Evaluacion Del Abuso Sexual Infantil
Evaluacion Del Abuso Sexual Infantil
Evaluacion Del Abuso Sexual Infantil
CURSO TEÓRICO
Actualizaciones en el tratamiento de las víctimas de la violencia sexual
y secuelas del trauma, en niños, niñas, adolescentes y adultas
San José, Costa Rica 2,3 y 4 de setiembre, 2010
Introducción
A lo largo del tiempo, muchas sociedades han ignorado los testimonios de las aflicciones que aquejan a
las mujeres y a los niños. Una muestra de ello es el silencio histórico que ha existido sobre el incesto.
Por cientos de años este crimen se ocultó con vergüenza y de esa forma generó no solo impunidad hacia
los ofensores sino también daños en la vida de quienes fueron afectados por él.
En Costa Rica, la lucha contra este delito inició en los años noventa. Empezó dando mayor credibilidad a
los niños y generando mayor cantidad de sentencias contra padres, padrastros, abuelos y otros individuos
que cometían estos abusos. Así, el movimiento social del silencio se convirtió en el de la denuncia. Esto
resulta lógico pues, según los teóricos, los movimientos sociales parecen evolucionar en círculos, en ciclos
predecibles de atención y controversia.
Dos publicaciones de mi autoría, Del ultraje a la esperanza (Batres, 1997) y La silla de la verdad (Batres,
1993) generaron acciones en este país que impactaron la teoría y práctica sobre los delitos sexuales
contra la niñez. Lo más importante fue que se logró una erradicación inicial de los prejuicios sobre el tema,
especialmente aquel que afirmaba que los niños mentían sobre el abuso sexual.
Esta evolución de los conceptos y la aplicación de mejores prácticas de los procesos judiciales dieron
como resultado además, una disminución en la impunidad de ofensores sexuales que, valga resaltar, son
mayoritariamente hombres (Batres, 1997).
No está de más señalar que la fuerte divulgación en diversos medios comunicativos resulta un factor
sumamente útil en esta lucha.
Un contramovimiento
A partir de los años noventa se desarrolla en Estados Unidos una oposición al éxito de otro movimiento
social: la lucha contra el abuso sexual infantil. Se denomina backlash (Finkelhor, 1994).
El primer grupo que integra el backlash incluye a padres que han sido acusados de abuso sexual, a
algunos peritos expertos, especialmente del área privada, y a padres divorciados. También se encuentran
aquí algunos abogados que reciben altas sumas de dinero por reunir literatura y argumentos que apoyen
sus razonamientos y les permitan defender a los abusadores.
Sus argumentaciones se apoyan principalmente en los escritos de Gardner sobre “Síndrome de Alienación
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Parental” -SAP- (1987) y Loftus (1994). Sin embargo, el SAP no es aceptado científicamente como un
modo confiable pues está sesgado contra las mujeres y ataca a las mujeres profesionales y a los hombres
sensibles que trabajan en el campo (Cantón, 2003).
Dentro de esta producción de literatura y falsos conceptos, apareció la noción de memorias implantadas,
difundida por la “Fundación de memorias falsas” de los Estados Unidos, más o menos en ese mismo
tiempo. Esta fundación la integraban antagonistas a la existencia del abuso sexual, cuyas ideas han sido
utilizadas en las cortes de ese país y, muy recientemente, en el nuestro, pero que tampoco tienen aval
científico.
Es importante aclarar que en lo referente a recuerdos recuperados en el abuso sexual infantil se da una
controversia; los principales impulsores de este argumento son también la “Fundación de la falsa memoria”
y su homóloga inglesa, la “Sociedad de falsa memoria”. Se han realizado sin embargo pocas
investigaciones sistemáticas que confirmen estas tesis (Gelder M., López-Ibor, J., Andreasen, N., 2004).
Pese a la polarización existente, la mayoría de los estudios metodológicamente válidos coincide en que
puede haber un 10% de falsas denuncias. En este sentido, Faller, Everson y Lamb (1997), después de
una cuidadosa investigación, plantean que la cifra es del 6%.
Cuando Finkelhor (1994) se refiere al backlash señala, como sociólogo que es, que estos movimientos
ideológicos son frecuentes históricamente, pues los movimientos sociales casi siempre tienen una
contraposición posterior, llamada backlash. Todos tienen ciclos predecibles, primero de atención y apoyo y
luego de controversia. Inician generando la atención pública y creando conciencia en forma exitosa, para
luego encontrar oposiciones.
En este caso, la pugna consiste en organizar grupos que plantean sus propuestas en los medios de
comunicación, en la Asamblea Legislativa y en el Sistema Judicial. También se emplea la inercia, es decir,
la creación de obstáculos burocráticos para las denuncias, el destinar pocos fondos a los problemas de la
niñez y la estimulación de la apatía del público.
El segundo grupo que integra el backlash está compuesto por algunos “expertos” que han reunido alguna
literatura no científica (argumentos estandarizados) pero ven esos razonamientos como científicos.
Usualmente, estos planteamientos afirman que los interventores de la Corte Suprema de Justicia se han
radicalizado a favor de los menores, los cuales pueden ser manipulados para hacer denuncias falsas. Así
se forma una especie de histeria colectiva o cacería de brujas que ha terminado por cegar a esos
profesionales.
Esto no quiere decir que no puedan hacerse críticas a los peritajes o a los procesos empleados por el
sistema de justicia. Se sabe bien que estas son importantes para dar lugar a los cambios. Empero, aquí se
trata de un criticismo ilegítimo que exagera las fallas del sistema.
Al respecto, la psiquiatra Virginia Berlinerblau (2004) plantea (y aquí comparto su posición) que mientras
se creyó que la violencia intrafamiliar afectaba a las clases bajas, las denuncias no molestaron mucho,
pero al aparecer casos en la clase alta, se advirtió que este mal cruzaba y afectaba a todos los sectores
sociales, a todas las profesiones y hasta los ministros y sacerdotes de diversas congregaciones religiosas.
De esta forma, se disparó con mayor fuerza la reacción contraria.
Estos ataques no son inocuos y tienen claros objetivos ideológicos. Es un andamiaje que pretende
desacreditar a quienes trabajamos con víctimas de abuso sexual infantil, tal como sucedía en el pasado. Al
colocar el tema en el ámbito de lo ideológico y no como un asunto estudiado científicamente y avalado por
gran número de investigaciones y estadísticas le quita credibilidad y lo vuelve vulnerable.
Además, cuestionar la credibilidad de las víctimas, culpar a las mujeres como principales victimarias y
desprestigiar a los interventores de los procesos judiciales, es un atentado contra la democracia y significa
también un nuevo abandono de las víctimas del abuso sexual.
Todos estos argumentos se apoyan con fuerza en las publicaciones personales de Richard Gardner
(1987), crítico acérrimo del sistema de protección de la infancia de Estados Unidos [1] .
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Él ha afirmado que los niños podían idealizar a uno de sus padres mientras que odiaban al otro, como
resultado de la manipulación de uno de los progenitores. En las estadísticas de Gardner, entre el 80% y el
90% de los casos la madre es el progenitor acusado, pero esto contrasta con la experiencia de las cortes
latinoamericanas, donde más bien resulta al revés: del 80% al 90% de los abusadores son los hombres.
Es importante señalar que el SAP no ha sido sujeto de estudios empíricos ni publicado en revistas
científicas ni médicas para la revisión de los colegas. El síndrome nada más consiste en las opiniones de
Gardner, basadas en su experiencia clínica.
En Costa Rica, algunos peritos bien intencionados empezaron a usar esos argumentos de Gardner,
confundidos por la publicidad y por varios artículos publicados en revistas, aparentemente científicas. En
realidad, se trata de opiniones prejuiciosas o de generalizaciones de los resultados de algunos estudios,
pero más que todo, lo que han hecho es jugar con la desinformación de los interventores, una táctica
común para defender a los criminales.
Se demuestra así cómo la literatura distorsionada del backlash causa un daño enorme al sistema de
protección y a los derechos humanos de la niñez. Y aunque debemos reconocer que algunas batallas
entre los padres tienen como resultado la utilización de los niños en contra de algún progenitor, esto no
debe interpretarse como una práctica que genere falsas denuncias ni como SAP.
La verdad
La verdad es que el abuso sexual infantil ocurre. Hay estadísticas serias recientes en toda América Latina
que cuentan con sistemas nacionales de información bastante exactos y toda esa información coincide en
que el abuso sexual más frecuente es el intrafamiliar, en donde las niñas son abusadas preferentemente
pos sus padres biológicos. Cada vez conocemos más la existencia de niños abusados sexualmente, de
preferencia en el ámbito extrafamiliar.
Ambas victimizaciones las realizan mayoritariamente familiares, amigos y conocidos de las víctimas
(Batres, 1997; Herman 1992).
También es verdad que no contamos con pruebas psicológicas que nos permitan conocer a ciencia cierta
si el abuso ocurrió o si es (o no) de carácter sexual, pues el acto se perpetra en secreto y las evidencias
físicas se dan en el menor número de los casos (15%) (Batres, 2001).
A pesar de todo, estas limitaciones con las que tenemos que lidiar no deben considerarse una debilidad;
son más bien, una realidad. Los grupos antagonistas de la defensa de los niños han creído que son
factores por donde se pueden colar, para lograr que retrocedamos 200 años.
El problema con las estadísticas también es controvertido. En Estados Unidos no se han podido llegar a
resultados numéricos coincidentes. Las cifras de denuncias falsas oscilan entre el 6% (de acuerdo con
Faller et al, 1987) y el 80% (según lo denunciado por Underwager et al en un artículo presentado en la 94ª
convención anual de la APA realizada en 1986), lo que determina que los estudios no son confiables.
Finalmente, aunque no se ha encontrado un consenso científico para elaborar protocolos de pruebas que
nos aclaren las situaciones tan desafiantes y ambivalentes que hay en el peritaje del abuso sexual infantil,
una elaboración esmerada y documentada y sin prejuicios es lo más recomendable. La objetividad es
importante en los peritajes y así se evita ser objeto de críticas desmedidas.
También es fundamental mantener la mente abierta y ser humildes para aceptar cuánto falta por aprender
en este campo (Mena y Fernández, 2007).
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Paradigmas actuales en la evaluación del abuso sexual infantil
En los últimos 10 años, los psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales han ido a los tribunales para
asistir a los jueces, fiscales y defensores y validar la presencia (o ausencia) de abuso sexual.
Una de las situaciones que se debió enfrentar ocurrió en los años noventa, cuando se vivían las grandes
lagunas en las técnicas e instrumentos especializados para determinar la presencia del abuso sexual.
Justamente por la ausencia de teoría en español escribí Del ultraje a la esperanza. Tratamiento para las
secuelas del incesto (1997). Actualmente contamos con suficiente experiencia clínica para reconocer la
multiplicidad de manifestaciones psíquicas y conductuales en los casos de abuso sexual infantil.
Además, la mayoría de nuestras evaluaciones en el inicio fue sustentada por el aporte de investigadores
de Estados Unidos; algunos de ellos fueron profesores invitados por el Programa de Capacitación Contra
la Violencia Doméstica del ILANUD, el cual dirijo desde 1991. Entre los más relevantes teóricos y las
propuestas que acogimos, podemos mencionar: el “Síndrome del acomodo de Summit” (en 1992), el
“Desorden de estrés postraumático”, planteado en el DSM IV de 1995 y las “Dinámicas traumatogénicas”
de Finkelhor y Browne (1988).
A principios de este siglo prevalecía la tendencia de que los niños no estaban capacitados para declarar;
se creía que las presiones sociales o la sugestión pesaban sobre el testimonio. Esto tenía relación con la
gran influencia que las teorías de Freud ejercieron sobre el pensamiento y la poca credibilidad que la
sociedad patriarcal concedía entonces a las mujeres y niños.
Los estudios modernos sobre el testimonio de menores, víctimas de cualquier tipo de abuso sexual, han
seguido caminos diferentes, aunque complementarios.
Para ejemplificar, un área de investigación ha estado centrada en la capacidad de los niños para prestar la
declaración. El grupo de investigadores está representado por Goodman (1992) y sus estudios fueron
concebidos para explorar las capacidades de los niños para testificar en circunstancias normales. Él ha
analizado sus capacidades como testigos, en función de la edad y los métodos de interrogatorio y la
principal motivación de las investigaciones ha sido acabar con los prejuicios en contra de esas
declaraciones y además, protegerlos de los abusos judiciales. Goodman (Goodman et al, 1994) demostró
que los niños pueden informar con exactitud sobre su victimización.
En relación con el tiempo que pueden recordar el evento sexual, Ornstein (1992) encontró que un niño es
capaz de recordar satisfactoriamente estos sucesos en los siguientes tres meses después de ocurridos, y
además, la exactitud aumenta en función de la edad.
Otra línea de investigación representada por Bruck y Ceci (1999) está centrada en la estructura de la
entrevista y cómo la sugestión puede afectar diversas prácticas de entrevista en relación con la exactitud
de los informes (Batres, 2001).
Ellos han analizado la influencia de técnicas que pueden sesgar el testimonio, como la repetición de
entrevistas, la posibilidad de información falsa y el uso de amenazas y recompensas, y coinciden en que el
porcentaje de casos en que estos factores se dan son mínimos.
Además, el estudio y desarrollo de técnicas que disminuyen la sugestión en los niños y el resultado de
estas investigaciones han logrado que se elaboren estrategias con las cuales es posible aumentar la
cantidad y exactitud de la información aportada por el infante. Gracias a esto ha sido posible crear
protocolos específicos de entrevista.
Por otra parte, como consecuencia del aumento en la conciencia y en el conocimiento de la prevalencia
del abuso sexual ocurrido en Estados Unidos y en Costa Rica, gracias a los esfuerzos de diversas
instituciones, entre las que se cuenta el ILANUD y sus programas, la perspectiva se tornó más optimista.
Los estudios pusieron de relieve que los niños hacían descripciones bastante exactas y podían resistirse a
la sugerencia de los adultos. Es así como surgen los estudios sobre atención y memoria.
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Ahora bien, en cuanto al grado de exactitud con que informan los menores, este varía dependiendo de las
demandas cognitivas de la situación, incluidas el tiempo transcurrido, el tipo de preguntas hechas, los
factores emocionales y sociales que los rodean, la motivación para contarlo y la influencia del deseo de
agradar al entrevistador. Por eso, la investigación sobre la memoria revela la importancia de tomar en
cuenta las diferencias individuales, explicadas por factores evolutivos presentes.
Es importante recordar que la memoria no suele reproducir exactamente los sucesos, pues implica
diversas transformaciones, como las inferencias. Aún así, cuanto más se repita o revise una experiencia,
mejor será su recuerdo.
En el caso de las estrategias organizativas propias de niños mayores de 7 años, los conceptos pueden
tener más significado. Tal es el caso de escolares de un tercer grado por ejemplo, quienes son capaces de
hacer agrupaciones parciales de significados, tales como reconocer la simbología de la sexualidad en el
acto abusivo. Los preescolares por su parte, tienen escasas competencias y aún no alcanzan esos
niveles.
Otra cuestión fundamental relacionada con la evaluación del abuso sexual es la referente al análisis de la
memoria y el trauma. La autora Elizabeth Loftus (1994), basada en sus investigaciones sobre accidentes,
propone que la memoria traumática no necesita mecanismos explicativos especiales, es susceptible de no
ser exacta y se puede sugestionar.
Este planteamiento es altamente peligroso y subyace en que el abuso sexual no es un trauma ni altera los
procesos de la memoria. Sin embargo, desde los descubrimientos de Pierre Janet y Sigmund Freud sobre
la memoria traumática hasta la actualidad, pasando por quienes estudiaron y trataron víctimas del
holocausto o trastornos a sobrevivientes de abuso sexual, se puede ver que no estamos equivocados.
Finkelhor por su parte, apunta que el desorden de estrés postraumático en niños tiene sus limitaciones
porque no contempla aspectos evolutivos y cognitivos; según él, las manifestaciones en los niños varían
rápidamente al transcurrir la edad.
En el cado de DSPT, no todos los niños abusados lo presentan, lo cual puede ser también el resultado de
interrogatorios repetidos u otros traumas en la infancia. A pesar de esto, apoyado por otra serie de
indicadores sigue siendo un diagnóstico útil y válido y es de gran peso clínico (Batres, Recinos y Dumani,
2002).
También Van der Kolk (1996), psiquiatra de Harvard conocido por sus estudios de la memoria traumática,
ha planteado que cuando se incrementa el estrés esta se concentra en los detalles básicos, no en los
periféricos. Por tanto, el DSPT puede consolidarse y no presentar información narrativa, ya que la
disociación es un mecanismo frecuente. Él además, señala que las memorias traumáticas anteriores a los
2 ó 3 años se organizan como memorias implícitas narrativas. Esta posición ha sido utilizada por Loftus
para afirmar que gracias a estos fenómenos se producen las falsas memorias, pero pocas pruebas
certifican o avalan su posición (Cantón y Cortés, 2003).
Además, los niños pequeños pueden reportar con precisión eventos de abuso sexual, especialmente
cuando la pregunta se dirige a la investigación de eventos centrales, tales como el tipo de abuso, la
vinculación y el sexo con el agresor (Batres, 2001).
Con respecto a esto, diversos estudios sobre el lenguaje infantil muestran que el vocabulario de los niños
es más limitado y menos descriptivo que el de los adultos. Sus explicaciones suelen ser breves y pueden
parecer escasas de información. Sin embargo, los estudios centrados en el análisis del lenguaje proveen
mayores elementos para comprenderlo. Por ejemplo, no usan adjetivos ni adverbios y las explicaciones
son breves porque no pueden basarse en experiencias pasadas que les permitan asociaciones que
enriquezcan la descripción. Además, emplean términos concretos (no genéricos) y su sintaxis es
particular, con una secuencia frecuente: sujeto, verbo y predicado. De igual modo, les resulta difícil
entender frases con preguntas simultáneas, con alguna negación, las que piden su conformidad o
refutación y las que incluyen un “¿Por qué?” (Cantón y Cortés, 2003).
Por último, aunque resulta es importante anotar que el concepto de sugestión ha cambiado, puede ser
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definido como la medida en que las personas llegan a aceptar y a incorporar información postsuceso en
sus recuerdos. Se trataría de un proceso inconsciente, por medio del cual se incorpora a la memoria. Esta
sin embargo, es una definición restrictiva pues la sugestión no es un rasgo constante ni con
independencia de las circunstancias: está determinada por factores cognitivos y externos, como la
situación de la entrevista, la naturaleza de las preguntas y la fuerza de la memoria, y no implica una
alteración de la memoria subyacente (Cantón y Cortés, 2003).
Conclusiones
Se advierte además sobre los peligros de movimientos ideológicos dirigidos a socavar la credibilidad en la
denuncia y el relato de los niños abusados sexualmente. Si estos prevalecieran, significaría un retroceso
imperdonable en la protección de la niñez y en su posición como sujetos de derecho.
Existe una gran necesidad de seguir avanzando en el ámbito científico y en la práctica de todos los
interventores en la lucha contra la violencia sexual hacia nuestros niños y niñas.
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