Adoración Desde La Posmodernidad

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Adoración desde la posmodernidad

por ADRIANA GARIBOTTI DE TASSARA

Vivimos en un mundo complejo y a la vez descreído; con este marco de referencia, la autora se
interroga de manera lúcida y honesta cómo adorar.

Leyendo el diario me llamó la atención un artículo que transcribo en parte, porque además de
pertenecer a un estadista de nuestro tiempo, bien podrían ser palabras de un cristiano. Así escribe
Vaclav, prestigioso intelectual que preside la República Checa, para The New York Times (publicado en
Clarín el 9/8/94):

“El desarrollo vertiginoso de la ciencia con su fe incondicional en la realidad objetiva y las leyes
racionales, llevó al nacimiento de la civilización tecnológicamente moderna…al mismo tiempo, la
relación con el mundo que estimuló y forjó la ciencia moderna parece haber agotado su potencial. Esta
relación es deficiente en un sentido: no logra conectarse con la naturaleza más intrínseca de la
realidad y con la experiencia humana natural”.

“El mundo de nuestras experiencias parece caótico, confuso. Los expertos pueden explicarnos
cualquier cosa en el mundo objetivo y, sin embargo, cada vez entendemos menos nuestras propias
vidas. Vivimos en un mundo posmoderno, donde todo es posible y casi nada es certero”…

…”Pero nuestro ser interior sigue teniendo una vida propia. Y cuanto menos respuestas proporcione la
era del conocimiento racional a los interrogantes básicos del ser humano, más se aferrarán los
pueblos a las antiguas certezas de sus tribus… En el mundo multicultural de hoy, el camino
verdaderamente confiable para una coexistencia pacífica debe comenzar a partir de lo que se
encuentra en la raíz de todas las culturas, y en lo que reside en los corazones y mentes humanas,
más profundo que la opinión política, las convicciones, las antipatías o las simpatías: debe estar
arraigada en la autotrascendencia”.

“Sólo alguien que se somete a la autoridad del orden universal y de la creación, alguien que valora el
derecho a ser parte de él y a participar en él, puede valorarse a sí mismo y a sus vecinos y respetar
así sus derechos”.

Havel describe un mundo posmoderno como se ha dado en llamar al tiempo en que vivimos. Un
mundo que “está de vuelta” de las viejas utopías. No sirven ya los grandes proyectos transformadores
que entre los siglos XVII y XIX caracterizaron el pensamiento moderno: la idea de que gracias a la
ciencia se pueden alcanzar la verdad y el bienestar; la idea de revolucionar el orden social injusto; la
idea de progreso y de un futuro mejor. Estos proyectos trataron de ser puramente racionales, y “se
sacaron de encima” progresivamente cualquier noción de un Dios creador y sustentador de todo lo que
existe, para colocar al hombre en su lugar.
Pero por alguna razón estas ideas fracasaron, confluyendo en un mundo “posmoderno” marcado por el
desencanto y la falta de esperanza.

Símbolo de este desencanto contemporáneo es aquel pacifista que sentía “aversión por toda especie
de crueldad y de odio”, y que para impedir que Hitler pusiera bajo sus pies al mundo entero, escribió
una carta al presidente Roosevelt. Se trataba de Albert Einstein (1879-1955), y la carta decía así:

“Señor presidente: durante los últimos cuatro meses se ha hecho posible efectuar reacciones
nucleares en cadena en una gran masa de uranio, de la que se generarían grandes cantidades de
energía… Este nuevo fenómeno podría aplicarse a la fabricación de bombas de una enorme potencia.
Tengo entendido que actualmente Alemania ha interrumpido la venta de uranio producido en las
minas checoslovacas que tiene bajo su dominio…”

Roosevelt hizo esperar la respuesta, y la dio cuando la segunda guerra mundial era una realidad
inminente, convocando a una junta que fue el acta de nacimiento de la bomba atómica.
“Paradójicamente, fue el propio Einstein quien reclamó este nacimiento. Él, el científico que a partir de
ese instante quedó al margen de todo: fuera del cerco que protegía los secretos nucleares. El mismo
hombre que, seis años después, ante el anuncio de Hiroshima comentó melancólicamente: ‘Si lo
hubiese sabido…no hubiera escrito jamás esa carta’. Por una burla del destino, la construcción del
arma decisiva había sido propuesta por un pacifista”. (1)
Quedó claro que la ciencia, por sí sola, no conduciría al bienestar del mundo.

La sabiduría, el genio, los logros del progreso, habían sido usados para aniquilar cientos de miles de
personas, borrar ciudades enteras de los mapas, castigar a los sobrevivientes con terribles secuelas
hereditarias… en fin, para deshumanizar la humanidad.

Pienso también en el soberbio Nietzsche (1844-1900), enigmático filósofo que acuñara el “Dios ha
muerto”, criticando la debilidad del cristianismo y sus virtudes: la compasión, el renunciamiento.
Pienso que eran ideas coherentes en un ser que desde joven había vivido un cristianismo hipócrita, y
sufrido el tormento de aterradoras alucinaciones, para terminar sus días internado en una clínica de
enfermos dementes.

Tal vez otros, aún más incoherentes, viven como que “Dios ha muerto”, pero jamás se atreverían a
pensarlo. Ese tipo de personas fueron quienes usaron sus ideas para justificar crueldades y
exterminios raciales, aniquilando a los “débiles” en la misma segunda guerra. Eso sí, ellos nunca
negarían el nombre de Dios… ¿o sí?

El hombre perdió a Dios, pero también se perdió a sí mismo. Produjo ciencia y filosofía movido por la
“pasión del conocimiento”, para terminar convirtiéndose en el brutal “lobo del hombre”.

El desencanto contemporáneo me recuerda también a Jean P. Sartre (1905-1980), cuyas palabras,


soberbias y tristes a la vez, tienen sabor amargo de desesperación del que vivió también la guerra y
aun fue prisionero… sin querer apelar más que a su razón (¿o luchando contra ella?):

El hombre perdió a Dios, pero también se perdió a sí mismo. Produjo ciencia y filosofía movido por la
“pasión del conocimiento”, para terminar convirtiéndose en el brutal “lobo del hombre”.

“En efecto, todo está permitido si Dios no existe, y en consecuencia el hombre está abandonado,
porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse… Si, por otra parte, Dios no
existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta… Estamos
solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre”. (2)

Solamente porque mi memoria busca contrastes, aparece Corrie Ten Boom. En medio de la guerra y el
total desamparo de un campo de concentración… encontró fuerzas para amparar a otros, sabiendo
que Dios era real, y estaba a su lado. Pudo consolar, vencer la desesperación, encontrar sentido al sin
sentido… y perdonar aun al propio verdugo de su hermana.

Muchas voces más vienen a mi mente…pero las dejo ir. Busco la Biblia, me acuerdo de
Nabucodonosor. Él también era soberbio, porque tenía poder y capacidad. Estaba orgulloso de su
obra…pero perdió la razón y terminó como una bestia, hasta que llegó el tiempo que le había sido
fijado.

“Mas al fin del tiempo yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y
bendije al Altísimo… Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, y Él hace según su
voluntad… y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué haces? En aquel mismo tiempo mi razón
me fue devuelta, y la majestad de mi reino, y mi dignidad, y mi grandeza… y mayor grandeza me fue
añadida”. (3)

Por alguna razón hay siempre cierto paralelo entre la soberbia y la locura: la soberbia intelectual, la
soberbia del poder… aun la soberbia espiritual. Todas representan una pérdida de realidad en cuanto a
nuestra verdadera dimensión humana.

¡Qué patético desenlace! “Alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta”.
Soy parte de la humanidad, y estoy en el mundo posmoderno. No puedo huir de la realidad, no puedo
negarla huyendo a una vida “monástica”. Deseo comprometerme activamente con el bien de la gente,
pero buscando, como dijera Jesús “estar en el mundo, sin ser del mundo”. Para eso es preciso mirar
alrededor, mirar a mi interior también, pero sobre todo, “alzar los ojos al cielo”, tantas más veces
cuanto más desconcertante sea la realidad que se presenta.

Antes de mirar alrededor, antes de mirar a mi interior… mirar al cielo. Mirar hacia Dios en una actitud
de adoración a Él, de humildad ante mis semejantes, de respeto hacia mí misma…

“Desde el fondo del abismo clamo a ti, Señor…” (4) Señor, necesito mirarte. Quiero alzar mis ojos
para ver más con tus ojos… el panorama no es alentador.
El hombre se ha autoproclamado “Dios”, y ya ni siquiera logra ser plenamente humano. Si miro con
mis ojos al futuro, amenazas de holocausto nuclear, catástrofe ecológica, tragedia genética. Si miro
alrededor, una gran masa de gente enajenada, cosificada… a nadie parece importarle demasiado el
otro ni el futuro, mientras él pueda pasarla bien hoy, sobre todo hoy… consumir, pensar poco,
disfrutar.

Es por tu gracia que puedo mirarte. Tengo muy claro que no soy Dios, pero por esa misma gracia me
sé plenamente humana, porque me hiciste a tu imagen. En medio de las sombras, puedo confiar.
Porque sé que estás. Tengo tu evidencia en la creación, donde no hay caos -el caos corre por nuestra
cuenta-. Tengo tu evidencia en tu Palabra, porque me cuenta cómo es el corazón del hombre, pero
también como es el tuyo. Tengo tu evidencia en mi interior, porque allí donde había tinieblas, Vos
hiciste la luz.

Hay muchas cosas que no logro comprender, en la naturaleza humana, en mí misma… tu amor es
también un misterio. Pero en tu Presencia, se esfuma el misterio: Vos sos la Luz.

Te adoro mientras mi ser interior se aquieta y se fortalece recibiendo el abrazo de tu Ser

Gracias porque aún hay vida, hay amor, aun en el ser humano y en la creación queda registro de tus
huellas…
Tu Palabra me habla de una multitud vestida de blanco, de todas las naciones, de todas las épocas…
te adoran, y son tantos que no se pueden contar.
Me habla también -y me conmueve- de veinticuatro ancianos que, como tributo, te rinden sus
coronas… aquello que los distingue, que los ennoblece, que les da poder… se postran y lo arrojan a tus
pies.

¿Es que no hubiera podido el mundo rendirte sus coronas de ciencia, de conocimiento, de poder? ¡Es
tan propio de nosotros aferrarse a la corona!
Señor…yo también tengo corona. Soy simple, pero mi corona es aquello que considero importante,
todo aquello que me valoriza… mi capacidad de pensar, de sentir, de crear… lo que soy, lo que tengo,
lo que puedo, los que quiero… allí tengo mi corona. Y hoy la rindo a tus pies…

Te adoro mientras clamo por un mundo que se cae, y no quiere darse cuenta. Te adoro mientras
contemplo tu grandeza y siento tu mirada dulce de misericordia y compasión… “El Señor es tierno y
compasivo, es paciente y todo amor”. (5)
Te adoro mientras mi ser interior se aquieta y se fortalece recibiendo el abrazo de tu Ser, insondable,
misterioso…pero accesible, por tu Gracia, para mí.

(1) “Los hombres de la historia” – Centro Editor de América Latina.


(2) J.P. Sartre. “El existencialismo es un humanismo” – Buenos Aires, Ediciones del 80, 1981, pág.21.
(3) Daniel 4:34-36
(4) Salmo 130:1 (V.P.)
(5) Salmo 145:8 (V.P.)

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