Simone de Beauvoir
Simone de Beauvoir
Simone de Beauvoir
1
Nef, provocando un escándalo hasta el punto que el Vaticano lo incorporó en el índice de
libros prohibidos.
En 1954, ganó el Premio Goncourt por El mandarín y se convirtió en una de las autoras
más leídas en el mundo. Esta novela trata de la post-guerra pone en relieve su relación
con Nelson Algren, una vez más a través de personajes imaginarios. Algren no puede
soportar el vínculo entre Beauvoir i Sartre, y no siendo capaz de detenerlo, deciden
romper. En 1964 publicó Una muerte muy dulce, que relata la muerte de su madre.
Durante la posguerra europea, Beauvoir se compromete con movimientos políticos.
Escribe sobre las dictaduras española y portuguesa, entre otros temas, en Combat, la
revista de izquierdas dirigida por Camus.
Tuvo una actuación muy decidida a favor de la independencia argelina y, junto con Gisèle
Halimi i Elisabeth Badinter, fue decisiva su denuncia de la actuación del ejército y la
policía franceses por las torturas infligidas a las mujeres durante la guerra de Argelia.
Su actividad política propia empezó al principio de los años 70 con los inicios del MLF
francés. Beauvoir toma partido sobre el derecho al aborto y la legalización de la
contracepción. Con Gisèle Halimi, co-fundó el movimiento Choisir, el papel fue decisivo
para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. La escritora, también
participó en muchas manifestaciones y actos públicos, en un momento en que su
visibilidad como intelectual era muy grande. Fundó, el año 1977, con otras mujeres, la
revista Questions féministes, que se convertirá en Nouvelles Questions Féministes a partir
de 1981, después de una escisión de las feministas "radicales" como Monique Wittig. En
los últimos quince años de su vida, y al lado de Sylvie Le Bon, Simone de Beauvoir se
dedicó en cuerpo y alma al movimiento feminista, tanto con su presencia como con los
artículos que escribía. Después de la muerte de Sartre en 1980, publicó La ceremonia de
los adioses, donde se describen los últimos diez años con su compañero con detalles
médicos e íntimos tan crudos que topó con buena parte de los discípulos del filósofo. Este
texto va seguido de las Entrevistas con Jean-Paul Sartre que registró en Roma en agosto
y septiembre de 1974, en los que Sartre repasaba su vida y aclaraba algunos puntos de
su trabajo. Simone murió en 1986 en París.
El libro de Simone de Beauvoir El Segundo Sexo, merece un capítulo especial, tanto por
su formidable erudición, la solidez de algunos de sus argumentos y su fama como
escritora, cuanto porque, al asumir la defensa de la mujer y acumular dicterios contra el
macho, vocablo que la autora prefiere para designar al hombre, entran en juego la
Naturaleza y la Sociedad que corresponden a nuestro tema.
¿Por qué contra el macho? Porque él es, según la autora, el culpable de la situación de
inferioridad y dependencia en que se encuentra la mujer: él ha organizado la sociedad con
sus altibajos, ha relegado a la mujer a una situación subalterna y, lo que es intolerable, ha
multiplicado los denuestos contra ella y son numerosos los insultos proferidos por
personajes notables que registra la Historia.
2
Para la autora, la maternidad no es una gracia sino una servidumbre. El advenimiento de
nuevos seres, el amor de la madre a los hijos y de los hijos a la madre, la hermandad que
florece en el seno del hogar y el flujo incesante de la vida universal, constituyen una
¡maldición!
La maternidad no es una servidumbre sino para quienes han caído en el seno de una
sociedad deshumanizada, a fuerza de intelectualismo, decadencia y frivolidad.
Para quienes ven en un hijo una versión nueva y fresca de sí mismas, es un don que se
expresa en el amor compartido.
Como hombres o mujeres podemos disfrutar de esta maravillosa riqueza que se nos
ofrece a manos llenas en una planta, en una hoja, en un grano de arena, en un poema, en
una sonata, en un cuadro, en una estatua, en un diálogo. La vida es un milagro. ¿Acaso
hemos perdido la capacidad de asombrarnos, de admirar, de permanecer absortos ante
un prodigio de la Naturaleza o del genio humano?
Como una muestra más de esta rebelión contra la Naturaleza, la autora enumera los
males que aquejan a la mujer: «Las crisis de la pubertad y de la menopausia, la
‘maldición’ mensual, el embarazo largo y a menudo difícil, los partos dolorosos y a veces
peligrosos y las enfermedades y accidentes son las características de la hembra
humana».
Los males que enumera la autora, ¿no son el precio que es preciso pagar por el
advenimiento y el amor de los hijos, la creación de un pequeño mundo humano en el que
3
la llama del amor prodigue la luz y mantenga el abrigo para paliar el frío de las noches
invernales?
La contradicción en que incurre Simone de Beauvoir es evidente. Por una parte, afirma
que «la vitalidad de las mujeres tiene sus raíces en el ovario»; enumera los males que la
Especie ha acumulado sobre ella y habla de una servidumbre que le ha sido impuesta; y
por la otra, sostiene que «la Naturaleza no define a la mujer». Esta contradicción va
acompañada de un aserto insostenible: «Definiendo el cuerpo a partir de la existencia, la
biología se convierte en una ciencia abstracta».
Además, si hay algo concreto, es una ciencia, todas las ciencias, entre ellas la Biología,
sólidamente asentada en el conocimiento científico.
La autora dice: «La historia de la mujer –por el hecho de que aún se encuentra encerrada
en sus funciones de hembra– depende mucho más que el hombre de su destino
fisiológico».
Nuevamente nos encontramos con el reconocimiento de que nuestro destino es, en gran
parte, fisiológico, y para redondear el término, natural. Cuando se afirma que la mujer se
encuentra «aún (subrayamos) encerrada en sus funciones de hembra», se insinúa que
¡llegará el día en que ella alcance la liberación de ese destino fisiológico!
La autora quisiera que la mujer abandone su cuerpo (pues no hay otra manera de escapar
a su destino natural), mientras máquinas inventadas para sustituirla se dediquen a fabricar
robots en serie para sustituir a los seres de carne y hueso.
Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, escrito como una sátira contra el totalitarismo y la
utilización bélica de la bomba atómica (pues no se podía prever entonces la Perestroika y
el término de la guerra fría), podría sustituir a nuestro mundo natural, hecho de madres y
de niños, de amor y ternura.
El Capítulo I se inicia con este párrafo: «Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y
cuatro plantas.
4
«Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Una producción de noventa y seis seres
humanos donde antes sólo se conseguía uno, Progreso.
– ¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! –La voz del
director temblaba de entusiasmo.
– Hasta que, al fin, la mente del niño se transforma en esas sugestiones, y la suma de
estas sugestiones es la mente del niño. Y no sólo la mente del niño, sino también la del
adulto, a lo largo de toda la vida. ¡Y estas sugestiones son nuestras sugestiones!
Los manecillas de los cuatro mil relojes eléctricos de las cuatro mil salas del Centro de
Blomsbury señalan las dos y veinte minutos. La ‘industriosa colmena’, como el director se
complacía en llamarlo, se hallaba en plena fiebre de trabajo. Bajo los microscopios,
agitando furiosamente sus largas colas, los espermatozoos penetraban de cabeza dentro
de los óvulos, y fertilizados, los óvulos crecían, se dividían, o bien, bokanovskivicados,
echaban brotes y constituían poblaciones enteras de embriones»(29).
5
Para ella, la familia y la propiedad privada son culpables de la situación de la mujer.
«Cuando la familia y el patrimonio privado –dice– son las bases de la sociedad, sin
oposición, la mujer permanece totalmente enajenada».
Insiste la autora: «Desde el feudalismo hasta nuestros días, la mujer casada ha sido
sacrificada deliberadamente a la propiedad privada». Y algo más: «La mujer ha sido
destronada por el advenimiento de la propiedad privada». Ergo: la familia y la propiedad
privada deben desaparecer para que la liberación de la mujer sea un hecho.
El comunismo integral sería, entonces, la condición sine qua non para la liberación de la
mujer. Imaginemos un mundo en el que haya sido abolida, la propiedad privada y no
exista la familia, bajo un poder absoluto; la mujer «liberada» de la maternidad y del hogar,
convertida en un ser anónimo, como una oveja más en el rebaño. No dependería de
nadie, en particular, sino del Estado, como el rebaño depende del pastor.
La alegría del amor compartido, de los hijos, del pequeño mundo propio, no existiría para
ella. La maquinaria como en el «mundo feliz» de Huxley funcionaría, no, desde luego,
para la mujer, sino para el Estado. Reducida a la soledad, sin marido y sin hijos, sin
familiares, sin afecto, rumiando su «liberación», le quedaría el recurso de anhelar la
muerte.
6
Como una contradicción más, ella admite que «las trabajadoras eran [es verdad que habla
en pasado] más esclavas aún que los trabajadores machos».
¿La esclavitud de la reproducción? ¿Liberarse del hogar para caer en la fábrica? ¿Pasar
de lo personal a lo colectivo? ¿Cambiar el pequeño mundo humano por la acumulación
del artificio? ¿Renunciar a la maternidad para caer en la producción industrial?
¿La esclavitud de la reproducción? Y, por qué no, ¿la dulce esclavitud del amor fecundo?
¿La reproducción artificial? ¿La esterilidad, la soledad, la frustración, la amargura? ¿La
existencia de solteronas deshumanizadas a las que se ha pretendido «liberar»,
arrojándolas a un mundo sin amor y sin ilusiones?
¿Es que alguien, por elevada que sea su posición intelectual puede vivir sin alimentarse,
sin protegerse de la intemperie, sin reposar? Esa «utilidad», por tanto, no debe ser lo
primero?
¿La verdad? Está aquí, en este suelo donde afirmo los pies, en la sonrisa de mi mujer, en
el abrazo de mis hijos.
La verdad es que vivo y viven los míos. Que al pasear me he encontrado con hermanos
desconocidos. La verdad es que pertenezco a un pueblo al que amo profundamente y al
que me he esforzado en servir.
¿Y la belleza? ¿Hay alguna mayor que los juegos de los niños, que la silueta móvil de una
mujer, que esa flor que abre sus pétalos, esa mariposa que surca el aire, esa avecilla que
canta, ese cielo azul, esa armonía lejana?
¿Y la libertad? Salí en el momento que quise. Retorno al hogar cuando me place. Leo,
escribo, medito, a mi albedrío.
7
También son libres mi mujer y mis hijos, pero todos debemos cumplir ciertas normas. No
hay libertad total.
La verdad –diríamos quienes hemos podido crear y mantener un verdadero hogar– es que
nos amamos; la belleza alienta y se expresa en nuestro ritmo de vida, en nuestro afecto y
nuestro comportamiento; la libertad, en la conciliación del carácter y de los intereses de
cada uno con los caracteres y los intereses de quienes alternan con nosotros.
A pesar de esta descripción, la autora afirma, como ya lo hicimos notar y para asombro
nuestro: «La naturaleza no define a la mujer». ¿Quién, entonces? ¿La sociedad? ¿Ella
misma? ¿Los infortunados machos?
«Biológicamente –continúa– los dos rasgos esenciales que categorizan a la Mujer son los
siguientes: su aprehensión del mundo es menos amplia que la del hombre; la mujer está
sujeta más estrechamente a la especie».
¿Por qué, biológicamente? ¿No habíamos quedado en que la biología era una ciencia
abstracta, mirada desde el punto de vista de la existencia? ¿Admite Ud., que esas dos
características le han sido dadas a la Mujer por la Naturaleza? ¿Y que, mientras sea
mujer, ella nacerá y morirá con ellas como cualidades de su ser?
Cuando la autora afirma que «el destino de ella [la mujer] es ser sometida, poseída y
explotada como lo es también la Naturaleza, cuya mágica fertilidad encarna», las
reflexiones que suscita son numerosas.
En primer lugar, la referencia al Destino, que podría fijar la situación general de la Mujer y
de cada una de las mujeres, y, por qué no, de cada uno de los hombres también; el
Destino fatal e irrenunciable, la Moira griega; entonces, las palabras sobran y los hechos
no pueden escapar a esa Ley inexorable.
¿La Naturaleza, explotada? Si ella es la Totalidad y nosotros somos parte y hechura suya,
¿cómo podremos poseerla y, aún más, someterla? ¿Explotarla? ¿Podrían los granos de
arena transformar al desierto o a las gotas de agua influir sobre el mar?
8
Por otra parte, esas mujeres que van y vienen, que salen y entran a su antojo por
doquiera, que hablan y deciden y trabajan o estudian o se dedican a su hogar, son,
ciertamente, sometidas, poseídas y explotadas?
En verdad que las diferencias entre los pueblos son muchas y muy grandes y no podemos
olvidar las regiones en que aquellas son víctimas de un sistema político opresor o de una
secta religiosa o de un cúmulo de supersticiones y prejuicios.
Debemos estar en guardia para no asombrarnos durante la lectura de esta obra porque,
por ejemplo, en ella se asegura que «la desvalorización de la mujer representa una etapa
necesaria en la historia de la humanidad, porque su prestigio no provenía de su valor
positivo, sino de la debilidad del hombre».
Si se trata de una etapa «necesaria», no hay que echarle la culpa a nadie de lo que ha
ocurrido. Si el prestigio de la mujer no provenía de ella misma, la conclusión es
lamentable porque la mujer no ha cambiado ni puede cambiar en lo fundamental, puesto
que es hechura de la Naturaleza. Si su prestigio provenía de la debilidad del hombre, la
conclusión es la misma, porque esa debilidad no ha desaparecido, aunque caben las
preguntas: ¿Debilidad ante la atracción de la mujer? ¿Debilidad en el trato con ella?
¿Debilidad del sexo masculino, en general, ante el sexo femenino?
Una afirmación más que llama al asombro: «La mujer se vuelve impura desde que es
capaz de engendrar».
Así, pues, ¿todas son impuras porque son capaces de engendrar? ¿Y el hombre? ¿No le
toca a él también esta impureza puesto que es capaz de engendrar? Esta tesis, ¿no se
parece mucho al «pecado original» del cristianismo?
Hombres y mujeres hemos sido hechos, entre otras cosas, para engendrar. ¿Somos
culpables, por eso? ¿Cumplir una función, seguramente la primera dictada por la
Naturaleza, es un acto impuro? ¿Estamos manchados por unirnos hombres y mujeres y
tener hijos? Para salvarnos de la impureza ¿habrá que renunciar al amor, a la unión
íntima y a la perduración de la Especie?
Y, en todo caso ¿por qué culpar sólo a la mujer de un acto que no podría realizarse sin la
participación del hombre?
La autora incluye muchas citas de diatribas contra la mujer, de las que tomamos algunas:
9
Un aserto parcial que parte de la esclavitud, inconcebible en nuestra época, y que ignora
la riqueza afectiva de la mujer que limita, quizá, la capacidad de deliberar.
De Simónides de Amorga: «Las mujeres son el mayor mal que Dios ha creado».
Y, sin embargo, sin la mujer ellos no habrían existido. ¿Y la mujer, convertida en madre?
¿No los llevó en su seno, no los amamantó, no los defendió de los males del mundo?.
La mujer, según Simone de Beauvoir «es un falso Infinito, un Ideal sin verdad, se
descubre como finitud y mediocridad, y al mismo tiempo como mentira. En verdad, ella
representa lo cotidiano de la vida, y es tontería, prudencia, mezquindad y fastidio».
El Ideal es una edificación aérea y el Infinito, un anhelo imposible, pero muchas veces la
mujer es la fuente de inspiración, la Musa por antomasia. Ciertamente, hay un círculo
tendido a sus pies, tocado por el hogar, pero no es encierro.
La visión despiadada no tiene reposo: (la mujer) «está siempre ocupada, pero nunca hace
nada. Esa dependencia respecto de las cosas, consecuencia de la que soporta respecto
de las cosas,explica su prudente economía y su avaricia. Su vida no se dirige hacia
finalidades, sino que produce o mantiene cosas que nunca son más que medios:
alimentación, vestido, intermediarios inesenciales entre la vida animal y la libre
existencia».
Por más aéreos o impalpables que sean el Ideal y el anhelo de Infinito, necesitan un punto
de apoyo que nos lo pueda ofrecer una bella mujer silenciosa.
Es imposible evitarlo: nosotros, hijos de la Tierra, vivimos de ambas cosas: una expresión
de la dualidad humana en la unidad de carne y espíritu.
Por otra parte, si la mujer toma a su cargo un conjunto de cosas sin el que nadie puede
vivir, habrá que agradecérselo.
«La mujer se ha consagrado por entero a su propia familia; –continúa la autora– por tanto,
no se puede esperar de ella que trascienda hacia el interés general».
En el Perú, agobiado por las Siete Plagas, la Mujer cumple una labor de salvavidas. En
los barrios marginales, llamados Pueblos Jóvenes, los Clubes de Madres, las
Asociaciones del Vaso de Leche, las Cocinas Familiares, la Defensa común tienen como
protagonistas a la Madres. «Ellas trascienden» hacia el interés general, no con ideas ni
especulaciones filosóficas, sino con una acción cotidiana y abnegada que vale más que
todos los libros de filosofía.
10
Además, ¿puede haber una ocupación más noble que mantener ese pequeño mundo
humano que es el hogar? ¿Hay algo que supere en importancia y trascendencia a la
crianza, la alimentación, la educación y la protección y defensa de los hijos? ¿Vivir por
ellos y para ellos no excede a toda obra humana? La abnegación sin reposo y sin medida,
no es una virtud maternal más valiosa que una obra escrita, aunque su fama sea
mundial?
Hay mujeres que trascienden hacia el interés común y que son capaces de cumplir, a la
vez, su papel de madres.
Las hay que sacrifican su destino esencial por el servicio a los demás.
La autora nos dice que «la mujer no encarna ningún concepto fijo; a través de ella que
cumple sin tregua el pasaje de la esperan-za al fracaso, del odio al amor, del bien al mal,
del mal al bien».
«La mujer –continúa la autora– piensa que ‘toda la culpa’ la tienen los judíos o los
masones o los bolcheviques o el gobierno. Siempre está contra alguien o contra algo.
Busca un responsable contra quien pueda indignarse concretamente: la víctima elegida es
el marido. Cuando vuelve, por la noche, se queja a él de los hijos, de los proveedores, del
costo de la vida, de su reumatismo y del tiempo que hace, y quiere que él se sienta
culpable de ser hombre».
Hay un abismo entre la mujer aristocrática y adinerada, que vive en el seno de una capa
social decadente y frívola, y la mujer del nivel medio que multiplica sus actividades para
seguir viviendo en compañía de los suyos y, aún más, la mujer innumerable de las zonas
pauperizadas que cubren la mayor extensión de la Tierra y que, en muchos casos,
mantiene viva la llama del amor, ausente en gran parte de las mansiones
deshumanizadas.
El círculo en que actúa la mujer coincide con el hogar, en que viven y alientan los seres
queridos. Ese círculo se traslada con ella, por decirlo así, a una u otra parte, y las
11
relaciones de carácter familiar superan a las normas establecidas por el Estado, un ente
impalpable, inventado por los hombres.
«Ella –dice la autora– se precipita con tanto gusto hacia la religión porque así colma una
profunda necesidad».
¿Cuál es esa necesidad? ¿Metafísica? Muchos de nosotros sentimos que este mundo
tangible en el que afirmamos nuestros pies, está animado por el Espíritu. El poder que
hace circular a los astros a la par que nuestra sangre, se expresa, para muchos, en
figuras concretas, desde que el mundo es mundo. Con ellas se establece una relación
familiar. A ellas se recurre cuando las dificultades superan la capacidad de dominarlas. En
este caso, el hogar se dilata y los seres queridos se multiplican.
Las «damas» son tratadas con dureza: «Su vana arrogancia, su radical incapacidad y su
ignorancia obstinada hacen de ellas los seres más inútiles y nulos que haya producido la
especie humana».
Sin comentarios.
Quizá, como una continuación de la diatriba anterior, la autora dice: «Mientras la mujer
siga siendo un parásito, no puede participar en la formación de un mundo mejor».
La mujer que no aporta nada a la comunidad, que aun en su hogar se limita a dar órdenes
o satisfacer caprichos; que consume su tiempo en visitar y recibir visitas; en asistir a
cocteles y reuniones frívolas; en llevar y traer chismes; en fingir y agradar, es,
ciertamente, un parásito.
Stekel añade lo siguiente: «Se han escrito muchos libros sobre la construcción del
carárter femenino por la influencia de ese famoso ‘complejo de la castración’, al que se da
una importancia ridícula en los análisis freudianos. La verdad es que se le encuentra muy
raramente si se le quiere encontrar, y si no se sugiere ese pensamiento al paciente,
dispuesto fácilmente a extraviarse por una falsa pista».
12
Encontramos un alivio en otras páginas referentes a la mujer: «Lo más valioso de la mujer
es que algo de ella escapa a todo abrazo. El vientre femenino es el símbolo de la
inmanencia, de la profundidad. Transporta al hogar el calor y la intimidad de la matriz. Ella
es el alma de la casa, de la familia y del hogar. Ella es la Gracia, que conduce al
Cristianismo hacia Dios; ella es Beatriz que guía a Dante; es Laura que llama a Petrarca.
Se presenta como la Armonía , la Razón, la Verdad: Entonces la mujer ya no es carne
sino cuerpo glorioso».
«La mujer es fisis y antífisis al mismo tiempo; encarna a la Naturaleza tanto como a la
Sociedad. Ella es la Vida y la Muerte, la Naturaleza y el Artificio, la Luz y la Noche».
Si la Mujer es todo eso –y lo es– ¿por qué arrebatarla del hogar, que desaparecería con
ella? Si el hogar es, en cierto modo, una prolongación de la matriz, ¿por qué pretender su
eliminación en nombre de una absurda independencia, concebida en una estancia
cerrada a la luz y el aire? ¿Por qué arrebatarles a todos, mujeres y hombres, el amor y,
con él, la felicidad? ¿Se ignora que la etapa de la vida infantil es decisiva en el curso de la
vida humana? ¿Hay algo más tierno y profundo que el amor maternal?
Aún más:
De cada diez erotómanos nueve son mujeres y casi todas tienen entre 40 y 50 años.
13
Por lo general, la mujer vieja encuentra la serenidad total hacia el final de la vida».
Es por un imperativo al que estamos sometidos y que se cumple en todos los seres. Sólo
cambian las formas, los grados y los plazos, pero es inevitable seguir la curva impuesta
por la Totalidad.
La primera afirmación que encontramos al respecto, es discutible: «El gran Pan empieza a
marchitarse cuando repercute el primer martillazo y se inicia el reinado del hombre, que
se entera de su poder».
Si con Pan se quiere referir a la edad agraria, sin componentes mecánicos, en la cual se
pretende sugerir que hubo el predominio de la mujer, la objeción es que esa afirmación no
tiene sustento histórico, si, por otra parte, con el «primer martillazo» comienza el uso de
los más variados instrumentos, antecedentes inmediatos de la artesanía y, más adelante,
de la industria, y el formidable desarrollo que se manifiesta en la electrónica, la robotería y
los mil inventos que están transformando al mundo, habrá que admitir que se trata de un
proceso histórico que favorece a todos, siempre que se mantenga permanente al servicio
de la especie humana.
«La vida del hombre –dice la autora– no es nunca ni plenitud ni reposo, sino carencia y
movimiento, lucha. El hombre encuentra a la Naturaleza enfrente de sí; tiene poder sobre
ella e intenta apropiársela. Pero a él no le gustan las dificultades, y tiene miedo al peligro.
Aspira, contradictoriamente, a la vida y al reposo».
Cuando la autora afirma que al hombre no le gusta las dificultades y aspira al reposo,
incurre en una contradicción, pues al principio dice que la vida del hombre no es plenitud
ni reposo, y, además, cae en un error que la historia y la más ligera observación lo
demuestran con una sucesión de casos innumerables.
Nos encontramos, en este punto, con una diferencia notable entre el hombre y la mujer,
considerados ambos a plenitud, verdaderos y representativos.
14
La Mujer aspira, fundamentalmente, a la maternidad y el hogar. El Hombre aspira,
fundamentalmente también, a la realización de su obra.
Todos somos vulnerables, unos más que otros. No todos somos cándidos ni mezquinos,
ni tiranos ni egoístas ni vanidosos.
Nuestro deseo no es apetito grosero, puesto que fluye de nuestro ser, y nuestros abrazos
no son un yugo degradante sino una comunión de dos seres nacidos para amarse y
estrecharse, pues no sólo abraza el hombre a la mujer sino la mujer al hombre. En suma:
se abrazan los dos.
¿El abrazo, un yugo degradante? El abrazo, el amor, el hogar, como yugos degradantes,
tiene un antecedente en Les Femmes Savantes de Molière.
Naturalmente, esto es ridículo. Molière escribió su obra para anonadar con ella a las
sabiondas. Que hoy tome alguien en serio este tema, es doblemente ridículo.
La autora dedica pocas líneas a las relaciones entre hombres y mujeres. «Los machos y
las hembras –dice– son dos tipos de individuos que se diferencian en el seno de la
especie con vistas a la reproducción, no es posible definirlos sino correlativamente».
15
Si hemos nacido para reproducirnos –y algo más–; si permanecemos en el seno de la
Especie, a la cual pertenecemos, por tanto, cualquier conato de «independencia», frente a
la totalidad de la que somos parte, es ridículo, otra vez.
Los términos son discutibles, pero la verdad, repetida aquí numerosas veces, implica el
reconocimiento que la Naturaleza es el principio y la razón suprema de todas las cosas.
Constituye, por tanto, una actitud errónea y aun ridícula, la rebelión contra ella, partiendo
de una sociedad y una cultura determinada, menos de una gota de agua en el mar
insondable del Universo.
«Si se la compara con el macho (a la mujer) –son sus palabras– éste se presenta como
infinitamente priviligiado. Término medio, las mujeres también viven más que él, pero se
enferman mucho más a menudo».
Hay una cita de Lévi-Strauss: «La autoridad pública o simplemente social pertenece
siempre a los hombres».
Continúa la autora: «El hombre busca en la mujer al Otro como Naturaleza y como su
semejante. Ella es la tierra y el hombre la simiente».
Y algo más:
«Un hijo es una riqueza y un tesoro, pero también es una carga y un tirano».
El deslumbramiento del primer amor, la sorpresa del primer goce carnal, el arrebato de las
uniones íntimas, ocurren porque uno entra en el Reino de la Naturaleza, atractivo,
misterioso y dominante, ante el cual sólo cabe el abandono de sí mismo y la entrega total.
16
¿Que el amor maternal no es natural? ¿Podrá afirmarlo así un hombre de ciencia? Para
empezar, ¿no somos nosotros naturales, hombres y mujeres? Naturales siempre, aunque
la sociedad y la cultura nos vayan revistiendo incesantemente.
Las mujeres enteras y verdaderas (los adjetivos son de Unamuno) también lo hacen y
muchas de ellas sólo viven ya para sus hijos. También hay animales hembras
desnaturalizadas, pero constituyen la excepción que confirma la regla.
Cuando la autora afirma: «A decir verdad, no se nace genio: llega uno a serlo», su error
es mayúsculo. Por tanto, Platón, Leonardo, Goethe, «se hicieron» genios? ¿Por qué no,
los demás?
Cuando, a la muerte de Hugo, ocurre una apoteosis multitudinaria, Barrés ve que «el
inmenso oleaje humano avanza delirando de asombro por haber hecho un dios» y
Romain Rolland dice que «el dios dormía vencedor sobre el campo de gloria».
Máximo Gorki contempla a Tolstoi y dice: «Parece un dios, ni hebreo ni griego, pero sí, un
dios ruso ‘sentado sobre un trono de arce bajo un tilo dorado’ sin gran majestad pero más
sutil que todos los otros dioses».
17