Unidad 2 / Escenario 3
Lectura fundamental
Lenguaje y poder
Contenido
1 Introducción
2 Algunas aproximaciones al lenguaje en la filosofía contemporánea
3 El poder como una relación social
Palabras clave: poder, lenguaje, realidad, verdad.
1. Introducción
En la Unidad anterior nos acercamos a algunas preguntas centrales que ha establecido el pensamiento
filosófico. Las preguntas por el conocimiento, por el ser y por las formas de habitar en el mundo nos
situaron en diversos caminos en los que la filosofía se presenta como un escenario de apertura frente
a los problemas de la sociedad. Precisamente sobre esta concepción de la filosofía se abre un nuevo
momento en este Módulo. En esta unidad nos desplazaremos a nuevos problemas que ha elaborado la
filosofía desde el siglo XX; en particular, nos aproximaremos a problemas filosóficos contemporáneos
relacionados con el lenguaje y el poder que resultan importantes para entender los modos de
interpretación del mundo actual. Una perspectiva de este tipo no implica que se obvien problemas
centrales de la historia de la filosofía, por el contrario, se intenta identificar, por un lado, la manera en
que estas intervenciones filosóficas contemporáneas nos permiten explorar problemas centrales del
pensamiento y, por otro lado, las relaciones que estas reflexiones tienen sobre el mundo en el que
vivimos.
La filosofía contemporánea ha puesto el foco de atención en el lenguaje, el poder y la construcción
social de la realidad. Estas tres dimensiones nos vuelven a remitir a problemas que habíamos
enunciado en la unidad anterior: el lenguaje como un hecho distintivo de nuestra experiencia y las
relaciones de poder que establecemos para pensar nuestras formas de ser en el mundo. Desde
inicios del siglo XX el lenguaje empezó a adquirir cierta centralidad en las reflexiones filosóficas. Estas
consideraciones se fueron ampliando en la década del setenta con el denominado giro lingüístico, y
coincidieron, a su vez, con las nuevas aproximaciones al poder y las representaciones sobre lo real.
Así las cosas, las discusiones sobre el lenguaje y el poder ofrecieron nuevos puntos de partida para
la comprensión de los fenómenos sociales. Por ejemplo, el lenguaje fue concebido como una forma
de habitar el mundo con una capacidad creadora de la realidad, y el poder fue entendido como un
mecanismo que tiene como propósito regular la conducta y las prácticas. Estas nuevas visiones
implicaron desplazamientos teóricos con respecto a tradiciones filosóficas que atrapaban el lenguaje
en dimensiones formales (trasmisión de signos que representan la realidad) y entendían el poder
como instancia centralizada y vertical.
Teniendo a la vista estos elementos, la Lectura se dividirá en dos partes: en la primera se consideran
algunas aproximaciones al lenguaje en la filosofía contemporánea; en la segunda parte se explorarán
las nociones de poder desde la perspectiva del filósofo francés Michel Foucault. En cada una de estas
partes, más que una exposición exhaustiva de cada uno de los planteamientos filosóficos, se pretende
dar un vistazo a problemas que aún siguen expresando amplias controversias en las teorías sociales en
general.
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2. Algunas aproximaciones al lenguaje en la filosofía contemporánea
Como vimos en la Unidad anterior, el lenguaje ha sido un elemento central en las reflexiones
filosóficas. Además de las dimensiones ontológicas, el lenguaje ha servido para pensar las condiciones
de posibilidad de lo real, sus límites y los alcances frente a la construcción de la realidad. La
publicación en 1900 de Investigaciones lógicas, del filósofo alemán Edmund Husserl, puso en
evidencia que el lenguaje ha sido un eje articulador para las reflexiones de diferentes y variadas
corrientes del pensamiento filosófico. Siguiendo esta premisa de Husserl, podemos señalar que el
problema del lenguaje ha sido un terreno común para varias tradiciones teóricas que han intentado
comprender sus dimensiones desde diferentes variables. Para ser más precisos, la filosofía analítica y
la hermenéutica, que han tenido cierta hegemonía en el pensamiento filosófico, tomaron como punto
de partida el lenguaje para construir sus análisis. Con evidentes matices, los problemas filosóficos
pensados desde estas perspectivas (hermenéutica y analítica) dejan de concebir el lenguaje como un
conjunto de reglas para su uso correcto, basado en un modelo lógico constituido de manera
deductiva, para ser reemplazado por una concepción del lenguaje como “un horizonte en el que se
ponen todas nuestras relaciones con los hombres y las cosas” (Fabris, 2001. p. 6).
¿Sabía qué...?
La hermenéutica es la disciplina que se ocupa de la interpretación de los
textos, la cual insiste en nuestra capacidad interpretativa. Además, en
términos metodológicos nos permite ubicar el texto en su contexto y la
forma en que adquiere significado.
Las intervenciones filosóficas sobre el lenguaje son variadas y constituyen complejos sistemas de
pensamiento. Con el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein (1889-1955) se inauguran una serie
de reflexiones novedosa sobre el lenguaje. En su famoso Tractatus logico-philosophicus afirma que el
lenguaje es una representación de la realidad y por lo tanto es la forma que tiene el ser humano de
conocer la realidad que lo rodea. El pensamiento y su relación con el lenguaje es fundamental para
comprender la realidad que nos rodea. Por otro lado, en Investigaciones filosóficas Wittgenstein afirma
que el lenguaje ya no establece esta realidad fija entre el conocimiento y la realidad, sino sobre los
usos y juegos del lenguaje que nosotros establecemos con el mundo.
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Una nueva y fructífera reflexión sobre el lenguaje la encontramos en el filósofo alemán Martin
Heidegger. Para Heidegger, el lenguaje no es un medio ni un instrumento de comunicación, sino
una forma de habitar el mundo y una la relación del hombre con el lenguaje que está en constante
transformación; sin embargo, la evaluación de esta transformación no es perceptible inmediatamente.
El interés de esta perspectiva no radica en el proceso de comunicación humana ni en la lógica de la
argumentación, sino en el verdadero habitar del lenguaje. En este orden de ideas, para este filósofo
alemán el lenguaje cotidiano es una manifestación profunda de nuestras relaciones sociales, en
otras palabras, el ser en el lenguaje deviene en un habitar poético: "El lenguaje no es solamente una
propiedad humana. Es la oportunidad para que el hombre sea hombre en la apertura (Erschlieung) y en
la apropiación (Aneignung) de mundo, que realiza en medio y a través del sentido" (Rocha de la Torre,
2005)
Por otra parte, Gadamer considera que el hombre es un ser dotado de lenguaje y es precisamente
esta característica la que le permite pensar lo común y comunicarlo. En ese sentido, el lenguaje es
un acontecimiento comunicativo, es un encuentro con el mundo, sin el cual no es posible pensar
una noción de realidad. Este proceso inicia, nos dice Gadamer, en el mismo momento en que
aprendemos a hablar. Por ejemplo, el lenguaje, entendido como un conjunto de símbolos, permite
organizar y clasificar el mundo. El acto de hablar se constituye así en un fenómeno central ya que es
una forma de familiarizarnos con el mundo que habitamos. Asimismo, comunicar significa exponernos
a ese mundo que nos rodea a través de un encuentro en el que el lenguaje y ese "otro" se afectan
mutuamente. En términos más claros, desde el momento en que nacemos nos vemos expuestos
a la interpretación lingüística y a su asimilación a parir de la crianza y el crecimiento. En palabras
del filósofo alemán, “el lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. Siempre nos sobrepasa”
(Gadamer, 1965, p. 149).
El interés por el lenguaje y sus variantes analíticas se agruparon en la década del setenta bajo la
denominación de giro lingüístico, expresión acuñada para referirse a los nuevos enfoques sobre el
lenguaje que se venían ampliando desde la primera mitad del siglo XX. El giro lingüístico tuvo un
gran impacto más allá del espacio filosófico y sus postulados defendieron algunos de los debates en
la teoría social, en particular, las controversias sobre la verdad, la ciencia y la realidad, que afectaron
el desarrollo de otras disciplinas como la historia, la antropología, la sociología, entre otras. Para
el filósofo estadounidense Richard Rorty, el giro lingüístico puede ser definido como “el punto de
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vista de que los problemas filosóficos pueden ser resueltos (o disueltos) transformando el lenguaje o
comprendiendo mejor el que utilizamos en el presente” (Rorty, 1991, p. 1). Desde esta perspectiva,
el lenguaje deja de ser un medio para representar la realidad externa, deja de ser la instancia para
construir una representación exacta de la realidad o de la manera de relacionarnos con el mundo. Para
el filósofo norteamericano, el lenguaje es un “agente constructor de mundo”, y no existe una realidad
dada por fuera del lenguaje, sino que la realidad se construye en el lenguaje mismo.
Esta definición sobre el lenguaje, como se dijo, tuvo amplias resonancias en el debate filosófico. Sobre
esta concepción, que considera que la realidad no está dada por fuera del lenguaje, Paul Ricoeur y
Michel Foucault establecieron algunos matices y controversias. Para Ricoeur existe una capacidad
productiva del lenguaje (poiética), esto es, una apuesta por encontrar en el lenguaje un camino para la
transformación de la realidad. Sin embargo, Ricoeur critica el carácter autorreferencial del lenguaje
que se manifiesta en algunas teorías filosóficas; para él existe una instancia real extralingüística que no
se puede perder de vista. En términos más claros, si bien el lenguaje tiene una capacidad de
transformación y creación, este tiene un marco de referencialidad en la realidad. Por su parte,
Foucault se instala en este debate a partir del cuestionamiento sobre el conocimiento o discurso
científico como un reflejo fiel de la realidad. En el Orden del discurso considera que los discurso
tienen efectos en los modos de ser de los sujetos en una época determinada.
¿Sabía qué...?
La poiesis es un término griego que significa creación o producción de un
objeto artístico o técnico. Para Paul Ricoeur el lenguaje tiene un carácter
poético, es decir, transformador.
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3. El poder como una relación social
Algunos de los quiebres interpretativos que se han dado en las formas de interpretar el poder
aparecen en la década del setenta con los trabajos del filósofo francés Michel Foucault. En su clase
del 14 de enero de 1976, que fue publicada bajo el título Defender la sociedad, Foucault propone
cinco aclaraciones metodológicas sobre la forma en que analizará el poder. En la primera aclaración
de método, Foucault propone un giro analítico en el análisis sobre el poder. De lo que se trata es
de analizar los extremos que configuran el centro del poder y no sus manifestaciones regladas o
legítimas que se ubican en el centro. Es decir, parte de la observación de las múltiples y heterogéneas
relaciones de poder que se dan en un ámbito local y regional, es decir, relaciones de poder que, debido
a su singularidad local, se dan en ámbitos históricos y geográficos muy precisos.
La segunda aclaración de método está relacionada con un cambio de pregunta en la pregunta central
por el poder. De la pregunta sobre quién tiene el poder, o qué tiene en la cabeza, se pasa a cuáles son
los distintos mecanismos de sometimiento a través de los cuales se moldean los cuerpos, se ordenan
los gestos y se orientan los comportamientos. Cuando se realiza el giro de la pregunta por el poder,
el sentido del análisis se transforma, puesto que, en la primera, que corresponde a lo que en principio
se denomina análisis jurídico del poder, el centro de gravedad de la reflexión reposa en quién ostenta
el poder o la intención de aquel que supuestamente lo posee. En el segundo caso, la pregunta por los
dispositivos y mecanismos del poder nos alerta de entrada sobre la existencia de distintos agentes y
centros que tienen el poder, y que no es uno solo.
La tercera aclaración de método es sobre la forma en la que ha sido considerado comúnmente el
poder. Este no se ha de ver como un tipo de dominación que recae sobre unos individuos y que es
ejercido únicamente por ellos, o como un medio de control de una clase sobre otra. Mas allá de esta
postura, el poder no es algo que se divide entre un grupo determinado de gente, como si este fuera
una exclusividad tan solo de ese grupo, y mucho menos ha de partir desde una falta de posesión, es
decir, de aquellos que por no poseerlo tienen que asumirlo y afrontar la disposición de aquellos que
sí poseen el poder. Así pues, en esta cuarta aclaración metodológica el objetivo será apartarse de un
análisis descendente, dado que este no permite ver la forma en que el poder se presenta, y hay que
cambiarlo por un estudio ascendente del poder, que parta de esas pequeñas instituciones externas y
así ver la forma en que estas poco a poco construyen un poder mucho más global y amplían las formas
generales de dominación; así se ve, además, cómo estas formas terminan cobijando a esas pequeñas
instituciones en que actúan determinados fenómenos de poder.
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La quinta aclaración metodológica tiene como finalidad exponer que, dentro de esas redes de
poder, si bien es cierto que van acompañadas de una producción ideología, esto no es lo único que
las conforma, y tampoco el resultado de esas redes de poder. Así pues, dentro de esas redes de
poder, lo que se presentan son mecanismos que están guiados hacia la construcción de un saber y
una determinada técnica. No podríamos entonces afirmar que lo único que se construye en esas
redes de poder es un aparato ideológico. Cuando se miran detalladamente esas redes de poder en el
momento en que las redes más finas están siendo ejercidas, no es posible hacerlo, dice Foucault, sin
la formación, la organización y la puesta en marcha de un saber. Es decir que el poder asume unas
determinadas técnicas de educación, unas organizaciones que lo representan y por último un saber
instituido.
Por otro lado, es necesario señalar que las discusiones foucaultianas sobre el poder se encuentran
desperdigadas en varios de sus trabajos como Seguridad, territorio y población (1978) y Nacimiento
de la Biopolítica (1979), que forman parte de una continuidad introducida en el primer volumen de
Historia de la Sexualidad (1976). En este volumen, Foucault habría señalado cómo en el siglo XVIII la
vida entra a ser parte de una estrategia general de poder, o una política de la vida, que se transforma
en relación con lo que hasta ese momento había sido el poder soberano. Recordemos que el objeto
de estudio de este volumen se debe a sus investigaciones en torno a las relaciones de poder y al
enfrentamiento entre cuerpos en el cual Foucault realiza un recorrido por las estrategias, resistencias
y dispositivos de poder que constituyeron a un sujeto sexual en los siglos XVII y XVIII. Así, en el
último capítulo de este volumen, titulado “derecho de muerte y poder sobre la vida”, el autor reúne el
conjunto de relaciones mediante las cuales los cuerpos se disciplinan individualmente, se regulan en
conjunto y, en suma, administran su vida en una modalidad de poder contrapuesta al poder soberano,
poder que, en lugar de administrar la vida, manifestaba su poder al hacer morir a los súbditos desleales
o, en general, al hacer morir exponiendo la vida de los individuos en guerras fatales.
Foucault advierte que el hacer morir característico del poder soberano ya había tomado distancia de la
antigua patria potestas, según la cual el padre romano disponía de la vida de sus hijos como de la de sus
esclavos; si era él quien había dado la vida, también él podría quitarla directamente. Esta modalidad
del hacer morir de los antiguos se había transformado en la soberanía, pues, justamente, sin proponer
directamente la muerte, el soberano ahora ejercería sobre los individuos un derecho indirecto de vida
y muerte. Lo que quiere decir que, al estar amenazado por sus enemigos exteriores, el soberano podía
hacer la guerra de manera legítima y disponer de sus súbditos en nombre de la defensa del Estado.
No obstante, si uno de sus súbditos se levanta contra él, entonces el soberano está en la facultad de
actuar de manera directa sobre su vida y lo matará como forma de castigo. A diferencia de estas dos
modalidades de poder (de los antiguos y el poder soberano), Foucault advierte que a partir del siglo
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XVIII emerge una nueva estrategia política que administra la vida desde el nacimiento en aspectos
como la higiene pública, las condiciones materiales y de vida en la ciudad, y los índices de natalidad
y mortalidad. La vida es ahora objeto de la política, y todos los elementos asociados a ella estarán
imbricados con esta nueva forma de gobierno. Así pues, el biopoder aparece como:
El conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus
rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia
general de poder [esto es] cómo, a partir del siglo XVIII las sociedades occidentales modernas, tomaron
en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana (Foucault,
2011a, p. 15)
Lo que es indicativo en esta cita es que este desplazamiento del hacer morir del poder soberano al
hacer vivir, como estrategia política de la especie humana, es para Foucault el horizonte de partida
en la comprensión del biopoder, que se consolidó como una gran tecnología de doble faz sobre la
vida, anatomo política y biopolítica. Así, el filósofo francés nos dice que la vida se convierte desde el
siglo XVIII en un objeto de poder. En el periodo inmediatamente anterior, lo que existía eran súbditos
a quienes por su condición jurídica se les podía despojar de sus bienes o quitar la vida. Con la nueva
tecnología de poder, este poder se materializa, en otras palabras, deja de ser esencialmente jurídico
(Foucault, 2010b, p. 898). De manera que la propia vida entra al juego del poder y se enmarca
en problemas más amplios sobre la regulación de la población en términos demográficos, que se
expresan en controles sobre la natalidad y la mortalidad. Sobre esta nueva forma de pensar los
poderes se construyen toda una serie de nuevas técnicas que permiten sofisticar los mecanismos de
administración; por ejemplo, se perfeccionan los censos, las estadísticas estatales que se encargan de
esta regulación de la población que se inscriben en la noción de biopoder.
Ante esta imbricación de vida y política, Foucault señala que una primera gran forma de gobierno que
se ocupa del cuerpo individual es precisamente la anatomo política. Tal modalidad disciplinaria produce
un cuerpo productivo, dócil y útil en la medida en que “la disciplina asegura una relación espacio-
temporal determinada por la regularidad de los procesos y por la ejecución de estos”. De modo que el
poder adquiere aquí la forma particular de un conjunto de instituciones y centros de encierro que
capturan la fuerza productiva al tiempo que garantizan la obediencia. Sin embargo, Foucault advierte
que esta modalidad de poder disciplinario cambia históricamente al ocuparse de un nuevo sujeto, la
población. Ante esta aparición de la especie, el análisis se encargará de mostrar cómo cambian
radicalmente las técnicas y las estrategias de poder de lo que hasta entonces había sido el poder
disciplinario. Foucault aclara que estas formas del poder, la anatomo política y la biopolítica no son
antitéticas, pues, más bien se constituyen en dos polos de desarrollo enlazados en un haz que está
unido a relaciones en el que uno de los polos fue el primero en formarse. Así pues, las artes del
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gobierno se organizarán además alrededor del concepto de especie y de sujeto político de una
población.
¿Sabía qué...?
Foucault define la anatomo política como la máxima expresión de las
tecnologías de encierro que están asociadas a las tecnologías coercitivas
del comportamiento, y que terminan creando el “archipiélago carcelario”.
Las modalidades de encierro establecen el punto cumbre en la disciplina,
tanto así que llegan a convertir toda la sociedad en un mecanismo
de encierro, en el que cada uno está atado a su identidad, su papel
productivo, su enfermedad o su muerte.
En esta línea de análisis, Foucault señala que el biopoder emerge como un poder que se ejerce
positivamente sobre la vida y, en este sentido, la administra, aumenta y multiplica. La población, o
mejor la especie humana, es ahora el objeto del gobierno, y en este sentido, tenemos una amplia
definición de política, que teje una directa relación entre lo que sería una administración de la vida.
Esta forma de gobernar sobre la vida captura el hecho biológico en el que el ser humano se constituye
como una especie que es el resultado de una estrategia política capital que emerge a partir del siglo
XVIII y que se pone en marcha a partir de los dispositivos de seguridad. En vista de este desarrollo del
biopoder y ante esta aparición de la población, Foucault establece allí una consecuente relación entre
el biopoder y el desarrollo del capitalismo:
Ese biopoder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; este no
pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción
y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. Pero exigió más;
necesitó el crecimiento de unos y otros, su reforzamiento al mismo tiempo que su utilizabilidad y
docilidad; requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general,
sin por ello tornarlas más difíciles de dominar; si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado, como
instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de
anatomo y biopolítica, inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del
cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas. (Foucault, 1977, p. 170)
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Lo que inmediatamente sobresale en esta cita es el hecho de que el biopoder determina las acciones
de la población en un sentido productivo, haciendo que la vida se administre mediante prácticas
eficientes de acuerdo con unos procesos económicos capaces de optimizar y maximizar la vida en
general. Tal inserción controlada de los cuerpos y la especie fue uno de los elementos determinantes
del desarrollo del capitalismo, desarrollo que se verá materializado en técnicas específicas del
liberalismo y el neoliberalismo. En síntesis, el cuerpo, que mediante disciplinas fue encauzado, vigilado
y modulado hacia determinados comportamientos en un proceso de individualización, es ahora
regulado como especie, mediante un ajuste de los elementos vinculados a fenómenos económicos.
Además, el problema del biopoder puede ser ampliado a los dispositivos de seguridad: ¿de qué manera
se puede mantener la criminalidad dentro de un marco que sea social y económicamente aceptable?
Desde la perspectiva foucaultiana, tres modalidades de poder podrían responder a esta cuestión en
tres momentos históricos precisos: primero, el mecanismo legal o jurídico que rigió desde la Edad
Media hasta los siglos XVII-XVIII y que tenía como propósito sancionar una ley y fijar un castigo, este
es el mecanismo legal o jurídico que rigió desde la Edad Media. Segundo, el mecanismo moderno que
fue introducido en el siglo XVIII y que tenía como propósito vigilar y ejercer cierto tipo de coerción
mediante una división binaria entre lo permitido y lo vedado en toda una serie de técnicas policiales.
Tercero, un mecanismo contemporáneo en el que el robo se inserta en una serie de acontecimientos
probables en una medida promedio que regula las acciones de la población mediante un dispositivo de
seguridad.
Las preguntas por el lenguaje y el poder han sido un terreno fértil para las reflexiones filosóficas
contemporáneas. Estas dos categorías son polisémicas y responden a las más variadas
interpretaciones y corrientes filosóficas. En el caso de la filosofía del lenguaje (hermenéuticas y
analíticas), se deja de considerar el lenguaje como un conjunto de reglas o transmisión de signos,
para considerarlo como un horizonte de nuestras relaciones con el mundo y con los otros. Algunas
corrientes asociadas al giro lingüístico han coincidido en considerar que el lenguaje es una instancia
creadora de la realidad que no tiene ninguna correspondencia con fenómenos externos al lenguaje.
Esta perspectiva ha sido cuestionada por su autorrefenciación y también ha sido ampliada para pensar
regímenes de verdad desde la perspectiva discursiva de Foucault.
Por su parte, las teorías filosóficas sobre el poder también llaman la atención sobre las formas
tradicionales en que fue entendido hasta la primera mitad del siglo XX. En este caso, el poder deja
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de ser concebido como una instancia central y vertical para empezar a ser comprendido como un
conjunto de prácticas que median nuestras acciones. El poder, desde las perspectivas foucaultianas,
deja de estar localizado en un centro que se despliega de arriba hacia abajo, para ser concebido a partir
de la noción de biopolítica y el control sobre los cuerpos y nuestras prácticas. Estos debates en todo
caso están lejos de ser conclusivos. Sobre lo que se ha querido insistir en esta Unidad es en las nuevas
aperturas que genera el lenguaje y el poder frente a nuestra comprensión del mundo y de la sociedad,
y que además han resultado importantes para los debates en las ciencias sociales en general.
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Referencias
Fabris, A. (2001). El giro lingüístico: hermenéutica y análisis del lenguaje. Akal.
Rocha de la Torre, A. (2005). Más allá de las palabras: El lenguaje en la filosofía
de Heidegger. Revista de Filosofía, 23(49), 1-24.
Rorty, R. (1990). El giro lingüístico. Paidós.
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INFORMACIÓN TÉCNICA
Módulo: Filosofía
Unidad 2: Lenguaje, poder y subjetividad
Escenario 3: Estructuras simbólicas, lenguaje y poder
Autor: Edgar Andrés Caro Peralta
Asesor Pedagógico: Claudia Yaneth Mora
Diseñador Gráfico: Diego Calderón
Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.
Prohibida su reproducción total o parcial.
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