El documento habla sobre la oración de Pablo por la santificación completa de los tesalonicenses. Explica que la santificación tiene tres aspectos: posicional (lo que Dios hace en el momento de la salvación), experimental (el proceso continuo de conformarse a Cristo) y final (la liberación total del pecado en la gloria). Aunque los creyentes deben esforzarse, solo Dios puede santificarlos por completo como la fuente del poder para la obediencia y el crecimiento espiritual. Pablo ora para que Dios santifique a los tes
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El documento habla sobre la oración de Pablo por la santificación completa de los tesalonicenses. Explica que la santificación tiene tres aspectos: posicional (lo que Dios hace en el momento de la salvación), experimental (el proceso continuo de conformarse a Cristo) y final (la liberación total del pecado en la gloria). Aunque los creyentes deben esforzarse, solo Dios puede santificarlos por completo como la fuente del poder para la obediencia y el crecimiento espiritual. Pablo ora para que Dios santifique a los tes
El documento habla sobre la oración de Pablo por la santificación completa de los tesalonicenses. Explica que la santificación tiene tres aspectos: posicional (lo que Dios hace en el momento de la salvación), experimental (el proceso continuo de conformarse a Cristo) y final (la liberación total del pecado en la gloria). Aunque los creyentes deben esforzarse, solo Dios puede santificarlos por completo como la fuente del poder para la obediencia y el crecimiento espiritual. Pablo ora para que Dios santifique a los tes
El documento habla sobre la oración de Pablo por la santificación completa de los tesalonicenses. Explica que la santificación tiene tres aspectos: posicional (lo que Dios hace en el momento de la salvación), experimental (el proceso continuo de conformarse a Cristo) y final (la liberación total del pecado en la gloria). Aunque los creyentes deben esforzarse, solo Dios puede santificarlos por completo como la fuente del poder para la obediencia y el crecimiento espiritual. Pablo ora para que Dios santifique a los tes
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La oración por la santificación completa
Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,
espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará. (5:23-24) La bendición final de Pablo señala a la única fuente de poder para obedecer todas las exhortaciones de 4:1—5:22: Dios, el único que santifica al creyente obediente. La santificación está inseparablemente ligada a la fe salvadora; porque a quienes Dios justifica, Él también los santifica (cp. Ro. 8:28-29). El apóstol Pablo comenzó esta epístola dando testimonio de que los tesalonicenses de verdad habían respondido con fe salvadora a su predicación del evangelio y habían sido justificados (1:2-5; 2:1, 12-13); aquí en la conclusión oraba ahora por su santificación completa. Su bendición en oración por ellos en estos versículos revela varios elementos esenciales de la santificación: su naturaleza, fuente y alcance; sus componentes humanos; su meta y culminación; y su seguridad final. NATURALEZA, FUENTE Y ALCANCE DE LA SANTIFICACIÓN Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; (5:23a) Santificar (hagiazō) quiere decir “apartar”, “separar” del pecado a la santidad. El modo optativo expresa aquí deseo. La forma del sustantivo aparece varias veces más en esta carta (4:3-4, 7) y el verbo también varias veces en el Nuevo Testamento (Jn. 10:36; 17:17, 19; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1 Co. 1:2; 6:11; 7:14; Ef. 5:26; 1 Ti. 4:5; 2 Ti. 2:21; He. 2:11; 9:13; 10:10, 14, 29; 13:12; 1 P. 3:15). La santificación es el proceso continuo por el cual Dios separa cada vez más a los creyentes del pecado y los lleva a la santidad. Las súplicas del apóstol por los tesalonicenses son paralelas y reiteran el tema de su oración anterior sobre el crecimiento espiritual de ellos en 3:11-13: Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y nuestro Señor Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros. Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. El concepto de la santificación, separar las cosas para Dios, es uno de los más antiguos en las Escrituras. En Génesis 2:3, Dios santificó el séptimo día y descansó de su obra creadora. Job solía ofrecer holocaustos a Dios y santificaba a sus hijos (Job 1:5). En el éxodo, Dios apartó al primogénito de su pueblo y sus animales para su uso (Éx. 13:1-2). Justo antes de darle los Diez Mandamientos a Moisés, Dios separó a Israel para ser una nación santa (Éx. 19:5-6; cp. Ez. 37:28) y pocos días después santificó el Monte Sinaí (Éx. 19:23) habiendo ya prohibido a los israelitas acercarse demasiado a este (v. 12). Después, en el desierto, el Señor santificó a Aarón y sus hijos para el oficio sacerdotal (Éx. 28:41ss) y separó el tabernáculo y sus utensilios para los propósitos sagrados (cáps. 30—31; 35—40). Samuel santificó a Isaí y a su hijo David (1 S. 16:5, 12-13). Muchos años después Dios santificó el templo de Jerusalén (2 Cr. 7:16). Antes del nacimiento del profeta Jeremías, Dios lo apartó para el ministerio profético (Jer. 1:5). Las narraciones del Nuevo Testamento también contienen ejemplos de la obra santificadora de Dios. Él apartó a Juan el Bautista para ser el precursor de Jesucristo (Lc. 1:13-17). Dios Padre también separó a su Hijo, el Mesías, para la obra de la redención (Mt. 1:20- 23; Lc. 1:31-33; cp. 2:29-35; Mt. 3:13-17; Hch. 2:22-24). Jesús separó a los doce apóstoles de entre la gran cantidad de discípulos que le seguían (Mr. 3:13-19; Lc. 6:12-16). La naciente iglesia separó a los primeros diáconos para el servicio divino (Hch. 6:1-6) y a otros para el servicio misionero (13:1-3). Hay tres elementos básicos para definir la santificación del creyente. Primero, está el aspecto fijo, pasado — santificación posicional—, efectuado por Dios en el momento en que salvó a cada creyente. Dios aseguró la santificación posicional por medio de la muerte de su Hijo: “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre… porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:10, 14). Por la obra expiatoria de Cristo, Dios rescató a todos los creyentes del dominio del pecado y la oscuridad espiritual, y los ubicó en el dominio de la justicia y la luz espiritual. Los creyentes también reciben una naturaleza nueva en la salvación: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17; cp. 2 P. 1:4). La morada del Espíritu en el creyente significa que el creyente tiene una naturaleza nueva (Ro. 8:9). Dios imputa la justicia de Cristo a los creyentes de modo que no los ve pecadores, sino santificados, cubiertos con la justicia de Cristo (cp. Ro. 3:21-25; 2 Co. 5:21; 1 Jn. 4:10). Como resultado, Dios los declara santos y así los llama (cp. Ro. 1:7; 1 Co. 1:2; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1). La santificación tiene un segundo aspecto futuro —la santificación final— cuando Dios hace a los creyentes realmente libres del pecado en el cuerpo y en el espíritu para siempre. Pablo aseguró a los filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20-21; cp. Ro. 8:30; 1 Co. 15:52-54; 1 Jn. 3:2-3). En la santificación final, Dios une la naturaleza nueva, entonces librada de la carne debilitadora, a cuerpos transformados y glorificados por toda la eternidad. Es la realización prometida a la iglesia de ser presentada como una esposa sin mancha ni arruga a su Esposo, Jesucristo (Ap. 19:7-8; 21:2, 9; cp. Ef. 5:26-27; Col. 1:21-23). El tercer elemento que define la santificación bíblica es el aspecto experimental, que tiene que ver con la vida cristiana presente y, por tanto, está entre los aspectos pasado/posicional y futuro/último de la santificación. Es el proceso en el cual los creyentes se esfuerzan, por el poder del Espíritu, en conformarse a la imagen de Cristo. Pablo lo resumió en 2 Corintios 3:18: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (cp. Ro. 12:9-21; 15:4-7; 2 Co. 9:6-12; Gá. 5:16— 6:10; Ef. 4:1—6:18; Fil. 2:1-4, 14-15; 3:15-17; 4:4-9; Col. 3:1—4:6; 1 Ts. 3:11-13; 4:3-12; 2 Ts. 2:13-15; 3:7, 13; 1 Ti. 4:12-16; 6:11-14; 2 Ti. 1:6-10; Tit. 3:1-8; He. 12:12-15; 13:1-9; Stg. 1:2-27; 3:13-18; 1 P. 3:1-12; 2 P. 1:5-11; 1 Jn. 1:5-9). La santificación experimental es ir en pos de la santidad (cp. Mt. 5:48; 1 P. 1:14-16). El puritano Thomas Watson lo declaró de esta manera: “[La santificación] es un principio de la gracia salvadora obrada, a través de la cual el corazón se hace más santo y se vuelve conforme al corazón de Dios. Una persona santificada no solo es portadora del nombre de Dios, sino de su imagen” (Body of Divinity [Cuerpo de divinidad] [Reimpresión; Grand Rapids: Baker, 1979, p. 167]). Cuando en todas las epístolas paulinas el autor pasa de la exposición doctrinal a la exhortación práctica, tiene este aspecto en mente. Su oración apasionada por los tesalonicenses y por todos los creyentes era pasar por la santificación experimental. Dios los conformaba progresivamente a la santidad. Dios es la fuente de la santificación. Después de dar una serie de mandatos y exhortaciones a los tesalonicenses para llamarlos a un esfuerzo devoto y disciplinado (5:12-22; véase también 4:1-8; 11-12, 18; 5:6, 8, 11), Pablo quería reconocer que al final es Dios quien capacita a los creyentes para obedecer esas admoniciones y progresar en santificación (cp. Fil. 2:13). Siglos antes, el profeta Zacarías dejó claro ese principio: “No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu—dice el Señor Todopoderoso—” (Zac. 4:6, NVI). Pablo entendía bien el principio con respecto a su propio ministerio: “A [Cristo], quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Col. 1:28-29; cp. 1 Co. 2:1-5; Ef. 3:20). Sin embargo, la afirmación de Pablo a los colosenses también revela el enlace inseparable entre el esfuerzo humano y el poder divino en la vida cristiana. Los creyentes deben rendirse a Dios (Ro. 6:19; 12:1-2) e ir diligentemente en pos de la santidad (1 Co. 9:24-27; 2 Ti. 4:7; 2 P. 1:5-11) y aun así proceder siempre en dependencia humilde de Él (cp. 1 Co. 15:10; Gá. 2:20). Desde el punto de vista humano es imposible entender del todo cómo funciona esta simbiosis (cp. Dt. 29:29; Is. 55:9). Pablo resumió bien este proceso insondable cuando dijo a los filipenses: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12-13; cp. Gá. 2:20). Los cristianos deben vivir a diario la salvación que Dios obró en ellos. Pablo eligió identificar a Dios con la conocida expresión bíblica Dios de paz (cp. Ro. 15:33; 16:20; 1 Co. 14:33; 2 Co. 13:11; Fil. 4:9; He. 13:20). Paz (eirēnē) es la mejor palabra para resumir la obra de salvación divina; por eso el Nuevo Testamento la suele usar para describir a Dios (cp. Lc. 19:38; Jn. 14:27; Ro. 1:7; 1 Co. 1:3; 2 Co. 1:2; Ef. 2:14; 2 Ts. 3:16). No denota solamente la existencia, situación o estado de la mente libre de conflictos, sino la composición de la bendición del evangelio. Pablo no habla aquí de la tranquilidad propia de Dios, sino de la paz de la salvación que provee a través de la cruz de Cristo a todos los que quieran arrepentirse y creer (Is. 53:5; Ro. 5:1; Ef. 2:14-15; Col. 1:20; cp. Lc. 1:79; 2:14; Jn. 14:27; Hch. 10:36; Ro. 10:17). Para subrayar que Dios es quien santifica, el apóstol usó el mismo (autos) en posición enfática. Dios no delega el proceso de santificación a un ángel o apóstol; ni lo logra mediante algún decreto distante. Más bien, lo lleva a cabo por sus acciones en la vida de los creyentes. Por completo solo se usa aquí en el Nuevo Testamento y está compuesto por dos palabras griegas: holos, “cabal”, “completo” y telēs, “final”. Pablo pidió que Dios santificara a los tesalonicenses “por todo el camino” o “por todas partes”; por medio de tal santificación, ninguna parte de su ser interior quedaría no afectada. COMPONENTES HUMANOS DE LA SANTIFICACIÓN y… espíritu, alma y cuerpo, (5:23c) La obra santificadora de Dios no solo incluye la parte inmaterial del creyente (espíritu y alma), sino también el cuerpo (Pablo no se refiere aquí a la glorificación, porque deseaba que el elemento de la santificación mencionado ahora fuera cierto para los tesalonicenses cuando Cristo volviera, no después). En vista de la cultura griega prevalente, es importante que Pablo incluyera el cuerpo en su bendición. Esa cultura, influenciada por el dualismo filosófico, según el cual el espíritu del hombre es inherentemente bueno y su cuerpo es inherentemente malo, no tenía al cuerpo en buena estima. Esa filosofía proveía razones convenientes para tachar de intrascendente cualquier comportamiento físico inmoral en que las personas se hubieran involucrado. Pero ese pensamiento era aborrecible al apóstol Pablo, quien más adelante exhortó a los corintios así: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:19-20; cp. Lc. 11:36; Ro. 6:12-13; 8:13; 12:1; 1 Co. 6:13, 15; 9:27; Col. 2:23; 3:5; Stg. 3:2-3, 6). Si la santificación ha de completarse, se extenderá a cada parte del creyente, especialmente al cuerpo, que piensa, siente y actúa en respuesta a la santidad de la persona interior. Durante años ha habido un debate importante sobre la definición y uso de los términos espíritu y alma. Algunos (llamados históricamente tricotomistas) creen que Pablo estaba identificando dos categorías distintas en la esencia no material del hombre. Esas partes, junto con el cuerpo, hacen del hombre un ser tripartito. Otros (históricamente llamados dicotomistas) creen que espíritu y alma son palabras intercambiables para denotar la naturaleza interna e indivisible del hombre. Esos intérpretes, pues, consideran que el hombre es un ser bipartito, compuesto solamente por la naturaleza no material (espíritu y alma) y la material (cuerpo). Ningún texto de las Escrituras atribuye sustancias y funciones distintas para el espíritu y el alma. No obstante, los tricotomistas, proponen que el espíritu es la consciencia de Dios en el hombre y el alma es la consciencia terrenal; no obstante, ni el uso griego de espíritu (pneuma) ni el de alma (psuchē) respaldan esa proposición. La parte inmaterial del hombre tiene innumerables capacidades para responder a los múltiples estímulos de Dios, Satanás y el mundo, pero no puede defenderse la separación arbitraria del espíritu y el alma. Los dos términos se usan de modo intercambiable en las Escrituras (cp. He. 6:19; 10:39; 1 P. 2:11; 2 P. 2:8). Espíritu y alma son palabras sinónimas y comunes que Pablo usó para enfatizar la profundidad y el alcance de la santificación. Algunos sugieren que una traducción aceptable de esta oración de Pablo pudiera ser: “Y su espíritu, incluso su alma y cuerpo”, en cuyo caso espíritu se referiría a la totalidad de la persona, y alma y cuerpo a las partes inmaterial y material de la persona. Las referencias de Pablo en las otras epístolas aporta evidencia clara de que él era dicotomista (Ro. 8:10; 1 Co. 2:11; 5:3, 5; 7:34; 2 Co. 7:1; Gá. 6:18; Col. 2:5; 2 Ti. 4:22). Algunos afirman que Hebreos 4:12 respalda la perspectiva tricotómica de la esencia humana porque sugiere la división entre el alma y el espíritu: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Pero una revisión cuidadosa del lenguaje en el versículo anula esa opinión. El escritor no dijo que la espada de la Palabra penetra el interior de la persona y separa su alma de su espíritu. Solo dice que la espada corta el alma y el espíritu de la persona. El autor usó una segunda expresión metafórica, “penetra… las coyunturas y los tuétanos” para describir incluso mejor la penetración profunda de la Palabra de Dios en la persona interior. Este versículo no plantea dificultades especiales a la posición dicotómica. LA META Y LA CULMINACIÓN DE LA SANTIFICACIÓN todo vuestro ser… sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. (5:23b, d) Todo (holoklēros) quiere decir “con integridad”, “total”, “intacto”, “sin daño” y concuerda perfectamente con el deseo de Pablo y de su Señor sobre la santidad de la iglesia, sin mancha ni defecto (Ef. 5:25-27; cp. 2 Co. 6:16; 11:2; 1 Ti. 3:15; 1 P. 2:5; Ap. 19:7-8; 21:2). Esta porción de la oración de Pablo también es consecuente con la meta personal que expresó a los filipenses: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). El premio por ser llamado al cielo es la santidad eterna y la semejanza a Cristo. Y mientras tanto, el apóstol tenía, en todo lo posible, la misma meta terrenal: ir en pos de la semejanza de Cristo. Dijo que eso era lo que hacía (3:13). En el equilibrio maravilloso del esfuerzo diligente y del poder divino presente en cada aspecto de la salvación, Pablo oró pidiendo que los santos fueran guardados, que Dios los mantuviera en el sendero de la santidad hasta que recibieran la santificación final (cp. Mt. 24:13; Hch. 13:43; 14:22; Ef. 6:18; Col. 1:21-23; He. 12:2-3). Su deseo era que Dios los llevara irreprensibles hasta ese punto. Irreprensible (amemptōs) es la misma palabra que los arqueólogos han encontrado en tumbas cristianas de la Tesalónica antigua. Cuando las personas querían identificar a un amigo o familiar cristiano muerto, inscribían intachable en su tumba; ser intachable en el comportamiento es lo que desea el Señor para su iglesia (cp. Ef. 5:26-27). Para la venida del Señor Jesucristo, Dios quitará el pecado de todos los creyentes. En 1 Corintios 15:50-54 se afirma esa realidad: Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. Esta es la cuarta mención de su venida (parousia) y, como con las otras ocasiones (2:19; 3:13; 4:15), otra vez es una referencia al arrebatamiento de la iglesia. Pablo oraba pidiendo que cuando el Señor Jesucristo viniera a por los creyentes los encontrara yendo fielmente tras la meta de ser tan santos como su Señor y anhelando recibir la promesa celestial de la perfección.