La Fe Restaurada

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La fe restaurada

Antes de comenzar con la lectura de la Biblia voy a leer una poesía que me ha impresionado
especialmente. Seguro que muchos de vosotros la conocéis, es el más difundido de los sonetos
religiosos escrito en castellano y en el se expresa con gran intensidad el amor a Cristo crucificado.

Soneto a Cristo crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido, ni
me mueve el infierno tan temido para
dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte


clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,


que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y
aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,


pues aunque lo que espero no esperara lo
mismo que te quiero te quisiera.

Examinemos con atención en el evangelio según San Lucas, capítulo 24, algunos versículos
acerca del relato del reencuentro tan emocionante camino a Emaús. Dice así: "Y he aquí, dos de
ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E
iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido Sucedió que mientras
hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos Mas los ojos de ellos
estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre
vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?"
"Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han
dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria"
"Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio
Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se
decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y
cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y
hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor

Daniel del Vecchio, Torremolinos (Málaga), 28 de enero de 1979 Página 1 de 9


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verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les habían
acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan." (Lucas 24: 13.17; 25; 30:35)

Deseo compartir sobre el tema "la fe que vence" pero, antes que nada, quiero destacar dos
cosas que me hicieron reflexionar particularmente en este pasaje de los discípulos regresando a la
aldea de Emaús. Primero, que ellos caminaban discutiendo entre si y segundo, que estaban tristes.
De alguna manera la conducta de los discípulos nos refleja a nosotros mismos, pues creo que
cuando nos apartamos y nos alejamos del Señor lo único que sabemos hacer es quejarnos,
lamentarnos y andar desmoralizados.

Dice así el profeta: "He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo
por su fe vivirá" (Habacuc 2:4). La vida se rige por dos dimensiones, la natural, que se alcanza por
los sentidos y la sobrenatural o espiritual, accesible sólo por la fe. Las dos son contrarias entre si.
Pero nosotros somos de los que "por fe andamos, no por vista" (2ª Corintios 5:7) es decir vivimos
por fe. San Pablo exhorta a los hebreos y a nosotros también: "No perdáis, pues, vuestra confianza,
que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no
tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no
somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma"
(Hebreos 10: 35.39). Asimismo vemos que hay una división y distinción fundamental en toda la
Biblia entre dos clases de personas: el justo y el injusto, el que persevera y el que retrocede. Y hay
sólo dos puertas y dos caminos 1 uno ancho y espacioso que conduce a la perdición y otro estrecho o
angosto que nos lleva a la vida.

El justo cree, es justificado por la fe y tiene paz para con Dios. En consecuencia, obedece y
depende únicamente del Señor. En cambio el que es injusto no vive por la fe, sino que duda y el
resultado es desobediencia, como Adán y Eva. Así, el injusto, actuando por su cuenta, no cree en
otra cosa más que en si mismo, afirmado en su propia fuerza y capacidad. Anda por sentimientos y
guiado por lo que ve, descansa en los recursos materiales. El justo confía en Dios y es humilde, el
injusto desconfía y es orgulloso. Los que reconocen su propio pecado y su flaqueza no caen porque
confían en la gracia inefable de Dios. Son los que se profesan autosuficientes y miran la debilidad
de los demás los que caen "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (1ª Pedro 5:5)
Tropezamos cuando no creemos que en nuestra debilidad podemos ser fuertes en Cristo Jesús. La
gran paradoja espiritual en la vida del apóstol Pablo, como en la nuestra, se descubre en esta
1 Mateo 7:13.14

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profunda verdad: "... porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2ª Corintios 12:10). Lo que el
mundo considera debilidad, Dios lo considera fortaleza. El justo sabe que su fuerza no radica en la
carne, que para nada aprovecha. Bienaventurados los mansos y humildes. No es el fuerte el que
vence sino el débil. "Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su
fuerza." (Efesios 6:10)

En Hebreos 11:33 leemos que "por fe conquistaron reinos hicieron justicia, alcanzaron
promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron
fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros"
Observamos que estos “grandes hombres de fe” sacaron fuerzas de la flaqueza. Pero ¿de dónde? de
la debilidad. Parece un imposible pero todos ellos, mientras eran débiles, fueron hechos fuertes por
la gracia de Dios. También nosotros podemos conquistar el reino del enemigo y llevar a los cautivos
a los pies de Cristo. Las promesas están ahí, al alcance de nuestra mano. ¡Apropiémonoslas y así
seremos copartícipes de la naturaleza divina! La fe persevera y nos hace ir siempre hacia delante.
Por lo cual, no somos de los que miran hacia atrás "para perdición, sino de los que tienen fe para
preservación del alma. (Hebreos 10: 35.39)

Solamente por medio de la fe nos hacemos fuertes para batallar día y noche contra la carne, el
mundo y el diablo. Es verdad que habrá pruebas una tras otra pero sabemos con qué pelear para salir
siempre vencedores. La fe siempre triunfa. "y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra
fe." (1ª Juan 5:4). La duda, en cambio, nos hace desanimarnos, retroceder y no agradamos a Dios.
Nos lleva a desertar del frente de batalla, a negar la fe y a huir como cobardes diciendo: "no puedo
más". Pero el que cree y tiene confianza recoge la espada que otro ha arrojado y lucha la buena
batalla de la fe proclamando como San Pablo: "prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús". (Filipenses 3:14). La meta no es la felicidad ni el éxito, la
meta está en llegar al nivel para el cual Cristo nos ha predestinado de modo que cumplamos nuestro
ministerio y crezcamos como Él desea.

"… Mas el justo por la fe vivirá" (Romanos 1:17). La fe es tan necesaria como el aire que
respiras y el pan que comes. La fe en Dios vence al mundo y no deja de ser mientras estemos
conectados a Cristo, es decir, viviendo "enchufados" a su espíritu. Es como la luz incandescente
que, conectada a la corriente alterna, sigue alumbrando. Cada vez que mi espíritu mantiene esa
conexión con el espíritu del Señor, se produce una "descarga eléctrica" que alimenta mi fe y disipa

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las tinieblas. En cambio, el pecado nos separa, corta el fluir del contacto con el Señor, se pierde la fe
y la luz espiritual se apaga.

"Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas,
porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y
si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en
ti." (Isaías 43: 1.2). Unos pasarán por ríos, otros por las aguas y algunos por el fuego. Dios afirma
que el camino a la fe es a través de inundaciones e incendios. Pero la fe siempre cree a Dios y lo que
Él dice en su Palabra: "no temas yo estaré contigo". Dios estará siempre con nosotros, no nos
desampara. El lenguaje de fe es declarar, confesar, proclamar la Palabra de Dios. "de la abundancia
del corazón habla la boca". (Lucas 6:45)

El relato de Hebreos 11: 32.40 nos da un resumen de la vida de hombres y mujeres de Dios
que obtuvieron grandes victorias y milagros. Por ejemplo, los tres hebreos fueron confrontados con
su primer gran reto de fe cuando iban a ser arrojados en el horno de fuego ardiendo pero no se
intimidaron y dijeron: "He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego
ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará." (Daniel 3:17). David, con su honda en la mano, se
enfrentó a su enemigo Goliat y sus palabras fueron tajantes: "Jehová te entregará hoy en mi mano, y
yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a
las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel". (1ª Samuel 17:46). Y el
profeta Elías decretó una sequía inminente: "Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy,
que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra". (1ª Reyes 17:1)

Dios respaldó la confesión de sus hijos y manifestó su poder. La fe declara con convicción y
luego Dios confirma la palabra declarada. Nosotros también nos enfrentamos diariamente con boca
de leones y diversos hornos ardientes a los que el diablo quiere echarnos: ¡al fuego de la prueba!
Nos seamos amedrentemos y demos testimonio: "con palabras de verdad y con el poder de Dios;
con armas de justicia, tanto ofensivas como defensivas…" (2ª Corintios 6.7 NVI) y destruiremos
todo plan de Satanás.

Sobre cualquier obstáculo o incidente la fe declara que Dios es poderoso. La clave de estos
hombres "gigantes de la fe" consistía en que oían la voz de Dios porque sabían escuchar y estar
atentos a su Palabra. Declaraban su fe con absoluta confianza en que Dios los respaldaría. La Biblia
nos dice: "que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra

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de Cristo". (Romanos 10:17 NVI). Oír la Palabra implica obedecer y actuar. Por lo tanto debemos
estar predispuestos a escuchar aprendiendo a oír y reconocer la voz de Dios, listos a responder.
Carecemos de fe porque no inclinamos el oído para prestar atención a las instrucciones de Dios.

Sin embargo, todo cambia al escuchar su voz, porque Dios nos dirá qué es lo mejor para
nosotros. La fe no se manifiesta cuando todo va bien, sino en situaciones en las que todo se escapa
de nuestro control. El Señor me aumenta la fe cuando las cosas empeoran o se complican. Sólo la fe
en Dios cambia las circunstancias y me ayuda a pasar a través de las aguas caudalosas de las
dificultades sin hundirme. Muchas veces nuestros peores enemigos somos nosotros mismos, así que
debemos tener mucho cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, pues pueden ser ataduras
en nuestra vida y llevarnos cautivos. "tú solo te pones la trampa: quedas atrapado en tus propias
palabras" (Proverbios 6:2 DHH). Recobremos ánimo y posicionémonos audazmente en nuestra fe,
recordando que nuestra batalla es del Señor, confiemos en Él y confesemos su Palabra: "Porque de
cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su
corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho." (Marcos 11:23)

Las montañas representan los problemas, las luchas y las imposibilidades de la vida.
Recuerdo el gran milagro que Dios hizo con la ofrenda del domingo pasado. Necesitábamos
800.000 ptas. para comprar un terreno y construir la iglesia en Mijas. No tenia ni idea de cómo
conseguiríamos esa cantidad de dinero. Mientras alabábamos al Señor escuché un susurro al oído
que me decía así: "ocho panes". Rápidamente comprendí que Dios quería multiplicar cada pan por
100.000 ptas. Mis ojos estaban puestos en Él, creí en su Palabra y di un paso adelante en fe. Sin
dudar compartí con la congregación la visión de los "ocho panes". Dios tocó los corazones y, en
poco más de 15 minutos, se recolectó la suma necesaria. El Señor fue fiel a su Palabra. Él proveyó
prodigiosamente, una vez más, para su pueblo. El milagro está en la boca esperando a cumplirse. La
Biblia dice: "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón…" (Romanos 10:8). La fe
vence todo y también se regocija. "a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque
ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso" (1ª Pero 1:8). En tanto que creemos,
tenemos gozo y fuerza, pero si comenzamos a dudar y a cuestionar la Palabra de Dios nos
sobrevendrán aflicción y temor.

Regresemos ahora al camino a Emaús. Los dos discípulos confundidos y desorientados por
los acontecimientos recientes no observaron a la persona que salió a su encuentro. Van
descorazonados, sin ilusión, la vida ya no tiene sentido para ellos. Todos sus planes y todas sus

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expectativas se han roto en mil pedazos. El Cristo en quienes habían creído y amado yacía en una
tumba sellada y a la entrada del sepulcro hicieron rodar una gran piedra. Están convencidos de que
no volverán a ver a Jesús, a pesar de que les han dicho que resucitó ese mismo día. No creyeron el
mensaje ni pudieron comprender que estaba vivo. "…algunas mujeres de nuestro grupo nos dejaron
asombrados. Esta mañana, muy temprano, fueron al sepulcro pero no hallaron su cuerpo."
"Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal como habían
dicho las mujeres, pero a él no lo vieron." (Lucas 24:22 - 24:24)

A cada paso que daban se distanciaban más y más de Jerusalén, que representa todo lo que es
sagrado, puro y bueno. Es el lugar del aposento alto donde Cristo derramaría su Espíritu Santo sobre
ellos, el lugar donde Dios desea que estemos. Cleofás y su compañero, confesando sus dudas, se
alejaban de Dios y de esos momentos tan gloriosos del Cristo vivo que habían experimentado. La
ciudad santa ya no significa nada para ellos. Absortos en su congoja no advirtieron que Jesús mismo
caminaba con ellos y, oyéndoles hablar y expresar su dolor, Jesús les hace una pregunta: "¿Qué
pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?" A veces
nos ocurre lo mismo a nosotros, en nuestra decepción y dolor no vemos a Jesús a nuestro lado, el
Buen Pastor que cuida de sus ovejas dispuesto a darnos sentido, esperanza para la tristeza y a sanar
nuestras heridas. A menudo se nos acerca a través de un hermano o una situación concreta pero no
reconocemos que es Dios hablándonos.

Con estupor uno de ellos le contestó: "¿Eres tú el único en Jerusalén que no se ha dado
cuenta de lo que ha pasado en estos días?" Entonces Jesús les dijo: "¿Qué cosas?" Ellos empezaron
a relatar la vida del que fuera su Maestro. Varón perfecto, poderoso en obras y en palabras y
"nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel." Su forma de hablar era
melancólica, es decir, expresando todo lo que hubiera podido ser Jesús pero que ya no lo era.
Habían confiado pero ¿ahora qué? Su fe se había desvanecido. "…además de todo esto, hoy es ya el
tercer día que esto ha acontecido." La muerte destruyó todas sus esperanzas. No miraban con los
ojos de la fe. ¿No está sucediendo algo así en nuestras vidas? ¿No estamos dejando morir nuestra fe
en el Señor? Entonces les dijo a estos dos incrédulos: "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para
creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y
que entrara en su gloria?" (Lucas 24: 25.26). Pero Jesús tenía el plan de revelarse a ellos antes de
mostrarles las manos y los pies, sin embargo, no realizó ningún milagro para convencerlos. Su
primera obra consistió en recorrer el camino explicándoles las Escrituras. "Y les interpretó lo que se
decía de él en todas las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas." (Lucas

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24:27 BLA). Cristo prefirió fortalecer su fe mediante la luz de la Palabra. Y esto no lo hizo solo por
ellos sino también por nosotros, para que tengamos confianza en el poder de la Palabra de Dios
escrita para restaurar vidas e infundir fe.

Hay una bienaventuranza casi olvidada que es: "bienaventurado es el que no halle tropiezo2
en mí." (Mateo 11: 6). En ocasiones somos tentados a ofendernos con el Señor a causa de sus
silencios y métodos. Tenemos una idea preconcebida de cómo Dios podría hacer las cosas, pero Él
nunca obra como nosotros pensamos o deseamos, ni del modo que queremos y esperamos. "Porque
mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová."
(Isaías 55: 8) Obtengamos por la fe y la paciencia la bienaventuranza de no escandalizarnos del
Señor. Job, en medio de sus pruebas y agonía siguió confiando en Dios sin maldecir. Él no huyó del
profundo sufrimiento sino que salió con una fe invencible, testificando: "He aquí, aunque él me
matare, en él esperaré." (Job 13:15). Su fe fue probada con fuego pero, al final recompensada y
vindicada. También nosotros somos llamados a sufrir por su causa. Dios nos pone a prueba: "te he
escogido en horno de aflicción." (Isaías 48:10)

A nuestras vidas llegan situaciones que son difíciles de comprender. Llevaba un ministerio
radiofónico, con una audiencia de 10 millones de radioyentes a lo largo de los Estados Unidos,
cuando me tuve que someter a la intervención quirúrgica de un tumor, con fatal resultado. Me
cortaron un nervio facial, así que salí de la operación con media cara paralizada, con grandes
dificultades para hablar y babeando constantemente. "Señor, ¿por qué has permitido esto? Señor,
¿qué ocurre?" Sólo Dios sabe cuán terrible fue esa prueba en mi ministerio y la lucha tremenda en
mi corazón, pero Él sabía muy bien lo que hacía. Este sufrimiento era parte del proceso de
refinamiento que quema la escoria y consume la fe presuntuosa. Dios, por medio de esta prueba de
fuego, estaba acrisolando mi fe para comprobar su autenticidad y pureza. Así lo atestigua el mismo
apóstol Pedro: "…ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque
perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al
ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando
Jesucristo se revele. (1ª Pedro 1: 6.7 NVI)

2 La versión en inglés usa la palabra “ofender”, mientras que en español tenemos “escandalizar” y “tropezar”;
pero todas traducen la misma palabra en griego. Por tanto, siempre que optamos por una de ellas, las otras dos están
implícitas.

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Aunque no entienda nada debo confiar, como dijo Moisés: "El Juez de toda la tierra, ¿no ha
de hacer lo que es justo?" (Génesis 18:25). Si determino creer que el poder de Dios me levantará, a
pesar de las circunstancias que me rodean y de los padecimientos que estoy atravesando, siento un
gozo indescriptible, fe y una paz inmensa porque el Señor me da fuerza. En cambio, si empiezo a
dudar y a decir que prefiero el bienestar en vez de la voluntad de Dios, entonces me sobrevienen
toda clase de luchas y problemas. Por lo cual "ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y
cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; de la
cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para
que anuncie cumplidamente la palabra de Dios." (Colosenses 1: 24.25)

Cada uno de nosotros debe cumplir con el llamado de Dios en nuestras vidas. Pero si
decidimos escapar de las tribulaciones y evitar las dificultades, no vamos a descubrir jamás qué
grandes cosas quiere Dios enseñarnos. La fe es creer en el carácter y fidelidad de Dios. Él está al
mando y aprovecha todas las situaciones para nuestro bien, utilizándolas para llevar a cabo sus
propósitos eternos. Todo lo que Dios hace, dice o pide que hagamos, es motivado por amor. Incluso
la disciplina y la corrección forman parte de su amor. "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas
las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados." (Romanos
8:28). La Palabra tiene que pasar de la mente al corazón para que comprendamos la omnipotente
promesa de que nada ni nadie podrán separarnos del amor de Cristo.

"Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios." (Romanos 10:17). Escuchémosla
y confiemos en ella. Pero el diablo viene persistentemente con su voz acusadora para sembrar en
nuestras mentes culpa y dudas que nos roban el gozo de la salvación y producen sólo desesperanza.
Esa desconfianza comienza zumbándonos en el oído, le damos credibilidad, luego lo confesamos y
finalmente nos destruye. La fe mira a Dios y atiende a su voz, que nunca contradice su Palabra y nos
da siempre esperanza. Es así cómo podemos discernir la voz de Cristo de la voz de Satanás, porque
son radicalmente opuestas.

Los dos discípulos de Emaús recuperaron el sentido de la vida "les fueron abiertos los ojos, y
le reconocieron". Transformados, anduvieron el camino opuesto, regresaron a Jerusalén, con una
nueva fuerza y visión de la cruz. "Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y
hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor
verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaban las cosas que les habían
acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan."

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Reemprendieron su marcha con una fe restaurada y comenzaron a anunciar la gran


experiencia de sus vidas. ¡Cristo ha resucitado! Ha vencido a la muerte. ¡Jesús vive! Y porque vive,
viviremos nosotros también.
Jesús declaró "era necesario padecer estas cosas". Pero también nos da la Palabra de su promesa
"…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:20)

ORACIÓN

Señor Jesús, en esta hora queremos declarar nuestra fe, como el apóstol Pedro, que dijo: Tú eres el
Cristo, el hijo del Dios viviente. Y sabemos ¡oh Señor! que sobre esta confesión, esta declaración de
su fe inspirada por el Espíritu Santo, Tú has edificado tu Iglesia. Cada vez que confesamos nuestra
fe somos obreros contigo, edificando y bendiciendo tu iglesia, poniendo una piedra nueva y cada
vez que confesamos nuestras dudas, luchamos contra ti. Señor pedimos que nos perdones por las
dudas que han entrado en nuestros corazones, dudando de tu fidelidad y de tu amor. Jamás
podremos dudar de tu gran amor sabiendo que todas las cosas obran para bien a los que son
llamados de Dios y le aman. Limpia nuestros corazones ¡oh Padre! para que vivamos por la fe, no
por nuestros sentidos ni nuestras fuerzas y orgullo. Recordando siempre que la carne para nada
aprovecha, que sólo podemos progresar confiando y que desconfiando, retrocedemos.
Bendice este mensaje, bendice a los pastores y nuestras iglesias. Gloria a tu nombre.
En el nombre de Cristo lo pedimos. Amén.

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