó mientras su agresor la arrastraba a una habitación contigua y cerró la
puerta de golpe detrás de ellos.
—Antonia, tengo que verte.
—Nicholas, ya has causado demasiadas habladurías esta noche —dijo enérgica, incluso cuando
su pulso saltó de emoción prohibida.
Por supuesto que era Ranelaw. Nadie más podría mostrar un momento de interés por la severa
señorita Smith. Su toque se había vuelto tan familiar, que lo sabría con los ojos vendados.
118
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Trató de retroceder, pero sólo golpeó la puerta detrás de ella. Estaban en la biblioteca. Una sola
lámpara en un imponente escritorio Boulle proporcionaba iluminación, dejando la mayor parte de
la habitación en sombras.
Él trazó su mandíbula con un dedo y una leve sonrisa levantó su sensual boca. Un traidor calor
rezumaba por sus venas. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció de nuevo como su belleza
masculina cortaba en rodajas su resistencia. Era tan injusto.
—Mi objetivo no es la seducción.
Ella arqueó una ceja escéptica.
—¿En serio?
Tendría que haber esperado esto. Había reconocido su hambre cuando bailaban. Pero él debería
saber que no podían hacer el amor en la elegante biblioteca de Merriweathers en medio del
famoso baile anual.
Incluso Ranelaw no podía ser tan temerario.
—En serio. —La sonrisa se desvaneció y se quedó mirando fijamente su cara. Tenía la extraña
impresión de que luchaba con lo que quería decir.
Incitó su miedo. Un miedo ajeno a la posibilidad de escándalo. Sus manos se asentaron en sus
antebrazos con una naturalidad que ella apenas notó. Él mantuvo un firme agarre de su cintura.
—¿Qué pasa?
Ella miró fijamente su cara a oscuras. Algo estaba definitivamente mal. Un músculo saltó en su
esbelta mejilla y su voz era áspera.
—John Benton acaba de llegar.
119
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 17
Las manos de Ranelaw se tensaron cuando Antonia se quedó pasmada. Hasta ese momento,
todavía no había estado completamente seguro de que Benton hubiera sido su amante. Ahora
estaba seguro. Ella hizo un sonido ahogado de angustia en la garganta y su rostro se volvió blanco
como el papel. Incluso sus labios palidecieron.
Por un tenso momento, se preguntó si se había desmayado.
Ella era más fuerte que eso. Después de un momento de horrorizado silencio, su barbilla se
ladeó con falsa valentía. Pero nada detuvo que su voz surgiese en un tembloroso susurro.
—Lo sabes.
No era una pregunta.
—Lo he supuesto. —Su pecho se apretó con rabia y un impotente anhelo de llevarse su
sufrimiento.
Bajo sus manos, ella se sentía tan frágil como una brizna de césped. Tuvo un repentino recuerdo
lacerante de su primer encuentro, cuando había prometido rebajar su arrogancia. Ahora veía su
orgullo desmoronarse en polvo, y se consideró la más baja criatura existente. Su desnudo
sufrimiento le dio ganas de despellejar a Benton vivo.
Ella continuó mirándolo a través de esas feas gafas. Por una vez, se alegró de que oscurecieran
sus ojos.
—¿Cómo? —Sonaba como si incluso expulsar una palabra la pusiera a prueba.
—Conocí a Benton en una posada. Habló de ti.
—Oh, Dios. —Ella tembló y se dobló por la cintura como si hubiera recibido un golpe—. ¿Lo
sabías antes...?
—No —dijo rápidamente—. No, no entonces.
—Por supuesto que lo supiste enseguida —dijo casi silenciosamente, enderezándose con una
sacudida. Sus labios aún eran de ese aterrador color y no había sangre en su rostro en absoluto—.
Un hombre de tu experiencia sabría que no estaba haciendo el amor con una virgen.
—Antonia, basta. —Aborrecía su desolación y la mortificante vergüenza debajo. Con súbita
violencia, arrancó sus gafas y las lanzó sobre el escritorio—. No me importa que hayas tenido un
amante.
—Si eso es cierto, eres la única persona en la Creación que no le importa —dijo con amargura.
Tenía los ojos vidriosos por la traición y tristeza—. Ahora Johnny está mencionando mi nombre por
una simple taberna.
La agarró por los hombros y contuvo el impulso de sacudir un poco el ánimo de vuelta en ella.
Querido Dios, ¿por qué no podía estar enojada? No podía soportar este dolor penetrante.
—Me lo encontré cuando volví de Surrey. Nadie excepto yo te reconocería por la descripción. Y
que él dijo que eras inolvidable.
—Cuan entrañable. —Su sarcasmo no hizo nada para ocultar su devastadora humillación—. Me
imagino que comparasteis notas. Sus recuerdos, por supuesto, son diez años atrasados, pero tú
podrías ofrecer algo más reciente.
No se molestó honrando eso con una refutación.
120
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
121
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Él se rio secamente y con un toque sombrío. Seguramente ella ya sabía que ellos estaban juntos
en esto.
—No seas una completa idiota, Antonia.
Anduvo a zancadas detrás del escritorio y revolvió a través de los cajones hasta que encontró lo
que buscaba. Mojó una pluma en el tintero y se la pasó, deslizando una hoja de papel delante de
ella.
—Pídele a Cassie que se encuentre contigo en la sala de retiro. Es en el único lugar en el que
estarás segura. Aunque Benton es tal marica que probablemente use las instalaciones de las damas.
Para su sorpresa, ella soltó una risa ahogada.
—Pobre Johnny. Nunca fue una torre de fortaleza. —Luego se puso seria—. Esperaba no volverlo
a ver.
Si Ranelaw se salía con la suya, ella no volvería a ver al bastardo de nuevo. Incluso si ella quería.
Le extendió la pluma.
—Escribe. Elaboraremos una estrategia mañana.
Arqueó una ceja, recordándole a la mujer que había luchado a cada paso. Envió aleluyas de
gratitud. La quería fuerte. Su desdicha le dio ganas de matar a alguien.
—¿Nosotros? —Tomó la pluma y se inclinó sobre el papel. Se dio cuenta de que tenía una
escritura feroz y bastante masculina.
—Sí. Tú y yo. —Esperó a que ella firmara la nota y la sellara. Su voz disminuyo con la urgencia. La
necesidad de estar con ella era un apresurado torrente en su sangre. Tenía la absurda fantasía de
que podía mantenerla a salvo. Absurda cuando seguridad era la última cosa que un bribón como él
podía ofrecerle—. ¿Te reunirás conmigo mañana?
Con una ligera línea entre sus rubias cejas, ella lo miró fijamente.
—Nicholas.
Sonaba más insegura que hostil. Debía sentirse como si su mundo se desintegrase, dejándola sin
ningún lugar donde esconderse.
—No puedo soportar la idea de que enfrentes a todo esto sola. Quiero ayudarte.
—Quieres más que eso —dijo ella volviendo a su familiar desconfianza.
Sólo que, ¿Qué quería él? La respuesta se volvió más complicada día. Empezaba a creer que
nada menos que todo de ella lo complacería. Dios la ayudara.
—Sí, lo quiero. Y tú también. —La tomó del brazo con una delicadeza que reconocía su
vulnerabilidad. Ella se puso rígida pero no se soltó—. Antonia, no vengas porque tienes miedo. Ven
porque quieres. Ven porque no puedes mantenerte lejos.
Sus ojos se turbaron.
—Crees que soy demasiado débil en este momento para decirte que no.
Ahuecando su mejilla, luchó contra el impulso de besarla hasta que estuviese a punto de
morirse, hasta que se olvidara de Benton y la amenaza de escándalo. Ansiaba tomarla en sus brazos
y escabullirse a un lugar donde los chismes y el viejo dolor no pudieran alcanzarla.
—Me reuniré contigo al mediodía en el callejón detrás de la casa.
Ella negó enseguida con la cabeza.
—Alguien nos verá. ¿Y qué le diré a Cassie?
122
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Ya se te ocurrirá algo. —De repente él se encontró sonriéndole. Incluso con sus mejillas
pegajosas de lágrimas y sus hermosos ojos rojos e hinchados, estaba absolutamente espléndida—.
La mujer que inventó esa historia de una apuesta por un vals puede inventar un cuento para
satisfacer a una tonta chiquilla malcriada como Cassie.
—Ella no es una tonta chiquilla malcriada —dijo Antonia automáticamente. Se detuvo,
mordiéndose el labio inferior. Su rostro estaba pálido y se puso, como si contemplara una sentencia
de muerte en vez de un rapto no revelado. La incertitud se agrupó en su vientre en nudos hasta que
ella asintió brevemente—. Tendrá que ser mas tarde. Me encontraré contigo a las seis en el
cementerio de St. Hilda. Está cerca…
Su corazón dio un vuelco de triunfo.
—Lo conozco.
—Si no puedo estar ahí…
—Estarás ahí.
—Sí.
La arrastró en un duro y apasionado beso. Ella le devolvió el beso sin dudarlo. Ella sabía a
lágrimas y deseo. Sabía cómo todo lo que alguna vez había querido.
Antes de que el beso prendiera fuego, se alejó de ella. El esfuerzo casi lo mata. Odiaba que se
separaran ahora, aunque sabía que no había otra opción.
Entonces mañana.
Alzó su mano a sus labios en un beso final.
—Ve a la sala de retiro y espera a Cassie.
Ella asintió con la cabeza y salió sin mirar atrás. Ranelaw salió de la biblioteca y localizó a un
criado, presionó la nota y una moneda en su mano y le solicitó que encontrase a la señorita
Cassandra Demarest. Envió a otro criado para organizar que el carruaje esperara en la puerta
trasera.
Cuan extraño para un pícaro de mala reputación como él proteger el honor de una dama.
No te acostumbres a ello, hombre. Serás su ruina antes de que hayas terminado.
El cementerio estaba vacío cuando Antonia se deslizó por la puerta, vistiendo una capa
negra con capucha que la convertía en otra figura femenina anónima en las calles atestadas. La
tarde era gris y fría, disuadiendo a cualquiera de perder el tiempo en el ruinoso cementerio. Incluso
el clima conspiró para concederle un último vistazo de euforia. Se sentía como una ladrona,
robando esa única noche de euforia antes de que regresara a la vida como Antonia Smith.
Después de esta noche, volvería a Bascombe Hailey y se quedaría mientras que el señor
Demarest quisiera emplearla. Una vez que él ya no tuviera un uso para ella, trataría de encontrar
un puesto como acompañante de alguna solitaria vieja dama en la provincia o una familia de clase
media con aspiraciones a refinamiento. Algún lugar que asegurara no tener contacto con la alta
sociedad, incluyendo al decadente Marqués.
Había pasado la última noche dando vueltas en la cama, torturada por la rapidez que su limitado
pero seguro pequeño mundo se desenmarañó. Atormentada por si podría arriesgarse a encontrarse
123
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
con Nicholas. Ahora cuando el regreso de Johnny hacía posible que su desenmascaramiento
estuviese inquietantemente cerca.
Finalmente, cansada de perseguir predicciones más y más desalentadoras alrededor de su
afligida mente, se había levantado para escribir al padre de Cassie acerca de la llegada de Johnny.
Una vez que el señor Demarest enviara instrucciones para Cassie, Antonia dejaría Londres. Si no
tenía noticias rápidamente, haría arreglos por sí misma.
Dedicaría el resto de su vida a ser buena. Esta noche sería mala.
A lo mejor era por eso que había sucumbido tan rápidamente a los halagos de Nicholas en la
biblioteca. O quizás era que se había apresurado a su rescate con una caballerosidad que todavía
encontraba difícil de creer.
Cuando se dio cuenta de que sabía acerca de Johnny, había querido meterse en una zanja y
ocultarse para siempre. Su conexión personal con su seductor le hizo tener arcadas. Se había
preparado para el desprecio de Nicholas, pero él no se había hecho el hipócrita. Su corazón se
tensó de emoción cuando inmediatamente se había puesto de su parte. Ese corazón finalmente se
rompió cuando la había arrastrado a sus brazos y la sostuvo mientras ella lloraba por todos los
infames errores que había cometido.
Por un breve intervalo, le había hecho creer que ya no estaba sola contra el mundo. Que tenía
un aliado incondicional y formidable en el Marqués de Ranelaw.
El recuerdo de su fuerza apuntalando su debilidad había cambiado fundamentalmente la manera
en que ella pensaba de él. E hizo imposible negárselo a él, o a sí misma. Le había hecho creer que su
reputación estaba segura con él. No solo la suya, la de Cassie también.
Ella estaba aquí debido a que Nicholas la había mantenido a salvo, porque él había sido amable.
No mientas, Antonia. Estás aquí porque lo quieres y siempre lo quisiste.
Había llegado media hora antes, lo que era peligroso. Cuanto más tiempo permaneciera en
público, mayor la probabilidad de que alguien la viera, recordándola. Pero ya no podía soportar
merodear por la casa más tiempo, esperando la fatídica hora.
Buscando la paz que normalmente encontraba aquí, miró a través del descuidado cementerio. A
menudo tomaba la corta caminata desde la casa Demarest a este paraíso de verdor. Más a menudo
desde que se había involucrado con Lord Ranelaw.
Echaba de menos la tranquilidad rural de Somerset. Este rincón oculto de Londres, detrás de la
pequeña y hermosa iglesia Christopher Wren se había convertido en un refugio. Raras veces se
encontraba con alguien. Incluso en domingo, la pequeña congregación, principalmente artesanal no
estaba inclinada a entretenerse entre los monumentos conmemorativos. Ahora se encontraría con
Nicholas aquí, esta desierto ya no le ofrecería refugio. Apenas importante cuando iba a dejar la
ciudad muy pronto.
Antonia deambuló al otro lado para sentarse en un banco de piedra bajo un cerezo.
Inevitablemente recordó la noche en que Nicholas trepó a través de su ventana. Nunca había
entendido por qué no la había seducido entonces. Su resistencia había sido tan frágil como papel de
arroz, ambos lo habían sabido. Su abstinencia le hizo preguntarse de nuevo si era un hombre mejor
de lo que admitía.
La mentira que una mujer siempre se dice cuando se rinde a un mujeriego.
—Antonia.
124
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
El murmullo de la voz de Nicholas detrás de ella la sobresaltó. Se dio la vuelta. Estaba apoyado
contra el tronco del árbol, observándola bajo los parpados entornados con una mirada de
concentración que hizo que su piel se estremeciera en reconocimiento.
—Suenas sorprendido. —Se levantó con piernas temblorosas.
—Tú suenas nerviosa.
Ella se dio cuenta de que retorcía sus manos enguantadas. Con un suspiro tembloso, bajó las
manos a sus costados.
—Lo estoy.
Tras la conversación entrecortada, la atracción giraba y se arremolinaba. Tentando a Antonia a
arrojarse sobre él y rogarle que le mostrara el cielo. Hacía mucho tiempo que había reconocido que
algo andaba mal con ella. Los hombres prudentes, buenos y sensibles nunca despertaron su interés.
Sólo los hombres peligrosos hacían que su corazón latiese más rápido.
Su alma estaba negra con el pecado.
El pecado nunca se había visto tan hermoso como lo hacía en la persona de Nicholas Challoner,
Marqués de Ranelaw. El dorado pelo rizado tan llamativo en contraste con su piel oscura. El
extraordinario rostro que ocultaba tanto como revelaba. Los ojos negros brillantes con el desafío y
la picardía. Y el humor autocrítico que podría ser su salvación.
Él cruzó los brazos sobre su pecho. El ala doblada de su sombrero ensombrecía sus rasgos y
llevaba un abrigo que le llegaba a los tobillos.
—Llegaste temprano.
Ella asintió de forma brusca. La distancia constante entre ellos alimentaba su inquietud. Había
imaginado que él la abrazaría y la salvaría de pensar. Cuando él la tocaba, podía olvidar que rompía
todas las reglas del decoro y la moralidad. Y el sentido común.
—Tú también.
Una sonrisa sardónica ladeó su larga boca.
—Culpa a mi ímpetu.
No había sonado impaciente. Sonaba vigilante, depredador. Ella había dado un inseguro paso
hacia atrás antes de que se diera cuenta que eso revelaba su agitación. La sonrisa se profundizó,
desarrolló un perturbador elemento de seducción.
—No voy a comerte —murmuró él—. O al menos no hasta que te meta en la cama.
Ella se sonrojó. A diferencia de la mayoría de las mujeres solteras de su clase, sabía exactamente
lo que quería decir. Otro de esos escalofríos, medio de excitación, medio de terror la recorrió. Se
llevó una temblosa mano hacia su pecho, donde su corazón resonaba tan fuerte que parecía como
si quisiera escapar de su cuerpo.
Se sentía borracha por una embriagante poción de deseo e incertidumbre.
Él se aproximó más cerca, deslizando sus manos detrás de su cabeza. Su piel se acaloró bajo ese
ardiente toque.
—¿Sin gafas hoy?
Su cuerpo lo ansiaba.
—Tú sabes cuál es mi aspecto.
La miró fijamente como si nunca la hubiera visto.
—Sé que eres hermosa.
125
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nicholas —susurró, indefensa ante el posesivo brillo de sus ojos. Se presionó contra su abrazo,
queriendo besarlo más de lo que quería vivir—. No te burles de mí.
—Me dejas sin aliento.
—Desearía que me dejaras sin aliento —dijo con un deje de resentimiento. Se suponía que debía
estar loco por ella. Sin embargo, la trataba como si fuera de cristal.
Las fascinantes líneas junto a sus ojos se profundizaron con diversión.
—Te has vuelto muy exigente.
Ella soltó un sonido irritado y se estiró para presionar su boca a la suya. Durante un vertiginoso
momento, probó el húmedo calor de su aliento y la satinada firmeza de sus labios. Su lengua salió
rápidamente para tocar la de ella. Ella suspiró y se apoyó en él. Luego, increíblemente, se retiró.
Ella frunció el ceño.
—No lo entiendo.
Con una risa irónica, tiró de ella detrás de un mausoleo cubierto de musgo, agrietado y
abandonado como la mayoría de los monumentos. Ella tropezó cuando él la apoyó contra el frio y
húmedo mármol.
—Maldición, Antonia, estoy tratando de actuar como un hombre civilizado.
—¿Por qué? —susurró, enrollando su mano alrededor de un poderoso hombro.
Él retiró su mano, descubrió la pálida piel de su muñeca y se la besó. El roce de su boca la hizo
temblar de deseo. Él habló en voz baja e insistente. Como si alguien pudiera oírlos.
—No estamos seguros. Tengo un carruaje esperando. ¿Cuánto tiempo puedes quedarte?
La palabra quedarte resplandeció a través de ella como un rayo. Porque incluso si él le
preguntara, no podía quedarse con él. Esta era una noche robada de las fauces del tiempo.
Su voz tembló.
—Cassie está con los Merriweathers para que pueda asistir a la velada musical de Lady Northam
esta noche y el desayuno veneciano de los Parrys mañana. —Afortunadamente Cassie se había
convertido en buena amiga de Suzannah Merriweather. La señora Merriweather había accedido a
supervisar las salidas de Cassie cuando Antonia había dicho que una enfermedad le impedía cumplir
con sus deberes.
—¿Los sirvientes?
—La doncella de Cassie fue con ella. Les di a los otros la noche libre. Están acostumbrados a que
me las arregle por mí misma. —Sabía que tomaba un disparatado riesgo, que una demasiada
entusiasta doncella podría venir para ver cómo estaba o que alguna emergencia con Cassie podría
requerir su presencia. Pero incluso después de sopesar los peligros, el atractivo de saborear una
última vez la magia de Nicholas era demasiado fuerte para resistirse.
Sus labios se curvaron en una encantada sonrisa.
—¿Así que te tengo hasta mañana?
Las llamas iluminaron sus ojos. Antonia batalló para aferrarse a la realidad. Se dijo a si misma
que esta aventura no significaba nada para él, más allá del deseo temporal. Y quizás el deseo de
dominar a una mujer que lo desafiaba. Ella no era nada especial.
Su estúpido y tonto corazón se rehusaba a creerlo.
Su tonto y estúpido corazón creía que las próximas horas eras tan significativas para él como
para ella. Cuando la había salvado del desastre en el baile, cada barrera contra él se hizo astillas.
126
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Odiaba su indefensión incluso cuando cedía. Porque junto con la ruina, él prometía satisfacción
sensual ilimitada.
Lo deseaba como nunca había deseado a otro hombre. Era fatalmente consciente de que nunca
querría a otro hombre de esta manera otra vez. Esta noche cicatrizaría su alma. Más
profundamente que su infantil rendición a la adulación y buena apariencia de Johnny. Más
profundamente aún que ese encuentro titánico en Pelham Place.
—¿Antonia? —Su pulgar acarició el dorso de su mano enguantada con una insistencia rítmica
que la inquietó—. Si has cambiado de opinión, te dejaré ir. No debería haberte presionado ayer por
la noche.
Sus ojos eran tiernos a medida que estudiaban su rostro. Ella contuvo una oleada de vergüenza
por lo que este hombre sabía de ella. Pero no vio condena en su expresión, sólo preocupación por
la mujer que había llorado en sus brazos. Preocupación y deseo.
Era libre de irse, libre de quedarse. La duda y el odio a si misma se esfumaron. Habían vuelto
para destrozarla, lo sabía, pero no les permitiría arruinar su última noche con Nicholas.
—No me estás obligando a nada —dijo en voz baja.
Él le lanzo una brillante y obsidiana 1 mirada.
—¿Así que no tengo que llevarte lejos como un demonio robando tu alma?
Ella no sonrió.
—¿Lo harías?
Él negó con la cabeza, de repente serio.
—No. Te he tenido dispuesta. Te quiero dispuesta otra vez.
—Estoy dispuesta. Trató de sonar coqueta y divertida. Pero fue imposible. Cada aliento que daba
significaba el fin del mundo.
—Gracias a Dios —dijo suavemente y presionó su boca a la de ella otra vez. Ella sabía a anhelo y
excitación. Hizo una pausa, y otra sombra cruzó su rostro. Ella trató de interpretar la expresión pero
se desvaneció demasiado rápido—. Huiste en Surrey.
Con cualquiera excepto Nicholas, habría imaginado que su precipitada salida de la glorieta le
hubiera herido. Pero por supuesto ninguna mujer podría herir al Marqués de Ranelaw. Aun así, ella
le tocó su angulosa mandíbula.
—Corrí como un conejo asustado. Estaba asustada.
Él levantó una mano para presionar su palma contra su rostro.
—Tú no. Nada te asusta.
Ella soltó una risa vacía.
—Todo me asusta. —Tragó saliva y se arriesgó a ser honesta—. Tú más que nada.
Él frunció el ceño.
—No quiero que tengas miedo de mí.
—Me asusto de lo que me haces sentir. Soy una mujer con mejores razones que la mayoría para
andar por el buen camino.
—Eres una mujer hecha para el amor. —Por un electrizante momento, su última palabra se
cernió entre ellos como una espada desenvainada.
1
Referente al color negro o verde muy oscuro.
127
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
128
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 18
La lluvia caía, golpeando el techo con un trueno que competía con el trueno en el corazón de
Ranelaw. El mundo se redujo sombrío, dando bandazos y el hambre atroz entre él y esa notable
mujer. El instante fluía en una continuidad brillante. Luchó para quedarse, pero era imposible. El
tiempo resbaló de sus manos ansiosas incluso al entrar en la eternidad.
Finalmente, a regañadientes, levantó la cabeza y miró a Antonia. En la penumbra, ella estaba
sonrojada y sus labios estaban rojos y llenos. La apasionante tensión se enroscaba entre ellos.
Muy lentamente abrió los ojos. Parecía tan aturdida como él. Como si ese beso la arrastrara a un
mundo nuevo.
Con la respiración entrecortada, él empujó su capa a un lado y metió la mano dentro de su
corpiño. Llevaba algo tenue y pálido, afortunadamente, el corpiño era escotado. Desnudarla sería
como abrir un regalo maravilloso. Cuando su mano se curvó alrededor de su pecho, ella lanzó un
gemido restringido.
Su pulgar se movió por su cuajado pezón. Sus párpados y los labios entreabiertos, dándole una
visión de dientes blancos y dentro de una melosa oscuridad.
—Te deseo —susurró, su voz apenas audible sobre el rechinar del vehículo.
Él consolidó su dominio sobre su pecho y mordisqueó sus labios, provocándola con su lengua.
Ella gruñó y agarró su cabeza con un abandono que hizo caer su sombrero entre los asientos. Se
zambulló en otro beso devorador, a continuación, pulsó febriles besos en su cuello.
Torpemente ella hizo a un lado el abrigo y tiró de su ropa. El placer lo estremeció mientras le
acariciaba su espalda desnuda. Debió de haberse quitado los guantes después de entrar en el
carruaje. En su urgencia, no se había dado cuenta.
Gimiendo, él le agarró la mano errante y se la llevó a la parte delantera de sus pantalones.
Cuando su polla se fue hinchando, codiciosa contra su palma, ella se quedó sin aliento. Cerrando los
ojos, se ahogó en la sensación caliente. Desde Surrey, cada célula dolía por ella. Esta noche por fin
saciaría ese deseo insoportable.
—Sí —dijo entre dientes mientras sus dedos se cerraron para acariciarlo.
Metió una mano bajo sus nalgas, apretándola entre sus faldas. Era una tortura aventurarse tan
cerca de su centro, pero reconoció los límites de su control. Si le tocaba el sexo, la tomaría aquí,
ahora, en este carruaje.
Después de la última vez, se había jurado que no caería sobre ella como un león hambriento.
Exploraría el paraíso centímetro a centímetro, no en una precipitada carrera. Todo en Surrey había
sido tan alocado y apasionado, que no podía separar los detalles del explosivo conjunto. Esta noche
quería almacenar cada brillante segundo.
—Nicholas —susurró, arrastrando sus labios por su garganta. Le acarició el miembro, haciendo
presión. Su resolución se desvaneció.
—¿Mmm?
Lo besó a lo largo de su mandíbula y hasta el oído. Besos de mariposa. Habría insistido en que lo
besara correctamente, si el toque fantasma de su boca no fuera tan incendiario.
129
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nicholas, tenemos que parar. —Sus palabras tenían un toque encantador de risa—. El carruaje
no se mueve.
—No estoy en condiciones idóneas para prestar atención al carruaje —gruñó él, agarrándola por
la cintura e inclinándola contra el banco
Ella lo miró con una dulce confusión que hizo que su sangre se arremolinase por el deseo.
—Si tu cochero abre la puerta, se sonrojará.
—Sabe que no debe abrir la puerta. —Ranelaw acarició su garganta. Ella era deliciosa, rica y
femenina, con ese aroma fresco que nunca había identificado. Excepto a esencia de Antonia—.
¿Qué es ese perfume que llevas puesto?
—Me gusta cuando haces eso. —Se arqueó como un gato buscando una caricia. Tuvo un
repentino vívido recuerdo de la chaperona dragón. ¿Quién sabía que la riqueza de la sensualidad se
ocultaba bajo ese exterior almidonado?
—¿Perfume?
—No llevo perfume. —Introdujo sus manos bajo su camisa una vez más y recorrió su espalda de
arriba abajo.
—No seas absurda. Siempre lo llevas.
Soltó una risa sin aliento.
—¿Jabón? Sin duda, la lavanda es demasiado prosaica para que te entusiasme. —Golpeó la
cadera contra él para confirmar su excitación.
Él ahogó un gemido. Era evidente que no se daba cuenta de lo excitado que estaba o no le
tomaría el pelo.
—Señorita Smith, deje de distraerme. Hemos llegado a nuestro destino.
—Déjame levantarme. Quiero ver dónde estamos —dijo sin aliento.
—No es un gran misterio. Estamos en el callejón detrás de mi casa.
Su languidez seductora desapareció. Lo miró con horror.
—No puedo ir a tu casa, Nicholas. Pensé que lo habías entendido.
Se sentó, atrayéndola hacía él aun cuando sintió su resistencia.
—Es el lugar más seguro.
—Aparte de los sirvientes —dijo con acritud—. Quienes presumiblemente poseen ojos, oídos y
lenguas.
Le alisó el pelo claro que enmarcaba su rostro enrojecido. Se veía concienzudamente besada y
absolutamente molesta. Una mezcla encantadora. Una ola de emoción le ahogaba. Algo no del
todo cómodo, algo compuesto de protección, admiración y una porción enorme de deseo.
Acogió con satisfacción el deseo abrumador. Después de todo, esta atracción prometía un placer
más allá de sus sueños más salvajes. Pero lo que sentía en ese momento iba más allá de la mera
atracción, lo ponía balanceándose por encima de un abismo sin fondo.
—He mandado a los criados lejos hasta mañana. Bob, el cochero, sabe que he traído a una
dama, pero no tiene idea de quién eres. De todos modos, tiene la boca cerrada como una ostra.
Alabado sea el cielo, la tensión desapareció de su expresión.
—Gracias —dijo en voz baja.
Se inclinó delante de ella para subir las persianas. El mundo estaba repleto de hojas plateadas de
lluvia. Apenas podía ver la puerta del jardín a pocos metros de distancia.
130
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
131
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
sostenía. Era imposible. Su vida había estado desprovista de sueños de niña desde que esos sueños
casi la habían destruido. Parecía que eso sueños no habían sido fácilmente derrotados.
—He capturado una sirena —dijo con una risa despreocupada, caminando hacia la puerta. El
cochero, chapoteó adelantándolos para abrirla. La oyó cerrarse detrás de ellos, encerrándola en un
mundo privado con Nicholas.
—Una sirena ahogada. —Antonia enroscó los brazos alrededor de su cuello y giró la cara contra
su pecho.
Él le había dicho que olía como el paraíso. No podía oler la mitad de maravilloso de como él lo
hacía. A hombre limpio con una pizca de jabón de ropa. Y lluvia fresca, fresca. La lluvia que rezaba
lavaría sus pecados.
Hoy, elevada sobre los brazos de Nicholas, mientras se dirigía a través del jardín, goteando, hacia
la casa grande y blanca, se sentía virginal. Como si él la hubiera sacado de la tormenta hasta un
remanso de paz y seguridad. Como si la llevara cruzando el umbral, como a una novia.
La novia que nunca sería.
Los brazos de Antonia se apretaron alrededor de su cuello y se acurrucó aún más. La helada
mordedura de la lluvia la hizo estremecer. En cambio, Nicholas era infinitamente caliente. Un
refugio contra la intemperie. Un refugio contra los escrúpulos no deseados.
Se había prometido una noche de pasión. Una noche sin futuro o pasado, antes de que regresara
a Somerset, a una vida perfecta y atrofiante virtud. Nada se lo robaría. Nada. Ni Dios. Ni el diablo.
Ni la sociedad. Ni siquiera su vulnerable corazón.
Con un propósito inequívoco, Nicholas avanzó al interior. La anticipación estalló en ella. En esta
noche sombría, la casa estaba oscura y misteriosa. Antonia vagamente reconoció un pasillo de
baldosas blancas y negras, lleno de puertas cerradas, a continuación, un imponente hall de entrada
de mármol blanco que reflejaba la lluvia torrencial que caía contra las ventanas.
Nicholas subió por una escalera curva, flanqueada por paisajes enormes y oscuros. Como le
había prometido, no veía sirvientes.
—Bienvenida a mi guarida —murmuró, abriendo la puerta con el hombro.
Era una broma, pero no pudo contener un escalofrío premonitorio. La habitación era oscura y
fría. Las velas ofrecían poca defensa contra la oscuridad.
—Maldito perro desconsiderado —dijo él bruscamente—. Tienes frío. Debería haber esperado a
que Bob fuera a buscar un paraguas.
—No, estoy bien —dijo ella con voz ronca. Nicholas se había llevado la peor parte de las
condiciones meteorológicas. Su capa estaba húmeda pero debajo, estaba relativamente seca.
La llevó hasta la enorme cama con dosel y después de desposeerla de su capa, la tumbó con una
suavidad de infarto. El grueso colchón se hundió bajo su peso y las almohadas eran suaves bajo su
cabeza.
Él se desabrochó el abrigo empapado y se unió a ella. A medida que se ponía de rodillas sobre
ella, parecía serio e intenso. Ella había llegado esperando una pasión ardiente que quemara todos
sus escrúpulos. Su cuidado le hizo anhelar desesperadamente algo más que esta única noche.
—Es un vestido bonito —murmuró, mirándola con una brillante aprobación en sus ojos.
Dondequiera que miraba, su piel se encendía.
—Es viejo.
132
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
El vestido rosa suave estaba irremediablemente pasado de moda. No lo había usado antes,
aunque lo había empacado para su fuga con Johnny. A menudo se había preguntado por qué lo
conservaba todavía. Salvo que era bonito y caro y evidenciaba que la adusta señorita Smith no
había sometido a Antonia Hilliard.
Cuando se vistió para encontrarse con Ranelaw, su mano se había caído de forma automática en
la prenda. No había pertenecido ni a la amante adolescente de Johnny Benton, ni a la mal vestida
acompañante de Cassie. Era un vestido sin historia, hoy quería ser una mujer sin historia.
El esbozo de una sonrisa parpadeó.
—Es de antes de que fueras Antonia Smith.
Sorprendida, ella se encontró con su mirada, aunque ahora él ya debía saber o adivinar su triste
historia completa.
—Sí.
Su voz profunda en carne viva.
—Tengo que verte.
Durante un momento el aire vibraba cargado de emoción. Lo que sentía era lo suficientemente
fuerte como para mover montañas.
—Entonces desnúdame, Nicholas —susurró.
Su nombre de pila surgió perfectamente natural. Ella le acarició un lado de su rostro con un
gesto que transmitía la ternura que florecía en su interior.
Él la besó suavemente. No era una reclamación apasionada. En cambio, era como el beso que le
había dado en el arroyo en Surrey, el beso que casi rompe su corazón. Este era el beso que un
hombre daba a la mujer que amaba. Ella parpadeó para contener las punzantes lágrimas. Trató
fuertemente de armarse contra él, pero él la puso completamente a su merced.
La desnudó con una prontitud que podría haberle resultada molesta, si no hubiera notado como
le temblaban las manos de deseo. Ella salió de su trance cuando sólo le quedaba la camisola
transparente. Era de seda blanca bordada con rosas rosas, otra reliquia de la imprudente Lady
Antonia Hilliard. Su cabello de bronce, caía en desorden sobre sus hombros.
—Espera —dijo con un hilo de voz que apenas reconoció. Cuando ella puso su mano sobre su
pecho, sintió su respiración entrecortada.
—Querido Dios, Antonia, no me atormentes —le espetó.
—Tengo que verte también —murmuró, agarrándolo por la camisa con la mano y atrayéndolo
más cerca—. Estás vestido para ir a una fiesta en el jardín de una duquesa.
Se echó a reír con la indirecta de desprecio que siempre la atrajo. Le agarró la mano, y la
presionó contra la parte delantera de sus pantalones.
—Conmocionaría a la duquesa.
—Cualquiera duquesa que se precie te atraería a una entrevista privada. —Temblando de deseo,
titubeó hacia delante y deslizó su mano dentro. Su estómago se tensó como una dura roca bajo sus
inquisitivos dedos.
Por fin, por fin, ella sostuvo su vara palpitante y pesada. Su entusiasmo elevándose, puso su
corazón retumbando.
—Me vas a volver loco —gruñó, flexionando las caderas.
Ella reafirmó su agarre, maravillada por su calor y su fuerza. Era como tratar de contener alguna
poderosa fuerza de la naturaleza.
133
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
134
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Tragó saliva para humedecer la reseca garganta. Volviendo a tragar saliva, forzó a salir las únicas
palabras que necesitaba.
—Nicholas, tómame.
135
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 19
136
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nunca. —Tocarla era como tostarse a la luz del sol. Antes de esto, su vida había sido tan fría. Él
besó un camino arbitrario a través de los hermosos pechos que habían atormentado su
imaginación—. No sabes lo mucho que te deseo.
—Me tienes —susurró ella.
Si tan sólo fuera cierto. Incluso ahora, no estaba seguro de ella. La necesidad de reclamar y
madurar, y por una vez no intentó razonar más allá de sus impulsos posesivos. El deseo convirtió la
razón en cenizas, dejando al descubierto al primitivo que reconoce sólo el dominio de la pasión.
Deslizó sus dedos por los lisos pliegues. Ella soltó un sonido estrangulado y se sacudió. Luego se
sacudió otra vez cuando él se concentró en su centro. Se sentía como seda caliente y húmeda. Con
lentitud deliberada, construyó su necesidad, usando su mano entre sus piernas y su boca en sus
pechos.
Sus manos se hundieron con fuerza en su cabeza, se enredaron en su cabello, manteniéndolo
más cerca. Sólo cuando su respiración se entrecortó el cedió. Arrastró sus labios a través de la
llanura suave de su estómago, luego agarró sus muslos con ambas manos y le separó las piernas.
Su estómago se encogió por la emoción.
Bebió ávidamente la imagen de su sexo. Regordete, rosa y brillante. El fuerte olor de su
excitación hizo que su cabeza oscilara. O tal vez ese fue el salvaje latido de su corazón anhelante.
Largamente la besó allí, saboreando su deseo salado. Ella estaba tan preparada, en cuestión de
segundos empezó a temblar y gritar. Nunca había estado tan en sintonía con la respuesta de una
amante. Sus rítmicos gemidos crearon un delicioso contrapunto a sus depredaciones.
Él lamió y le deslizó un dedo en su abertura, trabajando al mismo tiempo con un movimiento
corto y rápido de su lengua. En un gemido roto, ella apretó para retenerlo. La parte física lindaba en
una nueva dimensión cuando él la tomó en sus brazos. Si no estuviera tan excitado, estaría
terriblemente aterrorizado.
La penetró profundamente y sintió el momento preciso en que su agarre de la realidad se
rompió.
Ah, sí.
Sus extasiados sollozos eran el sonido más dulce en el mundo. Aun así no se detuvo. Ella lo había
llevado al borde de la locura. Tenía la intención de devolver el favor. Le daría placer hasta que se
desintegrara. Entonces lo haría de nuevo con su nombre inscrito en cada centímetro de su cuerpo
espectacular.
Ella sería suya. Completamente.
¿Qué creó esta hambre incontrolable de poseer cada átomo de Antonia? En ese momento, él
estaba tan perdido en la sensación, que difícilmente le importaba.
Ella todavía temblaba cuando él se puso a construir otro clímax. Sus dedos se clavaron en su
pelo, y tiró con fuerza. Bebió de ella, usando los dientes, la lengua, los labios para convocar a ese
crescendo salvaje.
Con sorprendente rapidez, ella se tensó en su pico. Su respuesta lo sorprendió. Inundándolo con
conmovedora emoción. Las fantasías de tenerla lo habían atormentado durante tanto tiempo. La
realidad superó sus sueños y lo dejó aturdido.
Quería enviarla a través de la barrera de nuevo. Quería que ella delirara de éxtasis, adicta a él.
Quería la sangre de ella cantando su nombre. El ansia de penetrarla amenazaba con arrasarlo, pero
con ella extendida ante él como un banquete ofrecido para su propia satisfacción.
137
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nicholas —rogó con voz rota, incluso cuando las manos enterradas en su pelo en una caricia
lánguida—. Nicholas, espera.
El sonido de Nicholas en sus labios era como música. La haría gritar su nombre antes de que
hubiera terminado. Complacientemente la lamió otra vez, explorando los húmedos y delicados
pliegues. Se había imaginado ese momento mucho tiempo para precipitarse. En Surrey había
cometido ese error fatal y ella lo había abandonado.
—Nicholas. —Su voz se desvaneció en un suspiro cuando él la probó otra vez, saboreando su
sabor almizclado. Ella hundió los dedos en su cuero cabelludo—. Nicholas, por favor.
De mala gana, levantó la cabeza. Parecía febril y frenética.
—¿No te gusta?
Su voz era ronca. Su esencia era rica en su lengua. Él quería más de ella. Infierno, él siempre
quería más de ella.
—Por supuesto que me gusta. —La irritación zumbó en su respuesta. Ella se deslizó hacia arriba
contra la cabecera, sus hermosos pechos subiendo y bajando con cada respiración entrecortada—.
Sabes que me gusta.
—Entonces, ¿por qué parar?
Sus piernas acunaron sus hombros y su olor caliente era más embriagador que cualquier vino.
Podía saborearla en sus labios. Delicioso.
—Porque… —Tragó saliva y bajó las pestañas para evadir su mirada escrutadora—. Sabes por
qué.
Su voz bajo en persuasión.
—Dime lo que quieres, Antonia. Dímelo.
Un susurro ahogado surgió y sus mejillas se ruborizaron.
—Quiero que dejes de tomarme el pelo.
Él no pudo evitar sonreír.
—Vas a tener que ser más específica.
Su barbilla se alzó y le lanzó una mirada molesta debajo de sus pestañas.
—Yo quiero...
—¿Sí?
—Maldito seas, Ranelaw —le espetó, mirándolo directamente a los ojos cargados de excitación.
El efecto fue salvajemente inflamatorio cuando se estiró desnuda ante él, sus pechos llenos
temblando con cada respiración inestable y su sexo abierto a su mirada.
Su sonrisa se ensanchó.
—Eso no es una respuesta.
—No me dejas orgullo. —Lo atacó con otra mirada azul incendiaria—. Te quiero dentro de mí.
Quiero que me llenes hasta que no haya espacio para nada más, ni pensamiento o sentimiento de
culpa o arrepentimiento. Quiero que dejes de tratarme como a un juguete y aceptes que aquí
somos iguales.
Antonia.
El infierno y el diablo. Cualquier impulso de burlarse se desintegró en una llamarada de calor.
Sus palabras reclamaron su alma.
138
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Incluso mientras luchaba por llegar a un acuerdo con su punzante honestidad, ella continuó en la
misma voz baja.
—Quiero que hagas que el mundo fuera de este cuarto desaparezca. Quiero que palpites en mí
con tanta fuerza, que yo sólo te sienta, sólo te conozca, sólo piense en ti.
Ella vaciló en silencio. Respiraba con rapidez, de manera desigual. Su mirada fija en él, caliente
como el fuego. Emociones conflictivas cruzaron su rostro.
Vulnerabilidad. Por supuesto. Su franqueza la dejó sin defensa.
Miedo. Coraje. Desafío.
Por encima de todo, deseo.
Lentamente él se sentó, sus ojos no vacilaron de los de ella. Ella puso en ridículo sus defensas.
Qué irónico pensar que había dedicado tanto esfuerzo a conquistarla, sólo para reconocer que al
final ella era la vencedora.
La deseaba más de lo que nunca había deseado a otra mujer. Peor aún, ejercía una atracción
sobre sus emociones que nunca había sentido antes. Y no sabía cómo romper esta fascinación fatal.
—Antonia, no te merezco —dijo con absoluta sinceridad.
Con cada momento, este encuentro lo llevaba más lejos del puerto seguro de fácil lujuria.
Siempre había sabido que Antonia sería extraordinaria. Ahora comprendió que lo marcaría tan
profundamente que nunca estaría libre de ella.
Sus pestañas rubias oscuras revoloteaban hacia abajo y luego hacia arriba otra vez. Una sonrisa
incierta curvó sus labios.
—¿Te he sorprendido?
—No. —Entonces reconoció que su candor merecía algo mejor que una negación solo para
salvar las apariencias. Se inclinó sobre ella, apoyándose en sus brazos. El corazón le palpitaba con
tanta fuerza que pensó que debía estar chocando con su pecho—. Sí.
Ella inclinó la cabeza para mirarlo a los ojos. El azul era tan claro, que vio todo el camino a su
alma. Le había dicho la verdad cuando dijo que no la merecía. La tragedia era que en algún nivel
profundo, deseó haberlo hecho.
—Bésame, Nicholas.
Él agradeció. Tal pasión. Tal deseo. Antonia.
Cuando por fin levantó la cabeza, sus ojos brillaban de emoción. Su voz era ronca mientras ella
se desplaza hacia abajo de la cama para acostarse debajo de él.
—Ahora, Nicholas.
Por fin.
El momento se extendía hasta el infinito cuando Ranelaw orientó sus caderas y lentamente
empujó dentro de Antonia. Inmediatamente experimentó esa sensación de regreso a casa. Como si
en todo el turbulento mundo, este fuera el lugar al que pertenecía.
Ella estaba tensa, temblorosa, atrayéndolo dentro. Su rostro estaba tenso, como si, al igual que
él, reconociera la importancia de esta unión.
A pesar de que la necesidad de finalizar resonaba en su cabeza como una compañía de
trompetas, se resistió a la tentación de empujar.
Tómala. Tómala. Tómala.
139
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Pero la ternura que encendió su pasión como el último resplandor de una puesta de sol le hizo
hacer una pausa, tomarse su tiempo, garantizar su placer. Bajo su hambre física se escondía la
necesidad de cuidar a esta mujer, con su espíritu y belleza.
Ella suspiró, una exhalación temblorosa, y se movió para tomar más de él. Entrelazó sus manos
detrás de su cuello.
—Nicholas, no más juegos.
De nuevo el sonido de su nombre le atravesó hasta el hueso. Ejercía tal poder sin esfuerzo.
—Estoy intentando... demostrar control —murmuró.
—No me importa —dijo ella bruscamente, arqueándose con un ardor inquieto que puso su pulso
a tronar. Su movimiento agitado prometía lanzarlo por el borde.
Apretó los dientes y puso las rodillas de ella alrededor de sus caderas. El cambio de posición
apretó la cabeza de su polla. Él reprimió un gemido atormentado. Y trató de recordar por qué no
reclamarla en una estocada profunda.
—Me importa.
Me importa.
Una breve claridad se abrió paso a través de la niebla escarlata de la pasión. Dios lo ayude, se
preocupaba por ella. Mucho más que como una pareja de cama dispuesta, magnífico, ya que ella
estaba en sus brazos.
Él se atrincheró contra la revelación no deseada. Fácil cuando esta mujer lanzó las buenas
intenciones a los cielos.
¿Había oído su confusa confesión sin precedentes? Se dispuso a hacerle olvidar sus palabras
necias, ahogando su eco en la pasión. Pero independiente de lo que hiciera, la reverencia se
acentuaría en cada toque exponiendo la desagradable verdad.
Se preocupaba por ella.
Desesperado por sofocar la desconcertante emoción, avanzó aún más. Ella estaba caliente como
un horno y húmeda por el deseo. Su respiración salió en ráfagas frenéticas y sus uñas rastrillaron
sus hombros. La picadura era insignificante comparada con la agonía en sus bolas mientras luchaba
para retrasar la posesión. Para despertarla al placer.
Aunque esto no se sentía como algo tan trivial como la burla. Esta unión envió a los planetas
girando en sus órbitas.
Ella gimió y sus uñas ahondaron más profundo. Él saldría de esa noche tan ensangrentado como
si hubiera luchado con una tigresa furiosa.
Oh, sí, ella era una tigresa. Siempre le había gustado eso de ella.
Sus músculos gritando, hizo otro avance gradual. Su ahogado gemido era una combinación de
angustia y placer. El sonido rugió a través de su sangre.
Más minúscula progresión. Su visión se redujo a un túnel. Sólo vio a Antonia. Su piel brillaba con
una fina capa de sudor. Sus pechos se sacudieron con la estremecedora fuerza de cada respiración.
Sus manos se abrían y cerraban sobre sus hombros en señal de súplica desesperada.
Con una torpeza nacida de la frustración, ella entrelazó sus piernas alrededor de sus nalgas,
forzándolo hacia abajo. La resistencia era insoportable, pero el resistió.
—Por favor —rogó ella con un chasquido de voz—. Oh, por favor.
140
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Su descarada necesidad sacudió el hambre a través de él. No podía demorar mucho más tiempo.
Las luces rojas brillaron detrás de sus ojos mientras luchaba por un último momento, temblando de
restricción antes de que cediera al torbellino.
De sus profundidades surgieron palabras que nunca había pensado en decirle a una mujer. En un
instante final, antes de hundirse en la pasión sin sentido, reconoció que por eso la empujaba tan
despiadadamente al borde del abismo.
—Di que eres mía —gruñó con una voz que no reconoció—. Maldita sea, di que eres mía,
Antonia.
Ella no parecía escuchar. Se había retirado a la sensación. Cada respiración surgió como un
ahogado gemido y ella sacudió la cabeza de lado a lado sobre la almohada. Sus pestañas aletearon
sobre sus mejillas. Ella lo miró como si él la torturara.
Se puso de rodillas y movió sus manos a sus caderas, tirando de ella hacia él sin darle lo que
quería. Ella se movió, deslizándose más cerca con una fuerza sinuosa que puso a prueba sus últimos
jirones de control.
—Dilo —repitió con la misma voz gutural.
—Nicholas —susurró en indefensa súplica. Sus manos dejaron sus hombros y las cerró como
grilletes alrededor de sus antebrazos tensos.
—Dilo.
Abrió los ojos y miró hacia arriba. Su mirada era opaca.
—Yo…
—Dilo, Antonia —gruñó, acercándose otra fracción. Sus músculos se contrajeron mientras se
esforzaba por atraerlo más profundo. Cada pequeño movimiento disparó llamas a través de la
cabeza, quemó su mente.
—Yo…
Su rostro estaba marcado por la excitación, con anhelo, con incomodidad. Sabía que la había
llevado a sus límites físicos. Sus uñas marcaron su carne como cuchillos.
—Dilo. —A pesar de su orgullo y determinación, él sabía que no podía contenerse por más
tiempo.
—Yo…
Ella se levantó y en un estallido de luz, el perdió su inútil batalla. Con un gemido quebrado, se
enterró hasta la empuñadura. Se dejó caer hacia delante mientras ella se cerró alrededor de él.
Como si ella nunca tuviera la intención de dejarlo ir.
Ella inhaló con un suspiro irregular y se movió, frotando sus sobresalientes pezones en su pecho
con una fricción suave.
—Soy tuya —susurró.
La debilitada confesión se grabó en su piel. Él soltó el aliento en un suspiro fuerte y cerró los
ojos, buscando el triunfo.
Y no lo halló.
Él no había ganado esta guerra entre ellos. Porque su admisión hizo eco de las palabras que
rasgaban en su corazón.
Que si ella era de él, él era de ella. Para siempre.
141
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 20
142
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ella acariciaba su espalda con movimientos circulares. Su corazón dio un vuelco cada vez que ella
se detenía y comenzaba de nuevo. Todavía tenía una capacidad lamentable para afectar su pulso.
Incluso ahora, cuando el deseo era un fuego lento no un furioso incendio forestal.
—Debería moverme. —No se movió en caso de que interrumpiera las lánguidas caricias. Si fuera
un gato, ronronearía.
—Todavía no.
Con un suspiro, decidió no discutir. No quería echar a perder esta comunicación silenciosa que
fluía como un mar en calma entre ellos.
Sabía que se rendía al autoengaño, ajeno a la dura realidad como las fantasías de un adicto al
opio. Pero el conocimiento no podía competir con el suave placer de yacer aquí con la mujer que
había deseado durante tanto tiempo y que por fin se había entregado a él sin vacilación. Antonia le
rodeaba. Su cabello, su piel, su olor.
El tiempo y la necesidad empañados en una bruma dorada. Flotaba en un sueño placentero
mientras su cuerpo se calmaba gradualmente.
Él convocó su última onza de fuerza para girar la cabeza y colocar un beso agotado en el lado de
su cuello. Se aferró al sueño un poco más, y luego se obligó a hablar.
—No fui cuidadoso.
Sus manos detuvieron sus movimientos diabólicamente dulces y él sintió su lucha por respirar.
¿Debido a su peso o a causa de lo que le dijo?
Después de un silencio, empezó a acariciarlo de nuevo. Su voz surgió con una firmeza que le
sorprendió.
—No hay nada que podamos hacer al respecto.
Él frunció el ceño en el cojín suave de cabello con aroma a lavanda. Esa respuesta parecía
inusualmente fatalista. Tenía que verle la cara. Sus palabras no le decían nada.
Por fin, a regañadientes, con rigidez, rodó fuera de ella. A medida que sus cuerpos se separaban,
él reprimió una punzada de dolor. Durante un intervalo demasiado efímero, la vida había sido
perfecta. Todavía no estaba listo para renunciar a ese cielo.
Levantándose en un codo, apoyó la cabeza en su palma.
—En Surrey, prometí protegerte de un niño.
Con un leve gesto de dolor, ella se apoyó sobre las almohadas y se apartó el pelo de la cara. Se
imaginó que debía de estar adolorida después de aquel indomable apareamiento. La había utilizado
duro y sin piedad. Pero entonces comprobó más estrechamente y la satisfacción masculina hundió
cualquier culpa. Parecía una desaliñada y bien satisfecha diosa.
Sus ojos eran serios, pero claros, cuando los niveló con los de él.
—Ninguno de nosotros pensaba hace un momento.
Su tranquilidad lo dejó perplejo, desconfiado. Había esperado que estuviera enfadada por su
descuido. Infierno, él estaba enojado con su descuido.
—Podría haber repercusiones —dijo con estudiada dulzura.
Una sombra cruzó su rostro. Para su pesar, tiró de la sábana para cubrir su desnudez.
—Yo... yo no me quedé embarazada cuando estaba con Johnny —dijo con voz vacilante.
Así, el nombre de Benton abrió un abismo irregular entre ellos.
143
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw luchaba por decir algo. Algo qué no fuera una pregunta furiosa sobre como una mujer
como ella, alguna vez podría imaginarse enamorada de un bobo.
Después de una pausa cargada, ella habló.
—Tal vez soy estéril.
Y tal vez Benton no era lo suficientemente hombre para fecundar un hijo en ti.
Por supuesto Ranelaw no podía decirle eso, no obstante su intestino se retorció de frustrada
rabia. ¿Qué derecho tenía él de ridiculizar a Benton? Era el colmo de la hipocresía el querer asesinar
al canalla sólo por el delito de tocar a Antonia.
El silencio que descendió se erizó con preguntas difíciles.
Al final ya no podía aguantar su clamorosa curiosidad. Como no podía soportar no tocarla. Le
tomó la mano entre las suyas, agarrando con fuerza. El contacto colocó inmediatamente al bruto
inquieto dentro de él en una manera que no quería examinar.
Inhaló y expresó la pregunta que le había atormentado desde que descubrió que no era virgen.
—¿Quieres hablarme de Benton?
Antonia había temido ese momento, incluso cuando sabía que tenía que llegar.
La vieja miseria la inundó. Cada vez que contemplaba sus pecados de juventud, la vergüenza se
enroscaba en su estómago como serpientes furiosas. Esta noche iba a ser un motivo de delicioso
placer que ella recordaría para siempre. No iba a ser acerca de sus vergonzosos secretos.
La historia completa y desastrosa permanecía encerrada en su corazón. Nunca había hablado
sobre lo que había ocurrido cuando era una niña. La última persona en la que alguna vez debería
confiar era en un hombre celebre desde un extremo del reino al otro por sus pródigos apetitos.
Se preparó para decirle a Nicholas que se ocupara de sus propios asuntos. Insistir en que no le
debía ninguna explicación. Para señalar a tal libertino que no estaba en condiciones de exigir una
rendición de cuentas de las últimas relaciones a un amante.
Antonia abrió la boca para dar a Nicholas la crítica que se merecía. Diferentes palabras
surgieron.
—Johnny fue a Oxford con mi hermano. Él vino para estar con mi familia el verano en que cumplí
diecisiete años.
—Benton reconoció tu belleza desde el principio, ¿no? —El tono de Nicholas fue afilado con la
cólera, ¿para ella o para su amante? Pero su agarre en la mano transmitió más de esa maldita
ternura. La ternura le molestaba porque la hacía anhelar tan ferozmente por más.
—Ciertamente me halagó —dijo inexpresivamente.
Nicholas retiró la mano. Inmediatamente extrañó su contacto.
Pobre, patética Antonia.
Él rodó a su lado otra vez y tomó su actitud vigilante con la cabeza apoyada en una mano. El
disgusto alargó su boca.
—Apostaría a que el bastardo escribió sonetos suficientes para empapelar las Casas del
Parlamento.
El humor agrio afiló su voz.
—Y además de Brighton Pavilion, diría yo. Inmortalizó cada centímetro de mí en verso. Su
villanilla sobre mi ceja izquierda era mi favorito.
Su débil broma no aligeró la expresión de Nicholas.
144
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Podría ser un tonto, pero no me puedo quejar de su gusto. Eres una perla de valor
incalculable. Lo que me parece extraño es que una mujer como tu cayera por ese afeminado llorón.
¿Una perla de valor incalculable?
Ella sofocó su reacción asombrada por la descripción. Era menos capaz de sofocar su reacción
cuando le rozó los labios con los suyos. El fugaz beso de alguna manera transmitía la fe ilimitada en
ella. Sabía que era ilógico, después de todo, Nicholas apenas era un ejemplo de moralidad, pero
había estado enferma de terror que la despreciaría por entregarse a Johnny.
Sus manos se apretaron a la sabana cuando una ola de nostalgia la inundó. Físicamente estaba
indefensa contra Nicholas, pero eso era de esperarse. Él era hermoso y brillante, y ninguna mujer
con sangre en las venas podría permanecer inmune. Con cada momento, sucumbió a un deseo más
peligroso por el hombre debajo de la espectacular fachada. Por la errática gentileza y el humor y
por lo que ella misma fue engañada, una profunda soledad oculta incluso a sí mismo.
La dulzura de su beso la impulsó a continuar su difícil confesión. Su voz era sombría mientras
luchaba por contener los oscuros recuerdos.
—Fue muy emocionante tener a un joven tan guapo en la casa. Mi vida había sido aislada y muy
aburrida hasta entonces. Johnny fue el primer caballero que me prestó atención.
—Benton siempre excita los corazones femeninos. —Los ojos de Nicholas se redujeron a un
brillo de ébano enojado—. Y por supuesto tú todavía crees que amas al canalla.
Su voz era áspera con desaprobación. Y certeza.
145
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 21
—No seas absurdo. —La indignación hizo que Antonia se tensara contra la elaborada
cabecera tallada. Con manos temblorosas, apretó las sábanas contra sus pechos desnudos. Hablar
de Johnny la dejaba sintiéndose desnuda, tanto física como emocionalmente, y odiaba la
vulnerabilidad.
Nicholas le lanzó una mirada de incredulidad por debajo de sus cejas oscuras.
—Debes haber pensado que lo amabas en ese momento.
—En ese momento, yo estaba loca —dijo rotundamente.
—¿Esa es tu excusa? —La miraba con tal concentración que sentía que contaba los poros de su
piel.
El silencio se extendió, se volvió incómodo. Nicholas estaba a su lado, con la mirada fija en ella y
su largo cuerpo tenso con desagrado. Si fuera cualquier otro hombre y no el Marqués de Ranelaw,
pensaría que estaba celoso. Pero era tristemente consciente de que no le importaba lo suficiente
como para sentirse posesivo.
Reuniendo su valor, se dijo sin convicción que sobreviviría a una confesión de sus pecados.
Mordiéndose el labio, miró hacia abajo, donde una mano se plegaba y alisó la sábana. Contuvo un
suspiro tembloroso y se obligó a continuar.
—Estaba aburrida, y curiosa por un mundo más amplio que temía nunca vería. Johnny descendió
como la visita de un dios, que teniendo en cuenta lo que es realmente contiene más de un toque de
ironía. Estaba segura de que un hombre que escribía montones de poesía debía tener un alma
grande. —Su tono se agrió con la auto-denigración—. Soñaba con amar a alguien con un alma
grande. La gente de mi entorno inmediato sólo hablaba de la agricultura y la caza del zorro.
—Eras una romántica.
Ella hizo una mueca, pero Nicholas no había sonado crítico.
—Al menos ya no soy así.
Excepto que trágicamente estaba lejos de la verdad.
A pesar de la subsiguiente tristeza, sus sueños no habían cambiado mucho desde que era una
niña. Todavía acariciaba fantasías de amor eterno, aunque ningún hombre respetable considerara
alguna vez casarse con ella. En la profundidad de la noche, soñaba con que un caballero de brillante
armadura la rescataría de su estéril existencia y le mostraría toda la emoción que se había
imaginado la vida con Johnny le ofrecería.
—Seguro que alguien tan inteligente como tú vio a través de Benton. —Nicholas espetó el
nombre de Johnny entre sus afilados dientes blancos como si creyese que estaba podrido—. Una
vez que superas su jodido aspecto, él no es tan interesante.
La ira de Nicholas le recordó que tenía buenas razones para odiar a Johnny Benton. Pero su odio
parecía poco importante en comparación con la desgracia que había traído sobre sí misma y el
dolor que había causado a su familia.
—Caí rendida a sus pies. Me prometió que me mostraría el Coliseo a la luz de la luna, la bahía de
Nápoles al amanecer, el templo de Delfos.
—Su cama —dijo Nicholas con dureza, frunciendo las cejas.
146
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
147
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
148
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
149
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La había llamado su cariño una vez antes, cuando le había impedido correr de cabeza hacia
Johnny en el baile de los Merriweather. La muestra de cariño todavía la mantenía temblando de
anhelo. Antes de que pudiera reunir cualquier respuesta de placer, gratitud, protesta, continuó.
—Teniendo en cuenta que nadie lo sabía, ¿por qué tu familia no te llevó de vuelta?
—Porque fui rebelde y tenía que pagar el precio —dijo con amargura. Ella tragó saliva para
aliviar la garganta apretada. El dolor de su destierro apuñalaba, incluso una década después—. Mi
padre no quería una ramera testaruda como su hija.
—¿Así que te abandonó a Benton? —La censura ponderó la pregunta de Nicholas.
Ella se encogió de hombros, aunque sentía cualquier cosa menos indiferencia al recordar ese
horrible día cuando Lord Aveson irrumpió en su habitación en mal estado en Vicenza. Había estado
tan decidido a prohibirle venir a cualquier lugar cerca de la familia de nuevo, que había emprendido
el arduo viaje a través de Italia para decírselo personalmente. No quería que tuviese ninguna duda
en mente que alguna vez cediera y la aceptara de vuelta en Blaydon Park.
Él subestimó enormemente la comprensión de su hija. Antonia se dio cuenta inmediatamente
cuando llegó y se dirigió a ella como si fuera inferior a la suciedad debajo de sus pies, que sus
acciones habían roto para siempre todos los vínculos entre ellos. La revelación del matrimonio
secreto de Johnny había repicado como la sombría última nota de sentencia de muerte de su gran
aventura.
Mientras viviera, nunca olvidaría la repugnancia en el rostro de su padre cuando examinó su
sórdida alcoba. La había encontrado a medio vestir tratando de remendar una de las camisas de
Johnny para que fuera apto para ser visto en la calle. Johnny estaba tumbado en su envejecida
cama mientras el sol salía hacia el mediodía.
—Mi padre me arrojó un poco de dinero y me dijo que no contactara con nadie de mi vida
anterior. Él me dijo... —tragó de nuevo cuando el recuerdo insoportable resurgió—. Me dijo que
me pegaría un tiro él mismo si me atrevía a acercarme a la familia.
Con el rostro vívido de compasión, Nicholas se sentó en la cama y le tomó la mano. La inmediata
calidez fluyó dentro de ella, luchando contra la desolación helada.
—Pero, ¿qué iba a ser de ti?
—Dudo que le importara.
Nicholas frunció el ceño.
—¿Y tu madre, tu hermano? ¿Seguramente no eran tan inflexibles?
—Humillé el orgullo de mi padre. No había ninguna posibilidad de insinuar mi vuelta de nuevo a
la familia. —Sonrió con tristeza y le devolvió el apretón de manos a Nicholas. Era realmente ridículo
cómo su toque aliviaba la vieja herida—. Sin Godfrey Demarest, no sé qué hubiera sido de mí.
De pronto un silencio erizado descendió. Una expresión desconocida cruzó el rostro de Nicholas,
sustituyendo la compasión y la calidez. Una expresión que envió un escalofrío a través de ella. No
podía estar segura, pero se veía como un destello de puro odio.
En pocas palabras, no era el hombre que había hecho el amor con ella. Se convirtió en un
extraño. Un extraño aterrador.
—¿Nicholas? —preguntó con incertidumbre, apretando su agarre en la mano.
—¿Sí? —La volvía a mirar como su ardiente amante.
150
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nada. —Debía haberse imaginado el odio. Retiró su mano de la de él y se armó de valor para
terminar su triste historia—. Sin la protección de Johnny, no podía quedarme en Italia. Volví a
Inglaterra.
Se acobardó al recordar los horrores de ese viaje. Tenía el corazón destrozado, asustada, casi sin
un centavo. Sólo una vez que se fue de Vicenza se dio cuenta de todas las consecuencias de sus
imprudentes actos. Cuando se fue con Johnny, se dijo a sí misma que era audaz y valiente. Después
de que su padre la desheredara, sabía a ciencia cierta que era una tonta desconsiderada, a merced
de cualquier hombre que mirara en su dirección.
Esta vez no podía confundir la furia ardiendo en la cara de Nicholas.
—Ese bastardo de Benton podría haberse asegurado de que estabas a salvo.
—Mi padre amenazó con arruinar a Johnny si ponía un pie en Inglaterra.
—No hay excusa. Ojalá hubiera disparado al gusano.
Se había olvidado lo que era tener un defensor.
—Gracias.
Él se quedó perplejo.
—¿Por qué?
La emoción le contrajo la garganta. Al admitir cómo su comprensión consolaba su pobre corazón
herido, hacía su vulnerabilidad demasiado evidente.
—Por... por escucharme. Por no decir que me merecía lo que me pasó. Por... por defenderme.
—Malditamente lo bueno que esto hace —dijo sombríamente, cogiendo su mano y dándole un
beso rápido en la palma.
—Es demasiado tarde para cambiar lo que pasó —dijo con tristeza, aun cuando el movimiento
de su lengua sobre su piel calentaba su sangre—. Mi padre murió sin poner los ojos en mí otra vez.
—¿No puedes volver ahora?
Ella negó con la cabeza.
—Prometí que no lo haría. Les deshonré, sin importar que el mundo lo sepa o no. Mi madre
murió poco después de que me fugara. Mi hermano heredó. Estoy seguro de que prefiere preservar
el apellido que dar la bienvenida a una hermana rebelde. ¿Dónde podría decir que he estado todo
este tiempo? Surgirían demasiadas preguntas.
—Las preguntas pueden ser respondidas —dijo Nicholas bruscamente—. Tu hermano puede
incluso no saber qué estás viva.
—¿Crees que no me he dicho eso? ¿Qué no he anhelado ver a mi hermano otra vez? Pero mis
acciones me colocan más allá del perdón. Tengo que hacer mi camino sola. —Parpadeó para
contener las lágrimas y levantó la barbilla. Su voz se estabilizó—. Tengo un hogar con los
Demarests. Afortunadamente el señor Demarest me reconoció en el barco de Calais y de inmediato
vino a mi ayuda. Le debo mi vida.
Fue pura casualidad que hubiera compartido la embarcación con su primo segundo, quien
regresaba de una de sus regulares incursiones en los bajos fondos de París. A pesar de que se
habían visto sólo ocasionalmente, la reconoció de inmediato. La coloración Hilliard la hacía
detectable, supuso.
Ella nunca se había engañado a sí misma que la bondad de Demarest fue nada menos que un
acto de caridad del momento, y a cambio ella había dedicado años al servicio de su hija y de su
patrimonio. Pero la pródiga desconsideración que tan a menudo la distraía también significó que él
151
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
no prestó atención a su desgracia. Le había costado poco ofrecerle refugio y, a cambio, él había
disfrutado jugando al salvador galante.
Sin embargo él la había rescatado, y de una situación peligrosa y desesperada. Nunca lo olvidaría
mientras viviera.
Nicholas miró la mano que sostenía, sus pestañas haciendo sombra sobre sus pómulos. Su pulgar
rozó su piel en una caricia casual que arremolinó su conciencia. No podía leer su expresión.
¿Estaba equivocada sintiendo tensión en su quietud? Estaba enfadado por ella. Tal vez eso era
todo lo que era.
Se preparó para que llovieran maldiciones sobre Johnny y su padre, a pesar de que hacía mucho
tiempo que había aceptado la responsabilidad de su caída. Había sido castigada apropiadamente,
tuvo la suerte de que su castigo no hubiera sido peor. Para defenderse de la indigencia, podría
haber terminado vendiéndose a sí misma. Reprimió un estremecimiento. Después de Italia, sus
perspectivas habían sido sombrías. Había madurado durante esas semanas de rudo viaje.
Madurado y reconocido su fatal debilidad.
Lo cual no le había disuadido de acabar en la cama de Nicholas. Un hermoso rostro todavía
incineraba su sentido común. La desesperación anudó su estómago, incluso mientras se aferraba a
la mano de Nicholas como un salvavidas en un mar tormentoso.
Cuando alzó la cabeza, su voz era suave y sus ojos negros eran increíblemente profundos.
—Bebe, Antonia.
—No quiero.
—Sólo un poco de vino. —Él extendió su propia copa a los labios. Ella dio un par de sorbos y se
sorprendió cuando el calor del clarete calmó su garganta apretada.
Puso su vino en la mesita de noche y se inclinó hacia adelante para acariciarle la mejilla con el
pulgar. Sólo entonces se dio cuenta de que su rostro estaba mojado. Había intentado tan duro no
llorar. Recuerdos dolorosos y, aún más, el partidismo incondicional de Nicholas la había derrotado.
Inclinándose hacia delante, presionó con suavidad su boca a la de ella en un beso más
consolador que de pasión, aunque la promesa de la pasión parpadeó detrás de la preocupación.
Acunó su cabeza con una mano y pasó la lengua a lo largo de sus labios hasta que abrió. Sabía a
clarete y a Nicholas. Con un gesto pausado, tomó la copa de vino y dejó la copa cerca de la suya.
—Yo nunca le he hablado a nadie de Johnny —admitió. Sorprendentemente se sentía más ligera
después de su confesión, aunque nada podía absolver sus pecados—. No todo.
—Gracias por decírmelo. —La besó de nuevo, un bálsamo cálido para su alma herida.
Al cerrar los ojos, lágrimas traidoras surgieron una vez más. ¿Qué derecho tenía este disipado
libertino a rasgar en sus emociones? Él no simulaba amarla. Al menos Johnny se había convencido a
sí mismo que le importaba.
Sin embargo, cuando Nicholas la besaba, abría su corazón de par en par.
Después de esta noche, sus besos mágicos se convertirían en un recuerdo. Apenas podía
soportar la idea de que nunca volvería a yacer en sus brazos. Echaría de menos mucho más que sus
besos. Su toque. Su voz. Su inteligencia. Su risa. Y el poderoso empuje de su cuerpo.
Tenía un presentimiento triste que después de dejarlo, se sentiría vacía hasta el día de su
muerte.
152
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
En ese momento, se dio cuenta que no había similitud entre el superficial y egocéntrico Johnny y
este hombre. Nicholas era el amante que había soñado cuando era niña, y todavía soñaba como
mujer madura.
Él era el amante que había esperado toda su vida.
Ella le devolvió el beso con todo el fervor de su corazón. Sus manos se deslizaron hasta rodear su
cuello.
Cuando él levantó la cabeza, ambos respiraban de manera vacilante. Sus pechos se hincharon
por su toque. Sufría por que la tomara de nuevo, así de rápido había agitado su deseo.
—Hazme olvidar todo, excepto tú —susurró, sus labios tan cerca de los suyos que se sentía como
si la respiración continuara el beso. Cerró los ojos mientras la excitación la abrumaba. Se sentía
como mucho más que excitación. Se sentía como el vínculo que compartían los verdaderos
amantes.
—Te lo prometo. —Él arrojó la sábana lejos de ella, entonces, su mirada firme, se tendió a su
lado como un dios griego recostado en una escultura.
Un hermoso, fuerte y viril dios griego.
Los labios de él se curvaron hacia arriba en apreciación. La emoción sin restricciones vibró a
través de ella. Sus ojos brillaban con anticipación y cuando ella lanzó una mirada hacia abajo, vio
que otras partes de su cuerpo también expresaba anticipación.
Cuando se dio cuenta de la dirección de su mirada, su sonrisa se volvió endiablada.
—Con cada momento, sólo quiero más.
Su corazón se estrelló dolorosamente contra su pecho. Ella no podía soportar oír tales cosas. No
cuando esta noche era todo lo que alguna vez tendrían. Tenía que forzarse a volver a la realidad
antes de que se ahogara en esta peligrosa dicha.
Desesperada, se esforzó por encontrar las palabras para perforar el alegre abandono que la
envolvía.
—Eso lo dices ahora, pero estoy segura de que estarás contento cuando me vaya. Al igual que
estoy segura de que estás contento de verte libre de todas las mujeres que se revuelcan en esta
cama. O por lo menos, una vez que han servido a su propósito.
Debería haber sabido que no rompería su sensual estado de ánimo tan fácilmente. Sus labios se
levantaron en las esquinas.
—Tu objetivo parece ser el tormento.
Le ahuecó el pecho con su poderosa mano. Ella miró hacia abajo, y la visión de su carne pálida
enmarcada entre sus dedos largos y bronceados envió un escalofrío ondeando a través de ella. El
impulso de auto-protección para mantenerlo a distancia se desvaneció. Tenían tan poco tiempo.
La besó la areola, luego se metió su pezón entre los labios, haciendo rodar la punta contra su
lengua, y luego mordiendo suavemente. Su vientre se contrajo con el deseo. Él sabía mil maneras
diferentes de tocarla. Cada una la dejaba temblorosa y necesitada. Estaba indefensa contra su
dominio físico. Era como si sustituyera su voluntad con la suya.
Excepto que hoy su voluntad y la suya estaban centradas en el mismo objetivo. Éxtasis.
Estaba en el potro de tortura, atrapada entre estos provocadores preliminares y necesitándolo
para apresurarse hasta la culminación. Gimió y se movió incitándolo. Necesitaba sacar los malos
recuerdos del pasado. Necesitaba su pasión.
Ella necesitaba... a él.
153
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
154
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Con excitación.
—Eres un mequetrefe vano. —En sus propios oídos, sonaba mucho más sin aliento que antes de
besarla, y ella no había sonado exactamente dueña de sí misma entonces.
No eran sólo sus besos, embriagadores como eran. Una renuente emoción encogió su corazón.
Nunca había traído a una mujer aquí. Al menos en eso, no era solo otra conquista.
—Tú eres más locuaz que mis otras amantes. —Su voz se volvió más áspera cuando su mirada se
asentó en sus labios.
—Pobrecitas probablemente estaban mudas por el tamaño de tu vanidad.
—Por el tamaño de algo por lo menos. —Hizo su breve carcajada nada para disimular su
determinación.
Los dulces preliminares llegaban a su fin. En unos momentos, se deslizaría dentro de ella. Su piel
se tensó con delicioso suspense.
—¿De verdad quieres hablar? —susurró él—. ¿No hay… otra cosa que prefieras hacer?
Se volvió en una invitación lasciva al pecado. Ella estaba en llamas, todo parecía una invitación al
pecado. Realmente era un caso perdido.
Ella le tiró del pelo con menos fuerza.
—Eres un hombre malvado, Nicholas Challoner.
En inequívoca demanda, presionó su erección contra su vientre.
—Mi querida Antonia, no sabes ni la mitad.
155
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 22
156
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Se apartó de ella, saciado, drenado hasta el fondo. Entonces, a pesar de que el tiempo permitido
era tan precioso, había caído en un sueño sin sueños.
Ninguna otra amante lo había dejado tan saciado. Ninguna otra amante lo había arrastrado al
borde de la resistencia. Ninguna otra amante había amenazado con romper la cáscara dura que
puso sobre sus emociones.
No solo cuando tenían sexo. Y esa era la revelación más preocupante de todas.
El brazo de ella se desplazó unos centímetros. El roce de la piel satinada sobre su vientre
desnudo calentó su sangre. Una parte de él quería impulsarla a despertar, para tenerla de nuevo.
Cuando ella dijo que podía quedarse hasta la mañana, había sospechado que se refería a alguna
hora incivilizada que le permitiera deslizarse desapercibida en la casa de Demarest. Ranelaw se
disgustó ante la perspectiva de que ella gateara fuera de su cama de vuelta bajo el techo de ese
bastardo.
Con otra oleada de ira, se preguntó si el chucho había hecho alguna vez algún avance hacia ella.
Demarest era un hombre de apetitos sin restricciones y seguramente hacía tiempo que había
reconocido la belleza de Antonia. Tal vez había decidido que por un revolcón, no valía la pena
arriesgar la conveniencia de alguien que tomaba la responsabilidad de Cassie. O quizás las
conexiones de Antonia con su familia aún no identificada e indudablemente influyente le hicieron
tener en cuenta sus modales. Por ahora, Ranelaw había recogido demasiadas pistas como para
imaginar que su sangre no era otra cosa que azul.
Mientras dormía, el rostro de ella estaba tranquilo y hermoso. Luchó contra el impulso de besar
esos labios suavemente entreabiertos. El deseo de tomarla instaló un latido urgente en sus venas,
pero aun así se resistió.
Mirarla era un lujo. Yacía de perfil, sus pestañas de un rubio oscuro abanicaban sus mejillas. Se
obsesionó con placer voluptuoso en los detalles, la pendiente de sus pómulos, la plenitud rosa de
su boca. Su piel tenía un rubor como un melocotón maduro. Un durazno ligeramente raspado
donde su barba le había rozado.
A pesar de que la satisfacción rasgó a través de él, se reconocía a sí mismo como un bárbaro. La
había marcado. Había huellas de sus dientes y barba por todas partes de su cuerpo. En el cuello,
pechos y muslos. El placer lo inundó mientras recordaba saboreándola. Ella había sido deliciosa.
Tenía ansias de volver a hacerlo.
Todavía no. Aunque era dolorosamente consciente de que cada segundo que yacían envueltos
en paz resplandeciente era un segundo más cerca de la despedida.
Era algo sin precedentes y perturbador que quisiera que una mujer se quedara. Por lo general,
después de la conquista, se impacientaba por la próxima amante. Y la siguiente.
Antonia lo hizo deseoso por que se quedara.
Casi furtivamente, su mano se deslizó de su caja torácica hacia su ombligo. Ella lanzó otro
suspiro ronco y se apretó aún más.
Ranelaw se tensó bajo ese toque buscando atención. La bruja lo torturaba. Hundió su cara a su
lado y él sintió su aliento contra la piel. Curiosamente, eso fue casi tan excitante como el camino
errático que su mano trazó a través de su cuerpo.
Durante unos segundos, se quedaron inmóviles. Luego, lentamente, oh, tan lentamente, su
mano bajó aun más bajo. Más bajo. Su pecho subía y bajaba con cada exhalación irregular. La
serenidad rápidamente chisporroteaba en necesidad.
Ella rozaba tan cerca de su dolorida polla.
157
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
158
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Bien. —Ella se levantó con una gracia natural que envió una vez más a su corazón aplastarse
contra sus costillas. Sus labios se curvaron en una curva triunfante mientras se sentaba a horcajadas
sobre él.
Ella era la cosa más hermosa que había visto nunca. Su pálido cabello flotaba alrededor de sus
delgados hombros, sus pechos sobresalían en una invitación descarada, sus largas piernas
enmarcaban sus caderas.
Su mirada cayó en los oscuros rizos rubios entre sus muslos. Él aspiró con un tembloroso aliento
impregnado de la esencia caliente y se preguntó si podría sobrevivir el tiempo suficiente para
penetrar los secretos detrás de ese regordete triángulo. En este momento no estaba seguro de si se
sentía víctima del dolor o del placer o una mezcla embriagadora de ambos. Cerró los ojos, pero la
imagen de Antonia desnuda y deseosa permaneció ardiendo en su cerebro.
El esfuerzo por mantenerse quieto volvió su vientre duro como una piedra. Aunque no tan duro
como otra parte de él.
La provocativa muchacha se movió de donde él la deseaba tan desesperadamente. Cuando se
arrodilló sobre sus piernas, una agonía negra barrió a Ranelaw al darse cuenta de que ella no iba a
tomarlo.
O no todavía.
Cerró los ojos y se dijo a sí mismo que podía soportarlo. Podía soportarlo.
Si al menos lo creyera. Estaba a una fracción de arrastrarla bajo él. Sus manos se apretaron con
tanta fuerza en las sábanas, que oyó que el lino se rasgaba. Sus dientes rechinaron mientras
luchaba para no follarla como un lujurioso animal.
Lenta, muy lentamente, recuperó algo del raído control. Luego lo volvió a perder en una
explosión de luz cuando su mano se cerró alrededor de su polla. Otro gemido destrozado escapó y
luchó para formar las palabras para advertirle que si lo tocaba allí, no duraría.
Abrió los ojos. Ella miraba hacia abajo con una expresión indescifrable. Entonces, a través de su
aturdimiento, observó incrédulo mientras se inclinaba. La caída espesa de su cabello le hizo
cosquillas en la barriga.
Seguramente no iba a...
La anticipación lo mantuvo en silencio, esperando. Con una mano temblorosa, le apartó el pelo
para observarla.
Ella vaciló.
Sus bolas amenazaron con explotar. Incluso mientras luchaba por no empujarla esos últimos
centímetros, sus dedos se hundieron en su cabello. Jadeó tan duro por aire que parecía como si
estuviera sofocado. Se dispuso a rogarle que se alejara más. Para eliminar la tentación de esos
labios rosados, suaves y húmedos.
Ella descendió y chupó la punta de su polla en su boca.
Antonia oyó la gran inhalación de Nicholas, luego nada, como si contuviera el aliento en
suspenso. Aún esta temblorosamente quieto. No tenía idea si quería esto o no, pero la necesidad
de probarlo se hizo irresistible.
Ella cerró los labios alrededor de la cabeza, su rico sabor inundando sus sentidos, y lo chupó con
vacilación.
Él se estremeció.
¿De placer o repulsión?
159
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Aplicó más presión y Nicholas gimió. La mano de él se cerró en un puño en su cabello. Sacó la
lengua y lo lamió con una lenta minuciosidad que hizo que el calor se instalara duro y pesado en su
vientre. El sabor de su piel era más fuerte aquí. Él sabía cálido, viril y salado.
Con una oleada de determinación, tomó más de él. Éste temblaba y el aliento entrecortado salía
y entraba como si no pudiera obtener suficiente aire. Sus fosas nasales se llenaron con los aromas
embriagadores del fresco sudor y excitación masculina.
Hizo una pausa. Preguntándose si debería parar. Preguntándose si podría. Lo que hacía contenía
una fascinación irresistible. Y el placer ardiente estaba allí, en ver a Nicholas indefenso bajo sus
caricias.
—Diablos, Antonia, sigue —rechinó él como si hablar le doliera.
Ella levantó la vista. Tenía la cabeza inclinada hacia atrás contra las almohadas, los tendones de
su cuello tensos contra la piel, y sus rasgos marcados con necesidad. El regocijo trazó un mapa en
zigzag a través de ella. A él le gustaba lo que hacía. Mucho más que gustarle, si su declaración
entrecortada era una indicación.
Sintiéndose más atrevida con cada segundo, lo tomó de nuevo. Imitando el avance y retroceso
del acto de amor, levantó la cabeza y la bajó nuevamente.
Le encantaba el deslizamiento duro dentro de su boca. Su agarre se afirmó sobre la base de su
vara. Sintió que sostenía la fuente de su vida. Esta última intimidad rompió las pocas barreras que
quedaban entre ellos. Al probarlo donde era más un hombre, reclamó su posesión de él.
Sólo el instinto la guió. El instinto y los sorprendentes momentos de cuando él la había besado
entre sus piernas. Una vez Johnny intentó obligarla a hacer esto pero lo había rechazado. Tomar a
Nicholas dentro de su boca hacía que sus dedos se curvaran por la excitación.
Creó un ritmo incierto entre la boca y la mano, probando lo que le llevaba al borde. Fácil de
decir. Tomaba y soltaba el aliento en un estímulo inconfundible. Su mano en el cabello se abría y
cerraba al mismo tiempo que sus movimientos.
Rápido, más rápido de lo que había imaginado, descubrió el patrón que le proporcionaba mayor
placer. Ella hizo un sonido bajo de satisfacción y se concentró en volverlo loco.
Cuando él gimió de frustración y sus músculos estaban tensos como para romperse, ella alzó la
vista. La piel de su rostro estaba tan tirante que ella podía ver los huesos debajo.
—Condenada… bruja —rechinó completamente.
Una sonrisa curvó sus labios. Suavemente le apretó su saco y besó la cabeza hinchada de su vara
con toda la ternura que brotaba de su corazón. Sentía más que un placer físico en lo que hacía. Al
realizar este acto, le ofrecía a Nicholas todo lo que ella era.
Una perla cremosa de líquido brotó. Con delicadeza, a sabiendas que él miraba, lamió la gota. Su
gemido roto llenó sus oídos. Por un momento, ella saboreó su sabor, observando su rostro,
sabiendo que su placer al complacerlo alimentaba la excitación de él.
Luego, porque le dolía por sentirlo dentro de ella, se puso de rodillas y se dejó caer con un
movimiento suave. Ella suspiró con gozo perfecto. La llenaba, invadiendo su alma así como su
cuerpo.
Él palmeó sus pechos, frotando sus pezones sensibles hasta que ella tembló. Los familiares
estremecimientos comenzaron en su vientre y sus muslos pero se resistió al clímax. No iba a
renunciar a este momento hasta que tuviera que hacerlo.
La culminación flotaba demasiado cerca. Se mordió el labio y trató de no moverse, para extender
el abrasador preludio.
160
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Él se arqueó y ella se contrajo, deseando que se quedara con ella. El esfuerzo de contenerse se
volvió demasiado. Ella ahogo un sollozo y se levantó al fin. El deslizamiento dentro de ella accionó
relámpagos salvajes de reacción. Cuando bajó, esa sensación inmediata de totalidad se apoderó de
ella.
Querido dios, después de esto, ¿alguna vez se volvería a sentir completa?
No, no pensaría en el futuro. No ahora. Ahora ella quería sensaciones y el conocimiento de que
Nicholas era completamente suyo. Aunque sólo fuera por este momento.
Ella fijó un ritmo agitado. Él pareció entender su repentina necesidad de olvido sensual. Sus
manos se apretaron en sus pechos, llevándola cada vez más cerca.
No podía durar. Subió al cielo a una velocidad vertiginosa. Demasiado pronto, el mundo estalló y
ella cayó en llamas. Sus huesos se disolvieron con éxtasis justo cuando Nicholas dejó escapar un
gemido gutural y se derramó a sí mismo. Se agitó en una oscuridad bermellón donde la única
realidad era el poderoso cuerpo reclamando el de ella y su propia reacción estremeciéndose.
Cuando regresó temblando a la tierra, se dejó caer sobre el pecho de Nicholas y sus mejillas
estaban mojadas por las lágrimas que no sabía que había derramado. Fuera de las ventanas, el cielo
se iluminó con la llegada inminente del amanecer. Tomó una respiración entrecortada y se dijo que
su breve locura terminaba de una forma espectacular.
El pensamiento no le produjo ningún consuelo.
161
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 23
Ranelaw yacía debajo de Antonia y dejó que su corazón se estabilizara de su salvaje carrera.
La euforia, el poder y la esperanza corrían por sus venas. Se sentía lo suficientemente fuerte como
para luchar contra los demonios, combatir a los monstruos y cabalgar la tempestad en un caballo
alado.
La luz de primera hora se filtraba a través de la ventana y las velas goteaban en los charcos de
cera. La noche casi había terminado.
Esta noche de milagros.
Antonia se movió. Ya sabía lo que quería decir. No quería escuchar. En una negación muda sus
manos se apretaron sobre su espalda.
—Ya amaneció —susurró ella, volviendo la cabeza y apoyando la mejilla húmeda en su pecho.
Parecía un gesto de confianza, como si se sintiera segura en sus brazos, como si quisiera quedarse
allí. Demonios, él también quería que se quedara allí. Estaba demasiado agotado para que el
pensamiento insidioso lo perturbara como debería.
—Los sirvientes están fuera hasta la noche. Veamos que nos han dejado para desayunar. —Lo
que realmente quería decir era: Quédate conmigo.
—Sabes que no puedo. —Ella se movió de nuevo, su pelo una caricia suave en su piel. La sostuvo
contra su cuerpo. Después de una breve resistencia, ella cedió.
—Sí, sí puedes —dijo él implacable.
Ella no respondió. Respiró aliviado y saboreó el aire intensamente con satisfacción sexual y él
frío del amanecer. Necesitaba avivar el fuego pero se sentía demasiado contento donde estaba.
Cómo había caído el poderoso. Este hermoso dragón había pisoteado su orgullo en polvo. La
terrible verdad era que en su destartalada vida, nunca había sido tan feliz como lo era en estos
momentos.
Ella se movió de nuevo, y esta vez logró rodar lejos y apoyarse contra la cabecera. Tiró de las
sábanas sobre sus pechos. Detestaba esas sábanas.
Se incorporó poniéndose a su lado y colocó una mano en su suave mejilla.
—Has estado llorando.
Ella soltó una risa ahogada
—Qué vergüenza.
Una conmovedora ternura le inundó.
—No.
—Sí.
Se echó hacia atrás el cabello plateado que le caía. Cuando la expresión de ella se endureció, un
peso sombrío se instaló en su estómago. Incluso su voz sonaba diferente. No los murmullos roncos
y suaves de su amante dispuesta. Sonaba como la austera que guiaba a Cassandra Demarest. No
quería que sonara como esa mujer. Esa mujer no tenía nada que ver con él.
—El servicio está acostumbrada a mis paseos matutinos. Si estoy de vuelta antes del desayuno,
nadie sentirá curiosidad. Un poco más tarde y surgirán preguntas.
162
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Déjalos que se lo pregunten. —Su mano bajó por el valle entre sus pechos, empujando y
despreciando la sábana a medida que avanzaba—. No te vayas, Antonia.
—Tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
Ella frunció el ceño.
—Por mil razones. Sobre todo porque el escándalo perjudicaría a Cassie y a su padre. Les debo
más que eso.
Cómo aborrecía escucharla hablar de Demarest con gratitud. Cómo aborrecía recordar que su
búsqueda de venganza no sólo devastaría a Demarest y a Cassie, sino también a Antonia.
Apartó lejos el incómodo pensamiento. Su venganza contra Godfrey Demarest era importante,
pero menos urgente ahora que su necesidad de conservar a Antonia. Hizo caso omiso de la voz
burlona que insistía en que sus dos objetivos eran incompatibles entre sí. El Marqués de Ranelaw
vivía para reconciliar lo incompatible. ¿Acaso no había logrado persuadir a la temible chaperona, la
Señorita Smith, para que estuviera en su cama? Como recompensa, ¿no acababa de experimentar
el mejor sexo de su inútil vida?
Él ahuecó un pecho y besó suavemente el pezón, sintiéndolo alargarse bajo sus labios. Ella era
tan deliciosamente sensible. Levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos oscurecidos por la
excitación.
—¿Cuándo puedo volver a verte? ¿Esta noche?
Para su consternación, se puso rígida y la expresión aturdida se escurrió de sus hermosos ojos.
Una punzada de aprensión atravesó su bienestar físico. Algo no estaba bien. Algo aparte de sus
planes para escabullirse de su cama como una criminal.
—Pensé que lo habías entendido —dijo en voz baja.
Apartó la mano de su pecho. Tenía el sombrío presentimiento que tenía que concentrarse.
—¿Entender qué?
Ella tragó saliva y miró hacia abajo, tirando de la sábana de nuevo. Hacía tiempo que había
reconocido esto como una señal de nerviosismo. ¿Qué demonios la ponía tan nerviosa?
—Esto es todo lo que podemos tener.
Bruscamente se sentó y la miró.
—¿Qué demonios significa eso?
—No puedo quedarme en Londres. No si Johnny ha vuelto. —Sus ojos azules nadaban en
lágrimas. Al menos ella no parecía contenta por estas tonterías—. Vuelvo a Somerset. Por lo menos
a corto plazo. El Señor Demarest no puede seguir contratándome ahora que no soy útil como
chaperona.
—Después de lo de anoche, ¿crees que voy a dejarte ir? —Ranelaw la sentó a horcajadas,
mirando su expresión preocupada. La aferró de los hombros con un agarre implacable—. Has
perdido tu buen juicio.
Ella le devolvió la mirada con valentía a pesar de que sabía que su rostro debía estar vívido de
ira.
—Cualquiera que me viera aquí diría que efectivamente he perdido mi buen juicio.
Sus manos se tensaron mientras algo que se sentía sospechosamente como dolor lo traspasó.
—Dime que no te arrepientes de lo que hemos hecho.
163
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
164
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
A cada momento, ella se movía más lejos. Él lo odiaba. Pero aparte de rebanar su corazón en
frente de ella y dejarla pisotear los restos sangrientos, no sabía qué hacer.
—Puedo proporcionar lo necesario para el niño.
—Me las arreglaré por mi cuenta —dijo con voz inflexible.
Él sofocó una imagen evocadora del hermoso cuerpo de Antonia creciendo con su descendencia.
Su infancia había sido una pesadilla. Sus padres le proporcionaron el ejemplo más pobre de crianza.
Él sería el peor padre del mundo. Si Antonia diera a luz a un bebé, la vergüenza de ella sería
completa.
Aún así, esa imagen de ella resplandeciendo y embarazada le obsesionaba.
—Cualquier niño no sería solo tuyo, ¿verdad? —Con la esperanza de que se preocupaba
innecesariamente, mantuvo su voz neutral. Si desafiaba su absurda independencia, corría el riesgo
de despertar una resistencia amarga.
¿Cómo iba ella a mantener a un bebé? Su orgullo la guiaba mal.
—Sí, lo sería. —Ella levantó la barbilla en un gesto que le recordaba a la mujer que había
conocido la primera vez. Esa mujer le había intrigado pero había superado eso ahora.
O al menos eso había creído.
Él enganchó una mano en el pelo de ella, alzando su rostro mientras la besaba con fuerza. Fue
un beso para obligar a que cooperara, una parodia de los besos apasionados que había derramado
sobre ella durante la noche. Ella se quedó rígida e inflexible bajo sus labios.
Al final se liberó y lo fulminó con la mirada.
—¿Qué prueba eso, Nicholas? Se acabó.
Ni siquiera sonaba como si le importara, maldita sea.
—No digas eso —gruño él, apretando su mano en su cabello y mirando fijamente sus labios
enrojecidos.
Había sido rudo. Se merecía una paliza. Pero, ¿cómo podía ella estar tan tranquila? Cuando se
imaginó nunca volver a verla, quería romper todos los muebles de esta habitación a astillas.
La ira desapareció de su expresión y lo miró como si viera todo el camino hasta su corazón
confundido. Su aliento estremecedor no estaba lejos de ser un sollozo. Era injusto acusarla de no
tener sentimientos.
—¿Qué más quieres que haga? —Su voz se entrecortó—. ¿Quedarme en Londres como tu
amante?
—Sí.
Sabía que era imposible. Lo supo antes de que lo negara con la cabeza que ella se negaría. Pero
la quería con él.
Maldita sea, él quería... más.
—No seré tu amante.
Habló con una urgencia que brotó desde lo más profundo de él.
—Te seré fiel. Te trataré como a una reina. Lo juro.
Con cada palabra, ella parecía más angustiada.
—No.
165
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Nunca te faltará de nada. Te daré dinero para que establezcas una vida después. Al final serás
tú misma. La criatura vibrante y sensual de esta noche, no una chaperona severa de los niños de
otras personas.
—¿Y qué pasa si tenemos hijos?
Sabía que no tenía en cuenta su oferta en serio. Aun así lo intentó.
—Puedes tenerlo todo por escrito. Una casa. Una asignación. Carruajes. Ganado. Apoyo para la
descendencia. Los bastardos de mis padres prosperaron, tienen profesiones.
Nunca le había ofrecido tanto a una mujer. Nunca imaginó que querría estar con una mujer lo
suficiente como para necesitar tales arreglos. Con Antonia, su interés no era la fantasía pasajera
habitual. Con Antonia, sondeaba las profundidades que nunca imaginó. Necesitaba más que un par
de semanas para satisfacer esta pasión.
Tal vez había encontrado a una mujer que lo retuviera por años.
La idea era temeraria y revolucionaria.
Su voz disminuyó hasta una persuasión resonante. La ironía era que por una vez en su
descabellada existencia, la desesperación no era un artificio. Le había abierto un nuevo mundo para
él. No podía soportar la idea de que ella cerrara esa puerta en su cara y lo lanzara de nuevo al frío.
Porque con desalentadora certeza reconocía que sin ella, su existencia era fríamente mortal.
Fría, sin sentido y estéril.
Su expresión severa no se ablandó.
—Todavía serían bastardos.
—No hemos sido cuidadosos, cariño. Es posible que ya lleves a mi bastardo.
Ante la expresión de afecto, una sombra cruzó su rostro. La observó rechazarlo como sólo otro
intento poco sincero de seducir.
Oh, Antonia, ¿no sabes que contigo, estas frívolas palabras que he dicho miles de veces son
verdad y en absoluto frívolas?
—El destino no podía ser tan cruel —susurró ella, luego ladeó la barbilla como si el destino
intrépido la confundiera—. Mi nombre no estará de boca en boca por toda Inglaterra como otra de
tus conquistas. No avergonzaré a mi familia y amigos al convertirme en una mantenida.
—¿Es mejor vivir una mentira? —Su anterior ira revivió. Seguramente, después de esta noche,
ella sabía lo que sacrificaba—. ¿Es mejor quemarse? Porque te quemarás. Lo anhelarás noche tras
noche en tu cama solitaria. Te arrepentirás de esta decisión.
—Tal vez. —Su mirada permaneció pétrea. Él se preguntó dónde había ido la criatura suave y
sensual—. Pero no tanto como lamentaría abandonar todo en lo que creo para ser la amante
temporal de un libertino.
—No puedes esperar a que te deje ir. —Le acarició la mandíbula.
Lo miró con una tristeza persistente que destrozó su corazón.
—No hay nada que puedas hacer para conservarme.
En realidad estaba equivocada. Había algo. Algo tan impactante que las malas lenguas lo
cotorrearían hasta el próximo reinado.
Su voz se volvió ronca. Su corazón retumbó como si hubiera corrido un kilómetro. Se sentía
extrañamente sin aliento.
—Podrías casarte conmigo.
166
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 24
Antonia se quedó con la boca abierta en estado de shock. La sábana se deslizó de entre sus
dedos entumecidos. Un zumbido se estableció en sus oídos.
Podrías casarte conmigo.
Así por casualidad Nicholas se ofreció a transformar su vida.
Si, tembló entre sus labios, pero contuvo la palabra. Tan solo sería una invitación al sufrimiento
si se casaba con este hombre depravado y arrogante.
El pitido en sus oídos fue en crescendo. Su vista se oscureció y la cara de Nicholas se volvió
borrosa e imprecisa.
—Di algo —escuchó a través del caos en su cabeza.
Un agudo dolor en el pecho le hizo percatarse de que había dejado de respirar. Parpadeó y tomó
una gran bocanada aire. Aun así sentía que había sido transportada a la tierra de la fantasía.
No podía simplemente haberle pedido que se casara con él. Era algo completamente imposible.
Una vez que retrocedió de la impresión, su reacción fue de enojo, fuerte, fresco, vigorizante. El
bastardo se burlaba de ella. ¿Cómo se atrevía?
Se enderezó contra el cabecero agarrando firmemente la sábana como un escudo. Si estuviera
vestida, saldría de este cuarto sin decir otra palabra, pero no pudo reunir el coraje para desfilar
desnuda.
—¿Cómo de ingenua crees que soy? —dijo con amargura.
Él frunció el ceño y quitó la mano de su rostro.
—No entiendo.
Trató de no perder su contacto. Despiadadamente se recordó que a partir de hoy, su toque
estaría ausente para siempre. Ignoró el dolor que la atravesó con esa realidad.
—A los diecisiete años, fui lo bastante tonta para caer en ese ardid. —Su voz era agridulce—. No
puedo culparte por intentarlo.
—Antonia, ¿de qué estás hablando? —Parecía devastado. Que gran actor era—. El matrimonio
es lo solución más obvia. Puedes quedarte aquí sin que haya un escándalo y yo podré tenerte en mi
cama.
Su voz mostro un borde sarcástico cuando retrocedió ante el dolor que le provocaba su ridícula
oferta.
—Y, por supuesto, continuaras prometiéndome matrimonio hasta que te canses de mí, cuando
de repente sufras una pérdida de memoria. Mi padre murió hace cinco años y no es probable que
proteste si nos separamos. Al menos nos libramos de esa dramática circunstancia.
Él salió de la cama con una oleada de furia y se inclinó sobre ella, con las manos apoyadas en el
cabecero a cada lado de ella.
—¿Crees que pretendo engañarte? ¿En serio? ¿Después de todo lo que ha pasado?
Se acobardó ante más de seis pies de hombre indignado con el ceño fruncido como si quisiera
incinerarla con una sola mirada. Se reprochó su falta de coraje.
—Los libertinos prometen matrimonio para allanar su camino a la seducción.
167
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
168
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Su lastimado corazón no era buen consejero. Su corazón exigía que aceptara su ridícula e
inviable propuesta. Su corazón insistía que Nicholas era sincero cuando decía que quería casarse
con ella.
¿Y si lo era?
Casi con alivio, se volvió hacia la voz cínica.
Él es incapaz de ser fiel. Se aburrirá en un mes. Incluso si te arrastra ante un cura, no hay un final
de cuento de hadas aquí.
No ganaría nada quedándose, además de tristeza. Ya había acumulado mucha de esa. Tenía que
levantarse, vestirse y salir.
Torpemente, envolviendo la sábana a su alrededor, se deslizó de la cama. Sus ropas yacían
esparcidas por el suelo, testimonio de su abandono. Echó un vistazo rápido a Nicholas por encima
del hombro, pero él permanecía inmóvil ante el aparador. Estaba furioso y la odiaba. No era así
cómo quería acabar la noche más gloriosa de su vida.
Se había equivocado acerca de él en muchos aspectos, sobre todo asumiendo que estaría
perfectamente dispuesto a que se fuera una vez hubiera conseguido lo que quería. Sin duda, una
noche de placer era exactamente lo que quería. No sólo placer, pero su completa rendición.
Una neblina se formó delante de sus ojos. Parpadeó. No iba a llorar. Aunque sólo fuera porque
Lord Ranelaw había dejado a demasiadas mujeres llorando después de una noche de éxtasis. Se
negaba a ser una más.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con gravedad sin volverse.
Reprimió el sollozo que dejaría translucir su angustia. Su orgullo era lo único que le quedaba. Le
había hecho superar su desastrosa fuga, le había protegido de inoportunas atenciones masculinas
en su viaje desde Italia, le había sostenido a través de diez miserables años desde entonces. El
orgullo la rescataría ahora.
—Vestirme. —Luchó por recobrar la compostura. Había pasado años ocultando su verdadero yo.
Sin duda, la habilidad no la había abandonado en el espacio de una noche.
Se volvió y la miró, sus ojos negros como el hielo.
—No seas ridícula.
Se estremeció bajo esa fría mirada furiosa y se quedó inmóvil, su camisola colgando de una
mano, mientras la otra agarraba la sábana temblando de desesperación.
—Te lo dije, tengo que irme.
Deseó al cielo que no sonara tan insegura. Tan condenadamente joven. Despojándola de nuevo
a la chica ingenua. Excepto que el dolor de la traición de Johnny no se podía comparar con lo que
sufría ahora ante la idea de no volver a ver a Nicholas otra vez. Eso y la certitud de que se
despedían con rencor.
Movió una mano desdeñosa en su dirección.
—Ya te he visto.
Se sonrojó y tiró de la sabana más fuerte.
—Ya lo sé —murmuró, sintiéndose tonta.
Se dirigió hacia ella, alto, fuerte y vibrando de ira. No parecía importarle no llevar un pedazo de
ropa.
—Entonces no necesitas esto.
Con un movimiento salvaje, le arrancó la sábana, dejándola desnuda.
169
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
170
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Aún en ese horrible y cortante silencio, Antonia se puso su vestido y se ató la capa alrededor. La
rosa de seda estaba aplastada y no llevaba corsé. Su cabello caía alrededor de su cara. Rezó por no
encontrarse a ninguno de los sirvientes más curiosos cuando regresara. Trataría de arreglar su pelo
en el carruaje de alquiler de camino a casa. En este momento, no confiaba en sus temblorosas
manos.
Cuando se volvió hacia Nicholas, sus ojos estaban secos. Su desesperación se extendía más allá
de las lágrimas.
Estaba completamente vestido, pero ya era demasiado tarde para borrar de su memoria ese
largo y hermoso cuerpo. Conocía el vello dorado oscuro que cubría su pecho. Sabía lo que se sentía
al besar su dura y arqueada caja torácica. Conocía el sabor de su sexo. Conocía los sonidos que
hacia cuando culminaba.
A pesar de que nunca volverían a encontrarse, un vínculo inquebrantable los unía.
Él le devolvió la mirada, sus ojos constataban lo que no quería reconocer como anhelo. Sabía
que esta separación no le golpearía tan fuerte como a ella. Difícil de creer cuando miraba su
austero y controlado rostro. Parecía diez años mayor que el hombre con quien había hecho el amor
toda la noche.
Nerviosa se lamió los labios. Su mirada descendió a la boca. Espero a que le dijera algo
despectivo, pero se limitó a recoger el sombrero y dirigirse hacia la puerta del dormitorio. La abrió
con un movimiento que la atravesó de dolor.
Era un acto inequívoco de despido. Que sin duda era lo que ella quería. ¿Por qué era tan difícil
dar los pocos pasos necesarios?
Enderezó la espalda y respiró hondo. Se había enfrentado antes a lo impensable. Había
sobrevivido. Sobreviviría otra vez.
Sin importar que se sintiera como si se estuviera muriendo.
Sin embargo, sus pies eran más pesados que los ladrillos cuando caminó hacia donde Nicholas
esperaba con erizado resentimiento. Su intención era pasar, evitando más discusión. Podría ser
cobarde, pero estaba muy cerca de romperse, no podía hacer frente a otro enfrentamiento.
Por supuesto, cuando llegó a su lado, no pudo soportar pensar que esta era la última vez que lo
iba a ver. Vaciló temblando de incertidumbre a unos cuantos centímetros de distancia.
Su expresión estaba cerrada contra ella como si nunca la hubiera visto. Sólo una llamativa rabia
estaba viva en sus ojos. Debería estar completamente aterrorizada. Salvo que tras la ira vio la
desolación.
Sabiendo que era un error tocarle, extendió una mano temblorosa hacia su brazo. A través de la
manga, su contacto la quemó. Su misma piel lo reconocía como su amante eterno.
Él se apartó. Como si también sintiese esa corriente. Luego se quedó inmóvil, trémulo.
Su corazón se sacudió de agonía. ¿Por qué sentía que estaba cometiendo un pecado
imperdonable al dejarlo? Sin duda, el pecado imperdonable fue acercarse a él en primer lugar.
Obligó a sus labios a moverse.
—Adiós, Nicholas.
Él frunció el ceño y le agarró la mano.
—Voy contigo.
171
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
172
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Sí, lo es.
—Como quieras —dijo con voz apagada.
—No es como yo quiero —espetó, apretando los puños en su regazo.
—Lo siento —susurró silenciosamente ella.
Para su sorpresa, le cogió uno de sus puños entre sus manos. Había pensado que nunca más
volvería a tocarle de forma voluntaria. Había pensado que su ira era defensa suficiente contra ella.
Se equivocaba en ambos casos.
Antes de que su orgullo se lo impidiese, entrelazó los dedos con los de ella en una sujeción
desesperada. Su tacto era como un bálsamo para su palpitante dolor.
No podía ver su rostro, la capucha le cubría los rasgos, pero la sentía temblar. Suponía que
debería consolarlo que ella pareciera tan infeliz como él.
No lo hacía.
Golpeó fuertemente en el techo del carruaje. El vehículo se detuvo con una sacudida y salió, sin
soltar su mano. Arrojó unas monedas al conductor y se dirigió cruzando el césped hacia la calle
Curzon.
El aire era cortante en su cara y los pájaros cantaban desde la espesa vegetación. Londres tenía
un toque de frescura antes de que comenzara el bullicioso día. Vio algunos caballos en Rotten Row,
demasiado lejos como para identificar a los jinetes o para que los jinetes lo identificaran. No había
nadie paseando, aunque había algunos de los primeros vendedores ambulantes en la calle.
Antonia mantenía la cabeza agachada. Nadie la relacionaría con la desaliñada acompañante de
Cassandra Demarest. Incluso cenicienta de dolor, parecía un ángel sensual esta mañana.
Cuando se acercaron al lado de Hyde Park cercano a la casa Demarest, sus pasos se
desaceleraron con evidente reticencia. Por Dios, si estaba tan desesperada por quedarse, ¿por qué
no lo decía? No la haría cavilar si cambiaba de idea.
Frente a la esquina de la calle Curzon, se detuvieron bajo un castaño de Indias. Deseaba
acompañarla hasta la puerta, pero eso era imposible.
Se giró hacia él. Se preparó para una brusca despedida. Pero se le quedó mirando con una
mirada escrutadora, como si quisiera memorizar todos sus rasgos.
Diablos, esto era como ser desollado vivo. Quería decirle que se fuera, que lo dejara solo con su
agonía. Estaba tan decidida a que él no tuviese ningún papel en su futuro. Bueno, ¿por qué no salía
corriendo para empezar esa maravillosa nueva vida? ¿Por qué no se iba y lo dejaba para lamerse
sus heridas?
—Bésame, Nicholas —susurró.
—Caray, Antonia —dijo entre dientes. La agarró por los hombros y reprimió las ganas de hacerla
entrar en razón. ¿Qué pensaba que estaba haciendo? Sin duda sabía que estaban destinados a
estar juntos.
Sus ojos brillaban con lágrimas.
—Por favor. Amo…
Su corazón se detuvo.
Amaba ¿qué?
El suspense contrajo todos sus músculos. Contuvo el aliento.
Si ella lo amaba.
173
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
174
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Por Dios, no la dejaría irse así. Ningún hombre con sangre en las venas lo haría. Debería llevarla
de vuelta a su casa y encerrarla bajo llave hasta que admitiera que lo deseaba tanto como él la
deseaba.
La pasión que aturdía su expresión se desvaneció y captó un destello de miedo en sus ojos.
—Se está haciendo tarde.
—Bésame otra vez —dijo, aunque sabía que estaba empeñada en irse. Nunca había conocido a
una mujer con esa fuerza de voluntad. Maldijo a Hades, aunque a regañadientes la admiraba.
—Sabes que cuando me besas, no puedo pensar. Tengo que...
—¿Antonia?
La voz del hombre surgió de otro mundo, tan inmerso estaba Ranelaw en su batalla.
—¿Qué demonios? —Se giró para hacer frente al tipo familiar.
Bajo su mano, Antonia se quedó como si fuera de mármol.
Ranelaw la había entretenido demasiado tiempo. O no debería haberla dejado salir de su casa.
Allí había estado segura. Aquí no podía hacer nada para protegerla. El impulso de agarrar a su
amante y huir a través de la hierba cubierta de rocío fue abrumador.
El intruso no miró a Ranelaw. En su lugar, miró a Antonia como si fuera un fantasma. La voz del
hombre era sofocada.
—Antonia, me dijeron que estabas muerta.
Poco a poco, como si se acercara al bloque para su decapitación, Antonia miró detrás de
Ranelaw al hombre que se acercaba.
—Johnny —dijo sin emoción.
175
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 25
Una década desde que había dejado a Johnny Benton, y Antonia le reconoció de inmediato.
No era el Adonis perfecto de su juventud, pero todavía era increíblemente guapo. Hizo que su
corazón se acelerase, aunque no de la emoción. No, su corazón palpitaba de espanto. Y un enojo
inútil que después de todas sus estratagemas, la encontrara tan fácilmente.
—Antonia.
Johnny no podía hacer nada más que repetir su nombre. La miraba como si no creyera lo que
veían sus ojos. No pareció darse cuenta de que estaba en compañía de uno de los más célebres
libertinos del reino o que obviamente había pasado la noche rodando en la cama de Nicholas.
La posibilidad revoloteó por su mente entumecida que podía pretender ser una desconocida.
Johnny no la había visto en diez años y sabía de buena fuente que había muerto.
Un vistazo a su rostro afligido y supo que la artimaña no serviría. Al igual que él, ella no había
cambiado mucho. Especialmente esta mañana cuando la atrapó sin disfraz. Pensó con inútil
añoranza en su insólito guardarropa, su cofia de encaje y, sobre todo, en sus gafas tintadas,
abandonadas en su dormitorio.
Se sentía atrapada en una horrible fantasía. Su despedida de Nicholas la partía en dos. Ahora se
enfrentaba al hombre que la había arruinado.
Johnny todavía parecía estar en trance. Su teatralidad estaba tan arraigada, sabía que su
desconcierto era sincero. A los diecisiete años, se había imaginado que su comportamiento
dramático prometía una vida más excitante que la convencional que su padre había planificado.
Ahora sólo la irritaba.
Él comenzó a hablar.
—Vi a tu hermano cuando fui a Blaydon Park a buscarte. Lord Aveson me dijo que habías muerto
en Francia. Cuando lo oí, pensé que mi vida había terminado. He pasado diez años queriendo que
volvieras, desesperado por compensarte. Y cuando por fin me aventuré a regresar a mi tierra natal,
ya era demasiado tarde. —Tomó un audible aliento y habló con tal asombro que hizo a Antonia
estremecerse—. Ahora, aquí estás, caminando al amanecer como la misma Eos.
La afición de Johnny por la mitología obviamente no había disminuido. Trató de reunir las
palabras para aplacar a su antiguo amante, para convencerlo de mantener su secreto. Si alertara al
mundo de que Lady Antonia Hilliard no había muerto libre de escándalos al otro lado del Canal, sino
que estaba viva en Londres, el daño se extendería a los Demarest y aún más a su hermano, Henry.
Johnny frunció el ceño.
—Habla, Antonia. Aunque sólo sea para regañarme.
Tragó saliva y se apartó de Nicholas, que se alzaba a su lado en amenazador silencio.
—No quiero regañarte —dijo con cansancio.
Fue la cosa equivocada que decir. Pareció más radiante.
—¿Me has perdonado? La pasión me tentó a hacer una gran maldad. Si me has perdonado,
quizás consideres mi oferta.
—¿Oferta? —dijo estúpidamente, deseando estar en cualquier lugar menos aquí.
176
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Sí. —Para su consternación, se puso de rodillas—. Mi esposa está muerta. Soy libre de hacer lo
que debería haber hecho hace diez años.
Hizo una pausa, pero Antonia estaba demasiado horrorizada para interrumpir. Continuó en voz
baja e insistente.
—Antonia Hilliard, mi bella amada, ¿quieres casarte conmigo?
Nicholas hizo un sonido de disgusto.
—Levántate, maldito idiota. Estás haciendo el tonto.
Johnny parecía como si despertara de un sueño. Parpadeó confuso y miró detrás de Antonia a su
acompañante.
—¿Ranelaw? —Frunció el ceño y ella se percató de que había estado tan sorprendido al verla,
que no se había dado cuenta de con quien estaba.
—Sí. —Espetó Nicholas entre sus fuertes dientes blancos apretados. Se adelantó y plantó en
posición vertical a Johnny con tal aspereza, que el hombre más delgado tropezó.
—No le hagas daño —se encontró protestando ella, incluso mientras reprimía el inconfundible
deseo de patear a su antiguo amante. Y a su actual amante también.
—¿No estarás tomando en serio a este mequetrefe? —Nicholas zarandeó a Johnny como un
terrier sacudía una rata.
Si Antonia necesitaba una prueba del contraste entre los dos hombres, ahora la tenía. Johnny
pendía del puño de Nicholas con pintoresca impotencia. Nicholas parecía grande e imponente.
Tonta como era, algo primitivo en su interior se había emocionado ante la gruñona actitud
protectora de Nicholas. No había emoción ahora. Sólo una irritación sin límites por las
maquinaciones de la vanidad masculina.
—Déjalo en el suelo —le espetó.
Johnny parecía como si hubiera perdido un soberano y encontrado seis peniques. Estaba pálido y
temblaba. No pudo evitar notar que retenía su atractivo incluso en la desolación.
—Antonia, ¿qué es este hombre para ti? No te has... no te has vendido, ¿no?
Ella apretó los dientes.
—Perdiste el derecho a hacerme esa pregunta después de que me sacaras de la casa de mi
padre, prometiendo una vida de devoción, pero omitiendo mencionar que ya tenías una esposa y
un hijo.
—No había ningún niño, era una mentira —dijo rápidamente—. Esa mujer me atrapó en el
matrimonio.
—Menudo premio recibió por su problema —dijo Antonia, ni remotamente apaciguada—.
Ranelaw, dije que lo dejaras.
—Me gustaría aplastarlo contra el árbol más cercano —dijo Nicholas, todavía con voz sombría.
—Sé que te gustaría. Pero no lo harás —le respondió bruscamente.
Debería estar aterrorizada de él, pero extrañamente no lo estaba. Estaba furioso, pero le conocía
lo suficientemente bien como para confiar que prevalecería la razón. La suya era una personalidad
mucho menos volátil que la de Johnny. Tampoco estaba tan absorto en sí mismo, aunque solo
viviera para su egoísta placer. Había un grado de conciencia de sí mismo en el Marqués de Ranelaw
que el frívolo Johnny Benton era incapaz de lograr.
Hubo un silencio tenso. Luego, con un gesto despectivo, Nicholas tiró a Johnny a un lado.
177
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Por Dios, hombre, ¿qué crees que estás haciendo? —Johnny tropezó con una torpeza que
sabía irritaría su vanidad. Jadeando de indignación, miró a Nicholas sin dejar de mantenerse
juiciosamente fuera de su alcance.
Veía tanto ahora, que debería haber sido evidente hace diez años. A pesar de ser una chica sin
experiencia, debería haber reconocido la falta de carácter de Johnny y que su principal ambición
era ser el permanente centro de admiración.
Supuso que debió haberlo notado. Simplemente no se dio cuenta de lo que reflejaba el carácter
del hombre que se había convencido amaba.
Con un aire herido, se enderezó la ropa. Desafortunadamente sus pucheros de disgusto le hacían
parecer una apuesta trucha. Las miradas que les echaba a ella y a Nicholas eran malhumoradas e
infantiles. Pero, por supuesto, él era un niño. Es evidente que en esto tampoco había cambiado.
Desde que dejó a Johnny Benton, había crecido. Él seguía siendo un niño petulante. Un niño
bonito, no podía dejar de reconocer, estudiando su rostro y su cuerpo agraciado con cierta dosis de
cinismo. Al menos no se había engañado a sí misma sobre su belleza.
—Antonia, sé que todavía me amas.
Ella soltó una carcajada de asombro.
—Por supuesto que ya no te amo.
Él se acercó y la agarró por los brazos.
—Es tu orgullo el que habla. O tal vez tu modestia femenina. Me puedo imaginar los últimos
años. Tus adversidades son culpa mía y nunca más voy a mencionar lo que te has visto obligada a
hacer.
Con un gesto salvaje, Nicholas golpeó las manos de Johnny lejos de Antonia.
—Tócala otra vez y te mato, diga ella lo que diga.
Su voz vibraba con furia. Ella le recriminó con la mirada. Él le devolvió la mirada sin arrepentirse.
En realidad estaba muy agradecida de que estuviera aquí. Odiaría hacer frente a Johnny sola.
Johnny reaccionó con sabiduría y no con gallardía y retrocedió.
—Te llevaré a Devon. Vamos a estar juntos, como siempre deberíamos haber estado.
Antonia luchó por superar la sensación de irrealidad.
—Johnny, han pasado diez años.
Levantó las manos otra vez, pero las dejó caer en el instante que se encontró con la mirada
funesta de Ranelaw.
—No ha habido un momento durante estos diez años que no te haya amado. Vamos a dejar el
pasado de lado. Deja que te salve de una vida de vicio y de infelicidad.
Sofocó otra carcajada desdeñosa.
—Estás haciendo muchas suposiciones.
Él frunció el ceño.
—No hay necesidad de mentir.
—Maldita sea, hombre, ella no es tu responsabilidad —gruñó Nicholas, acercándose a Antonia.
Ella trató de inyectar una nota de sentido común.
—Johnny, sería mejor para ti que siguieras pensando que estoy muerta.
—Nunca —dijo con fervor.
—Ha pasado demasiado tiempo. No soy la chica que conociste.
178
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Ella es demasiado condenadamente buena para ti. Ella siempre ha sido demasiado
condenadamente buena para ti —interrumpió Nicholas.
Antonia lo fulminó con la mirada.
—No estás ayudando.
—No tengo intención de hacerlo. —Parecía particularmente arrogante cuando la miró con las
cejas arqueadas y una mueca de desprecio en los labios—. Envía al cachorro a su camino.
—Lord Ranelaw, protesto. —Johnny mantuvo la distancia—. La señora puede haberse visto
inclinada a compartir sus favores, pero esos días han terminado. Tengo intención de hacer de ella
una mujer honesta.
A regañadientes Antonia arrastró la mirada de Nicholas a Johnny. No era un hombre cruel. Era
estúpido, egoísta y vanidoso. Pero Nicholas tenía razón. De alguna manera, contra todo pronóstico,
se había convencido que aún la amaba.
Su voz era suave con un leve rastro de tristeza por lo que una vez había existido entre ellos, sin
embargo ilusorio.
—Johnny, lo que pides es imposible. —Respiró hondo—. Nadie puede saber que estoy viva.
Piensa en el escándalo, si toda la historia sale a la luz.
—Quiero casarme contigo —dijo Johnny con obstinación—. Eso te protegerá de la calumnia.
—No quiero casarme contigo.
—¿Prefieres soportar las sórdidas caricias de Ranelaw? No puedo creer eso, Antonia. En el
fondo, eres una mujer virtuosa.
El calor inundó sus mejillas. Su sórdida descripción la lastimó especialmente cuando había
pasado la noche en los brazos de un libertino.
—Johnny, se acabó. Se terminó cuando mi padre me dijo que estabas casado. Olvídate de mí.
—Nunca te olvidaré. Sé que todavía me amas.
—No lo hago —dijo con absoluta convicción.
Años atrás, se había dicho a sí misma que se había recuperado de su enamoramiento de Johnny,
de su buena apariencia y semblante romántico, y no había sido mucho más que eso, que Dios la
perdonase por lo que había hecho. Este encuentro demostraba cuánta razón había tenido. Cuando
lo miraba, no quedaba rastro de atracción.
En comparación con Nicholas, era arcilla sin cocer.
Continuó antes de que Johnny objetase.
—No he estado viviendo en pecado todos estos años. Encontré una posición respetable con una
buena familia. —Tragó saliva y habló tan seria como pudo—. Johnny, si se conociera mi identidad,
perjudicaría a la gente que me ofreció refugio después de que me abandonaras.
No estaba por encima del chantaje emocional, si eso garantizaba el silencio de Johnny. A pesar
de que solía ser parlanchín cuando bebía. El encuentro de Nicholas con él en la taberna indicaba
que aún lo era.
—Quiero tu palabra de caballero que nunca divulgarás que me has visto.
El rostro de Johnny se inundó de resentimiento mientras miraba alternativamente de ella a
Nicholas.
—No puedes esperar que crea que estás fuera a esta hora con un hombre de la reputación de
Ranelaw y no eres su amante. Por el amor de Dios, si parece que acabas de arrastrarte de entre sus
sabanas. No soy tan inocente como solía ser, milady.
179
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Voy a romperte de una puñetera vez la cabeza si no muestras un poco de respeto —gruñó
Nicholas, moviéndose tan cerca de ella que sintió como si una montaña estuviera a punto de caer
sobre su cabeza.
—Para un hombre que afirma no tener ningún interés en la dama, eres bastante posesivo —
espetó Johnny. Era lo más cerca que estaba de mostrar valor, descontando la imprudencia de
proponer matrimonio a una mujer a la que no había visto en una década.
—Así es. —Nicholas pasó junto a Antonia y se dirigió hacia Johnny.
—¡Ya basta, los dos! —Antonia se sentía repentinamente enferma de todo el jaleo. Se había
quejado sobre el aburrimiento de su vida como acompañante desaliñada de Cassie, pero en este
momento, esa existencia aburrida parecía el paraíso—. No voy a aguantar que peleéis como un par
de perros por un hueso. Es degradante.
Ambos hombres se volvieron para mirarla conmocionados. Era como si un carro de caballos se
hubiera levantado para pronunciar un discurso inaugural en la Cámara de los Comunes.
—¿Antonia? —preguntó Johnny desconcertado. Nicholas permaneció en silencio, pero la
agresividad desapareció drásticamente de su expresión.
—No quiero oír nada más. Me voy. Entonces podréis mataros el uno al otro en paz. —Dirigió una
mirada a su primer amante—. Johnny, no me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la
tierra. Una vez que reflexiones sobre tu proposición con un mínimo de sentido, agradecerás mi
negativa.
Se enfrentó a Nicholas y una parte de su arrogancia disminuyó. Sin embargo logró una buena
imitación de una mujer que sabía lo que quería.
—Lord Ranelaw, gracias por acompañarme a través del parque. Que tenga un buen día.
Con un crujido de sus faldas, dejó a ambos hombres de pie. En este momento, relegaba de todo
corazón a todos los miembros del sexo masculino al Hades.
180
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 26
Ranelaw bebió otro coñac y sólo se detuvo cuando lanzó la copa de cristal en la chimenea
apagada de la biblioteca. El acto le recordaba demasiado al maldito Benton. El acto le traicionó
demasiado drásticamente por la forma en que su vientre se había encogido de miseria cuando vio a
Antonia alejándose haciendo aspavientos, hacia una vida sin el malvado Marqués de Ranelaw.
En este momento se sentía cualquier cosa menos malvado. El marqués sin corazón se sentía
despojado, sólo y enojado.
Oh, sí, estaba enfadado, esperando desesperadamente que la ira mantuviera a raya el dolor
mortal.
Maldita Antonia. Maldita, maldita, maldita.
Excepto que la persona que sufría los tormentos de los condenados no era la mujer que había
transformado brevemente su vida en un resplandor. Sino que era el egoísta y descuidado libertino.
La descripción sonaba humillantemente hueca.
Después de advertir al mestizo de Benton de que se mantuviera lejos de Antonia, deambuló de
vuelta a su casa. Para lo que pareció mil horas para llenar y ni un solo siervo con el que hablar.
Había planeado que Antonia se quedara todo el día. Pero ella lo había dejado. Lo que quería decir
que lo dejaba para siempre, maldita ella.
Esta habitación oscura y vacía donde había estado merodeando todo el día parecía un amargo
anticipo de los años oscuros y vacíos por venir. Su mano se cerró en un puño y lo estrelló contra la
parte superior del aparador de caoba, haciendo que los decantadores resonaran.
Maldita la bruja. ¿No se daba cuenta de lo valioso que era el placer sensual? ¿Cuán escaso?
La echaba de menos. Su necesidad era un dolor físico vibrante. El anhelo insoportable no se
aquietaría, sin importar lo que arremetiera contra Antonia.
La exuberante y misteriosa Lady Antonia Hilliard, única hija del difunto Conde de Aveson.
Cuando Benton divulgó esa información, ella había estado demasiado nerviosa para notar el
desliz. Ranelaw se había dado cuenta, y había querido sacudirla hasta que sus dientes temblaran.
¿Por qué diablos una mujer de una de las grandes familias de la nación estaba jugando a ser la
niñera protectora de Cassie Demarest?
Incluso después de que el padre de Antonia la repudiara, tendría que haber tenido parientes o
amigos a los que acudir. Personas que se aseguraran que su indiscreción juvenil no provocara un
murmullo de chismes. Personas que se ocuparan que ella tomara su legítimo lugar en la sociedad.
Ese gusano de Demarest le había ofrecido refugio, pero a cambio la había hecho su esclava.
Ranelaw no llevaba un control de todas las familias de sangre azul. Pero los Hilliard eran
famosos, ineludiblemente, su historia estaba entrelazada con la del país desde la Conquista
Normanda. Entre sus vastas propiedades la salvaje y remota Northumberland, donde los Hilliard
gobernaban como príncipes.
No era de extrañar que Antonia hubiera rechazado su propuesta. Probablemente lo consideraba
por debajo de ella.
181
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Si ella hubiera sido una pizca menos honorable sobre su desgracia, Antonia Hilliard estaría
casada con una pandilla de niños ahora. Le dieron arcadas cuando se la imaginó casada con otro
hombre, en la cama con otro hombre, embarazada de otro hombre.
Los Hilliard eran conocidos por sus riquezas, su orgullo y su belleza nórdica. Por Dios, debería
haberse dado cuenta de quién era ella en el instante en que vio su inusual color. Rubios plateados
con ojos azul claro marcaban la dinastía. Su padre, una figura política importante hasta su muerte,
había sido un gigante sorprendente de hombre, como un elegante vikingo.
Infiernos, Ranelaw incluso conocía a su hermano, Henry. Habían estado juntos en Oxford,
aunque el tipo era un año más joven. No es que hubieran frecuentado los mismos círculos. El joven
vizconde Maskell, heredero de Aveson, había sido estudioso, no un disoluto fanfarrón como
Ranelaw y sus compinches.
El difunto Lord Aveson era un rigorista y Ranelaw podía imaginarse fácilmente al anciano
desterrando a la muchacha sin dudarlo un instante. Pero Henry, Henry había sido un tipo diferente.
Amable, tolerante, un intelectual independiente. Un hombre con la curiosidad abierta de un
erudito, no un tirano por el control. Parecía impropio de él relegar a su única hermana a la casi
inevitable humillación.
El secretario de Ranelaw entró con el correo. El servicio había vuelto hacia aproximadamente
una hora. El hombre se inclinó, obviamente sorprendido de encontrar a su patrón a la espera en la
penumbra, pero omitió hacer un comentario. Después de que el hombre se marchara, Ranelaw
deambuló frente al escritorio y encendió una lámpara. Los gruesos paquetes habituales de sus
diferentes fincas. Una vez que hubiera aprendido a vivir con su búsqueda fallida de Antonia, podría
reunir el interés de abrirlos.
Un puñado de invitaciones que no se molestó en leer.
Una carta de Irlanda.
Su mano se cerró con fuerza sobre el papel. No podía enfrentarse a las tentativas mentiras de
Eloise para aliviar su conciencia. No esta noche.
Con deprimente claridad, examinó su vida. Antonia estaba perdida para él. No podía atraerla de
vuelta. No a menos que provocara un escándalo que la destruyera. No a menos que arriesgara el
vínculo que habían forjado durante su larga noche juntos.
Siempre se había considerado a sí mismo un hombre despiadado. No era tan despiadado.
Antonia se había escapado. Tenía que vivir con esa realidad, incluso si su estómago se retorcía
en la negación salvaje.
¿Qué quedaba?
La carta de Eloise llegando en este preciso momento parecía un mensaje del cielo. O del infierno.
Había empezado esta temporada buscando venganza. Su ansia por Antonia había diluido su
resolución.
Pero ya no.
Ya era hora de que persiguiera la justicia atrasada contra Godfrey Demarest. Se negaba a
revolcarse en la autocompasión, porque la mujer que deseaba lo había rechazado. Tampoco iba a
permitir que la furtiva compasión por Cassandra lo detuviera. Ella era inocente de los pecados de su
padre, pero era un instrumento de venganza demasiado perfecto para Ranelaw para permitir que
se escapara.
Antonia no lo había destruido con su deserción, sólo lo había hecho más fuerte. A pesar de que
nunca hubiera pronunciado las palabras en voz alta, le había hecho una promesa solemne a su
182
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
hermana cuando su amante la traicionó veinte años atrás. Había desperdiciado semanas
persiguiendo la tonta ilusión que una mujer podría ofrecer algo más profundo que el breve placer
físico. La única verdad en la que creía ahora era que Demarest debía pagar por el sufrimiento de
Eloise.
Ayer por la noche en los brazos de Antonia, Ranelaw se había sentido rehecho, renovado y
redimido. Hoy se dio cuenta que era el mismo sinvergüenza que siempre había sido. O al menos lo
sería, una vez llegara al acuerdo de no volver a ver a Antonia de nuevo. Se convertiría en el hombre
cruel y determinado o moriría en el intento.
Ese hombre vivía para la venganza. Su voluntad era de hierro. Su corazón era de piedra. Su
determinación era inquebrantable. Ese hombre no se preocuparía cómo perjudicara a Cassandra
Demarest o la angustia que le provocaría a Antonia Hilliard. Le había prometido a Eloise resarcirse y
haría que lo consiguiera.
Aplastó la carta como si fuera su enemigo. Era tristemente consciente que la seducción de Cassie
tendría un precio. Siempre lo había sabido. Al destruir a Godfrey Demarest a través de su hija,
sellaba eternamente toda esperanza de reconciliación con Antonia.
Pero ahora no tenía ninguna esperanza de reconciliación. Era lo suficientemente realista para
reconocer que nada los reconciliaría. Ella lo había dejado. Ella tenía la intención de mantenerse
alejada.
Todo lo que quedaba era su oportunidad para de ofrecerle a su hermana algo de paz.
Localizar a Cassie la noche siguiente era simple. A pesar de la reputación de Ranelaw, tenía
acceso a todas las reuniones de la alta sociedad. Había dos o tres posibilidades probables, media
docena más si esas resultaban infructuosas.
En el tercer baile que visitó, descubrió a Cassie en la fiesta de los Merriweather.
Automáticamente buscó a Antonia, a pesar de que era una estupidez esperar verla. Ella no se
arriesgaría a encontrarse con Benton. La decepción amarga le hizo polvo antes de recordarse a sí
mismo que se había vuelto inmune al remordimiento.
Ignorando el peso en su corazón, Ranelaw se obligó a concentrarse en la chica Demarest. Había
perdido demasiado tiempo jadeando por su chaperona.
Desafortunadamente su magia parecía insuficiente. Aunque Cassie le concedió dos bailes, un
signo de favor a pesar de su negligencia, no consiguió estar a solas con ella. Ella era popular entre
las otras debutantes y más aún con los hombres solteros. El lobo vagabundo se sentía frustrado.
Las siguientes dos noches, se encontró con las mismas dificultades. Por el amor de Dios, aislar a
Cassie no había sido tan problemático cuando había estado bajo la atenta mirada de Antonia.
No importa. Tanto él como Cassie asistirían a la fiesta campestre que los Sheridan hacían en su
mansión a orillas del Támesis. La fiesta sería la mayor parte del día y siempre estaba entre los
eventos más populares de la temporada.
Ranelaw llegó a la concurrida y alegre fiesta, y rápidamente comprobó que Cassie estaba
presente, junto con los ubicuos Merriweathers. Su plan hoy era infalible y con la complicidad de un
lacayo bien compensado. Se podía sentir como el espectro en la fiesta, pero su futuro estaba
programado. No se desviaría de su plan.
Con tantas personas repartidas en el considerable terreno, debería ser fácil atraer a la chica lejos
de sus amigos. Sus pericias también ofrecían la ventaja adicional de viajar a Hampshire a la luz del
día. Era partidario de hacer este secuestro tan cómodo como fuera posible. Lo que decía mucho de
su promesa.
183
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Luchó en vano para no disfrutar de la tristeza que Demarest sufriría cuando se enterara de que
su hija había sido irreparablemente arruinada. Incluso para un sinvergüenza que había abandonado
todos los principios y vivía sólo por la venganza, comprometer a Cassie se sentía más como una
obligación que un placer.
—¿Toni? —Cassie se deslizó por el camino estrecho, cubierto de tallos de camelias. Servían para
los malvados objetivos de Ranelaw, haciendo este rincón oscuro y poco frecuentado. El día estaba
bien y los huéspedes de los Sheridan preferían dar un paseo por los jardines o jugar a juegos tontos
en el famoso laberinto.
Ranelaw salió de detrás de un arbusto y la agarró del brazo cuando ella amenazaba con pasar de
largo.
—Cassie, ella no está aquí.
La muchacha lo miraba consternada cuando el lacayo que Ranelaw había sobornado traspasó los
descuidados arbustos detrás de ella.
—Su nota decía que ella tenía que verme. Es urgente.
—Te llevaré con ella. Ella no quiere ser vista.
Disimuladamente su mano se apretó alrededor de su delgado brazo, aunque la muchacha no
mostrara ningún atisbo de sospecha.
Pobre mariposa tonta.
—¿Es el señor Benton? —preguntó en voz baja y urgente.
—Espero que no.
—Dejaré a la señorita Smith se lo diga —dijo con voz tranquilizadora. Estaba sorprendido de que
Cassie fuera tan rápida mencionando a Benton, aunque suponía que la muchacha debía saber sobre
el pasado escandaloso de su prima. Metió la mano en su abrigo y sacó un cuaderno y un lápiz.
—Tendrá que decirle a la señora Merriweather que ha sido llamada debido a una crisis en casa.
—No quería correr el riesgo de que alguien rescatara a la chica antes de que el daño fuera hecho.
—Oh, tiene razón. No me gustaría que se preocupara. Ella ha sido muy amable.
Los grandes ojos azules de Cassie se centraron en él con una confianza cándida que lo sorprendió
con un aullido de remordimiento. Hizo caso omiso de su conciencia y extendió el cuaderno y el
lápiz.
Mientras Cassie garabateó una breve nota, él trató de estimular un cierto anticipo de lo que iba
a suceder. Debería estar emocionado con la anticipación cuando su complot estaba tan cerca de
cumplirse.
Durante cuatro angustiosos días, había luchado por ahogar sus turbulentas y confusas
emociones en whisky escocés. Al final, gracias al renaciente orgullo y el copioso licor, había tenido
éxito. Ahora estaba envuelto en gruesas capas de hielo, encerrado con seguridad en un glacial y
nublado ártico, donde nada importaba.
No sentía nada.
No sentía culpa. Ningún anhelo de Antonia. Ninguna victoria de que su plan tuviera éxito
tampoco.
Era como una máquina monstruosa que actuaba ante el toque de una tecla. Funcionaría hasta
que alguien lo apagara. Si había sido capaz de sentir satisfacción, le daría la bienvenida a su falta de
agitación. El mundo era mucho más fácil de navegar cuando uno se volvía insensible a todo
sentimiento. Honestamente creía que podía cortarse una mano sin aflicción.
184
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—Tenga. —Cassie le pasó el cuaderno. Ranelaw le echó un vistazo al mensaje, arrancó la página,
lo dobló y se la dio al lacayo que esperaba.
—Para la Señora Merriweather —dijo escuetamente.
El hombre hizo una reverencia y se marchó con sorprendente rapidez. Teniendo en cuenta la
moneda que Ranelaw le había puesto en los bolsillos, el tipo debería jodidamente hasta volar.
—No podemos retrasarnos. —Caminando tan rápido que ella tuvo que correr para mantener el
paso, llevó a una Cassie sin resistencia hacia la puerta cercana. Daba a un callejón que conducía,
entre las altas paredes de la calle, abajo hacia el río.
—Pobre Toni, es tan injusto —dijo Cassie sin aliento, como si se dirigiese a alguien que le
importara—. Vuelve a Somerset furtivamente para ocultarse. Ese villano de John Benton debería
ser el que huyera.
—Estoy seguro —espetó Ranelaw, aumentando su ya castigador ritmo. Lo último que quería era
una amigable charla sobre Antonia Hilliard.
—Me gustaría que le pegara un tiro al Señor Benton —dijo Cassie, correteando tras él.
Esto atrajo incluso la atención distraída de Ranelaw. Se detuvo abruptamente y se volvió hacia
ella.
—¿Perdón?
Cassie se detuvo y le devolvió la mirada con una expresión sorprendentemente dura en sus
atractivos ojos.
—Debería pegarle un tiro al Señor Benton. Él ha actuado deshonrosamente y Toni no tiene a
nadie más para defenderla. —Hizo una pausa y frunció el ceño—. Aparte de mí. Y yo no puedo retar
a un caballero.
En contra de su propia voluntad, Ranelaw resopló con una risa desdeñosa. Abrió la puerta hacia
el callejón.
—Es usted una criatura sedienta de sangre, ¿verdad?
Ella se mantuvo firme y lo estudió con un aire pensativo que él no apreció.
—Me ocupo de la gente que quiero. Igual que Toni.
—Muy encomiable —dijo secamente, ignorando el comentario puntiagudo al final.
Impaciente la agarró del brazo y tiró de ella hacia la calle donde su cochero esperaba con una
liviana calesa enganchada a sus dos caballos más rápidos. Esta era la parte más arriesgada del plan
de Ranelaw. En frente de la mansión de los Sheridan, existía la posibilidad de que alguien pudiera
verlos, pero él no podía hacer virar un carruaje en el callejón.
Cassie estiró el cuello, controlando la calle.
—¿Dónde está Toni?
Dio un paso delante de ella para bloquear su visión. O para que nadie la viera.
—Se lo dije, la voy a llevar con ella.
La mentira brotó tan fácilmente que la muchacha inmediatamente lo aceptó. Ayudó a subir a
Cassie a la calesa, saltó a su lado y se apoderó de las riendas. El cochero Bob se hizo a un lado y
partieron con un ruido de cascos y ruedas.
185
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Antonia estaba haciendo las maletas en su habitación, cuando oyó golpes de pánico en su
puerta.
La interrupción no le sorprendió. Durante cuatro días había respondido preguntas del inquieto
personal con noticias de que Antonia se había marchado y que Cassie pasaría lo que quedaba de
temporada con los Merriweather. Los sirvientes de agencia finalizaban mañana. El personal de
Somerset cerraría la casa y luego regresarían a Bascombe Hailey. Bella permanecería en Londres
con Cassie.
Atribuir el término hacer las maletas a su actividad era una exageración. Estaba en el centro de
la habitación inmóvil mientras su mente seleccionaba y espoleaba su constante infelicidad. Sabía
que había hecho lo correcto, dejando a Nicholas. No podía ser su amante, y la vida como su esposa
sería el purgatorio. Pero sin él, sentía que una parte esencial de ella había sido amputada.
Actividades ordinarias requerían una energía y un compromiso casi imposible de reunir.
A ciegas miró su bolsa abierta en el suelo, pero sólo vio la cruda expresión de Nicholas cuando se
introdujo dentro de ella. No quería esta imagen, cualquier imagen de esa noche, estaba grabada en
su cerebro. Pero tenía la sombría sospecha de que mientras viviera, lo recordaría. Y mientras
recordara, lo desearía.
Quienquiera que esperara fuera llamó otra vez, con tanta fuerza que el pomo de la puerta
tembló. Con un profundo suspiro, Antonia dejó caer el chal que llevaba en su bolso y caminó
fatigosamente hacia la puerta. Cada segundo era una gran pena. Se sentía con un centenar de años
y estas constantes y triviales interrupciones la tensaban hasta el límite.
Para su sorpresa, Bella estaba de pie fuera, retorciéndose las manos y jadeando como si hubiera
corrido una milla.
—¿Bella? —preguntó en estado de conmoción—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Bella entró sin permiso, haciendo que Antonia se sacudiera contra la pared.
—Es Cassie. —Se detuvo, jadeando en busca de aire—. Tiene que hacer algo.
Una angustia enfermiza oprimió el pecho de Antonia.
—¿Qué pasa? ¿Está enferma de nuevo?
Querido Dios, ¿Cassie había sufrido una recaída? Las fuerzas de la muchacha habían regresado
tan rápidamente, que Antonia a veces olvidaba lo poco que hacía que se había cernido en las
puertas de la muerte.
La doncella se desplomó contra el armario. Preocupada, Antonia se apresuró a servirle un vaso
de agua. Se lo extendió a Bella, quien se lo arrebató y se lo bebió de un sorbo.
—¿Qué ha pasado? —El terror le heló la sangre.
Bella alzó la vista, con los ojos brillantes de lágrimas.
—Él la tiene. No sé a quién más contárselo. Va a ser una conmoción terrible. Oh, mi pobre
pequeña.
El vaso temblaba tan violentamente que Antonia lo agarró.
—¿Quién la tiene?
Bella la miró airadamente. Esto al menos no había cambiado.
—¿Quién cree usted? Ese maldito bastardo de Ranelaw.
186
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Después de todo su anhelo, el nombre era una flecha apuntando directamente al corazón
destrozado de Antonia. Antes de que pudiera ocultar su reacción, retrocedió un paso inestable,
presionando a sus pechos una mano temblorosa.
—¿El Marqués de Ranelaw? —dijo vacilante—. Debe estar equivocada.
—Él ha estado detrás de ella desde el principio. La bestia inmunda. Ahora él se la ha llevado.
Oh, Nicholas, Nicholas, dime que no es así.
La certeza inmediata ponderó su vientre, anudó su garganta. Por supuesto que era así.
¿Era este acto perverso una venganza contra ella por haberlo rechazado? No había pensado que
fuera tan infantil.
O, qué idiota crédula era, ¿había querido a Cassie todo el tiempo?
—¿Dónde se la ha llevado? —tartamudeó.
—¿Quién sabe? Esperé fuera de los Sheridan, en caso de que mi corderita estuviera afligida. —
Sus ojos se agudizaron con resentimiento—. A pesar de todas las diferencias que hemos tenido,
usted velaba por ella como un águila. Pero usted no estaba con ella esta tarde, así que me aseguré
de que estuviera a salvo.
Cassie no había estado a salvo. Otra capa de culpa que se acumulaba a las capas que ya
amenazaban con aplastar a Antonia.
Miró fijamente a Bella con la mirada perdida mientras luchaba por darle sentido a esto.
¿Ranelaw tenía la intención de casarse con Cassie? ¿Después de proponérselo a Antonia sólo unos
días antes? Inmediatamente sofocó una oleada de mordaz agonía ante el recuerdo. Su propuesta
había sido un engaño. Obviamente.
Cassie era mucho más buen partido. Rica, joven, guapa e impoluta de escándalo. Hasta ahora, al
menos.
Pero Antonia no estaba convencida que él propusiera matrimonio a Cassie. Incluso ahora. Tenía
la sombría intuición que buscaba la satisfacción momentánea de una noche de pasión, sin importar
el daño que hiciera.
La primera impresión que tuvo del hombre que pensaba que era Nicholas podría hacer esta cosa
terrible. El hombre que la había abrazado durante una noche oscura y apasionada era mejor que
esto.
O eso es lo que había imaginado.
Que gran cantidad de dolor enmascaraba esta admisión. La enormidad de su crimen no tenía
nombre. Reprimió la necesidad de acurrucarse en una pelota y gritar su rabia confusa.
Maldito seas, Nicholas, vete al infierno por mentiroso infiel.
Había dado acceso a su cama a dos hombres. Dos hombres la habían traicionado.
Más tarde. Más tarde recogería los remanentes sangrantes de su corazón. Siempre había sabido
que era peligroso permitir que Nicholas se acercara. Sólo ahora se dio cuenta de lo peligroso.
Traidor, odioso, despreciable villano.
—Bella, dígame lo que vio —le espetó.
La doncella respondió de inmediato a la voz de autoridad. La voz, si lo supiera, de Lady Antonia
Hilliard. Se enderezó y pareció menos probable que fuera a desmoronarse.
—Estaba en la calle frente a la mansión. Vi a Lord Ranelaw salir de un callejón con Cassie. Antes
de que pudiera hacer nada, la metió en una calesa y se fue como si el diablo estuviera detrás de él.
187
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
—A lo mejor él sólo invitó a Cassie a dar un paseo —dijo Antonia, aun aceptando con
deprimente certeza que las sospechas de Bella debían ser correctas.
—Eso no es lo que me pareció a mí. —Bella no sonaba como la arpía que dificultó la vida de
Antonia. Sonaba como una mujer que se enfrenta al desastre—. ¿Qué va a hacer?
El letargo que había infectado a Antonia durante los últimos cuatro días se desvaneció. Con el
súbito propósito, se giró y rebuscó en su bolso.
Su mano se posó finalmente en la caja de caoba que contenía sus pistolas de duelo, un regalo de
su padre en su decimosexto cumpleaños. Una reliquia de los días en que el conde había estado
orgulloso del espíritu e independencia de su hija.
—Voy a arreglar esto.
188
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 27
Ranelaw mantuvo la calesa transitando demasiado rápido a través del abundante tráfico
para que Cassie no se arriesgara a saltar. Ella permanecía en silencio. Su temeraria velocidad
mientras zigzagueaba dentro y fuera de los demás vehículos la debía poner nerviosa. La última cosa
que ella querría sería interrumpir su concentración y enviarlos a ambos a toda velocidad sobre los
adoquines.
Cuando llegaron a las afueras de Londres, mantuvo el vertiginoso ritmo. Algo en él respondía a la
velocidad. Tenía una fantasía extraña que si iba lo suficientemente lejos y lo suficientemente
rápido, dejaría sus desastres atrás.
La idea de volar hacia la nada era diabólicamente atractiva.
―No me está llevando con Antonia, ¿verdad? —La voz de Cassie era plana.
―¿Qué?
Mantuvo los ojos en la carretera, aunque, por supuesto, la había escuchado, a pesar del viento y
el crujido de la calesa y el hecho de que él condenadamente bien quería posponer esta
conversación en particular el mayor tiempo posible.
―No me está llevando con Antonia.
No sonaba como la cabeza hueca con la que había bailado. Odiaba pensar en Antonia, pero no
podía dejar de recordar que en repetidas ocasiones le había dicho que Cassie era mucho más
inteligente de lo que fingía.
Una pena. Cassie no era tan inteligente como él. Y él estaba lo suficientemente lejos de Londres
como para tenerla a su merced. Todos los cerebros del mundo no la podrían salvar ahora.
Debería alegrarse. Lo había conseguido con tal mínima dificultad, que apenas se lo creía. Dios no
podía estar de su parte, no cuando sus propósitos eran tan malvados. Quizás el diablo tomó el
control de su destino.
Nada nuevo en ello.
La zona estaba desierta. Los campos yacían a ambos lados y zanjas profundas se alineaban en la
carretera. Si Cassie intentaba escapar, no tendría problemas para atraparla.
Detuvo la calesa y se volvió hacia ella, agarrando su brazo para asegurarse de que no hiciera
nada estúpido.
―No, te estoy secuestrando.
Se preparó para el ataque de histeria. Pero ella no temblaba bajo su mano. En cambio, le clavó
una mirada firme y notablemente desdeñosa.
―¿Quiere casarse conmigo? ¿Por qué no se lo solicita a mi padre? Estoy segura de que le
escuchara. Usted es, después de todo, de una familia noble.
Soltó una risa desdeñosa.
―¡Buen Dios, no! ¡No quiero casarme con usted! Yo sólo quiero arruinarla.
Ella reaccionó con una curiosidad fría que no podía dejar de admirar.
―¿Por qué?
189
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Él frunció el ceño. Curiosamente no había esperado que tuviera que dar explicaciones. Más
extrañamente, el poder parecía haberse desplazado a esta asombrosamente serena jovencita de
dieciocho años de edad, que lo miraba como si acabara de salir arrastrándose de debajo de una
roca.
―Soy un libertino.
Sus labios se tensaron.
―Por supuesto que lo es. Pero usted no me desea.
Ranelaw miró a Cassie. Realmente la miró por primera vez. Ella no parecía ni deslumbrada ni
asustada.
En su lugar parecía… decepcionada.
―La he perseguido durante toda la temporada. ―¿Cómo era que se sentía derrotado? Hacia
unos momentos, había sido el dueño de su mundo.
―Sí ―dijo con impaciencia―. Pero usted desea a Toni.
Tiró tan bruscamente de los caballos que caminaron de lado y alzaron sus cabezas. Los
tranquilizó, mientras su mente se agitaba con perplejidad.
―¿Su acompañante? ―Trató de sonar como si la idea fuera absurda.
Su voz se mantuvo en calma.
―Sí, mi acompañante. Lady Antonia Hilliard. Como usted bien sabe. La mujer que hace que se
ilumine como una vela. La mujer a la que apenas puede quitar la vista de encima, no importa lo
mucho que simule coquetear en otras partes.
―La estaba utilizando para llegar a usted. ―Él ya sabía que esta extraordinaria joven no creería
ni una palabra. ¿Por qué iba a hacerlo? Ella tenía razón. La única mujer que le interesaba era la
mujer que volvió sus noches en fuego y que lo había abandonado hacia cuatro días.
Cassie alzó las cejas con abierto escepticismo.
―No, no lo estaba. ―Su voz desarrolló astucia—. Seguramente sabe que esta broma estúpida la
pone para siempre fuera de su alcance. ¿En qué demonios está pensando, milord?
―Ella no es para mí. ―Una fisura se creó en el hielo que lo recubría. Luchó para arreglarlo.
Amaba ese hielo. Le evitaba sentir. Le impedía anhelar. No quería pensar en perder a Antonia.
Quería pensar en vengar a la pobre e inocente Eloise.
Si no podía manejar eso, no quería pensar en nada.
―No después de esto, ella no lo es. ―Cassie habló con verdadera pasión―. Ella es perfecta para
usted. Y usted puede restaurar su legítima posición.
Miró a la joven en estado de shock. De repente, toda la secuencia de encuentros con Cassie
tenía un extraño sentido. Ella no lo había estado alentando a él. O al menos sólo lo había alentado
para que Antonia pusiera reparos a su inapropiado interés.
―Dios mío, nos estaba emparejando.
Cassie no tuvo ni siquiera la decencia de ruborizarse.
―Pienso... pensaba que era el hombre para ella. Ella ha estado sola demasiado tiempo. Usted la
volvió… viva.
Maldita ella, no quería oír hablar de Antonia volviendo a la vida. Le agitaba demasiados
recuerdos. Cerró los ojos y automáticamente apretó su agarre en el brazo de la muchacha. No
porque temiera su fuga, sino porque todos sus músculos se contrajeron negando la verdad que ella
decía.
190
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―Ella no es para mí —repitió con los labios rígidos, e interiormente se estremeció como en un
grito silencioso, un gran bloque de hielo se desprendió de su alma en el océano turbio de su vida.
―Si me lleva de vuelta ahora, puede ser que no descubra lo que ha hecho.
Ahora su víctima le ofrecía consejos para salvar su triste trasero. Peor aún, un pequeño y oscuro
rincón de su alma le prestaba atención.
Nada de eso le hizo cambiar de opinión. Incluso si llevaba a Cassie sana y salva de vuelta, Antonia
seguiría perdida para él. Sólo le debía lealtad a su hermana. Había de continuar con su plan hasta el
final, no importaba que su conciencia le diera de patadas como un caballo salvaje bajo su primera
silla de montar.
Se obligó a mentir.
―Confunde mi interés en su acompañante.
El desdén nubló su rostro.
―Si insiste.
Él frunció el ceño.
―Debería tener miedo. Diablos, debería estar malditamente aterrorizada.
―Podría salir corriendo ―señaló ella con desapego casi científico―. No es como si tuviera un
ejército de esbirros para detenerme.
Lanzó una mirada elocuente sobre su entorno. Había un pueblo a pocas millas atrás. Otro unas
cuantas millas más delante. Ninguno lo suficientemente cerca como para ofrecer refugio.
―¿E ir dónde? No tiene dinero. Lleva tontos zapatos que le llevarían a unos cien metros
adelante antes de que se desintegraran. No tiene acompañante. Se lo prometo, está más segura
conmigo que con una turba de patanes.
Apretó los labios.
―No, si tiene la intención de violarme.
Se dio cuenta de que debajo de su bravuconería, estaba asustada. Reprimió la desagradable
percepción de que se había convertido en la clase de degenerado que sacaba las alas a las moscas y
prendía fuego a las colas de gatitos.
Al menos podría poner la mente de la chiquilla malcriada Demarest en reposo por un rato.
Cuando había trazado este secuestro, había jurado exprimir hasta la última gota de temor y miseria
de su víctima. En las últimas semanas, su gusto por la teatralidad se había desvanecido.
―No voy a violarla.
―Probablemente imagina que estoy dispuesta ―espetó ella de vuelta―. Usted tiene una idea
exagerada de sus atractivos, milord.
En contra de su voluntad, él sonrió.
―Y usted tiene una lengua afilada para una chica que el mundo considera azúcar hilado.
Ella levantó la barbilla.
―Soy más fuerte de lo que parezco.
Siguió sonriendo. Le empezaba a gustar Cassie. Lo cual era un enrome y maldito desastre.
Mientras ella siguiera siendo una tonta y pequeña mera cifra, el éxito había rondado a su alcance.
―Me complace oír eso ―dijo secamente―. Le juro que volverá a Londres tan virginal como el
día que se fue. Estará arruinada después de una noche conmigo sin importar si la toco o no.
No parecía aliviada. Parecía confundida.
191
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―No lo entiendo. Si usted no… —Se mordió el labio y apartó la mirada, y luego lo miró a los ojos
sin titubear. Deseó no reconocer su valentía. Su voz aún era artificial―. Si no me quiere en su cama
y no quiere casarse conmigo, ¿por qué hace esta cosa sin sentido?
Supuso que hacer añicos las ilusiones que tuviera sobre la comadreja de su papá formaba parte
de su venganza. Sus manos se apretaron en las riendas.
―Debido a su padre.
Cassie lo miró más desconcertada.
―Mi padre está en París.
―Hace veinte años, su padre fue invitado de mi familia. —Hizo una pausa, buscando las
palabras. Resultó más difícil de lo que había imaginado alertar a esta joven de los pecados de su
progenitor. Él siguió adelante, esperando que el relato pudiera apuntalar su propósito. Tuvo un
repentino recuerdo sombrío de Antonia contándole una historia vilmente similar a la de Eloise―. Él
sedujo a mi hermana y la abandonó para dar a luz a su hijo.
La negación obstinada ensombreció la expresión de Cassie.
―No le creo.
―Es cierto.
Ella negó con la cabeza.
―Mi padre puede ser un libertino pero nunca ha arruinado una chica de buena familia.
Los labios de Ranelaw se torcieron con el amargo recuerdo.
―Tal vez debería aclarar que Eloise es hija bastarda de mi padre.
La mandíbula de ella se tensó.
―No me hago ilusiones sobre la debilidad de papá por una cara bonita, pero nunca ha
importunado a las criadas en Bascombe Hailey o a las chicas de la aldea. No seduciría a la hija de su
anfitrión, fuera ilegítima o no.
Ranelaw se encogió de hombros con indiferencia genuina. El destino de Cassie estaba sellado le
creyera o no acerca de Eloise.
―Tal vez ha cambiado sus formas desde su juventud. Tal vez se ha convertido en lo
suficientemente sabio como para perseguir sus vicios bien lejos de casa y de las consecuencias
desagradables. No es que él sufriera las consecuencias de lo que le hizo a Eloise. Toda la tristeza fue
de ella. Su padre escapó impune. ―Hizo una pausa mientras la antigua ira se enroscaba apretada
en su vientre―. Hasta ahora.
―Me niego a creerle ―dijo ella con frialdad, aunque la mirada que fijó en él era preocupada.
Podía ver que su decidida certeza astilló la confianza de la chica en su padre.
―Su prerrogativa. No hay ninguna diferencia a largo plazo.
Cassie parecía cada vez más molesta.
―Sí, lo hace. Me está diciendo que mi padre es un canalla de la peor clase y espera que acepte
lo que dice sin pruebas.
―La prueba es sin duda mi plan en su contra. Pero como le dije, si elige creerme depende
totalmente de usted.
Tal vez fue su evidente falta de interés en persuadirla en aceptar su historia lo que finalmente la
convenció. La devastación inundó su rostro. Sofocó una oleada de simpatía involuntaria. No podía
permitirse el lujo de sentir pena por ella, ya sea por sus acciones en contra de ella o por lo que
descubrió de su vil padre. Pero así, se aferraba a su venganza sólo por el hilo más frágil.
192
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―Si lo que dice es verdad, lo siento mucho. ―Su voz tembló―. Su pobre hermana. ¿Qué pasó
con el bebé?
―La hija de Eloise nació muerta.
―Oh. —Cassie miró hacia su regazo, a sus manos apretándose con tanta fuerza, que los nudillos
se pusieron blancos.
Ranelaw se preparó para una andanada de preguntas, nuevas expresiones de duda sobre el
papel de su padre en la tragedia, pero ella permaneció en silencio. ¿Al final el miedo había anulado
su valor?
―¿Cassie?
Después de una pausa, levantó la vista, sus grandes ojos azules inundados de lágrimas. Parecía
una diosa joven y afligida. No sentía ningún ápice de atracción sexual, lo que era a la vez un alivio y
una preocupación. Debería querer follar a esta chica. Pero su reacción principal era el impulso de
abrazarla y decirle que todo iba a estar bien. Terriblemente jodido paternalista.
―Ese bebé era mi hermana ―dijo conmovida.
Él frunció el ceño.
―Sí. Así como era mi hermana la que su padre agravió. Se ha estado pudriendo en un convento
irlandés durante los últimos veinte años.
―Todavía no estoy segura de creerle.
Pero Ranelaw podía ver que al final lo hizo. Con una mano temblorosa, Cassie retiró la humedad
de sus ojos.
―Si es cierto, fue algo imperdonablemente impío de papá. ―Su voz se fortaleció―. Pero no es
mi culpa.
Frunció el ceño mientras su conciencia le apuñalaba una vez más.
―Su padre tiene que saber qué se siente al ser testigo de la destrucción de alguien que ama.
La mirada de Cassie se agudizó.
―¿Le pidió Eloise que la vengara?
―No.
―Entonces, ¿cómo sabe que ella quiere esto? ―preguntó con urgencia―. Seguramente ella no
desearía la deshonra a otra mujer, una mujer que nunca le ha hecho daño.
Sus labios se apretaron.
―Merece resarcirse.
Para su absoluta sorpresa, Cassie puso la mano sobre su brazo. Sus músculos se tensaron con el
rechazo, pero ella cerró los dedos y se aferró.
―La quiere mucho, ¿no?
La miró como si dijera disparates.
―Por supuesto que sí.
―Tiene suerte de tener tal hermano.
La sospecha anudó su garganta.
―No crea que engatusarme será su manera de hacer que la deje ir.
―No lo haría. ―Ella parecía inocente. Demasiado inocente. Debía tener algún plan en mente.
Aunque por la vida de él, no podía imaginar cual―. Veo que está decidido.
193
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
194
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
recuperado al menos parte de su fuerza cuando el marqués le informó de que había dejado la casa
para siempre, exiliada a un convento en Irlanda. Su hermano tenía prohibido cualquier otro
contacto con ella.
Nicholas se había inclinado ante su padre con un desprecio que sabía que el hombre mayor
notó, giró sobre sus talones, y rápidamente robó un caballo para rescatar a su hermana.
Su padre, a pesar de su depravación moral, era un hombre inteligente. Nicholas logró evadir a
los guardias de la finca familiar. Había llegado a la carretera antes de que dos fornidos lacayos le
salieron al paso y lo arrastraron, pataleando y luchando, de vuelta a Keddon Hall y la reclusión
durante una semana de en las bodegas. Para entonces, Eloise era imposible de rastrear, no importó
cuánto Nicholas planeó y conspiró para descubrir su paradero.
El siguiente trimestre, Ranelaw salió de Eton con los salvajes planes de buscar a su hermana por
todos los rincones de Irlanda. Esta vez, llegó hasta Fishguard antes de que su padre y sus secuaces
lo atraparan y lo obligaran a volver al encarcelamiento en Keddon Hall. No más escuela para el
testarudo joven conde de Gresham. Ninguna diversión de cualquier tipo hasta que se fue a Oxford
y, para sorpresa de nadie, inició una carrera de jarana y libertinaje que nunca había disminuido.
El nombre de Eloise nunca se pronunció en Keddon Hall de nuevo. Como si su desgracia diera
forma a la única mancha en el expediente Challoner, fue borrado de la historia familiar.
Incluso confinado en Keddon Hall, Ranelaw continuó su batalla para encontrarla. Al final
descubrió una carta del convento, pero para entonces, Eloise se había trasladado al monasterio
principal en Francia. Durante los siguientes siete años, la guerra estalló en Europa. Durante los
breves e inciertos períodos de paz, Ranelaw no tuvo suerte en ponerse en contacto con su
hermana.
Luego, un año después de Waterloo, una carta manchada de agua llegó al alojamiento de
Ranelaw en Londres. A través del caos en el continente, Eloise había sobrevivido, convertido y
tomado sus votos de regreso en Irlanda.
Bajo coacción, Ranelaw estaba seguro.
La había escrito inmediatamente, prometiéndole llevarla a casa, pero ella había respondido con
una terca insistencia de que estaba mejor donde estaba. Él había escrito una vez más, suplicándole
a abandonar el convento, pero esta vez ella se había negado en términos tan fuertes que nunca se
lo volvió a preguntar. Suponía que la vergüenza le hacía creer que merecía el encarcelamiento, así
como su vergüenza por haberla fallado en vengarla le impidió viajar a Irlanda para liberarla.
Sus cartas semanales desde entonces habían estado llenas de las minucias cotidianas de la vida
conventual e historias de las otras hermanas. Recuerdos de su infancia, siempre concentrándose en
los años previos a la visita de Demarest. Todas ellas con la cálida generosidad de espíritu que
Ranelaw recordaba.
Cada carta rasgaba otra grieta en su corazón. Cada carta le recordaba que había jurado vengarse
de Demarest pero nunca levantó un dedo para lograrlo. Qué decepción había demostrado ser a la
única mujer que lo había amado incondicionalmente y sin egoísmo.
Y ahora, joder, joder, joder, estaba a punto de ser una decepción de nuevo.
Reprimió un suspiro pesado y redujo la velocidad de los caballos. Cassie, que había permanecido
en silencio durante varios kilómetros, se tensó y lo miró con una mezcla de aversión y turbación.
―¿Qué está haciendo?
Su voz era inexpresiva mientras orientaba el carruaje hacia Londres. No habían llegado lejos.
Estaría de vuelta antes del anochecer.
195
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
196
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 28
Antonia se inclinó sobre el cuello de su caballo y lo azuzó para que corriera más. Como si
Aquiles supiera cuan desesperada era su misión, no la molestó con sus habituales trucos.
Su vientre revuelto por una culpa loca. Debería haberse dado cuenta que Ranelaw sacaría alguna
artimaña. Incluso le había advertido que la seduciría para llegar a su prima.
Oh, era diabólicamente inteligente.
E infectado con una maldad profunda a la que todavía apenas daba crédito.
Mientras corría hacia la carretera, Antonia era vagamente consciente de ojos que giraban en su
dirección. Una mujer montando imprudentemente por Londres estaba destinada a despertar
curiosidad. Había evitado su disfraz. Las gafas distorsionaban su visión, ¿y qué le importaba si la
gente veía su cara? Se retiraría a Somerset cuando hubiera recuperado a Cassie.
Ranelaw no ralentizaría su ritmo hasta llegar a un lugar seguro. Si ella tenía la razón, este era su
propiedad en Hampshire. Había enviado a Bella y a Thomas, el mozo de cuadras, juntos en la
carretera hacia el norte a Escocia. Sólo en el caso de que Ranelaw tuviera la intención de casarse.
Sus instintos más profundos le dijeron que Ranelaw solo quería seducción.
Rezó para que una de sus conjeturas de ruta fuese correcta. Si alcanzaba a Ranelaw antes del
anochecer, todavía podía evitar el desastre.
El sentido común le decía que Ranelaw podía llevar a Cassie a cualquier lugar. Podría estar
encerrada en algún lugar en la capital. Podría estar planeando en llevarla a cruzar el continente,
más allá del alcance de la familia y amigos.
Por lo menos Antonia estaba segura de que Cassie no estaba en la casa de Londres de Ranelaw.
Había hecho una visita allí antes de dejar la cuidad, perdiendo unos minutos preciosos mientras un
arrogante mayordomo insistía en que su señoría no estaba en casa. Cuando finalmente se dio por
vencida, esperó en la calle y detuvo a una doncella que salía. Después de que un chelín cambiara de
manos, la chica estaba feliz de confirmar que Ranelaw no había estado en casa en toda la tarde.
Cuando galopaba hacia la costa, las nubes de polvo obstruyeron la nariz y la boca de Antonia,
irritando sus ojos. Ignoró la incomodidad e instó a Aquiles a una mayor velocidad.
Esperaba que Ranelaw no hubiera tomado a una cautiva dispuesta. Sus despreciables atenciones
habían deslumbrado a Cassie, pero seguro que la muchacha se resistiría a la fuga. Antes hubiera
estado segura, pero Cassie había cambiado mucho durante esta temporada en Londres, Antonia no
podía estar segura de que no fuera cómplice de Ranelaw.
Los labios de Antonia se afinaron con determinación. No importaba si Cassie se había ido
voluntariamente o no. Si tenía que arrastrar a su prima gritando de vuelta a Londres, lo haría. El vil
plan de Ranelaw no vencería.
La había tomado por una tonta. Cuando le surgió una marea paralizante de abrumadora traición,
apretó los puños en las riendas. Furiosa sofocó el dolor y la indignación. Más tarde se reprendería a
sí misma por su parte en este desastre. Ahora necesitaba ser de hielo, lista para arrancar a Cassie
de su secuestrador sin dudarlo.
197
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
De vez en cuando había pasado algún vehículo, principalmente pesadas carretas o diligencias
que avanzaban a toda velocidad. Era el tiempo muerto de la tarde. En una hora más o menos, el
tráfico aumentaría.
Cuando una liviana calesa se acercó en dirección contraria, apenas prestó atención, con
excepción de reconocer automáticamente la calidad de los caballos. Hasta aquí era hija de su
padre. El tráfico en dirección a Londres no era de interés. Su única preocupación eran los carruajes
viajando hacia la costa de Hampshire.
Sólo cuando estaba casi encima de ellos se dio cuenta de que había interceptado a su presa. La
conmoción le hizo frenar a Aquiles tan bruscamente que corcoveo y relinchó su disgusto.
Ranelaw debía haberla reconocido mucho antes que ella lo reconociera. Ya había parado el
elegante carruaje pequeño con una floritura que le dio ganas de asesinarlo.
En este momento, todo le daba ganas de asesinarlo.
Controló su rabia aunque su vientre se tensó con el impulso de hacerle daño como él le había
hecho daño. Necesitaba control. Por encima de todo, necesitaba ganar.
—Lady Antonia —dijo con una indiferencia destinada a molestar. Se quitó el sombrero y se
inclinó como si se encontraran en Hyde Park en lugar de en este tramo de carretera desierta—. Que
agradable sorpresa.
Lady Antonia.
Había descubierto quién era. La consternación se apoderó de ella. Aunque no importaba ahora,
supuso. Como la señorita Smith o como la aristócrata mancillada Lady Antonia Hilliard, era capaz de
frustrar sus planes.
Ignorando a Ranelaw, miró hacia donde estaba su prima acurrucada contra el asiento.
—¿Estás ilesa, Cassie?
La chica esbozó una sonrisa temblorosa que transmitía alivio y gratitud en partes iguales.
—Sí.
Antonia cerró brevemente los ojos.
—Gracias a Dios. —Se deslizó hasta el suelo y colocó las riendas sobre su brazo.
—Debes haber cabalgado como el diablo —comentó Ranelaw de forma coloquial que hizo que
su piel cosquilleara con mal genio. Tenía la clara intención de llevar esto adelante con gran estilo—.
Pero, por supuesto, eres una amazona consumada. La hija del viejo Aveson difícilmente podría ser
otra cosa.
Él buscó la ventaja al revelar que lo que sabía todo. Ya era demasiado tarde. Después de hoy, no
significaba nada para ella. Si yacía sangrando en la calle, lo patearía en los dientes, y luego seguiría
caminando.
Sin dar la espalda a la calesa, buscó en su alforja y sacó el par de pistolas que había cargado
antes de salir de Londres.
—Veo que estás tomando la ruta melodramática —dijo Ranelaw secamente.
Él no mostró ni un poco de miedo. Por supuesto que no lo haría. Se había equivocado en muchas
cosas, pero nunca se había confundido su orgullo desmesurado. Podía dispararle donde estaba
sentado y no pronunciaría una sola palabra en su propia defensa.
—Bájate —dijo con voz dura, apuntando las armas hacia él.
—Toni, estoy tan contenta que… —Cassie se movió, pero Antonia le hizo un gesto para que
volviera a su asiento.
198
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
199
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cassie la miró conmocionada con los ojos desorbitados, como si nunca la hubiera visto antes.
Antonia le lanzó una tenue sonrisa con la intención de tranquilizarla, pero la tensión de la chica no
disminuyó.
—Cassie sostén las riendas.
Mantuvo el arma cargada levantada mientras Ranelaw saltó desde el carruaje con una facilidad
física impresionante, a pesar de todo, hizo que su corazón diera un vuelco. Una vez más, se
maravilló con como la magnificencia exterior disfrazaba semejante corrupción.
Manteniendo el arma apuntando hacia Ranelaw, Antonia se movió para atar a Aquiles detrás del
carruaje. Subió al carruaje y agarró las riendas de Cassie.
—Está bien. Nadie sabrá que esto sucedió —dijo en voz baja.
Ranelaw la miró con una luz decidida en sus ojos. Una vez, habría imaginado que su expresión
transmitía admiración. Ahora no podía confiar en nada de lo que veía.
El dolor golpeó la coraza de su control. Después de dejar a Cassie en casa, cedería a la decepción
y la rabia. Primero debía desterrar a la serpiente de su Edén.
—¿Realmente quieres dispararme? —preguntó Ranelaw como si su respuesta le diera lo mismo.
Miró hacia donde él esperaba.
—Debería. —Hizo una pausa. Más difícil con cada segundo para ahogar la desolación. Pero lo
haría. Lo haría—. Lo haré si alguna vez te acercas a Cassie de nuevo.
El granuja tuvo el descaro de sonreír.
—¿Qué hay de ti? ¿Puedo acercarme a ti?
Los labios de Antonia se estrecharon mientras luchaba contra las ganas de gritar.
—Sólo si quiere una bala en su negro corazón, milord.
La última vez que habían estado juntos, le había llamado Nicholas. No lo volvería a llamar
Nicholas nuevamente. Deseaba con toda su alma no haberlo conocido nunca.
Incluso en la derrota, él conservaba su confianza.
—¿No me vas a dejar el caballo? Lo dejaste claro.
—Tiene su vida. Agradezca que haya conservado tanto. La larga caminata es una oportunidad
para reflexionar sobre sus pecados, milord. Le sugiero que empiece. Oscurecerá en pocas horas.
—Toni, sólo me rapto porque papá arruinó a su hermana —dijo Cassie con urgencia.
La mirada de Antonia no se apartó del hombre que la había abrazado en una noche de éxtasis
ardiente.
—¿Tu inocencia a cambio de la inocencia de su hermana?
Ranelaw no respondió. Tal vez era lo suficientemente sabio para saber que cualquier excusa que
Cassie le ofrecía no era excusa en absoluto.
—Su hermana tuvo un bebé que murió —dijo Cassie—. Es tan triste.
Antonia no dejó de enfocar la cara engañosa de Ranelaw. Su voz era de acero.
—Incluso si es cierto, significa que no hay diferencia entre el Marqués de Ranelaw y Godfrey
Demarest. Ambos destruyen a cualquier persona que interfiere en su placer egoísta.
A través del entumecimiento frío, sintió una distante satisfacción cuando él palideció. Esperó a
que discutiera, pero permaneció en silencio.
Las náuseas se elevaron, su boca se agrió. No podía soportar mirarlo más. Instó a los caballos y
se fueron rápidamente por el camino sin mirar atrás.
200
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Ranelaw permaneció inmóvil bajo el sofocante sol y observó la calesa salir corriendo a toda
velocidad. No se hacía ilusiones de que Antonia cediera y regresara por él. No se hacía ilusiones de
lo cerca que había estado de tener una bala entre los ojos.
Querido Dios, deseaba que le hubiera disparado.
Se ahorraría tener que reconocer el enredo completo que había hecho de todo. Sólo en este
momento se dio cuenta exactamente de lo que había hecho, como había roto irremediablemente
toda esperanza de felicidad, como merecía cocerse en su propia amargura durante los muchos años
vacíos que la Divinidad le asignara.
Sí, una bala sería bienvenida ahora.
Antonia Hilliard era la criatura más hermosa que jamás había contemplado. No había nadie que
la igualara.
Y él, maldito idiota inútil que era, la había dejado deslizarse entre sus dedos como un puñado de
arena en una playa con mucho viento.
Había tenido destellos de su calidad. Lo había fascinado como ninguna otra mujer. Lo había
enfurecido y desafiado y seducido hasta que no podía pensar con claridad. Demonios, le había
hecho olvidar la venganza que había ocupado sus últimos veinte años.
Qué estúpido fue al no tratarla con la debida prudencia desde la primera vez. Qué estúpido fue
al no darse cuenta de que esa mujer sencilla con ese vestido horrible era su destino.
Nunca había creído en el amor. Nunca había visto muchas evidencias de ello. Pero mientras
permanecía de pie, golpeado y humillado por la desenfadada confianza en el rostro de Antonia,
reconoció que el amor existía realmente.
Había estado locamente, desesperadamente e inevitablemente enamorado de Antonia Hilliard
durante semanas. Probablemente desde el primer momento que la había visto, cuando había
gruñido como un perro pastor enojado con un lobo. Había caído más profundamente enamorado
desde entonces.
Ella era su amada, su alma gemela, su otra mitad, su destino. Todas esas empalagosas y
sentimentales palabras que la gente elige para describir a esa única persona que le daba sentido al
mundo, que le hacía latir el corazón, que le daba al sol una razón para brillar.
No era un poeta, incluso uno inepto como Benton. Pero no podía dudar lo que sentía.
La amaba.
Y ella lo odiaba.
A través de una noche radiante, se ofreció a él con una alegría abierta que lo hizo sentirse como
un dios. Eso en sí mismo debería haber sido una pista de que esta relación había sido un universo
alejado de sus coqueteos habituales.
Ahora que no quería volver a verlo.
Ese conocimiento era como un cuchillo retorciéndose en sus entrañas. Cerró los ojos y respiró
hondo mientras la triste verdad se filtraba en sus huesos.
Nunca, nunca, nunca.
Nunca volvería a ver a Antonia. Nunca volvería a gritar cuando la tomara. Nunca volvería a
descansar saciada en sus brazos. Nunca volvería a besarlo. Nunca volvería a hablar con él.
Qué trágico que el gran libertino, el Marqués de Ranelaw, se encontrara llorando por la ausencia
de conversación de una mujer. Había tomado la sustancia dura y poco prometedora de su alma y la
había moldeado en algo nuevo.
201
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
La agonía era que ella no quería tener nada que ver con su creación.
Era fuerte y firme, su amada. Se había pasado la vida engatusando a las mujeres para que
hicieran lo que no debían. Había tratado a esas mujeres como niñas, fácilmente aplacadas con
juguetes como joyas o halagos. No se engañaba a sí mismo, no lograría ganarse de nuevo el favor
de Antonia con regalos o encanto. Su alma era de granito, no paja húmeda como la mayoría de la
gente que conocía.
Por supuesto esa era una de las razones por las que la amaba. Siempre la amaría.
Abrió los ojos. La escena era normal. Eso que parecía la imagen del infierno era puramente un
reflejo del desierto en su corazón.
La calesa estaba fuera de su vista. Llegarían a Londres antes del anochecer y Antonia se
aseguraría que la reputación de Cassie no sufriera daño.
Su venganza se había echado a perder, como debería ser.
Su amor estaba perdido para él. No la merecía.
Supuso que sobreviviría a esto. En este momento, no le importaba mucho.
Debido a que no tenía otra opción que caminar o acurrucarse en una zanja y esperar que
descendiera a ser bendecido de la nada, puso un pie delante del otro.
Tenía una larga caminata por delante. Como su sabia amada dijo, le proporcionaría la
oportunidad de reflexionar sus numerosos pecados.
Y de lo que haría a continuación.
Eso estaba lo suficientemente claro. Su vil fracaso hacía su elección ridículamente simple. Un
sólo curso de acción estaba aún abierto. Podía realizar sólo un servicio más por Antonia.
Después de eso, no le importaba una mierda lo que le pasara a él.
202
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 29
—Fue una cosa retorcida lo que hizo Lord Ranelaw —dijo Cassie en voz baja después de
que hubieran cubierto varias millas sin hablar. Cuando Cassie se volvió, sus ojos no estaban
vidriosos por las lágrimas como Antonia esperaba. La chica estaba pálida pero serena.
Las manos de Antonia se tensaron en las riendas. Una aguda e intensa determinación la había
sostenido desde que recuperó a su prima. No pensaba más allá del momento. Era como si el daño
fuese tan grande, que no podía comprender su magnitud.
Esta vacuidad no iba a durar. ¿Cómo podría? Aunque estaba muy agradecida de que la asolación
se hubiera visto aplazada, aunque fuera brevemente.
Su mente racional insistía que la vida continuaría. Volvería a su monótona existencia
gestionando la finca de Demarest, al menos hasta que Cassie se casara y tuviera que encontrar otro
empleo. Cassie, quiera Dios, estaba a salvo de cualquier efecto adverso a partir de hoy. Ranelaw
ardería en el infierno, a su manera como siempre había hecho.
El mundo no se había terminado en esa carretera polvorienta.
Se percató de que no había respondido a Cassie. Forzó su voz a funcionar.
—Sí, retorcida.
Otro silencio espinoso descendió.
Cassie jugueteó con sus faldas.
—Él me estaba trayendo de vuelta.
Antonia se sacudió por lo que el carruaje se desvió violentamente. Lucho por controlar a los
caballos.
—¿Qué?
—Regresaba a Londres cuando nos sorprendiste.
Antonia no pudo evitar recordar que Ranelaw no se dirigía hacia Hampshire.
—Eso no quiere decir que no te iba a atacar.
—No me iba a tocar.
—Eso es lo que dijo él.
—Le creo. —La mandíbula de Cassie adoptó una familiar línea terca.
Las cejas de Antonia se arquearon con incredulidad.
—El hombre no te deseaba ningún bien.
—Tenía sus motivos.
—En vez de excusar al bruto, deberías dar gracias a Dios que te encontré a tiempo —espetó
Antonia.
—Estás demasiado enojada para atender a razones —dijo Cassie imparcialmente.
Antonia tensó la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes rechinaron.
—Estoy tan enojada que es un gran esfuerzo no dar vuelta a esta calesa y meterle una bala en la
bonita piel del guapo marqués.
—Te ama.
203
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Una risa amarga se le escapó a Antonia y sus manos se tensaron en las riendas.
—No seas absurda.
—Pensé... pensé que era idóneo para ti. —La voz de Cassie era apagada y su mirada se apartó de
Antonia como si confesara algo vergonzoso.
Antonia detuvo los caballos de forma abrupta.
—¿Qué has dicho?
Cassie parecía molesta, más molesta que desde que Antonia la había rescatado.
—Es tan fuerte, guapo e inteligente. Estaba claro que había algo entre vosotros. Pensé que él te
haría feliz.
El desconcierto se abrió camino entre su sofocante desdicha.
—Pero él te estaba cortejando. Tú le alentabas.
—Sólo porque si no lo hacía, no tendrías ningún motivo para hablar con él.
Antonia lanzó un suspiro tembloroso, furiosa con su prima y con Ranelaw por no ser el hombre
que había creído. Sobre todo estaba furiosa consigo misma, que el sonido del nombre del canalla
todavía la inundara de pecaminosa añoranza.
—Cassie, no sé por dónde empezar. Es un libertino. Un hombre sin principios como hoy ha
demostrado. Es…
—Tiene una chispa en sus ojos y un vigor en su paso. Te mira como el semental de mi padre mira
a su yegua favorita.
A pesar de todo, Antonia no pudo contener un horrorizado jadeo de risa.
—Bueno, eso es romántico.
Cassie se encogió de hombros.
—Es un hombre interesante.
—Es un sinvergüenza.
—Tal vez por eso es tan emocionante. Eres lo suficiente mujer para mantenerlo a raya.
Cassie no podía saber cómo cada palabra apuñalaba a Antonia como un cuchillo. Pero su prima
no tenía ni idea de lo muy tonta que había sido su acompañante.
—No seas ridícula. Soy una solterona sin gracia pasada la edad del cortejo.
Esta vez, Cassie se echó a reír.
—Ahora, ¿quién está siendo ridícula? Eres hermosa. Y ya has pagado por tu indiscreción. —
Cassie le lanzó una mirada sorprendentemente adulta—. Él te llamó su amor.
Maldito Ranelaw y su lengua indiscreta. Antonia sabía que se había sonrojado. Esperaba que
Cassie lo interpretase como una señal de indignación no de vergüenza.
—Él llama a cada mujer su amor.
—Nunca me llamó así.
Antonia chasqueó la lengua a los caballos para hacerlos trotar.
—Sólo estaba esperando su oportunidad.
La voz de Cassie bajó.
—Antonia, sé que no quieres contármelo todo. No hay ninguna razón por la que deberías. Y
siento que Lord Ranelaw resultara ser una decepción.
204
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Una decepción. La ironía ayudo a transformar el dolor de Antonia sin aportar el más mínimo
alivio. Sí, esa era una manera de describir esta punzante agonía, supuso. Su corazón quería
detenerse tras cada latido. Se sentía como si entrase en un túnel interminable y oscuro. Su futuro
no tenía luz. La maldad de Ranelaw extinguió todo esplendor.
La noche era cerrada en el momento en que Antonia condujo a las caballerizas detrás de la casa
Demarest. Envió un mozo detrás de Thomas y Bella y pidió a un lacayo devolver la calesa de
Ranelaw. Sintió un impulso momentáneo de prender fuego al pequeño y caro carruaje, pero se
contuvo. La valkiria rencorosa y vengativa se retorció en su pecho, pero se negó a darle expresión a
los gritos de la gruñona.
Al final Cassie la había obligado a escuchar lo que Ranelaw le había contado acerca de su
hermana. Su prima derramó su ira y confusión por las fechorías de su padre aquel lejano verano.
Antonia quería desesperadamente poner en duda lo que decía Cassie. Después de todo, Godfrey
Demarest, había llegado a su rescate en el punto más bajo de su vida y desde entonces la había
protegido.
Pero el problema era que lo conocía lo suficientemente bien como para imaginarlo
comportándose como Ranelaw había descrito. Era un hombre descuidado, inclinado a perseguir sus
pasiones sin premeditación. Y siempre era más que feliz si era otro quien limpiaba las
desagradables consecuencias. No había gestionado su patrimonio durante diez años sin descubrir
sus defectos en un plazo bastante corto.
Era capaz de una gran bondad, si no le costaba nada de tiempo o esfuerzo. Pero también era
capaz de actuar como una comadreja irresponsable y dejar que otros afrontaran los efectos
perniciosos. Tampoco jamás se había engañado a sí misma de que no era otra cosa que un hombre
que perseguía implacable sus conquistas sexuales. Sus frecuentes ausencias de Somerset le dirigían
corriendo a los antros de placer. Hacía un superficial intento de ocultar a su hija su inclinación por
el libertinaje, pero incluso Cassie sabía que cuando su padre estaba ausente, llevaba una vida de
hedonista indulgencia.
Había seducido a Eloise hacia veinte años. Si Godfrey Demarest era pródigamente irresponsable
en su madurez después de casarse y engendrar un hijo, debía haber sido salvaje más allá de lo
imaginable en su juventud.
Por desgracia, por mucho que Antonia no quisiera aceptar que Demarest era culpable de seducir
a Eloise Challoner y abandonarla para que sufriera los resultados, algo que de inmediato reconoció
como cierto y que incitó a Ranelaw a vengarse.
El corazón de Antonia se apenó por los sufrimientos de Eloise. ¿Cómo podía no hacerlo? Sobre
todo porque ella también había sido víctima de las mentiras de un hombre joven. Pero como había
dicho en ese camino polvoriento a Hampshire, la maldad de Godfrey Demarest no era excusa para
que Ranelaw secuestrara a Cassie.
Algo que nunca le podría perdonar. Así como no podría perdonar a Ranelaw por proponerle un
compromiso, en acciones en lugar de palabras, tal vez, pero no obstante un compromiso, y luego
traicionarla.
Estaba muerto para ella.
¿O lo estaría una vez que silenciara su interminable dolor por él?
¿Y si hubiera un niño?
205
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Sofocó la maliciosa y susurrante pregunta. Un mes de hacer el amor con Johnny y no había
concebido. Una noche en los brazos de Lord Ranelaw no podía plantar un bebé en su vientre. Se
negaba a aceptar esa posibilidad.
Entraron en la casa por el jardín.
—Tengo un compromiso para ir a la opera con los Brideson. —Cassie sonaba con poco
entusiasmo, mientras caminaban juntas por el oscuro pasillo hacia la escalera principal.
Apenas extraño que la joven estuviera decaída. Antonia se sentía con ganas de encerrarse en su
habitación y no salir jamás. Y ella no había estado en grave peligro, mientras que Cassie había
mantenido los nervios a través de un secuestro.
—Enviaré una nota diciendo que estás indispuesta. También enviaré una nota a la señora
Merriweather para decirle que la emergencia familiar fue una tormenta en un vaso de agua. Debe
preguntarse qué crisis te mantuvo alejada de la fiesta sin hablar primero con ella.
Cassie le lanzó una mirada de agradecimiento.
—Me había olvidado de los Merriweather.
—Vamos a lograr que pases a través de esto sin un murmullo de escándalo. —Antonia observó
cómo los hombros de su prima se desplomaban y el cansancio abrumaba su habitual paso ligero—.
¿Por qué no cenas en tu habitación? Y te acuestas temprano.
Cassie asintió y respondió con una voz sin vida.
—Gracias. Lo haré.
—Si quieres voy y me siento contigo. —Antonia sonrió—. Estoy orgullosa de ti, Cassie.
Cassie pareció sorprendida y se detuvo.
—¿Por qué? Si no hubiera estado tan ansiosa de promover un encuentro entre Lord Ranelaw y
tú, no habría estado en problemas.
Antonia apretó el hombro de la muchacha.
—Estoy segura de que Ranelaw planificó la venganza mucho antes de conocerte. La mayoría de
las chicas se habrían derrumbado histéricas hace horas. Eres valiente e inteligente y te quiero.
—No fui valiente en absoluto. Estaba aterrorizada. —Las lágrimas llenaron los ojos de Cassie y
sus labios temblaron—. No podía ver que bien haría en demostrarlo.
—Esa es la definición de valor.
—Oh, Antonia, fue horrible —dijo Cassie entrecortadamente y se arrojó contra Antonia.
Los brazos de Antonia se cerraron alrededor de su prima con un gesto feroz mientras Cassie
estalló en lágrimas. Maldito Ranelaw por amenazar a esta maravillosa chica. El odio y la indignación
que había mantenido a raya desde que se había enterado del secuestro surgieron como una marea
amarga.
Cómo esperaba que alguien en algún lugar hiciera sufrir a la serpiente. Sufrir el tormento de los
condenados. Ella no estaría allí para presenciarlo pero deseaba a Lord Ranelaw una vida de dolor y
tristeza. Le deseaba todos los males del mundo.
Entonces, cuando probara los límites de la desdicha, tal vez el mal que había perpetrado hoy
dejara un rastro de arrepentimiento.
Pocas posibilidades de eso, pero encontró un breve placer al imaginar el corazón roto de Lord
Ranelaw. El único obstáculo era que hoy había llegado a la conclusión de que no tenía un corazón
para romper.
—¿Qué es esto? Mis dos chicas favoritas escondidas en la parte posterior de la casa.
206
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Antonia alzó la vista para encontrarse con la mirada eternamente divertida de Godfrey
Demarest. Después de enterarse de lo que le había hecho a la hermana de Ranelaw, había algo
nauseabundo sobre sus rápidas sonrisas. En todos sus años juntos, nunca le había visto tomarse
algo en serio. Una vez había encontrado su permanente buen humor atractivo. Ahora había
descubierto que era tan egoísta y destructivo como Johnny o Ranelaw. Sus sonrisas sólo mostraban
su superficial egoísmo.
—Señor Demarest, bienvenido a casa. —Antonia discretamente mantuvo a Cassie detrás de ella.
Cassie estaba rígida por los nervios, aunque sabía que Antonia nunca le contaría a su padre sobre
los peligros a los que se había enfrentado hoy. Ni a Cassie ni a Antonia les beneficiaría compartir lo
imprudentes que habían sido respecto al poco respetable Marqués de Ranelaw.
—Gracias. —Demarest miró más allá de ella hacia Cassie—. ¿Lágrimas, mi preciosa hija? ¿Qué es
esto?
—Cassie está disgustada que me vaya de vuelta a Somerset —dijo Antonia rápidamente.
Fue un esfuerzo sonar natural. Buscó en el rostro de su empleador la prueba de su irreparable
perversidad pero al igual que Ranelaw, su aspecto no reveló su corrupción. Era exactamente el
mismo de siempre. Altura media, cabello castaño claro perfectamente peinado, rasgos normales,
brillantes ojos de color gris.
Tenía la necesidad de preguntarle sobre Eloise. Tal vez hubo alguna circunstancia atenuante que
explicase el haber seducido a una joven inocente.
Pero si mencionaba a la hermana de Ranelaw, revelaría inevitablemente que su relación con el
marqués se había extendido mucho más allá de lo requerido en una acompañante, defendiendo a
su pupila de las atenciones de un libertino. No podía soportar que nadie se enterase de lo estúpida
que había sido, los lunáticos riesgos que había tomado. ¿Y para qué? Un hombre que no valía la
pena el dolor de un instante. Un hombre desleal que le había asestado una herida que la había
dejado tambaleante.
—Cassie, minino tonto. — Su padre abrió los brazos.
Cassie siempre había adorado a su padre, no importa cuán negligente fuera. Así que, otra grieta
surgió en el corazón de Antonia al notar la leve vacilación de la chica antes de volar a sus brazos con
un sollozo. Sin embargo, para Antonia la emoción parecía extrema par el regreso a casa de un
padre, aunque amado.
Demarest como de costumbre no notó nada inusual en su mundo. Riendo, devolvió el abrazo de
su hija antes de llevarla hacia la biblioteca, pidiendo a Antonia seguirlos. Después, típico del
hombre, hubo un gracioso relato de sus aventuras en París, cuidadosamente preparado para evitar
enredos con cortesanas, Antonia no tenía ninguna duda, y abrieron regalos extravagantes.
Convenció a Cassie que le contara sus triunfos sociales. Al principio la chica estaba rígida y poco
natural, pero al final habló ante la calidez de su padre. Antonia se mantuvo alejada de la alegría, a
pesar de que había jugado un papel tan largo, actuar como orgullosa acompañante no tenía cabida.
Cuando Cassie se retiró después de la cena, Demarest le indicó a Antonia que esperara. Estaba
cansada y el dolor latía en sus sienes. A medida que la noche fue avanzando, su fortalecida cólera
fue menguando. En cambio estaba exhausta, afligida y desesperada por tener intimidad para poder
liberar los demonios de dolor y furia que luchaban en su interior.
Pero trabajaba para Godfrey Demarest. Aún más, cuales fueran sus pecados contra los demás, le
debía una deuda de gratitud que nunca había pagado. Solo rogó que no la mantuviera abajo
demasiado tiempo. Sus ojos ardían de combatir las lágrimas.
207
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
208
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Oh, no, no hoy. Una sombría premonición sacudió su vientre. Sus dedos se cerraron sobre su
copa de brandy. Apenas había asimilado la traición de Ranelaw. Perder también su hogar parecía
demasiado cruel, a pesar de que había sabido que este día llegaría cuando Cassie entrase en el
mercado matrimonial.
Pero no tan pronto.
Demarest se quedó mirando el fuego.
—Espero que Cassie reciba muchas ofertas.
—Es hermosa, inteligente y rica. Cualquier hombre sería afortunado de tenerla como esposa.
—¿Pretendientes serios?
Se encogió de hombros.
—Lord Soames parece ser un buen partido y a Cassie le gusta. —Hizo una pausa y se obligó a
decir el aborrecido nombre. Las palabras oprimieron su garganta, pero las soltó—. El Marqués de
Ranelaw ha mostrado interés.
Demarest no reaccionó con evidente culpabilidad. Era difícil conciliar a este amable caballero
con lo que sabía de Eloise. Pero el remordimiento nunca había sido el fuerte de su primo.
—Espero que le dieses poca importancia a ese canalla. Ya había oído que estaba husmeando.
Debe haber decidido que es hora de llenar su cuarto de niños. Debe tener más de treinta años.
—Cassie sabe lo que se hace.
Otra pausa y, luego Demarest hablo casi indiferente.
—Cuando ella se case, ¿qué hay de ti?
Antonia aplastó el cobarde impulso de retrasar esta discusión.
—Dice que quiere llevarme con ella. Sospecho que su nuevo marido puede tener una idea
diferente. —Tragó saliva y se aventuró con una vacilante sugerencia—. Pensé que ya que estás
ausente mucho tiempo, podrías considerar permitirme que continúe gestionando la propiedad.
Cuando él negó con la cabeza, su corazón se encogió. Su mano se apretó más fuerte alrededor
del vaso, aunque se esforzaba por mantener la compostura hacia el exterior. Demarest había hecho
tanto por ella. No había ninguna razón por la que tuviera que mantenerla perpetuamente como un
caso de caridad.
Su voz era inusualmente sombría.
—Una vez que Cassie ya no esté en casa, eso no sería adecuado.
Antonia dejó el vaso sobre la mesa, entre las sillas. Su mano temblaba tanto, que derramó el
coñac.
—Tienes razón. —Levantó la barbilla y se preguntó si tendría valor para soportar esto por
encima de todo lo demás—. Agradezco todo lo que has hecho por mí y ha sido un placer cuidar de
Cassie. ¿Me proporcionarás una referencia para otro puesto? —Otro puesto con una familia que la
trataría en realidad como a una sirvienta. ¿Cómo iba a soportarlo?
Demarest no parecía darse cuenta del golpe que le había asestado.
—Si eso es lo que quieres.
Ella frunció el ceño.
—No veo otra alternativa.
Su voz era suave y profunda.
—Podría pedirte que te casaras conmigo.
209
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 30
Con la mente en estado de agitación, Antonia se retiró a su habitación. Los últimos días
habían sido demasiado agitados, demasiado confusos. La conmoción y la incredulidad batallaban
dentro de ella por la propuesta del señor Demarest. Se retorcía en un torbellino. Como si se
hubiese divido en un centenar de personas diferentes y no entendiese a ninguna de ellas.
La aburrida dama de compañía. La amante apasionada. La mujer que rechazó la propuesta de
Johnny. La amazona que rescató a Cassie y amenazó con disparar a Ranelaw.
Entre todas estas múltiples identidades, ¿debería ahora incluir a la futura esposa de Godfrey
Demarest?
Con su estómago revuelto, se dejó caer en la silla frente a su tocador. Le dolía el cuerpo como si
hubiese caminado cien millas a través de una tormenta salvaje. Desconcertada se miró en el espejo.
Aparte de los dos parches de rubor en sus pómulos, estaba pálida. Con los ojos oscuros y
desencajados.
Era difícil de creer, pero en los últimos días, tres hombres le habían propuesto matrimonio.
Cuando ella se consideraba a sí misma completamente inelegible.
Por supuesto, la única oferta que consideraba seriamente era la de su primo. Se había sentado
atónita y en silencio mientras Demarest le explicaba que quería que ella continuara gestionando su
propiedad. Básicamente, nada cambiaría. Excepto que Antonia recuperaría el estatus que perdió
después de su fuga. Tendría seguridad por fin, un lugar en el mundo.
¿Habría planeado esto desde el momento en que la descubrió en el barco desde Francia? Parecía
poco probable. Sabía por experiencia que su primo rara vez miraba hacia el futuro sopesando las
consecuencias. La trágica historia de Eloise Challoner confirmaba esa percepción. Era un hombre
que vivía para su propia comodidad, y que Antonia continuara haciéndose cargo de sus
responsabilidades sería de su agrado, no tenía ninguna duda.
¿Le agradaría esto a ella?
Mientras que Demarest no disimuló ninguna pretensión de renunciar a sus actividades libertinas,
había mencionado su esperanza sobre los hijos. Era una manera delicada de decir que iría a su
cama si ella lo deseaba, pero que no haría valer sus derechos conyugales.
Sus manos atenazaron el tocador de caoba. Ella quería tener hijos. Quería una familia. Quería
una casa que le perteneciese a ella, y no ser el resultado de caridad temporal.
¿Estaba dispuesta a aceptar a un esposo infiel para obtener todas esas cosas?
¿Estaba dispuesta a pasar por alto los pecados de su primo contra Eloise Challoner?
¿Estaba dispuesta a aceptar a Godfrey Demarest como amante?
Cerró los ojos y se esforzó por olvidar la enorme alegría que experimentó en los brazos de
Ranelaw. Porque cuando recordaba la alegría, también recordaba la traición. La agonía la hizo
temblar y amenazó con enviarla arrastrándose a un agujero oscuro.
No, ella debía expulsar a Ranelaw del corazón y de la mente. Toda la pasión. Todas las mentiras.
Todo el placer seductor y pecaminoso. Toda la rabia asfixiante. En su lugar, debía decidir su
próximo paso con la cabeza, no con el corazón. Su corazón nunca la guió correctamente.
210
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Tal vez, Godfrey Demarest y ella tuvieran una oportunidad de ser felices. Ella lo conocía bien,
tanto lo malo como lo bueno. Había algo bueno en él cuando no era demasiado perezoso o egoísta
para ignorar los dictados de su conciencia.
Ni Demarest ni ella esperaban una gran pasión. Bascombe Hailey era su hogar y ya consideraba a
Cassie como a una hermana. Considerarla como a una hija no requeriría ningún esfuerzo.
¿Qué opción tenía Antonia más que aceptar esta propuesta?
La mayoría de la gente diría que después de su desliz, era afortunada por tener otra opción. La
estricta moralidad insistía que debía pudrirse en las alcantarillas. A pesar de todo ahora la vida
acomodada como la esposa de un hombre rico le hacía señas.
Si extendiera la mano y lo agarrara.
El señor Demarest no pareció sorprendido cuando Antonia le solicitó una entrevista después del
desayuno. Debía saber que ella estaba peligrosamente escasa de opciones si dejaba de emplearla.
Cuando entró en la biblioteca, Demarest se levantó de detrás de su escritorio y fue a su
encuentro. Sus modales cuando la hizo entrar en la sala le transmitieron un asomo de propiedad.
Estaba claro que esperaba que dijera que sí a su propuesta.
A pesar de su cansancio, Antonia no había dormido ni un momento. Con los ojos secos y el
interior vacío como una vieja cáscara de nuez, había visto salir al sol sobre Londres. Brevemente se
preguntó dónde estaría Ranelaw, entonces borró despiadadamente su curiosidad. Durante toda la
noche, había luchado por no pensar en él. Pero el dolor de su corazón y entre sus piernas le
recordaba que una vez más se había entregado a un hombre indigno.
No lloró. Esta agonía estaba más allá de las lágrimas. Había llorado un océano por Johnny. La
traición de Ranelaw superaba cualquier dolor que pudiese imaginar.
Si quería casarse con Godfrey Demarest, mejor pensar en él. Pero una y otra vez, tenía que
superponer las facciones agradables por las características intensas, afiladas del hombre que podía
destruirla si ella lo dejaba. Todo acerca de Ranelaw era fraudulento, especialmente sus recuerdos.
No hubo dulzura ni pasión. Sólo hubo mentira y manipulación.
Incluso sabiéndolo, borrar su imagen resultaba terriblemente difícil. Pero lo haría. No importa el
tiempo que le llevase. Aunque tuviese que cortar su alma en muchos pedazos para lograr alcanzar
un bendito entumecimiento.
El señor Demarest le tomó la mano y la condujo hasta la silla en la que se había sentado la
pasada noche.
—Tienes buen aspecto esta mañana, querida.
Antonia reprimió una sonrisa irónica. Parecía una bruja. El insomnio y la ansiedad la habían
dejado pálida y demacrada. Los ojos con los que se encontró en el espejo estaban apagados y
hundidos y un terrible dolor de cabeza se había instalado en sus sienes.
Ambos se sentaron. A pesar de que había sido ella la que solicitó esta reunión, le resultaba
imposible mencionar el tema de su propuesta. Nunca antes había experimentado un silencio
incómodo con su primo. Esperaba que esto no fuera una señal de lo que vendría. Aunque, por
supuesto, si lo aceptaba, sobre todo administraría la finca de Somerset ella sola, como lo había
hecho durante los últimos diez años.
Que irónico que ahora contemplase el matrimonio con un hombre que compartía muchos de los
fallos de sus primer amante. Como Johnny, Demarest no era deliberadamente malo. Era
simplemente egoísta y poco dispuesto a considerar las consecuencias de sus actos. Debía
encontrarlo detestable, pero al final, no podía odiarlo. Era un niño mimado, al igual que Johnny.
211
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
212
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Antonia se agarró a los brazos de la silla en shock y con el corazón estrellándose contra sus
costillas. A diferencia de Demarest, ella no tenía necesidad de cuestionarse el nombre. Lo había
oído perfectamente claro.
Su hermano estaba aquí.
Diez años y ni una sola palabra. Y ahora aparecía sin previo aviso. Después de la conmoción de
los últimos días, no podía reunir fuerzas para enfrentarse a Henry. Era demasiado. Se sentía como si
fuera a hacerse añicos como el cristal.
El mayordomo se mantuvo ajeno a su explosivo anuncio.
—Lord Aveson, señor. Sé que solicitó privacidad, pero insiste en que tiene que verle.
Antonia se levantó con piernas temblorosas. El temor corriendo por sus venas. Huir parecía su
única opción.
—Él no puede encontrarme.
—Antonia, estás en mi casa. No te hará daño. —De la forma que Demarest lo dijo, la compasión
en su rostro, le hizo querer aceptar su propuesta de matrimonio en un santiamén. Antes de que
pudiese hablar, miró al impasible mayordomo—. Hágale entrar, Eames.
—Sí, señor. —El mayordomo hizo una reverencia y se marchó.
Una sofocante vergüenza cerró la garganta de Antonia. Los años se esfumaron y ella fue una vez
más la humillada chica de diecisiete años que su padre condenó como una ramera.
—No puedo.
—Sí, puedes. —Demarest la tomó del brazo para detenerla de lanzarse hacia la puerta. Utilizó la
misma voz que había tranquilizado a una joven angustiada huyendo de Italia.
—Déjame marcharme. Por favor. —Se retorció para escapar, pero ya era demasiado tarde.
Cuando se dio la vuelta, su hermano la miraba desde la puerta con lo que ella interpretó
inmediatamente como una disgustada incredulidad.
—Antonia.
Henry parecía tan sorprendido como ella. Ella le lanzó una mirada suplicante a Demarest, a pesar
de que él no podía evitarle este doloroso encuentro.
Luchando por revivir su coraje, respiró hondo y se apartó de Demarest. Ayer había amenazado
con disparar a su amante. Seguramente, hoy tenía las agallas para hacer frente a su hermano, por
más que la niña asustada encogida en su interior desease desaparecer. Godfrey Demarest no era el
hombre más fuete de la Creación, pero no iba a permitir que su hermano la condenase como una
mujerzuela y la echara a la calle.
—Lord Aveson —dijo con voz débil, inclinándose en una reverencia y levantando su barbilla en
un ángulo desafiante.
Henry aún no se había movido de la puerta. Su rostro estaba pálido.
—Antonia.
No le había dirigido ni una mirada a Demarest. En cambio, su mirada fija en su rostro. Para su
horror, sus ojos azules, gemelos a los que veía todos los días en el espejo, brillaban con lágrimas.
La confusión inundó su falsa bravata. Esta no era la reacción que esperaba.
—¿Henry? —Vaciló, repentinamente insegura de si la formalidad era la mejor manera de darle la
bienvenida.
213
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
A pesar de su rugiente humillación, no podía dejar de mirarlo con avidez. Cómo le había echado
de menos. Durante la que había sido, en muchos aspectos, una infancia solitaria, ella siempre le
había admirado.
Incluso después de la larga separación, él era desgarradoramente familiar. Había sido un joven
desgarbado, con sólo veinte años cuando ella huyó, pero los años le habían llenado. Como todos los
Hilliards, era alto, elegante y tan rubio como un vikingo. Era la viva imagen del padre, que la había
descartado tan cruelmente. La inquietante comparación le envió un escalofrío por su columna
vertebral.
Salvo que su padre nunca hubiera dejado vislumbrar semejante vulnerabilidad ni se hubiera
visto tan devastado. Incluso cuando desterró a su hija de su vida para siempre.
—Él… él me dijo que habías muerto —dijo Henry con voz ronca—. Que Dios me perdone, yo le
creí.
—No estoy muerta —dije estúpidamente.
Su cerebro parecía lleno de avena húmeda. Nada tenía sentido. Buscó en el rostro de Henry el
desprecio que se merecía. En Vicenza, su padre había sido tan firme en que ni su madre ni su
hermano querían tener nada que ver con ella.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Demarest detrás de ella. Ella reaccionó con el sonido
de su voz. Había olvidado que se encontraba en la habitación.
Henry parpadeó como si también se encontrase perdido en la fascinación de ver a la hermana
que había desaparecido de su vida. No apartó la mirada de Antonia.
—John Benton me escribió para decirme que había visto a mi hermana en Londres. Salí
inmediatamente cuando recibí la carta.
Antonia se dio cuenta de que su hermano estaba cubierto por una fina capa de polvo y que
parecía exhausto. Las ojeras marcaban sus ojos y estaba sin afeitar y despeinado. Con la conmoción
de su llegada, no se había dado cuenta de los pequeños detalles.
—Pero, ¿cómo supiste que estaba aquí?
¿La habría seguido Johnny desde el parque? Seguramente no lo había hecho, aunque sólo fuera
porque Ranelaw lo hubiese detenido. A lo sumo, habría adivinado el área donde vivía, pero no su
dirección exacta.
Una vez más Johnny Benton la decepcionaba. Le había rogado que ocultara el hecho de que la
había visto. Debería de estar furiosa, pero después de la traición de Ranelaw y la asombrosa
aparición de Henry, apenas importaba esta nueva decepción de su primer amante.
—No lo hice. —Henry parecía tan desconcertado como ella—. Esperaba conseguir la ayuda de
Godfrey para encontrarte. He perdido el contacto con la mayoría de mis relaciones en Londres y
Godfrey siempre ha conocido a todo el mundo. Parecía el hombre más adecuado para preguntar.
—Ella ha estado conmigo todo el tiempo —dijo Demarest—. Desde que el imbécil de tu padre la
echó al mundo sin un centavo para protegerla.
Ni Antonia ni Henry le rindieron un momento de atención. En su lugar, se miraban fijamente el
uno al otro como si midiesen su próximo paso en esa extraña y tensa reunión.
—¿Por qué querías encontrarme? —Se tensó y la amargura agudizó su tono—. ¿Para hacerme
jurar que Lady Antonia Hilliard seguirá muerta? Hace diez años que le prometí a papá que no me
pondría en contacto contigo ni con mamá otra vez.
Henry palideció bajo su ataque y su rostro se tensó de dolor.
214
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
215
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
posibilidades para su futuro, no había imaginado que su hermano podría encontrarla y ofrecerle la
absolución.
—¿En serio? —preguntó vacilante.
—En serio —dijo con una sonrisa tan grande, que no pudo dudar de su sinceridad. La sonrisa era
desgarradoramente familiar, y le hizo parecer mucho más joven, a pesar de su agotamiento físico.
Por un momento, se parecía al niño con el que había crecido, y no al hombre que era ahora.
No estaba segura de quién se movió primero, pero de repente él la abrazó y ella lo abrazó a él.
Aunque se dijo a sí misma que ya había llorado bastante, estalló en fuertes sollozos. Todo su
sufrimiento, su miedo y su pesar se unieron con esta inesperada bendición para derribar sus
últimas defensas. Durante diez años, se había sentido completamente sola, pero ahora parecía que
su hermano siempre la había amado.
—Todavía no me lo puedo creer —dijo con voz estrangulada cuando finalmente se apartó. Se
restregó los ojos con las manos pero aún le brotaban las lágrimas.
—Yo tampoco. —Henry mantuvo su brazo alrededor de Antonia cuando se volvió hacia
Demarest, que se había traslado a mirar por la ventana para darle a los hermanos un poco de
intimidad—. Gracias por mantenerla a salvo. Aunque por qué, en el nombre de Dios no me contaste
que la tenías, nunca lo sabré.
—Juré guardar el secreto. —Demarest se volvió hacia ellos estudiándolos con una leve sonrisa—.
Y tu padre era un mojigato santurrón, si me perdonas la franqueza, sabía que no iba a ceder
después de haberla repudiado.
—Él nunca admitió la verdad, incluso en su lecho de muerte —dijo Henry con un dejo de rabia,
apretando el brazo alrededor de Antonia—. Por lo menos ese bastardo de Benton mostró un atisbo
de conciencia y me informó que Antonia estaba viva. Cuando leí su carta, me aterraba pensar lo
que mi hermana había estado sufriendo sin la protección de su familia.
—Ha tenido la protección de su familia —dijo Demarest con un toque de arrogancia.
—Siempre te estaré agradecida —dijo Antonia, incluso cuando no podía encajar el conocimiento
de que la desgracia de Eloise Challoner en circunstancias similares a la suyas había dado lugar a un
destino mucho más duro.
Ella no podía adivinar el estado de ánimo de su primo. Mientras parecía contento por ella, se
atisbaba en sus gestos una cierta reserva. Tal vez se dio cuenta de que la llegada de Henry
significaba por lo menos un retraso antes de que Antonia aceptara su propuesta y su vida se
desarrollara como él deseaba.
Demarest se acercó al aparador y sirvió tres coñacs.
—Es temprano, pero todos necesitamos esto.
Con una mano temblorosa, Antonia aceptó el vaso. Hacía mucho tiempo, que había sofocado la
menor esperanza de volver a su familia. Ya era demasiado tarde para hacer las paces con su madre.
Su padre, lo sabía, nunca la habría perdonado.
Pero su hermano estaba aquí. Más que eso, su hermano no la odiaba.
La impresión la dejó temblando.
Henry soltó a Antonia y se volvió hacia ella.
—Quiero que vuelvas a casa.
Antonia frunció el ceño, sin estar segura de que hubiese oído bien.
—¿Estás seguro? Podríamos desencadenar el escándalo que papá estaba tan ansioso por evitar.
216
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
A pesar de sus dudas, su corazón dio un vuelco de alivio ante la posibilidad de regresar a Blaydon
Park. A los lugares que había amado. A la vida como Lady Antonia Hilliard.
No más disfraces. No más engaños.
Un nuevo comienzo en el que podría sobreponerse a la traición de Ranelaw. Su cruel engaño y la
maldad irredimible habían herido su alma. Incluso el milagro de la amorosa acogida de Henry no
podía sanar esa herida supurante.
Escapar a Blaydon Park le proporcionaría una chispa de esperanza. La imagen del hogar siempre
le recordaba como una suave música en una noche de verano. Ahora quería llorar de gratitud ante
la promesa de un puerto seguro.
Ranelaw nunca le seguiría a Northumberland.
No seas ridícula, mujer. Ranelaw no te seguiría a ningún sitio. Ni tú quieres que lo haga. Es un
mentiroso. Él no merece más que desprecio y odio.
—Si hay un escándalo, lo superaremos. —Henry bebió de su coñac como si el chisme no le
preocupase lo más mínimo—. Por fin he encontrado a mi hermana. No voy a renunciar a esto
simplemente para acallar algunas malas lenguas.
No iba a ser fácil, cualesquiera que fuesen las confiadas predicciones de Henry. Sus errores del
pasado todavía podían envenenar su futuro.
—Johnny podría hablar.
—Dudo que lo haga —dijo Demarest bebiendo de su coñac—. Podrá ser tonto, pero incluso él
debe darse cuenta de que sus acciones no le darían buena reputación.
—Déjale que hable —dijo Henry con firmeza—. Ese canalla de Benton no va a dictar mi futuro.
Antonia se dio cuenta de que Henry realmente había cambiado. Había crecido
inconmensurablemente más fuerte. A pesar de que era mayor que ella, ella había sido la que había
desafiado a sus padres, insistiendo en seguir su propio camino. Él siempre había estado ocupado en
actividades académicas, ingenuo, deseoso de restaurar la paz para poder retirarse
imperturbablemente a la biblioteca. Su expresión de determinación cuando levantó la copa hacia
ella en un silencioso brindis le indicó que había aprendido a luchar por lo que quería.
Ella intentó encontrar el valor de su certeza, pero se sentía maltratada por los desgarradores
acontecimientos de los últimos días. Había vivido a través de una tormenta de pasión, furia, peligro
y amargura. Ahora, una nueva vida se extendía por delante. O tal vez un retorno a una vida anterior
de la que había pensado que estaba excluida para siempre.
Se sentía demasiado perdida para ser feliz, a pesar de la gratitud por el rápido perdón de su
hermano que le calentaba el corazón. Por primera vez en mucho tiempo, tenía una posibilidad real
de elegir lo que quería que fuese de ella. Apenas lo creía. Más que eso, pertenecía a una familia de
nuevo. Tal vez volver a casa a Northumberland como Antonia Hilliard podría tejer la tela hecha
jirones de su corazón.
217
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 31
218
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Había esperado toda su vida para enamorarse. Por lo menos cuando esa calamidad le sucedió,
había elegido una mujer digna de su devoción.
Él no era digno de ella. A pesar de que lo recordaría hasta su último aliento cómo se había
sentido al tenerla en sus brazos.
―Nunca le consideré un defensor de la virtud, Ranelaw ―dijo Benton sarcásticamente.
Ranelaw arqueó las cejas de una manera deliberada para poner los pelos de punta a Benton.
―¿Virtud? Te voy a disparar por tus pecados en contra de la moda, viejo amigo.
Los hombros de Benton formaron una línea dura y sus manos en puños a los costados como si
quisiera dar un puñetazo a la expresión arrogante de Ranelaw.
―Cualquier daño es puramente una preocupación entre la dama y yo.
Una furia asfixiante se incrustó en la garganta de Ranelaw. Luchó contra el impulso de retorcerle
el cuello al desgraciado.
―Si una dama estuviera involucrada, espero que seas lo suficientemente caballero para no
mencionar su nombre.
Los labios de Benton se curvaron con desdén. A través de su ira, Ranelaw estaba de mala gana
impresionado, y sorprendido, por el coraje del hombre. Había esperado que el marica llorara y
temblara.
Benton parecía enojado en lugar de asustado. Quizás Antonia no había estado tan equivocada en
su encaprichamiento después de todo. Si los celos alimentaban la indignación de Benton o no,
demostraba mucho más valor del que tuvo en Hyde Park. Ambiguamente Ranelaw se alegró.
Disparar a un cobarde llorón no satisfaría el asesinato en su corazón.
Los segundos se acercaron e hicieron un último intento para lograr la reconciliación. Ranelaw
permaneció extrañamente ajeno a los procedimientos, como si observara los acontecimientos en
un escenario. Automáticamente siguió el protocolo, contó los pasos de distancia. Se volvió. Benton
le devolvió la mirada con aversión constante mientras levantaba su arma.
No, Antonia no se había equivocado con su primer amante.
Brevemente Ranelaw miró al cielo, consciente de que fuera la última vez que lo viera.
Azul, azul, azul perfecto. Los ojos de Antonia.
Hubo un fuerte sonido, los pájaros estallaron en graznidos de los árboles circundantes, Ranelaw
sintió un dolor ardiente y cegador dolor en el costado. Se tambaleó, sin conectar inmediatamente
los tres hechos.
Y se dio cuenta de que Benton le había disparado.
Al diablo con el tipo, nunca hubiera imaginado que el hijo de puta se armase de valor.
La oscuridad nubló su visión y cada latido de su corazón vibró a través de su cuerpo como un
gran tambor. Vaciló y se dio cuenta de que iba a colapsar a menos que se sobrepusiera a esta
debilidad.
Si se caía, tal vez no podría disparar.
Otro fracaso en una vida redundante de fracasos.
No, no lo sería. Moriría llevando a cabo esta única cosa. Entonces no emitiría un chillido de queja
cuando Satanás a continuación se lo llevara.
Como si bajara por un largo, largo túnel, fue consciente de que Thorpe corría hacia adelante. Su
amigo le dijo algo bajo y urgente. Por el estruendo en sus oídos, Ranelaw no podía distinguir las
palabras.
219
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
220
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Antonia esperaba en el vestíbulo a que Henry bajara de su habitación para que pudieran salir
hacia Northumberland. Ayer, su hermano y ella habían hablado hasta que el agotamiento después
de su duro viaje lo superó. Todavía estaba nerviosa por regresar a Blaydon Park, pero Henry le
aseguró que todo iba a estar bien. Durante el largo viaje hacia el norte, ya se les ocurriría una
historia creíble para explicar su reaparición.
Esta mañana, Cassie se había comprometido a ir de compras con los Merriweathers. Sólo
Antonia y Cassie estaban al tanto de la estrategia detrás de la decisión de continuar con sus
actividades sociales. Si surgían rumores sobre su desaparición de la fiesta campestre, su
despreocupación pública estaría en contradicción con los chismes.
En el desayuno Cassie había estado apagada y un poco irritable. La trágica historia de Eloise
todavía la atormentaba por lo que había estado inusualmente hosca con su padre, no es que él
pareciera darse cuenta. La partida de Antonia dejaba a Cassie desolada e inestable, sin embargo
contenta de que estuviera remediando sus desavenencias con Henry. Northumberland estaba en el
otro extremo del país, y era evidente que Antonia nunca volvería a jugar a la cuidadosa y adusta
acompañante.
Aunque Antonia estaba tocada por la infelicidad de Cassie por su partida, había sido un alivio el
consignar a la chica a sus amigos. Los últimos días habían dejado a Antonia nerviosa y abrumada.
No tenía la suficiente paciencia para una Cassie rebelde.
Sabía que echaría de menos a su prima como el mismo diablo, pero hoy se sentía drenada y
apática. Sólo quería huir de Londres sin demora. La libertad se cernía como una visión celestial.
Henry bajó las escaleras al trote. Era extrañamente reconfortante como inmediatamente habían
regresado a su fácil afecto. Era difícil creer que habían pasado diez años desde que habían estado
juntos. Se sentía como si lo hubiera dejado el día anterior.
Demarest seguía a Henry más lentamente. Sabía que él estaba feliz de que hubiera recuperado a
su hermano. Pero también sabía que, para un hombre cuya comodidad era su prioridad, la demora
en la respuesta a su propuesta le irritaba. No podía hacerle esperar mucho tiempo. Pero necesitaba
ver su casa de la infancia, convertirse otra vez en Lady Antonia Hilliard antes de que decidiera
donde le llevaría su camino.
Henry le había pedido convertirse en la señora de Blaydon Park. Esa oferta haría que su padre se
retorciera en su tumba, estaba segura.
La vida como anfitriona de Henry no sería muy diferente de la vida en Somerset, salvo que ella
recibiría todos los honores debido a que era Lady Antonia Hilliard. Reclamaría su independencia, y
nunca más tendría que lidiar con la mentira de libertinos que rompían su corazón, sin pensarlo dos
veces.
Demarest había querido que Henry permaneciese en Londres, que se recuperase de su viaje, que
se reencontrara con su hermana en un entorno familiar. Sin embargo, su hermano siempre había
odiado la ciudad, y Antonia estaba ansiosa por volver a Blaydon Park. Supuso que era una señal de
aprobación a regañadientes que Demarest les prestara su carruaje de viaje. Y ropa limpia para
Henry. Su hermano había estado tan agitado por encontrarla, que no había empaquetado nada.
No podía dejar de preguntarse sobre el estado de la propiedad. El Henry que conocía tendía a
perderse en sus estudios, permaneciendo alegremente inconsciente de los aspectos prácticos. En
cierto modo, esto era tranquilizador. Una de las satisfacciones de su existencia restringida en
Somerset era que el señor Demarest era un propietario tan descuidado, que en su ausencia le
221
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
dejaba todas las decisiones a ella. Pero, por supuesto, ahora se daba cuenta de que él era
descuidado con todo, incluyendo a las personas.
Henry nunca había sido descuidado, sólo preocupado. Lo que le ofrecía la oportunidad de ejercer
una influencia positiva en Blaydon Park.
Necesitaba desesperadamente sentirse necesaria en algún lugar.
Independientemente de las elecciones que tomara, nunca se casaría por amor. La pasión hería
demasiado profundamente. Una vida agradable y acomodada con un hombre mayor que no le
hiciera muchas demandas. El atractivo de convertirse en la madrastra de Cassie era un fuerte
incentivo para aceptar a Demarest.
O tal vez ahora que era una mujer de recursos, no se casaría en absoluto.
No podía imaginar que alguna vez volviera a Londres. Permanecería a salvo en el campo. En la
capital, corría el riesgo de que Johnny causara problemas o de que alguien la reconociera como la
acompañante de Cassie Demarest.
Durante mucho tiempo, había estado a merced del destino. Ahora nuevas oportunidades la
llamaban, ofreciéndole más de lo que jamás había imaginado. Parecía demasiado bueno para ser
verdad.
Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.
No importaba. Tenía que ir más allá del dolor y de la alegría ilusoria de las últimas semanas. Su
futuro no podía ser emocionante o romántico, para usar el término de Demarest. Pero por lo
menos era seguro.
―¿Estás lista? ―le preguntó Henry.
―Sí. ―Ella ahogó un sollozo. Lo cual era ridículo. Se negaba a llorar por haber perdido a
Ranelaw. No había sido suyo para perderlo.
El hecho de que él no mereciera un momento de arrepentimiento no podía cambiar su corazón.
Su corazón estaba decidido a llorar. Y lo odió. Esperaba que se pudriera en el infierno. Incluso si
lloraba amargas lágrimas de compasión sobre su condenación.
Aborrecía esta ciénaga de emociones contradictorias. El anhelo del vacío limpio de
Northumberland era un dolor en los huesos. Quizás una vez que estuviera de vuelta a donde
pertenecía, dejaría de sentirse tan confusa y triste.
Con silenciosa meticulosidad, un lacayo abrió la puerta de la calle. Insolentemente alzó la
barbilla. Una nueva vida aguardaba. Que se condenara el Marqués de Ranelaw.
El señor Demarest apretó su mano enguantada con un gesto significativo.
―Por favor, recuerda lo que te pregunté ―murmuró.
―Por supuesto ―respondió Antonia igualmente en voz baja.
No le había mencionado la propuesta de Demarest a Henry o a Cassie. ¿Qué diría su hermano de
este matrimonio? Tal vez después de haberla finalmente encontrado, sentiría que le debía su
completa atención. Al menos en el futuro inmediato.
Otro lacayo abrió la puerta del carruaje. Demarest la tomó del brazo con un gesto posesivo que
sólo alguien tan poco mundano como Henry no vería. La llevó afuera.
Estaba a punto de entrar en el carruaje cuando se dio cuenta de que alguien corría por la calle
hacia ellos.
222
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Para su sorpresa, era Cassie. No Cassie en modo decoroso de Londres. Sino una Cassie bulliciosa,
con mejillas sonrosadas de campo. La Cassie que había visto persiguiendo terneros extraviados y
pollos fuera de control, y agitando los brazos para espantar a las aves de los brotes de semillas.
―¡Antonia! ―Varios pasos detrás de ella, Antonia vio la lucha de Bella para alcanzar a su pupila,
que se precipitaba por la calle de la ciudad como si cruzara un campo vacío―. ¡Antonia, espera!
Cassie debía haber decidido decirle adiós después de todo. El placer calentó brevemente su
pesar turbulento. El señor Demarest, Godfrey, supuso que debía llamarlo, sonrió con tolerancia
ante las formas tan poco femeninas de su hija. Henry miró con curiosidad a su prima. Con su
sombrero ladeado sobre el pelo rubio rizado agitado y su cara enrojecida por el esfuerzo, se veía
increíblemente bonita.
Cassie levantó una mano temblorosa a su pecho agitado y habló en una carrera salvaje.
―Antonia, ha habido un duelo. A Ranelaw le han disparado. Al parecer se está muriendo.
Al parecer se está muriendo.
Todas las egoístas mentiras de Antonia sobre las ganas de su nueva vida se evaporaron en un
instante.
Para revelar los fragmentos irregulares de su corazón.
―¿Qué? ―Tartamudeó, liberándose de Demarest.
Cassie se inclinó por la cintura y luchó por respirar. Sus palabras salieron en ráfagas
entrecortadas.
―John Benton le disparó. Esta mañana. En Richmond.
A través del clamor en la cabeza, logró un susurro asombrado.
―¿Johnny le pegó un tiro a Ranelaw?
¿Cómo era posible que Johnny Benton le hubiera disparado a Ranelaw?
Ranelaw era el letal. Benton en comparación era tan fiable como el hojaldre.
Esto no tenía sentido. Los duelos eran ilegales, un delito capital. Si acababa con una muerte, el
sobreviviente corría el riesgo de ser acusado por asesinato.
Demarest la agarró del brazo.
―¿Qué es todo esto? ¿Qué significa este sinvergüenza para ti? Pensé que el perro callejero iba
tras Cassie y que le dijiste que llevara sus atenciones a otra parte.
Se liberó de él y miró a Cassie horrorizada.
―Debes estar equivocada.
Lentamente Cassie recuperó el aliento. Dios sabía desde dónde había venido. La reacción de la
chica al oír que el Marqués de Ranelaw estaba al borde de la muerte debió haber despertado la
curiosidad. Poco importaba. Todo lo que Antonia había oído, se repetía una y otra vez como una
campana de alarma, al parecer se está muriendo.
Pesadillas con imágenes de sangre inundaron su mente. Ranelaw tendido en un charco rojo,
gritando de agonía. Cerró los ojos y se esforzó por impedir las arcadas de su estómago. ¿Cómo
podría Ranelaw morir? Incluso cuando lo amenazó con dispararle, había reconocido que una sola
bala no podía poner fin a esa vitalidad animal.
Sin embargo, parecía que una simple bala prometía hacer precisamente eso. Una bala disparada
por su decadente primer amante. La tierra se desprendió de su eje y se fue bailando a través del
espacio.
223
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
224
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―No mientas ―dijo Cassie todavía en ese tono cortante. Cuando se volvió a Antonia, su voz se
suavizó―. Toni, debes darte prisa.
Cada norma de la sociedad, de sentido común, insistía en que Antonia partiera de Londres con
Henry y de no volver a dedicar otro pensamiento a Ranelaw. No le debía a Ranelaw absolutamente
nada. Durante los últimos dos días, casi se había convencido a sí misma que ella lo detestaba.
Por supuesto, no lo hacía.
La verdad era tan indiscutible como el cielo sobre ella o el duro pavimento bajo sus pies. Había
sido parte de ella tanto tiempo, que casi no se había dado cuenta.
Se dio cuenta ahora.
Amaba al Marqués de Ranelaw. No importaban los pecados que hubiera cometido. Nada
cambiaba lo que sentía.
No se había entregado a Nicholas, porque después de diez años de castidad, de repente tuviera
una picazón por rascar. Se había entregado a Nicholas porque ella lo amaba más de lo que nunca
había amado a nadie.
No podía dejarlo morir. Nada, la reputación, el deber, o el miedo evitarían que ella lo viera.
―Henry, lo siento ―dijo rápidamente, su corazón tronando por el pánico―. Tenemos que
retrasar nuestro viaje. O te puedes ir sin mí.
―No me quiero ir sin ti. ―Su hermano parecía preocupado.
Si Nicholas estaba tan cerca de la muerte como Cassie había dicho, Antonia no tenía tiempo para
hacérselo entender. Como si alguna vez fuera a entender por qué su arruinada hermana,
finalmente al borde de la rehabilitación, se decidiera a arruinarse a sí misma de nuevo. Esta vez
para siempre.
―Enviaré una nota cuando conozca la situación. ―O volveré sigilosamente de duelo. No dijo las
palabras en voz alta. Se negaba a aceptar la posibilidad de que el hombre que amaba pudiera morir.
Si Nicholas había podido atraerla a su cama, él podría hacer cualquier cosa. Incluyendo sobrevivir a
este ridículo duelo que luchó por ella. No era lo suficientemente ingenua como para imaginar que
las identidades de los adversarios pudieran ser accidentales.
Nicholas era un tonto. Pero era su tonto. Estaría condenada antes de abandonarle a la tumba.
Demarest frunció el ceño y de repente se preguntó si su matrimonio hubiera sido el arreglo de
igualdad que alegremente había imaginado. A pesar de que ahora nunca podría casarse con él, por
muy ventajosa que fuese la unión. No podía casarse con otro hombre cuando cada latido de su
corazón hacía eco del nombre de Ranelaw.
―Antonia, se razonable ―dijo con urgencia―. Incluso si el villano sobrevive, sólo se revolcará
contigo, y luego te descartará por otro trozo de muselina.
―No me importa ―dijo tercamente.
―Tú entre todas las mujeres deberías darte cuenta…
―No me importa ―repitió, y miró a Thomas, escuchando con avidez desde el pescante del
conductor.
―Thomas, llévame a Grosvenor Square. Tan rápido como pueda.
―Sí, milady. ―Inclinó el sombrero en su dirección.
Ella saltó al coche, cerró la puerta y se aferró firmemente cuando el vehículo dio un vuelco al
ponerse en movimiento. Era absurdo, pero tenía el fuerte presentimiento de que si veía a Nicholas
a tiempo, él no moriría.
225
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Se dio cuenta de que estaba murmurando una y otra vez en voz baja. Una súplica repetitiva al
cielo. Ciertamente Dios no le privaría de su amado justo cuando había descubierto que no podía
vivir sin él.
Oyó gritos a su espalda. No le prestó atención.
El cochero se detuvo.
Oh, no, no, no, no, no.
Su corazón tartamudeó con angustiosa negación. No podían detenerla ahora. Demarest podría
negarle el transporte. En este caso, encontraría un coche de alquiler. Caminaría si era necesario.
Dios mío, gatearía a través de Londres para convencer a Nicholas de que luchara por su vida.
En este momento, no le importaba si él pasaba el resto de esa vida con ella. Lo único que le
importaba era que se recuperara. Que en algún lugar en el mundo Nicholas todavía caminara,
hablara y riera. La perspectiva de él persiguiendo a otras mujeres palidecía con la insignificante
comparación del horror de perderlo del todo.
Sus manos se estrujaron sobre el regazo cuando la puerta se abrió y Henry saltó dentro. La
andanada de palabras de enojo murió en sus labios cuando él aterrizó a su lado.
―Henry, ¿qué estás haciendo? ―le preguntó sin comprender.
Él cerró la puerta y dio unos golpes en el techo. El cochero reanudó su marcha con un poco de
traqueteo que respondió a su ansiedad ardiente.
―Podrías estar dirigiéndote a una situación difícil. ―Henry sonrió, tomando una de sus manos
en silenciosa comodidad ―. Te podría gustar alguien a tu espalda.
226
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Capítulo 32
227
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Cassie le había prestado un vestido de viaje, por lo que resultaba que estaba más a la moda de lo
habitual. Era poco probable que Thorpe la identificara como la bruja acompañante de la señorita
Demarest, a pesar de que ella lo había visto bailar y coquetear a través de una multitud de bailes.
Thorpe le sonrió a Henry.
―Lord Aveson, hace siglos que no le veo.
Henry se quitó el sombrero y se inclinó.
―Lord Thorpe, no desde nuestros días en Oxford.
―Usted era un empollón, me sorprende que me recuerde.
Antonia reprimió un suspiro de impaciencia. ¿Qué importaban las sutilezas sociales cuando
Nicholas se estaba muriendo?
―Antonia, permíteme presentarte a Lord Thorpe. ―Henry se volvió hacia ella―. Milord, esta es
mi hermana, Lady Antonia Hilliard.
Los modales la obligaron a hacer una reverencia y extender la mano. Thorpe se inclinó sobre ella
y la miró a la cara. Ella lo vio luchar intentando recordar algo. Apenas le importaba si él la
reconocía, pero por el bien de Henry, mantuvo su expresión neutra, como si conociera a un
extraño.
―¿En qué puedo ayudarles? ―les preguntó Thorpe una vez que las cortesías habían sido
hechas.
―Quiero… ―Antonia comenzó con ímpetu pero Henry la interrumpió.
―Mi hermana es una vieja amiga de Lord Ranelaw. Se ha enterado de los disparos, por
supuesto. Venimos a preguntar por su salud.
Antonia miró a la cara de Thorpe, con el corazón acelerado con repentina esperanza. Tal vez le
diría que Nicholas se había recuperado milagrosamente, que los rumores sobre se aferraba
precariamente a la vida eran exagerados. Su pecho se apretó dolorosamente fuerte cuando el dolor
se estableció en los agradables rasgos del hombre.
―Han quitado la bala, pero no ha recuperado la conciencia. Los médicos, lamento decirlo, no
son optimistas.
¡No! ¡Dios mío, no!
Antonia se tambaleó y se desvaneció la luz. No podía ser cierto. No podía ser. Cuando regresó a
la conciencia, se agarró del brazo de Henry. Contuvo el aliento dejó de girar lentamente. Los dos
hombres la miraron con consternación.
―Lo siento, Lady Antonia. No tenía ni idea… ―Thorpe se detuvo.
Incluso a través de su angustia, vio su dilema. Cualquier mujer que tuviera relaciones con
Ranelaw no podía ser respetable. Sin embargo, ella llevaba un apellido ilustre y había venido con su
hermano como si hiciera una visita social.
―Tengo que verle ―dijo en voz baja a Henry. Logró estar de pie sin apoyo. No podía debilitarse
ahora. No cuando lo peor estaba por venir.
―Los médicos insisten en que no tenga visitas. ―Thorpe dio un paso hacia ella con una
expresión de pesar―. Si usted deja su dirección, me aseguraré de que reciba sus palabras.
Cuando él muera.
El final de la frase sonó con claridad, por todo lo que quedó sin palabras. Con un sollozo
ahogado, Antonia pasó junto a Thorpe y se precipitó hacia la escalera.
―¡Lady Antonia! Usted no puede… ―Thorpe gritó detrás de ella.
228
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
229
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Estaba tendido boca arriba, la sábana doblada en la cintura. Su rubio cabello dorado estaba
oscuro y enmarañado por el sudor. Un vendaje blanco y espeso cubría su torso desnudo. Sus brazos
estaban puestos directamente a los costados y las manos extendidas planas sobre el colchón.
Su corazón se detuvo de un golpe. La penumbra crispó su visión y se tambaleó. Un gemido
ahogado se le escapó.
Querido Dios, era demasiado tarde.
Luego observó el movimiento casi imperceptible de su pecho. Su quietud antinatural era el
resultado de la inconsciencia, no de la muerte. Soltó el aire contenido en sus doloridos pulmones.
Con la mirada clara, en busca del amor recién reconocido, lo estudió. La nariz imperiosa, los
pómulos altos, los círculos oscuros bajo los ojos, los labios pálidos de dolor, aún así él yacía tan
inmóvil como las estatuas de abajo.
Le parecía pecaminosamente incorrecto verlo en esta cama limpia y ordenada. Él no era un
hombre tranquilo. Devoraba la vida, agitaba remolinos turbulentos de energía dondequiera que
iba.
No podía dejarlo ir. No le importaba lo que sus doctores dijeran. Estaban equivocados. Debían
estar equivocados. Johnny Benton no era lo suficientemente hombre para destruir a su amado.
Con un suspiro tembloroso, se dejó caer de rodillas y cogió una de esas manos aterradoramente
inertes. Su carne estaba fría bajo la suya. Se mordió el labio con tanta fuerza, que probó la sangre.
―¿Nicholas? ―Le susurró, como si sólo durmiera. Ella sabía mejor. Él se cernía sobre el borde de
la otra vida.
Se había sentido enferma de miedo desde que se había enterado del duelo. Pero en esta
habitación tranquila donde él permanecía obstinadamente encerrado lejos de ella, el miedo se
profundizó a la desesperanza.
Con sus lágrimas brotando, apretó la cara contra su mano.
―Nicholas, oh, Nicholas.
Levantó la cabeza y le miró a la cara, inexpresiva, como nunca era cuando estaba despierto.
Había ido demasiado lejos hacia el olvido para oírla, pero no pudo acallar las palabras
desesperadas.
―¿Cómo pudiste hacerme esto? Johnny no vale ni un momento de tu tiempo. No me preocupo
por Johnny. Te lo dije una y otra vez.
El silencio la saludó. Y en esa pausa, algo hizo clic en el fondo de su mente. Se quedó mirando
aquel rostro severo y demacrado y una gran ola de revelación se apoderó de ella.
Nicholas, tonto. Tonto galante, tonto equivocado.
Como si hubiera explicado cada paso que daba hacia su desastrosa decisión, supo por qué había
desafiado a Johnny. Lo que no había tenido sentido de repente tenía sentido.
El duelo no había sido, como ella inmediatamente había supuesto, por los celos mezquinos.
Por supuesto Nicholas comprendió que su primer amante no significaba nada para ella. Nicholas
la conocía mejor que nadie y sabía que ella ya no amaba a Benton.
No se había fijado el objetivo de eliminar a un rival. Era demasiado inteligente para ver a Johnny
como una seria competencia por sus atenciones. Nicholas también era demasiado inteligente como
para imaginar que después de secuestrar a Cassie, engatusaría su camino de regreso al favor de
Antonia disparando al hombre con el que se había fugado tanto tiempo atrás.
La muerte de Johnny no lo promovería a su favor.
230
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Mientras lo miraba, algo golpeó haciendo un eco en su mente. El eco de un hombre que
secuestró a Cassie para vengar a su querida hermana.
Debido a que esto sería la única recompensa que podría ofrecerle a una mujer para siempre
perdida para él.
¿Habían nacido todos los pecados de Nicholas del mismo impulso quijotesco para equilibrar la
balanza de la justicia? ¿Tenía razón sobre su desesperado propósito, imprudente, pero
extrañamente cortés en desafiar a Johnny?
¿Era el duelo algún intento estúpido de redimir su empañado honor?
―Oh, Nicholas ―le susurró, sin apenas ver a través de sus lágrimas.
Su gesto le parecía tan extravagantemente romántico. ¿Podría estar equivocada? Nicholas
Challoner era un réprobo salvaje. Superficial. Indiferente. No se veía afectado por las tragedias de
los demás.
Salvo que nada de eso era cierto. Esa podría ser la impresión que él se esforzaba por mantener,
pero en sus relaciones tempestuosas, había visto más de lo que él quería que el mundo discerniera.
Él le había revelado un universo de sentimiento la noche que había pasado en aquella habitación
donde yacía tan cerca de la muerte.
El eco se hizo más fuerte, se convirtió en certeza. El duelo transmitía un inconfundible aire de
desesperación, autodestrucción. Su imprudente desafío llevaba la misma aura de sacrificio que
había caracterizado el secuestro de Cassie.
Había actuado en nombre de alguien a quien amaba.
Alguien que amaba.
No podía ser.
Nicholas no la amaba. No importaba que su intento de disparar a Johnny indicara que se
preocupaba por ella más de lo que se había percatado.
Su mente frenética seguía organizando hechos en nuevos patrones. Había tantas cosas que no
había visto, con las que no había contado.
Al final, Nicholas no había sido capaz de seguir adelante con el secuestro de Cassie, ¿verdad? O
matar a Johnny.
Antonia había reconocido hace mucho tiempo que quería ser mucho más cruel de lo que era. Si
realmente fuera el libertino sin conciencia de la leyenda, la habría seducido la noche en que
irrumpió en su dormitorio. Seducido y luego chantajearla para llegar a Cassie.
No había hecho nada de eso. Una conmovedora emoción la apuñaló cuando recordó esa noche.
La forma en que la había tratado había demostrado una penetrantemente dulce caballerosidad.
Tenía fallos, en ocasiones se equivocaba, sus intenciones hacia Cassie, hacia ella, habían sido
oscuras con la maldad. Pero al final, no había sido capaz de jugar al villano completamente.
A menudo se había preguntado si él era un hombre mejor de lo que pensaba. Ahora reconocía
que un héroe renuente se escondía en el interior del Marqués de Ranelaw. Un héroe del que se
había enamorado, a pesar de todo lo que se dijo que pensaba de él.
Después de todo, su corazón había sido más sabio de lo que ella había creído.
Antonia respiró con un estremecimiento y en ese instante, lo perdonó sin reservas y
absolutamente por todo el daño que le había hecho. Solo rezaba por tener la oportunidad de
decírselo.
231
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―Nicholas, eres más tonto de lo que pensaba ―murmuró, levantando la mano floja y
presionándola contra su mejilla pegajosa. Tenía la garganta tan apretada, que hablar le resultaba
doloroso.
Su silencio aplastó su corazón. Había ido a la deriva más allá de su alcance. La horrible certeza
floreció que era demasiado tarde. Se sentaría allí hasta su último aliento.
Era demasiado difícil de soportar. Inclinó la cabeza y sollozó, besando su mano una y otra vez
como si sus labios pudieran devolverle la vida. Habría renunciado a todos los años que le quedaban
si Nicholas abriera los ojos.
―No te mueras. Por favor, no te mueras. No me dejes. ―Luego, en una ráfaga, temblando con
emoción―. Haré todo lo que quieras. Seré tu amante. El tiempo que tú quieras, tan públicamente
como desees. No puedo seguir sin ti. Me has hecho vivir de nuevo.
Hizo una pausa para tomar una respiración entrecortada. De nuevo habló, aunque se dio cuenta
de que no podía oírla. Las palabras eran para su bien. Palabras que nunca había dicho cuando había
tan frenéticamente levantado las barreras en su contra. Barreras que se habían derrumbado en el
momento en que la tocó. Y él lo sabía, el pícaro.
Por favor, Dios, permítele vivir para conocerlo de nuevo.
Su voz vibraba de emoción.
―Has ganado. Hace mucho tiempo que has ganado. Me entrego sin condiciones. No me resistiré
más. No más rechazos.
Él permaneció completamente inmóvil, con el rostro pálido y tranquilo. La paz sacudida. Su
amado no era un hombre pacífico.
La última esperanza de Antonia fue drenada. Un dolor insoportable le destrozó el corazón.
Justo al lado de Nicholas, ella moría poco a poco. Debido a que la mejor parte de ella moría con
él. La parte de ella que había luchado contra el reconocimiento porque era demasiado rebelde y
apasionada. La parte de ella que la transformaba en una criatura de luz y fuego. La parte que
primero había amado a Nicholas, aunque el amor por él ahora impregnara cada célula.
Se puso de rodillas y besó sus labios. Él no respondió. No podía soportarlo. Él siempre respondía
a sus besos.
En una ola imparable, la última confesión, la más dolorosa manó.
―Te amo, Nicholas. Yo siempre te amaré. Estarás en mi corazón el día que muera. ―Luego, en
un susurro final―. Dios te bendiga, cariño. Que Dios te bendiga por toda la eternidad.
Todavía nada.
Apoyó la cabeza en su hombro y lloró mientras su corazón se rompía en mil pedazos.
232
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
233
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―Nicholas, por favor, no te mueras ―dijo entrecortadamente, limpiándole los labios con la
sábana.
―Cómo….
Sus ojos brillaban con una luz parecida el amor y el dolor en el costado remitió un poco. Ella
trabajaba su magia.
―He luchado a través de un muro de monstruos para llegar hasta aquí, mi amor.
¿Mi amor?
―No… ―Se detuvo y contuvo el aliento, luego se arrepintió cuando su herida protestó con el
movimiento de las costillas―. Morir…
―Si lo haces, te perseguiré en el infierno ―dijo con una determinación que le recordaba cómo
había amenazado con pegarle un tiro.
Parecía perverso apreciar ese recuerdo, pero lo hizo. Había elegido una mujer indomable. La vida
con ella no iba a ser fácil, pero, Dios del cielo, sería emocionante. No una insípida señorita para su
marquesa. Se casaría con esta gruñona y engendraría una dinastía de diablillos. La perspectiva le
dio hormigueos de vida a través de las extremidades que momentos antes habían servido para un
sudario.
Ella dejó caer más gotas de agua entre sus labios resecos. Con impaciencia se lamió la frescura.
Estaba tan seco como el maldito Sahara. Querido Dios, se sentía como si elefantes con sobrepeso
bailaran sobre él. Seguramente su última herida de bala no había sido tan dolorosa.
Forzó una palabra más.
―Amor…
A través de la penumbra, la vio sonrojarse. El rosado de sus mejillas era delicioso. Ella era
deliciosa.
―Estabas despierto para esto, ¿verdad?
Trató de decirle con los ojos como ansiaba oír esas palabras una vez más. Miró hacia abajo con
una repentina timidez, luego lo miró a los ojos directamente.
―Te amo, Nicholas Challoner. ―El voto surgió de manera constante, firme, sin reparos.
Él cerró los ojos contra la punzante emoción. Le ardían los ojos y tenía la garganta constreñida.
Qué tonto. El Marqués de Ranelaw nunca lloraba.
Su mano se cerró con fuerza alrededor de la suya.
―Nicholas, te juro que si te mueres, te voy a pegar un tiro.
Esa es mi chica.
Sin embargo algo le preocupaba.
―Perdona…
Su mano se tensó. La fuerza y el vigor fluyeron hacia él, haciéndole sentir un centenar de veces
más fuerte.
―Te perdono por secuestrar a Cassie. Incluso entiendo por qué lo hiciste. Estabas equivocado,
por supuesto, pero no más allá de la redención.
Si hubiera tenido la posesión de todas sus facultades, se hubiera reído. ¿Equivocado? Sí, ésa era
una manera de describir sus pecados. Ella giró su búsqueda imprudente y peligrosa de venganza en
un simple pecadito.
234
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―No disparar… ―Dios mío, se precipitaba hacia la recuperación. Logró dos palabras
consecutivas.
Sus labios se curvaron en una sonrisa brumosa.
―No voy a dispararte hoy, por lo menos.
―Riesgo aquí.
Ella se encogió de hombros.
―No podía dejarte morir.
―No morir. ―Hubo una larga pausa mientras el dolor en su costado escalaba alturas
vertiginosas―. Vivir.
Los mareos distorsionaban su visión. Las dos frases minaron claramente sus fuerzas. Sus últimas
palabras surgieron como un susurro ronco.
―Con… tigo.
―Sí.
Ella le dio un beso apasionado en los nudillos. Luego se inclinó hacia delante y le rozó los labios
con los suyos. Su corazón desbordante saltó con ese fugaz contacto.
A través de los golpes en la cabeza, se preguntó lo que ella había hecho de su última declaración.
Sospechaba que ella imaginaba un arreglo mucho menos vinculante que el que él tenía en mente.
Mala suerte para ella.
Habría veces, lo sabía, que ella lamentaría que él la hubiera reclamado. Eso no significaba que él
alguna vez fuera a liberarla. Ella había tenido su oportunidad de escapar y no la había tomado.
Se esforzó por reunir la fuerza que se desvanecía. Ella necesitaba saber que era suya para
siempre.
―Como… esposa.
Ella domaría al disoluto libertino en un respetable hombre casado. Apenas podía esperar.
―Nicholas... ―dijo con voz débil, aunque no retiró la mano―. No hagas promesas de las que te
arrepentirás cuando seas más tú mismo.
Si ella supiera que era más él mismo ahora de lo que nunca había sido. A través de la sinfonía
discordante de dolor, le apretó la mano. Probablemente logrando poco más que un pequeño
cambio de sus dedos, pero en su imaginación, le agarró la mano con todo el propósito de su alma.
―Cásate. ―Un sudor frío estalló. La herida le dolía como si un centenar de demonios le
pincharan con horcas. Su visión se volvió borrosa. Se esforzó por concentrarse en su rostro.
Él era considerado un hombre valiente pero la verdad era que simplemente no le había
importado. En este momento, se preocupaba más que la vida. Necesitó cada onza de coraje para
hablar.
―Te… amo. ―El dolor en crescendo con címbalos y trompetas y tambores―. Cásate... conmigo.
La oscuridad crecía, fuerte e inexorable como la marea. No pudo resistirse a su poder. Antes de
que la oscuridad lo engullese, la oyó hablar. Sobre la tempestuosa corriente de la sangre en sus
oídos, sobre la agonía atronadora en el costado.
―Sí, Nicholas, me casaré contigo.
Bien.
235
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Estaba casi seguro de que no dijo la palabra en voz alta. Pero su mano se afirmó sobre su
reconocimiento silencioso. Su Antonia lo sostenía fuertemente contra la muerte. Si fuese necesario,
lo arrastraría gritando de nuevo a la vida.
Ella era su vida.
236
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Epílogo
Connemara
Diciembre 1827
La sala de recepción del convento no era más acogedora que su exterior de granito gris. La
única concesión a la comodidad era un pequeño fuego en la sencilla y pequeña chimenea, aunque
el calor apenas penetraba el frío invierno. No había flores ni cojines que suavizaran la habitación. La
única decoración era un crucifijo de madera llano encima de la puerta.
Temblando, Antonia se sentó en una de las sillas de roble colocada contra la pared. Miraba a su
marido caminando de un lado a otro en el suelo de losas como un tigre cascarrabias.
Nicholas estaba erizado de crispación hostil. Durante todo el día había estado de un humor
extraño. Más que eso, desde el momento en que le había convencido de emprender este viaje.
Anoche, cuando habían hecho el amor, había sido salvaje y desesperado, casi tan salvaje y
desesperado como durante su primera vez en la glorieta. Como la criatura malvada que era, su
hambre desenfrenada le había emocionado hasta los huesos.
―No van a dejar que nos vea ―dijo con gravedad, deteniéndose cerca de una de las pequeñas
ventanas con barrotes en el lado opuesto de la habitación. Era un día nublado y la luz fría brillaba
severamente en su expresión malhumorada.
―No es una clausura, Nicholas. A las hermanas se les permiten visitantes ―dijo con firmeza,
como se lo había dicho cientos de veces antes―. Eloise escribió que estaba encantada de que
fueras a venir al convento.
Sus labios formaron una línea de descontento y cruzó los brazos sobre su pecho poderoso. Miró
por la ventana.
―Bueno, ¿por qué no está aquí?
Antonia sonrió ante su irritable agitación. Todavía le sorprendía el recordar sus primeras
impresiones de este hombre como alguien insensible a la emoción, egocéntrico, vanidoso y
descuidado. Esta apreciación superficial estaba ridículamente lejos de la verdad.
Seis meses de matrimonio le habían enseñado que, en todo caso, se sentía demasiado fuerte.
Era íntimo con poca gente, pero una vez que alguien se unía a ese círculo interior, Nicholas
prometía su total lealtad. Y con esa lealtad llegaba la vulnerabilidad. Cuando le había dicho que la
amaba, no había sido consciente del poderoso compromiso que le hacía.
Ella era lo suficientemente fuerte para florecer en el volátil calor del amor de Nicholas. Qué
irónico recordar que había rechazado su propuesta original porque había dudado de su fidelidad. La
amaba con una ferocidad concentrada que la hacía sentir la mujer más querida del mundo.
―Hemos llegado antes de lo que dijimos que haríamos. Unos buenos tres cuartos de hora.
El convento dominaba un valle aislado en la costa de Connemara. La ciudad más cercana que
ofrecía un alojamiento adecuado estaba a una hora y media de distancia. El difunto marqués había
decidido claramente colocar a su hija fuera del alcance de la tentación.
237
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Hoy, de camino aquí, Antonia había pensado que Nicholas iba a salir y tomar las riendas él
mismo, había estado tan impaciente con su conductor. A pesar de que los caminos eran irregulares
y fangosos y el camino atravesara colinas tan escarpadas que pusieron a prueba a los caballos.
Se volvió hacia ella y su breve diversión se esfumó. Captó las crudas emociones en su rostro.
Esperanza. Miedo. Indignado consigo mismo. Anhelo. Incertidumbre en un hombre raramente
inseguro de sí mismo.
―¿Deberíamos haber venido?
―Sí. ―Habló con convicción. La ruina y destierro de Eloise constituían un definitivo trastorno en
la vida de Nicholas. Tenía que hacer las paces con el pasado.
Habían sido entusiastamente felices desde que se casaron con una licencia especial a los pocos
días después de que él recobrara el conocimiento, en parte para evitar el escándalo de su presencia
en su casa. Pero el destino de Eloise todavía pesaba sobre su conciencia.
Una vez se había burlado de imaginar que él poseía una conciencia.
Él comenzó a caminar de nuevo. Entrelazó los dedos sobre el regazo y rezó con todas sus fuerzas
para que la reunión de hoy tuviera un desenlace feliz.
Como sucedía a menudo estos días, su mente se desvió hacia otro desenlace feliz. Una mano
avanzó a acariciar su vientre en señal de saludo silencioso al niño descansando allí. El hijo que
Nicholas no tenía idea de que existía.
Si lo supiera, habría retrasado este difícil viaje invernal o la habría cancelado. Y no podía dejarle
superar este tenso reencuentro sin ella.
Ella no se había preocupado por el viaje. Era tan fuerte como un caballo. Pero sospechaba que
Nicholas demostraría ser un padre cariñoso y protector. Una vez que supiera que estaba
embarazada, su itinerario no incluiría excursiones a través del mar de Irlanda.
Al verlo merodear por la habitación, se preguntó qué diría cuando ella le contara lo del bebé.
Esperaba que estuviera contento, pero describía su propia infancia con tanta frialdad, que no podía
estar segura. Incluso si estaba contento con la noticia, se pondría furioso por haberse embarcado
en este arduo viaje llevando a su hijo.
Habían sido unos interesantes seis meses. Lozanos ciertamente. Había esperado eso. El apetito
voraz de su marido le era familiar. Antes de que su herida estuviera completamente curada, la
había tomado por toda la casa. Al principio se había preocupado de que la actividad sexual pudiera
ralentizar su recuperación, pero había recuperado su salud a una velocidad asombrosa.
Sus seis meses juntos habían dado innumerables sorpresas también. Enfrentamientos
apasionados cuando dos caracteres fuertes establecen como vivir juntos, sólo se le ocurrió después
de casarse, el poco tiempo que realmente habían pasado en compañía del otro sin hacer el amor.
Los enfrentamientos seguidos de reconciliaciones más apasionadas.
Una pequeña sonrisa tocó las comisuras de sus labios al recordar aquellas uniones incendiarias.
Luego, se reprendió a sí misma por tener pensamientos carnales en este lugar sagrado.
Cuando la hermana de Lord Aveson apareció aparentemente de la nada y se casó con el
Marqués de Ranelaw tan precipitadamente, hubo muchos comentarios, la mayor parte de ellos
mezquinos. Por suerte nadie relacionó a Lady Antonia Hilliard, recién regresada de una larga
estancia en Italia, con el dragón de la señorita Smith, decana de chaperonas.
Segura en los brazos de Nicholas en su laberíntica mansión, no le importó el veneno que la
sociedad propagaba. Era más feliz de lo que cualquier otra mujer tenía derecho a ser. Si las malas
lenguas adivinaran su alegría, estarían celosas, así como curiosas y rencorosas.
238
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Henry se había resignado rápidamente con el matrimonio. Esperaba que la gente tolerara sus
excentricidades académicas y, a cambio, rara vez hacía un juicio negativo sobre los demás. A finales
del verano Antonia y Nicholas habían pasado un mes en Blaydon Park y había estado emocionada al
notar la creciente amistad entre su marido y su hermano.
Volver a Northumberland había sido una experiencia agridulce. El matrimonio y diez años de
distancia significaban que la vieja casa ya no se sentía como el hogar. Había disfrutado revisitando
refugios infantiles pero no sentía ansias de vivir allí de nuevo.
Blaydon Park pertenecía al ayer. El mañana era todo Nicholas. Y el bebé que llegaría a finales de
primavera o principios del verano. Con la esperanza de más hijos por venir. La gran casa en los
acantilados la llamaba para llenarla con risas. Había ganado lo suficiente para saber que Keddon
Hall necesitaba urgentemente una inyección de felicidad.
La puerta se abrió y una mujer alta entró con paso decidido. Antonia estaba tan ocupada
observando el rostro de Nicholas, que apenas prestó atención a Eloise. Lista para saltar en su
defensa, se levantó. Aunque el por qué creía que él necesitaba un defensor, no estaba segura.
Un arrepentimiento fugaz ensombreció sus ojos, luego sonrió a Eloise con una ternura
incomparable que hizo dar una voltereta al corazón de Antonia. Una vez más, reconocía al hombre
extraordinario que el destino había puesto en su camino cuando el Marqués de Ranelaw decidió
arruinar a Cassandra Demarest.
Se había preguntado si estaría rígido o distante con su hermana, pero se adelantó para tomar las
manos de Eloise con un cariño abierto que Antonia no podía confundir.
―Eloise, no sé por qué he esperado tanto tiempo. ―Le dio un beso en la mejilla.
―Yo tampoco. ―La voz de la mujer era baja y musical. Con gracia instintiva, desenredó las
manos de Nicholas y se volvió hacia Antonia.
Sin presentación, todavía podría adivinar la identidad de la monja. Eloise compartía los negros
ojos de Nicholas y sus características llamativas y elegantes. Una toca cubría su cabello, pero
incluso en su ropa sin forma, estaba claro que la joven Eloise Challoner había sido lo
suficientemente bonita para hacer arder el mundo. A sus treinta y tantos años, todavía era bella e
imponente.
Ella le sonrió con el encanto que compartía con Nicholas.
―Usted debe ser la nueva Lady Ranelaw.
Antonia se inclinó en una reverencia.
―Sí, Sor Eloise. Aunque por favor llámeme Antonia.
―Tan bonita. Y mi nombre es Sor María Teresa. Nicholas es la única persona que me llama Eloise
todos estos años.
Inevitablemente la atención de Eloise se volvió a su hermano.
―Gracias por traer a tu esposa a verme. ―Hizo un gesto hacia las duras sillas contra la pared.
Los modales señoriales de Nicholas debían ser una característica familiar―. Cuéntamelo todo. Tus
cartas dejaban mucho que desear, hermano mío.
El peligroso y libertino amado de Antonia parecía avergonzado. Ocultó una sonrisa mientras se
sentaba. Nicholas vaciló, y luego tomó su lugar junto a ella.
Al principio la conversación se extendió en los recuerdos de infancia, hermanos y hermanas y sus
familias, los cambios en el patrimonio, como su vida se veía alterada con el matrimonio. Antonia
descubrió más sobre el diseminado clan Challoner en esta tarde de lo que había logrado
239
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
desentrañar de Nicholas en seis meses. Escondió otra sonrisa ante su versión censurada de los
acontecimientos que condujeron a su boda.
Una novicia llevó una bandeja de té y la tarde emprendió hacia el atardecer. Inevitablemente, la
atmósfera se volvió más sombría. Nicholas agarró las manos de su hermana en un apretón urgente.
―Deja que te lleve lejos, Eloise. Antonia es feliz de que vivas con nosotros. O si lo prefieres te
instalaremos en tu propia casa.
Eloise frunció el ceño, no parecía entender.
―¿Te refieres para una visita?
―No, permanentemente, por supuesto.
Ella parecía perpleja.
―¿Por qué demonios habría de irme?
―Sé que no eres feliz.
Ella trató y no pudo liberarse. Antonia se había dado cuenta de su incomodidad con el contacto
físico, tal vez parte de su formación como religiosa. Por primera vez, la fachada de calma se rajó y el
desconcierto ribeteó el tono de Eloise.
―Durante once años te he dicho lo satisfecha que estoy.
―Sé que has deseado que aceptase tu encarcelamiento.
Para sorpresa de Antonia, Eloise lanzó una carcajada.
―Nicholas, sigues siendo un romántico. Eras un chico tan valiente e intenso, decidido a proteger
a la gente que amabas. Siempre he admirado eso y esperaba que no lo perdieras cuando crecieras.
Antonia miró a su marido, preguntándose cómo se tomaba esta evaluación. Parecía que su
hermana veía tanto como ella. ¿Cómo podría Antonia condenar su vena de caballerosidad? Sabía
que él moriría por ella. Dios mío, casi lo había hecho.
Él frunció el ceño a su hermana.
―No necesitas mentir más, Eloise.
―He tomado mis votos.
―Bajo coacción. Estoy seguro de que puede tenerse en cuenta.
Eloise seguía sonriendo.
―No tomé mis votos por la fuerza. Tomé mis votos porque lo que ocurrió cuando tenía
dieciocho años me entregó a mi destino. ―Esta vez se las arregló para soltarse las manos. El acto le
pareció simbólico a Antonia, como si reclamara un espacio que Nicholas no podía compartir.
―Pero padre te exilió en contra de tu voluntad. ―Nicholas la miró extrañamente despojado.
En apoyo silencioso, Antonia tomó una de sus manos. Sus dedos se entrelazaron con los de ella
con una rapidez que traicionó lo difícil que él encontraba esta conversación. Había pasado la mayor
parte de su vida con la certeza de que Eloise era una prisionera. Debía ser un doloroso golpe
emocional descubrir su error, por mucho que ella supiera que él no quería que su hermana fuera
infeliz.
―Por supuesto que me sentía muy mal cuando llegué. Triste y avergonzada porque había
pecado, y lo sabía. ―Ella hizo una pausa y, por primera vez, el lamento salpicó su voz―. Mi maldad
condujo a la muerte de mi bebé. Durante veinte años he rezado por la misericordia de Dios y
ofrecido penitencia por lo que hice.
240
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
241
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
―¿Digamos a las diez mañana? Sois bienvenidos a uniros a nosotros para la misa y una comida
sencilla al mediodía.
Cuando su gastado carruaje dejó el convento, Nicholas permanecía en silencio. Antonia no se
inmiscuyo en sus meditaciones. Era difícil encontrarse con una querida hermana, después de veinte
años. Más difícil aún llegar a un acuerdo con la realidad después de tantas falsas suposiciones.
Sólo una vez que el convento estaba muy por detrás de ellos él lanzó un suspiro tembloroso y se
volvió hacia ella. Con una desesperación que sentía hasta los huesos, la arrastró a sus brazos,
apretándola firmemente contra el traqueteo del carruaje. Ella cerró los ojos y deslizó sus brazos
alrededor de su cintura. Su corazón rebosaba de amor y el deseo de contener sus heridas.
Durante varios kilómetros, se quedaron envueltos en un intercambio mudo. Poco a poco la
tensión se drenó de su tembloroso cuerpo. Ella apretó su abrazo, sabiendo que él sacaba fuerzas de
su inalterable amor.
Finalmente, la besó en el costado del cuello. Ella se estremeció con una respuesta inmediata.
―Te deseo. ―Su aterciopelado murmullo le puso anticipación al zumbido en sus venas.
A regañadientes se apartó hasta que sus brazos le rodearon libremente. El interior del carruaje
antiguo que habían alquilado en Clifden era tenue, pero había suficiente luz para iluminar el
hambre en el rostro. Durante los últimos seis meses, había aprendido a reconocer esta expresión.
Sus labios temblaron.
―Cuando volvamos.
Sus ojos brillaban con un propósito sensual.
―No, yo te deseo ahora.
Sonaba implacable y determinado. La emoción la recorrió.
―Pero estamos en un carruaje.
Una sonrisa maliciosa curvó sus labios.
―No te he tomado en un carruaje.
Ella se sonrojó.
―En realidad lo hiciste. En tu calesa en los bosques en Keddon. Conseguí una torcedura en el
cuello.
La diversión vaciló sin disipar la intensidad de su deseo.
―No recuerdo que te quejaras.
Como si hubiera oído su consentimiento, le subió despacio la falda. El calor posterior de su mano
en la pierna cubierta por medias lanzó otra emoción temblorosa a través de ella. Ella le cogió la
mano al llegar a la piel desnuda por encima de su liga.
―Así que te acuerdas de que hemos hecho el amor en un carruaje.
―Una calesa. No en un carruaje.
―¿Tiene usted la intención de revolcarse conmigo en cada lugar posible, milord?
Él esparció besos mordisqueando hasta su garganta y su respuesta fue amortiguada contra su
piel.
―Un hombre necesita un hobby.
Ella reprimió una risa temblorosa.
―Cualquier cosa para mantenerte ocupado y alejado de los problemas.
―Muy de esposa, mi amor.
242
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Su mano se escapó de su alcance admonitorio y continuó bajo la pierna de sus pololos. Entonces
se detuvo, maldito sea. Tan cerca de donde lo quería. Después de seis meses, sabía que le gustaba
burlarse.
―Voy a llegar a Clifden pareciendo muy marimacho. ―A ella también le gustaba bromear.
―¿Quién más parecería muy marimacho? ―Le preguntó con una mirada astuta.
Ella arqueó las cejas.
―Muy gracioso.
―Te prometo que los chistes mejorarán si te sientas en mi regazo.
―Sería lo mejor. ―Como una señal de conformidad, se quitó el sombrero. Porque, por
supuesto, ella también lo deseaba. Ella le socorrería contra la dureza del mundo. Como él dijo, muy
de esposa.
La carretera estaba llena de hoyos y serpenteante, y los resortes del carruaje tenían por lo
menos treinta años. Escalando a través de él, estuvo a punto de perder el equilibrio. Maldiciendo
entre dientes, agarró sus hombros y apoyó sus rodillas en el asiento desgastado a cada lado de él.
Aun cuando sus manos rodearon su cintura, su posición se sentía precaria.
Dejó de preocuparse por caer cuando él se estiró para darle un beso. Probó el hambre. Más aun,
probó la emoción turbulenta de las últimas horas. No se sorprendió. Su acto alegre era sólo eso, un
acto.
El amor surgió en una gran ola. Tendría que utilizar su cuerpo para sanar la herida en su corazón.
Le daría su alma como juguete. Haría cualquier cosa por él.
Ella le devolvió el beso con cada onza de amor que sentía. Sus labios la llevaron a un mundo
mágico donde sólo Nicholas y su toque existían. Hasta que el carruaje se sacudió en un bache y casi
se cayó en el hueco entre los asientos.
Ella se echó a reír sin aliento mientras apretaba su agarre sobre sus hombros.
―Esto parece una ocupación peligrosa.
―El amor siempre es peligroso ―dijo en voz baja, y tomó sus pechos con la presión exacta que a
ella le gusta.
Con el embarazo, sus pechos eran particularmente sensibles. Bajo las capas de lana y lino, sus
pezones se tensaron. Liquido se agrupó entre sus muslos y ella se movió inquieta en contra de sus
piernas.
Él gimió en sus labios y la besó de nuevo.
―Espera.
Ella se inclinó, rozando sus pechos sobre su torso. La ropa que los separaba creaba una
frustración insoportable. Él había agitado su necesidad tan rápidamente. Deslizó su mano por la
abertura de sus pololos y la acarició profundamente. Ahogando un gemido, ella cerró los ojos.
Se abrió los pantalones y cambió de posición para que ella se cerniera sobre la fuerte presión.
Ella se levantó ligeramente, retrasando el momento de la unión.
Hundió la cara en su cuello y sintió su aliento, caliente y húmedo, sobre su piel. Se apoyó en el
vaivén del carruaje y se sentó.
Inmediatamente se produjo esa sensación de realización que se hacía más profunda con cada
unión. Él gimió su nombre y comenzó a moverse. No era relajado o suave. No quería que lo fuera.
Había algo primitivo y libre acerca de tomarlo así cuando su carruaje traqueteaba a lo largo de la
salvaje costa irlandesa.
243
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
El traqueteo del vehículo hacía que sus empujes inusualmente torpes, pero no le importaba. Ella
se levantó y cayó con abandono, apretando los puños en su chaqueta. Era como un caballo
desbocado. Excitante. Imprudente. Peligroso.
Al igual que su marido.
Cuando se hizo añicos por el clímax, el calor inundó su vientre, y él lanzó un suspiro roto. Sus
manos agarraron su cintura con una fuerza dolorosa. Ella se cerró en torno a él, drenando hasta la
última gota de amor.
La tensión se filtró de su cuerpo mientras ella todavía temblaba a su alrededor. Ella cerró los ojos
y cayó sobre su pecho, sintiendo la subida y la caída desigual mientras luchaba por respirar.
―Te amo ―susurró ella, con la mano apoyada sobre su corazón con ternura.
Ella lo sintió besar la parte superior de la cabeza. Con un suspiro de satisfacción, se instaló en la
esquina, con ella sobre él. Se sentía completamente segura y completamente amada.
Qué extraño pensar que menos de un año atrás, había estado convencida de que estaría sola
toda la vida. El destino había elegido un camino tortuoso para ella, un camino lleno de tristeza y
dificultad, pero ella no podía discutir el resultado final.
Nicholas era su corazón y siempre lo sería.
Escuchó como su respiración se tranquilizaba, saboreando su fuerte abrazo, absorbiendo el olor
almizclado de su acto sexual. Él apoyó la barbilla sobre su cabeza. Estaba medio dormida,
somnolienta con la saciedad física. Los días de viaje la habían agotado.
Hasta ahora se había escapado de las nauseas, pero su cuerpo la hacía consciente de que estaba
cambiando. También había sufrido noches interrumpidas, preocupándose por el encuentro entre
Eloise y Nicholas. Hoy había sido tan tremendamente importante para él. Había rezado para que
cuando todo terminara, él pudiera encontrar la paz.
―¿Cuándo me lo vas a decir? ―Murmuró tan bajo que apenas lo oyó sobre el chirriar del
carruaje.
―¿Hmm? ―Ella se acurrucó más cerca. Estaba tan caliente y con la noche acercándose, el aire
del invierno se volvía más frío.
Sin soltarla, él alcanzó el otro extremo para abrir las persianas. La tenue risa bordeó su voz.
―Ya me has oído.
Muy a regañadientes, se izó para ver su cara en luz mortecina de la tarde.
―¿Decirte qué? ―preguntó enfurruñada, aunque, por supuesto, lo sabía.
Él la miró con la misma seriedad que ella le dedicó.
―Sobre el bebé, por supuesto.
Ella se puso rígida.
―Lo sabes ―dijo sin emoción, colocando una mano sobre su pecho, en parte para mantener el
equilibrio, en parte porque necesitaba tocarlo en este momento cuando la nueva vida secreta de
dentro de ella dejaba de ser un secreto.
Los labios de él se curvaron.
―Cariño, hemos compartido un dormitorio durante seis meses. Por supuesto que lo sé. Supongo
que vamos a bautizar a un hijo o una hija dentro de seis meses más o menos.
El alivio la inundó que él no sonara enfadado. Pero, ¿significaba eso que estaba contento? Oh,
Dios mío, que sea feliz por lo del niño.
244
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
245
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Fin…
246
ANNA CAMPBELL Pasión Salvaje a Medianoche
Argumento
El seductor más célebre de Londres, Nicholas Challoner, vive únicamente para la venganza…
El apuesto y licencioso marqués de Ranelaw jamás podrá perdonar a Godfrey Demarest por
arruinar a su hermana; ahora ha llegado el momento de pagar al villano con la misma moneda. Pero
hay un formidable y fascinante impedimento que se interpone en su camino: la señorita Antonia
Smith, acompañante de la ingenua hermana de su enemigo.
Antonia también había sido engañada y deshonrada por un granuja, siendo expulsada de su
familia y viéndose obligada a vivir una mentira. Por ello jura proteger a su pupila de sufrir ese
destino cruel. Reconoce a Ranelaw por el sinvergüenza que es y está dispuesta a dedicar toda su
inteligencia y resolución a frustrar sus planes.
Pero Antonia siempre había sentido debilidad por los granujas…
Biografía de la escritora
Nacida en in Brisbane, Australia, Anna Campbell se crió en una
granja de aguacates con vistas a la Bahía de Moreton y a la isla
Stradbroke. Siempre tuvo claro el argumento de su primera
novela: una oscura y sexy novela histórica sobre un duque que
desearía casarse con su amante, la cortesana más famosa de
Londres. Y así surgió "Claiming the Courtesain", su primera novela.
Las historias de Anna se han publicado ya por medio mundo, tal ha
sido su éxito, un éxito que le ha llegado, según propias palabras de
la autora «como un torbellino, mis pies apenas han tocado el
suelo». Por Primera Vez, publicada por Cisne, supone el
lanzamiento en castellano de su segunda novela, novela que
reportó a Anna Campbell su consagración mundial como escritora
romántica. Actualmente Anna reside felizmente junto al mar, en la costa oriental de Australia.
247