La Educación para La Promoción
La Educación para La Promoción
La Educación para La Promoción
ABSTRACT
The paper deals with the ways to promote the third generation human rights through education.
It underlines the evolutionary dynamism of human rights and the necessity to promote a culture
based on their recognition. Solidarity is analysed as the value which specify this generation of
rights. Then the author defends the rights to a healthy environment, to peoples’ development,
and to peace, as key components of any international political community or local communities
aiming to meet the requirements of human dignity. Finally, he proposes some pedagogical prac-
tices to help the students to become conscious and responsible citizens, so they have the compe-
tence to ask to individuals and groups, specially to those who have the power, to recognise and
respect these new human rights.
Key words: Human rights, environment education, education for peoples’ development, education for
peace.
RESUMEN
El artículo trata de la educación de los estudiantes para promover los derechos humanos de la ter-
cera generación; plantea el dinamismo evolutivo de los derechos humanos y la necesidad de pro-
mover una cultura del reconocimiento de los mismos. Se analiza la solidaridad como el valor
especifico que manifiesta la tercera generación de los derechos humanos. Se argumenta la exi-
gencia de los derechos a un medio ambiente sano, al desarrollo de los pueblos y a la paz para con-
seguir una comunidad política internacional y comunidades locales a la altura de la dignidad
humana. Por último, se hacen propuestas de prácticas pedagógicas para que los estudiantes
adquieran competencias como ciudadanos conscientes y responsables que demanden a los grupos
e individuos, especialmente a quienes detentan el poder, el reconocimiento y el respeto a los
nuevos derechos humanos.
Descriptores: derechos humanos, educación para un medio ambiente sano, educación para el desarrollo de
los pueblos, educación para la paz.
RÉSUMÉ
Ce papier traite des manières de promouvoir les droits humains de la troisième génération par l’é-
ducation. Il souligne le dynamisme évolutif des droits humains et la nécessité de promouvoir une
culture basée sur leur reconnaissance. La solidarité est analysée comme la valeur qui spécifie cette
génération de droits. Puis l’auteur défend les droits à un environnement sain, au développement
des peuples, et à la paix, comme composantes-clés de toute communauté politique internationale
ou de communautés locales qui visent à répondre aux exigences de la dignité humaine. Finale-
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ment, l’auteur propose des pratiques pédagogiques pour aider les étudiants à devenir des citoyens
conscients et responsables, afin qu’ils/elles aient la compétence qui leur permettra de demander
aux individus et aux groupes, spécialement à ceux qui détiennent le pouvoir, de reconnaître et de
respecter ces nouveaux droits humains.
Mots-cléfs: Droits humains, éducation à l’environnement, éducation pour le développement des peuples,
éducation pour la paix.
grado de desarrollo humano que las personas somos capaces da alcanzar. Los derechos
humanos y el desarrollo humano comparten una misma visión y un mismo objetivo:
garantizar para todo ser humano, en cualquier parte del mundo, libertad, bienestar y
dignidad, “Todos los derechos para todos los habitantes de todos los países debería ser la
meta del siglo XXI” (PNUD, 2000, p 6).
Las relaciones entre los derechos de la primera y segunda generación están plagadas de
tensiones, puesto que los derechos civiles y políticos postulan la reducción de la presencia
del Estado en la vida pública para garantizar la libertad de los individuos, mientras los
derechos económicos, sociales y culturales postulan la presencia del Estado en la vida
pública para garantizar los mínimos de igualdad en los bienes sociales para todos los ciu-
dadanos. La difícil armonía de unos y otros derechos se manifiesta en los enfrentamientos
entre países occidentales ricos y países en vías de desarrollo; mientras los países occiden-
tales suelen poner énfasis en los derechos civiles y políticos, acusando a otros países de
negar esos derechos a sus ciudadanos, los dirigentes de los países en vías de desarrollo
acostumbran a enfatizar los derechos económicos y sociales, criticando a los países occi-
dentales ricos su egoísmo depredador, que impide disfrutar de tales derechos a los ciu-
dadanos de los países menos desarrollados. El enfrentamiento históricamente se ha
visualizado con la existencia de un Pacto Internacional referido a los derechos civiles y
políticos y otro Pacto Internacional referido a los derechos económicos, sociales y cul-
turales, alcanzados ambos en el mismo año (1966) y con entrada en vigor en el mismo
año (1976).
Aunque los derechos humanos civiles y políticos parecen reconocerse actualmente
más que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, todavía 106 países
presentan limitaciones importantes a esas libertades (PNUD, 2002) y, en otros muchos
países, también hay deficiencias en el amparo a libertades fundamentales. En cuanto al
respeto actual a los derechos económicos, sociales y culturales, hay datos que hablan por sí
solos: 1200 millones de personas sobreviven con menos de 1 dólar al día, 799 millones
pasan hambre, 115 millones de niños no asisten a la escuela, 30.000 niños mueren cada
día en el mundo por causas que se podrían prevenir, 1.100 millones de personas carecen
de acceso al agua potable (PNUD, 2003).
Los principales derechos de la tercera generación, o a la calidad de vida, son: el derecho
al desarrollo de los individuos y pueblos, el derecho a la paz y el derecho a un medio
ambiente sano (Ballesteros, 1995). También han venido considerándose como
pertenecientes a la tercera generación, el derecho al patrimonio común de la humanidad y
el derecho a la asistencia humanitaria (Vasak, 1990). El conocimiento y el uso de las tec-
nologías de la información y la comunicación se están planteando también como un
derecho de tercera (o cuarta) generación, que afecta a la educación y a la disponibilidad
tecnológica, como forma de expresar que quien no disponga de esas posibilidades queda
excluido de la nueva sociedad del conocimiento (Touriñán, 1999; González, 1999).
Aunque los distintos tipos de derechos pueden considerarse como oleadas o genera-
ciones sucesivas, G. Vázquez (2003) considera más fecundo pensarlos en clave sistémica,
puesto que la satisfacción suficiente de un derecho de última generación (de tercera o
cuarta), por ejemplo, el derecho a usar de forma adecuada las Nuevas Tecnologías de la
Comunicación, es una fuente para satisfacer derechos de primera y segunda generación
como los incluidos en las Metas para el Desarrollo en el Milenio, en los términos formu-
lados por el PNUD.
Por ello, es importante generar una cultura de reconocimiento de los nuevos dere-
chos y el compromiso de las organizaciones de la sociedad civil de presionar a las institu-
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ciones internacionales y a los gobiernos para que provean un ordenamiento jurídico que
haga efectiva la implantación de esos derechos en las prácticas sociales de las comunidades
políticas nacionales, en las relaciones internacionales y en la vida ordinaria de las gentes.
Los derechos de la tercera generación no han alcanzado, todavía, el reconocimiento pleno
en los ordenamientos jurídicos de las instituciones internacionales ni en las legislaciones de
la mayoría de los Estados, si bien hay que reconocer avances en las normativas referidas al
derecho a un medio ambiente sano, aunque con una lentitud mayor de la deseable.
viduos y cualquier crecimiento exagerado del más fuerte, de tal modo que, en la varia-
bilidad de sus partes, la permanencia de la naturaleza como un todo había quedado
asegurada.
Con mayor o menor fortuna, la naturaleza ha venido regulándose, y el ser humano
ha sido, a la vez, resultado de esa regulación y espectador de la misma. A este respecto,
la creciente agresión natural por parte del hombre no ha supuesto, hasta hace poco
tiempo, ninguna diferencia determinante. Sólo en los últimos decenios se ha ido viendo
que el hombre está dejando de ser un mero espectador para convertirse en transfor-
mador activo y, por lo tanto, en sujeto agente de la evolución (Gracia, 1991). Este ha
sido un salto cualitativo de enormes consecuencias.
En el hombre, la naturaleza se ha perturbado a sí misma y sólo en la capacidad
moral de aquél se atisba la posibilidad de un ajuste en el desequilibrio provocado (Jonas,
1995). Con la supremacía de la ciencia y con el poder de la técnica posibilitada por ella,
cada vez hay más evidencias de que la intervención del humano está potenciando, de
modo acelerado, los efectos más negativos, poniendo en peligro el futuro de la vida en
la Tierra, en todas sus formas, también de la vida humana (Beck, 1998). En este sen-
tido, se puede decir que los últimos cincuenta años han sido los menos ecológicos de la
historia de la humanidad. Ante esta situación, algunos científicos consideran que aún se
puede llegar a tiempo con la estrategia del desarrollo sostenible, conforme a las indica-
ciones de la Comisión Mundial del Medio Ambiente, mientras que otros consideran
que el efecto invernadero es inevitable en un plazo relativamente corto de tiempo, hasta
el punto de que nuestro problema es cómo asegurar la supervivencia de los hijos, no ya
la de los nietos.
El listado de consecuencias sobre el medio ambiente, generadas por la intervención
del humano, es preocupante. Nos encontramos con estos problemas fundamentales:
disminución de la capa de ozono, destrucción de la Amazonia y de otros bosques
húmedos tropicales, arrasamientos forestales por la lluvia ácida y los incendios, deserti-
ficación acelerada en muchas zonas del Planeta, explosión demográfica en los países en
vías de desarrollo, contaminación de la biosfera que provoca la extinción de numerosas
especies animales y vegetales y el cambio de clima. Si persiste el incremento del cambio
climático, las consecuencias previsibles afectarán especialmente a los países en vías de
desarrollo: la reducción del rendimiento de las cosechas en los países tropicales y sub-
tropicales asociadas a condiciones climáticas extremas como las inundaciones y sequías;
la reducción de la disponibilidad de agua en numerosas regiones subtropicales y de
Asia Oriental y Meridional; el aumento de la destrucción de los arrecifes de coral y de
los ecosistemas costeros y el aumento del nivel del mar que podrá inundar a países
como Egipto o el territorio de ciertos Estados insulares como las Maldivas (PNUD,
2003).
Aparece así la vulnerabilidad de la naturaleza sometida a la intervención técnica del
hombre. Tal vulnerabilidad pone de manifiesto el poder de la acción humana sobre la
entera biosfera del Planeta, de la que hemos de responder ya que tenemos poder sobre
ella. A esos cambios de la naturaleza, producidos por la acción humana, se añade el
carácter acumulativo de los mismos: sus efectos se suman, de tal modo que el margen de
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implica equilibrio ecológico, social y económico lo que incide, al igual que el concepto
de desarrollo, en la diferenciación respecto a las políticas que buscan sólo el crecimiento
económico. Encontrar equidad y equilibrio de costos y beneficios entre la situación de
la naturaleza, la producción económica y la distribución social justa de la renta
responde bien a lo que se entiende hoy por desarrollo sostenible (Colom, 2000).
La cultura de la sostenibilidad comporta la adopción fuerte de los valores morales de
la justicia y la solidaridad. Por lo que el desarrollo sostenible es fundamentalmente un
proyecto moral (Ortega y Mínguez, 2003). Las prácticas sociales de la escuela que lle-
van a respetar la naturaleza, la identidad personal, las formas de vida, las costumbres y
las creencias de los estudiantes, con origen en diferentes pueblos y grupos sociales, así
como la promoción de relaciones de convivencia entre ellos, están configurando la per-
sonalidad moral de los participantes y contribuyendo a la minoración de las diferencias
en cuanto a capacidades de desarrollo, con frecuencia producidas por la pobreza (Aznar,
2002).
Otra línea de acciones educativas tiene que relacionarse con la característica más
definitoria de la sociedad de nuestro tiempo: el consumo. No pretendemos decir que no
se consuma; el consumo puede entenderse como un medio de desarrollo humano
cuando no afecta negativamente al bienestar de los otros, es justo para las generaciones
futuras, respeta la capacidad del Planeta y estimula el surgimiento de comunidades
productivas y creativas. Lo verdaderamente inmoral es el consumo superfluo y exhibi-
cionista, que genera la exclusión y la humillación de quienes no satisfacen sus necesi-
dades básicas.
La ética kantiana estableció la Regla de Oro con la célebre formulación del impera-
tivo categórico: “obra de tal manera que la máxima de tu actuación pueda convertirse por
tu voluntad en ley universal de la naturaleza”; según tal ética, cualquier norma que pre-
tenda tener valor moral debe ser formalmente universalizable. Si los ciudadanos de
todos los países tuvieran estilos de vida semejantes a los ciudadanos de los países desa-
rrollados, el consumo esquilmaría los recursos de la tierra y haría la vida inviable para las
generaciones futuras. En el caso del consumo no cabe hacer excepciones, referidas a
unos grupos de personas o a unos países, porque si la universalización de una norma de
consumo destruye los recursos naturales entonces es inmoral. Si aceptamos la Regla de
Oro y se aplica al consumo, la norma moral del consumidor puede formularse así:
“consume de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el manteni-
miento de la naturaleza” y una segunda formulación diría: “consume de tal modo que
respetes y promuevas la libertad de todo ser humano, tanto en tu persona como en la de
cualquier otra, siempre al mismo tiempo” (Cortina, 2002).
Ante la pobreza que nos revelan los datos de los Informes Internacionales (PNUD,
2002, 2003; Eurostat, 2002, Cobo, 2001), las pautas de consumo de los ciudadanos de
los países desarrollados son inmorales.
Para un consumo justo y responsable, es necesario fomentar en los estudiantes estilos
de vida sostenibles, asumibles y universalizables. Para ello, conviene proceder en una
doble dirección: averiguar los estilos de vida que producen daño social y exclusión a
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personas y a pueblos y que deberían estar prohibidos en una sociedad que se pretenda
justa; y, por otro lado, los estilos de vida que fomentan las capacidades personales y
son respetuosos con el medio ambiente.
Dos son las competencias a formar en los estudiantes: la lucidez y la prudencia. La
lucidez para desentrañar los motivos por los que consumen y los mecanismos sociales
que les avivan el deseo de consumir diferentes productos. Es difícil combatir la creencia
por la que se identifica la autorrealización con el éxito expresado en la posesión de obje-
tos costosos, la convicción generalizada de que lo natural es consumir de forma cre-
ciente y que moderar el consumo es una forma de retroceso. Por ello, la lucidez para
buscar otras formas de autorrealización personal y de desarrollo de capacidades per-
sonales es una buena meta educativa. La prudencia, por su parte, muestra que la calidad
de vida debería prevalecer sobre la cantidad de bienes. Tiene importancia educativa
que los estudiantes descubran que la vida buena, la vida feliz, no depende tanto del
consumo ilimitado de productos del mercado como de unas relaciones humanas satis-
factorias, del disfrute de la naturaleza, del sosiego y el disfrute del tiempo.
Pero la austeridad, la lucidez y la prudencia que hemos mencionado, como compe-
tencias a desarrollar en los estudiantes, tienen que estar al servicio del principio moral
de la justicia: no vivimos solos sino en compañía de quienes mueren de hambre y de
enfermedades evitables, impedidos en su potencial desarrollo de capacidades humanas,
quienes teniendo derecho al disfrute de los bienes, para su permanencia en la vida y
para el desarrollo de sus capacidades, se les niega por quienes despilfarran los bienes
comunes. La responsabilidad por los pobres y los excluidos adquiere la fuerza de un
imperativo moral incondicionado.
una comunidad étnica, local o nacional, pero también como seres humanos con
responsabilidades sobre todos los demás. La democracia del futuro debe permitir a los
ciudadanos cosmopolitas ganar importancia como mediadores entre tradiciones cul-
turales y discursos diferentes, buscando significados compartidos que posibiliten el
entendimiento de las gentes y de los pueblos.
Los bienes de la tierra son bienes sociales que tienen que ser socialmente distribuí-
dos. Y no sólo en un país, sino en el conjunto de la humanidad, que afín de cuentas es
la que los produce (Cortina, 2003); la interdependencia es la clave de la producción,
aunque personas y países sigan aferrados a la falsa ideología del individualismo pose-
sivo, sigan convencidos que los productos son suyos. Walzer (1993) enumera, en Las
esferas de la justicia, doce bienes, que tendrían que ser compartidos por todos los habi-
tantes de nuestro planeta: la pertenencia a una comunidad política, la educación, la
seguridad y el bienestar, el dinero y los productos del mercado, los cargos y puestos de
responsabilidad, el trabajo, el tiempo libre, el poder político, la autoestima, los benefi-
cios de la tecnología, el reconocimiento social, la igualdad; todos estos bienes podrían
articularse en lo que se puede llamar las condiciones de la libertad que permiten el
desarrollo de las capacidades de las personas para llevar adelante una vida feliz.
En una aldea global, el egoísmo es una actitud pasada de moda como lo son las
pequeñas endogamias, los vulgares nepotismos, la defensa de los míos, los nuestros,
sea en la política, en la economía, en la universidad o en el hospital. Ante retos univer-
sales, no cabe sino la respuesta de una actitud ética universalista que tenga por hori-
zonte, para la toma decisiones, el bien universal, aunque sea preciso construirlo desde el
bien local. Es necesaria una educación de talante mundialista: para ser integrante de una
sola nación, el Planeta, habitada por unos seres con igualdad de derechos y deberes: la
humanidad, sin ningún tipo de exclusiones (Colom, 2000).
El Derecho a la Paz
La paz tiene, por lo menos, tres versiones a considerar según se plantee en el nivel inter-
nacional (paz entre la naciones), estatal (paz dentro de las naciones) y en el individual
(ánimo pacífico). La paz entre las naciones tiene que ser causa y efecto de un orden inter-
nacional en el que estén presentes la equidad y la justicia, sin embargo es necesario tomar
conciencia de que sólo con un nivel de desarrollo humano aceptable en todas las naciones
se podrá conseguir la paz entre las naciones . El recurso a principios éticos puede no
siempre ser eficiente por más que sea importante y hará falta convencer a mucha gente de
los países desarrollados que es preciso trabajar en la dirección del progreso económico,
social y cultural de los demás pueblos. La búsqueda del desarrollo equitativo se ha con-
vertido no sólo en un imperativo ético para la comunidad internacional sino en un
imperativo histórico para un mundo en transformación. Ese es un campo de la lucha
política y de las acciones que podamos hacer en favor del derecho a la paz.
La paz dentro de cada estado aparece en tres sentidos: como ausencia de violencia
directa, como ausencia de violencia estructural y como ausencia de violencia cultural.
En cuanto a la primera, se sabe que la mayoría de países que han logrado desarrollarse
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bién la pérdida de los amigos y, sobre todo, a que éstos se vean forzados a convertirse de
repente en enemigos. La guerra llena la vida de desconfianza, sospecha y soledad, y
obliga a la supervivencia por sí mismo.
Los niños piensan que la paz se puede lograr básicamente dialogando. Para ellos es
necesario “discutir civilizadamente”, encontrar soluciones que en ningún caso supongan
sufrimiento. En sus relatos, la capacidad de hablar, de dialogar o de discutir tiene que
llegar además a la voluntad de lograr acuerdos entre las partes afectadas.
Los niños dan más valor a las condiciones necesarias para tener una vida digna que a
la solución de los conflictos. La paz consiste más en lograr el bienestar de las personas
que acabar con los motivos de la guerra.
En las elaboraciones narrativas de los niños, se detecta que la mayor parte de la
información que tienen sobre la guerra proviene de los medios de comunicación, espe-
cialmente de las imágenes que observan en la televisión. Estas imágenes, junto con la
ausencia de una información adecuada, conforman una mirada, en ocasiones, caótica y
tremendista donde resulta más importante lo visual y emocionalmente significativo,
comprensible para un niño, que unos datos explicativos que se presentan normalmente
en formato para adultos.
Los niños identifican a menudo las situaciones de guerra con otros problemas
sociales que generan sufrimiento. Probablemente esta identificación puede deberse a la
presentación habitual de todos estos fenómenos juntos en unos mismos paquetes de
información, en los que predomina la inmediatez del mensaje y la volatilidad de la
información, tal como suele hacerse en los informativos de la televisión.
Los niños se muestran receptivos a las campañas de concienciación que los medios
de comunicación hacen ante situaciones de carencia. Piensan que un modo de paliar las
consecuencias negativas de los conflictos bélicos consiste en colaborar con el envío de
alimentos, donaciones, etc. El sufrimiento de los otros despierta en ellos una actitud de
compasión y de solidaridad que resulta indispensable para poder realizar una auténtica
educación para la paz.
Como conclusión última de su trabajo, los investigadores consideran que la edu-
cación para la paz requiere la promoción de sentimientos y actitudes de solidaridad y
empatía hacia los otros. Así mismo, requiere un conocimiento, adaptado a las capaci-
dades de los niños, sobre las causas que ayudan a entender los conflictos humanos.
Ambas dimensiones son necesarias para aprender a leer, analizar y responder las infor-
maciones e imágenes que proporcionan los medios de información. Sólo si se trabajan
ambas se podrá conseguir una educación para la paz que evite tanto el voluntarismo
sensiblero como el racionalismo insensible. Las propuestas de educación moral para la
paz, suelen insistir en la primera dimensión. Los datos de su investigación revelan la
necesidad de trabajar también la segunda.
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Notas
1. Una gobernabilidad desde la perspectiva del desarrollo humano es una gobernabilidad
democrática. Se vela por conseguir que: se respeten los derechos humanos y las libertades
fundamentales de las personas, permitiéndoles vivir con dignidad; las personas participen
en la toma de decisiones que afectan a sus vidas; que se pueda exigir responsabilidad a los
encargados de la toma de decisiones; las interacciones sociales se vean regidas por
programas, instituciones y prácticas globales y justas; exista igualdad entre hombres
y mujeres en las esferas privada y pública, y en la toma de decisiones; que no exista
discriminación por motivos de raza, origen étnico, clase, género o cualquier otro atributo;
las necesidades de las generaciones futuras se reflejen en las políticas actuales; las políticas
económicas y sociales respondan a las necesidades y a las aspiraciones de los pueblos;
el objetivo de las políticas económicas y sociales sea la erradicación de la pobreza y la
ampliación de las oportunidades que las personas tengan en sus vidas” (Fuente: Oficina
del Informe sobre Desarrollo Humano).
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