Acto Administrativo - Comentario A La Ley de Procedimientos Administrativos - Obra Cicero
Acto Administrativo - Comentario A La Ley de Procedimientos Administrativos - Obra Cicero
Acto Administrativo - Comentario A La Ley de Procedimientos Administrativos - Obra Cicero
Conclusiones
Competencia
Causa
Objeto
c) El objeto debe ser cierto y física y
jurídicamente posible; debe decidir
todas las peticiones formuladas, pero
puede involucrar otras no propuestas
previa audiencia del interesado y
siempre que ello no afecte derechos
adquiridos.
Procedimientos
Motivación
Finalidad
Art. 8º — Forma
• COMENTARIO
1. EL ACTO ADMINISTRATIVO. INTRODUCCIÓN Y
NOCIÓN. SU REGULACIÓN EN LA LNPA(1)
Jurisprudencia
Que, en efecto, una razonable interpretación de aquellas
normas, armonizando sus preceptos del modo que mejor
concuerden con el ordenamiento jurídico vigente y con los
principios y garantías de la Constitución Nacional (Fallos:
292:211), lleva a sostener que la inapelabilidad que establece el
art. 5º ley 21.356, o la falta de previsión del art. 62 ley 22.105, no
importan privar al acto que decreta la intervención de un ente
gremial de toda revisión judicial, habida cuenta que a ella, como
regla, están sujetos todos los actos que producen efectos
jurídicos directos con relación a administrados o terceros
destinatarios de ellos. (CSJN, 15/11/1983, "Cabrera, Carlos
Roberto").
Dictámenes
3.1. Esenciales
3.1.1. Competencia
a) Concepto
3.1.2. Causa
Por tal razón estimamos que son nulos por falta de causa, los
actos que, genéricamente, intentan fundarse en "razones de
servicio" o de "oportunidad, mérito o conveniencia" sin
explicitación concreta de ellas, a lo que cabe agregar la
deficiencia que ello implica respecto de la motivación a la que
también se la debe considerar afectada gravemente.
3.1.3. Objeto
3.1.4. Procedimientos
La LNPA (art. 7º, inc. d]) exige que antes de la emisión del acto
se dé cumplimiento a los procedimientos esenciales y
sustanciales previstos y a los que surjan implícitos del
ordenamiento jurídico.
3.1.5. Motivación
Ésta parece ser la buena doctrina, porque los casos con que
Gordillo explica la desproporción entre los hechos que generan el
acto y su contenido —falta de saludo de un agente a su superior,
reprimida con una sanción expulsora— u otros similares, no
evidencian sino la falta de adecuación razonable entre el
contenido del acto y los fines que debieron sustentarlo. Desde
esta perspectiva, entonces, la falta de proporcionalidad entre el
no saludo —causa del acto— y la expulsión —objeto de éste—
deriva, en rigor, de la falta de proporcionalidad que significa
reprimir una infracción ostensiblemente leve con una sanción que
por su índole depurativa tiene, sin duda, una finalidad inspiradora
dirigida a reprimir comportamientos graves.
Por eso, Mairal pudo decir, con acierto, que el desarrollo del
derecho administrativo durante el siglo XX se identifica en gran
medida con el progreso del control jurisdiccional sobre las
facultades discrecionales.
3.1.7. Forma
Jurisprudencia
Dictámenes
a) De comportamientos materiales
que importen vías de hecho
administrativas lesivas de un derecho
o garantía constitucionales;
• COMENTARIO
1.1. Introducción
La LNPA regula las vías de hecho administrativas, a las que
considera configuradas en los siguientes casos:
El art. 12, LNPA, establece que el acto administrativo goza de presunción de legitimidad y fuerza ejecutoria,
por lo que la Administración está facultada a ponerlo en práctica por sus propios medios —a menos que la ley o la
naturaleza del acto exigieren la intervención judicial— e impide que los recursos que interpongan los
administrados suspendan su ejecución y efectos, salvo que una norma expresa establezca lo contrario.
A este último supuesto se refiere el art. 9º, inc. b), ya que, en principio, la ley determina la autotutela ejecutiva
de la Administración. Ahora bien, la vía de hecho se configura cuando un acto se ejecuta estando pendiente de
decisión un recurso que en virtud de norma expresa implica la suspensión de los efectos de aquél o que,
habiéndose resuelto, no hubiere sido notificado.
Se trata, pues, de excepciones al principio general establecido en el art. 12, que requieren norma expresa que
así lo determine.
El silencio o la ambigüedad de la
Administración frente a pretensiones
que requieran de ella un
pronunciamiento concreto, se
interpretarán como negativa.
Se hace necesario, en primer lugar, delimitar el alcance de la expresión "silencio administrativo", ya que se suele incluir bajo tal
denominación genérica ciertas situaciones que, por su especificidad, deben ser, en nuestro criterio, objeto de una nominación distinta.
Así, pues, no creemos que deba incluirse en el ámbito del silencio administrativo el supuesto de inactividad del particular en el
procedimiento, teniendo en cuenta el fenómeno específico que esta situación implica.
Efectuada la aclaración precedente, cabe ahora analizar en forma particular las implicancias del silencio de la Administración Pública.
La inactividad, la pasividad, la inercia de la Administración en aquellos casos en que es posible exigir de ella un pronunciamiento concreto
se puede trasuntar en la constitución de relaciones jurídicas caracterizadas por su incertidumbre o confusión, con los consiguientes y lógicos
perjuicios de los derechos subjetivos e intereses legítimos de los particulares e, incluso, del interés de la propia Administración, en la medida
en que el silencio significa un vicio del procedimiento y una frustración de la ejecutoriedad unilateral y oficiosa que, como principio general,
debe caracterizarlo (Fiorini).
Es por ello que resulta criticable la modificación que, mediante la Ley de Emergencia Económico Financiera 25.344 se ha introducido al
art. 31 de la LNPA, en cuanto obliga al particular a accionar judicialmente, en ciertos casos de silencio administrativo, dentro de los plazos de
caducidad regulados por el art. 25 de la misma norma(60), toda vez que, con esa disposición, se dispensa a los órganos de la Administración
de su obligación de ejercer la competencia que le atribuyen las normas, y se impone al particular una carga originada, precisamente, en el
incumplimiento de un deber legal por parte del Estado. No obstante, debemos señalar que en fecha reciente la Corte Suprema, remitiéndose al
dictamen de la procuradora fiscal, ha interpretado, intentando salvar la constitucionalidad de la norma, que la condición que impone el art. 31
de la LNPA para plantear la demanda en cuanto a "que deberá ser interpuesta en los plazos perentorios y bajo los efectos previstos en el art.
25 (caducidad la instancia)" debe interpretarse que sólo rige cuando el reclamo sea resuelto expresamente en contra del interesado, es decir,
cuando haya una resolución denegatoria, mas no cuando se hubiera producido el silencio de la Administración y no existiera un acto
expreso(61).
Jurisprudencia
• COMENTARIO
Tratándose de actos de alcance particular, estos efectos sólo se generan a partir de la notificación al interesado (art. 11, párr. 1º de la
LNPA), en tanto que los reglamentos requieren, para producir efectos, su publicación (art. 11 in fine de la LNPA).
Jurisprudencia
1.1. Introducción
1.2. Concepto
Por ello, para que sea procedente la anulación de oficio del acto
administrativo invocando el conocimiento del vicio, deberá
probarse ese conocimiento por aplicación, aquí, de la presunción
de legitimidad como garantía a favor del particular. Por cierto, si el
vicio fuera manifiesto o si el acto estuviera afectado por una
presunción de inconstitucionalidad, cede la presunción de
legitimidad dejando de operar como garantía y debiendo
entenderse, por tanto, que, en estos casos, el particular conocía
el vicio del acto.
1.6. Conclusiones
Art. 12. — Presunción de legitimidad y fuerza ejecutoria
• COMENTARIO
Cabe advertir, en primer lugar, que las tres causales enunciadas por la
LNPA se vinculan con principios generales del derecho, lo que viene a
confirmar el carácter vicarial ya apuntado del instituto, pues la
suspensión no es un fin en sí mismo sino un instrumento para
garantizar el bien común (interés público); la juridicidad (de allí que
proceda frente al alegato fundado de nulidad absoluta) y el viejo pero
vigente principio romano de neminem laedere (no dañar) tutelado al
proceder la suspensión cuando la ejecución cause un perjuicio grave al
particular.
De modo que podrá ser solicitada por todos aquellos que gocen de la
calidad de parte en el procedimiento, es decir, quienes cuenten con un
derecho subjetivo o interés legítimo en lo términos del art. 1º inc. f) apart.
1º LNPA y de los arts. 3º y 74 del RLNPA.
La suspensión del acto, en tanto opera sobre sus efectos, sin dudas
puede ser solicitada desde el momento en que aquél adquiere eficacia
mediante la notificación. Ello no obstante, entendemos que el mero
conocimiento de la existencia del acto —aunque éste aún no haya sido
notificado fehacientemente— autoriza a requerir la suspensión, pues si la
ley faculta a los administrados a pedir el cumplimiento de los actos no
notificados(21)(es decir, carentes de eficacia) nada obsta para que puedan
solicitar la suspensión de tal cumplimiento, con arreglo a las causales del
art. 12 LNPA.
En suma, tres son los momentos en los que puede ser presentada la
pieza de suspensión una vez tomado conocimiento del acto: antes de la
interposición del recurso, conjuntamente con éste o con posterioridad a
su presentación.
Otra cuestión que la ley viene a despejar es la de los requisitos bajo los
cuales será apreciada dicha medida cautelar autónoma, al establecer
que serán los fijados en el art. 13 inc. 1º y no los del art. 12 de la LNPA
(ley 26.854,art. 13 incs. 1º y 2º).
c) Nulidad absoluta
De otro lado, el mero perjuicio —por más grave que sea y si no,
piénsese en la expropiación— no será hábil por sí solo para que el acto
deba ser suspendido en sus efectos, a menos que el interés público sea
tan débil que no justifique el sacrificio especial que se requiere del
particular(54).
Sin embargo, otra de las salas del fuero federal de la Capital advierte
que la exigencia de que en toda medida cautelar se requiera previamente
la suspensión del acto en sede administrativa, constituye una cuestión a
ponderar prudentemente en cada caso y que cuando se deduce un
similar pedido en ambas sedes, es en principio una intempestiva
interferencia al Poder Judicial pronunciarse anticipadamente en un
asunto sometido a su consideración, sin haberse acreditado que en el
caso se haya producido un rechazo o la oportuna decisión(59).
Por lo que pensamos que a efectos de aventar ese riesgo, una opción
a explorar, sobre todo en supuestos de perjuicios muy graves de
inminente producción, puede ser la de plantear la suspensión en sede
administrativa con efectos hasta la finalización del procedimiento y, a la
vez, la suspensión provisionalísima en sede judicial, esto es, requerir del
juez contencioso que ordene la suspensión de los efectos del acto hasta
tanto la administración resuelva la pieza de suspensión.
Claro está que todo esto resultará innecesario si, ante supuestos de
real gravedad e inminente ejecución del acto con afección a derechos
fundamentales, los tribunales deciden privilegiar el principio de tutela
efectiva por sobre el carácter revisor de la jurisdicción (61), criterio que
entendemos es el correcto.
Por último, una posición intermedia postulaba que la aplicación del art.
12 LNPA o del art. 230CPCCN, depende de si se encuentra agotada, o
no, la instancia administrativa.
Un sector de la doctrina entendía que los requisitos eran los del art. 12
LNPA, porque esta disposición regula específicamente el instituto
suspensorio del acto administrativo, sin que corresponda distinguir según
la sede en la que aquélla habrá de disponerse. Se afirmaba, asimismo,
que la citada disposición de la LNPA, en la medida en que resulta menos
severa en cuanto a los requisitos exigibles, que la del art. 230CPCCN,
realizaba de manera más adecuada el principio de tutela judicial
efectiva(64).
Por último, cuando haya una conducta estatal en ciernes que se esté
por ejecutar y cuyos efectos se procure neutralizar o en cualquier
situación en la cual la pretensión cautelar persiga una finalidad
conservatorio del status quo, la medida será la de no innovar (art. 15).
Este requisito se vincula con el del daño, es decir, con el del peligro en
la demora del art. 230 del CPCCN.
La ley toma clara partida por la idea de que las medidas cautelares
tienen por objeto asegurar el resultado práctico del proceso (art. 3º inc.
1º) radicando en esta finalidad la razón de ser del instituto cautelar. Hay,
pues, un perjuicio que se procura evitar a través del instituto cautelar (art.
3º inc. 2º).
Jurisprudencia
Que, por lo tanto, al estar acotado de ese modo el objeto de este pleito
—lo cual, por otra parte, era ineludible en razón de la naturaleza de la
acción promovida— la medida cautelar resulta claramente improcedente,
ya que el recaudo del periculum in mora (art. 230, inc. 2°, del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación) exige que el mantenimiento o
alteración de la situación de hecho o de derecho "pudiera influir en la
sentencia o convirtiera su ejecución en ineficaz o imposible" (CSJN,
10/8/1995, "Electrometalúrgica Andina S.A.I.C. c. Estado Nacional -
Dirección General Impositiva").
El acto administrativo podrá tener efectos retroactivos —siempre que no se lesionaren derechos
adquiridos —cuando se dictare en sustitución de otro revocado o cuando favoreciere al
administrado.
• COMENTARIO
Jurídicamente, un acto administrativo es retroactivo cuando al reglar hechos, conductas o situaciones anteriores
a su vigencia, su aplicación afecta la órbita jurídica de los administrados, alterando sus derechos adquiridos o
privándolos de ellos (Marienhoff). La retroactividad del acto se opera cuando aquél se aplica a relaciones o
situaciones jurídicas realizadas con anterioridad, ya consumadas antes de su eficacia.
¿Cuándo se considera que existe un "derecho adquirido", no vulnerable por la retroactividad de una norma o de
un acto de alcance individual? Un derecho se adquiere "cuando se reúnen todos los presupuestos exigidos por la
norma para su imputación a favor del sujeto en calidad de prerrogativa jurídica individualizada" (Llambías).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dicho, en este sentido, que para que exista derecho adquirido y,
por tanto, se encuentre vedada la aplicación de la nueva ley, es necesario que su titular haya cumplido bajo la
vigencia de la ley derogada o modificada, todas las condiciones sustanciales y los requisitos formales previstos en
esa ley para ser titular del derecho de que se trata, aun cuando falte la declaración formal de una sentencia o acto
administrativo(2).
Marienhoff ha manifestado que el concepto de "derecho adquirido" debe ser interpretado con amplitud,
comprendiendo la idea de "'derecho a una situación', de 'derecho a ser juzgado de acuerdo a determinada norma' o
de 'ser sometido a determinada norma', siempre y cuando el desconocimiento de estos criterios pudiere determinar o
determinase un agravio efectivo y cierto a la garantía de inviolabilidad de la propiedad".
Ahora bien, la LNPA establece que el acto administrativo podrá ser retroactivo —siempre que no sean
lesionados derechos adquiridos— cuando se lo dicte en sustitución de otro revocado o cuando favorezca al
administrado(3).
Se advierte, entonces, que la pretendida retroactividad —bien que excepcional— habilitada por la norma, no es
tal desde el punto de vista estrictamente jurídico, porque la nota común a ambas es su admisibilidad en la medida en
que no resulten afectados derechos adquiridos (el acto que favorece al interesado, obviamente, no reviste carácter
afectante de sus derechos).
Desde esta perspectiva, no habrá retroactividad si la regulación de situaciones previas al dictado del acto no se
traduce en una alteración de derechos consolidados con anterioridad (Escola).
Por otra parte, la retroactividad no se halla vedada cuando lo que se destruye o modifica es un mero interés, una
simple facultad o un derecho en expectativa ya existente(4).
La "mera facultad" es el antecedente necesario del derecho adquirido y se entiende como "una posibilidad que
abre la ley a favor de alguien, pero que hasta el ejercicio de esa potencia no es sino una eventualidad que no obsta al
cumplimiento de la ley que modifique o aniquile esa perspectiva" (Llambías).
El derecho en expectativa, por su parte, es una noción contrapuesta a la de derecho adquirido y no es, en verdad,
un derecho, sino "una esperanza o posibilidad de que pase a serlo cuando se reúnan los presupuestos legales
correspondientes, los que por ahora no son sino una mera eventualidad" (Llambías).
2. FUNDAMENTO
En este sentido, se ha afirmado en el campo del derecho administrativo que la veda de la aplicación retroactiva
de los actos administrativos se halla en el art. 13, LNPA, entendido como reglamentación de las garantías
constitucionales para los actos de alcance individual, norma coincidente —al igual que el art. 83 de la
reglamentación de la LNPA— con el principio general del art. 3º, Cód. Civil(5).
En ciertos supuestos, admitidos por la legislación, la jurisprudencia y la doctrina (Cassagne - Botassi), se admite
la aplicación retroactiva de los actos administrativos.
El principio general para admitirla es, como hemos dicho, que con ella no se lesionen derechos adquiridos. Se
trata de una prevención innecesaria ya que si, como se ha afirmado, el legislador carece de atribuciones
constitucionales para desconocer los derechos garantizados por la Constitución Nacional (Llambías), tampoco las
tiene el administrador para hacerlo.
Los dos primeros supuestos de aplicación retroactiva de los actos administrativos están determinados en la
propia LNPA.
La pretendida retroactividad habilitada por esta norma no tiene, como se vio, ese carácter desde el punto de vista
estrictamente jurídico, porque la nota común a las dos "excepciones" admitidas por la ley es que no resulten
afectados derechos adquiridos, es decir, que se trata de supuestos de retroactividad meramente cronológica,
constitucionalmente admisibles.
Con esa aclaración cabe, entonces, enunciar algunos de los supuestos admitidos de retroactividad.
1) En forma genérica, la retroactividad procede cuando favorece al administrado (Marienhoff) (6). Sin embargo,
está condicionada a que los supuestos de hecho necesarios existan ya en la fecha en que se retrotrae la eficacia del
acto y a que la retroacción no lesione derechos o intereses legítimos de terceros (Parejo Alfonso), ni el interés
público.
También —es obvio— pueden acordarse efectos retroactivos a un acto administrativo, aun cuando no se
beneficie a un particular, siempre que no se perjudique a un tercero ni se produzca daño alguno (Hutchinson). La
actuación de la Administración, en estos casos, puede responder a razones de oportunidad, que aquélla
puede evaluar a los fines de mejor tutelar o gestionar el interés público.
2) El otro supuesto contemplado en la ley es el del acto dictado en sustitución de uno anterior extinguido por
revocación. Esta previsión es, en principio, lógica, en especial si se trata de la revocación por ilegitimidad, ya que si
ésta se produjo de acuerdo con el ordenamiento jurídico, lo natural es que al acto que lo sustituya se le atribuyan
esos efectos retroactivos.
En el caso del acto que dispone la revocación por oportunidad, mérito o conveniencia, en cambio, sus efectos
sólo podrían ser retroactivos si la revocación se fundara en el cambio del derecho objetivo, y esto siempre que se
entienda que ese efecto se produce si el aludido cambio genera la nulidad absoluta del acto revocado (Gordillo).
3) Un supuesto de aplicación retroactiva vinculado con el sistema de invalidez de los actos administrativos es el
del acto de revocación en sede administrativa del acto irregular, es decir, afectado de nulidad absoluta.
Ello responde al efecto propio de la revocación operada y es coherente, además, con uno de los objetivos que
persigue la Administración al ejercer la potestad revocatoria: el de restaurar el imperio de la legalidad, que se ha
visto vulnerada desde el mismo momento de la génesis del acto, aun cuando éste ya haya producido efectos.
Se inscribe en este marco la extinción del acto administrativo que dispuso la revocación de un acto que gozaba
de estabilidad; en ese caso, deben acordarse efectos desde su inicio al acto ilegítimamente revocado (Cassagne).
Respecto de la revocación del acto anulable, de nulidad relativa, la conclusión es, en principio, la misma, porque
también en este caso la causa del vicio determinante de la invalidez es originaria. Y, como bien se ha señalado, a
una causa originaria debe corresponder un efecto también inicial.
De todos modos, habida cuenta de que, en estas situaciones, por definición, la gravedad afectante del elemento
esencial del acto no excluye la existencia de aquél y que, por ende, no cabe, en principio, considerar configurada
una transgresión del ordenamiento comprometedora del interés público, es posible aceptar que se asigne a la
revocación efectos sólo ex nunc.
4) Otro supuesto de retroactividad es el del saneamiento del acto administrativo cuando éste es posible, por
hallarse el acto saneado sólo afectado de nulidad relativa. Las formas de saneamiento están recogidas en el art. 19,
LNPA (ratificación y confirmación), y la misma norma establece la retroactividad de los efectos del acto de
saneamiento al momento del dictado del acto ratificado o confirmado.
5) El acto administrativo de aprobación de uno anterior, respecto de este último. La aprobación otorga
ejecutoriedad a un acto que es válido desde su origen(7).
6) Los casos en que la retroactividad es pactada contractualmente (Cassagne), siempre —obviamente— que ello
no responda a un proceder ilegítimo.
Los actos declarativos son los que se limitan a acreditar relaciones o situaciones jurídicas, sin alterarlas (por
ejemplo, una certificación o una inscripción registral) (Parejo Alfonso). Así, v.gr., el acto administrativo de la
autoridad de aplicación que comprueba las circunstancias o recaudos legales para obtener la condición de jubilado,
sólo tiene efecto declarativo de un derecho consolidado con anterioridad y, por ello, efectos retroactivos (8).
Se ha sostenido que, en rigor, en los supuestos de actos interpretativos o meramente aclaratorios no existe
retroactividad, ya que las relaciones jurídicas anteriores al dictado del acto interpretativo o aclaratorio se rigen por
el primer acto, con el sentido, la determinación o la interpretación otorgados por el acto nuevo (Hutchinson). En
cualquier caso, es requisito para su validez que ellos no alteren la esencia del acto primigenio, pues se aplica el
mismo principio relativo a las leyes interpretativas. Y, por supuesto que, para que sea válidamente retroactivo el
acto aclaratorio, debe ser realmente tal por su propio contenido, sin ser suficiente, para admitir su validez, que se
autocalifique como tal.
Jurisprudencia
El acto administrativo que verifica el cumplimiento de los requisitos sustanciales establecidos por la ley para
obtener las prestaciones de la pasividad sólo tiene efecto declarativo de un derecho que se ha consolidado con
anterioridad, del cual deriva que sus efectos operen retroactivamente (CSJN, 7/3/1995, "Ríos, Eugenia c. Instituto
de Prev. Social de la Provincia del Chaco").
b) Cuando fuere emitido mediando incompetencia en razón de la materia, del territorio, del
tiempo o del grado, salvo, en este último supuesto, que la delegación o sustitución estuvieren
permitidas; falta de causa por no existir o ser falsos los hechos o el derecho invocado; o por
violación de la ley aplicable, de las formas esenciales o de la finalidad que inspiró su dictado.
Delineada la noción de acto administrativo y enunciados los elementos esenciales que lo configuran, estamos,
pues, en condiciones de abordar, específicamente, el estudio del sistema de su invalidez.
En esta temática adquiere singular significación la axiología propia del sistema jurídico administrativo,
orientado a la satisfacción, con inmediatez, del bien común, lo que se traduce en la inaplicabilidad, al menos
indiscriminadamente, de las construcciones propias del derecho privado (Marienhoff).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación tiene dicho, en este orden de ideas, que, al representar las reglas de
las nulidades civiles una construcción jurídica basada en la justicia, su aplicación en el derecho administrativo es,
en principio, posible, con las discriminaciones impuestas por la naturaleza propia de aquello que constituye la
sustancia del derecho administrativo(10).
También dijo la Corte que la invalidez de los actos de derecho público ha de enjuiciarse según las normas de la
materia iuspublicista sin que a ello se oponga el recurso al Código Civil en cuanto sus normas guarden congruencia
con la naturaleza, los fines y las garantías propios de aquellos actos, de modo que las categorías relativas a la
invalidez, oriundas de la citada fuente del derecho privado, puedan concebirse como principios generales del
derecho(11).
Aun cuando repitió este principio, en un fallo posterior la Corte sostuvo que la indagación acerca de la
aplicación analógica en la esfera administrativa de las normas del derecho civil, relativas a las nulidades, resulta
innecesaria cuando la propia ley administrativa regula directamente la materia del caso, por lo que, antes de
establecer si una norma civil determinada es aplicable al Estado nacional, corresponderá examinar la validez de la
actuación administrativa a la luz del régimen previsto por la LNPA (12).
De todos modos, habida cuenta de la tradición histórica de acudir a las soluciones del derecho privado que
subsiste en algunos pronunciamientos, y la persistencia que aún se advierte para resolver ciertos problemas propios
de la invalidez administrativa por aplicación de principios de aquél, es conveniente hacer una reseña de ese sistema,
lo cual, además, servirá para comprender la especificidad de los criterios iusadministrativos.
1.1.1. Los tipos de invalidez según el Código Civil
En el derecho civil hallamos distintas clasificaciones, a las que la doctrina no les asigna siempre el mismo
significado.
Una de ellas es la que se basa en el grado de transgresión al orden público que el vicio o defecto del acto
implica.
Conforme con este criterio, procede distinguir las categorías de la nulidad absoluta y de la nulidad relativa.
a) debe ser declarada de oficio por el juez, aun sin petición de parte, cuando aparezca manifiesta en el acto;
b) puede ser alegada por cualquier particular que tenga interés en hacerlo, salvo por aquel que lo ejecutó,
sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba;
d) no es pasible de confirmación;
e) es imprescriptible.
d) es pasible de confirmación;
e) es prescriptible.
Otra clasificación vigente es la que distingue los actos nulos de los anulables.
El criterio de distinción es, en este aspecto, variable. Un sector de la doctrina lo sitúa en el modo de presentarse
el vicio. Si éste aparece evidente, ostensible, surgiendo del acto mismo, se generaría el acto nulo; en cambio, si el
vicio no ostenta ese carácter notorio y requiere para su determinación una investigación de hecho, entonces se
configuraría un acto anulable (Borda).
Otros autores ubican el criterio diferenciador en el carácter rígido o flexible de la causal de invalidez. Actos
nulos serían los que adolecen de deficiencias rígidamente predeterminadas por la norma; anulables, por el contrario,
serían los que padecen vicios variables, cuya configuración depende de la valoración judicial (Llambías).
Aun cuando un sector doctrinal pretendió la correlatividad de las dos clasificaciones anteriores, de modo que las
nulidades absolutas fueran equivalentes a los actos nulos y las relativas a los actos anulables (Moyano), tal
temperamento no mereció acogida por la doctrina mayoritaria ni por la jurisprudencia (13).
1.2. El sistema de la invalidez según la LNPA
La nulidad es una sanción legal que priva de sus efectos propios al acto viciado(15).
La LNPA sólo recoge expresamente la distinción entre actos nulos y anulables, tratándola, de acuerdo con el
pensamiento de su doctrina inspiradora (Marienhoff), como correlativa de la nulidad absoluta y relativa,
respectivamente (arts. 14, primera parte, y 15).
En efecto, el art. 14 establece los casos en que un acto administrativo es nulo, "de nulidad absoluta e insanable",
y el art. 15, aquellos en que el acto administrativo es anulable.
El art. 16, por su parte, se refiere a la incidencia que la invalidez de una cláusula accidental o accesoria puede
importar sobre la del acto administrativo.
El criterio que informa esta clasificación deriva de la gravedad del vicio (Escola) que afecta los elementos
esenciales del acto.
El sistema supone, pues, en este aspecto, la inescindible relación entre requisitos esenciales y régimen de
invalidez señalado por un sector de la doctrina, en criterio que compartimos, porque si los elementos esenciales del
acto administrativo constituyen el conjunto de requisitos que deben necesariamente concurrir para que el acto sea
plenamente válido, se impone la invalidez de los actos que carezcan de alguno de aquellos elementos o bien
padezcan en éstos de vicios(16).
La invalidez es, así, una categoría genérica cuyas especies dependen, en este aspecto, de la gravedad del vicio
que afecta los elementos esenciales del acto.
Sobre esta base es posible afirmar, entonces, que el régimen de la invalidez de los actos administrativos surge de
las consecuencias jurídicas que el ordenamiento atribuye a los distintos vicios que pueden afectar los elementos
esenciales del acto.
En la doctrina argentina, Bielsa expresó que la nulidad del acto administrativo debe fundarse en un principio
general: el examen de su validez, lo que suponía, en su opinión, el análisis de sus elementos constitutivos.
También Marienhoff y Escola han indicado la vinculación existente entre las diversas categorías de invalidez
(nulidad o anulabilidad) y los vicios afectantes de los elementos esenciales del acto administrativo.
Otro sector de la doctrina argentina, en cambio, sostiene el criterio de relacionar la invalidez del acto, no con la
afectación de los elementos esenciales de éste, sino con la entidad o gravedad del vicio en sí, con independencia del
elemento afectado (Cassagne - Gordillo - Hutchinson).
Como ha puesto de relieve Mairal, sería posible hallar, respecto del primer criterio, una cierta influencia de la
evolución del derecho administrativo francés durante el siglo pasado, en tanto el Consejo de Estado admitió,
sucesivamente, como fundamentos del recurso por exceso de poder, la incompetencia, el vicio de forma, la
desviación de poder y la violación de la ley, generándose, así, probablemente, la idea de encuadrar la mayor parte
de los vicios en las categorías progresivamente admitidas.
El autor citado ha indicado, asimismo, la supuesta ausencia de correlación legal entre elementos y vicios.
A nuestro juicio, lo cierto es que la ley, sistemáticamente interpretada, contiene esa correlación.
Así, la voluntad como primera enunciación (inc. a], art. 14) se correspondería con su consideración como
presupuesto de la existencia y validez del acto.
A su vez, en el inc. b) aparecen la incompetencia (como vicio de la competencia), la falta de causa (como vicio
en la causa), la violación de la ley (como vicio en el objeto), de las formas esenciales (como fórmula genéricamente
comprensiva del procedimiento, la motivación y la forma propiamente dicha) y de la finalidad (como transgresión
del fin).
Es cierto que la norma no contiene una sinonimia absoluta entre los términos empleados para enunciar los
requisitos esenciales y los vicios generadores de la invalidez.
Pero, como ha dicho la Corte Suprema, por encima de lo que las leyes parecen decir literalmente, es propio de la
interpretación indagar lo que ellas dicen jurídicamente (17), privilegiando la intención del legislador más allá de las
imperfecciones técnicas, estableciendo la versión técnicamente elaborada de la norma por medio de una discreta,
razonable y sistemática hermenéutica que responda a su espíritu y respete la voluntad del legislador (18). Y, en este
sentido, no es dudoso, en nuestra opinión, que la ley ha querido vincular, siguiendo su doctrina inspiradora, los
elementos con los vicios.
Desde otra perspectiva, no es razonable tampoco suponer que la ley haya pretendido excluir de la nulidad los
casos de vicios graves en los elementos, equiparables a la exclusión de éstos (como sería, por ejemplo, el supuesto
de un acto que contuviera en su objeto la decisión de todas las cuestiones propuestas, pero involucrara otras que no
lo han sido, sin oír al interesado, supuesto en el cual se viciaría gravemente el objeto y el procedimiento previo,
aunque sin excluirlos).
Por eso, se puede afirmar que un acto administrativo es nulo de nulidad absoluta cuando carece de alguno de sus
elementos esenciales, o padece en ellos de un vicio grave. En cambio, es anulable cuando todos sus elementos
esenciales concurren, pero alguno adolece de un vicio "leve" o "no fundamental".
Ahora bien, independientemente de las posiciones doctrinales consideramos importante destacar que, antes de la
sanción de la LNPA, el Alto Tribunal vinculó las nulidades en el derecho administrativo, como en el civil, con los
distintos elementos que concurren en la formación del acto considerado (19), y actualmente también parece inclinarse
hacia el primer criterio expuesto, al resolver, textualmente, que "...la omisión del recaudo sustancial previsto en la
ley como condición para decidir la caducidad del acto, sólo puede... dar lugar a la nulidad absoluta del acto" (20).
Esta vinculación de la invalidez de los actos con la afectación de sus elementos esenciales no importa, por lo
demás, prescindir de la gravedad del vicio como pauta de apreciación, puesto que, en este esquema, la consecuencia
jurídica imputada al vicio depende, precisamente, de la gravedad de la alteración sufrida por los recaudos valorados
por el ordenamiento como esenciales para la validez del acto: exclusión del elemento o vicio grave en él, acto nulo
de nulidad absoluta; vicio leve o "no fundamental", acto anulable de nulidad relativa.
De modo similar a lo que ocurre en la legislación española, no tiene acogida en la LNPA la categoría de la
inexistencia, aun cuando en aquélla, pese a que la jurisprudencia del Tribunal Supremo la descarta con rotundidad,
se la ha usado en ocasiones (Santamaría Pastor y Parejo Alfonso). En el derecho argentino se regulan, como
alternativa, las vías de hecho administrativas.
Tampoco están contempladas, después de las reformas introducidas en 1976 por la ley 21.686, las
irregularidades u omisiones intrascendentes como vicios determinantes de anulabilidad, categoría que parecería
haber querido trasladar defectuosamente al derecho argentino las irregularidades de forma inoperantes de la ley
española(21).
Por eso, si bien en nuestro derecho puede hablarse, en este aspecto, de la dicotomía de las "invalideces", no
ocurre lo mismo con la tricotomía de las irregularidades (González Pérez y González Navarro).
Ahora bien: las características de la nulidad absoluta en el derecho argentino son las siguientes:
Si bien tradicionalmente se ha sostenido —tal como hemos expuesto en otros trabajos anteriores, no obstante
nuestra opinión crítica sobre el punto(22)— que la nulidad absoluta no podía ser declarada de oficio por el juez,
recientemente la jurisprudencia de nuestro Máximo Tribunal, en un giro que celebramos, ha variado su criterio en
las causas "Mill de Pereyra" (23)y, especialmente, en "Banco Comercial de Finanzas" (24). La misma línea sigue, en
fecha más reciente, en "Lapadú"(25)y en la causa "Videla" en la que, además, se refiere al "control de
convencionalidad" de oficio que debería efectuar el Poder Judicial entre las normas jurídicas internas que se aplican
en los casos concretos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos, teniendo en cuenta para ello no
solamente el tratado sino también la interpretación que de él ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de
la Convención(26).
En efecto, no obstante que no existía una norma que expresamente dispusiera esa prohibición, ella había sido
afirmada por la jurisprudencia (27)y la doctrina (Marienhoff), normalmente como derivación de la presunción de
legitimidad del acto administrativo.
En ese sentido, se decía que si la nulidad era opuesta como excepción por el Estado demandado, únicamente
cabía examinar por el tribunal el aducido vicio en que tal defensa se fundaba y no otros defectos posibles cuya
existencia no hubiera sido planteada, pues a una revisión más extensa se opondrían la presunción de legitimidad de
la que los actos administrativos gozan, y el derecho de defensa del actor, que se vería afectado si la sentencia se
basase en cuestiones que quedaron excluidas de la controversia.
El real sustento aprehendido para la inviabilidad de la anulación judicial oficiosa, respecto de los actos
administrativos, era el principio de división de poderes. Fuera de este fundamento, el actuar oficioso del juez se
hubiera debido aceptar al menos cuando la invalidez fuera absoluta y manifiesta.
Por nuestra parte, siempre pensamos que el referido principio no debe ser invocado para enervar la potestad
judicial de invalidación de un acto, aun sin petición de parte —aunque, por supuesto, en el marco de una causa—
cuando la ilegitimidad de aquél fuera grave y manifiesta. Iura novit curia, el derecho lo conoce el juez (28)y su
aplicación no puede quedar sujeta a la estrategia o diligencia procesal de las partes.
Si en el derecho privado el art. 1047, Cód. Civil, impone al juez la obligación de declarar de oficio la invalidez
del acto cuando la nulidad absoluta surge manifiesta de éste, exteriorizándose, con esa previsión, la existencia, en
esa rama del derecho, de una juridicidad indisponible para los particulares, cuánta más razón para sentar igual
conclusión en el ámbito del derecho público administrativo.
Gravitan, aquí, las mismas razones que se han esgrimido, y que compartimos, para propiciar la declaración de
oficio de la inconstitucionalidad de las leyes (Bianchi), la cual, de acuerdo con nuestra interpretación, ha sido
admitida por la Corte Suprema de Justicia de la Nación(29).
Adherimos, por eso, a la tendencia jurisprudencial que, inspirándose en la teoría de las cuestiones de orden
público (Debbasch), asigna esa entidad a ciertos vicios del acto para justificar su introducción oficiosa (30).
Por lo mismo, nos parece elogiable la disposición de la ley de la jurisdicción contencioso administrativa
española que, como manifestación del principio inquisitivo, permite al tribunal enjuiciar de oficio cuestiones no
planteadas por las partes, no sólo respecto de la nulidad de pleno derecho sino en relación con cualquier motivo que
pudiera fundar el recurso o la oposición (González Pérez - González Navarro).
No se nos escapa que estas últimas alternativas suponen la existencia de un planteo de nulidad, formulado por
alguna de las partes en el proceso, respecto del cual el juez cambia o amplía su sustento y que, en rigor, ellas
podrían no ser consideradas, en sentido estricto, casos de declaración de oficio de la invalidez; empero, implican
una flexibilización del principio que veda toda actuación judicial oficiosa en la materia (31).
Por ello, elogiamos la nueva jurisprudencia de la Corte que, así como en el caso "Mill de Pereyra" admitió la
facultad judicial de declarar de oficio la inconstitucionalidad de las leyes, proyectó coherentemente sus
conclusiones a la declaración oficiosa de nulidad de los actos administrativo en la causa "Banco Comercial de
Finanzas"(32)y, luego, en "Lapadú"(33).
b) El acto afectado por esta clase de nulidad debe ser revocado por ilegitimidad, aun en sede administrativa,
excepto que él esté firme y consentido y haya generado derechos subjetivos que se estén cumpliendo (art. 17,
LNPA).
c) La pretensión de la declaración judicial de invalidez está sujeta, para los administrados, a plazos perentorios
que varían según se trate de impugnación por vía de demanda —noventa días hábiles judiciales— o de recursos —
treinta días— con excepción, hasta la reforma introducida por la ley 25.344, del caso de silencio, en el que no era
exigible plazo alguno, salvo el de la prescripción (arts. 25 y 26, LNPA).
A partir de las modificaciones incorporadas por aquella ley también se debería observar el plazo de caducidad
previsto por el citado art. 25, para iniciar la demanda después de producida la denegación tácita del reclamo
administrativo previo deducido en los términos del art. 30. Sin embargo, como ya hemos recordado antes, esta
criticable modificación efectuada por la ley 25.344, en fecha reciente ha sido salvada en su constitucionalidad por la
Corte Suprema, remitiéndose al dictamen de la procuradora fiscal, señalando que la condición que impone el art. 31
de la LNPA para plantear la demanda en cuanto a "que deberá ser interpuesta en los plazos perentorios y bajo los
efectos previstos en el art. 25 (caducidad la instancia)" debe interpretarse que sólo rige cuando el reclamo sea
resuelto expresamente en contra del interesado, es decir, cuando haya una resolución denegatoria, mas no cuando se
hubiera producido el silencio de la Administración y no existiera un acto expreso (34).
Los plazos para accionar contra el Estado, considerados constitucionales por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, son igualmente aplicables a los actos nulos, de nulidad absoluta, como a los anulables, de nulidad relativa
y, de acuerdo también con la jurisprudencia actual (35)del Alto Tribunal, deben ser declarados de oficio por los
jueces; criterio, este último, que es coincidente con lo consignado, ahora, por el art. 31, LNPA, según el texto de
la ley 25.344.
Cabe consignar, asimismo, que de acuerdo con la jurisprudencia de la Corte Suprema, existente al menos hasta
la sanción de la ley últimamente citada (36), se debe distinguir, a los efectos de exigir, o no, el cumplimiento del plazo
judicial para accionar contra el Estado, entre las acciones dirigidas a anular actos agotadores de la instancia
administrativa y actos relativos a reclamaciones vinculadas al reconocimiento de un derecho, respectivamente. Sin
embargo, a partir de la causa "Biosystems", parecería que, ahora, se debe cumplir con el plazo judicial para
accionar contra el Estado cuando el reclamo administrativo previo fue resuelto en forma expresa pues allí se dice,
textualmente,que la condición que impone el art. 31 de la LNPA para plantear la demanda en cuanto a "que deberá
ser interpuesta en los plazos perentorios y bajo los efectos previstos en el art. 25 (caducidad la instancia)" debe
interpretarse que sólo rige cuando el reclamo sea resuelto expresamente en contra del interesado, es decir, cuando
haya una resolución denegatoria, mas no cuando se hubiera producido el silencio de la Administración y no
existiera un acto expreso.
La ley no fija plazo, en cambio, para el accionar judicial como actores del Estado o de sus entes autárquicos, si
bien deja a salvo lo que corresponda en materia de prescripción (art. 27), lo cual lleva, a nuestro modo de ver, a la
imprescriptibilidad de la acción estatal para demandar la nulidad absoluta de sus propios actos. Así, entendemos
que la imprescriptibilidad de la nulidad absoluta que surge del art. 4023, Cód. Civil (Cassagne - de Estrada - Fiorini
- Gordillo), conjugada con lo dispuesto en el art. 27, LNPA, determina la inexistencia de plazo alguno que
condicione la disposición de la anulación oficiosa o la persecución judicial por el Estado de actos afectados por
nulidades absolutas (también González Arzac). Por el contrario, cuando el accionante es el particular juegan los
plazos de caducidad previstos en el art. 25 de la ley (37).
La existencia de plazos distintos para demandar la invalidez del acto, según se trate del Estado o de los
particulares, ha sido cuestionada por algunos autores que han visto en ella una afectación de la justicia y la
igualdad, aunque también se ha observado, con criterio que compartimos, que no necesariamente se debe reputar
injusta toda solución que importe trato diverso para el Estado y los particulares.
Existe, asimismo, una fuerte corriente doctrinaria que cuestiona la aplicación del plazo de caducidad a los actos
nulos, de nulidad absoluta, propiciando la imprescriptibilidad de la acción con los mismos alcances vigentes en el
derecho privado. Aunque cabe señalar que incluso en este ámbito hay doctrina que propicia la prescriptibilidad de
la acción para las nulidades absolutas (Lloveras Resk - Garibotto).
d) No puede ser objeto de saneamiento, como subsanación del defecto o vicio que porta el acto, pues la
gravedad del vicio que lo afecta gravita para inhibir esta alternativa.
Acerca de esta clase de invalidez no es posible plantear el transcurso del plazo de prescripción como un
supuesto eventual de confirmación tácita, pues la remisión contenida en el art. 27, LNPA, lleva a la
imprescriptibilidad de la acción cuando ella es deducida por el Estado o sus entes autárquicos, habida cuenta de
que, como se recordó en el punto anterior, en el derecho privado, la acción para demandar la declaración de nulidad
absoluta de los actos es imprescriptible.
e) Los efectos de la declaración de nulidad deben ser retroactivos, pues es un principio general del derecho que
el acto nulo, desde su nacimiento, ha de considerarse como si nunca se hubiera realizado.
Los caracteres del acto anulable, de nulidad relativa, son, a su vez, los siguientes:
b) El acto afectado por esta clase de invalidez no puede, en principio, ser revocado por ilegitimidad en sede
administrativa, excepto cuando el interesado conozca el vicio que lo afecta, la extinción lo beneficie sin afectar a
terceros o el derecho se hubiese otorgado expresa y válidamente a título precario (art. 18, LNPA).
c) Los plazos para plantear judicialmente la anulabilidad son los mismos que los aplicados a los afectados por
una nulidad absoluta, pues la LNPA no hace distinción alguna.
Cabe puntualizar que a la acción del Estado, o de alguno de sus entes autárquicos, para demandar la invalidez de
un acto anulable se la debe considerar sujeta a los plazos de prescripción que prevea, para el caso del que se trate, el
Código Civil, habida cuenta de la remisión a las normas reguladoras de la prescripción contenidas en el citado art.
27, LNPA.
d) Los actos anulables pueden ser saneados, pues la índole no grave del vicio que los afecta no impide que la
Administración subsane el defecto determinante de la invalidez.
e) Los efectos de la invalidez declarada también deben ser, en principio, retroactivos. Cassagne ha afirmado, en
criterio que compartimos, que en derecho administrativo procede siempre, en principio, el efecto ex tunc de la
invalidez, en atención a la presunción de buena fe que acompaña el accionar estatal y el interés público que con él
se persigue.
Por lo demás, parece ser ésta una consecuencia lógica de toda invalidez, habida cuenta de que ella, como factor
causal de la extinción del acto, se configura en el momento de su emisión. Por ende, a una causa originaria deben,
en principio, corresponder también efectos iniciales (Alsina Atienza).
Ello es una exigencia de la lógica jurídica, la que, no obstante, requiere ser corregida en situaciones como las
que suelen presentar estos actos, por exigencias de la seguridad jurídica.
De lo expuesto se desprende que los actos nulos de nulidad absoluta, y los anulables de nulidad relativa, tienen
en común, en el derecho positivo nacional, los siguientes caracteres:
a) la impugnación judicial, para los particulares, está sujeta, en principio, a los mismos plazos y condiciones, y
Difieren, sin embargo, en la posibilidad de saneamiento, vedada para los actos nulos y viable para los anulables,
en el carácter prescriptible de la acción estatal, o de los entes autárquicos, para demandar la invalidez de los actos
anulables y la índole imprescriptible de igual acción respecto de los actos nulos, y en el régimen de revocación por
ilegitimidad, obligatorio, en principio, respecto de los actos nulos, con las limitaciones vistas, e improcedente,
como regla, para los actos anulables, también con los alcances indicados. Además, en el estado actual de la
jurisprudencia de la Corte Suprema, la nulidad absoluta puede ser declarada de oficio por el juez ("Mill de Pereyra",
"Banco Comercial de Finanzas", "Lapadú", "Videla", "Rodríguez Pereyra", "Pedraza", citados), no así la relativa.
Por nuestra parte, pensamos que el planteo a formular no es el de si la nulidad o la anulabilidad son el principio
en la materia. En cada situación viciada, el principio será el que corresponda a ella.
Así, si el acto carece de un elemento esencial o adolece en alguno de ellos de un vicio grave, el acto será nulo,
de nulidad absoluta. Si, en cambio, posee todos los elementos esenciales, pero alguno de ellos tiene un vicio no
grave o no fundamental, el acto será anulable, de nulidad relativa.
Cuestión distinta es determinar el criterio a adoptar en caso de duda. En ese sentido, estimamos que la
presunción de legitimidad que se imputa legalmente al acto administrativo (art. 12, LNPA) gravita para concluir en
favor de la anulabilidad (Marienhoff - Escola).
Esta clase de invalidez no está recogida expresamente por la LNPA. No obstante, por derivar de la naturaleza de
las cosas, debe considerarse aplicable, pues ella reposa en el carácter ostensible, notorio, evidente del vicio que
afecta la validez del acto.
Por tal razón, la afirmación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación contenida en el caso "Los Lagos" (39), en
el sentido de que la presunción de validez del acto torna siempre necesaria una investigación de hecho para
determinar su nulidad —invocada, en su momento, por parte de la doctrina para considerar inaplicable la categoría
de la nulidad manifiesta en derecho administrativo (Diez - Gordillo)— no pudo tener otro alcance, como señaló
Marienhoff, que el de una generalización inadecuada.
Por otra parte, además de la jurisprudencia posterior que admite esa clase de invalidez en la disciplina
administrativa(40), hay que tener en cuenta que la acción de amparo, contemplada, después de la reforma de 1994, en
el art. 43, CN, y, en el orden nacional, regulada desde antes por la ley 16.986, erige como uno de los supuestos
habilitantes de su procedencia la existencia, precisamente, de un acto que con arbitrariedad e ilegitimidad
manifiesta afecte un derecho o una garantía constitucional (art. 1º). A partir de la reforma de la Constitución, pues,
la posibilidad de la nulidad manifiesta del acto administrativo tiene sustento constitucional explícito.
En otro orden de ideas, se debe distinguir el acto nulo, de nulidad absoluta, del acto portador de una invalidez
manifiesta, pues el fundamento de ambas categorías es diferente: el primero se sustenta en la gravedad del vicio
afectante de los elementos esenciales; el segundo, en cambio, proviene del carácter notorio u ostensible de aquél (41).
La Cámara Nacional en lo Contencioso Administrativo Federal ha recogido esta distinción, al señalar claramente
que ésta, en derecho administrativo, entre nulidad absoluta y nulidad relativa, radica en la entidad del vicio que se
aloja en el acto de que se trate —grave en un caso, leve en el otro— y no en la necesidad de realizar una
investigación de hecho para comprobar la irregularidad(42).
Las consecuencias del vicio manifiesto y, por ende, de la invalidez manifiesta se advierten singularmente en
relación con dos cuestiones: la presunción de legitimidad del acto administrativo, a la que enerva, y los efectos que
de esta circunstancia se derivan acerca de la exigibilidad de aquél; y la potestad revocatoria por ilegitimidad
ejercitable por la Administración cuando el particular conoce el vicio del acto, sea éste regular o irregular.
Tal como se señaló anteriormente, el examen de la validez del acto administrativo supone siempre un juicio
lógico jurídico de comparación entre el acto y sus elementos y las normas aplicables (Escola). Este juicio implica
confrontar las exigencias impuestas por el ordenamiento, en cuanto a los elementos esenciales del acto, con la
realidad del acto administrativo emitido.
Son pues, como señaló Garrido Falla, cuestiones íntimamente conexas, de modo que corrección de elementos
significa ausencia de vicios, en tanto que la existencia de éstos origina, correlativamente, la falta o incorrección de
aquéllos.
En este punto corresponde, entonces, examinar los vicios posibles en los diversos elementos esenciales del acto
administrativo y su consecuencia en el marco jurídico de las categorías de invalidez antes estudiadas.
2.1. La cuestión de los vicios de la voluntad
Aun cuando la significación jurídica que cabe asignarle a la voluntad psicológica del agente es discutible, en
especial tratándose de una actividad reglada, desde el punto de vista jurídico positivo es necesario abordar la
temática relativa a los vicios de la voluntad.
Ello es así, en primer lugar, porque la LNPA contempla como causales de nulidad absoluta del acto, según el art.
14, inc. a), vicios típicos de la voluntad (error, dolo, violencia) y, en segundo término, porque la fuente doctrinal de
la ley en la cuestión considera la voluntad psicológica del agente como presupuesto indispensable de la existencia y
validez del acto (Marienhoff(44)).
2.1.1. Error
Definimos el error como el conocimiento falso o deformado de la realidad, y a él debe ser equiparada
jurídicamente la ignorancia, indicativa de la ausencia de todo conocimiento.
En la doctrina civilista se enseña que, según la gravedad del error, hay tres clases de él:
b) el error "esencial", que no excluye la existencia del acto, pero que lo afecta en alguno de sus elementos
fundamentales y
c) el error que no influye de modo alguno sobre el acto, por referirse a circunstancias intrascendentes de él
(Llambías).
Se señala también que nuestro codificador no siguió una técnica legislativa correcta, porque además de no
suministrar una noción conceptual de "error esencial", confundió bajo tal denominación los supuestos de "error
radical", excluyentes de la voluntad, y los casos de "error esencial" propiamente dicho, generadores de "voluntad
viciada" (Llambías).
De todos modos, el error esencial es construido doctrinalmente como aquel que, al recaer sobre elementos
esenciales del acto, opera como su causa determinante, de manera que si él no se hubiera producido, el acto no se
hubiese realizado.
Ahora bien, la LNPA se refiere a la "voluntad de la Administración excluida por error esencial" (art. 14, inc. a]),
aludiendo así a una situación que no es, técnicamente, en el marco del derecho privado, un supuesto de "error
esencial" (el destacado nos pertenece).
En efecto, la exclusión de la voluntad configura, por definición, no un caso de voluntad viciada, como sucede
con el error esencial, sino de inexistencia de voluntad.
Se trata, como dice Marienhoff, de un supuesto de suma gravedad, ya que da como resultado la ausencia o falta
de voluntad (en el mismo sentido: Gordillo).
De lo expuesto surge que, en realidad, los casos de error esencial configuran, en el marco de la ley, situaciones
de nulidad absoluta, las que, derivan, en rigor, de la ausencia de un elemento esencial o del vicio grave en éste.
El concepto, pues, de error esencial, no puede tener, en el derecho positivo administrativo nacional, el mismo
contenido que en el derecho privado, en el que su existencia no genera más que la nulidad relativa del acto.
Y siendo que la nulidad absoluta o relativa se determina en la ley en relación con la gravedad del vicio afectante
de los elementos esenciales del acto, es razonable concluir en que la esencialidad del error no puede sino referirse a
la exclusión, o no, de los elementos esenciales o la afectación grave de alguno de éstos.
Desde nuestra perspectiva, entonces, el error "esencial" excluyente de la voluntad que contempla el art. 14, inc.
a), LNPA, debería ser referido a los supuestos de exclusión o afectación grave de un elemento esencial del acto y,
por lo tanto, determinantes de su nulidad absoluta. En cambio, los casos que la doctrina civil considera,
simplemente, de "error esencial", configurarían supuestos en los que no se produce aquella exclusión o afectación
grave de elementos esenciales y, por ello, la consecuencia que se deriva es la de la nulidad relativa del acto.
Un análisis de la jurisprudencia de la Corte Suprema acerca del "error" como causal de invalidez del acto
administrativo eventualmente habilitante de su anulación oficiosa en sede administrativa revela que las situaciones
debatidas en las diversas causas, en general, se referían, en realidad, a vicios en el "objeto" o "contenido" del acto, o
bien en la causa(45).
2.1.2. Dolo
Constituye dolo, según lo define el Código Civil, "toda aserción de lo que es falso o disimulación de lo
verdadero, cualquier artificio, astucia o maquinación" que se emplee para lograr la realización de un acto jurídico
(art. 931).
En relación con este vicio, y también respecto del error, dijo Fiorini: "Por más errores que se mencionen, por
más dolo que se denuncie, si éstos no se reflejan en los elementos esenciales del acto administrativo, no podrá
presentarse la invalidez que pueda provocar la nulidad o anulabilidad del acto" (el destacado nos pertenece).
A esa concepción parece responder la ley en su regulación del vicio en examen, pues conforme a su art. 14, inc.
a), el dolo genera la nulidad absoluta del acto "en cuanto se tengan por existentes hechos o antecedentes
inexistentes o falsos". No cualquier dolo parece, pues, determinar la nulidad absoluta del acto, sino sólo aquel que
afecte gravemente su causa.
En realidad, lo verdaderamente significativo para la validez del acto no es la buena o mala fe del particular, o
incluso del propio agente estatal, sino la efectiva concurrencia sin vicios graves de todos sus elementos esenciales.
Por tal motivo, si la idea que parece subyacer en esta regulación del dolo fuera extendida a los casos de error y
violencia, las situaciones de voluntad viciada a causa de estos vicios deberían ser valoradas como determinantes de
la invalidez del acto sólo cuando ellos implicaran la afectación de la causa o de algún otro elemento esencial del
acto.
De todos modos, es interesante destacar que el dolo del particular es expresamente castigado por la ley, al
contemplar la anulación del acto regular en sede administrativa, pues lo erige en uno de los supuestos en que dicha
anulación procede, excepcionalmente, respecto de los actos anulables (art. 18, párr. 2º, primera parte).
En el marco de los criterios que aceptan el dolo como vicio autónomo del acto es necesario puntualizar que su
influencia como factor de invalidez requiere que él sea grave y principal causa del acto (art. 932, incs. 1º y 2º, Cód.
Civil). No se exige, en cambio —con fundamento en razones de moralidad administrativa— que haya ocasionado
daño importante, ni se lo considera excluido, por los mismos motivos, aun cuando sea recíproco (Marienhoff -
Cassagne; en contra, respecto del requerimiento de la importancia del daño: Escola).
La PTN ha sostenido que para la calificación del vicio de que pueden adolecer los actos administrativos
unilaterales carece de toda trascendencia el dolo que haya sido producido por los administrados, porque tal proceder
no importa el dolo del funcionario competente para dictar esos actos (46).
Advertimos nuevamente la clara relación que se efectúa entre el vicio en la voluntad y su repercusión en un
elemento esencial del acto, ya que, en el caso, aun cuando el administrado había obrado con dolo, ello no había
hecho emitir un acto inválido, pues sus elementos esenciales no habían sido afectados.
2.1.3. Violencia
En el concepto de violencia están comprendidos los medios coercitivos físicos o morales ejercidos sobre alguien
—en el caso, funcionario o particular— para obligarlo a hacer algo no querido, o a no hacer algo querido por él.
La ley fulmina con la nulidad absoluta el acto que deriva de la violencia física —fuerza— o moral —
intimidación— ejercida sobre el agente (art. 14, inc. a]). Aun cuando no menciona expresamente la violencia
ejercida sobre el particular, no hay razón alguna para excluir tal situación de la consecuencia invalidatoria que surge
de la disposición.
Para quienes propician —como en nuestro caso— examinar la validez de los actos administrativos con arreglo a
las exigencias objetivas del actuar administrativo, el vicio de violencia, como los restantes vicios de la voluntad,
sólo tiene significación jurídico administrativa en relación con la validez del acto, cuando ella afecta todos o
algunos de los elementos esenciales de éste (Escola - Fiorini - Garrido Falla).
El acto arrancado por la violencia, sin perjuicio de las repercusiones que pueda tener en el campo jurídico penal,
puede implicar, sin embargo, una coincidencia objetiva entre sus elementos y la abstracta previsión normativa que
le sea aplicable.
Es indudable, sin embargo, que en el ámbito de la actividad discrecional, la cuestión adquiere matices diferentes,
pues cuando la Administración ejerce esa clase de facultades, la posibilidad de "elección" que ellas confieren
requiere, precisamente, un grado de libertad y valoración que es incompatible, por definición, con la violencia física
o moral.
Desde otra posición doctrinal, se sostiene que en toda situación el empleo de la violencia para la consecución de
un acto es inmoral e ilegítimo, generando siempre su nulidad absoluta (Cassagne).
2.2. La simulación
Si bien algunos autores (Linares) consideran la simulación como un vicio de la voluntad, en realidad, cuando
ella se configura, la voluntad no aparece "viciada", pues el acto es realmente querido por su emisor, sólo que con
una voluntad ilegalmente orientada, como dice Marienhoff.
De la definición contenida en el art. 955, Cód. Civil, se desprende que hay simulación cuando el verdadero
carácter de un acto jurídico se oculta tras la apariencia de otro, se cambia su forma real mediante diversas cláusulas
o expresiones insinceras o bien se lo falsea respecto de las personas intervinientes.
En el derecho civil se distingue, asimismo, la simulación absoluta, en la que el acto realizado nada tiene de real,
pues se trata de una simple y completa ficción, de la simulación relativa, en la que el acto aparente esconde otro
real, distinto de aquél (art. 956, Cód. Civil) (Borda).
Una distinción también formulada se basa en el fin al que tiende la simulación: es lícita si no perjudica a terceros
o carece de otros fines ilegítimos, e ilícita cuando causa tales perjuicios o tiene algún otro objeto ilícito (art. 957,
Cód. Civil).
En derecho administrativo, el acto simulado es siempre un acto inválido, porque la simulación implica la
afectación de todos o algunos de sus elementos esenciales, y la importancia de la invalidez dependerá —como
ocurre con los vicios analizados en los puntos anteriores— del grado de afectación de estos elementos.
Así, la simulación determinará la configuración de un acto nulo de nulidad absoluta si ella significa la exclusión
o afectación grave de todos o algunos de sus elementos esenciales; originará, en cambio, un acto anulable de
nulidad relativa si el vicio, aun referido a alguno de los elementos, carece de gravedad (Marienhoff - Cassagne).
La LNPA sanciona con la nulidad absoluta el acto que adolece de simulación absoluta (art. 14, inc. a], in fine),
concepto que se debe entender en el sentido de que, por encubrir un acto que "nada tiene de real" (art. 955, Cód.
Civil), carece de todos sus elementos esenciales.
El interés público que tiene que presidir siempre el accionar administrativo y la moralidad que en aquél se debe
considerar ínsita impiden aceptar la validez de actos simulados (Marienhoff), sin perjuicio de la diversa gravedad
que se pueda asignar a la invalidez.
Este vicio es comúnmente denominado "exceso de poder", pues él implica que el órgano administrativo ha
incurrido, al emitir el acto, en un exceso de las facultades y atribuciones constitutivas de su aptitud legal de obrar.
La incompetencia en razón de la materia, del territorio o del grado genera, en principio, la nulidad absoluta del
acto (art. 14, inc. b]).
Así, se ha dicho que, mediando incompetencia en razón de la materia, la resolución administrativa es nula, de
nulidad absoluta y, por ende, insusceptible de ser saneada(47).
En una decisión ejemplar, la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió que es nulo de nulidad absoluta e
insanable el decreto del Poder Ejecutivo que privó de la libertad personal a un ciudadano, sin que concurrieran, en
el caso, los dos únicos supuestos que, en el marco de la Constitución, autorizan esa medida: el debido proceso legal
(art. 18) y, en supuestos excepcionales, el arresto durante el estado de sitio previsto por el art. 23. El Alto Tribunal
imputó al acto del Poder Ejecutivo el vicio de incompetencia y extralimitación en el ejercicio de sus funciones (48).
Se ha distinguido, respecto de la incompetencia en razón de la materia, la incompetencia absoluta, que derivaría
del ejercicio de atribuciones que corresponderían al órgano legislativo o judicial, o a otra Administración Pública,
de la relativa que se configuraría cuando la invasión de facultades se produce en la propia persona administrativa
(Escola).
En estos últimos casos, es posible aceptar (Gordillo - Hutchinson) que si el vicio no es grosero o evidente, el
acto es meramente anulable y, en consecuencia, saneable.
La incompetencia en razón del territorio no es un vicio frecuente, pero cuando se produce debe determinar,
como regla, la nulidad absoluta (Hutchinson).
La LNPA no plantea el caso de la incompetencia en razón del tiempo. Sin embargo, en no pocas ocasiones la
posibilidad de que un órgano administrativo ejerza cierta atribución aparece condicionada en el tiempo.
El principio a seguir en la cuestión es, como en toda esta materia, el de la gravedad del vicio en relación con los
elementos esenciales del acto.
Por eso, como norma, el dictado de un acto fuera del plazo previsto para ello debe provocar su nulidad absoluta,
excepto que de él no deriven perjuicios para terceros ni para el interés público, supuesto en el cual la invalidez debe
ser considerada simplemente relativa (Gordillo).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha estimado que si en un acto dictado por la Administración ha
mediado incompetencia en razón del tiempo, la decisión es nula de nulidad absoluta e insanable, según lo
establecido por el art. 14, LNPA(49).
Agregó que, aun cuando el procedimiento implantado no hubiera establecido, expresamente, una fecha tope
antes de la cual el órgano debía pronunciarse, correspondía indagar sobre el alcance temporal de la habilitación de
la norma para dictar un determinado acto, pues en el caso de rebasarse sus lindes la autoridad estaría produciendo
un acto viciado de nulidad absoluta por carecer de competencia para expedirse.
Aseveró, asimismo, que, dentro de los distintos aspectos que hacen a la competencia, se encuentran aquellos
fijados en razón del tiempo, que puede venir dado no sólo por un plazo determinado, sino condicionado por el
objeto del acto y por la finalidad que ha determinado la norma.
En relación con la incompetencia en razón del grado, la LNPA exceptúa de la sanción de nulidad absoluta el
caso en que la delegación o sustitución se hallen permitidas, situación en la que el acto sólo adolecería de nulidad
relativa (arts. 14, inc. b], y 19, inc. a])(50).
Al respecto, la Corte Suprema ha tenido ocasión de pronunciarse en este sentido, al establecer que la
competencia asignada al órgano, por medio de un reglamento al que le faltare publicación adecuada, no le quita
validez a la delegación de facultades que lo habilitan a dictar el acto y, aun en el supuesto de que se considere que
el acto está viciado, se estaría ante un acto relativamente nulo, ya que la incompetencia en razón del grado es
susceptible de saneamiento por vía de la ratificación (art. 19, inc. a], de la ley citada) (51).
2.3.1. Incapacidad
La capacidad de hecho y de derecho del agente público y del particular se rige, en principio, por el derecho
privado, aunque el derecho administrativo, dado su carácter local, puede introducir modificaciones en ese régimen.
La infracción de las regulaciones referidas a la capacidad de derecho determina, en atención al fundamento de
orden público que las sustenta, la nulidad absoluta del acto (Cassagne - Mairal).
Dispone la LNPA que si el acto carece de causa, por no existir o ser falsos los hechos o el derecho invocado, el
acto administrativo es nulo, de nulidad absoluta e insanable (art. 14, inc. b]).
Con referencia al vicio en este elemento, la Corte Suprema de Justicia de la Nación sentó el criterio de
considerarlo como elemento insoslayable para la validez del acto.
En ese sentido, es ilustrativo el caso en el que se juzgó la validez de la anulación administrativa de un diploma
universitario por haberse demostrado la existencia de falsificación en un acta de examen, como consecuencia de la
que se dio por aprobada, indebidamente, una materia no rendida(52).
La Corte Suprema determinó que la ilegalidad manifiesta del acto dejado sin efecto, como supuesto habilitante
de la anulación administrativa del acto ilegítimo, puede resultar, no sólo del evidente error de derecho en que se
pueda haber incurrido, sino también de la ausencia de algún presupuesto de hecho indispensable para la validez del
acto, como ocurría en el caso sometido a decisión del tribunal, con el examen relativo a alguna de las materias
incluidas en la carrera de que se trataba.
Al descubrirse tal circunstancia, señaló la Corte, era evidente, a su juicio, que faltaba la base indispensable para
el otorgamiento del título respectivo.
Es indudable, pues, que la Corte está aludiendo con su argumentación al elemento causa del acto administrativo,
en su vertiente fáctica, tal como después habría de hacerlo la propia LNPA en el artículo en comentario.
En otro supuesto sometido a su juzgamiento, la Corte consideró que carecía de los requisitos esenciales de
validez, por falta de causa y debida motivación, el acto por el cual se había dispuesto la prescindibilidad del actor
sin que hubiera mediado el debido proceso legal, vicio que determinaba su nulidad, de carácter absoluto e
insanable, según lo dispuesto por el art. 14, inc. b), LNPA (53).
Ese vicio impedía convalidar dicho acto con la invocación de razones subyacentes de servicio e intenciones de
evitar el pago de la indemnización prevista en la ley de prescindibilidad.
Subrayó el tribunal que la nulidad del acto citado era total y no parcial, ya que resultaba del vicio consistente en
la ausencia de causa valedera, no habiendo disposiciones separables que pudieran considerarse válidas (art.
1039, Cód. Civil). En consecuencia, concluyó, el acto administrativo era irregular y debía revocarse por razones de
ilegitimidad (art. 14, LNPA)(54).
Por su parte, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal ha establecido que
corresponde anular el acto administrativo que ha impuesto sanciones si del examen de las actuaciones
administrativas se desprende que aquéllas fueron aplicadas en consideración a hechos falsos o no probados, ya que
hay falta de causa en el acto administrativo cuando los hechos invocados como antecedentes que justificarían su
emisión fuesen falsos o cuando el derecho invocado para ello tampoco existiera (55).
El mismo tribunal confirmó la declaración de nulidad de un decreto del PEN por el que se aceptó en forma plena
la renuncia que oportunamente elevó un juez, condicionada al acogimiento de los beneficios de la jubilación por
invalidez, en atención a que el acto impugnado fue dictado teniendo en cuenta un antecedente falso, cual era la
renuncia lisa y llana del actor a su cargo de juez, por lo que uno de sus elementos esenciales, la causa, se encontraba
viciada(56).
Asimismo, decidió que la conclusión anormal de un proceso en el que tramitó un recurso previsto en la Ley de
Entidades Financieras, interpuesto contra la intervención y posterior liquidación de una entidad de esa índole,
conlleva a que las sanciones impuestas a las personas físicas por su actuación en la citada entidad que, a juicio del
Banco Central de la República Argentina, desembocaron en la revocación de su autorización para funcionar y
posterior liquidación, quedasen desprovistas de sustento fáctico, razón por la cual debían dejarse sin efecto (conf.
art. 7º, incs. c] y e], LNPA)(57).
En otro caso declaró la nulidad de un acto administrativo que dispuso la cobertura de un cargo ejecutivo dentro
del Estado, para el que se llamó a concurso, pues la persona designada no se encontraba en condiciones
reglamentarias para participar por no integrar los cuadros de la Administración Pública en el momento de
postularse(58).
La PTN —en dictamen anterior a la LNPA— tuvo oportunidad de sostener correctamente, a nuestro juicio, en
seguimiento del pensamiento de Gordillo, citado en el asesoramiento, que no correspondía considerar como vicio
de error las hipótesis en que la Administración aprecia erróneamente los hechos o el derecho y, con base en ellos,
dicta una decisión que tiene total y certera voluntad de dictar.
Por ejemplo —estimó—, no hay vicio de error si el Poder Ejecutivo, considerando que una persona tiene los
requisitos exigidos por la ley para ocupar un cargo, lo designa en él y resulta luego que esta persona no los reúne.
En tales casos —entendió el organismo asesor—, no hay un vicio de la voluntad con relación al acto, pues el
administrador ha dictado el acto que quería dictar: el error se refiere a la apreciación de los hechos o del derecho
aplicable para dictar el acto y origina, por lo tanto, sea un vicio en el objeto del acto (por dictar un acto contrario a
la ley), sea un vicio de arbitrariedad (por no tener en cuenta los hechos existentes).
Sostuvo, entonces, que en estos dos últimos casos (vicio en el objeto o vicio de arbitrariedad) se trata de
situaciones en que la gravedad del vicio acarrea la nulidad del acto. Afirmó que el dolo que, en el caso, habían
cometido los administrados, no era relevante para la calificación del vicio, salvo en lo referente a la responsabilidad
que por la ilegitimidad del acto les correspondiera.
Así lo consideró, pues, según afirmó, no podía decirse que el acto dictado por la conducta dolosa del
administrado fuera un acto viciado de dolo, pues era obvio que dicho vicio no se había presentado en la voluntad
del órgano administrativo sino solamente en la del particular; por lo demás —agregó—, tratándose de un acto
unilateral y no bilateral, era claro que el vicio de la voluntad del particular se transformó en un igual vicio de la
voluntad administrativa.
En consecuencia, concluyó en que el vicio del acto no era de dolo, ni tampoco de error, porque la
Administración había dictado el acto que tenía voluntad de dictar; el vicio residía en que la Administración había
dictado un acto, reglado por la ley, en un caso en que no se daban las circunstancias de hecho exigidas por la ley
para permitir el dictado de ese acto (el destacado nos pertenece). Por ello, al no estar reunidos los requisitos
legales, el acto no había podido válidamente dictarse (59).
No es dudoso, pues, que, aun cuando la Procuración no menciona el vicio en la causa, se refiere, obviamente, a
él(60).
La ley cuya violación determina la invalidez del acto no es sólo la norma que en tal carácter sanciona el
Congreso de la Nación, se debe considerar comprendido en ella todo el "bloque de la juridicidad", en el sentido que
le otorgamos a esta locución.
Sobre el punto, la PTN ha sostenido que la contradicción con la norma condicionante se plantea en todas las
etapas o los planos de la escala jurídica, de donde la antijuridicidad de un acto administrativo puede consistir, según
sea la forma preceptiva de la norma violada, en una violación de la Constitución, de la ley, de un reglamento, de un
tratado, de una resolución, etcétera(61).
Aunque cabe aclarar, no obstante, que el Alto Tribunal no denominó el vicio en el objeto de ese modo, pues en
las situaciones en que se lo pudo considerar configurado, empleó locuciones tales como "error en la apreciación del
derecho o de la prueba", "apartamiento de lo dispuesto en las normas legales" o "error grave de derecho, lindante
con la incompetencia".
En realidad, pese a la terminología empleada por la Corte, se trataba, en todos los casos, de situaciones
constitutivas de vicios resultantes de violaciones de las normas aplicables.
Con referencia a los precedentes administrativos, entendemos que podrían vincular a la Administración en
ciertos casos, aunque la mayor parte de la doctrina no los considera como fuente del derecho administrativo (62). En
cuanto a las circulares e instrucciones, puede considerárselas, según el caso, incluidas en el mencionado bloque de
legalidad(63).
Y aun cuando la moral no ha sido incluida como elemento autónomo del acto administrativo, ella debe ser, sin
duda, un componente insoslayable del accionar estatal, derivando su imperatividad jurídica positiva del art. 19, CN,
que prohíbe implícitamente los actos contrarios a la moral pública, y del art. 953, Cód. Civil, aplicable al derecho
administrativo, que la contiene, también implícitamente, al referirse a las "buenas costumbres" (Marienhoff).
En ese sentido, la Cámara Nacional en lo Contencioso Administrativo Federal ha decidido que es nulo un
contrato de concesión de espacios de una estación terminal ferroviaria —en el caso, no se habían detallado cuáles
eran las obras futuras objeto del convenio, ni los montos que se invertirían en su realización, habiéndose aludido,
únicamente, a un fondo que debían aportar los concesionarios—, en virtud de considerarse que, con esa
indeterminación, el contrato objeto de la litis violó la ley vigente en la materia (art. 179, inc. 3º, Reglamento de
Ferrocarriles Argentinos)(64).
Por su parte, la PTN dictaminó que una transferencia de bienes estatales, efectuada con sustento en un precio vil,
resultaría, además de ilícita por virtud de la razón de falta de conveniencia, mérito y oportunidad, también inmoral,
contrariando así dos exigencias, licitud y moralidad, vinculadas ambas al objeto como elemento esencial del acto
administrativo(65).
2.6. Vicios de forma
El término "forma" empleado por el art. 8º, LNPA, puede adquirir —tal como se dijo antes— un sentido más
amplio que el que surge de la referida disposición.
En efecto: a tenor de un criterio más genérico, están comprendidos en la "forma" no sólo los requisitos que hay
que cumplir en el momento de emitir el acto —a los cuales, con exclusividad, se refiere el citado art. 8º— sino,
además, los de índole procesal previos a la declaración, e incluso los posteriores que son necesarios para la
producción de sus efectos.
Éste es, pues, el significado que corresponde atribuir a las formas esenciales contempladas por el art. 14, inc.
b]), LNPA, cuya violación trae como consecuencia la nulidad absoluta del acto.
El carácter esencial de la forma, cuya transgresión provoca la nulidad absoluta del acto, significa que si el
requisito formal incumplido no tiene esa importancia, aquél es meramente anulable.
Implica, asimismo —y es ésta una nota común a todos los vicios—, que aun cuando la forma exigida sea
esencial, si el defecto que la afecta no es grave por referirse a aspectos no comprometedores de su plenitud jurídica,
el acto tampoco será nulo, sino meramente anulable.
En cualquier caso, el incumplimiento formal siempre genera invalidez (Cassagne), y no ha tenido acogida
legislativa el criterio de que de la no esencialidad de las formas deriva la irrelevancia jurídica de su incumplimiento
(Marienhoff)(66).
Efectuadas las precisiones conceptuales y terminológicas precedentes cabe ahora, entonces, examinar los vicios
correspondientes a los distintos elementos comprendidos por la "forma".
Para este tema véase, además, todo lo que expuesto al comentar el art. 7° de la LNPA, al referirnos al elemento
del acto administrativo "procedimientos".
El incumplimiento grave del debido procedimiento previo a todo acto administrativo, en el que procede incluir
el debido proceso adjetivo (Fiorini) y a cuyos vicios nos referiremos infra, debe ocasionar la nulidad absoluta del
acto pertinente aun cuando su sustanciación esté prevista como de empleo discrecional por la Administración
Pública y siempre que, en este caso, la omisión de cumplirlo importe violar los límites jurídicos de la
discrecionalidad.
Ello es así en razón del doble papel tuitivo que él, como las formas en general en el derecho administrativo,
tienen respecto de la adecuada gestión del interés público y del debido respeto de los derechos e intereses de los
administrados.
Así, en lo que respecta a los vicios de forma por omisión de un determinado procedimiento de selección del
contratista estatal, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha resuelto que la omisión de la licitación pública,
cuando ella es requerida por la ley, vicia de nulidad absoluta el acto de adjudicación y, por añadidura, el contrato
celebrado con el contratista(67).
En consonancia con esa idea entendió, asimismo, que si previo al dictado del acto que autorizó a funcionar con
carácter de persona jurídica a una asociación no se cumplió con una exigencia normativa, esta omisión causa la
nulidad absoluta e insanable del acto, habida cuenta de que el requisito de forma exigido respondía a
consideraciones relativas a los intereses de la comunidad y al orden público administrativo (68). La inobservancia de
requisitos de forma impuestos por principios vinculados al orden público administrativo (garantía de los
administrados) es también considerada causa de nulidad del acto emitido con tal defecto (argumento de los arts. 7º y
14, LNPA) en una causa posterior(69).
El valor del derecho de defensa en el procedimiento administrativo se resalta en varios pronunciamientos de los
tribunales, así como en la doctrina de la PTN.
Así, existen fallos de la Corte Suprema en los que se sanciona la violación de tal garantía constitucional con la
nulidad absoluta(70).
El Alto Tribunal ha destacado también la importancia del debido proceso legal, señalando que en el
procedimiento administrativo es principio esencial e insoslayable de nuestro sistema republicano el de la
improcedencia e intrascendencia del levantamiento de cargos que afecten a la persona del empleado público sin el
marco imprescindible de un sumario administrativo previo reglado, y la imposibilidad, también de nítida raigambre
constitucional, de privar al imputado del no menos insoslayable ejercicio del derecho de defensa (71).
Respecto del derecho a ofrecer y producir pruebas, la Corte Suprema lo ha considerado vulnerado en un caso en
el que, en sede administrativa, se denegó la prueba ofrecida(72).
Asimismo, ha dicho que el organismo previsional cuenta con atribuciones para suspender, revocar o modificar
las resoluciones que otorgan beneficios jubilatorios (arts. 48, ley 18.037, y 15, ley 24.241) cuando la nulidad
absoluta resulte de hechos o actos "fehacientemente probados" y presupone que se haya dado a los interesados
participación adecuada en los procedimientos, permitiéndoseles alegar y probar sobre los aspectos cuestionados en
resguardo de la garantía de defensa en juicio (art. 18, CN, y art. 1º, inc. f], LNPA)(73).
Pese a los criterios jurisprudenciales reseñados en el punto precedente corresponde recordar, sin embargo, que
por gravitación de la línea jurisprudencial que Linares dio en llamar "teoría de la subsanación", y por la cual la
violación en sede administrativa de las exigencias del debido proceso es "subsanable" en sede judicial —e incluso
en la propia sede administrativa, mediante las instancias de control recursivo de los actos— el incumplimiento de
esta garantía formal, de rango constitucional, es valorado, frecuentemente, como determinante de una nulidad
relativa.
Con ella, el incumplimiento de las formas en las que el debido proceso adjetivo consiste (como especie del
debido procedimiento administrativo previo), no genera, necesariamente, la nulidad absoluta del acto emitido con
esa deficiencia y, así, el procedimiento administrativo pierde la significación axiológica que, constitucional y
legalmente, está llamado a poseer.
Y no se diga que, de no aplicarse la subsanación, se declararía la nulidad por la nulidad misma. Las formas en el
derecho administrativo trascienden el exclusivo interés de las partes, pues ellas atienden también —y
primordialmente— al interés público; por eso, como recuerda Canda, la deficiencia en la defensa administrativa
afecta no sólo el interés particular sino incluso el propio interés general que requiere de eficacia, legalidad y justicia
en el obrar administrativo. Y por eso también resulta improcedente acudir, para justificar el saneamiento de los
actos que trasuntan indefensión, a la eventual aplicación de disposiciones procesales civiles y comerciales
habilitadoras del saneamiento de actos irregulares que cumplen, pese a ello, el fin al que están ordenados. La
analogía, en efecto, en tanto modo de regular el caso con sustento en esas disposiciones, impone, en este supuesto,
el rechazo de éstas en razón de la diferente télesis axiológica que inspira ambos procedimientos estatales.
La ausencia de motivación, al ser ésta un requisito esencial del acto administrativo, enunciado como tal en el art.
7º, inc. e), LNPA, encuadra en el concepto de forma esencial contemplado por el art. 14, inc. b), de esta norma,
motivo por el cual su ausencia debe generar la nulidad absoluta del acto.
En relación con el vicio en la motivación, de especial interés resultan las distintas posturas sostenidas por la
Corte Suprema de Justicia de la Nación(76)y los tribunales inferiores, respecto de actos emitidos por las autoridades
de la ex Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (77)en relación con el cese de funciones y prescindibilidad de
los agentes públicos.
Los criterios de la Corte en esta última cuestión, legitimadores del ejercicio de potestades administrativas
fundadas sólo en razones de servicio invocadas dogmáticamente pero no acreditadas en forma concreta, han
guardado coherencia con el criterio que normalmente ha observado el Alto Tribunal en materia de prescindibilidad
de agentes públicos(78).
De todos modos, debemos destacar que en la causa "Schnaiderman" el Máximo Tribunal, en fecha más reciente,
parecería apartarse de tal criterio. En efecto, ante el acto de cese de la designación del actor invocando únicamente
que no estaba alcanzado por el derecho a la estabilidad y que dicha medida se dictaba en el uso de las facultades
conferidas por el art. 25 del Convenio Colectivo de Trabajo para la Administración Pública Nacional, que disponía
que durante el período de prueba la designación del agente podía ser cancelada en cualquier momento, sostuvo, al
remitirse al dictamen de la Procuración General, que "...no puede sostenerse válidamente que el ejercicio de las
facultades discrecionales, por parte del órgano administrativo, para cancelar la designación de un agente durante el
período de prueba (según le autoriza el art. 25 del CCT) lo eximan de verificar los recaudos que para todo acto
administrativo exige la LNPA, como así también respetar el sello de razonabilidad que debe acompañar a toda
decisión de las autoridades públicas"; agregando, también, que "...no se podía revocar el nombramiento de un
agente, menos aún de un empleado designado por concurso, sin expresar las razones que lo justifican..." pues "...tal
omisión torna ilegítimo el acto, sin que quepa dispensar dicha ausencia por haberse ejercido potestades
discrecionales, las que —por el contrario— imponen una observancia más estricta de la debida motivación..." (79).
El Máximo Tribunal ha aceptado, asimismo, una motivación genérica del acto administrativo (el reclamo del
cumplimiento de "todas" sus obligaciones a un contratista de la Administración) en un caso en el que el particular
requerido se hallaba en mora respecto de la ejecución de determinadas obras pues, siendo así, consideró, este último
no había cumplido "todas" las obligaciones y, por tanto, se había configurado una causa suficiente de resolución (80).
Corresponde destacar, respecto de la motivación, la invocación que de los vicios en ésta —entre otros— hizo la
Corte, para decidir la ilegitimidad de una circular dictada en un procedimiento de selección y afirmar, con ello, el
principio de legalidad, justificando correctamente, en nuestra opinión, su revocación en sede administrativa (81).
La inobservancia de la forma escrita habida cuenta de que ella es requerida, como regla, por el art. 8º, LNPA,
determina, en principio, la nulidad absoluta del acto.
Si bien en el ámbito de la actividad administrativa interna es común el empleo de la forma verbal, tal modo de
expresión de la actividad administrativa debe ser descartado cuando se trata de cuestiones que pueden afectar al
agente público en el marco de su relación de servicio (82).
En la Administración Pública hay reglamentaciones internas que fijan cuidadosamente los detalles formales que
deben reunir los textos en los que son instrumentados los actos administrativos.
Su observancia es importante, esencialmente por razones de seguridad jurídica e incluso de orden estético, pero
de su cumplimiento defectuoso no se debe extraer necesariamente, como consecuencia, la invalidez del acto de que
se trate.
El incumplimiento de los requisitos exigidos por el art. 8º de la ley, respecto de la indicación del lugar y la fecha
en que se dicta el acto, no puede determinar, en principio, por sí solo, más que la anulabilidad, siempre que la
autoridad emisora esté claramente identificada y los recaudos omitidos surjan de otras constancias administrativas
fehacientes.
El acto con deficiencias en estos aspectos es, pues, de nulidad relativa, sin perjuicio de la potestad administrativa
de extinguirlo cuando, a su criterio, medien razones de interés público, seguridad jurídica u otras igualmente
trascendentales que justifiquen su extinción.
La ausencia de la firma plantea, en cambio, no un caso de invalidez —lo que supone la existencia de un acto,
aunque viciado— sino, lisa y llanamente, de inexistencia del acto (Hutchinson).
Como se dijo al comentar los arts. 7º y 8º, LNPA, la publicidad del acto —notificación y publicación, según se
trate de actos de alcance particular o general— debería ser incluida entre los requisitos de forma, pues de ella
depende que el acto exista como tal.
Se aclaró allí también que la jurisprudencia judicial y administrativa tiene un criterio diferente, al asignar a los
recaudos de publicidad una significación vinculada, no con la existencia y validez del acto, sino con su eficacia (83).
A los vicios que afectan la notificación y publicación del acto se los debe considerar, entonces,
comprometedores de su eficacia, y no del requisito esencial "forma", al menos a la luz de la interpretación
jurisprudencial tradicional(84).
En cuanto a los vicios que aquejan la publicación de los actos de alcance general, de la jurisprudencia de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación se desprendería que su ausencia generaría la nulidad absoluta del acto (85).
En rigor, salvo el caso de ausencia total de publicación, que debe determinar la nulidad absoluta del acto cuando
aquélla es exigible (art. 103, RLNPA), los supuestos de publicidad defectuosa deben ser resueltos atendiendo a la
circunstancia de que su significación como elemento formal esencial —o como recaudo de eficacia— depende del
cumplimiento, o no, de su finalidad tuitiva de la seguridad jurídica.
Si el acto administrativo es emitido con un fin distinto del previsto por las normas que habilitan su dictado,
adolece del vicio tradicionalmente denominado "desviación de poder" (Vadel - de Laubadère).
El fin desviado puede responder a la búsqueda de un interés personal del agente o de un tercero. Puede, también,
derivar de la indebida gestión de un interés público diferente del que debe justificar el dictado del acto, pues los
agentes estatales no tienen a su cargo la gestión indiferenciada de las distintas exigencias del interés público.
Salvo el caso de los actos que evidencien el vicio en sus propios considerandos —como sucede, por ejemplo,
cuando se confiesa el intento de emplear una ley de prescindibilidad con fines disciplinarios— es ésta una
irregularidad de prueba dificultosa, habitualmente inferible de elementos reunidos en la causa o de otras
manifestaciones administrativas que permiten advertir la subyacencia desviada de la actuación estatal.
La consecuencia jurídica de este vicio es la nulidad absoluta del acto cuando el fin legítimo es totalmente
excluido, y se puede aceptar la mera anulabilidad cuando, además del propósito indebido, concurren fines regulares
que sustentan la no omisión total del fin válido (Fiorini).
Sobre el particular, la Corte Suprema, en un caso sometido a su consideración, descalificó un acto por el que se
disponía liquidar a un ex agente público un haber jubilatorio menor al que correspondía. El tribunal entendió que se
configuraba en el caso una violación de la ley aplicable —aunque la autoridad administrativa hubiera debido
resolver una compleja situación normativa y fáctica— y una violación de la finalidad inspiradora del dictado del
acto, extremos que imponían calificarlo como nulo, de nulidad absoluta e insanable (86).
Asimismo, el Alto Tribunal ha considerado que se configura este vicio cuando, en el marco de una contratación
administrativa, no se respeta el principio conforme al cual la determinación del precio debe ejercitarse de acuerdo
con la finalidad en mira a la cual fue atribuida la facultad respectiva, que es la de contratar al precio más
conveniente y razonable, motivo por el cual valoró como irregular el contrato que adolecía de esa deficiencia (87).
2.7.1. La irrazonabilidad
Si bien este vicio, desde el punto de vista técnico, está vinculado con las deficiencias que puedan afectar al
objeto o contenido del acto, su valoración en este punto se basa en que la exigencia de razonabilidad aparece
contemplada innominadamente por la LNPA en el inciso regulador del requisito "finalidad" (art. 7º, inc. f], párr. 1º,
segunda parte), al exigir que las medidas que el acto involucre sean proporcionalmente adecuadas a su finalidad.
No cabe duda de que el vicio de irrazonabilidad, resultante de la desproporción entre el objeto del acto y sus
fines, no puede generar sino su nulidad absoluta (Hutchinson).
Cabe destacar, finalmente, que el exceso de punición como vicio determinante de la nulidad de los actos
administrativos, generado por una carencia de adecuada proporcionalidad entre la conducta reprochable y el
reproche merecido por esa conducta, nos demuestra que tal exceso no es sino, en definitiva, una variante de la
irrazonabilidad como vicio posible de todo acto jurídico estatal. En este orden de ideas, una norma o un acto será
excesivo en su punición cuando la sanción imponible o impuesta a un particular no guarde adecuada
proporcionalidad con la télesis represiva que sustentó —es razonable suponer— tanto el dictado de la norma como
la emisión del acto individual que hace aplicación de ella(88).
En un caso sometido a su consideración, la Corte Suprema de Justicia de la Nación entendió, por ello,
procedente la corrección judicial del exceso de la multa impuesta a los actores por la Prefectura Naval argentina,
pues el control jurisdiccional efectuado había versado sobre aspectos reglados, que hacían a la proporcionalidad de
la medida y la finalidad de prevención y punición de la ley. Fundó su decisión en que la facultad de graduación de
la multa entre el mínimo y el máximo previstos en la ley no escapa al control de razonabilidad que corresponde al
Poder Judicial con respecto a los actos de la Administración Pública, incluso cuando se trata de facultades
discrecionales. Ello, pues la discrecionalidad no implica en modo alguno una libertad de apreciación extralegal, que
obste a la revisión judicial de la proporción o ajuste de la alternativa punitiva elegida por la autoridad, respecto de
las circunstancias comprobadas, de acuerdo con la finalidad de la ley (89).
Compartimos la idea según la cual compete a los jueces controlar la razonabilidad de las decisiones
sancionatorias de la Administración; sin embargo, creemos que en tanto ellas importen el ejercicio del poder de
policía —directamente por el Estado o, en su caso, por una persona pública no estatal habilitada para ello—, el
alcance de ese control no debe exceder, en relación con los aspectos discrecionales del acto, el de su anulación y no
debe comprender, por ende, su sustitución por el juez en tales aspectos, pues de otro modo se afecta el principio de
separación de los poderes.
El criterio para medir la influencia de los vicios que pueden afectar las cláusulas accidentales del acto está
previsto en el art. 16, LNPA.
A tenor de esta disposición, la eventual invalidez de una cláusula accesoria no influye en la validez del acto
siempre que a) sea separable y b) no afecte la esencia del acto emitido.
Este criterio es sustancialmente aplicable respecto de la actividad discrecional pues, si se trata de una actividad
reglada, en la que el objeto del acto está concretamente predeterminado por la norma, la indebida inclusión de una
cláusula accidental inválida no puede afectar, en ningún caso, la validez del acto (Marienhoff - Garrido Falla).
Del texto de la ley no se desprende que la pauta de evaluación en ella establecida se vincule con el eventual
beneficiario de la cláusula, como ha sido propuesto por la doctrina (Marienhoff).
Sin embargo, no parece incorrecto aceptar que una cláusula accidental inválida no afecta el acto —aun cuando
no sea separable y comprometa su esencia— si su principal e inmediato destinatario es el particular, quien renuncia
a ella sin cuestionar la validez del acto pertinente.
Finalmente, la doctrina y la jurisprudencia coinciden en cuanto a que el criterio para determinar la invalidez de
los elementos accidentales es el mismo que el aplicable en relación con el objeto del acto (Cassagne).
Jurisprudencia
Tanto se estime que la voluntad de la Administración resultó excluida en la emergencia por error esencial —
como entendió la sentencia en recurso—, o se considere que el acto fue emitido mediando incompetencia en razón
del tiempo, o con un objeto ilegítimo por violación de la ley aplicable, a mi juicio la mácula que detentaba era de tal
entidad que configuró la nulidad absoluta e insanable de la decisión, según lo establecido en el art. 14 de la ley
nacional de procedimientos administrativos; y, contrariamente a lo sostenido por la apelante, la intervención de
partes interesadas en el procedimiento, o la emisión de dictámenes, no resultó suficiente para cohonestar el
pronunciamiento administrativo o disminuir la gravedad del vicio. (CSJN, 26/2/1987, "Bodegas y Viñedos Giol
E.E.I. y C. c. Dirección General de Fabricaciones Militares").
Que el agravio relativo a la circunstancia de que se habría purgado el vicio que afectaba en su origen al acto que
dispuso la baja —en virtud de su ejecución por parte del órgano competente—, carece de sustento por cuanto el
recurrente no ha controvertido los argumentos del fallo referidos a que, por haber mediado incompetencia en razón
de la materia, la resolución administrativa es nula de nulidad absoluta (art. 14, inc. b, ley 19.549), y, por ende
insusceptible de ser saneada (arts. 14 y 19, ley citada). (CSJN, 3/3/1983, "Peña de Tuero, Magdalena c. Ministerio
de Cultura y Educación de la Nación").
El acto administrativo afectado de nulidad absoluta se considera irregular y debe ser revocado o
sustituido por razones de ilegitimidad aun en sede administrativa. No obstante, si el acto estuviere
firme y consentido y hubiere generado derechos subjetivos que se estén cumpliendo, sólo se podrá
impedir su subsistencia y la de los efectos aún pendientes mediante declaración judicial de nulidad.
Art. 18. — Revocación del acto regular
El acto administrativo regular, del que hubieren nacido derechos subjetivos a favor de los
administrados no puede ser revocado, modificado o sustituido en sede administrativa una vez
notificado.
Sin embargo, podrá ser revocado, modificado o sustituido de oficio en sede administrativa si el
interesado hubiere conocido el vicio si la revocación, modificación o sustitución del acto lo favorece sin
causar perjuicio a terceros y si el derecho se hubiere otorgado expresa y válidamente a título precario.
También podrá ser revocado, modificado o sustituido por razones de oportunidad, mérito o
conveniencia, indemnizando los perjuicios que causare a los administrados.
• COMENTARIO
1. LA EXTINCIÓN DEL ACTO ADMINISTRATIVO POR RAZONES DE ILEGITIMIDAD O POR OPORTUNIDAD, MÉRITO O CONVENIENCIA(90)
La Administración Pública, en el ejercicio de funciones que le son propias, puede efectuar de oficio la extinción
de sus actos, ya sea en virtud de la ilegitimidad de éstos, es decir, a causa de su relación de contradicción con el
orden jurídico, o bien por existir razones de mérito, conveniencia u oportunidad que así lo hagan aconsejable.
En ambos casos, la autoridad administrativa provee a la satisfacción directa e inmediata del interés público. En
el primero, restableciendo per se la juridicidad vulnerada con el acto extinguido; en el segundo, acomodando su
accionar a las nuevas circunstancias de hecho existentes, distintas de las apreciadas originariamente; a la nueva
valoración de estas últimas o, en fin, a las actuales exigencias del mutable interés público.
En un caso, la discordancia del acto emitido con el marco jurídico condicionante al tiempo de su emisión
impone una nueva expresión de voluntad administrativa acorde con aquella normatividad.
La ilegitimidad del acto sólo debe reputarse configurada, en nuestra opinión, cuando él no responde a las
exigencias normativas del ordenamiento vigente al tiempo de su emisión. Los cambios posteriores del orden
jurídico, por lo tanto, no determinan la transformación de un acto inicialmente válido en "ilegítimo". Seguimos, en
esto, a Marienhoff y Cassagne (es también la opinión de Jèze - Fraga - Serra Rojas - Zanobini; en contra: Diez -
Gordillo).
En el otro supuesto (razones de mérito, conveniencia u oportunidad), la falta de adecuación actual del criterio de
gestión escogido a la necesidad de eficacia del accionar administrativo ocasiona también la extinción del acto
anterior. La inoportunidad del acto puede ser inicial o sobreviniente.
Entendemos que la falta de mérito originaria determina la ilegitimidad del acto administrativo, toda vez que la
efectiva concordancia del acto emitido con el interés público, que justifica su emisión, constituye un recaudo
condicionante de la legitimidad del accionar administrativo (Marienhoff - Linares) (91). En nuestra opinión, y sobre la
base de adherirnos a la definición de la causa expuesta por Marienhoff, y compartiendo, además, lo expresado por
Garrido Falla, para quien el interés público actúa como condicionamiento de toda la actividad administrativa, los
elementos afectados del acto administrativo, inconveniente o inoportuno en su inicio, son la "causa" y la
"finalidad", pudiendo considerarse involucrado, también, el "objeto" o "contenido" del acto.
En el supuesto de extinción por ilegitimidad no se advierten motivos que obsten al desenvolvimiento compartido
de esa potestad por parte de la Administración Pública y la justicia.
Esta última podrá hacerlo, en primer lugar, porque en ella reside el control de legitimidad y razonabilidad, en
última instancia, del accionar de todos los poderes del Estado; en segundo, porque la indudable significación de
garantía en favor del individuo que ostenta la intervención judicial exigirá que, en ciertos supuestos, la anulación
haya de encauzarse, inevitablemente, a través de dicha intervención; y en tercer término, porque una extinción de
esa índole se basará, necesariamente, en una objetiva confrontación del acto en cuestión con el orden jurídico que
debió condicionar su emisión, lo cual permite encuadrar la actividad anulatoria dentro del marco lógico jurídico
propio de la función judicial.
La Administración, por su parte, podrá actuar per se y, en nuestra opinión, como veremos más adelante,
"deberá" hacerlo cuando sea procedente, por cuanto de ese modo provee a la gestión directa e inmediata del interés
público comprometido en la vigencia de la juridicidad, haciéndolo también mediante la emisión de un juicio lógico
jurídico que, en lo sustancial, es similar al que realizan los jueces cuando dictan sus sentencias, circunstancia esta
última que evidencia que la actividad anulatoria no posee, en sí misma, caracteres que la tornen patrimonio
exclusivo de la justicia o la Administración, al menos en lo que a su naturaleza se refiere, y salvo, claro está, los
casos ya mencionados que requieren la intervención exclusiva de la justicia a raíz de la garantía político jurídica
constituida por las características que tipifican este poder.
En lo que se refiere a la extinción por razones de oportunidad, mérito o conveniencia, a diferencia de lo que
acaece con la extinción por motivos de ilegitimidad, su desenvolvimiento compete, por principio, sólo a la
Administración Pública, toda vez que lo contrario importaría una violación del principio de separación de los
poderes, dado que el órgano jurisdiccional no puede, sin quebrantar ese principio, sustituir a la autoridad
administrativa en la fijación de las políticas o en la valoración de los criterios de oportunidad otorgados al poder
discrecional de ésta (De la Rúa - Dromi - Fiorini - Gordillo - Marienhoff) (92).
Ahora bien, pese a la coincidencia general existente acerca del deslinde orgánico funcional efectuado
precedentemente, se presentan, sin embargo, tanto en el ámbito doctrinario como en el de la legislación positiva,
profundas discrepancias en torno al modo de nominación que corresponde asignar a cada una de las dos formas de
actividad extintiva que estudiamos.
Así, pues, para el que puede denominarse criterio subjetivo u orgánico, procede denominar revocación a la
extinción dispuesta por la propia Administración Pública con fundamentos en razones de oportunidad o de
legalidad, y anulación a la actividad extintiva basada en motivos de "ilegitimidad", obviamente desplegada por los
tribunales contencioso administrativos (Bielsa - Cassagne - Diez - Escola - de Estrada - Gordillo - Linares -
Marienhoff - Sayagués Laso).
En esta concepción se prescinde, para la designación terminológica, del acto que plasma la extinción del
fundamento tomado en cuenta para su emisión, y se atiende, sustancialmente, al órgano que lo emite. De acuerdo
con esta apreciación será necesario, pues, adjetivar la revocación —como específica actividad administrativa— en
función de la causa valorada para la extinción, debiéndose instrumentar, en consecuencia, las expresiones
"revocación por ilegitimidad" o "revocación por oportunidad, mérito o conveniencia", según los casos.
Una variante de esta posición está constituida por la opinión de aquellos autores que asignan la anulación a la
eliminación del acto llevada a cabo por un órgano distinto del emisor (administrativo o judicial), y la revocación, a
la extinción operada, por contrario imperio, por el propio órgano que emitió el acto (D'Alessio - Ranelletti).
Para el criterio de base objetiva hay que descartar, en la nominación de la actividad extintiva, la pauta derivada
del sujeto u órgano actuante y atender, por el contrario, al fundamento o motivo de la extinción, de modo tal que,
según esta opinión, corresponde referir la revocación a la extinción del acto dispuesta por razones de oportunidad,
mérito o conveniencia —aplicable, por ende, sólo por la Administración— y la anulación, a la extinción realizada
con fundamento en la ilegitimidad del acto —ejercitable, por tanto, ya por la propia autoridad administrativa o por
la justicia—. Según este criterio, en consecuencia, prevalece, en la adopción del término identificador, el aspecto
sustancial u objetivo del fenómeno que estudiamos, sobre el subjetivo u orgánico (Fiorini - Grau - Fraga - García
Oviedo - Garrido Falla - Alessi - García Trevijano Fos - Resta - Romanelli - Zabobini (93)).
Se ha expuesto también un criterio mixto, de conformidad con el cual hay revocación cuando la extinción la
dispone el propio órgano emisor, cualquiera que sea la causal, o un órgano superior, pero por razones
exclusivamente de oportunidad, y anulación, cuando la eliminación la resuelve el órgano superior por razones de
ilegalidad (Sayagués Laso).
Una terminología particular propone, por su parte, Olguín Juárez, quien denomina revocación a la extinción del
acto en sede administrativa, por razones de mérito, oportunidad o conveniencia; invalidación a la extinción, también
en sede administrativa, pero por razones de ilegitimidad; y, finalmente, anulación a la extinción dispuesta por los
órganos jurisdiccionales.
En el ámbito de la legislación positiva, la LNPA —modificada por la ley 21.686— utiliza el término revocación
para designar ambas especies de actividad administrativa, adscribiéndose, de ese modo, al criterio de distinción
subjetivo u orgánico(94).
En lo que a la jurisprudencia concierne, hay que puntualizar que a la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
como en su momento lo señaló Bosch, no se la puede situar rígidamente en ninguna posición terminológica, porque
existen fallos en los que se recoge, indistintamente, el criterio objetivo o el subjetivo (95). Por su parte, según la PTN,
los términos "revocación" y "anulación" han tenido distintos significados en la legislación nacional y comparada y
en la doctrina de los autores(96).
En nuestra opinión, corresponde designar como "anulación" a toda extinción de un acto administrativo dispuesta
por la Administración o la justicia, con fundamento en razones de ilegitimidad derivadas de vicios o defectos
inherentes a la estructura misma del acto, y, como "revocación", a toda extinción de un acto administrativo,
dispuesta por la Administración, con fundamento en razones de oportunidad, mérito o conveniencia, derivadas de la
inadecuación de la relación por él generada a las exigencias del interés público vigente en el momento de la
extinción.
Si el bien común es el conjunto de condiciones de la vida social que hace posible a las asociaciones y a los
individuos el logro más pleno y más fácil de su propia perfección, resulta válido aceptar que la vigencia permanente
del ordenamiento jurídico constituye una de las condiciones insoslayables del perfeccionamiento social e
individual.
A su vez, si la finalidad esencial de la función administrativa es proveer a la satisfacción del bien común o al
interés público de modo directo o inmediato, resulta coherente concluir en que el restablecimiento, también directo
e inmediato, de la juridicidad vulnerada con el acto gravemente ilegítimo debe asumir el carácter de una verdadera
potestad administrativa inherente al ejercicio de aquella función.
Así, la anulación de oficio de los actos administrativos ilegítimos aparece como un poder expreso o
razonablemente implícito integrante de la función de administrar, pues como ya enseñara Fiorini, "administrar los
intereses públicos contenidos en normas implica también administrar correctamente esas normas que los
contienen".
Esta conclusión es particularmente justa en el marco del Estado social de derecho, pues si en él la vigencia plena
del orden jurídico responde no sólo a la clásica finalidad de defensa de la libertad sino, también, a la necesidad de
conformar un nuevo orden social (Boquera Oliver - Conesa - Garrido Falla - Gordillo), la po testad anulatoria se
constituye, en esa clase de Estado, en un valioso instrumento para asegurar la vigencia de la juridicidad
transformadora cuando ella resulte comprometida por los actos gravemente ilegítimos.
No se viola, en nuestra opinión, con esta admisión de la posibilidad administrativa autoanulatoria, el principio
de división de poderes, dado que con ella la Administración se limita a hacer efectivas, directa e inmediatamente, es
decir, acorde con el modo normal y ordinario que es propio de todo el accionar administrativo, las consecuencias
jurídicas que el ordenamiento imputa a los actos inválidos.
La circunstancia que del acto a extinguir hayan surgido aparentes derechos subjetivos a favor de particulares no
puede obstar a la conclusión expuesta (en contra: Bianchi), no sólo porque el derecho subjetivo para ser
verdaderamente derecho, es decir, no una mera apariencia, requiere un sustento ético jurídico del que el acto
gravemente viciado carece (D'Argenio - de Estrada - Fiorini), sino, además, porque aun cuando la apariencia se
equipare a la realidad, requerir la intervención judicial cada vez que se pretenda actuar con sentido restrictivo sobre
los derechos emergentes de las relaciones administrativas significaría cuestionar principios esenciales inherentes al
modo de cumplimiento de la función administrativa.
En ese sentido, cabe preguntarse si, en rigor, resulta totalmente coherente que la Administración pueda, por
ejemplo, disponer, por sí y ante sí, la caducidad de un acto administrativo cuando el particular no cumple con las
obligaciones en él establecidas (art. 21, LNPA) o resolver per se la rescisión de un contrato fundada también en el
incumplimiento del particular, accionando, en ambos casos, sobre relaciones generadoras de derechos subjetivos, y
no pueda, en cambio, anular un acto o un contrato cuando ellos aparezcan afectados por un vicio determinante de
una nulidad absoluta.
No nos parece tampoco aceptable que la potestad anulatoria rija sólo para los casos en que el particular actúa
dolosamente (en ese sentido, Bianchi), pues si el fundamento de la improcedencia de la anulación oficiosa en sede
administrativa fuera dicho principio, él no podría quedar condicionado en sus proyecciones a la eventual actitud
subjetiva del administrado(98).
Si, por el contrario, como creemos, el principio mencionado no obsta a que la Administración anule
oficiosamente sus actos gravemente ilegítimos, dicha anulación debe disponerse cada vez que la juridicidad resulte
objetiva y gravemente afectada por la subsistencia del acto viciado, independientemente de la posición subjetiva del
particular respecto del vicio(99).
En suma, entendemos que el interés público comprometido en la vigencia plena y permanente de la juridicidad
es el fundamento en virtud del cual debe atribuirse a la Administración Pública, como potestad expresa o
razonablemente implícita, el deber de anular sus propios actos gravemente ilegítimos.
Sin embargo, corresponde aclarar que, así como sostenemos que ese deber anulatorio constituye una potestad
inherente a la función de administrar, del mismo modo y con no menor énfasis afirmamos que su ejercicio debe
incorporar como exigencia insoslayable el respeto de los derechos e intereses que eventualmente pudieran afectarse
por el despliegue de tal potestad. El respeto de los derechos individuales es, pues, un elemento integrativo de la
juridicidad y del interés público en ella comprometido.
Ese conocimiento y consecuente protección, como datos ínsitos en la emisión de todo acto administrativo
anulatorio, debería instrumentarse mediante la observancia de las siguientes condiciones:
1) El acto de anulación debe estar precedido y contener todos los requisitos formales y sustanciales que el
ordenamiento exija para la plena validez y ejecutoriedad de los actos administrativos en general y, en particular,
para los que lesionen derechos o intereses de los administrados.
2) Si la pretensión anulatoria necesita para ejecutarse de fuerza física sobre la persona o los bienes del
administrado, corresponde que ella se instrumente judicialmente. El límite de la anulación (revocación) debería
radicarse, en nuestra opinión, no en los eventuales derechos emergentes del acto cuestionado, sino en lo que éstos
puedan significar como valla al principio de la ejecutoriedad "propia" (100).
3) Los actos anulatorios deben ser objeto de todas las formas de control que el ordenamiento prevea respecto de
los actos administrativos.
a) La anulación de oficio y la anulación "no ejecutoria" (presupuesto lógico de la demanda judicial de nulidad,
de promoción también imperativa) como deberes imputados a la Administración. El interés público y el régimen
jurídico de las nulidades absolutas
La sanción de la LNPA, pese a que su denominación parecería indicar un contenido normativo aparentemente
referido sólo a materias de orden procesal, introdujo, en el derecho administrativo federal, regulaciones
fundamentales vinculadas con cuestiones de naturaleza sustancial en esa disciplina, entre las que cabe mencionar,
precisamente, la anulación del acto administrativo.
Cabe destacar que, como lo ha puntualizado Dromi, si bien la ley no contempla expresamente la posibilidad de
"modificar" el acto —se entiende, por motivos de "ilegitimidad"—, tal posibilidad debe considerarse incluida no
sólo por aplicación del principio según el cual quien puede lo más (en el caso, "revocar" o "sustituir"), puede lo
menos ("modificar"), sino, además, porque la modificación es una modalidad de sustitución parcial.
Por ello, pues, debe entenderse que cuando hablamos de la anulación de oficio con referencia al texto legal, lo
hacemos comprendiendo en su ámbito conceptual tanto la extinción propiamente dicha como la "sustitución" y
"modificación" dispuesta por motivos de ilegitimidad.
En la segunda parte del artículo, según el texto originario, se estableció, por el contrario, que si el acto hubiera
generado prestaciones que estuvieran en vías de cumplimiento, sólo se podrá impedir su subsistencia y la de los
efectos aún pendientes, mediante declaración judicial de nulidad.
La obligatoriedad prescripta en la primera parte del artículo citado, a pesar de que su colocación en el contexto
de la disposición podría al parecer vincularla exclusivamente con la anulación de oficio, constituye, a nuestro modo
de ver, la expresión de un principio general en virtud del cual la Administración está obligada, en todos los casos de
actos irregulares, a disponer y ejecutoriar per se la anulación de ellos, o bien a ejecutar judicialmente la pretensión
anulatoria, según resulte pertinente(101).
En otros términos: sostenemos que tanto la anulación de oficio, cuando ella resulte procedente, como la
deducción de la demanda judicial correspondiente, cuando aquel modo de anulación no sea viable, constituyen un
deber de cumplimiento inexcusable que incumbe a la autoridad administrativa.
Esta conclusión es consecuencia directa del valor fundamental que inspira el régimen jurídico de las nulidades
absolutas, las que, como enseñara Vélez Sarsfield, en enseñanza válida para todo el derecho, "tienen por causa el
interés público".
Este interés se traduce, dentro del ámbito de las nulidades administrativas absolutas, en la determinación de un
régimen jurídico entre cuyas notas fundamentales cabe destacar la insaneabilidad del vicio, ya sea por ratificación o
confirmación, la inexistencia de lapso alguno durante el cual su declaración debe perseguirse o disponerse cuando
quien la pretende es el Estado y, finalmente, el efecto necesariamente retroactivo que hay que atribuir a los actos
que los extinguen.
Pues bien, todas estas pautas categorizantes del régimen jurídico de las nulidades absolutas vienen a demostrar,
en nuestra opinión, que frente a actos afectados de esta clase de invalidez no es lógico ni axiológicamente
concebible que la Administración pueda válidamente decidir, expresa o tácitamente (en este caso, por simple
inercia), la no impugnación judicial de un acto "irregular", dejando subsistente, de ese modo, los ilícitos efectos
producidos por ese acto y sin reparar las eventualmente dañosas consecuencias ocasionadas. Como afirma
Marienhoff: "Cuando un acto administrativo adolece de un vicio, pero cuya naturaleza excluye la posibilidad de que
la extinción de tal acto sea efectuada directamente por la Administración Pública, ésta debe
requerir judicialmente la respectiva declaración de nulidad; si no lo hace, puede incurrir en responsabilidad por
incumplimiento de sus deberes... Así lo exige la adecuada defensa o protección del interés público cuya gestión está
a cargo de ella".
El empleo de la locución "aun" en el párr. 1º, art. 17, de la ley, interpretado a la luz de la distinción entre actos
anulatorios dotados de ejecutoriedad "propia" (102)(correspondientes a la "anulación de oficio") y actos anulatorios
carentes de esa ejecutoriedad o, lo que es lo mismo, dotados de ejecutoriedad "impropia" (103)(correspondientes al
"proceso de lesividad"), contribuye decisivamente también a corroborar las conclusiones expuestas.
En efecto, al decirse en la primera parte del ya citado art. 17 que, cuando el acto es irregular la Administración
tiene que revocarlo o sustituirlo aun en sede administrativa, y consignarse en la segunda que en las hipótesis allí
previstas sólo se pueden impedir su subsistencia y la de los efectos aún pendientes mediante la declaración judicial
de nulidad, no es irrazonable sostener que el sentido de la norma radica, en el primer supuesto, en que la nulidad
debe, allí, no sólo declararse, sino "aun", esto es, "incluso", "también", ejecutarse en sede administrativa (estando
aquí la explicación del "plus" significado por el "aun"), y, en el segundo, que siendo también obligatoria en tales
hipótesis la "valoración" o "declaración" administrativa de la nulidad, esto es, la anulación "no ejecutoria" como
presupuesto lógico de la demanda (y aquí estará la otra faz de la explicación del "aun"), la ejecución de la
pretensión anulatoria sólo puede obtenerse mediante la sustanciación del proceso judicial pertinente.
De acuerdo con esta interpretación, la obligatoriedad de la interposición de la demanda se correlaciona, pues,
con el deber de emitir el acto anulatorio "no ejecutorio" o "declarativo de la lesividad", pues éste viene a constituir
el presupuesto lógico de dicha demanda(104).
La gravitación que, de este modo, otorgamos a la expresión "aun" utilizada por el legislador parece ser, por otra
parte, la única forma de darle a ella un sentido lógico e, incluso, axiológico, toda vez que, vincularlo a un supuesto
carácter facultativo de la anulación de oficio que constituiría a ésta y a la demanda judicial en opciones posibles en
la situación contemplada en el párr. 1º, art. 17, importaría dejar sin explicación el claro deber que incumbe a la
Administración en esos casos, mientras que invocarlo para contraponer la obligatoriedad de la anulación de oficio
establecida en el párr. 1º citado frente a la calidad facultativa de la demanda judicial en los supuestos encuadrables
en el párr. 2º del mencionado artículo equivaldría a vulnerar, en estos últimos casos, la axiología inspiradora del
régimen jurídico de las nulidades absolutas.
En resumen: entendemos que tanto por gravitación de los valores fundamentales del régimen de las nulidades
absolutas, como por el sentido mismo que cabe atribuir a la redacción otorgada al texto legal, se impone establecer
como conclusión que no sólo constituye un deber de la Administración la anulación de oficio, cuando ella es
procedente, sino, incluso, la promoción de la demanda judicial pertinente cuando aquel modo de anulación no
resulte viable(105); aunque, claro está que, en este último caso, por gravitación de principios inherentes a la
separación de poderes, la ejecutoriedad de la pretensión anulatoria sólo podrá referirse a la "extinción" del acto y no
a la "sustitución" o "modificación" de él, sin perjuicio de que, posteriormente, se las disponga en sede
administrativa.
Ahora bien, una apreciación comparativa superficial del régimen introducido por la versión original de la
LNPA, en relación con el sistema hasta entonces vigente, podría inducir a pensar quizá que dicha norma constituyó
un importante progreso en estos aspectos, dado que, mientras ahora la anulación de oficio es un indubitable deber
administrativo, de la construcción jurisprudencial, al menos según nuestra interpretación acerca de ella, se infería
que la anulación de oficio no pasaba de ser, en su esquema, una simple facultad discrecionalmente utilizable por la
Administración.
Esa obligatoriedad, sin embargo, que estaba llamada a tener fructíferos alcances en otros aspectos, por imperio
de la limitación consignada en el párr. 2º, art. 17, no sólo no significó, en lo concerniente a las específicas
posibilidades oficiosas de la Administración, progreso alguno, sino que importó, en verdad, un indudable retroceso.
En efecto, si bien la "facultad" anulatoria reconocida por la jurisprudencia a la Administración no fue sino eso,
una mera "facultad" y no un deber, la realidad es que, teniendo en cuenta los amplios alcances que podía adquirir
ella cuando era ejercitada, en tanto no se le oponían limitaciones de la índole de la contemplada en el párr. 2º del
mencionado art. 17, y presumiendo, además, una actuación administrativa acorde con las exigencias derivadas del
interés público comprometido en la vigencia de la juridicidad, es fácil advertir que, al menos en teoría, las
expectativas planteadas por la existencia de un acto irregular resultaban más adecuadamente susceptibles de ser
satisfechas antes de la ley que con posterioridad a ella.
Como se ve, esta ausencia de la presunción de legitimidad acompaña, incluso, a los actos que no son anulables
oficiosamente, motivo por el cual, y sin perjuicio de que la eliminación definitiva de los efectos del acto sólo pueda
lograrse ejecutoriando judicialmente la pretensión anulatoria, se impone en estos casos el deber de suspender
provisionalmente los efectos del acto, precisamente porque no sería coherente que siguiera produciéndolos un acto
que no se presume legítimo. En esta hipótesis, la Administración debe ejercer la posibilidad suspensiva oficiosa
que, por razones de interés público, le autoriza a emplear la segunda parte del art. 12 de la ley.
En síntesis, podemos decir, pues, que cuando la Administración carece de la posibilidad de anular oficiosamente
un acto, tiene que emitir otro en el cual "declare" administrativamente la nulidad (106), disponga la suspensión
provisional de sus efectos y ordene la inmediata interposición de la demanda judicial correspondiente, con sujeción,
obviamente, al trámite previo constitutivo del "debido proceso adjetivo" en favor de los lesionados por tales
decisiones(107).
Ahora bien, teniendo en cuenta que el vicio que ocasiona la irregularidad puede ser tanto "manifiesto" como
"no manifiesto" (Cassagne - De Estrada) y que, a raíz de dicha circunstancia, habrán de ser diversas, en cada caso,
no sólo las características del trámite previo a la emisión del acto anulatorio oficioso o "no ejecutorio"
(considerando incluida dentro de este último la "suspensión oficiosa" de sus efectos), sino también las modalidades
operativas de la ausencia de esta presunción, creemos conveniente hacer algunas consideraciones breves acerca de
la gravitación de la anulación de "oficio" y "no ejecutoria" como especies de la genérica "potestad anulatoria" de la
Administración de disponer y ejecutar per se la nulidad y requerir judicialmente la ejecutoriedad de ella,
respectivamente, y de la presunción de legitimidad del acto como fundamento del deber del administrado de
obedecerlo y de la facultad administrativa de hacerlo cumplir, en función del carácter "patente" u "oculto" del vicio.
En tal sentido, consideramos que la interpretación sistemática de la obligatoriedad anulatoria aludida, con la
posibilidad de que el vicio que ocasiona la irregularidad aparezca "manifiesto" o "no manifiesto" en el acto y el
consiguiente efecto derivado de una u otra alternativa en cuanto al comienzo de operatividad de la ausencia de la
mencionada presunción, con la calidad de fundamento que tal presunción asume respecto del deber del
administrado de obedecer el acto y la facultad administrativa de hacerlo cumplir, y, finalmente, con las exigencias
del debido proceso adjetivo, ahora explicitadas legalmente, permite sentar, en relación con el juego de dicha
obligatoriedad y la presunción de legitimidad, las siguientes conclusiones:
1) El acto debe ser anulado "oficiosamente", o bien, "declarado nulo", suspendidos sus efectos y ordenada la
iniciación de las acciones judiciales tendientes a la "ejecución" judicial de la nulidad, no obstante la "evidencia" del
vicio, previa sustanciación del debido proceso adjetivo a favor de quienes resulten afectados por la extinción del
acto.
Dicho "proceso", prescindible obviamente cuando la anulación no importe perjuicio alguno a particulares, dadas
las características del vicio tendrá las notas categorizadoras de los trámites que procesalmente se denominan de
"puro derecho".
b.2) Acto irregular con vicio "no manifiesto" o, lo que es lo mismo, acto "aparentemente regular"
1) El acto debe ser anulado oficiosamente (108), o bien "declarado" nulo, suspendidos sus efectos y ordenada la
"ejecución" judicial de la pretensión anulatoria, cuando el vicio se compruebe fehacientemente, lo cual importa la
tramitación de una "investigación de hecho" conducente a dicha comprobación, en cuyo desenvolvimiento debe
darse adecuada satisfacción a las exigencias del "debido proceso" con relación a aquellos particulares que resulten
afectados por la extinción del acto.
2) Dado el carácter "no manifiesto" del vicio, el acto debe presumirse legítimo, obligatorio y ejecutorio mientras
no sea "fundadamente impugnado" por el particular. Deducida la impugnación por el administrado, la presunción
cae y la Administración debe anular el acto o "declararlo" nulo, suspender sus efectos y ordenar la ejecución
judicial de la nulidad, previa sustanciación del "debido proceso" con relación a quienes resulten afectados por la
extinción del acto.
Con lo expuesto queremos significar que, si bien la mera impugnación no genera la inmediata extinción del acto,
por cuanto la Administración tiene que comprobar, por su parte, fehacientemente el vicio y tiene que hacerlo sin
violar el "debido proceso", el administrado se halla legitimado, a nuestro modo de ver, y sin perjuicio de las
medidas precautorias que sean pertinentes, a desobedecer el acto desde el momento de su "fundada impugnación",
toda vez que no pueden imputársele consecuencias derivadas de ilegitimidades que no ha contribuido a ocasionar.
En resumen, puede decirse que las analogías y diferencias existentes entre las dos situaciones son, pues, las
siguientes:
i) En ambos casos, la extinción "ejecutoria" o "no ejecutoria" del acto (y en el caso "no ejecutorio" incluyendo,
junto a la "declaración" de nulidad, la "suspensión oficiosa" de sus efectos) constituye un deber inexcusable de la
autoridad administrativa, ejercitable con sujeción a las normas del "debido proceso adjetivo" y con arreglo a las
características propias de los procedimientos "de puro derecho" o "investigado de hecho", según resulte pertinente
de acuerdo con la índole del vicio ("manifiesto" o "no manifiesto").
ii) En las dos situaciones, el acto carece de presunción de legitimidad, aunque a partir de momentos diversos, lo
que se traduce en consecuencias distintas para los administrados. En la primera, ab initio, lo que posibilita que el
particular desobedezca válidamente el acto sin necesidad de deducir impugnación alguna; en la segunda, sólo a
partir de una impugnación de esa índole, motivo por el cual, mientras no se la interponga, el acto continúa
presumiéndose legítimo.
b.3) Los límites a la anulación oficiosa del acto "irregular" después de las reformas introducidas por la ley
21.686
En un intento por precisar los alcances del límite a la potestad anulatoria de los actos irregulares, se sancionó en
el año 1977 la ley 21.686, modificatoria de la LNPA, que dejó redactada la segunda parte del art. 17 del siguiente
modo: "No obstante, si el acto estuviere firme y consentido y hubiera generado derechos subjetivos que se estén
cumpliendo, sólo se podrá impedir su subsistencia y la de los efectos aún pendientes mediante declaración judicial
de nulidad".
De acuerdo pues, con el sistema introducido por la citada ley, y que conforma el régimen vigente, la anulación
de oficio del acto irregular no es procedente cuando dicho acto reúna las siguientes características: 1) firme; 2)
consentido (?); 3) que haya generado derechos subjetivos; 4) que esos derechos se estén cumpliendo.
Puede apreciarse, en comparación con el texto anterior, que se reemplazó la frase "prestaciones que estuvieren
en vías de cumplimiento" por "derechos subjetivos que se estén cumpliendo", con lo cual sólo se protegen ahora los
"derechos subjetivos" y que, además, se agregaron dos nuevas pautas exigibles para la improcedencia de la
anulación de oficio o, lo que es lo mismo, para la necesidad de acudir a la justicia, a saber, la "firmeza" y el
"consentimiento" del acto. A estas modificaciones nos referiremos a continuación:
En tal orden de ideas, debe diferenciarse claramente entre el acto definitivo, el acto que causa estado y el acto
firme, con el fin de no otorgar al texto legal alcances que no tiene.
Así, pues, el acto definitivo, también denominado acto principal, originario, conclusivo y final, es aquel que
resuelve, directa o indirectamente, la cuestión de fondo planteada en un procedimiento, reflejando la voluntad
concreta de la Administración y produciendo los efectos jurídicos deseados por ella acerca de dicha cuestión, y se
opone, conceptualmente, al acto preparatorio, que no contiene ni expresa la voluntad de la Administración respecto
de aquella cuestión, ya que concurre meramente a formularla.
Acto que "causa estado" es el acto definitivo en relación con el cual se han agotado las instancias de recurso en
sede administrativa, o bien, aquel acto definitivo que no es susceptible de recurso alguno en dicha sede. Es, pues, el
acto que se halla en "estado" de ser impugnado ante la justicia (Cassagne - Dromi - Fiorini) y se opone,
conceptualmente, a aquel que es susceptible de recursos obligatorios en vía administrativa (Linares) y al que es
firme por algunas de las causales determinantes de dicho efecto (Fiorini).
En primer lugar, el acto consentido por el sujeto afectado, expresa o tácitamente, sea que este último modo
resulte del vencimiento de los plazos legales o reglamentarios establecidos para su impugnación administrativa o
judicial o de cualquier otra forma de voluntad aquiescente con el acto.
Cabe aclarar, respecto de los actos cuyo plazo de impugnación administrativa hubiere vencido, que la firmeza de
ellos, a los efectos de su posible revocación en sede administrativa en el trámite de una denuncia de ilegitimidad, en
perjuicio de terceros contrainteresados, sólo puede considerarse configurada cuando hubieren transcurrido
razonables pautas temporales determinantes de la desestimación formal de la denuncia.
En segundo término, deben incluirse como actos firmes los que, impugnados en sede administrativa y judicial,
han sido objeto, en esta última sede, de una valoración judicial pasada en autoridad de cosa juzgada (109).
De la precedente definición de acto "firme" se infiere que los actos que revisten esa condición la pueden derivar
del consentimiento o bien del agotamiento de las posibilidades impugnativas a su respecto.
Ahora bien, ¿significa lo dicho que el acto firme que es tal, no por su consentimiento —expreso o tácito—, sino
por el agotamiento de sus posibilidades de impugnación judicial, es decir, por haber sido considerado válido por
una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada puede ser anulado por la Administración? En otros términos: ¿el
acto que no es, como dice la LNPA, firme y consentido, sino sólo firme por su valoración judicial definitiva, podría
ser anulado? Creemos que no, porque cuando existe una decisión judicial firme, la autoridad administrativa no
puede volver sobre ella.
Así, pues, sobre la base de las precedentes aclaraciones conceptuales y terminológicas procede estudiar cómo
funciona la potestad anulatoria de la Administración respecto de un recaudo que, como se ha visto, se vincula, no
con una actitud posible de la Administración, sino con la conducta del particular.
En tal sentido, debe señalarse, respecto del acto firme, que la interposición en término de un recurso
administrativo o acción judicial viene a ser el hito determinante de la ampliación temporal del lapso en que viene a
ser viable la anulación oficiosa, y que, a la inversa, el vencimiento de los plazos legales o reglamentarios
establecidos para su impugnación administrativa o judicial o cualquier otra actitud del administrado que pueda
interpretarse como aquiescencia suya con el acto en cuestión, el consentimiento prestado expresamente por aquél o
bien el agotamiento de las posibilidades judiciales de impugnación, constituyen el sello que acredita su no
extinguibilidad en sede administrativa.
Como puede vislumbrarse, la anulación de oficio del acto irregular queda supeditada, en gran medida, al menos
en lo referente al lapso durante el cual es ejercitable, a la estrategia recursiva de los particulares, con los graves
riesgos que ello implica para el interés público y el propio interés privado (110).
Las circunstancias señaladas evidencian que si bien es cierto que, como apuntó Dromi, las reformas introducidas
por la ley 21.686 ampliaron, con relación al sistema instaurado por la LNPA, el poder revocatorio de la
Administración al aumentar el grado de exigencias para que sea viable la excepción (esto es, la demanda judicial),
no lo es menos que esa mayor amplitud no sobrevino como consecuencia del reconocimiento de las potestades que
hubieran debido reconocerse a la Administración, sino a raíz de la inadecuada gravitación otorgada a la estrategia
recursiva de los administrados, lo cual importó, por otra parte, la introducción de una limitación temporal —además
de la implicada en los "derechos subjetivos", a la que más adelante nos referiremos— que en la jurisprudencia
previa a la ley, a nuestro modo de ver, no existía.
En resumen: la potestad anulatoria de la Administración, en los casos de actos irregulares, y siempre que
concurra la pauta que después veremos, sólo puede ser ejercida mientras el acto no haya adquirido calidad de
"firme", y ya sea que ese carácter lo asuma a causa del consentimiento expreso o tácito del administrado. Producida
la "firmeza" del acto y cuando concurran, además, las restantes circunstancias legalmente requeridas para ello, el
acto no podrá ser anulado con ejecutoriedad "propia" en sede administrativa, debiéndose demandar la ejecutoriedad
de la pretensión anulatoria ante la justicia, demanda para la cual, por tratarse de una nulidad absoluta y ser
demandante el Estado, no existe plazo de prescripción o caducidad alguno.
En este orden de ideas son válidas para el caso las reflexiones que hiciera Marienhoff a propósito de la situación
que se planteaba, antes de la LNPA, con el recaudo de la "causación de estado", cuando proponía, con el fin de
evitar confusiones conceptuales, atenerse, únicamente, a la circunstancia realmente significativa en la cuestión: la
perfección del acto; siendo aplicables también las consideraciones de Cassagne, quien propone que se distinga el
supuesto de extinción del acto vinculado con su impugnación del relacionado con la "revocación" de oficio,
señalando, como pauta esencial, en el primer caso, el lapso necesario para la adquisición de la "firmeza" y, en el
segundo, la notificación al particular, pero admitiendo, aun en el primer supuesto, la revocación oficiosa después de
la "firmeza" cuando el acto estuviera afectado por una nulidad absoluta.
Finalmente, cabe destacar que, dentro de la "firmeza", y aunque la ley no lo contemple expresamente, debe
considerarse incluida tácitamente como requisito obvio la "notificación", pues aquélla no es concebible sin ésta, lo
cual no ocurre a la inversa y, en consecuencia, que al normarse las condiciones de estabilidad del acto regular, la
"notificación" sí se enuncie especialmente, toda vez que, al no preverse, en relación con dicho acto, el "plus"
temporal significado por la "firmeza", aquélla adquiere sustantividad propia.
b.5) Que el acto hubiere generado derechos subjetivos que se estén cumpliendo
Por nuestra parte, entendemos que, siendo el derecho subjetivo un "poder jurídico" reconocido o tutelado por el
ordenamiento, genera —como contrapartida— el deber de una especial conducta en otra u otras personas, es decir,
se traduce en la posibilidad concebida a un sujeto de exigir de otro u otros cierto comportamiento positivo o
negativo (Recasens Siches).
El derecho subjetivo, que tiene a la vez una dimensión personal y social, no radica en la voluntad del sujeto ni
surge sólo de las normas positivas (v.gr., derechos esenciales de la persona). Es una institución que, aun poseyendo
una naturaleza real —en cuanto tutela a la persona—, pertenece al ámbito de las categorías jurídicas, no siendo, por
ende, un mero hecho.
Su vinculación con el ejercicio concreto y efectivo de la capacidad normativa que supone, no es necesaria sino,
simplemente, contingente, de modo que, como dice García Maynez, si una norma otorga la facultad de proceder de
tal o cual manera, no es necesario que el comportamiento del titular coincida efectivamente con ella, pues aun
cuando no se haga uso de las prerrogativas que la ley reconoce u otorga, éstas existen y subsisten, ya que su
existencia no depende del ejercicio.
A la luz de las consideraciones precedentes y por gravitación, asimismo, de las ideas expuestas al comentar el
texto originario de la LNPA en otra obra (111), entendemos que la expresión "derechos subjetivos que se estén
cumpliendo" permite, por tanto, sentar las siguientes conclusiones:
1) La anulación de oficio no es procedente en el sentido de que carecen de ejecutoriedad "propia" las
consecuencias derivadas de la pretensión anulatoria, en relación con aquellos efectos producidos o por producir a
raíz del comienzo concreto y efectivo del ejercicio de los derechos subjetivos por parte de los titulares de tales
prerrogativas jurídicas; en el caso, los administrados respecto de la Administración.
2) La anulación no es viable, en el mismo sentido indicado en el acápite precedente, cuando el derecho subjetivo
se ejerció o cumplió en forma inmediata y con agotamiento instantáneo; ello así a consecuencia de la imposibilidad
de tal clase de actos de ser objeto de anulación (112); empero, por las mismas razones que determinaron la conclusión
anterior, la Administración no podría, en estos casos, obtener per se la reparación de las consecuencias derivadas de
los vicios que afectaran el acto emitido.
3) La anulación oficiosa debe disponerse, en el sentido de que deben ejecutarse con ejecutoriedad "propia" las
consecuencias derivadas de la pretensión anulatoria, con relación a los actos que no hayan generado derechos
subjetivos o hayan generado sólo intereses o deberes, o habiéndolos generado, no hubieran comenzado a cumplirse,
sea el acto "instantáneo" o de "tracto sucesivo".
Con referencia a este último aspecto, Dromi, después de preguntarse si es posible que existan derechos
subjetivos que no se "estén cumpliendo", censura el texto legal, ya que en su opinión el derecho subjetivo que no se
esté cumpliendo debe ser tan respetable para el derecho como lo es el derecho subjetivo que se cumple con efectos
inmediatos.
Por nuestra parte, ya hemos expuesto el criterio según el cual el derecho subjetivo, en sí mismo, no debe ser
óbice para que un acto administrativo sea oficiosamente anulado en sede administrativa pues, a nuestro modo de
ver, el verdadero límite en la materia debería estar constituido por los límites inherentes a la "ejecutoriedad propia"
del acto anulatorio, esto es, por la incursión forzada o coactiva de la Administración sobre la persona o los bienes
del administrado.
Desde este punto de vista se comprende, por tanto, que no podamos menos de valorar como positiva la
posibilidad anulatoria oficiosa que es dable hallar en la ley con relación a los actos irregulares en los que los
titulares de los derechos subjetivos, aparentemente de ellos derivados, no hubieran comenzado a ejercitarlos o
cumplirlos, toda vez que, en hipótesis de esa índole, no hay razón alguna, a la luz de aquella pauta, que pueda
oponerse a la viabilidad de dicha anulación(113).
Creemos incluso que, pese a la censurabilidad del texto legal —por cuanto, además de oponer a la extinción de
la nulidad absoluta derechos meramente "aparentes" (114), lo hace en virtud de situaciones que no necesariamente
generan vulneraciones a los límites a la ejecutoriedad "propia"—, la posibilidad de anular los actos no "cumplidos"
antes que la consolidación de situaciones patrimoniales particulares pueda eventualmente transformarse en
obstáculo al ejercicio anulatorio por gravitación de los límites específicos inherentes a la mencionada ejecutoriedad,
viene a constituir una interesante atenuación de la posición excesivamente individualista que trasunta la ley en esta
ocasión.
En este orden de ideas cabe señalar que, si bien la necesaria demandabilidad judicial impuesta por la ley, en
todos los casos de actos cuyos derivados y "aparentes" derechos subjetivos hayan comenzado a cumplirse, puede
justificarse cuando la ejecutoriedad de la anulación tiene que traducirse en incursiones coactivas o forzadas sobre la
persona o los bienes del particular, carece de fundamento adecuado, sin embargo, cuando dicha ejecutoriedad puede
efectivizarse sin necesidad de acudir a esa coerción.
En fecha reciente, la Corte Suprema de Justicia de la Nación consideró que la anulación (revocación) dispuesta
de oficio por la Administración se había ajustado a lo dispuesto en el art. 17, LNPA, toda vez que, aun cuando se
juzgare que el acto revocado se encontraba firme, él no había generado, al momento de la revocación, derechos
subjetivos que se estuvieren cumpliendo ("Miragaya"(115)).
La Corte tomó en cuenta, a ese efecto, que la licencia para la instalación y explotación de un servicio de
radiodifusión había sido adjudicada por un plazo de ocho años, contados, en el caso, a partir del comienzo de las
transmisiones, y que esta última circunstancia, cuya determinación correspondía a la autoridad que había anulado el
acto, no había sido indicada por el actor como producida; antes bien, señaló el tribunal, aquél había expresado en su
recurso extraordinario que, al momento de dictarse el acto impugnado, aún se encontraba esperando que la
autoridad competente fijara la fecha del comienzo de las transmisiones.
5) Tanto en la situación contemplada en el punto 1 como en la prevista en el punto 3 debe tenerse en cuenta la
necesaria gravitación de las pautas específicamente inherentes al régimen jurídico de la ejecutoriedad "propia" del
acto administrativo. En la primera, para hacer viable la ejecutoriedad administrativa, incluso coactiva, en los casos
extremos en que ella se admite sin acudir a la justicia; en la segunda, para no transgredir en esa libre procedencia,
precisamente, los límites específicos de dicha ejecutoriedad, sin perjuicio, obviamente, de los casos extremos en los
que esos límites no operan.
Si bien la regulación de la anulación oficiosa ha sido hecha en la ley al margen de las pautas que es dable inferir
del régimen específico inherente a la ejecutoriedad propia del acto administrativo, entendemos que, de todos
modos, las razones supremas de interés público que justifican las excepciones a los límites que corresponde oponer
a la variante coactiva de dicha ejecutoriedad tienen que gravitar para hacer viable tal anulación, en esas situaciones,
aun cuando ésta no sea procedente a la luz del régimen normal consagrado para ella.
Asimismo, en lo concerniente a los casos en que la anulación oficiosa es viable, no se la puede entender
habilitada más allá de los límites a la ejecutoriedad propia del acto, dado que, incluso en tales casos, se impone el
respeto a la garantía político jurídica constituida por la necesaria intervención judicial que corresponde requerir
para las incursiones coactivas sobre la persona o los bienes del administrado; sin perjuicio, claro está, de las
excepciones ya señaladas.
6) Igual que antes de las modificaciones introducidas por la ley 21.686, el juego armónico de los arts. 12 y 17,
LNPA, interpretado en función de las consecuencias derivadas del interés público implicado en el régimen jurídico
de las nulidades absolutas, permite concluir que la Administración, en los casos en que la anulación de oficio no es
viable, tiene que suspender de oficio la ejecución de los efectos pendientes del acto y ordenar, simultáneamente, la
iniciación inmediata de las acciones conducentes a la ejecutoriedad judicial de la pretensión anulatoria (es decir, la
eliminación de las consecuencias producidas y los efectos pendientes) aunque respetando, también, los límites a la
"ejecutoriedad propia"(117).
Para finalizar el comentario de esta parte del texto legal estimamos necesario hacer tres últimas aclaraciones.
En primer lugar, e independientemente de nuestro marcado desacuerdo con el sistema legal, entendemos que al
sustituirse por la ley 21.686 la locución "prestaciones" por "derechos subjetivos" que se estén cumpliendo se
esclarece aún más el exclusivo sentido protector al particular que ostenta la ley en esta cuestión, dado que la
indudable carga axiológica individualista que dicha noción tiene operará, creemos, como un obstáculo para referir
el espíritu de la norma a las prestaciones debidas por la Administración a los particulares como consecuencia de la
extinción del acto nulo.
En segundo lugar, y si bien se señaló en otra obra (118)que el significado jurídico objetivo que, en la actualidad,
asume el término "prestaciones" impedía, a nuestro modo de ver, referir el alcance de la prohibición legal sólo a los
contratos —con prescindencia de la intencionalidad que haya podido guiar al legislador—, entendemos que, ahora,
con la terminología utilizada, no pueden caber dudas acerca del alcance amplio de la ley en este aspecto, dado que
los derechos subjetivos pueden emerger tanto de actos unilaterales como bilaterales.
En tercer término, y coincidiendo con Dromi, apreciamos que el cambio legislativo introducido importa una
ampliación de las facultades anulatorias de la Administración en el sentido de que, en adelante, no quedarán
protegidas cualquier clase de prestaciones, sino sólo las garantizadas mediante el otorgamiento de derechos
subjetivos.
Finalmente, queremos destacar la valiosa jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación elaborada
sobre el tema, en tanto, al resaltar el carácter de principio que debe atribuirse a la potestad anulatoria de la
Administración consagrada por la primera parte del art. 17, LNPA, y puntualizar, por ende, la interpretación
restrictiva que procede asignar a las excepciones a dicha potestad, ha contribuido a atemperar el desequilibrio
garantista que evidencia la ley(119).
En fecha relativamente reciente, la Corte admitió la revocación en sede administrativa de un acto firme y
consentido que había generado derechos subjetivos. En el caso (120), la empresa actora —vinculada al Estado por un
contrato de transporte de valijas postales con documentación confidencial—, después de solicitar la recomposición
del precio del contrato originario, en atención a la presunta insuficiencia de la cláusula de reajuste de éste, desistió
de su pedido y propuso, en cambio, una prórroga de aquel contrato con otro precio básico, lo cual, en definitiva, fue
aceptado por el organismo al otorgar la prórroga requerida en los términos peticionados, es decir, con un precio
máximo que significó un aumento del 858%. Ese acto fue posteriormente revocado en sede administrativa.
No escapó a la Corte que el contrato se estaba cumpliendo y que, por ende, esa circunstancia hubiera debido
obstar, en principio, al ejercicio de la potestad revocatoria por la Administración, según determina el art. 17, párr.
2º, LNPA.
Sin embargo, a juicio del tribunal, la alternativa escogida por la Administración resultó válida en atención a la
declaración de lesividad realizada en sede administrativa y a la solicitud de declaración judicial de nulidad
efectuada por vía de reconvención.
Sin embargo, ello no puede obstar a que la pretensión administrativa de nulidad referida al acto revocado sea, a
su vez, igualmente tratada y, en su caso, declarada por la justicia. Pues, ¿cómo podría el juez omitir el tratamiento
de aquella pretensión o bien desestimarla cuando la nulidad ha quedado debidamente acreditada?
La situación que se genera revela, como en su momento advirtió lúcidamente de Estrada, la inconveniencia de
acordar estabilidad al acto irregular, habida cuenta de su carencia, en la práctica, de sentido jurídico.
Ello, sin perjuicio, desde luego, de las responsabilidades patrimoniales y disciplinarias que el acto revocatorio
ilegítimo pueda generar para el agente emisor (De Estrada).
b.6) La traslación al ámbito del acto "irregular" de las excepciones a la estabilidad del acto "regular"
Al normar la anulación del acto "regular", la ley consagra como excepciones al principio general de su
estabilidad diversos supuestos.
Coincidimos con el temperamento oportunamente expuesto por García, de Estrada, Gordillo y Marcer, en el
sentido de que las causales autorizadoras de la anulación oficiosa del acto regular son igualmente aplicables a la
anulación oficiosa del acto irregular y, con mayor razón aún, porque, de no ser así, como acertadamente apuntó
García, "absurdamente habría mayor rigor para revocar un acto nulo que uno regular".
De acuerdo con esta idea, aun cuando el acto irregular haya quedado firme y generado derechos subjetivos que
se comenzaron a cumplir, la Administración igual debe anularlo oficiosamente cuando se configure alguno de los
supuestos idóneos para disponer tal extinción con relación al acto regular. Así lo ha reconocido la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, al considerar que las excepciones a la regla de la estabilidad en sede administrativa del
acto regular, previstas en el art. 18, LNPA —entre ellas, el conocimiento del vicio por el interesado— son
igualmente aplicables al supuesto contemplado en el art. 17, primera parte, de la ley (121).
En igual sentido se ha pronunciado la PTN, al destacar que cuando la omisión de la licitación pública en la
celebración de un contrato administrativo adquiere la condición de evidente y, por tanto, de insoslayable
conocimiento por el contratista en atención a la actuación de éste en el procedimiento, el acuerdo resulta nulo de
nulidad absoluta y manifiesta, siendo el vicio determinante encuadrable en el art. 18 de la ley, aplicable, por
extensión, a los supuestos de revocación del acto irregular, toda vez que, en tales situaciones, no resulta admisible
la invocación por parte del particular del desconocimiento de los vicios que afectan el acto, dada la improcedencia
de alegar la propia torpeza y la propia falta de diligencia (122).
Una cuestión ciertamente controvertida es la relativa a la determinación de la conducta del administrado, idónea
para configurar el conocimiento del vicio, como causal habilitadora de la anulación de oficio del acto, sea éste
regular o irregular.
¿Basta que el particular haya conocido la circunstancia invalidante o debido conocerla? ¿O es necesario, para
que la causal opere que, además, el administrado haya contribuido activamente a la producción del vicio?
Por nuestra parte, creemos que es suficiente, para habilitar el accionar anulatorio oficioso, el mero y simple
conocimiento del vicio por parte del administrado —o la exigencia razonable de ese conocimiento— sin que sea
menester, por tanto, que aquél haya sido causado por éste. Si el particular debe ser valorado como un colaborador
de la Administración Pública y, de esa valoración se desprenden consecuencias que lo favorecen, es coherente que,
cuando esa colaboración no se presenta, él deba asumir las consecuencias de tal conducta disvaliosa.
La buena fe está en juego tanto con la omisión maliciosa o improcedente, como con la acción dolosa efectiva
que agrega un plus de inmoralidad a la omisión(123).
No existe, al menos en el orden nacional, un procedimiento especialmente previsto para anular, en sede
administrativa, un acto administrativo "irregular".
Pese a ello, la garantía contra una anulación arbitraria se halla, precisamente, en los requisitos que la propia
LNPA exige para la válida configuración de cualquier acto administrativo, los que, por ende, tienen que concurrir,
necesariamente, para que el acto que plasma el ejercicio de la potestad anulatoria pueda reputarse válido.
En tal orden de ideas, entendemos que adquiere especial relevancia el dictamen proveniente de los servicios
permanentes de asesoramiento jurídico, exigible, de acuerdo con lo establecido en el art. 7º, inc. d), párr. 2º, de la
ley citada, cuando el acto afecte derechos subjetivos o intereses legítimos, en el que debe valorarse, fundadamente,
la debida concurrencia de los requisitos esenciales de validez previstos en el ordenamiento (124).
Creemos, asimismo, que por aplicación analógica de lo dispuesto en el art. 92 de la reglamentación aprobada por
el dec. 1759/1972 (texto conforme al dec. 1883/1991), debería requerirse obligatoriamente también el dictamen de
la PTN en los supuestos a ese efecto contemplados en dicho artículo.
Esta valoración jurídica previa del accionar administrativo anulatorio cuando el acto pertinente lesione derechos
subjetivos o intereses legítimos es coherente con el esquema de la ley que admite la posible generación de esa clase
de prerrogativas (al menos de las primeras) por parte de actos afectados por nulidades absolutas, aunque bueno es
destacar que, en nuestra opinión, dicha valoración sería de todos modos exigible aun cuando se aceptara la
interpretación propuesta, en el sentido de que de actos de esa índole no pueden emerger más que meras
"apariencias" de derechos o intereses.
En este último sentido, en efecto, si bien es cierto que, de un acto afectado por una nulidad absoluta no pueden
emerger válidamente derechos subjetivos, no lo es menos que la nulidad invocada para la emisión de un acto
anulatorio no deja de ser una pretensión unilateral de la Administración y, como tal, no importa en modo alguno el
descarte de la posibilidad de que realmente se hayan generado tales derechos y resulten en definitiva afectados si el
acto de anulación es descalificado judicialmente. Esto no significa una concesión a la "apariencia" del derecho, sino
una consecuencia de la relatividad —en el sentido de su posible revisión judicial— propia de la decisión
administrativa, que prescindiría de dicha apariencia.
Por otro lado, que el dictamen jurídico sea exigible, incluso, cuando el acto puede lesionar "intereses legítimos",
como se indicó, no significa que el sistema de estabilidad consagrado en la ley opere en favor de esta clase de
prerrogativas, sólo se protegen los "derechos subjetivos que se estén cumpliendo". Sin embargo, y pese a la
procedencia de la anulación oficiosa frente a tal clase de prerrogativas, el dictamen jurídico podrá objetar, por
ejemplo, la competencia del órgano que proyecta disponerla o la falta de audiencia previa del eventualmente
afectado.
En el dictamen jurídico previo debe asumir particular significación —sin perjuicio, obviamente, de la valoración
de todos los recaudos considerados esenciales por la ley para la plena validez del acto—, el análisis de los
siguientes aspectos:
d.2) Competencia
1) La aptitud legal para disponer la anulación oficiosa de un acto irregular corresponde al órgano emisor del
acto, por aplicación del principio de "paralelismo en las competencias" (Marienhoff), salvo que hubiera actuado por
delegación y que, al tiempo de la anulación, aquélla hubiera cesado, supuesto en el cual la anulación sólo podrá
disponerla el órgano delegante (argumento del art. 85 del reglamento aprobado por el dec. 1759/1972).
Entendemos, asimismo, que en atención a que el fundamento en virtud del cual el ordenamiento reconoce a la
Administración la posibilidad de anular oficiosamente sus actos radica en la necesidad de proveer a la satisfacción
directa e inmediata del interés público comprometido en la vigencia de la juridicidad, el órgano emisor del acto
puede disponer dicha anulación, incluso en perjuicio del administrado (aunque, obviamente, dentro de los límites de
los perjuicios "tolerados" por la ley), aunque haya mediado la interposición de un recurso jerárquico por el
interesado o un "contrainteresado".
3) A los superiores jerárquicos del órgano emisor por ser ésta una atribución inherente a la relación jerárquica.
Incluimos el jefe de gabinete como superior jerárquico de los ministros (125).
4) En atención al fundamento que legitima la anulación de oficio y la finalidad que inspira la concesión de los
poderes jurídicos de actuación inherente a la relación de tutela administrativa, entendemos que los órganos titulares
de dicha relación pueden disponer la anulación oficiosa de los actos ilegítimos emanados de los órganos superiores
de los entes tutelados. Aunque en este caso, y según fuera pertinente, con los alcances que surgen del art. 97, último
párrafo, del reglamento.
Antes de la reforma constitucional de 1994, pensamos, teniendo en cuenta lo señalado por González Arzac, en el
sentido de que el espíritu de las reformas introducidas por el dec. 1744/1973 radicó en someter a escala ministerial
todo lo concerniente al control de la actividad de los inferiores jerárquicos de los ministros y de los órganos
superiores de los entes autárquicos que se desenvuelvan en el ámbito de sus respectivas jurisdicciones, que la
anulación oficiosa de los actos emanados de los organismos superiores de los entes descentralizados podía
disponerla, no sólo el Poder Ejecutivo como "administrador general del país" (ex art. 86, inc. 1º, CN), sino también,
a la luz del decreto citado, los ministros respectivos. Ello, sin perjuicio de las fundadas objeciones de
constitucionalidad que al sistema instaurado por el decreto mencionado se le podían hacer (Escola).
Actualmente, consideramos que esa potestad anulatoria le sigue correspondiendo al presidente de la Nación,
como titular de la función administrativa (art. 99, inc. 1º, CN), a los ministros —en tanto éstos mantienen su
competencia para resolver, como regla, los recursos de alzada— y, eventualmente, al jefe de gabinete, si éste
decidiera dejar sin efecto la delegación efectuada, en su momento, por el presidente a favor de aquéllos (126).
d.3) Audiencia previa
La emisión del acto anulatorio debe ir acompañada del cumplimiento integral de las pautas constitutivas del
debido proceso adjetivo, de conformidad con lo establecido en los arts. 1º, inc. f), y 7º, inc. d), LNPA.
En este sentido, cabe recordar que, según la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el organismo previsional
cuenta con atribuciones para suspender, revocar o modificar las resoluciones que otorgan beneficios jubilatorios
(arts. 48, ley 18.037, y 15, ley 24.241) cuando la nulidad absoluta resulte de hechos o actos "fehacientemente
probados", y ello presupone que se haya dado a los interesados participación adecuada en los procedimientos,
permitiéndoseles alegar y probar sobre los aspectos cuestionados en resguardo de la garantía de defensa en juicio
(art. 18, CN, y art. 1º, inc. f, LNPA)(127).
El acto a extinguir debe ser un acto afectado por una nulidad absoluta (arts. 7º, 8º, 14 y 17, de la ley) y carecer,
la situación por él constituida, de algunas de las cinco circunstancias siguientes, las que, en caso de concurrir
simultáneamente, determinan, por el contrario, su inextinguibilidad: 1) firmeza del acto; 2) generación de derechos
subjetivos; 3) que estos derechos hayan comenzado a cumplirse; 4) que el vicio no fuere conocido por el particular,
y 5) que la anulación proyectada signifique un perjuicio para tales prerrogativas.
Si el acto, pues, no adquirió firmeza (aunque hubiere generado derechos subjetivos en cumplimiento, el
interesado no conociera el vicio y la anulación haya de traducirse en perjuicios para derechos subjetivos) o la
obtuvo, pero no generó derechos o sólo generó intereses o deberes (aunque el interesado no conozca el vicio y la
anulación lo perjudique), o está firme, generó derechos que comenzaron a cumplirse, pero el administrado conoce
el vicio (aunque la anulación cause perjuicios) o, en fin, si el acto está firme, generó derechos, éstos comenzaron a
cumplirse, el interesado no conoció el vicio, pero la anulación se dispone sin perjuicios para derechos subjetivos, la
potestad anulatoria tiene que ejercerse inexcusablemente.
Como se ve, la anulación es un deber, incluso cuando sólo procede en beneficio del particular; ello así, debido a
que la vigencia plena del orden jurídico a la que responde el ejercicio de la potestad anulatoria se impone con
prescindencia de los beneficios o perjuicios que para cualquiera de las partes de la relación administrativa
(Administración o particular) se sigan a raíz de dicha vigencia.
d.5) Plazo
Si bien la extinción de esta clase de acto administrativo por razones de ilegitimidad no está, en lo que a la
Administración concierne, sujeta a plazo de caducidad o prescripción alguno, por imperio del requisito de la
firmeza, la ejecutoriedad de la pretensión anulatoria en sede administrativa sólo puede ser perseguida durante el
lapso necesario para que ella se produzca.
Finalmente, debemos puntualizar que las pautas constitutivas de la garantía contra la anulación arbitraria que
precedentemente hemos estudiado son igualmente aplicables, en cuanto fueran pertinentes, a los actos que intentan
plasmar el ejercicio de la potestad suspensiva oficiosa contemplada en el art. 12 de la ley.
1) La anulación de oficio es categorizada como un deber de la Administración, es decir, como una potestad
administrativa de uso obligatorio, de modo que cuando ella es procedente, su ejercicio constituye una obligación de
ejercicio inexcusable.
2) El ejercicio de dicha potestad será procedente cuando el acto no estuviere firme (calidad que, como vimos,
puede derivar no sólo del consentimiento expreso del administrado sino, también, tácito), aunque haya generado
derechos subjetivos en cumplimiento, el interesado conociera el vicio y la anulación haya de traducirse en perjuicio
para derechos subjetivos; lo estuviere, pero no hubiere generado derechos o hubiese generado sólo intereses o
deberes, aunque el interesado no conociera el vicio y la anulación ocasione perjuicios; o estuviere firme, hubiere
generado derechos subjetivos en cumplimiento y el interesado conociera el vicio, aunque la anulación ocasione
perjuicios; o, en fin, cuando estando firme, habiendo generado derechos subjetivos en cumplimiento y no habiendo
conocido el particular el vicio, la anulación se dispone sin perjuicio de derechos subjetivos.
3) La anulación no es procedente, por el contrario, cuando, simultáneamente, el acto está firme, generó derechos
subjetivos, éstos comenzaron a cumplirse, el interesado no conoció el vicio y se la dispone con perjuicio de
derechos subjetivos.
4) Las mismas razones que inspiran la conclusión anterior impiden que la Administración obtenga per se la
reparación de las consecuencias derivadas de los vicios que afectan un acto ilegítimo de consumación "instantánea"
inmediata.
5) Que la anulación de oficio sea procedente significa que las consecuencias derivadas de la pretensión
anulatoria tienen ejecutoriedad "propia", ya con relación a los efectos producidos o por producir a raíz del ejercicio
concreto de los derechos subjetivos por parte de sus titulares, ya respecto de los actos que no generan tales
prerrogativas o generan sólo intereses o deberes o, bien, habiéndolos generado, no hubieran comenzado a
cumplirse.
6) Que la anulación de oficio sea improcedente importa, por el contrario, que las consecuencias derivadas de la
pretensión anulatoria no tengan ejecutoriedad "propia" en relación con los efectos producidos o por producir a raíz
del ejercicio de los derechos subjetivos por los administrados.
7) Es siempre admisible, aun cuando la anulación resulte improcedente, que tengan ejecutoriedad "propia" las
consecuencias derivadas de la pretensión anulatoria respecto de lo que la Administración deba a los administrados,
excepto los daños y perjuicios.
8) Si bien la ley no ha acogido, para regular la procedencia o improcedencia de la anulación de oficio, las pautas
inherentes al régimen jurídico de la ejecutoriedad "propia" del acto, ellas deben gravitar, en el primer caso, como
límite máximo a su viabilidad y, en el segundo, para habilitarla, en los casos extremos en que la ejecutoriedad se
admite, incluso coactivamente, como excepción a su inviabilidad.
9) En los casos en que la anulación de oficio no es procedente, la Administración tiene que suspender la
continuidad de la ejecución de los efectos del acto, esto es, paralizar o suspender los efectos "pendientes" o
"futuros", por aplicación de la potestad suspensiva otorgada por el art. 12 de la ley (128). Esta suspensión, para que sea
legítima, debe ir acompañada por la orden simultánea de iniciar inmediatamente las acciones judiciales tendientes a
la ejecutoriedad de la pretensión anulatoria.
10) La garantía contra una anulación o suspensión oficiosa arbitraria está en la debida concurrencia, en ambos
casos, de los requisitos esenciales de validez previstos para los actos administrativos en general en el ordenamiento
jurídico, adquiriendo en tal sentido la calidad de instrumento de contralor adecuado, cuando el acto pudiera lesionar
derechos subjetivos o intereses legítimos, el dictamen proveniente de los servicios permanentes de asesoramiento
jurídico y, eventualmente, de la PTN.
11) La regulación introducida por la Ley de Procedimientos trasunta un cercenamiento de las posibilidades
anulatorias que asistían a la Administración bajo el régimen derivado de la jurisprudencia de la Corte Suprema,
exteriorizando una apreciación injustificadamente individualista en torno de la cuestión.
12) Las críticas que nos merece el sistema legal pueden resumirse del siguiente modo:
a) Si bien la anulación oficiosa del acto irregular se considera como un deber de la autoridad administrativa, las
limitaciones introducidas a su procedencia cercenan considerablemente sus alcances a la luz de una concepción del
bien común que aquilate como dato necesariamente ínsito en él la vigencia plena del orden jurídico.
En tal sentido, estimamos, por tanto, que la regulación de la anulación de oficio en la LNPA no responde,
íntegramente, a las exigencias que, en nuestra opinión, plantea la gestión directa e inmediata del interés público
comprometido en la vigencia de la juridicidad.
b) La adecuada visualización, por un lado, de las exigencias provenientes del interés público comprometido en
la vigencia de la juridicidad, y la determinación correcta de los límites a la actuación ejecutoria de la
Administración, por el otro, hubieran conducido, a nuestro modo de ver, a situar los límites a la procedencia de la
anulación de oficio, en lo que consideramos que constituye la única pauta coherente en la materia: la incursión
coactiva o forzosa de la Administración sobre la persona o los bienes del administrado.
Las expresiones acto regular y su reverso, acto irregular, tuvieron en su momento una clara significación
conceptual.
En aquella significación, el acto regular comprendía en su ámbito, no sólo los actos plenamente válidos, sino
también los que adolecían de vicios no determinantes de nulidades absolutas o, lo que es lo mismo, los afectados
por "nulidades relativas" e irregularidades "intrascendentes".
Ahora bien, ni la LNPA, ni en las reformas introducidas por la ley 21.686 y, contrariamente a lo que ocurre con
el acto irregular, se define, al menos expresamente, qué debe entenderse por acto regular. Este concepto sólo
aparece mencionado en el art. 18 de la ley, sin precisarse, en modo alguno, su contenido y alcances, y únicamente al
efecto de normar las condiciones de su "revocabilidad" en sede administrativa.
Ello, no obstante, entendemos que no hay obstáculos para construir el concepto legislativo correspondiente a
dicha clase de actos, el que, en lo sustancial, como veremos, viene a coincidir con el acuñado por la jurisprudencia
y la doctrina antes de la vigencia de la ley.
En efecto, si acto irregular es aquel que está afectado de nulidad absoluta (art. 17), es lógico inferir, a contrario
sensu, que todo acto que no adolezca de vicios determinantes de esa categoría de nulidades habrá de ser,
consecuentemente, regular.
A partir de esta premisa no parece dudoso, por consiguiente que, dentro del ámbito conceptual de los
actos regulares deban incluirse, en primer término, los que no adolecen de vicio o deficiencia alguna, es decir, los
actos que son plenamente válidos por haber sido emitidos íntegramente y sin fisuras con sujeción a la debida
concurrencia de los requisitos esenciales previstos en los arts. 7º y 8º de la ley.
En segundo lugar, y como supuestos de actos no afectados de nulidades absolutas pero, sin duda, no plenamente
válidos, deben incluirse los actos afectados por nulidades relativas, los cuales, dentro del esquema de la ley, no
pueden ser otros que los mencionados en el art. 15, toda vez que los vicios y las deficiencias allí contemplados son
los idóneos para generar tal categoría de invalidez, al menos de acuerdo con la categorización doctrinaria realizada,
entre otros, por Marienhoff —fuente declarada de la ley en la materia— y Escola, uno de los coautores de ella.
Adviértase, sin embargo, que en este artículo, en realidad, no debió haberse regulado otra cosa que el régimen
jurídico sustancial correspondiente al vicio considerado, sin agregar referencia alguna a la autoridad competente
para su extinción, como se hizo, por ejemplo, en el art. 14, en relación con el acto nulo de nulidad absoluta.
La razón es que, al decir que el acto es "anulable en sede judicial", se confunden, en nuestra opinión, dos
cuestiones distintas: por un lado, la naturaleza del acto, señalada al indicar su carácter de "anulable", la que, como
ya dijimos, corresponde a la "nulidad relativa", y, por el otro, la vinculada con la autoridad competente para
disponer la extinción del acto al señalar, como competente a tal efecto, la "sede judicial".
Por eso, a nuestro entender, en el art. 15 sólo debió decirse que los vicios allí enunciados determinaban la
existencia de un acto "anulable", esto es, de "nulidad relativa" y, posteriormente, en el art. 18, después de definirse
el concepto de acto regular por su referencia a dicha clase de nulidades, entonces sí, consignar que esa especie de
actos debía ser objeto de la pertinente demanda judicial para lograr su extinción por ilegitimidad.
En otros términos: debió seguirse, para la regulación de la extinción por ilegitimidad del acto "regular", la
misma técnica utilizada para normar dicha situación a propósito del acto irregular en los arts. 14 y 17,
respectivamente. La técnica legislativa hubiera evidenciado, así, un criterio sistemático: por un lado, en los arts. 14
y 17, la regulación del régimen sustancial de las nulidades absolutas y de la autoridad competente para la extinción
de los actos pertinentes, respectivamente, y en los arts. 15 y 18, por el otro, la normación de idénticas cuestiones,
pero con respecto al acto anulable de nulidad relativa.
De todos modos está claro, en conclusión, que los actos regulares mencionados en el art. 18 de la ley incluyen
los anulables o de "nulidad relativa" contemplados en el art. 15 y, asimismo que, mientras en esta última norma se
sienta como principio general el de su extinguibilidad, por razones de ilegitimidad, sólo en sede judicial, en la
segunda parte del art. 18 se contemplan los casos en que esta extinción es viable, oficiosamente, en sede
administrativa, situación ésta a la que nos referiremos en el parágrafo siguiente.
Antes de finalizar es importante destacar que, después de las reformas introducidas por la ley 21.686, se han
eliminado como causales de anulabilidad del acto las irregularidades u omisiones intrascendentes que, propugnadas
por Escola, habían sido, sin embargo, descartadas por Marienhoff como factores idóneos a ese fin.
El acto regular, en la variante que aquí nos interesa, es decir, el afectado de nulidad relativa, es, según se
desprende de lo establecido en el art. 18 de la ley, inextinguible en sede administrativa por razones de ilegitimidad,
cuando hubiera sido notificado, generado derechos subjetivos, el interesado no conociera el vicio y la anulación
causare perjuicios a aquellos derechos.
Ningún acto administrativo regular, por ende, que reúna los requisitos mencionados, es susceptible de ser
anulado per se por la autoridad administrativa, y viceversa, todo acto regular respecto del cual no concurran alguna
de las citadas condiciones, es extinguible, oficiosamente, por la Administración.
a) El acto administrativo regular, aun cuando traiga aparejados vicios de ilegitimidad, ostenta empero cierto
grado de legalidad que lo hace estable y produce la presunción de su legitimidad. En consecuencia, no le es dable a
la Administración Pública revocarlo por sí y ante sí en razón de su ilegitimidad, sino que debe demandar la
declaración judicial de nulidad o revocar el acto por razones de mérito, oportunidad o conveniencia (129).
b) Si el acto revocado en sede administrativa tiene el carácter de regular, es decir que cumple con los requisitos
externos de validez, forma y competencia y no incurre en error grave de derecho que linde con la incompetencia, no
conteniendo vicios que hagan a su nulidad absoluta en los términos de los arts. 14 y 17, LNPA, el caso encuadra en
lo dispuesto en la primera parte del art. 18 de la ley citada, por lo que, una vez notificado, no pudo ser revocado,
modificado o sustituido en sede administrativa (130).
Adviértase que en la enunciación de los recaudos fundantes de la estabilidad del acto regular, la ley ha sido
mucho más rigurosa para la habilitación del accionar administrativo que para la regulación de los requisitos
constitutivos del límite a la anulación oficiosa del acto "irregular" —aunque, en cierto modo, como se verá, más
amplio que la jurisprudencia—, evidenciándose esa rigurosidad en la forma de gravitación específica de tales
requisitos.
En efecto, en primer lugar, no exige la ley la firmeza del acto sino, simplemente, su "notificación", lo que
importa que el ejercicio del accionar anulatorio carece del "plus" temporal que se establece con relación al acto
"irregular".
En segundo término, la generación de derechos subjetivos —operada a través de la notificación (131)— significa,
también por sí sola, la marginación de toda pretensión anulatoria oficiosa de la Administración, con independencia
de que tales derechos subjetivos hayan comenzado, o no, a ejercerse, esto es, hubieran comenzado, o no, a
"cumplirse".
Ahora bien, después de establecer las pautas constitutivas de la inextinguibilidad del acto regular, el propio art.
18 consagra las siguientes excepciones a dicho principio:
El supuesto indicado en 1) debe interpretarse como un castigo específico del legislador a la mala fe del
particular pues, según se infiere del propio régimen legal, el vicio, en sí, no autoriza a la Administración a disponer
la anulación oficiosa si ese "conocimiento" no se da.
Reiteramos, por otra parte, que para la apertura de la anulación oficiosa basta con que el administrado haya
advertido, o debido razonablemente advertir, la existencia del vicio y no lo haya puesto fehacientemente en
conocimiento de la autoridad administrativa, antes de la emisión del acto, siendo irrelevante, por ende, que el
particular contribuya o no a su producción.
La excepción contemplada en 2) constituye la aplicación del tradicional sentido político jurídico inspirador de la
denominada "cosa juzgada administrativa" elaborada para proteger los derechos de los administrados en relación
con las pretensiones anulatorias de la Administración. De acuerdo con esta télesis, una "revocación" con proyección
favorable al interesado carece de obstáculos válidos que puedan concurrir a su enervamiento, agregándose ahora
expresamente, como condición de viabilidad, la no causación de perjuicios a "terceros".
Esta salvedad de los perjuicios a "terceros", que no aparecía de modo expreso en la jurisprudencia de la Corte,
aunque podía considerársela tácitamente contemplada en la genérica frase utilizada en los fallos del tribunal sobre
el tema, a saber, "sin perjuicio de los derechos de los particulares", debe ser convenientemente aclarada con el fin
de evitar interpretaciones erróneas.
Conviene dejar sentado que no cualquier "perjuicio" está vedado por la ley, sino sólo aquel que exceda el
margen tolerado para las derivaciones propias de la anulación oficiosa respecto del "interesado" directo.
Desde este punto de vista, pues, en la anulación oficiosa de un acto irregular, practicada en "favor" del
particular —supuesto que se aplica a esa clase de actos, como vimos—, el perjuicio prohibido a los "terceros" no
podrá ser sino el que se siga de la ejecutoriedad de la pretensión anulatoria frente a actos firmes que hubieran
generado derechos subjetivos que se hallen en cumplimiento, pero sí podrá traducirse en una afectación de tales
prerrogativas cuando no hubieran comenzado a cumplirse, o bien, cuando habiendo comenzado el acto, no estuviere
firme o el tercero conociere el vicio.
Otro tanto ocurrirá con relación a la anulación de un acto regular, supuesto en el que los "terceros" no
"favorecidos" no podrán verse afectados por el solo hecho de haberse generado en su favor derechos subjetivos,
aunque no los hubieran comenzado a "cumplir", cuando el "vicio" que motiva la anulación hubiera sido conocido
por ellos.
En lo que al supuesto contemplado en 3) se refiere, no creemos que en verdad pueda considerárselo una causal
de excepción a la inextinguibilidad del acto por razones de ilegitimidad, toda vez que la consistencia jurídica de la
prerrogativa surgida de un acto en nada se vincula con la naturaleza de las causales que tornan viable la anulación
de dicho acto.
En efecto, mientras en el caso de la extinción de un acto que otorgue un derecho a título precario, cuando la
extinción se dispone por causa de esa precariedad, la validez de él no queda cuestionada en el supuesto de la
anulación, por el contrario, cualquiera que sea la consistencia del derecho otorgado, lo que realmente se halla en
juego es la estructura viciada del acto de que se trata.
En otros términos: el carácter precario con que haya sido otorgado un derecho no autoriza la anulación del acto
respectivo sino cuando con prescindencia de dicha precariedad concurran, objetivamente, causales idóneas para
viciar el acto de su legitimidad originaria.
Y la diferencia no es meramente académica, por cuanto mientras la anulación tendrá efectos retroactivos, por
principio, y generará la restitución recíproca de las prestaciones percibidas a raíz del acto y la indemnización de los
daños derivados de la ejecución del acto ilegítimo, la extinción fundada en la precariedad operará para el futuro y
carecerá de todo efecto vinculado con una legitimidad que no ha sido cuestionada.
Por las razones expuestas, entendemos que la inclusión de la causal que estudiamos, en nada vinculada con la
revocación del acto regular por motivos de ilegitimidad, entre supuestos obviamente referidos a tal modo de
extinción, constituye, en realidad, un error de técnica legislativa, y que, por tanto, no puede ser valorado como una
situación de excepción a la inextinguibilidad del acto regular por razones de legalidad.
En lo que se refiere al carácter facultativo u obligatorio que cabe atribuir al ejercicio de la anulación, en estos
casos, entendemos que la locución "podrá", empleada por la ley, no permite considerarlo sino como meramente
"facultativo" (Dromi), siendo del caso destacar, sin embargo, que la discrecionalidad implicada en tal decisión
desaparece cuando la no anulación del acto se transforma en una transgresión a los límites jurídicos de la
discrecionalidad.
Finalmente, cabe agregar que pese a concurrir los requisitos que fundan la inextinguibilidad del acto "regular",
esto es, su notificación y generación de "derechos subjetivos", cuando la Administración valore la gravitación de un
interés público suficiente para demandar la nulidad judicial del acto a pesar de su carácter saneable debe, en el
mismo acto anulatorio no "ejecutorio" que al efecto emita (132), disponer, por aplicación de la potestad "suspensiva"
otorgada en el art. 12 de la ley, la suspensión de la ejecución del acto en cuestión y ordenar (133), simultáneamente, la
iniciación inmediata de las acciones judiciales tendientes a la ejecución de la pretensión anulatoria.
Son aplicables, al respecto, las consideraciones que antes hicimos acerca del acto irregular, excepto en lo que
concierne a los requisitos del acto extinguible y plazo dentro del cual puede ejercerse la potestad anulatoria.
Así, pues, en lo que se vincula con el acto extinguible, debe tratarse de un acto afectado por una nulidad relativa
y carecer la situación por él configurada de algunas de las cuatro siguientes circunstancias, las cuales, si concurren
simultáneamente, determinan, por el contrario, su inextinguibilidad: 1) notificado; 2) que haya generado derechos
subjetivos; 3) que el interesado no haya conocido el vicio, y 4) que cause perjuicio a derechos subjetivos.
Si el acto, pues, no está notificado (a pesar de que el interesado lo conozca), aunque haya generado derechos
subjetivos, el particular no conociera el vicio y la anulación causara perjuicios a tales prerrogativas; o está
efectivamente notificado, pero no generó derechos subjetivos o sólo generó intereses o deberes (aunque el
interesado no conozca el vicio y la anulación ocasionara perjuicios); o está notificado y generó derechos, pero el
interesado conoció el vicio (aunque la anulación causara perjuicios a derechos subjetivos); o, en fin, está notificado,
generó derechos, el interesado no conoció el vicio, pero la anulación no causa perjuicios a derechos subjetivos,
puede disponerse la anulación en sede administrativa.
En lo que se refiere al plazo dentro del cual la Administración puede ejercer la posibilidad que la ley le otorga,
teniendo en cuenta la naturaleza prescriptible de la acción conducente a la extinción de esta clase de actos
(Cassagne - Dromi - Gordillo), y al no existir disposición alguna en la ley, deben aplicarse, por analogía, las normas
del Código Civil concernientes a la prescripción de los actos relativamente nulos (Dromi).
1) La anulación oficiosa del acto "regular", cuando es procedente, sólo constituye una posibilidad de ejercicio
meramente facultativo para la Administración, con el límite jurídico oponible a la discrecionalidad.
2) El ejercicio de dicha potestad es procedente cuando el acto no está notificado (aunque de él puedan emerger
potencialmente derechos subjetivos, el interesado no conociera el vicio y la anulación perjudicara tales
prerrogativas); cuando está notificado, pero no generó derechos, o generó sólo intereses o deberes (aunque el
interesado no conociera el vicio y la anulación causara perjuicios); si está notificado y generó derechos, pero el
interesado conoció el vicio (aunque causara perjuicios); y, en fin, cuando, estando notificado, habiendo generado
derechos y no siendo el vicio conocido por el administrado, la anulación se dispone sin perjuicio para derechos
subjetivos.
3) Que la anulación de oficio sea procedente significa, en el caso del acto regular, que las consecuencias
derivadas de la pretensión anulatoria tengan ejecutoriedad "propia" sobre los derechos subjetivos generados por el
acto (independientemente de que se los haya comenzado a ejecutar, o no) y, obviamente, respecto de los intereses o
deberes cuando no hubiesen generado aquellas prerrogativas.
4) A la inversa, que la anulación de oficio sea improcedente importa que las consecuencias derivadas de la
pretensión anulatoria carecen de ejecutoriedad "propia" con relación a los derechos subjetivos generados por el acto
(independientemente, también, de que se los haya comenzado a cumplir o no).
5) Es siempre admisible, aun cuando la anulación no sea procedente, que tengan ejecutoriedad "propia" las
consecuencias derivadas de la pretensión anulatoria con relación a lo que la Administración deba al particular a raíz
de la anulación (excepto daños y perjuicios).
6) Si bien la ley no ha acogido para regular la procedencia o improcedencia de la anulación de oficio, las pautas
inherentes al régimen jurídico de la ejecutoriedad "propia" del acto, imponiendo consecuencias diversas a las que se
seguirán de la aplicación de ese régimen, ellas deben gravitar, en el primer caso, como límite máximo a su
viabilidad y, en el segundo, para habilitarla en los supuestos extremos en que dicha ejecutoriedad se admite, incluso
coactivamente, como excepción a su no viabilidad.
7) En los casos en que la anulación de oficio del acto regular es improcedente y la Administración valore la
concurrencia de un interés público suficiente para demandar la nulidad judicial del acto debe, simultáneamente con
la orden que emita para iniciar las acciones judiciales pertinentes, disponer la suspensión de sus efectos, por
aplicación de la potestad suspensiva otorgada en el art. 12 de la ley (134). Esta suspensión sólo será legítima cuando se
la disponga junto con la orden del accionamiento judicial mencionado.
8) La garantía contra la anulación y suspensión oficiosa arbitrarias está en la concurrencia de los requisitos
esenciales de validez que el ordenamiento prevé para los actos administrativos, en particular, en el dictamen
jurídico previo del servicio de asesoramiento permanente, y eventualmente de la PTN, cuando la anulación pueda
lesionar derechos subjetivos e intereses legítimos.
9) En cuanto a la crítica que nos merece el sistema legal, no cabe sino reiterar que la deficiencia sustancial
deriva, a nuestro modo de ver, de no haber consagrado como valla la procedencia de la anulación de los límites
inherentes a la ejecutoriedad "propia" del acto administrativo, lo que hubiera permitido estructurar la regulación
legal con prescindencia del grado de invalidez de los actos y situar, además, el derecho subjetivo en su verdadero
rol en la cuestión, esto es, en impedir el ejercicio de la potestad anulatoria cuando ella deba traducirse en una
incursión forzada o coactiva sobre la persona o los bienes del administrado.
1.2.2.3. Los límites a la anulación de oficio como máxima posibilidad de perjuicio irrogable a los
particulares, tanto en los procedimientos oficiosos como recursivos
El fundamento que gravita para las anulaciones dispuestas por la Administración, tanto pronunciadas de oficio,
como acaecidas a raíz de un recurso interpuesto por un administrado, es el mismo y, según vimos, consiste en la
necesidad de proveer a la satisfacción directa e inmediata del interés público comprometido en la vigencia de la
juridicidad(135).
Siendo ello así, es lógico admitir que, como a nuestro modo de ver acaece en el ordenamiento positivo nacional
por imperio de lo dispuesto en los arts. 7º, inc. c), LNPA, y 82, del reglamento aprobado por el dec. 1759/1972, el
ejercicio del accionar anulatorio de la Administración puede llegar a tener, incluso en el procedimiento recursivo,
los alcances propios de la reformatio in pejus.
Ahora bien, esta misma identidad de fundamentos y de posibilidades consiguientemente derivadas significa,
además, que el límite máximo del accionar administrativo anulatorio ejercible en perjuicio de los administrados y
ante recursos por éstos interpuestos debe estar constituido, a nuestro modo de ver, por lo que la autoridad
administrativa realice per se.
Así, pues, si bien es posible aceptar que la Administración, por las razones expuestas, resuelva un recurso con
perjuicio del recurrente, lo que importa que, en tal aspecto, el poder jurídico de actuación no emana ya del impulso
particular sino de la gravitación de principios inherentes al ejercicio oficioso del accionar administrativo, del mismo
modo es razonable concluir en que, en ese ejercicio, sus posibilidades queden limitadas a lo que la Administración
hubiera realizado actuando oficiosamente.
Esos límites, por otra parte, serán los que deben gravitar, tanto respecto del interesado directo, como de los
"terceros" "contrainteresados", de modo que, cuando, por ejemplo, en un procedimiento recursivo o de oficio se
anule un acto a favor del recurrente o interesado, los derechos de "terceros" aludidos en los artículos respectivos
(82, in fine, del ya citado reglamento y 18 de la ley) no podrán considerarse afectados sino en la medida en que se
exceda el límite propio del accionar oficioso.
El sistema de revocación y estabilidad regulado en los arts. 17 y 18, LNPA, es aplicable a los actos unilaterales
particulares, a los contractuales y a los que implican el ejercicio de facultades tanto regladas como discrecionales.
Quedan, así, al margen, los actos de alcance general (136), y se puede tener en cuenta, respecto de los que
impliquen el ejercicio de actividad jurisdiccional, las prescripciones del art. 99 del reglamento de la ley.
1.3. La revocación del acto administrativo por razones de oportunidad, mérito y conveniencia
Se trata de la extinción del acto administrativo dispuesta por la propia Administración Pública con el fin de
adaptar su accionar a las nuevas circunstancias de hecho —diferentes de las apreciadas originariamente—, a la
nueva valoración de estas últimas o a las actuales exigencias del interés público.
La posibilidad de que la extinción por razones de oportunidad se base no sólo en el cambio de las circunstancias
de hecho tomadas en cuenta originariamente al momento de la emisión del acto, sino también en su nueva
valoración como consecuencia de la variación del criterio de las autoridades administrativas o de la mutación del
interés público que determinó la emisión del acto es aceptada por parte de la doctrina y negada por otra.
Cabe puntualizar, de todos modos, que cuando se admite la posibilidad de la revocación por el cambio de
apreciación de las autoridades administrativas —sin mediar mutación de las circunstancias de hecho iniciales—, se
lo hace en la inteligencia de que "es necesario, sin embargo, que no se trate de un mero capricho o arbitrio para
favorecer fines particulares" (Olguín Juárez). Es que "cambio de criterio" no importa, necesariamente,
"arbitrariedad", y es admisible una mutación valorativa de la Administración ejercida con razonable
discrecionalidad.
En tanto la revocación por razones de oportunidad, mérito o conveniencia se funda en la necesidad de extinguir
una relación jurídica que resulta inadecuada a las exigencias actuales del interés público, pero no implica juicio de
valor sobre la legitimidad del acto que la sustentó, no es posible emplearla para extinguir, a su amparo, actos
ilegítimos. La ilegitimidad no se puede, pues, encubrir con una revocación por oportunidad, mérito o conveniencia.
Así lo ha decidido la PTN al considerar que el proyecto por el que se proponía la derogación de una resolución por
motivos de oportunidad debía, en cambio, basarse en su irregularidad, puesto que la Administración Pública, de
acuerdo con expresas disposiciones legales, está obligada a disponer la revocación de los actos administrativos
nulos, aun en sede administrativa, por razones de ilegitimidad (137). Por ello es criticable, a nuestro juicio, la
afirmación contenida en la sentencia de la Corte en la causa "El Jacarandá", al sostener que, si bien es cierto que la
Administración no profundizó el examen de las supuestas irregularidades, esa circunstancia no la priva del ejercicio
de las facultades contempladas en el art. 18, LNPA(138).
La opinión tradicional (Bielsa - Marienhoff - Fiorini), que es la consagrada por la jurisprudencia de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación(139), no requiere la existencia de norma legal expresamente autorizadora.
Por nuestra parte, adherimos a esta concepción, pues si la función administrativa supone la gestión directa e
inmediata del bien común, se debe considerar una potestad inherente o razonablemente implícita en ella, la
extinción de actos o contratos que no respondan a las exigencias actuales de ese bien. En el derecho positivo
nacional, esa potestad le corresponde, en principio, al presidente de la Nación o al jefe de gabinete —o a las
autoridades legítimamente delegadas por éstos— como jefe de la Administración y titular de su ejercicio,
respectivamente (arts. 99, inc. 1º, y 100, inc. 1º, CN).
Otra corriente doctrinal entiende (Gordillo), al contrario, que en vista de que la revocación en estudio importa un
sacrificio de la propiedad por razones de interés público, ella no puede ser dispuesta sino con base en una ley
especial que califique de utilidad pública el derecho derivado del acto a extinguir.
Cassagne ha entendido que el requisito legal está actualmente cumplido con el art. 18, LNPA.
Desde otra perspectiva, cabe destacar que no resulta aceptable la instauración de una acción de lesividad que
contemple como posible objeto de su contenido, además de la extinción por ilegitimidad, la demanda de revocación
por razones de oportunidad, mérito o conveniencia (como lo propone Botassi respecto de la provincia de Buenos
Aires), pues ello significaría transferirle al Poder Judicial un ámbito de competencia propio de la Administración.
La revocación por oportunidad es patrimonio de la Administración Pública y la competencia jurisdiccional a su
respecto no puede exceder del marco del control de razonabilidad, a instancia del administrado eventualmente
afectado.
Una condición insoslayable de la validez de la revocación por oportunidad, mérito o conveniencia, sustentada en
la protección otorgada a la propiedad por el art. 17 de la Constitución, es la indemnización al particular cuando ella
le ocasiona un perjuicio, de lo cual naturalmente se deriva que si la revocación no afecta derechos y, por tanto, no
causa perjuicios, la indemnización es improcedente(140).
Ahora bien, si lo expuesto no es motivo de discusión alguna, sí lo es, en cambio, la cuestión del quantum de
dicha indemnización.
En este punto se reproduce el debate sobre el alcance el alcance de la indemnización en los supuestos de
responsabilidad del Estado por actividad lícita. A nuestro juicio, y por las razones que in extenso desarrollamos en
otra obra, aquélla no debería exceder del daño emergente, con exclusión del lucro cesante (en el mismo sentido:
Marienhoff)(141).
No obstante, cabe aclarar que en fecha relativamente reciente la Corte ha admitido la posibilidad de la
indemnización plena —contrariamente a la opinión que se acaba de exponer— en los casos de responsabilidad por
actividad lícita o legítima en la causa "El Jacarandá"(142)—donde se había revocado la adjudicación de una licencia
—y, más cerca en el tiempo, en "Zonas Francas Santa Cruz SA" (143)—como consecuencia de la revocación por
razones de oportunidad,mérito o conveniencia de un decreto que había establecido un determinado régimen jurídico
—. Y, aún en fecha más próxima, mantiene el criterio en "Malma Trading" (144).
Como dijimos, el cambio de derecho objetivo no transforma en ilegítimo el acto inicialmente válido. Sin
embargo, la nueva juridicidad puede indicar que ésta, de aplicarse por hipótesis al acto anterior, conduce a la
invalidez de éste en un grado variable, según la significación del cambio normativo.
Por eso, y en tanto tal situación configura una visión del interés público, distinta de la valorada al emitirse el
acto, pensamos que, en estos casos, de disponerse la extinción de éste a causa del cambio de derecho objetivo, ella
se debería regir por los principios propios de la revocación por razones de oportunidad, mérito o conveniencia.
Así, la extinción produce sus efectos sólo para el futuro y genera, para el particular, el pertinente derecho
indemnizatorio (Cassagne).
Jurisprudencia
Es viable la revocación por la misma Administración de un acto viciado, lo que hace aplicable la excepción a la
irrevocabilidad de los actos regulares prevista en el art. 18 de la ley 19.549. Ello así por cuanto, si no se aceptara
que las causales de la revocación del acto regular son igualmente aplicables, y con mayor razón aún, a la revocación
del acto irregular, absurdamente habría un mayor rigor para revocar un acto nulo que un acto regular, lo que
contraviene la preservación y vigencia de la juridicidad (CSJN, 17/2/1998, "Almagro, Gabriela y otra c.
Universidad Nacional de Córdoba).
Las excepciones a la regla de la estabilidad en sede administrativa del acto regular previstas en el art. 18 de la
ley 19.549 (Adla, XXXII-B, 1752) —entre ellas, el conocimiento del vicio por el interesado— son igualmente
aplicables al supuesto contemplado en el art. 17 —primera parte— del mismo cuerpo pues, de lo contrario, el acto
nulo de nulidad absoluta gozaría de mayor estabilidad que el regular, en la medida de que una inteligencia
meramente literal y aislada de las regulaciones involucradas llevaría a la conclusión de que habría más rigor para
revocar un acto nulo que uno regular cuya situación es considerada por la ley como menos grave" (CSJN,
17/2/1998, "Almagro, Gabriela y otra c. Universidad Nacional de Córdoba).
La revocación en sede administrativa de los actos nulos de nulidad absoluta tiene suficiente justificación en la
necesidad de restablecer sin dilaciones la juridicidad comprometida por ese tipo de actos, que, por esa razón,
carecen de la estabilidad propia de los actos regulares y no pueden válidamente generar derechos subjetivos frente
al orden público y a la necesidad de vigencia de la legalidad (CSJN, 23/4/1991, "S.A. Furlotti Setien Hnos. c.
Instituto Nacional de Vitivinicultura").
Para que un acto administrativo sea inmutable debe ser "regular", y no lo es cuando adolece de uno de los
requisitos fijados por la ley, lo que determina su nulidad absoluta y, por ende, la posibilidad de dictar la revocación
por razones de ilegitimidad en sede administrativa (CSJN, 23/2/1988, "Cabanas, Ramón s/ regularización del pago
del haber jubilatorio").
Pudo válidamente ser dispuesta en sede administrativa la revocación por razones de ilegitimidad del acto
administrativo que acordó una pensión militar en los términos que autoriza el art. 17 de la ley 19.549 reformado por
la ley 21.686, pues si bien el acto irregular se encontraba firme y consentido, los derechos subjetivos que
eventualmente hubiese generado no se estaban cumpliendo al momento de su revocación (CSJN, 22/9/1987,
"Olivera, Juan Alberto y otra c. Estado Nacional —Ministerio de Defensa—").
El art. 17 de la ley 19.549 establece una limitación a la actividad revocatoria de la Administración, que si bien
debe ser interpretada con carácter estricto, en el caso en que se hizo lugar a la acción de amparo interpuesta a favor
de una menor disponiendo su inscripción como alumna regular en el segundo año de la Escuela Nacional de Bellas
Artes Manuel Belgrano es aplicable ya que la prestación especifica que venía gozando la actora consistía en el
cumplimiento por parte del citado establecimiento de las tareas educativas. Por ende, al haberse generado
prestaciones cumplidas y otras en vías de cumplimiento, sólo se podría impedir su subsistencia y la de los efectos
aún pendientes, mediante declaración judicial de nulidad (CSJN, 5/12/1983, "Hernández, María Elvira Julia c.
Escuela Nacional de Bellas Artes 'Manuel Belgrano'").
La limitación del art. 17 de la ley 19.549, en cuanto constituye una excepción a la actividad revocatoria de la
Administración, debe ser interpretada con carácter restrictivo, toda vez que su aplicación acarrea la subsistencia
jurídica de un acto viciado de nulidad, hasta tanto se produzca la declaración judicial pertinente (CSJN, 22/6/1982,
"I. C. Rodríguez Blanco de Serrao, s/ reclamo contra resolución del Ministerio de Interior, s/ pensión").
El art. 17 de la ley 19.549, en su redacción originaria vigente al dictarse la resolución que autorizó al
"Movimiento Scout Argentino" a funcionar como persona jurídica, faltando un requisito de forma, disponía que el
acto administrativo afectado de nulidad absoluta debía ser revocado o sustituido por razones de ilegitimidad aún en
sede administrativa, salvo que "hubieren generado prestaciones que estuvieren en vías de cumplimiento", en cuyo
caso debía recurrirse a la declaración judicial de nulidad, y ello no ocurre en el caso, en que la concesión de
personería jurídica sólo dio lugar al comienzo de la existencia de dicha entidad como persona jurídica, sin que
generara obligaciones, ni prestaciones que estuvieren en vías de cumplimiento al disponerse su revocación (CSJN,
17/6/1980, "Movimiento Scout Argentino c. Nación Argentina").
Si el acto revocado no contiene vicios que hagan a su nulidad absoluta en los términos de los arts. 14 y 17 de la
ley 19.549 [por lo tanto regular], el caso encuadra en lo dispuesto en la primera parte del art. 18 de la ley citada, por
lo que, una vez notificado, no pudo ser revocado, modificado o sustituido en sede administrativa (CSJN, 30/9/1976,
"Cerámica San Lorenzo I.C.S.A. c. Fisco Nacional - D.G.I.").
El acto regular, aun cuando traiga aparejados vicios de ilegitimidad, ostenta cierto grado de legalidad que lo
hace estable y produce presunción de legitimidad y la Administración no puede revocarlo por sí y ante sí, sino que
debe demandar judicialmente al efecto o revocar el acto por razones de mérito, oportunidad o conveniencia (CSJN,
7/10/1975, "Pustelnik, Carlos A. y otros").
La limitación impuesta en el art. 17, in fine, de la ley 19.549, en cuanto constituye una excepción a la potestad
revocatoria de la Administración, establecida como principio general en la primera parte de su texto, debe ser
interpretada con carácter estricto, toda vez que su aplicación acarrea la subsistencia en el mundo jurídico de un acto
viciado de nulidad absoluta hasta tanto se produzca la declaración judicial pertinente (confr. Fallos: 304:898;
305:2170; 314:322; entre otros). (Consid. IX)." (CNFed. Contencioso administrativo, sala IV, 5/9/1997, "Swiecicki,
Beatriz Elena c. Estado Nacional —Sec. de Ciencias y Tecnología— s/ amparo ley 16.986").
La limitación establecida en la segunda parte del art. 17 de la ley 19.549 debe ser interpretada con carácter
estricto (CSJN, "in re": "Furlotti Setien S.A.", del 23/4/91) (Consid. IV). (CNFed. Contencioso administrativo, sala
V, 16/3/1998, "Hanke de Fernández Gladys Leonor c. Ministerio del Interior —art. 3° ley 24.043—").
Es jurisprudencia de nuestro más Alto Tribunal que la limitación establecida en la segunda parte del art. 17 de la
ley 19.549 debe ser interpretada con carácter estricto (CSJN "in re": "Furlotti Setien S.A." del 23/4/1991)." (CNFed.
Contencioso administrativo, sala V, 18/11/1996, "Rioboo Delia Beatriz c. Ministerio del Interior - Poder Ejecutivo
Nacional").
Art. 19. — Saneamiento
Ratificación
a) Ratificación por el órgano superior, cuando el acto hubiere sido emitido con incompetencia en
razón de grado y siempre que la avocación, delegación o sustitución fueren procedentes.
Confirmación
b) Confirmación por el órgano que dictó el acto subsanando el vicio que lo afecte.
Los efectos del saneamiento se retrotraerán a la fecha de emisión del acto objeto de ratificación o
confirmación.
• COMENTARIO
1. SANEAMIENTO(145)
Saneamiento o convalidación es el efecto jurídico que se produce cuando la Administración, por medio de un
acto expreso o tácito, le otorga plena validez a un acto administrativo afectado por un vicio determinante de su
nulidad relativa. El saneamiento no procede, obviamente, respecto de los vicios generadores de nulidad absoluta.
La LNPA se refiere al saneamiento en su art. 19, en el que preceptúa que el acto administrativo anulable puede
ser saneado mediante:
a) ratificación por el órgano superior, cuando el acto haya sido emitido con incompetencia en razón del grado, y
la avocación, delegación o sustitución sean procedentes, y
b) confirmación por el mismo órgano que dictó el acto, subsanando el vicio que lo afecta.
Como se advierte, la ratificación es, en el concepto legal, un medio de saneamiento sólo posible respecto del
vicio de incompetencia en razón del grado. En cambio, no es posible sanear por la vía del art. 19, inc. a), un acto
administrativo emitido con incompetencia en razón de la materia (art. 14, inc. b).
Los supuestos en que se autoriza la ratificación se justifican, pues si la delegación, avocación o sustitución no
fueran procedentes, el acto dictado por el órgano incompetente por razón del grado pertenecería a la esfera
exclusiva del superior —delegación— o a la del inferior —avocación, sustitución— (Cassagne).
En efecto, la incompetencia por razón del grado da lugar a una nulidad que, en principio, sólo será relativa, en
tanto será absoluta cuando la avocación, delegación o sustitución fueran improcedentes.
La Corte Suprema ha sostenido, por su lado, que la resolución emitida por un funcionario incompetente en razón
del grado sólo genera un acto nulo de nulidad relativa (art. 14, inc. b, LNPA), susceptible de saneamiento por la vía
de la ratificación (art. 19, inc. a, de la ley citada)(146).
Cuando se trata de un acto administrativo anulable, él puede ser saneado mediante ratificación del órgano
superior (LNPA, art. 3º in fine; arts. 14, inc. b, y 19; dec. 1759/1972, art. 2º) (148), debiéndose recordar la doctrina de
la PTN, según la cual, en caso de duda, debe concluirse que el acto administrativo es sólo anulable (149), puesto que la
categoría de los actos nulos debe ser excepcional y limitada a casos claramente determinados.
En este sentido, la PTN también ha dicho que el principio de conservación de los valores jurídicos y las reglas
rectoras en materia de nulidades, tales como que el interés en su declaración está limitado por el perjuicio causado
por el acto que se pretende inhábil, hacen que las nulidades deban interpretarse en forma restrictiva y favorable a la
subsistencia y validez del acto atacado(150).
La confirmación, a su vez, ostenta la calidad de medio residual de saneamiento de los actos "anulables" porque,
con exclusión de la incompetencia —regulada por el art. 19, inc. a)—, ella aparece en la ley como un instrumento
utilizable respecto de cualquier otra clase de vicios, por lo que resulta necesario siempre analizar la naturaleza y
gravedad del vicio del acto para determinar si reviste tal carácter, o es "nulo".
Cabe señalar, por otra parte, que si bien legalmente la confirmación está prevista como un medio empleable sólo
por el órgano emisor del acto, no hay motivo alguno para prohibir su uso como medio de saneamiento residual —
antes bien, ello sería irrazonable— por los órganos o entes con superioridad jerárquica o de tutela respecto del
órgano o ente autor del acto viciado (Escola - Marienhoff).
Los efectos del saneamiento se producen ex tunc, es decir, retroactivamente (art. 19, último párrafo),
circunstancia que guarda coherencia lógica con el momento también inicial en el que, por definición, se configuran
los vicios que comprometen la validez del acto. En este sentido, se ha dicho que el decreto que corrige el vicio de
otro anterior y lo sanea debe retrotraerse a la fecha de vigencia de éste (151).
En el marco de la doctrina que sólo admite los actos tácitos como voluntad administrativa inferible de actos
expresos, tal posibilidad es descartable. De todos modos, aun cuando la existencia de actos tácitos fuera aceptada
como derivación del efecto jurídico imputado por una norma a la inacción administrativa, tal imputación debería
preceptuar concretamente el carácter saneatorio de tal inacción. Por ello, no parece posible, en el marco de la
legislación vigente, considerar la prescripción o caducidad como una especie de confirmación tácita.
Jurisprudencia
El defecto de incompetencia del órgano que ordenó el arresto del actor —Poder Ejecutivo—, al extralimitarse
del ejercicio de sus funciones propias, no puede ser objeto de convalidación, en razón de que ello importa un
supuesto de nulidad absoluta que en los términos de la ley 19.549 (Adla, XXXII-B, 1752), no puede ser objeto de
convalidación (CSJN, 25/8/1998, "Antinori, Osvaldo R. c. Estado Nacional").
Art. 20. — Conversión
Si los elementos válidos de un acto administrativo nulo permitiesen integrar otro que fuere
válido, podrá efectuarse su conversión en éste consintiéndolo el administrado. La conversión
tendrá efectos a partir del momento en que se perfeccione el nuevo acto.
• COMENTARIO
1. CONVERSIÓN(152)
Conversión es el efecto jurídico que se produce cuando la Administración —con el consentimiento del
administrado, si ello fuera necesario— transforma un acto nulo en acto válido, empleando para ello los elementos
válidos del acto viciado (art. 20, LNPA). La conversión no es, pues, un medio de saneamiento de actos (en contra:
Cassagne), pues esta última figura se refiere exclusivamente a los actos anulables.
Con el saneamiento se conserva el acto viciado, al que precisamente, por el medio de subsanación que
corresponda, se le otorga plena validez, erradicando definitivamente de él el vicio que lo afectaba. La conversión,
en cambio, no implica el saneamiento del acto originariamente inválido, que continúa como tal, sino sólo la
utilización de sus eventuales elementos válidos para la integración de un acto nuevo.
Los efectos de la conversión se producen a partir de la emisión del nuevo acto (art. 20 in fine), disposición que
evidencia el carácter no saneatorio de la conversión.
En vista de que la conversión implica el dictado de un acto diferente de aquel cuyos elementos válidos son
aprovechados, es lógico que los efectos sólo se produzcan ex nunc. Ha dicho la Corte Suprema de Justicia de la
Nación que el decreto que modifica uno anterior, eventualmente nulo de nulidad absoluta, no tiene efectos
retroactivos, es decir, no sanea la aludida nulidad, sino que puede tener la virtualidad de efectuar la conversión del
primer acto administrativo con los alcances del art. 20, LNPA(153).
Se distingue en doctrina entre la conversión legal y la voluntaria. La primera resulta de una disposición
normativa que prescinde de la voluntad de quienes intervinieron en la emisión del acto. La segunda deriva de la
decisión discrecional de la Administración, expresa o tácita, que puede requerir el asentimiento del administrado,
aun cuando su procedencia surja de una norma autorizadora genérica.
La conversión legal no está regida en la legislación administrativa en examen, la que sólo da cuenta, en el
ámbito nacional, de la conversión voluntaria.
Jurisprudencia
Es interpretación posible y no caprichosa que el decreto que modifica uno anterior —eventualmente nulo de
nulidad absoluta— no tiene efectos retroactivos, es decir, no sanea la aludida nulidad, sino que puede tener la
virtualidad de efectuar la conversión del primer acto administrativo con los alcances del art. 20 de la ley 19.549
(Adla XXXII-B, 1752) (CSJN, 15/6/1982, "Croppi de Meyer, Leticia B. c. Provincia de Santa Fe").
• COMENTARIO
La LNPA prevé esta modalidad exigiendo, como procedimiento a cumplir antes del dictado del acto, la
constitución en mora del interesado y la concesión a éste de un plazo suplementario para que cumpla.
El incumplimiento del procedimiento indicado, según lo ha declarado la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
ocasiona la nulidad absoluta del acto.
Así, el Alto Tribunal ha entendido que la falta de todo requerimiento al demandante hace que el acto de
caducidad dispuesto en un caso por la Administración haya sido dictado con violación de la ley, ya que la omisión
del recaudo sustancial previsto en ésta, como condición para decidir la caducidad del acto, sólo puede dar lugar a la
nulidad absoluta de aquél. La caducidad requería, así, de una interpelación para que el empleado incurriera en
mora(155).
En un fallo posterior, el Alto Tribunal entendió que era suficiente, para constituir en mora a un contratista por
incumplimiento de sus obligaciones y disponer la consecuente caducidad del acuerdo, un reclamo de obra faltante
que constaba en las actuaciones administrativas, del que tomó conocimiento aquél, y que hacía referencia en forma
explícita a las obras no ejecutadas(156).
Es también ésta la doctrina de la PTN, que ha sostenido que se impone al órgano competente la notificación al
interesado en forma previa a la declaración de caducidad de un acto administrativo, ante el incumplimiento por
aquél de las condiciones en éste fijadas, a fin de que medie previa constitución en mora, con concesión de un plazo
suplementario razonable al efecto(158).
Ello es así, pues se ha considerado tradicionalmente que la caducidad constituye una sanción máxima, una pena
administrativa, por lo que su procedencia es limitada y, antes de aplicarla, debe garantizarse una última oportunidad
al administrado.
Esta circunstancia torna exigible que el acto mediante el cual se notifica el estado moroso en el accionar del
administrado y la concesión legal del nuevo plazo, exigidos por el art. 21, LNPA, no puedan ser obviados ni
tampoco dispuestos con anterioridad al vencimiento del plazo de caducidad originariamente acordado al
administrado.
El "derecho a una decisión fundada", amparado en el apart. 3º, art. 1º, LNPA, encuentra, entre otras formas de
exteriorizarse, la prevista en el art. 21 de ésta, en cuanto dicho precepto exige, para decretar la caducidad del acto
administrativo, que la misma se funde en un emplazamiento previo del interesado y en el incumplimiento de
éste(159).
Finalmente, corresponde consignar que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, incurriendo, a nuestro juicio,
en un lamentable error conceptual, ha extendido la protección de la "cosa juzgada administrativa" y,
consecuentemente, la inextinguibilidad del acto administrativo en sede administrativa del acto pertinente, en
materia previsional militar a casos no constitutivos, en rigor, de "revocación por ilegitimidad", sino de situaciones
equiparables a la "caducidad" del acto, en tanto exigió la intervención judicial para la extinción de un beneficio
previsional fundada en hechos sobrevinientes a su otorgamiento (160).
Este error, que viene a ignorar la jurisprudencia del tribunal que resultaba de fallos emitidos con
anterioridad(161)se ha traducido también en dictámenes de la PTN emitidos en seguimiento de ese criterio
jurisprudencial(162). El temperamento comentado importa, asimismo, prescindir del principio aplicable en la materia
previsional en general por imperio de lo establecido en su momento por elart. 48,ley 21.451(incorporado por laley
21.451) —actualmente art. 15, párr. 2º,ley 24.241— que significa una clara excepción a lo preceptuado por el art.
17, LNPA. La doctrina correcta en la cuestión ha sido sentada, sin embargo, por la Auditoría General de las Fuerzas
Armadas.
Jurisprudencia
La caducidad decretada reconoce como fundamento una conducta reprochable del actor, o sea que
se sustenta en una apreciación de las circunstancias que, por virtud de la propia Ley de Procedimiento
Administrativo (art. 21), requería de una interpelación para que el empleado incurriera en mora y
pudiesen jugar los efectos propios del retardo imputable en la esfera de la relación de empleo público
(CSJN, 13/2/1986, "Hermes Francisco Borgo c. Junta Nacional de Granos"; y 1/6/2000, "Paz, Valentín";
CNFed. Contencioso administrativo, sala I, 22/2/2000, "Lapeña, Francisco c. Lotería Nacional S.E.").
La falta de todo requerimiento al demandante hace que el acto de caducidad dispuesto por la
administración haya sido dictado con violación de la ley (art. 14, inc. b), sin que corresponda discriminar
con referencia a esta cuestión sobre el mayor o menor grado de discusión en la doctrina o en la
jurisprudencia, ya que la omisión del recaudo sustancial previsto en la ley como condición para decidir la
caducidad del acto, sólo puede juzgarse en los términos señalados y dar lugar a la nulidad absoluta del
acto (CSJN, 13/2/1986, "Hermes Francisco Borgo c. Junta Nacional de Granos"; y 1/6/2000, "Paz,
Valentín"; CNFed. Contencioso administrativo, sala I, 22/2/2000, "Lapeña, Francisco c. Lotería Nacional
S.E.").