LA AUTOBIOGRAFIA (Fernando Vásquez R)
LA AUTOBIOGRAFIA (Fernando Vásquez R)
LA AUTOBIOGRAFIA (Fernando Vásquez R)
Wassily Kandinsky
Mirada retrospectiva
Thoman Mann
Relato de mi vida
Quizá por ese temor que produce el exponernos, el abrir de par una puerta o
un salón de nuestra interioridad, la autobiografía asume formas como el diario o
la carta. Hasta la misma estructura novelística puede servir como estrategia
narrativa. Es que confesarse ante otros, ese delatarse, ese paso de lo íntimo a
lo publico, no siempre sale de manera rápida o natural. Y en la mayoría de las
veces se requiere un tiempo, un ambiente, una sensibilidad, “una iniciación”,
para que pueda brotar el testimonio, la confesión más personal. Pudor y
autobiografía se emparentan.
La autobiografía posee un tono como de ajuste de cuentas. De inventario. En
ella – o por medio de ella- rendimos un homenaje a aquellos que nos
permitieron llegar a donde estamos, a estos otros que nos señalaron una
estrella en el firmamento. Aunque no sólo es una labor de agradecimiento;
también la autobiografía derrumba ídolos, demuele espejismos, denuncia
mentiras. Esta tarea de poner en la balanza, de sopesar, hace que la
autobiografía tenga cierto sabor a muerte próxima. Es como si uno escribiera
un testamento; como si se quisiera legar una lectura específica sobre uno
mismo para aquellos que le sobrevivan. Dicho en pocas palabras: toda
autobiografía es una herencia.
Son múltiples los lazos que unen lo autobiográfico con la fantasía. A una
imagen fija en nuestra memoria, la escritura autobiográfica le agrega o le añade
un escenario, un aroma, una textura, un color.
Bien vistas las cosas, el placer que nos produce leer autobiografías tiene
directa relación con nuestra ancestral curiosidad por develar los secretos. Cada
vez que uno accede a una autobiografía es como si tuviera acceso a lo
prohibido, a una especie de buhardilla del misterio. A lo mejor, sucede con las
autobiografías lo mismo que con las obras de teatro antiguas: nos producen
catarsis. Al leer el dolor ajeno, el propio nos parece más familiar; al escuchar
ciertas alegrías, nos sentimos cómplices; al percibir ciertas debilidades en
voces extrañas, nos sentimos reconciliados con nosotros mismos. Lo
autobiográfico nos hace hermanos de otra sangre.
Con todo lo expresado hasta aquí, ya podemos evidenciar una gran síntesis:
elaborar o configurar una autobiografía es una tarea ejemplar. Expliquémonos.
Cuando nos consignamos en un texto (a lo mejor sin quererlo), nos
transformamos en ejemplo, en hito, en punto de referencia. La autobiografía se
convierte en modelo de vivir. En experiencia referida. Y todo ejemplo, lo
sabemos, es digno de imitación. Allí, en esa dimensión ejemplarizante, la
autobiografía encarna como enseñanza, como parábola; como genuina
educación.