Dean Spade Una Vida Normal

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DEAN SPADE

UNA VIDA «NORMAL»

La violencia administrativa, la política trans crítica


y los límites del derecho

edicions bellaterra
Diseño de la colección: Joaquín Monclús
Traducido por María Enguix Tercero
Revisado por R. Lucas Platero
Título original: Normal Life. Administrative Violence, Critical Trans Politics,
and the Limits ofLaw
Publicado por Sonth End Press, NY, 2011
©DeanSpade, 2015
© R. Lucas Platero, del prólogo a la edición española
© Edicions Bellaterra. S.L., 2015
Navas de Tolosa, 289 bis. 08026 Barcelona
www.ed-bellaterra.com

Impreso en España
Printed in Spain
ISBN: 978-84-7290-730-0
Depósito Legal: B. 17.770-2015
Impreso por Romanyá Valls. Capellades (Barcelona)
índice

Prólogo a la edición española, R. Lucas Platero, 9


Prólogo, 23
Introducción: Derechos, movimientos y política trans crítica, 33
1. Derecho y política trans en un contexto neoliberal, 61
2. ¿Qué pasa con los derechos?, 89
3. Reflexionando sobre la transfobia y el poder: vayamos más allá del
marco de derechos, 109
4. Administrando el género, 141
5. Reforma jurídica y construcción de movimientos, 173
Conclusión: «¡Esto es una protesta, no un desfile!», 205
Epílogo, 237
Agradecimientos, 271
Prólogo a la edición española

Raquel L, Platero

Aquí está la resistencia trans*


La transexualidad es cada vez más visible en nuestra sociedad y lo es
de una manera distinta, más positiva, que hace tan sólo unas décadas.
Cada vez más ámbitos públicos, como pueden ser los medios de co­
municación, las políticas o las manifestaciones culturales, dan cabida
a referencias sobre la transexualidad, que amplían y a veces son una
alternativa a lo que se afirma en los manuales psiquiátricos, los anun­
cios de contactos o el mundo del espectáculo. Por poner un ejemplo,
los medios se hacían eco de las palabras de la actriz Angelina Jolie en
los premios Kid’s Choice Awards de 2015, «different is good» —decía
refiriéndose a su hijo John, que se convertía en el centro de atención
de las revista del corazón. Medios que han recogido la salida del ar­
mario trans* de la famosa ex atleta norteamericana Caitlyn Jenner, así
como mostraban el éxito de la actriz Laverne Cox, popular por su apa­
rición en la serie de TV Orange is the New Black, por nombrar sólo
algunas personas trans*. Sin embargo, esta presencia creciente con­
trasta con el desconocimiento que tiene la mayoría de la población de
las necesidades y problemas cotidianos a los que nos enfrentamos las
personas trans* de todas las edades, así como aquellas que no cum­
plen con las normas de género binarias. Además, si nos fijamos en
estas mismas noticias, es frecuente que cuando se habla de Cox o de
Jenner se enfatice su belleza, la perfección de sus cuerpos y se señale
que «no se les note», subrayando su capacidad para «pasar desaperci­
bido». Esta espectacularización trans* también tiene por contraparti­
da la ausencia de los cuerpos e identidades menos privilegiadas y ñor-
mativas, que sólo son concebibles como problemáticos. Este es el
caso de la criminalización de la también norteamericana Cece McDo­
nald, una mujer trans* negra que vivió un ataque tránsfobo y racista
del que se defendió, motivo por el que fue acusada de asesinato en
2012. Este contraste dibuja dos ámbitos simultáneos y necesariamente
conectados: aquellas noticias que presentan una cara amable de una
sociedad que exhibe la transexualidad como una muestra de acepta­
ción de la diversidad, y frente a ésta, la ausencia e invisibilidad de
otras realidades menos noticiables. Quizás porque aluden a personas
trans* que están en una situación de desventaja, en la encrucijada de
la clase social, la raza, la diversidad funcional, entre otras vivencias
interseccionales.
Parece que lo trans* está de moda. La multinacional H&M (con
su línea Other Stories) lanzaban recientemente una campaña publici­
taria con modelos trans*, que se suman a la trayectoria de modistos
como Jean-Pau! Gaultier, Marc Jacobs o Jurgen Teller, que presenta­
ron en la pasarela las bellezas andróginas y trans* de Andreja Pejic o
Erika Linder, entre otras modelos. Como señalaba recientemente el
activista catalán Pol Galofre, esta hipervisibilidad trans* no se corres­
ponde con un cambio en las políticas corporativas de estas empresas
para incluir a las personas trans* y ni siquiera mejoran las condiciones
laborales de las personas que elaboran la ropa que comercializan.
Lo cierto es que lo trans* está en todo tipo de manifestaciones
culturales, más allá de las producciones alternativas que alcanzan ám­
bitos más mainstream, como son las series de televisión,1el teatro,2 la
literatura o el cine. Estas producciones no siempre son protagonizadas
por personas trans* de carne y hueso, sino que a menudo son contadas
por quienes creen saber cómo son estas experiencias, marginando la
posibilidad de conocer a artistas trans*. Esta mirada crítica es vital
para poder poner en perspectiva la importancia de los cambios que
1. Algunas de estas series de televisión son: Sense8, Transparent, Orange is the New
Black o Hit and M iss.
2. Por citar algunas producciones teatrales, son relevantes las producciones: Lisistra-
ta (2010) en el Festival de Mérida que contaba con actrices trans* Carla Antonelli,
Andrea Al vites, Dédée Cuevas y Aitzol A raneta; Limbo (2015), interpretada por Ma-
riona Castillo, Tatiana Monells, Ariadna Peya y Clara Peya en el Teatro Gaudí de Bar­
celona, con el asesoramiento de Cultura Trans; y Transrealidades (2015) interpretada
por las actrices trans* Angela Flórez, María Alejandra Huertas, Inca Princess y Nayra
Sánchez, en el teatro La Pensión de las Pulgas, de Madrid.
suceden. De hecho, el momento actual es un campo de batalla de fuer­
zas cruzadas, con iniciativas (ya sean más o menos transgresoras, son
siempre minoritarias) que se enfrentan a una resistencia para que las
cosas sigan como siempre, discriminando a las personas trans* y
aquellas que se atreven a romper con las normas de género. Precisa­
mente en el verano de 2015 hemos asistido a un incremento de la vio­
lencia vinculada con los roles de género, con una sangría de muertes
de mujeres y sus hijos por parte de sus parejas y ex parejas, al tiempo
que ataques tránsfobos y homófobos. Esta violencia no ha recibido
atención por parte de las instituciones y habitualmente se presenta
como hechos aislados, ligados a individuos problemáticos sin enten­
der la importancia del contexto actual y de la interconexión entre estas
manifestaciones de violencia.
Este es el contexto clave donde se inscriben los derechos de las
personas trans*, en el que surge el libro del profesor y activista trans*
Dean Spade, Una vida «normal». Violencia administrativa, políticas
trans críticas y los límites del derecho. Publicado originalmente a fi­
nales de 2011 en EE.UU., coincide con la promoción de leyes sobre la
no discriminación y de delitos de odio en algunos estados, mientras
que se produce una importante visibilidad en los medios, como hemos
visto. En España, la publicación de Una vida «normal» llega en un
momento similar, en el que las personas trans* se están haciendo más
visibles en todos los ámbitos de la sociedad, pero con un contexto
bastante diferente. Haciendo un repaso rápido e incompleto, Mar
Cambrollé y Carla Antonelli son visibles en el ámbito de la política;
Bibiana Anderson y Antonia San Juan son ampliamente reconocidas
como artistas, al tiempo que en la escena más alternativa, triunfan Vi­
ruta FTM y Alicia Ramos. La televisión pública ha producido un do­
cumental sobre la infancia y juventud trans*, titulado El sexo sentido
(2014), que ha tenido un impacto positivo al difundir y sensibilizar
sobre una realidad cambiante, en la que el apoyo de las familias a sus
criaturas trans* conforma un movimiento social incipiente. Se publi­
can todo tipo de libros que abordan cuestiones trans*; surgen líneas
editoriales trans* como la liderada por Edicions Bellaterra en la que se
enmarca este libro; se producen algunos estudios y se celebran even­
tos culturales con temática trans*. Un buen ejemplo sería como el lla­
mado «Octubre Trans», que enmarca acciones por la despatologiza-
ción de la transexualidad en grandes ciudades, o el Orgullo Trans
celebrado en Sevilla (2015). En Barcelona, la organización Cultura
Trans celebra cada junio el Trans-Art Cabaret, aunando activismo y
arte... Una presencia trans* que es inconcebible sin tener en cuenta el
legado del movimiento trans*. No siempre se recuerda que las perso­
nas trans* han estado presentes en los movimientos sociales desde sus
inicios, luchando por la «liberación homosexual» y el fin de la ley de
peligrosidad y rehabilitación social (1970), los derechos de las traba­
jadoras sexuales, el acceso a la sanidad y a los tratamientos necesa­
rios, los derechos sexuales y reproductivos... Una aportación clave de
este movimiento y que fue considerada una idea radical y utópica, li­
derada por un puñado de activistas en los años 2000, fue afirmar que
la transexualidad no es una enfermedad. En muy poco tiempo esta
idea empieza a ser parte del sentido común de una parte creciente de
nuestra sociedad, que reclama derechos y cambios de mentalidad.
Esta conciencia activista tiene un reflejo creciente en las políti­
cas públicas, con la promoción de leyes específicas en algunas comu­
nidades autónomas. Este es el caso de las leyes que promueven la no
discriminación en algunas comunidades autónomas como Navarra,3
País Vasco,4Andalucía,5Galicia,6Cataluña,7 Canarias8y Extremadura,9
así como también se está produciendo una movilización por una ley
3. Ley Foral 12/2009, de 19 de noviembre, de no discriminación por motivos de
identidad de género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales.
BOE 307,22 de diciembre de 2009, pp.108177-108187.
4. Ley 14/2012,28 de junio, de no discriminación por motivos de identidad de géne­
ro y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales. BOE172, de 19
de julio de 2012, pp. 51730-51739.
5. Ley 2/2014, de 8 de julio, integral para la no discriminación por motivos de iden­
tidad de género y reconocimiento de los derechos de las personas transexuales de An­
dalucía. BOE 193, de 9 de agosto de 2014, pp. 63930-63943.
6. Ley 2/2014, de 14 de abril, por la igualdad de trato y la no discriminación de les­
bianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales en Galicia. BOE 127, 26 de
mayo de 2014, pp. 39758-39768.
7. Ley 11/2014, de 10 de octubre, para garantizar los derechos de lesbianas, gays,
bisexuales, transgéneros e intersexuales y para erradicar la homofobia, la bifobia y la
transfobia. BOE 281, de 20 de noviembre, pp. 94729- 94748.
8. Ley 8/2014, de 28 de octubre, de no discriminación por motivos de identidad de
género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales. BOE 281, de
20 de noviembre de 2014, pp. 94850-94860.
9. Ley 12/2015, de 8 de abril, de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, tran­
sexuales, transgénero e intersexuales y de políticas públicas contra la discriminación
por orientación sexual e identidad de género en la Comunidad Autónoma de Extrema­
dura. BOE 108, de 6 de mayo de 2015, p. 39518-39542.
integral a nivel estatal. Estas leyes suponen un reconocimiento formal
de la transexualidad, enfrentándose a importantes problemas de im-
plementación cuando tratan de ir más allá de una presencia simbólica.
Son pequeños pasos que contrastan con el legado de nuestro pasado,
cuando las personas trans* eran consideradas «vagas y maleantes», o
«peligrosas sociales» bajo el dictadura de Franco, siendo señaladas
además como pecadoras por la iglesia y desviadas por la medicina.
Paulatinamente, la consecución y reconocimiento de algunos sujetos
situados en los márgenes de la sociedad, como las mujeres, los gays y
las lesbianas y otros grupos minoritarios, ha facilitado que se conciba
que las personas trans* somos parte de una ciudadanía que es discri­
minada, cuyos derechos hay que garantizar, si bien aún persiste la idea
de que existe un trastorno psicosocial o biológico que causa la transe­
xualidad.
Dean Spade parte de su experiencia como profesor de derecho en
la Universidad de Seattle y como activista trans*, fundador del Sylvia
Rivera Project, un colectivo que ofrece apoyo legal a las personas
trans* con menos recursos. Experiencias que posibilitan que Spade
imagine un futuro posible para los derechos trans*, con una concien­
cia crítica sobre la vida de las personas trans* más vulnerables, inspi­
rándose en la aportación de la lncha de los movimientos sociales nor­
teamericanos de los años 60 y 70. Dirá que desde entonces, estos
movimientos han sufrido un importante retroceso, especialmente por
la represión estatal y también por el desplazamiento causado por las
organizaciones sin ánimo de lucro, cuyas reivindicaciones se han ido
suavizado, al ser dirigidas por donantes ricos y ser enddades profesio­
nalizadas, en lugar de ser lideradas por activistas de base. Hechos que
ahora se recuerdan como el legado del movimiento LGTBQ, como
los disturbios de la cafetería Compton's y Stonewall Inn a finales de los
sesenta, que fueron liderados por mujeres trans* negras y trabajadoras
del sexo, se convierte en un pasado simbólico que contrasta con un
modelo conservador actual, que utiliza la lógica descafeinada de la
igualdad de oportunidades. Esta actitud de «ya no existe la desigual­
dad», porque no existe la esclavitud o la discriminación legal a las
mujeres o las personas afroamericanas en los EE.UU., impide tener
una conciencia de los problemas específicos a los que se enfrentan
hoy las personas trans*, tampoco permiten entender plenamente su
legado histórico. Este proceso, dirá Dean Spade, supone un distancia-
miento con un pasado reciente, donde gays, prostitutas y travestis eran
«aliados naturales», un proceso de olvido que no es exclusivo del con­
texto norteamericano. En el Estado español las luchas más visibles,
como el matrimonio entre personas del mismo sexo, divide a la pobla­
ción entre aquellos gays y lesbianas que pueden beneficiarse de estos
derechos y aquellos a quienes estos derechos, no les cambia sus con­
diciones de vida precaria.
El giro conservador actual que se observa en los movimientos
sociales se hace patente en las luchas que se promueven, que en
EE.UU. son: la inclusión en el ejército, el matrimonio entre personas
del mismo sexo y la legislación antidiscriminatoria y sobre los delitos
de odio. Luchas que se plantean mientras tiene lugar un retroceso en
los programas de bienestar social, el aumento de encarcelaciones por
uso y menudeo de drogas, refuerzo de las leyes migratorias y el
aumento de la desigualdad económica, que podrían entenderse como
problemas distintos a los derechos trans*. O bien, se pueden concep-
tualizar como las condiciones estructurales que hacen que algunas
personas trans* vivan una vulnerabilidad extrema. De esta manera,
Spade plantea la pregunta de si quienes lideran los movimientos gays
y lésbicos en Norteamérica, que a menudo son abogados con unas
condiciones vitales privilegiadas, están pensando en las necesidades y
experiencias de las personas LGTBQ migrantes, de color, con diversi­
dad funcional, indígenas o pobres. O si bien las luchas que lideran
están basadas en sus propias necesidades, cuestión que ya apuntaba
Erving Goffman en Estigma (1963).
Con Una vida «normal», Dean Spade nos manda mensajes cla­
ros y rotundos que nos ayudan a pensar sobre cómo imaginamos el
futuro de los derechos de las personas trans*. Plantea que las luchas
trans* van más allá de lo que hemos venidos considerando como pro­
blemas directamente ligados al hecho de ser trans*, como pueden ser
en el Estado español el reconocimiento del cambio de nombre y sexo
en la documentación, el acceso a tratamientos sanitarios específicos,
la no discriminación en todos los ámbitos sociales o las acciones espe­
cíficas de empleo. Spade nos pide que pensemos en los derechos
trans* dentro de un marco amplio de luchas sociales, desafiando la
idea de «una única lucha» y vinculados a movimientos que luchan por
los derechos de las personas migrantes, la pobreza, la desigualdad de
género, el antimilitarismo y la abolición de las prisiones. Introduce la
pregunta de si las estrategias de éxito para los movimientos de lesbia­
nas y gays son útiles para las personas trans*. Si beneficiarían a las
personas trans* sin trabajo, privadas de libertad o aquellas menores de
edad, por mencionar sólo algunos ejemplos. Trae a la discusión la ex­
periencia de movimientos sociales norteamericanos, como el afroame­
ricano y el feminismo, que a pesar conseguir que las mujeres y las
personas afroamericanas sean reconocidas e incluidas formalmente
por la ley, dicho reconocimiento no ha conseguido erradicar el racis­
mo o el sexismo. Spade afirma que lo que dice la ley sobre no discri­
minar y ser igualitarios no impacta necesariamente en las oportunida­
des vitales de las personas más vulnerables. Es decir, nos avisa de que
las leyes no siempre consiguen transformar nuestra sociedad, ni si­
quiera consiguen hacer lo que dicen que hacen: acabar con la discri­
minación. Es más, dirá que si como movimientos sociales pedimos
más leyes antidiscriminatorias y más leyes sobre los crímenes de odio,
reforzaremos un sistema jurídico y penal que de entrada causa un gran
sufrimiento en las personas trans* más vulnerables. Por eso nos llama
a transformar las relaciones de poder de la sociedad y para ello propo­
ner recurrir al conocimiento producido por los movimientos sociales
(las teorías críticas sobre la raza, el anti capitalismo, antirracismo, los
estudios críticos sobre la diversidad funcional, los feminismos y la
teoría queer). Serán estas fuentes las que plantean que la desigualdad
y el poder no funciona como dice la ley, que no se trata de que haya
unas personas malas, y otras, que son unas pobres víctimas, sino que
la transfobia está construida sobre unas normas sociales e institucio­
nes que tienen funcionamientos cotidianos y lógicas bien asentadas.
Normas que construyen categorías binarias y que convierten en rutina
la organización social entre ios que están dentro y fuera de las normas
sociales.
Propone que en lugar de pedir leyes sobre la igualdad, nos fije­
mos en la «gobemanza administrativa», es decir, en cómo las institu­
ciones ordenan y clasifican a las personas de formas aparentemente
banales. Estas clasificaciones son las que producen significados con­
cretos y las que tienen un impacto sobre las personas trans*. Spade se
fija especialmente en tres cuestiones: 1) las normas que rigen los do­
cumentos identificativos, 2) la segregación por sexo en los espacios
institucionales y 3) el acceso a los tratamientos sanitarios para la rea­
firmación del sexo de una persona. No es que Spade no crea en la
«reforma jurídica», en promover cambios en las leyes, sino que nos
advierte que la ley no es como creemos y que no tiene los efectos que
deseamos, por lo que nos pide que pensemos bien qué leyes queremos
cambiar e incluso que pensemos en qué otras cosas se pueden hacer
además de cambiar o promover leyes.

Sin datos y atrapados en la diada víctima/agresor


No existen estudios a gran escala en España que muestren las condi­
ciones concretas de vida de las personas trans*, pero sabemos que es­
tán dramáticamente marcadas por las dificultades para enfrentarse a
un sistema médico, que dice que tenemos que ser españolas y mayores
de edad para poder demostrar que tenemos un trastorno de disforia de
género y que hemos de modificar nuestros cuerpos para poder acceder
a un cambio de nombre y sexo. Este enfoque médico y legal invisibi-
liza las muchas dificultades a las que nos enfrentamos las personas
trans*, que incluyen problemas de rechazo para entrar y mantenerse
en el mercado laboral; dificultades para contar con unos apoyos vita­
les, como son la familia y los entornos sociales más próximos; la sali­
da prematura de los estudios que puedan favorecer una mejor inser­
ción laboral; el rechazo social y el coste personal para las personas
trans* y sus familias; o la dificultad para concebir el hecho trans* en
la infancia y la juventud, entre otros. Para muchas personas trans*, la
vida se convierte en un cálculo de riesgos que dictamina cómo y cuán­
do hacen su transición, cómo enfrentarse a la búsqueda de empleo o
cómo mostrarse ante los demás, enfrentándose al temor tangible de
perder su apoyo o su afecto, o ser el centro de sus cotilleos.
Los datos existentes sobre las condiciones de vida de las perso­
nas trans* en los EE.UU. manifiestan problemas endémicos, como
son el desempleo, dejar tempranamente la escuela, tener unas reduci­
das opciones laborales y una alta tasa de trabajo sexual, un alto índice
de consumo de drogas y de VIH/SIDA, un número importante dejo-
venes sin hogar... Problemas a los que los movimientos sociales tie­
nen que enfrentarse con propuestas concretas, siendo capaces de ima­
ginar soluciones que no siempre han de limitarse a cambios legales.
Las organizaciones sin ánimo de lucro que imitan la experiencia del
movimiento gay y lésbico tienden a apoyar la promoción de leyes an­
tidiscriminatorias y sobre los crímenes de odio, con una lógica implí­
cita que se basa en que existe alguien que discrimina intencionalmen­
te, de manera que la responsabilidad de tal hecho es individual, dentro
de una diada víctima/ agresor. Spade argumenta que la discriminación
contra las personas trans* es estructural y que surge de barreras que
parecen banales, como las categorías y los requisitos administrativos,
típicos de recursos clave como los programas sociales de vivienda,
educación, sanidad, empleo, documentos identificativos, etc. Las per­
sonas estamos ordenadas y categorizadas por estos sistemas adminis­
trativos de control, usando la terminología foucaultiana, típicos de las
prisiones, albergues, centros para personas sin hogar, centros de em­
pleo, escuelas, hospitales, etcétera que se gobiernan a través del bina-
rismo de género, y que por tanto, impactan negativamente en las per­
sonas trans*. Serán estas barreras, más que las personas particulares,
las que discriminan, las que causan la transfobia.
En nuestro país, estas situaciones cotidianas a las que se refiere
podrían ser por ejemplo las interacciones para las que existe el requi­
sito de mostrar un DNI (un libro de familia o una partida de nacimien­
to) en el que hay una foto, un nombre y una casilla sobre el sexo, que
cuando no son congruentes a ojos de un tercero producen exclusión.
Para las personas trans*, hechos cotidianos como pagar con tarjeta,
matricularse en un colegio o instituto, que te pare la policía en un con­
trol rutinario, se pueden convertir en situaciones potenciales de vio­
lencia. O dicho más sencillamente, participar de las instituciones bási­
cas de socialización, como la escuela, los recursos de ocio y tiempo
libre o del barrio, ir al centro de salud, supone hacer una inmersión en
el binarismo de género, que potencial mente generará problemas a las
personas trans* de todas las edades. Aunque una persona trans* en
concreto tenga menos problemas para acceder a los baños o no sea tan
discriminada en su centro de trabajo porque tiene un diagnóstico mé­
dico o está en una escuela con un protocolo que justifica esa acepta­
ción, cabría preguntarse si no se necesitan cambios más amplios a ni­
vel social y que no pasen necesariamente por este señalamiento
patologizante de un sujeto de alguna manera defectuoso, mientras la
institución y su funcionamiento permanece intactas.
La resistencia trans*, tal y como la concibe Dean Spade, tiene
que ver con pensar cuidadosamente en los cambios que le pedimos a
la ley, al papel que queremos que tengan instituciones y el Estado (que
él llama alternativas a la reforma legal). La pregunta que nos tendre­
mos que hacer es qué impacto tendrá una política determinada sobre
las personas trans* más vulnerables y si no empeorará sus condiciones
de vida. Spade toma una idea clave del feminismo, las políticas y las
leyes no son nunca neutrales, siempre tienen efectos deseados y no
deseados sobre las personas, por lo que es vital hacer cierta evalua­
ción previa, o ex ante, de qué hará tal ley o protocolo por las personas,
en lugar de dedicar toda la energía sólo a evaluar qué dice la ley que
hará. Esta llamada nos haría plantearnos en qué se traducen algunas de
las propuestas del movimiento trans* en España, como por ejemplo,
las dificultades de implementación de algunas de las leyes antidiscri­
minatorias que tanto esfuerzo han costado aprobar, por ejemplo en
Andalucía o Cataluña. O por ejemplo, si tomamos las iniciativas de
aprobar protocolos de actuación para las escuelas para facilitar la in­
serción de la infancia y juventud trans* ¿tienen esos protocolos efec­
tos no deseados?, ¿se pueden hacer cambios en todas las escuelas que
faciliten la participación del alumnado, al tiempo que beneficien a
quienes son trans* o rompen las normas de género?, ¿estará justifica­
do hacer cambios sin estos protocolos?
Spade propone una repolitización de la política trans*, que parta
de un modelo de organizaciones de base, con una organización colec­
tiva hecha con aportaciones de sus miembros, más que con filántro­
pos que donan fondos y dictan el rumbo de las organizaciones; o en
nuestro caso, sin contar con las subvenciones estatales, o no sólo con
ellas. Apuesta por la experiencia de colectivos norteamericanos que
se financian a través de actividades, ofrecen servicios directos de
apoyo donde las personas adquieren una conciencia de la situación a
la que se enfrentan, en lugar ser simplemente sujetos de una política
de servicios. La propuesta es implicar directamente a las personas en
las decisiones que determinan sus vidas, facilitando que se conviertan
en líderes. Este es el ejemplo vivido por Dean Spade en el colectivo
Sylvia Rivera Project, así como el practicado en el Miami Workers
Center.
La imposibilidad como estrategia de resistencia
Habitualmente tanto las vidas de las personas trans* como este tipo de
propuestas son tachadas de imposibles. Inconcebibles. Incómodas. In­
apropiadas. Fuera de lugar. Será precisamente esta conciencia de ser
tachados de personas imposibles lo que permite ir más allá de los lími­
tes que se podrían fijar bajo una mirada más normativa y neoliberal.
Establecer lazos fuertes y duraderos con otros movimientos sociales y
grupos discriminados, igualmente señalados como imposibles e incó­
modos, permite hacer cosas inesperadas.
Con todo lo que ya sabemos gracias a los movimientos sociales,
parece imposible hacer una lucha que sea sobre una única fuente de
discriminación, como es una lucha basada sólo en ser trans*, o el méri­
to individual (tener o no un informe de disforia de género, por ejem­
plo), sin fijarnos en el contexto estructural que nos rodea. Supone reco­
nocer las muchas condiciones vitales que afectan a las personas trans*
y generar alianzas con otros movimientos. Una propuesta concreta di­
rectamente extraída de esta experiencia es contribuir a generar lideraz­
gos de aquellas personas sobre las que la transfobia impacta más bru­
talmente. Es una tarea necesariamente trans*formadora, y es la única
forma de cambiar las expectativas de vida de las personas trans*.
Spade dirá que necesitamos una política trans* basada en la
práctica y el proceso, más que sobre una lucha o demanda concreta
que conseguir. Utiliza la teoría crítica sobre la raza, la interseccional i-
dad (Crenshaw, 1989) y la convergencia de intereses (Bell, 1980), uti­
lizando la autorreflexión propia de las teorías queer y antirracistas.
Por eso, su propuesta no se trata tanto de hacer «una política trans*
que consiga la igualdad trans*», sino pensar cómo nos atraviesan al­
gunas cuestiones clave, como son la legislación sobre la inmigración,
la propia estructura jurídica o la criminalización de los movimientos
sociales. Esto es especialmente relevante en el contexto del Estado
español, donde la situación que nos depara la ley mordaza, las refor­
mas del sistema penal y migratorio castigan especialmente a una ciu­
dadanía que necesita protestar para no seguir perdiendo derechos, di­
vidiéndonos entre una ciudadanía decente y otra que se caracteriza por
ser incómoda e imposible, condenada a la criminalización. El poder
disciplinario del Estado dicta unas normas que delimitan «el buen
comportamiento y una forma de ser apropiada», que imposibilita la
mera existencia de un sujeto trans* atravesado por experiencias como
la migración, la exclusión social, la etnicidad o la edad, cuestiones de
las que no podemos escapar. Así, este libro puede ser una buena herra­
mienta para ayudarnos a conciliar nuestras experiencias y necesidades
personales, que son interseccionales, con unas políticas trans* que va­
yan más allá de lo esperado, que sería limitarnos a pedir «lo nuestro»,
olvidándonos que lo nuestro también son las necesidades de las perso­
nas trans* gitanas, las que viven en pueblos pequeños, aquellas que
son muy jóvenes o son ancianas, quienes no cuentan con el apoyo de
sus familias o las que están privadas de libertad en los CIEs, los cen­
tros de menores o las cárceles.
Una vida «normal» es un texto clave, no sólo en los estudios
trans, sino eu la producción del conocimiento propio de los movi­
mientos sociales, y que al tiempo, apela al conocimiento académico.
Ya por su segunda edición, Dean Spade nos pregunta ¿cuáles son los
límites de la estrategia de reclamar derechos al Estado? y ¿cómo pue­
de aprender el movimiento trans* de otras luchas? Propone que pense­
mos en cuál es el papel que queremos conceder a las leyes y las políti­
cas en la lucha trans*, llamándonos a desconfiar, ya que no suelen
ofrecer solución a los problemas cotidianos de transfobia. Afirma que
las estrategias que sólo buscan la inclusión y la aceptación de las per­
sonas trans*, suponen cierta «cooptación» y neutralización de los mo­
vimientos sociales. Sugiere que nos hagamos unas preguntas sencillas
¿a quién beneficia esta ley, plan o programa?, ¿excluye a alguien? Al
cambiar una ley, ¿estamos cambiando las condiciones de vida de todas
las personas, o sólo las de algunas personas? Nos invita a considerar
los peligros y oportunidades que ofrece la ley, cuestionado su efectivi­
dad. Esta tarea requiere estar en constante reflexión, evaluando nues­
tras propuestas.
Por otra parte, «una vida normal» alude a cierta idea de futuro y
de éxito en la que la ntopía juega un papel importante (Edelman, 2005;
Halberstam, 2011). Si las vidas de las personas trans* son tachadas de
imposibles de antemano, necesitamos precisamente de la utopía para
poder plantear un horizonte de lo que deseamos, que pueda escapar del
aquí y el ahora, para poder soñar con un futuro distinto, mejor y nuevo
(Muñoz, 2009). Esta necesidad de proyección choca con la transnor-
matividad, que fijan un camino y un trayectoria determinada como
deseable para las vidas de las personas trans* y por tanto, nos obliga a
cumplir con cierta idea de normalidad, moldeada por los marcos lega­
les y médicos existentes. ¿Lo que buscamos es que se olvide que so­
mos trans*?, ¿hay una única manera de ser trans*?, ¿todas las personas
trans* tenemos que sentir un «cuerpo equivocado»?, ¿«es obligatorio
tener un fuerte sentimiento de malestar corporal»?, ¿es inherente a las
vivencias trans* cuestionar las normas de género dominantes?
Spade nos pide volver a la inspiración de los movimientos socia­
les de los años 60 y 70 para ser capaces de imaginar que nos goberná­
semos colectivamente, valorando la interdependencia y la diferencia.
Supone concebir una lucha por la abolición de la pobreza y las prisio­
nes, así como de las leyes de inmigración. Supone poder apostar por
una salud universal y una autodeterminación de las personas con res­
pecto a sus vidas, sin tener que afirmar que estamos enfermas o somos
erróneas. Nos llama a una resistencia trans* que se dirija a las necesi­
dades de aquellas personas tildadas como imposibles, como la infan­
cia trans*, las personas migrantes trans* o gitanas trans*. Un activis­
mo que no se conforme con que la ley deje de llamarnos vagos,
maleantes o disfóricos; cuyas estrategias no se basen en que algunos
sujetos trans* merecen derechos porque cumplen de algunos requisi­
tos, mientras que otros no los pueden o quieren cnmplir. Implica con­
cebir que algunas instituciones pueden simplemente dejar de existir,
¿somos capaces de concebir que las Unidades de Trastornos de la
Identidad de Género dejasen de regular el acceso a los tratamientos
que algunas personas trans* necesitamos? O simplemente, ¿somos ca­
paces de concebir que las UTIGs dejasen de existir?, ¿o que el Regis­
tro Civil permitiese el cambio de nombre de las personas sin reclamar
un informe de disforia de género y del endocrino?, ¿podemos imagi­
nar que cualquiera pndiera cambiar de nombre, simplemente porque
lo desea?, ¿pueden nuestros movimientos sociales imaginar más estra­
tegias de transformación social que no sea pedir más leyes?, ¿son las
leyes la única estrategia para mejorar nuestras vidas?
Esta proyección de futuro utópico supone no sólo tener una con­
ciencia de que las vidas trans* están atravesadas por el género, la se­
xualidad, la raza, la clase social, la capacidad y otras situaciones clave
que habitualmente quedan diluidas por un lánguido etcétera, sino tam­
bién implica que necesitamos de movimientos sociales que se atrevan
a pedir lo que ahora parece imposible.
No podemos pedir menos, nos va la vida ello.
Bibliografía
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Prólogo

En 2002 abrí las puertas del Sylvia Rivera Law Project (SRLP). Con­
seguí financiación suficiente para alquilar una mesa de despacho y un
teléfono en una organización más grande, que defiende los derechos
de las personas pobres, y corrí la voz entre otras entidades proveedo­
ras de servicios, como centros de tratamiento de adicciones, asesorías
jurídicas, centros de salud mental, programas de intercambio de jerin­
guillas y organizaciones comunitarias, de que prestaría asesoramiento
jurídico gratuito a personas trans. Jamás habría imaginado la cantidad
de personas que llamarían a la organización necesitadas de ayuda, ni
la gravedad y la complejidad de sus problemas.
La primera llamada que recibí fue de la prisión de hombres de
Brooklyn.1 Jim, un hombre trans de veinticinco años, buscaba ayuda
desesperadamente: sufría acoso y amenazas de violación. Jim es una
persona trans con una condición intersexual.2 Nació y fue educado
1. Estos dos casos de estudio son la base de mi artículo «Compliance Is Gendered:
Transgender Survival and Social Welfare», publicado en Transcender Rights: History,
Politics and Law (eds.), Paisley Currah, Shannon Minter y Richard Juang, University
of Minnesota Press, Minneapolis, 2006, pp. 217-241.
2. «Intersexual» es un término usado para describir a personas cuyas condiciones fí­
sicas, como reconocen los profesionales médicos, resultan difíciles de clasificar según
las nociones médicas actuales sobre lo que constituye un cuerpo «masculino» o «feme­
nino». Debido a estas nociones, estas personas suelen ser objeto de intervenciones
médicas en la infancia para acomodar sus cuerpos a las normas binarias de género. En
la actualidad hay una gran campaña para detener estas intervenciones y permitir que
las personas con estados intersexuales puedan elegir si desean o no la intervención
médica que haría que sus cnerpos cumplieran más con las normas de género. Jim es
una persona con un estado intersexual y también es transexual, pero no hay evidencias
de que las personas con estados intersexuales estén más o menos dispuestas que otras
a tener una identidad trans. Para más información, véase <www.isna.org>.
como una chica, pero en la adolescencia empezó a identificarse como
hombre. De cara a su familia siguió identificándose como mujer, pero
en el mundo lo hacía como hombre; se cambiaba de ropa todas las
noches cuando volvía a casa y trataba de evitar el contacto entre su
familia y cualquier persona de su círculo. El estrés de vivir una «doble
vida» era inmenso, pero Jim sabía que esta era la única forma de con­
servar las relaciones con su familia, a la que se sentía muy unido.
A la edad de diecinueve años, Jim se vio envuelto en un robo por
el que se le condenó a una sentencia de cinco años de libertad vigila­
da. Durante el segundo año del período de libertad vigilada fue deteni­
do por posesión de drogas. Fue condenado a dieciocho meses de régi­
men interno para tratar su adicción y enviado a una residencia de
hombres. En este entorno supuestamente terapéutico, Jim reveló su
condición intersexual a un orientador. Su confidencialidad fue viola­
da, pronto la plantilla y los internos supieron de su intersexualidad e
historia trans. Por miedo y protección, Jim huyó del centro.
Conocí a Jim después de que se hubiera entregado, deseoso de
resolver sus delitos penales pendientes, poder matricularse sin trabas
en la universidad y seguir con su vida. Jim se hallaba entonces en una
prisión de hombres de Brooklyn, volvía a sufrir acoso y amenazas de
violación. La dirección penitenciaria se negó a dar seguimiento a sus
tratamientos de testosterona y, como consecuencia, le vino la mens­
truación; cuando lo registraban desnudo mientras menstruaba, otros
reclusos y funcionarios descubrieron su condición.
Jim y yo trabajamos juntos para convencer al juez asignado a su
caso de que Jim solo podría acceder de forma segura a los servicios de
tratamiento de adicciones en un establecimiento ambulatorio, por los
riesgos que corría en las residencias. Tras lograr convencer al juez,
descubrimos que casi todos los programas hacían distinciones en fun­
ción del sexo, y que no eran lugares seguros para Jim en tanto persona
trans con una condición intersexual. Al llamar a los centros en busca
de una plaza para Jim, el personal de todas las áreas me hacía pregun­
tas del tipo: «¿Orina de pie o sentado?», y «¿tiene pene?», lo que me
indicó que tratarían a Jim como una novedad y que su género y sus
características corporales serían una fuente de cotilleos. Algunos cen­
tros me dijeron que no podían aceptar a Jim porque no estaban prepa­
rados para tratar a personas como él. Los que no rechazaron directa­
mente su solicitud alegaron su falta de idoneidad para suministrarle un
tratamiento apropiado. Los escasos programas de tratamiento de adic­
ciones para lesbianas y gays que localicé parecían inapropiados, por­
que Jim no se identificaba como gay y, de hecho, conocía a pocos
homosexuales y se sentía más bien incómodo en espacios queer. Fi­
nalmente, el juez aceptó que Jim iniciase un tratamiento ambulatorio
con una política de «tolerancia cero», según la cual una única reinci­
dencia le costaría un tiempo en prisión. Con un enorme estrés, Jim
empezó el tratamiento, siempre temeroso de que lo descubrieran y
camuflando su identidad cuando participaba a diario en la terapia de
grupo. No es de extrañar que reincidiera. Fue condenado a una pena
de prisión.
Cuando acudí al juez para pedirle que enviase a Jim a una prisión
de mujeres porque él pensaba que sería más seguro para él a tenor de
sus experiencias en centros de hombres, la respuesta del juez fue: «No
se puede tener todo». Una vez más, el género y la condición fisiológi­
ca de Jim, así como su incapacidad para sortear con éxito los requisi­
tos de género de un sistema extremadamente violento en que estaba
inmerso —por su participación en una actividad delictiva derivada de
su pobreza— fueron considerados parte de su criminalidad y una con­
dición censurable. El juez lo castigó con todo rigor, condenándolo al
máximo número de años por quebrantar la libertad vigilada y exigien­
do que cumpliese la pena en una prisión de hombres.
En esa misma época tuve otra dienta, Bianca, una mujer trans de
diecinueve años. Bianca vino a pedirme ayuda con múltiples cuestio­
nes. Primero, quería demandar a su instituto. En 1999, Bianca estudia­
ba en un instituto público del Bronx. Después de una lucha interna de
varios años en la que intentó reconciliarse consigo misma como mu­
jer, Bianca acabó reuniendo fuerzas para revelarse como tal a sus
compañeros y profesores. Ella y otra estudiante trans, amiga íntima
suya, decidieron manifestar su identidad juntas. Un día se presentaron
en el instituto vestidas para reflejar sus identidades femeninas. Les
cortaron el paso en conserjería y no las dejaron entrar. Después les
dijeron que se marcharan y que no volvieran. Cuando sus progenitores
llamaron al centro para obtener más detalles y averiguar cuál era el
siguiente paso a seguir, no les devolvieron las llamadas. Tampoco les
dieron referencias para otros institutos, ni una suspensión oficial ni
audiencias para su expulsión o documentos. Conocí a Bianca tres años
más tarde. No había conseguido representación legal, y cuando me
puse a investigar la posibilidad de una demanda, descubrí que la pres­
cripción había vencido. Ya no tenía derecho a una demanda judicial
viable.
Cuando conocí a Bianca, no tenía hogar ni empleo, e intentaba
huir de una relación abusiva. No se atrevía a acudir a la policía por
miedo a las represalias de su novio y porque temía, justificadamente,
que la policía no solo le negaría ayuda, sino que también la humillaría,
acosaría o lastimaría por ser trans. Todos sus documentos identificati-
vos indicaban un nombre y un sexo masculino; no habría tenido forma
de interactuar con la policía sin ser identificada como persona trans.
En nuestra búsqueda de lugares donde Bianca pudiese vivir, nos en­
frentamos al hecho de que todos los albergues para personas sin hogar
insistían en ubicarla de acuerdo al sexo que le había sido asignado al
nacer; Bianca habría sido la única mujer en un centro solo de hom­
bres, y le aterraban los abusos que podría sufrir en tales circunstan­
cias. Los albergues para mujeres víctimas de violencia doméstica se
negaban a reconocerla como mujer y eran reacios a acogerla. Cuando
Bianca solicitó asistencia social, recibió instrucciones de presentarse
en un centro de empleo para participar en un programa de ayuda labo­
ral. Cuando intentó acceder al centro, fue brutalmente acosada en el
exterior, cuando finalmente entró y quiso usar el cuarto de baño de
mujeres, el personal la echó y la humilló. En definitiva, volver al cen­
tro le pareció muy peligroso y perdió sus prestaciones. Su falta abso­
luta de ingresos suponía también su inaccesibilidad a los tratamientos
hormonales que usaba para mantener su aspecto femenino, cosa que le
resultaba necesaria emocionalmente y la mantenía a salvo del acoso y
la violencia a que era sometida cuando era más fácil de identificar
como mujer trans en la calle. Bianca intuyó que la única opción para
obtener los ingresos necesarios para comprar hormonas era dedicarse
al trabajo sexual criminalizado. En este punto, su única salida era con-
seguir los tratamientos hormonales en economías sumergidas, pues el
coste de su medicación por los medios sanitarios convencionales ha­
bría sido prohibitivo, dado que MedicaicP —en caso de que hubiera
3. Medicaid es un seguro médico ofrecido por el gobierno de Estados Unidos para
las personas y familias con bajos ingresos, especialmente cuando hay niños, ancianos
y personas con discapacidad. Surge en un contexto social donde es una práctica común
tener un seguro médico privado, con diferentes limitaciones sobre qué prestaciones
ofrece, generando una brecha social importante con quienes no pueden pagarlo.
podido obtener alguna vez sus prestaciones— no cubriría los costes.
Esta situación la expuso a un riesgo mayor de violencia policial, de­
tenciones y otras violencias. Además, como Bianca accedía a hormo­
nas administradas por vía intravenosa en el mercado negro, se exponía
a contraer el VIH, la hepatitis y otras enfermedades contagiosas.
Las historias de Jim y Bianca, como acabé descubriendo, no eran
la excepción. Siguieron entrando llamadas al SRLP, y conocí a una
serie interminable de personas enfrentadas a numerosos problemas en­
trelazados, que tienen que ver con que estas personas resultan básica­
mente incomprensibles para los sistemas administrativos que deciden
sobre la desigualdad de oportunidades: vivienda, empleo y servicios
públicos, por mencionar algunos. Mis clientes y dientas se enfrenta­
ban al prejuicio consciente de la transfobia, que produce una violencia
selectiva, así como a numerosos escollos administrativos que convier­
ten las necesidades vitales básicas en inaccesibles. Cada relato evi­
denciaba un entramado de obstáculos distintos. Escuché informes
consistentes de controles policiales selectivos, brutalidad policial y
detenciones ilegales; acoso y agresiones sexuales; palizas y violacio­
nes; despidos; desahucios; negativas y desestimaciones de servicios
sociales e instituciones de bienestar social; desestimaciones de servi­
cios jurídicos; y rechazo familiar. El impacto de cada una de estas si­
tuaciones se exacerbaba porque el género es un principio estructura-
dor de la economía y de los sistemas en apariencia banales que rigen
la vida diaria de las personas, pero cuya presencia es especialmente
fuerte en las vidas de las más empobrecidas. Mis clientes no encaja­
ban en los sistemas administrativos que hacen diferencias binarias de
género, y pagaron el precio de la exclusión, la violencia y la muerte.
La mayoría no tenía esperanzas de encontrar un empleo legal debido a
los prejuicios y la violencia sufridos, y tuvieron que recurrir a una
combinación de prestaciones públicas y trabajo criminalizado —con
frecuencia en el mercado del sexo— para subsistir. Todo ello se tradu­
cía en la exposición constante a un sistema de represión penal que los
encerraba inevitablemente en centros segregados por sexo, donde eran
ubicados según el sexo asignado al nacer y estar expuestos a más vio­
lencia. En el caso de los inmigrantes que habían solicitado un ajuste
de estatus que les permitiera residir legalmente en Estados Unidos, un
solo cargo por prostitución podía destruir su elegibilidad. Admitir
sencillamente ante un abogado de inmigración que habían recurrido al
trabajo sexual los habría privado de asesoramiento durante el proceso
de la revisión de su estatus ciudadano.
Los clientes no inmigrantes también se enfrentaron a severos
problemas de documentación y ciertos escollos relativos a la identifi­
cación y la asistencia sanitaria. Para rectificar el sexo en los documen­
tos identificativos, se suele pedir poder probar que se ha estado en tra­
tamiento médico transexualizador, especialmente la cirugía, en gran
parte de los organismos que expiden documentos identificativos en
EE.UU., como son los numerosos departamentos de vehículos motori­
zados y otros.4 No obstante, gran parte de las compañías de seguros
privadas y los programas estatales Medicaid tienen normas que exclu­
yen este servicio de la cobertura sanitaria, con lo cual quienes no pue­
den costeárselo de su bolsillo no pueden obtenerlo y, por ende, rectifi­
car su sexo en los documentos identificativos. En muchos estados del
país este servicio es requisito indispensable para modificar el sexo en
los certificados de nacimiento, si bien simultáneamente el Estado tie­
ne un programa Medicaid qne excluye de forma explícita este servicio
de la cobertura sanitaria. Para la mayoría de las personas trans, estas
normas prácticamente les imposibilitan modificar sus documentos
identificativos. No tener una identificación apropiada implica dificul­
tades y riesgos en el trato con las empresas, la policía u otras autorida­
des estatales para viajar, cobrar cheques o acceder a establecimientos
con restricciones de edad: la identidad de las personas trans queda al
descubierto cada vez que enseñan su identificación. Estas barreras di­
ficultan en extremo que las personas trans ganen los recursos económi­
cos necesarios para acceder al servicio médico para hacer su transición,
si así lo desean o necesitan. Estas políticas y prácticas administrativas
limitan seriamente el acceso a la asistencia sanitaria y al empleo para
la mayoría de las personas trans.
Los relatos que escuché de mis primeros clientes y seguí escu­

4. No he incluido una lista completa de las políticas actuales en este volumen porque
cambian con frecuencia. Sin embargo, mi artículo «Documenting Gender», Hastings
Law Journal. 59, 2008, pp. 731-842, incluyo descripciones de las políticas locales y
estatales y sus requisitos en el momento de la publicación. Organizaciones de promo­
ción como el Sylvia Rivera Law Project <www.srlp.org>, la National Gay and Lesbian
Task Forcé <www.thetaskforce.org>. el National Center for Lesbian Rights <www.
nclrights.org> y el National Center for Transgender Equality <www.nctequality.org>
se puede contactar con estas organizaciones para obtener actualizaciones sobre los
cambios en estas políticas.
chando de personas trans que conocí durante mi trabajo en el SRLP
dibujaron una serie de barreras —tanto de prejuicios como del entra­
mado de normas administrativas inconsistentes en materia de géne­
ro— que producen una gran vulnerabilidad. El impacto de estas con­
diciones varía en las subpoblaciones de personas trans; incluso
aquellas con privilegios de clase, privilegios por el acceso a la educa­
ción, privilegios de raza blanca, ciudadanía estadounidense, capacida­
des físicas y mentales percibidas como medias o superiores y habili­
dades lingüísticas en inglés experimentan muchos de estos escollos.
Numerosas personas con privilegios tienen los mismos problemas con
los documentos identifi cativos, a menudo no pueden costearse la asis­
tencia sanitaria, sufren agresiones físicas, sus derechos parentales son
revocados por los tribunales, son detenidas por usar cuartos de baño o
se les impide el acceso a baños adecuados a su género en el lugar de
trabajo y/o centros educativos, son discriminadas en las contrataciones,
son discriminadas por las compañías de seguros y pierden el apoyo
familiar. Muchas experimentan una movilidad descendente en térmi­
nos de riqueza/ingresos por culpa de su identidad trans. Sin embargo,
el acceso a ciertos privilegios que condicionan el reparto de oportuni­
dades (como, por ejemplo, ser blanco, tener un cuerpo percibido como
sano, empleo, condición de inmigrante) también ayuda a ciertos indi­
viduos a librarse en mayor o menor grado de las violencias sufridas
por personas de color, personas con discapacidad, inmigrantes, comu­
nidades indígenas, reclusos, jóvenes en régimen de acogida y perso­
nas sin hogar. Las personas trans más marginales experimentan la vul­
nerabilidad más extrema, en parte porque más aspectos de sus vidas
están supeditados al control directo de los ordenamientos jurídicos y
administrativos de dominación —prisiones, programas de bienestar,
servicios de acogida, centros de tratamiento de adicciones, albergues
para personas sin hogar, centros de formación profesional— que se
basan en un binarismo de género rígido. Estos vectores transversales
de control dificultan especialmente la obtención de recursos, restrin­
gen el acceso a espacios de refugio o seguridad y hacen que la pérdida
de empleo, apoyo familiar, acceso a un abogado o a asistencia sanita­
ria sean más costosos. Las poblaciones trans más marginales son las
que tienen menos protección contra la violencia, sufren más palizas y
violaciones, son recluidas en prisiones con penas durísimas y corren
más riesgos de desaparecer o ser asesinadas.
Este libro trata de las condiciones que están recortando las ex­
pectativas de vida de las personas trans e investiga el rol del derecho
en la producción de estas condiciones y cómo podría o debería contri­
buir para cambiarlas. En las dos últimas décadas el discurso público
sobre las identidades y los derechos de las personas trans ha cambio
sustancialmente. La exclusión de las personas trans de las estrategias
políticas de gays y lesbianas ha suscitado más interés. Se ha incre­
mentado la cobertura mediática sobre los problemas de las personas
trans. Nuevas formaciones políticas de personas trans han comenzado
a institucionalizarse, creando nuevas organizaciones sin ánimo de lu­
cro y asociaciones profesionales centradas específicamente en cues­
tiones trans; labor que también produce nueva terminología, conoci­
miento y herramientas de promoción sobre identidad y expresión de
género. Estos avances plantean serios interrogantes en torno a la polí­
tica trans. ¿Cuál es la relación entre la estrategia política trans y las
estrategias del trabajo de derechos de gays y lesbianas que han canali­
zado tanto interés en las tres últimas décadas? ¿Qué papel debería de­
sempeñar la reforma jurídica en la estrategia política trans? ¿Cuál será
el impacto de estas nuevas organizaciones sin ánimo de lucro en las
vidas de las personas trans y la política de resistencia trans? ¿Quién
debería liderarlas y qué formas de liderazgo debería utilizar la política
trans? ¿Qué relación guarda la política trans con otros movimientos y
asuntos políticos? En concreto, ¿cómo interactúa la política trans con
el antirracismo, el feminismo, el anticapitalismo, el antiimperialismo,
las políticas de inmigración y las políticas de personas con discapa­
cidad?
Este libro propone interrogar el rol de la reforma legislativa en la
resistencia trans, inspirándose en los postulados de la teoría crítica
sobre la raza (Cñtical Race Theory), el feminismo Negro, la teoría
queer y los estudios críticos sobre discapacidad para descubrir que
hay errores y limitaciones en las estrategias jurídicas propuestas por
las lesbianas y gays de raza blanca. Las tradiciones políticas e intelec­
tuales críticas han producido una vivida imagen de las limitaciones
que las estrategias reformistas centradas en la igualdad jurídica plan­
tean para los movimientos deseosos de un cambio político transforma­
dor. Estas tradiciones han puesto de manifiesto tanto la ineficacia del
principio de discriminación como método para identificar y combatir
la opresión, como también que las declaraciones jurídicas de «igual­
dad» suelen ser instrumentos para mantener acuerdos de estratifica­
ción social y económica. Además, estas tradiciones ofrecen formas de
comprender las manifestaciones de poder y control que permiten iden­
tificar con más rigor las condiciones sufridas por las personas trans y
el desarrollo de estrategias de transformación más eficaces que las
permitidas por el marco de reforma jurídica liberal. Expertos y acti­
vistas en estas tradiciones, como Ruth Gilmore, Andrea Smith, Ange­
la Davis, Lisa Duggan, Grace Hong, Roderick: Ferguson, Chandan
Reddy y Angela Harris,5 describen el funcionamiento de la maquina­
ria política —como la decreciente capacidad de negociación de los
trabajadores, el desmantelamiento de los programas de bienestar, la
expansión del complejo industrial penitenciario y del control migrato­
rio, y el auge de las asociaciones sin ánimo de lucro— e identifican
las complejidades intrínsecas a la práctica de la política de resistencia
en una época de cooptación y asimilación. Este libro trata estas cues­
tiones desde una perspectiva política trans crítica, aplica el análisis
que tales tradiciones vienen desarrollando a las luchas de las personas
trans e ilustra de qué formas la resistencia trans puede encajar en los
marcos generales que están tomando forma en estos debates.
Para este fin, los siguientes capítulos ponen de relieve los pro­
blemas surgidos a raíz de la institucionalización de la agenda de dere­
chos de lesbianas y gays basada en una estrategia de reforma legislati­
va. Estos problemas deben poner sobre aviso a expertos y activistas
trans sobre las limitaciones de este nuevo enfoque. Los compromisos
contraídos para fomentar los derechos de lesbianas y gays con el fin
de conquistar ventajas jurídicas formales en materia de igualdad han

5. Véase, por ejemplo, Ruth Wilson Gilmore, Golden Gidag: Prisons, Surplus, Cri­
sis, and Opposition in Globalizing, University of California Press, California, Berke-
ley y Los Ángeles, 2007; Angela Y. Davis, Are Prisons Obsolete, Seven Stories Press,
Nueva York, 2003; Grace Kyungwon Hong, The Ruptures of American Capital: Wo-
men of Color Feminism and the Culture oflmmigrant Labor, University of Minnesota
Press, Minneapolis, 2006; Roderick Ferguson, Aberrations in Black: Toward a Queer
of Color Critique. University of Minnesota Press, Minneapolis, 2003; Chandan Reddy,
Freedom with Violence: Race, Sexuality and the US. State, Duke University Press,
Durham, NC, 2011; Angela P. Harris, «From Stonewall to the Suburbs? Toward a Po-
litical Economy of Sexuality», William and Mary Bill of Rights Journal, 14, 2006,
pp. 1.539-1.582; Lisa Duggan, The Twilight ofEquality? Neoliberalism, Cultural Po-
UticSy and the Attack on Democracy, Beacon Press, Boston, 2004; y Andrea Smith,
Conquest: Sexual Violence and American Indian Genocide, South End Press, Cam­
bridge, MA, 2005.
tenido costes enormes: se han perdido oportunidades de formar coali­
ciones, se ha alienado a amplios sectores poblacionales afectados por
la homofobia, y el impacto real de las «victorias» ha sido tan limitado
que ha neutralizado su efecto en las poblaciones más vulnerables a los
peores riesgos de la homofobia. Además, como el discurso y las estra­
tegias en pro de los derechos de lesbianas y gays han ido avanzando
hacia la privatización, la criminalización y la militarización, han aca­
bado incorporándose a la agenda neoliberal de formas que no solo ig­
noran, sino que además perjudican directamente, ponen en peligro y
marginan en mayor grado a las personas más vulnerables, exponién­
dolas a la homofobia y a la violencia estatal.
Este libro reclama que revisemos la hipótesis de que la política
trans es el pariente olvidado de la estrategia de derechos de lesbianas
y gays y qne su prioridad debería ser lograr reconocimiento, inclusión
e incorporación, en la línea de lo que han venido buscando los defen­
sores de los derechos de lesbianas y gays. En cambio, yo defiendo que
existe un enfoque más transformador para la política trans, que con­
ceptual iza con mayor precisión las condiciones que sufren las perso­
nas trans y formula más directamente una estrategia de cambio favo­
rable a su bienestar. Un enfoque de esta índole incluye un trabajo para
la reforma jurídica pero no lo prioriza, sino que lo aborda con la cau­
tela urgida por las tradiciones críticas a las que se debe y de las cuales
forma parte. Sus demandas deben exceder el fruto de un régimen jurí­
dico que ha sido creado por el capitalismo, la supremacía de la raza
blanca, el colonialismo de asentamientos y el heteropatriarcado, y que
existe para perpetuarlos. Este enfoque se enraíza en el imaginario
compartido de un mundo sin prisiones, colonialismo, control migrato­
rio, violencia sexual o distribución desigual de la riqueza. Se sustenta
en una infraestructura de movimiento social que es democrática, no
jerárquica y centrada en la reparación. El propósito de este libro es
describir algunas de las necesidades de esta política trans crítica mos­
trando los modelos que ya tenemos, que podrían ampliarse para prac­
ticar una política trans crítica.
Introducción
Derechos, movimientos y política trans crítica

Este libro tiene dos objetivos principales. En primer lugar, cartogra-


fiar la trayectoria actual de la política trans; trayectoria que, a mi en­
tender, muestra las limitaciones de las políticas de izquierdas, de les­
bianas y gays, feministas y antirracistas que se han centrado en el
reconocimiento jurídico y las demandas de igualdad. En segundo lu­
gar, busca formular las posibilidades de lo que yo entiendo por una
política trans crítica; es decir, una política trans que exige algo más
que el reconocimiento jurídico y la inclusión, persigue transformar las
lógicas actuales del Estado, la seguridad de la sociedad civil y la
igualdad social. Al exponer este doble relato de la política trans con­
temporánea, mi propósito es revelar que la organización y el análisis
trans es indispensable para el pensamiento de izquierdas y los movi­
mientos sociales de izquierdas. Además, quiero abordar los lugares
transversales específicos donde activistas y organizadores trans se
pueden encontrar, y están encontrando, una causa común con algunos
de las luchas políticas más importantes de nuestro tiempo: la abolición
de las prisiones, la redistribución de la riqueza y la organización con­
tra el control migratorio. También deseo mostrar de qué formas la po­
lítica trans crítica practica su resistencia. Siguiendo las tradiciones del
feminismo de mujeres de color, este postulado crítico de resistencia se
niega a asimilar las narrativas nacionales sobre el cambio social, que
no hacen sino mantener las condiciones de sufrimiento y de dispari­
dad.1 Cuestiona su eficacia desde una reflexión y evaluación conti­

1. Como ha observado Grace Hong: «La práctica del feminismo de mujeres de color
identifica al estado como un lugar que produce violencia, no que la resuelve, y al ha-
nuas. Y trata de prácticas y procesos, no de un punto de llegada, resis­
tiéndose a las jerarquías de la verdad y la realidad para, en cambio,
señalar y rechazar la violencia de estado.2 Varios movimientos socia­
les han tenido que plantearse por qué el cambio jurídico en materia de
derechos no ha traído consigo la profunda transformación que perse­
guían, por qué la desigualdad de oportunidades ha crecido durante un
período en el que hemos visto la supresión formal de la segregación y
la promulgación de políticas que prohíben la discriminación por razo­
nes de sexo, raza y discapacidad. Antes de que las personas trans
abanderen un reconocimiento legal, que parece bueno y en teoría es
deseable (por ejemplo, ser incluidas en la legislación antidiscrimina­
toria y en los delitos homófobos), debemos considerar seriamente por
qué estas leyes no han traído el cambio que muchos habían deseado.
Necesitamos una política trans crítica que cuestione continuamente su
propia eficacia, que se niegue a asumir las narrativas de cambio, que
en realidad, no hacen sino mantener ciertas estructuras y categorías.
Necesitamos una política trans crítica que se centre en prácticas y pro­
cesos y no en llegar a un punto de «liberación» determinado. Para
poner en práctica esta política hay que abordar cuestiones de calado
como qué es la ley, qué es el poder, cómo participan los regímenes
jurídicos en la desigualdad de oportunidades y qué papel pueden o no

cerlo desplaza las luchas basadas en los derechos (...)• Además, a diferencia de los
formas monotemáticas de organización, como el movimiento feminista blanco conven­
cional, la organización sindical tradicional o los movimientos raciales, la insistencia
del feminismo de mujeres de color en la diferencia, la política de coalición y un exa­
men cuidadoso de los procesos transversales de raza, género, sexualidad y clase, que
hacen imposibles las identificaciones singulares, desplaza la formación del sujeto na­
cionalista estadounidense basado en la homogeneidad, la equivalencia y la identifica­
ción». Grace Hong, The Ruptures of American Capital: Women of Color Feminism and
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p. xiv. Según Jodi Melamed: «La theory in the flesh (teoría encamada) del feminismo
de las mujeres de color exige que se reconozca la materialidad plena de las vidas de las
mujeres de color, de forma que se desmientau las divisiones de las estructuras de cono­
cimiento y epistémicas que forjan y niegan al mismo tiempo los vínculos entre las li­
bertades liberales y la violencia normativa, mientras insiste —en tanto colectividad
política— en «que suceda otra cosa», en la necesidad de actuar en común para forjar
relaciones sociales y valores relativamente desvinculados de los de la globalización
capitalista». Jodi Melamed, «Rationalizing Violence in the New Racial Capitalism»,
Critical Ethnic Studies and the Future of Genocide Conference, Universidad de Cali­
fornia, Riveside, 11 de marzo de 2011, p. 10.
2. Chela Sandoval, Methodology ofthe Oppressed, University of Minnesota Press,
Minneapolis, 2000, p. 54.
tener las leyes en la modificación de las medidas que tanto sufrimien­
to generan a las personas trans.
Los movimientos sociales de resistencia nos han procurado un
retrato de Estados Unidos muy diferente del que se cuenta en casi toda
la educación básica y en los libros de texto. El relato patriótico que se
enseña en los colegios nos cuenta algunas mentiras básicas sobre el
derecho y la política estadounidenses: que Estados Unidos es una de­
mocracia cuyo derecho y política deriva de lo que una mayoría social
piensa que es mejor, que Estados Unidos fue racista y sexista en el
pasado pero ahora es justo y neutral gracias a los cambios legislativos
y que, si hay determinados grupos que sufren perjuicios, siempre pue­
den acogerse a la ley para que los proteja. Los movimientos sociales
han puesto en tela de juicio este relato, identificando a Estados Unidos
como una colonia de asentamiento y con un proyecto racial, fundado
y construido sobre el genocidio y la esclavitud.3 Han demostrado que
Estados Unidos siempre ha tenido leyes que dividen a las personas en
categorías dependiendo del origen indígena, la raza, el género, las ca­
pacidades y el origen nacional para producir poblaciones con distintos
niveles de vulnerabilidad a la explotación económica, la violencia y
la pobreza. Estas contranarrativas han cuestionado el concepto de que
la violencia es ejercida por individuos particulares, con malas ideas y
que es en el estado donde debemos buscar protección contra esta vio­
lencia. Por el contrario, los politólogos y los movimientos sociales
desde la resistencia nos han ayudado a entender el concepto de «vio­
lencia de Estado», que ha sido esencial para exponer los principales
sufrimientos de los pueblos nativos, las mujeres, las personas de co­
lor, las personas con discapacidad y las inmigrantes. Han expuesto

3. El libro de Saidiya Hartman. Scenes of Subjection: Terror, Slavery, and Sef-Ma-


king in Nineteenth Century America (Oxford Press, Nueva York, 1997), es una herra­
mienta particularmente útil para comprender que el fin formal de la esclavitud no tuvo
el significado liberador para las personas negras en Estados Unidos como presentan los
relatos nacionales, sino que supuso una transición a nuevas formas de sujeción. La
autora sugiere que el relato nacional sobre la «igualdad de derechos» es en sí mismo
un elemento de esta sujeción continuada. Escribe: «El doble vínculo de igualdad y
exclusión distingue el racismo del estado moderno de su predecesor antebellum» y «el
matrimonio de igualdad y exclusión» es «lugar común (...) en el estado liberal»
(pp. 9-10). Su obra «examina el rol de los derechos a la hora de facilitar las relaciones
de dominación (...) Desde esta posición estratégica, la emancipación parece menos un
gran acontecimiento de liberación que el punto de transición entre modos de servidum­
bre y sujeción racial» (p. 6).
que los programas estatales y las fuerzas de seguridad no son los árbi­
tros de la justicia, la protección y la seguridad, sino que son sus patro­
cinadores y que generan espacios de violencia. Es más, gracias a este
trabajo hemos comprendido que el poder está descentralizado y que
ciertas prácticas, formas de conocimiento, normas y tecnologías de
poder se distribuyen de innumerables maneras y no desde una única
persona o institución. Nos han advertido contra una visión meridiana­
mente restrictiva y simplificada del poder, que interpreta el poder
como una posesión que está fundamentalmente en manos de los fun­
cionarios del gobierno.4 Esta perspectiva elimina la falsa idea de que
podríamos lograr el cambio que necesitamos tan solo haciendo uso del
proceso electoral para votar a determinados representantes o aprobar
ciertas leyes. Nos ayuda a investigar cómo las normas que producen
condiciones de desigualdad y violencia emergen de múltiples y entre­
verados lugares, y reconoce que existen posibilidades para la resisten­
cia que están dispersas, de forma similar.
Cuando desde los movimientos sociales, activistas e intelectua­
les se emplean varios términos que incluyen la expresión «complejo
industrial», como «complejo industrial militar» o «complejo industrial
penitenciario», están señalando este análisis heterogéneo del derecho,
el poder, el conocimiento y las normas. Por ejemplo, el término «com­
plejo industrial penitenciario» reformula la cuestión de la represión
penal. Rebate el relato dominante según el cual es necesario desterrar
a los individuos malos a prisión. Este relato presenta los juicios con
jurado como formas justas e imparciales de determinar quién merece
ser castigado. Por el contrario, el uso de «complejo industrial peniten­
ciario» sugiere que hay múltiples procesos y una serie de fuerzas co­
nectadas entre sí, que son los que determinan la certeza con que cier­
tas poblaciones son etiquetadas como «criminales», la certeza con que
ciertas conductas y actuaciones son clasificadas como delictivas,
cómo se movilizan ideas racistas para justificar la expansión de los
sistemas penales, cómo hay intereses financieros que motivan la ex­

4. Foucault critica que quienes teorizan sobre la resistencia suelen simplificar en


exceso su comprensión del estado: «El estado (...) no posee esta unidad, esta indivi­
dualidad, esta funcionalidad rigurosa (...) el estado no es más que una realidad com­
puesta y una abstracción mitificada», Michel Foucault, «Govemmentality», en The
Foucault Effect: Studies in Govemmentality, Graham Burchell, Colín Gordon y Peter
Miller (eds.), University of Chicago Press, Chicago, 1991,p .103.
pansión de las fuerzas del orden y cómo la criminalización y la reclu­
sión se filtran en cada aspecto de cómo vivimos y concebimos el mun­
do y a nosotros mismos. Vivir en una sociedad definida por la
criminalización y la reclusión determina cómo proyectamos y cons­
truimos los centros educativos y disciplinamos a los niños y las niñas
que consideramos que se portan mal. Determina cómo presentamos
las noticias en los medios informativos y de entretenimiento. Determi­
na cómo gestionamos los servicios para las personas sin hogar, la po­
lítica agrícola, las elecciones y los sistemas de asistencia sanitaria.
Determina la disponibilidad de capital financiero y tantas otras cosas.5
Un análisis de este tipo nos ayuda a entender que no existe una
única fuente de poder, una persona que domina desde lo alto a todo
aquel que está por debajo. Al contrario, hablamos de regímenes de
prácticas y de conocimiento que confluyen en las condiciones y los
acuerdos que nos afectan a todos y a todas, que hacen que ciertas po­
blaciones sean muy vulnerables a la reclusión. Este análisis sugiere
también que queda mucho trabajo por hacer para acabar con la ten­
dencia actual de encarcelamientos masivos por motivos racistas y
sexistas —en muchos espacios, no solo en órganos legislativos, tribu­
nales o comisarías de policía—. Entender cómo actúan las fuerzas que
producen la reclusión y la criminalización en múltiples sitios y regis­
tros, desde leyes y políticas hasta educación, asistencia sanitaria,
servicios sociales, medios de comunicación e incluso el concepto que
tenemos de nosotros mismos, nos ayuda a explicar la enorme impor­
tancia de la reclusión y a comprender que para combatirla no basta
con apelar a un órgano central de poder o decisorio. El poder no es
cosa de un individuo o institución dominante, sino que se manifiesta
en sitios interconectados y contradictorios, donde circulan y se conso­
lidan regímenes de conocimiento y de ciertas prácticas.
Esta forma de concebir la dispersión del poder nos ayuda a tomar
conciencia de que el poder no consiste solo en que un legislador deci­

5. Ruth Wilson Gilmore, Golden Gulag: Prisons, Surplus> Crisis, and Opposition in
Globalizing, University of California Press, California, Berkeley y Los Ángeles, 2007;
Angela Y. Davis, Are Prisons Obsolete?, Seven Stories Press, Nueva York. 2003; Loi'c
Waquant, Punishing the Poor: The Neoliberal Government of Social Insecurity, Duke
University Press. Durham, NC, 2009; Craig Willse, «Surplus Life: The Neoliberal Ma-
king and Managing of Housing Insecurity», tesis doctoral, City University of New
York, 2010.
da condenar a muerte o a la exclusión a determinados individuos, sino
en crear normas que distribuyen vulnerabilidad y seguridad. Cuando
pensamos en el poder desde esta perspectiva, analizamos de otra ma­
nera las condiciones que nos afectan y nos hacemos otras preguntas.
Mitchell Dean describe cómo un análisis de este tipo atiende a
las rutinas de la burocracia; las tecnologías de anotación, grabación,
compilación, presentación y circulación de información, las teorías, los
programas, el conocimiento y la experiencia que constituyeu un campo
qne debe ser regulado e investirlo de propósitos y objetivos; las formas
de ver y representar asumidas en las prácticas de gobierno; y las distin­
tas capacidades y prácticas de gobierno de los diferentes organismos,
que precisan, provocan, forman y reforman. Examinar los regímenes de
gobierno supone realizar un análisis en plural: ya existe una pluralidad
de regímenes de prácticas en un territorio determinado, cada cual com­
puesto por una multiplicidad de elementos, en principio ilimitados y
heterogéneos, vinculados por una variedad de relaciones y capaces de
tener conexiones polimorfas entre ellos. Los regímenes de prácticas
pueden ser identificados siempre que exista un campo relativamente
estable de correlación de visibilidades, mentalidades, tecnologías y or­
ganismos, de suerte que constituyan cierto punto de referencia incues­
tionable para cualquier forma de problematización.6
Este análisis puede observase en el trabajo de quienes hablan del
«complejo industrial» para describir y resistir a las fuerzas de militari­
zación y represión penal imperantes en la sociedad estadounidense.
También puede verse en el trabajo actual de justicia social para las
personas con discapacidad. Los estudios críticos sobre discapacidad y
los movimientos de derechos y de justicia social para las personas con
discapacidad nos muestran de qué forma los regímenes de conoci­
miento y prácticas en cada ámbito de la vida establecen normas sobre
los cuerpos y mentes «sanos», y condenan a quienes se apartan de es­
tas normas al abandono y la reclusión.7 Las políticas y las prácticas
enraizadas en la eugenesia han intentado (y siguen intentando) elimi­
nar la existencia de las personas que se apartan de estas normas. Ex­

6. Mitchell Dean, Governmentality: Power and Rule in Modern Society (2.a ed.),
SAGE Publications, Londres, 2010, p. 37.
7. Withers, A. J., Disability Politics and Theory, Fernwood, Halifax, 2012.
pertos y activistas nativos han mostrado cómo las normas culturales
europeas determinan todas las cosas, desde qué es la propiedad hasta
cómo debe ser la estructura familiar y de género, y cómo se ha usado
cada ocasión posible para imponer estas normas al servicio del geno­
cidio de los pueblos indígenas. En estos espacios y otros muchos, po­
demos ver cómo la circulación de normas crea una idea que afianza
las condiciones para la violencia, explotación y pobreza a las que los
movimientos sociales se han resistido; la idea de que la población na­
cional (construidas como quienes cumplen con las normas sobre la
raza, el género, el sexo, las capacidades, el país de procedencia y otras
normas), debe ser protegida contra esos «otros» (los que se apartan de
estas normas) que son retratados una y otra vez en distintos momentos
históricos como «amenazas» o «parásitos». Esta creación de normas
es fundamental para producir la idea de que el cuerpo nacional siem­
pre está amenazado y para justificar la exclusión de ciertas poblacio­
nes de los programas de distribución de riqueza y la desigualdad de
oportunidades (colegios para blancos, prestaciones de seguridad so­
cial, programas de distribución de tierras y viviendas) y la condena de
éstas mismas poblaciones a la reclusión y la violencia (incluyendo
represión penal, control migratorio, leyes racistas sobre drogas, esteri­
lización y experimentos médicos). Incluso cuando estas normas se in­
corporan a espacios e instituciones de forma inconsistente, y se ejecu­
tan arbitrariamente, logran su objetivo de producir seguridad en
algunas poblaciones y vulnerabilidad en otras. Numerosos grupos so­
ciales han analizado el hecho de que varios grupos salen malparados
por la promoción de una identidad nacional centrada en criterios de
raza, cuerpos, salud, género y reproducción. Estos constructos suelen
funcionar en segundo plano y son considerados elementos «neutrales»
de varios sistemas de ordenación. Si bien la existencia y la manifesta­
ción de estas normas administrativas son menos visibles que cuando
una persona es claramente despedida, asesinada o excluida por su
raza, cuerpo o género, a menudo producen más daño porque articulan
las vidas en su totalidad. En los capítulos de este libro regresaré una y
otra vez sobre varios ejemplos fundamentales como el desmantela-
miento de los programas de bienestar y la expansión del control penal
y migratorio, que son centrales en la política contemporánea y ayudan
a ilustrar cómo son distribuidas las oportunidades a través de sistemas
de significación y control, que distinguen entre razas y géneros, a me-
nudo con programas que aseguran ser neutrales en materia de género
y raza, así como dicen ser puramente administrativos.
A lo largo de este libro uso el término «sujeción» cuando me
refiero al funcionamiento de sistemas de significación y control como
el racismo, el capacitismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia y la
xenofobia. Uso «sujeción» porque es un término que indica que las
relaciones de poder tienen un impacto en nuestro conocimiento de no­
sotros mismos, como sujetos a través de tales sistemas de significa­
ción y control: las formas en que concebimos nuestros cuerpos, las
cosas que creemos sobre nosotros y nuestras relaciones con otras per­
sonas e instituciones, las formas con las que imaginamos el cambio y
la transformación. Uso «sujeción» y no «opresión» porque «opresión»
nos remite mentalmente a que unas personas dominan a otras, a que
unas tienen el poder que a otras les es denegado. Como esgrimo con
más detalle en el capítulo 3, las manifestaciones del poder son mucho
más complicadas. Si lo que buscamos es imaginar la transformación,
si lo que queremos es aliviar el sufrimiento, redistribuir la riqueza y
las oportunidades, y construir formas de resistencia participan vas y
responsables, nuestras estrategias deben cuidarse mucho de simplifi­
car en exceso las manifestaciones del poder. Pensar en el poder solo
en términos de arriba/abajo, opresor/oprimido, dominador/dominado
puede hacernos perder oportunidades de intervención y que elijamos
objetivos para el cambio que no son los más estratégicos. El término
«sujeción» refleja cómo los sistemas de significación y control que
nos conciernen impregnan nuestras vidas, nuestras formas de conocer
el mundo y nuestras formas de imaginar la transformación.
Por ejemplo, el racismo no solo tiene lugar cuando las personas
de color son excluidas de oportunidades de empleo por decisión de
personas blancas. El racismo también tiene lugar cuando los medios
de comunicación perpetúan los estereotipos sobre las personas de co­
lor. El racismo determina los debates políticos sobre cualquier cosa,
desde la asistencia sanitaria hasta la agricultura y la seguridad nacio­
nal. El racismo configura cómo nos vemos los individuos y las comu­
nidades y cómo entendemos las relaciones de unos con otros. El racis­
mo determina qué colegios reciben buenos fondos económicos y qué
comunidades vivirán en zonas industriales tóxicas. El racismo confi­
gura cómo se definen culturalmente cosas como la belleza, la razón, la
inteligencia y las iniciativas. El racismo determina quién es detenido,
qué prestaciones públicas se recortan y qué conductas se juzgan delic­
tivas. El racismo no fluye simplemente de arriba abajo, sino que im­
pregna todo el campo de acción. La invención de las categorías racia­
l e s _ ia «racialización» de los pueblos— ha sido esencial para
establecer los intereses en la propiedad y la mano de obra que funda­
ron Estados Unidos.8 El continuo mantenimiento y reinvención de
categorías raciales y nuevos sitios de racialización han sido funda-

8. Jodi Melamed ofrece una definición útil de la racialización y comentó cómo había
cambiado después de lo que Howard Winant llamó «la ruptura racial de la Segunda
Guerra Mundial» en su intervención en la Critical Ethnic Studies Conference de 2011
de la Universidad de California (Riverside).
La racialización es un proceso que forja relaciones de valor y de carencia de
valor diferenciales de acuerdo a los órdenes político-económicos imperantes, mientras
parece que es (y lo es) un sistema normativo que «meramente» ordena a los seres hu­
manos de acuerdo con categorías basadas en la diferencia. En otras palabras, la racia­
lización convierte los efectos de la fabricación de valores diferenciales en categorías
basadas en la diferencia, que hacen posible ordenar, analizar, organizar y evaluar lo
que resulta de las relaciones de fuerza, como el contenido permisible de otros ámbitos
de la modernidad (economía, derecho, gobemanza). Bajo la modernidad de la supre­
macía blanca, la segregación racial era una tecnología cultural adecuada para convertir
procesos de fabricación de valores diferenciales en sistemas de conocimiento y clasifi­
cación del mundo, en formas humanas que tienen valor y no tienen valor. Precipitó y
racionalizó modos capitalistas agrarios, coloniales e industriales de constituir poder,
tratando a quienes decidía que no teman valor con medidas punitivas, invalidantes,
descalificadoras, excluyentes, violentas y físicamente coercitivas. En una modernidad
capitalista liberal formalmente antirracista, siguen existiendo formas supremacistas de
violencia, pero vivimos una intensificación de los modos normativos y racionalizado-
res de violencia, que funcionan asignando normas de legibilidad/ilegibilidad y exi­
giendo castigos, el abandono o el destierro de los infractores de estas normas. En vez
de la segregación racial, los antirracismos oficiales permiten una mayor flexibilidad en
el empleo y la prescripción de términos raciales de valor y carente de valor. Cabe citar
aquí la definición que Nikhil Singh hace de la raza como «repertorios históricos y sis­
temas culturales y de significación que estigmatizan y menosprecian algunas formas
de humanidad en beneficio de las prestaciones sanitarias, el desarrollo, la seguridad, el
lucro o el placer de otras».Tras la ruptura racial, las categorías de privilegio y estigma
raciales determinadas por criterios económicos, culturales e ideológicos se desvincula­
ron irregularmente del fenotipo, de forma que las identidades raciales tradicionalmente
reconocidas —negra, asiática, blanca, árabe— ocupan ahora ambas caras de la división
privilegio/estigma, división que siempre está en movimiento, precipitando las circuns­
tancias materiales que racionaliza. Es importante señalar que para los antirracismos
oficiales los procedimientos de racialización también implican nn privilegio o estigma,
de acuerdo con repertorios limitados de valor antirracista, de forma qne durante varias
fases, «liberal blanco», «estadounidense multicultural» y «cindadano global» surjen
como snjetos raciales privilegiados, mientras que quienes no tienen valor dentro de los
circuitos del capitalismo global racial son descalificados como «antipatriotas», «tara­
dos», «delincuentes», «xenófobos» o «ilegales», Melamed, «Rationalizing Violence in
the New Racial Capitalism», pp. 4-5.
mentales para la distribución de riqueza y oportunidades. De forma
análoga, las cambiantes interpretaciones de género, capacidad y mi­
gración —y los significados atribuidos a distintas poblaciones a través
de estos cambios— determinan quién vive, durante cuánto tiempo y
en qué condiciones. También condicionan todos los debates sobre
cómo debe ser la resistencia a los acuerdos perniciosos. «Sujeción» es
un término que trata de abarcar la complejidad y la trascendencia de lo
mucho que nuestros modos de vida, de pensar y conocemos a nosotros
mismos y el mundo están impregnados de los significados y las distri­
buciones que han sido forjados a través de estas categorías sobre la
identidad, y cuán polifacéticas son las relaciones entre estas catego­
rías.
Este modo de pensar sobre el funcionamiento de los sistemas de
significación y control nos ayuda a reconocer cuán importante es la
reflexión continua y cuán esenciales son los movimientos participati-
vos centrados en el liderazgo de las personas para combatir los riesgos
más directos de los sistemas de sujeción. Este modo de pensar el po­
der y el control también puede ayudarnos a localizar las trampas de la
cooptación y asimilación que nuestros proyectos de resistencia pue­
den encontrar en el camino. Este libro estudia cómo la reforma jurídi­
ca a veces funciona como una de estas trampas.
Este libro trata sobre el funcionamiento del poder, pero también
trata de la resistencia. Trata de las estrategias que nacen de una pobla­
ción a menudo identificada por su incapacidad para cumplir las nor­
mas de género. Este texto propone una política que surge de cuestio­
nar cómo se establecen estas normas y cómo repercuten en la vida de
las personas trans y las destruyen. También considera las causas que
explican por qué estas normas terminan formando parte de la resisten­
cia, y propone una política trans que cuestiona sin descanso los proce­
sos de normalización, analizando sus repercusiones y revisando sus
estrategias de resistencia al tiempo que observa sus consecuencias
involuntarias. Para ello, este libro desentraña qué relación tiene la po­
lítica trans con los «derechos individuales» —el marco más frecuente­
mente articulado por numerosos movimientos sociales contemporá­
neos— e investiga otros cauces para concebir tácticas de reforma
jurídica en la resistencia trans, que rechazan las limitaciones de las
demandas de derechos individuales.
El análisis crítico formulado por numerosos movimientos socia­
le sde resistencia ilustra las limitaciones de una teoría de reforma jurí­
dica cuyo solo interés es castigar a las «pocas manzanas podridas» en
teoría responsables del racismo, el sexismo, el capacitismo, la xenofo­
bia o la transfobia. También nos ayuda a entender por qué, puesto que
la ley estadounidense ha sido estructurada desde su concepción para
crear desigualdad de oportunidades basándose en la raza y el género
que perpetúa la violencia, el genocidio, el expolio y la explotación, no
resolveremos estas cuestiones acogiéndonos únicamente a la ley. De­
bemos ser precavidos y no creernos lo que la ley dice de sí misma,
porque una y otra vez ha sido modificada, declarada nuevamente neu­
tral Justa o protectora, y al final nunca ha sabido transformar las con­
diciones de desigualdad y violencia contra las que luchan sus vícti­
mas. Teniendo en cuenta los postulados de los movimientos sociales
en disputa con los regímenes jurídicos violentos y las estrategias de
reforma jurídica, el objetivo de este libro es pensar en cómo una polí­
tica trans crítica puede conceptual izar el papel de la reforma jurídica
en nuestras luchas de resistencia. Si nos negamos a creer lo que la ley
dice de sí misma, si concebimos que el poder no se manifiesta me­
diante la dominación de una figura o institución central sobre las ma­
sas, sino que es diverso, polifacético y descentralizado, y si entende­
mos que la transformación necesaria para combatir las condiciones
que describo en el prólogo no vendrá, ni podrá venir, de la ley, ¿cómo
abordamos la reforma jurídica?
Mi postura es que, como las leyes funcionan como tácticas sobre
la desigualdad de oportunidades, debemos acercarnos a la reforma le­
gislativa tácticamente. No se producirá una transformación en profun­
didad, por mucho que las instituciones del gobierno hablen de igual­
dad. El cambio transformador solo provendrá de la movilización
masiva de las poblaciones más directamente afectadas por los perni­
ciosos sistemas que distribuyen vulnerabilidad y seguridad. Las tácti­
cas de reforma jurídica pueden tener un papel en las estrategias de
movilización, pero la reforma jurídica nunca debe constituir la única
demanda de la política trans. Si lo que buscamos es una transforma­
ción no solo simbólica y que alcance a quienes sufren las manifesta­
ciones más violentas de la transfobia, debemos trascender las políticas
de reconocimiento e inclusión.
Este libro sitúa el auge del discurso sobre las identidades trans y
la defensa del reconocimiento de las personas trans en el contexto de
unos avances políticos y económicos más amplios: como son algunos
de los pilares de la política económica de finales del siglo xx y otras
transformaciones más recientes del Estado y la sociedad civil como la
aparición de una economía global neoliberal, la guerra contra el terro­
rismo, el retroceso de las victorias de los derechos civiles y el estado
de bienestar de las décadas de 1960 y 1970, el auge del complejo in­
dustrial sin ánimo de lucro, el rápido aumento de las encarcelaciones
y el predominio de una agenda de derechos de lesbianas y gays estruc­
turada a partir de nociones liberales de privacidad e igualdad de opor­
tunidades. Estos cambios políticos y económicos deben ser tenidos en
cuenta para poder comprender cabalmente las condiciones que confi­
guran la resistencia trans. Frente al crecimiento de las desigualdades
de riqueza y oportunidades nacionales y globales, ¿qué ofrecen real­
mente las promesas de la «antidiscriminación» y la «igualdad de opor­
tunidades»? ¿Qué deben aprender las personas trans que luchan por
cambiar las leyes desde los movimientos sociales, que han logrado
protecciones jurídicas pero cuyas destinatarias siguen siendo crimina­
lizadas y marginadas económicamente? ¿Y cómo puede este análisis
crítico e histórico ayudar a redefinir el papel de la ley y los derechos
en las luchas de resistencia trans?
Una vida «normal». La violencia administrativa, la política trans crí­
tica y los límites del derecho plantea preguntas sobre la utilidad de las
medidas jurídicas, comúnmente articuladas en favor de los derechos
trans: las leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio. El li­
bro defiende que hay un espacio diferente dentro de la ley —el ámbito
administrativo— que puede ser el lugar donde buscar cómo la ley es­
tructura y reproduce vulnerabilidad en las personas trans. A mi enten­
der, la estrategia jurídica contra la discriminación y los delitos de odio
no comprende realmente cómo funciona el poder y qué papel tiene la
ley en las funciones del poder. La estrategia jurídica contra la discri­
minación y los delitos de odio se fundamenta en la creencia de que si
modificamos lo que la ley dice sobre un grupo en particular para que
diga «cosas buenas» (por ejemplo, crear leyes que digan que no está
permitido despedir a alguien solo por ser trans) y no «cosas malas»
(por ejemplo, eliminar leyes que criminalizan explícitamente a perso­
nas por travestirse o tener cierto tipo de relaciones sexuales), entonces
las vidas de estas personas mejorarán. Este planteamiento de reforma
jurídica se basa en un marco de derechos individuales, que hace hinca­
pié en los daños causados a los individuos por otros individuos que los
matan, o los despiden, porque pertenecen a un determinado grupo. La
solución que se busca es el castigo contra individuos que hacen el
mal, motivados por la violencia. Este análisis no comprende el funcio­
namiento del poder y puede conducir a propuestas de reforma jurídica
que terminan ampliando el alcance de sistemas violentos y nocivos.
Para comprender cabalmente el poder y el peligro de la transfobia,
debemos alejarnos del marco de derechos individuales en materia de
discriminación y de la «violencia por motivos de odio» y averiguar
por qué las categorías de género impuestas a todas las personas tienen
consecuencias particularmente peligrosas para las personas trans. Este
cambio nos exige analizar cómo las normas administrativas o los re­
glamentos crean una inseguridad organizada y distribuyen las (malas)
oportunidades. Si nos fijamos en la desigualdad de oportunidades ve­
remos que, incluso cuando se modifican leyes para que digan cosas
distintas sobre un determinado grupo, este grupo puede sufrir una po­
breza desmesurada, así como la falta de acceso a la asistencia sanita­
ria, la vivienda y la educación. Estas reformas jurídicas no hacen nada
para prevenir violencias como la criminalización y el control migrato­
rio. Los ordenamientos jurídicos que tienen leyes oficiales de no dis­
criminación siguen funcionando en detrimento de poblaciones ente­
ras; y esto no se debe exclusivamente, o ni siquiera primordialmente,
a los prejuicios individuales.
Yo apuesto por un modelo de pensar el poder y la ley que amplíe
nuestro análisis sobre los sistemas que administran las oportunidades
con criterios supuestamente «neutrales», entendiendo que tales siste­
mas con frecuencia son espacios donde se producen resultados racis­
tas, sexistas, homófobos, capacitistas, xenófobos y transfóbicos. Bajo
este prisma, nos fijamos más en el impacto que en la intención. Nos
fijamos más en lo que los regímenes jurídicos hacen que en lo que
dicen sobre lo que hacen. Nos fijamos más en cómo se distribuye la
vulnerabilidad entre poblaciones, no solo entre individuos. Esto nos
permite configurar estrategias de resistencia que tienen más posibili­
dades de resolver realmente las condiciones que nos afectan, y que no
solo se limitan a lavarles la cara.
Si bien existen numerosos paradigmas críticos para evaluar la
igualdad jurídica, este libro nace del espacio abierto por la Critical
Race Theory y su teoría de la paradoja de los derechos: los derechos
median en grupos sociales emergentes, y las demandas de derechos
suelen servir de marco de resistencia de estos grupos, pero las decla­
raciones de derechos universales suelen enmascarar y perpetuar las
condiciones estructuradas de riesgo y desigualdad que sufren tales
grupos. La Critical Race Theory es un movimiento intelectual nacido
a finales de los años ochenta, que estudia y busca transformar la rela­
ción entre raza y las estructuras de la sociedad contemporánea, inclui­
do el derecho.
Algunos pensadores fundamentales de la Critical Race Theory
como Derek Bell, Kimberlé Crenshaw y Cheryl Harris, han creado
teorías que han sacudido las bases de la literatura jurídica. Han critica­
do las reformas jurídicas del movimiento de derechos civiles, apuntan­
do que no alteraron suficientemente las condiciones que sufren las
personas de color, argumentando que el racismo es inherente a la le­
gislación estadounidense. La teoría de la «convergencia de intereses»
de Derek Bell dispone que: «El interés de los negros por alcanzar la
igualdad racial tendrá cabida únicamente si converge con los intereses
de los blancos».9 Este razonamiento sugiere que quienes estén intere­
sados en terminar con la supremacía blanca deben interpretar con cri­
terio las supuestas victorias legales y reconocer que, las más de las
veces, son meros ajustes para mantener sistemas de control y distribu­
ción desigual. En su artículo «Whiteness as Property», Cheryl Harris
expuso cómo, en Estados Unidos, el derecho de propiedad hunde sus
raíces en las condiciones patrimoniales raciales que acompañan a la
esclavitud tradicional, el genocidio y el expolio, y cómo la legislación
estadounidense ha seguido produciendo una ideología blanca, como
una forma de propiedad en detrimento de las personas de color.10 La
teoría de la «intersectorialidad» de Kimberlé Crenshaw ha influido
sustancialmente en expertos y movimientos sociales fuera de las fa­
cultades de derecho.11 En su obra, Crenshaw afirma que las personas

9. Derrick A. Bell, Jr., «Brown v. Board of Education and the Interest-Convergence


Dilemma», Harvard Law Review, 93,1980, p. 518.
10. Cheryl I. Harris, «Whiteness as Property», Harvard Law Review, 106, 8 (1993),
p. 1.707.
11. es and Violence against Women of Color», en Critical Race Theory: The Key
Writings that Formed the Movement (eds.). Kimberlé Williams Crenshaw, Neil Gotan-
da, Garry Peller y Kendall Thomas, The New Press, Nueva York, 1996, pp. 357-383.
que experimentan múltiples vectores de sujeción, como el racismo y el
sexismo, sufren perjuicios singulares que no son recogidos en los mo­
vimientos de justicia racial, que usan la experiencia masculina como
la norma, o en los movimientos feministas que usan la experiencia de
las mujeres blancas como la norma. Estos trabajos, y otros postulados
fundamentales de la Critical Race Theory han exhortado a expertos en
derecho y en muchos otros campos a examinar las manifestaciones de
la ley y la racialización desde nuevas perspectivas criticas.
Una vida «normal» bebe de las conclusiones de la Critical Race
Theory y también modifica y reelabora estas conclusiones para las
especificidades de un análisis trans crítico. La Critical Race Theory
ha identificado las barreras que los modelos jurídicos imperantes de
discriminación intencionada —con el objetivo de castigar a sujetos
particulares que discriminan— han creado para resolver la subordina­
ción. También ha puesto de relieve las funciones distributivas de la
legislación, proponiendo soluciones que evitan caer en la trampa libe­
ral de individualizar nociones de opresores y víctimas. Una vida «nor­
mal» asume este planteamiento y extiende su análisis al ámbito del
derecho administrativo, para ilustrar cómo los modos de gobernanza
administrativa producen lo que terminamos asumiendo como identi­
dades naturales o preexistentes. Este libro propone que, en lugar de
analizar los ámbitos habituales del «derecho de igualdad», como las
leyes contra la discriminación y los delitos de odio, para informarnos
sobre los riesgos que corren ciertas poblaciones vulnerables, e inter­
venir contra ellos, lo que deberíamos analizar es la gobernanza admi­
nistrativa que habitualmente proviene de organismos estatales como
los departamentos de salud, los Departamentos de Vehículos Motori­
zados, las prisiones, los servicios sociales para la infancia, las educa­
ción y los organismos federales como la Oficina de Aduanas y Protec­
ción Fronteriza, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de
los Estados Unidos, la Oficina de Asuntos Indígenas, la Oficina de
Prisiones, la Administración de Medicamentos y Alimentos y el Orga­
nismo de Protección del Medio Ambiente. En lugar de concebir mera­
mente los sistemas administrativos como los responsables de ordenar
y gestionar lo que existe «de forma natural», yo planteo que estos
sistemas que clasifican a las personas lo que hacen en realidad es in­
ventar y producir significado para las categorías que administran, y
que estas categorías gestionan tanto a la población como la distribu­
ción de seguridad y vulnerabilidad. Este análisis nos permite repensar
la política trans en términos de desigualdad de oportunidades y nos
conduce a nuevas y diferentes preguntas sobre por qué las personas
trans sufren marginación económica, criminalización y deportación, y
qué se puede hacer al respecto.
Una vida «normal» nos pide que desviemos la atención de las
reformas jurídicas centradas en el reconocimiento y la inclusión, que
suelen asumirse como los objetivos naturales de reforma jurídica en la
resistencia trans, acaso porque han sido los objetivos de reforma jurí­
dica de gays y lesbianas. En lugar de centrarse en hacer modificacio­
nes legislativas que en teoría declaran la igualdad y el valor de las
personas trans, pero que a la hora de la verdad, demuestran tener esca­
so impacto en las vidas diarias de las personas que en teoría protegen,
el análisis distributivo propone centrarse en las leyes y las políticas
que producen normas y regularidades sistémicas, que imposibilitan
administrativamente las vidas de las personas trans. Trataré en concre­
to tres áreas de la legislación y la política con un fuerte impacto en las
vidas de las personas trans: las normas que rigen la clasificación de
género en los documentos identificativos, las normas que rigen la se­
gregación por sexo en las instituciones básicas (centros de acogida,
hogares funcionales, cárceles, prisiones, cuartos de baño) y las normas
que rigen el acceso al tratamiento sanitario de confirmación de género
para personas trans.12 Este libro reconsidera el papel que juega la re­
forma jurídica en las estrategias de resistencia trans, se posiciona en
contra de atenerse a lo que dice la ley sobre las personas trans y en
favor de intervenir en los espacios jurídicos y políticos que afectan
directamente a la subsistencia de las personas trans, como parte de

12. Empleo el término «tratamiento sanitario de confirmación de género para perso­


nas trans» por varias razones. Primero, los mismos programas que excluyen o niegan
la cobertura de este tratamiento a personas trans sí que la ofrecen a personas que no
son trans, la distinción no tiene que ver con ciertos tipos de procedimientos o medica­
ciones; tiene que ver con quién los solicita. El asunto resulta políticamente relevante
porque quienes se oponen a la cobertura y la prestación de este tratamiento suelen
considerarlo experimental e innecesario desde el punto de vista médico. Segundo, em­
pleo este término para referirme a toda una serie de términos médicos excluyentes
como «cirugía de reasignación de sexo», que inciden en una pequeña parte de todos los
tratamientos de confirmación de género existentes con frecuencia solicitados por per­
sonas trans y que les son denegados, entre ellos atención de la salud mental, tratamien­
to hormonal, y/o varias intervenciones quirúrgicas dependiendo de las necesidades de
cada individuo.
una política trans más ambiciosa cuyas demandas no se limitan a la
igualdad jurídica formal. Al exponer los límites de la igualdad jurídica
formal y examinar las condiciones que sufren las comunidades trans,
este libro nos lleva a un interrogante aún mayor: si el reconocimiento
y la inclusión en la esfera jurídica son objetivos acertados para una
política trans. Estos objetivos menoscaban el potencial disruptivo de
la resistencia trans y también amenazan con dividir las posibles alian­
zas entre personas trans —como alianzas entre razas, clases sociales y
capacidades —, como ha sucedido en las políticas de gays y lesbianas.
Los objetivos de igualdad jurídica amenazan con retocar simplemente
la fachada de la violencia neoliberal que en último término perjudica
y margina aún más a las poblaciones trans más vulnerables. Como al­
ternativa, este libro propone una política que se basa en la llamada
cosmovisión «imposible» de la existencia política trans. Esta política
se construye desde el espacio creado por la insistencia de instituciones
de gobierno, trabajadores de servicios sociales, medios de comunica­
ción y numerosos activistas y organizaciones sin ánimo de lucro no
trans, de que la existencia de las personas trans es imposible y/o nues­
tros asuntos son políticamente inviables. Una vida «normal» plantea
que estos cambios son puntos de partida posibles para una política
trans que se opone abiertamente a las agendas liberales y neoliberales
y se solidariza con otras luchas articuladas por los olvidados, los in­
concebibles, los espectacularizados y los inimaginables. Hallar sola-
pamientos e inspiración en el análisis y la resistencia articulados des­
de el feminismo de las mujeres de color, las políticas de justicia social
para personas con discapacidad, la abolición de las prisiones y las lu­
chas contra el colonialismo, la criminalización, el control migratorio y
el capitalismo tiene mucho más que ofrecer a las personas trans. Con
el desarrollo de este marco, la resistencia trans podrá contribuir con su
conciencia de la necesidad de instrumentos y modelos analíticos, es­
tratégicos y tácticos a otras formaciones emergentes que están luchan­
do por formular una vía de resistencia contra el neoliberal ismo en es­
tos tiempos complejos y difíciles.
El capítulo 1, «Derecho y política trans en un contexto neolibe­
ral», introduce la principal preocupación de este libro: ¿qué significa
o podría significar una política trans en el contexto político presente y
cómo deberíamos entender las estrategias de reforma jurídica trans en
estos tiempos? Para iniciar este análisis, describo las tendencias reuni­
das bajo el término «neoliberalismo», incluyendo cambios políticos
como la privatización, la liberalización del mercado, la desregulariza-
ción laboral y ambiental, la eliminación de programas de salud y bie­
nestar, el aumento del control migratorio y la expansión de las prisio­
nes. Todas estas fuerzas han contribuido a una distribución al alza de
la riqueza y han reducido drásticamente las oportunidades de las per­
sonas pobres.13 Los pilares del liberalismo son la asimilación y coop­
tación; es decir, que las palabras y las ideas de los movimientos de
resistencia son refundidas para producir resultados que desvirtúan los
objetivos iniciales para las que fueron desplegadas y pasan a ser herra­
mientas legitimadoras de las agendas políticas de la supremacía blan­
ca, el capitalismo, el patriarcado y el capacitismo.14 Estas tendencias
han tenido fuertes repercusiones en los movimientos sociales en Esta­
dos Unidos, perjudicando a sus integrantes y minando la eficacia de su
resistencia. En las tres últimas décadas hemos asistido a un crecimien­
to masivo de las prisiones, al desmantelamiento de nuestras redes de
seguridad social, al deterioro de la seguridad laboral, al retroceso de los
avances alcanzados en materia de derechos civiles en la década de
1970, y al advenimiento de la guerra contra las drogas y la guerra con­
tra el terrorismo, las cuales han desviado ingentes recursos públicos
hacia la vigilancia racista y han recrudecido la criminalización de las
personas pobres y de las personas de color.15Al mismo tiempo, la ca­
pacidad de los movimientos sociales de responder a estos cambios se
ha visto mermada por la férrea consolidación de los medios corporati­
vos, el control de filántropos ricos sobre las agendas de los movimien­
tos sociales, transformando el activismo en organizaciones sin ánimo
de lucro, el abandono de programas esenciales de alivio de la pobreza
y servicios sociales por parte de gobiernos locales, estatales y federa­
les, y el concienzudo desmantelamiento de los movimientos más im­

13. Angela P. Harris, «From Stonewall to the Suburbs? Toward a Political Economy
of Sexuality», William and Mary Bill ofRights Journal, 14,2006, pp. 1539-1582; Lisa
Duggan, The Twilight ofEquality? Neoliberalism, Cultural Politics, and the Attack on
Democracy, Beacon Press, Boston, 2004.
14. Anua M. Agathangelou, D. Morgan Bassichis, y Tamara L. Spira, «Intímate In-
vestments: Homonormativity, Global Lockdown, and the Seductions of Empire», Ra­
d ic a l History Review, 100, invierno de 2008, pp. 120-143.
15. Ruth Wilson Gilmore, «Globalisation and US Prison Growth: From Military
Keynesianism to Post-Keynesian Militarism», Race & Class, 40, 2 y 3 de marzo de
1999, p p .171-188.
portantes de las décadas de 1960 y 1970 por parte del Federal Bureau
of Investigador! (FBI).16
En el contexto de estas tendencias, activistas y expertos han ob­
servado que numerosos movimientos sociales son hoy más conserva­
dores y que han abandonado los objetivos de redistribución radical y
han asumido agendas más complacientes con las ideas neoliberales.17
La lucha por los derechos de lesbianas y gays ha recibido duras críti­
cas en este frente, por haber virado hacia un programa de derechos
jurídicos (protección contra la discriminación, derechos matrimonia­
les e inclusión militar) que aporta escasa reparación al creciente nú­
mero de personas cuyas oportunidades son reducidas ante una divi­
sión de la riqueza cada vez mayor, el repunte de la criminalización y
del control migratorio y las guerras incesantes. Mientras el activismo
trans ganaba visibilidad y las poblaciones trans describían experien­
cias de marginación económica y criminalización, han venido plan­
teándose varias preguntas importantes. ¿Debe el activismo trans se­
guir las estrategias, que algunos consideran «exitosas», de reforma
jurídica liderada por las organizaciones de lesbianas y gays? ¿A qué
personas trans reportarán beneficios estas estrategias y a cuáles peores
condiciones de vida? Este libro propone que nos alejemos de los mo­
delos creados por gran parte de las organizaciones sin ánimo de lucro
de derechos de lesbianas y gays sólidamente financiadas y que parta­
mos de un planteamiento cuyo objetivo es producir una resistencia
que combata de veras la criminalización, la pobreza y la violencia que
sufren a diario las personas trans.
El capítulo 2, «¿Qué pasa con los derechos?», trata sobre las me­
didas jurídicas más comunes que han venido adoptándose en la lucha
por los derechos trans hasta hoy: las leyes antidiscriminatorias y sobre
los delitos de odio que incluyen la identidad de género. Estas estrate­
gias han sido mercantilizadas por casi todas las organizaciones que

16. Dylan Rodríguez, «The Political Logic of the Non-Profit Industrial Complex»,
en The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex
(ed.), INCITE! Women of Color against Violence, South End Press, Cambridge, MA,
2007, pp. 21-40; y Ruth Wilson Gilmore, «In the Shadow of the Shadow State», en The
Revolution Will Not Be Funded, pp. 41-52.
17. Harris, «From Stonevvall to the Suburbs?»; Dean Spade y Rickke Mananzala.
«The Non-Profit Industrial Complex and Trans Resistance», Sexuality Research and
Social Policy: Journal ofNSRC, 5,1 de marzo de 2008, pp. 53-71.
tienen fondos importantes y que defienden la reforma jurídica de les­
bianas y gays como claras referencias de la igualdad trans y de los
objetivos fundamentales del componente trans de la política «LGBT»
emergente. El capítulo 2 trata sobre las limitaciones de estas dos re­
formas, desentrañando por qué las campañas celebradas como un éxi­
to en estos ámbitos no han mejorado satisfactoriamente las vidas de
las personas trans. Las leyes antidiscriminatorias no han sabido resol­
ver las cuestiones jurídicas que producen mayor vulnerabilidad en las
personas trans: la criminalización, el control migratorio, la dificultad
de acceso a documentos identificativos que reflejen el sexo actual, la
asignación a instalaciones segregadas por sexo (cuartos de baño, cen­
tros de acogida, programas de rehabilitación en régimen de residen­
cia) y la exclusión de las personas trans de la cobertura médica para el
proceso de modificación corporal de Medicaid, pólizas de seguros pri­
vados y otros programas de asistencia sanitaria para personas bajo
custodia estatal. Es más, las leyes antidiscriminatorias (si hay/donde
están en vigor) no suelen cumplirse para ninguno de los grupos que
deben proteger. Los tribunales han dificultado mucho que las leyes
antidiscriminatorias se apliquen, en casos que intenten aplicarlas, y la
discriminación por motivos de raza, discapacidad y sexo, por ejemplo,
sigue siendo común pese a ser oficialmente ilegal. Como han demos­
trado los modelos disuasorios a la represión penal, las leyes sobre de­
litos de odio no hacen nada para prevenir la violencia contra las perso­
nas trans, sino que se centran en movilizar recursos para responder a
esta violencia con represión penal. Como las personas trans suelen ser
víctimas frecuentes de los sistemas de represión penal y sufren a dia­
rio una violencia extrema a manos de la policía y en las prisiones, in­
vertir en este sistema para tratar cuestiones de seguridad no es sino
incrementar el sufrimiento y la violencia.
Para comprender los límites de estas estrategias, este capítulo
introduce conceptos básicos de la Critical Race Theory que explican
por qué los marcos legales que se centran en la discriminación indi­
vidual desde la «perspectiva del infractor» fracasan y de qué manera
ocultan el racismo estructural. Gracias a estos instrumentos, este ca­
pítulo refleja cómo el concepto de racismo en el ordenamiento jurí­
dico estadounidense, en particular el principio de discriminación
basado en el individualismo, oculta y mantiene a un tiempo las con­
diciones de sujeción. Es más, sugiere que si nos centramos en las
experiencias trans que no son contempladas por el paradigma de dis­
criminación/delitos de odio tendremos una visión más sólida sobre
qué es violencia estructural, qué papel desempeña realmente la ley
en su producción y qué papel podría tener la reforma jurídica en su
abordaje.
El capítulo 3, «Reflexionando sobre la transfobia y el poder: va­
yamos más allá de un marco de derechos», introduce una vía alterna­
tiva de pensar el poder, los sistemas de significación y control que se
desvía de los marcos legales tradicionales de discriminación e igual­
dad, y refleja la marginación descrita por las personas trans. Después
de haber analizado las limitaciones de eso que la doctrina de la discri­
minación nos permite reconocer como sujeción (discriminación indi­
vidual intencionada) y después de haber comprendido que el cambio
hacia este enfoque tan limitado de la «igualdad jurídica formal» es
parte del abandono neoliberal de las demandas de redistribución de
movimientos sociales anteriores, ahora descubriremos una fórmula
para pensar la ley y el poder que entiende mejor el sufrimiento de las
poblaciones trans. Este capítulo explica conceptos básicos de los estu­
dios críticos sobre discapacidad, la Critical Race Theory, el feminis­
mo de mujeres de color y la obra de Michel Foucault para describir un
modo de pensar el poder basado en un análisis de la desigualdad de
oportunidades. Estos postulados nos proporcionan un punto de partida
para pensar sobre la sujeción y el control, más allá del terreno de los
prejuicios o la violencia individual intencionada, cuestiona a su vez
las declaraciones vacuas de «igualdad de oportunidades» y «paridad»
promovidas por la legislación estadounidense. Haciendo uso de estas
herramientas conceptuales, examinamos los complejos vectores que
redundan en altos índices de desempleo,18falta de vivienda19y prisión

18. Un estudio de 2009 reveló que el 47 por 100 de las personas trans encuesladas
habían tenido experiencias laborales negativas (algunas fueron despedidas, otras no
contratadas o les habían negado un ascenso) y el 97 por 100 había sufrido acoso o
malos tratos en el trabajo debido a su identidad trans. National Gayíand Lesbian Task
Forcé (Organición Nacional e Gays y Lesbianas) y National Centerfor Transcender
Equality (Centro Nacional para la Igualdad Trans), «National Transgender Discrimina-
tion Survey: Preliminary Findings on Employment and Economic Insecurity», <www.
thetaskforce.org/reports_and_rescarch/trans__survey_preliminary_findings> (1 de di­
ciembre de 2009).
19. El mismo estudio reveló que casi una qninta parte de los encuestados (19 por
100) afirmaba haberse quedado sin hogar debido a su condición trans.
para las personas trans, y descubrimos cómo la desigualdad de oportu­
nidades a través de las categorías de género tradicionales expone a las
personas trans a una muerte prematura.20 Incidiendo en las barreras
administrativas fundamentales para la subsistencia de las personas
trans, en particular el acceso a documentos identificativos, su asigna­
ción en centros que segregan por sexo y el acceso a la asistencia sani­
taria que contribuyen a la confirmación del género, este capítulo de­
fiende que las mayores probabilidades de combatir la transfobia con
medidas jurídicas no son las que ha imaginado el modelo de igualdad
jurídica. Las herramientas conceptuales presentadas en este capítulo
nos permiten pensar en términos de poblaciones, distribución de re­
cursos y oportunidades, y redirige nuestra atención de las reformas
jurídicas centradas en la discriminación a los aparatos administrativos
al servicio de la ley que movilizan la raza, el género y la clasificación
de capacidades para promover, maximizando ciertas formas de vida y
modos de ser. Este análisis permite un enfoque crítico sobre el rol de
la reforma jurídica en la resistencia trans, y propicia otra vía de pensar
el trabajo de reforma jurídica en su conjunto.
El capítulo 4, «Administrando el género», aplica este análisis en
tres áreas específicas del derecho donde la administración de las nor­
mas de género causa mayores problemas a las personas trans: la iden­
tificación, la segregación por sexo y el acceso a la asistencia sanitaria
de confirmación de género. Un breve resumen del estado actual de la
legislación estadounidense en estos terrenos revela la inconsistencia
jurídica y política existente entre diferentes estados e incluso entre
diferentes instituciones dentro de un mismo estado. Estas inconsisten­
cias ponen de relieve que el género es una categoría inestable en la
legislación de Estados Unidos. Esta inestabilidad, cuando confluye

20. Ruth Wilson Gilmore ha definido el racismo como «la producción y explotación
extralegal y legitimada por el estado de vulnerabilidad diferencia que afecta a algunos
grupos de personas y que conlleva su muerte prematura», Gilmore, Golden Gulag,
p. 28. Esta definición me parece útil para pensar sobre los cauces seguidos por varios
sistemas de significación y control para distribuir desigualmente las oportunidades de
vida y muerte. Como las definiciones jurídicas tradicionales de discriminación se cen­
tran en buscar a un discriminador individual cuyo acto de discriminación pueda pro-
barse, las condiciones de riesgo que sufren las poblaciones objeto de abandono y reclu­
sión no pueden solucionarse. Pensar en la distribución de vulnerabilidad a la muerte
prematura entre la población nos permite considerar la importancia de la administra­
ción y alejarnos del foco en los infractores individuales y la intencionalidad.
con la rigidez del control administrativo en materia de género, produ­
ce un sinfín de paradojas que generan inseguridad y violencia en las
vidas de las personas trans, especialmente en el contexto de la guerra
contra el terrorismo, donde las inconsistencias en la identificación de
la información suponen un escollo importante en los procesos admi­
nistrativos más básicos y esenciales. Este capítulo refleja cómo las
leyes contra la discriminación y los delitos de odio no logran resolver
los problemas legales más urgentes de las poblaciones trans. Concep-
tualiza, además, cómo el foco administrativo en áreas como la ley
contra la pobreza, la ley de inmigración y la ley de dependencia desde
la administración es el objetivo adecuado de las medidas de reforma
jurídica trans. Los sistemas administrativos a menudo parecen «neu­
trales», sobre todo cuando la discriminación es clasificada como un
problema de individuos con malas intenciones, cuyas malas acciones
requieren ser prohibidas por ley. Este capítulo revela cómo los siste­
mas con programas de prestaciones públicas y vivienda, de verifica­
ción de la idoneidad laboral, de control migratorio y penal y de asis­
tencia sanitaria que dicen ofrecer oportunidades con criterios neutrales
y uniformes son, en realidad, espacios de sufrimiento. Más que imagi­
nar que la ley o el estado protegen a las personas trans contra sujetos
que difaman y discriminan, vemos que esos mismos sistemas adminis­
trativos que deciden que la ley está para promover o proteger a deter­
minadas poblaciones, son las mayores fuentes de riesgo y violencia
para las personas trans. Si entendemos la marginación de las personas
trans a través del examen de las funciones administrativas de la ley, en
lugar de poner el foco en si la ley declara o no a ciertos grupos igua­
les, se abre un espacio para imaginar un programa de reforma jurídica
de resistencia trans centrado en el análisis de la raza, el origen indíge­
na, la pobreza, la inmigración y la discapacidad. De esta forma pode­
mos fijarnos menos en lo que la ley dice de sí misma y de los derechos
de los individuos y más en el impacto de varios regímenes jurídicos en
poblaciones desfavorecidas.
El capítulo 5, «Reforma jurídica y construcción de movimien­
tos», considera la cuestión general de cómo incluir proyectos de refor­
ma jurídica en la construcción del movimiento trans. Se ha criticado a
las organizaciones de derechos de lesbianas y gays por centrarse en
objetivos de reforma jurídica; las críticas han apuntado a que este foco
solo permite logros de igualdad jurídica formal que no llegan a las
víctimas de homofobia más vulnerables.21 En mi opinión, hay espacio
para los proyectos de reforma jurídica dentro de una resistencia trans
efectiva, pero la reforma jurídica no debe ser la demanda central de la
resistencia trans. Propongo, por el contrario, cuatro roles específicos
para los proyectos de reforma jurídica. En primer lugar, pueden ser
herramientas que mejoren la subsistencia de las personas trans, ayu­
dándolas a participar en labores de organización de base y a dirigirlas.
Como las personas trans sufren una vulnerabilidad y violencia enor­
mes en una amplia variedad de ordenamientos jurídicos, la reforma
jurídica y la asistencia jurídica individual (deportaciones, desahucios
y causas penales, por ejemplo) son instrumentos vitales de las organi­
zaciones del movimiento trans para dar apoyo a los miembros que
quieren organizar. En segundo lugar, habida cuenta del destacado y
nocivo rol de los aparatos judiciales y administrativos en las vidas de
las personas trans, la asistencia jurídica puede ser un punto de politi­
zación excelente para estas personas, convirtiendo las malas experien­
cias individuales en un entendimiento común de lucha colectiva. Si las
personas que solicitan asistencia jurídica sobre determinada cuestión
son invitadas a formar parte de una labor más amplia, por lo general
aprenden de otras experiencias, enriquecen el análisis solidario, pro­
fundizan y amplían su entendimiento y compromiso político con la
resistencia. En tercer lugar, las campañas de reforma jurídica pueden
producir oportunidades de organización que encabecen nuevos líde­
res. Por último, las estrategias de reforma jurídica pueden ser parte de
campañas cuyo objetivo sea exponer las contradicciones de los siste­
mas de control, cambiando paradigmas gracias a estas denuncias.
Estas cuatro funciones apuntan a una teoría para la organización
del cambio centrada en una movilización masiva, cuyas demandas ex­
ceden los logros del restrictivo ámbito de la litigación y la reforma
política. Las demandas que están exigiendo las comunidades trans,

21. Angela P. Harris, «From Stonewall to the Suburbs?»; Lisa Duggan, The Twilight
ofEquality?\ Priya Kandaswamy, Mattie Eudora Richardson y Marión Bailey, «Is Gay
Marriage Racist? A Conversation vvith Marión M. Bailey, Priya Kandaswamy and Mat­
tie Eudora Richardson», That’s Revolting: Queer Strategies for Resisting Assimilation
(ed.), Mattilda Sycamore, Soft Skull Press, Nueva York, 2006, pp. 87-93; Kenyon Fa-
rrow, «Is Gay Marriage Anti-Black?», junio de 2005, <http://kenyonfarrow.
com/2005/06/14/is-gay-marriage-anti-black>; Chandan Reddy, «Time for Rights? Lo-
ving, Gay Marriage and the Limits of Legal Justice». Fordham Law Journal, 76,2008,
p. 2.849.
como la abolición de las prisiones, la eliminación de la pobreza, el
acceso a una asistencia sanitaria plena y el fin del control migratorio,
rio son concebibles ni alcanzables dentro del ámbito del derecho esta­
dounidense. Por esta razón, centralizar las demandas de reforma jurí­
dica y el liderazgo de los abogados solo contribuye a limitar el hori­
zonte de los postulados de la política trans —y es exponerse a que la
labor de resistencia trans se confabule con la agenda neoliberal, la
supremacía blanca y el colonialismo de asentamientos en que se funda
el derecho estadounidense—.
El capítulo 5 también introduce los Cuatro Pilares de la Infraes­
tructura de la Justicia Social, una herramienta desarrollada por el Mia-
mi Workers Center (MWC)22 que vertebra cómo las estrategias elitis­
tas como la reforma jurídica, aun cuando son componentes de los
movimientos sociales, menoscaban la posibilidad de movilización
popular que produce cambios transformadores. Activistas y expertos
han observado un viraje de los movimientos de base populares de las
décadas de 1960 y 1970, hacia las entidades sin ánimo de lucro profe­
sionalizadas y financiadas que prevalecen en la actualidad. Hablo de
«profesionalizadas» porque, si bien en los movimientos de resistencia
antes predominaban las organizaciones de base, constituidas por so­
cios y con escasos trabajadores, en las últimas décadas hemos asistido
a una explosión del sector no lucrativo que ha cambiado tanto la
orientación y las expectativas de los movimientos, donde las organiza­
ciones recuerdan más a una carrera profesional para gente con estu­
dios superiores. Estas nuevas formaciones se rigen por las normas ha­
bituales de otras profesiones, como escalas salariales desiguales,
condiciones laborales precarias para personas sin privilegio de raza,

22. El Miami Workers Center (MWC) «ayuda a ia clase trabajadora a crear organiza­
ciones de base y desarrollar su capacidad de liderazgo mediante campañas agresivas de
organización comunitaria y programas educativos. El Centro también construye acti­
vamente coaliciones y establece alianzas para desarrollar cada vez más poder, alcan­
zando más justicia racial, comunitaria, social y económica. A través de su esfuerzo
conjunto, el Centro se ha ocupado de cuestiones como la reforma de la asistencia so­
cial, vivienda accesible, derechos de arrendatarios y electorales, justicia racial, gentri-
ficación y desarrollo económico, y comercio justo. Se posicionan claramente en contra
de la guerra y el imperialismo, la codicia, las políticas racistas y las iniciativas discri­
minatorias con inmigrantes y gays y lesbianas. La oficina del MWC ya es un espacio
fundamenta] en la creciente «tormenta» de justicia social que se está desatando en el
sur de Florida. Es un lugar de poder comunitario, transformación individual, construc­
ción de alianzas, esperanza e inspiración», <www.miamiworkscenter.org>.
clase y educación, y estructuras jerárquicas de adopción de decisio­
nes. Asumir las reglas institucionales asociadas al «profesionalismo»
ha disminuido la responsabilidad de buena parte del trabajo de los
movimientos sociales. Los objetivos de un cambio transformador a
largo plazo han sido sustituidos por objetivos de recaudación de fon­
dos a corto plazo, gestionados por personas que cobran por ajustar el
trabajo a ia medida de los financiadores. Este capítulo propone cauces
para que los activistas eviten las trampas comunes e intrínsecas a tal
institucionalización. Examina algunas de las máximas inquietudes que
suscita, en particular la transformación de los movimientos sociales en
organizaciones sin ánimo de lucro, explora los principios, las estrate^
gias y los modelos que las organizaciones trans que luchan por la jus­
ticia racial y económica están desarrollando para encararla.
La resistencia trans está emergiendo en un contexto de políticas
neoliberales donde la opción más fácil sea luchar para ser parte del
orden neoliberal y punto. Podemos traducir el dolor que nos causa que
miembros de nuestra comunidad sean asesinados todos los meses en
una mayor capacidad para la represión del sistema penal, que se ceba
con nosotros. Podemos pelear porque el estado nos declare iguales a
través de leyes antidiscriminatorias y constatar, al mismo tiempo, que
la mayoría de las personas trans siguen en paro, son incapaces de ob­
tener documentos identif¡cativos, son excluidas de los servicios socia­
les y de la asistencia sanitaria, son recluidas en prisiones que garanti­
zan el acoso sexual y la falta de atención médica. El abandono y la
reclusión son las ofertas del neoliberalismo para la mayoría de las
personas trans, pero las estrategias de reforma jurídica nos encomian
a sumarnos al orden neoliberal. Los caminos de la igualdad marcados
por el «exitoso» modelo de derechos de gays y lesbianas al que su­
puestamente debemos aspirar tienen poco que ofrecernos en términos
de cambios concretos de nuestras oportunidades; lo que nos ofrecen es
la legitimación y la expansión de los sistemas que nos están matando.
La ley, las instituciones estatales, los discriminadores particula­
res y nuestras familias nos dicen que las personas trans somos perso­
nas imposibles que no podemos existir, no podemos ser vistas, no po­
demos ser clasificadas y no podemos encajar en ningún sitio. Los
grupos de derechos de lesbianas y gays mejor financiados nos dicen,
mientras nos dejan de lado una y otra vez, que no somos políticamen­
te viables; nuestras vidas no son una posibilidad política concebible.
Dentro de esta imposibilidad, a mi entender, estriba nuestro potencial
político específico —un potencial para formular demandas y estrate­
gias que satisfagan esas demandas que exceden la delimitación de las
políticas neoliberales—. Una política trans crítica está emergiendo, es
una política que rechaza las promesas vacuas de «igualdad de oportu­
nidades» y «seguridad» suscritas por el colonialismo de asentamien­
tos, la reclusión racista, sexista, clasista, capacitista y xenófoba, y una
brecha de la riqueza cada vez más honda. El objetivo de esta política
es centrarse en los intereses y el liderazgo de los más vulnerables y
Construir un cambio transformador a través de la movilización. Se tra­
ta de reconceptualizar el rol de la reforma jurídica en los movimientos
sociales, reconociendo que las demandas de igualdad jurídica son un
elemento de injusticia sistémica, no un remedio. Se trata de confrontar
el sufrimiento que los sistemas violentos estructurados por la propia
ley producen en las personas trans, no pidiendo el reconocimiento y la
inclusión en estos sistemas, sino trabajando para desmantelarlos mien­
tras damos sostén a quienes más se exponen a tal sufrimiento. Esta
pjolítica trans crítica forma parte de un marco general de resistencia
cjue debe lidiar con las complejas relaciones entre poder, legislación y
violencia, y con los obstáculos que afrontan los movimientos sociales
en el contexto del neoliberalismo.
Derecho y política trans en un contexto neoliberal

A fin de conceptual izar con eficacia la marginación política y econó­


mica, la reducción de las expectativas de vida y una noción emergente
de resistencia organizada entre toda una diversidad de disidentes de
género que en la actualidad están siendo vagamente amparados bajo el
paraguas «trans», y a fin de plantear preguntas sobre la utilidad de las
Estrategias de reforma jurídica en esta resistencia, es importante tener
en cuenta el contexto en el que se integran estas condiciones. El con­
cepto de neoliberalismo es un instrumento útil para describir el contex­
to en el que están apareciendo nuevas formas de resistencia trans. Ex­
pertos y activistas han empleado el término «neoliberalismo»
recientemente para describir una gama de tendencias transversales en
política nacional e internacional que forjan el paisaje político de hoy.
El término es escurridizo e imperfecto. Neoliberalismo es usado en
referencia a cosas distintas por personas diferentes, a veces para ha­
blar de condiciones que podríamos entender como nada novedosas,
entre ellas, la violencia del estado contra las personas de color, el im­
perialismo militar estadounidense y los ataques contra las personas
pobres. Ahora bien, el término me parece útil porque abre un espacio
al planteamiento crítico de las prácticas que producen efectos en el
derecho, la política, la economía, la identidad, la organización y los
afectos. Nos ayuda a observar juntos una serie de cosas y a compren­
der cómo se interrelacionan, en vez de analizarlas desde premisas que
de otro modo nos apartarían de conexiones básicas.
El neoliberalismo no solo ha configurado las condiciones gene­
rales sociales, económicas y políticas en las que se encuentran las per­
sonas trans, sino que también ha producido una constitución específi-
ca de derechos para lesbianas y gays, en relación a la cual funciona la
política trans. El concepto de neoliberal ismo es útil para interrogarse
sobre los efectos de la constitución de derechos de gays y lesbianas en
las personas trans, y para poner en tela de juicio la utilidad del modelo
de derechos de gays y lesbianas en las iniciativas de reforma jurídica
trans.
El neoliberalismo se ha usado para aunar conceptualmente varias
tendencias básicas que forjan las políticas y las prácticas contemporá­
neas que han redistribuido las oportunidades durante los últimos cua­
renta años. Estas tendencias incluyen un cambio importante en las re­
laciones entre trabajadores y empresarios, produciendo una
disminución de los salarios reales,1 un aumento del trabajo temporal
y el declive de los sindicatos; el desmantelamiento de los programas
de bienestar; la liberalización del comercio (a veces llamada «globali-
zación»); y el auge de la criminalización y el control migratorio. El
neoliberalismo también se asocia con el retroceso de los logros del
movimiento de derechos civiles y otros movimientos sociales de las
décadas de 1960 y 1970, en conjunción con una movilización de imá­
genes e ideas racistas, sexistas y xenófobas que fortalecen estos cam­
bios. Es más, los registros emocionales o afectivos del neoliberalismo

1. «La disminución de los salarios reales en las dos últimas generaciones también ha
hecho que los permisos no retribuidos sean inviables para la vasta mayoría de las fami­
lias estadounidenses. Los ingresos medios por horas eran de 8,03 $ en 1970 pero dis­
minuyeron a 7,39 $ en 1993, mientras que los ingresos medios semanales disminuye­
ron de 298 a 255 $ durante el mismo período. La renta media de las familias
estadounidenses en 1986 era 300 $ inferior a la de 1975. El poder adquisitivo del dólar
(medido por precios al consumo) era 4,15 en 1950, pero solo 0.69 en 1993. En 1985
eran necesarios dos sueldos para mantener el mismo nivel de vida que era posible con
uno solo sueldo en la década de 1950», Arielle Horman Grill, «The Myth of Unpaid
Family Leave: Can the United States Implement a Paid Leave Policy Based on the
Swedish Model?», Comparative Labor Law Journal, 17, 1996, pp. 373, 383-390; ci­
tando a Patricia Schroeder, «Parental Leave: The Need for a Federal Policy», en The
Parental Leave Crisis: Toward a National Policy (eds.), Edward F. Zigler y Meryl
Frank, Yale University Press, New Haven, CT, 1988, pp. 326 y 331; y Bureau of the
Census, US Department of Commerce, Statistical Abstract of the United States (114.a
ed.), US Department of Commerce, Bureau of the Census, Washington, DC, 1994,
p. 396. Véase asimismo Pew’s Economic Mobility Project, «Economic Mobility: Is the
American Dream Aíive and Well?», 2009, <www.economicmobility.org/assets/pdfs/
EMP_American_Dream_Key_Findings.pdf>; y US Bureau of the Census, Measuring
50 Years of Economic Change Using the March Current Population Survey, US Go­
vernment Printing Office, Washington, DC, 1998, <www.census.gov/prod/3/98pubs/
p60-203.pdf>.
sintonizan con las nociones de «libertad» y «elección» que velan las
desigualdades sistémicas y encauzan a los movimientos sociales hacia
metas de inclusión e asimilación, desviándolos de las demandas de
redistribución y transformación estructural.
En un nivel más amplio, el advenimiento de las políticas neoli­
berales ha redundado en una distribución ascendente de la riqueza.2
Dicho sencillamente, los ricos se han enriquecido y los pobres se han
empobrecido.3 Los salarios reales de los estadounidenses no se han
incrementado desde los años setenta, y la capacidad de negociación de
las trabajadoras y los trabajadores para intentar mejorar sus condicio­
nes laborales ha disminuido sustancialmente. Hoy en día hay menos
trabajadores afiliados a sindicatos, e importantes cambios jurídicos y
políticos han dificultado su organización así como el uso de herra­
mientas como las huelgas de trabajo para incrementar su capacidad de
negociación e imponer sus demandas.4 Muchos trabajadores se han

2. Lisa Duggan, The Twilight ofEquality? Neoliberalismy Cultural Politics, and the
Attack on Democracy, Beacon Press, Boston» 2004.
3. En 2009, la desigualdad alcanzó las más altas cotas cuando la Oficina de Censos
de Estados Unidos comenzó a rastrear la renta familiar en 1967. El 1 por 100 de los
hogares se llevaba el 23,5 por 100 de la renta en 2007, el mayor porcentaje desde 1928.
Emily Kaiser, «How American Income Inequality Hit Levels Not Seen Since the De-
pression», Huffington Post, 22 de octubre de 2010, <http://www.huffingtonpost.
com/2010/10/22/i ncome-inequali ty amen ca_n_772687.html> .
4. Algunos casos y leyes importantes que limitan el poder de negociación de los tra­
bajadores son Labor Board v. MacKay Radio & Telegraph C o 304 US 333, 345
(1938) (estimando' que «[no] fue una práctica laboral desleal [de conformidad con la
National Labor Relations Act (NLRA) (Ley nacional de relaciones laborales)] sustituir
á los trabajadores en huelga por otros con el fin de ejercer su actividad comercial»);
Emporium Capwell Co. v. Western Addition, 420 US 50 (1975) (estimando que la
NLRA no protege a los trabajadores negros que organizan piquetes para protestar ante
su patrón contra la discriminación laboral, puesto que solo pueden negociar a través de
sus sindicatos); American Ship Building Co. v>. Labor Board, 380 US 300 (1965) (re­
solviendo que un patrón no cometió una práctica laboral desleal de conformidad con §
8(a)(l) o § 8(a)(3) de la NLRA cuando cesó sus actividades y contrató a trabajadores
sustitutos tras el estancamiento de las negociaciones para ejercer presión económica
sobre el sindicato); N.L.R.B. v. Local Union N o. 1229, IBEW, 346 US 464, 477-78
(1953) (resolviendo que el despido de trabajadores por distribuir octavillas críticas con
la empresa durante una disputa laboral fue legítimo, de conformidad con la NLRA); y
véase § 8(b)(4)(ii)(B) de la National Labor Relations Act, 61 Stat. 141, en su versión
modificada, 29 U.S.C. § 158(b)(4). Los historiadores sindicales también suelen señalar
la huelga de controladores de tránsito aéreo de 1981 como un momento decisivo de la
historia sindical de Estados Unidos, que marcó el ataque contra el poder de negocia­
ción de los trabajadores. El 5 de agosto de 1981, a raíz de la negativa de Jos trabajado­
res a reanudar su trabajo, el presidente Ronald Reagan despidió a los 11.345 controla-
visto empujados a toda clase de trabajos temporales sin seguridad labo­
ral o prestaciones. Al mismo tiempo, estas circunstancias son alabadas
por los paladines del neoliberalismo como un aumento de la «flexibi­
lidad» y las «opciones» del mercado de trabajo, donde los trabajadores
y las trabajadoras son retratados como si tuvieran un rol más empren­
dedor en su empleo como contratistas independientes. En realidad,
han perdido compensaciones reales, tanto con respecto a los sueldos
como de las prestaciones. Estos cambios en las relaciones entre traba­
jadores y empresarios, y la merma del sindicalismo en particular, han
abocado a la pérdida de ciertas prestaciones importantes por las que
habían peleado —y ganado— las fuerzas de trabajo organizadas en
determinadas industrias y para determinados asalariados. Prestaciones
como las pensiones de los jubilados y la asistencia sanitaria, a los que
muchos solían acceder gracias a sus empleos, fueron desapareciendo a
medida que se reestructuraba el trabajo.
Durante el mismo período también se desmantelaron programas
estatales de apoyo a personas pobres, con discapacidades y ancianas.
Como resultado, cada vez más personas se han visto privadas de las
redes de seguridad básica necesarias para garantizar su subsistencia.
El valor real de unas prestaciones ya inadecuadas ha disminuido con­
tinuamente desde los años setenta, mientras que las leyes y las políti­
cas que gobiernan estos programas han cambiado simultáneamente
para excluir cada vez a más personas. En los años noventa se introdu­
jeron límites de por vida, nuevas provisiones que excluían a inmigran­
tes, subvenciones máximas por familia que limitaban las prestaciones
económicas por tener más hijos y nuevos regímenes de requisitos la­
borales impuestos a los más necesitados de prestaciones sociales, para
«terminar con el bienestar tal y como lo conocemos».5 Estos cambios

dores de tránsito aéreo y les prohibió que prestaran servicio como empleados federales
de por vida. Su sindicato, la Professional Air Traffic Controllers Organization (Orga­
nización de Controladores Aéreos Profesionales), fue desautorizado de su derecho de
representar a los trabajadores por la Federal Labor Relations Authority (Autoridad Fe­
deral de Relaciones Laborales).
5. Esta frase fue una de las promesas de la campaña de 1992 del presidente Bill Clin­
ton. Se ha demostrado que los cambios legislativos han debilitado seriamente los siste­
mas de prestaciones sociales, expulsando a muchas personas de estas prestaciones y
relegándolas a la pobreza extrema. «Las investigaciones muestran que uno de cada
cinco antiguos beneficiarios terminaron totalmente desconectados de cualquier tipo de
apoyo: ya no tenían asistencia social, pero tampoco tenían empleo. No se habían casa­
drásticos en la política han reducido el acceso de millones de pobres a
las necesidades básicas: los cambios han destruido proyectos de vi­
vienda publica, han reducido mucho los servicios sanitarios y sociales
básicos generando un aumento considerable del número de personas
sin hogar.

do ni mudado con una pareja o familia, y no estaban recibiendo prestaciones por disca­
pacidad. Así, después de un descenso a finales de los años noventa, el número de per­
sonas que vivían en la extrema pobreza (con un renta por debajo de la mitad del umbral
dé pobreza o por debajo de unos 8.500 $ para una familia de tres miembros) se disparó
a más de un tercio, de 12,6 millones en 2000 a 17,1 millones en 2008». Peter Edelman
y Barbara Ehrenreich, «Why Welfare Reform Fails Its Recession Test», The Wash­
ington Post, 8 de diciembre de 2009, <http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/con-
tent/article/2009/12/04/AR2009120402604.html>; «De acuerdo con el Center on Bud-
get and Policy Priorities (Centro de Priorización de Presupuestos y Políticas Públicas),
la ayuda federal a las familias pobres financiaba al 84 por 100 de hogares subvencio­
nares en 1995, pero diez años después, la Temporary Aidfor Needy Families [TANF]
(AyudaTemporal para Familias con Necesidad) solo alcanzaba al 40 por 100. Satisfa­
cer a un porcentaje cada vez menor de personas necesitadas significa que el programa
se ha “vuelto menos eficaz con el tiempo” para combatir la extrema pobreza, o quienes
viven por debajo del umbral de pobreza», Michelle Chen. «It’s Time to Restore the
Social Safety Net», Centre Daily Times, State College, PA, 23 de junio de 2010; «En
2008, de entre el número de niños y niñas acogidos a la TANF solo el 22 por 100 eran
pobres, cuando en 1995 el 62 por 100 se acogía a la Aid to Families with Dependent
Children [AFDC] (Ayuda a familias con niños dependientes). Los criterios de selec­
ción en algunos estados se fijan en niveles inferiores al umbral de pobreza, por lo que
muchos niños y niñas pobres no cnmplen estos criterios, y las barreras al acceso han
impedido que muchos niños y niñas pobres sean candidatos a recibir asistencia. El
porcentaje de familias candidatas a recibir prestaciones ha disminuido rápidamente
con la TANF, del 84 por 100 en el último año completo de la AFDC en 1995 al 40 por
100 en 2005, el año más reciente en que el gobierno federal valoró el número de fami­
lias candidatas a la TANF, pero sin llegar a recibirla. Los niveles de prestaciones de la
TANF son muy insuficientes para las familias que el programa a las que llega, y se han
reducido por la inflación o solo han aumentado mínimamente en gran parte de los es­
tados desde 1996. En julio de 2008 las cuantías de los subsidios de la TANF estaban
muy por debajo del umbral de pobreza oficial en todos los estados». Deepak Bhargava
et al., Battered by the Storm: How the Safety Net Is Failing Americans and How to Fix
It, Institute for Policy Studies, the Center for Community Change, Jobs with Justice,
and Legal Momentum. Washington DC, 2009, <www.ips-dc.org/reports/battered-by-
thestorm>; «Casi 16 millones de estadounidenses viven en situación de pobreza extre­
ma, según ha informado recientemente el McClatchy Washington Bureau. Estas perso­
nas ganan menos de 5.080 $ al año y familias de cuatro miembros traen a casa menos
de 9.903 $ al año, cosa difícilmente imaginable en los tiempos que corren. El número
ha crecido rápidamente desde el año 2000. Y en términos porcentuales quienes viven
en situación de pobreza extrema han alcanzado el índice más alto en treinta y dos años.
Pero lo más alarmante es que, según el informe, en cualquier mes del año solo el 10
por 100 de los más pobres recibieron la Temporary Assistance for Needy Families y
solo el 36 por 100 recibió cupones de alimentos», «Tracking Poverty: Continué Survey
of Program Effectiveness», The Sacramento Bee, 12 de marzo de 2007.
Globalmente, la distribución ascendente de la riqueza ha sido
posible con ayuda de las tendencias de la liberalización del comercio,
combinado con medidas coercitivas impuestas a los países pobres/en­
deudados por los países ricos/donantes. Estos dos elementos crean
medidas que merman la capacidad de los países de proteger a sus tra­
bajadores y los entornos naturales de la explotación, formular progra­
mas como los sistemas de educación y salud que garantizan el bienes­
tar y la seguridad de su ciudadanía. Las corporaciones usan acuerdos
comerciales como el Tratado de Libre Comercio de América del Nor­
te (TLCAN) y el acuerdo del Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) para atacar las leyes que protegen a los trabajadores o el me­
dio ambiente, alegando que estas leyes son barreras al «libre merca­
do». Al mismo tiempo, organizaciones como el Fondo Monetario In­
ternacional (FMI) y el Banco Mundial establecen límites a la libertad
de acción de los países endeudados, obligándolos a centrarse en pro­
ducir cultivos comerciales, para que puedan realizar pagos sobre la
deuda, en vez de dejarles que inviertan fondos en necesidades e in­
fraestructura básicas dentro del país, o cultiven agricultura de subsis­
tencia para alimentar a su población. Las estructuras de la liberaliza­
ción del comercio y la deuda coactiva permiten a países ricos y
corporaciones perpetuar la extracción de recursos en países pobres,
poniendo a sus poblaciones en peligro. Estas condiciones repercuten
drásticamente en las expectativas de vida de las poblaciones de los
países pobres: las muertes por enfermedades evitables y tratables, las
hambrunas y los daños ambientales son el resultado directo de los
acuerdos económicos, que despojan a los países explotados del con­
trol sobre sus recursos humanos y naturales locales.6 Estas condicio­
nes también aceleran la migración, puesto que las poblaciones huyen

6. Ha-Joon Chang, Bad Samaritans: The Myth ofFree Trade and the Secret History
ofCapitalism, Bloomsbury Press, Londres, 2007; Nirmala Erevelles, «Disability in the
New World Order», en Color of Violence: The INCITE! Anthology (ed.), INCITE! Wo-
men of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2006, pp. 25-31;
Silvia Federici, «War, Globalization, and Reproduction», en There Is an Alternative:
Subsistence and Worldwide Resistance to Corporate Globalization (ed.), Veronika
Bennholdt-Thomsen, Nicholas Faraclas y Claudia von Werlhof, Zed Books, Londres,
2001, pp. 133-145; Vijay Prashad, «Debt», en Keeping Up with the Dow Joneses
Debt, Prison, Workfare, South End Press, Cambridge, MA, 2003, pp. 1-68; Naomi
Klein, The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, Picador, Nueva York
2007.
de los desastres económicos, políticos y ambientales en busca de se­
guridad y medios de subsistencia. Muchas de estas personas corren
enormes riesgos, e incluso se enfrentan a la muerte, cuando viajan a
los países ricos. Y cuando llegan —si lo consiguen— se enfrentan al
racismo, el sexismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia, la ex­
plotación económica y la criminalización.7
Estos cambios en los acuerdos económicos globales, como la
aparición de «acuerdos de libre comercio» y planes de endeudamien­
to, que han sustituido formas previas de colonialismo por nuevas vías
de control, también han tenido consecuencias importantes dentro de
Estados Unidos. A nivel estatal, el trabajo se resiente cuando las cor­
poraciones trasladan sus actividades a lugares con mano de obra más
explotable y desprotegida. Mientras que cada vez son más los trabaja­
dores que sufren las consecuencias de la reestructuración económica
que reduce sus salarios y su seguridad laboral, los políticos y los me­
dios de comunicación ofrecen chivos expiatorios racistas y xenófobos
para explotar la insatisfacción, previniendo el descontento que po­
drían causar sus medidas con estos programas económicos. Mientras
las trabajadoras y los trabajadores en Estados Unidos sufren las conse­
cuencias de la merma de su poder, los medios de comunicación y el
gobierno elaboran mensajes que canalizan la frustración ante estos
cambios, hacia políticas de control racial y no hacia reformas econó­
micas que pudieran beneficiar a los trabajadores.
Los medios de comunicación y los políticos han proyectado imá­
genes e ideas sexistas, racistas y xenófobas para transformar las cre­
cientes pérdidas económicas y la insatisfacción en llamadas al «orden
publico».8 Cada vez más, los problemas sociales enraizados en la po­
breza y la división racial de la riqueza son retratados como cuestiones
de «delincuencia» y, para solucionarlos, se han recrudecido la vigilan-

7. David Bacon, /Ilegal People: How Globalization Creates Migration and Crimina-
lizes Immigrants, Beacon Press. Boston, 2008, pp. 51-82; Jennifer M. Chacón, «Unse-
cured Borders: Immigration Restrictions, Crime Control, and National Security», Con-
necticut Law Review, 39, n.° 5, julio de 2007, p. 1.827; En 1994, el año en que se
implemento la NAFTA, un promedio de 6.000 personas ingresaba cada día en prisio­
nes estadounidenses para inmigrantes. En 2001 el número había aumentado a 20.000 al
día. En 2008 la media diaria era de 33.000 personas en prisiones para inmigrantes, Añil
Kalhan, «Rethinking Immigration Detention», Colwnbia Law Review, 110, 2010,
pp. 42,44.
8. Duggan, The Twilight ofEquality?
cia policial y las reclusiones.9En los últimos treinta años hemos visto
un crecimiento masivo de las estructuras del orden público, tanto en
las sanciones penales como en contextos migratorios, alimentado por
una retórica sobre la guerra contra las drogas y la guerra contra el te­
rrorismo. Numerosos cambios legislativos han criminalizado compor­
tamientos que antes no eran criminalizados y han aumentado drástica­
mente las sentencias de delitos existentes. Las sentencias mínimas
obligatorias por delitos de drogas han aumentado gravemente la tras­
cendencia de las condenas por drogas, pese a que el consumo de drogas
se ha reducido en general en Estados Unidos durante este período.10
Las llamadas «leyes de los tres golpes», que amplían las sentencias
preceptivas de personas condenadas a tres delitos considerados «gra­
ves», han sido adoptadas por casi la mitad de los estados del país, lo
cual contribuye al incremento drástico de reclusiones. Los comporta­
mientos asociados a la pobreza, como mendigar, dormir en la calle,
hacer uso del transporte público sin pagar y pintar grafitis, también
han sido cada vez más criminalizados, con el resultado de que muchas
personas pobres y sin hogar son cautivas del sistema penal.11 Muchas
ciudades han adoptado estrategias policiales de «calidad de vida» cuyo
objetivo es detener a personas que trabajan en el mercado del sexo, sin
hogar, jóvenes, con discapacidad y de color, como parte del afán de
acomodar las ciudades al gusto de la burguesía blanca.12 El resultado
de estas tendencias ha sido un aumento tan rápido de presos que Esta­
dos Unidos hoy por hoy recluye a uno de cada 100 ciudadanos.13 Con
solo el 5 por 100 de la población mundial, hoy por hoy Estados Uni­
dos tiene el 25 por 100 de los reclusos del mundo. Más del 60 por 100
de los reclusos estadounidenses son personas de color; y hoy por hoy

9. Loi'c Waquant, Punishing the Poor: The Neoliberal Government o f Social Insecu-
rity, Duke University Press, Durham, NC, 2009.
10. Ruth Wilson Gilmore, «Globalisation and US Prison Growth: From Military
Keynesianism to Post Keynesian Militarism», Race & Class, 40, n.os 2-3, marzo de
1999, pp. 171-188,173; Angela Y. Davis,Are Prisons Obsolete?, Seven Stories Press,
Nueva York, 2003.
11. Alex Vitale, City ofDisorder: How the Quality ofLife Campaign Transformed
New York Politics, NYU Press, Nueva York, 2008.
12. Vítale, City ofDisorder.
13. The PEW Center on the States, One in 100: Behind Bars in America 2008 (2008),
<www.pewcenteronthestates.org/uploadedFiles/8015PCTS_Prison08_FINAL_2-l-l_
FORWEB .pdf>.
uno de cada tres hombres negros son recluidos en prisiones a lo largo
de su vida.14 Las poblaciones nativas también sufren tasas de reclu­
sión particularmente elevadas; a un ritmo de 709 por 100.000, la tasa
de reclusión de las poblaciones nativas se coloca en segundo lugar
respecto de la tasa de reclusión de personas negras, estimada en 1815
por 100.000.15Las mujeres son el segmento de población recluida que
más rápido crece. La tasa de reclusión de mujeres ha aumentado casi
el doble que la tasa de hombres desde 1985 y, hoy por hoy, el número
de mujeres recluidas en prisiones estatales y federales y en cárceles
locales es ocho veces mayor que en 1980. Los cambios producidos
por la guerra contra las drogas tienen mucho que ver con este giro: el
40 por 100 de las condenas penales que concluyeron con la encarcela­
ción de mujeres en el año 2000 fueron por delitos de drogas.16 Dos
tercios de las mujeres recluidas en prisiones de Estados Unidos son
mujeres de color.17
Estas tendencias han motivado que muchos analistas concluyan
que la reclusión de comunidades de color supone una extensión de los
sistemas de esclavitud tradicional y genocidio de los pueblos indíge­
nas.18Angela Davis ha descrito la trayectoria histórica forjada por el
sistema de represión penal en respuesta a la abolición formal de la
esclavitud. Como ha señalado Davis, entre muchas otras, la abolición
de la servidumbre involuntaria en virtud de la decimotercera enmien­
da incluye una salvedad importante: «Excepto como castigo de un de­

14. Thomas P. Bonczar, Prevalence of Imprisonment in the US Population, 1974-


200L NCJ197976, US Department of Justice, Bureau of Justice Statistics, Washington,
DC, 2003; William J. Sabol y Heather Couture, Prisoners at Midyear 2007,
NCJ221944, US Department of Jnstice, Bureau of Justice Statistics, Washington, DC.
2008.
15. Greg Guma, «Native Incarceration Rates are íncreasing», Toward Freedom, 27
de mayo de 2005, <www.towardfreedom.com/home/americas/140-native-incarcera-
tion-rates-are-increasing-0302>.
16. American Civil Liberties Union, «Facts about the Over-Incarceration of Women
in the United States» (2007), <www.aclu.org/womens-rights/facts-about-over-incarce-
ration-women-united-states>.
17. Correctional Association of New York, Women in Prison Project, «Women in
Prison Fact Sheet». marzo de 2002, <www.prisonpolicy.org/scans/Fact_Sheets_2002.
pdf>.
18. Davis, Are Prisons Obsolete?\ Andrea Smith, «Heteropatriarchy and the Three
Pillars of White Supremacy: Rethinking Women of Color Organizing», en Color of
Violence: The INCITE! Anthology (ed.), INCITE! Women of Color Against Violence,
South End Press, Cambridge, MA, 2006, pp. 66-73.
lito del que el responsable haya quedado debidamente convicto».
Como indica Davis, en los años posteriores a la abolición de la escla­
vitud, las prisiones del sur se extendieron como la pólvora y pasaron
de ser casi enteramente blancas a encarcelar principalmente a perso­
nas negras. Se aprobaron nuevas leyes —los Códigos Negros— que
criminalizaron una enorme serie de conductas (como, por ejemplo, la
embriaguez y el vagabundeo) únicamente si el acusado era de raza
negra. Estos esquemas jurídicos permitieron que los esclavos recién
liberados se reincorporaran a un nuevo sistema de trabajo forzoso,
control y violencia racial. El carácter de las reclusiones cambió en
aquella época, asumiendo métodos de castigo comunes a la esclavi­
tud, como los latigazos, e implementando el sistema de arrendamiento
de convictos que permitía que antiguos esclavistas pudiesen arrendar
a presos como mano de obra, obligándolos a trabajar en condiciones
incluso más violentas que las de la esclavitud, como han sugerido
ciertos observadores.19El sistema penal contemporáneo hunde sus raí­
ces en este control racial y explotación de personas negras, y la conti­
nuidad de sus tácticas puede observarse en sus manifestaciones con­
temporáneas. Como afirma Davis:
Tenemos un sistema penal que era racista en muchos aspectos: arrestos
y sentencias, condiciones laborales, modos de castigo discriminato­
rios... Mantener la prisión como forma principal de castigo, con sus
dimensiones racistas y sexistas, ha creado esta continuidad histórica
entre el sistema de arrendamiento de convictos de los siglos XIX y co­
mienzos del XX y el negocio penitenciario privatizado actual. Si bien el
sistema de arrendamiento de convictos fue abolido legalmente, sus es­
tructuras de explotación han resurgido en los modelos de privatización
y, más generalmente, de la mercantilización del castigo que ha produci­
do el complejo industrial penitenciario.
Los orígenes específicos del sistema de represión penal relativos a la
esclavitud no han limitado los objetivos de este sistema a las personas
negras. Si bien las personas negras siguen siendo los objetivos princi­
pales, otras personas de color y personas blancas pobres también su­
fren profundamente las consecuencias del encarcelamiento y la vigi­

19. Davis, Are Prisons Obsolete ?, 29.


lancia policial, tanto a través del sistema de represión penal como del
sistema de control migratorio. En la última década, la guerra contra el
terrorismo ha disparado el control migratorio, incluida la reclusión,
con significativos cambios jurídicos que merman los derechos de las
personas recluidas en centros de inmigrantes,20 y ha producido una
revisión de los sistemas administrativos que gobiernan los documen­
tos identificativos, de tal forma, que excluyen a inmigrantes de los
servicios básicos y los hace más vulnerables a la explotación. En la
última década, los cambios legislativos a nivel estatal y federal han
hecho que resulte más difícil obtener documentos identificativos y
prestaciones estatales. Algunos de estos cambios se deben a campañas
muy publicitadas como la de 1994 para que en California se aprobase
la propuesta 187, una ley cuyo objeto era excluir a los inmigrantes
indocumentados de la atención médica, la educación y otros servicios
sociales. La Ley REAL ID de 2005, aprobada en el Congreso, modifi­
có las expediciones estatales de licencias de conducir para evitar que
los inmigrantes indocumentados obtuviesen documentos identificati­
vos. Muchos otros cambios legales y políticos que llamaron menos la
atención redujeron en términos similares el acceso de personas indo­
cumentadas a servicios básicos y de documentos identificativos. Du­
rante el mismo período, el gobierno federal endureció la aplicación de
leyes de inmigración, recluyendo y deportando a más personas, crean­
do nuevos programas como el controvertido «Secure Communities»,21
que aumenta el uso de medidas penales estatales y locales contra in­
migrantes.

20. Utilizo a propósito el término «reclusión» en lugar de «detención» y «encarcela­


miento» cuando es posible por dos razones. Primero, me temo que estos términos son
eufemismos para la práctica de enjaular a personas y contribuyen a la normalización o
rutina de esta práctica en la cultura estadounidense. Segundo, creo que deberíamos
analizar el auge de los usos de la reclusión, tanto en la represión penal como en el
control migratorio, como problemas relacionados entre sí y evitar términos que hacen
parecer que la reclusión de inmigrantes el más temporal o menos violenta de lo que
realmente es. Si bien los agentes del orden suelen retratar la «detención de inmigran­
tes» como una situación transitoria y en cierto modo menos preocupante porque ofi­
cialmente es parte de la justicia civil y no de la penal, en realidad comparte las carac­
terísticas de la reclusión con sanción penal: es desproporcionada en términos raciales;
se caracteriza por agresiones sexuales y falta de atención médica; es arbitraria y a
menudo indefinida en su dnración; y se produce tras la máscara de la racionalización
de la culpabilidad individual y los derechos individuales.
21. Secure Communities (Comunidades Seguras) es un programa donde las jurisdic­
ciones que participan remiten las huellas de los detenidos a las bases de datos federales
Los cambios jurídicos y políticos que han elevado la criminaliza­
ción y el control migratorio han sido implementados recurriendo a
varias reformulaciones importantes. A raíz de las transformaciones
políticas de las décadas de 1960 y 1970, cuando las reivindicaciones
de los movimientos de justicia social por la redistribución y la trans­
formación ganaron visibilidad fueron sistemáticamente atacadas y
desmanteladas por el Programa de Contrainteligencia (COINTEL-
PRO) del FBI y otras operaciones orquestadas desde el gobierno, los
conservadores se reagruparon usando chivos expiatorios racistas,
sexistas y xenófobos.22 Organizar movimientos y protestas sociales
pasó a ser «delito» y después «terrorismo», así es como se justificó la
reclusión de activistas políticos, la continua vigilancia y criminaliza­
ción de la disidencia. Por si fuera poco, la guerra contra las drogas
cambió la percepción del uso de estupefacientes, inundando la cultura
con imágenes racistas de consumidores de drogas y camellos peligro­
sos y violentos. La drogadicción pasó de percibirse como un problema
de salud —si es que alguna vez se percibió así— a percibirse como
una toxicomanía y una cuestión delictiva, y las penas por posesión de
drogas se endurecieron cada vez más. La guerra contra las drogas su­
puso la expansión masiva de las prisiones para alojar a una masa cre-

para un control migratorio. Fue un programa piloto a principios de 2008 con catorce
jurisdicciones iniciales y fue ampliado durante el gobierno de Obama, con el objetivo
de que en 2013 estuvieran incluidas todas las jurisdicciones de Estados Unidos. Immi-
gration Policy Center, Secure Communities: A Fact Sheet, Immigration Policy Center,
Washington, DC, 4 de noviembre de 2010, <www.immigrationpolicy.org/just-facts/
secure-communities-fact-sheet>. Activistas de todo el país lanzaron campañas para ex­
hortar a sus jurisdicciones a no participar y finalmente 300 ciudades y condados, ade­
más de tres estados, se negaron a participar. En noviembre de 2014, Obama anunció
que iba a poner fin al impopular programa y a sustituirlo por el Priority Enforcement
Program (Programa de aplicación prioritaria) que, según las críticas, es básicamente el
mismo programa con otro nombre. Véase Center for Constitutional Rights, Tell Gover-
nor Cuomo: Stop Secure Communities in New York, Center for Constitntional Rights,
Nueva York, <http://www.ccrjustice.org/nyscomm>; American Friends Service Com-
mittee, Stop «Secure Communities» in Massachusetts. Filadelfia, American Friends
Service Committee, febrero de 2011, afsc.org/event/stop-secure-communities-massa-
chnsetts; Lomett Turnbull, «State Won’t Agree to National Immigration Program»,
Seattle Times, 28 de noviembre de 2010, seattletimes.nwsource.com/html/local-
news/2013545041_secure29m.htmlprmid=obinsite. Tim Henderson, «More Jurisdic-
tions Defying Feds on Deporting Innmigrants», The Pew Charilable Trust, 31 de octu­
bre de 2014, <http://www.pewtrusts.org/en/research-and- analysis/blogs/
stateline/2014/ 10/31 /more-j urisdictions-defy in g-feds-on-deporting-immi grants> .
22. Gilmore, «Globalisation and US Prison Growth».
cíente de autores de delitos relacionados con drogas, que cumplen
sentencias cada vez más largas. En virtud de nuevas leyes, como la
Ley sobre personas con discapacidad de Estados Unidos (ADA) de
1990, los consumidores de estupefacientes eran identificados como
personas a las que había que excluir de ciertas protecciones cuyo ob­
jetivo era eliminar estigmas producidos por problemas de salud.23 Si
bien la toxicomanía disminuyó vertiginosamente en Estados Unidos
desde mediados de los años setenta, el confinamiento de personas por
delitos de drogas en cárceles estatales y federales aumentó un 975 por
100 entre 1982 y 1996.24 Cuando se instauró la guerra contra el terro­
rismo en 2001, la enorme variedad de cambios jurídicos y políticos
que se tradujeron en el encarcelamiento de inmigrantes halló justifica­
ción en una nueva fórmula que englobó todas las políticas migratorias
como «prevención del terrorismo». Esta fórmula penalizadora se ex­
tiende al ámbito de las políticas de bienestar social. La idea de que
había gente que defraudaba los sistemas de prestaciones sociales y de
seguridad social para personas con discapacidad fue popularizada por
los exposés de los medios de comunicación sobre el asunto, contribu­
yendo al retrato racista de las personas pobres como delincuentes,
apoyando políticas de reducción de programas para paliar la pobreza y
endureciendo las sanciones penales. Al mismo tiempo, con los cam­
bios jurídicos sobre el uso o la posesión de estupefacientes se eliminó
el derecho de las personas con condenas por drogas a recibir ayudas
económicas universitarias y de vivienda, reforzando las barreras al ac­
ceso de empleo, créditos y servicios sociales para comunidades vícti­
mas de un mayor control policial y reclusión.25 Usando la excusa de
los motivos raciales, en las últimas cuatro décadas se han reducido
drásticamente los servicios sociales y ha aumentado sobremanera la
maquinaria estatal de vigilancia, control y reclusión, lo cual revela
falta de sinceridad de los credos del «estado mínimo» de los polí­
ticos.26

23. Fue un cambio de la primera Ley sobre personas con discapacidad de Estados
Unidos (ADA), la Ley de rehabilitación, que no excluía a los consumidores de estupe­
facientes del grupo de personas que podían alegar discriminación por discapacidad.
24. Gil more, «Global isation and US Prison Growth».
25. Erevelles, «Disabüity in the New World Order».
26. Wendy Brown, States oflnjury, Princeton University Press, Princeton, NJ, 1999;
Waquant, Punishing the Poor.
Durante este período también se ha producido un fuerte retroce­
so de las conquistas jurídicas de] movimiento de derechos civiles. El
des mantel amiento de las leyes de Jim Crow y la aplicación de políti­
cas que pretendían integrar sistemas escolares y áreas de trabajo para
redistribuir oportunidades económicas y liderazgos tuvieron una vida
corta, antes de que los órgauos legislativos y las cortes las elimina­
ran.27 El movimiento de derechos civiles consiguió modificar la legis­
lación estadounidense para suprimir la segregación racial explícita y
las leyes de exclusión, pero los tribunales respondieron creando una
nueva doctrina de «ceguera racial» que descafeinó estos cambios jurí­
dicos y preservó el statu quo racial. Uno de los cauces para hacerlo
fue ilegalizar los programas de discriminación positiva y los programas
de desegregación escolar debido a su conciencia racial.28 Otra táctica
fundamental fue crear una doctrina jurídica contra la discriminación
que prácticamente imposibilita demostrar que existe discriminación.29
Estos dos elementos permiten que Estados Unidos siga enarbolando la
igualdad racial como la ley suprema de la nación, mientras achaca las
desigualdades económicas a poblaciones que si no prosperan bajo es­
tas condiciones supuestamente igualitarias es por su «fracaso» perso­

27. Alan David Freeman, «Legitimizing Racial Discrimination Through Anti-Discri-


mination Law: A Critical Review of Supreme Court Doctrine», en Critical Race Stu-
dies: The Key Writings That Formed the Movement (ed.), Kimberlé Crenshaw, Neil
Gotanda, Garry Peiler, y Kendall Thomas, The New Press. Nueva York, 1996, pp. 29-
45.
28. Véase Parents Involved in Community Schools v. Seattle School District No. i,
551 US 701 (2007), por el cual el Tribunal Supremo de Estados Unidos se negó a que
un distrito escolar asignara estudiantes a colegios públicos con el único propósito de
lograr la integración racial, y se negó a reconocer el equilibrio racial como un interés
de estado apremiante; Milliken v. Bradley, 418 US 717 (1974), por el que el Tribunal
Supremo de Estados Unidos sostuvo que transportar en autobús a estudiantes a otros
distritos por el bien de la integración solo era permisible si existían evidencias de que
los distritos escolares habían fomentado la segregación deliberadamente; y Hopwood
v. Texas, 78 F.3d 932 (5th Cir. 1996), por el que el Tribunal de Apelación del Quinto
Distrito admitió que ia Facultad de Derecho de la Universidad de Texas no podía usar
la raza como un factor cuando evaluaba al alumnado.
29. Véase Washington v. Davis, 426 US 229 (1976), por el que el Tribunal Supremo
de Estados Unidos legisló contra dos hombres afroamericanos que alegaron que el
departamento de policía de Washington había usado procedimientos de contratación
discriminatorios por motivos de raza, al exigir a los aspirantes una prueba de destreza
verbal. El tribunal sostuvo que, de conformidad con la Cláusula sobre Protección Igua­
litaria de la Quinta Enmienda, «[unaj acción oficial no será considerada inconstitucio­
nal solamente porque resulte en un impacto racialmente desproporcionado».
nal. Esto también sirve para garantizar que la ley sea un instrumento
ineficaz para combatir el racismo que produce el acceso desigual (por
motivos de raza) a la riqueza, la educación, la vivienda, la asistencia
sanitaria y los servicios sociales. Estos métodos reflejan también la
inclinación de la política neoliberal a negar que existen condiciones
desiguales, retratando cualesquiera condiciones desiguales que sí
existen como naturales o neutrales, y sugiriendo que las cuestiones de
acceso/recursos básicos son un problema de «libertad» u «opción» in­
dividual. La honda desigualdad de la educación entre los sistemas es­
colares públicos que se manifiesta en términos de raza y clase, nos
dicen los tribunales, es un problema que tiene que ver con las eleccio­
nes de los padres a la hora de trasladarse a zonas específicas y no es
competencia de los tribunales.30 Los trabajadores ahora son «libres»
de moverse entre los lugares de trabajo y de realizar trabajos tempora­
les y flexibles sin las engorrosas relaciones con sus jefes a largo plazo
y todo aquella vaina de tener que organizarse para exigir derechos
importantes, pensiones, seguros de enfermedad y seguridad laboral.
Desde esta perspectiva, cada vez es más difícil hablar de desigualdad
sistémica, y el eterno mito de la meritocracia en Estados Unidos, junto
con la renovada retórica de la «responsabilidad individual», sugiere
que quienes promocionan socialmente lo hacen por su capacidad mo­
ral y, respectivamente, quienes salen perdiendo son culpables de ello,
vagos y, cómo no, peligrosos.
Los cambios en las condiciones y las ideas que subyacen al pro­
yecto neoliberal han impactado significativamente en el perfil de los
movimientos sociales en Estados Unidos.31 El giro conservador se ha
reflejado en las políticas de los movimientos sociales, cuyos proyec­
tos radicales de las décadas de 1960 y 1970, que el FBI quiso des­
mantelar, han sido sustituidos por un sector no lucrativo cada vez ma­
yor.32 Las nuevas organizaciones sin ánimo de lucro han rellenado los

30. Parents Irivolved in Community Schools, 551 US 701; Milliken, 418 US 717;
Angela P. Harris, «From Stonewall to the Suburbs? Toward a Political Economy of
Sexuality», William and Mary Bill of Rights Journal 14,2006, pp. 1.539-1.582.
31. Algunos fragmentos del texto de este capítulo están adaptados de Dean Spade y
Rickke Mananzala, «The Non-Profit Industrial Complex and Trans Resistance», Se­
xuality Research and Social Policy: Journal ofNSRC, 5, n.° 1. marzo de 2008, pp. 53-
71.
32. Dylan Rodríguez, «The Political Logic of the Non-Profit Industrial Complex»,
en The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex
vacíos que dejó el gobierno tras abandonar servicios sociales y lega­
les básicos que debían asistir a poblaciones desfavorecidas, y han
creado un nuevo sector elitista de reforma jurídica y política financia­
do por filántropos ricos. Este nuevo sector difiere mucho de los movi­
mientos sociales de base y populares de épocas anteriores. Sus pro­
yectos de reforma reflejan el giro neoliberal hacia las políticas de
inclusión y asimilación, no de redistribución y profunda transforma­
ción. Al creciente sector no lucrativo lo que más le preocupa es ofre­
cer servicios y cambiar las políticas. Las estrategias tradicionales de
organización de base han sufrido recortes económicos y han sido des­
manteladas sistemáticamente, dado que los financiadores prefieren
canalizar los recursos hacia programas orientados a proyectos a corto
plazo para obtener resultados cuantificables. En este contexto, la jus­
ticia social se ha convertido en una carrera poblada de individuos con
formación profesional especializada, que confían en modelos de ges­
tión comercial para dirigir «eficientemente» organizaciones sin áni­
mo de lucro. El liderazgo y la adopción de decisiones vienen de esta
casta mayoritariamente blanca, de líderes a sueldo y de donantes,
cuya prioridad hoy por hoy es trabajar para estabilizar la desigualdad
estructural legitimando y promoviendo sistemas dominantes de signi­
ficado y control, en lugar de reivindicar transformaciones más pro­
fundas.
La labor de reforma jurídica que hoy en día funciona bajo la rú­
brica de los derechos de gays y lesbianas (o, a veces, derechos LGBT)
es un ejemplo de este viraje: de un programa más transformador de
movimiento social a un proyecto de reforma jurídica centrado en la
inclusión y la asimilación de organizaciones sin ánimo de lucro profe­
sionalizadas. Numerosos expertos y activistas han criticado el derrote­
ro del activismo en pro de los derechos de gays y lesbianas desde los
sucesos incendiarios de finales de los años sesenta, cuando personas
criminalizadas por su orientación sexual y de género combatieron el
acoso y la brutalidad policiales en el Stonewall Inn de Nueva York y
la cafetería Comptorís de San Francisco.33 El activismo nacido en esta
(ed.), INCITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA,
2007.
33. Las revueltas de Stonewall suele interpretarse como el momento incendiario y
fundacional de la resistencia contemporánea contra las normas sexuales y de género.
Los distnrbios de ia cafetería Compton’s fueron mucho menos comentados hasta que el
época se originó como una resistencia callejera y con organizaciones
ad hoc no financiadas económicamente, al principio en forma de pro­
testas y marchas, utilizando estrategias que se reflejaron en numerosos
movimientos de resistencia contra la brutalidad policial y el militaris­
mo, oponiéndose a normas y violencias patriarcales y racistas. Este
nueva resistencia centrada en la sexualidad/el género fue instituciona­
lizada durante los años ochenta en estructuras sin ánimo de lucro lide­
radas por abogados blancos y otras personas con privilegios de clase y
educación superior. Las voces críticas con estos cambios han emplea­
do una gran variedad de términos y conceptos para describir este vira­
je, con acusaciones de que la asimilación pasó a ser el foco de los
esfuerzos;34que el trabajo marginó cada vez más a personas con ingre­
sos bajos,35 personas de color36 y personas trans;37 que el neoliberalis-
mo38 y el igualitarismo conservador terminaron secuestrando la resis­
tencia. Algunos críticos han señalado que, cuando el movimiento gay
de los años setenta se institucionalizó en el movimiento por los dere­
chos de lesbianas y gays en los años ochenta —creando instituciones

documental de Susan Stryker Screaming Queens: The Riot at Compton’s Cafetería


(2005), que presentó a expertos y activistas los importantes sucesos acaecidos en 1966,
cuando los transgresores sexuales y de género respondieron al constante acoso y vio­
lencia policiales en el barrio Tenderloin de San Francisco.
34. Ian Barnard. «Fuck Community, or Why I Support Gay-Bashing», en States of
Rage: Emotional Eruption, Violence, and Social Change (eds.), Renée R. Curry y Te-
rry L. Allison, New York University Press, Nueva York, 1996, pp. 74-88; Cathy J.
Cohén, «Punks, Bulldaggers, and Welfare Queens: The Radical Potential of Queer
Politics?», GLQ: A Journal ofLesbian and Gay Studies, 3, n.° 4, 1997, pp. 437-465;
Mattilda Bemstein Sycamore (ed.), That’s Revolting! Queer Strategies for Resisting
Assimilation, Soft Skull Press , Brooklyn, NY, 2004; Ruthann Robson, «Assimilation,
Marriage, and Lesbian Liberation», Temple Law Review, 75, 2002, p. 709.
35. Richard E. Blum, Barbara Ann Perina y Joseph Nicholas DeFilippis, «Why Wel­
fare Is a Queer Issue», NYU Review ofLaw and Social Change, 26,2001, p. 207.
36. Kenyon Farrow, «Is Gay Marriage Anti-Black?» (2004), chttp:// kenyonfarrow.
com/2005/06/14/is-gay-marriage-anti-black>; Sycamore, That's Revolting!; Darren
Lenard Hutchinson, «“Gay Rights” for “Gay Whites”? Race, Sexual Identity, and
Equal Protection Discourse», Cornell Law Review, 85, 2000, p. 1.358.
37. Shannon P. Minter, «Do Transsexuals Dream of Gay Rights? Getting Real About
Transgender Inclusión», Transgender Rights (ed.), Paisley Currah, Richard M. Juang.
y Shannon P. Minter, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2006, pp. 141-170;
Sylvia Rivera, «Queens in Exile, the Forgotten Ones», en Genderqueer: Voices from
Beyond the Sexual Binary (ed.), JoanNestle, Riki Wilchins y Clare Howell, Alyson
Books, Los Ángeles, 2002, pp. 67-85; Dean Spade, «Fighting to Win», en Thatfs Re­
volting! Queer Strategies for Resisting Assimilation (ed.), Mattilda Bernstein Sycamo­
re, Soft Skull Press, Brooklyn, NY, 2004, pp. 31-38.
38. Harris, From Stonewall to the Suburbs?; Duggan, The Twilight ofEquality?
como Gay and Lesbian Advocates and Defenders (GLAD), Gay and
Lesbian Alliance Against Defamation (GLAAD), Human Rights Cam-
paign (HRC), Lambda Legal Defense and Education Fund y National
Gay and Lesbian Task Forcé (NGLTF)—, el objetivo del trabajo sóli­
damente financiado y publicitado en nombre de los queers cambió
radicalmente.39
El trabajo de derechos de gays y lesbianas, que en sus orígenes
consistió en resistir a la brutalidad policial arrojando botellas y recla­
mando un espacio público sexual queer, viró hacia el modelo más
conservador de igualdad a través de la promoción de leyes y la cultura
estadounidenses a través del mito de la igualdad de oportunidades. El
impulso del trabajo de estas organizaciones fue a partir de entonces la
búsqueda de la inclusión y el reconocimiento por parte de las princi­
pales instituciones del país, no cuestionar y desafiar las desigualdades
que generaban fundamentalmente estas mismas instituciones. Los
asuntos fundamentales de la agenda pasaron a ser las leyes antidiscri­
minatorias centradas en el empleo (por ejemplo, la Ley federal de no
discriminación en el empleo [ENDA], así como otras leyes estatales
equivalentes), la inclusión en el ejército, la despenalización de la
sodomía, las leyes sobre delitos de odio y una serie de reformas que
incidían en el reconocimiento de las relaciones, pero que fueron limi­
tándose al interés por el reconocimiento legal de los matrimonios en­
tre personas del mismo sexo.
Las formas participativas de organización, como las organizacio­
nes de base constituidas por miembros no profesionales, fueron susti­
tuidas por organizaciones jerárquicas gestionadas por empleados con
licenciaturas. Las preocupaciones generales sobre la vigilancia poli­
cial y la represión penal, el militarismo y la distribución de la riqueza
asumidas por las primeras manifestaciones del activismo de lesbianas
y gays fueron sustituidas por un especial interés en una igualdad jurí­
dica formal, que solo podría beneficiar a personas ya amparadas por
acuerdos sociales y económicos existentes.40 Por ejemplo, querer en­
marcar el acceso igualitario a la asistencia sanitaria a través de una

39. Harris, From Stonewall to the Suburbs?; Urvashi Vaid, Virtual Equality: The Ma-
instreaming ofGay and Lesbian Liberation, Random House, Nueva York, 1996.
40. Dean Spade y Craig Willse, «FTeedom in a Regulatory State?: Lawrence, Marria-
ge and Biopolitics», Widener LawReview, 11,2005, p. 309.
demanda de derechos matrimoniales entre personas del mismo sexo
significa luchar por un acceso a la asistencia sanitaria que solo benefi­
ciará a personas con empleos con prestaciones médicas incluidas que
pueden compartir con la pareja, algo que es un cada vez más raro.41
Del mismo modo, combatir la marginación económica de las personas
queer únicamente a través de leyes antidiscriminatorias que prohíben
la discriminación laboral sobre la base de la orientación sexual —pese
a que estas leyes se han demostrado ser ineficaces para erradicar la
discriminación sobre la base de la raza, el sexo, la discapacidad y el
país de procedencia, pese a que la mayoría de las personas no tienen
acceso a los recursos jurídicos necesarios para hacer valer estos dere-
chos— ha sido criticado, porque es una forma de dirigir los esfuerzos
hacia la igualdad jurídica formal, mientras se ignora el sufrimiento de
las personas queer más marginadas económicamente. De forma análo­
ga, tratar los problemas relativos a la custodia de menores a través del
reconocimiento matrimonial significa ignorar el funcionamiento ra­
cista, sexista y clasista del sistema de bienestar infantil y desaprove­
char oportunidades de formar coaliciones entre poblaciones que son
objeto de disolución familiar por este sistema. Las personas negras,
indígenas, con discapacidad, queer y trans, recluidas y pobres afron­
tan enormes problemas en los sistemas de bienestar infantil. Por lo
tanto, buscar unos derechos de «reconocimiento familiar» a través del
matrimonio significa buscar estos derechos solo para personas queer y
trans que de verdad pueden esperar que los sistemas de derecho fami­
liar y bienestar infantil les protejan. Como el acceso al matrimonio no
garantiza a las personas de color, pobres, recluidas o con discapacidad
que los sistemas de bienestar infantil no vayan a desestructurar a sus
familias, es improbable que lo hagan en el caso de personas queer
pobres, queer de color, queer reclusas y queer con discapacidad. No
parece que casarse tenga demasiados beneficios para las personas
queer cuyas familias son víctimas de la violencia del estado y no tie­
nen acceso conyugal a la asistencia sanitaria o al estatus de inmigra­
ción. Casarse parece beneficiar en primera instancia a aquellas perso­
nas cuyos privilegios de raza, clase, inmigración y capacidad les

41. Paula Ettlebrick, «Since When Is Marriage a Path to Liberation?», Out/Look:


National Lesbian <£ Gay Quarterly, 6, otoño de 1989, pp. 14-16; Spade y Willse,
«Freedom in a Regnlatory State?».
permitirán incrementar su bienestar, incorporándose al estatus de rela­
ciones privilegiadas del gobierno. Formular que el matrimonio es la
primera necesidad legal de las personas queer, y el método gracias al
cual pueden obtener prestaciones básicas en muchos ámbitos, es igno­
rar hasta qué punto la raza, la clase social, la capacidad, el origen in­
dígena y la inmigración determinan el acceso a estas prestaciones,
supone reducir la agenda de derechos gays a un proyecto de restitu­
ción de privilegios de raza, clase, capacidad e inmigración para los
gays y las lesbianas más privilegiados.
El siguiente recuadro aporta algunos ejemplos de los fórmulas y
demandas que las organizaciones de lesbianas y gays más visibles y
mejor financiadas han creado para resolver los problemas básicos de
las comunidades queer y trans, comparándolas con las fórmulas alter­
nativas de activistas queer y trans y desde organizaciones ue se dedi­
can a la justicia racial y económica.42 Cada uno de estos ejemplos vi-
sibiliza el corazón de las luchas por la igualdad jurídica y formal, así
como su limitado potencial para transformar las condiciones sufridas
por las personas queer y trans más vulnerables. El recuadro no preten­
de ser exhaustivo, tan solo ilustrar algunas de las inquietudes y pro­
puestas alternativas a la agenda de reforma jurídica «oficial» de gays
y lesbianas.
Este interés en formular y priorizar cuestiones afloró durante los
debates sobre la reforma jurídica del bienestar social y los cambios
políticos posteriores de mediados de los años noventa; los y las acti­
vistas de la justicia social criticaron a las organizaciones de derechos
de lesbianas y gays por no oponerse a la eliminación de los programas
de bienestar social, pese a los efectos devastadores que estos cambios
políticos suponían para las personas queer con rentas bajas.43

42. Este recuadro está sacado del texto de Morgan Bassichis, Alex Lee y Dean Spa­
de, «Building an Abolitionist Trans Movement with Everything We’ve Got»; en Cap-
tive Genders: Transembodiment and the Prison Industrial Complex (ed.), Nat Smith y
Eric A. Stanley, AK Press, Oakland, CA, 2011.
43. Blum, Perina y DeFilippis, «Why Welfare Is a Queer Issue».
problemas más Soluciones oficiales de Postulados políticos queer y trans
graves gays y lesbianas críticos
£[ acceso de perso­ Legalizar el matrimonio Activismo MedicaidiMedicare: lu­
nas queer y trans, entre personas del mismo cha por una sanidad universal; lu­
personas pobres, per­ sexo para permitir que las cha por la asistencia sanitaria a
sonas de color e in­ personas que se benefician personas trans: protesta contra la
migrantes a una asis­ de prestaciones sanitarias negligencia médica que resulta de
tencia sanitaria de en sus empleos puedan la muerte de personas bajo custo­
calidad es mínimo compartirlas con parejas dia estatal
del mismo sexo
Violencia contra per­ Aprobar legislación sobre Desarrollar respuestas comunita­
sonas queer y trans delitos de odio para rias contra la violencia que apoyen
aumentar las penas de pri­ la reparación y la rendición de
sión y reforzar el orden pú­ cuentas colectiva; unirse a movi­
blico local y federal; reca­ mientos que indagan en las causas
bar estadísticas sobre originarias de la muerte prematura
índices de violencia; cola­ de personas queer y trans: violen­
borar con el orden público cia policial, reclusión, pobreza,
local y federal para perse­ falta de asistencia social y vivienda
guir la violencia de odio y
la violencia doméstica
Las personas queer y Eliminar las prohibiciones Unirse a movimientos que recha­
trans sufren violen­ de participación de gays y zan las actuaciones militares racis­
cia y discriminación lesbianas en el ejército de tas, sexistas e imperialistas estata­
en el ejército Estados Unidos les e internacionales; exigir la
reducción/eliminación del presu­
puesto de defensa
¡Sistema migratorio Legalizar el matrimonio Apoyar campañas por la abolición
injusto y punitivo entre personas del mismo de la reclusión y deportación de
sexo para permitir que per­ inmigrantes; rechazar leyes de in­
sonas con ciudadanía pue­ migración que supeditan la condi­
dan solicitar la residencia ción de inmigrante legal a las rela­
legal para un cónyuge del ciones matrimoniales
mismo sexo
Las familias queer y Legalizar el matrimonio Unirse a otras personas víctimas
trans son vulnerables entre personas del mismo de la legislación familiar y el siste­
a la intervención y la sexo para proporcionar una ma de bienestar infantil (familias
separación legal por vía para «legalizar» fami­ pobres, progenitores recluidos, fa­
parte del estado y/o lias con dos progenitores milias nativas, familias de color,
personas que no son del mismo sexo; aprobar personas con discapacidad) para
queer ni trans leyes contra la discrimina­ luchar por la autodeterminación
ción en la adopción por comunitaria y familiar, así como
motivos de orientación se­ por los derechos de las personas a
xual conservar a sus hijos e hijas en sns
familias y comunidades
Las instituciones no Legalizar el matrimonio Modificar políticas como las visi-
reconocen los víncu­ entre personas del mismo tas al hospital para reconocer la
los familiares fuera sexo para reconocer for- variedad de las estructuras familia-
del matrimonio hete­ malmente a los cónyuges res, no solo a parejas de sexo
rosexual en contex­ del mismo sexo ante la ley opuesto o de mismo sexo; abolir la
tos como visitas al herencia y exigir la redistribución
hospital y herencias radical de la riqueza y el fin de la
pobreza

Las iniciativas para aprobar leyes sobre delitos de odio han reci­
bido criticas similares, que denuncian que el propósito de endurecer
las penas por agresiones fruto del rechazo a las personas gays es des­
tinar recursos a instituciones de represión penal; decisión que es pro­
fundamente desacertada y peligrosa.44 Según los y las activistas queer
contra la brutalidad policial y la encarcelación masiva de personas con
rentas bajas y personas de color en Estados Unidos, las leyes sobre
delitos de odio no sirven para prevenir la violencia contra las personas
queer y trans, que es infligida en gran parte por los mismos empleados
del sistema de represión penal; sistema que presta más recursos a las
leyes sobre delitos de odio45El cambio de foco de pedir responsabili­
dades a la policía a comulgar con el sistema de represión penal y exi­
gir sanciones más duras supone una traición importante a los proble­
mas de las personas queer y trans con rentas bajas y a las personas
queer y trans de color, que son víctimas frecuentes de la policía y las
prisiones. Esta decisión se centra en la perspectiva y la experiencia de
las personas queer blancas y con recursos que pueden sentirse protegi­
das por la policía y los sistemas de represión penal. Quienes sienten
esta protección y no sufren directamente la violencia de la reclusión y

44. Laura Magnani, Harmon L. Wray y e} American Friends Service Committee Cri­
minal Justice Task Forcé, Beyond Prisons: A New Interfaith Paradigm for Our Failed
Prison System, Fortress Press, Minneapolis, 2006; Dean Spade, «Methodologies of
Trans Resistance», en Blackwell Companion to LGBT/Q Studies (eds.), George Ha-
ggerty y Molly McGarry, Blackwell Pubíishing, Londres, 2007, pp. 237-261; Joey L.
Mogul, Andrea J. Ritchie y Kay Whitlock, Queer (In)Justice, Beacon Press, Boston,
2011; Katherine Whitlock, In a Time of Broken Bones: A Cali to Dialogue on Hate
Violence and the Limitations ofHate Crime Laws, American Friends Service Commit­
tee, Filadelfia, 2001.
45. Dean Spade y Craig Willse, «Confronting the Limits of Gay Hate Crimes Acti-
vism: A Radical Critique», Chicano-Latino Law Review, 21, 2000, p. 38.
la vigilancia ven menos urgente la necesidad de un cambio fundamen­
tal que no esté basado en este sistema.
En general, la agenda de derechos de gays y lesbianas ha virado
hacia la preservación y promoción del privilegio de clase y raza de un
pequeño número de profesionales gays de élite, al mismo tiempo que
margina o excluye abiertamente las necesidades y las experiencias de
las personas de color, inmigrantes, con discapacidad, indígenas, trans
o pobres. La institucionalización de los derechos de gays y lesbianas
que arrancó en los años ochenta y produjo un modelo de liderazgo
basado en el privilegio educativo y un modelo de cambio centrado en
las estrategias de élite y reforma jurídica facilitó el abandono de las
luchas de justicia social que atañen a las personas queer y trans más
vulnerables, en favor del fomento de campañas restrictivas por la in­
clusión de las personas queer más privilegiadas en las instituciones
imperantes. Cuando surgieron, las organizaciones de derechos de les­
bianas y gays eran (y siguen siendo) fundamentalmente financiadas e
integradas por gays blancos con licenciaturas profesionales y/o dine­
ro. Estas organizaciones funcionan con modelos de gobernanza jerár­
quicos y concentran el poder de decisión en miembros de consejos y
directivos veteranos, que tienen todavía más posibilidades de ser blan­
cos, ricos y contar con una educación universitaria.
La agenda de derechos de lesbianas y gays, por lo tanto, ha veni­
do a reflejar las necesidades y las experiencias de estos líderes y no
las experiencias de las personas queer y trans que no están presentes
en estos espacios elitistas. La mayoría de los líderes blancos retribui­
dos de acuerdo a su educación privilegiada pueden imaginar que los
despidan de un trabajo por ser gays o lesbianas, que los acosen en la
calle (a menudo por un agresor de color imaginado),46 que sean exclui­
dos de los Boy Scouts o del servicio militar. Pero no se imaginan que
puedan recluirlos en prisiones, estar bajo la asistencia social, sin ho­
gar, en los sistemas de castigo a menores y cuidado tutelar, en riesgo

46. Christina Hanhardt describe lo rápido que los grupos activistas, cuyo propósito
era evitar la violencia homófoba, a menudo han asumido su lucha bajo la premisa de
unos prejuicios racistas sobre quienes ejercen la violencia, colaborando con la policía
para localizar a los hombres de color acusados, con frecuencia en barrios burgueses
donde gays y lesbianas blancos desplazaban a las personas de color. Christina Han­
hardt, «Butteiflies, Whistles, and Fists: Gay Safe Streets Patrols and the “New Gay
Ghetto” 1976-1981», Radical History Review, 100, invierno de 2008, pp. 61*85.
de deportación o ser víctimas de acoso policial continuo. Como estos
datos han definido y siguen definiendo la «agenda gay», estos proble­
mas no reciben los recursos que merecen y requieren. Es más, estos
líderes remunerados de organizaciones sin ánimo de lucro provienen
más de la universidad que de movimientos sociales transformadores
de base, cuyos miembros llevan soportando siglos la violencia de es­
tado. Por esto, no poseen nociones críticas sobre la igualdad jurídica
formal, la asimilación, el profesionalismo y la igualdad de derechos
que se adquieren trabajando en movilizaciones de base. Ni siquiera las
críticas feministas relativamente populares a la institución del matri­
monio pudieron superar el nuevo llamado del «matrimonio igualita­
rio»; es decir, el acceso de las parejas del mismo sexo a una institu­
ción fundamentalmente desigual, diseñada para privilegiar a ciertas
formaciones familiares con fines de control estatal.47

Otra área de preocupación es de dónde sale y cómo se distribuye el


dinero para estas organizaciones sin ánimo de lucro de derechos de
lesbianas y gays. Las más grandes, fundadas y dirigidas por personas
blancas, han generado muchos ingresos gracias a las subvenciones de
fundaciones48 y al patrocinio de empresas como American Airlines,
Budweiser, IBM y Coors. Estas colaboraciones, que incluyen publici­
dad para las empresas, han recibido críticas de personas queers moles­
tas con el restrictivo marco como el de estas organizaciones, deseosas
de promover a empresas cuya labor y prácticas ambientales han sido
muy cuestionadas. Estas colaboraciones han exacerbado las críticas
actuales que denuncian que el trabajo de derechos de gays y lesbianas
se ha transformado en una «política de una sola cuestión» (single-is-
sue politics) que ignora cuestiones de justicia social vitales y defiende
una agenda política centrada en gays y lesbianas que sufren margina-

47. Ruth Colker, «Marriage Mimicry: The Law of Domestic Violence», William and
Mary Law Review, 47,2006, p. 1841; Katherine M. Franke, «The Politics of Same-sex
Marriage Politics», Columbia Journal ofGender and Law, 15,2006, p. 236.
48. Según un estudio del año 2000, el 66 por 100 de los miembros del consejo de
estas fundaciones son hombres y el 90 por 100 son blancos. Christine Ahn, «Democra-
tizing American Philanthropy», en The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the
Non-Profit Industrial Complex (ed.), INCITE! Women of Color Against Violence,
South End Press, Cambridge, MA, 2007, pp. 63-76.
cion a través de un solo vector de identidad: la orientación sexual.
Esta política excluye a personas queer y trans que sufren homofobia,
además de transfobia, pobreza, capacitismo, xenofobia, racismo, se-
xismo, criminalización, explotación económica y/u otras formas de
sujeción.
Las organizaciones de lesbianas y gays también han seguido por
lo general un modelo de gobernanza basado en normas del sector pri­
vado y no en valores de justicia social. Las mayoría de las organiza­
ciones ampliamente financiadas han pagado escalas salariales/retribu­
ciones similares a las del sector privado y sus directores ejecutivos
con frecuencia ganan sueldos que triplican o cuadriplican el de sus
empleados menos retribuidos. El salario suele corresponder al nivel de
estudios, lo cual significa de nuevo que el grueso de los recursos va a
parar a empleados blancos de familia acomodada, mientras que se
destinan menos recursos a empleados de color y empleados sin estu­
dios superiores. Es más, la mayoría de estas organizaciones no ofre­
cen prestaciones sanitarias que incluyan el tratamiento médico nece­
sario para las personas trans, pese a que este problema de justicia
social es básico para la política trans. Estas organizaciones se han dis­
tinguido por no priorizar el desarrollo de la justicia social en sus pro­
gramas. Muchas se han negado sistemáticamente a satisfacer las peti­
ciones de formación contra la opresión y de trabajo de desarrollo en su
seno. Su negativa a destinar recursos al desarrollo de prácticas antiTra­
cistas internas refleja la marginación de cuestiones importantes para
personas de color en sus programas.
Globalmente, las organizaciones de derechos de gays y lesbianas
beneficiarías de cuantiosas dotaciones económicas son claros ejem­
plos de lo que critican numerosos movimientos de justicia social: el
viraje de las demandas transformadoras de los años sesenta y setenta a
la estrechez de miras de los «emprendedores de justicia social» finan­
ciados de hoy. La falta de rendición de cuentas comunitaria, el elitis-
mo, la concentración de la riqueza y los recursos en manos de las éli­
tes blancas y las prácticas laborales de explotación son el pan de cada
día dentro de estas organizaciones, que crean y mantienen programas
políticos decepcionantes y peligrosos, que no ofrecen una resistencia
significativa y generalizada contra las instituciones violentas en Esta­
dos Unidos, y a veces incluso las refuerzan. Con la preponderancia del
marco de organizaciones sin ánimo de lucro, ciertas lógicas que sos­
tienen la criminalización, el militarismo y la brecha de la riqueza han
penetrado y transformado los espacios que antes eran lugares de fo­
mento de la resistencia contra la violencia de estado.49 Cada vez más,
el neoliberal ismo significa que las cuestiones importantes para tales
organizaciones no comparten el compromiso general de justicia so­
cial; estas organizaciones participan en la producción y el sostén de la
desigualdad de oportunidades basada en la raza y el género, mientras
se dedican a su «buena obra».

A medida que surge y se institucionaliza el activismo trans, hay quien


asume que las estrategias de las organizaciones de derechos de gays y
lesbianas, fuertemente centradas en reformas jurídicas con leyes con­
tra la discriminación y los delitos de odio, es el camino más seguro
para el éxito. Sin embargo, el contexto de marginación económica,
vulnerabilidad a la reclusión y otras formas de violencia de estado que
las comunidades trans están describiendo sugiere que las «conquistas»
de tales organizaciones no ofrecen lo suficiente, en términos de redis­
tribución de oportunidades y que sus estrategias, por el contrario, en­
trañan más peligros para las poblaciones trans en los márgenes. Si, en
el mejor de los casos, la igualdad jurídica formal abre las puertas de
las instituciones imperantes a quienes ya están más cerca de la inclu­
sión (es decir, quienes ya estarían incluidos si no fuera por esta única
característica), muy pocos se beneficiarán de ella. Teniendo en cuenta
el contexto de políticas neoliberales en virtud de las cuales son cada
vez menos las personas con el tipo de acceso racial y económico nece­
sario para obtener lo que se viene presentando como «igualdad de
oportunidades» en Estados Unidos, y en virtud de las cuales las pobla­
ciones consideradas desechables son relegadas a la pobreza y reclui­
das en prisión, solo para ser entregadas a la pobreza y apresadas de
nuevo tras su liberación, nos enfrentamos a serias preguntas sobre
cómo formular luchas y tácticas transformadoras. En particular, se
asume con excesiva frecuencia el cambio legislativo como método
para transformar las vidas de las personas que están en los márgenes,
por lo que habrá que ver cómo la reforma jurídica ha sido insuficiente

49. Rodríguez, «The Political Logic of the Non-Profit Industrial Complex».


y absorbente, en el contexto del neoliberalismo y la institucionaliza-
ción de la resistencia. Habrá que considerar con cuidado las limita­
ciones de las estrategias cuyo interés es insertarse en los acuerdos
económicos y políticos actuales, sin cuestionar los términos de tales
¿cuerdos. Habrá que esforzarse por crear y practicar una política críti­
ca trans que contribuya a construir un contexto político de redistribu­
ción masiva. Una política crítica trans imagina y exige el fin de las
prisiones, la falta de vivienda, los propietarios, los jefes, el control
iiiigratorio, la pobreza y la riqueza. Imagina un mundo donde las per­
sonas tienen lo que necesitan y toman las riendas de sus vidas valoran­
do la colectividad, la interdependencia y la diferencia. Lograr estas
demandas y construir el mundo en el que puedan cumplirse requiere el
compromiso férreo de centrarse en la justicia racial, económica, de
capacidad y de género. También requiere de estrategias reflexivas
para construir liderazgos y movilizaciones por cauces que reflejen es­
tos compromisos. Nuestras demandas de redistribución, acceso y par­
ticipación deben quedar reflejadas en nuestra labor diaria de resisten­
cia, no pueden ser algo que dejemos para mañana.
¿Qué pasa con los derechos?

El discurso de los derechos en una sociedad capitalista liberal pre­


senta como privadas las posibles controversias políticas sobre la
distribución de recursos y sobre las partes relevantes en ia toma
de decisiones. Convierte problemas sociales en cuestiones de
agravios y titularidad individualizados y deshistorizados, en cues­
tiones en las que no existe agravio si no existe agente ni sujeto
violado tangible.
Wendy Brown, States of Injury

A medida que la noción de derechos trans ha ido ganando aceptación


en las dos últimas décadas, ha ido surgiendo un aparente consenso
sobre las reformas jurídicas a seguir para mejorar las vidas de las per­
sonas trans.1Los defensores de la igualdad trans persiguen principal­
mente dos medidas de reforma jurídica: a) leyes antidiscriminatorias,
que catalogan la identidad y/o expresión de género como una catego­
ría de no discriminación; b) leyes sobre delitos de odio, que incluyen
delitos motivados por la identidad y/o expresión de género de la vícti­
ma como determinantes para la aplicación de tales leyes en una juris­
dicción dada. Organizaciones como la National Gay and Lesbian Task
Forcé (NGLTF) han apoyado a organizaciones estatales y locales de
todo el país en campañas legislativas para que se aprueben dichas le­
yes. Quince estados (California, Colorado, Connecticut, Hawai, Illi­
nois, Ioawa, Maine, Minnesota, Nueva Jersey, Nuevo México, Neva­
da, Oregón, Rhode Island, Vermont, Washington) y el Distrito de
Columbia tienen leyes que actualmente incluyen la identidad y/o ex­
presión de género como una categoría de no discriminación, formando
parte de los 143 países y ciudades que tienen dichas leyes. La NGLTF
calcula que el 44 por 100 de la población de Estados Unidos vive en

1. Compartí una primera versión con fragmentos de este capítulo en mi ponencia del
Simposio de 2008 de la Revísta Temple Political & Civil Rights Law, Intersections of
Transgender Lives and the Law, que fue publicada como «Keynote Address: Trans
Law and Politics on a Neoliberal Landscape», Temple Political Se Civil Rights Law
Review, 18,2009, pp. 353-373.
una jurisdicción donde estas leyes figuran sobre el papel.2 Siete esta­
dos tienen leyes sobre delitos de odio que incluyen la identidad y/o
expresión de género.3 En 2009, una ley federal, la Matthew Shepard y
James Byrd, Jr. Hate Crimes Prevention Act (Ley de prevención de
delitos de odio), añadió la identidad y/o expresión de género a la ley
federal de prevención de delitos de odio. La batalla relativa a si —y
cómo— la identidad y/o expresión de género será incluida en la Ley
de no discriminación en el empleo (ENDA), una ley federal que pro­
hibiría la discriminación basada en la orientación sexual, sigue en cur­
so entre la conservadora organización nacional de gays y lesbianas
Human Rights Campaign (HRC), los legisladores y varias organiza­
ciones y activistas que quieren impulsar un proyecto de ley en el Con­
greso. Estas dos reformas jurídicas, las propuestas de ley antidiscrimi­
natoria y las leyes sobre delitos de odio, han venido a definir la idea
de los «derechos trans» en Estados Unidos y a día de hoy, son las ini­
ciativas más visibles de las organizaciones sin ánimo de lucro y los
activistas que trabajan en este marco.
La lógica que subyace a esta estrategia reformista no es un mis­
terio. Sus defensores sostienen que si se aprueban estas leyes se po­
drán hacer muchas cosas. Para empezar, la aprobación de leyes no
discriminatorias puede crear una base para las demandas legales con­
tra empresarios, proveedores de vivienda, restaurantes, hoteles, tien­
das y demás, cuya política sea discriminatoria. Las demandas legales
de las personas trans que sufren exclusión en estos contextos han fra­
casado muchas veces en el pasado, pues los tribunales se acogían a
que la exclusión es una preferencia legítima de quien contrata, alquila
o tiene un negocio.4 Las leyes que ¡legalizan la exclusión basada en la

2. National Gay and Lesbian Task Forcé, «Jnrisdictions with Explicitly Transgender-
Inclusive Non-Discrimination Laws» (2011), <http://www.thetaskforce.org/static_
html/downloads/reports/fact_sheets/alljurisdictions_w_pop_10_ll.pdf>.
3. National Center for Transgender Equálity, «Hate Crimes» (2008), <www.ncte-
quality.org/Hate_Crimes.asp.2008> (consultado el 4 de enero de 2009).
4. Véase Ulane v. Eastern Airlines, 742 F.2d 1081 (7th Cir. 1984), por el que el Tri­
bunal de Apelación del Séptimo Distrito falló que una mujer trans que había sido des­
pedida de su trabajo de piloto comercial no estaba protegida por la cláusula de discri­
minación sexual del Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964, alegando que el
«Título VII no protege a transexuales»; y Oiler v. Winn Dixie, Louisiana Inc.,
No.Civ.A. 00-3114, 2002 WL31098541 (E.D.La. Sept. 16,2002), por el que el Tribu­
nal de Distrito del distrito este de Lonisiana falló que un hombre que había sido despe­
dido por travestirse ocasionalmente fuera del trabajo no estaba protegido por el Título
identidad y/o expresión de género tienen el potencial de influir en los
tribunales para castigar a quienes discriminan y aportar ciertas solu­
ciones (por ejemplo, pagos retroactivos o perjuicios) a las personas
trans perjudicadas. También hay esperanza en que estas leyes, y su
aplicación por parte de los tribunales, envíen un mensaje preventivo a
quienes discriminen potencialmente, advirtiéndoles de que tales ex­
clusiones no serán toleradas; estas leyes propiciarían en última instan­
cia el acceso al empleo, la vivienda y otras necesidades de las perso­
nas trans.
Las leyes sobre los delitos de odio se promueven con una lógica
similar. Sus defensores señalan que las personas trans tienen un índice
de mortalidad muy elevado y están sujetas a una gran violencia.5 En
muchos casos, las vidas de las personas trans son tan devaluadas por la
policía y los fiscales, que sus muertes no son investigadas o sus homi­
cidas reciben castigos menores de los habituales por condenas de ase­
sinato. Sus partidarios creen que las leyes sobre los delitos de odio
intervendrán en estas situaciones, logrando que las fuerzas del orden
se tomen en serio esta violencia. Existe también un elemento simbóli­
co en la aprobación de estas leyes: la declaración de que las vidas
trans importan, como suelen alegar sus partidarios, confirmando que
las personas trans son humanas. Además, quienes están a favor tanto
de las leyes antidiscriminatorias como de las leyes sobre los delitos de
odio afirman que los procesos a favor de la aprobación de estas leyes
—incluidos el apoyo de los medios de comunicación que retratan las
vidas y los problemas de las personas trans, y las reuniones con legis­
ladores, para hablarles de las experiencias de las personas trans—
aumentan la visibilidad trans positiva y avanzan la lucha por la igual­
dad trans. Sus partidarios promueven la recopilación de datos sobre
los delitos de odio, por los que ciertas instituciones estatales llevan la
cuenta de los delitos de odio, que entienden como una oportunidad
para visibilizarla cantidad y gravedad de la lucha de las personas trans.
La lógica de la visibilidad y la inclusión presente en las campa­
ñas a favor de las leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio
VII que prohíbe la discriminación sexual, aunque su conducta no tuviera nada que ver
con su desempeño laboral.
5. Rebecca L. Stotzer, «Gender Identity and Hate Crimes: Violence Against Trans-
gender People in Los Angeles County», Sexuality Research and Social Policy: Journal
of NSRC, vol. 5, marzo de 2008, pp. 43-52.
es ampliamente aceptada; sin embargo, la creencia de que estas dos
reformas abordan adecuadamente los problemas sufridos por las per­
sonas trans, tanto en contextos de derecho penal como civil, presenta
numerosas e inquietantes limitaciones. El primer problema es si estas
leyes mejoran realmente las oportunidades de las personas a quienes,
en teoría, protegen. Si observamos las categorías identitarias que han
sido incluidas en tales leyes durante las últimas décadas, vemos que
las reformas no han eliminado los prejuicios, la exclusión o la margi­
nad ón. La discriminación y la violencia contra personas de color han
persistido, pese a las modificaciones legales que las habían declarado
ilegales. La persistente y creciente brecha de la riqueza racial en Esta­
dos Unidos sugiere que estas reformas legales no han obtenido los
resultados prometidos, y que la estructura de racismo sistémico no se
resuelve con estas leyes*6 De forma análoga, los veinte años de histo­
ria de la Ley sobre personas con discapacidad de Estados Unidos (en
inglés, ADA) muestra resultados decepcionantes. Los tribunales han
limitado la aplicación potencial de esta ley, con interpretaciones insu­
ficientes sobre su impacto, por lo que las personas con discapacidad
siguen sufriendo la marginación económica y política del capacitismo
sistémico. Lo mismo se puede decir de la persistencia de la discrimi­
nación basada en el país de procedencia, la discriminación sexual y
otras formas de discriminación constante, pese a décadas de prohibi­
ciones oficiales contra estos comportamientos. La persistencia de di­
ferencias salariales, rescisiones ilegales de contratos, entornos labora­
les hostiles, contrataciones/despidos desiguales y violencia motivada
por prejuicios están todavía presentes en comunidades cuyas luchas
han sido supuestamente zanjadas con leyes antidiscriminatorias y so­
bre delitos de odio, lo cual nos invita a ser cautos a la hora de asumir
la eficacia de tales medidas.
Como he comentado en la introducción, las leyes sobre delitos
de odio no tienen un efecto di suasorio. Inciden en el castigo y no se
puede afirmar que prevengan la violencia motivada por prejuicios.
Aparte de no poder prevenir los daños causados, hay que considerar­
las en el contexto de los fracasos propios de nuestros regímenes jurí­
dicos y, en particular, de la violencia de nuestro sistema de represión

6. Angela P. Harris, «From Stonewall to the Suburbs? Tovvard a Political Economy of


Sexuality», William and Mary Bill of Rights Journal, 14,2006, pp. 1.539-1.582.
penal. Las leyes antidiscriminatorias no se aplican de forma adecuada.
Como la mayoría de las personas discriminadas no pueden costearse
la asistencia jurídica, sus experiencias nunca llegan a los tribunales.
Es más, el Tribunal Supremo ha restringido sobremanera la ejecución
de estas leyes durante los últimos treinta años, lo que hace extremada­
mente difícil probar que exista discriminación, a menos que tengamos
una carta firmada por un jefe o arrendatario que diga: «Estoy tomando
medidas negativas contra usted por su [añadir característica]». Pero es
que, incluso en casos tan obvios como este, las personas discrimina­
das suelen llevar las de perder. Probar la intención discriminatoria se
ha convertido en algo central, lo que hace que resulte casi imposible
ganar estos casos en un tribunal. Estas leyes son tan estrechas de mi­
ras que a menudo no incluyen las actuaciones de quienes más a menu­
do discriminan a las personas marginadas: el personal penitenciario,
los burócratas de los servicios de bienestar social, los supervisores
de ayuda laboral, los funcionarios de inmigración, los trabajadores de
servicios sociales infantiles y demás, con suficiente control sobre las
Vidas de las poblaciones marginales en Estados Unidos. En esta época
neoliberal, caracterizada por el abandono (merma de la red e infraes­
tructura de protección social, especialmente en comunidades pobres y
de personas de color) y la reclusión (refuerzo de las leyes de inmigra­
ción y penales), las leyes antidiscriminatorias proporcionan poco ali­
vio a las personas más vulnerables.
Aparte de estos problemas generales de reforma jurídica, que
añaden la identidad/expresión de género a la lista de características
prohibidas, los litigantes trans se han topado con desafíos específicos
cuando han buscado reparación por discriminación en estas leyes. In­
cluso en jurisdicciones donde se han adoptado estas leyes, los litigan­
tes trans han perdido casos de discriminación, como la negación de
acceso a centros que segregan por sexo.7 En el contexto laboral, esto

7. Véase Goins v. West Group, 619 N.W.2d 424 (Minn. App. Ct. 2000), por el que el
Tribunal Supremo de Minnesota sostuvo que las empresas podían restringir el acceso a
los cuartos de baño y cerrarlos, basándose en el sexo asignado al nacer; Hispanic Aids
Forum v. Estate of Bruno, 16 Misc.3d 960, 839 N.Y.S.2d 691, N.Y. Sup., 2007, por el
que un juez del Tribunal Supremo de Nueva York dio la razón a una organización sin
ánimo de lucro que se enfrentaba a un desahucio por no satisfacer las demandas del
arrendador, el cual exigió a sus clientes que revelaran su sexo asignado al nacer. En
Ettsity v. Utah Transit Authority, 502 F.3d 1215 (lOth Cir.2007), el Décimo Distrito
sostuvo que una mujer trans conductora de autobús que había sido despedida por usar
suele traducirse en que incluso si una persona trans reside en una ju­
risdicción donde la discriminación trans es supuestamente ilegal, no
se interpreta como una violación de la ley el que le sea denegado el
acceso al cuarto de baño acorde con su identidad de género en el tra­
bajo. Como es natural, considerando el alarmante índice de desempleo
en las personas trans —derivado de las condiciones de falta de hogar
y apoyo familiar,8 traumas por violencia, discriminación de potencia­
les empleadores, consecuencia de necesidades sanitarias no satisfe­
chas y muchos otros factores—,9 incluso si las interpretaciones lega­
les de las demandas trans de acceso a los baños fuesen mejores, esto
no sería ni la punta del iceberg de la pobreza trans.10 Sin embargo,
estas interpretaciones, en casos laborales relativos al acceso a los ba­
ños, son especialmente peligrosas porque los tribunales pueden impo­
nerlas eu otros escenarios de alto riesgo, donde las personas trans se
enfretan a sistemas basados en la segregación por sexo. Como las per­
sonas trans sufren con frecuencia violencia y discriminación en espa­
cios que segregan por sexo, como son los hogares de acogida, las pri­
siones y los hogares de acogida, y como el acceso a los baños suele
ser la cuestión más polémica entre las trabajadoras y trabajadores

los baños de mujeres cuando lo necesitó en varias paradas de su ruta no estaba protegi­
da por el Título VII que prohíbe la discriminación sexual y los estereotipos de género.
8. Un encuesta reciente de 6.450 personas trans y no conformes con las normas bina­
rias de género en Estados Unidos reveló que el 57 por 100 había sufrido rechazo fami­
liar importante. Jamie M. Grant, Lisa A. Mottet y Justin Tanis, Injustice at Every Turn:
A Report of the National Transgender Discrimination Survey. Executive Summary,
National Gay and Lesbian Task Forcé and National Center for Transgender Equality,
Washington, DC, 2011, <www.thetaskforce.org/downloads/reports/reports/ntds_sum-
mary.pdf>.
9. El mismo estudió reveló que al 19 por 100 de las personas trans y que no confor­
men el binarismo de género les habían negado tratamiento médico debido a su género,
al 28 por 100 les ofrecieron asistencia médica cuando estaban enfermos o heridos por
culpa de la discriminación y al 48 por 100 les ofrecieron asistencia médica cuando es­
taban enfermos o heridos porque no podían costeársela. El estudio también reveló que
los encuestados declararon un índice de infección por VIH más de cuatro veces supe­
rior a la media nacional, con índices más elevados entre personas trans de color. Grant
et al., «Injustice at Every Turn», National Gay and Lesbian Task Forcé and National
Center for Transgender Equality.
10. El estudio también confirmó que las personas trans viven en extrema pobreza.
Los encuestados tenían una probabilidad casi cuatro veces mayor de obtener unos in­
gresos familiares inferiores a 10.000 $ al año en comparación con el resto de la pobla­
ción. Grant et al., «Injustice at Every Tum», National Gay and Lesbian Task Forcé and
National Center for Transgender Equality.
trans y sus jefes, estas interpretaciones legales antitrans dificultan el
alcance de las leyes inclusivas para la personas trans, y son un ejem­
plo de las limitaciones derivadas de buscar la igualdad a través de tri­
bunales y órganos legislativos.
La Critical Race Theory ha desarrollado un amplio análisis sobre
l a s limitaciones de la legislación sobre la discriminación, útil para
comprender en qué han fallado y siguen fallando estas reformas jurí­
dicas a la hora de producir cambios sustanciales para las personas
trans. La crítica de Alan Freeman, a lo que él llama la «perspectiva de
la autoría» en la ley sobre la discriminación resulta particularmente
útil para entender los límites de las estrategias más habituales en la
lucha por los derechos trans.11 La obra de Freeman estudia las leyes
que prohíben la discriminación basada en la raza. Explica cómo y por
qué las leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio no alcan­
zan sus promesas de igualdad y libertad para las víctimas de discrimi­
nación y violencia. Freeman afirma que la ley antidiscriminatoria no
entiende cómo funciona el racismo, y por eso, no puede combatirlo
con eficacia.
La ley sobre la discriminación conceptualiza el racismo a través
de la diada autor/víctima, imaginando como escenario fundamental a
un autor que odia irracionalmente a las personas de otra raza, despide,
se niega a atender, golpea o mata a la víctima incitado por este odio.
El que la ley adopte este concepto sobre el racismo funciona en contra
de la posibilidad de erradicarlo, y no hace sino contribuir a invisibili-
zar sus verdaderas manifestaciones. En primer lugar, la ley individua­
liza el racismo. Dice que el racismo es cosa de unos individuos malos,
que eligen intencionadamente discriminar y deben ser castigados por
ello. En esta (mala) interpretación, el racismo estructural o sistémico
es invisible. Mediante esta función, la ley solo puede atender a dispa­
ridades que provienen del comportamiento de un autor o autora, que
de forma intencionada, se guió por una categoría, que no debía guiarle
(la raza, el género o la discapacidad, por ejemplo). Ciertas condicio­
nes, como vivir en un barrio cuyas escuelas reciben recursos insufi­

11. Alan David Freeman, «Legitimizing Racial Discrimination Through Anti-Discri-


mination Law: A Critical Review of Supreme Court Doctrine» en Critical Race Stu-
dies: The Key Writings that Formed the Movement (ed.), Kimberlé Crenshaw, Neil
Gotanda, Garry Peller y Kendall Thomas, The New Press, Nueva York, 1996, pp. 29-
cientes y que «resulta que tienen un 96 por 100 de estudiantes de
color»,12 o tener que pasar un examen de admisión que, como se ha
demostrado, predice la raza y no el éxito académico,13 o cualesquiera
de las numerosas desigualdades vitales (acceso a una alimentación
adecuada, atención sanitaria, empleo, vivienda, aire limpio y agua po­
table), que sabemos que derivan de antiguos modelos de exclusión y
explotación, no pueden ser entendidas como «violaciones» según el
principio de discriminación y, por lo tanto, no es posible subsanarlas.
Esta lectura sesgada de lo que constituye una violación y puede ser
reconocido como discriminación sirve para naturalizar y afirmar el
statu quo de la distribución desigual. La ley antidiscriminatoria busca
individuos anormales con intenciones abiertamente tendenciosas.14
Entretanto, la desigualdad de oportunidades que configura nuestro
mundo según diferencias de raza, clase, origen indígena, discapaci­
dad, origen nacional, sexo y género permanece intocable y pasa por
ser no discriminatoria o incluso justa.
La «perspectiva de la autoría» también invisibiliza el contexto
histórico del racismo. Se entiende por discriminación el acto de tener
en cuenta la identidad, que la ley de discriminación nos prohíbe tener
en cuenta (como la raza, el sexo o la discapacidad), cuando tomamos
decisiones, y no se fija en si quien toma las decisiones está favore­
ciendo o perjudicando a un grupo tradicionalmente excluido. En este
sentido, el principio de discriminación se ha usado para vaciar de con-
tenido la discriminación positiva y los programas de eliminación de la
segregación racial.15Esta «ceguera racial» erróneamente conceptuali-
zada mina la posibilidad de solucionar las serias desigualdades racia­

12. Véase San Antonio Jndependent School Distñct v. Rodríguez, 411 US 1 (1973),
por el que el Tribunal Supremo de Estados Unidos sostuvo que el grave desequilibrio
en la financiación de los colegios de educación primaria y secundaria en un distrito
escolar basado en los niveles de renta de los residentes de cada distrito no era una
violación inconstitucional de los derechos de Protección Igualitaria de la Decimocuar­
ta Enmienda.
13. David M. White, «The Requirement of Race-Conscious Evaluation of LSAT
Scores for Equitable Law School Admission», Berkeley La Raza Law Journal, 12,
2000-2001, p. 399; Susan Sturm y Lani Guinier, «The Future of Affirmative Action:
Reclaiming the Innovative Ideal», California Law Review, 84, julio de 1996, p. 953.
14. Freeman, «Legitimizing Racial Discrimination Through Anti-Discrimination
Law».
15. Milliken, 418 U.S. 717; 87 Parents Involved in Community Schools, 551 U.S.
701.
les de los Estados Unidos, que están enraizadas en la esclavitud -el
genocidio, el expolio, el internamiento y la exclusión de los inmigran­
t e s , asi como en las políticas raciales explícitas que, históricamente y
en la actualidad excluyen a las personas de color de los beneficios de
programas de creación de riqueza para ciudadanos estadounidenses,
como la Seguridad Social, subsidios para las tierras, créditos y otras
ayudas para la adquisición de viviendas.16 Las condiciones que han
creado y siguen reproduciendo profundas desigualdades son invisibi-
lizadas, por la insistencia de esta perspectiva de la autoría de la discri­
minación, de manera que toda consideración de una categoría prohibi­
da sea igualmente perniciosa. Este modelo pretende que el terreno de
juego es igual y que, por lo tanto, todo beneficio o pérdida de oportu­
nidades basado en esta categoría es pernicioso y crea desigualdad,
cosa que sirve, una vez más, para declarar que el statu quo racial es
neutro. Esta justificación del racismo sistémico que se enmascara
como una lógica de igualdad de oportunidades genera el espacio posi­
ble para que emerja el mito del «racismo inverso», un concepto que
interpreta erróneamente el racismo, para sugerir significados paralelos
cuando una persona blanca pierde oportunidades o acceso a progra­
mas que quieren compensar el impacto del racismo y cuando personas
de color pierden oportunidades debido al racismo.
El hecho de que la ley sobre la discriminación se base en la pers­
pectiva de la existencia de un autor también crea la falsa impresión de
que el grupo antes excluido o marginado es ahora igual, que ha impar­
tido justicia y se ha restituido la legitimidad de la desigualdad de
oportunidades. Esta declaración de igualdad y justicia disimula las
desigualdades y las disparidades que ocurren habitualmente y permite
que continúen. Limitar las estrategias de resistencia política a perse­
guir la inclusión en la ley antidiscriminatoria es asumir erróneamente
que lograr reconocimiento e inclusión en este sentido igualará nues­
tras oportunidades y nos permitirá competir en el sistema (asumido
como justo). Con frecuencia, esta perspectiva anula otras críticas,
como si el sistema económico fuese justo excepto por el hecho de que
aquellas personas malas que discriminan que a veces se les permite

16. Mazher Ali, Jeanette Huezo, Brian Miller, Wanjiku Mwangi y Mike Prokosch,
State ofthe Dream 2011: Austerity for Whom?, Boston, United for a Fair Economy,
2011, <wwvvfaireconomy.org/files/State_of_the_Dream_2011 .pdf>.
despedir a las personas trans por serlo.17Acotar el problema de la opre­
sión a que una ley antidiscriminatoria pueda atajarlo elimina la com­
plejidad y la amplitud del daño sistémico y mortífero que la resisten­
cia trans quiere erradicar. No es de sorprender que la retórica que
acompaña este afán de inclusión a menudo crea «trabajadores merito­
rios», que por lo demás, son personas cuyas otras características (raza,
capacidad, educación, clase) les habrían permitido aspirar a un buen
empleo, de no haber sido por la exclusión ilegítima que tuvo lugar.18
Usar como ejemplos a las personas menos marginadas de las margina­
das, por así decirlo, se hace necesario cuando los problemas se abor­
dan desde un marco tan restrictivo, en el que una persona se enfrenta
17. Dan Irving, «Normalized Transgressions: Legitimizing the Transsexual Body as
Productive», Radical History Review, 2008, pp. 38-59.
18. Irving, «Normalized Transgressions». Varios casos importantes de discrimina­
ción trans siguen este patrón: los medios de comunicación y los abogados retratan las
características asimilables de la persona trans para enfatizar su carácter meritorio. Un
ejemplo es el célebre caso de Diane Schroer, que ganó el juicio tras haber perdido su
empleo en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por revelar su identidad trans.
La revista Time la describió como
Excoronel de las Fuerzas Especiales (...) Schroer era un candidato de ensueño, un tipo
sacado de una novela de Tom Clancy: había saltado de aviones, había recibido adiestra­
miento extenuante en condiciones extremas de calor y frió, comandado a cientos de solda­
dos, ayudado a dirigir Haití durante la intervención estadounidense en los años noventa; y,
desde el 11 de septiembre, había participado de cerca en un plan secreto contra el terroris­
mo en las más altas esferas del Pentágono. Fue seleccionado para organizar y dirigir una
nueva organización antiterrorista secreta y en este cargo informaba rutinariamente al secre­
tario de defensa Donald Rumsfield. También entregó informes al vicepresidente Cheney
más de una vez. Schroer había sido un héroe de acción, pero también tenía los contactos y
la destreza intelectual que hacían de él un analista idóneo para el Congreso.*
* Nótese que el artículo de la revisia Time da un tratamiento claramente masculino a Diane Schroer.
La imagen pública de Schroer como patriota y combatiente antiterrorista se utilizó para
que aquellos contrarios a la guerra racista, antiinmigrante e imperialista contra el terro­
rismo pudiesen renegar de ella. Los críticos han señalado igualmente las dinámicas de
merecimiento que determinan qué víctimas mortales queer y trans se convierten en
iconos de la batalla por la legislación sobre los delitos de odio. Las víctimas blancas
suelen ser recordadas públicamente (entre ellas. Harvey Milk, Brandon Teena,
Matthew Shepard), sus vidas inmortalizadas en documentales y películas Milk, Boys
Don't Cry, Larabee, y sus nombres asignados a leyes Matthew Shepard Local Law
Enforcement Enhancement Act. Los nombres de estas víctimas blancas y las luchas por
la reparación y hacer justicia por parte de parientes y amigos circulan más que los de
las víctimas de color en los medios de comunicación y canales sin ánimo de lucro,
aunque las personas de color pierden la vida en un porcentaje superior. Sanesha
Stewart, Amanda Milán, Marsha P. Johnson, Duanna Johnson y Ruby Ordeñana son
solo algunas de las mujeres trans de color cuyas muertes han lamentado comunidades
locales pero han sido prácticamente ignoradas por los medios de comunicación, las
grandes organizaciones sin ánimo de lucro y los legisladores
vectores transversales de discriminación y no puede beneficiarse de
una ley antidiscriminatoria. Este marco permite —y necesita inclu­
so— Que los esfuerzos para la inclusión en el régimen que discrimina
se sustenten en una retórica que afirme la legitimidad y la equidad del
statu quo. El foco en la inclusión, propio de las campañas por las leyes
antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio se fundamenta en la
estrategia de la sonrisa; lo que dicen en definitiva es «somos como tú,
no nos merecemos este trato diferente por culpa de esta única caracte­
rística». Para justificar este razonamiento, sus defensores se aferran a
las normas imaginadas del cuerpo social estadounidense y eligen a
personas modélicas, que simbolizan los estándares estadounidenses de
normalidad, cuyas vidas quedan fácilmente enmarcadas por frases
efectistas que se hacen eco de las nociones comunes de injusticia. Los
«actores perfectos» para estos casos son personas blancas, con em­
pleos de alto nivel y condición de inmigrantes legales. Las cuestiones
más peliagudas a las que se enfrentan los inmigrantes indocumenta­
dos, las personas discriminadas simultáneamente por razones de raza,
discapacidad e identidad de género, por ejemplo, o las personas con
empleos mal remunerados, donde es especialmente duro demostrar
que existe discriminación, no son recogidas en la ley antidiscriminato­
ria. Las leyes creadas a partir de estas estrategias, como es natural,
fracasan sistemáticamente a la hora de proteger a las personas cuyas
relaciones con la marginadón son más complejas. Estas personas, que
sufren la peor vulnerabilidad económica, no son encumbradas como
las «trabajadoras meritorias» a los que los partidarios de la ley antidis­
criminatoria buscan para proteger.
Las leyes sobre los delitos de odio son un ejemplo más directo, si
cabe, de las limitaciones de la idea de opresión desde la perspectiva de
la autoría de la discriminación. Las leyes sobre los delitos de odio
formulan la violencia en términos de malhechores individuales. Estas
leyes y sus defensores retratan la violencia desde una óptica que sim­
plifica en extremo sus manifestaciones y propone un sistema de repre­
sión penal, como la forma idónea para acabar con ella. La violencia
que estas leyes retratan es la de individuos supuestamente anorma­
les, que han cometido actos de violencia motivados por prejuicios. La
defensa de estas leyes promueve la falacia de que esta violencia es
especialmente reprobable a ojos de un estado que respeta la igualdad
y, por lo tanto, debe ser castigada con el mayor rigor. Si bien no cabe
duda de que este tipo de violencia es frecuente y es devastadora, quie­
nes critican la legislación sobre los delitos de odio afirman que las
leyes sobre tales delitos de odio no son la respuesta. En primer lugar,
y como se ha mencionado antes, las leyes sobre los delitos de odio nó
tienen un efecto disuasorio: nadie se lee las leyes antes de cometer
actos violentos y decide no generar una violencia motivada por prejui­
cios porque es castigada con una sentencia más dura. Las leyes sobre
los delitos de odio no aumentan ni pueden aumentar, de hecho, las
oportunidades vitales de las personas a las que en teoría protegen.
En segundo lugar, las leyes sobre los delitos de odio refuerzan y
legitiman el sistema de represión penal; un sistema dirigido contra las
mismas personas para cuya protección fueron aprobadas. El sistema
de represión penal fue fundado y reproduce constantemente, los mis-
mos prejuicios (racismo, sexismo, homofobia, transfobia, capacitis-
mo, xenofobia) que los partidarios de estas leyes quieren eliminar. No
es una cuestión baladí, habida cuenta del rápido crecimiento del siste­
ma de represión penal estadounidense en las últimas décadas y de las
disparidades de género, raza y capacidad de sus víctimas. A día de
hoy, Estados Unidos tiene el 25 por 100 de los reclusos del mundo a
pesar de que solo tiene el 5 por 100 de la población mundial.19 La re­
clusión en Estados Unidos se ha cuadruplicado desde los años ochenta
y sigue creciendo, pese a que los delitos violentos y los delitos contra
la propiedad han disminuido desde los años noventa.20 Estados Unidos
tiene el índice documentado de reclusión per cápita más elevado del
mundo.21 Según un informe de 2008, Estados Unidos recluye a día de
hoy a uno de cada 100 adultos.22 Personas de raza negra, de origen
latino, indígenas, pobres, inmigrantes, con discapacidad, queer y trans
son víctimas del orden público. Uno de cada nueve hombres negros
entre 20 y 34 años están recluidos en prisiones. Si bien los hombres
siguen superando con creces a las mujeres en prisión, el índice de re­

19. Roy Walmsley, «World Prison Population List» (7.a edición), Londres, Interna­
tional Centre for Prison Studies, 2005.
20. Departamento de Justicia de Estados Unidos, «Key Crime and Justice Facts at a
Glance» (2009), <wwvv.ojp.usdoj.gov/bjs/glance.htm>.
21. Walmsley, «World Prison Population List».
22. The PEW Center on the States, One in 100: Behind Bars in America 2008,
<www.pewcenteronthestates.org/uploadedFiles/8015PCTS_Prison08_FIN L _2-í-l_
FORWEB.pdfx
clusión de mujeres crece rápidamente, en gran medida como conse­
cuencia de los cambios en las sentencias por la guerra contra las dro­
gas, incluida la introducción de sentencias mínimas obligatorias por
condenas de drogas. Se calcula que el 27 por 100 de los reclusos fede­
rales no tienen los papeles de la ciudadanía estadounidense.23 Si bien
es difícil obtener datos precisos del índice de reclusiones de personas
con discapacidad, es obvio que la combinación de una atención médi­
c a insuficiente a los reclusos, la desinstitucionalización de personas
con discapacidad psiquiátrica sin la prestación de servicios comunita­
rios adecuados y el papel del consumo de fármacos en la automedica-
ción es responsable de estas tasas tan elevadas.24
En el contexto de reclusión masiva y con un rápido crecimiento
de las prisiones para grupos tradicional mente marginados, ¿qué im­
plica el uso de leyes que endurecen el castigo penal para supuesta­
mente combatir la violencia contra estos grupos? Esto es lo que se
plantean con especial firmeza las voces críticas que señalan los oríge­
nes de los derechos de gays y lesbianas en el activismo antipolicial de
las décadas de 1960 y 1970, y que cuestionan cómo el trabajo actual
de los derechos de gays y lesbianas ha terminado ajustándose al pos­
tulado neoliberal de «la ley y el orden».25 ¿Habrían imaginado jamás
los veteranos de los disturbios de Stonewall y la cafetería Compton’s
contra la violencia policial que apenas unas décadas más tarde, los
reformistas LGBT apoyarían la aprobación de la ley llamada Matthew
Shepard y James Byrd, Jr. Hate Crimes Prevention Act, una ley que
destina millones de dólares a incrementar recursos policiales y proce­
sales? ¿Habrían imaginado jamás que la policía se erigiría en garante
de las personas queer y trans contra la violencia, al tiempo que se

23. Government Accounting Office, «Information on Criminal Aliens Incarcerated in


Federal and State Prisons and Local Jails», informe del Comgreso, 25 de marzo de
2005. <http ://gao .gov/new .i tems/d05337r.pdf>.
24. Lauraet Magnani, Harmon L. Wray, Beyond Prisons: A New Interfaith Paradigm
for Our Failed Prison System, informe del American Friends Service Committee, Cri­
minal Justice Task Forcé, Fortrcss Press, Minnesota, 2006.
25. Anna M. Agathangelou, D. Morgan Bassichis, y Tamara L. Spira, «Intímate In-
vestments: Homonormativity, Global Lockdown, and the Seductions of Empire», Ra­
dical History Review, n.° 100, invierno de 2008, pp. 120-43; Morgan Bassichis, Alex
Lee y Dean Spade, «Building an Abolitionist Trans Movement with Everything We’re
Got», en Captive Genders (ed.), Nat Smith and Eric A. Stanley, AK Press, Oakland,
2011; Magnani y Wray, Beyond Prisons.
disparan las reclusiones y la brutalidad policial? El replanteamiento
neoliberal de la discriminación y la violencia que ha cambiado drás­
ticamente y ha socavado las estrategias de resistencia contra la explo­
tación económica y la violencia de estado producen esta agenda falli­
da de reforma jurídica, que ignora y se confabula con el sufrimiento
y la violencia sufridas a diario por personas queer y trans que comba­
ten el racismo, el capacitismo, la xenofobia, la transfobia, la homofo-
bia y la pobreza.
Estas cuestiones son especialmente relevantes para las personas
trans, teniendo en cuenta nuestras luchas actuales, en contra los con­
troles policiales selectivos, el acoso, la violencia y los altos índices de
reclusión juvenil y adulta. Las personas trans son desproporcionada­
mente pobres debido a la discriminación laboral, el rechazo familiar y
las dificultades para acceder a la educación, la asistencia médica y los
servicios sociales.26 Estos factores aumentan nuestro índice de parti­
cipación en trabajos criminalizados para poder subsistir, cosa que,
junto al control policial selectivo, produce altos niveles de criminali-
zación.27 Las personas trans reclusas sufren graves acosos, falta de
atención médica y violencia, tanto en centros penitenciarios de hom­
bres como de mujeres. Tanto las reclusas como los investigadores in­
forman contantemente de la violencia perpetrada contra mujeres trans
en prisiones para hombres; las causas judiciales y los testimonios de
abogados y ex reclusas revelan tendencias de prostitución forzada, es­
clavitud sexual, acoso sexual y otras formas de violencia. Las perso­
nas trans, como todas las personas encerradas en prisiones para muje­
res, son víctimas de violencia por motivos de género, como el acoso
sexual y las violaciones, sobre todo, por parte del personal penitencia­
rio. Los reclusos residentes en centros de mujeres que son considera­
dos demasiado masculinos por los funcionarios de prisiones, suelen
exponerse a un mayor riesgo de acoso y a castigos más severos, in­
cluido el aislamiento que es psicológicamente nocivo, por supuestas
violaciones de las normas contra el contacto homosexual. Estos reclu­
sos también se exponen a un alto riesgo de agresiones, que surge de

26. Dean Spade, «Documenting Gender», Hastings Law Journal, 59, 2008, p. 731;
Chris Daley y Shannon Minter, Trans Realities: A Legal Needs Assesment of San
Fransisco ’s Transgender Communities, Transgender Law Center, San Francisco, 2003.
27. Joey L. Mogul, Andrea J. Ritchie y Kay Whitlock, Queer (ln)Justice, Beacon
Press, Boston, 2011.
un rechazo motivado por su falta de conformidad con las normas de
género.28
Puesto que el sistema de represión penal en sí es una fuente signi­
ficativa de violencia basada en la raza y el género, aumentar sus recur­
sos y capacidad de castigo no reducirá la violencia contra las personas
trans. Cuando los partidarios de las leyes sobre los delitos de odio pro-
iponen los sistemas de represión penal como solución a la violencia
sufrida por las personas trans, están participando en la falsa lógica de
que el castigo penal produce seguridad, cuando es obvio que en reali­
dad produce una enorme violencia. El castigo penal no puede ser el
método que usemos para atajar la transfobia, cuando el sistema de re­
presión penal es el autor principal de la violencia contra las personas
trans. Numerosos analistas han identificado este apoyo a la ampliación
de regímenes de castigo a través de la promoción de leyes sobre delitos
de odio como un ejemplo de asimilación, donde las luchas de resisten­
cia que han señalado ciertas condiciones o violencias terminan usándo­
se para apuntalar esos mismos acuerdos, que perjudican a las personas
que luchan y forman parte de la resistencia. Un nuevo castigo a las
personas transfóbicas se ha sumado al arsenal de justificaciones de un
sistema que mayormente encierra y destruye las vidas de las personas
pobres, de color, indígenas, con discapacidad e inmigrantes, y que usa
la violencia sexual de género como uno de sus instrumentos diarios de
disciplina contra personas de todos los géneros.29

28. D. Morgan Bassichis, «It’s War in Here»: A Report on the Treatment of Trans­
gender & Intersex People in New York State Men’s Prisons, Sylvia Rivera Law Project,
Nueva York, 2007, <http://srlp.org/files/warinhere.pdf>; Alexander L. Lee, Gendered
Crime á Punishment: Strategies to Protect Transgender; Gender Variant <S¿ Intersex
People in America’s Prisons (pts 1 & 2), G1C TIP J. (verano de 2004), GIC TIP J.
(otoño de 2004); Christopher D. Man y John P. Cronan, «Forecasting Sexual Abuse in
Prison: The Prison Subculture of Masculinity as a Backdrop for “Deliberate Indiffe-
rence”», Journal of Criminal Law and Criminology, 92, 2002, p. 127; Alex Coolman,
Lamar Glover y Kara Gotsch, Still in Danger: The Ongoing Threat of Sexual Violence
Against Transcender Prisoners, Stop Prisoner Rape and the ACLU National Prison
Project, Los Angeles, 2005, <www.justdetention.org/pdf/stillindanger.pdf>; Janet
Baus y Dan Hunt, Cruel and Unusual, Reid Productions, Nueva York. 2006.
29. Morgan Bassichis, Alex Lee y Dean Spade, «Building an Abolitionist Trans Mo-
vement with Everything We’re Got», en Captive Genders: Transembodiment And The
Prison Industrial Complex (ed.), Nat Smith y Eric A. Stanley, AK Press, Oakland,
2011. Agathangelou, Bassichis y Spira, «Intímate Investments»; Dean Spade y Craig
Willse, «Confronting the Limits of Gay Hate Crimes Activism: A Radical Critique»,
Chicano-Latino Law Review, 21, 2000, p. 38; Sarah Lamble, «Retelling Racialized
Gran parte del pensamiento que subyace a la necesidad de una
legislación antidiscriminatoria y sobre los delitos de odio, incluido el
de algunos abogados y abogadas que reconocen la limitación de estas
medidas, como cauces legales para mejorar las oportunidades vitales
de las personas trans, tiene que ver con la importancia de que nuestras
experiencias de discriminación y violencia sean nombradas en la ley.
Es preciso cuestionar si ser nombrado en la ley es beneficioso para el
bienestar de las personas trans, y comprender que los pretendidos be­
neficios de este nombramiento posibilitan más aún que, en nombre de
la justicia y la igualdad, que los sistemas perniciosos sigan matándo­
nos. Las leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio declaran
que los sistemas penales y los acuerdos económicos ya no son transfo-
bos, pero estas leyes no solo no consiguen erradicar la transfobia, sino
que además refuerzan los sistemas que la perpetran.
Este análisis ilustra cómo el trabajo de reforma jurídica que ape­
nas retoca los sistemas para darles un barniz integrador, mientras deja
intactas sus manifestaciones más violentas, debe ser uno de los focos
de los movimientos sociales actuales. Por ejemplo, el activismo por la
abolición de las prisiones en Estados Unidos afirma que el proyecto
de reforma penitenciario, cuyo interés suele ser reducir ciertos tipos
de violencia o injusticia en el sistema penitenciario, siempre ha fun­
cionado para mantener y ampliar la reclusión.30 Las iniciativas de re­
forma penitenciaria para reducir sufrimientos varios, como la violen­
cia sexual y de género, la desatención médica y el hacinamiento, por
mencionar unos pocos, en general han partido de personas bieninten­
cionadas deseosas de combatir los horrores de la vida penitenciaria.
Pero estas iniciativas de reforma se han incorporado al proyecto de
expansión de prisiones, movilizadas para construir y llenar cada vez
más prisiones. El activismo por la abolición de las prisiones advierte
de que un sistema diseñado desde sus inicios como una tecnología de
control racial a través del destierro y el castigo usará cualquier funda­
mento necesario para conseguir su objetivo. Un ejemplo reciente de
particular interés para el feminismo y las políticas trans es la National

Violence, Remaking White Innocence: The Politics of Interlocking Oppressions in


Transgender Day of Remembrance», Sexuality Research and Social Policy, 5, marzo
de 2008, pp. 24-42.
30. Angela Y. Davis, Are Prisons Obsolete?, Seven Stories Press, Nueva York, 2003.
Prison Rape Elimination Act (NPREA) (Ley nacional para la elimina­
ción de la violación en la cárcel) de 2003. Aprobada para prevenir las
agresiones sexuales, la NPREA se ha usado para recrudecer las san­
ciones contra reclusos por actividad sexual consensuada incluyendo
acciones como cogerse de la mano. Desde el activismo por la aboli­
ción de las prisiones que trabajan en programas de apoyo a reclusos
han señalado que, como algunos de los instrumentos principales que
la NPREA emplea son de castigo, estos ya han pasado a engrosar el
arsenal usado por los sistemas de represión penal para aumentar sen­
tencias, cebarse con reclusos de color, queer y trans, y ampliar penas
de prisión. No está claro si las nuevas normas han reducido la violen­
cia sexual, pero sí está claro que han aumentado los castigos.31 Aque-

31. El trabajo de Gabriel Arkles ha expuesto que las reglas que quieren proteger a
reclusos y reclusas de la violencia sexual suelen usarse para castigar las relaciones se­
xuales consensuadas o las relaciones de amistad, prohibiendo la masturbación, estando
dirigidas contra reclusos y reclusas queer y que no conforman las normas binarias de
género. La existencia de estas reglas también puede aumentar los riesgos de conducta
sexual y abonar el terreno para el chantaje y los abusos por parte de funcionarios peni­
tenciarios. Véase la carta de Chase Strangio y Z. Gabriel Arkles al secretario de justi­
cia Holder, 10 de mayo de 2010, p. 9, <http://srlp.org/files/SRLP%20PREA%20com
ment%20Docket%20no%200AG-131.pdf>; Gabriel Arkles, Transgender Communi­
ties and the Prison Industrial Complex, Northeastem University School of Law, febre­
ro de 2010. La ponencia de Arkles es un ejemplo de esta clase de política problemáti­
ca, Idaho’s Prison Rape Elimination Provision (Control n.° 325.02.01.001, 2004,
<www.idoc.idaho.gov/policy/int3250201001.pdf>), que incluye una prohibición sobre
reclusos «varones» con un «peinado femenino o afeminado». Correo electrónico de
Gabriel Arkles, 21 de febrero de 2011 (archivo del autor). Se ha levantado más polémi­
ca en torno a la NPREA desde que el Departamento de Justicia propusiera normas na­
cionales «para la detección, prevención, reducción y castigo de la violación en las
prisiones según lo dispuesto por» la NPREA, que excluyen los centros de inmigración.
Véase National Juvenile Defender Center & the Equity Project, Transgender Law
Center, Lambda Legal Education and Defense Fund, National Center for Lesbian
Rights, American Civil Liberties Union, Sylvia Rivera Law Project, National Center
for Transgender Equality, «Protecting Lesbian, Gay, Bisexual, Transgender, Intersex,
and Gender Nonconforming people from Sexual Abnse and Harassment in Correctio-
naí Settings», observaciones presentadas en respuesta a Docket No. OAG-131; AG
Order n.° 3244-2011 National Standards to Prevent, Detect, and Respond to Prison
Rape, 4 de abril de 2011, pp. 47-48 (archivo del autor); Human Rights Watch, ACLU
Washington Legislative Office, Immigration Equality, Just Detention International,
National Immigrant Justice Center, National Immigration Forum, Physicians for Hu­
man Rights yPrison Fellowship, Southern Center for Human Rights, Texas Civil Rights
Project, Women’s Refugee Commission, «US: Immigration Facilities Should Apply Pri­
son Rape Elimination Act Protections: Letter to US President Barack Obama», 15 de
febrero de 2011, <http://www.hrw.org/es/news/2011/02/15/us-immigration-facilities-
should-apply-prison-rape-eliminationact-protections>.
líos y aquellas activistas que piensen en usar la herramienta de refor­
ma jurídica deberán tener muy claro si al hacerlo no están reforzando
y ampliando las capacidades de los sistemas para generar daño y si
nuestro trabajo no debería contribuir, por el contrario, a desmantelar
estas capacidades.
En los contextos de reforma penitenciaria y migratoria, los y las
activistas trans alertan del riesgo de dividir a las poblaciones afectadas
entre sujetos «meritorios» y «no meritorios». Las campañas que se
centran en inmigrantes que son retratados como «trabajadores» (codi­
ficados como quienes no necesitan ayudas, tales como prestaciones
públicas o vivienda) y «respetuosos con la ley» (codificados como
quienes no están atrapados en el sistema de represión penal), o que
presentan las cuestiones migratorias en términos de unidad familiar
basada en constructos heteropatriarcales, estigmatizan más a quienes
no se ajustan al marco «meritorio», y crean políticas que solo benefi­
cian a una estrecha franja de personas afectadas. De igual modo, las
campañas sobre las prisiones que solo hablan de personas condenadas
por delitos no violentos, presos «políticos» o personas absueltas tras
la aportación de nuevas pruebas, se arriesgan a depurar el sistema,
justificando y legitimando su funcionamiento general y eliminando
sus contradicciones más obvias. Hay tres aspectos clave en el activis­
mo que busca reformar la legislación. Primero, estos proyectos solo
modifican lo que la ley dice sobre lo que hacen las políticas de un ré­
gimen, no su impacto real. Segundo, depuran un régimen cuyas políti­
cas contribuyen a seguir cebándose con los más vulnerables, mientras
que solo elimina, parcial o temporalmente de su camino, a algunos de
los menos vulnerables. Y, por último, los proyectos de reforma jurídi­
ca suelen proporcionar fundamentos y justificaciones para la expan­
sión de regímenes nocivos.
La crítica de Alan Freeman a lo que él llama la «perspectiva de
la autoría» nos ayuda a comprender que una estrategia de reforma ju­
rídica centrada en la discriminación y que pretenda prohibir la consi­
deración de ciertas categorías de identidad en el contexto de ciertas
decisiones (a quién contratar, despedir, desahuciar, acoger o agredir),
interpreta erróneamente cómo funcionan las violencias tales como el
racismo, el capacitismo, la xenofobia, la transfobia, el sexismo y la
homofobia. La obra de Freeman muestra que la ley sobre la discrimi­
nación no sabe subsanar el sufrimiento que afirma combatir y, de he­
cho, puede dar poder a sistemas que distribuyen desigualmente las
oportunidades vitales. Reconceptualizar la teoría del poder y la lucha
que subyace a estas reformas jurídicas nos permite fijarnos en otros
sistemas legales que producen una inseguridad estructurada y que re­
cortan las expectativas de vida de las personas trans, y nos lleva a
considerar vías alternativas de intervención.
Como desarrollo en los capítulos que siguen, desentrañar el fun­
cionamiento de los ordenamientos jurídicos que administran las opor­
tunidades de la población, como son los sistemas de bienestar, los sis­
temas penales, los sistemas de salud y los sistemas de inmigración,
ayuda a poner de manifiesto cómo funciona la ley al clasificar a las
personas en subpoblaciones, expuestas a distintos niveles de seguri­
dad e inseguridad. Si observamos la administración jurídica de las
normas sociales, podemos ver cómo ciertas poblaciones acaban su­
friendo experiencias tanto de abandono como de reclusión. Desde esta
perspectiva, podemos trazar estrategias para usar instrumentos de re­
forma jurídica como parte de una estrategia general que desmantele
las mortíferas estructuras del capitalismo, mientras formulamos méto­
dos alternativos para satisfacer las necesidades humanas y organizar
la participación política. Considerando la clara incapacidad de las es­
trategias de reforma jurídica contemporáneas más populares para re­
solver los sufrimientos de las personas trans, la experiencia trans pue­
de ofrecer un lugar desde el que poder analizar cuestiones generales,
como la asimilación neoliberal de los movimientos sociales a través
de la reforma jurídica y la institucional ización de la resistencia, un
lugar desde el que reformular los problemas de la violencia y la pobre­
za que sufren las poblaciones marginales, para descubrir nuevos cau­
ces de intervención.
Reflexionando sobre la transfobia y el poder: vayamos
xrlás allá del marco de derechos

Tras haber estudiado los límites del modelo sobre la víctima y el autor
de la discriminación, ya podemos preguntarnos qué modelos de poder
deberíamos usar para reflexionar de forma más precisa sobre las expe­
riencias de la violencia, la pobreza y la reducción de las expectativas de
vida de las personas trans y cómo constituir nuestra resistencia. Si
aprobar leyes que declaran punibles los actos odiosos e intencionados
de autores individuales no mejora las vidas de las personas trans y no
mejora los sistemas que se ceban con nosotros, ¿qué alternativa debe­
mos buscar? Uno de los postulados centrales de este libro es que las
estrategias de reforma jurídica que suelen aplicarse para resolver los
problemas de las personas trans no captan la naturaleza del poder y el
control ni el papel que la ley desempeña en ambos. Dicho con sencillez,
nunca podrán funcionar; es más, hasta pueden empeorar las cosas. Para
combatir la violencia y la marginación que acortan las vidas de las per­
sonas trans, debemos reformular cómo se producen tales condiciones e
indagar en qué tipos de resistencia pueden transformarlas de verdad.
Declarar sencillamente ilegales la violencia transfóbica y la exclusión
es hacer un uso infructuoso de la reforma jurídica: otras estrategias le­
gales podrían servir de algo, si se insertan en una lucha trans más am­
plia que articule demandas que exceden con mucho la reforma jurídica.
Para comprender cabalmente el sufrimiento de las personas trans
que he descrito en el prólogo, y para crear estrategias de resistencia, es
necesario desmontar el discurso sesgado del marco de reforma jurídica
acerca del funcionamiento del poder. Los sistemas de significación y
control que distribuyen injustamente las oportunidades, como el racis­
mo, el capacitismo, la transfobia, la xenofobia y el sexismo, entre otros,
funcionan de formas más complejas, diversas y estructurales de lo que
permite el modelo víctima-autor. Como queremos y necesitamos enten­
der por qué ciertas personas lo pasan mal, no tienen lo que necesitan
para subsistir y sufren altos niveles de violencia con una mayor vulne­
rabilidad a la muerte prematura, debemos analizar cómo funciona el
poder más allá del modelo de discriminación individual. Analizar desde
otra perspectiva cómo funcionan el poder y el control nos permite des­
cubrir qué vectores abordan y justifican las demandas de igualdad jurí­
dica y cuáles no, y si estas demandas producen o refuerzan ciertos siste­
mas de significación y control al mismo tiempo que aseguran combatir
la desigualdad y la violencia. Podemos empezar a formular estrategias
de resistencia que discutan los lugares y los métodos de la violencia que
nos afectan. He adaptado un marco para reflexionar sobre el poder, muy
inspirado en la obra de Michel Foucault, que es útil para comprender el
papel de las estrategias de reforma jurídica en los movimientos sociales
que trabajan por una transformación que trascienda los límites de la ley.

Tres formas de poder


El poder de marco autor/víctima: Exclusión y sustracción
Dentro del marco de derechos liberales que domina la política con­
temporánea, cuando se reflexiona sobre cuestiones de poder, lo más
habitual es poner el foco en actos negativos intencionados e indivi­
dualizados, la discriminación, la exclnsión y la violencia. Algunos
ejemplos que suelen citarse en este terreno son los letreros de «solo
blancos» colgados en empresas privadas; individuos despedidos o no
contratados por motivos de género, raza u orientación sexual; y pali­
zas y asesinatos motivados por prejuicios u odio. Estas formas de po­
der se reconocen más fácilmente desde las fórmulas liberales basadas
en derechos, como una violación que precisa ser subsanada —por lo
general, un castigo individualizado según la perspectiva de la auto­
ría—. Otra forma de reflexionar sobre las funciones de esta forma de
poder es la «sustracción» o ser arrebatado de las oportunidades, bienes
o la propia vida, a manos de unos individuos que tienen malas ideas.1

1. Michel Foucault, History ofSexuality VoL 1: An Introduction, trad. Robert Hurley,


Vintage Books, Nueva York [1978] 1990, p. 136.
Como he tratado en el capítulo 2, la reflexión sobre el poder en
términos de represión o sustracción ya figura en la ley (las leyes anti­
discriminatorias y sobre los delitos de odio). Este modelo ha suscitado
numerosas críticas porque no tiene en cuenta muchos de los proble­
mas que sufren los grupos afectados por los sistemas de distribución.
Estas jerarquías de distribución desigual perduran pese a las prohibi­
ciones legales en materia de discriminación. Como afirma Alan Free­
man, la perspectiva de la autoría nos impide ver las condiciones desi­
guales sufridas por poblaciones enteras, porque solo incide en actos
Voluntarios de unos sujetos particulares que discriminan.2 El princi­
pio de discriminación nos dice que el gobierno puede prohibir ciertos
actos por ley, y que la ley determinará los resultados que deseamos.
Esto se basa en un entendimiento del poder que funciona de arriba
abajo y coloca la ley en un lugar central donde las declaraciones del
estado determinan los resultados.
Foucault cuestiona que el poder se trate fundamentalmente de la
represión o la sustracción, afirmando que es mucho más complejo.
Dice que es un error creer que el poder se ejerce «esencialmente como
una instancia de deducción, un mecanismo de sustracción, el derecho
de apropiarse de una parte de las riquezas, la extorsión de productos,
bienes, servicios, trabajo y sangre, impuesto a los súbditos». Al con­
trario, según Foucault las «deducciones» no son «la forma mayor» de
poder, «sino solo una pieza entre otras que poseen funciones de inci­
tación, reforzamiento, control, vigilancia, aumento y organización de
las fuerzas que somete: un poder destinado a producir fuerzas, a ha­
cerlas crecer y ordenarlas más que a (...) doblegarlas».3 Esta perspec­
tiva nos resulta útil para dilucidar cómo las personas trans entran en
contacto con regímenes administrativos que distribuyen las oportuni­
dades y fomentan ciertos modos de vida a expensas de otros, todo ello
funcionando bajo regímenes jurídicos que declaran que la igualdad es
universal. Un análisis más complejo de la realidad pluridimensional
de cómo funcionan el racismo, la homofobia, el sexismo, la transfo­
bia y el capacitismo necesita estos postulados adicionales sobre el
2. Alan David Freeman, «Legitimizing Racial Discrimination Through Anti-Discri-
mination Law: A Critical Review of Supreme Court Doctrine», en Critical Race Stu-
dies: The Key Writings that Formed the Movement, ed. Kimberlé Crenshaw, Neil Go-
tanda, Garry Peller y Kendall Thomas,The New Press, Nueva York, 1996. pp. 29-45.
3. Michel Foucault, History of Sexuality, p. 136.
funcionamiento del poder. Las otras formas de poder y control adicio­
nales de los que quiero hablar son lo que yo llamo el poder «discipü,
nario» y el poder de «ordenación de la población».4 Nombrar y exa­
minar estos dos modos nos permite desentrañar qué es lo que el
modelo de discriminación autor-víctima, individual/intencionada no
es capaz de concebir sobre el funcionamiento de sistemas como el
racismo, el sexismo, el capacitismo y la transfobia, nos permite em­
pezar a comprender las amplias relaciones entre ley, control, distribu­
ción y redistribución. El debate también demuestra por qué las refor­
mas jurídicas basadas en el modelo de discriminación individual/
intencionada no solo no resuelven los riesgos que pretenden resolver,
sino que sirven para reforzar sistemas de distribución desigual y con­
trol.

El poder disciplinario: las reglas de la buena conducta y los


modos de ser
El poder disciplinario explica cómo el racismo, la transfobia, el sexis­
mo, el capacitismo y la homofobia funcionan a través de normas para
producir ideas sobre la existencia de tipos de personas y modos de ser
apropiados. Estas normas se aplican a través de la vigilancia y la dis­
ciplina interna y externa. Las esferas institucionales como la medici­
na, las ciencias sociales y la educación —donde se establecen y enseñan
las reglas sobre la salud, la conducta adecuada y la socialización-
son las tecnologías fundamentales del poder disciplinario. En estas
esferas aprendemos a cómo ver nuestros cuerpos, cómo nuestras ac­
ciones nos convierten en ciertos tipos de personas,5 y cómo practicar

4. Me baso en la teorización de la disciplina y la biopolítica de Foucault. Véase His-


tory ofSexuality; Michel Foucault, Society Must Be Defended: Lectures at the College
de France, 1975-76, trad. David Macey, Picador, Nueva York, 2003; y Michel
Foucault, Security, Territory, Population, Picador, Nueva York, 2009.
5. Eva Cherniavsy, comentando la descripción que Michael Hardthace hace del con­
cepto de Foucault sobre la disciplina como forma de pensar la sociedad civil, lo expli­
ca con claridad: «La disciplina (...) no es un ordenamiento de elementos naturales o
sociales determinados, no es un aparato restrictivo, en breve, sino uno productivo que
conjura las verdaderas identidades que hay que gestionar». Eva Cherniavsy, «Neociti-
zenship and Critique», Social Text, 27,2009, pp. 1-23; cita p. 10.
técnicas para cambiar y ajustarnos mejor a las reglas.6 Foucault des­
cribe el poder disciplinario diciendo que «está centrado en el cuerpo,
produce efectos individualizadores. Manipula el cuerpo como foco de
fuerzas que hay que hacer útiles y dóciles a la vez».7Mediante normas
disciplinarias, nos enseñan a cómo ser hombre, mujer, chico o chica
como es debido; cómo ser sano, casto, puntual, productivo, inteligen­
te, extrovertido o cualesquiera cualidades valoradas en nuestro con­
texto. Y cómo evitar (o intentar evitar) que nos tachen de holgazanes,
criminales, enfermos mentales, tímidos, promiscuos, vagos, sociópa­
tas, adictos, lentos o cualesquiera cualidades o tipos rechazables.
Aprendemos los arquetipos de la conducta adecuada y las técnicas
para reformarnos hacia estos ideales. La imposibilidad de coincidir
con los tipos ideales genera una vida de vigilancia interna y externa
que nos mantiene ensimismados en nuestros esfuerzos de reforma per­
sonal.
Estas normas difieren entre instituciones y subculturas; mutando
con el tiempo. Un ejemplo a menudo citado y célebre en la obra de
Michel Foucault es cómo han cambiado con el tiempo las concepcio­
nes sobre la relación entre comportamiento sexual e identidad. Las
clasificaciones hoy asumidas, como la homosexualidad y la hetero-
sexualidad, fueron invenciones de médicos y científicos europeos del
siglo xix cada vez más interesados en estudiar los actos sexuales que
hasta entonces se habían contemplado como infracciones, pero no
como manifestaciones de una naturaleza más profunda o un modo de
ser. Estos médicos y científicos desarrollaron la idea de que las perso­
nas que participaban o deseaban participar en ciertos actos sexuales
y/o expresiones de género tenían un tipo particular de infancia, fisio­
logía y personalidad.8 Foucault escribió:
La sodomía —la de los antiguos derecho civil y canónico— era un tipo
de acto prohibido; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homo-
sexnal del siglo xix ha llegado a ser un personaje: un pasado, una histo­
ria y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo nna morfo­
logía, con una anatomía indiscreta y quizá una misteriosa fisiología.

6. Foucault, History ofSexuality; Foucault, Society Musí Be Defended, 249.


7. Foucault, Society Must Be Defended, p. 249.
8. Foucault. History of Sexuality.
Nada de lo que él es in toto escapa a su sexualidad. [...] Le es consus­
tancial, no tanto como un pecado en materia de costumbres que como
una naturaleza singular. [...] El sodomita era un relapso, el homosexual
es ahora una especie.9
Las teorías de la sexología nacidas en el siglo xix que Foucault descri­
be cambiaron —aunque siguen sustentando la investigación contem­
poránea del «cerebro gay» y el «gen gay»—, produjeron una serie de
ideas culturales arraigadas que influyen en cómo las personas se ven
unas a otras y a sí mismas con respecto a la importancia del deseo se­
xual. La idea postulada por los primeros sexólogos de que, en lugar de
ser comportamientos y deseos que cualquiera podría realizar o experi­
mentar, los deseos o actos homosexuales nos convierten en cierto tipo
de persona —un homosexual — fue asumida por completo, y constitu­
ye una premisa básica de las políticas de lesbianas y gays actuales. El
activismo y la resistencia a las teorías patologizadoras sobre la homo­
sexualidad no rechazaron la idea de que los actos y los deseos homo­
sexuales sean un aspecto central de la identidad. Al contrario, era una
idea arraigada, las personas reivindicaban estas identidades como pro­
pias y desarrollaron políticas que afirman que estas identidades son
buenas, naturales, aceptables y saludables. La idea de que algunas per­
sonas son homosexuales y otras heterosexuales, de que el deseo y/o
comportamiento sexual son elementos definitorios de la identidad si­
gue presente pese a las diferencias de valoración, terminología y las
hipótesis causales que se han vinculado a estas ideas. Los distintos
debates en torno a la homosexualidad que han tenido lugar desde la
invención de la categoría suelen asumir que existe una categoría de
personas, que el deseo sexual es un elemento básico de la identidad y
que conocer y confesar tus propios deseos sexuales es fundamental
para conocer y confesar tu propia verdad.
Por supuesto, este proceso no ha ocurrido solo en el ámbito de la
sexualidad. La invención de las categorías de sujetos que son adecua­
dos o inadecuados es un elemento básico del poder disciplinario que
impregna a la sociedad. La creación y el mantenimiento de estas cate­
gorías de personas (por ejemplo, el homosexual, el delincuente, la ma­
dre dependiente de la asistencia social, el ciudadano productivo, el

9. Foucault, History of Sexuality, p. 43.


terrorista, los niños dotados, el psicópata) establecen directrices y nor­
mas (por ejemplo, puntualidad, heterosexual idad, monogamia, hábitos
alimentarios, segregación racial, modales, códigos indumentarios).
Estas normas se fomentan desde instituciones que diagnostican, valo-
ran, participan en la vigilancia, adoptan medidas disciplinarias forma­
les o informales, o exigen capacitaciones, así como desde la aproba­
ción o el pudor sociales/internos. Mediante estas operaciones, todos
aprendemos las normas que deciden cómo ser debidamente hombre o
mujer, niña o niño, estudiante, trabajador, gerente, progenitor, miem­
bro de nuestro grupo racial, soldado, que vistamos de manera acorde a
nuestra edad, que seamos personas con hábitos nutricionales adecua­
dos, patriotas o miembros de nuestro grupo subcultural. Estas normas
y códigos de conducta penetran los más ínfimos detalles de nuestros
cuerpos, pensamientos y comportamientos. Las etiquetas y las catego­
rías generadas por nuestra conducta disciplinada nos mantienen en
nuestro sitio y nos ayudan a saber cómo ser personas como es debido.
Foucault constató que, a medida que interiorizamos estas nor­
mas, la autorregulación termina desplazando directamente a los me­
dios coercitivos. De esto se podría desprender que el poder disciplina­
rio es en cierto modo «más suave» o menos violento que otras formas
de control. Sin embargo, como Foucault apuntó en sus relecturas anti­
coloniales de teóricos como Gayatri Chakravorty Spivak, Ann Laura
Stoler y Rey Chow,10la violencia corporal y las amenazas de violencia
inminentes han acompañado y reforzado estas formas de control. Mu­
chos han asumido este concepto de disciplina para señalar la redue­

lo. Véase Gayatri Chakravorty Spivak, «Can the Subaltem Speak?» en Marxism and
the Ínterpretaíion of Culture (ed.), Cary Nelson y Lawrence Grossberg, University of
Illinois Press, Chicago, 1988; Ann Laura Stoler, Race and the Education ofDesire:
Foucault’s History of Sexuality and the Colonial Order ofThings, Duke University
Press, Durham, NC, 1995; Ann Laura Stoler, Carnal Knowledge and Imperial Power:
Race and the Intímate in Colonial Rule, University of California Press, Berkeley, CA,
2002; y Rey Chow, The Protestant Ethnic and the Spirit of Capitalism, Columbia Uni­
versity Press, Nueva York, 2002. Scott Lauria Morgensen, en su descripción de la im­
posición de normas binarias de género a jóvenes indígenas colonizados sujetos a pro­
gramas de internados, afirma que el para el «paso de una autoridad colonial que se
otorga el derecho brutal de las ejecuciones en público a la normalización de la muerte
en regímenes reguladores basados en la disciplina [emplearon] métodos [que] no fue­
ron menos terroríficos». Scott Lauria Morgensen, «Settler Homonationalism: Theori-
zing Settler Colonialism within Queer Modernities», GLQ: A Journal of Lesbian and
Gay Studiesy 16,2010, pp. 105-131,116.
ción de la violencia, porque el control suele interiorizarse y, por ende,
invisibilizarse en gran medida. Sin embargo, un examen de la raza, el
género y el colonialismo revela que la violencia no termina con la
emergencia de la disciplina. Es fácil traer a colación ejemplos de ma­
nifestaciones violentas en el cumplimiento de estas normas. No hay
más que recordar el tratamiento psiquiátrico involuntario para modifi­
car los procesos mentales y las capacidades de personas cuyo compor­
tamiento o expresión es considerado fuera de ciertas normas. Otro
ejemplo es la asimilación forzosa de las poblaciones indígenas de Es­
tados Unidos a través de programas de internados, que prohibieron
que los jóvenes hablasen lenguas indígenas o participasen en prácticas
culturales indígenas, obligándolos a acatar normas de género europeas
a la fuerza, separándolos de sus familias y comunidades para imponer­
les modos de ser estadounidenses de origen europeo.11 Estos ejemplos
abundan en toda la cultura; la violencia es un medio fundamental de
control social, de imposición del género, la raza, las capacidades, la
clase y otras normas. Estas normas determinan cómo nos entendemos
a nosotros mismos, a los demás y al mundo. Impregnan cada esfera de
la vida hasta el mínimo detalle, desde como masticamos la comida o
caminamos o hablamos, hasta los criterios sistémicos generales sobre
cómo controlamos el tiempo, medimos la productividad y venimos a
identificar y entender la vida humana.
La resistencia al modo disciplinario de control ha incidido con
frecuencia en el rechazo de normas que se centran en la ideología
blanca, el cristianismo, la heterosexualidad, la masculinidad, el bina-
rismo de género y los criterios de salud, inteligencia, belleza y razón
que producen violentas jerarquías de valor. Por lo general, el interés
de estas estrategias de resistencia es exponer las normas disciplinarias
como normas y proponer formas de ser alternativas como legítimas.
Cuando los activistas forman grupos de sensibilización para que las
personas cuestionen con qué criterios ven a sus grupos e identidades y
sustituyan estas normas por otras ideas que creen mejores, se están
ocupando de un tipo de poder disciplinario. Las activistas e intelectua­
les feministas blancas de los años setenta son un ejemplo comúnmente

11. Véase Andrea Smith, Conquest: Sexual Violence and American Indian Genocide,
South End Press, Cambridge, MA, 2005, pp. 35-54; Scott Lauria Morgensen, «Settler
Homo natío nalism», pp. 105-131,111-116.
citado de este tipo de trabajo, aunque a la sazón fue adoptado amplia­
mente por grupos puertorriqueños, ideologías Black Power, lesbianas
y gays, y grupos de mujeres de color, entre otros. Estos grupos anali­
zaron los criterios blancos de belleza, el heterosexismo, la monoga­
mia, los estilos de gobernanza jerárquica y otras normas, proponiendo
alternativas que abarcaban desde peinados naturales hasta el poliamor
y el vegetarianismo, pasando por estructuras de gobernanza colectiva.
Cuando los movimientos sociales son críticos con las representacio­
nes mediáticas que retratan a sus comunidades como holgazanas, de­
lincuentes o enfermas mentales, se están ocupando del poder discipli­
nario. Desde el inicio de la guerra contra el terrorismo, los grupos
activistas y de resistencia de personas negras y jóvenes han analizado
y criticado las representaciones mediáticas convencionales de la ju­
ventud negra que alimentan mitos y políticas racistas. Estos grupos
también han creado sus propios medios de comunicación para presen­
tar aquellas experiencias que son eliminadas por los medios tradicio­
nales. El activismo por los derechos de inmigrantes han asumido una
labor similar, señalando el racismo y la xenofobia que la cobertura
mediática alimenta contra los inmigrantes mientras que, simultánea­
mente, están creando medios para documentar el racismo, la islamofo-
bia y la xenofobia que la guerra contra el terrorismo ha desatado. La
crítica feminista sobre los medios, de forma análoga, tiene una rica
tradición que ha querido documentar y exponer a los medios de comu­
nicación sexistas, produciendo alternativas. Muchos movimientos han
creado observatorios de medios de comunicación para ocuparse espe­
cíficamente de la crítica mediática y el trabajo de respuesta alternati­
va. La resistencia en el ámbito del poder disciplinario también es pa­
tente cuando hay controversia acerca de si algo debería ser tratado o
no como un delito, una enfermedad o tan solo una forma de ser entre
muchas otras (por ejemplo, la homosexualidad, la obesidad, la identi­
dad trans, el embarazo, el consumo de drogas, etc.). Son batallas de
resistencia a las normas disciplinarias y los criterios particulares, con
frecuencia provenientes de la medicina, la criminología y la sociolo­
gía, reflejando un deseo de volver a codificar los significados de cier­
tos actos o identidades.
Las estrategias de cambio propios de la reforma jurídica no com­
baten suficientemente el control disciplinario. Las iniciativas de refor­
ma jurídica que enarbolan la bandera de la antidiscriminación no han
conseguido alterar estas normas las más de las veces. Los tribunales
han resuelto que prohibir que las trabajadoras y los trabajadores lleven
peinados trenzados que son tradicionales de las culturas negras no es
discriminatorio por su raza, que despedir a alguien que lleva perlas
porque para su jefe es un hombre no constituye discriminación por
razón de sexo,12 que negarse a contratar a empleados con acentos dis­
tintos del que se considera normativo en Estados Unidos no es una
discriminación basada en su procedencia,13 y que obligar a que las
mujeres lleven en el lugar de trabajo mucho maquillaje y ropa fuerte­
mente marcada por el género no supone discriminación por razón de
sexo.14 Como la ley se basa principalmente en un tipo de poder donde
hay una persona que es la autora y otra que es la víctima, para deter­
minar si el racismo, el sexismo, el capacitismo o la xenofobia consti­
tuyen una violación, poner en tela de juicio normas y criterios disci­
plinarios suele ser inútil, y los prejuicios racistas, sexistas, homófobos,
xenófobos y transfóbicos siguen como estaban.15

El poder de «ordenación de la población»: la desigualdad de


oportunidades
Como he sugerido antes, la ordenación de la población sea quizá el
tipo de poder menos concebible y abordado por las demandas libera­
les de derechos e igualdad jurídica formal. Foucault describe la dife­
rencia entre esta y otras clases de poder como sigue: «No se trata de
imponer a los hombres una ley, sino de disponer las cosas; es decir,
utilizar más tácticas que leyes, y en último término, utilizar las propias
leyes como táctica. Arreglar las cosas de tal modo que, a través de
cierto número de medios, este o aquel fin pueda ser alcanzado».16Esta

12. Rogers v. American Airlines, 527 F. Supp. 229 (1981).


13. Ulane v. Eastern Airlines, 742 F.2d 1081 (1984).
14. Fragante v. City and County of Honolulu, 888 F.2d 591 (1989); Kahakua v. Fri-
day, 876 F. 2d 896 (9th Cir. 1989); Salem v. La Salle High SchooL n.° 82-01310-BR,
C.D.Cal. (31 de marzo de 1983); Gideon v. Riverside Community College District, 800
F.2d 1145 (1986); Mari Matsuda, «Voíces of America: Accent, Antidiscrimination Law
and Jurisprudence for the Last Reconstruction», Yale Law Journal, 100,1991, p. 1.329.
15. Jespersen v. Harrah’s Operating Co., Inc., 444 F.3d 1104 (9th Cir. 2006).
16. Michel Foucault, «Govemmentality», en The Foucault Effect: Studies in Gover-
idea descentralizada de la ley sugiere que las leyes son meras tácticas,
y no que la ley es la forma más importante de poder. Sugiere que el
poder no actúa principalmente a través de la prohibición o el permiso
sino, más bien, a través del arreglo y la distribución desigual de la se­
guridad y la inseguridad. Este tipo de poder, que distribuye oportuni­
dades entre la población, es lo que yo llamo «ordenación de la pobla­
ción». Incluye medidas que impactan en el conjunto de la población,
por lo general medidas adoptadas desde la lógica que promueve la
salud o la seguridad de la nación. Los programas generales —de he­
cho, los auténticos programas que forjan la nación misma— como la
fiscalidad, el servicio militar, los programas de bienestar social (Segu­
ridad Social, Medicaid, asistencia pública), las políticas y las leyes de
inmigración, los sistemas de represión penal, el censo y los documen­
tos identificativos (pasaportes, carnés de conducir, certificados de na­
cimiento) son tecnologías de este tipo de poder. Estos programas fun­
cionan con unos criterios pretendidamente neutrales, distribuyen la
riqueza y la seguridad así como garantizan el orden. Funcionan en
nombre de la promoción, la defensa y el refuerzo de la vida de la po­
blación nacional y, al hacerlo, producen ideas claras sobre las caracte­
rísticas de quiénes constituyen la población nacional y qué «otros so­
ciales» son los «parásitos» o las «amenazas» para esta población.17
James C. Scott describe cómo el estado-nación moderno fue
creado con la llegada de los modos de gobernanza a escala poblacio-
nal. Scott muestra cómo la habilidad de recabar datos normalizados
entre la población, facilitada por la creación de pesos y medidas estan-

nmentality (ed.), Graham Burchell, Colin Gordon y Peter Miller, University of Chica­
go Press, Chicago, 1991,p. 95.
17. Foucault describe el racismo como la tecnología que justifica el asesinato de
quienes son considerados como inferiores en el contexto de un poder movilizado para
promover la vida de la población: «En efecto, ¿qué es el racismo? En primer lugar, el
medio de introducir por fin un corte en el ámbito de la vida, que el poder tomó a su
cargo: el corte entre lo que debe vivir y lo que debe morir. [...] En una sociedad de la
normalización, la raza o el racismo son condiciones gracias a las cuales se puede ejer­
cer el derecho a matar. [...] Cuando hablo de dar muerte no me refiero simplemente al
asesinato directo, sino también a todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de
exponer a la muerte, multiplicar el riesgo de muerte de algunos o, sencillamente, la
muerte política, la expulsión, el rechazo, etcétera». Mariana Valverde, «Genealogies of
European States: Foucauldian Reflections», Economy and Society 36, n.° 1, febrero de
2007, p. 176; Foucault, Defender la sociedad, trad. de Horacio Pons, Fondo de Cultura
Económica, 2001.
danzados, una lengua común, unos procedimientos para asignar nom­
bres, unas modalidades de propiedad de la tierra (con un dominio ple­
no frente a los planes regionales de uso compartido de las tierras) y
otros mecanismos crean una «idea de estado», facilitando procesos
básicos como generadores de ingresos, control social y militarismo.18
Mitchell Dean explora un tema similar en su trabajo sobre la teoría de
la gubernamentalidad de Foucault, cuando escribe:
La pacificación interna de un territorio, el establecimiento de un mono­
polio sobre el uso de la violencia legítima y la fiscalidad, la imposición
de una moneda común, una serie de leyes y autoridades legales comu­
nes, ciertas normas de alfabetización y lengua, todo ello forma parte
integral del proceso de formación del estado. El estado-nación fue
construido históricamente gracias a la subordinación de varios espa­
cios de gobierno a una autoridad más o menos central y a la investidura
del deber del ejercicio de esta autoridad a unas instituciones y a un
personal de forma indefinida, si no permanente.19
Los programas que forjan la nación, pacificando el territorio y produ­
ciendo prácticas normalizadas para toda la población, necesitan iden­
tificar una población que sea «alterizada». En Estados Unidos, desde
su fundación, la distinción entre la población nacional y sus «otros»
constitutivos siempre se ha hecho a través de un proceso de racializa­
ción de género. Esta racialización de género fue la condición que po­
sibilitó la usurpación de tierras y mano de obra establecida por la na­
ción. La distinción entre una población nacional a la que había que
proteger y cultivar, y otros considerados «enemigos internos», «ame­
nazas» o «parásitos» sigue funcionando gracias a fórmulas racistas y
sexistas. El modo disciplinario del poder establece normas para ser
ciudadano/a productivo/a, empleado/a, adulto/a, hombre, mujer o es­

18. James C. Scott, Seeing Like a State: How Certain Schemes to Improve the Hu­
man Condition Have Failed, Yale University Press, New Haven, CT, 1998. El artículo
de Paisley Currah y Lisa Jean Moore, «We Won’t Know Who You Are: Contesting Sex
Designations in New York City Birth Certificates», explora la importancia de jos pro­
gramas sobre el registro de las partidas de nacimiento para el tipo de estado que Scott
describe, y brinda un análisis útil de las iniciativas recientes adoptadas por activistas
trans relativas a partidas de nacimiento, Hypatia, 24,2009, pp. 113-135.
19. Mitchell Dean, Governmentality: Power and Rule in Modern Society, 2.a ed.,
SAGE Publications, Londres, 2010, p. 34.
tudiante como es debido, que son aplicadas a individuos, mientras que
el tipo de poder sobre la ordenación de la población moviliza estás
normas y significados, para crear políticas y programas que sean apli­
cables de forma general. Estas políticas y programas usan clasificacio­
nes y categorías para alcanzar sus objetivos, en vez de operar a escala
individual. En la época posterior a las conquistas de los derechos civi­
les, cuando se supone que la ley ya obedecía a la doctrina de la «ce­
guera racial» y, por lo demás, era igualitaria, las clasificaciones explí­
citas sobre la raza y el género raras veces figuraban por escrito en el
diseño de estos programas. Es más, hay ejemplos históricos vergonzo­
sos como la esclavización de millones de africanos, el internamiento
de japoneses, la segregación racial de iure, las restricciones de voto y
la exclusión de ciertas poblaciones de la industria, por mencionar solo
algunos, que suelen evocarse para demostrar cuán «justas e igualita­
rias» son hoy la ley y la cultura estadounidenses, en contraste con el
viejo Estados Unidos, insinuando que el resto de disparidades se de­
ben a deficiencias personales, puesto que ahora reina la igualdad de
oportunidades.
Si bien es cierto que las exclusiones raciales y de género figuran
hoy con menos frecuencia en la ley, se siguen movilizando ideas sobre
la raza y el género para sostener una política, o un programa general,
que puede no cebarse de forma explícita con un grupo, pero que aun
así cumple su objetivo racista/sexista. Un ejemplo memorable es
cómo se utilizó la descripción de las welfare queens —retratadas como
madres solteras negras que «defraudaban» el sistema de bienestar-
para justificar la eliminación de ciertos programas de asistencia públi­
ca en los años noventa.20 Como es bien sabido, Ronald Reagan invocó

20. «El racismo de género es un concepto que puede ayudarnos a entender la intensi­
dad de la hostilidad blanca hacia la supuestamente ubicua y estereotipada welfare
queen. Los medios de comunicación y el discurso cotidiano suelen retratarla como una
mujer afroamericana que vive fraudulentamente, perezosamente y “espléndidamente”
de las generosas prestaciones sociales que los estadounidenses de origen europeo tan
trabajadores pagan con sus impuestos (...). El racismo de género, al igual que el racis­
mo en general, se entiende mejor no como una cosa sino como un proceso. Reflexionar
sobre el racismo como un proceso nos hace preguntarnos cómo y por qué existe en
ámbitos políticos como el bienestar social. Si nos centramos en el racismo de género
como proceso, es posible analizar cómo contribuyen los actores estatales racistas y
otros al discurso del bienestar, movilizando un imaginario negativo basado en la clase,
la raza y el género de esas madres empobrecidas que dependen de las ayudas públicas.
Cabe preguntarse por qué estos actores estatales racistas deciden seleccionar a las mu­
esta imagen mítica para justificar sus ataques contra los programas de
bienestar, basándose en anécdotas falsas y exageradas sobre mujeres
que defraudaban ios sistemas de bienestar.21 Otro ejemplo es cómo se
utiliza la demonización de inmigrantes de Latinoamérica para justifi­
car medidas más severas de control migratorio.22 Históricamente y en
la actualidad, al hablar de inmigrantes de color se insinúa que estos
ocupan empleos necesitados por personas blancas y/o ciudadanos, que
son delincuentes y no pagan sus impuestos, si bien las investigaciones
muestran que estas afirmaciones carecen de base.23 Aunque también

jeres de color en su discurso (o usan términos marcadamente racistas cuando se refie­


ren a ellas), teniendo en cuenta que existen muchísimas mujeres blancas que también
dependen del bienestar social. También es revelador explorar las funciones que la mo­
vilización efectiva de estas imágenes ofrecen a las personas blancas y a la hegemonía
racial blanca en general». Kenneth J. Neubeck y Noel A. Cazenave, Welfare Racism:
Playing the Race Card Against America’s Poor, Routledge, Nueva York, 2001, p. 30.
21. «Welfare Queen Becomes Issue in Reagan Campaign», New York Times, 15 de
febrero de 1976, p. 51; Bridgette Baldwin, «Stratificatión of the Welfare Poor: Inter-
sections of Gender, Race, & “Worthiness” in Poverty Discourse and Policy», The Mo-
dern American, 6,2010, p. 4.
22. Las leyes aprobadas en 2010 por la legislatura del estado de Arizona que exigía a
la policía que interrogase a personas sospechosas de ser inmigrantes indocumentados,
que prohibió programas educativos para latinos y latinas y que exigían a los sistemas
escolares que despidiesen a profesores con acentos hispanos o que hablasen inglés
«incorrectamente» fueron uno de esos raros ejemplos que hizo que muchas personas
en Estados Unidos entendieran que estas leyes pretendidamente neutrales en materia
racial en realidad, se cebaban con las poblaciones latinas. Ahora bien, muchas de las
personas que desaprobaron públicamente una o más leyes de Arizona, presidente Ba-
rack Obama incluido, no suelen oponerse al sistema de inmigración que se aplica, y
siempre se ha aplicado desde su concepción, contra personas de color, con discapaci­
dad, queer y trans y pobres. Numerosos detractores de las nuevas leyes de Arizona no
se opusieron en absoluto al programa federal «Secure Communities», por ejemplo,
que, de forma similar a la controvertida ley de Arizona, usa mecanismos del orden
público local para vigilar con mano dura la condición de inmigrante con el objetivo de
aumentar las deportaciones. Immigration Policy Center, Secure Communities: A Fact
Sheet, Immigration Policy Center, Washington, DC, 4 de noviembre de 2010, chttp://
vvww .immigrati onpoli cy .org/j ust-facts/secure- communi ties-fact-sheet>.
23. Mae M. Ngai describe hasta qué punto la retórica sobre la competitividad laboral
alimentó la violencia contra los inmigrantes de origen filipino en la California de los
años veinte. Sin embargo, «esta conclusión no se justificaba en los modelos reales de
empleo y conflictos raciales». Es más, a menudo faltaba mano de obra blanca en la
zona y los blancos a veces no estaban interesados en los tipos de empleo para los que
se contrataban filipinos. Desinformaciones de esta índole, alimentadas por el racismo
y la xenofobia, persisten en los debates sobre inmigración en toda la historia del con­
trol migratorio en Estados Unidos. Mae M. Ngai, Impossible Subjects: Illegal Aliens
and the Making ofModern America, Princeton University Press, Princeton, NJ, 2004,
p. 106.
hay inmigrantes blancos en Estados Unidos, los retratos demonizado-
res de inmigrantes hablan de personas de color y recurren a tropos ra­
cistas y xenófobos. Un tercer ejemplo de la proyección de imágenes
racistas y sexistas para defender políticas que de entrada son neutra­
les, pero que tienen un impacto racista y sexista es la producción y el
uso de la mitología de la delincuencia negra para justificar políticas de
guerra contra las drogas, con medidas que abarcan desde el endureci­
miento de sentencias hasta la inaccesibilidad de personas negras a vi­
viendas publicas y estudios superiores. El apoyo a estos programas se
moviliza con el uso de imágenes racistas y sexistas que proyectan
ideas del «nosotros» y del «ellos»; de una población nacional que ne­
cesita protección y de «los otros» que son parásitos y son una amena­
za para esta población.24 Las campañas para promover la reforma del
bienestar social, la guerra contra las drogas y el terrorismo se han ba­
sado en imágenes racistas y sexistas de la población nacional, inspira­
das en descripciones racistas tradicionales que reproducen ad nau­
seara a las personas de raza blanca como castas, inteligentes,
responsables, independientes e industriosas, y a las personas de color
como promiscuas, peligrosas, dependientes, holgazanas, violentas, ex­
tranjeras y con pocas luces.
Foucault nos ayuda a entender que producir una idea de estado a
través de programas poblacionales (fiscalidad, servicio militar, bie­
nestar social, educación, represión penal, control de la migración)
siempre implica proyectar ideas sobre la clase de vida que debe ser
fomentada y la clase de vida que supone una amenaza y debe ser ex­
cluida, erradicada o extinguida. Como estos programas políticos a es­
cala poblacional, incluso si no nombran de forma explícita la raza y el
género en sus textos, se movilizan a través de ideas racistas y sexistas
de la nación, y cómo producen y reproducen la racialización y el bina-
rismo de género de las poblaciones conforme estas adquieren existen­
cia, no es sorprendente que tengan repercusiones racistas y sexistas.
Estas políticas y programas distribuyen oportunidades sin centrarse en
los individuos, sino que intervienen en franjas de poblaciones con ca­
racterísticas particulares. Como resultado, las políticas y los progra­
mas que aseguran ser neutrales en materia de raza y género tendrán

24. Foucault, Society Must Be Defended, pp. 254-256.


repercusiones perjudiciales para la raza y el género. Los ejemplos in­
cluyen modificaciones en los programas de asistencia pública, penas
más severas por delitos de drogas o refuerzo del control de inmigran­
tes, con fuertes consecuencias para las mujeres y las personas de co­
lor, en particular para las mujeres de color. Las políticas y los progra­
mas aprobados gracias a la movilización de imágenes racistas y
sexistas también impactarán en personas a las que no iba dirigida es­
pecíficamente la movilización de estas imágenes. Algunas personas
blancas también perderán prestaciones sociales o serán deportadas,
incluso si las campañas para recortar programas de prestaciones o en­
durecer el control migratorio son movilizadas a través de imágenes
racistas, impactan en primer lugar en personas de color. Otras caracte­
rísticas que excluyen de las normas de identidad nacional, como la
discapacidad, la pobreza o la identidad trans, refuerzan la vulnerabili­
dad en estos sistemas, de tal forma que las personas blancas con estas
características se exponen a sufrir el impacto de los cambios de las
políticas racistas, y las personas de color con estas características se­
rán especialmente vulnerables. Estos métodos de poder y control son
inconcebibles según el modelo de discriminación individual/intencio­
nada, puesto que estos escenarios no contemplan que una persona in­
dividual sea excluida por motivos de raza o de género, y de hecho
pueden impactar en ciertas personas que en principio no pertenecen al
grupo designado. Estos ejemplos no demuestran el nexo entre inten­
ción e impacto que es imaginado en los modelos de discriminación
individual/intencionada y, sin embargo, crean una enorme desigual­
dad de oportunidades en la población.25Tribunales, medios de comu­
nicación e instancias normativas, cuando se ocupan de las definicio­

25. Un caso muy sonado que demuestra cómo ía estrechez de miras legal sobre la
opresión impide toda posibilidad de reparar el racismo sistémico es San Antonio Inde-
pendent School District v. Rodríguez, 411 US 1 (1973). En este caso, el Tribunal Su­
premo examinó el método de financiación escolar de un distrito escolar de Texas, que
se basaba en los impuestos sobre la propiedad, con un resultado muy dispar entre los
recursos destinados a los colegios del área blanca pudiente y los del área poblada de
estudiantes negros y latinos. Los colegios ricos, con el 81 por 100 de estudiantes blan­
cos, 18 por 100 latinos y 1 por 100 negros, recibía 594 $ por alumno al año. Los cole­
gios pobres, compuestos por un 90 por 100 de latinos, 6 por 100 negros y 4 por 100
blancos, recibían 356 $ por alumno al año. El promedio estimado del valor de la pro­
piedad por alumno en el barrio rico era de 49.000 $, mientras que en el barrio pobre era
de 5.960 $. El Tribunal Supremo resolvió que este método de financiación escolar no
merecía un examen riguroso por el impacto basado en la clase o la raza.
nes de racismo y sexismo que requieren una intencionalidad individual
y un nexo inequívoco entre intencionalidad y resultados, pueden negar
que estos programas sean racistas y sexistas declarándolos neutrales y
justos, al mismo tiempo que producen y se basan en unas imágenes
racistas y sexistas.
El impacto de las acciones del poder dirigidas a la población
puede ser mucho más significativo que el impacto de la discrimina­
ción individual. Podemos verlo en la brecha de la riqueza racial en
Estados Unidos. El modelo de discriminación individual/intencionada
nos pediría que confiásemos en que es más fácil resolver la desigual­
dad racial en la economía, castigando a las personas que discriminan
por motivos de raza en el trabajo o al ofrecer créditos, y que eliminan­
do estas conductas se crearía una economía racialmente neutral y jus­
ta. No obstante, la brecha de la riqueza racial en Estados Unidos pro­
viene de —y es mantenida por— medidas sobre la población que han
garantizado la acumulación de riqueza por parte de un pequeño núme­
ro de personas blancas y al tiempo que la mayoría de las personas de
color son incapaces de acumular riqueza. La creación de condiciones
patrimoniales basadas en la raza y la usurpación de tierras a pueblos
indígenas fueron fundamentales para crear riqueza para las poblacio­
nes blancas y pobreza para las de color. Ser de raza blanca era la con­
dición necesaria que permitía tener esclavos y beneficiarse de su tra­
bajo, así como poseer tierras expoliadas a indígenas por la fuerza.26
Con posterioridad, incluso al fin oficial de la esclavitud en 1865 y tras
el período inicial de asentamiento europeo, los programas y las políti­
cas han seguido garantizando la pobreza, el expolio y la explotación
económica de las personas de color.
Los principales programas nacionales han mantenido y exacer­
bado la brecha de la riqueza racial. Por ejemplo, aunque la Gran De­
presión tuvo consecuencias descomunales para las personas de color
por su pobreza desmesurada, los programas del New Deal fueron dise­
ñados para beneficiar sobre todo a los asalariados blancos. Por ejem­
plo, la Ley de Seguridad Social proporcionó una red de seguridad a
26. Cheryl 1. Harris, «Whiteness as Property», Harvard Law Review, 106, 1993.
p. 1.709; Andrea Smith. «Heteropatriarchy and the Three Pillars of White Supremacy:
Rethinking Women of Color Organizing», en Color of Violence: The INCITE! Antho-
logy (ed.), INCITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cambridge,
MA, 2006.
millones de trabajadores, pero excluyó a quienes hacían trabajo do­
méstico o en la agricultura que, en su mayoría, eran personas de color.
La Ley Wagner de 1935 confirió a los trabajadores blancos el derecho
a la negociación colectiva a través de los sindicatos, pero también per­
mitió que estos sindicatos excluyeran y discriminaran por razones de
raza, cosa que ayudó a mantener barreras raciales en empleos bien
retribuidos y a exacerbar la brecha de la riqueza racial. También ex­
cluyó el trabajado doméstico y en la agricultura. Otro ejemplo es la
Servicemen's Readjustment Act de 1944 (ley de reajuste del servicio,
de 1944), más conocida como la G .1. Bill, que ayudó a muchos vetera­
nos de guerra blancos a obtener una formación universitaria, vivienda
y préstamos para crear empresas después de la Segunda Guerra Mun­
dial, pero que sirvió de poca ayuda a los veteranos de color. Los vete­
ranos negros pasaron más apuros para beneficiarse de la G.I. Bill de­
bido al racismo existente en colegios, universidades y bancos, y
porque muchos no estaban preparados para ir a la universidad dado
que habían recibido una educación pública muy deficiente en el siste­
ma escolar segregacionista. El Departamento de Asuntos sobre los
Veteranos de Estados Unidos, con su afiliación a la American Legión
and Veterans ofForeign Wars (Legión Americana y Veteranos de las
Guerras en el Extranjero), toda ella compuesta de blancos, hizo uso de
su poder para rechazar o aceptar demandas de miembros negros de las
fuerzas armadas. Las leyes Jimm Crow, las leyes de exclusión asiáti­
ca, el redlining* las leyes fiscales, los planes de distribución, varios
tratados que niegan derechos sobre la tierra y tantas otras medidas
estatales han producido y mantenido la pobreza de las personas de
color, mientras que los programas de préstamos hipotecarios para vi­
viendas y empresas, las concesiones de tierras, becas y préstamos para
la educación y los programas de prestaciones públicas siguen fomen­
tando que las personas blancas acumulen riqueza y la conserven.27
La tendencia actual de dejar de gravar la riqueza para gravar los
rendimientos de trabajo ha seguido construyendo y manteniendo esta
riqueza en la época contemporánea, del mismo modo que el control de
* El redlining, también conocido como «listas negras», es una práctica de exclusión
financiera en virtud de la cual una entidad de crédito se niega a conceder préstamos en
determinadas zonas por la raza de sus residentes (N. de la T.)
27. Véase United for a Fair Economy, Closing the Racial Wealth Divide Training
Manual, United for a Fair Economy, Boston, 2006.
la inmigración, la encarcelación masiva y los ataques contra los dere­
chos de los trabajadores, las ayudas públicas, el transporte público y la
educación pública han seguido relegando a una pobreza desproporcio­
nada a las personas de color. Limitar nuestra investigación a buscar la
causa de la brecha de la riqueza racial en Estados Unidos a las medi­
das adoptadas por empresarios particulares o banqueros racistas es
asumir que, aparte de estas «manzanas podridas», la economía es justa
o neutral desde el punto de vista racial. Esta fórmula suele acompa­
ñarse de la afirmación de que las personas de color son responsables
de su desmesurada pobreza. Suele acompañarse de la observación de
que algunas personas de color sí que experimentan una movilidad as­
cendente financiera, lo cual, afirman, ha de significar que el racismo
no media en la participación económica. Esta lógica se asienta en el
modelo de racismo individual/intencionado y lo que hace es ocultar
las verdaderas condiciones y operaciones del poder que producen una
correlación entre riqueza, raza y expectativas de vida. Solo cuando
analizamos los modos de control y distribución a escala poblacional,
supuestamente neutrales con la raza, podemos entender y explicar la
brecha de la riqueza en función de la raza, en lugar de permitir que el
racismo la justifique.
El mito de la igualdad legal en Estados Unidos se basa en el relato
de que las leyes estadounidenses antes excluían a personas por motivos
de raza y sexo, pero ya no lo hacen. En teoría, ahora todo es justo e
igual. Ahora bien, nuestro país se construyó sobre la base de sistemas
de propiedad y regulaciones laborales que crearon y utilizaron catego­
rías raciales y sexuales desde su principio. Los programas de escala
poblacional, caracterizados desde su misma concepción por excluir ba­
sándose en la raza y el sexo, siguen generando seguridad y vulnerabili­
dad según la raza y el sexo, bajo la apariencia de usar criterios neutra­
les (con respecto a la raza y el género). Los cambios en la retórica
sobre la raza y el género han reconfigurado el lenguaje y los marcos
políticos, pero las políticas y los programas que gestionan y distribuyen
los recursos siguen estando sesgados en función de la raza y el género,
vectores que generan seguridad y vulnerabilidad de modo desigual.28

28. En la Critical Ethnic Studies Conference (la Conferencia de Estados Étnicos Crí­
ticos) de 2011 en UC Riverside, Jodi Melamed abordó este viraje en la retórica em­
pleada en Estados Unidos para mantener la brecha racista sobre la riqueza y las opor­
Retomando el ejemplo de la historia del estado de bienestar en
Estados Unidos, vemos que incluso cuando los programas a escala
poblacional se hacen oficialmente neutrales en materia de raza y géne­
ro, en realidad siguen generando sufrimiento y violencia a través de
vectores de género y raza. Los primeros programas de ayuda a la renta
en Estados Unidos beneficiaron a las viudas de soldados blancos. Es­
tos programas fueron creados gracias a una campaña que se centró en
promover «el bienestar de la raza», garantizando que las madres blan­
cas tuvieran recursos para educar adecuadamente a los futuros líderes
blancos de la nación en hogares decentes.29 A medida que se adopta­
ban más programas, Estados Unidos creó un sistema de ayudas públi­
cas escalonado, en virtud del cual, las cónyuges viudas de soldados y
trabajadores a tiempo completo recibían unas prestaciones superiores
a las de los progenitores que solicitaban asistencia pública no vincu­
lada a estas condiciones, y la cantidad económica de la prestación para
familiares viudas o con discapacidad dependía de la categoría laboral
y los ingresos del cónyuge antes de su discapacidad o muerte. La es­
tructura escalonada de estos programas permitía que las personas
blancas recibieran unas prestaciones desproporcionadamente más al­
tas, porque sus tasas de empleo y retribución son desproporcionada­
mente más altas debido al racismo estructural.
Si bien las leyes que rigen el bienestar social ya no se basan en la
raza de forma explícita, el que Estados Unidos tenga un sistema de

tunidades. Su formulación revela lo mucho que estos cambios han limitado el discurso
político, ayudando a que las políticas de resistencia sean secuestradas por luchas ses­
gadas de derechos, que no pueden traer cambios transformadores. Según ella:
En un marco que redefinió el racismo como un «prejuicio» y antirracismo como la amplia­
ción de la igualdad de oportunidades, un individualismo posesivo y una ciudadanía cultu­
ral para todos, la política racial estadounidense de la Guerra Fría fue al mismo tiempo una
geopolítica que injertó un antirracismo no redistributivo al nacionalismo estadounidense
que en sí mismo portaba el germen del capitalismo transuacional. Este viraje fue decisivo.
El liberalismo racial de la Guerra Fría impuso un campo de significados raciales en que el
discurso antirracista imperante debe asumir fuera de toda duda la supremacía estadouni­
dense e incorporar los intereses del estado a los objetivos del antirracismo. Relega la solu­
ción del conflicto racista al terreno de las políticas liberales que ocultan las desigualdades
materiales que genera el capitalismo.
29. Gwendolyn Mink, «The Lady and the Tramp: Gender, Race and the Origius of
the American Welfare State», en Women, the State and Welfare (ed.), Linda Gordon,
University of Wisconsin Press, Madison. WI, 1990, pp. 92-122; Lisa Duggan, The
Twilight of Equality? Neoliberalism, Cultural Politics, and the Attack on Democracy,
Beacon Press, Boston, 2004.
bienestar social escalonado (en comparación con tantos otros países
que conceden prestaciones generales) crea una desigualdad racial y de
género significativa, en cuanto a la ayuda que estas prestaciones pro­
porcionan realmente. Un sistema de bienestar social escalonado per­
mite que ciertos programas se rijan por códigos raciales, cosa que los
estigmatiza más y los hace más vulnerables a los ataques. La Ayuda a
familias con hijos dependientes (AFDC, por sus siglas en inglés), el
programa conocido tradicionalmente como welfare en Estados Uni­
dos, ha sido objeto constante de ataques racistas y sexistas por parte
de medios de comunicación, la academia y los políticos con nociones
fabricadas sobre las «culturas de la dependencia» que patologizan a
los beneficiarios de las prestaciones. Cuando se comparan con otros
programas de subvenciones públicas, como las prestaciones de la Se­
guridad Social, los subsidios agrícolas o las ventajas fiscales para em­
presas, salen a la luz las implicaciones políticas que conlleva crear
sistemas jerárquicos de prestaciones que clasifican a las poblaciones
beneficiarías por raza, género y renta. Durante el mandato de Clinton,
los ataques para desmantelar la AFDC fueron secundados por «infor­
mes» de «fraudes» (por lo general atribuidos a madres negras solte­
ras). Los programas más propensos a ayudar a las personas de color
recibieron ataques y dejaron de ser financiados.30
Si bien la «reforma del bienestar» perjudica a muchas familias
blancas, su impacto ha sido especialmente calamitoso para las fami­
lias de color con mujeres como cabeza de familia, reflejando la estruc­
tura racista y sexista subyacente en los sistemas de prestaciones públi­
cas estadounidenses y la retórica específica de la campaña. Los
numerosos programas que subvencionan mucho más a familias blan­
cas de clase media y alta, y que se aprovechan de más fondos guber­
namentales que las prestaciones de la AFDC, nunca han sufrido ata­
ques similares.31 Que los sistemas de ayudas públicas en Estados

30. Minie, «The Lady and the Tramp»; Holloway Sparks, «Queens Teens and Model
Mothers: Race, Gender and the Discourse of Welfare Reform», en Race and the Poli-
tics of Welfare Reform (ed.), Sanford F. Schram, Joe Soss y Richard Fording. Univer-
sity of Michigan Press, AnnArbor, MI, 2003, pp. 188*189; Duggan, Thee Twilight of
Equality?
31. Loi'c Waquant incide en lo absurdo de los ataques contra el estado de bienestar en
la época de Bill Clinton y detalla que no se modificaron las subvenciones de mayor
cuantía para familias pudientes.
Unidos hayan sido jerarquizados desde sus inicios —lo que ha provo­
cado que un número desproporcionado de familias de color con ma­
dres como cabeza de familia confíen en la AFDC—, en combinación
con años de investigaciones en ciencias sociales que describían a las
familias negras como patológicamente matriarcales y que responsabi­
lizaban a las personas pobres de su pobreza, posibilitó un contexto
ideal para los ataques contra el programa.32 Esta historia es un típico
ejemplo de cómo funcionan las medidas sobre la población que pro­
yectan ideas de una población estándar sana. Se entiende así que la
población nacional se expone al peligro de los «otros» marginales que
son retratados como parásitos o amenazas para el bienestar de la na­
ción. Si bien es cierto que la retórica inicial de las ayudas para viudas
en Estados Unidos era explícitamente racista, afirmando literalmente
que el programa era necesario para garantizar que las viudas blancas
pudieran «promover la raza» educando a sus hijos, el ataque de los

No obstante, tras las demandas sonadas desde políticos de todas las ideologías sobre la
necesidad de «terminar con la época del “gran gobierno” —con un coro en el discurso de
Clinton sobre el Estado de la Unión en 1996—, el gobierno de Estados Unidos sigue pres­
tando garantías y apoyo de todo tipo a las corporaciones, así como a las clases medias y
altas, empezando, por ejemplo, por las ayudas para la compra de viviendas: casi la mitad
de los 64.000 millones de dólares en deducciones fiscales para el pago de intereses hipote­
carios e impuestos sobre bienes inmuebles concedidos en 1994 por Washington (casi tripli­
cando el presupuesto para la vivienda pública) fueron a parar al 5 por 100 de los hogares
estadounidenses con una renta superior a los 100.000 $ ese año; y el 16 por 100 de esta
cuantía fue a parar al 1 por 100 de los contribuyentes cuyos ingresos superaron los
200.000 $. Siete de cada diez familias de ese 1 por 100 privilegiado recibió ayudas hipóte-
carias (8.457 $ de media) frente a una cifra algo inferior del 3 por 100 de las familias por
debajo de unos 30.000 $ (unos miserables 486 $ cada uno). El subsidio fiscal de 64.000
millones de dólares destinado a propietarios ricos superó el gasto nacional en bienestar
social (17.000 millones de dólares), cupones de alimentos (25.000 millones de dólares) y
asistencia nutrícional infantil (7,5 mil millones de dólares).
Loi'c Waquant, Punishing the Poor: The Neoliberal Government of Social Insecurity,
Duke University Press, Durham, 2009, p. 42.
32. Quizá el documento más desafortunado de esta clase de investigaciones sea este
de 1965, The Negro Family: The Case for National Action, más conocido como el in­
forme Moynihan. Según el informe, la vida de la familia negra era un «enredo patoló­
gico (...) capaz de perpetuarse a sí mismo sin la asistencia del mundo blanco» y que
«en el corazón del deterioro del tejido de la sociedad negra se halla el deterioro de la
familia negra». Aseguraba que la igualdad económica y política para las personas ne­
gras dependía de aumentar la prevalencia de las familias nucleares heterosexuales en
la comunidad negra. Fue un documento fundamental para imprimir la idea racista, se­
xista y en contra de los pobres de que el disfrute del bienestar social es causa y efecto
del incumplimiento de las normas patriarcales de la estructura familiar. Daniel Patrick
Moynihan, The Negro Family: The Case for National Action, Office of Policy Plan-
ning and Research, US Department of Labor, Washington, DC, 1965.
¿gos noventa a la AFDC también proyectó ideas de una ciudadanía
blanca que necesitaba protegerse de «los otros» nocivos, o parásitos
g0Ciales, cuya existencia era retratada como una amenaza para las nor­
rias de raza y género. Ambos marcos son ejemplos de la articulación
racista y sexista del concepto de nación que se usa para consolidar
programas generales, cuyos destinatarios son las poblaciones, y no
tanto los individuos, que condicionan la distribución de oportunidades
vitales.
Pueden encontrarse historias similares en otros programas de se­
gundad a escala poblacional en Estados Unidos, como la inmigración,
la represión penal, la educación y la asistencia sanitaria. Las ideas ra­
cistas y sexistas sobre la nación que dependen de la construcción de
una población nacional con necesidad de protegerse de las personas
pobres, de color, inmigrantes y otras presentadas como «enemigas»,
internas y externas, se forman en la concepción de estos programas de
seguridad y siguen afianzándolos y estructurándolos, incluso si las ex­
clusiones explícitas son eliminadas. El lenguaje de la alteridad racial y
sexualizada ha cambiado con el tiempo, a medida que la igualdad ju­
rídica formal se ha convertido en el mandato de la ley, pero estos pro­
gramas siguen sirviendo a los mismos fines. Las fuerzas que producen
y reproducen estos hechos son complejas y múltiples. En 1996, no
fueron solo el presidente Clinton o el Congreso quienes desmantela­
ron el estado de bienestar: fue una combinación de antiguos estereoti­
pos racistas y sexistas, la movilización de las normas raciales y sexua­
les en la investigación académica y los medios de comunicación, los
conceptos de raza, género y economía interiorizados por millones de
estadounidenses y toda una serie de condiciones las que produjeron
estos cambios. Comprender el poder que tiene la ordenación de la po­
blación arroja luz sobre el complejo funcionamiento de la raza y el
género, como vectores del reparto de oportunidades de vida, cosa que
no puede solventarse solo aprobando leyes que declaran «iguales» a
varios grupos.
El rápido crecimiento del sistema de represión penal en Estados
Unidos es otro escenario evidente de la ejecución de medidas sobre la
población, construidas sobre narrativas racistas y sexistas. La cuadru­
plicación del sistema penitenciario estadounidense en solo unas déca­
das ha sido posible en gran parte gracias a que se aprobaron leyes que
aumentaban las sentencias por cargos relativos al uso, la posesión y el
tráfico de drogas. El respaldo popular a estos cambios se consiguió
gracias a los discursos políticos y mediáticos alarmistas sobre las gue*
rras entre bandas y el crack. Las historias contadas por la prensa a
modo de exposés, la eclosión de las series televisivas y las películas
con tramas policiacas/judiciales y la guerra declarada contra las dro­
gas se usaron para retratar la aterradora proliferación de la violencia
en las comunidades negras. Las políticas y las prácticas resultantes
fueron responsables del refuerzo de las patrullas en los barrios pobres,
mientras se ponía a disposición del orden público más instrumentos
para vigilar, detener y encarcelar a las personas pobres y de color.
Estas políticas y prácticas complicaron más si cabe la subsistencia y la
participación política de personas condenadas por posesión o tráfico
de drogas, puesto que dejaron de ser candidatas para la vivienda pú­
blica, los préstamos para estudiar y, en ciertos estados, el derecho al
voto, entre otras cosas.33 Si bien el sistema de represión penal dice
abordar la responsabilidad individual por actos ilícitos, la implemen-
tación de medidas a escala poblacional a través de marcos racistas y
sexistas sobre la «amenaza» o el «parasitismo» ha creado un sistema
que no persigue a usuarios y traficantes de sustancias ilegales, sino a
personas de color (a escala poblacional) para recluirlas en prisiones.
Como hemos visto antes en la obra de Angela Davis, estos marcos han
movilizado sin cesar el castigo y el confinamiento desde la fundación
de Estados Unidos, a través de mecanismos legales que pasaron for­
malmente de la esclavitud tradicional al castigo penal a finales de la
década de 1800.
Es importante distinguir aquí entre el modo de poder disciplina­
rio y el control a escala poblacional. En lo referente a normas y disci­
plina, podemos aprender normas sobre cómo debemos ser. Aprende­
mos lo que se entiende como «correcto» o «adecuado» y «normal»,
luchamos y nos esforzamos por cumplirlo (aunque sea inventándonos
nuestras normas subculturales alternativas), animamos y obligamos a
otros (nuestros hijos e hijas, nuestros colegas de trabajo, nuestras
autoridades electas) a que lo hagan también. Desde el poder discipli­
nario, cumplir o no estas normas es una cuestión individual. Podemos

33. Patricia Allard, «Crime, Punishment, and Economic Violence» en Color of Vio­
lence: The INCITE! Anthology (ed.), INCITE! Women of Color Against Violence,
South End Press, Cambridge, MA, 2006, pp. 157-163.
ser humillados o excluidos por no vestir profesionalmente, no cumplir
con las normas culturales blancas, ser demasiado altos o demasiado
bajos, demasiado ruidosos o demasiado callados, demasiado compasi­
vos o demasiado violentos, demasiado femeninos o demasiado mascu­
linos.
A escala poblacional el poder funciona de otro modo y el com­
portamiento individual no es objeto de intervención, ni puede preve­
nir la vulnerabilidad. Las medidas sobre la población crean condi­
ciones de control y distribución que impactan en las personas, con
independencia de sus actos individuales. Vivir en comunidades afec­
tadas por las decisiones políticas que resultan ser insuficientes en
materia de escuelas, asistencia sanitaria, vivienda y otras infraes­
tructuras, que han sido elegidas como zonas industriales tóxicas y
donde hay una fortísima presencia policial aumenta las probabilida­
des de que una persona sea acosada o detenida por comportamientos
que son habituales en cualquier otro sitio pero no igualmente vigila­
dos; son ejemplos de las condiciones que afectan a la salud y la se­
guridad de las poblaciones con independencia de los actos indivi­
duales, que respetan o no ciertas normas. Lo contrario también es
cierto: las personas que habitan en comunidades con servicios de
alta calidad, aire puro y agua potable, que viven en gran medida li­
bres de acoso policial y sanciones penales pueden conservar una sa­
lud y seguridad enormes, con independencia de que violen o no las
normas sociales.
Si tenemos en cuenta los ejemplos de ambas comunidades, po­
dremos ver cómo actúa el poder a escala poblacional. Los adolescentes
y los adultos que usen drogas en ambas comunidades no experimenta­
rán las mismas consecuencias. En el caso de los y las adolescentes
procedentes de comunidades pobres es más probable que su colegio
llame a la policía (en caso de que no esté allí ya), pero es más fácil que
los problemas de adolescentes de comunidades ricas se resuelvan apli­
cando disciplina escolar o parental, tratamientos de desintoxicación
privados o terapia. Es más probable que las personas de la comunidad
rica dispongan de espacios privados, lejos de la vigilancia policial
para comprar y consumir drogas, también que las consigan por cana­
les más seguros y menos criminalizados, como pueden ser las recetas
médicas. Los progenitores que descuiden a sus hijos e hijas no experi­
mentarán las mismas consecuencias. El sistema de bienestar infantil
interviene mucho más en familias de color y familias pobres.34 Las
personas con discapacidad mental vivirán experiencias muy diferen­
tes. La posibilidad de costearse un tratamiento privado tendrá un im­
pacto significativo, las probabilidades de sufrir acoso y detenciones
policiales por actuar al margen de las normas es mucho mayor en las
personas de color y en las personas pobres. Aunque los relatos sobre
qué es ser un buen ciudadano/a, vecino/a, hombre y mujer, estudiante
o asalariado/a impactan en los códigos disciplinarios que las personas
se imponen a sí mismas y a los demás, están operando en la promo­
ción de ciertas medidas sobre la población, y funcionan igual en el
contexto individual y en el poblacional. Poder entender el funciona­
miento solapado pero distinto de estos dos vectores de poder es esen­
cial para establecer un análisis preciso del impacto de la transfobia, el
racismo, el capacitismo, la xenofobia, el sexismo y la homofobia, así
como para conceptualizar métodos para la resistencia.
Como explica la descripción que Alan Freeman hace de la pers­
pectiva de la autoría, la interpretación del derecho sobre la función del
racismo (y, extrapolando, otras formas de control y distribución desi­
gual) es extremadamente restrictiva: solo se considera un delito si se
cumple la fórmula de discriminación intencionada e individual.35 Esta
perspectiva tan restrictiva necesita naturalizar e invisibilizar las condi­
ciones históricas y contemporáneas que posibilitan que distintos gru­
pos tengan oportunidades tan dispares. Como ilustra la historia de las
leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio en Estados Uni­
dos, utilizar la perspectiva de la discriminación para definir y abordar
el racismo con la ley solo crea igualdad jurídica formal en el papel.

34. Dorothy Roberts ha documentado y analizado profusamente las desigualdades


raciales en el sistema de bienestar infantil. «Más de medio millón de niños y niñas se­
parados de sus padres están en régimen de cuidado tutelar. De todos los grupos, los
niños y las niñas afroamericanos son los que más sufren esta separación por parte de
las autoridades gubernamentales. Los niños y las niñas negros constituyen casi la mi­
tad de la población en régimen de cuidado tutelar, pese a que constituyen menos de una
quinta parte de los niños y las niñas del país. En Chicago, el 95 por 100 de los niños y
las niñas en esta situación son negros. Una vez que son sustraídos de sus hogares, per­
manecen más tiempo en cuidado tutelar, son desplazados con mayor frecuencia, se
benefician de menos servicios y tiene menos probabilidades que otros niños y niñas de
ser devueltos a sus hogares o de ser adoptados.» Dorothy Roberts, Shattered Bonds:
The Color of Child Welfare, Civitas Books, Nueva York, 2002, p. vi.
35. Freeman, «Legitimizing Racial Discrimination Through Anti- Discrimination
Law», pp. 29-45.
jsjo crea ni puede crear la clase de redistribución masiva de riqueza y
oportunidades que sí combatiría el impacto de la supremacía blanca.
Aplicar un modelo restrictivo de discriminación e igualdad jurídica
formal es limitarse, por lo general, a modificar lo que la ley dice en
concreto de determinado grupo, pero no supone abordar cómo las
prácticas legales, políticas e institucionales crean las condiciones que
perjudican seriamente a ciertas poblaciones mediante la movilización
del racismo, el sexismo, el capacitismo, la transfobia, la xenofobia y
la homofobia, sin ocuparse explícita y/o individualmente de sujetos
bajo ese enfoque.

Disciplina, ordenación de la población y vulnerabilidad trans


Comprender la disciplina y la ordenación de la población es funda­
mental para discernir las causas de la inseguridad estructural y la re­
ducción de las expectativas de vida que sufren las personas trans,
como se ha descrito en el prólogo. Las clases de perjuicios que pue­
den desprenderse de estos dos modos de poder son especialmente di­
fíciles de combatir con iniciativas de reforma jurídica, y entender es­
tas manifestaciones del poder nos ayuda a entender por qué, aun
cuando se logran ciertas reformas jurídicas, las condiciones no mejo­
ran. Examinar ambos tipos de poder es muy importante, pero la aca­
demia y el activismo trans se han centrado mucho más en las normas
de género disciplinarias que en las medidas sobre la población. Los
activistas y expertos trans han explorado cómo la medicalización de
las identidades trans obliga a las personas trans a ceñirse a rígidas
normas disciplinarias de género para tener acceso a las tecnologías
médicas, si así lo quieren o necesitan; cómo las normas de género in­
ducen a los empresarios a ignorar a los candidatos trans para un pues­
to de trabajo o a despedir a empleados trans; cómo las normas de gé­
nero en los servicios sociales, las familias y las organizaciones
religiosas a menudo llevan al abandono o al abuso de personas trans;
y cómo las normas de género se usan incluso dentro de varias comu­
nidades trans para fijar normas sobre la transexualidad, que nos impo­
nemos unos a otros y a nosotros mismos. Analizar cómo se produce la
vulnerabilidad en las personas que transgreden las normas binarias de
género a través de medidas sobre la población es esencial y se ha ex­
plorado menos.
Reflexionar sobre el poder de la ordenación de la población pue­
de ayudarnos a hacer algunas cosas fundamentales. Primero, podemos
analizar el uso del género como categoría administrativa por parte de
instituciones de toda índole (colegios, hospitales, Departamentos de
Vehículos Motorizados, empesas, sistemas fiscales, prisiones, siste­
mas de bienestar social, hogares de acogida y de apoyo, sistemas de
transporte). Segundo, podemos formular concepciones sobre la natu­
raleza racista y sexista de las medidas básicas sobre la población (ex­
pansión de prisiones, guerra contra el terrorismo y contra las drogas,
expansión del control migratorio, eliminación de derechos sociales)
desde la perspectiva de las personas que no conforman las normas bi­
narias de género. Por último, podemos formular estrategias de resis­
tencia y transformación que aborden y alteren las prácticas nocivas
que acortan las vidas de las personas trans, gracias a la movilización
contra las normas racistas y sexistas a escala poblacional.
Este análisis necesita romper deliberadamente con el foco de de­
rechos jurídicos, que ha terminado imponiéndose como el objetivo na­
tural y preeminente de los grupos marginales, y trata de imitar las ini­
ciativas de reforma jurídica de gays y lesbianas en décadas recientes.
Tras reconocer que cambiar lo que una ley dice explícitamente sobre un
grupo no resuelve necesariamente la inseguridad estructural sufrida por
este grupo, surge el interrogante aun mayor sobre las transformaciones
que no tienen cabida en las demandas de inclusión y reconocimiento
jurídico. Es más, las demandas de inclusión y reconocimiento jurídico
suelen reforzar las lógicas de los sistemas perjudiciales, justificándolos,
contribuyendo a la ilusión de que son justos e iguales y reforzando el
ataque contra determinados «parásitos» o «enemigos internos», divi­
diendo al grupo en personas «meritorias» y «no meritorias», y a conti­
nuación, abordando únicamente los intereses del sector favorecido.
La relación de los proyectos de reforma jurídica de gays y lesbia­
nas con el ámbito del derecho penal constituye un ejemplo claro y útil.
Las dos mayores medidas de reforma jurídica del derecho penal en
materia gay han defendido la descriminal ización de la sodomía y la
aprobación de leyes sobre los delitos de odio, para incluir la orienta­
ción sexual. La elección de estos dos objetivos evidencia que la inicia­
tiva se centra en «qué dice de nosotros la ley». Si el propósito hubiera
sido reducir el número de lesbianas y gays recluidos en prisiones y
cárceles, o reducir la falta de atención médica, la privación de alimen­
tos, la violencia y el asesinato de personas queer recluidas, la estrate­
gia legal habría sido muy diferente. Podrían haberse centrado en ayu­
dar a personas ya recluidas, unirse a causas sobre las condiciones
penitenciarias, o abrirlas, oponerse al recrudecimiento de las senten­
cias por drogas y demás conductas criminalizadas responsables de la
rnayoría de las reclusiones en general (y de gays y lesbianas también),
combatir la violencia policial, oponerse activamente a la expansión de
jas prisiones y la criminalización, aunando esfuerzos para abolir el
sistema penitenciario. Por el contrario, el objetivo de las medidas de
las organizaciones de gays y lesbianas mejor financiadas ha consistido
simplemente en modificar las partes del derecho penal que acusaban
de delincuentes a lesbianas y gays por conducta asociada a la homose­
xualidad, y en presionar para que les incluyan en la lista de poblacio­
nes protegidas de forma explícita (pero no real) en el derecho penal.
Este enfoque solo incide en las manifestaciones explícitas e intencio­
nadas de homofobia cuando ya figuran en la legislación, pero omite la
noción distributiva del castigo penal que propiciaría ideas para inter­
venir y mejorar realmente las oportunidades de los gays y lesbianas
criminalizados. Como he defendido en el capítulo 2, estas estrategias
no solo no mejoran las oportunidades de las personas a las que en teo­
ría deben ayudar, sino también refuerzan el sistema de represión pe­
nal, permitiendo que parezca justo y neutral, presentándolo como una
fuente de protección contra la violencia y no como el autor principal
de la violencia. En el caso de las leyes sobre los delitos de odio, estas
estrategias incluso fortalecen sus recursos y su capacidad de castigo.
¿O es que el fin de la criminalización de la sodomía y la incorporación
de la orientación sexual a las leyes sobre los delitos de odio significan
que el sistema de represión penal ha dejado de ser homófobo? Es ob­
vio que no. Pero producir una agenda para la reforma del derecho pe­
nal tan sesgada sugiere lo contrario.
Otro riesgo de estas estrategias es que son producidas (y que re­
fuerzan) las divisiones de raza y de clase entre lesbianas y gays, que
se corresponden con experiencias y puntos de vista sobre el sistema de
represión penal. Para las personas blancas no sometidas a la vigilancia
policial y la reclusión, el sistema de represión penal puede parecer un
sistema protector y que los fallos que pudiera tener, percibidos como
tales, se limitan a estas inclusiones y exclusiones restrictivas y explí­
citas. Para los gays y las lesbianas que viven con miedo al acoso y la
violencia policial, que tienen familiares recluidos en prisiones o son
víctimas habituales de los sistemas de represión juvenil y adulto, más
inclusión o exclusión homófoba explícita en ciertos aspectos del dere­
cho penal puede ser una demanda pequeña y posiblemente insignifi­
cante. Estas poblaciones pueden anhelar medidas que logren algo más
que reducir o terminar con las reclusiones y/o apoyar a reclusos y re-
clusas. Y lo que es más importante, las personas que participan en las
campañas para desmantelar estos sistemas, porque ven que tales siste­
mas articulan el control poblacional, tienen más posibilidades de com­
prender que las reformas que solo están interesadas en la descripción
de cómo funcionan estos sistemas, están mal encauzadas y son peli­
grosas. Como hemos discutido antes, pedir una legislación sobre los
delitos de odio corre el peligro de construir un sistema de represión
penal, reforzando penalizadones y recursos.36 Para los grupos que se
están organizando para combatir la vigilancia policial y la reclusión,
personas de color, personas con discapacidad y personas pobres in­
cluidas, estas reformas van en sentido opuesto a su trabajo.
Se han dado controversias similares en otras situaciones en que
organizaciones (por lo general dirigidas por personas blancas) de gays
y lesbianas (y a veces trans) han buscado la inclusión o el reconoci­
miento en sistemas que, activistas y expertos procedentes del feminis­

36. Las controversias de 2009 en tomo a la incorporación de la pena capital en el


estatuto federal de delitos de odio sacaron a relucir estas tensiones. El National Coali-
tion of Anti-Violence Project (el Proyecto Anti-Violencia de la Coalición Nacional)
emitió un comunicado criticando concretamente la incorporación de la cláusula de la
pena capital, mientras que otros grupos, como Communities United Against Violence
en San Francisco, el Audre Lorde Project, el American Friends Service Committee y el
Sylvia Rivera Law Project en Nueva York, han criticado la estrategia de la ley sobre
delitos de odio desde el principio. La controversia llamaba la atención sobre los peli­
gros reales del intento de aliarse con el sistema de represión penal, habida cuenta de su
tendencia incesante de expandirse añadiendo más sanciones, y cada vez más severas,
donde fuera posible. Rebecca Waggoner-Kloek y Sharon Stapel, «Statement of the
National Coalition of Anti-Violence Programs» (2009), <www.avp.org/documents/
NCAVPShepardAct9.24.09.pdf>; Sylvia Rivera Law Project, FIERCE, Queers for
Economic Justice, Peter Cicchino Youth Project y el Audre Lorde Project, «SRLP An-
nounces Non-Support of the Gender Employment Non-Discrimination Act» (2009),
<http://srlp.org/genda>; y Sylvia Rivera Law Project, «SRLP Opposes the Matthew
Shepard and James Byrd, Jr. Hate Crimes Prevention Act» (2009), <http://srlp.org/fe-
dhatecrimelaw>.
mo, la justicia racial y la justicia para las personas con discapacidad,
han identificado como los eslabones fundamentales de la distribución
desigual de oportunidades. Las búsquedas de inclusión en el servicio
militar estadounidense y en la institución del matrimonio han produci­
do las mismas brechas. Para quieues son couscientes de que el ejército
estadounidense es una fuerza clave en la violación, colonización, expo­
lio de tierras y recursos y genocidio sistemático, el que lesbianas y
gays centren sus políticas en la inclusión militar y no en la desmilitari­
zación es un grave error que genera divisiones. Para quienes llevan
tiempo articulando una oposición contra la incentivación y retribución
estatal para las estructuras familiares y la sexualidad heteropatriarcal, y
la represión para otros, la idea de que lesbianas y gays busquen el reco­
nocimiento matrimonial y no la abolición del matrimonio no buscar
métodos de distribución más justos, es igual de problemática. La histo­
ria de estas controversias y de las políticas realizadas durante su desa­
rrollo es indisociable del auge del neoliberalismo, tras los movimientos
sociales de las décadas de 1960 y 1970 discutidos en el capítulo 1.
Las primeras políticas gays de la época de Stonewall estaban in­
fluidas e incluían demandas de justicia racial, feminismo, anticolonia­
lismo y desmilitarización global, que eran planteadas por numerosos
movimientos sociales, nacionales e internacionales en activos enton­
ces. Durante este período, numerosos grupos e individuos articularon
conjuntamente críticas a la vigilancia policial, el imperialismo, las nor­
mas sociales y el patriarcado sistémico (matrimonio incluido). Cuando
estos movimientos recibieron un contragolpe y emergió la política de
«la ley y el orden» junto con las organizaciones sin ánimo de lucro, una
política de gays y lesbianas más conservadora y centrada en la inclu­
sión y el reconocimiento vino a dominar el discurso público sobre la
resistencia contra la homofobia. La igualdad jurídica formal a través de
ser incluidos en el matrimonio, la descriminalización de la sodomía, la
antidiscriminación, la inclusión en el ejército y la aprobación de leyes
sobre los delitos de odio pasó a ser su primer objetivo. Los marcos
analíticos de los movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970,
que incidían en las vastas disparidades a escala pobladonal, fueron
sustituidos por interpretaciones basadas en la discriminación indivi­
dual del racismo, la homofobia, el capacitismo y el sexismo, tanto en el
derecho como en la cultura popular. El resultado, hasta la fecha, han
sido unas reformas jurídicas que principalmente mantienen —y a me­
nudo refuerzan— sistemas de distribución desigual y control en nom­
bre de la igualdad, el individualismo e incluso la diversidad.37
A medida que las políticas trans evolucionan, una serie parecida
de opciones se despliega ante nosotros. Los argumentos a favor de la
inclusión y el reconocimiento que confluyen en torno a leyes sobre los
delitos de odio y la antidiscriminación son, a todas luces, los objetivos
de la reforma jurídica trans, tanto porque han sido modelados por las
estrategias de derechos de gays y lesbianas como por el mito tan exten­
dido en Estados Unidos de que estas estrategias pusieron fin a la subor­
dinación racial. Ahora bien, el feminismo de las mujeres de color, los
expertos y activistas de los estudios críticos sobre discapacidad, y los
teóricos de la Critical Race Theory, así como gran parte de la resisten­
cia queer y trans comprometida, han explicado muy bien las limitacio­
nes de estas estrategias. Los conceptos de control, distribución y poder
que estas perspectivas críticas nos proporcionan dejan al descubierto
las limitaciones de las estrategias de reforma jurídica tan celebradas
hoy, si bien son ineficaces, generan una teoría del cambio que desloca­
liza la reforma jurídica en el búsqueda de un cambio transformador.
Tenemos que dejar de creer en que lo que la ley dice de sí misma
es verdad y que lo que dice de nosotros sea lo importante. Nuestra
meta no puede ser conseguir que la ley diga cosas «buenas» y no «ma­
las» sobre las personas marginadas, criminalizadas, empobrecidas,
explotadas y desterradas. Se ha demostrado que la reforma jurídica y
la inversión de esfuerzos por ganar «derechos» legitima y apuntala los
auténticos acuerdos que producen el sufrimiento que buscamos erradi­
car. Si reducimos nuestra visióu de manera que nos resulte inimagina­
ble un mundo más justo, limitando nuestras esperanzas a lo que un lí­
mite jurídico —creado para establecer y mantener la esclavitud y el
colonialismo— puede aportar, perpetuaremos en vez de transformar
profundamente las disposiciones que nos atañen. Reflexionar sobre el
poder de ordenación de la población abre un espacio para que veamos
con otros ojos cómo pensamos sobre estas disposiciones dañinas, don­
de podamos pensar sobre qué objetivos y métodos vamos a adoptar en
nuestras intervenciones y cómo creamos estrategias para la transfor­
mación que necesitamos.

37. Véase Avery Gordon y Christopher Newfield (eds.), Mapping Multiculturalism,


University of Minnesota Press, Minneapolis, 2008.
Administrando el género

A medida que cambiamos nuestra forma de entender el poder de una


perspectiva individual/intencionada a una perspectiva basada en las
normas que gobiernan y ordenan la población, empiezan a aflorar dis­
tintos ámbitos del derecho como lugares clave del sufrimiento de los
grupos vulnerables. El objetivo de conseguir que la ley declare que un
grupo es igual, mediante la legislación antidiscriminatoria y sobre los
delitos de odio se desvanece, y comienzan a interesarnos los regíme­
nes jurídicos que generan seguridad y vulnerabilidad en la población,
dividiéndola entre aquellas cuyas vidas son favorecidas y aquellas que
son abandonadas, recluidas o destruidas. En este capítulo nos adentra­
mos en el terreno del derecho administrativo; analizamos los organis­
mos administrativos que son responsables del grueso de las activida­
des del gobierno y que impactan en la desigualdad de oportunidades.
Se trata de una serie de manifestaciones de la ley que, comparadas con
las leyes antidiscriminatorias y sobre los delitos de odio, suelen ser
ignoradas a la hora de analizar el impacto del racismo, la transfobia, el
capacitismo, la homofobia y el sexismo.1 Sin embargo, cuando modi­

1. He dejado fuera de esta lista la xenofobia y el colonialismo de asentamientos a


propósito porque el derecho administrativo ha sido articulado como un factor primario
de sufrimiento en estos ámbitos de lucha. Si bien algunas leyes antidiscriminatorias
incluyen el «origen nacional» (país de procedencia) como una categoría protegida, el
grueso del debate sobre la xenofobia se centra, de forma adecuada y necesaria, en la
aplicación de] derecho penal y de inmigración, con frecuencia en la administración de
estos sistemas específicamente. Los organismos administrativos federales que reciben
más atención de las personas involucradas en los movimientos de resistencia en mate­
ria de inmigración y que más activistas y organizaciones entienden como factores no­
civos de violencia estatal son organismos que gestionan la inmigración a través del
ficamos nuestro entendimiento sobre el poder y desentrañamos dónde
y cómo funcionan, de qué manera causan sufrimiento y vulnerabili­
dad, es este ámbito del derecho el que sale a la luz. Una política trans
crítica debe analizar cómo la administración de las normas de género
impacta en las vidas de las personas trans y cómo los sistemas admi­
nistrativos, en general, son lugares de producción e implementación
del racismo, xenofobia, sexismo, transfobia, homofobia y capacitis-
mo, bajo una apariencia de neutralidad. Este análisis es básico para
formular estrategias de resistencia que puedan intervenir realmente en
los males que sufren las personas trans, clarificando cómo y cuándo la
reforma jurídica es una táctica útil en nuestro trabajo.
Un control que funciona con medidas sobre la población y que
es de una particular importancia para la política trans, por la propia

Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, como los Servicios de Ciudada­


nía e Inmigración (USCIS), el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y
la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza. La resistencia al colonialismo de asen­
tamientos a menudo ha identificado las políticas de supresión y eliminación de perso­
nas indígenas como parte del trabajo de organismos administrativos, como la Oficina
de Asuntos Indígenas, la Oficina de Ordenación de Tierras y el Servicio de Protección
de la Naturaleza Marina y Terrestre. Numerosos expertos académicos y activistas con­
trarios al colonialismo de asentamientos han puesto de manifiesto que las estrategias
de derechos civiles, o las estrategias que buscan la inclusión en instituciones funda­
mentales del gobierno estadounidense, no ponen en tela de juicio la existencia misma
de Estados Unidos y su fundamento en la usurpación de tierras y el genocidio. Nandita
Sharma y Cynthia Wright, «Decolonizing Resistance, Challenging Colonial States»,
Social Justice, 35, 2008-2009, pp. 120-138, 122. Naturalmente, como inmigrantes e
indígenas son también víctimas directas de homofobia, transfobia, racismo, capacitis-
mo y sexismo, sus problemas son más marginados y es menos probable que sean abor­
dados cuando la resistencia se inscribe en luchas de inclusión centradas en estos facto­
res, porque estas luchan no cuestionan, e incluso adoptan desacertadamente, los
términos de ciudadanía y pertenencia que las políticas de genocidio y exclusión de la
inmigración se ocupan de fijar, perpetuar y definir. Por ejemplo, el caso de personas
que luchan por la necesidad de que el control migratorio y la transfobia sean abolidos;
una ley antidiscriminatoria que incluya la identidad de género no evitará que sean de­
tenidos en una prisión para inmigrantes o deportados. Al tiempo que digo esto, también
reconozco que un mayor foco en los sistemas administrativos en estas luchas no las
excluye de las tensiones que surgen, y así se identifica en este libro, al separar a las
poblaciones afectadas en grupos más o menos «meritorios» con reformas que solo al­
canzan a unos cuantos elegidos. En la actualidad, hay campañas de inmigración muy
visibles que reclaman cambios políticos para los inmigrantes «buenos» y confirman la
exclusión de todos los demás usando factores como la historia de la condena penal, el
servicio militar o el acceso a la educación superior como ejes de división. Esto es caer
en las trampas neoliberales de inclusión y reconocimiento, y así hay que entenderlo,
por lo que los movimientos sociales descritos en este libro están obligados a convron-
tarlos.
lucha de las personas trans contra la clasificación por género que
existe en administración cotidiana de programas, políticas e institu­
ciones, que es supuestamente banal e inocual (por ejemplo en alber­
gues para personas sin hogar, prisiones, cárceles, cuidado tutelar,
represión juvenil, prestaciones públicas, documentación para inmi­
grantes, seguros sanitarios, Seguridad Social, permisos de conduc­
ción y baños públicos). Un entendimiento del poder que considera
que la desigualdad de oportunidades surge de las medidas sobre la
población, señalará que la categorización de las personas es un méto­
do básico de control. Estas medidas categorizan y clasifican a la po­
blación y no solo a individuos, según sus comportamientos o rasgos.
Qué características se usan para esta categorización y cómo estas
Categorías son definidas y aplicadas crearán vectores de vulnerabili­
dad y seguridad. En muchos de los procesos administrativos las per­
sonas vulnerables se ven obligadas a enfrentarse a estas categoriza-
ciones. En el caso, por ejemplo, de las citaciones para solicitar
prestaciones públicas, donde los y las solicitantes impugnan su dene­
gación o su fin, basándose en criterios de elegibilidad; las citaciones
de la Seguridad Social donde sus solicitantes impugnan su califica­
ción de no tener una discapacidad; los trámites de inmigración donde
los solicitantes impugnan decisiones administrativas sobre sus peti­
ciones de asilo; y, naturalmente, los numerosos contextos donde las
personas trans luchan contra varios organismos administrativos por
cambiar su asignación de género. Si nos fijamos más en cómo se
distribuyen las oportunidades y no tanto en qué dice la ley sobre los
grupos marginados, descubriremos que la categorización administra­
tiva a veces tiene consecuencias letales.
La historia de los usos explícitos de las categorías de raza y gé­
nero en la ley y en la política estadounidenses que distribuyen algunos
tipos de oportunidades —así como la resistencia frente a estas y la
eliminación de algunos de esos usos— ha llevado a muchas personas
a creer falsa y arriesgadamente que el debate en torno a la categoriza­
ción administrativa ha concluido. Se dice que desde que nos libramos
de las leyes Jim Crow la segregación racial en el ejército, el interna-
miento de japoneses, las leyes migratorias de exclusión asiática, la
exclusión racial y sexual en las votaciones y otros usos de las catego­
rías de género y raza en programas a escala poblacional, las cosas son
justas e iguales a día de hoy. Como hemos discutido en capítulos ante­
riores, haber abandonado el ataque explícito contra las mujeres y las
personas de color en el lenguaje escrito de las leyes y la política solo
ha supuesto una reorganización de estas funciones de distribución de­
sigual. A medida que ciertos métodos de control y distribución se han
tornado menos viables políticamente, otros métodos los han sustitui­
do, preservando y produciendo desigualdades de raza y género en el
reparto de oportunidades. Los elevados niveles de vigilancia policial
en vecindarios donde se concentra la población de color, la creación
de programas jerárquicos de prestaciones públicas, el diseño de regí­
menes fiscales que gravan los rendimientos de trabajo en lugar de la
riqueza, el control migratorio dirigido contra unos inmigrantes más
que contra otros, la estructuración de la financiación pública de la
educación, la asistencia sanitaria y otras necesidades fundamentales,
todo funciona para crear y mantener estas desigualdades, que resultan
ser letales.2
Una manera de pensar sobre estos programas a escala poblacio-
nal es que están creados como programas de atención social. Se crean
para prevenir riesgos en la población nacional y dotarla de recursos
para prevenir estos riesgos. Su objetivo es aumentar la salud, la segu­
ridad y el bienestar: acceso a alimentos, transporte, seguridad pública,
sanidad pública y demás. Como movilizan la idea de la población (a
veces «la sociedad», «la nación» o «el pueblo»), son diseñados para
reflejar y amplificar las percepciones contemporáneas de quién está
«dentro» y quién está «fuera» del grupo que se persigue proteger y

2. Un ejemplo muy polémico es la sanción impuesta por posesión y venta de crack


frente a la de cocaína en polvo. Como se ha explicado muchas veces, la reclusión de
personas negras en Estados Unidos se explica en gran medida por la decisión política
de endurecer las penas de prisión por posesión de crack, mucho más traficado en co­
munidades negras, que de cocaína en polvo, que suele asociarse más a poblaciones
blancas. Si bien las sentencias no mencionan la raza ni identifican el control racista
como un objetivo, el marco profundamente racista de los delitos de drogas, sobre todo
respecto del crack, alimentó la guerra contra las drogas, que produjo una serie de deci­
siones políticas con unos resultados decididamente racistas, en términos de quién pasa
cuánto tiempo en prisión por posesión y venta de la misma cantidad de estupefacientes
ilegales. Danielle Kurtzleben, «Daca Show Racial Disparity in Crack Sentencing», US
News & World R epon, 3 de agosto de 2010, <http://politics.usnevvs.com/news/
arcicles/2010/08/03/data-show-racial disparity-in“crack-sentencing.html>; American
Civil Liberties Union, «Interested Persons Memo on Crack/Cocaine Sentencing Poli­
cy» mayo de 2002, <www.aclu.org/drug-law-reform/interested-persons-memo-crack-
powder-cocaine-sentencing-policy>; The Sentencing Project, «It’s Not Fair. It’s Not
Working», <www.sentencingproject.org/crackreform>.
favorecer, lo cual significa que siempre incluyen decisiones sobre
quién merece protección y quién representa una amenaza.3 Las nor­
mas relativas a la raza, el género, la sexualidad, el país de proceden­
cia, la capacidad y el origen indígena siempre condicionan y determi­
nan quién se sitúa en cada lado de la linea. Los programas de atención
social a escala poblacional siempre incluyen la vigilancia de la pobla­
ción como una tarea fundamental. El análisis de Mitchell Dean sobre
las medidas de atención social a la población —o, por emplear el tér­
mino de Foucault, los «aparatos de seguridad»— ilustra la doble natu­
raleza del estado cuidador/vigilante:
Los aparatos de seguridad incluyen el uso de ejércitos permanentes,
fuerzas policiales, cuerpos diplomáticos, servicios de inteligencia y es­
pías ... [pero] también incluyen sistemas de sanidad, educación y bie­
nestar social... Abarcan, por tanto, aqnellas instituciones y prácticas
interesadas en defender, mantener y proporcionar seguridad a una po­
blación nacional y aquellas que garantizan los procesos económicos,
demográficos y sociales que se comprueba que existen entre la pobla­
ción... [centralizando] esta preocupación por la población y su optimi­
zación (en términos de riqueza, salud, felicidad, prosperidad y eficien­
cia), y las formas de conocimiento y medios técnicos adecuados para
este fin.4
Una recopilación de datos normalizada y categorizada es esencial para
crear estos programas, pues permite que gobiernos, instituciones y or­
ganismos (por ejemplo, la Oficina de Censos de Estados Unidos, la
Oficina del Registro Civil de Nueva York, los Centros para el Control
de Enfermedades, el Departamento de Vehículos Motorizados de Co­
lorado) tengan una fotografía general de la población: su salud, sus
vulnerabilidades, necesidades y riesgos. Y, sobre todo, esta forma de
pensar en la población es lo que permite que estos programas existan.
La obra de James C. Scott señala que recabar información y crear pro­
gramas a escala poblacional usando esta información es lo que define

3. Mariana Valverde, «Genealogies of European States: Foucauldian Reflections»,


Economy and Society, 36, n.° 1, febrero de 2007, p. 176; Michel Foucault, Society
Must Be Defended: Lectures at the College de France, 1975-76, trad. David Macey,
Picador, Nueva York, 2009, p. 256.
4. Mitchell Dean, Governmentality: Power and Rule in Modern Society, 2.a ed.,
SAGE Publicatious, Londres, 2010, p. 20.
el estado-nación moderno.5 Estos programas toman decisiones sobre
qué tipos de datos son relevantes para su trabajo, qué necesita saber en
cada caso el gobierno/organismo/institución/organización para imple-
mentar programas destinados a favorecer que la población esté «sana»
previniendo riesgos de todo tipo. Estas decisiones sobre qué constitu­
ye un dato relevante/una manera de clasificar adecuada, y que no sea
una decisión política controvertida (o muy poco), son vitales en la
medida que la gente se siente cómoda con las normas sociales más
comúnmente usadas, y suelen aceptar estos sistemas clasificatorios
como algo neutral, y no los ponen en tela de juicio.6 Estamos habi­
tuados a rellenar formularios con ciertas preguntas. Raras veces cues­
tionamos por qué motivo se nos pregunta por estas informaciones en
particular y no por otras, salvo cuando nos cuesta decidir qué casilla
marcar. Como ciertas clasificaciones son ya comunes y normales, da­
mos por sentado que ciertos datos, como el sexo, son sencillamente
información necesaria para administrar los programas estatales. Según
Scott: «Categorías que empezaron como invenciones artificiales he­
chas por trabajadores del catastro, censores, jueces u oficiales de poli­
cía pueden terminar convirtiéndose en categorías que organizan la

5. En un artículo que trata del desarrollo de la normalización de los nombres propios,


Scott y sus colaboradores escriben: «No es posible crear un estado sin darle un nombre
(...)■ Seguir el progreso de la creación de un estado es, entre otras cosas, rastrear la
elaboración y aplicación de sistemas novedosos que nombran y clasifican espacios,
carreteras, personas y, sobre todo, la propiedad. Estos proyectos estatales de legibili­
dad superponen, y a menudo suplantan, prácticas locales. Cuando las prácticas locales
persisten, habitualmente son relevantes para una gama de interacciones cada vez más
concretas en los confines de una comunidad que se reúne para hablar cara a cara». La
obra de Scott muestra cómo la «pacificación de un territorio» necesaria para la crea­
ción de un estado implica sustituir las diversas prácticas locales por estándares nacio­
nales de denominación y categorización que hacen a personas, lugares y cosas legibles
para el estado, a fin de poder ser contados, mantenidos, cultivados y controlados. Ja­
mes C. Scott, John Tehranian y Jeremy Mathias, «The Production of Legal Idencities
Proper to States: The Case of the Permanent Family Súmame», Comparative Studies
in Society and History, 44, n.° 1, enero de 2002, pp. 4-44.
6. «Por un lado, gobernamos a otros y a nosotros mismos en función de lo que acep­
tamos como verdadero sobre quiénes somos, qué aspectos de nuestro existencia hay
que trabajar, cómo, con qué medios y con qué finalidad (...) Por otro lado, los modos
con qué nos gobernamos y conducimos producen distintas vías de producción de ver­
dad». Mitchell Dean, Governmentality: Power and Rule in Modern Society, 2.a ed.,
SAGE Publications, Londres, 2010, p. 18. Véase asimismo Geoffrey C. Bowker y Su-
san Leigh Srar, Sorting Things Out: Classification and Its Consequences, The MIT
Press, Cambridge, MA, 1999.
experiencia diaria de las personas, precisamente porque están integra­
das en instituciones estatales que estructuran esta experiencia».7 Los
términos y las categorías usados en esta clasificación de datos recaba­
dos por el estado no recopilan meramente información sobre tipos de
cosas preexistentes, sino que configuran el mundo en categorías que,
en último término, la mayoría ni siquiera cuestiona y, por lo tanto, pa­
recen ahistóricas y apolíticas. Es más, muchas de estas categorizacio-
nes son asumidas como verdades básicas.
Ahora bien, detrás de cada dato recabado por el gobierno esta­
dounidense y la elección sobre qué recabar y por qué existe una histo­
ria repleta de controversia y que ha generado una resistencia. La crea­
ción de programas para el registro y certificado de nacimientos, la
creación de la Administración de la Seguridad Social que incluyó la
asignación de un único número para cada residente que pudiera solici­
tarlo, el uso de varias categorías raciales (y cambios de categorización
racial) en el censo estadounidense, la recopilación de datos sobre la
infección del VIH y otras enfermedades estigmatizadas, todo ello ha
suscitado controversias en tomo a cómo y por qué los organismos gu­
bernamentales se han dedicado a recabar ciertos datos y qué conse­
cuencias podría acarrear para ciertas poblaciones.8 Cada uno de estos
proyectos de recopilación de datos han creado momentos decisivos
para expandir el alcance del gobierno y definir quiénes pertenecen al
«nosotros» nacional y quiénes son los «otros» que hay que abandonar
o eliminar. Los mecanismos de recopilación de datos que fijan y utili­
zan normas son fundamentales para la clasificación y ordenación de la
población.
Para las políticas trans, un ámbito de gran interés es la ubicuidad
de la recopilación de datos de género, presente en prácticamente todos
los sistemas estatales y comerciales donde se verifica la identidad
imaginable. Desde que nacemos hasta que morimos, las casillas «H» y
«M» están presentes en casi todos los formularios que rellenamos: en

7. James C. Scott, Seeing Like a State: How Certaín Schemes to Improve the Human
Condition Have Failed, Yale University Press, New Haven, CT, 1998, pp. 82-83.
8. Dean Spade, «Documenting Gender», Hastings Law Journal, 59, 2008, p. 731;
Christian Parenri, The Soft Cage: Surveillance in America from Slavery to the War on
Terror, Basic Books, Nueva York, 2003; y Christine B. Hickman, «The Devil and the
One Drop Rule: Racial Categories, African Americans and the U.S. Census», Michi­
gan Law Review, 95,1997, p. 1.161.
los documentos identificativos que muestran quiénes somos y están en
los registros que organismos gubernamentales, bancos y organizacio­
nes sin ánimo de lucro guardan en sus ordenadores. Además, la clasi­
ficación de género suele gobernar espacios como cuartos de baño, al­
bergues para personas sin hogar, programas de rehabilitación de
toxicomanías, servicios de salud mental y espacios de confinamiento
como hospitales psiquiátricos, reformatorios, prisiones y prisiones
para inmigrantes (con frecuencia llamadas «centros de detención»,
pese a que el término «detención» denota erróneamente un confina­
miento a un corto plazo relativo, lo que, de nuevo, no es el caso de las
personas enviadas a estas instalaciones). Las consecuencias de una
clasificación errónea o la incapacidad de que una persona encaje en el
sistema clasificatorio existente son extremadamente graves, sobre
todo en aquellas instituciones y sistemas que han nacido y crecido
para controlar a personas pobres y personas de color, como los orde­
namientos penales, los sistemas de prestaciones públicas y los siste­
mas de inmigración. La recopilación de datos normalizados y su uso
para controlar la identidad se ha impuesto aún más desde el inicio la
guerra contra el terrorismo, aumentando la vulnerabilidad de muchas
personas, cuyas vidas e identidades son idóneas o imposibles, según
decidan los programas gubernamentales de clasificación.

Una clasificación administrativa del género y las vidas trans


Para las personas trans, la clasificación que hace la administración del
género y los problemas que produce para quienes son difíciles de cla­
sificar, o son clasificados erróneamente, genera una violencia impor­
tante y recorta las oportunidades y expectativas vitales. Los problemas
debidos a la clasificación de género en las personas trans se concen­
tran en tres ámbitos generales: los documentos identificativos, los
centros que segregan por sexo y el acceso a la asistencia sanitaria para
la confirmación de género. Mitchell Dean describe el análisis del go­
bierno según Foucault, una descripción que es útil para reflexionar
sobre la ubicación múltiple de la producción de las normas sobre la
clasificación por sexo, así como la incoherencia de tales sistemas cla-
sificatorios. Este análisis señala:
las rutinas de la burocracia; las tecnologías de anotación, grabación,
compilación, presentación y transporte de información, las teorías, los
programas, el conocimiento y la experiencia que constituyen un campo
que debe ser regulado e investirlo de propósitos y objetivos; las formas
de ver y representar asumidas en las prácticas de gobierno; y los dife­
rentes organismos con las varias capacidades que las prácticas de go­
bierno precisan, provocan, forman y reforman. Examinar los regímenes
de gobierno supone realizar nn análisis en plural: ya existe una plurali­
dad de regímenes de prácticas en un territorio determinado, cada cual
compuesto por una multiplicidad de elementos, en principio ilimitados
y heterogéneos, vinculados por una variedad de relaciones y capaces de
conexiones polimorfas entre ellos. Los regímenes de prácticas pueden
ser identificados siempre que exista un campo relativamente estable de
correlación de visibilidades, mentalidades, tecnologías y organismos,
de suerte que constituyan cierto punto de referencia incuestionable para
cualquier forma de problematización.9
Usar este tipo de enfoque analítico visibiliza en qué lugares las perso­
nas trans tienen interacciones extremadamente perniciosas con los sis­
temas jurídicos, nos ayuda a entender la importancia de las prácticas
de clasificación según el género, en todo tipo de normas. En Estados
Unidos han surgido sistemas administrativos que se han centrado en
crear y administrar categorías raciales y sexuales, con el propósito
de crear una nación, a través de regímenes de propiedad generizados y
racializados. La incorporación de las consideraciones de raza y género
es uno de los puntales en la construcción de la nación, y ha sido posi­
ble gracias a la creación de medidas sobre la población, incluidos los
sistemas y las normas administrativas, que preservan y favorecen las
vidas de unos y exponen las de otros a la muerte prematura. Si nos
detenemos a observar regímenes de prácticas particulares, relativos a
la administración de género y que tienen un fuerte impacto en las per­
sonas trans, podemos ver este funcionamiento de ordenación de la po­
blación en pleno proceso. En cada uno de estos lugares, los problemas
de clasificación según el género producen graves consecuencias, in-
teractuando y creando dificultades complejas, con ramificacioues a
largo plazo y con un gran alcance.

9. Dean, Governmentality, pp. 26,27.


Documentos identificativos
Las personas trans suelen tener problemas con los documentos identifi-
cativos cuando un organismo, una institución o una organización que
almacena datos y/o produce documentos identificativos (permisos de
conducir, certificados de nacimiento, pasaportes, tarjetas ligadas a pres- S
taciones sociales, documentos de inmigración) posee información inco­
rrecta, desactualizada o que contradice la de otro organismo, institución
u organización. Muchas personas trans se encuentran con este problema
porque no pueden cambiar el marcador de género en ciertos documen­
tos básicos. Numerosos organismos, instituciones y organizaciones tie­
nen políticas formales o informales de reclasificación de género, que
requieren algún tipo de prueba de atención médica. Cada organismo y
programa estatal que hace un seguimiento del género de una persona
tiene reglas o prácticas propias (a veces dependientes de la opinión per­
sonal de un funcionario o funcionaría) sobre qué prueba se exige para
hacer un cambio oficial de género en un registro o una identificación.
Las políticas difieren radicalmente. Algunos exigen pruebas de que la
persona se ha sometido a una cirugía específica; otros exigen pruebas
de que la persona se ha sometido a cirugía, pero sin especificar cuál; y
otros exigen una carta del médico que confirme que la persona es trans
y certifique la autorización médica que atestigüe su pertenencia a un
género en particular. Otros no permiten un cambio de género en absolu­
to. Unas pocas políticas permiten que la autoidentificación de una per­
sona sea prueba suficiente para cambiar su clasificación de género.10
El amplio abanico de políticas y prácticas indica que muchas
personas, según donde vivan y qué tipo de evidencia médica puedan
presentar, no pueden conseguir la rectificación de su historial o iden­
tificación, o solo pueden conseguir que su género sea modificado por
unos organismos y otros no. De esta forma, por ejemplo, una persona
nacida y residente en Nueva York puede tener un certificado de naci­
miento en el que no le pueden cambiar «H» por «M» porque no se ha
sometido a una cirugía genital; un permiso de conducir que refleja
correctamente «M» porque ha conseguido la carta de un médico; que
figure «H» en el registro de la Seguridad Social porque no puede

10. Para una lista detallada de estas políticas en Estados Unidos y qué requiere cada
una, véase Spade, «Documenting Gender».
aportar pruebas quirúrgicas; una orden de cambio de nombre que
muestra su nuevo nombre femenino; y una tarjeta Medicaid que reza
«M» porque el organismo carecía de una política oficial y el funciona­
rio pensó que la orden de cambio de nombre y el permiso de conducir
eran suficientes. Otra persona con la misma prueba médica podría te­
ner una serie de documentos totalmente diferentes por haber nacido en
California y residir en Massachusetts. Es probable que haya quienes
no tengan una serie de documentos consistentes y que se correspon­
dan con su género actual. Para muchas personas que sienten que ni
«H» ni «M» describe con precisión su género, no existe la posibilidad
de conseguir registros que reflejen sus identidades. Las políticas de
reclasificación de género son particularmente problemáticas, porque
con mucha frecuencia incluyen requisitos quirúrgicos. La mayoría de
las personas trans no se someten a cirugía, tanto porque resulta econó­
micamente prohibitivo como porque no quieren o no lo necesitan. La
idea errónea de que la cirugía es el sello distintivo de la experiencia
trans también resulta muy perjudicial para las personas que carecen de
acceso a la asistencia médica, entre ellas personas con pocos ingresos,
personas de color, inmigrantes y jóvenes. Según un estudio de 2009,
el 80 por 100 de las mujeres trans y el 98 por 100 de los hombres trans
no se han sometido a cirugía genital.11 Como en estos estudios resulta
difícil incluir a las personas recluidas en prisiones, las personas sin
una vivienda segura y otras personas muy vulnerables con un acceso
extremadamente pobre al sistema de salud, yo sugeriría que los resul­
tados de la encuesta pueden incluso sobrestimar el número de perso­
nas trans que se han sometido a cirugía genital.
Tener documentos identificativos que identifican erróneamente
el género causa enormes problemas. Otra consecuencia importante de
la discrepancia en los documentos identificativos es que suele ser un
obstáculo importante para el empleo. Un estudio reciente reveló que el
47 por 100 de las personas trans y que no conforman las normas bina­
rias de género encuestadas habían tenido experiencias laborales nega­
tivas: algunas fueron despedidas, otras no fueron contratadas o les
1.1. Jaime M. Grant, Lisa A. Mottet y Justin Tanis con Jody L. Hermán, Jack Harrison
y Mara Keisling, National Transgender Discrimination Survey Report on Health and
Health Care, Washington: National Gay and Lesbian Task Forcé and National Center
for Transgender Equality, 13 de octubre de 2010, <www.thetaskforce.org/reports_and_
research/ trans_survey _health_heathcare>.
habían negado un ascenso por razones de género.12 Otro estudió des­
cubrió que solo el 58 por 100 de los residentes trans de Washington
ocupaban puestos de trabajo remunerados: el 29 por 100 afirmó care­
cer de fuente de ingresos y otro 31 por 100 de recibir unos ingresos
anuales inferiores a 10.000 $.13 En otro estudio, el 64 por 100 de los
encuestados residentes en San Francisco reportó unos ingresos anua­
les medios de 0 a 25.000 $.14Tener unos documentos identificativos
con información incorrecta en los marcadores de género pueden servir
para identificar a una persona trans durante el proceso de contrata­
ción, exponiéndola a ser discriminada. Las personas cuyos documen­
tos identificativos no coinciden con su identificación personal o su
apariencia física también se exponen a una aguda vulnerabilidad en
las interacciones con la policía y otros funcionarios públicos, cuando
viajan o incluso en los quehaceres cotidianos, como entrar en estable­
cimientos con límites de edad o comprar productos con límites de
edad, confirmar su identidad cuando van a cobrar un cheque, usar una
tarjeta de crédito o una tarjeta asociada con unas prestaciones socia­
les. Una información contradictoria sobre la identidad puede dificultar
también la obtención de ciertos documentos identificativos que son
vitales para la subsistencia diaria. Desde el inicio de la guerra contra

12. Jamie M. Grant, Lisa A. Mottet y Justin Tanis, Injustice at Every Turn: A Report
of the National Transgender Discrimination, National Gay and Lesbian Task Forcé
and National Center for Transgender Equality, Survey, Washington, 4 de febrero de
2011, <www.endtransdiscrimination.org/report.html>. Según otro estudio, el índice de
desempleo a nivel nacional entre personas trans es del 70 por 100. Patrick Letellier y
Yoseñio V. Lewis, Economic Empowerment for the Lesbian Gay Bisexual Transgender
Communities: A Report by the Human Rights Commission City and County of San
Francisco, Human Rights Commission, San Francisco, 2000, <www.sf-hrc.org/ftp/
uploadedfiles/sfhumanrights/docs/econ.pdf>.
13. Jessica M . Xavier, The Washington Transgender Needs Assessment Survey, Exe-
cutive Summary, Administration for HIV and AIDS, District of Columbia Department
of Health, Washington, DC, 2000, <www.glaa.org/ archive/2000/tgneedsas-
sessmentlll2.shtml>.
14. Chris Daley y Shannon Minter, Trans Realities: A Legal Needs Assessment of
San Francisco’j Transgender Communities, Transgender Law Center, San Francisco,
2003. Un estudio de 2009 reveló que el 79 por 100 de las personas trans que no confor­
man las normas binarias de género no habían podido actualizar sus documentos identi­
ficativos para que reflejasen su género actual. Jamie M. Grant, Lisa A. Mottet y Justin
Tanis, Injustice at Every Turn: A Report of the National Transgender Discrimination
Survey, Executive Summary, Nacional Gay and Lesbian Task Forcé and Nacional Cen­
ter for Transgender Equality, Washington, 2011, <www.thetaskforce.org/downloads/
reports/reports/ntds_summary.pdf>.
el terrorismo, y a medida que la cultura de la seguridad sigue repun­
tando en Estados Unidos, los procedimientos de verificación de iden­
tidad se han ampliado e intensificado en sectores estatales y comercia­
les. En consecuencia, la indebida clasificación administrativa está
aumentando las barreras, sobre todo cuando se intensifica la vigilancia
sobre la personas en función de su condición de inmigrante y/o por su
raza.

Centros segregados por sexo


Una clasificación inadecuada también es un problema grave, porque
la segregación por razón de sexo se usa para estructurar innumerables
servicios e instituciones. Las personas cuyo historial y documentos
identificativos contienen marcadores de género que no coinciden con
su identidad se enfrentan a importantes obstáculos a la hora de acce­
der a baños públicos, programas de tratamiento de adicciones, alber­
gues para personas sin hogar, centros para víctimas de violencia de
género, hogares de apoyo y hospitales. También sufren más vulnera­
bilidad a la violencia en estos espacios, sobre todo en instituciones
que no pueden ser eludidas debido a su carácter obligatorio. Estas ins­
tituciones obligatorias, como cárceles, prisiones, centros de castigo
juvenil, instituciones psiquiátricas y centros para inmigrantes, tam­
bién suelen ser enormemente violentas. Para muchas personas, la in­
capacidad de acceder a programas segregados por sexo que abordan la
adicción y la carencia de vivienda conlleva un riesgo mayor de termi­
nar en sistemas de represión penal. Las mujeres trans que necesitan un
hogar (una población desproporcionadamente grande por la combina­
ción de discriminación laboral, discriminación en materia de vivienda
y rechazo familiar) suelen quedarse en la calle, porque son injusta­
mente excluidas de los programas de violencia de género solo para
mujeres y ellas saben que el sistema de albergues para personas sin
hogar las ubicaría en centros para hombres, cosa que garantizaría su
acoso sexual y exponerse a posibles ataques. Muchos jóvenes trans
viven en la calle, sin un hogar, cuando se escapan de los hogares de
apoyo, que los ubican según el sexo que les ha sido asignado al nacer,
lo que les expone a la violencia por parte de internos y trabajadores
por igual. Las personas trans con estrés emocional con frecuencia no
pueden recibir la terapia psicológica que desean o necesitan porque
los profesionales o los centros de tratamiento interpretan su identidad
o expresión de género como algo que es preciso «curar». Las personas
trans también son rechazadas con frecuencia de los centros de trata­
miento de adicciones, porque son espacios segregados por sexo y sus
administradores creen que los pacientes trans serán «problemáticos».
Las normas de género que adoptan los profesionales de la salud y de
los tratamientos de adicciones suelen traducirse en la exclusión de las
personas trans de estos servicios vitales. Para quienes buscan trata­
mientos de adicciones ordenados por un juez como alternativa a la
reclusión, esto puede traducirse en un aumento del tiempo en prisión
o en la cárcel. No acceder a un tratamiento también aumenta el impac­
to de la dependencia, como la marginación económica, la vnlnerabili-
dad a la violencia y la criminalización. Las personas trans en prisiones
y cárceles denuncian unos íudices muy altos de acoso sexual.15
Los sistemas de clasificación del género impiden el acceso de las
personas trans a unos servicios básicos y generan condiciones de vio­
lencia extrema en centros residenciales y penitenciarios. La segrega­
ción por razón de género es un mecanismo de administración y con­
trol en los centros y las instituciones donde se concentran personas
pobres, de color, inmigrantes y otras personas marginadas, donde las
normas de género se aplican con extrema violencia. A través de las
experiencias de personas trans y aquellas que no conforman las nor­
mas binarias de género, descubrimos cómo los métodos de ordenación
de la población, organizados por raza y género, producen sufrimiento
e inseguridad en las personas que son victimas de criminalización,
control migratorio y apartheid económico.

15. D. Morgan Bassichis, «“It’s War in Here”: A Report on the Treatment of Trans­
gender & Intersex People in New York State Men’s Prisons», Sylvia Rivera Law Pro-
ject, Nueva York, 2007, <http://srlp.org/files/warinhere.pdf>; Alexander L. Lee, Gen-
dered Crime & Punishment: Strategies to Protect Transgender; Gender Variant &
Intersex People in America’s Prisons (pts 1 & 2), GIC TIP journal, verano de 2004,
GIC TIP journal, otoño de 2004. Christine Peek, «Breaking out of the Prison Hierar-
chy: Transgender Prisoners, Rape and the Eighth Amendment», Santa Clara Law Re-
viewy 44, octubre de 2004, p. 1211; Sydney Tarzwell, «The Gender Lines Are Marked
wich Razor Wire: Addressing Scate Prison Policies and Practices for the Management
of Transgender Prisoners», Columbia Human Rights Law Review 38, otoño de 2006,
p. 167.
Acceso a la asistencia sanitaria
Los sistemas de clasificación según el género también tienen un im­
pacto sustancial en el acceso de las personas trans a la asistencia sani­
taria. La mayoría de las políticas estatales de Medicaid y la mayoría
de los programas de seguros sanitarios excluyen a las personas trans
de la cobertura médica necesaria de confirmación de género. Medi­
caid ofrece a las personas que no son trans todas las intervenciones
que contribuyen a la confirmación del sexo de una persona, negándo­
selas solo a aquellas que tienen un diagnóstico de transexualidad. Por
ejemplo, la testosterona y los estrógenos se prescriben con frecuencia
a personas que no son trans por distintas enfermedades, como hipogo-
nadismo, menopausia, inicio tardío de la pubertad, atrofia vaginal o
vaginitis atrófica, problemas de ovarios (incluida la falta de ovarios),
intersexualidad, cáncer de pecho o de próstata y prevención de la os-
; teoporosis. Asimismo, la cirugía de tórax que muchos hombres trans
buscan —quitar tejido mamario para crear uu pecho plano— entra en
la cobertura de Medicaid para hombres que no son trans y que desa­
rrollan la enfermedad común de la ginecomastia, con un volumen ex­
cesivo de tejido mamario, en cantidades que se consideran anormales.
Las mujeres que no son trans diagnosticadas de hirsutismo —brote de
vello facial o corporal en cantidades que se consideran anormales—
también son tratadas por Medicaid, que corre con los gastos. Es más,
la reconstrucción de pecho, testículos, pene y demás tejidos perdidos
por una enfermedad o accidente es rutinaria y entra en la cobertura
médica. Otros tratamientos indicados para ayudar a crear genitales
que se ajustan a las normas sociales de la apariencia se suministran
con frecuencia a niños que nacen con estados intersexuales (algo cada
vez más criticado en los últimos años) y entran en la cobertura sanita­
ria.16
Gran parte de la asistencia médica suministrada en los progra­
mas de Medicaid a personas que no son trans, pero que es denegada a

16. Para más información, véase el sitio web de la Intersex Society ofNorth America
(Sociedad Intersexual de Norteamérica), <www.isna.org>. La lucha por acabar con la
cirugía de niños y niñas con estados intersexuales guarda importantes paralelismos
políticos con las luchas de las personas trans por conseguir una asistencia sanitaria de
confirmación de género. Ambas denuncian que las autoridades médicas controlan las
categorías de género estableciendo y reforzando las normas de género en los cuerpos.
diario a personas que sí lo son, tiene el único objetivo de reafirmar el
género social de los pacientes que no son trans. La reconstrucción de
pecho o testículos perdidos por cáncer, los tratamientos hormonales
para eliminar vello que se considera inapropiado según el género, la
cirugía torácica por ginecomastia y otros tratamientos que son sumi­
nistrados exclusivamente debido a las consecuencias sociales y el im­
pacto en la salud mental de aquellas personas con atributos físicos
que no concuerdan con su identidad y género social. Por lo tanto, la
distinción que se hace al negar esta asistencia médica a personas
trans parece basarse exclusivamente en el diagnóstico. Negar a un
grupo políticamente impopular un tratamiento médico que, por el
contrario, sí es suministrado a otros que necesitan ese mismo trata­
miento constituye, como aseguran los abogados, una «discriminación
basada en el diagnóstico», una violación de los reglamentos federales
de Medicaid. No obstante, no se han ganado casos recientes que ale­
gaban estos cargos; de hecho, las políticas de Medicaid referentes a
la asistencia sanitaria de las personas trans están empeorando en todo
el país.17
Para las personas trans necesitadas de estos tratamientos, el im­
pacto de este rechazo en el ámbito sanitario tiene consecuencias men­
tales y físicas importantes. La depresión, la ansiedad y las tendencias
suicidas son condiciones comúnmente vinculadas a la necesidad insa­
tisfecha de un tratamiento médico de confirmación de género.18 De
acuerdo con los pocos estudios realizados al respecto, los índices de
infección de VIH también son extremadamente altos entre las perso-

17. En los últimos años, el estado de Washington y Minnesota ha aprobado cambios


en la política de Medicaid para reducir la cobertura de la asistencia sanitaria de confir­
mación de género para personas trans. El Sylvia Rivera Law Project trabajó de 2003 a
2014 contra una regulación de 1998 del estado de Nueva York que prohibía ia cobertu­
ra sanitaria Medicaid para personas trans. Dean Spade, Gabriel Arkles, Phil Duran,
Pooja Gehi y Huy Nguyen, «Medicaid Policy and Gender-Confirming Health care for
Trans People: An Interview with Advocates», Seattle Journal for Social Justice, 8,
primavera/verano de 2010, p. 497.
18. Un estudio reveló que el 12 por 100 de las mujeres trans y el 21 por 100 de los
hombres trans que no habían empezado el tratamiento habían intentado suicidarse,
cosa que no sucedió entre los mismos pacientes después de haber empezado el trata­
miento. Friedemann Pfáfflin y Astrid Junge, «Sex Reassignment.Thirty Years of Inter­
national Follow-up Studies after Sex Reassignment Surgery: A Comprehensive Re-
view, 1961-1991», trad. Roberta B. Jacobson y Alf B. Meier (ÍJT Electronic Book
Collection, Symposion Publishing, 1998), <http://web.archive.org/vveb/2007080703
1128/http ://w w w .sy mposion .com/ijt/pfaeffiin/6003 .htm> .
ñas trans.19 Un estudio descubrió que las mujeres trans afroamerica­
nas presentaban una seroprevalencia del 63 por 100. Una de las causas
puede ser que muchas personas buscan tratamientos en el mercado
informal y reciben atención sin supervisión médica, porque no es po­
sible por otros medios. Esta vía de acceso al tratamiento puede resul­
tar en dosis inadecuadas, daños neurológicos, VIH y/o hepatitis por
inyectarse en vena sin supervisión médica o sin jeringuillas limpias.20

19 Un estudio reciente realizado a personas trans y que no conforman las normas


binarias de género ha revelado altos índices de VIH en las poblaciones trans, sobre
todo entre personas de color e inmigrantes. «Los encuestados mostraron un índice de
infección de VIH del 2,64 por 100, más de cuatro veces el índice de infección de VIH
en la población adulta de Estados Unidos (...). Las personas de color presentaban un
índice muy superior de infección de VIH: 24,90 por 100 de afroamericanos/as; 10,92
por 100 de latinos/as; 7,04 por 100 de estadounidenses de origen indígena; y 3,70 por
100 de estadounidenses de origen asiático. Los ciudadanos y las ciudadanas no esta­
dounidenses superaban el doble del índice de infección de VIH que el de los ciudada­
nos y las ciudadanas estadounidenses». El estudio reveló también que quienes no te­
nían estudios superiores, quienes tenían rentas anuales inferiores a 10.000 $ y quienes
habían perdido su empleo debido a los prejuicios o estaban en paro presentaban índices
sustancial mente más altos de VIH. Grant, Mottet y Tanis, Injustice at Every Turn,
p. 80.
20. American Psychiatric Association, Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders (4.a ed.), 2000, pp. 576-582; Mario Martino, Emergence: A TransexualAu-
tobiography, Nueva York, Crown Publishers, 1977, pp. 168-169,190: Jan Morris, Co-
nundrum, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1974, pp. 40-135; Karen M. Gou-
lart, «Trans 101: Trans Communities Face Myriad Issues», Philadelphia Gay News,
1999, <www.queertheory.com/articles/articles_goulart_transl01.hnn>; Jamil Rehman
et al., «The Reported Sex and Surgery Satisfactions of 28 Postoperative Male-to-Fe-
male Transsexual Patients», Archives of Sexual Behavior, 28, n.° 1, 1999, pp. 71-89;
Pfáfflin y Junge, «Sex Reassignment»; Collier M. Colé et al., «Comorbidity of Gender
Dysphoria and Orher Major Psychiatric Diagnoses», Archives of Sexual Behavior, 26,
n.° 1,1997, pp. 13,18-19; Kristen Clements et al., «HIV Prevention and Health Servi­
ce Needs of the Transgender Community in San Francisco», International Journal of
Transgender ism, 1999, p. 3, 1&2; Kristen Clements-Nolle et al., «HIV Prevalence,
Risk Behaviors, Health Care Use, and Mental Health Status of Transgender Persons:
Implications for Public Health Intervention», American Journal of Public Health, 91,
2001, pp. 915, 917; HCH Clinicians’ Nerwork, «Crossing to Safety: Transgender
Health and Homelessness», Healing Hands, 6, junio de 2002, p. 1, <http://transhealth.
transadvocacy.org/Newsletters/June2002HealingHands.pdf>; Nina Kammerer et a l.,
«Transgender Health and Social Science Needs in the Context of HIV Risk, en Trans­
gender and HIV- Risks, Prevention, and Care (eds.), Walter O. Bockting y Shelia Kirk,
Nneva York, Routledge, 2001, pp. 39,41; Michael Rodger y Lindey King, «Drawing
Up and Administering Intramuscular lnjections: A Review of the Literature», Journal
of Advanced Nursing, 31, 2000, pp. 574, 577; Joe Lunievicz, Transgender Positive,
TheBody.com, noviembre de 1996, <www.thebody.com/content/whatis/art30598.
html>, citado en Pooja Gehi y Gabriel Arkles, «Unravelling Injustice: Race and Class
Impact of Medicaid Exclusions of Transition-Related Health Care for Transgender
Buscar un tratamiento sin tener una cobertura sanitaria también
conduce al acoso, a ser identificado dentro de ciertos perfiles sociales/
raciales y a la reclusión de jóvenes y adultos al recurrir a trabajos crimi­
nalizados para costearse este servicio, o enfrentándose a la criminaliza­
ción por las circunstancias en las que se adquieren estos tratamientos.
Es más, a tenor de cómo se usan los requisitos médicos en las políticas
de reclasificación de género de cualquier tipo, el impacto de que te nie­
guen el servicio de salud necesario en tu proceso trans tiene ramifica­
ciones en otros ámbitos de la vida relativos al registro de datos persona­
les y la verificación de la identidad. Una clasificación inadecuada en
estos tres ámbitos —documentos identificativos, centros que segregan
por sexo y acceso a la asistencia pública—, sumada al rechazo familiar
generalizado y la estigmatización rutinaria, produce condiciones de po­
breza exacerbada, criminalización y violencia para las poblaciones
trans. En cada caso, el uso del género como una categoría para clasifi­
car a las personas —cosa que la mayoría de los administradores consi­
deran neutral y obvio— funciona como un vector potencial de vulnera­
bilidad. En el contexto de los sistemas administrativos masivos,
generados para producir determinadas poblaciones y gestionarlas, como
son los sistemas de bienestar social, sistemas de represión penal y siste­
mas de control de la inmigración, las personas trans son particularmente
vulnerables al desplazamiento, la violencia y la muerte prematura.

Clasificación según el género y vulnerabilidad trans en un


contexto de intensificación de la vigilancia
La continua vulnerabilidad de las personas trans debido a las clasifica­
ciones administrativas según el género se ha recrudecido, con el aumen­
to de los procedimientos de verificación de identidad, desde el 11 de
septiembre de 2001. La declaración de la guerra contra el terrorismo
introdujo reformas políticas y nuevas prácticas gubernamentales que

People», Sexuality Research and Social Policy: Journal ofNSRC, 5, n.° 1, marzo de
2008, pp. 7-35, 12-15. Véase asimismo Brief for the Association of Gay and Lesbian
Psychiatrists. como amicus curae en In the Matter of the Review of Brian (a/k/a María)
L New York Supreme Court. Appellate División, 1 Department, 19 de abril de 2006.
han intensificado la vigilancia y han modificado la recopilación y el
uS0 de datos sobre la identidad. Uno de los elementos principales de
esta nueva vigilancia es que diferentes organismos estatales compar­
ten y contrastan cada vez más las diferentes bases de datos. Histórica­
mente, organismos como los distintos Departamentos de Vehículos
Motorizados (DMV) del estado, la Administración de la Seguridad
Social (SSA) y el Servicio de Impuestos Internos (IRS) que recaban
información sobre personas en general conservaban estos datos para
su uso personal. Solo se contrastaban datos entre diferentes organis­
mos, relativos a una persona, en investigaciones específicas.
La intensificación de la cultura de la seguridad en Estados Uni­
dos, inaugurada en nombre de la prevención del terrorismo, ha cam­
biado drásticamente el uso de estos datos. Han nacido nuevas prácti­
cas y varios organismos contrastan ya todos sus datos en busca de
información que no coincide. La lógica de esta actividad es rastrear a
personas que han conseguido documentos identificativos o autoriza­
ción laboral usando información falsa. Por ejemplo, cuando un Depar­
tamento de Vehículos Motorizados contrasta sus registros con la Ad­
ministración de la Seguridad Social, aquellas personas cuya
información es inconsistente entre ambos organismos serán contacta­
das, con la amenaza de revocarles sus permisos de conducir. Cuando
el IRS contrasta sus datos con la Seguridad Social, contactan con las
empresas y les instan a tomar medidas para rectificar la información
contradictoria o rescindir el contrato. Las personas inmigrantes indo­
cumentadas son las primeras víctimas de este nuevo uso de datos pú­
blicos. Estas políticas han aumentado drásticamente la vulnerabilidad
de las personas inmigrantes a la explotación de las empresas, la vio­
lencia policial y el control migratorio, la pobreza, la falta de acceso a
servicios básicos vitales y la deportación.21 Estas nuevas leyes han

21. Los índices de deportación han seguido aumentando durante la presidencia de


Obama, en julio de 2010, el Washington Post publicó: «El Servicio de Inmigración y
Control de Aduanas prevé deportar a unas 400.000 personas este año fiscal, casi el 10
por 100 más que durante la presidencia de 2008 de Bush y un 25 por 100 más de las
que fueron deportadas en 2007. El ritmo de las auditorías de empresas [en la búsqueda
de empleo de trabajadores indocumentados] se ha multiplicado por cuatro aproximada­
mente desde el último año de legislatura del presidente George W. Bush. Peter Slevin,
«Deportation of illegal immigrants increases under Obama administration», Wash­
ington Post, 26 de julio de 2010, <www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/arti-
cle/2010/07/25/AR2010072501790.html> .
puesto de manifiesto que las políticas sobre la reclasificación del gé­
nero son inconsistentes y tienen un impacto para las personas trans
migrantes y las no migrantes. La imposibilidad de modificar la docu­
mentación reflejando el género actual y que unos documentos se pue­
dan modificar y otros no, tiene implicaciones nefastas: trabajadores
trans abandonados por el gobierno a su suerte y en manos de las em­
presas; perder el permiso de conducir; nuevas barreras al buscar servi­
cios y prestaciones públicas, y en general, se enfrentan a mayores di­
ficultades con todos los sistemas administrativos.
Este mayor control sobre la identidad está creando más proble­
mas a quienes tienen una identidad que administrativamente es incon­
sistente. El aumento de la cultura de la seguridad en Estados Unidos
ha elevado el nivel de estabilidad exigido de nuestras identidades, afi­
nando las herramientas para intensificar la vulnerabilidad de quienes
no tienen «derechos plenos» en cualquier contexto administrativo. En
Estados Unidos las prácticas de contraste entre bases de datos son un
grave problema, debido a la inconsistencia de las políticas de reclasi­
ficación del género. La guerra contra el terrorismo ha favorecido las
propuestas de bases de datos para rastrear a la población, aprovechan­
do nuevos usos de datos existentes, recabados por organismos federa­
les y estatales. El objetivo de estas propuestas suele ser identificar a
inmigrantes indocumentados y fortalecer el reclutamiento militar. Por
ejemplo, hay propuestas para crear una base de datos que rastree in­
formación relativa al reclutamiento militar de todos los residentes es­
tadounidenses menores de cierta edad. Actualmente el FBI está desa­
rrollando una base de datos, será la recopilación de datos biométricos
más grande del mundo, que reunirá huellas de las palmas de las ma­
nos, imágenes faciales y patrones del iris.22 Modificaciones en teoría
banales y nada polémicas como el nuevo requisito de que el sexo figu­
re en los billetes de avión están ganando terreno, en virtud de la lógica
cultural de que el sexo es algo fijo y obvio y, por ende, es una herra­
mienta fácil para verificar la identidad.23
Como ocurre con todos los programas estatales de atención so­
22. Ellen Nakashima, «FBI Prepares Vast Database of Biometrics, $1 Billion Project
to Include Images of Faces», Washington Post, 22 de diciembre de 2007, A01.
23. Dean Spade, «Ma’am, um, I Mean, Sir, um, um, Ma’am?», Cases and Controver-
sies, 11 de junio de 2009, <http://lawfacultyblog.seattleu.edu/2009/06/ll/maam-um-i-
mean-sir-um-um-maam>.
cial, el objetivo de crear más seguridad para el país se basa en la supo­
sición de que existe un sujeto nacional que merece y precisa protec­
ción: un sujeto para el cual la clasificación de la identidad y las
categorías de verificación no son polémicas. Como el género es un
factor siempre presente en la verificación de la identidad, se está po­
niendo al servicio de los objetivos de la guerra contra el terrorismo y
crear una nación racista. Estos ejemplos de la guerra contra el terroris­
mo son útiles, no solo para ilustrar cómo se implementa y funciona la
vigilancia asociada con proyectos militares y de control migratorio,
sino también para arrojar luz sobre los peligros de aquellos proyectos
que habitualmente se perciben como benignos. Es menos frecuente
que analicemos el impacto racista y sexista de los programas de reco­
pilación de datos y sobre la administración, como permisos de condu­
cir, prestaciones de la Seguridad Social y fiscalidad. En realidad, for­
man parte de un proyecto de seguridad nacional, que formula normas
para clasificar a las poblaciones y decidir la desigualdad de oportuni­
dades.

Qué pueden decirnos los problemas que surgen de la


clasificación según el género sobre la política trans y la
reforma jurídica
El que la guerra contra el terrorismo haya propiciado más control de la
identidad y expuesto más a las personas pobres, inmigrantes, personas
de color y personas que no conforman las normas binarias de género a
la explotación, la reclusión y la violencia puede ayudarnos a entender
cómo funcionan la violencia racista y sexista en el momento presente,
y a pensar en cómo podemos intervenir. En primer lugar, este análisis
nos conduce al ámbito de las medidas administrativas sobre la pobla­
ción, en tanto área de control y codificación legal que puede poner en
grave riesgo el bienestar de las personas trans, pese a que no ha sido
politizado tan visiblemente como el ámbito simbólico de la discrimi­
nación individual/intencionada. La estrategia liberal en materia de de­
rechos nos urge a pedirle al estado declaraciones de que las vidas trans
son iguales y valiosas, que la diferencia de la identidad de género no
es una barrera formal para la ciudadanía. Pero este modelo de inclu­
sión y reconocimiento deja como están las condiciones que producen
extrema pobreza, criminalización, reclusión, deportación y violencia
en personas trans, mientras les da un barniz de justicia. Poner el foco
en la administración de la desigualdad de oportunidades arroja luz so­
bre los lugares que generan esta vulnerabilidad, e implica un rechazo
a utilizar las luchas trans para afirmar la neutralidad de los sistemas
que reproducen racismo, sexismo, capacitismo, transfobia, xenofobia
y homofobia. Priorizar el análisis de la desigualdad de oportunidades
e intervenir en él, nos permite llegar al meollo de lo que produce sufri­
miento en las personas trans, y nos lleva a abandonar medidas de re­
forma jurídica, que son principalmente simbólicas. Un análisis de esta
índole puede trazar estrategias tácticas en torno a las campañas de re­
forma jurídica; hacerlo proporciona un alivio inmediato de las condi­
ciones más perniciosas, ayuda a movilizar y construir dinámicas polí­
ticas para un cambio transformador, brinda medidas graduales para
desmantelar un sistema nocivo y tiene sentido cuando se sopesa con
los peligros de la legitimación y la reificación de sistemas violentos.
En segundo lugar, esta investigación nos brinda una posición
ventajosa para preguntarnos cómo debería ser una política trans crítica
con la vigilancia. Nos aleja de la posibilidad de pedir acríticamente a
una administración violenta que «nos cuente», y nos permita, a cam­
bio, trazar estrategias para intervenir en estos sistemas conociendo el
alcance de sus operaciones y de su tendencia a añadir nuevas catego­
rías de legibilidad como métodos expansivos de control. Esto es espe­
cialmente significativo teniendo en cuenta que la búsqueda del reco­
nocimiento y de la exclusión suele renunciar a esta política, en favor
de ser incluidos en sistemas e instituciones perniciosas. La tendencia
hacia las demandas de reconocimiento y sobre la exclusión en el con­
texto de los derechos jurídicos de lesbianas y gays —las luchas por la
inclusión en el matrimonio, el ejército, el Censo y las fuerzas policia­
les— ha creado una división política significativa entre personas que
por raza, clase, condición de inmigrante y de género, y privilegios
tienen la oportunidad de beneficiarse de esta inclusión, mientras que
otras seguirán siendo víctimas de los sistemas de violencia y control,
incluso si la exclusión por motivos de orientación sexual está prohibi­
da por ley. En el contexto de las políticas de clasificación según el
género, un entendimiento crítico de la vigilancia permite que obvie­
mos las demandas simplistas que solo quieren «fijar» estas políticas
a gasificar con mayor «exactitud» a las personas trans. En cambio,
nuestro análisis permite que surjan políticas y estrategias de resisten­
cia que entienden que ampliar la verificación de la identidad es una
faceta clave de la gestión desigual, racializada y sexista, de la seguri­
dad y Ia vulnerabilidad. Podemos entrever que las luchas por «fijar»
estas políticas para los trans menos marginales —que tendrían la do­
cumentación en regla, si no fuera por un problema de clasificación de
género— agudizan la brecha entre quienes se beneficiarán de la inclu­
sión y entre quienes seguirán al margen, o sufrirán peores condicio­
nes, si se logran nuevas políticas formales de inclusión o reconoci­
miento. A medida que entendemos el contexto general de construcción
de un país racista y sexista, al cual es inherente la ordenación de la
población, podemos concebir hasta qué punto las demandas de igual­
dad jurídica que no modifican las condiciones generales de desigual­
dad pueden hacer que produzcamos involuntariamente una política
trans que apoye y legitime estos mismos sistemas e instituciones que
vuelven tan vulnerables a las personas trans.
En tercer lugar, estas investigaciones nos abren una nueva venta­
na para observar el papel de la ley y la tarea de reforma política en el
seno de una política trans crítica. Si analizamos con capacidad crítica
la tarea de reforma jurídica que amenaza con crear herramientas que
legitimen peligrosos acuerdos sociales, si empezamos a trazar estrate­
gias que impacten realmente en la supervivencia de las personas trans,
necesitamos otra forma de mirar los problemas legales de las personas
trans. Un elemento central, que discutiremos más a fondo en el si­
guiente capítulo, es que restemos importancia a la reforma jurídica y
garanticemos que no va a ser la principal demanda de nuestros movi­
mientos sociales. Pero descentralizar las estrategias jurídicas no signi­
fica abandonarlas por completo. Las vidas de las personas trans están
fuertemente atravesadas por numerosas barreras legales que crean
condiciones nefastas, en especial las relativas al uso de la clasifica­
ción sobre el género en un abanico de programas estatales de control/
atención social. Se puede incluir un trabajo jurídico heterogéneo en el
arsenal de herramientas útiles para abordar estos problemas. Usar la
reforma jurídica requiere un análisis esmerado, reflexivo e individua­
lizado del potencial impacto en la subsistencia de las personas trans.
Por ejemplo, tendremos que preguntarnos: ¿este cambio es meramente
simbólico o evitará la pobreza, la criminalización, la deportación y la
muerte de personas trans? ¿Esta reforma reforzará sistemas básicos de
control o los desmantelará? Debemos ser muy conscientes de las posi­
bilidades de dividir la política trans entre el acceso y la capacidad para
que se beneficie de las reformas, y debemos trabajar a conciencia para
formular un análisis compartido entre personas trans y no trans que
luchan contra obstáculos en común, contra los mecanismos de control.
Estas preguntas nos ayudan a analizar qué papel podría tener el traba­
jo jurídico en la movilización por un cambio transformador. Dos
ejemplos nos ayudarán a ilustrar cómo el análisis propuesto puede de­
terminar qué proyectos de reforma jurídica asumimos o no.
Otra cuestión básica es si usar y cómo los instrumentos de refor­
ma jurídica para tratar los múltiples problemas de las personas trans
en los sistemas de represión penal. Como se ha tratado en el capítulo
2, las leyes sobre los delitos de odio no previenen la violencia contra
las personas trans, sino que añaden poder punitivo a un sistema que es
el autor principal de la violencia contra ellas. Las leyes sobre los deli­
tos de odio no cumplen los criterios que yo sugiero para el trabajo de
reforma jurídica, porque sobre todo generan un cambio simbólico; las
leyes sobre delitos de odio incorporan el miedo, el dolor y la rabia de
las comunidades trans por la extrema violencia que sufrimos y el esca­
so valor otorgado a nuestras vidas, promoviendo la expansión de un
sistema que se ceba con nosotros. En lugar de pedir leyes sobre los
delitos de odio, deberíamos incidir en el trabajo jurídico directamente
vinculado con la criminalización de las personas trans y tratar cuestio­
nes como el acoso y la violencia policial, la inadecuada defensa crimi­
nal y el sinfín de violencias que sufren las personas trans. En el con­
texto de esta tarea, debemos poner el foco en mejorar las oportunidades
de las personas trans y garantizar que nuestra labor no refuerce el sis­
tema de represión penal. Cuando trabajemos sobre las condiciones de
reclusión, debemos eludir propuestas de construcción de edificios e
instalaciones para albergar a reclusos y reclusas trans, contratar nue­
vos empleados o llevar a cabo cualquier otro cambio que implique
engrosar el presupuesto y/o las capacidades de las prisiones. Alterna­
tivamente, deberíamos centrar nuestros esfuerzos en tácticas en la ex­
carcelación: un mayor acceso a tratamientos con fármacos adecuados
y seguros, otras alternativas a la reclusión; acceso a un abogado de­
fensor de causas penales; acceso a recursos para exreclusos y exreclu-
sas para prevenir la mendicidad y la pobreza que suelen redundar en
más criminalización; y un apoyo directo a reclusos y reclusas que no
reciben servicios médicos adecuados, que sufren violencia y represa­
lias. Este apoyo directo puede incluir asesoramiento jurídico, así como
apoyo emocional y trabajo de desarrollo de liderazgo. Este plantea­
miento, que hace uso de servicios legales individuales directos junto
con la movilización por un cambio sistémico que propicie verdadera­
mente el bienestar de los reclusos y las reclusas trans, en lugar de
ampliar el sistema de represión penal, requiere una reflexión y evalua­
ción continuas para que cada paso que demos tenga en cuenta el con­
texto de nuestro trabajo. Este trabajo ha de basarse en una idea com­
partida sobre la clase de cambio que estamos buscando y de lo que
creemos necesario para llegar a él. Por ejemplo, este trabajo busca
movilizar a un amplio electorado que rechace la criminalización y la
reclusión, considerando a la población reclusa y exreclusa trans como
líderes fundamentales por su experiencia y conocimiento de los siste­
mas de represión penal, por tanto una parte esencial de la estrategia es
trabajar por la defensa directa de su subsistencia y su participación
política. Las herramientas jurídicas pueden formar parte de esta lucha,
pero el cambio jurídico no es su objetivo. Una y otra vez, las reformas
jurídicas de los sistemas de represión penal han contribuido a la ex­
pansión de estos sistemas. Conscientes de estos riesgos, debemos ga­
rantizar que la meta de la labor jurídica sea siempre desmantelar el
complejo industrial penitenciario y apoyar a las personas atrapadas en
él, a sabiendas de que el sistema siempre intentará cooptar nuestras
críticas para seguir expandiéndose.
Otro espacio donde deberíamos aplicar este análisis, que encau­
za la reforma jurídica, es la matriz de programas administrativos que
clasifican por género a las personas. La comprensión de las terribles
consecuencias de tales clasificaciones administrativas por género, so­
bre todo tras la expansión de la vigilancia a raíz del 11 de septiembre
y la guerra contra el terrorismo, nos indica que el derecho administra­
tivo es un lugar fundamental de producción de vulnerabilidad para las
personas trans.24 Si descartamos la idea de que las declaraciones de
no discriminación por parte de las legislaturas locales, estatales y fe­

24. Toby Beauchamp, «Artful Concealment and Strategic Vísability: Transgender


Bodies and U.S. State Surveillance After 9/11», Surveillance and Society, 6, n.° 4,
2009» pp.356-366.
derales producirán ciertas mejoras en las oportunidades vitales de las
personas trans y, en cambio, nos centramos en el análisis del funcio­
namiento de los Departamentos de Vehículos Motorizados, hogares
de acogida, hogares de apoyo, cárceles, prisiones, centros educativos,
sistemas fiscales, sistemas de autorización de trabajo y control de la
inmigración que se basan en la vigilancia de género y una clasifica­
ción forzada, podremos intervenir con mayor eficacia en las tecnolo­
gías de gobernanza que son más perniciosas para las personas trans.
Cuando elegimos unos objetivos que aluden a los sistemas administra­
tivos, queremos garantizar también que no estemos contribuyendo a
su capacidad de control y violencia. Para ello, será necesario pensar
cómo formulamos los argumentos relativos a estas medidas. Si, por
ejemplo, queremos hacer algo al respecto de los documentos identifi­
cativos y sobre el impacto negativo de los nuevos usos de vigilancia
gubernamental en las personas trans, tendremos que evitar la retórica
neoliberal sobre los «derechos privados de los estadounidenses trans
que trabajan duro y pagan sus impuestos». Estos razonamientos alu­
den a la misma lógica del «nosotros» frente al «ellos», que alimenta
los sentimientos racistas y antiinmigrantes propios del auge de la cul­
tura de la seguridad, y sugieren que el principal problema de la guerra
contra el terrorismo es que tiene efectos colaterales involuntarios para
las personas trans no inmigrantes y que son «respetuosas con la ley».
Pero podemos ser más efectivos si unimos fuerzas con las personas
más expuestas a la vigilancia y concebir una oposición conjunta a es­
tas nuevas prácticas y políticas.
Un ejemplo de esta clase de iniciativa es la participación del Syl-
via Rivera Law Project en una coalición de organizaciones por los
derechos de los inmigrantes, constituida a mediados de la década del
2000 en el estado de Nueva York para frenar los cambios que estaba
adoptando el Departamento de Vehículos Motorizados estatal, con el
propósito de que los inmigrantes indocumentados no pudieran tener
permiso de conducir. La coalición rechazó estas nuevas políticas y
prácticas, plantándose con firmeza contra la aplicación de la REAL ID
Act. El estado de Nueva York había empezado a cotejar datos del De­
partamento de Vehículos Motorizados con los registros de la Admi­
nistración de la Seguridad Social y a suspender el permiso de conducir
de cualquier persona cuyos datos no concordasen con la información
registrada en ambas bases de datos. Esta medida afectó a inmigrantes
trans y no trans, al igual que a muchas personas trans que no eran in­
migrantes pero sí tenían asignados sexos distintos en el permiso de
conducir y en los datos de la Seguridad Social; estas diferencias sur­
gían de tener distintos requisitos administrativos. La Seguridad Social
exigía probar que se había realizado una cirugía genital para modificar
el género en sus registros, mientras que el Departamento de Vehículos
Motorizados de Nueva York solo exigía la carta de un médico confir­
mando que la persona en cuestión era trans. El Sylvia Rivera Law Pro­
ject (SRLP) se unió a la coalición y llevó la información a sus miem­
bros sobre el impacto de estas medidas sobre las personas trans, fueran
migrantes o no. Forjar relaciones con grupos de la coalición permitió
que todos los miembros comprendiésemos mejor cuestiones de políti­
ca trans y proporcionó a los miembros del SRLP (tanto inmigrantes
como no inmigrantes) un espacio político para asumir tareas urgentes
de justicia social en favor de las y los inmigrantes. El SRLP corrió la
voz sobre lo que estaba sucediendo entre sus integrantes, reunió a
miembros en manifestaciones y protestas, participando en las activi­
dades de la coalición.25Esta colaboración posibilita un modelo para la
práctica política trans que rechaza las modificaciones políticas y jurí­
dicas que intentarían exclusivamente eximir de este asunto a las per­
sonas trans no inmigrantes y, por ende, dar más legitimidad a estas
y políticas afinando su impacto en las víctimas deliberadamente elegi­
das durante el repunte racista y xenófobo que suscitaron los cambios
políticos. En cambio, el planteamiento del SRLP sale en defensa de
las y los inmigrantes trans, inmigrantes que no son trans y no inmi­
grantes trans a través de una coalición de personas afectadas por estas
políticas. El planteamiento reconoce también que el sentimiento anti­
inmigrante fue la primera motivación de estas políticas, aunque otras
poblaciones vulnerables no inmigrantes también han salido perjudica­
das, buscando un cambio desde un lugar de lucha común y de análisis
colectivo. Si trabajamos en coalición con los grupos afectados por el
control migratorio, la pobreza, la criminalización, la precariedad de la
vivienda y otras instancias fundamentales de desigualdad de oportuni­
dades, podemos aspirar a impedir que otros puedan culpabilizar con
su mensaje a otra población vulnerable.

25. Sylvia Rivera Law Project, «Stop the Suspensionsl», <http://srlp.org/stop-sus-


pensions>; The REAL ID Act of 2005, Pub.L. 109-13,§ 119Stat.302 (2005).
También podemos abordar las políticas administrativas que ri~
gen la clasificación de género con una estrategia centrada en la des-
medicalización; por ejemplo, reducir y eliminar requisitos de trata­
miento médico para que se reclasifique el género de una persona. Esta
labor es importante para reducir los impactos racistas y clasistas de
estas políticas. Reducir y eliminar requisitos de pruebas médicas para
que se reclasifique el género de una persona, implica directamente las
cuestiones de subsistencia de personas trans, en especial personas con
rentas bajas, jóvenes y personas de color privadas de asistencia sani­
taria. Activistas de todo el país ya usan con eficacia estas estrategias,
que además ofrecen el beneficio adicional de forjar un liderazgo local
así como facilita las relaciones entre quienes luchan contra los varios
sistemas administrativos locales (como albergues, Departamentos de
Vehículos Motorizados, programas de cuidado tutelar, programas de
tratamiento de adicciones, cárceles y prisiones), cuyas políticas para
que se reclasifique el género de una persona son nocivas.26 Muchas de
estas campañas ponen el foco en las políticas de centros e institucio­
nes que segregan por sexo para combatir la violencia que infligen a
personas trans.27 En todo momento es necesario prestar atención a
cómo se hace el trabajo, cómo interactúa con un contexto general de
tendencias neoliberales (vigilancia, abandono de las personas más po­
bres, criminalización y asimilación) y si puede afectar realmente a la
subsistencia de las personas trans. Un análisis de estas características
necesita contextualizar la reforma jurídica en una serie de percepcio­
nes generales sobre el poder y el control, donde las luchas han de in­
cidir en la transformación y no tanto en la inclusión y el reconoci­
miento.

26. En 2005, activistas de Colorado lograron que el Departamento de Vehículos Mo­


torizados de su estado eliminara de su normativa los requisitos de cirugía para poder
modificar la designación de género. En 2008, activistas de Washington defendieron
con éxito una normativa para modificar la designación de género en el certificado de
nacimiento que no requería ninguna prueba específica de procedimientos médicos es­
pecíficos. Activistas de Nueva York han trabajado desde 2004 para lograr cambios
normativos similares en los Departamentos de Salud de la ciudad y del estado de Nue­
va York. Spade, «Documenting Gender».
27. Activistas de San Francisco, Nueva York, Washington y Boston han logrado po­
líticas que impiden que los sistemas de albergues de estas ciudades obligueu a las
personas trans a ingresar según el sexo que les fue asignado al nacer. Spade, «Docu-
menting Gender».
Este dase de contextualizadón nos aleja de lo que los críticos
han llamado «política centrada una sola cuestión» (single-issue poli-
tics) y que ha producido un «éxito» elogiado pero ilusorio en las polí­
ticas de lesbianas y gays. Es más, este análisis ilustra las «victorias»
neoliberales por lo que verdaderamente son: traiciones a las mayores
víctimas de homofobia y transfobia, conquistas para unos sistemas
que quieren ser declarados «justos» e «iguales», cuando lo que hacen
es empeorar la igualdad de oportunidades cada año que pasa. Las me­
didas de reforma jurídica más populares imaginan un mundo de les­
bianas y gays blancos que sufren cierta exclusión, exclusivamente por
su orientación sexual y persiguen pocos cambios, que solo proporcio­
nan una inclusión formal. Este enfoque simplista sobre la orientación
sexual no atiende a la interacción entre raza, clase, condición de inmi­
grante, origen indígena, capacidad, género y otros vectores de identi­
dad con la orientación sexual, que como resultado genera ciertos tipos
de vulnerabilidad. Las reformas jurídicas resultantes son tan limitadas
en su percepción que solo proveen acceso a un derecho codiciado a
quienes no sufren otros factores decisivos de marginalidad, si es que
proveen este acceso siquiera. Por este motivo, conviene observar que
la agenda de derechos de lesbianas y gays opera, en primer lugar, para
restituir privilegios de los sistemas imperantes de significado y con­
trol a aquella ciudadanía gay y lesbiana estadounidense blanca y pu­
diente que se ajusta a normas binarias de género, molesta porque las
leyes y las políticas homófobas limitan su acceso a prestaciones que
creen merecer por derecho. Los defensores de la política centrada en
una sola cuestión buscan restituir la capacidad de las parejas gays y
lesbianas pudientes de heredar uno de otro con una fiscalidad limita­
da, disfrutar de las prestaciones sanitarias privadas del otro, requerir la
intervención de la fuerza pública para proteger sus derechos patrimo­
niales, y otros privilegios similares propios de las personas blancas y
ricas. Para evitar una trayectoria parecida, en nombre de la política
trans, nuestras medidas de reforma jurídica no deben limitarse solo a
detectar los cauces específicos seguidos por la ley para excluir de for­
ma explícita a las personas trans, o que los ordenamientos jurídicos
utilizan para poner trabas a las personas trans más emancipadas.
Necesitamos conceptualizar los cauces mediante los cuales las
medidas sobre la población —la guerra contra las drogas, la guerra
contra el terrorismo y el vaciamiento de los programas de bienestar y
de Medicaid— interactúan con los regímenes de clasificación y con-
trol de género, que utilizan el género como una tecnología de control.
Debemos examinar cómo se combinan el racismo, el sexismo, el capi­
talismo, la xenofobia, el colonialismo de asentamientos y el capacitis-
mo para producir y sustentar estos sistemas violentos de distribución a
la par que exploramos las vulnerabilidades específicas de las pobla­
ciones trans en estos sistemas. Este análisis puede facilitar estrategias
basadas en un entendimiento más cabal de cómo funcionan le poder y
el control, ayudándonos a decidir qué medidas producirán la mayor
redistribución de oportunidades, con el menor peligro de legitimar y
reproducir las condiciones que rechazamos. Como la reforma jurídica
centrada en los derechos individuales funciona de tapadera para las
prácticas de abandono y reclusión, debemos combatir la lógica que
achaca el sufrimiento a algo que es principalmente individual y que
buscan remedios insuficientes que solo son accesibles para quienes ya
son considerados cuerpos «legítimos» para reclamar derechos (perso­
nas blancas, no criminalizadas, no inmigrantes, no discapacitadas, no
indígenas). Como los proyectos de reforma jurídica siempre entrañan
peligros ligados a los acuerdos y la asimilación y como estas reformas
suelen reproducir ideas de equidad y justicia gubernamental, debemos
emplear un análisis especialmente cauto cuando usemos instrumentos
de reforma jurídica.
Es necesario reflexionar con frecuencia para no caer en las tram­
pas habituales: la construcción y la legitimación de sistemas de con­
trol, la división del electorado según sea su acceso a derechos jurídi­
cos y las propuestas que únicamente producen cambios simbólicos.
No solo debemos rechazar las reformas que exijan dividir y dejar atrás
a las poblaciones trans más vulnerables, sino también intentar tener
claro que las invitaciones más fácilmente asimilables y susceptibles
de inclusión son las que nos traen un mayor riesgo de colusión con el
control y la violencia sistémicos. No es sorprendente que la primera
legislación federal que abordó formalmente el sufrimiento de las per­
sonas trans fuera la Matthew Shepard y James Byrd, Jr. Acr; una ley
sobre delitos de odio que reportó enormes recursos al sistema de re­
presión penal e hizo poco o nada para prevenir la muerte de personas
trans. En la medida en que la movilización de las personas trans y de
nuestros aliados empiece a exponer las crisis de los sistemas de géne­
ro coercitivos y violentos, estos sistemas responderán, al menos en
parte, con una invitación a que nos integremos en sus proyectos, y a
expandirse así en nuestro nombre, para decirnos después que ya he­
m o s conseguido victorias, que lo hecho ya es suficiente. Frente a esta
tendencia, debemos pensar a fondo y con criterio en cómo las refor­
m a s jurídicas pueden formar parte del desmantelamiento de regímenes
violentos que administran la vida y la muerte, y renunciar a ellas
cuando no puedan contribuir a tal desmantelamiento.
Reforma jurídica y construcción de movimientos

Los movimientos sociales que quieren movilizar ideas compartidas so­


bre la transformación social deben resolver antes algunos problemas de
infraestructura: cómo elaborar métodos para la participación y la toma
de decisiones, construir y sustentar liderazgo, formular análisis políti­
cos en común, así como crear y gestionar recursos para realizar este
trabajo. Si para esta transformación nos centramos en una movilización
«de abajo a arriba», en lugar de lanzar declaraciones vacías sobre la
¡igualdad «de arriba a abajo», tenemos que construir una infraestructura
sólida como movimiento social, que sostenga la movilización. Este ca­
pítulo arranca con el análisis de cómo y por qué las agendas que inclu­
yen reformas jurídicas suelen provenir de entidades profesionalizadas,
lideradas por juristas y financiadas por fundaciones que han terminado
controlando el trabajo de justicia social en el contexto del neoliberalis-
mo. Este capítulo introduce también una herramienta útil, ideada por el
Miami Workers Center (MWC),1 que conceptualiza la infraestructura
de los movimientos sociales de tal manera que contribuye a reinventar
el papel que juegan las estrategias para reformar la legislación en la

1. De acuerdo con su manifiesto, el Miami Workers Center «ayuda a la clase trabaja­


dora a crear organizaciones de base y a desarrollar una capacidad de liderazgo a través
de compañas de organización agresivas y programas de educación [y] también constru­
ye activamente coaliciones e introduce alianzas para ampliar el poder progresivo y lo­
grar justicia racial, comunitaria, social y económica. El centro ha asumido cuestiones
en materia de reforma del bienestar, viviendas asequibles, derechos de inquilinos y
electores, justicia racial, gentrificación y desarrollo económico, y comercio justo. Nos
hemos pronunciado en contra de la guerra y el imperio, la avaricia, las políticas racis­
tas y las iniciativas discriminatorias contra inmigrantes y gays y lesbianas», <www.
miamiworkerscenter.org>.
resistencia, cuyo objetivo es la movilización. Por último, este capítulo
aporta varios ejemplos minuciosos de cómo las organizaciones com­
prometidas con la liberación trans pueden crear, y están creando, una
infraestructura como movimiento y una práctica política crítica y trans.
Tras haber examinado las limitaciones de las estrategias de re­
forma jurídica tradicionales, así como algunas de las preguntas que
surgen cuando se emplean tácticas de reforma jurídica como parte de
la resistencia trans, en este capítulo nos planteamos cómo encajan los
proyectos de reforma jurídica en el contexto de la construcción de un
movimiento trans. Se ha criticado el trabajo de lucha por los derechos
de gays y lesbianas más visible, por centrar sus metas en la reforma
jurídica, cuyos detractores afirman que son objetivos tan sesgados que
solo llevan una igualdad formal, que no alcanzan a las víctimas más
vulnerables de la homofobia.2 Es más, se ha vinculado este enfoque
legalista a problemas derivados de una distribución injusta del poder y
el liderazgo, sobre todo cuando quienes financian y dirigen el trabajo
son profesionales blancos de clase alta en su mayoría, que, como es
inevitable, crean una agenda que prioriza los problemas y las expe­
riencias de personas afines a ellos. Comprender los problemas que
esta priorización de las demandas jurídicas ha creado en la política
actual de lesbianas y gays —que es una tendencia incipiente también
en la nueva política trans— precisa valorar cómo la institucionaliza-
ción de los movimientos sociales en organizaciones sin ánimo de lu­
cro han cambiado la naturaleza del trabajo de resistencia política en
las cuatro últimas décadas. Si analizamos las críticas a esta institucio-
nalización por parte de activistas contrarios a la criminalización, el
control migratorio y otras formas de violencia estatal actuales, pode­
mos empezar a reflexionar sobre cómo encauzar adecuadamente el
trabajo jurídico en la resistencia trans y convertirlo en un medio para
construir una infraestructura propia de un movimiento social que res­
ponda y se centre en la justicia racial, económica y de género.3
El auge del neoliberalismo en las últimas cuarenta décadas ha
planteado a los movimientos sociales dos desafíos interrelacionados
2. Lisa Duggan, The Twilight ofEquality? Neoliberalism, Cultural Politics, and the
Attack on Democracy, Beacon Press, Boston, 2004.
3. INCITE! Women of Color Against Violence (ed.), The Revolution Will Not Be
Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex, South End Press, Cambridge.
MA, 2007.
sobre la dirección de la resistencia política queer y trans.4 Primero,
los movimientos sociales han tenido que enfrentarse al impacto del
neoliberalismo en sus electores. El desmán telami ento de las redes de
seguridad económica como el bienestar social y la vivienda pública
junto con el repunte de la criminalización han devastado a las comuni­
dades pobres y las comunidades de color. El recrudecimiento del con­
trol migratorio ha puesto en severo peligro a las comunidades inmi­
grantes ya amenazadas, sumiéndolas en un estado de crisis, puesto
que cada vez sufren más explotación por parte de las empresas y ma­
yor dificultad para acceder a servicios sociales, y se hallan atrapadas
en los sistemas de prisión y deportación. Como describe Ruth Gilmo­
re, el auge del neoliberalismo desde la década de 1970 hasta hoy ha
engordado a un estado en la sombra, de organizaciones de voluntarios
y/o sin ánimo de lucro que palian las carencias de servicios sociales,
que es culpa del abandono del gobierno.5 Las condiciones políticas,
económicas y sociales resultantes del neoliberalismo —incluido el re­
corte de los servicios de subsistencia que ponen en mayor peligro a las
comunidades pobres— han planteado retos sustanciales a los movi­
mientos sociales que intentan construir una resistencia. Al mismo
tiempo, ha surgido otra dinámica desafiante: el bienestar social es
cada vez más dependiente de las fundaciones y los negocios privados.
Las empresas financiadoras son las patrocinadoras y benefactoras de
los servicios sociales. El resultado es la privatización de los progra­
mas de bienestar social. No es de extrañar que la creciente necesidad
de servicios de subsistencia y la reducción de recursos públicos para
la justicia social hayan creado resultados preocupantes, a menudo ca­
tastróficos. La situación se traduce en que muchas organizaciones de­
penden sobremanera de los ingresos de las empresas y la riqueza acu­
mulada de las fundaciones, cosa que, con frecuencia, conduce a una
desconexión de las fuerzas impulsoras del trabajo de las organizacio­
nes: el cambio transformador que es reclamado por las comunidades
directamente afectadas.

4. Parte del texto en las secciones que siguen inmediatamente a esta nota se ha adap­
tado de «The NPIC and Trans Resistance», Dean Spade y Rickke Mananzala, Sexuali-
ty Research and Social Policy: Journal ofNSRC, 5, n.° 1, marzo de 2008, pp. 53-71.
5. Ruth Wilson Gilmore, «In the Shadow of the Shadow State», en The Revolution
Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex (ed.), INCITE! Wo­
men of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2007, pp. 41-52.
El profesor de Estudios Étnicos Críticos Dylan Rodríguez ha des­
crito el secuestro de los movimientos sociales por parte de las organi-
zaciones sin ánimo de lucro en el contexto de los explosivos movi­
mientos de liberación de las décadas de 1960 y 1970. En respuesta a
los importantes desafíos que estos movimientos suponían para la su­
premacía blanca, el heteropatriarcado, el capitalismo y el colonialismo,
y a su éxito a la hora de conseguir un amplio apoyo y solidaridad para
modificar ciertos paradigmas esenciales, las autoridades policiales es­
tadounidenses se infiltraron para intentar destruir estos movimientos,
con frecuencia a través de la persecución criminal y la violencia.6 Ro­
dríguez afirma que la emergencia de un «complejo industrial no lucra­
tivo» representa la zanahoria que corresponde al palo de la criminali­
zación de los movimientos sociales. Juntas, estas dos fuerzas fijaron
estrechos parámetros que no dieron cabida a los movimientos sociales
—únicamente de maneras que no amenazaran el estatus político y eco­
nómico de la raza blanca de Estados Unidos—. En consecuencia, se
financian iniciativas que subsanan carencias de los servicios sociales y
proporcionan una ayuda mínima para subsistir, al tiempo que estabili­
zan e incrementan las desigualdades existentes, y se destruyen las ini­
ciativas que exponen y cuestionan estas causas profundas y condicio­
nes de sufrimiento y sujeción. Como escribe Rodríguez,
Las limitaciones estructurales y políticas de las organizaciones de base
y progresistas que existen hoy en Estados Unidos han quedado sobrada­
mente patentes a la luz de la verdadera explosión de fundaciones priva­
das, instituciones fundamentales para aprovechar y limitar el potencial
de los activismos progresistas en Estados Unidos (...) La existencia
misma de numerosas organizaciones de justicia social, en múltiples
ocasiones, ha venido a depender más de la eficacia de escritores profe­
sionales (y aficionados) subvencionados que de educadores y organiza­
dores políticos cualificados —mucho menos «radicales»— (...) La
cooptación de proyectos de resistencia política que se convierten en
iniciativas casi emprendedoras y de corte empresarial ocurre bajo la

6. Dylan Rodríguez, «The Politicai Logic of the Non-Profit Industrial Complex» en


The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex (ed.),
INCITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2007,
pp. 21-40; Ward Churchill y Jim Vander Wall, The COINTELPRO Papers: Documents
from the FBVs Secret Wars against Dissent in the United States, South End Press,
Cambridge, MA, 2002, pp. 1-20.
amenaza de la insubordinación y la «desviación» antisocial (...) Otras
formas de movimientos sociales de base sostenibles que no se basen en
materializar la legitimidad de las instituciones (...) son ya prácticamen­
te inimaginables en la cultura política de la Izquierda estadounidense
actual.7

Reflexiones sobre el modelo emergente de las organizaciones


sin ánimo de lucro
En los últimos años se han agudizado las críticas a la institucionaliza-
ción de las organizaciones sin ánimo de lucro, expertos y activistas
han puesto de manifiesto el impacto de esta tendencia en la evolución
de las políticas de resistencia.8 Una observación fundamental de este
análisis es que, junto con el auge de esta institucionalización y el con­
trol filantrópico, se ha producido un alejamiento de la estrategia tradi­
cional de trabajo de los movimientos sociales: construir el cambio
movilizando la participación de una base de personas directamente
afectadas, que comparten una experiencia de dolor y la exigencia de
transformarlo. Estas voces críticas han identificado algunas formas
fundamentales mediante las cuales el sector no lucrativo han modifi­
cado peligrosamente los movimientos sociales y los ha alejado de su
carácter participativo y de base.
Una crítica a las consecuencias de la aparición del sector no lu­
crativo como lugar primario donde se realiza el trabajo por la justicia

7. Rodríguez, «The Political Logic of the Non-Profit Industrial Complex», p. 27.


8. Véase Rodríguez, «The Political Logic of the Non-Profit Industrial Complex»;
Andrea Smith, «Heteropatriarchy and the Three Pillars of White Supremacy: Rethin-
king Women of Color Organizing», en Color of Violence: The INCITE! Anthology
(ed.), INCITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA,
2006, pp. 66-73; Robert L. Alien, «Black Awakening in Capitalist America», en The
Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex (ed.), IN­
CITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2007,
pp. 53-62; Gilmore, «In the Shadow of the Shadow State»; Spade y Mananzala, «The
NPIC and Trans Resistance», Sexuality Research and Social Policy: Journal ofNSRC,
5, n.° 1, marzo de 2008, pp. 53-71; Madorina Thunder Hawk, «Native Organizing Be­
fare the Non-Profit Industrial Complex», en The Revolution Will Not Be Funded: Be­
yond the Non-Profit Industrial Complex (ed.), INCITE! Women of Color Against Vio-
lence, South End Press, Cambridge, MA, 2007, pp. 101-106.
social es que ha separado la prestación de servicios directos de subsis­
tencia de la organización. Los servicios sociales que funcionan con un
modelo de la caridad —desconectados de cualquier movilización po­
lítica que desee llegar a la raíz del problema de la necesidad de estos
servicios— reciben financiación, mientras que las organizaciones de
justicia social donde participan personas cuyo objetivo común es
transformar las condiciones de vida suelen recibir poca financiación o
ninguna. Las organizaciones sin ánimo de lucro que usan estrategias
individuales (por ejemplo, solo servicios, reformas jurídicas o políti­
cas sin servicios u organización, o seguimiento y respuesta de medios
de comunicación sin organización o servicios) suelen aislarse, contri­
buyendo a la despolitización de los servicios de subsistencia. En con­
secuencia, las organizaciones de servicios ofrecen pocas oportunida­
des a las comunidades con problemas de pobreza, vivienda,
desempleo, deportación y criminalización de establecer vínculos para
el análisis y la resistencia. En lugar de ofrecer servicios de subsisten­
cia que contribuyan a la politización, donde las personas puedan co­
nectar sus necesidades inmediatas con asuntos que afectan a toda la
comunidad, como son la desigualdad y los prejuicios, los servicios
que se prestan desde la óptica de la caridad, o el trabajo social que
implica individualizar los problemas de cada usuario específico, con
demasiada frecuencia introduce el elemento moralizador que tacha de
culpables a los «clientes» de los servicios sociales. A las personas que
carecen de vivienda o empleo se les hace creer que es por culpa de su
fracaso personal, porque no son lo bastante trabajadores, y no por cul­
pa de las condiciones estructurales que producen el capitalismo, la
supremacía blanca y el colonialismo de asentamientos. Al amortiguar
parte de los peores efectos de la distribución desigual del capitalismo,
estos servicios pasan a formar parte del mantenimiento del orden so­
cial; naturalizan la desigualdad sistémica al tiempo que impiden un
compromiso duradero con las condiciones políticas y económicas que
producen desigualdad, puesto que se centran en los síntomas y no en
las causas más profundas.9

9. Paul Kivel, «Social Service or Social Change?», en The Revolution Will Not Be
Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex (ed.), INCITE! Women of Color
Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2007, pp. 129-150. Huelga decir
que solo un pequeño porcentaje de personas que buscan servicios generalmente los
reciben. Un estudio en el estado de Washington reveló que el 88 por 100 de las perso-
pesde el activismo critico se ha señalado también que la proliferación
de organizaciones sin ánimo de lucro ha venido acompañada de un
predominio de la lucha por la reforma política y basada en la oferta de
servicios, y no tanto de la organización y construcción de una base
que produzca la movilización popular necesaria para que los movi­
mientos de justicia social sean efectivos.10Esto significa que la estruc­
tura no lucrativa socava el potencial transformador del trabajo de jus­
ticia social. Como las organizaciones sin ánimo de lucro y sobre la
justicia social se financian a través de fundaciones —con frecuencia
dirigidas por corporaciones e individuos ricos—, las estrategias de
este trabajo se han vuelto más conservadoras, centrándose en peque­

ñas con rentas bajas no pueden recibir la ayuda de un abogado en sus problemas civiles
con la ley. Los servicios jurídicos para quienes están en la pobreza acusan una escasez
de fondos constante y están rebasados de clientes, cuyas necesidades ni siquiera pue­
den asumir. Task: Forcé on Civil Equal Justice Finding. Washington Supreme Court,
The Washington State Civil Legal Needs Assessment Executive Summary (Seattle:
Task Forcé on Civil Equal Justice Funding, 2003). Otro estudio reveló que de cada
persona pobre que busca servicios legales, otra es rechazada, lo cual es significativo,
habida cuenta del número de personas que nunca buscan servicios jurídicos porque no
saben que tienen derecho a ellos o porque afrontan obstáculos relativos al lenguaje
usado, la capacidad, el transporte o la reclusión. Según otra investigación, el 99 por
100 de los procesados por causas de desahucio en Washington y Nueva Jersey van a
los juzgados sin un abogado. Legal Services Corporation, Documenting the Justice
Gap in America: The Current Unmet Civil Legal Needs ofLow-Income Americans, 2.a
ed., Legal Services Corporation, Washington, DC, 2007, <www.lsc.gov/justicegap.
pdf>. De nuevo, habida cuenta de la cantidad de personas que ni siquiera llegan al tri­
bunal de la vivienda para intentar frenar un desahucio, estas cifras son especialmente
preocupantes. La existencia de servicios legales para personas pobres legitima los re-
gímenes jurídicos orientados a personas pobres y a personas de color, dando a entender
que existe ayuda legal, cuando la realidad es que solo prestan ayuda a unos pocos de
esa minoría que cumple con sus criterios (por ejemplo, no puedes beneficiarte de la
ayuda al inmigrante si no tienes vías legales para inmigrar, o de la ayuda para evitar un
desahucio si no tienes dinero para el alquiler). Los financiadores ricos de los servicios
legales a personas pobres pueden estar seguros de seguir manteniendo buenas relacio­
nes públicas gracias a sus contribuciones, al tiempo que respiran tranquilos porque
saben que unos recursos tan escasos nunca supondrán una amenaza importante para
sus negocios.
10. Christine Ahn, «Democratizing American Philanthropy», en The Revolution Will
Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial Complex (ed.), INCITE! Women of
Color Against Violence, South End Press, Cambridge, MA, 2007, pp. 63-76; Suzanne
Pharr, «Social Justice Movements and Non-Profits: Historical Contexts», ponencia
presentada en INCITE! y la University of California Santa Barbara Women’s Studies
Department, The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial
Complex, University of California Santa Barbara, 30 de abril-1 de mayo, 2004. Actas
de la conferencia, CD-ROM, disco 1, <www.incite-national.org/index .php?s'=101>.
ñas reformas que dan continuidad a los sistemas que generan una dis­
tribución desigual de los recursos, que a su vez beneficia a los finan-
dadores. Las organizaciones de base y con capacidad de movilización
que surgen de comunidades que sufren a diario el embate de la pobre­
za y la violencia, que exigen la redistribución masiva han sido susti­
tuidas por el trabajo político que tontea con aquellos sistemas que más
daño nos hacen o que producen cambios meramente simbólicos, con
un trabajo de oferta de servicios que alivia a unos pocos y legitima el
statu quo actual. Las organizaciones de servicios y reforma política
suelen comprometerse con el cambio dirigido desde élites con forma-
ción (como abogados, administradores, trabajadores sociales, expertos
en salud pública) y producen demandas políticas insuficientes que
mantienen el statu quo.
Las estructuras de gobernanza de la mayoría de las organizacio­
nes sin ánimo de lucro, que se caracterizan por tener consejos directi­
vos compuestos de donantes y profesionales de élite (a veces con una
afiliación simbólica para los miembros de la comunidad directamente
afectados por la misión de la organización) perpetúan dinámicas de
supremacía blanca, capitalismo, patriarcado, capacitismo y xenofobia.
El racismo, los privilegios de tener una educación superior y el clasis­
mo de estas organizaciones reflejan el colonialismo, en el sentido de
que la dirección del trabajo y las decisiones sobre su implementación
provienen de élites y no de las personas directamente afectadas por las
cuestiones objeto de debate. Las organizaciones que se dirigen princi­
palmente a poblaciones pobres y de color son gobernadas casi siempre
y casi totalmente por personas blancas, ricas, con estudios superiores
y con títulos universitarios. El personal contratado sigue también este
patrón, y casi todas las organizaciones exigen una educación formal
como requisito previo para ocupar cargos administrativos o de ges­
tión. El carácter de la infraestructura de muchas organizaciones sin
ánimo de lucro y sobre la justicia social a menudo implica que el po­
der y el dinero se concentran en manos de personas con estudios y
privilegios de raza, género y clase y de quienes cargan con el peso de
los sistemas de distribución desigual. Por lo tanto, las prioridades y
los métodos de implementación de estas organizaciones con frecuen­
cia no reflejan la perspectiva o el planteamiento que podría defender
las personas en cuyo nombre trabajan. Esta dinámica reproduce los
mismos sistemas de distribución desigual que estas organizaciones
desean combatir en teoría. En su seno, las élites blancas determinan el
destino de los más vulnerables y son retribuidas por tomar decisiones
sobre sus vidas, mientras que las personas afectadas quedan excluidas
de todo liderazgo.
La concentración del poder decisorio de estas organizaciones en
manos elitistas tiene parte de su explicación en los cauces seguidos
para asegurar la financiación. La financiación de estas organizaciones
secuestra la dirección del trabajo de las personas afectadas y la con­
centra en las agendas y los plazos de los fmandadores, lo que disuade
la creación de movimientos duraderos y autosuficientes. El proceso de
solicitud de financiación, que incluye tener un estatus 501(c)(3) —el
código del Servicio de Impuestos Internos (IRS) para las organizacio­
nes sin ánimo de lucro que están exentas de impuestos federales— o
un patrocinador fiscal, buscar subvenciones válidas, escribir solicitu­
des de financiación formales con un lenguaje especializado, tener con­
ciencia de las tendencias actuales en materia de financiación y tener
relaciones personales con financiadores, requiere habilidades, contac­
tos y redes que se concentran en personas con recursos económicos y
privilegios de raza blanca. Ser capaz de dirigir el trabajo y adaptarlo a
los valores de quien financia es, las más de las veces, la clave del éxito
para recaudar fondos. Es más, como ha señalado la estratega política y
escritora Suzanne Pharr, el uso de ciclos de financiación a corto plazo
(entre 1 y 5 años) y el objetivo de producir resultados que demuestren
un impacto cuantificable que los financiadores consideran importantes
se ha traducido en que se ha alentado a las organizaciones sin ánimo
de lucro a operar con metas a corto plazo, en lugar de apoyarlas en la
creación de estructuras sostenibles a largo plazo para lograr demandas
transformadoras.11 Bajo este modelo, quienes financian quieren ver
rendimientos concretos (por ejemplo, estadísticas de números de
clientes atendidos o evidencias claras de cambio normativo) en sus
inversiones dentro de un período de subvención limitado. El trabajo de
construcción de una base que implica menos rendimientos o cambios
tangibles y cuyo horizonte cronológico es más largo —como el creci­
miento de análisis políticos compartidos dentro de una comunidad o
crear relaciones— es infravalorado y se evita. Este modelo anima a las

11. Suzanne Pharr, The Revolution Will Not Be Funded conference, 2004.
organizaciones a identificar objetivos que pueden lograrse rápidamen­
te, no a implementar las estrategias a largo plazo necesarias para los
cambios transformadores para la política y la cultura.

Otro problema del predominio del sector sin ánimo de lucro ha sido la
creación de un viraje cultural en el activismo de justicia social hacia la
profesionalización, la mercantilización y la competición entre grupos
por los escasos recursos.
El elitismo liderado por las y los financiadores ha conducido a la
profesionalización de las organizaciones de justicia social, donde se
usan cada vez más los modelos de negocios corporativos para gestio­
nar organizaciones. Esta tendencia queda de manifiesto si observamos
el uso cada vez más frecuente en estas organizaciones de los términos
«director general» y «director financiero» para cargos de alto nivel,12
el predominio de escalas salariales jerárquicas en virtud de las cuales
las compensaciones económicas varían mucho en función de la perso­
na y su valoración, de forma similar a lo que sucede en el sector priva­
do, y otras prácticas laborales de la supremacía de la raza blanca, cla­
sistas y con frecuencia heterosexistas que reflejan valores comerciales
y no valores de justicia social. Numerosos críticos han lamentado que
haya jóvenes activistas para quienes el trabajo en los movimientos
sociales es cada vez más una carrera profesional y una nómina; la ex­
pectativa de ser retribuido económicamente es ya fundamental en las
decisiones sobre los tipos de activismo y organización que persiguen
estos activistas.13 Los modelos comerciales de gestión que se centran
en la adopción de decisiones de arriba abajo, junto con las estructuras
organizativas donde los privilegios de educación, raza y clase suelen
corresponder a altos cargos dentro de esta jerarquía, se traducen en
que las decisiones, las retribuciones y la calidad de vida en el trabajo
se concentran en manos de personas blancas con educación superior
(como abogados, trabajadores sociales, personas con títulos universi­
tarios en gestión de organizaciones sin ánimo de lucro).
La creciente centralidad del modelo no lucrativo es otro proble­
ma, por su papel en el reparto desigual de la riqueza en Estados Uni­

12. Suzanne Pharr, The Revolution WiU Noí Be Funded conference, 2004.
13. Thunder Hawk, «Native Organizing Before the Non-Profit Industrial Complex».
dos. Estas organizaciones son un medio para personas ricas y empre­
sas de evadir obligaciones tributarias. Gran parte del dinero que se
desvía del sistema fiscal por la filantropía no va a parar a la justicia
social. Christine Ahn ha aportado un análisis que anima a los contri­
buyentes a reconocer que el dinero que los filántropos ricos destinan a
organizaciones sin ánimo de lucro es, en realidad, dinero desviado del
gobierno hacia causas interesadas.14Incluso aquellos de nosotros que
somos críticos con cómo el gobierno gasta nuestros impuestos en la
actualidad (principalmente en guerras, control migratorio y criminali­
zación), podemos reconocer que es injusto facilitar a los ricos una vía
para evadir impuestos y financiar sus proyectos favoritos. Los ricos
pueden colocar su dinero en fundaciones que llevan su nombre, inver­
tirlo donde les plazca y, a cambio, se les exige que paguen muy poco
dinero en las fundaciones, solo un 5 por 100 anual. Esto significa que
los ricos siguen teniendo control de su fortuna, evitan pagar impuestos
y dedican pequeñas cantidades a lo ellos quieren. Según Ahn,
El hecho de que la mayoría de las fundaciones privadas estén dirigidas
por hombres blancos ricos explica en parte por qué solo el 1,9 por 100
de los dólares entregados como subvención en 2002 se destinaron a es­
tadounidenses de origen negro/afroamericano; el 1,1 por 100 a latinos/
as; el 2,9 por 100 a discapacitados/as; el 1 por 100 a personas sin hogar;
el 0,1 por 100 a progenitores únicos; y el 0,1 por 100 a gays y lesbianas.
La mayoría de las subvenciones van a parar a universidades, hospitales,
investigación y artes, mientras que apenas el 1,7 por 100 se destina a
financiar derechos civiles y acción social.15
Incluso la mínima porción del dinero filantrópico que termina en or­
ganizaciones de justicia social viene con el compromiso de permitir
que los filántropos ricos tengan voz en la dirección del trabajo. El
análisis de Ahn enseña a los y las activistas de la justicia social a ser
críticos con la tendencia de estas organizaciones sin ánimo de lucro
—incluso, o especialmente, cuando usamos sus estructuras en nuestro
trabajo—, porque ayudan a reducir las obligaciones tributarias de los
ricos y dejan en sus manos decisiones sobre la redistribución de la ri­

14. Ahn, «Democratizing American Philanthropy».


15. Ahn, «Democratizing American Philanthropy», p. 68.
queza.16 Ahn anima a los y las activistas de la justicia social a que
consideren los impuestos desviados como dinero suyo. Mientras que
los ricos resguardan cantidades monetarias ingentes del sistema fiscal
canalizándolo a fundaciones que les permiten gastarlo en sus intereses,
a los demás nos gravan nuestros impuestos y necesidades para finan­
ciar guerras. Mientras, los gobiernos municipales, estatales y federales
se quejan de los déficits y recortan en educación, asistencia sanitaria,
transporte y otras infraestructuras vitales. El trabajo de Ahn señala
cómo la filantropía y la institucionalización de las organizaciones sin
ánimo de lucro permiten que los ricos sigan saqueando los recursos
públicos y los pobres carezcan cada vez más de necesidades básicas.

Construyendo una resistencia transformadora: herramientas y


estrategias
Inspirándose en movimientos sociales previos que habían usado va­
rias estrategias para crear resistencia comunitaria, el Miami Workers
Center (MWC) desarrolló una herramienta útil para analizar los roles
de distintas tácticas para la movilización: son los Cuatro Pilares de la
Infraestructura para la Justicia Social. Este modelo es útil para com­
prender cómo encajan entre sí múltiples estrategias a fin de crear mo­
vimientos participativos de base. El modelo también ilustra cómo las
dinámicas de control de estas organizaciones y fundaciones han crea­
do importantes obstáculos para la formación de movimientos sociales.
Los Cuatro Pilares que describe el MWC son la Política, la Concien­
cia, el Servicio y el Poder. El Pilar de la Política trabaja para modifi­
car políticas e instituciones mediante estrategias legislativas e institu­
cionales, con logros concretos y referentes para el progreso. El Pilar

16. Ahn señala asimismo hasta qué punto el género y la raza coinciden con la adop­
ción de decisiones de la fundación. Según un estudio del año 2000, el 66 por 100 de los
miembros de la junta de la fundación eran hombres y el 90 por 100, blancos. Ahn,
«Democratizing American Philanthropy», p. 66, citando al Comité de Finanzas del Se­
nado de Estados Unidos, Recommendations for Reform of the United States Phi~
lanthropic Sector (informe del National Committee for Responsive Philanthropy), 22
de junio de 2004,12, <www.senate.gov/~finance/hearings/testimony/2004test/062204
rctest.pdf>.
de la Conciencia trabaja por cambiar paradigmas políticos y transfor­
mar la opinión pública y generar concienciación, promoviendo me­
dios de comunicación, con medios independientes, con una labor de
educación pública. El Pilar del Servicio engloba un trabajo que está al
servicio directo de las personas vulnerables, ayuda a estabilizar sus
vidas y fomenta su subsistencia, incluida la prestación de servicios
básicos como alimentos, asistencia jurídica, cuidados médicos y aten­
ción a la salud mental. Por último, el Pilar del Poder persigue la con­
secución de poder comunitario autónomo construyendo una base y
desarrollando liderazgo: creando organizaciones con miembros a gran
escala y que tengan influencia (cantidad) y desarrollando en profundi­
dad una capacidad de liderazgo de las bases (calidad).
El interés del modelo de los Cuatro Pilares es ayudar a los movi­
mientos de justicia social a comprender que estos tipos de trabajo en
apariencia diferentes —a menudo ubicados en organizaciones dispa­
res que no colaboran a fondo y a veces se aferran a una o dos estrate­
gias— en realidad están conectados entre sí, son complementarios y
esenciales. El modelo de los Cuatro Pilares se centra en ayudar a los
movimientos y las organizaciones a comprender que el Pilar del Poder
—quizá el ámbito más descuidado en el contexto actual donde la jus­
ticia social está dominada por el complejo industrial no lucrativo— es
el pilar fundamental para el cambio y que, para que resulte efectivo y
contribuya a estabilizar el statu quo, los otros pilares deben compro­
meterse a sostenerle.
El modelo de los Cuatro Pilares es útil para valorar el papel ge­
neral de una organización en la creación de un movimiento social,
identificando en qué áreas es necesario colaborar y formula una teoría
sobre cómo generar un cambio. Si reconocemos, por ejemplo, que la
intervención desde servicios directos despolitizados y estigmatizados,
que están desconectados del Pilar de Poder se ha convertido en lo más
común, siendo un estado en la sombra, entonces podemos desarrollar
ideas sobre cómo deberían ser los servicios directos que apoyen la
construcción de una base, que contribuyan a desarrollar el liderazgo y
a la movilización popular.
Si los servicios de subsistencia (comida, vivienda, servicios jurí­
dicos y servicios de salud física y mental) formaran parte de una estra­
tegia de movilización, serían muy distintos de los modelos de servi­
cios sociales que vemos hoy en las organizaciones sin ánimo de lucro.
Para empezar, estas organizaciones tendrían el objetivo de ayu­
dar a las personas vulnerables a conectar con otras que experimentan
dificultades similares. Estas conexiones ayudan a los individuos a for­
mular análisis compartidos sobre las condiciones que sufren y a lograr
habilidades de liderazgo para contribuir a las luchas de resistencia, lo
cual puede incluir la garantía de que los servicios sean prestados por
personas que pertenecen a la población afectada y no por élites ajenas.
Esta estrategia también incluiría ayudar a los receptores de servicios a
aprender a formar parte del suministro de estos servicios, lo cual a
menudo significa que estará en manos de receptores antiguos y actua­
les de tales servicios. Esta estrategia implica entender los servicios
como parte del proyecto de implicar directamente a personas afecta-
das en la organización y dirección del movimiento, y que sea vital
crear oportunidades para formar relaciones y conexiones entre las per­
sonas que buscan servicios y las personas que ya trabajan en la orga­
nización. Este modelo hace que las personas pasen de ser «clientes» a
ser «miembros», creando un espacio donde los miembros de comuni­
dades vulnerables adquieran capacidades que amplíen su participación
y liderazgo en las luchas que les atañen. Con el modelo actual de
servicios sociales, las personas que necesitan servicios suelen ser es- i
tigmatizados por su «dependencia», tratados irrespetuosamente por
los proveedores de servicios profesionales con privilegios de raza,
educación, clase, capacidad y género que otros no tienen, y suelen re­
cibir ayuda solo para unos problemas que se entienden como indivi­
duales, en el caso de que reciban alguna. El Pilar del Poder entiende
los servicios como un asunto de máxima urgencia, pero también como
parte de una estrategia mucho más amplia para resolver las causas
subyacentes y de fondo que producen esta necesidad tan urgente.
El modelo de los Cuatro Pilares reconoce la necesidad vital de
todos ellos: los servicios directos no son simplemente un parche, como
se esgrime a veces, sino que deben ser entendidos como una parte bá­
sica de la creación de la movilización popular. Además, prestar servi­
cios directos no solo permite que la base formada por las personas más
afectadas sobreviva y participe en política, sino que también puede
servir de vía de participación en el trabajo de resistencia si estos servi­
cios se prestan en un contexto politizado. A menudo las personas se
acercan al trabajo político desde sus experiencias personales e íntimo,
desde su conocimiento del sufrimiento y la necesidad. Garantizar que
los servicios directos sean lugares para ahondar en el entendimiento
político sobre los efectos de la interacción con los sistemas de control,
así como movilizar unos servicios directos que sean una oportunidad
para unirse a otras personas que soportan sufrimientos similares es
esencial para producir estrategias de resistencia guiadas y dirigidas por
personas que son las víctimas directas de estos sistemas tan nocivos.
De igual modo, el trabajo de justicia social en los medios de co­
municación que busca un cambio de mentalidad no es la única estrate­
gia fundamental, como presumen a veces quienes se empecinan en
que las condiciones políticas actuales son sobre todo consecuencia de
la ignorancia o la incomprensión de los votantes o el público. Sin em­
bargo, el análisis crítico de los medios de comunicación y la educa­
ción política son componentes importantes para tener más conciencia
política y transformar paradigmas. Este entendimiento puede ayudar­
nos a rechazar la creencia de que solo por conseguir que el New York
Times publique un «buen» artículo sobre determinado asunto, se pro­
ducirá el cambio deseado. Las condiciones en las que vivimos no son
solo consecuencia de la ignorancia o el consentimiento, y convencer a
las élites de que piensen sobre estas condiciones en cierto sentido no
es el camino para construir una transformación sustancial. Privilegiar
estrategias desde medios de comunicación elitistas en detrimento de
otras tácticas puede socavar, de hecho, el potencial transformador de
las organizaciones. Esta perspectiva también nos recuerda a quienes
participamos en el cambio transformador que las estrategias elitistas
sumidas en un tipo de experiencia particular, como la reforma política
y el trabajo con los medios de comunicación tradicionales, siempre
deben involucrarse en la lucha más global por transformar las condi­
ciones que producen distribución desigual. Todas las estrategias de­
ben trabajar juntas para construir el liderazgo de las personas más vul­
nerables en lucha. Comprender la conexión entre las distintas
estrategias para el cambio y los numerosos roles necesarios en la crea­
ción de los movimientos populares permite a las organizaciones resis­
tir a las presiones creadas por la pugna para recaudar fondos y actuar
de forma competitiva y de manera distinta a otras organizaciones que
tienen estrategias bien distintas.
Podemos implicarnos en diversas tácticas desde el Pilar de la
Conciencia, conjuntamente con el trabajo del resto de pilares. Nuestro
trabajo de cambio de paradigma proviene no solo (o en absoluto) de
nuestra interacción con los medios de comunicación, sino que quere­
mos crear nuestros propios medios, con programas de educación polí­
tica para construir simultáneamente las capacidades de liderazgo de
nuestros electores y otras tácticas de movilización. Perdemos una
enorme capacidad de cambio cuando el trabajo en los medios de co­
municación se limita a organizaciones específicas que funcionan por
su cuenta y no usan modelos de afiliación ni se involucran directamen­
te con las poblaciones afectadas. Estas organizaciones parecen dis­
puestas a depurar los mensajes para que sean del agrado de los medios
de comunicación conservadores o evitar tratar temas de discusión que
nos dividen, porque se basan en tropos que persisten en normas de su­
jeto «meritorio» y «no meritorio». Analizar la infraestructura del mo­
vimiento por la justicia social con el modelo de los Cuatro Pilares nos
ayuda a integrar estrategias dispares y a menudo rivales, y nos ofrece
la posibilidad de colocar el énfasis en el trabajo de los medios de co­
municación de élite, la reforma política y los servicios creados por el
complejo industrial sin ánimo de lucro. Nos ayuda a reconocer que el
poder no solo reside en las salas de juntas de las redes de televisión o
en los despachos de representantes electos, sino que la transformación
que merecemos es posible con una movilización de abajo a arriba.
El modelo de los Cuatro Pilares y la crítica de la institucionaliza-
ción de las organizaciones sin ánimo de lucro son útiles para situar el
papel de la labor jurídica en la resistencia trans. Si desentrañamos
cómo estas organizaciones concentran el poder para fijar programas y
tomar decisiones estratégicas podremos entender cómo y por qué la
reforma jurídica ha alcanzado tanta prominencia en las organizaciones
dirigidas por abogados y otras personas con privilegios, que terminan
más volcados en la igualdad formal. Estas medidas podrían ayudarnos
a identificar qué roles debería tener la labor jurídica en una política
trans crítica cuyo interés sea crear y movilizar a una base para el cam­
bio transformador. Estos roles incluyen:17
• Proporcionar servicios jurídicos a las personas trans más vulnera­
bles. Proporcionar asistencia jurídica gratuita a las personas trans

17. Parte del texto que sigue está adaptado de un ensayo mío, «ForThose Conside-
ring Law School», Unbound: Harvard Journal ofthe Legal Left (2010), <http://www.
1egal 1eft .org/cate gory/2010-i ssue> .
que más sufren la violencia administrativa y jurídica (inmigrantes,
reclusos y reclusas, personas atrapadas en el sistema de bienestar
infantil, personas con discapacidad, o que reciben prestaciones so­
ciales) puede ser una actividad importante del Pilar de Servicio si se
vincula a una estrategia de movilización. Los servicios pueden ser
un punto de partida para la organización política si integran una es­
trategia que permita establecer relaciones entre personas que expe­
rimentan problemas similares, crear habilidades de liderazgo y for­
mular un análisis político compartido que propicie que las personas
participen y regulen por sí mismas la prestación de servicios.
• Desmitificar los regímenes jurídicos. Como los regímenes jurídicos
y administrativos causan enormes sufrimientos a las personas trans,
los abogados y otras personas con experiencia y conocimiento de
estos sistemas pueden contribuir a desmitificarlos y colaborar con
organizaciones de resistencia para formular un análisis común sobre
el funcionamiento del derecho. Redistribuir la «experiencia» jurídi­
ca es esencial, puesto que una parte de los regímenes jurídicos tiene
interés en mermar las capacidades y silenciar a las personas que más
atacan, al tiempo que designan solo a ciertos privilegiados para ac­
tuar como actores válidos. Los abogados y abogadas en particular
hemos de tener cuidado a la hora de ejercer nuestra experiencia.
Solemos asumir un espacio desmesurado en los procesos de toma de
decisiones y estamos formados en una cultura profesional que suele
realzar comportamientos de dominación, que están interiorizados.
También somos el gremio con más posibilidades de cobrar por una
labor en un movimiento social. A veces, los y las abogadas pueden
ayudar a los líderes de los movimientos a trazar estrategias para
averiguar a quiénes van dirigidas distintas campañas, o ayudar a lo­
calizar los puntos débiles de ciertos regímenes jurídicos. Sin embar­
go, este papel se sobrevalora fácilmente; por lo general, las personas
víctimas de regímenes jurídicos violentos saben más sobre el fun­
cionamiento de estos sistemas, y mientras que abogadas y abogados
solo lo sabemos sobre el papel (y a veces damos por hecho que es su
funcionamiento real). A menudo, la formación jurídica capacita me­
nos para trazar estrategias de cambio, porque las personas formadas
prestamos demasiada atención a cómo los sistemas dicen operar. En
general, las facultades de derecho nos enseñan que no podemos pen­
sar en más soluciones que en las legales, y eso solo nos deja un es­
caso margen para cambiar estos sistemas tan nocivos, por lo que
terminamos así reforzándolos, dándoles estabilidad y legitimándo­
los. El enfoque de la formación jurídica opera en el seno del régi­
men jurídico existente. Incluso la pequeña parte que se ocupa de las
luchas de las personas más empobrecidas solo se centra en limitadas
reformas y estrategias judiciales, que no respaldan las huelgas de
alquiler, ni las okupaciones, ni la abolición de las prisiones ni las
luchas indígenas por la tierra. Resumiendo, la formación jurídica no
pretende poner en tela de juicio las causas originarias de la des­
igualdad.18
• Crear objetivos de reforma jurídica y política como temas de cam­
paña. Como los sistemas administrativos causan enormes sufri­
mientos a las personas trans a diario, los temas relativos a cómo
funcionan estos sistemas suelen importar y afectar profundamente a
nuestros electores. Por este motivo, los objetivos dirigidos a la re­
forma jurídica y política pueden ser un buen lugar para dirigir nues­
tra organización. Esta organización puede brindar oportunidades
para reformular un tema, incorporar a posiciones de liderazgo a per­
sonas directamente afectadas que antes no han formado parte de una
organización política, formular análisis políticos comunes sobre im­
portantes formas de daño sistémico, establecer y avanzar relaciones
dentro de las comunidades y entre ellas. Cuando se eligen estas
campanas de reforma jurídica/política, pueden dar impulso y capa­
cidad de liderazgo a la organización de los movimientos sociales.
Lograr ciertas reformas puede incluso aportar cierto alivio a los
miembros afectados. El limitado efecto de las victorias relativas ala
reforma jurídica y política también puede llevar a los organizadores
a plantear un análisis compartido sobre lo vacua que puede llegar a
ser la igualdad jurídica, y puede contribuir a que durante la organi­
zación más personas pidan una transformación. Asumir objetivos
jurídicos y políticos puede tener sentido como táctica al servicio de
una estrategia más amplia de movilización popular. Si los cambios
jurídicos y políticos se logran únicamente gracias al trabajo de unos
cuantos abogados blancos que se reúnen con burócratas o represen­
tantes electos a puerta cerrada, es imposible que satisfagan los obje­

18. Dean Spade, «Be Professional!», Harvard Journal of Law & Gender. 33, 2010,
pp. 7.1-86.
tivos de movilización necesarios para crear una demanda (y el im­
pulso detrás de la demanda) en una diversidad de personas
directamente afectadas, y ganarla a través de los esfuerzos colecti­
vos de un grupo grande. Los objetivos de este trabajo no pueden ser
únicamente modificar lo que dicen las leyes y las políticas. Por el
contrario, el trabajo debería propiciar la capacidad de trabajo con­
junto de las personas afectadas y de presión por un cambio que me­
jore sustancialmente sus vidas. Lo ideal es que quienes sienten el
impulso de la acción política cuando participan en una campaña no
desistan, adquieran capacidades y análisis, traigan a otras personas
a la organización. Juntas, las personas pueden construir ideas cada
vez más ambiciosas sobre un cambio transformador. Después inclu­
so de lograr pequeñas victorias, hay que seguir resolviendo daños
enormes, porque las nuevas políticas con frecuencia no son segui­
das o implementadas, y se aprenden importantes lecciones sobre la
lucha duradera y la eficacia de la acción colectiva.
• Proporcionar asistencia técnica. Un rol final importante de los ju­
ristas es proporcionar asistencia técnica a los movimientos. Las or-
i; ganizaciones de los movimientos tropiezan con muchos escollos
legales que los abogados pueden resolver gracias a su formación.
A veces se trata de rellenar solicitudes para crear empresas colecti-
vas o cooperativas que emplean a miembros y recaudan dinero para
nuestras luchas. A veces se trata de defender a las víctimas de los
ataques del gobierno, como la vigilancia ilegal y las actuaciones
penales. Las organizaciones de los movimientos sociales suelen ser
víctimas de los gobiernos locales y estatales, bien de ofensivas cui­
dadosamente planificadas, bien de ataques policiales repentinos
contra actividades de organización y la asistencia jurídica que estas
organizaciones pueden terminar necesitando puede ser costosa o di­
fícil de obtener. El que haya abogados dispuestos a involucrarse en
organizaciones de resistencia y ponerse al servicio de estas organi­
zaciones y sus integrantes en vez de buscar protagonismo puede ser
útil para promover el trabajo transformador.
El análisis del modelo de los Cuatro Pilares nos ayuda a indagar en las
causas que han producido que el esforzado trabajo por el cambio so­
cial se haya disociado de las movilizaciones en el contexto del sector
no lucrativo. Nos ayuda a valorar nuestro trabajo, incluidas las estra­
tegias legales, para volver a centramos en los movimientos participa-
tivos cuyo interés es el liderazgo de las personas más afectadas como
primer objetivo. Este análisis puede ayudarnos también a evaluar las
estructuras de organizaciones y movimientos para garantizar que faci­
liten que las demandas políticas sean de abajo a arriba. Tan pronto
como nos desprendamos de ideas elitistas y liberales, como pensar
que por conseguir que el New York Times publique determinado ar­
tículo o ganar determinado juicio creará igualdad, podremos desarro­
llar una infraestructura en los movimientos que redunde en la transfor­
mación de las causas originarias de la desigualdad de oportunidades.
Más que concentrar nuestros limitados recursos en restrictivas deman­
das de inclusión que imaginan que quienes experimentan transfobia lo
hacen con independencia de otros sistemas de significación y control,
las demandas de una transformación más profunda emergen cuando
construimos movimientos participativos basados en valores de justicia
racial y económica donde el liderazgo de los más vulnerables está li­
gado a múltiples vectores de control.
En espacios políticos trans dirigidos por personas con rentas ba­
jas y personas de color, están surgiendo demandas que exceden con
creces las posibilidades de reforma jurídica. Las luchas por la justicia
racial y económica que exigen la abolición de las prisiones, asistencia
sanitaria y vivienda para todos, el fin del control migratorio y el fin de
la pobreza y la riqueza, son sustancialmente distintas de las demandas
centradas en la inclusión y el reconocimiento típicas de las estrategias
de litigación que aluden a la legislación. Estas nuevas y ambiciosas
demandas se centran en la transformación profunda necesaria para
mejorar las oportunidades de quienes sufren múltiples vulnerabilida­
des y violencias transversales. Estas demandas se caracterizan por el
compromiso de rechazar acuerdos que dividen a las personas con re­
formas que ofrecen más acceso a quienes tienen ciertos privilegios
mientras dejan a otras sin acceso —o más marginadas que antes—.
Esta política crítica trans se está fraguando en organizaciones de base
con miembros, como Southerners on New Ground (SONG), The Au­
dre Lorde Project (ALP), Fabulous Independent Educated Radicals
for Community Empowerment (FIERCE!), el Sylvia Rivera Law Pro­
ject (SRLP) y Gommunities United Against Violence (CUAV). Estas
organizaciones han desarrollado valores compartidos sobre la cons­
trucción de movimientos participativos, están innovando y constru­
yendo estructuras inspiradas en varios movimientos históricos y con-
de Estados Unidos y el extranjero, en particular, en el
tem p o rá n eo s
feminismo de las mujeres de color. Estas organizaciones comparten
ciertos principios fundamentales como que la estructura de su trabajo
s e a participad va, se centre en la justicia racial y económica y se opon­
ga a algunos de los tropos de las organizaciones sin ánimo de lucro.
Algunos de los principios fundamentales que cimientan y consti­
tuyen este trabajo son:
• Garantizar que el trabajo lo hacen las personas directamente afectadas;
• Usar un marco transversal para comprender los múltiples vectores
de vulnerabilidad que convergen en los perjuicios que sufren los
miembros (racismo, sexismo, xenofobia, transfobia, homofobia y
; capacitismo);
• Esforzarse por crear el cambio transformador que la organización
imagina para el mundo y aplicarlo en la rutina de la propia organiza­
ción. Es decir, «predicar con el ejemplo»;
• Orientar el trabajo más como un proceso que como un fin, practi­
cando la autocrítica constante en vez de asumir que hay un momen­
to de conclusión o de llegada;
• Crear sin cesar nuevos líderes, con una participación cada vez ma­
yor y centrarse en fomentar la capacidad de liderazgo de quienes
sufren las mayores barreras de participación y liderazgo;
• Arraigar el trabajo en el concepto de que el cambio profundo viene
de abajo, que no es un cambio de arriba a abajo ni una concesión de
las élites.
• Perseguir la rendición de cuentas, la transparencia dentro y entre
organizaciones, para que sus integrantes sepan cómo se toman las
decisiones y en qué se gasta el dinero. Así las organizaciones y los
movimientos aliados sabrán lo que esperan unos de otros y podrán
retarse mutuamente a trabajar con unos principios comunes de justi­
cia social y colaboración;
• Reconocer que las relaciones son el sistema de apoyo intrínseco al
trabajo y el cambio que buscamos y necesitamos, centrar recursos
en el refuerzo y la creación de relaciones.19

19. Estos puntos se basan en un análisis de los datos recabados por un grupo en que
el participé. El grupo de investigación entrevistó a organizaciones integradas por
Ya hay varias organizaciones que están aplicando estos valores comu­
nes y asumiendo estas estrategias. En primer lugar, el uso de modelos
de gobemanza no jerárquicos, incluidas las estructuras colectivas, es
valorado como un medio de abordar la problemática concentración del
poder de decisión en un pequeño número de líderes elitistas, como los
directores ejecutivos de las juntas.20 El consenso en la adopción de
decisiones suele ser un elemento básico de estas estructuras porque
apoya la máxima participación y no el planteamiento de que las deci­
siones se toman por mayoría, característico de las organizaciones sin
ánimo de lucro y los movimientos sociales que no hace sino aumentar
las barreras para la participación de las personas expuestas a vectores
transversales de vulnerabilidad. El consenso en la adopción de deci­
siones también ayuda a que los grupos centren su proceso en crear
entendimientos comunes y garantizar que no se omiten cuestiones im­
portantes, simplemente porque son planteadas por una minoría.21
En segundo lugar, numerosas organizaciones están experimen­
tando sobre cómo hacer que el trabajo de organización de los movi­
mientos sociales sea más justo para los trabajadores. Esto incluye ni­
velar las escalas salariales, garantizar que todos los cargos tienen
prestaciones de seguros médicos, entre otras, y trabajar para asegurar
que los puestos de trabajo y las prestaciones sean accesibles a perso­
nas que suelen encontrar obstáculos de participación y liderazgo en
empleos relacionados con la justicia social, en particular personas sin

miembros durante 2008-2009 para saber más sobre los modelos de filiación y las razo­
nes por las que estas organizaciones usaban estos modelos particulares. El Sylvia Rive­
ra Law Project publicó un informe comunitario que refleja las principales conclusio­
nes de la investigación. Ezra Berkeley Nepon, Elana Redfield y Dean Spade, «From
The Bottom Up: Practices for Membership-Based Organizations», Sylvia Rivera Law
Project, 2013, <http://srlp.org/from-the-bottom-up-strategies-and-practices-for-mem-
bership-based-organizations>. Parte del texto ha sido adaptado de los fragmentos de
este informe redactados por mí.
20. El Sylvia Rivera Law Project es un ejemplo de organización centrada en la justi­
cia racial y económica que usa un modelo de gobernanza colectiva desarrollado y ba­
sado en otras organizaciones dirigidas colectivamente como Sista II Sista <www.sis-
taiisista.org>, Manavi <www.manavi.org>, el Asian Women’s Shelter <www.sfaws.
org>, y el May First Technology Collective (operativo de 1999 a 2005).
21. On Conflict and Consensus, herramienta que suelen usar las organizaciones para
aprender a tomar decisiones consensuadas y formar a miembros sobre cómo participar
en ellas. C. T. Lawrence Butler y Ann Rothstein, On Conflict and Consemus: A Hand-
book on Formal Consensus Decisionmaking, Foods Not Bombs Publishing, Takoma
Park,MD, 1987.
una educación formal, personas con condenas penales, con discapaci­
dad, indígenas, de color, trans o inmigrantes. Esto también implica
garantizar que los planes de seguros cubren la asistencia sanitaria
trans, la asistencia de salud reproductiva y la asistencia de salud men­
tal; crear horarios laborales flexibles para personas con discapacidad
y/o dependientes; eliminar los requisitos de educación superior siem­
pre que sea posible; y brindar formación laboral extensa en vez de
exigir a los candidatos que ya tengan experiencia profesional en el
campo. El objetivo de estas iniciativas es evitar que se reproduzcan y
se afiancen las desigualdades en educación, asistencia sanitaria y otros
sistemas dentro de la organización.
En tercer lugar, muchas de estas organizaciones han implemen-
tado modelos y programas de desarrollo de liderazgo muy estructura­
dos con el objeto de reforzar la capacidad de liderazgo y gobemanza
de sus integrantes. Por ejemplo, FIERCE!, una organización dedicada
a construir «liderazgo y poder de la juventud de color lesbiana, gay,
bisexual, transexual y queer (LGBTQ)», ha creado e implementado el
Educationfor Liberation Project (ELP) (Proyecto de educación para
la liberación). Este programa ofrece estipendios a jóvenes de color
trans y queer para permitir su participación en talleres políticos y
prácticas para el desarrollo de intercambio de conocimientos, cons­
trucción de análisis y liderazgo.22 Los participantes trabajan en pro­
gramas semestrales de ELP en varios niveles, empezando por el ELP1,
en el que aprenden historia política básica y teoría de la organización
básica sobre cómo se crean e implementan campañas, por ejemplo.
A continuación, los participantes asumen mayor poder de liderazgo y
gobernanza en la organización a medida que van superando los nive­
les del programa ELP. La meta es convertir a los miembros de ELP en
organizadores-líderes que a su vez trabajan por desarrollar el lideraz­
go de otros jóvenes de color trans y queer. Los programas de desarro­
llo de liderazgo como el ELP trabajan para identificar a posibles líde­
res entre sus integrantes, centrándose en miembros que, por sus
experiencias de vulnerabilidad transversal, tiene una percepción par­
ticular de las manifestaciones de los sistemas de control y poder, y
proporcionándoles formación para que ahonden en su capacidad de

22. FIERCE!, <www.fiercenyc.org>.


liderazgo. Algunas organizaciones remuneran programas de escuelas
libertarias y prácticas23 para garantizar que los miembros jóvenes y
con rentas bajas pueden asistir y aprender historia política, análisis y
estrategias de organización.24 Muchos de estos programas de desarro­
llo de liderazgo son escalonados: el compromiso exigido al principio
es bajo para estimular la participación de miembros nuevos y para que
asuman roles de liderazgo más profundos y comprometidos a medida
que crece su conocimiento de los problemas y su conexión con la or­
ganización. El interés de estos modelos es maximizar la participación
de las personas más afectadas y conseguir que agudicen sus capacida­
des de liderazgo ayudándoles a participar en cada aspecto del trabajo
de organización.
El interés de muchas de estas organizaciones es que su personal
se constituya enteramente de miembros de la organización, que pro­
vengan directamente del ámbito afectado por su trabajo, con frecuen­
cia a través de programas internos de desarrollo de liderazgo y, más
tarde, con la incorporación a la plantilla. El interés de otras es reciclar
continuamente a la plantilla a medida que los miembros nuevos desa­
rrollan capacidades de liderazgo. En este sentido, la organización se
convierte en un vehículo para formar a líderes capacitados al tiempo
que asume campañas de organización, presta servicios y/o avanza ac­
tividades de promoción. Estas organizaciones también suelen formu­
lar y mantener criterios explícitos que garantizan el gobierno de las
personas más directamente afectadas. Muchas implementan directri­
ces en materia de raza, capacidad, género, identidad de género, condi­
ción de inmigrante, etc., para orientar la contratación y engrosar la
afiliación.25 Estas directrices ayudan a concretar los compromisos de

23. Las escuelas libertarias (Freedom Schools) fueron ideadas por Student Non-Vio-
lent Coordinating Committee (SNCC) (Comité de estudiantes no-violentos) durante el
movimiento de derechos civiles de los años sesenta. Estas instituciones proporciona­
ban educación gratuita a estudiantes afroamericanos en el sur de Estados Unidos y fo­
mentaban la justicia sociopolítica y socioeconómica. Quizá los ejemplos más destaca-
bles sean las escuelas libertarias de Misisipi en 1964.
24. Otras organizaciones que remuneran a sus miembros y dan acceso a educación,
análisis y organización a través de sus programas son Queers for Economic Justice
(Queers por la Jnsticia Económica), <http://q4ej.org>; School of Unicy and Liberation
(SOUL), <http://www.schoolofunityandliberation.org>; y FIERCE!, <www.fiercenyc.
org/index .php?s= 102>.
25. Por ejemplo, el manual para los miembros del Sylvia Rivera Law Project, exige a
la organización que la plantilla, el colectivo y cada uno de sus equipos específicos
organización sobre gobernanza y liderazgo que con frecuencia corren
el riesgo de erosionarse porque las organizaciones están plagadas de
voluntarios con privilegios de raza y formación deseosos de ayudar,
pero que, las más de las veces, acaban tomando el relevo porque tie­
nen mayor acceso a una capacitación profesional, mucho tiempo libre,
con hábitos y actitudes característicos de las personas privilegiadas.
Estas organizaciones suelen ser críticas con el «síndrome del funda­
dor», dinámica que se produce cuando la persona que funda una orga­
nización permanece demasiado tiempo en un cargo de liderazgo retri­
buido, convirtiéndose en un repositorio de conocimiento y control
organizativo, con independencia de lo que diga la estructura de la or­
ganización sobre la participación democrática de todos los miembros.
Con un ojo puesto en esta dinámica, dialogando abiertamente sobre
la adopción de decisiones y el liderazgo, fomentando el reciclaje de la
plantilla, es posible garantizar que el liderazgo y la propiedad de la or­
ganización no se concentren en pocas manos.
La recaudación de fondos con una base popular también es muy
valorada en estas organizaciones, como alternativa y/o complemento a
la financiación de las fundaciones.26 Obtener pequeñas sumas de dine­
ro de las poblaciones directamente afectadas, de aliados individuales y
a través de actividades que generan ingresos puede aumentar la auto­
nomía de las organizaciones, liberándolas de la dependencia de do­
nantes y empresas privadas. Algunas organizaciones usan cuotas de
afiliación, a menudo disponibles en una escala variable, como herra­
mienta de recaudación de fondos que también contribuye a la rendi­
ción de cuentas de la organización, puesto que los miembros se hacen
responsables del trabajo y adquieren un compromiso de gobierno.27

tengan al menos el 50 por 100 más una persona de color y al menos el 50 por 100 más
una persona trans, intersexual o que no conforma las normas binarias de género.
26. Tyrone Boucher y Tiny alias Lisa Gray-Garcia, «Community Reparations Now!
Tyrone Boucher and Tiny aka Lisa Gray-Garcia Talk Revolutionary Giving, Class,
Privilege, and More», Enough, <http://www.enoughenough.org/2010/05/community-
reparations-now-tyrone-boucher-and-tiny-aka-lisa-gray-garcia-talk-revolutionary-gi-
ving-cIass-privilege-and-more>; Dean Spade, «Getting It Right from the Start: Buil-
ding a Grassroots Fundraising Program», Grassroots Fundraising Journal, enero/
febrero de 2005, pp. 10-12.
27. Dos ejemplos de organizaciones de base que utilizan un modelo de cuotas entre
sus miembros para generar ingresos son la Ontario Coalition Against Poverty (OCAP)
(Coalición con la pobreza de Ontario), que «lanza campañas contra políticas del go­
bierno regresivas que afectan a pobres y trabajadores [y] presta apoyo de acción direc-
Estas estrategias reflejan una conciencia sobre los cauces que el
sector no lucrativo, el control de las fundaciones y la reproducción de
los modelos de organización y gobemanza racistas, sexistas, capaci-
tistas y transfóbicos siguen para restringir y contener el trabajo de jus^
ticia social. Mientras la política trans sigue institucionalizándose, es­
tos modelos aportan una vía para que no reproduzcamos las trampas:
de la lucha por los derechos de lesbianas y gays y otras formaciones
políticas que han concentrado el liderazgo de las personas privilegia­
das, formulado estrategias y demandas que no mejoran las oportunida­
des de los más vulnerables a la pobreza, la reclusión y la violencia. El
trabajo político enraizado en una amplia participación, comprometido
con poner en el centro las experiencias de los más vulnerables y deci­
dido a practicar valores de resistencia en todos los niveles es menos
susceptible de ser secuestrado por los programas de reforma jurídica,
que refuerzan y legitiman sistemas de control, que truncan las deman­
das de profunda transformación.
Tras analizar el contexto neoliberal y el papel clave que juega la
ordenación de la población a la hora de generar acuerdos políticos y
económicos, se ve la importancia que tienen estas críticas al sector no
lucrativo así como los métodos innovadores para la creación de una
infraestructura en los movimientos sociales, en los que participan nu­
merosas organizaciones de resistencia. El contexto del neoliberalismo
ha modificado y limitado la resistencia en muchos sentidos, incluyen­
do la cooptación del trabajo de los movimientos sociales como fuente
de ideas y justificaciones de proyectos estatales/empresariales terri­
bles (por ejemplo, la expansión de los sistemas de prisión y represión
privatizados). El trabajo de justicia social se ha transformado en el
trabajo del estado en la sombra que estabiliza y legitima la desigual­
dad de oportunidades. Como señala Paul Kivel, el trabajo de las orga­
nizaciones sin ánimo de lucro a menudo hace las veces de «zona de

ta a individuos en oposición al estado de bienestar y el ODSP [Ontario Disability Sup-


port Program] (Programa de apoyo a la discapacidad de Ontario), vivienda pública y
otros que niegan a los pobres lo que les corresponde por derecho; y cree en el poder de
la gente para organizarse por sí sola», <www.ocap.ca>; y Desis Rising Up and Moving
(DRUM) (Desis en lucha y en movimiento), una «organización multigeneracional,
constituida por miembros inmigrantes surasiáticos de clase trabajadora» fundada para
«empoderar a trabajadores surasiáticos inmigrantes con bajos salarios, familias que
luchan contra la deportación y la confección de perfiles raciales de musulmanes, y jó­
venes de Nueva York», <www.drumnation.org>.
amortiguamiento». Este trabajo presta servicios mínimos a las perso­
nas más perjudicadas por la enorme brecha de la riqueza, «enmasca­
rando la distribución desigual de empleos, comida, vivienda y demás
recursos valiosos... Desviando la atención de la redistribución de la
riqueza a la prestación temporal de servicios sociales para mantener
viva a la gente». Además, «mantiene el lugar que ocupan las personas
en la jerarquía» al encauzar la insatisfacción por las condiciones injus­
tas, o su resistencia a ellas, en estrechos canales que no perturban en
lo fundamental el statu quo.7* Por estas razones, existe una necesidad
urgente de crear una infraestructura de movimiento social, con capaci­
dades críticas para analizar los espacios de cooptación, cuestionar el
impacto y no solo la intención, evitando métodos y estrategias que
aíslan y dividen.
Al mismo tiempo, es evidente que las actuaciones del poder que
criticamos en el mundo globalizado también deben ser analizadas
constantemente dentro de los movimientos sociales y otras formacio­
nes de resistencia. Crear instituciones del tipo que sea implica afrontar
los peligros del estancamiento de liderazgos, ideas, formas de conoci­
miento y mecanismos de distribución. Mientras creamos una infraes­
tructura de movimiento social, corremos el riesgo constante de caer en
los mismos modos de poder de ordenación de la población que critica-
; mos de las instituciones estatales y empresariales. Numerosos movi­
mientos y organizaciones de resistencia que se proclaman «revolucio­
narios» han demostrado que la capacidad de crear una población
imaginada que necesita protegerse de las «amenazas» y los «parási­
tos» inventados no es solo propia de estados-naciones y gobiernos.
Las organizaciones y los movimientos de resistencia también dividen
a las poblaciones en meritorias y no meritorias, con frecuencia reca­
ban datos normalizados que hacen que ciertas poblaciones sean incon­
cebibles o imposibles y fijan modos de distribución que propician que
ciertas personas vivan con más seguridad en perjuicio de otras.
Foucault advirtió que los socialistas no habían solucionado el proble­
ma del «racismo de estado» inherente al poder que secundan sus mo­
delos de gobernanza. «Racismo de estado» es el término que Foucault
emplea para arrojar luz sobre los cauces con que el poder —cuando se

28. Kivel, «Social Service or Social Change?», pp. 134-135.


moviliza para facilitar la vida de la población— incluye siempre la
identificación de «amenazas» o «parásitos» que deben ser eliminados
a través del abandono, el exterminio o cualquier otro medio con el fin
de proteger a la población.29 Las formaciones anarquistas también se
enfrentan a estos peligros. Hemos de recordar que siempre que propo­
nemos nuevos sistemas de distribución y soñamos un mundo mejor,
también establecemos, a menudo inconscientemente, normas discipli­
narias y de ordenación de la población que se marginan y/o demoni-
zan. Incluso si rechazamos ciertas formas estatales existentes, debe
acompañarnos en nuestro trabajo una práctica orientada al proceso,
que sea profundamente autorreflexiva, si es que deseamos resistimos
a los peligros de las nuevas normas que invariablemente producimos.
El feminismo de las mujeres de color es una tradición política
que ha encarado este peligro de frente, analizando los desafíos que las
diferencias de cualquier índole plantean cuando la política se basa en
universalizar experiencias. En su estudio sobre la «conciencia opositi-
va», Chela Sandoval describe cómo las mujeres de color han resistido
y criticado el pensamiento del feminismo blanco, señalando hasta qué
punto ha intentado hacer del binarismo de género el eje central de la
crítica mientras que ignora el impacto de la raza, la clase, la cultura y
otros vectores de sujeción en las experiencias sexistas.30Al hablar de
género y sexismo sin analizar y explicar cómo la raza y otros atributos
median en las experiencias de género y sexismo, las feministas blan­
cas construyeron una categoría pretendidamente universal de la expe­
riencia de la mujer, que en realidad oculta y borra las experiencias de
las mujeres de color. Sandoval observa las divisiones que emergieron
en la política feminista de los años setenta para comprender cómo los
movimientos sociales están comúnmente escindidos entre varios gru­
pos, que gravitan hacia ciertas pretensiones de verdad y se aferran rí­
gidamente a ellas. Estos marcos particulares de «conciencia opositi-
va» son mutuamente excluyen tes y producen luchas significativas
entre varias facciones del movimiento. Sandoval afirma que las femi­
nistas de color estadounidenses han creado una forma diferente de

29. Michel Foucault, Society Must Be Defended: Lectures at the College de France,
1975-76, trad. David Macey, Picador, Nueva York, 2003, pp. 256,262-263.
30. Chela Sandoval, Methodology of the Oppressed, Minneapolis, University of
Minnesota Press, 2000, pp. 45-47.
conciencia opositiva; lo que ella llama «la forma diferencial», que se
opone al absolutismo que con frecuencia produce rigidez y estanca­
miento en los movimientos sociales. La forma diferencial de la con­
ciencia opositiva utiliza varias articulaciones de lo que es verdad
como una táctica que se practica a través de un compromiso de resis­
tencia a la violencia y la subordinación, lo que permite que se pase de
una a otra como algo necesario.31
Este interés en oponerse al absolutismo y practicar un plantea­
miento de resistencia flexible, meditado, reflexivo y táctico es un mo­
delo extremadamente útil para resistirse a los riesgos de la institucio-
nalización y el «racismo estatal» antes señalados. El feminismo de las
mujeres de color han desarrollado unas prácticas de resistencia centra­
das en el proceso, la evaluación, el consenso, la transparencia y una
sospecha sana de las declaraciones universales sobre qué es la libera­
ción. Estos valores y prácticas han influido sobremanera en muchos
activistas trans y queer de color. Estas organizaciones suelen funcio­
nar asumiendo que su trabajo es imperfecto, que es posible que hayan
pasado por alto o excluido involuntariamente a grupos muy vulnera­
bles, que sus estrategias y estructuras requieren constantes revaluacio­
nes y ajustes. La autocrítica y la actitud que no es defensiva son muy
valoradas en estos espacios. La crítica a la institucionalización es un
elemento central del análisis de las mujeres de color sobre las organi­
zaciones sin ánimo de lucro.32
Numerosos expertos y activistas han afirmado que necesitamos
analizar si estamos trabajando para mantener a una organización en
marcha o si estamos trabajando para hacer cambios transformadores,
para poder reconocer cuándo estos dos objetivos entran en conflicto y
formular nuevas estrategias. Este trabajo ha ilustrado cómo y por qué
los movimientos de resistencia deben cuidarse mucho de no reprodu­
cir los planteamientos del modelo empresarial para hacer crecer las
organizaciones; planteamientos que nos animan a perseguir cualquier

31. Sandoval, Methodology ofthe Oppressed, pp. 59, 60.


32. No sorprende, pues, que la antología que ha sacado a relucir esta crítica de las
organizaciones de base en Estados Unidos en los últimos años fuera editada por INCI­
TE! Women of Color Against Violence y surgiera de su conferencia de 2004 The Revo­
lution Will Not Be Funded. Véase asimismo INCITE! Women of Color Against Violen-
ce (ed.). The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the Non-Profit Industrial
Complex, South End Press, Cambridge, MA, 2007.
oportunidad de financiación con tal de mantener y hacer crecer las
organizaciones por cualquier medio, incluso si perdemos de vista
nuestros cometidos. Esta contribución critica también nos recuerda
que el objetivo último de las organizaciones de servicios sociales en
particular es el cese de sus actividades; idealmente, su labor aspira a
alcanzar y resolver las causas principales de la necesidad de estos
servicios.
Los activistas que piden la abolición de las prisiones, muchos de
los cuales basan su trabajo en el feminismo de las mujeres de color,
brindan un importante análisis sobre cómo las normas y los valores
sociales que defienden y fortalecen prácticas de reclusión masiva en
Estados Unidos también tienen un impacto directo en ámbitos inter­
personales y activistas. Las organizaciones como Critical Resistance,
el Audre Lorde Project, INCITE!, Communities Against Violence y
generationFIVE han liderado un análisis a nivel nacional y local de
cómo los marcos racistas, clasistas, patriarcales y capacitistas que
afianzan la idea de la reclusión también forman parte de la conciencia
de las personas que viven en una cultura basada en la reclusión y la
criminalización. Estos marcos han de transformarse en nuestros cuer­
pos, nuestras mentes y nuestras vidas, así como en las estructuras de
gobierno. La idea de que el sufrimiento es un problema de individuos
que son malos y que hay que desterrar aparece una y otra vez, no solo
en nuestros sistemas de represión penal, sino en colegios, lugares de
trabajo, organizaciones, formaciones activistas, vecindarios, grupos
de amigos y familias. El activismo abolicionista está intentando crear
modelos que aborden el sufrimiento causado pero sin recurrir al des­
tierro, la expulsión o el encarcelamiento, indagando en las causas más
profundas, tratando de reparar y transformar tanto a las personas que
los sufren como a las personas que los causan. Esta estrategia es visi­
ble en el trabajo de «justicia transformadora» que busca procesos al­
ternativos, que no recurran a la vigilancia policial o a los tribunales
penales para subsanar el sufrimiento causado. GenerationFIVE, una
organización cuyo cometido es «terminar con el abuso sexual infantil
en cinco generaciones», ha formulado un planteamiento de justicia
transformadora basada en el reconocimiento de que «las respuestas
estatales y sistémicas a la violencia, incluidos el sistema judicial penal
y los organismos de bienestar infantil, no solo fracasan en proporcio­
nar justicia a nivel individual y colectivo, sino que también condonan
y perpetúan ciclos de violencia».33Trabajan para crear respuestas a la
violencia, incluida la violencia dentro de la pareja, que «transformen
las desigualdades y los abusos de poder... [proporcionen] seguridad,
reparación y autonomía a supervivientefs], [creen] reacción y respon­
sabilidad comunitaria... [y] transformen... las condiciones comunita­
rias y sociales que crean violencia y la perpetúan».34 Numerosos ex­
pertos y organizadores están trabajando para desarrollar estos
principios y prácticas en varios lugares, incluidas comunidades, redes
sociales y activistas. El principio de «no destierro» es difícil de aplicar
en un contexto donde todos hemos sido educados en la «perspectiva
de la autoría» para creer que el encarcelamiento de aquellas personas
catalogadas como «peligrosas» y sentenciadas al destierro son piedras
angulares de la organización social. Abordar el sufrimiento causado
mientras nos oponemos al destierro es la clase de proyecto político
que en apariencia es imposible, pero que no solo es alcanzable sino
que además posee un potencial profundamente transformador.
Activistas por la justicia económica, racial, de género y de per­
sonas con discapacidad en todo Estados Unidos y en el mundo están
trabajando en estructuras y prácticas de organización innovadoras,
que combaten muchos de los riesgos y obstáculos más peligrosos a
que se enfrentan quienes luchan contra los riesgos y las violencias del
neoliberalismo. Estos métodos de análisis y modelos de organización
ofrecen importantes críticas que inducen a reflexionar sobre el poder
disciplinario y de ordenación de la población, ilustrando la posibilidad
de desarrollar prácticas que pueden ayudar a construir un cambio
transformador, al tiempo que evitan las trampas que han atrapado y
destruido tantos proyectos de resistencia a gran escala. Centrar el aná­

33. «El cometido de generationFIVE (QUINTAgeneración) es terminar con el abuso


sexual en la infancia de cinco generaciones. A través del liderazgo de los supervivien­
tes, la organización comunitaria y la acción pública, generationFIVE trabaja por inte­
rrumpir y reparar el impacto intergeneracional del abuso sexual infantil en individuos,
familias y comunidades. Integramos la prevención de los abusos sexuales infantiles en
los movimientos sociales y las organizaciones comunitarias combatiendo la violencia
en la familia, la opresión económica y la discriminación por motivos de género, edad
y cultura, en vez de seguir perpetuando el aislamiento del problema. Creemos que una
reacción comunitaria significativa es la clave de la prevención efectiva». De <www.
generationfive.org>.
34. generationFIVE, «Towards Transformative Justice: Why a Liberatory Response
to Violence Is Necessary for a Just World», RESIST, 17, n.° 5, septiembre/octubre de
2008), <www.resistinc.org/newsletters/articles/towards-transformative-justice> .
lisis político crítico en nuestra labor cotidiana y en nuestras vidas con
el mismo rigor que nos centramos en las operaciones a gran escala de
los sistemas de gobierno y corporativos es esencial para crear una la-*
bor de resistencia con potencial para transformar sustancial mente la
actual desigualdad de oportunidades. Como sugiere Foucault,
la verdadera tarea política en una sociedad como la nuestra es realizar
una crítica al funcionamiento de las instituciones que parecen reales e
independientes; hacer una crítica y atacarlas de modo tal que desenmas­
caremos la violencia política que siempre se ha ejercido a través de es­
tas para que podamos combatirlas. Si lo que queremos es definir el per­
fil de nuestra sociedad futura sin criticar todas las formas de poder
político que se ejercen en nuestra sociedad, corremos el riesgo de qué
se reconstituyan a sí mismas.35
Una nueva política crítica trans debe asumir este llamado a la innova­
ción y al compromiso creativo, ofreciendo nuestras experiencias per­
sonales y nuestras perspectivas sobre el funcionamiento del poder así
como la normalización de las ideas acerca de la resistencia que están
emergiendo.

35. Noam Chomsky y Michel Foucault, Human Nature: Justice vs. Power (Televi­
sión Holandesa, 1971), vídeo en línea, <http://video.google.com/vi deoplay?doc
id=-1634494870703391080#>; véase asimismo, Noam Chomsky y Michel Foucault,
The Chomsky-Foucault Debate: On Human Nature, The New Press, Nueva York,
2006.
Conclusión
«¡Esto es una protesta, no un desfile ! » 1

En 2005, TransJustice, un centro comunitario de personas de color,


que es una iniciativa del Audre Lorde Project, organizó el primer Día
Anual de Acción Trans para la Justicia Económica y Social en la ciu­
dad Nueva York.2 Desde sus comienzos, el encuentro ha tenido lugar
todos los viernes antes del fin de semana del Orgullo de Nueva York
en junio, seguido de la Dyke March (marcha de las bolleras) que cae
en sábado y del día del Orgullo Gay en domingo. El Día de Acción
Trans reúne a organizaciones e individuos de toda la ciudad de Nueva
York que están unidos en torno a una serie de demandas de justicia
racial, económica y de género. El manifiesto que anunciaba el primer
Día de Acción Tran revelaba un crudo análisis de la violencia de esta­
do, racista y sexista que hay en Estados Unidos.
El control de género siempre ha formado parte de la historia sangrienta
de Estados Unidos. El control de género consentido por el estado se
ceba con personas trans y que no conforman las normas de género
(TGNC, por sus siglas en inglés) deshumanizando nuestras identidades.

1. Oído en la marcha del Día de Acción Transgénero en Nueva York, en junio de


2007.
2. TransJustice es un «proyecto del Audre Lorde Project, un centro de organización
comunitaria para Lesbianas, Gays, Bisexuales, Two-Spirit [personas de dos espíritus]
y Personas de Color Trans en el área de la ciudad de Nueva York» que, según su mani­
fiesto, «trabajan para movilizar a sus comunidades y aliados sobre cuestiones políticas
apremiantes a las que se enfrentan, como obtener acceso al empleo, la vivienda y la
educación: la necesidad de asistencia sanitaria para personas trans, servicios para en-
fermos de VIH y programas de formación laboral; la oposición a la violencia policial,
estatal y antiinmigrante», <http://alp.org/tj> y <www.myspace.com/transjusticenyc>.
Niega nuestros derechos básicos a la autodeterminación de género y
considera que nuestros cuerpos son propiedad del estado. El control de
género aísla a las personas TGNC de nuestras comunidades, muchas de
las cuales han sido educadas con estas definiciones de género opresi­
vas. Como resultado, somos víctimas de violencia verbal y física con
demasiada frecuencia. Esta violencia transfóbica es justificada a través
de teorías médicas y creencias religiosas, y es perpetuada para preser­
var los valores heterosexistas estadounidenses.3
El manifiesto sigue identificando otros ámbitos de preocupación,
como el alto índice de desempleo entre las personas de color, el mayor
control migratorio a través de las políticas de la Seguridad Social y los
Departamentos de Vehículos Motorizados, el fracaso de la Comisión
de Derechos Humanos a la hora de aplicar o hacer respetar la ley anti­
discriminatoria en Nueva York, la brutalidad policial y el asesinato
colectivo consentido por el estado contra las comunidades de color,
como ilustró la «fragranté negligencia gubernamental en la región del
Golfo durante el huracán Katrina».
El Día de Acción Trans para la Justicia Económica y Social en
Nueva York contrasta profundamente en muchos aspectos con las ce­
lebraciones del Orgullo en Estados Unidos y en todo el mundo. Estas
celebraciones han sido muy criticadas en décadas recientes por su ca­
riz consumista y patriótico; la marginación de personas de color queer
y trans, personas con rentas bajas, inmigrantes y personas con disca­
pacidad; y su viraje desde la resistencia política al patrocinio empresa­
rial y el entretenimiento. Las multinacionales como Budweiser, TD
Bank, Delta Airlines, Walgreens e incluso petroleras patrocinan desfi­
les del día del Orgullo en el mundo entero. En Edmonton (Alberta)
hubo protestas en 2009 cuando el Desfile del Orgullo de Edmonton
fue rebautizado oficialmente como «el Desfile y la Celebración del
Orgullo TD Cañada Trust en la Plaza».4
En 2013 se desató la polémica cuando la militar trans Chelsea

3. Declaraciones de TransJustice en 2005. Véase asimismo: TransJustice, «Trans


Day of Action for Economic and Social Justice», en INCITE! Women of Color Against
Violence (ed.), Color of Violence: The Incite! Anthology, South End Press, Cambridge,
MA, 2006, pp. 227-330.
4. «The Commercialization of Gay Pride», HomoRazzl.com, 30 de julio de 2009,
<www.homorazzi.com/article/gay-pride-parade-commercialization-sponsorship-cor-
porate-^w^r-recruitment-army-td-bank-stonewall;».
Manning, que había sido acusada de delatora, fue seleccionada como
oficial de honor en el desfile del Orgullo en San Francisco. Activistas
gays y lesbianas promilitarismo y miembros del servicio militar pro­
testaron por la elección de Manning, y al final fue revocada. El debate
continuó y Manning fue seleccionada de nuevo como oficial de honor
en el desfile del Orgullo de 2014 en San Francisco. La controversia
arrojó luz sobre las tensiones entre quienes identifican el día del orgu­
llo como parte de la cultura de protesta queer y trans desde un movi­
miento de izquierdas en pro de la liberación sexual y de género, y
quienes desean que el día del orgullo refleje una política que incluya a
personas LGBT en las estructuras políticas estadounidenses actuales,
apoyando estas mismas estructuras y reformándolas para que incluyan
a personas LGBT.
La Marcha Trans anual de San Francisco empezó en 1999, pri­
mero como una fiesta en el barrio de Tenderloin y después como una
marcha organizada que tiene lugar la noche del viernes del fin de se­
mana justo antes del sábado de la Dyke March y al domingo del Or­
gullo Gay. La polémica en torno a la Marcha Trans de San Francisco
refleja la disyuntiva de la política trans actual, de si seguir el modelo
vigente de derechos de lesbianas y gays o elegir un camino más críti­
co. En 2006, activistas trans por la justicia racial y económica critica­
ron a los organizadores de la marcha por haber invitado a un repre­
sentante de la Fiscalía y a Bevan Dufty, miembro de la Junta de
Supervisores de San Francisco, a participar en el mitin previo a la
marcha. Un carta de protesta hecha por el comité Trans/Gender Va-
riant In Prison (TIP) (Trans y Variantes de género en Cárceles), so­
bre las invitaciones a los ponentes puso de manifiesto estos proble­
mas. La carta destacaba el papel de la Fiscalía en la victimización de
personas trans, de color, con discapacidad, jóvenes y pobres. Hacía
hincapié en las historias de las personas trans expuestas a violencia
en las cárceles de San Francisco, por conductas criminalizadas deri­
vadas de la pobreza, contra las que la Fiscalía aplicaba duras sancio­
nes y largas sentencias. Esta carta yuxtaponía las agresiones y la vio­
lencia contra las personas trans por parte del sistema de represión
penal con el compromiso existente por parte de la Fiscalía para perse­
guir los delitos de odio contra personas trans, y exponía cómo estas
iniciativas recrudecían la violencia. Si bien las estadísticas sugerían
que las fuerzas del orden eran responsables de una parte destacable
de la violencia de odio contra personas trans en San Francisco, la
Fiscalía no había enjuiciado a ningún responsable de estos delitos de
odio. La carta rechazaba también la inclusión del supervisor Dufty,
señalando su pertenencia al bloque conservador de la Junta de Super­
visores y su oposición a la legislación que habría de haber ayudado a
personas pobres y de clase trabajadora si hubiese prevenido los de­
sahucios y creado viviendas para personas con rentas bajas. La carta
seguía señalando que la presencia de escolta policial en la marcha y
la invitación del fiscal habían impactado negativamente en la partici­
pación de personas en libertad condicional. Por último, afirmaba que
estos funcionarios públicos invitados no eran verdaderos aliados de
la ciudadanía trans de San Francisco, sino que aprovechaban el acto
para obtener votos y seguir aplicando medidas qne perjudican a per­
sonas trans.5
Estas controversias del Orgullo y la Marcha Trans demuestran
las tensiones entre una corriente de la política trans que desea mayor
visibilidad para las personas trans, el apoyo de las autoridades y las
instituciones en el poder, y una corriente que quiere crear justicia para
las personas trans cuestionando a estas mismas autoridades e institu­
ciones, por poner en peligro y perjudicar a personas trans. El trabajo
organizativo de TransJustice para el Día de Acción Trans en Nueva
York plantea demandas que exceden la visibilidad, la inclusión y el
reconocimiento. TransJustice se niega en rotundo a ser cómplice de
los sistemas de represión penal y otros espacios de violencia racial,
económica y de género. Los métodos organizativos de TransJusticev
incluidos la gobernanza y el liderazgo de las personas de color y la
incidencia en el crecimiento personal de sus miembros, producen con­
diciones para formular una agenda más transformadora. Las críticas a
los ponentes invitados a la Marcha Trans de San Francisco de 2006
por el comité TIP revela la clase de política trans crítica que están
practicando en todo Estados Unidos modestas organizaciones trans de

5. Comité Trans/Gender Variant ln Prison (TIP), 19 de junio de 2006, en archivos del


autor. Según su manifiesto, el objetivo del TIP «es cuestionar y poner fin a los abusos
de derechos humanos cometidos contra personas trans, intergénero e intersexuales
(TGI) en prisiones de California y no solo, reconociendo que la pobreza proveniente
de la discriminación y marginación profunda y generalizada de las personas TGI es
una de las causas principales de que las personas TGI terminen en prisión». <http://
tgijp.org>.
personas de color, cuyo objetivo es situar la justicia racial y económi­
ca en el centro de la resistencia trans.6
La resistencia trans surge en un tiempo en que el «sentido co­
mún» cultural nos está diciendo que luchemos exclusivamente por la
incorporación a un orden social existente. Somos continuamente invi­
tados a participar en la construcción y la ampliación de sistemas de
control que acortan las vidas de las personas trans. La inclusión y el
reconocimiento que nos ofrecen estas invitaciones no solo son de un
simbolismo decepcionante, sino que de hecho legitiman y amplían el
sufrimiento. Podemos traducir el dolor de que asesinen todos los me­
ses a miembros de la comunidad en la demanda de expandir el poder
represivo del sistema penal que se ceba con nosotros. Podemos luchar
para que las legislaturas nos declaren iguales mediante leyes antidis­
criminatorias y ver cómo la mayoría de las personas trans siguen en
paro, incapaces de obtener documentos identificativos, servicios so­
ciales y sanitarios y son consignadas a prisiones que prometen agre­
siones sexuales y falta de asistencia médica. El abandono, la pobreza
y la reclusión estructuradas siguen siendo la realidad para la mayoría
de las personas trans, pero las estrategias de reforma jurídica nos invi­
tan a buscar legitimidad y protección en regímenes jurídicos brutales
que solo protegen a los ricos. Los caminos hacia la igualdad trazados
por el «exitoso» modelo de derechos de lesbianas y gays al que en
teoría debemos aspirar tiene poco que ofrecernos en términos de cam­
bio concreto de nuestras oportunidades. Nuestra inclusión en este mo­
delo legitima sistemas que nos perjudican y oscurecen más las causas
y las consecuencias de este perjuicio.
Las condiciones políticas contemporáneas aterrorizan y recortan
las expectativas de vida de las personas trans y amenazan con secues­
trar la resistencia trans. Los regímenes jurídicos, las instituciones es­
tatales, las empresas, los centros educativos y nuestras familias dicen
a las personas trans que somos gente imposible, que no somos quienes
decimos ser, que no podemos existir, que se nos puede clasificar y que

6. En 2010, activistas trans por la justicia racial y económica profundizaron en el


diálogo con los organizadores de la Marcha Trans de San Francisco, en un intento de
que la iniciativa pasase a reflejar una política centrada en las cuestiones políticas más
urgentes que afectaban a las poblaciones trans en el área de la Bahía de San Francisco.
Será interesante ver cómo evoluciona esta iniciativa a medida que sus participantes
luchan en torno a estos diferentes enfoques.
no encajamos en ningún sitio. Las organizaciones de derechos de les­
bianas y gays nos han dicho, mientras deciden dejarnos de lado una y
otra vez, que no somos políticamente viables y que nuestras vidas no
son una posibilidad política que pueda concebirse. Al mismo tiempo,
nos dicen que tenemos que dirigir nuestras organizaciones de resisten­
cia como si fueran negocios, que los modelos de gobernanza partici­
pativos o colectivos son ineficaces e idealistas, que debemos ajustar
nuestros mensajes a algo que sea comprensible para las corporaciones
mediáticas y que nuestras demandas deben encajar en los objetivos
existentes de las instituciones que nos están matando. Las incipientes
demandas de las comunidades trans más vulnerables por la abolición
de las prisiones, la policía y las fronteras, por un sistema de salud para
toda la comunidad trans, alimentos, vivienda y educación para todos
son la clase de demandas que son inconcebibles para los movimientos
reformistas centrados en demandas de derechos. Estas demandas
transformadoras y más ambiciosas no pueden ganarse en los tribunales,
son vindicadas por quienes pueden obtener poco de las restrictivas de­
mandas de reforma jurídica. Las organizaciones de derechos de lesbia­
nas y gays donde predominan los abogados y los directores blancos
—incluso las que han añadido una «T» a sus manifiestos— no pueden
concebir estas demandas y no pueden ganarlas usando medios de co­
municación elitistas, estrechos de miras y desde estrategias de reforma
jurídica centradas en la inclusión. En la medida en que intenten incor­
porar a su trabajo a las personas trans, lo harán con orejeras, centrándo­
se en aquellas que consideran «meritorias» o «inocentes», haciendo
caso omiso de las condiciones de vida reales de las personas trans más
vulnerables. La imposibilidad de concebir las vidas reales de las perso­
nas trans, en especial inmigrantes, personas de color, indígenas y perso­
nas con discapacidad, la imposibilidad, percibida como tal, de las de­
mandas y métodos de resistencia provenientes de las poblaciones más
atacadas y afectadas, son sintomáticas de los conflictos y las divisiones
inherentes que producen (y a veces ocultan) los modelos de corte filan­
trópico de la abogacía que domina hoy en día los movimientos sociales.
Algunos proyectos emergentes, por añadidura a los ya discutidos
en este libro, destacan como ejemplos de una política trans en ciernes
que exige más de lo que ofrece el estrecho espacio de la cooptación
neoliberal. En el siguiente apartado, ofrezco ejemplos de estos pro­
yectos, entre ellos están las diversas soluciones comunitarias a la vio­
lencia que no recurren a la vigilancia policial o los tribunales penales;
Transforming Justice, una alianza de organizaciones nacionales e in­
dividuos que ponen el foco en la reclusión de personas trans en Esta­
dos Unidos; estrategias de incidencia en las prácticas transfóbicas del
sistema de bienestar de Nueva York; y proyectos de amistad por co­
rrespondencia en centros penitenciarios. Estos proyectos demuestran
la necesaria ruptura que proponen estas demandas y los procesos par­
ticulares de movilización: quiénes estás haciendo el trabajo, cómo es­
tán haciéndolo y que están creando. Estos proyectos son instructivos
tanto por lo que están logrando como por lo que podemos aprender de
los importantes desafíos y obstáculos que se encuentran. Los desafíos
incluyen: falta de recursos que respalden el trabajo; necesidad acu­
ciante de los miembros vulnerables de la comunidad; falta de lideraz­
go entre los miembros de la comunidad; y la vulnerabilidad de los lí­
deres a los perjuicios asociados con el racismo, el sexismo, la pobreza,
la reclusión, la discapacidad y la transfobia. Reconocer la existencia
de estos obstáculos y comprometerse a combatirlos es esencial para
fomentar este trabajo.

Soluciones comunitarias a la violencia que no recurren a la


policía
En todo el país, organizaciones feministas, queer y trans que luchan
por la justicia racial y económica están desarrollando métodos para
combatir la violencia que no implican la participación de la policía o
los tribunales penales. Este trabajo se lleva a cabo de distintas mane­
ras y con distintos ámbitos de interés. Entre los grupos que trabajan en
estas estrategias desde hace unos años figuran Safe OUTside the Sys­
tem (SOS Collective) del Audre Lorde Project en Nueva York;7 For
Crying Out Loud! y Communities Against Rape and Abuse (CARA)

7. «Safe OUTside the System (SOS) Colectivo A salvo FUERA del Sistema) Collec­
tive trabaja para combatir la violencia que afecta a las personas de color LGBTSTG-
NC. Nos guía la creencia de que las estrategias que aumentan la presencia policial y la
criminalización de nuestras comunidades no crean seguridad. Por eso utilizamos estra­
tegias de responsabilidad comunitaria para combatir la violencia», <http://alp.org/
community/sos>.
en Seattle;8 The Northwest NetWork of Bisexual, Trans, Lesbian and
Gay Survivors of Abuse,9y Creative Interventions en Oakland\]0 Com-
munity United Against Violence (CUAV) en San Francisco;11 y Philly
Stands Upu y las organizaciones nacionales generationFIVE, Genera

8. £1 equipo de apoyo a las víctimas de For Crying Out Loud! (¡Por el amor de
dios!) «busca facilitar la curación y el empoderamiento de las víctimas de traumas
sexuales. Estamos aquí por las víctimas, para ayudarlas a cubrir sus necesidades,
para escuchar, para proponer alternativas a las respuestas convencionales a las agre­
siones sexuales. Como víctimas y aliados, hacemos esto para devolver la alegría a
nuestras comunidades y restaurarlas». El equipo de responsabilidad del agresor de
For Crying Out Loud trabaja «para crear planes definidos por las víctimas y con
apoyo de la comunidad de rendición de cuentas sin policías», <http://forcryingout-
loud206.wordpress.com>. Communities Against Rape and Abuse (CARA) (Comuni­
dades contra la violación y el abuso) «promueve una agenda por la liberación y la
justicia social mientras lucha contra las violaciones como una prioridad central de
nuestra organización. Usamos la organización comunitaria, el diálogo crítico, la ex­
presión artística y la acción colectiva como herramientas para crear comunidades
seguras, pacíficas y sostenibles. Nuestro blog aporta un análisis feminista negro so­
bre política contemporánea, debates y asuntos locales de Seattle», <http://cara-seatt-
le.blogspot.com>.
9. «NW Netvvork incrementa el desarrollo de la capacidad de nuestras comunidades
para apoyar la autodeterminación y la seguridad de bisexuales, trans, lesbianas y gays
víctimas de abusos a través de la educación, la organización y la promoción. Trabaja­
mos en un amplio movimiento de liberación dedicado a la justicia social y económica,
la igualdad y el respeto para todas las personas y la creación de comnnidades cariño­
sas. inclusivas y responsables», <http://nwnetwork.org/who-we-are>.
10. La visión de Creative Interventions (Intervenciones creativas) «se basa en la li­
beración; el potencial positivo, transformador que apuesta por la vida dentro de las
comunidades. Todas las actividades y proyectos [...] aspiran a desenterrar y edificar el
tan a menudo oculto y devaluado conocimiento y las habilidades expresadas por gene­
raciones de personas que con tanta valentía han desafiado la violencia y creado nuevos
espacios de seguridad y autodeterminación», <www.creative-interventions.org>.
11. Community United Against Violence (CUAV) (Comunidad unida contra la vio­
lencia), «trabaja para construir el poder de las comunidades LGBTQQ para transfor­
mar la violencia y la opresión. Apoyamos la curación y el liderazgo de personas im­
pactadas por el abuso y movilizamos a nuestras comunidades para que sustituyan los
ciclos de trauma por ciclos de seguridad y liberación. Como parte del movimiento dé
justicia social global, CUAV trabaja para crear verdaderas comunidades seguras donde
todo el mundo pueda prosperar, <www.cuav.org>.
12. «Philly Stands Up! (¡Filadelfia en lucha!) es un pequeño colectivo que vive y
trabaja en Filadelfia. Colaboramos con personas que cometen agresiones sexuales para
conducirlas por procesos que aspiran a que se responsabilicen de sus actos y modifi­
quen sustancialmente su conducta. Philly Stands Up! se centra en la comunidad y está
liderado por víctimas. La reducción del sufrimiento, la justicia transformadora y la
lucha contra la opresión son nuestros medios para fortalecer y transformar a nuestras
comunidades y Movimientos en espacios autosuficientes, seguros y dinámicos»;
<http://www.phillystandsup.com/home.html>.
tive Somatics y Project NIA13 en Chicago, entre muchas otras. Éstas
organizaciones sostienen que la vigilancia policial y la represión pe-
; nal exacerban la violencia racista, sexista, homófoba, capacitista;
transfóbica y anti inmigración en sus comunidades, y están experi­
mentando con enfoques transformadores para abordar riesgos como la
violencia dentro de la pareja, el abuso infantil y el maltrato físico.
Estas organizaciones no comparten la idea de que la violencia la cau­
san personas malas que deben ser castigadas. Por el contrario, entien­
den que las causas originarias de la violencia son las relaciones de
poder abusivas y explotadoras que se producen a través del racismo,
el sexismo, la xenofobia, el colonialismo de asentamientos, el capaci-
tismo, la pobreza y la criminalización sistémicos. Estas organizacio­
nes están desarrollando numerosas estrategias para combatir la vio­
lencia sin alimentar el sistema de represión penal. Estas estrategias
incluyen:
— Trabajar para prevenir la violencia.
—* Trabajar para aumentar la capacidad de las comunidades para apo­
yar a los supervivientes de la violencia.
— Trabajar para ayudar a las personas que han producido daños para
que dejen de producirlos.
— Trabajar en una respuesta inmediata contra los daños mientras se
producen para ayudar a frenarlos.
— Y trabajar para que individuos y comunidades sean capaces de
forjar relaciones saludables, resolver conflictos de forma no vio­
lenta, apoyar a miembros vulnerables e identificar y romper patro­
nes de violencia dentro de la pareja y la familia.

13. «Project NIA ofrece una nueva forma de pensar el crimen y la violencia. Usamos
los principios de la justicia comunitaria participativa —con frecuencia llamada justicia
restaurativa o justicia transformadora —, que ha demostrado satisfacer las necesidades
de las víctimas, reducir la reincidencia y mejorar la satisfacción con los regímenes ju­
rídicos. Los modelos de justicia de corte comunitario redefinen los objetivos del siste­
ma de justicia penal para incluir la prevención de delitos, así como la participación de
miembros de la comuuidad para combatir el crimen. Creemos que las comunidades se
refuerzan cuando los ciudadanos locales participan en la lucha contra el crimen, la
delincuencia y la violencia, porque tienen más capacidad de articular respuestas más
ajustadas a las preferencias y las necesidades de víctimas, autores y sus vecinos»,
<http://wvvvv.project-nia.org/community-circles.php>.
The Northwest Network (la red de Northwest), por ejemplo, lleva una
década ofertando clases de «habilidades para relacionarse» en el área
de Seattle. Esta estrategia ha corrido a cargo de personas queer de
color de la organización. Estas clases ayudan a crear un lenguaje co­
mún entre personas de círculos amistosos y subculturas para saber
cómo y por qué la violencia es tan generalizada en las relaciones
sexuales y amorosas. Las clases dotan de habilidades concretas para
negociar en la pareja, apoyar a las amistades que pueden sentir aisla­
miento o sufrimiento en sus relaciones e identificar normas comunita­
rias susceptibles de contribuir a modelos violentos. A veces los cursos
se especializan en asuntos de interés, como el poliamor o cómo apoyar
a supervivientes de violencia. Las clases son una estrategia a largo
plazo; brindan herramientas inmediatas a los participantes, pero tam­
bién crean capacidad a largo plazo en subculturas y grupos sociales
queer y trans de Seattle para prevenir, identificar y combatir la violen­
cia doméstica. Su interés es pasar de un contexto donde las personas
solo buscan «especialistas» en violencia doméstica cuando la violen­
cia en una relación se ha agravado, a un contexto donde los conoci­
mientos y capacidades que suelen localizarse en instituciones que
prestan servicios contra la violencia doméstica son desprofesionaliza­
dos y difundidos en las comunidades, contribuyendo a su prevención.
The Northwest Network se unió a esta estrategia tras analizar los datos
que evidenciaban que las personas recibían mucho más apoyo de las
instituciones contra la violencia doméstica que de sus familias y ami­
gos, pero raras veces recurrían a estas instituciones antes de que las
cosas se pusieran feas, a menudo con la implicación de la policía o los
juzgados.14 Como estas personas recurrían primero a amigos, parien­
tes y conocidos, Network decidió que era fundamental fortalecer la
capacidad de las personas no profesionales para comprender la violen­
cia dentro de la pareja y sus causas, prestando apoyo a las personas
supervivientes o que pudieran tener una relación con tintes violentos.
El colectivo Safe Outside the System (SOS) (A salvo fuera del
sistema), del Audre Lorde Project, ha trabajado desde 1997 para com­
batir la violencia que sufren personas trans y queer, identificando la

14. Un estudio que presentó el análisis de Network es Lyon, E., Lañe, S. y Menard,
S. (2008), «Meeting Survivors’ Needs: A Multi-State Study of Domestic Violence
Shelter Experiences, <http://www.nejrs.gov.pdffilesl/nij/grants/225025.pdf>.
violencia policial como una de las mayores amenazas para las perso­
nas de color trans y queer. Uno de los objetivos de SOS es crear segu­
ridad en el barrio Bed-Stuy de Brooklyn. En Bed-Stuy, las personas
queer y trans sufren sin cesar violencia policial, con agresiones homó-
fobas y transfóbicas tanto de la policía como de la población civil.
SOS, que reconoce que llamar a la policía no garantiza la seguridad de
los vecinos, ha trabajado para forjar relaciones con tenderos, camare­
ros y otros comercios del barrio para crear un entendimiento común
de los riesgos de la violencia policial, la homofobia y la transfobia en
el barrio. Estos tenderos y demás comerciantes han participado en el
programa de SOS y han aceptado que es un lugar seguro donde las
personas en peligro pueden refugiarse, y también, que si es posible no
llamarán a la policía. Gracias a esta labor, SOS ha aumentado la segu­
ridad construyendo relaciones, rompiendo el aislamiento y ayudando
a que los vecinos protejan juntos el barrio y se presten apoyo mutuo
ante los peligros.
Creative Interventions se formó en 2004 en Oakland para crear
respuestas comunitarias a la violencia interpersonal. Creative Inter-
ventions se centró de 2006 a 2009 en un proyecto con la participación
de varias organizaciones, entre las cuales estaban Asian Women’s
Shelter, Shimtuh, Narika y la Clínica de la Raza. Unidas, estas organi­
zaciones quisieron crear varias opciones para personas que experi­
mentaban violencia, explorando las siguientes cuestiones:
• ¿Cómo pueden familiares, amigos, vecinos, colegas de trabajo y
miembros de la comunidad implicarse activamente para poner fin a
la violencia cuando sus seres queridos están sufriendo violencia in­
terpersonal?
• ¿Cómo podemos usar nuestra conexión con víctimas o supervivien­
tes de violencia, y nuestra preocupación por ellas, para no solo
aportarles seguridad sino también posibilidades de curarse y volver
a entablar relaciones más sanas?
• ¿Cómo podemos aportar más seguridad a supervivientes o víctimas
de violencia incluso si permanecen o necesitan coexistir en la mis­
ma comunidad con quienes les han agredido?
• ¿Cómo podemos conseguir que personas violentas o abusadoras de­
jen de hacer daño, lo reparen y cambien su actitud y su conducta
para formar parte de la solución?
• ¿Cómo podemos cambiar las conductas violentas a través de nuestra
conexión con personas que han producido sufrimiento en vez de
usar amenazas, castigos o vigilancia policial?
• ¿Cómo podemos cambiar nuestras creencias, prácticas y conoci­
mientos cotidianos para abordar, reducir, terminar con la violenciay
prevenirla?
• ¿Cómo podemos conjugar todo lo anterior para crear comunidades
seguras, respetuosas y sanas?15
Durante este período de tres anos, Creative Interventions dirigió un
espacio en Oakland donde las personas pudiesen trabajar en común
para combatir la violencia y el sufrimiento que se estaba produciendo
entre personas que conocían. En 2012, Creative Interventions publicó
un extenso manual sobre su trabajo, a fin de prestar apoyo a personas
con ideas para proyectos y recursos similares. Creative Interventions
también produjo el StoryTelling and Organizing Project (STOP) (Pro­
yecto para contar historias y organizarse).16 El proyecto es una colec­
ción de relatos disponibles en su web sobre las experiencias de personas
que han utilizado soluciones comunitarias para paliar el sufrimiento y
la violencia. También incluyen secuencias de sesiones narrativas que
el grupo facilitó en varias ciudades. El manual y el proyecto de relatos
personales facilitan que personas de lugares muy diversos puedan ver
ejemplos muy concretos de procesos creativos, que inciden en generar
seguridad y terminar con la violencia sin recurrir a la policía ni a ins­
tituciones de servicios sociales, las cuales pueden producir más sufri­
miento a las personas implicadas.
Generative Somatics proporciona formación transformacional a
activistas, organizadores, proveedores de servicios sociales y líderes
de movimientos sociales, tanto individualmente como en colabora­
ción con organizaciones, para incrementar su capacidad de trabajo
para combatir la injusticia. El trabajo de Generative Somatics combi­
na la sabiduría de la somática (curación centrada en el cuerpo) y la
neurociencia contemporánea con un profundo análisis de justicia so­

15. Creative Interventions Toolkit. Preface and Acknowledgements, p. . , < p-


www.creative-interventions.org/wp-content/uploads/2012/06/0.1 .CI-Toolkit- re ace
Pre-Release-Version-06.2012 .pdf>.
16. <http://www.stopviolenceeveryday.org.stories>.
cial para observar cómo funcionan las respuestas físicas, emocionales
y sociales de las personas ante la violencia y el trauma. Sus prácticas
holísticas ayudan a construir nuestra capacidad de tratarnos unos a
otros de forma diferente y emprender nuestras acciones en consonan­
cia con nuestros valores en el seno de las relaciones, colaboraciones y
movimientos. Numerosos activistas han visto fracasar organizaciones
y proyectos por conflictos y relaciones perjudiciales entre sus colabo­
radores. Generative Somatics forma a personas para que tomen con­
ciencia de sus reacciones, las honren y las transformen, en particular
esas reacciones que hemos aprendido a través de la violencia, el trau­
ma, la opresión y/o el privilegio. Reconoce que muchas de nuestras
reacciones se basan en respuestas de supervivencia al trauma. Muchos
de nosotros hemos experimentado traumas por la violencia generali­
zada en nuestras sociedades, pues vivimos en sistemas que devalúan
nuestras vidas, encierran a las personas enjaulas y nos niegan lo que
necesitamos para vivir. El trauma puede provenir de procesos históri­
cos de hace mucho tiempo a los que nuestras familias sobrevivieron
—como la esclavitud, la migración y el colonialismo— y que crearon
mecanismos de adaptación, que pasan de una generación a otra. Estos
mecanismos de adaptación pudieron ser necesarios para sobrevivir en
su día, pero ahora es posible que estén evitando la conexión o la cola­
boración en relaciones u organizaciones particulares. El trabajo de
Generative Somatics opera a través de un entendimiento explícito de
la política de resistencia, negándose a individualizar nuestras expe­
riencias de sufrimiento o las reacciones que podamos tener y que fun­
cionan en nuestra contra y, en cambio, las pone en el contexto de los
sistemas de significación y control como el racismo, el colonialismo
y el heteropatriarcado. Este trabajo es una de las herramientas que las
y los activistas de numerosas organizaciones citadas en este libro es­
tán usando para pensar hasta qué extremo nos condicionan las injusti­
cias del mundo que habitamos y cómo podríamos convertirnos en la
clase de personas necesarias para el nuevo mundo que intentamos
crear.
Muchas personas implicadas en esta tarea también están compar­
tiendo estrategias para reaccionar de pleno contra el sufrimiento pro­
ducido. Cuando se hace aparente que alguien de un círcnlo de amigos
o una subcultura activista está haciendo daño a otros, hay personas
que intentan poner en práctica distintos proyectos de «rendición de
cuentas comunitaria». Estos proyectos quieren que las personas que se
conocen trabajen juntas para ayudar a los supervivientes a encontrar
curación y más seguridad, que la persona que ha producido sufrimien­
to descubra qué necesita para no volver a producirlo. Estos procesos y
proyectos, que reconocen que las medidas penales maltratan al super­
viviente por lo general, privándole de cualquier toma de decisiones, y
encarcelan al autor de los hechos sin brindarle recursos para evitar que
reincida, están intentando paliar las carencias del sistema: mayor se­
guridad y prevención del daño. Esta tarea es difícil y experimental
A veces las personas sienten que han «fracasado» porque es difícil
que un modesto grupo de activistas satisfagan a las personas en estado
crítico todo lo necesario para curarse, como ingresos adecuados, vi­
vienda, programas de salud mental o terapéuticos adecuados y útiles,
amistad, alimentos, compañía y apoyo emocional. Sin embargo, estos
procesos, aunque raras veces satisfactorios, a menudo proporcionan
más apoyo y menos violencia de los que habrían ocurrido si el super­
viviente hubiese tenido que elegir entre las opciones de las sanciones
penales o nada. En 2011, South End Press publicó un libro trascen­
dental sobre esta tarea, The Revolution Starts at Home. Este libro, jun­
to con el manual y el proyecto STOP de Creative Interventions, son
recursos fundamentales para las personas que están desarrollando pro­
yectos similares en la actualidad.
Gran parte de esta tarea innovadora ha venido acompañada déla
institucionalización de las organizaciones antiviolencia. Activistas y
organizaciones contra la violencia han terminado comprendiendo que
las últimas décadas de financiación estatal de proyectos contra la vio­
lencia doméstica centradas en estrategias de persecución y criminali­
zación no han conseguido reducir la violencia y, por el contrario, han
contribuido a la vigilancia policial de las comunidades de color. Acti­
vistas contra la violencia de mujeres de color llevan tiempo criticando
la cooptación del movimiento por parte del estado, y están en la van­
guardia del desarrollo de estos planteamientos alternativos que recha­
zan la vigilancia policial y la criminalización como soluciones a la
violencia. En este sentido, las críticas al control de las organizaciones
de movimientos sociales por organizaciones sin ánimo de lucro y fi­
lántropos emergen paralelamente y se vincula a las críticas contra la
cooptación de los movimientos sociales que los ha convertido en luga­
res de expansión y legitimación de los aparatos de violencia estatal.
La tarea de prevención y reacción contra la violencia, antes co­
mentado, asume cada uno de los Cuatro Pilares de una infraestructura
para la justicia social descritos por el Miami Workers Center. Estas
organizaciones y proyectos asisten directamente a personas con nece­
sidad (Pilar de Servicios), crean nuevos paradigmas para comprender
la violencia y los comparten a través de varios programas de educa­
ción política (Pilar de la Conciencia). Construyen la participación en
la acción colectiva, mientras desarrollan el liderazgo entre las perso­
nas más afectadas por daños sistémicos, institucionales e interperso­
nales (Pilar del Poder). Además, evitan usar explícitamente el siste­
ma de represión penal. Muchas de estas organizaciones también
lideran y participan en campañas que incluyen demandas de reforma
jurídica y política, como la despenalización del trabajo sexual o el uso
de drogas, terminar con la colaboración entre la policía y el Servicio
de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), y crear más programas
de alivio de la pobreza y otras reformas (Pilar del Derecho y la Polí­
tica). Estas campañas quieren desentrañar las causas originarias de la
violencia, en vez de confiar en la capacidad de castigo del estado.
Todas estas organizaciones también trabajan con estructuras organi­
zativas cuyo interés es combatir los aspectos negativos del sector no
lucrativo y construir infraestructuras centradas en la justicia racial, de
género y económica. Todo este trabajo es experimental, está en desa­
rrollo y precisa una autocrítica constante. Sin embargo, pone de ma­
nifiesto que actualmente está emergiendo una política queer, feminis­
ta y trans crítica contra las prisiones y la violencia en todo el país,
que combate el sufrimiento más urgente de las poblaciones vulne­
rables.

Transforming Justice
Transforming Justice (Transformar la Justicia) fue una alianza de or­
ganizaciones e individuos centrada en la reclusión de personas trans
en Estados Unidos. El proyecto nació en 2005 como una idea de los
miembros del Sylvia Rivera Law Project (SRLP) (Proyecto Legal Syl­
via Rivera), que vieron la necesidad de formular un análisis común
sobre la reclusión de las personas trans. El SRLP comprendió, tras
años de agitación de su organización y de otras organizaciones meno­
res, que se empezaba a prestar más atención (aunque muy poca) a las
duras circunstancias que sufrían los reclusos y las reclusas trans. Sin
embargo, no existía una comprensión política común entre las organi­
zaciones, menos aquellas organizaciones de base que empezaban a
asumir tareas jurídicas y políticas sobre cuestiones relativas a la natu­
raleza de la reclusión, los peligros de la reforma penitenciaria como
posible factor de la expansión de las prisiones y la alternativa política
de la abolición de las prisiones. Cuando las principales organizaciones
LGBT comenzaron a asumir mínimamente el problema, se hizo evi­
dente que no estaban conectadas con los movimientos que habían for­
mulado el análisis sobre los cauces empleados reiteradamente por las
fuerzas interesadas en expandir el sistema penitenciario para apode­
rarse de las iniciativas reformistas.
En la década del 2000, activistas cuyo interés se centraba en las
prisiones asistieron a una nueva e inquietante manifestación de esta
tendencia. Estaban surgiendo nuevas propuestas de prisiones que ten­
drían en cuenta las diferencias de género. Acogiéndose al objetivo de
mejorar las condiciones de vida de las reclusas, nacían propuestas
para construir nuevas prisiones de mujeres, cosa que conllevaría, claro
está, la reclusión de más mujeres. Las organizaciones que trabajaban
en materia de género y criminalización se dieron cuenta de que las
críticas por el trato a las reclusas podían servir de excusa para recluir
a más mujeres, y se opusieron a ellas. Las organizaciones trans vieron
el peligro potencial de que se utilizaran las experiencias violentas de
las personas trans para fomentar proyectos «de reforma» que también
ampliarían las reclusiones. El SRLP se puso en contacto con otras or­
ganizaciones —tanto pequeñas organizaciones trans dirigidas por per­
sonas de color, como TGIJP, como organizaciones más grandes con
proyectos LGBT, como el American Friends Service Committee (Co­
mité de Servicio de los Amigos Americanos)— para hablar sobre la
posibilidad de un encuentro nacional donde poder compartir sus aná­
lisis y posiblemente llegar a un consenso para negarse a asumir las
tácticas de expansión de las prisiones. Cuando surgió esta idea, orga­
nizadores de TGIJP y TIP17 en el área de la Bahía de San Francisco

17. «TGIJP combate los abusos de derechos humanos contra reclusos TGI mediante
estrategias que logran cambios sistémicos», <http://tgijp.org>.
propusieron sus ideas para fijarse en las experiencias y el liderazgo de
antiguos reclusos y reclusas trans en la organización del acto. El gru­
po debatió sobre la posibilidad de que este acto pudiera propiciar una
oportunidad de desarrollo de liderazgo de personas trans atrapadas en
é l c ic l o de la pobreza y la reclusión; era una forma de incluir a las
personas trans reclusas en la planificación y en el encuentro, y debatió
sobre cómo utilizar el apoyo de abogados y otros profesionales en or­
ganizaciones nacionales sin darles el protagonismo.
Al final, el grupo creó un método de planificación de dos nive­
les, local y nacional. Se inició una reunión semanal llamada «Marve-
lous Mondays» [lunes maravillosos], que ofrecía comida y apoyo a
quienes quisieran asistir e involucrarse. Corrió la voz, y estas reunio­
nes de los lunes se convirtieron en un importante espacio de reunión
de muchas mujeres trans exreclusas que hacían frente a las adiccio­
nes, la pobreza, la discriminación, la falta de vivienda y la criminali­
zación continua. El grupo local trabajó en numerosos proyectos, in­
cluida una encuesta para asumir la perspectiva de los reclusos y las
reclusas trans en un proyecto que implicaba visitar a personas trans
recluidas en prisiones de California y distribuir la encuesta por co­
rreo a escala nacional. El grupo también diseñó una web para el en­
cuentro y creó un currículum de educación popular para usarlo con
los participantes. Miembros de los grupos locales también se unieron
a teleconferencias con el grupo de planificación nacional, que buscó
recaudación de fondos para el encuentro, elaborando y enviando in­
vitaciones a personas de todo el país, y otros aspectos de la progra­
mación. El grupo nacional incluyó a muchos abogados y otros alia­
dos de las personas trans recluidas que quisieron apoyar el proceso y
situar la dirección del proceso en las personas directamente impli­
cadas .
Finalmente, el proceso de planificación se concretó en Transfor-
ming Justice, una conferencia de dos días centrada en las experiencias
de las personas trans recluidas. Fue un encuentro al que solo se podía
acceder con invitación. Se pidió a las organizaciones invitadas que
enviaran a sus miembros trans, exreclusos y exreclusas, personas de
color y, en general, personas que formaran parte de poblaciones muy
criminalizadas. Fue una estrategia importante para romper los ciclos
de desarrollo de liderazgo en las organizaciones sin ánimo de lucro
que suelen ofrecer oportunidades de viajar, construir análisis y redes
a personas blancas, personas con privilegios por su educación y per­
sonas no trans. También fue una forma de evitar que acudiesen al en­
cuentro demasiados estudiantes, investigadores y profesionales que
pudiesen asfixiar la presencia y el liderazgo de exreclusos y exreclu-
sas trans. El resultado fue una conferencia que incidió en la presencia
de personas trans exreclusas, donde los abogados y otros aliados pro­
fesionales con privilegios educativos fueron minoría. La conferencia
incluyó oportunidades de que los y las participantes escribiesen a per­
sonas trans recluidas, que las personas que han sido reclusas liderasen
debates sobre los sistemas de represión penal y control migratorio, así
como sobre las prioridades de cambio, con sesiones interactivas que
alentaron a las participantes a conocerse entre sí y aprender de sus
trabajos, con discusiones sobre la política de abolición de prisiones.
El encuentro también incluyó la sostenibilidad del trabajo, con profe­
sionales sanitarios que ofrecían masajes, espacios tranquilos, asesora-
miento y demás apoyo a participantes. Cuando terminó del fin de se­
mana, los participantes habían creado y acordado cinco puntos
comunes:
1. Reconocemos los ciclos de pobreza, la criminalización y la reclu­
sión como cuestiones urgentes de derechos humanos para las per­
sonas trans y que no conforman el binarismo de género.
2. Acordamos promover, centralizar y apoyar el liderazgo de las per­
sonas trans y que no conforman el binarismo de género más impac­
tadas por las prisiones, la vigilancia policial y la pobreza en este
trabajo.
3. Pensamos organizamos para construir y expandir un movimiento
nacional que libere a nuestras comunidades y específicamente a
personas trans y que no conforman el binarismo de género de la
pobreza, la falta de vivienda, la adicción a las drogas, el racismo, la
discriminación por razones de edad, la transfobia, el clasismo, el
sexismo, el capacitismo, la discriminación de inmigrantes, la vio­
lencia y la brutalidad del complejo industrial penitenciario.
4. Nos comprometemos a terminar con el abuso y la discriminación
de las personas trans y que no conforman el binarismo de género
en todos los aspectos de la sociedad, con el objetivo a largo plazo
de poner fin al complejo industrial penitenciario.
5. Acordamos seguir debatiendo qué significa trabajar por el fin del
complejo industrial de prisiones mientras abordamos crisis inme­
diatas relativas a los derechos humanos.18
Después del encuentro, los organizadores llevaron a cabo profundas
evaluaciones con los y las participantes sobre sus experiencias y die­
ron comienzo al proceso que determinaría el siguiente rol de la coali­
ción Transforming Justice como alianza o coalición a nivel nacional.
La evaluación y el proceso de planificación incidieron de nuevo en las
siguientes cuestiones: cómo las personas más directamente afectadas
podrían asumir los mandos de Transforming Justice\ cómo desarrollar
habilidades de liderazgo de quienes viven en comunidades trans cri­
minalizadas; cómo evitar comprometer la misión del trabajo por la
presión de los financiadores; cómo buscar un equilibro entre los bene­
ficios de mantener cargos retribuidos para líderes en ciernes, en comu­
nidades que necesitan oportunidades de empleo y los costes de entrar
en la dinámica competitiva de recaudación de fondos de las entidades
sin ánimo de lucro; y cómo crear una estructura sostenible que apoye
la organización de base local y no consolide el poder en un organismo
nacional.
El cineasta trans Chris Vargas también realizó un vídeo con los
organizadores de Transforming Justice llamado Make It Happen!19
sobre la conferencia. Make It Happen! fue uno de los primeros recur­
sos de vídeo que hablaba de la reclusión de personas trans y que cen­
traba el liderazgo de activistas de color trans y personas trans exreclu-
sas contando la historia de esta organización. El vídeo, colgado en
internet para su visionado gratuito, permitió que la experiencia de la
organización del encuentro y su contenido viajaran más allá de las
personas presentes en él.
La coalición nacional Transforming Justice y la conferencia re­
sultante dan forma a una política trans comprometida con priorizar las
experiencias, el conocimiento y el liderazgo de los más vulnerables.
Transforming Justice sugiere vías para desprofesionalizar el trabajo
de los movimientos sociales mientras se construyen estructuras parti-
cipativas y con una reflexión continua. Las condiciones contemporá-

18. Transforming Justice. Conferencia en San Francisco, City College of San Fran­
cisco, 13 y 14 de octubre de 2007, <http://srlp.org.transformingjustice>.
19. <http://vimeo.com/16952110>.
neas convierten esta tarea en todo un desafío. Durante la organización
de la conferencia, salieron a la luz cuestiones relativas a la criminali­
zación una y otra vez, pues había miembros que seguían enfrentándo­
se a obstáculos para su bienestar. Varios tenían problemas de adic­
ción, y la reincidencia de algunos miembros de la organización
repercutió en el grupo. La precariedad de la vivienda de algunos
miembros les impidió asistir asiduamente a las reuniones y participar
en ellas o asumir compromisos. Algunos organizadores clave descib
brieron que el estrés de trabajar en el encuentro repercutió en su salud
mental. Otros organizadores fueron encarcelados durante la planifica­
ción del encuentro y no pudieron seguir participando del mismo modo.
En esencia, las verdaderas condiciones que motivaron la necesidad de
este trabajo siguen amenazándolo y perjudicándolo. A veces, la orga­
nización misma puede ser una fuente de apoyo para los miembros en
épocas duras, reuniendo a personas que pueden ofrecer comprensión y
compartir recursos. Ahora bien, desempeñar un trabajo con recursos
insuficientes para desmantelar sistemas violentos también puede pro­
vocar estés y minar la salud de las personas que hacen el trabajo,
como bien saben las que han terminado agotadas en organizaciones
sin ánimo de lucro. Hacer tareas de organización en un contexto don­
de la mayoría de los miembros sufren adicciones u otros problemas de
salud —problemas a menudo originados por la exposición a la violen­
cia y el trauma continuos— puede significar que los conflictos son
parte del entorno. La escasez de recursos puede exacerbar el estrés del
trabajo y empeorar los conflictos. Los participantes del proceso de
planificación que hacían las veces de aliados, como abogados blancos
y personal contratado de organizaciones sin ánimo de lucro con privi­
legios de educación, tuvieron que trabajarse constantemente conduc-:
tas de dominio interiorizadas, que pueden suponer un escollo para
construir el liderazgo de las personas directamente implicadas.
Las barreras estructurales a este liderazgo eran muchas y los
aliados lucharon por participar de formas realmente solidarias con
este liderazgo y no sobrepasaron el espacio necesario para el creci­
miento y el cultivo personal. Las experiencias de planificación y orga­
nización de Transforming Justice son instructivas a la hora de descri­
bir los desafíos y obstáculos constantes a estos procesos, y por
vertebrar estrategias sobre cómo hacer el trabajo en estas condiciones.
Transforming Justice tiene que establecer métodos innovadores para
encarar los desafíos que se desprenden de la realización de un trabajo
basado en priorizar el liderazgo de los más implicados.
En 2010, esta alianza de ámbito nacional envió una delegación al
Foro Social de Estados Unidos y organizó un taller para ayudar a per­
sonas de todo el país activas en materia de criminalización de las per­
sonas trans y para valorar los siguientes pasos del trabajo. En 2011, el
grupo celebró un encuentro en Decatur (Georgia) para valorar su tra­
bajo. Encontrar apoyo para que los miembros (muchos de los cuales
no están afiliados en organizaciones que tengan presupuesto) pudieran
viajar y verse, apoyar a personas cuyas condiciones de libertad condi­
cional, falta de documentos identificativos y otras experiencias que
dificultan viajar, fueron asuntos de calado en la planificación del en­
cuentro. Al final, tras esta reunión, los organizadores reconocieron
que no tenían suficientes recursos para continuar la alianza y disolvie­
ron Transforming Justice. Los individuos y los grupos participantes
siguieron con su tarea y mantuvieron las conexiones, pero reconocie­
ron que no había suficientes recursos disponibles para cumplir sus
sueños de seguir creando respaldo popular con personas exreclusas y
forjar relaciones y estrategias juntas a través de una alianza de ámbito
nacional encabezada por los más afectados. El trabajo de Transfor­
ming Justice tuvo una gran influencia en las organizaciones e indivi­
duos que, a día de hoy, siguen combatiendo la criminalización de las
personas trans. En muchos sentidos sirvió para enmarcar conversacio­
nes que siguen desarrollándose y creciendo en la actualidad. Sin em­
bargo, los obstáculos para garantizar que este trabajo sea encabezado
por los más afectados y no dominado o secuestrado por organizacio­
nes mejor financiadas siguen siendo reveladores. A medida que las
organizaciones LGBT sin ánimo de lucro se interesan cada vez más en
perseguir una reforma de justicia penal, y consiguen financiación para
ello, es preocupante que una formación que desea combatir la crimi­
nalización a través del liderazgo de personas trans criminalizadas no
pueda proseguir con su iniciativa, por falta de recursos, respaldo y las
condiciones que sufren sus propios miembros.
La Administración de Recursos Humanos de la Ciudad de
Nueva York
En 2010, TransJustice, el Sylvia Rivera Law Project, FIERCE/, Hou-
sing Works20y Queers for Economic Justice (QEJ),21 entre otros, obtu­
vieron una victoria importante en su lucha contra la Administración
de Recursos Humanos (HRA, por sus siglas en inglés) de la Ciudad dé
Nueva York, la división del Departamento de Servicios Sociales de la
ciudad que administra programas de bienestar social y otros relativos
a la pobreza. Estos grupos, que formaron una coalición a la que llama­
ron Comité de Revisión de la HRA, consiguieron que se redactara una
política cuyo objetivo era combatir la discriminación y los abusos
contra personas trans en los programas de la HRA. Su campaña de
2009-2010 se inspiró en un trabajo previo del Lesbian, Gay, Bisexual
and Transgender Community Center (The Center)11 de Nueva York, el

20. Housing Works (Obras en casa) es «la organización de servicios de SIDA basada
en la comunidad más grande de Estados Unidos, así como la organización de servicios
de sida controlada por una minoría más grande del país [que ofrece] servicios vitales
como vivienda, atención médica y psiquiátrica, alimentos, formación laboral, trata­
mientos de desintoxicación, educación para prevenir el VIH y apoyo social para más
de 200.000 neoyorquinos sin techo y con rentas bajas que viven con VIH o SIDA»,
<www.housingw orks .org>.
21. Queersfor Economic Justice es «una organización sin ánimo de lucro progresis­
ta comprometida con la promoción de la justicia económica en un contexto de libera­
ción sexual y de género. Nuestra meta es cuestionar y cambiar los sistemas que crean
pobreza e injusticia económica en nuestras comunidades, promoviendo un sistema
económico que acepte la diversidad sexual y de género. Estamos comprometidos con
el principio de que el acceso a los recursos sociales y económicos es un derecho funda­
mental, y trabajamos para crear equidad social y económica a través de la organización
de base, la educación pública, la promoción y la investigación. Realizamos esta labor
porque, aunque las personas queer pobres siempre han formado parte tanto de los mo­
vimientos de derechos gays como de justicia económica, han sido, y siguen siendo, en
gran medida invisibles en ambos movimientos. Este trabajo siempre se basará en las
experiencias vividas y las necesidades expresadas de las personas queer en la pobre­
za» , <http://q4ej .org>.
22. «Fundada en 1983, el Lesbian, Gay, Bisexual & Transgender Community Center
(Centro comunitario de lesbianas, gays, bisexuales y trans) ha crecido hasta ser la oiv
ganización multiservicios LGBT más grande de la Costa Este y el segundo centro co­
munitario LGBT más grande del mundo. [The Center] proporciona un hogar para el
nacimiento, cultivo y celebración de nuestras organizaciones, instituciones y cultura;
se ocupa de individuos y grupos necesitados; educa a la ciudadanía y a nuestra comu­
nidad; y empodera a nuestros individuos y grupos para que alcancen su máximo poten­
cial», <www.gaycenter.org>.
5ylvia Rivera Law Project y el Transgender Law and Policy Institute
(TLPI)*23
En 2005, The Center, el SRLP y el TLPI trabajaron con un comi­
té asesor de la HRA para redactar el borrador de una serie de «buenas
prácticas», que abordarían varios asuntos relativos a personas trans en
busca de prestaciones y servicios a través de la HRA. Las recomenda­
ciones pretendían abordar los problemas de las personas trans con los
procedimientos de clasificación de género de la HRA, la discrimina­
ción en oficinas de bienestar social, la discriminación en programas de
ayuda laboral, el ingreso en albergues segregados por sexo y más. Las
recomendaciones buscaban crear procedimientos para resolver estas
cuestiones. Cuando el documento de buenas prácticas fue redactado,
la HRA y el Departamento Jurídico municipal se estancaron; el docu­
mento nunca se transformó en una política de la HRA.
En 2009, el Comité de Revisión de la HRA asumió de nuevo
estas cuestiones, esta vez creando una campaña de organización de
base con reuniones abiertas, estructuras de afiliación participativa de las
organizaciones en coalición, peticiones públicas y herramientas de re­
des sociales en internet para despertar conciencia y fomentar la pre­
sión pública para exigir a la HRA la modificación de sus políticas y
prácticas. Este trabajo proviene de organizaciones que se dedican a la
participación de personas con rentas bajas y sin hogar, de personas de
color en comunidades trans y fomentan las capacidades de liderazgo y
organización de estas poblaciones a través de campañas sobre los
asuntos más urgentes. Los métodos usados se inspiraron sustancial-
mente en el modelo establecido del trabajo de derechos de lesbianas y
gays. El trabajo, en lugar de consistir en reuniones a puerta cerrada
entre abogados profesionales y funcionarios del gobierno, o en juicios
donde las personas menos marginadas ocupan los titulares en calidad
de demandantes, incidió en la acción colectiva de personas trans de
color con rentas bajas. Transcurrió en reuniones vespertinas abiertas
de personas de color trans pobres, en las oficinas de las organizacio­
nes de base, con comida compartida y largas conversaciones para for­
mular un análisis común de las experiencias en oficinas de ayuda so­

23. El objetivo de Transgender Law and Policy Institute (Instituto de leyes y políti­
cas trans) es «reunir a expertos y abogados para que trabajen juntos en iniciativas jurí­
dicas y políticas diseñadas para avanzar igualdad trans», <www.transgenderlaw.org>.
cial y albergues y de las estrategias para cambiar estas experiencias.
Se priorizó el cambio que impacta en la vida diaria de las personas
trans altamente vulnerables, en vez de avanzar cambios simbólicos.
Se centró en poblaciones estigmatizadas en lo político —beneficiarios
de la asistencia pública y personas trans— y reformuló su experiencia
y su relación con el estado. Aunque no cabe duda de que se trataba de
un proyecto de reforma política, su relación con el Pilar del Poder se
desviaba notablemente de los métodos de reforma jurídica y política
habitual mente centrados en el trabajo de los derechos de lesbianas y
gays. Las demandas específicas que el Comité de Revisión de la HRA
puso sobre la mesa no terminarán con la falta de vivienda digna o la
pobreza —son graduales y de corte reformista—, pero forman parte
de una estrategia y un análisis político más ambiciosos enraizados y
generados por las experiencias de las personas que sufren múltiples
factores de marginalidad.
El proceso de desarrollo de la campaña y de conseguir la partici­
pación de las personas directamente afectadas aspiraba a construir el
liderazgo de los beneficiarios trans de ayudas públicas, ampliando la
afiliación de organizaciones queer y trans centradas en la justicia ra­
cial y económica, creando una capacitación para futuras campañas.
Cuando se consiguió la nueva política, era una versión magra y desea-
feinada del documento de «buenas prácticas» en origen propuesto por
el comité en 2005. No obstante, esta nueva política era más efectiva,
diría yo, que si el documento original —redactado por profesionales
blancos (yo incluido) sin una campaña detrás basada en la comuni­
dad— hubiese sido codificado de inmediato por la HRA. La HRA, y
todas las instituciones gubernamentales similares centradas en la po­
breza, no acatan sus propias políticas, no forman a sus empleados so­
bre sus políticas y no se responsabilizan del maltrato a las personas
pobres. El proceso de ganar la política en 2010, incluso con su lengua­
je mermado, es una victoria importante porque las comunidades afec­
tadas por esta política son conscientes de ello, exigen su aplicación
constantemente y siguen construyendo relaciones con otras personas
afectadas distribuyendo la política (como folletos) en oficinas de ayu­
da social y espacios de reunión trans de toda la ciudad. Los miembros
de la coalición son conscientes de las deficiencias de la política del
mismo modo que son conscientes de que la HRA no cumple necesa­
riamente sus políticas. Al fin y al cabo, han sido testigos del atroz
comportamiento de la HRA como beneficiarios de prestaciones públi­
cas, y han estado sujetos a él. A pesar de todo, su victoria es un mo­
mento importante de sus esfuerzos de movilización, que no terminarán
con este único logro. Esta organización ha producido una nueva serie
de líderes comunitarios que entienden los mecanismos internos de la
HRA, que tienen relaciones profundas entre ellos y con organizacio­
nes preocupadas por sus problemas y que saben que la HRA es un
objetivo al que pueden obligar a hacer cambios. Este objetivo de refor­
ma política solo ha sido una táctica dentro de la tarea más general de
estas organizaciones, que consiste en movilizar a personas queer y
trans por una justicia racial, económica y de género. Las mujeres trans
beneficiarías de ayudas sociales que han trabajado incansablemente
para lograr estas políticas forman parte de organizaciones que también
combaten el control migratorio, la violencia policial y la criminaliza­
ción de personas con VIH. Las relaciones que entablan entre ellas y
con las organizaciones que han reñido esta batalla las conecta con es­
tas otras luchas, ayuda a reducir el aislamiento que acorta y hace peli­
grar las vidas de tantas personas trans. La campaña actual lanzada por
muchas de estas organizaciones para acabar con la prohibición de Me­
dicaid de cubrir a personas trans con su asistencia sanitaria en el esta­
do de Nueva York es una continuación de este trabajo, también fuerte­
mente liderado por beneficiarios trans de ayudas sociales. Esta
campaña también utiliza la acción directa, la protesta, la presencia en
los medios de comunicación y la labor jurídica para construir un cam­
bio político estimulado por la movilización popular.24La campaña de
la HRA demuestra que la reforma jurídica y política pueden resultar
una táctica útil cuando se integra en una movilización a largo plazo y
en una estrategia de desarrollo de liderazgo, cuando se centra en las
necesidades inmediatas de las poblaciones más vulnerables. Estos ele­

24. Avi Cummings, «May 15: SRLP’s Direct Action to Demand an end to Medicaid
Ban on Transgender Healthcare», 14 de mayo de 2014, <http://srlp.org/may-15-srlps-
direct-action-to-demand-an-end-to-medical-ban-on-transgenderhealthcare>; Avi
Cummings, «Breaking. SRLP Sues NY State DOH for Medicaid's Exclusión of Trans­
gender Healthcare», <http://srlp.org/breaking-srlp-sues-ny-state-doh-for-M£<#c¿zúís-
exclusion-of-transgender-healthcare-2>; Dani Heffernan, «Despite Medicaid Ban on
Transgender Healthcare, NY Health Commissioner Says He’s Working Hard on Trans­
gender Issues», GLAAD, 4 de diciembre de 2013, <http://www.glaad.org/blog/despi-
te-Medí'cazW-ban-transgender-healthcare-ny-health-commissioner-says-hes-working-
hard>.
mentos garantizaron que la victoria no fuera meramente simbólica; fue
un momento de gran politización de las personas afectadas, no de pa­
cificación de la resistencia y de legitimación de condiciones nocivas y,
de hecho, construyó capacidad de resistencia para seguir luchando.

Proyectos de escritura de cartas a reclusos y reclusas


En todo Estados Unidos y en otros países, están naciendo organizacio­
nes que quieren proporcionar amistades por correspondencia a perso­
nas trans reclusas, organizaciones que colaboran cada vez más entre
ellas. Algunos de estos proyectos son idea de estudiantes en colabora^
ción con universidades, otros forman parte de organizaciones sin ánimo
de lucro y otros son grupos autónomos que no colaboran con institu­
ciones más grandes. Estos programas de amistades por corresponden­
cia conectan a personas trans y aliadas que no están en prisión con
personas trans recluidas para crear relaciones y redes de apoyo. Apo­
yar de forma directa a reclusas y reclusos es algo que las organizacio­
nes trans contrarias a las prisiones, como TGIJP y SRLP, han identifi­
cado como parte fundamental de su trabajo, sobre todo porque son
conscientes de que los programas de reforma penitenciaria casi siem­
pre redundan en la expansión de prisiones, tanto en el ámbito del po­
der punitivo como de la construcción de nuevos centros. Combatir la
lógica de aislamiento y destierro de las prisiones construyendo rela­
ciones entre individuos y comunidades a ambos lados de sus muros es
un componente importante de las estrategias de excarcelación. Mu­
chos reclusos trans carecen de apoyo familiar y suelen tener poca o
ninguna conexión con personas del exterior. Tener una relación con
una persona no reclusa facilita el acceso del recluso a recursos de apor
yo que pueden paliar el aislamiento y contribuir a su salud mental.
Los programas de amigos por correspondencia pueden brindar oportu­
nidades mutuas para su educación y participación política, y brindar
un respaldo fundamental para planificar la vida después de su puesta
en libertad. Las relaciones por correspondencia también pueden servir
para visibilizar la violencia existente en la reclusión, que con frecuen­
cia permanece oculta cuando sus víctimas están aisladas del contacto
exterior.
Estos proyectos son importantes para organizaciones jurídicas
como SRLP y TGIJP, porque las y los abogados no pueden ayudar a
muchas personas trans reclusas —muchos de los horrores que viven
han sido tolerados por tribunales y legisladores —,25 motivo por el
cual estas organizaciones deben encontrar otros cauces para mantener
su subsistencia y un compromiso político. Estos proyectos emplean
numerosas estrategias para emparejar a reclusos y amigos por corres­
pondencia, para ayudar a los amigos por correspondencia en el sumi­
nistro de recursos útiles, a enfrentarse a las dificultades que surgen y a
seguir comprometidos, manteniendo una comunicación continua. Re­
cientemente, algunos de estos proyectos, como Hearts on a Wire (Co­
razones en el Alambre) en Filadelfia, Black and Pink (Negro y Rosa)
en Boston, SRLP en Nueva York, Bent Bars (Doblar los Barrotes) en
Londres y el Prisoner Correspondence Project (Proyecto de Corres­
pondencia con Prisioneros) en Montreal, se han comunicado entre
ellos a través de conferencias telefónicas para compartir recursos, de­
safíos e ideas para seguir y avanzar en su trabajo.26Los programas de
amistad por correspondencia en prisiones son una forma de trabajo
vital, en el sentido de que prestan apoyo directo a personas cuyas vi­
das son extremadamente vulnerables, y pueden ayudar con cuestiones
como la violencia, la privación de alimentos y la falta de acceso a la
asistencia sanitaria. Esta labor también ayuda a establecer apoyo una
vez son puestos en libertad para prevenir nuevos encarcelamientos. Al
mismo tiempo, estos proyectos son parte de la construcción de los
movimientos sociales: fomentan las capacidades de liderazgo de los
amigos y amigas por correspondencia a ambos lados de los muros de
las prisiones, a través del intercambio de análisis político y las expe­
riencias personales. Para estudiantes y jóvenes queer y trans, estos
proyectos suelen facilitar un medio de conectar con una política queer
y trans que se centra en la oposición al racismo, la pobreza y la crimi-

25. Véase Colin Dayab, The Law Is a White Dog: How Legal Rituals Make and Un-
make Persons, Princeton University Press, Princeton, 2011.
26. Hearts On a Wire (P.O. Box 36831, Philadelphia, PA 19107), <http://communi-
tyjustice.org/projects/phn/sneakpeaks/hearts-on-a-wire>; Black and Pink (Community
Church of Boston, 565 Boylston Street. Boston. MA 02116), <www.blackandpink.
org>; Bent Bars Project (Bent Bars Project, P.O. Box 66754. London WC1 A 9BF),
<www.co-re.org/joomla/index.php/bent-bars>, y Prisoner Correspondence Project
(QPJRG Concordia c/o Concordia University, 1455 de Maisonneuve O, Montreal. QC
H3G IM8) <www.prisonercorrespondenceproject.com>.
nalización, una alternativa importante a la política de lesbianas y gays
promatrimonio, promilitar y proconsumista que es más visible para
los activistas emergentes. Recientemente, Black and Pink se ha am­
pliado y en la actualidad tiene nueve filiales en Estados Unidos, lo
cual indica que los activistas de base se solidarizan cada vez más con
los reclusos y las reclusas como una estrategia apremiante deutro del
activismo queer y trans.27
Estos proyectos propician relaciones no profesionales que basart
la práctica y el entendimiento político en el cuidado y la confianza
mutuos. Lo que hacen es conectar a dos personas con una base común
para que entablen una relación por correspondencia, en lugar de crear
una dinámica de prestación de servicios a clientes. Los grupos que
trabajan en estos proyectos se centran en el análisis crítico de las diná­
micas de poder que existe, cuando reclusos y no reclusos se comuni­
can, trabajando para ayudar a quienes se cartean a afrontar y analizar
estas dinámicas. Esto crea la posibilidad de hacer un análisis de justi­
cia social muy distinto de lo que ocurre cuando personas que no están
recluidas entablan relaciones con personas recluidas solo en un entor­
no profesional de prestación de servicios. Estos proyectos de corres­
pondencia por correo superan el modelo de servicios despolitizado,
que convierte a las personas marginadas y con necesidades en «clien­
tes» o «receptores». Estos proyectos, en cambio, crean unas condicio­
nes de apoyo para las personas vulnerables que son holísticas y se
basan en demandas de cambio transformador y no en estructuras que
dan estabilidad al sistema.

Los proyectos que acabo de describir brevemente —son soluciones


comunitarias a la violencia que no recurren a la policía, la campaña de
reforma política de la HRA, Transforming Justice y los proyectos de
correspondencia por correo entre personas trans— son solo algunos
ejemplos de la clase de trabajo que están realizando activistas y orga­
nizaciones que luchan por resolver las condiciones sufridas por las
personas trans y que no conforman el binarismo de género en el marco
de una política amplia de justicia racial y económica, que reconoce el

27. chttp:/w w w.blackandpink .org .chapters>.


papel central de la criminalización, el control migratorio y la pobreza
en la sujeción trans. Este trabajo prioriza la construcción del liderazgo
y la filiación sobre la base de «los más vulnerables primero», concen­
trándose en la creencia de que la justicia social se fragua desde abajo,
no desde arriba y que el cambio sustancial viene de abajo. Estos pro­
yectos emergen en el mismo momento en que muchos están poniendo
en tela de juicio los marcos y las formaciones de derechos LGBT que
reproducen condiciones nocivas. Cada vez más se hacen oír los desa­
fíos a la priorización y la concentración de recursos para conseguir la
reforma legislativa que permita el matrimonio. Muchos cuestionan la
estrategia de la ley de delitos de odio como vía para abordar la violen­
cia y rechazan las campañas de inclusión de leyes de delitos de odio.
Organizaciones como el Sylvia Rivera Law Project y el Peter Cicchi-
no Youth Project28 han cuestionado la toma de decisiones y promo­
ción de programas a puerta cerrada y solo entre abogados tan típica de
los planteamientos de los derechos de lesbianas y gays y que, triste­
mente, están siendo emulados en círculos jurídicos trans emergen­
tes.29 Por otra parte, en Estados Unidos y el mundo entero, hay perso­
nas creando modelos innovadores de movilización que se centran en
la política trans, que están profundamente arraigados y conectados
con movimientos sociales por la justicia racial y de género, la redistri­
bución de la riqueza y la oposición al imperialismo.
Las «victorias» infructuosas con las que se insta a la identidad
trans a legitimar la lógica criminalizadora del destierro y la lógica an­
tidiscriminatoria de la «igualdad de oportunidades» ponen sobre la
mesa muchas claves estratégicas para nuestra resistencia. El llamado a
buscar una igualdad jurídica formal a través de demandas de inclusión
en la legislación de delitos de odio y las leyes antidiscriminatorias en

28. El Peter Cicchino Youth Project (Proyecto juvenil Peter Cicchino) «dirige con­
sultorios jurídicos en centros de acogida para jóvenes que se han ido de casa y LGBT
[...] y se ocupa de la defensa sistémica y el impacto de litigios en torno a asuntos como
el maltrato a jóvenes LGBT en los sistemas de cuidado tutelar y detención juvenil de
Nueva York. Trabajamos con jóvenes adultos LGBT que «se hacen mayores» fuera del
cuidado tutelar para garantizar que reciben el alta legalmente requerida y para proveer­
les de las capacidades que necesitan para lograr con éxito la transición a la vida adulta
e independiente», <www.urbanjustice.org/ujc/projects/peter.html>.
29. Gabriel Arkles, Pooja Gehi y Elana Redfield, «The Role of Lawyers in Trans
Liberation: Building a Transformative Movement for Social Change», Seattle Journal
for Social Justice, 8, primavera/verano de 2010, p. 579.
materia de empleo invita a las personas trans a reclamar y aceptar un
tipo de reconocimiento, que no solo no alivia las brutalidades de la
pobreza y la criminalización, sino que además amenaza con reducir
nuestra lucha a otra justificación para la expansión de las estructuras
verdaderamente culpables de las condiciones que acortan nuestras
vidas.
Nos invitan a que reclamemos que las personas trans son «huma­
nas», cuando lo que define «humano» sigue determinado por normas
de raza, origen indígena, género, capacidad y condición de inmigrante
que son una porción mínima de la población trans.30 Debemos formu­
lar una política trans crítica que rechace estas invitaciones y se resista
con contundencia al abandono y reclusión que parece esperarnos.
Otras políticas trans parecen imposibles, inconcebibles y no viables én
el contexto de los movimientos sociales institucionalizados y centra­
dos en el reconocimiento y la inclusión. Pero una política trans de es­
tas características es posible y está sucediendo ahora. Muchos activis­
tas y organizaciones trans están asumiendo compromisos críticos con
la infraestructura del cambio social. Al rechazar las estrategias elitis­
tas desde la reforma jurídica y los mensajes de los medios de comuni­
cación convencionales, estos espacios de resistencia ofrecen modelos
de lucha participativa y movilizadora, que es liderada por quienes ha­
bitan los límites transversales más intolerables de los múltiples siste­
mas de control. Esta política es irreconocible como una «política
LGBT» en el momento actual. La política de derechos de lesbianas y
gays ha articulado una agenda centrada en la igualdad jurídica formal
y en una política «de una sola cuestión» que acepta los marcos diviso­
rios de «familia» y «ley y orden» en términos supremacistas blancos,
nacionalistas y homonormativos. La existencia de prácticas críticas
que resisten a las fuerzas del reconocimiento, pese a las enormes pre­
siones para ser legibles en términos neoliberales, demuestra el deseo
colectivo de unas prácticas políticas trans que se ocupen realmente de
la subsistencia trans. Es en este espacio en el que centrándonos en las
cuestiones de subsistencia y distribución, donde el bienestar de las
personas más vulnerables no estará comprometido por las promesas

30. «Aspiríng to humanity is alvvays a racial project», Andrea Smith, «Queer Theoiy
and Native Studies: The Heteronormativity of Settler Colonialism», GLQ: A Journal
of Lesbian and Gay Studies, vol. 16, n.° 1-2,2010, p. 42.
de reconocimiento jurídico y mediático, que asume la difícil tarea de
construir una resistencia participativa que venga de abajo, en la que
podamos buscar la aparición de una resistencia trans profundamente
transformadora.
En los cuatro años que han transcurrido desde que escribí Una vida
«normal», la transversalización de la política trans ha progresado más
rápido de lo que hubiera imaginado. Está aflorando en la política esta­
dounidense una imagen muy particular de las personas trans que nos
preocupa, una imagen que se asocia a la perfección con valores promi­
litaristas, promercantiles y procriminalización, que son los hegemóni-
cos en la actualidad, que están insertos en los discursos de los medios
de comunicación y la política. En Una vida «normal», he argumenta­
do que una política de derechos trans centrada en la inclusión en y el
reconocimiento de los intereses dominantes y las instituciones de la
ley y la cultura estadounidenses —el ejército, el sistema de represión
penal, la estructura familiar jurídicamente constituida, los medios de
comunicación corporativos y el mercado— sería mala para el bienes­
tar de las personas trans. En los últimos años ha surgido esta política
trans «transversalizada».
Los problemas en torno a la inclusión que describo en Una vida
«normal» puede ser difíciles de digerir. Creer que las poblaciones
marginadas y detestadas pueden hallar la libertad porque la ley las
reconozca, les permita servir en el ejército, contraer matrimonio y las
proteja mediante leyes sobre los delitos de odio y la ley antidiscrimina­
toria es un elemento indispensable de la narrativa fundacional de Esta­
dos Unidos. Políticos, libros de textos de primaria y medios de comu­
nicación corporativos cuentan la historia de que Estados Unidos dejó
atrás las feas historias de supremacía de la raza blanca, gracias al mo­
vimiento de derechos civiles que cambió corazones, espíritus y, espe­
cialmente, promovió leyes para erradicar el racismo y trajo libertad a
todos. Este relato simplificado se reitera sin cesar en la cultura esta­
dounidense y ha tenido un gran protagonismo en las últimas cuatro
décadas de defensa de los derechos de lesbianas y gays, donde la ana­
logía con el movimiento de derechos civiles de la población negra ha
sido una herramienta retórica constante.1Yo argumento que los movi­
mientos sociales deben desprenderse de la extendida creencia de que
las personas oprimidas pueden liberarse gracias al reconocimiento y la
inclusión legal, si lo que queremos de verdad es abordar y transformar
las condiciones de muerte prematura que sufren las poblaciones em­
pobrecidas y criminalizadas en este período.

Pinkwashing y transversalización de la política trans


En Una vida «normal», he argumentado que en lugar de liberar a las
poblaciones marginadas y amenazadas, lograr reconocimiento e inclu­
sión legal fracasa en su tarea de mejorar sus circunstancias materiales
y fortalece también los aparatos de violencia que las atacan. Desde
que Una vida «normal» fue publicado, una forma nueva e importante
de nombrar y conceptualizar esta dinámica ha emergido en el discurso
de la resistencia queer. El término pinkwashing (pintar de color de
rosa) se ha convertido entre los activistas en una forma de hablar so­
bre cómo la igualdad jurídica LGBT está siendo usada para legitimar
y expandir los aparatos de violencia estatal. Pinkwashing se usa prin­
cipalmente para describir la estrategia explícita que el gobierno israelí
está adoptando en los últimos años para venderse como paladín de los
derechos humanos, basándose en sus posturas sobre el matrimonio en­
tre personas del mismo sexo y la aceptación de la comunidad LGBT
en el servicio militar. En 2005, después de tres años de trabajo con
ejecutivos de mercadotecnia norteamericanos, Israel lanzó una nueva
campaña para redefinir su imagen internacional. La investigación de
la «Marca Israel» ha revelado que en todo el mundo Israel era un país
1. Kenyon Farrovv, «Is Gay Marriage Anti-Black?», junio de 2005, <http://kenyonfa-
rrow.com/2005/06/14/is-gay-marriage-anti-black>; Morgan Bassichis y Dean Spade,
«Queer Politics and Anti-Blackness», en Queer Necropolitics (eds.), Jin Haritaworn,
Adi Kuntsman y Silvia Posocco, Routledge, 2014; Jasbir Puar,Terroríst Assemblages,
at 118, Duke University Press, 2007.
asociado con la guerra y la opresión de los palestinos. Su nueva cam­
paña, «Marca Israel», fue diseñada para retratar a Israel como una
«democracia moderna» en Oriente Próximo, rodeada de países con
política y culturas menos progresistas. La marca Israel retrata a Israel
como un país de innovaciones tecnológicas, conciencia ecológica y
diversidad.2 Un elemento de la campaña es retratar a Israel como un
país que reconoce los derechos de lesbianas y gays, así como un des­
tino ideal para el turismo gay. También pretende presentar a la socie­
dad palestina como homófoba y a Israel como un «paraíso seguro»
para los gays y las lesbianas en la región. Activistas palestinos queer
y trans alertaron al mundo de la estrategia de Israel para presentarse
como un país tolerante con los gays y a las poblaciones árabes y mu­
sulmanas como homófobas, con el propósito de levantar una cortina
de humo sobre la brutal colonización y ocupación actual de Palestina,
y acuñaron el término pinkwashing?
Como parte de esta campaña, Israel ha destinado recursos econó­
micos a medios de comunicación para que den cobertura mediática a
Israel como destino turístico de gays y lesbianas. Israel también ha
financiado giras de activistas gays israelíes a Estados Unidos y Cana­
dá cuyas conversaciones sobre la política gay en Israel ignoran y, por
ende, normalizan el contexto del colonialismo en el que se practican
estas políticas. Desviar el debate sobre Israel al debate sobre activis­
mo gay entre personas que se benefician del sistema de apartheid is­
raelí ayuda a que nadie ponga en tela de juicio el sistema, o a invisibi-
lizarlo, e ignora el drama de quienes lo sufren. Es decir, barre del
panorama el debate sobre Palestina y la ocupación. El think tank israe­
lí, el Reut Institute, ha publicado investigaciones que avalan esta es­
trategia, aduciendo que Israel debería apoyar y financiar contenidos lo
más de izquierdas posibles, pero siempre conservando un enfoque sio­
nista; es decir, bajo el compromiso de no cuestionar nunca la coloni­

2. Ben White, «Behind Brand Israel: Israel’s Recent Propaganda Efforts», Electronic
Intifada, <http://electronicintifada.net/content/behind-brand-israel-israels-recent-prO'
paganda-efforts/8694>; Vera Michlin, «Winning the Battle of Narrative: A Working
Paper for the 2010 Herzliya Conference», Interdisciplinary Center Herzliya, 2010, dis­
ponible en, <http://electronicintifada.net/content/behind-brand-israel-israels-recent-
propaganda-efforts/8694>; Nathanial Popper, «Israel Aims to Improve its Public Ima-
ge», Jewish Daily Forward, 14 de octubre de 2005, <http://forward.com/articles/2070/
israel-aims-to-improve-its-pnblic-image>.
3. Pinkwatchingisrael.com.
zación israelí de Palestina y el control de la tierra y del pueblo palesti­
no .4 El gobierno israelí financia películas, delegaciones de viaje de
activistas y otras actividades culturales y políticas que promueven el
debate sobre Israel, incluso algunas que son medianamente criticas
con algunas políticas israelíes, siempre que el mensaje subliminal
afirme y normalice la ocupación. Esta estrategia ayuda a Israel a ga­
narse a audiencias cuyas políticas, por otra parte, son de izquierdas o
son críticas —como las que rechazan la homofobia y la transfobia o
defienden el ecologismo—- para la causa del proyecto colonial israelí.
El término pinkwashing ha ayudado a los y las activistas a nombrar y
discutir la particular estrategia de apropiarse del concepto de antiho-
mofobia para redimir la deteriorada imagen de un gobierno o de cier­
tas instituciones de ese gobierno, como el ejército, que son asociadas
con la violencia, el racismo y el colonialismo.
El análisis que los activistas queer y trans palestinos hacen sobre
el pinkwashing es muy útil para comprender los usos estratégicos de
las políticas de igualdad a la hora de dar continuidad a la violencia de
estado, tanto de Israel como de otros gobiernos. El Estados Unidos del
gobierno de Obama también ha promocionado una imagen «pro gay»
y, hasta cierto punto, una imagen «pro LGBT», para camuflar la ex­
pansión de la violencia racista potenciada por el gobierno actual y
distraer nuestra atención.5 En los últimos años ha crecido la indigna­
ción contra las guerras de drones de Obama, sus deportaciones sin
precedentes, el uso de tecnologías de vigilancia generalizada de su
gobierno, la persecución de quienes filtran la información, la creciente
brecha de la riqueza y su escandalosa transferencia de riqueza a los de
arriba en el rescate financiero de 2008, la violencia política y la ex­
pansión de prisiones a niveles críticos, incluidas prisiones privadas
(operadas por empresas con fines lucrativos), en el Estados Unidos de
su mandato. Estas incesantes revelaciones sobre las actuaciones y el
programa del gobierno amenazan la ilusión nacional de que la elec­
ción de un presidente negro anunciaba una mayor igualdad, justicia y

4. The Reut Institute, «Building a Political Firewall Against the Assault on Israel’s
Legitimacy: London As a Case Study, Versión A», noviembre de 2010, pp. 46-49.
5. Véase Hillary Clinton, «Remarks in Recognition of International Human Rights
Day» (discurso. Ginebra, Suiza, 6 de diciembre de 2011), <http://www.state.gov/secre-
tary/rm/2011/12/178368.htm> (declarando «los derechos gays son derechos huma­
nos»).
progresismo. Los derechos gays, como símbolo de la política de la
izquierda vinculada a la libertad y la liberación, ha dotado de un pro­
gresismo falso al gobierno porque mantiene esta ilusión. Las declara­
ciones públicas, tan convenientes para el gobierno, de compromiso
con los derechos de los gays y lesbianas, incluidos los cambios jurídi­
cos y políticos realizados, en realidad proporcionan poco alivio, o nin­
guno, a las personas queer y trans que experimentan una creciente
precariedad a medida que aumenta la criminalización, la austeridad y
el control fronterizo.
En general, las políticas «LGBT» del gobierno de Obama tienen
muy poco de «T» y se centran, por el contrario, en el apoyo popular al
reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo. El
matrimonio entre personas del mismo sexo es una estrategia de
pinkwashing ideal para Obama, así como para otros dirigentes electos,
empresas e instituciones. Permite a estos actores proclamar una políti­
ca vinculada con la igualdad y la liberación cuando, en realidad, ava­
lan un cambio jurídico que no hace nada por transformar la existente
y nociva distribución de pobreza, asistencia sanitaria y condición mi­
gratoria a través de la estructura legal de la familia basada en el matri­
monio. Ofrece un barniz progresista a cualquier cosa que estos actores
hagan, pues acostumbran a usar un asunto tan carismático como este
para venderse como promotores de la igualdad, a sabiendas de que no
supone ninguna amenaza para el reparto de la riqueza actual que quie­
ren proteger. Los dirigentes electos ahora resultan ser «pro familia»
(un pilar conservador hoy omnipresente en todos los partidos) y «pro
gay» gracias a esto. Es una política para élites, que no compromete a
los sistemas brutales que les mantiene en el poder, así el matrimonio
entre personas del mismo sexo ha pasado a ser el tema visible sobre
los «derechos gays». Por desgracia, su reconocimiento servirá de poco
a las personas trans y queer que sufren las peores consecuencias de los
sistemas de inmigración, asistencia sanitaria, represión penal y bie­
nestar social de Estados Unidos. De forma análoga, el apoyo al acceso
de lesbianas y gays al servicio militar y el fin de la política «Don’t
Ask, Don’t Tell» («Prohibido preguntar, prohibido decir») ha permiti­
do retratar al ejército estadounidense como un sitio de libertad e igual­
dad, lo cual resulta útil para desviar la atención de su brutalidad real.
Apoyar el acceso de gays y lesbianas al servicio militar ha permitido
que los políticos envíen simultáneamente un mensaje promilitar y un
mensaje proderechos gays que resulta útil para enardecer sentimientos
reconfortantes acerca del ejército estadounidense durante un período
de guerras prolongadas, costosas, privatizadas e impopulares en Afga­
nistán e Iraq.
El matrimonio entre personas del mismo sexo y el acceso al
servicio militar de gays y lesbianas han sido los sitios más visibles dél
pinkwashing en la política estadounidense hasta hoy, aunque la políti­
ca trans empieza a unirse a los derechos de gays y lesbianas como lu­
gar de pinkwashing. Mientras escribo esto, en el otoño de 2014, la
política trans está emergiendo como un nuevo lugar para lavar la ima­
gen de la brutal violencia estatal de dos aparatos en concreto: el ejér­
cito y el sistema penitenciario. Por distintos cauces, un teórico interés
en el bienestar de las personas trans está produciendo un apoyo que
legitima estas instituciones tan nocivas, que no logran defender el bie­
nestar de las personas trans y hace peligrar más sus vidas.
El mainstreaming, o trans versal ización, de la política trans —la
creación de una nueva imagen de quiénes son las personas trans y qué
quieren— se acompaña del uso de la política trans para lavar la ima-
gen de sistemas y políticas brutales. El término mainstream tiene múl­
tiples significados que a veces pueden despistar cuando hablamos de
políticas queer y trans. A menudo, cuando se habla de política gay
mainstream, se está hablando de la versión de la defensa de derechos
de gays y lesbianas que copa mayor interés de los medios de comuni­
cación y apoyo filantrópico. Otras veces parecerá que es la versión de
la política de gays y lesbianas más deseada por la mayoría de gays y
lesbianas. Cuando uso el término aquí para decir que la política trans
es mainstreaming, no estoy diciendo que la política trans cada vez
más visible y apoyada por medios de comunicación, filántropos y po­
líticos sea también la más deseada o beneficiosa para las personas
trans. Es más, creo que el proceso de mainstreaming, o transversaliza-
ción, deja de lado cuestiones de máximo interés para las personas
trans y, en la medida en que algunas son tomadas en consideración,
son despojadas de su contenido político de resistencia para adecuarlas
a los objetivos de los medios corporativos, los políticos y los filántro­
pos ricos, y no a las necesidades de subsistencia de las personas trans,
Un análisis contra el pinkwashing nos ayuda a identificar cómo, en
manos de las élites, esta versión descafeinada y transversalizable de la
resistencia trans puede funcionar en contra de las personas trans y en
favor del poder continuado de los de arriba. La transversalización de
la política trans es preocupante porque no defiende el bienestar de las
personas trans y porque da visibilidad a un programa trans que no se
basa en lo necesario o deseado por las personas trans, sino en lo que es
deseable y conveniente para el uno por ciento.

Pinkwashing , el ejército de Estados Unidos a través de la


inclusión trans
La creciente visibilidad de la defensa de la inclusión de las personas
trans en el ejército es un claro ejemplo. En el verano de 2013, la coro­
nel Jennifer Pritzker donó al Palm Center el mayor donativo filantró­
pico jamás destinado a la promoción de derechos trans. La coronel
Pritzker donó al Palm Center 1,35 millones de dólares para su Inicia­
tiva Militar Trans. Más tarde ese mismo verano, cuando reveló que
era trans, Pritzker apareció en los titulares como «la primera multimi-
llonaria transexual». Pritzker es heredera de la fortuna del Hyatt Ho­
tel, uno de los once miembros multimillonarios de la familia Pritzker.
La empresa filantrópica de la coronel Prizker, la Fundación Tawani,
existe «para fomentar la conciencia y comprender la importancia del
Soldado Ciudadano; para preservar lugares únicos de significado para
la historia estadounidense y militar; para promover proyectos de salud
y bienestar para una mejor calidad de vida; y para honrar el servicio
del personal militar, pasado, presente y futuro». En abril de 2013, la
coronel Pritzker había donado veinticinco millones de dólares a la
Norwich University, que fundó el primer programa ROTC (Cuerpo de
Entrenamiento de Oficiales de la Reserva) de Estados Unidos. En pri­
mavera de 2014, el Colegio Nacional de Abogados LGBT honró a
Pritzker con el Frank Kameny Award, un galardón concedido «a un
miembro de la comunidad lesbiana, gay, bisexual y trans que ha alla­
nado el camino para destacadas victorias legales». Le concedieron el
premio en reconocimiento a su contribución económica.6

6. Sirvió durante 27 años enteros en 3 componentes del Ejército de Estados Unidos,


incluidos el servicio en las prestigiosas Divisiones Aerotransportadas 82.a y 101.a así
como 14 años en la Guardia Nacional y 4 años en la Reserva del Ejército de Estados
La incomparable influencia que una persona rica puede tener en
la imagen pública de un movimiento social queda meridianamente
clara en este ejemplo. Durante los últimos veinte años, el movimiento
trans ha crecido y evolucionado de muchas maneras y durante esta
evolución las cuestiones identificadas con más claridad en varias ra­
mificaciones del trabajo han sido la pobreza y el desempleo de las
personas trans, la falta de acceso a la asistencia sanitaria y la crimina­
lización. La capacidad de servir en el ejército nunca ha sido una de las
reivindicaciones del movimiento. Jamás he escuchado, ni una sola
vez, esta reivindicación pronunciada en una reunión trans pública,
grupo de debate o espacio de apoyo cuando he viajado por todo el país
para hablar con activistas trans durante la última década. Lo que sí es
una preocupación constante es el maltrato a las personas trans en pri­
siones, oficinas de ayuda social, albergues, hogares de apoyo para
grupos y hospitales. Pero extendiendo un cheque muy jugoso, el entu­
siasta militar trans más pudiente del país ha situado la cuestión que
más coincide con sus valores en la agenda política.
Una campaña de inclusión militar trans no redundará positiva­
mente en el bienestar de las personas trans, sino que ayudará a lavar la
imagen del ejército estadounidense, que la institución que Pritzker se
dedica a homenajear y promocionar. Las campañas para acceder al
servicio militar siempre movilizan temas de debate promilitares que
presentan la carrera militar como una profesión fantástica, que desem­
peña un trabajo de vital importancia por la justicia y la democracia. Es
cierto que las personas trans se enfrentan graves problemas de desem­
pleo y subempleo, y que las demandas para acceder a los empleos han
sido un asunto recurrente en la organización trans. Pero ¿es la carrera:
militar el empleo que queremos? Según una encuesta de 2013, el 30
por 100 de los veteranos de Iraq y Afganistán se habían suicidado, el
43 por 100 afirma que no busca asistencia psicológica por temor a que
repercuta negativamente en su carrera, y el 80 por 100 cree que los
veteranos no están recibiendo toda la asistencia que necesitan.7 Un

Unidos. Ha consagrado su carrera posmilitar a sensibilizar sobre la historia militar y


honrando el servicio militar. En 2013, Pritzker anunció la primera donación en su gé­
nero para la investigación de cuestiones que impactan en el personal militar trans.
«Frank Kameny Award», National LGBT Bar Association, <http://lgbtbar.org/what-
we-do/awards-recognition/frank-kameny-award>.
7. Briggs, Bill, «30 percent of Iraq, Afghanistan veterans have mulled suicide», en­
estudio del Pentágono publicado en mayo de 2013 documenta la epi­
demia de agresiones sexuales en el ejército estadounidense, con más
de setenta incidentes al día.8 Los resultados del estudio se publicaron
dos días después de que el jefe de la unidad de prevención de agresio­
nes sexuales de la Fuerza Aérea fuese detenido por agresión sexual.9
El ejército de Estados Unidos propaga una violencia brutal, incluida
violencia sexual y de género, en todo el planeta y es un lugar de traba­
jo peligroso para sus trabajadores.10 Los abandona a unos servicios
inadecuados después de que el servicio ha dañado su salud mental y
física. Las personas trans no necesitan otro espacio más donde enfren­
tarse a la violencia, ni que las abandonen y atiendan insuficientemente
al solicitar servicios públicos.
Los tira y afloja de los filántropos conservadores con las organi­
zaciones sin ánimo de lucro y el incentivo para producir una política
LGBT promilitar se hizo especialmente visible en 2013, cuando se
lanzó la campaña de inclusión trans en el ejército, al mismo tiempo
que surgía una polémica militar un tanto diferente. Al mismo tiempo
que Pritzker conseguía titulares como la primera multimillonaria trans
y filántropa promilitar del país, la sentencia de Chelsea Manning plan­
teaba interrogantes vinculados con este asunto, aunque bastante dife­
rentes. El 21 de agosto de 2013, un tribunal militar estadounidense
condenó a Chelsea Manning a treinta y cinco años de prisión por fil­
trar documentos militares confidenciales a WikiLeaks. Al día siguien­

cuesta, 31 de julio de 2013, NBC News, <http://www.nbcnews.com/news/other/30-


percent-iraq-afghanistan-velerans-have-mulled“suicide-survey-f6ci0811908>.
8. «Pentagon Study Finds 26,000 Military Sexual Assaults Last Year, Over 70 Sex
Crimes Per Day», Democracy Now, 8 de mayo de 2013, <http://www.democracynow.
org/2013/5/8/pentagon_study_finds_26_000_ military> .
9. «Air Forcé Sexual Assault Prevention Chief Arrested for Sexual Assault», US
News and World Report, 7 de mayo de 2013, <http://www.usnews.com/news/arti-
cies/2013/05/07/air-force-sexual-assault-prevention-chief-arrested-for-sexual-as-
sault>.
10. Véase Gwyn Kirk, 22 de agosto de 2013, Military Sexual Violence Beyond the
U.S., Oregon Wand, <http://www.oregonwand.org/military-sexual-violence-beyond-
the-u-s>; véase. VA Backlogs Fail Ailing Veis: Our View, USA Today, 21 de agosto de
2013, <http://www.usatoday.com/story/opinion/2013/08/21/va-veterans-disability-
claims-backlog-editorials-debates/2683167>; Janelle Nanos, Boston Magazine. Base
Boston, julio de 2013. <http://www.bostonmagazine.com/news/article/2013/06/25/
coast-guard-base-boston-rape-victims>; véase asimismo, Kenyon Fanrow, «A Military
Job Is Not Economic Justice», Huffíngton Post, 16 de febrero de 2011, <http://www.
huffingtonpost.com/kenyon-farrow/post_1732_b_824046.html>.
te, Manning reveló públicamente su identidad de mujer trans. La per­
secución y los abusos a que Manning fue sometida durante su
encarcelación preventiva no suscitaron ninguna reacción de las orga­
nizaciones nacionales LGBT, aquellas que se habían postulado para
poner fin a la política del «don’t ask don’t tell» y que entonces se ha­
bían sumado a la lucha por la inclusión de las personas trans en el
servicio militar. Los defensores más elocuentes de Manning fueron
activistas antibélicos, mientras que las organizaciones nacionales LGBT
más importantes se desentendieron de la defensa de Manning.
Cuando Manning pasó a ser simultáneamente la soldado trans
más famosa del país y una heroína antibélica, la incipiente iniciativa a
favor de la inclusión de las personas trans en el ejército pasó por un
momento incómodo. Organizaciones como la Human Rights Cam-
paign (HRC) y la National Gay and Lesbian Task Forcé (NGLTF) no
se pronunciaron sobre ella durante los años transcurridos entre su de­
tención inicial y su sentencia en 2013.11Abogados trans de Lambda
Legal Defense y el National Center for Transgender Equality comen­
taron brevemente por qué no estaban defendiendo su caso, en respues­
ta a las preguntas de los medios de comunicación sobre la identidad de
género de Manning que precedieron a la revelación oficial de su iden­
tidad trans.12 Pero después de que Manning revelara oficialmente su
identidad trans y las reacciones transfóbicas de los medios de comuni­
cación suscitaran polémica, Human Rights Campaign, NGLTF y otros
hicieron públicos comunicados estratégicos para repudiar la transfo­
bia, al tiempo que mantenían una actitud acrítica sobre el procesa­
miento y la sentencia de Manning.13 Kristen Beck, la ex Navy Seal*

* Los Navy Seal son soldados del comando de élite de la Marina de Estados Unidos.
(N .delaT J
11. Aíexander Reed Kelley, «Gay Inc.’s Appalling Silence on Bradley Manning», 23
de febrero de 2013. <http://www.truthdig.com/eartotheground/item/the_appalIing_si-
lence_of_gay_inc_20130223>; Eliza Gay, 21 de agosto de 2013, <http://www.newre-
public.com/blog/plank/106382/how-bradley-manning-became-gay-martyr>.
12. Eliza Gay, 21 de agosto de 2013, <http://www.newrepublic.com/blog/plank/
106382/how-bradley-manning-became-gay-martyr>.
13. «Statement from the National Gay and Lesbian Task Forcé on Chelsea Man­
ning», 22 de agosto de 2013, <http://www.thetaskforce.org/press/releases/pr_082213>;
Jeff Kreheley, «Prívate Chelsea E. Manning Comes Ont, Deserves Respectful
Treatment by Media and Officials», 22 de agosto de 2013, <http://www.hrc.org/blog/
enlTy/pvt.-chelsea-e.-manning-comes-out-deserves-respectful-treatment-by-media-
an>; véase asimismo, Katie McDonough, «Media Willfully Misgender Chelsea Man-
que salió en primera plana de los periódicos en junio de 2013 tras pu­
blicar sus memorias, Warrior Princess: A US. Navy Seal’s Journey to
Corning Out Transgender, hizo una declaración pública el 23 de agos­
to llamando a Manning «mentirosa y ladrona y traidora (...) y una
mancha en el sueño del Dr. [Martin Luther] King». Beck también in­
sinuó que Manning no era una auténtica trans y que se hacía pasar por
trans para recibir un trato especial en prisión. La polémica en torno a
la postura de personas y organizaciones LGBT con respecto a Man­
ning revela la brecha existente en la política queer y trans sobre la in­
clusión militar. El colofón llegó cuando revocaron el estatus de Man­
ning como mariscal de honor en la marcha del Orgullo de 2013 en San
Francisco, tras las protestas de activistas gays y lesbianas promilitares
y enrolados en el ejército.14
La campaña a favor de la inclusión militar no es solo una mala
respuesta a la pobreza trans, sino que también daña el trabajo de base
a largo plazo para tratar los asuntos más urgentes de las personas
trans. A medida que el dinero de Pritzker abra el debate nacional so­
bre el acceso de las personas trans al servicio militar, los medios de
comunicación nacionales levantarán todas las cortinas de humo posi­
bles contra las personas trans. Me preocupa que el esmerado trabajo
que los abogados han realizado hasta ahora para combatir los mitos y
las mitologías más extendidas y para eludir las respuestas sensaciona-
listas, en la medida de lo posible, se pierda en las respuestas reaccio­
narias que se van a desplegar sin duda en torno al servicio militar. La
derecha disfrutará de lo lindo con preguntas sobre cómo usan los ba­
ños y las duchas las personas trans, sobre la conveniencia o no de que
el gobierno costee la asistencia sanitaria en materia de género y si

ning», 22 de agosto de 2013, <http://www.salon.com/2013/08/22/media_wilIfully_


misgender_chelsea_manning>; Ross Murray, «Prívate Chelsea Manning’s Story Is a
Wake Up Cali for National News Coverage of Trans gender People», 4 de septiembre
de 2013, <http://, <www.glaad.org/blog/private-chelsea-mannings-story-wakeup-call-
national-news-coverage-transgender-people>; National Center for Transgender Equa­
lity» «Journalists: Commit to Fair and Accurate Coverage of Transgender People, In-
cluding Prívate Chelsea Manning», <http://transgenderequality.wordpress.
com/2013/09/04/journalists-commit-to-fair-and-accurate-coverage-of-transgender-
people-including-pvt-chelsea-mannmg>.
14. Beth Ford Roth, San Francisco Pride Ñames Pvt. Bradley Manning Of Wikileaks
Infamy As Parade Grand Marshal, 14 de abril de 2014, KPBS, <http://www.kpbs.org/
news/2014/apr/14/san-francisco-pride-bradley-manning-wikileaks>.
debemos informar del estado de nuestros genitales y cuándo. El senti­
miento antitrans será atizado con fervor patriótico, y el riguroso traba­
jo, a menudo local, que venimos realizando durante décadas para lo­
grar acceso a albergues para personas sin vivienda, programas de
tratamiento de adicciones y colegios sufrirá un retroceso. Los más
vulnerables cargarán con el peso de la violencia resultante. La juven­
tud trans en hogares de apoyo y en prisiones para menores, las perso­
nas trans de áreas marginales que sobreviven en albergues y en la ca­
lle, y otras que ya son fáciles víctimas de violencia acusarán más el
dolor cuando policías, funcionarios encargados de supervisar la liber­
tad condicional y burócratas de grado inferior que ya controlan sus
vidas paguen con ellas su desaforada agresividad.
El carácter antidemocrático del control filantrópico de los movi­
mientos sociales explica en gran parte por qué sucede esto, por qué
una persona trans rica y promilitar puede tener tanta repercusión en el
debate nacional sobre política trans.15Las organizaciones sin ánimo de
lucro que no tienen una clara política antibélica entrarán rápidamente
el trapo de la inclusión trans en el ejército porque hay mucho dinero
enjuego. Muchos de los grupos que asumirán esta cuestión serán las
mismas organizaciones que han venido apoyando el programa con­
vencional de derechos de lesbianas y gays (inclusión en el matrimo­
nio, el ejército y los estatutos de delitos de odio) que está desvincula­
do de la defensa y la organización trans de base popular que aborda
los asuntos más urgentes para la subsistencia trans. No emplearán es­
trategias que piensen sobre las consecuencias que su trabajo pudiera
tener para las personas trans más vulnerables o las organizaciones
trans. Sus objetivos serán conseguir que su plantilla salga en televi­
sión o sea citada en diarios nacionales, que sus organizaciones sean
las que figuren en los titulares asociados con este polémico asunto de
la «igualdad». Son responsables para con sus financiadores, su meta
es cobrar notoriedad para asegurarse futuras subvenciones y vencer a
sus ONG competidoras, y sienten escaso interés o vinculación con lo
que quieren o necesitan o saben las personas trans que sufren las ma-

15. Véase The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the NonProfit Industrial
Complex (eds.), INCITE! Women of Color Against Violence, South End Press, Cam­
bridge, MA, 2007; «The NPIC and Trans Resistance», Dean Spade y Rickke Mananza-
la, Sexuality Research and Social Policy: Journal of NSRC 5, n.° 1, marzo de 2008,
pp.53-71.
liifestación es más peligrosas de la transfobia. Sus líderes son mayori-
tariamente blancos y ricos, incapaces de concebir el impacto de estas
campañas en las personas trans más vulnerables, pues carecen de in­
centivos financieros para meditar sobre estos asuntos desde estas pers­
pectivas. Incluso las personas de estas organizaciones que sí cuestio­
nan este mensaje, experimentarán presiones institucionales para
garantizar que no pondrán.pegas, quizá intenten convencerse de que,
en cierto modo, la defensa promilitar trans moverá el país hacia la
«igualdad». De momento, el respaldo filantrópico y la aceptación de
dirigentes electos y medios corporativos que buscan lavar la imagen
pública del ejército de Estados Unidos presentándolo como un lugar
de libertad e inclusión LGTB significa que las organizaciones de de­
fensa LGBT más importantes seguirán eligiendo un mensaje promili­
tar siempre que sea posible.

Pinkwashing , el sistema penitenciario estadounidense


Otro espacio donde el uso del pretendido interés en el bienestar trans
está emergiendo con intención de distraer la atención de la brutalidad
de la violencia estatal estadounidense es el trabajo de reforma política
sobre el sistema de represión penal en Estados Unidos. En los últimos
años se ha dado cada vez mayor publicidad al alcance de la violencia
racial del sistema de prisiones estadounidense. El libro de Michelle
Alexander, The New Jim Crow (2010), ayudó a elevar el debate públi­
co sobre la expansión de las prisiones y las operaciones de vigilancia
policial y encarcelamiento de población negra en Estados Unidos. La
popularidad del libro suscitó un gran interés en torno a la vigilancia y
la represión, que se acentuó con las protestas públicas por la ejecución
de Troy Davis en 2011, el asesinato de Trayvon Martin en 2012, el
enjuiciamiento a Marissa Alexander en 2012 y los asesinatos de Mi-
chael Brown, Eric Garner y Tamir Rice en 2014, así como una debate
nacional de la política de stop-and-frisk (detención y cacheo) dirigida
contra jóvenes de color. Estos hechos, entre muchos otros, han acre­
centado el interés público en la criminalización y la devaluación de las
vidas de las personas negras por parte de los sistemas de vigilancia y
represión, produciendo una gran escalada de protestas callejeras.
Para el activismo trans, la vigilancia y la represión han sido un
lugar fundamental de resistencia. El acoso policial a las personas trans
y que no conforman el binarismo de género con rentas bajas prendió
la mecha de las revueltas en el Stonewall Inn de Nueva York y la ca­
fetería Compton’s de San Francisco a finales de la década de 1960,
que muchos ven como el momento incendiario fundacional de la resis­
tencia queer y trans contemporánea. Desde el activismo trans de base
en todo el país se identifican constantemente la vigilancia policial y la
reclusión como los máximos problemas de las comunidades trans. En
años recientes, la popularidad de series televisivas como Orange is the
new black y las campañas públicas contra los enjuiciamientos de
CeCe McDonald y Monica Jones han aumentado sustancialmente la
visibilidad de los problemas en torno a la criminalización y la reclu­
sión de personas trans. Dos mujeres negras trans carismáticas se han
convertido en figuras públicas influyentes en el contexto de esta nue­
va visibilidad. LaVerne Cox, la actriz que hace de trans en Orange is
the new black, y Janet Mock, una periodista que obtuvo gran notorie­
dad cuando reveló su identidad trans y publicó su autobiografía, son
ahora las portavoces más visibles de la política trans. Estas dos muje­
res han mantenido conexiones con organizaciones trans de base y han
articulado políticas ante la mirada pública, lo cual es reconfortante.
Han alertado sin cesar de la criminalización de las mujeres negras
trans y otras mujeres trans de color y han adoptado un planteamiento
transgresor hacia la transfobia en los medios de comunicación.
Esto es alentador, pero al mismo tiempo, los riesgos de un enfo­
que limitado de reforma jurídica son visibles en el incipiente interés
por la criminalización y la reclusión de personas trans. Por lo general,
la reforma jurídica sigue entendiéndose como la solución a estos pro­
blemas, incluso si figuras públicas como Cox y Mock con unas ideas
sobre el cambio social posiblemente más matizadas son escuchadas
como expertas cuando explican el sufrimiento de las personas trans.
A medida que ha crecido el interés en la criminalización de las perso­
nas trans, las organizaciones LGBT con una mayor financiación, que
hasta ahora habían ignorado el problema de la vigilancia policial y la
reclusión y excluido a las personas trans de su defensa, han empezado
a hablar del asunto. Lamentablemente, sus propuestas no se hacen eco
de las demandas de las organizaciones de base emergentes. Numero­
sas organizaciones de base se han centrado sobre todo en reformas
como poner fin al programa Secure Communities, a los perfiles racia­
les de mujeres de color trans usados por la policía, el uso de la pose­
sión de preservativos como prueba para detener a personas por prosti­
tución, y otras aproximaciones que quieren mermar la capacidad de
los programas policiales y del orden público para causar sufrimiento.
Las organizaciones de base se han centrado también en una serie de
condiciones que crean formas de criminalizar a las personas trans,
como la política de bienestar social que sentencia a las personas trans
a la miseria, la falta de acceso a la vivienda y la criminalización de las
personas sin vivienda, el uso de drogas y el trabajo sexual. Muchos de
estos grupos han utilizado explícita o implícitamente postulados abo­
licionistas que inciden en la reducción y/o eliminación de las sancio­
nes penales y el control migratorio en sus comunidades. Las organiza­
ciones estatales, por el contrario, han tendido a soluciones que
justifican, legitiman e incluso expanden los sistemas de vigilancia y
reclusión. Estas organizaciones han respaldado las leyes sobre los de­
litos de odio, como he apuntado en Una vida «normal», y más recien­
temente han estado a favor de contratar a personas trans para que tra­
bajen en prisiones, a favor de políticas antidiscriminatorias que se
aplican en prisiones y de una mayor implementación de la Prison
Rape Elimination Act de 200316 (Ley de Eliminación de la Violación
en la Cárcel).
Las limitaciones de las políticas antidiscriminatorias y de las le­
yes de delitos de odio se detallan en Una vida «normal», y las razones
por las cuales emplear a personas trans en prisiones y en las fuerzas
policiales es una demanda insatisfactoria, que ha quedado claramente
esgrimida en el debate anterior sobre la inclusión de las personas trans
en el ejército. El bienestar de la comunidad trans no se logra porque
unos pocos consigan acceder a empleos peligrosos, que fortalecen la
violencia de estado. La defensa de la Prison Rape Elimination Act
(PREA) es problemática por razones menos obvias, y si prestamos
atención veremos los peligros de la política de reforma penitenciaria.
Reclusos trans y sus abogados informan que en lugar de usarse para

16. En noviembre de 2014, Obama anunció el fin de Secure Communities, pero lo


sustituyó por un «Priority Enforcement Program» (Programa de Aplicación Prioritaria)
casi idéntico que pone en peligro a los inmigrantes en nombre de priorizar la deporta­
ción de personas con antecedentes penales.
proteger de agresiones sexuales a personas trans y que no conforman
el binarismo de género en las prisiones, la PREA se está usando para
recrudecer los castigos contra las personas que infringen las normas
de género penitenciarias.17Por ejemplo, la PREA está siendo invocada
en las prisiones para añadir procedimientos disciplinarios a personas
acusadas de tener o solicitar relaciones sexuales consentidas. Para col­
mo, cuando los reclusos denuncian acoso sexual y no les creen, enton­
ces los castigan en virtud de la PREA por haber mantenido relaciones
sexuales consentidas. Por último, las prisiones están usando la PREA
como excusa para prohibir o castigar conductas que no conforman el
binarismo de género, como llevar un peinado considerado demasiado
masculino para las reclusas o demasiado femenino para los reclusos.18:
Estos inquietantes resultados confirman varios postulados bási­
cos de la lucha por la abolición de las prisiones. Esgrimen que la re­
forma penitenciaria produce resultados regresivos como estos, porque
las prisiones son fundamentalmente espacios de nna aplicación brutal
de las normas sexuales y de género; tanto es así que, cualquier capaci^
dad sancionadora añadida a las prisiones, con independencia de sus
intenciones, redundará en detrimento, no en beneficio, de las víctimas

17. Véase, por ejemplo, Everson v. Cline, n ° 101, 914, 2009 WL 3172859 (Kan.
App. Oct. 2,2009) (demandante segregado en virtud de la PREA tras escribir una nota
que invitaba a una relación sexual consentida); Waller v. Maples, 1:11CY00053 JLH-
BD, 2011 W L3861370 (E.D. Ark. July 26,2011) informe y recomendación aprobados*
1: 11CY00053 JLH-BD, 2011 WL 3861369 (E.D. Ark. Aug. 31, 2011) (demandante
sometido a aislamiento tras una investigación del comité de la PREA por supuesta re­
lación sexual consentida con un amigo de la infancia); McKnight v. Hobbs, 2:10C-
YOOI68 DPM HDY, 2010 WL 5056024 (E.D. Ark. Nov. 18,2010) infonne y recomen­
dación aprobados, 2:10-CY-168-DPM HDY, 2010 WL 5056013 (E.D. Ark. Dec.
6,2010) (demandante sometido a estatus PREA indefinidamente tras ser hallado culpa­
ble de haber mantenido relaciones sexuales consentidas, lo que supuestamente le oca­
sionó la pérdida de ciertos privilegios y acceso a tratamiento psicológico); Idaho Dep’t
of Corr., Procedure Control n.° 325.02.01.001, Prison Rape Elimination 5 (2009) (qué
prohíbe a las reclusas en prisiones de mujeres llevar peinados masculinos y a los reclu­
sos en prisiones de hombres llevar peinados afeminados con el pretexto de acatar la
PREA).
18. Gabriel Arkles, Correcting Race and Gender: Prison Regulation of Social Hié-
rarchy Through Dress, 87 N.Y.U.L. Rev. 859, 898 (2012); Gabriel Arkles, Safety and
Solidarity Across Gender Lines: Rethinking Segregation of Transgender People in De-
tentiony 18 Temp. Pol. & Civ. Rts. L. Rev. 515,536 (2009); Chase Strangio, «The Pri­
son Rape Elimination Act and the failures of prison reform», Remarks at Movements
for Sexual and Reproductive Health and Rights: Critical Refiections Symposium,Nor^
theastern University, 13 de septiembre de 2013.
de la aplicación de las normas. En segundo lugar, estos resultados nos
recuerdan que la violencia sexual es endémica en las prisiones y que
incluye el castigo dirigido contra personas que no se ajustan a las nor­
mas sexuales y de género, por tener contacto sexual consentido, por
denunciar la violencia sexual y por expresar su falta de conformidad
con el binarismo de género. En tercer lugar, nos demuestran que sim­
plemente intentar retocar las regulaciones penitenciarias, a fin de re­
ducir la violencia en las prisiones cimienta y codifica de forma siste­
mática esta violencia, en lugar de aliviarla.19 El balance final es que
para reducir la violencia sexual que sufren los reclusos trans o cual­
quier recluso, debemos sacarlos de las prisiones. Las medidas adopta­
das dentro de las prisiones, que usan los instrumentos propios de las
prisiones, como aumentar la capacidad de los guardas para castigar y
segregar a los reclusos, solo aumentarán la vulnerabilidad de las víc­
timas.
Desde una perspectiva abolicionista, debemos entender las pri­
siones como una forma de violencia sexual y de género en sí mismas.
La prisión está organizada según normas binarias de género, refuerza
una segregación rígida y es un espacio que prohíbe las relaciones
sexuales consentidas al tiempo que fomenta, a través de diversas ope­
raciones, los abusos sexuales y la violencia. Teniendo en cuenta estas
condiciones, la iniciativa de la PREA de terminar con las violaciones
en las prisiones a base de añadir nuevas formas de castigo y segrega­
ción en las prisiones, estaba destinada a fracasar y a producir nuevos
métodos que perjudican a algunos reclusos señalados. Por lo tanto, la
PREA está lavando la cara del sistema penitenciario en Estados Uni­
dos, al articular su pretendido deseo de crear prisiones seguras para
víctimas de violencia sexual y de género. Entretanto, la legislación y
las nuevas regulaciones lo que hacen es mantener los mecanismos de
la violencia.

19. Para una exploración especialmente convincente de este razonamiento, véase


Collin Dyan, The Law Js a White Dog: How Legal Rituals Make and Unmake Persons,
Princeton University Press, 2 0 1 1 donde se muestra que las victorias de litigio en casos
de derechos de reclusos han reforzado los regímenes de tortura en las prisiones, en lu­
gar de interrumpirlos.
Tendencias en la reforma penitenciaria trans
La creciente visibilidad de la criminalización y la reclusión de perso­
nas trans está poniendo de manifiesto importantes tensiones, entre
quienes quieren «arreglar» las prisiones y quienes quieren deshacerse
de ellas. A medida que las organizaciones LGBT con más recursos
asuman estas cuestiones, sobre todo porque buscan nuevos ámbitos de
trabajo, como los subsidios por la promoción del matrimonio, redefi-
nirán la resistencia trans contra la criminalización en temas que su­
pongan una amenaza menor para los sistemas de control policial y
penitenciarios. Para producir este cambio, es necesario generar imáge­
nes de personas trans que se hacen policías y funcionarías penitencia­
rias, que son protegidas por la policía y salvaguardadas en prisiones.
Los postulados del activismo trans de base sobre la clase de cambios
necesarios para reducir o eliminar el impacto de la criminalización en
personas trans no serán visibles en el debate transversalizado, porque
exponen el profundo racismo y la violencia económica, que hace que
las personas trans sean vulnerables a la criminalización. La brecha
entre estos postulados ya es visible en las desavenencias que existen
dentro de los grupos activistas.
Las estrategias reformistas que legitiman el sistema penitencia­
rio suelen basarse sobremanera en la individualización para fijar los
estrechos márgenes de sus reformas. Cuando se discute sobre la vio­
lencia de la policía o los funcionarios penitenciarios, lo que se está
haciendo es encarar esta violencia como un problema de unos indivi­
duos malos o que se comportan mal, exigir el despido y/o enjuicia­
miento de estos policías y guardas en concreto, aleccionándoles para
que se comporten mejor. Cuando se habla de personas criminalizadas
y abusadas por sistemas de represión, esta individualización es una
forma de dirigir la presión popular hacia aquellos que pueden ser con­
siderados «inocentes», diferenciándoles del resto de reclusos en gene­
ral .20 Los activistas abolicionistas se oponen a ambas tácticas, adu­
ciendo que la violencia policial y carcelaria no es cosa de individuos o
policías poco cualificados, sino que es la naturaleza misma de la vigi­
lancia policial y la prisión. La estrategia, pues, no es ir a por un policía

20. Véase, Julia Sudbury. «Rethinking Antiviolence Strategies: Lessons from the
Black Women’s Movement in Britain», en Color of Violence (ed. Incite!).
o guarda en concreto, sino disminuir o eliminar el sistema entero y
todas las vías de encarcelamiento. Del mismo modo, la postura aboli­
cionista se opone a cualquier iniciativa que distinga a las personas
criminalizadas por categorías de «meritorias» y «no meritorias». To­
dos debemos oponernos a la violencia de la vigilancia policial y la
reclusión; seleccionar solo a aquellas personas con las que la opinión
pública simpatiza más fácilmente puede propiciar la legitimación y la
normalización de la violencia de estos sistemas, tratando a algunas
víctimas como la excepción. El activismo abolicionista rechaza de
pleno centrarse en la «inocencia» para sensibilizar contra el abuso po­
licial y penitenciario porque esto conduce a reformas restrictivas, cen­
tradas en quienes son presentados como «inocentes», afirma y legiti­
ma los abusos contra las personas más criminalizadas. Defender
únicamente a reclusos que son considerados la excepción y retratados
como personas que «no deberían estar» en prisión es sugerir que algu­
nas personas sí deben estar en prisión, que la violencia contra ellas es
aceptable y merecida.
En muchos aspectos, es una victoria que el trabajo queer y trans
de base contra la policía/las prisiones, así como sobre la reclusión de
las personas trans, que se ha venido desarrollando desde hace décadas,
esté captando la atención de los medios de comunicación y el gobier­
no. Ahora bien, este nuevo interés está mediatizado por las condicio­
nes políticas actuales que estructuran cómo ha de entenderse esto
como un problema y qué tipo de soluciones pueden concebirse. Esto
se traduce en que están emergiendo tendencias muy preocupantes y
que todas ellas amenazan con minar el potencial de este interés para
reducir el sufrimiento de las personas trans criminalizadas. Estas ten­
dencias incrementan el potencial de este supuesto interés en la seguri­
dad de las personas trans que conlleva crear reformas que laven la
cara de la violencia del sistema de represión penal, afianzándolo. He
observado estas tendencias en negociaciones a las que he asistido en
2013 y 2014 con abogados y defensores de importantes organizacio­
nes LGBT, en torno a reformas políticas para combatir la criminali­
zación y la reclusión de la comunidad LGBT, así como en la presenta­
ción mediática de estas cuestiones que han emergido durante este
período de marcada visibilidad.
Es una tendencia que apunta a acometer reformas en colabora­
ción con policías y/o funcionarios penitenciarios. Creer que las insti­
tuciones de castigo son neutrales o benévolas, y que solo hay que re­
formarlas para que funcionen en solidaridad con el bienestar de las
personas trans, es adoptar una estrategia contra el abuso que asume
que el abuso es algo excepcional y puede ser reducido manteniendo
las instituciones intactas. Estas estrategias suelen asumir que es posi­
ble confiar en los trabajadores o los administradores de estas institu­
ciones para implementar reformas que traerán seguridad. Querer erra­
dicar el sufrimiento cediendo a guardas o administradores más poder
para castigar o regular en las prisiones, reeducando a policías o fun­
cionarios penitenciarios para sensibilizarlos o erradicando a los «ma­
los policías» son los resultados típicos de este planteamiento. «Cola­
borar» con los agentes de estos sistemas para reformar estos mismos
sistemas legitima la violencia diaria, mundana y rutinaria de estos sis­
temas, sugiriendo que solo unas pocas áreas o ciertas personas necesi­
tan atención, que las soluciones están al alcance del sistema y que
todo el mundo es bienintencionado. El activismo antiprisiones aduce
que esta iniciativa invisibiliza los antagonismos reales entre estos sis­
temas y las poblaciones que atacan, pretendiendo que podría existir
una vía segura y atractiva para que policía y vigilados, reclusos y
guardas se lleven bien. Para las y los activistas antiprisiones, la vio­
lencia racista y de género es la esencia de la vigilancia policial y la
reclusión, no algo que pueda barrerse de estos sistemas.
Otra nueva tendencia de este postulado está atormentando desde
hace mucho tiempo a la defensa «transversalizada» de los derechos de
lesbianas y gays: definir sesgadamente qué constituye un asunto o
ámbito relevante para las personas LGBT o trans. Si observamos los
grandes sistemas que producen sufrimiento, como los sistemas pena­
les y migratorios, un enfoque sesgado sobre la sensibilización LGBT
o trans solo tomará en consideración ámbitos que mencionen o no de
forma explícita a personas LGBT. Con frecuencia, esto significa que
este trabajo de sensibilización imaginará que su objetivo es añadir po­
líticas antidiscriminatorias de orientación sexual y/o identidad de gé­
nero, garantizando que las parejas del mismo sexo obtengan las mis­
mas prestaciones que las parejas entre personas de sexo opuesto,
pidiendo que el sistema recabe datos sobre personas LGBT y, a veces,
buscando el reconocimiento de las identidades de género de las perso­
nas trans dentro del sistema para tener acceso a documentos identifi­
cativos y/o centros que segregan por sexo. Estas reformas no procura­
rán alivio suficiente a las personas trans criminalizadas, porque
básicamente lo que hacen es modificar lo que el sistema dice sobre
ellas o atienden a su reconocimiento, pero no atienden a las causas
originarias que explican por qué la criminalización constituyeu n a
parte tan relevante en la vida de las personas trans ni a los sufrimien­
tos que produce. Este es un asunto recurrente en los debates sobre re­
forma política: si determinadas cuestiones pueden considerarse lo
bastante «LGBT» como para ser incluidas en el trabajo de reforma
política LGBT. Por ejemplo, si las recomendaciones o las demandas
deberían centrarse en las vías de la criminalización, como oponerse a
las políticas de bienestar punitivas, pedir acceso a la vivienda y al
sistema sanitario, pedir una moratoria de la construcción de prisiones
y las deportaciones. Desde la perspectiva del activismo antiprisiones,
es importante presentar esta clase de demandas como demandas queer
y trans, porque estas condiciones producen una criminalización queer y
trans. No obstante, para numerosos expertos en política LGBT, estas
demandas y la solidaridad de la política LGBT con los movimientos
antipobreza, antifronteras y antiprisiones haciéndose eco de las refor­
mas fundamentales de estos movimientos, pueden entrañar la posibi­
lidad de que ganen las reformas específicamente LGBT más restricti­
vas. Para estos defensores, despenalizar las drogas o terminar con los
severos programas de control migratorio de los últimos años no son
asuntos LGBT, aun cuando son cambios que reducirían drásticamente
la criminalización de las personas queer y trans. Durante décadas, la
reforma jurídica y política LGBT ha estado practicando un modelo de
separación de cuestiones y demandas LGBT que son más digeribles
para una mayoría de políticos, porque no agitan el fantasma de la
transformación planteada por movimientos antirracistas y de justicia
social para inmigrantes. Las reformas políticas específicamente
LGBT son las «factibles», el fruto a nuestro alcance, mientras que las
propuestas de reforma de las condiciones fundamentales que produ­
cen tantas reclusiones y deportaciones son demasiado amenazantes.
El resultado es que puede emerger un programa de reformas políticas
cojas que lave con éxito la cara del sistema, haciendo «progresos»
para un grupo odiado; que las organizaciones LGBT canten victoria,
protagonicen titulares y recauden más fondos; y que las condiciones
actuales que producen una criminalización queer y trans sigan intac­
tas. Quienes aprueban este enfoque suelen calificarlo de «pragmáti­
co». Pero no es pragmático perseguir reformas que no ofrecen alivio a
tus votantes.
La tercera tendencia visible en el trabajo de reforma penal es la
división de las personas criminalizadas en «meritorias» y «no merito­
rias». Las personas susceptibles de ser presentadas como «inocentes»,
o que poseen otras características acordes a las condiciones contem­
poráneas que en Estados Unidos son percibidas con afinidad, se con­
vierten en la imagen publicitaria propia de la sensibilización. Esta fór­
mula suele incluir la sugerencia implícita o explícita de que la persona
«meritoria» es diferente de las personas que sí deberían ser vigiladas o
recluidas en prisión, y que el sujeto meritorio debe ser protegido de
los «delincuentes reales». Se habla mucho de esta fórmula en las con­
versaciones sobre la reforma del sistema migratorio y penal. El acti­
vismo que entiende que estos sistemas no pueden convertirse en segu­
ros o justos, sino que deben reducirse o abolirse rechazan la fórmula
de lo «meritorio» y lo «no meritorio». La fórmula da un trato de ex­
cepción a individuos o subgrupos de personas afectadas, lo cual es
pernicioso; da a entender que los sistemas son legítimos excepto para
estos casos en particular; y puede contribuir a una estrategia de
pinkwashing por la cual el funcionariado del estado resuelve o aborda
supuestamente estos casos, la policía, el sistema penitenciario o mi­
gratorio, se presenta como actores de una reforma progresista, la in­
clusión LGBT y hasta de liberación.

Momentos difíciles
Este es un momento complejo para la política trans, donde están na­
ciendo los símbolos de lo que se considera «progreso». A medida que
las identidades, las vidas y las experiencias trans acaparan el interés
de los medios de comunicación y las personas trans figuran en las na­
rrativas de reconocimiento e inclusión que han desplazado visiones de
liberación y transformación en el imaginario estadounidense del mo­
vimiento de resistencia. Hay mucho que lamentar. Al mismo tiempo,
los activistas trans de base siguen impulsando luchas para una trans­
formación profunda y siguen señalando las causas originarias del su­
frimiento trans. Esta labor está ayudando a que las políticas trans se
incluyan en movimientos transformadores que inciden en las cuestio
nes fundamentales de nuestro tiempo, como el trabajo de los movi­
mientos sociales a favor de abolir las prisiones y las fronteras, el tra­
bajo de justicia social para personas con discapacidad y el rechazo al
colonialismo de asentamientos en el plano local y global. La resisten­
cia trans y el análisis trans de los sistemas de género están aflorando
en todo el trabajo de resistencia de izquierdas, gracias a los cauces de
colaboración entre activistas trans y nuestros aliados en estos es­
pacios.
Puede resultar desalentador constatar la transversalización de la
política trans y su uso para legitimar y expandir esos mismos sistemas
de violencia, que los movimientos de izquierdas tratan de desmante­
lar. Sin embargo, estos hechos no son exclusivos de la política trans.
Todos los movimientos sociales de izquierdas en Estados Unidos su­
fren las presiones de la consolidación corporativa de los medios de
comunicación, las mitologías racistas y antipobreza de la meritocracia
y la igualdad jurídica, el impacto de las políticas económicas neolibe­
rales en los votantes más vulnerables, la criminalización de líderes y
estrategias radicales, y la influencia conservadora de la filantropía.
Ante estas presiones, también hay mucho que celebrar en la resisten­
cia que las personas trans están liderando y que persigue rechazar es­
tas fuerzas. Siguen vivos los debates sobre cómo debe proceder la po­
lítica trans, qué debe exigir y cómo puede resistirse a las fuerzas de la
transversalidad. La historia transversalizada de la resistencia trans que
nos presenta como policías y soldados en ciernes es una porción muy
sesgada del trabajo real de resistencia trans que está teniendo lugar
sobre el terreno; como siempre, no podemos fiarnos de lo que los me­
dios corporativos nos dicen que son las ideas populares. Movimientos
de todo el mundo están siendo críticos con cómo las condiciones con­
temporáneas han intentado redefinir y neutralizar la resistencia, hay
activistas trabajando para crear nuevos modelos y revivir prácticas
útiles que han ayudado a sostener iniciativas transformadoras frente a
las presiones conservadoras. Despojados de la fantasía de que la inclu­
sión legal podrá producir jamás verdadero cambio, estos experimentos
e investigaciones permiten vislumbrar una vida que trasciende las fal­
sas promesas de igualdad.
Los recientes desarrollos en las luchas contra el control migrato­
rio y la criminalización, así como el compromiso incipiente con la
justicia social para las personas con discapacidad y el anticoloniales-
mo en toda una serie de luchas, sugiere nuevas direcciones para los
movimientos transformadores que se oponen a las fuerzas organizadas
para neutralizarnos y dividirnos. En los últimos años, estamos asis­
tiendo a una transición en el trabajo del control migratorio que es re­
confortante e inspirador. En décadas recientes, el movimiento por-los
derechos de los inmigrantes ha hecho frente a algunas tendencias que
también afronta la política trans. Las condiciones materiales han em­
peorado con la refuerzo del control migratorio y la criminalización de
las migraciones, mientras que han surgido organizaciones profesiona­
lizadas que movilizan las narrativas de lo meritorio y lo no meritorio*
Muchas de las estrategias más visibles se basan en el tropo del inmi­
grante «respetuoso de la ley», dividiendo a las poblaciones afectadas
por el control migratorio en «buenas» y «malas» y proponiendo refor­
mas que solo ayudarán a las que son consideradas «buenas». «Buena»
normalmente es quien no tiene antecedentes penales, está dispuesta a
servir en el ejército de Estados Unidos, es una estudiante y/o trabaja­
dora ejemplar y tiene vínculos familiares matrimoniales con un ciuda-
daño estadounidense. Estos temas de debate han producido proyectos
de reformas que limitan las ayudas a inmigrantes a los inmigrantes
que cumplen estas características.
Un ejemplo destacado es la ley DREAM (Ley de fomento para el
progreso, alivio y educación de menores extranjeros), una disposición
ideada para proporcionar estatus migratorio legal a jóvenes «de buen
carácter». En concreto, una persona seria elegible si llega a Estados
Unidos siendo menor, cursa dos años de universidad en una institu­
ción de cuatro años o cumple dos años de servicio militar y, en varias
versiones del proyecto de ley propuesto, ha superado ciertas formas de
verificación de antecedentes penales. La ley DREAM no ha sido apro­
bada, pero el activismo que la apoya ha sido uno de los activismos por
los derechos de los inmigrantes más visibles de Estados Unidos en los
últimos años. El activismo en favor de la ley Dream ha recibido duras
críticas por ensalzar a los inmigrantes «meritorios».21 Ha presentado a

21. Yasmin Nair, «Undocumented v. Illegal: A Distinction without a Difference» [sin


fecha] Yasminnair.net, <http://www.yasminnair.netycontent/undocumented-vs-illegal-
distinction-without-difference>; Angélica Chazaro, «Beyond Respectability», Harvard
Journal on Legislation, vol. 52 (pendiente de publicación en 2015).
jóvenes inmigrantes «meritorios» en oposición a sus progenitores,
convirtiéndolos en las víctimas «inocentes» del cruce fronterizo ilegal
de sus progenitores y en merecedoras de estatus legal, porque los in­
fractores fueron sus progenitores al traerlos a Estados Unidos siendo
menores. Han decidido que quienes son buenos en los estudios o quie­
ten servir en el ejército son merecedores del estatus legal. Las accio­
nes directas, carismáticas y arriesgadas desde el activismo de la ley
pREAM (llamados Dreamers), como la desobediencia civil de jóve­
nes indocumentados vestidos con togas y birretes de graduación, han
cosechado bastante atención mediática.22Si se aprueba, la ley DREAM
dejará atrás a muchos de los inmigrantes más vulnerables. Las perso­
nas más perjudicadas por los sistemas de educación pública, las per­
sonas más marginadas económicamente y las personas con discapaci­
dad tendrán muchas dificultades para cumplir con los requisitos
educativos o del servicio militar. Como los inmigrantes indocumenta­
dos no pueden beneficiarse de ayudas económicas y el coste de las
matrículas universitarias es prohibitivo sin estas ayudas, solo quienes
tengan mayores recursos económicos podrán acogerse a las ayudas
universitarias. Es más, los inmigrantes con más papeletas para ser cri­
minalizados, como las personas negras, de color, con diagnósticos psi­
quiátricos, queer y trans, tendrán pocas posibilidades de optar a nada
debido a sus antecedentes penales.
En 2012, ante el fracaso de la aprobación de la ley Dream y el
exitoso activismo de los Dreamers, el presidente Obama creó el pro­
grama Deferred Action for Childhood Arrivals (Postergación de la ac­
tuación ante la llegada de niños). Este programa concede un permiso
de trabajo temporal de dos años y la exención de la deportación ajo-
venes elegibles que lo soliciten. Para ser elegible, la persona debe es­
tar matriculada en una escuela, haber terminado el instituto o un GED
(examen de desarrollo de educación general) o tener la condición de
militar con licencia honrosa, y deben abonar una tasa de 465$ por la
solicitud y cada vez que renuevan sus permisos de trabajo. Otro de los
requisitos es que el solicitante no haya sido condenado por un delito

22. Hing, Julianne, «How Undocumented Youth Nearly Made Their DREAMs Real
in 2010», Colorlines, 20 de diciembre de 2010, <http://colorlines.com/archives/2010/
12/dream_movement_prof ile ,html> .
graveares delitos menores o un «delito menor significativo».23La ca­
tegoría de «delito menor significativo» no existía antes en la ley de
inmigración, y presenta una nueva categoría de personas excluibles
que, según parece, también se reproducirá en otros programas de ayu­
das a la inmigración, lo que hace que los delitos cada vez menos se­
rios sean una base para la exclusión de las ayudas a la inmigración. En
2014, el presidente Obama amplió la Postergación de la actuación,
extendiendo el permiso de trabajo de dos años a tres y creando el pro­
grama Deferred Actionfor Parental Accountability (Postergación de
la actuación por responsabilidad parental), que también usa la nueva
categoría de «delito menor significativo». El discurso de Obama que
anunció el cambio se centró en la idea del «merecimiento», afirmando
que el control migratorio daría prioridad a la persecución de «delin­
cuentes, no familias. Criminales, no niños. Pandilleros, no una madre
que trabaja duro para mantener a sus hijos».24Al mismo tiempo, anun­
ció que incrementaría los recursos para el control fronterizo, incluida
la financiación de 22.000 agentes de aduanas y protección de fronte­
ras, priorizando el control migratorio contra las personas criminaliza­
das .25 Ambos programas de postergación de las actuaciones pueden
ser revocados en cualquier momento, lo que convierte a cualquier per­
sona que se haya registrado en ellos en víctima potencial de deporta­
ción inmediata.
La fórmula meritorio/no meritorio en el movimiento de derechos
de inmigrantes ha recibido durísimas críticas de activistas dentro del
movimiento, que lamentan que margine a las poblaciones de inmi­
grantes más vulnerables: personas pobres, negras, queer y trans, y con
discapacidad. Estas voces críticas han señalado una y otra vez que si­
guen surgiendo propuestas de reforma cuyo interés es incluir a un pe­
queño número de inmigrantes mientras aumentan la marginación de

23. National Immigration Project of the National Lawyers’ Guild, Practice Advisory
for Criminal Defenders: New, Deferred Action for Parental Accountability (DAPA)
Immigration Program Announced by Obama, <http://www.nationalimmigrationpro-
ject.org/legalresources/practice_advisories/pa_ar-dapa-criminal-defender-advi-
sory-ll_25_ 2014.pdf>.
24. Jim Acost, «Obama: You can Come Out of the Shadows», CNN, 21 de noviem­
bre de 2014, <http://www.cnn.com/20I4/ll/20/politics/obama-immigration-speech>.
25. Prema Lal, «Executive Action on Immigration: Good, Bad and Ugly», 21 de no­
viembre de 2014, <http://premalal.com/2014/ll/executive-action-on-inmigration
-good-bad-and-ugly> .
muchos otros y dedican más fondos al control fronterizo.26 Mientras
transcurrían estos debates en años recientes, activistas inmigrantes de
base, incluidos los jóvenes que defendían la ley DREAM, han debati­
do y revisado sus estrategias sobre estas cuestiones.27 La nueva cam­
paña #NotlMore, que exige que no vuelva a producirse ni una depor­
tación más, fue lanzada en 2013 por iniciativa de Marisa Franco de la
National Day Laborer Organizing NetWork. El eslogan «Ni una más»
fue idea de activistas de base contrarios a la ley SB1070 de Arizona de
2010.28La campaña representa un nuevo esfuerzo del movimiento que
se está enfrentando a la fórmula del merecimiento. La campaña exige
el fin de todas las deportaciones, negándose a que ciertas personas
merezcan librarse de la deportación por tener unas cualidades preten­
didamente excepcionales, como un rol familiar, éxito académico o ha­
ber cumplido el servicio militar. La campaña ha incluido acciones di­
rectas en todo el país, como cuando los y las activistas se encadenan
entre sí para bloquear a los autobuses que se llevan a personas de pri­
siones de inmigrantes para deportarlas. Los Dreamers han sido una
parte visible de esta iniciativa, extendiendo su desobediencia civil
para participar en las acciones de bloqueo de autobuses.29Las acciones
directas emprendidas en todo el país prendieron la mecha del activis­
mo desde dentro de las prisiones de inmigrantes, y en marzo de 2014
doscientos mil reclusos del Northwest Detention Center de Tacoma
(Washington) iniciaron una huelga de hambre que pronto se extendió
a otros centros de detención de Estados Unidos. Los y las activistas de
#NotlMore apoyaron a los huelguistas desde el exterior, atrayendo el
interés nacional sobre las condiciones deplorables dentro de las prisio­

26. Las propuestas para una reforma integral de la inmigración son otro lugar donde
vemos sistemáticamente la combinación de una ayuda migratoria limitada para algu­
nos, con la ampliación del control fronterizo.
27. Apuntes de Edna Monroy, «A World Without Walis». Los Ángeles, 8 de noviem­
bre de 2014, <http://curbprisonspending.orgipage/2>; véase asimismo, Shako Liu,
«Undocumented Immigrants Respond to Immigration Bill», Neón Tommy. 17 de abril
de 2013, <http://www.neontommy.com/news/2013/04/undocumented-immigrants-
response-immigration-bill> (Michael May, «Los lnfiltradores», The American Pros-
pect, 21 de junio de 2013, <http://prospect.org/article/los-infiltradores>.
28. «The History of the #NotlMore Campaign», #NotlMore, <http://vvww.notone-
moredeportation.com/the-history-of-the-notlmore-campaign>.
29. Daniel González, «More "‘dreamers75 risk arrest, deportation to help cause», USA
Today, 26 de agosto de 2013, <http://www.usatoday.com/story/news/nation/2013/
08126/immi gration-dreamers-protests/2698689> .
nes de inmigrantes de gestión privada y sobre una demanda más am­
plia del fin de la deportación.30 Estos activistas también crearon cam­
pañas concretas sobre reclusos que luchaban contra condiciones
particulares dentro de las prisiones o contra las deportaciones.31
Este movimiento transformador y tan visible ha sido liderado por
activistas queer y trans y, gracias a él, las políticas queer y trans han
ido cobrando importancia en los debates. Líderes queer como Paulina
Helm-Hernandez de Southerners on New Ground (Sueños en una nue­
va tierra), Tania Unzueta de la Immigrant Youth Justice League (Liga
para la justicia de la juventud inmigrante), la activista DREAM Ya-
haira Carillo, Marisa Franco de NDLON y Angélica Cházaro de North­
west Detention Center Resistance (la Resistencia del Centro de Deten­
ción del Noroeste) han contribuido al análisis queer y trans del
movimiento. La activista trans inmigrante Zoraida «Ale» Reyes, que
fue trágicamente asesinada en 2014, era una destacada dirigente de
Familia in Santa Ana y una de las activistas que cerró el módulo don­
de las mujeres trans inmigrantes permanecían encerradas, en la cárcel
de la ciudad de Santa Ana, en mayo de 2014.32 Las imágenes del artis­
ta visual Julio Salgado han sido instrumentos fundamentales de algu­
nas campañas, y su serie «I Am UndocuQueer» ha cosechado un cre­
ciente interés por las luchas de inmigrantes queer indocumentados.33
Los casos de Miguel Armenta, preso gay que inició una huelga de
hambre en el Northwest Detention Center de Washington, y Marichuy
Leal Camino, reclusa trans del Eloy Detention Center de Arizona, han
sido puntos de referencia de la campaña #NotlMore.

30. Candace Bernd, «From Tacoma to Texas, Hunger Strikers Challenge Prívate Im-
migration Detention Centers», Truthout, 20 de marzo de 2014, <http://truth-out.org/
news/item/22586-from-tacomato-texas-hunger-strikers-challenge-private-immigra-
tion-detention-centers-federaI-deportation-policy>.
31. Tania A. Unzueta Carrasco e Hinda Seif, «Disrupting the dream: Undocumented
youth reframe citizenship and deportability through anti-deportation activism», Latino
Studies 12, verano de 2014, pp. 279-299.
32. Familia Trans Queer Liberation Movement, <http://familiatqlm.org/zoraida>;
Toshio Meronek, «Nine LGBTQ Stories Big Media Ignored in 2014», Truth-Out, 31
de diciembre de 2014, <http://www.truth-out.org/news/item/28270-nine-lgbtq-stories-
big-media-ignored-in-2014>.
33. «I Am UndocuQueer - A Young Undocumented gay Artist Advocates for the
DREAM Act», Feet in Two Worlds, 13 de febrero de 2012, <http://fi2w.org/2012/02/
13/i-am-undocuqueer-a-young-undocumented- gay-artist-advocates-for-the-dream-
act>.
Cuando en noviembre de 2014 se anunció la medida promulga­
da por Obama, que establecía la derogación de la actuación para pa­
dres, se desataron las inquietudes sobre esta reforma, que se cebaba
por cauces diversos con las personas criminalizadas y excluía a las
personas queer y trans, lo que demuestra la práctica de una resistencia
queer y trans de movimientos de base y su rechazo a dejar atrás a las
personas que son juzgadas como no meritorias. Si bien es cierto que
la medida anunciada fue decepcionante por todas las personas a quie­
nes excluía, se hizo obvio que el movimiento en su conjunto solo po­
dría obtener alguna ayuda de Obama, ante el rechazo del proyecto de
ley en el congreso, gracias a las audaces tácticas de acción directa de
activistas de base que a menudo son críticos con los limitados postu­
lados y las fórmulas de las grandes organizaciones sin ánimo de lucro
centradas en la inmigración.34 Esta labor representa una clase de mo­
vilización incipiente, que es reflexiva y crítica con las organizaciones
sin ánimo de lucro, con la asimilación y con cómo conducen al des­
pliegue de fórmnlas de merecimiento, que normalizan y expanden
sistemas nocivos, cuando en teoría se vuelven más inclusivos. Las
personas queer y trans son líderes importantes en esta tarea, y el aná­
lisis queer y trans adoptado en esta tarea redunda directamente en el
apoyo a las personas queer y trans víctimas del sistema, así como en
el desarrollo de estrategias pragmáticas para el cambio, que se ocupan
de los perjuicios específicos de género y sexistas del sistema. Este
trabajo es un ejemplo de la política queer y trans que Una vida «nor­
mal» reclama; y en muchos aspectos sigue siendo irreconocible como
trabajo de movimiento queer y trans porque, con demasiada frecuen­
cia, esta etiqueta sigue estando reservada al trabajo de inclusión que
es sesgado y se rige por «una política sobre una única cuestión». En
este momento, miles de activistas de base dedican todo su tiempo y se
dejan la piel en esta organización local, conduciéndose unos a otros a
remotas prisiones para inmigrantes para protestar, ayudando a garan­
tizar que los reclusos dentro y sus seres queridos fuera tienen comida
y medicinas, tumbándose delante de autobuses de deportación y pa­
sando veladas enteras en centros comunitarios para hacer banderas,
estudiar el sistema de inmigración y trazar estrategias para desmante­

34. Cita del libro pendiente de publicación de Angélica Chazaro.


larlo. Este activismo está demostrando qué es hoy la resistencia queer
y trans.
Estos elementos de organización transformadora pueden obser­
varse en otros lugares también. Mientras escribo esto en diciembre de
2014, el activismo sigue alterando el statu quo en todo Estados Uni­
dos, alzándose contra el control y la violencia hacia la población ne­
gra. A medida que se extienden estas movilizaciones, estamos viendo
a jóvenes de color que asumen con audacia el liderazgo y hacen críti­
cas sustanciosas de las políticas de respetabilidad, asumidas por reco­
nocidas organizaciones sin ánimo de lucro que se dedican a la defensa
de los derechos civiles.35 Este activismo está cambiando el debate so­
bre la vigilancia policial y el racismo contra la población negra, recha­
zando reformas inútiles, situando el análisis abolicionista feminista,
queer y trans en el centro del debate. Este momento explosivo, en el
que la violencia contra la población negra es rutinaria en Estados Uni­
dos y está siendo poderosamente nombrada y expuesta, no entra en el
guión del relato oficial sobre el activismo contra el racismo permitido
en los medios corporativos y las organizaciones sin ánimo de lucro
controladas por filántropos. Las solidaridades que señala, su rechazo a
las reformas cojas y las fórmulas de merecimientos, así como su inca­
pacidad de ser acalladas por las palabras huecas del gobierno de Oba­
ma revelan este momento de transformación. Durante los últimos diez
años, los y las líderes del activismo contra la vigilancia policial y las
prisiones han señalado que cada vez más, las personas trans son un
grupo especialmente vulnerable en las prisiones, y el trabajo de base
sobre la criminalización y el racismo contra la población negra ha
cambiado y está cambiando para arrojar luz sobre las luchas y el lide­
razgo de las mujeres y las personas queer y trans; tanto es así, que el
trabajo actual en estos frentes liderado por la juventud posee una ca­
pacidad muy distinta de las iniciativas de décadas anteriores, capaces
de nombrar y abordar las violencias sexuales y de género de estos
sistemas.

35. Kirsten West Savali, «The Fierce Insurgency of Now: Why Young Protesters
Bum-Rushed the Mic», The Root, 14 de diciembre de 2014, <http://www.theroot.com/
articles/culture/2014/12/theJ*ierce_urgency_of_rjow_why_young_protesters_bum_
rushed_the_mic.html>; Alicia Garza, «A Herstory of Black Lives Matter», The Femi-
nist Wire, 7 de octubre de 2014, < http://thefeministwire.com/2014/10/blacklivesmat-
ter-2>.
Cathy Cohén, la visionaria activista y académica negra queer,
cuyo ensayo de 1997 «Punks, Bulldaggers and Welfare Queens: The
Radical Potential of Queer Politics?» ofreció uno de los análisis más
influyentes a propósito de cómo la política gay y blanca se había reor­
ganizado para apoyar las agendas neoliberales antinegras, antipobres
y antifeministas, habló poderosamente del potencial de las moviliza­
ciones actuales en una charla en Nueva York en diciembre de 2014.
Dijo que la ola actual de organización liderada por la juventud negra
contra el control policial que está surcando todo el país bien podía ser
la política que ella había estado anhelando, la política que ella recla­
maba en 1997.36 Citó los comentarios de Tory Russell, activista de
Hands Up United (Todos unidos con las manos arriba), que forma
parte de movilizaciones coordinadas en todo el país contra la violen­
cia policial. Invitado en el programa de noticias PBS Newshour junto
con otros jóvenes activistas de este movimiento, Russel afirmó con
audacia que «esto no es el movimiento de derechos civiles», sugirien­
do que la fuerte presencia de personas queer, la solidaridad con Pales­
tina, la negativa a aceptar reformas jurídicas como objetivo del traba­
jo, y la resistencia al profesionalismo y a una política de respetabilidad,
entre otras cosas, marcan la diferencia.37 Cohén añadió que la movili­
zación a la que estamos asistiendo actualmente «tampoco es la rebe­
lión de Stonewall o el movimiento feminista». Cohén interpreta que
las solidaridades y estrategias que están adoptando los jóvenes activis­
tas negros y toda una gama de formaciones políticas de base en la in­
surrección actual están poniendo en práctica la clase de política queer
que ella y otras personas críticas con los movimientos sociales neoli­
berales han estado imaginando y forjando. En esta clase de moviliza­
ción, CeCe McDonald y Michael Brown no son imaginados como

36. «La liberación negra radical está lomando la forma de lo que muchos de nosotros
imaginamos que debería asemejarse a una política queer radical». Cathy Cohén,
Kessler Lecture, 12 de diciembre de 2014, «#DoBlackLivesMatter? From Michael
Brown to CeCe McDonald On Black Death and LGBTQ Politics», <http://videostream
ing.gc.cuny.edu/videos/video/2494/in/channel/37>.
37. «Why Do You March-Young Activists Explain What Drives Them», PBS News­
hour, 8 de diciembre de 2014, <http://www.pbs.org/newshour/bb/march-young-protes-
ters-explain-drives>. Véase asimismo, Kristian Davis Bailey, «Dream Defenders,
Black Lives Matter and Ferguson Reps Take Historie Trip to Palestine», 9 de enero de
2015,<http://www.ebony.com/news-views/dream-defenders-black-lives-matter-fergu-
son-reps-take-historic-trip~to-palestine#axzz30Sm4daLx>.
«cuestiones aparte»; una es identificada como una figura fundamental
por una política LGBT y el otro por organizadores negros y contrarios
al control policial. Por el contrario, las violencias sufridas por ambos
pueden entenderse a través de un análisis de movimiento social capaz
de concebir a Brown y a McDonald como víctimas de la violencia
antinegra, de la criminalización y la violencia policial, de un sistema
altamente sexista de reclusión masiva, al tiempo que concibe también
sus vulnerabilidades específicas. El trabajo de movimientos sociales
que despliega este análisis puede imaginar a las personas trans como
líderes que colaboran con personas que no son trans, puede reconocer
tanto las contribuciones específicas de grupos de personas que se or­
ganizan a través de identidades comunes que son vectores de lucha,
como las identidades trans, al tiempo que saben cómo colaborar en
una movilización general contra la vigilancia policial y el racismo an­
tinegro.
Una vida «normal» propone que el objetivo de la resistencia trans
no sea la igualdad jurídica, sino el desmantelamiento de los sistemas
de la violencia de estado que están matando a personas trans. Las de­
mandas que esta resistencia exige cada vez más desde el activismo
trans de base son la abolición de la policía, las prisiones y las fronte­
ras, el fin de la pobreza y la riqueza, y la autodeterminación colectiva
sobre nuestras vidas y recursos.38 Estas son también las demandas de
los movimientos de base estatales y globales más importantes de
nuestro tiempo, que rechazan las políticas económicas neoliberales, el
militarismo, el colonialismo y la destrucción medioambiental en el
mundo entero. Las recientes movilizaciones en Estados Unidos que se
oponen a la vigilancia policial, al racismo contra la población negra y
al control migratorio sugieren que estas luchas son los espacios de la
política de resistencia queer y trans que anhelamos. También demues­
tran que el trabajo de base del activismo de justicia económica femi­
nista, queer y trans de las últimas décadas ha influido en estos movi­

38. «Wake Up, Rise UP! Statement vvith Audre Lorde Project, NYC Anti-Violence
Project. the Sylvia Rivera Law Project, Streetwise and Safe, Griot Circle and FIER-
CE!», 3 de diciembre de 2012, <http://fiercenyc.org/releases/wake-rise>. Véase asi­
mismo, «Lesbian, Gay and Transgender Community in San Francisco March for
“Black Lives Matter”», NBC, 24 de diciembre de 2014, <http://www.nbcbayarea.com/
news/local/Lesbian-Gay-Transgender-Community-in-San-Francisco-March-for-
Black-Lives-Matter-286783801.html>.
mientos y han ampliado sus capacidades de análisis feminista, y
trans. Las organizaciones específicamente trans que vertebran la resis­
tencia trans centrada en la justicia racial y económica son parte de este
trabajo, y las personas trans también son partícipes de una variedad de
formaciones que realizan este trabajo bajo muy distintas banderas.
Es muy probable que sigamos asistiendo al avance de estas dos
vertientes del activismo trans. Por un lado, un proyecto transversaliza-
do y financiado de visibilidad trans centrado en la inclusión que fo-
meuta y lava la imagen de los aparatos de violencia; por otro, medidas
trans de base que quieren desmantelar esos mismos aparatos y practi­
car solidaridades de todo tipo, mientras se implica en la ayuda mutua,
la acción directa, la creación de medios de comunicación, la organiza­
ción comunitaria y la producción de estructuras alternativas para posi­
bilitar el cambio transformador. En los años transcurridos desde que
escribí Una vida «normal», ha habido muchos momentos emocionan­
tes, en los que parecía que innumerables personas veían las actuacio­
nes del capitalismo y la supremacía blanca de una forma nueva, arries­
gándose a participar para cuestionar el statu quo. El movimiento
Occupy, Idle No More, el movimiento BDS (boicot, desinversión y
sanciones) contra el apartheid israelí, la primavera árabe, la resisten­
cia contra los oleoductos, «Black Lives Matter» y #Notl More, junto
con muchos otros momentos y formaciones, ha demostrado que las
percepciones críticas fundamentales de los feminismos de mujeres de
color e indígenas, las críticas de personas queer y trans de color rela­
tivas a la institucionalización de las organizaciones sin ánimo de lu­
cro, la jerarquía, la naturaleza de la violencia estatal racista y sexista,
la necesidad de resistencia colectiva y la creación de sistemas alterna­
tivos están enriqueciendo los movimientos más importantes de nues­
tros tiempos. Nuevas capacidades para cuidarnos mutuamente unas de
otras, reflexionar sobre nuestro trabajo y modificarnos a nosotros mis­
mos y nuestras relaciones con los demás y el planeta están emergien­
do junto con el empeoramiento de las condiciones materiales que
amenazan la vida en todos los frentes. En este momento, nuestra par­
ticipación es de suma importancia.
Agradecimientos

Las ideas de este libro son fruto de conversaciones y colaboraciones


con numerosas personas. Vaya mi más profundo agradecimiento a to­
dos aquellos que desean aportar un enfoque colaborativo y generoso
de la política queer y trans, a la academia, y a la abogacía frente a las
presiones para hacer lo contrario.
Gracias a mis editores de South End Press, Alex Straaik, Kenyon
Farrow, Jocelyn Burrell, Alexander Dwinell y Asha Tall. Gracias a
Josh MacPhee por diseñar la primera edición de Normal Life y por
toda la inspiración que desprende su trabajo. Gracias a mis editores de
Duke University Press, Jade Brooks y Ken Wissoker.
Muchas gracias a las personas que revisaron los borradores de
los capítulos de este libro, entre ellas Grace Hong, Chandan Reddy,
Craig Willse, Jane Anderson, Rolan Gregg, Bob Chang, Morgan Bas­
sichis, Calvin Burnap, Cybele, Soniya Munshi, Emily Thuma, Erica
Meiners y Angela Harris. Emily Drabinski merece un agradecimiento
especial por leer el borrador completo en solo tres días al final del
proceso y por aportar comentarios muy valiosos.
Estoy agradecido por la orientación y el apoyo en varias fases de
la escritura de este libro a Paisley Currah, Janet Halley, Kendall Tho­
mas, Katherine Franke, Ruthie Wilson Gilmore, Andrea Smith, Bob
Chang, Kara Keeling, Andrea Ritchie, Eric Stanley, Jack Halberstam,
Tayyab Mahmud, Urvashi Vaid, Eli Clare, Leslie Feinberg, Lisa Dug-
gan, Susan Stryker, Gabriel Arkles, Carmen González, Nick Gorton,
Pooja Gehi, Elana Redfield, Imani Henry, Carrie Davis, Lily Kahng,
Angela Harris, Shannon Minter, Maggie Chon y Alex Lee. Me siento
especialmente agradecido al programa Critical Race Studies de la Fa-
cuitad de Derecho de UCLA, cuya enseñanza ha inspirado tantas ideas
de este libro, entre ellos Cheryl Harris, Devon Carbado, Kimberle
Crenshaw y Jerry Kang.
Gracias a las personas e instituciones que me alojaron durante el
proceso de escritura, incluidos el Blue Mountain Center, The Centre
for Law, el centro Kent Gender and Sexuality de la Facultad de Dere­
cho, Julie Shapiro, Dori Midnight, el Mogielnicki’s Bittersweet, el
Williams Institute de UCLA y la Facultad de Derecho CUNY.
Vaya mi agradecimiento especial a tres colaboradores cuyo com­
promiso constante ha sido responsable de gran parte de mi desarrollo
político e intelectual, Craig Willse, Morgan Bassichis y Rickke Ma-
nanzala.
Numerosas personas me han prodigado amor y amistad, que me
han sostenido durante la escritura de este libro, entre las cuales están
Bridge Joyce, Chris Boots Hanssmann, Dori Midnight, Craig Willse,
Sandy Heider, Morgan Bassichis, Daniel McGee, Jolie Harris, Raniá
Spade, Katrina Spade, Ellen O’Grady, Emily Thuma, Aren Aizura,
Nick Gorton, Lawen Mohtadi, Emma Hedditch, Riley Spade, Kale
Spade, Ahouva Steinhaus, Wynne Greenwood, Kaycee Wimbish, Liz
Little, WuTsang, E. E. Miller, Bernadine Mellis, Xylor Jane, Leila R,
Andrea Lawlor, Ida Smith, Asha Greer, Rolan Gregg, Thomas Mor­
gan, Phil Thomes, Paisley Currah, Emmett Ramstad, T. C. Tolbert;
Tennesse Jones, Dallas Maynor, Sarah lamble, Emily Grabham, Soni-
ya Munshi, Belkys Garcia, Chandan Reddy, Colby Lenz, Cybele, Cal­
vin Burnap, Sonja Sivesind, Angélica Chazaro, Devon Knowles, Nat
Stratton-Clarke, Gabriel Ackles, Pooja Gehi, Travis Sands, Catherine
Sameh, Erin Small, Emily Roysdon, Taram Mateik, Allison Palmer,
Lara Comstock, Albert, Josh, Janie, Finley, Tanner, Ann-Riley y
Mikey Goldschmidt. Vaya mi agradecimiento especial a mi hermana,
Lis Goldschmidt, por vestirme, alimentarme, alojarme, asistirme y
cuidarme durante toda mi vida. Nunca terminaré de estar agradecido a
cualesquiera fuerzas que nos pusieron aquí juntos. También estoy
agradecido a mi madre, que fue un ejemplo de irreverencia e inconfor­
mismo, fomento de la comunidad y amistad profunda, siempre inten­
tando curar y cuestionando a la autoridad durante el corto período de
tiempo que pasamos juntos, que consiguió dar a sus hijos mucho más
espacio del que le dieron a ella.
Gracias a mis colegas y estudiantes de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Seattle por tanta inspiración y apoyo. Gracias a
Tina Ching, Alex West, Terri Nilliasca y Robyn Mellen por la asisten­
cia en la investigación.
Muchísimas gracias a todas las personas brillantes dedicadas a
toda clase de defensa, investigación y organización trans innovadora
en las que se basa esta obra, a todas las personas que hicieron todo el
trabajo anterior y que han hecho que las articulaciones de la política
trans actual sean posibles. Vaya mi especial agradecimiento a todos
los miembros pasados y presentes del Sylvia Rivera Law Project, cuya
incansable dedicación a practicar políticas transformadoras contra
viento y marea es mi mayor fuente de optimismo, entre ellas Alisha
Williams,Alvin Starks, Andrea Delmagro, Bali White, Belkys Garcia,
Bran Fenner, Carrie Davis, Catherine Granum, Chase Strangio, D.
Horowitz, Daniel McGee, Dee Perez, Diana Oliva, Doyin Ola, Edgar
«Chaco» Rivera Colon, Elana Redfield, Eli Dueker, Emily Nepon,
Franklin Romeo, Gabriel Arkles, Gabriel Foster, Gael Guevara, Isaac
Kwock, Jack Aponte, Jamie Stafford-Hill, Jorge lrizzary, Julienne
Brown, Kim Watson, Ksen Pallegedara, Margarita Guzman, Michelle
O’Brien, Mickey Lambert, Mila Khan, Nadia Qurashi, Naomi Clark,
Pooja Gehi, Rachel Peters Qadir, Reina Gossett, Rickke Mananzala,
Riley Snorton, Ryder Diaz, Soniya Munshi, Sonja Sivesind, Stefanie
Rivera, Stella Atzlan y Taila Thomas.
Me siento inspirado por muchos profesores, líderes y agitadores
que nos dejaron demasiado pronto, entre ellos Sylvia Rivera, Amanda
Milán, Dana Turner, Ruby Ordenana, Victoria Arellano, Tyra Hunter,
Isaac Kwock, Regina Shavers, Mary Parlee Goldschmidt, Karen Shea
Silverman, Bob Kohler, Jean Geldart, Frank Parlee, Chloe Dzubilo,
Sanesha Stewart y, más recientemente, Tracy Bumpus. Espero que mi
trabajo pueda servir de modesta contribución a la construcción de los
mundos que ellas y ellos imaginaron y desearon cuando estaban aquí.
m v m iio r n a c
Dean Spade

Violencia administrativa, políticas trans


críticas y los limites del derecho.

— Dean Spade pane de su experiencia como


profesor de derecho en la Universidad de
Seattle y como activista trans para ser capaz
“ de imaginar un futuro posible para los dere-
__ chos trans, que a menudo son tachados de
imposibles. Nos pide que vayamos más allá
“ “ de pedir leyes sobre la igualdad trans y nos
__ fijemos en la «gobernanza administrativa»,
en cómo las instituciones ordenan y clasifi-
^ can a las personas de formas aparentemente
— banales, pero que tienen un fuerte impacto
sobre las personas trans. Para transformar
las expectativas de vida de las personas
— trans propone un movimiento social de coa-
__i liciones que genere movilizaciones, con un
liderazgo de las personas trans más vulne­
rables y que no se limite a ser «incluido» en
las instituciones.

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