Trabajo Practico El Sentido Cristiano Del Sufrimiento Humano

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FORMACION PARA EL

DIACONADO PERMANENTE

Espacio Formativo:

PASTORAL DE LA SALUD

TRABAJO PRÁTICO N°1

Tema:

“El sentido cristiano del sufrimiento humano”

Una aproximación a la Carta Apostólica Salvifici Doloris

(SD)

de San Juan Pablo II

Pb. Andrés ROUSSEAU SALET

Elaborado por:
Rubén Edgardo Pissoni

1
-2021-
Índice

Consignas…………………………………………………………………..….. pag. 3

Desarrollo….…………………………………………………………………... pag. 3

Anexo I ……………………………………………………………………...… pag. 7

2
TRABAJO PRÁCTICO: “El sentido cristiano del sufrimiento humano”

Una aproximación a la Carta Apostólica Salvifici Doloris (SD)

de San Juan Pablo II”

Consignas:

Leer el Capítulo VI de la Carta Apostólica Salvifici Doloris (SD), y en base a la lectura:

1- Reflexionar y expresar por escrito: ¿Cuál es el sentido que tiene para el enfermo la

cruz de Cristo?

2- Desde esta reflexión, ¿qué texto/s bíblico/s podría/n iluminar esta realidad del

enfermo?

Enviar el escrito, antes del próximo encuentro, a [email protected]

Desarrollo del trabajo:

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1- Asumiendo que las experiencias dolorosas en la vida de todas las personas son una

realidad recurrente, y que se presenta de múltiples maneras y en cualquier momento de

la vida, estas experiencias siempre plantean sorpresas y desafíos que llevan a replanteos y

tensiones en el interior de la persona. Aquí, tanto aquel que profesa la fe cristiana como

aquel que descubre por primera vez en el dolor a Dios, seguramente emprende un

camino que lleva paulatinamente a la Palabra de Dios, donde toda acepción de la palabra

“Sufrimiento” hace eco en nuestros oídos y se comienza a redescubrir los significados del

dolor, donde el hombre encuentra respuestas a interrogantes tales como ¿por qué?, ¿para

que?. Estas experiencias humanas llevan a la búsqueda del consuelo y de la ayuda de

otras personas, a la vez que despiertan compasión en el otro, la que se manifiesta en la

entrega y la asistencia.

La fe, nos pone en intimo contacto, con el sufrimiento, continuamente encontramos en los

evangelios los relatos de como Jesús actúa frente al que padece algún dolor, sanando,

sosteniendo protegiendo, y es el mismo Hijo de Dios el que nos habla, preparándonos

para las tribulaciones, anticipándonos que el sufrimiento es parte del camino de fe, al

punto tal que el mismo vive su pasión y muerte, momento en que, como Verbo hecho

carne, también elevara su plegaria a Dios, aceptando su dolor llevado al límite y diciendo

“…Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la

tuya…”. Vemos a un Jesús que sufrió el látigo y cargo su cruz, pero también hubo quien

se compadeció de tanto dolor, alguien que le ayudo cargar esa cruz, hubo una madre,

María, testigo del sufrimiento y por eso aún más sufriente quien lloró a la pies de su

cuerpo clavado, hubo un discípulo muy amado. Cuanto dolor y cuantos doloridos en una

sola imagen, pero al final su resurrección, donde muestra y a la vez invita a vencer a la

muerte a pesar de las cicatrices, certificados de laceraciones y heridas que se dispuso

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voluntariamente a sufrir por la redención de los demás, acción en la que cada cristiano se

une su propio sufrimiento al de Cristo en la cruz, como un regalo especial al mandato de

Dios y a la vocación de la Iglesia, y como campo fértil para el proceso de profundas

conversiones, ejemplo para toda una comunidad.

El dolor y la enfermedad también abren una puerta para alcanzar una gran madurez

interior y a la vez encontrar la paz en Cristo, transformando las almas. Es entonces el

dolor el que marca la diferencia entre aquellas personas maduras espiritualmente, con la

fuerza suficiente para enfrentar difíciles situaciones, y aquellas personas que no pueden

manejar sus propias emociones.

El dolor, asumido desde la experiencia de Jesús en la cruz, se convierte en la confluencia

de la esperanza, la necesidad de la oración confiando en la voluntad de Dios, y el sentido

de la entrega, de la ofrenda, tanto del que sufre como así también de aquellos que

acompañan a los dolientes. El dolor asumido permite superar el sentido de inutilidad del

sufrimiento, en tanto se asume que complementa los padecimientos de Cristo en pos de la

salvación de los hermanos.

2- Desde esta reflexión, algunos de los textos que podrían iluminar esta realidad de los

enfermos son los citados a continuación:

"…Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera,

vivirá..El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?. Ella contestó:

Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo…”

(Jn. 11,25-27)

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"…Un día subió Jesús a una barca con sus discípulos y les dijo: Crucemos a la otra orilla

del lago. Y remaron mar adentro. Mientras navegaban, Jesús se durmió. De repente se

desencadenó una tempestad sobre el lago y la barca se fue llenando de agua, a tal punto

que peligraban. .Se acercaron a él y lo despertaron: «Maestro, Maestro, ¡estamos

perdidos!» Jesús se levantó y amenazó al viento y a las olas encrespadas; se tranquilizaron

y todo quedó en calma.. Después les dijo: ¿Dónde está su fe? Los discípulos se habían

asustado, pero ahora estaban fuera de sí y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste? Manda

a los vientos y a las olas, y le obedecen.." (Lc. 8, 22 -25)

“…En la ciudad donde entren… curen los enfermos que haya en ella y díganles: El reino

de Dios está cerca de ustedes…” (Lc. 10, 8-9)

"¿Hay alguno enfermo? Que llame a los ancianos de la Iglesia, que oren por él y lo unjan

con aceite en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al que no puede

levantarse; el Señor hará que se levante; y si ha cometido pecados, se le perdonarán." (Stgo.

5,14-15)

"…Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne

lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia…." (Col.

1,24)

"Estimo que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que

nos espera y que ha de manifestarse. Algo entretiene la inquietud del universo, y es la

esperanza de que los hijos e hijas de Dios se muestren como son.. Pues si la creación se ve

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obligada a no lograr algo duradero, esto no viene de ella misma, sino de aquel que le

impuso este destino. Pero le queda la esperanza; porque el mundo creado también dejará

de trabajar para que sea destruido, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios

.Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto. Y también nosotros, aunque

ya tengamos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos en nuestro

interior mientras esperamos nuestros derechos de hijos y la redención de nuestro cuerpo.

Estamos salvados, pero todo es esperanza. ¿Quieres ver lo que esperas? Ya no sería

esperar; porque, ¿puedes esperar lo que ya ves?. Esperemos, pues, sin ver, y lo tendremos,

si nos mantenemos firmes.. Somos débiles pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No

sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero el Espíritu lo pide por nosotros, sin palabras, como

con gemidos.. Y Aquel que penetra los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del

Espíritu, pues el Espíritu quiere conseguir para los santos lo que es de Dios.. También

sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha

escogido y llamado. A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser como su

Hijo y semejantes a él, a fin de que sea el primogénito en medio de numerosos hermanos .

Así, pues, a los que él eligió, los llamó; a los que llamó, los hizo justos y santos; a los que

hizo justos y santos, les da la Gloria. . ¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros,

¿quién estará contra nosotros?. Si ni siquiera perdonó a su propio Hijo, sino que lo

entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar con él todo lo demás?. ¿Quién acusará

a los elegidos de Dios? Dios mismo los declara justos.. ¿Quién los condenará? ¿Acaso será

Cristo, el que murió y, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios intercediendo por

nosotros?, ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la

persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?. Como dice la Escritura:

Por tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como ovejas destinadas

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al matadero.. Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó..

Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente

ni el futuro, ni las fuerzas espirituales…" (Romanos 8, 18-38)

Anexo I

Documento a abordar:

“El sentido cristiano del sufrimiento humano” Una aproximación a la Carta Apostólica

Salvifici Doloris (SD) de San Juan Pablo II” – Capítulo VI

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25. Los testigos de la cruz y de la resurrección de Cristo han transmitido a la Iglesia y a

la humanidad un específico Evangelio del sufrimiento. El mismo Redentor ha escrito

este Evangelio ante todo con el propio sufrimiento asumido por amor, para que el

hombre « no perezca, sino que tenga la vida eterna »[80].

Este sufrimiento, junto con la palabra viva de su enseñanza, se ha convertido en un

rico manantial para cuantos han participado en los sufrimientos de Jesús en la

primera generación de sus discípulos y confesores y luego en las que se han ido

sucediendo a lo largo de los siglos.

Es ante todo consolador —como es evangélica e históricamente exacto— notar que al

lado de Cristo, en primerísimo y muy destacado lugar junto a Él está siempre su Madre

Santísima por el testimonio ejemplar que con su vida entera da a este particular

Evangelio del sufrimiento. En Ella los numerosos e intensos sufrimientos se

acumularon en una tal conexión y relación, que si bien fueron prueba de su fe

inquebrantable, fueron también una contribución a la redención de todos. En realidad,

desde el antiguo coloquio tenido con el ángel, Ella entrevé en su misión de madre el «

destino » a compartir de manera única e irrepetible la misión misma del Hijo. Y la

confirmación de ello le vino bastante pronto, tanto de los acontecimientos que

acompañaron el nacimiento de Jesús en Belén, cuanto del anuncio formal del anciano

Simeón, que habló de una espada muy aguda que le traspasaría el alma, así como de

las ansias y estrecheces de la fuga precipitada a Egipto, provocada por la cruel decisión

de Herodes.

Más aún, después de los acontecimientos de la vida oculta y pública de su Hijo,

indudablemente compartidos por Ella con aguda sensibilidad, fue en el Calvario donde

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el sufrimiento de María Santísima, junto al de Jesús, alcanzó un vértice ya difícilmente

imaginable en su profundidad desde el punto de vista humano, pero ciertamente

misterioso y sobrenaturalmente fecundo para los fines de la salvación universal. Su

subida al Calvario, su « estar » a los pies de la cruz junto con el discípulo amado,

fueron una participación del todo especial en la muerte redentora del Hijo, como por

otra parte las palabras que pudo escuchar de sus labios, fueron como una entrega

solemne de este típico Evangelio que hay que anunciar a toda la comunidad de los

creyentes.

Testigo de la pasión de su Hijo con su presencia y partícipe de la misma con su

compasión, María Santísima ofreció una aportación singular al Evangelio del

sufrimiento, realizando por adelantado la expresión paulina citada al comienzo.

Ciertamente Ella tiene títulos especialísimos para poder afirmar lo de completar en su

carne —como también en su corazón— lo que falta a la pasión de Cristo.

A la luz del incomparable ejemplo de Cristo, reflejado con singular evidencia en la

vida de su Madre, el Evangelio del sufrimiento, a través de la experiencia y la palabra

de los Apóstoles, se convierte en fuente inagotable para las generaciones siempre

nuevas que se suceden en la historia de la Iglesia. El Evangelio del sufrimiento significa

no sólo la presencia del sufrimiento en el Evangelio, como uno de los temas de la

Buena Nueva, sino además la revelación de la fuerza salvadora y del significado

salvífico del sufrimiento en la misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la

vocación de la Iglesia. Cristo no escondía a sus oyentes la necesidad del sufrimiento.

Decía muy claramente: « Si alguno quiere venir en pos de mí... tome cada día su cruz

»[81], y a sus discípulos ponía unas exigencias de naturaleza moral, cuya realización

es posible sólo a condición de que « se nieguen a sí mismos »[82].

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La senda que lleva al Reino de los cielos es « estrecha y angosta », y Cristo la

contrapone a la senda « ancha y espaciosa » que, sin embargo, « lleva a la perdición

»[83].

Varias veces dijo también Cristo que sus discípulos y confesores encontrarían

múltiples persecuciones; esto —como se sabe— se verificó no sólo en los primeros

siglos de la vida de la Iglesia bajo el imperio romano, sino que se ha realizado y se

realiza en diversos períodos de la historia y en diferentes lugares de la tierra, aun en

nuestros días.

He aquí algunas frases de Cristo sobre este tema: « Pondrán sobre vosotros las manos y

os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y metiéndoos en prisión, conduciéndoos

ante los reyes y gobernadores por amor de mi nombre. Será para vosotros ocasión de

dar testimonio. Haced propósito de no preocuparos de vuestra defensa, porque yo os

daré un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos

vuestros adversarios. Seréis entregados aun por los padres, por los hermanos, por los

parientes y por los amigos, y harán morir a muchos de vosotros, y seréis aborrecidos

de todos a causa de mi nombre. Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra

cabeza. Con vuestra paciencia compraréis (la salvación) de vuestras almas »[84].

El Evangelio del sufrimiento habla ante todo, en diversos puntos, del sufrimiento «por

Cristo», « a causa de Cristo », y esto lo hace con las palabras mismas de Cristo, o bien

con las palabras de sus Apóstoles. El Maestro no esconde a sus discípulos y seguidores

la perspectiva de tal sufrimiento; al contrario lo revela con toda franqueza, indicando

contemporáneamente las fuerzas sobrenaturales que les acompañarán en medio de las

persecuciones y tribulaciones « por su nombre ». Estas serán en conjunto como una

verificación especial de la semejanza a Cristo y de la unión con Él. « Si el mundo os

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aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros... pero porque no sois

del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... No es el

siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os

perseguirán... Pero todas estas cosas las harán con vosotros por causa de mi nombre,

porque no conocen al que me ha enviado » [85]. « Esto os lo he dicho para que tengáis

paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al

mundo »[86].

Este primer capítulo del Evangelio del sufrimiento, que habla de las persecuciones, o

sea de las tribulaciones por causa de Cristo, contiene en sí una llamada especial al

valor y a la fortaleza, sostenida por la elocuencia de la resurrección. Cristo ha vencido

definitivamente al mundo con su resurrección; sin embargo, gracias a su relación con

la pasión y la muerte, ha vencido al mismo tiempo este mundo con su sufrimiento. Sí,

el sufrimiento ha sido incluido de modo singular en aquella victoria sobre el mundo,

que se ha manifestado en la resurrección. Cristo conserva en su cuerpo resucitado las

señales de las heridas de la cruz en sus manos, en sus pies y en el costado. A través de

la resurrección manifiesta la fuerza victoriosa del sufrimiento, y quiere infundir la

convicción de esta fuerza en el corazón de los que escogió como sus Apóstoles y de

todos aquellos que continuamente elige y envía. El apóstol Pablo dirá: « Y todos los que

aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones »[87].

26. Si el primer gran capítulo del Evangelio del sufrimiento está escrito, a lo largo de

las generaciones, por aquellos que sufren persecuciones por Cristo, igualmente se

desarrolla a través de la historia otro gran capítulo de este Evangelio. Lo escriben todos

los que sufren con Cristo, uniendo los propios sufrimientos humanos a su sufrimiento

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salvador. En ellos se realiza lo que los primeros testigos de la pasión y resurrección

han dicho y escrito sobre la participación en los sufrimientos de Cristo. Por

consiguiente, en ellos se cumple el Evangelio del sufrimiento y, a la vez, cada uno de

ellos continúa en cierto modo a escribirlo; lo escribe y lo proclama al mundo, lo

anuncia en su ambiente y a los hombres contemporáneos.

A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde

una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia

especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San

Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el

hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo

que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una

nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una

confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo

de modo un tanto incomprensible.

Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente

como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior

y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres

sanos y normales.

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de

una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Él

mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu

de Verdad, por medio del Espíritu Consolador. Él es quien transforma, en cierto

sentido, la esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar

cercano a sí. Él es —como Maestro y Guía interior— quien enseña al hermano y a la

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hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio

de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de

él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna. Cristo

con su sufrimiento en la cruz ha tocado las raíces mismas del mal: las del pecado y las

de la muerte. Ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente

contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega

gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de

un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del

amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino

del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento.

En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia

exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra

muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo

con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador.

No basta. El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del

corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos. Como

continuación de la maternidad que por obra del Espíritu Santo le había dado la vida,

Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad —

espiritual y universal— hacia todos los hombres, a fin de que cada uno, en la

peregrinación de la fe, quedara, junto con María, estrechamente unido a Él hasta la

cruz, y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la

debilidad del hombre, en fuerza de Dios.

Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo

comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya diverso; diversa

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es la disposición, que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir

que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente

humana y con la pregunta del « por qué ». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento

y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas

veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de

notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre Él mismo, y por consiguiente quiere

responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a

veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser

interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a

esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta

salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.

La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro

interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la

pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una

llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del

sufrimiento, sino que ante todo dice: « Sígueme », « Ven », toma parte con tu

sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi

sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose

espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento.

El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de

Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del

sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta

personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la

alegría espiritual.

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27. De esta alegría habla el Apóstol en la carta a los Colosenses: «Ahora me alegro de

mis padecimientos por vosotros »[88].

Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del

sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el

sufrimiento humano. Este no sólo consuma al hombre dentro de sí mismo, sino que

parece convertirlo en una carga para los demás. El hombre se siente condenado a

recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo

inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo

transforma esta sensación deprimente. La fe en la participación en los sufrimientos de

Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre « completa lo que

falta a los padecimientos de Cristo »; que en la dimensión espiritual de la obra de la

redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo

tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En

el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor,

precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del sacrificio de Cristo, es el

mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del

mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la

gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente

en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha « cósmica » entra

las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios[89],

los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un

particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas

fuerzas salvíficas.

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Por esto, la Iglesia ve en todos los hermanos y hermanas de Cristo que sufren como un

sujeto múltiple de su fuerza sobrenatural. ¡Cuán a menudo los pastores de la Iglesia

recurren precisamente a ellos, y concretamente en ellos buscan ayuda y apoyo! El

Evangelio del sufrimiento se escribe continuamente, y continuamente habla con las

palabras de esta extraña paradoja. Los manantiales de la fuerza divina brotan

precisamente en medio de la debilidad humana. Los que participan en los sufrimientos

de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito

de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás. El hombre,

cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras

del pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que

posee

en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al

valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo.

[80] Jn 3, 16.

[81] Lc 9, 23.

[82] Cf. Lc 9, 23.

[83] Cf. Mt 7, 13-14.

[84] Lc 21, 12-19.

[85] Jn 15, 18-21.

[86] Jn 16, 33.

[87] 2 Tim 3, 12

[88] Col 1, 24.

[89] Cf. Ef 6, 12.

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