(Villacañas) Mitologia em Kant
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(Villacañas) Mitologia em Kant
DE LA RAZON EN KANT 1
L Este trabajo continúa la temática de otros tres anteriores, todos los cuales
tratan el problema de la Metacrítica de la Razón Pura: «Los Problemas de una
metacrítica de la razón pura», en Estudios sobre Kant y Hegel. ICE, Salamanca,
1982; «Metakritik der Vernunft versus Geschichte der Vernunfh, en Proceedings
sixth lnternational Kant Congress. The Pennsylvania State University, 1985, ed.
G. Funke and Th. M. Seebohm, 1989, The Center for Advanced Research, in Phe-
nemenlogy Inc. University Press of America, Inc. Washington, D.C. USA, pág. 398-
415; «Giro Copernicano e Historia de la Razón», Univesidad País Vasco, 1991.
2 «Archetipusn, en alemán Urbi·ld, es una palabra más bien neoplatónica que
plenamente clásica. En el sentido original permite un juego central en la estruc-
tura ontológica del pensamiento de Kant. En efecto, ya desde Plutarco [De plac.
philos. 11, 20, 8], se opone a «fainómenonn y naturalmente se aplica al «kósmos
noeetós•. Sin duda arquetipo es una refundición del campo semántico del «para-
digma» platónico. En este sentido, siempre se opone al «kósmos aistheetbsn. Por
la teoría de la mimesis, frente al arquetipo se alzan los «eidoolan. Resulta evi-
dente que el Pasaje de la Línea y el Mito de la Caverna de la República confi-
guran el trasunto de toda esta estructura metafórica, pues la relación entre el
arquetipo y el ídolo es la propiamente existente entre el original y el reflejo. Así
se vierte ya la palabra en Macrobio: «Videatur imago archetypo suo grandiorn
[Saturnaliorum lib. V, 13, §40]. La palabra pasó luego a los padres de la Iglesia
y tuvo un importante juego en la filosofía empirista de Locke y de Berkeley.
[cf. Historisches Worterbuch der Philosophie, I, págs. 497]. Kant mantiene esta me-
tafórica y, lo que es más importante, sus contextos ontológicos. En este sentido,
lo arquetípico es genuinamente lo nouménico. La teoría de Kant, según la cual
no tenemos un concepto positivo de lo nouménico, resultaría concretada si la
traducimos a la teoría de que no tenemos un concepto positivo de lo arquetí-
pico. Pues la definición de lo arquetípico permite avanzar en todas las instan-
cias de análisis trascendental. La tesis podría ser establecida de esta otra ma-
nera: tenemos un concepto funcional de lo nouménico, únicamente destinado a
mostrar sus distancias respecto del mundo fenoménico. Esto es: la filosofía no
pretende centrarse en un concepto de lo nouménico, sino usarlo como instrumen-
to metodológico a fin de mostrar las distancias respecto del mundo sensible.
l. La paradoja de la libertad
es, con un ejercicio reflexivo acerca de cómo es posible que un ser ori-
ginariamente receptivo se piensa como libre. Esta pregunta, que de he-
cho plantea el problema de la posibilidad de la modernidad misma, dice
así: ¿Desde qué presupuestos se torna posible que el hombre se auto-
comprenda como ser libre, si además se autocomprende dependiente de
lo existente? La razón, la misma libertad de reflexión, ¿qué puede decir
sobre la posibilidad de su origen, si se descubre en principio dependien-
te de la dimensión de receptividad?
La pregunta encierra una paradoja muy precisa que conviene destacar.
La razón se ha constituido en el giro copemicano que abre, entre otros,
el camino de la ciencia. Pero esa constitución apunta a la ordenación de
la realidad desde leyes que invocan el principio de causalidad. Esto es:
avanza en un sentido que tiende a ocultar la condicionalidad básica que
la libertad, como fundamento de la razón, impone a todo el proceso. La
razón avanza en el sentido de ocultarse a sí misma como mera posibili-
dad y como decisión libre, y gusta de autopresentarse como una necesi-
dad, como un hecho natural. La razón siempre está expuesta al peligro
del positivismo, de esta peculiar reducción del saber de sí a ciencia. Pero
esto hace más urgente la pregunta: ¿cómo es posible que, en un mundo
cada vez más colonizado por la ciencia, pueda emerger la pregunta so-
bre el Faktum de la libertad, que constituye la tensión moral inicial fun-
dadora de la propia ciencia? ¿Cómo del sentimiento cada vez más po-
deroso de habitar en una naturaleza, en un territorio dominado por leyes
causales, puede abrirse paso la pregunta por la posibilidad de la liber-
tad? ¿Cómo puede la razón limitar el peligro del positivismo, pregun-
tando por algo que no es naturaleza, sino libertad, esto es, inauguración
de lo nuevo, revolución de lo que no tiene antecedentes ni causas? ¿ Có-
mo puede la razón preguntarse por sí misma, como lo nuevo frente a la
naturaleza, si el primer fruto de esa razón es justamente una naturaleza
donde prima la ordenación causal? ¿Cómo la pregunta por la posibilidad
de la libertad puede ser parte de las preguntas que realiza la historia de
la razón en la búsqueda de sus propios supuestos? Estas preguntas por
los límites de la razón finita y humana, ¿desde qué ecos nos llegan, y
cómo aprenderemos a descifrarlas?
14 Cf. este texto del O.P. «El principio del conocimiento a priori de la exis-
tencia de las cosas (actualidad de la existencia), esto es, de la experiencia en
general, es la determinación omnímoda según la didáctica leibniziana: omnibus
ex nihilo ducendis sufticit unum. Por su medio surge la unidad de todas las de-
terminaciones en sus relaciones con todas las cosas». Cf. Félix Duque, ed., pág. 86
y nota 55, pág. 274. Qué duda cabe que así se marca el límite del entendimiento.
La Crítica de la razón pura no se propone una omnimoda determinatio de la exis-
tentia fenoménica, sino una omnímoda determinación de la forma de conocimien-
to de la existencia de las cosas.
15 Werke W.W., V, pág. 159.
16 Prolegomena, §16, op. dt., pág. 160
esos límites. En esos límites está apostado siempre el mito. El poder aje-
no al positivismo, pero que, sin embargo, también lo anida en su seno,
como un germen.
Al interrogamos por estos límites se nos abre la posibilidad y la ne-
cesidad de una Historia de la Libertad. En efecto, Libertad es la repre-
sentación del hombre como un ser dotado de la capacidad de comenzar
acciones para cuyo significado no se requiere apelar a los antecedentes
en el mundo externo. Estas acciones no adquieren sentido desde la in-
vocación de las determinaciones de la existencia espacial según leyes. Por
tanto, la historia de la libertad debe mostrar cómo el hombre alcanza
una representación de sí ajena a la naturaleza como destino, y cómo. se
representa el origen de esta dimensión. Tarea ilustrada agudamente sen-
tida por Kant, que supone ya la amenaza de que se pierda el sentido de
la libertad y se olvide la pregunta por el origen de toda cultura mo-
derna. Con ello, por tanto, la Razón Uustrada, ante el peligro de positi-
vismo, elige su propio mito. Al hacerlo no sólo muestra la condición
trascendental de su constitución, sino también el proceso cultural con
que se inicia su historia. Reflexión transcendental y Modernidad cultural
se dan la mano en la elección kantiana de ese mito.
daVía VIVIr en la estela del mito. Y esto significa atisbar el origen mito-
lógico de toda razón como límite de una autocomprensión positivista de
la misma. Pues mediante aquella expulsión se rompe para el hombre el
Destino como naturaleza formal y se abre paso su autorrepresentación
como ser en cierto sentido ajeno a la naturaleza.
el orden planeado para que todas las criaturas congenien. Esta síntesis es de-
rivada de otra dimensión: la que permite considerar a la Naturaleza también
como Techné. Sólo posteriormente el Kosmos será comprendido por Poseidonio
como un Organismo vivo, subrayando la simpatía de las partes (cf. K. Reinhardt,
Kosmos und Sympathie, 1926, pág. 49 ss. 111 ss., 178 ss., 245 ss. 252 ss., 262 ss.).
Todos los sucesos de este orden están al mismo tiempo atravesados por la provi-
dencia y por la necesidad. Todos configuran una única historia y una única na-
turaleza. En esta visión del mundo ambas dimensiones son la misma. La razón
de ello es que no se reconoce en el pensamiento estoico ninguna fisura en la
naturaleza o en el Lagos de Dios. No hay caída, ni ruptura de la naturaleza,
ni necesidad de reconciliación. Este es el momento peculiar del cristianismo,
que no hace sino elevar a ontológica, a momento de la historia del Cosmos,
la conciencia de la culpa humana. Esta elevación de un elemento de la historia
del alma del hombre -reconocido por el estoicismo- a fisura cosmológica en
la creación, a escisión en el seno de la propia divinidad, y la necesidad de su
encarnación en la naturaleza para su reconducción a la perfección perdida, son
elementos comunes entre Platón y el Cristianismo. Todo esto separa al estoicis-
mo del modelo dominante en la vida de Occidente. De manera semejante, a la
noción estoica le subyace una noción de salvación natural que se opone a la
salvación desde la gracia cristiana. La primera tiene como supuesto que el pa-
rámetro de conducta natural sigue intacto, y el hombre debe adecuarse a él por
el propio conocimiento. Sin duda este modelo procede igualmente de la medicina
hipocrática, que usa las mismas claves que luego usará el pensamiento estoico
de los «idían, cf., J. Schumacher, Antike Medizin, Berlin, 1940. Un detalle im-
portante es que el elemento que hay que conocer para propiciar una adecuación
a la naturaleza es el instinto, y sobre todo el instinto originario («proote hormee»,
«primus appetitusn) de adecuarse a la naturaleza. Justamente, como veremos,
Kant toma conciencia de este hecho y exige la destrucción del instinto como su-
puesto para la irrupción del cristianismo. Una cierta desnaturalización es la clave
de toda la representación del moralismo ilustrado crítico, desde Rousseau. El
estoicismo, como cualquier otra teoría moral, tiene un criterio de peor y de
mejor, conectado con una naturaleza superior e inferior. El hombre es una na-
turaleza peculiar, porque su destino consiste en vivir racionalmente de manera
adecuada a la naturaleza superior (cf. Otto Brunner, Werner Conze, Reinhart
Koselleck, Geschichtliche Grundbegriffe, Klett-Cotta, 1978 ss. Vol. 4, 221). Pero
la fuerza salvadora siempre es la naturaleza. Etica y Física son así discursos úni-
cos. Este pensamiento está muy presente en la primera patrística, hasta Grega-
rio de Nisa (De anima et resurrectione, ed. J.G. Krabinger, Leipzig, 1837, 14 ss.
De hominis opficio, 7, Migne, Patr, Gr., t. 44, 1863, pág. 140 ss.: «et una qua-
dam virtute rerum universitatem contineri, dum ipsa in se maneat et circum se
moveatun ). El punto de inflexión por tanto está en S. Agustín. Para esto debe
verse J. Ritter, Mundus Intelligibilis, Bine Untersuchung zur Aufnahme und
Umwandlung der neuplatonischen Ontologie bei Augustinus, Frankfurt, 1937.
La continuidad del modelo estoico en Spinoza es clara. Pues el paradigma de
naturaleza es en sí mismo el paradigma de la salvación. Esta clave es la que
determina la tesis central de Spinoza, desde este planteamiento: «realitas est
perfectio». Cf. Hans Blumenberg, Selbtserhaltung und Beharrung. Zur Konstitu-
tion der neuzeitlichen Rationalitiit. Akademie der Wissenschaften und der Lite-
ratur, Abbandlungen der Geistes- und Sozialwissenschaftlichen Klasse, Jah. 7969,
n. 11. Wiesbaden, Mainz, pág. 4. Desde aquí la centralidad del problema de la
inercia y de la «conservatio» en todo el paradigma no-cristiano de la naturaleza
que se gesta en la Modernidad. Pero esta posición condena a las teodiceas de
la modernidad a introducir el postulado de la Perfección de la creación que ya
se da en Descartes (cf. ídem, pág. 9). Esta tesis impone una ética radicalmente
ajena al cristianismo y que tiene esta divisa: «Fais ensarte que toutes tes acrions
tendent a la conservation de toi-Mome, et a la conservation des autres; c'est le
cri de la nature: mais sois par-dessus tout honnet hommen (op. cit., pág. 12).
PENSAMIENTO, VOL. 49 (1993), NúM. 193 pp. 63-98
74 J. L. VILLACAI'IAS: EXPULSIÓN Y PARAÍSO
23 Das Wirken der Natur, op. cit., pág. 37. Esta reorientación hace factible
el proceso de industrialización del siglo XIX. Pues la industrialización se basa en
el conocimiento de las aplicaciones de las leyes de la naturaleza, lo que supone
ya la idea de natura spectata kantiana. «Ein Hinweis auf Natur bringt in einem
philosophischen Diskurs über menscbliche Praxis keine (ordnungstheoretiscben)
Argumente mehr». Resulta evidente que en esta reducción de la naturaleza a
•objeto del método experimental y del proceso técnico de producción, la natu-
raleza ha perdido su originaria autonomía respecto de la praxis humana Y ha
degenerado a mero Umwelt».
3. Caída y Libertad
4. Mesianismo e Historia
34 Idem, 93.
35 ldem, 89.
36 cPues desde los objetos particulares de su deseo, que hasta ahora le había
mostrado el instinto, se habría abierto para él una infinitud de los mismos». Idem,
WW, XI, pág. 89.
37 Estamos ante otra de las metáforas centrales de la razón, que en todo caso
depende de la nueva comprensión de la naturaleza, no como objeto de contem-
plación, sino como objeto de construcción. Indudablemente ésta es la línea de
los planteamientos kantianos, con todo su giro copernicano. Para esta evolución,
cf. J. Mittelstrass, •Metaphysik der Natur in der Methodologie del Naturwissenschaf-
ten. Zur Rolle phaenomenaler (Aristotelischer) und instrumentaler (Galileischer)
Erfahrungsbegriffe in der Physik», in Natur und Geschichte. X Deutscher Kon-
gress für Philosophie Kiel, -128 Oktober 1972, Ed. K. Hübner/ A. Menne, Ham-
burg, 1973, pág. 63-87. Es claro que la introducción de esta metáfora arquitectó-
nica depende de la Mecanización del mundo, y tiene precedentes en la figura
del Reloj o Machina Mundi. La metáfora aparece ya plenamente definida en Vico,
De nostri temporis studiorum ratione, 1709, y significa para Vico la sustitución del
paradigma del alquimista. Cf. J. Mittelstrass «Phaenemone bene fundata: from
Saving the Appearances to the Mechanistation of the World Picture», en R. R.
Bolgar, ed. Classical lnfluences on Western Thought. Cambridge, M. 1978. En Leib-
niz ya aparece Dios como arquitecto del mundo, al que los hombres imitan en
la configuración de la tierra (Nouveaux Essais, IV, ca, 3, §27, Akademie Ausga-
be, 6/6, 389). De esta forma incluye una dimensión te1eo1ógica. Que la ontoteo-
logía de Wolff haga de la ontología como filosofía primera una uscientia archi-
2. Providencia y Gracia
4. Revoludón y Libertad
cia realmente providente tiene como fin final llevar a la perfección a una
inteligencia ectipa, en cuyo seno sin embargo se encuentra la capacidad
de reconocer y de forjar los arquetipos como propios. Pero aquella Pro-
videncia es un mito que la razón tiene que escribir para autoexplicarse
lo inexplicable. El círculo de la razón se cierra. Mito y crítica se invo-
can recíprocamente: la una no existe sin el otro. Pero respecto de lo
inexplicable, de la propia existencia de la razón, ninguno da un paso más
allá, ni lanza más luz. Mas, justo al reconocer este hecho, el Mito obtiene
su función y su necesidad.
59 No puedo repetir aquí los desarrollos de mi texto «Kant filósofo del Cla-
sicismo», en Ensayos sobre la Crítica del Juicio. La Balsa de la Medusa. Ma-
drid, 1990.
tividad arquetípica que no pueden ser encarnadas por el sujeto que bor-
dea el Abgrund. Con la dimensión de la crítica se asegura la razón con-
tra la impostura idealista: el hombre, por muy sujeto trascendental que
sea, no puede albergar lo absoluto como tal, sino en sus simbolizaciones.
Los sistemas conceptuales deben saber encontrar su límite y su clave de
subjetividad mediante la idea extratécnica de la Belleza y de lo Subli-
me 60• Los sistemas técnicos de fines deben saber encontrar igualmente
sus límites en la improrrogable dimensión moral del hombre, en la cons-
titución de una sociedad republicana. El paraíso lógico y práctico que
restaure la expulsión será tanto más cercano al arquetipo cuando menos
dominador resulte, cuando menos quiera ser reconstrucción absoluta.
La inteligencia finita que reordena la naturaleza como sistema de fi-
nes de manera crítica, se limita en sus propios componentes activos. Esto
significa que el paraíso que debe reconstruir es meramente ectypo. Con
ello no sólo rememora su existencia en el paraíso arquetípico, sino que
al mostrarse fiel a la experiencia de la expulsión, está mucho más capa-
citado para conquistar la rehabilitación deseada en el duro suelo de la
tierra. Esta, sin embargo, no es la mayor paradoja. Pues existe aún otra
más decisiva, y más terrible. Intentar eliminar toda memoria de la ex-
pulsión, e hipostasiar la radical dimensión ectipa de la acción humana,
puede llevar al hombre a la pérdida de la autoconciencia de la finitud, y
extraviar así su camino en la tierra. Como susurra el mensaje crítico,
sólo mediante el conocimiento de la finitud, expresada en el mito de la
expulsión, puede reencontrarse la dicha de habitar la tierra. Pero la com-
prensión falseada de esta finitud es peligrosa, por cuanto puede despertar
las ansias desmedidas de lo perfecto, con el consiguiente· peralte y abso-
lutización de la razón técnica. Es así como la estructura ontológica del
hombre, entendido como finitud, se concreta en la experiencia de la po-
sibilidad siempre abierta del Unsinn, esto es, del absurdo, de la locura.
ralidad y de sus avances. Mientras el tiempo del ser finito siga abierto,
esta conversión está en cuestión. Como tal es objeto del pensamiento,
vale decir, posibilidad. Y con esta posibilidad pierde todas sus certezas y
dogmas la filosofía de la historia ilustrada y ejerce la postrer y más lú-
cida autocrítica. Pues sigue siendo posible, ontológicamente posible, que
el Destino se eternice como destino, como realidad opaca a la dimensión
moral del hombre, como mero Ser únicamente neutralizable mediante la
muerte. Esta posibilidad también está descrita en el mito. En esa doble
mitología, la imaginación humana es fiel a su precomprensión de la fini-
tud del hombre, y acierta en la constitución de una hermenéutica de la
esencia humana.
Que el destino se convierta en Providencia es una posibilidad herme-
néutica que legitima la soberanía de la razón. Pero que la razón técnica
siga su camino, sin reparar en las exigencias crítico-limitadoras de re-
construcción racional del paraíso, es la otra posibilidad. En ese caso, el
destino aparecería como tal destino y frente al paraíso de la filosofía de
la historia, propia de la clave cristiana, aparecería la consumación por el
fuego de la realidad del sujeto racional: el apocalipsis como final estoico
de todas las cosas en el fuego indiferente que torna insignificantes, res-
pecto de los órdenes de lo real, las pretensiones de acción del sujeto
moral. Entonces la naturaleza de las cosas no será providencia. La exis--
tencia del ideal de bondad se mostrará entonces como un fruto azaroso
de una nostalgia no significativa, como una mera expresión sin trascen-
dencia de un animal cuya revolución moral quedó sólo en una ilusión ca-
rente de sustancia natural.
Aquella irrupción de la idea de la libertad, para Kant, no es sino el
punto concreto y misterioso en que el destino del cosmos y la historia
del hombre se han vinculado. Pero por eso mismo no es una síntesis ase-
gurada por testamento alguno, ni por el Antiguo ni el por el Nuevo. No
constituye sustancia ni sujeto. Pues el Destino puede abandonar la suer-
te de la libertad. Max Weber es el testigo más profundo de que eso pue-
de ocurrir cuando ese destino ya no porta el nombre de Naturaleza, sino
que se llama Capitalismo y Sociedad Industrial 61 , y se refiere a lo que el
propio hombre ha construido históricamente a partir de la entrega servil
a una razón técnica infinita. Kant, proféticamente, no ha rechazado a
priori la posibilidad de este final en que el sujeto productor de sentido
so de la naturaleza nos será propicio? ¿En qué se debe basar esta con-
fianza que nos hace seguir la mejor Gesinnung? ¿Qué toma realmente, en
el fondo secreto de la subjetividad, el duro curso del destino en suave
providencia? ¿De qué depende entonces el límite de la locura, de la téc-
nica, el cierre de la historia de la expulsión, el límite de la voluntad de
bajar a la tierra el arquetipo desde una mera racionalidad teórica? De la
reconstrucción del paraíso como lugar de Belleza natural y de sublimi-
dad reconocida, esto es, como tierra habitada por los síntomas sensibles
de la razón moral. Pero también de la construcción de un estado repu-
blicano cosmopolita, como efecto real de la traducción política del Im-
perativo moral. Ambos aspectos limitan la razón técnica, pues deben
abrirse paso con independencia de sus consecuencias previsibles. Ambos
son aspectos de una vida basada en la Gesinnung.
Es muy curioso que Kant vincule esta confianza a una revrs10n del
cristianismo 81 • Pues cristianismo es esa fe heroica en la posibilidad de
una intención buena, consolidada en la voluntad, y desplegada en la no-
ción de política republicana, capaz de entregarse a una acción aún sin
saber claramente si va a favor de los intereses materiales del hombre in-
dividual. Pero lo más peculiar del cristianismo es entregarse a esa con-
vicción con todo un movimiento de aceptación de la globalidad de la per-
sonalidad. Este cristianismo, como fundamento subjetivo de las acciones
morales, no es sino Liebe, como libre aceptación de la voluntad del otro
78 «Pues no vemos nada en nosotros que nos pueda enseñar ahora nuestro
destino en un mundo futuro, sino el juicio de nuestra propia conciencia, esto es,
lo que nuestro presente estado moral, en tanto que lo conocemos, nos permite
juzgar sobre ello de manera razonable» (Werke, WW, XI, pág. 179).
79 Werke, WW, XI, pág. 181.
so Pues la uGesinnungsethik» impone realizar el estado republicano. Pero esta
acción, a su vez, tiene componentes técnicos-jurídicos en los que la razón moral
se vuelve a perder en un guadiana aún más infinito y estéril que en la mera
razón técnica como dominio de la naturaleza externa.
81 Este punto ha sido analizado con acierto por J. G. Caffarena en "La Re-
flexión de Kant sobre la religión», en Instituto Fe y Secularidad. Memoria Aca-
démica, año 1988-89.
PENSAMIENTO. VOL 49 (1993), NúM. 193 pp. 63-98
J. L. VILLACAÑAS: EXPULSIÓN Y PARAÍSO 97
bajo nuestras máximas. Pero entonces, este amor como adhesión libre a
la voluntad moral no es sino el más preciso índice de la finitud huma-
na 82, y al mismo tiempo, el último cemento de la reconstrucción del pa-
raíso, fuente tanto de la capacidad de gustar la belleza como de la capaci-
dad de actuar. en sociedad. En ese amor, el hombre sobredetermina su
proyecto de una precisa manera: limitando su propia voluntad interesada,
y sintiéndose acogido en la naturaleza a pesar de y justo porque limita
su capacidad técnica. Para eso, y paradójicamente, viviendo en ese amor,
debe sentirse que ya habita en un paraíso, antes de caer en la trampa
de construir un infierno al perseguir con demasiada ansia aquella natu-
raleza arquetípica. Es el amor a la tierra a pesar de que hemos sido ex-
pulsados de ella. Es el amor a la naturaleza a pesar de que nunca será
la fiel huella del arquetipo. Es el amor al pecado y al pecador. Amor al
portador del mal. Este amor resultó ligado al destino del cristianismo
en sus dos mejores momentos: en Francisco de Asís y en su Fundador.
Y es muy notable que Kant haya rendido homenaje a su concepto y a
su esencia desde la discreción de su edad postrera.
Pero Kant también analizó otra posibilidad. Si ese amor no puede
abrirse paso, si resulta ahogado por la universalización de la locura de
la técnica, entonces el resultado es muy claro. Ya no podrá hablarse de
Providencia, sino de mero y absurdo destino. La naturaleza ectypa, téc-
nico-práctica, ya no será reflejo de aquella naturaleza arquetípica, sino
única medida, única realidad absoluta y soberana. Ella volverá a expul-
sar al hombre de su seno, y le dejará en un verdadero estado de erran-
cía, sin poder apelar a sus ideales gastados. Al fin del ensayo, Kant dice
de una manera muy clara: Entonces, aunque el cristianismo está deter-
minado a ser una religión mundial universal, no sería ya más favorecido
por el Destino, y entraríamos en el «final invertido de todas las cosas
desde el punto de vista moral» 83 •
Pues bien, nunca la humanidad vivió con más claridad en la certeza
de est~ posibilidad. Nunca antes se abrió el paradigma estoico con tanta
verosimilitud 84• Para verlo, basta transformar el Lagos en Administración
de las Cosas. El Cristianismo moral de Kant no es visión mística, sino
esperanza depositada en el futuro. Una esperanza que qmzas ya no nos
está dada. Por eso ya no es exigible como fe heroica. Frente al destino